Tema 7. Ensayo Enviar
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Introducción.
En el siguiente ensayo se centra en cómo se entiende el poder desde el estudio de la política para
responder las siguientes preguntas, ¿Qué es el poder y por qué es tan integral al análisis político?
¿Es poder para el análisis político lo que el intercambio es para la economía? ¿Cómo debemos
conceptualizar el poder y cómo se ha conceptualizado? ¿Es el poder multidimensional - y, si es
así, cuántas dimensiones es útil identificar?
Cerbero es un monstruo mitológico de tres cabezas donde cada una tiene una personalidad
diferente, y la forma en que cada una de estas se comporta afecta el resultado del monstruo en
general, si una de las cabezas se golpea a todas les duele, así, las distintas caras de la definición
del poder afectan al campo total de estudio en la ciencia política, sin embargo, definir el carácter
de lo que vamos a entender por poder, nos dice Hay (2002) ha sido algo que muchos cientistas
políticos han mencionado es más que un aspecto potencialmente útil del análisis de lo político,
contrario aquellos que avanzan en una definición de proceso para quienes el poder es para la
política, lo que qué tiempo es para la historia. Sin embargo, menciona el autor, esto sería
presentar una imagen un tanto engañosa, ante ello, hay otros autores han buscado definir el poder
de tal manera que lo haga coextensivo con lo político, manteniendo una definición esencialmente
de arena de este último. En otras palabras, en el análisis político, todos quieren entender el
comportamiento del monstruo, pero no todos ven la misma cabeza, donde cada una muestra caras
diferentes.
En este sentido, la política misma, el poder puede entenderse en una variedad de formas más o
menos inclusivas, Hay, nos dice que los rostros de la controversia sobre el poder o los estudios
comunitarios, es un debate clásicamente anglófono (y anglo-estadounidense). Donde están
aquellos que piensan que el poder debe definirse de tal manera que pueda medirse fácilmente,
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una definición de poder tan estrecha, incluso banal, que resulta poco interesante pero fácil de
operacionalizar en el análisis político y, por otro, una concepción más sutil y compleja de poder,
pero uno que es casi imposible de medir y cuantificar. A lo largo del debate, el poder se entiende
en términos bastante pluralistas y conductistas como una relación esencialmente interpersonal.
Los rostros de la controversia de poder, este intercambio en gran parte virtual, nos dice Hay,
refleja una tradición intelectual europea muy diferente y más característicamente continental.
El tenor de esta controversia es, para Hay, más filosófico, incluso metafísico. El debate se refiere
a la medida en que el poder es omnipresente y, por lo tanto, a la posibilidad misma de liberación
o emancipación del poder. Como tal, tiene claras implicaciones para el análisis político crítico,
ya que, si no puede haber posibilidad de liberación del poder, entonces la teoría crítica podría
decirse que pierde su potencial emancipatorio. Por último, en contraste con las controversias
sobre los "rostros del poder" anglófonos, se entiende que el poder es social y estructural más que
interpersonal. Las “caras de la controversia del poder '' anglo-estadounidenses se preocupan
esencialmente por encontrar una definición de poder que pueda operacionalizarse
metodológicamente, el debate europeo está animado por consideraciones bastante más etéreas: la
medida en que la crítica y la emancipación del poder es posible dada la ubicuidad de las
relaciones de poder. Las 'caras de la controversia del poder', entonces, se basan
fundamentalmente en la tensión entre un concepto de poder que es simple, preciso y
potencialmente cuantificable y otro que es más complejo e intuitivamente atractivo, pero que es
mucho más difícil de catalogar y medir. Para la mayoría de los protagonistas, esta controversia
esencialmente teórica (de hecho, ontológica) puede y debe resolverse apelando a preocupaciones
metodológicas. Tal sugerencia sería impensable en el contexto del debate europeo continental.
Nuestro monstruo de tres cabezas entonces nos enseña en una su rostro claro y observable, pero
los otros se vuelven más oscuros y difíciles de operacionalizar para su análisis.
Hay, como nuestra metáfora de Cerbero, divide los rostros desde 3 distintos tipos de caras, la
primera es aquella que habla de la toma de decisiones, en virtud del poder de A - B, donde B, no
solo modifica su comportamiento, sino que lo hace con pleno conocimiento de que su
comportamiento modificado es contrario a sus propios intereses genuinos. Estos son los
supuestos clave que sustentan la concepción pluralista (clásica) del poder. En esta perspectiva, se
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supone que los actores están bendecidos con información perfecta y, por lo tanto, conocen sus
intereses reales. En consecuencia, se puede suponer que las preferencias que exhibe su
comportamiento reflejan sus intereses genuinos. Lo que quieren es lo que realmente quieren. Es
más, lo que quieren es lo que les conviene. Si bien ciertamente puede simplificar las cosas
asumir información perfecta y la calidad transparente de los intereses materiales, también puede
limitar seriamente la utilidad de tal concepción del poder, como veremos. En esta cabeza de
cerbero, los poderosos son aquellos cuya opinión domina en el ámbito de la toma de decisiones,
ya sea un parlamento, un gabinete o una negociación diplomática. Para Hay, son cuatro cosas
inmediatas a tener en cuenta sobre tal definición de poder:
1. El poder se entiende en términos de sus efectos: si las acciones de Anna no tienen ningún
efecto en Ben, no hay relación de poder
2. El poder es un atributo de los individuos, que se ejerce en sus relaciones con otros individuos -
es conductual
3. El poder está asociado con la dominación o el poder sobre: no es tanto una capacidad para
afectar los resultados, sino para dominar a otros al hacerlo.
4. En consecuencia, el poder es improductivo o de suma cero: algunos ganan solo en la medida
en que otros pierden. Si Anna tiene poder, Ben no; el alcance del poder de Anna es el alcance de
la falta de poder de Ben.
Esta cabeza de Cerbero nos muestra el poder transparente y se puede catalogar, clasificar y
tabular en términos de la realización de preferencias en el fragor del proceso de toma de
decisiones. Se identifica un objeto de análisis obvio y aparente (la arena de la toma de
decisiones); Como es natural, sigue una serie de restricciones metodológicas sin problemas. Esta
cara nos muestra una concepción pluralista clásica del poder, unidimensional con un enfoque
estrecho sobre el poder como toma de decisiones y analíticamente precisa al identificar sin
ambigüedades lo que cuenta y lo que cuenta como relaciones de poder. También se centra en los
actores en su enfoque en el poder como un fenómeno interpersonal y de suma cero. Finalmente,
implica una teoría instrumentalista o de insumos del estado que, como el término quizás
implicaría, concibe al estado como un instrumento más que como un conjunto de estructuras.
Centra la atención en aquellos que ocupan posiciones de influencia dentro del aparato estatal más
que en la naturaleza, forma y función del estado mismo. En la medida en que esta concepción
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pluralista clásica del poder fue dominante en la ciencia política anglófona en la década de 1950,
la confianza teórica y empírica que generó entre sus defensores no iba a durar mucho.
Esta concepción nos diría, por ejemplo que el poder, en el caso de la pandemia en México, Gatell
es quien tiene el poder y su posición con los ciudadanos del país, es aquella donde él da una
orden a estos, misma que no puede ser negada, por ejemplo, suspender clases, el actor A da una
indicación y el actor B la cumple, aunque no esté de acuerdo, esta acción es fácil de observar y
operacionalizar.
La segunda cabeza de cerbero, la segunda cara del poder, es aquella que nos habla del
establecimiento de la agenda: El poder, su naturaleza compleja simplemente oscurecida por una
estrecha concentración en el proceso de toma de decisiones. Si bien la toma de decisiones es
esencial y obviamente una relación de poder en la medida en que las acciones de A afectan a B,
este no es el final de la historia. Porque el poder también se ejerce en lo que ellos, de forma
bastante críptica, denominan "no toma de decisiones". Aquí, como explicaron, “A” dedica sus
energías a crear o reforzar valores sociales y políticos y prácticas institucionales que limitan el
alcance del proceso político a consideraciones públicas de solo aquellos temas que son
comparativamente inocuos para “A” ( 1962: 948; véase también 1963: 632). Una no decisión es,
entonces, "una decisión que da como resultado la supresión o la frustración de un desafío latente
o manifiesto a los valores o intereses de quien toma las decisiones" (1970: 44). En esta cara Hay
nos dice que, el poder se ejerce al establecer la agenda para el proceso de toma de decisiones. La
selección de lo que está sujeto y lo que no está sujeto al proceso formal de deliberación política,
argumentaron, es en sí mismo un proceso altamente político, y uno pasado por alto por los
pluralistas.
Lo que esto sugiere es que, incluso en esta etapa relativamente temprana de los procedimientos,
los rostros de la controversia por el poder, aunque expresados en el lenguaje del poder, eran
esencialmente una disputa sobre los límites de lo político. Mientras que los pluralistas
restringieron el concepto de poder, y al hacerlo su análisis de lo político, al contenido del proceso
formal de toma de decisiones, los neoelitistas buscaron ampliar el concepto de poder, y con él la
política, para abarcar el establecimiento de la agenda. A través del proceso de establecimiento de
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la agenda, argumentaron,los actores poderosos pudieron decidir qué temas se volvieron sujetos a
deliberación (formal) (o toma de decisiones) y cuáles no. La capacidad de dar forma a las
agendas era, entonces, en cierto sentido, un ejercicio de poder más fundamental que simplemente
influir en las decisiones una vez que la agenda ya se había establecido. Porque el arte de la
política consistía en dirigir la agenda de tal manera que se evitara la necesidad de una toma de
decisiones formal sobre cuestiones en las que no se podía garantizar el resultado deseado. Para
Hay, es importante enfatizar que los neoelitistas buscaron no suplantar el énfasis de los
pluralistas en la toma de decisiones con una preocupación similar por el establecimiento de la
agenda. Más bien, pidieron una concepción más completa e inclusiva del poder (y lo político)
capaz de analizar tanto el proceso de toma de decisiones como el de establecimiento de la agenda
(o no toma de decisiones). Esta definición revisada de poder amplió la esfera del análisis político
desde el parlamento o la arena formal de toma de decisiones para incluir los pasillos del poder, la
sala de juntas, la logia masónica, el campo de golf y los clubes y pubs en los que se establece la
agenda, puso fin a la certeza metodológica de los pluralistas clásicos. Había sido relativamente
sencillo observar, catalogar y analizar el ámbito formal de la toma de decisiones. Pero ahora que
el lugar del poder se expandió para incluir la logia masónica y ahora que se veía que el poder
funcionaba las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana en lugar de lunes a viernes,
de nueve a cinco, el análisis del poder estaba configurado para convertirse en una tarea mucho
más compleja, exigente y, posiblemente, subjetiva. Esto llevó a una serie de críticas pluralistas a
concluir que la no toma de decisiones era simplemente irrealizable (Merelman 1968; Wolfinger
1971; aunque ver Bachrach y Baratz 1970). El pluralismo modificado de Bachrach y Baratz (o,
como tal vez prefieran, el neoelitismo) implica dos innovaciones metodológicas:
El problema reside en la suposición, que Bachrach y Baratz comparten con Dahl, de que las
preferencias de los actores son una representación directa de sus intereses materiales, los
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intereses (o preferencias) percibidos pueden variar independientemente de las circunstancias
materiales, ya que, por ejemplo, cambia la información de los actores sobre el contexto en el que
se encuentran. Sobre la base de la información (limitada) disponible para él. El resultado de esta
incapacidad para diferenciar entre intereses y preferencias exhibidas es que, para Bachrach y
Baratz, como para Dahl, donde no hay conflicto explícito de intereses (percibidos) --donde, en
resumen, hay consenso aparente-- no hay poder. se puede decir que se ejerce. A pesar de su
crítica del pluralismo clásico, conservan un conductismo residual que heredan de la tradición
pluralista. Al concentrarse en el fenómeno observable (y conductual) del establecimiento de la
agenda, no se tienen en cuenta los procesos menos visibles mediante los cuales se configuran las
preferencias. Esto nos lleva a la intervención de Steven Lukes ya la "tercera dimensión" del
poder.
En nuestro ejemplo, analizar cómo es que Gatell decide el cierre de escuelas y los docentes lo
acatan, tiene que ver con la agenda de intereses establecida, y cómo es que toda la argumentación
lleva a los agentes B a aceptar lo que se les orden, sin embargo, al establecer esta agenda, de
temas, salud, covid, si dichos temas no son impuestos por la elite, si no son consensuados por
todos, realmente la decisión de cerrar escuelas no es un orden, si no un acuerdo de horizontales.
Por lo tanto, el poder no se vería.
Nuestra tercera cabeza del monstruo es mejor dibujada por Lukes, quien ofrece una ruta para
salir del impasse conductista. El autor señala que Restringir el uso del término "poder" a
situaciones en las que existe un conflicto real y observable, argumenta, es arbitrario, poco
realista y miope. ¿No es el ejercicio de poder más insidioso evitar que las personas, en cualquier
grado, tengan quejas al moldear sus percepciones, cogniciones y preferencias de tal manera que
acepten su papel en el orden existente de las cosas, ya sea porque pueden ver ¿O no imaginan
ninguna alternativa a él, o porque lo ven como natural o inmutable, o porque lo valoran como
divinamente ordenado y beneficioso? (1974: 24; ver también 1978: 669). Ahora se requiere,
sugiere Lukes, es un marco capaz de reconocer: (i) las estrategias, luchas y prácticas que
caracterizan el proceso de toma de decisiones; (ii) las acciones e inacciones involucradas en la
conformación de la agenda para el proceso de toma de decisiones; y (iii) las acciones e
inacciones igualmente implicadas en la configuración de los intereses percibidos y las
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preferencias políticas. Este Lukes avanza en su concepción tridimensional "radical" del poder, al
expandir la noción de poder para incluir la configuración de preferencias, se ve obligado a trazar
la distinción entre intereses subjetivos o percibidos, por un lado, e intereses reales o `` reales '',
por el otro, lo que sugiere que donde se ejerce el poder implica la subversión de este último. Lo
cual planeo problemas criticos sobre cómo determinar o quién puede saber cuando se da esta
diferenciación, por ejemplo; ¿puede ser ejercido por A sobre B en los intereses reales de B?",
Identifica dos posibles respuestas: (1) que A podría ejercer "poder a corto plazo" sobre B. . . pero
que si y cuando B reconoce sus [sic] intereses reales, la relación de poder termina: se aniquila a
sí misma; (2) eso. . . control exitoso de A sobre B. . . constituye una violación de la autonomía de
B; que B tiene un interés real en su propia autonomía; de modo que tal ejercicio de poder no
puede redundar en los intereses reales de B. (1974: 33).
Siguiendo nuestro ejemplo, Gatell podría ejercer su poder al decirle a los ciudadanos, no acudas
a la escuela, pero cuando estos terminan notando que esta acción realemnte es lo que quieren, la
relación de poder termina, en otras palabras, Cuando A consiga que B haga lo que quiere, se da
una relación de poder a corto plazo, cuando B decide querer hacerlo, ahí, termina el poder y se
vuelve una relación consensuada. Si B no quiere hacerlo, pero A lo obliga la relación de poder
existirá, incluso si esta forma de logar que B lo haga sea a través de crear una agenda de
preferencias que B considera primordiales.
Estas perspectivas de análisis y críticas del cómo vamos a entender el poder, nos dicen que es
necesario ver al monstruo completo, una perspectiva tridimensional, sus tres caras, Lukes,
refiere que entender el poder desde Identificar a A como quien ejerce poder sobre B es identificar
una situación en la que los intereses (reales) de B están siendo subvertidos e identificar, a A no
solo como responsable sino también culpable. Es, en resumen, comprometerse en una crítica de
A - o, al menos, de la estructura social en y a través de la cual A llega a ejercer el poder. Dentro
de tal esquema, el poder no es tanto una categoría analítica como una categoría crítica cuya
identificación depende de un juicio normativo irremediable. El valor de la propuesta de Luke
reside en que gran parte del atractivo de su argumento reside en su capacidad para presentar una
concepción crítica del poder esencialmente cargada de valores como una categoría analítica
neutral, Lukes y aquellos que siguen su esquema se ven obligados a emitir un juicio ético:
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¿cuáles son los intereses reales de ambas partes? ¿Pueden adjudicarse sin tener en cuenta sus
preferencias? No hay, ni puede haber, una base empírica, científica o analítica desde la cual
responder a tales preguntas, ya que, como dilemas éticos, pertenecen a un ámbito cognitivo
completamente diferente. Primero, el poder se convierte en un concepto puramente peyorativo.
Si identificar una relación de poder es participar en una crítica de esa relación, entonces está
claro que el poder no puede ejercerse de manera responsable o legítima. La esencia del poder es
negativa, el propósito de la crítica es exponer las relaciones de poder como un medio potencial
para su eliminación. En segundo lugar, al redefinir el poder de esta manera, Lukes genera una
situación en la que no es probable que dos teóricos estén de acuerdo en lo que constituye una
relación de poder. Pues el poder se entiende ahora como una desviación de un ideal utópico en el
que se satisfacen los intereses de todos los individuos. El concepto de poder se vuelve así
relativo. Además, el poder ahora debe analizarse no sobre la base de cómo es el mundo social y
político, sino sobre cómo debería ser, o más bien, cómo 'el mundo real' difiere de la proyección
idealizada de los críticos o teóricos de cómo debería ser, ser - estar. La víctima de todo esto es la
posibilidad de un diálogo sobre el poder, su distribución y su ejercicio, entre quienes no
comparten idénticas perspectivas (éticas) para la adjudicación de la validez de los intereses.
Siguiendo nuestro ejemplo, como Gatell jamás podrá conocer los intereses reales de las personas
sobre las cuales su decisión tiene injerencia, sus acciones siempre serán una resta cero, donde B
pierde, por lo cual el poder como forma de acción, para Lukes tendría que desaparecer. Debido a
que toda obligación de A a B, parte de que A no conoce lo que B quiere, y ante ello, B, siempre
estará en una situación de perdida.
Ahora bien, para Hay esto nos lleva a redefinir el poder, una vez entendidos y analizados los
problemas de la formulación de Lukes, nos encontramos con su incapacidad para diferenciar
claramente entre las cuestiones analíticas relativas a la identificación del poder dentro de los
contextos sociales y políticos y las cuestiones normativas relativas a la crítica de la distribución y
el ejercicio del poder así identificadas, esto le obliga a abordar la normativa / cuestión subjetiva
que los pluralistas convenientemente eluden en la definición misma del poder mismo. Sin
embargo, este es precisamente el problema. La alternativa, entonces, es simple: debemos
rechazar la definición conductual del poder y redefinir el concepto de tal manera que separemos
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estas cuestiones normativas y analíticas distintas que combinan Dahl, Bachrach y Baratz y
Lukes.
Esto requiere una definición de poder que no implique en sí misma un juicio de valor que sea fiel
al espíritu de la visión tridimensional de Lukes. Tal concepción del poder debe enfatizar no solo
las consecuencias de las elecciones de A para las acciones de B, sino también, y quizás
principalmente, sus efectos sobre el contexto dentro del cual la acción subsecuente debe tener
lugar. El poder se trata entonces de dar forma al contexto, de la capacidad de los actores
para redefinir los parámetros de lo que es social, política y económicamente posible para
otros. La capacidad de influir directamente en las acciones y / o elecciones de otro individuo o
grupo es sólo un caso especial de esta capacidad más general. De manera más formal, entonces
podemos definir el poder como la capacidad de los actores (ya sean individuales o colectivos)
para 'tener un efecto' sobre el contexto que define el rango de posibilidades de los demás (Hay
1995b: 191; para una formulación alternativa ver Dowding 1991). En nuestro ejemplo, el poder
de Gatell no recide en su habilidad para lograr que B se quede en casa, o no asista a la escuela, o
encontrar los intereses reales de B, si no en cambiar el contexto en el cual se desarrolla la acción,
en este sentido el poder de Gatell estará en la habilidad para transformar o no los escenarios de la
pandemia.
Para Hay, esta es una concepción positiva del poder: el poder de en contraposición al poder
sobre. Sin embargo, también puede proporcionar la base para una concepción negativa del poder
- poder sobre en oposición al poder de. Así, se puede considerar que el actor A ocupa una
posición de dominio o poder sobre B en la medida en que tiene la capacidad, mediante una
acción intencional o estratégica, de transformar el contexto en el que B se encuentra a sí mismo;
y donde esta no es una relación recíproca (es decir, donde las acciones de B no tendrían un efecto
similar en el contexto dentro del cual A se encuentra a sí mismo). Definir el poder como
moldeador del contexto es enfatizar las relaciones de poder en las que las estructuras,
instituciones y organizaciones son moldeadas por la acción humana de tal manera que alteran
los parámetros de la acción subsecuente. Ésta es una forma indirecta de poder en la que el poder
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está mediado y ejemplificado en estructuras. Sin embargo, el poder también se ejerce en un
sentido directo cuando A consigue que B haga algo que de otro modo no haría (para nuestros
propósitos, independientemente de sus respectivos intereses). Por lo tanto, al poder indirecto o al
poder como modelador del contexto, también debemos agregar el poder directo o al poder como
modelador de la conducta. El poder indirecto se evidencia en la capacidad de un gobierno,
digamos, de aprobar leyes. Esto no afecta directa e instantáneamente la conducta de B, pero una
vez ejemplificado en el estatuto, sirve para redefinir los parámetros dentro de los cuales B
continuará actuando mientras proporciona un recurso de poder para el potencial ejercicio del
poder directo por parte de las agencias de aplicación de la ley del estado. El poder directo, por el
contrario, es inmediato, visible y conductual, y se manifiesta en prácticas como la coerción física
y psicológica, la persuasión y el chantaje. Tal reformulación del concepto de poder tiene una
serie de consecuencias significativas. Primero, sugiere que de hecho hay dos concepciones
bastante diferentes del poder sumergidas dentro de las caras del debate sobre el poder (poder
directo e indirecto), y que Lukes no reconoce la decisividad de la ruptura con Dahl y Bachrach y
Baratz que su crítica lógicamente implica. En la primera formulación, el poder es un
fenómeno conductual que es inmediato, directamente observable y empíricamente
verificable; en el segundo, el poder se refiere a la capacidad de redefinir contextos
estructurados y es indirecto, latente y, a menudo, una consecuencia no intencionada.
Sugerir que A ejerce poder sobre B es no hacer ningún reclamo, dentro de este esquema, sobre la
subversión o violación de los "verdaderos intereses" de B (aunque tal reclamo no está claramente
excluido por tal declaración). Además, la atribución de poder de esta manera no implica en
ningún sentido que el teórico ocupe algún punto de vista privilegiado desde el cual se puedan
determinar los intereses "genuinos" de los sujetos sociales. Aunque la identificación de una
relación de poder (particularmente una que es indirecta) todavía es muy probable que sea muy
discutible, no implica que el analista político necesite primero involucrarse en juicios éticos
sobre la legitimidad de la conducta de los involucrados, o los intereses de los actores sociales. los
que probablemente se verán afectados. Por tanto, los juicios éticos y normativos pueden
suspenderse temporalmente mientras se lleva a cabo el análisis y la identificación del poder. Por
lo tanto, dice Hay, aunque es poco probable que los teóricos y críticos de posturas políticas y
éticas divergentes estén de acuerdo sobre la legitimidad de las acciones de los poderosos, al
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menos pueden compartir un análisis común de la distribución y el ejercicio del poder dentro de
una determinada política social y contexto político.
Queda claro, hasta aquí, que entender y estudiar el poder no es entenderlo desde una sola forma,
las tres cabezas de Cerbero, aun pueden dividirse en dos formas, verlas de manera directa, o
verlas en el lugar donde nuestro monstruo se encuentra y cómo es que modifica dicho sitio.
Ahora bien, hemos hablado del poder cómo una línea de acciones que A quiere conseguir sobre
B, sin embargo, Hay se pregunta, ¿Se puede decir con propiedad que A ejerce poder sobre B
cuando el conocimiento de los efectos de A sobre B simplemente no está disponible para A?
Sobre ello el autor retoma a Lukes quien combina poder, responsabilidad y culpabilidad. Su
suposición es que las consecuencias de las acciones de A deben ser negativas, de modo que
atribuir responsabilidad es repartir culpas, e identificar una relación de poder entre A y B es
responsabilizar a A por sus consecuencias. Sin embargo, si seguimos la definición de poder
descrita anteriormente, entonces claramente A ejerce poder en esta situación. Si lo consideramos
responsable y, de ser así, culpable no puede ser juzgado en abstracto. Ciertamente es injusto
atribuir responsabilidad y culpabilidad a actores que no consideramos que ejercen el poder; pero
puede ser igualmente injusto asumir que todos los actores con poder deben ser considerados
responsables y culpables de las consecuencias de su acción. En nuestro ejemplo, si Gatell ejerce
poder sobre B, las consecuencias son su responsabilidad, pero si no sabe de dichas
consecuencias, es imposible culparle en abstracto, en otras palabras, aunque tenga poder,
atribuirle la responsabilidad de las consecuencias de B, en determinada acción, sería injusto.
En conclusión, el poder puede ser entendido para el análisis político como un monstruo de tres
caras, donde cada una tiene características distintas por lo cual al revisar cada una notamos que
algunas son mas fáciles y entendibles que las otras, al mismo tiempo, se puede analizar el poder
no solo en su cuerpo, donde A ejerce poder sobre B, ya sea estableciendo agenda de forma
elitista o basándose en el conocimiento de sus preferencias, si no además como es que esta
relación afecta el contexto donde se encuentra, y lo relativo que sugiere entonces que resulta la
acción A-B según la situación y como es que esta modifica la relación entre A y B según donde
se encuentra, de la misma manera, entender el poder, es buscar que este exista, en el momento en
que la orden es dada por A y B no la recibe como tal si no como parte de sus preferencias
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podríamos dudar de esta relación de poder lineal y pensar en si existe una modificación a la
conducta de B si B ya pretendía dicha acción, supongamos que se dice a alguien quédate en casa
y esta persona quería quedarse en casa, ¿realmente hay relación de poder? Por otro lado, las
culpas y consecuencias de dicha acción que ejecuta B por orden de A, no es siempre clara si A
sabía lo que pasaría o las consecuencias para B, por lo tanto, la culpa de A, que ordena algo que
tiene consecuencias inesperadas, podría, no suponer tal debido a que la relación de poder
necesita que A conozca lo que sus ordenes producirán en B.
Fuentes.
Hay, Colin (2002) Political Analysis. Basingstoke: Palgrave. Chapter 5. Divided by a common
language? Conceptualising power
Lukes, Stephen (2005) Power: A Radical View. 2nd Edition. Basingstoke: Palgrave. Chapter 1 or
‘Power and the Battle for Hearts and Minds’, Millennium-Journal of International Studies, 33
(3), 477- 493
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