Capitulo 1

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MATRIM ONIO

FAMILIA
MATRIMONIO
FAMILIA

Capitulo 1
El origen de la
Familia
capítulo 1
EL ORIGEN DE LA FAMILIA
Dr. Ed Wheat1

Al estudiar la Palabra de Dios y meditar luego en ella,


com- probamos cómo muchas veces nos equivocamos en
nuestra manera de pensar. Sucede que la sociedad en que
vivimos se orienta por sofismas y presupuestos que están
en oposición al designio de Dios. Necesitamos tener bien
claro en nuestras mentes que el matrimonio fue diseñado
exclusivamente por Dios y sus finalidades fueron, entre
otras, remediar la soledad humana y traer felicidad al
hombre y la mujer. En este estudio, verá dónde y cómo
debe comenzar el matrimonio y lo que implica en
términos de unidad.

En este estudio
1. Exploraremos cuál es el primer problema que el
matrimonio está llamado a solucionar.
2. Apreciaremos la importancia de la mujer como
compañera idónea del hombre.
3. Observaremos cómo el divorcio se opone al propósito
origi- nal del Creador.
4. Exploraremos lo que significa, en términos prácticos,
dejar al padre y a la madre para formar un
matrimonio.
5. Aprenderemos el significado original de la expresión «se
unirá a su mujer».
6. Apreciaremos la importancia de la unión sexual en el
matri- monio.

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La familia desde una perspectiva
cristiana

Cuando me especializaba en matemáticas en la


universidad aprendí que si uno no comienza con la premisa
correcta al resolver un problema, no hay manera de obtener la
respuesta correcta. De modo que, cuando llegué a ser
cristiano, estudié la Biblia como si fuera un matemático. Es
decir, pasé más tiempo en los primeros tres capítulos del
Génesis que en cualquier otra parte de la Biblia, pues
comprendí que estos capítulos constituían el fundamento de
todo lo demás que hay en la misma. Descubrí que allí estaba,
en forma de cápsula, la esencia de la verdad de Dios en lo
concernien- te al hombre y a la mujer, y a su relación con Dios
y el uno con el otro. Allí comencé a entenderme y a entender a
mi esposa, a hallar el perfecto designio de Dios para nuestra
vida matrimonial y su propósito para nuestra vida conyugal.
Así que, como matemático, me metí en un concienzudo
estudio de esos capítulos fundamentales, sabiendo que tenía que
estructu- rar mi vida y mi relación matrimonial basado en las
premisas co- rrectas si de veras quería salir bien al final. El
resultado ha sido más maravilloso de lo que yo esperaba: una
bella vida matrimonial, un hogar piadoso, y una vida de
ministerio con la oportunidad de mos- trar a muchas otras
parejas cómo alcanzar la felicidad conyugal siguiendo el plan
original de Dios.
Por supuesto, para establecer un enfoque del matrimonio
basa- do en la verdad del Génesis, tuve que abandonar algunos
conceptos que había aprendido en mi vida anterior. Pero pude
hacer eso por- que comprendí que contaba con una formación
exacta. Pude re- emplazar las ideas equivocadas con las
correctas y luego vivir con- fiadamente en conformidad con
estas últimas. Descubrí que podía depender de esta verdad, la
que nunca me dejaría tomar malas decisiones ni dar malos
consejos.
¿Y qué me dice usted, estimado lector? ¿Qué es lo que ha
El origen de la
familiaal matrimonio?
dado forma a su manera de pensar con respecto
¿Puede depender de ese pensamiento?
DESCUBRIMIENTOS: LO FALSO Y
LO VERDADERO
Quiero que considere cuidadosamente los supuestos
fundamen- tales que gobiernan sus actitudes hacia la vida
matrimonial y el amor. Algunos pueden ser falsos, otros
pueden ser verdaderos. Es esencial que determine cuáles
premisas son verdaderas, cuáles son dignas de basarse en ellas,
y cuáles conceptos debe descartar por cuanto son falsos y, por
lo tanto, no prácticos, y hasta potencial-
mente peligrosos.
Una pareja casada, a quienes llamaré Daniel y Carolina,
ha- bían llegado a este punto luego de muchos años de ser
cristianos activos en una iglesia evangélica grande. Carolina
consideraba a su esposo como «un hombre maravilloso y
bondadoso» y un buen pa- dre para sus hijos varones
adolescentes. La vida conyugal de ellos era «agradable». Si la
emoción parecía desaparecer de su relación, Carolina lo atribuía
a los veinte años de vida matrimonial y a la edad de los dos, que
pasaba un poco de los cuarenta.
Luego, el mundo de ella se conmovió hasta sus
fundamentos cuando Daniel admitió que había tenido relaciones
sexuales con una mujer que trabajaba con él en el ministerio
musical de la iglesia. Da- niel afirmó que la relación amorosa
con esa mujer había terminado, pero una amiga íntima le
aconsejó a Carolina que se divorciara sin demora, y le advirtió:
«El adulterio mata al matrimonio. Y no está bien que te dejes
usar como el felpudo que se coloca en la puerta».
Mientras Carolina, que se sentía perpleja y traicionada, se
reti- raba de su esposo, la joven del caso se mantenía
activamente en pos de él. Daniel se había reunido con los
diáconos para confesar su pecado, pero ahora se tornó renuente
a asistir a la iglesia con su esposa e hijos. Los líderes de la
congregación consideraron esto como una prueba de la
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insinceridad de él, y le predijeron a Carolina que el matrimonio
no podría salvarse por cuanto «Daniel simple- mente no
estaba bien con Dios».

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Daniel, profundamente deprimido, comenzó a pensar en
con- seguir un traslado de su trabajo para otra parte del país
por un período de diez o más meses. Le explicó a Carolina:
«La separa- ción nos ayudará a comprender si realmente nos
amamos el uno al otro, o no» La confidente de Carolina
reaccionó con un consejo airado. Le dijo: «Empácale las
maletas y déjaselas en las gradas del frente. ¡Cuanto antes
mejor!»
Cuando Carolina me contó su historia, me quedé
impresionado por el hecho de que todas las personas que
entraron en esta doloro-
sa situación afirmaban ser cre-
Aún si los yentes en Jesucristo, que
matrimonios se hacen reco- nocían su Palabra como
en el cielo, el verdad: la esposa, el esposo, la
hombre tiene que otra mu- jer, la amiga que
ser responsable de aconsejó a la esposa, y los
su mantenimiento. líderes de la igle- sia. Sin
—Kroehler News embargo, cada uno de éstos, a
su propia manera, había
demostrado una carencia de
co-
nocimientos de los principios bíblicos que podían preservar y
sanar
esa relación matrimonial. Tantísimos principios bíblicos
importantes con respecto al matrimonio, al amor, al perdón, y a
la restauración se violaron o se pasaron por alto que no es raro
que Daniel y Caro- lina se sintieran ambos «congelados» en el
dramático enredo e in- capaces de hallarle salida.
Desafortunadamente, ésta es una historia típica. La he
oído muchas veces con pequeñas variaciones del tema básico.
La com- parto con usted, estimado lector, porque de ella se
puede aprender muchísimo.
Mientras la aconsejaba, Carolina reflexionó en su propia
ma- nera de pensar y sus patrones de conducta. ¿Cuán válidas
fueron sus acciones y reacciones durante la crisis? ¿Y qué las
había im- pulsado? Sus decisiones, ¿fueron tomadas al calor
de un falible
consejo humano, o mediante el consejo eterno de Dios? ¿Qué
su- puestos básicos guiaron su pensamiento? ¿Eran falsas o
verdade- ras estas premisas?
Luego a Carolina le ocurrió algo muy interesante. Cuando
se volvió a la Palabra de Dios, determinó seguir el consejo del
Señor hacia donde la condujera y dejarle a Él los resultados.
El consejo antibíblico que ella había recibido se le esfumó del
pensamiento, y entonces comenzó a ver claramente lo falso y
lo verdadero. Des- cubrió que hay un total desacuerdo entre la
Biblia y el sistema de pensar del mundo en relación con el
matrimonio y el divorcio, y que ella había sido engañada por
Satanás, el maestro de la hipocresía, hasta el punto de creerle
las mentiras con relación al matrimonio. Descubrió que
Satanás puede actuar aun a través del cristiano que tenga las
mejores intenciones, pero que tome el punto de vista hu- mano
en relación con el matrimonio, en vez de seguir la clara ense-
ñanza bíblica de Dios. Aprendió también que, cuando los
hombres y las mujeres reaccionan siguiendo sus inclinaciones
naturales, gene- ralmente, caen en decisiones equivocadas.
Según lo describió, tanto ella como Daniel habían caído en
un abismo de pensamientos turbios, sentimientos confusos y
reaccio- nes fuera de tono. Sólo la verdad podía liberarlos. Los
dos comen- zaron a aprender de nuevo el proceso mediante el
estudio del libro de Génesis, capítulos 1 al 3.
Toda pareja casada necesita saber la verdad completa con
res- pecto al matrimonio, pero esta verdad nunca se hallará en
las ense- ñanzas ni en los ejemplos del sistema del mundo. Lo
mejor que este mundo puede ofrecer es un divorcio a bajo
costo.
Generalmente, éste no obedece a ninguna razón válida y
se obtiene muy fácilmente, lo cual le resulta muy cómodo a
millares que, a tropezones, entran y salen del matrimonio como
si éste fuera una puerta giratoria. Las palabras de un crítico
social definieron esta situación en una sentencia clara y
rotunda: «En la década que
comenzó en 1970 —dijo—, ¡el divorcio llegó a ser el resultado
na- tural del matrimonio!»
Si el divorcio se acepta ahora, y aun se espera que sea el
resul- tado natural del matrimonio, es ésta una escalofriante
herencia para las décadas venideras. Pero, ciertamente, no
tenemos que adoptarla en nuestro pensamiento. Los creyentes
de todas las culturas y de todas las edades que creen en la
Biblia, han hallado la sabiduría y la fortaleza para nadar contra
la corriente de los actuales estilos de vida. Notemos que la
sabiduría bíblica viene primero; luego, la fuerza para ir contra la
opinión popular, no importa cuán poderosa ésta sea. Andemos
juntos por el sendero bíblico que Daniel y Carolina siguieron
en la búsqueda de la verdad fundamental sobre la cual
estructurar su vida matrimonial.
Comenzaremos en el principio, con la creación del hombre
y la mujer. Nuestro propósito es entender el matrimonio tal
como Dios lo estableció, en contraste con las opiniones del
mundo que nos rodea. Necesitamos examinar estos versículos
del Génesis como si nunca antes los hubiéramos visto. No los
consideramos como de- claraciones gastadas, sino como una
verdad para nuestras vidas individuales.

1.La idea de crear un hombre y una mujer fue de


Dios.
«Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo
creó; varón y hembra los creó» (Gn 1.27).
En Génesis 1 se narra el hecho de la creación del hombre,
mientras que en Génesis 2 se nos revela el proceso a través del
cual esto ocurrió. En el primer capítulo hallamos la verdad
funda- mental, ciertamente esencial para la apreciación del
matrimonio, de que Dios hizo al varón y a la mujer para cumplir
sus propios propó- sitos. Parece demasiado obvio, pero tal vez
se deba señalar que la creación de dos clases de personas,
hombres y mujeres, no fue una oscura conspiración para
bloquear las ambiciones del movimiento
femenino de liberación. La creación de las dos clases de
personas no se hizo para humillar a las mujeres. En realidad,
resultó ser un testi- monio de lo contrario, pues la creación
estaba incompleta sin la mu- jer. Mediante un acto creador,
amoroso y asombroso, el Dios Todo- poderoso concibió el
maravilloso misterio del varón y la mujer, la masculinidad y la
femineidad, para traer gozo a la vida. ¡Piense en cómo sería el
mundo de descolorido y monótono si sólo existiera su clase de
sexo! ¿Quién querría vivir en un mundo solamente masculi- no o
solamente femenino? ¿O en uno en el que todas las marcas del
género masculino o femenino se pasaran por alto o se
suprimieran? La persona que se niega a comprender las
diferencias fundamenta- les entre el varón y la mujer y a
regocijarse en ellas, nunca gustará de la bondad divina que Dios
planeó para el matrimonio.

2.El matrimonio fue diseñado por Dios para


remediar el primer problema de la raza humana:
la soledad
«Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté
solo; le haré ayuda idónea para él. Jehová Dios formó, pues,
de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y
trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo
lo que Adán llamó a los animales vivientes, ése es su nombre.
Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo
ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea
para él. Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo
sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus
costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que
Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al
hombre» (Gn 2.18-22).
Imagínese a un hombre en un ambiente perfecto, pero
solo. Adán tenía comunión con Dios y la compañía de las aves
y el gana- do. Tenía un trabajo interesante, pues se le
encomendó la tarea de observar, clasificar, y dar nombre a los
animales vivientes. Pero estaba solo. Dios contempló la
situación y dijo: «No es bueno». Así
que el Creador sabio y amante proveyó una solución perfecta.
Hizo otra criatura similar al hombre y, sin embargo,
maravillosamente diferente de él. Fue tomada de él, pero ella
lo complementó. Ella resultó totalmente adecuada para él en lo
espiritual, lo intelectual, lo emocional, y lo físico. Según Dios,
ella fue diseñada para ser la
«ayuda idónea» de él. Este término, «ayuda idónea», se
refiere a una relación benéfica en la que una persona ayuda a
sostener a otra como amiga y aliada. Tal vez usted haya
pensado que una ayuda idónea es una persona subordinada,
cierta clase de sierva glorificada. Pero tendrá nueva luz para
considerar la vocación de la mujer cuando se dé cuenta de que
la misma palabra hebrea que se traduce ayuda se le aplica a
Dios en el Salmo 46.1: «Nuestro pron- to auxilio [ayuda] en
las tribulaciones.»
El matrimonio comienza siempre con una necesidad que
ha estado ahí desde el principio, una necesidad de
compañerismo y complemento que Dios entiende. El
matrimonio fue concebido para aliviar la soledad fundamental
que todo ser humano experimenta. En su caso, según el grado
en que su cónyuge no satisfaga sus necesidades —espirituales,
intelectuales, emocionales, y físicas—, y según el grado en que
usted no satisfaga las mismas necesidades de su cónyuge, en
esa misma proporción los dos están aún solos. Pero esto no
está en conformidad con el plan de Dios, y puede remediarse.
El plan es que se complementen el uno al otro.

3.El matrimonio fue planeado y decretado para


traer felicidad y no desdicha.
«Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos
y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del
va- rón fue tomada» (Gn 2.23).
¡Este es el primer canto de amor que se escuchó en el
mundo! Los expertos en hebreo nos dicen que Adán expresó de
este modo una tremenda emoción, una mezcla de asombro y
regocijo. «¡Al fin
tengo a alguien que me corresponda!» Su expresión «hueso de
mis huesos y carne de mi carne» llegó a ser un dicho favorito
en el Antiguo Testamento para describir una relación personal
íntima. Pero la plenitud de su significado les pertenece a Adán
y a su espo- sa. El Dr. Charles Ryrie hace la interesante
sugerencia de que la palabra hebrea para mujer, iskah, pudo
haber venido de una raíz que significa «ser suave», que tal vez
sea una expresión de la delei- tosa y original femineidad de la
mujer.
Así que, cuando el Señor le trajo la mujer a Adán, el
hombre expresó sus sentimientos con palabras como las
siguientes: «Al fin he hallado a una que puede complementarme,
que me quita la soledad, a quien apreciaré tanto como a mi
propia carne. ¡Es bellísima!, perfec- tamente adecuada para mí.
¡Ella será lo único que necesitaré!»
¿Puede imaginarse la emoción que tuvo que haber ardido
den- tro del hombre y la mujer cuando comprendieron lo que
podrían significar el uno para el otro? ¿Puede usted comprender
el propósi- to por el cual Dios creó a la mujer para el hombre?
Pese a todos los chistes gastados que se digan en contrario, el
matrimonio fue con- cebido para nuestro gozo y felicidad. Y el
propósito de Dios no ha cambiado nunca.

4.El matrimonio tiene que comenzar con un


abandono de las demás relaciones a fin de
establecer una, permanente, entre un hombre y
una mujer.
«Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y
se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gn 2.24).
Dios dio este mandamiento tripartito en el comienzo
cuando estableció la institución del matrimonio. Aún sigue
siendo el ejem- plo de consejo más conciso y amplio que jamás
se haya presentado sobre el matrimonio. Nótese que las
palabras de este versículo son sencillas y fáciles de entender, a
pesar de la infinita profundidad de su significado. Estas
veintitrés palabras resumen toda la enseñanza
de la Biblia sobre el matrimonio. Todo lo demás que se dice
destaca o amplía los tres principios fundamentales que se
originan en este versículo, pero nunca los cambia ni en el más
leve sentido. Estos principios merecen que se los considere
atentamente, pues cual- quier problema real al que se enfrente
en la vida matrimonial ven- drá por pasar por alto alguno de los
aspectos del mandamiento que Dios dio en el Génesis.
Tenemos que entender, ante todo, que el matrimonio
comienza con un dejar: dejar todas las otras relaciones. En este
caso se espe- cifica la relación más estrecha que existe fuera
del matrimonio, ya que implica que es necesario dejar al padre
y a la madre. Luego, ciertamente, todos los demás vínculos
tienen también que romper- se, cambiarse, o dejarse.
Por supuesto, los vínculos de amor con los padres son
durade- ros, pero tienen que cambiar de carácter para que el
hombre se dedique completamente a su esposa y para que la
mujer se dedique completamente a su esposo. El Señor le dio al
hombre este manda- miento, aunque el principio se aplica
tanto al esposo como a su esposa, por cuanto le corresponde al
hombre establecer una nueva familia de la cual será
responsable. Ya no puede depender de su padre ni de su
madre; ya no puede estar bajo la autoridad de ellos, pues ahora
asume la dirección de su propia familia.
La Escritura enseña claramente que el adulto tiene que
conti- nuar honrando a sus padres, y ahora, que es
independiente, necesi- ta cuidar de ellos cuando sea necesario
y asumir responsabilidad por ellos, más bien que ante ellos (Mt
15.3-9; 1 Tim 5.4-8). Pero el que se va a casar tiene que dejar a
sus padres, pues ni los padres ni ninguna otra relación debe
entremeterse entre esposo y esposa.
Esto significa que usted y su cónyuge necesitan reorientar
sus vidas el uno hacia el otro, en vez de esperar que otra
persona, o grupo de personas, responda a sus necesidades
emocionales. Esto significa, también, que las otras cosas han de
ir detrás en prioridad:
los negocios, la carrera, la casa, los pasatiempos, los intereses,
y aun la obra de la iglesia. Todo tiene que colocarse en su
perspecti- va correcta. Cualquier cosa que sea importante en la
vida debe ser menos importante que su relación matrimonial.
La esposa de un próspero hombre de negocios que
dedicaba todas sus energías a su empresa, derramó lágrimas
amargas en mi oficina mientras decía: «Él se mantiene
dándome recompensas monetarias, y cada vez que lo hace,
pienso cuánto mejor sería que me diera su tiempo y su amor.
Doctor Wheat, yo no quiero todas esas cosas. Sólo quiero que
él me preste atención.»
En más de veinticinco años de aconsejar, he observado
que cuando un hombre habitualmente pone su negocio o su
carrera antes que su esposa, nada de lo que él pueda comprar
con dinero la complacerá realmente.
Hay muchas maneras diferentes de no atender lo que se
debe. Esto lleva al fracaso de una verdadera relación. He visto a
mujeres tan envueltas en sus trabajos o en lograr una educación
más avan- zada, que resultan más compañeras de cuarto que
esposas. Y tam- bién he visto a otras cuya preocupación por un
minucioso cuidado de la casa empañó lo que hubiera podido
ser un buen matrimonio. He conocido a algunos hombres que
no pudieron abandonar sus vínculos con sus compañeros de
caza o de juego de golf por el tiempo suficiente para la
necesaria relación amorosa con sus res- pectivas esposas.
Algunos, incluso no pueden despegarse de los deportes
televisados por un rato lo bastante largo como para hablar con
sus esposas. He conocido casos en que el esposo o la esposa
ha participado excesivamente en la obra de la iglesia hasta el
punto de causar detrimento a su vida matrimonial. Y he
conocido algunos casos tristes en que la madre, y algunas
veces el padre, dio a los hijos el primer lugar. Cuando esos
hijos crecieron, sus padres que- daron emocionalmente en
bancarrota.
El primer principio que podemos aprender en Génesis 2.24 es
que el matrimonio significa dejar. A menos que usted esté
dispuesto a dejar todo lo demás, nunca alcanzará la unicidad de
esta emocionante relación que Dios tuvo en mente para disfrute
de toda pareja casada.

5.El matrimonio exige una unión inseparable


de esposo-esposa para toda la vida
«Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y
se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gn 2.24).
Notemos otra vez que el Señor le dice esto especialmente
al esposo, aunque el principio se aplica a ambos cónyuges.
¿Qué significa unirse? La palabra hebrea dabaq, que la
Ver- sión Reina-Valera, revisión de 1960, tradujo «se unirá»,
tiene senti- do de acción. He aquí algunas definiciones del
verbo dabaq: «pe- garse o adherirse a, permanecer juntos,
mantenerse firme, sobre- coger, proseguir con firmeza,
perseverar en, tomar, atrapar me- diante persecución». Los
traductores bíblicos modernos general- mente utilizan para
traducir dicho verbo hebreo los verbos: «se ad- herirá a», «se
unirá a», «se une a».
Cuando llegamos al griego del Nuevo Testamento, la
palabra significa pegar como si fuera con cemento, pegarse
como si fuera con cola, o estar soldados los dos de tal modo
que no pueden sepa- rarse sin daño mutuo.
Según esto, es obvio que Dios tiene un poderoso mensaje
para los dos cónyuges, y al esposo en particular se le pone delante
un dinámico curso de acción. El esposo es el responsable
principal de hacer todo lo posible y de ser lo que debe ser, a fin
de hacer tal vínculo con su esposa que los haga inseparables. Y
la esposa tiene que responder a su esposo de la misma manera.
Estos lazos no son como las bellas cintas de seda que se atan a
los regalos de boda. Más bien tienen que forjarse como el acero
en el fuego de la vida diaria y en las presiones de las crisis, a fin
de que formen una unión indisoluble.
La mejor manera de comprender la fuerza del significado
que hay en el verbo dabaq, que se tradujo «se unirá», consiste
en con- siderar cómo usó el Espíritu Santo dicha palabra en el
libro de Deuteronomio. Los siguientes cuatro ejemplos se
refieren a la ne- cesidad de unión con el Dios viviente.
«A Jehová tu Dios temerás, a Él sólo servirás, a Él segui-
rás, y por su nombre jurarás» (10.20).
«. . . que los cumpláis, y si amareis a Jehová vuestro
Dios, andando en todos sus caminos, y siguiéndole a Él»
(11.22).
«En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a Él temeréis,
guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a Él
servi- réis, y a Él seguiréis» (13.4).
«... amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y si-
guiéndole a Él» (30.20).
Esto indica que ante los ojos de Dios «unirse a» significa
una entrega de todo corazón, en primer lugar de todo lo
espiritual, pero que se extiende a toda área de nuestro ser, de tal
modo que la unión sea también intelectual, emocional, y física.
Significa que usted ten- drá una continua oportunidad de unirse
a su cónyuge aun en los detalles más nimios de la vida. De
hecho, cualquier cosa que los acerque más y haga más firme
su relación será parte de tal unión. Cualquier cosa que los
distancie, mental o físicamente, debe evitar- se, por cuanto
rompe el patrón divino para la vida matrimonial.
Gran parte del consejo práctico que ofrezco en este libro
le indicará cómo unirse a su cónyuge en diversas circunstancias
y de diferentes maneras. Sea cual fuere la manera de
expresarla, la unión siempre envuelve dos características: (1)
una constante leal- tad, y (2) un amor activo que prosigue, que
no abandona.
Si quiere poner a prueba una acción, una actitud, una
palabra, o una decisión ante las normas bíblicas de esta unión,
formúlese las siguientes preguntas: Esto ¿nos acercará más o
nos separará más?
¿Edificará nuestra relación o la romperá? ¿Producirá una
reacción
positiva o negativa? ¿Expresa mi amor y lealtad a mi
cónyuge, o revela mi individualismo egocéntrico?
Recuerde que el plan de Dios para usted y su cónyuge es
una unión inseparable que ustedes mismos construyen
mutuamente al obedecer su mandamiento de unirse.

6.El matrimonio significa unidad en el más


amplio sentido posible, e incluye la unión física
íntima, sin vergüenza.
«Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y
se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Y estaban ambos
desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban» (Gn
2.24,25).
Vemos ahora que el modelo que Dios estableció para el
matri- monio en la creación producirá algo muy hermoso si se
aplica. Dos llegarán realmente a ser uno. ¡Esto es más que
unidad! Ningún escritor, maestro, o teólogo ha explicado aún
todo lo que significa el hecho de que dos personas lleguen a ser
«una carne». ¡Sólo sabe- mos que ocurre!
Deben notarse varios requisitos elementales. Para que esto
ocurra, el matrimonio tiene que ser monógamo (de dos
personas solamente). En consecuencia, el adulterio y la
promiscuidad que- dan absolutamente prohibidos porque,
como lo destacó el Señor Jesús en el Nuevo Testamento, los
dos llegan a ser uno. La Biblia describe gráficamente los
desdichados efectos del matrimonio polígamo a lo largo del
tiempo y los resultados mortales del adulte- rio. En Proverbios
6.32, por ejemplo, leemos: «Mas el que comete adulterio es
falto de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace».
¡Ciertamente nadie puede alegar como excusa la igno- rancia!
El matrimonio tiene que ser también heterosexual. Dios hizo
una mujer para un hombre. El «matrimonio» homosexual, que
hoy se proclama en ciertas esferas, es una deformación
patética y
escuálida del plan del Creador para la unión santa entre un
hombre y una mujer.
Llegar a ser una sola carne es algo verdaderamente
profundo: envuelve la unión física íntima en el contacto
sexual. Y esto sin ninguna vergüenza entre los cónyuges. ¡Dios
nunca incluyó la ver- güenza en la relación sexual matrimonial!
En vez de ello, la palabra que usa la Biblia para hacer
referencia a la relación sexual entre el esposo y su esposa es el
verbo «conocer», que es un verbo de profunda dignidad.
«Conoció Adán a su mujer Eva, la cual conci- bió...» (Gn 4.1).
«Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le
había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la cono- ció hasta
que dio a luz a su hijo primogénito...» (Mt 1.24,25).
Este verbo «conocer» es el mismo que se usa en Génesis
18.19 para hacer referencia al conocimiento personal que el
amante Dios tenía de Abraham: «Porque yo sé que mandará a
sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de
Jehová, haciendo justicia y juicio».
De modo que, en el modelo divino del matrimonio, la
relación sexual entre el esposo y su esposa incluye el
conocimiento físico íntimo, un conocimiento tierno y personal.
Así, el dejar lo anterior y el unirse y conocerse el uno al otro
da como resultado una nueva identidad en la cual dos se
funden en uno: una mente, un corazón, un cuerpo, y un
espíritu. No quedan dos personas, sino dos fraccio- nes de una.
Esta es la razón por la que el divorcio tiene un efecto tan
devastador.
En el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo utiliza el misterio
de llegar a ser una carne, que se presenta en el Génesis, con su
dimen- sión de la relación sexual, para describir un misterio
aun más pro- fundo: el de la relación entre Cristo y su esposa,
la Iglesia. «Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre,
y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es
este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la
Iglesia» (Ef 5.31,32).
Este es el modelo de matrimonio tal como Dios lo
estableció al principio: una relación amorosa tan profunda,
tierna, pura, e íntima, que está modelada de acuerdo con la
relación de Cristo y su iglesia. Este es el fundamento del amor
que no se apaga y que usted puede experimentar en su propio
matrimonio, un fundamento sobre el cual puede edificarse con
seguridad.
¿ES SU HOGAR UN PARAÍSO
DE FELICIDAD?
Jorge E. Maldonado2

Cuando éramos niños, mamá nos contaba que el Príncipe


Azul encontró a la Princesa Encantada y que, luego de algunas
peripe- cias, los dos se enamoraron, se casaron y «vivieron
felices el resto de sus días.» Esto fue creando en muchos de
nosotros una idea muy ingenua del matrimonio, que contrasta
con las muchas eviden- cias a nuestro alrededor de
matrimonios que no son exactamente como los de los cuentos.
Es posible que ya de grandes todavía sostengamos que el
ho- gar «debe ser un remanso de paz» o «un refugio» o «un
paraíso». Con razón muchas parejas se sienten profundamente
defraudadas cuando el hogar que han formado se asemeja más
bien a un campo de batalla que al soñado paraíso. El creciente
índice de divorcios parece indicar la dificultad de los cónyuges
en aceptar que el matri- monio no es el paraíso donde
descansar, sino solamente el huerto donde trabajar; no es el
refugio a dónde huir, sino el camino que hay que recorrer; no es
el jardín de rosas hecho para disfrutar, sino la parcela donde
laborar.

Un buen hogar requiere esfuerzo


La idea de que un buen hogar se forma por «generación
espon- tánea» o por «buena suerte» ha hecho que no nos
preocupemos de prepararnos adecuadamente para la vida
hogareña. Nos prepara- mos durante años para una profesión,
para una carrera, para un trabajo, en fin, para casi todo, menos
para el hogar y la formación y
el desarrollo de la familia. No encuentro en la Biblia que Dios
haya prometido hacer de cada hogar un paraíso, cualquiera
que sea la connotación que le demos a esta palabra. Lo que sí
encuentro es la intención del Creador de poner al ser humano
en una red de rela- ciones familiares a fin de que se pueda
desarrollar todo su poten- cial: en donde el hombre sea más
hombre y la mujer más mujer; en donde los hijos crezcan
amados y valorados; en donde todos sean cada vez más
humanos para beneficio propio y de los demás. Esa es la
voluntad revelada de Dios para el hogar y con ella ha compro-
metido el poder de su Palabra y de su Espíritu.
El hogar, por lo tanto, sí puede llegar a ser un lugar de
sosiego, un espacio de amor, un sitio de satisfacción y desafío,
pero no sin la dedicación, el trabajo y el esfuerzo necesarios.

El hogar: un lugar para crecer


Cuando me casé, oí que entraba «en el santo estado del
matri- monio». Desde entonces, he tenido que luchar contra un
concepto estático del matrimonio y procurar percibirlo en su
dimensión diná- mica. Para muchos, el formar un hogar
significa arribar a la meta y... descansar. Con razón hay tanto
descuido físico, intelectual y profesional en muchas parejas
que creen que el matrimonio es la graduación de la vida.
El hogar tiene que ser percibido como el espacio en donde
cada miembro crece y se desarrolla en todo su potencial y sus
capacidades. Es en el hogar, más que en ninguna otra parte,
donde los valores abstractos, tales como el amor y la bondad, la
disciplina y el valor, la paciencia y la entrega, se ponen a
prueba. Es allí donde todo lo mejor del ser humano es
desafiado a comprometerse.

Varias etapas
Los que hemos estudiado el matrimonio en su desarrollo
hemos encontrado varias etapas bastante bien definidas. La
primera, la
etapa romántica forjada en base a las muchas ilusiones,
sueños y promesas grandiosas, no dura toda la vida, al menos
en sus dimen- siones iniciales. Tarde o temprano, las finanzas, el
trabajo, los hijos, hacen que la pareja aterrice en la realidad de
un mundo que de- manda esfuerzo para sobrevivir y que
parece amenazar el sueño de eterno romance y encanto.
Aparecen, entonces, las frustracio- nes, las recriminaciones, los
reclamos y la lucha por el poder. Toda pareja, de una forma u
otra, atraviesa por esta etapa, no sin dolor y serios
cuestionamientos acerca de su relación. Es aquí donde mu-
chas personas que se resisten a crecer y a tomar
responsabilidad por su vida, sus actos y sus sentimientos,
deciden romper el vínculo matrimonial. Las parejas que
deciden mantener el hogar por los hijos, por razones
económicas o por las apariencias, pueden encon- trarse en una
etapa de desilusión y separación física, emocional o mental,
que no les permite establecer el hogar que en el fondo anhelan.
Las parejas que, en medio de su frustración y desconcier- to, no
se conforman con una relación mediocre y deciden crecer,
experimentan una profunda transformación. Cada uno comienza
a tomar responsabilidad por lo que es y por lo que quiere. Cada
cual toma en serio la posibilidad de afectar las cosas a su
alrededor y no sólo ser afectado. Ambos descubren que juntos
pueden hacer más que cada uno por separado y eso los anima
en su propósito de compartir toda la vida. Los dos van
caminando en la etapa de la estabilidad, la intimidad y el
compromiso como nunca antes. Eso les anima a continuar
creciendo en su relación, no solo para bien de ellos mismos,
sino para beneficio de toda su familia, su comunidad y las
futuras generaciones.

Conclusión
Dios no nos ha ofrecido un paraíso o un jardín de rosas
cuando formamos un hogar. Eso sí, nos ha entregado un
terreno fértil, he- rramientas, y buenas semillas para que lo
trabajemos con su ayuda
y cultivemos con interés y esfuerzo las flores más hermosas
para bien de muchos y para la gloria de Dios.

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