Josué
Josué
Josué
LIBRO DE JOSUÉ
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misión que le confió Moisés mediante un rito solemne siguiendo las órdenes de
Yahvé (Nm 27,15-23); recibió, como Caleb, la garantía divina de que entraría en
la tierra prometida, debido a su decidida toma de posición junto a Caleb a favor
de la conquista, por la fe en la ayuda de Yahvé, en oposición a los demás
exploradores que desanimaban la realización de la empresa (Dt 1,36-38). Su
protagonismo principal queda claro porque es el primero en tomar la palabra (Jos
1,2-9) y quien pronuncia también el último discurso (Jos 24,2b-13). Palabra que
ordena, anuncia y promete (discurso inicial) y palabra que hace balance de los
beneficios divinos remontándose a un pasado remoto (discurso final). Entre esas
dos importantes intervenciones, Dios no deja de hablar marcando el ritmo de los
acontecimientos (cf. Jos 3,7-8; 4,2-3.16; 5,2.9; 6,2-5; 7,10-15; 8,1-2.18; 10,8;
11,6; 13,1-7; 20,1-6), especialmente con sus órdenes o promesas (Jos 13,6). Josué
es quizá el personaje más extraño de toda la Biblia Hebrea, aunque sólo sea por
no tener mujer ni hijos. Tampoco Jeremías se casó; pero se debió a una
experiencia personal, justificada en nombre de Dios. De Josué no se cuenta nada
por el estilo.
Todos los autores están de acuerdo en que el libro de Josué es el que ofrece
más puntos de contacto con el Deuteronomio, incluso más que los otros libros del
Pentateuco. Ya desde el principio, la referencia a la muerte de Moisés implica una
mirada al final del Dt, donde se cuenta. Este comienzo no se entiende
plenamente por sí solo. Y el discurso de Dios que abre el libro parece una
adaptación y desarrollo del que tiene Moisés a Josué en Dt 31,7-8; por otra pare,
la formulación de los versos 3-4 es casi idéntica a Dt 11,24-25a, cuando Dios dice
a Moisés: «Todo lo que pisen vuestros pies será vuestro; se extenderán vuestras
fronteras del Desierto al Líbano, del Río (Éufrates) al Mar Occidental». Otra
tradición parecida a propósito de las fronteras la tenemos en Dt 1,6-8. Los puntos
de contacto entre ambos libros se pueden agrupar en tres apartados:
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importante de las tribus de Transjordania empalma con Dt 3,12-13.18-20 y lo
desarrolla. Finalmente, Caleb, único individuo de relieve en el libro de Josué (cf.
Jos 14,6-15; 15,13-20), también aparecía en Dt 1,36, donde se anticipa lo que
ocurrirá más tarde.
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HOLMES, tras estudio pormenorizado, que el texto de los LXX se basa en un texto
hebreo distinto y más antiguo del que ahora tenemos. Sin embargo, MARTIN
NOTH, en su comentario (1938 y 1953), mantiene que las versiones antiguas,
incluidos los LXX, sólo condenen pocos detalles más antiguos que el TM actual,
mientras que en la mayoría de los casos tienden a igualar y simplificar. Entre estas
dos posiciones enfrentadas se mueven los autores sin haber llegado a un acuerdo.
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esquema del libro, en el que dos textos (Jos 1,1-9 y 21,43.45) están relacionados
entre sí según la dialéctica promesa-cumplimiento y funcionan como polos
extremos de una inclusión que nos ayuda a leer bajo aquélla todo el libro. Así
todo el proyecto narrativo tiene como objeto poner en evidencia que el
cumplimiento de la promesa divina sobre la posesión de Canaán se realizó gracias
a una constante y extraordinaria providencia de Dios. Con respecto a la
estructura, hay un detalle que llama la atención. El libro comienza con tres
discursos: de Dios a Josué (Jos 1,1-9), de Josué a las autoridades (Jos 1,10-11) y de
Josué a las tribus de TransJordania (Jos 1,12-18). Y termina también con tres
discursos de despedida: de Josué a las tribus de Transjordania (Jos 22), de Josué a
las autoridades (Jos 23) y de Dios al pueblo a través de Josué (Jos 24). Aunque la
equivalencia no es perfecta, ya que no se puede establecer un paralelismo exacto
entre los alguaciles de Jos 1,10-11 y todas las autoridades de Jos 23, tenemos la
impresión de que el libro está muy bien estructurado, al menos en su redacción
final. Estos datos y otros parecidos han movido a ciertos autores a proponer una
estructura concéntrica (cf. GEOFFREY CUMBERLEGE, HANS MÖLLER, YEHUDA T.
RADDAY). Así, el libro de Josué se organizaría de la siguiente manera:
A PRÓLOGO (Jos 1)
- Orden de pasar el Jordán y conquistar Canaán
- Condición: fidelidad al Señor
- Colaboración de las tribus de Transjordania
B CONQUISTA DE LA TIERRA (Jos 2-12)
- Exploración de Jericó (Jos 2)
- Paso del Jordán (Jos 3-4)
- Celebración Pascua y teofanía (Jos 5)
- Toma de Jericó (Jos 6)
- Conquista de Ay (Jos 6-7)
- Engaño de los gabaonitas y pacto (Jos 9)
- Coalición de 5 reyes, victoria Gabaón, conquista de ciudades meridionales (Jos 10)
- Coalición de reyes del norte, victoria israelita (Jos 11)
- Reyes vencidos a los dos lados del Jordán (Jos 12)
B’ REPARTO DE LA TIERRA (Jos 13-21)
- Preámbulo: tierras por conquistar (Jos 13, 1-7)
- Heredad de las tribus de Transjordania (Jos 13, 8-33)
- Heredad de las tribus de Cisjordania (Jos 14-19)
Preámbulo
Heredad de las grandes tribus
Heredad de las tribus menores
- Complementos del reparto (Jos 20-21, 1-42)
A’ CONCLUSIÓN (Jos 22-24)
- Establecimiento de las tribus de Transjordania (Jos 22)
- Últimas recomendaciones de Josué al pueblo (Jos 23)
- Renovación de la alianza en Siquem (Jos 24)
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Las palabras de Dios son tan fundamentales que HENDRIK JACOB KOOREVAAR
las convierte en elemento estructurante del libro hablando de cuatro iniciativas
divinas: 1) cruzar (Jos 1,1-9); 2) conquistar Jericó (Jos 5,13-6,5); 3) dividir la
tierra (Jos 13,1-7); 4) asignar ciudades de refugio (Jos 20,1-6). En realidad, las
palabras divinas no sólo marcan los momentos capitales, sino también otros
aparentemente menos importantes: elección de piedras para el monumento de
Guilgal (Jos 4,2-3), circuncisión (Jos 5,2), pecado de Acán (Jos 7,10-15),
campaña de Ay (Jos 8,1-2), campañas del sur y del norte (Jos 10,8; 11,6), incluso
con órdenes concretas sobre los carros y caballos (Jos 11,6).
* Ahora bien, este don divino es condicionado: exige la fidelidad de Josué (Jos
1,6-9) y del pueblo a la palabra dada a Moisés (Jos 1,7-9; 22,5; 23,6). El valor
supremo de la tierra está relacionado con el valor también supremo de la
adhesión incondiconal al Señor. Si Israel se aparta del Señor, el mismo Dios que
les entregó la tierra, los expulsará de ella. Para evitarlo, hay que huir de la
contaminación con los cananeos. Por eso, es absolutamente necesario no
mezclarse con ellos, sino exterminarlos. De esta forma, implícitamente está
explicado el destierro: Israel no acabó con los cananeos, se mezcló con ellos, se
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dejó contaminar, y el Señor lo expulsó de la tierra. Si Israel sueña de nuevo con
volver a su tierra, debe mantenerse fiel al Señor, no manchándose con la idolatría
entre la que por fuerza tiene que vivir.
JOSUÉ MOISÉS
Celebra la Pascua, una vez entrados en la tierra Celebra la Pascua antes de iniciar la salida de
(Jos 5,10-12) Egipto (Ex 12-13)
Intercede ante el Señor a favor del pueblo que Intercede varias veces a favor del pueblo que
ha pecado (Jos 7, 6-9) se rebela (Ex 15, 25; 32, 11-14; etc.)
Durante una batalla alza la lanza al cielo En batalla, extiende el bastón hacia el cielo
para invocar la victoria (Jos 8, 14-27) para obtener la victoria (Ex 17, 8-16)
Invoca al Señor para que se pare el sol y Ora para obtener la victoria contra
favorezca la victoria (Jos 10, 10-14) Amalek(Ex 17, 8-16)
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Muere silenciosamente a los 110 años
Muere en soledad a los 120 años sobre el
(Jos 24, 29-31)
monte Nebo (Dt 34)
Los israelitas sepultan los huesos de José, Moisés toma consigo los huesos de José (Ex
cerrando simbólicamente la experiencia del 13, 19) cumpliendo lo pedido por el patriarca
éxodo (Jos 24, 32) (Gn 50, 24-25)
De los diversos problemas que plantea el libro, son dos los que más llaman la
atención: las relaciones con los paganos y el anatema (herem). El libro es, en gran
parte, una exaltación de la guerra de conquista (guerra santa), del asesinato de
unos habitantes que parecen vivir tranquilos en su tierra sin atacar nunca a los
israelitas antes de que ellos los ataquen. Una guerra que culmina con el
exterminio de gran parte de la población. Estos problemas no sólo afectan al
lector moderno. También el AT refleja la preocupación por el tema. Los
numerosos textos que intentan justificar la derrota y aniquilamiento de las
poblaciones autóctonas parecen nacidos de la mala conciencia y de la necesidad
de explicar algo que ningún pueblo antiguo ni moderno acepta fácilmente.
La dureza del libro en este punto no puede ser mayor. Lo menos que puede
ocurrirles a los pueblos paganos es ser ignorados. En el discurso inicial de Dios ni
siquiera se los menciona, aunque la fuerza principal recae en sus tierras, que
perderán a favor de Israel. Los pueblos paganos quedan insinuados
indirectamente en las palabras «mientras vivas nadie podrá resistirte» (Jos 1,5).
Son símbolo de oposición y están condenados al fracaso desde el comienzo. La
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relación con ellos será inevitablemente de enfrentamiento. Por eso los de
Transjordania deben pasar el Jordán «bien armados» para ayudar a sus hermanos.
El paso del Jordán no será puente de unión de dos mundos sino guerra declarada
de Israel a los habitantes de Canaán. La escena siguiente demuestra que las
relaciones son malas desde el comienzo. Josué no intenta dialogar con el rey de
Jericó, envía espías; y el rey responde con la misma moneda, intentando
capturarlos. Sólo la figura de Rajab queda a salvo, pero por haberse portado bien
con los espías. Rajab es la excepción. En la ficción deuteronomista, Israel y los
paganos están abocados a luchar. Los paganos se sienten inicialmente
desanimados (Jos 2,11; 5,1), temerosos como los habitantes de Jericó, encerrados
dentro de sus murallas (Jos 6,1). Más tarde emprenderán la contraofensiva tanto
en el Sur (Jos 10,1-5) como en el Norte (Jos 11,1-5). Pero, en la perspectiva del
libro, no luchan por el placer de luchar (como hará más tarde el amonita Najas al
sitiar Yabés de Galaad: 1 Sm 11), sino aterrorizados ante lo que les espera: la
misma fortuna que a Jericó y a Ay.
El mensaje del libro a propósito de los paganos no termina aquí. Aunque hayan
perdido sus tierras, siguen presentes. Y contra ellos advierte de forma notable el
primer discurso de despedida de Josué (Jos 23). En este caso, de forma mucho más
moderada, no se anima a matarlos. Basta defenderse de ellos y de sus dioses no
emparentando con ellos. En lo anterior, como en otras cosas, el libro de Josué
sigue la mentalidad del Dt. El texto clave lo encontramos en Dt 7,1-6.16.22-26:
«Cuando el Señor tu Dios los ponga en tu poder y tú los venzas, los consagrarás
sin remisión al exterminio. No pactarás con ellos ni les tendrás piedad. No
emparentarás con ellos: no darás tus hijos a sus hijas ni tomarás sus hijas para tus
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hijos. Porque ellos los apartarán de mí para que sirvan a dioses extranjeros...» (Dt
7,1-6). «Devora a todos los pueblos que te entregue el Señor. No tengas
compasión de ellos ni des culto a sus dioses, porque serán un lazo para ti» (Dt
7,16). «El Señor, tu Dios, los entregará ante ti, sembrando en sus hijas el pánico,
hasta destruirlos. Entregará a sus reyes en tu poder, y tu harás desaparecer su
nombre bajo el cielo. No habrá quien se te resista hasta que los destruyas a todos»
(Dt 7,23-24). En estas exhortaciones se advierten enfoques muy distintos, desde
el simple no emparentar hasta el cruel exterminar.
Dejando para el apartado siguiente el tema del exterminio, digamos algo sobre
el no emparentar con los paganos. Que los israelitas (varones y mujeres)
desposaban a hombres y mujeres de otros pueblos no precisa demostración. La
Biblia lo consigna en numerosas ocasiones. Lo típico de los autores de la historia
deuteronomista es que ven en esta práctica un peligro de contaminación
idolátrica. A la larga, los niños darán culto a los dioses de sus madres. La mejor
forma de evitarlo es impidiendo esos matrimonios. En defensa de la mentalidad
deuteronomista podemos aducir que «el culto a los innombrables ídolos es
principio, causa y fin de todos los males» (Sab 14,27). Pero esta afirmación se
puede compaginar con una postura mucho más moderada y comprensiva ante los
paganos, como la que revela el mismo autor del libro de la Sabiduría. Por
desgracia, los deuteronomistas no quedaron solos en su dura perspectiva. El
miedo o desprecio a los paganos revivirá con fuerza durante el siglo V, en tiempos
de Esdras y Nehemías (Esd 9-10; Neh 13,23-28), marcando para siempre al
judaismo. Es un misterio intelectual y teológico que el pueblo que puso las bases
ideológicas de la unidad de la raza humana terminase encerrándose en un gueto.
Las experiencias tan duras de siglos de opresión pueden explicarlo en parte. Pero
lo grave en el caso de los deuteronomistas es que ellos no justifican su teoría en la
conducta brutal de los paganos sino en una imagen concreta de Dios.
Hemos mencionado lo que para nosotros es otro de los lados oscuros: el herem
o anatema. En virtud de él, cada victoria en la guerra santa culmina en el
exterminio de toda la población, incluidos niños y mujeres. Según el libro de
Josué, el anatema fue aplicado sistemáticamente a las poblaciones conquistadas.
El sustantivo herem (~rx, «anatema») se usa 29 veces en el AT, 13 de ellas en el
libro de Josué (12 en relación con Acán). El verbo se usa en 49 ocasiones: 14 en
Josué (6x en Jos 10 y 4x en Jos 11) y 7 en 1 Sm 15. La legislación sobre el
anatema la encontramos en tres casos: 1) en relación con los siete pueblos de
Canaán (Dt 7,2); 2) en el caso de la ciudad apóstata: todos deben morir, incluido
el ganado, los bienes se incendian (Dt 13,13-19); 3) en la ley de la guerra (Dt
20,12-18), donde se distinguen dos casos: a) si se trata de una ciudad lejana, todos
los varones deben morir, pero las mujeres, los niños y el ganado pueden
conservarse como botín (Dt 20,12-15); b) si se trata de una ciudad del territorio
palestino, todos morirán sin excepción (Dt 20,16-18); en la venganza contra los
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madianitas, donde no se usa la misma raíz, sólo se libran las niñas y las jóvenes
que no han tenido relaciones con varones (Nm 31,1-18). En los tres casos está
claro el peligro religioso.
1) Sin intentar defender dicha ley, podríamos decir en su favor que impide que
la guerra se convierta en medio de enriquecimiento. Al deber aniquilarlo todo, la
campaña militar no repercute en beneficio de la tropa ni del pueblo; no aumenta
el número de esclavos, no se apoderan del ganado ni de los tesoros. El
cumplimiento del anatema constituía asimismo un acto supremo de religión: los
soldados sedientos de botín tenían que consagrarlo entero al Señor (Jue 5, 30; 1 S
15). La guerra se convierte así en la salida última, inevitable, ante una situación
extrema. Nunca podrá ser la tapadera de un afán de dominio o de las ventajas
económicas de una minoría. La ley del anatema es lo más opuesto a la antigua y
moderna concepción de «la guerra como negocio y el negocio de la guerra». De
todos modos, esta postura no nos deja satisfechos.
2) La segunda postura afirma que las cosas no ocurrieron como las cuenta el
libro de Josué. La entrada de los israelitas en Canaán tuvo mucho más de
«infiltración pacífica» que de «conquista». Si hubo alguna escaramuza,
predominaron los momentos de convivencia pacífica y de alianzas con los
anteriores habitantes, al estilo de lo que ocurre con los de Gabaón. Es muy posible
que en la conquista de Canaán no se aplicó el anatema con la universalidad y
radicalidad que cuenta el libro de Josué: de hecho, en las condiciones precarias en
que se encontraban no podían destruir sistemáticamente todo el botín. Entonces,
¿por qué cuenta las cosas de ese modo? El libro de Josué está escrito bastante
después de la conquista y desde la perspectiva de la catástrofe. La tierra, esa tierra
conquistada por Josué, ahora se ha perdido. El pueblo de Israel ha construido este
relato épico y ha recordado de modo glorioso su pasado en un momento en que
veía cómo había perdido la tierra. Ha querido exorcizar el presente con la ayuda
del pasado. Se presenta así una visión ideal de la conquista adoptándose un estilo
que tiene entre sus características más importantes la voluntad de embellecer y
exagerar, el género epopeya en el que e no valen medias victorias: o son completas
o no son. ¿Por qué se ha perdido la tierra según esta presentación? La respuesta
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de la historia deuteronomista es sencilla: por haber abandonado a Dios y haber
servido a los ídolos de los pueblos que nos rodean. Inversamente, a la pregunta:
¿cómo pudo Josué conquistar la tierra?, se contesta: porque no abandonó en
ningún momento al Señor, no se dejó seducir por dioses extraños y aniquiló a
todos los que podían representar un obstáculo para la fe de Israel. El narrador
generalizó las cosas, no para que el Israel de su tiempo las repitiera, que estaba
muy lejos de poder intentarlo, sino para que entendiera que el gran peligro estaba
en la convivencia con los idólatras y el posible contagio de idolatría.
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