La Relación de Ayuda en El Acompañamiento de Los Enfermos

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LA RELACIÓN DE AYUDA EN EL ACOMPAÑAMIENTO

CRISTIANO DE LOS ENFERMOS


Angelo Brusco
Insieme per Servire n. 65 – Anno XIX n.3 – luglio-settembre 2005

“El cristianismo tiene un mensaje de vida que anunciar no solo a aquellos que sufren, sino
también a aquellos que deciden ayudar y acompañar a los enfermos”1

Introducción
“Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él” (1Cor 12,26). San Pablo
dirigía estas palabras a los cristianos de Corinto, exhortándolos a construir una comunidad
en la cual floreciera la solidaridad fraterna, el compartir lo que se es y lo que se posee, el
interés que te lleva a vibrar ante la alegría y el sufrimiento de los otros. (Cfr. Hech 2,42-
48).
No cabe duda, realmente, que la sensibilidad hacia aquellos que están atravesando
un periodo difícil de sufrimiento constituye uno de los parámetros más importantes para
valorar el grado de comunión de una comunidad eclesiástica. Como afirma Juan Pablo II
en el Motu Proprio “Dolentium Hominum'', el servicio hacia los enfermos y los que sufren
es “parte integral de la misión de la Iglesia” (n. 1). La afirmación del Papa está basada en
las palabras pronunciadas por Cristo al conferir su mandato a sus discípulos.

“Llamando a Sus doce discípulos, Jesús les dio poder sobre los espíritus
inmundos para expulsarlos y para sanar toda enfermedad y toda dolencia. (Y les dijo:) Y
cuando vayan, prediquen diciendo: El reino de los cielos está cerca. Sanen enfermos,
resuciten muertos, limpien leprosos, expulsen demonios; de gracia recibieron, den de
gracia”. (Mt 10,1. 7-8).

El cuidado del enfermo, por lo tanto “no está de más, no es una opción, algo
reservado a una élite… Se trata de una obediencia al mandamiento de Cristo, ser partícipe
de su gracia de sanación y recuperación: esta obediencia y participación forman parte de
la vida de la Iglesia, mejor dicho, de su naturaleza profunda.”2

Al llevar a cabo su misión con los que sufren, la comunidad eclesial continúa la
labor de Cristo “médico de cuerpos y de almas”, apropiándose de sus gestos, de su manera
de consolar y sanar.

1
Consulta nazionale per la Pastorale della salute, La pastorale della salute nella Chiesa Italiana,
Roma 1989, n. 18.
2
D. TETTAMANZI, La Conferenza episcopale e l'evangelizzazione in campo sanitario, in
“Dolentium Hominum”, 2(1992), p. 53.
2

La relación de ayuda

La relación de ayuda se sitúa entre los numerosos medios que la comunidad


eclesial tiene el deber de promover para responder a las necesidades humanas y
espirituales de los enfermos. El objetivo de dicho ministerio es el de acompañar a los que
sufren de manera que puedan experimentar la enfermedad como una oportunidad de
crecimiento humano y espiritual.

Entre las imágenes que ilustran la relación de ayuda, aquella de caminar juntos es
quizás una de las más inmediatas y realistas. Dicha imagen deja claro que entre quien
ayuda y quien es ayudado existe un intercambio del destino humano que protege de
cualquier sentido de superioridad. Acompañante y acompañado, de hecho, recorren el
mismo camino –el camino de la vida- interpretando las señales que indican la dirección
correcta; son copartícipes de los mismos miedos y esperanzas; descubren las tentaciones
de la desesperación y de la superficialidad; disfrutan los momentos de descanso y la
conquista de nuevas etapas; identifican las señales de la presencia del Señor.

Cuando se lleva a cabo de manera adecuada, caminar junto al enfermo se


convierte en signo de la presencia de Dios que acompaña al hombre en cada tramo de su
trayecto existencial. Según la Biblia, en efecto, el Señor es guía que se adelanta en el
camino (Dt 1,33); conduce a las aguas tranquilas y a las verdes praderas (Sal 23,2);
asegura su presencia aun cuando el sendero baje por el valle de la muerte (Sal 23,4);
ayuda, como en el camino de Emaús, a interpretar la experiencia con su palabra que es
luz en el camino de la vida (Sal 119, 105); a través de su ángel ofrece alimento y bebida
a los cansados y desalentados (1Re 19,6) y como divino samaritano de las almas y de los
cuerpos, se detiene en el camino que baja de Jerusalén a Jericó – el camino del hombre –
para aliviar las heridas de las víctimas del sufrimiento (Lc 10,29ss).3

El uso de las relaciones personales para ayudar a los que se encuentran viviendo
situaciones difíciles a causa de la enfermedad es una práctica común que desde siempre
se ha llevado a cabo en diferentes contextos, sobre todo en la familia y en los grupos de
amigos. También en la comunidad eclesial siempre ha habido personas dispuestas a dar
apoyo, ánimo y consejo a los enfermos, ofreciéndoles el regalo de la calidad humana y
las fuentes de la fe.

La evolución de la cultura y el auge de la ciencia del comportamiento, en particular


de la psicología, han ofrecido a estas formas inmediatas de ayuda la posibilidad de
mejorar cualitativamente. Esto ha sido posible gracias a un conocimiento más preciso de
la persona humana, del dinamismo que motiva su comportamiento, y al desarrollo de
actitudes y de técnicas que hacen más eficaz la comunicación.

Una condición indispensable: la integración del negativo.

El punto de partida de toda relación de ayuda consiste en la libertad interior que


permite acercarse a los otros sin resistencia ni prejuicios. Esto es fruto de un conocimiento
y control progresivo de si mismo.

3
Cfr. A. BRUSCO, La relazione pastorale di aiuto, Camilliane, Torino, 1993, pp. 24-25.
3

Esto significa que quien quiera caminar junto a los enfermos para ayudarlos a vivir
positivamente la difícil experiencia del sufrimiento está llamado a tomar conciencia,
aceptar e incluir los aspectos negativos de la propia experiencia, consecuencia de la
condición humana final. Se trata de aquella dimensión nocturna de la vida, que incluye el
sufrimiento, la enfermedad y la muerte.

La actitud adoptada ante la propia experiencia de sufrimiento, de hecho, afecta


inevitablemente la relación con el enfermo. Quien se protege de manera utópica de la
realidad del sufrimiento suprimiéndolo, negándolo o racionalizándolo, no puede ser libre
en su acercamiento a quien sufre. La visión de las señales de la enfermedad en el cuerpo
y frecuentemente en la psique del enfermo, en efecto, provocará en su espíritu, muchas
veces inconscientemente, reacciones defensivas que limitan la eficacia de la relación,
generando distancia y dando vida a sentimientos de rechazo o de lástima.

Significativa es la historia contada por H. Nouwen:

“Un día, un sacerdote pidió a un grupo de hermanos que lo ayudaran a analizar la


discusión que había tenido con una joven feligresa víctima de un tumor maligno,
condenada a vivir en el hospital con posibilidades de sobrevivir durante un periodo de
tiempo bastante corto. Describió a la enferma como una mujer feliz, llena de vida y de
ánimo. Recreó la conversación que tuvo con ella y terminó diciendo que durante la visita
se había sentido nervioso, apenado e insatisfecho con lo que estaba haciendo. El análisis
de la conversación entre el sacerdote y la feligresa daba la impresión de un gran y
doloroso esfuerzo por evitar la realidad: y la realidad era que una mujer una joven y
bella estaba próxima a morir. Hablaron de las enfermeras, de la comida, de la dificultad
para dormir, de los planes a futuro, de cuando regresaría a casa. Era evidente que el
sacerdote no se daba cuenta que estaba evitando el verdadero tema. La discusión con sus
colegas le llevó a entender que él mismo pudo haber sido de más ayuda a aquella mujer
si hubiera tenido más práctica en el acercamiento a los moribundos. Pero en este
momento, alguien del grupo se dirigió al sacerdote diciéndole: “Me pregunto si te das
cuenta que tú también morirás, quizá no en este año, como tu feligresa, pero en un futuro
no muy lejano”. De pronto todas las discusiones sobre la actividad pastoral se detuvieron
seguido de un largo silencio. Después el sacerdote respondió: “Puede que tenga más
miedo que mi paciente de hablar de su muerte y, probablemente, no quiero que eso me
recuerde mi destino mortal…”.

Aquellos que logran reconciliarse paulatinamente con su condición de personas


vulnerables, porque son finitos y mortales, son conscientes de que el sufrimiento forma
parte de la propia experiencia y que los enfermos no pertenecen a otra humanidad. A ellos
se les ha llamado a dar, pero también de ellos se puede recibir, en un intercambio que se
convierte en fuente de enriquecimiento mutuo.

Para integrar las propias heridas, el líder pastoral está llamado a recorrer un
camino descrito claramente por algunos pasajes bíblicos, como la lucha de Jacob
enfrentándose a lo desconocido a mitad de la noche (Gn 32,26), el destino del grano de
trigo que debe caer en el surco y morir para producir nueva vida (Jn 12,24), el
resplandecer de la luz para “aquellos que viven en región y sombra de muerte” (Mt 4,16)
el misterio pascual de la muerte y resurrección…
4

Además de los recursos humanos, el creyente tiene a disposición aquellos medios


sobrenaturales a través de los cuales Dios anuncia la salvación-sanación. El inmenso y
agotador camino indicado por la fe permite entender que la sanación es posible, cuando
se es capaz de penetrar en el interior de la propia persona, al encontrar el poder sanador
de Dios en el instante en que se obtiene experiencia de la debilidad propia. Como afirma
Nouwen4, esto indica que el reconocer y “aceptar las heridas propias no es sino un
aspecto del proceso de sanación” (M. 22). También es necesario ser consciente que están
“directamente relacionados con el sufrimiento del mismo Dios” (M. 22) y mantiene viva
tal conexión. En otras palabras, lo que sufrimos, ya sea ligero o grave, es una experiencia
que, lejos de estar aislada, se relaciona con el sufrimiento de Dios. Con gran exactitud, el
mismo autor afirma que Jesús sana nuestros dolores quitándolos de nuestro contexto
egocéntrico, individualista y privado y conectándolos con el dolor de toda la humanidad,
adoptada por Él. En este sentido:

“Sanar no significa, entonces, primero eliminar los dolores, sino revelar que
nuestros dolores están incluidos en un sufrimiento mayor, que nuestra experiencia forma
parte de la experiencia de aquel que dijo: ¿No era necesario que el Cristo padeciera
todas estas cosas para entrar en Su gloria?” (Lc 24, 26).5

Según una declaración de Carl Jung6, el creyente debería ser capaz de identificar
al Cristo en la parte enferma presente en nuestra persona. De esta manera el psiquiatra
suizo escribe, respondiendo a la carta de una señora:

“Los admiro a ustedes, cristianos. Porque identifican a Cristo con el pobre y al


pobre con Cristo. Y cuando ustedes dan pan a un pobre, saben que lo están dando a Jesús.
Lo que resulta más complicado de comprender, es la dificultad con la que reconocen a
Jesús en el pobre que está dentro de ustedes mismos. Cuando sienten sed de sanación y
de cariño; ¿Por qué no lo quieren reconocer? Cuando se descubren desnudos, extranjeros
de ustedes mismos, cuando se encuentran encarcelados y enfermos. ¿Por qué no ven esta
fragilidad como la presencia de Jesús en ustedes?”

Al integrar las heridas propias, quien acompaña a los enfermos puede lograr
convertir el sufrimiento propio en una fuente de sanación para los demás. ¿No ha sido así
la experiencia de Jesús? Interpretando al profeta Isaías, “De sus heridas hemos sido
curados” (Cfr. Mt 8,16-17).

Caminar... con un corazón acogedor.

Si vivió positivamente, en realidad, la experiencia de sufrimiento despierta en el


espíritu de quien acompaña al enfermo actitudes de simpatía, participación y compasión
que le permite acercarse a quienes sufren, ofreciéndoles una ayuda eficaz. ¿Cómo no estar
de acuerdo con lo que afirma Nouwen: “Quien en su propia vida siempre se ha protegido
de la experiencia del dolor no puede ofrecer a los demás más que un vano consuelo”?7

4
H. NOUWEN, La memoria viva de Jesucristo, Guadalupe, Buenos Aires, 1987, p. 22.
5
Ib., p. 23.
6
Citato in: L. GUCCINI, ``La via della debolezza e del perdono'', in: Testimoni, 20 (1992), p. 22.
7
H. NOUWEN, Il guaritore ferito, Queriniana, Brescia, 1982, p. 76.
5

Caminar con quien sufre es un movimiento no solo geográfico, sino también


espiritual. Esto exige la presencia de un corazón acogedor. Tal actitud se manifiesta en la
creación de un espacio donde el otro pueda permanecer. El invitado se siente como en su
casa, con sus derechos respetados y su dignidad reconocida. En la hospitalidad tiene lugar
una transformación gradual del extraño en familiar, necesaria para que pueda seguir el
camino de la relación de ayuda.

Las numerosas caras del enfermo.

En un contexto de cálida acogida, hecho también de gestos físicos, se muestran


las numerosas caras del enfermo. En la biblia es posible contemplar una gran galería de
personas afligidas, cuyos rasgos revelan la multiplicidad de las reacciones ante la
enfermedad. En ellos podemos ver reflejada la experiencia de quienes encontramos en el
ejercicio de la relación de ayuda.

Junto a quien, como Tobías, acepta la enfermedad de las manos de Dios,


encontramos a aquellos que caen en depresión o se revelan con mucha ira. El grito de Job
resuena en las salas de los hospitales, en los hogares donde los enfermos viven con sus
seres queridos la evolución de la enfermedad. Leyendo los salmos, identificamos muchas
de las oraciones que los enfermos dirigen al Señor: lamentos de angustia como el de Cristo
en la cruz –“Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado”, unidos a sentimientos de
abandono, y llenos de confianza: “En tus manos encomiendo mi espíritu”.

Existen víctimas de la violencia, que yacen al borde del camino que va a Jericó.
La situación de sufrimiento a menudo los margina de la sociedad. En los países en vías
de desarrollo esto ocurre a causa de la pobreza, en aquellos del mundo occidental ocurre
debido a que su presencia perturba el estilo de vida típico de la cultura en la que se
encuentran viviendo. Son los leprosos de los tiempos de Jesús, que ahora adoptan otros
nombres: pacientes con SIDA, drogadictos, enfermos no autosuficientes, enfermos
mentales… Muchos de ellos no tienen voz, son incapaces de proclamar sus derechos, sin
compañía, confinados a una soledad preocupante.

Cristo caminó con todos estos grupos de enfermos. Divino samaritano de las
almas y de los cuerpos, se inclinó ante sus heridas derramando “el aceite del consuelo y
el vino de la esperanza”8, ayudándolos a ver desde una perspectiva diferente su difícil
experiencia.

Silencio respetuoso.

En la morada en la que se ha acogido al enfermo – hecha de amables cuidados-


antes de la palabra debe reinar el silencio. Un silencio que permite considerar a la persona
que sufre como un misterio, una realidad que no puede estar completamente encerrada en
los esquemas de nuestra comprensión.

Precisamente por su carácter misterioso, el enfermo, como cualquier otra persona,


es portador de valores y de herramientas que no podemos ver, es el arquitecto de un
proyecto cuyo desarrollo sigue su curso original, condicionado a muchos factores

8
Prefazio comune VIII.
6

presentes y pasados, arraigados en las experiencias de la infancia o en aquellas recientes,


en el encuentro y desencuentro con tantos individuos, en su creencia y en su fe en Dios.
Esta condición del ser humano invita al respeto, a ese silencio de siete días y siete noches
que los amigos de Job observaron ante el gran enfermo, antes de hablar.
Lucas, el evangelista, al describir en encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús dice
que él mismo “empezó a caminar a su ritmo”.

Y Carlo Maria Martini comenta: “La observación es maravillosa. Empieza a


caminar a su ritmo por un buen rato sin decir nada. (…) Pudo haber hecho algo
comenzando por la gloria de Dios… y de tal manera iluminarlos en un instante y sanarlos.
Sin embargo, el método es otro…”9

En un pequeño texto, también San Ambrosio exhorta a permanecer en silencio antes de


comenzar la conversación, de manera que las palabras no perjudiquen:
¡Qué tan cuidadosos debemos ser, en nuestra visita de consuelo, al no hablar con
facilonería, o con superficialidad! Job permaneció en silencio por siete días; los amigos
permanecieron callados y no habrían hablado si Job no hubiese roto el silencio por el
dolor. En efecto, es necesario, buscar bien la manera de comenzar, si no quieres que tu
consuelo sea molesto en su cara. También el silencio puede ser una medicina, si bien,
quien habla demasiado antes de tiempo puede herir todavía más. Y no es extraño que este
mismo que es herido con frecuencia hiera a los demás, dado que la plática no está exenta
de pecado.10

El silencio que favorece la escucha


La importancia de escuchar en la relación de ayuda es destacada por cada escuela
psicológica y pastoral, así como por la opinión pública. Es la piedra angular en la cual se
basan todas las respuestas generadoras de ayuda, el escuchar, según el lenguaje del
análisis transaccional, es una de las caricias positivas más apreciadas por la gente. De
hecho, cuando el enfermo se siente escuchado tiene la cálida percepción de ser tomado
en cuenta y, por lo tanto, que vale ante los ojos de quien lo acompaña. ¿No es a partir de
una situación auténtica de escucha que el individuo puede descubrir una alteridad aparte
de si mismo y, por consiguiente, ver a Dios y a sus hermanos desde una nueva
perspectiva?

Cuando se plantea la escucha, el acompañante debe preocuparse por captar no solo


el contenido expresado por el enfermo, sino también la resonancia emocional que tal
contenido tiene sobre la persona que lo comunica.
Escuchar auténticamente requiere centrarse en el otro, olvidándose de si mismo, es decir,
del diverso mundo interior materializado de necesidades, deseos y estados emocionales.
Por lo tato para alcanzar una verdadera capacidad de escuchar es necesaria una verdadera
Kenosis, una renuncia a si mismo para poner toda la atención en el otro. En este sentido
Giuseppe Colombero habla de la escucha como un “acto espiritual”, imposible “si la
interioridad está ausente… Escuchar verdaderamente solo es posible en el silencio de
todo lo demás”.11

9
C.M. MARTINI, L'evangelizzazione secondo Luca, Ancora, Milano, 1980, p. 37.
10
S. AMBROGIO, Commento ai Salmi
11
G. COLOMBERO, Dalle parole al dialogo Paoline, Milano, 1987, p. 207.
7

Reducir los tiempos de escucha, caer en la tentación de haber entendido todo, tener
prisa o exigencias, romper el fluir de las palabras del otro… aunque sea para decirle que
Dios lo ama y lo acepta, resulta un modo irónico de descalificar lo vivido por quien habla,
de reducir o trivializar el valor existencial. Quien valora o aconseja sin haber escuchado
a largo plazo crea dependencia o puede poner en peligro la relación, estas son señales
claras de que no se está viviendo la dimensión relacional de la escucha”.12

El siguiente diálogo muestra las limitaciones de no escuchar apropiadamente.


Llamado de emergencia a un hospital, un sacerdote, se reúne con una señora de 47 años,
madre de dos hijos, uno de los cuales está en prisión y el otro vive en Nueva York. Ha
estado hospitalizada desde hace tres semanas, en la sala de enfermos de tuberculosis, tiene
un tubo por el que sale líquido de los pulmones. Tose constantemente. La conversación
ocurre de la siguiente manera.

(I. = Ida, S. = Sacerdote)

I.1 (En cuanto me ve) Padre, lo mandé llamar porque quiero que rece mucho por mí, por
eso le dije a la voluntaria que lo llamara.
S.1 ¿Y porqué quiere que yo rece mucho por usted?
I.2 Usted es padre y Dios lo escucha… No creo que a mí me preste atención…
S.2 ¿Y porqué no cree que Dios le preste atención?
I.3 Porque me he portado mal con él, padre (tose). No creo que me escuche. Quizá me
está castigando por mis pecados.
S.3 El Señor no castiga a nadie, señora. Piense más bien que dios es misericordioso y
perdona siempre.
I.4 No creo que me perdone… por las cosas que he hecho.
S.4 No se preocupe, por eso: no importa cuán grandes que sean sus pecados, si está
arrepentida Dios la perdonará.
I.5 Padre, he hecho de todo y creo que de aquí no saldré. Dígale al Señor que no me deje
morir. Si salgo viva de esta, volveré a la iglesia (tose). Tengo dos hijos que me
gustaría volver a ver…
S.5 Dios es amor, señora, Él hará que usted pueda volver a ver a sus hijos, pues estoy
seguro que le devolverá la salud. Aproveche estos días de enfermedad para pensar
en cómo Dios le está enseñando el camino de la verdad… Ya ha comenzado a
conocerlo.
I.6 ¡Conocerlo! ¿Es fácil conocer a un Dios que nunca se deja ver o escuchar?
S.6 ¡No diga eso! Dios siempre ha estado con usted, incluso cuando no lo ha sentido.
Piense que Jesús murió en la cruz y resucitó porque la ama.
I.7 ¿Y cómo es que nunca lo he podido encontrar? Toda mi vida ha sido un desastre… A
pesar de todo, espero que Dios me de otra oportunidad… (me quedo en silencio
mientras ella sigue hablando). Todas las personas que consideraba mis amigas me
han abandonado. De mi familia, solo una hermana viene de vez en cuando a
visitarme, pero siempre tiene prisa. Los doctores y las enfermeras hablan entre ellos,
pero siempre se mantienen a distancia. No sé porqué me trajeron aquí… Debieron
dejarme en casa, si de todas maneras voy a morir…

12
G. SALONIA, Kairòs, EDB, 1994, p. 78.
8

S.7 ¡No hable de esa manera, señora! Dios es bueno, y aunque todos la abandonaran, Él
nunca la dejará sola. Confíe en Él y verá… (En ese momento ella guarda silencio.
Me ve a los ojos y su mirada dice más que las palabras. Permanezco en silencio,
concentrando mi atención en aquella mujer que, sin decir sus pecados, insiste en decir
que su culpa es grande y que no quiere morir. De pronto me toma la mano izquierda
y me ruega que llame a las voluntarias para que le canten alguna canción de iglesia.
Tras llamarlas, comienzan a cantar para ella, mientras sus ojos brillan y se tornan
transparentes. Aprieta de nuevo mi mano… luego, paulatinamente, las fuerzas la van
abandonando. Comienza a cerrar los ojos poco a poco, y de vez en cuando vuelve a
abrirlos fatigosamente… hasta que los cierra para siempre. Ida es la primera persona
a la que he visto morir. En los días siguientes he pensado mucho en Ida, y en la
conversación que tuve con ella. Una mujer sola había muerto acompañada; una mujer
alejada de Dios había muerto experimentando su proximidad. Más tarde supe que
tenía SIDA, que había contraído en su actividad de prostituta).13

El líder pastoral no ha practicado la buena escucha. Su respuesta, de hecho, no parte


de la experiencia de la paciente, sino de su manera de percibir su situación. De ello se
deduce que la enfermedad la dejó en soledad.

La reacción empática.

Cuando se practica activamente, la escucha lleva a la empatía, es decir a la


capacidad de entrar en el mundo subjetivo del enfermo para aprovechar las resonancias
emocionales de las experiencias vividas por él.
Se trata de un comportamiento esencial para todo tipo de relación de ayuda, indispensable
para establecer una relación real con el enfermo. Así ha descrito la empatía Carl Rogers.

“Sentir el mundo más íntimo de los valores personales del cliente como si fuera
el propio, pero sin perder nunca la condición del “como si” es empatía. Sentir su
confusión, o su timidez, su ira o su sensación de ser tratado injustamente como si fueran
propios, sentir, pero sin que el propio miedo, o la propia desconfianza se confundan con
los suyos, tal es la condición que estoy intentando describir y que estimo esencial para
establecer una relación productiva”.14

La actitud empática permite al paciente identificarse con esa libertad que viene
del sentirse comprendido, haciendo surgir así sus reacciones a la enfermedad. El estado
de enfermedad, sin duda, provoca siempre un estado de crisis profunda ya sea biológica
– por el dolor, los malestares y las limitaciones que conlleva – o existenciales, por las
repercusiones que tiene en el estilo de vida, en la identidad, en el desarrollo de proyectos
y en la espiritualidad del individuo. La enfermedad “desorienta la propia identidad:
interrumpe y desorganiza el ritmo de vida habitual, afecta las relaciones con su cuerpo y
con el mundo en el que vive, es una situación que modifica y hace perder los roles
profesionales y familiares”.15 Implica la construcción de nuevos modelos de

13
Il dialogo è tratto da: A. Pangrazzi, Sii un girasole accanto ai salici piangenti,dialoghi
con i malati, Camilliane, Torino, 2002, pp.64-65.
14
C.R. ROGERS, La terapia centrata sul cliente, Martinelli, Firenze, 1970, pp. 92-93.
15
L. SANDRIN, A. BRUSCO, G. POLICANTE, Capire e aiutare il malato, Camilliane,
Torino1989, p. 23.
9

comportamiento y la elaboración de una nueva imagen personal. Dichas reacciones a la


enfermedad – ya sean ligeras o graves – siguen caminos que, de algún modo, son únicos.
Cada enfermo, de hecho, tiene su propio perfil, que no es ni olvidado ni
subestimado. Las características distintivas del camino de cada enfermo hacia la muerte
dependen de diversos factores, tales como: las características de la personalidad; la fase
de desarrollo y la edad; la identidad y la imagen personal; el tipo de enfermedad; el tipo
de respuesta al estrés; las condiciones socioeconómicas; el nivel cultural; el estilo
emocional; las experiencias previas; la espiritualidad…

La empatía no es un comportamiento fácil de practicar.


Para aplicarla, el acompañante antes que nada debe adquirir la capacidad de
ponerse en el lugar del otro. Una determinada situación – por ejemplo, el miedo a una
cirugía, un conflicto familiar, la insatisfacción en la oración… - podría tener una
resonancia diversa en el enfermo y en quien lo acompaña. Para entender lo que vive el
enfermo, el acompañante debe dejar de lado – aunque sea solo temporalmente – su
percepción de la situación para enfocarse en la del paciente. Es desde esta base de
comprensión que podrá comenzar el proceso de ayuda al paciente para modificar su
percepción.

En segundo lugar, es necesario que el acompañante evite la tendencia de hacer


suyos los sentimientos del enfermo, lo que entendemos como simpatía. Si, por ejemplo,
la agresividad en enfermo hacia el médico también pone agresivo al acompañante, esto
indica que ha adoptado o está adoptando una actitud de simpatía. En este caso, si es
incapaz de mantener una distancia adecuada de los sentimientos del enfermo, no será
capaz de ayudarlo eficazmente.

Hay que tener presente, por último, que la empatía vuelve vulnerable a quien la
practica. Dejando que la experiencia del enfermo llegue a su interior, quien acompaña al
enfermo se expone inevitablemente al riesgo de ser herido por lo que se le comunica. Si
me abro al escuchar la canción que el enfermo hace sonar en mi corazón, no puedo evitar
ser tocado por sus notas. Sin el riesgo de la vulnerabilidad es fácil caer en la indiferencia,
convirtiéndose en víctimas de todos esos mecanismos de defensa que impiden la
implicación emocional; tener prisa, huir, usar a estereotipos, refugiarse en gestos
rituales…

La vulnerabilidad de Jesús frente a la experiencia de los enfermos que encontró


durante el ejercicio de su ministerio está documentada con claridad e intensidad en el
Evangelio. En sus contactos con los afligidos y los necesitados, él reaccionaba
emotivamente: sufría hasta ser sacudido en toda su persona y lloraba. Éste es el
significado de la palabra splagchnizomai que se repite doce veces en los evangelios.
¿Hasta dónde puede llegar la implicación emocional en la relación de ayuda con el
enfermo? Nouwen muestra precisamente la postura cristiana afirmando que “ninguno
puede ayudar a quien sea, sin participar con todo su ser en la situación dolorosa, sin correr
el riesgo de hacerse daño o de ser consumido por el proceso. El principio y el fin de la
relación cristiana de ayuda consiste en dar la vida por los otros, siguiendo el ejemplo de
Jesús: “Él dio la vida por nosotros, por tanto, nosotros también debemos dar la vida por
nuestros hermanos (1Jn 3,16)”.16

16
H. NOUWEN, Il guaritore ferito, Queriniana, Brescia, 1982, p. 68.
10

La postura de este autor – que se sitúa en la línea de la paradoja evangélica según


la cual quien pierda la vida la hallará (Cfr. Mt 16,25) – no se opone a la necesidad de
evitar el fenómeno conocido como burnout, agotamiento psicológico y espiritual. Éste se
limita a señalar que quienes han decidido entregarse a los demás hasta consumirse no son
consumidos en la medida en que su actividad es alimentada por la energía sobrenatural
que mantiene auténticas las motivaciones y alegre la donación personal.

En el siguiente diálogo el líder pastoral ha demostrado ser capaz de escuchar y de


empatizar con la enferma que conoció en la sala de radioterapia:

(A= Líder pastoral B= Enferma)

A1: Buenas tardes, señora Agnes, ¿Cómo está?


B1: Muy mal, no hay una parte de mi cuerpo que no me duela; ¡Y luego estos sueros que
nunca se terminan!
A2: Siento que sufre mucho con todos estos dolores y estos largos tratamientos.
B2: A veces siento que no lo lograré: pero después se me pasa y sigo adelante, aunque
todo me parece inútil.
A3: Quizá resulta aún más difícil cuando no se apoya en la esperanza.
B3: Para tener esperanza, necesitaría ver algún resultado concreto; en cambio todo está
empeorando. Sería mejor que me dijeran la verdad: así al menos sabría cómo son
realmente las cosas.
A4: (Breve pausa) Si lo entiendo bien, es precisamente vivir en la incertidumbre constante
lo que le hace más daño.
B4: Así es. Además, parece como si se estuvieran burlando de mí: tal vez creen que no
soy capaz de soportar la verdad; ¡Pero no soy tonta…! (pausa)
A5: El hecho de que no le digan toda la verdad, le hace sentir un ambiente de
desconfianza…
B5: Al fin y al cabo, se trata de mí y de mi vida. Quizá aún tengo poca; al menos podría
saberlo,
Podría arreglar mis asuntos…
A6: Tal vez, en este momento, la vida le parece aún más importante; como un bien que
corre el riesgo de perder...
B6: Siento que todavía tengo tanto que hacer. Hasta ahora he trabajado la mayor parte del
tiempo, me he esforzado mucho. Sufrí cuando murió mi marido y tuve que luchar
para salir adelante. Luego fue la enfermedad de mi hija que nos hizo sufrir. Ahora
podría vivir un poco en paz, con mis nietecitos que me quieren. Y quisiera ayudarlos
a crecer mejor ya que vivimos en mundo tan feo, con tantas cosas malas…

En este fragmento del diálogo parece que el líder pastoral se esfuerza por entender
a la paciente, por entrar en su mundo, sin empatizar con ella. Acepta sus sentimientos sin
emitir una evaluación. Sintiéndose comprendida, la enferma se siente animada a seguir
manifestando su estado de ánimo, rompiendo así el círculo de soledad en que parecía
atrapada.

La respuesta empática no es la única respuesta. En una conversación de la relación


de ayuda son oportunos, y a veces necesarios, otro tipo de intervenciones. Hay momentos
en los que es útil dar un consejo, ofrecer apoyo, hacer preguntas, intentar otras
11

interpretaciones. Sin embargo, es importante que tales intervenciones sean precedidas por
la comunicación empática, es decir, por una actitud de comprensión.

Ayudar a satisfacer las necesidades.

Además de los sentimientos y de las emociones, el dialogo con los enfermos hace
que surjan también las necesidades. Estas están profundas en todos los aspectos de la
persona, de la biológica a la espiritual. Aun teniendo en cuenta todas las necesidades, en
la relación de ayuda es bueno prestar atención sobre todo a las existenciales y las
espirituales, entre las que pueden estar incluidas las siguientes:

-La necesidad de ser y de continuar siendo considerado una “persona”.

La enfermedad, sobre todo cuando toma un carácter de gravedad, se presenta


como una amenaza a la integridad física, psíquica y espiritual del enfermo. Asimismo,
ciertos tipos de terapia y de cuidados, a los que es sometido, pueden agravar tal amenaza.
En situaciones similares, el paciente puede tener la sensación de estar a merced de fuerzas
que lo abruman y frente a las cuales se siente impotente. En efecto, la enfermedad – la
cual se asocia fácilmente al pensamiento de la muerte – representa un daño al narcicismo
humano, alimentado por la tendencia inconsciente de creerse invulnerable e inmortal.

¿Tiene sentido continuar viviendo en un estado de deterioro físico y psíquico,


cuando el cuerpo no responde más como lo hacía en el pasado y la psique pierde lucidez?
La insatisfacción de esta necesidad se manifiesta de muchas maneras: el miedo, la
vergüenza, el deseo de “desaparecer”, la agresividad hacia todo y hacia todos…

Para ayudar al enfermo a satisfacer estas necesidades, el acompañante es llamado


a poner en práctica aquel conjunto de comportamientos agrupados en la consideración
positiva, que llevan a respetar al enfermo, a aceptarlo sin condiciones, a darles confianza,
evitando juzgarlos, restar importancia a sus intervenciones, y compadecerse de él…
Como afirma Salonia,

“aceptar incondicionalmente al otro quiere decir situarse más allá de la


valoración, de la aprobación, del acuerdo o del desacuerdo; quiere decir aceptar al otro
en cuanto a su persona, respetarlo en su existencia y en su búsqueda, en sus límites y en
sus posibilidades, en su riqueza y en sus heridas. La aceptación incondicional llega al
fondo del encuentro entre las personas: acepta la existencia del otro.”17

La consideración positiva, como demuestra también la psicología, vuelve al


enfermo importante a los ojos de quien lo acompaña. En la relación con el enfermo es
fácil caer en actitudes que indiquen una opinión de insignificancia. Esto ocurre cuando
no se escucha, no se responde a sus preguntas, no se toman en cuenta sus miedos, motivos
y preocupaciones, su derecho de conocer razonablemente el diagnóstico de su
enfermedad…

17
G. SALONIA, o. c., p. 76.
12

La actitud permeada de respeto transmite al enfermo molesto o devastado por la


enfermedad la expresión que mantiene su dignidad: “Tu eres una persona”, y refleja la
relación de Dios hacia el hombre, la cual se manifiesta en la persona de Jesús.18

-La necesidad de encontrarle significado a la vida y a la experiencia vivida en la


enfermedad.

Cada situación crítica hace surgir los porqués en la persona que la vive. Para quien
atraviesa el vado de la enfermedad, es muy importante encontrarle sentido a lo que le
sucede. Consciente o inconscientemente tienen dudas acerca del sufrimiento y de la
muerte.
A menudo tales porqués van dirigidos a Dios. El enfermo se cuestiona la existencia del
Señor, esforzándose por conciliar la fe y las situaciones de dolor. Como se ven en el
siguiente diálogo entre un capellán de un hospital y una enferma de cáncer:
(A= Capellán a= enferma)

A1: Señora, buenas tardes, ¿Cómo estás?


a1: (Con mirada triste) ¡Mal, muy mal! (silencio breve) ¿Dios existe?
A2: Es difícil sentir la presencia del señor en medio de tanto sufrimiento.
a2: (Alza la cabeza y me mira como para asegurarse que soy en capellán). Eh si, pues si
existiera no permitiría una vida como esta. Mejor morir que vivir así.
A3: En lugar de seguir viviendo así usted preferiría morir…
a3: Si, ¡pero tengo miedo de morir! (silencio) ¿Estará allí Dios?
A4: ¿Qué cree usted?
a4: Para mi Dios no existe, ¡si existiera se habría acordado también de mí y no habría
vivido una vida así! ¡Esto no es vida!
A5: Ha tenido una vida muy dolorosa, muy dura.
a5: (Mirándome) ¿Dura? ¡Inhumana! Yo nunca he vivido; siempre he estado enferma,
incluso de niña he sufrido crisis nerviosas; siempre dentro y fuera de los hospitales…
¡he pasado por mucho! ¡Y para colmo esto! Para mi es el fin.
A6: Y pensar en la muerte le preocupa…
a6: Si, mucho, tengo miedo de la muerte. Nunca he vivido; no hecho nada en mi vida que
valga la pena, y ya no me quedan esperanzas, cada vez estoy peor, no puedo más.
Esta pierna me duela cada vez más, ya no puedo caminar, sentada aguanto solo unos
minutos, algo mejor con la silla de ruedas, pero el dolor continúa, solamente duermo
si tomo pastillas. Todos los días me ponen sueros y me dan radioterapias… pero
siempre estoy peor. Mire en que posición debo estar para poder soportar el dolor. Y
todos los días es así, siempre sola, pensando siempre en lo mismo…
A7: Y desearía poder contarle todo su sufrimiento, toda su tristeza a alguien.
a7: ¡Pero estas cosas no se las puedo decir a nadie!
A8: Me lo está diciendo a mi…
a8: Si, pero siempre tengo un nudo en la garganta, mis familiares me han olvidado, ya
todos se cansaron de mi… estoy sola. En estos últimos años hay un sacerdote que me
escucha un poco, si lo hubiera encontrado cuando yo era más joven que era cuando
más lo necesitaba… tal vez hoy sería un poco diferente…

18
Sia lo psicologo che l'accompagnatore pastorale sono chiamati a praticare la considerazione
positiva in tutte le sue espressioni. Tuttavia mentre il primo lo fa perchè è convintocce senza tali
atteggiamenti è difficile che si attui il processo terapeutico, l'altro è motivato dal fatto che in essa
si rispecchia la relazione di Dio nei confronti dell'uomo (Cfr. A. BRUSCO, La relazione pastorale
di aiuto, Camilliane, Torino, 1993, p. 85).
13

A9: El poder hablarme de usted, de su sufrimiento la hace sentir un poco mejor, el deseo
de ser un poco diferente…

Cuidadosamente – es decir practicando la escucha y la empatía – el capellán logró


hacer que la paciente expresara la verdadera naturaleza del problema que la atormentaba,
dejando clara su verdadera necesidad.
¿Cómo ayudar al enfermo a satisfacer la necesidad de encontrarle sentido a lo que
está viviendo? En comienzo de la respuesta a esta interrogante lo ofrece la cuestión de
que el significado de la vida y de la experiencia vivida emerge cuando el paciente logra
vincular la situación presente con los valores que para él son fuentes de significado: un
pariente, la familia, una causa, la sensación de realización, el bien de los demás, Dios…
Se ha dicho que un sufrimiento es significativo solo cuando es vivido “por amor a...”
alguien más que a si mismo.

A menudo este proceso comienza con la relación significativa con el


acompañante, como lo demuestra el dialogo siguiente entre una enfermera y una enferma
de un hospital para enfermos terminales:
Enferma: Enfermera, podría ver a un especialista mañana, tengo algo importante que
preguntarle.

Enfermera: Creo que lo podemos programar, Sally. Mientras tanto, ¿Puedo ayudarte?
Enferma: Bien, bien… yo sé que estoy muriendo y que no hay ninguna esperanza real. Sé
que puede ser en un mes o en un año, y no quiero estar aquí sentada esperando morir.
Quiero que me dé algo, tu sabes, de modo que me vaya a dormir y nunca despierte…
he escuchado de algunos doctores que hacen esto.
Enfermera: No creo que el doctor se encuentre disponible para esto. También deberías
pensar en los demás.
Enferma: ¿En quién por ejemplo? No tengo padres, ni hijos que me lloren. Podría estar
prácticamente muerta.
Enfermera: ¡Ah! ¿enserio? ¿Y que hay de mí y mi compañera? ¿No contamos como
personas que llorarán cuando mueras?
Enferma: Ah, tu, es sólo tu trabajo, ¿no es así? ¿sólo un trabajo?
Enfermera: Este es mi trabajo, Sally, pero no es solo un trabajo. Trabajo aquí porque
quiero. Quiero formar parte de la vida de otras personas, especialmente de aquellos
como tú, que no tienen a nadie que se preocupe. Quiero asegurarme que cualquiera
en este lugar sepa que alguien le dará su tiempo y amor. Y yo lloraré cuando te
vallas, Sally, del mismo modo que lloré cuando Maud murió, ayer. No soy tu hija,
Sally, lo sé, pero me preocupas. No descarte esto, pensando que sólo hago mi
trabajo.
Enferma: No te pongas sentimental; ¿Porqué deberías preocuparte por una vieja
quisquillosa que se irá en unas pocas semanas?
Enfermera: Hay muchas razones, Sally. Una es que fácilmente podría estar en el lugar
en donde estás tú; el cáncer afecta a un gran número de personas y podría afectarme
a mí también. La otra razón, Sally, es que muchas veces me he sentido desesperada
y queriendo morir y acabar de una vez con todo y alguien me ha tendido la mano en
el momento justo.
Enferma: (después de una pausa) ¿Verdaderamente te importo, me refiero a que no es
solo por el trabajo?
Enfermera: (tomando la mano de Sally) Si, Sally, me importas.
14

Descifrando la verdadera pregunta de la enferma, la enfermera hizo que fuera


consiente y segura de una fuente de significado importante – la relación – partiendo de la
cual es posible descubrir otras, entre ellos la fe.

¿Y no es tal vez una relación genuina y fiel la que puede convertirse en fuente de
esperanza? Así lo expresaba un paciente:

“Qué razones tengo para esperar. Me dice ella. Ella que me conoce me dice que puedo
tener esperanza. Pero sinceramente; no se burla de mi como todos los demás que solo
saben decirme: “¡Ya verás, te mejorarás!”. ¿Qué puede ser mejor para mí? La cabeza
me… Nadie se imagina el dolor que siento en la cabeza. No puedo ni estar sentado, ni
leer, a mí que tanto me gustaba leer. Ya no tengo nada… no me queda nada. Sin embargo,
tengo que tener esperanza. Lo piden. Y así, además de estar desesperado tengo que hacer
como si no lo estuviera. Me dice qué he venido a hacer con todo este dolor. ¡A veces no
puedo más! Tengo miedo, pero solo espero morir. Me dice qué debo decidir, qué debo
esperar…”.

¿Como ayudar a una persona que manifiesta dramáticamente sus molestias físicas,
psíquicas y espirituales? Como hacer que sienta en su corazón las palabras del salmista:
“Aunque pase por el valle de sombra de muerte/ No temeré mal alguno, porque Tú estás
conmigo. / Tu vara y Tu cayado/ me infunden aliento.” (Sal 23,4)

La regla de un instituto religioso ofrece una señal significativa de respuesta,


destacando el valor de la relación: “Estamos cerca de los enfermos, especialmente en los
momentos de obscuridad y de vulnerabilidad, para convertirnos es signo de esperanza”.
Tal cercanía implica aquel self-involvment, que es elemento ineludible de la relación de
ayuda. Se trata no solo de apoyar al enfermo en su lucha, sino de participar, conservando
la distancia necesaria para poderlo ayudar.

Para comprender la lucha interior vivida por tantas personas, revelador es la


narración de la lucha entre Jacob y el ángel, narrado en el capítulo XXXII del Génesis.
De regreso a Palestina, después de una larga ausencia, Jacob atraviesa el rio Yaboc, un
afluente del rio Jordán. Hizo avanzar la caravana, y él se quedó solo en la orilla del rio.
Hacia el final de la noche, Jacob comienza una lucha con un personaje misterioso. Éste
último, al no poder vencerlo, golpea a Jacob en el nervio ciático, dejándolo cojo. Cuando
la noche está por terminar el personaje misterioso le pide a Jacob que lo deje ir, pero éste
no se lo permite a menos que primero reciba su bendición.

El simbolismo más sugerente de esta narración es aquel de la lucha del pueblo de


Israel con el misterio de Dios, especialmente con el proceder de Dios respecto al
sufrimiento humano. ¿Para qué el dolor? ¿Cómo conciliarlo con la omnipotencia y la
bondad del Señor? Esta lucha tiene lugar en medio de la noche del misterio y dura lo que
dura la noche. El dolor se relaciona con la oscuridad de la noche, no considerada como
valor negativo, sino como misterio, del cual solo Dios conoce la respuesta. La noche es
el momento en el que Dios resume al máximo su acción misteriosa. Pero cada noche tiene
su amanecer…19

19
COLOMBERO G., La malattia, una stagione per il coraggio, Paoline, Roma 1981, p. 51.
15

Señalar con la palabra y, sobre todo con la presencia, la certeza de ese amanecer
es una de las misiones de la relación de ayuda con aquellos que sufren.
Eso es lo que intentó hacer el líder pastoral que conoció a la madre de un niño con
hidrocefalia:

(A= Líder pastoral; B= Señora)

A1: Buenas tardes, señora.


B1: Buenas tardes, padre. Como puede ver nos quedamos solos. ¿Quere sentarse?
(ofreciéndome la silla)
A2: (Aceptándola) Gracias. ¿¿Cómo está Alex?
B2: No muy bien. Tiene fiebre alta, sigue durmiendo y come muy poco. Le están haciendo
más pruebas, pero no veo el final. Usted ya nos ha visto ir y venir desde hace tiempo.
A3: Desde hace mucho. Me doy cuenta que lo que está viviendo desde hace mucho tiempo
es una situación bastante dolorosa.
B3: Prácticamente desde que Alex nació. (Saca del bolso las fichas de hospitalización y
las cuenta). Diez, diez hospitalizaciones, algunas duraron meses. Me siento cada vez
más cansada. Temo no tener más esperanzas.
A4: (Siento escalofríos dentro de mi). Espero encuentre la fuerza para seguir esperando,
por él. (refiriéndome a Alex).
B4: Si, mi esposo me ayuda y me recuerda cuanto hemos querido a Alex sin importar
nada y que ahora más que nunca necesita nuestro amor.
A5: (Miro fijamente a la mujer y hago una pausa). ¡Sienta profundamente la belleza de
ser padres! (Se inclina para besar a su hijo) ¡Alex llena sus vidas!
B5: ¡Ay si nos faltara, Padre! Eso significaría que en realidad Dios no nos ayuda. (Se
levanta. Yo también estoy a punto de repetir la acción, pero ella me detiene. Se
encoge en si misma colocando sus manos delante de sus ojos por un instante: me
conmueve su amor maternal. Me callo cuando se despierta.)
A6: El afecto que los ha unido como marido y mujer y que les ha regalado Alex, es seña
del amor de Dios hacia ustedes.
B6: Y entonces si el de allá arriba (señala con el dedo) nos ama, que lo demuestre,
haciendo que nuestro hijo esté bien. (Mirándome) ¿No continúan diciendo, ustedes
los sacerdotes en sus sermones, que hay que demostrar el amor con hechos no con
palabras?
A7: (Tranquilo) Señora, veo que para usted el amor es un sentimiento muy importante y
que ha visto a Dios en el aspecto más bonito y más real.
B7: No he estudiado mucho, pero yo pienso con el corazón de madre, y una madre hace
todo por el bien de su hijo (Acaricia amorosa y delicadamente a Alex que sigue
dormido).
A8: ¿Sabe que usted que, con sus gestos maternales, me está “demostrando” el amor
tierno de Dios?
B8: (Me observa y me sonríe expresamente). ¿Eso es un cumplido? Entonces, si Dios
tuviera un corazón, paterno o materno, no debería hacer sufrir a Alex que es inocente
y no debería seguir angustiándonos, a nosotros sus padres (se sienta y mira al niño
que agitaba los brazos).
A9: (Me siento apenado). Sus afirmaciones, señora, son muy comprometedoras y me
dejan pensando. Créame, estoy viviendo con usted su sufrimiento y lo que ha dicho
tocó mi corazón, aparte de lo de Dios y su corazón de madre. No soy quien para
justificar a Dios ni su comportamiento: Dios se justifica por sí solo. (Pausa) Después
de lo que me ha contado, siento como si viviera junto a ustedes su sufrimiento (suyo
16

y de su marido) y le digo que buscaremos juntos la luz… Y sobre todo la presencia


del señor…
B9: Gracias por su cordialidad, Padre, y acuérdese de Alex…

La superación personal

Al afrontar junto al paciente preguntas existenciales relativas al significado, es


importante ayudarlo a cumplir y participar en ese deseo de dépassement o superación
personal, que está presente en cada persona, aunque no siempre se note o se note de
manera diferente.

“Se trata de abrir a la persona al misterio, a una comprensión más profunda de si


mismo y de las cosas, a dejar de preocuparse por una pregunta, por una noticia que supera
el horizonte habitual, pero que de eso obtenga estímulos. Se trata de partir de las
experiencias cotidianas para aprovechar, en la luz y en la oscuridad de las que son
portadores, el aplazamiento de una búsqueda, de una Presencia”.20

Un buen intento para lograr tal objetivo se ve en la conversación de un capellán con una
señora internada por una sospecha de cáncer de mama. El líder pastoral la escucha con
empatía, promoviendo eficazmente el decir de la paciente. En cierto momento, la
conversación toma el rumbo siguiente:

(A= líder pastoral B= enferma)

B13: (…) Ayer, después de que se fue mi marido me sentí perdida, como decirlo… como
pez fuera del agua, y muy insegura. No pude evitar sumergirme en mis pensamientos
que me han inquietado y preocupado. Se dará cuenta, en unas cuantas semanas, al
encontrarme lidiando con tal duda, que significa muerte o vida, para mí significó
pasar del sol de las mañanas plenas – entre la escuela y la casa- - a la niebla, si, así
como lo hicimos en la autopista, donde todo podía suceder. (Nos miramos a los ojos,
en silencio. Puse la mano derecha en su espalda y con voz cas llorando, comentó…)
Es triste, Padre, déjeme decirle. (Pausa, sentía su respiración jadeante; vivía
intensamente, dentro de mí, su miedo mientras mantenía mi mano en su espalda,
dándole pequeños golpes tranquilizadores)
A14: Si entendí bien, usted siente la ausencia de su marido y desea tener pronto una
respuesta que la tranquilice.
B14: Precisamente. Que me digan si hay o no hay tumor. Es el primer paso, importante
diría yo. Después ya veremos, pero, para mí, en este momento la duda es más horrible
que la realidad.
A15: (Pausa) ¿La Fe le ayuda?
B15: (Piensa) Toca un tema que tiene resonancia en mí. Debo ser sincera. La
incertidumbre en la que vivo me tomó desprevenida. No me enojé con Dios en quien
he pensado muy poco, sobre todo en este periodo. Me parece estar viviendo dos fases
totalmente independientes y diferentes. La experiencia del dolor y la experiencia de
la fe. Jamás conecto ambas cosas, la fe no influencia mi vida diaria y ahora mi
sufrimiento.
A16: ¿Eso quiere decir que una cosa es creer, y otra cosa es sufrir?

20
Cfr. J.L. CARAVIAS, Fe y dolor, respuestas bíblicas ante el dolor humano, Selare, Santafé di
Bogotá , 1993, p. 18.
17

B16: Me temo que así es. Y pienso que lo que depende de mi fe es un tanto superficial.
Pero me doy cuenta que me cuesta explicarlo. Son pensamientos a los que no estoy
acostumbrada.
A17: ¿Cree que, aun así, le haría bien?
B17: Creo que puedo, honestamente, decir que si.
A18: Si, entonces, lo considera útil, en las próximas reuniones podríamos enfocarnos en
eso, con sencillez y sin pretensiones.
B18: Está bien, Padre. Estoy contenta por su visita y por lo que me ha hecho pensar. Creo
que… la niebla, dentro de mí, se ha disipado. Lo espero para ahuyentar lo que queda.

-Necesidad de reconciliación.

Quien acompaña a los enfermos fácilmente puede notar la enfermedad y la culpa.


El enfermo se cuestiona, busca en su pasado acciones y comportamientos reprobables a
los cuales vincular su situación actual. Ocurre que muchos enfermos viven la enfermedad
como una experiencia de castigo. “Salen a la luz restos remordimientos, de conflictos no
resueltos, sentimientos de culpa morales o simplemente psicológicos que parecen
responder, al extremo, a una necesidad de castigo”.21

A los sentimientos de culpa, a menudo se suma la incapacidad de aceptarse, de


decir si al pasado, de reconocer lo positivo de su actividad. David Maria Turoldo dice que
“el remordimiento más grave no es aquel de no haberme dejado amar”. Surge, así, una
necesidad urgente de reconciliarse consigo mismo, con los demás y con El Señor.

En esta situación, el acompañante puede recurrir a una repetición de la vida pasada


que lo lleve a hacer un balance realista de lo que ha vivido y hecho, ayudando a lanzar
una mirada nueva a la experiencia pasada, ya sea para valorarla o para aceptarla dentro
de sus limitaciones. Para este fin, el sacramento de la reconciliación constituye un medio
eficaz tanto del punto de vista psicológico como del espiritual.

-Necesidad de tomar decisiones moralmente apropiadas.

La experiencia de la enfermedad no deja de poner al individuo frente a decisiones


de carácter ético, relacionadas a la familia, los negocios y los asuntos pendientes. De
forma cada vez más intensa, se presenta la necesidad de tomar decisiones concernientes
a la terapia y la sedación del dolor. Basta pensar en los grandes debates sobre la
anticoncepción, sobre el aborto, sobre el ensañamiento terapéutico y sobre la eutanasia
para darse cuenta de la complejidad de esta área de la relación de ayuda con el enfermo.

Al ayudar a la persona que se encuentra en el deber de tomar decisiones morales,


es necesario evitar tomar decisiones que le corresponden él. El Concilio Vaticano II ha
confirmado de manera influyente la doctrina tradicional según la cual cada uno debe
descubrir, por medio de la propia consciencia, en la situación concreta que viva, el
llamado que Dios le haga y el comportamiento moral requerido. Gaudette señala que todo
esto “está escrito desde hace mucho tiempo en los manuales de teología moral
fundamental, pero que se duda desechar todas las conclusiones que derivan de esta

21
SALONIA G., o.c., p. 84.
18

afirmación. Entre tantas, no hay ninguna que resulte más evidente: ninguno puede
sustituir a la conciencia de la persona y decidir por él”. 22

La ayuda, en este caso, consiste en reunirse con la persona, donde esta se


encuentre, para después ayudarla a tomar una decisión responsable. Un buen comienzo
de este camino se ve en el siguiente dialogo entre un sacerdote y una señora hospitalizada.

(A= Consejero B= Paciente)

A1: Buenos días, señora. ¿Cómo está hoy?


B1: Ah, es usted (hace una pausa y sonríe). Mire, Padre, ¿Qué opina de la ligadura de
trompas?
A2: (También sonrío. Hago una pausa) Tengo la impresión que usted encuentra
complicado este asunto…
B2: Pues, usted sabe… Soy católica, educada en un colegio de monjas… Pero, usted sabe,
este es el tercero; no lo esperaba. Me tomé la pastilla durante 5 años. Después la dejé
y utilicé el método del calendario… No puedo tener otro. El primero tiene diez años.
Mi marido tiene 42. (hace una breve pausa). Antes de ser internada, hablé con algunas
amigas que son católicas; ellas se han hecho la ligadura… No sé que hacer. Vea, el
método del calendario no funciona; mi marido trabaja lejos de aquí y vuelve a casa
cada tres semanas. Usted sabe, es un hombre… No tengo el valor de tener otro hijo;
no es egoísmo (hace una pausa). Y si decido someterme a la operación – los médicos
dicen que sería el lunes - ¿Todavía puedo comulgar? ¿Y el papa?
A3: La siento preocupada e insegura…
B3: Si, quisiera llegar al fondo de todo esto… Y luego… no quiero ir al infierno… (Hace
una pausa) … Ustedes los sacerdotes, ¿Qué piensan? No puedo tener otro hijo; me
parece haber cumplido con mi deber.
A4: Es terrible vivir en la incertidumbre y ver a Dios como alguien que castiga…
B4: (Llora, se recuesta de lado y observa a la vecina de la cama de al lado.) Quisiera tomar
una decisión tranquila. Si alguien me dijera que no hago nada malo… me sentiría
bien.
A5: A veces en la vida es difícil tomar decisiones por si solo…
B5: Sobre todo cuando se ha tenido una educación como la nuestra.
A6: Tengo la impresión que usted vive en una religión de miedo, donde Dios castiga en
todo momento.
B: Es verdad. Me han dicho que hacerse la ligadura de trompas es pecado. No lo sé (hace
una pausa). Han cambiado mucho las cosas en la actualidad. Ya no es como antes.
A7: ¿Y usted como vive estos cambios? ¿Le parece que podría reflexionar sobre si misma
para llegar a actuar según su consciencia?
B7: Creo que si… Sin embargo, son ustedes los sacerdotes los que deben formar la
consciencia…

La señora en cuestión vive un problema de carácter moral que le produce diversas


reacciones emocionales. El acompañante pastoral la acepta apropiadamente, ayudándola
a revelar sus sentimientos y a expresar sus dudas, en sus intervenciones no hay juicios
morales, sino solamente la voluntad de ayudar a la paciente a aclarar la situación en la
que se encuentra: estado de salud, relación conyugal, ejemplo de las amigas, falta de

22
G. COLOMBERO, La malattia, una stagione per il coraggio, Paoline, Roma, 1981, p.69.
19

claridad y decisión gracias a la iglesia, miedo al infierno… En las palabras de la paciente


se ve la presencia de una conciencia moral bastante infantil, e influenciable.

La tarea del acompañante es ahora aquella de caminar junto al enfermo de manera


que ayude a la persona a aumentar su capacidad de valorar las situaciones desde el punto
de vista moral para poder responder responsablemente a las mismas.

Para lograr tal objetivo, éste puede recurrir a la información, evitando que suene
a sermón y preocupándose por pedir el feed-back del interlocutor para comprobar su
comprensión y su reacción.

En este caso, resulta eficaz el uso de aquella actitud tan importante en la relación
de ayuda, denominada confrontación. Esta consiste en poner al enfermo frente a las
situaciones que está viviendo de manera que pueda ver los aspectos positivos y negativos,
los coherentes y los incoherentes. La incoherencia puede detectarse dentro de dos
afirmaciones verbales, entre una aserción verbal y una no verbal, entre la teoría y la
práctica: “Los valores de la moral cristiana tienen sentido para ella, sin embargo, la
aplicación de los mismos produce muchos problemas”, o bien: “¿Cómo conciliar los
valores morales que dice tener con su actual comportamiento? ...”

Para que la confrontación pueda lograr una verdadera forma de ayuda no debe
tomar la forma de un juicio, de un ataque o de una condena. Además, es necesario que
sea precedido por una aceptación comprensiva, sin la cual se convertiría en simple
moralismo, y acompañado de la paciencia propia de quien sabe que el cambio es a
menudo un proceso largo y pesado. Son importantes las palabras del texto de San
Ambrosio, citado anteriormente:

“El arte de consolar se debe nutrir de dulzura, no de aspereza; debe calmar el


dolor, suavizar el ardor, más que provocar descontento. El arte de la medicina del cuerpo
nos puede dar entrenamiento, puesto que ésta sabe usar para las llagas medicamentos más
suaves, destinados a calmar el dolor. Y las heridas primero se calman y después se operan,
para que la firmeza del corte no irrite ni exacerbe la llaga”.

Estrategias y técnicas.

El camino de la relación de ayuda trazado hasta ahora podrá ser recorrido con
mayor eficacia si la acompañante toma en cuenta las siguientes indicaciones.

Comprender la solicitud del acompañamiento espiritual.

Las preguntas del acompañamiento espiritual por parte del enfermo son más
frecuentes de lo que pueda parecer a simple vista. A veces se expresan de manera
explícita, otras veces implícitamente, mediante el uso de símbolos.
De gran importancia para este tema es la siguiente poesía de D. M. TUROLDO:

Mientras los días se ralentizan/ Uno más que el otro/ Y otro aún más, Y la noche te exilia
A los negros desiertos: ¡Aquellas infinitas y brillantes noches!
Y los techos y las paredes/ Que ya no están/ Perdido en un mar sin playa./ Y el
interminable pasillo / Un túnel bajo el mar
Donde te acompaña sólo/ Una luz amarilla/ Que resplandece/ Nadie sabe dónde.
20

No debemos perder de vista aquella luz amarilla. Es un mensaje que indica a donde
ha llegado el paciente en su camino. Esta puede tener muchos nombres, entre los cuales
está el de la fe.
Otro medio mediante el cual el enfermo envía sus mensajes es el gemido del espíritu,
presente en cada persona.

“¿Qué es un gemido? Es un grito reprimido, algo relacionado con cierto tipo de


sufrimiento. Contiene las ganas de gritar, pero el aire es, por así decirlo, bloqueado y
sale sólo una parte del grito. Esta es la característica del gemido: un grito violento en su
causa, pero tenue en su expresión”.23

Un acompañante eficaz es aquel que tiene un oído tan fino para captar el diapasón,
la nota apenas perceptible del Espíritu que gime, para hacerla crecer, distinguiéndola de
todas las imitaciones”. A veces se manifiesta mediante el ruego popular o ciertos gestos
de apariencia supersticiosa. En este caso, el líder pastoral, rehuyendo al comportamiento
de burla o de condena, debe mostrar comprensión y ayudar al enfermo a comenzar un
proceso de purificación de las imágenes de Dios y de las preguntas dirigidas a él.

Identificar el panorama en el que la persona quiere situar el propio camino espiritual.

Si todas las personas tienen necesidades espirituales, no todas quieren expresarlas.


De aquellas que desean expresarlas, no todas quieren discutir sus problemas existenciales
y espirituales en el panorama de una visión religiosa. Solo tienen el deseo hablar con
alguien. Y aunque este alguien sea el asistente espiritual, la necesidad puede permanecer
en un nivel que no es explícitamente religioso. En estas situaciones es importante tener
un gran espíritu de tolerancia hacia las diversas concepciones de la vida, buscando
establecer una plataforma común de la cual partir hacia la meta que el Espíritu no dejará
de indicar.

Iría contra todas las reglas de la relación de ayuda, el acompañante que llevara a
cabo sus encuentros guiado por un comportamiento manipulador, queriendo hacer
perdedores, o tendiéndole trampas a los enfermos para que respondan a sus objetivos
(confesiones, comuniones, unciones de los enfermos…).

Ayudar al enfermo a usar los propios recursos espirituales.

En todo individuo hay una respuesta potencial a esta cuestión: ¿Qué es lo que me
hace vivir? Se trata de ayudar a la persona a usar tal potencial, convertido en habilidades,
en cultura, en experiencia, en fe. En el ámbito de la religión cristiana se ofrecen
numerosas ayudas, desde la oración hasta los sacramentos entre otras prácticas. Vale
mucho al responder a estas necesidades la manera de presentar y de ofrecer tales recursos.

En un diálogo con una señora que padece de cáncer de pulmón, la enfermera se


muestra capaz aprovechar un recurso importante en la paciente, aquél de la fe y de la

23
P. GAUDETTE, Mon père, éclairez-moi, s'il vous plait, in : «Prêtre e Pasteur», juin
1982, p. 352 ; cfr. A. Brusco, La decisione morale. Note per una relazione di aiuto, in:
«Anime e corpi», 120(1985), pp. 355-364; Id.
21

oración, y de utilizarla con respeto y eficacia en la relación de ayuda. La señora estaba en


su tercera y última hospitalización.

Éste es el diálogo:

Enfermera: Buenos días, Señora Carmen.


Paciente: Buenos días, enfermera Francesca. Sigo aquí: no aguantaba más estar en casa
con esta disnea.
Enfermera: Ha hecho bien en venir otra vez con nosotros, no se sentirá sola y sabe que
nosotros la ayudaremos con mucho gusto.
Paciente: Oh si, les estoy tan agradecida de que me acepten tan rápido. Además, aquí
todo me es conocido y familiar.
Enfermera: Está un poco decaída: claro que no podía quedarse en casa, aunque no
estuviera sola.
Paciente: No puedo más. Mi amiga y mis hijos venían todos los días a verme; pero es
terrible dejar pasar las noches.
Enfermera: ¿No puede dormir bien de noche?
Paciente: ¡Desde hace tiempo! Ahora también tengo miedo de esta terrible disnea.
Enfermera: ¿Tiene menos miedo si está en un hospital?
Paciente: Aquí me siento segura. Vea estas palabras sobre mi cama (señala una frase:
Levanto mis ojos a los montes; de dónde viene mi ayuda”. Salmo 121); la leo
siempre, estas palabras me dan fuera; necesito ayuda; quiero regresar rápido a
trabajar.
Enfermera: ¿Tiene miedo de no poder trabajar más?
Paciente: Si, tengo miedo; y pensar que yo trabajo tan gustosamente. Además, tengo la
impresión de que no me dicen la verdad. Incluso mi hija, que ha podido leer el
diagnóstico; ella trabaja en la mutua.
Enfermera: ¿Ha hablado alguna vez con el Dr. Zenti de su miedo?
Paciente: Me encantaría; siempre está tan contento… Me dice que pronto podré retomar
las tareas domésticas. Es capaz de responder a todas mis objeciones.
Enfermera: ¿Y a pesar de esto todavía tiene esos pensamientos?
Paciente: Si, porque me siento cada vez más deprimida. Además, no puedo ponerme de
pie. Sin embargo, todos son tan lindos conmigo; creo que también el doctor M de la
sala de al lado que me golpeteó la espalda. También vino a verme mi hermano, con
el que no tengo mucha relación. Las enfermeras responden a todos mis deseos. ¿Qué
tiene de malo?
Enfermera: Tengo la impresión que usted cree que se le está ocultando algo.
Paciente: Tengo miedo, tengo miedo de la verdad porque quiero vivir. Estoy
hospitalizada nuevamente y sin duda volveré.
Enfermera: Leamos una vez más esas palabras: “Levanto mis ojos a los montes – a Dios
– de donde viene la ayuda”. Ayuda para vivir, ayuda para soportar la enfermedad,
ayuda también para aceptar la verdad. ¿Debo leer una vez más el salmo de donde se
tomó esta frase?
Paciente: Me gustaría.
Enfermera: (Lee el salmo 121)
Paciente: La protección de Dios en este momento es para mí particularmente importante.
Vuelva nuevamente, enfermera, y pronto.
22

Aprovechar el momento oportuno

Resaltando la importancia de intervenir en el momento justo, la siguiente reflexión


de San Ambrosio dice:

“El médico sabe esperar el momento justo para conceder la ayuda médica ante las
enfermedades, cuando estas han superado su acceso, pues – así lo afirman – una
enfermedad aguda, inmadura no se opone a los remedios terapéuticos, ni puede
beneficiarle.
Y cuanto más debemos esperar el momento justo en el que pueda fluir, rápida y
sanamente, nuestra palabra, que da la sensación, no de reavivar el dolor, sino de
calmarlo. La virulencia del dolor presiona, y oprime el corazón de la afligida, que ha
perdido a su marido o hijo de muerte prematura. ¡No hay prisa! Ella ni siquiera te está
escuchando, no antes de que haya disminuido el acceso del dolor. Muchas veces tuvimos
la oportunidad de ver las peleas, surgidas precisamente por los intentos de consuelo”.

Unido a la rapidez de las intervenciones se observa el respeto por el ritmo del


interlocutor y de su capacidad de recepción. El camino a seguir está señalado claramente
en la siguiente composición:

No vengas a mí con toda la verdad:


No me lleves al mar si estoy sediento
Ni al cielo si pido luz;
Dame un rayo, un consejo, una gota de rocío.
Como el ave, llevo sólo una gota de agua,
Y como el viento, sólo un grano de arena.

Plantear las preguntas correctas

En la relación de ayuda, incluso el uso de las preguntas tiene su importancia, en


la medida en que se planteen cuidadosamente. Es el método utilizado por Jesús en su
encuentro con los discípulos de Emaús:

“el método progresivo el estímulo, de la pregunta, del conocer poco a poco el problema.
Aquí Jesús, sabio evangelista pedagogo, que ayuda a ambos a ayudarse, no los sorprende
con su visión profética, diciéndoles que estaban equivocados, sino más bien hace que
ellos aclaren lo que tienen dentro, que tomen conciencia de lo que han hecho y vivido,
que resuelvan sus problemas internos, objetivándolos”.24

No es fácil plantear preguntas, se corre el riesgo de ser indiscreto, inoportuno e


investigador. La regla de oro consiste en plantear preguntas abiertas, es decir, preguntas
que no obliguen al interlocutor a responder con si o no, sino que les permitan responder
libremente con su experiencia.

La pregunta correcta, es decir, aquella que no pretende indagar en el mundo del


otro, sino que quiere únicamente expresarle su deseo de escuchar en caso de que quiera
ir más lejos, favorece la apertura del enfermo.

24
MARTINI, C.M., La radicalitaá della fede, Piemme, Casale M., 1989, p. 18.
23

La fuerza del amor

En el ámbito cristiano, las actitudes de quienes tienen una relación de ayuda con
los enfermos, descritas anteriormente, encuentran una síntesis en el agápē, es decir, en el
amor sobrenatural, en aquella caridad pastoral de la que habla Juan Pablo II en la
Exhortación apostólica Pastores dabo vobis (n. 72), que conduce a amar al prójimo por
amor a Dios. Como regalo del Señor antes que, como logro personal, el agápē penetra el
corazón que lo acoge y vitaliza el origen de la acogida, de la paciencia, la comprensión,
del perdón, la fidelidad, la devoción, la solidaridad hasta el amor para el enemigo, para
quien está necesitado y devastado en su ser, para quien está lejos y perdido. Esto tiene las
características de incondicionalidad, gratuidad, universalidad y libertad.

Si el agápē no afecta la parte emotiva y sentimental, esto no significa que lo


excluya. El amor sobrenatural, en realidad, no sería verdadero sin la armonización del
eros (el amor sensible, erótico, la energía dinámica positiva) y del philos (amistad en la
cual el eros se integra con la parte racional y espiritual del hombre) y sin el uso sabio de
la riqueza emotiva de la persona. La caridad, de hecho, en un contexto de indiferencia, de
amargura, de burocracia constante, en un ambiente no familiar, y carente de vibraciones
psicofísicas, emotivas y sensibles, sería una traición a si misma. Ésta es auténtica si tal
riqueza es canalizada por la inteligencia, purificada por la gracia y orientada al servicio
de la experiencia del amor hacia Dios y esa parte de humanidad que se convierte en el
prójimo.25

Dar y recibir.

En el caminar junto al enfermo, quien mantiene una relación de ayuda no solo da,
también recibe. Entre los beneficios que pueden enriquecerlo, algunos tienen especial
importancia:

-Una toma de conciencia cada vez más profunda de la condición humana, compuesta de
grandeza y de pobreza, de esperanza y de sacrificio, de vida y de muerte. En la experiencia
de quien sufre, la existencia humana se ve en su fragilidad, pero también en su afectación.

-Un despertar y una activación de los sentimientos de solidaridad y de fraternidad. Es un


concepto desarrollado en la carta apostólica Salvifici Doloris de Juan Pablo II:
“Se podría decir- afirma el papa- que el sufrimiento, que bajo tantas formas diversas
está presente en el mundo humano, está también presente para irradiar el amor al
hombre, precisamente ese desinteresado don del propio "yo" en favor de los demás
hombres, de los hombres que sufren. Podría decirse que el mundo del sufrimiento
humano invoca sin pausa otro mundo: el del amor humano; y aquel amor desinteresado,
que brota en su corazón y en sus obras, el hombre lo debe de algún modo al sufrimiento”
(n.29).

-La sanación de sus heridas. En el libro del profeta Isaías utilizan ciertas expresiones muy
eficaces que resaltan el efecto terapéutico del movimiento interior que conduce hacia el
otro necesitado de ayuda:
“¿No es éste el ayuno que Yo escogí? Desatar las ligaduras de impiedad, soltar las
coyundas del yugo, Dejar ir libres a los oprimidos, y romper todo yugo ¿No es para que

25
MARTINI C.M., o.c., p. 37.
24

compartas tu pan con el hambriento, y recibas en casa a los pobres sin hogar; para que
cuando veas al desnudo lo cubras, y no te escondas de tu semejante? Entonces tu luz
despuntará como la aurora, y tu recuperación brotará con rapidez...” (Is 58, 6-10)

El don servicial hacia quienes sufren tiene el efecto espiritual del ayuno: sana
física y emocionalmente, reduciendo las presiones egoístas, haciendo surgir la dignidad
humana del otro.

-La comprobación, hecha de extrañezas y alegrías, de que también en situaciones


difíciles, la persona humana puede lograr mantener su integridad, descubrir nuevos
límites, cultivar la flor de la serenidad y crecer espiritualmente. En tales situaciones, quien
se acerca al que sufre con el alma libre, puede aprender que la salud es un valore que
expresa algo más que la simple vitalidad física; que, por lo tanto, la sanación es un proceso
que puede tener lugar incluso cuando el cuerpo es víctima de las fuerzas destructivas del
mal y que

“en el sufrimiento- como afirma también la Salvifici Doloris – se esconde una particular
fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo” (n.26): de hecho “Los manantiales
de la fuerza divina brotan precisamente en medio de la debilidad humana.” (Ib. n.27; cfr.
2 Co 12, 9-10)

Conclusión

Hace tiempo apareció en los periódicos una noticia extraña: algunos médicos
estadounidenses identificaron una nueva enfermedad, llamándola “seasonal affective
disorder”, o sea trastorno afectivo estacional. Esta enfermedad consiste en una especie
de depresión debida a la disminución de la luz, sobre todo en aquellos países que están
menos expuestos al sol, o en aquellos ambientes laborales o sociales privados de la
iluminación necesaria. La terapia sugerida por los expertos es la “light therapy” o
fototerapia. Pensando en aquella noticia y relacionándola al mundo de la salud, es
natural asociar la condición del sufrimiento, en sus diversas manifestaciones, a la
temporada carente de luz suficiente.
Cuando una persona es afectada por un malestar físico, psíquico o espiritual, o está cerca
de la muerte se encuentra en una situación de oscuridad. De hecho, los sociólogos y
antropólogos describen la enfermedad, el sufrimiento y la muerte como la dimensión
nocturna de la vida, mientras que atribuyen a los demás aspectos del vivir humano, tales
como la juventud, la vitalidad, la fuerza…, un carácter más luminoso”.

La relación de ayuda, bien aplicada, puede ser una auténtica terapia de luz para
los que se encuentran en la oscuridad causada por la enfermedad y la cercanía de la
muerte. Una luz que ilumine y caliente. Una luz que es mediación del amor tierno y
misericordioso del Señor.

Sea el consejero pastoral o el psicológico, éstos están llamados a practicar la empatía y


la consideración positiva con las personas que conocen. Aunque, mientras el segundo
lo hace porque está convencido de que sin tales comportamientos es difícil que se
ponga en práctica el tratamiento, el primero está motivado por el hecho de que en ellos
se refleja la relación de Dios con el hombre.

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