Biblia Dialogada
Biblia Dialogada
Biblia Dialogada
Rosy. ¿De veras, Padre Luis, que quiere darnos un Curso de Biblia?… Javier y yo
estamos entusiasmados…
P. Luis. Pues, sí. Y se me ocurrió, como un chispazo, al leer unas palabras del Evangelio
de Juan, cuando Jesús, en la Ultima Cena, se dirigió al Padre con un arrebato sublime:
“Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que tú enviaste,
Jesucristo”..
Por eso nosotros, ¡queremos conocer a Dios, queremos conocer a Jesucristo, porque
queremos poseer la vida eterna!…
P. Luis. ¡Claro que sí! Para conocer a Dios y conocer a Jesucristo, vamos a tomar la
Biblia en nuestras manos, porque sabemos que en ella nos encontramos con Dios nuestro
Padre y ella nos descubre el misterio de Jesucristo.
Javier. Cierto. Tengo muy leído lo que el Concilio nos dijo con palabras muy bellas:
“En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus
hijos para conversar con ellos”.
P. Luis. Tenía yo muy presentes esas palabras. Y ellas me han inspirado el título que
vamos a dar a nuestro trabajo: CON LA BIBLIA, AL ENCUENTRO DE DIOS. Aunque al
Curso, propiamente dicho, lo llamaremos: Curso de Biblia Luz y Vida.
Rosy. ¡Qué título más lindo!… Se me ocurre desde ahora que con la Biblia, entendida y
saboreada, nos va a pasar lo que a Adán y Eva inocentes en el paraíso: que va a ser un
charlar amigable con Dios, del que leemos que bajaba con la fresca del atardecer a pasearse
por el jardín con nuestros primeros padres.
P. Luis. Rosy, empiezas con la mejor disposición. Te veo con ilusión y muy
preparada…
Javier. Padre, habrá de completar la palabra de Jesús sobre Sí mismo en ese texto de
Juan…
P. Luis. Naturalmente, que hay que completarla. Por la Biblia conoceremos también a
fondo la persona y la verdad de Jesucristo, del que nos dice el mismo Concilio que “está
presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien
habla”.
Rosy. ¡Vaya! Como aquella tarde tan poética y emocionante con los dos de Emaús…
Javier. No cuesta mucho volver la frase al revés, y decir con seguridad y aplomo: Si
leemos y entendemos la Biblia, conoceremos de tal manera a Jesucristo vivo que nos lo
comeremos en su palabra como nos lo comemos en su cuerpo y sangre con la Eucaristía…
P. Luis. Empiezan los dos muy bien. Por eso mismo, yo soy el primero en animarme, y
los tres hacemos muy nuestra la recomendación del Concilio: “Tengan diariamente en las
manos la Sagrada Escritura, a fin de adquirir, por la lección y meditación de los sagrados
libros, el sublime cocimiento de Jesucristo”.
Rosy. Creo, Padre, que lo que usted nos propone está muy conforme con el pensamiento
de la Iglesia en nuestros días, según lo que se nos dice con frecuencia…
Rosy. Y esto lo dice por nosotros, los laicos, y no precisamente por los curas.
P. Luis. Y precisa más todavía el Papa: “Hace falta consolidar y profundizar esta
orientación, a través de la difusión de la Biblia en las familias. Es necesario que la escucha
de la palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua tradición de la lectio divina,
que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la
existencia”.
Rosy. Como si dijera, en otras palabras: que hay que tomar la Biblia en la mano para
saber y poder cambiar nuestras vidas.
Javier. Padre Luis, mientras usted habla con palabras tan solemnes del Papa, yo me
estoy preguntando: Entonces, ¿tiene razón de ser, es interesante, vale la pena el que
nosotros queramos dictar y escuchar por las ondas de la radio o la televisión un Curso de
Biblia?…
P. Luis. ¡Pues, claro que vale la pena!… Conociendo mejor la Biblia la amaremos
mucho más, nos aficionaremos más a ella, y llegará momento en que haremos realidad lo
de San Jerónimo, el gran Doctor de las Sagradas Escrituras, a su más querida discípula:
“Que te sorprenda el sueño con el libro entre las manos y acoja la página santa el rostro que
se cae dormido”.
Rosy. Y esto se lo decía a una mujer como yo, en aquellos tiempos en que la mujer
estudiaba muy poco. Hoy, ¿qué nos diría y exigiría un Santo y Doctor tan serio?…
Javier. ¡Nos lo podemos imaginar!… En el hablar con Dios que con la Biblia sale a
nuestro encuentro amorosamente ¾¡cuánto que me gusta esta expresión del Concilio!¾, y
en el conocer más y más a Jesucristo, no hay distinción de sexos ni tienen más palabra los
machistas que los feministas: es cosa que a todos nos toca por igual…
P. Luis. ¿Y qué les parece esa expresión de que la Biblia es la “carta” de Dios dirigida a
los hombres?…
Rosy. A mí me encanta. Si leemos con tanto afán la carta que nos llega de un ser
querido, ¿cómo no vamos a leer con ilusión, y leer y releer, la carta que nos llega de Dios?
…
P. Luis. A eso iba yo. Esta expresión: “La Sagrada Escritura, carta de Dios”, es ya muy
antigua. Lo dijo San Agustín con expresión muy bella: “De aquella ciudad hacia la cual
peregrinamos nos llegaron unas cartas: son las sagradas Escrituras que nos exhortan a vivir
bien”.
Javier. No son carta sólo de amor afectivo, sino muy intencionadas de parte de Dios:
¡para enseñarnos a vivir bien!
P. Luis. El Papa San Gregorio Magno, en el siglo sexto, explanó más este pensamiento:
“El emperador del cielo, el Señor de los hombres y de los Ángeles, te escribió sus cartas,
para que de ellas vivieras. Porque, en verdad, ¿qué es la Sagrada Escritura sino una carta de
Dios omnipotente a su criatura?”…
Javier. Y, como carta, seguramente era leída con ilusión. ¿No habrá casos notorios en la
Historia de la Iglesia?
P. Luis. Muy bien hecha la pregunta, Javi. Los casos están a montones. Valga por todos
uno muy antiguo. Fue proverbial la atención y el afán que el gran Santo del desierto, San
Antonio Abad, ponía en la lectura de estas cartas de Dios, y las veces que las leía y las
volvía a leer, como nos cuenta su discípulo el Doctor San Atanasio: “Ponía tanta atención
en la lectura, que retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llegó un momento en
que su memoria suplía los libros”.
Rosy. Eso es muy explicable en un monje del desierto, allá por el año 250. Pero en
nuestro siglo, con la vida que llevamos…
P. Luis. Pues, Rosy, mira ahora a una mujer como tú, bien moderna, primero ferviente
protestante y después convencida católica. Leía continuamente en seis lenguas esa carta de
Dios, y nos dice de sí misma: “Me vienen espontáneamente y puedo citar de memoria
innumerables pasajes de la Biblia. Jamás pensaría en emprender un viaje sin la Biblia, lo
mismo que sin el cepillo de dientes”.
Javier. Eso de que la Biblia contiene las cartas de Dios me trae a cuento lo que se dice
de los chinos en la época imperial. Cuando el emperador escribía una carta, la metía en un
envoltorio de púrpura o de seda, la colocaba ante su trono, la depositaban después en una
carroza escoltada por guardias, y así era llevada a su destino entre la reverencia del pueblo.
Rosy. Pues nosotros los cristianos no nos quedamos atrás en veneración a la Sagrada
Biblia, a las cartas que Dios nos manda. He leído cosas muy bellas. Por ejemplo, San Juan
Crisóstomo, tan gran Obispo y Doctor de la Iglesia, decía con algo de exageración: “Si has
de tomar el Evangelio, lavas las manos y lo sostienes con mucha reverencia y veneración”.
Javier. Según tengo leído, el antiguo poeta cristiano Prudencio, besaba con amor
profundo los libros Sagrados porque eran escritura de Dios.
Y Santa Juana Francisca Fremiot de Chantal, tan elegante y aristócrata, al acabar la
lectura de la Biblia besaba amorosamente el libro, diciendo: “Creo de corazón y lo
confieso con mi boca”.
P. Luis. Muy bien, Rosy y Javi, por testimonios tan bellos y que se saben tan de
memoria…
Javier. Nos quejamos muchas veces de los males del mundo moderno, graves
ciertamente. ¿No cree usted, Padre Luis, que sería un buen remedio para curarlos el ponerse
más en contacto con la Palabra de Dios en la Biblia?…
Rosy. Con este ejemplo, Padre, ha venido a decirnos que la Palabra de Dios leída,
meditada, asimilada, elimina todo mal del alma y hace robustos los espíritus, llenos de
vigor celestial.
P. Luis. Justo. Y esto es lo que pretendemos con este Curso de Biblia que hoy
iniciamos. Queremos conocerla más y mejor, para asimilarla hasta convertirla en vida de
nuestra vida.
P. Luis. Y esto se lo confirmo con unas palabras del Concilio y que repite el gran
Catecismo de la Iglesia Católica: “Es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios,
que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del
alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual”.
P. Luis. Eso decían ya los judíos del Antiguo Testamento. En el Nuevo, Pablo dará la
razón suprema cuando nos diga: “Toda Escritura inspirada por Dios es útil para enseñar,
para convencer, para corregir y para educar en la justicia y santidad, a fin de ser perfectos y
estar prontos para toda obra buena”.
Javier. Muy bien todo, Padre Luis. Pero, ¿no soñamos demasiado, y no emprendemos
algo muy subido?… ¡Un Curso de Biblia por radio o televisión!… ¿No lo tendrán algunos
por algo muy atrevido?…
Rosy. En este caso, ya sabemos quién va a ser el maestro y quiénes los discípulos.
Aceptado con gusto…
P. Luis. Gracias, Rosy, por aceptar el papel que a mí me toca como sacerdote, al que se
le supone más preparado en la Teología y en la Sagrada Escritura. Ya San Jerónimo, el
máximo Doctor de la Biblia, decía para que nadie se extrañase: “No puedes adentrarte en
las Sagradas Escrituras sin un guía que vaya delante de ti mostrándote el sendero”.
Javier. Es la tercera vez que en pocos minutos nos ha citado a San Jerónimo. Algo
tendrá que ver este Santo con la Biblia…
Rosy. No se me va de la cabeza eso del principio: Dios y Jesucristo que, con la Biblia,
nos salen al encuentro para darnos la vida eterna…
Cuestionario
Javier. Bien, Padre Luis. Venimos con un poco de impaciencia a la primera lección de
nuestro Curso sobre la Biblia. ¿Con qué va a comenzar?
Javier. Mejor será, Padre, que nos la dé usted mismo. ¿Qué entiende usted por La
Biblia?
P. Luis. Les quiero dar una definición o descripción muy sencilla, sin complicaciones
académicas. Mi pensamiento lo tienen en estas palabras: -Llamamos Biblia o Sagrada
Escritura a la colección de libros divinamente inspirados que contienen la revelación de
Dios y nos transmiten su palabra en la historia de la salvación.
Rosy. Dice que es sencilla, pero creo que habrá de ir por partes, porque yo la veo muy
densa y hasta algo complicada.
P. Luis. Naturalmente, que hemos de explicar cada uno de los puntos. Y empiezo por el
más sencillo. La Biblia la vemos y la tenemos nosotros en un solo volumen, pero no es un
libro solo, sino una colección de libros, hasta setenta y tres, según la lista que nos da la
autorizadísima Biblia de Jerusalén.
Rosy. O sea, que la palabra “libro” en la Biblia tiene un significado algo diferente que
en nuestro lenguaje moderno.
P. Luis. Dices bien. Porque es un libro la extensa profecía de Isaías, y es otro libro
entero la carta de Pablo a Filemón, que no pasa de ser un billetito como los nuestros… De
hecho, Biblia en griego es palabra plural, y significa no libro, sino libros.
Javier. ¿Y estos libros, en su conjunto, son los que contienen la Revelación de Dios a
los hombres?…
P. Luis. Con esto, Javi, das un paso más en la lección de hoy al emplear la palabra
revelación. Aunque nadie ha visto ni puede ver a Dios, aseguramos que Dios se ha
revelado, que se ha manifestado a los hombres y les ha comunicado sus mismos secretos
divinos.
P. Luis. Explicar esto se nos va a llevar una lección entera, cuando veamos qué significa
eso de que Dios, un Dios misterioso y escondido, como lo llama Isaías, se nos haya abierto
tan de par en par…
Rosy. Bien. Aunque lo haya de explicar otro día, avance alguna idea de cómo lo ha
hecho Dios.
P. Luis. Dios lo ha hecho por medio de su palabra, que ha tomado las formas de la
palabra humana, la nuestra, la que usamos los hombres. Aunque esto se nos llevará otra
lección expresa: qué es y cómo es la palabra que Dios ha usado para revelarse.
Javier. Me imagino que Dios no usaba una grabadora como las nuestras para que su
palabra permaneciera en el mundo. Entonces no había semejantes instrumentos. ¿Cómo lo
hizo?…
Rosy. Yo pensaba lo mismo. ¿Y qué pasó con la palabra que Dios habló un día?
¿Desapareció como un sonido en el espacio y ya no se oyó más?
P. Luis. Muy bien hechas semejantes preguntas. Dios no usó una grabadora,
ciertamente, porque hizo algo mucho mejor. Dios quiso que esa su palabra, transmitida de
viva voz en un principio, la escribiesen unos hombres, a los que el mismo Dios inspiraba y
movía para que la hicieran llegar hasta nosotros de la manera más pura.
P. Luis. Justo. ¡Y ahora sí que se meten en un asunto importante, y que se nos llevará
otra lección también expresa! Al inspirar Dios a los escritores de la Biblia, era Dios quien
se hacía responsable de todos aquellos escritos, de manera que todo quedaba consignado
como palabra de Dios.
Rosy. Pero, por eso, no dejaba de ser también palabra de los hombres que escribían.
P. Luis. Rosy, te adelantas mucho sobre lo que habremos de explicar. Y dices muy bien
de que esa palabra era también palabra de hombres. Porque eso de escribir su revelación,
Dios lo hizo dentro de un pueblo concreto, el pueblo judío, con su historia, sus costumbres,
su tierra y su lengua propia, a lo largo de muchos siglos.
Javier. ¡Claro! Escrita en otra parte, hubiera sido de otra manera, aunque también
hubiese sido Palabra de Dios.
P. Luis. Bien dicho. Si la Biblia se hubiera escrito en un pueblo tan antiguo como la
China, sería también palabra de Dios, pero tendría unas formas totalmente distintas de las
que tiene ahora, escrita como fue por el pueblo y dentro del pueblo judío. Esto exige de
nosotros que, para entender la Biblia, conozcamos lo que son los diversos géneros
literarios.
Javier. Tengo entendido que los escritos primeros de la Biblia, muy elementales,
empezaron quizá con Moisés unos mil doscientos años antes de Jesucristo. Y que los
últimos escritos son de los Apóstoles y discípulos dentro ya de la era cristiana.
P. Luis. Es muy cierto. Por eso quiso Dios que la revelación por su propia palabra,
transmitida a lo largo de tantos siglos, quedase estampada en unos papiros o papeles que
han llegado hasta nosotros, revelación y palabra de Dios que la guardamos y leemos en lo
que llamamos la Biblia, la Sagrada Escritura, compuesta a lo largo de muchos siglos, y
fijada en lo que se llama el Canon o catálogo de los Libros sagrados.
Rosy. La explicación de todos estos puntos exige varias clases o charlas para situarnos
debidamente cuando queremos estudiar la Biblia… ¿Nos va a dictar clase sobre cada uno
de estos temas?…
P. Luis. ¡Claro que sí! Por eso les digo ya desde ahora en qué van a consistir las
primeras clases.
- Un día hablaremos sobre este punto concreto: Dios se nos ha revelado.
- Después, diremos cómo es la palabra que Dios nos ha dirigido.
- Explicaremos a continuación lo que significa la inspiración de Dios a los escritores
sagrados.
- Para ir bien orientados, hablaremos de las diversas clases de lenguaje que usaron los
escritores de la Biblia, lo que se llama géneros literarios.
- Llegaremos así a la formación de la Biblia, hasta llegar a su fijación en lo que se llama
el Canon de los Libros Sagrados.
- Y por último, para situarnos debidamente en el mundo bíblico, daremos algunas
nociones sobre los países en que moró Israel, las lenguas que habló y los puntos capitales
de su historia.
- No estará mal el que hablemos, finalmente, de las disposiciones con que debemos leer
la Biblia, a fin de que la palabra de Dios sea realmente eficaz en nosotros y nos haga vivir a
plenitud la vida cristiana.
Después de estas lecciones previas, nos podremos meter con pie seguro en el estudio de
la Biblia, de modo que nos resulte un verdadero placer para el espíritu.
Javier. Padre, es muy vasto ese plan que nos propone. Pero se presenta interesante…
P. Luis. He creído que era una necesidad exponer todo el proyecto de nuestro Curso,
que, como ven, puede tener una amplitud muy grande. Dios, con su Palabra, ha venido a
nuestro encuentro. Y nosotros vamos “Con la Biblia al encuentro de Dos”
Porque nos preguntamos.
¿Nos damos cuenta de lo que significa el que Dios se nos haya revelado, que nos haya
dicho cómo nos ama, cómo nos quiere salvar, cómo cuida de nosotros, cómo empeña su
palabra de guiarnos hasta la vida eterna?… Esto nos lo explicará esa lección sobre la
Revelación.
¿Nos damos cuenta de lo que significa para nosotros el tener la palabra de Dios como
lámpara del sendero, de manera que no tropecemos en nuestro caminar hacia nuestra
salvación y de que podamos entablar diálogo con el mismo Dios?… Eso lo veremos en la
lección sobre la Palabra de Dios.
¿Nos damos cuenta de la seguridad que nos ofrece la Biblia con todas sus enseñanzas, al
saber que no tiene error alguno, porque Dios sale responsable de toda ella? Esto nos lo
enseñará esa lección tan importante de la Inspiración.
¿Nos damos cuenta de la belleza del lenguaje que Dios emplea con nosotros, para que le
podamos entender mejor, y sepamos dirigirnos a Él tal como somos, sin demasiadas
complicaciones, mejor dicho, sin complicación alguna? Es lo que aprenderemos con eso de
los diversos Géneros literarios.
¿Nos damos cuenta de la benignidad de Dios al entregarnos por escrito esa su revelación
y esa su palabra, de modo que no las echemos al olvido y las tengamos presentes en
cualquier instante de nuestra vida?… Es lo que aprenderemos en la lección sobre el Canon
de las Sagradas Escrituras.
Perdónenme. Hoy estoy tomando yo demasiado la palabra, sin que ustedes intervengan
casi en nada…
Rosy. No importa, Padre. Ante los temas que nos propone, veo que tendremos tiempo de
preguntarle muchas cosas y de satisfacer nuestra justa curiosidad.
Javier. Cuando pensamos de las Sagradas Escrituras tal como usted nos habla,
entendemos la avidez con que las personas de fe han leído siempre la Biblia.
P. Luis. Esa es la verdad. En ella encuentran sus delicias, como las encontraba hace ya
muchos siglos el profeta Jeremías, que exclamaba con emoción incontenible: “Se
presentaban tus palabras, y yo las devoraba: era tu palabra para mí un gozo y alegría del
corazón”.
Javier. Yo pienso que al estudiar la Biblia tal como nos lo proponemos nosotros,
vamos a ver muy pronto que Dios no ha querido precisamente darnos a conocer dogmas,
doctrinas enrevesadas y normas morales que nos esclavicen, sino todo lo contrario.
Rosy. Eso, por supuesto. Dios se nos ha querido manifestar como Padre amoroso, que
nos quiere salvar. Sus mismos mandamientos nos traen felicidad, porque nos liberan del
mal y nos abren el camino de la justicia y de la paz. Esos mandamientos nos hacen al
pueblo cristiano ahora, como antes al pueblo judío, una gente selecta y hasta excepcional.
P. Luis. Oye, Rosy. Para confirmar lo que dicen los dos, tú y Javier, toma la Biblia y
abre sin más el libro del Deuteronomio, en el capítulo cuarto. Nos vas a leer desde el
versículo 5 al 8 lo que Moisés dijo al pueblo después que les entregara la ley. Es un párrafo
muy bello y que da la razón plenamente a lo que Javier nos acaba de decir.
Rosy. ¿El capítulo cuarto, me dice?... Aquí lo tengo. No me ha costado nada encontrarlo,
y dice así en esos versículos del 5 al 8:
- “Miren: tal como Yahvé mi Dios me ha mandado, yo les doy preceptos y normas para
que los pongan en práctica. Ellos son su sabiduría y su inteligencia a los ojos de los demás
pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de todos estos preceptos, dirán: ‘Ciertamente,
esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente’. Porque, en efecto, ¿hay alguna nación tan
grande que tenga sus dioses tan cerca como lo está Yahvé nuestro Dios siempre que lo
invocamos? ¿Y qué nación hay tan grande cuyos preceptos y normas sean tan justos como
toda esta ley que yo les propongo hoy?” .
P. Luis. Muy bien. Al escuchar estas palabras tan estimulantes de Moisés, hemos de
pensar no sólo en los Diez Mandamientos, que sería estrechar mucho los límites de la
palabra de Dios. Sino que hemos de mirar todo el conjunto de la revelación, que culmina en
Jesucristo.
Javier. Por nuestra parte, esto es lo que queremos con este Curso: llenarnos de la
sabiduría que nos infunde el mismo Dios con su palabra contenida en la Biblia.
Rosy. Ni más ni menos. Yo creo que nos ha tocado una gran suerte al ver que en
nuestros días hay tanto afán por estudiar la Biblia. Y nosotros no vamos a ser menos.
P. Luis. Lo que antes decía Luis —eso de que la Biblia no nos da verdades abstrusas ni
nos propone mandatos esclavizantes— nos lo dijo el Concilio con estas palabras tan
hermosas: “Dios, movido de amor, habla a los hombres como amigos, y trata con ellos para
invitarlos y recibirlos en su compañía”.
Rosy. Si es así, como usted nos dice con palabras del mismo Concilio, yo me pongo a
pensar y me pregunto: ¿A que, cuando acabemos el Curso que empezamos con tanta
ilusión, conoceremos a Dios mucho mejor que lo conocemos ahora?…
Javier. Yo me pregunto lo mismo. ¿A que nos sentiremos más felices en nuestra vida
cristiana?… ¿A que tendremos verdadero placer en recorrer las páginas de la Sagrada
Escritura?… ¿A que después no la dejamos caer de nuestras manos?...
P. Luis. ¡Vaya preguntas que se hacen los dos! Con palabras tan graves y aplomadas,
casi nos están haciendo una apuesta. ¿Están seguros de que no la vamos a perder?…
Javier. Bien, Padre Luis. Aquí nos tiene llenos de curiosidad por saber bien qué es eso
de la REVELACION, primer tema que nos anunció en la charla anterior.
P. Luis. Eso del “cómo” es Dios es algo complicado. Pero podemos decir mucho. No
sabemos decir, por ejemplo, cómo es la hermosura de Dios; pero sabemos que no tiene
imperfección alguna y que no le falta nada para ser eso, una hermosura sin límite alguno,
hasta no poder serlo más. Pero, vaya, dejémonos de filosofías y vayamos al grano. ¿Qué
entendemos por revelación?…
Javier. Si examinamos la palabra, la cosa parece bastante clara. Para mí, revelar es lo
mismo que descubrir, quitar el velo que oculta una cosa. Es como abrir una tapa a fin de
que aparezca lo que se esconde dentro.
P. Luis. Perfecto, Javi. Aplicado ahora esto a Dios, cabe preguntar: ¿Hay que quitar
algún velo o remover alguna tapa a fin de poder ver a Dios?… Pues, sí. A pesar de lo claras
que son todas las cosas que Dios ha hecho, Dios se ha escondido de tal manera que nos es
imposible verlo. Hay que quitar o remover algo para poderlo ver.
P. Luis. El profeta Isaías le dice a Dios: “Tú eres un Dios misterioso, escondido”,
porque estaba actuando en Israel y nadie lo veía. El Evangelio es más claro aún: “Nadie ha
visto jamás a Dios”.
Rosy. Entonces, ¿cómo es que conocemos a Dios? ¿Cómo sabemos que existe? ¿Cómo
sabemos tantas cosas de Dios?…
P. Luis. Conocemos a Dios, sabemos tanto de Él, penetramos hasta su vida íntima, por
la sencilla razón de que el mismo Dios se nos ha revelado. Y esto significa la palabra
REVELACION: la manifestación, el descubrimiento que Dios ha hecho de Sí mismo para
que le conozcamos.
Javier. Si es así, yo creo que esta palabra “Revelación” es de grandísima importancia
cuando leemos y estudiamos la Biblia. Porque la Biblia contiene la palabra con que Dios se
nos ha revelado.
P. Luis. Citas la Palabra de Dios. Otro día hablaremos de la Palabra. Hoy nos fijamos
sólo en la Revelación, aunque Palabra y Revelación están estrechamente unidas y las dos
nos interesan grandemente.
Rosy. Yo pregunto algo inquieta: Pero, ¿es cierto que Dios se nos ha revelado?…
P. Luis. Rosy, te voy a responder de una manera muy autorizada, con el Magisterio de
la Iglesia. El Concilio nos lo dice con unas palabras preciosas, que ya las hemos dicho
alguna vez, y esta de ahora no será seguramente la última. Nos dice: “Quiso Dios, con su
bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad… En esta
revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con
ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía”.
Rosy. Precioso este párrafo, que me da la respuesta más precisa, y que suscita en
nosotros nuevas preguntas, llenas de curiosidad: ¿Cómo se ha revelado Dios?… ¿Dónde lo
puedo descubrir y ver?… ¡Quiero verlo yo, yo!… ¿Es esto posible?…
P. Luis. Aquí está la cuestión principal de hoy. Y tus preguntas no responden a una
curiosidad malsana, sino a una curiosidad muy amorosa.
Javier. Diga, Padre, diga…, que esa curiosidad no es sólo de las mujeres.
Javier. O sea, que las revelaciones de Dios no fueron como las modernas que hemos
visto en la Iglesia, por ejemplo de la Virgen en Lourdes o Fátima, o del Sagrado Corazón a
Santa Margarita María.
P. Luis. Bien preguntado eso desde el principio. No; la revelación de Dios no fue así,
aunque también hubo apariciones como ésas que citas. La Revelación de Dios fue
ordinariamente de otra manera.
Rosy. Empiezo por aprender bien una cosa: que la Revelación de Dios no consistió
precisamente en visiones como ésas, aunque sedan tan interesantes.
P. Luis. Ante todo, tengamos presente lo del Evangelio, que es bien firme: “Nadie ha
visto jamás a Dios”. Sin embargo, Dios se ha revelado clarísimamente de tres maneras muy
distintas:
Primera, por la creación.
Segunda, por la historia de Israel, el pueblo elegido.
Tercera, por Jesucristo, en quien lo hizo de una manera total, definitiva, sin que se pueda
esperar ya ninguna revelación posterior.
P. Luis. Dios se ha manifestado, ante todo, por la Creación. Al ver las obras que llenan
en Universo; al saber que todas empezaron; al contemplar su inmensidad, su orden, su
belleza…, la razón humana se levanta sin más a un Hacedor, a un Creador, al que los
hombres de todos los tiempos han llamado siempre DIOS. En esta revelación de basa la
religión de todos los pueblos primitivos.
P. Luis. Es tan importante esta revelación de Dios, que el apóstol San Pablo llama
culpables ante el tribunal divino a los que no lo ven ni lo adivinan en sus obras. Los ateos
no tienen excusa.
Javier. Los ateos culpables; los ciegos voluntariamente, no tienen excusa. Allá ellos…
Si eso es cierto, nosotros, al revés de ellos, al contemplar las criaturas tan bellas sentimos
un gozo inexplicable, porque adivinamos en cada una de ellas la mano y la mirada
complacida de Dios…
Rosy. Yo pienso igual, igual… ¡Y cómo me gustaría hablar de esto! Pero vale más que
sigamos escuchando sobre las otras formas de la revelación de Dios…
P. Luis. Sigo, pues. Cuando el hombre perdió su inocencia y se rebeló contra Dios por el
pecado, los hombres dejaron de ver a Dios en la creación; o mejor dicho, lo siguieron
viendo, pero en medio de muchos errores y mucha ofuscación y mucha desviación moral.
Javier. ¡Harto lo sabemos por la Historia de los pueblos antiguos! Y también por la de
muchos modernos…
P. Luis. No te adelantes, Javier, que ya veo a dónde vas. Fue entonces cuando intervino
Dios mismo en la historia de la humanidad. Dios irrumpió en la historia de una manera muy
personal.
Rosy. Es decir: ¿la historia del pueblo judío era historia de Dios?…
P. Luis. Ni más ni menos. Tanto es así, que, en un lenguaje popular dentro de la misma
Iglesia, a las narraciones de la Biblia, que nos cuentan esa historia, las solíamos llamar
Historia Sagrada, título que se le daba a los libros destinados a los niños.
Javier. Hoy ya no se les llama así, ¿verdad? Hoy se les da un nombre más apropiado:
Biblia para los niños, u otros semejantes.
P. Luis. Así es. Y esto se ha hecho con mucho acierto. Toda la Biblia, por ser la historia
de Israel en la que Dios está metido de lleno, es Historia Sagrada. Pero es mejor no llamarla
así, aunque sea para niños, sino acomodar debidamente el nombre propio de Biblia.
P. Luis. Sí; ahora viene lo más grande, cuando apareció JESUCRISTO, el Hijo de Dios
hecho hombre, el Mesías prometido a Israel, que nos reveló definitivamente quién y cómo
es Dios.
P. Luis. Nos reveló hasta su vida íntima, el Uno en Tres Personas; nos enseñó todos los
caminos de la salvación; nos descubrió el porvenir eterno que nos espera; no dejó sin
manifestar nada oculto de lo que nos interesa para llegarnos a Dios. Con Jesucristo se cerró
toda la revelación de Dios.
Javier. Entendido todo, Padre Luis. Pero se me ocurre una pregunta inquietante: ¿Y la
Iglesia, entonces, a qué viene?…
P. Luis. Bien hecha la pregunta, Javier. Jesucristo dejó en su Iglesia, como un don, el
Espíritu Santo, de quien el mismo Jesucristo dijo que estaría siempre con nosotros para
enseñarnos y dirigirnos en toda la revelación de Dios: “Cuando venga él, el Espíritu de la
verdad, les guiará hasta la verdad completa”.
P. Luis. Jesucristo nos lo enseñó todo, aunque algunas cosas resultaban incomprensibles
a los apóstoles. Pero el Espíritu Santo se encargará de aclararnos siempre la doctrina de
Jesús, y, por medio del Magisterio de la Iglesia, hará que los creyentes la guarden viva y
fresca hasta el fin del mundo.
Rosy. Por lo que dice, se ve que Jesucristo ató bien todos los cabos, de modo que no
tengamos duda alguna sobre lo que Él enseñó.
P. Luis. Es cierto, Rosy. Pero te quiero pedir un favor. Abre la Biblia en el mero
principio de la Carta a los Hebreos. Esas maneras de revelarse Dios que hemos expuesto,
las traen de manera imborrable esos tres primeros versículos que ahora nos puedes leer.
Dinos.
Rosy. Aquí están. Y dicen así: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el
pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos tiempos nos ha
hablado por medio del Hijo, a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo el
universo; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que
sostiene todo con su palabra poderosa, llevada a cabo la purificación de los pecados, se
sentó a la derecha de la Majestad en las alturas”.
P. Luis. A toda esta Revelación de Dios —por la creación, por la historia de Israel y por
Jesucristo—, la llamamos conjuntamente “Palabra de Dios”, y ha quedado escrita, inspirada
por el mismo Dios, en la Biblia o Sagrada Escritura, como veremos en charlas siguientes.
P. Luis. Dios se reveló por lo que llamamos su Palabra. Y su Palabra, que estaba en la
tradición del pueblo judío o en la asamblea de la Iglesia primitiva, quedó escrita, inspirada
por el mismo Dios, en la Biblia o Sagrada Escritura. Lo veremos mejor al hablar de la
Palabra y de la Inspiración. Hoy, nos mantenemos sólo en lo que significa la Revelación.
P. Luis. La revelación de Dios empezó de manera muy idílica, según la misma Biblia, la
cual nos presenta a Dios bajando cada día al jardín, con la fresca del atardecer, a pasear y
charlar amigablemente con Adán y Eva inocentes.
Javier. ¡Vaya que si es esto idílico! Podía haber seguido así siempre…
P. Luis. Y así hubiera sido si el pecado, por instigación del maldito Satanás, no hubiera
cortado este diálogo, que se renovó entre Dios y Abraham y llegó a su límite último con
Jesucristo, el Hijo de Dios e hijo de María, nuestro hermano y amigo, que dijo: “El que me
ha visto a mí ha visto al Padre”.
P. Luis. No podemos en esta vida mirar cara cara a Dios, igual que no podemos clavar
directamente la mirada en el foco del sol sin quedar cegados. Pero lo vemos en la luz
indirecta que nos da toda la Revelación, aunque en Jesucristo esta luz haya llegado a
nosotros de manera tan sorprendente.
Javier. Ante todo esto, Rosy, ¿queda satisfecha tu legítima curiosidad —igual que la
mía, dicho sinceramente— por saber quién y cómo es Dios?…
Cuestionario
P. Luis. Da gusto explicar las cosas cuando las entienden tan bien… Ahora, vamos a
resumir en breves puntos todo lo de hoy sobre la Revelación.
Primero. A Dios no lo ha visto nunca nadie, pero lo conocemos, y de una manera
inequívoca, sin engañarnos, porque el mismo Dios se nos ha revelado, se nos ha
manifestado.
Segundo. Esta Revelación la ha hecho Dios de tres maneras o la ha desarrollado en tres
etapas.
- Ante todo, por la Creación: viendo las criaturas subimos desde ellas hasta su Hacedor,
que es Dios… En esta revelación natural se basa la religión de todos los pueblos primitivos.
- Después, se reveló en la historia del pueblo hebreo, el judío, Israel.
- Finalmente, concluyó la Revelación en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre.
Tercero. Esta Revelación de Dios por Jesucristo es total, definitiva, insustituible. Está
llena de amor, nos trata con ella como amigos, y es el camino seguro de la salvación.
Rosy. Te respondo, Javi, con unas palabras de Jesús en la Última Cena. Me dices que si
quedo satisfecha con lo que Dios nos dice de Sí mismo. Después de Jesús, esa pregunta
sobra, ya que Él nos dijo: “Les llamo amigos, porque les he revelado todos los secretos de
mi Padre”. Si Jesús no nos guarda secretos, ¿qué más vamos a querer saber de Dios?...
A continuación, la misma Lección 004,
La Biblia, Palabra de Dios. Dios nos ha hablado,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. Muy sencilla. Cuando leemos un pasaje de la Biblia en el culto, acabamos con
esta aclamación: ¡Palabra de Dios!… ¡Palabra del Señor!… ¿Es cierto que hemos
escuchado al mismo Dios, a Jesucristo en persona?… Porque lo único que hemos hecho ha
sido leer un párrafo escrito por hombres. ¿Dónde está el misterio?…
P. Luis. Con palabras bien sencillas: La Biblia es el libro que “contiene” escrita la
“Revelación” como Palabra de Dios.
Javier. Muchas veces se nos dice que en la Santa Misa se nos da Dios en la mesa de la
Palabra y de la Eucaristía. ¿Está Dios de la misma manera en la Biblia que en la Santa
Hostia? ¿Hay alguna diferencia?...
P. Luis. ¡Dios mío, dónde se mete este Javier!... Pero no voy a rehuir la cuestión, porque
es muy importante la pregunta que haces. Sí; hay una diferencia muy grande. La Biblia es
un libro que “contiene” la Palabra de Dios, Palabra que la escuchamos o la leemos. Pero el
libro no “es” la Palabra de Dios. Es un libro, y nada más.
Mientras que la Hostia consagrada no “contiene” a Jesucristo, sino que ES Jesucristo en
persona bajo las apariencias de pan. La Santa Hostia no es pan que contenga a Jesucristo,
sino que es sólo Jesucristo sin que exista ya el pan.
Por eso, vean la diferencia con que tratamos la Biblia y la Hostia consagrada.
A la Biblia le damos todo honor, la besamos, la estrechamos contra el pecho de tanto
que la queremos; pero no la “adoramos”: ese libro venerable “contiene” la Palabra de Dios,
pero no “es” Dios.
Mientras que la Santa Hostia es Jesucristo, verdadera, real y substancialmente presente,
Dios, y por eso la “adoramos”.
Rosy. Quizá Javi ha sido demasiado curioso con la pregunta, pero ha valido la pena una
aclaración semejante.
Javier. Gracias, Padre Luis. Dejando ahora esa cuestión, se adivina la relación estrecha
que existe entre la Revelación y la Palabra.
Rosy. Una cosa está clara: que Dios, efectivamente, nos ha hablado. Ha dicho palabras
con las cuales ha salido de Sí mismo para revelarnos sus secretos.
Javier. Ante todo, Padre, empiece por explicarnos eso de que Dios, efectivamente, nos
ha hablado. Que nos ha dicho palabras con las cuales ha salido de Sí mismo para revelarnos
sus secretos, según se ha expresado Rosy. ¿Cómo ha sido eso?…
Rosy. Muy bien hecha la pregunta de Javier. Con ella se mete en lo que es el tema de
esta lección: La Biblia, Palabra de Dios.
P. Luis. Empecemos por decir que Dios no tiene cuerpo, como nosotros, porque es sólo
espíritu, y nosotros, que somos espíritu y cuerpo, necesitamos de los sentidos, de la vista,
del oído, para recibir las verdades que se nos comunican.
Javier. Entonces, si Dios es sólo espíritu, ¿de qué se ha valido para hablarnos?
Rosy. Es muy fácil. Tengo un amigo al que quiero mucho. Me lleva al bus cuando he de
marchar, y desde la ventana me llevo la mano a los labios y le lanzo un beso… Creo que ha
entendido bien lo que le he dicho con ese gesto…
P. Luis. ¡Eso, eso es lo que Dios ha hecho! No hemos de pensar que Dios se ha
revelado siempre por visiones y con palabras articuladas, como lo hizo con Moisés en el
Sinaí; o como Jesús con Pablo ante las puertas de Damasco, donde se le apareció y le habló
de aquella manera… No. Dios lo ha hecho de otras muchas formas: con gestos o con
historias como ésas que ustedes han expresado.
P. Luis. Por ejemplo. Con la Creación se ha revelado Dios de una forma natural. Al ver
la inmensidad de los cielos estrellados; al contemplar el mar imponente; al extasiarse ante
una flor o el canto de un pajarito; al enternecerse ante el niño que sonríe; al sentir las
delicias del amor…, se adivina sin más la grandeza de Dios, su hermosura infinita, su
delicadeza enternecedora, la felicidad que encierra en su seno y que nos quiere
comunicar…
P. Luis. Y hay más. Viene ahora un autor sagrado, ve eso que todos nosotros vemos, lo
escribe todo inspirado por Dios, queda ese escrito en la Biblia, y ahí tenemos una
revelación muy clara de Dios, y eso que Dios no ha pronunciado una sola palabra de las
nuestras…
Javier. Con este ejemplo de la Creación, entendemos ahora mejor las otras maneras que
Dios ha utilizado para revelarse, para dirigirnos su Palabra.
P. Luis. Lo vamos a ver ahora mismo. Empeñado Dios en salvar a los hombres, cuando
los hombres se habían alejado tanto de Dios, vino Dios a meterse sin más en la Historia de
los hombres, y le habló a Abraham. A él, y al pueblo hebreo que nacería de él, les reveló a
lo largo de muchos siglos todo su plan de salvación. ¿Y cómo lo hizo? ¿Cómo les habló?…
P. Luis. Pues, sí y no. Hubo ciertamente algunas apariciones y visiones. Como esa
misma a Abraham, a Moisés desde la zarza ardiendo, a todo el pueblo aterrorizado ante el
Sinaí humeante y en medio de truenos horrorosos, y otras más… Pero las visiones eran
pocas.
Javier. Entonces, hay que acudir a otros modos más ordinarios…
P. Luis. Es cierto. Y el medio más ordinario que Dios usó para hablar a Israel, el pueblo
elegido, fue por medio de su historia. En los acontecimientos que le ocurrían, el pueblo
veía la mano de Dios, adivinaba lo que Dios quería de Él.
Rosy. Usted nos ha dicho, Padre Luis, que el medio ordinario de transmitir Dios su
palabra era la misma historia de Israel. ¿Nos aclararía este punto?
P. Luis. Sí. Dios se comunicaba a los Profetas no precisamente por visiones, sino de
manera mucho más sencilla. Dios suscitaba Profetas, que leían en los acontecimientos y en
la historia de cada día el querer de Dios. Si eran acontecimientos prósperos, veían el premio
de Dios y su voluntad clara de salvarlos. Si eran desgracias, era señal de que el pueblo se
había alejado de Dios, quebrantado la alianza, y que merecía el castigo corrector.
Javier. O sea, que los Profetas eran los intérpretes de la historia de cada día.
P. Luis. De ellos se servía Dios para decirles si estaba contento o estaba disgustado… Y
la historia pasada era para los presentes un recuerdo actual de lo que Dios quería, igual que
el cerezo de Washington para los niños de hoy…
Javier. ¿Y cómo entran como Palabra de Dios en la Biblia los Salmos, los Proverbios y
otros libros?…
P. Luis. Muy interesante la pregunta. Después o a la par de los Profetas, vinieron los
Sabios de Israel, que discurrían sobre la Alianza, sobre lo que ya estaba escrito, y lo que
ellos enseñaban se convertía para el pueblo en Palabra de Dios, el cual, efectivamente,
hablaba así al pueblo, lo amaestraba, le enseñaba a rezar…
P. Luis. Rosy, con esta pregunta te clavas en el final de todo. Cuando vino al mundo el
Hijo de Dios hecho hombre, el mismo Dios habló palabras humanas, como las nuestras.
Jesús habló con las palabras que aprendió de María, de los otros niños, de sus paisanos…
Habló después usando nuestro mismo lenguaje. Y lo que dijo Jesús fue la Palabra última y
definitiva que Dios habló al mundo.
Javier. Volvemos a aquellas palabras con que empieza la carta a los Hebreos: “Muchas
veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los
profetas, pero en estos tiempos últimos nos ha hablado por medio del Hijo, a quien ha
hecho heredero de todo”
P. Luis. Toda esa Palabra de Dios —por apariciones, por locuciones, por los profetas y
los Sabios, por la historia entera del pueblo judío, y más que nada por Jesucristo— estaba
en la tradición de Israel y en la primera comunidad cristiana. ¿Quieren saber ahora cómo el
Pueblo de Israel primero, y después la Iglesia, la han tenido como Palabra verdadera de
Dios?…
P. Luis. Dios suscitó entonces hombres que pusieron por escrito esa Palabra, inspirados
por el mismo Dios, el cual se hacía responsable de aquellos escritos, y así nacieron los
Libros Santos, las Sagradas Escrituras, la Biblia, que nos da escrita la Palabra de Dios.
P. Luis. Porque la palabra “Palabra” tenía para los judíos una importancia muy grande.
P. Luis. A eso voy. Entre nosotros, eso no significa nada: ni llega el premio de un
monumento ni se ve por ninguna parte la pistola… Para los judíos, no. Lo judíos entendían
la Palabra de Dios como algo muy eficaz: hacía lo que significaba. Una maldición traía
todos los males; y una bendición traía todos los bienes. Si Dios hablaba, era porque hacía lo
que decía.
P. Luis. La Biblia está llena de esta idea. Ponemos un solo caso, del Salmo 32, que dice:
“Por la palabra de Yahvé fueron hechos los cielos, por el aliento de su boca todos sus
ejércitos… Pues él habló, y así fue”.
Javier. Ahora entiendo esas palabras de la Carta a los Hebreos, que siempre me han
llamado la atención: “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de
dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas; y
discierne sentimientos y pensamientos del corazón” (Hebreos 4,12)
P. Luis. Pero hay algo muy importante. Si Dios hablaba era porque esperaba respuesta:
Dios hablaba, y el hombre tenía que responder. De esta manera se establecía un diálogo, un
hablar entre los dos, entre Dios y el hombre.
Rosy. ¡Oh, esto es magnífico! Como la Biblia nos transmite la Palabra de Dios, cuando
cada uno de nosotros toma la Biblia o la escucha, oye cómo Dios le habla y debe
responderle. La lectura entonces se convierte en oración, en diálogo amoroso entre Dios y
nosotros. Dios nos habla con amor y quiere oír de nosotros cómo le queremos y le hacemos
caso en todo lo que nos dice.
P. Luis. Esta es la verdad. Así vemos cómo la Biblia, por darnos la Palabra de Dios,
merece toda nuestra fe, todo respeto, todo nuestro amor…
Cuestionario
Javier. Muy denso todo lo que hoy nos ha dicho, Padre. Ahora será cuestión de
recordarlo bien, y guardar la Palabra de Dios en la Biblia como un tesoro verdadero para
nuestra vida.
Rosy. Magnífico, Padre Luis. Y yo saco una consecuencia: Cuando leemos la Biblia y
hablamos con Dios, hay que hacerlo con la disposición de María, repitiendo a Dios con
sinceridad: ¡Que se cumpla en mí tu Palabra!…
A continuación, la misma Lección 005
La Inspiración. Cómo ha guiado Dios a los escritores,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Quiero saber qué piensan ustedes de un cuadro muy antiguo que he visto
reproducido en una enciclopedia de arte. Representa a un escritor de la Biblia. Ese escritor,
que puede ser Isaías o el Juan del Apocalipsis, lo mismo da, está sentado ante la mesa, con
el pergamino o libro delante de sí, pluma en mano, y escuchando al Espíritu Santo que, en
forma de paloma, le está dictando al oído lo que debe escribir y que después quedará en la
Biblia como Palabra de Dios… Mi pregunta es sencilla. Ese cuadro, ¿está bien, si o no?…
Rosy. ¡Precioso!…
Javier. Yo tengo mis dudas… ¿Por qué no lo aclara usted mismo, Padre?…
P. Luis. Esos cuadros antiguos sobre la redacción de la Biblia están bien en el sentido de
que expresan una gran verdad: su escrito está inspirado por Dios, que se hace responsable
de él y nos lo entrega como Palabra suya.
P. Luis. No están bien en otro sentido: el Espíritu Santo no dicta nada, porque el escritor
discurre por su cuenta y pone lo que quiere; sin embargo, todo lo que ha redactado ha sido
bajo la acción del Espíritu Santo, que se hace responsable de todo el escrito.
Javier. Hacia ahí iban mis dudas. Yo no veía el cuadro tan acertado como Rosy.
Rosy. Empiezo a adivinar eso de la Inspiración, de la que nos prometió hablar hoy.
P. Luis. Pues, sí; con esto, entramos en una de las lecciones más importantes de nuestro
Curso: la Inspiración de la Biblia.
Javier. Empiece, Padre Luis, por la misma palabra: ¿Qué entendemos por Inspiración?
P. Luis. Con esta palabra queremos expresar la acción del Espíritu Santo, que movió a
los autores de la Biblia a redactar lo que el mismo Espíritu Santo les impulsaba a escribir.
Rosy. O sea, que por una parte es el Espíritu Santo el autor de la Biblia, y por otra es el
hombre que escribía, porque el Espíritu Santo no tomaba nunca la pluma…
P. Luis. Justo. Porque venimos a decir que un escrito de la Biblia tiene dos autores: el
hombre que lo escribió y el Espíritu Santo que invisiblemente le empujaba a hacerlo.
P. Luis. Hoy hemos de quedarnos con los conceptos muy claros. Y empezamos por
tener en cuenta una cosa muy importante: que no es lo mismo Revelación que Inspiración.
Rosy. Como hace otras veces, ¿por qué no nos pone de buenas a primeras un ejemplo?
P. Luis. Lo voy a hacer, ya que me lo pides. Y lo hago con gran gusto eligiendo una
página embelesadora de la Biblia. El ángel se aparece a María y le revela que Dios se
quiere encarnar en su seno. María escucha atenta, consiente, y queda convertida en la
Madre de Dios. María ha tenido una revelación, y ha acogido la palabra de Dios. Sin
embargo, no ha tenido la inspiración de que ahora hablamos.
P. Luis. Exacto. Pero viene Lucas, al cabo de bastantes años después de la Ascensión de
Jesús, y se encuentra en la Iglesia de Jerusalén con la narración de aquel hecho que contó
María a los apóstoles más íntimos, como Juan, Pedro, Santiago…
P. Luis. Lucas, al redactar su Evangelio, pone por escrito lo que le han contado. Lucas
ha investigado, ha discurrido, se ha cerciorado de la verdad contada por María, y se decide
a escribirla con su estilo tan atildado. Escoge las palabras más apropiadas, más delicadas,
más finas para un hecho tan bello. Y así tenemos esa página incomparable de Lucas.
Rosy. Entendido también. Lucas ha hecho de su parte todo, como si todo dependiera de
él.
P. Luis. Veo que lo siguen bien. ¿Qué encontramos en esta página? La Palabra de Dios,
ciertamente, que le vino a María por una revelación conservada en la Iglesia, y ahora está
escrita por inspiración del Espíritu Santo, el cual movió a Lucas —sin que el mismo Lucas
notara que le impulsaba el Espíritu Santo—, a escribir según sus propias facultades lo que
él mismo había investigado.
Javier. ¡Clarísimo! Los dos: Lucas y el Espíritu Santo. Cada uno ha actuado a su
manera.
P. Luis. Con esto nos metemos a dar ahora unas nociones más precisas sobre la
Inspiración, lección importantísima, porque la Biblia contiene la Palabra de Dios
precisamente porque está inspirada por el mismo Dios.
Javier. Le doy la razón a Rosy. Me queda claro, con el ejemplo que nos ha puesto de
María y de Lucas, que no es lo mismo Inspiración que Revelación. María tuvo revelación
pero no estuvo inspirada. Y Lucas estuvo inspirado sin tener él ninguna revelación.
P. Luis. ¡Bien, hombre!… Ahora lo van a aclarar más aún con el ejemplo de los Profetas
y de los Sabios de Israel.
Rosy. Nos va a ir bien. Porque el otro día nos dejó inquietos al decirnos que los Profetas
no tenían de ordinario revelaciones; y los Sabios de Israel, menos, porque no las tenían
nunca.
P. Luis. Vamos a verlo. Dios hablaba a los Profetas, aunque no fuera más que por un
sentimiento interno de la voz de Dios. Intuían lo que Dios quería. Adivinaban los signos de
su tiempo. Veían a donde iban a parar los hechos de la historia que se estaba desarrollando.
Comparaban todo con la revelación de Dios a Abraham y a Moisés en el Sinaí. Juzgaban de
todo… Notaban con ello que les venía la Palabra de Dios y la comunicaban a los reyes o a
todo el pueblo.
P. Luis. A esta comunicación de la Palabra que les dirigía Dios la podemos llamar
revelación, aunque no fuera por visiones. Y así lo expresaban los mismos profetas: “Me fue
dirigida la palabra de Dios”…, y otras semejantes. Hay aquí revelación sin inspiración.
Rosy. O sea, que la inspiración solía ser posterior a la revelación. Desde que Dios
revelaba hasta que inspiraba pasaba a lo mejor mucho tiempo. ¿Lo digo bien?…
P. Luis. Igual, y aún se ve más claro el asunto. Los Sabios no tenían ninguna revelación
ni palabra de Dios dirigida a ellos. Tenían muy presente toda la Revelación antigua a
Abraham y a Moisés. Discurrían sobre ella, sobre la Alianza del Sinaí, le aplicaban los
acontecimientos de la historia, veían las normas morales más apropiadas para vivir mejor la
Alianza, y se decidían a redactar lo que habían discurrido. Estaban inspirados, sin tener
ninguna revelación.
Rosy. O sea, como si ahora un escritor nuestro se pusiera a dar normas de vida
ciudadana recordando el ejemplo de los Padres de la Patria y basándose en nuestra
Constitución…
P. Luis. Muy buena comparación, Rosy. Traslada todo eso a Dios y a la Alianza que
pactó con el pueblo en el Sinaí, contenido en los primeros escritos de Moisés y antiguas
redacciones de la Biblia. Los Sabios de Israel discurrían sobre ello, y de su pluma nacieron
los Salmos, los Proverbios y otros libros edificantes.
Javier. Muy claro. Como esos Sabios al escribir estaban impulsados por el Espíritu
Santo, el pueblo recibió sus escritos como Palabra de Dios.
Rosy. Yo, al pensar, me planto sin más en Jesucristo. ¡Con Él sí que hubo Revelación
verdadera y grande! ¿Cómo fue también la Inspiración?…
P. Luis. Naturalmente, así llegamos a lo último de la Revelación, que vino plena, total,
por Jesucristo en persona. Y los Evangelios, cartas y demás escritos de la Iglesia apostólica
son la Palabra última de Dios en la Biblia.
Rosy. Ya saben que todo lo de Jesús me llega al fondo del alma. ¿Qué nos dice de ello,
Padre?
P. Luis. Los apóstoles y los demás testigos de la vida de Jesús lo contaban todo. Y
después los evangelistas, los mismos apóstoles o sus discípulos, recogían aquellos
recuerdos que estaban en la comunidad cristiana, discurrían sobre lo que sabían y habían
aprendido, lo ponían por escrito, y ahí tenemos esa maravilla del Nuevo Testamento.
Rosy. Todo el Nuevo Testamento no es más que la vida y las enseñanzas de Jesús tal
como las entendieron los apóstoles y la Iglesia primitiva.
Javier. Sigo viendo la cosa cada vez más clara. La Revelación fue de Jesucristo. La
Inspiración de los escritos tal como están en el Nuevo Testamento, fue del Espíritu Santo.
P. Luis. Eso mismo. Cada escritor redactaba según lo que recordaba, oía contar o
entendía de la doctrina de Jesús.
Rosy. Pero, pongamos el caso de Pablo con sus cartas, que eran eso: cartas. No
redactaba nada del Evangelio.
P. Luis. Es cierto. Pero el Espíritu Santo, sin que lo pareciera, impulsaba la pluma de
Pablo y de los otros escritores, respondía de aquellos escritos, y de este modo nos ha
llegado hasta nosotros, pura del todo, la vida, obra y doctrina del Señor Jesús. Así se
entiende esa exclamación tan entrañada después de oír el Evangelio: “¡Palabra del Señor!…
¡Gloria a ti, Señor Jesús!”.
Rosy. No estaba yo muy atinada con eso de que el cuadro aquel era “¡Precioso!”, pero
puedo asegurar que la doctrina sobre la Inspiración me está resultando preciosa de
verdad…
Rosy. Si es así, como sabemos de cierto, la Biblia no puede tener ningún error…
P. Luis. ¡Claro que no! Aunque a veces diga cosas que no son ciertas históricamente o
según la ciencia, en la Biblia no hay error alguno. El hombre, autor secundario, escribía
según sus conocimientos. Pero el Espíritu Santo, autor principal, con aquel lenguaje
expresaba lo que Dios quería, una verdad importante para nuestra salvación.
P. Luis. Pues, no voy a seguir. Porque al hablar en otra lección sobre los Géneros
Literarios, tendremos ocasión de explanar bien este punto. Hoy, saquemos esto bien claro:
el Espíritu Santo, sin aparecer para nada, escribía por medio de hombres. Uno y otros
actuaban a la vez y conseguían el mismo y único efecto: transmitirnos la Palabra de Dios.
P. Luis. No. Porque cada hombre, autor de la Biblia, escribía según sus facultades, con
plena libertad. No era ningún robot. Discurría a su manera, ponía y quitaba lo que le venía
bien, de modo que todo el escrito era suyo propio.
Javier. Acorde. Pero ese escrito era mucho más propio del Espíritu Santo.
P. Luis. Eso es cierto. Porque el Espíritu Santo dirigía de tal modo al escritor, que éste
no ponía nada más que aquello que quería el Espíritu Santo. Por eso la Biblia entera
contiene la Palabra de Dios, porque toda ella está inspirada por el Espíritu Santo.
Javier. Veo que la Biblia no nos autoriza a pensar lo que nosotros queramos, sino a
adivinar lo que dice el Espíritu Santo y no lo que nos sugieren nuestros gustos. No la
podemos forzar. No la podemos desvirtuar. No le podemos hacer decir lo que el Espíritu
Santo no dijo…
P. Luis. Javier, eso tan serio que tú dices lo vemos en la misma Biblia, que nos asegura
por el apóstol San Pedro: “Ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta
propia, porque ninguna profecía ha venido por voluntad humana, sino que hombres,
movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios” (2Pedro 1,20-21)
P. Luis. La norma nuestra es muy sencilla: leemos la Biblia conforme a lo que nos
enseña la Iglesia, a cuyo Magisterio la ha confiado Jesucristo para que la custodie, la
explique y nos dirija en su interpretación.
Cuestionario
Javier. ¿Nos resume lo de hoy con palabras bien pensadas? Porque esta lección la
vemos importante de verdad.
P. Luis. Sí, y trataré de ser bien claro.
Primero. “Inspiración” es la acción o impulso del Espíritu Santo que movía de manera
invisible a un autor a escribir lo que el mismo hombre se había propuesto.
Segundo. Esto quiere decir que son dos los autores de un Libro Sagrado: el escritor,
autor secundario, y el Espíritu Santo, autor principal, que se responsabiliza de todo el
escrito.
Tercero. El escritor actuaba como verdadero hombre, con responsabilidad propia,
redactando según sus cualidades y sus disposiciones.
Cuarto. Todo lo que dice la Biblia es Palabra de Dios escrita, precisamente por esto:
porque toda está inspirada por el Espíritu Santo.
Rosy. ¡Con qué gusto que voy a repetir ahora lo que tantas veces cantamos!… “Tu
Palabra me da vida, confío en Ti, Señor. Tu Palabra es eterna, en ella esperaré”…
P. Luis. Hoy comienzo sin más contándoles lo que me pasó a mí mismo con un Padre
muy ancianito, muy inocente, muy santo… Con otro compañero —los dos sacerdotes
jóvenes—, hablábamos un día sobre el libro de Judit en la Biblia, y decíamos, al ver las
muchas inexactitudes históricas que contiene, que lo más probable no es una historia
verdadera, sino, como diríamos hoy, una novela bonita —en el mejor de los casos, una
novela histórica— , con la cual Dios nos transmite un mensaje, como es la salvación que
Dios trae a su pueblo hasta en los momentos más desesperados; y también el valor de la
mujer viuda, hermosa y honesta, que sabe conservarse casta… Así discurríamos nosotros,
cuando el Padrecito tan inocente y santo saltó a gritos: “¡Estos jóvenes me van a echar a
perder la fe! ¿Cómo tuercen así la Biblia, que es Palabra de Dios? ¡Decirme ahora que Judit
a lo mejor no existió!”… Dejamos entonces al anciano Padre en sus gritos, y nosotros
seguimos ahora pensando igual…
Javier. Bien. Y en una cosa tan simple, ¿dónde radicaba el problema de aquel
Padrecito?
P. Luis. Muy sencillo. Hasta hace poco se tomaba todo lo de la Biblia al pie de la letra,
como historia verdadera, sin atender a que la Biblia la escribieron hombres de hace muchos
siglos en Oriente, con una mentalidad y unas formas totalmente diversas de las nuestras, y
se fijaban siempre en lo que decía la letra de la Biblia y no en lo que querían expresar los
escritores sagrados con aquel lenguaje.
Rosy. Quiere esto decir que nosotros hemos de estar muy al tanto a eso que usted acaba
de insinuar: qué quiere decir la Biblia, y no precisamente la forma en que lo dice.
Javier. Esto es claro. Porque la forma de expresarse Dios sería hoy muy diferente de
entonces. Tengo muy presente la lección anterior: el escritor era plenamente autónomo, y
escribía como se escribía en aquellos siglos dentro del pueblo judío.
Rosy. Adivino que esta lección va a ser muy animada, si es que nos metemos en las
formas literarias que ha usado la Biblia.
P. Luis. Así es, Rosy. Hoy nos toca una lección importantísima, llamada “Los géneros
literarios”. Si los ignoramos, nos vamos a encontrar con dificultades grandes e insalvables
cuando leemos la Biblia. Pero, conocidos, cada página de la Biblia nos resulta muy bella y
cada vez más interesante.
P. Luis. Al decir lección “importantísima”, no quiero decir que sea precisamente difícil.
Al contrario, yo la creo para nosotros bastante fácil. Ha sido muy difícil en el último siglo
para los estudiosos, y causa de muchas reticencias aun dentro de la misma Iglesia.
Rosy. Una vez más que me remito a la lección anterior. Cuando hablamos de la Biblia
como Palabra de Dios, decíamos que esa Palabra de Dios es también palabra de hombre.
¿No está aquí la clave de todo?…
P. Luis. Muy cierto. Porque Dios, para hablarnos, lo ha hecho por medio de los hombres
que escogió e inspiró cuando ponían por escrito la Revelación y la Palabra de Dios. Y esos
hombres escribían como hombres de su tiempo, con estilos muy diferentes, y no siempre
hacían historia, sino, como los escritores modernos, escribían de muchas maneras, como lo
vemos en la misma Biblia.
Javier. ¿No podría exponernos sin más, Padre Luis, algunas de esas muchas formas de
hablar, de escribir, de expresarse que tiene la Biblia?
P. Luis. Sí, son muchas. Si nos ponemos a enumerarlas sale una lista interminable. Me
limito a señalar algunas nada más. Perdonen si me alargo.
Los escritores de la Biblia a veces contaban historias verdaderas, como la destrucción
del Templo por Nabucodonosor…
Otras veces repetían leyendas antiguas según estaban en la memoria del pueblo, como el
Diluvio en tiempos de Noé...
A veces, recurrían a imágenes bonitas, como que Josué detuvo el sol y la luna para poder
acabar la batalla…
Escribieron libros de profecía, como Isaías, Jeremías o Amós...
Compusieron salmos, poemas y cantos…
Recopilaban sentencias, dichos y refranes que corrían entre la gente, como en el libro de
los Proverbios…
Inventaban visiones fantásticas, como los libros apocalípticos…
Para amaestrar al pueblo, recurrían a parábolas y cuentos, como hacía el mismo Jesús…
Escribían cartas verdaderas de asuntos familiares, como Pablo a Filemón, u otras
puramente doctrinales, como el mismo Pablo a los Romanos…
Repetían discursos, que no quedaron en ninguna grabadora ni registraron con
taquigrafía, como el de Jesús en la Montaña, conservado por Mateo, o el de Pablo en
Atenas reproducido por Lucas en los Hechos… Y otras y otras…
Javier. Y seguro, Padre, que en ese “otras y otras” se deja unas cuantas más…
Javier. Entonces, ¿qué decir de todas estas formas de hablar que tiene la Biblia?…
Javier. Comprendo que esto es necesario en absoluto para entender la Biblia. Hay que
conocer los géneros literarios o diversas formas del lenguaje de los hebreos de aquel
tiempo si no queremos exponernos a muchas equivocaciones.
Rosy. Lo que yo he dicho antes: Habrá que mirar lo que quiere decir la Biblia, no lo que
dice al pie de la letra.
P. Luis. ¿Me permiten una comparación, que quizá les extrañe? Tomamos un libro de
fama universal: El Quijote. Todos sabemos que Don Quijote no existió. Y sin embargo,
decimos:
- Fulano está más loco que Don Quijote… ¿Éste? Siempre atacando a los molinos de
viento, como Don Quijote… Es mejor tomarse la vida tranquilamente como Sancho Panza,
y no tan a lo loco, como Don Quijote…
Rosy. Se pueden pensar muchas cosas. Cervantes, el autor, nos puede transmitir un
mensaje como éste: la vida idealista, honrada, generosa, a pesar de los disparates que se
puedan cometer, tiene un gran valor; y la vida apoltronada, por muy sensata que sea, no
pasa de ser una vida vulgar…
Javier. Regreso a la comparación del Quijote, que puede resultar algo exagerada. Pero,
por eso precisamente, se entiende muy bien lo que usted está explicando.
P. Luis. Sigo, pues, en la misma línea. Supongamos que nos dicen que un libro de la
Biblia, al que hemos tenido hasta ahora como rigurosamente histórico, no es ninguna
historia, sino un simple libro edificante, una historia inventada… ¿Deja de ser por eso
Palabra de Dios? Es totalmente Palabra de Dios. No contiene ningún error.
Rosy. Entendido. Lo que pasa es que con ese libro Dios no nos ha querido contar
ninguna historia, sino que con una historia inventada por el hombre, el escritor secundario,
Dios, que es el autor principal de la Biblia, nos ha querido transmitir un mensaje, una
verdad suya.
Javier. Yo estoy viendo esto muy claro. Y me mantengo en mi idea, que coincide con la
que por tercera vez en tan poco rato nos ha expresado Rosy: hay que mirar lo que la Biblia
quiere decir, no lo que dice al pie de la letra…
P. Luis. Rosy, con esta tu intervención, me ahorras a mí el parecer muy pesado al querer
dar un consejo que yo repetiría muchas veces…
Javier. Veo que todo lo dicho hasta aquí nos debe llevar a lo que yo creo es lo más
principal de esta lección: que cada libro, cada página, cada fragmento de la Biblia, cada
sentencia, se debe interpretar según lo que es, porque no es lo mismo una historia que un
cuento…
P. Luis. Veo que los tres estamos completamente de acuerdo y que los tres insistimos en
lo mismo, a saber:
una historia es una historia, y no la cambiamos en nada, como la Pasión de Jesús;
una leyenda es una leyenda, como la Torre de Babel, y sabemos darle su valor;
una ley es una ley, y captamos todo lo que nos exige y obliga: como los Diez
Mandamientos;
una profecía es una profecía, y escuchamos el aviso de Dios;
una oración es una oración, y la rezamos como la rezaba un fiel israelita;
una exageración es una exageración, y no la sacamos de quicio, como cuando Jesús dice
que es más fácil pasar un camello por el agujero de una aguja que no el que un rico entre en
el Reino de los cielos… Es una exageración para hacernos ver lo difíciles que se hacen las
riquezas cuando en ellas se pone el corazón, y no quiere decir que un rico no se puede
salvar. Tomada la exageración al pie de la letra, habríamos de decir que para el rico no hay
salvación posible, porque un camello no puede en absoluto pasar por el agujero de la
aguja…
Rosy. Valdría la pena que siguiera poniendo ejemplos como éste último…
Javier. Sí; en una lección como ésta valen más los ejemplos que nada…
P. Luis. Es lo mismo. Dios no había caído en la cuenta de que su obra no estaba bien, y
lo nota cuando hace desfilar a todos los animales delante de Adán. Entonces se dice Dios:
- Pero, ¿cómo es posible que todos los animales tienen su pareja, y sólo Adán está solo?
Voy a remediarlo…
Y de una costilla, arrancada cuidadosamente del costado del hombre, queda formada
Eva, una mujer que enloqueció de felicidad al bueno de Adán…
Rosy. A lo mío. ¿Y qué quiere decir la Biblia con imágenes tan encantadoras?…
P. Luis. Aquí está lo del género literario. Para un oriental de aquellos tiempos, esto
podía ser una historia. Así lo contaban los antiguos, a los que se lo contaron otros más
antiguos que ellos, y así se llegaba hasta el primer hombre que podía ser testigo de todo…
Javier. Pero nosotros sabemos que todo esto está en contradicción con la ciencia y con
la historia. Y sabemos darle su justo valor. Por eso, Rosy, quiero que nos digas ese valor
que tú le das a semejante narración.
Rosy. Lenguaje tan bello no quiere decir sino que el hombre fue creado por Dios. Que
el hombre es superior a todos los animales, pues es capaz por su inteligencia de ponerles
nombre, y así es más grande que el resto de la creación. Que la mujer es de la misma
dignidad que el varón, puesto que los dos proceden del mismo Dios creador. Que el
matrimonio es cosa de Dios, y no invención de los hombres…
Javier. ¡Pues vaya consecuencias que pueden salir de hechos como ése! Y dicho todo
con lenguaje inolvidable…
P. Luis. Y, sin embargo, a nadie se le ocurre hoy tomar eso como historia. Y lo tomaría
como historia cualquiera que no distinga lo que son los géneros literarios de la Biblia.
Rosy. ¿Nos podría dar una norma para proceder con pie seguro al leer la Biblia?
P. Luis. Te la doy con las mismas palabras que tú has repetido varias veces. En la
Biblia, todos los géneros literarios están muy mezclados. De aquí la importancia de estudiar
cada pasaje en sí mismo. Y toda nuestra actitud la podríamos encerrar en dos preguntas que
nos hacemos al leer cualquier página de la Sagrada Escritura.
Cuestionario
Javier. ¿Y cómo resumiría toda la lección de hoy? Esto de los “Géneros literarios”,
aparte de muy bonito es muy importante.
P. Luis. No resulta difícil. Los puntos son muy fáciles de recordar, y los van a recordar
bien.
Primero. La Biblia tiene muchas formas de hablar, tantas como usamos los hombres:
historia, profecías, leyes, oraciones, parábolas, refranes…
Segundo. Para entender lo que es el mensaje de Dios, no hay que mirar lo que dice al pie
de la letra, sino lo que quiere decir con esa forma de hablar.
Tercero. El mensaje de la Biblia no cambiará nunca. Con el estudio iremos
comprendiendo mejor los géneros literarios de aquel tiempo y descubriremos mejor la
palabra de Dios.
Rosy. ¡Vaya, que ha sido bueno Dios con la Biblia! Dios nos dice por ella: ¿No me
entiendes? Hablo palabra de hombres; y con palabra de hombres, con las mismas formas
que los hombres, yo te doy ahora para ti mi Palabra de Dios…
A continuación, la misma Lección 007,
Los orígenes de la Biblia. Cómo empezó la Sagrada Escritura,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Empiezo por prevenirles sobre la lección de hoy. Va a ser muy diferente de las
anteriores. En aquellas había que discurrir bastante. En ésta, no. Yo diría que basta
escuchar.
Javier. Pero no dirá que no la podremos interrumpir con preguntas, a lo mejor para
usted inoportunas, aunque necesarias para nosotros…
P. Luis. Eso, desde luego. Tienen libertad plena, como siempre. Hoy queremos hablar
de los orígenes de la Biblia, y es cuestión nada más que de escuchar algunos datos
necesarios.
Rosy. ¿Eso nos quiere explicar? Entonces, resultará muy interesante. Porque me he
preguntado muchas veces: ¿Y cómo comenzó este libro tan maravilloso que es la Biblia?
¿Cuánto tardó en escribirse? ¿Dónde y cómo lo hicieron? ¿Qué lenguas empleaban?…
Javier. Estoy en las mismas. Son preguntas que yo me he hecho mil veces.
Javier. Entramos con ello en lo que se llama la era de los Patriarcas, ¿no es así?
P. Luis. Ni más ni menos. Cuando ya se han multiplicado bastante, forman unos fuertes
clanes familiares, y la vida se les va en el pastoreo y en un pequeño y elemental cultivo de
los campos, con una vida muy diferente de la nuestra. Ante la puerta de las tiendas de
campaña, al llegar la noche, se sientan alrededor de la lumbre o bajo la mirada de las
estrellas, y cuentan cosas y más cosas de sus antepasados…
Rosy. No deja de ser encantadora esa vida sedentaria, fuertemente familiar, sin Radio ni
Televisión que les vengan a enturbiar su amor… Seguro que eran más felices que nosotros.
P. Luis. Pues, sí. Con aquellos recuerdos familiares que se contaban unos a otros, los
últimos descendientes sabían las cosas de Abraham, Isaac y Jacob como si las estuvieran
viviendo entonces mismo. La tradición oral, sin haberse escrito una letra, venía a ser el
mejor libro de historia.
P. Luis. Desde el principio de Abraham hasta que Jacob bajó a Egipto: hay que poner
unos trescientos años. Toda la descendencia de estos patriarcas emigró a Egipto, como
sabemos por aquella aventura tan emocionante de José. Pasan muchos años. Los nuevos
faraones no se acordaban ya de José, y los hebreos son sometidos a dura esclavitud.
Rosy. Ahora viene la historia de Moisés, ¿no es así?… Esa película de Los Diez
Mandamientos no se olvida una vez se ha visto.
P. Luis. Me alegro que la recuerdes bien. En medio de la esclavitud, surge un hijo del
pueblo, Moisés, que se empeña el libertarlos. Y lo consigue por medio de prodigios
extraordinarios obrados en nombre de su Dios.
P. Luis. Dios se comprometía a hacerlos llegar hasta Palestina, la tierra que había
prometido dar a sus antepasados, y que abandonaron, acuciados por el hambre, para
emigrar a Egipto, hacía ya trescientos o cuatrocientos años.
El pueblo, por su parte, prometía guardar la ley que Dios les entregaba.
Rosy. Eso ya lo sabemos. Eso es lo que cuenta la Biblia. Y lo que nosotros queremos
saber ahora es cómo comenzó a escribirse la Biblia, no lo que la Biblia cuenta…
Javier. Me vienen ganas de responder a Rosy. Pero, prefiero que siga usted, Padre Luis.
P. Luis. Lo adivinas, Javier. Los primeros escritos de la Biblia son esos recuerdos
familiares de los clanes de la estepa y las primeras disposiciones legales, transcritos por
Moisés de manera tan rudimentaria, unos doce o trece siglos antes de Jesucristo, hace ya
más de tres mil doscientos años.
P. Luis. Casi seguro que aquellos escritos estaban en hebreo, lengua semita que se
hablaba en Canaán al llegar Abraham desde Mesopotamia, adoptada por los patriarcas y
conservada por sus descendientes hasta en la esclavitud de Egipto. Es la lengua que hablará
el pueblo durante siglos y en la que se escribirán casi todos los libros del Antiguo
Testamento.
Javier. Dejados esos inicios tan humildes de los primeros escritos, ¿cuándo y cómo
empiezan esas redacciones de la Biblia que nos admiran tanto?
P. Luis. Una vez establecidos los judíos en la Tierra Prometida, después de las
conquistas de Josué y pasado el tiempo de los Jueces, se llega bajo el profeta Samuel a la
Monarquía con Saúl como primer rey, al que sucede David y después Salomón. Israel se
convierte en un Estado, y con David y Salomón empieza la edad de oro para la
composición de la Biblia, que ya no se hará en las rudimentarias tabletas de Moisés, sino
que vendrán los papiros de Egipto y los más consistentes pergaminos, hechos de pieles de
animales, muy finos y cuidadosamente tratados.
P. Luis. No decimos eso. Pero con David, cantor y poeta, comienzan a escribirse los
primeros Salmos, aunque la composición de todo el Salterio no se acabará hasta bastantes
siglos después. Y con esto ya tenemos la primera sorpresa: no podemos pensar en una
redacción toda seguida de la Biblia, y ni tan siquiera de uno de sus libros. Todo se irá
haciendo poco a poco. Contando en redondo, desde David hasta el último de los escritos
apostólicos pasarán más de mil años…
Rosy. ¿Pero será todo la misma historia del pueblo de Israel? ¿Lo que llamamos hoy la
Historia de la Salvación?
P. Luis. Sin pretenderlo quizá, con estas palabras has dado en el clavo, como decimos
familiarmente. Permítanme que me detenga un poquito en este punto. Y ahora van a
entender a qué ha venido ese contar lo de los Patriarcas de manera tan larga.
P. Luis. Querían decir que todos aquellos portentos eran intervenciones de su Dios, el
Dios de sus antepasados que se apareció a Abraham, el Dios Yahvé que vio Moisés en la
zarza ardiendo…, un Dios muy superior a los dioses de los otros pueblos, dioses falsos que
nada pueden, mientras que el Dios de Israel salva siempre a su pueblo, un Dios fiel a su
palabra dada a los Patriarcas y a todo el pueblo con el pacto o alianza del Sinaí.
Rosy. Por lo que hemos visto hasta aquí, a los autores de la Biblia les interesaba más
Dios que el pueblo propiamente dicho.
P. Luis. Les interesaban los dos: Dios y el pueblo. Dios era del pueblo, y el pueblo era
para Dios. Teniendo esto presente, entenderemos todo lo que va a venir.
Los escritores confiarán esos recuerdos al papiro o al pergamino.
Los Profetas mirarán siempre a la Alianza del Sinaí y reclamarán los derechos de Dios
ante el pueblo que le es a veces infiel. Los Sabios harán lo mismo.
Todos ellos mirarán la historia según la interpretación de la Alianza, que estará
continuamente ante sus ojos. Esa Alianza del Sinaí que radica en la palabra empeñada por
Dios con los Patriarcas y refrendada con Moisés.
Javier. Para mí, todo está claro. Los escritos de la Biblia más bien van a ser teología que
no historia. Miran la acción de Dios, revestida de un ropaje a veces muy bonito…, y a
veces trágico, según el fin que se proponían.
Rosy. Gracias por aclararnos así las cosas. A mí me tiene muy pensativa…
P. Luis. No hay que dudarlo. Surge entonces —podríamos decir que con Salomón, entre
los años 970 al 931 antes de Jesucristo—, un autor extraordinario, aunque anónimo, que
pone por escrito todas aquellas tradiciones sobre los orígenes que se conservaban en Judá.
Este escrito tan importante le da a Dios el nombre personal de YAHVE, y por eso esta
primera colección se llama la tradición Yavista.
P. Luis. Exacto. Hoy nos vamos a quedar aquí. Otro día continuaremos hasta ver
establecido el Canon, es decir, la colección completa y definitiva de la Biblia. Tal como la
posee la Iglesia.
Javier. Aceptado todo, naturalmente, pero insisto: ¿No creen que nos vendría muy bien
aquí todo aquello que vimos en la lección anterior sobre los géneros literarios?…
P. Luis. Eso es evidente. Lo de los géneros literarios tiene aplicación muy especial
cuando se trata de hechos históricos, desde estos primeros escritos. Para nosotros la historia
tiene una regla sagrada: fidelidad total a personas, lugares, fechas… Para los orientales, no.
Ellos se atenían a datos muchas veces sin comprobarlos, e iban sólo a conseguir su fin, que
era hacer teología de la Historia. Les importaba únicamente Dios, y nada más. Dios, que
crea todas las cosas. Dios, que escoge a su pueblo. Dios, que cuida de Israel...
P. Luis. El de una mujer que te gusta: Judit. Aludiendo sólo a Nabucodonosor, no fue
rey de Nínive, sino de Babilonia… Después de la victoria, Judit vivió en paz hasta la edad
de ciento cinco años, sin que ningún enemigo molestase ya al pueblo judío. ¡Y fue
precisamente Nabucodonosor quien destruyó totalmente Jerusalén y se llevó desterrado al
pueblo judío a Babilonia!…
P. Luis. Pues, que trescientos años después de Nabucodonosor, un autor, con datos y
con nombres, fechas y lugares tomados libremente de alguna tradición popular, viene a
decir en los tiempos de los Macabeos o de los asmoneos: - Judá, no temas, que Dios te
guarda, Dios te dará la victoria, aunque sea valiéndose de una mujer honesta y no de todo
un ejército. ¡Pueblo judío, confía en Dios y a serle fiel!…
Javier. La cosa está clara. Teología, mucha. Historia nuestra, a veces, sí, a veces, no.
P. Luis. Sí; y no olviden lo del Concilio: “Hay que tener en cuenta los géneros literarios.
Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole
histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios. El intérprete indagará
lo que el autor sagrado dice o intenta decir, según su tiempo y cultura, por medio de los
géneros literarios”.
Cuestionario
Javier. Me imagino que hoy vamos a seguir con el mismo tema de la formación de la
Biblia, tema que en la charla anterior nos quedó incompleto.
Rosy. Sí, por favor. Eran datos que nos ilustran mucho en el conocimiento de las
Sagradas Escrituras.
P. Luis. Al hablar de los orígenes de la Biblia, vimos cómo los Libros Sagrados
empezaron de una manera muy sencilla, lo más probable en el reinado de Salomón, el siglo
décimo antes de Jesucristo, con las primeras redacciones del Génesis que recogían las
leyendas orientales, especialmente babilónicas, sobre la creación del mundo.
Rosy. Es de suponer que ahora empezará Israel con su propia y verdadera historia
P. Luis. A partir de este momento, ya no se detendrá la producción literaria del pueblo
judío, orientada siempre por su fe religiosa en la misma e indeclinable dirección: ¡la fe en
Yahvé!…
La Biblia se concluirá en unos mil años, para ser el faro luminoso de la Humanidad.
Rosy. ¡Mil años!… Son muchos. Pero, valdrá la pena. Porque no será seguramente para
empobrecer la Biblia, sino para que salga enriquecida hasta lo sumo.
P. Luis. Sí, resultan unos mil años, puesto que se debió comenzar por el 970 antes de
Jesucristo con la primera colección del Génesis en el reinado de Salomón, y se debió acabar
al final de nuestro siglo primero con la Segunda Carta de San Pedro, que es quizá el último
escrito del Nuevo Testamento.
Javier. ¿Cómo siguió aquella producción literaria de los judíos? ¿La favorecieron los
demás reyes como la había favorecido Salomón el rey sabio, que proponía tantos
proverbios y enigmas?…
P. Luis. Al morir Salomón, el pueblo, hastiado con tanto impuesto para mantener las
obras y el esplendor de la corte, se divide en dos reinos. En Jerusalén, al Sur, quedan las
tribus de Judá y Benjamín. En el Norte, se queda Israel con diez tribus y con Samaría como
capital.
P. Luis. No; al revés. Unos cien años después de esa primera redacción sobre los
orígenes —en la que da a Dios el nombre de Yahvé— otro autor recoge por escrito la
tradición oral que se conserva en el Norte, en la que a Dios le llama EL, o ELOHIM, el
Dios los Padres.
P. Luis. ¡Vaya, que si van a hacer! Otros cien años más tarde, acabado el reino del Norte
por la conquista de los asirios, juntan en un solo libro los dos existentes, y por eso Dios es
llamado a veces Yahvé y otras Elohim. Así tenemos ya el libro tan importante del Génesis,
primero de la Biblia.
P. Luis. No. Aunque sin coleccionarse todavía, están muchos recuerdos de Moisés en el
Éxodo, las gestas de Josué y los Jueces, las primeras historias de Samuel y los Reyes,
aunque todavía falta mucho para que aparezcan en libros terminados del todo y con
redacción definitiva. Además, han aparecido ya los profetas Oseas y Amós, Isaías y
Miqueas. Se multiplican los Salmos y aparecen las primeras colecciones de Proverbios.
Javier. Pensábamos que el Pentateuco, la Ley, la Torah, los cinco libros primeros de la
Biblia, habían sido escritos enteros por Moisés, el gran Legislador. Pero hubo otras
manos…
P. Luis. Veo que lo van siguiendo todo muy bien… En este siglo quinto se desarrolla
una gran actividad literaria y queda prácticamente acabada la redacción definitiva de la
mayor parte de los Libros del Antiguo Testamento y la compilación de los Profetas.
P. Luis. Aunque en los dos o tres siglos siguientes vendrá también la redacción última
de los Libros Sapienciales y los llamados Midrashim, o de ejemplos edificantes. Entonces,
Rosy, mete en estos últimos siglos todos esos libros a los que aludes:
Crónicas, Esdras y Nehemías…;
profetas como Abdías, Joel, Malaquías y Jonás…;
el Cantar de los cantares, Eclesiastés y el Eclesiástico…;
Job, Rut, colección definitiva de Salmos y Proverbios…;
Tobías, Judit y Ester…
P. Luis. Al final, vienen los últimos libros: Daniel, Macabeos, y ya poco antes de
Jesucristo, el libro de la Sabiduría, último libro del Antiguo Testamento.
Javier. Resulta algo difícil guardar en la memoria un orden tan desordenado de libros y
fechas. Pero me quedo con una cosa bien clara: que todos esos Libros Sagrados son
Palabra de Dios, transmitida a lo largo de tantos siglos.
Rosy. Vuelvo a una pregunta mía anterior: ¿Todos esos libros se escribieron en hebreo?
P. Luis. Te lo responderé pronto. Porque nos falta ver una cosa muy interesante...
P. Luis. Casi todos esos libros habían sido escritos en lengua hebrea por los judíos de
Judá e Israel antes del Destierro, o en Palestina después de regreso de Babilonia. Pero
vinieron los Judíos de la comunidad de Alejandría que realizaron una gran proeza. Y aquí
tenemos que hacer una pequeña digresión histórica.
Rosy. Hágala, aunque no sea más que para dar gusto a Javi con historia…
P. Luis. Después del destierro de Babilonia y con las guerras sucesivas, el pueblo judío
se dispersó por todas partes, lo que vino a llamarse la diáspora, y formaron fuertes
comunidades, siempre fieles a su Dios Yahvé. Dieron además origen a los llamados
“temerosos de Dios”, paganos “prosélitos” que se adherían a la religión judía, y que tanta
importancia van a tener cuando llegue el Evangelio.
P. Luis. Entre todas esas comunidades de la diáspora o dispersión, la más notable fue la
de Alejandría, en la costa norte de Egipto. Para tener los Libros Sagrados igual que los
judíos de Palestina, tradujeron la Biblia al griego, llamada de Los Setenta, y compusieron
además otros libros en lengua griega, como el segundo de los Macabeos y el de la
Sabiduría, poco antes ya de Jesucristo.
P. Luis. Nada. Por una leyenda bonita de la cual hoy nadie hace ningún caso. Decía la
leyenda que se reunieron setenta judíos de Alejandría, sabios y muy piadosos, que se
repartieron la tarea. Se encerraron durante setenta días, al final de los cuales estaba
completado su formidable trabajo… Esto, lo que dice la leyenda. La realidad fue muy
diferente. Esa traducción alejandrina se hizo poco a poco, y duró desde el siglo tercero
hasta el primero antes de Jesucristo.
Rosy. Vale la pena saberlo, pues muchas veces, leyendo las notas de la Biblia
encontramos esa referencia a los Setenta, escrita siempre con números romanos: Los LXX,
la L y las dos XX
Javier. Todo esto que dice de los judíos de la Diáspora —de la Dispersión, sobre todo
de Alejandría—, ¡cómo hace ver la Providencia de Dios!…
P. Luis. Pienso igual. Mucho antes que lo dijera Pablo, aquí vemos cómo Dios quería
que todos los hombres llegaran al conocimiento de la verdad… Además, ¡cómo iba
preparando el camino para el Evangelio!…
Javier. Hemos hablado hasta ahora de los Libros del Antiguo Testamento. ¿Cuáles han
sido las vicisitudes de los escritos sobre el Evangelio traído por Jesucristo?…
P. Luis. Aquí ya caminamos con pie mucho más seguro, aunque también existen para
nosotros algunas dificultades, dado el concepto que los escritores de entonces tenían sobre
la historia.
Rosy. ¡Bueno, Padre! No vendrá a asustarnos si nos dice que lo que leemos de Jesús en
los Evangelios son leyendas y no historia…
P. Luis. ¡Calma, Rosy!… Los Evangelistas nos han contado todo lo de Jesús con
absoluta fidelidad. Pero, al seleccionar y escribir, ellos iban a lo suyo: a comunicar las
cosas que sabían de Jesús tal como estaban en la comunidad primitiva, relatadas por los
testigos presenciales, y aplicándolas a la vida de la misma comunidad.
Javier. ¿Nos podría aclarar del todo este punto tan importante?
P. Luis. Lo hago, y con las palabras más autorizadas, las del Concilio:
“Los cuatro Evangelios narran fielmente lo que Jesús, viviendo entre los hombres, hizo y
enseñó realmente hasta el día de la ascensión. Después de este día, los Apóstoles
comunicaron a sus oyentes esos dichos y hechos con la mayor comprensión que les daban
la resurrección gloriosa de Cristo y la enseñanza del espíritu de la verdad. Los autores
sagrados compusieron los cuatro Evangelios escogiendo datos de la tradición oral o escrita,
reduciéndolos a síntesis, adaptándolos a la situación de las diversas Iglesias, conservando el
estilo de la proclamación: así nos transmitieron siempre datos auténticos y genuinos acerca
de Jesús”.
Javier. ¿Satisfecha con tales palabras, Rosy, y nada menos que del Concilio?…
Rosy. Satisfecha, no; sino enormemente feliz. Lo que sabemos de Jesús no son cuentos,
sino las realidades más bellas de la vida del Señor…
Rosy. ¿Y qué significa esa palabra “Canon”, que ha citado más de una vez, como si
fuera algo muy importante?
P. Luis. ¡Y tan importante! Porque hay que responder a esta pregunta: ¿Cuáles son los
libros que tenemos que tener como Libros Sagrados, o sea, los que fueron inspirados por
Dios? Los judíos dicen unos; los protestantes, otros; y los católicos, otros. ¿Quién tiene la
razón?
Javier. Usted se la dará a los católicos, desde luego.
P. Luis. Sí. Pero, vamos a ver cómo y por qué. Espero ser breve en esta exposición,
aunque me extienda algo en ella.
- Los judíos de los tiempos de Jesús utilizaban la Biblia de doble manera. Los de
Palestina se atenían a veintidós libros del Antiguo Testamento escritos en hebreo. Los
judíos de la Diáspora, que estaban extendidos por todo el Imperio, utilizaban la Biblia de
los Setenta, o sea la traducción griega alejandrina, más amplia, con libros traducidos del
hebreo y algunos escritos en griego, rechazados por los judíos de Jerusalén.
- Los Evangelistas y demás escritores del Nuevo Testamento utilizaban la Biblia griega.
Es notable este hecho: de las 350 veces que citan el Antiguo Testamento, unas 300 lo hacen
con esa traducción de los Setenta. Era claro que la Iglesia naciente, empezando por San
Pablo, aceptaba los libros de la Biblia griega y no solamente la hebrea de Jerusalén.
- Al venir la Reforma protestante, Lutero se quedó para el Antiguo Testamento sólo con
los libros de la Biblia hebrea, aunque al fin aceptó entero el Nuevo Testamento.
- ¿Y qué son esos libros llamados deuterocanónicos?… Esta palabra quiere decir: “en
segundo lugar”. Son aquellos libros que de momento no fueron aceptados por unanimidad
en la Iglesia, sino poco a poco. Pero tienen la misma autoridad que los primeros, porque
unos y otros están inspirados de la misma manera por Dios.
P. Luis. La Iglesia se sirvió de la Biblia entera durante muchos siglos. Pero cuando en el
siglo dieciséis se suscitó la cuestión protestante, vino el Concilio de Trento, y de una vez
para siempre —basándose en la Tradición apostólica y con la suprema autoridad que le ha
conferido Jesucristo—, fijó el Canon de los Libros Sagrados tal como estaban en la antigua
Vulgata latina y que hoy presentan todas las Biblias católicas.
Cuestionario
Javier. Muy claro todo, Padre. ¿Nos va a dictar todos los Libros Sagrados que forman el
Canon?
P. Luis. No. Porque basta tomar cualquier Biblia católica, y encontraremos la lista
completa, sin ninguna distinción de protocanónicos y deuterocanónicos. Y así, resumo hoy
toda la lección.
Primero. Todos los libros, protocanónicos y deuterocanónicos, tienen el mismo valor,
desde el Génesis, el primero que abre el Antiguo Testamento, hasta el Apocalipsis, el
último del Nuevo Testamento y que cierra la Biblia entera.
Segundo. Los Libros Sagrados se escribieron en conjunto durante unos mil años.
Tercero. El Canon lo fijó la Iglesia en el Concilio de Trento el año 1546, sin distinción
de libros protocanónicos y deuterocanínocos, porque todos tienen el mismo valor de
inspirados por Dios.
Rosy. La Biblia, libro que es toda una biblioteca, puede suscitar muchos interrogantes
históricos. Pero de una cosa estamos ciertos: que nos guarda, que nos da, la Palabra de
Dios…
A continuación, la misma Lección 009,
El ambiente de la Biblia. El País e Historia bíblicos.
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. ¿Qué piensan ustedes? Si hoy les quiero hablar sobre el Japón, ¿por qué y por
dónde creen que debo comenzar?
Javier. No resulta muy difícil responder: empiece por decirnos, si no sabemos geografía
e historia, quién es y dónde está ese pueblo…
P. Luis. Pues esto es lo que nos ocurre con la Biblia. Antes de meternos en el estudio y
aun en la simple lectura de la Sagrada Escritura, es muy conveniente estar ambientados en
el terreno y en el tiempo en que se desarrolló la composición de los Libros Santos.
Rosy. ¿Y es lo que vamos a hacer hoy? Creo nos gustará a todos el que nos exponga
algunas nociones sobre el país, la historia, la lengua del pueblo judío…
P. Luis. Sabemos que Abraham, con quien comienza la historia bíblica, salió de
Mesopotamia, se dirigió hacia el Oeste hasta llegar a las cercanías del mar Mediterráneo, y
se estableció en el país de Canaán, tierra que le promete Dios dar a la que será su
descendencia.
P. Luis. Este trozo de tierra es pequeño. De Norte a Sur, poco más de doscientos
kilómetros; y de la Transjordania al mar Mediterráneo, una media de ochenta y cinco. Un
total, pues, de unos 30.000 kilómetros cuadrados.
Rosy. Para ser la tierra de una nación importante, hay que decir que es un país pequeñ
P. Luis. Pequeño, pero va tener una importancia enorme. Canaán, o Palestina como se le
llamó posteriormente, está en el centro de la llamada “medialuna fértil”, la rica región que
se extiende desde Mesopotamia en Este hasta Egipto en el Oeste. Debajo de ella, hacia el
Sur, empieza el desierto de Arabia.
Javier. Para recordarlo bien: la tierra que va desde la actual Iraq hasta Egipto en África,
con el desierto de Arabia en el Sur, y con el mar Mediterráneo al Oeste.
P. Luis. Así es. Aunque los exploradores de Moisés y de Josué la colmaron de elogios
—la llamaron “tierra que mana leche y miel”—, el país tiene contrastes muy marcados.
Tierras fértiles eran las llanuras de Filistea y Galilea, que arrancaban de las estribaciones
del Monte Líbano en el Norte. La Samaría ya no era tan rica. El centro, de Norte a Sur hasta
más abajo de Jerusalén, era montañoso, más apto para el pastoreo que para la agricultura.
P. Luis. Para nada. Porque la depresión de Jordán, el único río que cruza el país de
arriba abajo, es muy honda. En el Sur llega casi a los cuatrocientos metros bajo el nivel del
mar. Arranca del Líbano, forma el Lago de Tiberíades —al que los nativos darán el
pomposo nombre de Mar de Galilea— y va a morir en el Mar Muerto al Sur.
Javier. ¿Y cómo es que Palestina, siendo país pequeño y relativamente pobre, era tan
codiciada de los imperios vecinos, de Asiria, Babilonia, Egipto, y después tan ambicionado
por Grecia y Roma?…
P. Luis. Muy bien hecha la pregunta. La razón es muy sencilla. Palestina era el nudo
geográfico en el que confluían y por el que pasaban todas las civilizaciones de aquellos
tiempos. De aquí su situación estratégica y su importancia para el comercio y los ejércitos.
P. Luis. Cuando llegó Abraham a Canaán se hablaba allí el hebreo, lengua también
semita que asimilaron los patriarcas y que hablaron sus descendientes conservándola hasta
en los siglos de la cautividad de Egipto, y en la que se escribieron los Libros de la Biblia.
Rosy. Pero siempre he oído decir que a veces hablaban en un dialecto propio de ellos.
P. Luis. Has oído campanadas, pero no sabes de dónde viene el sonido… Sí, te refieres
al arameo. En todo el Oriente se hablaba esa lengua, que no es un dialecto, sino una lengua
verdadera. El arameo era la lengua de los comerciantes y de la diplomacia. Durante el
destierro de Babilonia la aprendieron los judíos, y al fin se quedó como la lengua de todos.
Javier. ¡Gracias a Dios, que contamos con la lengua en que Dios se expresó con
nosotros!
P. Luis. El latín no tuvo que ver nada ni con los judíos ni con los escritos de la Biblia.
Pero el griego, si. y mucho. Con las conquistas de Alejandro Magno, el griego se va a
imponer en todas partes, de tal manera que al llegar el Imperio Romano, no será el latín,
sino el griego la lengua universal. Es muy posible que el mismo Jesús lo hablara, pues
conversó con aquellos prosélitos griegos que querían verle, y sobre todo habló directamente
con Pilato, que no hablaba sino en griego o en latín.
Javier. Estamos aprendiendo cosas muy interesantes, y que tanto nos pueden servir para
una mejor comprensión de la Sagrada Escritura…
P. Luis. En este país tan reducido de Palestina, encrucijada de tantas civilizaciones y con
las lenguas entonces conocidas, se desenvolvió la historia más importante del mundo.
Javier. Esto nos interesa mucho. ¿Por qué no reduce a pocas palabras las peripecias de
Israel en sus largos años de historia?…
Rosy. ¿Duró mucho ese período de los Jueces, Débora, Gedeón, Sansón y demás?…
P. Luis. No hay nada preciso. Pongamos unos ciento cincuenta años. Hacia el año mil
antes de Jesucristo surge la Monarquía con David, después de los ensayos reales habidos
con Saúl. El pueblo permanece unido nada más que unos setenta años, pues al morir
Salomón se divide el dos reinos: al Norte, Israel con diez tribus y con Samaría por capital;
al Sur, Judá, con solo dos tribus y por capital Jerusalén.
Javier. Creo que es muy importante recordar esto, para no hacernos un enredo cuando
leemos los Libros de los Reyes: que si el rey de Israel, que si el rey de Judá, que si Samaría,
que si Jerusalén…
P. Luis. Dices muy bien, Luis. Aunque el pueblo descendiente de los Patriarcas se ha
dividido hasta constituir dos Estados, Yahvé sigue siendo el Dios que adoran los dos, y a
los dos manda Dios Profetas que mantengan viva la fe del pueblo.
P. Luis. Debido a sus infidelidades, Dios castiga a Israel, el reino del Norte, y los asirios
conquistan Samaría; Israel es deportado en masa a Nínive donde el reino del Norte
desaparece diluido entre aquellas gentes. Esto ocurría el año 721 antes de Jesucristo.
P. Luis. Le va a pasar lo mismo que a Israel, pero con una enorme diferencia: que
regresará del destierro. El año 587 Nabucodonosor toma Jerusalén, derriba el Templo,
destruye la ciudad, y se lleva cautivo a Babilonia a todo el pueblo de Judá, que vivirá
desterrado setenta años.
Rosy. Una prueba demasiado dura para toda una nación. ¿Cómo se las va a arreglar?
P. Luis. Ciro el persa, que ha conquistado Babilonia arrebatándola a los caldeos, da a los
judíos la autorización de volver a su tierra, reedificar el Templo, y constituirse de nuevo en
Estado, cosa que realizan bajo la guía de grandes hombres como Zorobabel, Nehemías y
Esdras. Esto ocurre en el siglo quinto antes de Jesucristo.
P. Luis. A partir del Destierro, el pueblo judío se esparció por todas partes de los
imperios griego y después del romano. Fue una enorme providencia de Dios, que así
preparaba maravillosamente los caminos del Evangelio. En tiempos de Jesús, había muchos
más judíos fuera que dentro de Palestina, donde se calcula que había un millón, y fuera
pasaban de los cuatro millones, de los cuales dice el historiador romano Estrabón, por los
mismos días de Jesús: “No es fácil encontrar un solo lugar del mundo sin esta gente, que,
además no deja de hacer sentir en todas partes su autoridad”.
Javier. Magnífico elogio. Pero debemos estar ya cerca del Cristo, ¿no es así?
P. Luis. Sí; estamos ya a las puertas. Así se llegará hasta Jesucristo. ¿Y qué pasará
después?… Sabemos la historia. Los jefes del pueblo no aceptaron a Jesús, y el mensaje del
Evangelio pasó a los pueblos gentiles. El año 70 las tropas romanas destruían Jerusalén, la
cual sufría en el año 135 la última y definitiva derrota. La historia bíblica había acabado
según la dolorosa profecía de Jesús.
Rosy. ¿Dice usted “definitiva derrota”, de modo que no haya esperanza para Israel?
P. Luis. Te felicito por tu buen corazón, Rosy. Y hemos de precisar bien. Aquellas
derrotas bajo las legiones romanas no fueron definitivas para Israel. Pues queda en firme la
promesa de Jesús y que confirma tan seriamente San Pablo en su carta a los Romanos,
inspirado por el Espíritu Santo.
Javier. ¿Y lo de Pablo?…
P. Luis. San Pablo lo dice con expresión casi triunfal: “Si su caída ha sido una riqueza
para el mundo, y su fracaso, riqueza para los gentiles, ¿qué no será su plenitud?”…
Javier. Esto es consolador de verdad. Una historia tan gloriosa no puede terminar en un
fracaso. Eso no dice con Dios que eligió a Israel para dar al mundo su mayor regalo:
Jesucristo el Señor…
Cuestionario
P. Luis. Muy bien dicho, Javier. ¿Y cómo quieren que resuma la lección de hoy, tan
diferente de la de otros días?… Digamos brevemente esto.
Primero. Palestina, la tierra en que se desarrolló el mundo de la Biblia, era un terreno
pequeño, de unos 30.000 kilómetros cuadrados a lo más, que daba al mar Mediterráneo en
el Oriente Medio.
Segundo. Como un consejo, conviene tener a mano un mapa de los países bíblicos
antiguos. Hoy lo traen casi todas las Biblias, pues ayuda mucho para situarse bien al leer la
Sagrada Escritura.
Tercero. Israel no está excluido por Dios del Reino mesiánico. Al contrario. Su
alejamiento es solamente provisional. Dios lo llamó antes que a nosotros, y, como dice San
Pablo, “son muy amados de Dios, porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables”
(Romanos 11,29)
Javier. Aunque estamos muy interesados en las lecciones sobre la Biblia —eso,
lecciones verdaderas de las que consta cualquier curso científico—, tratándose de un Curso
de Biblia como el nuestro, creemos muy oportuno que nos dé una clase expresa sobre los
sentimientos que deben animarnos al estudiar la Sagrada Escritura. Porque la Biblia no es
lo mismo que las Matemáticas...
P. Luis. Javi, pues no te expresas mal al emplear la palabra “sentimientos” con que hay
que estudiar y leer la Biblia. Y ante este su deseo, más que una lección les quiero hacer una
exhortación sobre las “disposiciones” con que hay que leer las Sagradas Escrituras.
Rosy. Me parece muy bien la idea. El día que iniciamos el Curso, nos dijo usted —y
nosotros tomamos la sugerencia suya muy en serio— que en adelante todos nos iban a
encontrar CON LA BIBLIA EN LA MANO. ¿Qué sacaríamos de leerla de manera
rutinaria? Veo muy conveniente eso de indicarnos las disposiciones que debemos tener en
el corazón mientras el libro está en la mano.
P. Luis. Así planteada la cosa por ustedes mismos, no les quiero decir hoy cómo vamos
a estudiar la Biblia en nuestro Curso, sino cómo vamos a leer la Biblia de aquí en adelante,
a lo largo de toda nuestra vida. Porque si estudiamos la Biblia es para saber leerla, a fin de
que la Palabra de Dios sea la vida de nuestra vida.
Javier. ¡Bien! Esto hará que la Biblia nos forme hijos piadosos de Dios, y no sabios
precisamente. Que nos haga como Jesús, en quien se ve a lo largo de todo el Evangelio que
derrochaba una piedad inigualable con su Padre. ¿Atino, Padre Luis?…
P. Luis. ¡Demasiado que atinas! La charla de hoy no va a buscar otro fin: ¿Cómo hemos
de leer la Biblia para tener los mismos sentimientos que el Señor Jesús?…
Rosy. Entonces, me permito sugerirle las primeras preguntas: ¿Cuáles deben ser nuestras
disposiciones al leer la Sagrada Biblia? ¿Podemos leerla como otro libro cualquiera, por
bueno que sea, o debemos hacerlo de manera muy diferente?…
P. Luis. Partimos de la base de que la Biblia tiene por autor principal, como último
responsable de todo el escrito, al mismo Dios, que nos ha dejado su Palabra con amor y
para ganarse nuestro amor. Es lo que nos ha dicho el Concilio con dos textos ya famosos y
tan repetidos:
Javier. Es esto tan claro, que me atrevo a quitarle la palabra, Padre Luis: Los dos
primeros sentimientos con que vamos a tomar la Biblia en nuestras manos son la fe y el
amor.
P. Luis. Me gusta que discurran así, Javier. En esas dos palabras tuyas creo que has
resumido todo lo que podamos decir hoy. Todo lo demás no será sino consecuencia de lo
que encierra y es la quintaesencia del Evangelio, el meollo de todo lo que nos enseñó
Jesucristo. Al querer leer la Sagrada Escritura, tengamos fe y amor.
P. Luis. Así es. Tienen fe y amor. Pero han de avivar continuamente estos sentimientos.
FE en la Palabra de Dios. Fe, porque sabemos que quien nos va a hablar es el mismo
Dios. Fe, porque nos vamos a encontrar con Dios, aunque no lo veamos cara a cara.
AMOR, porque a un Dios que se nos hace encontradizo con amor, sólo se le puede
corresponder y tratar con amor.
P. Luis. Nos vamos a basar en unas palabras de la misma Sagrada Escritura que citamos
continuamente: “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para
corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y
preparado para toda obra buena”.
Javier. Es lo que vimos en aquella lección sobre la Inspiración. Si lo que leemos está
inspirado por Dios, esa lectura es de la Palabra de Dios. Entonces es Dios mismo quien nos
habla.
P. Luis. Jesús mismo utilizó la Escritura para rechazar al tentador y mantenerse firme en
su fidelidad al Padre. Al demonio, que utilizaba torcidamente y con mal fin la Escritura, le
responde con energía y sin apelación posible: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios”… “No tentarás al Señor tu Dios”… “Está escrito:
Adorarás al Señor tu Dios, y sólo a él darás culto”.
P. Luis. En esto: en afirmar que la Biblia ES Palabra de Dios. Por lo mismo, es Dios
personalmente quien nos habla.
Rosy. ¿Y cómo avivamos el AMOR?… Al leer la Biblia, ¿es tan fácil fomentar el amor
como el creer que la Biblia es Palabra de Dios?
P. Luis. Tan fácil es una cosa como la otra. Cuando el Concilio nos dice que Dios nos
habla por medio de la Biblia, nos viene a decir que Dios hace con nosotros lo mismo que
con Moisés, pues cita este texto: “Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un
hombre con su amigo”. Y añade después las palabras de Jesús: “Yo les llamo amigos,
porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer”. Amigo verdadero es quien
no se guarda un secreto, sino que lo confía todo a aquel en quien confía y a quien ama.
P. Luis. Pues no son dos, sino que somos tres los que estábamos pensando en lo mismo.
El Dios que nos habla con amor, suscita también amor cuando nos habla. Clásico entre
todos, ese texto de los de Emaús: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros
cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”.
Javier. ¿Y en qué fundamentaría eso de que Dios suscita el amor con su Palabra escrita?
P. Luis. En el hecho de que Dios está encarnado en las Escrituras, conforme al texto
célebre que trae también el Concilio. El profeta habla del camino que Dios enseñó a Jacob,
y añade: “Después apareció en la tierra y convivió entre los hombres”.
Javier. Cualquiera diría que habla, adelantándose a Juan, de la encarnación del Hijo de
Dios en el seno de María...
P. Luis. Pues no es eso, ya que se refiere a la palabra que Dios dirigió después a
Moisés, y de la cual añade: “Felices nosotros, Israel, pues se nos ha revelado lo que agrada
al Señor”.
Rosy. Como se ve, a la Biblia nos podemos acercar con amor, sabiendo que vamos a
sacar amor.
P. Luis. Pues, sí. El salmista, que sabía esto muy bien, nos dice cuál era su sentir ante la
Palabra de Dios: “Me adelanto a la aurora… Espero en tu palabra… Mis ojos se adelantan a
las vigilias de la noche, a fin de meditar en tu promesa… Tu palabra es la verdad… Aspiro
a guardar tus dictámenes, los amo sobremanera… Tu ley hace mis delicias”.
Rosy. Pero aquí habla el salmo sólo de la Ley. O sea, de aquellos cinco primeros libros
del Pentateuco atribuidos por los judíos, y también por nosotros hasta ahora, sólo a Moisés.
Era la Ley de Dios, sus Mandamientos, el célebre Decálogo y las otras prescripciones.
P. Luis. No. Si leemos atentamente ese largo salmo 118, la ley, los dictámenes, la
promesa… eran para el salmista toda la Revelación y toda la Palabra de Dios contenida en
las Sagradas Escrituras. Como pueden ser para nosotros, sobre todo, los Evangelios, los
Hechos, las Cartas y demás escritos del Nuevo Testamento.
Rosy. No tengo que decir que a mí me gusta esto de leer la Biblia con amor y que la
Biblia nos comunica amor al leerla…
P. Luis. Así es. Porque con la lectura de la Biblia, con ese trato con Dios, pretendemos
llegar a la perfección cristiana. Es lo que nos ha dicho San Pablo: “para corregirnos…, para
formarnos en el camino de la santidad… para hallarnos perfectos ante Dios… para estar
dispuestos a practicar toda obra buena”.
Javier. O sea, que la Palabra ha de ser llevada a la vida… Yo pienso que, de no ser así,
el trato con Dios lo podríamos comparar con el de dos amantes que dicen quererse pero
están siempre peleados: basta que uno quiera una cosa para que el otro haga lo contrario…
Si leemos la Palabra de Dios y no acomodamos a ella nuestra vida, ¿de qué nos va a servir?
…
P. Luis. Esto que dice Javier nos lo dice el apóstol Santiago con su rudeza habitual y con
una comparación simpática: “Si alguno se contenta con oír la palabra sin ponerla por obra,
se parece al que contempla su cara en el espejo: efectivamente, se contempló, pero dio
media vuelta y al punto se olvidó de cómo era. En cambio, el que considera atentamente la
Ley perfecta de libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como
cumplidor de ella, practicándola, será feliz”.
Javier. La cosa está clara. Para Santiago, como para Pablo, la Ley perfecta de la libertad
es la revelación cristiana, lo que nos dijo, enseñó y mandó Jesucristo.
Javier. ¡Demasiado bien!… La Biblia, espejo del creyente, nos hace ver todo lo que nos
afea ante Dios, y, con su ayuda, nos disponemos a los mayores sacrificios a fin de hacer lo
de Jesús: “Yo hago siempre lo que a mi Padre le agrada”.
Rosy. Al hablar de la lectura de toda la Biblia en general —en especial de lo que más
nos puede interesar—, vuelvo a mi idea de antes: que cuando los textos nos hablan de la
Ley, no se trata solamente de los Diez Mandamientos, sino de toda la Revelación. Por lo
mismo, lo aplicamos a la lectura de toda la Biblia, ¡tan bella!, pero en especial a lo referente
a Jesús en el Nuevo Testamento.
Javier. Hoy se suele hablar mucho de la “Lectio divina”, así, con una expresión latina.
¿Qué quiere decir?…
P. Luis. Me gusta, Javi, que lo hayas preguntado. Con la lectio divina estamos volviendo
a la tradición más pura y más bella de la lectura de la Biblia en la antigua Iglesia.
Rosy. Si eso era lo que se hacía desde el principio de la Iglesia, tenía que ser cosa
buena...
Rosy. ¡Precioso! Como amantes, como esposos... Pero, ¿en qué consiste la Lectio
divina?
P. Luis. Tengan presentes sólo estos puntos fundamentales, y que resumen todo lo que
se dice hoy de la Lectio divina..
- Primero. Escojo la página o el hecho o la simple sentencia que deseo para hoy. Lo leo
todo seguido con paz, con tranquilidad.
- Segundo. Acabada la lectura, vuelvo al principio, y ahora me detengo en cada palabra,
en cada expresión, sin prisas, mientras suscite en mí un pensamiento que me llene. Medito,
profundizando, en todo lo que he leído.
- Tercero. Viene lo más importante. Escucho a Dios, y le hablo. Dialogamos los dos. Es
conocimiento que yo adquiero de Dios, y es conocimiento de la voluntad de Dios sobre mí.
Es examen, como el mirarme en el espejo, para ver cómo vivo yo eso que Dios me enseña y
me pide. Es prometerle yo a Dios. Es el pedirle a Dios con confianza...
Cuestionario
Rosy. ¡Gracias a Dios, Padre Luis, que al fin llega la primera lección de la Biblia!...
Javier. Sí, gracias a Dios. ¿Y sobre qué va a versar esta primera lección?
P. Luis. ¡Vaya pregunta! Pues, sobre la primera página de la Biblia. Ábranla, ¿y con qué
se encuentran?
P. Luis. Pues, de la Creación vamos a hablar. Pero les prevengo desde un principio de
que hoy nos vamos a limitar al capítulo primero del Génesis y a los cuatro versículos del
capítulo segundo. Los capítulos segundo y tercero serán objeto de otra lección.
Javier. ¿Por qué este corte de la misma lección? ¿Es que resultaría muy larga?
P. Luis. No es por eso. Sino porque en la Biblia son dos relaciones de la creación muy
distintas. La de hoy, una página verdaderamente fabulosa, fue redactada definitivamente en
el siglo sexto antes de Jesucristo, durante el destierro de los judíos en Babilonia.
P. Luis. Rodeado como estaba de falsos dioses, Israel, por sus profetas y letrados,
reflexionó sobre Yahvé su Dios, y vio que era muy superior a los dioses de los paganos,
dioses que eran todos una mentira, mientras que el Dios de Israel era el único y verdadero
Dios, por ser el único Dios que fue capaz de crear el universo entero con sólo quererlo, con
sólo decirlo, con sólo el poder de su palabra, que decía:
- “¡Que se haga la luz!”, y la luz que empezaba a existir...
- “¡Que el firmamento se llene de pájaros, que el mar bulla de peces, que la tierra se
pueble de animales!”, y todo se llenaba de vida alegre...
P. Luis. No. Esto no lo hacía Marduk, el dios de los caldeos, ni ningún otro dios, porque
todos eran unos dioses embusteros, y eran unos tontos todos aquellos que los adoraban...
Sobre todo, Yahvé, el Dios de Israel, dijo:
- Voy a hacer al hombre a mi imagen y semejanza, y lo voy a hacer varón y mujer, de
modo que yo no tendré otros dioses rivales, sino que el hombre será mi único amigo, capaz
de amar y de amarme, rey de toda la creación, hasta que aparezca en ella mi Hijo, hecho
hombre también, como Rey de reyes y colofón de todo lo creado...
Así lo dijo Dios, y así lo hizo.
Javier. ¡Vaya manera que tiene usted, Padre, de describir la creación! La Biblia no lo
dice así.
Rosy. Le doy la razón a Javier. ¡Esto es fantasear demasiado! Padre Luis, usted tiene
mucha imaginación...
P. Luis. Cierto. Porque lo hizo todo de tal manera bueno y hermoso, que el mismo Dios
se dijo al fin complacido: ¡Qué bien que ha resultado todo! ¡Qué belleza!... Voy a descansar
de todas mis obras. Que el hombre siga mi tarea. Pero, que al llegar el día séptimo,
descanse también él, para que dedique ese día séptimo a mi recuerdo, a mi adoración, a mi
culto, hasta que, al fin, entre en mi descanso definitivo, con en mi propia gloria...
Rosy. Entonces, el redactor de la Biblia tenía una segunda intención muy marcada: Iba
directamente a la observancia del sábado.
P. Luis. Has atinado perfectamente, Rosy. El recuerdo de Dios está ligado al culto.
¿Queremos no olvidar a Dios? Recordemos sus obras. ¿Queremos recordar sus obras?
Seamos fieles al culto. Aquellos judíos de Babilonia, castigados por su infidelidad a Dios,
tenían esto muy presente. Y, escarmentados, empezaron por renovar el culto en toda su
pureza. Pero, dejemos esto y pasemos a otras consideraciones.
Javier. Que deben ser muchas, cuando el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que
“la catequesis sobre la Creación reviste una importancia capital”.
P. Luis. Cierto, porque nos dice el mismo gran Catecismo: : “La creación es el
fundamento de todos los designios salvíficos de Dios, el comienzo de la historia de la
salvación, que culmina en Cristo... Desde el principio, Dios preveía la gloria de la nueva
creación en Cristo”.
Rosy. ¡Qué precioso es esto! Desde el principio, aparece la Persona de Jesucristo como
fin y centro de toda la creación, como nos dirá Pablo en la carta a los de Colosas: Jesucristo
es “el Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los
cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles..., todo fue creado por él y para él... y todo
se mantiene en él”.
Javier. Tú, Rosy, siempre la misma apenas oyes el nombre de Jesús. Pero, déjame que
pregunte: ¿Qué quiere decir la Biblia con esa expresión “El cielo y la tierra”?
P. Luis. Vayamos de nuevo al Catecismo de la Iglesia Católica, que nos dice: “Cielo y
tierra significa todo lo que existe, la creación entera”. Aunque admite sus distinciones: “La
tierra es el mundo de los hombres... El cielo o los cielos puede designar el firmamento,
pero también el lugar propio de Dios, nuestro Padre que está en los cielos, y por
consiguiente también el cielo”, es decir, la gloria final. “Finalmente, la palabra cielo indica
el lugar de las criaturas espirituales, los ángeles, que rodean a Dios”.
Javier. Estamos hablando de una manera algo extraña. Todo este capítulo primero de la
Biblia sobre la Creación, ¿es un cuento, es una leyenda, o es una historia?
P. Luis. Muy bien peguntado, Javi. Nada más abrimos la Biblia nos encontramos con la
página grandiosa de la Creación: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra”. Y esto,
contra lo que pudiera parecer a primera vista, es una historia. Es la narración del principio
del tiempo. Es la primera palabra de la historia de la salvación. Pero, ¡claro está!, es una
historia narrada con un lenguaje que no es el de hoy.
Rosy. ¿Valdría la pena traer aquí lo que nos dice hoy la ciencia sobre el principio del
mundo? Los científicos no dicen nunca nada de Dios. Se limitan a la observación del
Universo. Pero, ¿no nos pueden ayudar en algo? ¿Encuentran contradicción con lo que nos
dice la Biblia?
P. Luis. Magnífica pregunta, Rosy. Nunca la ciencia podrá contradecir a Dios, ni Dios
negar lo que la ciencia ha descubierto sobre la obra de Dios. Permíteme que te responda
con unas breves palabras. ¿No han oído nunca la teoría del “Big Bang”? Cada vez va
ganando más terreno esta teoría.
Javier. A esa explosión primera de ese punto de materia, en el que estaba encerrada la
creación entera y la misma vida, se le llama el “Big Bang”, o Gran Estallido, y que
ciertamente indica una sabiduría y un poder en Dios infinitos sin más, y ante los cuales
caemos rendidos, llenos de gozo por la grandeza inmensa de nuestro Dios y Señor.
Rosy. ¡Santos cielos, qué emoción! Dejemos que la ciencia nos hable así, mientras con
fe y con sencillez de corazón leemos una y otra vez ese maravilloso relato de la Creación
que nos ofrece la Biblia en si página primera.
Javier. ¡Muy bien, Padre Luis, por su breve explicación! En lo que usted nos acaba de
decir, ¿no tenemos la mejor respuesta a lo que Dios nos ha querido decir con esa relación
tan popular sobre la Creación del primer capítulo de la Biblia? La Biblia no nos transmite
una lección de astrofísica, sino un mensaje religioso de Dios. ¿No es así?
Rosy. Creo que no hay nada que añadir. Aunque a mí me hace ver la necedad de que
hacen gala quienes niegan a Dios. Los que se llaman “agnósticos”, “teósofos”, “deístas”. y
no sé cuántas palabras más, a cual más raras, sin ir precisamente a los “materialistas” y
“ateos”...
Javier. Yo lo veo claro. Todos esos vienen a decir que no creen en Dios. Porque su dios
es un dios vago, impersonal, y no el trascendente de la Biblia, el Todopoderoso, el Eterno,
el que existe desde siempre y para siempre...
Rosy. Abundo en los mismos sentimientos. Ese Dios es Aquel en el cual nosotros
creemos, y al que cantamos con el Salmo: “¡Señor Dios nuestro, qué admirable es tu
nombre en toda la Tierra! Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las
estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para
darle poder?”... A mí me emociona hondamente este Salmo octavo cada vez que lo oigo
cantar.
P. Luis. Pero esta “primera creación” no es más que la imagen de la nueva y definitiva
creación que vendrá con Jesucristo después de su resurrección.
Rosy. Será una creación totalmente distinta, desde luego. La llamaremos, más bien, una
“recreación”, una creación totalmente mejorada.
Javier. ¿Y por qué en esa noche pascual se hace precisamente esta lectura?
P. Luis. Porque con Jesucristo el Resucitado, al final del mundo, esta creación primera
quedará inmensamente superada, porque dará paso a la nueva tierra y a los nuevos cielos
según las palabras de San Pedro y del Apocalipsis: “Esperamos, tal como nos lo tiene
prometido, nuevos cielos y nueva tierra”. “Luego, vi un cielo nuevo y una tierra nueva,
porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron.
Javier. Una cosa nos queda clara: que Dios hizo todas las cosas de una manera
grandiosa, con sabiduría y amor para manifestar su gloria y para comunicar al hombre su
propia felicidad.
P. Luis. Nos lo sabemos de memoria. Y ya que has sido tú, Rosy, la que ha lanzado la
idea, ¿por qué no empiezas tú misma a recitarlo, como una alabanza y un acto de amor que
resumen toda la lección de hoy?... ¡Venga, comienza, que lo seguiremos Javi y yo!
Rosy.
Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor,
tuyas son la alabanza, la gloria y el honor,
tan sólo Tú eres digno de toda bendición,
y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.
Javier. Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano sol,
que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor,
y lleva por los cielos noticia de su Autor.
P. Luis. Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
y las estrellas claras, que tu poder creó,
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,
y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!
Rosy. Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor!
Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol,
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!
Javier. Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!
Cuestionario
P. Luis. Podríamos seguir con más estrofas de ese poema, uno de los más bellos de la
literatura cristiana y universal. Pero creo tenemos bastante para expresar lo que quiere esta
lección primera.
P. Luis. Muy bien. Yo les diría sólo unas ideas bien concretas sobre esta página
grandiosa de la Biblia.
Primera. La Biblia no habla sobre la Creación de modo científico, sino popular, con el
lenguaje de entonces, para transmitir un mensaje religioso.
Segunda. Este mensaje quiere decir que Yahvé, el Dios de Israel, es el único Dios
verdadero. Los demás dioses de los otros pueblos son falsos. Ni existen tan siquiera. Por lo
mismo, que los judíos no los adoren. Mientras que al Dios Yahvé le han de dar un culto
salido del corazón, expresado sobre todo con la observancia del sábado, costumbre que no
han de abandonar jamás.
Tercera. Para nosotros, cristianos, esta relación es el primer capítulo de la Historia de la
Salvación, a la vez que la fuente inspiradora de la gloria que debemos a Dios, un Dios
personal —no el vago de los agnósticos, que dicen creer en Dios pero son en realidad unos
ateos—, sino el Dios trascendente, omnipotente y eterno, principio y fin de todas las cosas.
A continuación, la misma Lección 012,
Adán y Eva. La caída y la promesa,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. Pero el que yo escuché fue mayúsculo, a mi parecer. Figúrense que una maestra
les dijo a sus alumnos pequeños: -No se crean eso de Adán y Eva, de un Dios que hace una
estatua de barro y de una serpiente que habla. Cuando sean mayores se van a reír de todas
estas cosas.
P. Luis. ¿Eso dijo la maestra sabihonda? Pues, me gustaría ser Ministro de Educación
para prohibirle a esa boba el enseñar una palabra más ni a niños ni a grandes, pues indica
no saber ni pizca de pedagogía.
Javier. Pienso lo mismo que usted, Padre, y yo haría lo mismo. Porque yo creo que nos
hallamos ante la página más genial de la Biblia.
P. Luis. Es lo que me digo yo. Las grandes preguntas del hombre han sido siempre muy
angustiosas: ¿De dónde vengo? ¿Cuál es mi destino? ¿Qué sentido tiene tanto mal como
vemos? ¿Por qué tengo que sufrir? ¿Y por qué al final tendré que morir? ¿No habrá
remedio para tanta desgracia? ¿Por qué no soy feliz, si la felicidad es lo único que yo
quiero?...
Rosy. Estamos pensando los tres lo mismo. Y por eso he querido contar lo que yo llamo
un disparate garrafal de esa maestra, tan presumidilla como pobre de pedagogía.
Javier. Esto es evidente. Porque, con el principio de la Biblia, Dios nos ha dado una
respuesta que los hombres no somos capaces de formular. Y Dios lo ha hecho de modo tan
formidable, que su manera de expresarla creo que la entendemos todos, los sabios y los
ignorantes, los hombres de hoy y los de todos los tiempos.
P. Luis. Han empezado muy bien la lección de hoy. Los capítulos dos y tres del Génesis
—que nos cuentan la formación del hombre y de la mujer, la tentación y la caída, la
sentencia de Dios y su promesa de salvación—, son de una riqueza y pedagogía
insuperables.
Javier. Yo también había oído a veces algo semejante a lo que ha contado Rosy.
Modernamente se han levantado voces imprudentes diciendo que no se deben contar así los
hechos primeros, especialmente a los niños, porque después, cando descubran por los
estudios que las cosas no fueron de ese modo, vendrán sus dudas, sus sonrisas maliciosas y
hasta la negación de los mismos hechos.
P. Luis. Sí; eso dicen algunos. Pero están muy equivocados los que así piensan. La
pedagogía de Dios en estos capítulos ha sido genial e insuperable, por no decir divina.
Rosy. Sí; lo hago muy expresamente, para confirmar lo que estamos diciendo los tres.
¿Saben lo primero que yo pensé al escuchar lo de aquella maestra? No tenía la Biblia a
mano, y no la pude leer entonces mismo. Por eso me di cuenta del disparate que oía. ¿Cómo
es que yo me sabía de memoria lo que aprendí desde niña en el Catecismo? Y me iba
diciendo: ¡Si esas imágenes que emplea la Biblia se hacen inolvidables! Una vez
aprendidas se recuerdan para siempre:
Dios modelando un cuerpo con el polvo de la tierra y soplándole después en la nariz para
infundirle la vida...
Los animales que desfilan ante el rey de la creación...
La soledad que siente Adán hasta que encuentra en Eva el gran complemento que le
faltaba...
Dios que se pasea con aquella feliz pareja por el jardín con la brisa del atardecer...
El enemigo envidioso que acecha y que habla en forma de serpiente, enroscada en el
árbol del conocimiento del bien y del mal...
La desnudez que hace abrir los ojos al pecador...
La condena al trabajo forzoso, al dolor y a la muerte sin remedio...
Los ángeles querubines y una espada de fuego que guardan la puerta del paraíso para
que el hombre no se atreva a comer del árbol de la vida y vaya a vivir para siempre...
Aunque todo, al fin, matizado con una promesa consoladora hecha al hombre infeliz,
encerrada en una amenaza implacable al demonio triunfador: -¡Serpiente maldita, ten
presente que llegará día en que un descendiente de la mujer te machacará la cabeza!...
Los que desde niños hemos leído y aprendido este hablar de Dios no tenemos la menor
duda de lo que todo ello significa. Parece como si el mundo no tuviera problemas para
nosotros. Por el contrario, quienes ignoran todo esto no saben qué respuesta dar a sus
interrogantes más angustiosos.
*¡Ay, perdonen! Que no me he querido meter a maestra ni pensaba alargarme de este
modo en mi intervención.
P. Luis. Pues, has hecho bien, Rosy, en deshacer con tu ejemplo lo que hizo aquella
tonta...
Javier. Mejor será que olvidemos a aquella maestra de una vez —para que no le lleguen
los piropos que le echamos—, y empiece, Padre Luis, por explicarnos lo que usted piensa
de cada uno de esos puntos que Rosy nos ha recordado con tanta facilidad como acierto.
P. Luis. Esto es una imagen muy bíblica. Aunque el hombre no hubiera pecado, estaba
por designio de Dios apegado a la tierra de manera total, como dueño y señor, como
colaborador de Dios. El mismo Dios lo había sacado de las entrañas de la tierra para
identificarlo con ella, como rey de la creación. San Francisco de Asís lo intuyó como nadie,
cuando cantó a “la hermana madre tierra, que es toda bendición, y da en toda ocasión las
hierbas y los frutos, y flores de color”.
Rosy. Con esto mismo insinúa que es un dueño y señor auténticamente responsable. El
hombre es dueño de los animales, como del resto de la creación, no para destruirlos a
placer, sino para colaborar con Dios en bien de la creación entera. Algo de razón tienen los
que hoy se preocupan tanto de la ecología y la defensa prudente de los animales, criaturas
también de Dios...
P. Luis. Discurres muy bien, Rosy. Y no está mal que la Biblia les haga caer en la
cuenta de todos esos problemas que hoy preocupan a las personas de responsabilidad.
Javier. En ese desfilar todos los animales delante del hombre, debe haber algo más, ¿no
es así?
P. Luis. Muy cierto. Y a esto va sobre todo la Biblia. Ese desfile impresionante y
pintoresco a la vez le hace notar a Adán un fallo grande que lleva dentro de sí mismo, pues
se dice: -No hay ninguno que se parezca a mí. Soy el dueño de todos estos seres vivientes, y
sin embargo me encuentro solo, completamente solo...
Javier. Aquí nos presenta la Biblia a Dios algo pensativo. Como que en un principio le
hubieran salido las cosas no del todo bien y las quisiera corregir...
P. Luis. Seguro. La Biblia le está dando al asunto una importancia excepcional y nos
presenta a Dios discurriendo de una manera muy especial. Entonces decide crear a la mujer,
pero de una manera muy singular también. No la forma del polvo de la tierra, como al
varón, sino que la saca de una de sus costillas, de al lado del corazón, y, cuando se la
presenta al hombre, éste rompe en un grito de júbilo: -¡Ésta sí que es carne de mi carne y
hueso de mis huesos! ¡Ha salido de mí, de mí mismo!
Rosy. He preferido que hablaran ustedes. Pero ya ven que las mujeres le tenemos que
estar algo agradecidas a Dios... Se quiso lucir, sencillamente, con nosotras.
P. Luis. Dices muy Rosy. Frente a todas las culturas antiguas, la mujer es así elevada a
su mayor altura y dignidad. Dios infunde en la pareja el amor sexual, por el que los dos se
juegan todo, hasta abandonar a los seres más queridos como el padre y la madre; marido y
mujer se convierten en fuente de la vida humana; y uno y otra encuentran en la pareja todo
lo que les falta para su perfección y felicidad.
Rosy. No nos extraña ahora la referencia severa de Jesús cuando, hablando del divorcio,
diga a los jefes del pueblo en su tiempo: -¿Divorciarse el hombre de la mujer?... ¡Al
principio no fue así! El plan de Dios es claro, válido para todos los tiempos y lugares: Uno
con una y para siempre...
Javier. No está mal que hablemos con detalle del matrimonio, hechura exquisita de
Dios. Pero, pasemos a lo más misterioso de la narración. ¿Qué significan los dos árboles en
medio del jardín?
P. Luis. Muy bien hecha la pregunta, Javi. Muchos piensan que fueron una “trampa”
que puso Dios. Cuando es todo lo contrario. Fue un doble mandamiento lleno de amor. La
vida en aquel jardín era el colmo de la felicidad. El pasearse de Dios con la pareja a la
fresca del atardecer, indicaba la paz y armonía entre el cielo y la tierra. Para defenderla y
hacerla duradera, Dios les avisa que no se les ocurra independizarse de Él, pues el día en
que se separen de Dios, estarán perdidos. Es el significado de los dos árboles misteriosos.
P. Luis. Con el árbol del conocimiento, les dice: -No queráis ser como Dios; sed sus
amigos, sus colaboradores, y nada más...
Y con el árbol de la vida, les amonesta: -Vuestra vida es de Dios. Sin Dios, moriréis
irremisiblemente.
Javier. ¿Entonces?...
P. Luis. Como Dios quería que el hombre no muriese, le concedió ampliamente comer
del árbol de la vida. Sus frutos le harían permanecer en la inmortalidad. Pero les prohibía
comer del árbol que significaba la sumisión a Dios.
Javier. Ya se ve. El demonio pretendía la rebeldía contra Dios. Era lo único que le
interesaba al maldito.
Rosy. ¡Entendido todo! ¡Ahora sí!... Y ahora se entiende el pecado moderno: -¡Dios no
interesa! ¿Para qué necesitamos a Dios?... Vivamos a nuestras anchas...
Javier. Esto se ve claro. La serpiente quería al hombre soberbio, no humilde: “¡Sé dios
de ti mismo!”... Lo quería independiente de Dios: “¡No hagas caso de Él, ni obedezcas a lo
que te mande!”... Esta página de la Biblia es el retrato más perfecto del hombre moderno en
una sociedad que se está secularizando de una manera tan alarmante.
Rosy. Pero, ¿lo que vendrá después? Me temo que sea lo mismo que vino entonces... La
Biblia nos está transmitiendo un mensaje de Dios: para hoy, para nuestros días.
P. Luis. Después vendrá el drama de Caín y Abel, experiencia de la envidia, del odio, de
la guerra, de la muerte violenta... Vendrá la lujuria de Lámec, el primer polígamo; y seguirá
la inmoralidad inundando la tierra, hasta que Dios la borre con la catástrofe del diluvio en
tiempos de Noé. Pero siempre aparecerá Dios —como el arco iris— indicando una
salvación futura y definitiva.
Javier. Sin embargo, siempre brillará un rayo de luz en medio de la tiniebla. Dios no va
a permitir que la victoria final sea de Satanás. O sea, que la misericordia de Dios será desde
un principio la gran esperanza de la Humanidad, ¿no es así?
Javier. Es un placer y fuente de sabiduría leer con calma esos dos capítulos segundo y
tercero del Génesis. Sin ellos, no se explica el mal que vemos en el mundo. Pero vemos
también que siempre aparece Dios —como el arco iris después del diluvio— indicando una
salvación futura y definitiva. Jesucristo, desde el principio, está bien a la vista...
Cuestionario
Rosy. ¿Qué se figuran que me pasó el otro día? Llevaba en la mano una estampa muy
bonita de un ángel con alas de nácar, con diadema y cintura de oro y plata, me la ve una
amiga de otra religión, y me dice: -“¿En eso crees tú? ¿Dónde dice la Biblia que hay que
rezar a los ángeles, cuando no se sabe ni si los creó Dios?”... Yo le contesté serena: -“Pues,
sí; al levantarme y al acostarme, rezo siempre esta oración que ves aquí en el dorso: Ángel
de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día; no me dejes sola,
que me perdería”. Me he preguntado: ¿Hice bien? ¿Hago bien? ¿Aprobaría la Biblia mi
oración al Ángel? Porque, ¿existen los ángeles?...
Javier. Desde que me la enseñó mi madre, yo también rezo cada día a mi Ángel de la
Guarda. No me vengas ahora con hacerme dudar...
Javier. Si lo vimos en la lección anterior de Adán y Eva. El tentador que habla por la
serpiente... Los ángeles y la espada flameante que Dios coloca en la puerta del paraíso para
que el hombre no se atreva a entrar más allí... Y, sobre todo, la maldición de Dios al
demonio en la serpiente: “Un descendiente de la mujer te machacará un día la cabeza”.
Rosy. Perfecto, y acorde contigo. ¿Cómo se puede dudar de los ángeles, buenos y
malos? Aunque es posible que necesitemos alguna explicación, ¿no les parece?
P. Luis. Y vamos a intentarla hoy. Si Dios no creó a los Ángeles, no pudo haber
demonios. Porque Dios no puede crear nada malo, y los demonios son malos, malos de
verdad, y por lo mismo no los creó Dios... Pero muchos de los ángeles creados tan buenos
por Dios, se rebelaron, pecaron, y se convirtieron en demonios. ¿Están acordes con esto?
P. Luis. Hablemos, pues, de los ángeles tal como aparecen en la Biblia. Y empezamos
con lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica, para la cual este asunto es
indiscutible: “La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura
llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro
como la unanimidad de la Tradición”.
P. Luis. Dices bien, Rosy. Y son tantas y tantas las veces que salen en la Biblia los
ángeles, que les he de advertir una cosa para la charla de hoy: no podemos dar una sola cita
de la Biblia, porque toda la lección se iría en números y más números, pues son incontables
las veces que la Sagrada Escritura cita a los ángeles.
Javier. Ha citado el Catecismo de la Iglesia Católica. ¿No nos aclara alguna cosa más?
P. Luis. Sí. Y el Catecismo cita nada menos que una profesión de fe, cuando dice que
Dios “al comienzo del tiempo creó a la vez de la nada una y otra criatura, la espiritual y la
corporal, es decir, la angélica y la mundana”. Y al hablar del Cielo dice también que la
palabra “cielo” indica el “lugar” de las criaturas espirituales, los ángeles, que rodean a
Dios.
Javier. Si esta es la fe de la Iglesia, para nosotros no hay discusión. Por lo mismo, Rosy,
dejemos lo de la estampa tuya y vayamos a la doctrina sobre los ángeles.
Rosy. Perfecto. Y podríamos empezar por decir qué son y por qué se llaman ángeles.
Rosy. Entonces, ¿el nombre de “ángeles” nos lo hemos inventado los hombres?
P. Luis. No. Al contrario. Es precisamente la Biblia la que más los llama “ángeles”. La
palabra “ángel” significa mensajero, enviado, uno que es mandado para ejecutar un
encargo. Y como en la Biblia aparecen los espíritus como mensajeros de Dios para cumplir
sus órdenes, se han quedado con el nombre de “ángeles”, de mensajeros.
Javier. Parece que queda todo bien entendido. Son “espíritus” porque su naturaleza es
puramente espiritual, sin cuerpo como nosotros. “Espíritus” indica lo que son. Mientras que
el nombre de “ángeles” indica lo que hacen: ejecutar las órdenes de Dios, que los manda a
realizar sus obras.
P. Luis. Jesús lo dice con estas palabras: “sus ángeles están siempre en el cielo
contemplando el rostro de mi Padre”, y el salmo puntualiza que son “agentes de sus
órdenes, atentos a la voz de su palabra”.
Rosy. Pero en la Biblia se les califica también con otros muchos nombres.
P. Luis. A algunos, por haberse manifestado con encargos muy especiales de Dios, se
les llama con nombre propio, entre los cuales los más conocidos y venerados son Miguel,
Gabriel y Rafael.
Javier. Pero, vaya, nos entendemos mejor llamándolos siempre “ángeles”. Así no hay
equivocación. Con todo, se me ocurre también otra pregunta: ¿Son muchos o pocos? ¿Se
sabe el número de los ángeles poco más o menos? ¿No hay en la Biblia ninguna estadística
que lo diga?...
P. Luis. ¡Qué pregunta, Javier!... Aquí sí que nos perdemos. Si hemos de hacer caso a lo
que nos dice la Biblia, sobre todo en los libros apocalípticos, por ejemplo el de Daniel, hay
que decir que el número de los ángeles es inmenso, incontable, incalculable. No nos lo
podemos ni imaginar. Forman lo que la misma Biblia llama la corte o los ejércitos de Dios.
Y, según la misma Biblia, están en su presencia, viéndolo y cantando sin cesar sus
alabanzas.
Javier. Veo que en el Cielo, cuando nos llegue el día, no vamos a estar los hombres muy
solos que digamos…
P. Luis. Aquí, más que en la Biblia, nos tenemos que meter en la Teología y en la
manera de pensar dentro de la Iglesia. Porque la Biblia no dice cómo pecaron los ángeles
que se convirtieron en demonios. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que la caída de
los ángeles consistió “en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical
e irrevocablemente a Dios y su Reino”.
Javier. O sea, que por ser irrevocable su decisión, y a pesar “de la infinita misericordia
divina”, el pecado de los ángeles no pudo ser perdonado, “porque no hay arrepentimiento
para ellos después de la caída”. ¡Vaya papeleta que jugaron los desgraciados!...
P. Luis. Sí, naturalmente. Al ser los ángeles sólo espíritu y no tener cuerpo como
nosotros, el pecado de los demonios no pudo ser más que de soberbia o de envidia. Pero,
¿cómo fue ese pecado? Nos es imposible decirlo. El día del Juicio lo sabremos muy bien...
P. Luis. Pues, sí. Creo que unas palabras de San Pablo a los de Colosas pueden darnos la
pista mejor. Dice Pablo, hablando de Jesucristo, y con especial referencia a los ángeles, que
“en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles,
tronos, dominaciones, principados, potestades: todo fue creado por él y para él”.
Javier. Entonces, ¿estuvo relacionado con Jesucristo el pecado de los ángeles? con
P. Luis. No decimos nada en concreto. Sin embargo, tenemos facultad para discurrir.
Dios pudo mostrar a los ángeles su plan en su Hijo Jesucristo, y, hablando a nuestra
manera, pudo responder un rebelde, al que siguieron una muchedumbre inmensa: -“¿Yo
adorar a un hombre? ¿Qué no soy inmensamente mayor?”... Porque ya entonces pudieron
entender el grito de Dios en la Carta a los Hebreos: “¡Que le adoren todos los ángeles!”
(Hebreos 1,6)
Javier. Eso, para los que niegan la existencia del demonio, y dicen que nos lo hacen
creer a los mayores para meternos miedo como a niños...
P. Luis. Sí, hoy se han empeñado muchos en decir que el demonio no es una persona,
sino una idea que sintetiza o que engloba el mal que vemos en el mundo. Pero la Iglesia,
guiada por el Espíritu Santo, piensa de manera muy diferente.
P. Luis. Valga por todos el testimonio de un Papa bien moderno, Pablo VI, que dice
textualmente sobre el diablo: “El mal no es solamente una deficiencia, sino una eficiencia,
un ser vivo, espiritual, pervertido y perversor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa”.
“Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niega a reconocer su
existencia”
Rosy. Según nos ha dicho usted, el Antiguo Testamento no es demasiado preciso al
habar de los ángeles, aunque los saque continuamente. ¿No valdría la pena que pasáramos
al Nuevo Testamento?
P. Luis. El Nuevo Testamento ya es otra cosa. Aquí vemos mucho más precisada la idea
de los ángeles, de los buenos como de los malos. Unos y otros juegan un gran papel, cada
grupo de los dos a su manera. Jesús y los Apóstoles hablan con frecuencia de ellos y de un
modo seguro, definido, con doctrina firme, y se desarrollan además escenas hermosas con
los ángeles buenos y escenas patéticas con los ángeles malos.
P. Luis. ¡Hay tantas! Pero, insinuemos una breve lista. Cito a los ángeles bunos.
- Gabriel que anuncia a María la Encarnación del Hijo de Dios...
- El ejército celestial que canta el ¡Gloria a Dios en las alturas! por los cielos de Belén...
- Los ángeles ante el sepulcro vacío y anunciando a las mujeres la Resurrección de
Jesús...
- El ángel que desata a Pedro las cadenas en la cárcel y lo saca libre a la calle...
¡Venga! Citen ustedes ahora escenas de los ángeles malos…
P. Luis. Sí. Es un texto precioso. Esas palabras de Jesús han motivado siempre la
estampa y la oración de que tú, Rosy, nos hablabas al principio...
Javier. Todo esto, en la Biblia. ¿Y en la Iglesia?
P. Luis. La Historia de la Iglesia está llena de episodios en los cuales han intervenido los
Ángeles de manera palpable. Han demostrado ser verdaderamente “ángeles”, mensajeros,
como dice la Carta a los Hebreos: “son todos ellos espíritus servidores con la misión de
asistir a los que han de alcanzar la salvación” (Hebreos 1,14)
Rosy. Yo siempre he oído contar ejemplos encantadores de muchos Santos, que tuvieron
una gran familiaridad con su Ángel de la Guarda y experimentaron su asistencia de manera
increíble.
Javier. Dicen que, en nuestros días, ese gran Santo que es el Padre Pío, fue en esto algo
excepcional, ya que su vida está plagada de casos que parecen cuentos inventados por una
imaginación demasiado exaltada. Y, sin embargo, aseguran que están todos bien
comprobados...
P. Luis. Sí, se cuentan muchos. Su Ángel de la Guardia era el que tenía que arreglar
todo los asuntos difíciles. Porque el Padre Pío discurría y le hablaba así:
- ¿No eres “ángel”, es decir, “mensajero” que Dios te pone a mis órdenes? Pues, ahora
mira de hacer esto, que yo no puedo...
Y le mandaba, a lo mejor, traducirle del griego una carta que no entendía... O le
encargaba que se las arreglase con el Ángel Custodio de otra persona para la cual había
recibido un encargo especial que él mismo no podía cumplir... Y el Ángel, naturalmente,
tenía que obedecer, porque, aún siendo “espíritu” muy superior a los hombres, tenía de
Dios el encargo de estar a las órdenes del Padre Pío...
Cuestionario
Rosy. ¡Oh, no! Yo seguiré rezando a ese mi Ángel con alas de nácar y oro...
A continuación, la misma Lección 014,
Abraham. Dios irrumpe en la Historia.
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Oye, Rosy. ¿Te atreverías tú a decir con ufanía, gloriándote de veras, lo que los
judíos dijeron un día a Jesús?
Rosy. Mucho admiro al pueblo de los judíos; pero no, no lo puedo decir, pues no soy
judía.
P. Luis. Yo tampoco soy judío. Y, sin embargo, lo digo a boca llena: ¡Yo soy hijo de
Abraham!
P. Luis. Pues hoy vamos a hablar de Abraham, figura clave de la Biblia, y al final los
dos van a decir, como lo digo yo: ¡Somos hijos de Abraham!...
Rosy. Empiece, pues, por decirnos: ¿Quién es Abraham, y dónde radica su importancia?,
P. Luis. ¿Se acuerdan cuál fue el final de aquella lección sobre el paraíso?...
P. Luis. A estoy voy. Las primeras páginas de la Biblia, en los capítulos del 4 al 11, nos
muestran lo que fueron las consecuencias del pecado aquel en el paraíso, desde Caín el
asesino, Lámec el lujurioso polígamo, y los atrevidos orgullosos de la torre de Babel.
Javier. Lo del paraíso. El caso era independizarse de Dios con el pecado, sobre todo de
orgullo.
P. Luis. Todo eso nos lleva a ver a la Humanidad más y más separada de Dios. Pero
Dios, en vez de castigarla y condenarla para siempre, hizo honor a su promesa: -Un día
mandaré un Salvador, que machacará la cabeza de la serpiente.
Rosy. Pero hasta Jesucristo faltaba mucho tiempo...
P. Luis. Es cierto. Dios no tenía prisas, porque al fin sabe salirse con las suyas. Y si
espera es porque sabe cuál es el momento más oportuno para realizar sus planes.
P. Luis. Pues, sí. Parecía que Dios se había ausentado de la historia de los hombres,
caídos en la idolatría más absurda, entregados a vicios nauseabundos, olvidados de Dios en
absoluto, y, si adoraban a un Ser supremo, era ordinariamente con cultos detestables.
P. Luis. Así mismo. Abraham habitaba en Ur de los caldeos, en la moderna Irak. Era un
pastor con buenas posesiones de ganados y criados, cuando oyó una voz imperiosa: -Sal de
tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, y marcha al país que yo te indicaré. Voy a
hacer de ti una nación grande y te bendeciré. Haré famoso tu nombre y vas a ser una
bendición, porque en ti, en un descendiente tuyo, serán bendecidas todas las gentes.
Rosy. ¡Vaya solemnidad la que emplea Dios en esta promesa! Ahora el mundo sí que va
a saber quién es Dios.
Javier. Muy bien, Padre Luis. Pero viene espontáneamente la pregunta: ¿Es Abraham un
personaje histórico o es un simple mito? ¿No es alguien inventado por la misma Biblia para
transmitirnos solamente un mensaje?
P. Luis. Me gusta mucho tu pregunta, porque hay que deshacer cualquier equívoco.
¿Quién es por lo mismo Abraham?... No es un personaje legendario. Aunque nos parezca
muy lejano, las pirámides de Egipto, vistas por el mismo Abraham, son mil años más
antiguas que él. Y la ciudad de Jericó llevaba de edificada cinco mil años cuando Abraham
llegó a establecerse en aquellas tierras.
Rosy. ¿Tan cercano es a nosotros? Yo pensaba que habría que contar bastantes miles de
años.
P. Luis. Siguiendo los datos que nos da la Biblia, a Abraham lo situamos en la historia
por el año 1850 antes de Jesucristo. Hay más años de Jesucristo a nosotros que de Abraham
a Jesucristo.
Javier. Vale la pena tener esto muy claro, pues, de lo contrario, muchos se podrían
figurar que Abraham, personaje fundamental de la Biblia, es una pura ficción
P. Luis. Muy bien pensado y muy bien dicho, Rosy. Sin embargo, esto no quita que, con
el tiempo, se añadieran detalles pintorescos e interpretaciones que, en nuestro caso, hacían
verdadera teología, al explicar los planes de Dios.
Javier. Usted, Padre Luis, nos ha citado la promesa de Dios a Abraham: -¡En tu
descendencia van a ser bendecidas todas las naciones! Y esa tu descendencia, antes que
nada, va a poseer esta tierra en que ahora habitas como extranjero.
Rosy. Además, esto se lo decía Dios a un hombre que, con setenta y cinco años encima,
no había podido tener un hijo. ¿No es extraño este lenguaje?...
P. Luis. Extraño cuanto quieras. Pero aquí empieza y aquí radica la grandeza de
Abraham, que no discutió con Dios, que no dudó, que no puso objeciones, sino que creyó a
ciegas, marchó hacia la tierra de Canaán, se estableció en ella con su sobrino Lot, y llegó a
ser inmensamente rico.
P. Luis. Espera, Javi. Entonces vino de nuevo la palabra de Dios, que insistía: -Levanta
tus ojos desde donde estás hacia el norte y hacia el sur, al oriente y al occidente. Toda esta
tierra se la daré a tu descendencia, a la que multiplicaré como el polvo de la tierra.
Rosy. ¡Se necesitaba fe en Abraham! Aunque le contestó a Dios: -Sí; pero como no
tengo ningún hijo, mi heredero será un criado mío...
P. Luis. Es cierto. Pero Dios le respondió: -No; nada de eso. Tu heredero será un hijo
tuyo, uno salido de tus entrañas.
Javier. Y vino entonces la aventura de Sara con su esclava Agar, ¿no es así?...
P. Luis. Javi, ya me sospechaba yo que me ibas a salir con ésta. Conforme a una
costumbre de aquellas culturas, Sara su mujer le presta a Abraham una esclava egipcia para
que por medio suyo le dé un hijo. Y así vino Ismael. ¡Al fin llegaba el hijo tan esperado!
P. Luis. Pudo quedar conforme. Pero Dios le aclaró de manera desconcertante: -No; eso
no. Tu heredero será un hijo tuyo nacido de Sara tu propia mujer, y no éste que te ha nacido
de Agar.
P. Luis. Y, sin embargo, es de lo más serio que la Biblia nos cuenta. Tanta promesa de
Dios, que toma siempre la iniciativa, y una fe tan inquebrantable de Abraham, van a ser
selladas con un pacto. Abraham ofrece un sacrificio de animales descuartizados sobre el
altar de piedra, y entre las sombras del anochecer ve Abraham cómo un fuego devorador
pasa por entre las víctimas y las consume.
P. Luis. Era la señal que Dios le daba: -Tu sacrificio ha sido aceptado por mí y te vuelvo
a dar mi palabra: A tu descendencia daré toda esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río
Éufrates.
Rosy. Sigo con el pensamiento de Javier. Pero, ¿hablaba Dios en serio? Abraham
contaba ya cien años y Sara tenía cumplidos los noventa. ¡Vaya promesa de Dios!
P. Luis. Repito: aquí está la grandeza de Abraham, que no se rinde en su fe. Parece
como si se dijera entonces para sus adentros lo que después dirá el Juan el Bautista: -Dios
es capaz de darme un hijo aunque sea sacándolo de las piedras... Y San Pablo comentará:
“Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones, según se le
había dicho: Así será tu posteridad”.
Javier. Ahora tendrá que venir el hijo por fuerza, pues Dios no puede fallar, y se había
comprometido con aquel fuego misterioso sobre las víctimas...
P. Luis. Sí; ahora vino Isaac, nacido de Sara. Sólo que cuando Isaac era ya un
muchacho, Dios le ordena a aquel padre feliz: -¡Abraham, Abraham! Toma a ese tu hijo
único, a quien tanto amas; subes al monte Moria, levantas un altar, y lo matas ofreciéndome
con él un sacrificio.
P. Luis. Abraham queda desconcertado. Pero no duda en su fe. Y Dios sale por él,
cuando ya blandía el cuchillo sobre su hijo para degollarlo: -¡Cuidado, Abraham! ¡No lo
hagas! Ahora sé que me respetas y no has perdonado la vida de tu hijo por obedecerme. Por
eso, te juro por mí mismo que te voy a colmar de bendiciones, haré tu descendencia
numerosa como las estrellas del cielo y las arenas de las playas, y por ti serán bendecidas
todas las naciones de la tierra.
Rosy. Padre, si soy hija de Abraham, según me preguntaba usted al principio, ¡vaya
padre formidable que tengo!...
P. Luis. ¡Y vaya hija de Abraham que tienes que ser tú, digna hija de tal padre! Pero no
adelantes la conclusión, Rosy.
P. Luis. Podríamos acabarla aquí. Pero insinuemos nada más lo que nos dice la Biblia.
Abraham, muerta su mujer Sara, compra la cueva de Macpelá en Mambré, con lo cual hace
un acto de fe grande en Dios, pues, siendo extranjero, toma así posesión de un trozo de
tierra que va a ser propiedad suya, y cree en la palabra de Dios de que un día toda la tierra
aquella será de su descendencia.
Rosy. ¿Y qué fue del hijo de la esclava Agar, de Ismael, hijo también de Abraham?
P. Luis. Muerta Sara, Abraham toma otra mujer que le da varios hijos más. Así, la
descendencia biológica de Abraham, la carnal, la de familia, va a ser muy numerosa. Pero
la de la promesa es otra: San Pablo nos lo interpretará de manera magistral: hijos de la
promesa somos todos los creyentes en Cristo, el Hijo de Abraham en quien van a ser
bendecidas todas las gentes de la tierra.
Javier. Sabíamos la historia de Abraham, pero quizá no atinábamos con el alcance que
tiene.
P. Luis. Abraham es el hombre de la fe, por la cual la Biblia le llama sin más “El Amigo
de Dios”. Y Dios mismo se dice cuando va a destruir las ciudades nefandas de Sodoma y
Gomorra: -Pero, ¿cómo puedo ocultar a Abraham, mi amigo, lo que voy a hacer con esas
ciudades malditas?...
Rosy. Ahora entiendo, por Pablo sobre todo, que los creyentes en Cristo somos
verdaderamente hijos de Abraham, los hijos de la promesa, aquellos de los que dijo
Jesucristo que estarán con Abraham y en su mismo seno allá en la Gloria (Lucas 16,23.
Mateo 8,11)
Javier. Y yo entiendo además otra cosa, tan necesaria para el mundo de hoy, si es que
quiere ser el “amigo de Dios”. La fe ciega en Dios, la obediencia más absoluta y rendida a
Dios, la confianza más inquebrantable en Dios... han de volver a informar la vida cristiana.
Si no conseguimos esto, los males del mundo no tienen solución.
Rosy. Es maravilloso pensar en María, que con el Niño en sus entrañas, canta jubilosa
en casa de Isabel: “Dios ha acogido a Israel según la promesa que hizo a nuestros padres, a
Abraham y a su descendencia por siempre”.
Cuestionario
Rosy. Veo que sí, que soy hija de Abraham, como usted, Padre Luis, como Javier… y
como todos nuestros queridos radioyentes, ¡porque creemos en Jesucristo!...
A continuación, la misma Lección 015,
Los Patriarcas. La “extraña” y “libre” transmisión de la promesa,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. A ver, Rosy y Javi, ¿qué me dicen del mal que ven en el mundo? ¿Lo quiere
Dios?
Javier. Yo lo preguntaría de otra manera. Desde el momento que el mal existe y Dios no
lo quiere, ¿podemos decir que Dios, a pesar de todo el mal de los hombres, Él saca siempre
el bien a flote?
P. Luis. A esto quería llegar yo. ¿Recuerdan bien la lección anterior sobre Abraham?
Dios lo elige para ser el iniciador de un pueblo que traerá la salvación al mundo, y le hace
la promesa: “En ti serán bendecidas todas las naciones”. La promesa se va a ir
transmitiendo de padres a hijos, como vemos nada más abrimos el Evangelio de San Mateo,
que comienza: “Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”.
Rosy. Por algo Abraham agradó tanto a Dios con su fe inquebrantable y fue llamado
“amigo de Dios”. No podía ser de otra manera. ¡Nada menos que el padre primero del
Cristo que iba a venir!
Javier. ¿Y todos sus descendientes, hasta Cristo, iban a ser tan buenos como el padre
Abraham?
P. Luis. ¡Ya haces bien en dudarlo, ya!... El apóstol San Pablo nos dirá como punto
fundamental de su doctrina sobre la Gracia, que la elección de Dios es totalmente libre. Que
Dios escoge a quien quiere y como quiere, sin mirar los méritos del elegido —que a lo
mejor no tiene ninguno, sino pecados—, y entonces toda la gloria es sólo de Dios.
Javier. Pero aquellos hijos de Abraham: Isaac, Jacob, Judá... son citados siempre por la
Biblia con elogio. Los malos podrán venir después.
P. Luis. Otro desengaño para ti, Javi. Si hoy hablamos de los Patriarcas, empezando por
el hijo de Abraham, Isaac, el heredero de la promesa, es precisamente para esto: para ver
cómo se cumple desde un principio eso tan importante que nos enseña san Pablo.
Javier. La historia de los Patriarcas la hemos leído en la Biblia con placer desde niños.
Esperamos que hoy no nos va a decepcionar.
P. Luis. Decepcionar, no: pero la van a saber leer desde otra perspectiva. Todo empieza
con el matrimonio de Isaac.
Rosy. ¡Con Rebeca! Aquella joven de junto al pozo que da de beber al criado de
Abraham y le da agua también para sus camellos.
P. Luis. Sí; nos caía a todos muy bien. Pero fue una mujer muy astuta.
Javier. Sabemos que, igual que Sara la esposa de Abraham, también esta su nuera
resultó estéril y no podía tener hijos.
Rosy. Pero sabemos también que Isaac rogó por ella a Yahvé y quedó al fin encinta.
P. Luis. Cierto. Pero fijémonos en estas palabras, a las que tanta importancia dará
después san Pablo: “El mayor servirá al pequeño”. Este vaticinio va a tener consecuencias
tremendas.
Javier. Todos recordamos cómo fue el alumbramiento de Rebeca. Al dar a luz, sale
primero del seno Esaú, y después Jacob, que agarraba por el talón el pie de su hermanito.
P. Luis. ¿Quién nació el primero? Esaú. El heredero es, por lo mismo, Esaú. Por eso,
mayores ya los dos, Isaac quiere más al mayor, pelirrojo, velludo, buen cazador.
Rosy. Y Rebeca prefiere a Jacob, más casero y más apegado a la madre. Yo esto lo veo
muy natural. Y más, recordando aquel oráculo de Yahvé que escuchó en el santuario
cuando fue a consultar sobre los gemelos que llevaba dentro. Rebeca pensaba y adelantaba
muchas cosas en su mente.
P. Luis. Aquí estuvo el mal, aunque Dios iba a escribir recto con líneas muy torcidas.
Javier. ¿Qué pasó, pues? Sospecho que viene lo del plato de lentejas...
P. Luis. La trampa gorda vendrá después, pero tiene ahora su preludio. Empieza con la
primogenitura y acabará con la bendición. Un día llega Esaú del campo y de sus cacerías
muerto de hambre, y le pide sin más a Jacob que le dé de comer lo que tiene preparado.
P. Luis. Es cierto. Pero Jacob, con malicia refinada, le promete darle lo que ha guisado
con tal que le venda con juramento la herencia de primogénito. Y Esaú, sin pensárselo más,
le grita: -¡Quédatela! ¡Es tuya, con tal que me des de comer!...
Javier. ¡Vaya astucia de uno y necedad del otro! El juramento era válido, y Jacob se
quedará con toda la riqueza de Isaac, es seguro... ¡Por un plato de lentejas! Y Rebeca, a
todo esto, ¿qué hacía?
P. Luis. Viene el segundo acto, como pueden suponer. Rebeca quiere también la
bendición para su hijo mimado Jacob, y va preparando los pasos uno a uno. Isaac se decide
a impartir por fin la bendición a Esaú el primogénito, y la calculadora y astuta Rebeca,
aprovechando la ceguera de Isaac, disfraza a su hijo Jacob, que se presta voluntario a todas
las granujerías de la madre.
P. Luis. Y lo hizo incluso blasfemando, pues pone como responsable a Dios, del que
dice mintiendo que le ha hecho encontrar tan pronto los animales de caza que buscaba: -Sí,
padre, soy yo tu primogénito Esaú.
P. Luis. Tremendas. Con mentira tan descarada se lleva la bendición paterna, y con ella
queda heredero también de la promesa de Dios. Esaú, al llegar y ver el engaño, ruge como
una fiera. Pero ya no había nada que hacer.
Javier. O sea, que todos mintieron y pecaron o se portaron mal. Mintió y tramó todo
Rebeca la madre. Mintió tan gravemente Jacob. El mismo Isaac quiso dar la primogenitura
y la bendición a Esaú, aún sabiendo aquel oráculo de Yahvé antes de que los gemelos
nacieran: “El mayor servirá al menor”.
Rosy. Tanto la madre como el padre iban guiados por el cariño, pero les costó caro, y
todos pecaron muy responsablemente... El único ganador fue Jacob.
P. Luis. Con todo, la promesa de Dios permanecía firme: un hijo de Abraham será la
bendición de todas las gentes. Pero a Jacob y a Rebeca les va a costar muy cara su aventura.
P. Luis. Rebeca pierde a sus dos hijos, pues Jacob ha de huir de su hermano que le
persigue a muerte. Esaú marcha también de la casa paterna, porque ya no tiene ni la
herencia ni la bendición. Jacob, arrepentido de su pecado, llegará a purificarse, aunque su
matrimonio con las dos hijas de Labán su tío será un problema por los hijos.
Javier. Pero Dios le mantiene la promesa, y hasta se le aparece como un ser misterioso
con el que lucha toda la noche, y gasta tanta energía con su contrincante que Jacob recibe el
nombre de “Israel”, con el que será conocida su descendencia.
Rosy. Y lo de la herencia de Isaac, ¿en qué paró, si tanto Esaú como Jacob marcharon de
casa?
Javier. Pues, ¡menos mal que lo hicieron! Por más que la cosa no ha acabado del todo
en nuestros mismos días…
P. Luis. Deja esa idea, Javi. Jacob entrega a Esaú gran parte de la riqueza que traía como
compensación de lo que le robó con la primogenitura, y ambos hermanos se hallan ante el
lecho de Isaac para cerrarle los ojos...
Rosy. Gracias a Dios que la cosa no paró tan mal. Impresiona eso de que los dos
hermanos se reconciliaran. Es ejemplo familiar bien hermoso que Jacob le diera como una
reparación a Esaú todo lo que había conseguido y traía consigo, y que entre los dos
despidieran en paz a su padre.
Javier. Padre Luis, si nos quiere hablar de los demás Patriarcas sobre la promesa hecha
a Abraham, poco tiempo le queda, pues se le ha ido todo en Isaac y Jacob.
P. Luis. Tienes razón, y voy a abreviar. Les aconsejo que lean en la Biblia esos capítulos
del Génesis que van del 25 al 35. ¿Qué pasó con los hijos de Jacob? Serán doce; pero,
¿quién se quedará con la promesa? No serán ni Rubén, ni Simeón, ni Leví, sino que pasará
al cuarto, a Judá. Y de Judá pasará a un hijo tenido por incesto con su nuera Tamar.
P. Luis. Ésta será la historia de generación en generación. Cito los casos más llamativos.
Rajab, la extranjera y prostituta de Jericó, entrará en el pueblo de Dios y será
ascendiente del Mesías...
Booz acepta a Rut, una extranjera con la que de suyo no se podía casar...
Se llega así hasta David, y la promesa pasará a Salomón, un hijo tenido de adulterio y
con subsiguiente asesinato del esposo de Betsabé…
Vendrán después, herederos de la promesa, reyes ejemplares como Ezequías y Josías, y
otros tan malos como Manasés.
P. Luis. ¡Y qué final! La promesa seguirá hasta llegar a José, hombre santo de verdad, el
esposo virginal de María, la Madre Inmaculada de Jesús.
Rosy. Al revés, admiro cómo sabe Dios hacer tan bien las cosas...
P. Luis. ¿Ven?... Es una lección de historia divina tan admirable como ininteligible.
Demuestra cómo Dios es “El Fiel”, a pesar de todos los pecados de los hombres, que obran
libremente y pareciera que van a echar a perder el plan de Dios, mientras que Dios se sale
siempre con la suya.
Javier. Todo se ve claro. Dios busca la salvación del mundo, aunque deja que los
hombres vayan actuando cada uno a su manera.
P. Luis. Aquí teníamos que venir a parar. El Hijo de Dios, que vino a salvar a los
pecadores, ha asumido la carne del hombre pecador, aunque jamás y de ninguna manera se
contaminó con ningún pecado de los hombres sus hermanos. En la carne pecadora —pero
Él sin ningún pecado—, Jesucristo ha salvado al hombre pecador.
Rosy. Veo que al estudiar la Biblia, no nos extrañaremos de nada malo que hagan los
hombres.
Javier. No nos extrañaremos, sino que admiraremos cada vez más la fidelidad de Dios,
el cual, al mandar su Hijo al mundo, lo ha hecho verdadero y magnífico Salvador de todos.
P. Luis. Hemos visto cómo los grandes elegidos de Dios tuvieron sus grandes
debilidades, pero supieron mantenerse fieles al Dios que los llamaba y por ellos trajo al
mundo al Salvador de todos.
Javier. Parecía que esta lección iba a ser una historia entretenida de los Patriarcas, y
resulta ser una clase con enseñanzas muy hondas.
Cuestionario
P. Luis. Ante esas historias y esos hechos de la Biblia tan tormentosos en su aspecto
moral, como lo de Judá con Tamar, David con Betsabé, y demás, no olviden lo principal.
Primero. Que la elección de Dios en la vocación de cada hombre, igual que en la de
Abraham como en la de Jacob, Dios es completamente libre, sin que nadie pueda aducir
ante Él méritos propios. La soberbia sería su perdición.
Segundo. Hay que admirar la Fidelidad de Dios, el cual consigue lo que promete, no
obstante todos los estorbos que le pongan los hombres.
Tercero. Llevando esto a la Iglesia, por más persecuciones que levanten sus enemigos
contra ella, y por debilidades que haya dentro de la Iglesia misma, como las hubo antes en
Israel, Dios completará el número de los elegidos. Estemos seguros de que el Cielo estará
bien lleno, y no faltará ninguno de los llamados que permanecieron fieles.
Rosy. ¡Cómo se graba ese principio del Evangelio de Mateo! Desde Abraham, a pesar
de todos los pesares, hasta el bendito José, “el esposo de María, de la cual nació Jesús”...
A continuación, la misma Lección 016,
Moisés y el Éxodo. La liberación de Egipto,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Empiezo por hacerles una pregunta un poco extraña, a ver cuál es su parecer.
Hablando del Antiguo Testamento —fíjense bien, del Antiguo—, ¿cuál escogerían ustedes
como la página o el hecho más importante?
Rosy. Pienso lo mismo. Y, como se trata de gustos, prefiero que sea usted, Padre, quien
nos lo diga a fin de no divagar inútilmente.
P. Luis. Entonces, a ser bien claros desde el principio: se trata del Éxodo. De Moisés
que saca a Israel de la esclavitud de Egipto y lo lleva hasta la frontera de la Tierra
Prometida.
Rosy. ¿Y vamos a ver hoy todo el libro del Éxodo? Porque es muy extenso...
P. Luis. No. Precisamente nos vamos a quedar en lo primero, sin llegar tan siquiera a
salir de Egipto. Esa página tan grandiosa de la Biblia implica tres momentos o escenas
capitales, que son: Israel celebra la primera pascua; sale libre de Egipto; y establece una
alianza con Dios en el Sinaí.
Rosy. Usted, Padre Luis, nos lo dirá. Pero, si ya pasó el Antiguo Testamento, ¿la sigue
teniendo también en el Nuevo, ahora, entre nosotros?
P. Luis. Sí, y mucha. Los tres hechos del cordero pascual, de la salida de Egipto y de la
alianza, son las tres escenas de ese acto al cual harán después referencia continua los
historiadores del pueblo, los Profetas, los Sabios, igual que Jesús y los Apóstoles. La Iglesia
lo celebrará también cuando lo vea realizado todo en plenitud por el Misterio Pascual del
Señor.
Javier. Si es así, habremos de dar gran importancia a la lección de hoy. Así que
empiece, Padre.
P. Luis. Sabemos cuál es el origen de toda esta historia. Los descendientes de Abraham,
Isaac y Jacob, emigrados a Egipto, se habían multiplicado en un pueblo numeroso y habían
caído en la esclavitud de los faraones, que los utilizaban para trabajos forzados, sobre todo
en la edificación de grandes ciudades. Naturalmente, los hebreos se empeñaron en
escaparse antes que vivir como miserables esclavos.
Javier. Tal como se presenta desde un principio Moisés, tenía que tener muy buena
preparación, aparte de muchas energías...
P. Luis. Moisés, un hebreo adoptado desde niño por la hija del faraón, tenía una
excelente educación egipcia. Ahora tembló ante el encargo que recibía de Dios. Pero
marchó valiente —hoy diríamos que impulsado por una “mística” grande, que supo
transmitir a sus paisanos—, se presentó al faraón y empezó su aventura inigualable.
P. Luis. Sí. Esto ocurría allá por el año 1225 antes de Jesucristo.
Rosy. Con esto volvemos a nuestra niñez, cuando las Biblias de los niños nos relataban
aquellas plagas espantosas que avivaban tanto nuestra imaginación.
Javier. Muy cierto. No entendíamos cómo Moisés podía hacer portentos tan grandes, ni
cómo el faraón tenía la cabeza tan dura que no quisiera ver en todo ello la mano de Dios.
¿Cómo era posible todo aquello?...
P. Luis. Sí. Eran esas las preguntas que se hacían los grandes igual que nos las hacíamos
los pequeños.
¿Cómo pudo Moisés cambiar su vara en una serpiente? ¿Cómo las aguas de un río tan
caudaloso como el Nilo se convirtieron en sangre matando a todos los peces, que apestaron
después todo con su hedor y podredumbre?...
¿Y aquella inundación de ranas? ¿y las nubes insoportables de mosquitos y de
moscardones tábanos, que pican atrozmente a hombres y caballerías? ¿y aquella peste, y
aquellas úlceras, y aquellas langostas que asolaban los campos, sobre los cuales cayó
después una granizada que destruyó todas las cosechas, a lo que siguieron tales tinieblas
que nadie podía ver nada?...
Sobre todo, ¿cómo Dios llegó a matar por su ángel exterminador en una sola noche a
todos los hijos primogénitos de la familias egipcias, empezando por el heredero del faraón,
sumiendo en un dolor horrible a la nación entera?...
Rosy. Preguntas tan enigmáticas necesitan una respuesta que nos deje satisfechos. Los
que estudian modernamente la Biblia con medios que antes no se poseían, alguna
explicación nos tienen que dar.
Javier. La Biblia no puede mentir. Por eso, como dice Rosy, ha de haber alguna
interpretación coherente que satisfaga nuestra curiosidad y, a la vez, que salve la veracidad
de la Palabra de Dios.
P. Luis. Esta es la cuestión, y esto es lo que vamos a tratar de hacer ahora. Esos
acontecimientos, tal como figuran en la Biblia, quebraban la cabeza de los estudiosos, que
no sabían como explicar semejantes fenómenos, pues resultaba casi un imposible darles un
sentido histórico verdadero.
Javier. Díganos, entonces, cómo explicar esas plagas y todos los acontecimientos
narrados por el Éxodo, de manera que veamos la verdad de la Biblia y no caigamos en la
candidez de explicarlo todo al pie de la letra... ¿Qué pensar, por ejemplo, como el ejemplo
más sorprendente, de que el mar se divide en dos, muralla arriba, muralla abajo?...
P. Luis. Preguntas, Javi, sobre el último de todos los prodigios. Puede ser un milagro, y
nadie lo niega, porque Dios lo puede hacer, aunque sea muy extraño que lo hiciera...
Puede ser una fantasía épica, que parece una cosa muy probable...
Puede ser un fenómeno natural, pero que coincidió, por providencia de Dios, con la
huída de los israelitas. ¿Qué pudo pasar? Las aguas del Delta del Nilo —por la marisma de
Los Cañaverales, entre los Lagos Amargos y el Mar Rojo— bajaron mucho debido a un
fortísimo viento siroco del sudeste, que facilitó el paso de los fugitivos...
Puede ser la redacción simplemente de un signo teológico, de una explicación doctrinal,
como es la salvación segura, que deja libre a Israel, el pueblo de Dios, y hunde para
siempre a los enemigos.
Rosy. Yo diría que la Biblia narra cosas “seguras”, “ciertas”, “muy probables” o al
menos “posibles”. Pero que lo hace con un lenguaje que debemos entender.
P. Luis. Conforme. La Biblia narra un hecho histórico, a saber, que Israel, esclavo de los
egipcios, consiguió la libertad y se empeñó en entrar en la tierra de Palestina, de la cual
habían salido cuando José.
Javier. Por lo visto, los hebreos guardaban en sus recuerdos la palabra que Dios había
dado a Abraham: de que la tierra en la cual era forastero sería un día posesión plena de su
descendencia.
P. Luis. Ni más ni menos. Los hebreos querían la libertad de un pueblo soberano, pero
los egipcios, naturalmente, no les iban a dejar escapar así como así, pues no querían perder
semejante número de esclavos, cuya mano de obra les resultaba tan rica como barata.
P. Luis. Podemos pensar muy legítimamente que Moisés realizó verdaderos milagros
ante el faraón. Pero, más que nada, hemos de pensar en un Moisés, verdadero profeta,
interpreta ante el faraón el significado de muchas calamidades como pudieron batirse sobre
Egipto. Moisés les daba el verdadero sentido: eran castigos de Dios porque no dejaban salir
al pueblo hebreo, tal como se lo pedían legítimamente.
Rosy. O sea, que las plagas pudieron ser fenómenos naturales, pero ocurridos de manera
muy exagerada, y permitidos y aprovechados por Dios en favor de su pueblo.
P. Luis. Sí. Los hechos ocurrieron ciertamente, pero se pusieron por escrito muchos
siglos después, y los autores siguieron las narraciones populares, que exageraban aquellos
acontecimientos de Egipto, aumentaban las cifras, inventaban detalles inverosímiles, y lo
redactaban todo con lo que se llama “literatura épica”, es decir, la manera fantástica con
que todos los pueblos han contado sus orígenes, creando héroes legendarios y fingiendo
hazañas cuyo sentido y significado todos podemos entender.
Javier. Esta razón convence mucho. La leyenda juega un gran papel en la historia
original de todos los pueblos, e Israel no fue una excepción.
P. Luis. Sí; pero con Israel ocurrió algo muy especial y peculiar suyo. Allí, en esos
escritos de varios siglos después de los hechos, estaba metido Dios, que guiaba a los
autores para transmitir un mensaje para su pueblo y para toda la Humanidad. Dios pensaba
en Israel, pensaba en la Iglesia, pensaba en todo el mundo.
P. Luis. Por ejemplo, que el Dios de Israel es lo que Él dijo: Yahvé, el Dios que es de
verdad, el Señor fiel y poderoso que salva a su pueblo, sin que nadie se le resista. Israel no
tiene más que un Dios, contra el cual nada pueden los dioses de los otros pueblos, porque
todos son dioses falsos. A partir de estas narraciones del éxodo, Israel sabrá que no puede
adorar a ningún otro dios.
Javier. Con la tendencia que Israel tuvo siempre a adorar dioses extraños de otros
pueblos, ciertamente que esta razón convence mucho. Como el Dios Yahvé no existe otro.
P. Luis. En esas descripciones del Éxodo entra también la conciencia que tiene Israel de
ser un pueblo libre, que no se resigna a la esclavitud. Se unen todos los clanes y constituyen
a partir del Éxodo una raza de valientes, un pueblo, hasta que lleguen a constituir una
nación, un Estado.
Rosy. Me viene a la mente un recuerdo muy personal. Siempre que he visto esa película
maravillosa de Los Diez Mandamientos, he pensado lo mismo. Dios se escogió muy bien al
pueblo con el que iba a realizar sus grandes designios sobre el mundo. Un pueblo que, con
una “mística” tan grande, sabe vencer y no muere nunca.
P. Luis. ¿Sabes la razón? Porque Israel se siente heredero de una promesa con
dimensión universal, porque le dijo Dios a Abraham: “En ti, en un descendiente tuyo, serán
bendecidas todas las naciones”. De aquí viene esa “mística” de que tú hablas, Rosy.
Javier. ¿Podemos considerar a Moisés como el héroe más grande de la Biblia? Pues hay
que pensar en Abraham, y vendrá después David, y surgirán los Macabeos...
P. Luis. Cada uno de esos que tú llamas “héroes” podrían ser llamados “grandes
hombres”, y el asunto queda un poco atenuado... Lo que entendemos como “héroe” cuadra
ciertamente a Moisés mejor que a nadie...
Rosy. Y dicen que el mismo Moisés hizo una profecía sobre otro Moisés más grande
que él. ¿Es cierto?...
P. Luis. No me niegues, Rosy, que has leído algo muy importante en el Deuteronomio o
en el Evangelio de Juan…
Rosy. ¡No lo niego! Los judíos esperaban al “Profeta”, y Juan el Bautista niega que lo
sea él. Por eso seguían en pie las palabras de Moisés: “Yahvé tu Dios te suscitará de en me
dio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo: a él habrán de escuchar”.
Javier. Israel ve que tiene un héroe, el Moisés inigualable, pero sabe que ha de venir
otro que le sustituya definitivamente, un Moisés muy superior al del Éxodo, y que dará a
Israel la “hegemonía”, como decimos hoy, sobre todos los pueblos, si bien será una
supremacía totalmente espiritual, ya que su Reino, como dirá Él mismo, no es de este
mundo.
Rosy. Ese “Profeta”, ese nuevo Moisés del que hablas no es otro que Jesucristo. ¿Sí, o
no, Javi?...
P. Luis. ¿Quieren una insinuación algo personal?... Sin mirar el Éxodo bajo un punto de
vista político moderno, ¡hay que ver la actualidad que tiene un hecho como éste! ¿A qué se
figuran que me refiero?
Javier. No creo que sea muy difícil adivinarlo: la opresión de los egipcios sobre Israel,
imagen de muchas opresiones modernas.
P. Luis. Eso mismo. Dios no puede ver ni tolerar a su pueblo sujeto a ninguna especie
de esclavitud. La injusticia social, manifestada en cualquiera de sus aspectos, clama al Dios
del Sinaí como clamaba la opresión de los hebreos en Egipto bajo el poder de los faraones.
Y Dios, de una manera u otra, saldrá por los pobres que sufren...
P. Luis. Hablo de todo tiempo. Dios quiere justicia a nivel internacional, y no que unas
naciones poderosas aplasten a los rublos pequeños…
Cuestionario.
Javier. Como siempre, ¿por qué no nos resume, Padre, esta lección de hoy? Así, en
puntos concretos.
Javier. Nos tiene dicho, Padre, que estamos en las lecciones más importantes de la
Biblia en el Antiguo Testamento. Quiere decir que la de hoy también tiene que ser
interesante.
P. Luis. Sí; y hoy precisamente con el punto crucial: la salida de Egipto después que el
ángel exterminador de Dios ha acabado con todos los hijos primogénitos, empezando por el
del faraón. La plaga décima y última ha sido devastadora para los egipcios, mientras que
para Israel ha sido la fiesta más grande con la celebración de la primera Pascua.
Javier. Ya desde el principio se perfila como un signo el cordero, ese animal tan
inocente que los hebreos mataban el 14 de Nisán, coincidente con nuestro mes de Abril, y
que va a tener una resonancia tan enorme y tan única tanto en Israel como después en la
Iglesia. ¿Me equivoco?...
Rosy. Seguro que Javi ha hecho como yo. Después de la lección anterior sobre las
plagas, ha leído bien la Biblia y ha seguido avanzando en la lectura...
P. Luis. No tengo más que felicitarles. Así se hace y así se aprende la Biblia. Lección
que veamos, léanla después como Palabra de Dios, y continúen leyendo los
acontecimientos que le siguen. Saldrán unos expertos en la Biblia. Pero, vayamos ya a lo de
hoy.
P. Luis. Al cordero y a algo más. La Biblia, tal como la tenemos hoy, nos presenta a los
israelitas celebrando a la vez tres acontecimientos que eran en sí unas fiestas separadas.
Pero que, unidas después en una sola, adquieren un significado religioso profundísimo
como es el de la doble salvación: la de Egipto primero, y después la salvación eterna,
realizada por Jesucristo, a lo que se añadirá en la Biblia el rito del rescate de los
primogénitos. Vamos a explicarnos por partes: Cordero, ázimos, primogénitos.
Rosy. Miramos primero lo más llamativo: el cordero. ¿De qué se trataba?
P. Luis. Era una fiesta pastoril. Desde los patriarcas, los hebreos habían sido pastores,
antes de establecerse fijamente en Canaán y convertirse en agricultores. Según las
estaciones del año, cuando habían de emigrar buscando nuevos pastos, celebraban una
fiesta familiar en la que mataban y ofrecían a Dios un cordero joven, intachable, de aquel
año. Era un sacrificio de acción de gracias.
Rosy. Es decir, que ya entonces, en una edad tan remota, los hombres sentían el ansia de
ser agradecidos a Dios.
P. Luis. Pero era también un protegerse contra las insidias del diablo, en el que creían y
al que temían. Por eso, tomaban la sangre del cordero sacrificado y con ella untaban las
puertas de la tienda de campaña para verse libres de los ataques del demonio.
Venía después el banquete con el cordero sacarificado.
Éste era el significado de aquella comida tan alegre, tan hogareña, tan religiosa.
Javier. Esto es magnífico. Empieza a orientarnos en lo que vamos a saber un día sobre
Jesucristo, que dará pleno sentido a lo que ahora es figura nada más.
Rosy. Sí; no se necesita mucha perspicacia para adivinarlo. En la Biblia vemos una
ilación, un unirse las cosas y una providencia de Dios maravillosa. Pero ahora debería,
Padre Luis, completar la narración con los otros detalles tan curiosos de semejante
ceremonia.
P. Luis. Como he insinuado antes, con eso de los panes ázimos se celebraba otro asunto
independiente, aunque por las mismas fechas, y que después se unió a la celebración del
cordero. Se trataba de una fiesta del campo. Cuando llegaba la siega de las primeras mieses,
se le ofrecían a Dios en acción de gracias las espigas nuevas y durante siete días se comían
panes cocidos sin la levadura vieja. Esto significada pureza, renovación.
Javier. Pero en la noche aquella de Egipto no había nada de aquella fiesta agrícola...
P. Luis. No; pero ya les he dicho que posteriormente se unieron las dos fiestas en una
sola. Y ahora se le dio el significado de las prisas por la salida de Egipto. Aquellas prisas no
daban lugar a cocer panes con levadura; sino que habían de cocerse con toda rapidez, sin
preocuparse por lo viejo. Esto venía a ser otro signo de liberación: todo será nuevo en la
nueva vida que da la libertad.
Rosy. Y llegamos a lo tercero. ¿Qué tenían que ver los primogénitos con la celebración
pascual?
P. Luis. Nada. Será celebración más tardía, independiente de la pascua, y nacerá por el
recuerdo de la salida de Egipto. Como Dios los libró exterminando a todos los primogénitos
egipcios, hombres y animales, el primer animal que naciera entre los hebreos, sería
sacrificado a Dios. Y el primogénito de cada hogar sería también ofrecido a Dios, pero no
se le mataría, sino que se le rescatará con una ceremonia especial, determinada mucho
después por la tradición de los sacerdotes.
Rosy. ¿Es esto lo que harán después José y la Virgen con el niño Jesús?
Javier. Y falta lo de las hierbas amargas, lo de los vestidos, lo del bastón en mano...
Rosy. Veo que es tan oportuno el tener presentes estas costumbres de los hebreos para
entender la Pascua judía y después la cristiana. Una vez celebrada esta noche la primera
pascua, ¿qué ocurrió a continuación?
P. Luis. Lo que ya saben muy bien. Podríamos resumir así lo que Moisés avisó al
pueblo:
- Prepárense. Esta noche va a ser la definitiva para el faraón. Hasta ahora se ha negado a
todo lo que Dios le pide con tantas plagas, pero la de hoy no la va a soportar. Y no sólo les
va a dejar salir, sino que les empujará para que marchen cuanto antes. Porque va a matar a
todo primogénito, empezando por el suyo, tanto de los hombres como de los animales.
Nosotros, a sacrificar por familias un cordero sin tacha, y con su sangre a untar los postigos
de la puerta de cada casa, para que cuando pase el ángel exterminador, al verlas señaladas
con la sangre pase de largo sin hacerles ningún daño. Coman el cordero de pie, en plan de
marcha, y que en ninguna casa haya pan fermentado. Porque hoy va a ser el paso de Yahvé,
que les va a dar la liberación.
Javier. La arenga fue muy grave. Y es de suponer que se cumplió bien al pie de la letra.
P. Luis. Sí; todo se cumplió al pie de la letra. Los israelitas celebraron la pascua tal
como se les ordenó, y al día siguiente, al ver la catástrofe de los primogénitos, se levantó en
Egipto un clamor inmenso: -¡Salgan! ¡Salgan cuanto antes! Y tengan, tengan regalos para
su Dios... Llévense oro, plata y lo que quieran. ¡Pero marchen, marchen de aquí!...
Javier. ¿Y cómo pudo organizarse una marcha tan imponente en sólo unas horas? Lo
que dice la Biblia en este capítulo doce del Génesis parece increíble. Que salieron
seiscientos mil hombres de a pie, sin contar niños; y otra gran muchedumbre con ovejas y
vacas y una cantidad enorme de ganado. Además, parece que todo el pueblo egipcio se
puso de acuerdo en darles vestidos, objetos de oro y plata y cuantas riquezas quisieron.
Todo esto no se organiza en unas horas...
P. Luis. Tienes toda la razón, Javi. No podían pasar de unos cuantos miles de personas.
Se han hecho cálculos muy interesantes. De las setenta personas que bajaron a Egipto en
tiempos de Jacob, ¿cuántos podían ser ahora sus descendientes? Por mucho que se hubieran
multiplicado, y Teniendo en cuenta la mortandad de aquellos tiempos y el término medio
de la vida, en la época de la salida de Egipto no podían pasar, por mucho que se
multiplicaran, de las veinte mil personas.
P. Luis. No me extraña. Porque ahora nos dice la Biblia que los fugitivos eran
seiscientos mil hombres de guerra, sin contar mujeres ni niños, lo cual equivaldría a unos
dos millones y medio o tres de personas... Ya se ve que esto es imposible. Por lo mismo,
hay que entender de otra manera lo que dice la Biblia.
Javier. Por fuerza que hay que darle otra interpretación. Si después los fugitivos se
acobardan cuando el ejército del faraón los persigue, ¿cómo es que tiemblan al ser tantos?
Entonces, ¿qué manera de contar era aquella?
P. Luis. Como ya dijimos en otra ocasión, puede ser una descripción épica: o sea,
exagerando cifras y acontecimientos para dar grandiosidad legendaria al origen del pueblo.
P. Luis. Pero te puede convencer otra interpretación que se sigue hoy. Esas cifras parece
que responden a un censo de varios siglos más tarde, cuando se escribió definitivamente el
Éxodo con todo el Pentateuco después del Destierro de Babilonia. Digamos que todo aquel
pueblo, tan grande cuando ese censo, se había librado ya en germen aquella noche
pascual...
Rosy. Mientras ustedes, como hombres que son, hablan de soldados y de ejércitos,
haciendo matemáticas, yo dejo eso sea como sea, y pienso en lo más grandioso que cuenta
la Biblia. ¿Cómo fue el paso del Mar Rojo?... ¿Cómo lo hemos de entender?...
P. Luis. Posiblemente, el paso fue por los Lagos Amargos, o el mar de los Cañaverales
en las marismas del Delta del Nilo. El caso es que Israel salió salvo de Egipto sin que el
ejército del faraón pudiera nada contra él. Pues todos sabemos que el faraón se arrepintió de
haber dejado escapar a los hebreos, los esclavos que le daban tan buena mano de obra...
Pero Israel ya estaba libre del todo y camino hacia el Monte Sinaí, donde le esperaba su
Dios.
Javier. Vuelvo a lo de antes. ¿Todo Israel salió de Egipto a la vez, y a la vez marcharon
por el desierto y entraron en la tierra prometida?
P. Luis. En conjunto, sí. La Historia de Israel se basa precisamente en un hecho que fue
obra especial de Dios y en la cual Yahvé actuó en circunstancias excepcionales, con una
providencia y unas manifestaciones extraordinarias que impresionaron vivamente al pueblo
para siempre. Lo cual no quiere decir que antes y después no existieran otras emigraciones
de Egipto hacia la tierra de Palestina.
Javier. Acorde con todo. Más que nada, aquí se ve cómo la Biblia, uniendo tantos
hechos y dándoles una interpretación teológica y religiosa cultual, quiere decir que Dios,
por medio de manifestaciones extraordinarias, y hasta milagrosas, constituyó a Israel
pueblo suyo, y empezó por darle una libertad y una independencia necesarias para cumplir
la misión que el mismo Dios le quería encomendar.
Rosy. Y una vez pasado el Mar Rojo vino el Canto de Moisés, ¿no?... Ese canto
bellísimo de alabanza a Dios, de acción de gracias, de espíritu patriótico. Da gusto cantar la
liberación que Dios da a su pueblo: al pueblo judío como en signo; al nuevo Israel de Dios,
como realidad consumada en la vida eterna.
P. Luis. Muy bien, Rosy. Aquella liberación era signo de la liberación mesiánica que
Jesucristo realizaría para toda la Humanidad. Israel celebraría la Pascua cada año como
“memorial”, es decir, repetiría lo de aquella noche, haciendo presente exactamente lo
mismo, como un recuerdo vivo, actual.
P. Luis. Ese recuerdo sería, además, una profecía y una esperanza, es decir, la liberación
definitiva de Israel realizada por el Mesías o Cristo esperado y prometido a Abraham,
después a David, y anunciado por los profetas.
Rosy. La cosa es clara. Cada año subía Jesús con sus padres desde Nazaret a Jerusalén
para la celebración de la Pascua judía, aquella fiesta tan llena de alegría y de colorido.
P. Luis. Pero la víspera de su Pasión dará a aquella su última Pascua el sentido pleno
que tenía la pascua anterior. Entregándose voluntariamente a la pasión, se convertiría en
“el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, y dejaría a su Iglesia la Eucaristía, el
recuerdo vivo de su Pascua. Diciendo “Este mi cuerpo que se entrega”, “Esta mi sangre que
se derrama”, encargaría a los Apóstoles y sus sucesores: “Hagan esto como memorial mío”.
Rosy. La Iglesia entonces, el nuevo Israel de Dios, celebraría la Pascua haciendo lo que
el Señor hizo: convirtiendo el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre del Señor, que se
entregaba en el Calvario y ahora se hace presente en al altar.
Cuestionario
Javier. Realmente, que estamos en la lección del hecho más importante del Antiguo
Testamento y de grandes repercusiones en el Nuevo.
P. Luis. No olvidemos nunca los puntos clave de este acontecimiento de la Pascua, tal
como la celebró Israel y tal como la completó y consumó Jesucristo.
Primero. Era la fiesta principal del pueblo judío, que recordaba y hacía presente cada
año, como memorial, aquella primera pascua de Egipto.
Segundo. Aquella primera pascua significaba la Pascua venidera y definitiva que
celebraría Jesucristo, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, con la cual
realizaría la liberación del pecado, de Satanás y del infierno. Pascua de la cual Jesús dejó
con la Eucaristía un memorial perenne en su Iglesia, “hasta que el Señor vuelva”, como nos
dirá San Pablo.
Rosy. ¡Y la verdad es que lo estamos haciendo bien! Esa Misa, sobre todo la de cada
domingo, ¡hay que ver cómo nos trae a la memoria el recuerdo perenne de nuestra
salvación!...
A continuación, la misma Lección 018,
El Desierto. Desde Egipto al Sinaí,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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P. Luis. Oye, Rosy. Vamos a suponer una cosa. Que a Javier le viene a las manos una
buena fortuna y, por lo que te quiere, te da un millón de dólares como puro regalo.
Rosy. ¡Ya estaría bien!...
Javier. ¡Y que yo pudiera hacerlo!...
P. Luis. Pero lo interesante para mí viene ahora. Que Rosy se convierte en lo peor para
Javier. Mala cara, ni un beso, ni un ¡gracias!... y, para colmo, todo son quejas, chismes
contra él, hasta alguna calumnia fea; en definitiva, Rosy, una auténtica enemiga de Javier.
¿Qué te parece?...
Rosy. ¡Vamos! ¡Qué ocurrencia la de Usted!...
P. Luis. Pues, no acaba aquí la cosa. Javier es tan estupendo, que piensa: ¿Y por eso voy
a dejar de amar yo a Rosy? Chiquilladas de ella. La seguiré queriendo lo mismo. Cuanto
más necia sea ella, más hombre seré yo...
Rosy. La suposición que hace Usted es increíble, desde luego. Usted ve que eso es
imposible en mí con Javier. Usted sabe que sería todo amor, agradecimiento, cariño, y que
por Javi haría cualquier cosa. Lo de Javier conmigo, vamos a creerlo, porque se encuentran
tipos magníficos, y Javier es uno de ellos...
P. Luis. Pues, mira; eso que a ti te parece un imposible en ti con un amigo como Javier,
y muy posible en Javier con Rosy, eso precisamente le pasó a Dios con Israel. ¿Recuerdan
las dos últimas lecciones, verdad? La de las plagas y la salida de Egipto.
Javier. Las tenemos muy presentes. Y, entendida la comparación de Javier y Rosy, a
Javier le ha tocado hacer el papel del Dios bueno y a Rosy el papel de Israel, la chica
caprichosa con el Dios que tanto la ha querido... ¿Qué ocurrió, Padre Luis, entre Israel y
Dios? ¿A dónde va la lección de hoy?
P. Luis. Apenas hemos recorrido unas cuantas líneas en la Biblia después del canto
triunfal de Moisés una vez pasado en Mar Rojo, cuando nos encontramos con unas quejas,
unas murmuraciones y hasta unas blasfemias inconcebibles.
Rosy. Si eso parece un imposible. El pueblo de Israel habría de estar tan agradecido a
Dios, y habría de admirarlo tanto, que no hubiera lugar a ninguna queja, a ninguna
infidelidad, a ninguna falta de fe ni en Dios ni en su enviado Moisés. Al contrario, tenemos
derecho a pensar que todo eran alabanzas, gratitud, confianza.
P. Luis. Estos hechos del desierto que ahora vamos a ver, esas quejas y rebeldías contra
Dios son tan importantes, aunque sean tan desagradables, que los Profetas, los Salmos y los
Sabios de Israel, aludirán siempre a ellos. Además, tomarán los azares del Desierto como
punto de referencia en orden a la conversión del pueblo y a la vuelta continua de Israel
hacia Yahvé su Dios.
Javier. Entonces, estos hechos son importantes y dignos de ser conocidos por los que
queremos entender bien la Biblia. ¿Qué pasó, cómo y dónde?
P. Luis. Hemos de decir que tal como están redactados en los capítulos 15 al 17 del
Éxodo, resultan un poco enredados. Lo que pasó en varios lugares durante los cuarenta años
del desierto, está unido artificialmente por la Biblia como si hubiera pasado todo seguido y
a poca distancia entre los diversos acontecimientos. Además, todos los datos de la Biblia
están esparcidos entre los libros del Éxodo, de los Números y del Deuteronomio.
Rosy. Pero eso no importa. El caso es saber lo que la Biblia nos quiere decir con todo
aquello.
P. Luis. Muy bien pensado. Dejémonos de calendario y de geografía. Basta saber que
ocurrió todo después del paso el Mar Rojo y en la península del Sinaí. Lo importante es
recalcar la infidelidad del pueblo, las quejas y murmuraciones contra Dios y contra su
enviado Moisés.
P. Luis. Sin embargo, Dios perdona siempre, ayuda en todos los apuros, autoriza a
Moisés y, aunque Israel no lo merezca, Dios es el Fiel que va a cumplir su palabra de darles
la Tierra Prometida.
P. Luis. El pobre Moisés y Aarón no sabían qué hacerse. Pero eran los únicos que
confiaban en Dios. Así que Moisés y Aarón respondieron al pueblo: -Van a comer carne y
pan hasta no poder más. Esta misma tarde caerá carne en abundancia sobre el campamento,
y mañana encontrarán todo el pan que quieran...
P. Luis. Empezamos por lo de la carne. Ocurría cada año, con la migración de las
codornices, que venían desde Europa, atravesaban el Mediterráneo, llegaban en gran
número y, a bandadas, caían rendidas en tierra por el norte y parte central de la península
del Sinaí. Así tuvieron con que saciarse hasta reventar, como diríamos nosotros.
Javier. Entonces, no es que Moisés hiciera ningún milagro de parte de Dios.
P. Luis. Milagro, propiamente dicho, no. Pero sí una gran providencia, una de esas
intervenciones de Dios que sabe cuándo, dónde y cómo hace las cosas.
Rosy. ¿Y va a pasar lo mismo con el pan? La Biblia lo llama “Pan del cielo”.
P. Luis. Otra vez que te adelantas, Rosy. Esa fue la interpretación de los Sabios de
Israel, que poetizaron después mucho sobre este hecho tan hermoso, aunque Jesús precisará
que no era “pan del cielo” precisamente.
Javier. Explique, pues, qué era y cómo caía en tierra.
P. Luis. Era también otro elemento natural, que por lo visto desconocían los israelitas
del desierto. Por los meses de mayo y junio, y también en la parte central de la península
del Sinaí, caía de las ramas de un tamarindo especial una especie de secreción granulada y
gelatinosa. Los israelitas, que no conocían su naturaleza, la empezaron a llamar man-hú,
“¿qué es esto?”, nombre cambiado por maná, y con el cual ha quedado en la Biblia y en el
lenguaje cristiano. El maná fue un alimento que Israel comió durante cuarenta años durante
su peregrinaje y estadía en el desierto.
Javier. ¿Y todas aquellas normas que dictó Moisés de que cada día tomaran solamente
lo necesario, y el sábado recogieran el doble para hacer provisión porque al día siguiente no
lo iban a encontrar?...
P. Luis. Está bien hecha la pregunta. No es que Moisés mandara entonces nada
semejante. Eso fue, casi con toda seguridad, lo que escribieron los sacerdotes cundo se hizo
la redacción última de la Biblia, como signo de lo que Dios quería sobre el sábado: un
reposo total.
Rosy. Era, por lo mismo, algo ritual
P. Luis. Sí, venía a ser como lo que dice el primer capítulo de la Biblia sobre el día
séptimo, cuando Dios dejó de hacer nada más en la creación, porque hay que trabajar seis
días y en el séptimo descansar.
Rosy. Los hechos, por parte del pueblo, eran desagradables: quejas contra Moisés y
hasta blasfemias contra Dios. Pero todos acababan bien. ¡Qué bueno es Dios!...
P. Luis. Nos encontramos a mitad de los hechos. Y ahora viene el peor de todos.
Probablemente ocurrió bastante después de la partida del Sinaí hacia Canaán, pero la Biblia
la trae en este mismo contexto.
P. Luis. Sí, Javier. Porque Dios, el siempre clemente y compasivo, le responde a Moisés
con su paciencia infinita:
- Toma tu vara, aquella con que dividiste en dos las aguas del Río, y golpea la roca, de la
que saldrá agua para que beba todo el pueblo.
Salió agua en abundancia. Y aquel lugar quedó con el nombre de Masá y Meribá, es
decir, tentación y queja, por el grito del pueblo antes del prodigio: -¿Está Yahvé en medio
de nosotros, sí o no?...
P. Luis. Israel estaba en peligro, de modo que pudieron venir las quejas: -Y cuando nos
ataquen los enemigos, ¿qué va a pasar? ¿Estará Yahvé con nosotros?...
P. Luis. ¡Y tan serio! Porque Amalec no les dejaba pasar para ir a tomar posesión de la
Tierra Prometida y estaba dispuesto a exterminar a aquellos intrusos. La orden vino expresa
de Moisés, que manda a Josué, un valiente estratega y conquistador, que aparece ahora por
primera vez en la Biblia: -Escoge algunos hombres esforzados, y planta batalla a Amalec.
Yo subiré al monte a orar mientras tú peleas.
P. Luis. Ni más ni menos, aunque la culpa era de quien no le dejaba el paso libre a Israel
para ir a la tierra que Dios les había prometido. Josué hizo lo que le mandaba el jefe
supremo. Todo el día se pasó en lucha feroz.
P. Luis. Y con un detalle muy curioso. Mientras Moisés estaba con los brazos alzados
en oración, vencían las armas de Josué. Cuando bajaba los brazos, rendido porque no podía
más, ganaba Amalec. Así hasta la caída del sol. Aarón y Jur, para que Moisés no cesara en
su plegaria, sostuvieron los brazos de Moisés en alto, y la guerra acabó con una victoria
total de Israel.
Javier. Creo, Padre Luis, que no se necesita demasiada perspicacia para ver la
importancia de todos estos hechos ocurridos entre Egipto y el Sinaí. Un Dios todo bondad,
un Israel todo rebeldía, y un volver Dios a ser bueno siempre a pesar de todos los pesares...
¡Es un Dios para poder confiar en Él!
P. Luis. Aquí está el meollo de estos hechos. Indudablemente que en la Biblia están
llenos de intención y significado cuando los Profetas, los Salmos y los Sabios les dan tanta
importancia. Y todo se reduce a esto que tú decías: Dios siempre fiel, y el pueblo siempre
rebelde.
Rosy. En cada uno de estos casos vemos siempre lo mismo: a pesar de tanto beneficio de
Yahvé, el pueblo siempre quejicoso; a la primera dificultad, se quiebra su fe; y siempre
también olvidadizo de tantos favores como ha recibido y va recibiendo de su Dios.
Javier. ¿Y no hay algunos de estos hechos que tengan significado especial? Yo insisto
sobre el maná.
P. Luis. Sí, es muy cierto. Los tres acontecimientos más significativos fueron el maná, la
roca, y la intercesión de Moisés durante la batalla, los tres de gran resonancia en la
tradición de Israel.
Rosy. ¿Qué decir del maná, más que nada?
P. Luis. Lean el libro de la Sabiduría y hallarán ideas bellísimas. “A tu pueblo lo
alimentaste con manjar de ángeles y les mandaste desde el cielo un pan preparado sin
fatiga, que producía gran placer y satisfacía todos los gustos. Este sustento mostraba tu
dulzura para con tus hijos, pues se adaptaba al gusto del que lo tomaba y se transformaba en
lo que cada uno quería” (Sabiduría 16,20-21)
Javier. ¿Y nada sobre la Roca?
P. Luis. Lo mismo. Los israelitas inventaron la leyenda de que aquella roca siguió
después al pueblo adondequiera que iba, dándole el agua necesaria, y la Roca era el mismo
Yahvé. San Pablo va más allá, y dice, con interpretación simbólica, que “La roca era
Cristo” (1Corintios 10,4), es Cristo que nos sigue dando a los suyos el “agua viva, que salta
hasta la vida eterna” (Juan 4,14; 7,37-38)
Rosy. Nos queda la guerra contra Amalec.
P. Luis. Aquí vemos el poder de la intercesión de Moisés, el mediador entre Yahvé y su
pueblo. Si “Dios le hizo poderoso para rendir a los enemigos” (Eclesiástico 45,2), fue sobre
todo en esta ocasión. Es una imagen viviente de lo que será Cristo con su Iglesia, la cual
nada habrá de temer mientras cuente con un Mediador semejante ante Dios su Padre.
Javier. Pienso, en definitiva, que estos prodigios serán la respuesta al Israel quejicoso en
cualquier prueba: “¿Dónde está Yahvé, nuestro Dios, que nos abandona?”... Para oír
siempre que Dios le contesta: “Yo estoy contigo, pueblo mío. Tú me abandonas, pero yo no
te dejo nunca, porque soy el Dios Fiel”... -
Cuestionario
P. Luis. Acabas de decir, Javier, todo lo que yo quisiera decir como resumen de estos
hechos recordados hoy. ¿Quejarse de Dios?... Es la cosa más necia que se puede hacer.
Al contrario, ¡Fe en Dios! ¡Confianza en Dios! ¡Valentía ante las pruebas de la vida,
porque Dios no nos abandona! Esto es el colmo de la sabiduría divina y hasta de la simple
prudencia humana...
A continuación, la misma Lección 019,
La Alianza. Los hechos del Sinaí,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Javier. ¿Seguimos con lecciones tan importantes como las de días anteriores?...
P. Luis. Hoy nos toca precisamente la más importante y en la cual vienen a desembocar
todas las que ya vimos de las plagas y de la Pascua. Con la salida de Egipto, Moisés formó
“UN” pueblo, de lo que antes eran familias y clanes dispersos. Hoy vamos a ver cómo
aquel pueblo de Moisés se transforma en “EL” pueblo de Dios.
Rosy. Me lo imagino: aquel del que dice la Biblia, porque lo acabo de leer: “Van a ser
mi pueblo, un reino de sacerdotes y una nación santa”.
P. Luis. No has podido decirlo mejor, Javi. A lo largo de toda la Biblia, veremos cómo a
la Alianza del Sinaí la llaman los Profetas un verdadero desposorio entre Dios y su pueblo;
desposorio que llegará a su colmo feliz en Cristo con la Iglesia, el nuevo Israel de Dios; un
desposorio que se extenderá a cada alma en su unión mística con Cristo...
Rosy. Convendrá, por lo mismo, asentar bien los principios de una lección como la de
hoy...
Javier. Y, por lo tanto también, conviene empezar pronto y no divagar. Diga, Padre
Luis.
P. Luis. Digamos, ante todo, que la iniciativa vino toda de Dios. Tomando la
comparación de novio y novia, aunque los dos estén muy enamorados, la primera mirada, el
primer flechazo, salió de Dios que eligió libremente, y sin ningún compromiso, a Israel.
Porque Dios quiso, y nada más. No busquemos otra razón.
Rosy. ¿Y a qué se comprometía Dios con Israel, desde el momento que lo elegía como
el novio a su futura esposa?
P. Luis. Dios se compromete, desde un principio, a ser el Dios de Israel; el Dios Yahvé
que le reveló su Nombre; el Dios que viene a cumplir la promesa hecha a Abraham de darle
la Tierra Prometida y de bendecir en su descendencia, es decir, en el pueblo de Israel, a
todas las gentes; el Dios que lo va a proteger, guardar y defender de sus enemigos; el Dios
Yahvé, en una palabra, que elige a Israel como pueblo suyo, pueblo santo y sacerdotal,
consagrado a su culto.
Rosy. ¿Con palabras tan bonitas, y me vienen ganas de decir “tan maternales”, empiezan
los hechos tremendos del Sinaí?
P. Luis. Ya se ve, Rosy, que has leído la Biblia antes de venir. Me había olvidado yo de
presentar el escenario. Para celebrar la Alianza, Dios escoge una montaña impresionante de
Arabia, al sur de la península del Sinaí, en medio del desierto. Es el mismo monte Horeb,
donde Dios manifestó a Moisés su nombre de Yahvé.
Javier. Es aquí donde dejamos al pueblo después de aquella primera marcha por el
desierto, donde tuvieron lugar los episodios de tanta murmuración contra Moisés y quejas
contra el mismo Dios, el que respondió con el agua, el maná y las codornices...
P. Luis. Exacto. Aquí dejamos acampado al pueblo, y ahora va a recibir una primera
propuesta de Moisés, que le va a hablar de parte de Dios como una primera preparación
para la Alianza. Después de recordarles eso que nos ha dicho Rosy, lo del águila con sus
polluelos, Dios les dirige la palabra:
- Ahora, pues, si de veras me obedecen y guardan mi alianza, serán mi propiedad
personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; serán para mí un reino de
sacerdotes y una nación santa... Me fabricarán un santuario y habitaré en medio de ellos...
Yo seré su Dios, y ellos serán el pueblo mío.
P. Luis. Al menos, los deseos eran muy claros y parecían firmes. Porque Moisés bajó
del monte, convocó a los ancianos, les expuso lo que Dios le había dicho; todo el pueblo se
adhirió a la propuesta, y respondió a una voz: - Haremos todo cuanto ha dicho Yahvé.
Rosy. Hemos escuchado la prepuesta de Yahvé y hemos oído también las disposiciones
del pueblo. Con ello parece que queda todo preparado para la gran aparición de Dios en el
Sinaí a fin de firmar y sellar la Alianza entre las dos partes.
P. Luis. Empleas, Rosy, unas palabras que merecen mucho nuestra atención. ¿Qué
firma, qué sello se estampaba entre los orientales antiguos cuando se establecía un alianza o
se celebraba un contrato?...
Javier. No creo que en aquellos tempos se hicieran las cosas como las hacemos hoy...
P. Luis. Se empezaba por la presentación de los personajes. En este caso, sólo había de
hacerlo el Dios del cielo, pues el pueblo estaba reunido ante su presencia en la falda del
monte. Y vino la orden de Dios, transmitida a Moisés, de que marcara una línea alrededor
del monte, y mandara al pueblo:.
- Estén preparados para el tercer día, porque descenderá Yahvé sobre el monte Sinaí a la
vista de todo el pueblo. Guárdense de subir al monte o de tocar su falda. Quien toque el
monte morirá.
Rosy. La orden era muy severa. Algo temible se preparaba.
P. Luis. Al mismo tiempo, les prescribía Moisés que lavaran sus vestidos y quedaran
purificados sus cuerpos del todo. Así preparados, llegó la gran teofanía o manifestación de
Dios.
P. Luis. Es mejor que dejemos la palabra a la misma Biblia, que nos dice textualmente:
- “El tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el
monte y fuerte sonido de trompeta. Todo el pueblo, en el campamento, se echó a temblar.
Moisés hizo salir al pueblo del campamento, al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie
del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Yahvé había descendido sobre él en el
fuego. Subía el humo como el del un horno, y do el monte retemblaba con violencia. El
sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte. Moisés hablaba, y Dios le respondía con
el trueno”.
Rosy. O sea, que Dios se revelaba en una religión que infundía miedo, terror.
P. Luis. Pues, contra todo lo que parezca, todo esto no era más que un acto de amor de
Dios, el cual quería que su pueblo no olvidara nunca su presencia y le fueran fieles, como
respondió Moisés: “No tengan miedo, porque Dios ha venido para ponerlos a prueba, para
que aprendan a respetarlo y no pequen”.
Rosy. Dios era bueno, es cierto. Pero aquella religión se basaba en el temor, en el miedo.
P. Luis. Aquello fue pedagogía de Dios, para hacerse respetar, aunque le movía sólo el
amor. Un Dios que ha sido el Salvador de su pueblo al sacarlo de Egipto; un Dios que se
compromete a guardar y defender siempre a su pueblo; un Dios que le promete bendecir
por su medio a todas las naciones, no es un Dios terrible, sino como un Dios todo amor.
Javier. Sin embargo, Dios tampoco bromea. Porque sabe muy bien Dios que Israel,
como dice tantas veces la Biblia, es de dura cerviz y corazón duro. Por eso convenía que la
escena de la Alianza infundiera respeto al Dios que ama mucho, pero que también se ha de
hacer respetar.
Rosy. Bueno. Así se entienden bien las palabras de Moisés: “para que aprendan a
respetarlo y no pequen”.
Javier. Los compromisos de las dos partes estaban claros y había venido la aceptación
de ambas partes también. Ahora tenía que venir también la firma y sello. ¿Cómo se hacía?...
Rosy. Yo sé cómo lo haríamos nosotros. Para nosotros, en nuestros días y nuestra
civilización, la cosa es clara. Una mesa, unos pliegos de papel, un tintero, unas plumas, un
firmar los contratantes y testigos, y todo garantizado con unos sellos de tinta indeleble...
Un felicitarse al final, unos apretones de manos, y cada uno a su casa con la copia del
documento.
P. Luis. Todo esto no les decía nada a los orientales de aquellos tiempos. La Biblia nos
dice cómo lo hizo Moisés en esta ocasión. Se inmolaron las víctimas; se recogió la sangre
en tazas; parte de la sangre se derramó sobre el altar, símbolo de Dios, y con la otra parte
roció al pueblo diciéndole: “Esta es la sangre de la alianza, que el Señor ha contraído con
vosotros”, ya que el pueblo había prometido después de escuchar la Ley: “Haremos todo lo
que nos ha ordenado Dios y le obedeceremos”.
La sangre, signo y expresión de la vida, era la firma y el sello que garantizaba la
formalidad del contrato.
P. Luis. Israel no olvidará nunca la Alianza, mejor dicho, la va a olvidar con frecuencia.
Pero los Profetas se encargarán de traérsela continuamente a la memoria exhortando,
exigiendo, amenazando, prometiendo...
P. Luis. La Alianza del Sinaí no era más que provisional. Moisés, el gran mediador de la
alianza antigua, fue sólo la figura Jesús, el nuevo Moisés que Dios suscitaría para el nuevo
Israel de Dios, que es la Iglesia. Y Jesús llamaría a su Alianza “Nueva y eterna”.
Rosy. Aunque también a nosotros nos dice mucho la Alianza del Sinaí.
Javier. Nadie lo duda. Incluso los que no los quieren cumplir y se los echan de encima
frescamente, reconocen en sus momentos de sinceridad que, con los Mandamientos de Dios
bien cumplidos, la sociedad daría un vuelco total en bien suyo.
Rosy. Todos estamos convencidos de esto. Esos Diez Mandamientos, cumplidos, son la
llave de la felicidad. Quebrantados, viene la calamidad más completa.
Javier. Lo interesante es que esos Mandamientos tan sabios están esculpidos, antes que
en la piedras del Sinaí, en los corazones de todos los humanos. La conciencia de cada uno
es un testigo sin igual.
Rosy. Por eso dirá San Pablo, y lo sé porque lo tengo leído alguna vez, que nadie va a
tener excusa en el tribunal de Dios. La propia conciencia es acusador, defensor y testigo a
la vez de esa ley que todos conocen, aunque se trate de analfabetos totales.
Cuestionario
Rosy. ¡Magnífico! Mirando todo en su etapa final, en la nuestra, es la Alianza entre Dios
y su Pueblo, que tiene como condición la libertad de sus hijos; como objetivo, el Reino de
Dios; y como estatuto, el precepto del amor...
A continuación, la misma Lección 020,
La Ley. Los cinco libros del Pentateuco,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Javier. ¿Quiere saber, Padre Luis, lo que ayer me confesó Rosy? Pues que, a estas
alturas de nuestras lecciones ha empezado a leer en serio la Biblia por el principio, y esos
cinco primeros libros le tienen a veces desconcertada. Esto es lo que me dijo. ¿Sí o no,
Rosy?
Rosy. No puedo negarlo. Esos cinco primeros libros —Génesis, Éxodo, Levítico,
Números, Deuteronomio—, con tantas páginas tan encantadoras, me vuelven a veces loca
con tantos números, tantas listas de nombres que ni van ni vienen, tantas leyes de
purificación, sobre todo en el Levítico, tantas prescripciones sobre un culto que hoy no nos
dice nada, y repeticiones que me desconciertan... La verdad es que a veces me aburro. No
va a ser así toda la Biblia, me imagino...
P. Luis. Gracias,.Rosy, por esa tu sinceridad, con la cual retratas a tantos como
comienzan a leer la Biblia y les pasa exactamente lo mismo. Es comprensible su situación
sicológica. Se cansan, como es natural. Pero, ¿hacen bien en dejarla?...
Javier. Yo me imagino que algún remedio ha de haber para comprender esa lectura de
los primeros libros, que, a lo mejor, se pueden convertir en algo interesantísimo y hasta
delicioso.
P. Luis. Dices muy bien, Javi. Hay que saber desde el principio lo que es el Pentateuco
para tomarle verdadera afición.
P. Luis. Justo, Rosy. Estos primeros libros de la Biblia, que tú has citado antes muy
bien, por ser cinco se llamaron, con palabra griega, “Pentateuco”, o sea, los cinco estuches
que contenían los cinco rollos.
Rosy. Empiezo a ver algo claro y a tranquilizarme. Siga, Padre, con su explicación.
P. Luis. Pues, antes que ninguna otra explicación, les quiero decir que para los judíos la
Torah, la Ley, era lo más sagrado que tenían. Pudo con el tiempo y con las guerras
destruirse el Templo, desaparecer para siempre el Arca de la Alianza, perderse el
candelabro de oro...; pero los escritos de la Torah, de la Ley, eso no se perdió jamás.
P. Luis. No se perdió la Ley. Al contrario, se leyó tanto, se estudió tanto, se trabajó tanto
en conservarla y perfeccionarla, que hoy sigue siendo el libro más santo y más sabio que
tienen en patrimonio no sólo el pueblo judío y la Iglesia, sino la misma Humanidad. A la
Torah o la Ley, al Pentateuco, se le añadieron después muchos libros más, y entre todos
ellos forman la Biblia, nuestra Biblia.
Javier. Hoy, sin embargo, parece que Usted nos quiere hablar de los cinco primeros
libros, ¿no es así? Esos primeros libros de los cuales he oído siempre que contienen la Ley
de Dios al pueblo judío.
P. Luis. No sólo contienen la Ley de Dios, sino que los judíos, a lo largo de la historia de
Israel, los llamaron sin más La Ley, con una palabra que ya se ha hecho clásica incluso en
las lenguas modernas: La Torah. Hablando estrictamente en lenguaje bíblico y judío, decir
la Ley, la Torah, el Pentateuco, es decir la misma cosa.
Rosy. ¡Se nos van a quedar bien! Son los cinco primeros libros de la Biblia. Los
repetimos por segunda o tercera vez: el Génesis, el Éxodo, el Levítico, los Números y el
Deuteronomio.
Javier. Parece que ésta va a ser una clase algo diferente de las demás...
P. Luis. Sí; pero interesante. Precisamente porque conviene tener presentes los tiempos,
y las formas como se compuso el Pentateuco, así como conocer las muchas cosas que
contiene aparte de la Ley propiamente dicha.
Javier. ¡Vaya! Yo siempre he oído que los escribió Moisés. Por lo mismo, como ya
vimos al hablar del Éxodo, el Sinaí y el Desierto, tuvo que ser, hablando en redondo, allá
por los años mil doscientos antes de Jesucristo.
P. Luis. Sí; eso es lo que has oído siempre. Aunque, para responderte, hay que recurrir a
los estudios modernos, que han sido una revolución. Durante muchos siglos —y esto no lo
ponía nadie en duda— el autor del Pentateuco fue Moisés y nadie más. Se decía incluso que
lo único que no era de Moisés era el capítulo 34, final del Deuteronomio, en los versículos
que cuentan la muerte de Moisés. Tenían que ser, por fuerza, una añadidura posterior, pues
no los iba a escribir un muerto...
Rosy. Por lo visto, Javi, tu parecer no es del todo cierto...
P. Luis. Durante muchos siglos se pensó siempre en Moisés como su autor. Pero en el
siglo dieciséis empezaron las discusiones, se iniciaron los estudios, avanzaron mucho las
investigaciones, y hoy nadie duda de que la Torah o la Ley empezó con unos escritos
rudimentarios del mismo Moisés allá por el año 1225 antes de Jesucristo, como decía Javi,
y no quedó completaba y definitiva —tal como la tenemos hoy nosotros— hasta el siglo
quinto antes de Jesucristo, unos 450 antes de la era cristiana. Total, durante unos siete
siglos.
Javier. ¡Como quien no dice nada!... ¿Cómo fue aquello posible? ¿En que se fundan los
escritores modernos para asegurarnos una cosa así?.
P. Luis. Son muchas las razones. Se empezaron a ver en la Biblia tantas repeticiones,
redacciones diferentes del mismo asunto, nombres diversos para decir lo ya consignado,
llamar de igual manera a diferentes personajes, y tantas cosas más como éstas, que
resultaba imposible pensar en un solo autor para los mismos libros. Por fuerza había varias
fuentes y varios autores.
P. Luis. Lo voy a decir en pocas palabras. Desde Moisés existían en el pueblo tas
tradiciones de los Patriarcas y los recuerdos mucho más vivos y más recientes de Moisés.
Aparte de que el mismo Moisés pudo ser el primer autor de los más rudimentarios y más
antiguos escritos de la Biblia.
Rosy. Era el germen. ¿Cómo creció la planta, es decir, cómo siguió escribiéndose la
Biblia?
P. Luis. Sí; es una lección que veremos pronto. Ahora seguimos con lo que nos interesa,
aunque sea adelantando fechas. Hablando siempre en redondo, nos colocamos por los años
800 antes de Jesucristo.
P. Luis. Hubo primero una redacción que empezó en Jerusalén, llamada tradición
Yavista. Otra en Samaría, llamada Elohista. Una tercera, que juntó las dos en una sola.
Durante el destierro de Babilonia se hizo una cuarta. Todas ellas recogían los recuerdos
existentes y se iban unificando cada vez más en una sola redacción.
Rosy. ¿Es la que tenemos ahora nosotros?
P. Luis. Pues, mira, Rosy. La última vino más tarde, como les he dicho, quizá por el año
450 antes de Jesucristo. Los sacerdotes de la Ley redactaron el Pentateuco dándole esa
forma que tiene ahora, y dividida en los cinco libros del Génesis, Éxodo, Levítico, Números
y Deuteronomio.
Javier. Pero esto no afecta a que sea palabra de Dios, aunque los hombres la trabajaran
tanto según sus maneras de pensar, ¿no es así?
P. Luis. Todas aquellas vicisitudes que pasó el texto hasta llegar a su forma actual no
afectan para nada a nuestra fe. Eran cosas humanas que hacen a la Biblia hasta mucho más
creíble. Tal como la tenemos es Palabra de Dios, y esto nos basta.
P. Luis. No lo creas, Javi. La Ley, propiamente dicha, se lleva una parte muy pequeña
del Pentateuco. Son muchos ciertamente los que piensan como tú: que se trata sólo de
leyes. Pero no es así. Son cinco libros —mejor dicho, es un solo libro en cónico partes—
que contiene de todo.
Rosy. Sí, esa palabra “Ley” nos puede confundir un poco, como si todo fuera un código
legislativo, judicial y penal.
P. Luis. ¡Muy bien, Rosy! En la Torah o Pentateuco entra de todo: legislación, culto,
costumbres, enseñanza, consejos, historia, bendiciones y maldiciones, profecías,
promesas..., todo lo que puede llevar al pueblo hacia Yahvé su Dios.
Rosy. Entonces, los demás libros de la Biblia en el Antiguo Testamento no deben tener
mucha importancia, si ya está todo en el Pentateuco.
P. Luis. Rosy, tocas ahora un punto muy interesante. En algunas otras lecciones
veremos lo que son y lo que hacen los historiadores, los Profetas y los Sabios de Israel.
Pues bien; todos ellos no harán otra cosa que interpretar y urgir la Ley.
P. Luis. Aunque sea adelantando las cosas —pues de esto hablaremos mucho en
lecciones siguientes—, avancemos ya algunos conceptos.
Los historiadores de Israel contaban las cosas, las comentaban, y conservaban los
acontecimientos del pueblo siempre en relación a la Ley.
Los Profetas basaban toda su predicación sobre la Ley, y consignaron sus escritos, para
mantener la Ley en toda su pureza.
Los Sabios de Israel, desde los Proverbios hasta la Sabiduría, juzgaban sus enseñanzas a
la luz de la Ley.
Los Salmos cantaban y rezaban siempre acordes con la Ley.
P. Luis. Jesús y los Apóstoles, muy respetuosos con la Ley, fueron también conscientes
de que la Nueva Alianza no era más que la Antigua llevada a su perfección. La antigua Ley
era sustituida por la Nueva porque la Antigua ya había cumplido su oficio. Ese oficio,
según San Pablo, consistió en ser el pedagogo o el ayo que lleva al niño de la mano, y lo
conduce hasta que se hace mayor y puede prescindir del ayudante.
Javier. O sea, que la Ley antigua desempeñaba un papel muy concreto en los planes de
Dios...
P. Luis. ¡Ya lo creo! Y a la luz de Jesucristo se entienden muy bien algunas cosas del
Antiguo Testamento. Para Jesús y los Apóstoles, la Torah o la Ley prefiguraba de muchas
maneras lo que había de venir: la nueva Creación, el nuevo Adán, la nueva Ley, el nuevo
Moisés, la nueva Pascua. La Alianza antigua era profecía e imagen; la nueva Alianza es
realidad espléndida.
Rosy. Desde luego, que cuando leo esos primeros libros de la Biblia —perdónenme,
pues me dejo ya de las listas y de los números y de las purificaciones y cosas más así—, yo
me quedo pasmada. Israel era un pueblo sabio de verdad.
P. Luis. Esto no te lo inventas tú, Rosy. Una Ley o un libro como ése del Pentateuco no
lo tenía ninguna otra nación. Israel superaba infinitamente a los demás pueblos en sabiduría
divina.
Rosy. Pero yo hablo no sólo de sabiduría divina en Israel, sino hasta de simple prudencia
humana. La Ley es maravillosa.
P. Luis. ¡Oh! Es muy sencillo. Ya en la antigua Alianza, Dios resumía todo en la ley del
amor: “Escucha, Israel. Yahvé nuestro Dios es el único Dios. Amarás a Yahvé tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. Y “Amarás a tu prójimo como a
ti mismo. Te lo digo yo, Yahvé”.
P. Luis. Pues aún te voy a poner otro ejemplo, y casualmente del Levítico, como una
respuesta dirigida a Rosy... Encargó el Señor a Moisés: “Di a toda la comunidad de los
hijos de Israel: Sean santos, porque yo, Yahvé, soy santo”. Y lo repite insistentemente: “Yo
soy Yahvé su Dios; santifíquense y sean santos, pues yo soy santo”.
Rosy. No tengo nada que objetar. El Papa Juan Pablo II pidió a la Iglesia para el Tercer
Milenio cristiano algo que condensó en la propuesta que se nos hace al ser bautizados:
-Preguntar a un catecúmeno, “¿quieres recibir el Bautismo?”, significa al mismo tiempo
preguntarle: “¿quieres ser santo?”. Significa ponerle en el camino del Sermón de la
Montaña: “Sean perfectos como es perfecto su Padre celestial”...
A mí me llamó mucho la atención este párrafo del Papa.
Javier. Lo curioso es que Dios se lo había propuesto y mandado a Israel más de mil
años antes que Jesucristo a nosotros... Es el mismo Dios, el de antes y el de ahora...
Cuestionario
Javier. Tal como quedamos en la última lección, parece que nos vamos a adentrar ya
ahora en los libros históricos de la Biblia, que siempre resultan muy interesantes. ¿Me
equivoco?
P. Luis. No, no te equivocas. Hoy nos vamos a meter en uno interesante por demás: el
de Josué. Este libro de Josué arranca con los últimos días del desierto, con la muerte de
Moisés, y nos vamos a meter con Israel en la Tierra Prometida.
Rosy. ¿Dejando el desierto? No podemos negar, Padre Luis, que aquello que usted nos
dijo sobre el desierto en la Biblia es muy bello a la vez que muy importante: los cristianos
nos sentimos con espíritu de “desierto”, es decir, de retiro, de soledad, de trato personal y
amoroso con Dios, como quien no tiene alrededor nada con qué distraerse.
P. Luis. Muy bien dicho, Rosy. Te vas con ello a la “mística” de la Biblia. Hoy eso se
realiza con lo que llamamos la “lectio divina”, o sea, el escuchar la Palabra de Dios tal
como la tenemos en la Biblia, meditarla, convertirla en diálogo personal con Dios, y vivir
según el Espíritu nos guía.
Javier. Lo veo muy bien. Pero, yo creo que para tener ese espíritu de desierto nos
conviene primero leer, conocer y estudiar la Biblia tal como lo estamos haciendo nosotros.
¿No podríamos empezar ya con la lección de hoy?
P. Luis. Vamos a situarnos desde un principio. Desde la salida de Egipto hasta que
Israel abandonó el Monte sagrado del Sinaí, pasó tal vez como un año y medio. Después,
vino el peregrinar por el desierto unos cuarenta años, de tanta importancia en la Biblia.
Rosy. Está bien la interrupción de Javi, y así nos entenderemos en bastantes ocasiones
de la Biblia. Pero, Padre Luis, sigamos con los días del desierto.
P. Luis. No pensemos que todos esos años fueron de caminar continuo. Al revés.
Caminar, caminaron muy poco. Aunque en el desierto de Arabia hay poca vida, se
encuentran parajes para pastos de los ganados, y oasis más o menos buenos para acampar.
Los israelitas se establecían en uno y lo abandonaban cuando les parecía bien.
Javier. Tengo entendido que la marcha por el desierto quedó interrumpida por un largo
periodo de asentamiento en no sé qué oasis.
P. Luis. Dices bien, Javi. Los israelitas no tardaron en ir al importante oasis de Cadés,
en el norte, casi con la frontera de Canaán, donde se estableció Israel por muchos años. Esta
vida en Cadés, lugar privilegiado, ha pasado a ser símbolo hasta nuestros días, como nos ha
dicho muy bien Rosy, de lugar apartado, de reposo, apto para la escucha y el coloquio con
Dios en la soledad.
Rosy. ¡Otra vez las quejas antiguas! El pobre Moisés no debía saber qué hacerse.
P. Luis. Así fue. Pero surgió entonces un héroe. Josué, junto con Caleb, es el único que
arenga al pueblo y le anima a tener fe en Yahvé, que cumplirá la promesa de meterlo en la
Tierra Prometida a Abraham, promesa tan repetida: -La tierra que hemos recorrido y
explorado es muy buena. Si Yahvé nos es favorable, nos llevará a esa tierra y nos la
entregará. ¡No tengan miedo! ¡Yahvé está con nosotros!
P. Luis. Hizo lo más terrible. Por aquella rebelión, Dios castigó a Israel con la amenaza
más seria que podía hacerle y que después cumplió de manera irrevocable: -Todos morirán
en el desierto. Ninguno de los que salieron de Egipto entrará en la Tierra Prometida, sino
Josué y Caleb… Así lo dijo Dios, y así lo hizo. ¿Qué les parece?...
Javier. No fue una broma, ciertamente. ¡Y ya les estuvo bien, después de aquellos
cuarenta años de desierto y, para muchos, desde la esclavitud que habían conocido en
Egipto!
P. Luis. Justo. Ahora es Moisés cuando designó a Josué como sucesor suyo al frente del
pueblo, con estas palabras formidables: -¡Sé fuerte y valeroso! Tú entrarás con este pueblo
en la tierra que Yahvé juró dar a sus padres, y tú se la darás en posesión. Yahvé marchará
delante de ti, él estará contigo; no te dejará ni te abandonará. ¡No temas ni te asustes!
Javier. Sin que Usted nos lo haya dicho, Padre Luis, sus palabras son una invitación a
que leamos con calma este libro de Josué, que debe ser precioso. Por lo que yo recuerdo
desde niño, leído en aquella Historia Sagrada, o Biblia de los niños, como decimos hoy, en
este libro de Josué leemos unas hazañas de guerra que nos llenaban de admiración, y a la
vez unas intervenciones maravillosas de Dios que nos han encantado siempre.
P. Luis. Eso, por una parte. Pero, además, vemos a Josué imbuido con el mismo espíritu
de Moisés cuando se trata de mantener la fidelidad a la Alianza y a la Ley de Dios. Al darle
Dios la orden de atacar, le repite el mismo Yahvé lo que le dijo un día Moisés: -Sé fuerte y
valiente, porque tú vas a dar a este pueblo la posesión del país que juré dar a sus padres.
Rosy. Yo también recuerdo muchas cosas de Josué. Pero, ahora leo la condición que le
puso Dios: -¡Ten cuidado de cumplir toda la Ley que te dio mi siervo Moisés!... No te
apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda. No tengas miedo ni te acobardes, porque
Yahvé tu Dios estará contigo adondequiera que vayas…
Al ser fiel a la Alianza, Josué y el pueblo tienen segura la victoria.
P. Luis. Aunque en este libro de historia, hemos de tener presente una advertencia muy
importante. No pensemos que el Israel del desierto y de Cadés iba a actuar solo. En la
Transjordania había ya clanes hebreos, los cuales iban a ser, desde un principio, aliados
incondicionales. Además, había también desde antiguo otros clanes dentro del mismo país
de Canaán, los cuales se pondrían también incondicionalmente a su lado.
P. Luis. Magníficamente dicho. Y contemos con algo más. Había cananeos que vieron la
protección de Yahvé con su pueblo israelita, creyeron, temieron e hicieron valiosas alianzas
con el Israel atacante y victorioso, como la prostituta Rahab y los astutos gabaonitas.
Tengamos esto en cuenta, antes de meternos con los hechos portentosos, que tanto se van a
parecer a los de Moisés en Egipto y en el Mar Rojo.
Rosy. Y, ¡claro está!, empezamos con el paso del Río Jordán, al Este de Palestina. Si
querían construir puentes, resultaba una tarea inútil, pues los enemigos no les hubieran
dejado hacer nada y, al revés, les hubieran aniquilado nada más comenzar la obra.
Rosy. Y vino con aquella aventura igual que la del Mar Rojo. La recuerdo también,
como ha dicho Javi de sí mismo, desde que yo era niña. Los sacerdotes toman sobre sus
hombros el Arca de la Alianza. El pueblo entero está a la expectativa, y, apenas lamen con
sus pies las aguas de la orilla, todo el caudal que venía de arriba se para a distancia
formando un muro; se forma otro muro debajo de la corriente; se mantienen en pie los
sacerdotes con arca en medio, mientras que todo el pueblo pasa tranquilamente hasta que
después se junten de nuevo las aguas de arriba y las de abajo...
P. Luis. Da gusto ver cómo recuerdan esas cosas de la Biblia que aprendieron desde
niños. Así se les debe enseñar a los pequeños, para que después no las olviden nunca de
mayores...
Javier. Era inútil soñar en la conquista de aquella ciudad tan segura con sus murallas y
con las armas de sus ciudadanos. Pero aquí iba a venir otra vez Dios a mostrar su poder.
Los sacerdotes, con el Arca sobre sus hombros, y mientras sonaban las trompetas, dan
varias vueltas a la ciudad, se derrumban todas sus defensas, y Jericó caía en manos de Israel
victorioso, que condenaba la ciudad al anatema.
P. Luis. Y no dicen nada de los cinco reyes —los llamaremos mejor reyezuelos, o jefes
de tribus— que declaran la guerra a Gabaón porque había pactado con Israel, y Josué acude
a auxiliar a sus aliados. La lucha contra los cinco reyes se prolonga, y Josué manda al sol y
a la luna que se paren en su carrera hasta consumar la victoria. Cuenta la Biblia: Habló
Josué a Yahvé, y dijo: “Detente, sol, en Gabaón, y tú, luna, en el valle de Ayalón”. Y el sol
se detuvo y la luna se paró... No hubo día semejante ni ahora ni después, en que obedeciera
Yahvé a la voz de un hombre.
Rosy. Sí, ¡claro!, que sabíamos eso de que Josué paró el sol, aunque no sabemos si los
científicos modernos estarán muy acordes con ello, y habrá de ser la Iglesia quien interprete
semejante milagro. Pero, vaya, preferiría yo preguntar algo muy diferente que me inquieta.
Javier. Estoy casi seguro que Rosy tiene la misma inquietud que yo. ¿Lo del anatema?...
Rosy. Lo has adivinado. Si el libro de Josué nos entretiene con aventuras y hechos
prodigiosos como éstos, tiene otras cosas que nos llaman muy poderosamente la atención y
que merecen también una explicación esclarecedora. Y empiezo por la primera: ¿Cómo se
explica eso del anatema, la destrucción de todo y la matanza de todas las personas? Y
decían que era mandado por Dios...
P. Luis. Sí, es algo que merece explicación. El anatema era una destrucción total de la
ciudad. Todo quedaba condenado al fuego y no podían dejar con vida a uno solo de los
habitantes vencidos.
Rosy. Se me va, como siempre, el pensamiento a Jesucristo. Faltaba mucho para que
viniera al mundo y enseñara la ley del amor. Por crueldades que se cometan hoy, no
podemos negar que el espíritu cristiano ha influido en la Humanidad, hasta en esas partes
donde aún no se ha implantado el Evangelio, pero que han recibido una civilización
influenciada por el Cristianismo...
Javier. Padre Luis, yo pienso igual que Rosy. Lo crean algunos o no lo crean, algo ha
influido el cristianismo en el mundo. ¡Y ojalá siga imponiéndose cada vez más su doctrina
de amor! Justicia, bien; pero ciertas venganzas..., ¡no!
Rosy. Sí; no deja de ser una razón muy convincente. Aunque para nosotros, al leer este
libro tan bello, nos resulte siempre chocante. ¿Y no nos añadiría, Padre, alguna otra cosa
interesante?
P. Luis. Sí, y muy interesante. Ya pasado el Jordán, Josué realizó en Siquem, con todo
el pueblo dividido entre los montes del Garizín y el Ebal, una ceremonia muy simpática al
renovar la Alianza tal como se lo había prescrito Moisés, según dijo el mismo Josué.
Léanselo en particular después. Es precioso.
Javier. Este libro de Josué parece que sugiere muchas enseñanzas. ¿Les digo alguna?...
P. Luis. Eso mismo. Josué busca ante todo que el pueblo sea fiel a Dios, a la Alianza y a
la Ley. Modelo de gobernante como éste no encontrarán muchos...
Rosy. ¡Bastante! Pero me contento con decirles una idea. He leído antes que Josué, con
alguna pequeña modificación en el nombre, significa lo mismo que Jesús. Y aquí viene
ahora mi observación. ¿No tienen un enorme parecido en lo que cada uno realiza como
misión propia suya?
P. Luis. ¡Qué bien dirigida que vas, Rosy! Has leído bien, y discurres muy bien.
Explícate.
Cuestionario
P. Luis. Nada que añadir a tanta consideración propia suya. Hagan siempre como hoy
cuando nos toque algún libro histórico de la Biblia.
Primero. Lean, recuerden e interpreten los hechos en él narrados. Leyendo la Biblia así,
se la sabrán casi de memoria.
Segundo. Sepan sacar las consecuencias de los personajes, de sus dichos, de la
providencia de Dios... Sobre todo, mirándolo todo a la luz de Jesucristo. El Antiguo
Testamento no es más que la figura y la profecía que van a venir después. ¡Eso es saber leer
y estudiar la Biblia!...
Javier. El consejo nos viene de primera. ¡Y qué materia también para nuestra oración
cristiana, sacada toda de la Lección Divina!...
A continuación, la misma Lección 022,
Los Jueces. Yahvé, bueno, con su pueblo infiel,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. Pues, que resultan casi divertidas, si las comparamos, naturalmente, con las
guerras entre grandes naciones con ejércitos poderosos.
Rosy. Para mí, mala toda guerra, aunque sea de guerrillas entre países pequeños.
¡Maldita guerra, sea de la clase que sea!...
P. Luis. Bien, veo que toman mi pregunta muy en serio. Pero yo no iba a eso
precisamente. Lo hacía como una introducción a la clase que hoy nos toca al estudiar uno
de los libros más simpáticos de la Biblia: el de los Jueces.
P. Luis. El mismo. ¿Ves cómo has caído en la pequeña trampa que te he puesto?... ¿Tú
llamarías “guerra” a aquellas travesuras de uno a quien hoy llamaríamos simplemente “un
guerrillero”?...
Javier. Y los jueces del pueblo, ¿se metían ellos mismos a hacer las guerras, o a dirigir
las “guerrillas,” si usted quiere?...
P. Luis. No, Javi. Vamos a entendernos desde el principio sobre quiénes eran los Jueces,
ya que ellos son los que dan el título a este libro de la Biblia. La palabra “Juez” no
equivalía solamente al que administraba “justicia” en la tribu o en la ciudad, sino que
equivalía a “gobernante”, a “guía”, a “jefe”... El “Juez” hacía de todo....
Rosy. ¿Y en qué tiempo de la historia de Israel nos encontramos con los Jueces?
P. Luis. El libro ocupa un tiempo de unos ciento cincuenta años, desde Josué hasta que
llegue la Monarquía con Samuel y Saúl.
P. Luis. Contra los vecinos. Por lo que vimos en la lección anterior sobre Josué,
podríamos caer en un pequeño error. Aunque sobre las ciudades que conquistaba Israel
pesaba el anatema, o sea, la destrucción total y la muerte de todos sus habitantes, no
vayamos a pensar que eso pasó con todas, ni mucho menos.
Javier. Ciertamente, esa era la impresión que dejaba el libro de la conquista: que se
mataba a todos y se destruía todo sin piedad.
P. Luis. No fueron eliminados todos los cananeos del interior del país, con los que
hicieron muchos pactos, ni los filisteos de la costa, ni los moabitas o edomitas de la frontera
oriental.
Rosy. Tendría que ser una situación difícil para los israelitas, ¿no?
P. Luis. No tanto. Con los cananeos hicieron muchos pactos, como con los de Gabaón y
Siquén. Aunque, al tener que convivir con esos antiguos habitantes, venían, naturalmente,
las rivalidades, los pleitos, las guerras.
Javier. Pero las tribus de Israel, ¿no formaban ya una sola nación?
P. Luis. Todavía no. Las diversas tribus de Israel tenían conciencia de pueblo, de
nación, y, aunque independientes cada una de las otras, se venían a sentir como federadas.
Javier. Y cuándo llegaba una guerra con los pueblos vecinos, ¿qué hacían?
P. Luis. Esos conflictos no ocurrían con todas las tribus a la vez, sino que una vez eran
con una, otra vez con otra. Y, de hecho, se ayudaban unas a otras cuando surgía algún
problema bélico.
P. Luis. Varios de los que cita este libro de la Biblia, eran simples jefes de tribu, algo así
como nuestros alcaldes, y no tuvieron problemas guerreros que solucionar.
Javier. O sea, que había Jueces que eran verdaderos hombres de paz.
P. Luis. Así era. El problema venía cuando surgía una guerra entre los diversos pueblos.
Al presentarse el ataque de enemigos cananeos o filisteos, aparecían también esos Jueces
descritos por la Biblia como héroes, guerreros, luchadores carismáticos, que se ponían al
frente de la tribu o las tribus que se le unían, y llevaban adelante hazañas sorprendentes.
Rosy. De un libro como éste de la Biblia, que no cuenta más que episodios guerreros,
creo que podremos sacar muy poco para nuestra vida cristiana de hoy.
P. Luis. ¡Qué equivocada que estás, Rosy, al pensar así! Ya desde el principio se
observa el sentido que tiene en el libro cada una de las hazañas de los Jueces. Siempre es el
mismo pensamiento, con el mismo orden o proceso en tres estadios:
- Peca Israel haciéndose infiel a Yahvé. Viene Dios, y castiga a los infieles que se le
escapan.
- Arrepentidos de su pecado, claman a Yahvé y le piden socorro.
- Yahvé se conmueve, suscita un héroe libertador, y otra vez a ser fieles a Dios.
Esto es invariable en todos los casos. ¿Lección?... ¡La fidelidad a Dios! ¿Te parece
pequeña?...
Javier. Por lo que yo sé, hay también algo que llama poderosamente la atención: era la
ayuda que se prestaban las tribus entre sí. Esto es magnífico para formar “patria”. Este libro
de los Jueces enseña magistralmente lo que es la fidelidad a Yahvé, el amor a los hermanos
de la misma nación, y el amor a la patria que construimos entre todos...
P. Luis. ¡Bien! Es muy cierto que esa idea de la patria se va formando en Israel
precisamente en torno a Yahvé. Esto es algo muy notable que se nota a lo largo de todo el
libro, aunque el culto no estuviera todavía establecido y organizado en torno al Templo que
vendrá después.
Rosy. Con un libro como éste, nos pica la curiosidad desde el principio. ¿No podríamos
citar algunos de los personajes más significados?
P. Luis. Empezamos por Ehud, que resulta divertido por demás. Israel estaba sometido a
Moab, y había que pagar el tributo al rey, que era gordísimo. Ehud y sus acompañantes se
le presentan con toda ceremonia y son recibidos en el palacio con los honores debidos,
porque venían forraditos de plata...
P. Luis. Entregado todo el dinero, Ehud manda salir a todos sus acompañantes, mientras
dice misteriosamente al rey:
- Tengo que comunicarte un secreto muy confidencial...
Eglón, sentado pacíficamente en la galería tomando el fresco, le manda acercarse:
- ¿De qué se trata?...
Ehud saca el puñal que esconde, de un golpe se lo hunde hasta la empuñadura en el
vientre, y allí queda oculto entre tanta grasa que lo envuelve.
P. Luis. Y vino lo que tenía que venir. Ehud sale sin ser notado, huye hasta su territorio,
y llama arrebato en toda la tribu:
- ¡Venga! ¡Todos a atacar a Moab, porque ha muerto su rey, y Dios pone en nuestras
manos a nuestros enemigos!...
P. Luis. Uno que te va a gustar. Débora era una profetisa que fungía de Juez, y vemos
que también las mujeres saben hacer bien las cosas...
Rosy. Espero que la aventura de una mujer sea sensacional...
P. Luis. La historia de siempre. Peca de nuevo Israel, y otra vez la desgracia encima.
Veinte años sometidos al rey Yavín, cuyo ejército era mandado por Sísara. Barac tiene la
orden de atacar a Sísara, pero no se atreve. Le faltaba valentía, y, sobre todo, confianza en
Yahvé.
Javier. ¿Y va a aparecer una mujer en este episodio? La mujer pintaba muy poco por
aquel entonces en un ejército...
P. Luis. Se presenta entonces Débora a Barac, le empuja a ser valiente, pero él Barac no
se decide. Aunque al fin, responde:
- ¡No, yo solo no voy! Iré a la guerra si me acompañas tú…
Débora, mujer enérgica, no está para vacilaciones:
- Iré contigo. Sólo que después no será tuya la gloria de la campaña, sino que todo Israel
sabrá que Yahvé habrá triunfado por manos de una mujer.
Rosy. ¡Ya está bien! Sísara quedó derrotado, asesinado miserablemente, y Débora surgió
como la heroína de Israel. ¿No fue así?
P. Luis. La Biblia trae a continuación el primoroso himno para celebrar la victoria, rico
en ideas, que se resumen todas en una: Las victorias de Israel sobre sus enemigos son
siempre victorias de Dios. ¡Esta vez, por manos de una mujer!...
P. Luis. Está la de Gedeón, que con veintidós mil hombres ha de hacer frente a un
ejército muy superior de Moab. Y Dios interviene de manera demasiado extraña. Manda
primero un ángel, que diga al Juez: -¡Yahvé contigo, valiente guerrero!...
Pero, le dice Dios después: -Hay que reducir el ejército. ¡De los veintidós mil han de
quedar sólo trescientos!...
Javier. ¿Cómo es posible una orden así, venida de Dios?... Aquí Dios quiso hacer un
milagro, y nada más. Es un imposible que trescientos soldados venzan a un ejército de
muchos miles. A no ser que Gedeón hubiera contado entonces con una bomba atómica
como Estados Unidos contra Japón...
P. Luis. Pues, aunque te cueste creerlo, así fue. Dios se mostró celoso e inflexible: -¡Sí,
sólo esos trescientos!, para que nadie diga después: “Mi propia mano me ha salvado”…
Y con aquellos trescientos solamente, vino la victoria de Israel, victoria que fue sólo de
Dios.
P. Luis. No lo dudemos. Aquellos recuerdos de las tribus parece que fueron escritos
muy pronto, quizá en el tiempo de la Monarquía, que ya no estaba lejos. Aunque la
redacción definitiva fue cuando el Destierro de Babilonia. Y los autores sagrados supieron
darnos el sentido teológico de aquellos hechos tan bonitos como portentosos.
Javier. ¿Sentido teológico, dice? Entonces, las aventuras de los Jueces nos las ha
conservado la Biblia con una intención muy marcada. Habrá de explicarse bien, Padre.
P. Luis. La primera lección que nos enseñan es ésta, bien repetida por la Biblia antes de
narrar cualquier nueva aventura: Dios permite los castigos del pueblo cuando se aparta de
su Dios, pero, aunque se haya pecado, queda la esperanza cuando se vuelve arrepentido a
Dios, siempre bueno.
Rosy. O sea, como siempre, Dios que hace triunfar su bondad. Veo que ésta es una
constante en toda la Biblia. Ya lo he repetido yo varias veces.
P. Luis. Eso es lo primero que enseña el libro de los Jueces. Y después, queda también
muy clara otra idea: Dios quería la unión del pueblo para defenderse, ayudarse y
mantenerse unidos, lo cual es un don de Dios. Este libro nos enseña que por la Patria se
hace también todo.
Javier. Y a nivel todavía más alto, ¿nos dice algo este libro de los Jueces a los cristianos
de hoy?
P. Luis. Aquí me gustaría que leyeras lo que dice la Carta a los Hebreos, porque llama
mucho la atención. Los cristianos entrados en la Iglesia, procedentes del judaísmo, estaban
en grave peligro contra su fe. Y el autor de la Carta, ¡que iba muy bien guiado iba por el
Espíritu Santo!, les dice: “Me faltaría tiempo si hubiera de hablar sobre Gedeón, Barac,
Sansón, Jefté... Éstos, por la fe, sometieron reinos, administraron justicia, alcanzaron las
promesas”. En estas palabras hay mucha más intención de la que parece...
Javier. Se ve claro. ¡Fe en Dios! ¡Fe, aunque se haya pecado! Porque Dios, siempre rico
en misericordia, está muy por encima de nuestras culpas, con tal que las sepamos reconocer
y apartarnos de ellas, que era lo que hacía el pueblo cuando seguía a estos jefes aventureros
que luchaban por Yahvé, el Dios de su pueblo.
P. Luis. Y no te olvides, Javi: al cristiano le pide Dios una lucha valiente contra el
pecado, como nos dice en ese párrafo que hemos leído de la carta a los Hebreos.
Javier. Sí. Una sociedad que se alejase de Jesús, Yahvé Salvador, se alejaría en realidad
de su propia salvación. Cuanto más se acerque el mundo moderno a Jesús, más cercana
tendrá su salvación en todos los sentidos.
Cuestionario
Rosy. ¡Cómo gozábamos al oír contar las aventuras de los Jueces en nuestra niñez!...
Contenían más lecciones divinas de las podíamos sospechar. ¿Seremos capaces de
adivinarlas y vivirlas ahora?...
A continuación, la misma Lección 023,
Rut. La encantadora moabita en Israe,.
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. Al hacerme la pregunta a mí, veo que se debe tratar de alguna mujer. Aunque
podría ser un hombre, como Tobías. Y me vienen a la mente los nombre de Esther, Judit...,
magníficas, pero no me convencen del todo. Mucha guerra, mucha astucia, mucha
violencia... En cambio, no creo que Rut tenga ninguna mancha de sangre en sus manos. Es
muy discreta. Pienso en Rut.
Javier. ¡Naturalmente, Rosy, que el Padre Luis tiene que referirse a Rut! Yo he oído
decir que el libro de Rut nos trae uno de los escritos más idílicos y queridos de la Biblia en
el antiguo Testamento. Se lee con verdadero placer.
P. Luis. Sí; se trata de Rut, y de nadie más. Una mujer extranjera, viuda joven,
bondadosa a más no poder, fiel a la memoria de su marido, amantísima de su suegra...,
llega, con sus encantos personales, a formar parte del pueblo escogido, y se convierte en
una mujer antecesora nada menos que de Jesús, el prometido descendiente de Abraham.
P. Luis. Lo vamos a hacer. Uno quisiera no perder ni un solo detalle de los que trae la
Biblia, pues cada uno es signo y manifestación de una piedad familiar, de una fidelidad a la
Ley y de una entrega a su nuevo Dios Yahvé extraordinarias.
P. Luis. Sí, lo que oyes: “nuevo Dios”. Porque esta expresión sale varias veces en el
relato de la Biblia, y, más concretamente, en este libro de Rut, que era de Moab. Para
entenderlo, hemos de saber que cada pueblo tenía su propio Dios.
P. Luis. La historia se inicia en Belén, el pueblo donde nacerá mil cien años más tarde
Jesús. Porque esta historia de Rut la tenemos que situar unos mil cien años antes de
Jesucristo.
Javier. ¿Y se escribió ya entonces? ¿Nos podemos fiar de los testimonios que traiga?
P. Luis. Sí; aunque la redacción última fuera del siglo tercero o cuarto ante del
Jesucristo, la primera se pudo remontarse al mismo tiempo que la de los libros de los Jueces
y otros. Algunas palabras y expresiones son del siglo tercero antes de Jesucristo, pero los
hechos son del siglo once o doce, con mucha garantía de historia verdadera.
P. Luis. Aunque la palabra “Belén” significa “Casa de pan”, como todos sabemos, allá
se echó por aquel tiempo el hambre debido a las pésimas cosechas de trigo, base de la
alimentación del pueblo. Entonces Elimélec, con su mujer Noemí y sus dos hijos Majlón y
Quilión emigró a Moab, nación extranjera vecina y muy mal vista por los israelitas.
P. Luis. Establecidos allí, muere Elimélec, y la pobre Noemí queda viuda, aunque le
quedan por dicha sus hijos, los cuales se casan con dos mujeres moabitas, una llamada Rut
y la otra Orfá. Pero, para colmo de desgracias, mueren los maridos sin dejar hijos, y Noemí
la viuda se encuentra sola con las dos nueras, viudas también.
Rosy. ¡Dios mío, qué situación familiar! ¿Qué van a hacer las tres mujeres, solas y sin
protección alguna?...
Javier. Sí, y más en aquel tiempo en que las labores de la mujer fuera de casa eran
desconocidas del todo, y dependía la familia sólo y exclusivamente del trabajo del hombre
en el campo.
Rosy. Una se lo puede imaginar todo. Cuente, Padre Luis, que no le quiero interrumpir.
P. Luis. Noemí, la judía, decide regresar a Belén, su tierra. Pero las dos nueras no la
quieren soltar, le siguen por el camino, y se entabla entre las tres un diálogo tierno, lleno de
emoción.
- ¡No, hijas mías, no se vengan conmigo! Regresen a la casa de su madre. Que Yahvé mi
Dios les conceda encontrar vida apacible, cada una con un nuevo marido.
Un beso muy fuerte, y las dos nueras rompen a llorar:
- ¡No! Nosotras nos vamos contigo a tu pueblo.
P. Luis. Noemí, que mira la felicidad de sus nueras más que la seguridad propia, les
insta:
- Vuélvanse, hijas mías. ¿Para qué van a venir conmigo? Yo ya no tengo más hijos en mi
seno que un día pudiera darles por maridos. Y aunque tuviera la esperanza de casarme esta
misma noche y tener nuevos hijos, ¿habrían de esperar ustedes a ser sus mujeres? Ya ven
que no es posible. Por eso, ¡vuélvanse a su casa, y sean felices!...
Nuevo romper a llorar, nuevos besos..., y Orfá se despide de la nuera y regresa con su
madre.
Rosy. Repito lo de Javier: ¡Cuánta ternura en esta descripción! El autor era sin duda un
gran costumbrista.
P. Luis. Pero Rut no cede. Firme, no hace caso a Noemí, que insiste:
- Mira cómo tu cuñada ha vuelto a su casa y a su dios. ¡Vuélvete tú también!
Y Rut, más firme:
- ¡No! Y no insistas en que te abandone y me separe de ti, porque adonde tú vayas, iré
yo; donde tú vivas, viviré yo. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú
mueras moriré y allí seré enterrada.
Javier. Pues, ¡vaya suegra y vaya nueras! Incluida Orfá, porque se vuelve con todo
derecho. Mujeres como éstas no se encuentran ni con el candil de Diógenes, como decimos.
Rosy. Es lo que digo yo: algo pueden aprender las familias leyendo la Biblia... Con
ejemplos como éstos, ¡la paz que reinaría en tantos hogares! ...
P. Luis. Suegra y nuera llegaban a Belén por el mes de mayo, cuando empezaba la
cosecha de la cebada. Pobre del todo, empieza Rut a ganarse la vida como puede.
P. Luis. Su primer trabajo, uno bien humilde, el de los más pobres. Conforme a la Ley,
tiene libertad para ir al campo y, detrás de los segadores, cuando éstos han recogido la mies
y hecho las gavillas, los pobres podían, sin que nadie se lo impidiese, ir a rebuscar y
recoger las espigas que hubieran quedado abandonadas.
Javier. Realmente, no era un trabajo para enriquecer a nadie. Porque es de suponer que
el dueño tendría buen cuidado de que los peones realizaran bien su tarea, y pocas espigas
podrían quedar abandonadas...
P. Luis. Pero Rut tuvo suerte. A Booz, el dueño, le cayó bien la muchacha y dio orden a
sus trabajadores de no molestarla, aunque se acercase hasta donde estaban las gavillas ya
hechas, y que dejaran espigas como al descuido para que la chica se llevara todas las
posibles.
P. Luis. Más, un día dio orden de que Rut cargara con bastante cebada para llevarla a su
suegra, que tan maravillosamente se había portado con la joven, aunque esto no lo hizo
hasta el segundo o tercer día, como veremos.
Rosy. ¡Vaya dueño también ese Booz! Si todos los patronos fueran así...
P. Luis. Aunque Booz empezó por hacer otra cosa. Desde un principio quedó encantado
con aquella joven extranjera y viuda, tan fiel a su nuera. Y los pensamientos de Booz
volaban muy lejos... Porque Booz estaba emparentado con Noemí, ya que era primo de
Elimélec su difunto marido. Y, enternecido, se dirige a Rut:
- ¿Me oyes, hija mía? No vayas a espigar a otro campo ni te alejes de aquí; quédate junto
a mis criadas.
Y refuerza la orden con estas palabras:
- Me han contado al detalle todo lo que hiciste con tu suegra después de la muerte de tu
marido, y cómo has dejado a tu padre y a tu madre y la tierra en que naciste, y has venido a
un pueblo que ni conocías. Que Yahvé te bendiga por tu obra y que tengas cumplida
recompensa de parte de Yahvé Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte.
Javier. ¿Dónde estaba la intención y adónde volaban los pensamientos de Booz, que
Usted sospecha?
P. Luis. Noemí, la suegra, como buena y avispada mujer, miraba lejos y, desde el primer
momento, vio cómo iba a parar todo aquel asunto. Según la norma del levirato, tan
detallada en la Ley, Rut, al haber muerto su marido sin dejarle hijos, tenía derecho al
rescate, y podía y debía tomarla como mujer un hermano del difunto o el pariente más
cercano.
Rosy. ¿A que aparece también Noemí en esta faena, que empieza a parecer un cuento de
hadas?...
P. Luis. No te equivocas, Rosy. Rut, con toda astucia y aconsejada por Noemí, por la
noche del día siguiente se quedó a dormir a los pies de Booz. Éste, bien comido y bien
bebido después del trabajo, se acostó junto a las gavillas de la cosecha, sin darse cuenta de
quién le hacía secretamente silenciosa y muy honesta compañía.
P. Luis. Es natural. Noemí tramaba todo muy callanditamente. Al amanecer aquel día, y
al ver Booz la “trampa” cariñosa que le había puesto la pretendiente, la despidió con mucha
prudencia, todavía oscuro antes de que saliera el sol, para que nadie sospechara ni en él ni
en la joven la más pequeña anormalidad moral. Más aún, dio orden de que Rut cargara con
buenas medidas de cebada para llevarlas a su suegra, que tan maravillosamente se había
portado con la joven.
P. Luis. Tuvo que ponerse bien contenta, desde luego, cuando la vio llegar así. Al darse
cuenta de que la cosa estaba casi hecha, le dijo a Rut:
- Hija mía, quédate tranquila, hasta que sepas cómo acaba el asunto; este hombre no
parará hasta terminarlo hoy mismo.
Rosy. Ya ven que las mujeres sabemos hacer bien las cosas... En cuestiones de amor
sabemos intuir, ¿no les parece?
P. Luis. Y esta vez Noemí la hizo estupenda. Booz, noble y fiel cumplidor también de la
Ley, convoca a los ancianos del pueblo en asamblea para que decidan sobre la cuestión.
P. Luis. Sí. Y teóricamente algo seria. Suerte que Booz fue noble hasta el fin. Porque
antes que Booz había otro pariente más cercano del difunto Elimélec, y tenía la preferencia.
Podía rescatar a Rut y tomarla como mujer, si al mismo tiempo compraba el campo que le
pertenecía. Como el pariente aquel no aceptó la condición, dijo a Booz ante todos,
quitándose la sandalia y alargándosela:
- Tómala para ti.
P. Luis. ¡Pues, claro! Los ancianos y toda la gente aprobaron y bendijeron aquella
unión:
- Haga Yahvé que la mujer que entra en tu casa sea como Raquel y como Lía, las dos
que edificaron la casa de Israel. Hazte poderoso en Efratá y sé famoso en Belén..., gracias a
la descendencia que Yahvé te conceda por esta joven.
Rosy. En todo este relato se está adivinando a Dios por todas partes.
P. Luis. Esto ocurría en Belén, unos cien años antes de que naciera allí David, biznieto
de Rut, aquel David a quien Dios dirá un día por el profeta Natán lo que el Ángel asegurará
a María mil años después en la Anunciación: “Dios le dará el trono de su padre David, y su
reino no tendrá fin”... La encantadora Rut, una extranjera integrada en Israel, antecesora de
Jesús, el Mesías prometido...
Cuestionario
Javier. En este libro se ven reflejadas todas las virtudes familiares, religiosas y patrióticas
de manera esplendorosa.
Rosy. ¡Qué libro tan encantador, todo un idilio, ¡y cuántas cosas enseña para la familia y
la sociedad!...
A continuación, la misma Lección 024,
Samuel y la Monarquía. Israel quiso un rey,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. La verdad es que las clases anteriores nos han resultado interesantes.
P. Luis. ¿De veras? Pues, miren, la de hoy va a cambiar de aspecto. Va a ser muy
importante, pero también de mayor estudio. Se va a distinguir un poquito de las anteriores,
pero nos va a ser muy necesaria para entendernos en todo lo que ha de venir. Porque
empiezo con una pregunta: ¿Quién ha sido hasta ahora el Jefe de Israel? ¿Quién lo ha
gobernado?
Rosy. Creo que la respuesta es fácil. Hasta ahora hemos visto cómo el dirigente del
pueblo era Dios. Dios en persona. Naturalmente, representado por los que el mismo Dios
escogía, como señalándolos a dedo, para que hicieran sus veces. Recordamos a Moisés,
ante todo. Muerto Moisés, Josué, que logra meter en la Tierra Prometida a los liberados de
Egipto.
Javier. Y vienen después los Jueces, esos jefes espontáneos que tanto nos divirtieron
con sus aventuras. ¿No es esto lo que vimos anteriormente? Al fin y al cabo, todo lo hacían
por Yahvé su Dios, que era el aglutinante de todas las tribus en medio de gentes idólatras.
P. Luis. Muy bien respondido. Distribuidas ya las tribus en la Palestina, no hay ningún
jefe para todo Israel, sino que cada tribu se rige por sí misma, y se unen y luchan juntas
cuando surge un peligro por parte de los cananeos con los que conviven, con los filisteos,
los edomitas o los de Moab. Fueron casi dos siglos los de los Jueces. Ellos eran los
hombres carismáticos suscitados por Dios y por los que se mantenían unidas en una especie
de federación las tribus de Israel.
P. Luis. Digamos que hasta el año 1050 antes de Cristo. Podemos señalar a Samuel
como el último de los Jueces, que tuvo una gran importancia, y por medio del cual Dios
gobernó a Israel, ya que todas las tribus reconocían su autoridad como representante de
Dios. Más que el último Juez, otros llaman a Samuel el primer Profeta.
Javier. No deja de ser bien interesante. Aquello no era una “democracia”, pero tampoco
una dictadura. Con Samuel, Israel era una “teocracia”, es decir, un reinado de Dios, una
realeza de Dios. El gobernante era Dios, y no otro.
Rosy. Magnífico de veras. Por eso me pregunto: ¿Cómo pudo venir un cambio de
gobierno, si estaban tan bien, con un profeta que los guiaba tan acertadamente?
P. Luis. El asunto tiene su explicación humana. Los enemigos de las fronteras eran
poderosos, las asechanzas continuas, y nadie sabía cuando surgiría un Juez capaz de
salvarlos de una vez para siempre.
P. Luis. Es que Samuel no podía fiarse de sus hijos, pues, como dice la misma Biblia,
“sus hijos no siguieron su camino: fueron atraídos por el lucro, aceptaron regalos y
torcieron el derecho”.
Rosy. La cosa, por lo mismo, nació del pueblo, y no de Samuel inspirado por Dios o con
orden de Dios.
Javier. ¿Y quién nos va a guiar en la Biblia durante los siglos que vienen, mientras
duren los reyes?
P. Luis. Afortunadamente, tenemos abundante bibliografía. Para los cinco siglos que
vienen, y hasta que venga y se acabe el Destierro de Babilonia, la Biblia nos ofrece esos
libros históricos que conocen. Son los libros llamados de Samuel, de los Reyes y de las
Crónicas.
Rosy. ¿Y para lo que sucederá después del Destierro, con qué libros contaremos?
P. Luis. Tendrían que entrar también como continuación —y quizá como obra única con
las Crónicas— los libros de Esdras y Nehemías; pero nosotros los vamos a dejar aparte, de
momento, para ver a Israel en aquellos tres siglos un poco largos, cuando ya se acerquen los
días del Mesías prometido.
Javier. ¿Y qué lugar van a ocupar los Profetas, o libritos tan bonitos como Tobías o
Ester?...
P. Luis. Lo tengo pensado. Los Profetas, los Sabios y los otros personajes serán
introduciremos en su momento más oportuno, donde mejor encajen cronológicamente. Esto
es difícil. Pero será lo mejor para nosotros, porque nos harán captar el ambiente donde se
desarrollaron los hechos.
P. Luis. ¿Te pongo un ejemplo? Judit. Probablemente se escribió unos cien años antes
de Jesucristo, por lo mismo uno de los últimos del Antiguo Testamento. Pero la narración
novelada que trae está situada por los tiempos del imperio de Babilonia, y, a lo mejor,
aunque no te lo aseguro, allí lo meteremos nosotros, por más que se trata sólo de un
ejemplo edificante que es de cualquier época. Les repito: obraremos con libertad.
Rosy. Me parece muy bien. Es posible que sea esto lo mejor que podemos hacer
nosotros, para evitar algunas complicaciones que no nos llevarían a nada. Lo demás son
cuestiones para los especialistas de la Sagrada Escritura.
P. Luis. Como ven, y les advertía antes, esta la lección se diferencia algo de las
anteriores. Pero, vamos a entrar ya en el punto principal de hoy.
Javier. Podríamos empezar por saber quién era Samuel, ¿no les parece?
P. Luis. La vocación de Samuel cuando era niño tiene unos encantos especiales. Por la
noche oye la voz de Dios, que le despierta:
- ¡Samuel, Samuel!...
Cree que le llama el sacerdote Helí con el que vive junto al Arca en el santuario de Siló,
y se le presenta:
- ¡Aquí estoy, porque me has llamado!...
Helí le contesta:
- No, hijo mío, no te he llamado. Vuelve a dormir tranquilo.
Pero la llamada se repite por tres veces; el sacerdote se da cuenta de que es Dios quien
llama al niño, y le encarga:
- Si oyes otra vez la voz, dirás: “Habla, Yahvé, que tu siervo escucha”.
El muchachito escuchó lo que Dios le encargaba comunicar a Helí, el sacerdote, a saber:
todas las desgracias que estaban por venir sobre el pueblo por las profanaciones cometidas
en el santuario, y por haberse Israel apartado tanto de Dios.
Rosy. Es cierto. Muchas veces se nos propone este pasaje como un ejemplo que seguir
cuando Dios nos quiere para alguna cosa: “Habla, Yahvé, que tu siervo escucha”. Parece
que esa es una constante en la Biblia.
Javier. Y es de suponer, claro está, que Samuel fue del todo fiel a Dios durante su vida
entera.
P. Luis. Sí, lo fue en absoluto. Cuando Samuel se hizo mayor y se puso al frente del
pueblo, todos vieron que era un enviado de Dios y, como dice textualmente la Biblia,
“Todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel estaba acreditado como profeta de
Yahvé”.
Javier. ¿No quedaban los hijos de Samuel, a los que el mismo profeta les había dejado
el encargo de juzgar o gobernar en su nombre y tal como él lo hacía?
P. Luis. Aquí estuvo precisamente el problema. Samuel no podía fiarse de sus hijos,
pues, como dice la misma Biblia al pie de la letra, “sus hijos no siguieron su camino: fueron
atraídos por el lucro, aceptaron regalos y torcieron el derecho”.
Javier. Ya está dicho todo, por más que Samuel había gobernado muy bien a Israel. Se
dio en sus hijos lo que hoy llamaríamos el soborno y la corrupción. Se necesitaba una
seguridad que el pueblo no tenía.
P. Luis. Eso es lo que sucedió. Un día le vino la petición de los ancianos del pueblo:
-Mira, tú te has hecho viejo, y tus hijos no siguen tu camino. Por lo mismo, señálanos tú
mismo un rey que nos gobierne, como lo tienen todas las naciones.
Samuel lo lleva a mal: -¿Un rey? ¿Quieren que les gobierne un rey en vez de Dios?...
Y los ancianos, tercos: -Sí, queremos un rey.
Samuel consulta a Dios, el cual le responde: -Hazles caso a todo lo que te piden. Porque
no te han rechazado a ti, me han rechazado a mí, para que no reine sobre ellos. Así se han
portado desde el día en que los saqué de Egipto hasta hoy. Pero que sepan lo que el rey hará
con ellos. Díselo bien claro.
Javier. Pero, ¿cómo se realizó la elección del rey? Porque en Israel nunca había habido
una dinastía con “sangre azul”... Y no iban a traer a alguien extranjero que gozara de sangre
real...
P. Luis. No discurres mal, Javi. Aquí tenía que ser todo cosa de Dios. Y Samuel lo supo
hacer muy bien. Reunidos los jefes de las tribus y ante mucha gente, se sigue el
procedimiento de las suertes, tan clásico en la Biblia. Samuel reúne al pueblo, y empieza
por recriminarle:
- Así ha dicho Yahvé, el Dios de Israel: Yo hice salir a Israel de Egipto y les libré de la
mano de todos los reinos que los tenían oprimidos. Pero ustedes han rechazado a su Dios, a
aquel mismo que los salvó de todos los males y aprietos, y le han dicho: “¡No! Tú,
asígnanos un rey”.
Rosy. No parece una arenga muy diplomática para empezar una monarquía. Si hoy
alguien hiciera eso, ¡la que se armaría!...
P. Luis. Pero entonces fue necesario. El pueblo, que todo lo atribuía a Dios, no le
echaría nunca en cara a Yahvé los males que le vendrían por los reyes y que podía prever
cualquiera. Y entonces, Samuel tomó un tono conciliador, como vamos a ver. Se echa la
primera suerte, y le toca a la tribu de Benjamín. La segunda, recae sobre la familia de Quis.
Y la tercera, sobre el hijo de Quis, Saúl, que se había escondido. Era, dice la Biblia, “joven
aventajado y apuesto. Nadie entre los israelitas le superaba en gallardía. De los hombros
arriba aventajaba a todos”.
Javier. Padre Luis, habiendo leído mucho los libros de Samuel, sabemos esas historias a
que usted alude. Durante los años de Saúl, el primer rey, hubo guerras continuas con los
filisteos y otros enemigos. Triunfos y derrotas. Luchas entre el mismo Israel, casi como
guerras civiles.
P. Luis. Y hay que recordar en especial el caso de David, el muchacho que con su honda
le clava la piedra a Goliat, el gigante de los filisteos, y le da a Israel una gran victoria. Sin
embargo, viene la envidia inconcebible de Saúl contra David, al que tanto debe.
Rosy. Y Samuel entre tanto, ¿qué hacía, al ver éxitos lo mismo que fracasos?
P. Luis. Samuel, como profeta de Dios, estará con el rey, pero será también su terrible
censor. Hasta que le anuncie claramente que Dios lo ha rechazado para que no reine más en
Israel por haber desobedecido tanto a Dios. Samuel ungirá por adelantado al nuevo rey que
Dios se ha escogido, a David, y Saúl morirá al fin en dura batalla sobre los montes de
Gelboé.
Javier. Israel quiso rey en vez de Dios, y tuvo rey. ¿Cuál será la historia de todos los
que le sigan? ¿Todos los reyes respondieron al ideal que el pueblo se había trazado sobre
ellos? ¿No podemos hacer un poco de filosofía de la historia de Israel bajo la monarquía?
P. Luis. Yo preferiría que dijeras “teología de la historia”. Porque Dios va a estar muy
metido en todo. El Dios que es el “Fiel”, no romperá nunca la Alianza con su pueblo,
aunque el pueblo la rompa mil veces. Hoy hacemos esta simple introducción a la historia de
Israel bajo los reyes. Hay que mirarla toda como Historia de la Salvación.
Javier. Ya lo sabemos entonces. Nos vamos a encontrar con reyes buenos y malos. Pero
Dios va a estar sobre cada uno de ellos.
P. Luis. Cada uno de los reyes se lleva en la Biblia un juicio de Dios: lo que hizo bien y
lo que hizo mal. Y siempre también se ve la estrategia de Dios con su pueblo para educarlo
y salvarlo. ¿Israel se porta bien y es fiel a Yahvé su Dios? Viene la bendición y la
protección de Dios... ¿Se porta mal? Vienen las derrotas frente a los enemigos y caen sobre
el pueblo todas las desgracias.
Rosy. Pero, en definitiva, Dios es quien se sale siempre con la suya. ¿No es verdad?
Cuestionario
P. Luis. Es muy cierto. Y voy a responderte, Rosy, con unos puntos bien concretos.
Primero. A lo largo de estos cinco siglos de monarquía, se ve claramente el plan de
Dios, que se saldrá con la suya, como tú dices, es decir, con la salvación traída por el
Mesías o el Cristo prometido. El Dios “Fiel” cumplirá su palabra.
Segundo. Por muchas infidelidades que el pueblo cometa, siempre habrá un grupo que
no doblará la rodilla ante el dios Baal o cualquier otro dios falso. Israel no fallará nunca a
Yahvé en bloque. Siempre habrá, como un día dirá Jesús, “un verdadero israelita en quien
no hay engaño”. Lo dicho de Natanael por Jesús se pudo decir de muchos judíos en el
Antiguo Testamento.
Tercero. Y quedará el “resto”, ese grupo selecto de los “pobres de Yahvé”, que esperan
la salvación y que llegará un día mediante la Pobre de Yahvé por excelencia, por María.
Rosy. Una “pobre” bien rica, desde luego. Porque Ella será la que traiga al mundo al
“Hijo de David”, la esperanza que sostuvo a Israel en estos siglos turbulentos.
Javier. Y Dios se hará con el triunfo final, como siempre, e Israel habrá cumplido con
su destino glorioso.
A continuación, la misma Lección 025,
David y Salomón. La cumbre de la Monarquía,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. ¡Vaya pregunta! Si desde chiquillos contamos la lucha de David con el gigante
Goliat tan bien o mejor que la misma Biblia.
Javier. Por más que sus aventuras amorosas dan bastante que pensar..., como las de
Salomón, que, por muy sabio que fuera, cayó en la trampa de tantas mujeres extranjeras que
le pervirtieron.
P. Luis. ¿Esas cosas recuerdan de los dos?... No me extraña, porque siempre se les
queda lo más llamativo y picaresco. Sin embargo, hay que escuchar a la Biblia ante todo,
para saber lo que hay que pensar.
Rosy. ¡Ya está bien el elogio! Ni el Papa modernamente dice más de un Santo o Santa
cuando los canoniza... Y de Salomón, ¿qué dice?
P. Luis. De Salomón, estas palabras tan envidiables: “Judá e Israel eran numerosos
como la arena a orillas del mar. Comían y bebían felices y contentos... Vivieron en
tranquilidad, cada cual bajo su parra y su higuera, desde Dan hasta Berseba”, desde el norte
hasta el sur. “El rey hizo que en Jerusalén la plata fuera tan abundante como las piedras”.
Javier. Si la lección de hoy va a ser sobre tipos tan formidables, puede suponer, Padre
Luis, que nos metemos en ella con ilusión.
P. Luis. No está mal. Pero nos vamos a meter también en ella con un poco de inquietud.
Porque dentro de esos dos reinados se incubaba ya la futura tragedia de la monarquía en
Israel.
P. Luis. Sí; precisamente con ellos. David, el rey santo, iba a cometer algún disparate
muy grave... Su adulterio y la sangre inocente que va a hacer derramar, tendrán
consecuencias muy graves. Y Salomón, el rey más sabio y rico, adoraría a dioses falsos
arrastrado por sus muchas mujeres extranjeras, apartándose de Yahvé, y llevaría a Israel al
borde de la ruina.
Javier. Me vienen espontáneamente a la cabeza unas palabras que Usted nos dijo en la
última lección, y que a mí se me grabaron bien, sobre lo que iba a ocurrir con el pueblo
bajo los reyes. ¿Israel se porta bien y es fiel a Yahvé su Dios? Viene la bendición y la
protección de Dios... ¿Se porta mal? Vienen las derrotas frente a los enemigos y caen sobre
el pueblo todas las desgracias.
P. Luis. Me alegra el que lo recuerdes bien, y hoy lo vamos a empezar a ver claro.
Rosy. Dicen que la estrella que lucen los judíos se llama “estrella de David”. ¿Es cierto?
P. Luis. Los judíos saben lo que se hacen cuando toman la Estrella de David como el
signo —o logotipo, como decimos hoy— del pueblo de Israel.
Javier. Estoy leyendo las mismas palabras de la Biblia, que son bastante serias, y me
hacen pensar mucho sobre eso de que Dios elige al que quiere. Dios le dijo a Samuel: -No
mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. No es como ve el hombre,
que mira las apariencias, sino como ve Yahvé, y yo, Yahvé, miro el corazón…
Rosy. ¡Y qué poco que podemos presumir ante Dios!... ¡Cómo nos podemos equivocar
al enjuiciar a los demás!...
P. Luis. Reflexionan muy bien los dos, pero continuemos con la historia. Sigue Samuel:
-Oye, Jesé, ¿no te queda ningún hijo más?...
Y Jesé, sorprendido; -¡Ah, sí! El más pequeño, que está en el campo guardando el
rebaño...
Samuel entonces: -Hazlo venir, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que haya
llegado...
Se presenta el muchacho, que “era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia”. Es la
primera impresión que de él nos da la Biblia. Samuel sonríe, mientras siente la inspiración
de Yahvé: -Levántate, y úngelo; pues éste es mi elegido.
P. Luis. Pronto entra en el grupo de Saúl. De momento, nada. Es un simple escudero del
rey. Dios irá llevando las cosas a su paso. Aunque pronto se presentó la primera ocasión.
P. Luis. Exacto. En guerra con los filisteos, los dos bandos se desafían como en un
duelo. Pero los filisteos plantan delante de Israel a un gigante que daba miedo. Nadie se
atrevía con él. Como la victoria la daba a cada pueblo su Dios, el joven David adivina la
blasfemia contra Yahvé en el desafío del gigante, y pregunta:
- ¿Quién es ese filisteo para injuriar a las huestes del Dios vivo?...
Confiado plenamente en Yahvé, David se ofrece para el combate personal con el
gigante. No puede con la armadura que le echan encima, y se dirige solo, a pie, sin más
armadura que el cayado del pastor, el zurrón en que guarda cinco piedras escogidas, y la
honda en la mano.
P. Luis. Contraste, todo el que quieras, Javi. Cuando el gigante armado ve a aquel
muchacho casi imberbe, lo maldice: -¿Te figuras que soy un perro, pues vienes a mí con
piedras y palos?...
Pero David: -Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en
nombre de Yahvé, Dios de los ejércitos de Israel, a los que has desafiado.
Rosy. Y viene la conclusión que nos sabemos tan de memoria. Una piedra lanzada tan
atinadamente con la honda, que se clava en la frente del gigante, al que despoja de su
espada y con ella le corta la cabeza...
Javier. Y cómo David se convierte en el ídolo de todo el pueblo, cuyas mujeres salen de
todas partes danzando y gritando para celebrar la victoria: -¡Saúl mató a mil, y David mató
a diez mil!
P. Luis. ¡Qué bien que saben esta historia! Pero aquí empezó la tragedia personal entre
el rey y su simpático servidor, pues Saúl exclama furioso: -A David le dan millones,
mientras que a mí me dan sólo millares. No falta ya sino que lo hagan rey.
Rosy. Entre todo lo que cuentan de David estos libros de Samuel, los Reyes y las
Crónicas, veo que hay historia para rato. ¿No les parece que habremos de limitarnos a lo
esencial, a lo que nos lleve al desenlace de su reinado?
P. Luis. Los celos y la envidia de Saúl van a destrozar la juventud de David, por más
que se va a mantener siempre muy fiel al rey, a pesar de los grandes servicios que le presta.
David iba de victoria en victoria en servicio de su rey, pero la suerte estaba echada. Por la
desobediencia del rey a Yahvé su Dios, el profeta Samuel rechazó a Saúl, mientras que
David ganaba cada vez más puntos.
P. Luis. Murió en la batalla sobre los montes de Gelboé, y David era proclamado rey de
Judá en Hebrón. Pronto se le unieron las tribus del Norte, y comenzó Israel a ser desde
entonces una verdadera nación, mucho más coherente que con Josué y los Jueces, más
incluso que con Samuel y Saúl, y a constituir un verdadero Estado.
Rosy. ¿Y qué y cómo fueron aquellas manchas de inmoralidad y de sangre a las que ha
aludido al principio? Un rey como David parece debía tener una vida sin tacha.
P. Luis. Inmoralidad y sangre fueron un solo hecho. David era ya rey en Israel, cuando
sucedió lo que la Biblia cuenta con todo detalle, sin excusar al rey en nada. Desde su
terraza, ve David de lejos bañarse a una mujer bella, Betsabé de Urías: Se la hace traer, la
mujer queda encinta, y, para disimular su pecado, el rey manda venir del campo de batalla
al esposo de Betsabé, el cual, llevado de un gran sentimiento de nobleza al pensar en sus
compañeros que luchan en el frente, no consiente en pasar aquellas noches con su esposa.
Le falla su estrategia a David, y ordena que pongan a Urías en lo más fuerte del combate
hasta que muera. El rey queda así en evidencia de su adulterio y de su asesinato.
P. Luis. El profeta Natán no se acobardó, le echó en cara al rey todo el mal que había
hecho, y David, noble cien por cien, exclamó: -¡He pecado contra Yahvé!...
Entonces el profeta: -También Yahvé ha perdonado tu pecado. No morirás…
Pero, al mismo tiempo, y como consecuencia del asesinato, le comunicaba el sombrío
porvenir: -Nunca se apartará la espada de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado
la mujer de Urías por mujer tuya...
Y la profecía se cumplió inexorable. Absalón se rebelaba contra su padre, y, aunque
muerto el hijo con muy poca gloria, David lo lloró muy amargamente, sin alegrarse de que
desapareciera el mayor peligro que acechaba a su trono.
P. Luis. Sabemos cómo David quiso construir en Jerusalén un gran templo consagrado a
Yahvé, el Dios de Israel, porque no podía seguir más el Arca metida dentro del tabernáculo,
diseñado por Moisés, sin tener nunca un lugar fijo en el pueblo. Pero Dios se lo impidió,
aunque le prometía que lo iba a construir el hijo que le sucediera en el trono.
Rosy. ¿Y qué nos dice de aquella corte que pasmó a la reina de Sabá?
P. Luis. La Reina de Sabá vino del extremo sur de la Arabia para comprobar la realidad
de lo que se contaba, y exclamará: -¡Era verdad cuanto oí en mi tierra! Yo no daba crédito a
lo que se decía. Ahora lo he comprobado con mis propios ojos. ¡No me dijeron ni la mitad!
Tu sabiduría y prosperidad superan con mucho las noticias que yo escuché.
Rosy. David y Salomón, ¡qué par de figuras! ¡Y qué lecciones que nos enseñan!...
Comentario
P. Luis. Esas lecciones a que tú aludes, yo las resumiría en estos dos puntos solamente:
Primero. Aquí se ve la “Fidelidad” de Dios de manera muy clara. El pueblo quiso un rey
rechazando a Yahvé, el cual gobernaba por los Jueces o Profetas que Él mismo suscitaba. Y
Dios les dio, empezando por Saúl, los reyes que ellos querían. Pero se escogió uno, David,
tan grande en medio de sus debilidades, y a él y a su descendencia le asignaba el Salvador
prometido desde Abraham. Jesús será llamado “El hijo de David”. Sin confusión alguna.
Segundo. Veremos también lo que es el corazón de Dios, bueno con David el pecador,
adúltero y asesino, apenas reconoció su culpa... Y lo mismo hará con Salomón, que se deja
arrastrar a la idolatría. Dios esperará, y la división del reino vendrá cuando Salomón ya no
viva.
Al leer en la Biblia las historias de los reyes que van a seguir, notarán siempre lo mismo:
muchas culpas de los hombres; pero mucha más bondad de Dios...
Javier. Oiga, Padre Luis, empiezo con una cuestión inspirada por un artículo que leí
ayer en el periódico. Decía que en cierta nación europea, con católicos antes muy serios, el
pueblo se ha secularizado tanto que tiene cerradas muchas iglesias, o convertidas, en el
mejor de los casos, en museos para turistas. Lo peor es que el artículo defendía esa posición
diciendo que estaba bien la cosa, porque Jesucristo dijo a la Samaritana que a Dios había
que adorarlo en espíritu y en verdad. Ni el Templo de Jerusalén ni el santuario del Garizín
importaban nada. Por lo mismo, tampoco nuestros templos...
Rosy. ¿Te digo yo lo que pienso? Una noticia así me desespera. No sé ni para qué me la
cuentas.
P. Luis. Pues, hace bien en contarla, aunque a mí me desespere tanto o más que a ti,
Rosy. Si es cierto que Dios no necesita templos materiales, nosotros los necesitamos como
expresión de nuestra fe, como lugar adecuado del culto a Dios, y como recuerdo o
despertador que nos traiga a Dios siempre a la memoria.
Javier. ¿Y no creen que sería interesante una lección sobre el Tabernáculo y sobre el
Templo?
P. Luis. No es nada difícil, porque basta tomar la Biblia y recorrer la historia de ambos,
traída muy ampliamente en los Libros Sagrados.
Javier. Cuando leemos la Biblia nos damos cuenta de las muchas veces que sale
nombrado el Templo. Y antes, en los primeros libros de la Ley, el Tabernáculo y su
Santuario.
P. Luis. Y con toda razón. Porque el Templo era para Israel la casa en que Dios habitaba
dentro de su pueblo. Y Templo no habrá más que uno, aunque en la época más reciente
hubiera sinagogas para las reuniones de cada comunidad.
P. Luis. No. La sinagoga empezó con el Destierro de Babilonia. Como los judíos
comprobaron lo bien que resultaba, la sinagoga se extendió después a todos los lugares
donde se encontraran grupos de judíos.
Rosy. La sinagoga no era ningún templo, pero venía a hacer las veces de templo.
P. Luis. Prácticamente, sí. En ella leían las Escrituras, que se guardaban con veneración
en un arca colocada en alto; allí rezaban, cantaban y desarrollaban sus prácticas de culto los
sábados; pero jamás en ellas había un altar en el que se ofreciera sacrificio, reservado
exclusivamente al Templo de Jerusalén. Me alegro, Rosy, de que hayas mencionado la
sinagoga. Creo que la idea les queda clara.
Rosy. ¿Cómo? ¿Figuras de ángeles querubines? ¿No estaban prohibidas todas las
imágenes?...
P. Luis. No adelantes las cosas. Dios daba la ley, y Dios mismo la dispensaba cuando
convenía. Esto será cuestión de otras lecciones. Sigo. El Arca no era muy grande: metro y
medio de larga y con una altura y anchura no muy supriores al medio metro... Tenía cuatro
anillas en los ángulos para meter los dos varales con que poder transportarla a mano o a
hombros. Rodeaba el Arca una cenefa o guirnalda de oro primorosamente labrada.
Javier. Yo pensaba que sería más grande. En realidad, el objeto más sagrado de Israel
era bien pequeño.
P. Luis. Pero muy significativo. El Arca guardaba las dos tablas de la Ley, y en ella se
incluyeron un vaso con aquel maná del desierto y la vara de Aarón que había florecido. Así
lo sabemos por el Éxodo, el Deuteronomio y la Carta a los Hebreos.
Rosy. Con tanto oro y madera tan rica, aunque pequeña, el Arca tenía que ser preciosa.
P. Luis. Tenía que serlo, y así lo quiso Dios, porque el Arca era el signo de la presencia
de Dios con su pueblo y a ella acudía Moisés o el Sumo Sacerdote para consultar con
Yahvé.
P. Luis. En la Biblia está todo detallado a más no poder, casi centímetro por centímetro.
Era cuadrangular, de 50 metros de largo por 25 de ancho y con una pared de casi dos
metros y medio de altura, formada por cortinas de rico tejido, extendidas cada metro y
medio entre columnas de bronce bien labradas, que podían fijarse en el suelo.
P. Luis. Sí. En el fondo del Tabernáculo estaba el Santuario, de quince metros de largo
por siete y medio de ancho, construido con tablas verticales de madera dorada, y cubierto
por arriba con telas muy escogidas, de variados colores, y ricos tapices con querubines
bordados.
Javier. Por lo visto, para Dios no ahorraban nada ni les dolía mucho el dinero...
Rosy. ¿Y qué más había en el Tabernáculo? Porque esta tienda de campaña no era tan
chiquita...
P. Luis. Delante del Santísimo, oculto por gruesa y rica cortina, estaba el Santo, al que
entraban los sacerdotes. Allí estaba el Altar del incienso, el Candelabro de oro, y la Mesa
de los panes presentados —doce, en dos filas de seis—, que se renovaban por otros panes
nuevos cada sábado. Los retirados eran consumidos por los sacerdotes.
P. Luis. Delante del Santo había un gran tanque de bronce para las abluciones, y ya ceca
de la entrada, en el centro del patio, estaba el Altar de los sacrificios, para tantos como
ofrecía el pueblo creyente, aparte de los mandados por la Ley.
Javier. Desde luego, que no se escapaba ningún detalle para el culto.
P. Luis. Esto fue el Tabernáculo, morada del Arca y centro del culto de Israel, desde
Moisés hasta que Salomón le construyó, en lugar permanente dentro de Jerusalén, su Casa
propia para Dios.
Rosy. Si aquello era el Tabernáculo o tienda de campaña, ¿qué será después el Templo?
Javier. Creo que lo de Salomón sería algo digno de Dios, y también de su sabiduría y
riquezas...
P. Luis. Sí; Salomón hizo algo muy grande. El templo resultó majestuoso, pero no se
distinguió tanto por su grandeza cuanto por su riqueza y esplendor. Mantenía, en sustancia,
la misma estructura del Tabernáculo.
Rosy. O sea, que no solo servía para el culto y para rezar, sino para otros servicios
también.
P. Luis. El templo era sólo para el culto y para los servicios expresos del culto. Lo otro a
lo que tú aludes se reservaba para el palacio de Salomón, construido al lado del Templo,
comenzado poco después y que resultó, como dijimos en lección anterior, un centro de
prestigio internacional.
P. Luis. El pórtico se abría entre dos imponente columnas, y delante mismo del Templo,
en sustitución del tanque de agua para las abluciones del Tabernáculo, se construyó el
llamado Mar de bronce, un enorme tanque que contenía gran cantidad de agua, y que
descansaba sobre los lomos de doce bueyes también de bronce. El ingente Altar de los
sacrificios, a varios niveles, todo también de bronce, medía una altura de cinco metros por
diez en cada lado.
Javier. Sabemos que aquel Templo desapareció un día. ¿Cuánta fue su duración?
P. Luis. Preguntas bien, Javi. Vendrá la conquista del rey Nabucodonosor, que arrasará
Jerusalén, deportará a sus habitantes a Babilonia, se llevará todos los tesoros del Templo y
de él no quedarán más que ruinas esparcidas por la explanada.
P. Luis. ¡No, hombre! Eso no podía caber en la cabeza de los judíos. Al regreso del
Destierro, los valientes judíos, con Zorobabel al frente, edificarán de nuevo el Templo, pero
será tan pobre en comparación del anterior, que los ancianos llorarán al recordar el
esplendor del primero y la humildad del nuevo. Aunque oirán la palabra del profeta Ageo:
“Grande será la gloria de este Templo, la del segundo mayor que la del primero, dice
Yahvé, el Dios de los Ejércitos, y proporcionaré paz a este lugar, oráculo de Yahvé”. En
este Templo, restaurado por Herodes, se presentará un día el esperado Cristo...
Rosy. Padre Luis, usted dice “restaurado”. O sea, que Herodes no construyó un nuevo
Templo, sino que restauró el anterior.
P. Luis. Sí, pero fue una restauración tan radical que resultó algo sorprendentemente
nuevo. El Santuario propiamente dicho, con la misma estructura del Tabernáculo y del
Templo de Salomón, era mucho mayor, el doble que los anteriores, con patios separados
para los sacerdotes, los hombres y las mujeres. Allí había un lugar para la conservación de
la leña de los sacrificios; otro para recogerse en oración los que habían ofrecido votos a
Dios; uno para escuchar y recibir las instrucciones de los escribas y maestros de la Ley;
otro con las grandes alcancías en forma de cuerno para recibir las limosnas del Templo.
Había sala especial para el Sanedrín o asamblea, y otra particular para los sacerdotes que se
reunían a echar las suertes de los servicios. Todo eso caía dentro del Santuario.
P. Luis. Te refieres, Javi, a la gran explanada que rodeaba por todos lados el Santuario,
en la que podían entrar incluso los gentiles, circundada y sostenida por unos muros
imponentes. El mármol, la madera más preciosa, el oro y el bronce, brillaban por todas
partes.
Rosy. Dejando los aspectos de tanta riqueza y monumentalidad de esa maravilla del
mundo antiguo, este Templo me entusiasma a mí, sobre todo, porque fue el Templo de
Jesús.
P. Luis. Sin embargo, igual que en el Templo anterior, allí faltaba lo principal: el Arca
de la Alianza, desaparecida —se dice que escondida por el profeta Jeremías— antes de que
cayera en manos de los caldeos. Por lo mismo, el Santo de los santos, o Santísimo, era una
estancia vacía, donde sólo estaba el Dios invisible.
Javier. Me vienen ganas de volver a mi recuerdo del periódico. O la Biblia —es decir,
Israel y Jesús—se equivocaban entonces, o se equivocan los presumidos incrédulos de
hoy...
Rosy. Ya sabes mi pensamiento. ¿Cómo puede vivir un pueblo creyente sin un lugar
expreso donde reunirse con su Dios?... Iglesia cristiana, mezquita musulmana o pagoda
hindú. Es igual.
P. Luis. Dicen bien. Y apelar a lo de Jesús con la Samaritana es una equivocación total.
Jesús amó el Templo. Lo purificó, arrojando a los mercaderes a latigazo limpio. Lloró sobre
él, al profetizar que no quedaría de aquella maravilla piedra sobre piedra. Aunque dijo
también que a Dios se le adoraría en espíritu y en verdad en todas las partes del mundo, sin
eliminar por eso los templos. Pablo añadirá, y confirmará el Apocalipsis: -¿Templo? Cada
cristiano es una piedra del templo que Dios se está construyendo para la vida eterna...
(1Corintios 3,16-17. Apocalipsis 3,12)
Rosy. Con esta lección me hacen discurrir mucho. El Tabernáculo del desierto y el
Templo de Jerusalén, en especial cuando guardaba el Arca, eran el signo de la presencia de
Dios en medio de Israel. La Iglesia, el nuevo Israel de Dios, tendrá multitud de templos,
suntuosos unos como el Vaticano y humildes otros como la capillita de la selva, pero todos
contendrán un Sagrario, Arca de la verdadera y eterna Alianza, con la presencia viva y
personal de Jesucristo, “El Dios con nosotros”, que permanece día y noche en medio de los
suyos, haciéndoles íntima y amigable compañía...
Cuestionario
P. Luis. Muy bien todo lo que dicen, y la Biblia les apoya plenamente. ¿Por qué?
Primero. Dios quiso que Israel —desde Moisés con el Tabernáculo hasta la venida del
Cristo prometido—, tuviera un Templo digno del culto de Dios y de la piedad del pueblo.
Segundo. Aunque por providencia de Dios desapareció el Templo de Jerusalén, no por
eso ha querido Dios que desaparezcan los templos. Los tienen todos los pueblos creyentes,
cada uno según su fe. Y esos templos les recuerdan siempre a Dios y los unen siempre con
Dios.
Tercero. El cristiano —que suspira como el salmista: “¡Qué admirables son tus moradas,
Yahvé! ¡Dichosos los que moran en tu casa!” (Salmo 83)— recuerda muy bien lo de Pablo
y el Apocalipsis: ¡Esperemos el templo de Dios que vamos a formar entre todos juntos en la
eternidad feliz!...
Javier, Está muy bien todo lo que han dicho. Ya tengo para responder a aquel periódico,
por si lo quiere saber, que el signo visible de todo esto es el templo cristiano, en el que
nosotros nos reunimos para encontrarnos mejor con nuestro Dios.
A continuación, la misma Lección 027,
Judá e Israel. El reino partido en dos,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Oye, Javi. ¿Te gustaría que te pidiera el traje tan elegante que traes hoy, tomara
las tijeras, y te lo partiera en pedazos?
Javier. No me haría ni pizca de gracia, desde luego. A no ser que fuera porque Usted me
fuera a mandar después al mejor comercio, con un buen puñado de dólares en la mano, para
sustituir este mi traje por otro que valga tres veces más...
P. Luis. Pues, mira, esta broma le gastó y esta solución le dio el profeta Ajías a
Jeroboán, tal como nos lo cuenta la Biblia en el Primer Libro de los Reyes.
Rosy. ¡No me dirá que es verdad! ¿Dejarlo desnudo para vestirlo después mejor?...
P. Luis. ¿Sabemos cómo vestían los judíos en aquellos tiempos de la Biblia? La pieza
fundamental era la túnica, larga desde el cuello hasta los tobillos. Pero encima llevaban
siempre el manto, algo importantísimo, porque, además de abrigar en tiempo frío, con él se
cubrían por la noche.
P. Luis. Era tan importante que, aunque uno lo entregara en prenda, se lo tenían que
devolver antes de que se echara la noche encima; incluso un tribunal judío no lo quitaba
nunca judicialmente para entregarlo al vencedor de la causa. Era, por lo mismo, una prenda
necesaria.
P. Luis. Pues, sí; el profeta Ajías le salió al encuentro a Jeroboán en mitad del camino, y
le dice sin más: -Entrégame tu manto. Y ya con él en la mano, lo divide en doce pedazos.
El destrozo era serio. Pero siguió el profeta: -De estos doce pedazos, toma diez para ti.
Javier. Sería, como Usted ha insinuado antes, para regalarle otro manto mejor, ¿no es
así?
P. Luis. Otro manto, no. Sino algo muy superior a un manto. Ya con ellos en la mano,
oye Jeroboán que le dice el profeta:
- Esto dice Yahvé, el Dios de Israel: Toma diez jirones para ti, porque rasgaré el reino de
las manos de Salomón y te daré diez tribus. La otra tribu, la de Judá, será para él, en
atención a mi siervo David y a Jerusalén, la ciudad que me elegí entre todas las tribus de
Israel para poner allí mi nombre. A ti te constituiré rey de Israel.
Rosy. Alguna razón muy seria tendría Dios para obrar así, ¿no les parece? Porque la
cosa no era ninguna broma.
Javier. Pienso lo mismo. Algo grave habría cometido Salomón para recibir sentencia
semejante.
P. Luis. Naturalmente, que Dios tenía que dar la razón. No podía permitir que su
Nombre fuera blasfemado en el pueblo, como si Él, Yahvé, hubiese faltado a su palabra de
darle a David un trono estable. Por eso dijo al profeta, y el profeta a Jeroboán:
- Hago esto y le quito el reino a Salomón porque me ha abandonado y se ha postrado
ante dioses extranjeros, y no ha seguido mis caminos, haciendo lo que es justo a mis ojos,
ni ha obedecido mis decretos ni mis sentencias como su padre David.
P. Luis. Es lo que hizo Dios. A la vez que una promesa, le lanzaba un aviso, velado con
una amenaza. Así que añadió: -Serás rey de Israel. Si escuchas cuanto yo te ordene, y andas
por mi camino, y haces lo recto a mis ojos guardando mis decretos y mis mandamientos, yo
estaré contigo y te daré una dinastía estable como se la di a David.
P. Luis. Pues pronto veremos qué poco caso hizo de la amenaza de Yahvé, de modo que
fue el primero de la lista entre los reyes de Israel que obraron el mal en toda la línea.
Rosy. ¿Y tuvo Salomón noticia de semejante profecía? De saberla, algo tenía que
hacer...
P. Luis. La suerte estaba echada. Salomón, enterado, intentó matar a Jeroboán, el cual
huyó a Egipto, y, muerto Salomón, regresó a Israel, donde empezó a reinar Roboán, el hijo
y heredero de Salomón.
P. Luis. No había nada que hacer. El pueblo se endureció, y respondió con ira: -No
tenemos nada que ver con David. ¡Israel, a tus tiendas!...
E Israel se quedó con las diez tribus del Norte, con Jeroboán al frente como rey en
Siquén; mientras que Roboán marchaba a Jerusalén, para quedarse sólo con la tribu de Judá
y la pequeña tribu de Benjamín.
P. Luis. Roboán tenía a su disposición ochenta mil hombres, y quiso emprender una
campaña contra el Norte para reconquistar las diez tribus de Israel; pero Dios le dio este
encargo al buen hombre Semaías: -Dile a Roboán, y a todo el pueblo de Judá y Benjamín:
No suban a combatir con sus hermanos los israelitas. Que cada uno se vuelva a su casa,
pues este asunto se resolverá por mí.
Rosy. O sea, que Dios se metía, ¡siempre tan bueno!, para poner un poco de esperanza...
P. Luis. Sí, eso mismo. Dios quería, al fin, hacer honor a su nombre de “El Fiel”, y no
iba a fallar a la promesa hecha a David. Roboán con los suyos le hicieron caso al profeta
aquel, pero la tragedia de la división quedó consumada. El reino se había partido en dos:
Judá en el Sur, con Jerusalén como capital, e Israel en el Norte, con la capital en Siquén,
después en Samaría.
Javier. Ya tenemos al pueblo elegido partido en dos reinos. ¿Y van a ser amigos o
enemigos? ¿No les unía nada?
P. Luis. Había más unión que división. Desde ahora, los dos reinos harán vida
independiente, pero los unirá la fe en el mismo Dios Yahvé. Aunque, desde un principio va
a aparecer la raíz del mal. El Templo de Yahvé lo tenía Judá en Jerusalén, y el recién
estrenado rey de Israel, Jeroboán, se dijo: -Si el pueblo continúa subiendo al Templo de
Jerusalén, se volverá contra mí y me matarán.
Rosy. O sea, que Dios va a ser, por culpa del primer rey de Israel, la manzana de la
discordia.
P. Luis. No pones ninguna comparación irreverente, porque fue así. Jeroboán hizo
fundir dos becerros de oro, colocó uno en Betel y otro en Dan, y se los presentó a su pueblo
diciendo: -¡Basta de subir a Jerusalén! Éste es tu dios, el que te sacó de Egipto...
Rosy. ¡Ay, qué mal comienza este rey! ¿Sabrá lo que es rebelarse contra Yahvé?...
P. Luis. Instituyó otros lugares de culto en lo alto de las montañas, nombró sacerdotes
elegidos de entre el pueblo, y no precisamente de los levitas, y fue el primero en ofrecer
sacrificios a aquellos dioses que se había inventado él mismo. No pudo Jeroboán comenzar
peor. A la división del reino, se añadía ahora el cisma religioso.
Javier. Se adivina cuál va a ser la historia de los siglos que vienen... Salomón arruinó su
reino por la infidelidad a Yahvé, y ahora viene este nuevo rey siguiendo los mismos pasos y
aún peores. Salomón lo hizo por la necedad de complacer a sus muchas mujeres
extranjeras; Jeroboán, muy a conciencia, para suplantar a Yahvé por otros dioses hechos a
su propia medida.
Rosy. Estando las cosas así, me temo que habrá más males que bienes.
P. Luis. Israel en el Norte, Judá en el Sur, van a seguir los dos una vida paralela, cada
uno por su camino. Reyes buenos y reyes malos. Ayuda de Dios y castigos de Dios. La
Biblia —en los libros de los Reyes y las Crónicas— va a mezclar la historia de ambos, y en
los dos aparecerán los Profetas enviados de Dios para salvar tanto a Judá como a Israel.
P. Luis. Tengamos en cuenta que esta partición del reino en dos vino después de la
muerte de Salomón en el año 932 antes de Jesucristo. Con David, el pueblo se había
mantenido fiel a Yahvé. Pero, al fin, los dos reinos prevaricarán de tal manera, que los dos
van a desaparecer.
P. Luis. No. Israel será el primero, vencido y deportado a Asiria el año 721 antes de
Jesucristo. En realidad, Israel tuvo su piedra de escándalo en el santuario de Betel, el
erigido por Jeroboán. A nuestro parecer, y hablando a nuestra manera, Israel se portaba
peor.
P. Luis. Judá tampoco vivió en aquella primera inocencia de la Alianza. Tuvo intentos
de reforma religiosa con Ezequías y Josías, dos reyes buenos, pero no bastaron. Y Judá, el
año 587 antes de Cristo acabó a mano de los caldeos, con la destrucción de Jerusalén y el
destierro a Babilonia.
Javier. A primera vista, todo iba a acabar en tragedia definitiva. No quedaba nada de la
descendencia de Abraham, de los liberados por Moisés de Egipto, de los clanes de los
Jueces, del reino de David…
Rosy. Pero no podemos olvidar esa expresión que ya se nos va haciendo muy familiar:
el Dios “Fiel”. Y la promesa hecha a Abraham, y a David después, se cumplirá.
P. Luis. Esa es la verdad. De manera muy diferente a como pensaban Israel y Judá, pero
se cumplirá. Porque un día vendrá el Cristo, que formará un Pueblo con un Reinado que ya
no tendrá fin.
Rosy. Yo estoy considerando esta lección como muy importante. Porque la necesitamos
para entender la Biblia en esta época de los reyes que abarca tres siglos y medio, como
acabamos de oír, de 932 a 587 ante de Jesucristo. Muchas veces nos hacemos verdadero
enredo cuando leemos los reinados de Israel y de Judá mezclados entre sí.
P. Luis. Esta es la razón por la que he querido darla. Indiscutiblemente, que nos interesa
tener las ideas claras. Y de cada rey de que nos hable la Biblia en estos libros, vamos a oír
esta expresión: “Hizo lo que es recto ante Yahvé”..., o la otra: “Hizo lo malo a los ojos de
Yahvé”... Alabados sin ninguna restricción, porque obraron en todo rectamente, serán
únicamente dos reyes de Judá: Ezequías en el año 716 y Josías en 640.
Javier. Los reyes, por lo visto, influían con su manera de ser sobre el pueblo. Porque
Dios no iba a castigar al pueblo sólo por los pecados de los reyes. La culpa debía estar muy
repartida. De lo contrario, no se explica que la infidelidad de los reyes a la Alianza traiga la
desgracia a los dos reinos, hasta ser los dos vencidos, deportados y disueltos entre las
naciones extranjeras. Es natural que el pueblo tenía que seguir a sus gobernantes asumiendo
la misma conducta.
Rosy. Y puestos a señalar los pecados y las infidelidades, tanto de los reyes como del
pueblo, ¿qué culpas indicaríamos como más destacadas?
P. Luis. La respuesta resulta relativamente fácil con sólo leer a los Profetas. Éstos
denunciaban sin piedad los errores tanto de los reyes y sacerdotes como los del pueblo en
general.
P. Luis. Los pecados más graves eran siempre la idolatría, por la adoración a otros
dioses de los pueblos vecinos; la infidelidad a los preceptos de la Alianza, y, finalmente,
una marcada injusticia social, manifestada en el abandono y la opresión de los pobres,
significados siempre en el huérfano y en la viuda como los seres más abandonados en la
sociedad de entonces.
Javier. Estas páginas de la Biblia tienen un mensaje muy serio para la sociedad actual.
Al fin y al cabo, de lo que más nos quejamos es de lo que fustiga tan duramente la Biblia
sobre esos tres pecados, que hoy tienen la forma de la indiferencia religiosa, la inmoralidad
y la injusticia social.
P. Luis. No dices mal, Javi. Hoy no adoramos a otros dioses. El que no cree en el Dios
verdadero, en nuestro Dios y en su enviado Jesucristo, no cree en ningún dios. Y la
indiferencia religiosa, llevada a sus extremos de la negación de la fe o del ateísmo, es el
peor de los pecados.
Cuestionario
Rosy. Ha sido ésta una lección de historias que acaba con lecciones morales muy
serias...
Javier. Rosy, ¿me citarías alguna canción que te guste mucho entre las que hoy se
cantan más en nuestras iglesias?... Una moderna, vaya. No me digas, por preciosa que sea,
el “¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar!”.
Rosy. ¡Vaya pregunta la tuya! Hay muchas. No sabría cuál escoger. Pero, por
mencionarte alguna, esa que llaman del Profeta: “Por ti, mi Dios, cantando voy, la alegría
de ser tu testigo, Señor”.
Javier. No me equivocaba yo. Te lo he preguntado porque el otro día, sin tú misma darte
cuenta, la ibas tatareando como distraída, y me dije: -Seguro, una canción que le gusta
mucho...
Javier. ¿Y quieres que te diga yo ahora una cosa? A mí me gusta también mucho esa
canción, bella porque sí. Pero, pero... ¡me da mucho miedo! Porque es muy exigente.
Rosy. No te entiendo, Javi. Yo no sé por qué vas a tener miedo a una canción tan
significativa entre muchos fieles de la Iglesia.
Javier. Hoy está de moda eso de llamarse “profeta”, y entonar canciones “de protesta”,
y gritar sin más ni más contra la injusticia y tantas cosas malas como vemos. Pero, ser
profeta de veras, dando testimonio con la propia vida, eso... ya es otra cosa, y a mí,
sinceramente, me da miedo, porque sé lo que me exige.
Rosy. Yo también lo veo. Pero..., no hay que acobardarse. Así aprendemos a ser
mejores. Llamarme “profeta” —“profetisa”, si te lo digo como mujer—, me gusta y no me
cuesta. Serlo, yo sé que es otra cosa... La palabra “testimonio” hace un poquito dura la
vida...
P. Luis. ¡Con qué gusto que les estaba escuchando! Un día u otro teníamos que hablar
sobre los Profetas en la Biblia, y veo que son unos aventajados de verdad. Ustedes han ido
a lo último de la lección, y yo debo comenzar por el principio.
P. Luis. No tomarán ustedes un Curso cualquiera de Biblia sin que se encuentren con
una lección sobre los Profetas en Israel. Tienen una importancia grande de verdad. El
profeta tenía rango oficial reconocido por la Ley, pero con una autoridad que le daba el
mismo Dios.
P. Luis. No. Porque será también el hombre de la esperanza, aunque profetice los
mayores desastres. El profeta hará ver siempre la Fidelidad de Yahvé, el Dios de Israel, que
cumplirá la promesa de la salvación pase lo que pase.
P. Luis. Tú, Javi, siempre empezando por el principio, y no haces mal. Entendámonos
entonces desde ahora. ¿Qué significa profeta? Hay mucha equivocación en este sentido.
Para muchos, es uno que ve el provenir y predice lo que va a pasar. ¡No! Cuando
estudiamos la Biblia es necesario quitar esta idea de la mente.
P. Luis. Es cierto que hay profetas que anuncian cosas futuras o hacen milagros. Pero
eso es algo accidental; muchos profetas no han predicho nada ni hecho milagros.
¿Entonces, quién es un profeta? Dicho con una sola palabra: profeta es el que habla en
nombre de Dios.
Rosy. Magnifico lo que dice. Que quede bien claro eso de las adivinanzas sobre cosas
futuras. Cuando lo importante es lo otro: el escuchar a Dios, y el comunicar a los demás lo
que se sabe y se siente como venido de Dios.
P. Luis. Tú, Rosy, también te adelantas un poco. ¿Por qué decimos que el profeta habla
en nombre de Dios? Hay tres elementos que hay que tener muy en cuenta.
P. Luis. Yo te diría que el profeta empieza por sentir la llamada de Dios, el cual lo elige
para anunciar su palabra. Ha escuchado la palabra de Dios. La medita y la siente.
Comprende lo que Dios quiere del pueblo. Y, naturalmente, se da cuenta de que Dios lo
llama para una misión.
P. Luis. La Biblia nos lo describe muchas veces. El profeta, cuando se decide a hablar
cumpliendo la misión que Dios le ha confiado, empieza siempre con estas o parecidas
palabras: “¡Esto dice el Señor!”... Anuncia lo que él siente, y acaba confirmando: “¡Oráculo
del Señor!”. Y lo hace así porque está convencido de que es cosa de Dios tanto la palabra
que ha escuchado, o sentido o meditado, como el encargo que ha recibido de ir a anunciarla
al pueblo.
Rosy. Ante todo esto que Usted nos expone, yo diría, sencillamente, que profeta es el
que habla en nombre de Dios. Porque “escucha” su palabra, y después la “proclama”,
además de dar “testimonio” con su propia vida. No va a contradecir con su vida lo que grita
con su palabra...
Javier. Rosy, ¡tú, dale vueltas al asunto con eso del ejemplo de la propia vida!
Rosy. Es natural. El profeta ha de ser muy fiel a lo que anuncia, a no ser que quiera
pasar por un mentiroso, o a que nadie le haga caso y hasta se rían de él, con aquello del
mismo Jesús: “Médico, cúrate a ti mismo”.
Javier. ¿Existieron siempre los profetas en Israel, o empezaron en alguna época precisa?
P. Luis. Sabemos que Moisés era y fue llamado “Profeta”, y precisamente como signo
del “Profeta” último que sería Jesús. El primer profeta en el sentido que le damos ahora, fue
sin duda Samuel, como ya lo vimos en aquella clase sobre Samuel y la Monarquía. En
aquellos días de Samuel, y desde el tiempo de los Jueces, había grupos de profetas, y eran
una especie de asociaciones o cofradías que fomentaban el culto de Dios, cantaban y
rezaban y animaban al pueblo a ser fieles al Dios de Israel.
P. Luis. Estos grupos seguirán después alrededor de los grandes profetas, y los llamará
el pueblo “hijos de los profetas”. Eran unos entusiastas de Dios y de la Ley. Parece que
para los tiempos del Destierro en Babilonia ya habían desaparecido. Los siglos octavo al
quinto antes de Jesucristo fueron la edad de oro de los profetas en Israel y Judá.
Javier. Eso del profetismo era ciertamente algo serio en Israel, y demuestra una vez más
lo inteligente que era aquel pueblo. Aparte de la fe que tenía en su Dios. Sin esa fe grande
en Yahvé, no se explica fácilmente que el pueblo acogiera a los profetas, y que los mismos
poderosos los aceptaran como superiores a ellos. Los escritos de los profetas lo dejan ver
claramente.
P. Luis. Y ya que hablas de escritos. Hubo profetas —y los conocemos todos por la
Biblia— que dejaron abundantes escritos. O los escribieron ellos mismos, al menos en
parte, o, lo más probable, los escribieron discípulos de ellos, que formaron escuela en torno
a su maestro.
Javier. ¿Y las acciones tan raras que a veces hacían los profetas?
P. Luis. Raras, no, sino muy interesantes. Porque, aparte de hablar y proclamar de
palabra lo que Dios les sugería, muchas veces hablaban por gestos simbólicos. Recordemos
aquello que ya contamos, del manto de Jeroboán partido en doce pedazos, diez de los
cuales le dio el profeta Ajías como señal de las diez tribus de Israel que formarían su reino
en el Norte, y le dejaba sólo dos a Roboán, Judá y Benjamín, en el Sur.
Rosy. Estoy dando vueltas en mi cabeza a lo que antes nos ha dicho de la “misión” del
profeta en Israel. ¿No nos podría especificar algo más este punto, que yo creo muy
importante?
P. Luis. No te equivocas al pensar a sí. Tenemos que ir por partes, como hemos hecho
antes.
Javier. Comencemos entonces. ¿Cuál era el primer objetivo que se proponía el profeta?
P. Luis. Ante todo, trataba de mantener viva la fe en el ÚNICO Dios, en Yahvé, el Dios
de Israel, negando siempre a los otros dioses, falsos todos, y a los cuales el pueblo no debía
adherirse nunca. Esta era la primera exigencia del profeta, porque el pueblo tendía a abrazar
el culto de los dioses de los pueblos vecinos.
P. Luis. Los falsos dioses que se llevaban la palma por arrastrar al pueblo detrás de sí,
eran el dios Baal y su amante Astarté, la cual había desplazado a la compañera anterior de
Baal, la diosa Baalat. Los profetas, naturalmente, ponían el grito en el cielo cuando se
trataba de salir por la causa de Yahvé contra tales divinidades.
Rosy. Esos dioses, que así se casaban y descasaban, no debía ser buen ejemplo para la
moralidad de la gente que los adoraba, me figuro...
P. Luis. Tocas un punto muy interesante de los profetas. Por serios y rigurosos que
fueran, su mensaje para el pueblo era siempre de ESPERANZA. Dios era el Fiel que
cumpliría el compromiso de la protección de su pueblo Israel y de la salvación prometida
desde un principio, sobre todo con el envío del que será el Mesías, el Ungido, el Cristo de
Dios.
P. Luis. Sí. Desde el principio existió en Israel la grave cuestión de los “falsos profetas”.
Eran tipos que se decían mandados por Dios, y no tenían misión alguna de Dios. Dios no
les había hablado ni los enviaba. Se daban profetas asalariados por el rey. Profetas
particulares del rey, que vivían a costa del monarca, de los ricos y poderosos, o incluso de
la clase sacerdotal.
Javier. ¡Vaya! Lo que hoy llamaríamos unos “vividores”, unos “aprovechados”, unos
“enchufados”..., y no sé cuántas cosas más de nuestro lenguaje.
P. Luis. Eso mismo. Hablaban halagando siempre a los grandes; no les echaban en cara
sus culpas; les mentían descaradamente, si era preciso. Su vida lo decía todo.
Rosy. ¿Por qué criterios se guiaba el pueblo para distinguir a unos y otros profetas?
P. Luis. El criterio para distinguir los falsos de los verdaderos profetas era muy sencillo.
¿Decían algo como profecía que se iba a cumplir y no se cumplía?... No lo decían de parte
de Dios, que cumple siempre los que dice. Sobre todo: ¿Enseñaban algo contra la Alianza o
contra la Ley del Sinaí?... Eran unos mentirosos...
Rosy. Eran lo contrario de lo que dice la canción que Javier nos ha recordado al
principio... No creo que sean los profetas que nos gustarían hoy. Los de hoy son esos de los
que dijo el Papa Pablo VI con frase ya inmortal, y que se nos repite tanto: “El mundo
moderno escucha mejor a los testigos que a los maestros”. El profeta verdadero ha de
esperar la incomprensión, cuando no la persecución descarada.
Javier. Eso ocurriría con las autoridades. Con el pueblo sería otra cosa.
P. Luis. El pueblo humilde, de ordinario, amará al profeta, pero también se rebelará
cuando el profeta le exija, igual que a los grandes, la moralidad por la fidelidad a la Ley.
Javier. Por algo decía yo antes que aquella canción me daba a mí algo de miedo...
Rosy. ¡Bueno! Es el papel que nos toca si hemos de seguir y hablar de Jesucristo... O
somos consecuentes, o seríamos unos hipócritas.
Rosy. ¡Oh! De Jeremías, cualquier cosa. ¡Qué profeta más bello y más formidable!
Javier. Lo que hoy diríamos “parte negativa” y “parte positiva”, ¿no es así?. Como algo
negativo, tenía que hacer desaparecer del pueblo todo lo malo: idolatría, inmoralidad,
injusticia... Como algo positivo, había de hacer que se cumpliera toda justicia, moralidad,
santidad... Hoy, igual. De ahí ese mi temorcillo.
Rosy. Dicen que cada cristiano, por bautizado y confirmado, participa de la misión
profética de Jesucristo. Si vivimos como Jesucristo; si hablamos de Él como debemos;
sobre todo, si damos testimonio de vida cristiana..., ¡ya nos podemos preparar! Comidilla
de todos, que no nos perdonarán nuestra fidelidad a Cristo.
Cuestionario
P. Luis. ¿Comienzo hoy la lección por el final, y con una pregunta que no va con la
Biblia?...
Rosy. ¡Vaya manera de empezar, por el final y sin asunto de la Biblia, en una clase de
Biblia!...
P. Luis. Pues, va mi pregunta: ¿Tiene hoy la Iglesia, el nuevo Israel de Dios, héroes de
la fe? Y, si los tiene, ¿me sabrían decir, a su gusto, algún ejemplo arrancado del Antiguo
Testamento?
Rosy. Aquí le contradigo: No diga que esto no dice con la Biblia. ¡Vaya que si hay
héroes de la fe, sobre todo entre nuestros Pastores, Papa y Obispos, a ejemplo de los héroes
que aparecen como jefes en la Biblia!
Javier. Aquí me meto yo. Para mí, el profeta Elías. Un auténtico campeón de la fe en
Yahvé, y modelo formidable de los héroes modernos de la fe, sobre todo entre nuestros
Pastores, campeones de la causa de Dios y de su enviado Jesucristo. ¿Atino, sí o no?...
Rosy. Cuente esto de dejar en herencia el espíritu de unos a otros. Nos irá bien a todos.
P. Luis. Por eso te decía que quiero empezar por el final. Elías había acabado su misión.
Sabía que Dios le iba a arrebatar del mundo, y Eliseo le pide: -Quiero que me dejes en
herencia tu espíritu. Con eso tengo bastante…
Y Elías: -Pides una cosa difícil…
¡Y tan difícil! Elíseo quería ser el profeta que siguiera a Elías, pero la vocación profética
depende sólo de Dios. Sin embargo, Elías le añadió también con ilusión: -Mira: si al subir
yo al cielo me ves, será señal de que te dejo mi espíritu.
Y mientras iban caminando y charlando, un carro llevado por caballos de fuego arrebató
a Elías hacia las alturas, a la vez que Eliseo gritaba desaforado: -¡Elías, padre mío Elías,
carro y caballos de Israel!...
Recogió el manto que se le había caído al gran profeta, y Eliseo acabó la obra de
exterminar la dinastía del rey Ajab y su pérfida mujer Jezabel... He empezado por el final.
Rosy. Lo cual quiere decir que vamos a ir al principio, o sea, a Elías, dejando ya a
Eliseo...
Javier. Pero hay algo que me sorprende. ¿Cómo es que en la Biblia no hay ningún libro,
ni un solo escrito, de estos dos profetas.
Rosy. Por lo visto, Elías y su discípulo Eliseo no fueron profetas escritores, sino profetas
de acción, aunque sus hechos son de lo más brillante que nos conserva la Biblia sobre los
profetas.
Javier. Así debió ser. Y hago otra observación. Padre Luis, mientras usted hablaba, y sin
perder yo una palabra de lo que decía, he mirado en la Biblia, y veo que Elías empezó a
actuar en el año 874 antes de Jesucristo, con el rey Ajab, del que dice la misma Biblia que
“obró el mal a los ojos de Yahvé más que todos los que le precedieron”. ¿Tan malo fue?
P. Luis. Ni más ni menos. Y todo empezó por su matrimonio. El peor paso que dio, por
las consecuencias que tuvo, fue casarse con Jezabel —mala de verdad—, hija del rey de
Tiro, la cual indujo a su marido a extender y fomentar el culto al Dios Baal. Fueron los
soberanos de Israel, el reino del Norte, con capital en Samaría.
Rosy. ¿Y no se les oponía ninguno en ese culto que ofrecían a dioses extranjeros?
P. Luis. Sin duda que buena parte del pueblo seguía fiel a Yahvé, pero las apostasías
eran muchas. Existían entonces aquellos grupos de profetas, especie de cofradías, que
fomentaban el culto a Yahvé, el verdadero Dios de Israel. Indiscutiblemente que hacían
mucho bien al pueblo, y, en este caso que nos ocupa, hubo entre ellos verdaderos mártires
del Dios Yahvé.
P. Luis. Sí, y en el mismo sentido que nosotros les damos a nuestros mártires cristianos.
Porque la impía Jezabel empezó por matar a los profetas de Yahvé, auque Abdías,
administrador del palacio real, logró salvar a unos cien escondiéndolos en cuevas. Mientras
tanto ella, la reina, mantenía a cuatrocientos cincuenta sacerdotes de Baal. Por lo mismo, no
fueron uno que otro los profetas de Yahvé asesinados por aquella mala hembra, sino una
gran cantidad. ¡Vayan ustedes a saber cuántos!
Rosy. ¿Y Ajab, su marido, la dejaba hacer tan tranquilamente lo que ella quería?
P. Luis. Aquí estaba lo malo. Porque Ajab adoraba también a Yahvé, y tenía confundido
de mala manera al pueblo, el cual no sabía a quién seguir; como su rey, adoraba tanto a un
dios como a otro. Elías estaba pronto para intervenir en serio…
P. Luis. Dios lo suscitó en el momento oportuno. Y el primer anuncio profético que dio
fue escalofriante para el pueblo: -Habrá una enorme sequía, se perderán todas las cosechas,
se echará el hambre sobre el país; y el cielo no se abrirá con el agua hasta que yo lo diga.
Rosy. Esto podía ser terrible. Iba a necesitar Elías un gran corazón para compadecerse
de la gente hambrienta. Y me imagino que no iba a ceder mientras el rey no cediera
también en su culto a Baal y siguiera haciendo el mal con su perversa mujer.
P. Luis. Así sucedió. El rey Ajab buscaba a Elías para matarlo, pero Elías, por orden de
Yahvé, y sin miedo alguno, se hizo encontradizo con el rey, al que pidió: -Haz un
llamamiento y reúne en torno a mí a todo Israel en el monte Carmelo, y especialmente a los
cuatrocientos profetas de Baal que comen a la mesa de Jezabel.
P. Luis. No se lo pensaba Ajab, y menos se lo pensaba Jezabel, la cual por un día vería
libres las mesas donde comían los profetas y sacerdotes de su dios Baal.
Rosy. Ya veo adónde vamos a parar: a uno de los hechos más tremendos de la Biblia.
P. Luis. Hecho tan tremendo como divertido. El rey hizo caso al Profeta, convocó a todo
el pueblo, y aquí empezó aquel drama memorable. Elías, sereno ante aquella multitud,
lanza el famoso desafío: -¿Hasta cuándo van a estar cojeando entre dos muletas? Si Yahvé
es Dios, sigan a Yahvé. Si el dios es Baal, sigan a Baal.
Javier. La proposición, aparte de inteligente, era para esperar una respuesta inapelable.
P. Luis. Es natural. El pueblo no respiraba. Y Elías, más audaz: -Ya ven que de todos
los profetas de Yahvé he quedado yo solo, mientras que los de Baal son cuatrocientos
cincuenta. Si les parece bien, construyamos un altar; ponemos encima la víctima,
invocamos cada uno a nuestro dios, a Baal sus profetas y yo a Yahvé. El dios que mande
fuego sobre la víctima y la consuma, él es el verdadero dios, y habrá que seguirle a él. ¿Qué
les parece?...
Rosy. No tenían otra contestación que dar, sino ésta, la más lógica de todas: -¡Bien! Está
muy bien lo que propones.
P. Luis. Elías entonces, cada vez más atrevido, con más fe y una enorme confianza en su
Dios que no le va a fallar: -Ya que los profetas de Baal son muchos más, y yo soy solo,
empiecen por ustedes. Pongan el novillo encima del altar, invoquen a su dios, pero no
pongan fuego.
Javier. ¡Vaya historia, si la hemos leído veces! Le quito la palabra al Padre Luis. Así lo
hicieron. Era de mañana. Y hasta el mediodía los profetas de Baal daban vueltas y vueltas
en torno al altar, rezaban, gritaban, se herían con lancetas y punzones en sus cuerpos hasta
chorrear sangre, mientras Elías les gritaba burlón a más no poder: -¡Griten con voz más
fuerte, porque debe estar ocupado en algún negocio, tal vez se halla de viaje o quizá está
descansando y bien dormido!...
P. Luis. Me alegro, Javi, de que sepas tan bien las cosas. Elías entonces, ahora serio y
sin bromear: -Hagan una zanja en torno al altar. Llénenla de agua. Pongan la víctima para
Yahvé encima del altar, y rocíenla también con agua abundante.
Rosy. Por lo visto, no quería dudas en el pueblo sobre lo que él sospechaba que iba a
pasar.
P. Luis. Hecho todo esto, grita a su Dios: -Yahvé, Dios de Abraham, de Isaac y de
Israel, respóndeme, para que todo este pueblo sepa que Tú, Yahvé eres Dios y que
conviertes los corazones.
Dios escuchó a su profeta. Bajó fuego del cielo, que consumió la víctima e hizo arder
toda la leña, llegando el fuego hasta el agua de la zanja. El pueblo, enardecido, gritaba: -
¡Yahvé es Dios; Yahvé, sólo él es el Dios!
P. Luis. Lo que todos sospechamos y sabemos muy bien. Elías, implacable ante aquel
entusiasmo: -Agarren a todos los profetas de Baal, y tráiganlos a todos al torrente Quisón.
Una vez allí, ordena sin piedad: -Mátenlos a todos, sin que quede con vida ni uno solo…
Y allí quedaron tantos cadáveres degollados...
Rosy. Pero, nada se nos ha dicho de la primera orden de Dios a Elías, que no iba a llover
hasta que el Profeta lo ordenara. Y el pueblo debía estar muerto de hambre.
P. Luis. Tienes, Rosy, toda la razón. Pero llegó un momento en que se ablandó el
corazón de Elías. Después de aquel triunfo de Dios, ya no había razón para que continuase
el castigo. Al fin vino el agua tan suspirada, de una manera que hemos oído contar tantas
veces. Elías marcha al monte Carmelo, manda subir a la cima a su criado, y le encarga:
- Mira al extremo del mar, a ver si notas algo.
- Nada, no veo nada…
- Mira mejor.
Y al fin: -Sí, allí aparece una nubecilla pequeña como la palma de la mano. La nubecilla
se convirtió en nubarrones inmensos, que cerraron todo el cielo y desataron una lluvia
torrencial.
P. Luis. Nos lo podemos figurar. Perseguía furiosa a Elías para darle muerte. Pero el
profeta emprendió aquel camino de días y días hacia el sur de la península del Sinaí, hasta
llegar al monte santo donde Dios reveló su Nombre a Moisés y en que Israel pactó la
Alianza con su Dios.
Rosy. ¿No fue en este caminar cuando, rendido de cansancio, se durmió, y le despertó el
ángel diciéndole:
- ¡Levántate y come, que te espera un largo viaje!...
P. Luis. Ni más ni menos. Es un episodio muy hermoso, que has oído contar muchas
veces, ¿no es así?
P. Luis. Elías llegó hasta el Monte de Dios. Allí rehizo con paz su espíritu, en las
fuentes mismas del Yahvismo, ya que Dios se le apareció en medio de una brisa
confortadora. Al notar que era la presencia de Dios, dijo: “Ardo en celo por Yahvé, porque
los israelitas han abandonado tu alianza y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo sólo
y buscan mi vida para quitármela”.
Javier. ¡Qué oración que le hace a su Dios: “Ardo en celo por Ti”!... ¿Y le respondió
Yahvé a esa oración tan singular?
P. Luis. Sí; Dios le dijo esas palabras que nos cita Pablo con orgullo santo: “Dejaré un
resto de siete mil en Israel: todas las rodillas que no se doblaron ante Baal, y todas las bocas
que no le besaron”.
Javier. Vemos que prevaricaba gran parte del pueblo. Pero vemos también que siempre
quedaban valientes muy fieles a Dios.
P. Luis. No olviden esta palabra de Dios: “El Resto”. Tiene una importancia enorme.
Con ese puñado de valientes, Israel no morirá nunca y de él nacerá el nuevo Israel de Dios,
cuando venga el Cristo prometido a la descendencia de Abraham y del linaje de David.
Rosy. Yo quiero hacerle una pregunta: la nube del Carmelo y el pan aquel del ángel en
el camino de Elías hacia el Sinaí, ¿representan a la Virgen y la Eucaristía, como tantas
veces se nos dice?
P. Luis. Me alegra que preguntes esto. Y he de decirte que no. En el relato de la Biblia
no hay nada ni de la Virgen ni de la Eucaristía en esos dos hechos.
P. Luis. Lo que pasa es una cosa: que la piedad cristiana, con un sentido muy certero, en
la nube del Carmelo ha visto la imagen de María —tan chiquita, tan humilde, la Pobre de
Yahvé—, la cual nos ha traído al Cristo que, por su gracia, ha inundado al mundo con la
salvación de Dios...
P. Luis. Igualmente, en aquel “Come y bebe” del ángel a Eliseo, la piedad cristiana ha
visto lo que produce en nosotros la Eucaristía: con semejante alimento y tal bebida, ¡qué
bien se llega al término feliz de la Gloria después del caminar por la vida!...
Cuestionario
Javier. ¡Bien por esta página de la Biblia! ¡Qué bien nos vendrían hoy tipos como éstos,
Elías y Eliseo!
Javier. Dicen por ahí que los hombres somos malos para el amor, porque el maldito
machismo nos lleva a cometer mil disparates, mientras que las mujeres, en esto del amor,
parecen salidas de un grupo de ángeles... ¿Ustedes se lo creen?
Rosy. Ya nos viene Javi, como otras veces, con algún hecho raro que le ha tocado
presenciar...
Javier. No te equivocas, Rosy. Un buen amigo mío, ¡buena persona de verdad!, se vio
hace tiempo traicionado por su mujer. Prudente, nunca nos dijo una palabra. Hasta que se
descubrió todo. No con uno, sino con varios amantes se iba la descarada de la esposa. Y él,
¡dale que te dale!, siempre perdonando a trueque de no perder aquel su primer amor.
Además, ella había caído en una indiferencia religiosa que desesperaba al marido, un
creyente de verdad.
Y para colmo de males, la mujer, por lucir más, al necesitar mucho dinero para tantos
caprichos como le venían a la cabeza, era una injusta con las muchachas de servicio que
tenía... Sin embargo, el marido, aguanta que te aguanta en la casa, sin abandonarla por
nada.
Rosy. Bueno, Javi, lo que nos dices, ¿es una historia o es un cuento? A esa mujer la
debió cocinar el diablo; y ese marido, si ha existido, sólo ha podido encontrarlo la lámpara
de Diógenes...
P. Luis. Oye, Javi. Yo te pregunto lo mismo que Rosy: ¿Es cierto o no es cierto lo que
cuentas?
P. Luis. Pues... ¡yo también voy a hablar completamente en serio! Esa no es una historia
que te inventas tú, Javier, porque la trae, escrita al pie de la letra, la misma Biblia como
Palabra de Dios.
P. Luis. Lo has oído y lo has leído más de una vez. Lo que nunca has caído en la cuenta
de ello. ¿Has leído a los dos profetas Amós y Oseas?... Entre los dos nos dan un retrato
perfecto de esa mujer bandida... Y Oseas nos pinta a un marido mil veces más bueno que el
amigo de Javi. ¿Saben quiénes son el marido bueno y la mujer detestable? Pues, Yahvé e
Israel.
Javier. Ya veo por dónde va a tirar la cosa... Recuerdo lo del Sinaí. Dios y el pueblo
hicieron Alianza de amor. Yahvé, el esposo, siempre fiel; Israel, la esposa, escapándose de
casa siempre que podía: la infidelidad a la Alianza y a la Ley parecía ser su característica
más marcada.
Rosy. Tienes toda la razón, Javi. No hemos visto lección en que no salga a relucir la
infidelidad de Israel a su Dios, a la vez que la fidelidad insobornable de Yahvé, siempre el
Fiel que no retracta la palabra de amor que un día le diera a su pueblo.
P. Luis. Esto lo vamos a ver hoy al hallarnos, mirando el Segundo Libro de los Reyes,
con el rey Jeroboán II. Lección muy importante porque nos va a poner en los límites
fatídicos de la caída y desaparición del reino del Norte, aquel de las diez tribus que Dios
entregó, con la señal del manto partido en doce pedazos, a su primer rey cuando rasgó el
reino de Salomón.
Javier. Creo que esta lección se presenta interesante. Habremos de estar atentos...
P. Luis. Y muy interesante. Porque vamos a ver a Dios agotando toda su paciencia y
buscando por todos los medios el detener el brazo antes de castigar. Por otra parte, este
portarse tan mal el pueblo y mostrarse tan misericordioso Dios, tiene un mensaje de gran
actualidad para la sociedad de hoy.
Rosy. Como hace siempre, ¿por qué no empieza situándonos en el tiempo y las
circunstancias de los acontecimientos?
Javier. Total, como el Jeroboán I, el que se llevó los diez pedazos del manto.
P. Luis. Es cierto. Sin embargo, como gobernante tuvo el reinado más brillante de todos
los reyes de Israel. Guerras victoriosas, conquistas de tierras perdidas que volvían a ser del
reino, y una gran prosperidad en el pueblo. Pero, al mismo tiempo, una situación religiosa,
moral y social muy malas, que eran una vergüenza para la Alianza y la Ley del Sinaí.
Javier. ¿Y cuáles señalaría como los pecados que fueron la raíz del mal que estamos
previendo?
P. Luis. Entre muchos otros, podrían señalarse estos tres.
Primero, se habían paganizado dejando al Dios Yahvé, que lo mezclaban como uno más
entre varios dioses.
Segundo, la inmoralidad reinante y execrable, sobre todo por la prostitución sagrada en
honor de Baal y Astarté, los dioses de la fertilidad.
Y tercero, una intolerable injusticia social, pues se había perdido la clásica solidariedad
de los clanes que había vivido Israel en los siglos anteriores, y ahora, al abandonar la
santidad reclamada por Yahvé, había establecido una diferencia criminal entre ricos y
pobres.
P. Luis. Estudiando en la Biblia a los profetas Amós y Oseas, aparte de otras fuentes
profanas, todos los historiadores están acordes en decir que la injusticia social fue el fruto
malo de haber abandonado a Dios.
P. Luis. Justo. Es en esta situación cuando Dios suscita en el reino del Norte a dos
profetas en realidad excepcionales, que vienen con unos mensajes tan tiernos como
espantosos, pero que abrían después los corazones a la esperanza. Eran los últimos gritos de
Dios a su pueblo, que se empeñaba en ir hacia su ruina total.
Rosy. Nos ha dicho antes los nombres de los dos profetas: Amós y Oseas. ¿Los dos
profetas actuaron a la vez?
P. Luis. No. Se llevaron algo de diferencia. Habremos de empezar por Amós. De suyo,
es el que mejor nos describe la situación social del reino.
Rosy. ¿Por qué no nos dice antes que nada quién era Amós?
P. Luis. Amós era un profeta salido del campo de Judá, en el reino del Sur, pero su
actividad la desarrolló en el Norte. Campesino y pastor, tiene un lenguaje rudo y poético a
la vez, lleno de simpatía junto con una fuerza tremenda. Siente la pasión por Dios, y grita:
“Ruge el león, ¿quién no temerá? Habla el Señor Yahvé, ¿quién no profetizará?”.
Javier. O sea, que siente bien adentro la llamada o la vocación o la misión, como
queramos, para profetizar en nombre e Yahvé.
P. Luis. Así es. Y al hablar en nombre de Dios, advierte el grave pecado que azota a
Israel, una terrible injusticia social por haber abandonado la justicia, el culto y el respeto a
Yahvé, su verdadero Dios, y haberse pasado a los dioses falsos de los cananeos, Baal y
Astarté.
Rosy. Ante esta situación, el profeta tiene que lanzar amenazas muy serias.
P. Luis. ¡Y tan serias! Como ésta: “Seré inflexible. Porque venden al justo por dinero y
al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles y
desvían el camino de los humildes; hijo y padre acuden a la misma muchacha profanando
mi santo Nombre”. No eran cosas baladíes las que denunciaba Amós.
P. Luis. Sigue contra la tremenda injusticia social que contemplaban sus ojos, y va
señalando otros pecados cometidos contra los pobres: “Opresores del justo, que aceptan
soborno y atropellan a los pobres en el tribunal de la Puerta”. Esperan el día de mercado
para hacer sus trampas a costa de los pobres: “vendiendo el grano achicando la medida y
aumentando el peso, falsificando balanzas de fraude”.
P. Luis. ¿Y lo que les dice a las mujeres inmorales de la alta sociedad, convertidas en
signo de la corrupción más grande? Se dirige a ellas: “Escuchen esta palabra, vacas de
Basán, las que oprimen a los débiles, las que maltratan a los pobres, las que dicen a sus
maridos: ¡Trae de beber!”.
Javier. ¡Claro! Por buen corazón que digan tener las mujeres, si quieren lucir y darse
todos los caprichos, para ello necesitan dinero, y la pagarán los maridos, a los que exigirán
hasta más de lo que ellos les pueden dar, o como usted decía al principio, oprimirán a las
pobres que tengan a su servicio o a cualquiera que de ellas pueda depender.
Rosy. Oseas, el profeta del amor paciente, será seguramente más benigno...
Rosy. Pero Oseas, más que a la corrupción social, mira la inmoralidad, ¿no es así?
P. Luis. ¡Claro que tenía razones, pero no lo hizo! Oseas, en vez de repudiarla
definitivamente, la sigue amando, la busca, la perdona, la acepta. No hay quien venza el
amor de un esposo semejante.
Rosy. Perdonen que interrumpa todo lo que estamos comentando, y haga una pregunta
que debiera haber hecho desde el principio, al exponernos la profecía de Oseas. ¿Es cierto
que a Oseas le pasó con su mujer eso de una infidelidad tan descarada? ¿O más bien, es una
imagen, un ejemplo que se inventa, una comparación, para explicar lo que él pretende: la
infidelidad de Israel a Yahvé?
Rosy. Gracias por la aclaración, Padre. Ante esto, yo pienso que Oseas razonaba de esta
manera. Yahvé e Israel realizaron la Alianza como un enlace matrimonial. Yahvé, el esposo
fiel, se encuentra con la esposa que le ha traicionado. Entonces, se ve libre para dejar de
ayudarla, de protegerla, y la puede divorciar; pues ya no le obliga la palabra que le dio,
desde el momento que ella, la esposa que es Israel, abandona a su marido para irse con
otros dioses, nuevos amantes que ella se escoge.
P. Luis. Es lo que pasaba en el reino del Norte: plagado de santuarios y de altares a los
Baales. ¡Dios contaba en verdad con una esposa bien infiel!
P. Luis. ¿Con qué? ¿Con el divorcio definitivo?... Yahvé no retracta su amor, sigue
soñando y ofreciendo, como lo dice la Biblia en un párrafo maravilloso: “La visitaré por los
días en que se iba tras los Baales para quemarles incienso, cuando se adornaba con su anillo
y su collar y se iba detrás de sus amantes. Por eso voy a seducirla, voy a llevarla al desierto
y le hablaré al corazón..., y ella responderá allí como en los días de su juventud”.
P. Luis. Se la dio igual, aunque con palabras diferentes, según su estilo rudo. Amós
acababa con un mensaje de esperanza, con tal que lo quisieran aceptar.
Cuestionario
Javier. He dicho al principio que esta lección iba a resultar interesante de verdad...
Rosy. Veo que Amós y Oseas son dos profetas muy llamativos en la Biblia, y su
mensaje es siempre actual. Los pueblos, alejados de Dios, caen en la mayor degradación
moral y social, mientras que sólo están seguros cuando cuentan con Dios, el Dios que ama a
pesar de todo...
A continuación, la misma Lección 031,
Fin de Israel. Asiria destruye el Reino del Norte,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. ¿Te acuerdas, Rosy, del profeta que partió en doce pedazos el manto de
Jeroboán?
Rosy. ¡Vaya que si me acuerdo! Diez de ellos se los dio como un símbolo de las diez
tribus que le daba como reino, quitándoselas a Salomón y Roboán, a los que dejó con sólo
dos.
Rosy. Sí, lo debí decir. Pero sabemos, más que nada por la última lección de Amós y de
Oseas, que la cosa no fue así... Y, ¡claro!, vendría lo que vendría...
Javier. Me lo imagino: que se cumplió la palabra de esos dos profetas, y que Israel
desapareció del mapa…
P. Luis. A eso vamos hoy. Nos hallamos ahora ante una lección muy importante en la
historia de Israel: la desaparición del Reino del Norte.
Javier. Esto lo tenemos claro. Pero uno y otro reino adoraba al mismo Dios, es decir, a
Yahvé, el Dios de los padres, el de los patriarcas, y el del Moisés del Sinaí.
P. Luis. Eso es cierto, y hay que tenerlo muy en cuenta, aunque veremos cómo la fe en
Yahvé peligró mucho en el reino del Norte, cuando Jeroboán se empeñó en crear santuarios
distintos del Templo de Jerusalén, y el pueblo mezclaba el culto de Yahvé con el de los
Baales.
Javier. Aparte de tener el mismo Dios, ¿siguieron con alguna otra unión Israel y Judá?
P. Luis. Los dos reinos, Israel y Judá, siguieron una historia paralela, pero Israel, el del
Norte, iba a acabar en dos siglos, y Judá en tres y medio. La división fue a raíz de la muerte
de Salomón en el año 932 antes de Jesucristo. Israel fue vencido y deportado en el 721, y
Judá en el 587.
Rosy. Estará bien que nos vuelva a hablar unas palabras de esto, pues la lectura de los
libros de los Reyes y las Crónicas se hace a veces algo difícil porque mezclan la historia de
los dos reinos, y con frecuencia nos hacemos un enredo al leer esos dos libros históricos..
P. Luis. Muy bien dicho. Eso nos pasa a todos. Pero hoy vamos a ver únicamente cómo
acabó el Reino del Norte, o sea, Israel.
Javier. Empiezo con una pregunta: ¿Quién era Asiria y qué hacía con los pueblos que
quería conquistar?
P. Luis. Te aconsejo que mires un mapa de esos que trae cualquier Biblia. Asiria estaba
hacia el Noreste de Palestina, bastante más arriba de Babilonia, y en el siglo octavo antes de
Jesucristo había extendido grandemente sus dominios por el Suroeste, bordeando toda la
costa mediterránea hasta más debajo de Jerusalén.
P. Luis. Usaba una política muy especial. Destruía los reinos grandes que conquistaba.
Pero los pequeños se le sometían voluntariamente pagándole enormes tributos. Si se le
resistían, seguía siempre el mismo sistema: decapitaba a toda la clase dirigente, llevándose
deportados a los reyes, a los gobernantes, a los ricos, a todos los que tenían algún poder, y
dejaba en sus tierras sólo a los pobres y a los que nada le podían molestar. Convertía la
región en provincia asiria, ponía gobernantes propios, ¡y se acabó la cuestión!... Esta era la
política de los reyes de Asiria.
Javier. Mentalidad de los tiempos. Y con Israel debió seguir el mismo sistema, me
imagino.
P. Luis. Desde luego que sí. El reino de Israel, por su último rey Oseas, se le sometió
voluntariamente y le pagaba el fuerte tributo. Era el mal menor. Aunque al fin Oseas
cometió el error fatal de aliarse con Egipto, y dejó además de pagar el tributo a Asiría.
¡Aquí vino la ruina!...
Javier. Eso lo podemos dar por supuesto. Si el pequeño se quiere hacer grande, viene
uno más fuerte y lo aplasta.
P. Luis. Es lo que pasó con Israel. El ejército asirio puso cerco a Samaría, que cayó
después de dos años, y los vencedores se llevaron deportados a más de veintisiete mil
cautivos. Pusieron en su lugar gentes de otros países, que venían con sus costumbres y sus
dioses. Esos colonos se mezclaron con los israelitas que quedaban, y dieron lugar a lo que
después sería el pueblo de los Samaritanos, del que habremos de hablar más de una vez.
Javier. Pues, ¡vaya que la hicieron buena con el reino del Norte!
P. Luis. La catástrofe de Israel fue total. Del reino del Norte no quedaba nada. Era,
como les he dicho antes, el año 721 antes de Jesucristo. El reino había durado unos
doscientos diez años.
Javier. Esta es la historia externa de Israel, y, como ya nos previene desde ahora, va a
ser la historia venidera de Judá. Pero uno se pregunta: ¿cómo pudo ocurrir esto, sobre todo
ante tanta promesa de Dios, de asistencia a su pueblo, y ahora que se desvanezca todo?
Rosy. Me imagino que, ante todo, la culpa la tenía el mismo pueblo y sus gobernantes.
El Estado fallaba por una parte y por la otra. Los dirigentes eran malos e infieles a la
Alianza. Y el pueblo no andaba muy alto en su moral, siempre jugando a dos caras con
Yahvé y con la Ley. Esta es la impresión que yo he sacado con la lectura de los profetas,
desde el tremendo Elías hasta el amoroso y tierno Oseas.
P. Luis. No te equivocas nada, Rosy. Jeroboán II fue un gran rey, y sus cuarenta años en
el trono le permitieron realizar grandes empresas y elevar el nivel del pueblo a una riqueza
que nunca antes había conocido. Pero el mal estaba incubado dentro. Los gobiernos que
sucedieron a Jeroboán II conocieron ocho golpes de Estado, asesinatos de reyes, con
revueltas civiles, con muchos disparates más.
Javier. Bien. Pero sabiendo el pensar de la Biblia, que todo lo mira bajo el prisma de
Yahvé su Dios, algo peor que los malos gobiernos tenía que ocurrir entre la gente.
P. Luis. Ahora, Javi, estás poniendo el dedo en la llaga. La Biblia te da la razón del
todo. Cuando narra la caída del Reino, da muy poca importancia a todo lo anterior, se mete
a hacer teología, y es contundente: ¡Israel cayó por su infidelidad a Yahvé, su inmoralidad e
injusticias, y nada más!
Javier. Pues, vale la pena que nos detengamos un poco en esto, por lo aleccionador que
puede resultar para nuestra sociedad de hoy.
P. Luis. Filosofía, no; sino teología, que es diferente. Les repito, que bajo el rey
Jeroboán II había llegado el reino de Israel a una altura económica muy grande y a disfrutar
de un bienestar exagerado. Los poderosos lo atribuían a una bendición de Yahvé que
cumplía su promesa con el pueblo, y por eso el culto en los santuarios era espléndido, pero
totalmente vacío de sentido. Era un culto hipócrita a más no poder. Además, iba mezclado
con el culto a los dioses de los otros pueblos, de manera que la apostasía era casi general.
Rosy. O sea, que prácticamente se estaban riendo de Dios. Y, si la frase parece fuerte,
digamos que utilizaban a Dios para sus fines torcidos.
Javier. Creo, Rosy, que empleas expresiones muy acertadas. Y me viene a la mente
aquello de San Pablo: “De Dios no se ríe nadie”.
P. Luis. Es cierto. No exagera la Biblia cuando dice: “Esto sucedió porque los israelitas
habían pecado contra Yahvé, su Dios que los había sacado de Egipto”.
Rosy. Pero, ¡yo siempre con la misma!, ¿acabó Dios con todo, no quedaba nada de su
promesa, estaba todo el pueblo, repito, todo el pueblo perdido? ¿No había ninguna
esperanza de parte del Dios misericordioso?
P. Luis. No puedes negar, Rosy, que, aunque discurres con la cabeza, te vence siempre
el corazón... Y te doy la razón. No hay que olvidar que siempre quedaba aquel “Resto”
famoso de los tiempos de Elías. Eran aquellos de los que dice por Oseas que “volverán
como una paloma desde el país de Asiria, y yo los haré habitar en sus casas”.
Javier. Está claro que el castigo le vino al pueblo por haber abandonado a Yahvé,
pasándose muchos a otros dioses, y por el abandono de su justa Ley. Esa fue la causa
primera. Pero usted, Padre Luis, ha indicado otras, bien señaladas por Amós y Oseas.
P. Luis. Ni más ni menos, así era, como piensa Javier y tú también. Dios sentenció a
Israel por las tremendas injusticias en que vivía el pueblo, con los pobres que no tenían
nada, ante unos ricos que vivían con lujos exorbitantes y escandalosos. Aunque siempre
existiese el mal, pero era muy diferente antes, cuando se vivía según el espíritu y la letra de
la Ley, tan humana con el pobre, la viuda, el huérfano y todo el que padecía necesidad.
Leemos al profeta Amós, y nos damos cuenta de que esta injusticia social no es ninguna
exageración nuestra.
Rosy. Oseas y Amós hablaron también muy fuerte contra la inmoralidad reinante. ¿Tan
desastrosa era?...
P. Luis. La moralidad, desde luego, estaba más baja que por los suelos. Hay que saber
leer al profeta Oseas para darse cuenta bien de ello. Aquel culto a los dioses paganos de la
fertilidad que llevaba a la prostitución sagrada bajo capa de religión, había producido su
fruto más amargo en borracheras, orgías y libertinaje sexual desenfrenado, que debilitó
notablemente el vigor nacional.
Javier. Otra cosa me llama a mí la atención. Con el prestigio que siempre gozaban los
profetas en Israel, ¿cómo es que el pueblo no les hizo caso a los que Dios les enviaba y que
hablaban en nombre de Dios, cosa que era evidente para los reyes, para los ricos y para
pueblo sencillo?
P. Luis. Javi, esto no es ocurrencia tuya. Ese capítulo del libro de los Reyes que hace la
crítica de la caída de Israel, pone de relieve otro pecado muy grave: el no haber hecho caso
de los Profetas que Dios enviaba a su pueblo. Todos sabemos que el profeta era tenido
como hombre de Dios, un hombre que hablaba en nombre del mismo Dios, y al cual había
que hacer caso si se quería evitar los males con que Dios amenazaba las transgresiones
cometidas contra la Alianza y el descuido en practicar la Ley.
Rosy. Además, esos profetas, como lo hemos visto hasta ahora cada vez que han salido,
siempre ofrecían una salida de salvación. Se reafirmaban en la promesa de Yahvé.
Prometían bienestar y paz. Hacían mirar a la salvación futura y definitiva... ¿Cómo no
hacían caso a unos hombres tan buenos, aunque tuvieran que ser severos en sus amenazas?
Javier. Aquel Jeroboán, primer rey de Israel, había puesto con sus ídolos dos centros de
discordia contra la fe en Yahvé. Todos los reyes que le sucedieron en el trono, quién más
quién menos, hicieron lo mismo: mezclar la adoración de Yahvé con el culto de los Baales.
Ahora se cosechaban a montones los frutos de semejante revoltijo... Es seria esta lección de
la historia de Israel.
Javier. Las aplicaciones no son difíciles. ¿Qué decir de los ídolos que adora el mundo
moderno?
P. Luis. Vayan citándomelos, por favor, según lo que ustedes piensen.
Rosy. El primero: no adorar al Dios verdadero, aunque no se crea en ningún otro dios.
Yo no entiendo cómo en la sociedad moderna son tantos los que niegan a Dios. Y, si no lo
niegan descaradamente, prescinden de Dios como si no existiera. Para mí, que no hacen
más que jugar al avestruz. Con no querer ellos ver a Dios, piensan que Dios deja por eso de
existir...
Javier. Muy acorde contigo, Rosy. Pero yo voy a más. Niegan a Dios. Pero porque
saben suplantarlo por otro dios, como es el dinero. La riqueza, sobre todo la nacida de una
evidente injusticia social, se ha convertido en el dios de muchos, porque no pueden vivir sin
un dios u otro.
Rosy. ¡Y el dios placer, el dios placer!.... Hemos visto que fue uno de los causantes de la
caída de Israel. Ese “pansexualismo” moderno, ¡veremos a dónde nos lleva!... La
corrupción moral moderna es demasiado grave. ¿Hasta cuándo la aguantará Dios?...
Cuestionario
P. Luis. No tengo nada que decirles sobre una lección de historia como la de hoy.
Además, da gusto escucharles cuando saben sacar las consecuencias de un hecho como
éste.
Rosy. Es que son tan evidentes las cosas, que no vale la pena ni discutirlas. Basta
prestarles la debida atención para darse cuenta de que Dios es siempre el mismo. Todo
bondad. Todo generosidad. Todo misericordia. Pero, según la atinada reflexión de Javier
con palabras de San Pablo, que no haya un imprudente que se quiera reír de Dios..., porque
se mete en un juego peligroso.
Javier. Nosotros, al leer este hecho doloroso de la historia bíblica, vamos siempre a lo
mismo. ¡Qué seguridad que da Dios a los pueblos creyentes! ¡Qué pobres los pueblos que
se apartan de Dios!...
A continuación, la misma Lección 032,
Miqueas en Judá. Un siglo de contrastes,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
__________
Javier. Pero es lo que pasó ayer con un reino y lo que iba a pasar después con otro, de
modo que el pueblo entero de Dios tendría que desaparecer del mapa. La lección anterior
dejaba esta impresión.
P. Luis. No. La caída de Judá no está tan a las puertas. Y hoy nos vamos a detener en un
compás de espera. Durante un siglo largo se mantendrá Judá sin caer en manos asirias, pero
al fin sucumbirá a manos caldeas. A esta lección de hoy se me ha ocurrido llamarla “Un
siglo de contrastes”.
P. Luis. Porque vamos a ver en el reino de Judá reyes muy buenos y reyes fatales.
Profetas que anuncian catástrofes y profetas que preanuncian días esplendorosos. Un
pueblo fiel a Yahvé con los reyes buenos y los profetas, y un pueblo infiel que sigue a
dirigentes malvados.
P. Luis. Cuando Israel fue vencido y deportado a Asiria el año 721 antes de Cristo, en
Judá reinaba Ajaz, otro rey malo de verdad. ¿Y cuál era la situación del pueblo? No tan
mala como en Israel, el reino del Norte, pero casi casi...
P. Luis. El rey Ajaz se apartó de Yahvé, y con el paganismo suyo produjo en el pueblo
el abandono de la Ley y de la Alianza. Abandonada la ley de Dios, vino la opresión de los
pobres. Los grandes propietarios desposeían despiadadamente a los pobres, y, corrompidos
los jueces, los pobres no contaban con ningún recurso, mientras que los ricos vivían en el
lujo y el despilfarro.
P. Luis. Sigue el historiador. La religión oficial no servía para nada, pues se contentaban
con ofrecer los sacrificios a Yahvé, y con esta práctica de culto se sentían seguros de la
protección divina. Era un culto oficial, de Estado, no salido del corazón.
Javier. O sea, qué la religión la aprovechaban para pecar más y con más libertad, ¿no es
así?... Teniendo contento a Yahvé con el culto del Templo, quedaba todo arreglado: ni Dios
reclamaba, ni los hombres tenían más obligaciones con la Ley...
P. Luis. Me interrumpes lo del historiador, pero tu observación, Javi, está muy bien
hecha. Y te lo digo, porque los profetas de este tiempo insisten mucho en ello. Pasaba en
Judá lo que había ocurrido en Israel. Y en Judá quizá más, por tener el gran Templo de
Jerusalén. El Templo era el pararrayos de la ira de Dios, y no había que temer nada. Ese
templo y los sacrificios rituales, ofrecidos sin corazón, les daba a los dirigentes la más falsa
seguridad que podían imaginarse.
Rosy. ¡Y tan falsa seguridad! ¿De qué sirve una religión así?
P. Luis. Déjenme que termine con lo del historiador. Los sacerdotes, corrompidos y
aprovechados, se preocupaban sobre todo de su modo de vivir bien. Los profetas de oficio,
aquellos que vivían a costa del rey, estaban dispuestos a pronunciar sus oráculos de acuerdo
con la cuantía que se les pagaba. Y, desde luego, también había penetrado el libertinaje en
la sociedad.
Javier. Este cuadro resulta muy negro... ¿Es la Biblia tan dura como ese historiador?
P. Luis. No crean que exagere ese autor. Basta leer al profeta Miqueas para darse cuenta
de que los historiadores no exageran. Miqueas fue un profeta especial. Era de Judá, pero
hablaba del reino del Norte para que lo escuchara bien el reino del Sur; porque, si no se
convertía a Yahvé su Dios, le iba a pasar a Judá y a Jerusalén lo mismo que a Israel y
Samaría.
P. Luis. Me contento con una cita nada más. Después de haber predicho la destrucción
de Samaría, habló de la futura destrucción de Jerusalén: “Escuchen esto, jefes de la casa de
Jacob y dirigentes de la casa de Israel, que aborrecen la justicia y tuercen todo el derecho,
que edifican a Sión con sangre y a Jerusalén con crímenes. Sus jefes juzgan con soborno,
sus sacerdotes enseñan a sueldo, sus profetas vaticinan por dinero, y se apoyan en Yahvé
diciendo:
-¿No está Yahvé en medio de nosotros? ¡No nos alcanzará ningún mal!
Por eso, por culpa suya, Sión será un campo arado, Jerusalén, un montón de ruinas y el
monte del Templo un cerro agreste”.
P. Luis. Iniciamos este período con el rey Ajaz, perverso porque sí. Isaías le aconsejó
bien, pero el rey no le hizo caso. Esto dio al profeta la ocasión de hacer su profecía famosa
sobre la ayuda a Judá, pero sería para un futuro muy lejano: “El Señor mismo te va a dar
una señal: He aquí que una doncella virgen está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá
por nombre Emmanuel”: Mateo, que lo aduce en su Evangelio, precisará: “Lo cual significa
Dios-con-nosotros” (Isaías 7,14; Mateo 1,23)
P. Luis. Sí; pero en un orden muy distinto del civil. Aquella profecía consistía en la
espera del Rey mesiánico. Por eso, aunque este tiempo aparece tan sombrío por las
amenazas, flota sobre todas ellas la misericordia y la fidelidad de Dios.
Rosy. Ha dicho antes usted, Padre, que, en medio de tanto mal denunciado por el profeta
Miqueas, vinieron reyes magníficos. ¿Quiénes fueron y qué hicieron?
P. Luis. El uno fue Ezequías, y el otro Josías, pues ambos reyes iniciaron una reforma
religiosa sincera y muy provechosa, fueron muy piadosos ante Dios, y al mismo tiempo
favorecieron cuanto pudieron el bienestar del pueblo.
Javier. Empiece por Ezequías, del que leo en la misma Biblia este elogio: “Puso su
confianza en Yahvé, Dios de Israel, y no hubo entre todos los reyes de Judá ninguno
semejante a él, ni antes ni después de él. Se arrimó a Yahvé y no se apartó de él, guardando
los mandamientos que Yahvé había dado a Moisés”.
P. Luis. Es natural que la Biblia haga este elogio. Porque la reforma religiosa que
emprendió fue eficaz. Considerando el Templo de Jerusalén como el signo máximo de la
presencia de Dios con su pueblo, invitaba a los restantes judíos del Norte a que se unieran
al culto de Dios en Judá y celebraran con ellos la Pascua.
Rosy. Yahvé, sólo Yahvé, quería este rey tan bueno. ¿A que acierta en su gobierno?
P. Luis. Por eso mismo, porque sólo quería a Yahvé, destruyó, haciéndola pedazos, la
serpiente de bronce que Moisés había hecho, conservada en el Templo, pero convertida en
objeto de culto por la gente, que la incensaba como a un dios.
P, Luis. Destruyó los santuarios de los dioses cananeos que arrastraban a mucha parte
del pueblo, y tomó otras medidas para erradicar todo culto contrario a Yahvé.
Rosy. Entre tanto rey malo como hemos visto, este Ezequías me cae bien. ¡Tuvo que ser
muy valiente para realizar tales reformas!...
Javier. Pero Ezequías, como buen rey, realizaría también obras sociales que
favorecieran a los pobres, contra lo que hicieron los reyes de Israel y otros de Judá, tal
como denunciaban Amós y Oseas. De lo contrario, el culto oficial a Yahvé de poco servía a
los más necesitados.
P. Luis. Te cito, Javi, abreviando mucho, al mismo historiador de antes. Este rey no
cometió la culpa de caer en criminales injusticias. No se permitió libre camino a la
expoliación de los pobres. Con la estructura social de Judá aún intacta, pudo mantenerse
una relativa prosperidad general.
Rosy. Entonces, ¿de dónde le vino a Ezequías la guerra que hubo de mantener con
Asiria?
P. Luis. Porque Ezequías cometió un error político muy grave, en contra del parecer del
profeta Isaías que le aconsejaba lo contrario. Para evitar caer bajo Asiria, se alió con Egipto
y con Damasco, pero al fin hubo de someterse a la gran potencia, y sólo se libró de la
destrucción pagándole fuerte y pesado tributo.
P. Luis. Se burlaba de Yahvé en esa carta: “Que tu Dios, en el que confías, no te engañe,
diciendo: ‘Jerusalén no será entregada en manos del rey de Asiria’. Tú mismo has oído
cómo los reyes de Asiria han tratado a todos los países, entregándolos al exterminio total,
¿y tú vas a librarte?”... Ezequías, temblando y llorando fue al templo con la carta para
presentarla a Yahvé, de quien se burlaba el rey de Asiria.
P. Luis. Sí. El profeta Isaías tranquilizó al rey. Hablando de Senaquerib, le dijo: “Te
pondré mi argolla en la nariz y mi freno en el hocico, y te haré volver por el camino por el
que has venido”. Y le añadió a Ezequías sobre Senaquerib: “No entrará en esta ciudad, no
disparará contre ella una flecha, no avanzará sobre ella con escudo, ni alzará contra ella una
rampa. Yo protegeré esta ciudad por mi honor” El caso es que “aquella misma noche el
ángel de Yahvé avanzó y golpeó en el campo asirio a ciento ochenta y cinco mil hombres;
al amanecer eran todos cadáveres”.
Rosy. ¿Todo el ejército muerto en una noche? Esto me recuerda la matanza de todos los
primogénitos de Egipto en aquella noche pascual. ¿No nos puede aclarar este punto?
P. Luis. El hecho hay que tenerlo por cierto. Pero, aquí nos viene bien aquello de los
géneros literarios. La interpretación que se le da modernamente es que se echó una peste
sobre el campamento asirio, y, con el ejército diezmado, Senaquerib creyó más oportuno
regresar a su tierra.
Rosy. Entonces, sin decir ni milagro ni castigo duro de Dios, digamos que aquí jugó un
gran papel la Providencia divina en favor de su pueblo, respondiendo a la oración de su
piadoso rey.
Javier. Entre tantos disparates de reyes malos, ¡bien por este bueno de Ezequías! ¿Y qué
nos dice del otro rey bueno que antes nos ha mencionado?
P. Luis. Se trata de Josías. En su tiempo fue hallado el rollo del Deuteronomio que
contenía los mandamientos de la Ley como pacto de la Alianza entre Yahvé e Israel. Lo
debieron esconder para salvarlo durante el reinado del impío Manasés, y, al leerlo el rey, se
conmovió con toda la corte y comenzó aquella reforma tan seria en todo el reino de Judá.
Es muy interesante leer los capítulos 22 y 23 del Segundo Libro de los Reyes para darse
cuenta del celo desplegado por el joven rey en honor de Yahvé y en la vuelta del pueblo a
la fidelidad de la Alianza.
P. Luis. No habíamos dicho nada de él. Entre los dos estupendos reyes como fueron
Ezequías y Josías, hubo un rey malo de verdad, de quien dice la Biblia que “hizo lo malo a
los ojos de Yahvé”, volviendo a los falsos dioses como ningún rey lo había hecho en Judá.
Al describir sus crímenes, la Biblia tiene expresiones como ésta: “Manasés derramó tanta
sangre inocente que inundó Jerusalén de punta a punta”. Este Manasés, ¡hay para
pasmarse!, era hijo de Ezequías y abuelo de Josías, de esos dos reyes tan piadosos.
Javier. ¿Y no va a salir por alguna parte el rayo de esperanza de parte de Yahvé?...
P. Luis. ¡Claro que sí! El profeta Miqueas empezaba este siglo con el anuncio de la
catástrofe que vendría sin remedio, pero hacía una de las profecías más célebres del
Antiguo Testamento, como la mayor esperanza para Israel y para el mundo entero.
P. Luis. De un rincón de ese reino tan pequeño — y tan malo y tan bueno a la vez como
era Judá—, de un pueblecito de debajo de Jerusalén vendría un guía y un Salvador ante
quien se inclinaría el mundo entero. Dijo el profeta Miqueas: “En cuanto a ti, Belén, la
menor entre los clanes de Judá, de ti sacaré al que ha de ser el gobernador de Israel: sus
orígenes son antiguos, desde los tiempos más remotos”.
Javier. ¡Si sabían bien los judíos esta profecía!... ¿No son estas palabras las que dijeron
a Herodes los letrados y jefes del pueblo cuando aparecieron los Magos en Jerusalén?...
Cuestionario
P. Luis. En una lección histórica como ésta, nos podemos ahorrar el cuestionario de
siempre. Como vemos, esos cien años que van de la caída del reino del Norte en 721 al 609
en que murió Josías, fueron años de contrastes muy fuertes. Muchas maldades del rey Ajaz.
Grandes cualidades y piedad grande de Ezequías. Enormes pecados de Manasés. Y
magnífica reforma religiosa de Josías.
Rosy. Y, como siempre y sobre todo, la esperanza en la bondad y fidelidad de Dios. Con
la profecía de Miqueas acerca de Belén, Jesús en el horizonte... La salvación es segura.
A continuación, la misma Lección 033,
Isaías. Un profeta excepcional,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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P. Luis. ¡Venga, Javier! Te invito a que escojas de entre los escritos del Antiguo
Testamento uno que te guste por muchas cosas a la vez: historia, profecía, literatura...
Javier. ¿Literatura, dice? No sé hebreo para leerlo en su propio original. Pero, aún así,
me fascina leerlo en nuestra lengua. ¡Qué grandiosidad de estilo! ¡Qué imágenes! Si cuando
lo escuchamos en las celebraciones de la Iglesia —al decirnos “Palabra de Dios”, y
responder nosotros: “¡Gloria a ti, Señor!”—, me vienen ganas de decir también: ¡Y al
formidable escritor de estas páginas!...
Rosy. Bien, Javi. A todo esto, aún no nos has dicho a quién te refieres.
Javier. ¡Bendita de ti!... ¡Al profeta Isaías! Si no hay otro como él.
Rosy. Pues..., tienes razón. Isaías es muy leído en las celebraciones litúrgicas, y la
verdad es que nos encanta su estilo grandilocuente, vigoroso, lleno de imágenes vivas.
P. Luis. A los dos les doy la razón. Con Isaías llegó la literatura hebrea a su cima más
alta. Además, su vida, su acción profética y sus escritos gozan de una importancia grande
en el pueblo judío. Hoy vamos a dedicar nuestra charla especialmente a este profeta de talla
verdaderamente extraordinaria.
Javier. Magnífico, aunque ya nos habló algo de Isaías en la lección sobre los últimos
ciento cincuenta años del reino de Judá.
Rosy. Empecemos por lo primero: ¿Quién era Isaías? ¿Cuándo comenzó su ministerio
profético?
P. Luis. Probablemente era de familia noble y quizá pertenecía a la misma corte real.
Empezó su ministerio en el reino de Judá bastantes años antes de que Asiria acabara con
Israel, el reino del Norte.
P. Luis. No se puede precisar con exactitud. Empezó por el año 730 antes de Jesucristo,
y se prolongó hasta los veinte primeros años del siglo séptimo antes de Jesucristo. Allá por
el año 680 ya no aparece en la Biblia.
Rosy. Otra vez que vemos a un hombre santo —antes a Moisés y ahora a Isaías—, que
tiene miedo de morir porque ha visto la gloria de Dios. Además, se siente pecador. Con un
hombre humilde como éste, Dios va a hacer lo que quiera. Las personas humildes son las de
más fuerza después.
P. Luis. Así le ocurrió a Isaías. Fue en este momento cuando uno de los serafines agarró
con tenaza de oro un ascua encendida de delante del altar de Dios, bajó, le pasó por los
labios la brasa, y le dijo: “Tu culpa ha desaparecido y tu pecado ha sido expiado”.
Javier. Ante una visión como ésta, el elegido de Dios no tendrá miedo a nada.
P. Luis. Por eso respondió decidido: “¡Aquí estoy! Envíame”. Y Dios, ante tal
generosidad y prontitud, le encarga: “¡Vete a ese mi pueblo, y dile!”...
P. Luis. ¡Oh!, de momento, nada. Dios le previno al Profeta: -Ten presente que no te van
a hacer ningún caso, porque son de oídos cerrados, de ojos ciegos y de corazón duro, de
modo que no se quieren convertir.
Rosy. Pero, por lo que leemos en la Biblia, Isaías aconsejaba a reyes; amenazaba a los
ricos despiadados; alentaba a los pobres, y ante el culto oficial y vacío del Templo, con
oraciones y ayunos rituales pero sin sentido, señalaba a todo el pueblo lo que Dios quería,
que era culto sincero y justicia con los oprimidos
P. Luis. A este propósito de lo que dice Rosy, tenemos en Isaías párrafos como éste:
“¿Qué me importan tantos sacrificios?... Estoy harto de ellos... El humo del incienso me
resulta detestable...Al alzar sus manos para rezar, yo me tapo los ojos para no verles... Sus
manos están llenas de sangre... Detesten el mal y hagan el bien., buscando lo justo, dando
sus derechos al oprimido, haciendo justicia al huérfano, abogando por la viuda”...
Javier. Son palabras bastante duras. Y como se meta contra la injusticia, pronto la va a
pagar...
Rosy. O sea, entonces ya era como hoy. Se nos dice que, al salir del tribunal de la
penitencia y reconciliación, vamos convertidos en verdaderos ángeles...
Javier. Pero Isaías, como vimos en la lección anterior, está en un reino donde el culto y
las prácticas religiosas eran engañosas por no ser sinceras. Siempre me ha llamado la
atención aquel párrafo tan divertido, al denunciar al pueblo cuando se dedicaba al ayuno
ritual: “Cuando ayunan lo hacen por interés, mientras que explotan a todos sus obreros....
Agachar la cabeza como un junco, vestirse de sayal y empolvarse con ceniza..., ¿a eso
llaman ayuno que me agrade? El ayuno que yo exijo, es: deshacer los nudos de la maldad,
soltar las ataduras del yugo, dejar libres a los maltratados y romper todo yugo opresor;
repartir el pan con el hambriento y recibir en casa a los pobres sin hogar; vestir al desnudo
y no desentenderte de tus semejantes”.
P. Luis. Eso que tú dices lo leemos al final del libro de Isaías, muchos años más tarde
del profeta, como diremos después. Pero sigue, ciertamente, el mismo pensamiento del
profeta. Y continúa con una promesa para los que quieran responder a Dios: “Entonces
clamarás, y Yahvé te responderá; le pedirás ayuda, y te contestará: ¡Aquí estoy!...
Resplandecerá tu luz en las tinieblas, y lo oscuro de ti será como mediodía”.
Rosy. Me imagino que Isaías será siempre así. Recordando el ambiente en que se movía,
tal como vimos en la lección anterior, el profeta se mantuvo firme en su deber de denuncia.
Siempre fiel al rey, lo mismo al perverso Ajaz que al bueno y piadoso de Exequias, les
ayudaba con su consejo; pero, cumplido su deber, si no le hacían caso denunciaba,
amenazaba, hacía ver el castigo que venía, y él se retiraba prudentemente hasta nueva
ocasión y necesidad.
Javier. Pero en la lección anterior que ahora recuerdas, Rosy, vimos cómo se opuso a
que Ezequías se aliara con Egipto contra Asiria. El rey, mal aconsejado por otros, dudaba.
P. Luis. Es cierto, Javi. Pero Isaías, para convencerlo, acudió a un gesto simbólico, tan
usual en varios de los profetas. Y esta vez Isaías, escuchada la inspiración de Yahvé, se
vistió de sayal, y medio desnudo y descalzo, como un prisionero de guerra vencido y
deportado, iba recorriendo durante tres años las calles de Jerusalén, anunciando: “Así
conducirá el rey de Asiria a los cautivos de Egipto, mozos y viejos, desnudos y descalzos”.
Javier. Sí; aunque Ezequías hizo caso a medias, y hubo de someterse pagando el fuerte
tributo a Asiria.
P. Luis. Así ocurrió, en efecto. Pero cuando fue asediada Jerusalén por Senaquerib —lo
vimos en la lección anterior—, el rey siguió el consejo de Isaías, y Dios mandó la peste
sobre el ejército asirio, que se retiró sin hacer nada a la ciudad.
Rosy. Sí, recordamos muy bien este hecho, si no milagroso, sí muy providencial de
Dios.
P. Luis. Isaías había acabado su misión, cargado ya de años y de méritos. Entre las
promesas y profecías que anuncian la protección de Yahvé y la gloria de Israel con el futuro
Mesías, están algunas muy famosas.
Rosy. Habrá de exponer algunas, pues no nos va a dejar con las ganas, me figuro...
P. Luis. Una muy bonita es aquella en que describe a las gentes de todo el mundo,
gritando entusiasmadas: “Venid, subamos al monte de Yahvé, para que él nos enseñe sus
caminos, y nosotros sigamos sus senderos. Pues de Sión saldarla Ley y de Jerusalén la
palabra de Yahvé. Porque Yahvé gobernará las gentes y será el árbitro de pueblos
numerosos”.
Javier. Preciosa profecía. Después de la venida del Mesías, hoy vemos esto cumplido de
manera cabal. Queramos que no queramos, la única esperanza del mundo está en Jesucristo,
el que murió en Jerusalén y en Jerusalén resucitó; allí mandó su Espíritu y allí nació la
Iglesia. No podemos ver más claro el cumplimiento de una profecía.
P. Luis. Podríamos citar las palabras con que describe lo que va a ser el futuro Mesías.
“Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y brotará un retoño de sus raíces. Sobre él reposará
el espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y de respeto a Yahvé”.
Rosy. O sea, el Cristo sería un hombre cabal, perfecto. Lo que decimos, un tipo
completo. El Jesús que había de venir no podía ser de otra manera. El hombre más bello, a
la vez que Dios verdadero. Un día otro estudiaremos al Jesús así profetizado, ¿no es
verdad?
P. Luis. Nos faltan algunas lecciones todavía del Antiguo Testamento, pero todo llegará,
ten paciencia, todo llegará...
Javier. Magnífico este Isaías. Pero, ¿todo el extenso libro que figura como de Isaías en
la Biblia, es efectivamente de él?
P. Luis. Hoy sabemos que no, sino que es de diversos autores, escrito a lo largo quizá de
más de dos siglos.
Rosy. ¿Nos puede indicar, entonces, qué división del libro hay que tener en cuenta?
Rosy. Gracias porque nos lo aclara. Aunque para nosotros, es igual. Todo es la Palabra
de Dios, que el último redactor o compilador del libro englobó en el autor del Primer Isaías,
el más notable profeta de Israel.
Javier. ¿Y hay algo especial, que llame mucho la atención en el Segundo y Tercer
Isaías?
P. Luis. ¡Ya lo creo! En el Segundo están los llamados “Cantos del Siervo”, y que son
las profecías más notables sobre el Cristo paciente, el que moriría por el mundo. Están
repartidos esos cantos en los capítulos 42 y 52-53
P. Luis. Lo hago, pero sería mejor que leyeran estos capítulos por ustedes mismos. Son
de belleza incomparable, al mismo tiempo que hacen pensar tanto. Los estudios modernos
y, sobre todo, la Iglesia de siempre, lo han considerado como la gran profecía de Jesús, que,
con su pasión y muerte, padecidas vicariamente, o sea, por nosotros y en sustitución de
nosotros ante Dios, nos han merecido la salvación.
P. Luis. Dice, por ejemplo: “Despreciado, marginado, hombre doliente, como para
taparse los ojos y no verle, despreciable, un cualquiera. Él llevaba nuestras dolencias. Ha
sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos
trae la paz, y por sus cardenales hemos sido curados”.
Rosy. Valgan para nosotros ahora sólo estos versículos, Pero si estas palabras, más que
una profecía de varios siglos antes, parecen arrancadas de los Evangelios ante la cruz...
Javier. Bien. Pero, entre tantas profecías que ha citado, yo estoy pensando en otra
profecía que oímos citar muchas veces en las celebraciones de la Palabra.
P. Luis. Ya veo adónde vas. A la que trae después Lucas en su Evangelio y que Jesús
dijo se refería a Él mismo. Las palabras de Isaías son: “El espíritu del Señor Yahvé está
sobre mí, por cuanto me ha ungido Yahvé. Me ha enviado a anunciar la buena noticias a los
pobres, a vendar los corazones rotos, a pregonar a los cautivos la liberación y a los presos la
libertad..., para consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de ceniza, aceite
de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido” (Isaías 61,1-3.
Lucas 4,16-21)
Rosy. ¡Qué preciosidad! Si esto se lo aplicó Jesús a Sí mismo, ya sabemos lo que nos
trae Jesús. Ante Él, ante su Persona y su Evangelio, no cabe sino esperanza y alegría
verdadera. El Siervo de Yahvé, como acaba de decirnos, sufrió mucho, pero ¡hay que ver lo
que nos ganó con tanto padecer!
P. Luis. Pero, ¿saben una cosa? Estas palabras son del Tercer Isaías, cuyo mensaje se
puede resumir en este grito de esperanza, con palabras que pone en boca de Yahvé: “Yo
vengo a reunir a todas las naciones y lengua; vendrán y verán mi gloria”.
Cuestionario
P. Luis. En muy pocas palabras. Piensen que Isaías, profeta tan excepcional, lanzó
amenazas muy serias contra los reyes, los grandes, los ricos, contra todo el pueblo infiel a
Yahvé. Pero, sobre todo, con sus profecías y sus cantos y sus gritos de aliento, mantuvo
firme la esperanza de Israel en la salvación futura. Su mensaje, aún ahora, resulta siempre
actual: el mensaje del libro entero del Profeta, tanto del Primero, del Segundo, como del
Tercer Isaías. A nosotros nos es lo mismo.
Rosy. Y no sólo por la exquisita literatura que a ti te encantaba. En él hay que descubrir
al futuro Mesías, al “Em-ma-nu-el”, al Dios con nosotros, al niño encantador igual que al
héroe del Calvario...
A continuación, la misma Lección 034,
Judá. Tres profetas antes del final,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Javier. La verdad es que me gustan estas lecciones de la historia de Israel, vista a la luz
de los profetas. Nos hacen entender la Biblia mucho mejor, porque así sabemos situar y
centrar tantas escenas, profecías y palabras que Dios nos ha dejado acerca de su acción con
el pueblo elegido.
P. Luis. Por lo que ustedes dicen y la manera como se explican, veo que con estas
lecciones estamos consiguiendo nuestro fin: conocer mejor la Biblia para entenderla mejor,
para saber cómo actúa Dios, y, sobre todo, para orientarnos hacia Jesucristo. Esto es lo que
pretendemos, y con la ayuda de Dios lo vamos consiguiendo.
P. Luis. Pues, casi. Iba a tratar sin más de Jeremías, pero he detenido el paso para hablar
antes de tres profetas de su mismo tiempo, y que hablaron un poco antes del Destierro: son
Sofonías, Nahum y Habacuc.
Rosy. A éstos ya no los tenemos tan oídos, pero casi seguro que serán bien interesantes.
P. Luis. Y muy interesantes. Además, así no dejamos aparte en nuestro Curso, sin
estudiarlo, ni un solo libro de la Biblia. Tendremos noticia de todos, por insignificantes que
puedan parecer.
Javier. Por lo visto en las lecciones anteriores, sospecho que nos hallamos a las puertas
de la gran catástrofe: Judá va a desaparecer del mapa igual que había desaparecido Israel,
los dos reinos en que se había dividido el pueblo de Dios.
Rosy. Con todo, yo confío en que Dios va a actuar por su pueblo elegido.
P. Luis. Eso, siempre. Aunque puede hacerlo de muchas maneras, a veces las más
desconcertantes para nosotros. No olvidemos que Dios ofrecía la salvación por sus
portavoces los profetas. Hacía ya bastantes años que Miqueas e Isaías habían muerto. Y
Dios va a enviar a otro profeta de talla gigante: Jeremías.
Javier. Nos ha dicho que lo dejaba para otro día, ¿no es así?
P. Luis. Sí, es cierto. Porque antes que él aparece uno bastante discreto, Sofonías, y
poco después vendrán Nahum y Abacuc. Cada uno de ellos constituye un grito de Yahvé a
Judá para que detenga sus pasos ante el abismo. Empiezan a actuar, poco más o menos, por
el año 630 antes de Cristo.
P. Luis. Por ahora, nada más; ya que Jeremías es demasiado importante y hemos de
mirarlo con más detención. Hoy vamos a mirar esos tres profetas más modestos, pero que
tienen mensajes preciosos, contenidos en unos folletitos pequeños dentro de la Biblia.
Rosy. Por eso me va a gustar esta lección. Lo digo sinceramente. Porque son nombres
tan poco oídos hasta ahora.
P. Luis. Comenzamos por Sofonías. Parece que era una persona distinguida. Y empieza
a denunciar la falsa confianza que inspiraba la prosperidad lograda por el impío rey
Manasés, el cual había fortificado las fronteras, aunque había minado la moral del pueblo
con tanta idolatría y tanta inmoralidad.
Rosy. ¿Y pasaba esto en los días del rey Josías, aquel que había emprendido la reforma
de las costumbres con tanto empeño?
P. Luis. El rey Josías era muy niño, y hasta su mayoría de edad, gobernaban de hecho
unos magnates del pueblo que seguían las mismas andadas del impío Manasés.
Javier. ¿Y cuáles eran concretamente los pecados del pueblo más denunciados por el
profeta?
P. Luis. Ante todo, la soberbia, que les llevaba a la infidelidad a Yahvé, pues hasta se
decían: “¡Yahvé no hace ni bien ni mal!”, no da ningún miedo...
P. Luis. Por eso sigue el profeta denunciando males: “¡Ay de la rebelde, la impura, la
ciudad opresora! No ha escuchado la voz, no ha aceptado la corrección, no ha confiado en
Yahvé, no se ha acercado a su Dios”.
Javier. Y los gobernantes que sostenían al jovencito rey, ¡nada!... No hacían ningún
caso.
P. Luis. Contra ellos iba el profeta, con estas palabras: “Los príncipes que habitan en
ella son leones rugientes; sus jueces, como lobos esteparios, no dejan un hueso para la
mañana; sus profetas, fanfarrones, hombres traicioneros; sus sacerdotes profanan lo santo y
violan la ley”.
Rosy. Esta era la situación de Judá al empezar Sofonías su ministerio profético. Pero,
cuando comenzó a gobernar Josías, debieron cambiar las cosas, ¿no es así?
P. Luis. Parece que sí. Porque vino un silencio muy significativo de Sofonías, al ver la
reforma religiosa y social, que le hizo pensar al profeta, el cual se calló ante la esperanza
que ofrecía la actitud del rey y la colaboración del pueblo.
Javier. Pero aquella reforma, ¿fue lo suficiente profunda que hiciera cambiar al pueblo?
P. Luis. Fue muy sincera por parte del rey y también por los mejores del pueblo. Y
entonces Sofonías, aunque veía llegar la catástrofe final, pues ya se divisaba a Babilonia en
el horizonte, lanzó la profecía tan bella sobre el “Resto” y los “Pobres de Yahvé”,
previendo que después de tanto mal como esperaba a Israel, vendría la salvación.
P. Luis. Lo dijo así: “Aquel día... dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, y el
resto de Israel se cobijará al amparo de Yahvé. Ya no cometerán injusticias ni dirán
mentiras; ya no ocultará su boca una lengua embustera. Se apacentarán y reposarán sin que
nadie los perturbe”.
Javier. Acababa muy bien Sofonías, con la esperanza en Yahvé, el Dios fiel. ¿Y
después?...
P. Luis. Nos toca ver ahora a Nahum, que es un profeta muy especial, precisamente por
no tener nada de especial, a no ser una lección muy dura contra los que oprimen
injustamente al pueblo de Dios.
Rosy. Ser duro y fuerte contra los opresores, no está del todo mal... Aunque vemos por
todos los profetas que, al fin, siempre le vence a Dios el corazón.
Javier. Semejante cuadro hace pensar. Dios no puede tolerar semejantes injusticias con
pueblos así vencidos.
Rosy. Compartimos el mismo punto de vista. No hay pueblo, por pequeño que sea, que
no merezca más respeto.
P. Luis. Según el profeta, Yahvé está al tanto: “¡Dios celoso y vengador Yahvé,
vengador y rico en ira! ¡Se venga Yahvé de sus adversarios, guarda rencor a sus enemigos!
Yahvé, tardo a la cólera, pero grande en poder, a nadie deja sin castigo”.
Javier. Sabemos que Asiria fue vencida por Babilonia, y Nínive, la capital, destruida del
todo. ¿Qué dijo entonces Nahum?
P. Luis. El profeta no pudo disimular su regocijo. Lanzó un ataque sin piedad contra
Asiria, y, además, con un lenguaje poético extraordinario. Y acaba todo su librito con estas
palabras: “¡Tu herida no tiene remedio, tu llaga es incurable! Los que tienen noticias tuyas
baten palmas contra ti, pues, ¿sobre quién no cayó sin tregua tu maldad?”...
Javier. Aquí viene bien lo del refrán: Quien la hace, la paga. Pero, en un profeta tan en
contraste con los otros, ¿dónde está el mensaje de su profecía? Ha dicho de Dios igual que
todos los profetas: “Yahvé tardo a la cólera”. Sin embargo, un día u otro hace justicia.
Rosy. Gracias, Javi. Pero la experiencia de cada día nos dice que no hay manera de
acabar con la Iglesia. ¿Por qué? Sencillamente, porque es el Pueblo de Dios, y Dios estará
hasta el fin con su Iglesia, que verá caer uno tras otro a sus más encarnizados
perseguidores...
P. Luis. Rosy, tú siempre con las tuyas. ¡Y aciertas, te lo aseguro, aciertas!... Ahora
vamos a pasar al último de estos profetas, a Habacuc. Su libro es pequeñito, pero precioso.
Habacuc habla cuando ha caído Asiria, si bien el nuevo imperio caldeo de Babilonia tiene
sus ejércitos a las puertas de Jerusalén. Estamos, por lo mismo, por el año 600 antes de
Jesucristo.
P. Luis. Es algo difícil decirlo. El profeta tiene planteado un problema que no entiende:
¿Cómo siendo Dios tan bueno y tan fiel, castiga así a su pueblo? Es cierto que el pueblo ha
pecado, pero los imperios que lo han vencido y tratado de manera tan cruel —como Asiria
a Israel, y ahora lo va a hacer Babilonia con Judá— son mucho más malos que Judá.
Rosy. O sea, lo del refrán de nuestro pueblo: “Los malos siempre con suerte”...
P. Luis. Esto era lo que Habacuc no entendía: ¿cómo siendo Dios tan bueno y tan fiel, castiga
así a su pueblo? Y, naturalmente, entonces se hacía la pregunta: ¿por qué Yahvé castiga a su pueblo
con pueblos peores que él?... Por eso, el profeta le pregunta a Dios: “¿No eres tú, Yahvé,
desde siempre mi Dios, mi santo? ... Tus ojos puros no pueden ver el mal, eres incapaz de
contemplar la opresión. ¿Por qué ves a los traidores, y te callas cuando el impío se traga al
que es más justo que él?”.
P. Luis. ¡Claro que sí! La respuesta de Habacuc coincide con la de Nahum. Yahvé
amenaza a los pueblos victoriosos pero opresores: “Por haber saqueado a naciones
numerosas, serás saqueado por el resto de los pueblos, por tus crímenes, por la violencia al
país, a la ciudad y a todos los que la habitan”.
Javier. En definitiva, el mensaje de Habacuc hay que entenderlo así: Por los pecados
que ha cometido Israel y Judá, Dios castiga a su pueblo para corregirlo, para purificarlo; se
sirve para ello de esos pueblos bárbaros y salvajes; pero les llegará a ellos su hora, mientras
que Israel se salvará para siempre.
P. Luis. Esta es la verdad. Los caminos de Dios son siempre misteriosos, pero siempre
llevan al mismo fin: la salvación de los elegidos. Y elegidos son todos los que le abren el
corazón.
Rosy. Venimos a lo de siempre: Dios quiere que nos fiemos de Él. Quiere que tengamos
más fe en Él. Aunque a veces nos duelan sus correcciones, que son siempre paternales...
P. Luis. Rosy, has dicho una palabra clave, y, sin darte cuenta ni haberla leído, es del
mismo Habacuc, que dice: “Sucumbirá quien no tiene el alma recta, pero el justo vivirá por
su fidelidad”. Estas palabras las tomará San Pablo como la gran tesis o asunto que
desarrollará en su imponderable Carta a los Romanos, cuando diga: “¡El justo vive de la
fe!”, palabras que repetirá también la Carta a los Hebreos.
Cuestionario
Javier. Decía usted al principio, Padre Luis, que estos profetas eran algo secundario y
poco llamativos. Pero, ¡vaya mensajes que contienen!
Rosy. ¿De Jeremías? ¿El profeta llorón? Así lo considera nuestro pueblo, que dice tantas
veces de muchas personas: “Llora más que Jeremías”... “Llora como un Jeremías”...
“Parece un Jeremías”...
P. Luis. Por eso te lo preguntaba. Es la fama tan injustificada que lleva un profeta de lo
más admirado y querido en la Biblia. Un profeta que lloró, sí, y como nadie, pero no por sí
mismo, sino por su pueblo, cuya desgracia inminente anunciaba y cuya caída espantosa
hubo de presenciar con sus propios ojos.
Rosy. Es decir, que esa acusación de que Jeremías era un llorón no está justificada.
P. Luis. Jeremías, tímido por naturaleza, era sin embargo un valiente, al que había dicho
el mismo Dios: “Hoy te he convertido en plaza fuerte, en pilar de hierro, en muralla de
bronce frente a toda esta tierra. Te harán la guerra, pero no podrán contigo”.
Javier. No está mal que nos haga esta introducción, pues la fama popular de Jeremías es
la que decía Rosy, ni más ni menos.
P. Luis. Es cierto que Jeremías era por naturaleza era muy tímido, como dijo él mismo
cuando sintió la llamada de Dios: “¡Ay, Señor Yahvé! Mira que no sé expresarme, que soy
un muchacho!”.
Rosy. O sea, el mismo miedo de Isaías cuando sintió la llamada de Dios al ministerio
profético.
Rosy. Por o mismo, nos preparamos para ver en Jeremías lo mismo una ternura grande
que una valentía como la habrán tenido pocos.
P. Luis. Si eso pasa con todos los profetas, lo es mucho más con Jeremías. A él le toco
ejercer su ministerio en los días más trágicos de Judá. Empezó por el año 626 antes de
Jesucristo, y terminó en 587. Avisaba, amenazaba, animaba..., pero todo era inútil con
aquellos reyes incapaces y malos. El año 597 fue tomada Jerusalén por los caldeos, que se
llevaron muchos deportados a Babilonia.
P. Luis. Todavía, no. Faltaba lo último. Hubo nueva sublevación de los judíos, y el año
587 los caldeos, con Nabucodonosor al frente, tomaron de nuevo Jerusalén, incendiaron y
destruyeron el Templo y se llevaron a Babilonia cuantos cautivos pudieron.
Rosy. ¿Y lo tuvo que ver todo Jeremías personalmente? ¿Le tocó a él también la
desgracia?
P. Luis. Lo vio todo. Pero Jeremías, valiente, y para animar a los que quedaban,
permaneció en la Jerusalén arruinada. Una vez asesinado Godolías, el gobernador que había
puesto Babilonia, un grupo de judíos se lo llevaron prisionero a Egipto, y lo más probable
es que murió allí.
Javier. ¿Ven? Ahora estamos en situación de entender todo lo que venga sobre su vida y
su profecía.
P. Luis. Sí, Javi. Es necesario tener estos hechos en la mente para seguir el libro
maravilloso de Jeremías. Además, era de familia sacerdotal, y, a pesar de lo afectuoso y
tierno que era —como se ve en todo su libro—, no se casó y permaneció siempre célibe,
para profetizar con un gesto simbólico la soledad en que quedaría la nación.
Rosy. ¿Lo dice todo por sí mismo, o lo sabemos por otros historiadores?
P. Luis. Lo sabemos por sus propios escritos. Suele ponerse en tercera persona, pero,
entendiendo que habla de sí mismo, no hay profeta cuya vida conozcamos mejor que la de
Jeremías.
Rosy. Entonces, aparte de que su libro sea Palabra de Dios, y por lo mismo digno de
toda nuestra veneración, sus escritos nos pueden llegar muy al fondo del alma.
P. Luis. Estoy acorde contigo, Rosy. La vida y la profecía de Jeremías tuvo una
influencia enorme en el pueblo y en varios escritos de la Biblia que le siguieron.
Perseguido, calumniado, encarcelado, a pesar de todo se hizo amar, lo veneró después el
pueblo judío, y resulta el profeta que más nos entra en el corazón.
Javier. Por las fechas que nos ha dicho, veo que a Jeremías le tocó vivir la reforma
iniciada por el rey Josías, la cual debió tener en el profeta todo su apoyo.
P. Luis. Muy bien pensado. Así tuvo que ser. Por más que toda la reforma quedó
paralizada con el asesinato del rey a manos del faraón de Egipto en la propia Palestina.
P. Luis. Sí. Parece que todo fue una traición. Y le siguieron después unos reyes que no
hicieron nada por seguir aquella reforma religiosa y social que hubiera salvado a Judá.
Aunque todos los historiadores están de acuerdo en afirmar que el mal era demasiado
profundo, y prácticamente no tenía remedio.
P. Luis. ¡Vaya que si lo dijo! Miren la que le soltó al rey Joaquín, que había roto y
quemado el escrito que Jeremías le dictó por medio de su secretario Baruc: “Así dice
Yahvé: ‘Tú has quemado aquel rollo diciendo: ¿Por qué has escrito en él: ‘Vendrá sin falta
el rey de Babilonia y destruirá esta tierra y se llevará cautivos de ella a hombres y bestias?’.
P. Luis. Espera, pues siguió diciendo: “Por tanto, así dice Yahvé a propósito de Joaquín,
rey de Judá: ‘No tendrá quien le suceda en el trono de David, y su propio cadáver yacerá
tirado al calor del día y al frío de la noche. Yo castigaré sus culpas y las de su linaje y sus
siervos, y traeré sobre ellos y sobre todos los habitantes de Jerusalén y los hombres de Judá
todo el mal que les dije, sin que hicieran caso”.
Rosy. ¿Y dicen de Jeremías que era débil y un llorón?... ¿Qué le hizo el rey?
Javier. Ante lo que vimos en las lecciones anteriores de las alianzas de los pueblos
pequeños con los grandes imperios como Asiría, ¿por qué ahora no hizo lo mismo Judá con
Babilonia?
P. Luis. Aquí estuvo el fracaso de Jeremías. El profeta vio lo irracional que resultaba
aliarse con Egipto contra Babilonia, y quería el mal menor: someterse a Babilonia
voluntariamente pagándole el tributo, pero quedando libre de guerra. No se le hizo ningún
caso. Los reyes y los dirigentes del pueblo, fiados en la religión oficial del culto del
Templo, se sentían seguros con la protección de Yahvé, que no podía fallar en su promesa
sobre la dinastía de David.
Javier. Pero en aquellas circunstancias, eso resultaba una ilusión tonta y suicida.
P. Luis. ¿Y saben por qué? Pues, porque los magnates hacían caso de los falsos profetas
que mentían, y la denuncia de Jeremías era terrible: No el Templo, sino la conversión es lo
que quiere Yahvé. Sus palabras eran muy fuertes: “No confíen en palabras engañosas
diciendo: ¡Templo de Yahvé, Templo de Yahvé, Templo de Yahvé!”...
Rosy. El Dios que ya conocemos. Amenazas y amenazas, pero al fin vencido por su
bondad....
P. Luis. Bueno cuanto quieras. Pero este decir sin miedos la verdad le trajo disgustos,
dolores y persecuciones sin cuento, hasta que llegó a lamentarse: “¡Ay de mí, madre mía,
que me diste a luz para ser varón discutido y abatido por todo el país! Ni les debo ni me
deben, ¡pero todos me maldicen!”.
Rosy. Y entre tanta profecía de desastres, ¿no tuvo Jeremías alguna buena de verdad?
P. Luis. ¡Vaya que si la tuvo! Una de las más famosas del Antiguo Testamento. Ante la
inutilidad de la reforma de Josías, no continuada por los reyes siguientes, y ante tanta
idolatría, injusticia e inmoralidad, viendo que Israel había roto la alianza con Yahvé su
Dios, Jeremías lanza el anuncio de una nueva Alianza, después de la guerra y destrucción
que está previendo, pero de la cual el pueblo saldrá purificado.
P. Luis. Dice así: “Van a llegar días en que yo pactaré con Israel y Judá una nueva
alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para
sacarlos de Egipto y que ellos rompieron. Sino que ésta será la Alianza que yo pactaré con
Israel después de aquellos días: pondré mi ley dentro de ellos, y la escribiré sobre sus
corazones, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”.
Rosy. ¡Qué belleza! Los corazones, tablas de la nueva Ley. Así llevamos nosotros la ley
de Cristo, ¿no?...
Javier. Ya se ve adónde va Jeremías, que mira la conversión de los corazones. Contra
aquella seguridad que les daba la religión oficial del Templo —como antes nos ha dicho el
Padre Luis—, Jeremías va a cada individuo en particular, y no a una religión oficial del
Estado, que se va en unas ceremonias sin sentido y en unos actos que no afectan para nada
a las costumbres.
Javier. Por lo que yo sé, en esos países que producen vino, el “agraz” son las uvas
verdes, que dejan la dentadura áspera y con sabor tan ácido y desagradable.
P. Luis. Jeremías quiere que Israel vuelva a Yahvé con la ilusión con que lo buscó al
salir de Egipto, y se lo trae Dios a la memoria con estas palabras: “Así dice Yahvé: De ti
recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo, aquel seguirme tú por el desierto”.
Rosy. Parece que estamos volviendo al profeta Oseas, que tanto nos llamó la atención.
Yahvé, el esposo que busca y espera los amores primeros de aquella esposa infiel, que se
iba detrás de otros amantes...
P. Luis. ¡Qué bien que lo recuerdas, Rosy! Y me alegra... Esto es lo que quería
Jeremías: que cada corazón volviera a Dios con la frescura del amor primero, sabiendo que
el Señor mira lo íntimo de cada uno, y no sus obras exteriores, como eran las de aquellos
que ofrecían en el Templo un culto y sacrificios tan sin sentido. Por eso les dice: “El
corazón es lo más retorcido, no tiene arreglo: ¿quién lo conoce? Yo, Yahvé, exploro el
corazón, para dar a cada cual según su camino, según el fruto de sus obras”.
Javier. Jeremías, además de estar inspirado por Dios, no dejaba de ser un buen
psicólogo. Era uno que conocía bien el corazón del hombre...
Rosy. A mí me están trayendo estas palabras a la mente las otras de Jesús, cuando
reprochaba a los fariseos sus obras, todo exterioridades sin pizca de amor en sus almas. La
ruina que vendrá al pueblo judío después de Jesucristo, se va a basar en lo mismo: sus
dirigentes se iban todo en culto oficial, pero sus acciones no correspondían para nada a la fe
que decían tener en Yahvé.
Javier. Sí; los dirigentes judíos del tiempo de Jesús se parecían a los del tiempo de
Jeremías como un huevo a otro huevo...
P. Luis. Y por eso va a venir lo que va a venir. El castigo era inminente. Jeremías lo
veía, y, aunque no se le hacía ningún caso, antes de que viniera la catástrofe final lanzó su
último aviso: “Así dice Yahvé: ‘Miren que estoy ideando contra ustedes cosa mala. Ea,
pues: vuelva cada uno de su mal camino y mejoren su conducta y acciones”. Ni Jerusalén ni
el resto de Judá hizo caso, y vino Babilonia que acabó con todo...
Cuestionario
Javier. Este Jeremías se hace simpático porque sí. No sabía yo que fuese un profeta tan
formidable.
P. Luis. No tengo por qué hacer ningún resumen de esta lección. Les aconsejo,
sencillamente, que lean a Jeremías. Como les he dicho al principio, por ser tan tierno,
cariñoso, amable, no le pasará como a tantos otros, a los que se les recuerda pero no se les
ama.
Rosy. Y eso que acabó totalmente fracasado. Prisionero de los mismos suyos, ¡morir en
Egipto, tan lejos de su Patria adorada, por la que lloró tanto, y no por sí mismo!
Javier. ¡Morir fracasado! Es la suerte de muchos grandes hombres que hacen tanto por
los demás y la Patria, y quedan en el olvido. Menos mal que hay un Dios que conoce y
premia sus vidas.
P. Luis. Esa fue la suerte de Jeremías, cuya influencia en el porvenir sería poderosa. El
futuro Israel lo seguirá queriendo, y, cuando nazca el Judaísmo, tendrá en Jeremías a su
gran maestro. La misma Iglesia, el nuevo Israel de Dios, lo considera como una imagen
dechada del propio Cristo.
A continuación, la misma Lección 036,
El Destierro de Babilonia, La purificación del pueblo judío,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. ¿Llegaremos al punto tan temido?... Me refiero a la caída de Judá, después tanta
amenaza de los profetas.
Rosy. Recuerdo lo de Israel bajo Asiria. ¿Fue tan horrible lo de Judá bajo Babilonia?
P. Luis. Lo vamos a ver. La catástrofe de Jerusalén, igual o peor que la de Samaría. Pero
el destierro, aunque duro, fue cosa muy diferente. Y, en los planes de Dios, la gran
bendición para Judá. Después de la salida de Egipto y el paso del Mar Rojo, con la primera
Pascua y el Sinaí, no creo que haya una lección tan importante en el Antiguo Testamento
como la que hoy nos toca ver: el Destierro en Babilonia.
Javier. Estamos bien prevenidos por tantas amenazas de los profetas. Al fin, le llegó la
hora terrible al reino de Judá, como le había venido siglo y medio antes al de Israel.
Rosy. Siempre he leído que eso de Babilonia fue una catástrofe sin precedentes, pero de
la cual va a salir el pueblo con un vigor insospechado, purificado en su fidelidad a la
Alianza, centrado en sus ansias mesiánicas, y con una fidelidad tal a Yahvé que ningún dios
extraño tendrá que ver ya nada con el pueblo judío.
Javier. Yo, como siempre, pidiendo nos sitúe en el momento histórico apropiado. Así
entenderemos bien lo que venga.
P. Luis. Hoy todo va a ser eso: historia, que es lo que tú pides. Había muerto asesinado
el buen rey Josías el año 609 antes de Jesucristo. En Judá reinaba su hijo Joaquín, de
carácter débil y tiránico, siempre en alianza con Egipto que lo había colocado en el trono.
El profeta Jeremías le hacía ver lo equivocado de su política, y le aconsejaba aliarse con la
nueva potencia que era Babilonia.
Rosy. Pero eso, ¿no era colaboracionismo del profeta? Hoy no nos gustaría mucho...
Javier. ¡Claro! Entonces no existían las Naciones Unidas para discutir en plano
internacional. O te ponías con los grandes, o estabas perdido...
P. Luis. Fue el error del rey, que en vez de hacer caso al profeta, se rebeló contra
Babilonia.
Rosy. ¿Qué remedio le quedaba? Era como si hoy Tobago, Trinidad o Haití declarasen
la guerra a Estados Unidos o Rusia. Por valientes que fueran esos pueblos minúsculos, ¿qué
papel iban a hacer ante las superpotencias?...
P. Luis. Bien puesta la comparación. Ocurría esto el año 597, y Nabucodonosor llevó a
cabo la primera deportación de judíos a Babilonia: al rey Jeconías con sus mujeres, a su
madre, a todos los jefes y guerreros, a los técnicos de cerrajería, a toda clase dirigente entre
los nobles y sacerdotes, entre ellos al profeta Ezequiel, con un total, según la Biblia, de
unas diez mil personas (2Reyes 24-14)
P. Luis. Por ahora, no lo destruyó. Aunque expolió todos los tesoros del Templo y del
palacio real de Salomón.
P. Luis. Sí. Quedaba en Jerusalén como rey Sedecías, nombrado por Nabucodonosor. Esta
tragedia la leemos en el capítulo 24 del Segundo Libro de los Reyes. Pero falta lo peor, lo
que nos narra el siguiente capítulo 25.
Rosy. Pues si una deportación como ésta era el principio, ¿cómo será el fin?...
P. Luis. Sedecías reinó once años, y además de reinar mal religiosamente, volviendo a
todos los pecados de reyes anteriores, cometió el error fatal de rebelarse contra Babilonia.
Y ahora Nabucodonosor no perdonó nada. En Enero del 587 ponía cerco a Jerusalén, que
resistió valiente. Pero en Julio del 586, con la población muerta de hambre, hubo de
rendirse sin más.
Javier. ¡Así era el derecho de gentes en aquellos tiempos!... Los vencidos, con odio
reconcentrado y no disimulado, cantarán en un Salmo contra Babilonia: “¡Capital de Babel,
devastadora, feliz quien pueda devolverte el mal que nos hiciste, feliz quien agarre y
estrelle a tus niños pequeños contra la roca!” (Salmo 136,8-9)
P. Luis. Dejemos aparte semejantes sentimientos, que chocan tanto con nuestra
concepción cristiana.... El saqueo de la ciudad de Jerusalén fue total. El Templo, incendiado
y destruido del todo, igual que el palacio real y las casas de todos los nobles. Las murallas
fueron derribadas para que cualquier defensa resultara después imposible. Todo el bronce
del Templo y cuanto era de valor, fue botín de guerra y llevado a Babilonia, junto con toda
la población de algún significado social.
P. Luis. Sólo quedó una parte de la gente pobre del pueblo para que cultivara las viñas y
los campos. Y por si todo eso fuera poco, cuatro años más tarde, en el 582, el jefe de la
guardia caldea realizó otra deportación con lo poco que quedaba, tal como lo vemos por el
libro de Jeremías. El Estado real de Judá, con su último rey Sedecías, había desaparecido
del todo y para siempre.
Javier. Sabíamos que la ruina del pueblo había sido grande, pero no pensábamos que lo
hubiera sido tanto.
P. Luis. En toda Palestina quedaban esos judíos más pobres, los que dejaron los asirios
en el desparecido Reino del Norte, y ahora los pobretones de Judá. Sin embargo,
empezaron a unirse a su manera. Iban a Jerusalén a adorar a Dios entre las ruinas del
Templo, aunque como nación ya no tenían nada que hacer. Los judíos que quedaban vivían
mezclados con los colonos extranjeros implantados por los asirios en el Norte y con los
elementos nuevos de ahora, como los edomitas, que se habían introducido en Judá.
Rosy. Pero esos que quedaban, seguían creyendo en Yahvé y dándole culto, ¡gracias a
Dios! Y esto no deja de ser una esperanza.
P. Luis. Pues, no tanto. Como veremos, la esperanza estaba en los deportados. Para los
que quedaron en Palestina, y sin negar que hubiera algunos creyentes sinceros, Yahvé ya no
era el Dios de la tierra, sino uno de tantos dioses en aquel revoltijo de dioses traídos por las
gentes que poblaban los territorios del antiguo Reino de David y Salomón. Pero Yahvé
volverá, ¡vaya que si volverá!...
Javier. ¿Y qué ocurría con los deportados en Babilonia? Será interesante saberlo.
Rosy. Nos lo podemos imaginar, después que vimos lo que hicieron con su rey, y lo que
habían hecho antes los asirios con Israel, ya que caldeos y asirios debían ser los unos
iguales que los otros.
P. Luis. No lo creas, Rosy. Hay que decir, ante todo, que los caldeos no eran como los
asirios. El mismo rey Jeconías, llevado cautivo en la primera deportación y tratado con
dignidad como huésped real, fue dejado libre al cabo de algunos años por el rey que
sucedió a Nabucodonosor.
P. Luis. Los caldeos no esclavizaron a los deportados, que llamamos así, “deportados”,
y no precisamente “prisioneros”. No los tenían ni como esclavos ni encerrados —como
diríamos hoy—, en “campos de concentración”. Sino que vivían en asentamientos propios,
con permiso para construirse casas y ganarse la vida como pudieran.
P. Luis. Y para los cautivos hubo algo mejor y más providencial en los planes de Dios.
Al sentirse libres y poder reunirse en comunidad, esto les favoreció mucho para animarse
en la desgracia, renovarse en el espíritu, escuchar a los profetas y sacerdotes, y empezar así
la renovación que pararía en lo que después se llamará el Judaísmo.
Javier. Todo podía esperarse de un pueblo como el judío, admirable porque sí...
P. Luis. Eso mismo. El pueblo judío, sumamente listo y trabajador, no se arredró ante la
enorme dificultad de la vida de exilados. Además, hay que tener presente que fue llevada la
parte más selecta del pueblo, los que eran capaces de abrirse camino dondequiera
estuviesen. De hecho, cuando acabe el Destierro y comience el retorno, muchos se
quedarán definitivamente el aquellas tierras, porque vivían muy bien acomodados y con
gran influencia en la misma sociedad civil.
P. Luis. Te adelantas mucho, mucho, Rosy. Llegará día en que veremos eso de Ester.
Pero vale la pena que cites ese libro porque viene a dar razón a lo que estamos diciendo, o
sea, que los judíos se dieron al trabajo y a todo lo que exigía la vida ciudadana, de modo
que, al cabo del tiempo, igual dirigían el comercio que escalaban el puesto más distinguido
en la corte real...
Javier. Y una pregunta interesante. ¿Cuántos habían sido los deportados?
P. Luis. Antes hemos citado los diez mil que cuenta el capítulo 24 del Segundo Libro de
los Reyes. Pero Jeremías (52, 28-30), da la suma total de 4.600. Sin embargo, hay que tener
en cuenta que no entraban entonces dentro de las estadísticas ni las mujeres ni los niños, y
muchas veces tampoco los hombres no aptos ya para las armas, como eran los ancianos. Se
han hecho cálculos de hasta 50.000 personas. Quizá sean demasiados, pero no andarían
muy lejos de esas cifras.
Rosy. Ante esto que nos dice, la situación de los judíos. no era tan mala en medio de la
tragedia.
P. Luis. Más que el aspecto material, hay que mirar los sentimientos que podían anidar
en sus corazones, y que yo resumiría en el cuadro que nos traza el bellísimo Salmo 136: “A
las orillas de los ríos de Babilonia nos sentábamos a llorar”... Ante todo, se ve que todos
aquellos deportados sufrían tremendamente por la Patria que dejaron atrás.
Rosy. Comprendo la añoranza que sentían por su Patria lejana, pero lo último ya es un
odio muy profundo y un sentimiento demasiado bárbaro...
P. Luis. Sin embargo, digámoslo claramente, en el Destierro estuvo metida del todo la
mano de Dios.
Javier. Esto, por de pronto. Dios no podía permitir esa desgracia en su pueblo por
capricho. Algún fin muy grande debía tener Dios.
P. Luis. Es cierto que su fe en Yahvé —vencido por los dioses de los caldeos, así
pensaban y hablaban—, se vio sometida a una prueba durísima. La Carta de Baruc y Las
Lamentaciones trataron de mantenerles en la fe de su Dios Yahvé, sin hacer caso de los
dioses de Babilonia, la cual, como capital y gran ciudad, les fascinaba con su esplendor al
compararla con la humildad relativa de Jerusalén.
Rosy. Nos ha dicho que entre los deportados estaba Ezequiel. ¿Qué hizo un hombre
como él?
P. Luis. Lo veremos cuando hablemos otro día especialmente sobre este profeta.
Generalizando un poco más, digamos que por los profetas, y en especial por el
incomparable Ezequiel, el pueblo reflexionó y cambió radicalmente en su manera de pensar
y de proceder.
P. Luis. Ante todo, cambió de criterios sobre las promesas de Yahvé. Aquella religión
oficial del culto en el Templo no valió para nada. ¿Entonces? La promesa de Yahvé no
estaba ligada a nada material. Había que buscar el apoyo únicamente en la fe. Si Dios lo
dijo, lo cumplirá, sea como sea. Aunque no se tenga templo y aunque no se cuente ya con
un rey de la dinastía de David...
P. Luis. Lo veremos en su momento oportuno. Los setenta años del Destierro acabarían
un día con el decreto de Ciro, el rey persa que venció a Babilonia, el cual les permitiría
regresar a su tierra, restaurar el Templo de Yahvé y volver a ser nación.
Cuestionario
Javier. Como en todas las lecciones de historia, a poco se puede reducir el cuestionario.
P. Luis. Yo haría un simple comentario, el que hacen todos los historiadores cuando
estudian este punto. No se explica uno cómo sobrevivió Israel. Aparte de la promesa y de la
asistencia de Yahvé su Dios, hay que admirar la fe, la tenacidad, la mística y el espíritu
indomable y emprendedor del pueblo judío. ¿Cómo no desapareció igual que los demás
pueblos vecinos, y hasta como las gentes de los imperios poderosos que los vencieron y
aventaron por las naciones?...
P. Luis. Isaías..., Jeremías... Ya los conocemos. ¿Creen que hay algún otro profeta que
podamos poner al lado de ellos?...
Rosy. Me imagino que sí. Porque ha sonado ya alguna vez un nombre muy especial al
hablar del Destierro de Babilonia. ¿Se refiere a Ezequiel?...
P. Luis. Has adivinado, Rosy. Ezequiel, junto con sus predecesores Isaías y Jeremías,
forman la tríada de los más grandes profetas de Israel.
Javier. Empiece por situarnos bien en su tiempo y espacio, para entender su profecía.
P. Luis. Ya lo tenemos dicho en la lección anterior. Cautivo y llevado por los caldeos en
la primera deportación, es desde Babilonia donde predica a Jerusalén, a la que va, como
dice él mismo, “en visión”.
P. Luis. No. Eso es una ficción literaria. Por los primeros capítulos de su libro parece
que estuviera profetizando en la misma Jerusalén; pero no fue así, ya que su ministerio lo
ejercitó durante unos veinte años en Babilonia.
Rosy. Veo en la Biblia que su libro es bastante largo. ¿Todo trata de lo mismo?
P. Luis. Muy bien hecha la pregunta, porque si se lee todo seguido podría producir
cierta confusión. El libro describe dos etapas. Y hay que saber distinguir entre estas dos
etapas del profeta para entender bien a Ezequiel.
P. Luis. Eso decía respecto de la primera etapa. Sobre la segunda, dirigida a los
deportados en Babilonia, es de consuelo, de confianza, de ilusión por la restauración.
Rosy. Pero me imagino que, en una y otra, habremos de tener presente lo que antes nos
decía: que la misión de Ezequiel fue ser entre los desterrados el profeta de la consolación y
la esperanza.
P. Luis. Eso, por de pronto, Rosy. Aunque su estilo literario puede confundir: rudo, frío,
áspero a veces, sin la galanura de Isaías ni la delicadeza de Jeremías. Por más que Ezequiel
inicia en su libro el llamado lenguaje apocalíptico, que imitará tanto el libro de Daniel y
que llegará a lo sumo con el Apocalipsis de Juan, el último libro de la Biblia.
Javier. Entonces, tenemos que empezar a descifrar lo que se nos diga en adelante con un
lenguaje que para nosotros resulta hoy bastante difícil.
P. Luis. En esa manera de escribir, todo es a base de visiones fantásticas, en las que el
fuego, las nubes, el viento huracanado, los animales de formas insospechadas, tienen una
importancia tan grande.
P. Luis. Como Jeremías, era un levita y pertenecía a la clase sacerdotal. Tal como
dijimos, fue llevado a Babilonia en la primera deportación del año 597. De su vida sabemos
muy poco. Por eso, nos tenemos que limitar a su magnífico libro.
Javier. Dicen que Ezequiel es un profeta que recurre mucho a gestos simbólicos, a
veces muy curiosos. ¿Es verdad? Hacía una cosa rara, y dejaba a la gente que la
interpretase. Ahí estaba su mensaje.
P. Luis. Es cierto. No vamos a enumerar aquí todas esas acciones simbólicas. Pero me
limito a recordar una bien llamativa, y que suponía un dominio tremendo de sí mismo: fue
la muerte de su esposa, por la cual no derramó ni una lágrima.
P. Luis. Pues, eso hizo, Rosy. Pareció el hombre más estoico, aunque se le hubiera
partido el corazón. Porque dice que le dijo Yahvé: “Voy a quitarte de golpe el encanto de
tus ojos. Pero tú no te lamentarás, no llorarás, no te saldrá una lágrima”.
Javier. ¡Un hombre muy valiente! Aprovechar la mayor desgracia para enseñar de parte
de Dios, eso no lo hace cualquiera. Tenía que tener un enorme sentido de responsabilidad
sobre su misión.
P. Luis. Así tuvo que ser. Al morir la esposa, no hace ningún luto por ella, de modo que
la gente le pregunta: -¿Qué quieres decir con todo esto?...
Rosy. El gesto era bien duro para Ezequiel. ¿Y qué respondía él?
P. Luis. El profeta les asegura de parte de Dios que les va a hacer desaparecer el
Templo, encanto y orgullo de Judá —como lo era para él su esposa—, a la vez que les
anuncia la muerte de los hijos e hijas de Judá con la destrucción que les viene encima,
como castigo de los pecados del pueblo. Será inútil que lloren ante lo irremediable.
P. Luis. Tiene varios aspectos muy grandes y muy positivos. Muy parecido a Jeremías,
les hace ver a los exilados que el destierro es un castigo purificador de Yahvé por los
pecados, no una aniquilación del pueblo.
Javier. Creo que esto debe darse por supuesto. Dios no castiga sin más ni más. Por las
lecciones anteriores sabemos que los pecados del pueblo, sobre todo el irse detrás de otros
dioses dejando a Yahvé, excitaron la cólera divina. Y, para ser Dios fiel a sus promesas, el
pueblo debía volver necesariamente a su Dios.
P. Luis. Javi, has dicho la verdad de la manera más exacta. Hay que leer sobre todo los
capítulos 16 y 20 de la Profecía para darse cuenta de que Ezequiel no exagera, y, bajo su
enseñanza, el pueblo llegó a tener conciencia de que el castigo fue debido a los pecados del
pueblo, como les dice el profeta: “Se contaminan conduciéndose como sus padres,
prostituyéndose detrás de sus ídolos, presentándoles sus ofrendas, haciendo pasar a sus
hijos por el fuego, contaminándose con todas sus basuras, hasta el día de hoy”.
Javier. Ezequiel vuelve al profeta Oseas, que, con la imagen de la esposa que se hace
voluntariamente prostituta, el pueblo llegaba al colmo de la infidelidad.
P. Luis. Pero Ezequiel es más duro en su lenguaje, muy al revés de Oseas, que empleaba
tanta ternura. Porque los judíos no solamente se prostituían ante los dioses extranjeros, sino
que hasta les pagaban para que vinieran a la tierra de Yahvé. En el Destierro de Babilonia
se dieron cuenta de su error, y empezaron a apegarse a Yahvé de una manera admirable.
Javier. Ezequiel y los otros sacerdotes, ¿se fijaron en algún punto especial para
conseguir la renovación del pueblo?
P. Luis. Uno de los medios de que se sirvieron Ezequiel y los sacerdotes en el Destierro
fue precisamente la observancia del sábado. El reunirse en comunidad, el escuchar la
palabra y el rezar juntos, les llevó a aquella fe y amor de su Dios que nunca habían logrado
alcanzar antes.
Rosy. Sí... Lo que nos pasa a nosotros cuando somos fieles a la observancia del
domingo. Es imposible la pérdida del conocimiento de Dios y de su amor.
Javier. ¿Y algún otro punto más llamativo de la profecía de Ezequiel?...
P. Luis. Hay uno que llama mucho la atención: le responsabilidad personal del pecado,
sin echar a los demás la culpa por lo acaecido. Como era fácil echarla a los antecesores,
Ezequiel les hace ver la responsabilidad personal y el juicio y la recompensa que cada uno
recibirá. Lo dice el famoso capítulo 18, que vale la pena leer entero.
Luis. Por ejemplo: “¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado, y no más bien
en que se convierta de su conducta y viva?... Si el justo se aparta de su justicia, comete el
mal y muere, muere a causa del mal que ha cometido. Y si el malvado se aparta del mal que
ha cometido para practicar el derecho y la justicia, conservará su vida. Ha abierto los ojos y
se ha apartado de todos los males que había cometido; vivirá sin duda, no morirá”.
Javier. Con esto, nos hace ver Dios que lo más necesario para salvarse es someterse a
una cirugía del corazón...
P. Luis. Javi, no podías decirlo mejor. Por eso Dios promete darles un corazón nuevo:
“Pondré en ellos un espíritu nuevo; quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un
corazón de carne..., para que observen mis preceptos y así sean ellos mi pueblo y yo sea su
Dios”.
Rosy. Oiga, Padre Luis, ¿no es Ezequiel quien nos presenta una visión que parece la
danza de la muerte?...
P. Luis. Naturalmente, esto va a exigir del pueblo, como hemos dicho varias veces, el
volver a Dios con conciencia pura, mediante la observancia de la Ley de la Alianza.
Javier. Lo cual exigirá también el acabar con aquellos reyes y pésimos gobernantes de
antaño. De lo contrario, siempre estarían en las mismas.
P. Luis. Sin darte cuenta quizá, te has metido con estas palabras en la profecía más bella
de Ezequiel, la de Yahvé mismo como pastor de su pueblo, en contraposición a aquellos
reyes malos que les llevaron a la ruina.
P. Luis. Casi, casi... Regresados los judíos a su tierra, será Dios mismo quien los rija y
gobierne: “Como un pastor vela por su rebaño, así velaré yo por mis ovejas. Las recobraré
de todas partes donde se habían dispersado, las sacaré de en medio de los pueblos y las
llevaré de nuevo a su suelo”.
P. Luis. Para tu gusto, Rosy, Ezequiel hace mucho más. Concreta su promesa en el
futuro Mesías. Nada de reyes como los anteriores, sino un príncipe salido de la estirpe de
David, un príncipe bueno, y no un rey absolutista, peor que cualquier dictador: “Yo
suscitaré un solo pastor que les apacentará..., mi siervo David será príncipe en medio de
ellos”.
Javier. O sea, que con esto del Destierro de ahora, van a salir ganando después...
P. Luis. Y el profeta les promete más. Yahvé les va a devolver hasta su sueño dorado:
¡El Templo! Pero un templo nuevo, ideado por el mismo profeta en los capítulos 40-42, al
que un día va a volver Yahvé, porque les dice: “Éste es el lugar de mi trono, el lugar donde
se posa la planta de mis pies. Aquí habitaré en medio de los hijos de Israel para siempre”.
P. Luis. Así será. Porque no habrá creyente alguno, tanto judío como cristiano, que no
haga suyas las palabras del precioso Salmo 136: “¡Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me
seque la mano derecha! ¡Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no
exalto a Jerusalén como colmo de mi alegría!”.
Cuestionario
Javier. ¡Hay para meditar con este Ezequiel! Padre Luis, ¿no nos diría en resumen lo
principal de su mensaje?
P. Luis. ¿Te acuerdas, Rosy, de lo que dijiste sobre el profeta Jeremías cuando le
dedicamos una de nuestras clases?
Rosy. ¡Vaya que si me acuerdo del profeta llorón, y de lo que la gente dice de él: llora
como un Jeremías..., y cosas parecidas. Pero usted sabe que cambié de opinión.
P. Luis. Pero lo malo no estuvo precisamente en el título, sino en las palabras de las
traducciones griega y latina, las cuales añadieron este subtítulo: “Y sucedió que, deportado
Israel y Jerusalén devastada, el profeta Jeremías se sentó a llorar, y entonó esta
lamentación”.
Rosy. Desde luego, que el título no deja de ser sugestivo: “Lamentaciones”. Nada
extraño si se refiere a los hechos que ya sabemos, la destrucción de Jerusalén, el derribo del
Templo y la deportación de los habitantes más conspicuos, en número tan crecido, de
Jerusalén a Babilonia.
Javier. Entonces, si nos atenemos al nombre del libro, sabemos lo que nos espera:
participar de los sentimientos de dolor del pueblo que ha caído de manera tan trágica. En
fin, Padre Luis, díganos algo del libro: ¿cómo es y cómo trata la situación del pueblo de
Judá en aquellas circunstancias?
P. Luis. El libro es pequeño, pero precioso. Son cinco lamentaciones sobre la ruina de la
Ciudad santa y sobre el Templo de Yahvé, arrasado y convertido en escombros. Pero, en
medio de los llantos, hay también gritos de esperanza, porque Yahvé no va a fallar en sus
promesas y el pueblo, arrepentido, se volverá a su Dios.
Rosy. Tengo aquí abierta la Biblia, y, sin haberlo leído antes, sino echándole sólo un
vistazo, parece que todo está dividido en estrofas que compusieran un poema.
P. Luis. Pues, sí. El autor es un poeta, o al menos un versificador muy instruido, bien
preparado y de gusto exquisito, que nos ha dejado una joya de la literatura universal, joya
producida, íbamos a decir, por un genio.
Rosy. Así, que este escrito debe conmover. Aquí difícilmente cabrá la indiferencia.
¿Qué estilo sigue el autor o compositor?
Javier. Si entran las plañideras y los llorones de oficio, debe haber mucho artificio.
P. Luis. Eso era una manera de expresar los sentimientos dominantes en un funeral. Los
plañideros de oficio podían hacer comedia, pero los familiares y amigos no la hacían. Y
aquí, se trata de todo el pueblo judío que llora no ceremoniosamente, sino con una
sinceridad brutal.
Rosy. ¿No se sabe por otras fuentes de la historia cómo era la letra de esos cantos
fúnebres?
P. Luis. Pues, no sé qué decirte. Pero puedo contarte algo curioso. Entre los judíos no
salía el nombre de Yahvé, porque no era el Dios de los muertos sino de los vivos, como
dice, por ejemplo, el Salmo: “Los muertos no alaban a Yahvé, ninguno de los que bajan al
silencio. Nosotros, los vivos, bendecimos a Yahvé, desde ahora y por siempre”. Son unas
palabras que un día aprovechará Jesús en su Evangelio para probar la resurrección de los
muertos.
Rosy. Muy interesante. ¿Por qué no pasamos ya a cada una de las cinco Lamentaciones?
Rosy. Sí, aquí leo palabras textuales de la Ciudad desolada: “Justo ha sido Yahvé, pues
he sido rebelde a sus órdenes... Escuchen, pueblos todos, y contemplen mi dolor... He
llamado a mis amantes, y todos me han traicionado... ¡Contempla, Yahvé mi angustia! ¡Me
hierven las entrañas, mi corazón se me revuelve dentro, pues he sido muy rebelde!...
¡Escucha mis gemidos, no hay quien me consuele!”...
Javier. Menos mal que los judíos aquellos empezaban a darse cuenta de los disparates
que habían cometido.
Rosy. Y si empiezan con esta humildad, no acabará mal la cosa, de seguro. La humildad
es el arma con que nosotros vencemos a Dios.
P. Luis. ¡Qué bien dicho, Rosy!... La segunda estrofa lamenta lo peor: ¿Por qué Dios, en
vez de protector de su ciudad, se ha convertido en su enemigo?
Rosy. ¿Es posible una pregunta como ésta?... ¿Dios, culpable del castigo?... ¿Ese Dios
que dice tantas veces en la Biblia que no se complace en el pecador ni en su castigo, sino
que quiere que se convierta y viva?...
P. Luis. La explicación es sencilla. Nosotros, después que Jesús nos reveló toda verdad,
tenemos unos conceptos de Dios muy claros y muy distintos de los judíos de antaño.
Javier. Padre Luis, creo que habrá de explicar bien este punto.
P. Luis. Los judíos —al revés de tantos otros pueblos paganos, cosa que aún ocurre hoy
en algunas civilizaciones— no admitían dos dioses: un Dios bueno y fuente de todo bien
como era Yahvé, y otro dios malo, responsable de todos los males que padece el mundo. Si
Dios no había más que uno, Yahvé, y era tan bueno, ¿cómo es que ha venido de su mano
tan grave mal? ¡Hay que decir que ha fallado Dios!...
Javier. Era una manera de discurrir muy lógica en ellos: No hay más que un Dios; de
Dios viene todo lo bueno y malo; luego esto ha venido de Dios... Nosotros discurrimos de
otra manera, pero ellos discurrían así.
P. Luis. ¡Claro! Pero como ellos mismos veían que esto era imposible, no había otro
remedio que confesar las propias culpas y refugiarse en Dios, el cual, aunque hubiera
castigado, es bueno de todas maneras...
P. Luis. Por eso confesaban en esta lamentación: “Se ha portado el Señor como
enemigo; ha acabado con Israel, ha destruido sus palacios, ha derribado sus fortalezas, ha
llenado la capital de Judá de llantos y lamentos”.
P. Luis. Pero venía a corregirse de lo que decía, y acude a Dios mismo para que
recapacite y dé marcha atrás: “Mira, Yahvé, y recapacita: ¿a quién has tratado de este
suerte?”.
Rosy. Hoy diríamos nosotros que Dios no ha mandado el mal, sino que, sencillamente,
lo ha permitido para nuestro bien.
Javier. Pienso igual que tú, Rosy. Y diga algo, Padre Luis, sobre la tercera lamentación.
P. Luis. La tercera estrofa, también henchida de dolor, da sin embargo paso a una
esperanza inquebrantable. Porque Dios, el que ha castigado, no ha acabado del todo con el
pueblo. Quiere decir que lo sigue amando. De lo contrario, lo habría eliminado de la tierra
completamente.
Rosy. O sea, que la esperanza no se puede borrar de Israel. Es una señal magnífica de
que Dios está con ellos. Una confianza así mientras sufren el castigo no puede venir sino
del mismo Dios.
P. Luis. Esta es la razón poderosa y firme que da el cantor poeta: “Por algo traigo a la
memoria, algo que me hace esperar: Que el amor de Yahvé no ha acabado, que no se ha
agotado su ternura; mañana a mañana se renuevan, ¡grande es tu fidelidad! ¡Mi porción es
Yahvé, me digo, por eso en él esperaré!”.
P. Luis. Esta cuarta sigue contando la tragedia con pinceladas fuertes, pero echa toda la
culpa a los dirigentes del pueblo, y en especial a los falsos y malos los profetas y a los
sacerdotes indignos, que no cumplía con su deber sino que esquilmaban al pueblo.
Javier. Es decir, que vuelve a los profetas anteriores del destierro, los cuales acusaban
sin piedad tanto a los grupos de profetas asalariados como a los sacerdotes que no servían al
pueblo sino que se preocupaban sólo de su bienestar y de sus familias.
Rosy. Pero quizá no se pueda generalizar demasiado. Porque vimos que tanto Jeremías
como Ezequiel eran también de la estirpe sacerdotal. Y vimos también cómo en el Destierro
hubo grupos de sacerdotes que reunieron a los deportados en comunidades y de ellos nació
aquella reforma tan seria de las Sagradas Escrituras.
P. Luis. Es cierto lo que dices, Rosy. Pero, aunque había sacerdotes buenos a lo
Jeremías y Ezequiel, eso no quita que hubiera muchos que fallaban al pueblo. Por eso
denuncia esta cuarta lamentación: “Fue por los pecados de sus profetas, por las culpas de
sus sacerdotes, que en medio de ella derramaron sangre inocente”.
Javier. Nos ha dicho antes que en esta lamentación se vislumbra una gran esperanza.
¿Dónde está el signo de ella?
Rosy. O sea, que no solamente Israel era el pecador, sino todos los pueblos que le
rodeaban y de momento le vencían.
P. Luis. Con la ventaja para Israel de que sabía reconocer su pecado, arrepentirse y
poder confiar. Cosas que no existían en esos otros pueblos que no tenían la revelación de
Israel.
P. Luis. Escucha las palabras que en esta cuarta lamentación les dirige el autor tanto a
Jerusalén como a Edom: “¡Has expiado tu culpa, capital de Sión; ya no volverá a destruirte!
¡Pero castigará tu culpa, capital de Edom, pondrá al desnudo tus pecados!”.
Rosy. Veo aquí en la Biblia que la quinta lamentación ya no está en forma acróstica, con
tantas estrofas como letras del alfabeto. Pero, ¿es del mismo libro de las Lamentaciones?
P. Luis. Es del mismo libro y tiene el mismo valor. Aunque pudo ser de otro autor, y el
recopilador final la unió de manera indisoluble a las otras cuatro.
P. Luis. Escúchenla, al pie de la letra: “¡Recuerda, Yahvé, lo que hemos pasado, mira y
observa nuestro oprobio!... Ha caído la corona de nuestra cabeza. ¡Hay de nosotros, que
hemos pecado! Por eso se duele nuestro corazón, por eso se nublan nuestros ojos... Mas tú,
Yahvé, reinas por siempre: ¡tu trono permanece de edad en edad!... Hemos de volver a ti, y
volveremos. Renueva nuestros días como antaño”.
Cuestionario
Rosy. Veo que para gustar un libro como éste de la Biblia, hay que leerlo con
tranquilidad, con paz, y mirando en él —tendiendo ya la vista muy lejos— al mismo Jesús,
que por haber cargado con nuestros pecados, cayeron sobre Él todas las calamidades que el
inspirado poeta israelí lamenta de Jerusalén.
P. Luis. A esto que acabas de decir, Rosy, quisiera yo reducir el cuestionario de hoy.
Primero. Más que explicaciones sobre este libro, léanlo. Sáquenle todo el gusto que
tiene.
Segundo. El pueblo judío hizo uso frecuente de este libro en el culto. Y lo hace la Iglesia
sobre todo en el tiempo cuaresmal y en la Semana Santa. Aquí se aprende lo que es el
reconocer los pecados propios; se adivina lo que es el castigo que merecen, cuando así
recayeron los nuestros sobre Jesús; y se palpa lo que es la esperanza del pecador cuando
confía en Dios.
Javier. Sabemos muy bien lo de siempre: que con la humildad desarmamos al mismo
Dios...
A continuación, la misma Lección 039,
Baruc y la Carta de Jeremías. Súplicas y... ¡al tanto con los ídolos!
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Pues hoy nos vamos a meter con dos libros que figuran entre los proféticos, y
que son tan poco conocidos y muy poco citados. El uno es, diríamos, doctrinal o sapiencial;
y el otro resulta una página casi cómica.
P. Luis. Baruc y la Carta de Jeremías. Más que dos libros diferentes, las Biblias
modernas los traen juntos: la Carta de Jeremías viene a ser el capítulo último o un apéndice
de Baruc.
Javier. Ya sabemos quién era Jeremías, igual que su secretario y portavoz Baruc. No
van a necesitar mucha presentación.
P. Luis. Sin embargo, te voy a dejar un poco decepcionado. Lo más probable es que el
libro de Baruc no es de Baruc el secretario de Jeremías, ni la Carta de Jeremías es del
profeta que conocemos muy bien.
Rosy. ¿Por qué, pues, llevan esos nombres como autores de los libros?
P. Luis. Respecto del primero, hasta ahora se pensaba así. El profeta Jeremías tenía un
secretario particular y mensajero llamado Baruc. Cuando Judá fue desterrado a Babilonia,
Jeremías se sintió en el deber de consolar, animar y mantener la esperanza de los
deportados.
P. Luis. Sí; lo hizo por una carta, que es este librito de Baruc, el cual, según se
desprende del mismo escrito, la llevó personalmente a los que vivían tan lejos de la Patria.
Y por Baruc, secretario y portavoz del profeta, se llama “Baruc” a este mensaje de la
Biblia.
Rosy. Pero lo de la Carta ya deberá ser más auténtico, pienso yo.
P. Luis. Pues cambia de opinión, y desde ahora piensa igual que de Baruc. ¿Por qué?...
P. Luis. Era costumbre de los judíos atribuir sus escritos a personajes célebres —quizá
muertos hacía muchos años—, y esto pudo pasar con Baruc, puesto que el tema que trata
para judíos muy posteriores se adapta plenamente a lo que había ocurrido con los
deportados de Babilonia.
Rosy. En la última clase dejamos a los deportados a Babilonia bajo la guía profética y
espiritual de Ezequiel, ese profeta tan formidable.
Javier. ¡Y tan formidable! ¿Qué vinieron entonces a hacer estos dos escritos de Baruc y
la Carta de Jeremías?
P. Luis. Después del Destierro de Babilonia, cuando ya se les permitió a los judíos
regresar a su tierra, muchos se quedaron en los lugares en que habían vivido; otros muchos,
desde antes incluso del Destierro, habían huido a Egipto; otros se distribuyeron por el
nuevo imperio de Persia; más adelante, cuando las campañas de Alejandro Magno, todavía
se difundieron más por todos los países que habían caído bajo el conquistador macedonio.
P. Luis. Exacto. Por una parte, los judíos de fuera de Palestina habían de convivir con
gentes politeístas, es decir, que adoraban a tantos dioses. A prevenirles contra la adoración
de esos dioses e ídolos va sobre todo la Carta de Jeremías, colocada como parte última de
Baruc, la cual no es más que una sátira burlesca contra los dioses falsos de los paganos y de
los cuales no hay que hacer caso alguno.
Rosy. ¿La Carta es una sátira burlesca?... ¿Es que no habla en serio?...
P. Luis. ¡Oh, sí! Muy en serio. Pero con un lenguaje muy divertido. Por si no volvemos
sobre ella, te doy el consejo de que la leas de un tirón para pasar un rato entretenido de
verdad.
P. Luis. Estamos diciendo que la tentación contra la fe en su único Dios debía ser muy
fuerte. Pero seguían fieles a Yahvé y a la Alianza. Muy lejos de Palestina, y en concreto
lejos del Templo de Jerusalén, hubieron de buscar y encontrar nuevas formas de culto.
¿Qué hacer entonces?...
Javier. Los judíos de entonces eran tan buenos como los de ahora para discurrir. Seguro
que encontraron alguna salida muy buena.
Javier. Eso mismo. Se les empezaba a abrir el mundo y era cuestión de acomodarse a
las nuevas condiciones de vida. Había que ser fieles a Dios en todas partes. Así pienso yo...
P. Luis. Y piensas muy bien, Javi. Es así cómo surgieron entonces las comunidades
judías, convertidas después en las sinagogas, y con una gran fidelidad a Yahvé,
reconquistada providencialmente con el Destierro de Babilonia. Y entonces aparecieron
también esas nuevas formas de culto, siempre con la memoria en Jerusalén y en su Templo
restaurado.
Javier. Por lo visto, no nacieron solamente lugares para las reuniones —las futuras
sinagogas, como usted dice—, sino que vinieron también otros escritos que iban
aumentando el tesoro de las Sagradas Escrituras.
P. Luis. Eso está claro. Salieron a luz nuevos escritos para mantener la fe de los judíos
dispersos en Yahvé, fe muy probada por el culto de tantos dioses falsos como sus ojos
veían. Así es como nacieron este libro de Baruc y la Carta de Jeremías, que hoy ocupan
nuestra atención.
Rosy. A nosotros nos basta saber que esos nuevos escritos eran inspirados por Dios. El
que fueran o no fueran del secretario de Jeremías con destino a los desterrados en
Babilonia, para nosotros es igual.
P. Luis. Eso es lo importante. El mensaje que contiene Baruc —usado en el culto judío
por aquellos años de tanta dispersión— es muy válido para nosotros, que nos sentimos
pecadores, que invocamos a Dios en la angustia, que necesitamos esperanza.
Javier. ¿Por qué no pasamos ya al libro de Baruc, me refiero, a alguno de sus mensajes
en particular? Seguro que no han perdido actualidad para nosotros.
P. Luis. Si pasamos ya al libro, nos encontramos, ante todo, con una confesión humilde
de los pecados del pueblo. Resulta muy emotivo este reconocerse pecadores. Fijémonos
solamente en estas líneas, tan significativas: “El Señor es justo; nosotros, en cambio, nos
sentimos abochornados... Cada uno de nosotros ha seguido los planes de su corazón
obstinado, haciendo el mal ante el Señor nuestro Dios”.
P. Luis. ¡Sí que te adelantas y adivinas, Rosy! Porque esas fórmulas nuestras se
remontan a tiempos muy antiguos, lo más probable al culto de los judíos de antes de Cristo.
Javier. Con humildad semejante, se atreven a acudir a Dios y pedirle cualquier cosa.
Porque si Dios se aleja del soberbio, y se eleva cada vez a mayor altura, se abaja cada vez
más al humilde hasta ponerse en el mismo nivel.
P. Luis. Es lo que hacían los judíos arrepentidos. Por eso prosigue la súplica con
expresiones como éstas: “Ahora, Señor, aparta de nosotros tu cólera... Escucha, Señor,
nuestra oración y nuestra súplica... Mira, Señor, desde tu santa morada y atiéndenos;
inclina, Señor, tu oído y escucha... Puesto que eres el Señor, nuestro Dios, nosotros te
alabamos, Señor”.
Rosy. O sea, que aquellos judíos habían dejado las idolatrías y abominaciones de sus
padres, y se habían vuelto a Yahvé con todo el corazón.
P. Luis. A eso iban precisamente, porque esa sabiduría la cifraban en la Ley, Ley que
era un privilegio de Israel y de ningún otro pueblo. Por eso siguen con estas palabras: “Dios
descubrió el camino del conocimiento y se lo enseñó a su siervo Jacob y a su amado Israel.
Después apareció en la tierra, y convivió con los hombres. Ella es el libro de los mandatos
de Dios, la Ley que perdura por los siglos... ¡Felices de nosotros, Israel, pues se nos ha
revelado lo que agrada al Señor!”.
Rosy. ¡Hay que ver cómo Israel supo volverse a su Dios! Nos damos cuenta, sin
pretenderlo casi, de que nos estamos acercando al final, es decir, a Jesucristo, el Salvador
prometido.
P. Luis. No dices mal, ni mucho menos, Rosy. Por primera vez en la Biblia, Baruc llama
a Dios el “Eterno”, así, como nombre propio. Y al decir que esa “sabiduría” de Dios
apareció en la tierra y convivió entre los hombres, se acerca mucho a lo que pronto dirá
Juan en su Evangelio: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”.
Javier. Vamos viendo cómo aquellas esperanzas, que tanto Jeremías como Ezequiel
depositaban en el pueblo cuando estaba derrotado del todo, se van cumpliendo casi
inexorablemente.
P. Luis. ¡Y tanto! Este libro de Baruc tiene unas palabras tan entusiastas como éstas:
“Jerusalén, quítate el vestido del luto y de la aflicción, y vístete ya siempre con las galas de
la gloria de Dios. Envuélvete en el manto de la justicia divina y adorna tu cabeza con la
gloria del Eterno. Porque Dios mostrará tu esplendor a toda la tierra y te dará para siempre
este nombre: Paz en la justicia y gloria en la piedad”.
Rosy. Si estas palabras nos las hubiera dictado en las clases anteriores al Destierro y
durante el mismo, no las hubiéramos podido creer. ¡Cómo ha tenido que cambiar el pensar
del pueblo! Realmente, que Babilonia fue una purificación radical. Dios se empleó bien a
fondo en ella. En adelante, de Israel se podrá esperar lo que se quiera.
P. Luis. Javi, aquí sí que te adelantas demasiado. Habrá de venir Jesús para que tratemos
este punto, que no lo dejaremos de estudiar. La promesa de Dios se mantiene firme en pie.
El alejamiento actual de Israel respecto de Jesucristo es temporal. A nosotros no nos cabe la
más pequeña duda. El mismo Jesús y San Pablo hablan de manera categórica. Por otra
parte, aunque el Israel de hoy no admite a Jesús como el Cristo, pero mantiene su fe en su
único Dios que es Yahvé.
Rosy. A mí me emocionan esas fotos que nos muestran a tantos judíos rezando delante
del Muro de las Lamentaciones, el que sostenía su antiguo Templo.
P. Luis. Sí, es cierto. A ti, Rosy, te emocionan esas fotos. Valdría la pena que un día lo
vieras con tus propios ojos, como tuve la suerte de verlo yo. No me resistí, y me apegué al
Muro como un judío de tantos, rogando precisamente a Dios que acelere el día de la plena
revelación de su Cristo al pueblo elegido.
Javier. Tiene que ser así. Pues, de lo contrario, esas palabras de la Biblia escritas por el
pueblo judío, dirigidas a Dios en favor del pueblo judío, y repetidas hoy por el pueblo
judío, carecerían completamente de sentido. Y Dios —vamos a lo de siempre— es El Fiel.
P. Luis. Así hay que discurrir respecto del pueblo de Israel, que sigue firme en la
elección de Dios. Por eso —entre otras consecuencias como podríamos sacar—, no se
explica el antisemitismo de ciertos pueblos y de algunas personas cerradas.
Rosy. ¿Y no nos añade algo sobre la Carta de Jeremías? ¿Está sólo para que yo pase un
rato divertido cuando la lea?... Ante su silencio, pareciera que la Carta de Jeremías no tiene
hoy aplicación alguna.
P. Luis. ¡Vaya que si la tiene! En nuestros días se han sustituido aquellos dioses por
otros mucho más peligrosos y temibles. El dios oro y el dios placer tienen rendidos a sus
pies a millones de seres humanos.
Javier. Y eso que sabemos lo que dan en la vida: preocupación, insatisfacciones del
corazón, fracasos, para ser al fin causa de la perdición eterna de sus adoradores.
Rosy. ¡Claro! El “Eterno”, como le llama Baruc, es incompatible con esos dioses
efímeros que pasan..., dioses que a la postre resultan tan ridículos como los ídolos de la
Carta de Jeremías.
Cuestionario
P. Luis. Pregunto ahora: Lo que se escribió dos o tres siglos antes de Jesucristo, ¿vale
para los cristianos del siglo XXI? Sí; no lo dudemos.
Primero. En cuanto al libro de Baruc y la Carta de Jeremías, aunque posteriores al
Destierro, reflejan la situación de los judíos lejos de la Patria, que luchan por mantenerse
fieles a Yahvé.
Segundo. El arrepentimiento, la súplica y la esperanza eran los tres pilares de su
seguridad.
Tercero. La Iglesia de hoy —al menos en muchas naciones— se halla en las mismas
circunstancias de dolor que aquellos judíos de Babilonia y los de la diáspora o dispersión:
sufren persecución, dolor o tentación. El ejemplo de aquellos israelitas es estimulante para
todos ellos.
Javier. ¿Qué es lo que nos interesa? ¡Dios, solo Dios, el Yahvé de la Biblia, y no los
falsos dioses que la humanidad se inventa cada día y ante los cuales se rinde!... Sólo
quedará el Eterno...
A continuación, la misma Lección 040,
El retorno del Destierro, Después de las nubes, el sol...,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Javier, para tus gustos te preparo hoy una buena lección.
Rosy. De historia, seguro.
Javier. Si es así, soy todo oídos...
P. Luis. Después de tanto desastre como nos ha tocado presenciar en las lecciones
anteriores sobre la deportación de Israel a Asiria y de Judá a Babilonia, con los acentos
terribles de los profetas durante dos siglos, hoy nos viene la lección más hermosa en la
historia del Pueblo elegido.
Javier. ¿Más que la del Éxodo, la de la salida de la esclavitud de Egipto bajo el
caudillaje de Moisés?
P. Luis. Prácticamente, casi igual. Se trata de la vuelta del Destierro de Babilonia y la
reanudación de la vida de Israel en la Tierra Prometida.
Rosy. Javier, te desafío a que voy a estar más atenta que tú... ¡Ya están bien los setenta
años del Destierro de Babilonia! Queramos que no, nos tenían un poco abatidos con tanta
desgracia.
P. Luis. Eso de “setenta” lo dices repitiendo lo que se dice siempre. Pero es una cifra
redonda.
Javier. ¿Puede, entonces, precisar mejor?
P. Luis. Serían cerca de setenta si se empezase a contar con el sometimiento del rey
Joaquín de Judá al rey Nabucodonosor de Babilonia, pues empezó a pagarle tributo a partir
del año 604 antes de Cristo.
Rosy. ¿Y se comienza a contar desde este año 604?
P. Luis. Aunque se hiciera desde él, no se llegaría a los setenta, sino que nos
quedaríamos en los 67. Pero, ¡vaya!, eso es una cuestión secundaria.
Rosy. ¿Cuándo fueron, pues, las deportaciones?
P. Luis. Ya lo dijimos en su lección propia. Pero, si quieres, lo repito. La primera
deportación de judíos al destierro empezó el año 597, la segunda fue en el 586, y la tercera
y última en el 582. El regreso del Destierro hay que colocarlo el año 539 con la caída de
Babilonia y el ascenso de Ciro el persa.
Javier. Por lo mismo, prescindiendo de ese año 604, el del tributo, y haciendo bien los
cálculos según estas fechas límites, 597-539, fueron 58 los años que duró el Destierro.
Rosy. Aunque yo me pregunto: Pero, ¿cómo fue tan rápida la caída de Babilonia? Su
imperio duró muy poco, en comparación con los imperios de Egipto, Asiria y los que iban a
seguir...
P. Luis. Colocándonos en el año 550 —así, en redondo—, Babilonia ya no es la de
antes. Es un imperio que se está debilitando muy seriamente. Y mientras tanto, Ciro, el rey
de Persia, se muestra un emprendedor formidable.
Javier. De hecho, el reino de Persia, entre todos los antiguos del Medio Oriente, es el
único que ha dejado huella hasta nuestros días.
P. Luis. Ciro va conquistando reino tras reino, tanto hacia el Este de Asia —hasta llegar
a las fronteras de lo que hoy es Afganistán—, como hacia el Oeste, de modo que logra al
fin posesionarse de toda el Asia Menor y llega hasta Egipto.
Javier. Ya se ve entonces que Babilonia, debilitada internacionalmente y dividida dentro
de sí misma, era una presa fácil.
P. Luis. Voy a lo que decías tú, Javi. Así fue. Y el año 539 caía en manos de Ciro, que
hacía de Persia el imperio más vasto de la antigüedad.
Rosy. Este Ciro nos va a resultar simpático, ya lo veo, si es él quien resuelva la situación
de los judíos deportados por Asiria y Babilonia, y dispersos por todo el Oriente.
P. Luis. Sin embargo, lo interesante de Ciro no es el verlo rey triunfador, por grande que
fuera. Lo verdaderamente importante de Ciro es la política, la generosidad y la grandeza de
miras con que trató a los pueblos conquistados.
Rosy. Así, que lo mejor será olvidarnos completamente de los asirios que deportaban y
trataban tan salvajemente a los pueblos conquistados, y de la misma Babilonia, que
destruyó sin contemplaciones a Jerusalén y deportó a sus habitantes, aunque los tratara
después con gran condescendencia.
P. Luis. Esta es la verdad de Ciro, que permitió a todos los pueblos conquistados el
conservar sus dioses y tributarles sus cultos acostumbrados. Su política fue la tolerancia y
la generosidad.
Javier. Un tipo como éste se merece un monumento imponente en la Historia. Eso no lo
habíamos visto hasta ahora en ningún rey de la antigüedad.
P. Luis. Pero pronto lo verás repetido con otros conquistadores y otros imperios…
Javier. Aunque se adelanta dos o tres siglos, ya veo a donde va, Padre Luis. Yo eso lo
sabía de Alejandro Magno, el de Macedonia, y de un César Augusto, el mejor emperador de
Roma; pero a éstos les faltaba aún bastante tiempo para hacerse presentes en el mundo, y
tenían una procedencia muy diferente de los asiáticos. Grecia y Roma no eran lo mismo que
Asiria o Caldea...
P. Luis. Piensas muy bien, Javi. Pero a nosotros nos toca ahora mirar a Ciro en su
relación con los judíos. Igualmente, hemos de mirar a los judíos ante el mundo que se les
abre delante con la llegada de Ciro.
Rosy. Es de suponer que consta todo en la Biblia.
P. Luis. Pues, sí y no. Todos lamentamos que la Biblia es muy parca al hablar de estos
acontecimientos. Pero sabemos lo suficiente para caminar con seguridad, apoyados también
en documentos de historia civil. Lo de Ciro, lo encontramos nada más abrir el libro de
Esdras. La disposición de los judíos la tenemos en el llamado Segundo Isaías.
Javier. Son dos fuentes de la Biblia. Empecemos, pues, por Ciro.
P. Luis. Contra lo que propones, vamos a hacerlo al revés. Miramos antes que nada al
Segundo Isaías, o “Deuteroisaías”, como se le suele llamar.
Rosy. Sí; recuerdo perfectamente que el libro de Isaías comprende tres partes bien
definidas, de autores distintos, aunque englobados bajo el nombre único de Isaías el profeta.
Usted nos explicó que el Primer Isaías es lo propio del profeta, escrito a finales del siglo
octavo o principios del séptimo. El Tercer Isaías se escribió pasado ya el Destierro. Y el
Segundo Isaías, que va del capítulo 40 al 55, y que por lo visto es lo que ahora nos interesa,
fue escrito por un profeta anónimo durante el Destierro.
P. Luis. Así es, Rosy. El Segundo Isaías se compuso por un profeta anónimo poco antes
de la llegada de Ciro.
Javier. ¿Qué es, pues, lo que había pasado con Israel?
P. Luis. Este Deuteroisaías, o Segundo Isaías, nos lo dice de manera maravillosa con su
profecía del Siervo de Yahvé, que es Israel, y que al fin se concentra en una persona
misteriosa, identificada siempre con el que será crucificado y que resucitará...
Rosy. ¡A la vista Jesucristo!... Esto es importante.
P. Luis. En lecciones anteriores hemos dicho cómo el Destierro hizo reflexionar a Israel,
cómo cambió de pensar respecto de las promesas de Yahvé, y cómo ahora tiene una visión
totalmente distinta del futuro. Es lo que expresa este Segundo Isaías. Yahvé castigó al
pueblo por sus pecados para corregirlo y para purificarlo, pero nunca retractó su promesa.
Javier. Este pensamiento se nos ha convertido en clave de todo. Castigo de Dios para
corregir; no castigo de Dios para aniquilar. Nos lo han dicho todos los profetas que hemos
estudiado.
Rosy. ¿Y qué puntos más concretos fueron los de aquellas reflexiones del pueblo
desterrado? ¿Cuáles fueron las enseñanzas principales que aprendió?
P. Luis. Yo diría que Israel empezó a mirar, bajo una perspectiva muy nueva, que Yahvé
había vencido a todos los dioses extraños de las otras naciones. Consideró a Yahvé
entonces como el Dios único y universal. Tomó conciencia de que el propio Israel tenía la
misión de llevar su Dios Yahvé a los otros pueblos, sin encerrarlo dentro de sus propias
fronteras. Israel vislumbraba a Yahvé, su Dios, con un reinado universal y eterno.
Javier. Magnífico todo esto. Pero así se quedaban en el terreno de las puras ideas.
¿Cambió con el Destierro la conducta depravada de Israel y Judá, la de los dos reinos por
igual?
P. Luis. ¡Oh, sí! ¡Vaya que si cambió! Fue la gran obra de Ezequiel, de los demás
sacerdotes y de los profetas que Dios suscitó durante aquel largo exilio.
Rosy. ¿No nos indicó en una lección anterior que en el exilio dieron una nueva mano a
los libros que tenían de las Sagradas Escrituras?
P. Luis. Es cierto. Sobre todo, en aquellos años redactaron prácticamente en forma
definitiva el Deuteronomio, que fijó la conducta del pueblo para el porvenir. Practicaban
fielmente el rito de la circuncisión, signo de su pertenencia al pueblo elegido y de fidelidad
a la Alianza, cuya Ley adquirió nuevo vigor con la observancia fiel el sábado y otras
prácticas semejantes
Javier. La conversión de Israel fue, por lo mismo, sincera. El Destierro les resultó
eficaz. ¿Y cómo vino la liberación?
P. Luis. La ocasión se presentó con el advenimiento de Ciro, el rey de Persia, a quien
consideraron como un ángel, como un mensajero del mismo Dios, como un ungido, para
que llevase a cabo el plan del mismo Yahvé.
Rosy. Cuente todo con detalle, pues da gusto escuchar una historia semejante.
P. Luis. Bien, Rosy. Ya hemos dicho que la Biblia es bastante sucinta para narrar
muchos detalles que a nosotros nos gustarían enormemente. Pero tenemos un pasaje
precioso. El libro de Esdras nos conserva al pie de la letra el decreto de Ciro. Nada más
conquistada Babilonia, redacta solemnemente esta resolución: “Así habla Ciro, rey de
Persia: Yahvé, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha
encargado que le edifique un templo en Jerusalén, en Judá. Quien de ustedes pertenezca a
su pueblo, sea su Dios con él. Suba a Jerusalén, en Judá, a edificar el templo de Yahvé,
Dios de Israel, el Dios que está en Jerusalén. A todo el resto del pueblo, dondequiera
residan, que las gentes del lugar les ayuden proporcionándoles plata, oro, hacienda y
ganado, así como ofrendas voluntarias para el templo de Dios que está en Jerusalén”.
Javier. Esto vale por mil páginas de un libro. Si es casi inconcebible, ante lo que
habíamos visto en las lecciones anteriores.
P. Luis. Pero, así fue.
Rosy. ¡Los judíos tuvieron suerte con este Ciro!... Y, mirando a Dios, no es extraño que
bendijera a aquel rey pagano dándole un imperio tan grande y que iba a durar tanto tiempo.
Al fin y al cabo, la Persia de hoy se ufana de ahondar sus raíces en aquellos tiempos
bíblicos.
P. Luis. Es cierto, Rosy, lo que dices sobre Ciro con los judíos. Pero esta conducta de
Ciro no fue sólo con ellos. La política de Ciro respecto a la religión de los pueblos fue igual
para todos.
Javier. Pero algún privilegio especial debió tener el pueblo de Yahvé.
P. Luis. Sí; también esto es muy cierto. Con los judíos fue muy especial porque Yahvé,
“Dios del cielo”, como le llamaron en las actas oficiales, coincidía con el dios supremo al
que ellos reconocían con el nombre, para nosotros un poco raro, de Ahura-Mazda.
Javier. Pero —por lo que usted nos dijo también en una lección anterior—, los judíos,
listos, trabajadores, hombres de empresa y del comercio, no se debieron dormir y seguro
que ocupaban puestos altos hasta en la misma corte del rey.
P. Luis. Nadie duda de esto. Y, naturalmente, sabían interceder por sus paisanos y por
todo el pueblo de Israel.
Javier. Tal como está redactado ese decreto de Ciro, la construcción del nuevo templo
de Jerusalén se convertía en asunto de Estado, lo cual obligaba al mismo rey. No era una
simple concesión a los judíos, sino un deber que el rey se echaba encima a sí mismo.
P. Luis. ¡Claro! Y por eso el rey persa mandó proveer de todo a los constructores.
Rosy. ¿Aunque la Persia estuviera tan lejos de Jerusalén?...
P. Luis. El rey empezaba por establecer en el decreto real que se devolvieran también a
los judíos todos los tesoros traídos de Jerusalén por Nabucodonosor y que se conservaban
en el templo del dios babilónico Marduk. Eran, en el pensar de ellos, tesoros de un dios
vencido entregados a otro dios vencedor. Y ahora el vencedor de Marduk era nada menos
que Yahvé...
Rosy. ¿Y qué era lo que se conservaba desde el tiempo de Nabucodonosor?
P. Luis. La Biblia enumera este impresionante inventario: 30 fuentes de oro y mil de
plata; 29 reparadas; 410 estropeadas; y otros 1.000 utensilios diversos. Sumaban un total de
5.400 objetos diversos de oro y plata. Todo debía ser entregado a los judíos repatriados.
Javier. ¡Pues, vaya! Pocos Bancos modernos se podrán gloriar de guardar en depósito
tanto tesoro confiado a sus arcas...
Rosy. ¿Y cuándo empezaron los judíos la marcha con semejante botín reconquistado?
P. Luis. Es natural que los judíos agradeciesen a Yahvé y a Ciro semejante decreto, ya
que todos podían regresar a Palestina.
Javier. Podían, podían... Pero, ¿no quisieron, o qué?
P. Luis. Muchos de los deportados por Nabucodonosor, bien instalados ya en aquellas
tierras, allí se quedaron. La Biblia da las listas de los cabezas de familia que iniciaron la
marcha bajo la dirección de Sesbasar y Zorobabel. Judíos llenos de ilusión, que iban a ser
como los fundadores de la nueva nación. La suma de los valientes emprendedores que nos
da la Biblia es de 42.360 personas, además de otros 7.337 siervos y siervas, más 200
cantores y cantoras para el servicio del templo.
Rosy. Y es de suponer que no se iban con las manos vacías, ante lo ordenado por el rey
Ciro.
P. Luis. Después de enumerar a las personas, la Biblia dice que llevaban consigo 736
caballos, 245 mulos, 435 camellos y 6.720 asnos...
Cuestionario
Javier. Otra clase de historia ante la que sobra el cuestionario de otras lecciones...
P. Luis. Con el libro de Esdras y Nehemías seguiremos la aventura de la reconstrucción
del nuevo Templo, de las murallas y de la ciudad entera de Jerusalén. Hay un Salmo muy
bonito que nos muestra los sentimientos de los deportados que regresaban a su querida
tierra. Te pediría, Rosy, que nos lo leas. Es el salmo 125.
Rosy. Esperen un momento, mientras busco... Sí; miren lo que dice: “Cuando Yahvé
cambió la suerte de Sión nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la boca de
cantares. Hasta los paganos decían: “El Señor ha estado grande con ellos”. El Señor ha
estado grande con nosotros, y estamos alegres... Los que sembraban con lágrimas cosechan
entre cantares. Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando trayendo
sus gavillas”...
Javier. Realmente, no hay nada que añadir a lección tan bella...
A continuación, la misma Lección 041,
Los últimos profetas. Ageo, Zacarías, Malaquías, Abdías, Joel,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. La lección anterior me encantó, cuando veíamos a Judá que regresaba tan feliz del
Destierro de Babilonia. Tenían razón al cantar lo del Salmo: “Cuando Yahvé repatrió a los
cautivos de Sión, nos parecía estar soñando. La boca se nos llenaba de risas, la lengua de
cantares”.
Javier. No había para menos. Les ocurrió entonces lo que ahora a los prisioneros de
guerra, cuando al fin vuelven a sus hogares después de campos de concentración y cárceles
donde han pasado mil penalidades.
P. Luis. Es muy cierto. Pero, al llegar los repatriados a Palestina, las cosas no brillaban
con el esplendor que se habían imaginado. Porque bien pronto surgieron unas dificultades
muy serias.
Javier. Es de suponer. Pero supongo, de igual manera, que un pueblo tan sabio y tan
tenaz como el judío las superó y las convirtió en prosperidad y en gloria.
P. Luis. Eso, por descontado. Aparte del plan de Dios y de su fidelidad, hay que contar
con la valía del pueblo, que nos e amilanaba tan fácilmente.
P. Luis. Los campos, a medio cultivar, pues en la tierra habían quedado las gentes más
pobres y menos capaces para el trabajo.
Javier. Y por lo que yo sé, el Norte ─en lo que había sido el reino de Israel─, estaba
poblado por los samaritanos, judíos bastardos y enemigos natos de los judíos verdaderos.
Rosy. También por lo que vimos cuando la deportación a Babilonia, los campos, las
manualidades, los oficios, no debían ir muy bien, ya que los caldeos dejaron allí solamente
a la gente menos capaz para el trabajo. Ahora debía reinar también la pobreza en la
población aquella.
P. Luis. Todo lo que dicen es cierto. Y había algo peor. Aquellos judíos que quedaron
habían perdido casi la fe en el Dios de Israel, por haber asumido las costumbres de los
pueblos vecinos, sobre todo al tomar las mujeres extranjeras, que los arrastraban hacia sus
propios dioses e ídolos.
Rosy. Y también bajo mis suposiciones, esos habitantes relajados en materia religiosa
tendrían que someterse ahora a la Ley de Moisés, porque los desterrados se habían
convertido muy sinceramente a ella.
P. Luis. Perfecto todo lo que están diciendo. Por eso, el panorama que se abría a los ojos
de los que volvían se presentaba sombrío.
Rosy. Pero, como siempre también, Dios velaba por su pueblo y debió suscitar profetas
muy oportunos que infundieran ánimos y despertaran unas esperanzas que no les iban a
fallar.
P. Luis. Te has metido, Rosy, en el tema propio de esta lección. De esos profetas, el
primero de todos fue Ageo, que animó a Zorobabel, el Gobernador, a emprender la
construcción del Templo.
Javier. Empresa difícil, me imagino yo. Porque había sido arrasado del todo por los
caldeos y ahora tenía que empezar prácticamente por los cimientos.
P. Luis. Así fue, y las dificultades se presentaron muy pronto, empezando por las
económicas. El pueblo se desanimó y cesaron las obras.
P. Luis. Lo que tenía que decirles. El Profeta les apremiaba: -¡Adelante! Tienen malas
cosechas en los campos porque piensan primero en ustedes y dejan a Dios de lado…
P. Luis. ¡Claro que les convenció! Vino un nuevo empuje a las obras, y al cabo de cinco
años, en el 515 antes de Cristo, se inauguraba el nuevo Templo.
Rosy. La alegría del pueblo tuvo que ser muy grande, al ver rehecho todo lo que había
sido la gloria de Israel.
P. Luis. Sí, pero fue una alegría muy a medias. Porque los ancianos que recordaban el
antiguo Templo de Salomón, tan grandioso, lloraban al ver el actual, tan modesto.
Javier. ¿Y no le conmovieron aquellas lágrimas al profeta Ageo, el que les había
animado a realizar la construcción?
P. Luis. Al contrario. Al verlos llorar así, lanzó su profecía famosa: -No se preocupen.
Este Templo será mucho más glorioso que el anterior, porque a éste vendrá un día el
Mesías que esperan, una suerte que no tuvo aquel que desapareció…
Rosy. ¿Así de claro veía el profeta la entrada de Jesús en este nuevo Templo?
P. Luis. Propiamente, no. Esa fue la interpretación que le dio la Biblia Vulgata con esta
adición: “Aquí vendrá el Deseado por todas las gentes”.
Javier. ¿Y algún otro profeta de este tiempo? Porque usted nos ha dicho que Dios
suscitó algunos profetas más.
P. Luis. Otro profeta es Zacarías, que reanudaba las esperanzas proclamadas por Ageo.
- No teman: los pueblos que ahora les oprimen serán humillados; el Templo será
reedificado; la destruida y despoblada Jerusalén será embellecida y visitada por Yahvé; se
acabará el pecado y vendrá la paz.
Rosy. Estas palabras dejan entrever claramente los tiempos del Mesías prometido. En
estos profetas vemos desaparecida aquella austeridad tan severa de los profetas antiguos,
que estaban siempre con amenazas.
P. Luis. Es cierto que Zacarías anunciaba dichas y bienaventuranzas al pueblo, pero era
también muy duro con las exigencias de la Ley de Moisés, que él quería se mantuviera en
toda su pureza.
Javier. Sin embargo, yo pienso como Rosy. Hay una gran diferencia entre estos profetas
de ahora con aquellos antiguos. ¿No le parece a usted, Padre?
P. Luis. Me han propuesto un punto muy interesante del que les quería hablar: la
diferencia entre estos profetas y los antiguos, los anteriores al Destierro. Presentan unas
diferencias evidentes.
P. Luis. Aquellos profetas de antes del Destierro ─lo podemos recordar muy bien─ eran
terribles en sus amenazas. Ser profeta era igual que ser un denunciador de todos los abusos
de los grandes y de los vicios del pueblo. No perdonaban a nadie y no hacían sino anunciar
desastres de parte de Yahvé. Eran los profetas del castigo.
P. Luis. Durante el Destierro, los profetas cambiaron de tono, empezando por Ezequiel:
eran los profetas de la consolación, porque no hacían más que suavizar las penas,
prometiendo de parte de Yahvé la próxima restauración una vez se hubieran arrepentido de
sus idolatrías y pecados.
P. Luis. Ahora, pasado el Destierro y ante las dificultades que el pueblo encuentra para
acomodarse a las nuevas circunstancias, son todo esperanza, son profetas de la
restauración, no hacen sino infundir ánimos, aunque no por eso dejen de pegar fuerte
contra los desórdenes que se introducen.
Rosy. ¡Gracias por esta explicación tan oportuna! En adelante sabremos distinguir muy
bien entre profeta y profeta, según el tiempo en que ejerció su ministerio.
P. Luis. Sí; uno importante. Se llama Malaquías, que observa con ojos de profeta lo mal
que los sacerdotes ejercen el culto en el Templo restaurado; sigue la relajación moral, corre
el peligro de la fe en Yahvé por causa de los matrimonios mixtos, y existe otra vez la
injusticia social.
Rosy. Ante males como éstos, casi seguro que este profeta vuelve al rigor de los
antiguos y sigue con amenazas.
P. Luis. Malaquías se muestra fuerte. Pero lanza un oráculo famoso, que ahora nosotros,
a la luz de Jesucristo, lo entendemos muy bien: -Yahvé será glorificado en todas las
naciones, porque en todos los lugares de la tierra, y no sólo en Jerusalén, se le ofrecerá un
sacrificio sin mancha que glorificará plenamente a Dios.
P. Luis. Hemos de mencionar a otro profeta: Abdías, el profeta que tiene el escrito más
breve, pero que anuncia apasionadamente el día glorioso de Yahvé, triunfador sobre todos
sus enemigos, simbolizados en Edom, enemigo siempre de Judá.
Rosy. Aquí, con la Biblia en la mano, veo a otro profeta de este periodo: Joel. ¿No nos
dice nada de él, Padre Luis?
P. Luis. No lo podía olvidar, desde luego. A Joel lo conocemos muy bien por ser el
profeta de Pentecostés, del gran Día de Yahvé. Nada más recibido el Espíritu Santo, Pedro
entendió perfectamente su profecía, y la proclamó ante todo el pueblo que se reunió
precipitadamente y de manera tumultuaria ante el Cenáculo: -El Espíritu de Dios
descenderá sobre el nuevo Pueblo de Dios y hará que todos sus hijos e hijas tengan visones,
y profeticen, y hablen en lenguas
Javier. Es cierto. Cada vez que leemos lo de la venida del Espíritu Santo en aquel día
glorioso, escuchamos con pasmo las palabras de este profeta.
P. Luis. De los pecados que siempre comete el pueblo, y el profeta quiere la pureza del
corazón. Lo dice con esas palabras que repetimos en la Liturgia al principio de la
Cuaresma: “Desgarren su corazón y no sus vestidos; vuelvan a Yahvé su Dios, porque él es
clemente y compasivo, lento a la cólera, rico en amor” (Joel 2,13). Si el pueblo responde a
Yahvé con esa santidad, entonces su ejército, simbolizado en una plaga de langostas,
aniquilará a todos los enemigos de Dios y de su Pueblo santo.
Rosy. Con este conjunto de profetas, casi nos va a ser difícil el recordar lo que nos ha
dicho cada uno de ellos. Padre Luis, a lo mejor nos los podría sintetizar en una visión
global de todos ellos.
P. Luis. Lo propones muy bien, Rosy. Si tomamos en conjunto el mensaje de todos estos
profetas ─que van en redondo de los años 530 al 450 antes de Jesucristo─, vemos que son
realmente los profetas de la restauración y de la esperanza.
Javier. Sí; por lo que nos ha dicho, Padre Luis, todos ellos anuncian el Día glorioso de
Yahvé, que no puede ser otro sino el tiempo mesiánico, el del Cristo prometido a los
Patriarcas y esperado desde siempre por Israel.
P. Luis. Yo lo resumiría en estas palabras, como si nos dijeran: -Vendrá, vendrá el Día
del Señor, estemos seguros. Y con él vendrán la justicia y la paz. Será el cumplimiento de
la profecía de Isaías, cuando todas las gentes se dirán: “Venid, subamos al monte de Yahvé,
a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus
senderos”.
Cuestionario
Javier. Esto va para nosotros como para los judíos de entonces. Ellos esperaban la
venida del Mesías Salvador. Nosotros, el regreso de Jesucristo al fin de los tiempos.
Rosy. ¡Qué bien que lo dices, Javi! Entonces se acabará para siempre todo el desorden,
injusticia y desamor entre los hombres, igual que la indiferencia para con Dios, el cual será
“todo en todos”. ¿No es así?...
A continuación, la misma Lección 042,
Esdras y Nehemías. Los dos héroes nacionales, restauradores del pueblo,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. ¿Y por qué no, si se lo merece? Ya nos queda un poco lejos, y los jóvenes no lo
llegamos a conocer, pero todos sabemos quién era Adenauer.
Rosy. Habrás de contármelo, porque yo no lo sé. Tú, Javi, siempre con historia.
Javier. Alemania, derrotada por las naciones aliadas en la Segunda Guerra Mundial,
quedó lo que se dice aniquilada. La destrucción era total. Parecía que ya no levantaría más
la cabeza como pueblo. Y, sin embargo, ya vemos lo que fue al cabo de bien pocos años y
lo que es ahora. Todo, debido a un hombre extraordinario, ya de cierta edad, gran creyente,
de mucha oración, y entregado a su pueblo al que amaba tanto. Este fue Adenauer.
P. Luis. Mucho, Rosy. Yo veo adónde va Javier. Salidos ya de aquella pesadilla del
Destierro de Babilonia y de la confusión de los primeros años del retorno a Palestina, con
las diatribas de los últimos Profetas, ¿cómo iba a venir la restauración del pueblo judío?
P. Luis. Por eso, el pueblo judío necesitó entonces tipos como nuestro moderno
Adenauer, y, además, que la gente colaborase decididamente con sus jefes. Esto es
precisamente lo que ocurrió con Esdras y Nehemías.
P. Luis. Tenemos la historia en los libros que llevan sus nombres: Esdras y Nehemías.
En un principio constituían un solo libro, pero al fin quedaron divididos en dos, los cuales
nos narran la reforma religiosa y civil que llevaron a cabo entre los años, tomados
globalmente, que van del 458 al 424, o sea, en el siglo quinto antes de Jesucristo.
Javier. Está bien que nos puntualice estas fechas, porque nos ayudan a situarnos bien.
P. Luis. Probablemente, Esdras es posterior a Nehemías; pero los dos libros los hacen
coincidir en los mismos días. Para nosotros, es igual, ya que miramos sólo el mensaje que
nos traen el uno y el otro.
P. Luis. Pues, sí, aunque a primera vista no lo parezca. Porque nos narran lo que después
iba a tener una trascendencia grande en lo que sería el llamado “Judaísmo”, que tuvo sus
raíces en la acción de estos dos grandes hombres.
Javier. Ya vimos cómo el pueblo judío había vuelto del Destierro de Babilonia gracias a
la política generosa y acertada de Ciro, y, por lo visto, esa política fue seguida por sus
sucesores los reyes persas que le siguieron. Pero, por las fechas que nos ha dado, Esdras y
Nehemías se repatriaron mucho más tarde.
Rosy. Otra vez que vemos la providencia tan palpable de Dios con Israel. Ahora,
haciendo surgir hombres grandes que se entregaron decididos a la tarea tan necesaria de la
restauración.
Javier. ¿Y venían a Palestina con ideas claras de lo que tenían que hacer?
P. Luis. Sí, y muy claras. Esdras venía para formar la comunidad judía bajo la Ley de
Moisés con carácter de ley real.
Rosy. Si el rey de Persia tomaba como ley suya propia la Ley de Moisés dada por Dios,
la cosa tendría que ir forzosamente bien.
P. Luis. Y fue muy bien, pero, como toda obra de Dios, se tuvo que abrir camino en
medio de muchas dificultades.
P. Luis. Tan religioso y tan político eran el uno como el otro. Pero iban a desempeñar
cada uno un papel diferente, aunque unidos en el mismo ideal y con el mismo objetivo.
Javier. Objetivo, que ya se ve bien claro, no era otro sino hacer vivir al pueblo, con in
dependencia total de las naciones vecinas, la Alianza aquella del Sinaí.
Rosy. Lo que yo no veo es eso que nos ha dicho el P. Luis: que Esdras y Nehemías se
encontraron con enemigos y con persecución, si venían hasta de parte del rey de Persia,
dueño y señor de todo el imperio.
P. Luis. Pues aunque no te lo creas, Rosy, ésta fue la verdad. Uno y otro se encontraron
al llegar a Jerusalén con enemigos que no les iban a dejar ni un momento en paz.
Javier. ¿Nos puede señalar quiénes eran en concreto esos enemigos de los judíos que
volvían a su tierra?
P. Luis. Eran los samaritanos y los colonos extranjeros que se habían establecido bajo la
protección de los asirios y babilonios cuando deportaron a Israel y Judá. Y estaban también
los judíos que no habían emigrado, los cuales no mantenían los ideales religiosos y
patrióticos de sus antepasados.
Javier. Padre Luis, podría detallarnos: ¿Por qué no se le aceptaba y hasta se le perseguía
a Esdras?
P. Luis. Esdras empezaba con imponer la Ley de Moisés en toda su pureza, y el estorbo
mayor lo encontró en los matrimonios mixtos. Las mujeres extranjeras conservaban sus
dioses propios, y la religión judía corría el peligro de convertirse en sincretista, es decir, en
mezclar el culto de Yahvé y la Ley de Moisés con el culto de dioses ajenos y con prácticas
abominables de otras culturas.
Javier. Apunta la cosa bien. Sobre el asunto puramente religioso, venía también el
cortar con la sensualidad de muchos. La mujer, como siempre, a jugar su papel…
Rosy. Y es de suponer que las mujeres no aceptarían las cosas tan fácilmente, ¿no es
así?
P. Luis. ¡Claro que no lo aceptaron! Pero Esdras fue inflexible y tomó la dura decisión
de expulsar a esas mujeres y de implantar la Ley mosaica en toda su integridad. No se
admitieron más los matrimonios mixtos.
Rosy. Hoy eso sería inconcebible en nuestra sociedad y sería tomado como puro
racismo.
P. Luis. Sin embargo, Esdras no lo hizo por racismo, como se ha dicho muchas veces,
sino llevado por un gran celo de la religión de Yahvé.
Javier. ¿Y por qué tuvieron que perseguir a Nehemías, si venían con un plan tan
beneficioso para el pueblo?
P. Luis. Y por eso los enemigos del Gobernador llevaron las acusaciones hasta los reyes
de Persia, como si los judíos que habían regresado se fueran a alzar contra sus
bienhechores.
Rosy. Estos dos héroes vienen a resultar simpáticos de verdad. Tanto Esdras como
Nehemías tenían la idea bien clara: la nación judía había de resurgir nuevamente como
depositaria y destinataria de las grandes promesas de Yahvé.
Javier. Y es de suponer que lo mismo Esdras como el Gobernador vieron coronados sus
esfuerzos. Dios no les iba a fallar.
P. Luis. ¡Naturalmente que no les falló! En sus días se celebró la dedicación del Templo
reconstruido, que había quedado tan modesto e incompleto en los días de Zorobabel, hacía
ya unos ochenta años; se reorganizó y reanudó el culto legítimo; en la plaza pública se leyó
la Ley de Moisés ante un pueblo conmovido sinceramente; se celebró una gran expiación
penitencial por los pecados cometidos; venía a vivirse en comunidad, unida bajo los
sacerdotes y levitas en el ideal religioso; se volvía a la antigua y alegre fiesta de las tiendas
o tabernáculos; y la pascua renacía como la gran conmemoración de la liberación de Israel.
Javier. ¿Todo eso llegaron a conseguir Esdras y Nehemías, a pesar de sus enemigos?
Ante tipos como éstos uno tiene que quitarse el sombrero, como decimos familiarmente.
Rosy. O sea, que nos hallamos ante una reorganización muy grande del pueblo elegido
en sus más puras tradiciones religiosas y nacionales.
P. Luis. Sí; es a este tiempo al que hay que recurrir para entender el fenómeno del
Judaísmo. Pero es algo de lo que hablaremos oportunamente otro día.
Rosy. Mirando a nuestros pueblos, a nuestra historia, a nuestra manera de ser y a los
acontecimientos que tantas veces se nos echan encima, yo creo que habríamos de mirar un
poquito más las lecciones tan oportunas como magníficas que nos dan estos dos personajes
tan interesantes.
Rosy. Ante todo, su lealtad. Los dos tenían altos cargos en la corte del rey Artajerjes, y,
dejando sus puestos tan halagadores de Persia, regresaron a Palestina para entregarse llenos
de generosidad a su pueblo tan necesitado.
Javier. Pues, Rosy, no discurres mal. ¡Vaya ejemplo para nuestros dirigentes, tanto
políticos como religiosos! Aquí no entra en nada el aprovecharse para sus intereses
personales; al revés, es todo entrega desinteresada.
Rosy. Sigo en mi discurrir. En primer lugar, Esdras y Nehemías contaban ante todo y
sobre todo con Dios. Desde la salida de Egipto hasta el Destierro en Babilonia, vimos en
muchas lecciones que todo era coquetear con dioses extranjeros y ofrecer a Yahvé un culto
superficial, externo, falto de vida.
Javier. Justo. Aquel culto con el cual los judíos se creían seguros, porque Yahvé no les
iba a faltar a su palabra por más que el pueblo rompiera la Alianza del Sinaí siempre que le
viniera bien.
Rosy. Entonces, Padre Luis, déjeme seguir, que no he olvidado las lecciones anteriores.
Ante lo que decía Luis, ahora se ve que el culto del Templo, más austero que el establecido
por David y Salomón, era sin embargo más puro en su sencillez; era más de todo el pueblo,
porque entre la gente habían desaparecido aquel lujo y aquellas injusticias sociales
denunciadas por todos los profetas anteriores al Destierro.
P. Luis. Y noten que todo esto sucedía en un momento providencial. Aunque los judíos
se iban desparramando por todo el mundo entonces conocido, con ese fenómeno llamado de
la diáspora, los unía la fe común en Yahvé su Dios, al que rendían culto en las sinagogas
esparcidas por doquier.
Rosy. Así lo creo yo también. En medio de los males inevitables que siempre
lamentamos, Dios nos manda también hombres providenciales, tanto en la Iglesia como en
Gobierno civil, que trabajan con denuedo y responsabilidad por el bien de todos. Su trabajo
se verá siempre coronado con el éxito si ponen como fundamento de su actividad a Dios y
el respeto a su Ley, y nosotros colaboramos formando comunidades auténticamente
humanas y religiosas.
P. Luis. Javier ha abierto nuestra lección de hoy nombrando a Adenauer. Tan gran
católico como gran político, decía: “En vano trabajamos por la sociedad si no metemos en
grandes y pequeños la convicción de que un día habrán de responder todos de sus acciones
ante Dios”. Alemania le hizo caso, trabajó con él, y ya vemos a dónde ha llegado esa gran
nación.
Rosy. Al fin y al cabo, es la misma lección que Esdras y Nehemías nos dan en las
páginas de la Biblia. Resúmanos como siempre, Padre Luis, la lección de hoy.
Cuestionario
P. Luis. Pues, siendo más una lección de historia que de doctrina, poca cosa tengo que
decir. Y me limito a repetir lo que ustedes mismos están diciendo.
Primero. Dios tuvo una gran providencia con el pueblo judío una vez repatriado en
instalado de nuevo en su tierra de Palestina. Esdras y Nehemías fueron los dos grandes
héroes.
Segundo. Estos dos libros de la Biblia nos hacen ver cómo Dios seguía fiel a la Alianza,
y rehacía a su pueblo como gran nación cuando todo parecía hundido para siempre.
Tercero. Y esto es lo más importante, como lección que nos da la Biblia. Los pueblos
son y se mantienen grandes sólo cuando cuentan con Dios y respetan su Ley.
Javier. Por algo tengo yo tanta afición a los libros históricos. En medio de sus
narraciones, a veces muy sencillas, ¡hay que ver las lecciones que entrañan!...
A continuación, la misma Lección 043,
El Judaísmo. Qué designamos con esta palabra,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. ¿El Judaísmo?... Yo tampoco lo sé. Algo de los judíos, desde luego.
P. Luis. Pues, miren; dejando las lecciones ordinarias, hoy nos vamos a ocupar del
Judaísmo, un tema muy interesante y que nos hará entender después muchos pasajes del
Nuevo Testamento, en especial de los Hechos de los Apóstoles y Cartas de San Pablo.
P. Luis. Hemos de partir de un punto histórico. ¿Qué ocurrió con los deportados a
Babilonia?
Rosy. Recordamos muy bien las lecciones anteriores sobre la vuelta del Destierro y la
reconstrucción total de la nación bajo Esdras y Nehemías.
P. Luis. Pero tengan presente que, aunque con el decreto de Ciro regresaron muchos a
Palestina, otros muchos se quedaron allí donde estaban, muy bien instalados, porque habían
prosperado mucho.
P. Luis. Es cierto, Rosy, aunque te adelantas mucho también. Cuando las conquistas de
Alejandro Magno y después de los Romanos, los judíos formaron sus comunidades y
colonias en todas partes.
P. Luis. Los más importantes fueron: la misma Babilonia, Alejandría en Egipto, Roma y
Antioquía de Siria.
P. Luis. Muy bien preguntado. Hay que tener presente la capacidad intelectual y de
trabajo que tiene el pueblo judío. Sabía abrirse camino en todas partes y llegaba a escalar
los puestos más altos en la vida social, se hallase donde fuera.
Rosy. Veo entonces que tenemos a los judíos establecidos en su tierra de Palestina, pero
a la vez los vemos, en mucho mayor número, dispersos por todas partes.
P. Luis. Así era. A esa dispersión de los judíos en todo el mundo conocido se le llamó la
diáspora, una palabra clave al hablar del Judaísmo en aquella época.
Javier. Instalados en nuevas tierras, ¿cómo vivían? ¿En que se distinguían? ¿Cuál era su
manera de ser y de actuar? ¿Conservaban su identidad nacional?
Rosy. Es lo que iba a preguntar yo. Padre Luis, ¿qué era lo que unía a los judíos para
llegar a formar un pueblo en lo que usted dice que se ha llamado el Judaísmo?
P. Luis. Esto es lo más interesante. El lazo que les unía a todos era la fe en Yahvé su
Dios, al que tributaban el mismo culto bajo la Ley de Moisés.
Javier. ¿Y construían otros templos como aquel de Jerusalén o como nuestras iglesias?
P. Luis. No. En modo alguno. Todos miraban el Templo de Jerusalén como el único
Templo de Yahvé. El Templo de Jerusalén era el centro de su religión y hacia él dirigían
sus miradas.
P. Luis. Dices muy bien, Javier. En la misma Palestina cada población tenia su sinagoga
para el culto del sábado, y a Jerusalén se iba en peregrinación en las grandes festividades
anuales, como la Pascua, Pentecostés o los Tabernáculos.
Rosy. ¿Y por qué ley se regían los judíos de la diáspora, por la suya propia o la de la
nación en que estaban?
P. Luis. Naturalmente, que tenían que aceptar las leyes del país donde vivían. Pero en su
vida privada y religiosa observaban toda la Ley de Moisés, sobre todo en sus puntos más
fundamentales.
Javier. ¿Por qué no nos explica algunos de estos puntos más importantes, que los
caracterizaban y distinguían de los otros ciudadanos?
P. Luis. Entre los puntos fundamentales del Judaísmo está, ante todo y sobre todo, la fe
en el único Dios, en Yahvé. Aquí eran intransigentes a más no poder.
P. Luis. No querían saber nada ni con el Marduk de los caldeos ni con ninguno de los
innumerables dioses de la mitología griega o romana. Yahvé, y solo Yahvé, contaba para
un judío, para el que todos aquellos dioses eran divinidades falsas.
Javier. Tuvieron que cambiar mucho los judíos durante el Destierro de Babilonia.
Porque la caída de Israel, el reino del Norte, y después de Judá, el reino del Sur, se debió
principalmente, según los profetas, a la adoración que rendían a otros dioses, a los Baales
sobre todo, con los que mezclaban siempre el culto de Yahvé.
Rosy. Por lo visto, debían saber y cantar muy bien lo de aquel salmo: “No tendrás un
dios extraño, ni adorarás un dios extranjero; yo soy el Señor, Dios tuyo”.
Javier. Eso de la fe en Yahvé era, desde luego, algo muy de la conciencia. ¿Y qué
señales externas observaban?
P. Luis. Como signo de pertenencia al pueblo elegido seguía firme la circuncisión,
aunque a los ojos de muchos pueblos eso era una práctica inadmisible. Pero el judío la
conservaba de manera inflexible también.
P. Luis. Desde luego. El sábado era día sagrado, observado escrupulosamente con el
descanso y el culto a Yahvé.
P. Luis. Ya lo hemos dicho antes. Al no tener templo ni altar, que estaban sólo en
Jerusalén, no existían los sacrificios en la diáspora. La sinagoga era el lugar de reunión para
la comunidad, que se dedicaba en el día santo a la lectura de los Libros Sagrados y a la
oración.
P. Luis. Tampoco había sacerdotes ni levitas, que estaban sólo en torno al Templo de
Jerusalén, pero sí había encargados de la sinagoga. Destruido el Templo por los romanos el
año setenta de nuestra era, surgieron los rabinos, maestros de la Ley y cuidadores del culto.
Los rabinos permanecen hasta hoy al frente de las comunidades judías.
P. Luis. Distingamos. Es cierto que entonces, lo mismo que hoy, los judíos se casaban y
constituían familias entre los miembros de su mismo pueblo.
Javier. Como en todas partes y en todos los pueblos, porque es lo más natural. Pero eso
no es racismo.
P. Luis. ¡Claro que no lo es! Y esto hace que modernamente, a pesar de las variantes
impuestas por los diversos lugares y tiempos, el Judaísmo continúe vigoroso en el mundo.
Rosy. Me refería yo a su religión. ¿Eran tan celosos de ella que no admitían a nadie más
en su culto a Yahvé?
P. Luis. Parece que sí, que eran así de celosos, sobre todo después del Destierro de
Babilonia, bajo Nehemías y Esdras. Pero vino la reacción posterior, que abría el horizonte a
todos los pueblos, porque Yahvé era el único Dios de todos y a todos extendía su salvación.
Javier. ¡Justo! Esta palabra me suena. Leyendo a los Apóstoles salen continuamente.
Los Hechos nos cuentan como al bajar el Espíritu Santo en Pentecostés se reunieron allí
prosélitos de todas partes y de todas las lenguas.
Rosy. Tienes razón. El mismo Jesús les echa en cara a los fariseos que recorren el
mundo entero para hacer un prosélito y, por la mala conducta que llevaban ellos mismos, le
hacían más mal que dejándolo en su paganismo (Mateo 23,15)
Javier. Y al decir esto, Rosy, me acuerdo yo también de aquellos que quisieron ver a
Jesús y hablar con Él, como nos cuenta el Evangelio de Juan.
Javier. Si es así, hemos de reconocer que la doctrina judía no era racista, aunque se
mostraba muy segura de sí misma. Y yo creo que los judíos hacían bien en defenderse de
todo lo que pudiera ofender sus creencias y su moral a causa del contacto obligado con los
pueblos paganos.
Rosy. Para mí, lo que más me convence es que los prosélitos, los “temerosos de Dios”,
fueran admitidos como adoradores verdaderos del único Dios de Israel. Esto venía a ser
como un anticipo de lo que sería la Iglesia, abierta sin distinción a todos los hombres. Y la
Iglesia fue fundada por el judío más judío, por Jesús…
P. Luis. Los libros de la Biblia permanecían escritos en hebreo, pero al hacerse lengua
universal el arameo, el hebreo lo sabían únicamente los sacerdotes y escribas. Ellos hacían
la lectura en la sinagoga y la explicaban al pueblo en arameo. Pero los judíos de Alejandría,
en Egipto, emprendieron la tarea audaz de traducir la Biblia al griego, cuando, con
Alejandro Magno en el siglo cuarto antes de Jesucristo, se convirtió en la lengua universal,
incluso dentro del imperio romano, donde fue mucho más popular que el latín.
Rosy. A mí me parece que, por los prosélitos sobre todo, se abría un camino muy
providencial para el Evangelio.
P. Luis. Muy bien pensado. Lean los Hechos y las Cartas de San Pablo y verán que el
Apóstol iba a la sinagoga ante todo por los judíos; pero si éstos rechazaban el Evangelio,
los prosélitos lo aceptaban y comenzaba a funcionar una nueva comunidad cristiana.
Javier. Toca con esto un asunto importante: la vocación de los judíos a la fe cristiana.
¿Qué hemos de pensar?
P. Luis. Con este punto quería yo acabar. Aunque los judíos no admiten a Jesús como el
Cristo prometido a los Patriarcas, siguen firmes creyendo en el único Dios verdadero. Son
nuestros primeros hermanos, como nos ha dicho el Concilio: “Pues la Iglesia de Cristo
reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los patriarcas, en
Moisés y en los profetas, conforme al misterio salvífico de Dios”.
P. Luis. San Pablo es clarísimo, cuando escribe: “De los judíos procede Cristo según la
carne”, el hijo de la Virgen María. Y el Concilio “recuerda también que los Apóstoles,
fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo judío, así como muchísimos de
aquellos primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio de Cristo”.
P. Luis. Sabemos por la Palabra de Dios que un día el pueblo judío reconocerá a Jesús
como el Cristo prometido a sus padres y entrará a formar parte del nuevo Pueblo de Dios
que es la Iglesia.
Rosy. ¡Dios mío! ¡Qué visión tan hermosa y consoladora para el futuro!...
Cuestionario
Rosy. Oye, Javi, ¿sabes que a veces pienso de ti que eres igual que Don Quijote? Eres
serio y sensato; pero de vez en cuando tienes unas salidas o presentas unos proyectos que ni
el caballero de La Mancha arremetiendo contra los molinos de viento. Te figuras que
puedes con todo.
Javier. ¿Por qué te sonríes con esa malicia mientras me hablas? No me ofendes si me
comparas con el loco de Don Quijote, porque simplemente Don Quijote no existió.
Rosy. ¿Cómo que no existió, si lo cuenta todo nada menos que Miguel de Cervantes?
Rosy. Ni más ni menos. Al saber que el Padre Luis nos hablaría hoy de este libro de la
Biblia, lo he leído antes, y la primera cuestión que yo quería preguntar es sobre su
historicidad. ¿Existió Jonás y realizó su inimaginable aventura, o es todo una ficción del
autor sagrado, como el Quijote lo es de Cervantes?
P. Luis. Pues, sí; nos encontramos ante un libro de la Biblia curioso de verdad. ¿Y por
qué se ha escrito tanto de él? Porque narra cosas inverosímiles.
P. Luis. Primero, el enorme pez que se traga al profeta no podía ser un tiburón, que lo
hubiera descuartizado con su dentadura.
Javier. Y tampoco podía ser una ballena, como nos lo han pintado todas las
ilustraciones de la Biblia. Porque la ballena, con esa red interna que tiene, no lo podía
pasar.
Rosy. Y fuera el pez que fuera, ¿cómo podía permanecer vivo un hombre tres días en el
vientre del cetáceo?...
Rosy. Todo esto, y otras incongruencias más. Yo creo que no se trata de milagros,
porque Dios no hace milagros absurdos.
P. Luis. Digamos desde un principio lo que pasó con este libro de Jonás, que tanto nos
ha gustado siempre. Se le consideraba como una historia, y aquí estuvo toda la confusión.
P. Luis. Modernamente no hay un solo comentarista de la Biblia que lo tome como una
historia, sino como una parábola, un cuento bonito, inventado por la imaginación de un
escritor muy listo, pero que con esa parábola y ese cuento nos quiso transmitir un mensaje
muy importante de Dios.
P., Luis. ¡Con todas! Leemos por ejemplo las parábolas del buen samaritano o del hijo
prodigo, inventadas y narradas por Jesús, y todos sabemos que no son historias, sino
cuentos preciosos con los cuales el Señor nos transmite sus enseñanzas más altas.
Rosy. Con la lección que vimos sobre el Judaísmo, me parece que me he situado bien
para entender el libro de Jonás.
P. Luis. Lo dices muy bien, Rosy. Empecemos por situarnos en el momento en que se
escribió este libro.
P. Luis. No lo podemos decir con exactitud, pero pudo ser muy bien entre los años 400
a 350 antes de Jesucristo, o sea, después de la época de Nehemías y Esdras.
P. Luis. Tomemos como muestra de ese odio el precioso salmo 136, que, recordando la
cautividad de Babilonia, acaba de esta manera trágica: “Bienaventurado sea el que agarre a
tus niños pequeños y los estrelle contra la roca!”…
P. Luis. Por eso, judíos más sensatos y con más corazón, luchaban para que
desapareciese este racismo de Judá, la nueva nación que nacía después del Destierro.
Javier. Recordando la lección sobre el Judaísmo, hay que pensar además en los
prosélitos, los adoradores de Yahvé, acogidos en las sinagogas judías del extranjero.
P. Luis. Cierto, el momento era muy oportuno. Es entonces cuando el escritor compone
este libro para proclamar: Nuestro Dios, Yahvé, es Dios de todos los pueblos; ama a todos
sus hijos, y para todos quiere la salvación; es clemente, misericordioso, y perdona los
pecados cuando hay arrepentimiento.
Javier. ¡El mensaje de todos los profetas! Por mal que se portase el pueblo, siempre
resultaba Dios vencido si el pueblo reconocía sus errores.
Rosy. No puedes decirlo mejor, Javi. Al leer el libro, me he dado cuenta de que éste es
el mensaje tan precioso de Jonás, mensaje, como los de Jesús en el Evangelio, encerrado en
una parábola o un cuento bonito.
Javier. Muy claro lo anterior. Pero, ¿de dónde el libro toma el nombre de Jonás?
P. Luis. El autor toma el nombre de un tal Jonás, profeta del siglo octavo antes de
Jesucristo, citado en el Segundo Libro de los Reyes; pero esta coincidencia no tiene que ver
nada con el Jonás de este libro.
Rosy. ¿Y por qué el autor escoge Nínive como la ciudad objeto de la misericordia
divina? Yo no creo que sea una casualidad.
Javier. Yo, siempre con la historia. ¿Me permiten una comparación? Supongamos que
un judío escribe hoy una novela y ha de escoger el nombre de un enemigo enorme y bien
conocido de Israel. ¿Por cuál optaría?
P. Luis. Muy acertada la comparación. Que en aquel entonces Dios perdonara y amara a
Nínive, y que Nínive fuera querida por Israel, era algo inconcebible para un judío.
Javier. Este libro, sin embargo, parece estar lleno de ironía y de burla, porque el autor se
ríe de sus paisanos que tienen unas miras tan estrechas, y quieren hacer malo a Dios a pesar
de lo bueno y misericordioso que es.
Rosy. Me imagino que viene a decir lo mismo que Jesús en aquella parábola: “¿Es que
va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?”. Con esta idea bien clara, podemos leer ahora
todo el libro de Jonás, tan breve pero tan hermoso.
P. Luis. Todo es interesante en este libro. Podría enumerar cada uno lo que más le llama
la atención.
Javier. Yo, no lo hago. Les voy a dejar la palabra a los dos: a usted, Padre Luis, porque
ya lo conoce bien; y a Rosy porque ha venido prevenida y lo ha leído entero, cosa que yo
haré después.
P. Luis. Ante todo, está el profeta que no quiere aceptar la misión que Dios le
encomienda. Otros profetas, como vimos en Jeremías, tenían miedo, pero al fin aceptaban
lo que veían era voluntad de Dios.
Javier. A Jonás le hubiera ido bien conocer ese Salmo 138 tan precioso, cuando le dice
a Dios: “Si me remonto con las alas de la aurora, si me instalo en los confines del mar,
también allí me conduce tu mano, también allí me alcanza tu derecha”
P. Luis. Muy bien traído ese salmo, Javi. Ocurre algo muy curioso, y en ello se ve toda
la malicia del escritor de este libro. Al ver que la nave se hunde sin remedio, echan suertes
a ver quien es el culpable, y Jonás se ve precisado a confesar la verdad. Los marineros,
todos paganos y de diversas naciones, cada uno adorador de un dios diferente, empiezan a
temer a Yahvé y acaban por aceptarlo como el verdadero Dios del cielo. Precisamente al
Dios que adoraban y servían los judíos tan cerrados y racistas de entonces en Palestina.
Javier. Por lo que yo sé desde niño, a mi me llama la atención el que Jonás no muriera
en el vientre del pez, donde estuvo tres días, sino que se ve vomitado en la playa, bien vivo,
porque Dios se ha empeñado en que cumpla la misión que le ha confiado.
Rosy. Desde luego, lo más importante es la predicación del profeta en Nínive, que cree y
se convierte a Dios aceptando su misericordia.
P. Luis. Pero lo más curioso de todo es el enojo de Jonás contra Yahvé. El profeta
rebelde le pide cuentas echándole en cara a Dios: “Ya lo decía yo, que tú eres un Dios
clemente, compasivo, paciente y generoso, que te arrepientes del castigo con que
amenazas”. Jonás era brutalmente sincero: queria el castigo de Dios, y no el perdón.
Rosy. Pero es bien graciosa la respuesta de Dios: “¿Cómo quieres que no los perdone, si
son una pobre gente que no sabe distinguir donde tiene la mano derecha o la izquierda?”...
Javier. Yo entiendo bien ahora el significado de esos desplantes de Jonás, que no son
otra cosa que un signo de los judíos racistas al no admitir a los otros pueblos en el ámbito
de la salvación. No podían con su propia envidia.
Rosy. En fin, yo veo que es un libro precioso por todos sus costados.
Javier. Padre Luis, nos ha dicho desde un principio que toda la narración no es una
historia, sino un cuento o a lo mas una como una parábola. Jesús en el Evangelio parece
tomarlo como historia.
P. Luis. Ya veo a qué te refieres. Dijo Jesús que Él iba a estar encerrado en el sepulcro
tres días, y que saldría del mismo como salió Jonás del vientre del cetáceo al día tercero.
Rosy. Y a mí se me ocurre otro pasaje: que los ninivitas se levantarían en el Juicio Final
y condenarían a Israel, porque los ninivitas creyeron a Jonás y los judíos de su tiempo no
hicieron caso a Jesús a pesar de ser Él muy superior a Jonás.
P. Luis. Los dos tienen toda la razón. Así lo dice el Evangelio. Pero Jesús, cuando habla
de este modo, no se mete para nada en la historicidad o ficción del libro de Jonás: lo toma
como una comparación y tal como lo sabía y hablaba el pueblo.
Javier. O sea, que hemos de ir más al pensamiento de Jesús que a sus palabras externas.
P. Luis. Eso mismo. En las parábolas del hijo pródigo y de los viñadores pareciera que
Jesús tiene presente al Jonás que se enoja contra Dios, como el hijo mayor contra el padre,
o los viñadores de primera hora contra el dueño de la viña.
Rosy. Se ve claro. Uno y otros no hacen más que dejarse llevar de la envidia. Hacen gala
de un egoísmo espiritual inaceptable: ¡Dios para mí y sólo para mí!…
Cuestionario
Javier. Padre Luis, a ver cómo nos resume la lección de hoy, que, a pesar de ser el libro
de Jonás Palabra de Dios, la lección ha resultado divertida.
P. Luis. Sí; divertida la narración del libro, pero importantes sus enseñanzas. Fijémonos
en estos puntos.
Primero. El libro de Jonás es una exaltación de la bondad misericordiosa de Dios.
Segundo. Esta bondad es indistinta para todos los pueblos. Hablando de hoy y de
nosotros, Dios ama a un pueblo católico y también a otro no cristiano, porque a todos debe
llegar el mensaje de la salvación, para que crean y se salven.
Tercero. Lo mismo ocurre a nivel personal. Podríamos ser muy pecadores, pero jamás
tendríamos derecho a dudar de la bondad y misericordia de Dios.
Rosy. ¡Vaya, Padre! Casi podría acabar con las palabras del conocido canto: “Si grandes
son mis culpas, más grande es tu bondad!...
Javier. Esta Rosy, siempre con las suyas… Voy a leer yo el libro inmediatamente. Pero,
ya desde ahora, sé que todo el escrito es una exaltación de la bondad misericordiosa de
Dios, que ama a todos los pueblos, que acoge a todos los pecadores, y que a todos los
hombres ofrece generosamente la salvación. ¿Queremos un mensaje más consolador?...
A continuación, la misma Lección 045,
Los Sabios. Aquella categoría tan selecta de Israel,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. Padre Luis, ¿se imagina usted cuáles son los hombres que yo más admiro? No es
difícil adivinarlo.
P. Luis. Cada uno tenemos nuestros gustos propios. A un joven como tú le puede
fascinar un valiente militar, o un deportista campeón, o el político sobresaliente...
Javier. Has atinado. Y puede ser el inventor audaz, el filósofo profundo, el médico y el
profesor competentes. También el artista, el músico o el poeta, pero no tanto como el
científico de verdad. Un genio del que oiga hablar, me subyuga.
P. Luis. No tienes mal gusto. Y este tu buen gusto nos va a introducir en la lección de
hoy.
Rosy. ¿Aparecen los científicos en la Biblia? Nunca los he encontrado, aunque se vean
muchos personajes sumamente inteligentes, empezando por Jesús, el genio de los genios.
P. Luis. Pues, hoy lo vas a saber. A lo mejor les llegan a gustar a los dos, a ti y a Javi.
Javier. ¿Y después?
P. Luis. Estaban los profetas, que ya vimos lo que eran y la importancia que tuvieron
durante la monarquía, hasta el Destierro.
Javier. ¿Y cuál fue la tercera categoría?
P. Luis. La que nos ocupa hoy, la de los Sabios, que en Israel empezaron prácticamente
con Salomón y florecieron de manera especial después del Destierro.
Javier. Si se les llama los “Sabios”, forzosamente sobresalían por su talento. Es decir,
pertenecían a esa clase de hombres que yo tanto admiro.
Rosy. No me dirá, Padre Luis, que vamos a encontrar a los Sabios tan perseguidos como
los profetas.
P. Luis. No; pero algo debía haber, cuando Jesús, en aquella diatriba terrible contra sus
adversarios, señalaba concretamente: “Os envío profetas y sabios, y los mataréis” (Mateo
23,34)
P. Luis. No, ciertamente. Porque, como se puede ver fácilmente, el Sabio de la Biblia no
se enojaba nunca; no molestaba a nadie; a nadie se imponía ni imponía su doctrina.
P. Luis. Te repito, que algo debía haber, porque Jesús no hablaba sin más. El sabio decía
o escribía con naturalidad su sentencia sin señalar a nadie, y dejaba que la doctrina
penetrase solita en el corazón sin haber herido nunca.
Rosy. Si es así, al sabio de Israel le podemos aplicar los versos de un poeta moderno:
“Mis palabras, las suelto yo como pájaros, y ellos se buscan la rama”.
P. Luis. Bonita comparación para lo que eran los Sabios en Israel. Escribían para todos,
pero sin señalar a nadie. Por eso, nadie se podía ofender.
Rosy. Aunque dijera para los jueces una sentencia como ésta, que les hace pensar en el
propio juicio que van a tener un día, y no se pueden ofender: “Absolver al malvado y
condenar al justo, son dos cosas que detesta Dios” (Proverbios 17,15)
Javier. Padre Luis, empecemos por lo primero: ¿Quiénes eran los Sabios?
P. Luis. Las civilizaciones antiguas, vecinas al pueblo judío, tuvieron en mucha estima a
los maestros que educaban a la gente. Su enseñanza no era académica como la nuestra, sino
práctica a base de dichos, sentencias, comparaciones, tomado todo de la vida.
P. Luis. En ninguna. Esa sabiduría, encerrada en dichos así, nació en los clanes, cuando
por las noches, bajo las tiendas o a la luz de las estrellas, el padre o los ancianos de la
familia daban consejos acertados a los más jóvenes para formarlos en la vida.
Javier. Entonces, Israel se mostró muy sabio desde el principio de su historia, allá por el
tiempo de los patriarcas.
Javier. De este modo, los judíos no se mostraban cerrados ante otras maneras de pensar,
aunque no fuera precisamente con su Ley. ¿No les parece?
P. Luis. Israel admiraba esa cultura extranjera, la copió y la vivió después mejor que
ningún otro pueblo. Veamos, como un ejemplo también, este consejo egipcio contra el
avaro: “Cuando ya tengas lo que te es necesario, no te inquietes por aumentar tus
ganancias”.
P. Luis. Sí; se trata de sentencias breves, cargadas doctrina práctica. Al ser tan cortitas,
se clavaban en la memoria y se recordaban con suma facilidad.
Javier. Pero a mí me parece que son muy inocentes. Podrían tener más chispa...
P. Luis. Te pido leas los Proverbios o el Eclesiástico, y me dices después a ver la carga
de intención que encierran.
P. Luis. Les digo dos, uno para los hombres y otro para las mujeres, aunque no van para
ustedes dos. De ella, bonita pero indiscreta, dice: “Como anillo de oro en el hocico del
cerdo, es la mujer hermosa pero sin seso”.
P. Luis. Escoges buen ejemplo, Rosy, pues le dice así el proverbio: “El ingenuo se va
tras ella, como buey llevado al matadero, como ciervo atrapado en la red, hasta que una
flecha le atraviesa el hígado, como pájaro que cae en la trampa, sin saber que le va la vida
en ello” (Proverbios 7,22-23)
Javier. Habré de retractar la palabra... Veo que el Sabio sabe pegar palos a todos.
P. Luis. Como sabe también repartir elogios a puñados, pues sus sentencias son muchas
veces alabanza a la virtud, estímulo para el bien obrar, elogios al hombre honrado y cariño
indecible para la mujer buna y honesta. Lean los Libros Sapienciales de la Biblia, que
pasarán ratos deliciosos, les harán discurrir mucho y adquirirán esa sensatez de las personas
maduras.
Javier. Padre Luis, nos ha dicho que no fue Israel quien inventó ese método de enseñar
los sabios. Pues, ¿cómo brilló tan alto?
Rosy. Siendo así, los Sabios debían ser muy apreciados por el pueblo, pienso yo.
P. Luis. Y muy bien pensado. Los Sabios eran muy aceptados en las cortes reales, y en
Israel comenzaron con Salomón, el sabio más grande conocido. De él dice la Biblia que
“La sabiduría de Salomón superaba a la de todos los hijos de Oriente y a toda la sabiduría
de Egipto. Compuso tres mil proverbios. De todos los pueblos venían a escuchar la
sabiduría de Salomón, trayendo presentes de parte de todos los reyes de la tierra que habían
tenido noticia de su sabiduría”.
Javier. Con este ejemplo por delante, se comprende que Israel cultivase siempre la
sabiduría con verdadero mimo.
P. Luis. Así fue, sobre todo cuando llegó a su apogeo, el momento más alto, conseguido
siglos más tarde de Salomón, después del Destierro de Babilonia.
Rosy. Por todo lo que va diciendo, me voy formando la idea del Sabio de Israel. Tenía
que ser un hombre serio, prudente, reflexivo, que observaba la naturaleza, la conducta de
los hombres, sus virtudes y sus defectos.
P. Luis. Esto era y así obraba. Sacaba las consecuencias de lo que veía, y las condensaba
en una frase cortita, pero llena de intención; por ejemplo, hablando contra el holgazán que
se echa de encima el trabajo: “El perezoso dice: Hay un león fuera y en medio de la calle
me matará”.
Rosy. El Sabio podía ser muy sabio. Pero, por fuerza, debía tener una gran iluminación
de Dios.
P. Luis. Dices muy bien, Rosy. Pero, antes que tú, ya lo dijo, como en una anotación
autobiográfica, el autor del libro del Eclesiástico. Miren lo que dice: El sabio “por la
mañana dirige su corazón al Señor, su Creador; suplica ante el Altísimo, abre su boca en
oración”.
Javier. Esa sabiduría debió seguir sus pasos propios, si había de llegar a una perfección
no superada por los otros pueblos.
P. Luis. Esto sucedía porque no veían claro lo de la vida futura. Todo acababa con la
muerte, y la recompensa estaba en este mundo: suerte para el bueno, desgracia para el malo.
Esta ignorancia del futuro la expresaba así el sabio: “¿Quién alabará al Altísimo en el
sepulcro?... La alabanza no puede venir de un muerto que ya no existe, sino el que vive y
goza de salud puede alabar al Señor”.
Javier. ¿Y el paso siguiente en este progreso de la sabiduría?
P. Luis. Después, sobre todo a partir del Destierro de Babilonia, el sabio venía a meter a
Yahvé en todas sus reflexiones, impregnadas de ciencia divina, como lo expresa esta
sentencia: “Toda sabiduría consiste en honrar al Señor, y sólo hay sabiduría cuando se
practica la ley”.
Rosy. Si partían los Sabios casi de la indiferencia religiosa, esto era avanzar mucho.
P. Luis. Pues, dice mucho más aún: La Sabiduría “es una emanación pura de la gloria
del Omnipotente; por eso, nada contaminado le afecta. Es reflejo de la luz eterna, espejo
inmaculado de la actividad de Dios e imagen de su bondad”.
Rosy. ¡Si esto es hallarnos a las puertas del Evangelio!
P. Luis. Muy bien dicho, Rosy. Piensa en la primera línea del Evangelio de Juan: “En el
principio existía el Verbo, la Palabra, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios”.
Pablo irá más lejos, y dirá de Jesucristo: “De Dios viene que estén en Cristo Jesús, al cual
hizo Dios para nosotros Sabiduría de Dios”.
Cuestionario
Javier. Padre Luis, hoy también puede ahorrarse el cuestionario que acostumbra en
todas las lecciones. Yo no sé si los Sabios de la Biblia eran o no intelectuales, científicos de
altura o verdaderos genios. Una cosa he aprendido: que ante ellos hay que inclinarse con
reverencia...
A continuación, la misma Lección 046,
Job. El misterio del dolor,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Javi, nos decías al hablar de los Libros Sapienciales de la Biblia que los mirabas
con respeto. Hoy les voy a proponer el primero de estos libros, y, si lo lees después, te vas a
quedar pasmado de su genialidad y belleza.
Rosy. ¿Del que decimos: “más paciente que el santo Job”? ¿Puede deleitarnos un libro
que no cuenta más que desgracias e infortunios?
P. Luis. Rosy, haz lo mismo que aconsejo a Javi: una vez hayamos dado la explicación,
léelo cuanto antes, y ya me contarás.
P. Luis. ¿Qué les parece lo que he leído en un comentario muy autorizado? Parece que
está en contradicción con lo que acabo de aconsejarles. Da tres consejos a quien quiera leer
el libro de Job.
P. Luis. A lo mejor no te gustan, Rosy. Dice lo siguiente. Primero: sólo pueden leer este
libro personas maduras. Segundo: que no lo lea nadie, si antes no lo estudia, si no sabe
primeramente lo que va a leer. Y tercero: que después lo lea seguido, y no por partes
sueltas.
Rosy. Si esto se ha dicho sobre el libro de Job, y usted, Padre Luis, nos aconseja a
nosotros el leerlo, nos viene a echar un piropo, pues nos cree personas maduras, dotadas de
buen criterio.
Javier. Para entendernos desde el principio, díganos, Padre Luis: ¿Para qué se escribió
este libro. ¿Qué se proponía el autor?
P. Luis. Digamos que el libro de Job fue escrito para dar respuesta a esa cuestión que en
todos los tiempos se han planteado los hombres: ¿Cómo es posible que los buenos se vean
muchas veces sumidos en el dolor, en los mayores sufrimientos, si tienen la conciencia
tranquila porque no han hecho ningún mal?...
P. Luis. Y al revés: ¿Cómo es que los malos tienen mucha suerte y prosperan tanto?
P. Luis. Y acaban con la última cuestión: Si es Dios el que gobierna el mundo, ¿no es
Dios injusto?
Javier. Muy bien planteadas las tres preguntas, que se hacen muchas veces los que
viven angustiados por una desgracia u otra.
Rosy. Es cierto que ese problema es grave. Si el libro lo soluciona, habremos de decir
que el libro de Job es un libro sabio de verdad.
Javier. ¿Y tan difícil propone la respuesta el autor, que no se pueda leer el libro sin
mucho criterio, y sólo de un tirón?
Rosy. Pero, ¿de dónde provenía semejante manera de pensar? Alguna razón grave debía
existir.
P. Luis. Preguntas bien. Este problema nacía de lo que entonces se pensaba, a saber:
que el premio o el castigo de Dios se tiene en este mundo. Por lo mismo, los bienes
materiales son premio a la buena conducta; y los males y las desgracias vienen porque se ha
pecado. No se pensaba nada de la vida futura.
Javier. O sea, el rico que tenía una buena hacienda; el que gozaba de buena salud; el que
tenía amores a placer; el querido de todos y respetado por todos..., ése era el bueno, el
santo, el amado de Dios, dador de todo bien, que así manifestaba lo mucho que le agradaba
la conducta irreprochable de quien disfrutaba tanto.
P. Luis. La cambiará o no la cambiará. Pero viene ahora el libro de Job a decirnos todo
lo contrario: que un justo puede padecer, y que el pasarla bien en este mundo no es
precisamente signo de que Dios esté muy contento...
Javier. Ante una manera de pensar tan equivocada, yo creo que un libro de la Biblia
como éste va a tener mucha influencia.
P. Luis. En parte, sí. Aunque Job se va a quedar a mitad de camino, y va a dar el primer
paso hacia una retribución en el más allá, con una sentencia como ésta: “Sé que mi
Defensor vive, y que al fin se alzará sobre mi polvo; sé que después que me dejen sin piel,
ya sin carne, veré a Dios: Sí, seré yo quien lo veré, serán mis ojos, y no un extraño”.
Rosy. El que habla así ya no parece Job, sino San Pablo en persona.
P. Luis. Espera, Rosy, que falta mucho para Jesús y para San Pablo, como vamos a ver
pronto. Job no piensa en la vida eterna como nosotros. Pero con estas palabras se mete ya,
aunque tímidamente, en la vida futura.
Javier. Yo pienso que esas palabras vienen a decir: Dios no es el causante de los males;
en este mundo, puede padecer el justo, igual que puede prosperar el impío; pero Dios está
sobre los hombres, y hay que acogerse a Él, que al final sale siempre a favor del justo.
P. Luis. Todo esto que hemos hablado hasta ahora no deja de ser una introducción,
aunque necesaria. No hemos perdido el tiempo.
P. Luis. Lo más probable, sí. Lo que ocurrió fue que el autor, un poeta genial, allá por el
año 400 antes de Jesucristo, tomó para su tesis el nombre legendario de un tal Job, que
había existido hacía muchos siglos en los confines de Arabia, considerado como un héroe
por su buena conducta, y que se mantuvo fiel a Dios en medio de una prueba muy grande.
Javier. Entonces, si Job no es un personaje histórico, hay que decir que tampoco el libro
es una historia, sino que es una obra poética, aunque sea de una altura literaria fascinante.
P. Luis. Lo has dicho muy bien, Javi. Este libro, de lo más bello que hay en la Biblia, es
considerado también como de lo más granado con que cuenta la literatura universal.
Rosy. Padre Luis, nos ha dicho desde un principio, que si queremos leer el libro con
provecho, hemos de estudiarlo antes. ¿Qué pasos nos convendría dar en este estudio?
P. Luis. Yo les aconsejaría, ante todo, que distingan bien las partes en que se divide el
libro. Todas están encerradas en un prólogo y en un epílogo, es decir, en un principio y en
un final que parecen una historia, y no son más que el marco en que se encierra toda la
parte poética.
P. Luis. El que ustedes saben, porque lo han oído contar muchas veces. Una redacción
en prosa, que narra la desgracia de Job cuando se arruinan sus fincas, mueren sus hijos, y
contrae una enfermedad horrible. Todo fue causado por Satán, que ha pedido autorización a
Dios para probar a Job,
Rosy. ¡Oh, sí! Lo hemos oído y leído muchas veces. Es cuando Job, en vez de maldecir
a Dios o serle infiel, como esperaba Satán, exclama: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó. Sea
bendito su Nombre”.
Javier. Cierto. Esto lo hemos oído muchas veces. Igual que la recriminación a su mujer,
la cual le echa en cara al bueno del marido: “¿Aún vas a seguir en esa tu conducta?
¡Maldice a Dios, y muérete!”.
P. Luis. Eso, Rosy. A lo que contesta Job, esta vez bien enojado: “Hablas como una
tonta. Si recibimos de Dios lo bueno, hemos de recibir también lo malo”.
P. Luis. Miren después la escena de la llegada de sus amigos Elifaz, Bildad y Sofar, que
comienzan con él las discusiones sobre lo que será el tema de todo el libro: Si Job sufre
tanto, es porque Job es un pecador. Los males son castigo de los pecados personales.
Rosy. O sea, el pensamiento imperante. La paga de Dios está en este mundo. Job va a
pagar ahora todos sus pecados.
P. Luis. Pero Job se defiende contra semejante acusación, porque tiene la conciencia
tranquila y no le acusa de ningún delito. Así discurren los capítulos centrales del libro,
hasta que interviene otro amigo, Eliu, que da la razón a los tres amigos anteriores.
Javier. O sea, que Job está perdido. Nadie le defiende, mientras que todos se ponen
contra él, aunque Job alega siempre su inocencia.
P. Luis. Ahora entra en escena Dios, que da la razón a Job, aunque le reprende algunas
afirmaciones suyas.
Rosy. Menos mal que todo acaba como una película del Oeste, en la que al fin triunfan
los buenos.
P. Luis. El libro acaba con el epílogo que cabía esperar. Dios devolvió a Job muy
aumentados todos los bienes que perdió por culpa de Satán.
Javier. Padre Luis, ¿no podría dejarnos bien claras todas esas partes del libro con la
distinción de capítulos y hasta de versículos? Nos ayudaría esto mucho para estudiar a Job.
P. Luis. No hace ninguna falta, pues la división de estas partes la encontrarán en todas
las Biblias que tienen a mano.
Rosy. Esa manera de pensar en el antiguo Israel choca bastante con la nuestra, que
miramos el sufrimiento de modo muy distinto.
P. Luis. ¡Vaya que si choca! Como decíamos antes, Job no resuelve el problema
planteado, y falta mucho para que el Nuevo Testamento dé la solución completa a la
incógnita del dolor.
Rosy. ¡Falta mucho para el Nuevo Testamento!... Pero, ¿no se avanza ya bastante con
este libro?
P. Luis. Con Job, se inicia el camino en Israel para llegar a entenderlo del todo. Con
algunos Sapienciales posteriores como el Eclesiástico, la Sabiduría y los libros de los
Macabeos se pensará de manera muy distinta.
Javier. Se adivina todo fácilmente. Jesús, el ser más inocente que ha existido, muere en
la cruz. ¿Por qué sufrió precisamente Él la Pasión más atroz?... Nosotros, con Jesucristo
crucificado delante, no tenemos dudas sobre el valor del sufrimiento.
P. Luis. Y vendrá Pablo después a decirnos: “Completo en mi carne lo que falta a los
sufrimientos de Cristo a favor de su Iglesia”. ¿Por qué lo dice y lo acepta
voluntariamente?... Y el mismo Pablo nos recuerda a todos: “Los sufrimientos del tiempo
presente no son comparables con la gloria que un día se va a manifestar en nosotros”. ¿Por
qué el Apóstol se fija en las tribulaciones del cristiano, y no en las alegrías de la vida
presente, que también las tenemos?...
Rosy. ¡Qué diferencia más grande entre el Antiguo y el Nuevo Testamento!... ¿Y saben?
A mí se me ocurre lo que leí de una Santa a la que quiero mucho desde que supe su historia.
Se llamaba Liduvina. Era de Bélgica, y, muy jovencita aún, contrae una enfermedad terrible
que la postra en cama durante treinta años. Y ella, siempre con cara de ángel en medio de
sus sufrimientos, decía: “Si yo supiera que rezando un Avemaría me iba a curar, no la
rezaría”.
Javier. Esto no cabe por nada en el libro de Job, pero es el mejor comentario que has
podido traer ante lo que nos va a enseñar el Nuevo Testamento con el Señor en la Cruz.
Cuestionario
P. Luis. Muy bien contado, Rosy, y muy bien comentado, Javi. Como ven, este libro de
Job podría resumirse en estos puntos.
Primero. En el antiguo Israel se pensaba que la recompensa la daba Dios en este mundo:
los ricos y todos los que la pasan bien, es porque han sido fieles a Dios; y los que sufren, es
por culpa de sus pecados. Así se pensaba.
Segundo. El libro de Job viene a deshacer esta idea. Los justos pueden padecer a pesar de
su inocencia, y los malos, aunque de momento gocen, al fin caerán en la mano de Dios. Se
empezaba a vislumbrar la recompensa en la vida futura.
Tercero. Jesucristo, Crucificado y Resucitado, da la solución verdadera al problema del
dolor. Espera una eternidad para todos: los malos, en un castigo inacabable; los buenos, en
un premio también sin fin.
P. Luis. Léanlo, que, sobre deleitarles con su belleza, les hará indiscutiblemente mucho
bien.
A continuación, la misma Lección 047,
Proverbios. El manual de los consejos,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Vamos a suponer que estamos en una charla de amigos. ¿Cómo quieren ustedes
que se desarrolle para que al final todos estemos contentos?
Rosy. Que todos hablemos con corazón, desde luego. Que nos queramos. Que pongamos
cariño. Lo demás vendrá por su cuenta.
Javier. Bien. Dado que es Rosy quien habla así, no está mal lo que dice. Ya se ve que es
mujer.
Rosy. ¡Claro que sí, y no me retracto! Una conversación fría no interesa a nadie.
Javier. Pero, puede resultar muy aburrida, ¿no te parece? Yo diría que en la
conversación haya ante todo prudencia, lo que decimos “sentido común”, para que no
resulte un aburrimiento y hasta un perjuicio, conforme a una sentencia de la Biblia que me
aprendí muy bien: “Trata con sabios, y te harás sabio; júntate con necios, y te echarás a
perder”.
Javier. En el de los Proverbios, lo recuerdo muy bien. Y hasta le digo que era en el
capítulo 13, pues me dije: ¡Vaya suerte que me trae el 13 si lo sigo bien!...
P. Luis. ¡Y tanta verdad! Precisamente, hoy les quería hablar del libro de los Proverbios,
el más clásico de los Sapienciales, y que podríamos llamar el libro de la sensatez, el libro
del sentido común. Lo que tú dices, Javi, que te enseñó a ti.
Rosy. ¡Claro! Si lo escribió nade menos que Salomón, como leo en el primer versículo,
apenas lo acabo de abrir...
P. Luis. Pues, ya que empiezas con esto, tengo que decirte que no lo escribió Salomón
precisamente, aunque tú acabas de leerlo muy bien.
P. Luis. Es cierto que algunas de las sentencias de los Proverbios podrían ser de él, ya
que, según la misma Biblia, pronunció más de tres mil, y el uso del libro con las primeras
redacciones se remonta a muy antiguo, quizá a la época del mismo Salomón, poco después
del año 900 antes de Jesucristo; pero el libro en su forma definitiva, tal como lo tenemos
hoy, hay que colocarlo por el 400, o sea, quinientos después de Salomón.
Javier. Entonces, obraban muy al revés de nosotros, que defendemos con tenacidad los
“derechos de autor”. ¡Y cuidado con que nadie robe el nombre a un escritor, a un pintor, o a
un inventor, porque el ladrón de la “propiedad intelectual” parará en los tribunales!
Rosy. O sea, que en la Biblia, si Salomón fue el sabio más famoso por sus sentencias, lo
mejor era atribuir a Salomón este libro de los Proverbios.
Rosy. De este modo, Salomón viene a ser uno de los autores más leídos de la Biblia,
aunque no fuera él quien escribiera tanto.
P. Luis. Ocurre también con otros. Al ser Moisés el gran legislador del Sinaí, leyes que
vinieron después en Israel fueron atribuidas a Moisés.
Javier. ¿Y no le pasa esto también a David, poeta y cantor, que era como nuestros
“cantautores” modernos?... Tengo leído que muchos Salmos son atribuidos a David, aunque
nada tuvo que ver con ellos.
P. Luis. Nos ha ido bien esto del autor de los Proverbios para explicar lo de los autores
de la Biblia, que tiene aplicación varios casos, incluso con escritos del Nuevo Testamento.
¿Salomón, autor del libro de los Proverbios? De algunas sentencias, quizá sí. Del libro, no,
pues consta de varias colecciones, de tiempos muy diversos.
P. Luis. Voy a empezar por la más moderna o reciente, que son los nueve primeros
capítulos. No está hecha de sentencias sueltas, como el resto del libro, sino de una
instrucción del padre a su hijo.
Rosy. Efectivamente, aquí lo tengo abierto, y dice: “Escucha, hijo mío, la instrucción de
tu padre, y no olvides la enseñanza de tu madre”.
Javier. Es bueno esto de ver a los padres como instructores y formadores de los hijos.
La Biblia enseña muchas cosas.
P. Luis. Muy bien dicho, Javier. Sin embargo, parece que se trata de Yahvé en persona, de
la Sabiduría nacida de Dios, en contraposición a la Necedad de los impíos.
Javier. O sea, que nos encontramos con lo que nos dijo al hablarnos de los Sapienciales en
general: que la Sabiduría venía a ser como el mismo Dios.
P. Luis. Es cierto. Y conviene tener presente que en el libro de los Proverbios, Sabio es
igual que Justo, santo, bueno; y Necio es igual que Impío, malo, como lo vemos resumido
en esta sentencia del capítulo cuatro: “La senda de los justos es como la luz del alba, que se
va esclareciendo hasta pleno día. Pero el camino de los malos es tenebroso, y no saben
dónde tropiezan”.
Rosy. Preciosa de verdad esta sentencia. A mí me lleva ya a Jesús, cuando dice: “Yo soy
la luz del mundo: quien me sigue no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la
vida” (Juan 8,12)
P. Luis. Rosy, con tus últimas palabras, tú siempre avanzándote pensando en Jesús, y
haces bien. Los Proverbios eran muy estimados por los autores del Nuevo Testamento, que
lo citan varias veces.
Javier. Sabiendo que “la luz” es algo simbólico, ¿cuál es propiamente en Proverbios la
luz que nos guía?
P. Luis. La luz que nos guía cuando leemos los Proverbios y los demás libros
Sapienciales de la Biblia, es el “Temor de Dios”. Esto es claro.
Javier. ¿Claro? Yo no acabo de verlo, y vale la pena que lo explique. ¿Hemos de tener
miedo a Dios?
P. Luis. Muy bien hecha la pregunta. “Temor de Dios” en la Biblia no significa “miedo
a Dios”, sino “respeto”, “reverencia”, y abarca todo lo que nos relaciona con Dios, todos
los deberes religiosos, como el culto.
Rosy. O sea, que los Sapienciales no se basan sólo en el humanismo con que
comenzaron los primeros proverbios, los cuales no miraban sino la educación, las formas
sociales, la prudencia en la vida. Contenían algo más.
P. Luis. Sí; aquel primer humanismo se transformó en teología, en algo mucho más
subido, en lo que lleva al hombre hasta Dios.
Javier. Nos hablaba, P. Luis, de la primera colección del libro. ¿No nos dice algo de las
otras?
P. Luis. No es difícil dar la división del libro. La segunda y tercera secciones de los
Proverbios, que va de los capítulos 10 al 22 y del 25 al 29, atribuidas a Salomón, son muy
antiguas.
P. Luis. Eso mismo. Al revés de la sección primera, estas secciones están formadas por
lo más típico de los Sapienciales, o sea, por sentencias breves que se fijan fácilmente en la
memoria.
Javier. Ya ven cómo se me clavó a mí aquella sobre la manera de hablar que tienen los
sabios y los necios, y el bien o el mal que hacen los unos y los otros con sus ideas y sus
palabras.
P. Luis. Podríamos escoger muchas de estas sentencias, que resultan imborrables. Por
ejemplo, estas cuatro que trae seguidas el libro.
La primera, para los amigos sinceros y los hipócritas que lo simulan: “Valen más los
golpes leales del amigo, que los besos engañosos del enemigo”.
Una de sentido común, para los que se hartan de comida y para los que pasan hambre:
“El estómago harto desprecia la miel; y el estómago hambriento vuelve dulce lo amargo”.
Ésta, tan atinada, para los parranderos: “Como pájaro errante lejos del nido, es el hombre
que se aleja del su hogar”.
Y otra, para los que son amables y cariñosos: “Perfume e incienso alegran el corazón;
así la dulzura del amigo trae consuelo al alma”.
Rosy. Padre Luis, ¿sabe que me vienen ganas de decirle que en vez de más
explicaciones, nos entretengamos en leer sentencias de los Proverbios, como las que usted
acaba de citar?
P. Luis. Pues, no discurres mal, Rosy. Pero es mejor que cada uno tome la Biblia, abra
los Proverbios, y se deleite con esa sabiduría tan típica, tan popular y tan casera que
contienen.
Javier. Podemos hacer las dos cosas. Ya leeremos después con calma el libro entero;
pero ahora nos podríamos entretener un ratito con algunos de esos proverbios que están
llenos de gracia y de simpática malicia.
P. Luis. Perfecto. Los tres con la Biblia en la mano, que cada uno vaya escogiendo al
azar. Como yo venía ya preparado para exponer la clase, empiezo por éste que tengo
copiado a la vista, sobre lo que dice del sabio y del necio: “La boca del justo es manantial
de vida, la boca del malvado es copa de vinagre”… Un trago de vinagre lo aguantan pocos.
Rosy. Miren ahora cómo elogia a la persona prudente: “Naranjas de oro en diseños de
plata, son las palabras pronunciadas oportunamente”… ¡Vaya vajilla preciosa que usa la
persona sensata, la que es prudente en el hablar!
Javier. ¿Sabemos cuál es la mejor venganza? Oigamos este consejito: “Si tu enemigo
tiene hambre, dale de comer: si tiene sed, dale de beber; así le sacarás los colores a la cara,
y el Señor te lo pagará”… Esto es formidable. Hacer enrojecer a uno de vergüenza es una
venganza muy dura, y a la vez es un acto de caridad que Dios premia de verdad.
Rosy. ¿Y saben cómo le previene a aquel a quien le gusta el licor más de la cuenta? Le
dice así: “No mires el vino cuando brilla en la copa; entra suavemente, pero al final muerde
como culebra, y pica como una víbora”… Vale la pena saberlo ante la tentación de una
copa de más...
Javier. Hay que tener buen ojo ante el que nos alaba con hipocresía. Miren qué atinada
esta observación: “Baño de plata en vasija de barro son los labios melosos con malas
intenciones”… Ese escritor sabía bastante psicología.
Rosy. Para los tramposos en las tiendas, les recuerda el sabio: “Pesos y medidas dobles,
son dos cosas que aborrece Yahvé”. Y al revés: “Balanza y platillos justos son de Yahvé,
todas las pesas son obra suya”... Por lo visto, los negociantes tienen que ir con cuidado.
P. Luis. ¿Es buena la mucha riqueza? ¿Es buena la miseria? Ninguna de las dos
conviene. Lo mejor es lo justo, lo necesario. Miremos qué bien lo expresa, en plegaria a
Dios: “No me des riqueza ni pobreza, sino concédeme mi ración de pan; no sea que me
sacie y reniegue de ti, diciendo: ‘¿Qué me importa el Señor?’; no sea que, llevado de la
necesidad, robe y blasfeme el nombre de mi Dios”.
Javier. Padre Luis, ¡eso sí que es una verdadera clase de sociología! Eso es canonizar a
la clase media... Así lo pienso yo.
Javier. ¿Y cómo es que habla de una manera tan contrapuesta de la mujer? El libro
entero, ¿es feminista o antifeminista?
P. Luis. Miremos lo qué significan una mujer y otra. Es cierto lo que dice de cada una:
la mala es mala de verdad; y la buena es buena de verdad también.
Rosy. ¿No se dan en el libro mujeres intermedias, buenas a medias, malas a medias
también? ¿Tan radical es el autor o compilador de los Proverbios?
Rosy. O sea, que no hablaría propiamente de la mujer, sino de las personas en general.
P. Luis. Habla de la mujer. Pero, según esa interpelación, las malas están significadas en
la mujer perversa, que podría ser llamada “Doña Necedad”; y las personas buenas, las que
respetan a Dios, se ven representadas en esa mujer ideal, que podría llamarse “Doña
Sabiduría”. Así, con estos “Doña” tan simpáticos, explican hoy los comentaristas de la
Biblia la descripción que hace de la mujer.
Cuestionario
P. Luis. Y así acabo yo la clase de hoy. Digamos que este libro de los Proverbios, el más
clásico de los Sapienciales, hace pensar mucho y enseña a vivir bien, con mucha prudencia
en la vida; pero enseña, sobre todo, a vivir con mucho temor, con mucho respeto, con
mucha sumisión a Dios.
Javier. Padre Luis, ¿sabe que estoy sacando el jugo a los libros Sapienciales que hemos
empezado a estudiar?
Rosy. Extraño, hasta por el mismo nombre, pues se le llama de dos o tres maneras
diferentes.
Javier. ¿No es de Salomón, como dice apenas comenzar? “Hijo de David, rey de
Jerusalén”...
P. Luis. Esto es una ficción literaria, puesto que el libro fue escrito, lo más seguro en
Jerusalén, en el siglo tercero antes de Jesucristo, unos seiscientos años después de Salomón.
Rosy. Pero, por su sabiduría y riquezas, contadas por él mismo, el autor se parecía
mucho a Salomón.
P. Luis. Es cierto. El autor parece ser un judío acomodado, sabio, buen conocedor de las
tradiciones de su pueblo, y quiere dar solución a las angustias que podía sufrir la clase rica
ante las nuevas corrientes sociales, bajo la influencia de la cultura griega que se expandía
por todas partes.
Javier. El Eclesiastés tiene muy poco de filosofía griega, pues juzga todo bajo la
sabiduría de Israel, la única de la cual se fía. Pero, ¿lo consigue?...
P. Luis. Este libro del Eclesiastés en un Sapiencial sorprendente. ¡Cuánto que hace
pensar, cuánto desilusiona, y cuánto entusiasma también en medio de sus amargas
experiencias!...
Javier. Justo. Para el escritor sagrado, todo pasa, todo se convierte en fracaso; pero todo
lleva asimismo a Dios, al ver que el Eterno es el único que no se muda, que no cambia, y el
único que llena el corazón.
P. Luis. Comprendo tu impresión, Rosy. Pero mira las últimas líneas, añadidas por un
discípulo del autor, que lo aclaran todo y consiguen ponernos en las manos de Dios.
Javier. No cuesta mucho ir a la última página y última línea, que dice así: “Ultimo
aviso, hijo mío... Basta de palabras, porque todo está ya dicho. Teme a Dios y guarda sus
mandamientos, que eso es ser hombre cabal. Porque todas nuestras obras serán juzgadas
por Dios, hasta las más ocultas, a ver si son buenas o malas”.
P. Luis. Les he hecho leer ahora, al principio, estas palabras finales del libro a fin de ir
orientados en su lectura, ya que desde las primeras líneas desorienta su planteamiento tan
negativo, ¡pero tan sabio!...
Javier. Eso, sí; se descubre que el escrito es una joya literaria. Yo lo iba leyendo y no
me cansaba nada; disfruté de verdad.
Rosy. Yo pensaba igual, desde luego. Se ve que el autor era un sabio que observaba
mucho; después, reflexionaba sobre lo que había observado; a continuación, se lo hacia
propio, como si todo le hubiera sucedido a él mismo.
Javier. ¿Cómo resumiría usted, Padre Luis, el pensamiento dominante del Eclesiastés?
P. Luis. Toda la reflexión del libro se puede resumir en estas palabras, repetidas varias
veces: “¿Qué provecho saca el hombre de todos los afanes con que se fatiga bajo el sol?”.
Javier. Si es así todo el libro, ¿por qué no hacemos lo mismo que con los Proverbios?
Leamos algunos párrafos escogidos.
P. Luis. Me parece muy bien. Tienen la Biblia delante, y no les costará gran cosa elegir
lo que más les guste.
Rosy. Su tema preferido. ¿La buena vida? ¡Qué desilusión!... “Me dije para mis
adentros: ¡Voy a probar con el placer y a disfrutar del bienestar! Pero vi que también esto
es vanidad. A la alegría la llamé locura, y del placer dije: ¿Para qué vale? Traté de regalar
mi cuerpo con vino y me di a la frivolidad para ver cómo disfruta el hombre en los días
contados de sus vida”.
¡Vaya chorro de agua fría para los sibaritas del placer!...
Javier. ¿Y las riquezas? ¿De qué sirven?... “Hice obras magníficas: me construí
palacios; planté viñas, hice huertos y los llené de árboles frutales; tenía una gran
servidumbre de criados y criadas, y poseía grandes rebaños de vacas y ovejas... Les concedí
a mis ojos todo cuanto me pedían, y no le negué a mi corazón alegría alguna... Después
examiné todas las obras de mis manos y la fatiga que me costó el realizarlas: y todo resultó
vanidad y cazar el viento, nada se saca bajo el sol”.
¿Se puede encontrar más pesimismo que éste? Si tenía todo, ¿de qué se queja?...
P. Luis. Miren un parrafito que a mí me llama mucho la atención. ¿Fortuna grande para
dejar en herencia? ¡Qué disparate!... “Aborrecí lo que hice con tanta fatiga bajo el sol, pues
se lo tengo que dejar a un sucesor, ¿y quién sabe si será sabio o necio? Él heredará lo que
me costó a mí tanto esfuerzo... Y concluí por desengañarme de todo el trabajo que me
fatigó bajo el sol. Porque hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que
dejarle su porción a otro que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave desgracia”.
P. Luis. En un Sapiencial como éste, no podía faltar el tema de la mujer, a la que trata de
una manera casi cruel: “He descubierto que la mujer es más amarga que la muerte, porque
es como una red, su corazón como un lazo, sus brazos como cadenas. El que agrada a Dios,
se libra de ella, pero el pecador cae en su trampa. Un hombre encontré entre mil, pero entre
todas ellas no encontré una sola mujer” (7,26-28)
P. Luis. Era la mentalidad oriental del Antiguo Testamento. Ya llegará Jesucristo, con
su enseñanza, su manera de actuar y con la figura de su Madre, para dar un giro de ciento
ochenta grados a todo lo relacionado con la mujer.
Javier. Aparte de todo lo anterior, aquí leo lo más tremendo de todo: “El hombre y la
bestia tienen la misma suerte: muere el uno como la otra; y ambos tienen el mismo aliento
de vida. En nada aventaja el hombre a la bestia, pues todo es vanidad”.
Rosy. Esa es la mayor barbaridad que se puede leer. Entonces, viene el preguntarnos: ¿Y
Dios? ¿Dónde está?...
P. Luis. Sí que está presente en el libro, pues dice: “Dios quiere que se le respete”. Pero
el premio del bueno y el castigo del malo los considera para esta vida, no para la otra, y así
nos asegura: “Le irá bien al que teme a Dios, y no le irá bien al malvado. El que no teme a
Dios será como sombra, y no prosperará”.
Javier. Después de esta manera de pensar, ¿no vendrán otros Sabios que orienten mejor
a Israel en su manera de discurrir sobre Dios y sobre la recompensa para más allá de la
muerte?
P. Luis. Sí; y ahora es cuando quiero responder a Rosy sobre aquel párrafo tan amargo
que nos ha leído. El Eclesiastés espera que vengan otros Sapienciales detrás de él, como
será la Sabiduría, o los libros históricos de los Macabeos. Allí veremos cómo el
pensamiento judío se va acercando mucho al Dios que nos revelará Jesús, al Dios que
premia y castiga con una eternidad feliz o desgraciada.
Rosy. Gracias, Padre Luis. Yo saco una consecuencia que no sé si es equivocada o no.
Me parece que este libro del Eclesiastés tiene modernamente una actualidad insospechada.
P. Luis. Ni más ni menos, Rosy. Lo dices muy bien. Y nosotros, con la revelación plena
de Jesucristo, captamos en toda su dimensión esa frase del Eclesiastés que hemos citado:
“Dios quiere que se le respete”.
Rosy. Conocemos muy bien ese librito de oro, la Imitación de Cristo, de Kempis. Dice
lo mismo que el Eclesiastés, ¡pero de una manera tan diferente!
P. Luis. Pensaba yo sacarlo a relucir en esta clase, y he venido con él en la mano. Aquí
está esa primera página a la que están aludiendo.
Javier. Por mí, podría leerla. No me molestará el escuchar una vez más lo que tengo
aprendido.
Rosy. Con gusto. Dice así el párrafo que nos interesa: “Vanidad es buscar a porfía
riquezas caducas y poner en ellas la esperanza. Vanidad es también ambicionar honores y
aspirar a cosas que están por encima de la propia condición. Vanidad es satisfacer las
apetencias de la carne y desear aquello cuyo disfrute ha de causarnos después riguroso
castigo. Vanidad es desear una larga vida sin cuidar de la que es buena. Vanidad es atender
únicamente a la vida presente y cerrar los ojos a la que está por venir. Vanidad es
enamorarse de aquellas cosas que tan pronto se esfuman, y no apresurarse por llegar adonde
el gozo es eterno”.
Hasta aquí, la Imitación de Cristo.
Javier. Esto es oro molido. Y nadie puede decir que ese escritor, Kempis, sea derrotista.
Es simplemente un monje de sentido común, aparte de que tiene un su sentido sobrenatural
muy subido.
Javier. Da gusto ver así las cosas. Dios no se muestra celoso cuando nos ve gozar de los
bienes que Él nos dio.
Rosy. Este libro del Eclesiastés habrá suscitado mucha polémica. Pero yo creo que ha
debido tener una gran influencia en el mundo. Guste o no guste a muchos, las verdades que
dice nadie se las puede discutir.
P. Luis. Eso es cierto. Nunca he olvidado un párrafo de San Juan Crisóstomo, que
comentaba esta misma sentencia del Eclesiástico ante la desgracia del gobernante, rico y
corrupto, que había caído en desgracia.
P. Luis. “Todo era noche y puro sueño, y al clarear el alba han desaparecido; eran flores
primaverales, y al pasar la estación se han marchitado; era una nube, y ha huido; humo, y se
ha disuelto; burbujas de jabón, y se han roto; una simple tela de araña, y se ha roto con toda
facilidad”.
Javier. Oratoria de aquella “boca de oro”, pero no deja de ser un excelente comentario
al Eclesiastés que ahora nos ocupa. Y a ver, Padre Luis, cómo nos resume esta lección.
Cuestionario
P. Luis. No es nada difícil hacerlo con los Sapienciales. Tengan presente esto nada más:
Primero. El Eclesiastés ha sido, es y será, en medio de su belleza, un libro muy discutido
en cuanto a lo que pudo ser su autor y la intención que tenía al redactarlo.
Segundo. Se ha dicho de él todo: ¿Pesimista? ¿Optimista? ¿Realista? ¿Muy religioso, o
nada religioso?... Son infinitos los pareceres.
Tercero. Una cosa es cierta: que asegura la vanidad de todos los afanes del hombre por
conseguir una felicidad que no tendrá nunca plenamente en este mundo.
Cuarto. Esta felicidad para nosotros, a la luz de la Biblia en su etapa final, está clara:
hay que esperar la Vida Eterna después de la muerte.
Rosy. ¡Ya está bien para el mundo moderno! Con nuestra fe y con el amor de Dios que
llevamos en el corazón, creo que nosotros tenemos bastante. Y con esos bienes que Dios
nos da, a la par que gozamos de la vida durante nuestro paso por la tierra, conseguimos una
dicha eterna que ya nadie nos podrá arrebatar.
A continuación, la misma Lección 049,
Eclesiástico. El Sapiencial de mirada amplia,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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P. Luis. ¿No les ha picado, como el otro día, la curiosidad de leer el libro que hoy nos
toca exponer?
Rosy. Es la mejor pedagogía, muy descuidada por nosotros. A lo mejor tomo en cuenta
el aviso y estoy al tanto en adelante.
P. Luis. Bueno, dejemos eso. Hoy tenemos delante el Sapiencial más extenso, como es
el Eclesiástico.
Javier. Entonces, se presenta bien la lección. Porque empezamos a sacar el gusto a estos
libros Sapienciales.
Rosy. Como los anteriores, también éste nos enseñará sensatez para la vida, ¿no es así?
P. Luis. Y quizá más que los precedentes. Resulta más agradable que Proverbios y
Eclesiastés. Aunque eso va a gustos, y, ya sabemos, que de gustos no hay nada escrito.
Javier. ¿Y de quién es este libro? ¿También del afortunado Salomón, a quien atribuyen
todo escrito bueno y brillante?
P. Luis. Pues, no; con éste no ha tenido el rey tanta suerte. El Eclesiástico es quizá el
único libro de la Biblia del cual se conoce autor, fecha de composición y demás detalles
que tanto nos interesan.
P. Luis. El autor se llamaba Jesús Ben Sirá y escribió su libro en Jerusalén, año más año
menos, en torno al 180 antes de Jesucristo. En el año 132, un nieto suyo se llevó a Egipto el
original hebreo, y allí lo tradujo al griego.
Rosy. O sea, que fue cosa de familia.
P. Luis. Ni más ni menos. Pero eso de que lo publicaran los judíos de Alejandría deparó
al libro una mala suerte. Porque los celosos judíos de Jerusalén no lo quisieron admitir en
su canon, catálogo o lista de los libros inspirados.
P. Luis. Tenían también el libro en hebreo, del cual modernamente se han encontrado
notables fragmentos dentro de Palestina, como en Masada o en las cuevas de Qumram.
P. Luis. Parece que de la Iglesia, pues era muy leído en el culto de la Palabra, dentro de
la misma Iglesia, y por eso se le llamó “Eclesiástico” ya en aquellos primeros siglos.
Aunque, como fue recibido en el Canon algo tardíamente, consta entre los libros
deuterocanónicos.
Javier. Yo me enredo un poco con los nombres que se le dan a esta libro. ¿Con cuál me
quedo?
Rosy. Iremos aprendiendo nombres, si es que tiene tantos. Sabidos estos orígenes del
libro, ¿por qué no entramos ya en su estudio?.
P. Luis. Lo hacemos. Nada más empezamos a leerlo, en seguida nos damos cuenta de
que nos encontramos ante un judío tradicionalista por demás. Está orgulloso de su pueblo
Israel, con su historia y con su Ley sin par.
P. Luis. Es lo que hace Ben Sira. Quiere a todo trance mantener en su gente la tradición
judía, sin dejarse deslumbrar por las corrientes modernas de la cultura griega, que, desde
Alejandro Magno, ha invadido a todo el mundo entonces conocido.
Rosy. O sea, que pasaba ya en la antigüedad lo que ocurre hoy. Basta que un pueblo sea
el dominador del mundo, para que todos los demás pueblos se miren en el que detiene la
hegemonía. Queramos que no, en nuestra Latinoamérica ejercen una gran influencia los
Estados Unidos, lo mismo con su comercio que con sus películas. Wall Street y Hollywood
llevan la batuta.
P. Luis. Muy bien puesta la comparación, Rosy. Es lo que ocurría en Palestina respecto
de Grecia, por el conquistador Alejandro Magno el Macedonio. Ben Sirá es un judío que ha
viajado, y, si no acepta la filosofía y doctrina griega, parece que respeta esas costumbres
que gozan de un humanismo valioso.
Javier. Ante esto que dice, Padre Luis, a mí se me ocurre expresar así la actitud del
Eclesiástico: Las costumbres que nos vienen de fuera tienen cosas buenas, pero... ¡al tanto,
porque el judaísmo, su Ley y sus tradiciones, son mucho mejores!...
P. Luis. Así es. Pero hemos de notar desde el principio que el libro del Eclesiástico se
basa en un gran respeto a Yahvé, el Dios de Israel. Aunque, igual que Job y el Eclesiastés,
no ve clara la retribución en una vida de más allá de la muerte. La paga del bueno y del
impío, según Ben Sira, se realiza en este mundo.
Rosy. Pero, no por eso dejará de tener principios bien sólidos en su fe y en su moral,
pienso yo.
P. Luis. Sí; es muy cierto. Porque establece un principio moral irrefutable, expresado en
esta sentencia tan célebre y que tanto se repite: “El principio de la sabiduría es el temor del
Señor”.
Javier. Ya nos habló sobre eso del “Temor”, pero no estaría mal insistir sobre él.
¿Miedo a Dios?... A mí no me entra.
P. Luis. Sí; hay que tener muy en cuenta, en este pasaje del Eclesiástico como en los
Salmos y en toda la Biblia, que “temor” no significa “miedo”, sino “respeto”, “reverencia”,
y abarca todas las relaciones del hombre con Dios.
P. Luis. Eso mismo. Y comprende todas las actitudes que empleamos en el trato con el
Señor: el culto, la oración, los sacramentos, la vida religiosa entera. Este “Temor de Dios”
es la clave para entender el libro entero.
Javier. Si Ben Sira es un libro Sapiencial, seguro que debe contener, como los
Proverbios y el Eclesiastés, una gran cantidad de sentencias de estilo puramente sapiencial.
¿No es así?
P. Luis. ¡Naturalmente! En el Eclesiástico van desfilando ante los ojos del lector los
padres y los hijos, las mujeres buenas y las peligrosas, los amigos verdaderos y los
hipócritas; los pobres y los ricos, los esclavos y los criados, los nobles y los gobernantes;
las virtudes más necesarias como la humildad y la caridad, la prudencia y la reflexión; el
amor al trabajo, la moderación con el licor, la conducta educada en los banquetes y el
cuidado de la salud.
Rosy. O sea, que en este libro, como en los anteriores sapienciales que ya hemos visto,
no hay virtud humana que no tenga su lugar y no se infiltre en el lector con un consejito
acertado. Podemos leer para aprender...
P. Luis. Por más que Ben Sira no acaba de ver clara la retribución en una vida más allá
de la muerte, le preocupa este problema del fin del hombre, porque, ¿cómo será la paga del
bueno y del impío?...
Javier. La del impío, ya se sabe, cuenta con esta amenaza: “¡Ay de los impíos, que han
abandonado la ley del Altísimo! Si nacen, nacen para la maldición; si mueren, mueren para
la maldición también”.
Rosy. Y es muy diferente la del justo, que hace el bien a todos llevado de su buen
corazón: “La caridad es como un paraíso de bendición, y la limosna permanece para
siempre”.
P. Luis. De aquí viene la inquietud de Ben Sira por formar con su escrito a la juventud,
o enseñar a todos el camino de la verdadera felicidad, y lo hace con una invitación llena de
poesía.
P. Luis. Dice así: “Voy a exponer mis reflexiones, que estoy lleno como luna llena.
Escúchenme, hijos piadosos, y crezcan como rosal plantado junto a corrientes de agua.
Como incienso derramen buen olor y florezcan como el lirio, exhalen perfume y entonen un
cantar.
Javier. O sea, que, como leo aquí mismo, la felicidad en la vida la van a conseguir si
poseen esa Sabiduría que viene solamente de Dios, como dice la misma Sabiduría: “Yo salí
de la boca del Altísimo, y cubrí toda la tierra”.
P. Luis. Y mira el bonito párrafo que sigue: “Vengan a mí los que me desean, y se
sacien de mis frutos. Porque mi recuerdo es más dulce que la miel. Los que me comen aún
tendrán más hambre, los que me beben aún tendrán más sed. Quien me obedece no pasará
vergüenza, los que cumplen mis obras no llegarán a pecar”.
Rosy. Esto es una invitación precisa no ya a ser buenos, sino cada día mejores. Me trae a
la memoria lo de Jesús: “Sean perfectos, como es perfecto su Padre celestial” (Mateo 5,48).
Cuanta más perfección se tiene, más perfección se desea.
P. Luis. Y tú también, Javi, tú también puedes y debes serlo... Pero, sigamos. Para Ben
Sira, la Ley de Dios, dictada a Israel, está también sobre toda la sabiduría humana, y rebosa
inteligencia y felicidad como rebosan agua los grandes ríos de Egipto y el Oriente, hasta
convertirse en un mar inmenso.
Javier. Con la Biblia abierta, aquí me encuentro con uno o dos capítulos dedicados a
ensalzar la Naturaleza. Por lo mismo, Ben Sira no es sólo un apologista y ensalzador de la
Sabiduría y de la Ley de Israel, sino de las cosas bellas que Dios ha hecho.
P. Luis. Esto es precisamente lo que hace resaltar el libro desde el capítulo cuarenta y
cuatro hasta el final. Israel, según Ben Sira, debido a la Sabiduría y a su Ley, ha producido
grandes hombres: sabios, profetas, héroes, sacerdotes insignes y muchos santos, de los que
el autor se sentía tan ufano.
P. Luis. No vale la pena. Léanlos ustedes mismos, porque vienen a resultar un buen
repaso del Antiguo Testamento. Ben Sira hace así la introducción: “Hagamos el elogio de
los hombres ilustres, nuestros padres. Porque el Señor ha creado grandes glorias”.
Javier. A mí me parece esto magnífico. Un pueblo debe estar orgulloso de sus héroes,
que demuestran la grandeza de su espíritu y lo acertado de sus leyes.
Rosy. Padre Luis, usted nos ha dicho que para el autor del Eclesiástico no tiene Dios
especial relevancia. Y aquí me encuentro, también con la Biblia abierta, en el capítulo 36,
con una plegaria ardiente por Israel.
P. Luis. Entendámonos, Rosy. El autor, Ben Sira, no ve claro lo del más allá. Pero Dios,
Yahvé, llena todo el libro. Y concretamente, como ya hemos dicho, sin el “Temor de Dios”,
no se tiene la clave de este libro.
P. Luis. Mira, por ejemplo, esta sentencia tan grave sobre la libertad humana: “Si
quieres, guardarás los mandamientos, y permanecerás fiel a su voluntad. Dios te ha puesto
delante fuego y agua: extiende tu mano a lo que quieras. Ante los hombres están la vida y la
muerte, a cada uno se le dará lo que prefiera” (15,15-17).
Rosy. Muy serio. ¿No hay algo más bonito sobre Dios?
Javier. Rosy, leo las palabras últimas de esa plegaria a Dios que tú has citado: “Todos
los habitantes de la tierra reconozcan que tú eres el Señor, el Dios eterno”.
P. Luis. ¿Se dan cuenta de lo hermosas que son? Ben Sira, judío cien por cien, quiere
que su Dios, Yahvé, el verdadero y único Dios, llegue a ser el Dios del mundo entero.
Cuestionario
Javier. Me imagino, Padre Luis, que hoy nos va a decir como en los días anteriores con
los otros Sapienciales ya vistos: Léanlos, que es lo mejor.
P. Luis. Y no te equivocas, Javi. Por eso, resumo toda la lección empezando por lo que
tú mismo me dictas.
Primero. Tomemos el libro, y leamos. El Eclesiástico, en conjunto, es el que más
deleita, a la vez que es el que más enseña.
Segundo. Todas sus lecciones se centran, por encima de tantos consejos de prudencia
humana, en los dos puntales de la Sabiduría y de la Ley de Dios.
Tercero. Y no olvidemos ese lema tan claro que se aprende de una vez para siempre: “El
principio de la Sabiduría es el temor de Dios”.
Rosy. Con este lema, yo pienso que le viene a decir a la sociedad moderna: ¿De qué te
sirven todos tus adelantos, la posesión de la energía atómica, la conquista del espacio, el
invento asombroso de la televisión, los prodigios del Internet..., si te alejas voluntariamente
de Dios? Sin Dios, te sientes vacía entre tanta riqueza; con Dios, lo tendrías todo...
A continuación, la misma Lección 050,
Cantar de los cantares. Un poema apasionado de amor,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. ¿Cuál es el consejo principal que les he dado cada vez que henos estudiado un
libro sapiencial?
P. Luis. Pues hoy se lo voy a decir con mucha más razón al presentarles el “Cantar de
los cantares”. Léanlo, y deléitense con su belleza.
Javier. Pero no nos irá mal alguna explicación previa para entendernos...
P. Luis. Eso, sí. La explicación va a ser más necesaria que nunca. ¡Con qué libro
sapiencial o poético que nos encontramos hoy! Porque es el libro más discutido de todo el
Antiguo Testamento, debido al significado que pueda tener.
Rosy. Estoy callada, pero intrigada también. Todos sabemos que el Cantar de los
cantares es un libro de amor, bello y apasionante. ¿Cómo no va a gustarnos? Sabía que un
día u otro nos iba a tocar. ¡Y nos ha llegado hoy!...
P. Luis. Pues, no lo digas muy alto. Lleva su nombre, pero ciertamente no lo es, ya que
fue escrito, lo más probable, en el siglo cuarto o tercero antes de Jesucristo, o sea, cinco o
seis siglos después de Salomón.
Javier. Pareciera que el libro no deja lugar a dudas sobre el autor, desde el momento que
Salomón y la Sulamitis aparecen como protagonistas, uno llamado “rey” y la otra “reina” o
“princesa”.
P. Luis. En realidad, los personajes son anónimos. Aunque él pasa como Salomón y ella
como la Sulamitis, la mujer que sale con Salomón y David en los libros de los Reyes. Los
dos amantes son llamados “rey” y “princesa”, porque en las bodas de Oriente, aún hoy en la
Iglesia Ortodoxa, los novios son coronados como reyes.
Rosy. ¿Y de dónde viene que un libro de la Biblia sea tan discutido, si es inspirado y es
Palabra de Dios?
P. Luis. Aunque nadie niega que es de lo más hermoso y sagrado de la Biblia, es
discutido porque trata exclusivamente del AMOR, y del amor puramente humano del
hombre y la mujer.
Rosy. ¿Y eso discuten? ¿Por eso no iba a ser un libro así digno de la Biblia, de la
Palabra de Dios?
P. Luis. Ahora, Javi, has dado en la clave de todo el libro. “Dios es amor”, y por amor
creó al hombre y a la mujer; los creó a su imagen y semejanza; los hizo pareja; bendijo su
amor; y el amor humano, como venido de Dios, es lo más sagrado, aparte de lo más bello,
que hay en la Naturaleza.
Rosy. Teniendo esto en cuenta, no nos extraña que en este libro de la Biblia, los dos
novios se manifiesten y se canten sus sentimientos íntimos de tal modo, que elevan la
literatura amorosa a sus cimas más encumbradas.
Javier. Padre Luis, aunque el libro, desde la primera línea hasta la última, hable
exclusivamente del amor humano, ¿por qué no entra Dios en él?
P. Luis. En el libro no entra Dios, pero sí en el amor. Ni una sola vez se menciona a
Dios, es cierto. Pero se habla de una obra muy suya, como es el amor.
Javier. Diríamos, como una comparación, que no cita al artista, sino que se contenta con
mostrar su obra maestra. Por poner una comparación de hoy, enseñaría el cuadro de
Guernica, sin citar para nada a Picasso.
P. Luis. Así es. Y el Cantar ensalza el amor de una manera ardiente, apasionada, de
modo que el libro se llama dentro de la Biblia con un superlativo ya clásico, el “Cantar de
los cantares”, es decir, el cantar por excelencia, el más alto, el más sublime.
Rosy. Bonita manera de hablar la de los judíos, que dicen no tenían el adjetivo
superlativo, y lo suplían de ese modo tan singular: “Santo de los santos”, por nuestro
santísimo; “Señor de los señores”, por nuestro señor altísimo; “Rey de reyes”, por el rey
más poderoso... Padre Luis, perdone nuestras interrupciones; esperamos que siga con la
explicación.
Javier. Aparte de que sea palabra de Dios, yo creo que el Cantar de los cantares es un
poema de amor que afecta a todos, porque canta el amor tal como lo han sentido y sienten
los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares.
P. Luis. Por eso precisamente, para manifestar el amor, une y mezcla todos los
elementos de la naturaleza, echando mano de las flores y de los frutos, o de los animales
que inspiran al amante algo de belleza. Expresa el amor con palabras, piropos y requiebros,
o lo hace con gestos, que son el lenguaje universal.
Rosy. Y, sin embargo, es un libro que no tiene nada de morboso, porque es todo belleza.
Javier. Rosy, ya se ve que lo tienes leído. Como yo también. Los dos pensamos igual,
porque los dos hemos observado lo mismo.
P. Luis. Ese detalle que dicen es muy notable en el libro. El autor lo hace con una
peculiaridad. No habla con miedos ni con timidez, sino con la espontaneidad y pasión con
que se hablan los novios.
Rosy. Eso salta a la vista. Lo expone todo con una dignidad y un respeto que no insinúa
nunca, ni nunca hace sentir, nada de morbosidad, aunque empiece todo el escrito con estas
palabras tan apasionadas: “¡Bésame con esos besos de tu boca!”...
Rosy. Aquel en que el novio describe a su amada: “¡Qué bella eres, qué hermosura! Tu
talle es como palmera, tus pechos son los racimos; pienso subir a la palmera, voy a
cosechar sus dátiles; serán tus pechos racimos de uvas; tu aliento, aroma de manzanas; tu
paladar, vino generoso” (7,7-10). ¡Qué pasión, y qué dignidad en expresiones como éstas.
Javier. ¡Cuesta bien poco! Basta seguir con lo que ella le dice a él: “Yo soy para mi
amado, objeto de sus deseos… Ven, amado mío, salgamos al campo, y pasemos la noche en
las aldeas. De mañana iremos a las viñas, a ver si la vid está en cierne, si se abren las
yemas, si florecen los granados. Allí te entregaré el don de mis amores. La mandrágora
exhala su fragancia, nuestras puertas rebosan de frutos; todos, nuevos y añejos, los guardo,
mi amado, para ti” (7,11-14)
P. Luis. ¿Lo ven? Las imágenes, típicamente orientales de aquellas épocas, indican
verdadera pasión de amor; pero expresado todo con una belleza y dignidad que, ¡ojalá!,
tuviera imitadores hoy.
Rosy. Padre Luis, explíquenos. Entre los personajes citados, ¿quienes son las “hijas de
Jerusalén”, nombradas varias veces?
P. Luis. Son las damas de honor de la boda, que contemplan con cariño los amores de la
amiga. Iguales que aquellas diez vírgenes, o diez muchachas, de la parábola tan deliciosa de
Jesús.
Rosy. Con todo, yo creo que nos falta lo principal de la lección: ¿Qué interpretaciones
ha tenido el Cantar a lo largo de los siglos, tanto de parte de los judíos como de la Iglesia?
Javier. No debería llamar esto tanto la atención. Porque varios profetas, como ya vimos,
acuden al amor humano, al matrimonio, para expresar los amores de Dios con su pueblo
Israel.
P. Luis. Esto es lo que hicieron con el Cantar. Los judíos apelaron a la mentalidad de
Oseas, entre otros profetas, que simboliza mediante su propio matrimonio los amores de
Dios con su pueblo. Dios sería el esposo e Israel la esposa.
Rosy. Pero Israel fue muchas veces infiel, mientras que el amor del Cantar parece ser de
un amor irrompible.
P. Luis. No, Rosy. Lee bien el libro, y verás cómo los dos enamorados se aman y se
dejan, se buscan y se esconden, se hallan y se unen... En todo esto, algunos judíos veían las
infidelidades de Israel y la vuelta hacia su Dios, el cual buscaba siempre a la esposa ingrata
sin perder las esperanzas, igual que lo hiciera Oseas.
P. Luis. La Iglesia, ya desde el siglo segundo o tercero, hizo lo mismo. Pero, sabiendo
por San Pablo y por el Apocalipsis que la Iglesia es la Esposa de Jesucristo y que el
matrimonio cristiano es la expresión de este desposorio místico, muchos vieron en el Cantar
una alegoría profética de ese desposorio de Cristo con su Iglesia.
P. Luis. Los tengo bien a mano. Dice Pablo a los de Éfeso: “Maridos, amad a vuestras
mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla,
purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela
resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga, sino que sea santa e
inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres”.
Rosy. Sabemos muy bien este texto. Pero siempre da gusto volverlo a oír. ¿Y el del
Apocalipsis?
P. Luis. Es un complemento obligado del de los Efesios. Al final de los tiempos,
completado el número de los elegidos que formarán la Iglesia triunfante, dice el
Apocalipsis que vio cómo la Iglesia “bajaba del Cielo, de junto a Dios, engalanada como
una novia ataviada para su esposo”.
Rosy. Vuelvo a la idea del uso que hacen muchas almas al aplicarse todo lo del Cantar
en su trato con Dios, especialmente con la Persona de Jesús. Como la Iglesia la formamos
todos los bautizados, cada una de las almas se puede considerar esposa de Jesucristo, y, por
lo mismo, puede utilizar el Cantar en su trato más afectuoso e íntimo con el Señor.
P. Luis. Eso es precisamente lo que ha ocurrido. Son muchas las almas que, al leer este
libro, han visto retratados sus propios amores con Dios y con Jesucristo, y son las almas
más selectas, que han escalado las cumbres más altas de la mística cristiana.
Javier. ¿En qué pasajes del Evangelio podríamos adivinar el pensamiento de Jesús sobre
este libro?
P. Luis. En el Evangelio parecería como que Jesús acepta el libro que oyó cantar sin
duda en una boda como la de Caná, porque sus poemas se cantaban en las bodas.
P. Luis. La Magdalena, precisamente, no. Hay que mirar más bien a otras dos mujeres:
la pecadora anónima en casa del fariseo, y María de Betania en el banquete de después de la
resurrección de Lázaro.
Rosy. Son dos escenas preciosas e inolvidables del Evangelio. Nos encontramos con dos
mujeres enamoradas divinamente de Jesús, con un cariño tierno que no tiene que ver nada
con la pasión malsana que algunos guionistas de cine han querido poner modernamente en
ellas y hasta en el mismo Jesús.
P. Luis. Así es. Las dos derraman su perfume sobre los pies de Jesús, y Él lo acepta
complacido. Pareciera que al ungir al Maestro, una y otra piensan lo de la novia del Cantar:
“¡Qué suave es el olor de tus perfumes, tu nombre es como aroma penetrante”.
Javier. En los anteriores Sapienciales, veíamos siempre muy mal parada a la mujer.
Hasta lo tomábamos con algo de buen humor. A mí me parece que en este libro del Cantar
pasa lo contrario.
P. Luis. Javi, insinúas un tema muy interesante, y apuntas a la realidad del Cantar. Al
ensalzar el amor, indirectamente, pero de una manera irrefutable, dignifica a la mujer, a la
cual coloca en el mismo plano del amor que al hombre. Y esto lo hacía en una sociedad en
la cual la mujer no era nada ni significaba nada, porque no era más que “algo”, no
“alguien”, para satisfacer la pasión masculina.
Rosy. Es cierto. En todo el libro, ella, novia o esposa, le trata a él muy de tú a tú. Es
exigente. Reclama. Ordena y manda. Esto no hacen los otros Sapienciales, en los que la
mujer se lleva siempre la peor parte.
Cuestionario
Javier. Hoy, sí, Padre Luis, hoy debe dejarnos bien claras las ideas sobre este libro tan
singular de la Sagrada Escritura, sobre el que hay tantos pareceres.
P. Luis. Con lo que hemos dicho a lo largo de toda la exposición, creo que no tienen
muchas dudas. Pero, concretemos.
Primero. El libro no es de Salomón, sino de un escritor, muy buen poeta, probablemente
del siglo tercero antes de Jesucristo.
Segundo. No hay duda de que el libro habla sólo del amor humano, el de los novios y de
los esposos. Y no por eso es un libro profano, sino sagrado, inspirado por Dios.
Tercero. Los judíos, al aceptarlo como inspirado, pensaron que significaba los amores de
Dios con su pueblo Israel. Era una interpretación alegórica.
Cuarto. En la Iglesia, por el hecho de que Pablo y el Apocalipsis llaman a la Iglesia la
Esposa de Cristo, se pensó que podía ser una profecía alegórica del desposorio de Cristo
con su Iglesia, y de Cristo con cada una de las almas.
Quinto. Sin que salga para nada el Cantar en el Nuevo Testamento, esas expresiones de
Pablo y del Apocalipsis dan ocasión para legitimar la aplicación del amor de Dios y de
Jesucristo con nosotros.
Rosy. Hemos aprendido hoy algo muy grande y muy hermoso. Vemos que el Cantar de
los cantares es un libro de la Biblia muy sugestivo. Muy discutido también. Pero que dice
mucho a los espíritus selectos. ¡Qué bello es el amor, salido de la mano del Creador! ¡Y
cómo sabe remontarnos, desde el amor puramente humano, a las alturas del amor divino!...
A continuación, la misma Lección 051,
Sabiduría. En las alturas de la fe de Israel,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. Padre Luis, si falta algún otro Sapiencial tan bello como el Cantar de los cantares,
no tarde en explicarlo.
P. Luis. Pues, sin ser de amores, el libro que nos toca estudiar hoy es magnífico e
interesante de verdad. Redactado en griego elegante y de doctrina muy elevada, es apto
para todos; pero los intelectuales y aficionados a la Historia como tú, Javi, lo disfrutan en
grande.
Rosy. Con tal introducción, estamos bien dispuestos. Empiece cuanto antes.
P. Luis. Pues no es esta la introducción que yo quería hacer. Mi introducción era una
muy diferente. Una introducción que no he hecho en ninguna clase. Y es leer el capítulo
séptimo del libro, para que, al hablar de la Sabiduría, sepan desde un principio lo que el
autor pensaba de ella y lo que de ella dice Dios. Es una página magnífica y que, a mí al
menos, me encanta. Algo larga, pero se la leo, como una reflexión. Dice así:
“Llegué a conocer tanto lo que está oculto como lo manifiesto porque me lo enseñó la
sabiduría, artífice de todo. Pues hay en ella un espíritu inteligente, santo, único, múltiple,
sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante del bien, agudo, libre,
bienhechor, filántropo, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, todo lo controla, y penetra
en todos slos espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles, pues la sabiduría es más
móvil que cualquier movimiento, y, en virtud de su pureza, atraviesa y penetra todo”
P. Luis. Se trata del último libro escrito en el Antiguo Testamento. Con el artificio
literario que ya conocemos en los otros Sapienciales, el autor atribuye su libro a Salomón,
por haber sido éste el hombre más sabio de Israel, aunque nada tenga nada que ver con
Salomón, pues vino novecientos años después del rey.
P. Luis. Mucho. Y cada vez se le pone más cerca de Jesucristo. Como término medio, se
le coloca por el año 50 antes de Cristo, y modernamente se tiende a acercarlo mucho más.
Como vamos a ver, en muchas cosas piensa casi igual que los Evangelios.
P. Luis. Aquí nos encontramos con un judío sabio de verdad, que no se halla encerrado
doctrinalmente como sus compatriotas de Palestina. Vive en Alejandría, del alto Egipto,
donde hay una colonia judía muy numerosa, que ocupa dos de los cinco barrios de la
ciudad.
Javier. ¿En Alejandría? Era famosa por su saber. Venía a ser en aquel entonces como
una gran Universidad nuestra, como la Universidad más celebre. Por lo mismo, el autor no
podía sustraerse a esa cultura griega.
P. Luis. Por eso adquirió una visión muy amplia del mundo y de las ciencias vigentes,
como se refleja en todo el escrito. Pero, eso sí, lo mira todo bajo la luz de Israel, de la Ley,
de su historia, de su sabiduría. Es decir, con una gran fidelidad a Dios.
Javier. Entonces, el autor de este libro se hallaba en condiciones magníficas para hacer
proselitismo en la diáspora, que ya sabemos lo que era: los judíos esparcidos por todo el
mundo de entonces, que se habían empeñado en atraer paganos hacia su religión.
P. Luis. Ni más ni menos, así parece, aunque procede con una gran lealtad.
Es como si viniera a decir a los judíos: Nuestro Dios es un Dios de todos, y no sólo de
Israel.
Y como si dijera a los paganos: Conozcan al Dios de Israel, que quiere ser también su
Dios.
Rosy. ¿Y qué hicieron con el libro los judíos de Jerusalén? Me imagino que lo mismo
que con el Eclesiástico...
P. Luis. Y no te equivocas. Aunque este libro fuera tan precioso y tan elevado, los
judíos de Jerusalén no lo aceptaron como inspirado, por haber sido escrito en griego y fuera
de Palestina, y en el canon de la Iglesia, al ser aceptado más tarde, figura entre los
deuterocanónicos.
P. Luis. Sí. Y parece lo más probable, que estaban sufriendo una persecución, causada
quizá por otros judíos apóstatas.
P. Luis. Ciertamente. Los judíos fieles podían verse arrastrados hacia la vida fácil de los
paganos, hacia sus ídolos, hacia doctrinas filosóficas deslumbrantes, con peligro de dejar de
lado la fe y las tradiciones sagradas de Israel.
Javier. Lo mismo que observó Ben Sira, el autor del Eclesiástico. Y les previene, como
es natural. Pero lo debe hacer con mucha más visión que aquél, si es que ha aceptado la
filosofía griega, aunque, como judío, declare ser muy superior la Sabiduría de Israel.
P. Luis. De este modo, cierra de modo maravilloso las enseñanzas del Antiguo
Testamento, y prepara el camino para el Nuevo, con una doctrina que podrán asimilar
mejor tanto los judíos como los gentiles que abracen la fe.
P. Luis. Muy bien preguntado. Era ésta una cuestión de la que quería hablar de modo
muy especial. La Sabiduría soluciona definitivamente, dentro aún del Antiguo Testamento,
el gran problema de la vida futura, pues deja bien claro que la retribución del hombre por
sus obras no se tiene en este mundo sino en el futuro.
Javier. O sea, que después de la muerte, los justos irán con vida inmortal al seno de
Dios en una felicidad sin fin; y los malos se verán sometidos a un castigo eterno. Por lo
mismo, cree en la vida venidera y en la resurrección.
P. Luis. En tan pocas palabras lo has dicho todo, Javi. Pero, al hablar de la resurrección,
el autor lo hace de manera muy prudente.
P. Luis. Lo más claro que pueda. Y escuchen bien. Porque judíos y griegos pensaban de
muy diversa manera.
Javier. Por ahora, está claro. En el judío no había división entre alma y cuerpo: estaban
total e indisolublemente unidos.
P. Luis. Para los griegos, la cosa era diferente. Ellos no aceptaban la resurrección del
cuerpo, porque no era más que una cárcel en la que el alma estaba prisionera. Entonces, su
más alta filosofía se basaba en la liberación del alma, suelta para siempre del cuerpo mortal.
Por lo mismo, la resurrección para ellos era esta libertad total del alma, sin el estorbo ya del
cuerpo.
Rosy. Cuestión, por lo mismo, de filosofía diferente entre judíos y griegos. Entendido.
¿Qué hace entonces el autor de la Sabiduría?
P. Luis. Habla de la inmortalidad en la vida futura, pero sin decir nada de la resurrección
“corporal”, aunque el autor creía en ella. Estaban ya escritos los libros de Daniel y de los
Macabeos, que afirmaban la resurrección con mentalidad judía: vivos, tanto el cuerpo como
el alma.
Javier. O sea, que el autor de la Sabiduría prefiere no herir a los gentiles de mentalidad
griega, y les deja que piensen como quieran, pero con la seguridad de que los buenos tienen
un premio eterno en el seno de Dios y los malos un castigo también eterno.
P. Luis. Magnífico. Vale la pena haber explicado este punto, que nos va a interesar
mucho en adelante. San Pablo, al hablar en el Areópago de Atenas sobre la resurrección de
Jesús, no cosechó más que unas sonrisas irónicas. Aquellos griegos no podían admitir un
cuerpo redivivo después que había muerto.
Rosy. ¡Claro! Se ve la razón de esa prudencia del libro. Lo mismo y más que a Pablo le
hubiera sucedido al autor de la Sabiduría.
P. Luis. Por eso, era mejor esperar, y que, de momento, tanto judíos como griegos
pensaran todos en la resurrección, cada uno a su manera, con tal que tuvieran clara la
existencia de la vida futura.
Javier. Yo creo que lo de menos era el modo en que esa vida futura se iba a desarrollar.
El caso es que creyeran en ella. Las cosas irían viniendo poco a poco, pero con seguridad.
Ya estaba por llegar Jesucristo.
P. Luis. Hay otro punto también muy importante en este libro maravilloso, porque se
trata de la Sabiduría como tal. ¿Era la Sabiduría “algo” o era “alguien”?...
Rosy. Lo recuerdo muy bien de lecciones anteriores. La Sabiduría era una emanación
bellísima de Dios.
P. Luis. Eso lo dices por lo que vimos en el Eclesiástico. Pero este autor de la Sabiduría
da un paso mucho más adelante.
P. Luis. Pues, casi casi... La Sabiduría era ciertamente un atributo de Dios: porque la
Sabiduría procede de Dios. Pero el autor avanza tanto, que casi viene a decir: la Sabiduría
es el mismo Dios. Es su imagen. Y por ella hizo y gobierna Dios todas las cosas.
Rosy. ¡Pero, si eso es plantarse en el principio del Evangelio de Juan, que leemos tantas
veces!...
P. Luis. Como en tantas ocasiones, te has avanzado mucho, Rosy. Si lo pensamos bien,
el autor ha abierto en la mente de los judíos helenistas y de los mismos judíos palestinos
que entrarían en la Iglesia, la idea del comienzo del Evangelio de Juan: “En el principio
existía el Verbo, la Palabra, y el Verbo era Dios, y Dios hizo todo por él”.
P. Luis. Este preparar el camino al Evangelio se nota mucho también cuando afirma que
la Sabiduría produce frutos como el amor a los hombres; hace agradables a Dios; lleva a
guardar los Mandamientos; conduce hasta a la vida inmortal.
Javier. Si esto dice de la Sabiduría el autor del libro, es asegurar prácticamente lo que
va a realizar el Espíritu Santo que dará Jesucristo.
Rosy. O sea, que con este libro se ha empezado a allanar el camino al Evangelio, el cual
se va a proclamar pronto en todo el mundo.
Rosy. Y en una ciudad como Alejandría, pagana y de costumbres muy libres, ¿qué
aconseja y qué pide el libro de la sabiduría?
P. Luis. En cuanto a la moral se mantiene muy fiel a la Ley de Moisés, regla suprema de
conducta para un judío, y totalmente válida para ser presentada a un pagano. Sin embargo,
en lo que se muestra inflexible es en el culto de los ídolos, como se ve en los capítulos 13,
14 y 15. Dios no hay más que uno, Yahvé y basta.
Javier. Veo que el autor, en esto como en otros puntos, sigue con el orgullo nacional,
aunque muy legítimo, de Ben Sira, el compositor del Eclesiástico.
P. Luis. Sí, es cierto. Mirando a la historia, sobre todo la de Israel que propone al final,
la ve toda gobernada por la Sabiduría de Dios, que rige tan delicada y fuertemente la vida
del mundo.
Rosy. Nos ha metido, Padre Luis, verdaderas ganas de leer y saborear este libro de la
Sabiduría. Para ser el último libro escrito en el Antiguo Testamento, viene a ser un postre
bien sabroso.
Cuestionario
Javier. Resúmanos, Padre, esta lección de hoy, para leer el libro con más conocimiento
y más provecho
P. Luis. Lean el libro, porque no es difícil entenderlo. Aunque tengan presentes estos
puntos.
Primero. La Sabiduría, el más elevado de los libros Sapienciales, fueescrito poco antes
de la llegada de Jesucristo, cuando ya iba a acabar el Antiguo Testamento.
Segundo. El mérito más importante de la Sabiduría es que acabó con las dudas sobre la
vida futura. La Sabiduría lo deja todo claro: los justos a la vida feliz en el seno de Dios, y
los malos a una condenación sin fin.
Tercero. Sobre este mismo tema, los nueve primeros capítulos sobre el destino de los
justos y de los pecadores, nos aprovechan ahora a los cristianos igual que a los judíos
helenistas y prosélitos de entonces.
Rosy. Y veo que vale la pena leerlo. Pienso que el Espíritu Santo se quiso lucir cerrando
con broche de oro los escritos que inspiró en el Antiguo Testamento...
A continuación, la misma Lección 052,
Los Salmos. El libro más clásico de oración,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. Padre Luis, después de platos tan sabrosos como los Sapienciales, ¿qué hay para
hoy?
P. Luis. Pues, un postre tan rico que les va a saber a poco, aunque no sea ya ningún
Sapiencial.
Javier. ¿Y quién fue el pastelero competente y afortunado que pudo preparar y servir
algo más sabroso que la Sabiduría o el Cantar de los cantares?...
P. Luis. Rosy, como buena mujer has comparado los libros de la Biblia con tus buenos
platos de cocina, y hoy has atinado al preguntar por el postre que les traigo. Respondo a
Javi asegurándole que en ese postre intervinieron muchos pasteleros. Porque el libro que
hoy nos toca ver tiene muchos autores, muchos más que los restantes escritos de la Biblia.
Rosy. ¿Muchos escritores?... ¡Vaya! Me atrevo a decir que acierto si digo que se trata de
los Salmos. ¿Sí o no?
P. Luis. Sí, Rosy. Y al querer hablar hoy de los Salmos, ¿por dónde comenzamos?
Habría que decir demasiadas cosas, y el límite del tiempo es muy reducido.
Javier. Seremos todo oídos. Pienso que los Salmos han sido, son y serán el libro más
usado de la Biblia, porque son el libro obligado de oración, y la oración no se cae de los
labios de todos los creyentes, tanto judíos como de todas las confesiones cristianas.
P. Luis. No vamos a llamar a los Salmos obra de un genio, ya que los autores de los
Salmos fueron muchos; pero sí que le llamaremos el libro de un pueblo genial, porque fue
Israel el compositor de tanta belleza a lo largo de muchos siglos, y nos lo dio después al
mundo en una colección de plegarias insustituible.
Rosy. Tengo la Biblia abierta, y veo que los Salmos son ciento cincuenta. ¿Todos
desarrollan el mismo tema, en la misma estructura, y con las mismas características
literarias?
P. Luis. No. Hay mucha diversidad. Los ciento cincuenta Salmos son himnos, cantares,
enseñanza, oración en todas sus formas: alabanza a Dios por sus obras magníficas,
desahogos del alma que sufre, acción de gracias, petición ansiosa de favores,
reconocimiento de culpas y súplica de perdón...
Javier. O sea, que no hay sentimiento humano que aflore en los labios y que no se le
exprese a Dios en un salmo como glorificación, gratitud o súplica ardiente.
P. Luis. Ahora lo has dicho. Y por eso tiene el libro un valor tan grande: porque siempre
hay un salmo que responde a la situación de la persona convertido en oración, de modo que
establece comunicación con Dios de la manera más natural.
Rosy. Padre Luis, indíquenos el significado del nombre. ¿Por qué se llaman Salmos?
¿Qué significa esta palabra?
P. Luis. Los judíos los llamaron Tehil.lim, o sea, himnos. Y los traductores de la Biblia
al griego en Alejandría les dieron el nombre de Salmos por el instrumento musical que
acompañaba su canto, el “psalterion”. El libro se quedó con el nombre de Salterio, y los
himnos con el de Salmos.
Javier. ¿Y cuándo fueron escritos? ¿Se sabe poco más o menos la fecha?
P. Luis. Es difícil determinarlo. Los más antiguos son antiquísimos, pues se remontan
hasta David y quizá antes; y los más recientes hay que ponerlos pasada la vuelta del
Destierro de Babilonia, siglo quinto o cuarto antes de Jesucristo, al quedar cerrada la
colección completa, escrita durante tantos siglos.
P. Luis. No hay que tomar al pie de la letra el título que atribuye el salmo a un autor
determinado, pues ya sabemos el artificio literario de Israel: endosar un escrito a un
personaje famoso, como los libros Sapienciales se atribuían a Salomón por haber sido el
hombre más sabio.
P. Luis. Igual. Muchos llevan el nombre de David, que compuso salmos ciertamente,
pero después se le atribuyeron merecidamente otros muchos, porque David había sido
poeta, músico y cantor. Además, los títulos actuales de los Salmos no son originales, sino
añadiduras posteriores.
Rosy. Mirando ahora la Biblia, veo que casi todos los salmos llevan un doble número, el
segundo entre paréntesis. ¿Por qué? Esto puede confundirnos al citar un salmo
determinado.
P. Luis. Muy bien hecha la pregunta, pues vale la pena el saberlo. Según la Biblia que
manejemos, nos vamos a encontrar con una doble numeración, y hay que respetar la libre
elección de los editores. Nosotros, en este nuestro Curso de Biblia, dado su carácter
popular, seguimos la numeración de la Biblia griega de los Setenta y de la Vulgata, la
oficial de la Iglesia.
Javier. Por lo visto, había diversas colecciones de salmos. ¿Cómo llegaron a formar el
Salterio que hoy poseemos?
P. Luis. El Salterio hebreo estaba divido en cinco libros, que acaban con esta
exclamación: ¡Bendito sea por siempre el Señor, Dios de Israel! Bastantes salmos forman
colecciones particulares, como los de David, aunque muchos no sean de él, y de Asaf; o
como la de los hijos de Coré y maestros del coro, que llevaban la música de la capilla en las
funciones del Templo. Otros muchos salmos son totalmente anónimos.
Javier. Sin embargo, fuesen los autores quienes fuesen, yo creo que el Salterio es una
obra de valor imponderable. Si en la Iglesia los estamos oyendo desde niños...
Rosy. Es cierto, pero pienso que en adelante debería ser el Salterio un verdadero manual
para nuestra oración particular.
Javier. Padre Luis, diga algo más sobre ese punto de las diversas clases de oración en
los Salmos.
P. Luis. Antes que nada, están los himnos de alabanza a Dios por sus maravillas en la
creación y en la historia de Israel. Se ve que estaban hechos para ser cantados en el culto, a
veces entre dos coros, con estribillos y repeticiones. Eran cantos entusiastas, como
corresponde a los himnos, y se referían al Dios Creador; al Dios libertador, al Dios de la
Alianza; al Dios que ha puesto su trono en Sión o Jerusalén, al Dios del Templo; al Dios
Rey de Israel, que se manifiesta como tal en acontecimientos de batallas ganadas por el
pueblo con su rey o en las bodas reales, salmos estos últimos que contenían o expresaban
profecías mesiánicas. El mismo Jesús dirá en su primera aparición a los Once que los
Salmos habían hablado de Él.
Javier. Si la alabanza es lo que domina en los Salmos, quiere decir que la oración de
adoración y alabanza es la más elevada, la que más agrada a Dios. Es, yo creo, la más
desinteresada, porque mira a Dios únicamente, sin nada de egoísmo por parte nuestra.
P. Luis. Pienso igual que tu, Javi. Y la muestra la tenemos en el salmo último. Pareciera
que los sacerdotes que dejaron definitiva la colección de todo el salterio, quisieron
acabarlo de la manera más digna, y encerraron los 149 salmos anteriores en ese canto tan
sencillo como entusiasta.
Rosy. Ya se ve, por esto, que los Salmos son ante todo oración de alabanza a Dios. La
oración más subida, sin nada de egoísmo, como se nos ha dicho siempre, porque no se
preocupa nada de nosotros, sino sólo de Dios. ¿Y qué más?
P. Luis. Muchos salmos son de súplica, en sus más variadas formas: de angustia ante la
enfermedad, de miedo ante el enemigo, de petición ante una necesidad, de alegría ante un
éxito, de lamentación ante una desgracia, de confianza inconmovible en Dios. No hay
sentimiento del corazón que no halle en el Salterio su oración más apropiada.
Javier. Es muy natural esta oración. ¿Qué va a hacer el pobre, sino pedir? Y el hombre,
necesitado de todo, acude a Dios, el rico sobre manera, que le puede socorrer en todo.
P. Luis. Hay quienes buscan en los Salmos únicamente oración o súplica propiamente
dicha, y se llevan casi una decepción cuando no ven más que un relato de historia.
P. Luis. Hay que tener en cuenta que muchos salmos están destinados a la formación y
educación del pueblo, con el recuerdo de su historia, o con la celebración del culto, o con
las promesas de Dios. Además, para un israelita, el narrar las gestas de Dios no era
solamente un recuerdo, sino un actualizarlas, un hacerlas presentes, y se convertían de
hecho en una oración de alabanza y de acción de gracias.
Rosy. ¿Quieren que les diga una cosa, la ocurrencia que he tenido ahora?... ¿No
hacemos nosotros lo mismo con el Rosario? Lo de menos son el Padrenuestro y el
Avemaría, repetidos tantas veces. El recordar los acontecimientos de la Redención que nos
salvaron, ¿no es en sí mismo una oración? ¿No glorifica a Dios? ¿Y no es una educación en
la fe cristiana, porque hace recordar siempre, sin que nunca se olviden, las grandes
maravillas que Dios ha realizado para nuestra salvación?
P. Luis. Muy avanzada la observación, pero muy acertada. Las grandes proezas de Dios
eran para los judíos la liberación de Egipto y el paso del Mar Rojo, recordadas y cantadas
continuamente como la oración mejor. Para el cristiano es la Redención obrada por
Jesucristo.
Javier. ¡Qué atinada has estado, Rosy! Para quienes dicen que el Rosario no es una
oración bíblica..., cuando es la síntesis de todo el Evangelio.
P. Luis. Después de este inciso de ustedes tan certero, sigo con el lenguaje de los
Salmos, que, como pueden observar, es apasionado, con expresiones para nosotros
extrañas y hasta inaceptables, como animar a empuñar la espada y vengarse ferozmente de
los enemigos, por ejemplo lo de este salmo atribuido a David: “¡Bendito Dios, que adiestra
mis manos para la pelea, que me enseña a manejar la espada” (143,1). O lo del otro salmo:
“Que los fieles festejen la gloria de Dios, con espadas de dos filos en las manos, para tomar
venganza de los pueblos, sujetando a los reyes con argollas, a los nobles con esposas de
hierro, lo cual es un honor para todos sus fieles” (149,6-8)
Rosy. Es comprensible: faltaba mucho para que viniera Jesucristo, y nos dijera: “Como
también nosotros perdonamos”...
Rosy. Bien poco se parece esto de ciertos salmos a lo de Jesús, que le dice a Pedro en
Getsemaní: “¡Mete tu espada en la funda! ¿Es que no voy a beber el cáliz que el Padre me
tiene preparado?”...
P. Luis. ¡Bien! Veo que van aprendiendo el lenguaje de la Biblia y saben aplicarlo a
nuestra mentalidad cristiana. No todos los salmos son tan sencillos como los que dicen:
“¡Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo! Mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene
ansia de ti, como tierra reseca, árida, sin agua” (62,2). O como el otro: “¡Señor, Dios
nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (8,2). O éste: “Como busca la cierva
corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. ¿Cuándo podré ir a ver el rostro de
mi Dios?” (41,1)
Javier. Si nosotros rezamos los Salmos, podemos cambiar ese lenguaje judío de hace
tantos siglos y asimilarlo conforme a nuestro pensar cristiano.
P. Luis. ¡Claro! Porque, además de lo dicho anteriormente, ¡hay que ver cómo los
Salmos tratan con frecuencia a Dios! Así como le alaban, bendicen o le piden
humildemente perdón, otras veces se le enfrentan, reclaman, exigen, le piden cuentas...
P. Luis. Así es; pero miren que todos esos salmos, bastante extraños, acaban siempre
reconociendo el dominio de Dios y la aceptación de su justa aunque incomprensible
voluntad.
Javier. Vemos que a los judíos de entonces y a los de ahora, al mismo Jesucristo, a la
Iglesia, no se les caen de los labios los Salmos…, ¿por qué será?
P. Luis. Sencillamente, porque son la oración que Dios nos ha inspirado para que
sepamos orar.
Rosy. Aunque los Evangelios no digan nada, desde el momento que los judíos se sabían
los Salmos de memoria y rezaban siempre con ellos, podemos pensar con toda seguridad
que Jesús los entonaba mientras recorría las sementeras, cuidaba de las viñas o daba
martillazos en el taller, desahogándose así con su Padre durante el trabajo. ¿Creen que me
equivoco?...
Javier. Padre Luis, Rosy quería otro buen plato después de los Sapienciales. ¡Y usted
nos ha servido un postre bien bueno!
Cuestionario
Rosy. ¡Gracias por el postre, Padre Luis! Y falta por decir que Jesús les dará a los
Salmos el último punto con la oración propia suya, con el Padrenuestro, que resumirá y
superará toda la antigua oración de Israel. ¿No les parece?...
A continuación, la misma Lección 053,
El Helenismo. La cultura griega invade el mundo,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Javier. Entre los libros Sapienciales y los Salmos llevamos una lecciones interesantes
por demás.
P. Luis. Pero hoy vamos a cambiar de signo. Hoy, Javi, una lección de Historia muy del
gusto tuyo. ¿Has oído alguna vez el nombre de Alejandro Magno?
Javier. ¡Vaya, por Dios! Si ese griego macedonio es el conquistador más formidable que
ha existido. Pero, ¿qué tiene que ver Alejandro Magno con la Biblia?
P. Luis. Pronto lo verás. No vamos a presentar ahora ningún libro de la Biblia, sino que
historiaremos un período muy importante que nos ayudará mucho a entender lo que falta
del Antiguo Testamento. Se trata del Helenismo.
Rosy. ¿Helenismo?... Empiece por explicar lo que significa una palabra tan extraña.
P. Luis. Lo vas a entender muy pronto. ‘El.lás es lo mismo que Grecia, y llamamos
Helenismo al cambio que Grecia, con las conquistas de Alejandro Magno, realizó en los
pueblos del Oriente a partir del año 333 antes de Jesucristo.
Javier. ¿Incluida la Judea, tan cerrada siempre en sí misma? ¿Les van a venir ahora con
los innumerables dioses de la mitología griega, empezando por Júpiter, el divertido Baco o
la preciosa Afrodita, la Venus romana?...
P. Luis. ¡De esto se trata! Los judíos no pudieron sustraerse a la cultura griega, aunque
supieron mantenerse fieles a Yahvé sin contaminarse con su idolatría helénica.
Rosy. Pienso que para mí va a resultar bien nueva esta lección, aunque también muy
interesante.
P. Luis. Procuraremos que así sea. Pero antes, y para orientarnos mejor, diremos algo
sobre los dos siglos anteriores, que los judíos pasaron bajo el dominio persa.
Javier. O sea, los que siguieron al Destierro de Babilonia, cuando Ciro, rey de Persia,
permitió a los deportados regresar a su tierra y reedificar el Templo y la ciudad de
Jerusalén.
Rosy. Es decir, en el tiempo de los últimos profetas, de los héroes Esdras y Nehemías,
cuando nació el Judaísmo.
P. Luis. Veo que recuerdan bien las lecciones aquellas. Me alegro y les felicito. Hoy nos
metemos en los años que van desde el decreto de Ciro que permitía el regreso de los judíos
a Jerusalén el año 538 hasta Alejandro Magno en el 333 antes de Jesucristo.
P. Luis. Fue un tiempo relativamente bueno, ya que los reyes persas siguieron la política
conciliadora de Ciro, aquel rey tan generoso. Judea no era una nación independiente,
porque estaba sometida al imperio persa, aunque gozaba de una gran autonomía.
P. Luis. Por más qu el rey de Persia nombraba un gobernador, la figura que destacaba
era la del Sumo Sacerdote, de manera que la autoridad religiosa iba a ser la que mandaría.
P. Luis. Pues, casi casi. Aunque de otra manera. Con la Ley de Moisés como única
Constitución del pueblo, y bajo la autoridad del Sumo Sacerdote, Judea vino a ser no un
reino terreno ni una democracia, sino una teocracia, es decir, no tenía más soberano que
Yahvé ni otro gobierno que el de Dios.
P. Luis. Es cierto. Pero, por más que podían regresar a su tierra, la mayoría de los judíos
vivían en la diáspora, sobre todo en las comunidades de Babilonia y Egipto.
Rosy. Ya nos lo dijo en otra lección anterior. ¿Aquellos judíos que formaron en todas
partes las sinagogas?
P. Luis. Eso mismo. Las sinagogas eran para los judíos de la diáspora como para
nosotros las iglesias de cada pueblo o ciudad. Eran el centro de reunión, de la lectura de la
Biblia, de la oración, pero sin sacrificios, reservados al único Templo de Jerusalén.
P. Luis. Así las cosas, el año 333 antes de Jesucristo, Alejandro Magno se echaba como
un ciclón sobre los pueblos de Oriente.
Rosy. ¿Tan joven? ¿Iniciar sus conquistas a los 23 años y morir a los 33?...
Rosy. Al tratarlo como una bestia, Alejandro no debía ser muy bueno que digamos...
Javier. ¡Vaya imágenes que usa Daniel para describir al gran Alejandro!
P. Luis. El autor del libro de Daniel escribe muchos años después de Alejandro Magno,
y, con lenguaje de profecía, describe como cosa futura lo que ocurrió hacía ya mucho
tiempo.
Javier. Antes que nada, díganos. Si Daniel describe de este modo a Alejandro Magno,
¿qué veía en él de feroz? Daniel debe hablar así por resentimiento, pues, por lo visto, el
conquistador tuvo que tratar mal a los judíos.
P. Luis. Se lo acabo de decir. Alejandro Magno era magnánimo y muy tolerante con las
costumbres de los países conquistados. Las palabras de Daniel hay que tomarlas en su justo
sentido, es decir, Alejandro fue un conquistador imponente, mucho más fuerte que sus
predecesores. Esto lo expresa con imágenes apocalípticas de bestias feroces, tan familiares
a los lectores de ese género literario.
Rosy. ¿Y qué ocurrió al morir Alejandro, con un imperio tan enorme en sus manos, si no
pudo hacer nada con él?
P. Luis. Con lenguaje de algo futuro, Daniel describe también cómo, al morir el
guerrero a sus 33 años, se deshizo su extenso imperio cuando se lo repartieron sus
generales: “Apenas consolidado, su reino será dividido entre los cuatro puntos cardinales...,
pues su reino se desmoronará y pasará a manos ajenas”.
P. Luis. Con las colonias griegas formadas por soldados, y la fundación de ciudades
la más célebre de las cuales sería Alejandría en Egipto, la cultura griega llegó a
dominar todas las costumbres.
Javier. Pero, ¿no sería interesante saber cómo se deshizo aquel imperio tan inmenso?
P. Luis. Sí, Javi. Para ir orientados en la lectura de la Biblia sobre estos últimos años del
Antiguo Testamento, importa conocer cómo fue la repartición del imperio de Alejandro
Magno entre sus generales y sucesores, llamados diadocos. Aunque de ellos nos interesan
solamente los Tolomeos, de Egipto, y los Seléucidas, de Siria.
P. Luis. Los Tolomeos toman el nombre del gobernador Tolomeo, de Egipto, que se
lanzó a la conquista de Palestina arrebatándola a los Seléucidas de Siria. Aunque al
principio actuó Tolomeo con dureza, sus sucesores crearon un período de paz muy notable.
P. Luis. Sí; se estableció como un gran comercio entre Judea y Egipto a base de vino,
aceite y bálsamo de las plantaciones de Jericó. Formaron con ello una sociedad ávida de
dinero.
Javier. Malo. Eso podría ser fatal para la renovación de los judíos en este tiempo de
conversión al clásico Judaísmo, y podría volverse al tiempo calamitoso de la Monarquía,
tanto en Israel como en Judá, con sus injusticias sociales que llevaron a los dos reinos a la
ruina.
P. Luis. Eso es cierto. Y parece que el austero Eclesiastés fue escrito precisamente en
este tiempo, y por eso habla tan duro contra la riqueza como vanidad suprema.
Rosy. ¿Nos damos cuenta cómo vale la pena conocer la historia civil para entender
mejor la Biblia? Esta alusión al Eclesiastés resulta muy oportuna.
Javier. Pasemos ahora a los Seléucidas.
P. Luis. Los Seléucidas, soberanos de Siria, fueron otra cosa. Les quitaron Judea a los
Tolomeos, y de momento se portaron con benignidad, dejando a los judíos gobernarse a sus
anchas. Pero pronto cambiaron de política.
P. Luis. Ante todo, porque los romanos vencieron en Magnesia a los macedonios, con
los que se había aliado Antíoco IV, y éste necesitó mucho dinero para pagar las
indemnizaciones de guerra. Para ello, los Seléucidas en despojaron del oro y sus tesoros el
Templo, lo cual exasperó a los judíos.
P. Luis. Pero hubo algo más. Los Seléucidas estaban empeñados en helenizar del todo a
Judea; y con ese Antíoco IV Epífanes se llegó a una situación intolerable, que dio lugar al
alzamiento heroico de los Macabeos.
P. Luis. Por eso les decía que era muy interesante conocer el ambiente histórico de estos
tres últimos siglos del Antiguo Testamento, a fin de entender los libros de la Biblia que se
escribieron en este período y que veremos en las siguientes lecciones.
Rosy. ¿Por qué no volvemos a Alejandro Magno y acabamos de ver su figura tan
grande?
P. Luis. Alejandro Magno fue magnánimo y muy tolerante con las costumbres de los
países conquistados. En Jerusalén reconoció la autoridad del Sumo Sacerdote sobre la
comunidad judía que se regía por la Torah, la Ley de Moisés.
P. Luis. Eso cuentan algunos, pero es pura fábula. Alejandro, para su conquista de
Egipto, se dirigió directamente por la costa de Palestina sin desviarse hacia Jerusalén, tarea
que encomendó a uno de sus generales, el cual aplicó en ella la política generosa de su jefe.
Rosy. Por lo que yo pienso, los judíos de la diáspora fueron los más afectados con la
helenización difundida por Alejandro.
P. Luis. Los judíos de la diáspora vieron cómo la lengua griega suplantaba al arameo, y
los judíos de Alejandría emprendieron la obra imponente de traducir la Biblia del hebreo al
griego, la llamada Biblia de los Setenta.
Javier. Sólo por este hecho, valió la pena el Helenismo. El conocimiento de la Biblia se
extendía providencialmente a todo el mundo.
Rosy. No resulta difícil entender cómo la influencia griega, con su filosofía, las letras, la
ciencia, las artes y su lengua, cambió la manera de ser y vivir en las tierras conquistadas por
Alejandro Magno.
Cuestionario
Javier. Antes de acabar y de que nos resuma esta lección como lo hace siempre, me
gustaría saber, Padre Luis, si los judíos permanecieron fieles a Yahvé en medio de un
mundo tan politeísta y tan pagano, aunque tan culto, como era Grecia.
P. Luis. En una lección de historia como ésta, no voy a hacer hoy ningún resumen,
porque todo está bien claro. Pero respondo a tu pregunta, Javi, aunque ya lo hemos dicho
antes. La helenización se había impuesto del todo entre los judíos de la diáspora y, en parte,
también dentro de la misma Judea. Pero el indomable pueblo judío supo mantenerse firme
en la fe de Yahvé.
Rosy. Esto es magnífico. ¡Y ésta sí que es victoria grande del Dios de Israel!...
A continuación, la misma Lección 054,
Daniel. Una figura emblemática,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
__________
P. Luis. Rosy, ¿te acuerdas de la lección anterior sobre el Helenismo, esa palabra rara,
como tú decías?
Rosy. ¡Vaya que si me acuerdo! ¡Y lo instructiva que fue! Aquella cultura griega
iniciada con Alejandro Magno, mal interpretada por los Seléucidas de Siria, desembocó en
la persecución de Antíoco, puso en peligro de apostasía a muchos judíos imprudentes, y
levantó en armas a los valientes Macabeos. ¿Aprendí o no aprendí bien la lección?
P. Luis. La aprendiste de maravilla. Te felicito, Rosy. Indica que estás muy atenta, y
eres verdaderamente avara de aprender.
Javier. ¿Y qué remedio vino a poner Dios en esta situación? Quiero decir: ¿qué nuevo
escrito iban a tener los judíos en la Biblia, que los estimulara a perseverar y apoyar el
levantamiento heroico de los Macabeos?
P. Luis. Muy bien preguntado, Javi. No faltaban más que unos 160 años para la venida
de Jesucristo, y llegó un libro providencial: Daniel.
Rosy. ¿Daniel? El del horno ardiendo, el de la fosa de los leones y de mil aventuras
más?...
P. Luis. El mismo. Pero hoy vamos a ver que esos hechos portentosos, esos sueños y
esas aventuras no son más que el trasfondo de un mensaje magnífico.
Javier. ¿Cuál es ese mensaje al que usted aludía? Nos lo diga desde un principio.
P. Luis. Eso mismo, sino que un autor anónimo tomó el nombre de Daniel, personaje
nombrado por Ezequiel como un justo de hacía muchos siglos y puso en su persona y en
sus labios lo que el escritor pensaba del destino de Israel.
Rosy. Insisto con lo de antes. ¿Qué hemos de pensar de sus hechos portentosos, de sus
sueños, visiones y profecías?
Rosy. Ante todo, el sueño de Nabucodonosor sobre la estatua con cabeza de oro, pecho
y brazos de plata, vientre y lomos de bronce, piernas de hierro, y los pies de barro.
P. Luis. Eso mismo. Todos los reinos terrenos, empezando por el del rey de Babilonia,
se harían polvo por causa del reino misterioso significado en la piedra que rodó de la
montaña, y, al dar en el pie de barro, hizo caer la estatua que desaparecía para siempre. Este
reino último, tan insignificante, sería el Reino de Dios y sus santos, un Reino eterno y
universal.
P. Luis. Al verlos libres del fuego, Nabucodonosor reconoce que el Dios de los judíos es
superior a todos los demás dioses, y manda respetarlo y adorarlo como verdadero Dios. Los
lectores judíos entendieron: ¡Files a Yahvé, y fuera dioses extraños!...
Javier. ¿Y qué nos dice de aquella patética cena del rey Baltasar?
P. Luis. ¿Te llama la atención aquella mano misteriosa que escribía en la pared la
sentencia contra el rey? Aunque lo atribuía todo a Baltasar, era una lección grave contra
Antíoco Epífanes, por el sacrilegio de haber profanado los tesoros del Templo de Jerusalén.
Hablaba a Baltasar, muerto hacía cuatrocientos años, para que lo oyera Antíoco, si es que lo
quería escuchar…
P. Luis. Nada. ¿Qué quieres que te diga? Que es una ironía formidable contra la
idolatría, para prevenir a los judíos contra la adoración de los falsos dioses.
Rosy. Perdonen si soy demasiado curiosa y me intereso por el caso de Susana, acusada
de adulterio, condenada a muerte y liberada de aquella manera tan sorprendente por el
joven Daniel.
Javier. Me imaginaba que, como buena mujer, sacarías a relucir este hecho. Yo mismo
lo quería mencionar.
P. Luis. Las visones de Daniel constituyen lo más importante del libro, aunque también
lo más misterioso y lo más difícil de interpretar.
Javier. Díganos alguna idea, aunque no sea más que de carácter general, para ir
orientados.
P. Luis. Las cuatro visiones de los capítulos 7 al 12 tratan de diversos reyes y reinos, el
peor de los cuales, para Daniel, es de Antíoco Epífanes, que reinaba en Siria y aplastaba a
los judíos durante la revuelta de los Macabeos. Todos esos reinos desaparecerán para dar
paso al Reino eterno de Dios y de sus santos.
P. Luis. Lo hace todo con el llamado género literario llamado “apocalíptico”, que se
puso de moda entre los judíos y que llegará al grado sumo en el Nuevo Testamento con el
Apocalipsis de Juan.
P. Luis. Para acertar, no miremos las imágenes, sino el sentido que encierran y el que el
autor les quiere dar.
Javier. Algo que yo no entiendo. Si el libro fue escrito unos 160 años antes de
Jesucristo, ¿por qué coloca su historia cuatrocientos o trescientos años antes, en Babilonia?
P. Luis. Bien hecha la pregunta. Parece que el autor obró con una gran prudencia, y usó
expresamente un equívoco. Los enemigos de los judíos, empezando por el rey opresor, si es
que el escrito caía en sus manos, podían entender que eran historias pasadas que nada
tenían que ver con ellos.
P. Luis. Eso mismo. Pero los judíos veían que se trataba de los perseguidores presentes,
los cuales iban a tener la misma suerte desgraciada que los narrados en Daniel.
Javier. ¡Vaya ironía! ¡Pobres judíos si el rey actual notaba que se reían así de él!
P. Luis. Aunque Antíoco Epífanes hubiera leído el escrito, lo habría tomado como una
verdadera historia, y ni por casualidad se hubiera imaginado que le hacían una grave
advertencia: ¡La vas a pagar como te rías de nuestro Dios!...
Javier. ¿Y los judíos? ¿Qué entendían ellos, al ver a un Daniel que colaboraba con
Nabucodonosor y después con el rey Darío, dos paganos?
P. Luis. Los judíos podían ver que, si era necesario, podían colaborar con las nuevas
autoridades, como Daniel con los reyes de Babilonia y la Media, con tal de mantenerse
firmes, de no renegar ni de la fe en Yahvé su Dios, ni de ir contra su propio pueblo de
Israel.
P. Luis. Recuerda lo de la mano misteriosa que escribía el fin del rey babilonio Baltasar.
Con aquella leyenda, le decía a Antíoco Epífanes que la pagaría por haber saqueado el
Templo de Jerusalén y profanado sus vasos sagrados, como hizo Baltasar al beber él, sus
magnates, mujeres y concubinas, con los vasos sagrados transportados de Jerusalén a
Babilonia por Nabucodonosor.
Rosy. Hoy hablamos poco nosotros. Siga usted solo si es necesario, Padre Luis.
P. Luis. Gracias, Rosy. Comprendo. Además, se cumplirán las profecías, recordadas por
el mismo Daniel, de que Dios, el Fiel, mandará al Mesías o Cristo prometido, llamado con
el nombre misterioso de “Hijo del Hombre”, cuyo reinado, una vez establecido, ya no
pasará.
Javier. Este “Hijo del Hombre”, ¿era el Mesías descendiente de David que esperaban
los judíos?
P. Luis. En un sentido político y nacional, no. Sin embargo, Jesús se apropió este título
para significar su reinado universal y eterno, que está sobre todas las circunstancias terrenas
y las sobrepasa a todas.
Rosy. Cierto. Jesús se llama muchas veces a sí mismo “El Hijo del Hombre”, en vez de
decir YO. ¿Cuál es, entonces, el punto principal del mensaje?
P. Luis. El punto principal es el del Reino de Dios que ya está cerca. Poco más de un
sigo, y ya tenemos a Jesucristo entre nosotros. Será un reinado universal, sobre todas las
naciones y no solamente sobre Israel, y durará por todos los siglos.
P. Luis. Oigamos sus mismas palabras: “Le dieron poder, honor y reino, y todos los
pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno, nunca pasará, y su reino no será
destruido”.
Javier. ¡Qué parecido con las palabras que el Ángel dirigirá a María en la anunciación!
P. Luis. Otro punto muy importante es la fe en la resurrección futura, pues dice: “Los
que descansan en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para
vergüenza y horror eternos”.
Javier. Esto ya es muy claro. En los Sapienciales, fuera de la Sabiduría, vimos que no
estaba nada clara la idea de la recompensa eterna.
P. Luis. ¿Nos damos cuenta de lo cerca que con Daniel estamos del Nuevo Testamento?
La doctrina de Jesús ya no chocará tanto en el pueblo, como hubiera ocurrido con las ideas
de dos o tres siglos antes.
Cuestionario
Rosy. Yo creo que Daniel nos diría hoy lo mismo, cuando una secularización
devastadora es la peor de las persecuciones que puede padecer la Iglesia: ¡Fe en Dios!
¡Fidelidad a Dios! ¡Todo pasa! El único inmutable es Dios, cuyo Reino, instaurado en
Jesucristo, durará eternamente.
A continuación, la misma Lección 055,
Tobías. Testimonio de Israel entre los gentiles,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. Y yo también. Pero poniendo delante a Dios como fundamento de todo, y sin
olvidar a tanta gente necesitada que reclama ayuda imperiosa.
P. Luis. Perfecto. Acorde totalmente con ustedes. Pero, vengo a lo nuestro. ¿Me
indicarían algún libro de la Biblia ─un libro sencillo, desde luego, no me vengan con los
Evangelios o las Cartas de San Pablo─, y que, además, sea del Antiguo Testamento?
Rosy. ¿El del ciego que enterraba a los muertos, y el de la muchacha a quien el demonio
le mataba todos los maridos la noche de la boda?
P. Luis. El mismo, Rosy. Y por esas mismas cosas que tú recuerdas, aunque te dejas
otras muy importantes.
P. Luis. Para entendernos bien desde el principio: Tobit era el padre, y Tobías su hijo,
aunque el libro lleva el nombre de Tobías, el del hijo.
Javier. Está bien que nos lo aclare. Todos sabemos que Tobías es una historia muy
bonita.
P. Luis. Pues, Javi, debo por decirte que el libro de Tobías no cuenta ninguna historia,
sino que es un escrito edificante cargado de mensajes magníficos.
Javier. Tampoco le debía importar mucho al autor, si se trataba sólo de edificar con
algunos consejos.
P. Luis. ¿Quieren saber dos datos nada más? Tobit cuenta que vio la división del reino
de Salomón cuando Roboán, el año 934 antes de Jesucristo. Y el mismo Tobit fue
deportado a Nínive por los asirios en el año 721. Es decir que tenía más de 200 años…
P. Luis. Y otra cosa también curiosa. Tobías le asegura al ángel que conoce muy bien
las ciudades de Ragués y Ecbátana, distantes dos jornadas a pie. Y estaban la una de la otra
a 300 kilómetros…
Rosy. ¡Pobre historia y pobre geografía! Pero lo entendemos muy bien. El autor miraba
sólo el mensaje que quiere transmitir y no se detenía en investigaciones: tomaba los
nombres tal como estaban de oídas en su memoria.
P. Luis. Así era. El libro fue escrito en pleno Helenismo, la cultura griega implantada en
el mundo y que dominaba también a los judíos, esparcidos por todas partes.
Javier. Y este escrito venía a enseñar cómo tenían que portarse estos judíos de la
diáspora, ¿no es así?
P. Luis. De esto se trata. Se lo viene a enseñar este libro tan tierno y ejemplar, en el que
no busquemos historia sino una novela bonita y ejemplarizante, pero con un mensaje muy
hondo.
Rosy. O sea, que los judíos de la diáspora habían de tener presentes sus deberes de
ciudadanos del pueblo de Dios.
P. Luis. Eso mismo, ni más ni menos. Para entender el libro, léanlo primero, pues no
cuesta mucho porque es breve, y pronto se darán cuenta de ese mensaje tan aleccionador.
P. Luis. Respondo a tu pregunta, Rosy. En primer lugar, y antes que nada, Tobías les
muestra a los judíos el porqué Dios los ha dispersado entre las naciones: para que les hagan
conocer su nombre.
Javier. Buena idea. Cuando llegue el Cristo que esperaban los judíos, su Dios Yahvé
tendría preparado el camino. No sería del todo nuevo el Evangelio que iba a venir.
P. Luis. Muy exacto. Tobías lo expresa con estas palabras, como dirigidas a los antiguos
deportados a Nínive, pero en realidad a los judíos de la diáspora: “¡Bendito sea Dios, que
vive eternamente!... Confiésenle, israelitas, ante todas las gentes, porque él los dispersó
entre ellas. Proclamen allí su grandeza, ensálcenlo ante todos los vivientes; que él es
nuestro Dios y Señor, nuestro Padre por todos los siglos”.
Javier. Con la fe en Yahvé y la Ley de Moisés, el testimonio de los judíos tenía que ser
impactante entre los gentiles o paganos, de costumbres tan diferentes.
P. Luis. Sí. Y ese testimonio lo daban los desterrados ante todo por el amor, la unión y
la ayuda desinteresada y hasta heroica en la vida de familia.
P. Luis. Con la Ley de Dios en la mano, Israel era un ejemplo admirable de honestidad
familiar en una sociedad en la que reinaba la desunión más grande debido a una lujuria
desenfrenada.
P. Luis. Tobías, el hijo de Tobit, por el amor profundo a su mujer, a la vez que muy
puro y lleno de respeto a la ley de Dios, invitaba a todos, sin decirlo, a evitar los
matrimonios mixtos con mujeres extranjeras.
Javier. Se comprende. Porque esas mujeres, como lo hicieran con el rey Salomón, cuya
historia debían recordar muy bien los judíos, podían pervertirlos desviándolos del culto del
único Dios de Israel. Pero, más que esta razón, digamos que negativa, a mi me gustaría
saborear lo que de positivo tengan otros razonamientos que podamos encontrar.
Rosy. ¿Hay en el libro algún testimonio expreso de ese amor familiar que preveíamos y
que nos interesa mucho?
P. Luis. Si quisiéramos traer ahora textos sobre este punto, habríamos de copiar el libro
entero. Valga por todos la despedida de los padres de Sara cuando la entregan a su esposo
Tobías, aunque sienten tanto su ausencia. Le dice su padre: “Marcha al lado de tus suegros,
pues desde ahora son padres tuyos igual que los que te han engendrado. Vete en paz, hija.
Que tenga buenas noticias de ti mientras yo viva”.
Javier. Precioso.
Rosy. Y la madre no debió ser menos, me imagino.
P. Luis. Edna, su madre, se dirige al yerno: “En presencia del Señor te entrego mi hija
en custodia; no le causes tristeza en todos los días de tu vida. Vete en paz, hijo. A partir de
ahora, yo soy tu madre. ¡Ojalá pudiéramos vivir juntos todos los días de nuestra vida!”.
P. Luis. Podemos pensarlo. Porque, bendiciendo a sus suegros, se despidió con estas
palabras: “¡Que pueda yo honrarles todos los días de mi vida!”.
Javier. Es de suponer que en el libro de Tobías hay otros valores además de ese tan
claro del amor familiar, ¿no es así?
P. Luis. Otro valor que destaca mucho en el libro de Tobías es el poder de la oración,
primer deber del israelita, y el amor al prójimo, manifestado por las dos prácticas de
caridad tan típicas del pueblo judío: la limosna y el servicio de enterrar a los muertos.
P. Luis. Sobre el ayudar con limosna a los prójimos, Tobit cuenta el encargo que una
vez dio a su hijo: “En nuestra solemnidad de Pentecostés, me habían preparado una
excelente comida y me disponía a comer. Cuando me presentaron la mesa, con excelentes
manjares, dije a mi hijo Tobías: Hijo, ve a buscar entre nuestros hermanos deportados en
Nínive a algún indigente piadoso, y tráelo para que coma con nosotros. Te esperaré hasta
que vuelvas”.
Rosy. ¿Ven? Lo que les decía yo al principio: para cambiar nuestra sociedad egoísta,
ayudar a tanto necesitado como nos rodea…
P. Luis. Y en el libro pueden leer cómo el sepultar a los pobres judíos que morían en el
destierro lejos de la patria, le costó a Tobit actos heroicos, realizados hasta con peligro
constante de su vida.
Javier. Aparte de buen corazón, ¡aquel viejo Tobit era valiente de verdad!
P. Luis. Al final, proclamará el libro por labios de Rafael: “Buena es la oración con el
ayuno; y mejor es la limosna con justicia que la riqueza con iniquidad. Mejor es hacer
limosna que atesorar oro”.
Rosy. Con el amor a la familia, manifestado antes, ahora viene el ángel a completar el
cuadro con la piedad por la oración, con la austeridad por el ayuno, con la caridad por la
limosna y la justicia.
Javier. Pero, ¿nos damos cuenta de que al emplear la palabra “iniquidad”, insinúa que
los judíos, por buenos que fueran, estaban expuestos también a la corrupción? ¿Me
equivoco?...
P. Luis. ¡Claro que no se la permitió jamás! Tobit lo manifestó con el cabrito que le
regalaron a su mujer y del que tuvo sospechas de haber sido robado. Investigó seriamente,
hasta comprobar la procedencia del pobre animal. La honradez debía ser también un
testimonio constante en un israelita.
Javier. Más testimonios, Padre Luis, que esto resulta interesante de verdad.
Javier. Y este libro narra unas cuantas, bien serias por cierto.
P. Luis. La ceguera de Tobit fue una prueba muy dura, pero Dios estuvo sobre todo y se
sirvió hasta milagrosamente del ángel Rafael, que significa “Medicina de Dios”, para
devolverle la vista que un día perdió.
Rosy. Quiere decir, que Dios cuida muy amorosamente de nosotros. Y me trae a la
memoria aquellas palabras que tanto me han llamado siempre la atención: “A Dios le cuesta
mucho la muerte de sus fieles” (Salmo 115,15)
P. Luis. Haces muy bien, Rosy, en citar ese salmo, para los que tienen miedo a la
muerte, y no se dan cuenta de que Dios no quería la muerte, la cual entró en el mundo por
causa del pecado, y nada más.
P. Luis. Uno muy interesante. Tobías trae el recuerdo de Jerusalén, con el Templo, hacia
el cual deben dirigirse las miradas de todos los israelitas que habitan en las naciones
extranjeras.
P. Luis. Después, proclama con entusiasmo a sus compatriotas: “Volverán todos del
destierro, edificarán una Jerusalén maravillosa y construirán en ella la casa de Dios”.
P. Luis. Así es. Porque sigue: “Todas las naciones del universo se volverán a Dios en
verdad y le honrarán, abandonarán los ídolos que los extraviaron en la mentira de sus
errores y bendecirán al Dios de los siglos en justicia”.
Javier. De modo tan claro, orientaba a los judíos de la diáspora a dirigir sus miradas a
Jerusalén, donde estaba el único Templo del pueblo elegido, y aunaba a todos en la fe del
Dios verdadero.
Cuestionario
P. Luis. Con decirles que lo lean, me ahorro el cuestionario de cada día. Tobías es un
libro edificante, con pocas doctrinas teológicas elevadas, pero con muchas lecciones de
vida religiosa, familiar, caritativa y patriótica, que hacen de su lectura un placer del espíritu.
A continuación, la misma Lección 056.
Judit. Vencedora por su fe, su honestidad y su valentía,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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P. Luis. Javier, ya que te gusta tanto la Historia, te voy a recitar una oración de hace
muchos años, y me das al fin tu parecer. Alguien rogó así a Dios:
“Mira a los asirios que concentran grandes tropas, orgullosos de sus caballos y jinetes,
engreídos por la fuerza de sus infantes, fiados en sus escudos y en sus lanzas, en sus arcos y
en sus hondas, sin reconocer que Tú eres el Señor quebrantador de guerras…
Javier. Bien, de buenas a primeras digo que esto no es del siglo XX, pues no salen ni
aviones ni bombas atómicas, sino flechas y lanzas. Es de la antigüedad, y además, es alguna
historia bíblica, pues no engaña esa palabra: los “asirios”…
Javier. Ya se ve. Se trata, ante todo, de una mujer. Y una mujer orgullosa de su belleza,
que se considera seductora, y que se atreve contra todo un ejército, aunque sea también
humilde, pues se fía sólo de Dios, al que presta sus encantos personales para conseguir sus
fines.
P. Luis. ¡Qué bien que lo dices, Javi! Pero no acabas de decirnos el nombre de mujer
semejante.
Javier. Se trata de alguna mujer que va a dejar contenta a Rosy, porque vamos a ver
seguramente hasta dónde es capaz de llegar una mujer, que, ya se ve, es de fe, valiente y
honesta, aunque eso de seductora nos pone ya en guardia. Padre Luis, me atrevo a adivinar
de quién se trata: ¿a que nos quiere hablar de Judit o de Ester?
P. Luis. Nos encontramos con el libro de Judit en la mano, y les aseguro que, si miramos
la historia y la geografía, vamos a pasar ratos con mucho desconcierto.
Javier. O sea, igual que con Tobías. ¿Quién fue el que lo escribió?
P. Luis. Por lo visto, un judío piadoso, observante de la Ley y gran conocedor de la
Biblia, porque la domina de veras.
P. Luis. A lo más tardar bajo los Seléucidas de Siria, y lo más probable más tarde aún,
ya entrado el siglo primero antes de Jesucristo. Junto con la Sabiduría, es lo último del
Antiguo Testamento.
Rosy. ¿Tan tarde? Esa mujer ya no puede ser la Doña Nadie, que no pintaba tampoco
nada en aquellos tiempos de machismo absoluto. ¿Cómo pensaron en ella los judíos?
P. Luis. Los judíos no admitieron a Judit en la Biblia hebrea, no por tratarse de una
mujer, sino por ser el libro demasiado reciente; tanto es así, que hasta se ha perdido el
original hebreo o arameo, pues sólo se conserva la traducción griega.
Javier. ¿Y por qué no lo ha dejado para el final de todo, después de Ester y los
Macabeos, y así nos hubiéramos situado mejor?
P. Luis. Para seguir en estos últimos libros el orden que traen en la Biblia. Para nosotros
es lo mismo.
P. Luis. Con nombres, fechas y lugares inventados, como un novelista moderno, el autor
teje toda la trama de su historia, tan bonita como irreal. Nosotros ahora buscamos datos
ciertos, y nos llevamos unas decepciones tremendas.
Javier. Ponga algún caso. Porque en apariencia todo está claro: Los judíos están en
lucha contra Asiria, Nabucodonosor… Naciones y personas bien concretas.
P. Luis. Por eso mismo, por ser nombres bien concretos nos enredan todo. Fíjense:
Nabucodonosor fue rey de Babilonia, y no de Nínive como dice el libro.
Javier. ¿Cómo? Eso ya es equivocarse demasiado… Si fue Babilonia la que acabó con
el imperio de Asiria.
P. Luis. El libro dice que la acción bélica de Judit tuvo que ser por el año 530 a 520
antes de Cristo, “pues hacía poco que los judíos habían vuelto del destierro”, o sea, durante
el imperio persa que había acabado con el de babilonia. Además, hacía más de sesenta años
que Nabucodonosor había arrasado Jerusalén, después de expoliar y destruir el Templo.
Javier. Recuerdo lo que dijo cuando estudiamos Daniel. El libro pone los
acontecimientos cuatrocientos años antes, en tiempos de Nabucodonosor, sin citar a
personajes actuales, pero de manera que los lectores judíos entendieran el mensaje.
P. Luis. Y el mensaje de Judit está bien claro. Viene a decirles a los judíos: nos
encontramos ante una prueba, como tantas veces en nuestra historia; debemos resistir a
cualquier al tirano, pues todos pasan, como pasaron Nabucodonosor o Antíoco; recemos a
Dios, que está con nosotros y siempre nos ha escuchado; y vendrá la liberación, ¡ya lo
verán!
Rosy. Ya lo veo, en esta lección a repetir lo de tantas otras: no mirar la letra, sino lo que
quiere decir. Los lectores eran listos para adivinar.
P. Luis. Todo esto ha llevado a los estudiosos modernos a pensar que no estamos sino
ante un escrito edificante, muy oportuno para los judíos de entonces, y con una lección
siempre muy provechosa para la Iglesia.
Javier. Con la lectura de este libro se pasa siempre un rato muy agradable, y Judit, la
heroína, se gana muy pronto las simpatía de todos. ¿Qué ocurre en este hecho militar?...
Rosy. Javier nos ha dejado con la pregunta en suspenso. ¿Qué ocurrió con Judit?
Javier. Y siendo un imperio tan potente, debió ir con un ejército aterrador, me imagino.
P. Luis. Así lo dice el texto: Holofernes había organizado una fuerza formada “por unos
ciento veinte mil hombres, más doce mil arqueros de a caballo, y con unas provisiones
abundantes para cada soldado, aparte de muchísimo oro y plata de la casa real”.
Rosy. ¿Semejante ejército para una nación tan pequeña como Judea?
Javier. Se preparaba entonces una acción bélica en toda regla. ¿Eran capaces los judíos
de sostenerla?
P. Luis. Preparados tanto el ejército asirio como la resistencia de Judea, Holofernes
mandó avanzar sobre la pequeña población de Betulia, en la que, al cabo de treinta y cuatro
días, la situación era insostenible.
P. Luis. Y eso, sin haber usado los asirios una sola vez la espada. Porque aconsejado
Holofernes por los moabitas, edomitas y ammonitas, eternos enemigos de los judíos y
buenos conocedores del terreno, le habían aconsejado apoderarse de las fuentes. Sin agua la
ciudad, los sitiados morirían todos por deshidratación forzosa, o bien se rendirían sin
remedio. Holofernes ganaría la batalla y la guerra sin perder un soldado de su ejército.
P. Luis. Además, los defensores vieron que no había nada que hacer ante aquellos
soldados “que formaban un campamento inmenso, porque eran una enorme muchedumbre”.
P. Luis. ¡Ahora viene todo, y precisamente con una mujer! Los sitiados, decididos ya a
entregarse, ven presentarse ante ellos a una mujer, Judit, joven viuda, de belleza singular y
de conducta intachable, descrita así por la Biblia: “Su marido Manasés le había dejado oro
y plata, siervos y siervas, ganados y campos, de los que ella era dueña, y no había nadie que
pudiera decir de ella una palabra maliciosa, porque era muy temerosa Dios”.
P. Luis. Todo lo que viene, lo sabemos de memoria porque lo hemos oído y leído
muchas veces..
P. Luis. Judit dialoga con los ancianos de la ciudad, a los que echa en cara su cobardía y
su falta de fe en Dios. Ella, después de orar ardientemente y de ayunar, se engalana con sus
mejores vestidos y sus muchas joyas, sale de la ciudad, se presenta en el campamento
enemigo, y todos los hombres que la ven quedan seducidos.
P. Luis. No hay que recurrir a la imaginación, pues lo dice expresamente la Biblia. Los
soldados asirios se preguntan: -¿Cómo no vamos a luchar contra un pueblo que tiene
semejantes mujeres?...
Rosy. ¡Pobres mujeres! ¡Botín de guerra!
P. Luis. Eso mismo. Ahora se trataba, para los jefes, de conducir una guerra que les iba
a dar mujeres extraordinarias para sus harenes.
P. Luis. También lo dice el texto. Fue llevada Judit a su presencia, pero Holofernes fue
por pasos, con caballerosidad y prudencia.
P. Luis. De momento, nada. Pero a la tercera noche, seducido Holofernes del todo por
mujer semejante y emborrachado por ella misma, solos los dos en la tienda de campaña,
Judit le corta la cabeza, y huye con su criada cubiertas las dos por la oscuridad.
Rosy. Valiente y mujer de fe, a la par que honrada y limpia. Si ella hubiera querido,
¡vaya vida que tenía por delante! Pero estaba primero su pueblo, su conciencia, su propio
honor…
Javier. Te pones, Rosy, a discurrir como mujer y a salir por los fueros femeninos.
Javier. Vale la pena que sigamos hasta el fin, y ya vendrán después las aplicaciones del
mensaje, ¿no les parece?
Javier. Bien. Les aseguro que voy a disfrutar leyendo con calma semejante aventura
castrense, tan hábilmente mezclada con pasión, seducción y triunfo de la virtud.
P. Luis. Volvemos al texto. Le enorgullecen las enhorabuenas que recibe de todos por su
triunfo. Pero su mayor gloria la hace consistir ella en su propia virtud, como ahora
insinuaba Javier: “¡Vive el Señor que me ha guardado en el camino que emprendí!
Holofernes fue seducido por mi rostro para perdición suya, pero no pudo cometer conmigo
ninguna acción que me manche o me deshonre”. Con esta honra vivirá hasta los ciento
cinco años, querida de todos.
P. Luis. Dices verdad. Al pueblo cristiano, con ese su sentido tan certero de la fe, y con
una aplicación bella, le ha gustado ver en Judit a otra mujer, María, la vencedora de
Satanás, el peor enemigo del Pueblo de Dios.
Javier. Estupendo el acabar con este recuerdo a la Virgen. Pero, a mí se me ocurre una
inquietud (y digo inquietud porque Judit me ha caído muy bien, ¡no faltaba más!), y es ésta:
¿se puede aprobar como moral la seducción que usa Judit para vencer al enemigo?
P. Luis. Esa observación tenía que salir de una manera u otra. Ciertamente, que el
método que emplea Judit puede chocar con nuestra mentalidad cristiana, pero aún faltaba
algo para que viniera Jesucristo y nos dictara las normas austeras de la moral que nace del
Evangelio.
Cuestionario
Rosy. ¿Cómo nos va a sintetizar la lección de hoy, Padre? Dejando de lado ese detalle,
tan comprensible en el Antiguo Testamento, sobre la moralidad usada por Judit, ¿cómo
resumiría el mensaje del libro?
P. Luis. ¡Qué quieren que les diga! Ese mensaje vale hoy lo mismo que ayer: el Pueblo
de Dios, la Iglesia como Israel, no debe temer nada frente a cualquier enemigo. Las
potencias del mal, emisarias de Satanás, están significadas en Holofernes, el enviado de
Nabucodonosor para perder al Pueblo de Dios. ¿Pudieron ayer contra Israel? ¿No? Pues,
menos podrán hoy contra la Iglesia…
A continuación, la misma Lección 057,
Ester. La judía que salva al pueblo con sus encantos,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. Padre Luis, ¿sabe que con la lección anterior se quedó Rosy que no cabía por las
puertas, de contenta?
Rosy. ¡Y con razón! La Biblia nos daba a las mujeres lo que nos quita con tanta
frecuencia la sociedad. Judit les venía a decir a todos los hombres que la mujer a veces,
muchas veces, le sabe superar en sagacidad, decisión y valentía.
P. Luis. Sí, claro. Pero no de una que se luce en el campo de batalla, sino en la
espléndida corte de un rey, de la mujer que vino a jugar un papel decisivo para la liberación
de todo su pueblo.
P. Luis. La misma. Aunque si el libro de Ester lo abrimos con ilusión para leerlo, casi da
miedo por los problemas que presenta si se trata de una charla de Biblia como la nuestra.
Javier. Los problemas serán lo que usted quiera. Pero la verdad es que el relato de la
Biblia resulta bien agradable; además, la misma Ester se hace querer de todos.
P. Luis. Como en los otros libros edificantes del Antiguo Testamento ─les recuerdo
Tobías y Judit─, vamos a fijarnos en el mensaje que nos quiere transmitir, en medio de los
problemas que plantea el escrito.
Rosy. Bien. Comprenden que yo me encuentro algo intrigada, porque espero salir tan
contenta como el otro día.
P. Luis. Nosotros lo vamos a llamar Asuero, como lo hace la Biblia, un soberano que
reinó en Persia a mitad del siglo quinto antes de Jesucristo.
Rosy. Y el libro, ¿es de aquellos mismos días?
P. Luis. No. Aunque Ester goza de más seguridad histórica que Tobías y Judit, el libro
parece escrito dos siglos después, y quizá cien años más tarde todavía, cuando los
Macabeos.
P. Luis. Por el mensaje que transmite, como veremos mejor después. Parece que el
pueblo se hallaba bajo la persecución de los Seléucidas, que mandaban en Siria, empeñados
en meter el helenismo en Judea.
Javier. Empeñados en meter el helenismo con lucha, con guerra, desde luego.
P. Luis. Podría ser bajo la persecución de Antíoco Epífanes. Por eso, el libro viene a
decir otra vez: ¡No teman! Dios está con nosotros.
P. Luis. Empecemos por la lengua. Una parte se escribió en hebreo, y es la que los
judíos y protestantes adoptan como inspirada; y otra en griego, que amplía largamente y
comenta con acierto la parte hebrea, pero esta parte griega sólo la admiten como inspirada
la Iglesia Católica y la Ortodoxa.
P. Luis. Dejamos la cuestión aparte, y, como pueden suponer, aceptamos como libro
genuino de la Biblia el libro de Ester entero.
P. Luis. Las señalaremos todas después. Ahora, vamos a la trama de la historia de Ester.
¿Qué cosas saben de ella?
Javier. Varias, diciendo la verdad, porque he leído el libro más de una vez.
Rosy. Sabemos que el rey Asuero vivía en una corte esplendorosa, con lujo oriental.
Aquel banquete fastuoso para todos los grandes del imperio persa, en los amplios jardines
del palacio, duró nada menos que ciento ochenta días, seguidos de otro banquete para todos
los del pueblo que quisieran participar.
Javier. Un banquete que acabó mal, por cierto. Porque el rey se quedó sin su mujer, la
reina Vasti, la cual se negó a presentarse con todo el fasto de sus vestidos y joyas cuando la
quería lucir el rey ante todos sus invitados.
Rosy. Asuero actuó en consecuencia: repudió a Vasti, y vino el buscar a una sustituta
más dócil.
Javier. No paró mal el asunto para nuestra querida Ester, una judía del pueblo, que llegó
a ser el nuevo gran amor del soberano.
P. Luis. Esas aventuras amorosas a que antes he aludido, se refieren al rey, relatadas casi
morbosamente en el capítulo segundo del libro, dedicado a la elección de Ester como reina.
P. Luis. Nada anormal en las costumbres de los soberanos de entonces, aunque esos
modos chocan violentamente con nuestra manera de pensar.
Javier. Si David y Salomón tenían buen harén, podemos pensar lo que ocurriría en una
corte como la persa, donde el rey no estaba sujeto, ni mucho menos, a la Ley del Sinaí.
P. Luis. Por lo que dice el libro, ¿sabrían ustedes calcular las mujeres que tenía Asuero
en sus harenes? Eran un montón las concubinas que el monarca tenía para su placer.
P. Luis. Sí; con todo, ni la misma reina podía presentarse a su marido si no era llamada
con cita expresa. Y aquí está el nudo de donde arranca toda la trama.
Javier. ¿Qué ocurrió, pues? Sabemos que Mardoqueo, tío y padrino de Ester, descubrió
una conjura contra el rey, y los culpables fueron condenados a muerte.
Rosy. Se adivina todo. ¡Suerte de Ester, la reina, a la que le toca jugar ahora su gran
papel!
P. Luis. Pues no creas que le fue tan fácil. Hasta ahora había ocultado su linaje. Y
Mardoqueo, muy realista, le previene que no va a poder contra Amán, y ella y el tío, los
dos, van a correr la misma suerte que los demás judíos.
Rosy. “El león!”. ¡Vaya nombre que le da al rey, y eso que ella es la esposa!… Con
todo, ha orado muy bien a Dios, y Dios la va a ayudar.
P. Luis. Ester deja sus vestidos, ceniza y semblante de penitencia. Se viste y se enjoya
de manera espléndida. Bellísima, y con semblante de enamorada, se mete sin más en la sala
real. Al verla, el rey monta en cólera, Ester se desmaya por dos veces, pero Dios cambia el
corazón de Asuero, y, en vez de sentenciarla a muerte, le ofrece todo su favor.
Javier. Está visto. La mujer está hecha para endulzar, suavizar y enternecer al hombre
más duro, y Ester ha sabido hacerlo bien.
P. Luis. Asuero acepta el banquete que la esposa y reina le tiene preparado, en el cual le
notifica la sentencia de muerte que pesa sobre ella por el decreto real que condena a todo el
pueblo judío. Señala con el dedo a Amán como el gran responsable, y allí mismo manda el
rey que sea colgado en la horca preparada en su propia casa para Mardoqueo.
P. Luis. Sólo que ahora vino lo malo, como fue la venganza terrible de los judíos, que se
volvieron contra sus enemigos, les arrebataron sus bienes, y llegaron a matar hasta setenta y
cinco mil persas súbditos del rey.
P. Luis. En efecto, ¿qué decir de toda esta historia de Ester? ¿Es cierta o es una ficción?
¿Por qué los especialistas de la Biblia dudaron tanto de la inspiración del libro, y no
acababan de admitirlo como venido de Dios? Digamos algo sobre estas dificultades.
P. Luis. Ante todo, ni Vasti ni Ester aparecen para nada en la historia de los reyes de
Persia. Más todavía, el repudio de Vasti es extraño, y más extraño aún que Ester, una judía,
introducida de buenas a primeras en el harén del rey, llegue a esposa y reina.
Javier. ¿Habría que decir, entonces, que el episodio es una invención bonita para
introducir el mensaje que el libro quiere dar?
Rosy. Está claro. En un gran peligro del pueblo, Dios salvará a Israel aunque sea
valiéndose de una mujer, como antiguamente de Débora o más recientemente por Judit,
como vimos en la lección anterior.
P. Luis. Hay además otro dato curioso. El texto hebreo de Ester, admitido por los judíos
y ahora también por los protestantes, no nombra para nada a Dios, aunque lo suple
satisfactoriamente el texto griego, que centra muy bien el escrito anterior.
Javier. Si se adivinara la acción de Dios, ¿por qué no lo nombra para nada el autor
sagrado?
P. Luis. Extraño, pero así es. Otra dificultad muy seria la presenta el permiso del rey
para que los judíos se venguen de sus enemigos, de los cuales llegan a morir hasta setenta y
cinco mil. Un rey persa ─tan tolerantes como fueron todos los reyes desde Ciro con todos
los pueblos dominados─, ¿cómo iba a consentir esta matanza de súbditos suyos, e iban
éstos a ser tan tontos de morir sin resistencia?
Rosy. Sí; no deja de ser bien extraño. Y a mí se me ocurre otra dificultad: ¿cómo Dios
iba a aprobar una venganza tan grave llevada a cabo por su pueblo de Israel?
P. Luis. Lo has adivinado. Y esta es la dificultad más grave en el orden moral dentro de
la Biblia. Aunque es cierto que los judíos vieron en ello una justa aplicación del “diente por
diente”, ya que en todas partes solían ser oprimidos por la gente que les rodeaba.
P. Luis. Todo se entiende cuando se piensa en el mensaje que el libro quiere transmitir,
y que es éste: en medio de las dificultades y persecuciones que sufre el pueblo judío bajo
los Seléucidas de Siria, no hay que dudar de Dios, que salvará a su pueblo, aunque sea
maravillosamente.
Rosy. Insisto. ¿Y sobre el hecho moral de la venganza judía, que llega a matar a setenta
y cinco mil persas?
P. Luis. Esa venganza hasta será celebrada por los judíos, que recordarán a Ester muy
vivamente en la fiesta de los Purim. Pero hay que decir, sobre todo, que aún no había
llegado Jesucristo con su doctrina y su ejemplo del perdón.
Cuestionario
Javier. No está mal esta manera de acabar la explicación de hoy: faltaba todavía
Jesucristo.
P. Luis. Hoy me han dejado hablar a mí solo. Como hemos hecho con los libros
anteriores, puedo ahorrarme el cuestionario final. El libro de Ester nos gusta mucho. Pero,
al leerlo, hay tener muy presente su mensaje: Dios ama a su pueblo, el cual no tiene nada
que temer. Como antiguamente salvó al pueblo judío, así salva también hoy a la Iglesia, el
nuevo Israel de Dios.
A continuación, la misma Lección 058,
Macabeos. Los grandes héroes de Israel,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Javier. ¿Mayor que el que dio a Rosy con los libros de Judit y Ester?
P. Luis. Para ti, sí. Porque ya no van a ser libros de edificación, piadosos, pero de
historia dudosa y hasta inventada, sino de historia seria y rigurosa. ¿No crees que son así
los libros de los Macabeos?...
Javier. ¡Bien que los he leído y me han gustado siempre! No se equivoca al decirme que
me esperan dos buenos platos para el convite bíblico de hoy.
Rosy. Que te resulten tan sabrosos, Javi, como a mí los de Judit y Ester. Te lo deseo de
corazón.
P. Luis. Estoy seguro que no les voy a decepcionar. Los nombres, fechas y lugares
dejan pocas dudas. Muy al contrario de los anteriores libros de Daniel, Tobías, Judit o Ester
─libros escritos con gran libertad histórica o geográfica─, Macabeos nos proporcionan
datos fiables del todo.
P. Luis. Perfecto. Pero el primero fue el segundo en escribirse. El segundo data lo más
probable del año 124 antes de Jesucristo, y el primero fue compuesto hacia el año 100.
P. Luis. Ambos libros narran la mima historia, pero uno y otro con miras diferentes.
P. Luis. El primero, que abarca lo que va del año 175 al 134 antes de Jesucristo, es más
riguroso históricamente. Diríamos que es una crónica, aunque con el estilo de entonces.
Rosy. ¿Y el segundo?
P. Luis. El segundo, se limita a contar hechos de esos quince primeros años del primer
libro, de 175 al 160, y están escritos en plan más oratorio, como de arenga, para estimular a
los judíos en su fidelidad a la ley.
Javier. Por lo que dice, ¿no convendría ante todo situarnos en el ambiente histórico que
los motiva?
P. Luis. Sí; me parece que es lo mejor. Se lo resumo en algunas palabras. Saben lo que
fue el Helenismo: la cultura griega y pagana que se extendió desde Alejandro Magno, y que
para los judíos de Palestina fue especialmente peligrosa, porque los reyes Seléucidas de
Siria se empeñaron en implantarla por la fuerza a los judíos de Palestina, sobre todo bajo
Antíoco Epífanes, que empezó a reinar el año 175 antes de Cristo.
P. Luis. Sigo, pues. Antíoco profanó y saqueó el Templo de Jerusalén. Muchos judíos
aceptaban las reformas paganizantes del rey, y apostaban del Dios y de la Ley de Israel.
Entonces vino la rebelión de Matatías y de sus cinco hijos, llamados los Macabeos. Se
entabló una guerra formal contra el rey y los judíos apóstatas, guerra santa de verdad, que
produjo muchos héroes y mártires entre los judíos.
P. Luis. De aquí vinieron los libros que tenemos de los Macabeos. El primero es como
la crónica histórica de los cuarenta y un años de Matatías y de sus cinco hijos los
Macabeos.
P. Luis. Los libros de los Macabeos no son propiamente historia civil, sino historia y
mensaje religiosos. El primer libro fue escrito en hebreo, y sólo tenemos la traducción
griega; el segundo fue escrito en griego por un judío de Cierne, el cual quería animar a sus
compatriotas de Egipto, en especial de Alejandría, a unirse espiritualmente con sus
hermanos de Jerusalén.
Javier. ¿Fueron escritos en Egipto, en la ciudad de Alejandría?... Seguro que los judíos
de Palestina les hicieron la guerra, o al menos el vacío.
P. Luis. No te equivocas, Javi. Ninguno de los dos libros fue admitido por la Biblia
hebrea, pero en la Iglesia gozaron siempre de gran aprecio.
Javier. Aunque había dicho ya anteriormente varias de estas cosas, ha valido la pena
semejante aclaración.
Rosy. Por lo mismo, podemos ya pasar al contenido de los libros. Independientes entre
sí, pero van paralelos como los dos carriles de la vía o las calzadas de la autopista.
P. Luis. Muy bien. Aunque decimos que son libros de historia, hay que tener en cuenta
que los autores no miraron tanto la historia cuanto el mensaje que querían transmitir, a
saber: la fe en Yahvé y la santidad de la Ley están muy por encima de la cultura helénica o
griega con su paganismo, a la que muchos judíos se sentían inclinados.
Javier. Todo queda muy aclarado. ¿Podemos proceder a la lectura de estos dos libros
tan interesantes?
P. Luis. Son interesantes los dos libros no sólo mirando la historia, sino porque
contienen muchas enseñanzas, como es el servicio incondicional a Dios y a la patria, sin
dejarse atemorizar por nada ni por nadie.
P. Luis. Podríamos resumirlo en estas palabras: “Todo aquel que sienta celo por le Ley y
mantenga la alianza, que venga conmigo”. Yo, mis cinco hijos y toda mi parentela, estamos
con nuestro Dios y con su Ley. ¡Los valientes, conmigo a la montaña!...
P. Luis. Más que armas, lo que tenían era un ideal bien definido, una fe inmensa en
Dios, y una bravura indomable. Animados de este espíritu, Matatías y sus hijos realizaron
aventuras legendarias.
Rosy. Más que a Matatías, a los que conocemos son sus hijos.
P. Luis. ¿Sabes por qué? Porque abarcan más historia. En el lecho de muerte, no se
rindió aquel patriarca, sino que distribuyó la suerte entre sus hijos: “Ahí tenéis a Simeón
vuestro hermano, hombre sensato y de consejo; él será vuestro padre. Judas Macabeo,
valiente desde su mocedad, será el jefe de vuestro ejército y el que dirija la guerra”.
Javier. Tengo leído que “Macabeo”, el sobrenombre de Judas, significa “martillo que
golpea y machaca todo”. ¿Es cierto?
P. Luis. Parece que sí. Este Judas da el nombre a sus hermanos, a los libros y a toda su
época. Durante treinta y dos años, los Macabeos harán la guerra sin cartel al paganismo,
restaurarán el culto, pactarán alianzas con naciones amigas y de confianza, alcanzarán la
soberanía nacional, y harán que Judea se sienta segura, y, sobre todo, fiel al Dios Yahvé y a
su Ley.
Rosy. Muy pocas palabras para resumir tanta aventura y tanta gloria de cuarenta años.
P. Luis. No podemos hacer ahora más. Y con el libro segundo de Macabeos vamos a
hacer lo mismo.
Javier. Me imagino por qué lo hace, para decirnos: “Lo mejor es que lo lean”.
P. Luis. Has adivinado mi pensamiento. Léanlos, que los van a entender perfectamente,
y aprenderán a vivir la religión con pasión verdadera.
P. Luis. Desde niños nos cautivaban aquellos martirios que bajo Antíoco sufrían el
anciano Eleazar y los siete hermanos en presencia de su madre, la cual los animaba a todos
en medio de los atroces tormentos a que fueron sometidos.
P. Luis. Este libro segundo ha sido siempre muy apreciado en la Iglesia por la parte
doctrinal que encierra. Cuestiones que estaban muy oscuras en el Antiguo Testamento, en
este libro son confesadas abiertamente en Israel, como eran la inmortalidad del alma, la
resurrección de los muertos y la ayuda espiritual a los difuntos.
Rosy. Lo recuerdo muy bien, Padre Luis. Al hablar de aquellos libros anteriores,
siempre nos decía que si los Macabeos, que cuando llegaran los Macabeos… Ya estamos
en ellos.
Javier. Empiece por la resurrección, que no les entraba ni a Job, ni al Eclesiastés, ni al
Eclesiástico...
P. Luis. Pero sí a la Sabiduría, escrita después de los Macabeos, ¿lo recuerdan? En este
libro segundo, vemos que uno de los siete hermanos confiesa ante el tirano mientas está en
los tormentos: “Tú, criminal, nos privas de la vida presente; pero el rey del mundo nos
resucitará a una vida eterna a nosotros que morimos por su Ley”.
Rosy. ¡Pobre madre al presenciar aquellas torturas! Pero, ¡qué orgullosa debía estar de
hijos semejantes!...
P. Luis. Sobre la misma resurrección y la ayuda a los difuntos, dice de Judas Macabeo
acerca del sacrificio que mandó celebrar en Jerusalén por los soldados caídos en la batalla y
que habían pecado, a fin de que Dios purificara sus almas: “Obró muy hermosa y
noblemente, pensando en la resurrección. De no esperar que los soldados resucitarían,
hubiera sido necio rezar por los muertos. Pero era un pensamiento santo y piadoso al
considerar la recompensa que les estaba reservada”.
Javier. Ese Judas no era sólo un formidable guerreo, sino también un hombre de piedad
muy honda, ¿no les parece?
P. Luis. Así es, Javi. Y de la inmortalidad del alma y recompensa de premio o castigo
después de la muerte, atestigua el ancianito de noventa años Eleazar, ante el suplicio que le
esperaba por no apostatar y mantenerse fiel: “Ni vivo ni muerto podré escapar de las manos
del Todopoderoso”.
Javier. Como siempre, Rosy, te gusta adelantarte hacia el Jesús que va a venir…
P. Luis. Y hace bien Rosy, te lo aseguro, Javi. Porque eso es saber leer el Antiguo
Testamento…
Javier. Usted nos ha dicho antes que el libro segundo, más que historia parece una
arenga…
P. Luis. Y es así. Se asemeja a una pieza de oratoria, con la cual el autor quiere
estimular a todos los judíos a perseverar en la fe del Dios de Israel y en la observancia de su
Ley, a imitación de los hermanos de Palestina, los cuales supieron dar tan grandes ejemplos
de fidelidad, frente a la cobardía de los que apostataban por acomodarse al helenismo
pagano reinante.
Rosy. La verdad es que todo lo que nos va diciendo resulta interesante por demás.
Javier. Dices muy bien, Rosy. Porque el mensaje de tantos otros libros de la Biblia, aquí
viene envuelto no en el ropaje de la fantasía, sino de historia verídica, con hechos
comprobables. No se equivocaba el Padre Luis al decirme al principio que me preparaba un
auténtico gustazo.
Rosy. Y tampoco me ha defraudado a mí, desde luego. A ver cómo va a ser el resumen
que nos haga hoy de esta lección.
Cuestionario
P. Luis. Como el de todos los libros históricos, o que se pueden tomar como históricos,
aunque no lo sean. Yo les dictaría unos puntos.
Primero. Los dos libros de los Macabeos son verdadera historia. Partan de este hecho.
Segundo. Estos dos libros de los Macabeos no narran cada uno historia diferente. Sino
que son paralelos el uno del otro. Cuentan hechos de la misma historia.
Tercero. El libro primero es más bien una crónica seria y rigurosa. Y el segundo parece
una exhortación, que hace ver la intervención prodigiosa de Dios incluso con milagros y
apariciones; pero, sobre todo, es un estímulo a perseverar con el ejemplo de los judíos que
sabían demostrar su fe hasta con el martirio.
Cuarto. Y algo muy importante. Estos dos libros son muy interesantes para todos los que
queremos estudiar y entender la Biblia, porque son como el puente que une el Antiguo con
el Nuevo Testamento, y nos proporcionan unos datos preciosos para conocer la época en
que se iba a presentar el prometido y tan deseado Mesías.
Rosy. Y yo me atrevo a resumir este resumen del Padre Luis, diciendo que vale la pena
leer los libros de los Macabeos con afán y asimilarlos devotamente...
A continuación, la misma Lección 059,
Los Samaritanos. Pueblo conflictivo, pero llamado a la fe,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Rosy. ¡Ahora que estamos tan cerca del Nuevo Testamento! ¿De qué se trata?
Javier. No está mal. Yo he tenido siempre algo confuso el asunto de los samaritanos:
¿eren o no eran judíos?
P. Luis. Lo vamos a ver inmediatamente. En parte sí, y en parte no. Era un pueblo
híbrido, que lo empezaron a crear los asirios. Después, paró en lo que paró.
P. Luis. Ya me lo dirán al final. Empiezo por la historia. Recuerdan cómo en el año 721
antes de Jesucristo, los asirios acabaron con el Reino de Israel. Deportaron a Nínive a toda
la población rica, a los nobles y potentados, y dejaron en la región conquistada sólo a
pobres campesinos.
Javier. Muy claro. Pero, ¿no puede detallar un poco más este dato de la historia de
Israel?
P. Luis. Voy a complacerte, Javi, aunque sea repitiendo algo algunas cosas. Cuando
vimos la división del Reino de Salomón, en tiempos de su hijo Roboán, llevada a cabo por
Jeroboán después de la asamblea de Siquem, quedaron dos Estados diferentes: Judá en el
Sur con Jerusalén por Capital, e Israel en el Norte con Capital en Tirsá, suplantada después
por la nueva ciudad de Samaría, edificada expresamente por el rey Omrí.
P. Luis. Pero tengan presente esto: cuando los asirios acabaron con el reino del Norte y
desapareció Israel, Samaría vino a dar el nombre a toda la región, y desde entonces se llama
samaritanos a sus habitantes.
Rosy. Bien por esta aclaración del nombre de los samaritanos. La historia anterior la
recordamos muy bien. Israel había acabado para siempre, aunque en el sur quedaba el reino
de Judá, con capital Jerusalén. Casi un siglo y medio después, Jerusalén sería a su vez
arrasada por los caldeos y su población desterrada a Babilonia.
P. Luis. Muy bien, Rosy. Con lo que has dicho estamos situados muy bien.
P. Luis. Los asirios entonces, para sacar todo el provecho a la tierra, entre los pobres de
Israel que habían quedado metieron a colonos extranjeros, traídos de otras naciones.
P. Luis. Nos lo cuenta la misma Biblia: “El rey de Asiria hizo venir gentes de Babilonia,
de Cutá, de Avá, de Jamat y de Sefarváin, y los estableció en las ciudades de Samaría en
lugar de los israelitas”.
P. Luis. Y pasó lo que tú sospechas. Con los extranjeros que llegaron y los israelitas que
quedaban, se formó una extraña mezcolanza de pueblos que al final resultaría un verdadero
problema.
Rosy. Con la importancia que tenía entonces el propio o los propios dioses, el lío
comenzaría, de seguro, por cuestiones religiosas.
P. Luis. Ni más ni menos. Como los nativos adoraban a Yahvé, y los extranjeros cada
cual a su propio dios, surgieron luchas religiosas y el rey de Asiria mandó a un sacerdote de
los exilados para que enseñara a todos quién era Yahvé, el Dios del país.
P. Luis. No tan fácilmente. Porque aquellos pobres israelitas, en buena parte, siguieron
soñando en Yahvé como su verdadero Dios y subían expresamente a Jerusalén para
adorarlo.
Javier. Los nuevos colonos debían ser más difíciles para admitir un nuevo dios.
P. Luis. Eso es lo que ocurría. Los colonos importados mezclaban siempre el culto de
Yahvé con el de sus propios dioses. No dejen de leer el capítulo 17 del Segundo Libro de
los Reyes. Es muy interesante.
P. Luis. No. Allí quedaba un santuario con el culto propio de los samaritanos. Perdonen
que me adelante al Evangelio: es aquel a que aludirá la mujer samaritana hablando con
Jesús.
Javier. Pienso que los judíos no podían mirar con muy buenos ojos este templo del
Garizim.
P. Luis. Ni el templo ni a los samaritanos. Cuando los judíos volvieron del Destierro de
Babilonia y se restauraba Jerusalén y su Templo, los samaritanos estorbaron las obras de
los judíos todo lo que pudieron.
P. Luis. A su vez, los judíos rechazaban y por nada admitían a aquellos sus vecinos
despreciables. Fue en este tiempo cuando se consumó entre los dos pueblos una enemistad
y un odio profundos que ya no conocerían fin.
Rosy. ¿No hay hechos que confirmen este odio entre los dos pueblos?
P. Luis. Sobre este odio mutuo bastan dos o tres ejemplos. Todavía en el Antiguo
Testamento, miremos el juicio que emite el autor del Eclesiástico: “Mi alma detesta una
nación que ni siquiera es nación, el pueblo necio que mora en Siquem”, o Samaría.
P. Luis. Cuando llegue el Evangelio, Juan nos advertirá más delicadamente, que “los
judíos no se tratan con los samaritanos”.
P. Luis. Los jefes de los judíos, sumos sacerdotes, escribas y fariseos, echarán en cara a
Jesús, como el mayor insulto: “¿No decimos con razón que tú eres un samaritano y que
estás endemoniado?”.
Javier. Para ellos, por lo visto, samaritano y diablo venía a ser lo mismo.
P. Luis. Así estaban las cosas. Por eso, no extraña entonces la reacción de Juan y
Santiago cuando los samaritanos no quisieron recibir a Jesús con los Doce porque iban
hacia Jerusalén: “Maestro, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo que acabe con
ellos?”. Aunque vino la regañada de Jesús: “¡No!”, por más que los Doce se vieron
obligados a ir con Jesús a hospedarse en otro lugar.
Rosy. Ante todo lo que nos ha explicado, yo me pregunto: ¿Cuál era entonces el
verdadero plan de Dios sobre los samaritanos?...
Javier. ¿No nos adelantamos demasiado? Aún no hemos llegado al Nuevo Testamento.
P. Luis. Recordamos, ante todo, a la mujer samaritana. El capítulo cuarto de Juan resulta
bello porque sí, por el diálogo sostenido con la mujer, la de los cinco maridos, a la que pide
de beber junto al pozo de Jacob.
Javier. Ese hecho del Evangelio lo conocemos muy bien. ¿Hay algún otro?
P. Luis. Otro muy interesante. Jesús, después de curar a los diez leprosos, ve que nueve
de ellos, judíos, se marchan gritando llenos de alegría. Y se conmueve hondamente ante el
único que regresa a darle las gracias, ¡el cual era precisamente un samaritano!
Rosy. Eso significa que no todos los samaritanos eran tan malos como pensaban
aquellos jefes judíos.
Javier. Es cierto. En esta parábola, improvisada del todo, Jesús se superó a sí mismo y
dio muestras de una genialidad única.
Rosy. Siendo el Evangelio la última palabra de Dios, ¿no hay en él nada que resulte algo
negativo, como lo había en el Antiguo Testamento?
P. Luis. Rosy, no sé si estás pensando lo mismo que yo. Hay ciertamente una cosa algo
extraña. Al enviar Jesús a los suyos a evangelizar, de momento les manda no entrar en
tierra de los samaritanos.
P. Luis. La debía tener, pero no la dijo. Sin embargo, ya resucitado, les asegura a los
suyos: “Van a ser mis testigos en toda Judea y en Samaría y hasta los confines de la tierra”.
Nombrar expresamente a “Samaría”, era decir lo último…
Javier. Eso, Jesús. ¿Siguieron los Apóstoles la misma línea, a fin de acabar así de una
vez para siempre con el problema judío-samaritano?
P. Luis. Hoy no queda de los samaritanos más que una pequeña comunidad, pobre y
poco apreciada, en la actual ciudad de Nablus, la antigua Siquem, con su lugar de culto en
el monte Garizim. Los preside un Sumo Sacerdote. Son fieles a Yahvé, con la Ley de
Moisés, y de la Biblia reconocen solamente los cinco primeros libros: La Torah o
Pentateuco.
Javier. ¿Llegó a verlos usted cuando acabó en Palestina aquel Curso de Biblia, del que
alguna vez nos ha hablado?
P. Luis. Es lo que pensé yo. Recibir una pluma que le regalan no es quebrantar ninguna
norma de la Ley. Aquel buen hombre tenía que ser un alma de Dios.
Cuestionario
Javier. Le he dicho antes, Padre Luis, que nos estábamos metiendo ya en el Nuevo
Testamento. Sin embargo, creo que ha valido la pena. Para cuando llegue el Evangelio, ya
estamos ambientados con esta lección de historia.
P. Luis. Como vemos, esta charla de hoy ha sido para nosotros un intermedio entre el
Antiguo y en Nuevo Testamento. Yo les diría que recuerden estos puntos.
Primero. Los samaritanos es un pueblo híbrido, formado de manera artificial, con los
israelitas pobres que quedaron en Samaría y con los colonos extranjeros que instalaron allí
los asirios después de la deportación Israel a Nínive el sigo octavo antes de Jesucristo.
Segundo. Cuando los judíos regresaron del Destierro de Babilonia, los samaritanos en
general les hicieron toda la guerra que pudieron para que no reconstruyeran ni el Templo ni
la ciudad de Jerusalén.
Tercero. Por su parte, los judíos tampoco quisieron recibir en Judea a los samaritanos
que intentaban unirse con ellos. Y fue entonces cuando se consumó la división y empezó el
odio profundo entre los dos pueblos.
Cuarto. Con Jesús y los Apóstoles vemos que, sobre todas las dificultades humanas,
Dios llama a la fe y a la salvación lo mismo a samaritanos que a Judíos.
Rosy. Y nos decía al principio que esta lección no nos iba a dejar ningún mensaje... ¿Les
parece que no es un mensaje grande esto que acaba de decir: que Dios quiere la salvación
de todos los pueblos, aunque sean de la raza más abandonada y malquerida?…
A continuación, la misma Lección 060,
La dominación romana. Roma, decisiva en el plan de Dios,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. De primera; y espero que también para ti, Rosy, sea de mucho gusto a la vez
que de gran provecho, si es que quieres estudiar los Evangelios y los Apóstoles. Se trata de
la dominación romana.
Javier. Algo sé sobre el Imperio Romano, y la importancia que tuvo para el Evangelio.
No dudo que, si nos habla de ellos, del Imperio y del Evangelio, me va a gustar de verdad.
Rosy. Empecemos, pues, ya que se trata de algo importante. Aunque no sea de la Biblia,
nos va a servir mucho para entender la Biblia.
P. Luis. Es necesario conocer el Imperio Romano para comprender tantas cosas que se
refieren a Jesús en el Evangelio.
Rosy. ¿Tanta influencia tuvo Roma? Hemos visto varios imperios que han sido
decisivos en la vida de Israel.
P. Luis. Pues, mira. Ni asirios, ni caldeos, ni persas, ni griegos representan tanto como
los romanos en los planes de Dios. Aquí está lo interesante, ya que la dominación romana
sobre Palestina tuvo una importancia grande dentro de la Historia de la Salvación.
P. Luis. Terminar, no; sino empezar de veras. Hasta ahora ha sido todo preparación
para lo que había de venir. Con Roma sobre Judea, llegan “los últimos tiempos” para que se
cumpla la Promesa, hecha primero a Abraham hacía mil ochocientos años.
Rosy. Cuando nos empezó a hablar sobre el helenismo, ya se veía que no estaría lejos el
fin. ¿No es así, Padre Luis?
P. Luis. Es cierto. Con Alejandro Magno se creaba un imperio imponente, por el que
desaparecían en Oriente todos los imperios y reinos anteriores. Aunque, al morir Alejandro
tan joven a sus 33 años, el imperio que había creado se hacía añicos, porque se lo
repartieron sus generales con poca fortuna.
Javier. Pero la cultura griega, llamada helenismo, se implantaba en todo el mundo
conocido. ¡Y esto era una gran victoria!
P. Luis. Por los mismos años, en Occidente empezaba a surgir un imperio que
sobrepasaría en fuerza a todos los anteriores, incluso al de Alejandro.
Rosy. ¿Cuál era, y cuáles eran los límites del nuevo Imperio?
P. Luis. Poco a poco, Roma iba ensanchando sus dominios. Desde España, que era
entonces el fin de la Tierra por el Oeste, hasta toda el Asia Menor en el Este, y desde todo
el Norte de África hasta el centro de la actual Europa, Roma iba a ser la dueña del Orbe de
la Tierra. El “Orbe de la Tierra” designaría todo lo que abarcaba el Imperio Romano.
P. Luis. Con Roma, se formaba un imperio de hierro, sostenido militarmente por las
famosas legiones, con una organización admirable, comunicado todo por sus grandes vías,
y prácticamente unido por una lengua, el griego, que vino a ser la lengua de todos.
P. Luis. Por extraño que parezca, no. Sin que desapareciera el arameo en Oriente ni el
latín en Occidente, el griego vino a ser lengua universal.
Javier. ¡Ya es decir! Si Roma había conquistado a Grecia, no por eso la despreciaba,
sino que la consideraba muy superior en cultura.
P. Luis. Roma conquistó a Grecia, por supuesto. Pero se dio el fenómeno tan sabido:
Roma dominó a Grecia por las armas, pero Grecia dominó a Roma por la cultura, de modo
que la cultura grecorromana será la que reinará en todo el mundo conocido cuando llegue el
Evangelio.
Rosy. ¿Y a esto lo considera usted, Padre Luis, muy importante para la Biblia?
P. Luis. Aquí estuvo la gran providencia de Dios. El Evangelio, que arrancaría de los
judíos en Palestina, tenía preparados todos los caminos.
P. Luis. Y en este caso es muy oportuno, porque se trata de conocer el mundo que va a
encontrar Jesús, ya tan cercano. Yo diría que sí. Galilea era una región muy surcada por
extranjeros, todos los cuales hablaban el griego.
P. Luis. Es de suponer que sí. En Juan vemos que unos griegos quisieron conocer a
Jesús y hablarle (Juan 12,20-22), y trabaron conversación con Andrés y Felipe, paisanos de
Jesús. Pocos días después, Jesús hablará personalmente con Pilato, un romano orgulloso
que no hablaba ni el hebreo ni el arameo de los judíos, sino el griego y el latín. Esa
conversación directa entre Jesús y Pilato tuvo que ser en griego.
Rosy. Da gusto saber estos datos. ¿Y en qué otros puntos de los Romanos hemos de
mirar la providencia de Dios para el Evangelio?
P. Luis. Roma, ante cuyas legiones no se resistía nadie, gobernaba con suma benignidad
y sabiduría. Dejaba a cada pueblo con sus costumbres propias, con sus dioses y su religión,
y con autonomía en la administración de todos sus asuntos. Los judíos no fueron una
excepción.
P. Luis. Aparte de lo que hemos dicho de la lengua, como cultura muy apta para el
desarrollo del próximo Cristianismo, estaban las artes de Grecia junto con el vigor del
Derecho de Roma. El Cristianismo no tendría aquella rigidez tan estrecha de los judíos,
sino que seria muy humanista por la cultura recibida de Grecia y de Roma.
Rosy. O sea, que Dios había sabido escoger el momento oportuno para realizar sus
planes de salvación.
Javier. Ante todo lo que nos ha explicado, Padre Luis, con esta perspectiva ante los
ojos, podría entrar ya a las relaciones de los Romanos con los Judíos, tal como las tenemos
en la Biblia.
P. Luis. Mucho nos hemos entretenido con lo anterior, y me temo que ahora vamos a
tener que abreviar.
P. Luis. La primera noticia la tenemos es la alianza que los Macabeos, primero Judas y
después Jonatán, hicieron con los Romanos al saber lo fuertes que eran y lo magnánimos
que se portaban con sus aliados.
P. Luis. Unos cien años. Pero vinieron después en Judea los reyes asmoneos, con los
cuales empezaron las luchas internas.
P. Luis. Los herederos de los Macabeos. Hircano I vino a constituirse rey. Al morir en el
año 67 antes de Cristo la reina Alejandra, se disputaron el trono sus dos hijos Hircano II y
Aristóbulo. Hircano prefirió acudir a los romanos como árbitros. Y Pompeyo, como si fuera
un mediador de paz, acudió a Judea, dividida por los partidos políticos y religiosos.
P. Luis. Los judíos cometieron el error de rechazarlo, y Pompeyo sitió con sus legiones
a Jerusalén, que cayó después de tres meses de resistencia. Era el año 63 antes de
Jesucristo. Judea quedaba bajo el poder del Imperio Romano.
P. Luis. Así. Pero permítanme que les cuente algo curioso, que no lo sabemos por la
Biblia, sino por el historiador romano Tácito.
P. Luis. Pues, no; sino religiosa. A Pompeyo le intrigaba penetrar en el Templo, como
es natural. Esperaba encontrarse con estatuas temibles de los dioses de los judíos, y en el
Santo de los santos no halló más que una estancia vacía del todo, lugar sagrado y morada de
Yahvé, el Dios invisible, que los Romanos, los nuevos dueños de Israel, no llegarían a
comprender.
P. Luis. A las ciudades helenizadas de la otra parte del Jordán las agrupó en la llamada
Decápolis, las “diez ciudades”. Aprendan bien estos nombres.
P. Luis. Cuando suba al poder el mayor y mejor emperador de Roma, César Augusto,
organizará el Imperio en provincias senatoriales e imperiales. Las senatoriales, las
internas, se llamaban así porque las encomendó al Senado de Roma, ya que no eran
peligrosas y estaban seguras.
P. Luis. Las fronterizas, por ser más peligrosas, se las reservó para sí, y por eso se
llamaban imperiales, muy bien protegidas por las temibles legiones. Las provincias
imperiales tenían a su disposición los procuradores, que dependían del Gobernador de la
provincia. Esta fue la política de Augusto.
Rosy. Magníficas las nociones que nos da. Nos sitúan muy bien pare entender el
Evangelio. Sus respuestas son esta vez algo largas, pero siga, por favor.
P. Luis. Gracias, Rosy. Una de estas provincias imperiales era la de Siria, a la que
quedaba sujeta la tierra de Palestina, la cual tenía al frente un Procurador. Cuando venga
Jesús, el más famoso de los procuradores será Poncio Pilato. Aunque los pueblos
dominados seguirán con sus propios reyes o jefes, mientras se porten bien y no se rebelen
contra la omnipotente Roma, que los dejaba gobernar a sus anchas. Es lo que sucedía en
Palestina el rey Herodes el Grande, que era sólo un modesto rey vasallo de Roma..
Javier. Ante el dominio romano, ¿seguía los judíos tan fieles a su Dios?
P. Luis. Tan fieles no; sino mucho más que antes. Les cuento un caso. Enemigos
acérrimos de otros dioses y de sus estatuas, cuando Poncio Pilato quiso meter en Jerusalén
estandartes con la efigie del Emperador, muchos judíos, rodeados de soldados que tenían
orden de atacar, se inclinaron ante el Procurador con el cuello descubierto dispuestos a
morir antes que ceder… Con lo bruto que era Pilato con los judíos, no se atrevido a usar la
espada y cedió. Los estandartes no entraron en Jerusalén.
P. Luis. Al morir Herodes, justo un año y medio o dos después de nacer Jesús, el
Emperador Augusto dividió su reino y lo repartió entre los hijos de Herodes: a Arquelao le
dejó Judea y Samaría; a Herodes Antipas, la Galilea; a Filipo, unas regiones del Norte.
Javier. Otros nombres sobre los cuales vale la pena tomar nota. Empiezo a entender
algunas páginas del Evangelio.
Javier. Lo que hemos oído y leído mil veces, según la dolorosa profecía de Jesús.
P. Luis. Pero una segunda y peor revuelta de los judíos el año 135, fue la definitiva. El
emperador Adriano conquistó Jerusalén y acabó para siempre con la nación judía.
Cuestionario
Rosy. ¡Interesante de verdad todo lo de hoy! Padre Luis, ¿por qué no lo resume como lo
hace siempre?
P. Luis. Pues, hoy no lo voy a hacer, porque no vale la pena. Como ven, nos estamos
preparando ya para entrar en el Nuevo Testamento, hacia el cual hemos hecho alguna
escapadita. Les aconsejo que se limiten por ahora a conservar en la memoria los datos de
esta lección, que les van a servir de mucho. º
A continuación, a misma Lección 061,
Las fiestas de Israel. Cuáles eran y cómo se celebraban,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. ¡Vaya pregunta! Ya respondo yo por ella y por mí. ¡Pues, claro que nos gustan!
No hay pueblo ni civilización que no las haya tenido y disfrutado. Un pueblo vive de sus
fiestas como algo constitucional de su identidad.
Rosy. Yo no respondo de manera tan filosófica. Sencillamente, digo que sí, que las
fiestas me gustan mucho.
P. Luis. Veo, entonces, que estamos en las mismas que en los tiempos de la Biblia. A
los hebreos les gustaban mucho las fiestas. Hoy quiero hablarles de las fiestas de Israel.
P. Luis. No. Comenzaron por ser agrícolas, familiares, del pueblo feliz por las cosechas
recogidas.
Rosy. Llenas las casas de granos y frutos, era cuestión de manifestar la alegría con
descanso, con danzas, con regocijo popular, ¿no es así?
P. Luis. Es natural. Pero Israel, a partir del Sinaí, supo transformar esos descansos y
regocijos en fiestas tanto religiosas como cívicas o sociales, sancionadas después en la
Biblia como ordenadas por su Dios Yahvé.
Javier. Yo creo que esta lección de hoy nos va a resultar interesante, porque cuando
leemos la Biblia nos encontramos continuamente con alusión a una u otra fiesta, y nos
conviene saber lo que era y significaba cada una de ellas.
P. Luis. Empezamos con una observación importante. El Israel primitivo celebraba tres
fiestas ligadas con las estaciones y las cosechas del campo: la de los ázimos o espigas; la de
las siete semanas, de primavera o Pentecostés; y la de las tiendas o tabernáculos.
P. Luis. Pero pronto vino el darles un sentido histórico, y, sobre todo, religioso. Así lo
vemos en los libros del Pentateuco o de la Ley, redactados en su forma definitiva después
del Destierro de Babilonia por los sacerdotes, que vinieron a darles fuerza de ley, como
recuerdo y memorial de hechos históricos sagrados.
Rosy. Muy claro también. Lo campesino y familiar, convertido en sagrado para Yahvé.
P. Luis. La fiesta de los ázimos o espigas se transformó en la Pascua, la del cordero que
rememoraba la liberación de Egipto.
P. Luis. La de los Tabernáculos, era en recuerdo de las tiendas que debieron habitar los
israelitas durante la marcha por el desierto.
Javier. Ya conocemos, pues, las tres fiestas principales de Israel. Pero debieron tener
algunas otras, ¿no es así?
P. Luis. Naturalmente. Tres fiestas solamente al año son pocas. Aparte de estas tres
fiestas principales, hay que tener en cuenta otras determinadas: la de la Dedicación del
Templo, la del día de la Expiación o Kippur, la de los Purim y otras menores.
Rosy. ¿Y el Sábado?
P. Luis. Te me adelantas, Rosy. Hay que tener siempre ante los ojos la semanal del
Sábado y la mensual del Novilunio, con la que comenzaba el mes. Las fiestas principales
alcanzaban siete días, aparte del día propio, considerado sagrado.
Javier. O sea, que al fin venían a ser muchas las fiestas y muchos los días, sumados esos
siete adicionales al día principal.
Javier. Padre Luis, empiece por decirnos algo de la Pascua, la más importante.
Rosy. ¿Se sabe cuáles eran esos cantos? ¿Ha quedado recuerdo de ellos?
P. Luis. Eran los salmos 119 al 133, llamados graduales o de las subidas. Al llegar a
Jerusalén aquel río humano, contemplaban todos sobre el altar de los holocaustos en el
templo el correr de la sangre de los innumerables corderos.
Javier. ¿Por qué no nos recuerda cómo era el rito de la cena pascual?
P. Luis. Empezaba ésta con una primera copa de vino, que venía a ser como nuestro
aperitivo de hoy. Se presentaba el cordero asado, los panes ázimos, la hierba amarga y la
salsa especial llamada haroset. Se tomaba la segunda copa, y empezaba la comida, una vez
partido el pan por el jefe de la familia, que había explicado previamente el significado de
toda la ceremonia. Seguía la tercera copa, llamada de bendición; se cantaba la segunda
parte del Hallel, o himno de varios salmos, y se terminaba con la cuarta copa de vino.
P. Luis. Así la celebraba Jesús cada año, como lo veremos en su momento oportuno.
Javier. Falta la otra fiesta grande que antes nos ha citado: la de las tiendas.
Rosy. El Evangelio dice de una fiesta a la que fue Jesús que hacía frío. ¿Cuál era?
P. Luis. Pudo serlo. El anterior lo había robado Antíoco Epífanes, y el nuevo tenía la
forma de los siete brazos, descrita en Éxodo 25. Era un candelabro grande, rico; aunque fue
después sustituido por el valiosísimo que fabricó Herodes, y que debió ser el mismo que los
romanos se llevaron a Roma como botín de guerra.
Rosy. Otra de las fiestas. ¿Cuál era la fiesta de la Expiación, el Kippur, que tanto me ha
llamado a mí siempre la atención?
P. Luis. Era el gran día penitencial, único en el año, cuando el Sumo Sacerdote entraba
en el Santo de los santos, con la sangre de un novillo y la del macho cabrío sacrificado por
los pecados del pueblo. Fiesta muy religiosa, no de jolgorio popular.
P. Luis. La fiesta de los Purim celebraba la liberación del exterminio que esperaba a los
judíos en Persia a no haber sido por la intervención providencial de Ester. Se llama Purim o
suertes porque Amán había señalado por suerte el día en que había de ser ejecutado el
exterminio. Era una fiesta bastante profana, sin el rigor religioso de las otras, aunque en la
sinagoga se leía con gozo el libro de Ester.
Rosy. Sobre esas fiestas anuales, nos ha insinuado antes otras menores.
P. Luis. Menores, no; sino más frecuentes, una mensual y otra semanal. Los nómadas
del desierto dividían el mes en dos partes: por la Luna nueva y la Luna llena. Cada mes
comenzaba con el Novilunio o Luna nueva, y, aunque no era de descanso obligatorio,
constituía una fiesta alegre, con banquetes o reuniones religiosas. Como el día comenzaba
al acabar el crepúsculo de la tarde, ya anochecido y con la aparición de la primera estrella,
el Novilunio era anunciado con hogueras sobre las montañas o colinas.
Javier. Antes le ha dicho a la impaciente Rosy que llegaría lo del Sábado. ¿Lo deja para
el final?
P. Luis. Sí, para el final, a pesar de la importancia suma que tenía en Israel.
P. Luis. De varios conceptos que se habían formado los judíos. Empezando porque era,
mirado desde el punto de vista social, un día que favorecía al hombre, sobre todo a los
pobres y más débiles, y hasta los mismos animales, con un descanso necesario.
Javier. O sea, que, como las grandes fiestas, comenzó por algo humano tan normal
como es el descanso.
P. Luis. Es cierto, aunque exagerado. En tiempos de Jesús los rabinos tenían catalogados
treinta y nueve trabajos que no se podrían realizar en sábado, entre ellos el cocinar, de
modo que los alimentos debían estar dispuestos el día anterior. Se exceptuaba el trabajo de
sacerdotes y levitas en el culto.
Rosy. ¿Qué más entrañaba el sábado, aparte del descanso?
Javier. Pero, aparte del descanso, y con esta idea de ser pueblo propiedad de Dios, ¿qué
hacían en el sábado, cuál era la forma de su culto?
P. Luis. El sábado, con descanso total, se santificaba también por el culto en el Templo;
o por la reunión en la sinagoga, con lecturas, exhortaciones, cantos y plegarias extensas y
tranquilas.
Rosy. Todas estas fiestas, ¿desaparecieron cuando vino Jesús? ¿Las confirmó o las dejó
abolidas?
P. Luis. Día llegará en nuestro Curso en que veremos la incidencia que estas fiestas
tuvieron en el Nuevo Testamento. Jesús las aceptó, las disfrutó, las santificó y les dio a
varias de ellas nuevo significado. Hago alusión solamente a la Pascua. Con los Apóstoles y
la Iglesia antigua, las fiestas judías cayeron o cesaron por sí mismas, aunque la Pascua
adquirió un relieve mayor, y el Sábado fue muy pronto sustituido por el Día del Señor, que
esto significa Domingo.
Cuestionario
P. Luis. Como resumen, solamente les digo esto: Israel, pueblo sabio y elegido de Dios,
supo dar a sus fiestas, mucho más que cualquier otra nación, un carácter religioso a la vez
que familiar y cívico. La fiesta era toda para el hombre, pero sobre todo para Dios.
Javier. Lo que deberían ser nuestras fiestas también. Aunque, por desgracia y con mala
suerte, hasta las que nos prescribe la Iglesia, el Domingo sobre todo, resultan muy profanas
y divertidas. Es mi parecer que perdemos mucho con ello y, al hacer de lado a Dios, nos
privamos de muchas ventajas.
A continuación, la misma Lección 062,
Los sacrificios de Israel. Su importancia en la Ley antigua,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. ¿Qué?... Quiero de verdad a los judíos, pero no creo que yo sea tan judío como
usted piensa…
Rosy. Lo advino. Hoy, alguna lección sobre algo muy importante en Israel. Y hasta me
atrevo a insinuarlo: ¿sobre los sacrificios? Es lo más parecido que veo con nuestra Misa.
P. Luis. De eso se trata. De los sacrificios en Israel, que significan tanto y tanto a lo
largo de toda la Biblia.
Javier. Es cierto. Creo que esta lección se la vamos a agradecer de verdad. Empiece por
darnos una noción del sacrificio.
P. Luis. Sabemos lo que era el sacrificio: una ofrenda que se hacía a Dios: de frutos del
campo, de animales, de algo necesario para la vida, y que Dios aspiraba como perfume muy
agradable.
P. Luis. Esta idea del perfume u “olor de suavidad” significaba que Dios había aceptado
el sacrificio y se complacía en él.
P. Luis. Mucho. Los israelitas tenían esta ley, puesta en labios de Yahvé: “Nadie se
presentará delante de mí con las manos vacías”.
Javier. Por la historia sabemos que el sacrificio lo han tenido siempre como algo propio
todas las religiones, aunque en Israel estuvo regulado por lo visto de una manera minuciosa
y admirable.
P. Luis. Eso de presentarse ante Dios con algo en las manos era un gesto tomado de la
vida social. El pobre lo hacía con el rico, y el inferior con el superior.
P. Luis. Era como reconocimiento de una dignidad mayor, como prueba de sumisión o
como medio para alcanzar favores.
Rosy. Relacionándolo todo con Dios, se nota que eso que nosotros hacemos con sólo la
oración, los israelitas lo hacían con algo más, con las cosas de la vida, con lo que
necesitaban para subsistir. Diríamos que tomaban la religión bien en serio, hasta
desprenderse de los más urgente e imprescindible.
Javier. Como debe ser. Religión que no cueste nada, diríamos que es religión
sospechosa.
Rosy. ¿Y qué era lo que se pretendía con esa ofrenda de respeto a Dios? En otras
palabras, ¿qué fines tenía el sacrificio en la mentalidad de Israel? ¿Para qué lo ofrecían?
P. Luis. Tu pregunta, Rosy, merece una respuesta detallada. ¿Cuáles eran los fines del
sacrificio? Lo voy a decir todo, pero de una manera sintetizada.
Primero, el sacrificio servía para honrar a Dios, ante cuya majestad se rendía el hombre
con humildad.
Segundo, se ofrecía también para darle gracias por sus favores. Ya que todo se había
recibido de Dios, ¿por qué no darle a Dios algo de lo que Él mismo nos ha dado?
Tercero, para pedirle más favores, puesto que Dios es el rico que posee todo y el hombre
es un necesitado de todas las cosas, un pordiosero que ha de pedir siempre limosna. Era
especialmente necesario cuando amenazaba una calamidad: la mala cosecha, la guerra, una
catástrofe natural como inundaciones o un terremoto.
Cuarto, y éste es un aspecto muy común del sacrificio, sirve para pedir perdón por el
pecado, para conseguir que Dios borre la culpa cometida, para que se aplaque su justa
indignación. El hombre reconoce y confiesa su pecado, que lo perdona Dios por el
sacrificio del animal, el cual carga y paga la culpa del dueño al que le pertenece.
Javier. Muy claro todo, Padre Luis. Yo creo que sabiendo los fines que tenía el
sacrificio, estamos en disposición de entender la diversidad de sacrificios que ofrecía Israel
a su Dios Yahvé.
P. Luis. Sobre la materia del sacrificio, digamos que podía ser de oro, plata, joyas, de
otros objetos preciosos.
P. Luis. ¿Y por qué no? Eran cosas de mucho valor, y eran dignas de ser ofrecidas a
Dios. Aunque eso no era lo ordinario. El sacrificio normal era de frutos del campo, de las
primicias de la cosecha. Y lo era sobre todo de animales domésticos.
Rosy. Es decir, que se podía sacrificar en honor de Dios todo lo que el hombre poseía
para su vida y su bienestar.
P. Luis. Eso es. Por eso, cuando se trataba de animales, las partes que se consideraban
más importantes para la vida o de la vida, como la grasa, los riñones y otras vísceras
internas, quedaban reservadas para Dios. Y esas partes debían quemarse del todo, porque
eran exclusivas de Dios y para Dios.
P. Luis. Y has oído muy bien. Para aquella mentalidad oriental antigua, la sangre era la
vida o en la cual estaba la vida. Y como la vida viene sólo de Dios y es de Dios, la sangre
debía derramarse toda en el altar o en tierra; en modo alguno debía comerse ni utilizarse
para otro uso.
Rosy. Por lo mismo, la sangre era sagrada, aun independiente del sacrificio.
P. Luis. Es cierto. Incluso con cualquier animal doméstico que se mataba para comer, la
sangre se tenía que derramar en tierra, con lo cual cada matanza de animal, fuera el animal
que fuera, aquella matanza venía a ser un sacrificio, porque la sangre se reservaba para
Yahvé.
Javier. ¿Y lo que sabemos también por la historia, que se llegaba a sacrificar a los
propios hijos?
P. Luis. Es verdad que los cananeos mataban a sus propios hijos en honor de los dioses,
y los judíos se vieron muchas veces tentados a realizar esta práctica.
Rosy. Eso de ofrecer el sacrificio debía ser oficio muy particular de los sacerdotes, ¿no
es así? En la Biblia salen continuamente.
Rosy. ¿Todos los sacrificios eran iguales? ¿No había alguna diferencia entre ellos?
P. Luis. Señalo únicamente los dos principales: los “holocaustos” y los “pacíficos”. En
los sacrificios llamados holocaustos, la víctima se consumía del todo por el fuego. En los
sacrificios pacíficos o de acción de gracias, parte de la víctima era para Dios, como las
vísceras más importantes y la sangre; parte era para los sacerdotes; y otra parte para el
oferente, que consumía la víctima en banquete sagrado, y con ello venía a comunicarse con
Dios de manera familiar.
Rosy. ¡Qué lindo! Quiera que no, el pensamiento se me va a la Comunión. Seguro que la
idea venía de aquí. ¿Me equivoco?...
Javier. ¿Y qué nos dice del sacrificio principal, el del cordero pascual?
P. Luis. De todos los sacrificios de Israel, nos fijamos solamente en éstos: el del cordero
pascual y el del día del Kippur.
P. Luis. El del Kippur, o Día de la Expiación, es muy especial. Era el único día del año
en que el Sumo Sacerdote entraba en el Santo de los santos, con la sangre de un novillo y
con la de un macho cabrío. A otro macho cabrío, se le imponían las manos, para significar
que se le pasaban todos los pecados del pueblo, y se le soltaba en el desierto para que se
fuera con el diablo, porque el desierto era el lugar donde se creía habitaban los demonios.
Este sacrificio era muy importante, aunque la fiesta del Kippur, más que popular, era
profundamente religiosa.
P. Luis. Además de estos sacrificios, estaban los dos de cada día, el matutino y el
vespertino.
Padre Luis. Esto es muy cierto. Sin embargo, en toda la Biblia vemos que lo
importante era el espíritu con que se ofrecía. Los profetas gritan fuerte contra el formulismo
del culto: Dios quiere un corazón contrito y humillado; el sacrificio de alabanza salido de
labios puros; la vida intachable que se abre en especial al necesitado. ¡Estos son los
sacrificios agradables a Dios!
Rosy. ¡El corazón, el corazón!... Sin pureza de vida, sin amor, sin abrirse a los demás,
las cosas externas no valen nada, entonces como ahora.
P. Luis. Eso que dices, Rosy, es el espíritu de la ley. Ahora soy yo, no tú, el que me
adelanto al Nuevo Testamento. Jesús pedirá a los suyos un corazón nuevo, porque del
corazón es de donde sale todo el bien, así como de él salen todos los males. Lo que concibe
el corazón, es lo que ejecutan las manos.
Javier. Buena digresión, Padre Luis. Pero siga con lo de los Profetas.
P. Luis. Esto es lo que observó Malaquías: un culto rutinario e hipócrita, asqueado del
cual lanzó contra los judíos que se escudaban en su Templo y se cerraban a su pueblo,
aquella aventurada profecía: “No me gusta nada ni me agrada la oblación que me traen.
Desde levante a poniente es grande mi Nombre entre las naciones, y en todo lugar se
ofrecerán a mi Nombre sacrificios y oblaciones puras, pues santo es mi Nombre entre las
naciones, dice Yahvé de los ejércitos”.
Javier. Nosotros que vemos ahora todo a la luz del Nuevo Testamento, reconocemos
que esa profecía no era para aquellos tiempos, sino para los nuestros. Era una clara visión
del futuro. Si no en la mente del Profeta, sí estaban bien patentes a los ojos de Dios el
Calvario y después la Eucaristía, celebrada en todos los rincones de la tierra.
P. Luis. ¡Aquí sí que los tres nos hemos adelantado hasta Jesús! Pero hemos hecho bien.
Día llegará en que hablaremos más y con mayor precisión de este punto.
Cuestionario
Rosy. ¿Cuál cree usted, Padre Luis, que era lo mejor que entrañaban los sacrificios de
Israel?
P. Luis. Yo diría que su mayor importancia estaba en que los sacrificios de Israel eran
un signo y una preparación del Sacrificio que un día vendría, el del Cristo prometido, que
se inmolaría en la Cruz y dejaría a su Iglesia la misma Víctima, que era Él, para que la
ofreciera en todas las partes de la tierra.
Javier. O sea, la profecía de Malaquías. ¿Y qué parte íbamos a tener nosotros, como
particulares, en ese sacrificio de Cristo?
Rosy. Yo saco mis consecuencias. Dios se complacía en los sacrificios que su pueblo le
ofrecía en la antigua ley cuando salían de corazones sinceros, como les decía con el salmo:
“tus sacrificio los tengo siempre delante de mis ojos”. Pero Dios quedó plenamente
glorificado con el Sacrificio de su Hijo en la Cruz. Y sigue mirando complacido el
sacrificio nuestro, que, unido al de Jesús, cada día sube hasta el Cielo como incienso
perfumado.
A continuación, la misma Lección 063,
Partidos político-religiosos. Ideología y actividades,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. ¿Sabe, Padre Luis, que estas lecciones últimas son para mí una delicia? Situado
en la historia de Israel en esos tres últimos siglos del Antiguo Testamento, da gusto leer la
Biblia de estos tiempos.
P. Luis. Entonces, tengo hecha la introducción de hoy. Te voy a dar una lección buena
para ti: la de los partidos “religiosopolíticos” de Israel en ese siglo anterior a Jesucristo y en
los mismos días de Jesús.
Rosy. “Religiosopolíticos”, dice. O sea, que para los judíos eran lo mismo de Dios que
de la patria.
Javier. ¿Y cuáles eran esos partidos? ¿Los podría enumerar ya desde ahora?
P. Luis. No hay que buscar esos partidos en la antigüedad bíblica, sino, como acabo de
decirles, en último siglo antes de Jesucristo y en los mismos días de Jesús. Podríamos
señalar éstos: los esenios, los fariseos, los saduceos, los herodianos, los zelotas; y
añadimos, aunque no formasen ningún partido especial, los “escribas” y los que Juan llama
“los judíos”.
P. Luis. Los “sumos sacerdotes” no eran ningún partido, ni tampoco los que vamos a
llamar “apocalípticos”, que eran más bien unos ideólogos y escritores que esperaban, a su
manera, la venida de Dios.
Rosy. ¿Y de todos estos nos va a hablar? Parece que la lección va a ser un poco larga.
P. Luis. Pero a este espíritu religioso se unía un fuerte sentimiento nacional, que
rechazaba como profano el contacto con los otros pueblos y lo que de ellos venía. Sabemos
lo que pasó con el helenismo, impuesto en Judea a la fuerza por los reyes Seléucidas de
Siria. Fue lo que dio motivo para el alzamiento heroico de los Macabeos, después de los
cuales vinieron los Romanos el año 63 antes de Jesucristo.
Javier. Pero los Romanos actuaron con su clásica política de dejar a cada pueblo
tranquilo con sus costumbres.
P. Luis. Por eso que tú dices, Javi, con los Romanos hubo un largo período de paz,
durante el cual nació Jesús; pero dentro del pueblo existían muchas divisiones internas por
los partidos que se habían formado, de todos los cuales vamos a decir alguna palabra.
Rosy. ¡Y que nos vendrá bien, y ayudará mucho en la lectura y estudio del Evangelio
que ya tenemos encima!
P. Luis. Los esenios son interesantes por demás. No se metían en política. Llegaron a
ser, según datos fidedignos, hasta 4.000, que vivían en la parte oriental de Judea, hacia el
Mar Muerto, formando unas comunidades entregadas del todo a la oración, al estudio de la
Biblia, y a una vida austera casi incomprensible.
P. Luis. Su celibato era lo más llamativo, pero además observaban unas reglas
minuciosas sobre la pureza legal; comían austeramente en común; llevaban túnica blanca y
practicaban cuidadosamente el baño ritual. A estos esenios, más que partido los podemos
llamar comunidad religiosa.
Javier. No lo entiendo. Pero la historia lo confirma con toda seguridad. ¿Otro partido,
Padre Luis?
P. Luis. Como partido, el más notable es el de los Fariseos, es como decir separados.
Rosy. ¡A este partido sí que conocemos bien! ¡Vaya guerra que dieron a Jesús, y los
latigazos que Jesús les dio a los fariseos!...
P. Luis. Venían del tiempo de los Macabeos, y en un principio eran magníficos, muy
piadosos, fidelísimos a la Ley.
P. Luis. El mal les vino cuando empezaron a interpretar la Ley conforme a tradiciones
orales de los antiguos, enseñadas por los escribas. Eso les llevó a un rigor intolerable, a una
limpieza legal insostenible, a un desprecio odioso de los demás que no eran puros como
ellos, a una hipocresía inaguantable.
P. Luis. Muy bien dicho. Porque de haberse mantenido ecuánimes, hubieran sido lo
mejor de lo mejor. Políticamente eran neutrales, pero no toleraban a los Romanos, paganos
extranjeros, ni tampoco a los zelotas, amigos de empuñar las armas. Sin embargo,
doctrinalmente eran los mejores, pues admitían la resurrección, la vida inmortal, la
existencia de los ángeles, la recompensa en la vida futura.
Javier. Por el Evangelio vemos que esos fariseos eran malos de verdad.
P. Luis. Sin embargo, no hay que generalizar demasiado. Para no discurrir por mi
cuenta, prefiero citarles un párrafo del historiador más famoso de la Vida de Jesús en
nuestro tiempo, el conocido Ricciotti, que dice así:
“Respecto a la conducta práctica de los fariseos, no vale emitir un juicio válido para
todos. Aparte de maestros verdaderamente ilustres, como Hillel, Gamaliel el Viejo, que fue
maestro de San Pablo y otros, no eran pocos los verdaderamente honestos y sinceros hasta
entre el común de ellos. Incluso del lado cristiano encontramos a Jesús en relaciones
amistosas con fariseos como Simón, Nicodemo y José de Arimatea; incluso San Pablo,
mientras proclama la abolición de la ley hebraica, se afirma hebreo nacido de hebreos,
fariseo según la Ley”.
¿Qué les parece este testimonio, de historiador tan ilustre de Jesús?
Rosy. ¡Hace respirar! Y gracias por esta aclaración. Como siempre, ni todos tan buenos
tan buenos, ni todos tan malos tan malos…
Javier. Padre Luis, ha mencionado antes a los escribas, que en el Evangelio salen
siempre con los fariseos. ¿Quiénes eran?
P. Luis. Los Escribas, otra categoría que hay que tener muy presente, respetada por el
pueblo, y que no era precisamente un partido político. Surgieron después del Destierro de
Babilonia con el estudio e interpretación de la Ley. Eran los Doctores, los Rabbí, y el
pueblo les daba con reverencia este título.
Rosy. ¿Rabbí? ¿Maestro? También llamaban así a Jesús. ¿Es que era escriba como
ellos?
P. Luis. A Jesús le dieron este nombre cuando lo vieron no sólo como un profeta estilo
del Bautista, sino como verdadero Maestro que enseñaba la Ley con autoridad.
P. Luis. Los que hoy nosotros llamaríamos de “Primaria”; es decir, de niño aprendió a
leer y escribir en la escuela que funcionaba en la sinagoga de cada pueblo. No era
analfabeto, ni mucho menos. Pero tampoco tenía los que nosotros llamaríamos “estudios
superiores”. Lo cual fue una providencia de Dios, pues así las turbas, y en especial sus
enemigos, pudieron comprobar que su saber le venía de arriba. Sin haber estudiado Jesús en
las escuelas rabínicas superiores de Jerusalén, resultaba un Maestro consumado, y le
llamaron Rabbí con toda razón. Perdonen esta digresión sobre Jesús, que no era ningún
escriba.
Javier. Estupendo, Padre Luis. ¿Y qué eran esas escuelas superiores de Jerusalén?
P. Luis. Venían a ser para los estudiosos de la Ley, por poner una comparación, como
nuestras universidades, que tuvieron doctores y maestros muy esclarecidos. Por ejemplo
Hillel, muy benigno y humano en la interpretación de la Ley, y Shammay, famoso porque
era más rigorista. En tiempos de Jesús brillaba Gamaliel, respetadísismo de todos, que salió
en defensa de los Apóstoles ante el Sanedrín o Asamblea cuando fueron acusados. y
maestro que fue de San Pablo.
P. Luis. Les pasó algo así como a los fariseos. Maestros espirituales del pueblo, muchas
veces sus interpretaciones fueron la causa de los desvíos que sufrió la Ley, convertida por
sus tradiciones en una carga pesada que nadie podía llevar. Jesús tuvo enfrentamientos muy
duros con ellos, aunque otros escribas se mostraron sensatos y fieles, igual que bastantes
fariseos.
Rosy. ¡Qué mal empiezan a caerme!... ¡La buena vida, y sin compromisos!...
P. Luis. No influían en el pueblo como los fariseos, pero en política eran los que
mantenían las riendas en sus manos. Por eso, la religión no les importaba tanto como a los
escribas y fariseos, y negaban sin escrúpulo la resurrección, la existencia de los ángeles y
todo lo que se relacionase con la vida eterna. Admitían sí la Ley, pero sin ninguna de las
tradiciones de los escribas y fariseos.
Javier. Como dice Rosy, no resultan nada simpáticos. Los escribas y fariseos tenían al
menos un ideal y sabían luchar por él. Pero estos vividores… Pase a otro partido, Padre
Luis.
P. Luis. Los Herodianos, como indica la misma palabra, eran los partidarios del rey
Herodes y su dinastía, con escasa influencia en el pueblo; por pura conveniencia, se las
entendían bien con los Romanos y los saduceos.
Javier. ¡Los herodianos! ¡Otros que tales! Si eran así, interesan poco…
P. Luis. Especial interés tienen los Zelotas, llamados también sicarios por el puñal que
llevaban siempre consigo y que sabían clavar bien en sus víctimas. Eran, para entendernos,
los guerrilleros del pueblo.
P. Luis. Aparecieron cuando ya había nacido Jesús. Como partido religioso, querían la
pureza total de la Ley, sin más guía y Señor de Israel que Yahvé. Por eso mismo, eran
amantes de una libertad total y estaban radicalmente opuestos al dominio de Roma. Como
de las ideas pasaban a las armas, eran perseguidos por los Romanos, y los mismos fariseos
no los querían. Los zelotas fueron los que armaron la sublevación contra los Romanos el
año 66, que costó la destrucción de Jerusalén, y más tarde con Adriano la revuelta del año
135, que acabó definitivamente contra la nación judía. De entre los apóstoles, Simón de
Caná pudo ser un zelota, pues así lo llama el Evangelio.
Rosy. Vamos a suponer que Simón fue ciertamente zelota. Eso significa, igual que
dijimos con los fariseos y escribas, que no todos los guerrilleros eran malos.
P. Luis. No podemos aprobar sus acciones asesinas. Pero eran ciertamente hombres de
ideal. Parece estaban relacionados con otros judíos, los apocalípticos (nosotros los vamos a
llamar así), que con su manera de pensar y escribir veían la próxima venida de Dios
rodeada de manifestaciones fantásticas. Era una ideología, no un partido. Esta manera de
discurrir y expresarse empezó en los tiempos de los Macabeos con Daniel, y aún quizá
antes con Ezequiel durante el Destierro, y que llega a su expresión última con el
Apocalipsis de Juan.
P. Luis. No quiero dejar de mencionar a los Judíos, que no eran ningún partido, sino los
jefes o líderes del pueblo, y llamados así por Juan en su Evangelio como responsables del
enfrentamiento entre Jesús y sus opositores o sus enemigos declarados. Ellos, y no el
pueblo judío, fueron los responsables de la muerte de Jesús.
Javier. Conocidos ya todos los partidos, ¿con quién estaba el pueblo, así, en general?
P. Luis. Indiscutiblemente, con los fariseos, aunque les reprobasen muchas cosas, como
lo hizo Jesús, que, como hemos visto, contó entre los fariseos con muy buenos amigos.
Cuestionario
Rosy. Muy interesante todo. ¿Nos resume esta lección, Padre Luis?
P. Luis. No hace ninguna falta. Únicamente les recomendaría que tengan criterio al leer
la Biblia en estos dos siglos, último siglo del Antiguo Testamento y primero del Nuevo.
Mucho les puede servir el tener noción de estos partidos religiosopolíticos de Israel. La
lectura, del Evangelio sobre todo, les resultará mucho más fácil.
Javier. Estoy muy conforme con lo que ha dicho antes Rosy: ni todos malos malos, ni
todos buenos. Había de todo, como siempre y en todas partes.
Rosy. Aunque lo más interesante es que en aquellas luchas internas de los judíos, sobre
todo en esos que eran buenos, siempre dominaba Dios; porque Dios era lo único que les
importaba, incluso cuando miraban el bien de la patria, a la que no podían disociar de Dios,
de su Dios Yahvé…
A continuación, la misma Lección 064,
Los Pobres de Yahvé. Ellos esperan y acogen la Promesa.
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. Padre Luis, ¿me quiere aclarar de una vez por todas qué significa esa expresión
bíblica de los Pobres de Yahvé, sobre los cuales hace pocos días escuché una discusión
bastante acalorada?
P. Luis. Quiere decir, que la Iglesia ama a todos los hombres por igual, porque todos sin
excepción, ricos y pobres, están llamados a la salvación; pero los pobres se llevan la
preferencia de su amor y de sus cuidados.
Javier. Con estas palabras, ya nos ha anunciado todo el contenido de esta lección.
P. Luis. Vayamos por partes. Esa será la conclusión a la que llegarán por ustedes
mismos. Yo me voy a limitar a exponerles una lección sobre Los Pobres de Yahvé: quiénes
son y qué significan en la Biblia.
Rosy. La conclusión a que yo llegué al escuchar cómo discutían, fue que esos pobres
fueron los que de hecho aceptaron la Promesa hecha y mantenida por Dios a lo largo de
toda la Biblia. ¿Tenían razón los que así hablaban?
Javier. Eso “nuestro” que usted dice, Padre Luis, es tener una idea clara de lo que
significa “pobres” y “pobreza” en la Biblia. Porque alguna diferencia debe haber entre lo
que significan en la Biblia esas dos palabras y lo que expresan en nuestro mundo actual.
P. Luis. Te doy la razón, Javi. Por eso, antes que nada, digamos algo de la pobreza y de
los pobres tal como aparecen en la Biblia, porque la palabra pobreza y pobre se puede
entender de varias maneras.
P. Luis. Los Profetas, los Sabios y el mismo Jesús y los Apóstoles le dan diversos
significados y toman diversas posturas ante la pobreza y los pobres.
Javier. Concretice, Padre Luis.
P. Luis. En la Biblia están los pobres indigentes, los miserables, los que no tienen nada.
P. Luis. Si es de la injusticia de los hombres, de los poderosos, del patrón que no paga,
del explotador, esa pobreza y el grito de los pobres claman venganza al cielo.
P. Luis. Los profetas son los grandes defensores de esos pobres, y Dios se constituye en
su defensor nato, porque se pone al lado de los oprimidos. No hace falta que traigamos citas
de la Biblia, porque serían innumerables.
Rosy. Así pienso yo. En los profetas es cosa de cada página y de cada línea.
P. Luis. Aparte de estos pobres que no tienen nada, están los pobres llamados
“anawim”, y son todos los que viven afligidos por cualquier causa, empezando por la
pobreza misma, es decir, por la carencia de bienes materiales, o por la persecución, o la
enfermedad, o la soledad, o el dolor en cualquiera de sus formas.
P. Luis. Mucho. Pobre, de este modo, es para la Biblia todo el que sufre con
resignación.
P. Luis. Estarán después, y ya nos vamos con ello al Nuevo Testamento, los que
voluntariamente se abracen con la pobreza para imitar a Jesucristo y vivir como Él
desprendidos de todo. De suyo, este punto no nos interesa ahora, sino los dos anteriores.
Rosy. Puede que no nos interese de momento; pero creo que conviene tenerlo presente
para después.
Javier. Vayamos primero a los pobres tal como los entendemos nosotros, los que no
tienen dinero, los que carecen de las cosas necesarias; y también los otros, los que sufren
espiritualmente, tengan o no tengan dinero.
P. Luis. Mirando a esos pobres que sufren con pobreza real, material o espiritual,
¿quiénes son los pobres de Yahvé? Son aquellos, que, no teniendo apoyo humano, se fían
solamente de Dios, ponen en Él su esperanza, y descansan confiados en sus manos.
Javier. Esto que acaba de decir, Padre Luis, es una verdadera definición. Me queda
claro: son pobres según la Biblia todos los que sufren, material o espiritualmente, pero
confiados en Dios.
P. Luis. Si no queremos retorcer la Palabra de Dios, hemos de tener clara esta idea: qué
es lo que dice la Biblia sobre los pobres, no lo que nosotros queremos que diga.
Rosy. Ahí creo que estaba la raíz de la discusión que escuché, aunque yo no intervine
para nada. Acláremelo, Padre Luis.
P. Luis. Lo hago con las palabras de un afamado escriturista, que conoce y comenta la
Biblia de una manera admirable. Nos dice: “Los pobres, los anawim de la Biblia, “son
aquellos que andan encorvados bajo el peso de la injusticia, las víctimas indefensas… Pero
son también anawim los justos, los mansos, los humildes, los fieles a Dios. Éstos son los
“pobres en espíritu” de Mateo. Esta es la verdadera definición del pobre de la Biblia…
Pobre es el que se aleja voluntariamente de las cosas materiales para no poner en ellas su
seguridad, como hace el avaro y el orgulloso, sino que está abierto a Dios y a los
hermanos”.
P. Luis. Sigo precisando todavía más. Pobres son los que lloran, los mansos, los
humildes. Todos ellos son objeto de las preferencias de Yahvé, sus hijos más queridos.
Abiertos siempre a Dios, en Dios confían y todo lo esperan de Dios.
P. Luis. Perfecto. Miren lo que dice Jesús: “Dichosos los pobres, los mansos, los que
lloran, los de recto y puro corazón, los hambrientos de justicia o santidad, los sembradores
de paz, los perseguidos por causa de la justicia…, porque de ellos es el Reino de los Cielos,
porque ellos verán a Dios”.
Javier. Sabiendo bien todo esto, yo me pregunto: ¿Quiénes son de hecho, no en teoría,
los Pobres de Yahvé?
P. Luis. ¡Vaya que si queda! Algo muy importante. Alargando más esa idea de los que
sufren material o espiritualmente, pero confiados en Dios, en el pueblo judío serán los
Pobres de Yahvé quienes esperen con mayor ansia la promesa de Dios de enviar un
Salvador.
Rosy. Con esto pasamos a un plano totalmente sobrenatural, ¿no les parece?
P. Luis. Desde la vuelta del Destierro de Babilonia, los Pobres de Yahvé adquieren gran
relieve en la Biblia.
P. Luis. Es un fenómeno social bastante normal. Los judíos que estaban bien instalados
se quedaron en Babilonia y en Persia. El grupo que regresó a su tierra para restaurar
Jerusalén y reedificar el Templo eran los pobres que se abrían a Dios con una esperanza
grande en sus promesas.
Javier. Confirman lo que antes decía usted, Padre Luis. Los ricos instalados se quedaron
a gozar de sus bienes. Los pobres de hecho van a ser los grandes instrumentos de Dios para
preparar el camino al Cristo que esperaban.
P. Luis. Ni más ni menos. Así serán hasta que venga el prometido Mesías, que será
aceptado por los humildes y sencillos y rechazado por los “soberbios de corazón”, como
cantará María.
Rosy. ¡Claro! Es de suponer que Jesús fue e Pobre de Yahvé por excelencia.
P. Luis. En la Biblia, Jesucristo es más que nadie el Pobre de Yahvé. Antes que enseñar
el valor de la pobreza, la quiso vivir en toda su extensión e intensidad. Empezó por nacer en
pobreza total, vivir como pobre trabajador, y morir en la indigencia más absoluta.
Javier. Estamos ante la evidencia. Un pesebre de animales, un taller de carpintero
campesino, una cruz y, para ser enterrado, un sepulcro prestado. Más pobreza en un hombre
normal, costará encontrarla…
Rosy. La pobreza de Jesús, absoluta, y tan absoluta, en sus dos aspectos, material y
espiritual. ¡Jesús, pobre de veras!...
P. Luis. Después de Jesús, miramos siempre a María como la gran Pobre de Yahvé,
según sus mismas palabras: “Aquí está la esclava del Señor, que se cumpla en mí toda su
voluntad”.
Rosy. Y en casa de Isabel, ¡hay que ver cómo canta con el Magníficat lo pobre que se
siente!
P. Luis. Lo dice con palabras tan humildes como valientes: “Porque Dios ha mirado la
pequeñez de su esclava. Dispersa a los soberbios de corazón, y ensalza a los humildes”.
P. Luis. Los Apóstoles aceptaron el ser Pobres de Yahvé en su doble sentido: abrazar la
pobreza abandonando todo por Cristo, y aceptando el sufrimiento y el dejarse del todo en
las manos de Dios.
P. Luis. Me limito a dos o tres textos. Pedro que le dice al paralítico: “No tengo plata ni
oro”. Y Pablo que escribe: “No tenemos nada y lo poseemos todo”. Y los Doce, cuando
salen del Sanedrín o Asamblea de los judíos, después de haber sido azotados: “Salieron del
Sanedrín gozosos por haber sido hallados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre de Jesús”.
P. Luis. La Iglesia ha revalidado el aprecio por los pobres, a los que mira con amor
preferencial y cuidados especiales.
Javier. ¿Y cómo lo hace?
P. Luis. Como lo ha hecho siempre. Los que critican a la Iglesia en este punto, indican
saber muy poca Historia. La Madre Teresa ha sido el caso último y más llamativo. Pero no
el único, ni mucho menos. Es imposible olvidar a un San Vicente de Paúl o en la
antigüedad cristiana al mártir San Lorenzo. Como el Prefecto de Roma sabía que Lorenzo
custodiaba los tesoros de la Iglesia, le exige al diácono que se los presente para
comprobarlos. Lorenzo lleva al Prefecto a los comedores a la hora convenida, y le muestra
a todos los menesterosos que, conforme a lista controlada, mantenía la Iglesia de Roma a
expensas de todos los fieles contribuyentes.
Rosy. ¿Y qué decir de los que escogen ser pobres voluntariamente y de por vida?
Cuestionario
P. Luis. Fíjense en estos puntos, no los olviden, y así sabrían valorar una discusión
como la escuchada por Rosy.
Primero. Pobres de Yahvé en el sentido de la Biblia son todos los que sufren con
humildad y paciencia, pero confiados en Dios.
Segundo. Los pobres materiales, los que carecen de dinero y de bienes, son los más
dispuestos a ser también los Pobres de Yahvé, porque al no tener esperanzas en el mundo,
las ponen mucho más fácilmente en Dios.
Tercero. Los ricos de bienes materiales son también pobres ante Dios cuando no se
apegan a la riqueza, tienen el corazón puesto en Dios y se abren con generosidad en ayuda
de los necesitados.
Cuarto. Y “Pobres de Yahvé” por antonomasia fueron aquellos que esperaban y
aceptaron al Cristo prometido, al que con su paciencia y humildad prepararon los caminos
en Israel.
Rosy. Por lo que nos decía en la lección anterior, hoy entramos en el Nuevo Testamento,
para encontrarnos ya con Jesús.
Javier. Un poco impaciente estaba yo también. Pero saben que eso de la Historia a mí
me cae especialmente bien.
P. Luis. Entro sin más en materia. El Evangelio de Lucas empieza situando la vida de
Jesús “en los días del rey Herodes”, que ocupó el trono por más de treinta años.
P. Luis. El mismo. A su tiempo vendrán Herodes Antipas y los dos Herodes Agripa, con
los cuales nos encontraremos algún día. Al nacer Jesús, desaparecía aquel primer Herodes,
que había sido tan grande por su crueldad como por sus obras magníficas.
P. Luis. No era judío puro, sino idumeo, que a base de intrigas había desplazado del
trono a los reyes asmoneos, descendientes de los Macabeos, y se hizo dueño de Palestina,
aliado siempre de los Romanos, que lo mantuvieron por conveniencias propias.
P. Luis. Herodes realizó unas construcciones soberbias, entre ellas la Torre Antonia y
sus palacios de Jerusalén, el Herodium a la vista de Belén, y el de Jericó; aparte de la
fortaleza de Masada, reconstruida del todo; funda las ciudades de Sebaste en Samaría y
Cesarea a la orilla del mar, y varias obras más. Constructor por todo lo grande.
P. Luis. Sí; sobre todo, reconstruye el grandioso Templo de Jerusalén, una auténtica
maravilla con sus explanadas, sus claustros y sus estancias. Los judíos estaban orgullos de
tanta magnificencia, aunque no podían con los impuestos que el rey necesitaba para estas
obras deslumbrantes.
Rosy. ¿Qué era lo que al pueblo le preocupaba en Herodes, si era un rey tan capaz?
P. Luis. El pueblo estaba aterrado por la crueldad de su rey, que se quitó con la espada a
todos sus rivales, entre ellos a cuarenta y cinco opositores nada más adueñarse de Jerusalén.
P. Luis. Matar a extraños era poco. Lo peor fue que se ensañó con su propia familia,
cuyos miembros la pagaban a la menor sospecha de menor conspiración.
P. Luis. Vete anotando nombres, Javi, ya que te gusta la Historia. Herodes había
asesinado a sus cuñados Aristóbulo y Kostobar; a su adorada esposa Mariamme y a su
suegra Alejandra; a su tío José; a sus hijos Alejandro y Aristóbulo, junto con trescientos
partidarios de los dos jóvenes; y cinco días antes de morir, a su hijo primogénito
Antípatros.
Rosy. ¡Qué horror de hombre! Ante estos hechos, la matanza de los niños Inocentes de
Belén resulta una auténtica niñería…
P. Luis. ¡Y tan niñería! Cuando mató a Mariamme, aquella esposa tan querida, tal vez lo
hizo con demasiada precipitación. Pues su recuerdo se le echó encima como una tortura
imposible de soportar. Casi enloqueció. Herodes la iba llamando a gritos por todos los
rincones de su palacio: ¡Mariamme, Mariamme!... Pero aquella esposa sin igual no aparecía
por ninguna parte…
P. Luis. ¡Qué remedio le quedaba!... El año seis, después de nacido Jesús, Palestina fue
anexionada por los Romanos a la provincia imperial de Siria, de modo que dejó de ser
independiente. Roma quedaba como la única dueña.
P. Luis. El Procurador romano se la solía pasar en Cesarea, pero la capital seguía siendo
Jerusalén.
P. Luis. Palacio propiamente, no; sino la imponente Torre Antonia, que se alzaba sobre
el ángulo noroeste del Templo. Era un magnífico puesto de observación, y desde ella
vigilaban los soldados romanos todos los movimientos de los revoltosos judíos, en especial
los que podían promover los zelotas o sicarios, a los que ya conocemos por la lección
anterior.
P. Luis. Parece que los efectivos militares romanos en Palestina subían a unos tres mil
soldados. El Procurador tenía a su disposición algunas cohortes, equivalentes a nuestros
batallones o compañías. Pero no eran precisamente de la legión, sino de orden inferior,
reclutados entre las naciones vecinas, como sirios o samaritanos.
P. Luis. No era precisamente por eso. Los judíos, por aquella su idiosincrasia que
respetaba Roma, estaban exentos del servicio militar. ¿Cómo iban a servir a una potencia
extranjera, de paganos, de los que tenían que vivir alejados por fuerza?...
Javier. Entre aquellos Procuradores romanos, nosotros conocemos bien a Poncio Pilato.
P. Luis. Lo dices muy bien. Y será en la Torre Antonia donde Pilato juzgará a Jesús y de
la cual saldrá el Señor con la cruz a cuestas camino del Calvario.
Rosy. Aparte de soldados, ¿con qué otros efectivos contaban los Procuradores romanos?
P. Luis. No necesitaban más efectivos militares, pues, de ser necesarias, las legiones
estaban bien cerca en Siria. El año 66, más de treinta años después de la muerte de Jesús,
ante el alzamiento de los judíos, las legiones se echaron sobre Palestina, y sobre Jerusalén
en especial, y ya sabemos o que pasó…
P. Luis. Vale la pena que citemos a los cobradores de impuestos, los llamados
“publicanos”, odiados del pueblo, por estar al servicio de Roma, pagana, y ser
ordinariamente unos aprovechados que sabían robar a gusto…
P. Luis. Para los judíos, eran entre los hombres el prototipo de los “pecadores”, así
como entre las mujeres lo eran las prostitutas. A unos y otras los veremos acogidos por
Jesús y serán el modelo de la conversión, como Zaqueo o la pobrecita mujer en la casa del
fariseo.
P. Luis. El territorio de los israelitas se dividía en las regiones de Judea hacia el centro
sur, Galilea al norte, y Perea en la otra parte del Jordán.
P. Luis. Es natural. Por su historia, con Jerusalén y el Templo, Jerusalén era el centro
político y religioso de toda la nación, aunque la región de Judea era montañosa y pobre, que
vivía del ganado y de la industria casera.
P. Luis. Hablaba el arameo como lengua del pueblo, ya que el hebreo se había pedido y
era sólo la lengua de la Biblia y del culto.
Javier. Por el Evangelio, Galilea resulta especialmente simpática. ¿Cómo era y en qué
se diferenciaba de Judea?
P. Luis. Galilea era más rica en agricultura, pesca y comercio, pues confinaba con otros
pueblos y estaba más abierta a la cultura extranjera, de modo que, además del arameo, se
hablaba también bastante el griego.
P. Luis. Ya lo dijimos en una lección anterior. Probablemente, sí. Con Pilato no podía
hablar en otra lengua, y tampoco con aquellos griegos que quisieron verle y hablarle.
Javier. Por fuerza había de circular el dinero en Jerusalén mucho más que en otras
partes, pues, como vimos en una lección anterior, las fiestas no se reducían a un solo día,
sino que se prolongaban por varios días más. Los extranjeros, llegados en tan gran número,
tenían que traer los bolsillos bien llenos…
Rosy. En el Evangelio nos encontramos tantas veces con enfermos. ¿Qué decir de ellos?
¿Abundaban mucho?
P. Luis. En aquellos tiempos, con la pobreza de tantos y con una medicina casera y
rudimentaria, los enfermos abundaban mucho, por desgracia.
Javier. ¿Cómo se las arreglaban con ciertas enfermedades, con la lepra por ejemplo?
P. Luis. La lepra, prácticamente incurable, más que dolor físico causaba dolor moral, ya
que los leprosos, por mandato expreso de la Ley, tenían que vivir apartados de toda
comunicación social.
Rosy. Aparte de la autoridad romana, de la que ya nos ha hablado, ¿qué nos dice de la
teocracia, del gobierno clásico de Dios sobre Israel?
P. Luis. El Sumo Sacerdote era la verdadera autoridad religiosa, rodeado del Sanedrín o
Asamblea, de los llamados “sumos sacerdotes” y de “los ancianos”. Eran los organizadores
de todo el culto en el Templo, ayudados por los “levitas”, que desempeñaban los oficios
menores en la Casa de Dios, como el coro de los cantores o el cuidado de las puertas.
P. Luis. Bajo Roma ya no podían hacer nada. Aunque tenían su influencia, claro está.
Los sumos sacerdotes, normalmente del partido de los saduceos, se aconsejaban por los
escribas, fariseos en su mayoría. Con estos saduceos y fariseos se daba cierto equilibrio en
el Sanedrín, aunque llegado el caso, como ocurrió con Pablo y veremos un día, se
dividieron hasta llegar a las manos en plena Asamblea.
Javier. Sin embargo, el Templo debía ser el punto de unión entre todas las facciones
existentes.
P. Luis. Eso es muy cierto. La vida que se llevaba en Jerusalén giraba en torno al
grandioso Templo, rodeado todo por pórticos o claustros que cerraban las diversas
explanadas. Era muy grande la de los gentiles, porque en ella se permitía entrar incluso a
los paganos, aunque no podían pasar de la misma bajo pena de muerte, bien anunciada por
grandes letreros.
Javier. Sin embargo, el templo no lo debían considerar los judíos tan sagrado, cuando
Jesús se vio obligado a usar seriamente el látigo.
P. Luis. En Jerusalén venían a ser como iglesias menores, y cada grupo de extranjeros
tenía la suya. Eran en absoluto independientes del Templo, único santuario y único altar de
Israel.
P. Luis. En todos los pueblos estaba la sinagoga, lugar de reunión en los sábados para la
lectura de la Biblia. Como se había perdido el uso del hebreo, el rabino la leía en el original
hebreo y después se traducía y explicaba en arameo, traducción libre con los comentarios
llamados “targum” o “targumin”, que añadían detalles a veces pintorescos a los hechos
reales.
P. Luis. Sí; se explicaban las tradiciones y normas sobre pureza legal, y costumbres o
normas del pueblo, eso que constituía las delicias de los escribas.
P. Luis. La sinagoga funcionaba también como escuela para los niños, que aprendían a
leer de labios del rabino. Las niñas no acudían a la clase, aunque las mujeres sabían muy
bien la Biblia y las oraciones de tanto escucharlas los sábados en la celebración del culto.
Cuestionario
P. Luis. Nada más. Aquí nos quedamos, con esta lección extra y fuera de programa. Es
de esperar que con estas nociones de historia judía nos hayamos situado algo mejor en el
país y pueblo de Jesús, que ya está para llegar con el Nuevo Testamento.
A continuación, la misma Lección 066,
Los hitos del Antiguo Testamento. Síntesis,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Rosy, nos dijiste que estabas algo impaciente por entrar en el Nuevo
Testamento. ¿Sigues igual?
P. Luis. Entonces, les traigo a los dos la misma decepción. Hoy, una lección totalmente
fuera de programa, antes de entrar en el Nuevo Testamento. ¿Sabrían hacerme una síntesis,
un resumen de todo lo visto hasta ahora?
Javier. No veo a dónde va. Las explicaciones han sido claras. ¿Qué pretende hoy?
P. Luis. Se lo voy a decir claramente. Son muchos los que tienen una gran confusión
cuando leen la Biblia del Antiguo Testamento, confusión que nace porque no están situados
en el tiempo en que se desarrolla un acontecimiento o se escribe el libro que nos lo narra.
Esta queja yo la he oído muchas veces.
Rosy. Eso es cierto. A mí me pasaba muchas veces. Ahora, después de tanto como
hemos aprendido, ya no me ocurre tanto. Me imagino, Padre Luis, que quiere darnos un
resumen de todo lo visto hasta ahora.
P. Luis. Es lo que vamos a hacer hoy. Colocada esta charla cuando comenzamos el
estudio de la Biblia, la hubiésemos titulado: “Lo que vamos a ver en el Antiguo
Testamento”. Al ponerla ahora al final de todo, la llamamos: “Lo que hemos visto del
Antiguo Testamento”.
P. Luis. No. Así no se divide. Así lo vamos a dividir nosotros en esta lección. Con una
noción, breve pero clara, de estas siete épocas, se procede siempre con facilidad en la
lectura de la Biblia del Antiguo Testamento.
Javier. Espero que nos diga algo sobre cada una de ellas.
P. Luis. Muchos, y ninguno. La Biblia no habla de fechas. Esos once capítulos primeros
del Génesis son una apertura para la Historia de la Salvación propiamente dicha, que
comenzará con Abraham.
Javier. Padre Luis, ¿nos podría resumir ese mensaje de la Historia de la Salvación?
P. Luis. Mensaje. Javi, has dicho la palabra exacta. La Biblia nos dice que todo fue
creado por Dios; que la Humanidad se alejó de Dios por el pecado, cayendo en el crimen y
la inmoralidad; y también que Dios iba a venir en su ayuda para salvarla, conforme a
aquella promesa en el paraíso de mandar un Redentor.
Rosy. ¿Esto es la primera etapa? Todo está claro. Aquí entra desde aquel primer
estallido que llaman el Big Bang ─hace quince mil millones de años, cuando Dios dijo:
“¡Hágase la luz!”, ¡Háganse todas las cosas!─, hasta que Dios se manifiesta personalmente
a Abraham, según tengo entendido… Padre Luis, pase a la segunda etapa.
P. Luis. La segunda etapa va del año 1850 al 1250 antes de Cristo, es decir que abarca
seiscientos años. Es el momento en que Dios irrumpe en la Historia para realizar su plan de
salvación, preanunciado a Adán y Eva en el paraíso. Allá por el año 1850 se aparece a
Abraham, el hebreo de Caldea, le manda salir de su tierra y dirigirse a Canaán. Es el
momento que adivinaba Rosy.
P. Luis. Eso mismo. Son Abraham, Isaac, Jacob, Judá y sus hermanos. Dios le hace a
Abraham la promesa solemne de que en él, en un descendiente suyo, serán bendecidas
todas las gentes, y le da como señal que su descendencia poseerá la tierra a que ha venido.
Cuando forman ya una gran familia, bajan a Egipto, donde se multiplican en gran número;
se convierten en esclavos de los egipcios, pero, bajo el liderazgo de Moisés, salen libres y
se dirigen por la península del Sinaí hacia la tierra de sus antepasados.
Rosy. Clara también la época de los Patriarcas, los seiscientos años que van de Abraham
en 1850 a Moisés en 1250 antes de Cristo. Clara. Aunque hemos de jugar un poco con la
imaginación, pues en vez de ir subiendo con los números de 1 a 1850, hemos de ir bajando
de 1850 hasta llegar al 1, cuando nazca Jesús en Belén. Nos iremos acostumbrando…
Padre Luis, ¿y la tercera etapa?
P. Luis. Va a comprender doscientos años, de 1220 a 1030 antes de Cristo, desde que
Israel, con Josué como Jefe, sucesor de Moisés, conquista la Tierra Prometida, y que Josué
divide entre las doce tribus.
Rosy. Otra época clara: la de los Jueces, doscientos años, que van de 1220 a 1030 antes
de Jesucristo. ¿Y la época cuarta?
Javier. Padre Luis. Con esa palabra “mística” ha hecho usted una magnífica
observación. ¿Cómo fueron estos siglos de los reyes?
P. Luis. El trono de David sobre Israel pasó a su hijo Salomón, y de Salomón a Roboán.
Pero el pueblo se rebeló contra la dinastía de David, y el reino se dividió en dos bajo
Roboán el año 931 antes de Cristo: Israel en el Norte con diez tribus, y Judá en el Sur con
sólo dos tribus, Judá y Benjamín. Dos reinos paralelos, pero independientes uno del otro.
La Monarquía de los dos Reinos es el tiempo de los grandes Profetas de Israel y de Judá:
Elías y Eliseo, Isaías y Jeremías, Oseas y Amós…, que trataban de salvarlos a toda costa.
P. Luis. Israel durará doscientos diez años, pues en el 721 será vencido por Asiria, que
llevará cautivos a Nínive a todos sus habitantes, los cuales desaparecerán como pueblo por
aquellas tierras.
Javier. Desapareció Israel, el reino del Norte. ¿Y Judá, donde mandaban los reyes
herederos de la Promesa?
P. Luis. El reino de Judá durará ciento treinta años más. Pero, infiel también a Yahvé y a
la Alianza, en el 586 será vencido por los caldeos, que lo llevarán cautivo a Babilonia.
Rosy. La cuarta etapa, la de los reyes de los dos reinos, ha quedado clara, por más que
esos cuatrocientos cincuenta años, de 1030 a 586 antes de Cristo, suelen ser los que más
nos confunden cuando leemos el Antiguo Testamento. ¿Pasamos a la quinta etapa?
P. Luis. Es la que va del 538 al 332 antes de Cristo, doscientos años oscuros en la
Biblia, pero muy interesantes. Dios no abandonó a su pueblo elegido. Vencida Babilonia
por Persia el año 538, el rey Ciro permite a los judíos regresar a su tierra para reedificar
Jerusalén y levantar de nuevo el Templo. Pasan dos siglos de relativa paz bajo el dominio
persa, hasta que el año 332 cae Judá bajo el conquistador macedonio Alejandro Magno, que
trata bien y con generosidad a los pueblos vencidos.
Rosy. ¿No dice nada más de esta quinta época? Clara también como las anteriores:
doscientos años desde el 538 al 332 antes de Cristo. ¿Y la sexta época?
P. Luis. Durante la reconstrucción de Judá en los dos siglos anteriores bajo el dominio
persa, ha comenzado el llamado Judaísmo, movimiento nacionalista, de fuerte adhesión y
fidelidad a Yahvé, el Dios de Israel. En este periodo se escribe definitivamente el
Pentateuco o la Torah, es decir, la Ley, los cinco primeros libros de la Biblia, que queda
hasta como ley civil o Constitución de Israel.
Rosy. Con una lección propia, ya vimos lo que era el Judaísmo. Debemos recordar que
nació ahora, después del Destierro.
Javier. Muy bien también. Lo recordamos perfectamente, pues le dedicamos una lección
propia.
Javier. ¿No fue en este tiempo cuando se acabó del todo la Biblia del Antiguo
Testamento?
P. Luis. No del todo. Pero sí que hubo una gran producción literaria, con muchos libros
que se escribieron, o bien se corrigieron y se acabaron definitivamente los que ya estaban
escritos.
Rosy. Otra época que nos queda clara: los trescientos sesenta años, del 538 al 170, que
van del Decreto de Ciro a los Macabeos, años caracterizados por el Judaísmo, el Helenismo
y la Diáspora. ¿Y la última etapa, Padre Luis?
P. Luis. Poco más de siglo y medio, desde los Macabeos hasta la muerte de Herodes el
Grande, años 170 al 4 antes de Cristo. Los Macabeos se alzaron contra los reyes Seléucidas
de Siria, que con Antíoco Epífanes habían saqueado el Templo de Jerusalén, y querían
paganizar a Judá con un helenismo incondicional. Sucedieron a los Macabeos sus
descendientes los reyes asmoneos, hasta que llegó la dominación romana el año 63. Los
treinta últimos años del siglo fueron los de Herodes el Grande, que murió entre unos seis a
cuatro años antes del nacimiento de Jesús en Belén. En esta época se escribieron los tres o
cuatro libros últimos del Antiguo Testamento.
Rosy. También muy clara esta última etapa, el siglo y medio antes de que naciera Jesús.
Rosy. Creo haberlas aprendido yo también. Si tenemos presentes las fechas de tales
épocas, leeremos la Biblia del Antiguo Testamento con mucho más conocimiento, más
seguridad y también, ¡por qué no decirlo!, con bastante más provecho.
Cuestionario
Javier. Y hoy, Padre Luis, a ver cómo resume la lección. Porque ésta es diferente de
todas las anteriores, y, según mi cuenta, llevamos ya sesenta y seis…
P. Luis. ¿Resumir este resumen?... No tiene sentido. Pero sí que tiene sentido el
consejito que les voy a dar. Para gustar la Biblia se puede proceder de dos maneras.
Primera. La que hacemos tantas veces. Es abrirla por cualquier página, y nos
encontramos siempre con Palabra de Dios, que nos dicta en ese instante lo que más nos
conviene.
Segunda. Escoger lo que más nos interesa según las circunstancias en que nos hallamos.
Para oración, los Salmos. Para encontrarnos con Jesús, los Evangelios. Para proceder con
prudencia en la vida, los Sapienciales. Para profundizar en el conocimiento cristiano, los
escritos de los Apóstoles.
Tercera. Y para aprender la Biblia, como lo hacemos nosotros con nuestro Curso, y
dominar la Historia de la Salvación, leerla con orden, de principio a fin.
Leyendo la Biblia de estas tres maneras, ¿para qué nos sirve una lección como la de
hoy? Repito lo que nos acaba de decir tan acertadamente Rosy: la seguiremos con mucho
más conocimiento, más seguridad, y también, ¡por qué no decirlo!, con bastante más
provecho.
Rosy. ¡Al fin!... Hoy, sí. Hoy entramos ya en el Nuevo Testamento, ¿no es verdad?
P. Luis. Pues, antes de empezar, les quiero narrar un cuento. Un cuento, no; sino una
historia curiosa y aleccionadora. Rosy, perdona si es larguita y te hace esperar.
Un joven judío estudiaba en Praga la carrera de Medicina, y de cuando en cuando se
metía en una escuela de teología a oír explicaciones de la Biblia. Oye una profecía de
Malaquías, desconocida para él, y al llegar a casa toma la Biblia de su padre, un rabino que
no dejaba nunca la Escritura de las manos. Busca el pasaje que le interesa, y lo encuentra
tachado y con un papel apegado encima, de modo que no se pudiera leer. Pregunta el
porqué de aquella tachadura, y por toda respuesta recibe un bofetón de su padre.
P. Luis. Sigo. El joven no se amilana. Estudia aquel trozo misterioso, y resulta ser una
profecía sobre el Mesías. Repasa clandestinamente la Biblia de su padre, y estaban tachados
o arrancados todos los pasajes que se podían referir a Jesús. Los estudia en profundidad, se
convence de que Jesús era el Cristo prometido, abraza la fe católica, se decide a ser
sacerdote, es consagrado en 1821, y muere en 1876 después de una vida entregada a la
predicación sobre Jesucristo en la Catedral de San Esteban de Viena. Fue el célebre Doctor
Emanuel Veith.
Rosy. Interesante. Pero, ¿a qué viene este hecho en nuestro Curso de Biblia?
P. Luis. Eso es todo, Javi. El Antiguo Testamento, que hemos visto hasta ahora, queda
cumplido en Jesús. ¿Qué te parece, Rosy?
Rosy. Magnífica, Padre Luis, la introducción que nos hace hoy, no para esta lección,
sino para todas las que van a venir sobre Jesús.
Rosy. ¡Qué bonito!... ¿Es que conocían esos paganos las profecías de Israel?
Rosy. ¡Bien sabida esta profecía! Dicen que se llama el “Protoevangelio”: el primer
anuncio del Evangelio, ¿no es así?
P. Luis. Así es, ciertamente. Esa primera promesa pasará en la Biblia a Set, el hijo que
le vino a Eva por el Abel asesinado, y de Set llegará hasta Sem y por Sem hasta Abraham,
al cual le prometerá Dios: “En ti, en un descendiente tuyo, serán bendecidas todas las
gentes”. La raza semita será la depositaria de la promesa.
Javier. Pero se presenta una dificultad. La dinastía real de David, corrompida por reyes
como Ajaz, va a desaparecer con Judá cuando sea llevado todo el pueblo judío al Destierro
de Babilonia.
Rosy. Pero esto no será obstáculo para que Dios mantenga su promesa. Conocemos la
profecía de Isaías: “Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y de sus raíces brotará un
retoño”.
P. Luis. Era el padre de David, y el retoño sería el Mesías prometido desde Abraham,
mejor dicho, desde el paraíso. Y ligada a este oráculo de la raíz de Jesé, está la profecía más
famosa para nosotros respecto del Mesías, hijo de María Virgen.
P. Luis. Dios quiere dar la salvación gratuitamente, para que nadie pueda decir: “Mi
mano me ha salvado”. Y el Mesías Salvador nacerá precisamente de una muchacha virgen,
sin intervención alguna de varón, con un prodigio que sólo Dios puede realizar.
P. Luis. Isaías lo asegura con las palabras famosas dirigidas al hipócrita rey Ajaz:
“Mirad que una virgen está encinta, y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Emmanuel”, “que significa Dios con nosotros”.
P. Luis. Así era. Por eso, ante las cosas fantásticas que los judíos pudieran formarse del
Mesías prometido, Dios tiene buen cuidado de darnos también por Isaías la imagen más
inesperada del Salvador que va a mandar al mundo.
P. Luis. No será un rey vencedor, dominador de los pueblos con ejércitos poderosos y
un monarca de lujo oriental; sino que será un siervo humilde de Dios, lo más opuesto que
nos podremos imaginar a Satanás el soberbio, a Adán el desobediente o al rico y sensual
Salomón.
Javier. ¿Dónde y cómo nos lo dice Isaías?
Rosy. Larga ha sido la cita. Pero, la verdad es que vale la pena. Sabemos a qué atenernos
respecto de nuestro Salvador.
P. Luis. Tienen una importancia muy especial. Jesús resucitado, al enumerar los libros
de la Escritura que hablan de Él, cita expresamente los Salmos. Y con toda razón, ¡no
faltaba más!, porque hay Salmos muy hermosos que son estrictamente mesiánicos. Por
ejemplo, el Salmo segundo, que pone en labios de Yahvé estas palabras: “Yo mismo he
consagrado a mi rey en Sión, mi monte santo”. Y dice en labios del mismo Mesías: “Dios
me ha dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”.
Javier. ¡Rey, e Hijo de Dios! Pues, ¡no asegura nada, que digamos!
P. Luis. Sí, es decir mucho. Y llega el Salmo 44, un epitalamio bellísimo, y describe al
Rey mesiánico en su día de bodas.
P. Luis. Se la da, con piropos preciosos para él y la novia, que nosotros sabemos muy
bien es su Iglesia. Le dice el poeta entusiasmado: “Eres el más galán de los hombres… Tu
trono es eterno, como el de Dios… Entra la reina a tu derecha; aparece espléndida, con
ropajes recamados en oro, vestida de brocados… Haré que tu nombre se recuerde por
generaciones, que los pueblos te alaben por los siglos de los siglos”.
Rosy. Me vienen ganas de llamarla no “la boda del siglo”, ni la del milenio, sino la boda
eterna.
Javier. “Boda eterna”, como efectivamente lo es. No habrá enemigo valiente que separe
a Cristo de su Iglesia.
P. Luis. Pasamos al Salmo 71, que describe la duración eterna y la esplendidez de los
días mesiánicos: “Durará tanto como el sol, como la luna de edad en edad… Florecerá en
sus días la justicia… Dominará de mar a mar, hasta el confín de la tierra. Ante él se
doblará la Bestia infernal, sus enemigos morderán el polvo”… Antes, ha asegurado que ese
Rey “defenderá a los humildes del pueblo, salvará a la gente pobre y aplastará al opresor”.
Javier. No deja de ser buena la advertencia ante cualquier injusticia social que nos toque
presenciar… Bien; dejemos ese punto. Siga con otro salmo, Padre Luis.
Rosy. ¡Bien se nos presenta el Mesías prometido! Lo vemos ya desde ahora como una
figura multiforme. Lo mismo paciente en la Cruz, que glorioso y triunfador. Hijo
esplendente de Dios, y el más humilde hermano nuestro. ¿No hay para quererlo?
Javier. Deben quedar otras profecías del Antiguo Testamento. ¿Por qué no llega hasta el
final, Padre Luis?
P. Luis. Creo que, con las que hemos citado, tenemos bastantes para formarnos una idea
de lo que pudo ser la expectación del pueblo judío. Esas profecías se las sabía la gente
como el A B C de su fe israelita y de la fidelidad de Yahvé su Dios.
Rosy. Y eso, a pesar de tanta infidelidad del pueblo, que le traía unos castigos de Dios al
parecer incompatibles con su promesa, como el Destierro de Babilonia.
Javier. Perdone, Padre Luis. Pero no nos ha dicho nada de la profecía que al muchacho
judío le costó la sonora bofetada de su padre.
P. Luis. Aunque cronológicamente no sea la última, a nosotros nos viene muy bien el
cerrar hoy con ella nuestra presentación del Mesías prometido.
P. Luis. Es del profeta Malaquías, hecha poco después del regreso del Destierro de
Babilonia. El profeta observa el culto desganado y hasta hipócrita de los sacerdotes del
Templo, y lanza estas palabras: “Desde levante hasta poniente es grande mi Nombre entre
las naciones, y en todo lugar se ofrecerán a mi Nombre sacrificios y oblaciones puras, pues
grande es mi Nombre entre las naciones, dice Yahvé Sebaot”.
Rosy. ¿Se refiere a la Eucaristía? Parece que anuncia el sacrificio que el futuro Mesías
ofrecerá a Dios en el Calvario, y que se irá repitiendo después innumerables veces en todo
el mundo con lo que hoy es nuestra Santa Misa.
P. Luis. Sí, Rosy. La autorizada Casa de la Biblia comenta esta profecía asegurando que
es una afirmación de extraordinario vigor y osadía, porque describe la dimensión universal
del sacrificio eucarístico, agradable al Señor, que se ofrecerá en todas las naciones.
Rosy. Yo, sin más, estoy volando hacia María. ¿Qué pudo sentir cuando escuchó el
anuncio del ángel?
P. Luis. Aquí teníamos que llegar. Aquí sí que acabamos con el Antiguo Testamento y
empezamos con el Nuevo.
Javier. No negarás, Rosy, que la mujer ha jugado un gran papel. ¡vaya protagonismo
que le toca a la Mujer de las mujeres, María!...
Rosy. María, la Pobre de Yahvé, es la primera gran afortunada al ver cumplidas tantas
profecías. ¿No es verdad, Padre Luis?
P. Luis. El ángel Gabriel no le dejó a María la más pequeña duda, cuando le comunicó
la palabra del Señor: “Concebirás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande. Será
llamado Hijo del Altísimo. Dios le dará el trono de su padre David, reinará sobre la casa de
Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”.
Rosy. Si María escuchaba cada sábado en la sinagoga tantas profecías del Cristo que iba
a venir, ¿entendió o no entendió quién era Aquel que le anunciaba el ángel?
Cuestionario
P. Luis. Oye, Javi. Ahora que vamos a estudiar en nuestro Curso de Biblia el Nuevo
Testamento, ¿cuántas veces crees que nos vamos a encontrar con el Nombre de Jesús?
P. Luis. No te equivocas nada, Rosy. ¿Te doy una prueba? El Evangelio de Mateo
empieza con estas palabras: “Libro del origen de Jesucristo”; y el Apocalipsis acaba con
estas otras: “¡Ven, Señor Jesús! Que la gracia del Señor Jesús sea con todos”.
Javier. Entonces, ¿quién es este Jesús, que así acapara la atención desde el principio
hasta el fin?
P. Luis. Empiezo por decirles que a Jesucristo, por más que lo estudiemos, no lo vamos
a entender jamás.
Rosy. Yo tengo leído que cuanto más se estudia a Jesucristo, más se le entiende, desde
luego. Pero cuanto más le entiende, se ve que falta por saber mucho más de Él, ya que
nunca se llega al fin, porque el conocimiento sobre Jesucristo es un mar sin riberas.
P. Luis. Una guía segura la tendremos a la Iglesia, la cual, como nos dice el Papa Pablo
VI, “reflexionó, estudió, discutió, recibió para sí la luz del Espíritu Santo, y consiguió
formular la doctrina exacta, pero siempre abierta e ilimitada, sobre el misterio de nuestro
Señor Jesucristo”.
Rosy. ¡Vaya palabras éstas del Papa! Indican que en la misma Iglesia hubo muchas
discusiones sobre Jesucristo.
P. Luis. ¡Ya está Javi con la historia!... Pero digamos ante todo que la Iglesia antigua
poseyó en paz esta verdad capital: Jesús de Nazaret era y es el Cristo, el Hijo de Dios, el
Señor Resucitado, glorioso en el Cielo.
Rosy. ¿Y no creemos que con esto tenían bastante los primeros cristianos? Si Jesús de
Nazaret era el Hombre nacido de María, era el Cristo esperado, y era Hijo de Dios, más
aún, era Dios, ¿qué les faltaba?
P. Luis. Nada. Pero al llegar la paz de la Iglesia después de las persecuciones romanas,
vino el estudiar la Persona de Jesús, y surgieron los primeros errores cristológicos.
P. Luis. La primera herejía grave fue la de Arrio, presbítero de Alejandría, según el cual
el Verbo, la Palabra de que habla Juan al empezar su Evangelio, no era Hijo de Dios, sino
hechura del Padre, una criatura de la cual se sirvió Dios para la creación del mundo. Por lo
mismo, Jesucristo no era Dios.
Rosy. ¡Pobre Nestorio, meterse precisamente con la Virgen! ¿Y otro error, Padre Luis?
Javier. O sea, que ni Dios se había hecho Hombre en Jesús; ni el hombre Jesús era Dios.
P. Luis. Desde entonces, la doctrina sobre Jesucristo ha quedado definida y bien clara
para siempre, y a ella nos atenemos todos los hijos de la Iglesia: Jesucristo es verdadero
Dios y verdadero hombre, perfecto Hombre y perfecto Dios, con dos naturalezas distintas
en una sola Persona, que es divina. Por lo mismo, Jesucristo es Dios.
Rosy. ¿Les digo lo que se me ocurre, al pensar que Jesucristo es Dios? Jesucristo dice
esto: “Hace quince mil millones de años hice el Universo, porque, antes de que el Universo
existiera, yo estaba en Dios. Y con Dios mi Padre, animados por nuestro Espíritu, creamos
el Universo y todas las cosas que el Universo contiene”. Lo asegura Jesucristo, y dice
verdad, porque Jesucristo es Dios.
Javier. Rosy, yo no quiero ser menos que tú, y añado: Si Jesucristo es Hombre, viene
ahora y nos dice: “¿Me preguntan que cuántos años tengo yo? Poco más de dos mil, porque
hace dos mil años, cuando en Roma gobernaba César Augusto, yo nací en Belén. Mi Madre
se llamaba María, y José, su esposo, que me hacía las veces de padre, me inscribió, recién
nacido yo, en el censo de los súbditos del Imperio Romano”. Jesucristo contesta así a
nuestra pregunta, y nos dice también la verdad, porque Jesucristo es Hombre; y César
Augusto, Alejandro Magno, Salomón, Confucio, Moisés y Abraham son mucho más viejos
que Él, porque nacieron muchos años antes.
.
P. Luis. ¡Muy bien! Los dos se han expresado de maravilla. Por una parte, Jesucristo
tiene más de quince mil millones de años, porque es eterno, puesto que es Dios; y por otra
parte, no tiene más que dos mil años, puesto que es hombre, nacido de María en el tiempo.
Rosy. ¡Tipo como este Jesús no la ha habido ni lo habrá jamás! ¡Dios y Hombre!...
Javier. Más que blasfemo y malo, ese filósofo era un imbécil. ¡Llamar “pequeño” al
Hombre más grande que ha existido!...
P. Luis. Hubo otro filósofo, ésta era francés, Rouseau, padre también intelectual de la
Revolución Francesa. Sin embargo, fue muy honesto al expresarse sobre Jesucristo.
Empezaban a asomar los racionalistas que negaban la existencia de Jesús, como que
hubiera sido solamente un mito, un invento; y Rouseau vino a decir: “¿Inventar a este
genio? El inventor tendría que haber sido un genio mayor, y ese genio no ha existido”.
Rosy. Ese Rouseau podía ser malo y de conducta turbia, pero esta confesión sobre
Jesucristo le puso valer mucho ante el tribunal de Dios.
Javier. Acorde con usted, Padre Luis. Esta verdad sobre la Persona de Jesucristo la
tenemos que tener clavada en la mente como una cuña.
Rosy. ¡Claro que sí! Si Jesucristo tiene la naturaleza divina, ¡cuidado con quitarle a su
Persona nada, absolutamente nada, de lo que tiene de Dios!... Si Jesucristo tiene la
naturaleza humana, ¡cuidado con quitarle a su Persona nada, absolutamente nada, de lo que
tiene de Hombre!...
P. Luis. Sobre esto, Rosy, el Papa Pablo VI decía: muchos aceptan a Jesucristo sólo
“porque puede servir hoy a un fin humanitario y sociológico”. Ellos “admiten en Jesús a un
‘hombre particularmente bueno’, ‘un hombre para los demás’. No pasa de ser ‘un personaje
extraordinario’, al que ‘se le mide con un metro humano’, que se resuelve en aplicaciones a
gusto del mundo”. Le tributan todas las alabanzas, con tal de negarle su Divinidad. Para
ellos, Jesucristo es todo menos Dios.
Javier. Esto es hoy evidente. Para muchos promotores sociales, Jesucristo es un hombre
extraordinario, que viene muy bien para promover con Él hasta la revolución armada, si es
preciso.
Rosy. Todos esos, unos y otros, están muy equivocados. Jesucristo es muy bueno, pero
no se juega con Él, ya que dijo antes de irse al Cielo: “Vayan, y enseñen a todas las gentes a
guardar lo que yo les he mandado”. Y manda el precepto del amor y exige justicia, pero no
se pone al servicio de Marx, como quieren algunos. Para esos tales, un Che Guevara merece
mayor monumento que la Madre Teresa.
Javier. ¿Por qué no nos habla, Padre Luis, de la personalidad fascinante de Jesús?
P. Luis. Prefiero callarme yo y que hablen ustedes. Dibujen a ese Jesucristo que tienen
en la mente y en el corazón. Vayan diciendo.
Javier. Rosy, yo pensaba que, como mujer, te ibas a fijar primero en otra cosa: en la
ternura de su corazón. Y, sin embargo, Ese hombre tan recio que a ti te llama tanto la
atención, se enternece ante la viuda a quien devuelve vivo su hijo muerto… Se conmueve
profundamente de las gentes hambrientas: “¡Me dan compasión, porque me siguen sin
comer desde hace tres días!”… Ama con ternura a los pequeños: “¡Dejen que los niños
vengan a mí, y cuidado con impedírselo!”.
Rosy. ¿Y cómo se porta con nosotras las mujeres?... Trata con cariño a la prostituta
arrepentida; salva de la muerte por lapidación a la mujer adúltera; acepta el perfume de
María de Betania, y se complace en los besos con que la Magdalena cubre sus pies.
Javier. Tú hablas de las amigas de Jesús. ¿Y de los amigos? Los ama tanto, y con una
virilidad, que rompe a llorar ante la tumba de Lázaro, y deja que Juan recueste la cabeza
sobre su pecho en la Última Cena..
Rosy. Jesús no puede con tanto amor como atesora, y lanza aquel grito que yo no me
canso de leer en el Evangelio y de pensar montones de veces en él: “Vengan a mí, que soy
manso y humilde de corazón, y hallarán el descanso para sus almas”.
P. Luis. Da gusto escucharles a los dos. Siendo Jesús así, como ustedes mismos lo
describen, hemos de decir que Él es el único modelo para nuestra vida hecho a la medida de
todos. Nadie le supera. Nadie le gana. Pero a nadie le hace sombra, a nadie le espanta, y
todos cabemos en su Corazón sin par.
Javier. No sé; pero yo me imagino que al hacer compañía a Jesús en nuestro estudio del
Nuevo Testamento, nos vamos a ver interrogados muchas veces por el mismo Jesús, que
nos preguntará como a los Doce: “¿Quién dicen por ahí que soy yo?”.
P. Luis. No duden un momento de que esto les va a pasar. He citado ya dos veces al
Papa Pablo VI, que estudió y habló tan maravillosamente de Jesucristo, y lo cito una vez
más con estas sus magníficas palabras: “Todos nosotros nos sentimos invitados, casi
obligados, a formarnos de Él un concepto más claro, más concreto, más completo. Nos
apremia una pregunta implacable, insaciable: ¿Quién es Jesús?”.
Rosy. Estoy convencida de que nos va a pasar eso. Lo interesante será que nosotros
sepamos responderle adecuadamente, como le respondió Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo
del Dios viviente”. Algo que hemos aprendido hoy muy bien.
P. Luis. Pero quisiera darles un consejo. En el estudio de la Biblia que nos espera con el
Nuevo Testamento, no olvidemos ante todo el hacer oración. El trato directo con Dios
Padre, y personalmente con Jesucristo, siempre guiados por el Espíritu Santo que nos dicta
lo que debemos orar, ese trato nos enseñará más que todas nuestras explicaciones.
Javier. Esto lo damos por supuesto. Ya nos lo dijo en una de las lecciones primeras,
sobre las disposiciones que debemos tener al estudiar la Biblia: oración, especialmente al
Espíritu Santo, que es el inspirador de las Sagradas Escrituras.
P. Luis. Pero hoy se lo digo de una manera especial, por aquello que dijo el mismo
Jesús, precisamente a la vez que las palabras citadas antes por Rosy: “Nadie conoce al Hijo
sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien elijo se lo quiera
revelar”. (Mateo 11, 27)
Rosy. Ante palabras semejantes del mismo Jesús, ya se ve que la oración nos hará
penetrar en el misterio de Cristo más que todas nuestras disquisiciones. Aunque, al final,
siempre vendremos a asegurar con fe inquebrantable que ese Jesús, nacido de María, es el
Hijo de Dios, el Cristo prometido y esperado, el Señor…
Cuestionario
Javier. No dirá, Padre Luis, que hoy no es necesario el cuestionario de otras lecciones.
Rosy. Sí; por favor. Si en alguna ocasión hemos necesitado las ideas claras, es hoy.
P. Luis. Lo hago sólo porque me lo piden. Pues, tal como se han expresado ustedes
cuando han hablado, lo han hecho con una precisión admirable. Les resumo la doctrina
cristológica en puntos bien concretos.
Primero. Al hablar de Jesucristo, nosotros mantenemos firme nuestra fe en su Persona, y
confesamos: Jesucristo es el Hijo de Dios, y es Dios. Esto, ante todo y sobre todo.
Segundo. Jesucristo es el Mesías, el Cristo, el Ungido de Dios para salvar el mundo. El
esperado a lo largo de todo el Antiguo Testamento que hemos estudiado bien y tan
cuidadosamente.
Tercero. Jesucristo es un hombre verdadero, nacido de María, en todo semejante a
nosotros, menos en el miserable pecado.
Cuarto. Jesucristo, glorificado ahora en el Cielo, es Señor, dueño del Universo y centro
de la Historia.
Quinto. Jesucristo será, acabado el mundo, el Rey inmortal de los siglos. Su Reino no
tendrá fin.
Rosy. Todos los puntos están claros, y creo que los vamos a recordar bien.
P. Luis. Yo, sin embargo, quiero acabar esta exposición de hoy con unas palabras,
hechas oración, del apóstol San Pedro: “Concédenos, oh Padre, crecer en la gracia y en el
conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”.
A continuación, la misma Lección 069,
Los Evangelios Sinópticos. Qué son, y qué dicen de Jesús,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Rosy, tanto soñar tú con el Nuevo Testamento, empiezo por una pregunta
dirigida a ti: ¿qué me dices de los Evangelios?
Rosy. ¡Vaya! Pues que son los cuatro libros que nos narran la vida de Jesús. ¿Qué más
quiere?
P. Luis. Pues quiero mucho más. Oye, Javier, ¿sabrías decirme tú qué significa
Evangelio?
P. Luis. Bien. Para no perder tiempo, que hoy lo vamos a necesitar hasta el último
segundo, se lo voy a explicar brevemente. Todos sabemos que “evangelio” es lo mismo que
una “noticia buena”. Y así, pongamos un ejemplo: se ganaba una batalla, y la comunicaban
al emperador o al pueblo como un “evangelio”, una “buena noticia”: ¡Nuestro ejército ha
vencido al enemigo!...
P. Luis. Se ha dicho muy bien que Jesús es el Evangelizador, porque fue Jesús el que
anunció la Salvación de Dios. Además, Jesús es el Evangelio, porque toda la Salvación se
centra en su Persona. Y es también Jesús el Evangelizado, pues la proclamación de la
Salvación no es sino el anuncio de la Persona, las enseñanzas y las obras del Señor Jesús.
Rosy. Esto es muy bello. Así entendido, decir Evangelio es para nosotros lo mismo que
decir Jesucristo.
Javier. Ya estamos hechos a esta advertencia suya, y siempre resulta falsa, porque la
lección se convierte en muy interesante.
P. Luis. Hoy, voy a resultar buen profeta, ya lo verán. Digamos, ante todo, que los tres
primeros Evangelios nos narran las enseñanzas y la vida de Jesús. El Evangelio de Juan
vendrá después aparte, y lo estudiaremos en particular.
Javier. Así que ahora vamos a ver sólo Mateo, Marcos y Lucas, libros que se llaman
“Sinópticos”. ¿Por qué?
P. Luis. Son llamados “Sinópticos”, porque, si los ponemos en tres columnas, nos hacen
ver de un solo vistazo ─esto significa “sinópticos”─, los hechos y los dichos de Jesús, con
sus semejanzas y sus diferencias.
P. Luis. Piensan algunos que los Evangelistas los escribieron de un tirón, cada uno por
su cuenta. Pero no fue así, ya que tuvieron cada uno los escritos del otro, seleccionaron,
añadieron, quitaron, y pasó mucho tiempo hasta que resultaron los Evangelios actuales.
P. Luis. Ya te he dicho, Javi, que esta lección es diferente. Esos tres Evangelios se
originaron y se formaron en la primitiva Iglesia, cuya historia va desde el año 27, en que
Jesús comenzó a predicar, hasta final del primer siglo. Esta historia de la primitiva Iglesia
la dividimos en tres etapas.
P. Luis. La primera etapa es la de Jesús. Jesús no dejó nada escrito, y toda su enseñanza
la dirigió a la gente de pura palabra. Escogió especialmente a los Doce para que estuvieran
con Él y mandarlos después a predicar. Los doce Apóstoles oían y veían todo lo que Jesús
decía a las turbas y observaban todas sus acciones. Todo se les quedaba bien grabado. Pero,
en especial, se les grababa muy fielmente lo que Jesús les enseñaba a ellos en particular.
Todo era de memoria, ya que la memoria era en medio de enseñanza y aprendizaje de
aquellos tiempos, aunque los Apóstoles supieran leer y escribir. Los Doce conocieron y
recordaron perfectamente las palabras y los hechos del Señor Jesús.
P. Luis. Predicaban el Evangelio de Jesús con toda fidelidad y exactitud, expresado por
Juan de esta manera: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Hijo de Dios, es eso de lo que damos
testimonio”.
Rosy. Predicaban los Apóstoles, pero no escribían. ¿Por qué no querían escribir?
P. Luis. Sí que se dio una importante actividad literaria, aunque sea difícil el determinar
cómo fue. Los cristianos temían se perdiesen los recuerdos del Señor con la muerte de los
Apóstoles, y empezaron a recoger su predicación por escrito. Por el mismo Lucas sabemos
que bastantes de aquellos primeros cristianos iban recogiendo datos de la predicación
apostólica y los consignaban por escrito.
Javier. ¿Y cómo lo hicieron? ¿Qué era lo que más les interesaba de la vida de Jesús?
P. Luis. En lo que más se fijaban era en las palabras y dichos del Señor. Y, por lo que
vemos en varios discursos de los Hechos de los Apóstoles, lo ordenaban o encuadraban
desde un principio dentro de un esquema que parece era el núcleo de la evangelización
apostólica.
P. Luis. Empezaban por los acontecimientos del Jordán con el Bautismo de Jesús y el
primer anuncio del Reino hecho por el mismo Señor;
seguían con hechos de la vida pública de Jesús, sus milagros sobre todo, que lo
acreditaban con el Cristo enviado por Dios;
y finalmente, venía el relato de la Pasión y muerte del Señor, y en especial de la
Resurrección de la cual eran testigos.
P. Luis. Eso mismo. Los Evangelios reflejan la predicación de los Apóstoles, y nos dan
la pista de la primera redacción de los Evangelios Sinópticos. Decimos primera, porque
falta bastante para la definitiva. ¿Cuál fue el primer Evangelio de los tres?
P. Luis. No lo digas muy alto, Rosy. Porque no se puede asegurar nada con certeza
absoluta, pero digamos lo que parece más probable.
Parece que Mateo redactó un primer escrito en hebreo o arameo, que no se ha
conservado. Naturalmente, que Mateo tuvo informaciones propias aparte de sus recuerdos
personales.
Marcos escribió lo que predicaba Pedro, dirigido a los cristianos de Roma.
Lucas tuvo muchas informaciones propias, recogidas cuidadosamente, como atestigua él
mismo.
Javier. ¿Y qué decir de aquellos otros escritos que nos ha dicho Lucas existían en la
Iglesia?
P. Luis. Está claro que los utilizaron los Evangelistas. Sobre todo existía uno,
actualmente desaparecido, que los estudiosos lo llaman la fuente Q, de la palabra alemana
Quelle. No se sabe de quién era, pero su existencia parece casi cierta.
Rosy. Yo pensaba lo que usted, Padre Luis, nos decía antes: que cada Evangelista fue
independiente, con sólo informaciones propias.
P. Luis. Ya ves que no. Y con esto queda dicho cuáles eran las cuatro fuentes con que
contaron los Evangelistas para la redacción definitiva de los tres Evangelios Sinópticos.
P. Luis. No hay nada seguro. Pero parece que fue de la siguiente manera.
Marcos pudo ser el primer Evangelio, sacado de la predicación viva de Pedro, que lo
llama “mi hijo”, pues lo tenía en Roma consigo como ayudante en su ministerio.
Vendría después Mateo, tomado en parte de aquel antiguo escrito hebreo, además de
tomar cosas que dice Marcos y de ese escrito anónimo de la fuente Q.
Seguiría Lucas, que toma noticias de Marcos, de la fuente Q, aunque lo principal fueron
sus investigaciones propias y personales.
Estos escritos ya definitivos, parece que son de después de la destrucción de Jerusalén el
año 70, fuera de Marcos, que pudo ser algo antes.
Rosy. En definitiva: ¿así se escribieron los Evangelios?
P. Luis. Parece, parece, que la redacción definitiva de los tres Evangelios Sinópticos,
según los escrituristas más acreditados, fue de esta manera que hemos expuesto. Pero
debemos tener presentes otros puntos muy importantes.
P. Luis. Más que la “vida” de Jesús, los Evangelios pretender dar el “mensaje” de Jesús
sobre la Salvación y el Reino de Dios. Pero, eso sí, con los Evangelios llegamos a lo que
fue la “vida” de Jesús en la tierra. Del Jesús de la “fe” que ellos predicaban, se llega con
toda seguridad al Jesús de la “historia”, que vivió entre nosotros. Basta traer al caso los
hechos de la infancia de Jesús consignados por Mateo y Lucas. No pudieron inventarse
fácilmente, sino que tienen una fuente segura, la cual no pudo ser otra que María, la Madre
de Jesús. Se escribía lo que contaban como cierto los testigos de la enseñanza y de los
hechos del Señor. La base de los Evangelios escritos está en lo que la Iglesia sabía y
guardaba de palabra sobre Jesús. La Iglesia no nació de los Evangelios, sino que los
Evangelios nacieron de la Iglesia.
P. Luis. Lo más importante era el fin que cada Evangelista tenía al redactar su libro.
Ellos escribían lo que narraban como cierto los testigos de la enseñanza y de los hechos del
Señor. Pero escogían lo que les interesaba a las comunidades a quienes iba dirigido el libro.
P. Luis. Marcos, para los cristianos de Roma salidos del paganismo, hace hincapié en
los milagros de Jesús, que lo acreditaban como Dios, aunque después vieran que acababa
ajusticiado en la cruz.
P. Luis. Mateo, en vez de fijarse en el orden cronológico, o del tiempo como sucedieron
los hechos, y al dirigirse principalmente a las comunidades de Palestina, encuadra en
diversas secciones los milagros, las parábolas o los discursos del Señor; y quiere demostrar
a los cristianos venidos del judaísmo, que en Jesús se cumplieron las profecías del Antiguo
Testamento sobre Jesús.
P. Luis. Lucas, griego muy culto, y escribiendo para las comunidades de Grecia y el
Asia Menor, lo hace con rigor histórico, dirigiendo todos los hechos del Evangelio hacia la
Pasión de Jesús en Jerusalén. Una vez resucitado el Señor, la Salvación arranca de
Jerusalén y se extiende a todas partes.
Cuestionario
Javier. Estoy conforme en que esta lección se diferencia bastante de las que veíamos
hasta ahora. Si estamos ya en el final, veamos, Padre Luis, cómo nos resume esta materia
algo “reseca”, como usted decía, aunque sigo en mi opinión de que nos ha hecho la
exposición de un ponto tan importante como es la formación de los Evangelios.
Rosy. Igual que lo vamos a hacer nosotros con la ayuda de Jesús, ¡ya lo verán!…
A continuación, la misma Lección 070
Mateo. El evangelio más clásico,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Rosy, parece que hoy miras, sonríes y respiras de manera diferente.
Rosy. Pues, es verdad. Porque sé que hoy, sí, hoy va a ser cierto aquel “¡Al fin!”, con el
que me equivoqué el otro día…
P. Luis. Yo también tenía ilusión por llegar a este momento, en el que comenzamos el
Nuevo Testamento con el primer libro que encontramos al abrir sus páginas.
Rosy. El nombre de Mateo nos es muy familiar y muy querido, porque resuena
continuamente en las lecturas sagradas de la Iglesia. ¿Por qué no empieza, Padre Luis, por
decirnos quién era Mateo, y cómo es y qué nos enseña el Evangelio que lleva su nombre?
Javier. Mucho pides, Rosy. ¿Quieres que nos explique todo lo que dice un Evangelio
así?... Empecemos por la persona de Mateo.
P. Luis. No nos vamos a meter en detalles, sino en una vista general del libro. Lucas y
Marcos llaman Leví a aquel publicano; sólo el interesado se da el nombre de Mateo, al que
añade su profesión de cobrador de impuestos, tenido por pecador público.
Javier. Mateo era rico y culto, como buen aduanero. No nos va a extrañar su libro.
P. Luis. Es casi seguro que Mateo escribió un primer evangelio en hebreo o arameo
dirigido a la comunidad judía. Y se ha dicho, quizá con mucho tino, que lo pudo hacer con
conocimiento, y tal vez por encargo, de los otros Apóstoles; porque Mateo, publicano
acostumbrado a papeles y cuentas, era entre ellos el más capaz de un trabajo semejante,
visto muy útil desde un principio (Ricciotti)
Javier. ¿Y se conserva ese original hebreo? ¡Esa sí que sería una joya de verdad!
P. Luis. Ese probable escrito arameo de Mateo se perdió. Y el Evangelio que poseemos
hoy es la suma de tres fuentes.
P. Luis. Las mismas: aquel arameo perdido, más el Evangelio de Marcos del que toma
muchas cosas, más aquella otra fuente llamada Q.
P. Luis. Más que simple traductor de Mateo, el redactor del Evangelio actual lo escribió
en griego, con mucha fidelidad al arameo original, a la vez que con mucha libertad.
P. Luis. ¡Oh, sí! Fue en torno al año 70, quizá algo más tarde.
Rosy. ¿Y por eso también se le coloca el primero entre los cuatro Evangelios?
P. Luis. Probablemente, sí. Porque el la antigua Iglesia siempre se tuvo en cuenta aquel
primer original arameo. Pero, más que nada, por su perfección intrínseca y por haber
gozado de la primacía en el uso que de él hizo la Iglesia desde los principios.
Javier. ¿Y por qué aquel alemán que usted ha citado antes lo llama el libro más perfecto
de la Biblia?
P. Luis. Dicen que, literariamente, Mateo es el libro más perfecto de toda la Biblia,
aunque el griego que usa no sea el más atildado. Su griego es deficiente porque, como ya
hemos dicho, el redactor tuvo que ser fiel a las fuentes del original arameo y a Marcos, y
conserva por eso muchos semitismos o fórmulas hebreas con que se expresaban los
apóstoles en su catequesis, expresiones usadas, indudablemente, por el mismo Señor.
Javier. ¿Dónde más brilla esa perfección del libro, ya que el lenguaje no es el mejor de
todos?
P. Luis. Resalta mucho, a simple vista, en la división que hace de todo el material.
Mirada semejante división, este Evangelio es de una armonía impecable: conserva como
ningún otro las palabras de Jesús, encuadradas en los grandes discursos del Sermón de la
Montaña, de las parábolas a la orilla del lago, de las instrucciones a los apóstoles, de la
comunidad eclesial y de la escatología o fin del mundo, después de la controversia con los
escribas y fariseos.
P. Luis. Los hechos del Señor los distribuye metódicamente, agrupando los milagros, el
ministerio en Galilea y el viaje a Jerusalén.
P. Luis. Mateo sigue en todo el orden de la catequesis de los Apóstoles, iniciada por
Pedro: Bautismo en el Jordán; todo lo que hizo el Señor en Galilea y en la subida a
Jerusalén; y la Pasión y Resurrección. Este orden era invariable. Pero Mateo pone a todo su
escrito un prólogo bellísimo con hechos de la Infancia de Jesús, y lo acaba con un epílogo
sobre la misión última de los Apóstoles a evangelizar el mundo entero.
Rosy. Padre Luis, siga con más detalles, pues resulta todo muy interesante.
P. Luis. Mateo usa después de cada sección unas fórmulas que llaman la atención: Jesús,
“acabados estos discursos”, “después se retiró”, “entonces se puso”…, y otras expresiones
semejantes. No indican tiempo ni lugar, sino paso literario de una sección a otra de su libro.
Pero hacen ver una cosa muy interesante: que este Evangelio, aunque es mensaje y
enseñanza, es también historia, ya que del Jesús de la fe se pasa con mucha naturalidad al
Jesús de Nazaret, que vivió entre nosotros.
Javier. Nos decía en la lección anterior que habíamos de tener en cuenta las
comunidades específicas a que los Evangelistas dirigían sus escritos. ¿Lo hizo mateo con
alguna particular?
P. Luis. Esto es evidente. Dirigido primariamente a una comunidad cristiana venida del
Judaísmo, el Evangelio de Mateo se distingue por su afán de hacer ver cómo todo lo que
dice de Jesús ya estaba profetizado en el Antiguo Testamento, el cual viene a cumplirse
ahora con toda exactitud. “Esto ocurrió para que su cumpliera…”, “Según había
profetizado…”, y otras fórmulas semejantes, son usadas por Mateo continuamente.
Rosy. Entonces está fuera de toda duda de que el Evangelio de Mateo va dirigido a los
judeocristianos.
P. Luis. Es muy cierto. Como la sinagoga había roto del todo con la Iglesia naciente, los
cristianos necesitaban un arma con la cual responder a los ataques de sus adversarios. No es
el de Mateo un Evangelio “contra” los judíos, sino un Evangelio “para” los cristianos a fin
de que sepan hablar con los que no quisieron entrar en el Reino aunque habían sido
llamados.
Javier. Nos ha dicho, Padre Luis, que Mateo es el Evangelista que más palabras y
dichos ha conservado del Señor. ¿En qué se distingue específicamente su doctrina?
P. Luis. Sí, Mateo guarda muchas más palabras del Señor que Marcos y Lucas. Pero el
Evangelio entero se centra en unos cuantos puntos capitales.
P. Luis. Yo diría que la Persona de Jesús como “Hijo de Dios”, declarado así por el
Padre en el Jordán: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias”; por Pedro
en su confesión de Cesarea de Filipo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”; por el
Padre de nuevo en la Transfiguración: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”; y
por el centurión pagano al morir el Señor: “Verdaderamente, éste era hijo de Dios”.
P. Luis. Señalemos la Iglesia, a la que dedica todo el discurso del capítulo dieciocho, y
en la que destaca entre todos a Pedro, como consecuencia de aquella promesa del Señor:
“Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia”.
Javier. No se queda Jesús corto en el programa de santidad que propone. Apunta bien
alto… ¿Y otro más?
Rosy. Nos decía antes que este Evangelio de Mateo iba destinado a una comunidad
cristiana salida del Judaísmo. Pero aquí queda evidente un universalismo total.
P. Luis. Haces una observación muy buena, Rosy. Como el Señor mandó a los apóstoles
en la misión que les encomendó que no salieran del territorio de Israel ni entraran tan
siquiera en las ciudades de los samaritanos, algunos pensaron que este Evangelio era poco
menos que racista. Pero en este Evangelio de Mateo no está restringido el Reino a los
judíos, como si excluyera a los otros pueblos, sino que es esencialmente universal, según lo
indican esas últimas palabras del Señor.
Javier. Aparte de esos puntos que antes nos ha explicado, ¿no podría indicarnos algunas
palabras más típicas de Mateo, que resuman y concreticen aún más su pensamiento?
P. Luis. Todo el Evangelio de Jesucristo según Mateo se resume en estas dos palabras
claves y señeras: “Mesías” y “Reino”.
P. Luis. Para Mateo, ante todo, Jesús es el Cristo prometido en todo el Antiguo
Testamento. Ya se lo he dicho antes. Emplea continuamente la fórmula “Como está escrito”
u otra semejante. No hace una afirmación que no la confirme con una cita de la Ley, de los
Salmos, de los Profetas.
P. Luis. Lo encontramos también, ¡no faltaba más!, en los otros Evangelios. Pero Mateo,
para no usar el Nombre inefable de Dios, pues se dirigía a judíos, usa más bien “El Reino
de los Cielos” en vez de “El Reino de Dios”, aunque alguna vez también lo hace.
Rosy. ¿Y qué expresa concretamente con eso del Reino de los Cielos?
P. Luis. Quiere decir que Jesús es en la tierra el instaurador del Reino de los Cielos, o
Reino de Dios, al que dirige por sus Pastores sin dejarlo de su mano fuerte, aunque
misteriosa y escondida, como les dice en el monte, antes de subirse al Cielo: “Y he aquí que
yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
Rosy. Yo no me canso de oír veces y más veces en la Iglesia estas palabras. No cansan
nunca. Eso de saber con certeza absoluta que Jesús está con nosotros siempre, aunque no lo
veamos, es algo formidable. Con esta fe tengo bastante para ser feliz.
P. Luis. Y para tener todas las bendiciones de Dios, Rosy. Ya que dices esto, no olvides
aquellas preciosas palabras de San Pedro a los cristianos que no habían conocido
personalmente a Jesús: “Rebosan de alegría… en la Revelación de Jesucristo…, a quien
aman sin haberle visto; en quien creen, aunque de momento no lo vean, llenos de alegría
inefable y gloriosa; y así alcanzan la meta de su fe, la salvación de sus almas” (1Pedro 1,6-
9)
Cuestionario
Javier. No nos venga a decir ahora, Padre Luis, que nos contentemos con leer el
Evangelio de Mateo, y que no hace falta ningún resumen de lo que hoy nos ha explicado.
P. Luis. El Evangelio según San Mateo ha representado desde el principio tanto, y tanto
sigue representando hoy entre nosotros, que se le llamado, muy acertadamente, el
“Evangelio de la Iglesia”.
Javier. Lo cual quiere decir que mientras la Iglesia subsista, y subsistirá hasta el fin de
los siglos, según la última palabra de Mateo, este Evangelio será actual, actualísimo…
Rosy. ¡Y hay que ver lo que disfrutamos con él, desde el momento que nos transmite
con tanta abundancia palabras y más palabras del Señor Jesús!...
A continuación, la misma Lección 071,
Marcos. Un Evangelio encantador,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. La lección sobre Mateo, el primer evangelista, nos supo a gloria. ¿Va a ser así
todo el Nuevo Testamento? .
Rosy. Y hoy, ya sabemos quién nos toca: Marcos. ¿Tan delicioso como Mateo?
P. Luis. ¿Tan delicioso como el anterior? ¡Quién sabe si algo más!... Marcos es un
evangelista al que se le consideraba hasta ahora como muy secundario, pero modernamente
se ha convertido en figura de primer orden.
P. Luis. Aunque se sabía desde el principio de la Iglesia cuál había sido la fuente de
donde Marcos había sacado toda su información, que era la predicación viva de Pedro,
nunca se le dio importancia especial a este detalle.
Javier. Es extraño. Si la fuente era nada menos que el apóstol San Pedro, el cabeza de
los Apóstoles, ¿cómo no se le daba la máxima importancia al Evangelio que prácticamente
procedía de él?
P. Luis. Voy, Javi, a lo que más te gusta a ti: la historia. La más antigua Historia de la
Iglesia, la de Eusebio de Cesarea, recoge este testimonio de Papías, Obispo de Hierápolis a
principios del siglo segundo. Mira lo que dice: “Marcos, que fue intérprete de Pedro,
escribió con exactitud, aunque sin orden, todo lo que recordaba de lo que había hecho o
dicho el Señor. Pues él no había escuchado o seguido al Señor, sino a Pedro más tarde. Éste
procedía según las conveniencias de su enseñanza, pero no siguiendo el orden de las
palabras del Señor. Por lo mismo, no se puede censurar a Marcos el haberlos redactado
como él los recordaba. Su única preocupación fue no omitir nada de lo que había oído y no
escribir nada que no fuera verdad”.
Javier. ¿Eso dice un testimonio tan antiguo, como de principios del siglo segundo? ¿Nos
damos cuenta de lo que valen estas palabras?
Rosy. Vienen a decirnos sin más que el Evangelio de Marcos es un evangelio de Pedro,
el primer apóstol.
Rosy. Si esto es así, las palabras de Marcos son lo más auténtico que guardamos del
Señor.
P. Luis. ¿Quieren otro testimonio? San Justino mártir, también en pleno siglo segundo,
llama al Evangelio de Marcos nada menos que “las memorias” de Pedro.
P. Luis. Nos lo da Clemente de Alejandría, otro escritor del siglo segundo. ¿Por qué
Marcos escribió esas “memorias”, ese Evangelio? Dice Clemente que lo hizo urgido por
“los caballeros del César”. Tengamos presente desde el principio que Marcos escribió su
Evangelio en Roma.
P. Luis. Si analizamos esta expresión, indica dos cosas. Primera, que fue por interés de
aquellos primeros cristianos en conservar tanto recuerdo interesante como Pedro les
contaba de Jesús. Y segunda, que entre aquellos primeros cristianos de Roma no había sólo
gente pobre, inmigrante y abandonada en los barrios bajos de la Urbe, sino que la Iglesia
iba conquistando miembros hasta en las instancias del palacio imperial.
Javier. Es natural que, como gente más culta, se daban cuenta del valor duradero de los
escritos sobre el Señor. ¡Magnífica motivación del Evangelio!
Rosy. Entonces, este Evangelio de Marcos puede resultar encantador. Será como oír a
Pedro, será como oír al mismo Señor.
P. Luis. ¿Te cuento, Rosy, lo que nos contaba un Profesor? Había sido alumno de otro
Profesor eminente del Nuevo Testamento, un sacerdote tan santo como sabio. Y los
alumnos lo vieron alguna vez, cuando leía y explicaba a Marcos, cómo unas lágrimas
silenciosas le caían de los ojos por las mejillas… Pero, ¡vaya! vamos a dejarnos de
comentarios como éstos, pues no vamos a avanzar hoy nada.
Rosy. Es que no perdemos nada aunque no digamos más que cosillas así…
P. Luis. ¿De veras?... Entonces te cuento otra, y curiosa. Testimonios fidedignos de
escritores muy antiguos dicen que Marcos tenía los dedos de la mano atrofiados. Pudo
tenerlos malos, pero la verdad es que escribieron sobre Jesús verdaderas maravillas.
Javier. Padre Luis, ¿por qué no entra ya en materia sobre el escrito de Marcos? Ya nos
explicó que el de Mateo fue el primer Evangelio. Quiere decir que el de Marcos fue el
siguiente, el segundo, como lo vemos en todas las Biblias.
P. Luis. Pues, sí y no. Ya lo explicamos bien. Mateo fue el primero porque tuvo un
original arameo anterior, que se perdió. Pero el Evangelio griego, el final y definitivo que
conservamos hoy, es posterior al de Marcos.
P. Luis. Antes se decía que Marcos era un resumen de Mateo. Hoy se dice todo lo
contrario: Mateo, el actual griego, ha copiado, unas veces ampliando y otras acortando,
todo el Evangelio de Marcos. Tal como están los Evangelios hoy, el de Marcos fue el
primero de todos, aunque precedido de aquel original arameo perdido.
Rosy. ¿Y quién era Marcos? ¿Por qué no empezamos por saber algo de su persona y su
vida?
P. Luis. Es opinión común de todos los expositores, que Juan Marcos es la misma
persona que aparece tanto en su Evangelio propio, como en los Hechos de los apóstoles y
las cartas de Pablo y de Pedro. Por lo mismo, es bien conocido.
P. Luis. No lo dice con su nombre propio. Parece ser aquel joven que en la noche de la
Pasión huyó de los que llevaban preso a Jesús, dejándoles la sábana con que se cubría. De
no ser el mismo autor del libro, hubiera consignado el nombre del curioso y valiente
muchacho.
P. Luis. Marcos, primo de Bernabé, fue el discípulo que Pablo y Bernabé se llevaron en
aquella primera misión. El muchacho debía ser algo inconstante, porque se separó de ellos,
y Pablo no lo quiso más en su segundo viaje por aquellas regiones.
Rosy. Pero, ¿no nos ha dicho que Marcos era el ayudante de Pedro?
P. Luis. Sí. Antes de que estuviera con Pablo en Roma, ya lo había tenido consigo
Pedro, el cual lo llama en su carta “mi hijo Marcos”.
P. Luis. Breve pero riquísimo, Rosy. Ante todo, que iba dirigido a cristianos salidos del
paganismo y no del pueblo judío. Y concretamente, a los cristianos de Roma. Esto es algo
evidente y no lo niega nadie.
P. Luis. Empezando por esto: explica a sus lectores costumbres de los judíos, porque no
las hubieran entendido. Es clásico aquel pasaje del capítulo séptimo, cuando narra las
costumbres sobre la purificación de las manos para comer: “los judíos no comen sin
haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver
de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición,
como la purificación de las copas, jarros y bandejas”.
Javier. Se explica. ¿Cómo iban a saber los habitantes de Roma esas costumbres de los
judíos de Jerusalén?
P. Luis. Otro argumento es el de las palabras puramente latinas que usa, como el
centurión, y no emplea ni tan siquiera griegas, conocidas de todos.
Rosy. Este bueno de Marcos tuvo suerte de tratar a Pedro de manera tan directa y
familiar. Para nosotros ha sido una ventaja enorme, y no sólo para él.
P. Luis. Y lo fue también para el mismo Pedro, por la manera con que Marcos trata a su
maestro. Aunque en el escrito tenga que salir necesariamente Pedro, nunca se lleva una
alabanza y permanece en la mayor humildad.
P. Luis. Parece que Pedro fue testigo del escrito y le dio su expresa aprobación.
Javier. ¿Y cómo va a probar estas dos afirmaciones de que Jesús es el Cristo y el Hijo
de Dios?
Rosy. Es que, a decir verdad, hasta a nosotros ahora nos cuesta el entenderlo. Jesús
Crucificado sigue siendo un misterio.
P. Luis. Esto da el esquema de todo el Evangelio de Marcos, que tiene dos partes bien
diferenciadas.
Javier. Indíquelas.
P. Luis. Empieza por el prólogo del Bautismo en el Jordán, con el testimonio del Padre,
que le dice: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. E inmediatamente nos presenta
a Jesús en el desierto en lucha abierta con el demonio, pero también bajo la vigilancia de
Dios su Padre, que manda a los ángeles para que le cuiden y le sirvan.
P. Luis. A continuación sigue contando todos los recuerdos que Pedro conserva de
Jesús: milagros, enseñanzas, luchas contra el demonio; y terminará todo con la confesión de
Pedro: “Tú eres el Cristo”, confirmada pocos días después con la voz del Padre en el Tabor:
“Este es mi Hijo amado, escúchenle”.
Rosy. ¡Qué suerte la de los Doce! Se ve que van a ser los compañeros de Jesús, sus
formandos, los que constituirán su nueva familia. Después, con el poder que les da de
enseñar y de expulsar los demonios, serán los continuadores de su obra, llevando el
Evangelio a todas partes.
P. Luis. ¡Qué bien que lo has dicho, Rosy! Concluye la primera parte, y viene la
segunda: hacia Jerusalén y el Calvario, donde morirá ajusticiado, y donde será proclamada
su realeza y su filiación divina de la manera más extraña: el escrito de la cruz y la confesión
de un pagano. Pero sigue un sepulcro vacío, y una proclamación triunfal, con que acaba el
Evangelio: “El Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios”.
Cuestionario
Rosy. Así, que ya lo sabemos: a leer a Marcos con verdadero placer del alma…
A continuación, la misma Lección 072, Lucas. El evangelio de la bondad
de Cristo,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. ¿Ese era Renán? ¿Y por qué nos cita a un impío y blasfemo semejante?
P. Luis. Para decirles sólo esto. Ese Renán llama al Evangelio de Lucas “el libro más
bello que existe”. Casualmente, el que nos toca ver hoy. Si un escritor tan hipócrita lo llama
así, es porque reconoce la hermosura sin par del Evangelio de Lucas.
Rosy. ¡Venga! A olvidarnos de ese Renán, y a empezar con Lucas… ¿En qué se parece
y en qué se distingue de Mateo y Marcos?
P. Luis. Recibido el bautismo, pudo ser catequista, es decir, uno de aquellos encargados
de predicar la vida y doctrina del Señor, llamados evangelistas; oficio que tal vez
desempeñó como ayudante de Pablo, lo cual le dio ocasión de investigar mucho, como él
mismo dice, sobre los recuerdos de Jesús, llevados después de manera tan peculiar a su
Evangelio escrito.
P. Luis. ¿Quieres convencerte? Oye, Rosy: lee las primeras líneas del Evangelio, la
dedicatoria que le hace del libro a Teófilo, un ilustre cristiano de la primitiva Iglesia.
Rosy. Aquí está. A la primera: “Puesto que muchos han puesto mano en ordenar una
narración de los hechos cumplidos entre nosotros, según nos los transmitieron aquellos que,
desde el comienzo, fueron los testigos oculares y ministros de la palabra, me ha parecido
bien a mí también el investigarlos diligentemente desde el mero principio y escribírtelos
por orden, carísimo Teófilo, a fin de que reconozcas la firmeza de las enseñanzas en las
cuales fuiste catequizado”.
P. Luis. Aparte del Evangelio, Lucas escribió el libro admirable de los Hechos de los
Apóstoles, que nos tocará ver un día. Es imborrable el recuerdo que Lucas dejó en la Iglesia
primitiva, en la que murió de edad avanzada, y, como asegura San Jerónimo, “sin haber
querido tener nunca mujer”, siguiendo el consejo del Señor y el ejemplo de su maestro
Pablo, para darse del todo y en exclusiva a la Iglesia.
Javier. ¿Tuvo Lucas, igual que Marcos y Mateo, algún plan muy definido suyo?
Rosy. ¡Eso, desde luego! Sin María, esas páginas no existirían. ¿Tomó Lucas esos
recuerdos de los mismos labios de María?
P. Luis. Y yo les añado. Miren la delicadeza con que Lucas viene a decir que todas esas
noticias proceden de la Virgen. En el espacio de unos versículos nada más, al narrar lo de
Belén y principios de la vida en Nazaret, repite por dos veces una afirmación que sólo
puede proceder de la Madre de Jesús: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las
meditaba en su corazón”. E insiste Lucas: “Su madre conservaba cuidadosamente todas las
cosas en su corazón”.
Rosy. Más claro, imposible. ¡Bendito Lucas que nos lo cuenta!... Sin estos recuerdos de
Lucas, la Navidad, el tiempo más bello del año, sería muy diferente. Mejor dicho, ni
existiría…
P. Luis. Bueno, Rosy. Te repito que, por tratarse de la Virgen, te perdono la digresión.
Javier. Padre Luis, sigamos con lo del Evangelio. Había empezado a decirnos cuál fue
el plan de Lucas.
Rosy. Veo que este viaje a Jerusalén se lleva una buena parte del Evangelio.
P. Luis. Así es. Pero ya en Jerusalén, el Señor desarrolla una intensa actividad, sufre la
pasión y la muerte, es glorificado por la resurrección, y de aquí, de Jerusalén, arranca la
evangelización de todo el mundo, como lo demostrará Lucas con el libro siguiente, los
Hechos de los Apóstoles.
Javier. O sea, que el Evangelio de Lucas, más que seguir un orden cronológico, o de
tiempo, sigue un plan teológico, podríamos decir: va a una idea que él cree sagrada.
P. Luis. Eso es. Para Lucas, en Jerusalén se inicia la salvación, como lo demuestra la
conversación de Jesús con Moisés y Elías en el Tabor: “Hablaban de su partida, que se iba a
cumplir en Jerusalén”, “ya que un profeta no puede morir sino en Jerusalén”; y subido Jesús
al Cielo, los Apóstoles, desde el Monte de los Olivos, “se volvieron a Jerusalén con gran
gozo”, para desparramarse desde allí por todo el mundo.
Javier. Está claro: Jerusalén es para Lucas el punto de arranque de la salvación. Pero,
¿qué puntos en particular llaman la atención de este Evangelio?
P. Luis. Bastantes. Por ejemplo, Lucas llama la atención por la importancia que da a la
oración, conforme al ejemplo del mismo Jesús, resumida en esta frase lapidaria: “Es
necesario orar siempre, sin desfallecer jamás”.
Rosy. ¡La oración! ¡Qué bien nos vendría aprender esta lección para nuestros días!...
P. Luis. Hay algo extraño en Lucas, en el bonísimo Lucas. Siendo tan amable y
condescendiente, Lucas es sin embargo el evangelista que más recalca la valentía, la
generosidad y la decisión que hay que tener para abrazarse con la cruz si es que se quiere
seguir a Jesús.
P. Luis. Empieza por proponer lo dicho por el mismo Jesús, que previene al que quiera
seguirle: -Muy bien, vente conmigo. Pero ten presente “que yo no tengo ni dónde reclinar la
cabeza”.
Rosy. Algo duro es esto, aunque no deja de ser estimulante. Jesucristo, ya se ve, no es
un líder hecho para cobardes.
P. Luis. Como no es para cobardes su proclama, citada por Marcos y Mateo, pero que
Lucas la presenta con más severidad, cuando escribe: “El que quiera venir en pos de mí,
que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día, y me siga”… “Y el que quiera venir
junto a mí, y no me prefiere a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos
y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo”.
Javier. También nos va de primera esta proclama en una sociedad como la nuestra, tan
entregada al hedonismo, al placer en todas sus formas, al consumismo comodón… ¿Alguna
otra característica de Lucas?
P. Luis. Quiero aludir a la importancia que Lucas da en su Evangelio al Espíritu Santo,
igual que después se la dará Juan.
Rosy. ¡Hable, por favor, del Espíritu Santo, tan actual hoy en la Iglesia!
P. Luis. Lean los dos primeros capítulos de Lucas, y verán que todos los misterios de la
infancia de Jesús los atribuye a obra del Espíritu Santo, sobre todo la concepción virginal
del Hijo de Dios en el seno de María.
P. Luis. El Espíritu Santo es quien empuja a Jesús hacia su misión: “Jesús volvió a
Galilea por la fuerza del Espíritu”.
El Espíritu Santo le llena de alegría el alma: “Jesús se llenó de gozo en el Espíritu
Santo”;
El Espíritu Santo es el don supremo que Dios nos hace cuando oramos y le pedimos
algo: “¡Cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu a los que se lo pidan!”;
El Espíritu Santo es el gran regalo que Jesús resucitado promete dar a su Iglesia:
“Voy a enviar sobre ustedes la Promesa de mi Padre”. Ni dice “El Espíritu Santo”, sino la
“Promesa”, como lo último que le queda y lo máximo que puede regalar.
Rosy. Hasta ahora, todo estupendo. Pero siempre hemos oído decir que Lucas se
distingue por presentarnos como ningún otro evangelista la misericordia inmensa del
Corazón de Cristo. ¿Es esto verdad?
P. Luis. ¡Que si es verdad!... No quiero que la cita me resulte demasiado larga. Pero,
podemos recordar. ¡Cómo acoge en la casa del fariseo durante el banquete a la pobre
prostituta, la defiende y la regenera!... ¡Cómo se autoinvita a la casa de Zaqueo el
publicano, pecador notorio, y provoca su conversión sin decirle Jesús una palabra, sino
solamente mostrándole su amistad!... ¡Cómo nos cuenta, el único evangelistas, la promesa
al criminal que junto a Él pende de la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso!”…
P. Luis. Estaba pensando en ellas, y no las iba a olvidar, narradas en el capítulo quince
del Evangelio. Sobre todo, la descripción que hace del hijo pródigo y del padre
misericordioso. Una página como ésa no existe en toda la literatura universal.
Rosy. Dicen que, paralela a la misericordia de Jesús con los pecadores, va su preferencia
por los pobres. ¿Es cierto?
P. Luis. Sí, muy cierto. Parejo al amor de Jesús a los pecadores, va el amor y
predilección por los pobres, en cuya evangelización cifra el objetivo de su misión: “¡El
Espíritu me ha ungido para que vaya a evangelizar a los pobres!”.
Javier. Pero, no por eso excluirá a ningún rico que se le acerque…
P. Luis. Jesús, como lo cuenta el mismo Lucas, se codeará con ricos como los amigos de
Betania o como Zaqueo, en cuyas casas se hospedará gustoso, y aceptará convites en casas
de fariseos muy acomodados…; no rechazará a nadie por rico que sea y se dará a todos por
igual. Pero los pobres, a partir de los pastores de Belén, se le llevarán todas sus
preferencias. Y con la parábola llena de divina malicia, del rico epulón y del pobre Lázaro,
probará la felicidad que les espera a los que no tienen nada en este mundo.
Javier. Necesitamos lecciones tan serias sobre los pobres como éstas de Jesús en nuestra
sociedad, opulenta por una parte, y por otra sumida en una miseria indigna e indignante.
Rosy. Por lo que he oído siempre de Lucas, yo estoy esperando un punto muy particular
y determinado…
P. Luis. ¡Rosyyyyy!... Ahora sí que veo a dónde vas, y con toda razón. No hace falta
que sigas… Una característica notable, ¡y tan notable!, de Lucas es la galantería y hasta el
verdadero cariño que en su Evangelio muestra hacia la mujer, en tantos pasajes que sería
prolijo enumerar. La importancia que esto entraña parece aprendida de su maestro San
Pablo, el que proclamaba ante una sociedad en que la mujer no era nada ni nadie:
“Bautizados en Cristo…, ya no hay ni hombre ni mujer, puesto que todos son uno en Cristo
Jesús”.
Cuestionario
Javier. ¿Ha pensado, Padre Luis, en hacernos hoy el cuestionario normal de cada
lección? Ahórreselo del todo. Si quiere, se lo dicto yo: ¡A leer con afán verdadero el
Evangelio según Lucas, el libro más bello que jamás se ha escrito!...
A continuación, la misma Lección 073,
Juan. El evangelio de las mayores alturas,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Rosy. Padre Luis, aquí tengo a la vista un cuadro de San Juan, reproducido en una
preciosa miniatura, en la que el apóstol y evangelista está pluma en mano, mirado al
infinito, pero un águila poderosa parece querer agarrar al escritor para llevárselo a las
alturas. ¿Qué significa esto? Se lo pregunto, porque después de ver a Mateo, Marcos y
Lucas, por fuerza nos toca ver hoy a Juan…
Javier. Quiere decir que Juan es diferente de los otros evangelistas: es más profundo.
P. Luis. Digamos que sí. Desde la primera línea de su escrito, Juan se remonta a lo más
encumbrado del cielo, se mete en el seno de Dios, descubre allí hasta el origen divino del
Señor Jesucristo, y regresa a la tierra proclamando: ¡Aquí está la vida! ¡Aquí está la luz!...
Javier. ¡Cuánta poesía, Padre Luis! Hoy está usted muy inspirado…
P. Luis. Me obliga el mismo tema. Pero, nos dejamos de poesía, y vamos a entrar con
naturalidad en el evangelio de Juan, al cual conocemos bien por los mismos evangelios.
P. Luis. En este cuarto evangelio, cuyo autor es ciertamente Juan, no se cita nunca por
su propio nombre ni saca tampoco a relucir para nada a su hermano Santiago. Se llama a sí
mismo el “discípulo amado de Jesús”. Pero sabemos por los otros evangelios que el grupo
íntimo de Jesús lo constituían Pedro, Santiago y Juan. Cita muchas veces a Pedro, y no dice
una palabra ni de sí mismo ni de su hermano. Parece esto una simpleza, pero es uno de los
argumentos más fuertes para señalar a Juan como autor del cuarto evangelio.
P. Luis. Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, eran unos pescadores acomodados, con
barcas propias y con criados. Su cultura correspondía indiscutiblemente a su posición
social, aunque el saber de entonces estaba confiado no a libros ni cuadernos de notas, sino a
la memoria, y Juan da pruebas de haber tenido una memoria feliz.
Javier. No era, por lo mismo, un muchacho dulzarrón, como lo pintan algunas estampas
poco felices en sus expresiones.
P. Luis. Joven magnífico, sabemos por él mismo cómo en la Última Cena recostó su
cabeza sobre el pecho de Jesús, y le pidió le dijera el nombre del traidor. Fiel al Maestro
hasta el final, fue el único valiente que se acercó a la cruz en el Calvario, y allí mereció que
Jesús moribundo le encomendara a su propia Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Juan, ahí
tienes a tu madre”.
P. Luis. Después, fue Juan tan notable en la Iglesia naciente, que Pablo llamará a Juan,
junto con Pedro y Santiago el pariente del Señor, una de las tres columnas entre los
Apóstoles que estaban en Jerusalén.
P. Luis. Parece que por el año sesenta se trasladó a Éfeso, desde donde rigió las Iglesias
del Asia Menor. Desterrado por Dominicano a la isla de Patmos, bajo el Emperador Nerva,
pudo regresar a Éfeso donde murió cargado de años. Era a finales del siglo primero. Se
cuenta que fue sentenciado a muerte en Roma, y metido en una tina de aceite hirviendo, de
la cual salió el viejecito rejuvenecido y más fresco que antes. Pero, aunque transmitida la
noticia por Tertuliano, hoy no se tiene por verdadera.
P. Luis. Según los testimonios más antiguos del siglo segundo, parece que los discípulos
de Juan le rogaron insistentemente les dejara por escrito los recuerdos que conservaba del
Señor. Y Juan accedió.
Rosy. Pero surge espontánea una pregunta: el autor de este evangelio, de doctrina tan
elevada, tan pensada, tan elaborada, ¿puede ser Juan el apóstol? ¿es posible que escriba
tales cosas un simple pescador del lago?...
P. Luis. Hemos de decir que toda la tradición de la Iglesia, avalada con testimonios
fidedignos, asegura que el autor del cuarto evangelio es Juan, el apóstol, el discípulo
predilecto de Jesús.
P. Luis. Aquí se ve claramente que Juan conoce el escrito de lo que era su catequesis, lo
aprueba, y los discípulos de su grupo se declaran testigos de que el evangelio es de Juan, su
maestro.
Rosy. Siendo Juan judío, ¿en qué lengua escribió su evangelio? ¿en hebreo o arameo?
P. Luis. El evangelio está escrito ciertamente en griego. Pero resulta evidente que el
autor es judío, como se demuestra por sus muchas expresiones semitas. Está además al
tanto de las costumbres judías, y conoce muy bien de vista la geografía de los lugares y
hasta de los edificios concretos que cita, por ejemplo la piscina Betzeta donde curó al
paralítico, o el Litóstrotos de la Torre Antonia donde Pilato juzgó a Jesús.
Rosy. O sea, que Juan es testigo de primer orden. ¿No es esto mucho, y tenemos con ello
bastante?
Javier. Vimos en los otros evangelios, cómo Marcos, Mateo y Lucas se copian los unos
a los otros. ¿Hizo lo mismo Juan?
P. Luis. Aunque Juan está al tanto de los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas,
prescinde de ellos en todo. Sigue en algo a Marcos y en algo más a Lucas, pero sin
depender para nada de ellos. Juan va en todo por su propia cuenta.
Rosy. Pero, seguro, que les sigue en lo más importante, ¿no es así?
P. Luis. Eso, sí. Aparte del prólogo y el último capítulo añadido posteriormente,
empieza por el Jordán como los otros tres evangelistas, y acaba con la Pasión y
Resurrección del Señor en Jerusalén. En esto son invariables los cuatro evangelios.
Javier. Pero, vemos que Juan se va por las nubes, mientras que los otros narran la vida
de Jesús con más naturalidad.
P. Luis. ¿Y sabes, Javi, que es todo lo contrario? Tenemos en Juan algo muy notable, y
de lo cual hemos de estarle bien agradecidos. A primera vista, pareciera que Mateo, Marcos
y Lucas nos dan mucho mejor el desarrollo de la vida pública de Jesús. Y es todo al revés.
Según los tres Sinópticos, la vida pública de Jesús habría durado sólo unos meses. Gracias a
Juan, que señala cada una de las Pascuas y las fiestas principales a las que Jesús asistió en
Jerusalén, tenemos por seguros los tres años de actividad pública del Señor.
Rosy. ¡Vaya beneficio que nos hizo Juan con ello!... ¿Y qué decimos ahora del
contenido del Evangelio de Juan?
P. Luis. Es muy complejo, a la vez que muy sencillo. Su estilo es peculiar del todo.
Fuera del milagro de la primera multiplicación de los panes, no narra ningún otro milagro
de los otros tres evangelios, aunque nos cuenta otros que los tres Sinópticos han omitido,
tan sonados como la curación del ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro. Los
llama “signos”, porque, para Juan, entrañan doctrinas muy profundas.
Javier. ¿No podría explicarnos que venía a decir con esos “signos”, cuál era el sentido
que Juan daba a los milagros de Jesús?
P. Luis. Ese milagro de la multiplicación de los panes, lo presenta como señal, como
signo, del Pan de la Vida que es la Eucaristía.
El del ciego de nacimiento le sirve a Jesús para confirmar lo que había dicho en la fiesta:
“Yo soy la luz del mundo”, aceptada con fe por los humildes y rechazada por la soberbia de
los orgullosos.
Con el de Lázaro, reafirma a los judíos la palabra sobre su propia resurrección:
“Destruid este templo de mi cuerpo, que al tercer día yo lo reedificaré”.
Rosy. Con esas interpretaciones, autorizadas por la misma Palabra de Dios, dará gusto
leer este Evangelio de Juan.
Javier. ¿Y por qué Juan no dice nada de tantos dichos, discursos y parábolas que traen
los otros evangelios?
P. Luis. Por eso mismo, porque ya lo dicen los otros. Y, sin embargo, nos trae otros
discursos de Jesús que son de una doctrina altísima.
Javier. Pero, tal como están los discursos de Juan, parece difícil que los pronunciara así
el mismo Jesús.
P. Luis. Es cierto, Javi, y se ha discutido mucho sobre esto. No sabe uno si con acierto o
con mucho desacierto, pero se ha dicho que los discursos del evangelio de Juan no son
discursos de Jesús, sino sobre Jesús.
P. Luis. Hay que tener en cuenta, como hemos dicho varias veces, que la enseñanza
judía se basaba en la memoria, la cual era muy tenaz. La de Juan, indiscutiblemente ─dada
su propia formación, su sicología, su amor al querido Maestro, y los muchos años que había
pasado pensando en las palabras de Jesús y repitiéndolas en su propia catequesis─, fue una
memoria notable de verdad. Y Juan pensó. Y discurrió. Y supo dar el sentido a lo que el
mismo Jesús dijo y de lo cual él mismo era testigo. Nada extraño, entonces, que repitiera lo
que ciertamente era del Señor, aunque interpretado por testigo tan autorizado y excepcional.
Javier. ¿Quiere que le diga, Padre Luis, que a mí me llama mucho la atención en el
evangelio de Juan la facilidad con que recuerda y la viveza con que describe los diálogos
entre Jesús y los judíos?
Rosy. Y ya que ha sacado la palabra “judíos”, digamos por qué Juan llama “judíos” a
sus interlocutores. Nunca he entendido el porqué.
P. Luis. Cuando Juan habla de los judíos no se refiere a los judíos en general, al pueblo
judío, sino a los sumos sacerdotes, escribas y fariseos más notables, o sea, a los Jefes de los
Judíos. Sobre éstos, y no sobre el pueblo judío sin más, recaería la responsabilidad de todo
lo que iba a suceder. Dicho de ora manera: los “Judíos” para Juan eran los “adversarios” de
Jesús, no el resto del pueblo.
Javier. ¿Por qué a este evangelio de Juan se le llama “el evangelio espiritual”, como si
los otros tres no lo fueran?
P. Luis. Así se le ha llamado con mucha frecuencia, debido al estilo en que está escrito y
a la altura de la doctrina que expone. Solamente el Espíritu Santo es capaz de guiar la
mente hacia semejantes alturas. Aunque, más que evangelio “espiritual”, se le lama a Juan,
sobre todo en la Iglesia Oriental, el evangelista “teólogo”.
Rosy. “Teólogo” es el que trata las cosas de Dios, ¿no es así? ¿Y por qué se le atribuye
este calificativo especialmente a Juan?
P. Luis. No tienes más que leer la primera página de su evangelio. Al Hijo de Dios lo
llama El Verbo, La Palabra, El Logos ─como se decía entonces con expresión griega, de
moda entre los intelectuales sobre todo alejandrinos─, y con esta palabra se remonta hasta
Dios de una manera insospechada.
P. Luis. Después, a lo largo de todo su evangelio, Juan hace lo mismo con cualquier
dicho y hecho del Señor: piensa, discurre, compara, saca consecuencias, y nos ofrece al fin
un evangelio del todo singular.
Rosy. ¡Y tan singular! Yo expongo mi experiencia personal, porque lo leo con
frecuencia. Cuando se lee pareciera que la imaginación y la mente se alejan de todo lo de la
tierra para sumergirse sólo en Dios.
Cuestionario
Javier. No venga a decirnos hoy, Padre Luis, que esta lección sobre Juan no necesita el
acostumbrado cuestionario. Juan es del todo singular.
P. Luis. Tienes, Javi, toda la razón, y trataré de resumir en algunos puntos lo que hemos
expuesto.
Primero. No puede dudarse de que el cuarto evangelio es de Juan, el apóstol y discípulo
más querido de Jesús. Son abundantes y muy autorizados los testimonios del siglo segundo,
no mucho después de la muerte de Juan, que murió muy anciano.
Segundo. Juan prescinde de los tres evangelios Sinópticos. Los da por supuestos y por
conocidos en las comunidades cristianas, y él va por las suyas. Expone temas de sus propias
catequesis.
Tercero. La dificultad mayor ─¿son de Jesús los discursos que trae Juan?─, se explican
por la memoria tenaz del discípulo, lo mucho que ha pensado en las palabras del Maestro,
y, no hay que dudarlo, porque les da una interpretación personal, muy autorizada, como de
quien conocía bien el pensamiento de Jesús.
Cuarto. La redacción no hay que atribuirla a Juan precisamente. Las últimas palabras del
Evangelio indican que Juan aprobó el escrito y sus discípulos atestiguan esto como verdad.
Rosy. Discutan los eruditos lo que quieran sobre el evangelio de Juan. Leyéndolo, se
comprueba la realidad de lo dicho por el mismo Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida”. Y aunque “nadie ha visto a Dios”, al leer este evangelio se le da la razón a Jesús
cuando nos dice: “quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”.
A continuación, la misma Lección 074,
Juan. El evangelio de las mayores alturas,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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P. Luis. Entrados ya de lleno en el Nuevo Testamento, ¿cuál quieren que sea el primer
tema que escojamos sobre la Persona de Jesucristo, centro de todo nuestro Curso de Biblia?
Rosy. Yo creo que no hay otra opción posible: la primera página de Juan, que nos
asegura: “¡Y el Verbo se hizo carne!”.
Javier. Padre Luis, ya le respondo yo con esa expresión algo fresca que usamos cuando
un asunto es claro y nos interesa: Si Dios no se hizo hombre, si Jesucristo no es Dios,
“¡apaga y vámonos!”.
Rosy. Muy bien dicho, Javi. Porque si Jesucristo no es el Dios hecho hombre, o si
Jesucristo desapareció de la tierra para siempre, estamos perdiendo el tiempo y no vale la
pena tomarse la más pequeña molestia por su Persona. Pero si Jesucristo es el Dios hecho
hombre, y sigue aquí por nosotros y con nosotros, no hay nada ni nadie que nos interese
tanto como Jesucristo.
Javier. P. Luis, empiece por esa primera página del evangelio de Juan, lo más alto y
sublime que ha salido de una pluma humana.
P. Luis. Pues, bien. Viene ahora Juan, y nos dice atrevidamente: ¿Esa Sabiduría? ¿Esa
Palabra? Eso que llaman el Logos, el Verbo, la Palabra…, eso no era una criatura de Dios,
eso era el Hijo de Dios, estaba en el seno de Dios antes de la creación del mundo, era tan
eterno como Dios, porque el mismo Verbo era Dios.
P. Luis. Pero sigue con una segunda parte que nos deja atónitos, pasmados, cuando nos
dice: Y llegó un día en que ese Dios eterno, el Verbo, la Palabra, se hizo carne, se hizo
hombre, echó su tienda de campaña en medio de nosotros, habitó entre nosotros; y hemos
visto con nuestros propios ojos, tocado con nuestras propias manos, y comprobado con
experiencia propia nuestra, que Él es el Hijo Unigénito de Dios, lleno de gracia y de
verdad. Dios se hizo hombre, y el hombre con quien nosotros vivimos, era Dios.
Rosy. Así, con una claridad tan desconcertante como arrebatadora, empieza Juan su
evangelio y su primera carta: Jesucristo es Dios verdadero y es hombre verdadero también;
tan Hijo de Dios, como hijo de María; y tan hijo de María, como Hijo de Dios. Es el
Emmanuel, el “Dios con nosotros”.
P. Luis. Juan nos dice en esta misma página: “Nadie ha visto nunca a Dios”; y sin
embargo, vendrá Jesús después, y nos dirá: “Quien me ve a mi ya ha visto al Padre”.
P. Luis. Nadie es tan grande como Dios; pero viene ahora Dios y nos dice por Pablo:
“Sean imitadores de Dios”; y nos mandará el mismo Jesús: “Sean perfectos, sean buenos
con todos, como lo es su Padre celestial”.
P. Luis. Para entender esto, digamos que es necesario ver a Dios con rostro humano, ver
a un Dios que sea como nosotros, para ser después nosotros como es Dios.
P. Luis. Sí. En Cristo aparece el rostro de Dios, y en Cristo vemos la gloria del mismo
Dios. Porque Dios se ha hecho como nosotros, y nosotros hemos sido elevados en Cristo a
la misma altura de Dios.
Rosy. ¿Es posible que Dios haya bajado tanto, y que nosotros hayamos subido tan
arriba?...
P. Luis. Para saber tratar en adelante a Jesucristo, hay que convencerse de que
Jesucristo, por haber tomado nuestra carne, esto significa “encarnación”, es un hombre
verdadero, en todo absolutamente como nosotros, sujeto a todas las condiciones, agradables
como desagradables de nuestra naturaleza humana, sin eximirse de ninguna.
Javier. ¡Claro! Como niño necesitó ser educado; y durante toda su vida tuvo que comer,
dormir, trabajar, cansarse, reír y llorar, gozar como sufrir, amar como ser odiado…
P. Luis. San Pablo lo dice con palabras magistrales: “No hizo alarde de su categoría de
Dios, sino que se despojó de su rango y tomó la forma de esclavo, pasando como un
hombre cualquiera, y se rebajó a sí mismo hasta morir, y con una muerte nada menos que
de cruz”.
Rosy. Hombre, hermano, amigo nuestro. ¿Qué más podemos decir de Jesucristo con
nosotros?...
Javier. Padre Luis, mire lo que se me ha ocurrido preguntarme: ¿Qué puedo sentir yo en
la vida, que no lo haya sentido Jesús? ¿Me entiende Jesús, por experiencia propia suya, en
cualquier circunstancia en que yo me encuentre? Por lo mismo, me pase lo que me pase,
¿puedo acudir a Él, como a mi mejor confidente, a mi defensor más seguro, a mi auxiliador
más poderoso?
P. Luis. Si llegas ahí, has sacado la consecuencia más importante de la Encarnación del
Hijo de Dios.
Javier. Sí, claro. Quien se siente pecador, se ve justamente perdido si cuenta con sus
propias fuerzas, ya que él no puede hacer nada por sí mismo. El pecador, y pecadores lo
somos todos, es quien más necesidad tiene de Jesucristo.
P. Luis. Todo eso es muy cierto. Pero aquí viene una de las afirmaciones más tremendas
y desconcertantes de San Pablo sobre Jesucristo: “Dios hizo pecado a aquel que no conoció
el pecado, para que viniésemos nosotros a ser santidad de Dios en él”.
P. Luis. Escucha al mismo Pablo: “Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una
carne semejante a la del pecado, condenó el pecado en la carne”. Venció al pecado en su
propio cuerpo, ya que Jesucristo “fue probado en todo como nosotros, excepto en el
pecado”.
Rosy. Es decir, que siendo Jesús inocente, cargó con todo pecado en su carne, y en ella
quedó el pecado muerto para siempre.
Javier. Entonces, no hay pecador que tenga excusa si llega a la muerte empedernido en
su culpa.
P. Luis. Lo dices muy bien, Javi. El pecador más grande no tiene excusa para alejarse de
un Dios que, porque ama al pecador, se ha encarnado para salvarnos a todos, como nos dice
el mismo Pablo: “Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús
vino a este mundo para salvar a los pecadores”; y añade con humildad profunda y como
para animar a todos: a esos pecadores “de los cuales el primero soy yo”.
P. Luis. Y hemos de pensar que no lo decía en broma, ni como una exageración, sino
que lo pensaba en toda su dura realidad.
Javier. ¡Claro que no, Rosy! Porque contaba precisamente con Jesucristo el Salvador.
P. Luis. Por eso precisamente. Pablo creía con toda firmeza en la bondad de Dios
manifestada en Jesucristo, y estaba tan convencido de su salvación, que le dice a su mismo
discípulo Timoteo, casi al acabar la segunda carta que le dirigió: “He llegado al final de mi
carrera, y no me aguarda más que la corona que me quiere entregar el justo Juez”.
Rosy. Vemos, simplemente, que no puede ni debe haber uno solo en el mundo sin
esperanza.
P. Luis. ¿Les pongo una comparación? Muy acertada, como que viene de San Agustín…
P. Luis. Se ha dicho que Jesucristo se metió en el mundo de los pecadores como entra en
la cárcel llena de criminales un señor honorable, rico, influyente, con autoridad, y de buen
corazón. Cara a cara en la celda del mayor criminal, se entabla la conversación:
- ¿Qué haces aquí?
- Pagando mi condena. ¿Y usted? ¿También es un criminal como yo?
- Los dos estamos en el mismo sitio, aunque yo no he delinquido en nada ni he
quebrantado ninguna ley.
- Entonces, ¿para qué viene usted?
- Quiero sacarte de aquí. Tengo autoridad y puedo hacerlo. Haz el favor de venir
conmigo…
P. Luis. Pues, aún les pongo otra. Es lo que hacía la Rusia cristiana en la fiesta de la
Encarnación, celebrada allí con devoción muy especial. Se abría en la asamblea una jaula y
se dejaba escapar al pájaro prisionero: era la Humanidad, libre del pecado y de la
condenación por el Dios hecho hombre.
Rosy. El pájaro que sale libre de la jaula y emprende el vuelo por el cielo azul. ¡Bien
poético!
P. Luis. Al estudiar la Encarnación tal como nos la enseña el evangelio de Juan, hay que
tener siempre ante los ojos la intención especial de Dios Padre, del que nos dice el mismo
Jesús, cuando habla con Nicodemo: “De tal manera amó Dios al mundo, que llegó a darle
su Hijo unigénito”.
Javier. Mi pensamiento se va ahora por otra parte. El mayor pecado del mundo moderno
es ciertamente el ateísmo, el alejamiento voluntario de Dios. ¿Tendrán excusa ante el
tribunal divino los que no aceptan a un Dios que viene a salvarlos, porque ni les interesa
trabar conversación con Él?...
Rosy. Javi, ¿y por qué no vuelves la estampa al revés? ¿Queremos hacer algo por la
salvación del mundo? No encontraremos medio más eficaz que enseñar a todos los alejados
de Dios, voluntariamente o involuntariamente, por malicia, por descuido o por ignorancia,
que hay un Dios interesado por ellos; tan interesado, que hasta se ha metido de lleno en su
vida haciéndose, por la encarnación, como uno de ellos, con sus mismos problemas y sus
mismas inquietudes y sus mismas ilusiones.
P. Luis. Al hablar de la Encarnación del Hijo de Dios, hemos tomado como base de
nuestra exposición la palabra de Juan: “Y el Verbo se hizo carne”, por ser la expresión más
explícita del Evangelio.
Javier. Es cierto, pero hemos prescindido de los otros evangelios, dejando las dudas de
José al encontrar encinta a María, y la escena inigualable de Lucas en la anunciación del
ángel, que ha dado pie a tanto ingenio del arte y a tanta poesía.
Javier. Ya me sospechaba que esta Rosy nos saldría con alguna así… Contéstele, Padre
Luis.
Javier. Mucho nos hemos elevado hoy con un tema como la Encarnación del Hijo de
Dios. Pero creo que hemos captado bien lo que significa eso de Juan al principio de su
evangelio: “Y el Verbo se hizo carne”. ¿No podría, Padre Luis, darnos una síntesis de lo
que nos ha explicado hoy?
Cuestionario
P. Luis. ¡No faltaba más! Por muy alta que sea la doctrina de Juan, la resolución es muy
sencilla: Dios se ha hecho hombre. Pensemos en esto.
Primero. Al Hijo de Dios lo llama Juan, conforme a la expresión que se había
introducido en aquel tiempo, el Logos, el Verbo, la Palabra; pero es esto: El Hijo eterno de
Dios.
Segundo. Al Jesús nacido de la Virgen, al niño de Mateo y Lucas, Juan lo presenta desde
el principio como un hombre verdadero que ha echado su tienda de campaña entre nosotros,
para ser el compañero de nuestra vida.
Tercero. Dios Padre, impulsado por su propio amor, nos ha enviado su Hijo no para que
Jesucristo, el Hijo hecho hombre, juzgue al mundo y lo condene, sino para que el mundo se
salve por Él
Cuarto. La verdad de la Encarnación sólo la entenderemos cuando Jesucristo entre en
nuestra existencia como el hombre, el hermano y el amigo que ha querido compartir nuestra
vida entera.
Rosy. Empiezo a entender dos plegarias tan tiernas de la Biblia. Aquella con que acaba
el Apocalipsis: “¡Ven, Señor Jesús!”. ¿Cómo no nos vamos a morir de ganas de ver a
Jesús?... Y, mientras llega ese día dichoso, la otra plegaria, aquella de los de Emaús.
“¡Quédate con nosotros!”… ¿Cómo vamos a poder caminar y vivir sin Él?...
A continuación, la misma Lección 075,
Belén. La historia del nacimiento de Jesús,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Rosy. ¡Vaya, por Dios!... Cualquiera diría que no sabemos lo que es la Navidad, la fiesta
más idílica de todo el año. En Belén vemos a una jovencita Madre totalmente feliz; un
esposo que no sale de su asombro, mientras sonríe de manera inefable; un bebé que duerme
recostadito sobre la hierba seca y las pajas de un pesebre de animales en medio de la noche
callada… Jamás la Humanidad ha contemplado ni contemplará en adelante algo más lleno
de amor, de ternura, de poesía, que este cuadro arrebatador.
Javier. ¡Vaya manera de empezar hoy, Rosy! Padre Luis, en vez de la poesía de Rosy,
empiece por ambientarnos en la historia y en la geografía.
P. Luis. Javi, es el mismo Dios quien está manejando los acontecimientos, de manera
que se cumpla al pie de la letra lo profetizado desde hacía muchos siglos.
P. Luis. Dios, por el profeta Natán, le aseguró a David que en un descendiente suyo se
cumpliría la promesa hecha al patriarca Abraham de enviar al mundo un Salvador. El
profeta Miqueas señaló con el dedo a Belén como lugar de donde saldría el Mesías que
esperaba Israel.
Javier. Pero hacía cinco siglos que había desaparecido la dinastía real de David, cuando
el Destierro de Babilonia.
P. Luis. Y aún te añado yo: Belén, de donde procedía la familia de David, no era sino un
pueblecito pequeño, a unos ocho kilómetros al sur de Jerusalén.
Rosy. Si María con José vivían en Nazaret, y la Virgen estaba encinta, no se podían
mover fácilmente de su casa. ¿Qué ocurrió en concreto y cómo fueron las cosas?
P. Luis. Si Belén hubiera estado cerca de Nazaret, la dificultad no hubiera sido muy
grande; pero distaba más de ciento cincuenta kilómetros, sin más camino entre los dos
pablados que sendas mal trazadas para camellos o jumentos.
Javier. Yo me pregunto, entonces: ¿cómo lo hará Dios para que se cumplan las
profecías?... Ni José ni María han recibido orden de trasladarse a Belén.
P. Luis. Pero viene el decreto inesperado de César Augusto de que se haga el censo de
todo el Imperio.
Rosy. ¡Ya estamos! Siempre lo he oído: el orgullo de un hombre iba a ser el causante de
aquellas incomodidades para la sagrada Familia.
Javier. Pero debía para eso remover de sus casas a toda la población del Imperio.
P. Luis. No es así. Los romanos se inscribían en el mismo lugar donde vivían. Pero,
respetando precisamente la idiosincrasia de cada pueblo, los judíos habían de seguir su
costumbre de trasladarse al lugar de donde procedía su familia, aunque los antepasados
vinieran de muchos siglos atrás. Aquellos orientales lo recordaban constantemente sin
equivocación posible por tradición familiar, que valía más que cualquier archivo. Y José
sabía más que de memoria que su linaje era el de Jesé, padre de David, natural de Belén en
Judá.
Rosy. O sea, que todo fue providencia de Dios, no mala voluntad de un gobernante
como César Augusto.
P. Luis. ¡Por algo dice Javi que Dios sabe jugar bien su papel! Indiscutiblemente, que
María y José, igual y mejor que todo el pueblo judío, conocían la profecía de Miqueas sobre
el nacimiento del Mesías en Belén. Pero estemos seguros de que ellos, por su cuenta, no se
hubieran movido de Nazaret. Habrían dejado todo el problema en manos de Dios.
P. Luis. Sí; hay en esto algo muy importante. Al tener que ir a Belén obligatoriamente,
tenían la prueba de lo que han aceptado antes por fe: el niño que viene es el Cristo
prometido. Es el sistema de Dios en la Biblia, como lo vemos por las palabras de Dios a
Ezequiel: “Y cuando les establezca en su tierra, sabrán que lo digo y lo hago”. O como a
Moisés en el Sinaí: “Esta será la señal de que yo te envío: cuando hayas sacado al pueblo de
Egipto, darán culto a Dios en este monte” (Ezequiel 37,14; Éxodo 3,12). Al ver cumplida
una profecía, no se dudaba más de que era Dios quien había hablado.
Javier. ¿Cree usted, Padre Luis, que José, siendo pobre, poseía un asno? Tengo
entendido que eso era señal de ser un campesino, o carpintero como José, algo acomodado
dentro de aquellas circunstancias sociales.
P. Luis. Es cierto. Este viaje tan largo en la situación de María, y después la huía a
Egipto, otro viaje mucho peor y con bebé encima, no se explica sin contar con una
cabalgadura.
Rosy. Pienso en María. El viaje tuvo que ser penoso para Ella.
P. Luis. Pero María no era una mujer que se acobardara fácilmente, como lo demostró
apenas llegados que fueron a Belén.
P. Luis. Allí no había reserva alguna, y María dijo resuelta: ¡Aquí, no! Yo no me quedo
aquí para esta hora… María y José disponían de sitio como todos los demás, pero Lucas
observa delicadamente: “No había lugar para ellos”, es decir, para María en aquella
situación. Y fue entonces cuando decidieron refugiarse en una gruta natural en la ladera del
pueblo, establo de animales, que tenía el pesebre excavado en la roca de la pared. Nuestra
justa imaginación ve cómo José lo limpia y lo arregla en lo posible, para que no sea tan
indigno del Rey celestial que está para venir.
Rosy. Padre Luis, ha pronunciado la palabra “imaginación”. Y nuestra imaginación ve
también, con el corazón emocionado, cómo a mitad de la noche, María da a luz a su niño, al
que coloca en el pesebre de los animales. ¿Queda recuerdo actual de esa cueva?
Javier. Muchas gracias, Padre Luis, por esta anotación tan valiosa.
P. Luis. Hay una palabra en el relato de Lucas que los enemigos de la Virgen han
exprimido bien para atacar a la Madre de Jesús. Es cuando dice que María “dio a luz a su
hijo primogénito”. Desde muy antiguo, y contra la fe de la Iglesia, aprovecharon la palabra,
y se decían: “¿Primogénito? Luego siguieron otros”. Y entonces, naturalmente, María no
fue virgen. Ni en esta noche al dar a luz, ni mucho menos después.
P. Luis. Así pensaban y así decían hasta nuestros días. En el lenguaje de la Biblia, y para
un judío, “primogénito” era una palabra jurídica. “Primogénito” era aquel hijo a quien, por
venir el primero, le correspondía la “primogenitura”, o sea, los derechos familiares y del
clan en plenitud. Se prescindía de que vinieran o no vinieran otros hijos después. En el caso
de Jesús, tenía un sentido mucho más pleno: en Él recaía el cumplimiento de la Promesa
hecha por Dios a Abraham y a David. Jesús era el Mesías esperado por Israel.
Javier. ¿No es ésta la historia de Esaú y Jacob, con el plato de lentejas y con la trampa
de Rebeca, que hicieron pasar a Jacob tanto la herencia como la bendición de Isaac,
arrancándoselas a Esaú?
P. Luis. Muy bien traído el recuerdo de lo que era la primogenitura. Pero, en el caso de
Jesús, un hecho casual ─llasmémoslo mucho mejor “providencial”─, vino a tapar la boca
para siempre a los detractores de María. Ya bien entrado el siglo XX, se encontró la lápida
mortuoria de una mujer judía, emigrada a Egipto, la cual moría en los mismos días en que
María tuvo a Jesús, concretamente el año 5 antes de nuestra era. La lápida pone en labios de
la joven difunta estas palabras: “El Destino me trajo al término de mi vida entre el llanto de
mi hijo primogénito”. La inscripción fue publicada en las revistas científicas de
Arqueología y Biblia de más prestigio internacional.
Rosy. ¡Qué providencia y qué claridad! Si el “primogénito” mató a la mamá, pocos hijos
podían venir después… Leída semejante inscripción de una mujer judía, y del mismo año
en que nació Jesús, eso de que “primogénito” indica que vinieron después otros hijos, ya no
lo dice más que un imprudente o un ciego voluntario…
P. Luis. Y lo mismo hay que decir del alumbramiento virginal de Jesús. Lucas, maestro
para hablar con delicadeza, nos lo ha dicho bien claramente María misma envuelve a su
chiquitín en pañales y lo coloca en aquella cuna tan singular del pesebre. Un
alumbramiento normal impide a la madre todos esos movimientos que realiza María sin
ayuda de nadie.
Javier. Estoy discurriendo sobre otro punto. Acaba de decirnos, Padre Luis, que Jesús
nació el año 5 antes de nuestra era. ¿Cómo es eso?
P. Luis. Interesante, Javi. Se lo explico. El monje que hizo el cómputo de la era cristiana
en el siglo sexto colocó la fecha del nacimiento de Jesús el año 754 de Roma, mientras que
Herodes había muerto el año 750. Es decir, que Jesús nació lo más pronto entre seis y
cuatro años y medio antes: entre el principio del censo y la muerte de Herodes. Pongamos
el término medio de del año 5. Así, Jesús ya tenía algunos meses al morir el rey asesino de
los Niños Inocentes de Belén.
P. Luis. Rosy, has discurrido bien. Si después Jesús murió el año 30, al morir tenía por
lo menos unos treinta y cuatro años y medio, y a lo más treinta y seis.
Javier. Gracias por estas precisiones tan interesantes. ¿Y se sabe en qué día nació Jesús?
¿Fue en nuestro 25 de diciembre?
P. Luis. No. Esa fecha era la de una fiesta romana para celebrar, diríamos, el nacimiento
y la gloria del Sol, fiesta muy popular y pagana. Mientras el pueblo la celebraba con gran
regocijo y la inmoralidad de siempre, la Iglesia de Roma la quiso sustituir con la del
nacimiento del verdadero Sol de Justicia, Cristo Jesús, el que es la Luz del mundo.
Rosy. Sabemos por el Evangelio de Lucas cómo fue el nacimiento de su primo Juan el
Bautista, lleno de regocijo familiar y bien conocido por toda la montaña de Judea. El de
Jesús es la estampa vuelta al revés. Sólo su Madre y José…
Javier. Y los pastores, Rosy, ¡y con qué fiesta de los ángeles por los cielos de Belén!…
P. Luis. Javi, poetizas mucho, como lo hacemos todos en Navidad. Rosy apunta bien.
Nacido Jesús, fue reconocido como Mesías por los pastores, pero nadie debió hacer mucho
caso de ellos, pues aquellos hombres no significaban nada socialmente. Eran los últimos del
“pueblo de la tierra”, como se decía vulgarmente...
Javier. Pero creyeron, y fueron los primeros testigos de la salvación que Dios enviaba al
mundo.
P. Luis. Eso, sí. Dios escogió a los más pobres y más humildes para comunicar la gran
noticia. Y no poetizamos, sino que nos situamos en la verdad histórica más cierta, cuando
pintamos a los pastores trayendo leche, requesón, y quizá algún cordero de sus rebaños. En
Oriente, era inconcebible presentarse a rendir homenaje a una persona de importancia con
las manos vacías, sin llevarle los regalos correspondientes.
Rosy. ¡Qué providencia de Dios para José y María, que debían estar sin nada!...
P. Luis. Como fueron providenciales después los regalos de loa Magos, al tener que huir
José con la Virgen y el Niño tan precipitadamente hasta Egipto. La vida es así, y Dios tenía
que salir de una manera u otra por su propia familia.
Javier. Primero con los pastores, después con Simeón y Ana en el Templo, y sobre todo
con los Magos, pareciera que Jesús venía al mundo con la popularidad asegurada…
P. Luis. Pero no fue así. Dios sacó de Nazaret a María para ocultar el nacimiento
virginal de Jesús. Y sacó de Belén a la Sagrada Familia mandándola a Egipto ante el
decreto de Herodes, que exterminaba a todos lo niñitos de Belén. María y José se veían
libres de admiración inútil, a la vez que reconocían el cumplimento de las profecías sobre
su hijito.
Rosy. Está claro. El secreto lo mantendría sólo María, la que “guardaba todos estos
hechos en su corazón”, como dice el Evangelio, hasta que un día lo revele todo, como única
testigo, para conocimiento de la Iglesia y del mundo entero.
Cuestionario
P. Luis. Tratemos, sencillamente, de adivinar los planes de Dios. Lo hace todo al revés
del mundo, para indicarnos que la salvación es obra exclusivamente suya. En la pobreza y
la humildad se ha manifestado la gloria de Dios, que en su Hijo, niño chiquitín, manda su
paz a todos los hombres, a todos, porque todos son “amados de Dios”.
A continuación, la misma Lección 076,
Nazaret. Jesús, hombre en todo como sus hermanos,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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P. Luis. Naturalmente que sí. Pero nuestra lección de hoy tiene una intención especial.
No se trata de una reflexión piadosa sobre la vida escondida de Jesús, como se nos propone
tantas veces.
Javier. Es cierto: que si Jesús llevaba vida de obediencia, que si rezaba, que si
trabajaba… Siempre se nos dice lo mismo. ¿Piensa variar usted, Padre Luis?
P. Luis. Sí. Hoy queremos mirar a Jesús en su vida normal, en la de cada día, para
valorar lo que significa eso de que el Hijo de Dios “se encarnó”. Porque la palabra
“Encarnación” la solemos tomar en su sentido más propio y restringido de que “Dios se
hizo hombre”. Y hay que mirar mucho más.
Javier. Muy bien. Creo que hemos de tender la vista más lejos, y saber y estar
convencidos de que Jesús fue en todo un hombre igual que nosotros, sin dispensarse
ninguna de las leyes de la vida que nos afectan a todos sus hermanos, tal como nos explicó
en aquella lección tan bella que tituló: “Y el Verbo se hizo hombre”.
Rosy. Eso mismo. Queremos ver el alcance de lo que significa el que Jesús fuera en todo
igual que nosotros, sometido a las condiciones del niño, del adolescente, del joven, del
hombre que ha de trabajar en medio de las condiciones sociales de su país y de su época,
sin privilegio alguno. En suma, el Jesús que llevó una vida igual que la nuestra.
Javier. ¿Por qué no empieza, Padre Luis, por hablarnos de su pueblo de Nazaret?
P. Luis. Nazaret. El Evangelio de Lucas lo llama “Una ciudad de Galilea”. Pero eso de
ciudad es un decir, ya que no pasaba de ser un poblado sin alguna significación, ni
geográfica ni histórica. Hasta este momento de la Anunciación no sabíamos por la Biblia ni
que existiera.
Rosy. Y no debía ser muy apreciado el pueblo por sus vecinos, cuando oímos a Natanael
que suelta de buenas a primeras cuando le nombran a Jesús: “¿De Nazaret puede salir cosa
buena?”. Rencillas de pueblerinos, desde luego; pero algo significaba semejante
expresión… ¿Y dónde se hallaba situado Nazaret?
P. Luis. Estaba en Galilea, región rica del norte de Palestina, con extensos y feraces
campos de cultivo, abundante pesca del lago Genesaret, y mucho comercio por ser paso
obligado de las caravanas que venían de Oriente camino de Egipto y de la misma Palestina.
Esto hacía que, además del arameo, se hablara en ella el griego por los que habían de estar
más en contacto con esas gentes venidas de fuera, y que los galileos fueran más abiertos,
alegres y comunicativos que los habitantes de Judea.
P. Luis. Si Nazaret no era propiamente una ciudad, tampoco era un poblado muy
pequeño, pues tenía sinagoga propia, centro de la reunión y culto del sábado, además de ser
escuela adecuada para los niños. Hay que saber también que tenía una fuente abundosa de
agua, y esto en Oriente era un factor importante. Aparte del servicio que prestaba al pueblo,
atraía a las caravanas que iban de paso para abrevar a sus cabalgaduras y proveer de agua
sus ánforas para el camino. Ese manantial se conserva todavía y es conocido con el nombre
cariñoso de “La fuente de María”.
Rosy. Perdone la curiosidad. ¿Y cómo eran las casas, poco más o menos?
P. Luis. Las casas eran muy sencillas. Normalmente constaban sólo de una estancia
espaciosa, con la amplia puerta de entrada, pero sin ventanas.
Javier. Entonces, como una cueva, aunque no natural, sino construía expresamente.
P. Luis. Así es. En la parte interna, las paredes tenían sus anaqueles para colocar las
colchonetas de dormir, los utensilios de cocina y ánforas con los granos. Además, en el
suelo estaban las arcas con las ropas y objetos de más valor.
Rosy. Poca comodidad debía ofrecer una casa así, toda oscura. Entiendo la importancia
que se le daba a la lámpara. Al no tener más iluminación que la de la puerta, al llegar la
noche era imprescindible la luz de la lámpara, que exigía diligencia para guardarla
encendida, o tenerla pronta para prenderla con el fuego de afuera.
P. Luis. No. La estancia daba a un patio amplio, donde se colocaba el molino a mano
para desgranar el trigo y amasar el pan de cada día, que se podía cocer en el horno familiar
allí mismo, o llevar a otro grande utilizado por varias familias.
P. Luis. Como en Galilea hace normalmente un día con sol espléndido, en el patio se
colocaban los instrumentos de trabajo, la hilandera de la mujer o la mesa de un taller.
P. Luis. Preguntas muy bien. Cabían allí, debidamente separados, los animales
domésticos, como gallinas, algunos corderos o el asno. Había un rincón apropiado para
guardar la leña y la hierba seca para mantener el fuego. Muchas veces ese patio era
compartido por varias familias, cuya casa, de única estancia, daba al patio, en el cual cada
familia tenía su parte.
P. Luis. En una morada así, propia e independiente, pasó Jesús los treinta primeros años
de su vida, aunque pudo también ser de patio compartido con las hermanas de María. Lo
cual no quiere decir que en Nazaret no hubiera también casas como las nuestras, unas más
acomodadas que otras, aunque todas humildes como de gentes sencillas, y una de esas casas
pudo ser la de José.
Javier. Parece que nos hemos situado bastante bien en la vida oculta y tan idílica de
Jesús en Nazaret.
Rosy. Padre Luis, ¿fue la vida de Jesús en Nazaret tan idílica como piensa Javier?
P. Luis. Ciertamente que sí. Las condiciones familiares, por modestas que fuesen, no
quitaban nada al encanto que ofrecía una familia unida, con una gran honestidad, con
mucho amor, centrada en un hijo que constituía la felicidad colmada de sus padres.
P. Luis. Dentro del marco de vivienda familiar que hemos descrito, nos encontramos
ante todo con Jesús NIÑO. Un niño como todos los demás. Precioso, desde luego. Cuando
el Evangelio dice por dos veces que “el niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría,
y la gracia de Dios estaba en él”; y después: “Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en
gracia ante Dios y ante los hombres”, nos hallamos ciertamente con un niño excepcional.
Javier. ¡Y tan excepcional! Esas descripciones del Niño y esos elogios de Lucas no se
pueden tributar a un pequeño cualquiera.
P. Luis. Aunque tengamos en cuenta que esto de Lucas no quiere decir que le viniera
todo de su ser de Dios.
P. Luis. Muy bien. Como hombre, Jesús tuvo que ser formado por sus padres, y
corregido en sus travesuras inocentes de niño vivaracho.
P. Luis. De labios de María aprendió a dar los primeros pasos, a balbucear las primeras
palabras y dirigir a Yahvé las oraciones de todo buen israelita.
Javier. ¿Y tuvo que ir a clase, como nuestros niños?
Javier. Es bien interesante este punto. Sin acudir a estudios superiores, como diríamos
hoy nosotros, tenía Jesús una buena base cultural para un hombre del pueblo. No era un
rabino o un escriba de Jerusalén, pero tampoco un hombre vulgar, ni mucho menos. Si le
añadimos la ciencia que adquirió con sus observaciones personales, y de las cuales da
pruebas pasmosas en todo el Evangelio, hay que decir que Jesús, como hombre, fue un
talento único, un supergenio.
Rosy. Oye, Javier. Que estamos hablando del niño, y tú te has ido a lo más alto del
hombre. ¿Por qué no miramos antes al ADOLESCENTE?
Javier. Tienes razón, Rosy. Padre Luis, háblenos del desarrollo de aquel niño.
P. Luis. De joven, Jesús aprendió de José el mismo oficio: carpintero. Pero, ¿era José, y
después Jesús, sólo carpintero?... Parece que no. La palabra griega “tekton”, que usa el
Evangelio, igual se aplica a un trabajador de la construcción, que al carpintero o al ebanista,
o al artesano en general.
Javier. En este caso, podríamos decir que Jesús, como antes José, era un operario
especializado; no uno que no tiene trabajo y va picoteando en lo que sale.
P. Luis. Creo que piensas muy bien, Javi. Jesús sabía y ejercía varios oficios, entre los
habitantes de Nazaret y pueblos vecinos. Esto hizo que Jesús se relacionara con bastante
gente.
Javier. Y sigo pensando. Aunque no lo diga el Evangelio, cae por su propio peso que
era un operario perfecionista, dada su capacidad de trabajo, su habilidad innata, y su
honestidad a toda prueba.
Rosy. Pienso exacta, exactamente lo mismo. Eso debió influir, como una consecuencia
muy lógica, en la confianza que le tuvo su clientela, no por modesta menos eficaz para
confiarle siempre más trabajos, que incidirían también en la economía familiar.
P. Luis. Esto que dices, Rosy, y que hoy se tiene muy en cuenta, lleva a pensar en la
cuestión de su posición económica. ¿Rica la Sagrada Familia? Ciertamente que no.
Javier. Eso está claro. Sabemos que al presentar al Niño en el Templo llevó José los dos
pichones en vez de un cordero. Esto indica que en Belén, después de aquel viaje, y sin nada
en propiedad, José estaba ciertamente en la condición de los pobres.
P. Luis. La observación está muy bien hecha. Pero en Nazaret, esa condición de pobreza
pudo variar mucho. Pobre, sí; pero no hay que exagerar dentro de aquellas condiciones
sociales. José trabajaba para tres. Crecido Jesús, eran dos los que trabajaban para tres. Y
fallecido José, Jesús, magnífico trabajador, se podía bastar muy bien para su Madre y para
sí mismo.
Rosy. Siempre he leído que Jesús puso ser también agricultor. ¿Es cierto? De ser así, su
posición económica podía ser más desahogada.
P. Luis. Nadie lo pone en duda. Leyendo el Evangelio, se ve en seguida que Jesús tenía
experiencia directa del campo. Es decir, que debía poseer la familia en propiedad alguna
parcela o terreno, como lo solían tener normalmente los habitantes de los pueblos.
Javier. Para tener ideas claras, yo pienso que la pobreza de la Sagrada Familia no hay
que compararla con la pobreza de los que pululan sin nada en las ciudades. La vida
campesina puede ser modesta, pero más estable y segura.
P. Luis. Así piensan ustedes, y así pienso yo también. Podríamos aplicar a la Familia de
Nazaret, como una comparación, lo que el bendito Papa Juan XXIII dijo de su familia
campesina en nuestros días: “Vivíamos en una honrada pobreza”.
Rosy. No hemos dicho nada del aspecto moral en la casa de Nazaret. Se da por supuesto,
naturalmente, que allí se daba una honradez humana y una piedad religiosa a toda prueba.
P. Luis. Lucas nos traza unas pinceladas magistrales. Jesús, a pesar de ser Dios, se
sujeta en obediencia a sus padres. Desaparecido José, y ya en la plenitud de hombre, cuida
de su Madre con cariño muy especial y con responsabilidad plena.
Javier. ¿Se sabe algo concreto sobre la piedad religiosa de aquel hogar de Nazaret?
P. Luis. El Evangelio cita sólo la subida anual de José y Jesús a Jerusalén por la fiesta
de la Pascua, a la que les acompañaba María, aunque como mujer no tuviera la obligación
de los varones. Cada día recitaban el Shemá, el “Escucha, Israel”. …”. La bendición de la
mesa, según la tradición judía, no faltaba tampoco nunca. Y, como tantos israelitas
piadosos, desahogaban el alma con la recitación del los Salmos en voz alta. Las costumbres
judías sanas y laudables, no eran en ellos prácticas vacías de sentido como en muchos
fariseos, sino obligaciones que se imponían como los fariseos mejores, Gamaliel o Pablo de
Tarso…
Javier. Por lo que hemos visto con los elogios de Lucas, Jesús era muy singular, es
cierto, pero no eso no implicaba que socialmente fuese un tipo raro.
Cuestionario
P. Luis. El fin que nos hemos propuesto es bien claro: es cierto que al encarnarse el Hijo
de Dios, tomó la naturaleza humana y fue hombre a la vez que Dios. Pero lo que más nos
interesaba era ver cómo Jesús asumió las condiciones de nuestra vida. En un tiempo y en un
entorno social concretos, se hizo en todo como nosotros, algo que Nazaret lo enseña de
manera magistral e imborrable.
Rosy. Con eso de Lucas: “Lleno de gracia y simpatía ante Dios y los hombres”, yo
piensos en María, que más de una vez debió decirse lo de nuestras mamás: “Estoy orgullosa
de mi hijo”. ¿Acierto?...
P. Luis. A decirles esto: Que Dios, y Jesús mismo, cumplieron lo de esta sentencia
evangélica. Quiero decir: venido Jesús al mundo, Dios lo manifestó, lo hizo ver a todos, a
fin de que Aquel que aparecía como Sol del mundo fuera distinguido por todos y a todos
iluminara su esplendor. Hoy vamos a hablar de la Manifestación de Jesús, de las tres
manifestaciones más distinguidas de Jesús en el Evangelio: los Magos, el Jordán y Caná.
Rosy. Padre Luis, diga ante todo quiénes eran esos Magos.
P. Luis. No eran “reyes”, como se ha dicho popularmente, ni, mucho menos, hechiceros
o algo parecido. Procedían de Persia, y eran discípulos de la escuela doctrinal de
Zarathusthra o Zoroastro. Desde siglos atrás esperaban un “auxiliador”, procedente del
Buen Espíritu contra el espíritu del mal. Algo así como una especie de Mesías.
P. Luis. Creían en Dios, y con un concepto no muy alejado del que tenían los judíos.
Hombres religiosos, y dados también al estudio de la astronomía, sabían de la esperanza de
Israel, que, según la profecía de Balaam, vería brillar la estrella anunciadora del Cristo
esperado: “De Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel”. Desde los tiempos del
Destierro de Babilonia, era ésta una noticia divulgada por todo el Oriente.
Rosy. Y los Magos, ¿adivinaron que se trataba ahora del Mesías esperado por los
judíos? ¿Cómo era la estrella que vieron, para distinguirla de las demás?
P. Luis. Nacido Jesús, los Magos contemplan una estrella muy especial. Hemos de decir
que era una estrella milagrosa, pues todos los intentos que se han hecho para identificarla
con la conjunción de varios planetas, con el cometa Halley, o una supernova, no coinciden
con las tablas astronómicas.
Rosy. O sea, que no se trata solamente de un símbolo, sino de algo también real.
P. Luis. Las dos cosas, La estrella milagrosa entrañaba un significado profundo: la fe,
descrita magistralmente por el Obispo y Mártir San Ignacio de Antioquía, discípulo de los
Apóstoles, cuando era llevado cautivo a Roma para ser echado a las fieras del circo: “Al
nacer Cristo, una estrella brilló en el cielo, más esplendente que cualquier otra estrella; su
luz superó cuanto se puede decir y llenó a todos de estupor; todas las demás estrellas, junto
con el sol y la luna, formaron un coro alrededor de esta estrella, que a todas superaba en
resplandor”.
P. Luis. Aquellos Magos, sabios muy rectos de la Persia lejana, son el símbolo de todos
los pueblos que buscan a Dios con sincero corazón. Aceptada la fe, se convierten en esa
Iglesia formada por hombres y mujeres que forman “una muchedumbre inmensa, que nadie
podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas”, simbolizadas en los reyes que
vienen de Madiam, de Efá y de Saba, trayendo oro e incienso para homenajear al gran Rey,
el Cristo Salvador.
P. Luis. El evangelio de Mateo concretizará más la historia que nos ha narrado de los
Magos, cuando relate la última aparición de Jesús a los Apóstoles: “Vayan por todo el
mundo, y hagan discípulos de todas las gentes”. El Evangelio, manifestado a los Magos de
Oriente, y en ellos a todos los pueblos paganos, no conoce fronteras.
P. Luis. Por ejemplo, Zacarías en Ain Karim, un aislado rincón de Judea, cuando le
decía a Juan, su bebé recién nacido: “Y tú, niño, irás delante del Señor a preparar sus
caminos”. Se enteraron todos los habitantes de aquellas montañas de Judea.
P. Luis. Los pobres pastores de Belén, a los que dijo el ángel: “Les anuncio una gran
noticia: que en Belén les ha nacido un Salvador, el Mesías del Señor”. Toda la comarca se
enteró, aunque nadie hiciera caso a aquellos pobretones de la estepa.
P. Luis. Simeón a los que le oían en el Templo cuando la Presentación del Niño: “Mis
ojos, Señor, ya han visto a tu Salvador, a quien has mandado como luz de todas las gentes y
gloria de tu pueblo Israel”. Simeón y Ana, como remarca Lucas, hablaban del Niño a todos
los que les rodeaban en las explanadas del Templo.
P. Luis. Dominados por la omnipotente Roma, los judíos suspiraban por el prometido
Mesías, que traería la liberación del pueblo. Por eso, al aparecer Juan, después de más de
cuatrocientos años en que Israel no había conocido ningún profeta, la expectación en toda
Judea era enorme.
P. Luis. Leemos los Evangelios, y nos resultan patéticos los diálogos de Juan con los
jefes judíos o con sus enviados. -¿Eres tú el Mesías? -No, yo no soy. -¿Eres acaso el
profeta? -No, yo no lo soy. -Entonces, dinos: ¿quién eres tú? -Yo soy una voz que clama en
el desierto… En medio de ustedes hay uno a quien no conocen… Uno que viene detrás de
mí, y a quien yo no soy digno ni de desatarle la correa de sus sandalias.
P. Luis. Con milagro, no. Pero Dios quiso intervenir de una manera visible. Salido Jesús
de las aguas de río, se abren los cielos, aparece el Espíritu Santo en forma de paloma, y se
oye la voz del Padre: “Este es mi Hijo querido, en quien tengo todas mis delicias”.
P. Luis. Juan añadirá después otras palabras, que tantas veces oímos y repetimos: “¡He
aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!”… “Yo no lo conocía, pero he
venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel. He visto al Espíritu que
bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él… Yo le he visto, y doy testimonio
de que él es el Elegido de Dios”.
P. Luis. Más tarde, y hacia el final del ministerio de Jesús en Jerusalén, los espíritus más
rectos dieron una versión atinada: “Es cierto que Juan no hizo ningún milagro. Pero, todo lo
que dijo de éste, era verdad”.
Jesús, a partir del Jordán, quedaba manifestado a Israel como el Cristo de Dios.
Javier. Padre Luis. Nos falta la tercera manifestación de Jesús, que usted nos ha
insinuado antes: la de Caná. ¿Puede decirnos algo de ella?
P. Luis. Entre los que habían escuchado a Juan el Bautista había dos muchachos
magníficos, Andrés y Juan, que siguen calladamente a Jesús, el cual les pregunta:
- ¿Qué buscan?
- Maestro, ¿dónde vives?
- Vengan y vean…
Pasan los tres la noche juntos, y al día siguiente le habla Andrés a su hermano Simón:
- ¡Hemos encontrado al Mesías!...
Y Jesús, nada más lo ve, le clava la mirada:
- Tú ya no te vas a llamar Simón, sino Kefás, Piedra.
Felipe se dirige al simpático Natanael, un israelita sin doblez:
- Hemos encontrado a aquel de quien habló Moisés y los profetas.
Y les dice Jesús a los cinco o seis del grupo:
- Van a ver el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del
hombre.
Javier. ¿Y Caná?
P. Luis. Si no les ha de cansar la cita, algo larga, les describo el marco en que se
desarrolla la escena.
P. Luis. Bien. Un gran historiador de la Vida de Jesús nos describe la boda judía en
aquellos tiempos con datos tomados de documentos judíos:
“La esposa salía de manos de las amigas y parientes pomposamente engalanada, con una
corona en la cabeza, el rostro muy acicalado, resplandecientes los ojos por los colirios,
pintados los cabellos y las uñas, cargada de collares, brazaletes y otros adornos, en la
mayoría de los casos falsos o prestados. El esposo también, coronado y acompañado por los
amigos del esposo, iba al caer de la tarde a la casa de la esposa para recoger a ésta y
conducirla a la suya propia. La esposa le recibía circundada de sus amigas, provistas de
lámparas, y todas prorrumpían en aclamaciones al llegar el esposo.
“De casa de la esposa a la del esposo se organizaba un cortejo en el que tomaba parte
todo el pueblo, con luminarias, cantos, música, danzas y gritos jubilosos. Tanta era la
autoridad moral de semejantes cortejos, que hasta los rabinos interrumpían las lecciones en
las escuelas de la Ley y salían con sus discípulos a felicitar a los esposos.
“En casa del marido se celebraba luego el banquete nupcial, con cantos y discursos de
congratulación y augurio feliz. Se bebía, en efecto, sin parsimonia, menudeando los vasos
cordialmente, ya que se trataba de una señalada ocasión para aquella gente que llevaba todo
el año una vida austera y trabajosa. Se libaban vinos especiales guardados cuidadosamente
durante mucho tiempo atrás para la ocasión”.
Esto cuenta Ricciotti, el famoso historiador de Jesús.
Rosy. ¡Qué bonito! ¿Y en una boda así participó Jesús?... Bueno, sabemos muy bien la
historia. La fiesta se alargaba por varios días, y llegó a faltar el vino. María, la Madre de
Jesús, al darse cuenta del apuro de los novios, arranca a Jesús el primer signo, su primer
milagro, para que siga la alegría de una fiesta semejante… Siga usted, Padre Luis, con el
significado de este milagro tan idílico.
P. Luis. Aquí estaba lo principal de aquel gesto de Jesús. Las seis tinajas de agua
convertida en vino generoso, era el signo, la señal, de que había llegado el tiempo
mesiánico, descrito por los profetas como un banquete espléndido en el que el vino
abundante y más delicioso indicaba el regalo último de Dios al mundo. Los discípulos lo
entendieron, creció la fe de ellos en Jesús, y desde entonces supieron que su Maestro era el
Enviado de Dios.
Cuestionario
Javier. ¡Ha valido la pena una lección así! ¿Cuál es, Padre Luis, su último comentario?
Javier. Rosy, comparto tu entusiasmo ante la figura de Jesús… Pero, no olvides que en
lontananza se vislumbra una cruz…
P. Luis. ¿En lontananza dices, Javi? Está más cerca de lo que te imaginas. Lo vamos a
ver en la lección de hoy sobre las Tentaciones de Jesús, “probado en todo como nosotros,
menos en el pecado”.
Rosy. ¿Esas tentaciones que nos leen siempre en el Primer Domingo de Cuaresma?
Rosy. Habremos de entender bien esto de las tentaciones, desde el momento que los
Evangelios le dan tanta importancia.
P. Luis. Para entender las tentaciones de Jesús podríamos idealizar lo que piensa el
mismo Jesús de Sí mismo, y lo que piensa también Satanás.
P. Luis. Jesús se dice: -Soy el Mesías, el Enviado de Dios, el esperado por Israel. Debo
disponerme con la oración y la penitencia, como los mayores profetas, para la tarea que el
Padre me confía.
Rosy. ¿Y cómo razona Satanás?
P. Luis. El demonio discurre así: -Mi gran cosecha entre los hombres la hago con la vida
cómoda, con el placer, la lujuria, la vanidad y ostentación, la soberbia y el alejamiento de
Dios… Si, como me sospecho, éste es el Mesías prometido, mal me va a ir con su
austeridad, su humildad, su piedad. Hay que desviar esta orientación suya, fatal para mis
intereses.
Javier. Están bien claras, tanto la mentalidad de Jesús como la del diablo. Padre Luis,
¿por qué no empieza situándonos en el escenario donde se van a desarrollar los hechos?
Rosy. ¿Y cómo era aquella montaña, ya que Jesús la escogía muy a propósito?
P. Luis. No te espantes, Rosy. Era un monte estéril, sin nada de vegetación, por el que
merodean algunos lobos, chacales y serpientes peligrosas. Marcos describe la soledad en se
metió Jesús con una sola pincelada estremecedora: “Permaneció en el desierto durante
cuarenta días… y habitaba con las fieras”.
Rosy. Vamos a probar de subir con Jesús a esta montaña. A ver qué pasa…
P. Luis. Jesús ha elegido la soledad más absoluta para sentirse totalmente cerca de Dios,
sin estorbo de criatura alguna. No lleva ninguna provisión para comer, allí no hay
absolutamente nada. Por eso, su ayuno va a ser total. “No comió nada en aquellos días”,
dice Lucas, y precisa Mateo aún más: “durante cuarenta días y cuarenta noches”. Por lo
mismo, el ayuno fue sin paliativo alguno, muy diferente al que hacían los judíos, ayuno
muy moderado, ni como el actual de los musulmanes durante el Ramadán, que no comen
durante el día, pero al anochecer se dan su buen banquete.
Javier. Pero, ¿cómo pudo resistir Jesús tantos días sin tomar ningún alimento? Y sin una
gota de agua, por supuesto. Durante sus famosos ayunos, Ghandi tomaba agua, y por eso no
llegaba a morir totalmente deshidratado. Esto de Jesús no se entiende, al menos que
acudamos al milagro…
P. Luis. Ciertamente, que no lo sabemos descifrar. Nos atenemos sin más a los
Evangelios.
Rosy. Sobre su oración podremos decir algo más que sobre su penitencia, ¿no es así?
P. Luis. Pues…, no sé qué te diga, Rosy. Su oración, ¿era la normal, la de pensar sólo en
Dios, hablar con Dios, recitar los Salmos y otras plegarias acostumbradas en Israel? O más
bien, ¿hemos de ir a una oración altísima, al éxtasis que le sacaba fuera de sí, a la
contemplación mística más subida?... Son preguntas a las cuales no podemos dar respuesta.
P. Luis. Es lo más probable que para adoctrinar a los apóstoles, Jesús les contara en la
intimidad lo de las tentaciones, y eso de la oración se lo dijera de una manera más natural:
“me retiré a orar”…
Rosy. ¡Qué ayuno y qué oración! Nunca había pensado yo en tanto rigor.
P. Luis. El caso es, como precisa Lucas, que “no comió nada en aquellos días, y, al cabo
de ellos, sintió hambre”. Era la ocasión propicia para Satanás, que, desde los hechos del
Jordán, estaba al tanto con este Jesús tan misterioso: ¿Será el Mesías?... Por eso empezará
explorando: “Si eres el Hijo de Dios”…
Javier. Entramos ya en las tentaciones propiamente dichas. Padre Luis, cuéntelas bien,
con detalle.
P. Luis. Así se inicia el primer asalto. Aunque Mateo y Lucas varían el orden, el de
Mateo parece el más lógico, y el demonio, buen estratega, va de menos a más. Por eso,
aprovechando el hambre de este penitente tan extraño, le propone: -Si eres Hijo de Dios, di
que estas piedras se conviertan en panes. Como si le dijera: -¡Aprovéchate, ya que puedes,
y pásala bien!... ¿A qué viene esa austeridad? ¡Goza de la vida, hombre!…
P. Luis. Pero, por aquí se empieza… Jesús puede responderle: Para comer, no he de
hacer ningún milagro. Me basta mi trabajo. Y, en definitiva, está la Providencia de mi
Padre, que me alimentará, si es preciso, con el maná del cielo, igual que a los israelitas en el
desierto.
Por eso, trae el texto de la Biblia alusivo al maná: -No sólo de pan vive el hombre, sino
de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Rosy. Esta primera tentación, la que parece la más inocente, queda vencida del todo.
Con cierta elegancia, Jesús le ha respondido a Satanás: ¡No quiero!
P. Luis. El segundo asalto es peor. Por los atrios del Templo de Jerusalén pululaban
siempre montones de gentes venidas de todas partes. Y el demonio ─¿agarrando a Jesús?
¿por pura visión?..., es igual─, lo lleva al pináculo de aquella muralla altísima que da al
torrente Cedrón, y le invita descarado: -Si eres Hijo de Dios, lánzate de aquí abajo. No te va
a pasar nada. Descenderás suavemente. Dios va a enviar a sus ángeles que te recojan en sus
palmas, y, al verte las gentes, todos te aplaudirán dando vivas: ¡Qué Mesías tenemos!...
P. Luis. No te equivocas, Javi. Jesús capta toda la malicia del enemigo, y responde con
la misma Escritura: -No tentarás al Señor tu Dios.
Rosy. Nos encontramos con otro ¡No quiero! más enérgico de Jesús, que no está para
hacer comedia. La sencillez, la humildad, serán el camino que recorrerán los suyos,
acomodados siempre a los más sencillos, a los más pobres.
P. Luis. Muy bien también, Rosy. El tercer asalto ─el último “round”, diríamos hoy con
lenguaje bien expresivo─, es el peor, el de la malicia diabólica más refinada: ¡Reniega de
Dios!... Y se lo propone después de llevar a Jesús a una montaña alta, desde la que, en
visión, le muestra todos los reinos de la tierra con su gloria, sus riquezas, su poder. Y le
propone con audacia inconcebible: -Todo esto es mío. Y todo te lo daré si, cayendo de
rodillas, me adoras.
Javier. El atrevimiento de Satanás llega con esto a lo indecible. Parece que le dijera
aquello que ensayó con Adán en el paraíso, y que le dio tan buen resultado: -¡Independízate
de Dios! ¡No le obedezcas! ¡Sé dueño de ti mismo!
Rosy. Es el ¡No quiero! más enérgico que ha salido o saldrá de sus labios. Así lo pienso.
P. Luis. La victoria de Jesús ha sido total. Ha luchado contra el enemigo más feroz, y ha
quedado “campeón” indiscutible. Ahora sí; ahora el Padre manda a los Ángeles, que vienen
y le sirven a Jesús el pan que necesitaba su organismo enflaquecido.
Javier. Lo dijo bien al principio, Padre Luis. ¡Hay que felicitar al Campeón!...
P. Luis. Pero la historia no ha acabado. ¿Se ha dado Satanás por vencido del todo?
Lucas advierte muy prudente: “Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta un
tiempo más propicio”.
P. Luis. De una manera tan descarada por parte de Satanás, no. Pero la tentación última
va a ser mucho más feroz. Según la interpretación de todos los comentaristas de la Biblia,
ese tiempo “propicio” será la pasión que le vendrá un día a Jesús, hasta hacerlo parar en la
cruz.
P. Luis. Muy buenas interpretaciones las de los dos. Esa es la verdad. Pero Jesús, se
mantuvo firme: era el Siervo humilde, el Hijo obediente del Padre, y, obedeciendo, obró la
redención humana.
P. Luis. Una muy clara: lo que le ocurrió después de la primera multiplicación de los
panes. Las gentes, entusiasmadas, quieren atraparlo para erigirlo como rey. Jesús se escapa
solo a la montaña. Y lo hizo, no solamente para evitar una sublevación que hubiesen
aplastado los romanos, sino porque aquel triunfo iba contra la voluntad del Padre, que le
sugería emprendiese el camino a Jerusalén, a pesar de que preveía lo que le esperaba. Y no
digamos otra, cuando se le encara a Pedro, que le quiere disuadir precisamente de ese viaje
a Jerusalén: -¡Apártate de mí, Satanás, que me resultas un escándalo, por pensar como los
hombres, y no como Dios.
Cuestionario
Rosy. Y esto, pienso yo, aunque, como Jesús, hayamos de parar todos en la Cruz.
Después, restará la victoria de la Resurrección, con la cual tanto el pecado como la muerte
habrán quedado definitivamente vencidos.
A continuación, la misma Lección 079,
El Sermón de la Montaña. La Carta Magna del Reino,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. Lo mismo digo yo. Pero, ¿a qué viene esto en una clase de Biblia?
P. Luis. Entonces, ¿ya tienen los dos leía la Constitución del Reino de Dios, o del Reino
de los Cielos?
Rosy. Ya pensaba yo que ese primera pregunta iba cargada de cierta malicia… ¿A qué
se refiere, Padre Luis?
P. Luis. Empecemos sin más. Nos hallamos ya en el segundo año de la vida pública de
Jesús. Su fama se ha extendido por todas partes, ha traspasado las regiones de Palestina, y
llega un momento en que se arraciman por los alrededores de Cafarnaún verdaderas turbas,
con cantidades de enfermos traídos para ser curados de sus dolencias.
Rosy. Las gentes vienen por interés, pero Jesús va a aprovechar la ocasión para algo más
importante.
P. Luis. Pero, antes, ha realizado Jesús un acto de suma trascendencia. Jesús ha subido a
lo más alto de la montaña, no muy elevada, de sólo unos 150 metros sobre el lago de
Genesaret, llamado ufanamente por los habitantes del lugar “El Mar de Galilea”. Allí ha
pasado la noche en oración.
Javier. Si se ha pasado la noche entera en oración, algo muy grande nos tiene que
esperar.
P. Luis. ¡Y tan grande! Al amanecer, elige de entre sus discípulos a Doce, a los que
llama desde ahora “Apóstoles”, y desciende con todos ellos a la ladera verdeante que da al
lago, con una vista encantadora, en medio de exuberante vegetación, y bajo un cielo azul
por el que revolotean a placer bandadas de pájaros.
Javier. ¡Vaya que si se trataba de acto grande y trascendental! ¡Nada menos que la
elección de los Apóstoles, los fundamentos de la que será su Iglesia!
P. Luis. Allí encuentra Jesús a la gran multitud que le espera, venida, dicen Lucas y
Mateo, de toda Galilea, de Judea y Jerusalén, y de los pueblos extranjeros vecinos y
paganos, como la Siria del Norte, Tiro y Sidón en las costas del Mediterráneo, y la
Decápolis de la Transjordania.
Rosy. Por lo visto, Jesús va a tener auditorio numeroso en este Sermón. Si se le presta la
atención debida, va a ser todo un éxito.
P. Luis. Con el grupo de los Doce ya formado, y con esa multitud delante de sus ojos,
después de curar a los muchos enfermos que le han presentado, ve Jesús que ha llegado el
momento de exponer el programa de su doctrina y su misión. El escenario es encantador, lo
más opuesto que cabría imaginar si se le quisiera comparar con el Sinaí, el monte de la
antigua Ley.
P. Luis. Se sienta aquel gentío en la ladera, y Jesús comienza de la manera más insólita.
No ha estudiado retórica, pero su exordio es de lo más llamativo y cautivador para atraer la
atención de todos:
- ¡Dichosos! ¡Dichosos! ¡Dichosos!... ¿Quiénes? Los pobres, los que lloran, los mansos,
los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los
pacíficos, los perseguidos por ser justos y santos…
Rosy. ¡Qué manera de empezar! Como para levantarlos a todos en vilo de puro
entusiasmo.
P. Luis. Pero a estas bendiciones a los buenos y a los que sufren, siguen, tal como las
trae Lucas, las maldiciones a los que siguen los criterios del mundo en oposición a los que
abrazan el Evangelio:
- ¡Ay de los ricos sin entrañas, hay de los que ríen con el placer, hay de los satisfechos
de la vida, ay de los que el mundo ensalza!...
P. Luis. Es muy posible que la catequesis primitiva de los Apóstoles, y quizá el mismo
Jesús cuando habló, lo hiciera en la forma hebrea de la contradicción poética, o paralelo
contradictorio, y enunciara bienaventuranzas y malaventuranzas de esta manera:
-¡Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos! ¡Ay de los
ricos, porque ya tienen su consuelo!...
-¡Dichosos los que lloran, porque reirán! ¡Ay de los que ríen, porque serán afligidos y
llorarán!...
P. Luis. No decimos que lo hiciera Jesús, pero pudo hacerlo. De hecho, Mateo conserva
sólo las bienaventuranzas y no las “malaventuranzas”, mientras que Lucas pone primero
cuatro felicitaciones seguidas y a continuación, también seguidas, las maldiciones.
Javier. Jesús lo haría como lo hiciese, pero la ilustración que usted nos hace resulta
interesante.
Rosy. Esto que nos ha dicho era nada más que el principio del Sermón. Totalmente
desconcertante, desde luego. ¿Iba a seguir todo así?
P. Luis. Como ven, era una manera de hablar insólita. Y a estas horas, no desaparece el
desconcierto de los que estudian semejante exordio si no saben mirarlo con ojos de fe. Y así
va a ser todo el discurso: de una doctrina lo más opuesta al pensar del mundo.
Rosy. Nos conviene. Tengo aquí abiertos el Sermón en los dos evangelios, el de Mateo y
el de Lucas. Mateo es mucho más largo que Lucas. ¿Por qué?
P. Luis. El que Mateo sea más largo se explica fácilmente porque sabemos que Mateo
ordenó por temas todos los acontecimientos del Evangelio: milagros, parábolas, misión de
los apóstoles, y demás. Las muchas y principales sentencias de Jesús las reunió en este
Sermón de la Montaña.
P. Luis. Lucas siguió otro método. Él escribe por orden tal como sucedían los
acometimientos. Valga por todos el ejemplo del Padrenuestro. Mateo lo colocó aquí, en el
Sermón de la Montaña. Lucas lo sitúa mucho después, y fue a petición de un discípulo, que
le propuso: “Maestro, enséñanos a rezar, igual que Juan enseñó a sus discípulos”.
P. Luis. Esto es lo más significativo. Jesús habla con una autoridad inapelable. Nada de
“Se dijo”, “Dicen los escribas”, y ni tan siquiera “Dijo Moisés”. Si cita la Ley o a los
maestros es para corregir, completar, y sentenciar definitivamente: “Así, porque lo digo yo,
y basta”.
Javier. Jesús no dice esas palabras al pie de la letra. Pero el sentido es totalmente ése:
“Lo digo yo. Y esta es la última palabra”.
Rosy. Es cierto. Pero lo curioso es que habla Jesús con autoridad semejante, y sin
embargo lo dice todo con un tono, con una amabilidad, con un cariño, que arrebata a las
turbas. Yo me las imagino aprobando y aplaudiendo a Jesús porque enseñaba de una
manera por completo diferente a la de todos los maestros oídos hasta entonces.
Javier. Yo veo que este Sermón de la Montaña constituye una verdadera revolución.
Jesús va a contracorriente de todo lo que se había enseñado hasta entonces.
P. Luis. Y era así y debía ser así. Porque este Sermón viene a ser la Carta Magna del
Reino, la Constitución del Reino de Dios. Y como el Reino de Dios, el Reino de Jesús, es
diametralmente opuesto al reino del mundo, su Constitución tampoco se parece ni ha de
parecerse a la constitución y criterios que a su reino del mundo impone Satanás.
P. Luis. Empieza Jesús por decir que los suyos, sus discípulos, sus seguidores, son,
como lo es Él mismo, luz del mundo y sal de la tierra. Han de iluminar a todos y han de
transformarlo todo.
Javier. ¿Y qué valor deba a la Ley de Moisés, por la que se regía Israel y que era
también Palabra de Dios?
P. Luis. Es un punto muy importante. Jesús dice que de Sí mismo: “No he venido a
abolir la Ley ni los Profetas”. Es cierto. Pero tampoco ha venido a dejarlos tal como
estaban.
P. Luis. No hay que eliminar lo que Dios había mandado antes, sino llevar la antigua
Ley a su máxima perfección. Cambia lo que hay que cambiar, y, sobre todo, añade lo que
ahora Él, el Cristo, enseña como la perfección suma, cifrada en la sentencia más atrevida:
“Sean perfectos, como es perfecto su Padre celestial”.
Javier. Muy bien. Y una vez establecidos estos principios generales, ¿cómo desciende
Jesús a la práctica diaria?
Rosy. No se anda Jesús por las ramas, no… Es inexplicable un mandato como éste:
“Oyeron que fue dicho: ‘Ojo por ojo y diente por siente’. Pero yo les digo: No resistan al
maligno; sino que si alguien te golpea la mejilla derecha, le vuelves también la izquierda. Y
al que te quiera quitar el vestido, déjale que se lleve también el abrigo, o el manto”.
P. Luis. Y menos cuando se trata del amor. ¿Odiar al enemigo?... ¡Jamás! Al contrario,
amarlo con todo el corazón, rezar por él, y hacerle todo el bien posible como se lo hace el
Padre celestial.
Javier. Llama mucho la atención la gracia con que Jesús recomienda las buenas obras.
P. Luis. ¡Y tanto! Eso de orar parados en las esquinas…, el tocar la trompeta cuando se
da una limosna…, el demacrar el rostro cuando se ayuna…, ¡ya quedaron ridiculizadas esas
hipocresías para siempre! Jesús nos viene a decir a todos: Rezar, hacer penitencia, practicar
la caridad… ¡Bien, muy bien! Pero sin ostentación, sino con gran humildad, sólo para
agradar a Dios.
P. Luis. Jesús lo dice de manera encantadora. No se puede servir a dos señores, a Dios y
al dinero. Por eso, no atesores valores para esta vida, busca los tesoros del Cielo a donde no
llegan los ladrones; más bien, confía en la Providencia de tu Padre, que alimenta a los
pajaritos y viste las flores… No te preocupes por el día de mañana, pues cada día tiene
bastante con sus propios afanes…
Javier. Llaman la atención esos consejos que, a aparte de ser normas de conducta moral,
son verdades de simple sentido común: No juzgues a los demás, porque serás medido con la
medida con que tú midieres… Pórtate con los otros como quieres que se porten ellos
contigo…
Rosy. ¿Y qué les dice a los que siempre hablan de la salvación, cuando se contentan con
palabras, con sólo fe, sin obras?... Les amonesta: -Y, si quieres salvarte, recorre el camino
estrecho y entra por la puerta angosta, dejando los placeres malsanos del mundo.
P. Luis. ¡Qué bien que discurren los dos sobre el pensamiento de Jesús! Al final de todo,
dice reafirmando su plena autoridad: -¿Y quieres no equivocarte? Hazme caso en todo lo
que yo te digo: edifica tu casa sobre roca firme y no sobre arena movediza, como los necios
que no me escuchan…
Cuestionario
P. Luis. Está de más y resulta superfluo todo lo que yo les pueda decir. Tomen el
Evangelio en la mano. Lean y relean esos capítulos 5, 6 y 7 de Mateo, que tienen para
meditar por horas, días, semanas, meses y años…
Javier. Espero leer y aprenderme estos capítulos más y mejor que la Constitución de la
República, por más que le tenga todo respeto. Me parece que con el Sermón de la Montaña,
saldré un buen ciudadano del Reino de los Cielos…
Rosy. Pensamos los tres igual. ¿Quién ha sido capaz de hablar y mandar así? Jesús, y
sólo Jesús. ¿Y qué maestro o reformador se atreve a cambiar una sola de las normas del
Sermón de la Montaña?... No lo hará nadie, estemos tranquilos. Esta página permanecerá
inmortal hasta el final de los siglos.
A continuación, la misma Lección 080,
En Cesarea de Filipo. ¡Tú eres el Cristo!... ¡Tú eres Pedro!
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Javier. ¿Me quiere decir, Padre Luis, cuál es a su parecer el punto culminante del
Evangelio?
Rosy. ¡Vaya pregunta!... Hay varios puntos y textos que son tan capitales el uno como el
otro. ¿Te digo algunos?... “Y el Verbo de Dios se hizo hombre”. ¿Qué te parece si eso es
una mentira?... Otro: “María dio a luz a su hijo, y lo colocó en un pesebre”. ¿Qué me dices
si esto es un cuento?.... Otro: “Tomad y comed, porque esto es mi cuerpo”. ¿Qué es de la
Iglesia si le quitas la Eucaristía?... “Jesús, inclinando la cabeza, expiró”. Si Jesús no murió
de verdad, ¿dónde está la redención?...
Javier. Rosy, te has tomado muy en serio mi pregunta. Pero yo insisto. No estoy
conforme con ninguno de los puntos que tú dices, y vuelvo a la carga: ¿Cuál es el punto
más importante del Evangelio?... Rosy, mira cómo se sonríe el Padre Luis.
P. Luis. ¡Y con qué razón que me río Javi!... Porque veo a dónde vas, sin que Rosy lo
sospeche, porque el otro día no estaba ella cuando me contaste lo del aquel protestante
convertido. Cuéntalo otra vez ahora.
P. Luis. Y ves lo acertado de la pregunta, ¿no es así? Eso que tú has dicho, Rosy, lo han
negado muchos herejes. Para Arrio, el Verbo no era Dios, sino una criatura de Dios, y por
lo mismo Dios no se hizo hombre... A Celso, aunque era pagano, no le cabía en la cabeza
un Dios niño envuelto en pañales… Para los docetas, Jesús adoptó solamente la figura de
hombre, y, por lo mismo, no murió en la cruz y no hubo redención… Lutero, y con él todos
los reformadores, negaron la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, la cual es sólo
una recuerdo del Señor… ¿Qué hacía falta ante opiniones tan diversas sobre lo más
fundamental del Cristianismo?...
Rosy. Lo veo. Una autoridad que hablase y determinase todo en nombre del mismo
Jesucristo.
Javier. ¡Gracias, Rosy! El protestante convertido nos lo ha dicho muy bien. Entonces,
yo pienso que el “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia” es el punto más
importante del Evangelio. Quita esa autoridad doctrinal y de gobierno, y se desploma todo.
Jesucristo fue listo, e instituyó el primeado de Pedro. Con él quedaba asegurada para
siempre la permanencia de su Iglesia hasta el final de los siglos.
P. Luis. Muy bien. Y sin pretenderlo, Javi, ya has llegado al final de la lección. ¿Qué
hacemos?
Rosy. Pues…, empezar por el principio dejando después el fin, que ya está dicho.
P. Luis. No hay un punto de la Biblia que haya hecho correr tanta tinta como éste del
capítulo dieciséis de Mateo, citado ya por Javi: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré
yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no podrán nada contra ella”. ¿Por qué tanta
discusión sobre unas palabras tan claras?...
Rosy. Javier, hoy el maestro eres tú. ¿Has discurrido mucho sobre lo que dices?
Javier. Pues, sí; porque llevo días pensando en ello, desde que oí lo del convertido de
Oxford.
P. Luis. Esta es la verdad. Como esto del primeado de Pedro está tan claro en el
Evangelio, lo mejor que han hecho todos los enemigos de la Iglesia, es negar las palabras
de Jesús, o darles un sentido totalmente diverso del que tienen y que entiende hasta un niño.
Rosy. Padre Luis, ¿por qué no empezamos por situarnos en el ministerio de Jesús?
Rosy. Perder Jesús su popularidad, ¿por qué? ¿Es que ya no hacía milagros?
P. Luis. Todos los estudiosos del Evangelio están acordes en que, después del discurso
con el que prometía darnos su Cuerpo y su Sangre en pan y bebida de salvación, Jesús se
quedó prácticamente solo. ¡Allá ese profeta con sus locuras!, se dijeron muchos, incluso
entre los discípulos. Por eso Jesús se dedicó en adelante, sobre todo, a la formación de los
Apóstoles. Ellos iban a ser después los que continuarían su obra en el mundo. Valía la pena
dedicarles cuanto más tiempo, mejor.
Javier. Muy interesante, Padre Luis, esto de la formación de los Apóstoles. Cuente.
P. Luis. Es el momento que Jesús escoge, ante todo, para manifestar a los Doce su
propia identidad. Lejos de las turbas, sin el acoso de sus clásicos enemigos los escribas y
fariseos, y sin el peligro de guardias que vigilen sus pasos, Jesús se toma con los suyos
unos días de descanso, en los cuales se dedica, de modo especial a la oración, nos dice
Lucas, como hace siempre ante las decisiones más importantes.
P. Luis. Es de suponer que Jesús lo escogiera muy a propósito. Y no pudo ser más bello
y significativo. Antes de emprender el viaje definitivo a Jerusalén, Jesús marcha con sus
discípulos al Norte de Palestina, hasta Betsaida Julias, hoy llamada Banyas, ante las
estribaciones del Monte Hermón. Sobre las bulliciosas cascadas del Jordán que nace allí, se
encontraba la cueva consagrada a Pan, el dios de las aguas, de los bosques y de la fertilidad.
P. Luis. En este paraje tan evocador, había construido Filipo, hijo de Herodes el Grande,
la capital de su pequeño reino o tetrarquía, ciudad que llamó Cesarea de Filipo. Sobre la
imponente y robusta roca que dominaba la ciudad, edificó un hermoso templo, todo
revestido de mármoles blancos, dedicado al Emperador César Augusto.
P. Luis. En uno de aquellos rincones idílicos, con el templo de Augusto sobre la roca
ante sus ojos, Jesús pregunta a los Doce como al azar: “¿Quién dice la gente que soy yo?”.
P. Luis. Los Doce saben a qué atenerse respecto del querido Maestro. Sospechan quién
es. Se lo han dicho de una manera u otra varias veces. Basta recordar los diálogos de Jesús
con los primeros discípulos tal como los cuenta Juan en el primer capítulo de su evangelio.
P. Luis. Nunca se han propuesto la cuestión con la nitidez que ahora se la propone Jesús.
Y callan. Sonríen. Se miran. Pero no saben qué decir. Sólo dan unas respuestas equívocas
que son verdaderas escapatorias:
- Unos dicen que Juan el Bautista, el cual ha resucitado.
- Otros, que Elías.
- Otros, que alguno de los antiguos profetas vueltos a la vida…
Javier. Está visto. Todos se van por las ramas, sin llegar al fondo de la cuestión.
Rosy. Yo me imagino a Jesús que sonríe con cierta malicia, ante el temor de los suyos a
decir la verdad que sospechan.
P. Luis. Así debió ser. Pero allí estaba Simón, noblote, espontáneo y decidido, que hace
su franca y acertada profesión:
- Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Javier. ¡Hay que adivinar la mirada de Jesús, tan llena de emoción, ante semejantes
palabras del discípulo!
P. Luis. Esta Roca iba a ser más firme que la que en aquellos momentos contemplaban
los ojos de todos y que sostenía el templo dedicado a César Augusto. Las palabras “Roca” y
“Edificaré” significaban la solidez y permanencia de la Iglesia hasta el final de los siglos.
Rosy. Pero, ¿por qué dice San Pablo que nadie puede poner otro fundamento sino el que
ya está puesto, que es Cristo Jesús? (1Corintios 3,11)
P. Luis. Muy bien dicho, Rosy. Cristo es la Piedra angular, aunque invisible, que
sostiene todo el edificio. Pero, subido al Cielo, quiso dejar en la tierra otra Piedra visible,
por la cual se distinguiese la Iglesia suya de cualquier otra institución que la quisiera
suplantar.
P. Luis. Está primero el de las llaves. Las “llaves” que le entrega Jesús a Pedro hacen
referencia a la costumbre oriental de llevar el dueño de la casa las llaves colgadas sobre la
espalda, o como un adorno sobre los pechos.
Rosy. No digamos que era un adorno muy elegante. Pero, ¡vaya!, se adivina lo
significativo que es.
Javier. Se ve a la primera. Indicaban que el portador de las llaves era el dueño de todos
los bienes que encerraba la casa. Sólo él era el dueño, y el único que podía disponer de ellos
a su voluntad.
Rosy. Dice después “atar” y “desatar”. ¿Qué significan aquí esos verbos?
P. Luis. El “atar” y el “desatar” entre los judíos eran términos jurídicos que indicaban el
poder juzgar, condenar o absolver en todas las causas.
P. Luis. ¿Corto?... Espléndido a más no poder. Aplicado todo esto a Pedro, se ven los
poderes grandes que le confiere Jesús. Es como si le dijera: “En la Iglesia, en mi Iglesia,
mandas tú. Me fío plenamente de ti. Lo que tú hagas, yo lo doy por bien hecho allá arriba
en el Cielo”…
Rosy. Con el texto en la mano, veo que Jesús les manda a los Doce que se callen sobre
todo esto: “¡Cuidado, y no digan nada a nadie de que yo soy el Cristo!”. ¿Por qué?
P. Luis. Era una norma muy elemental de prudencia ante las expectativas del pueblo,
que esperaba un Mesías liberador de tipo temporal. No quería Jesús un levantamiento
sociopolítico que habría echado por tierra el plan de salvación que traía de parte del Padre.
Javier. También con el texto en la mano, igual que Rosy, veo que esta escena la traen
Mateo, Marcos y Lucas. Siendo tan importante el asunto, ¿por qué Juan se lo calla del
todo?...
P. Luis. Javi, lee mejor a Juan. Gracias a él sabemos mucho más. Porque este hecho
capital de Cesarea de Filipo es solamente una de las tres escenas que componen el acto
desarrollado por el Señor. Y las otras dos las sabemos precisamente por Juan.
Javier. ¡Vaya! Lo que ahora le repite con la mirada puesta en aquella roca sobre la que
se asienta el templo de César Augusto. Pedro se convertirá en la roca que sostenga un
edificio inmensamente mayor, más sólido y duradero, como será la Iglesia, su Iglesia, la
Iglesia de Cristo.
Rosy. Con estas tres escenas a la vista: la profecía del principio junto al Jordán, la
promesa en Cesarea de Filipo, y la entrega del primado en Genesaret, ¡lo clara que nos
queda la misión de Pedro! Yo no entiendo por qué ha hecho correr tanta tinta…
Javier. ¡Toma! Por eso mismo. Porque los enemigos de la Iglesia quieren apagar tanta
claridad y no pueden. Yo, y sin conocerlo, nada más supe su historia me hice bien amigo
del convertido de Oxford: si me encuentro con él, y somos los dos únicos cristianos que
quedemos en el mundo, le diré que escoja, pero uno de los dos tiene que ser Papa…
Cuestionario
P. Luis. ¡Bien por tu buen humor, Javi! En eso que dices está el nudo de la cuestión.
Quédense de esta lección estos puntos capitales.
Primero. Apenas Jesús se suba definitivamente al Cielo, Pedro será el Vicario de Jesús
en la tierra.
Segundo. Y lo será hasta el fin del mundo. ¿Aunque Pedro haya de morir? Sí. Porque no
se trata de la persona de Pedro tomado individualmente, sino de la institución de
Pontificado.
Tercero. Vicario de Cristo lo será Pedro, y quien lo suceda con el cargo de pastor como
Obispo de Roma, se llame León Magno o Benedicto XVI…
Rosy. ¿Cómo no vamos a tener nosotros fe en el Papa, y cómo no lo vamos a amar con
todo el corazón, si es el Vicario de Cristo?
En Pedro, en el Papa, tenemos la seguridad de nuestra fe.
Pedro, el Papa, nos indica dónde está la Iglesia de Jesucristo.
Con Pedro, con el Papa, sabemos que no nos equivocamos nunca, que acertamos
siempre, y que, guiados con su báculo de buen pastor, llegaremos sin temor alguno a la
puerta más cierta de salvación.
(El autor hace constar con satisfacción, que esta lección la había empezado a estudiar y redactar el 17 de
Abril del 2005. Y la estaba acabando cuando la Televisión nos traía el humo blanco de la chimenea, junto con el
tumultuoso y festivo repicar de las campanas del Vaticano, que anunciaban la gran noticia: “¡Tenemos Papa…,
el Cardenal Ratzinger…, que ha tomado el nombre de Benedicto XVI”… La inmensa mole de la Basílica de San
Pedro lucía más firme que el derruido templo de Augusto sobre la roca pelada de Cesarea de Filipo… Y me
salió espontánea una plegaria: “¡Señor! Aunque me suponga un esfuerzo el acabar este Curso, que sea el
obsequio que le hago al querido Papa en el día de su elección!”. Añado esta nota como un grato recuerdo)
A continuación, la misma Lección 081,
El Tabor. Misterio y esperanza,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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P. Luis. Javier, dime cuál es, según tu parecer, la escena más llamativa de todo el
Evangelio.
Rosy. Acepto. Pero, más que el arte, a nosotros nos interesa el significado que entraña
aquel hecho tan sorprendente, de gloria inimaginable. Siempre nos han explicado que Tabor
y Calvario están íntimamente unidos. ¿Qué pretendía Dios con ello?
P. Luis. Empezamos por el hecho tal como lo narran los Evangelios. Jesús, todavía en
Galilea, ha emprendido con decisión la subida a Jerusalén. Al llegar al monte Tabor, se
detiene y quiere pernoctar allí.
P. Luis. Para Israel evocaba el recuerdo de la batalla que nos narra el libro de los Jueces,
con Débora, aquella mujer tan valiente que capitaneó la tropa y dio la victoria al pueblo de
Dios. El Tabor, nombre al parecer fenicio, significa puro, resplandeciente. Su singularidad
estriba en hallarse aislado, sin unión a alguna cordillera. Se eleva a 582 metros en medio de
la dilatada llanura. De forma redondeada, pedregoso y cubierto de árboles vigorosos, es de
una gran belleza.
P. Luis. Desde la altura se extiende la mirada por el Este hacia el Carmelo en los límites
del Mediterráneo; por el Norte se ven las colinas de Nazaret, y hacia el Sur las montañas de
Gelboé donde muriera trágicamente Saúl el primer rey de Israel. A sus pies se extiende toda
la llanura de Esdrelón con sus campos verdeantes por las plantaciones de algodón.
Rosy. Ciertamente, que Jesús tuvo buen gusto al escoger esta montaña para un
acontecimiento como su Transfiguración.
P. Luis. Jesús ha dejado a los discípulos al pie de la montaña, y al atardecer sube hasta
la cima acompañado solamente de los tres predilectos, Pedro, Santiago y Juan. Es verano, y
la noche la pueden pasar al raso bajo el titilar de las estrellas. Jesús se da a la oración,
mientras los tres discípulos duermen rendidos.
Javier. ¿Y cuándo fue la aparición?
P. Luis. Los tres afortunados discípulos estaban fuera de sí, y Pedro, el Pedro de
siempre, comienza decir disparates: “¡Qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas, Señor:
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías!”...
Javier. Esos “disparates” de Pedro eran muy comprensibles. No había para menos…
Javier. Empiece por el punto central: ¿Qué pretendía Dios con la Transfiguración?
P. Luis. Ante todo, miremos el momento en que acontece. Un momento oportuno por
demás. Jesús está abocado ya a su pasión y muerte. Como hombre, Jesús puede tener
miedo, y lo tiene. Jesús era el primer destinatario de este hecho tan singular. Ante la pasión
y muerte que le esperan, y de la que Moisés y Elías le han hablado abiertamente, viene el
Padre a manifestarle la gloria futura.
P. Luis. La Carta a los Hebreos (12,2) da una razón poderosa de este regalo con que le
previene el Padre. “Jesús, ante el gozo que se le ponía delante, aguantó la cruz”… La fe y la
esperanza de Jesús fueron muy especiales, pero las vivió como nosotros sus hermanos.
P. Luis. Así es. Para la Iglesia, para cada cristiano, sería necesaria una visión de la gloria
futura. No nos iba a bastar saber que el Señor había resucitado. ¿Cómo sería lo que nos
esperaba a nosotros para después de los sufrimientos de la vida, con los cuales nos
asociamos a la pasión y muerte del Señor? El apóstol San Pablo nos dirá que “el Señor
cambiará la condición miserable de nuestro cuerpo, configurándolo con la gloria de su
resurrección”.
Javier. Entonces, miramos a Jesús en el Tabor, y sabemos lo que vamos a ser un día.
P. Luis. Así lo entendió el apóstol San Pedro, que nos anima a esperar la venida del
Señor, “después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad…, estando con él en
el monte santo”.
Rosy. Magnífico. Porque Pedro fue un testigo presencial. ¡Merece crédito! Esto es lo
que yo había oído y entendido siempre: que la Transfiguración era una regalo de Dios para
animarnos a todos en las cruces de la vida: a Jesús, el primero, y lo mismo a todos nosotros.
Javier. Padre Luis, ¿podría entrar en los otros puntos más notables?
Rosy. ¡Precioso! No había caído nunca en la cuenta de este detalle. ¿No nos señala
algunos puntos más?
Javier. Esto debe hacer alusión a otras escenas bíblicas, me imagino yo.
P. Luis. Y no te equivocas, Javi. Jesús, al subir al Tabor con los tres discípulos
escogidos, repetía la ascensión de Moisés al Sinaí con Aarón, Nadab y Abihú; y repetía
también la de Elías al mismo monte Horeb, donde sintió la presencia de Dios en medio de
la brisa suave desde la cual le hablaba el Señor, mientras sus enemigos le perseguían a
muerte por el celo que desplegaba en defensa de los derechos de Dios.
P. Luis. Sí. Moisés había escrito de sí mismo a los israelitas: “Yahvé tu Dios te suscitará
en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo; a él escucharán”.
P. Luis. También. Jesús dijo de él: “Elías tenía que venir, y ya ha venido”: primero, en
Juan el Bautista; ahora, en la visión del Tabor.
Javier. Empiezo por preguntarle: ¿Qué significaba la luz? La luz inunda toda la escena,
hasta eclipsar al mismo sol que aparecía ya en el horizonte.
Rosy. ¡Por algo la luz fue la primera criatura salida de la mano de Dios, según la
narración de la Biblia!...
Javier. Según esto, pienso yo, tanta luz como ahora envuelve a Jesús, está diciendo que
Jesús es Dios.
P. Luis. Por otra parte, la faz de Jesús, que resplandece como el sol, es manifestación
visible de lo que Jesús dijo de Sí mismo: “Yo soy la luz del mundo”.
Rosy. Padre Luis, ¿y qué nos dice de la nube? Una cosa tan simple que aterró a los tres
discípulos.
Javier. Falta eso de la blancura de los vestidos. Veo que Marcos lo dice con gracia sin
igual: “Sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero
en la tierra sería capaz de blanqueros de ese modo”.
P. Luis. Eso lo escribe Marcos, es cierto. Aunque sabemos que Marcos no hace más que
reproducir al pie de la letra las expresiones de Pedro, allí presente.
P. Luis. El blanco es el color que envuelve el área de Dios, y del que dice Daniel en la
Biblia, describiendo a Dios, que “sus vestidos eran blancos como la nieve, y sus cabellos
como lana pura”.
Javier. La cosa está clara. Luz, nube, vestidos blancos…, todo eso tan visible y tan
notable en la Transfiguración de Jesús está diciendo que Jesús se manifestaba Dios, y que
era verdaderamente Dios.
Rosy. Sí; a mí me trae a la memoria la aparción de Jesús, ya resucitado, a Pablo ante las
puertas de Damasco. Le cegó de tal manera, que se le crearon aquellas escamas en los ojos,
imposibilitados para ver.
Javier. Padre Luis, ¿y cómo nos traduciría usted para nuestra vida cristiana este hecho
del Tabor?
P. Luis. Ya se lo he insinuado antes. Nos pasa a nosotros lo mismo que a los apóstoles
cuando escucharon a Jesús el anuncio repetido sobre su pasión y muerte. No acababan de
aceptarlo. Nos espanta el sacrificio que nos exige el seguimiento de Jesús. Viene entonces
la contemplación de Jesús en el Tabor, y su gloria se nos convierte en esperanza: ¡Ésta, ésta
es la gloria que Dios me tiene reservada si persevero hasta el fin!...
Rosy. ¿No son aplicables a nosotros esos signos de la luz, la nube y las vestiduras
blancas?...
P. Luis. La luz, que transfiguró a Jesús y le hizo aparecer por fuera lo que era por
dentro, manifiesta la realidad cristiana de la Gracia. La llevamos en todo nuestro ser, y, si
vivimos como hijos de la luz, porque el Señor nos sacó del reino de las tinieblas, nos
convertimos en luz del mundo, hasta que brillemos como el sol en el Reino de nuestro
Padre, cuando aparezca Jesús, el Lucero radiante del alba.
P. Luis. La nube, expresión especial del Espíritu Santo, nos cubre siempre como cubrió
a María en la Anunciación, y como a Jesús y a los discípulos en el Tabor. El Espíritu que
impulsó a Jesús a entregarse a su pasión, para recibir después el premio de su gloria, es el
que nos sostiene a nosotros en las luchas de la vida, unidos a la pasión de Jesús, para ser
después con Él glorificados.
Cuestionario
Javier. ¡Vaya escena del Evangelio ésta de la Transfiguración! Resuma tanta enseñanza,
Padre Luis.
P. Luis. No lo voy a hacer. Les digo solamente que, en medio de sus misterios, la
Transfiguración de Jesús en el Tabor es la anticipación de la gloria que se manifestará un
día también en nosotros.
Rosy. Entonces, si hemos de estar envueltos en gloria semejante, vale la pena que con
valentía y generosidad sigamos a Jesús en todos los pasos de su vida.
A continuación, la misma Lección 082,
El Memorial de Cristo. Misterio de la Última Cena,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Rosy. ¿Saben que espero esta lección con algo de miedo? Porque lo del Tabor nos dejó
bien claro que Dios Padre, en el Espíritu Santo, envolvió a Jesús con tanta gloria para
fortalecerlo y animarlo ante la Pasión que le venía encima. Y me da miedo el pensar en esa
Pasión, no por mí, sino por Jesús.
P. Luis. Bueno, Rosy… Dios te guarde ese corazón tan fino que tienes. Pero si piensas
en la Pasión de Jesús, habrás de esperar un poco. Hoy nos toca una lección que te va a
colmar de tanto gozo como la del Tabor. ¿No la adivinas? Es la de la Última Cena. Te
aseguro que te va a llenar el alma.
Javier. Nada extraño lo que dice, Padre Luis. Si su celebración no le dejaba parar a
Jesús de tanto soñar en ella, ¿cómo no nos va a llenar a nosotros?
Rosy. Veo adonde vas, Javier. A aquellas palabras con que la inició Jesús.
“¡Ardientemente he deseado celebrar esta pascua con vosotros!”. Nunca me acostumbro a
meditar lo bastante ese “ardientemente” en labios de Jesús. Era verdadero fuego el que le
consumía por dentro.
P. Luis. El mismo Jesús lo expresó en dos o tres ocasiones. Soñaba en que llegase su
“Hora”. Y ahora que había llegado, ¿qué iba a decir?
P. Luis. Hacía pocos días nada más que había dicho a la gente que escuchó aquel como
trueno que se oyó cuando los griegos quisieron verle y hablar con Él: “¡Para este momento
he venido al mundo!”.
P. Luis. Sí; haces referencia a aquellas palabras misteriosas que nos ha conservado
Lucas: “Tengo que ser bautizado con un bautismo de sangre, ¡y qué angustiado estoy hasta
que se cumpla”
Rosy. ¡Claro! Con estas expresiones anteriores, se entiende ahora ese “ardientemente he
deseado” que a mí me hace meditar tanto.
Javier. Bien, Padre Luis. ¿Por qué no entramos ya en la celebración de la Última Cena?
¿Qué ocurrió? ¿Cómo se desarrolló?
P. Luis. Aunque lo vamos a explicar después, empiezo por meterme en el pensamiento
de Jesús, que voló hasta el Sinaí, mil doscientos años atrás, cuando Moisés, al pie de la
montaña y en torno al altar, tomó la sangre de los animales sacrificados, y con el hisopo
asperjó el altar y a todo el pueblo reunido entorno a Yahvé su Dios. Israel había salido libre
de la esclavitud de Egipto merced a la sangre de un cordero, el cordero pascual, y ahora la
sangre de otros animales sacrificados iba a ser el sello, la rúbrica, que garantizara la alianza
que Dios e Israel pactaban al pie de la montaña sagrada.
Javier. ¿Por qué se imagina que Jesús pensó precisamente en ese hecho de Moisés?
P. Luis. Aquello significaba un pacto entre Dios e Israel. Dios tomaba a Israel como
pueblo suyo, e Israel no iba a tener otro Dios que a Yahvé. Aquella alianza primera, ahora
Jesús la iba a sustituir, como dice Él mismo, por la Alianza nueva y eterna. Tengamos
presente esto a lo largo de toda nuestra explicación.
Javier. ¿Cuáles eran esos significados, que usted dice son tan importantes?
P. Luis. Ténganlos bien claros, porque son muy importantes para entender después la
Pascua cristiana.
Primero, se repetía, haciéndolo presente, el hecho de la salida de Egipto.
Segundo, era signo de la futura y definitiva liberación de Israel con la venida del Mesías
prometido.
Y tercero, significaba el cumplimiento pleno de la alianza de Dios con Israel, en una paz
y una comunión de vidas que ya nadie podría romper. Todo esto entrañaba aquella cena que
ahora Jesús se aprestaba a celebrar con los suyos.
Rosy. Creo haber entendido bien: aquella liberación de Israel con la salida de Egipto,
conmemorada ahora vivamente, expresaba la liberación del pecado y de la condenación
para toda la Humanidad redimida.
P. Luis. Bien, Rosy. Has expresado todo el sentido bíblico de la pascua judía, que ahora
se iba a cumplir con la Pascua de Jesús.
P. Luis. Según las prescripciones de los rabinos, eran catorce los pasos, u orden
intocable, que componían el minucioso rito pascual. Pero todos los podemos reducir a estos
puntos principales, divididos por las cuatro copas de vino que se escanciaban y se bebían
entre bendiciones y cantos.
P. Luis. Digamos, ante todo, para entender el ritual, que la presidía el jefe de la familia:
el abuelo, el padre o el más importante del grupo.
Javier. ¿Y eran las copas de vino las que dividían los diversos pasos de la celebración?
P. Luis. Prácticamente, sí; aunque la celebración era única y toda seguida. Resultaba una
ceremonia larga, sobre todo por el canto de los salmos que componían el himno llamado
Hallel.
P. Luis. La primera copa de vino, con una bendición, venía a ser como hoy nuestro
aperitivo. Un disponerse con tranquilidad para la comida que venía después.
P. Luis. No se comía nada aún. Llegaba el haroseth, las hierbas amargas que se
mezclaban con una salsa de color rojizo. Pero tampoco se probaba todavía el haroseth.
Aquello no era más que una presentación. Allí estaban también los panes ázimos y el
cordero asado.
Rosy. Me imagino que, hecha la presentación de todo, se debía empezar la comida ya…
P. Luis. Pues, todavía no. Antes que nada, se cantaba la primera parte del Hallel con los
salmos 112 e inicio del 113, y se bebía la copa. Después de bebida esta segunda copa, sí;
ahora el padre o el jefe del grupo tomaba el pan, alababa a Dios, lo partía y lo distribuía
entre los comensales con la plegaria tradicional: “Alabado seas, Señor, Dios nuestro, rey
del mundo, que has hecho nacer de la tierra este pan”. Y lo alargaba a los comensales que
lo comían gozosos.
P. Luis. Venía a continuación la comida del cordero pascual, asado y que debía
consumirse enteramente, sin que quedase nada.
P. Luis. Justo. Seguía la tercera copa, llamada de “Bendición”, de la cual bebían todos.
P. Luis. Sí; pero no se daba por concluida hasta haber recitado la segunda parte del
himno Hallel, con los salmos del 113 al 118. Se bebía la cuarta copa, y todo había
concluido.
P. Luis. Jesús desarrolló la celebración de la Cena pascual con el mismo ritual judío, y
dentro de este marco, pronunció las palabras consacratorias, mediante las cuales iba a
instituir la Nueva y eterna Alianza con el Nuevo Israel.
P. Luis. A Jesús, como Jefe del grupo, le tocó presentar los panes sin levadura y
pronunciar sobre ellos la plegaria tradicional. Pero Jesús, improvisadamente, añadió unas
palabras inesperadas del todo: “Tomen, coman, que esto es mi cuerpo”.
Rosy. Se cumplía promesa de la sinagoga de Cafarnaún, que tan cara le costó a Jesús:
“Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
P. Luis. Siguió la cena. Jesús y los Doce consumieron del todo el cordeo asado, y vino
la tercera copa, la llamada Copa de Bendición. Pero al alargarles Jesús aquel cáliz, muchas
veces adornado con guirnalda de flores, pronunció otras palabras tan misteriosas como las
dichas sobre el pan ázimo: “Tengan, beban, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de
la alianza nueva y eterna, que va a ser derramada por todos en remisión de los pecados”.
Javier. ¡Dios mío, qué grandiosidad!... Y digo lo mismo que Rosy. Los judíos en
Cafarnaún pensaron en una comida de caníbales. Y ahora lo da Jesús todo como humilde
pan, como vino delicioso…
Rosy. Bien. Esto es lo que hizo y dijo Jesús en aquella Última Cena. ¿Qué significado
tenía toda aquella celebración?
P. Luis. Ante todo, “La nueva y eterna alianza”. Son palabras textuales de Jesús, que
hacía referencia clarísima al capítulo 24 del Éxodo, cuando Moisés roció con la sangre de
los animales sacrificados el altar, signo de Dios, y al pueblo. La sangre, en la cual está la
vida según la mentalidad judía, era la tinta indeleble que firmaba y sellaba un pacto.
Rosy. Vemos que la Iglesia, igual que Israel, tendrá su Cena Pascual. Porque la
Eucaristía será esa cena “memorial”, repetición de lo mismo que hizo Jesús, el cual encargó
a los Apóstoles al instituirla: “Hagan esto como memorial mío”. Cosa que recalca de
manera especialmente San Pablo cuando escribe: “Y cuantas veces comen de este pan y
beben de este cáliz, anuncian la muerte del Señor hasta que vuelva”.
Javier. Quiero decir también yo lo que pienso. Desde este momento de la Última Cena,
con la que se inicia el Misterio Pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, todo
es nuevo y todo es definitivo. ¿Hasta cuándo? Yo creo que la hasta consumación completa
del Reino de Dios, Reino glorificado al final de los tiempos.
P. Luis. Muy bien dicho también, Javi. Así como el antiguo Israel celebraba su pascua
con la esperanza del reinado que iba a instaurar en el mundo el Cristo prometido, así la
Iglesia, instaurado por Cristo ese Reino de Dios, no espera sino la realización plena, total,
del Reino de Dios en la gloria futura, donde “Dios será todo en todos”.
Rosy. Pienso más todavía. Hasta que llegue ese día de la glorificación final, la Iglesia,
con esperanza cierta, gritará siempre con las últimas palabras de la Biblia: “¡Ven, Señor
Jesús!”.
P. Luis. Así es. Esas palabras tienen significado particular en la Misa dominical, cuando
todo el pueblo de Dios manifiesta y profesa su fe con la esperanza firme de entrar un día en
el descanso de Dios, en el Domingo eterno que ya no tendrá fin.
Javier. ¿Y por qué a la acción del Señor la llamamos expresamente “Eucaristía”?
P. Luis. La cena pascual judía tenía un significado especial de acción de gracias por la
liberación de Egipto. La Pascua cristiana tiene el mismo sentido, tanto es así que a su
celebración se le ha dado desde el principio el nombre de “Eucaristía”, que significa
precisamente “acción de gracias”. Por eso, hacemos nuestro con gozo aquel estupendo
himno de una antigua tradición judía:
“Aunque nuestra boca estuviera tan llena de himnos como está lleno de agua el mar, y
nuestra lengua de cantares tan numerosos como son las ondas del mismo mar; aunque
nuestros labios entonaran una alabanza tan extensa como el firmamento; aunque nuestros
ojos fueran tan luminosos como el sol y la luna; aunque nuestros brazos extendidos fuesen
como las alas del águila que recorre el cielo y nuestros pies tan ligeros como los del ciervo
que recorre la tierra, no podríamos agradecerte como mereces, Señor Dios nuestro, ni
bendecirte, oh Rey nuestro, por uno solo de los miles de millones de prodigios y maravillas
que has realizado por nosotros y por nuestros padres a lo largo de la historia. Por eso, que
todos los miembros de nuestro cuerpo, con el aliento y el respirar que has infundido en
nosotros, la lengua y la boca que nos has dado te den gracias, te bendigan, te alaben, te
ensalcen y canten tu Nombre por siempre”.
Así cantaban en su pascua antiguos judíos, nuestros primeros hermanos en la fe. Así
seguimos cantando nosotros con la Eucaristía, la Pascua que instituyó para todos nuestro
Señor Jesucristo en la Última Cena.
Cuestionario
Rosy. Nada. Sabiendo lo que fue la Última Cena, tal como nos la ha explicado, y
sabiendo lo que es la Eucaristía, tenemos bastante con irnos repitiendo las palabras de
Jesús, que ahora entendemos mejor: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con
ustedes”. Yo me las seguiré repitiendo muchas veces…
A continuación, la misma Lección 083,
Pasión y muerte de Jesús. Notas históricas,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Javier. Parece que el otro día tenía Rosy un poco de miedo a enfrentarse con la pasión
de Jesús.
P. Luis. Miedo, no; pero sí algo de compasión, llevada de su buen corazón. Y hoy se va
a encontrar con la exposición de algunos detalles de la pasión en toda su crudeza. La
queremos mirar, como te gusta a ti, Javier, bajo el punto de vista de la historia. El
significado teológico lo dejamos para más adelante.
P. Luis. Una historia propiamente, no; sino que precisaremos algunos puntos que nos la
hagan comprender mejor en toda su dura realidad.
Rosy. Para mí va a ser una satisfacción muy grande. Sabemos que el primer mensaje
evangelizado de la Iglesia primitiva era éste: Jesús ha muerto y resucitado. ¡Por Él tenemos
la salvación!
Javier. Ahora entiendo yo también eso que dicen algunos: que la primera redacción de
los evangelios pudo empezar con el relato de la pasión.
Rosy. Por algo la piedad cristiana ha seguido siempre la pasión con el tradicional
Viacrucis, lo mismo en una humilde iglesita que bajo el marco del Coliseo de Roma,
presidido por el Papa cada Viernes Santo y seguido a través de la televisión en todo el
mundo.
P. Luis. Hoy nosotros no vamos a mirarla como una meditación piadosa, sino que nos
fijaremos en algunos datos históricos que nos hagan conocer más la tragedia del Calvario.
Javier. Así, por lo que yo opino, enlazamos con aquellos primeros cristianos, que
buscaban con afán todos los detalles de la Pasión, con los cuales manifestaban y
acrecentaban tanto su amor al adorable Redentor.
Rosy. La pasión de Jesucristo fue atroz. ¿Cómo pudieron los hombres aplicar a un hombre tan
bueno como Jesús tormentos semejantes?
P. Luis. Empiezas, Rosy, con una pregunta que merece respuesta adecuada. Y hemos de
saber desde el principio que en la Pasión de Jesús entra activamente, según el evangelio de
Lucas, el mismo demonio.
P. Luis. Recordemos que Satanás, vencido en el desierto cuando las tentaciones, dejó al
Señor “hasta otro tiempo más oportuno”. Tiempo que Jesús describió al ser prendido en
Getsemaní como “la hora y el poder de las tinieblas”.
P. Luis. Para ello se sirvió del apóstol traidor, porque, como afirma Lucas, “Satanás
entró en Judas”, metiéndole en la cabeza que entregase a Jesús.
P. Luis. Las treinta monedas estipuladas entre Judas y los jefes judíos eran el precio que
se pagaba por un esclavo, según la Ley judía. Eran treinta siclos de plata que equivalían a
varios centenares de dólares nuestros.
Rosy. ¡Vaya humillación degradante! Para aquellos dirigentes del pueblo, Jesús no valía
más que un esclavo cualquiera.
P. Luis. Dices bien, Rosy. Tanto o más que los tormentos físicos de la pasión, vale la
pena mirar los sufrimientos morales. La degradación de Jesús llegó a los extremos más
bajos.
Javier. En medio de un silencio total, y a la luz de la luna llena, podían observar todo
bien.
P. Luis. Jesús se desahoga con ellos: “¡No puedo más! Siento una tristeza mortal”. Y ora
en voz alta, como lo hacían los judíos, pero, en vez de hacerlo de pie según la forma
acostumbrada, cae postrado en tierra.
P. Luis. Fue tal la angustia de Jesús, que se le apareció un ángel para animarlo, y como
para contrarrestar el embate furioso de Satanás. Crecía de tal manera el miedo y el terror de
Jesús, que sudaba sangre, la cual se le deslizaba en forma de grumos hasta la tierra. Es
Lucas, el evangelista médico, quien nos transmite este detalle precioso.
Javier. Aquí Jesús se muestra más hombre que nunca. Tiembla como cualquiera de
nosotros ante el horrible dolor que le viene encima.
P. Luis. El “cáliz”, en el lenguaje oriental, era lo mismo que la suerte amarga que le
tocaba a uno…
Rosy. ¡Y la suerte de Jesús iba a ser amarga de verdad!... ¿Quiénes prendieron a Jesús
en el Huerto, bajo la guía de Judas?
P. Luis. Ciertamente que eran los guardias y los servidores del Templo, mandados
expresamente por los sumos sacerdotes. Pero, astutos y prudentes los altos jefes, solicitaron
a Pilato una escolta de soldados, el Gobernador se la concedió, y puso al frente de ella un
tribuno.
P. Luis. Que los jefes habían prevenido a Pilato sobre Jesús como de un revoltoso
político, y de este modo llenaban de prejuicios al Procurador para cuando le trajeran al
acusado.
Rosy. Habla por primera vez de procesos. ¿Qué significado tenían, si los judíos habían
determinado acabar con Jesús, fuese como fuese?
P. Luis. Muy sencillo. Los judíos, sometidos a Roma, no tenían lo que se llamaba el
“derecho de espada”. O sea, no podían matar a nadie. La muerte debía ser dictada por el
procurador romano.
P. Luis. El proceso judío de Jesús no fue propiamente el interrogatorio que se inició ante
Anás y ante Caifás durante la noche, sino el que precisa Lucas y que se celebró al amanecer
ante todo el Sanedrín. El de la noche no hubiera sido legal, el de la mañana sí. Pero estuvo
lleno de irregularidades muy serias.
P. Luis. Naturalmente, todos los cargos fueron de carácter religioso, y Jesús fue
declarado culpable por blasfemo, al haber admitido que era el Cristo e Hijo de Dios.
P. Luis. Para los judíos, sí. Pero ellos sabían que a Pilato esto no le importaba nada.
Cuando sea llevado a Pilato, los jueces se van a convertir en acusadores, y el delito que van
a presentar al Procurador romano será político, no religioso, y le dirán: -Éste se ha
declarado rey, y, por lo mismo, es un revolucionario que atenta contra el Emperador. Si tú
lo sueltas, no eres partidario del César sino su enemigo.
Javier. Se ve claro el sentido de los dos procesos, el religioso de los judíos y el civil de
Pilato.
P. Luis. Los jefes judíos mentían ante Pilato. Y Pilato sabía que la acusación era falsa,
“pues se daba cuenta de que los sumos sacerdotes le habían entregado a Jesús por envidia”,
y además había escuchado la respuesta judicial del acusado: “Mi reino no es de este
mundo”. Pilato quiso sinceramente liberar a Jesús e hizo todo lo que pudo para conseguirlo.
Cedió sólo por miedo y política: ahí estuvo su culpa.
Rosy. Padre Luis, ¿nos dirá algo sobre algunos tormentos ya específicos, por ejemplo
sobre la flagelación?
P. Luis. Por esto: porque fue del todo especial. Pilato hizo azotar a Jesús para
escarmentarlo, para ceder en algo ante los judíos acusadores que exigían castigo, para
presentarlo inspirando compasión y sustituir la pena capital por la flagelación.
P. Luis. La flagelación era tan cruel, que estaba prohibida para los ciudadanos romanos,
pero Jesús era un simple esclavo y un criminal revoltoso. Como fue independiente de la
condena a muerte, se la infligieron lictores expresamente ya preparados. Era terrible, pues
azotaban cruelmente todo el cuerpo, pero sin llegar a hacer perder la vida del azotado.
P. Luis. Y sigo con la descripción espeluznante que hace un historiador muy autorizado:
“A los primeros golpes, cuello, espalda, costados, brazos y piernas se amorataban y luego
se cubrían de líneas azuladas y tumefacciones. Gradualmente, piel y músculos se
desgarraban, se rompían los vasos sanguíneos y todo el cuerpo chorreaba sangre. Al fin el
flagelado se convertía en un amasijo de carnes sanguinolentas, desfigurado en todos sus
rasgos”.
Javier. Se comprende que los romanos ahorrasen a sus ciudadanos semejante carnicería.
Rosy. Y no acabó aquí lo de Jesús antes de la cruz. Faltaba la corona de espinas. ¿Qué
nos dice de ella?
P. Luis. Merece también una mención especial. ¿A qué se debió? No fue algo dispuesto
por Pilato, ni algo que ejecutaran soldados legionarios, netamente romanos, sino que fue la
ocurrencia inhumana de los soldados inferiores de la cohorte. Reclutados entre los pueblos
vecinos de Siria o Samaría, que odiaban profundamente a los judíos, ahora les vino a la
cabeza realizar aquella burla grotesca con el que era acusado de rey de los judíos.
P. Luis. La corona de espinas no era un aro como lo pintan los artistas, sino un capacete
en forma de sombrero que le cubrió a Jesús la cabeza, desde la frente hasta la nuca,
entretejida con las espinas llamadas “accantus orientalis”, abundantes en el torrente Cedrón,
largas de varios centímetros y muy duras.
Rosy. Habremos de pasar a lo peor de todo, a la cruz.
P. Luis. Al hablar de la cruz, hay que tener en cuenta que no se trataba de la cruz entera,
porque es imposible que un hombre la lleve solo, sino del palo transversal, ya que el
madero vertical estaba colocado previamente en tierra en el lugar del suplicio. El
condenado llevaba el madero atado a la espalda y sujeto a los brazos extendidos, como en
forma de cruz.
P. Luis. El arte no está acertado cuando fija los clavos en las palmas de las manos. Éstas
se hubiesen rasgado a la primera, y hubieran sido incapaces de sostener el peso del cuerpo.
Los clavos se insertaban en las muñecas, en el llamado el espacio de Desdot, formado por
unos huesecillos que se aprietan entre sí, de modo que todo el cuerpo quedaba firmemente
sujeto.
P. Luis. Esto era causa de un tormento auténticamente infernal, porque los clavos
rozaban continuamente el nervio mediano que arranca del nervio central, y ese contacto
causa unos espasmos de dolor inimaginable. Por otra parte, los clavos no rompen ninguna
vena o arteria, de modo que la sangre que fluye es poca; el organismo no se desangraba
mucho, y eso hacía que la agonía se prolongue horas y horas, y hasta días enteros.
Rosy. ¡Pues, vaya agonía! Y el pobre condenado, con la certeza de que había para tanto
tiempo…
P. Luis. La muerte venía al fin por tetanización de todos los músculos, por asfixia y
fiebre altísima, con sed inaguantable, hasta que fallaba del todo el corazón.
Javier. Uno ve en seguida que esos tormentos eran comunes a todos los crucificados.
Pero en Jesús tuvieron especial significado por su sensibilidad exquisita y por la pasión
precedente, que no la había padecido ningún otro condenado.
Cuestionario
Rosy. Padre Luis, ahórrese hoy el cuestionario. Ante todo lo que nos ha explicado,
entendemos la exclamación tan ponderada del apóstol San Pablo cuando dice: “Cristo se
rebajó hasta padecer la muerte, ¡y una muerte de cruz!”.
P. Luis. ¿Quieren que les cuente un caso con el cual quería acabar la lección de hoy?
Javier. No es la primera vez que hace eso de empezar por el final. A ver con qué nos
viene esta vez…
Rosy. Yo no sé si esto es propio de una clase de Biblia, pero la verdad es que me gusta
esta introducción. ¿Puede decirnos, Padre Luis, a qué viene ejemplo semejante?
Javier. Tengo entendido, Padre Luis, y quizá fue usted quien nos lo dijo alguna vez, que
todo lo anterior de la Biblia viene a parar a este punto de la Resurrección; y de la
Resurrección parte ahora todo lo que queda de la Biblia hasta su final.
P. Luis. No sé si lo dije o no, pero esta es la verdad. ¿Y quieren saber cuál ha sido la
mayor desesperación de los enemigos de Jesucristo?
Rosy. Naturalmente, saber que Jesucristo está vivo. Un muerto no les daría ningún
miedo.
P. Luis. Ni más ni menos, Rosy. Los enemigos del tiempo de Jesús, al ver el terror de
los soldados que contaban cómo el ángel resplandeciente echaba a rodar la piedra del
sepulcro, les cerraron a los guardias la boca con buena cantidad de dinero, empeñados en
tapar con cortinillas el sol, y dándoles el encargo: -Digan que mientras dormíamos han
venido sus discípulos y han robado el cadáver.
Javier. Y los enemigos modernos de Jesucristo, ante la claridad de los relatos de los
cuatro Evangelios, han resuelto negar tajantemente la verdad, ¿no es así?
P. Luis. También esto lo cierto. Esos ciegos voluntarios aseguran con aplomo: -¡No! Si
esos relatos son pura mentira. El cadáver del crucificado desapareció, y vinieron después
los que habían sido sus discípulos y empezaron a inventar apariciones, visiones y boberías
semejantes. Eso de la resurrección era y es un puro cuento.
Rosy. En resumidas cuentas: los enemigos de Jesús, los de antes y los de ahora,
desesperados; y los discípulos de Jesús, cada vez más firmes en su fe. ¿Quiénes tienen la
razón?
P. Luis. Tienes razón, Javi. Así es que nos preguntamos: ¿Es cierto que Jesús resucitó?
¿Qué significa la Resurrección en el mensaje de Jesús? ¿Qué relación tiene la Resurrección
con nuestra fe? ¿Cómo influye la Resurrección en la vida cristiana?
P. Luis. Ante todo, ¿es histórica la Resurrección de Jesús? Javi, ¿qué entiendes tú por
historia? ¿Cuándo dirías tú que una cosa es histórica y no es un cuento?
Javier. Nos hemos de entender. Entra en la historia lo que se puede comprobar porque
se ha visto, se ha oído, se ha palpado; es algo que ha entrado por los sentidos. Lo hemos
visto por nosotros mismos, o nos lo han contado testigos dignos de crédito.
P. Luis. Muy bien, Javi. Entonces tengo que decirles que la Resurrección no es historia,
porque no la vio ni la sintió nadie. No se asusten. En este sentido, si nadie la pudo ver, la
Resurrección no es historia, sino que es una verdad sólo de fe.
P. Luis. Ya les he dicho que no se asusten. En ese sentido no es historia. Pero es historia
verdadera en otro sentido. El sepulcro de Cristo apareció vacío; fueron a verlo unas
mujeres, y se encontraron con dos ángeles que les aseguraron: “Buscan a Jesús el Nazareo;
no está aquí: ¡ha resucitado!”. Corren Pedro y Juan, y comprueban eso del sepulcro vacío.
Y aquel mismo día, y durante cuarenta días después, todo el grupo de los Apóstoles y otros
muchos, hasta quinientos juntos en una ocasión, ven al Resucitado, hablan con Él,
comparten la misma mesa, y lo proclaman todo con tal seguridad que hasta se dejan matar
por confesarlo.
Rosy. Entonces, ¿por qué los racionalistas modernos se enfrentan contra la evidencia de
los Evangelios, suprimen sus relatos y dicen que todo es una pura invención?
Javier. Parece exagerada y hasta irreverente esta manera de hablar, pero así habla el
mismo San Pablo, ¿no es cierto?
P. Luis. Muy sencillo. Porque Jesucristo dio como prueba de su misión su propia
resurrección. A sus adversarios, que le pedían milagros, les dijo claramente: “Destruyan
este templo de mi cuerpo, y al tercer día yo lo habré restaurado”. Y más tarde: “Esta
generación perversa busca un signo; y no se le va dar otro signo que el de Jonás. Igual que
él estuvo tres días en el vientre del cetáceo, así yo estaré tres días en el seno de la tierra”.
Pero al tercer día resucitaré.
Javier. Los Evangelios están claros. Muerto Jesús en la cruz, sus más terribles enemigos
recordaban muy bien estas palabras, las entendían en todo su sentido, y por eso fueron a
Pilato: “Pon guardia en el sepulcro. Porque aquel embaucador dijo que al tercer día
resucitaría; y si desaparece el cadáver, el último engaño va a ser peor que el primero”.
P. Luis. Traes muy bien la cita, Javi. Total: que a pesar de la guardia y de los sellos, el
sepulcro apareció vacío; los judíos no pudieron presentar el cadáver de Jesús; los discípulos
del Crucificado proclamaban que habían visto muchas veces vivo a ese su Maestro que fue
sepultado, y la doctrina de Jesús de Nazaret se iba imponiendo en todas partes.
Rosy. Por lo visto, aquellos judíos de entonces, enemigos acérrimos de Jesús, se vieron
en buen aprieto.
P. Luis. Es evidente. Si los judíos hubieran dicho: “¡Mienten al decir que ese Jesús ha
resucitado!”, los Apóstoles hubieran respondido: “Enséñennos el cadáver. Ustedes lo
tienen”.
P. Luis. Con todo, el sepulcro vacío no basta para decir que es histórica la Resurrección
de Jesús; pero las apariciones de Jesús, atestiguadas por quienes lo vieron y enseñaban el
sepulcro vacío, custodiado por los soldados y sellado por los judíos, ¡eso sí que es
historia!... Nadie vio la Resurrección, pero todos vieron y vemos sus huellas.
Rosy. Pero, ¿quieren que les diga una cosa? Yo leo las apariciones del Resucitado en los
Evangelios, y casi me hago un enredo…
Javier. Nos ha dicho que la Resurrección tiene una gran importancia para nuestra fe y
esperanza. ¿Por qué?
Javier. Y la resurrección de Jesús, ¿no nos compromete nada en nuestra vida cristiana?
P. Luis. Javi, eso se lo preguntas a San Pablo… ¡Hay que ver las consecuencias que el
Apóstol saca de ella para nuestra vida!
P. Luis. Mira éste texto tan precioso a los de Colosas: “Si han resucitado con Cristo,
busquen las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Aspiren a las
cosas de allá arriba, no a las de la tierra. Porque han muerto, y su vida está escondida con
Cristo en Dios”.
Rosy. No hay que discurrir mucho para saber lo que nos pide Pablo. Según yo entiendo,
el cristiano, sabiendo que Jesucristo está resucitado y que fue allá arriba a prepararnos un
lugar, sabe que las cosas del mundo, por muy buenas que sean, son relativas. Lo que
importa es vivir ya en esperanza y con ilusión allá en la que será nuestra Patria verdadera.
Javier. Cite algo más, Padre Luis, y que sea tan bueno como el texto anterior.
P. Luis. Mira lo que escribe a los de Roma: “Si hemos muerto con Cristo, sabemos que
también viviremos con él”.
Javier. Creo y espero que nos falta todavía algo para morir. ¿Qué quiere decirnos el
apóstol San Pablo con estas palabras?
Rosy. Esto es muy serio, desde luego. ¡Y vaya la lucha que nos exige contra el pecado!
P. Luis. Quiere decirnos el apóstol San Pablo: ya que Cristo con su muerte y su
resurrección destruyó el pecado y venció la muerte, es necesario que ahora nosotros
muramos al pecado y vivamos la vida de la Gracia, que es la vida del Resucitado en
nosotros.
Javier. Esto será todo lo exigente que queramos. Pero es estimulante de verdad.
P. Luis. Todavía voy a completar esto mismo con otras palabras de Pablo: “Considérense
muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”, porque “estando muertos a causa de nuestros
delitos, nos vivificó juntamente con Cristo..., y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en
Cristo Jesús” (Efesios 2,5-6)
P. Luis. Te voy a complacer, Rosy. Has dicho tú misma antes que Jesús resucitado subió
al cielo a prepararnos un lugar (Juan 14,2). Mira lo que escribe Pablo a los de Filipos:
“Nosotros tenemos la ciudadanía del cielo, de donde esperamos como salvador al Señor
Jesucristo” (Filipenses 3,20). Este pensamiento es precioso. Vivimos aquí, pero tenemos ya
en la mano la “cédula de identidad” del Cielo, pues esto significa la palabra griega
“políteuma” de San Pablo.
Javier. ¡Qué idea tan formidable! Nuestra cédula, nuestro carnet de identidad, ya aquí
en la tierra, es la misma cédula del Cielo. Esta ciudadanía obliga a vivir según las leyes de
la propia patria. En este caso, obliga a caminar por la tierra llevando una conducta como la
de los moradores del Cielo.
P. Luis. Te completo este pensamiento con otras palabras de San Pablo, alusivas
también a la resurrección. Somos por la Gracia nuevas criaturas: “El que está en Cristo es
una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (2Corintios 5,17)
P. Luis. Escucha lo que dice Pablo: “Entonces aparecerán con él en gloria”. Porque
Jesús “transfigurará nuestro pobre cuerpo a imagen de su cuerpo glorioso, en virtud del
poder que tiene de someter a sí todas las cosas” (Filipenses 3,21). Esta palabra de Pablo nos
traslada sin más al Tabor, donde Jesús manifestó anticipadamente su gloria, la misma que
nos reserva a nosotros.
P. Luis. Finalmente, Pablo nos anima en la lucha con palabras triunfales, citando
primero a Isaías y Oseas: “La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh
muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?... Hermanos míos muy amados,
manténgase firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes
de que su trabajo no es inútil en el Señor”.
Cuestionario
P. Luis. Supongamos que los Evangelios son un limón, lo tomamos en nuestras manos,
y lo estrujamos para sacarle todo lo que contiene. ¿Qué jugo nos dará? Quiero decir, como
pueden adivinar: ¿qué palabra o expresión va a darnos todo el contenido del Evangelio?...
P. Luis. Se ha dicho muy bien que, si hiciéramos eso, el jugo de todo el Evangelio se
condensaría en esta palabra o expresión: “El Reino de Dios”. O, si queremos, el “Reinado”,
algo activo, porque no está concluido todavía, ya que el Reino no quedará establecido y
cerrado definitivamente hasta el último día. Tanto es así, que “El Reino”, “El Reino de
Dios”, “El Reino de los Cielos”, sale en los Evangelios más de cien veces, ciento seis, en
concreto.
Javier. Mucha importancia tiene que tener para que el Nuevo Testamento lo mencione
tanto. ¿Y por qué esta clase de Biblia va a tratar expresamente del Reino?
P. Luis. Por lo que nos dice Lucas al principio de los Hechos de los Apóstoles. Hemos
tratado ya de la Resurrección de Jesús. Y nos dice Lucas: “A estos mismos apóstoles,
después de su pasión, se les presentó dándoles pruebas de que vivía, dejándose ver de ellos
durante cuarenta días, y hablándoles del Reino de Dios”.
Rosy. Resulta de verdad intrigante el saber, o el querer saber, qué hacía Jesús en
aquellas apariciones a los apóstoles durante los cuarenta días que mediaron entre la
Resurrección y la Ascensión. ¡Sería bien interesante saber de qué hablaban!...
P. Luis. Sabemos que el número de “cuarenta” es simbólico y no hay que tomarlo con
exactitud matemática. Por otra parte, sabemos también, conforme a la interpretación
moderna de los Evangelios, que Jesús subió al Cielo desde el momento de la Resurrección,
y que la Ascensión fue la última aparición que realizó, después de la cual ya no se le vio
más sobre la tierra. Únicamente habrá otra aparición objetiva, trascendental de veras,
cuando unos cuatro años después se deje ver de Pablo ante las puertas de Damasco.
Javier. Examinando esas palabras que nos ha citado: “Hablándoles del reino de Dios”,
adivinamos que Jesús instruía a los suyos acerca del Reino de Dios, de la Iglesia, de la obra
que había comenzado.
P. Luis. Muy bien, Javi. Y les añadía Jesús: Esperen, porque “van a ser bautizados con
Espíritu Santo dentro de pocos días”.
Rosy. Si Lucas no dice más, ¿podemos quedar nosotros satisfechos con estas pocas
palabras, o nos atrevemos a adivinar lo mucho que pueden encerrar?
P. Luis. Es lo que queremos intentar en esta clase: ¿qué es y cómo es el Reino de que
habla Jesús y deja constituido en el mundo? Tengamos presente que el “Reino” fue la
primera palabra que Jesús lanzó en su predicación: “El tiempo se ha cumplido, y el Reino
de Dios está cerca”. “Conviértanse, porque ha llegado el Reino de los Cielos”.
P. Luis. Así es. Los apóstoles empezaron su predicación de la misma manera, como
Felipe en Samaría, “que anunciaba la Buena Nueva del Reino de Dios y el nombre de
Jesucristo”. O como Pablo, que en la sinagoga de Éfeso, “durante tres meses hablaba con
audacia, discutiendo acerca del Reino de Dios y tratando de convencerles”. Las últimas
palabras de este maravilloso libro de los Hechos de los Apóstoles, acabarán diciendo de
Pablo que en su prisión de Roma, sujeto con cadenas, “predicaba el Reino de Dios y
enseñaba lo referente al Señor Jesucristo con toda valentía”.
Rosy. Y la Biblia del Antiguo Testamento, ¿no habla también del Reino de Dios?
P. Luis. Sí, y mucho. Pero en un sentido muy diferente. Esta palabra y expresión es
típica sólo de Jesús, con una significación muy diversa de la que tenía en el Antiguo
Testamento. Es una idea que se presenta como revolucionaria.
Rosy. Entonces, ¿qué entendieron después por el reino de Israel que esperaban?
P. Luis. Los profetas no estaban equivocados. Pero en el pueblo, durante los tiempos de
Jesús, esperaban al Cristo como rey temporal: el Mesías esperado iba a librar a Israel de
todo yugo extranjero, y con el Cristo al frente iba a constituir un reinado judío universal,
dominador de todas las gentes.
Javier. Y en esto radicaba su error, ¿no es así? Esperaban un reinado material, socio-
político, y no espiritual, en el sentido con que Jesús hablaría a Pilato: “Mi reino no es de
este mundo”.
P. Luis. Muy bien, Javi. Con Jesús ha llegado el Reino, el momento en que Dios va a
realizar su plan definitivo de salvación, y es cuestión de convertirse, de dejar todo lo
antiguo, de cambiar de pensamientos, y de abrazar sólo y exclusivamente el mensaje que
trae Jesús.
P. Luis. Eso mismo. Todo se encarna en su propia Persona, porque Jesús es no sólo el
Evangelizador de la Buena Nueva, sino que Él mismo es esa Buena Nueva.
Javier. Ante esto, ¿qué pudo decir Jesús a los apóstoles sobre el Reino en aquellos días
que mediaron entre la Resurrección y su Ascensión visible al Cielo?
P. Luis. En esas breves palabras del principio de los Hechos tenemos la clave de todo.
Jesús es el mismo del que Lucas ha hablado en el evangelio, su libro anterior; el Espíritu
Santo prometido será el motor que impulse la obra entera de Jesús; y los apóstoles son los
encargados de llevar el Reino a todas partes.
P. Luis. Lucas lo hace empezando por Jerusalén y llegando hasta el extremo de la tierra,
simbolizada en Roma. El libro de Lucas, muy expresivamente, empieza por Jerusalén,
donde Jesús les habla del Reino a los apóstoles, y acaba en Roma, donde deja a Pablo
anunciando el Reino con valentía.
P. Luis. Vamos repitiendo la misma idea, pero no importa. Que se nos grabe bien. El
Reino es el plan de Dios sobre la salvación, centrado todo en la Persona de Jesucristo, y
confiado a la Iglesia para que lleve el Reino a todo el mundo.
Javier. No deja de ser algo difícil el entenderlo. Pero, ¿no nos lo podría detallar?
P. Luis. Con mucho gusto. Como este tema había creado algunas dificultades en la
Iglesia, el Papa Juan Pablo II encargó al Cardenal Ratzinger, después Papa Benedicto XVI,
que elaborara un documento muy importante, titilado “El Señor Jesús”, y que se hizo
famoso. Les voy a citar los puntos referentes al Reino.
Rosy. Empiece, Padre Luis, por el punto principal, y que nos quede bien claro.
P. Luis. Dice ante todo: Cristo, el Reino y la Iglesia, siendo diferentes las tres cosas,
tienen tal conexión entre sí, están tan íntimamente unidas, que no se pueden separar una de
la otra.
P. Luis. Añade el documento: “El Reino no puede ser separado tampoco de la Iglesia”,
aunque la Iglesia no es el mismo Reino, si bien está ordenada al Reino de Dios, “del cual es
germen, signo e instrumento”.
Javier. ¿Dónde estaban esas dificultades que usted decía surgieron en la Iglesia?”
P. Luis. Había bastantes que ponían el Reino en toda la obra de Dios, “la creación, las
diversas culturas y creencias”, independientes del “misterio de la redención”, de modo que
“consideran a la Iglesia misma sólo como un signo equívoco” de Jesucristo y del Reino.
P. Luis. Muy buena. Considerando todo lo mucho que hay de positivo en la creación y
en esas religiones y culturas, dice: “Construir el Reino significa trabajar por la liberación
del mal en todas sus formas”. Como ven, aun sabiendo que el Reino y la Iglesia están tan
íntimamente unidos que es imposible separarlos, es trabajar también por el Reino cuando se
lucha contra el mal dondequiera que esté, igual que promover el bien en todas sus formas.
Rosy. Veo por esto, que, aunque se esté fuera de la Iglesia, todos los que trabajan con
tan buena fe por el mundo, preparan el camino para Jesús, para el Reino, para la Iglesia.
P. Luis. Muy bien dicho, Rosy. Jesús, “a quien está sometido todo”, es el Señor, que un
día “entregará a Dios Padre el Reino”, “para que Dios sea todo en todos”.
Javier. Así que ya sabemos lo que debemos entender por el Reino de Dios, del que están
llenos los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles.
Rosy. Como podemos ver, al hablar del Reino hemos de tener en cuenta toda la vida
humana, no sólo la religiosa sino también la social.
P. Luis. Aunque el Reino de Dios proclamado por Jesús no tiene signo político ni social,
pero todo lo social y político debe estar acorde con el ideal y naturaleza del Reino.
Javier. Esto puede tener mucha importancia en las naciones. No puede aceptarse una
legislación que esté en oposición directa con Jesucristo. Pienso en esas leyes abiertamente
injustas, o las que apoyan el aborto, la eutanasia o los incalificables matrimonios gay.
P. Luis. No tengo nada que objetar a lo que dices, Javi. Esa es la pura verdad.
Rosy. Ahora me vienen ganas a mí de volver en positivo lo que dice Javi. Cuando los
Gobiernos dictan leyes que promueven la justicia social, la enseñanza para los más
humildes, la defensa de la naturaleza (en los bosques, por ejemplo), la paz entre los
ciudadanos, y otras cosas semejantes, no se meten para nada con la Religión, ni hacen
referencia a Jesucristo o la Iglesia, y, sin embargo, contribuyen al progreso y estabilización
del Reino. ¿Digo bien?
P. Luis. Bien, no. ¡Muy bien! lo estás diciendo, Rosy. ¿Qué más se les ocurre?
Javier. Leyendo este principio de los Hechos, veo que los apóstoles estaban algo
intrigados con este asunto, y le preguntan a Jesús, mientras los sacaba al Monte de los
Olivos momentos antes de la Ascensión: “¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de
Israel?”. ¿Qué querían decir con ello?
P. Luis. Judíos al fin y al cabo, los apóstoles tenían metida en la cabeza la idea de un
reino temporal de Israel, el cual tenía que librarse de los Romanos y dominar después todo
el mundo. Jesús les corrige haciéndoles ver lo equivocados que estaban. No entenderían
nada hasta que, dentro de poco, viniera el Espíritu Santo el día de Pentecostés.
P. Luis. ¡Claro! Y como además esperaban que el reino de Dios que ellos tenían metido
en la cabeza iba a venir aparatosamente, Jesús les desilusiona al comunicarles: “Miren, el
Reino de Dios ya está entre ustedes”. Porque estaba con Jesús, que encarnaba el Reino en
su propia Persona.
Javier. Sí; el Reino de Dios no pudo venir más silenciosamente: un pobre carpintero de
Galilea, rodeado siempre de pobres y pecadores, y, para colmo, clavado en una cruz.
Rosy. Y el momento más grandioso del Reino, la Resurrección de Jesús, no vista por
nadie, y atestiguada sólo por unos pescadores y campesinos sin ninguna autoridad en el
pueblo. ¡Qué cosas que tiene Dios!... Quiere que nos fiemos de Él, y nada más.
Javier. Veo que el Reino, tal como nos lo ha expuesta usted, Padre Luis, lo mismo que
la Persona de Jesús y la Iglesia, constituye para nosotros un espléndido ideal.
Rosy. Con preguntas semejantes, si les damos respuesta, vamos a resultar unas copias
fieles de Jesús, el cual no tuvo otra ilusión que el Reino de Dios y su Iglesia, a los que se
entregó por entero. Pues acabaremos por decirnos: ¿Por qué el Reino y la Iglesia no van a
ser también mi ilusión como lo fueron para Jesús?...
Cuestionario
P. Luis. Rosy, tengo una curiosidad. Aparte de los Evangelios, dinos una página del
Nuevo Testamento que te guste de veras.
Rosy. No me lo pienso dos veces: Pentecostés, tal como lo narra Lucas al principio de
los Hechos de los Apóstoles.
P. Luis. Entonces, tenemos los tres el mismo buen gusto. A mí, sencillamente, me
entusiasma. Por eso vengo hoy tan contento, porque vamos a hablar del Espíritu Santo tal
como aparece en esa narración incomparable de Lucas, y que es, por otra parte, una página
central de la Biblia en el Nuevo Testamento.
P. Luis. Esta fiesta, lo mismo que la Pascua cincuenta días antes, como en Septiembre la
de los Tabernáculos, reunía en Jerusalén a multitud de peregrinos. Pentecostés, de modo
especial, traía a muchos prosélitos, adoradores de Dios, que junto con los judíos de la
Diáspora llenaban las sinagogas en todo el Imperio Romano.
Javier. ¡Vaya! Sin que nos lo diga la Biblia, uno adivina que Jesús, ascendido al Cielo
unos días antes, supo escoger el día más apropiado y oportuno para enviar su Espíritu sobre
Jerusalén. Pronto se iba a enterar todo el mundo de la Buena Nueva proclamada por el
Señor.
Rosy. Cierto, Javi. Era un día muy bueno para que el Espíritu Santo pusiera en marcha
visiblemente a la Iglesia, que había nacido de su costado rasgado mientras colgaba de la
Cruz.
Rosy. Y aquel viento impetuoso que remueve la casa hasta en sus cimientos, que empuja
a los habitantes de Jerusalén a reunirse allí donde adivinan que está el epicentro de
terremoto tan inusual…
Javier. ¿Después?... Sigue lo que Lucas nos narra en ese capítulo dos, tan bello, de los
Hechos de los Apóstoles. Cada uno les entiende en su propia lengua… Pedro predica, y
muchos piden adoloridos la salvación…
Rosy. Da gusto recordar estas cosas. ¿Pero no sería mejor que nos explicase lo que todo
esto significa?... Porque son signos visibles, llamativos por demás, de realidades muy
superiores.
P. Luis. Sí; será mejor que hagamos lo que pide Rosy. Pero antes, nos hemos de remitir
a la primera fase de la venida del Espíritu Santo en el mismo día de la Resurrección, tal
como la narra Juan en el capítulo veinte de su evangelio. Una y otra narración, la de Juan y
la de Lucas, se complementan de manera inseparable.
Javier. También la aparición que nos trae Juan la hemos oído y leído muchas veces. Así
que digo lo mismo: ¿por qué no nos metemos en el significado de tantos signos como se
encierran en esas narraciones de Lucas y de Juan?
P. Luis. Unimos, ante todo, Pentecostés con el Sinaí. Aquella primera alianza iba a ser
sustituida, según Jeremías y Ezequiel, por otra nueva muy diferente.
P. Luis. Unas palabras preciosas: “Llegarán días en que yo pactaré con Israel una nueva
alianza, no como la alianza que pacté con sus padres cuando los saqué de Egipto: pondré mi
Ley en su interior y la escribiré sobre sus corazones, y yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo”.
P. Luis. Es magnífico también lo que nos dice: “Los rociaré con agua pura, y quedarán
purificados; los limpiaré de todas sus impurezas y los purificaré de toda su basura. Les daré
un corazón nuevo, quitaré de su cuerpo el corazón de piedra, y les daré un corazón de
carne. Les infundiré mi espíritu y haré que se conduzcan según mis preceptos”.
Javier. Es natural. Desde el momento que Jesús murió para pagar por el pecado, le tiene
que declarar guerra sin cuartel a Satanás, padre y príncipe del pecado.
P. Luis. A este propósito se me ocurre lo del espléndido salmo 103, que describe la
primera creación de Dios, tan bella, y acaba con este apóstrofe: “¡Que desaparezcan los
pecadores de la tierra, y que los malvados ya no existan nunca más”. Porque el pecado es lo
único que afea una obra tan maravillosa de Dios.
P. Luis. En ese salmo hemos adivinado siempre la nueva creación iniciada con la
Resurrección de Jesucristo, y le pedimos con palabras de él al Señor: “Envía tu Espíritu y
renueva la faz de la tierra”. La nueva creación, mucho más hermosa que la primera descrita
en el Salmo, exige que el pecado desaparezca de ella para siempre.
Rosy. Es ahora, por lo visto, cuando Jesús da a los Apóstoles el poder de perdonar,
prometido primero a Pedro cuando le dijo: “Lo que desates, quedará desatado”; y a los
demás Apóstoles después: “Lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo”.
P. Luis. Muy bien traídas esas citas, Rosy. Esto lo entendió el gentío congregado ante el
Cenáculo, y “compungido” le pedía a Pedro: “¿Qué tenemos que hacer?”, a lo que contestó
el apóstol: “¡Conviértanse!”.
P. Luis. Yo te diría que dos cosas. Primera, iluminaron la mente de los Apóstoles, de
modo que entendieron las Escrituras y el misterio de Cristo en toda su profundidad. El libro
de los Hechos nos dirá después que los jefes del pueblo y los máximos doctores de la ley
“estaban maravillados” de cómo hablaban los apóstoles, “sabiendo que eran hombres sin
instrucción ni cultura”.
Javier. Luz en la mente ante todo. ¿Y qué más podían significar esas llamas?
P. Luis. Si eran fuego, quiere decir que encendieron los corazones de los Apóstoles en
un amor ardiente al querido Maestro, por el que daban la vida, de modo que, al ser azotados
ante la Asamblea, “salieron de la presencia del Sanedrín contentos”, llenos de alegría,
porque habían sido hallados dignos de sufrir semejante afrenta por el nombre del Señor
Jesús.
Rosy. Un amor grande a Jesús. ¡Este regalo del Espíritu sí que valía la pena!... ¿Y el
don de lenguas?
P. Luis. El don de lenguas fue un signo muy especial, muy llamativo y de gran
significado. Ante todo, hay que relacionarlo con el hecho de la torre de Babel. El orgullo de
los hombres fue la causa de tanta confusión como reina en la tierra. Viene ahora el Espíritu
Santo, y aúna a todos en la misma fe, en la confesión del mismo Dios y Señor.
P. Luis. Una muy significativa tradición judía afirmaba que aquella voz de Dios en el
Sinaí se dividió en setenta voces, correspondientes a las lenguas de las setenta naciones que
aparecen en el capítulo diez del Génesis, de modo que todos los pueblos pudieron escuchar
la palabra de Yahvé. Esto es una manera bonita de pensar, pero no fue así. Esa realidad
soñada por el piadoso israelita ocurrió, de hecho, en Pentecostés, no en el Sinaí. Lucas
menciona bastantes pueblos que oyeron el mensaje.
Rosy. Sí. ¡Y vaya lista que enumera Lucas! “¿No son galileos todos estos que están
hablando? Y, sin embargo, los oímos todos en nuestra propia lengua: partos, medos y
elamitas; los que venimos de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia,
Panfilia, Egipto, Libia, Cirene, Roma, Creta, Arabia”… Cuesta citar tantos nombres,
algunos bien raros para nosotros.
P. Luis. Hoy la Iglesia ha extendido este hecho por todo el mundo, y son multitud las
lenguas que profesan la misma verdad, la misma fe en el Señor Jesús, el cual reúne en Sí a
todas las gentes.
P. Luis. La Babel o Babilonia bíblica era signo de la opresión imperialista de los fuertes,
de la división y del odio. La Iglesia, que nace en Jerusalén con el Espíritu de Pentecostés,
aunque hable mil lenguas, tantas como los pueblos en que esté extendida, es signo y
expresión del único lenguaje de la fe y del amor que profesan los seguidores de Jesús, a
pesar de la diferencia de razas y culturas.
Rosy. Mensaje bueno de verdad. ¿Y qué decir del signo del viento, del aire?
P. Luis. Lucas lo trae como de fuerza incontenible, como para indicar que es el Espíritu
Santo quien pone en marcha a la Iglesia de manera imparable. Sin citarlo, hace alusión
ciertamente a los rayos y truenos espantables del Sinaí.
P. Luis. Es cierto. Juan lo indica como aire suave, como aliento que sale de la misma
boca de Jesús. Ese gesto que el Señor empleó en su primera aparición de Resucitado, a
nosotros no nos dice nada. Sin embargo, para un oriental, y en el lenguaje de la Biblia, es
enormemente significativo.
P. Luis. El aire que Dios espira es el principio de la vida. Por poner sólo un caso, nos
trasladamos a las primeras páginas del Génesis.
P. Luis. Muy bien. Sobre el caos primitivo aleteó el soplo de Dios, y se fue
configurando la creación entera. Después en el paraíso, Dios exhaló su aliento sobre la
estatua de barro, y quedó convertida en el primer hombre, pletórico de vida.
Rosy. Padre Luis, tengo leído, o nos lo dijo usted mismo alguna vez, que el nombre de
Espíritu Santo nos lo dio el mismo Jesús, y que significa eso: aire, viento, aliento, soplo,
espíritu… ¿Es verdad?
P. Luis. Tanto en hebreo como en griego, las lenguas de la Biblia, todas esas palabras
significan lo mismo: “espíritu”. Y esto dio en la Iglesia antigua origen a costumbres muy
bellas.
Rosy. Pues, sí; esa costumbre era curiosa de verdad. Pero en medio de su rareza, era
bien significativa.
P. Luis. Diríamos que Pentecostés no fue una cosa improvisada. El Espíritu Santo,
descendido del Cielo en Pentecostés, es el gran regalo de Jesús Resucitado, para cada una
de las almas y para la Humanidad entera.
Rosy. Por el Evangelio de Juan sabemos que Jesús habló bastantes veces del Espíritu
Santo.
P. Luis. La de aquella vez de la explanada del Templo fue muy llamativa. Viendo en la
fiesta de los Tabernáculos cómo traían el agua en ánforas de oro desde la piscina de Siloé,
exclamó Jesús: “El que tenga sed, que venga a mí y beba. Del seno del que cree en mí
brotarán ríos de agua viva”.
Rosy. Yo me imagino que el Espíritu Santo viene a ser ahora aquella fuente del paraíso,
que cubre de verdor, de flores y frutos, la superficie de la tierra en la nueva creación.
Cuestionario
P. Luis. De toda esta lección, yo quisiera que tuvieran bien claras estas ideas.
Primera. El Espíritu Santo es el encargado, hablemos así, de llevar a cabo hasta el final
la obra de Jesús.
Segunda. El Espíritu Santo es el que gobierna a la Iglesia con sus carismas y la
embellece con sus frutos.
Tercera. El Espíritu Santo es así quien glorifica a Jesús, igual que Jesús glorificó al
Padre.
Javier. Hemos de decir entonces que las Tres Divinas Personas, cada cual a su manera,
pero las Tres a la vez, son las que realizan la obra de nuestra salvación. El Padre tuvo la
iniciativa, Jesús la realizó, y el Espíritu Santo la lleva felizmente a su término final. A las
Tres les debemos toda nuestra gratitud, y a las Tres las glorificamos por igual: ¡Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo!...
A continuación, la misma Lección 087,
La Iglesia primitiva. Cómo eran y vivían los primeros cristianos,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. ¿Con los Hechos de los Apóstoles? ¿Ese libro que a mí me encanta?...
P. Luis. Con el mismo. Aunque por ahora nos vamos a quedar sólo en el principio. Si no
hubiera sido por el bueno de Lucas, que continuó su evangelio con este otro libro,
tendríamos en el Nuevo Testamento un vacío muy difícil de llenar. Gracias a Lucas
sabemos cómo era la vida de aquellas primeras cristiandades.
P. Luis. No. Lucas no la cuenta. No pensemos que Lucas hace una historia de los
apóstoles, de los Doce elegidos por Jesús. Pues en el libro no entran más que Pedro en la
primera parte con algo de Juan, y en la segunda se limita a contarnos las aventuras
misioneras del convertido Pablo. De los otros apóstoles, fuera de unas alusiones a los dos
Santiago, no nos dice nada.
Javier. Entonces, el título del libro es un poco equívoco. ¿De qué trata en concreto?
P. Luis. Más que una historia, Lucas, aunque parte siempre de hechos reales e
históricos, nos ha querido transmitir un mensaje: lo que era la Iglesia en un principio, como
ejemplo de lo que ha de ser en adelante y siempre. Nos muestra la obra del Espíritu Santo, y
de tal manera, que al libro de los Hechos se le ha llamado, acertadamente, el Evangelio del
Espíritu Santo.
P. Luis. Hoy nos vamos a contentar con el principio, con la Iglesia naciente de
Jerusalén, lo que llamamos “La Iglesia primitiva”. Lucas nos presenta a la primera
generación de los creyentes en Jesús como un modelo que habrán de imitar las
generaciones sucesivas, porque esa primera comunidad constituye un ideal de vida cristiana
para la Iglesia de todos los tiempos.
P. Luis. ¡Y tan preciosa, Rosy! Se trata de aquella comunidad nacida el mismo día de
Pentecostés con la venida del Espíritu Santo.
P. Luis. Pedro, nada más recibido el Espíritu Santo, lanza la primera proclama del
Evangelio con estas afirmaciones que constituirán la base de toda la predicación de los
apóstoles: Jesús de Nazaret fue el Cristo prometido, acreditado por Dios con muchos
milagros; Jesús murió y resucitó al tercer día; en Jesús tenemos el perdón de los pecados y
por Él alcanzamos la salvación.
P. Luis. Lanzado el mismo día de Pentecostés este primer evangelio, este primer
“anuncio kerigmático”, como se le llama, se bautizaron muchos y quedó constituida la
primera comunidad de creyentes en torno a los apóstoles.
P. Luis. Lucas nos ofrece unos rasgos incomparables con varios párrafos que no tienen
una palabra de desperdicio.
Javier. ¡Qué párrafo éste! Una fidelidad constante, sin fisuras, sin discusiones, a la
doctrina de los apóstoles, que transmitían las enseñanzas y los ejemplos de Jesús… La
comunión o comunicación de los bienes que poseían entre todos los hermanos… La
fracción del pan, o celebración de la Eucaristía… La oración constante, como vida de la
Iglesia…
P. Luis. Todo esto lo explana algo más el párrafo que sigue: “Acudían diariamente al
Templo con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el
alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y gozando de la simpatía de
todo el pueblo. Y el Señor agregaba al grupo a los que se iban salvando”.
P. Luis. Y viene después aquel párrafo de oro, tantas y tantas veces repetido: “La
multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus
bienes como propios, sino que todo lo tenían ellos en común. No había entre ellos algún
necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de
las ventas, lo ponían al pie de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad”.
Javier. Realmente, párrafos como éstos le dejan a uno sin aliento. ¿A semejante
generosidad llegaban aquellos primeros creyentes?...
P. Luis. Por otra parte, los apóstoles eran maravillosos, porque “daban testimonio de la
resurrección del Señor Jesús con gran poder, y gozaban todos de gran simpatía”.
Rosy. No podía ser menos. Se habían convertido en unas estampas del mismo Jesús.
P. Luis. Y cuando fueron llevados ante la asamblea judía y los despidieron después de
azotados los Doce, “ellos marcharon de la presencia del Sanedrín llenos de alegría por
haber sido hallados dignos de padecer ultrajes por el Nombre del Señor”.
P. Luis. ¿Qué hemos de decir sobre todos estos testimonios de Lucas? ¿Todo lo que nos
narra es pura historia?
P. Luis. Ciertamente que Lucas, el diligente investigador y autor del libro, parte de
hechos concretos y reales. Las cosas eran así, y así vivían los primeros creyentes en Jesús.
P. Luis. Todos los comentaristas de la Biblia están acordes en asegurar que Lucas, más
que hacer historia, presenta el ideal de lo que tiene que ser la vida de la Iglesia. Y, por
ejemplo, al contar que todos vendían sus campos y sus casas, concreta esa venta al caso de
Bernabé, que lo hizo y puso el dinero a los pies de los apóstoles. Y añade después la trampa
de Ananías y Safira su mujer, que fueron tan severamente castigados por haber mentido
para ser considerados como caritativos y generosos.
P. Luis. Sí. Es como si dijera: Eso que hacían algunos es lo que debiéramos hacer todos.
Repito la idea: presenta el ideal del Evangelio basándose en los hechos reales que
practicaban algunos, y quizá bastantes, de la primera comunidad apostólica.
Rosy. Ahora bien, consideradas todas las afirmaciones de Lucas en el libro, ¿qué
debemos pensar y a qué podemos reducir todos los ejemplos que nos da de la vida de los
primeros creyentes? ¿En qué puntos se fija concretamente, como ejemplo de la vida de la
Iglesia que empezaba a desarrollarse?
P. Luis. Basta con analizar esos párrafos que hemos leído para poder responder a eso
que preguntas.
Javier. Como hace tantas veces, señale uno por uno esos puntos indicados y propuestos
por el libro de los Hechos.
P. Luis. Ante todo, y es lo primero que señala, es la fidelidad a la doctrina enseñada por
los apóstoles, que es la misma del Señor Jesús, la que recibieron de sus labios, y que ellos
vieron confirmada por los ejemplos del Señor.
Rosy. Esto no es sino realizar el encargo que les impuso antes de subirse al Cielo:
“Vayan y hagan discípulos enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado”.
P. Luis. Así ha de ser la Iglesia de todos los tiempos. En ella no hay más que un solo
Maestro, que es el Señor Jesús. Ni más doctrina ni verdades que las confiadas por Él a los
apóstoles y sus sucesores, los Obispos que, unidos en Pedro, el Papa, son los únicos a
quienes Jesucristo confió el Magisterio en Iglesia.
Javier. Esto de la doctrina queda claro. La Iglesia no puede inventar verdades. Se limita
solamente a enseñar lo que enseñó Jesús y transmitieron los apóstoles. ¿Qué otro punto nos
señalaría, Padre Luis?
P. Luis. Pues, Rosy, ya hemos llegado a él. La comunidad celebraba el sacramento del
Cuerpo y de la Sangre del Señor, ya que sin Eucaristía no se da Iglesia.
Javier. ¿Y los apóstoles, supieron esto desde el principio?
P. Luis. Javi, me vienen ganas de responderte con unas palabras del Papa Juan Pablo II,
cuando escribió sobre la institución de la Eucaristía: “¿Comprendieron los apóstoles el
sentido de las palabras que salieron de los labios de Cristo? Quizás no” (EDE, 2)
Javier. Sí; pudieron parecerles muy extrañas esas palabras: “Esto es mi cuerpo…, esta
es mi sangre”.
P. Luis. Pero el Espíritu Santo, después de Pentecostés, les enseñó toda la verdad y
vieron que la Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia, la cual nacía del misterio
pascual, es decir, de la muerte y resurrección de Jesucristo.
Rosy. Si nosotros hoy no podemos pasar sin la Eucaristía, veo que esto nos viene de
muy lejos, desde hace dos mil años, desde los mismos apóstoles. ¿Y qué otro punto nos
señalaría, Padre Luis?
P. Luis. La oración ocupaba también lugar muy destacado, y Lucas la indica, de hecho,
como independiente de la Eucaristía, y hasta la coloca de modo especial en el Templo de
Jerusalén, aparte de otras oraciones propias.
Javier. Con ello viene a enseñarnos, pienso yo, que la oración es la respiración de la
Iglesia: Iglesia o cristiano que no rezasen, serían cristiano e Iglesia muertos.
P. Luis. Javi, nada tengo que añadir a comentario tan atinado tuyo. Dices muy bien que
no podemos concebir una Iglesia sin oración. Eso sería algo inimaginable.
Rosy. Sin embargo, el punto sobre la caridad llama la atención sobre todos los demás.
“Formaban todos un solo corazón y una sola alma”. Si esta afirmación, aparte de una
belleza insuperable, es lo más emocionante que podemos leer en la Biblia.
P. Luis. Aquí se nos habla del amor entre los hermanos en un sentido muy completo: un
amor afectivo: “¡Un solo corazón y una sola alma!”; y un amor efectivo: todos participando
de los bienes de los demás. No existía el egoísmo.
Javier. ¿No hay aquí un poquito de hipérbole, quiero decir, no es esto una pequeña
exageración?
P. Luis. No lo creo. Era una realidad eso de que se amaban todos entrañablemente.
Estaba muy reciente el ejemplo del Señor.
P. Luis. Lo que afirma Lucas, inspirado en hechos reales, es más bien un programa y un
ideal de vida en los creyentes, pues vemos cómo en aquella Iglesia primera llegó a haber
quejas por el abandono en que se sentían algunos, lo que dio origen a la institución de los
diáconos. Pero es cierto que la caridad, el amor mutuo, brillaba en todo su esplendor.
P. Luis. Aparte de estos puntos, hemos de notar que la Iglesia naciente de Jerusalén se
sintió misionera desde el principio, como lo comprueba el hecho de Felipe en Samaría. Era
necesario llevar el mensaje de la salvación a todas partes.
Javier. Por lo visto, el entusiasmo misionero, las ansias del apostolado, no son cosas
nada nuevas en la Iglesia. Eso nos viene también desde muy antiguo.
Rosy. La Iglesia es siempre joven, y siempre por lo mismo será creativa y sentirá ansias
de realizar proezas.
Javier. Pero los apóstoles se mostraron fieles seguidores de su querido Maestro, que ya
les había prevenido: “Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán”.
Cuestionario
P. Luis. ¿A qué quieren que se reduzca el cuestionario de esta lección? A nada. Lean
este libro de los Hechos de los Apóstoles, que es una delicia y un estímulo grande. ¿Por qué
no ser los cristianos de hoy como eran los cristianos de ayer?...
A continuación, la misma Lección 088,
La Conversión de Pablo. Un hecho trascendental de la Iglesia,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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P. Luis. ¡En buena lección nos metemos hoy! En la conversión de Pablo, que, de
perseguidor furibundo de la Iglesia, viene a ser el mayor apóstol que ha tenido el
Cristianismo.
P. Luis. Yo no dudo que sí. Y el hecho ocurrió en torno al año 34, por lo mismo, unos
cuatro años después de la Resurrección de Jesús.
Rosy. La lección anterior sobre la Iglesia primitiva nos dejó encantados, aquella primera
comunidad de los creyentes en Jerusalén. ¿Y viene ahora otro hecho importante?
P. Luis. Sí; aquella primera comunidad nos dejó encantados. Pero el idilio duró muy
poco. Porque pronto se desató la persecución y vino el correr de la primera sangre.
P. Luis. Entre los testigos de la ejecución, destacaba un hombre joven, de unos treinta
años, llamado Saulo, que guardaba entre sus manos los mantos de los que apedreaban al
blasfemo Esteban.
Javier. Guardaba los mantos, pero él no tiraba ninguna piedra. ¿Por qué?
P. Luis. San Agustín da una explicación muy curiosa: guardaba los vestidos de todos
para poder estar en las manos de todos… Yo diría más bien, y es una ocurrencia que me
viene a mí, que obraba con aquella mentalidad del Antiguo Testamento, como la de David:
manda a otro matar, pero sin empuñar él la espada, y así quedaban limpias sus manos…
Javier. ¿No quedaba satisfecho aquel testigo llamado Saulo con esta víctima?
P. Luis. Javi, has dicho “Saulo”. Y les aclaro. Como otros muchos judíos helenizados,
tenía nombre hebreo, Saúl o Saulo, y otro segundo nombre griego o romano, Pablo.
Rosy. Le sugiero la misma pregunta de Javier: ¿No tuvo bastante Saulo con
desentenderse de Esteban?
P. Luis. No. Ahora, ante “blasfemos” semejantes como Esteban, tenía las manos más
libres, y nos dicen los Hechos. “Saulo aprobaba su muerte. Aquel día se desató una gran
persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos se dispersaron por las regiones de Judea y
Samaría, a excepción de los apóstoles. Entre tanto, Saulo hacía estragos en la Iglesia;
entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel”.
Javier. Pero, ¿por qué Saulo actuaba de esta manera? ¿Era un gran pecador que obrara
contra su conciencia, como aquellos fariseos hipócritas que conocemos por los evangelios?
P. Luis. No. Hemos de acudir a sus mismas palabras: “Han oído hablar de mi conducta
anterior en el judaísmo, cuán encarnecidamente perseguía a la Iglesia de Dios para
destruirla, y cómo superaba en el judaísmo a muchos compatriotas de mi generación,
aventajándoles en el celo por las tradiciones de mis padres”.
P. Luis. Fíjense en estas palabras: “por las tradiciones de mis padres”. Saulo, judío
formado en la mejor escuela de Jerusalén, a los pies del mismo Gamaliel el Viejo, era
fidelísimo al único Dios de Israel, observante de la Ley cien por cien, y ahora le venían
esos seguidores de Jesús adorando al Crucificado como a Hijo de Dios, como Dios mismo.
Rosy. ¿Y cómo fue el encuentro de Saulo con ese Jesús a quien perseguía con tanta
saña?...
P. Luis. Tres veces lo cuentan los Hechos de los Apóstoles, y de las tres narraciones
resulta una página sorprendente. Saulo mismo atestigua: “Del sumo sacerdote y del consejo
de los ancianos… recibí cartas para los hermanos judíos de Damasco y me puse en camino
con intención de traer también encadenados a Jerusalén a todos los que allí había para que
fueran castigados”.
P. Luis. ¿Preguntas, Javi, qué es lo que ocurrió ante las puertas de la ciudad?
P. Luis. Va Saulo caminando con el grupo que le acompaña, cuando de repente les
envuelve, caídos todos en tierra, una luz del cielo más resplandeciente que el sol, y se oye
una voz que sólo oye Saulo, también de uno que él sólo ve, la cual le habla con imperio en
lengua hebrea: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? Te es duro dar coces contra el aguijón”.
El judío celoso, pregunta desconcertado: “¿Quién eres tú, Señor?”. Y oye una respuesta que
le deja desconcertado: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”.
Rosy. Sí; así tuvo que ser el discurrir de Saulo en estos momentos. No pudo ser de otra
manera.
P. Luis. Pero este razonar de Saulo no dura más que unos segundos, y contesta con
inmensa generosidad: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”… Jesús, con una mirada y una
sonrisa que a nosotros nos estremece de emoción, le manda: “Levántate, entra en la ciudad,
y allí se te dirá lo que tienes que hacer”.
P. Luis. Lean los Hechos. Los del grupo estaban desconcertados, despavoridos.
Levantan del suelo a Pablo, que no ve nada porque aquella luz cegadora le ha formado una
especie de escamas en los ojos, y agarrando de la mano al rendido Saulo, lo entran en la
ciudad de Damasco, donde permanece tres días sin comer ni beber.
P. Luis. Así era. Llega el anciano judío, y le anima con palabras llenas de amor: -Saulo
hermano, el Señor Jesús que se te apareció en el camino por donde venías me manda a ti
para que recobres la vista y te llenes del Espíritu Santo. Y ahora, ¿qué esperas? ¡Venga!
Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre.
P. Luis. Todas. No me he inventado una sola palabra. Bautizado, Saulo tomó alimento y
recobró las fuerzas.
P. Luis. Los seguiremos con verdadera pasión. De momento, Saulo, Pablo, se retira a
Arabia solo. Quiere meditar, orar, comprender, ¡si es que puede!, lo que le ha ocurrido, y
prepararse para lo que el Señor le ha dicho por Ananías: -Has de llevar el nombre de Jesús a
todas partes, “pues le has de ser testigo de lo que has visto y oído ante todos los hombres”...
P. Luis. Allí, en el Sureste de Damasco y al Este del Jordán, pasó dos años y medio o
tres en retiro, aunque no se excluye que anunciara el nombre de Jesús en aquellas ciudades
helenísticas gobernadas por el rey Aretas, lo que Lucas englobaría en la referencia del
apostolado de Saulo en Damasco.
Javier. Pero, sobre todo, Saulo reflexionó sobre su nueva fe, ¿no es así?
P. Luis. Conocedor como nadie de la Ley y de todas las Sagradas Escrituras, iba
relacionando todo con el misterio de Jesús, el Crucificado y Resucitado. Parece que tuvo
locuciones del Señor. Lo cierto es que allí se le formó en la mente lo que él llama “Mi
evangelio”. No un Evangelio diferente del de los otros apóstoles, sino el mismo Evangelio
de Jesús interpretado bajo unos criterios del todo singulares. La observancia de la Ley y de
todas las tradiciones judías quedaban inútiles del todo ante la fe en Jesucristo, el único y lo
único que podía salvar.
Rosy. ¿Qué hizo Saulo acabado aquel tiempo tan fecundo de reflexión?
P. Luis. Se presenta en las Iglesias de Damasco y de Jerusalén, en esta última para
ponerse en contacto con los Apóstoles. De momento, todos le tienen miedo, porque no
olvidan al antiguo perseguidor. Pero encuentra a un hombre providencial, a Bernabé, que lo
acompaña y responde por él.
P. Luis. Lucas, en los Hechos, resume lo de Damasco con estas palabras: “En seguida se
puso a predicar a Jesús en las sinagogas, asegurando: Éste es el Hijo de Dios”.
P. Luis. Sobre la estancia en Jerusalén, anota Lucas: “Andaba con ellos, con los
apóstoles, predicando con valentía el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los
helenistas, pero éstos intentaban matarle. Los hermanos, al saberlo, le llevaron a Cesarea y
le enviaron a Tarso”.
Javier. ¿Qué decir ahora de la conversión de Pablo? ¿Cómo la interpreta usted, Padre
Luis?
P. Luis. ¿Saben que sobre esta página de los Hechos se han cebado también furiosos los
enemigos de Jesús?
Rosy. ¿Cómo? ¿Ante tan evidente prodigio, y narrado con semejante claridad, se
suscitan dudas?
P. Luis. Ahí está la cuestión. Los enemigos de Jesús que negaban la Resurrección del
Señor, se encuentran aquí sin palabra. La vida de San Pablo, que veremos en lecciones
sucesivas, no se explica sin esta aparición de Damasco, y la aparición no tiene explicación
sin el Señor Resucitado.
Rosy. ¿Y qué han hecho entonces todos esos enemigos de la verdad, aferrados a su lucha
contra la luz? Si es un imposible inventarse una escena como ésta de Saulo.
P. Luis. Han recurrido a explicaciones hasta ridículas. Que todo fue una alucinación…
El furioso sol de Oriente que caía como pomo sobre los viajeros le trastornó a Saulo el
cerebro, y cayó en tierra desvanecido… La Iglesia antigua tenía que idealizar al rival de
Pedro… En fin, imagínense lo que ustedes quieran: el caso es negar la evidencia, porque les
obliga a aceptar la resurrección de Jesús.
P. Luis. ¿Lo que iba a sufrir por el nombre de Jesús?... Hay que dejar la palabra al
mismo Pablo, que nos escribe una página tan estremecedora como gloriosa, al compararse
con los envidiosos que le difamaban: -“Sé que voy a decir una locura, ¡pero la digo! He
sufrido más que todos ellos. Más en trabajos, más en cárceles, muchísimo más en azotes;
muchas veces, en peligros de muerte. Cinco veces recibí de los judíos los cuarenta azotes
menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez lapidado; naufragué tres veces; un
día y una noche los pasé en alta mar. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de
salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros
en despoblado; peligros por mar; peligros de falsos hermanos; trabajos y fatigas; muchas
veces, noches sin dormir; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez”.
Esto lo escribe diez años antes de morir, y le faltaban por lo mismo muchas más
persecuciones, las dos cárceles de Cesarea y Roma con dos años en cada una, y finalmente
la espada que le cortaría la cabeza…
Cuestionario
Javier. Este Pablo es único e inmenso. ¿Cómo resumiría lo de hoy, Padre Luis?
Rosy. ¡Pablo! Vale la pena de aficionarse a su vida y a sus escritos. Si con Pablo
aprendemos a amar tanto a Jesucristo, Pablo continúa siendo ahora tan apóstol como lo
fuera entonces…
A continuación, la misma Lección 089, La Iglesia de Antioquía. La
primera comunidad cristiana de la dispersión,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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P. Luis. ¿Han oído alguna vez este dicho: “Sangre de mártires, semilla de cristianos”?...
Javier. No estamos en la Historia de la Iglesia, sino en una clase de Biblia. ¿A qué viene
esta introducción?...
P. Luis. Muy bien dicho por Rosy. Abrimos el capítulo once de los Hechos de los
Apóstoles y nos encontramos con la fundación de la Iglesia de Antioquía, una página que
nos llega a entusiasmar. ¿Qué ocurrió con la muerte de Esteban y la persecución furibunda
contra los creyentes de Jerusalén?
Rosy. Ahora, por lo tanto, nos interesan los creyentes venidos de fuera, que eran
muchos.
P. Luis. Los que huían eran judíos helenistas, que por Fenicia, Chipre y Siria iban
anunciando el nombre de Jesús a los judíos en sus sinagogas.
Javier. Predicaban sólo a los judíos. ¿No les interesaban los gentiles o paganos?
P. Luis. Fue la estrategia primera de la Iglesia. Pero entre los fugitivos había también
creyentes salidos de entre los prosélitos, gentiles incircuncisos, adoradores de Dios y ahora
discípulos de Jesús. Llegaron éstos a Antioquía, capital de la Provincia Imperial de Siria, y,
entusiastas de su fe, comenzaron a predicar el nombre de Jesús a los gentiles. ¡Qué sencillo
todo, pero qué providencial también!
P. Luis. Antioquía, con más de medio millón de habitantes, era la tercera ciudad más
importante del Imperio, después de Roma y Alejandría. La Iglesia que nacía en esta ciudad
iba a tener una resonancia enorme en todas las comunidades eclesiales que le seguirían,
nacidas de ella. Los Hechos empiezan por decir: “La mano del Señor estaba con ellos, y un
crecido número recibió la fe y creyó en el Señor”.
Javier. Para hoy y para siempre. Con los miles de millones que aún no conocen a
Jesucristo, empezamos a tener buen ejemplo en estos primeros creyentes.
P. Luis. Los apóstoles, sin moverse todavía de Jerusalén, supieron por Bernabé lo que
allí pasaba, y daban a todo su aprobación, porque ya tenían la experiencia, con el bautismo
de Cornelio, que Dios llamaba a los gentiles y los admitía en la Iglesia igual que a los
judíos.
P. Luis. Bernabé, “hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe”, “vio el don de Dios,
se alegró, y exhortaba a todos a permanecer unidos al Señor, con firme propósito”.
Javier. Pero, ¿qué ocurría de especial en la Iglesia de Antioquía, algo que fuera
diferente de la Iglesia de Jerusalén?
P. Luis. Haces una pregunta muy importante, Javi. Los nuevos discípulos, salidos de
entre los gentiles, no estaban por sujetarse a la Ley de Moisés, a dejarse circuncidar ni a
ligarse con el Templo de Jerusalén. Para ellos no contaba sino la fe en el Señor Jesús.
Rosy. Esto era muy serio. ¿Qué pensaban los cristianos judíos, empezando por los
apóstoles?
P. Luis. Saulo, indiscutiblemente, predicaba en su ciudad natal a Jesús, pero por cuenta
suya, sin constituir una nueva Iglesia. Ahora, acompañando a Bernabé, se insertaba en una
comunidad que, por otra parte, compartía sus mismas ideas de libertad sobre la Ley.
P. Luis. Por fortuna, Rosy. Pues para distinguir a los unos de los otros, a los nuevos
creyentes les dieron el nombre de “cristianos”. ¡Bendita ocurrencia la de aquellos paganos!
No sabían la palabra nueva que creaban.
Rosy. ¡Y tanto!... Llamarse “cristiano” sería en adelante, y por muchos siglos, el mayor
timbre de gloria de millones y millones de hombres y mujeres en toda la tierra…
Javier. Le interrumpo, Padre Luis. “¡Cristiana!”. Así, a boca llena. Es la primera vez
que habla de este modo, en vez de decir “creyentes” o “discípulos” como hasta ahora…
P. Luis. Igual que en la Iglesia madre de Jerusalén, aquí también brilló muy alta la
caridad. Ante el hambre que se había echado en Judea, nos dicen los Hechos que la Iglesia
de Antioquía hizo una gran colecta y la mandaron a los apóstoles por medio de Bernabé y
Saulo. Según los Hechos, esta colecta es diferente de una que vendrá después. Para
nosotros es igual que sean una o dos. Lo importante es saber que la caridad era ante todo un
deber cristiano que la Iglesia no descuidaba nunca.
P. Luis. Estaban todos un día celebrando el culto bajo la dirección de los jefes de la
Iglesia, y oyen clara la inspiración del Espíritu Santo: “Sepárenme a Bernabé y a Saulo para
la obra a que los tengo llamados”.
Rosy. No había duda. El Espíritu quería romper los cercos que aprisionaban todavía a
las primeras comunidades y constituir en adelante una Iglesia sin fronteras.
P. Luis. Eso es lo que ocurrió. Los responsables, en señal de aceptación del querer de
Dios y representando a toda la comunidad que los bendecía, impusieron las manos a los
elegidos y los enviaron allá adonde les dirigiera el soplo del Espíritu. Los dos capítulos 13
y 14 de los Hechos están llenos de las peripecias divinas de esta primera misión por tierras
de Chipre y del Asia Menor.
Rosy. Fueron elegidos Bernabé y Saulo. Bernabé ha sido citado varias veces, pero no
sabemos bien quién es. ¿Alguna noticia más precisa sobre él?...
Rosy. Me gusta lo que pides, Rosy. No fue uno de los apóstoles, de los Doce, ni fue
preferido sin más a Matías para suplir a Judas. Pero fue una gran figura en la primitiva
Iglesia y muy apreciado por los apóstoles. Chipriota, y, por lo mismo, judío helenizado, era
de posición rica, y fue quien vendió un campo en Judea y puso el dinero a los pies de los
apóstoles para entregarlo a los pobres. Enviado por los apóstoles a Antioquía para
cerciorase de lo que allí ocurría, ya vemos lo magnífica y providencialmente que
desempeñó su papel. Bernabé, una persona muy querida.
P. Luis. Empiezan por la isla de Chipre, de donde era originario Bernabé. Y la primera
conversión fue precisamente la del procónsul Sergio Pablo, convencido en último término
de la fe cristiana por la travesura de Saulo con el mago judío Elimas.
Javier. Entonces, vale la pena leer esos capítulos 13 y 14 con lo ocurrido en Antioquía
de Pisidia para saber lo que sucederá poco más o menos en todas partes evangelizadas.
P. Luis. Pablo y Bernabé se detuvieron bastante tiempo el Iconio, ciudad que se dividió
entre todos sus habitantes por causa de la nueva predicación, unos a favor de los creyentes
en Jesús, y otros a favor de los judíos. Los jefes de la ciudad y los judíos tramaron apedrear
a los apóstoles, los cuales, al saberlo, marcharon a la ciudad de Listra. Aquí, lo de todas
partes: ¡a anunciar la Buena Noticia de Jesús! Y esta vez, con un buen augurio al principio,
aunque después se convirtiera en tragedia.
P. Luis. Pablo se dirige a un tullido que le escucha con fe, y le ordena: “¡Ponte en
pie!”... Se alza el enfermo completamente curado, y viene la reacción de toda la ciudad:
“¡Unos dioses, Júpiter y Mercurio, han llegado hasta nosotros!”… Pasan de las palabras a
las obras, y preparan el sacrificio y la fiesta a las divinidades que les visitan.
P. Luis. Consternados Pablo y Bernabé, les gritan: -Pero, ¿qué hacen? Nosotros no
somos dioses, sino unos pobres mortales, que les traemos el anuncio del Dios verdadero…
A duras penas se calma la gente y se vuelve convencida a sus casas. Pero los judíos
venidos de Antioquía e Iconio revuelven a los habitantes, se apoderan de Pablo, lo sacan
fuera de la ciudad, lo lapidan y lo dejan allí por muerto. Llegan los nuevos discípulos a
recogerlo, ¡y no estaba muerto!... Lo toman de la mano, y lo conducen con Bernabé a la
cercana ciudad de Derbe, a la que también evangelizaron.
Javier. Estos viajes misioneros no eran por lo visto una diversión…
P. Luis. No resultaban un idilio, ciertamente. Pero Pablo no era quién para rendirse de
manera fácil. De Derbe regresa sin miedos a Listra, Iconio y Antioquía de Pisidia,
animando a los discípulos con aquellas palabras tan suyas, que traen los Hechos: “Es
necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”.
Rosy. ¡Bonita recomendación, que nos puede venir tan bien a nosotros!...
Javier. ¡Vaya recibimiento que les harían en la Iglesia!… ¡Vivas!, aplausos, lágrimas,
abrazos…
P. Luis. Esto te lo supones tú, quizá sin equivocarte demasiado. Los Hechos nos lo
narran de manera más sobria: En la Iglesia de Antioquía eran recibidos con gran gozo, “y
ellos se pusieron a contar todo cuanto Dios había hecho juntamente con ellos y cómo había
abierto a los gentiles la puerta de la fe”. Y hay que añadir algo: al salir de la Iglesia madre
de Jerusalén, Pedro vino a presidir ésta de Antioquía, y fue de aquí de donde partió para
Roma.
Javier. Nos ha dicho al principio que esta Iglesia de Antioquía nos iba a entusiasmar. La
verdad es que no hay para menos… Padre, ¿nos resume todo lo de hoy?
Cuestionario
P. Luis. Raro, no. Sino que nos narra un hecho como insertado o apegado un poco
artificialmente.
P. Luis. De la prisión de Pedro para ser ejecutado por el rey Agripa bajo la intriga de los
judíos, y la consiguiente liberación por parte de Dios.
P. Javier. Nosotros vamos a recordar el episodio tal como lo traen los Hechos.
¿Recuerdan la persecución primera contra la Iglesia?
Rosy. Tenemos muy viva en la memoria lo que pasó con Esteban el primer mártir. De
ahí arrancó precisamente la conversión de Saulo, convertido en el apóstol Pablo.
Javier. Pero vimos cómo a los apóstoles no les pasó nada, pues los dejaron en paz.
P. Luis. No les pasó nada en aquella persecución, porque fue toda dirigida contra los
creyentes judíos helenizados, es decir, los que procedían de las sinagogas formadas por los
judíos venidos de la Diáspora, refractarios a seguir con la Ley de Moisés, con la
circuncisión y con el culto del Templo.
P. Luis. No es eso, sino que los creyentes judíos de Jerusalén permanecían tranquilos sin
que les molestaran mucho, ya que seguían fieles al Templo y a muchas prácticas de la Ley.
Los helenistas, por el contrario, vivían la fe en Jesús sin preocuparse de la Ley antigua. Por
eso los helenistas se hubieron de dispersar, y los creyentes judíos, con los apóstoles,
permanecieron en Jerusalén.
Javier. ¿Y por qué no iba a durar aquella paz entre los jefes judíos y los segadores de
Jesús?
P. Luis. Empezaban las primeras conversiones de los gentiles, como la del centurión
Cornelio, y los cristianos que venían de otras Iglesias de fuera traían sus ideas de libertad
respecto de la Ley. Esas nuevas ideas y prácticas no pasaban desapercibidas a las
autoridades judías, sumos Sacerdotes, ancianos, escribas y fariseos…
P. Luis. Había que comenzar por decapitar a la Iglesia, acabando con sus jefes. Y así, en
el año 42 lo más probable, el rey manda matar a Santiago, que cae al filo de la espada. Por
lo visto, Santiago, el apóstol “hijo del trueno”, hermano de Juan, era uno de los más celosos
entusiastas del odiado Nazareno, y los sanhedritas le piden a Agripa su cabeza.
Rosy. ¡Bien por Santiago, el primer apóstol en derramar la sangre por Jesús!
P. Luis. Los jefes judíos no pueden con su satisfacción. Era cuestión de seguir adelante,
ya que Agripa, por propias conveniencias suyas, los quería complacer en todo. Y esta vez,
apuntan al más interesante de todos los apóstoles, a Pedro.
P. Luis. El rey Agripa había tomado bien todas las medidas necesarias. Eran los días de
los Ázimos. Encarcelado Pedro, confió su custodia a cuatro escuadras de cuatro soldados
cada una. La seguridad era total, pues los soldados sabían que les caía pena de muerte si se
dejaban robar la presa. El rey tenía la intención de presentarlo al pueblo apenas pasada la
fiesta de la Pascua.
Rosy. No se deje ni un solo detalle, por favor. Pedro debía descansar en una paz total,
confiado en el Señor, pues la última noche, horas antes de que fuera presentado al pueblo
por Herodes, estaba durmiendo tranquilo, atado con cadenas entre dos soldados, mientras
“toda la Iglesia oraba intensamente por él a Dios”.
Javier. Si todos rezaban por él, algo bueno iba a pasar…
P. Luis. Dormía, dormía…, cuando nota que le dan unos golpes en el costado. Se
despierta, y oye una voz decidida: “¡Levántate aprisa!”. Se le caen las cadenas de las
manos, y de nuevo la voz, seca y cortante: “Cíñete, y ponte las sandalias”. Pedro obedecía,
para oír otra vez: “Ponte el manto, y sígueme”. El preso se decía: “¿A qué viene la visión
de este ángel?”… No se le ocurría que era realidad lo que estaba pasando. Atraviesan los
dos la primera y segunda guardia, llegan a la puerta de hierro que se abre sola hacia la
ciudad, recorren juntos una calle, y el ángel que desaparece…
P. Luis. Ante la realidad de las cosas, empieza a deambular por las calles oscuras bajo la
luz de la luna llena pascual, y llega a la casa de María, la madre de Juan Marcos, donde
estaban muchos reunidos y en oración. Llama, y viene la escena divertida. Sale una
muchacha, Rode, equivalente a nuestra “Rosita”, reconoce a Pedro, de pura alegría no abre
la puerta, y va a comunicar a todos: “¡Es Pedro! ¡Pedro está en al puerta!”.
P. Luis. No el otro Santiago apóstol sino lo más probable el pariente del Señor Jesús, de
tanta autoridad en la primera Iglesia. A toda prisa, sacan de casa a Pedro y lo encaminan
hacia un lugar desconocido. Aquí podemos terminar nuestra relación. Aunque añadimos
con los Hechos lo que ya se puede suponer.
P. Luis. El mismo Agripa, cuando unos dos años después se disponía a recibir honores
casi divinos, cayó fatalmente, y los Hechos dan la razón del castigo: “Le hirió el ángel del
Señor porque no había dado la gloria a Dios, y, convertido en pasto de gusanos, expiró”. Lo
más probable es que cayó repentinamente, y allí empezó la asquerosa enfermedad que lo
llevó al sepulcro.
Javier. Este episodio estará quizá añadido algo artificialmente en los Hechos, pero es
bien interesante. ¿Y cree usted, Padre Luis, que no hay muchas cosas que aprender de todo
ello?
P. Luis. Javi, respondo a tu pregunta. Creo que hay mucho que aprender de este
episodio. A ver cuáles son las que insinúan ustedes.
Rosy. Empiece por señalarnos la principal que pretende el autor de los Hechos.
P. Luis. Quizá la intención más importante la indica la última frase: “Pedro salió y se
fue a otro lugar”. Era cuestión de abrir más fronteras a la Iglesia, y desligarla para siempre
de Jerusalén como símbolo de la sujeción a la Ley antigua. Pedro se va, pero es para
fortalecer a las demás Iglesias, visitando a sus respectivos pastores, “confirmando a los
hermanos en la fe”.
Javier. ¿Esto piensa usted, Padre Luis? Pues a mí se me ocurre una consecuencia de
esto. Es lo que hoy sigue haciendo el sucesor de Pedro. ¿Qué significan esos viajes del Papa
a todas partes, que llenan de gozo y confirman en la fe a todas las Iglesias que peregrinan
hacia el Señor por todo el mundo?...
P. Luis. ¡Muy bien, Javi! Y yo insinuaría otra intención, como es hacer resaltar la
importancia de Pedro entre todos los apóstoles. Es el cabeza, elegido por el mismo Señor,
que lo puso al frente de toda la Iglesia.
Rosy. Entonces, es lo que significa hoy el Papa como lazo de unión entre todos los
Obispos, los pastores del Pueblo de Dios.
P. Luis. Tú también, Rosy, acertadísima. Y miren cómo la Iglesia se sentía obligada con
Pedro. Emociona la observación de los Hechos: “Toda la Iglesia oraba intensamente por él
a Dios”.
Javier. ¡Estamos en la misma! La oración por el Papa sigue siendo un dichoso deber de
los cristianos. Yo, al menos, gozo rezando por el Papa.
P. Luis. ¡Sigue, Javi, sigue rezando siempre por él, pues Jesucristo acoge tu oración con
satisfacción enorme!...
Rosy. A mí me sobra esta recomendación. Yo rezo siempre por él. ¡Hay que ver lo que
quiero al Papa!
P. Luis. Otra cosa que llama la atención en el relato es la paz de que gozaba Pedro en la
prisión. Dormía tan tranquilo entre los dos soldados, como si no le importase nada la
muerte que le esperaba el día siguiente.
Javier. Tranquilo y hasta alegre. Como todos los grandes amantes de Cristo. ¡Al fin,
pueden darle el testimonio de la sangre!
P. Luis. Pero a Pedro le faltaba todavía mucho para eso que tú dices. Le llegará un día
en Roma, cuando salga de la cárcel Mamertita para ir a una colina encima del Vaticano y
ser allí crucificado como el Maestro…
P. Luis. Ante todo, parece que es el cumplimiento de la promesa del Señor: “Los
poderes del infierno no podrán contra la Roca”. Si es preciso, Dios acudirá al milagro. Pero
no se pulverizará la Roca sobre la que se asienta la Iglesia. Morirá Pedro cuando haya
cumplido su misión; antes, no. A cualquier Papa le pasará lo mismo.
Javier. En nuestros días, un Papa tan grandioso como Juan Pablo II. A los dos años y
medio de elegido, recibe aquel balazo que le lleva a la muerte, y ve cómo en la misma
puerta viene “una mano materna que desvía la bala”… Naturalmente, le faltaban
veinticuatro años de un pontificado asombroso. No podía morir aún. Aquella “mano
materna” hizo hoy el mismo papel que el ángel en la cárcel de Jerusalén hace dos mil
años…
Rosy. Todo muy bien. Pero a mí me ha fascinado el encuentro de Pedro con los amigos
en casa de María. ¡Qué simpático eso de Rosita! ¡Hay que ver el cariño que entraña!...
P. Luis. Es cierto. Y miren lo que he leído en las notas de una Biblia muy autorizada.
Cuando algunos, después de llamarla “loca”, le quieran dar algo de razón, dicen de ella: “A
lo mejor ha visto al ángel de Pedro”. Y comenta esa nota: “Parece referirse a la creencia,
desde el principio, de que cada uno tiene su ángel”. De ser así, qué testimonio más hermoso
de la fe en el Ángel Custodio, y esto en la misma Biblia, desde el principio de la Iglesia.
Rosy. Esa alegría de todos yo la relacionaba a lo que hoy vemos cada día por la
televisión en las audiencias, y no digamos en los viajes del Papa. La alegría de hoy es la
misma alegría de ayer, y la de ayer se va repitiendo siempre en la Iglesia con incesante
novedad.
P. Luis. ¡Con qué sales ahora, Rosy. Aunque parezca tan fuera de la lección, les cuento
lo que pasó en un viaje muy especial del Papa Juan Paulo II el Grande. Fue a clausurar en
Ávila el cuarto centenario de la muerte de Santa Teresa de Jesús, y allí se reunieron,
dispensadas de la clausura, más de tres mil monjas venidas de montón de monasterios.
Cuando vieron al Papa, aquello fue el “desmadre”, como decimos familiarmente. Un
griterío enloquecedor. ¿Y saben lo que reseñó un periodista? Contaba: La Supriora del
convento, dijo con la emoción que la embargaba: “Si esto ha sido el encuentro con su
Vicario, ¿cómo será el encuentro con el mismo Jesús?”. Y añadía el periodista: “Es el
mejor comentario que se ha podido escuchar y escribir”.
Rosy. Sí. De Pedro, del Papa, es muy fácil subir hasta Cristo.
Javier. ¿Cree usted, Padre Luis, que esa anécdota de las monjas no encaja con la
lección?... Estaría usted muy equivocado… Resuma todo, hoy como siempre.
Cuestionario
P. Luis. ¿Qué cuestionario quieren que les haga hoy? Intento alguna respuesta.
Primero. Parece que este episodio de la cárcel y liberación de Pedro lo dispuso Dios
para hacerle salir de Jerusalén en vistas al fortalecimiento de las otras Iglesias. Sobre todo,
para conseguir algo muy necesario: la independencia de la Iglesia respecto de la Ley
antigua
Segundo. Quiere resaltar la importancia y primacía de Pedro sobre los demás apóstoles.
Y les añado como una conclusión mía. Ustedes han sido muy oportunos al haber
aplicado todo tan certeramente a lo que pasa hoy en la Iglesia con el Papa, el Vicario de
Jesucristo y sucesor de Pedro…
A continuación, la misma Lección 091,
El concilio de Jerusalén. Libertad de la Iglesia ante los judaizantes.
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. Explique. Es de suponer que estamos con el libro de los Hechos de los Apóstoles.
P. Luis. ¡Claro que lo aceptaban, no faltaba más! Pero la cuestión era ésta: ¿había que
continuar con la Ley de Moisés, sí o no? Los creyentes en Jesús, ¿seguiríamos esclavos, o
seríamos libres? ¿Tenían razón los cristianos judíos de Jerusalén, aferrados siempre a la
Ley, o la tenían los cristianos helenistas, los judíos venidos de la Diáspora, que no la
querían observar, igual que los paganos que se habían convertido?
Rosy. ¿Esto discutían? Naturalmente, que se trataba de algo muy serio. En la Iglesia no
queremos ser esclavos. Si los hijos de Dios no somos libres, ¿quién lo va a ser?
Javier. Es evidente que había que dar una solución definitiva a problema semejante.
Rosy. Preveo que hoy nos toca más historia que teología. Y todas las lecciones
históricas nos resultan muy interesantes.
P. Luis. Las dos cosas, Rosy. La historia del concilio nació de la doctrina, y la doctrina
llevó a la historia que tenemos del concilio aquel.
Javier. Padre Luis, empiece por algún hecho interesante.
P. Luis. ¡Y tan interesante! Para situarnos mejor después, recordamos lo que le pasó al
mismo Pedro, jefe indiscutido de la Iglesia, tal como nos cuentan el episodio los capítulos
10 y 11 de los Hechos.
P. Luis. Algo muy importante, por lo que el hecho significa. Aunque fuera el jefe
indiscutido de la Iglesia madre de Jerusalén, se ve que se decidió a salir a evangelizar a
otras ciudades. En Jerusalén quedaba al frente de su comunidad Santiago, el pariente del
Señor, no precisamente el Santiago apóstol, llamado Santiago el Menor. La Iglesia sentía
también el afán misionero, y Pedro se ponía a la cabeza de los evangelizadores.
Rosy. ¿Y cómo se le ocurrió a un pagano como él llamar a Pedro, el jefe de esa secta del
crucificado Jesús?
P. Luis. Aquí estuvo lo interesante. Dios, y sólo Dios, tomaba la iniciativa de lo que iba
a venir, con unas consecuencias tan grandes.
P. Luis. Se ve que aquel pagano era buena persona de verdad. Porque se le aparece un
ángel, que entra en su casa hacia las tres de la tarde. A pesar de su valentía militar, el
centurión se llena de espanto, y el ángel le dice sin más: “Cornelio, tus oraciones y
limosnas han subido hasta la presencia de Dios. Manda ahora mismo hombres a Jope y haz
venir a Pedro, que se hospeda en casa de un tal Simón, curtidor, cuya casa da al mar”.
P. Luis. Y con esa presteza, llama a dos criados y a un soldado de sus asistentes, les
explica el caso, y los manda a Jope.
P. Luis. Al día siguiente, poco antes de la inesperada visita de los soldados que vienen a
buscarlo, Pedro, sentado en la terraza al calor del mediodía, tiene otra visión muy extraña.
Aquel lienzo lleno de animales impuros según la Ley, y oye la voz: “Mata, y come”. Pedro,
asustado: “¿Yo?, ¿yo que jamás lo he hecho, comer esos animales impuros?... ¡No, eso yo
no lo hago!”. Y la voz: “¿Y por qué tú llamas impuro lo que Dios ha purificado?”. El lienzo
misterioso, agarrado por las cuatro puntas, era subido a las alturas y desaparecía recibido en
el cielo…
P. Luis. Pronto lo supo Pedro. Después de esta visión, los soldados emisarios del
centurión se le presentan, le cuentan la visión de su jefe, y le invitan a ir con ellos a
Cesarea.
P. Luis. Pedro venció sus escrúpulos, manifestados abiertamente: “Ustedes saben que le
está prohibido a un judío juntarse con un extranjero o entrar en su casa; pero a mí me ha
mostrado Dios que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre. Por eso al ser
llamado he venido sin protestar”.
Javier. La visión del lienzo con los animales era demasiado significativa…
P. Luis. Ya en casa de Cornelio, Pedro les habla del Señor Jesús a todos los reunidos, y
en medio de la plática se siente el retemblar de la casa y el descender visiblemente del
Espíritu Santo como en Pentecostés. Pedro entiende la visión del lienzo con los animales.
Ante Dios no hay nadie impuro, cuando lo limpia el Espíritu Santo, que baja sobre un
pagano igual que sobre un judío. Y se dice: “¿Cómo voy a negar el bautismo a quienes ha
santificado el mismo Espíritu Santo?”. Bautiza a Cornelio, a su familia y a todos los
asistentes que le han escuchado. Eran, oficialmente, los primeros paganos entrados en la
Iglesia.
P. Luis. Eso te lo figuras tú, Rosy. Al ir a Jerusalén, el pobre Pedro se encuentra con la
oposición cerrada de los cristianos judíos: “¡Qué escándalo! ¡Entrar un judío como Pedro y
sus acompañantes en casa de un pagano, comer con él y hasta bautizarlo!”… Pedro explica
todo lo sucedido: la visión del lienzo, el bajar del Espíritu Santo, y replica: “¿Quién era yo
para poner obstáculos a Dios, que ha regalado a los paganos el mismo don que a nosotros
por haber creído en el Señor Jesucristo?”. La asamblea se calmó, aceptó las razones de
Pedro, y exclamó gozosa: “¡También Dios ha dado a los gentiles la conversión que lleva a
la vida!”.
Javier. Acabó bien el incidente de Pedro con el centurión Cornelio. Pero, secretamente,
la escisión debía seguir abierta.
P. Luis. La Iglesia de Jerusalén, aunque una sola, contaba con dos comunidades bastante
diferenciadas. La de los cristianos judíos procedentes de la misma Jerusalén y Judea, que
seguían apegados a la Ley de Moisés, al frente de los cuales estaba Santiago, el pariente del
Señor.
P. Luis. Eso mismo. Estos cristianos procedentes de la Diáspora, muy liberales respecto
de la Ley, no querían la circuncisión y se alejaban del Templo. Además, los cristianos
convertidos del paganismo en las nuevas Iglesias del Asia no practicaban para nada la Ley
antigua, sino que vivían sólo de la fe en el Señor Jesús.
Rosy. ¿Cómo empezó entonces el problema que dio origen al concilio de Jerusalén?
P. Luis. Pablo y Bernabé visitan en su viaje las Iglesias de Fenicia y Samaría relatando
lo que Dios había hecho por su medio entre los gentiles de Asia, y en todas partes producen
alegría grande noticias semejantes.
P. Luis. El primero en tomar la palabra es Pedro, que empieza por contar lo que todos ya
saben: la vocación de Cornelio con su grupo y su bautismo después que ya habían recibido
el Espíritu Santo.
Rosy. Ese hecho les tenía que tapar la boca a todos. Si no escuchaban al Espíritu Santo,
manifestado tan claramente, ¿a quién le iban a hacer caso?
P. Luis. Por eso, a los judíos exigentes de la Ley, les lanza Pedro unas amenazas serias.
Les dice ante todo: “Dios no hace ninguna distinción entre los paganos y nosotros los
judíos, pues purificó sus corazones con la fe”. “Nosotros nos salvamos por la gracia del
Señor Jesús, del mismo modo que ellos”.
P. Luis. Después habla con tono muy duro contra los rigoristas defensores de la Ley:
“¿Cómo tientan a Dios, queriendo imponer sobre el cuello de esos discípulos un yugo que
ni nosotros ni nuestros padres pudimos llevar?”.
P. Luis. Vienen ahora Pablo y Bernabé, y suavizan los ánimos, pues se limitan a contar
los prodigios, como señales de Dios, que han acompañado la aceptación de la fe por los
gentiles, cosa que en todas partes ha arrancado acciones de gracias a Dios.
Rosy. Bien ha ido la cosa hasta ahora. Pero falta el rigorista Santiago. ¿Por quién se va a
inclinar?
P. Luis. Pues mira, Rosy. Contra todo lo que tú te pienses, Santiago, el más temido, el
pariente del Señor que lidera a los judíos intransigentes, da sin más la razón a Pedro, a
Pablo y Bernabé, y zanja definitivamente la cuestión. Viene a decir: los paganos que se
convierten quedan justificados por la fe en Jesús, y no tienen obligación alguna de aceptar
la Ley de Moisés.
Rosy. ¡Bendito Dios! No digamos que aquí no estaba la mano del Señor Jesús…
P. Luis. Algo muy atinado. En atención a esos judío-cristianos, pedía una carta para los
nuevos cristianos helenistas pidiéndoles que, voluntariamente, se abstuvieran de ciertas
prácticas ofensivas a los judíos, como era el comer la sangre y las carnes de los sacrificios
ofrecidos a los ídolos, y que evitaran ciertos abusos sexuales más notorios. Esto era un
decreto provisional, transitorio, que caería por sí mismo muy pronto con el correr de
tiempo. Hasta parece que no fue redactado en el mismo concilio, sino ya pasado éste,
aunque se escribiera en presencia y con la aprobación de Pedro y de Pablo.
P. Luis. Pablo referirá más tarde con satisfacción: “Santiago, Pedro y Juan, que eran
considerados como las columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a
Bernabé, para que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos judíos. Sólo nos
pidieron que nos acordáramos de los pobres, cosa que he procurado cumplir”.
Rosy. Si hasta nosotros respiramos ahora, porque la libertad del cristiano quedaba para
siempre sellada en la Iglesia.
P. Luis. Este concilio, sin ser el primeo de la Iglesia hablando técnicamente, vino a ser
el tipo o modelo de los que celebraría la Iglesia a lo largo de los siglos. La frase de Lucas
en los Hechos, cuando narra el final de las discusiones y de la resolución tomada, es
magnífica: “Nos ha parecido a nosotros y al Espíritu Santo”. Un Concilio de la Iglesia, de
los Obispos unidos en Pedro, el Papa, cuenta con el Espíritu Santo como animador de todo.
Y el Espíritu guía muy bien a la Iglesia, sin equivocación posible…
Cuestionario
Rosy. ¡Libres, con la libertad que nos dio Jesús! No digamos que no somos felices con
sólo la ley del Espíritu, a pesar de que nos enseña a ser los más fieles a Dios…
A continuación, la misma Lección 092,
Las Cartas de San Pablo. Los documentos magistrales del Cristianismo,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. ¿Podrías decirme, Rosy, cuánto tiempo tardas en leer una carta que te trae el
correo?…
P. Luis. Comprendo. Pues, mira: por muy interesante que sea la carta que tú recibas,
nunca esa carta llegará a tener el valor de las Cartas de San Pablo, que, después de los
Evangelios, son las joyas más ricas que contiene y nos ofrece la Biblia.
P. Luis. ¿No lo adivinas, Javi? Pues, porque hay cristianos, de los cuales se quejaba el
Doctor de la Iglesia San Juan Crisóstomo ya en el siglo cuarto, que no sabían ni el número
de las Cartas del Apóstol. ¿Cómo las iban a leer? ¿Cómo las iban a apreciar? ¿Qué ilusión
iban a poner en ellas?…
P. Luis. Yo creo que sí. Por eso me sigo preguntando: ¿Cómo hay cristianos, que se
dicen católicos, y no sienten afán por abrir la Biblia para leer los mejores mensajes que
Jesucristo nos manda por medio de su apóstol más grande?
Javier. Espero, Padre, que esto no lo diga por nosotros, aunque si quiere hablarnos hoy
de las Cartas de Pablo se lo vamos a agradecer de verdad.
P. Luis. De esto se trata. De hablar de las Cartas de Pablo, para que las lean con afán
verdadero, sabiendo que con ellas siempre ante lo ojos se les encenderá el corazón en amor
apasionado a Jesucristo.
Rosy. Empiece entonces, Padre Luis. Que eso de tener el corazón ardiendo de amor a
Jesucristo nos encanta a todos… Tenemos muy reciente la clase que nos dio sobre la
conversión de Pablo. Sobre su personalidad y su misión. Hoy, métanos con sus Cartas…
P. Luis. Bien, Rosy. Y aunque lo dijimos en aquella charla anterior a la que aludes,
permítanme una referencia a su personalidad.
Javier. Es de suponer que Dios sabía bien a quién escogía para semejante misión. La
preparación de Pablo tenía que ser buena de verdad.
P. Luis. ¡Y tan buena! Judío de la Diáspora, había nacido en Tarso, una ciudad grande,
culta y próspera de Cilicia en el Asia Menor. Su familia, netamente judía, debía ser algo
acomodada, con su negocio de tiendas de campaña, o más bien, quizá, eran curtidores de
cuero. A su hijo le pudieron dar una esmerada educación, y de joven lo mandaron a las
escuelas rabínicas de Jerusalén, bajo la dirección del gran maestro Gamaliel el Viejo.
Dominaba a perfección las dos lenguas de la Biblia, el hebreo y el griego. Él usaría siempre
la versión griega alejandrina, llamada de los Setenta. Con una cultura excelente, y una
sicología tan rica como la suya, era un instrumento muy apto para la misión que Dios le
quería encomendar.
P. Luis. Entramos en ellas. Pablo será todo lo grande que queramos. Pero, ¿qué es lo que
ha hecho del apostolado de Pablo algo permanente, universal, algo actual siempre, algo que
no pasa?… Son sus catorce Cartas, que no nos cansamos de leer, y que son proclamadas
continuamente en las celebraciones de la Iglesia.
Javier. ¡Harto las conocemos por sus nombres! En los actos del culto las oímos mil
veces: -Carta a los Romanos, a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a
los Colosenses, a los Tesalonicenses, a Timoteo, a Tito, a Filemón…
P. Luis. ¡Bien por tu observación, Rosy! Pero la carta a los Hebreos no es propiamente
de Pablo. Aunque sea sin duda de origen paulino, tiene con toda seguridad otro autor, algún
discípulo de Pablo, quizá Bernabé o Apolo. Es fantástica, y abre unos horizontes
vastísimos sobre la fe cristiana.
Javier. ¿Y para qué escribía Pablo esas cartas? Algún objetivo importante debía tener…
P. Luis. Pablo escribía sus Cartas a las Iglesias particulares que había fundado, para
responder a situaciones concretas, para animar a los vacilantes en la fe, para corregir errores
o arreglar conductas, para exponer el Misterio de Cristo, para preparar su visita a nuevas
cristiandades…
Rosy. ¿Y se sabe cuándo y dónde fueron escritas esas Cartas de Pablo? Porque ninguna
lleva ni lugar ni fecha al principio o al fin, como hacemos nosotros.
P. Luis. Antes las ha citado Javier con el orden que las tenemos en la Biblia, pero no es
el orden con que las escribió Pablo. Las primeras cartas a los de Tesalónica, que son los
primeros escritos del Nuevo Testamento, las escribió el año 50 ó 51, y las dirigidas a sus
discípulos Timoteo y Tito son de sus últimos años, poco antes de que Pablo muriera al filo
de la espada en Roma el año 67, durante la persecución de Nerón contra los cristianos. Las
otras están escritas entre los años 57 y 63, en diversos lugares, como Corinto y Éfeso, o en
Roma durante la cautividad.
Javier. Es interesante situar las Cartas en la vida de Pablo. Pero, ¿se sabe algo de cómo
las escribía el Apóstol?
P. Luis. Empecemos por decir que Pablo las escribió todas en griego, lengua que se
hablaba en todo el Imperio, más que el latín. Y no nos damos cuenta de lo que a Pablo pudo
costar el escribir sus Cartas. Un muy conocido y autorizado historiador de Jesucristo y de
San Pablo, nos da detalles preciosos.
P. Luis. Pablo escribía al dictado, por medio de un amanuense. Lo dice él mismo, por
ejemplo, en la primera carta a los de Corinto, que acaba: “El saludo va de mi propia mano,
Pablo”. Y la de los Romanos acaba con esta deliciosa nota: “Os saludo en el Señor también
yo, Tercio, que he escrito esta carta”. Y el mismo Pablo, muy explícito, en la segunda a los
de Tesalónica: “El saludo va de mi mano, Pablo. Esta es la firma en todas mis cartas; así
escribo”.
Rosy. Empezamos por la primera sorpresa. Aunque no me extraña del todo, pues he
leído más de una vez que eso de escribir por amanuense era cosa muy corriente entre
griegos y romanos.
P. Luis. Así y todo, dado el trabajo que llevaba Pablo, ya que pasaba el día tejiendo
lonas para tiendas de campaña, ganándose así el pan de su vida, podía emplear para escribir
dos o tres horas al anochecer. Utilizaba los famosos papiros de Egipto, lo hacía en griego, y
se podían escribir por minuto tres sílabas, unas setenta y ocho palabras por hora.
P. Luis. Es lo que ha hecho ese gran historiador italiano que antes les citaba. Estudiado
todo con cálculos muy probables y precisos, la primera carta a los Tesalonicenses, con
1.472 palabras, le tuvo que costar diez folios de papiro y veinte horas de dictado. El billete
a Filemón, que es como una carta de las nuestras, con 335 palabras, le supusieron tres folios
y más de cuatro horas de escritura. Y la incomparable carta a los de Roma, con 7.101
palabras en el original griego, se le llevó unos cincuenta folios de papiro y noventa y ocho
horas de dictado al amanuense.
Javier. Con datos tan precisos como nos ha dado, uno ve en seguida que esas cartas eran
algo muy pensado. La pluma no se podía precipitar…
P. Luis. Sí, pero a la manera de Pablo, al que le bullían las ideas en la cabeza, y dictaba,
interrumpía la frase, incluía otro pensamiento nuevo… Pablo era un volcán, sobre todo al
hablar de Jesucristo.
Javier. La verdad es que muchas veces cuesta algo entender a Pablo. Lo digo
sinceramente…
P. Luis. ¿De esto te extrañas? No dices nada nuevo. Pablo escribe a veces doctrina tan
alta, que el apóstol San Pedro llega a decir: “Así les ha escrito nuestro hermano Pablo,
según la sabiduría que le ha sido otorgada. Lo hace en todas las cartas en que se ocupa de
estas cosas, y en las que hay puntos difíciles de comprender”.
Rosy. Muy cierto lo que ha dicho Javier, y si encima lo confirma el mismo Pedro, no
hay nada que decir… Pero hay páginas que se entienden a la primera. Algunas son
fascinantes, como ésa sobre el amor, que es única. Al menos así nos lo decía un
conferenciante. El capítulo trece de la primera carta a los de Corinto no tiene igual en toda
la literatura universal.
Javier. Padre Luis, ¿qué puntos de la enseñanza de Pablo nos señalaría usted como los
mejores?
P. Luis. Mira, Javi. Quien quiera aprender vida cristiana y quien quiera encenderse en
amor a Jesucristo, que lea, que lea sin cesar las Cartas de Pablo. Voy a ponerte una
comparación. Imagínate que todas las Cartas de Pablo son un gran pastel, una gran tarta.
Parte por donde quieras y sírvete, porque ese “cake” es sabroso en todas sus partes.
Rosy. ¡Bonita comparación!. Y así, insisto con Javi: Sírvanos ahora algún trocito de ese
pastel…
P. Luis. Bien. Puesto a escoger, yo te diría que Pablo es único cuando habla de
Jesucristo. Entonces parece que pierde los estribos de la mente y del corazón. Se apasiona.
Entonces tiene acentos sublimes e inimitables, que se clavan como cuñas, y que citamos
tantas y tantas veces. Por ejemplo:
- ¡Mi vivir es Cristo!…
- Vivo yo, pero ya no soy el que vivo, sino que es Cristo quien vive en mí.
- Me glorío de no conocer más que a Jesucristo, y Jesucristo crucificado.
- Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi
Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por pura basura para ganar a Cristo.
- ¡Que nadie me moleste más. Porque yo llevo impresas en mi carne las llagas del Señor
Jesús.
- Deseo la muerte para estar con el Señor, que es con mucho lo mejor.
- Saldremos arrebatados al encuentro del Señor…, y así estaremos siempre con el Señor.
- ¿Quién nos separará del amor a Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el
hambre, la desnudez, el peligro, la espada?… ¡No, nada ni nadie nos podrá separar del
amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro!…
En fin, ¿para qué seguir con citas y más citas?…
Rosy. Pues, por mí podría hacerlo, porque escuchar de este modo a Pablo no cansa. Ese
su amor a Jesucristo apasiona. He leído alguna vez que en las trece Cartas, ya que no entra
la de los Hebreos, cita el nombre de Jesucristo nada menos que seiscientas cuarenta veces
con las diferentes denominaciones de Jesús, Cristo, Jesucristo, Cristo Jesús, el Señor…
¡640! veces… Esto es casi increíble. Si la lengua habla de lo que rebosa el corazón, indica
que Pablo era un enamorado loco de Jesús… Pienso que Pablo debería volver hoy al mundo
para hablar así de Jesucristo.
P. Luis. Sí, se ha dicho eso muchas veces. Pero también se ha dicho que ésa es una frase
muy equivocada, y yo así lo pienso. Pablo sería hoy, como entonces, un simple predicador
de Jesucristo. Aunque, eso sí, usaría el periódico, y, como nosotros, la radio, la televisión,
el Internet y el satélite. El caso es que llevaría a todas partes el conocimiento de Jesús, el
Crucificado y el Resucitado.
P. Luis. Nada más falso. Enérgico, sí. Inflexible cuando se trata de defender la sana
doctrina, también. Pablo no tolera medias tintas. Pero es a la vez un caballero y usa una
delicadeza que admira y pasma. Por ejemplo, mira cómo trata a aquel que le ofendió
gravemente en Corinto, y cómo encarga a la comunidad que lo acoja con toda caridad: “Les
escribí en una gran aflicción y angustia de corazón, con muchas lágrimas, no para
entristecerles, sino para que conocieran el amor desbordante que les tengo… Es mejor que
le perdonen y le animen, no sea que se hunda en la tristeza. Por lo mismo, les suplico que
hagan prevalecer la caridad para con él” (2Corintios 2,4-8)
Javier. Sí; es cierto. Eso no lo escribe un corazón insensible, sino grande de verdad.
Rosy. ¡Qué manera de entender la vida cristiana y hasta simplemente humana! Veo que
leer a Pablo se puede hacer con la avidez con que se leen las cartas que nos trae el correo…
P. Luis. Sí, Rosy. Nosotros, los creyentes, leemos las Cartas de Pablo con el afán con
que leemos las cartas de los seres queridos. En esas cartas de fuego comprobamos aquello
de que “el corazón de Pablo era el corazón de Cristo”, como escribía San Juan Crisóstomo.
Y la verdad es que, al leerlas, también nuestro corazón se va pareciendo cada vez más al
Corazón del Señor…
Cuestionario
Rosy. Javier dice que la clase de hoy ha sido una arenga sobre Pablo. Yo se la
agradezco, Padre Luis. Porque vale la pena que nos entusiasme por unos escritos que nos
van a ayudar tanto a amar más y más a Jesucristo.
A continuación, la misma Lección 093,
Por el Asia Menor. Pablo con los Gálatas,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. Padre Luis, ayer me dejó entusiasmada con eso de las cartas de San Pablo. Ya veo
lo que me va a decir: Empieza por leerlas, y no te preocupes de explicaciones mías. Ya lo
sé. Pero me gustaría que nos las presentara una por una.
Javier. Un poco pedigüeña y atrevida se presenta hoy Rosy. Lo malo es que yo le pido
lo mismo, Padre Luis.
Rosy. ¡Menos mal que estamos los tres de acuerdo! ¿Y por qué carta va a comenzar?
Nos dijo que la primera que escribió Pablo fue la de Tesalónica. Así, que ya sabemos cuál
toca.
P. Luis. Pues, aquí vamos a estar en desacuerdo. Y voy a empezar por presentarles la de
los Gálatas, escrita unos seis años después que la Primera a los Tesalonicenses. ¿Por qué?
No es ningún capricho. Para entenderla mejor, quiero enlazarla con la evangelización de
Galacia, sin desligarla de la historia, es decir, de los motivos que la originaron.
Javier. A mí me parece muy bien. Entonces, habremos de empezar por situarnos otra
vez en Antioquía, adonde regresó Pablo después del concilio de Jerusalén.
P. Luis. Muy bien, Javi. Dejamos a Pablo en Antioquía, punto de arranque y centro de
sus misiones.
Rosy. Ya se ve que Pablo no era quien para estarse quieto en un punto determinado. Su
campo de acción era el mundo entero.
P. Luis. Así era Pablo. Por eso, un día del año 49 ó 50 le propone a Bernabé: “¿Por qué
no vamos a visitar aquellas comunidades que dejamos instituidas en el Asia Menor?”.
Javier. Conformes los dos, ¿no es verdad? Porque Bernabé era apóstol tan ardiente
como Pablo.
P. Luis. Sí; pero vino el problema. Se suscita entre los dos un altercado por causa de
Juan Marcos, el pariente de Bernabé que los había abandonado en el primer viaje, y Pablo
toma consigo a Silas, con el cual emprende la macha, encomendados los dos y bendecidos
por la comunidad antioqueña.
Rosy. O sea, que por muy santos que fueran los apóstoles, llevaban también su carga de
defectos humanos. Pelear Pablo y Bernabé como pueden pelear Javier y Rosy, no parece
cosa tan normal. ¿No les parece?
P. Luis. Esto quiere decir que, a pesar de nuestras limitaciones humanas, no hemos de
desanimarnos en la presencia de Dios, que nos ama tal como somos…
Javier. Rosy, bien por tu observación sobre nuestros defectos. Pero deberíamos seguir
con la misión de Pablo.
P. Luis. Los dos misioneros recorren las Iglesias fundadas anteriormente, a las que
entregan el decreto conciliar, que las llena de alegría, a la vez que “se afianzaban en la fe y
crecían en número de día en día”.
Rosy. Pablo era muy valiente, con eso de volver allí donde había sido tan perseguido.
P. Luis. En Listra precisamente, donde Pablo había sido lapidado y dejado como
muerto, Dios le tiene guardado un regalo de primera: Timoteo, un joven que era una joya,
hijo de padre pagano y de madre judía. Timoteo será el discípulo más querido de Pablo
hasta el final.
Javier. Para algo valieron las piedras: para merecerle este premio de Dios.
P. Luis. En este viaje, los misioneros suben hacia el centro, hasta la Galacia
propiamente dicha, donde Pablo cae enfermo, y, mientras es bien atendido, aprovecha la
ocasión para evangelizar a los gálatas, que le serán tan queridos, pero que le van a dar
también más de un quebradero de cabeza.
P. Luis. Como les he dicho antes, sólo para entendernos mejor, nosotros adelantamos
algunos acontecimientos y los unimos todos con la Carta a los Gálatas, escrita por Pablo
años más tarde.
P. Luis. Contra los planes personales de Pablo, el Espíritu Santo no le dejó continuar en
Asia y lo mandó a Macedonia, en Grecia, para introducir el Evangelio en Europa.
P. Luis. Espera, Rosy. Ya llegará el momento de ese paso a Europa. Ahora seguimos
hablando de los gálatas.
Rosy. ¡Ya los tenemos! Nos parecía que con el concilio se retiraban para siempre de
escena. ¿Qué va a pasar?...
P. Luis. Los gálatas, buenos pero muy volubles de carácter por temperamento, iban
cediendo a los nuevos predicadores, a la vez que abandonaban la doctrina sana y de libertad
que les había enseñado Pablo. Por el año 54, el Apóstol hace una visita especial a Galacia, y
por el 57 escribe, lo más probable desde Corinto, la magnífica Carta a los Gálatas: todo,
para salvar y fortalecer la fe vacilante de aquellos buenos pero inconstantes cristianos.
Javier. Con esta introducción que nos sitúa bien en la historia, ¿qué nos dice ahora de la
Carta a los Gálatas?
P. Luis. Parece algo improvisada, pero es riquísima, porque expone las ideas que Pablo
está elaborando para la que será su epístola más grandiosa, la de los Romanos.
P. Luis. En esta Carta a los Gálatas nos aparece un Pablo lleno de preocupación por la
pureza de la fe; un hombre enérgico, que no cede ante su deber de denuncia; un apóstol y
un padre lleno de ternura; un teólogo y un místico que vive en las mayores alturas de Dios.
P. Luis. Es lo que les aconsejo. Las cartas de Pablo, empezando por la de hoy, hay que
leerlas primero de un tirón y, después, detenidamente, saboreando cada versículo, para
llenarse completamente de Dios.
P. Luis. Empieza por justificar lo que él llama “mi evangelio”, es decir, el mismo
Evangelio de Jesús, el mismo enseñado por los demás apóstoles, pero dándole bien clara la
interpretación de que para salvarse basta la fe en el Señor Jesús, sin necesidad de observar
la Ley antigua.
Rosy. O sea, lo que vimos tan detenidamente en lecciones anteriores, sobre todo en la
del concilio de Jerusalén.
P. Luis. Para dejarles bien claro este punto, Pablo relata su conversión, de antiguo
fariseo fanático y de perseguidor de la Iglesia, en apóstol del Señor para predicar
precisamente este “su” evangelio. Les recuerda una vez más el concilio de Jerusalén, que
aprueba plenamente su punto de vista y declara a los nuevos cristianos libres de la
circuncisión y de la Ley.
P. Luis. Para probar esta doctrina básica, Pablo recurre a la Biblia, al ejemplo de
Abraham. El patriarca fue justificado, santificado y declarado amigo de Dios, muchos
siglos antes de que viniera la Ley de Moisés. ¿Por qué? Porque creyó a Dios contra toda
esperanza, y esa fe le valió la santidad y la salvación.
Javier. Los gálatas, al volverse hacia le Ley judía, eran unos insensatos porque se
pasaban voluntariamente a la esclavitud de la Ley, que les obligaba si es que aceptaban la
circuncisión.
Rosy. Pablo sigue con su tema favorito de la libertad cristiana. ¿Cómo más lo expresa en
esta carta?
P. Luis. Ahora ya no había distinción alguna, bajo la ley del Espíritu. Examinen estas
palabras tan formidables: “Todos son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que han
sido bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo, en el que ya no hay ni judío ni
griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos son uno en Cristo Jesús”.
Javier. Pero a mí se me ocurre una dificultad, Padre Luis, que se la expongo con toda
lealtad.
P. Luis. Expón claro tu pensamiento. Me gusta que discurran sobre lo que vamos
diciendo, sin limitarse sólo a escuchar.
Javier. Si ya no obligaba la Ley de Moisés, dada por Dios en el Sinaí, ¿qué ley iba a
regir entre los cristianos? ¿Podía hacer cada uno lo que quisiera?
P. Luis. Has llegado, Javi, a un punto crucial. El cristiano, sin la Ley escrita que
quedaba abolida, tiene una ley muy superior, como es la ley del Espíritu, expresada en esta
Carta a los Gálatas de manera inolvidable.
P. Luis. Pablo tiene un pasaje fabuloso cuando compara las dos leyes, la del pecado y la
del Espíritu. ¿Qué hace el hombre no regenerado, que se deja llevar por sus instintos?
Miren la lista que señala Pablo: “Es obrador de toda acción mala: fornicación, impureza,
libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, ambición, divisiones,
rivalidades, borracheras, comilonas y cosas semejantes…, sabiendo que quienes hacen tales
cosas no heredarán el reino de Dios”.
P. Luis. Pero Pablo le contrapone el cuadro de la luz. ¿Qué obras produce el bautizado
que ha recibido la fe y se deja llevar del Espíritu? La lista es bellísima y enardecedora: “Los
frutos del Espíritu son amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
modestia, dominio de sí. Contra esto, no existe ley alguna”.
Javier. Realmente, esto es formidable. El cristiano, guiado por el Espíritu, es el ser más
libre, porque no está bajo ninguna ley.
Rosy. Y, sin embargo, siguiendo este pensamiento de Pablo, vemos que no es capaz de
cometer ningún mal y, por el contrario, obra siempre el bien en la presencia de Dios.
P. Luis. Si tenemos clara esta doctrina de Pablo, tan enérgico en esta carta, vean también
cómo hace gala de una ternura sin igual. Rosy, examina estas expresiones: “Hijitos míos,
por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en ustedes.
Quisiera hallarme ahora en medio de ustedes para poder acomodar el tono de mi voz, pues
no sé cómo hacerlo”.
Rosy. ¡Vamos! Y me lo pregunta a mí, que soy mujer… Esto, en un hombre tan hombre,
resulta emocionante.
P. Luis. Al escribirles estas palabras tan amorosas, les recuerda a ellos la generosidad
que derrocharon con él durante su enfermedad: “Yo mismo puedo asegurarles que ustedes
se hubieran arrancado los ojos, de haber sido necesario, para dármelos a mí”.
Javier. Realmente, uno se queda sin palabras ante este Pablo.
P. Luis. Este Pablo, tan humano y tan santo, nos apunta en esta carta los principios más
altos de la mística cristiana. Analicen estas expresiones:
“Por la fe estoy crucificado con Cristo”.
“Y vivo yo, pero ya no soy yo l que vive, sino que es Cristo quien vive en mí”.
“Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí
mismo a la muerte por mí”.
“Dios me libre de gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el
mundo está crucificado para mí, y yo lo estoy para el mundo”.
“En adelante, que nadie me moleste, pues llevo en mi cuerpo las llagas de Jesús”.
Javier. Si todas las cartas de Pablo nos van a resultar como ésta, ¡vaya delicias que nos
esperan!... Padre Luis, ¿nos resume la lección de esta carta?
Cuestionario
Rosy. ¡Qué bien aprovecha Dios los disparates de los hombres! Aquellas vacilaciones de
los gálatas nos han valido una carta de Pablo como ésta. Valía la pena aunque no fuera más
que por estas palabras de Pablo, repetidas también por nosotros: “Vivo yo, pero ya no soy
yo quien vive, sino que Cristo vive en mí”…
A continuación, la misma Lección 094,
Filipos. Pablo, en Grecia. Entrada en Europa,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Javier. Aún estoy relamiendo el gusto que me causó la Carta a los Gálatas. Como todas
las cartas de Pablo sean así, nos esperan clases estupendas.
P. Luis. Pues, te aseguro desde el principio que la Carta de hoy a los Filipenses te va a
hacer olvidar la anterior.
Rosy. ¡No, por favor! Olvidarla, no. En todo caso, serán dos platos exquisitos, a cual
mejor…
P. Luis. Rosy, has dicho la verdad. Todas las Cartas de Pablo van a ser igual de buenas
y de interesantes. Cada una resulta óptima dentro de sus circunstancias. Hoy, habremos de
empezar por la historia de la Iglesia de Filipos, historia que deleita y emociona.
P. Luis. Pablo mantenía el plan de dejar misionadas todas las ciudades importantes del
Asia Menor, y, abandonando la Galacia en el centro-norte, se dirigía a las costas
mediterráneas dispuesto a emprender su audaz tarea. Pero el Espíritu Santo en persona le
vino a cortar el paso, y le hacía fracasar cuando Pablo menos lo esperaba.
Rosy. ¿Y cómo sabemos que era el Espíritu Santo quien creaba los obstáculos?
P. Luis. Lucas emplea en los Hechos estas expresiones: “El Espíritu Santo les había
impedido predicar la palabra en Asia”. “Pero no se lo permitió el Espíritu de Jesús”.
Rosy. O sea, que todo lo que viene, y parece ser muy importante, era iniciativa de Dios.
P. Luis. Eso mismo, y Dios lo va a manifestar de otra manera muy suya. Pablo no
atinaba en el porqué de estos estorbos que se le presentaban. Hasta que una noche tuvo una
visión. Se le presenta un macedonio, que, de pie delante de él, le pide suplicante: “¡Pasa a
Macedonia, y ayúdanos!”.
Javier. Padre Luis, plantea muy bien la historia que nos espera…
Rosy. Resúmalos aunque no sea más que breve, muy brevemente, para ir preparados a
nuestra lectura de los Hechos y la Carta.
P. Luis. Ante todo, el encuentro primero con aquellas simpáticas mujeres griegas, con
Lidia a la cabeza, la negociante de púrpura, que escuchan junto a la margen del río en aquel
atardecer, y son las primeras en recibir el bautismo.
Javier. Así, que ya lo sabemos. Las mujeres las primeras en recibir el Evangelio en
Europa.
Rosy. ¿Qué te has creído tú, Javi?... ¿Y qué otro acontecimiento, Padre Luis?
P. Luis. La aventura de la muchacha pitonisa o adivina, que trae a sus amos buenas
cantidades de dinero, hasta que Pablo le echa el demonio que la joven lleva dentro. Esto
tuvo malas consecuencias. Porque los amos de la esclava se pusieron furiosos, ya que
perdieron las pingües ganancias que sacaban con las artes mágicas de la muchacha, y
fueron ellos los que prepararon el tumulto que llevó a Pablo y a Silas a la prisión.
P. Luis. No, una noche nada más. Porque con aquel terremoto tan curioso van a quedar
libres en mitad de la noche.
P. Luis. Con una diferencia. Pedro se marchó libre guiado por el ángel, y Pablo y Silas
marchan de la ciudad a ruego de las autoridades romanas, temerosas de lo que habían hecho
al mandar que dos ciudadanos romanos fueran azotados. Pablo y compañeros marcharon así
de Filipos, en la que dejaban asentada una Iglesia tan prometedora. Les repito, lean todos
estos episodios en los Hechos, porque pasamos sin más a la Carta.
P. Luis. Espera, Rosy. Ya hablarás después. Es una carta sencilla, efusiva, de lo más
genuino que nos ha dejado Pablo. Aunque a los estudiosos les plantea muchos problemas,
que no nos afectan a nosotros.
P. Luis. Por ejemplo. ¿Cuándo y dónde la escribió Pablo? ¿Es una sola carta, o son tres
pequeñas cartas unidas después en una sola? Hasta ahora se pensó siempre que Pablo la
escribió mientras estaba preso en Roma; después se pensó en la cárcel de Cesarea; hoy, se
inclinan por que fue escrita en Éfeso.
P. Luis. No. Esta vez se debió al agradecimiento de Pablo por la ayuda que sus queridos
neófitos le mandaron para sus necesidades. Fue ésta una ayuda que Pablo, contra toda su
costumbre, aceptó complacido. Era principio suyo irrenunciable el no recibir nada como
recompensa por sus trabajos apostólicos. Pero con los filipenses, que actuaban con un
cariño tan grande, hizo Pablo también una grande excepción. Y estando preso, en Roma o
en Cesarea o en Éfeso, es igual, la ayuda llegada de Filipos le solucionaba
providencialmente sus problemas.
P. Luis. Si pasamos a la Carta, ¿qué vemos en ella? Ante todo y sobre todo, un corazón
que ama, que agradece, que se desahoga, que bendice, pues escribe nada más empezar:
“Les llevo en mi corazón, tanto en mis cadenas como en la defensa y consolidación del
Evangelio. Dios me es testigo de cuánto les quiero a todos ustedes en el afecto entrañable
de Cristo Jesús”.
P. Luis. No es una carta doctrinal precisamente, sino familiar, aunque tiene conceptos
elevadísimos sobre el Señor. Por eso nosotros, más que fijarnos en doctrina, detenemos
nuestra atención en frases sueltas, en conceptos aislados, esparcidos a lo largo de todo el
escrito, y que son joyas de elevadísima vida espiritual.
P. Luis. A Pablo le duelen los enemigos de siempre, los judaizantes, pero aquí se
encuentra con otros rivales. Son lo que le tienen envidia, y, para fastidiarle, se dedican
también a predicar el Evangelio sólo con el fin de meterle celos a Pablo. ¡Pobres, no saben
con quién se encuentran!
P. Luis. Pablo se alegra por el fruto de esta rivalidad, y miremos su respuesta: “Ellos lo
hacen con intenciones torcidas, pensando aumentar el dolor de mis cadenas. ¿Y a mí qué?
Lo hagan con hipocresía o con sinceridad, allá ellos. Lo que a mí me importa es que Cristo
sea anunciado. Esto es lo que me interesa y me llena de alegría”.
P. Luis. Tiene a continuación una frase que es todo un mundo: “Para mí el vivir es
Cristo”. Es decir, Cristo es la razón de todo mi ser, sentir, pensar, y actuar en mi vida, “y el
morir me resulta una ganancia”. ¿Entonces? No sé qué escoger, si el vivir o el morir. “Para
mí, mucho mejor el morir, pues así estaré con Cristo, mientras que seguir viviendo es
necesario por ustedes”.
P. Luis. A sus queridos filipenses los quiere humildes, sencillos. Y para ello, les
propone el ejemplo de Jesús: “Tengan dentro de sí los mismos sentimientos que Cristo”.
¿Y cómo se lo explica? Insertando un himno que es una de las joyas más valiosas del
Nuevo Testamento. ¿Está compuesto por el mismo Pablo? ¿Lo cantaba ya la Iglesia, a lo
mejor desde Antioquía? Es igual. Pablo se lo hace suyo totalmente.
P. Luis. Lo han oído muchas veces en las celebraciones del culto. Dice así: “Cristo
Jesús, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se
despojó de sí mismo, tomando condición de esclavo. Y así, actuando como un hombre
cualquiera, se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y una muerte de
cruz! Por eso Dios lo exaltó, y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre, para que al
nombre de Jesús toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda
lengua confiese que Cristo Jesús es el SEÑOR para gloria de Dios Padre”.
P. Luis. En medio de doctrina sobre Jesucristo tan llena de esperanza, les da a sus
discípulos un consejito algo serio: “Trabajen con sumo cuidado por su salvación”. ¿Por
qué?... “Pues es Dios, por su benevolencia, quien realiza en ustedes el querer y el obrar”.
Javier. Es decir, si no entiendo yo mal. Hay que ser dóciles a la gracia de Dios, que nos
quiere salvar, pero por parte nuestra hay que responderle con nuestra colaboración personal.
P. Luis. Muy bien, Javi. Fijémonos en otros pensamientos sueltos de Pablo en esta carta.
Y empiezo por éste: “Todo lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida en
comparación de Cristo. Más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del
conocimiento de Cristo Jesús, y lo tengo todo por basura a cambio de ganar a Cristo”.
Rosy. ¿Hay alguien que haya valorado a Jesucristo como este Pablo?...
Javier. ¡Naturalmente! Como Pablo vio a Jesús en medio de aquellos resplandores ante
las puertas de Damasco, hasta quedar él ciego por tanta luz, sabe lo que vamos a ser si es
que Jesucristo nos hace conformes a su propia resurrección.
Rosy. Y eso de ser nosotros ya aquí en la tierra ciudadanos del Cielo, es una gran cosa…
P. Luis. Sí. Pero mira, Rosy, cómo lo manifiesta. La “ciudadanía” está expresada con
una palabra griega muy interesante: “políteuma”, es decir, la cédula, el carnet de identidad.
Javier. Quiere decir que en mi billetera no llevo sólo mi cédula civil, sino otra bastante
mejor…
P. Luis. Y, los amantes del deporte, miren este pensamiento tan bonito. Pablo se figura
que es un atleta de las Olimpíadas (piensen que está en Grecia), y en el estadio está
corriendo a la par de Jesucristo. El Señor echó a correr detrás de Saulo, le dio alcance, y le
ganó a las puertas de Damasco. Le atrapó Jesús a Saulo, y ahora Pablo va en la misma pista
siguiendo a Jesús hasta pasarle si es posible: “No que lo tenga ya conseguido o que yo sea
perfecto, sino que continúo mi carrera para alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó a mí”
Rosy. ¡Vaya medalla de oro que le esperaba a Pablo!...
P. Luis. A todo esto, no quiere ver cabizbajos a sus queridos filipenses, y les manda
seriamente: “Estén alegres siempre en el Señor; se lo repito, ¡estén alegres!”.
Javier. O sea, que por llevar la cédula del Cielo en la billetera o en la bolsa, estamos
obligados a ser felices en la tierra como en el Cielo… ¡No está mal!
P. Luis. Y es muy notable en esta Carta aquel párrafo que ya trajimos en una clase
anterior: “Por lo demás, todo lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de
amable, de honorable, todo cuanto sea virtud o valor, ténganlo en aprecio. Todo cuanto han
aprendido y recibido y oído y visto en mí, pónganlo por obra”.
Rosy. Parece decir a cada uno: ¡Sé todo un caballero!... Y a cada una: ¡Sé toda una
dama!... Nos quiere a los cristianos tan adornados de las virtudes humanas como de las
divinas…
P. Luis. Así es, Rosy, así es. Cuanto más hombres y más mujeres, más cristianos y más
cristianas. Y cuanto más cristianas y más cristianos, más mujeres y más hombres.
Javier. Esto me recuerda lo que nos decían en aquel Movimiento en el que me tocó
militar: Vivir la Gracia de Dios con la máxima gracia humana.
Cuestionario
P. Luis. ¿Resumen de esta lección? ¡Hoy sí que no lo hago! Lean el capítulo 16 de los
Hechos; tomen la Carta a los Filipenses, léanla y reléanla, no pierdan una sola de sus
palabras, porque, estas páginas les van a dejar gusto de Cielo…
Rosy. ¡Dios mío! Cuanto más como, más hambre tengo… Quería conocer a Pablo. Pero
veo que es más formidable de lo que yo pensaba…
A continuación, la misma Lección 095,
La Iglesia de Tesalónica. Una Iglesia buena y prometedora,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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P. Luis. ¿Qué les pareció lo de la Iglesia de Filipos, y después la carta de San Pablo?
Javier. Y leyendo los Hechos de los Apóstoles, yo seguí por el capítulo siguiente, el 17,
y ya sé lo que viene. Padre Luis, empiece sin más por la Iglesia de Tesalónica, así llamada
esa ciudad por la hermana de Alejandro Magno. ¿Digo bien?... Los inicios de la misión de
Pablo en Europa no pudieron ser más felices, a pesar de que Filipos trajo azotes, cárcel y
expulsión de la ciudad. Pero Pablo y sus compañeros salieron con la ilusión de haber dejado
bien establecida allí una Iglesia auténticamente encantadora.
P. Luis. Con Tesalónica viene la fundación de otra Iglesia que va traer a Pablo muchas
alegrías, por la fidelidad con que iba a responder al Evangelio.
P. Luis. Desde la conquista romana era ciudad libre, con magistrados propios, y
próspera por el animado comercio de sus habitantes. Pablo la visita el año 50 ó 51, y se
dirige primero, como siempre, a la sinagoga judía. Tres sábados seguidos discutiendo con
los judíos, probándoles, con la Biblia en la mano, el Evangelio que él predicaba.
Javier. Como ya lo leí yo con anticipación, tengo muy presente la síntesis de esa
predicación: -Convénzanse, Cristo tenía que padecer, morir y resucitar. Ese Cristo es Jesús,
a quien yo les anuncio.
Javier. También se me quedó muy grabado. Un grupo de judíos, más bien pocos,
aceptaron el mensaje, mientras que lo abrazaban muchos prosélitos y griegos. Y, como en
Filipos, con bastantes señoras importantes. Se ve que las mujeres griegas, muy libradas en
comparación de las judías, iban a resultar buenos elementos en la fundación de las nuevas
Iglesias. Todos estaban gozosos con la fe en el Señor Jesús.
Rosy. ¡Ya los tenemos! Como los de Jerusalén con Jesús ante Pilato…
P. Luis. Los judíos supieron escoger las palabras de la acusación: Jesús, rival y enemigo
del Emperador. Mentían descaradamente. Porque los cristianos no daban a Jesús el título de
“rey”, expresamente para no meter ideas contra el César de Roma, sino que lo llamaban
siempre “El Cristo” o “El Señor”.
Javier. Tal como yo leí, los magistrados romanos y el pueblo más sensato se alarmaron,
como es natural, ante esta acusación. Y, recibida como garantía una fuerte fianza de Jasón,
dejaron marchar a Pablo y compañeros.
P. Luis. Así fue. Y de escondidas por la noche, salían hacia la vecina ciudad de Berea.
Pero en Tesalónica quedaba establecida una Iglesia entusiasta y segura.
Rosy. ¿Y qué nos dice de las dos cartas de Pablo a los tesalonicenses?
P. Luis. Son ciertamente las dos primeras que escribió el apóstol, casi seguro que en el
año 51. Además, son los dos primeros escritos del Nuevo Testamento, anteriores a los
mismos Evangelios.
Javier. ¡Vaya! Aquí sí que decimos, entonces, aquello de que “no hay mal que por bien
no venga”…
P. Luis. Miremos cómo presenta Pablo la primera carta: “Ustedes se han convertido en
modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Partiendo de ustedes, ha
resonado la palabra del Señor, y su fe en Dios se ha difundido por todas partes, de manera
que nada nos queda por decir”. Y les añade con verdadera ternura: “Aunque pudimos
imponer nuestra autoridad como apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con ustedes,
como una madre cuida con cariño de sus hijos. Tanto les queríamos que estábamos
dispuestos a entregarles, no sólo el Evangelio de Dios, sino nuestras propias vidas. ¡Han
llegado a sernos entrañables!”.
P. Luis. Y les daba la razón: “Porque al recibir la palabra de Dios que les predicamos, la
acogieron no como palabra de hombre, sino como es en verdad, como palabra de Dios, que
permanece activa en ustedes los creyentes”. Preciosas razones, como ustedes pueden
apreciar.
P. Luis. Pablo pasa al punto que le preocupa: la vida moral que algunos llevan, porque
no acaban de romper con ciertas costumbres paganas. Y les escribe un párrafo precioso, tan
repetido en la Iglesia: “Saben las instrucciones que les dimos de parte del Señor Jesús.
Porque ésta es la voluntad de Dios: su santificación. Que se alejen de la fornicación; que
cada uno de ustedes sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la
pasión, como hacen los que no conocen a Dios. Que nadie falte a su hermano ni se
aproveche de él en este punto, pues el Señor se vengará de todo esto, como se lo dijimos ya
y se lo atestiguamos, pues no nos llamó Dios a la impureza sino a la santidad. Así, pues, el
que esto desprecia, no desprecia a un hombre sino a Dios, que les hace el don del Espíritu
Santo”.
P. Luis. Es cierto. Al decir “su cuerpo” parece que se refiere a la propia esposa. El
cristiano, con ella tiene bastante para ser feliz. Utilizar a otra u otro, es un pecado del que se
vengará el Señor. Pero, dando la vuelta a la hoja, Pablo presenta toda la belleza de la pureza
con su razón más alta, como diciéndoles: “Miren al Espíritu Santo, que llena el cuerpo y
todo el ser del cristiano”.
Javier. Y aparte de este punto de moral, ¿cuál era la otra preocupación de Pablo?
P. Luis. Había otro punto estrictamente doctrinal que inquietaba a los tesalonicenses: la
suerte de los difuntos. Y Pablo los tranquiliza con esas palabras que tantas veces se nos
proclaman en los santos Oficios. Podemos resumir así todo su párrafo. “Jesucristo que
resucitó, nos resucitará con Él. Ni los vivos ni los ya difuntos tienen ventaja los unos sobre
los otros, porque en el último día todos, revestidos de inmortalidad, saldremos al encuentro
de Jesucristo que vendrá, y así estaremos siempre con el Señor”.
P. Luis. Muy bueno, como era de esperar de los queridos tesalonicenses. Pero surgieron
también dudas, incomprensiones, y malos entendidos. Al cabo de unos dos o tres meses, se
entera Pablo y viene una segunda carta. Una carta que hoy ha sido muy discutida: ¿La
escribió Pablo? ¿Fue un falsario? ¿Era una carta posterior?... La autorizadísima Biblia de
Jerusalén, viene a decir: Sí; es de Pablo, como siempre lo ha creído la Iglesia. ¿Cómo
podría disimularse un estilo tan igual, tal igualísimo, al de la primera carta?
P. Luis. ¡Claro que lo es! Y fue originada por la cuestión de los difuntos. Algunos
tesalonicenses, interpretando mal lo que Pablo les había escrito, sacaron una mala
consecuencia: Si el Señor está cerca, si va a venir pronto para el Juicio, ¿vale la pena
preocuparse por el porvenir? ¿vale incluso la pena trabajar?...
P. Luis. Pablo tranquiliza y reprende, hace las dos cosas, y les escribe: A los haraganes,
que viven entre ustedes “sin trabajar nada, pero metiéndose en todo”, les aviso serio: “si
alguno no quiere trabajar, que tampoco coma”.
P. Luis. Y a todos les enseña la doctrina: -No hagan caso de lo que algunos les dicen,
apoyados incluso en cartas que me atribuyen a mí. “Que nadie les engañe de ninguna
manera”. La verdad es ésta: No está cerca el Día del Señor. Ha de venir antes una apostasía
general y tiene que manifestarse el Adversario, el Anticristo. Esa apostasía “estará señalada
por el influjo de Satanás”, ahora sujeto por una fuerza muy superior. Esos que creen en esas
mentiras lo hacen impulsados por “un poder seductor, para que sean condenados todos
cuantos no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad”.
P. Luis. A partir de esta carta de Pablo, la Iglesia ha tenido muy clara la cuestión de la
Vuelta del Señor, bien indicada también en los Evangelios. Nadie sabe cuándo será. Puede
que falten muchos milenios. El Evangelio ha de llegar antes a todas las gentes. Vendrá
después una apostasía muy general. Y todas las fuerzas del Infierno, simbolizadas en lo que
siempre se ha designado como el “Anticristo”, darán la última batalla a la Iglesia, al Reino,
que se concluirá gloriosamente con la venida del Señor.
Javier. Padre Luis, muy bien todo lo que nos ha expuesto sobre la Iglesia de Tesalónica,
de la que Pablo hubo de salir, como siempre, perseguido por los judíos. Pero yo le quiero
exponer algo que me inquieta, precisamente por haberme adelantado ayer en la lectura de
los Hechos. Me refiero a lo que ocurrió en Berea, adonde fueron conducidos Pablo y sus
compañeros.
Rosy. Padre Luis, usted ya lo sabe, y Javier también, porque lo leyó. ¿Qué pasó?
Explique.
P. Luis. Todo al revés que en otras partes con los judíos, de los que el libro de los
Hechos da un testimonio envidiable.
P. Luis. Mira a ver si te crees estas palabras: “Estos judíos eran de un natural mejor que
los de Tesalónica, y aceptaron la palabra de todo corazón. Diariamente examinaban las
Escrituras a ver si las cosas eran así. Creyeron, pues, muchos de ellos”.
Rosy. Y es de pensar que, además de los judíos, fueron también otros los que creyeron
en Berea.
Javier. Sí; a mí me llamó mucho la atención lo que añade Lucas: también creyeron “los
griegos, mujeres distinguidas y no pocos hombres”. Y yo pensaba, casi lamentándome:
¡Qué lástima que no viniera después una carta de Pablo para inmortalizar a esta comunidad
tan magnífica!... Este disparate se me ocurrió a mí…
P. Luis. Pues a mí se me ocurre otra cosa. ¿Se han dado cuenta de lo bien que
escuchaban aquellos judíos a Pablo? ¿Por qué no haremos todos lo mismo?...
P. Luis. Cuando se nos afirma una cosa de la fe, del catecismo, de la vida cristiana…,
¿por qué no abrimos con afán la Biblia, la examinamos, y comprobamos todo a ver cómo
coincide con ella lo que se nos afirma y enseña?... ¡Eso sí que sería aprender a manejar la
Biblia!...
Javier. Para satisfacer del todo la curiosidad de Rosy. Los judíos de Berea se portaron
de esa manera tan magnífica. Pero los de Tesalónica, al enterarse de lo bien que iba en
Berea la predicación de Pablo y la aceptación de la palabra por judíos y griegos, se fueron
hasta allá y agitaron a la gente igual que lo hicieran en Tesalónica, de modo que los
hermanos de Berea hubieron de hacer marchar a Pablo a toda prisa, encaminándolo hacia
Atenas…
Rosy. Gracias por la información que me han dado con este paréntesis tan interesante
que Javi ha introducido sobre Berea. ¿Volvemos de nuevo a Tesalónica?
P. Luis. Ya hemos dicho lo principal. Lean las dos cartas a los Tesalonicenses, muy
instructivas, las primeras que salieron de la pluma de Pablo para tanto bien de la Iglesia.
Cuestionario
Rosy. ¡Qué palabra tan bonita esa que nos ha dicho Pablo, sobre la Vuelta de Jesús!
Volverá. Resucitados, “saldremos a su encuentro, y así estaremos siempre con el Señor”.
Esperemos, que todo llegará…
A continuación, la misma Lección 096,
Corinto. Su Iglesia y las dos Cartas de Pablo,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Rosy. Y como no quería que me ganases como el otro día, también yo me he adelantado.
Así que, Padre Luis, ya sabemos que hoy nos toca Corinto, que ocupa buena parte del
capítulo dieciocho de los Hechos de los Apóstoles.
P. Luis. Entramos sin más, ya que los dos vienen preparados. Llegamos hoy a la ciudad
de Corinto, después del fracaso que tuvo Pablo en Atenas, en cuyo Areópago se dio cuenta
de lo inútil que era predicar el Evangelio con filosofía y palabras de ciencia humana.
Ahora, ¡a predicar a Jesucristo Crucificado, y nada más!...
P. Luis. Un solo detalle. Se usaba entonces por otras partes una palabra griega bien
conocida: “corinciáceszai”, como decir, “vivir a lo Corinto”, es decir, con todo libertinaje.
Y no había para menos. Su famoso templo de Afrodita, la Venus griega, tenía un templo al
que servían mil “sacerdotisas”, mil prostitutas que vivían de su oficio…
P. Luis. En esta ciudad cosmopolita, negociante, libre y divertida, con una numerosa
colonia judía, entra Pablo, al que le dice el Señor una noche en visión: “No tengas miedo,
sigue hablando y no te calles, porque yo estoy contigo; yo me preparo un pueblo numeroso
en esta ciudad”.
Rosy. Y mira el resultado: “Pero como ellos se opusieran y profiriesen blasfemias, Pablo
sacudió sus vestidos, y les dijo: Su sangre recaiga sobre su cabeza; yo soy inocente, y desde
ahora me voy a los gentiles”.
P. Luis. Y así, con los gentiles, pobres la mayoría, de moral muy baja, pero abiertos a la
palabra de Dios, pasará Pablo un año y seis meses, entregado a un apostolado intenso que
va a producir mucho fruto.
Javier. ¿Y cuándo y por qué escribió Pablo las Cartas a los Corintios?
P. Luis. Cuando Pablo esté evangelizando Éfeso, tendrá siempre el recuerdo de Corinto
en la mente, seguirá las peripecias de esta Iglesia, que tantas alegrías y tantos quebraderos
de cabeza le habrá dado, y desde Éfeso, en el año 56, con la diferencia de unos meses,
escribirá esas sus dos grandes cartas.
Rosy. Y es de suponer que tan buenas como las cuatro anteriores que ya tenemos vistas.
P. Luis. Estas cartas a los de Corinto son de lo mejor que tenemos para conocer lo que
era la vida de las Iglesias fundadas por Pablo: ricas de fe, de dones de Dios, de santidad, de
amor, de generosidad; y, a la vez, con una fuerte dosis de debilidades humanas.
Javier. ¡Claro! Se nota que había cristianos que no acababan de dejar por completo sus
anteriores costumbres paganas.
P. Luis. Las dos cartas de Pablo a los Corintios son unas muestras palpables de tanta
gracia de Dios y también de miserias humanas. En estas dos cartas Pablo se muestra lleno
de amor, de agradecimiento, de energía, de dolor, de todos los sentimientos del corazón a la
vez.
P. Luis. Más que en otras ocasiones, ahora hemos de decir que, en vez de muchas
explicaciones, leamos, leamos estos escritos de Pablo, llenos de tanta sabiduría divina, y
con las sombras que se cernían desde el principio sobre la Iglesia.
P. Luis. Sí; pero al mirar estas dos cartas, nosotros vamos a dejar aparte, expresamente,
los problemas literarios o cronológicos que suscitan, y hasta las vamos a considerar como si
fueran una sola carta, es decir, miraremos sólo el mensaje de Pablo a la Iglesia de Corinto.
Rosy. ¿Cuál fue el motivo u ocasión de la Primera Carta?
P. Luis. La Primera Carta fue motivada por las noticias que le llegaron a Pablo desde
Corinto a Éfeso, unas noticias bonísimas, otras algo preocupantes.
Rosy. ¿Por qué no dice algo sobre cada uno de estos puntos?
P. Luis. Miren lo serio que se pone Pablo con los de malas costumbres: “No se mezclen
con los impuros…, con quien llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, borracho o
ladrón. Con éstos, ¡ni comer”.
Javier. ¡Fuerte!...
P. Luis. Y les avisa sobre los que dividen a la comunidad: “Que no haya entre ustedes
divisiones; antes bien, estén unidos en una misma mentalidad y en un mismo juicio”.
P. Luis. Había otro problema. Los discípulos empezaron a apiñarse cada uno con grupos
particulares de evangelizadores, aunque la culpa no era de éstos, muy buenos todos. Y les
avisa grave: “Existen discordias entre ustedes, porque cada uno dice: ‘Yo soy de Pablo’,
‘Yo, de Cefas’, ‘Yo, de Apolo’, ‘Yo, de Cristo’… ¿Es que está dividido Cristo? ¿Acaso fue
Pablo crucificado por ustedes?”. Para Pablo resulta inconcebible que los cristianos hagan
partido precisamente con los pastores de la Iglesia, en la cual no debe haber partido alguno
sino es el de Cristo.
P. Luis. Sí; se dan esas divisiones incluso en la celebración del culto, y se lo dice
claramente: “Al reunirse en la asamblea, hay entre ustedes divisiones, y ya no es para
comer la cena del Señor”. No es Cristo quien une, sino amigos con amigos, ricos con ricos,
y los pobres con sólo pobres. Esto le resultaba a Pablo intolerable.
Rosy. Menos mal que entre estos problemas había también mucho bueno en la Iglesia
de Corinto, ¿no es cierto?
P. Luis. Sí; junto a esos problemas, ¡cuánta gracia de Dios en aquella Iglesia! Las dos
cartas dejan ver los dones de Dios en una abundancia extraordinaria.
Javier. Padre Luis, ¿qué dones especiales señalaría usted entre los corintios?
P. Luis. Por ejemplo, a la par de la inmoralidad denunciada, se metió hondamente el
ideal de la virginidad y celibato: “Me preguntan a ver si el hombre puede abstenerse de
mujer”. O la mujer no buscar marido, es igual. Pablo les admira, pero, sensato y muy
humano, les dice: “Yo les quisiera como yo”, célibes, dados del todo al Señor. “Pero cada
uno tiene su propio don de Dios. Y, por lo mismo, que cada uno permanezca en la situación
en que estaba cuando abrazó la fe”: el casado, casado; el célibe está libre, y haga lo que más
le convenga… Todo el capítulo siete de la Primera Carta resulta una maravilla por el ideal
de la pureza, tanto virginal como conyugal.
Rosy. Si esto es casi inconcebible, ¡en una ciudad como Corinto, la del templo de Venus
con mil “sacerdotisas”!...
P. Luis. Mucho. Hay que verlo en el capítulo doce de a Carta Primera. El Espíritu Santo
se había derramado sobre la Iglesia de Corinto de una manera pasmosa, y les asegura Pablo
que han “sido enriquecidos en todo”.Todo lo que dice ese capitulo es luminoso y
plenamente válido para la Iglesia de todos los tiempos sobre este punto de los dones del
Espíritu.
P. Luis. La caridad con los pobres brilló esplendorosa cuando la gran colecta para la
necesitada Iglesia de Jerusalén: “Me glorío ante los macedonios diciéndoles que Acaya está
preparada desde el año pasado, y su celo ha estimulado a muchísimos”. Elogio como éste
no se escribe sin más.
P. Luis. ¡Ya lo creo! Todos estos puntos, los negativos como los positivos, inspiraron a
Pablo páginas de doctrina sublimes sobre la Eucaristía, la Resurrección, la Caridad, el
Ministerio apostólico y la Vida Eterna..
P. Luis. Destaca mucho el de la Eucaristía, sobre la cual nos dejó el primer testimonio
escrito en el Nuevo Testamento: “Yo recibí del Señor lo que les transmití: que el Señor
Jesús tomó el pan.., tomo el cáliz…, y dijo: Esto es mi cuerpo…, esta es mi sangre… Por lo
mismo, cada vez que coman este pan, cada vez que beban este cáliz, anuncien la muerte del
Señor hasta que vuelva”.
Rosy. ¡Ay, sí! Ese capítulo se lee, se relee, no cansa, deleita siempre, porque siempre
resulta nuevo. No niego que lo he leído muchas veces.
P. Luis. Muy bien, Javi. Pero piensa que esa defensa inspiró a Pablo, en los capítulos del
dos al seis, unos elogios al Ministerio apostólico que resultan grandiosos, al igual que sus
intuiciones sobre la Vida Eterna. Entusiasman, sencillamente.
P. Luis. Al hacer la defensa de su ministerio contra los enemigos que se han levantado
contra él, esos párrafos se convierten en la mayor apología de los apóstoles y misioneros de
la Iglesia en todos los tiempos.
P. Luis. No sé si tengo buen gusto o no. Pero a mí me entusiasman estos párrafos de los
capítulos cuatro y cinco de la Segunda Carta, cuando observa que los años se echan
encima: “Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se
va renovando de día en día. En efecto, la leve tribulación de un momento nos procura,
sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna, a cuantos no ponemos nuestros ojos
en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, mas las
invisibles son eternas”.
P. Luis. Sigue, pues, Pablo: “Sabemos que si esta tienda terrestre nuestra se desmorona,
tenemos un edificio que es de Dios: una morada no hecha por mano de hombres, sino
eterna, que está en los cielos; y así suspiramos, deseando ardientemente ser revestidos de
nuestra habitación celestial”…
P. Luis. Lo dices bastante bien, Javi. En éstas dos cartas, quizá porque Pablo no escribía
del todo seguido, se mezclaban unos asuntos con otros, y el desorden es el único orden que
hay que buscar en ellas, aunque las dos cartas resultan formidables.
Cuestionario
Javier. Ya estoy viendo que hoy nos va a venir con lo de otras veces: que leamos,
porque no tiene nada que resumir.
P. Luis. Lo has adivinado. ¿Cómo quieren resumir estas dos cartas, igual que el año y
medio que Pablo pasó evangelizando Corinto?
Rosy. Pero, a ver, ¿no cree usted, Padre Luis, que se podría resumir todo en alguna idea
central?
P. Luis. Es cierto. Jesucristo lo llena todo, y todo queda compendiado en aquel apóstrofe
arrebatador, que escribe de su puño y letra después de la firma de la Carta Primera: “Y si
alguno no ama a nuestro Señor Jesucristo, ¡que sea maldito!”. Y añade, para los que crean
que Pablo es muy enojado: “Les amo a todos en Cristo Jesús”.
Rosy. ¡El Pablo de siempre! Con Jesucristo en la cabeza como una cuña rusiente…, y
con un corazón inmenso para con todos aquellos sus hijos y hermanos.
A continuación, la misma Lección 097,
Éfeso. Pablo en la cumbre de su apostolado,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Javier. Magnífica, desde luego. Año y medio largo en aquella ciudad no era lo mismo
que unas semanas como de pasada en Listra, Filipos o Tesalónica. Corinto fue otra cosa.
P. Luis. Pues, miren lo que les escribe a los de Corinto, una vez había marchado de allí:
“Se me ha abierto una puerta grande y prometedora”.
P. Luis. En Éfeso, donde estará Pablo casi tres años. ¡Y tan prometedora semejante
puerta!, porque aseguran los Hechos: “Pudieron oír la palabra del Señor todos los
habitantes de Asia”.
P. Luis. Éfeso era la espléndida Capital de la provincia romana de Asia, abierta con su
puerto al Mediterráneo, el “Mar nuestro” del Imperio, ciudad en la que Pablo va a pasar tres
años de un apostolado muy fecundo, irradiado a otras ciudades del valle del Lico, como
Colosas, evangelizadas o por Pablo en persona o por los compañeros que Pablo tenía a su
disposición como colaboradores incondicionales.
Rosy. Abro la Biblia, y veo que la actividad de Pablo en Éfeso está conservada en los
capítulos dieciocho, diecinueve y veinte de los Hechos. Debió ser muy importante, cuando a
Lucas le ocupa tanto espacio.
P. Luis. Antes que nada, al llegar Pablo se encontró con un grupo de creyentes a los que
preguntó: “Recibieron el Espíritu Santo al abrazar la fe?”. Ellos responden llenos de
extrañeza: “¿El Espíritu Santo? ¡Ni sabemos que exista!”. Por lo visto eran prosélitos que
hacía ya años habían ido a Jerusalén y se habían bautizado por el Bautista en el Jordán.
Ahora les anuncia Pablo el Evangelio de Jesús, desciende sobre ellos notoriamente el
Espíritu, y con aquella docena de discípulos comienza su andadura la nueva Iglesia de
Éfeso.
P. Luis. Pablo gasta tres meses anunciando a Jesús en la sinagoga judía, con tan pocos
resultados y tantas contradicciones, que al fin la abandona y se dirige con su grupo de
colaboradores a la escuela de Tirano donde cada día, precisa una nota antigua que no consta
en los Hechos, de once de la mañana a cuatro de la tarde, enseñaba sin cesar a los paganos,
entre los cuales cosechó frutos muy abundantes.
Javier. Por fuerza tiene que estar Éfeso lleno de episodios interesantes. ¿No nos
señalaría alguno?
P. Luis. Entre los episodios curiosos de estos tres años está, ante todo, el de los
exorcistas judíos, de los cuales el demonio se rió descaradamente, al arremeter contra ellos,
y dejarlos desnudos y cubiertos de heridas, porque para su magia utilizaban los nombres de
Jesús y de Pablo. El demonio les soltó: “Sé quién es Jesús y quién es Pablo. Pero ustedes,
¿quiénes son?”...
P. Luis. Aunque sea ya del final de la estancia de Pablo en Éfeso, el caso más sonado de
todos fue la revuelta que originó en la ciudad el principal orfebre de estatuas de Diana, o
Artemisa, la diosa que veneraba Éfeso y toda su comarca. Está descrita con detalle en los
Hechos, aquella revuelta o manifestación tan imponente como insensata, que llevó a todos
los habitantes hasta el anfiteatro, donde se pasaron dos horas gritando desaforadamente, sin
saber por qué motivo: “¡Grande es Artemisa, la gran diosa de los efesios!”.
P. Luis. Todo había sido organizado por los negociantes de la diosa, que veían cómo el
negocio se les mermaba gravemente por la nueva fe que predicaba Pablo. El valiente
apóstol no se arredró y quiso presentarse ante la multitud allí congregada. Pero los
compañeros, temerosos de que lo iban a linchar, le disuadieron y hasta le aconsejaron que
saliera de la ciudad. Pablo entonces dejó Éfeso y se dirigió hacia Corinto en visita muy
oportuna.
P. Luis. Como ya hemos hecho en otras clases al relatar la fundación de las Iglesias,
vamos también en ésta a alterar el orden, y a presentar ya desde ahora la Carta de San Pablo
a los Efesios. Carta profunda, quizá como ninguna otra de Pablo, con enseñanzas
magistrales, pero también con problemas difíciles de resolver.
P. Luis. Ante todo, ¿cuál es la fecha de su composición? Hay que situarla en Roma
durante la primera prisión del apóstol en los años 61-63. Es posible que Pablo encomendara
la redacción de la carta a un discípulo suyo, dotado de buena imaginación creadora, pero
bajo la supervisión directa del mismo Pablo.
Rosy. ¿Y por qué se dice todo esto?
P. Luis. Esta carta tiene unas afinidades sorprendentes con la dirigida a los de Colosas,
de la que toma muchas cosas, ya que fue escrita primero la de los Colosenses, aunque en la
Biblia figura después de Efesios y con la de Filipenses intercalada entre las dos.
P. Luis. Parece lo más seguro que Pablo no dirigió esta Carta directamente a los de
Éfeso, sino que fue una carta circular para tolas las Iglesias o centros misionados por Pablo
en aquellas ciudades aledañas a la Capital romana del Asia, por lo cual se ha pensado que
esta carta es la misma de Laodicea, citada por Pablo en la de los Colosenses. Para nosotros
es igual. Esas otras cuestiones se las dejamos a los estudiosos especializados.
Javier. Muy bien. Entonces, ¿qué nos dice Pablo en esta Carta?
P. Luis. Nada más empezada, estalla en un himno grandioso: “¡Bendito sea el Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha colmado con toda clase de bendiciones
celestiales en Cristo, porque nos eligió en él antes de la creación del mundo, para que
fuéramos santos, inmaculados, y amantes en su presencia!”…
Rosy. ¿En esto hace consistir nuestra vocación cristiana? Porque esto es magnífico.
Santos de verdad, sin mancha alguna, y ardiendo en amor. ¿De esta manera nos quiere
Pablo, es decir, Dios mismo?...
P. Luis. Eso mismo, Rosy. Estas tres palabras: “Santos, inmaculados, amantes”, son
como un lema que resumen todo el ser y el actuar del cristiano.
Javier. Esta Carta a los Efesios comienza de una manera muy solemne. ¿Sigue así toda
ella?
P. Luis. Si no toda, sí en muchos de sus párrafos. Este himno con que comienza, incluye
esas palabras que tantas veces repetimos: “Recapitular en Cristo todas las cosas”.
P. Luis. El misterio de Dios es “recapitular en Cristo todas las cosas”, es decir, Dios
quiere que “todas las cosas tengan a Cristo por cabeza, lo mismo las del cielo que las de la
tierra”.
Javier. A ver si yo me lo imagino bien. Dios quiere que, miremos donde miremos, lo
primero que encontramos es a Jesucristo. Y todo lo demás lo vemos ligado, atado a
Jesucristo. Jesucristo, por lo mismo, lo llena todo.
P. Luis. Poco tengo que añadir a tus palabras, Javi. En Cristo encuentra todo su unidad,
y todo lo que no está con Cristo y en Cristo está lejos de Dios. Este es el pensamiento
fundamental de toda la Carta a los Efesios.
P. Luis. Por eso, Dios empezó por desplegar todo su poder en Cristo, “resucitándole de
entre los muertos y sentándole a su derecha en los cielos”.
Javier. Por lo visto, aquel carpintero de Nazaret era bastante más que el Emperador de
Roma…
P. Luis. Jesucristo es muy superior a los ángeles. Por eso, “Dios lo sometió todo bajo
sus pies y lo constituyó cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo, la plenitud del que
lo llena todo en todo”.
Javier. Esta manera de filosofar tenía que desconcertar a los griegos, pienso yo.
Rosy. Y yo pienso que los judíos veían en Jesús un Mesías o Cristo muy superior al que
ellos habían esperado durante tantos siglos.
P. Luis. Pero ahora ha venido Jesucristo y de los dos pueblos ha hecho uno sólo. Es
magnífico ese párrafo en que compara la suerte de los dos pueblos: “En otro tiempo
ustedes, los gentiles, estaban lejos de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel, sin
esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora, en Cristo Jesús, los que antes estaban lejos,
han llegado a estar cerca por la sangre de Cristo…, porque él ha derribado el muro que los
dividía…, y ha creado en sí mismo de los dos un Hombre Nuevo”.
Javier. ¡Cayó el muro! Igual que hoy el de Berlín entre las dos Alemanias, para ser una,
una sola la gran Alemania.
Rosy. ¡Ya está Javi con sus comparaciones de la Historia!... Aunque, la verdad es que
esta vez está muy bien puesta la comparación: Judíos y gentiles, en Cristo, un solo pueblo,
el Nuevo Pueblo de Dios.
P. Luis. Sí. Los gentiles han de considerarse como piedras vivientes en el edificio de la
Iglesia: “Ya no son extraños ni forasteros, sino conciudadanos y familiares de Dios,
edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo mismo la piedra
angular, en quien todos ustedes están siendo edificados para ser morada de Dios en el
Espíritu”.
P. Luis. Abismado Pablo en lo que contempla, pide a Dios Padre que les conceda a los
nuevos cristianos conocer, mediante la acción del Espíritu, “que Cristo habita por la fe en
sus corazones, para que fundamentados y arraigados en el amor, puedan comprender con
todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de
Cristo, que excede a todo conocimiento, y les llene de toda la plenitud de Dios”.
Javier. ¿Y no va a bajar Pablo de las nubes? ¿Se va a quedar sólo en teorías sobre la
vida de los cristianos?...
P. Luis. Preguntas muy bien, Javi. Doctrina tan sublime sobre la vocación cristiana,
sobre Cristo y su Iglesia, no se va a quedar sólo en ideas. Ahora quiere traducirla en vida
genuinamente santa.
P. Luis. Por algo muy entrañado en Pablo, por la unión, como escarmentado por aquella
desunión de los corintios. Y miren la razón profunda que les da: “Un solo cuerpo y un solo
Espíritu, como es una la esperanza a la que y han sido llamados. Un solo Señor, una sola fe,
un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos”.
Javier. Si esas razones las da solo un genio… Ante esto, ¿cómo sería posible no
amarse?
P. Luis. Se fija Pablo especialmente en la moral familiar, para la cual da también una
razón suprema, como es la unión de Cristo con su Iglesia: “Como la Iglesia está sumisa a
Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo… Y ustedes, maridos, amen a sus mujeres
como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella”.
Rosy. Esto lo oímos muchas veces, sobre todo en las celebraciones del Matrimonio.
Pero aquí, en su propio contexto, se aprecia mucho más lo que Pablo quiere decir.
P. Luis. Es muy notable lo que sigue. Para todos tiene una palabra: hijos, amos,
criados…, como de quien escribe para la sociedad griega, de sistema patriarcal, con el
dueño que era verdadero patrón. Si Pablo da tanta importancia a la familia, es porque, desde
el principio de la Iglesia, se consideró la institución familiar como la célula primaria y más
importante de la misma Iglesia, pueblo y familia de Dios.
P. Luis. Le quedaba a Pablo algo por decir: ¿Quieren mantenerse firmes siempre?
Tomen en sus manos la armadura de Dios, como el soldado en el frente de batalla.
Armadura, consistente en la verdad, la justicia o santidad, el celo por el Evangelio, la fe, la
oración en el Espíritu… O sea: paz con todos, menos contra Satanás. Al diablo, ¡guerra de
valientes!...
Cuestionario
P. Luis. Sí. Esta Carta a los de Éfeso resulta, en conjunto, una de las más difíciles de
seguir, pero es también una de las más aleccionadoras epístolas de Pablo. Profunda y
hermosa como ella sola. Se la quiero resumir en estos puntos.
Primero. Va dirigida a cristianos griegos, salidos del paganismo. De ahí que les aclare su
relación con los cristianos judíos. Esta relación se resume en una palabra: Ya no hay
división de pueblos. Todos somos uno solo en Cristo Jesús.
Segundo. La Carta profundiza, sobre todo, en el misterio de Jesucristo y en el de la
Iglesia. Es una teología ya muy subida.
Tercero. Esa doctrina tan alta se traduce después en santidad, en vida cristiana auténtica,
sobre todo en la sociedad conyugal y familiar.
Rosy. Todo magnífico. Pero a mí, se me ha grabado hondamente lo de esas tres palabras
del principio: que a los elegidos con vocación cristiana, Dios nos quiere “santos,
inmaculados, amantes”…
A continuación, la misma Lección 098,
Colosas. Las Cartas a los Colosenses y a Filemón,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. Ten paciencia, Rosy, que faltan varias y nos esperan todavía ratos deliciosos
P. Luis. Espero que así sea con las dos de hoy: la escrita a los cristianos de Colosas y la
dirigida a Filemón, un cristiano distinguido de la misma ciudad de Colosas.
Javier. O sea, que Pablo no fue el fundador de la Iglesia a la cual ahora se dirige.
Entonces, ¿qué pasó?
P. Luis. Pablo no fue el fundador directo de la Iglesia colosense, aunque fuera tan
querida de él, y a la que posteriormente dirigió esta Carta magnífica sobre el misterio de
Cristo.
P. Luis. Es natural que tenía su importancia. Ésta le venía de su riqueza por la industria
derivada de la cría de ovejas, con sus numerosos y nutridos rebaños.
Javier. Pero entre los griegos, judíos y frigios que la componían se tuvo que formar una
Iglesia muy heterogénea, quiero decir, una Iglesia con ideas y costumbres muy propias.
P. Luis. Eso es lo que se desprende de la carta de Pablo. La gente vivía inquita con
tantas ideas sobre los misterios de Oriente, la filosofía griega y las tradiciones religiosas
judías.
P. Luis. En Colosas se desarrolló una ejemplar Iglesia cristiana, que nunca había sido
visitada por Pablo. Entonces, ¿dónde, cómo y por qué fue escrita esta carta? ¿Y la otra a
Filemón, un cristiano particular de Colosas?
Javier. Nos dijo en la clase última que la carta a los Efesios tenía que ver algo o bastante
con ésta a los colosenses. ¿Por qué?
P. Luis. Hemos de decir cosas muy iguales que las afirmadas sobre la Carta a los
Efesios. Las dos parecen hermanas gemelas. Y por más que en la Biblia figura la de Efesios
antes que la de Colosenses, fue escrita primero la de Colosas y después la de Éfeso.
P. Luis. Dejando que los especialistas aclaren los puntos discutidos, digamos que es
cierto eso de que el estilo no se parece al de Pablo en aquellas cartas anteriores que ya
conocemos, o vamos a conocer también con la de los Romanos, escrita mucho antes que
ésta a los colosenses. Las ideas son todas de Pablo, aunque el estilo es diferente. Y es que
han pasado algunos años y Pablo está en Roma mucho más tranquilo, preso pero con
custodia libre. Cambiadas las circunstancias, cambia también el estilo de hablar y escribir.
P. Luis. La de Colosenses, como la de Efesios, fue escrita casi seguro en Roma entre los
años 61 y 63, durante la primera prisión de Pablo en la Capital del Imperio. Nosotros las
adelantamos, para estudiarlas a la vez que la evangelización de estas Iglesias.
P. Luis. Épafras fue a visitar a Pablo en su prisión llevándole noticias sobre la situación
de la Iglesia en Colosas. Se habían introducido doctrinas erróneas sobre los ángeles y
potestades celestes, como dominadores del mundo e intermediarios de Dios. Estas ideas
eran debidas a corrientes de pensamiento griegas, a la mentalidad de los frigios sobre
misterios extraños, mezclados con teorías apocalípticas judías. Todo esto comprometía la
supremacía de Cristo.
P. Luis. Según esas extrañas teorías grecojudías, muy propias de los frigios, aquellas
potestades actuaban en el mundo y lo dominaban. Pero viene Pablo y enseña que todas ellas
están sometidas a Cristo, el cual es no sólo el Cabeza de la Iglesia, sino el “pléroma”, es
decir, la plenitud de todo lo creado.
P. Luis. Naturalmente que sí. Por eso, cuando Pablo haya expuesto todas estas sus ideas,
deducirá aplicaciones muy oportunas sobre la vida cristiana, ya que Jesucristo es la Cabeza
de todos los cristianos, que con Él no forman sino un solo cuerpo.
Javier. Es de esperar que aclaremos también nosotros todas estas ideas, algo extrañas. Si
tenemos claro todo esto, podemos meternos sin más en la lectura de esta Carta.
P. Luis. Y vale a pena. Porque es muy profunda cuando habla sobre el misterio de
Jesucristo, a la vez que tiene párrafos muy sugerentes y normas de vida tan prácticas.
P. Luis. Para saber cómo eran los colosenses y lo bien que se conservaban, basta leer
estas palabras del saludo de Pablo: “Damos gracias sin cesar a Dios, Padre de nuestro Señor
Jesucristo, por ustedes en nuestras oraciones, al tener noticia de su fe en Cristo Jesús y de la
caridad que tienen con todos los santos”. Pueden ver que semejantes cristianos no infundían
ningún miedo.
P. Luis. ¿Cuáles eran las inquietudes que inspiraba Colosas? Preocupaba a Pablo el que
los discípulos se dejaran arrastrar por esas teorías sobre la suprema autoridad y poder de los
ángeles y potestades superiores sobre Jesucristo. Por eso Pablo les escribe unas palabras
auténticamente colosales. Miren cómo se expresa:
Jesucristo, “es imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque por
medio de él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las
invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades: todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo de la
Iglesia, . Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo
todas las cosas: las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz”.
P. Luis. Como vemos, este párrafo es de lo más grandioso que hay sobre Jesucristo en la
Biblia, y con ello quedaba zanjada toda la cuestión que preocupaba a los de Colosas.
Rosy. Ahora bien, si esto es Jesucristo sobre todo para nosotros, miembros de su cuerpo,
¿qué relación hemos de tener con Jesucristo ya en este mundo, aunque Él esté en el Cielo?
P. Luis. Nos lo dice Pablo con otro párrafo también formidable: “Si han resucitado con
Cristo, busquen las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Aspiren
a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque han muerto, y su vida está escondida con
Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, que es su vida, entonces aparecerán también
ustedes gloriosos con él”.
P. Luis. Por eso Pablo, a lo largo del capitulo tres, nos da tales consejos de vida cristiana
que son de lo más precioso y estimulante. Lo podemos ver ahora mismo. Podemos traer
aquí frases sueltas de toda la Carta, tan sugerentes, aunque sea sacándolas de su contesto.
Comenten lo que quieran. Digan lo que les sugiere cada una. Por ejemplo, ésta: “Procedan
de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y
creciendo en el conocimiento de Dios”.
P. Luis. No nos faltaría nada, desde luego. Y escuchen esta otra: “Dios los ha
reconciliado para presentárselos delante de Él santos, inmaculados e irreprensibles”.
Rosy. ¡Vaya! Lo mismo que a los Efesios, aquellas tres palabras tan sugerentes. “santos,
inmaculados, amantes”.
P. Luis. Pues yo quiero sugerir algo. Aunque resulta casi inconcebible, miren lo que
dice: En Cristo, en el hombre Jesús, en el hijo de María, habita “en plenitud” la Divinidad.
¡De qué manera nos dice Pablo lo que será la definición más grande de la Iglesia sobre
Jesucristo: Perfecto Dios, perfecto Hombre, en una sola Persona!...
Javier. Hay para abismarse ante los horizontes que abren palabras semejantes…
P. Luis. Y hablando ya de una virtud cristiana, examinen estas palabras: “Por encima de
todo, revístanse del amor, que es el broche de la perfección”.
Rosy. ¡Qué belleza de comparación! El amor, la caridad, un ceñidor con broche de oro
que nos hace aparecer vestidos con toda elegancia…
P. Luis. Miren el deseo que expresa Pablo para todos los creyentes de Colosas: “La
palabra de Cristo abunde en ustedes con toda su riqueza”.
Javier. ¡Para los creyentes de Colosas!... Para todos nosotros no podemos desear algo
más grande. La palabra de Cristo es todo su Evangelio, y si su recuerdo lo tenemos siempre
fijo en la mente y adentrado en el corazón, ¡vaya riqueza de vida la nuestra!...
P. Luis. De eso que acaba de decir Pablo y que tú, Javi, entiendes de esa manera, Pablo
saca otra conclusión: “Todo cuanto hagan, de palabra o de obra, háganlo todo en el nombre
del Señor Jesús”.
Javier. ¡Por fuerza! Si Cristo llena mente y corazón, todo lo que hagamos estará hecho
por ese Cristo que vive dentro de nosotros. No seremos nosotros los que actuemos, sino que
será Cristo en persona quien por nosotros actuará siempre.
Rosy. ¡Vaya el peso de cada una de sus sentencias de Pablo! Hay para meditar…
P. Luis. Te digo, pues, la última, a ver si te cae bien: “Sean perseverantes en la oración,
velando en ella con acción de gracias”.
Rosy. Aquí sí que resulta Pablo bien poco original… Es repetir lo que Jesús nos dijo
machaconamente en el Evangelio, como aquella vez: “Es necesario orar siempre sin
desfallecer nunca”. Maestro y discípulo son iguales…
Javier. No sé, Padre Luis; pero me parece que hoy está usted calculando mal el tiempo.
¿Se ha olvidado de Filemón?...
P. Luis. No me olvidaba, Javi, ni mucho menos, de esa carta tan breve de Pablo y que es
una joya de valor inapreciable. Filemón era un distinguido cristiano de Colosas, a quien se
le escapó un esclavo, Onésimo, el cual podía esperar un tremendo castigo si su amo daba
con él… Mientras Pablo estaba prisionero, convirtió y bautizó a Onésimo, y escribía por él
a su dueño: “Te ruego a favor de mi hijo, a quien engendré entre cadenas, Onésimo… Te lo
devuelvo como mi propio corazón, aunque yo quisiera retenerlo conmigo”.
P. Luis. Lean la carta, y resultan inútiles todos los comentarios. Ella nos descubre el
corazón inmenso de Pablo, que dentro de la Iglesia le da a la esclavitud antigua una
puñalada de muerte. Con los principios establecidos por Pablo y el ejemplo vivo de
Filemón, la esclavitud caerá por sí misma de manera irreversible allí donde se introduzca o
llegue la influencia de la Iglesia.
Cuestionario
Javier. Colosas. Una ciudad no evangelizada por Pablo. Pero que nos ha merecido del
Apóstol dos cartas preciosas de verdad.0 ¿Nos quiere resumir todo lo de hoy, Padre Luis?
P. Luis. Mantengo lo que les digo con todas las cartas de Pablo: léanlas. Las de hoy se
las resumo en breves puntos.
Primero. Pablo no evangelizó ni visitó nunca Colosas. Esta carta se la escribió desde
Roma a los colosenses para alertarlos contra los errores qu se habían infiltrado en aquella
edificante Iglesia.
Segundo. Esos errores se basaban en la concepción de que los ángeles y potestades
celestes eran los supremos poderes que regían el mundo, con lo cual arrebataban la
primacía a Jesucristo.
Tercero. Pablo pone remedio a tales fantasías asegurando que Jesucristo es el principio y
fin de todas las cosas, que todo se centra en Él, porque es la Cabeza de la Iglesia y la
plenitud de todo el universo.
Cuarto. La carta a Filemón, un cristiano de Colosas, la escribió a la vez que la dirigida a
la Iglesia. Con ella no sólo salva del castigo al esclavo Onésimo, fugitivo, sino que pone los
fundamentos para la eliminación de la esclavitud, la plaga más terrible del Imperio y de
todos los pueblos.
Rosy. Cada vez estoy más convencida de que para conocer a Jesucristo y para aprender
a amarlo, encontraremos pocos medios mejores que empaparnos de la doctrina y el ejemplo
de este Pablo tan formidable…
A continuación, la misma Lección 099,
La Carta a los Romanos. Pablo preparando su visita a Roma,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. La verdad es que hace días deberíamos haber estudiado la carta de San Pablo a
los Romanos, anterior las de los Colosenses, Efesios o Filemón, las cuales fueron escritas
varios años después que la de los Romanos. Si nosotros las estudiamos antes fue para
unirlas a la historia de las respectivas Iglesias.
Javier. ¿Cuándo, dónde y cómo nos encontramos según los Hechos de los Apóstoles?
P. Luis. Acabada su misión en Éfeso, Pablo pasa en Corinto el invierno del año 1957-
1958, estadía que aprovecha para escribir esta carta, antes de ir a Jerusalén y de aquí a
Roma, según sus mismas palabras: “Una vez entregada la colecta en Jerusalén, partiré para
España, pasando por ustedes”
Javier. Padre Luis, empiece por la Iglesia de Roma. ¿Qué hay de ella?
P. Luis. Nada. En este momento que estamos viendo de los Hechos de os Apóstoles, no
conocemos nada de la Iglesia de Roma, a no ser alguna referencia lejana y confusa. ¿Quién
la fundó? ¿Cuándo? ¿Quién está al frente de ella?... Al escribirle a Roma la más grandiosa
de sus Cartas, sabemos por Pablo que en Roma había una Iglesia fuerte y ejemplar, pero
nada más.
Rosy. ¿Y por qué escribe Pablo a los Romanos? ¿Para corregir errores? ¿Para enderezar
conductas torcidas? Así lo ha hecho con las cartas anteriores a otras Iglesias.
P. Luis. Todo lo contrario. Pablo no ha estado nunca en Roma, a pesar de que le ilusiona
enormemente ir a la Capital del Imperio, de cuya Iglesia ha oído maravillas, y les da la
razón de su carta: “Su fe es alabada en todo el mundo... Incesantemente me acuerdo de
ustedes… Ansío verlos, para sentir entre ustedes el consuelo mutuo de la fe común: la suya
y la mía”.
Rosy. O sea, que, al revés de lo que ha hecho con las cartas a las otras Iglesias, no se
trata ahora ni de corregir errores ni de enderezar conductas torcidas, ni de reactivar
corazones tibios. Escribe por amor, por cariño, por lo que le arrastra una Iglesia fuerte en la
Roma imperial, y por nada más.
Javier. Con tales antecedentes, se presenta una carta buena. ¿No es así?
P. Luis. Diríamos que hizo un borrador de esta carta con la dirigida a los Gálatas, que ya
conocemos. Ahora, da cuerpo a todas aquellas ideas, las articula debidamente, y escribe
esta carta a los Romanos, que es el escrito cumbre de Pablo, la carta más pensada, la mejor
sistematizada, el legado doctrinal más denso salido de su pluma.
P. Luis. Después de los obligados saludos y presentación, Pablo pasa a exponer la tesis,
es decir, el principio de donde arranca toda la doctrina que va a desarrollar a lo largo de la
epístola. Y lo condensa en esta sola frase: “El justo vive de la fe”. Es decir, la justicia, la
santidad, la salvación, nos vienen por la fe en Jesucristo, “para todos los que creen”, “pues
todos, absolutamente todos pecaron y están privados de la gracia de Dios”.
P. Luis. En el capítulo uno presenta un cuadro aterrador de los vicios de los paganos, y
en el capítulo dos acusa sin piedad a los judíos, que pecaron lo mismo que los paganos a
pesar de la Ley que tenían de Dios. Total, que todos son pecadores por igual.
Javier. Nos dice que estos capítulos del dos al siete son difíciles. ¿Qué nos aconseja
para leerlos con provecho?
P. Luis. No les quiero asustar. Fíjense que en estos capítulos primeros sobre el pecado y
la Ley, destruido por Dios con la gracia que nos da generosamente en Jesucristo, tiene
Pablo sentencias preciosas y profundas, como éstas, que sacamos de su contexto, como
hemos hecho varias veces, pero que ustedes captan muy bien.
Rosy. Es cierto. Y cada vez que lo ha hecho hemos sacado mucho provecho de esos
dichos de Pablo. Empiece por alguno.
P. Luis. Si nos asustó la descripción de tanto pecado, miren lo que dice ahora: “Donde
abundó el delito sobreabundó la gracia”.
Rosy. Pienso igual que Javier, y regreso también al paraíso. Dios va a volver a pasear
con nosotros amigablemente con la brisa del atardecer, como con Adán y Eva inocentes…
P. Luis. Fíjense qué razón da Pablo: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado”.
Javier. Esto es avanzar mucho. Porque el Espíritu Santo, metido dentro de nosotros, nos
transforma totalmente en Dios.
P. Luis. Volvemos a la idea del pecado. ¿Qué había hecho en nosotros la culpa?...
Asegura Pablo: “El salario del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna en
Cristo Jesús Señor nuestro”. ¿Quieren entender lo hermoso de esta afirmación? Pablo, con
sólo la palabra “salario” recurre a una comparación bien plástica. A toda la humanidad
pecadora se la figura como una compañía de soldados, en fila y firmes, esperando al jefe
que pasa dando a cada uno el salario por el servicio militar prestado. El jefe es Satanás, a
quien han obedecido los soldados, y ahora pasa pagándoles el jornal: la muerte. ¡Todo lo
que han ganado por servirle!
Javier. ¡Qué estupenda comparación! ¿Y ahora seguimos también firmes ante Dios, a
ver qué nos da?
P. Luis. Justo. Por la sola fe en Jesucristo, fe gratuita que nos ha infundido Él mismo y
que nosotros hemos aceptado, pasa Dios dándonos, como puro regalo, nada menos que la
Vida Eterna.
P. Luis. Todo lo que Pablo dice del pecado suplantado por la gracia, lo podríamos ver
compendiado en esos versículos sobre la resurrección de Jesús y bautismo del cristiano: “Si
hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una
vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte ya no tiene señorío
sobre él. Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo
Jesús”.
P. Luis. Toda esa primera parte vista hasta ahora confluye en el capítulo octavo, que
resulta auténticamente grandioso. La vida en el Espíritu, nuestra filiación divina, la
vocación a la gloria…, los trata Pablo de manera arrebatadora. Pero es arrebatador sobre
todo el himno triunfal sobre el amor de Dios en Jesucristo, y que dice:
“¿Qué diremos a todo esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?... ¿Quién
nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿la angustia? ¿la persecución? ¿el
hambre? ¿la desnudez? ¿los peligros? ¿la espada?... En todo esto salimos más que
vencedores por aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los
ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la
profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en
Cristo Jesús Señor nuestro. (8,31-39)
Rosy. Estoy que casi no puedo más. ¿Éste es Dios? ¿Éste es Jesucristo? ¿Esto somos
nosotros?...
Javier. Aquí tengo abierta la Biblia, y veo que estamos a mitad nada más.
P. Luis. Es cierto. Pablo sigue hablando, pues no está sino a la mitad de su escrito. Y en
la segunda parte de la carta aborda temas importantes, el primero de los cuales es la suerte
de los judíos, el pueblo elegido.
P. Luis. ¿Por qué Israel no acepta a Jesús? ¿Por qué Dios permite ese alejamiento? Los
capítulos nueve, diez y once se ocupan de este asunto lacerante. Para Pablo, es la sabiduría
de Dios quien lo permite, por sus fines altísimos que nosotros no entendemos. Esto durará
hasta que a todos los pueblos gentiles se les haya anunciado el Evangelio y lo hayan
aceptado. Después vendrán los judíos. Los primeros llamados serán los últimos en entrar,
como lo dice Jesús en varios pasajes del Evangelio, pero al fin entrarán, ¡vaya que si
entrarán!
Rosy. Esta conclusión es del todo consoladora. Esa obstinación del pueblo judío es sólo
temporal, ya se ve.
P. Luis. Considerados también como doctrinales esos tres capítulos sobre los judíos,
viene la última parte de la carta, del capítulo doce al dieciséis, llamada “parenética”, es
decir, de exhortación, moral, práctica, de consejos para la virtud cristiana.
Rosy. Estamos acostumbrados a los consejos de Pablo. Seguro que los que da a los
Romanos no nos van a defraudar.
P. Luis. Comienza con un versículo tantas veces repetido en la Iglesia: “Les exhorto,
hermanos, a que se ofrezcan ustedes mismos como una hostia viva, santa, agradable a Dios,
porque éste será su culto espiritual”.
P. Luis. Lo has adivinado, Javi. Las palabras no pueden ser más claras. El cristiano está
unido a Cristo en un mismo y único sacrificio. Ya no se trata en el culto cristiano de los
sacrificios de la Ley antigua, corderos y toros que sustituían a la persona. No. Ahora la
víctima es el mismo cristiano, que al no acomodarse al mundo, “se conforma con la
voluntad divina, haciendo siempre lo bueno, lo agradable a Dios, lo perfecto”.
Javier. ¡Sí que estás sublime, Rosy!... Yo lo adivinaba, pero no lo sabía decir tan bien
como tú.
P. Luis. De este principio, ¡el cristiano una víctima que se ofrece de continuo a Dios!, se
seguirá todo lo que añade Pablo hasta el final de la carta: la humildad y la caridad; la
sumisión a las autoridades civiles; el servicio a todos, conforme a los propios carismas y
dones de Dios.
P. Luis. ¿Y sabes por qué no se deja nada? Porque sabe decirlo todo con una sola
palabra: AMOR.
P. Luis. Así es. Todos sus consejos, los ofrecerá Pablo resumidos en unas palabras
geniales: “Con nadie tengan otra deuda si no es el amor mutuo. Pues el que ama al prójimo
ha cumplido toda la ley. Ya que la caridad es la ley en toda su plenitud”.
Javier. Y lo entiendo perfectamente. El que ama no puede hacer ningún mal, y hace
siempre todo el bien. Palabra “genial”. Lo ha dicho muy bien, Padre Luis. Ahora,
resúmanos todo lo de esta carta, si es que puede…
Cuestionario
P. Luis. Por elevada que sea doctrinalmente la carta, tengan presentes estos puntos.
Primero. Siendo pecadores todos, paganos como judíos, Dios nos salva sólo y
exclusivamente por la fe en Jesucristo.
Segundo. Esta fe es totalmente gratuita, no la merece nadie.
Tercero. El pueblo judío sigue llamado a la fe, y un día reconocerá a Jesucristo. Es
vocación irrevocable de Dios.
Cuarto. El cristiano, hostia viviente, es todo de Dios por el amor, le ley suprema.
Rosy. ¡Hay para agradecer a Dios el que inspirara a Pablo una carta como ésta a los
Romanos!...
A continuación, la misma Lección 100,
Pablo en Jerusalén. La última visita a la Iglesia madre,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Javi, hace muchos días que no te doy el gusto de contar historias…
Javier. Tranquilo. Las Cartas de Pablo valen por muchas historias, por buenas que sean.
P. Luis. Hoy vamos a cambiar de rumbo, y volvemos a historia pura. ¿Qué te parece si
contamos el último viaje de Pablo a Jerusalén?
P. Luis. Sí. Les expreso mi pensamiento. Saben muy bien la tremenda profecía de Jesús
sobre Jerusalén: No quedará en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el día que
Dios te ofrecía…
P. Luis. Tardará algunos años, pero no está lejos. Y yo pienso que con esta visita de
Pablo, Jerusalén va a tener la oportunidad de oír el Nombre de Jesús de una manera pública,
y clamorosa casi como en Pentecostés, como última mano que Dios le tiende… ¿Le va a
hacer caso?
Rosy. A Pablo lo dejamos en Corinto, en el invierno de los años 57-58, con la pluma en
la mano escribiendo a los Romanos. ¿Es ahora cuando va a ir a Jerusalén?
P. Luis. Sí, en este momento preciso. Ha hecho una gran colecta en todas las Iglesias
por él fundadas, destinada a los pobres de la Iglesia madre de Jerusalén, y la quiere llevar él
personalmente. Después, camino hacia España, país nuevo para el Evangelio, pasará por
Roma. Pero irá según unos planes trazados por Dios, no según los que se ha trazado Pablo.
P. Luis. Hemos acompañado a San Pablo en sus correrías y nos hemos deleitado con sus
cartas. Hoy, seguimos con él en su viaje último a Jerusalén, con todas las peripecias que
nos narra Hechos de los Apóstoles desde el capítulo veintiuno al veintiséis. Dios le da a
Pablo la ocasión de dar un testimonio sobre Jesucristo que podría ser, hablemos así, como
el resumen y el compendio de todos los que ha dado en tantas sinagogas de los judíos.
P. Luis. Todos sabemos lo valiente que es Pablo, el cual no se doblega por nada. Sin
embargo, es un hombre que, como Jesús ante Jerusalén o en el Huerto de Getsemaní, no
puede ocultar sus temores y hasta su miedo por lo que le espera. Es emotiva de verdad la
despedida que hace a los presbíteros y ancianos de Éfeso en Mileto.
Rosy. Conocemos a Pablo por sus cartas. Parece muy duro, pero es emotivo hasta llegar
a una ternura conmovedora.
Javier. No extraña lo que añaden los Hechos, y que tengo aquí delante: Al final, “todos
rompieron a llorar y, arrojándose al cuello de Pablo, le besaban, afligidos sobre todo por lo
que les había dicho: que ya no volverían a ver su rostro. Y fueron acompañándole hasta la
nave”.
P. Luis. En medio del viaje, sigue otra escena emocionante, atestiguada por Lucas, el
autor de Hechos. Al llegar a Cesarea, se hospedan en casa de Felipe, aquel diácono y
evangelizador, y viene a ellos Ágabo, un hermano de Jerusalén que profetizaba.
P. Luis. Dejamos la palabra a Lucas, el testigo presencial: “Se acercó Ágabo a nosotros,
tomó el cinturón de Pablo, se ató sus pies y sus manos, y dijo: ‘Esto dice el Espíritu Santo:
Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinturón. Y lo entregarán en
manos de los gentiles’. Al oír esto nosotros, le rogamos que no subiera a Jerusalén.
Entonces Pablo contestó: ‘¿Por qué han de llorar y destrozarme el corazón? Pues yo me
encuentro dispuesto no sólo a ser atado, sino a morir también en Jerusalén por el nombre
del Señor Jesús’. Como no se dejaba convencer, dejamos de insistir y dijimos: Hágase la
voluntad del Señor”.
Javier. Menos mal que estos cristianos judíos ya no eran los mismos del concilio de
Jerusalén, aquellos que le hacían la guerra, aferrados a la Ley de Moisés.
P. Luis. ¡Qué equivocado estás, Javi! Pablo hubo de sufrir la amargura de los que
persistían en la conveniencia, aunque no en la necesidad, de que los gentiles convertidos
aceptaran las costumbres de la Ley. Lee lo que dicen los Hechos: “Ya ves, hermano,
cuántos miles y miles de entre los judíos han abrazado aquí la fe, y todos son fervientes
partidarios de la Ley. Pero han oído decir de ti que enseñas a todos los judíos que viven
entre los gentiles que se aparten de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni
observen las tradiciones. ¿Qué hacer, pues?”…
Javier. Tuvo que ser ésta una amargura muy grande para Pablo.
P. Luis. ¡Claro que sí! Pero disimuló, calló, y se preparó para lo que le esperaba en estos
días. Y por hacer caso a lo que le proponían de entrar en el Templo con unos hermanos
judíos que habían hecho un voto, vino lo que vino.
P. Luis. Reconocido Pablo por unos judíos enemigos, se originó el motín y se levantó en
manifestación tumultuosa toda la ciudad, con gritos desaforados: “¡Ánimo, israelitas! Éste
es el hombre que va enseñando por todas partes contra el pueblo, contra la Ley y contra este
Lugar santo”.
P. Luis. No; gracias a Dios, los soldados romanos fueron la salvación de Pablo. Lo
ligaron con cadenas y, para salvarlo, alzado en hombros lo llevaron hasta el cuartel,
mientras la multitud seguía vociferando hacia el tribuno: “¡Mátalo, mátalo!”.
P. Luis. Encima ya de las escaleras de la Torre Antonia, Pablo pide hablar ante la
muchedumbre; se lo concede el tribuno romano, y, al empezar su discurso en lengua
hebrea, se hizo un silencio sepulcral, mientras Pablo narraba su conversión. Pero cuando
llegó a decir el encargo del Señor: “Yo te voy a enviar lejos, a los gentiles”, la multitud
vociferaba hasta el paroxismo: “¡Quita a ése de ahí, que no merece vivir!”…
Rosy. ¿Es posible que Pablo salga con vida de semejante situación?
P. Luis. Un incidente con el centurión va a ser la gran providencia de Dios con Pablo.
Cuando ya lo habían ligado con correas para azotarlo y sacarle la verdad, Pablo sale por sus
derechos: “¿Pueden ustedes azotar a un ciudadano romano sin haberle juzgado?”. ¡Santos
cielos el susto del centurión! Le avisa al tribuno, que tiembla ante la orden que había dado:
“Pero, ¿que tú eres ciudadano romano? Yo adquirí la ciudadanía con una fuerte suma de
dinero”. Y Pablo: “Pues yo la tengo por nacimiento”. A partir de este momento, las
autoridades romanas se pusieron sin más de parte de Pablo, y los judíos, a pesar de todas
sus argucias y maquinaciones, no iban a conseguir nada.
Javier. ¡Menos mal que Pablo empieza a ver luz en medio de tanta oscuridad!…
P. Luis. La escena del día siguiente en el Sanedrín resultó casi cómica. Pablo, listo como
él solo, empieza a hablar ante los sumos sacerdotes, ancianos y componentes de la
Asamblea: “Soy fariseo de la más pura raza, y me juzgan por mi esperanza en la
resurrección de los muertos”. No mentía, porque predicaba a Jesús Resucitado. Y como los
fariseos afirman la resurrección, y los saduceos la niegan, se armó la tremenda en el
Sanedrín; se enredaron hasta los golpes entre sí los asambleístas, y a Pablo no le pasó nada.
Rosy. Buena suerte si ahora se dividen los judíos y se linchan los unos a otros.
P. Luis. Pero había fanáticos que querían llegar hasta el fin. Cuarenta de ellos se
juramentaron a no comer ni beber nada hasta haber matado a Pablo.
P. Luis. Dios estaba al tanto. Aquella noche Pablo, agotado, perseguido por todos lados,
tuvo la aparición del Señor, que le dijo: “¡Ánimo! Pues así como has dado testimonio de mí
en Jerusalén, lo vas a dar también en Roma”.
Rosy. Pase lo que pase, Jesús no le va a fallar a su apóstol, y a la larga Pablo parará en
Roma.
Javier. Pero es de suponer que los judíos seguían adelante con sus planes de asesinato.
P. Luis. Aquí recibió Félix a los acusadores judíos, encabezados por el Sumo Sacerdote
Ananías y un abogado que presentaba oficialmente la acusación. Cuando le tocó a Pablo su
defensa lo hizo muy bien, y los judíos no sacaron nada. El Procurador Félix, que estaba al
tanto de lo que era “El camino”, la nueva religión cristiana, dio largas a los judíos y se
quedó con Pablo, al que concedió una prisión moderada, bajo la custodia de un soldado, y
con la orden de que nadie le impidiera recibir a los suyos.
P. Luis. Escucha lo que al pie de la letra dice Lucas en Los Hechos: “Después de unos
días vino Félix con su esposa Drusila, que era judía; mandó traer a Pablo y le estuvo
escuchando acerca de la fe en Cristo Jesús. Y al hablarle Pablo de la justicia, del dominio
propio y del juicio futuro, Félix, aterrorizado, le interrumpió: ‘Por ahora puedes marcharte,
cuando encuentre una oportunidad te haré llamar’. Félix esperaba al mismo tiempo que
Pablo le diese dinero; por eso le mandaba a buscar frecuentemente y conversaba con él”.
Rosy. ¡Bien por las autoridades romanas, sobre todo por Félix! Aunque eso del juicio
futuro le metiese algo de miedo en el cuerpo…
P. Luis. Así, hasta que al cabo de dos años Félix fue sustituido por Festo.
P. Luis. Festo recibió los judíos acusadores, y, queriendo congraciarse con ellos,
propuso a Pablo: “¿Quieres subir conmigo a Jerusalén para ser allí juzgado?”. Pablo no
cayó en la trampa, y llegó para él, ciudadano romano, el momento decisivo: “Yo no he
cometido delito alguno ni contra la Ley de los judíos ni contra el Templo ni contra el César.
Si soy reo de algún delito o he cometido algún crimen que merezca la muerte, no rehúso
morir. Pero si lo que me achacan éstos es falso, nadie puede entregarme a ellos. Apelo al
César”.
P. Luis. Festo no tuvo más remedio que responder: “¿Al César has apelado? Pues, al
César irás”. Los judíos no tuvieron nada más que hacer. Habían perdido no una batalla, sino
la guerra contra Pablo. Porque Pablo tendrá que ir a Roma.
P. Luis. ¡Y cómo replicó al rey, y en él a todos los presentes!... “Quiera Dios que por
poco o por mucho, tú y todos los que me escuchan hoy llegaran a ser tales como soy yo, a
excepción de estas cadenas”.
P. Luis. Todos convinieron: “Debería quedar libre este hombre si no hubiera apelado al
César”.
Cuestionario
P. Luis. Pura historia, no vale la pena. Pero miremos cómo Dios se sale con la suya.
Pablo llegará a Roma, porque el Señor quiere colmarle ese su gran deseo de llevar el
Evangelio hasta el extremo Occidente.
Rosy. Así, que ya lo sabemos: nos espera un viaje con Pablo hasta la Capital del
Imperio. De este modo podremos conocer la Roma tan soñada de los Césares…
A continuación, la misma Lección 100,
Pablo en Roma. Las Cartas Pastorales,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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P. Luis. Hoy, al fin, nos encontramos con Pablo en Roma. En realidad, y de modo en
apariencia desconcertante, Dios le colmaba a Pablo todos sus sueños. Pongamos un poquito
de orden en esta lección.
Rosy. ¿Cómo fue el viaje de Cesarea a Roma? ¿Se pareció en algo a nuestras
excursiones turísticas de hoy?
P. Luis. No contamos las peripecias del viaje por mar, desde Cesarea hasta Roma,
porque parecen sacadas de una novela, contadas por Lucas, testigo presencial, en los dos
últimos capítulos de los Hechos. Viaje terrible, pero al fin Pablo y todos los pasajeros
llegaron a término feliz en las costas de Italia.
P. Luis. Preso entre cadenas, pero escribirá desde Roma: “La palabra de Dios no está
encadenada”. Aunque no adelantemos las cosas, Rosy.
Javier. Situemos ante todo las cosas. ¿Cómo llegó Pablo a Roma y cómo se instaló en
ella?
Javier. Esos romanos del Imperio hacían bien las cosas. Sabían combinar la benignidad
y el respeto con la prudencia de la justicia. Le encadenaban a él, pero no sujetaban la
palabra de Dios que Pablo traía. Perdonen la interrupción…
P. Luis. ¡Qué bien dicho eso de que la palabra de Dios no está encadenada! Porque
Pablo lo veía y palpaba con sus propios ojos y manos. En Roma hablaba con los judíos, se
comunicaba con los paganos, escribía cartas…
P. Luis. Lo primero que Pablo hizo en Roma, igual que hacía en todas aquellas ciudades
del Asia, fue invitar a los judíos principales, que tenían su sinagoga a las orillas del Tíber, y
en cuyas cercanías estaba también la casa alquilada por Pablo.
Javier. De nuevo Pablo con los judíos. ¿Tendrá esta vez más suerte? Para los judíos una
gracia de Dios, que les sigue ofreciendo la salvación por Cristo. ¿Cómo se desarrolló todo
en Roma?
P. Luis. El final de los Hechos está dedicado en exclusiva a estas entrevistas de Pablo
con sus paisanos, a los que anuncia la Nueva Noticia de Jesús.
P. Luis. Como en todas partes. Unos aceptaron, otros rechazaron, y todos quedaron
divididos entre sí. Pablo, al comprobar un éxito tan exiguo, sentencia con dolor: “Sepan,
pues, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles; ellos sí que la oirán”.
P. Luis. Los Hechos concluyen de esta manera: “Pablo permaneció dos años enteros en
una casa que había alquilado y recibía a todos los que acudían a él, predicando el Reino de
Dios y enseñaba lo referente al Señor Jesucristo con toda valentía, sin estorbo alguno”.
Javier. ¡Qué final tan precioso el de este precioso libro de los Hechos!...
P. Luis. Los dos años de Pablo en Roma, aunque preso del 61 al 63, fueron de una
actividad apostólica muy intensa. Al ser juzgado por los tribunales romanos, fue declarado
inocente y recobró la libertad plena.
Rosy. Esta prisión de Roma fue mejor que la de Cesarea. Allí Pablo pudo hacer muy
poco, fuera de rezar mucho.
P. Luis. Como se desprende de esas palabras con que terminan los Hechos, tan bellas
como conmovedoras, Pablo se mostró incansable. Aquí escribió las cartas a los Colosenses,
Efesios y Filemón, que ya conocemos, y tal vez también la de los Filipenses.
Javier. ¿Y cómo le fue con los cristianos de aquella Iglesia, que él no había fundado?
P. Luis. No dicen nada los Hechos. Pero es de suponer que Pablo se sintió dentro de la
Iglesia romana acogido con amor muy grande. En medio de sus cadenas, y quizá tal vez por
ellas, Pablo tuvo ocasión de evangelizar a sus soldados, de modo que en la carta a los de
Filipos se despedía con estas palabras: “Les saludan todos los santos, especialmente los de
la casa del César”. Es decir, los que están al servicio del Emperador, lo mismo soldados que
los demás empleados. ¿No es esto fantástico?...
P. Luis. Por la Biblia no sabemos nada más. Pero sí que tenemos documentos históricos
irrefutables sobre su proyectado viaje a España, provincia romana fuertemente ligada a la
capital del Imperio.
P. Luis. Y documentos muy seguros. San Clemente, tercer sucesor de San Pedro, escribe
desde Roma: “Pablo murió después de haber llegado hasta los extremos límites de
Occidente”, es decir, a España.
Javier. Tenemos entonces dos hechos ciertos: que Pedro y Pablo coincidieron en Roma.
P. Luis. Los dos salieron de la cárcel Mamertita. Pedro, como un simple esclavo judío,
para ser crucificado en una colina que se alza sobre la Ciudad, y ser después enterrado en la
necrópolis del Vaticano. Pablo, como ciudadano romano, fue ejecutado a golpe de espada
en Aquas Silvias a las afueras de Roma, y sepultado después junto a la Vía Ostiense.
Javier. Bien. Pero desde la libertad concedida a Pablo el 63 hasta su muerte hay un
espacio de algunos años. ¿Qué se sabe de él?
Javier. ¿Y qué hizo esta vez en Roma, antes de la última cautividad que acabaría en el
martirio?
P. Luis. Nosotros nos dejamos de las cuestiones que suscitan estos últimos escritos de
Pablo, y les dirigimos una breve pero intensa mirada.
Rosy. ¡Sí, por favor! Que todas las cartas de Pablo nos han hecho un bien muy grande.
P. Luis. Las dos cartas Primera a Timoteo y la de Tito son, diríamos, burocráticas.
Miran a la recta organización de la Iglesia y a la santidad de sus miembros. Del entusiasmo
carismático del principio se está pasando a una comunidad fuertemente supervisada por los
obispos y presbíteros, que deben ser modelos acabados de sus encomendados.
P. Luis. Sí; Tiene el consuelo de amigos fidelísimos. Por eso escribe a Timoteo:
“Apresúrate a venir a mí cuanto antes. Lucas es el único que está conmigo. Toma a Marcos
y tráelo contigo, pues me es muy útil para el ministerio. En mi primera defensa nadie me
asistió, sino que todos me abandonaron. El Señor me salvará guardándome para su Reino
celestial”.
Javier. ¿Por qué no hace como otras veces, Padre Luis, dictarnos algunos dichos más
sobresalientes y que más nos pueden servir para nuestro bien espiritual?
P. Luis. Miren cómo comienza esta Segunda Carta a Timoteo, con este recuerdo
familiar: “Tengo presente la fe que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en
tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti”.
P. Luis. Timoteo es joven, y le anima como a tal: “No te avergüences del testimonio que
has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero, sino, al contrario, soporta conmigo los
sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la gracia de Dios”.
P. Luis. Por eso quiere valiente a Timoteo en las luchas de la vida: “Soporta las fatigas
conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús”.
P. Luis. Pero el maestro le señala otro modelo mejor al discípulo: ¡Que mire a
Jesucristo, el ejemplo supremo! “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos;
por él estoy sufriendo hasta llevar estas cadenas como un malhechor. Pero la palabra de
Dios no está encadenada”.
Javier. ¡Aquí está esa frase tan formidable! Y yo pienso en la Iglesia de nuestros días,
allí donde está perseguida, y hasta amordazada para que no hable. Los enemigos le ponen
candados en la boca, pero la palabra de la Iglesia corre quieran que no.
Rosy. Tú, Javi, siempre con las tuyas. ¡Y qué razón tienes al pensar y hablar así!...
P. Luis. Pablo, como en varias otras ocasiones, recurre a los juegos olímpicos para
exhortar: “Corre al alcance de la justicia, de la fe, de la caridad, de la paz, en unión de los
que invocan al Señor con corazón puro”.
Rosy. “¡Corre!”… Con una sola palabra nos ha trasladado al estadio. Y le entendemos
muy bien.
P. Luis. ¿Queremos un medio muy grande de perfección? Éste les va a gustar... “Toda
Escritura, al ser inspirada por Dios, es útil para enseñar, para argüir, para corregir y para
educar en la justicia”.
Javier. ¡Vaya que si nos gusta esto de la Sagrada Escritura! ¿Por qué seguimos con tanta
ilusión este Curso de Biblia?...
Rosy. Palpamos con nuestras propias manos eso de que la Sagrada Escritura sirve “para
educar en la santidad”. Si da gusto leer la Biblia, tal como la vamos entendiendo cada vez
más.
P. Luis. Pablo se siente ahora campeón en las Olimpíadas: “Estoy a punto de ser
sacrificado y es inminente el momento de mi partida. He combatido en noble competición,
he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Ya no me espera sino la corona que
me entregará el Señor, el justo Juez, y no sólo a mí, sino también a todos los que hayan
esperado con amor su venida”.
Javier. Un párrafo como éste nos lo tenemos que aprender de memoria y vivirlo con
pasión. ¡Qué vida sería la nuestra! Y hasta daría gusto esperar la muerte, si pudiéramos
decir eso de Pablo: “¡He guardado la fe!”, “¡Y no me espera más que la medalla de oro!”…,
esa medalla con la que nosotros hemos sustituido la corona de laurel…
Rosy. ¡Dios mío! ¡Qué gracia que nos hizo Dios con las Cartas de Pablo y con el
ejemplo de su vida! He disfrutado de veras con estas lecciones.
Cuestionario
P. Luis. ¿Para qué? No hace ninguna falta. Prefiero acabarla dirigiéndole a Pablo una
plegaria: ¡San Pablo apóstol, predicador de la verdad y doctor de las gentes! Ruega, ruega
por nosotros ante el Señor, que te eligió.
A continuación, la misma Lección 102,
La Carta a los Hebreos. Cristianos, ¡a perseverar!
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. ¿Saben en lo que nos vamos meter hoy? En el escrito más fascinante del Nuevo
Testamento: en la Carta a los Hebreos. Contiene unas páginas brillantes, sublimes,
orientadoras, que abren horizontes vastísimos a la mente cristiana.
P. Luis. Todo, menos “carta”. ¿Es una homilía, es un discurso, es una arenga? Digamos,
como lo más atinado, que es un “sermón” perfectamente organizado, hablado, de un orador
excelente, y que después, escrito, se conservó y fue enviado a las Iglesias.
P. Luis. Tampoco. Se le llamó así por las citas continuas del Antiguo Testamento y las
descripciones del culto judío. Más, el autor no usa la Biblia hebrea, sino la traducción
griega de los Setenta.
P. Luis. Parece ser que el escrito fue redactado en Italia, en los años sesenta, antes de la
destrucción del Templo y de Jerusalén, y destinado probablemente a alguna comunidad,
judía o helenista, que se encontraba en situación delicada de persecución o incluso de
cansancio y apostasía.
P. Luis. Todo lo que se propone el autor se podría resumir en esta llamada urgente y
apremiante: ¡A perseverar!... Como pueden adivinar, nosotros teníamos que decir todo esto
antes de meternos en el escrito, que se centra todo en Cristo y en la Fe con que nos
adherimos a Él.
P. Luis. Ante todo, ofrece una breve introducción sobre los ángeles y Jesucristo.
¿Tienen razón los que se emboban ante los ángeles, como si fueran los seres supremos y
mediadores salidos de la mano de Dios? No. Por encima de todos ellos está Jesucristo.
P. Luis. Los ángeles son meros espíritus, mientras que Jesucristo es Dios. Los ángeles
son unos siervos, mensajeros de Dios, mientras que Jesucristo es el Hijo de Dios. ¡Y hay
mucha diferencia entre un hijo y un criado!... Por lo mismo, lo que Cristo enseñó y mandó
está muy por encima de la Ley de Moisés que, decían los judíos, la habían transmitido los
ángeles en el Sinaí.
Javier. Bien. Conocida esta introducción, ¿nos metemos ya en el cuerpo del escrito?
Usted dice que fue primero una exhortación, un sermón, pasado después a los papiros, con
una riqueza teológica sublime y extraordinaria. Esperamos que nos guste de veras.
Rosy. Es cierto. El miedo a la muerte no crea más que esclavos. Yo creo que hay que
mirarla con serenidad. Y para ello, nada mejor que contemplar a Jesucristo. Si Él aceptó la
muerte más atroz por nosotros, para pasar de ella a Dios Padre, ¿qué significa la muerte
nuestra al lado de la suya?.
P. Luis. Y así resume el escrito este punto sobre Jesús: “Por eso tuvo que asemejarse en
todo a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que toca a
Dios, y expiar los pecados del pueblo. Pues, habiendo pasado él la prueba del sufrimiento,
puede ayudar a los que la están pasando”.
Javier. Ante un sacerdote así, como Jesús, que ha aguantado todas nuestras pruebas,
¿puede justificarse el cansancio, el abandonar el primer fervor de la fe, y poner en peligro el
entrar en el descanso de Dios?
Rosy. ¡Qué palabras estas! ¿Cómo no tener confianza ilimitada en Jesús, por grandes
que sean nuestras miserias?
P. Luis. Todo esto, ¿por qué? Porque sigue siendo sacerdote en el cielo como lo fue en
la tierra, pues le dijo Dios: “Tú eres sacerdote para la eternidad, a la manera de
Melquisedec”. Y es que Jesús “en los días de su vida mortal ofreció ruegos y súplicas con
poderoso clamor y lágrimas, y fue escuchado por su actitud reverente; y aun siendo Hijo,
por los padecimientos aprendió la obediencia; y llegado a la perfección, de sacerdote y de
víctima, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen”.
P. Luis. Cierto. Pero el mismo autor reconoce: “Sobre este particular tenemos muchas
cosas que decir, aunque difíciles de explicar. Le da miedo de que sus oyentes se “hagan
torpes de oído”, no quieran escuchar, y caigan en el pecado de la apostasía, que es una
catástrofe irreparable: “Porque es imposible que los que fueron un a vez iluminados,
gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo…, y a pesar de todo
cayeron, se renueven otra vez crucificando al Hijo de Dios y exponiéndolo a pública
vergüenza”.
Rosy. Este lenguaje es durísimo. Parece que al autor le infunde miedo el abandono de la
Iglesia en que sus oyentes fueron bautizados y gustaron los mayores dones de Dios.
P. Luis. Así es. Por eso añade palabras de consuelo: “Pero de ustedes, queridos, aunque
hablemos así, esperamos cosas mejores y conducentes a la salvación”.
Javier. Creo que falta bastante materia todavía. ¿Cómo sigue argumentando el autor?
P. Luis. Pasa ahora el autor, en los capítulos del siete al diez, a exponer la superioridad
del sacerdocio de Jesucristo sobre el de la Antigua Alianza. El sacerdocio de Leví y Aarón
da lugar al de Jesucristo. Igual que los sacrificios de la Ley, los cuales, inútiles del todo,
quedan anulados por el de Jesucristo. Con pinceladas bellísimas retrata a nuestro Sumo
Sacerdote, Jesús: “Así es el sumo sacerdote que nos convenía: santo, inocente,
incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado sobre los cielos”.
Rosy. Con tres palabras, ¡qué retrato tan colosal de Jesús! Si da gusto repetirlas: santo,
inocente, inmaculado… Así era entonces, y así es ahora en lo más alto del Cielo.
P. Luis. ¿Qué se sigue de todo esto? Una gran confianza en Jesucristo nuestro Sacerdote
y Mediador, a la vez que un prudente y necesario temor.
P. Luis. Ante todo, confianza, confianza porque Jesús nos salva: “Acerquémonos con
sincero corazón, en plenitud de fe, purificados los corazones de conciencia mala”. Si
tenemos la conciencia limpia por la Sangre de Jesús, ¿qué vamos a temer?
Javier. ¡Y tan terrible! No puede ser de otra manera, ya que Dios ha hecho casi los
imposibles por salvarnos. ¡Entregar nada menos que a su Hijo a la muerte, y qué muerte!...
Yo me imagino que cuando en el Juicio vean los condenados las cinco llagas de Jesucristo
como cinco soles, no podrán chistar ni sacar una excusa al oír esa sentencia que Jesús
preanuncia en el Evangelio: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para
Satanás y sus ángeles”. Y podrá añadir, si quiere: ¡Miren todos estas llagas; yo no pude
hacer nada más para salvarlos a todos!
Rosy. Oye, Javi, te sientes tan buen predicador como el autor de este mismo sermón…
P. Luis. Así es, Rosy. Pero Javi está discurriendo con lógica irrefutable. Después de toda
esta exposición sobre Jesucristo, con las exigencias que entraña, viene con el capítulo once
y parte del doce un verdadero himno a la fe que nos salva contando con nuestra
perseverancia, como victoria de la fe.
Javier. Sí, ya se ve. Junto con el Nombre de Cristo, las otras dos palabras clave de todo
este discurso o escrito son “Fe” y “Perseverancia. Están muy bien pensadas.
P. Luis. El orador, o el autor, trae lo que ya dijo Pablo a los Romanos: “El justo vive de
la fe”. Y ahora lo demuestra haciendo pasar ante nuestros ojos en desfile impresionante a
todos los santos del Antiguo Testamento.
P. Luis. Pero escuchen las palabras con que termina la descripción de semejante desfile:
“Teniendo en torno nuestro tan gran número de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado
que nos asedia, y corramos con constancia la carrera que se nos propone, fijos los ojos en
Jesús, el que inicia y consuma nuestra fe, el cual, por el gozo que se le proponía, soportó la
cruz sin mido a la ignominia y ahora está sentado a la derecha de Dios”.
Rosy. ¿No necesita esto explicación especial? Yo sospecho algo. ¿Vamos a las
Olimpíadas?...
P. Luis. Sí, Rosy. Este orador y autor tiene los mismos gustos que Pablo. Los que ya
triunfaron ocupan las graderías del estadio, animando con gritos y aplausos a todos los que
corren en la pista. Todos esos atletas tienen la mirada en Aquel que ya triunfó sobre todos,
Jesús, el iniciador de nuestra fe. Al Señor le costó la carrera como a ningún otro. Pero
miraba el premio que le reservaba el Padre, y siguió adelante, sin hacer caso alguno del
dolor y de la vergüenza que le suponía la cruz.
Rosy. ¡Claro! Ahora se entiende todo. Los cristianos, siguiendo a Jesús, somos los
atletas que le seguimos desalados, con ropa ligera, desnudos de todo pecado, hasta que nos
entreguen el oro que habremos conquistado con nuestro esfuerzo.
Javier. Casi vamos a sentir pena cuando acabe esta carta, ¡perdón!, este sermón como
no hemos oído otro…
Rosy. ¡Las veces que escuchamos este eslogan, sin que nos canse nunca!... El mundo da
mil vueltas. Las modas pasan. Los imperios se derrumban uno tras otro. El único que
permanece siempre inmutable e inconmovible es Jesucristo. Y así será hasta el fin. Y así
será, ¡esto es lo más admirable!, en los siglos eternos…
Javier. ¡Otra que tal!... Para esos que dicen que no hay que pensar en el Cielo, como si
fuera algo propio de gente débil.
Rosy. Realmente, que no podía acabar de manera más estimulante. ¡Hay que ver los
ánimos que infunde en nuestro caminar el imaginarse y el pensar en esa ciudad, no
construida por manos de hombre, sino por el mismo Dios!
P. Luis. En fin, este sermón tan brillante, que ahora tenemos escrito en la Biblia, es para
escucharlo y leerlo no una sino muchas veces, sabiendo que siempre nos va a repetir: “Es
necesaria la constancia para cumplir la voluntad de Dios y conseguir lo que se nos promete.
Porque nosotros no somos cobardes para perdición nuestra, sino personas de fe para la
salvación del alma”.
Cuestionario
Rosy. Después de oído todo lo de esta exhortación tan formidable, lo único que se nos
ocurre decir, es: ¡Ánimo, que vale la pena perseverar!...
A continuación, la misma Lección 103,
La Carta de Santiago. La autenticidad de la vida cristiana,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. Padre Luis, nos despedimos de San Pablo y de ese discípulo suyo que nos dejó la
Carta a los Hebreos. ¿No nos queda ya nada bueno de los apóstoles?
P. Luis. ¡Claro que sí! ¿No piensas en Pedro, en Juan, en Judas, en Santiago?... Hoy
vamos a ver a este último, tan diferente, tan diferente de Pablo… ¡A leerlo, y no asustarse!
Rosy. ¿Cómo? ¿No asustarnos, y empieza a asustarnos usted?... ¿Tan raro es ese
Santiago?
P. Luis. Raro, no; pero su estilo no es ningún panal de miel. Ciertamente que Dios no
nos habla por Santiago con la dulzura de Juan o la comprensión y generosidad de Pablo.
Con una comparación del mismo Santiago, Dios nos pone con él delante un buen espejo
para ver cómo somos en nuestra realidad cristiana. Vamos a mirarnos sin miedo en ese
espejo, aunque nos veamos un poquito feos…
P. Luis. La discusión sigue abierta. Pero la mayoría de los especialistas se inclina por
Santiago el pariente del Señor, independiente de los dos Santiagos apóstoles.
P. Luis. Santiago murió asesinado por los judíos el año 62. De ser original de Santiago
la carta, tuvo que ser anterior a esta fecha. Pero si es de un discípulo suyo, que dominaba
muy bien el griego y aprovechó toda la doctrina del maestro, fue posterior.
Rosy. Por lo que nos ha dicho al principio, ¿dónde radica lo raro de esta carta? ¿Sólo en
el carácter de su autor?
P. Luis. Esta carta se presta a interpretaciones muy interesantes. Sin citar para nada al
Jesús del Evangelio, las enseñanzas que nos da se asemejan mucho a las de Jesús: sueltas,
de moral práctica. Como si estuvieran tomadas de la tradición viva del Señor tal como se
conservaban en la Iglesia de Jerusalén, y tienen mucho parecido al Evangelio de Mateo.
Javier. Entonces, ¿se da por supuesto que la carta sale de la Iglesia de Jerusalén?
P. Luis. Parece que sí, y va dirigida “a las doce tribus de la Dispersión”, es decir, a los
muchos judíos cristianos que se hallaban fuera de Palestina.
Rosy. ¿A aquellos cristianos judíos que no acababan de aceptar lo de San Pablo sobre la
Ley?
Javier. Pero, sin callar las dificultades que presenta. ¿No es así?
P. Luis. Todas esas otras cuestiones interesan mucho a los especialistas que trabajan tan
meritoriamente en el estudio de la Palabra de Dios.
P. Luis. ¿Qué pretende Santiago? Una sola palabra lo condensa todo: “Autenticidad” de
la fe, de la religiosidad. Sin mencionar para nada a Jesús, parece como si Santiago nos
recordara la palabra del Señor en el Sermón de la Montaña: “No el que me dice ¡Señor,
Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino sólo el que hace la voluntad de mi Padre que
está en los cielos”.
P. Luis. Casi, casi… Ya que sacan la cuestión, empecemos por ella. Es muy notable la
diferencia que establece la carta entre lo que dijo San Pablo y lo que ahora asegura Santiago
sobre la fe y las obras de la Ley, como si los dos estuvieran en verdadera lucha.
Rosy. Habrá de explicar bien este punto, si resulta conflictivo. No nos deje dudas.
P. Luis. Dice San Pablo: “El hombre es justificado por la fe, independientemente de las
obras de la ley”. Y dice Santiago: “La fe, si no tiene obras, es una fe muerta”.
Javier. Aparentemente al menos se contradicen, y si uno y otro transmiten palabra de
Dios, Dios no se puede contradecir. Es lo que pienso yo.
P. Luis. Y eso es lo que pensamos todos. Pero los dos vienen a decir lo mismo.
P. Luis. Según San Pablo, la fe tiene que ir acompañada de las obras, ya que los que no
cumplen la ley no se salvan. ¿Quieren un texto entre muchos? Dice claramente: “No se
lleven a engaño: ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los
homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los
explotadores heredarán el Reino de Dios”.
Javier. Más claro, imposible. Con otras palabras: Es necesario que las obras de la ley
acompañen a la fe.
P. Luis. Ese texto era negativo. Pero lo asegura con otro texto sumamente positivo:
Porque “siendo de Cristo Jesús”, sólo “tiene eficacia la fe que actúa por la caridad”.
P. Luis. Según Santiago, las obras demuestran que se tiene fe, pues dice: “Muéstrame tu
fe sin obras, y yo por mis obras te mostraré mi fe”.
Javier. Veo que hablan los dos igual. De hecho, las obras nacen de la fe.
Rosy. Yo entiendo que uno y otro, Pablo y Santiago, dicen lo mismo: Las obras nacen
de la fe, la fe tiene que ir acompañada de las obras.
Javier. Pienso más. No obligará la Ley de Moisés en aquello que tenía de provisional,
como la circuncisión, las purificaciones, los sacrificios rituales, la fabricación de imágenes
o estatuas… Pero obligará en lo que tiene de eterno: la adoración del único Dios, el amor al
padre y a la madre, la castidad en todas sus formas, el respeto a la vida y a los bienes
ajenos…
P. Luis. Muy bien pensado, Javi. Esta es la verdad. Y en esto no había, no podía haber
discrepancias entre Pablo y Santiago. Los dos, en el concilio de Jerusalén, hablaron de la
misma manera y estuvieron acordes: de hecho, Santiago puso el punto final en la asamblea
cuando le dio la razón a Pablo.
Rosy. Gracias, Padre Luis, por aclararnos este punto. ¿No pasaremos al resto de la
carta?...
Javier. ¿Y qué nos va a decir Santiago ahora?
P. Luis. Es que Santiago no hace en toda la carta sino desarrollar este pensamiento de la
autenticidad de la fe: “Pongan por obra la palabra y no se contenten sólo con oírla,
engañándose a sí mismos”.
P. Luis. Y confirma este aviso suyo con aquella tan graciosa y conocida comparación:
“Porque si alguno se contenta con oír la palabra sin ponerla por obra, se parece al que
contemplaba su rostro en el espejo; se vio, dio media vuelta, y al momento se olvidó de
cómo era”.
Rosy. Sí. No debe ser nada agradable examinarse ante la palabra de Dios y verse tan
disconforme a ella.
P. Luis. El autor, aunque sin orden alguno, y mezclando unas cosas con otras, como
recogidas de las conversaciones familiares, pasa a la aplicación de este principio suyo:
¡pongan el práctica la palabra que ya conocen!
P. Luis. Por ejemplo, habla de la oración, ante todo, y recomienda: “Quien carezca de
sabiduría, que la pida a Dios, el cual la da generosamente. Pero que la pida con fe y sin
vacilar”.
Rosy. Al fin y al cabo, no inventa nada. Repite casi al pie de la letra lo de Jesús, cuando
lo de la higuera seca: “Todo cuanto pidan en la oración, crean que ya lo han recibido y lo
obtendrán”.
P. Luis. Llama también mucho la atención la posición que Santiago toma a favor de los
pobres y en su denuncia contra los ricos. A ricos y pobres, a cada uno le da motivo de
reflexión: “El hermano de condición humilde, que se alegre de la exaltación que le espera;
y el rico que piense en su humillación, pues se secará como flor o hierba bajo la fuerza del
sol, y se pierde su hermosa apariencia; así el rico se marchitará en sus proyectos”.
P. Luis. Y sigue más duro y más serio. Se fija Santiago sobre todo en los salarios
injustos, y pone el grito en el cielo: “El salario de los obreros que segaron sus campos y que
no han pagado, está gritando, y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor
de los ejércitos”.
Javier. Este Santiago es peor que aquellos profetas del Antiguo Testamento…
P. Luis. Pero lo que Santiago no tolera es que en la Iglesia haya preferencias de ricos
sobre los pobres, desde el momento que “Dios ha escogido a los pobres como ricos en la fe
y herederos del Reino”. Por eso, advierte serio: “Supongamos que entra en su asamblea un
hombre rico y un pobre andrajoso, y dicen al rico: ‘Tú, siéntate aquí, en un buen sitio’, y a
pobre: ‘Tú, quédate ahí de pie’, o ‘Siéntate a mis pies’. ¿No sería esto hacer distinciones
entre ustedes y ser jueces con criterios malos?”.
P. Luis. Como cuando habla de los males de la lengua: “La lengua es fuego, es un
mundo de iniquidad. Es un mar turbulento, está llena de veneno mortal. Con ella
bendecimos al Señor y padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de
Dios”.
Rosy. Y entre expresiones amargas, ¿no sabe Santiago intercalar algunas palabras
dulces?...
P. Luis. Sí, también lo hace. Como cuando dice: “¡Feliz quien soporta la prueba! Porque
recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman”.
Javier. Menos mal que cambia de tono, y eleva nuestro espíritu a la esperanza.
P. Luis. Sigue con otra expresión dulce de verdad: “Acérquense a Dios, y él se acercará
a ustedes”.
Rosy. Esto ya me gusta más. No presenta a Dios como juez implacable, sino que nos los
muestra como Padre que sale a nuestro encuentro si lo buscamos con ilusión.
P. Luis. Y vuelve a la oración, con promesa muy estimulante: “La oración ferviente del
justo tiene mucho poder”.
Javier. Así, que ya lo sabemos: a rezar con ahínco, sabiendo que la oración rinde al
mismo Dios.
Rosy. Al fin nos vamos a convencer de que Santiago, severo cuanto queramos, era
también un hombre bueno, aunque le ha costado un poco el ponernos buena cara…
P. Luis. Muy con el estilo apocalíptico de aquellos días en que está escrita la carta, mira
sobre todo al Juicio, y anima a la confianza: “Tengan paciencia, fortalezcan sus corazones,
porque la Venida del Señor está cerca”.
Javier. Si la carta es palabra de Dios, ya se ve que tenía que acabar más a gusto nuestro.
Dios no es para infundir terror, aunque Santiago fuera muy severo. Es muy posible que el
estilo del autor sea hijo de su temperamento, pero la realidad que Dios nos propone es muy
de Dios: sobre todas las amenazas, está la esperanza de la salvación.
Cuestionario
P. Luis. En muy breves palabras les resumo todo lo de esta carta, en la que Dios nos ha
hablado con la rudeza de Santiago y no con la dulzura que esperamos de Juan o con la
generosa franqueza de Pablo, que ya conocemos. Acuérdense de estos puntos.
Primero. Ante las dudas que pudo haber suscitado Pablo con su doctrina sobre la
salvación por la fe y no por la Ley, Santiago propone las obras como consecuencia
necesaria de la fe.
Segundo. La carta quiere conseguir sobre todo la “autenticidad” de la vida cristiana.
Vida y fe deben ser coherentes.
Rosy. Me ha gustado la comparación que Santiago pone del espejo para ver cómo somos
en nuestra realidad cristiana. ¿Y no vale la pena mirarse en él? ¿Está conforme nuestra vida
con la Palabra de Dios que conocemos muy bien?...
A continuación, la misma Lección 104,
Las Cartas de Pedro. Un recuerdo del primer Papa,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Oye, Javi, ¿sabes lo que son las encíclicas de los Papas?
Javier. Si no estoy mal enterado, son las cartas circulares que escriben para toda la
Iglesia.
P. Luis. ¿Y tú crees que San Pedro, el primer Papa, escribió alguna encíclica?
Rosy. ¡Vamos, qué pregunta! Escribir una encíclica en aquellos tiempos… De haberlo
hecho San Pedro, esa encíclica nos la sabríamos de memoria.
P. Luis. Cierto, Rosy. San Pedro no escribió ninguna encíclica. Sin embargo, al leer las
dos Cartas de Pedro que figuran en el Nuevo Testamento, nos vienen ganas de decir:
“¡Tenemos las primeras encíclicas de los Papas!”...
P. Luis. La segunda parece ser de un discípulo del círculo del apóstol, que asume el
nombre y la autoridad de Pedro, cosa entonces muy común. El autor se presenta como
Pedro en el saludo y afirma haber sido testigo de la Transfiguración del Señor en el Tabor.
Con ella sale al frente de algunos errores o inquietudes que se iban introduciendo en las
Iglesias.
P. Luis. La tan ponderada Biblia de Jerusalén retrasa la segunda carta hasta los años
ochenta del siglo primero, mientras que coloca la primera en los sesenta, sabiendo que
Pedro fue martirizado antes del setenta, hacia el final de la persecución de Nerón.
Javier. Quiere decir que los cristianos tenían como inspirados esos escritos, los cuales
pasaron a formar parte indiscutible de las Sagradas Escrituras.
P. Luis. Para nosotros no hay duda de que estas Cartas de Pedro fueron aceptadas desde
siempre por la Iglesia, y que tienen por autor o por fuente al mismo Pedro, el cabeza de los
Apóstoles y primer Vicario de Jesucristo en la Sede de Roma.
Javier. ¿No podríamos nosotros dejar muchas cosas para los especialistas, y meternos
ya sin más en lo que nos dicen las dos cartas?
P. Luis. Dices muy bien, Javi. Es muy interesante ver cómo estas cartas de Pedro, en
especial la segunda, aprovecha ya muchas ideas de San Pablo y, sobre todo, de la Carta de
San Judas, que figura en la Biblia como la última de las “Católicas”, pero que es anterior a
la de Pedro.
Rosy. ¿Qué pretendían una y otra carta, y cuáles son sus características?
P. Luis. La carta primera se fija muy especialmente en Cristo que sufre y muere, pero
que después resucita. Parece que Pedro intenta alentar a cristianos que están padeciendo o
persecución o menosprecio o marginación precisamente por ser cristianos.
P. Luis. Emplea esta palabra, acuñada en Antioquía hacía ya bastantes años, y lo dice
con un párrafo precioso: “Que ninguno de ustedes tenga que sufrir ni por criminal ni por
ladrón ni por malhechor ni por entrometido; pero si es por ser cristiano, que glorifique a
Dios por llevar este nombre”.
Rosy. Realmente, que este texto es precioso. Perseguidos o malqueridos por cristianos, y
nada más. ¡Qué gloria!...
P. Luis. La segunda carta intentaba, de manera evidente, salir contra los falsos doctores
que se estaban metiendo en la Iglesia con doctrinas gnósticas embaucadoras, y contra los
que inquietaban a los discípulos con profecías infundadas sobre la inminente Vuelta del
Señor.
Javier. Con todas estas observaciones que nos ha hecho sobre las dos Cartas de Pedro,
¿no podría pasar ya, Padre Luis, a citar textos escogidos de las mismas, como hacía con las
anteriores cartas?
P. Luis. Empiezo por éste, dirigido a cristianos que están sufriendo persecución o
marginación, y les llega hasta felicitar. “Si sufren por causa de la justicia, ¡dichosos
ustedes!”. “Si obrando el bien soportan el sufrimiento, ¡esto es meritorio ante Dios!”.
Porque les asemeja a Jesús, “un modelo para que sigan sus huellas”. Jesús “no cometió
pecado, e insultado no respondía con insultos, ni amenazaba al padecer, sino que en el
madero llevó nuestros pecados en su propio cuerpo para que vivamos en la santidad”.
Rosy. Mucha riqueza en estas palabras. Demuestra Pedro que el cristiano, con sus
sufrimientos, si los sabe soportar como Cristo, se convierte en una imagen viviente del
mismo Señor Crucificado.
P. Luis. Sigue todavía más. ¿Qué son los sufrimientos de esos cristianos que están
padeciendo? Son “la prueba de la calidad de su fe, mucho más preciosa que el oro
perecedero, el cual pasa por el fuego purificador, y esa su fe tan probada se convierte en
motivo de alabanza, de gloria y de honor”.
Javier. Oro, puro oro, el cristiano valiente que lo soporta todo por Cristo. Esto es
magnífico.
P. Luis. A estas palabras siguen otras de valor extraordinario para los amantes de
Jesucristo. Miren lo que dice: “Le aman sin haberle visto; creen en él aunque de momento
no le vean, rebosando de alegría inefable y gloriosa, y alcanzan así la meta de su fe, la
salvación de las almas”.
Rosy. Este texto no tiene precio. ¡Creer en Jesús y amarlo con pasión sin haberlo
visto!... Esto es una gloria inmensa para Jesús, a la vez que para nosotros es un mérito
incalculable.
Javier. Rosy, pienso como tú. Esa fe y ese amor son una demostración evidente de la
certeza en la Resurrección de Jesucristo. Porque o Jesucristo está vivo, o esa fe y ese amor
no se explican. ¿No lo cree usted, Padre Luis?
P. Luis. Disfrutaba yo escuchando su razonamiento. Me imaginaba que ese texto les iba
a llamar mucho la atención.
Rosy. Siga con citas tan interesantes como las anteriores, que vale la pena escucharlas.
P. Luis. Hablando del perdón de los pecados por el Bautismo, les dice las palabras que
tantas veces se nos predican: “Han sido rescatados no con algo caduco, como el oro o la
plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo”.
Javier. Veo que Pedro no se queda atrás de Pablo para decir cosas bellas y profundas
sobre Jesucristo.
P. Luis. Por favor, ¿cómo se iba a quedar atrás? No olviden aquello de Pedro a Jesús:
“Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que yo te quiero”. Sigo… Pedro da a los destinatarios de
la carta un consejo magnífico, y siempre actual: “Den culto al Señor Jesucristo en sus
corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que les pida razón de su esperanza.
Pero háganlo con dulzura y respeto”.
Rosy. ¡Sí, siempre actual, y para nosotros más que para nadie! Hoy se nos habla mucho
de que hemos de dar testimonio con nuestra vida de la fe que profesamos. Pero yo creo que
hay que darlo también con nuestra palabra, y esto exige estar preparados.
P. Luis. Te agarro la palabra, Javi. Mira el párrafo notable que trae Pedro sobre las
Sagradas Escrituras. Empieza por recomendarlas vivamente a sus destinatarios: “Tenemos
la firmísima palabra de los profetas, a la cual hacen bien en prestar atención, como lámpara
que luce en lugar oscuro”.
P. Luis. Déjame que acabe, Rosy. Pues continúa Pedro diciendo que La Sagrada
Escritura es la luz que alumbra nuestro camino durante toda nuestra vida: “hasta que
despunte el día y se levante en nuestros corazones el lucero de la mañana”.
Rosy. ¡Qué belleza!... Así es la fe, la esperanza y el amor que nos infunde la Palabra de
Dios hasta que nos hable Él cara a cara el día en que venga a buscarnos. Realmente, que
vale la pena aficionarse a la lectura de la Sagrada Biblia.
P. Luis. Sin embargo, sigue un advertencia grave: “Pero tengan presente que ninguna
profecía de la Escritura puede ser interpretada por cuenta propia; porque nunca profecía
alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres, movidos por el Espíritu Santo,
han hablado de parte de Dios”.
P. Luis. Bien hecha la pregunta. “Profecía” es lo mismo que “palabra”, es decir, todo lo
que Dios nos ha revelado.
Javier. Y si todo viene del Espíritu Santo, creo hay que contar con Él para entender esa
Palabra de Dios.
P. Luis. Por eso la advertencia de Pedro es también muy diáfana: sólo el Espíritu Santo
dicta la verdad de la Sagrada Escritura, con una clarísima alusión a la tradición apostólica.
Rosy. Si siempre hay que tener presente a la Iglesia, ¿quiere decir esto que no podemos
leer la Sagrada Escritura en forma privada?
P. Luis. ¡Cierto que la podemos y la debemos leer! Pero con la intención recta de que
seguimos fielmente la enseñanza de la Iglesia, cuyo Magisterio, venido de los Apóstoles, es
el depositario de la Palabra de Dios.
Javier. Nos ha dicho antes que una de las inquietudes que habían metido algunos entre
los cristianos era el miedo a la Venida del Señor. ¿Qué hay de ello?
P. Luis. Miedo propiamente, no. La preocupación venía de otra parte. Parece que había
quienes se reían de los creyentes porque estaban esperando en vano. Esperaban, esperaban,
y no llegaba nunca. ¿No era todo una mentira?...
P. Luis. Muy interesante. Muchos esperaban la Vuelta del Señor en el último día como
si fuera una cosa inminente, y Pedro les desengaña. En realidad, la Venida del Señor no
corre ninguna prisa. ¿Por qué? Por dos razones.
P. Luis. Primera, porque Dios cuenta el tiempo de manera muy diferente que nosotros.
Miren cómo argumenta Pedro: está muy cerca, aunque parezca muy lejana, ya que “ante el
Señor un día es como mil años, y mil años como un día”.
Javier. Deja sin respuesta a cualquiera. Si Dios no tiene tiempo, no tiene tampoco prisa
alguna…
P. Luis. Pero da otra razón que hace pensar mucho. Dios retrasa su Venida porque
quiere la conversión de todos: “ya que el Señor usa de paciencia, no queriendo que algunos
se pierdan, sino que todos alcancen la salvación”. Dios espera, espera sin cansarse, ¡hasta
que se le haga caso! El castigo lo guarda para cuando ya no hay ningún remedio…
Rosy. ¡Realmente, hay para meditar con esta razón tan grave!
P. Luis. A eso van esas palabras también famosas de Pedro: “Sean sobrios y vigilen.
Porque su enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quien devorar.
Resístanle firmes en la fe”.
P. Luis. Les repito, que Pedro habla con lenguaje apocalíptico, de moda en aquellos
días. Pero acaba en un plan muy positivo, cuando nos asegura: ¿Y después?... “Nosotros
esperamos, según se nos tiene prometido, unos cielos nuevos y una tierra nueva, en los que
habite la justicia o santidad”.
Rosy. Ese será el fin sin fin. Pero, entre tanto, ¿qué debemos hacer?
P. Luis. ¿Quieres, Rosy, una última palabra de Pedro sobre nuestro servicio a la Iglesia?
Mira cómo nos habla a cada uno sobre nuestro propio carisma: “Que cada cual ponga al
servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de los
diversos dones de Dios. El que habla, lo haga con palabras de Dios; el que presta un
servicio, que lo realice en virtud del poder recibido de Dios, a fin de que Dios sea
glorificado en todo por Jesucristo”.
Cuestionario
Javier. No les llamamos a estas dos Cartas de Pedro “Encíclicas del primer Papa”. Pero,
la verdad es que son instructivas de verdad.
P. Luis. ¡Y tanto que lo son! No se las resumo. Les digo, como otras veces, que las lean.
Sacarán mucho provecho para su vida cristiana.
Rosy. ¡Y tanto! Tengo delante las palabras con que termina todo: “Crezcan en la gracia
y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. A él la gloria ahora y hasta el
día de la eternidad”... ¡Qué eternidad la que nos espera con Jesús!
A continuación, la misma Lección 105,
La Carta de Judas. Un alerta contra falsas doctrinas,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Rosy. Como nos dijo que la Segunda Carta de San Pedro era copia de la de San Judas,
por curiosidad me he leído ésta de un tirón antes de la clase. No me ha costado mucho,
porque es muy cortita. Pero, oigan, este Judas es peor que Santiago…
P. Luis. Sin embargo, no me negarás, Rosy, que es bien simpático también. Si da gusto
leer ese escrito…
Javier. Veo que es el penúltimo del Nuevo Testamento y de toda la Biblia, sólo anterior
al Apocalipsis.
P. Luis. Ciertamente que no está bien colocada. Cronológicamente, debería estar antes
que las Cartas de Pedro, y, por de pronto, antes que las de Juan. Por eso, cambiando un
poquito el orden, nosotros la vamos a tratar hoy, dejando para el final los escritos de Juan,
sus Cartas y su Apocalipsis.
P. Luis. Es muy cierto. Pero resulta muy interesante cuando se sabe el origen, el fin que
persigue, y se entienden las imágenes, las comparaciones y los ejemplos que aduce.
P. Luis. Ante todo, ¿quién era este que se autofirma Judas y se llama “hermano de
Santiago”, el pariente del Señor?
Rosy. No cantes victoria antes de tiempo. Hoy está admitido por todos que no es el
Judas Tadeo, apóstol, pues él mismo en la carta se desliga del grupo de los Doce:
“Acuérdense de las enseñanzas de los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo”, quiere decir
que él no era apóstol.
P. Luis. Lo más probable que tampoco, sino que era un admirador o un discípulo que se
amparaba, cosa muy común entonces, en la autoridad de un gran maestro.
Javier. Para darle la razón o el gusto a Rosy, digamos que quiso imitar en algo su
estilo…
P. Luis. Sea quien sea el autor de esta carta tan simpática, fue escrita por los años
sesenta, y ciertamente antes de la Segunda Carta de Pedro. Para nosotros está inspirada,
forma parte de la Biblia y es, por lo mismo, Palabra de Dios cargada de enseñanzas.
Rosy. ¿Por qué decimos que está escrita antes que la última de Pedro?
P. Luis. Porque, con una clara e innegable dependencia, la de Pedro copia al pie de la
letra dichos de Judas. Son dos gemelas con rasgos muy comunes a las dos.
Javier. Díganos ya, porque la carta es muy pequeña, el fin que persigue y su contenido.
P. Luis. El escrito no va dirigido a una Iglesia particular, sino que es una circular
enviada a diversas comunidades, parece que formadas principalmente de judeocristianos, en
las cuales se han metido ya errores muy peligrosos y que alteran la conducta moral de los
cristianos, porque los falsos doctores que las enseñan son ellos mismos unos inmorales.
P. Luis. Esto es claro, aunque hay que decir también que el autor exagera algo con el
tono de su lenguaje. Escribe sin piedad, amenaza de manera implacable, si bien, como no
podía ser menos en lo que es Palabra de Dios, ofrece gracia y misericordia del Señor.
P. Luis. El autor se siente preocupado desde hace tiempo con la salvación de algunos
cristianos que ve inclinarse hacia el error y la mala conducta. Quería escribirles, y al fin lo
hace, aunque no sea con la extensión que él desearía: “Tenía mucho empeño en escribirles
acerca de nuestra común salvación y me he visto en la necesidad de hacerlo para
exhortarles a combatir por la fe, que ha sido transmitida a los santos de una vez para
siempre” (3)
P. Luis. Si las examinamos, vemos las siguientes cosas. Ante todo cuál es la
preocupación primera, lo más importante: ¡la salvación! Con la salvación no se puede
jugar.
P. Luis. Y tercero, algo muy importante: esa fe es la de los Apóstoles, es decir, la del
Señor, que se nos dio de una vez para siempre. La fe es intangible, ¡hay del que la cambia!,
porque ha de seguir igual hasta el fin del mundo.
Javier. Esto me hace pensar en las sectas. En las sectas que entonces empezaban, como
las de todos los tiempos: juegan con la Palabra de Dios, que es inmutable.
P. Luis. Según el autor, esos falsos doctores que introducen semejantes doctrinas, “son
impíos, convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan al único Dueño y Señor
nuestro Jesucristo”.
P. Luis. Esas amenazas las expresa con tres ejemplos tomados del Antiguo Testamento
y de otras tradiciones judías extrabíblicas, quiero decir, que no constan en la Biblia, pero las
tenían presentes los judíos de su tiempo.
P. Luis. Primero, les espera el castigo de los salidos de Egipto bajo Moisés, y que no
entraron en la Tierra prometida por su infidelidad.
Javier. Entonces, y por lo mismo, que esos falsos doctores teman por su propia
salvación. ¿Qué otro ejemplo?
P. Luis. Trae después el caso de los ángeles rebeldes, los cuales, nada más creados, se
enfrentaron contra Dios, “abandonaron su propia morada, y Dios los tiene guardados con
cadenas eternas bajo tinieblas para el juicio del gran Día”.
P. Luis. Finalmente, la maldición de Sodoma, Gomorra y ciudades vecinas, que por sus
pecados de lujuria intolerable de homosexualismo “fornicaron, fueron tras una carne
diferente, y padecen la pena de un fuego eterno. ¡Que sirvan de ejemplo!”.
P. Luis. Rosy, te tranquilizo. ¡Sí que van a venir palabras suaves! Pero antes aplica el
autor a los culpables las amenazas que ha lanzado.
P. Luis. Dice duramente: “¡Hay de ellos!... Son una mancha cuando banquetean
desvergonzadamente en sus ágapes, y se apacientan a sí mismos”.
Rosy. Oigan, esto suena a lo de Pablo a los de Corinto cuando les escribe, como ya
vimos, sobre los abusos en el banquete de la misma Eucaristía.
P. Luis. Rosy, lo dices muy bien. Estas palabras han dado mucho que pensar en ese
sentido. Por lo visto, esos maestros, y quienes los seguían, no se iban de la comunidad, sino
que continuaban en ella de manera egoísta e indigna, parece, incluso, que en el ágape o
banquete de la Eucaristía, como tú misma dices…
Javier. Le doy toda la razón a Judas cuando emplea tal lenguaje. No hay para menos.
P. Luis. A estos tales, los describe con imágenes poéticas, antes de augurarles la
condenación que les espera, porque “son nubes sin agua zarandeadas por el viento, árboles
de otoño sin frutos, doblemente muertos, arrancados de raíz; son olas salvajes del mar, que
echan la espuma de su propia vergüenza, estrellas errantes a las que está reservada la
oscuridad de las tinieblas para siempre”.
Rosy. Sí, mucha poesía; pero la suerte que espera a los tales no es tan halagüeña que
digamos…
P. Luis. ¿Qué es muy dura esta Carta? Cierto. No lo podemos negar. Pero ya no sería
Palabra de Dios si no acabara ofreciendo misericordia, gracia, paz…
P. Luis. Se dirige a los que perseveran fieles, y les anima cariñosamente: “Ustedes,
queridos, se acuerdan de las predicciones de los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo”.
Javier. Y por eso Judas pide a sus destinatarios, que guarden esa su fe hasta que mueran
en el seno de la Iglesia.
P. Luis. Por eso sigue animándoles: “Ustedes, queridos, edificándose sobre su santísima
fe, y orando en el Espíritu Santo, manténgase en el amor de Dios, aguardando la
misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna”.
Rosy. Este lenguaje no tiene que ver nada con aquel primero. Parece que Judas se ha
convertido…
Javier. ¡Y para decirnos cosas tan preciosas! Hay que analizar estas palabras últimas.
P. Luis. Vuelve a la firmeza de la fe. ¡No duden! ¡No vacilen! ¡No hagan ningún caso
con los que les vienen con teorías nuevas!…
P. Luis. Alude a esa idea tan querida de San Pablo: los fieles somos las piedras vivas
con que el Espíritu Santo va edificando el templo de Dios para la eternidad.
P. Luis. Pide por fin que aviven la esperanza en el Señor Jesús, el cual cuando vuelva en
su Segunda Venida al final de los tempos, será para salvarnos, no para condenarnos.
Javier. Es curioso lo mucho que los apóstoles, y no solamente ahora este Santiago,
aluden a la Segunda Venida del Señor. ¿No les parece?
P. Luis. Es muy cierto. Siempre se ha creído que el Juicio Final era uno de los puntos
fundamentales de la catequesis apostólica.
Rosy. ¡Claro! Y por eso nosotros lo seguimos confesando en el Credo, que dicen viene
de los mismos Apóstoles: “Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”,
P. Luis. Tiene un final precioso para todos: hasta para aquellos que son causa de los
problemas que están padeciendo. Escuchen: “A unos, a los que dudan, traten de
convencerlos; a otros, traten de salvarlos arrancándolos del fuego; y a otros, muéstrenles
misericordia con cautela, odiando incluso la túnica manchada con su carne”.
Javier. Muy claro, Rosy. Pero con los endurecidos en su error y en su mala conducta,
que no muestran la menor buena voluntad, ¡con esos, nada!, porque acabarán
contaminándolos a ustedes. ¿No es así, Padre Luis?... ¿Qué nos dice hoy para acabar?
Cuestionario.
P. Luis. Nada. ¿Qué quieren que les diga? Con lo breve que es, y las observaciones que
hemos hecho, léanla, y no necesitarán más explicación. Esta Carta de Judas es tremenda,
simpática y bellísima, las tres cosas. Toda se resume, como acaba de decir Rosy, en un grito
angustioso y esperanzador a la vez: ¡La salvación, la salvación ante todo y sobre todo!...
Rosy. Y podría añadir la doxología o alabanza a Dios con que termina: “Al Dios único,
nuestro Salvador, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, gloria, majestad, fuerza y poder
antes de todo tiempo, ahora y por los siglos”…
A continuación, la misma Lección 106,
Las Cartas de Juan. El Evangelio hecho vida en la Iglesia,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. ¿Qué tal, Rosy? ¿No estás ya algo cansada con tanta carta de los apóstoles?
Javier. Por ahí, por ahí voy yo también. ¿Estamos ya en las últimas?
P. Luis. En las últimas, casualmente. Hoy, nos quedan las tres de Juan. ¿Después? Con
el Apocalipsis terminamos todo el Nuevo Testamento. Juan, el querido Juan del cuarto
Evangelio, nos viene ahora con tres cartas que son una “delicia”, voy a emplear la palabra
de Rosy. Dos de ellas, la segunda y la tercera, son chiquitas, como dos billetes. Las tres
están íntimamente unidas al cuarto Evangelio, del que son una defensa o una aclaración.
Javier. ¿Y qué pretenden estas tres cartas? Juan había escrito ya su Evangelio, con la
afirmación clara de que Jesús era el Hijo de Dios hecho hombre. Lo recordamos muy bien.
P. Luis. Pues, precisamente por eso las escribió, probablemente en Éfeso. Porque a
finales del siglo primero, en la última década de los noventa al cien, se habían infiltrado en
bastantes comunidades los “gnósticos”, esos herejes que se tenían por los nuevos sabios, y
que negaban la divinidad de Jesucristo.
Rosy. ¿Negar que Jesucristo era Dios? Eso le daba una puñalada a todo el Evangelio de
Juan, el del dicho grandioso: “Y el Verbo de Dios se hizo hombre, y habitó entre nosotros,
y vimos su gloria, gloria como del Unigénito de Dios, lleno de gracia y de verdad”.
Rosy. Por eso no me cabe en la cabeza el error de esos herejes gnósticos, tan
estúpidos…
P. Luis. Para ellos, el Jesús nacido de la Virgen no era Dios; tenía un cuerpo sólo
aparente; y si poseía un cuerpo verdadero, en el Jordán Dios había asumido al hombre
Jesús, pero después lo había abandonado en la cruz…
Rosy. Repito: Eso es ser unos estúpidos. ¡Decir que Jesús tenía un cuerpo
fantasmagórico, con el cual Dios jugaba a placer!
P. Luis. Lo peor es que, entonces, todo lo de Jesús resultaba una mentira. Era inútil
esperar de Jesús la salvación. El cristianismo entero se derrumbaba…
Javier. Si Jesucristo no era ni Dios ni era hombre, ¡claro que se derrumbaba todo!
P. Luis. ¿Qué hace entonces Juan? A todos esos mentirosos los desenmascara y los
llama sin más “Anticristos”. Y a los fieles viene a pedirles fidelidad a la doctrina recibida
de los apóstoles y perseverancia
Rosy. Veo que esta carta de Juan nos va a traer novedades insospechadas. ¿Me equivoco
mucho, Padre Luis?
P. Luis. Las ideas de la carta entera son las mismas de todo el Evangelio, centradas en
las palabras clave de Juan: Luz, Vida, Verdad, Palabra, Fe, Amor, Mandamientos, Pecado,
Mundo, Alegría… ¿Recuerdan lo mucho que saca Juan estas palabras en el cuarto
Evangelio? Pues igual en esta carta, y con el mismo significado. Por eso se ve que
Evangelio y carta son del mismo autor.
Rosy. ¡Ojalá que a lo largo de toda la carta, se sienta latir el mismo Corazón de Cristo,
como en el Evangelio de Juan!
Javier. ¿Y aún hay quienes atacan la verdad de Cristo el Señor?... Esos “Anticristos”,
llamados así por Juan, deberían desaparecer para siempre, y sin embargo van a estar
siempre atacando Jesucristo.
P. Luis. Están primeramente los que niegan que Jesucristo sea el Cristo. Pregunta Juan:
“¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesucristo es el Cristo?”.
P. Luis. Después, los que niegan que Jesucristo sea hombre verdadero, el nacido de
María. Sigue Juan: “Han venido al mundo muchos seductores negando que Jesucristo haya
venido en carne mortal”.
Javier. Empezaban los que iban a atacar siempre a la Virgen. ¡Mal van a parar éstos!
Tocar a María les va a ir muy mal a los herejes de todos los tiempos…
P. Luis. Estaban, finalmente, los que negaban que Jesucristo fuera verdadero Dios, y por
eso escribe Juan: “Jesucristo, el Hijo del Padre”. “Todo el que niega al Hijo, no posee al
Padre”.
Rosy. Está claro. Todos los negadores de esas verdades de Jesucristo son la encarnación
del Anticristo.
P. Luis. Y mira lo que añade Juan: El Anticristo, “de quien han oído que iba a venir, ¡y
ya está en el mundo!”.
P. Luis. La afirmación más terrible de Juan es que esos anticristos han salido de la
misma Iglesia. “Hijos míos, han aparecido muchos anticristos, por lo cual nos damos cuenta
de que ya es la última hora. Salieron de los nuestros, pero no eran de los nuestros. Si
hubieran sido de los nuestros, hubieran permanecido con nosotros”.
Rosy. Si no eran de los nuestros, ¡bien idos! Aunque lo sentimos mucho, porque
queremos su salvación, como la quiere Dios, y ellos la ponen en tanto peligro.
Javier. ¿Vamos a analizar esas palabras tan clásicas de Juan? Lo esperamos, Padre Luis.
P. Luis. Bien, Javier y Rosy. ¿Recuerdan las palabras clave de esta carta, que hemos
citado, iguales a las del cuarto Evangelio, el de Juan? Es un placer el analizarlas y ver las
aplicaciones que Juan hace de ellas para nuestra vida cristiana: Luz, Vida, Verdad, Palabra,
Hijos, Mandamientos, Pecado, Mundo, Fe, Amor, Hermano, Alegría...
P. Luis. Las palabras Luz, Verdad, Vida, Palabra, no se le caen a Juan de los labios.
“Dios es Luz, y en él no hay tiniebla alguna”. “La Vida se manifestó, y nosotros la hemos
visto y damos testimonio, y les anunciamos la Vida eterna que estaba junto al Padre y que
se nos manifestó”. “Y esta es la promesa que él les hizo, la Vida eterna”. “El Espíritu es
quien da ese testimonio, porque el Espíritu es la Verdad”. “Hemos visto con nuestros ojos,
hemos contemplado, y hemos palpado con nuestras manos la Palabra de vida”.
P. Luis. Sin embargo, antes que seguir con el comentario de otras palabras, me voy a
permitir un inciso. ¿A quién se dirige Juan de una manera especial?
Rosy. El Evangelio es de todos. Aquí no hay distinción.
P. Luis. Con todo, Juan tiene sus preferencias. Efectivamente, dice: les escribo a
ustedes, padres…, les escribo a ustedes, hijos… Pero dice por dos veces: “Les escribo a
ustedes, jóvenes, porque han vencido al Maligno”. “les escribo, jóvenes, porque son fuertes,
y la palabra de Dios permanece en ustedes, y han vencido al maligno” (2,13-14)
Javier. A poco que se sepa leer, el apóstol joven, aunque ahora ancianito, sabe lo que
son los jóvenes y que en ellos están las esperanzas del mundo y de la Iglesia en especial.
Queramos que no, estas palabras nos traen el recuerdo del inolvidable y querido Papa Juan
Pablo II, el de las Jornadas Mundiales de la Juventud.
P. Luis. Para Juan, los discípulos son Hijos verdaderos de Dios. “Queridos, ahora somos
hijos de Dios y aún no se ha manifestado todavía lo que seremos. Sabemos que, cuando se
manifieste, seremos semejante a él, porque lo veremos tal como es él”.
Rosy. ¡Esto sí que me deja fuera de mí! Por lo visto, ir al Cielo va a valer la pena…
¡Iguales que Dios! Pues, ¡no nos dice nada!
P. Luis. Los Mandamientos tienen en Juan mucha importancia: “En esto sabemos que
le conocemos, en que guardamos sus mandamientos. Quien dice ‘Yo le conozco’ y no
guarda sus mandamientos, es un mentiroso”.
Javier. Con otras palabras, pero es lo mismo de Pablo y Santiago con la cuestión de la fe
sola y las obras. O cumplimos lo que Dios quiere, o no hay salvación, por más que digamos
que creemos…
Rosy. Al fin y al cabo, es lo mismo que Juan trae en el discurso de Jesús en la Última
Cena: “Si guardan mis mandamientos permanecerán en mi amor, como yo he guardado los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” . Pero, al hablar así, ya se ve que
para Juan, como para Jesús, los mandamientos no son una carga, sino una demostración de
amor. Entonces, ¡claro!, su yugo es suave y su carga resulta ligera…
P. Luis. En Juan, el Mundo está muy ligado al pecado. “No amen al mundo. Si alguien
ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, a
saber: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las
riquezas, eso no viene del Padre sino del mundo, y el mundo y sus concupiscencias pasan”.
Javier. No está mal este texto para nuestro mundo actual. ¡Dinero, dinero! ¡Gozar,
gozar! ¡Sensualidad, seducción!... Y al final, ¿para qué?... Las realidades finales son muy
distintas de las que llenan la imaginación de tantos ilusos.
Rosy. También a ti, Javi, te gusta filosofar y meterte a predicador serio. Aunque,
naturalmente, que te doy la razón. Es muy diferente la belleza de la vida que Dios ha hecho
y nos da en su bondad; esa vida y los dones de Dios son muy diferentes de los disparates
que cometen muchos. ¿Alguna otra palabra muy de Juan, Padre Luis?
P. Luis. ¡Vaya que están buenos hoy los dos!... Paso a otra palabra: la Fe, que es para
Juan un mandamiento primerísimo de Dios. “Este es su mandamiento: que creamos en el
nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros”. “Esta es la victoria que
vence al mundo: nuestra fe”. “Nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene. Dios
es amor, y el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él”. La Fe y el Amor
resumen toda esta Carta Primera de Juan.
P. Luis. Pero lo que destaca en Juan como nada es el Amor. “Quien no ama no ha
conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó en nosotros el amor de Dios:
en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto
consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó
primero y envió a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados”.
Rosy. ¡Dios es Amor!... ¡Cómo estaba esperando yo este texto! Lo sabía, y al fin ha
llegado…
P. Luis. En esta Carta de Juan, los Hermanos tienen una importancia enorme. ¡Hay que
ver cómo habla de la caridad!... “Si caminamos en la luz, estamos en comunión unos con
otros”. Es decir, la unión con Dios se reconoce en la fe y en el amor fraterno. De este amor
al hermano habla muy seriamente. “Si alguno dice: ‘Yo amo a Dios’ y odia a su hermano,
es un mentiroso. Porque quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a
quien no ve”.
Javier. ¡Esto sí que dice para nuestros días, los días de la “cuestión social”!... ¡Las
reglas que sobrarían si empezáramos por amarnos los unos a los otros!... Por “amarnos”, no
por “armarnos”… Ya sé que estas dos palabras “amarnos y armarnos” no son originales
mías, pero me da gusto repetirlas aquí…
P. Luis. Una última palabra que llama la atención, igual que en el Evangelio de Juan, es
la Alegría. “Les escribimos esto para que nuestra alegría sea completa”. Había dicho Jesús
en la Última Cena: “Su tristeza se convertirá en gozo… Volveré a verles, se alegrará su
corazón y su alegría nadie se la podrá quitar”.
Javier. Por ser la última, o las últimas cartas de los apóstoles, y nada menos que de
Juan, hoy nos tiene que resumir todo, Padre Luis.
Cuestionario
P. Luis. Bien, lo hago no por ser la última Carta, sino porque conviene tener claros
algunos puntos.
Primero. Es una carta de Juan escrita ya a finales del siglo primero, la cual reafirma y
aclara todo lo dicho en el cuarto Evangelio.
Segundo. Conviene fijarse en esas palabras clave, que son precisamente claves de un
escrito, sino que contienen lo más esencial de la vida cristiana.
Tercero. Hoy, como entonces, hay que estar al tanto con las doctrinas novedosas que se
infiltran en la Iglesia. Todo lo que vaya contra la enseñanza de la Iglesia, guiada por el
Espíritu Santo, es sospechoso y obra de “anticristos”.
Rosy. ¡Un Dios que es Amor! ¿Podían las cartas de los apóstoles acabar con una palabra
más dulce, más tierna, más profunda, más esperanzadora?... ¡Dios es Amor!...
A continuación, la misma Lección 107,
El Apocalipsis. Visión de la Iglesia en el último libro de la Biblia,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. ¿Cuál?...
Rosy. Aún quiere disimular… El último libro de la Biblia. Y nada menos que el
Apocalipsis. ¡Esta lección sí que la hemos esperado de veras! Confiamos no llevarnos una
decepción.
P. Luis. ¡Claro que no se la van a llevar! Por más que, si alguna vez he tenido algo de
miedo con una lección, es hoy. ¿Saben lo que significa exponer alguna idea nada más del
Apocalipsis?
Rosy. Ante el poco tiempo de que siempre disponemos, empiece por poner orden en su
explicación, hoy más que nunca, a fin de tener una guía que nos oriente en la lectura del
Apocalipsis.
P. Luis. El escrito viene a tranquilizarlos con lo que es el mensaje de todo el libro: ¡No
teman! Caerá el emperador que se proclama Dios; caerá la Bestia, es decir, el Imperio
Romano perseguidor. La Iglesia seguirá siempre la senda del desprecio, de la marginación,
de la persecución, igual que Jesús. Pero el triunfo final será de Jesucristo. ¡No teman!...
Javier. Muy optimista era el autor, si auguraba una victoria tan rotunda.
Rosy. ¿Y qué significa “Apocalipsis”?
P. Luis. El título de “Apocalipsis” se toma de un género literario que desde hacía tres
siglos estaba muy en boga entre los judíos. “Apocalipsis” significa “revelación”,
”manifestación de cosas ocultas”, aunque procedentes de Dios.
P. Luis. Aquí está precisamente lo típico del Apocalipsis. Las palabras, las ideas, se
expresan con imágenes; y, puesta la imagen, hay que descifrar y volver a palabras la idea
que se quería expresar.
Rosy. ¡Vaya juegos de imaginación que nos va a exigir! ¿No podría ponernos alguna
comparación que nos haga ver todo esto?
P. Luis. Creo, Rosy, que me propones algo muy práctico. Como este punto de las
imágenes va a salir continuamente, ponemos un ejemplo por todos.
P. Luis. Lo voy a intentar. Nada más comenzar, dice el autor que vio a Jesucristo, el
eterno, vestido de sacerdote y de rey, lleno de ciencia divina, sin que nadie lo pudiera
derribar de su trono, gobernando a las siete iglesias del Asia Menor a las que se dirige, y
amenazando con poder irresistible a los cristianos infieles.
P. Luis. Esto está en el primer capítulo, casi nada más comenzar. No tengo mil dólares
en la mano. Pero, los busco y te los doy, si me encuentras el texto y me lo lees…
Javier. Adivino. Eso que dice de Jesucristo, no está escrito así, sino de otra manera.
P. Luis. Escucha, Rosy. Lo dice todo en símbolo, con imágenes, y describe de este
modo a Jesucristo: “Vi a un Hijo de hombre, es decir a Jesucristo; vestido de una túnica
larga, es decir de sacerdote; con ceñidor de oro, es decir de rey; con cabellos blancos,
como la lana, como la nieve, de anciano antiquísimo, es decir, eterno; sus ojos
centelleantes, como de fuego, es decir, sapientísimo; con siete estrellas en la mano, es
decir, con las siete iglesias bajo su poder; con una espada afilada en la boca, es decir, con
la amenaza del juicio divino contra los rebeldes.
Rosy. ¿Esto es lo que dice y lo que quiere decir el Apocalipsis con esa imagen?... ¡Hay
que discurrir para adivinar!
P. Luis. Te cuento esta nota cómica. Hubo un artista que pintó a Jesucristo tal como lo
describe esta visión, y resultó un cuadro horrible, como no podía ser menos.
Javier. Con este ejemplo nos hemos entendido para todo el libro: no miremos lo que
dicen las imágenes, aunque nos entusiasmen y sean bellísimas, sino lo que el autor quiere
decir con esos simbolismos.
P. Luis. Eso mismo, y ténganlo muy presente. Los colores, los animales, los números…,
todo eso no son más que figuras, símbolos e imágenes para expresar ideas altísimas.
Rosy. Nos dé alguna idea nada más de los colores y los números.
Javier. Pero, el mensaje central del Apocalipsis, ¿cuál es? ¿Qué quiere decir todo el
libro en su conjunto?
P. Luis. Ahora dices, Rosy, la mejor palabra. El mensaje que nos transmite todo el
Apocalipsis es una reflexión teológica de lo que es y va a ser la historia de la Iglesia:
perseguida como Jesucristo, pero al final triunfante como Jesucristo también, muerto y
resucitado, el que dice: “Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos”.
Javier. Como se ve desde ahora, el Apocalipsis no es para ser explicado en una clase, ni
en varias clases, sino para ser leído con detención.
P. Luis. Así es, y tengan en cuenta siempre ante los ojos la estructura del libro y el
significado general de los símbolos. Es lo que vamos a hacer con nuestra breve explicación.
P. Luis. La Primera parte la constituyen las cartas a las siete Iglesias del Asia Menor a
las cuales van dirigidas. Unas Iglesias eran muy buenas y se mantenían fieles a la doctrina
recibida y al primer entusiasmo; pero otras se habían enfriado, por haber admitido en su
seno doctrinas heréticas, como las que vimos en la carta primera de Juan.
P. Luis. De todo tienen. Estas cartas son avisos muy serios, aplicables a tantas
comunidades cristianas de todos los tiempos, y también a nivel personal. Dios nos pide
fidelidad a todos.
Rosy. ¿Qué nos dice entonces de toda esta parte, tan extensa?
P. Luis. Habremos de ir por capítulos. Los capítulos cuatro y cinco resultan grandiosos.
Con imágenes fantásticas nos describen a Dios como dueño de la Historia. Nada va a
ocurrir que no esté bajo su control divino.
P. Luis. Los himnos que se intercalan nos introducen en la liturgia celestial, y elevan
nuestra oración a la mayor esperanza. El Cordero degollado no es un derrotado, sino un
vencedor.
P. Luis. Así es, aunque el Apocalipsis lo presenta resucitado y glorioso. Vienen después
los capítulos seis y siete, los de los sellos y las imágenes de los caballos. Son muy grandes
las plagas que azotan a la humanidad y a la Iglesia, simbolizadas en esos caballos
desbocados e indómitos, de colores fieros.
P. Luis. Al fin aparece el caballo blanco, con jinete experto, el mismo Jesucristo, que,
resucitado, acaba vencedor.
P. Luis. El capítulo doce, hasta el dieciséis, es el de la Mujer vestida del sol, con la luna
bajo sus pies y la corona de doce estrellas sobre su cabeza.
P. Luis. Es el signo espléndido de la Iglesia, que, asistida también por los siete ángeles,
lucha de manera decisiva contra el dragón infernal, el cual le quiere arrebatar al Cristo que
da a luz para el mundo.
Javier. Pero la Mujer no está sola, aunque se tiene que retirar al desierto…
Rosy. Siempre he leído que todas esas fuerzas del mal en el Apocalipsis tienen que ver
con Roma. ¿Qué hay de ello?
Javier. Y como el Imperio Romano aquel, podemos ver son y serás todos los
perseguidores de la Iglesia, ¿no es así?
P. Luis. Sí. Esta es la historia profética de todos los poderes absolutos y dictatoriales
que se alzarán siempre contra la Iglesia, pero que serán irremediablemente vencidos.
Rosy. Este libro del Apocalipsis, con tantas imágenes terroríficas, es de lo más
esperanzador que existe. El terror es para los enemigos de la Iglesia; para nosotros, es la
esperanza suma.
P. Luis. Con el capítulo veintidós llegamos a la Tercera parte, al epílogo y conclusión
del libro, escrito para las asambleas cristianas, que aclaman a Cristo el vencedor.
Javier. Entonces, el Apocalipsis no era ningún libro secreto, sino bien público.
P. Luis. ¡Y tan público! Solamente que no lo entendían más que los cristianos, los
cuales gritaban ansiosamente, llevados del Espíritu: “¡Ven, Señor Jesús!”, soñando en la
Jerusalén celestial.
P. Luis. Muy importante en el final del Apocalipsis. Es la ciudad eterna de los elegidos.
Y la describe con estas palabras: “Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del
cielo engalanada como la novia para su esposo… Y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni
gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ya pasó”, pues dijo el que estaba sentado en el
trono: “Mira que hago nuevas todas las cosas”.
Rosy. Es decir, que la Iglesia no piensa, no suspira, no se llena con nada sino con el
recuerdo y con la presencia de Jesucristo.
P. Luis. El libro nació durante una persecución del Imperio Romano contra la Iglesia,
cuando el poder del Emperador, divinizado, parecía inconmovible. Pero el visionario del
Apocalipsis veía mucho más allá, y se dirigió a los perseguidos desanimados: ¡No teman!
La victoria no será de ellos, sino nuestra. Jesucristo es el Alfa y Omega, el principio y el
fin, y nadie le arrebatará el triunfo de sus manos…
Cuestionario
Javier. Veo que para explicarnos el Apocalipsis no basta una clase, sino que se
necesitarían unas cuantas más. Padre Luis, hoy sí que nos va a tener que resumir todo bien.
Rosy. Fantástico todo lo que leemos en el Apocalipsis. Pero las últimas palabras valen
por todo el libro. “El Espíritu y la Novia dicen: ¡Ven!”. ¡Cómo se aman Jesucristo y su
Iglesia! ¡Cómo suspiran por la unión definitiva en la Jerusalén celestial! Qué grito ese que
no se nos cae de los labios: “¡Ven, Señor Jesús!”.
A continuación, la misma Lección 108,
“Tú, sígueme”. El Pedro del Evangelio,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. Vimos el Apocalipsis, y con él acabamos los libros del Nuevo Testamento. ¿No
nos queda nada que ver en nuestro Curso de Biblia?...
Rosy. Si es así, siga, por favor, siga con algo más. Asegúrenos todo lo que hemos
aprendido hasta ahora.
P. Luis. Has dicho una palabra, Rosy, que me gusta mucho: “Asegúrenos”. ¿El qué? Sin
que sigas, te lo respondo yo. Acudan siempre a la Iglesia, a su autoridad, a su Magisterio.
Y, para ello, tengan fe en una palabra de Jesús: “Tú, Pedro, sígueme”.
P. Luis. ¡Vamos, Javi! Con las veces que se lo he dicho… Si quieren ir seguros en el
estudio de la Biblia, cuenten con la autoridad de la Iglesia. No olviden las palabras que hace
nada más unos días escuchaban a Pedro en su Segunda Carta: “Tengan presente que
ninguna palabra de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia” (2Pedro 1,20).
P. Luis. Del Papa, no, sino de Pedro tal como está en el Evangelio y en los escritos de
los Apóstoles.
Javier. Sí que veo ahora a dónde va. Hay que acudir al Magisterio de la Iglesia, y, para
ello, nada mejor que tener la convicción profunda de que ese Magisterio permanece en los
Pastores unidos en el que, por voluntad de Jesucristo, es el cabeza de todos ellos, Pedro, el
sucesor de Pedro, el Papa.
P. Luis. Aquel hecho indicaba la importancia que Pedro tenía en la Iglesia primitiva. ¿A
qué era debida? Hoy, sin salirnos para nada de la Biblia, vamos a examinar la figura de
Pedro en el Nuevo Testamento.
Javier. ¿No era uno como cualquiera de los demás Apóstoles? ¿O tenía una relevancia
especial, querida, pretendida y causada por el mismo Jesús?
P. Luis. A eso vamos. Pedro, siendo uno de los Doce, era también del todo singular. Al
final, nos preguntaremos: ¿Y sigue Pedro en la Iglesia de hoy con la misma importancia
que tenía en la Iglesia primera, la del Evangelio y la de los Hechos de los Apóstoles?
P. Luis. Después de Jesús, Pedro es el nombre más usado por el Nuevo Testamento: sale
su nombre hasta 154 veces con las variantes de Pedro, Simón, Simón Pedro, Cefas…
P. Luis. Viniendo ya a los Evangelios, hay cinco ocasiones en que Pedro sale
intencionadamente como figura del apóstol primero, principal, con un cargo específico
señalado por el mismo Jesús.
P. Luis. Nada más se lo presentan a Jesús junto a las márgenes del Jordán, mirándole el
Señor fijamente, le dice: “Tú eres Simón, pero te llamarás Cefas, Roca”, Pedro.
Rosy. Lo hemos oído tantísimas veces, que este pasaje sí que lo sabemos de memoria.
¿Y otro?
P. Luis. Muere Jesús, resucita, y hay vacilaciones entre los discípulos, que, sin embargo,
aseguran: “Es cierto, y se ha aparecido a Simón”. Y escribirá Pablo: “Se apareció a Cefas, y
luego a los Doce”. Indica una primacía sobre los demás Apóstoles, expresamente buscada
por Jesús.
P. Luis. Importantísima. Finalmente, a las orillas del lago en aquella aparición tan
singular, cuando le confiere el primado que le tenía pronosticado y prometido: “Apacienta
mis ovejas, apacienta mis corderos”. Hasta donde yo te diga. Hasta dar tu sangre como yo
por el rebaño. “Tú, sígueme”.
Javier. ¡Vamos! ¿Qué indican estas cinco escenas del Evangelio, si es que queremos
entender?
P. Luis. Dejamos aparte otras muchas en las que Pedro puede aparecer como los demás,
aunque sean tan significativas como la Transfiguración, el Lavatorio de los pies en la
Última Cena o la Oración en Getsemaní.
Rosy. Las descritas anteriormente significaban para Jesús la elección de Pedro como
Jefe o Cabeza de los Apóstoles y como Roca visible sobre la que Él edificaba su Iglesia.
P. Luis. Tengan además presente que siempre, en todos los catálogos de los Doce, sin
variación alguna, Pedro es el primero, aunque varíen de orden los demás.
Javier. Ante todo esto, no reconocer en Pedro la primacía en que nosotros le tenemos es
cerrarse voluntariamente los ojos para no ver, y no discurrir porque no se quiere entender.
P. Luis. Pasamos ya a los Hechos de los Apóstoles. Subido Jesús al Cielo, ¿quién está al
frente del grupo? ¿cómo se desarrolla la vida de la Iglesia? Todo gira en torno a Pedro.
P. Luis. Hay que sustituir a Judas el traidor, y es Pedro quien propone la cuestión en el
grupo y dirige la elección que recae en Matías.
P. Luis. En el primer milagro del paralítico; frente Sanedrín; ante las conversiones en
Samaría…, Pedro lleva la iniciativa o asume la última responsabilidad.
Rosy. Sigo pensando en la prisión de Pedro. Con la persecución de Herodes Agripa que
corta la cabeza a Santiago, y asesta el golpe más fuerte quitando a la Iglesia al que es su
Jefe.
P. Luis. Veo, Rosy, que lo recuerdas muy bien. Pero mientras “Pedro estaba custodiado
en la cárcel, toda la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él”. ¡Hay que ver lo que
significan estas palabras!
P. Luis. Es cierto. Allí hablaron Pablo, Bernabé y Santiago, pero Pedro fue la autoridad
primera.
Rosy. Estudiando las Cartas de Pablo, salió varias veces Pedro. ¿Qué había entre los
dos?
P. Luis. Haces bien, Javi, en mencionarlo. Hasta el siglo diecinueve nunca se había
hecho caso especial de él, porque se tenía por un incidente anecdótico y no doctrinal. Pero
vinieron los racionalistas protestantes y lo sacaron de quicio, convirtiéndolo en asunto
doctrinal.
P. Luis. Pablo dice: “Le resistí abiertamente porque era reprensible”. Es cierto. ¿Y de
qué se trataba? No de doctrina, ya que los dos estaban enteramente de acuerdo en que no
obligaba la Ley y bastaba sólo la fe para la salvación. Se trataba de un asunto práctico. A
pesar de lo acordado en Jerusalén, los judeocristianos seguían con su costumbre de observar
la Ley de Moisés, mientras que los cristianos venidos del paganismo se sentían libres de la
Ley. Pedro, por una falsa prudencia, y hasta Bernabé el gran compañero de Pablo,
disimularon y se apegaron a los judíos. Pablo vio el peligro de que Pedro, precisamente el
Jefe de la Iglesia, condescendiera en un asunto tan delicado, y se le enfrentó con toda
energía. La cosa no pasó adelante, y todo quedó en paz.
Javier. ¿Y a este hecho se agarran los enemigos de del Papa y de la Iglesia? En realidad,
Pablo venía a reconocer la autoridad superior de Pedro, y por eso le dio tanta importancia.
De una conducta equivocada podría seguirse un principio doctrinal muy grave. Esto es lo
que pienso yo, vaya…
P. Luis. Hoy ya nadie hace caso de aquello de los racionalistas de siglo diecinueve, que
qusieron enfrentar a una Iglesia “paulina” contra otra “petrina”, la Iglesia de Pedro. No
hubo enfrentamiento doctrinal, sino un hecho práctico entre Pablo y Pedro, aunque todavía
hoy se empeñan algunos en hacer decir a Pablo lo que Pablo no dice.
P. Luis. Sí; una frase cortísima pero que nos interesa tanto. Librado de la cárcel de
Jerusalén aquella noche, dicen los Hechos de los Apóstoles sólo estas palabras: “Salió, y
marchó a otro lugar”.
Rosy. ¿A dónde?
P. Luis. ¡Cuánto que nos gustaría saberlo con toda precisión! Pero ya no tenemos más
datos en el Nuevo Testamento, aunque, afortunadamente, por la Historia sabemos con toda
certeza bastantes cosas más, y precisamente para lo que más nos interesa.
P. Luis. Lo de la liberación milagrosa de la cárcel fue el año 42, y Pedro marchó lo más
probablemente a Roma, donde moriría el año 67, veinticinco años después. Y ss curiosa la
afirmación de San Jerónimo, que asegura como cosa sabida: “Pedro pontificó en Roma por
espacio de 25 años”, que no hay que considerarlos seguidos.
P. Luis. ¿Qué si lo es?... ¿Sabes quién era Harnack? Un protestante racionalista alemán,
verdadera autoridad en estudios de la Biblia y de Historia, aunque no debemos estar en todo
acordes con él, ni mucho menos. Pues bien; sobre la estadía y muerte de Pedro en Roma
dice que no merece el nombre de historiador quien se atreva a ponerlo en duda. Porque la
cosa es totalmente cierta.
P. Luis. Rosy, lo que estás sospechando y te lo callas. De Pedro estás pasando al Papa,
¿verdad que sí?...
Cuestionario
P. Luis. ¿Qué decimos sobre esta lección? ¿Y cuál es la gran consecuencia de ella?
Primero. Pedro, por disposición del mismo Jesús, tiene en el Evangelio y en todo el
Nuevo Testamento una posición de verdadero privilegio.
Segundo. Todo, porque el mismo Jesús lo constituyó Roca, Piedra visible de la Iglesia,
Cabeza de los Apóstoles y Vicario suyo.
Tercero. Aunque hemos visto una lección de Biblia, por la Historia sabemos cómo
Pedro, en la Sede de Roma, ha tenido una sucesión directa e ininterrumpida de Papas que,
en la fe de la Iglesia, tienen los mismos privilegios que Jesús dio personalmente a Pedro.
Rosy. ¡Qué seguridad la nuestra! Jesús le dijo a Pedro en el Evangelio: “Sobre esta Roca
edifico yo mi Iglesia, y los poderes del Infierno no prevalecerán contra ella”. ¿Se ha
cumplido la palabra de Jesús? ¿Se sigue cumpliendo? Llevamos ya dos mil años de
experiencia. ¿Podemos seguir creyendo en la palabra de Jesús?...
A continuación, la misma Lección 109,
“¡Volverá!”. La Parusía o Segunda Venida del Señor,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Rosy, ¿te acuerdas cómo acabaste la lección de hace dos días, la del
Apocalipsis?
Rosy. ¡Vaya que si me acuerdo! Con las mismas palabras con que acaba el Apocalipsis:
“¡Ven, Señor Jesús!”.
P. Luis. Pues, te hago una profecía: hoy vas a acabar esta lección con esas mismas
palabras, te lo aseguro.
Javier. ¿De ese día tan terrorífico, y quiere que lo estemos deseando y hasta pidiendo?...
Javier. Sí, es algo que repetimos continuamente en el Credo: “Y de nuevo vendrá con
gloria a juzgar a vivos y muertos”.
P. Luis. ¿Por qué?, les pregunto yo ahora. Con esa profesión de fe, Javi, recogemos la
palabra de los dos ángeles a la Iglesia que nacía y se quedaba en el mundo: “Galileos, ¿qué
hacen aquí mirando de esa manera al cielo? Ese Jesús, tal como lo han visto subir, así
volverá un día”.
P. Luis. El mismo Jesús, en el Evangelio, lo dice de sí mismo: “Verán venir al Hijo del
Hombre sobre las nubes con gran poder y gloria”.
Rosy. Con palabras tan terminantes, tenemos razón para creerlo a pie juntillas.
Javier. Y veo que lo legaron a la Iglesia como una de las verdades más claras enseñadas
por el Señor.
P. Luis. Nosotros lo traemos hoy como una lección muy señalada de la Biblia, después
de haber estudiado todos los libros del Nuevo Testamento.
P. Luis. ¿Preguntas que cómo aparece aquel día, “El Día del Señor”, en los Evangelios y
en todos los escritos de los Apóstoles? De muchas formas y muchas veces, no una que otra
nada más.
P. Luis. Veo que has leído algo, Javi. Esas palabras nos resultan algo técnicas. “Parusía”
significa la Segunda Venida del Señor, “Escatología” quiere decir lo último de todo, lo que
sucederá al final de los tiempos.
Rosy. Ya que son innumerables los textos del Nuevo Testamento que nos hablan del
final del mundo, convendría nos dictara sólo algunos más significativos.
P. Luis. Ante todo, ¿cómo hablan del último día Jesús y los Apóstoles? Lo hacen con
lenguaje apocalíptico y simbólico.
P. Luis. Valga por todos este texto de Lucas: “Habrá señales en el sol, en la luna y en las
estrellas; y en la tierra angustia de la gente, trastornada por el estruendo del mar y de las
olas. Los hombres se quedarán sin aliento por el terror y la ansiedad ante las cosas que se
abatirán sobre el mundo, porque la tierra y los cielos se tambalearán”.
P. Luis. Y comenta Pedro: “En aquel día, los cielos se desharán con ruido ensordecedor;
los elementos se disolverán abrasados y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá”.
Rosy. ¿Cómo hay que entender esto? ¿Es real o simbólico?
P. Luis. Ciertamente que en la Iglesia ha vencido siempre la idea de que ese cambio del
mundo se producirá de forma realista. Será cierto lo de una catástrofe universal.
P. Luis. Sí. Aunque San Pablo, diciendo lo mismo, suaviza la imagen: “La creación vive
la esperanza de ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la libertad
gloriosa de los hijos de Dios”.
Rosy. Veo que los dos, Pedro y Pablo, esperan un Mundo Nuevo: Pedro con la
destrucción total del viejo; Pablo, con la transformación de lo corruptible en inmortal o
imperecedero. Pero los dos vienen al fin a decir lo mismo.
P. Luis. Eso es un punto central del último día: la resurrección de los muertos. En esto,
Jesús como los Apóstoles son en sus afirmaciones claros hasta la evidencia.
P. Luis. Después de curar al paralítico de la piscina, les dice a sus contrincantes los
judíos: “Llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz, y saldrán los
que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para
una resurrección de condenación”.
Javier. ¡Qué bien empieza el Señor a dividir a los dos grupos del Valle de Josafat!...
P. Luis. Sobre los buenos, que se habrán alimentado de su mismo Cuerpo, dice el mismo
Jesús: “Tienen vida eterna, y yo los resucitaré en el último día”.
P. Luis. De este modo, cuando los sepulcros devuelvan vivos a todos los que tienen
presos, la muerte habrá quedado vencida del todo, como dice San Pablo: “El último
enemigo en ser destruido será la muerte”. La victoria de Jesucristo va a ser seria, ¿no es
así?…
Rosy. Bien. Ya hemos visto cómo va a ser la resurrección de los muertos. ¿Qué viene
después?
P. Luis. Realizada la resurrección de los muertos, Jesús “enviará a sus ángeles y reunirá
de los cuatro vientos a los elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del
cielo”. “Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre”´.
P. Luis. Señal, signo, bandera…, viene a ser todo igual. Los antiguos Padres de la
Iglesia la identificaron siempre como la Cruz.
Rosy. Me vienen ganas de hacer correr mi imaginación. Una cruz de luz, desde luego,
no un madero. Una cruz victoriosa. Y Jesús detrás de ella. Como aquel día camino del
Calvario detrás del Cireneo. ¡Pero de qué manera tan diferente! La procesión de aquel día
va a ser bastante diferente de la otra por la calle de la amargura… ¡Vaya revancha que se va
a tomar el Señor!...
Javier. Rosy, no te niego que tienes buena imaginación… Pero le pido al Padre Luis que
siga con la lección.
P. Luis. Sigue diciendo Jesús que vendrá “en su gloria acompañado de todos sus ángeles
y se sentará en su trono de gloria”. Bajarán todos los ángeles del Cielo y comparecerán
también todos los demonios del Infierno.
P. Luis. Sí, ciertamente. No va a faltar nada ni nadie para el gran espectáculo. Y los
demonios más que nadie. Lo sabemos expresamente por los Apóstoles. San Pablo lo dice
sin duda alguna: “¿No saben que juzgaremos también a los ángeles?”. Y Pedro mucho más
explícitamente: “Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitándolos en
los abismos tenebrosos del Infierno, los entregó para ser custodiados hasta el Juicio”. E
igualmente clara la carta de Judas: “A los ángeles que no se mantuvieron en su puesto, los
tiene guardados con ligaduras eternas bajo tinieblas para el juicio del gran Día”.
Javier. Rosy, no sé si tengo tu imaginación. Pero me gusta dejar que corra también la
mía. ¡Qué tremendo y qué formidable!...
Javier. Empecemos por la sentencia de los buenos, la que esperamos para nosotros.
P. Luis. A éstos que tú mencionas, Javi, a nosotros, nos dirá: “Vengan, benditos de mi
Padre, a poseer el Reino que les está preparado desde el principio del mundo”.
Rosy. ¡Dios mío, qué aplauso con que recogeremos esta sentencia!...
P. Luis. Sigues con tu imaginación loca, Rosy. Mientras que a los otros dirá con palabra
estremecedora: “Lejos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para Satanás y sus
ángeles”.
Javier. Quiere decir, que los Apóstoles, y el mismo Señor, lo consideraban muy
importante y digno de tenerse siempre muy en cuenta.
Rosy. Pero, permítanme preguntar: en toda esta manera de hablar, ¿qué hay de parábola
y qué hay de palabra textual y directa?
P. Luis. Es difícil precisarlo. Pero una cosa es cierta: que la Segunda Venida del Señor
será grandiosa por demás. Será un espectáculo inimaginable. Aquel día será el triunfo total
y definitivo de Jesucristo y de su Iglesia. Aplastados todos los enemigos, “puestos como
escabel de sus pies”, Jesús quedará constituido Rey universal de los siglos.
Javier. Me viene a la memoria la respuesta de Jesús al sumo sacerdote ante el Sanedrín
en la noche de su pasión: “Verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo y
sentado a la derecha de la Majestad de Dios”.
Cuestionario
P. Luis. Javi, sin que tú me lo pidas hoy, me avanzo a hacer el resumen de todo y de una
manera un poco inusual. Fíjense en los siguientes puntos.
Primero. El Juicio Universal con todas las circunstancias que lo rodearán ha excitado
siempre neustra curiosidad: ¿cuándo? ¿cómo?...
Segundo. Sin embargo, Jesús no respondió a nada de todo esto. Sólo vino a decir: “Estén
preparados porque no saben cuando vendré. Miren que se lo he predicho”. “Ese día es un
secreto que se ha reservado Dios”. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán”.
Tercero. San Pablo nos pide vivir de tal manera que aquel día sea para nosotros de
esperanza plena: “Vivan irreprensibles hasta el Día de nuestro Señor Jesucristo”.
Cuarto. Para los elegidos, el Día del Señor no es nada terrorífico, sino todo lo contrario.
San Pablo lo expresa de manera gozosa: “Seremos arrebatados al encuentro del Señor en las
nubes, y así estaremos siempre con el Señor”.
Quinto. Y concluye Jesús, después que nos ha descrito todas las catástrofes que
precederán al Juicio del gran Día: “Cuando vean suceder todas estas cosas, ¡ánimo!, y
levanten la cabeza, porque se acerca su liberación”.
Javier. ¡Magnífico! Que tiemblen los malos que se hayan de perder. Nosotros, los fieles
de Jesucristo, soñamos, soñamos en aquel Día.
Rosy. Y claro que acabo diciendo con toda la Iglesia las palabras finales del
Apocalipsis, como el otro día: “¡Ven, Señor Jesús!”…
A continuación, la misma Lección 110,
Cuando entregue el Reino a Dios y Padre. El fin sin fin,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Y si es ésta la última lección de nuestro Curso de Biblia, ¿con qué tema
acabamos?...
Rosy. Con el que usted quiera. Pero, por favor, que sea bueno. Si toda la Biblia se centra
en Jesucristo, que la última lección sea sobre Jesucristo, y nos basta…
P. Luis. ¡Pues, vaya que están hoy valientes los dos! Y yo, desde luego, les quiero
complacer. Por eso, he escogido como tema unas palabras de San Pablo que son la más
bella conclusión sobre la Persona y sobre la Obra redentora de Jesucristo.
P. Luis. Habla Pablo del último día, del Día del Señor, y les dice a los de Corinto:
Cristo, “cuando entregue a Dios Padre el Reino… cuando hayan sido sometidas a él todas
las cosas…, entonces Dios será todo en todos”. Por lo mismo, para terminar nuestro Curso,
hablemos del Reino glorioso de Jesucristo.
Javier. ¡Bien! Vamos a ver a Jesucristo, el Alfa y Omega, el principio y fin de todas las
cosas…
Javier. Las anécdotas nos han gustado siempre mucho. ¿Cuál es la de hoy?
Javier. Muy bien planteada esta lección, Padre Luis, con ese tema que ha escogido:
“Jesucristo entrega el Reino al Padre, después que el Padre le ha sometido a Él todas las
cosas”. Desarrolle bien este tema, que escuchamos con afán.
Rosy. Estupendo. Veamos, Biblia en mano, ¿qué significa eso que confesamos en el
Credo: “Y su Reino no tendrá fin”?...
P. Luis. Dices, Rosy, que “Biblia en mano”. No puedes expresarte mejor. ¿A quién
vamos a tener por guía en esta lección? Como en ninguna otra de nuestras clases, se van a
enlazar unos con otros muchos textos de las Sagradas Escrituras.
Javier. Es lo mejor. Que sea Él, el Señor, quien nos hable sobre lo que va a ser nuestro
fin sin fin en su Reino, en el Reino del que tomará posesión definitiva el día de su Segunda
Venida, como veíamos en nuestra lección anterior.
P. Luis. Y empiezo por preguntar: ¿Es Rey Jesucristo? ¿Tiene un Reino? ¿Será Rey para
siempre?... Estas preguntas encuentran su respuesta adecuada en muchos textos de la
Sagrada Biblia.
Javier. ¿Lo dice ya, como una profecía, el Antiguo Testamento, o hemos de esperar al
Nuevo?
P. Luis. El famoso ángel de la séptima trompeta clama triunfante: “Ha llegado sobre el
mundo el Reinado de nuestro Señor y de su Cristo; y reinará por los siglos de los siglos”.
P. Luis. A este clamor respondía un eco jubiloso en los cielos: “Te damos gracias, Señor
Dios Todopoderoso, porque has asumido tu inmenso poder para establecer tu reinado”.
P. Luis. Porque Jesús es Dios y Señor. Hemos de entender bien lo que significa en la
Biblia la palabra “Señor”. Para un judío, no había más que un solo Señor: Dios.
P. Luis. Recordemos la escena de Jesús con sus enemigos, cuando les propone la
cuestión citando el salmo 109: Si el Mesías es hijo de David, ¿cómo es que David le llama
“Señor” a su hijo? El salmo es claro: “Dijo el Señor a mi Señor”... Si el Mesías es ‘Señor’,
es decir, ‘Dios’, ¿cómo es hijo de David?...
Rosy. Los enemigos de Jesús, escribas y fariseos, quedaron mudos, sin respuesta.
P. Luis. Jesucristo, aunque hombre tan sencillo, se declaraba Señor, Hijo de Dios, Dios
como el mismo Yahvé.
Javier. Y esto, por más que a los tres días de esa discusión con sus enemigos iba a parar
en la cruz.
P. Luis. Pero, precisamente al obedecer a Dios hasta la muerte, y muerte de cruz, “Dios
lo exaltó, y le dio el Nombre sobre todo nombre, ante el que se ha de doblar toda rodilla en
el cielo, en la tierra y en los abismos, porque Cristo Jesús es el SEÑOR”. Así canta ese
himno sublime de la Carta de Pablo a los de Filipos. ¿No lo recuerdan?...
Rosy. Sí; recordamos bien aquel himno de la Carta a los Filipenses. Por lo visto, la
Iglesia creyó desde el principio en este señorío y realeza de Jesucristo. ¿No es así?
Rosy. ¿Esto? Es la profesión de fe más viva que repetimos mil veces, tomada del
recalcitrante Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”.
Rosy. Sí; Jesucristo es Rey porque es Dios y Señor. Sin embargo, nosotros nos
preguntamos: ¿Y cómo es que tiene tantos enemigos, enemigos que, con Satanás su Jefe e
inspirador, detentan tanto poder en el mundo?
P. Luis. Es ésta una pregunta inquietante a la que muchos no saben dar repuesta. Y
hemos de decir que no deja de ser un misterio de Dios.
P. Luis. Satanás opera en el mundo y tiene multitud de aliados que le llevan adelante sus
malditos planes. Son, con palabra de Jesús, los que siembran la cizaña en medio del trigo.
Rosy. No hay más abrir los ojos a nuestro alrededor para descubrir mucho mal en el
mundo. Y esto, desde aquella mordida a la fruta en el paraíso.
P. Luis. Pero Satanás y los suyos tienen la sentencia echada: al final, “el Hijo del
hombre mandará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los
obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego”.
Javier. Es evidente. Dios no puede tolerar el triunfo del mal como fin del mundo
P. Luis. Los enemigos de Jesucristo, según palabras del Apocalipsis, “harán la guerra al
Cordero, pero el Cordero, como es Rey de reyes y Señor de señores, los vencerá en unión
con los suyos, los llamados, los elegidos y los fieles”.
P. Luis. Así, como oyes. Y mira lo que Pablo dice de los infieles: “Tengan entendido
que ningún fornicario o impuro o codicioso, que es como ser idólatra, participará en la
herencia del Reino de Cristo y de Dios”.
Javier. Lo hemos visto con todas las lecciones sobre el Nuevo Testamento. Dios ha
querido ir progresivamente, no de un solo tirón.
P. Luis. Con la venida de Jesús al mundo se inició la salvación, que acabará de modo
pleno y perfecto “cuando entregue el Reino a Dios y Padre”.
Javier. ¿Y cómo miramos ahora nosotros nuestra suerte cara al Reino de Jesucristo?
P. Luis. Así nos llegará el fin, del que nos dice Dios: “¡Dichosos los que mueren en el
Señor! Desde ahora, dice el Espíritu, sí, que descansen de sus fatigas, porque sus obras los
acompañan”.
Javier. Hay textos que hemos escuchado mil veces: “De ellos es el Reino de los Cielos”.
“Porque ellos verán a Dios”. “Seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es Él”.
P. Luis. Muy bien. Y mira el comentario del Catecismo de la Iglesia Católica: “La
visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la
fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua”.
P. Luis. El Concilio, con preciosos textos del Apocalipsis, nos describe lo que será
nuestro fin sin fin: “Cuando Cristo se manifieste y tenga lugar la gloriosa resurrección de
los muertos, la gloria de Dios iluminará la ciudad celeste, y su lumbrera será el Cordero.
Entonces toda la Iglesia de los santos, en la felicidad suprema del amor, adorará a Dios y al
Cordero que fue inmolado, proclamando con una sola voz: Al que está sentado en el trono y
al Cordero, alabanza, gloria, imperio por los siglos de los siglos”.
Cuestionario
Javier. ¿Qué más queremos? ¡Hay para soñar con ese “fin sin fin” que nos espera!...
Padre Luis, ¿cómo nos resume la lección de hoy?...
P. Luis. Pueden ver que se nos ido todo en ensartar uno tras otro textos y más textos de
la Biblia, sobre todo del Nuevo Testamento, acerca del Reino eterno de Jesucristo.
Resumamos las ideas principales en algunos puntos concretos.
Primero Es una idea clara los Apóstoles que Jesucristo fue constituido “Señor”, o
reconocido como Dios y como Rey del Universo a partir de su Resurrección.
Segundo. El Reino de Dios, inaugurado por Jesucristo con su venida al mundo, no se
consumará hasta el último día, en el “El Día del Señor”, cuando quede completo el número
de los elegidos.
Tercero. Es entonces, según San Pablo, “cuando entregará a Dios y Padre el Reino”, una
vez le hayan quedado sometidos y reducidos a la impotencia todos sus enemigos.
Javier. Por lo mismo, Jesucristo será el Rey eterno del Universo, y nosotros, súbditos y
reyes con Él.
P. Luis. Les invito a que oigan y mediten estas palabras del Catecismo de la Iglesia
Católica: “Al fin de los tiempos, el Reino de Dios llegará a su plenitud. Entonces, los justos
reinarán con Cristo para siempre, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo
material será transformado. Dios será entonces “todo en todos”.
Rosy. ¡Esto sí que es acabar bien nuestro Curso de Biblia!... Me vienen ganas de
agacharme al suelo como esos monjes griegos, y escuchar el clamor lejano de todos los
seres del Universo: ¡Jesucristo reina por los siglos de los siglos!...
Segunda Parte
P. Luis. Javier, tú que tienes tanta afición a la Historia. ¿Qué piensas de las Naciones
Unidas?
Javier. ¡Qué quiere que le diga! Nacieron a partir de la última Guerra Mundial, y se
propusieron como fin acabar con tantos conflictos internacionales, promoviendo la justicia
y el bienestar en todos los pueblos. Pero, a pesar de haber trabajado muchas veces
laudablemente, se han quedado muy lejos de haber conseguido aquellos objetivos.
Javier. Que acudan más a Dios. Si fracasamos los hombres, a lo mejor Dios no
fracasa…, si es que le dejamos actuar.
Rosy. Padre Luis, abra la Biblia a ver si encuentra alguna página que le pueda aconsejar
al Secretario General o al Consejo de Seguridad…
P. Luis. Pues…, a lo mejor la encontraría. Y la tengo a la mano, porque con esa mala
intención he hecho la pregunta a Javier. Tomemos este hecho humano e histórico de
nuestros días como una comparación. Y nos preguntamos: ¿Podemos decir, a la luz de la fe,
y con la Biblia, con la Palabra de Dios en la mano, que Dios se propuso el mismo plan, y
que, a pesar de la obra del pecado, Dios lo va a conseguir un día?...
P. Luis. Desde el principio les respondo categóricamente que sí. Y lo sabemos de cierto
porque Dios nos ha revelado su “Misterio”, como lo llama San Pablo, y que no es otro sino
“recapitular”, “hacer converger” y “centrar” todas las cosas en Jesucristo.
P. Luis. Que un día, falten los milenios que falten, se dará eso en que sueñan los
hombres y no lo pueden conseguir: el Reino de Dios llegará a su consumación, y no habrá
más que una unión perfecta de todos los hombres, “cuando Dios será todo en todos”, “una
vez entregado por Jesucristo el Reino al Padre”.
Rosy. Según nos ha dicho más de una vez, “la plenitud de los tiempos” es la era
mesiánica, que empezó con la encarnación del Hijo de Dios en el seno de María, y se
completó con la muerte y resurrección de Jesucristo. Pregunto entonces: ¿cómo va
realizando Dios ese su designio?
P. Luis. Eso lo va haciendo Dios ya ahora con todos los elegidos, que, al unirse con
Cristo, se unen también entre sí de manera irrompible en la realidad de la Iglesia, que forma
“un solo cuerpo y un solo Espíritu”.
Javier. Pero, si esto es así, ¿cómo se explica tanto mal todavía en el mundo?
Rosy. ¿Hay algo más explícito en la Biblia sobre este plan de Dios?
P. Luis. Al meternos hoy en una lección tan hermosa de la Biblia, empezamos por traer
otras palabras grandiosas de San Pablo a los mismos efesios: “Dios me concedió, por una
revelación, el conocimiento del misterio de Cristo, misterio que en generaciones pasadas no
fue dado a conocer a los hombres, como ha sido revelado ahora a los santos apóstoles y
evangelizadores por el Espíritu: la gracia de anunciar y esclarecer cómo se ha dispensado el
misterio escondido desde hace siglos en Dios”.
P. Luis. Que los paganos, como los judíos, iban a formar un solo pueblo en Cristo,
mediante la Iglesia. Porque todas las gentes de la tierra se unirían en Cristo por la Iglesia
como una sola nación, sin posibles divisiones ya entre los hombres.
Javier. Este plan es mucho más grande, más genial y más eficaz que el trazado por los
hombres con las Naciones Unidas…
P. Luis. Haces bien, Javi, con traer esa comparación que hemos puesto al principio. Por
eso, le pide ahora Pablo a Dios para sus discípulos: “Que les conceda fortalecerse
interiormente, mediante le acción de su Espíritu, para que Cristo habite por la fe en sus
corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en el amor, puedan comprender con todos
los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo,
que excede a todo conocimiento, y les llene de toda la plenitud de Dios”.
Rosy. Es decir, que el aglutinante que va a unir a todos los hombres es un amor
inconcebible de Dios y de Jesucristo.
Javier. Por lo que yo entiendo con estas palabras de Pablo, es un imposible llegar a las
riberas de ese amor divino, porque es infinito en todas sus dimensiones.. Ancho, más que
todo el mundo, pues abarca a todos los hombres. Largo, sin que jamás se alcance su fin.
Profundo, que resulta insondable. Alto, que llega hasta las cumbres más inalcanzables de
Dios.
P. Luis. San Pablo había escrito ya antes sobre este “Misterio” que Dios se guardaba
muy secreto, de modo que no lo conocieran los ángeles caídos, porque hubieran echado a
perder el plan de Dios:
P. Luis. Es decir, las autoridades humanas, y más aún, los demonios que rigen el mundo,
obraban con toda malicia respecto de Jesús. Pero Dios, de aquella sentencia tan injusta a
muerte, sacó la Redención humana. De haber conocido el “Misterio”, el secreto de Dios, los
demonios no hubieran incitado a los hombres a crucificar a Cristo. Lo hicieron, y cayeron
en la trampa.
P. Luis. Ahora sí; ahora los demonios y todos los hombres, vemos todo el “Misterio”
realzado en la Iglesia, como lo atestigua San Pablo: “La sabiduría de Dios es manifestada a
los principados y a las potestades en los cielos, mediante la Iglesia, conforme al designio
eterno realizado en Cristo Jesús, Señor nuestro”.
Rosy. ¡Qué grandioso todo esto! Cristo, crucificado y resucitado, viviente en su Iglesia
y en cada uno de sus miembros, es el centro en el cual converge todo el plan salvador de
Dios.
Javier. Veo que todo lo que vamos diciendo se reduce a que Dios quiere una unión total
de nosotros con Cristo.
P. Luis. A eso va todo. Esta unión de todos los hombres en Cristo no se puede conseguir
sin la unión estrecha, íntima, irrompible, de cada uno de nosotros con el mismo Señor
Jesucristo.
Rosy. En este caso, lo que importa es acrecentar esta unión que ya se realizó en nuestro
Bautismo, pero que nosotros queremos hacer cada vez más intensa, hasta poder asegurar
como Pablo: “Vivo yo; pero ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí”.
P. Luis. No podías decirlo mejor, Rosy. Al estar cada uno estrechamente unido a Cristo
en la Iglesia, edificación del Espíritu que nos hace formar un solo templo, viene el unirse de
modo necesarísimo una piedra con otra, es decir, de todos los cristianos entre sí, y es
imposible prescindir de esa unión.
Javier. Es lo que se nos dice tantas veces en la predicación de la Iglesia: que somos
piedras vidas de un mismo edificio.
P. Luis. Esto lo dijeron los apóstoles de muchas maneras. “Son edificio de Dios”, por
estar “edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular
Cristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo
en el Señor, en quien también ustedes están siendo edificados con ellos, para ser morada de
Dios en el Espíritu”.
P. Luis. San Pedro, igual: “También ustedes, como piedras vivas, entran en la
construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios
espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo”.
Javier. ¡Claro! Las piedras están unidas las unas con las otras…
P. Luis. El Papa San Gregorio Magno nos ha recordado esta verdad con una
comparación muy atinada, traída por el Papa Benedicto XVI en una de sus catequesis: “«En
una casa una piedra sostiene la otra, pues se pone una piedra sobre otra, y quien sostiene a
otro es a su vez sostenido por otro. De este modo, precisamente de este modo, en la santa
Iglesia cada quien sostiene y es sostenido».
Javier. Si la unión de cada uno en Cristo lleva a este fin, la Iglesia, proyecto de Dios
para la salvación de cada uno, lleva también necesariamente a la unión de todas las gentes
en un solo pueblo, una unión que los hombres de mejor buena voluntad, como pudieron ser
los fundadores de las Naciones Unidas, no consiguen jamás.
Rosy. Sobra entonces decir, analizando esas palabras de la Biblia en la Carta de Pablo a
los de Éfeso, que por nosotros mismos, por nuestra propia salvación, y por el bien de todos
los hombres, lo más grande, seguro y provechoso que podemos hacer, es adherirnos cuanto
más a Cristo Jesús.
Javier. Esto es evidente. De esta manera cooperamos con Dios a la realización de aquel
“Misterio” tan grandioso que tenía proyectado y escondido desde toda la eternidad.
Rosy. ¿Y cómo podríamos realizar, ya cada uno de nosotros en particular, esa unión con
Cristo?
P. Luis. Rosy, te has olvidado que tú misma has señalado la pista hace unos momentos:
Esa unión se inició y se realizó en nuestro Bautismo. Ahora es cuestión de irla acrecentando
cada día más. El crecimiento en Cristo Jesús ha de ser constante e ininterrumpido.
Javier. Esto es otra cosa que se nos enseña siempre en la Iglesia: Oración, Sacramentos,
la Eucaristía sobre todo, el Trabajo de la jornada santificado bajo la mirada de Dios…
P. Luis. ¡Qué bien dicho todo! El que es cristiano así, no crece sólo él en Cristo. Por
fuerza difunde el beneficio de su acción hacia los demás en mil obras de justicia, de
caridad, de paz… Esos cristianos son los que en verdad salvan el mundo. Conforme a la
palabra de Jesús en la conocida parábola de la cizaña, el campo es el mundo, y la buena
semilla son los hijos del Reino”.
Rosy. Es de suponer que muchos Santos nos habrán dejado enseñanzas y ejemplos de
esta unión suya con Cristo. Pienso en dos grandes de nuestros días: una Madre Teresa y un
Juan Pablo II.
Javier. El primero en quien yo pienso es San Pablo, cundo escribe en Grecia, en la sabia
Grecia nada menos: “No quiero saber otra cosa que a Cristo”.
P. Luis. ¿Y sabes cuál fue el resultado de semejante decisión? San Juan Crisóstomo lo
dijo con frase lapidaria: “El corazón de Pablo era el corazón de Cristo”.
Javier. Ojalá que en vez de “algunos” sean “muchos”. Los Santos nos dan unos
ejemplos formidables.
P. Luis. El antiguo y célebre monje San Macario, aseguraba: “Cristo me hace las veces
de alma”. Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia, afirma: “Yo no tengo alma; yo no
tengo corazón; porque mi corazón y mi alma son los de Jesucristo”. Y otro Santo, Antonio
María Claret, lo expresaba de manera verdaderamente audaz: “Después de la comunión, le
digo a Jesús: Toma este mi pobre corazón; cómetelo, como yo te como a ti. Con las
palabras de la consagración la sustancia del pan y del vino se convierte en la sustancia de tu
Cuerpo y Sangre. ¡Señor omnipotente! Conságrame. Habla sobre mí, y conviérteme del
todo en ti”.
Rosy. ¡Qué testimonios más preciosos!... Si Abraham, David, los Profetas hubieran
sabido todo esto que nosotros conocemos, ¿qué habrían dicho?...
Javier. ¡Puedes figurarte cómo estarían muchos libros del Antiguo Testamento!...
P. Luis. Los grandes patriarcas, como nos dice la Carta a los Hebreos, sospechaban los
designios de Dios. No los veían, y morían en la fe, “viendo de lejos, y saludando la
promesa”, esa Promesa que era el Cristo futuro.
Rosy. ¡Qué hermosa expresión! Cerrar los ojos mirando lejos, lejos…, con la esperanza
de que un día se iba a cumplir todo.
Cuestionario
Javier. Si es así, yo me pregunto: Para bien propio y del mundo entero, ¿cómo es
nuestra unión con Cristo, dentro del “Misterio” de Dios?...
A continuación, la misma Lección 112,
Creo, Señor. La Biblia en el Credo de nuestros labios,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. ¿Así, Padre Luis, que se ha empeñado en hablarnos del Credo en una clase de
Biblia? ¿Tanto tienen que ver entre sí la Biblia y el Credo?
P. Luis. Mira, el Credo y la Biblia son dos hermanos gemelos inseparables, él y ella con
rasgos fisonómicos inconfundibles. Visto él, vista ella; vista ella, visto él.
Javier. ¿No habla en serio? Si son gemelos, nacieron juntos. Y el Credo no nació antes
que la Biblia.
P. Luis. ¿Crees que los separa mucho tiempo en el nacimiento? Pues, no lo creas. Todos
los comentaristas de la Biblia están acordes en que algunos artículos del Credo se remontan
a los Apóstoles y que los tenemos en sus cartas. Ciertas verdades fundamentales las
enseñaban con fórmulas fijas. El caso más evidente es el de Pablo en el capítulo 15 de la
Primera Carta a los de Corinto: “Les transmití, en primer lugar, lo que yo mismo recibí: que
Cristo murió por nuestros pecados; que fue sepultado y que resucitó al tercer día; que se
apareció a Cefas y después a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a
la vez. Luego se apareció a Santiago, y después a todos los apóstoles”. El Credo que
solemos recitar se llama Símbolo de los Apóstoles, de tanta antigüedad y autoridad, como
atestigua San Ambrosio: “Es el símbolo que guarda la Iglesia romana, la que fue sede de
Pedro, el primero de los apóstoles, y a la cual él llevó la doctrina común” (CCE, 195)
Rosy. Que dijeran esto ya en la Iglesia antigua, es mucho decir. Fuera de las primeras
palabras del Credo: “Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”,
todo es del Nuevo Testamento. El Credo y la Biblia en sus páginas más recientes, son lo
mismo.
P. Luis. Dices muy bien, Rosy. La Iglesia, que compuso el Credo, no hizo más que
encerrar en él toda la revelación de Jesucristo según la más pura Tradición de las primeras
Iglesias.
P. Luis. Hablemos primero del Credo, después, de la relación que tiene con la Biblia. El
apóstol San Pablo tiene unas palabras que se repiten mucho, sobre todo en el tiempo
pascual, cuando escribe: “Con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se
confiesa para conseguir la salvación”.
Rosy. Esto quiere decir que la fe, que es la adhesión a la Palabra de Dios, anida en lo
más íntimo del alma; por ella nos apegamos a Dios, lo admitimos, lo queremos, nos
entregamos a Él. Pero esa fe se convierte en grito de júbilo, y estalla en los labios que
confiesan: “¡Jesús es el Señor, el resucitado por Dios de entre los muertos!”. Así entiendo
yo este texto de San Pablo.
P. Luis. Y lo entiendes muy bien. Así lo ha creído y repetido siempre la Iglesia, desde
que San Pablo escribiera esas palabras. ¿Quieren que se lo confirme con el ejemplo de un
mártir, llamado Gordio, en tiempo de las persecuciones romanas? Un oficial sabía muy bien
esto de la Biblia, y fue instigado por sus compañeros: “No reniegues de tu fe cristiana.
Guárdatela en el corazón, pero calla y no digas nada”. El valiente militar se demostró más
valiente cristiano aún, y contestó: “El que me dio el corazón, me dio también la lengua”.
Javier. ¡Formidable comentario a las palabras de San Pablo! Con el corazón se cree, con
la boca se proclama. Es lo de Jesús en el Evangelio: “De la abundancia del corazón habla la
boca”. No podemos leer un comentario mejor a esas palabras tan repetidas de San Pablo.
Rosy. Se ve muy claro. De este modo, el Credo viene a convertirse en la Biblia puesta
en nuestros labios. Todo lo que la Biblia nos dice lo creemos con el corazón, y en nuestros
labios se convierte en confesión, en proclamación vigorosa de la fe que anida en el corazón.
P. Luis. Por eso también, el Credo es un himno que recita quien acepta toda la Biblia,
toda la palabra de Dios; y es la síntesis y como el compendio de la Biblia entera, de toda la
Palabra que Dios ha revelado.
P. Luis. ¡Qué bien dicho, Javi! Les pongo como ejemplo: “Creo en la Iglesia, que es
una, santa, católica y apostólica”. Es como decir: “Y creo en todo lo que la Iglesia es,
enseña y manda, porque en ella todo arranca de los Apóstoles, que transmitieron fielmente
a la Iglesia “todo” lo que Jesús les confió.
P. Luis. Rosy, ¡tan formidable como Javi!... Pero, volvemos a la pregunta primera:
¿Todo lo del Credo, que es la Tradición más pura de la Iglesia, está en la Biblia? No lo
dudamos un solo instante. Podríamos repasar artículo tras artículo del Credo para
encontrarlo en la Biblia de una manera evidente. ¿Lo intentamos?...
Javier. ¿Va a encontrar un texto de la Biblia para confirmar cada artículo del Credo?
¿No se verá en algún apuro rebuscando?...
P. Luis. Sí; me voy a ver en un gran apuro seleccionando un texto entre muchos para
cada artículo. Los hay a montones, y no exagero.
Rosy. Empiezo yo por el primero, que he mencionado antes. Dice el Credo: “Creo en
Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”, Y la Biblia, en su primera línea:
“En el principio creó Dios el cielo y la tierra”.
Rosy. Hemos empezado con la Persona y la obra del Padre. Es de suponer que entramos
en los artículos sobre Jesucristo.
P. Luis. Otro artículo: “Que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, y nació
de Santa María Virgen”. ¿Dice esto mismo bien claro la Biblia? Para San Pablo: “Dios,
envió a su Hijo, nacido de mujer”, esa mujer, “María, de la cual nació Jesús”, comenta
Mateo. Y sigue Lucas, al narrar la anunciación: María afirma no mantener relaciones
conyugales, y recibe la respuesta: “No temas, el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder
del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Esto viene a confirmarlo Mateo: “Lo engendrado
en ella es del Espíritu Santo”, “para que se cumpliera la Escritura: la Virgen concebirá y
dará a luz un hijo”.
Rosy. ¡La Virgen!... Esto dicho desde el tiempo de los Apóstoles, y todo consignado en
el Evangelio.
P. Luis. Continúa el Credo con los artículos sobre el Sacrificio redentor de Cristo,
formulado de esta manera: “Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto
y sepultado, descendió a los infiernos”.
Javier. Cada una de estas palabras está muy bien pensada y tiene un significado
profundo y muy determinado. ¿Vienen los textos?
P. Luis. No resulta difícil hallarlos, pues los tenemos todos a mano. “Pilato, entregó a
Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado”, dice Marcos, y sigue Juan: “Jesús,
cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado el Calvario, y allí le crucificaron”, y
completa Lucas: Jesús dijo: ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’. Y dicho esto,
expiró”. Marcos narra la sepultura: “José de Arimatea lo descolgó de la cruz, y lo puso en
un sepulcro excavado en una roca, e hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro”. Y
Pedro escribirá en su primera carta desde Roma: “Jesús bajó a las partes inferiores de la
tierra”. “Hasta a los muertos fue anunciada la Buena Nueva”.
Javier. Hemos visto por Pablo a los de Corinto que todo eso de la Resurrección ya lo
enseñaban los Apóstoles con una fórmula como fundamento de la fe. ¡Por algo lo harían, y
qué claro que está en el Credo todo lo de la Biblia!
Rosy. La tercera parte del Credo, después de las dos primeras sobre el Padre y
Jesucristo, es la del Espíritu Santo y su obra, ¿no es así?
Javier. Yo también me sé el Credo, y dice esta tercera parte: “Creo en el Espíritu Santo,
en la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la
resurrección de la carne y la vida eterna”. ¿Están confirmados todos estos artículos por la
Biblia? ¿Tiene textos de la Biblia para cada artículo, Padre Luis?
P. Luis. Veamos. “El Espíritu de la verdad, que procede del Padre, dará testimonio de
mí”, dice Jesús en la Última Cena, como cuenta Juan. Y los Hechos nos dicen lo que Jesús
mismo aseguró al grupo momentos antes de la Ascensión: “Van a ser bautizados con
Espíritu Santo”.
P. Luis. Acerca de su gran obra, dice Jesús, como leemos en Mateo: “Sobre esta roca
edificó yo mi Iglesia”, de la cual comenta Pablo escribiendo a Timoteo: “Iglesia del Dios
vivo, columna y fundamento de la verdad”.
Javier. ¡Qué expresión tan magnífica esta de Pablo!… ¿Y qué dice sobre la Comunión
de los santos?
P. Luis. Hay que explicar algo. “Comunión de los santos” tiene un doble sentido:
comunicación en las cosas santas, como oración, sacramentos, etc., y comunicación entre sí
de las personas santas por el amor. Entonces. Miremos estos textos de la Biblia: “Se
mantenían constantes en la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión, en la fracción del
pan, y en las oraciones”. Y también: “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y
una sola alma”.
P. Luis. Un gran regalo del Resucitado: “A quienes perdonen los pecados les quedan
perdonados”. ¿Y la resurrección de la carne? “Sonará la trompeta, y los muertos resucitarán
incorruptibles”, “los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, los que hayan
hecho el mal para una resurrección de condenación”. “E irán éstos al castigo eterno, y los
justos a la vida eterna”.
Javier. Está bien claro. Como podemos ver, el Creo es la Biblia sintetizada, y no hay
afirmación en el Credo que no esté confirmada por textos y más textos de la Sagrada
Escritura, sobre todo del Nuevo Testamento. Con el Credo proclamamos nuestra fe a todos
los vientos.
P. Luis. El Creo es nuestro “santo y seña” del soldado. En las guerras antiguas, se daba
cada día a toda la compañía, batallón o división el santo y seña del día, una consigna hecha
con dos o tres palabras escogidas, que podían ser, por ejemplo: “¡Hoy venceremos!”, y
permanecía secreta entre los soldados. Si se presentaba en medio de la batalla o se filtraba
en retaguardia un soldado sospechoso, y se decían: ¿Es nuestro, o es enemigo?... Pronto se
salía de dudas cuando se le preguntaba: “¿Santo y seña?”… En su respuesta firmaba su
propia sentencia. Si no lo sabía, era enemigo, y paraba prisionero o tal vez muerto…
Rosy. ¡Bonito! Esto es el Credo: un santo y seña que nos distingue a los católicos.
P. Luis. Eso es lo cierto. Porque sólo la Iglesia Católica ha sido capaz de formular todo
lo que cree por la Biblia y por su Tradición, sintetizado en un Credo que, bajo diversas
fórmulas, se remonta hasta los primeros días de la misma Iglesia bajo los Apóstoles.
Javier. Conocía el valor del Credo, pero no pensaba que fuera tanto.
Rosy. ¿Te haces rival del Padre Luis en contar casos que vengan bien?
Javier. Rival, no; pero sí discípulo que aprende a hacer las cosas… Me lo encontré
estudiando Historia de la Filosofía. Cuenta Benson que, siendo todavía estudiante en
Oxford, la más célebre Universidad de Inglaterra, encontraba muchas veces en una sala de
lectura a diez hombres de la misma nación con diez religiones distintas. Estando después en
Roma, encontraba allí muchas veces en una sala del Vaticano, a diez hombres de diez
naciones distintas, todos con la misma religión.
Rosy. ¡Te luces con el ejemplo, Javi! Era eso el resultado necesario del Credo. Si todos
recitaban la misma profesión de fe, todos repetían el milagro de Pentecostés, aunque uno
hablara inglés, otro alemán, otro italiano, otro español, otro chino, otro japonés… Vete
diciendo idiomas. Todos hablaban en la misma lengua del Espíritu Santo, el que inspiró la
Biblia.
Cuestionario
Javier. Todo nos ha quedado muy claro. Sin embargo, creo, Padre Luis, que nos irá muy
bien el resumen de cada día.
P. Luis. El “Credo” toma su nombre de la primera palabra con que empiezan todos los
Símbolos o formas de Credo compuestos por la Iglesia. “Credo”, palabra latina que
significa “Creo”. Recuerden estos dos o tres puntos.
Primero. Desde el principio de la Iglesia, desde los mismos Apóstoles, se enseñaron en
breves fórmulas, que se grababan fácilmente en la memoria, las verdades fundamentales de
la fe, contenidas en la misma Biblia, sobre todo en el Nuevo Testamento.
Segundo. La Iglesia ha enseñado siempre que todo lo que contiene el Credo es dogma de
fe. O se cree, o se cae en la herejía.
Tercero. La recitación del Credo es una magnífica oración: porque es la proclamación
con los labios de la fe que anida en el corazón.
Rosy. Credo y Biblia, Biblia y Credo, son hermano y hermana, dos gemelos
inseparables, con rasgos fisiológicos inconfundibles. ¡Cómo me ha gustado la comparación!
La Biblia ha sido inspirada por Dios; el Credo, no. Pero, ¡qué bien ha sabido el Credo
retratar a la Biblia!...
A continuación, la misma Lección 113
Pasión y muerte redentoras. El Sacrificio de la Cruz,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo
_______________
P. Luis. Pues hoy volvemos sobre la pasión y la muerte de Jesús. Pero, miradas desde un
punto de vista diferente. Nos preguntamos desde el principio: ¿Qué significó aquella pasión
y muerte, impregnada de un amor infinito? Veremos cómo las reflexiones doctrinales sobre
la muerte de Jesús se multiplican sin cesar.
Javier. Es decir, que hoy no quiere hacer precisamente historia sobre la pasión y muerte
de Jesús, sino darnos toda la teología bíblica que entrañan.
P. Luis. Eso de “toda la teología” que entraña, es algo difícil. Si queremos que sea
“toda”, tenemos para horas, días, semanas, días y años… Diremos lo que podamos.
Rosy. ¿Empiezo por la primera pregunta? ¿Sabía Jesús que lo iban a matar? Y si lo
sabía, o lo sospechaba con toda seguridad, ¿cómo y por qué aceptó la muerte?
P. Luis. Ante todo, Jesús valoraba lo que le estaba ocurriendo con las autoridades judías,
los sumos sacerdotes, los senadores, los principales escribas y los fariseos. Hubo hechos en
la vida de Jesús que no le perdonaron sus adversarios, y le ganaron todo el odio de los
dirigentes del pueblo.
P. Luis. Por ejemplo, Jesús violaba el sábado, día sagrado en Israel; hacía milagros por
arte de magia en nombre de Beelzebul, el príncipe de los demonios; se arrogaba autoridad
sobre el Templo, al purificarlo expulsando a los vendedores; trataba con los publicanos y
prostitutas, pecadores públicos, dándoles el perdón de Dios, y asegurando, como ante el
paralítico, que lo hacía con autoridad propia; blasfemaba al asegurar que venía de Dios,
haciéndose Hijo de Dios y anterior a Abraham…
Rosy. ¿Y todo esto tan bello, tan santo, tan divino, le trajo odios y no bendiciones?
P. Luis. Rosy, empleas una palabra muy acertada: “tan divino”. En vez de reconocer que
Jesús era forzosamente un enviado de Dios, un profeta del todo singular, si no el mismo
Cristo tan prometido y tan esperado…, en vez de adivinar y ver y aceptar la misión de
Jesús, le atrajo tal enemistad de los dirigentes del pueblo, que veía claro cuál iba a ser su
destino final: Moriré en Jerusalén, como todos los profetas…
Javier. Todos esos motivos eran de orden religioso. ¿No existía entre medio ninguna
causa política?
P. Luis. Ya veo adónde vas, Javi. Modernamente han querido muchos ver a Jesús
enfrentado con las autoridades civiles, de modo que el desenlace de su vida fue, dicen ellos,
por motivos sociopolíticos. Esto lo dicen quienes quieren implicar a la Iglesia en luchas
igualmente sociopolíticas. Pero nada más falso que pensar eso de Jesús. A las autoridades
las trató siempre con respeto.
Rosy. ¿Por qué no cita casos concretos, como ha hecho con los motivos religiosos?
Javier. Todo esto es muy importante. Al ver cómo Pilato condenó a Jesús, pudimos
convencernos de que fue por pura cobardía, porque peligraba su puesto cuando le
proponían los judíos: “Eres tú enemigo del César si perdonas a éste, pues se ha hecho rey, y
todo el que se hace rey es enemigo del Emperador”. Pilato cedió por miedo ante esta falsa
acusación, ya que el mismo Jesús, al ser preguntado judicialmente, le había declarado: “Mi
reino no es de este mundo”. Pilato vio que le habían traído a Jesús por envidia, y lo
condenó contra toda su conciencia. ¿No fue esto lo que usted mismo nos dijo, Padre Luis?
P. Luis. Javi, ¡qué bien que se te grabó aquella lección sobre la pasión de Jesús! Me
alegro, y te felicito.
Rosy. Jesús, por lo mismo, sabía que su vida peligraba por ser fiel a su misión, la que
traía del Padre. Estaba tan seguro de ello, que advirtió a los apóstoles con toda claridad lo
que le esperaba: “Miren que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los
sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles; se
burlarán de él, le escupirán, le azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará”.
P. Luis. ¡Otra que recuerda a perfección aquella lección cobre el Tabor! Los dos son
discípulos aprovechados de verdad.
Rosy. A esto voy. Sabiendo Jesús todo esto, y teniendo conciencia de la misión con que
había venido al mundo como Hijo de Dios hecho Hombre, ¿con qué espíritu, con qué
sentimientos aceptaba la pasión y la cruz?
P. Luis. Lo expresó el mismo Jesús cuando dijo: “El Hijo del hombre no ha venido para
ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por todos”.
Javier. Más explícito no podía ser. Como recordábamos en una clase anterior, al llegar
el momento, exclamó: “Mi alma está angustiada. ¿Y qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de
esta hora! Pero, si he venido para esto precisamente”.
Rosy. Y podrías añadir, Javi, el otro texto que te dejas, y que también vimos: “Tengo
que ser bautizado con un bautismo, ¡y qué angustiado estoy hasta que se cumpla!”. Aquel
bautismo de sangre estaba ya encima…
P. Luis. Jesús se sentía el “Siervo de Yahvé” descrito por Isaías, y es muy probable que
se aplicara antes de su pasión aquella descripción patética.
P. Luis. La misma, y vale la pena repetirla aquí, pues dice del Crucificado, según la
interpretación unánime de la Iglesia: “Despreciado, marginado, hombre doliente y
enfermizo, como de taparse el rostro para no verle. Nosotros lo vimos azotado, herido de
Dios y humillado. Ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él
soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus heridas hemos sido curados. Todos
nosotros éramos como ovejas errantes, y Yahvé descargó sobre él la culpa de todos
nosotros. Fue arrancado de la tierra de los vivos, herido por las rebeldías de su pueblo.
Indefenso se entregó a la muerte y fue contado con los malhechores, cuando él llevó el
pecado de muchos e intercedió por los rebeldes”.
Rosy. Aunque no lo digan los Evangelios, creo que no nos equivocamos mucho si
pensamos que estos eran los presentimientos de Jesús en estos días.
P. Luis. La Carta a los Hebreos nos lo dice con unas palabras preciosas. Era el Espíritu
Santo el que le empujaba a ser valiente y generoso para derramar su sangre por la salvación
de los hombres sus hermanos: “Por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a
Dios”.
Rosy. Conociendo ya un poco la Biblia, no cuesta adivinar cómo Jesús se ofrecía en
sacrificio sangriento, en sustitución de aquellas víctimas de la ley antigua que eran
incapaces de perdonar los pecados.
P. Luis. El amor, el amor inmenso que le tiene a su Padre y que nos tiene a nosotros.
Rosy. Yo creo que estos sentimientos tan hondos y tan bellos no nacieron de improviso
en Jesús. Debía anidarlos en su corazón desde hacía mucho tiempo.
P. Luis. Eso está claro. En la parábola del Buen Pastor lo dijo veladamente, pero con
suficiente claridad para que lo entendieran los fariseos a los cuales se dirigía: “El buen
pastor da la vida por las ovejas…Yo conozco a mi Padre, y doy mi vida por mis ovejas”.
Rosy. Decía Javi al principio que quería extraer de esta lección “toda la teología
bíblica”. Yo diría más bien que hemos de aprender a sacar consecuencias serias para
nuestra vida. Serias y felices, desde luego. Hay para enloquecer de dicha al sentirse amados
por tal amor de Jesucristo.
Javier. Rosy, acorde contigo. Si miramos a Jesucristo en la cruz, nos vemos arrebatados
a su amor, porque sentimos como nunca la necesidad de devolver amor por amor, por
aquello de que “amor con amor se paga”.
Rosy. Sin rechazar, ni mucho menos, en nuestra vida cristiana ni la ilusión de un premio
ni el temor prudente de un castigo en la vida futura, yo creo que nuestra actitud debe ser la
del alma generosa que ama desinteresadamente a Dios. Amo a Dios porque es Dios, y
basta. ¿Y cuándo se puede dar esto en mayor grado y con mayor autenticidad que cuando se
mira a Jesucristo en la cruz?
Javier ¡Vaya manera de discurrir de esta Rosy! Hace afirmaciones que el mismo San
Pablo las firmaría con gusto…
P. Luis. ¿Saben qué me ha traído a la mente lo que decía Rosy? Una poesía que es de lo
más fino y granado de nuestra literatura clásica. Si se supiera quién es el autor de ese
soneto, con sólo esos catorce versos pasaría a la inmortalidad. Es lástima que sea de autor
anónimo.
Javier. Díctelo sin más. A lo mejor nos sirve para nuestro provecho espiritual…
Rosy. Padre Luis, no me mienta. Parecía que lo estaba leyendo, pero lo ha dictado de
memoria. Usted no lo traía escrito para una clase de Biblia, pues este soneto no es ningún
salmo...
P. Luis. Sí; un caso que tampoco tengo que leerlo, Rosy. Un Santo de nuestros tiempos
casi. En un convento de Franciscanos Capuchinos en Alemania cuidaba de la portería un
Hermano lego muy humilde. Cae enfermo en pleno invierno, cuando la temperatura
descendió hasta 22 grados bajo cero. Convaleciente aún, va a ocupar su cuartito de la
portería, cumpliendo un deber que no le podía obligar. Cuando un Padre lo vio con aquella
cara demacrada y tiritando de frío, le dice: -Hermano Conrado, le voy a buscar un brasero
para que pueda calentarse un poco. Y el Hermano heroico: -¡No, Padre, por favor! Mi
brasero es Jesús Crucificado. Naturalmente, San Conrado Parzham ardía en amor divino.
Javier. Las actitudes de estos santos, ¿son pietismo o encuentran base en la Biblia?
P. Luis. ¿Qué preguntas, Javi? Te traigo sólo dos textos. Uno de Jesús, que dice ante su
próxima crucifixión: “Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”
(Juan 12,31) Y otro de Pablo: “¡Dios me libre de gloriarme sino en la cruz de Jesucristo,
por la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo… En adelante, que nadie
más me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo las llagas de Cristo” (Gálatas 6,14 y 17)
Cuestionario
P. Luis. Pues yo no me lo quiero ahorrar, aunque no sea más que con una sola idea.
Jesús aspiraba a su gloria, la que tenía en el Padre antes de que el mundo existiese. Y
sabiendo que la cruz era el camino para llegar a esa su gloria, se abrazó valientemente con
la cruz. “¿No sabían que era necesario que yo padeciese todo eso para entrar en mi gloria?”,
les dice a los dos de Emaús. San Pablo, conocedor de estas palabras del Señor, les animaba
a los nuevos cristianos del Asia Menor: “Es necesario que pasemos por muchas
tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hechos 14,24). Este es el espíritu del
cristianismo, y no hay otro.
Rosy. ¡Qué lección la de hoy! Así me gusta estudiar la Biblia, sacando como conclusión
todas sus exigencias. Por Jesucristo, vale la pena.
A continuación, la misma Lección 114,
Sal y Luz. Cómo nos quiere Jesucristo para el mundo,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Dime lo que eres tú según el Evangelio. O si quieres: ¿qué quiere Jesús que
seas? Me bastan dos palabras.
Rosy. ¿Dos palabras? ¡Qué sé yo! Amor…, fe… “Amarás. Este es el primer
mandamiento”. “Si tuvieras fe como un granito de mostaza”…
Javier. Me parece que esta Rosy discurre demasiado. A mí me han venido a la primera.
“Tú, Rosy, eres sal de la tierra”. “Tú, Rosy, eres luz del mundo”… ¿Atino o no atino?...
P. Luis. ¡Demasiado bien que atinas, Javi!... “Sal” y “Luz”. Esto es lo que nos quiere
Jesús y lo que nos pide a los suyos: luz que alumbremos a un mundo en tinieblas, y sal que
sazonemos una tierra insípida.
Rosy. Sí; no necesito mucha memoria para saber que así empieza Jesús el discurso de la
Montaña después de proclamar las Bienaventuranzas: “Ustedes son la sal de la tierra”.
“Ustedes son la luz del mundo”. ¿No nos podría explanar, según la Biblia, lo que
significaba para un judío la luz y lo que era la sal?...
P. Luis. Antes de meternos ene esa explicación que me pides, escuchemos lo que de Sí
mismo dijo Jesús: “Yo soy la luz del mundo”.
Javier. Eso lo decía de Sí mismo, y es natural. ¿Cómo dice de nosotros las mismas
palabras?
P. Luis. En la sola palabra “luz” encerró Jesús una doble parábola inmortal: Dios y el
cristiano.
Rosy. ¿Y la explicación que le he pedido antes, sobre lo que significaba para un judío la
luz y la sal según la Biblia?
P. Luis. Aunque sea invirtiendo el orden del Evangelio, voy a seguir el que tú me
propones, Rosy. Hablemos primero de la luz.
Javier. “Ser luz”. Es esto tan claro, que no creo haya de filosofar mucho para explicarlo.
P. Luis. Filosofar, no; pero sí hablar de ella tal como la entendía la Biblia, con matices
muy diferentes de los nuestros. Por ejemplo, ¿sabrías decirme, Javi, por qué en el relato de
la creación lo primero que aparece es la luz, y al cabo de cuatro días viene el sol? Diríamos,
como una comparación, que el agua fue creada antes que la fuente…
P. Luis. Lo que oyes. La luz ha sido cantada siempre por los poetas, y en la Sagrada
Escritura se habla continuamente de ella. ¡Es una criatura tan pura, tan inocente, tan bella
cuando pinta de colores todas las cosas!...
Rosy. Cierto. El primer día de la creación no hubo más que luz. Luz y primer día se
confundieron y formaron una misma cosa.
P. Luis. Y discurriendo siempre con la Biblia, la luz del rostro es felicidad o alegría,
como cuando dice de Dios: “¡Yahvé, dichoso el que camina a la luz de tu rostro!”.
Javier. Entiendo ahora esa bendición que me ha llamado siempre la atención: “¡Que
Dios nos bendiga, que nos muestre su rostro radiante!”.
P. Luis. En todos estos pasajes, y en muchos más, se confunden luz y alegría o felicidad,
pues vienen a ser la misma cosa.
Rosy. Yo no la llamo filosofía a la luz, sino psicología muy profunda, aparte de poesía
deliciosa. ¡Un rostro que se convierte todo en luz!... ¿Esto es Dios, cuando Dios nos
mira?...
P. Luis. La luz entonces se convierte en vida, según la misma Biblia, conforme a aquel
Salmo: “Porque es ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz”.
Rosy. ¿Y de dónde viene que la Biblia diga todo esto de la luz, que es felicidad, ciencia
y vida?
P. Luis. Porque todo eso, englobado en la palabra “sabiduría”, no es más que reflejo de
Dios, llamado “la luz eterna”, conforme al texto precioso: “La sabiduría es… reflejo de la
luz eterna, espejo inmaculado de la actividad de Dios e imagen de su bondad”.
P. Luis. Esto era la luz según la Biblia del Antiguo Testamento: claridad, alegría y
felicidad, sabiduría y vida.
P. Luis. Ni más ni menos. Los judíos se lo pudieron oír: “Yo soy la luz del mundo; y el
que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida”.
Javier. Para hacer semejante afirmación se necesita tener conciencia de ser Dios.
Rosy. Y yo pienso que con estas palabras Jesús da un paso de gigante en su enseñanza
como Formador de los suyos, a los que dice: “Ustedes son la luz del mundo”, como si
añadiera: “¡Igual que lo soy yo!”.
Javier. ¡Y vaya Formador que resulta con ellas! Porque con esto les exige (¡nos exige,
que va ante todo para nosotros!) ser luminosos como lo es una vida sin tacha; alegres y
felices que esparcimos paz por doquier; conocedores de Dios, porque Dios nos ha escogido
y se nos ha revelado; llenos de la vida del mismo Dios que se nos ha comunicado por el
Espíritu Santo derramado en nuestros corazones. Donde va un cristiano, allí se adivina la
presencia de Dios.
P. Luis. Y muy acertado. Porque el seguidor de Cristo es “una ciudad colocada sobre el
monte, y no se puede esconder; es una lámpara, que no se mete dentro del recipiente que
mide el grano, sino que alumbra a todos los de la casa. Esto añadió Jesús a “luz”, esa
palabra mágica de su discurso.
Rosy. ¿Podría explicarnos esas comparaciones de Jesús, como la ciudad sobre el monte?
P. Luis. Es muy clara. No lo dice el Evangelio, pero al decir “No se esconde una ciudad
situada en la cima del monte”, todo el auditorio podía contemplar la ciudad de Safed,
elevada a más de ochocientos metros sobre el lago, y hasta pudo indicarla Jesús con el dedo
para hacer más significativa su palabra.
Rosy. Pero yo me pregunto: ¿Cuál es la luz del cristiano, pretendida por Jesús?
P. Luis. Parece como si Jesús hiciera suyas las palabras de Isaías: “Comparte tu pan con
el hambriento, da cobijo al que vive sin techo, viste al que ves desnudo. Entonces surgirá tu
claridad como la aurora, y entre las tinieblas brillará tu luz”.
Javier. O sea: que la luz que quiere Jesús de los suyos no es ni filosofía, ni psicología ni
poesía, sino algo más: obras concretas de amor a Dios y al hermano.
P. Luis. Sí. Esta es la luz que nos exige Cristo. Un filósofo alemán ateo, amargado,
blasfemo, el pobre Nietzsche, nos lo dijo con palabra mordaz a los cristianos: “Si la Buena
Noticia de su Biblia estuviese escrita en su rostro, no tendrían necesidad de insistir para que
se acepte la autoridad de la Biblia, porque ustedes mismos serían una Biblia viviente”.
Rosy. ¡Pues no nos dice nada Jesús con la sola palabra “Luz”, tan cortita, de sólo tres
letras!...
Rosy. Hagamos lo mismo que con la luz. ¿Qué significa la sal en la Biblia?
P. Luis. Muy bien propuesto. La sal, en la Biblia, es lo que da sabor a la vida, hace
gustar la sabiduría celestial, es fuerza y vigor de la virtud, es signo de amor irrompible y de
perseverancia en la pureza de la oblación cristiana a Dios.
Javier. Muchas cosas ha dicho, Padre Luis. ¿Puede explicarlas una por una?
P. Luis. La sal, entonces como ahora, es lo que daba sabor a los alimentos, y así
pregunta irónicamente Job a sus contrincantes: “¿Acaso se come un alimento soso sin antes
sazonarlo con sal?”.
P. Luis. Los antiguos orientales, en el tiempo de Jesús, hacían entre ellos el llamado “un
pacto de sal”, una alianza irrompible, de modo que aún hoy, entre los árabes beduinos,
existe esta expresión entre dos que se quieren: “te amo como amo la sal”.
P. Luis. ¡Y tan expresiva! Porque la sal era signo de vida fuerte, de modo que al nacer
una criatura la frotaban vigorosamente con sal. Ezequiel le echa en cara al Israel infiel: “Al
nacer ni te lavaron con agua, ni menos te frotaron con sal”, y así saliste de flojo y cobarde.
Rosy. ¡Qué ocurrencia! Esto no lo hacemos hoy cuando nace una criatura…
P. Luis. La sal servía en muchos sacrificios para purificar más y más la carne ofrecida a
Dios y que se había de consumir en convite pacífico o guardar para los sacerdotes.
P. Luis. La sal era expresión del jornal, ganado con el trabajo para la vida. De ahí el
llamado “salario”, lo que se había merecido con su esfuerzo el soldado en el campo de
batalla. O también, un regalo gratuito para la vida, del que Esdras habla al generoso rey
Artajerjes: “Nosotros comemos la sal del palacio real”.
P. Luis. La sal, según el mismo Jesús, es símbolo de la paz entre dos o más personas:
“Tengan sal entre ustedes y mantengan la paz unos con otros”.
Javier. Los apóstoles en sus cartas hablan de luz y tinieblas, pero no dicen nada de la
sal. ¿No conocían la palabra de Jesús?
P. Luis. Fíjate en san Pablo, que escribe a los de Colosas: “Usen un lenguaje lleno de
gracia, sazonado con la sal de la prudencia para saber responder siempre con sabiduría”.
P. Luis. Pero, en medio de tanto aspecto positivo sobre la sal, y dentro del contexto de la
Gehenna, el lugar de la condenación de los malhechores, Jesús dice estas palabras
estremecedoras sobre los pecadores impenitentes: “todos serán salados con fuego”, es decir,
el fuego será como la sal que los conservará en su estado de desesperación.
Rosy. Javi ha sacado las consecuencias de la palabra “luz”. Yo saco las de la palabra
“sal”, aunque voy a dejar este aspecto tan grave de la condenación de algunos. Cuando
Jesús nos dijo, “Ustedes son la sal de la tierra”, ¿a qué se refería?... Lo más obvio, lo que
salta más a la vista, es que Jesús nos quería decir: “Den sabor agradable a todas las cosas.
Sobre todo, guarden de la corrupción al mundo”. Pero, ¿quedaban excluidos todos los
demás aspectos que tanta sabiduría inspiraban en Israel? Fuertes en el amor; fuertes en el
trabajo por la vida; fuertes en la fidelidad mutua; fuertes, aunque con gran dulzura, con
gracia y prudencia, en la conversación que sale de nuestros labios…
Cuestionario
Javier. ¡Grandeza de Jesucristo! Se confiesa la “luz del mundo”, y viene a decir: “No
crean que en el firmamento hay lugar sólo para un Sol. Yo quiero que brillen en el
firmamento azul tantos soles como son mis seguidores. Ellos y yo juntos, ¡que inmensidad
de luz la que irradiaremos sobre todo el universo!”…
Rosy. “Luz del Mundo”. “Sal de la tierra”… ¡Las cosas y las lecciones que Jesús nos dio
con sólo dos palabras!... Dos palabras de sólo tres letras cada una…
A continuación, la misma Lección 115,
María del Evangelio. La colmada de todas las gracias,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo
_______________
P. Luis. Escúchame, Rosy. No quiero que me pase contigo lo que me ocurrió con una
buena amiga, tan buena como lo eres tú.
P. Luis. Yo la trataba mucho. Ella siempre llevaba colgada al cuelo una preciosa
medalla de la Milagrosa, y al cabo del tiempo vi que la medalla había desaparecido. “¿Por
qué, le pregunté, ya no llevas aquella medalla de oro tan bonita?”. Y ella: “¿Para qué?
María fue la mujer de la que Dios se sirvió para venir al mundo. Por lo demás, como una
mujer cualquiera”. Aquella amiga había dejado de comulgar con la Iglesia Católica.
P. Luis. No me callé, desde luego, y le respondí como era mi deber. Evangelio en mano,
yo le iba citando textos, ante los cuales ella guardaba silencio porque no los podía
contradecir, pero siguió tan cerrada como antes ya que los prejuicios se imponían a la
razón.
Rosy. ¡Ay, mi querido Padre Luis! Por la gracia de Dios, con la cual siempre cuento,
quede tranquilo, que esto no le va a pasar conmigo…
P. Luis. Ya lo sé. Pero ahora les propongo: ¿Creen ustedes que podemos dar una clase
de Biblia sobre la Virgen María, sin salirnos para nada de la Palabra de Dios? Es lo que
vamos a intentar hoy: ¿Qué nos dice de María el Evangelio?...
Javier. ¡Desde luego, Padre Luis! ¿Una lección bíblica sobre la Virgen? ¿Qué más
podemos desear?
Rosy. ¡Venga! Empiece a dictarnos todos esos textos de la Biblia que la amiga huidiza
no quería escuchar. Nosotros seremos todo oídos atentos.
P. Luis. No comienzo con el Evangelio, sino que me remonto al paraíso. Dios le dice a
la serpiente, que permanece enrollada mientras escucha la inapelable sentencia: “Pondré
enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya”.
Javier. Algo que hemos leído y oído mil veces. ¿Esa mujer es la Virgen María o es otra
mujer muy distinta, alguna mujer simbólica?
P. Luis. No hay nadie, ni católico ni acatólico, que niegue el sentido cristológico de este
texto, llamado el “Protoevangelio”. Dios le anuncia a Satanás la lucha irreconciliable que le
va a declarar un descendiente de Adán y Eva, a los que él acababa de vencer tan
miserablemente.
Rosy. Es decir, Dios promete un nuevo Adán y una nueva Eva, que no van a ser otros
que Jesucristo y María. Jesucristo, un Hombre que será descendiente de una Mujer. Si esta
Mujer no es María, ¿qué mujer puede ser?
Javier. Y yo pregunto: ¿Cabía en esa Mujer, la que iba a traer a Jesucristo, algún pacto
con Satanás? ¿Podía tener el más mínimo pecado? ¿No tenía que ser por fuerza
Inmaculada?...
Rosy. Dios hablaba claro. Para que lo supiera bien Satanás desde el principio, el
descendiente de la Mujer le machacaría la cabeza, y habría enemistades irreconciliables
entre él y la Mujer que traería al Cristo prometido.
Javier. ¡Cualquiera diría, Padre Luis, que no ha dicho nada con semejante párrafo!
Rosy. ¿Por qué no empieza por lo último, por Isaías, que es del Antiguo Testamento?
Después vendrán los Evangelios.
P. Luis. Perfecto. Conocemos bien la profecía de Isaías: “Miren que la virgen concibe y
da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros”.
P. Luis. Lucas lo dice más explícitamente: “No temas, María. El Espíritu Santo
descenderá sobre ti y te cubrirá la sombra del Altísimo”.
Javier. Y que María permaneció después Virgen toda la vida, es una cuestión fuera de
duda. Recuerdo muy bien aquella lección sobre la historia de Belén. Hoy se sabe
perfectamente el significado de la palabra “primogénito” empleada por Lucas. Significa “el
primero que viene”, haya o no haya algún otro hijo después. No hay un historiador de Jesús
que diga lo contrario, a no ser que quiera hacer el ridículo y mostrarse un ignorante total.
Rosy. Los Evangelios nos dicen muchas más cosas de María. ¿No podríamos analizar
algunas?
Javier. Yo creo que si examinamos otros textos del Evangelio nos vamos a encontrar
con muchas sorpresas. La teología mariana tiene que resultar forzosamente muy rica. Padre
Luis, cítenos algunos, aunque no sea más que al azar.
P. Luis. Empiezo por la primera, apenas abierto Mateo: “María, de la cual nació Jesús”.
Rosy. ¡María, Madre de Dios! No lo puede decir más claro. Si Jesús es Dios, y María es
su Madre, se sigue necesariamente que María es Madre de Dios. Esa amiga suya que decía
que María era una mujer como cualquier otra, no sé, no sé hasta dónde iba acertada…
P. Luis. Y apenas se abre también Lucas, vemos el saludo a María: “¡Salve, llena de
gracia!”.
Javier. ¿Llena del todo? ¿Plenitud de gracia? No hay que discurrir mucho: entonces,
María está colmada de todos los favores de Dios.
P. Luis. Pero miren la respuesta de María, ¡humilde de verdad!: “Aquí está la esclava
del Señor. Que se cumpla en mí lo que has dicho”.
Rosy. Esta contestación de María es formidable. Para esos que dicen de María que fue
un “robot” o poco menos, o sea, una mujer a la que Dios aprovechó sin más para mandar su
Hijo al mundo, aquí les da Dios el mentís más contundente. María se entregó libremente a
Dios para colaborar en la salvación del mundo. La Virgen no fue un instrumento pasivo, del
cual Dios se sirviera sin el consentimiento pleno de la criatura. María entendió, creyó y
aceptó. Ella se llamó “esclava” por humildad; pero fue una esclava muy liberada…
P. Luis. Acaba de decirlo Rosy: María creyó. Y esto es lo que le dijo Isabel al cabo de
pocos días: “¡Dichosa tú, que has creído!”.
Rosy. No sé si yo entiendo bien el asunto, pero creo que no lo entiendo mal. Aquí se ve
muy claro que María es más Madre de Jesús que nadie, por haberlo engendrado
biológicamente, y por haber sido la mayor creyente.
P. Luis. Rosy, no lo puedes expresar mejor. Esa es la realidad. Y miren otras palabras
del Evangelio, dichas por la misma Virgen: “El Poderoso ha hecho en mí cosas grandes”.
Javier. Esto quiere decir que nosotros no nos inventamos los privilegios de María. Son
plenamente objetivos, realizados por Dios en la que es su Madre.
P. Luis. Al hablar de los Magos, Mateo tiene unas palabras deliciosas: “Y encontraron al
niño con su Madre”. ¿No les dice nada esto?
Rosy. ¡Y tanto que nos dice! Al aceptar a María, al invocar a María, al encontrarnos con
María, nos hallamos siempre con Jesús. En todo el Evangelio María aparece siempre con
Jesús. Ni una sola vez se le menciona a María sin tener consigo a Jesús. María sin Jesús es
una separación inconcebible.
P. Luis. Esto que tú dices, Rosy, se ve de manera especial cuando narra Lucas que
“Jesús vino con ellos a Nazaret, y les estaba sujeto”.
Javier. Esta es otra grandeza de María como no la ha tenido otra mujer. María fue la
formadora de Jesús como hombre, ya que el niño Jesús necesitó ser formado como
cualquiera de nosotros. Y, como Madre, le mandó a Jesús con verdadera autoridad hasta
que el Hijo fue mayor de edad.
P. Luis. Escuchen este texto de Lucas, repetido por dos veces, y que a mí me
entusiasma: “María conservaba todas estas cosas, meditándolas de continuo en su corazón”.
¿Qué creen que se sigue de aquí?
Rosy. Naturalmente, que María fue la gran conocedora de Jesús. Como madre, y como
psicóloga profunda. ¡Hay que ver cómo conoce una madre a su hijo! No hay psicólogo que
gane a la mujer más sencilla cuando se trata del propio hijo. ¡Y con lo mujer tan mujer que
debió ser María! Si en conocer a Jesús está la vida eterna, ¡vaya imagen, modelo y ejemplar
que tenemos en María!... ¡Quién nos diera nada más que un poquitín del conocimiento de
Jesús que tuvo la Virgen!...
P. Luis. Y viene, tomado al pie de la letra del Evangelio, lo que hoy nos gusta cantar
tanto, el encargo de María a los sirvientes de la boda de Caná: “Haced lo que él os diga”.
Javier. “¡Hacedlo sin vaciar!”, añade el canto muy acertadamente. Y el sentido que la
Iglesia descubre en estas palabras tan intencionadas del Evangelio de Juan está bien claro.
María siempre nos lleva a Jesús. Es su gran evangelizadora, y nos indica cuál sea la
voluntad del Salvador sobre nosotros.
Rosy. Pero, entre todos los textos que ha traído a nuestra reflexión, falta uno que,
respecto de nosotros, sobresale sobre todos. Padre Luis, ¿por qué no nos lleva de una vez al
Calvario?...
P. Luis. Sí; esas palabras que nos arrancan tantas lágrimas de los ojos. “Mujer, ahí tienes
a tu hijo; y tú, ahí tienes a tu madre”. Jesús nos dio por Madre a María y nos confió a su
amor materno. Fue el testamento del Redentor moribundo.
Javier. Vuelvo al paraíso. Jesús, el Nuevo Adán que rehace la obra del Adán viejo.
María, la nueva Eva, convertida en la Madre de todos los vivientes según la gracia.
P. Luis. Muy dicho, Javi. Por eso, Jesús confiaba la Iglesia a María, a la vez que
confiaba María a la Iglesia. Fíjense en este punto. Jesús no sólo confiaba el discípulo a
María, sino que confiaba María al discípulo. Es la Iglesia entera la que debe cuidar de
María como de Madre suya.
Rosy. No nos hemos salido del Evangelio. Pero, ¿no hay nada más de María en el Nuevo
Testamento?
P. Luis. ¡Esta Rosy!... Te refieres a las primeras palabras de los Hechos de los
Apóstoles, de una riqueza tan grande: “Perseveraban en la oración con María la madre de
Jesús”.
Rosy. A esto iba yo. Subido Jesús al Cielo, vemos a María en medio del grupo como
Madre de la Iglesia naciente. La autoridad de la Iglesia la mantienen los Apóstoles unidos
en Pedro; pero el corazón, con la suprema jerarquía del amor, lo constituye María, la Madre
de la Iglesia por voluntad expresa de Cristo. ¡Por algo se la dio como Madre en el
Calvario!...
Javier. Oiga, Padre Luis. ¿Y no se ha olvidado de las palabras que el Espíritu Santo
pone en labios de la misma Virgen María: “Me llamarán dichosa todas las
generaciones?”…
P. Luis. ¡Vamos! ¿Creen que me iba a olvidar de él? Biblia en mano, que es Palabra de
Dios, ¿cuándo cumplimos, cuándo no cumplimos lo que Dios nos pide: cuando aclamamos
a la María o cuando callamos ante Ella?...
Javier. Esta lección bíblica sobre María ha resultado bastante especial. Padre Luis, usted
lo ha hecho con toda intención. ¿Por qué?
Cuestionario
P. Luis. Porque he querido que fuera una clase expresamente fría. Al hablar del paraíso,
han sido ustedes los que han mencionado la Inmaculada Concepción y yo no he dicho ni
una palabra sobre la Asunción, dos dogmas de fe de la Iglesia sobre María.
Primero. He querido sólo y exclusivamente la Biblia, admitida por todos, católicos y no
católicos.
Segundo. Así aceptaremos con gusto el hablar de María si alguien quiere entablar
diálogo con nosotros.
Tercero. En el último texto que hemos citado, ponemos nosotros la fuerza de nuestro
amor y devoción a María: sabemos que cumplimos el querer de Dios.
Cuarto. Respetando siempre la conciencia y hasta el gusto de cada uno, hacemos nuestro
el deseo de aquel hermano separado, que escribió con pasión la frase famosa en un
periódico de Berlín: “A nosotros nos falta María. ¡Oh, sí, volvamos a nuestra Madre
María!”.
P. Luis. ¿Quieren saber lo que hizo un Papa de nuestro tiempo cuando tomó posesión de
sus estancias en el Vaticano? Pablo VI, sabio, santo y Papa muy providencial, colocó en su
capilla privada, para tenerlos siempre a la vista, un cuadro de San Pedro con esta
inscripción: “Yo he rogado para que nunca falle tu fe”; y otro cuadro de San Pablo, cuando
lo iban a matar, con esta leyenda: “He conservado la fe”.
P. Luis. Y cuando cumplió los ochenta años, al ver a la gente en la Plaza del Vaticano
que venía a felicitarle, dijo estas palabras a la multitud: “Puedo dar gracias a Dios porque he
defendido la fe, la he conservado”.
Rosy. ¡Qué manera de empezar una clase de Biblia! ¿Es que nos quiere hablar hoy sobre
la FE?
P. Luis. De esto se trata. De comentar esas palabras del profeta Habacuc, repetidas en la
Carta a los Hebreos, y, sobre todo, tomadas por San Pablo como tema de su grandiosa Carta
a los Romanos: “El justo vive de la fe”. además de que Hebreos lo remarca en forma
negativa: “Sin la fe es imposible agradar a Dios”.
Javier. ¡Bien por su pedagogía, Padre Luis! En el ejemplo de Pablo VI, vemos la fe
como un ideal, la fe vivida, la fe conservada hasta el final. Nosotros, para ser santos, ¡a
vivir así la fe!
P. Luis. Entramos en una lección capital de Biblia. Con la fe nos salvamos; sin la fe nos
perdemos.
Rosy. Esta manera de hablar es muy categórica. Aquí no se va con términos medios.
P. Luis. Después te voy a comentar esas tus palabras de “términos medios”. Rosy, me
gusta de veras tu expresión. Jesús, en quien se concentra la fe, lo había dicho ya de manera
categórica: “El que no cree, ya está condenado”. Les hago una observación: mucha
importancia debe tener la fe en la Biblia cuando sólo en el Nuevo Testamento sale 242
veces. ¿Por qué será?...
Rosy. Según entiendo, no es decir: “Yo creo lo que dice la Biblia”, sino creer y practicar
lo que la Biblia nos exige.
P. Luis. Bien. Yo te diría lo mismo de otra manera: Es creer y actuar en el amor, como
nos pide San Pablo: “Vivir en el amor la verdad” en que hemos creído.
Javier. Con otras palabras, la misma idea: Fe no es simplemente “creer” lo que Dios ha
dicho y contiene la Biblia; sino entregarse a Dios “haciendo” lo que Dios nos pide como
“respuesta” a lo que Él nos dice y nos propone.
Rosy. ¡Claro! Te vas así, Javi, a lo de Santiago que ya vimos en aquella lección: “La fe
sin obras es una fe muerta”.
P. Luis. Y sigue Santiago con unas palabras temibles que no solemos citar mucho:
“También los demonios creen y tiemblan”. Se entiende así: creen en el Dios que saben
existe y cuya presencia airada sienten, y aguardan con pavor la venida del Señor.
P. Luis. Será demasiado o no, pero así lo dice. Seguimos. La fe versa sobre cosas que no
vemos, pero creemos porque Dios las ha revelado y prometido. “Es la fe garantía de lo que
se espera, la prueba de lo que no se ve”, dice la Carta a los Hebreos.
P. Luis. Y añade San Pablo: “Pues nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza
que se ve, no es esperanza, porque ¿cómo se va a esperar una cosa que se ve?”.
Javier. Con esta noción bien clara, entendemos ahora el plan de Dios, el cual nos ha
hablado por sus obras y sus palabras asegurándonos lo que Él es, lo que nos promete, lo que
nos pide, a la vez que con nuestra fidelidad nos fiemos de Él, porque es el Fiel que cumplirá
sus promesas.
Rosy. Siendo esto así, el plan de Dios se nos muestra en la Biblia de manera
esplendorosa. No deja ninguna duda.
P. Luis. Los dos se expresan muy bien. Dios nos creó destinados a una felicidad eterna.
Caída la humanidad por instigación de Satanás y esclava de aquel pecado de origen, en el
mismo paraíso prometió Dios un Salvador que machacaría la cabeza del demonio.
Javier. La lección bíblica de siempre, tan importante. Para realizar su promesa, llega un
momento en que Dios se mete en la Historia con Abraham y le asegura que en un
descendiente suyo serán bendecidas todas las gentes. Dios confía esta promesa a Israel, el
pueblo nacido de Abraham.
Rosy. No me cuesta a mí el seguir. Israel, con el que Dios hace alianza en el Sinaí, es el
depositario de la promesa, que se concentra en un descendiente de David.
Javier. Y durante mil doscientos años Dios exige al rebelde Israel fe, fe como la de su
padre Abraham.
P. Luis. Por Moisés, Dios se manifestó a Israel dándole su Ley, cuyo cumplimiento sería
el signo de la confianza que había de tener en su Dios, el Fiel que cumpliría su promesa si
su pueblo le obedecía.
Javier. Sí; recordamos lo que Dios decía a continuamente a Israel por medio de los
profetas: “¡Fíate de mí!”.
Rosy. Así fue todo el Antiguo Testamento, que ya estudiamos bien. Pero a pesar de tanta
infidelidad del pueblo, Dios el Fiel, al llegar la plenitud de los tiempos establecidos, mandó
su Hijo al mundo.
P. Luis. Lucas nos planta en aquel momento dichoso. Y el primer anuncio, el del ángel a
Zacarías, está envuelto en una fe muy a medias, muy imperfecta, que exige pruebas, y no
tiene la incondicional que Dios quiere: “¿En qué conoceré eso de que voy a tener un hijo,
siendo yo viejo y mi mujer bien avanzada en edad?”.
Javier. Este Zacarías, sin ser infiel, fue un poco tonto. Que me perdone desde el Cielo…
P. Luis. Y el ángel le amenazó severo: “Por no haber creído a la primera, vas a quedar
mudo y no podrás hablar hasta que todo se cumpla”.
Rosy. Un viejo sacerdote de tanta experiencia en la Biblia, se pareció muy poco a lo que
iba a hacer bien pronto una jovencita pariente suya. ¿Me equivoco, Padre Luis?
P. Luis. ¡Qué bien haces, Rosy, en saltar a María! A pesar de ser virgen y manifestar su
intención de virginidad perpetua, contesta a la primera y sin titubear: “Aquí está la esclava
del Señor. Que se cumpla en mí según tu palabra”.
Javier. ¡Que tuvimos suerte con esta palabra de la Virgen! En ese instante se hizo
hombre dentro de su seno el Hijo de Dios.
Rosy. Y María mereció pocos días después el elogio de Isabel, inspirada y llena del
Espíritu Santo: “¡Dichosa tú que has creído, porque se va a cumplir todo lo que el Señor te
ha dicho!”.
P. Luis. Aquí tenemos, definida por María, la fe que Dios nos va a exigir a todos al
proponernos a Jesucristo como Salvador y Maestro: fe pronta, fe incondicional, fe que no
duda, fe que se fía plenamente de Dios, fe que acepta sin vacilar y sin discutir lo que Dios
pide y le propone a cada uno.
Javier. Veo que con María nos hemos plantado ya en Jesucristo, ¿no es así?
P. Luis. Cierto, Javi. Jesucristo es el “autor y consumador de nuestra fe”, nos dice la
Carta a los Hebreos. Todo el plan de Dios lo vamos a ver desde ahora en Jesucristo, el cual
reclamaba para Sí, para su Persona, la misma fe, la misma docilidad y la misma obediencia
que Dios en el Antiguo Testamento.
Rosy. Con esto que usted está diciendo, Padre Luis, Jesucristo se identifica con el
mismo Dios.
P. Luis. Aquí está todo. Desde un principio se lo dice al rabí Nicodemo: “Quien no cree
en mí ya está juzgado y condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de
Dios”.
P. Luis. Empezó por manifestar su misión y su autoridad con los milagros, portentos que
sólo Dios podía hacer. Y así habló a los jefes de los judíos: “Si no hago las obras de mi
Padre no me crean. Pero si las hago, crean por la obras. Ellas dan testimonio de mí”
P. Luis. Y ésta era la primera fe que en el pueblo sencillo excitaba con sus milagros. Fe
que era confianza: “Tu fe te ha salvado”, decía a los favorecidos, como si les dijera:
“Tenías confianza de que yo podía hacerlo”.
Javier. Con ello, venían a hacer un acto de fe en su Persona, la cual no podía venir más
que de Dios.
P. Luis. Y aquí radicó también el pecado de los judíos, los jefes del pueblo: veían, y no
creían; hasta lo atribuían todo a Beelzebul, príncipe de los demonios. Y así les dice Jesús:
“Por eso moriréis en vuestro pecado”
Rosy. Y por eso se ve claro también que quien rechaza a Jesucristo no tiene esperanza
de salvación.
P. Luis. Pero, digamos ante todo: ¿Qué significa creer en Jesucristo, aceptar su Persona?
Es lo más importante de todo lo que debemos saber. E implica estos elementos. Ante todo,
“saber” quién es Jesucristo, según lo que Él mismo nos ha dicho y tenemos bien claro en
los Evangelios y Apóstoles. O sea: es Dios y es Hombre.
P. Luis. Así es. Los judíos en Cafarnaún dejaron solo a Jesús porque lo tomaron como
un loco cuando prometió dar su Cuerpo y su Sangre en comida y en bebida. Hasta muchos
discípulos lo abandonaron. Sólo Pedro hizo un acto de fe verdadera, cuando dijo. “Señor,
¿y a quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”. Pedro se fió de la Persona de
Cristo, aunque tampoco el pobre pescador del lago entendía las palabras de Jesús.
Javier. Esto me hace pensar que la fe tiene que ser “radical”, es decir, total, que abarque
“todo” lo que Jesús ha dicho. Negar “una sola” verdad de las que Él enseñó es negar el
Evangelio entero.
P. Luis. Javi, llegas a un punto que yo quería recalcar muy especialmente. Porque quien
no acepta todas las verdades del Evangelio le viene a decir a Jesucristo: “Está bien todo lo
que propones. Pero eso de que Tú estás en un trocito de pan o en unas gotas de vino, que se
convierten en tu Cuerpo y tu Sangre…, eso, no. Que haya un infierno de fuego eterno, y
que Dios, tan bueno, castigue así…, eso, no. Todo eso no lo entiendo. Eso no es así”.
Rosy. Muy bien puestos estos dos ejemplos, por ser dos verdades muy negadas.
Javier. Pienso igual que Rosy. Porque es como decirle a Jesucristo esta barbaridad:
“Aquí te equivocas. Aquí mientes”. Lo cual es lo mismo que rechazar a su Persona, es igual
que rechazarle a Él.
Rosy. A esto de la fe “radical” se refería con eso de que no caben “términos medios”,
¿no es verdad?... Continúe, Padre Luis, con lo que estaba explicando.
P. Luis. Naturalmente, no tenemos bastante con decirle a Jesucristo que nos fiamos de
Él, que lo aceptamos, que le creemos. Damos un paso más exigente, y le decimos que le
“obedecemos”. Si es “El Señor”, no discutimos su autoridad y nos rendimos a su voluntad.
Hacemos todo lo que nos manda, nos guste o no nos guste.
Javier. Total, que con palabras más suaves, con palabras que nos llenan, con palabras
bien dulces, volvemos a lo del duro Santiago: Nuestra fe la acompañamos con nuestras
obras. No es fe muerta, sino bien viva.
P. Luis. No olviden lo último: La fe no tiene que morir, como nos dice el mismo Dios en
la Carta a los Hebreos: “La perseverancia en cumplir la voluntad de Dios les es necesaria
para conseguir lo prometido”.
Cuestionario
Javier. Esta lección ha resultado tan fuerte como importante. ¿Cómo la resume, Padre
Luis?
P. Luis. ¿La quieren resumida en una anécdota, ya que con una anécdota la hemos
comenzado? Un Santo de nuestro tiempo, San Leopoldo Mandiç era una miniatura de
hombre: no medía más que un metro cuarenta centímetros escasos, aunque era llamado “El
pequeño gran Santo”. Sacerdote capuchino, se pasaba en el confesonario hasta catorce
horas diarias atendiendo a innumerables penitentes. Y a todos, a todos, les repetía siempre
con insistencia machacona: “¡Fe, fe, tenga fe en Dios!”. ¿Por qué lo haría así este gran
Santo moderno?
Primero. Por lo que hemos desarrollado de la misma Biblia: “El justo vive de la fe”.
“Sin la fe es imposible agradar a Dios”.
Segundo. No olvidar que la fe es radical: acepta todo lo que Dios ha dicho y mandado,
porque es aceptar a Dios. Negar una sola verdad del Evangelio es negar y rechazar la
Persona de Jesucristo.
Tercero. Y la fe lleva a la vida, es decir: se practica lo que se lee en la Biblia o se
profesa por la fe. Esto es la “respuesta” a la “Palabra” de Dios.
Rosy. ¿Acaso Pablo VI y ese buen San Leopoldo Mandiç no nos han enseñado con su
ejemplo lo que más necesita el mundo moderno, tan secularizado: Fe, fe, mucha fe?...
A continuación, la misma Lección 117,
“Son sacerdocio real”. El Pueblo sacerdotal,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. ¿Quéeee?... Eso, pregúnteselo a Javi, que puede y aún está a tiempo.
Rosy. ¡Vaya, Padre Luis! No sabía yo que era usted tan moderno y que estaba también a
favor del sacerdocio de las mujeres…
P. Luis. Así, ¿que no acabas de entenderme? ¿Tan retrasada estás en doctrina cristiana
que no sabes que tú eres sacerdote, con sacerdocio verdaderamente real?
Javier. Padre Luis, yo estoy como ella. En clase de Biblia, habrá de explicarnos con la
Biblia eso de que Rosy como yo somos sacerdotes. Usted, sí que lo es, ¿pero, nosotros?...
P. Luis. ¿Qué pensamos del sacerdote? Que es un hombre todo de Dios dentro de la
Iglesia. Eso pensamos. Así es. Y así debe ser. Pero, ¿ya pensamos que todos los bautizados
somos sacerdotes, porque todos participamos del Sacerdocio de Cristo, que todos somos
unos consagrados para el culto, que todos somos y debemos ser santos, como personas
verdaderamente consagradas?
P. Luis. Arranquemos de la primera verdad, dicha con toda claridad desde el principio:
Sacerdote no hay más que uno: Jesucristo. Pero Jesucristo nos ha hecho a todos nosotros
participantes de su único sacerdocio de una doble manera. A unos, los ha escogido para ser
en su Iglesia sacerdotes “ministros”, los consagrados por un Sacramento especial, el
Sacramento del Orden, como el que tengo yo por gracia a Dios. A otros, los ha unido a Sí
con sacerdocio real, general a todos los bautizados.
P. Luis. A los cristianos nos dice Dios por el apóstol San Pedro: “Ustedes son linaje
elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido…, para ofrecer sacrificios
espirituales, aceptos a Dios por medio de Jesucristo” Y el Apocalipsis lo confirma
reiteradamente: Jesucristo, “que nos ama, ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes”. Y
añadirá después: “Has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinan
sobre la tierra”.
Rosy. Demos otro paso. ¿Y sus sacerdotes ministros, como usted, Padre Luis?
P. Luis. En la Última Cena consagró sacerdotes ministros a los Apóstoles, y éstos a sus
sucesores, obispos, presbíteros, diáconos, a los que, con la imposición de las manos
constituyen sacerdotes servidores de la Nueva Alianza.
Rosy. Sabemos por la Biblia cómo eran tenidos en consideración los sacerdotes de la
Alianza Antigua. ¿Hemos de pensar lo mismo de nuestros sacerdotes? Hable sin reparos,
Padre Luis.
P. Luis. ¿Saben un párrafo muy lindo del Antiguo Testamento? Miren cómo describe a
Aaarón, el consagrado por Moisés, y del que dice la Biblia después que lo ha visto ofrecer
el sacrificio de los animales sobre el altar: “¡Qué glorioso era cuando, rodeado del pueblo,
salía del Santuario! Como lucero del alba, como la luna llena, como sol radiante, como el
arco iris, como rosal florecido y como un lirio, como cedro del Líbano, como el aroma del
incensario, como vaso de oro macizo cuajado de piedras preciosas, como olivo cargado de
frutos, como ciprés que se eleva hacia las nubes”.
Javier. Aunque se los merezca, no creo que a usted, Padre Luis, le gustaran semejantes
piropos. El autor sagrado tenía que devanarse los sesos para buscar más y más imágenes tan
poéticas. Pero, comento yo: ¿Qué diríamos nosotros de nuestros sacerdotes si quisiéramos
hacer poesía, al verlos con el Pan y el Vino en las manos, ofreciendo al Padre en el Espíritu
al mismo Jesucristo de la cruz?...
P. Luis. Pero no vamos a hablar ahora nada del sacerdocio ministerial, sino que nos
limitaremos al sacerdocio de los bautizados, al de los laicos en la Iglesia, que son
verdaderos sacerdotes, aunque con un sacerdocio esencialmente distinto del ministerial.
P. Luis. Miremos cómo nos lo enseña la Iglesia por el Concilio: “Los bautizados son
consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como sacerdocio santo, para
que ofrezcan sacrificios espirituales”.
P. Luis. El único sacerdocio de Cristo, participado con un Sacramento especial por los
sacerdotes ministros, se ha derramado sobre todos los bautizados y confirmados, para
ofrecer todos juntos el único sacrificio de Jesucristo, y realizar en el mundo todas las demás
funciones sacerdotales del Sumo y único Sacerdote Cristo Jesús.
Rosy. Muchas cosas en tan pocas palabras. ¿Por qué no especifica? ¿Cuáles son estas
funciones sacerdotales de los bautizados, según la misma Biblia y tal como las entiende la
Iglesia?
P. Luis. Ante todo, los fieles ejercen su sacerdocio ofreciendo la Eucaristía en unión de
los sacerdotes ministros, que se encargan de advertirles: “Que ese sacrificio mío y de
ustedes, de todos por igual, sea agradable a Dios Padre”.
Javier. Sí; esto lo oímos en cada Misa. Así tiene que ser, sin duda alguna.
Rosy. Si es así, ya sabemos lo que nos toca a los de las bancas: a estar tan atentos y
activos como nuestro delegado y representante en el Altar.
P. Luis. Tiene una gran importancia la entrega personal a Dios cuando el cristiano se
ofrece a Dios como hostia viviente con una vida santa, tal como nos lo dice San Pablo, con
un texto tan repetido: “Les exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que se
ofrezcan ustedes mismos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios: éste es su culto
espiritual”.
Rosy. Por lo mismo, una vida santa es, sin más, el mayor sacrificio que ofrecemos a
Dios, junto con el del Señor Jesús sobre el Altar.
Javier. Cada palabra de esta lección se me está clavando como una puñalada. Siempre
estamos diciendo que nuestros sacerdotes deben ser santos, por ser “ministros”, sin darnos
cuenta, o disimulando hipócritamente, de que a nosotros nos obliga la santidad igual que a
ellos, porque todos somos sacerdotes consagrados, unos de una manera y otros de otra, pero
todos con el carácter de una consagración sacerdotal en todo nuestro ser. Ese texto de San
Pablo es para cuestionar nuestra conciencia a cada momento.
Javier. Esto es magnífico. ¡Qué expresión tan estupenda esa del Salmo, y qué ejemplo el
de los primeros cristianos en torno a los apóstoles! Si el rezar es ejercitar nuestro
sacerdocio, ¡qué poca pereza nos ha de causar el dedicarnos con gusto a la oración!
Rosy. Me adhiero plenamente a las palabras de Javi. Manos en alto, boca que canta,
labios que murmuran secretamente los anhelos del corazón…, con el valor de aquellos
corderos sobre el altar del Templo de Jerusalén. Si eso decía el piadoso judío del salmo,
¿qué no podremos decir nosotros ante el altar en que se inmola Cristo? ¡Vale la pena la
oración de los hijos de la Iglesia!
P. Luis. Estoy admirado de cómo discurren los dos. Déjenme que siga yo, para poder
acabar todo.
Javier. Sí; será mejor que siga usted y que nos callemos nosotros.
P. Luis. Aparte del ejercicio de su sacerdocio al unirse a la Eucaristía, los fieles ejercen
también su sacerdocio en la recepción de los Sacramentos, realizados por Jesucristo
mediante sus ministros, pero siempre con los fieles como participantes y beneficiarios la
gracia sacramental.
Javier. Por lo que yo sé, esto se ve de manera muy especial en la celebración del
Matrimonio, cuyos ministros son los mismos contrayentes, y no el sacerdote asistente en
nombre de la Iglesia.
Rosy. ¡Cuántas cosas que vamos aprendiendo! ¡Qué valor el de los Sacramentos como
acciones sacerdotales nuestras! Esto no son devocioncitas piadosas... Tal como vemos lo
que es nuestro sacerdocio, nuestra vida cristiana cambiaría mucho en ideal y en entrega si
lo quisiéramos vivir como verdaderos consagrados por el Señor.
Javier. Magnífica exigencia. Porque entonces, el cumplimiento del deber, con todo lo
que impone de renuncia y de fatiga, ya no es una carga insoportable sino un participar
generoso en la oblación del Jesús.
P. Luis. Igualmente, invita a los suyos a cumplir otra función sacerdotal suya, como es
el llevar el mensaje de la salvación a los demás: “Tú, vete a anunciar el Reino de Dios”.
Rosy. Está claro: nos quiere apóstoles suyos como lo fue Él, evangelizador del Padre. El
apostolado es en nosotros un servicio sacerdotal como lo fue en Jesús.
P. Luis. Pide también la vida de testimonio: “Serán llevados ante los para dar testimonio
de mí”.
Rosy. Entonces, igual que el mismo Jesús en su pasión, a la cual sus testigos se verán
unidos quizá hasta la efusión de la sangre.
Javier. Más de una vez se ha tenido que dar en la Iglesia esto que dice Rosy, ¿no es así?
Javier. Cuente. Que la Historia es el mejor testigo de lo que ha vivido la Iglesia en cada
época.
P. Luis. Se trata de los famosos cuarenta Mártires de Sebaste. Todos ellos soldados
jóvenes, por negarse a la idolatría adorando la estatua del Emperador, fueron condenados a
muerte, y una muerte terrible. En medio del rigurosísimo invierno, fueron arrojados
desnudos al estanque helado. Por la mañana era todos cadáveres, menos uno muy joven,
llamado Melitón. Aún daba débiles señales de vida cuando los cargaron en la galera, y su
madre, tomándolo con sus propios brazos, lo echó encima de sus compañeros, con estas
palabras que nos ha conservado el Obispo y Doctor San Basilio: “Hijo mío, termina tu
magnífica carrera con tus compañeros de combate; no faltes entre ellos cuando se presenten
ante el Señor”. Pregunto: ¿quién ejerció más y mejor su sacerdocio con el testimonio de la
fe, el hijo o la madre?...
Javier. Está claro, si lo traducimos a las mismas palabras de Jesús: llevando la cruz,
dando testimonio de vida cristiana y anunciando a todos el Reino de Dios.
Rosy. Padre Luis, hoy hemos intervenido nosotros bastante. No dirá que no estábamos
atentos y que no nos interesaba eso de que nosotros, los laicos, somos también verdaderos
sacerdotes en la Iglesia.
Cuestionario
Javier. Sí, hemos intervenido mucho. Pero ahora le toca a usted, Padre Luis, resumir bien toda
esta doctrina. Resuma bien. Que hoy lo necesitamos de veras.
P. Luis. Tienes razón, Javi; es muy importante tener en esto muy claras las ideas.
Primero. Sacerdote no hay más que uno: Jesucristo, que posee el único sacerdocio ante
Dios.
Segundo. Pero Jesucristo ha hecho partícipes de su sacerdocio a todos los bautizados,
aunque de diversa manera dentro de su Iglesia.
Tercero. Unos son sacerdotes “ministros”, consagrados por el Sacramento del Orden, y
que les confiere una participación del sacerdocio de Jesucristo esencialmente distinta del
sacerdocio de los fieles laicos.
Cuarto. Todos los bautizados, todos los fieles laicos, participan del sacerdocio de
Jesucristo, que los ha hecho sacerdocio real, para ofrecer víctimas espirituales agradables a
Dios: con la participación activa en la Eucaristía, con la oblación de sí mismos a Dios
mediante una vida santa, la oración, la abnegación y la entrega al Reino de Dios con el
testimonio, el apostolado y la caridad activa.
Rosy. Me preguntaban al principio que si yo quería ser sacerdote… ¡Cualquiera diría que no lo
soy!... ¡Qué riqueza de pensamiento para un cristiano laico el saberse y sentirse sacerdote!
¿A quién puede envidiar, dentro de la misma Iglesia? Seamos hombre o mujer, por nuestro
sacerdocio somos unas personas todas de Dios y todas para los demás. ¿Qué mayor
grandeza?...
A continuación, la misma Lección 118,
El fin sin fin. Jesucristo enseña la Vida Eterna,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. ¿Triste? Estás muy equivocada. Algo serio, sí. Y todo por unos versos de un
poeta moderno ─por lo visto, algo rancio─, que los he leído por casualidad y me están
dando que pensar.
Javier. Nada. Ahí van: “El mundo es un soplo, que pasa pronto, y detrás: Muerte, Juicio,
Infierno o Cielo. Recordarlo en detener, el paso en el precipicio”.
Rosy. Padre Luis. Y para quitar tanta seriedad de Javi, ¿nonos podría hablar hoy de eso?
P. Luis. No me parece mal la idea. Hasta podríamos llamar a esta lección: “Jesucristo
enseña la Vida Eterna”. ¿Qué les parece?
Javier. Pero presente todo en forma positiva. No nos venga con miedos…
P. Luis. ¿Miedos, dices? Empiezo con unas palabras del Apocalipsis, que inspiran una
confianza sin igual, cuando nos narra: “Oí una voz que decía desde el cielo: ¡Dichosos los
que mueren el el Señor! Desde ahora, dice el Espíritu, que descansen de sus fatigas, porque
sus obras los acompañan”.
Rosy. Sí; pero por otra parte, escuchamos a Jesús, que nos dice: “Teman al que puede
echar a la perdición cuerpo y alma en el fuego”. ¿A qué nos atenemos?
P. Luis. A las dos cosas. Pero con confianza y con prudencia. Ahí está todo. Porque
tenemos un destino de felicidad eterna, que nosotros podemos convertir en desgracia eterna
también. La moda de pensar hoy será la que sea, pero la Palabra de Dios permanece
siempre igual. Y a esta Palabra es a la que acudimos nosotros hoy para hablar de la Vida
Eterna.
Javier. Pero que nuestros maestros sean únicamente Jesucristo y sus Apóstoles. Son los
únicos que no dan iedo.
P. Luis. Entramos con ello en lo que llamamos la “escatología”, es decir, lo que nos
espera al fin, y que siempre se ha dividido en estos cuatro puntos: la Muerte, el Juicio, el
Infierno y el Cielo. Los cuatro que tú citabas, Javi, con esos versos.
Rosy. A lo que íbamos. ¿Qué nos dicen sobre estos cuatro asuntos Jesucristo y los
Apóstoles?
P. Luis. Empecemos por el primer novísimo, por la “Muerte”. Jesucristo no nos dice
nada directamente sobre ella, a no ser una sentencia muy grave: “¿Qué aprovecha al
hombre ganar todo el mundo si pierde su vida?”.
Javier. Es de sentido común. Vale más un pobre con vida que un multimillonario que
muere.
P. Luis. Jesús habla además con una parábola muy sencilla, pero muy sabia: la del rico
avaro, que no sabe qué hacer con la enorme cosecha, y sed dice: “¡Túmbate! ¡Come, bebe,
pásala bien, que tienes bienes almacenados para muchos años!”. Y oye en su conciencia la
voz de Dios: “¡Necio! Esta noche vas a morir, y lo que has acumulado, ¿para quién será?”.
P. Luis. Como vemos, Jesús no teoriza sobre la muerte, sino que hace ver los bienes del
mundo de una manera muy relativa: acabarán un día, queramos que no.
P. Luis. Uno muy repetido por Él, y de una extrema sensatez: “Estén preparados, porque
no saben ni el día ni la hora”.
Rosy. Lo recuerdo muy bien. Es lo que dice al acabar la parábola del ladrón que viene
cuando menos se le espera, o la del amo que llega a media noche, o aquella tan deliciosa de
las diez muchachas.
P. Luis. De suyo, Jesús habla en esas parábolas de su segunda venida al final de los
tiempos; pero, para cada uno en particular, la venida del Señor ocurre en el día de la propia
muerte, ya que la segunda venida no cambiará para nada la sentencia recibida en la venida
primera.
P. Luis. Miremos sobre todo a San Pablo, para el cual, pecado y muerte van siempre
unidos: “Por el pecado entró la muerte, la cual alcanzó a todos, porque todos pecaron”.
Rosy. Entonces, la muerte hay que aceptarla con humildad y como una penitencia
impuesta por Dios. ¿No es así?
P. Luis. Sí, es cierto. Pero con la resurrección de Cristo cambia por completo nuestra
manera de mirar la muerte, porque, igual que Jesús, morimos para resucitar, morimos para
vivir.
Javier. Está claro que la muerte no nos da ningún miedo, porque no es sino el paso hacia
una vida mejor.
P. Luis. Esto lo expresa San Pablo de manera magnífica: “Para mí la muerte es una
verdadera ganancia, porque me lleva a estar con Cristo”.
P. Luis. Eso ya es algo más serio, si atendemos a la Palabra de Dios: “Está determinado
que los hombres mueran una sola vez, y después, el juicio”.
P. Luis. Es una realidad que al final de la vida se nos aplicará a cada uno lo de Jesús en
la parábola: “Rinde cuentas de tu administración”. Explíquese como se quiera, existirá al
final de la vida un encuentro con la conciencia propia y con Cristo, porque, según Pablo,
“todos habremos de comparecer ante el tribunal de Cristo”.
P. Luis. Lo más probable es que estos textos se refieren al Juicio Final. Pero, para cada
uno, su juicio será en el momento de su muerte, con sentencia irrevocable.
P. Luis. Al final, vendrá ¡el Día del Señor!, tan clásico en la doctrina apostólica. El
Juicio que para nosotros será un triunfo, como para Jesús…
Javier. El Juicio Final será ciertamente un triunfo. Pero mi pregunta de ahora es muy
diferente. ¿Y qué decir del Infierno, hoy tan negado por muchos?
P. Luis. A la luz del Evangelio, negarlo resulta una intentona inútil. Dicen que son
catorce las veces en que Jesús, directa o indirectamente, habla del castigo eterno. ¿Cuántas
no se lo calla el Evangelio escrito?...
Rosy. El pensamiento está claro. ¡Las cosas que salen como analicemos estas palabras!...
P. Luis. No dices mal, Rosy. Veamos cada palabra. “Apártense de mí”. O sea,
separación definitiva de Dios. Fracaso total de la existencia. Estarán siempre suspirando por
Dios, con desesperación y odio inmensos, porque saben que no lo alcanzarán jamás.
P. Luis. La que a todos les da más miedo: fuego. ¿Es real? ¿Es simbólico?... Lo mismo
da. Es la expresión de un tormento inimaginable. La palabra “fuego” no la ha quitado nadie,
ni en los escritos del Nuevo Testamento ni en la Tradición de la Iglesia. Por algo será…
P. Luis. Y no vas equivocado, Javi. Porque si todo hubiera de acabar un día, ¡menos
mal! Pero ese “jamás” es aterrador. Dante lo expresó con el verso más trágico de la
literatura universal:”Dejen fuera toda esperanza los que entran aquí”
P. Luis. Jesús y los Apóstoles hablan con lenguaje escatológico y apocalíptico. Pero,
demos a las imágenes el valor que queramos, todas ellas expresan esto: un tormento
terrible.
Rosy. ¿No vale la pena que pasemos al Cielo?...
P. Luis. Naturalmente, lo que más nos interesa a nosotros es el Cielo. Para nosotros, es
la misma gloria de Jesús, como se lo pide Él mismo al Padre: “Quiero que donde esté yo
estén ellos también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que tú me has dado”. Y
añade Jesús: “Me voy a prepararles un lugar, porque en la casa de mi Padre hay muchas
moradas”.
Javier. Rosy, me decías que estaba “triste”. Te equivocabas. Todo lo anterior me hacía
mostrarme “serio”, que es muy diferente. Pensando en el Cieo, la cosa cambia. Ahora es
todo alegría y felicidad.
P. Luis. A esa su casa nos llamará el Señor un día: “Vengan, benditos de mi Padre, a
poseer el Reino que les está preparado desde el principio del mundo”.
P. Luis. ¿Por qué no me lo explicas tú a mí? Es muy difícil decirlo. Nos faltan términos
de comparación para podernos expresar adecuadamente. Para mí, todo queda resumido en
esto: Tendremos la misma felicidad de Dios. ¿Nos parece poco?...
Javier. Sí; lo que más me hace a mí pensar son esas palabras de Juan: “Ahora somos
hijos de Dios; pero aún no se ha manifestado lo que seremos, porque entonces veremos a
Dios tal como es él”.
P. Luis. Por San Pablo, con palabras de Isaías que el Catecismo de la Iglesia Católica
atribuye a la gloria del Cielo, nos dice que “ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni en cabeza
humana pudo caber lo que Dios tiene preparado para aquellos que le aman”. Se refiere a los
bienes de la Redención, que culminan todos en la gloria de una vida eterna.
Javier. Quisiéramos saber más del Cielo, pero veo que es algo difícil.
P. Luis. ¡Y tan difícil!. Con todo, una cosa sabemos: que allí quedarán saciados TODOS
los deseos del corazón.
P. Luis. Queda pendiente un punto que no hemos de pasar por alto: el Purgatorio. ¿A
qué llamamos Purgatorio?
Javier. Siempre he entendido que es el paso que hay entre la muerte y el Cielo para los
que han muerto en la Gracia de Dios y tienen segura la salvación, pero no pueden entrar en
la Gloria por no estar plenamente purificados.
P. Luis. Lo has dicho muy bien. El Apocalipsis dice que en aquella Jerusalén celestial
“no entrará nada profano”. Una simple manchilla impediría la visión de Dios por siempre.
Se requiere pureza inmaculada.
P. Luis. San Pablo insinúa la existencia del Purgatorio con aquellas sus palabras: “Si
resiste lo que uno ha construido sobre el fundamento, que es Cristo, recibirá premio; si
arde, será castigado; sin embargo, él se salvará, pero como a través del fuego”.
Cuestionario
P. Luis. Ante las corrientes modernas de la negación de estos dogmas, está la palabra de
Jesús sobre la escatología: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Por
eso me permito resumirlo todo en estos puntos.
Primero. Sin una eternidad de dicha y de tormento, no tienen sentido ni la Redención de
Jesucristo ni la Iglesia. ¿A qué venían la Cruz y la Iglesia?
Segundo. El error de Orígenes, renovado en nuestros días por Papini y sostenido bajo
diversas formas y explicaciones por esas corrientes de hoy, supondría en Dios un afán de
engañarnos o disimularnos la verdad. Nos trataría como a niños con el cuento del coco,
algo tan indigno de Dios...
Tercero. Existen unos dichos, que ojalá nos supiéramos de memoria y los meditáramos bien
a fondo, como la mejor y más austera penitencia. ¿Se los digo?... “Lo que no es eterno, no
es nada”. “Es pasajero lo que atormenta, y eterno lo que deleita”. “Es breve lo que deleita, y
eterno lo que atormenta”.
Javier. Esos dichos a mí me encantan. Nos forman juiciosos. Hacen la vida seria, pero en
modo alguno triste. Dan criterio, ante el placer pecaminoso y las vanidades del mundo.
Rosy. ¡Qué bien que lo dices, Javi! A estas horas sabemos un poco de Biblia. Y tengo bien
leídas estas palabras de San Pablo: “Porque nuestras penalidades momentáneas y ligeras
nos producen una riqueza eterna, una gloria que sobrepasa sin medida. Y nosotros no
ponemos la mirada en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es
transitorio, y lo que no se ve es eterno”.
A continuación, la misma Lección 119,
“Quien tenga sed, que venga”, El agua en la Biblia.
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Empiezo la lección con una pregunta a Javi: ¿Qué te parece lo que ocurre hoy
en el mundo con el agua, ese problema que lleva de cabeza a tantas naciones?
Javier. ¿Me pide mi parecer sobre ese crimen?. “Crimen”, así, como suena. Por la
deforestación de las selvas, la industrialización indiscriminada de las multinacionales, por
egoísmos inconfesables, el mundo está padeciendo sed, una sed que en algunas partes
reviste aires de tragedia. Perdonen si soy duro, pero esto es lo que pienso.
Rosy. Bien pensado y bien dicho. Pero, ¿a qué viene esto en una clase de Biblia?
P. Luis. Rosy, he hecho la pregunta muy a propósito para empezar esta lección. Para un
judío de la Biblia hubiera sido inconcebible lo que hoy hacen los hombres de los países
ricos aprovechándose de las naciones pobres. Y ese judío hubiera respondido en aquel
tiempo mil veces más duro que ahora Javier. Tanta era la importancia que el agua tenía en
la Biblia.
Rosy. ¿Y nos quiere hablar hoy del agua, tal como aparece en la Biblia y como pensaba
la Biblia?
P. Luis. Sí. Y todo me lo han inspirado unas palabras de Jesús. Empiezo por narrar la
escena. Se celebraba en Jerusalén la Fiesta de los Tabernáculos. Cada día se iba a buscar
procesionalmente el agua a la fuente de Siloé y llevada al templo en ánforas de plata y oro.
El último día, el más solemne, se hizo igual. Y viendo Jesús la procesión y a la gente que la
seguía curiosa y devota, alzó la voz en medio de la explanada del Templo, y dijo: “Quien
tenga sed, que venga a mí, y beberá. Del seno de quien cree en mí correrán ríos de agua
viva” (Juan 7,38)
Javier. A luz de la Biblia, estas palabras no tienen precio. ¿Qué significó el agua en la
tierra de Israel y en su historia? ¿Qué símbolos tiene en la Biblia? ¿Cómo mirar el agua
según el Nuevo Testamento?
P. Luis. Haces varias preguntas a la vez, Javi. Vayamos por orden, y empezamos por lo
que menos pueden esperar algunos.
Rosy. El agua en la Biblia sale a cada paso. No se lee una página sin encontrase con ella.
P. Luis. ¿Quieren un dato curioso? Nuestra Biblia trae el agua en unos 1.500 versículos
del Antiguo Testamento y en 430 del Nuevo. Esto se lo digo casi como una excusa para mí.
A lo largo de la lección, será un imposible citar tantos y tantos textos de la Biblia como
podríamos aducir. Así, me contentaré con alguno que otro.
Javier. Muy bien. Pero no deje por eso de citar los necesarios.
P. Luis. ¡Hay que ver lo que era el agua para la Biblia! Era tan anhelada en el desierto,
la estepa y la tierra árida de Judea…; pero tenía un significado de terror cuando se trataba
de “las grandes aguas”, es decir, del mar, de un gran lago o de un río imponente.
P. Luis. Comprendo su sorpresa, y empiezo a hablar del agua por esa parte, diríamos,
negativa. En la concepción oriental judía, el mar, los lagos y los grandes ríos eran la
habitación de los monstruos marinos y de los poderes superiores incontrolados, eran la
morada más terrible y tenebrosa del mal.
P. Luis. Por eso, las tempestades que se formaban en ellos, o las embarcaciones
perdidas, eran consecuencia de esas fuerzas ingentes contra las cuales sólo podía Dios.
P. Luis. Aquello de que el mar se dividiese en dos para que Israel saliera de Egipto y
pasase hacia el Sinaí, fue considerado siempre como la fuerza suprema que Dios desplegó a
favor de su pueblo.
P. Luis. Seguía en el pueblo la misma mentalidad. Por eso, el que Jesús caminara sobre
las olas embravecidas, subiera a la nave donde los discípulos estaban aterrados, y que se
calmara el mar con sólo decir el Maestro: “¡Calla, enmudece!”, fue tomado como el
milagro mayor presenciado por aquellos hombres del lago, que exclamaron atónitos:
“¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”.
Javier. ¡Al fin entiendo eso de que el mar va a desaparecer de la tierra al final del
mundo! Quiere decir el Apocalipsis que el mal ya no existirá más, porque su morada, el
mar, habrá desaparecido para siempre.
P. Luis. Esa morada del mal personificado en el demonio, ¿quieren verla insinuada en el
Evangelio? La adivinamos en el milagro del endemoniado de Gerasa. Los demonios, que
eran “legión”, pidieron a Jesús entrar en la enorme piara de cerdos, y los dos mil se
precipitaron en el mar, su habitación apropiada”.
P. Luis. Entre tantos textos que traen a Dios como dominador de “las grandes aguas”
basten estas palabras del salmo: “Más que el ruido de las aguas caudalosas, más imponente
que el oleaje del mar, más potente en el cielo es el Señor”.
Rosy. ¿Qué podemos decir de todo esto? Aunque nuestra mentalidad sobre el mar, los
lagos y los grandes ríos sea tan diferente, entendemos lo que nos quiere decir la Biblia.
Según ella, no nos da miedo ningún mal, por poderoso y temible que sea, si contamos con
la fe en Dios y en Jesucristo, vencedores absolutos de las fuerzas enemigas más grandes.
P. Luis. Considerado este punto del agua, digamos “negativo”, tan importante en la
Biblia para los israelitas y para los primeros discípulos, pasamos al “agua” tal como la
considera también la Biblia en sus aspectos “positivos” y en sus simbolismos tan
significativos.
Javier. Empiece por el más importante, según mi parecer. Sin el agua no hay vida.
P. Luis. Así es según la Biblia. El agua es el principio de la vida, es la vida misma. Para
el judío que después de la fertilidad de Egipto se encontró en el desierto, en la estepa y en la
Palestina montañosa, el agua era la mayor bendición que le regalaba el cielo con la lluvia,
la tierra con sus fuentes, y los pozos que el mismo hombre podía abrir.
P. Luis. Esos textos son preciosos. “Yahvé abrirá para ti los cielos, a fin de dar a su
tiempo a la tierra la lluvia, su rico tesoro”, dice en el Deuteronomio. Y con un salmo:
“Riegas los montes desde tu alta morada, con la humedad de tu cámara saturas la tierra;
haces brotar hierba para el ganado, y las plantas para el uso del hombre”. Y sigue con otro
salmo: “Tú, oh Dios, riegas la tierra, la acequia de Dios va llena de agua, riegas los surcos,
tu llovizna los deja mullidos, coronas el año con tus bienes”.
P. Luis. Una fuente de agua era para el judío la mayor bendición de Dios. Si no había en
el lugar fuente natural, se abrían los pozos, a los que conducían los caminos de las
caravanas y eran el lugar preferido para los encuentros. La Biblia pone junto a ellos las
grandes ocasiones para las mayores bendiciones de Dios.
Javier. Pozos muy generosos. Además de dar agua fresca, a aquellas les dio maridos, y a
la otra le dio nada menos que su Salvador.
Rosy. ¡Vaya observación la tuya, Javi! Siga con la Biblia, Padre Luis.
P. Luis. El agua, imprescindible para el organismo, era una bendición especial de Dios
para el hombre justo, que “tendrá su fortaleza en un picacho rocoso, con provisión de
agua”. Mientras que la falta de agua para beber se considerará un maldición de Dios.
P. Luis. Pues esto es lo que pensó Israel en el desierto: “¡Moisés, danos de beber! ¿Está
Yahvé entre nosotros, si o no?”. Para el pueblo incrédulo, Yahvé les había abandonado,
como lo demostraba aquella maldición de falta de agua.
P. Luis. ¡Preciosa ocurrencia, Javi! Sigo. El agua era en la Biblia del todo necesaria para
las purificaciones, desde las abundantes prescritas en el Levítico hasta las innumerables
impuestas después por los fariseos.
Rosy. Las purificaciones exigidas por los fariseos no constan en la Biblia, y con ellas
volvieron loco a Jesús. Aunque comprendo que los fariseos, exagerando tanto las cosas,
venían a expresar el pensamiento de la Biblia sobre la pureza exigida por Dios.
P. Luis. Muy bien también tu observación, Rosy. Trasladada el agua al plano simbólico
espiritual, el inigualable salmo “Miserere” lo expresa como ningún otro texto de la Biblia:
“Lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Rocíame con el hisopo, quedaré limpio;
lávame, y quedaré más blanco que la nieve”.
Javier. Realmente, no cansa el rezar a Dios con esas palabras. Además de profundas y
sentidas, es que son poéticas de verdad…
P. Luis. Para el judío piadoso, el agua era símbolo especial de sus ansias de Dios. Un
salmo lo expresa de manera sublime: “Como ansía la cierva las corrientes de agua, así mi
alma te busca a ti, Dios mío. Tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el
rostro de mi Dios”. Y otro salmo, tan recitado: “Mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene
ansia de ti, como tierra desierta, reseca, sin agua”.
P. Luis. ¿Y saben de qué era también símbolo el agua? De la sed en la Palabra de Dios,
como se expresaba el profeta Amós: “Mandaré a la tierra no hambre de pan ni sed de agua,
sino de oír la Palabra de Yahvé”.
P. Luis. Con el profeta Jeremías, que hablaba a todo Judá, la Biblia establece la enorme
diferencia que existe entre el judío piadoso que busca a Yahvé su Dios y el necio o infiel
que lo abandona: “Me han dejado a mí, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas
agrietadas, que no pueden retener el agua”.
Javier. ¡Qué comparaciones éstas de la Biblia!... Tengo entendido que, para el judío,
“agua viva” era el agua pura del manantial, en contraposición del agua inmunda estancada.
¿No era así?
P. Luis. Eso mismo. En toda la Biblia, pero en el Evangelio en particular, el “agua viva”
es el agua pura y fresca de la fuente, que da un placer tan grande en la vida.
P. Luis. Jesús, con las palabras que han motivado esta lección, se declara a Sí mismo
como la fuente del agua de la salvación: “Quien tenga sed y cree en mí, que venga y beba”.
P. Luis. ¡Y qué bien que hizo Juan al darnos su interpretación exacta! “Esto lo decía del
Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él”.
Rosy. Muchas veces sale el “agua” en la Biblia como una bendición. ¡Pero ésta sí que
supera a todas!... El Espíritu Santo, dentro de nosotros, es fuente de agua que como un
surtidor divino está saltando siempre hasta la vida eterna. Sublime a más no poder.
Javier. Lo que acaba de decir Rosy: Un surtidor dentro de nosotros que salta hasta los
cielos.
P. Luis. Y el valor supremo que Jesús dará al agua será cuando la tome como signo y
medio para infundir en los creyentes por el Bautismo la Vida Divina: “Vayan, y bauticen a
todas las gentes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
Cuestionario.
P. Luis. Realmente, no sé cómo hacerlo. Al salir tanto el agua en la Biblia, parece como
si Dios hubiera querido manifestarnos con esta criatura lo que Él quiere de nosotros, como
nos dice San Gregorio Nacianceno, aquel gran Obispo y Doctor de la Iglesia antigua: “Dios
tiene sed de que se tenga sed de Él”. Es lo de Jesús a la Samaritana: “Dame de beber”.
Resumo en pocas palabras.
Primero. “Las grandes aguas” del mar, lagos y ríos caudalosos, huracanes, diluvios, eran
espantables para los judíos porque significaban el mal, que tenía su morada en el seno de
los mares. Pero Dios era más fuerte que ellos.
Segundo. El agua normal de la lluvia, fuentes, pozos, era la gran bendición de Dios,
causa de la vida y agente de pureza.
Tercero. Sobre todos los simbolismos del agua en el Antiguo Testamento, para Jesús fue
signo de la Gracia, del Espíritu Santo, que sacia la sed inagotable que tenemos de Dios.
Rosy. Creo que podemos acabar diciéndole a Jesús como aquella mujer, y sabiendo
mucho mejor que ella lo que decimos: ¡Jesús, ansia eterna de almas que esperan, dame,
dame de esta tu agua para que no tenga ya más sed!...
A continuación, la misma Lección 120,
“Tú, ven y sígueme”. Jesucristo, líder,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. ¿Qué carta se figuran ustedes que recibí un día? La firmaba un grupito de
jóvenes, ellos y ellas, que siguen atentos nuestras clases, y me decían entre otras cosas:
“Padre Luis, nos da gusto cuando hablan de Jesucristo. ¿Y por qué un día no trata de
Jesucristo líder? Hoy necesitamos un tipo como Él que nos guíe a la Juventud”. Yo les
respondí que comprendieran, pero en la Biblia no existía un tema semejante. Discurrí
después, y me mantuve en mi opinión: Cierto que este tema no está en la Sagrada Escritura.
P. Luis. Es lo que yo pensé. Seguí discurriendo, y me dije: Pero, ¿no aparece Jesucristo
en todo el Nuevo Testamento como líder, y un líder muy superior a cualquier otro
dirigente?... Estudié algo, ¡y claro que Jesucristo es todo un líder en el sentido más propio,
en el que me lo pedían aquellos magníficos muchachos! Les escribí una segunda carta
diciéndoles que sí, que un día hablaríamos de “Jesucristo, Líder”.
Rosy. Y es lo que vamos a hacer hoy, naturalmente. ¡Magnífico, Padre Luis! Y empiezo
por hacerle una pregunta curiosa: ¿Se consideraba Jesús a Sí mismo como un líder?
P. Luis. Esto es indiscutible. Basta mirar la palabra que emplea, sin más explicaciones, a
los que llama para estar consigo: “Sígueme”. Así, tan a secas. Y debo decirles desde ahora:
para ser honestos nosotros en nuestras afirmaciones, no haremos una sola sin poder
comprobarla con el Evangelio. Prepárense para oír unas cuantas citas…
P. Luis. A uno que le pone alguna dificultad cuando lo llama, le responde severo: “Tú,
sígueme”. A cuatro pescadores del lago, acomodados con barcas propias, les propone sin
más: “Vénganse conmigo”.
Javier. Lo curioso es que tenía que hacerlo con tal fuerza moral, con mirada tan firme,
que los llamados le seguían sin más.
Rosy. No hay otra contestación posible a mi pregunta: Jesús se sentía líder y actuaba
desde el principio como dirigente eficaz.
Javier. Para que uno sea líder, ha de poseer muchas condiciones. ¿Las poseía Jesús?
P. Luis. Un líder, para ser tal, necesita ante todo poseer una gran personalidad,
netamente superior al resto de la masa, tanto en cualidades simplemente humanas, como
intelectuales y morales.
P. Luis. Jesús era ante todo un tipo carismático, arrastraba sin más. Sus mayores
enemigos lo reconocen, y al pedir a Pilato que ponga guardia en el sepulcro del
Crucificado, usan esta palabra: “Aquel embaucador dijo que resucitaría”. Y los guardias del
Templo, que tenían orden de arrestarlo, no quisieron obedecer y contestaron a sus jefes:
“¡Nadie ha hablado como este hombre!”.
P. Luis. Su inteligencia, junto con una imaginación vivísima, nos pasma a lo largo de
todo el Evangelio. Muchachito precoz, a los doce años deja embobados a los mayores
doctores de la Ley, que estaban “estupefactos por su inteligencia y sus respuestas”. Ante el
doctor que le pregunta que quién es el prójimo, inventa sin más la parábola del Buen
Samaritano, que es, simplemente, genial.
Javier. Igual que son geniales las respuestas, improvisadas, en el caso de la adúltera: “El
que de ustedes esté sin pecado que tire la primera piedra”. Y la otra dirigida a los fariseos:
“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
P. Luis. Los discursos de Jesús y las parábolas demuestran una inteligencia tan superior
como no ha habido otra.
Rosy. Y no deje de insinuar su sentido poético, que nos da unas muestras de lo más
sublime: “Miren los pajaritos del cielo cómo se alimentan sin haber trabajado…, miren las
flores del campo cómo visten sin hilar, que ni el rey Salomón en su mayor esplendor vistió
como uno de esos lirios”.
Javier. Sí, la inteligencia de Jesús fue única, de modo que hasta sus mayores enemigos
lo reconocen como el mayor genio que ha existido, genio que jamás será igualado por
nadie.
P. Luis. A la vez que una inteligencia superior, el líder tiene que demostrar una
conducta tan coherente con su doctrina que no se le pueda tachar ni de una sola mancha
moral.
Rosy. ¡Aquí sí que Jesús es único!
P. Luis. ¡Y tan único! A sus enemigos que le han observado paso por paso, les desafía
del todo seguro: “¿Quién de ustedes me puede tachar de pecado?”. Y al Sumo Sacerdote,
que lo juzga ante el Sanedrín, le deja sin palabra: “Yo nunca he hablado a escondidas.
Pregunta a los que me han oído. Ellos saben lo que he dicho”.
Javier. Para mí, y para aquellos muchachos que le escribieron la carta, espero que nos
diga algo sosbre la cualidad que más esperamos en el líder.
P. Luis. Yo también estaba esperando esta proposición. Jesús no tenía miedo a nada.
Convencido de la rectitud de su enseñanza y seguro de que nadie podía señalarle con el
dedo en su conducta, era un valiente también único.
Javier. Y este es el rasgo por el cual la juventud moderna ha optado muchas veces tan
decididamente por Jesucristo. Yo creo que los ejemplos del Evangelio podríamos
multiplicarlos a montones.
P. Luis. Sabe que Herodes Antipas le quiere meter en una emboscada. Y Jesús le hace
llegar a sus oídos: “Díganle a ese zorro que iré a Jerusalén cuando yo quiera, porque es allí
donde tengo que morir”.
Rosy. Llamarle “zorro” al rey que ha matado a Juan el Bautista y hacer que le llegue la
noticia…, ¡ya está bien semejante audacia!
P. Luis. A los suyos, a quienes exige: “Quien quiera venir detrás de mí, que tome su
cruz de cada día y me siga”, les da ejemplo poniéndose delante de sus seguidores
generosos, y “levantada la frente y con rostro sereno se decidió a ir a Jerusalén”.
Javier. Y eso que sabía lo que allí le esperaba. ¡Valiente este Jesús!...
Rosy. Y sabemos que en los tribunales fue el mismo Jesús quien firmó su sentencia de
muerte. En el tribunal religioso, respondió al Sumo Sacerdote: “Sí, yo soy el Hijo de Dios,
y un día me verán sentado a la derecha de la Majestad de Dios”. Y a Pilato, en el tribunal
civil: “Aunque mi reino no es de aquí, sí, yo soy rey”.
Javier. ¡Magnífico, Rosy, por lo bien que me enseñas a conocer y citar el Evangelio!
Padre Luis, ¿no miraremos alguna cualidad más de Jesús como líder?
P. Luis. Esta firmeza de carácter, que tanto les llama la atención, no le exime al líder de
ser un hombre de corazón, al contrario, se le exige esta cualidad más que a nadie.
Rosy. ¡Estupendo terreno al que ahora nos lleva! Y en este terreno, ¿quién le puede
ganar a Jesús en corazón?
Javier. No cuesta mucho adivinarlo. No creo que sepa tan de memoria el Evangelio
como Rosy, pero los casos se me acumulan en la mente. Que lo diga la pobre prostituta:
“Vete en paz, tus pecados te son perdonados porque amas mucho”. O la adúltera: “Yo
tampoco te condeno. Vete, y no peques más”. O Zaqueo, a quien felicita: “¡Hoy ha entrado
la salvación en esta casa!”.
Rosy. La gallina con sus pollitos… Aparte de su corazón inmenso, el poeta que yo
decía.
Javier. Este punto tiene que ser interesante de verdad. Si un líder quiere que su obra no
muera, sino que perviva, ha de elegir y formar bien a sus seguidores, continuadores de su
misma obra. Esto es incuestionable.
P. Luis. Por lo primero: por elegirlos bien. Se pasó toda una noche en oración, y muy
conscientemente los llamó “para que estuvieran consigo y después poder enviarlos”. Estas
palabras de Marcos son magníficas. Jesús, como líder, tiene muy claro el objetivo que
persigue: llevar adelante el Reino de Dios que Él mismo instituye. Ha de llegar hasta su
consumación en el fin del mundo, y necesita unos seguidores de su obra en todo semejantes
a Sí mismo.
P. Luis. Y muy expresamente hecho. Grupo pequeño, pero selecto: “Instituyó Doce”,
muy diferentes de aquellos otros Setenta y dos.
P. Luis. Bien formados por Él, los dejará en el mundo y ellos llevarán adelante su obra
con verdadera responsabilidad, aunque Él, antes de marcharse definitivamente al Cielo, les
prometerá su presencia invisible: “Yo estoy con vosotros hasta el final de los tiempos”.
P. Luis. Para que grupo de los Doce funcionase a perfección, Jesús se demostró, aparte
de formador, un organizador excelente. Uno, que hiciera sus propias veces: “Tú eres Pedro,
y sobre esta roca yo edificaré mi Iglesia”. Pedro quedaba en el grupo como Vicario suyo, el
que haría sus veces y actuaría en su nombre.
P. Luis. Para que los demás no tuviesen ni envidia ni celos, el formador les dejó una
fórmula colosal: “El que quiera ser el mayor, que se haga el servidor de todos, como yo,
que no he venido a ser servido sino a servir, y a dar la vida por todos”.
Rosy. ¡Ésta sí que es lección soberana!... ¿Y consiguió Jesús que le hicieran caso en un
punto como éste?
P. Luis. Sí; porque los Doce se transformaron radicalmente, aunque a eso no llegarían
sino después de la muerte y resurrección del Maestro. El término feliz de un líder será
siempre el transformar a sus seguidores en unos perfectos imitadores suyos.
P. Luis. Saben lo que pasó en la noche de la Pasión: todos, hasta el valiente Pedro, el del
“aunque todos te abandonen, yo no te dejaré jamás”, todos huyeron despavoridos. Total,
nada.
Rosy. Aparentemente, fracaso absoluto después de bregar durante tres años con los
Doce.
P. Luis. Pero al final, se hizo Jesús con la victoria. Cuando, ya desaparecido el Maestro,
los Doce sufrieron los azotes ante el Sanedrín, brincaban de alegría al salir de la Asamblea,
“contentos de haber padecido aquella afrenta por el nombre del Señor Jesús”.
Javier. Yo creo que ahora debemos tender mucho más la mirada. Jesucristo, aquel líder
indiscutible, desapareció del mundo, aunque su obra persiste en la tierra. ¿Sigue Jesucristo,
a nivel personal, influyendo como líder en los miembros de su Iglesia?
P. Luis. Te respondo con otra pregunta: ¿No ha ocurrido nada en el mundo en los dos
mil años últimos?...
Rosy. No estoy tan impuesta en Historia como Javi, pero me atrevo a responder.
Javier. Hazlo.
Rosy. Esas legiones de héroes salidos de todos los estamentos sociales, santos sin
número, mártires incontables, hombres y mujeres, ancianos y niños, que siguen a Jesús
incondicionalmente, ¿no demuestran que Jesucristo fue un Líder como no ha habido ni
habrá otro jamás? ¿Cómo es posible que, aun desaparecido visiblemente del mundo, ejerza
tanto influjo en millones de personas?
P. Luis. Muy sencillo. Jesucristo vive. Y aunque no se le ve, se cree en Él, se le ama, y
sus palabras, aquel “¡Tú, sígueme!”, se mantienen con toda su fuerza.
Javier. Esto lo vemos cada día. Nos llegan continuamente noticias de héroes que
padecen persecución y hasta derraman la sangre sólo por ser cristianos, por seguir a
Jesucristo. El Líder continúa arrastrando. Y yo no entiendo cómo centenares de miles de
muchachas han renunciado al amor y se han escondido en un claustro o se ha ido a las
Misiones sólo por darle gusto a Jesucristo. ¡Si esto no es ser líder!...
Cuestionario
P. Luis. ¿Cómo quieren que acabemos hoy? Podría ser con estas últimas palabras de
Javi, que lo sintetizan todo de manera magnífica. Les hago observar:
Primero. Aquel Líder de hace dos mil años, el del “Tú, sígueme!”, no ha perdido nada
de gran Dirigente de la Humanidad.
Segundo. Y como esas palabra se las dirija a una persona en particular, seguro que oye la
respuesta de aquel del Evangelio: “Te seguiré adonde quiera que vayas”.
Rosy. Y ahora, ya sabemos lo que nos toca. Seguir cada día a Jesucristo aunque sea con
un poquito de fatiga, pero también con la ilusión de aquellos muchachos y muchachas de la
carta, que sabían lo que es soñar en el único Líder al que vale la pena hacer caso…
A continuación, la misma Lección 121,
Yahvé - Jesús. El Nombre del Dios que salva,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Hoy quiero comenzar nuestra lección de Biblia con dos anécdotas que no tienen
que ver nada con la Biblia. Se trata de dos muchachas. Ambas, de alma muy selecta.
Rosy. Cuente, cuente cosas interesantes, que es la mejor manera de comenzar una
clase…
Javier. No está mal por esa chiquilla. Más de un psicólogo tendría para estudiar.
P. Luis. La segunda es una chica que hace todo al revés. Se coloca siempre en la última
banca. Parecía el publicano de la parábola. Y un día siente con claridad una voz que le
venía desde delante: -¿Cómo quieres que hable con mi amiga, si se me pone tan lejos?…
Rosy. Javi, es lo que te digo yo. A ver si aprenderán alguna vez los hombres a tratar a
Dios con la elegancia con que lo hacemos las mujeres…
P. Luis. Me parece que todos tenemos algo que aprender. El caso es que a Dios, en
Jesús, lo sepamos tratar como Él quiere. Recuerden que esto es una lección de Biblia. Y
ahora lo vamos a ver examinando simplemente los nombres con que Dios ha querido ser
llamado y se llama en la Sagrada Escritura. Vamos a saltar de Abraham a Moisés.
P. Luis. Sí; nada menos que de unos cuatrocientos treinta años (Gálatas 3,17 y Éxodo
12,40). Saben la historia de los doce hijos de Jacob, que venden a su hermano José y es
deportado a Egipto, donde llega a ser el primer ministro del faraón. Acuciados por el
hambre, los hijos de Jacob y sus familias emigran a Egipto, donde José perdona a sus
hermanos traidores y les da la tierra de los mejores pastos. Aquellos emigrantes hebreos se
multiplican mucho, hasta constituir un pueblo numeroso, pero se convierten con el tiempo
en unos esclavos miserables de los faraones crueles.
Rosy. La historia de José en Egipto. ¡Hay que ver cómo nos encantaba de niños!...
P. Luis. A esto vamos. A esa historia que acaba en una liberación, pero que empieza con
un nombre, con el Nombre que Dios se da a sí mismo: “El Dios que es”. “Yo soy yo”.
Javier. ¿Y qué tienen que ver aquellas dos muchachas de la iglesia con todo esto?
Rosy. ¿Y qué tiene que ver el nombre con la realidad de una persona? El que yo me
llame Rosy, no quiere decir que sea tan bella como una flor. Podría ser yo —aunque por la
gracia de Dios creo que no lo soy— horriblemente fea…
Javier. Recuerda, Rosy, el dicho de los antiguos romanos: que “nomen est omen”: el
nombre es un augurio, como si dijera, un presagio de lo que será y es una persona.
P. Luis. En la Biblia, nos encontramos con que a Dios le llamaban “El”. Significa
simplemente DIOS. Y puede ser un dios cualquiera, el verdadero como uno falso. Después
los hebreos, para darle más solemnidad al Dios suyo, le llamaron “Elohim”. En plural:
LOS DIOSES, o superlativo, “Dios de dioses”.
Javier. Es decir, según entiendo yo, el Dios que está sobre los demás dioses de los otros
pueblos. El Dios de Israel era único, un Dios que no admitía otros dioses a su lado.
P. Luis. Moisés está apacentando el rebaño en el monte Horeb, ve una zarza ardiendo
que no se consume entre las llamas, y se dice: -¿Qué es esto? ¿Una zarza que arde y arde,
sin que el fuego se apague ni la zarza se consuma? Voy a verlo…
Pero se detiene paralizado ante la zarza al oír la voz imperiosa que sale de ella:
- ¡Moisés, Moisés! No te acerques. Quítate primero las sandalias, porque el lugar que
pisas es sagrado. Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob…
Moisés se aterra, y se dice espantado: -¡Voy a morir, porque he visto y oído a Dios!…
P. Luis. Así pensaban los israelitas del Antiguo Testamento. Esto lo vamos a ver
muchas veces en la Biblia. A Dios no lo podía ver nadie sin morir. Por lo mismo, no te
extrañe semejante manera de pensar y de hablar en el mismo Moisés.
P. Luis. No; Moisés no va a morir, porque recibe de Dios el gran encargo: -He visto la
aflicción de mi pueblo en Egipto. ¡Vete allí, y arranca de las garras del faraón a mi pueblo
esclavizado!
Moisés tiembla ante la misión que recibe, y pregunta angustiado: -¿Y qué diré a los
israelitas? Cuando me pregunten quién me ha enviado, ¿qué les responderé?
Aquí viene el punto clave. ¿Quién es Dios? ¿Cómo se llama?… Dios le da a Moisés su
propio Nombre: -Yo soy el que soy: YAHVÉ. Cuando los israelitas te pregunten, les dirás:
“Yo soy” me envía a vosotros.
P. Luis. Sí. Éste es el nombre misterioso que Dios se da. Pasado el Destierro de
Babilonia, por respeto y casi miedo, los judíos sustituirán Yahvé por “Adonai”: El Señor.
Muchos siglos más tarde, Yahvé se transcribirá como “Jehová”, con escritura ciertamente
equivocada. Los estudios modernos, suprimido este nombre de Dios, le llaman ya siempre
así: “Yahvé”.
Javier. Así que en la Biblia, cuando leemos “El Señor”, es lo mismo que si dijéramos
“Dios”.
P. Luis. Sí, Javi. Y ahora permítanme que traiga una cita, mejor dicho, un comentario
algo extenso del Catecismo de la Iglesia Católica (203-221). Interpretando el Nombre de
Yahvé según la Biblia, y tal como se lo reveló al mismo Moisés, nos hace notar estas notas
tan significativas.
P. Luis. Indica grandeza y santidad. Dios es el Santo, alejado de todas las cosas, y, por
lo mismo, incontaminado, purísimo. Dios es el trascendente, el que está sobre toda la
creación. Dios es el que habita en el cielo, el invisible, el que nadie ve sin peligro de morir.
De aquí el miedo que infundía, como expresó Isaías: “¡Hay de mí, que estoy perdido, pues
soy un hombre de labios impuros!” (Isaías 6,5). Y San Pedro: “Aléjate de mí, que soy un
hombre pecador” (Lucas 5,8)
P. Luis. Indica misericordia y amor, pues, a pesar de la infidelidad del pueblo, le hace
exclamar a Moisés, al adivinar su presencia: “¡Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y
clemente, tardo a la ira y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil
generaciones y perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado!”.
P. Luis. No les extrañará entonces el mandamiento sublime que dice, y repetían cada día
los judíos: “Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé, el único Dios. Y amarás a Yahvé tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”.
Rosy. O sea, y con otras palabras. Que el Dios del Antiguo Testamento merecía respeto,
temor santo, obediencia rendida. Pero con confianza y amor, por ser el “Fiel” que estaba
por su pueblo.
P. Luis. A esto iba a venir yo ahora, Rosy. Porque el Dios Salvador del Antiguo
Testamento se va a manifestar en Cristo con salvación total y definitiva.
Javier. Padre Luis, nos ha prometido un cambio de escena. ¿Hacia dónde nos quiere
llevar?...
P. Luis. Nada menos que al capítulo doce de la carta a los Hebreos, dirigida a los
cristianos que habían dejado la sinagoga y entrado en la Iglesia. Les dice, refiriéndose al
Sinaí de Yahvé y después al Calvario de Jesús: “No se han acercado a fuego ardiente,
oscuridad, tinieblas, huracán, toque de trompeta y a un sonido de palabras tal, que
suplicaron los que lo oyeron que no se les hablara más… Tan terrible era el espectáculo,
que el mismo Moisés dijo: Estoy espantado y temblando. Ustedes, en cambio, se han
acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, a multitud de ángeles,
a la asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos… y a Jesús, mediador de una
nueva alianza, y a la aspersión de una sangre que habla mejor que la de Abel”.
Rosy. O sea, que el temor de los israelitas antiguos se ha cambiado para nosotros,
cristianos, en confianza y familiaridad sin par con el Dios que nos ama.
P. Luis. Ni más ni menos, así es. Sabemos que la liberación de Israel, arrancado de la
esclavitud del faraón, es el símbolo de la gran liberación de toda la humanidad, arrancada
de la esclavitud de Satanás, del pecado, del infierno, con una salvación eterna, realizada
también por Dios mediante otro Moisés, muy superior al caudillo de Israel. ¿Quién es el
nuevo Moisés?
P. Luis. Sí. Éste es el nombre que Dios da a su Hijo hecho hombre. “Le pondrás por
nombre Jesús”, dice el Ángel a María. Y a José, al darle el mismo mandato, le da la razón:
“Porque él salvará a su pueblo de los pecados”. Jesús, Jehoshuà. Es decir: “Yahvé que
salva”, “Dios salvador”.
Javier. Veo que JESUS, en hebreo, es un nombre compuesto. Explique, Padre Luis.
Javier. Yo creo que basta sólo examinar el nombre de “Jesús”, para ver la diferencia
abismal que existe al tratar a Dios tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
P. Luis. No podrías decirlo mejor, Javi. Aquí la Iglesia, al interpretar lo que significa el
nombre de Jesús en la Biblia, tiene unas expresiones bellísimas. ¿Me permiten algunos
testimonios, aunque me alargue un poquito? Son todos de la Iglesia antigua.
- San Justino, judío convertido, escritor y mártir, ya en el siglo segundo les escribía a los
paganos: “Si luchamos con el nombre de Jesús contra Satanás, Jesús lucha por nosotros,
con nosotros, en nosotros. Los enemigos han de huir apenas oyen el nombre de Jesús”.
- El valiente Tertuliano decía lo mismo en medio de las persecuciones del Imperio:
“Todo nuestro poder y dominio está en la invocación del Nombre de Jesús”.
- Y Orígenes, en los mismos años casi, y dirigiéndose a un famoso hereje, le escribía:
“El nombre de Jesús pacifica los corazones turbados, impera sobre los demonios, sana las
enfermedades, da al corazón maravillosa mansedumbre, es freno que contiene a uno en el
deber y le hace ser humano, tratable y suave”.
- Y San Efrén, aquel Doctor de la Iglesia tan antiguo, tan delicioso en sus cantares, decía
de sí mismo: “Yo, al leer en los libros el nombre de Jesús, no puedo contener las lágrimas,
lo beso y le pido a Dios que por este nombre perdone mis pecados”.
Rosy Testimonios como éstos dan que pensar, entusiasman, y hacen amar de veras a
Jesús.
Javier. ¡Y con qué lección tan inolvidable nos lo dijeron aquellas dos muchachas del
Sagrario!
Cuestionario
Rosy. Oiga, Padre Luis, ¿sabe que estoy algo aterrada? He leído en una revista muy
seria que en muchas partes de varias naciones, y precisamente de las más avanzadas
económicamente, se tributa verdadero culto a Satanás, con misas que llaman expresamente
“satánicas”. Sus adoradores forman ya sectas con miles de seguidores.
Rosy. Entonces, no nos caerá mal el que nos hable del demonio tal como aparece en la
Biblia.
P. Luis. Lo podemos hacer. Esto les dará criterio para saber cómo portarse ante
situaciones en las que Satanás, sin duda alguna, actúa personal y activamente.
Rosy. A mí, lo primero que se me ocurrió cuando leí aquel artículo tan serio, fue lo del
apóstol San Pedro: “Vigilen. Su adversario, el diablo, ronda como león rugiente, buscando
a quién devorar. Resístanle firmes en la fe”.
P. Luis. Empiezas por lo que yo hubiera dicho al final. Pero es lo mismo. Ten presente
sin embargo: Si el demonio es “enemigo” y tan fiero como un “león rugiente”, hay para
tenerle miedo; pero si nuestra fe es más fuerte que él, tenemos para reírnos del diablo si nos
viene en ganas.
Javier. Yo veo que unos en pro, otros en contra, el caso es que hoy el diablo está de
moda en la sociedad hasta con ese culto satánico, y también en algunas partes de la Iglesia
con los exorcismos. ¿Cómo tenemos que mirar nosotros al demonio según la Biblia?
P. Luis. Muy bien dicho: “según la Biblia”. Si lo sabemos bien, el demonio habrá
perdido con nosotros una gran batalla, porque lo conoceremos tal como es: malo de veras.
Es famosa la frase de aquel pensador francés, Beaudelaire: “El mayor éxito del diablo es
persuadirnos de que no existe”. Entonces actúa siempre en las tinieblas, a escondidas.
Nosotros, con la misma Biblia, vamos a desenmascararlo sin más. Con la Biblia sabremos
que el demonio existe, cómo actúa, y cómo nos hemos de comportar ante él.
P. Luis. Isaías habla del hundimiento del rey de Babilonia, o tal vez de un rey asirio
anterior, pero lo hace con las palabras que describen la caía de Satanás al rebelarse contra
Dios.
P. Luis. Viene después Job y presenta a Satán, el Adversario, Satanás, como decimos
nosotros, y lo vemos reclamándole a Dios el favor que presta al justo. Más tarde, Tobías
practica el primer exorcismo que vemos en la Biblia, y expulsa al demonio llamado
Asmodeo: “El olor del perfume expulsó al demonio, que escapó por los aires hasta la región
de Egipto. Fue el ángel Rafael a su alcance, lo ató de pies y manos, y, en un instante, lo
encadenó”.
P. Luis. Satanás es el que empujaba a hacer el mal, como le ocurrió a David con el
censo: “Se alzó Satán contra Israel, e incitó a David a hacer el censo del pueblo”.
P. Luis. Bien propuesto, Rosy. Ahora veremos cómo se va perfilando cada vez más la
figura del demonio, al conocer lo que de él pensaron Jesucristo y los Apóstoles.
P. Luis. Debemos tener esto muy claro desde el principio. Ante todo, para Jesús el
demonio es alguien personificado: es un ser maligno. No se trata, como pensaban los
judíos, de enfermedades físicas o sicológicas que atribuían al demonio, aunque los
Evangelistas hablan de muchos milagros en ese sentido popular y atribuyen a posesión
diabólica lo que no era tal. Según la ciencia popular de entonces, uno que era mudo es
porque tenía un demonio que era mudo. Un pobre enfermo epiléptico era un claro signo de
que tenía un demonio malo de veras. Y otro que podía sufrir anomalías sicológicas serias,
era porque tenía muchos demonios dentro. Fue éste, probablemente, el caso de María
Magdalena, de la cual dice el Evangelio que habían salido siete demonios…
Rosy. ¡Nada menos que siete! Con lo magnífica que era y lo amante que se mostró de
Jesús!...
P. Luis. Explicado ese punto tan importante, hemos de decir que hay casos clarísimos de
los Evangelios en los cuales se trata de verdadera posesión diabólica, y es entonces cuando
se enfrentan cara a cara Jesús y el demonio.
Rosy. Este diálogo entre Jesús y el endemoniado evidencia bien las cosas. El demonio es
una persona bien determinada.
Javier. ¿Cómo pueden negar la existencia del demonio en un caso como éste?
P. Luis. Jesús se declaraba vencedor de Satanás, el cual se creía seguro sobre el mundo
desde su victoria en el paraíso.
Rosy. Y aparte de la expulsión del demonio en esos casos, ¿cómo demuestra Jesús esta
su victoria sobre el demonio?
P. Luis. Jesús lo dice con una comparación muy plástica: “Si yo expulso al demonio en
nombre de Dios, es porque el Reino de Dios les ha llegado. Cuando uno fuerte y bien
armado custodia su palacio, sus bienes están seguros; pero si llega otro más fuerte que él y
le vence, le quita las armas en que confiaba, y reparte sus despojos”.
P. Luis. Con esta seguridad sobre el demonio, afirmará Jesús unos días antes de la
Pasión: “Ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera”.
P. Luis. Sí, y no. La victoria final del Señor es segura, porque, como dice el Apocalipsis,
Satanás y el inmenso ejército de demonios “serán arrojados al lago de fuego y azufre,
donde serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos”.
P. Luis. Satanás y los suyos siguen en lucha con la Iglesia de Jesucristo, a la que
combaten continuamente. Saben los demonios, ¡vaya que si lo saben!, que a la Iglesia no la
podrán destruir, pero están empeñados en hacerle todo el mal posible.
P. Luis. Los escritos de los Apóstoles están llenos de alusiones a esta lucha entre
Satanás y el cristiano. Fue Jesús el primero en poner en nuestros labios la plegaria con que
acaba el Padrenuestro: “No nos dejes caer en la tentación. Y líbranos del mal”. “Líbranos
del mal” significa propiamente: “del Malo, del Maligno”.
P. Luis. Es Satanás el principal instigador de los que siembran doctrinas falsas con las
que seducen a muchos. Avisa San Pablo: “El Espíritu dice claramente que en los últimos
tiempos muchos apostatarán de la fe entregándose a espíritus engañadores y a doctrinas
diabólicas, por la hipocresía de embaucadores que tienen marcada a fuego su propia
condenación”. Y sabemos que los “últimos días” son los tiempos mesiánicos, o sea, los de
la Iglesia.
Javier. Muy fuerte es esto, sobre todo para esos que inventan nuevas sectas en la Iglesia,
mejor dicho, frente o contra la Iglesia…
Rosy. ¡La iniquidad! ¡La maldad!... Sabemos dónde radica entonces la fuente de la
inmoralidad: en Satanás y en ningún otro. Los hombres son unos meros agentes suyos.
Javier. Estamos convencidos de que los ataques del demonio contra la Iglesia serán
constantes y que el cristiano se verá siempre sometido a la tentación diabólica. ¿No
debemos tener un poquito de miedo?
P. Luis. ¡No, Javi! Escucha cómo a todos anima San Pablo: “El Dios de la paz aplastará
bien pronto a Satanás bajo sus pies”.
Rosy. Y a propósito de todo esto del demonio en la Biblia, ¿qué pensar nosotros?
P. Luis. Sí. Se ha metido la moda de negar la existencia del demonio, y han dicho
algunos teólogos muy desaprensivos que el demonio no existe, sino que es una palabra sólo
destinada a personalizar el mal, sin que exista por eso un demonio que sea eso, una persona.
P. Luis. Ya hemos citado al Papa Pablo VI, que salió al frente de esos atrevidos:
“Sabemos que este ser oscuro y turbador existe realmente, y que actúa con astucia
traicionera; es el enemigo oculto que siembra errores y desventuras en la historia humana”.
P. Luis. Sin embargo, la Iglesia, y cada cristiano, no le tienen miedo al demonio, “el
Príncipe de este mundo”, como le llamó Jesús, porque Jesús mismo, en la Última Cena, nos
aseguró: “¡Ánimo! Al mundo lo tengo yo vencido!”, al mundo y a su Príncipe.
Cuestionario
P. Luis. Rosy ha provocado esta lección con eso de las sectas satánicas y su culto
increíblemente malo. Todos esos adoradores de Satanás sí que creen en él. Otros, por el
contrario, no creen y son esos de los que decía Goethe, el mayor poeta alemán: “La gente
no se da cuenta del diablo ni tan siquiera cuando el mismo diablo los tiene agarrados por el
cuello”. Pero resumimos todo en las dos palabras que pide Javi:
Primero. Según toda la Biblia, el demonio existe, y es una verdadera persona, espiritual,
mala, pervertida e inspiradora de todo mal.
Segundo. Por más que ataque a la Iglesia y tiente a cada cristiano, ni el cristiano
particular ni la Iglesia temen, porque cuentan con la palabra de Jesús: “Al mundo lo tengo
yo vencido”. “Y el Príncipe de este mundo, ha sido arrojado fuera”.
Javier. A ver, Rosy. ¿Tú crees en esa expresión tan de moda hoy: “Un Mundo Nuevo”,
“Un Mundo Mejor”?...
P. Luis. Te invito, Rosy, a que respondas la pregunta. Sin olvidarte que venimos a una
clase de Biblia.
Rosy. Si de Biblia se trata, me voy al Jesús del Apocalipsis cuando dice: “Hago nuevas
todas las cosas”. Entonces, tiene que llegar eso de un “Mundo Nuevo”, y, si es nuevo, tiene
que ser también un “Mundo Mejor”.
Javier. ¡Vaya, Rosy, que sabes filosofar!... Te doy enteramente la razón. Y me alegro
me infundas algo de optimismo, porque Juan, el viejecito apóstol Juan, escribía ya al final
de su vida: “Todo el mundo está puesto bajo el poder del Maligno”. Y añadía por si lo
queríamos entender mejor: “Todo lo que hay en el mundo no es sino concupiscencia de la
carne, concupiscencia de los ojos, y la jactancia de las riquezas”.
Javier. La pregunta, Rosy, me la ha sugerido un párrafo del Papa Pío XII, cuando dijo
en un discurso que dicen se hizo entonces famoso: “El mundo camina sin saberlo hacia
derroteros que llevan al abismo almas y cuerpos, buenos y malos, civilizaciones y pueblos”.
De aquí que “Es todo un mundo lo que hay que rehacer desde sus cimientos; lo que es
preciso transformar de selvático en humano, de humano en divino, según el Corazón de
Dios”.
Rosy. Perfecto. Pero fíjate en la última expresión: “Hay que transformar lo selvático en
humano, y lo humano en divino, y todo, según el Corazón de Dios”. ¿Te mantienes en tu
pesimismo?
Javier. No, Rosy. Porque ese mismo artículo añadía otras palabras de aquel Papa tan
grande: “Corre por el mundo un grito de renacimiento, un grito de recuperación: será la
restauración cristiana. Vosotros, jóvenes, queréis una reconstrucción nueva sobre las ruinas
acumuladas por quienes prefieren el error a la verdad. ¡El mundo debe ser reconstruido en
Jesús!”.
P. Luis. Da gusto escucharles. Pero, ¿cuándo se van a meter en la Biblia? A mi se me
ocurre encarrilarlos. Escuchen las palabras de Jesús: “¡He venido para salvar al mundo!”.
¿Tiene entonces el mundo salvación?...
Rosy. Estamos en la pista, Padre Luis. Hablemos de la salvación del mundo moderno.
Javier. Completo el texto que he citado de Juan. Todo ese mal, “no viene del Padre”, lo
cuaal, bien traducido, significa que tanta corrupción actual no puede venir de Dios, pues
Dios aborrece todo lo que es malo.
P. Luis. En una ocasión, nos muestra el amor del Padre: “De tal manera amó Dios al
mundo, que le entregó su propio Hijo”. Y lo reafirmaba Jesús con estas palabras dichas ante
las puertas de Jerusalén: “No he venido al mundo para juzgar al mundo, sino para salvar al
mundo”.
Javier. Yo creo que el mundo ha sido siempre igual desde aquella fatalidad del paraíso.
Y creo que, por mucho mal que hoy haya en el mundo, nunca tampoco ha habido tanto
bien.
P. Luis. Lo dices bien, Javi. Recuerda las palabras de San Pablo a los de Corinto: Si no
quieren convivir con impuros, avaros, ladrones o idólatras, no les queda otro remedio que
salir de este mundo.
Rosy. Es curioso ver cómo contemplaban los Apóstoles al mundo en sus días. Por una
parte, perdido; por otra, capaz de ser salvo con la fuerza del Evangelio.
Javier. Y no se dijeron con pesimismo: “¡No hay nada que hacer!”, sino todo lo
contrario: “¡Todo está por hacer! ¡Empecemos!”.
P. Luis. Ahora nosotros vamos a tomar la Biblia, sobre todo el Evangelio y los
Apóstoles, para preguntarnos: ¿Qué pistas nos da Jesucristo para salvar al mundo de hoy,
este mundo bastante perdido, pero tan amado de Dios?
P. Luis. Jesucristo, con unas parábolas muy gráficas, nos dice que al mundo hay que
rehacerlo desde dentro. Ha de ser transformado completamente. Y que no tengamos miedo
ni nos dejemos llevar por el derrotismo, porque Él ya comenzó su obra, la cual,
calladamente, va prosperando.
Rosy. Eso es evidente. Jesús y los Apóstoles partieron de cero. Nosotros, no; nosotros
tenemos ya mucho comenzado y en marcha.
P. Luis. Jesús lo expresó así: Satanás, Príncipe de este mundo, va a ser arrojado fuera y
suplantado su dominio por el Reino de Dios.
Javier. ¿Y cómo es y cómo actúa el Reino de Dios, que Jesucristo encarna en su propia
Persona?
P. Luis. Una comparación que pone Jesús es la de la semilla, descrita muy gráficamente
por Marcos. “El Reino de Dios es semejante al hombre que echa el grano en la tierra:
duerma el sembrador o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa
cómo. La tierra da el fruto por sí misma: primero hierba, luego espiga, después trigo
abundante en la espiga”.
Rosy. Empieza Jesús por pedirnos paciencia. ¡Calma, que todo llegará!
P. Luis. Así es, Rosy. Pero, ¿cuál es el grano sembrado? Jesús lo dice en otra parábola,
la de la cizaña: “El que siembra la semilla es el Hijo del hombre, el mismo Jesús; el campo
es el mundo; y la buena semilla son los hijos del Reino”.
P. Luis. Utiliza Jesús otra preciosa: “¿Con qué compararemos el Reino de Dios? Es
como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que
cualquier semilla, pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y
echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra” .
Rosy. Esta va para los pesimistas, que creen que la obra de Jesús, el Reino, se limita a
pocas partes o que se ha detenido para siempre.
Javier. Y ya vemos lo que nos toca para cambiar al mundo: ¡sembrar! ¡hacer algo!
¡trabajar!...
Rosy. Y cuando se trata de semillas, darnos cuenta de que la semilla somos nosotros, los
que seguimos a Cristo. Somos la simiente que Cristo echó en la tierra del mundo, y a
nosotros nos toca el ser semilla fecunda y que no se echa a perder.
P. Luis. Pero quizá la parábola de Jesús más significativa la tenemos en la levadura. “¿A
qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió
en tres medidas de harina hasta que todo fermentó”.
Rosy. Con lo dicho hasta ahora, veo hacia dónde va toda la lección: Tardará en
conseguirse; pero al fin tendremos un Mundo Nuevo, un Mundo Mejor…
P. Luis. Todas estas parábolas de Jesús nos resuelven el problema que nos habíamos
planteado en esta lección: ¿No hay posibilidad de cambio en el mundo que tanto nos
preocupa?...
Javier. ¡Claro que hay solución! Jesucristo no hablaba en broma: “He venido a salvar al
mundo”. ¡Y lo salva!
P. Luis. Pero ahora viene nuestra parte. Para conseguir ese fin, Jesús cuenta con
nosotros, que debemos arder en las mismas llamas de celo que a Él le abrasaban, como
expresó con aquellas palabras emocionantes: “He venido a echar fuego en la tierra. ¡Y
cuánto deseo verla ya ardiendo!”.
Rosy. Vuelvo a la idea de antes. Nuestro mundo de hoy, preocupante cuanto queramos,
no es peor que el que contemplaron los profetas y los apóstoles.
P. Luis. Para Ezequiel, el mundo era un campo de huesos resecos, áridos, sin vestigio
alguno de vida. Pero al escuchar la Palabra de Dios, se convirtieron en un ejército de
hombres vigorosos y de mujeres bellísimas .
P. Luis. Ya en el Nuevo Testamento, da casi pánico leer lo que Pablo dice de los
paganos cuando escribe a los de Roma, en el capítulo primero de su Carta. Y a los de
Corinto les recuerda lo que eran antes de su conversión: “Esto eran algunos: impuros,
idólatras, adúlteros, afeminaos, homosexuales, ladrones, avaros, borrachos, ultrajadores,
explotadores” .
P. Luis. Así, Javi, como tú dices, podrá escribir Pedro: “son un linaje escogido,
sacerdocio real, nación consagrada”. Y lo eran de tal modo, que brillaban “como antorchas
en medio del mundo”.
Rosy. No me tomen por pesada. ¿Volvemos nosotros otra vez al principio, a esas
expresiones de “Un Mundo Nuevo”, “Un Mundo Mejor”, que han motivado nuestra lección
de hoy? ¿Lo vamos a conseguir?
Javier. Esta idea la hemos repetido montones de veces en nuestras clases. ¡El final!
¡Hay que esperar al final!... Es el plan de Dios y no lo vamos a cambiar nosotros.
P. Luis. Pero ahora vamos preparando con seguridad el camino. La semilla crece. La
levadura fermenta. El fuego abrasa.
Rosy. El caso es que nos prestemos a la obra sin cruzarnos nunca de brazos.
P. Luis. Ahora lo has dicho, Rosy. Jesucristo vino a salvar al mundo, pero el mundo no
se salvará sin el concurso nuestro. Esta es la enorme responsabilidad y también la enorme
gloria que Dios ha echado sobre nuestros hombros.
P. Luis. Las encontramos a puñados en el Evangelio. Empiezo con una que inspira eso:
responsabilidad y una gran gloria. Miren lo que nos dice Jesús en aquella sobremesa de la
Última Cena: “Los he elegido para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca”.
Rosy. Cierto, ya no se trata aquí de Jesús que viene a salvar al mundo, sino que se trata
de nosotros, conscientes de que hemos sido elegidos para ayudar a Jesucristo en esta tarea
imponente de la transformación del mundo.
Javier. A mí se me ocurre otro hecho del Evangelio: aquel de Jesús que manda nada
menos que a setenta y dos discípulos a todas partes como anunciadores de la Buena Noticia.
No son los Doce Apóstoles, sino que estos setenta y dos vienen a ser como una
prefiguración del apostolado de los laicos, que hoy tenemos la misión específica de cambiar
el mundo en nuestros propios ambientes.
P. Luis. Y te hago una observación, Javi. Recuerda que al volver de su misión, ellos
estaban locos de alegría, mientras le decían al Señor: “¡Hasta los demonios se nos sujetaban
en tu nombre!”. O sea, que el apóstol cristiano y laico, como ustedes, cuenta en su mano
con un poder grande, con el poder del mismo Jesús.
P. Luis. Y no les he dicho lo principal, las palabras con que acaba Jesús: “No se alegren
de esto; alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.
Cuestionario
P. Luis. Hoy no resulta difícil. Hemos acabado casi con una arenga. De todos modos,
recuerden algunos puntos.
Primero. Aunque el mundo en el paraíso cayó bajo el dominio de Satanás, “El Príncipe
del mundo”, como lo llama Jesús, el mundo se tiene que salvar, porque Jesús vino
precisamente para salvarlo.
Segundo. Los males del mundo son muy graves, y la fuerza de Satanás es todavía muy
grande. Pero es mucho más poderosa la fuerza del Evangelio. La semilla crecerá hasta el
pleno desarrollo del árbol, es decir, del Reino, y la levadura llegará a transformar el mundo.
Tercero. Eso de un “Mundo Nuevo” y un “Mundo Mejor” es un ideal válido para todos
los creyentes. Pero, tomado con la prudencia de saber que ese propósito no se conseguirá
hasta el final.
Cuarto. Y no olvidar, que para esta tarea de la transformación del mundo, Jesucristo
cuenta con nosotros. Nuestra ayuda le es imprescindible a Él y a su Iglesia.
Rosy. Sí; lección muy sencilla la de hoy. Pero un poquito comprometedora para
nosotros…, ¡a los que necesita Jesucristo para salvar al mundo!
A continuación, la misma Lección 124,
Trabajo y vida. Dios metido en nuestro quehacer,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. ¡Vaya pregunta! Para vivir, para formarme, para hacer el bien, para agradar a
Dios, en una palabra, para cumplir un grave deber, trabajo y me gusta trabajar. Por dignidad
personal, la última ofensa que toleraría sería el que me llamasen haragán, tanto o más que si
me dijeran mentiroso. No voy a ser indigno de aquel trabajador de Nazaret… ¿Qué más
quiere?...
Rosy. Quiere decir, que hoy nos va a hablar del trabajo a la luz de la Biblia, ¿no es así?
P. Luis. Sí. Creo necesaria una lección como ésta. Espero nos sea de provecho a todos.
¿Qué nos dice Dios sobre el trabajo? ¿Qué quiere de nosotros? ¿Cómo lo debemos mirar a
la luz de la fe?
Javier. Muy bien elegido el tema de la lección. Porque, vamos a ver, ¿qué es lo que
hacemos cada día? ¡Trabajar, desde luego! El trabajo centra nuestra jornada entera, por
más que hacemos otras muchas cosas, todas ellas necesarias o muy convenientes para la
vida.
P. Luis. Pienso igual que ustedes dos. Por eso, no estará de más, sino que nos será de
mucho provecho, el reflexionar sobre el trabajo a la luz de la Biblia, para saber orientarlo y
vivirlo según el querer de Dios.
Javier. Lo creo además muy oportuno por otro motivo. El tema del trabajo, desde la
revolución social introducida en el mundo por el desarrollo industrial, se ha convertido en
la gran preocupación de la vida humana. El “trabajo” y los “trabajadores” son el problema
más entrañado que tiene la sociedad actual.
P. Luis. Tienes toda la razón, Javi. Pero nosotros no vamos a orientar nuestra reflexión
de hoy en el sentido sociopolítico, por mucha que sea su importancia, sino que vamos a
considerar nuestro trabajo de cada día, el de nuestras propias manos, a la luz que la Biblia
proyecta sobre él, sobre nuestra actividad cotidiana.
Rosy. Muy bien. ¿Qué nos enseñan entonces las Sagradas Escrituras?
P. Luis. Ante todo, el trabajo entra de lleno en el plan creador de Dios. Toda la Biblia
viene a dar razón a lo que dirá Jesús un día en su Evangelio: “Mi Padre trabaja siempre”.
Jesús se refería a que Dios no abandona nunca el gobierno del mundo y de la creación
entera.
Javier. Por lo que tengo entendido, nuestro Dios no es un dios aburrido y ocioso como
los dioses babilonios, que estaban en su palacio sin hacer nada.
P. Luis. No. El Dios de la Biblia aparece trabajando, y cuando acaba su labor contempla
toda su obra, admirado de Sí mismo, y exclama gozoso: “¡Todo está bien hecho! ¡Todo ha
resultado muy bueno!”.
P. Luis. Bien hecha la pregunta, Rosy. Aunque el trabajo no le haya costado a Dios
ninguna fatiga, el trabajo desarrollado le pide a Dios también un descanso, y por eso
atestigua la Biblia: “Concluidos el cielo y la tierra, y todo su aparato, dio por concluida
Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y en el día séptimo descansó de todo el
trabajo que había realizado”.
Javier. Precioso. Dios armonizó de una manera perfecta el descanso con el trabajo.
P. Luis. De aquí nace que el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es como
Dios mismo: un ser que “trabaja” y que también “descansa”.
P. Luis. Sabemos, desde el principio, que eso del trabajo divino repartido en seis días y
con un día séptimo dedicado al descanso, fue un artificio de los redactores de la Biblia para
establecer como día sagrado el sábado. Es el fin que buscaron los sacerdotes al hacer
después del Destierro la redacción última de la Biblia.
P. Luis. Dios quería por un doble motivo que el hombre le dedicara el sábado. Con
ello, reparaba sus fuerzas desgastadas durante la semana. Después, consagrando ese día a
Yahvé, el hombre no se olvidaba nunca de su Dios.
Javier. Se ve claro. El hombre tenía que ser, como Dios, trabajo y descanso: trabajo
para su vida y para completar y perfeccionar la obra de Dios; y descanso para sí, y para
tener presente, sin olvidarlo jamás, al Dios su Creador, su Señor y su Padre.
P. Luis. A esta observancia del sábado, Dios le prometería, como lo vemos por el
profeta Isaías, todas las bendiciones. Dirá el Profeta con palabras muy hermosas: “Si
llamas al sábado ‘Delicia’, al día santo de Yahvé ‘Honorable’ y lo honras, te alimentaré
con la heredad de Jacob tu padre”, te colmaré de todos los bienes.
Rosy. Es bello contemplar a Dios, nada más abrir la Biblia, convertido en un trabajador
a lo divino. Y ver al hombre, puesto por Dios en un jardín, para que lo cultivase a su
placer, completando la obra creadora de Dios.
Javier. Y eso, aunque después del pecado se convirtiera el trabajo en la mejor y más
laudable de las penitencias. ¡Qué dignidad la del trabajo!...
P. Luis. Todos sabemos que el pueblo judío, en todas partes y a lo largo de toda su
historia, se ha distinguido por su sabiduría, su ingenio y su tenacidad en el trabajo, que le
ha dado siempre la hegemonía de la economía mundial.
Javier. Tengo oído que, por eso precisamente, la educación entre los judíos empezaba
por enseñar a trabajar, para que el hombre no fuera un ser indigno de Dios y de su pueblo; y
así decía el refrán transmitido por un rabino: “El padre que no enseña al hijo un oficio, lo
educa para ser un ladrón”.
P. Luis. Esta es también la razón por la que los libros Sapienciales rebosan de sentencias
llenas de intención, unas de elogios grandes a la laboriosidad y otras cargadas de malicia.
P. Luis. Empieza Job diciendo: “El hombre nace para trabajar como el pájaro para
volar”.
Rosy. Si todas las sentencias son tan poéticas como esta de Job, no va a ir mal… Seguro
que no van a ser así los Proverbios.
P. Luis. Hay en ellos de todo. Los Proverbios son implacables cuando establecen la
suerte del trabajador y la del perezoso: “El que labra su tierra se saciará de pan; pero quien
se entrega al ocio es sumamente necio”. ¡Y tan necio! Porque: “Quien es flojo y
desmadejado en sus trabajos, es hermano del que despilfarra sus bienes”, además de que
“La mano perezosa produce mendicidad; mientras que la mano activa acumula riquezas”.
De aquí esa invitación al haragán tan irónica: “Perezoso, mira las hormigas”, esos
animalitos que se pasan el verano arrastrando granos y más granos a sus escondrijos para
pasar después un invierno con buenas reservas…
Javier. Contenta, Rosy. Pues, como vemos, respecto de la dignidad del trabajo no hay
distinción entre hombre y mujer. Ella como él son alabados sin restricción por la Palabra de
Dios cuando una y otro son diligentes en el cumplimiento de su deber.
P. Luis. En el Antiguo Testamento, los Profetas son serios cuando exigen el salario
justo, como vemos por esta amenaza de Jeremías: “¡Ay del que edifica su casa sin justicia!
Se sirve de su prójimo de balde y no le paga su trabajo”. La Biblia es implacable cuando se
trata de la paga que merece el trabajador.
Rosy. Si esto era la Biblia en el Antiguo Testamento, ¿qué será la del Nuevo
Testamento?
P. Luis. Cuando venga Jesucristo, el trabajo quedará sublimado hasta las alturas. ¿Por
qué? Porque el Dios hecho hombre, el que a Sí mismo se llama el “Hijo del Hombre”,
nacerá en el seno de una familia trabajadora y será un trabajador más del pueblo. Jesús es
“El carpintero”, “El hijo del carpintero”.
Javier. Siendo Él un trabajador del pueblo, será también exigente con nuestro trabajo,
¿no es así?
Javier. La Rosy que se mete a predicadora y lo hace muy bien y con verdadero tino…
Pensamos igual, amiga. Es de suponer que los apóstoles harán lo mismo que Jesús y nos
dirán lo mismo también, ¿no es así, Padre Luis?
P. Luis. Aquí tenemos como gran modelo y maestro a San Pablo. Aprendida bien la
lección de Jesús, se gloría hacia el final ya de su vida: “Saben que estas manos proveyeron
a mis necesidades y a las de mis compañeros”.
P. Luis. Pablo conoció los fracasos y las debilidades de los fieles muchas veces. En esto
del trabajo es típico el caso de la Iglesia de Tesalónica, tan querida por otra parte del
Apóstol.
P. Luis. Algo curioso. Como San Pablo hablaba tan frecuentemente de la segunda
venida del Señor, algunos desaprensivos la tomaron como que estaba ya inminente.
Entonces, si el Señor está para venir, ¿a qué fatigarse y trabajar? Pero, independiente de
esta falsa interpretación, se ve por las mismas palabras de Pablo que existía la vagancia y la
pereza en bastantes de los discípulos, pues escribe: “Nos hemos enterado que hay entre
ustedes algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo”.
Javier. No hace falta que Pablo explicite más las cosas. Se trataba de tipos frescos y
nada más.
P. Luis. Así era, pues sigue Pablo: “A éstos les mandamos y les exhortamos en el Señor
Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan”.
Javier. ¡Santo remedio! Cumplido este mandato, la haraganería muere por sí misma y
para siempre.
P. Luis. Sin embargo, Pablo les había dado ya en su primera carta una razón muy
poderosa, apelando a la conciencia cristiana. Debían ser los cristianos un modelo para los
paganos, y así les dice: “Ocúpense en sus asuntos, trabajando con sus propias manos, como
se lo tenemos ordenado, a fin de que vivan ordenadamente ante los de fuera”
P. Luis. Otra, ¡y qué hermosa! Aunque se tenga todo el dinero que se quiera, y aunque
no haya necesidad de trabajar para vivir, hay que trabajar para ayudar a los demás. Les dice
a los de Éfeso que trabajen “para poder socorrer al que se halle en necesidad”. Pero lo dice
de la manera más bella cuando en Mileto se despide de los ancianos de Éfeso: “Les he
enseñado que así, trabajando, es como se debe socorrer a los pobres, teniendo presentes las
palabras del Señor Jesús, que dijo: “Hay mayor felicidad en dar que en recibir”. Estas
palabras de Jesús no las han conservado los Evangelios, sino los Hechos en ese
emocionante capítulo 20 de la despedida de Pablo.
Cuestionario
Luis. Rosy, ¿te has convertido alguna vez seria, seriamente ante Dios?
Rosy. Bueno… No soy ninguna santa. Pero, por la gracia de Dios, tampoco he sido una
perdida.
P. Luis. Has caído en la pequeña trampa que te he puesto. Pero no sigo ahora con este
punto. Lo reasumiremos al final. Ten un poquito de paciencia, y no te asustes. También tú,
Rosy, tienes que convertirte con decisión. Espera, y hablaremos.
Javier. Padre Luis, aunque dice que estemos tranquilos, empieza por dejarnos inquietos.
¿Hacia dónde va hoy?...
P. Luis. ¿No les ha llamado nunca la atención la manera cómo Jesús inicia su Evangelio
y cómo los Apóstoles abren el comienzo de la Iglesia? En uno y en otros hay una palabra
clave, y es ésta: “Conversión”.
Javier. Cierto. Pero, ¿qué tiene que ver esto con la encantadora Rosy?
P. Luis. Tiene que ver mucho: con ella, contigo, Javi, y más que con nadie conmigo, que
necesito más conversión que ninguno.
Javier. Como le ha dicho a Rosy, voy a esperar al final para entenderlo todo. Empiece
con el tema.
P. Luis. Antes que Jesús, Juan el Bautista proclamaba con voz aterradora: “Raza de
víboras, ¿quién les ha enseñado a huir de la ira que les viene encima? Den frutos dignos de
conversión”.
Rosy. Conocemos bien al Bautista. Era tan tremendo como Elías o los demás profetas
antiguos. Parece que Jesús va a cambiar de todo…
P. Luis. ¡Y tanto que va a cambiar! Jesús dirá lo mismo, pero con palabra mucho más
suave. Se lanza a predicar por Galilea, e invita con amor: “El tiempo se ha cumplido y el
Reino de Dios está cerca: conviértanse y crean en la Buena Noticia”.
Javier. ¡Esto ya es diferente!... El Bautista podía espantar. Jesús atrae desde el principio,
consciente de que traía al mundo toda la bondad de Dios, el cual es todo dulzura.
P. Luis. Por eso sigue de esta manera: : “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos ha
llegado”.
Rosy. Así comenzó Jesús a proclamar la Buena Noticia. Pero nos ha dicho que los
Apóstoles hicieron lo mismo. ¿Cómo se sabe?
Javier. Es evidente. Los Apóstoles, formados por Jesús, se distancian mucho del
lenguaje del Bautista, aunque todos pidan lo mismo.
P. Luis. Y recuerden las palabras de Jesús a Pablo, caído en tierra ante las puertas de
Damasco, al confiarle su misión: “Te encargo que les abras los ojos, para que se conviertan
de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, para que reciban el perdón de los
pecados mediante la fe en mí”.
Rosy. Se ve por todo eso que la idea de la conversión está en la base de la predicación
de la Iglesia desde sus inicios, pues arranca de Jesús y de los Apóstoles.
P. Luis. Hay además en el Evangelio una enseñanza de Jesús muy aleccionadora. Pilato,
por lo visto en uno de sus clásicos arrebatos, hizo matar en el Templo a algunos galileos
mientras ofrecían sus sacrificios; además, la torre de Siloé se hundió un día
inesperadamente sepultando entre las ruinas a dieciocho personas.
P. Luis. El pueblo pensaba: “¡Pecadores, pecadores todos ellos, cuando asi han
muerto!”.
Rosy. Hemos aprendido por otras lecciones que esta era la opinión popular: la desgracia,
hasta una simple enfermedad, venía por el pecado.
P. Luis. Pero viene Jesús, y corrige severamente a los que pensaban de esa manera: “No;
todos esos asesinados y aquellos muertos no eran los mayores pecadores de Galilea y de
Jerusalén. Y yo le aseguro que si ustedes no se convierten, todos se van a perder del mismo
modo”.
Javier. Esta palabra “todos” en labios de Jesús, me da qué pensar… ¿Qué se deduce de
todo esto, cuando Jesús habla así de la conversión? Lo adivinamos fácilmente: o conversión
o condenación.
P. Luis. Por aquí va la cosa. Espera un momento. Dios no ha querido nunca ninguna
clase de mal, y menos el pecado, causante de todas las desgracias de la humanidad. Pero el
hecho es que todos somos pecadores.
Rosy. Esto lo sabemos bien. Menos la Inmaculada Virgen María, hasta los niñitos nacen
con el pecado original de Adán.
P. Luis. Escuchemos a San Pablo, que tiene una palabra algo misteriosa. Sin querer Dios
de ninguna manera el pecado, “Dios ha permitido que todos quedásemos encerrados en el
pecado para poder usar con todos de misericordia”.
Javier. O sea, que Dios se encuentra con que todos somos pecadores, y, por lo tanto,
estamos juzgados y condenados.
P. Luis. Así hubiera sido. Pero viene ahora Dios, el “Rico en Misericordia”, y revoca lo
que hubiese sido una sentencia inapelable. Así nos lo dice San Pablo: “Pasó lo viejo, todo
es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo. Porque en Cristo
estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las culpas de los
hombres”.
P. Luis. Esto le hace exclamar gozosamente a Pablo: “Si cuando éramos enemigos,
fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya
reconciliados, seremos salvados por su vida!”.
Javier. Y, como Dios que es, lo hace de manera total, definitiva, ¿no es así?
Pablo. Mira cómo se expresa Pablo: Ya reconciliados, “ahora nos presenta ante sí
santos, inmaculados e irreprensibles”.
Rosy. ¡Ya es bondad de Dios, la que hemos recibido al ser llamados a la conversión y
haber respondido a ella!
P. Luis. Rosy, sin darte cuenta has dicho unas últimas palabras dignas de consideración:
“hemos tenido suerte al haber respondido a la llamada de Dios”. ¿No has dicho esto?
Javier. Al decir que una respuesta, insinúa que debe existir un diálogo entre Dios y
nosotros.
P. Luis. Exacto. Dios, que nos ve hundidos en el pecado, entabla con el pecador una
conversación. Dios, tomando Él la iniciativa, ofrece a cada uno el perdón y la salvación:
“¿Quieres?”… Y está en el hombre responder “Sí” o “No”.
P. Luis. Cuando oramos, al hablar con Dios, o al sentir su voz inesperadamente, parece
que oímos siempre las mismas preguntas: “¿Qué te parece?”. “¿Quieres?”. “¿Te decides?”.
“¿Aceptas?”…
Rosy. Se adivina todo. Tienen que venir nuestras respuestas, que pueden ser éstas: “¡Sí,
no faltaba más!”. “¡Oh, no; eso es mucho!”. “¿Quién sabe? ¡Esperemos algo!”. “A lo
mejor, sí”…
P. Luis. Aquí está todo. Dios toma la iniciativa de la conversión, ofrece su gracia,
pregunta, y se queda esperando nuestra respuesta…
P. Luis. En él estaba yo pensando. En él tenemos hechos que nos confirman esto a cada
paso.
P. Luis. Jesús llama a los cuatro pescadores del lago: “Vengan, que yo los voy a hacer
pescadores de hombres”. Y Pedro y Andrés, Santiago y Juan, dejan allí mismo barcas,
redes, criados y familia, y siguen con decisión irrevocable a Jesús.
P. Luis. Al joven estupendo, que le ganó a Jesús el corazón, le invita: “Una cosa te falta:
anda, vende cuanto tienes, da el producto a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos;
luego, ven, y sígueme”. Y el joven, como era muy rico, entristecido se alejó de Jesús. La
duda le echó a perder.
P. Luis. Con Judas, hasta el fin: “¿Con un beso me entregas?”… El “¡No te quiero!” del
discípulo traidor lo llevó a la condenación, “pues mejor le fuera a ese tal no haber nacido”.
P. Luis. Pensamos los dos en el mismo: en Zaqueo. Rico, ladrón, pecador público. Jesús
se autoinvita: “Vete, Zaqueo, a tu casa, y prepárame hospedaje, pues hoy tengo que
pernoctar contigo”. Y el publicano responde durante el convite ante todos los comensales,
sin que Jesús le dijera nada, a no ser con su mirada llena de simpatía indecible: “¡Mira,
Señor! Doy a los pobres la mitad de todo lo que tengo, y a todos los que les he robado les
devuelvo cuatro veces más”. Jesús no ha rozado para nada la libertad de Zaqueo, y se
contenta con apostillar: “¡Hoy ha entrado la salvación en esta casa!”.
Javier. En estos dos casos de Zaqueo y Pablo, los más célebres del Nuevo Testamento,
vemos cómo la conversión, enteramente generosa en su respuesta a Dios, es también
“radical”.
Rosy. Por que así tiene que ser. Si se trata de Dios, no se va con medias tintas. Al
convertirse, dejando atrás el pecado o una vida mediana, floja, tibia, nada digna del
cristiano, se opta por el Reino de manera incondicional.
Javier. Pienso lo mismo que Rosy. Quien se convierte, dice con plena convicción: “Con
Dios tengo bastante. ¡Sólo Dios me basta!”.
Rosy. ¿Cómo? ¿Y qué tienen que ver los niños con la conversión?
Javier. Lo veo claro. Esto es precisamente lo que hace quien se convierte: se da cuenta
de que la soberbia y el pecado no le llevan a ninguna parte. Si se levanta con orgullo, Dios
se le aleja. Al convertirse, se abaja, y Dios se inclina amorosamente hacia la persona
humilde y pequeña, que nada puede. Pero, es precisamente entonces cuando lo puede todo
en Dios.
Rosy. ¿Y mi inquietud del principio, participada también por Javi? ¿Que yo, que Javi, y
que hasta usted necesitamos la conversión?
Javier. ¡Nadie, por supuesto! A no ser algún santo de esos grandes, grandes de verdad.
P. Luis. Pues esos santos más grandes son los que tienen más metida en la cabeza esa
expresión tan usada hoy en la Iglesia: “la conversión continua”. No cesa hasta el momento
preciso de la muerte.
Cuestionario
Javier. ¡A convertirnos cada día! ¡En cada momento!... Más claro, imposible.
P. Luis. Por eso me voy a ahorrar hoy el Cuestionario. ¿Qué quieren que les diga? ¿Hay
algún guapo que diga que él no se aparta de Dios ni un momento en su vida?
Rosy. Me ha tenido toda la lección en suspenso, con eso de que yo, que me considero
buena cristiana, debo también convertirme. ¡Ahora sí que no lo dudo! ¡A empezar cada
día!...
A continuación, la misma Lección 126,
“Los he llamado amigos”. Nuestra amistad con Jesucristo,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. ¿Quieren saber una cosa algo curiosa que leí ayer? Un alma muy fina, por lo visto
de Verona, tiene una aparición de Jesús, que le muestra su Corazón en que estaban escritas
estas palabras con caracteres de oro: “Camila, te amo”.
P. Luis. Bien, Rosy. Yo quería empezar hoy con una pregunta a Javi: Oye, entre los
tesoros con que puedes hacerte en la vida, indícame uno de mucho valor.
Javier. Se ve ella en el mismo apuro que yo. ¿Usted lo tiene escogido, Padre Luis? Se
entiende un tesoro suyo, para usted.
P. Luis. Con la Biblia en la mano, tengo muy pocas dudas: ¡Un amigo! Miren esta
sentencia: “Quien encuentra un amigo fiel, ha encontrado un tesoro. Porque el amigo fiel no
tiene precio, y su valor es incalculable”. Lo es tanto, que el mismo sapiencial añade:
“Pierde tu dinero por el amigo”, pues el amigo vale mucho más que todo el oro del mundo.
¿Qué les parece?...
Javier. Pues…, tiene razón. Dígame dónde está ese amigo para ir a buscarlo…
Rosy. Ya te lo digo yo. ¡Jesús, y no busques más! Porque tengo metidas dentro del alma
esas palabras suyas en la inolvidable sobremesa de la Última Cena: “Ustedes son mis
amigos”. “A ustedes los he llamado amigos”. No te molestes en buscar, Javi.
P. Luis. Esta Rosy nos ha metido bien en la lección de hoy: con estas citas del
Evangelio, y con esa anécdota de la que no hemos hecho caso. De esto quería tratar yo:
Jesús, nuestro Amigo.
Javier. Miro lo de esa sobremesa de Jesús con los Apóstoles a que alude Rosy, y veo
que Jesús habla con una franqueza total: “Yo los llamo amigos, porque les he dado a
conocer todos los secretos de mi Padre”.
P. Luis. Aunque les pone como condición el que cumplan siempre sus deseos: “Son mis
amigos si hacen lo que les mando”. Es así el mismo Jesús quien se confiesa amigo nuestro.
¡Por algo lo hace!
Rosy. Entonces, nos viene bien lo de Camila, esa mística italiana, ¿no es así?
P. Luis. ¿Eso? Haces bien en traerlo. No es más que la confirmación de lo que ahora
queremos tratar: que Jesús era y sigue siendo amigo verdadero. ¿Saben con qué palabras
expresan el Evangelio y los Apóstoles esta verdad. Se lo explico desde el principio. No
tomemos el amor como el “eros”, es decir, amor-pasión. Los dos verbos griegos del Nuevo
testamento son “agápe” y “filein”. “Agápe” es el amor grande de la caridad, del que habla
Pablo, por ejemplo en el imponderable capítulo trece de la Primera Carta a los de Corinto.
Y “filein” es el de afecto, el del cariño. Recuerden estas dos expresiones, cada una con
matiz tan propio.
P. Luis. ¡Oh, sí! Este valor humano de la amistad lo supieron expresar con aciertos
sorprendentes. Por ejemplo: Un Aristóteles, que asegura: ¿Qué es la amistad? “Un alma que
habita en dos cuerpos”. Y Platón, el otro gran filósofo, idealiza la amistad presentando a los
dos amigos que piden a Plutón, el dios del fuego, que funda las almas de los dos y las
fusione en un solo ser.
P. Luis. En una tragedia,, Orestes y Pílades se encuentran con que uno de los dos ha de
ser sacrificado. Se entabla lucha entre los dos, y prefieren morir juntos antes que vivir el
uno sin el otro.
Javier. Y pasando de Grecia a Roma, recuerdo yo al poeta latino Horacio que llamará a
su amigo Virgilio: “La otra mitad de mi alma”.
P. Luis. Si ese escritor (¿no era Lord Byron?) lo hizo como una humorada, se lo
perdonamos. Escrito en serio, es una burla cruel. Para ser amigos un hombre y un perro, el
perro tenía que convertirse en hombre, y el hombre en perro… Perdonen mi desenfado.
P. Luis. Javi, te metes con la filosofía. Pero aquí viene la realidad de la Encarnación. El
Hijo de Dios se hace hombre como nosotros, y ahora Dios y nosotros estamos en situación
de llamarnos y ser verdaderos amigos.
Rosy. Con esto se ve que se ha nivelado la diferencia enorme e insuperable que existía
entre Dios y nosotros.
P. Luis. Es cierto, Rosy. Desde la antigüedad cristiana lo vieron así los grandes Padres
de la Iglesia. Un San Ireneo, que escribía: “Toma Él nuestra pequeñez y nos da su
grandeza”. Y San Agustín, el genial de siempre: “El que quiso compartir su bien contigo,
empezó por participar primero de tu mal”.
Javier. Ya tenemos, pues, a Dios hecho un hombre como nosotros, y capaz de amar
como amamos nosotros. En Jesucristo, Dios hombre verdadero, y entre nosotros, humildes
criaturas, se va a establecer una corriente de amistad auténtica en todos los sentidos.
Rosy. Padre Luis, aparte de los textos del Evangelio con que hemos empezado, ¿cómo
da Jesús muestras de que es verdadero amigo, en el sentido más pleno y humano que
nosotros damos a esta bendita palabra?
P. Luis. La amistad con Lázaro y sus hermanas Marta y María es muy notoria.
Recordemos estas expresiones. “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy a despertarlo”.
Así, “nuestro amigo”. Y ante el sepulcro, se conmueve y rompe en llanto, de modo que
comentan los judíos: “¡Miren cómo le amaba!”.
Javier. Es imposible olvidar y silenciar el caso de Jesús con Juan, el discípulo más
joven.
P. Luis. Sí, es el hecho más notable, pues se entabla entre los dos una amistad única. Lo
cuenta el mismo Juan, aunque nunca da su nombre, sino que dice, y por tres veces: “El
discípulo a quien Jesús amaba”. Discípulo que lleva su decisión y confianza hasta
“recostarse sobre el pecho de Jesús”. Es el que recibe en herencia a la misma Madre del
Jesús, y también el primero que lo reconoce a la orilla del lago: “¡Es el Señor!”…
Javier. ¿Qué expresiones más típicas tenía en la Biblia este amor de amistad?
P. Luis. En la Biblia, el beso era el signo por antonomasia del amor. Por eso Jesús se le
queja al fariseo su anfitrión: “Al llegar, tú no me has dado el beso”, lo cual era decirle: “no
me tienes por amigo”. Mientras que se goza, y declara amiga suya a la pobre prostituta,
“porque desde que ha entrado no ha dejado de besarme los pies”. Y no digamos lo que se
goza con los besos que le da en los pies María la de Magdala cuando lo ve resucitado…
P. Luis. No podía faltar este detalle. No es posible encontrar una escena más vil y
repugnante. En Getsemaní sufrió Jesús un verdadero desgarrón del alma al verse
traicionado por un discípulo muy querido.
P. Luis. Jesús a Judas, siempre, siempre. Por eso lo escogió para apóstol. E
indudablemente, que Judas también quiso a Jesús en un principio. ¿Cómo llego a la
frialdad, a la infidelidad, a la traición? No lo adivinaremos nunca. Pero ahora lo entregaba
con el beso más criminal que se ha dado en la historia: “¡Amigo, ¿a esto has venido?”.
“¿Con un beso me entregas?”. Estas dos expresiones empelan Mateo y Lucas.
P. Luis. No era la primera vez que Jesús sentía lo que es ver traicionada la amistad. Juan
nos lo dice expresamente en el Evangelio, cuando nos narra el desenlace del discurso en la
sinagoga de Cafarnaún. Al ver que se resisten a creer, y que se le marchan algunos
discípulos, se queja amargamente a los Doce: “También ustedes se quieren ir?”.
Javier. Estás pidiendo, Rosy, nuevas demostraciones del amor de Jesús como Amigo
nuestro, conforme a lo de aquel proverbio bíblico: “El amigo ama en toda ocasión”, en
todas las circunstancias, prósperas y adversas.
Rosy. Por eso precisamente lo pregunto, porque tiene que haber más testimonios en el
Evangelio.
P. Luis. La escena con Pedro junto a lago es también excepcional. “Pedro, ¿me amas?”,
preguntado por tres veces, para gozarse con la triple protesta de amor: “¡Señor, Tú sabes
que yo te quiero!”.
P. Luis. Pasamos a San Pablo. El Apóstol, recogiendo toda esa tradición evangélica, y
auscultando su propio corazón, acabará la gran Primera Carta a los de Corinto: “¡Y si
alguno no ama al Señor Jesucristo, que sea maldito!”. ¿Y saben qué palabra original griego
emplea para decir “ama”? Igual que Jesús con Pedro: “fileì”, es decir, si no le ama con
afecto, con cariño verdadero…
Javier. Pasman, pasman estos hechos y estos dichos del Evangelio y los Apóstoles
respecto de la amistad de Jesucristo con nosotros, y de nosotros con Jesucristo.
P. Luis. Bien dicho, Javi: de Jesucristo con nosotros, y de nosotros con Jesucristo”. De
Jesucristo con nosotros, como el “Camila, te amo”, que nos ha contado Rosy. Cada uno de
nuestros nombres está escrito con letras de oro en su Corazón. ¿Y de nosotros con
Jesucristo? Valga la leyenda preciosa y tan antigua de San Ignacio de Antioquía, el mártir
más querido de la antigua Iglesia, echado a las fieras de Roma en el circo. Entre los restos
que han dejado las fieras, queda el corazón, lo abren, y encuentran también escrito con
letras de oro un nombre. “¡Jesús!”… Pura leyenda, pero que expresa de maravilla la mística
cristiana: nosotros encerrados en el Corazón de Cristo, y Jesús encerrado en nuestro
corazón…
P. Luis. Nada extrañan entonces las expresiones de los grandes Santos y Doctores desde
la antigüedad cristiana. Un San Ambrosio, que dice: “Cristo es el amor personificado”. San
Agustín añadirá: “La única amistad segura es la de Cristo: sólo en él se da totalmente
amistad feliz y eterna”. Y concluirá San Buenaventura, ya más cerca de nosotros: “Donde
fallan los amigos, Cristo no falla jamás”
Javier. ¿Saben que a mí me ha gustado mucho la explicación que ha dado de esas dos
palabras griegas, “agape” y “filía”, con que se expresan los Evangelios y los apóstoles? Lo
dicen todo. Dicen lo que ha de ser el amor, si es que de veras nos amamos con nuestro
Amigo Jesús.
Rosy. Pienso igual, igual… La una expresa el amor de obras, lo que exigía Jesús: “Son
mis amigos si guardan mis mandamientos”. Y la otra, no es sino la puesta en evidencia del
afecto y del cariño entrañables que le tenemos a Jesús.
P. Luis. Hoy se ha metido en muchos la moda de negar valor al amor afectivo a
Jesucristo. Quieren amor seco, de obras con solo sentido social. Es una equivocación
completa.
Javier. ¿Eso? No es sólo una equivocación, porque eso no es ni tan siquiera humano,
pues privan a la naturaleza, la de Jesús como la nuestra, del afecto, del cariño, lo más
entrañado que Dios ha creado en nosotros.
P. Luis. Rosy, pones una comparación magnífica. Ahí está el valor de la oración
afectiva, aunque con la advertencia de Ignacio de Loyola: “El amor se ha de poner en las
obras antes que en las palabras”.
Rosy. Sí; éste es hablar sincero de amigos: “¡Te quiero, Jesús! Pero, porque te quiero de
verdad, hago lo que Tú quieres!”…
Cuestionario
Javier. ¡En buena lección nos hemos metido hoy! Entre el Jonatán y David de la Biblia,
los filósofos y escritores griegos, latinos y un inglés, la Camila contada por Rosy, el dos
Ignacio de Antioquía traídos por el Padre Luis, creo que nos han hecho entender bien lo que
significa que el Jesús del Evangelio es un verdadero amigo, nuestro Amigo Jesús.
P. Luis. Como siempre, resumamos todo en algunos puntos concretos, a ver si sabremos
vivir después esta verdad tan deliciosa.
Primero. Jesús es verdadero Amigo, porque Él mismo se da este nombre, se califica así,
y quiere que lo tratemos como tal.
Segundo. El ser del amigo exige igualdad de condición. Como era imposible la amistad
entre Dios y el hombre, Dios tomó nuestra naturaleza en el seno de María, y Jesucristo,
entonces, ha podido entablar con nosotros relaciones de amigo verdadero.
Tercero. El Evangelio está lleno de esta verdad. Porque hacemos lo que Jesús nos pide,
demostramos que somos amigos suyos; y se lo expresamos muchas veces con oración
afectiva, con un “¡Jesús, Tú sabes que yo te quiero!”, como Pedro junto al lago.
Rosy. ¡Qué tesoro, tener un Amigo como Jesús!... Porque Jesucristo es el Amigo más
amante y más amado que ha existido, y nadie jamás amará y será amado como Él. Una
gloria como ésta sólo la tiene Jesús.
A continuación, la misma Lección 127,
“Como Cristo amó a su Iglesia”. Dos esposos enamorados,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. Así debe ser. Porque no olvide, Padre Luis, que venimos a una clase de Biblia.
P. Luis. Pues, Rosy, te gasto a ti la misma broma: ¿Vas a amar mucho a tu marido
cuando te cases?...
P. Luis. Pues, a esto: a una clase de Biblia bien hermosa. ¿No saben por San Pablo y por
el Apocalipsis que Jesucristo es el Esposo de la Iglesia, y que la Iglesia y Jesucristo se
aman apasionadamente, que no pueden pasar Él sin Ella, y Ella sin Él?... ¿Y no querrás tu,
Javi, ser imagen de Jesucristo, y tú, Rosy, una estampa de la Iglesia?...
Rosy. Estupendo con su broma, Padre Luis. ¡Empiece, empiece pronto con esta lección!
P. Luis. La palabra más expresiva la tiene Pablo cuando escribe: “Cristo amó a la
Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño
del agua, en virtud de la palabra, y presentándosela resplandeciente a sí mismo, sin que
tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada”.
P. Luis. Juan el Bautista es el primero en decirlo: ¿Tener yo celos de Jesús? No. Yo soy
el amigo del novio, el novio es él, y yo me alegro al oír su voz.
Jesús mismo toma este nombre: “¿Acaso los invitados pueden ayunar mientras el novio
está con ellos”?.
Y San Pablo les dirá a los de Corinto: “Estoy celoso de ustedes con celos de Dios, pues
los tengo desposados con un solo esposo para presentarlos como virgen casta a Cristo”.
P. Luis. El Apocalipsis será más explícito, cuando nos invite con entusiasmo:
“¡Alegrémonos, y regocijémonos y démosle gloria! Porque ha llegado la boda del Cordero,
y su Esposa se ha engalanado con lino de blancura deslumbrante”. Y nos repite después:
“Ven, que te voy a enseñar a la Novia, a la Esposa del Cordero”.
Rosy. Con todo esto, veo que nos encontramos con lo más bello, lo más idílico, que nos
enseña la Biblia. La Iglesia, los hijos de la Iglesia, tenemos con Jesús la intimidad del
esposo y la esposa que están verdaderamente enamorados. Y Jesús lo está de su Iglesia, y la
Iglesia lo está de Jesús hasta un grado sumo.
P. Luis. Veo que les va interesando el tema. ¿Nos podemos entretener ahora en analizar
esos textos bíblicos que hemos citado?
P. Luis. La primera palabra que ocurre es la de Pablo: “Cristo amó a su Iglesia”. Pero,
¿quién y qué era la Iglesia antes de que Jesucristo la desposara consigo en la Cruz, en la
que derramó su sangre por la esposa? Era la humanidad caída que se revolcaba en el fango.
Pecadora de principio a fin.
P. Luis. Sigue escuchando a San Agustín: “La amó cuando era fea, y la hizo hermosa.
Derramó su sangre por la infiel y manchada, y la convirtió en fiel y la dejó pura. En la
esposa ve y ama los regalos con que él la adornó”.
Javier. Veo que todas estas expresiones de San Agustín no hacen más glosar las
palabras de San Pablo cuando escribe que “Cristo se entregó por ella”.
P. Luis. Sí. La sangre de Cristo fue un detergente poderoso que eliminó la inmundicia
con que la novia venía a la boda. Por toda dote, ella traía pecado y Él le daba santidad. Por
la fealdad con que ella se presentaba, Él le comunicaba una hermosura sin par.
P. Luis. . ¿Quieres saber, Rosy, cómo lo expresa esto el Papa Pablo VI? “En el hombre,
la belleza produce el amor; en Cristo, el amor va delante y produce la belleza de la Iglesia”.
A ti te ha escogido y te ama tu novio porque te ha visto muy bonita; a la Iglesia la ama
Cristo porque la ha hecho hermosa Él.
P. Luis. Con el libro del Cantar, mira lo que Jesús le dice a la Iglesia su Esposa: “Eres
bella, amiga mía, y encantadora. Tus ojos me subyugan. Eres única, paloma mía, sin
defecto alguno. Hermosa como la luna, resplandeciente más que el sol. ¡Qué bella eres!
¡Qué hermosura, amor mío, qué delicias!”.
Javier. Y ella, ¿qué le dice a Él? ¿Se queda corta al expresar su enamoramiento?
P. Luis. ¿Ella? Dice con el mismo Cantar: “Estoy enferma de amor. Mi amado se
distingue entre diez mil. Dulcísimo, todo él es un encanto. MI amado es mío, y yo de mi
amado”.
Rosy. Mi pregunta de antes, aunque formulada de otra manera: ¿Cuándo nacieron estos
amores entre Cristo y la Iglesia?
P. Luis. Por parte de Jesucristo, desde toda la eternidad en el seno del Padre, cuando
determinó hacerse hombre para redimir a la Humanidad Caída y formar su Iglesia. De
hecho, siempre hemos considerado el nacimiento de la Iglesia del costado de Cristo con el
pecho abierto, cuando salió, junto con la sangre, aquella agua misteriosa con la Cual
Jesucristo lava las almas al aplicársela en el Bautismo. Dice San Pablo: “la santificó,
purificándola con el baño del agua”.
Javier. Pero, si esto es así, el que la Iglesia sea tan hermosa, ¿qué pensar cuando la
vemos tan llena de defectos y con tantos bautizados indignos?
P. Luis. Sí. Eso se dará plenamente cuando todos los elegidos se vean purificados del
todo, y tomen posesión de la morada definitiva de la Jerusalén celestial, “en la cual no
entrará nada profano, porque será sólo para los inscritos en el libro de la vida del Cordero”.
Allí no entrará el más pequeño rastro de pecado.
Javier. He hecho la pregunta porque yo quería aclararme del todo este punto. Pareciera,
si se mira todo este lenguaje a la ligera, que eso de “esposa” de Jesucristo sólo concerniera
a las mujeres.
P. Luis. No podía faltar este punto en la lección. Los esposos cristianos, “casados en el
Señor”, como dice San Pablo, viven sacramentalmente este desposorio de Cristo con su
Iglesia. Ese párrafo incomparable de San Pablo a los Efesios con que hemos empezado
nuestra lección, lo inicia el Apóstol con las palabras: “Maridos, amen a sus esposas como
Cristo ama a su Iglesia, y ustedes, mujeres, entregadas en todo a sus maridos, como la
Iglesia lo está a Cristo”. Y añade estas palabras tan ponderativas: “Este es un gran misterio,
y yo lo digo respecto a Cristo y la Iglesia”.
Rosy. Igual que Javi, he escuchado muchas veces en las bodas esta explicación, que yo
entiendo así. El marido y la mujer, al amarse, al expresarse su amor en la vida íntima, al
trabajar el uno por el otro, al no tener más que un corazón y un alma en una misma carne,
no hacen sino manifestar lo que Cristo y la Iglesia son entre sí. Jesucristo asume toda la
vida de los esposos para proclamar a todo el mundo: ¡Esto, esto somos mi Iglesia y yo!...
Javier. ¡Vaya, Rosy, que estás inspirada!... Si así piensas y así quieres hacer cuando te
cases, habrá para envidar a tu marido…
P. Luis. Javi, ahora no soy yo el de las bromas, sino tú, aunque estás muy acertado…
Rosy. ¿Y qué dice, Padre Luis, de las que no se casan, de nuestras queridas monjitas?
P. Luis. En esas palabras de Jesús está escondida la respuesta adecuada, ¡y hay que ver
la gloria que esto significa para Cristo! Esas valientes que consagran su virginidad a Cristo
representan, expresan y adelantan a la tierra el desposorio de Cristo con su Iglesia en la
eternidad. Al renunciar a un marido, le dicen a Jesús: “Mi único esposo eres Tú, y no ya en
el Cielo, sino aquí en la tierra”. Adelantan en esta vida, con un testimonio único, lo que va
a ser el desposorio de todos nosotros con Jesucristo en la vida eterna.
Rosy. ¡Qué formidable, tanto para los casados como para todas las almas consagradas!
De este modo, en la Iglesia no existe la soltería, desde que todos, unos de una manera, otros
de otra, estamos casados con el Señor.
P. Luis. ¿Sabes qué hacen Jesucristo y la Iglesia? Nos lo describe el Apocalipsis. Parece
que Jesús estuviera impaciente allá en el Cielo, porque le dice a la Iglesia: “¡Sí, vengo
pronto!”, ¡espera un poco!... Y la Esposa enamorada le responde a impulsos del Espíritu
Santo: “¡Ven, Señor Jesús!”, ¡ven, no tardes tanto!...
P. Luis. Son muchas las personas que experimentan esta realidad mística, revelada por
Dios, se hacen propia esa sentencia de San Juan de la Cruz, y se dicen: “Ni tengo ya otro
oficio, pues ya sólo en amar es mi ejercicio”. Oración, sacramentos, trabajo, entrega a la
obra del Reino… Todo es para Jesucristo.
Cuestionario
P. Luis. Hoy, sin cuestionario final. Ya ves, Javi, que no hemos estado de bromas en
esta lección, como tú te temías. En la Iglesia no hay solteros. Porque unas de una manera,
otras de otra, las almas de todos los bautizados están unidas en desposorio místico nada
menos que con Jesucristo.
Rosy. ¡Y hay que ver la felicidad que Jesucristo le debe guardar a su Esposa la Iglesia!
Vale la pena soñar un poco en lo que nos espera…
A continuación, la misma Lección 128,
“Dios quiere que todos se salven”. Su voluntad salvífica es universal.
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
______________
Javier. Padre Luis, ¿me permite que la charla de hoy la empiece yo?
P. Luis. Tú dirás…
Rosy. Ese negociante no deja de ser listo, a la par que prudente. Yo pienso lo mismo. En
este negocio, eso de no tener un alma de repuesto resulta lo más delicado y comprometedor,
y por eso no se puede jugar a la ruleta rusa…
P. Luis. ¿Y saben que con esto se meten en una de las lecciones más importantes de la
Biblia?
Para Israel en el Antiguo Testamento, salvación significaba la liberación que Dios le
otorgaba sobre sus enemigos.
Pero en el Nuevo Testamento adquiere la palabra definitivamente el carácter de la
“salvación eterna”. Podemos verlo en dos casos del Evangelio.
A la mujer curada de su enfermedad, le dice Jesús: “¡Hija, tu fe te ha salvado; vete en
paz!”.
Pero a la prostituta a quien ha perdonado su vida pecadora, le dice lo mismo con un
significado muy diferente, cuando el banquete en la casa del fariseo: “Tu fe te ha salvado;
vete en paz”.
Javier. El asunto es claro. En el primer caso, Jesús se refería a una liberación material,
física y temporal, para esta vida. En el segundo, a una salvación espiritual y eterna. Se trata
de algo muy serio, y nos interesa grandemente una explicación clara.
P. Luis. Y creo que la vamos a tener. Sin salirnos de la Biblia, interpretada por la
tradición cristiana, comprobaremos que la salvación interesa grandemente.
Rosy. ¡Vaya! Nunca he olvidado aquellos versos que aprendí bien de pequeña: “Porque
al fin de la jornada, aquel que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada”…
Javier. Yo también tengo muy leído el caso célebre de aquel Papa medieval. Le pide el
rey una concesión contra su conciencia, y el Pontífice se limita a contestar: -Si tuviese dos
almas, con gusto sacrificaría una para complacer a Vuestra Majestad. Pero, comprenda, ¡no
tengo más que una!
Rosy. ¡Bien! Yo me dejo de mis versos y de casos míos; que Javi se deje de sus
anécdotas, y vamos, Padre Luis, a lo que la Biblia nos dice sobre la salvación….
P. Luis. Pensemos que la salvación eterna de los hombres es el objetivo por el que Jesús
vino al mundo: “No he venido a llamar a conversión a los justos, sino a los pecadores”, dice
en casa de Mateo el publicano.
P. Luis. Dices bien, Javi. Como la misión de Cristo es la de salvar a todos, el nombre
que le impone el mismo Dios ya antes de la concepción y del nacimiento, es el de “Jesús”,
es decir, “Yahvé que salva”. Por eso le encarga a José: “Y le pondrás por nombre Jesús,
porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Rosy. Empiezo a entender aquello del Evangelio de Lucas: “Todos los publicanos y los
pecadores se acercaban a él para oírle. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo:
Éste acoge a los pecadores y come con ellos”.
P. Luis. Muy bien hecha la observación, Rosy. Y todo obedece a la voluntad salvífica de
Dios, expresada por San Pablo con unas palabras grandiosas, las que hoy tomamos como
tema de nuestra lección: “¡Dios quiere que todos los hombres se salven!”.
Javier. ¿Creen que Dios habla en serio, como lo creo yo? Entonces, discurro:
Si dice “todos”, significa que no queda excluido ninguno.
Si dice “todos”, significa que a nadie niega los medios de la salvación.
Si dice “todos”, significa que sólo se pierde el que quiere.
P. Luis. Y podrías confirmar lo que dices, Javi, con textos bien claros de la Biblia:
“Pues Dios no ha enviado su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que el mundo se
salve por él”. Y este otro: “Jesús se entregó a sí mismo como rescate por todos”. Como se
ve, ésta es una de las lecciones más importantes de la Biblia, pues a esto tiende toda la obra
de Dios: a la salvación de “todos” los hombres. Una salvación no sociopolítica, sino eterna.
Javier. Magnífica esta su observación última, Padre Luis. El comunismo marxista, por
ejemplo, miró la salvación del obrero sólo en su aspecto terreno, y para conseguirlo negó
una vida más allá de la muerte y hasta suprimió a Dios de la Historia.
P. Luis. Muy bien dicho. Atenerse solamente a esta vida, es no haber salido del Antiguo
Testamento, como decíamos antes. Israel no entendía más liberación que la de los enemigos
y de la pobreza. Jesús entonces, y hoy la Iglesia, al exigir la justicia y la caridad, hacen
saltar el problema también a la salvación de todos cara a su eternidad.
Javier. Te vas muy lejos, Rosy. Yo vuelvo a ese “TODOS” tan intrigante de San Pablo.
Uno piensa en los mayores monstruos de nuestros días, por ejemplo en un Hitler o un
Stalin… No me dirá, Padre Luis, que estas buenas piezas están en el Cielo…
P. Luis. ¡Cuidadito, Javi, que te has dejado a Judas, y ya ves lo que Jesús hizo con él!…
Porque Jesús apuró hasta el último instante todos los recursos para salvarlo. El que nosotros
seamos malos, no quiere decir que Dios lo haya de ser también. Javi, sueles ser a veces
demasiado riguroso…
P. Luis. Que sea sólo manera de hablar. Porque debes pensar que Dios bueno, bonísimo,
quiere la salvación de todos. Y te vas a extrañar de lo que ahora les quiero a contar, ya que
has mencionado a Stalin. El Padre Pío, ese santazo de nuestros días, decía con humor que
Nerón, comparado con Hitler o con Stalin, era un pecadorcito nada más, casi un angelito…
Bueno, voy a contar esto, y lo más brevemente posible.
Rosy. Muy bien, Padre Luis. Los ejemplos ilustran mucho la doctrina.
P. Luis. Va, pues, el ejemplo. Se trata de una señorita italiana, llamada Edvige Carboni,
muerta en Febrero de 1952, por lo mismo, un año justo antes que el dictador rojo. Hoy la
Señorita Edvige está en causa de beatificación, y Dios quiera que la veamos en los altares.
Una mística, que tuvo entre otros carismas el don de la bilocación, como el Padre Pío y
otros, es decir, el estar en dos sitios a la vez. El caso consta en el proceso de beatificación,
atestiguado por su hermana y una amiga, que se hallaban con ella. De repente, Edvige
pierde el sentido y empieza a hablar como consigo misma, pero repitiendo un diálogo.
P. Luis. ¡Calma, Rosy! Las palabras que iba repitiendo entre labios, eran sobre todo
éstas: “Debes convertirte”… “Si quieres serás enemigo eterno de Dios”…
Edvige salió de ese estado místico, y, vuelta ya en sí, le pregunta su hermana:
-¿Qué te ha pasado? ¿Con quién estabas hablando?…
Y Edvige, con gran naturalidad, lo cuenta todo:
-¡Oh! He ido a la casa de Stalin, en Moscú. Atravesé grandes salones, entre tantos
guardias, pero nadie me detenía ni me dijo nada. Hasta que llegué a la presencia del
dictador. Al invitarle yo a la conversión, me respondió: -¡No me convertiré jamás! ¡Quiero
ser enemigo eterno de Dios!…
La hermana y la amiga oyeron estas palabras, repetidas inconscientemente por Edvige, y
han declarado todo esto bajo juramento. Por Edvige, Dios llevaba al terrible dictador,
responsable de millones de vidas, un mensaje de salvación: -¡Salva tu alma, que aún estás a
tiempo!…
Javier. Esta lección de Biblia sobre la salvación está resultando algo especial…
P. Luis. Sí, Javi. Y es porque el mismo tema es muy especial. Ustedes mismos me
propusieron que un día les hablara de esto: la salvación en la Biblia, ateniéndonos a algún
texto nada más. Y el escogido ha sido éste: “Dios quiere que todos se salven”, como dice
la Biblia en el capítulo segundo de la primera carta de San Pablo a Timoteo.
Rosy. Se me ocurre una comparación sobre lo que Usted, Padre, está diciendo. Por si
alguno duda de lo bueno que es Dios y cómo quiere la salvación de todos, que mire al
portero que Dios ha colocado en la puerta del infierno, portero que no es el demonio, según
algunos piensan, sino Jesucristo Crucificado, como diciendo: -¡Entra! Pero será pisoteando
mi sangre, derramada por ti.
Javier. Padre Luis, me decía que a veces era yo algo riguroso. Y veo que sí, porque si
me comparo con Dios, he de confesar que Dios es más bueno de la cuenta. ¡Dios es bueno
de verdad!… Y la comparación que pone Rosy de Jesucristo como portero del Infierno, ¡me
gusta, me gusta!...
P. Luis. Cierto, Javi. Vas discurriendo mejor. Un santo y sabio teólogo de nuestros días,
el dominico Padre Arintero, expresaba esto diciendo que no hay afirmación más segura en
Teología que ésta: Dios da a todos, sin excepción, la gracia necesaria para salvarse.
Rosy. Me vienen ganas de decir que, si por algún lado flaquea Dios con nosotros, es por
su bondad y compasión, después de tantas cosas malas como le jugamos a Él…
P. Luis. Sí. Pero no olvidemos lo de San Pablo: “Esfuércense todos, con santo temor, en
lograr la salvación”. Y da la razón: “Porque Dios realiza en nosotros el querer y el obrar”.
Lo cual quiere decir que, por parte de Dios, la cosa está hecha.
Javier. Y esto quiere decir también que el problema está en nosotros, no en Dios.
Javier. Seguro que sí. Y ante todo esto, habremos de decir que “la esperanza es lo
último que se pierde”. Esto, lo que dice el refrán. Pero yo me atrevería a decir más: La
esperanza cristiana no es lo último que se pierde. Porque la esperanza cristiana no se pierde
nunca.
P. Luis. Tal como dices, Javi, la vida, cara al final que nos espera, está llena de
esperanza. Dios un día será nuestro en su gloria, como lo es ya aquí por la gracia que
llevamos en el corazón…
Rosy. ¡Magnífico! Porque así vemos cómo la belleza de la creación, la felicidad del
amor, la alegría del corazón, todo lo que Dios nos ha dado para nuestra felicidad, está
ordenado a una dicha superior, dicha que está sobre todas las cosas del mundo.
P. Luis. ¡Qué bien discurren! Y esto me recuerda lo de una madre ejemplar. Aquel
muchacho danés, escritor y poeta —muy alejado de Dios hasta que se convirtió a la Iglesia
Católica—, llevado de su afición a la astronomía, cada noche escrutaba estrellas y galaxias
en el cielo. Hasta que un día le hizo notar la mamá: -Hijo mío, todas esas bellezas son muy
grandes. Pero sobre todas ellas estás tú. Guarda tu alma. Nada más te pide Dios y esta tu
madre.
Javier. Padre Luis, no ya dentro de nuestra Iglesia Católica, sino en otras creencias
también, parece que está de moda esto de hablar sobre la salvación. No es infrecuente
escuchar este tema.
P. Luis. Cierto. Y no es cosa de gente crédula o devota, sino de gente seria, sensata,
equilibrada, creyente. Es de personas que están en el mundo, pero que ya no son de este
mundo, sino del venidero, porque su esperanza les hace vivir en el más allá, felices al
pensar en la suerte que les espera. Nadie dirá que estas personas estén equivocadas. Porque
son las personas que tienen resuelto el interrogante más comprometedor: -Y después, ¿qué?
Después…, nada más que Dios.
Cuestionario
Rosy. ¡Dios!… ¡Que ya es decir!... Esto no es poco. Es mucho, porque con solo Dios
basta…
Javier. El negociante de ayer tenía razón. Veo que el negocio del alma es el gran
negocio…
A continuación, la misma Lección 129,
Nuestro Pastor. Una gran realidad de Jesucristo.
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. No me dirás, Rosy, que la pregunta que te voy a hacer te resulta difícil. A ver,
entre las cosas que de Sí mismo dijo Jesús, ¿cuál es la que más o de las que más te gustan?
Algún nombre especial que Él se dio.
Rosy. Ciertamente que no me resulta nada difícil. ¡Y ojalá coincida con el gusto de
usted! ¿Adivino si le digo la palabra “Pastor”?...
P. Luis. La misma, entonces, que los tres teníamos en la mente. Esa expresión “Yo soy
el Buen Pastor” no tiene precio. ¡Sugiere tantas cosas!...
Rosy. ¡Por algo cantamos tantas veces “El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar!”…
Javier. Sí; esta expresión “El Buen Pastor” la llevamos muy entrañada en nuestras
almas. Ahora quisiera yo entender todo su sentido conforme a la Biblia, y más en particular
el que le da el mismo Jesús. ¿Es posible, Padre Luis?
P. Luis. Naturalmente, que sí. Empecemos por saber lo que era ser pastor en el Oriente
Medio, y concretamente en la Biblia. Había dos clases de pastores: el mismo dueño del
rebaño y el asalariado.
P. Luis. Y muy notable. El asalariado era un simple jornalero; cumplía su oficio, recibía
su sueldo, y basta. Podía hacerlo muy bien, o podía ser un aprovechado, que no le
importaba gran cosa de las ovejas y corderos.
P. Luis. Ciertamente que un pastor a sueldo podía ser muy bueno y cuidar bien las
ovejas del amo. Aparte de ese rebaño del amo, solía tener además su pequeño rebaño, de
unas cuantas ovejas y corderos propios, y a ese su pequeño rebaño lo guardaba con
verdadero mimo.
Javier. Se entiende muy bien lo que dice Jesús. No habla del asalariado bueno, sino del
que es malo: “El asalariado, que no es pastor dueño de las ovejas, ve venir al lobo,
abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es
asalariado y no le importan las ovejas”.
Rosy. Entonces, pasamos ahora al pastor dueño de las ovejas. ¿Qué dice de él Jesús?
P. Luis. El pastor dueño del rebaño era muy diferente, como diremos pronto. Antes,
recordemos que ser “pastor” fue la gran ocupación de Abraham, Isaac y Jacob, de Moisés,
de David…
Javier. Por lo visto, ser el pastor dueño del rebaño, no era un oficio tan vulgar, sino bien
honroso y que enriquecía mucho.
P. Luis. El pastor era el compañero de vida del rebaño de una manera total, y participaba
con las ovejas y corderos las caminatas, el calor del día, el frío de la noche, la sed y todas
las inclemencias.
Javier. Si así era el pastor y ésa su vida, resulta fantástico el imaginarse a Dios como
Pastor de su pueblo.
P. Luis. A esto vamos. Dios toma esta imagen del pastor, y por medio del profeta
Ezequiel nos comunica su secreto: “Yo mismo apacentaré mis ovejas, y yo las llevaré a
reposar. Buscaré la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la que se ha
herido, confortaré e la enferma y cuidaré a las robustas”.
P. Luis. Sí. Porque el profeta tiende la mirada lejos, y anuncia el propósito de Yahvé:
“Yo suscitaré, para ponerlo al frente de las ovejas, un solo pastor que las apacentará, mi
siervo David: él las apacentará y será su pastor.
P. Luis. Cuando escribía esto Ezequiel, hacia quinientos años que David había muerto.
Hablaba del Cristo futuro, el descendiente de David, que sería el Pastor verdadero, esperado
por Israel.
Rosy. Dios, bueno de veras con Israel. ¡Y qué bueno que se nos anuncia el Mesías
prometido! El israelita verdadero podía estar orgulloso de su Dios Yahvé…
P. Luis. Orgulloso y confiado. De ahí la respuesta del fiel y devoto israelita con ese
Salmo que antes citabas, Rosy: “El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes praderas
me hace reposar. Me conduce a fuentes tranquilas; me guía por cañadas seguras, y no temo
ningún mal”.
P. Luis. Efectivamente, este propósito de Yahvé y este anhelo del fiel israelita, se verán
colmados en Jesucristo, cuando anuncie en la explanada del Templo y ante la puerta
llamada de las ovejas, con palabras imponderablemente tiernas: “Yo soy el buen pastor. El
buen pastor da la vida por sus ovejas”.
Rosy. Ya tenemos aquí a Jesús: Pastor propio de las ovejas, bien diferente del asalariado
y egoísta del que antes nos hablaba.
P. Luis. Sigue Jesús: “Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas, y las mías me
conocen a mí”.
Javier. Pregunto: ¿Mira Jesús al rebaño entero, sólo así, en globo, a todas las ovejas
juntas?
Rosy. Ya te respondo yo, Javi. Jesús, en esta parábola del Buen Pastor pone el detalle
encantador que acabamos de escuchar: “Conozco a mis ovejas y las mías me conocen a
mí”. Esto indica algo personal.
P. Luis. Te doy la razón, Rosy. Jesús conoce y llama a cada oveja y a cada cordero en
particular, como si no tuviera más que un solo ejemplar, pues dice en el evangelio de Juan:
“A las ovejas las conoce una por una, a cada una con su propio nombre”. Y comenta un
gran historiador de Jesús, que pasó mucho tiempo en Palestina con los pastores de hoy, los
cuales conservan las mismas costumbres que los antiguos. Al sacar las ovejas para pacer
durante todo el día, “las llama desde la puerta con el nombre de cada una: ¡Tú, Blanca! ¡Eh,
Linda!”…
Javier. ¡Formidable! Todo esto nos sitúa, desde el principio, en la realidad de la Iglesia.
Jesús no tiene bastante con mirar a la Iglesia en su totalidad. Cada uno de nosotros está
impreso en la retina de sus ojos y anida en lo más hondo de su corazón.
Rosy. Con lo que íbamos diciendo, Jesucristo nos invita a confiar en Él, a ser de su
propiedad personal, porque un día nos quiere poner a su derecha para llevarnos a los pastos
eternos del Cielo.
Javier. Con estas palabras, Rosy, te sitúas en el Juicio Final, cuando Jesús contrapone
las ovejas con las cabras.
P. Luis. Ciertamente, así lo expresa el Evangelio hablando de los buenos y malos en
aquel día postrero: “Separará a los unos de los otros, como el pastor separa a las ovejas de
las cabras”, que son inquietas, revoltosas.
Javier. Me llama la atención que esto de Jesús ya estuviera adelantado en los profetas,
como nos ha dicho antes.
P. Luis. Hemos citado a Ezequiel, el profeta más expresivo del Antiguo Testamento
cuando nos habla del futuro Pastor del Pueblo de Dios, el que dice: “Mi siervo David
reinará sobre ellos, y será para todos ellos el único pastor”.
P. Luis. Isaías, por su parte, lo describe con verdadera ternura: “Como el pastor
pastorea su rebaño, recoge en brazos los corderitos, y lleva en su seno a las ovejas que
acaban de ser madres”.
Javier. ¡Qué visión y qué profecía la de Jesús! Formado un solo rebaño entre Israel, el
primer llamado, y los pueblos gentiles que van entrando en la Iglesia, mi imaginación
adivina un mundo venidero fantástico.
P. Luis. Por eso los apóstoles llaman a Jesús, como en la Carta a los Hebreos, “El gran
pastor de las ovejas”, y Pedro les escribía a aquellos primeros cristianos: “Eran como
ovejas descarriadas, pero ahora han vuelto al pastor y guardián de sus almas”.
Rosy. O sea, que a los apóstoles se les había grabado bien en la mente ese título de
“Buen Pastor” que Jesús se dio a Sí mismo.
P. Luis. Más todavía. Los apóstoles llaman a Jesús “El Mayoral”, o Jefe de los pastores.
Porque Jesús había instituido en su Iglesia pastores que la guardasen y la apacentaran, los
apóstoles y obispos que les iban a suceder.
Javier. Por lo visto, había muchos pastores en la Iglesia, pero dependientes de Jesús en
todo.
P. Luis. Esto es. El Papa y los Obispos son verdaderos pastores que ejercen su oficio
como representantes de Jesús; pero no son dueños del rebaño, sino servidores de Jesús, que
les encarga sean sus vicarios, es decir, que hagan sus veces con el rebaño que Él les
encomienda.
P. Luis. En la parábola, no; pero en otros pasajes es muy explícito. El hecho más clásico
del Nuevo Testamento es del lago de Genesaret, cuando Jesús confía el Primado a Pedro, y
le dice por tres veces: “Pastorea mis corderos, pastorea mis ovejas”. Como si le dijera: “Son
corderos míos y ovejas mías; no corderos tuyos, no ovejas tuyas”.
P. Luis. Recuerden el capítulo veinte de los Hechos, cuando Pablo se despide de los
ancianos del Éfeso, y les encarga conmovido: “Cuiden de todo el rebaño, en medio del cual
les ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se
adquirió con la sangre de su propio Hijo”.
Rosy. Ezequiel, Isaías, los Apóstoles, ahora especialmente Pablo, todos dicen lo mismo,
cada uno a su manera: la Iglesia, grey o rebaño de Dios, con Jesús a la cabeza como Pastor.
P. Luis. Por eso en la Iglesia, el Papa, los obispos, sacerdotes, misioneros, en una
palabra, todos lo que cuidan de una manera u otra de las almas, saben que trabajan por el
rebaño de Jesús y en nombre del mismo Jesús, único dueño de los corderos y las ovejas, tan
amados del Señor.
Javier. Una duda, Padre Luis: si Jesús es llamado el Cordero de Dios, ¿cómo es que
ahora se le llama el Pastor?
P. Luis. Muy bien preguntado, Javi. No hay contradicción entre ambos nombres propios
de Jesús. Al fin y al cabo se trata de imagen, de comparación, y Jesús es Cordero y Pastor.
P. Luis. Afirma primeramente: “Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar,
de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos
con vestiduras blancas y con palmas en las manos… Estos son los que han lavado sus
vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero”.
Javier. Muy bien. Lo que hemos visto en varias lecciones. Lo de Juan el Bautista: “He
ahí el Cordero de Dios”…, el Cordero pascual
P. Luis. En la antigua Iglesia nos encontramos con el Papa San Hipólito, que da la
interpretación verdadera a estos textos del Apocalipsis: “Glorificado por el Padre como Rey
eterno, Jesucristo es también Pastor de los redimidos por toda la eternidad”.
Cuestionario
Javier. Todo claro, muy claro; pero no perdemos nada, Padre Luis, con que ahora nos
resuma la lección.
P. Luis. ¿Vale en realidad la pena, de sencilla que es? Dos o tres insinuaciones nada
más.
Primero. Ya en el Antiguo Testamento, Yahvé se presentaba como Pastor de su Pueblo
Israel.
Segundo. Jesús se declara a Sí mismo en el Evangelio como el Buen Pastor, el que da su
vida por las ovejas, y el que las guiará hasta la Vida Eterna.
Tercero. El único Pastor de la Iglesia y dueño del rebaño es Jesucristo, el cual ha dejado
en el mundo pastores que, en nombre de Él, ejercen su mismo oficio. Son el Papa y los
Obispos, puestos por el Espíritu Santo, como nos ha dicho Pablo, para pastorear la Iglesia
de Dios.
Rosy. Ni modo. No se me va de la mente el Salmo precioso que cantamos sin que nos
canse, sobre todo cuando nos acercamos al banquete de la Eucaristía: “El Señor es mi
Pastor, ¡nada me puede faltar! Me conduce a fuentes tranquilas. Prepara delante de mí una
mesa abundante y mi copa rebosa. Y así habitaré en la casa de Dios por días sin fin”…
A continuación, la misma Lección 130,
“Por él y para él”. Jesucristo principio y fin de todo,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. ¿Qué, Padre Luis? ¿Cuándo me va a hacer caso de lo que le pedí un día?
Javier. Ya te lo digo yo, Rosy. Leí unas palabras en San Pablo sobre Jesucristo, y la
explicación que daba el libro aquel remitía al Apocalipsis. No digo que no lo entendiera,
pero me resultaba todo un poco raro. Le consulté al Padre, y me prometió que nos iba a
dedicar una lección entera a aquel tema.
P. Luis. Nada menos que de Jesucristo como Principio y Fin de todas las cosas. ¿Qué te
parece, Rosy?
Rosy. Apoyo plenamente a Javi. Padre Luis, explique pronto, claro y bien. A ver si nos
deja satisfechos del todo. ¡Qué tema tan precioso! Jesucristo Principio y Fin de todas las
cosas, y, por lo mismo, también de nuestra vida.
P. Luis. Con gusto. Pero, antes que con la Biblia, ¿quieren que comience con una
anécdota? Lo hago. Le Verrier era un astrónomo francés que se llenó de gloria al descubrir
el planeta Neptuno. Católico muy ferviente, cuando por las noches iba a escrutar las
profundidades del cielo con el telescopio, dirigía antes una mirada llena de fe al Crucifijo
que tenía en su despacho. Porque se decía convencido: Jesucristo está en el centro del
Universo; con Jesucristo lo entenderé todo, y sin Jesucristo no entenderé nada.
Rosy. Si comienza por ese ejemplo del sabio francés, por algo lo hace. Haremos bien en
recordarlo.
P. Luis. Es ésta una lección tan hermosa como profunda de la Biblia, en la cual
queremos ver que todo fue creado por Jesucristo y para Jesucristo: “Por él y para él”, como
nos dice San Pablo. ¿Quién y qué es Jesucristo, ese Jesucristo hermano nuestro, al que
llevamos tan adentro del corazón?
Javier. Creo que hoy vamos a tener que discurrir bastante. ¿A que no me equivoco?
P. Luis. Si preguntamos a cualquiera medianamente instruido en religión: “¿Quién es el
principio y fin de todas las cosas?”, nos responderá sin vacilar: “¡Dios!... Y dirá la verdad.
Sin embargo, viene ahora Jesucristo, y nos dice de Sí mismo por tres veces en el
Apocalipsis: “Yo soy el Alfa y la Omega, Aquel que es, que era y que va a venir”. “El
Primero y el Último, el Principio y el Fin”.
Rosy. Esto lo dice Jesucristo. Esto lo dice Jesucristo. ¿Por qué? Empiece por explicarnos
lo de Alfa y Omega.
P. Luis. Son las letras con que comienza y acaba el alfabeto griego, y el Nuevo
Testamento, escrito todo en lengua griega, expresa así la gran realidad de Jesucristo.
P. Luis. Antes que lo confesara el Apocalipsis, ya había escrito San Pablo acerca de
Jesucristo: “Él es Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las
cosas en los cielos y en la tierra. Todo fue creado por él y para él; él existe con anterioridad
a todo, y todo tiene en él su consistencia”.
Rosy. ¡Qué afirmación y qué párrafo tan grandiosos del Apocalipsis y de San Pablo!
Pero, ¿por qué lo escribían así?
P. Luis. Hemos de situarnos en la historia de finales del siglo primero. Junto con el
Evangelio que empezaba a difundirse por todas partes, había surgido la secta de los
gnósticos, los cuales afirmaban que, entre los muchos “eones”, pobladores de los cielos,
estaba también Jesucristo.
P. Luis. Los “eones” venían a ser nuestros ángeles, dominadores del cosmos, del mundo
celeste. que los gnósticos ellos llamaban tronos, dominaciones, principados y potestades.
P. Luis. Eso mismo. Y no era precisamente el principal, sino que lo superaban esos
ángeles que ellos llamaban tronos, dominaciones, principados y potestades.
Javier. Entonces, para los gnósticos Jesucristo no era Dios, sino una criatura de Dios
entre tantas.
P. Luis. Dices bien, Javi. Entendido esto, nos situamos bien para entender lo que Pablo
y el Apocalipsis afirman sobre Jesucristo cuando salen al frente del error de los gnósticos:
Jesucristo está sobre todas las cosas terrestres y celestes, porque todo fue creado por Él y
para Él.
Javier. “Por Él” y “Para Él”. Llegamos a las otras palabras claves sobre las que le
preguntaba el otro día.
P. Luis. Brevemente. “Por Él”, porque era Dios, y estaba con Dios su Padre cuando eran
creadas todas las cosas; “Para Él”, porque Dios lo creaba todo en vistas a Jesucristo, al que
iba a constituir centro de toda la creación.
P. Luis. Juan empieza también su Evangelio con estas palabras: “En el principio estaba
el Verbo junto a Dios. Todo se hizo por él, y sin él no se hizo nada”.
P. Luis. Jesús sabía y sentía en su conciencia humana que Él era el Hijo de Dios.
Cuando dice en el Evangelio “Soy Yo” alude a la palabra de Dios en el Sinaí a Moisés:
“Yahvé”, el que es, es decir, Dios.
Javier. Con estas palabras, Jesús no deja en duda a sus enemigos los escribas y fariseos,
P. Luis. Les hablaba muy claro. Por eso les avisaba con buena anticipación: “Si no creen
que Yo Soy, morirán en su pecado”.
P. Luis. Los judíos entendieron perfectamente estas palabras, y por eso le preguntaron:
“Entonces, ¿por quién te tienes tú?”. Y Jesús les habló más claro aún, aludiendo a su
muerte y resurrección: “Cuando hayan levantado al Hijo del Hombre, cuando me hayan
crucificado y yo resucite, sabrán que Yo Soy”.
P. Luis. ¡Harto van a recordar estas palabras los sumos sacerdotes! En el juicio a que
van a someter a Jesús, Caifás pregunta a Jesús: “Te conjuro por el Dios vivo que nos digas
si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”. La pregunta no podía ser más clara. Pero tampoco dejó
de ser bien clara la respuesta de Jesús, sabiendo que con ella firmaba su sentencia de
muerte: “Sí, lo soy. Por eso les digo que a partir de ahora me verán sentado a la derecha del
Padre y viniendo sobre las nubes del cielo”.
Javier. Llegamos así al centro también de esta doctrina, ¿no es así? Hemos de partir de
Jesucristo muerto y resucitado.
P. Luis. Si todo fue “Por Él”, ahora todo será “Para El”. San Francisco de Asís lo
entendió muy bien. Le seguían las turbas como a un santo grande; había fundado sus frailes
que se derramaban por todas partes; pero él, el humilde Francisco, conocedor profundo de
Jesucristo, dijo a los suyos cuando iba a morir: “Yo, el Hermano Francisco, he hecho la
parte que me tocaba. La parte de ustedes, que se la enseñe Cristo”.
Rosy. ¡Qué bien dicho! Con ello venía a confesar que Jesucristo es el Todo y el Único
con quien se debe contar, porque todo viene de Él y todo es para Él.
P. Luis. Según la Biblia, este fue el sueño de Israel y de la humanidad entera: contar con
un Cristo, con un Mesías, que llenara las aspiraciones de todos al traernos todos los bienes
de Dios, y por eso le gritaba con Isaías: “Cielos, dejad caer vuestro rocío, y que la tierra
germine al Salvador”.
P. Luis. Este Salvador es Jesucristo, del que dice Pablo: “por quien son todas las cosas y
nosotros por él”.
P. Luis. La Biblia de Jerusalén nos dice que estas palabras del Apóstol son la
abreviación de un himno bautismal, que poemos reconstruir así: “Un solo Dios, el Padre, de
quien todo viene y hacia quien vamos snosotros; y un solo Señor, Jesucristo, por quien todo
viene a la existencia y por quien nosotros vamos hacia el Padre”.
P. Luis. Como una comparación, ¿quieren que les ponga un ejemplo, o leyenda o
historia novelada, como quieran?
Javier. Esto será un ejemplo, una leyenda o una historia novelada, como usted guste.
Pero aquel líder revolucionario se expresaba bien.
P. Luis. Acorde contigo, Javi. Porque Jesucristo, según la Sagrada Escritura, “sostiene
todo con su voz de mando”, y en su mano está la salvación para todos los que la quieren
recibir.
P. Luis. Esto lo dijo Pedro con valentía ante el Senado judío: “No existe bajo el cielo
otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debemos salvarnos”.
Javier. ¿Qué quieren que digamos a todo esto? Tanto individualmente como
socialmente ponemos los ojos en Jesucristo, y nada más.
P. Luis. Así es. A nivel personal, hacemos nuestras las palabras de San Pablo: “Mi vivir
es Cristo”, comentadas así por un eximio escritor antiguo de la Iglesia: “Que Cristo se meta
por tu respirar y en toda tu vida; entonces sabrás lo que es el fruto del verdadero descanso”.
Rosy. Y socialmente hay que hacer lo mismo. ¿Qué ocurre cuando no se cuenta con Jesucristo?
P. Luis. Esto es lo que afirma San Pablo afirma con vigor: “Nadie puede poner otro cimiento
sino aquel que ya está puesto, Cristo Jesús”.
Rosy. Por eso, todo lo que se realiza, por los individuos como por los grupos, contando con
Jesucristo, tiene el éxito seguro, por ser Él, Jesucristo su Principio y su Fin.
Javier. Y todo se hunde, porque no tiene sentido, si le falta lo mismo el principio como
el fin. Por eso me preocupan tantas leyes de los Estados modernos, que van abiertamente
contra los derechos elementales de los hombres y, sobre todo, contra los dictados por Dios
a lo largo de toda la Biblia y en particular por Jesucristo.
Rosy. Ya sabía yo, Javi, que vendrías a parar aquí, como haces siempre.
Javier. ¡Y hoy más que nunca! Veo que no me equivocaba al pedir al Padre Luis una
explicación sobre aquellas palabras de San Pablo y del Apocalipsis que para mí resultaban
algo misteriosas, aunque, más que misteriosas, algo elevadas.
P. Luis. Sin embargo, en la vida cristiana normal, como la que llevamos nosotros, no es
nada difícil el aplicarlas a nuestra conducta en cada momento.
Rosy. Yo creo que sí, Padre Luis. Creemos en Jesús, pensamos en Jesús, hacemos las
cosas por Jesús con mucho amor. ¿No es esto empezar todo “Por Él” y acabar todo “Por
Él”, que ha sido la clave de esta lección?...
Cuestionario
Javier. Gracias. Esperaba con ilusionado esta lección. Jesucristo está en el centro de
nuestra vida. Toda la hacemos arrancar de Jesucristo, y a Jesucristo se la ofrecemos toda.
A continuación, la misma Lección 131,
La Patria. Cómo nos la presentan las páginas de la Biblia.
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Rosy. Sinceramente, muy poco. Eso, sí: amo a mi patria; no dejo de votar en conciencia
cuando llegan las elecciones; pago los pocos impuestos que debo; en fin, cumplo con todos
mis deberes patrios.
P. Luis. Casualmente de esto se trata hoy, de hablar de la Patria tal como nos enseña la
Biblia. ¡Y menos mal que han empezado haciendo una confesión buena de sus deberes
patrios!...
Rosy. Veo que, después del primer susto, la cosa se endereza bien. Me gustaría ser con
mi Patria como esas mujeres incomparables de que nos habla la Biblia, heroínas de una
altura moral tan grande.
P. Luis. No escoges mal ejemplo. ¿Ya sabes que se jugó la vida a la última carta,
precisamente por salvar a sus paisanos los judíos?
Rosy. Es estremecedor el momento en que se vio la pobre reina. El rey había firmado y
sellado el decreto que ordenaba el exterminio proyectado por Amán. “¡Para este momento
he llegado al trono de Persia! O el rey me escucha, y se salva mi pueblo, o si guardo mi
vida la pierden todos mis conciudadanos”.
Rosy. No tenía alternativa, y se dijo: “Si me presento al rey sin que él me llame según su
capricho, me mata sin más. ¡Y ya llevo treinta días en que ni se acuerda de mí, entretenido
con sus innumerables concubinas!”. Esto pensaba y sabía muy bien Ester. Pero no se rinde.
Expone su vida; se enfurece el rey al verla sin ser llamada; pero se trueca el corazón del
monarca, conmovido, y ordena severamente: que cuelguen a Amán en la horca, y que se
salven todos los judíos condenados…
P. Luis. No te pedíamos tanto detalle, Rosy, pero lo has dicho todo muy bien. La Patria
nos puede pedir el sacrificio último. Y si estamos dispuestos a hacerlo, ¿cómo no vamos a
cumplir con los pequeños deberes que nos impone cada día?...
Javier. Bien por el caso que nos ha recordado Rosy. Pero a mí me gustaría pasar a la
doctrina sobre la Patria tal como puede aparecer en la Biblia.
P. Luis. Sí, hemos de empezar por ellos. Y nos encontramos ante todo con Abraham y
los Patriarcas, peregrinos en tierra extraña, pero con la promesa de Dios de que esa tierra
que habitaban ahora como extraños, sería después la tierra patria de su descendencia.
Rosy. O sea, que Abraham y los Patriarcas vivían como emigrantes, como expatriados.
P. Luis. Esa era la dura realidad. Después, sus hijos, instalados en Egipto, eran también
extranjeros, y unos extranjeros convertidos en esclavos de los omnipotentes faraones.
Javier. Pero, pienso yo, no por eso había muerto el recuerdo de la tierra de sus
antepasados.
P. Luis. ¡Claro que no! Bajo Moisés, emprende el pueblo la marcha hacia la Tierra
Prometida, de la que por fin toma posesión bajo el mando de Josué.
Rosy. No hace falta relatarlo ahora con mucho detalle, pues recordamos muy bien
aquella magnífica lección del Éxodo de Egipto, del paso del Mar Rojo, del Sinaí, del paso
del Jordán…
P. Luis. Ciertamente que no hacen falta detalles. Pero está muy bien recordar esos hitos
maestros de la historia de Israel. Con David, se constituye un reino unido, e Israel goza por
fin de una patria en todo el sentido de la palabra.
Javier. ¡Y qué Historia la de Israel! ¡Qué héroes tan legendarios! ¡Qué amor a su tierra
bendita!... Moisés, los Jueces, David, Elías, Jeremías, Ezequiel, Zorobabel, Esdras y
Nehemías, los Macabeos… Nos dice, Padre Luis, que no hace falta bajar a detalles, pero
aquellas lecciones no se me van de la memoria.
P. Luis. Sabemos, ¡y esta lección sí que la deben recordar siempre bien!, el momento
más duro de la Historia de Israel: el Destierro de Babilonia. Pero, ¿murió por eso el amor a
la patria?
P. Luis. Un salmo incomparable del Destierro sintetiza el amor del israelita por su
patria.
P. Luis. Con gusto, Rosy. Dice así: “Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a
llorar con nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras. Allí
los que nos deportaron nos invitaban a cantar; nuestros opresores a divertirlos: ‘Cántennos
un cantar de Sión’. ¡Cómo cantar un cántico de Sión en tierra extranjera! Si me olvido de ti,
Jerusalén, que se me paralice la mano derecha; que se me apegue la lengua al paladar si no
me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en el colmo de mis alegrías”.
Javier. Sigo recordando otra lección muy interesante. Después del Destierro, en la
Diáspora, Israel estaba disperso entre todas las naciones conocidas, con sus sinagogas en
todas las ciudades. Pero los ojos de todos se dirigían constantemente a Jerusalén, y allí iban
de todas partes en peregrinación multitudes de judíos en las grandes festividades anuales de
la Pascua, de Pentecostés, de los Tabernáculos…
P. Luis. Muy bien, Javi. Así fue la patria de Israel en el Antiguo Testamento. Sin
embargo, Israel vivía la ilusión de su patria de una manera muy diferente a los demás
pueblos.
P. Luis. Desde los Patriarcas, Israel soñaba en una patria futura que no sería como ésa
en que le tocaba vivir de momento. Los israelitas morían, como nos dice la Sagrada
Escritura en un párrafo precioso de la Carta a los Hebreos, “sin haber conseguido el objeto
de las promesas, viéndolas y saludándolas desde lejos y confesándose peregrinos y
forasteros sobre la tierra”.
P. Luis. Y da la razón: “Los que así hablan, claramente dan a entender que van en busca
de una patria; pues si pensaban en la que habían abandonado, podían volver a ella. Por el
contrario, aspiran a una mejor, a la celestial. Por eso Dios no se avergüenza de ser llamado
su Dios, pues les tenía preparada una ciudad”.
Javier. ¡Ya estamos con Jesús!, nos dice Rosy. Y Jesucristo, hijo de Israel, ¿amará a su
patria como los demás conciudadanos suyos?
Rosy. Jesús podía soñar, como cualquier ciudadano honesto, en que sería bien recibido
por los suyos. ¿Qué ocurrió entonces?
P. Luis. Miren las primeras palabras de Juan en su Evangelio: Sin embargo, “vino a los
suyos, y los suyos no le recibieron”.
P. Luis. En Nazaret, su patria chica, recibe el primer desprecio: “¿De dónde le viene
eso, esa sabiduría, y esos milagros? ¿No es éste el carpintero? Y se escandalizaban a causa
de él”.
P. Luis. Por Juan sabemos que Jesús visitó varias veces Jerusalén, y al fin, “al acercarse
a la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Si conocieras en este día el mensaje de mi paz!”.
Javier. Hasta aquí, sólo hemos visto historia: lo que era la patria para Israel, lo que fue
para Jesús. ¿No deberíamos hacernos ahora a algunas reflexiones sobre las obligaciones
que nos impone la patria?
Rosy. ¡Claro! Y ahora veo aquella pregunta algo comprometedora que me ha hecho al
principio…
P. Luis. Y en primer lugar, dentro de los planes de Dios, les planteo esta cuestión: la
Iglesia, “el nuevo Israel de Dios”, ¿cuenta con una patria, con una tierra propia?
Javier. Contesto sin más: ¡No! Todo al revés. Su patria es el mundo entero, conforme al
encargo de Jesús: “Vayan, y prediquen a todas las gentes, enseñándoles a guardar todo lo
que yo les he enseñado”.
Rosy. Pienso igual que Javi. Porque añade Jesús, como ciudadano del mundo entero: “Y
he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los siglos”. La Iglesia, como
Jesucristo, no tiene más patria que toda la redondez de la tierra.
P. Luis. Los dos lo han dicho muy bien. Los cristianos, por lo mismo, “no tenemos aquí
ciudad permanente, sino que vamos en busca de una futura”, “la Jerusalén de allá arriba, de
la que somos hijos libres”, “porque tenemos la ciudadanía del cielo, de donde vendrá a
buscarnos como Salvador el Señor Jesucristo”.
P. Luis. Bueno, vayamos a la primera pregunta. El que los cristianos esperemos una
Patria futura y definitiva, ¿nos libra de tener y amar aquí una patria terrena y temporal? No;
todo lo contrario. Precisamente aprendiendo de la Biblia, nosotros somos los ciudadanos
más comprometidos con la patria.
Rosy. Eso pienso yo. Cumplimos los deberes ciudadanos y religiosos con más
escrupulosidad que nadie, como hiciera el mismo Jesús, que, aunque se sentía libre como
Hijo de Dios, para dar ejemplo le dio el encargo a Pedro: “Vete, y con la moneda que
saques al pez, paga el impuesto por mí y por ti”.
Javier. Y a mí me vienen las palabras de Pablo a los Romanos, que tengo bien leídas:
“No hay autoridad que no venga de Dios”.
P. Luis. Te me has adelantado, Javi. Te aseguro que no se me iban a olvidar. San Pablo,
consciente de los deberes ciudadanos que competen a los cristianos como a los demás,
establece tres normas inmutables.
P. Luis. Primera, reconocer que la autoridad civil legítima viene de Dios: “Sométanse
todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios. Por lo
tanto, hay que sometérseles no sólo por miedo al castigo, sino en conciencia”.
P. Luis. Saca entonces la segunda consecuencia: “Por eso precisamente pagan los
impuestos, porque son funcionarios de Dios, ocupados en ese oficio”.
Javier. Y falta una, que deberá ser tan exigente como las dos anteriores.
P. Luis. Sí; añade la tercera, que lo compendia todo: “Den a cada cual lo que se le debe:
impuestos, tributo, respeto, honor”.
Cuestionario
P. Luis. Con estas palabras me ahorras hoy el Cuestionario de siempre. Valen estas
palabras siempre que en la Patria exista un Estado de derecho. Porque, como nos dice el
Catecismo de la Iglesia Católica, “las leyes injustas y las medidas contrarias al orden moral
no obligan en conciencia”.
Javier. Pero, al revés, no es una obligación penosa, sino una gloria, el cumplir con
generosidad lo que la Patria nos impone.
Rosy. ¡La Patria! ¡Qué bella aparece en la Biblia! ¡Qué ejemplos de heroísmo nos
presenta para nuestra imitación! ¡Y cómo la vida ciudadana y religiosa de la sociedad hace
soñar en la Patria que nos espera después, y en la que viviremos tan felices!...
A continuación, la misma Lección 132,
“Yo Soy”. Jesús es Dios,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. Padre Luis y Rosy, los dos, ¿saben que ayer tuve un verdadero berrinche?
Rosy. ¡Vaya palabra con que nos vienes hoy!... “Berrinche”. No podías hallar una más
suave y educada en el diccionario…
Javier. Pues te aseguro, Rosy, que me quedo corto. ¿Qué se figuran que oí, no a uno de
fuera, sino a un conferenciante que se las tiraba de católico? Para soltarlo de una vez, vino a
decirnos: “Bien. Eso de que Jesús sea Dios, está bien el pensarlo. Sin embargo, ¿es lo que
necesitamos hoy? Yo no lo niego. Pero el Jesús que hoy nos convence es el dirigente que
hace caso a los problemas del mundo, a la pobreza, a la injusticia, a la insatisfacción
reinante. Necesitamos un Jesús no de dogmas, sino un compañero verdadero para el
camino”… Total, que Jesús es, mejor dicho, debe ser un Jesús hecho a la medida del
mundo, y no tener un mundo que se haya de insertar en la doctrina y, menos, en la Persona
de Jesús.
P. Luis. Igual que a Rosy, tampoco me gusta oír en la clase una palabra como la que has
usado. Pero te la perdono del todo ante las barbaridades que te tocó escuchar a ese
conferenciante presumido, el cual, por desgracia, no es único en decir disparates sobre
Jesucristo.
Rosy. ¡Santos cielos, qué peroratas las que oímos hoy! ¿No podríamos serenarnos un
poco?...
P. Luis. Haces bien, Rosy, en venir a poner un poco de paz. Pero no nos falta razón para
enfadarnos. Porque el mayor disparate que hoy han hecho correr muchos sobre Jesucristo es
precisamente éste: que o no es Dios, o, aunque lo sea, hay que tomarlo como una verdad a
medias, que es el peor de los errores.
Rosy. ¿Cómo?...
P. Luis. Lo que estás oyendo. Yo prefiero que me diga uno: “Jesucristo no es Dios”, a
que uno que se dice creyente ande con ambigüedades y verdades a medias. Con el primero
se puede hablar; con el segundo, no.
Javier. En nuestras clases, como una ilustración, hemos escuchado al Padre Luis eso
que hacen algunos: presentar a Jesús como el hombre más grande, más digno de
admiración, el mayor bienhechor de la humanidad… Pero, ¡al tanto!, eso de que Jesucristo
sea Dios, ¡eso, no!... A esta conclusión se llegaba al escuchar al conferenciante que ayer me
puso furioso.
P. Luis. Sigues un poco alterado, Javi. Pero tienes razón. Éste es el error más grande que
se pretende decir. Si Jesucristo no es Dios, ni nos ha podido redimir del pecado, ni nos ha
metido en la esfera de Dios, ni hemos sido salvados, ni podemos tener en Él ninguna
esperanza.
Rosy. Lo que hemos oído tantas veces. Un Jesús así es un maestro como Confucio,
como Sócrates, como Mahoma, pero no pasa de ahí.
P. Luis. Mientras que Jesús, cuando dice en el Evangelio “Yo Soy”, reclama para Sí, y
lo prueba, que es “Yahvé”, el Dios de Israel, el Dios-con-nosotros. Sencillamente, que es
DIOS.
P. Luis. Sí. Y vamos a decir, ante todo, lo que significa “Hijo de Dios” en la Biblia
cuando lo aplica al Mesías que había de venir.
P. Luis. Sí. Era un título de amor especial de Dios a Israel. Ponemos algunos ejemplos.
Uno, cuando dice por Oseas: “De Egipto llamé a mi hijo”. Otro, como dice la Sabiduría:
“Aquel pueblo era hijo de Dios”. Era “hijo de Dios” especialmente el rey que descendería
de David, según el Salmo: “Tú eres mi hijo”.
P. Luis. Ya en el Nuevo Testamento, Natanael, pero con mentalidad aún judía, le dice a
Jesús: “Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel”. Los judíos se burlaban ante el
crucificado: “Que Dios lo salve, ya que decía: Soy hijo de Dios”. Y el centurión y los
soldados paganos, al ver cómo había muerto Jesús, exclamaron: “Verdaderamente, éste era
hijo de Dios”.
Rosy. De modo, que así se pensaba en el Antiguo Testamento, y a veces también en los
principios del Nuevo: que el Cristo sería un Hijo mimadísimo de Dios, pero no “El Hijo de
Dios”.
P. Luis. La revelación plena, el que Jesús era Dios, sólo vino con Jesucristo y, después,
con los Apóstoles con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.
Javier. O sea, que a todas esas expresiones del Antiguo Testamento los Apóstoles les
dieron un sentido muy superior, trascendente, y aseguraban que Jesús era Dios verdadero.
¿Cómo lo dijeron?...
P. Luis. Vayamos por orden, y empecemos por el mismo Jesús. Cuando Jesús habla de
Dios, emplea esta expresión: “Mi Padre, y Padre de ustedes”.
P. Luis. Entre tantos ejemplos, basta un solo caso. Resucitado, le dice a la Magdalena:
“Ve, y di a mis hermanos: Subo al Padre mío y Padre de ustedes, a mi Dios y al Dios suyo”.
Rosy. Cómo distingue claramente la paternidad de Dios sobre Él, que es una paternidad
sustancial, la de un Padre que engendra de su propia naturaleza, y la paternidad del que es
Padre nuestro por adopción. Está bien claro.
P. Luis. Al haber dicho Jesús repetidamente “Yo Soy”, lo cual es decir lo mismo que es
“Yahvé”, confirma las otras afirmaciones del Evangelio: “Y el Verbo de Dios, el Hijo de
Dios, se hizo hombre, y habitó entre nosotros”.
Javier. Llama especialmente la atención la manera como lo asegura en el juicio que los
judíos le forman la noche de la Pasión.
P. Luis. Y aducimos un solo texto de San Pablo: “De ellos, de los judíos, procede Cristo
según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos”.
Rosy. ¡Con qué gusto se oye una alabanza como ésta! Con ella me quedaría y tendría
bastante. “Jesús, Dios bendito por los siglos”.
P. Luis. ¿A qué viene todo esto que hemos dicho hasta ahora?
Javier. ¡Ya se lo digo yo!... Con nuestra fe en Jesucristo como Dios verdadero salimos
al frente del error moderno más pernicioso, ese que me tocó oír ayer.
P. Luis. Ese error ya se dio en los principios de la Iglesia, porque muchos confesaban a
Jesús como hombre, pero le negaban ser el Cristo y ser Dios.
P. Luis. Éste de Juan: “¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo?
Ese es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo no posee al
Padre”.
Javier. Así, con esta claridad, deberíamos confesar nosotros hoy a Jesucristo.
P. Luis. Javi, hoy sigues firme. Continúa diciendo Juan: “El Hijo de Dios se manifestó
para destruir las obras del diablo”.
Rosy. Contra el demonio, solamente podía uno que fuera más fuerte que él, y éste era
sólo Jesús, porque era Dios.
P. Luis. En nuestros días son muchos los no católicos que reconocen a Jesús como un
gran hombre, como el hombre más grande que ha existido. Y dicen de Él, como afirma el
Papa Pablo VI: “Se dice de Jesús que es un personaje extraordinario, pero no se sabe bien
quién es. Todo lo reducen a hacer de él un hombre particularmente bueno, un hombre para
los demás, Se le mide con un metro humano, y se le acepta porque Jesús puede servir hoy a
un fin humanitario y sociológico”.
Javier. Esto lo dice el Papa poniendo a Jesús en labios de los de fuera. ¿Y no hay
algunos de dentro que hacen lo mismo?...
P. Luis. Cierto. Sin negar que sea Dios, miran en Jesús al Hombre capaz de transformar
las estructuras sociales, pero no miran el misterio, es decir, al Cristo Señor de la Gloria.
P. Luis. Todos esos no tienen en cuenta ese texto tan rico del Nuevo Testamento, que se
dirige a los primeros cristianos venidos del paganismo: “Sin haber visto a Jesucristo, lo
aman; creen en él, aunque de momento no lo vean, rebosando de alegría inefable y gloriosa,
alcanzando con ello la meta de su fe, la salvación de las almas”.
P. Luis. Por eso, los creyentes partimos ante todo y sobre todo de la Divinidad de
Jesucristo, y tenemos presentes tantas palabras de Jesús.
P. Luis. Por ejemplo. “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”. “Yo y el Padre
somos uno”. “Ustedes son de aquí abajo, yo soy de allá arriba. Ustedes son de este mundo,
yo no soy de este mundo”. “Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo otra vez el
mundo y vuelvo al Padre”.
Rosy. Siendo esto así, ahora entiendo mejor esa petición de Jesús al Padre poco antes de
ir a la muerte: “Padre, quiero que los que tú me diste estén también conmigo donde yo esté,
para que contemplen mi gloria, la que tú me has dado, porque me amaste antes de la
creación del mundo”. Si Jesús no era Dios, esto no se entiende.
P. Luis. Como vemos, Dios se hizo Hombre no por lo que podríamos llamar un
“egoísmo divino”, pues no nos necesitaba para nada, sino por un amor inmenso e
inconcebible, para hacernos participantes ahora de su misma vida divina y después de su
misma gloria.
Javier. Todo esto ha sido posible porque Jesucristo es Dios y es Hombre, el Hijo de
Dios Padre y el Hijo de María.
P. Luis. Muy bien dicho. Un hombre, por grande que fuera, y siendo sólo hombre, jamás
habría sido capaz de meternos en la esfera de Dios.
P. Luis. Y un Dios, sin ser hombre como nosotros, nunca nos podría tratar con la
familiaridad de padre e hijos, de hermanos y de amigos.
Javier. Eso mismo. Sin ser hombre, hubiera sido un Dios allá en la inmensidad de las
alturas, digno de asombro, de temor, de admiración temblorosa, pero no de amor
espontáneo, tierno, libre, capaz de saciar las ansias más profundas de nuestro corazón.
P. Luis. Con esta fe en Jesucristo, Hombre como nosotros, pero, ante todo y sobre todo,
verdadero DIOS, trabajamos con ahínco por el mundo, pero con la mirada fija en la
eternidad.
Javier. Esto me estaba diciendo yo mientras oía aquellos disparates de ayer. El mundo
ha de ser digno del Dios que lo ha santificado con su presencia. Los egoísmos, las
injusticias y las guerras sólo desaparecerán cuando se le siga fielmente a Jesucristo, que era
y es de este mundo, pero al que también lo sobrepasa inmensamente porque Jesucristo es
Dios.
P. Luis. Hoy Javier ha comenzado con un exabrupto que nos ha puesto en guardia. Pero
en pocas lecciones nos las hemos tirado tanto de teólogos los tres.
Rosy. Tratándose de Jesucristo, no está del todo mal. Y ojalá fuera siempre así. Las
cosas sobre Jesucristo, bien claras.
Javier. Es lo que me decía yo: la verdad, bien clara. Como la verdad no admite ninguna
parte de mentira, las medias verdades son eso: mentiras completas. Aplicado esto a
Jesucristo, yo tenía que ser radical en absoluto.
Cuestionario
P. Luis. Bien, Javi. Acabamos la lección en paz. Y hoy la resumo en estos puntos.
Primero. Debemos estar al tanto con esas medias verdades sobre Jesucristo de las cuales
tú hablabas. Hoy no son extrañas, y nosotros no las podemos admitir.
Segundo. La verdad sobre Jesucristo es clarísima: Jesucristo es verdadero Dios y
verdadero Hombre. Lo hemos dicho muchas veces en nuestras clases. Es la idea
fundamental del cristianismo.
Tercero. Incluso cuando se quiere trabajar por el mundo, hay que tener presente que
Jesucristo es el Hombre Dios a quien el mismo Dios ha sometido todas las cosas. Si a
Jesucristo le quitamos su Divinidad, nos va a fallar todo.
Rosy. ¿Me dejan acabar con un recuerdo del Evangelio?... Aquellos griegos pidieron:
“¡Queremos ver a Jesús!”. Nosotros somos dichosos porque sabemos quién es Jesucristo, y
le vamos repitiendo con el bonito cantar. “Te esperamos anhelantes, y sabemos que
vendrás; deseamos ver tu rostro, y que vengas a reinar”.
A continuación, la misma Lección 133,
Aquella espada misteriosa. María, Asociada al Redentor,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. Son muy pocas las veces que comienza dándonos un disgusto… Algo bueno nos
prepara.
P. Luis. Estamos en una clase de Biblia, y, sin embargo, vamos a citar muy pocos
pasajes bíblicos. Nos van a bastar dos o tres, aunque fundamentales. Pero a la luz de ellos, y
bajo el Magisterio de la Iglesia, nos metemos en una de las grandezas más excelsas de la
Virgen María.
Rosy. ¿La Asociada al Redentor, nos ha dicho? O sea, que la vamos a ver al pie de la
Cruz.
Javier. Lo del cuarto misterio del Rosario: el Niño Jesús presentado en el Templo. ¿No
es así?
P. Luis. Eso mismo. El anciano Simeón pierde de emoción el sentido, cuando, por luz
del Espíritu Santo, reconoce quién es ese chiquitín que María lleva en sus brazos: ¡Tengo
bastante! ¡Ya me puedo morir en paz!...
Javier. ¿Y lo que sigue? ¿Eso de que ese pequeñín va a ser un día bandera de combate, a
la vez que luz iluminadora de todas las naciones?...
Rosy. Todo magnífico. Veo que los tres conocemos bien la escena. Por eso añado yo
ahora: ¿Y lo que le dice a María?... “A ti, tenlo presente, una espada te va a atravesar el
alma”.
P. Luis. En medio de tantos encantos de hoy, una tragedia en perspectiva para mañana…
Yo pienso que, desde este momento, María tendrá días y años felices con su Hijo en
Nazaret, tan felices como no los ha tenido seguramente ninguna otra mujer. Pero en su
mente, quiera que no, se cernirá de continuo el brillo siniestro de una espada misteriosa…
Javier. Sí; este viejecito Simeón ha sido inmisericorde con María en la explanada del
Templo con el jarro de agua fría que ha echado sobre la felicidad de aquella Madre
encantadora.
P. Luis. Aprendan bien las palabras de Simeón a María: “¿Ves? Este tu hijo está puesto
en el mundo como una bandera de combate, ¡y a ti misma una espada te atravesará el
alma!”.
Rosy. Las sabemos muy de memoria. Por eso, empiece pronto con la doctrina que
encierran.
P. Luis. Sí; y hoy con más razón que nunca. Adán, representante religioso de toda la
Humanidad, pierde miserablemente la amistad de Dios y nos hunde a todos en la
condenación.
P. Luis. Una mujer ha sido la instigadora de la que Satanás se ha servido para su obra
perversa. Pero Dios no se deja vencer, y entonces mismo empieza a burlarse del demonio:
“¿Por una mujer has hecho que entre el pecado y la muerte en el mundo? Pues, por otra
mujer haré yo que entre la gracia y la Vida”.
Rosy. Como dice Javi, esto lo sabemos más que de memoria. ¿Qué va a pasar después?
P. Luis. Faltan milenios. Pero, al fin, podrá escribir San Pablo: “Llegada la plenitud de
los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, para que recibiéramos la condición de
hijos”.
Javier. Vino la revancha de Dios. Los hijos de Adán, sujetos al pecado y esclavizados
por una ley de pecado, nos convertíamos en hijos que exclamamos bajo la acción del
Espíritu Santo: “¡Padre!”.
Javier. Y en ese instante también, empieza la obra maravillosa que describe el mismo
Evangelio, que tengo aquí delante: “A todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse
hijos de Dios, a los que creen en su nombre, que no nacieron de voluntad humana, sino que
nacieron de Dios”.
P. Luis. Los dos han discurrido muy bien y han citado la Biblia con acierto. ¡Hay que
ver cómo la van aprendiendo!…
Javier. Capto a la primera la palabra que ha dicho: “de momento”. El triunfo de Satanás
no iba a ser eterno, ¿verdad?...
P. Luis. San Ireneo, uno de los primeros Obispos y Padres, lo expresó como el sentir de
la Iglesia desde el principio con palabras que se han hecho inmortales y que hace suyas el
Concilio: “María, obedeciendo, se hizo causa de salvación para sí y para todo el género
humano. El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo
que ató Eva por la incredulidad, la Virgen lo desató por la fe”.
Rosy. La mujer primera fue mala, pero la segunda, María, ¡fue buena de veras!…
P. Luis. Con esas palabras que hemos citado de Juan, de Lucas y con esta interpretación
de tan insigne representante de la Iglesia antigua, ya tenemos bien clara la idea de toda
nuestra lección.
P. Luis. ¡Vaya que si lo has entendido bien!... Sin embargo, se debe tener presente,
presentísima, la palabra del apóstol San Pablo: “Hay un solo Mediador entre Dios y los
hombres, Cristo Jesús”.
P. Luis. Porque el Concilio nos lo advirtió con palabras muy ponderativas: “La Virgen
es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo
cual, sin embargo, se entiende de manera que no quite ni añada nada a la dignidad y
eficacia de Cristo, único Mediador”. ¿No lo van a olvidar, verdad que no?...
Javier. Para que María fuera digna de tan alta misión, Dios la tuvo que preparar
expresamente, ¿no es así?
P. Luis. ¡Claro! Por eso mismo, para ser digna Madre Dios, para estar siempre
dignamente al lado de Cristo, para colaborar con toda dignidad a la Redención de
Jesucristo…, María fue la primera redimida, la primera salvada del pecado de Adán.
P. Luis. No es la primera vez que lo explico. María fue también redimida. Pero de
manera diferente que nosotros. A nosotros Dios nos dejó caer en la culpa, y después, por la
Sangre de Cristo, nos sacó del pecado que era nuestra condenación.
P. Luis. Lo mismo, pero de otro modo. A María, la predestinada a ser la Madre de Dios
y la Asociada al Redentor, en virtud de la misma Sangre de Cristo, Dios no la dejó caer en
la culpa. La hizo Inmaculada, la “Toda santa”, como la llaman en la Iglesia Oriental; la
“Santísima”, como le decimos nosotros.
P. Luis. ¡Bien, muy bien entendido!... Por eso María es la “llena de gracia”. Llena hasta
la plenitud.
Javier. Por lo mismo, ya tenemos a María hecha digna Madre de Dios. ¿Y desde cuándo
la asoció Dios al misterio redentor de Cristo?
P. Luis. No he de corregirte nada, Rosy. Y mira cómo nos lo ha dicho el Concilio, con
unas palabras que son lo más grande que el Magisterio ha expresado sobre la Virgen:
“Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre,
padeciendo juntamente con su Hijo agonizante en la cruz, cooperó a la obra del Salvador de
un modo totalmente extraordinario por la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente
caridad, a fin de restaurar la vida sobrenatural en las almas. Por tal motivo es nuestra madre
en el orden de la gracia”.
Javier. Discurriendo sobre este párrafo, el Concilio llega a su ápice cuando nos presenta
a María al pie de la cruz.
P. Luis. Ni más ni menos. La Virgen acudió al Calvario con toda decisión. La espada
profetizada por Simeón le destrozó el alma. Pero allí se mantuvo firme María,
inconmovible, obediente a Dios, renunciando a sus derechos maternales sobre la Víctima,
repitiendo con todo el corazón la misma palabra que aquel día primero: “¡Que se cumpla tu
voluntad!”.
P. Luis. Naturalmente, ante el leño de la cruz, María es la Mujer, la que es declarada por
Jesucristo moribundo Madre de todos los vivientes según la gracia, cuando les dice a ella y
al discípulo: “Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre”.
Javier. Con este gesto sublime, Jesús, el Redentor, proclama de manera inconfundible lo
que todos entendemos: Eva fue la madre de todos los pecadores; María es la Madre de
todos los hijos de Dios.
Rosy. Ser Madre de todos nosotros es el fruto y el premio que Dios da a María por
haberse asociado voluntariamente, con dolor tan inmenso, a Jesucristo el Redentor en aquel
instante supremo.
P. Luis. Ahora viene la consecuencia más feliz para nosotros, expresada así por el Papa
León XIII: “Elevada a la cumbre más alta de la gloria al lado de su divino Hijo, por haber
sido cooperadora suya en la obra admirable de la redención, vino a ser para siempre la
dispensadora de las gracias, fruto de esa misma redención”.
Rosy. No cuesta nada entenderlas en toda su extensión. María sigue en el Cielo, como
Asociada al Redentor, distribuyéndonos la Gracia y las gracias necesarias apara nuestra
salvación, merecidas por Jesucristo en la Cruz y a las cuales Ella colaboró de manera tan
singular.
P. Luis. Nos lo asegura también así el Concilio: “Esta maternidad de María perdura
hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez recibida en los cielos no
abandonó este oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos, por su múltiple
intercesión, los dones de la salvación eterna. Con su amor materno, se preocupa de los
hermanos de su Hijo que aún peregrinan y se debaten entre peligros y angustias hasta que
sean llevados a la patria feliz”.
Javier. Un poco largas son las citas de Concilios y Papas que hoy nos trae, Padre Luis.
¡Pero valen la pena!
Rosy. Y, bien examinadas, no hacen otra cosa que explanar lo que nos asegura tan
escuetamente el Nuevo Testamento: que María estuvo unida en todo a la vida, pasión y
glorificación de su Hijo Jesucristo.
Cuestionario
Javier. Hemos empezado hoy con Simeón y con Adán, ¡y vaya lo que hemos aprendido
con ellos acerca de María!
P. Luis. ¿Quieren que les cuente una costumbre muy curiosa, muy simpática, y sobre
todo muy significativa, de celebrar las fiestas judías hace ya muchos siglos?...
Javier. Sabe lo que nos gustan esas anécdotas ilustrativas de las lecciones. A veces
enseñan más que largos discursos. ¿De qué se trata hoy?
P. Luis. Lo cuenta un gran estudioso de la Biblia. Según una muy antigua tradición
judía, durante las fiestas hebreas la puerta de cada casa estaba nada más que entornada, sin
que se cerrase durante esos días festivos. ¿Para qué? Era por si se presentaba de improviso
el Mesías esperado, para que la casa la encontrara abierta. Pero, ¿y si el Mesías no venía?
Era igual. Los pobres que vagaban por las calles sin saber dónde disfrutar la fiesta, entraban
libremente para participar de la alegría de todos.
P. Luis. ¡Y qué lección!..., añado yo. Era el cumplimiento más fiel de un precepto de la
Ley muy entrañado en el pueblo judío. Les mandaba el Levítico: “Al forastero que reside
entre ustedes lo mirarán como a uno del propio pueblo, y lo amarás como a ti mismo”.
Javier. A mí se me va la mente muy lejos, nada menos que al Juicio Final, cuando Jesús
diga: “¡Vengan, benditos de mi Padre, porque era huésped, y me acogieron!”.
P. Luis. Javi, te has adelantado demasiado. Porque precisamente sobre esto quería hacer
versar la lección de hoy: sobre Jesucristo, nuestro Huésped divino.
P. Luis. ¡Y tanto! No nos vamos a salir para nada de la Sagrada Escritura. Esas palabras
de Jesús que acaba de recordarnos Javi: “Era huésped, y me hospedaron”, son de una
riqueza bíblica enorme.
Rosy. No puedo negar que eso de llamarse “Huésped” Jesús me llama poderosamente la
atención. No es un nombre o un título que yo lo esperara.
P. Luis. A nosotros nos extraña algo ahora, pero en los países de la Biblia resultaba lo
más natural del mundo.
Rosy. Tal como plantea estas dos preguntas, se ve que no se trata de una simple
comparación, sino que es una auténtica realidad eso de que Jesús es Huésped nuestro.
P. Luis. El Evangelio de Juan, en su primera página, nos dice que el Hijo de Dios “echó
su tienda de campaña entre nosotros”.
Javier. Queda claro que Jesús no era de la tierra, sino del Cielo, y vino al mundo para
habitar con nosotros los hombres. Desde ese momento empezó a ser Jesús nuestro huésped.
Rosy. ¿Sabe, Padre Luis, lo que me gustaría a mí? Que antes de proseguir, nos
detuviéramos un momento para ver lo que significaba en los países y en los tiempos de la
Biblia el ser huésped.
P. Luis. ¿En los tiempos de la Biblia? No solamente entonces, sino todavía hoy.
Javier. Comparto plenamente el gusto de Rosy. ¿Qué se hacía y qué se hace todavía
hoy?
P. Luis. Les ha gustado la anécdota primera, esa de la puerta entornada durante las
fiestas por si se presentaba el Cristo esperado, ¿no es así?
P. Luis. Pues ese mismo biblista de quien la he tomado nos cuenta otra no menos
interesante que le ocurrió a él mismo. Llegó al atardecer sin previo aviso a una casa
humilde en el desierto al Este del Jordán. Estaban celebrando una fiesta familiar, como era
el destetar al niño más pequeño. ¿Molestia por la inoportuna visita? Ninguna. Todo al
revés. Se le dijo de buenas a primeras: “¡Bienvenido a esta casa! El forastero que llega
hasta nosotros es tratado como el que ha nacido entre nosotros aquí”.
Javier. ¡Se necesita fe para creer cosas así en nuestros días! Decir que esto es admirable,
es poco.
P. Luis. Pues esto ocurre aún hoy entre los beduinos, igual que hace casi cuatro mil años
cuando los tiempos de Abraham.
P. Luis. ¿Es que no lo has leído nunca? Se le presentan tres a medio día, en medio del
calor sofocante, y el Patriarca insiste y hasta obliga a los transeúntes: “No pasen de largo
cerca de su servidor. Que traigan agua, se laven los pies y se recuesten a la sombra de este
árbol. Haré traer pan y repondrán sus fuerzas. Luego seguirán adelante, pues por algo han
acertado a parar en esta casa de su servidor”.
Javier. Realmente, las cosas han cambiado poco entre los habitantes genuinos de esos
países.
Rosy. Ahora entiendo también lo de los dos de Emaús aquella tarde: “¡Quédate con
nosotros, pues atardece y la noche se nos echa encima!”.
P. Luis. Rosy, ya que has pasado sin más al Evangelio, y como eco de esta tradición de
brindar hospedaje al peregrino, les recuerdo la exhortación apostólica en la Carta a los
Hebreos: “No olviden la hospitalidad. Gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a
ángeles”, con referencia manifiesta a la escena de Abraham que acabamos de recordar.
P. Luis. Sí. Y empezamos por el texto que hemos traído del Evangelio de Juan. “Echó
su tienda de campaña entre nosotros”.
P. Luis. Con las mismas palabras del Evangelio, sabemos que no todos lo reciben. ¡Allá
ellos! ¡La pena que nos dan! No saben lo que pierden.
Rosy. Pero otros muchos le abren las puertas de par en par, empezando por nosotros.
P. Luis. Sigue el Evangelio: a éstos “a todos los que le recibieron, les dio poder de
hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre”.
Javier. Total, que vino como forastero y huésped a nuestra casa, y, al recibirlo con fe y
con amor, nos ha convertido en hijos de Dios y nos ha dado la facultad y el poder de entrar
nosotros en la casa de Dios, no como huéspedes y forasteros, sino como hijos verdaderos,
con el derecho de quien entra en su casa propia.
P. Luis. Javi, muy bien interpretada esta primera afirmación del Evangelio. Por haberle
acogido, Jesús nos ha convertido en hijos de Dios. ¿Nos parece poco?...
Rosy. Sabemos que Jesús se hospedó muchas veces en casas amigas. ¿No podríamos
recordar algunos casos del Evangelio?
P. Luis. ¿Y con el publicano Zaqueo? Jesús toma la iniciativa: “Zaqueo, baja del árbol y
vete a tu casa a prepararme alojamiento, pues hoy me quiero hospedar en tu casa”.
Javier. Y a mí me la llama la bendición plena del Huésped Jesús: nada menos que la
resurrección espiritual y la salvación de aquella alma descarriada. Este Zaqueo resulta
simpático por demás.
P. Luis. Estos hechos del Evangelio nos hacen ver que al acoger como Huésped a
Jesucristo, no somos nosotros los que le damos a Él algo que le enriquezca, sino que es Él
quien nos colma a nosotros con todos los bienes del Cielo.
Rosy. Sin embargo, yo tengo una idea, que no la creo muy equivocada. Hemos de decir
que también nosotros le damos a Jesucristo algo que espera de nosotros, y es el amor del
corazón.
Javier. En este sentido, ¡claro que nosotros enriquecemos también a Jesucristo, que es
tanto más rico cuantos más corazones conquista!...
P. Luis. Jesús es nuestro Huésped cuando le damos cabida en nosotros por la fe. Aquí el
apóstol San Pablo es categórico: “Cristo habita por la fe en sus corazones”.
Rosy. Y no podemos olvidar otras palabras del mismo Jesús en el Evangelio de Juan, y
que yo tengo bien metidas en la cabeza, cuando dice: “Al que me ame lo amará también mi
Padre, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada”.
Javier. Con lo cual vienes a decir, Rosy, con Pablo y con Juan, que por la fe y el amor
hospedamos a Jesús en nuestro corazón. Jesús es nuestro Huésped divino.
P. Luis. Es Jesús quien, al decirnos estas palabras traídas por Rosy, nos revela un
secreto suyo: el afán con que busca nuestro amor y la acogida que le podemos dispensar
como huésped del corazón. ¡Qué bien lo dice el mismo Jesús en el Apocalipsis! “Mira que
estoy a la puerta, y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y
cenaré con él y él conmigo”.
Javier. Me vienen de nuevo, y no sé por qué, las palabras primeras del Evangelio de
Juan: “Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron”. Me preocupan, sinceramente.
P. Luis. Por eso, el juego peligroso con Jesucristo es hacer lo del poeta, que le decía al
que estaba llamando muerto de frío: “Y cuántas, Hermosura soberana, ‘mañana le
abriremos’, respondía, para lo mismo responder mañana”.
Javier. Eso, un poeta listo y sincero consigo mismo, que no acababa de dejar ciertas
costumbres suyas.
Rosy. Jesús completa la comparación con aquella respuesta a las cinco muchachas
necias de la parábola: “¡No las conozco!”, aunque ellas siguieran golpeando la puerta y
llorando inútilmente: “¡Señor, ábrenos!”.
P. Luis. Tenemos la palabra del mismo Jesús: “El que come mi carne y bebe mi sangre
habita en mí y yo en él”. En la Comunión se le brinda a Jesús un hospedaje que no tiene
par.
Javier. Y así será también el premio de este hospedaje divino de la Comunión, ¿no es
verdad?
P. Luis. Lo podemos suponer. Aunque el mismo Jesucristo nos lo dijo con la afirmación
más espléndida: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”.
P. Luis. Preguntas muy bien. Lo de después supera toda previsión, pues añade su más
grande promesa: “¿Ese? Tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.
Rosy. Sí; pero por más que corra la imaginación, me parece me quedaré muy lejos de la
realidad. Esta su permanencia en el Tabernáculo día y noche esperando, recibiendo,
conversando, bendiciendo, es ciertamente del todo singular. Como en ninguna otra, se
cumple aquello del Evangelio de Juan: “Echó su tienda de campaña entre nosotros”.
P. Luis. Por ser el mismo Jesucristo quien lo dice de una manera tan expresiva, sabemos
que le brindamos hospedaje cuando en su nombre, y por Él, se lo damos con amor al
hermano que lo necesita: “Era yo forastero y me acogieron”.
Cuestionario
Rosy. Me viene a la mente un cantar precioso, que me gustaba mucho: “Quédate con
nosotros tus hijos, oh divino Jesús, te decimos lo mismo que un día los dos de Emaús.
Quédate, por piedad, no te vayas, porque Tú eres amor”.
Javier. Y si Jesucristo es amor, y lo recibimos con amor, ¿qué nos restará por toda la
eternidad? Simplemente, gozar del amor de Jesucristo en su propia Casa, en aquella de la
Jerusalén celestial, donde nos quiere hospedar Él por haberle acogido nosotros en nuestra
casa humilde de la tierra...
+
A continuación, la misma Lección 135,
“El resplandor de la gloria”. ¿Cómo Jesucristo se humilló tanto?,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Muchas veces nos hemos entretenido con lecciones específicas sobre Jesucristo.
¿Qué les han parecido?
Rosy. ¡Vamos, qué pregunta! Esas lecciones han sido únicas. Si cuando acabamos
parece que nos pasa como a los de Emaús: “¿No ardía nuestro corazón?”...
P. Luis. Casualmente, a esto voy. ¿No les señalan ningún error a esas lecciones, ningún
defecto?
P. Luis. Les digo cuanto antes lo que pienso yo. Cuando hemos hablado tantas veces de
Jesucristo en nuestras clases, ¿no hemos cometido algún pequeño error? Error, no,
ciertamente. Porque todo lo que hemos dicho de Jesucristo es verdad.
Javier. Así es. ¿Y eso está mal? Nos encantan fórmulas como ésta de la Biblia:
“Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”.
P. Luis. Jesucristo sabía que todo eso le correspondía, y así le pedía al Padre:
“Glorifícame junto a ti con aquella gloria que tenía a tu lado antes de que el mundo
existiese”.
Javier. Sigo con la misma inquietud del principio. ¿A qué viene todo esto?
P. Luis. ¡A esto! Para entender y valorar toda la gloria que le tributamos a Jesucristo
cuando le miramos como Rey triunfador, hemos de partir de lo que asegura San Pablo en
una de sus expresiones más profundas y felices: “Cristo, siendo de condición divina, se
despojó de sí mismo, tomó la condición de un esclavo, y se rebajó haciéndose obediente
hasta la muerte, y una muerte de cruz”.
Rosy. Sí; estas palabras las oímos comentar muchas veces. Tienen, por lo mismo, mucha
importancia.
P. Luis. “Se despojó de sí mismo”. San Pablo emplea una palabra muy fuerte, porque no
encuentra otra más expresiva: “se anonadó”, “se hizo nada”, “se aniquiló”.
Javier. Y esto lo hizo el que era el Verbo, la Palabra, el Hijo, “el esplendor de la gloria
del Padre y sello o imagen de su sustancia”.
P. Luis. Pues bien, ese Hijo de Dios, “se hizo hombre, y habitó entre nosotros”, hombre
en todo igual a sus hermanos, sin privilegio alguno, cargando con todas nuestras
debilidades, sin eximirse de ninguna, “menos el pecado”, pero asumiendo todas las
consecuencias que el pecado dejó en nuestra naturaleza debilitada allá en el paraíso.
Rosy. Ante esta realidad, nos preguntamos desde el principio: Pero, ¿por qué Dios hubo
de escoger una condición de vida semejante?...
P. Luis. Haces muy buena pregunta, Rosy. Pero Dios no quiso respondernos con
palabras, y se contentó con que discurriéramos nosotros, sabiendo que acertaríamos muy
bien en sus intenciones divinas.
Javier. Pero Dios nos debió dar alguna pista para discurir bien…
P. Luis. Creo que esa pista la tenemos en una expresión de la Carta a los Hebreos,
cuando nos dice que Dios quiso así a Jesucristo para “que pueda compadecerse de nuestras
flaquezas, ya que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado”.
Rosy. No digamos que esta pista no es bien buena y acertada. Al haber padecido Jesús
todos nuestros males, tiene experiencia de lo que es nuestro dolor y se ve por fuerza
movido a remediarlo.
P. Luis. Si esto iba a ser la vida de Jesucristo en la tierra, no extraña entonces lo que dirá
después San Pablo: “Cristo no buscó su propio agrado”, no se quiso dar gusto en nada,
renunció a toda satisfacción, a fin de que nosotros tuviéramos toda satisfacción en Dios, del
que nos habíamos alejado por nuestro orgullo.
Javier. Esta Rosy me ha dejado muy pensativo con las palabras de Jesús que a ella le
gustan tanto, y que son menudo programa para nosotros…: “El Hijo del hombre no ha
venido a ser servido sino a servir”.
P. Luis. Aquí tengo el párrafo de un teólogo y escritor, que comenta muy acertadamente
esas mismas palabras de Jesús. Dice así: “¡Para eso he venido! Para predicar, para atender,
para curar. ¡Para servir!...Y todos tienen derecho a hablarle, pedirle, estrujarle, robarle el
sueño, el descanso, el sosiego. Se pone totalmente al servicio de los enfermos, ignorantes,
pobres, desvalidos, difamados. Servidor humilde, sencillo, de gratis siempre. Y al saber
nosotros que es Hijo de Dios, no lo imaginamos en situación de servidor con privilegios.
No. El barro le enloda, el polvo le atosiga, la sed le quema, el sudor le empapa, el cansancio
le abate. Al fin, hasta el peso de la cruz le derriba. ¡No puede más! La cruz es su servicio
supremo. Muere crucificado para salvarnos a todos”.
Rosy. Ese teólogo no ha podido expresarse de manera más contundente. Me hace pensar
mucho…
P. Luis. Por desgracia, así fue. La muerte de Jesús tuvo a los ojos de los hombres un
significado especial. No murió como un mártir, como un héroe nacional, digno de respeto,
de admiración y de gratitud. Sino que murió, a los ojos de los romanos, como un revoltoso
digno de la pena máxima; y a los ojos de los judíos, mucho peor: como agorero aliado de
Beelzebul el príncipe de los demonios, como blasfemo, como violador del sábado, como
quebrantador de la Ley.
Javier. Tengo presentes las palabras de San Pablo. Al ver a Jesús en la cruz, los gentiles
lo tomaban como un fanático estúpido, y los judíos lo consideraban como un maldito de
Dios y un escándalo intolerable.
Rosy. Y en medio de todo esto a lo que se vio sometido, ¿cual fue la actitud de Jesús?
P. Luis. Como nos ha dicho San Pablo, la de un hombre sin privilegio alguno, porque
“no buscó su interés”, sino que padeció con todas las consecuencias del dolor sin
mitigación alguna; y así, “en los días de su vida mortal ofreció ruegos y súplicas con
poderoso clamor y lágrimas al que lo podía salvar”.
Javier. O sea, que ante el mismo Dios, su Padre, se vio convertido en un hombre
cargado de debilidad.
P. Luis. Toda esa vida de Jesús no fue una broma. No era algo para disimular. Era la
realidad más dura, pues le hizo confesar a Jesús, como un desahogo incontenible “cuando
comenzó a sentir tristeza y angustia” allá en Getsemaní: “Mi alma está triste hasta el punto
de morir”
P. Luis. Es cierto que, hasta ahora, hemos clavado nuestros ojos de una manera especial
en Getsemaní, los tribunales y el Calvario, porque en ellos la humillación y el
aniquilamiento de Jesucristo llegó al colmo, a unos límites que ya no se podían sobrepasar.
Javier. Por más que la vida entera de Jesús fue de una sencillez, humildad y entrega
muy notables. Abrazó la vida pobre con todas sus consecuencias.
P. Luis. El libro de la Imitación de Cristo sintetiza muy bien ese pensamiento con estas
palabras, tan repetidas: “Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio”,
Rosy. Es cierto. Podríamos repasar la vida de Jesús y hacer un balance. ¿Por qué no lo
intentamos? Resultaría bien aleccionador.
P. Luis. Empiezo. ¿Belén?... “No había lugar para ellos en la posada pública”, y María
su Madre “tuvo que colocar al niño recién nacido en un pesebre de animales”.
Rosy. ¿Nazaret? Vida encantadora. Pero, “Jesús les estaba sujeto”, como el último de los
tres, aquel que era Dios.
P. Luis. Podríamos reproducir aquí todo el Evangelio, y nos encontraríamos siempre con
lo mismo: con un Jesús pobre, obediente, rendido por el trabajo, perseguido, calumniado,
rechazado por los suyos, especialmente por las autoridades.
Javier. Ha estado acertada la idea de Rosy. Un repaso semejante de la vida de Jesús nos
muestra un Salvador paciente, un Hermano servidor de todos, un valiente que no se tiró
para atrás ante ningún deber por duro que fuera.
Rosy. Es así como pudo decir con toda autoridad, no ya como Maestro, sino como el
Modelo nuestro, las palabras que más nos asustan en todo el Evangelio: “El que quiera
venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. Porque quien
quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda sus vida por mí y por el Evangelio, la
salvará” (Marcos 8,34-35)
Javier. Así veo que se expresa Jesús en Marcos. Pero en Lucas no es más suave: “El que
no tome su cruz y no venga en pos de mí, no puede ser mi discípulo”. Y esa cruz, añade el
Señor, es de “cada día” (Lucas 14,27 y 9,23). Lo cual me reafirma en mi idea: si Jesús nos
pide el llevar la cruz nuestra “cada día”, la vida entera de Él fue eso que el Padre Luis nos
decía con la Imitación: cruz y martirio.
P. Luis. Esto nos lleva también a algo que hoy se nos repite bastante en la Iglesia, a
saber: que el Cristianismo no está hecho para cobardes, sino para valientes. Hoy habríamos
de ser tan audaces como Pablo, cuando escribe a los de Corinto: “No me glorío de conocer
y saber nada sino a Jesucristo, y a Jesucristo crucificado”, y lo predicaba “para no
desvirtuar la cruz de Cristo” (1Corintios 2,2 y 1,17)
Rosy. Nos va bien el recordar esto, porque muchas veces nos contentamos con escuchar
un Evangelio acaramelado, con lo cual nos podríamos formar una imagen de Jesús
deformada totalmente: un Jesús no bueno, sino bonachón, en vez del Jesús lleno de
virilidad que nos encanta y nos arrastra a todos.
P. Luis. ¿Se dan cuenta cómo no íbamos descaminados al enfocar hoy nuestra reflexión
sobre Jesucristo de una manera tan seria, tan exigente, y tabn en conformidad con todo el
Evangelio?
Javier. Creo que nos ha hecho mucho bien. Y más cuando se tiene la convicción, como
la tenemos nosotros, de que el Evangelio así entendido no hace la vida triste, sino seria, que
es muy distinto.
Rosy. Pienso como tú, Javi. Y más. Ese Jesús tan entregado y tan sacrificado, fue
también admirado, querido, obsequiado, y tuvo momentos de gozo muy grande. Esto no lo
podemos negar. Aceptó y asumió nuestra vida tal como es: con sus penas, pero también con
sus alegrías. Jesús fue el Modelo admirable en todo.
Cuestionario
Rosy. Este es el Jesucristo que nos dice: “Les doy mi gloria. Pero, ¿no pueden también
seguir mis huellas?”...
A continuación, la misma Lección 136,
El Redentor. Cómo planeó Dios la Creación y la Salvación,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Les aseguro, mis queridos Rosy y Javi, que hoy les voy a aburrir.
P. Luis. Porque en casi toda la lección no les voy a dejar hablar. Prácticamente, voy a
tomar la palabra yo solo.
P. Luis. Trataré de que así sea. Vamos a arrancar de unas palabras de San Pablo, que nos
van a guiar en toda la lección, y son éstas: “Así como todos los hombres murieron en Adán,
así todos volverán a vivir en Cristo”.
P. Luis. Ya sé que esta lección va a resultar bastante diferente de las demás, por el
enfoque que le vamos a dar desde el principio. Pero nos puede dar una idea muy grande de
la Redención que Dios obró por medio de Jesucristo.
P. Luis. Con su permiso, pues, empiezo contándoles un cuento que hace pensar, descrito
por un teólogo que tenía mucha imaginación. ¿No han oído nunca lo que le pasó a Dios en
el seno de la eternidad, cuando no existía aún nada, nada?... Escuchen.
P. Luis. El Hijo divino callaba, pero adivinaba el pensamiento de Dios su Padre. Y al fin
le dijo: “Padre mío, no tienes más que un Hijo, que soy yo. ¿Y qué ocurriría si tuvieras más
hijos? Serían mis hermanos, hermanos menores, pero entre todos formaríamos una familia
inmensa que te amaría mucho, mucho, como yo te amo ahora”.
Javier. Excelente idea la del Padre y la del Hijo. ¿Qué más?
P. Luis. El Espíritu Santo callaba también, y se decía: “Esto va a ser cosa mía. Yo soy el
Amor entre los dos, y a los dos los voy a empujar a que digan que sí, a que lo hagan”.
P. Luis. Total, que las Tres divinas Personas se pusieron de acuerdo, y el “Hijo de Dios
hecho Hombre” fue la primera idea de la creación. Todo lo que viniera iba a ser por Él y
para Él, y Él sería el centro de todas las cosas, tanto visibles como invisibles.
P. Luis. Pero uno de los ángeles más excelsos se puso a gritar: “¿Yo, yo tan grande
adorar y rendirme a una cosa tan pequeña? ¡No quiero!”… Una multitud inmensa de
aquellos espíritus se une a semejante grito rebelde, desobedecen, Dios no los perdona, y
todos ellos quedan convertidos en demonios horribles bajo el caudillaje de su jefe Satanás.
P. Luis. Dios, sin embargo, sigue adelante con el plan de su Hijo. El que es Eterno sabe
esperar y no tiene prisa. Pasan muchos millones de años, y al fin la Tierra está dispuesta
para recibir al hombre. Dios lo crea con una gran ilusión. Constituye una pareja feliz, y la
coloca en un jardín delicioso. “Crezcan, multiplíquense”, les dice, mientras sueña: “¡Un
día vendrá de ellos mi Hijo hecho hombre! ¡Ay, qué Hijo que voy a tener!”…
P. Luis. En vistas al Hijo hecho hombre, Adán y Eva, que así se llamaba la primera
pareja, fueron creados en la Gracia divina y eran hijos de Dios en el Hijo Único. Pero, ¿qué
ocurrió un día? El demonio maldito le alarga a Eva un fruto sabroso, y Eva se lo ofrece a su
marido Adán. La serpiente astuta les habla: “¡Coman! Que se les abrirán los ojos y serán
como Dios. Serán dueños de sí mismos y ya no dependerán para nada de él”. Vino la
catástrofe. El hombre y la mujer pecaron en el paraíso, como pecaron los ángeles rebeldes
en el cielo. Con ello se deshacía todo el plan grandioso de Dios sobre el Hijo que iba a
coronar la creación entera. Sobre la tierra se echaba el pecado, el dolor, la muerte…
P. Luis. El Hijo acepta, y el Espíritu Santo pone manos a la obra. “¿Una mujer pecadora
ha seducido al hombre responsable de la Humanidad? Ya prepararé yo a otra Mujer sin
mancha alguna, que traerá al mundo un Segundo Adán que lo salve”.
P. Luis. De este modo, con un solo y mismo decreto, quedaba restablecido el plan
primero de Dios, que se quiere salir con la suya: “Mi Hijo, ahora Redentor, nacido de una
Mujer Inmaculada, se llamará Jesucristo; y muerto, resucitado, y exaltado después a mi
derecha, será la coronación mucho más gloriosa de toda la creación, conforme a mi idea
primera”.
P. Luis. Y yo les respondo que sí: es un cuento la redacción de aquel teólogo que
gastaba mucha imaginación. Pero es la pura Historia de la Salvación, que empieza con la
primera página del Génesis y acaba con la última línea del Apocalipsis.
Rosy. Conforme. Pero, insisto con Javi: ¿A esto se va a reducir la lección de hoy, a este
cuento?
P. Luis. Pues, sí; y ojalá se nos haya quedado bien metida la enseñanza que encierra un
cuento semejante. Esa enseñanza se reduce a estos cuatro puntos. ¿Los quieren escuchar?...
Javier. ¡Bueno! Veo que ahora va a empezar una clase de verdad. Cuatro puntos.
Empiece por el primero.
P. Luis. Fíjense bien en esto: Jesucristo es la idea primera de la creación: porque es “el
Primogénito de toda la creación”,“todo fue hecho por él y para él”, y “él es anterior a todo”.
Rosy. Según esto, para pensar en Jesucristo no hay que esperar al paraíso, a la serpiente,
a Adán y Eva…
P. Luis. ¿Saben quién era Tertuliano? Un gran escritor cristiano de finales del siglo
segundo y principios del tercero. Con el mismo lenguaje de la Biblia, escribía: “Cuando
Dios modelaba con barro al primer hombre, estaba pensando en el Hombre Cristo Jesús”.
Esta era ya la idea de la antigua Iglesia. Ni los ángeles ni los hombres fueron antes que
Jesucristo en la mente del Dios Creador. ¡Jesucristo es el primero en todo!
Javier. A mí se me ha grabado eso del segundo plano del arquitecto que es Dios.
Corrige el primero, pero el primero continúa adelante.
P. Luis. Paso al punto segundo. A pesar del fracaso de Dios con el pecado introducido
por el Demonio en el paraíso, Dios tiró adelante con su plan, y su Hijo, que hubiera sido el
coronamiento glorioso de la creación sin dolor alguno, se convirtió en el Jesucristo
Redentor.
P. Luis. Con la misma, no; con una mucho mayor. El Hijo llegaría a la misma gloria
ideada por el Padre desde toda la eternidad, pero con el sacrificio de la Cruz, y haría que
“sobreabundase la gracia allí donde había abundado el pecado”.
Javier. ¡Qué palabras éstas! ¡Hacer que la Gracia sea mucho más grande que el pecado!
Está claro con esto que el segundo plano de Dios resultaba mucho más grandioso que el
primero.
Rosy. Me viene a la mente aquello de la noche de Pascua: “¡Oh feliz culpa de Adán, que
nos ha merecido semejante Redentor!”
P. Luis. Muy bien traído este recuerdo, Rosy. Continúo con el punto tercero, citando las
palabras de San Pablo a los de Éfeso. De esta manera, “Dios nos eligió en Cristo antes de la
fundación del mundo para ser santos, inmaculados, amantes en su presencia, como hijos
adoptivos por medio de Jesucristo”.
Javier. Padre Luis, ¿y decía que nos iba a aburrir esta lección?...
P. Luis. Los primeros en conocer estas misericordias fueron los pastores de Belén, a los
que les comunicó el ángel: “Les anuncio una gran alegría: ¡hoy les ha nacido un Salvador,
que es Cristo el Señor!”. Meses antes, Zacarías le daba al niñito que iba a nacer el nombre
de “Fuerza salvadora”, algo que le confirmaba el ángel a José cuando le encargó: “Y tú le
pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Rosy. Volvemos a aquella lección sobre el “Yahvé-Jesús”. ¡Qué linda que fue! Jesús,
“Yehosuah”, Yahvé Dios que salva.
P. Luis. El Antiguo Testamento, con signos y profecías, era todo una figura de lo que
iba a venir. El hecho más trascendental de la Historia de Israel fue la salvación de la
esclavitud de Egipto, que Moisés les proclamaba con palabra gozosa y segura: “No teman,
estén firmes, y verán la salvación que Yahvé les otorga en este día”. Al verla cumplida con
el paso del Mar Rojo, Moisés y todo el pueblo rescatado entonaron con voz triunfal: “Mi
fortaleza y mi canción es Yahvé. Él es mi salvación” (Éxodo 14,13;15.2).
P. Luis. La salvación de Egipto, de la que Israel hacía memoria cada año, era
prefigurativa de la que un día sería salvación plena, traída por el Mesías prometido. El
pueblo la esperaba, y gritaba ansioso con el profeta: “¡Ánimo, no teman! Miren que llega su
Dios. ¡Él vendrá y les salvará!”. Y acababan con una súplica bella: “¡Cielos, derramad
vuestro rocío! ¡Nubes, dejad caer la victoria! ¡Tierra, ábrete, y germina al Salvador!”
(Isaías 35,4; 45, 5)
.
Rosy. Eso, los signos y las profecías. ¿Qué será después?
P. Luis. Consumado todo el plan de Dios con la muerte y resurrección del Señor, el
apóstol San Pedro proclamará con santo orgullo ante la asamblea judía: “No se nos ha dado
bajo el cielo otro nombre por el que podamos salvarnos”.
Rosy. Me vienen a la mente las palabras que leí, escritas, decía el libro, por un Obispo y
Cardenal muy santo: “¡Qué Jesús tan Jesús es nuestro Jesús!”.
P. Luis. Jesús hace honor a su Nombre, que significa “Salvador”, y lo miremos por
donde queramos, vemos que no hace otra cosa sino salvar. Con una salvación total, material
y espiritual, del cuerpo y del alma, simbolizada maravillosamente en el Evangelio con la
curación del paralítico: “Perdonados te son tus pecados. Y para que todos vean que el Hijo
del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados, a ti me dirijo: Levántate, toma tu
camilla, y vete a tu casa”.
P. Luis. Mira, Javi, cómo decía esto mismo tuyo el Papa Pablo VI: “Tenemos necesidad
de ser salvados. Tenemos necesidad de Jesús. Tenemos necesidad de Uno que tome sobre sí
todos nuestros pecados y los expíe por nosotros. Tenemos necesidad de un Salvador que dé
su vida por nosotros y que de inmediato resucite para nuestra salvación: que nos dé vida
nueva, vida sobrenatural, vida pascual”.
Rosy. No me canso de oír cosas tan bellas de Jesús. ¡Qué Jesús!
P. Luis. Escuchen lo que escribía nuestro clásico Fray Luis de León: “Jesús es salud
todo él. Son Jesús sus palabras. Son Jesús sus obras. Su vida es Jesús, y su muerte es
Jesús”. Es decir: Jesús es siempre Salvador.
Javier. Lo interesante es saber que el oficio de Jesús es ser Jesús con cada uno de
nosotros. No es ser Jesús globalmente para todo el mundo: ¡es Jesús para mí, para mí como
si fuera yo solo!
Cuestionario
P. Luis. Hoy me van a dispensar el Cuestionario de cada día. Acuérdense sólo de los
cuatro puntos.
Javier. Ni hace falta. Basta recordar el cuento del teólogo. Aunque se me han grabado
también los cuatro puntos.
Jesucristo fue la primera idea de Dios antes de la creación.
Fracasado por el pecado, Dios traza un segundo plano mucho más grandioso que el
anterior: Jesucristo Crucificado y Resucitado.
En ese Jesucristo, nosotros somos hijos de Dios en el Hijo.
Y con ello, Dios se muestra tan sabio y tan bueno, que en toda la eternidad no nos vamos
a cansar de cantar sus misericordias.
Rosy. ¡Atinaste! El ser Jesús eso, “Jesús” con cada uno de nosotros, llegará a su cumbre
cuando en la agonía exclamemos: “¡Jesús!”. Con este nombre en los labios, habremos
alcanzado la salvación definitiva. Y entraremos en el Cielo a ser hijos e hijas de Dios
glorificados, conforme a aquel sueño divino que Dios tuvo en el principio sin principio de
su eternidad…
A continuación, la misma Lección 137,
El Rico en Misericordia. La bondad inmensa de Dios,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. ¿En qué se figuran que iba pensando hoy cuando venía hacia la clase?...
Javier. Eso mismo. Y me he dicho: ¡Pobres de nosotros, la que nos esperaba, si Dios
aplicaba el principio del Premier inglés! ¡Hay que ver cómo los vencedores hicieron
funcionar las horcas contra los vencidos!... Menos mal que Dios fue con nosotros más
bueno, y usó de una misericordia que no merecíamos sus enemigos.
Rosy. ¿Qué dice usted, Padre Luis, que está tan callado?...
P. Luis. ¡Qué quieres que diga! Al escuchar el razonamiento de Javi, me estaba viniendo
a la mente una expresión tan frecuente de la Biblia, que le llama a Dios “El Rico en
Misericordia”. Y me he dicho: ¿No podría ser ésta la lección de hoy?...
Javier. No me es extraña esta palabra. Creo haberla escuchado varias veces en la Iglesia.
P. Luis. Te lo creo, Javi. Porque la repetimos mucho a partir del Pontificado del Papa
Juan Pablo II, que escribió una carta encíclica precisamente con este título: “El Rico en
misericordia”, carta que se hizo pronto muy famosa.
P. Luis. Si queremos saber lo que es Dios en Sí mismo nos vamos a ver en un apuro
grande, “porque a Dios no lo ha visto nadie nunca”, nos asegura el Evangelio.
P. Luis. Una muy sencilla: Nos resulta fácil conocer cómo actúa Dios con nosotros, y
vemos que es siempre con amor, porque al creyente lo hace participar de su amor, “ya que
Dios es Amor”.
Rosy. Pero, nos preguntamos instintivamente: ¿Es bueno Dios con todos? ¿Hasta con el
tipo más malvado? ¿Se extiende su filantropía, su benevolencia a todos por igual, y, por lo
mismo, pueden todos confiar en Él, porque todos saben que Dios los ama?...
P. Luis. Tenemos una manera muy sencilla de saberlo y de dar respuesta adecuada a
semejantes preguntas.
P. Luis. Así nos lo asegura el mismo Jesús: “El Hijo no puede hacer nada por su cuenta,
sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso es lo que hace igualmente el Hijo”.
Javier. Entonces, mirar a Jesús es como mirar a la Divinidad, por muy escondida que
esté.
P. Luis. De aquí vino aquel diálogo tan espontáneo de Felipe con Jesús en la sobremesa
de la Última Cena. -“Señor, muéstranos al Padre, y tenemos bastante. -Felipe, ¿tanto tiempo
que llevo con ustedes, y aún no me conocen? El que me ha visto a mí ha visto al Padre.
¿Cómo me pides que les muestre al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el
Padre está en mí?”.
Rosy. Jesús no pudo ser más claro.
P. Luis. De este diálogo entre Jesús y Felipe arrancó el Papa Juan Pablo II al escribir su
carta encíclica “Dios, rico en misericordia”.
Javier. ¡Muy bien hecho! Porque nos basta contemplar a Jesús, mirar cómo actúa con
todos los necesitados, ver cómo acoge a los deshechos de la sociedad, y sobre todo cómo
perdona a los pecadores, para decirnos después llenos de convicción: ¡Dios es bueno! ¡Dios
nos ama! ¡El mundo no puede, no debe desesperar!
P. Luis. Esto que dices tiene mucha aplicación en el mundo moderno de la técnica y el
progreso material, los cuales no alcanzan a darnos la felicidad. Y el mundo ha de saber que
hay Uno que sí, que puede más que todos los esfuerzos humanos para darnos la dicha
verdadera.
Rosy. Padre Luis, junto con el Papa ha pronunciado la palabra clave: ¡Jesucristo! Es lo
primero que tenemos que mirar para entender la misericordia de Dios.
P. Luis. Esta es la verdad. Siendo Jesús “imagen del Dios invisible”, “resplandor de su
gloria y sello o marca de su poder” cuando se “hizo hombre y habitó entre nosotros”, vino a
ser el espejo donde contemplamos a Dios en todas las maneras de su actuar con nosotros.
Rosy. Javi, tanto que hablas de Historia, busca un hombre que haya amado como Jesús;
que haya acogido a todos como Jesús; que haya defendido a todos como Jesús; y que, como
Jesús, haya llegado al extremo de morir como Jesús en una cruz, sólo para salvar a todos.
Te desafío: búscame uno igual…
P. Luis. La palabra “misericordia” tiene un sentido muy amplio en la Biblia, mucho más
que el expresado por nosotros. Es cierto que muchas veces significa “compasión”,
“sentimiento de dolor ante la miseria de otro”, “conmoverse”, igual que en nuestra lengua.
P. Luis. Hay dos textos muy llamativos en la Sagrada Escritura. Uno es el de Jonás,
furioso contra Dios porque no ha destruido a Nínive la ciudad pecadora.
P. Luis. Que Dios aniquilase a la ciudad pecadora. Y, como Dios se compadeció, vino la
queja de Jonás: “Ya lo decía yo cuando estaba todavía en mi tierra; pues sabía que tú eres
un Dios clemente, compasivo, paciente y generoso, que se arrepiente del castigo”.
Rosy. Con brutal sinceridad, el profeta quería que Dios no tuviera compasión, y que
fuera consecuente con su palabra cuando amenazada en serio.
P. Luis. Pero Jonás no hacía sino aludir a otro dicho más clásico y antiguo de Moisés:
“¡Yahvé, Yahvé! Dios misericordioso y clemente, lento a la cólera y rico en amor y
fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones y perdona la iniquidad, la rebeldía y
el pecado.
P. Luis. Ya tenemos, pues, a Dios presentado por la Biblia expresamente como Bueno
de verdad, y esto en el Antiguo Testamento, el de los rayos y los truenos del Sinaí.
Rosy. ¿Qué será, por lo mismo, cuando lo haga por Jesucristo su Hijo en el Nuevo
Testamento?...
P. Luis. Escuchamos a San Pablo, cuando nos asegura que todos éramos unos
“destinados a la ira”, a una condenación sin remedio; y ante esta terrible perspectiva, define
así a Dios: “Rico en misericordia”.
P. Luis. Eso es lo que asegura San Pablo. Llevado Dios de esa su bondad, “por el grande
amor con que nos quiso, nos vivificó juntamente con Cristo, nos resucitó con él, y en Cristo
Jesús nos hizo sentar en los cielos”.
Rosy. ¡Hasta los cielos! O sea, hasta las últimas consecuencias de su generosidad.
P. Luis. Un salmo de los más rezados y cantados, el “Cantad al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia”, repite hasta veintiséis veces este estribillo: “porque es
eterno su amor”. La Biblia de Jerusalén ha traducido con acierto el “misericordia” por
“amor”, como indicando que el amor es la raíz, la causa, el motivo de esa conducta de Dios
con nosotros, llena de bondad y de beneficios.
P. Luis. Igual hace con otro salmo famoso, que empieza: “Cantaré eternamente el amor
de Dios”. Las traducciones clásicas de la Biblia decían siempre “misericordias del Señor”.
Las traducciones modernas lo hacen más acertadamente diciendo “amor”, “bondad”,
“generosidad”…
Rosy. Pero en el Antiguo Testamento aparecen a veces actitudes de Dios que parecen
contradecir esto que vamos diciendo: ¿cómo es posible compaginar la bondad de Dios con
los castigos terribles que aplicaba a su pueblo cuando le era sido infiel?
Javier. Es claro que Dios aplicaba su mano como una corrección y un aviso,
precisamente para que el pueblo o el individuo no se perdieran para siempre.
P. Luis. Quien ha expresado esto quizá mejor que nadie ha sido Ezequiel en mitad del
Destierro: “Yo no me complazco en la muerte del pecador; yo quiero que se convierta de su
mala conducta y viva”.
P. Luis. Hará lo mismo con un aviso serio al paralítico curado en la piscina de Jerusalén:
“Mira, has recobrado la salud; no peques más, para que no te suceda algo peor”.
Rosy. Está claro que tanto Jesús como Ezequiel nos muestran con sus palabras que los
males permitidos por Dios son precisamente un acto de amor.
P. Luis. Dices bien, Rosy. Porque para el impenitente que persevera en su culpa hasta el
final, hay un castigo que se ha buscado a sí mismo. Ese castigo es a Dios al que más le
preocupa, y Él quiere evitarlo a toda costa.
P. Luis. Si queremos conocer cómo la misericordia de Dios llega para todos hasta el
extremo, no hay nada como tomar el Evangelio en las manos. Las parábolas de la oveja
perdida y hallada por el pastor; la dracma de la mujer que recobra la moneda que fue arras
de su matrimonio; y, sobre todo, el hijo perdido que vuelve a los brazos de su padre, son
imágenes que sólo pudo concebir el cerebro de un Dios como era el de Jesucristo.
P. Luis. Con eso quedamos más que desconcertados. A la prostituta: “Porque ama
mucho, se le perdona todo. Vete en paz”. A la adúltera: “Yo no te condeno. Vete en paz, y
no peques más”. Al criminal que pende en la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
P. Luis. No podíamos dejar de traerlo aquí. Es un dicho del Señor que lo encierra todo,
al verse criticado porque se sienta a la mesa con pecadores públicos en casa de
Mateo.Contesta muy serio: -Escúchenme, fariseos y escribas: “No necesitan al médico los
sanos, sino los enfermos. Vayan y miren a ver qué significa eso de ‘yo quiero misericordia
y no sacrificios’. Porque yo no he venido a buscar y salvar a los justos, sino a los
pecadores”.
Javier. En resumidas cuentas: que contamos con un Dios todo bondad. Eso de “Rico en
misericordia” no es una palabra huera, sino cargada de un sentido bíblico enorme.
P. Luis. ¿Les digo de buenas a primeras cuál es uno de los cantos que más me encanta
oír en la Iglesia?
Javier. No nos irá mal conocer sus gustos, a ver si coinciden con los nuestros…
P. Luis. Pues, se lo voy a decir. Es ese tan sentido, tan bello, tan bíblico: “Todos unidos
formando un solo cuerpo, un pueblo que en la Pascua nació”… Con expresiones como
éstas: “Somos en la tierra semilla de otro Reino”… “Iglesia peregrina de Dios”.
Rosy. A mi parecer, no tiene mal gusto del todo, no… ¿Y qué es lo que más le llama la
atención?
P. Luis. Muy especialmente esas dos expresiones últimas. “Semilla de otro Reino”. ¡Si
uno se planta sin más en el último día! ¡Vaya cosecha que Jesús le va a presentar al Padre,
cuando haga salir de sus sepulcros a todos los elegidos!...
Rosy. Una cosa se está callando, Padre Luis. ¿Verdad que hoy nos quiere hablar de la
Iglesia? Y en clase de Biblia, ha de ser con la Biblia en mano, aunque usted la haya querido
empezar con un cantar…
P. Luis. ¿Y por qué lo voy a negar? ¡Pues, claro que sí! Quiero tratar hoy de la Iglesia,
de ésa que Jesús llamó “Mi” Iglesia. La suya. La que Él fundó. La que es la niña de sus
ojos. Y si es la niña de los ojos de Jesús, ¿por qué no lo va a ser también de los nuestros?...
Javier. ¡Vaya introducción la de hoy! Me resultaría casi divertida si no fuera tan seria y,
sobre todo, tan salida de su corazón. Déjese de cantos y de entusiasmos, y empiece cuanto
antes a hablar de la Iglesia tal como la vemos en la Sagrada Escritura.
P. Luis. Con su permiso, pues, empiezo por el texto básico. En uno de los momentos
más solemnes del Evangelio, allá en Cesarea de Filipo, dijo Jesús estas palabras augustas:
“Sobre esta roca edificaré yo mi Iglesia”. La “mía”. No la de otro. La que instituyo
únicamente yo.
P. Luis. Viene hoy la Iglesia y nos dice con el Concilio: “Esta Iglesia, establecida y
organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por
el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él”.
Javier. ¿Esto? No es nada nuevo. Así lo hemos creído siempre, así lo creemos ahora, y
así lo creeremos hasta el final.
P. Luis. Es cierto. Pero nosotros, como tú mismo me exigías antes, lo tenemos que mirar
a la luz de la Biblia.
Rosy. Quiere decir que hemos de examinar todos los textos del Nuevo Testamento en
que Jesús habla de su Iglesia para conocer lo que el mismo Jesús pensaba de ella.
Javier. Y no sólo de lo que pensaba, sino del fin que pretendía con su fundación, lo que
quería de su Iglesia, el término al que la iba a conducir, el final en que la establecería
definitivamente.
P. Luis. Muchas cosas señalas tú, Javi, aunque no sobre ninguna. Las iremos
desgranando poco a poco.
Javier. ¿Así, que estaba la Iglesia ya en la Biblia antes de que viniera Jesucristo?
P. Luis. Estaba prefigurada y preparada. Por más que Israel cayó y no aceptó en su
conjunto al Mesías, Dios se había reservado un “resto”, que sería el germen de la Iglesia,
como asegura San Pablo: “Me he reservado un resto, elegido por gracia”.
P. Luis. Con ese puñado de creyentes, Jesús iniciará su Iglesia, el nuevo y verdadero
“Israel de Dios”, el pueblo de los creyentes heredero de las promesas de Dios.
Javier. ¿Y qué momento preciso podríamos señalar en la vida de Jesús como fundación
de la Iglesia?
P. Luis. ¿Recuerdas la canción que he citado al principio? Lo dice muy bien: “Un
Pueblo que en la Pascua nació”. Con su muerte en la cruz cesaba la Antigua Alianza y
comenzaba la Alianza Nueva, y con ella la Iglesia.
Javier. Podríamos decir, para entendernos, que con ese “resto” fiel a Yahvé, Jesús no
partía de cero.
P. Luis. Después Jesús, con su predicación, y sobre todo con su Persona, inauguró el
Reino de Dios, confirmado con los milagros que hacía: “Si por el Espíritu de Dios hago
estas obras, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes”.
P. Luis. Esa fue la promesa solemne. Pero, ya hemos dicho, que, de hecho, la Iglesia
nació en la Cruz, con la Sangre derramada, la Sangre de la Nueva y Eterna Alianza.
Aunque sabemos también que la Iglesia quedó proclamada clamorosamente en el día de
Pentecostés, día en que emprendió su marcha imparable.
Javier. ¿No hay además otros hechos significativos sobre los inicios de la Iglesia en
otras partes del Evangelio?
Rosy. Muy bien, Padre Luis, lo de esos tres momentos claves sobre la Iglesia en la vida
de Jesús. ¿Por qué no dicta los textos del Evangelio, que siempre tienen más fuerza?
P. Luis. Los tengo muy a la mano. El primero, fundamental, y sabidísimo: “Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra yo edificaré mi Iglesia”.
Javier. También muy claro: la Iglesia no será un cuerpo disgregado, porque une a los
pastores en uno de ellos, en Pedro, al que confiere todo poder.
P. Luis. Y el último: “Vayan y hagan discípulos de todas las gentes”,
Javier. Lo mismo. El Reino de Dios llegará a todo el mundo, y vivirá sin fronteras hasta
el final.
P. Luis. Desde entonces, como escribe Pablo a Timoteo, “la Iglesia del Dios vivo es
columna y fundamento de la verdad”.
Rosy. Aquí tengo delante unas palabras categóricas de San Pablo a los de Colosas: “Hay
que mantenerse unidos a la Cabeza, de la cual todo el cuerpo recibe nutrición y cohesión,
para realizar su crecimiento en Dios”. La Iglesia no es sino un solo cuerpo con una sola
Cabeza, que es Cristo.
P. Luis. Y nos exige, escribiendo a los de Éfeso, que “viviendo en la verdad y el amor,
crezcamos en aquel que es la Cabeza, Cristo, hasta conseguir la perfección de todo el
cuerpo”.
Javier. De todas estas palabras de Jesucristo y de los Apóstoles, una cosa resulta
perfectamente clara: no hay sino una Iglesia de Cristo. Varias cabezas exigirían varios
cuerpos; y varios cuerpos necesitarían varias cabezas, a no ser que quisiéramos imaginarnos
la Iglesia de Jesucristo como una anormalidad grotesca.
P. Luis. Sí, la palabra “comunidad” trae a consideración lo que dice el Concilio, que
“fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin cohesión
alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le
sirviera santamente”.
Javier. Así entiendo mucho mejor esas palabras que escribe San Pedro, al decirnos que
somos “un linaje escogido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo de adquisición”,
que ahora es pueblo de Dios.
P. Luis. Partimos siempre de un punto indiscutible: “Dios creó todas las cosas en Cristo
y para Cristo, que es el Primogénito de la creación, porque todo fue creado por él y para
él”. Y de una manera especial, “él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia, es el Principio, el
Primogénito de entre los muertos, para que él sea el primero en todo”.
Javier. Por lo mismo, hemos de mirar ante todo a la Iglesia para Cristo. La Iglesia es la
Esposa que Él se ha elegido y con la cual, en el seno de Dios, quiere ser Jesucristo
inmensamente feliz, como describe el Apocalipsis: Vi a la Iglesia, “la ciudad santa, la
nueva Jerusalén, que bajaba del cielo de Dios, engalanada como una novia ataviada para su
esposo”.
P. Luis. Pero hemos de mirar también a Jesucristo para la Iglesia. Será Jesucristo el Hijo
Primogénito de Dios, que habrá hecho hijos e hijas de Dios su Padre a todos los elegidos.
Será el Esposo que dará a su esposa una felicidad inimaginable, “porque en la resurrección,
cuando ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles de Dios”,
Jesucristo será el único amor de la Iglesia entera. Será Jesucristo, finalmente, el Rey que
constituirá a su Iglesia reina de todas las cosas, porque “el Señor alumbrará a los siervos de
Dios, y reinarán por los siglos de los siglos”.
Rosy. Así vemos a la Iglesia cuando miramos hacia el fin. Pero ahora, en la tierra, la
contemplamos de manera muy diferente, y a veces necesitamos de mucha fe para observala
con ojo sereno.
P. Luis. El Concilio reconoce la condición actual de la Iglesia: “Así como Cristo realizó
la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a
recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres”.
Javier. Si Jesús dijo de Sí mismo: “Era necesario que el Cristo padeciera para entrar en
su gloria”, no es nada extraño que la Iglesia peregrine entre las persecuciones del mundo a
la vez que entre las alegrías de Dios.
P. Luis. La respuesta la tenemos a flor de labios. Aunque sea santa, la Iglesia, nos dice
el Concilio, “encierra en su propio seno a pecadores, y siendo santa necesita de
purificación, y es así cómo avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la
renovación”.
Javier. Para mí, lo más importante es lo que dijo Jesucristo, que “su” Iglesia la
edificaría Él sobre la roca indestructible de Pedro. En esto, me atengo también al Concilio,
de que en esta Iglesia, “gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión
con él” tenemos nosotros nuestra seguridad máxima.
P. Luis. Por eso la Iglesia, dice el Concilio, “gobernada por el sucesor de Pedro y por los
Obispos en comunión con él”, “está fortalecida con el poder del Señor resucitado, para
triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como
externas, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos”.
Cuestionario
Rosy. Padre Luis, empezó hoy con mucha poesía, cantos y entusiasmo, y ha acabado
con doctrina muy densa.
P. Luis. Sin embargo, no resulta difícil condensarlo todo en unos puntos breves y
concisos.
Primero. Al decir Jesucristo: “Edificaré MI Iglesia”, se entiende a la primera que no hay
varias Iglesias de Cristo, sino UNA sola.
Segundo. El Concilio dijo con una palabra escueta, pero muy pensada y cargada de
sentido, que esa Iglesia de Cristo “subsiste” en la Iglesia Católica.
Tercero. Y la Iglesia Católica es la “gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos
en comunión con él”, La Iglesia debe extenderse a todas las gentes y perdurará hasta el fin
del mundo
Cuarto. Así como la Iglesia es totalmente para Cristo, su Cabeza, así Cristo es
totalmente para todos los miembros de la Iglesia, su cuerpo místico.
Quinto. La Iglesia, al final de los tiempos, se convertirá en la Esposa glorificada de
Jesucristo.
Javier. ¿Saben que entre tantas lecciones sobre Jesucristo hubo una que me llamó
poderosamente la atención… Fue aquella que nos tituló: “El resplandor de la gloria”.
Javier. Por la observación tan certera que se nos hizo: estamos acostumbrados a mirar a
Jesucristo como el Rey de los siglos, el triunfador que aplasta a todos sus enemigos, el
dominador de la Historia.
Javier. Pero recuerda, Rosy, aquella observación tan acertada: Hay que mirar antes al
Cristo paciente, al que lucha, al que vence a costa de mucho sacrificio.
P. Luis. ¿Te gustaría, Javi, que miremos hoy a Jesucristo de esa manera? Victorioso,
pero porque lucha como nadie. Y la lucha es sudor, sangre, abnegación, entrega total.
Rosy. Apoyo la petición de Javi. Es así como veremos a Jesús verdadero hermano
nuestro, que nos infundirá valor en nuestras cobardías.
P. Luis. Les he escuchado con gusto, y les voy a complacer a los dos. Comienzo
subiendo la mirada al Cristo que había de venir, y sobre el que preguntaba Isaías: “¿Quién
es éste que llega totalmente rojo, con vestidos salpicados de púrpura?”...
Rosy. Se veía desde el principio: El Mesías se iba a distinguir por su fuerza de guerrero,
que nos iba a defender y a conquistar a precio de sangre.
P. Luis. Esas profecías del Antiguo Testamento se verán confirmadas con las
interpretaciones más auténticas de los apóstoles cuando nos digan que Cristo “resistió en la
lucha contra el pecado hasta llegar a la sangre”. Asimismo, el Apocalipsis lo contempló
“vestido con un manto empapado en sangre”.
Javier. ¿No habremos de ir otra vez, ¡y seguro que no será la última!, al paraíso terrenal,
a esa lección fundamental de la Biblia?...
P. Luis. ¡La tuya de siempre, Javi! Y atinas de veras. El mundo era de Dios, porque
Dios lo había creado para Sí, para su gloria, para su Hijo que había de venir hecho Hombre
como Primogénito de toda criatura y corona de la creación entera.
P. Luis. Naturalmente que sí. Satanás, “El Príncipe de este mundo”, como lo llamará
Jesucristo, se apoderó del mundo con el pecado, pero no por ser su dueño legítimo, sino por
salteador y ladrón.
P. Luis. Como dice el Evangelio, hasta que “vino uno más fuerte, le quitó las armas y
repartió sus despojos”. Jesús le plantó guerra al demonio, y el demonio al fin será vencido
completamente.
Javier. ¿Cuáles eran las armas de Satanás para ganar sus batallas?
P. Luis. El dominio que Satanás ejerció sobre el mundo se basó siempre en el orgullo, el
ansia de la riqueza y el placer desbordado, como dice el apóstol San Juan, “ya que todo lo
que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y jactancia
de las riquezas”.
Rosy. Por esa concupiscencia venció el demonio en el paraíso: “Coman, que se les
abrirán los ojos y serán como dioses”, les dijo el diablo, y Adán y Eva cayeron en la
trampa. La lección la tenemos bien aprendida.
P. Luis. Y en otra página también muy importante de la Biblia, vemos cómo Israel cayó
en el desierto cuando murmuró: “¿Está Yahvé entre nosotros?”… “Se postró ante el
becerro de oro, se sentaron a comer y beber, y después se levantaron para divertirse”.
Javier. Si eso hizo el demonio con Adán y Eva y con Israel en el desierto, ¿qué va a
hacer con Jesús, de quien sospecha que es el Cristo prometido?
Rosy. Yo me figuro que tanto el demonio como Jesús se dijeron cada uno estas palabras.
El demonio; “¡Hay que apartarlo de Dios sea como sea!”. Y Jesús: “¡He de permanecer fiel
a mi Padre siempre, siempre!”.
P. Luis. Haces muy bien, Rosy, en escenificar lo que fue un propósito de los dos
contendientes, pero que ponto iba a ser una realidad palpable.
Javier. Seguro que vamos a las tentaciones de Jesús al acabar aquellos cuarenta días…
P. Luis. Sí; hay que empezar por aquí. Acabados por Jesús aquellos cuarenta días de
oración y penitencia, Satanás le brinda la comodidad y el placer: “¡Come, bebe, pásala
bien!”… Le ofrece fama, popularidad, vanidad tonta: “¡Lánzate de aquí abajo, para que
todos te aplaudan al ver cómo te protege Dios!”… Lleva Satanás su descaro hasta el final, y
le invita criminalmente con el mismo orgullo con que él pecó: “Te doy todo el poder
político, la soberanía de todos los pueblos, si cayendo a mis pies me adoras”.
Rosy. Es ésta otra escena de los Evangelios que nos sabemos muy bien. Y da gusto ver a
Jesús como responde a cada uno de los tres asaltos: “¡No quiero!”.
P. Luis. Esa tentación del desierto fue el primer caso, pero no el único. Porque a lo largo
de todo el Evangelio el diablo le va a plantar a Jesús descaradamente la batalla, por sí
mismo o por sus agentes. Conoce bien la eficacia de sus armas, las va a utilizar con astucia
refinada, y lo hará aunque sea valiéndose de los seres más queridos del Señor.
P. Luis. Sus paisanos le dicen burlones: “Haz aquí todo lo que has hecho en
Cafarnaúm”.
P. Luis. Sus parientes le piden interesados: “Vete a Judea, y haz en Jerusalén las obras
que haces aquí, para ser conocido, y muéstrate al mundo”.
P. Luis. Sí; aunque eran los mismos parientes que antes lo quisieron secuestrar, “pues
decían: Está loco”.
Rosy. Si esto le ocurría con sus parientes, ¿qué podía esperar de los demás?
P. Luis. El peor caso le vino del apóstol número uno: “¡Lejos de ti, Señor, esa muerte en
cruz! ¡De ningún modo!”. Y Jesús le responde a Pedro con energía inusitada: “¡Quítate de
mi vista, Satanás, que me resultas un escándalo!”.
Javier. ¿Y cuando las gentes le aplauden?... ¿No las movía un poquito el mismo
demonio?...
P. Luis. Javi, no vas del todo desacertado. La turba entusiasmada, que lo quiere alzar
por rey puramente político, ve cómo Jesús se les escapa misteriosamente, para pasar Él solo
la noche rezando.
Rosy. El Rey del Cielo no quería ser rey de la tierra…
P. Luis. Solamente aceptará ser llamado “Rey”, y lo dirá Él mismo, delante de Pilato,
sabiendo que su confesión le va a costar la vida, a pesar de que aclarará muy bien las cosas:
“Mi reino no es de este mundo”.
P. Luis. Los enemigos le gritan entre burlas llenas de desprecio: “¡El Cristo, el rey de
Israel! Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos”.
Javier. Menos mal que no les hizo caso, pues no se hubiera realizado la obra de nuestra
Redención.
Rosy. Ya lo vemos: halagos, promesas, amenazas, burlas…, todo utiliza Satanás para
derribar a Jesús, el cual responde calladamente a todo mirando al Padre, y diciéndole:
“¡Que no se haga mi voluntad, sino la tuya!”…
Javier. Y lo que más admira: su lucha es tan discreta, que ni parece un soldado valiente,
un general triunfador, un héroe merecedor de condecoraciones: es la humildad
personificada en medio de su gloria.
Rosy. Pero, ¿qué ha conseguido Jesucristo con estas sus aparentes derrotas, las cuales
son sus victorias más brillantes?
P. Luis. Nos lo dice San Juan: “Para esto se manifestó Jesús, para borrar los pecados”.
Ahora, aniquilado el pecado, queda derrotada la muerte para siempre. De la cruz y el
sepulcro dio Jesús el salto definitivo a la Resurrección: “Cristo, al resucitar de los muertos,
ya no muere más. La muerte ya no tiene ningún señorío sobre él”.
P. Luis. ¡No, ni mucho menos! La lucha enconada va a seguir hasta el final del mundo.
La Iglesia, prolongación de Jesucristo, y Cuerpo Místico suyo, sufrirá los mismos embates
que hubo de aguantar el que es su Cabeza.
P. Luis. Era el consejo de San Pedro: “Su adversario, el diablo, ronda como león
rugiente, buscando a quien devorar. ¡Resístanle firmes en la fe!”.
Javier. Eso de un safari debe ser algo divertido con los leones del África. Pero si se trata
de esos leones con que nos podemos jugar la vida eterna, la cosa cambia…
P. Luis. Bien por la comparación, Javi. La Iglesia sabe que ha de luchar, porque lo tiene
bien profetizado, conforme al Apocalipsis: “La Bestia realiza grandes signos, y seduce a los
habitantes de la tierra”.
Rosy. Los cristianos, entonces, nos encontramos en medio del fragor de la batalla contra
la Bestia.
P. Luis. Hoy, por ejemplo, con el avance de la ciencia y de la técnica, ¿qué son muchas
veces la Prensa, la Televisión, el Internet?...
P. Luis. Perfecto, Rosy. Pero muchas veces, por los agentes de Satanás que los dominan,
se convierten en los lazos más finos y seductores con que el Maligno atrapa a muchas almas
y las lleva a su perdición.
P. Luis. Lucha valiente, lucha generosa, que tiene prometida a los vencedores la Vida
Eterna, conforme a las bellas palabras del Apocalipsis: “Al que venciere le daré a comer del
árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios”.
Rosy. Ante el ejemplo de Cristo, luchador victorioso, ¿qué pensamos de nosotros
mismos?
P. Luis. Prefiero dejar la palabra al recordado Papa Pablo VI, que intuyó y analizó tan
certeramente la vida de la Iglesia en nuestro tiempo, y nos dice: “La vida cristiana
comienza con un gesto de triunfo, con una victoria, con un acto de energía, con una
elección: yo dejo, yo renuncio. Yo quiero. El cristianismo exige una voluntad férrea de
resolución. No está hecho para almas viles, superficiales, hipócritas. Ni está indicado para
los que quieren combinar las dos cosas: estar bien en este mundo y mejor en el otro”.
Javier. ¡Qué magnífico párrafo el de este Papa! Vale la pena tenerlo bien en cuenta.
Rosy. ¡Cómo nos recuerda el diálogo de la noche pascual y el del propio Bautismo!
“¡Renuncio!”. “¡Quiero!”. “¡Creo!”…
Cuestionario
P. Luis. Como ven, ante la valentía y la generosidad de Jesucristo, no hay más que una
postura digna.
Primero. Contar con la lucha. Es inevitable, pero es también gloriosa.
Segundo. El primer luchador fue Jesucristo. Tenemos el ejemplo delante. No caben
cobardías.
Tercero. Contamos con la Gracia, y, por lo mismo, somos más fuertes que todas las
tentaciones, vengan de donde vengan.
Javier. Una vida comodona no se compagina con el Cristianismo. Aquí, nuestro dicho
de siempre, con tal que sea sincero: “¿Somos o no somos?”…
A continuación, la misma Lección 140,
“Vayan y evangelicen”. La Iglesia misionera,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. ¿Me creerán si les digo que no sé por dónde comenzar esta lección, a pesar de
que la creo muy fácil?...
Javier. ¡Qué ocurrencia! Empiece con algún cuento bonito, que no sería la primera
vez…
P. Luis. Cuento, no; pero vaya la anécdota de un niño francés, que la leí y me llamó
mucho la atención. El niño se tiraba a tierra, apegaba el oído al suelo, y así se quedaba
buenos ratos. Intrigada la mamá, le pregunta un día: “Oye, mi hijito, pero, ¿qué haces ahí?”.
Y el pequeño: “Mamá, escucho unas voces lejanas que me dicen: ¡Ven a salvarnos!”.
P. Luis. Pues, sí. El niño creció; llegó a ser sacerdote; en 1836 se embarcaba para las
islas más lejanas de Oceanía; y moría al cabo de poco tiempo atravesado por las flechas de
aquellos salvajes. Hoy, figura en el calendario como San Pedro Luis Chanel.
Javier. ¿Dice que no sabía cómo comenzar la lección? ¡Pues, si lo llega a saber!... De
seguro que nos quiere hablar de la Iglesia Misionera.
P. Luis. De eso precisamente. De las voces que se alzan en todo el mundo gritando:
“¡Háblenos de Jesús! ¡Vengan, y anúnciennos la Buena Nueva de Jesús!”.
Rosy. Con ello, no haremos más que seguir oyendo el mandato de Jesús: “Vayan, y
prediquen el Evangelio a todas las gentes”.
P. Luis. Sí; con una de Malaquías sobre la Eucaristía, traída y comentada ya en algunas
otras lecciones. El profeta anunciaba que Dios se preparaba un sacrificio para serle ofrecido
en todo el mundo y por todas las gentes.
Javier. ¡Qué profecía tan grandiosa! El sentido de ella es muy claro: Yahvé, el Dios de
Israel, va a ser el Dios de todos los pueblos del mundo.
P. Luis. Ése es su sentido exacto. Contra la estrechez de miras de muchos judíos, que
querían a Yahvé como Dios exclusivamente suyo, Dios viene a decirles que están
equivocados del todo.
Javier. Si no me falla la memoria, estas palabras últimas se las dijo Jesús a los judíos
cuando expulsó del Templo a los mercaderes.
P. Luis. Justo. Ésta será también una de las primeras afirmaciones de Jesús, y
precisamente a la samaritana, una odiada extranjera: “Créeme, mujer, que ni en este monte
suyo de Garizín ni en Jerusalén adorarán al Padre, sino que Dios será por doquier adorado
en espíritu y en verdad”.
P. Luis. Jesús no saldrá de los límites de Palestina, su patria, como lo afirma él mismo:
“Yo no he sido enviado sino a las ovejas perdidas de Israel”.
Javier. Y, efectivamente, vemos en el Evangelio que cuando manda a los Doce para
predicar, les da este encargo preciso, y que a nosotros nos ha resultado siempre extraño:
“No tomen camino de gentiles ni entren en ciudad de samaritanos, sino diríjanse solo a las
ovejas perdidas de Israel”.
P. Luis. Jesús tenía sus razones para actuar así. Pero, una vez resucitado, cambia por
completo el panorama, y les asegura a los Apóstoles: “Van a ser mis testigos en Jerusalén,
en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”.
Javier. Aunque el texto más clásico parece que es el de Mateo, y lo oímos predicar
montones de veces: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y
hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo
estoy con ustedes hasta el fin del mundo”.
Rosy. ¡Aplausos, por lo bien que lo sabes y lo bien que lo has dicho!
P. Luis. Con palabras tan grandiosas, Jesús constituye a su Iglesia como “Misionera”, a
la vez que se declara a Sí mismo como Evangelio, Evangelizador y Evangelizado.
Javier. No es la primeraa vez que nos dice estas palabras. ¿Por qué?
P. Luis. La Iglesia tiene que llevar adelante aquellas profecías que los judíos no
acababan de entender, como ésta: “Yo te voy a poner como luz de las gentes, para que mi
salvación alcance hasta los confines de la tierra”.
Javier. No las entendían, y eran sin embargo la mayor gloria de ese pueblo.
P. Luis. Incluso en los principios de la Iglesia, aunque eran admitidos en ella todos los
que creían y aceptaban a Jesús, se dieron tensiones fuertes por los que querían una fe
judaizante: “cristianos”, como se llamaron y eran los primeros discípulos de Antioquía, eso
sí; pero, al mismo tiempo, los querían sujetos a la Ley de Moisés, que hacía esclavos, y que
hubiera impedido al Evangelio ser universal y para todos.
P. Luis. Jesús, con las mismas palabras que Malaquías, preanunciaba a su Iglesia como
universal, cuando dijo ante la fe del centurión romano: “Les aseguro que vendrán muchos
de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el Reino de los Cielos”, porque esa su
Iglesia iba a estar formada, dice el último libro de la Biblia, por “una multitud inmensa, que
nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas”.
P. Luis. Sabemos cómo Lucas sistematiza todo su Evangelio como un viaje de Jesús a
Jerusalén, donde culmina su obra de la Salvación, y, una vez subido al Cielo, hace salir la
Salvación desde Jerusalén hacia todo el mundo.
P. Luis. Isaías lo había dicho en un himno grandioso, que leemos sobre todo en la
Liturgia del Adviento cara a la Navidad, y en el cual describe a los pueblos paganos
gritando: “Vengan, subamos al monte de Yahvé, a la casa del Dios de Jacob, para que él
nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos. Pues de Sión saldrá la Ley, y de
Jerusalén la palabra de Yahvé”.
P. Luis. Y uno de los Salmos más bellos describe a todos los habitantes de la tierra
gloriándose de ser ciudadanos de Jerusalén, ya que “Yahvé anotará en el registro de los
pueblos: ‘Fulano ha nacido allí’, todos serán ciudadanos de Sión”.
P. Luis. Los Apóstoles captaron bien el mensaje de Jesús y se esparcieron por toda la
tierra llevando el Evangelio a todas partes del mundo entonces conocido.
P. Luis. Hubiera sido para nosotros una satisfacción enorme si Lucas, el bueno de
Lucas, en el libro de los Hechos no se hubiese limitado a hablarnos sólo de Pedro y de
Pablo. Por el mismo Pablo sabemos lo que hizo él, y nos dice con una satisfacción casi
divina: “Con la fuerza del Espíritu de Dios, desde Jerusalén y su comarca, hasta la Iliria, lo
he llenado todo con el Evangelio de Cristo… Y ahora, no teniendo ya campo de acción en
estas regiones, cuando me dirija a España espero verlos al pasar para que ustedes me
encaminen hacia allá”.
Rosy. Eso, lo de Pablo. Marcos acaba su Evangelio con estas palabras enardecedoras:
“Ellos, los apóstoles, salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y
confirmando la Palabra con los signos que la acompañaban”. ¡Lástima que Marcos, igual
que Lucas, no especifique algo más! Sabemos que Pedro fundó la Iglesia de Roma y que
allí murió con Pablo.
Rosy. En fin, que todos los Apóstoles fueron fieles al mandato del Señor de llevar la
Buena Noticia, el Evangelio, a todas las partes de la Tierra entonces conocida.
Javier. ¿Y qué decir de la Iglesia en nuestros días? ¿Ha dejado de ser misionera?
P. Luis. No; muy al contrario. El Concilio, con el “Decreto sobre la actividad misionera
de la Iglesia”, nos imponía a todos el grave deber de ser misioneros.
Javier. Sí, se nos predica muchas veces, y se nos dice que ese deber nace de nuestra
condición de bautizados. Todos debemos colaborar de todas las maneras posibles a la
difusión del Evangelio en todo el mundo.
P. Luis. El Concilio nos recuerda este texto de San Pablo: “Conforme a la gracia de
Dios que me fue dada, yo, como buen arquitecto, puse el cimiento, y otro construye encima.
¡Mire cada uno cómo construye!”.
Rosy. ¿Va eso para todos, o sólo para los sacerdotes y misioneros?
P. Luis. Eso lo escribió Pablo para los fieles de Corinto. Y viene ahora la aplicación
conciliar: “Los cristianos tienen dones diferentes. Por ello deben colaborar en el Evangelio
cada uno según su posibilidad, facultad, carisma y ministerio”.
Javier. O sea, ¡y vaya consecuencia que saco yo!, que si no somos misioneros
traicionamos a Jesucristo...
P. Luis. Pero la afirmación más seria del Concilio es ésta: “Todos los fieles, como
miembros de Cristo vivo, incorporados y asemejados a Él por el Bautismo, por la
Confirmación y por la Eucaristía, tienen el deber de cooperar a la expansión y dilatación del
Cuerpo de Cristo para llevarlo cuanto antes a la plenitud”.
Rosy. Javi, oyendo estas palabras, no exagerabas mucho con esa tu consecuencia…
P. Luis. Trabajando todos así como misioneros en la Iglesia se consigue esa plenitud de
que habla San Pablo: “Hasta que lleguemos todos a la plenitud de la fe y del conocimiento
del Hijo de Dios, al estado de hombres perfectos, a la plena madurez de Cristo”.
Javier. ¿Siguen más avisos del Concilio?
P. Luis. Acaba el Concilio con este párrafo: “Todos los hijos de la Iglesia han de tener
viva conciencia de su responsabilidad para con el mundo, fomentar en sí mismos el espíritu
verdaderamente católico y consagrar sus energías a la obra de la evangelización”.
P. Luis. Yo, sin pretenderlo, y una vez más, porque se me va muchas veces, me voy con
la imaginación a aquella escena tan bella del Evangelio, cuando los setenta y dos volvían
tan llenos de alegría: “¡Hasta los demonios se nos sujetaban en tu nombre!”…
Javier. Déjeme que siga yo, Padre Luis, porque me sé muy bien lo que viene. Jesús les
contesta: “¡Bien! Pero alégrense, sobre todo, porque sus nombres están escritos en el
Cielo”.
Rosy. ¡Qué premio para los que predican de Jesús y trabajan por Él en su Iglesia!...
P. Luis. San Pablo llama a sus ayudantes “apóstoles de las iglesias, gloria de Cristo”.
Javier. “¡Gloria de Cristo!”. Otra que tal… Vale la pena trabajar por el Señor.
P. Luis. Y dice Pablo lo mismo que Jesús cuando lo de los setenta y dos: “los
colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida”.
Cuestionario
Javier. Padre Luis, tenía toda la razón cuando nos ha dicho al principio que esta lección
era fácil. Nos ha bastado escuchar los textos de la Biblia y las aplicaciones del Concilio
para darnos cuenta de que Jesucristo quiso a su Iglesia Misionera en todas partes y hasta el
final.
Rosy. ¡Qué bien nos lo ha dicho aquel chiquillo Pedro Luis que apegaba su oído al
suelo! Y es lo que me digo yo. ¿Vale la pena sentirse y ser misioneros si tenemos en
perspectiva un premio semejante, una seguridad tan grande de la salvación, y ser un orgullo
de Cristo?...
A continuación, la misma Lección 141,
El don del Espíritu Santo. Lo que significa en la vida cristiana,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. ¡Bendito sea Dios que hoy ha tenido el Padre Luis un buen pensamiento!
Javier. Opino exactamente lo mismo. Para que no digamos después como aquellos de
Éfeso a San Pablo: “Ni sabíamos que existiera un Espíritu Santo!”.
P. Luis. No, si no es ese el problema. Todos los cristianos sabemos que el Espíritu Santo
es una de las Tres Personas de la Santísima Trinidad, y que por lo mismo el Espíritu Santo
es Dios. El asunto está en saber, según la Biblia, qué hace el Espíritu Santo en nosotros,
cómo nosotros lo debemos tratar, qué significa en toda nuestra vida cristiana.
Javier. Pero, ¿no era el Espíritu Santo quien inspiraba a los profetas?
P. Luis. Lo dices muy bien, Javi. En la Iglesia siempre hemos entendido que a los
profetas los inspiró el Espíritu Santo, sobre todo al redactar la Escritura Sagrada. Pero, si
queremos saber quién es y qué hace el Espíritu Santo hemos de trasladarnos sin más al
Nuevo Testamento.
Rosy. ¿Qué significado tiene, pues, para nosotros el Espíritu Santo, ya en la plenitud de
la revelación?
P. Luis. El Espíritu Santo llena el Nuevo Testamento de principio a fin, porque la obra
realizada por Jesús fue impulsada también de principio a fin por esta Divina Persona tan
querida y tan entrañada en la vida cristiana.
P. Luis. Aludes, Javier, al “aire”, al “soplo” de Dios, el que anidaba sobre las aguas al
principio y el que puso orden y concierto en la creación.
Rosy. Ni más ni menos. Porque lo decimos muchas veces en el Credo: “Que fue
concebido por obra y gracia del Espíritu Santo”.
P. Luis. Exacto. Empecemos, pues, por aquí. Fue el Espíritu quien realizó la obra de la
encarnación del Hijo de Dios en el seno de María. Esta es la primera actividad del Espíritu
Santo en el Nuevo Testamento.
P. Luis. Es Lucas quien nos lo cuenta. El ángel se dirige a María: “El Espíritu Santo
vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”.
Rosy. Estas palabras no admiten otra explicación. Dios toma naturaleza humana en el
seno de María, la cual queda convertida por Jesús en arca de la Nueva Alianza.
P. Luis. Es, como tú decías antes, lo que confesamos en el Credo: fue “por obra del
Espíritu Santo”.
Javier. María, la bendita entre las mujeres. Al tomar Dios la naturaleza humana en el
seno de María, queda como nadie convertida en templo del Espíritu Santo por ser la Madre
del mismo Dios.
P. Luis. María empieza a ser en esto “imagen” de la Iglesia, de cada bautizado, que, por
obra del Espíritu Santo, y en forma totalmente gratuita, hará que “Cristo habite también por
la fe en su corazón”, cumpliéndose la palabra del mismo Jesús: “Vendremos a él y haremos
en él nuestra morada”.
Rosy. Veo que de aquí ha de arrancar nuestra reflexión en esta lección: ¿qué es, qué
significa, qué hace el Espíritu Santo en la Iglesia y en cada cristiano?
P. Luis. Un versículo del Evangelio se expresa de esta manera: “Jesús fue llevado por el
Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo”. Esta expresión “fue llevado” es
fuertemente significativa. El Espíritu empujó a Jesús en toda su actividad, especialmente a
derramar su sangre en el sacrificio de la Cruz, porque Jesús lo hizo “a impulsos del Espíritu
eterno”, como nos dice la Carta a los Hebreos.
Rosy. Si esto hacía el Espíritu Santo con Jesús, con nosotros, tan débiles, tan limitados,
lo va a tener que hacer mucho más.
P. Luis. Sí. Es el Espíritu quien nos mueve, el que nos impulsa a todos, porque en tanto
somos hijos de Dios en cuanto nos dejamos llevar por Él. Pues, como dice San Pablo, “los
que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios”.
Javier. Es lo primero que hizo Jesús al resucitar: darnos su divino Espíritu, como nos
refiere Juan en la primeras aparición aquella misma tarde: Sopló sobre el grupo, y les dijo:
“Reciban el Espíritu Santo”.
P. Luis. Muy bien dicho. El Espíritu Santo es el gran don de Jesucristo el Resucitado.
Jesús lo había predicho, y hasta dijo lo que el Espíritu haría en quienes lo recibieran: El
seno del cristiano “se convertirá en manantial de ríos de agua viva”, y esto, añade Juan en
su Evangelio, Jesús “lo decía refiriéndose al Espíritu Santo que iban a recibir los creyentes
en él” cuando hubiera resucitado.
P. Luis. Al querer señalar alguna acción del Espíritu Santo en nosotros, empecemos por
decir que el Espíritu Santo es la luz y la verdad de nuestra mente. Por Él creemos y
conocemos todo el misterio de Jesucristo.
Javier. Esto no se lo inventa usted, ¿verdad? Esto no es una simple comparación que se
le ocurre al Padre Luis.
P. Luis. Esta es la palabra clarísima de Jesús: “Cuando venga el Espíritu de la verdad les
guiará hasta la verdad completa y les explicará todo lo mío”.
P. Luis. Pues hay todavía más. Según San Pablo, no podemos hacer ni un acto de fe sin
la intervención directa del Espíritu Santo: “Nadie puede decir ‘¡Jesús es Señor!’ sino
movido por el Espíritu Santo”.
P. Luis. ¡Y tanto! Esto lo vemos continuamente. ¿Por qué almas sencillas, que no han
estudiado nada, pero que oran mucho, conocen tan profundamente los misterios de Dios y
hablan de manera que nos dejan pasmados? No hay otra explicación sino ésta: el Espíritu
Santo las ilumina y conocen el misterio de Jesús de manera maravillosa.
Rosy. Si así ilumina la mente, es de suponer que el espíritu Santo lo hace para meterse
bien adentro del corazón.
P. Luis. ¡Claro! El Espíritu Santo es nuestra propia y misma santidad. Somos santos
porque Él mismo nos ha invadido con su propia santidad y nos hace llegar hasta las
mayores alturas.
P. Luis. Aquí tenemos en San Pablo al maestro insuperable de la acción del Espíritu
Santo, cuando nos dice: “Todos los que se dejan conducir por el Espíritu de Dios son hijos
de Dios”, porque “sirven a Dios en el orden nuevo del Espíritu”.
Rosy. Desde las primeras lecciones, hemos visto por la Biblia el mal que ha llegado a
hacer el hombre en su propia vida y en la Historia. Pero sabemos también por la Biblia que
Dios había prometido una nueva creación.
P. Luis. Esa creación es la que ha realizando y está llevando a cabo el Espíritu Santo.
Javier. A propósito del mal que siempre ha hecho el hombre, recuerdo un texto de San
Pablo que ha salido ya varias veces en lecciones anteriores, texto que siempre me ha
impresionado mucho.
P. Luis. Veo a cuál te refieres, Javi, al de los Gálatas, y lo tenemos que traer aquí de
nuevo. ¿Qué produce el hombre sin el Espíritu Santo dentro? Lo asegura Pablo tan
gravemente: “Las obras de la carne son bien conocidas: fornicación, impureza, libertinaje,
idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, iras, ambición, divisiones, disensiones,
rivalidades, borracheras, comilonas y cosas semejantes… Quienes hacen tales cosas no
heredarán el reino de Dios”.
Rosy. Yo también he tenido muy presentes estas palabras tan duras. Pero Pablo no se
detiene en ellas.
Javier. En suma: el Espíritu Santo nos comunica una santidad que no es sino una
participación y un reflejo de la misma santidad de Dios.
Rosy. Magnífico este punto, Padre Luis. ¿No nos puede señalar algún otro fruto del
Espíritu Santo?
P. Luis. Acabamos de escuchar a Pablo que uno de los frutos del Espíritu es la alegría,
porque el Espíritu Santo, dentro de nosotros, actúa como en Jesús, del que nos dice el
Evangelio que “se llenó de gozo en el Espíritu Santo”, el cual le hizo exclamar enajenado:
“¡Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra!”.
Javier. Sí; muchas veces se nos dice que un cristiano ha de ser tan alegre como un
Francisco de Asís.
P. Luis. Eso lo expresa Pablo con estas palabras: “Llénense del Espíritu, y reciten entre
ustedes salmos, himnos y cánticos inspirados, cantando y salmodiando en sus corazones al
Señor”.
Javier. Este san Pablo nos aduce unos textos que no cansa el leerlos, meditarlos y
vivirlos.
P. Luis. Como estos otros: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Entonces, el Espíritu Santo nos hace sentirnos
hijos de Dios, pues lo somos en verdad: “Como prueba de que son hijos, Dios ha enviado a
sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre!”.
Rosy. Si Pablo emplea la palabra “corazones”, quiere expresar que el Espíritu Santo nos
ha cambiado radicalmente.
Rosy. Viene a decir que el Espíritu Santo, de principio a fin, es Alguien importante en la
Iglesia.
P. Luis. El libro de los Hechos de los Apóstoles, llamado justamente el Evangelio del
Espíritu Santo, nos demuestra eso que tú dices, Rosy, de modo verdaderamente llamativo.
El Espíritu pone en marcha a la Iglesia el día de Pentecostés. Jesús había prometido a los
apóstoles antes de irse al Cielo: “Recibirán una fuerza cuando el Espíritu Santo venga sobre
ustedes, y serán mis testigos hasta el confín de la tierra”.
Javier. El Espíritu Santo es el motor del apostolado. ¿Qué más?
P. Luis. El Espíritu Santo es quien gobierna a la Iglesia, y lo hace con los carismas que
distribuye entre los fieles. Con esos carismas señala a cada uno la propia vocación y su
puesto concreto en la Iglesia. Y al darnos sus dones y su gracia para que cada uno podamos
cumplir nuestra misión, mira al individuo en concreto y mira a toda la Iglesia, que de este
modo se beneficia con el don recibido por cada uno: “Hay diversidad de carismas, pero un
solo Espíritu. Y a cada cual se le otorga la donación del Espíritu para provecho común”.
Cuestionario
Javier. Mucho nos ha dicho del Espíritu Santo, y creo que debe quedar mucho más por
decir.
P. Luis. Ni más ni menos. Pero vamos a resumir todo en sólo tres puntos principales.
Primero. El Espíritu Santo, merecido por Jesucristo con su muerte y resurrección, es el
encargado de llevar a término final Redención realizada por Jesucristo.
Segundo. El Espíritu, comunicado a cada bautizado en particular, es quien lo ilumina, lo
dirige, lo fortalece y lo lleva hasta las cumbres más altas de la santidad.
Tercero. El Espíritu Santo gobierna a la Iglesia con sus carismas, la asiste, la guía, la
embellece son sus frutos, y la lleva hasta su glorificación final.
Rosy. Con lecciones como ésta, entiendo cada vez mejor esa plegaria tan sentida de sólo
tres palabras: “¡Ven, Espíritu Santo!”…
A continuación, la misma Lección 142,
“Hijo de David”. El sello del Cristo de Dios,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo
_______________
Rosy. ¡Vamos, qué broma!... Eso de “sangre azul” para los descendientes de la nobleza,
aunque la tengan tan roja como la nuestra, la de los del pueblo-pueblo.
P. Luis. A esto iba. Jesús, hijo del pueblo, y de un pueblo como Nazaret, ¿no era de
sangre azul?...
Javier. ¡Padre Luis, qué manera de empezar la clase de hoy!... Le felicito por su ingenio.
¡Claro que Jesús era de sangre azul! Nada menos que “hijo de David”, el rey legendario de
Israel. ¡Vaya dinastía la de Jesús!...
P. Luis. De esto. Una lección muy importante de la Biblia. Llamarse Jesús “hijo de
David”, y ser “El hijo de David” era para Israel el sello de su mesianidad, porque todo el
pueblo sabía que el Cristo esperado sería el descendiente por antonomasia de David.
Javier. Después de la primera sorpresa, ahora somos todo oídos para escuchar.
P. Luis. ¿Qué les parece si empezamos por el final, por el Evangelio, y no por David, de
mil años antes?
P. Luis. Empezamos por recordar varias expresiones del Evangelio que nos traen el
nombre de David. Una: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”. Lo decía un ciego.
P. Luis. Jesús puso en aprietos a sus contrincantes con una pregunta muy
comprometedora: “¿Cómo dicen que el Cristo es el hijo de David?”.
Rosy. ¿Por qué este nombre, cargado de tanto misterio?
Javier. Aquí tengo el Nuevo Testamento, y hay que ver cómo empieza Mateo su
Evangelio! “Origen de Jesucristo, hijo de David”.
Rosy. Entiendo. Es como si dijera: ¿De quién se figuran que vamos a hablar? ¡Pues, del
Cristo! Porque Jesús es el Hijo de David.
P. Luis. Los conocemos muy bien. Dios quiere salvar al mundo. Irrumpe en la Historia
con Abraham, del cual desciende el pueblo de Israel. Llega David, en torno a los mil años
antes de Jesucristo. David es el rey legendario que une al pueblo en Jerusalén, como Capital
de todas las tribus antes dispersas.
P. Luis. Sueña David en levantar una “casa”, es decir, un Templo al Dios de Israel, al
Dios de la Alianza del Sinaí. Pero viene le profeta Natán, y le comunica de parte de Dios:
No serás tú quien me construya a mí una casa. Voy a ser yo quien te la construya a ti.
P. Luis. Prosigue el profeta: “Cuando se hayan cumplido tus días y bajes al sepulcro,
afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de
tu realeza. Tu casa y tu reino permanecerán para siempre, y tu trono estará firme,
eternamente”.
P. Luis. El pueblo de Israel se aferró a ella de una manera increíble. Por desgracias que
vinieran sobre el pueblo, la fe en esta promesa no falló jamás.
Javier. ¿Y cómo es que Israel, con promesa semejante, fue tantas veces infiel a Dios con
muchos de sus reyes?
P. Luis. El mal estuvo en que el pueblo, mal aconsejado y no entendiendo a los profetas,
tomaron todo en sentido temporal, político y nacionalista. Como vimos repetidamente en el
Curso de Biblia, tomaron la promesa de Natán a David y la firmeza del Templo de
Jerusalén como algo intocables. Eran la gran seguridad del pueblo, aunque el pueblo se
portara mal.
P. Luis. No. Los orientales son muy aferrados a su clan familiar y conocen sin error toda
su ascendencia. El linaje de David seguía sin interrupción su trayectoria.
P. Luis. Eso era simbólico. El Mesías reconstruirá otro Templo, su propio cuerpo
resucitado, y con los hijos del nuevo Israel edificará un Templo indestructible para la gloria
de Dios.
P. Luis. Con estas afirmaciones últimas hemos avanzado mucho, y vamos a retroceder
un poco.
P. Luis. No. David, el prometido rey eterno, iba a ser muy diferente. Ezequiel describe
al futuro Rey como el humilde y manso descendiente de David: Para mis ovejas, “yo les
suscitaré un solo pastor que las apacentará: mi siervo David; él las apacentará. Yo, Yahvé,
seré su Dios, y mi siervo David será príncipe en medio de ellos”.
Rosy. ¡Qué descripción anticipada de Jesús! La cosa estaba clara. Dios no retractaba la
promesa hecha a David y su descendencia. Pero, ¡qué diferencia a como la pensaban los
judíos!
P. Luis. ¿Cómo se cumplirá la promesa? Los cinco siglos que van desde el Destierro de
Babilonia hasta Jesús se van centrando y estrechando en torno al Mesías prometido. Lo
esperan sobre todo los “Pobres de Yahvé”, llamados “El Resto”, los que tienen su
esperanza sólo en Dios, y que se cifran al final en una mujer del pueblo que encarna a la
Hija de Sión, María.
Javier. ¡Ahora sí que ha llegado el momento!... Ha llegado la hora de la venida del tan
ansiado Salvador.
Rosy. Vemos que María es el último eslabón, la anilla última, que va de Adán a
Abraham, de Abraham a David, de David al Resto, personificado en esta jovencita María.
P. Luis. De María nace Cristo, encarnación del Reino de Dios, y que en el “discípulo” la
deja como Madre de los Apóstoles, como Madre de todos los creyentes, del verdadero y
nuevo Israel de Dios.
P. Luis. Otra vez, Javi, que avanzas algo los textos e ideas del Nuevo Testamento.
Retrocedamos algo, y miremos cómo los Apóstoles garantizan su predicación asegurando
que Jesús es el hijo de David prometido y esperado.
Javier. O sea, que al decir de Jesús que era el hijo de David, aseguraban sin más que
Jesús era el Cristo. Y con ello estaba dicho todo.
P. Luis. Es lo que hará San Pablo, cuando proclame: “Dios, según su promesa, ha
suscitado de la descendencia de David un Salvador para Israel, Jesús”.
P. Luis. El mismo Pablo inicia su magna carta a los de Roma hablando del Hijo de Dios,
“nacido como hombre del linaje de David”, y le pide con pasión a su discípulo Timoteo:
“Acuérdate de Jesucristo resucitado de entre los muertos, descendiente de David”.
P. Luis. Israel no podía dudar de que Dios había cumplido su palabra, y de que Jesús es
el Mesías tan ardientemente esperado.
Javier. ¿Y el Templo que Dios se quería edificar, diferente del que proyectara el rey
David?
P. Luis. Aquel Templo material iba a contener el Arca de la Alianza, signo nada más de
la presencia de Dios en medio de su pueblo. Natán le dice a David que el Templo verdadero
sería aquel Hijo misterioso que le prometía.
P. Luis. Porque sería el mismo Hijo de Dios, que, hecho Hombre, y “morando en Él la
plenitud de la divinidad”, “al echar su tienda de campaña entre nosotros”, sería el
Emmanuel, el “Dios-con-nosotros”, como diría Isaías después.
P. Luis. Por eso desafió a los judíos refiriéndose a su propio cuerpo: “Destruyan este
templo, y en tres días lo reedifico yo”.
P. Luis. Los Apóstoles avanzan más en esta doctrina, y dicen de nosotros, los creyentes
bautizados en Cristo, que somos el templo que se está edificando con piedras vivas “para
ser la morada de Dios”.
Javier. Pero la Morada más privilegiada de Dios fue María, al concebir en su seno al
descendiente de David, al Hijo de Dios, que convirtió su seno en el Santo de los Santos
viviente, porque encerraba a Aquel que era el Arca de la Nueva Alianza.
P. Luis. Eso es lo que, por luz del Espíritu, gritó Isabel: “¿Y de dónde a mí que venga a
verme la madre de mi Señor?”.
P. Luis. Sí; Jesús nos dice que seremos reyes con Él, el Rey hijo de David: “Yo, por mi
parte, les dispongo un Reino para ustedes, como mi Padre lo dispuso para mí”.
Cuestionario
Javier. “¡Jesús, hijo de David!”… Parecía algo tan sencillo, pero vemos la importante
lección bíblica que encierra esta breve expresión.
Rosy. ¡Hay que ver lo que esto significa no ya sólo para Jesús, sino también para
nosotros! Reyes con el Rey y templos vivos con el Templo de Dios que es Jesucristo. Y
esto en un Cielo que no terminará nunca…
A continuación, la misma Lección 143,
Escondidos con Cristo en Dios. Esto es la vida cristiana,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. A ver con qué pregunta me empieza hoy a comprometer el Padre Luis…
P. Luis. Ya que lo insinúas, Javi, ¿dónde pasas tú la vida? Quiero decir, hasta que
mueras, ¡y ojalá te falte mucho!, me gustaría saber dónde vives.
Javier. Pues, como cualquier hombre, ¿dónde quiere que viva? En el mundo que es muy
grande, en mi ciudad que está bien, en mi casa pequeña pero acogedora…
Rosy. Como otras veces, ¿a qué va esto con una clase de Biblia?
P. Luis. A esto, Rosy: a unas palabras de la Biblia, preciosas, y que nos van a hacer
meditar mucho. Son de San Pablo, que escribe a los de Colosas: “Su vida está escondida
con Cristo en Dios”.
P. Luis. En esas nos vamos a fijar especialmente. Pero vale la pena leer el parrafito
entero: “Ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo
sentado a la diestra de Dios. Aspiren a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque han
muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida suya,
también ustedes aparecerán gloriosos con él”.
Javier. Es cierto. Mejor que el mundo, mi morada actual, mejor que nuestra ciudad,
mejor que mi casa, es la Tierra prometida que nos espera, la Jerusalén celestial, la morada
que Dios nos tiene preparada.
Rosy. ¿Y de todo esto vamos a tratar hoy? No creo que nos canse la lección.
Javier. Y a los que viven en el dolor, ¿qué les decimos para ayudarlos?
P. Luis. A los pobres, a los que sufren, hay que hacerles creer con fe firme y esperanza
segura, que Dios les guarda una magnífica recompensa, “cuando entren en el reposo de
Dios”, según la misma Carta a los Hebreos: “Queda un reposo sabático para el pueblo de
Dios. Y quien entra en el descanso de Dios, también él descansa de sus trabajos, como Dios
de los suyos. Esforcémonos, pues, en entrar en ese descanso”.
Javier. Pero, ¿por qué quiere fijarse especialmente en esas palabras de Pablo: “Su vida
está escondida con Cristo en Dios”?
P. Luis. Por eso mismo: porque es cuestión de vivir ya con fe y esperanza en la vida
futura, sin otro ideal que Jesucristo.
Javier. Muy denso es ese párrafo de San Pablo, y usted lo trae también en síntesis muy
apretada. ¿No lo podría ir desgranando poquito a poco?
P. Luis. No es la primera vez que escribe Pablo así, pues antes había dicho: Dios “nos
vivificó juntamente con Cristo, y con él nos resucitó e hizo sentar en los cielos con Cristo
Jesús”.
Rosy. Muchas veces se nos ha repetido la misma idea en tantas clases de Biblia. En la de
hoy, como en las anteriores, veo que todo se va a resumir en esto: que Jesucristo y nosotros
formamos un todo: en su vida, en su muerte y en su resurrección. ¿Me equivoco?
Javier. Veo que, si se persevera en la vida cristiana, esto es una dichosa fatalidad, en el
sentido de que, irremisiblemente, pararemos en la misma felicidad de Jesucristo.
P. Luis. Ésta es la razón por la que el Hijo de Dios vino al mundo. La Vida de Dios es
Vida Eterna, y Jesucristo dijo muy seriamente a los judíos: “He venido para que tengan
vida divina, y la tengan en abundancia”. Vida que aquí es Gracia, vida que después será
Gloria.
Rosy. Tengo muy presentes unas palabras que usted, Padre Luis, nos ha repetido con
frecuencia. Jesucristo ha podido hacer esto porque era Dios y “habitaba en Él plenamente la
Divinidad”.
P. Luis. No me extraña que yo las repita tanto. Son de San Pablo, también en la Carta a
los de Colosas, y me gustan de verdad. Por eso, quien tiene consigo a Jesucristo tiene la
Vida, como nos dice San Juan: “El que tiene al Hijo tiene la Vida; quien no tiene al Hijo de
Dios no tiene la Vida”.
Javier. Cuando leemos el Evangelio de Juan, nos damos cuenta de que aquellos
primeros cristianos tenían muy adentro de su mente esta palabra “Vida”. Con ella y la
palabra “Luz” entendían todo el misterio cristiano.
P. Luis. Dices muy bien, Javi. Una vez más les traigo el testimonio de San Ignacio
Mártir, el discípulo de los Apóstoles, que comentaba vivamente esto de Pablo y de Juan:
“Vivo para Dios en Cristo; en Cristo, que es Vida Eterna, y es Vida mía”.
Rosy. Este San Ignacio Mártir no habla solamente como teólogo. Este hombre era un
místico. Habla de Jesucristo con una intimidad que asombra.
Javier. Es lo que tiene que pasarnos a nosotros cuando estudiamos a Jesucristo, como lo
hacemos ahora. Que no se quede todo en doctrina fría, sino que se convierta en fuego que
nos abrase el corazón.
Rosy. Siga, Padre Luis. Ahora nos ha dicho Javi que Jesucristo no es sólo Vida y Luz:
ahora tiene que ser “Calor”.
P. Luis. Pues, sí, Rosy. Esto significa lo que San Pablo repite una y otra vez: que la vida
de Cristo es vida nuestra ya aquí en la tierra, y que la vida nuestra es ya vida de Cristo.
Javier. Por fuerza, porque Jesucristo ha asumido como propia suya nuestra vida y la
tiene consigo en su misma Gloria.
P. Luis. ¿Y sabes por qué? Porque las dos vidas ya no son más que una vida sola.
Rosy. Semejante grandeza en nosotros ha requerido por fuerza el que antes hayamos
muerto a todo lo que no es Dios.
P. Luis. Discurres muy bien, Rosy. Hemos tenido que morir al pecado que en el paraíso
nos privó de la vida de Dios.
P. Luis. Es cierto, porque es una lección fundamental de la Biblia. Dios nos creó en su
Gracia; pero Satanás en el paraíso nos mató a la Gracia e hizo que viviéramos en y para el
pecado.
Javier. Cosa que no podía durar para siempre. Dios no se iba a ver vencido y humillado
por el demonio.
P. Luis. ¡Bien dicho! Por eso, como nos dice San Pablo, Dios tomó “nuestro hombre
viejo, lo crucificó con Jesucristo, a fin de que cesáramos de ser esclavos del pecado”.
P. Luis. Cuando en el Bautismo se nos dio la Gracia “por el Espíritu Santo que se
derramó en nuestros corazones”. Entonces morimos al pecado, y dejamos de ser esclavos
de Satanás.
Javier. Vemos cómo se ha cumplido eso primero que nos ha dicho hoy San Pablo:
“Están muertos”. ¿Qué tiene que seguirse de aquí?...
P. Luis. ¿En qué se convierte esa Gracia, esa Vida de Dios que llevamos dentro?
“Escondida con Cristo en Dios”, no puede producir sino frutos divinos.
Rosy. ¿Qué frutos? Se nos han repetido muchas veces los que, con San Pablo, llamamos
“Frutos del Espíritu Santo”.
P. Luis. Esos mismos, los señalados por San Pablo en el notable capítulo quinto de la
Carta a los Gálatas. Pero, fijémonos en algunos que nos indica el mismo Evangelio.
P. Luis. El gozo, la alegría y el amor, como nos decía Jesús en aquella sobremesa de la
Última Cena.
P. Luis. Dice ante todo Jesús: “Les digo todo esto para que mi gozo esté en ustedes, y su
gozo sea colmado”. Si ya estamos en espíritu con Cristo dentro del Cielo, podremos tener
en la tierra contratiempos y dolores, pero tristeza, no. Con Cristo tenemos “alegría
inenarrable y gloriosa”, nos dice San Pedro, anticipo de la que nos espera en el más allá.
P. Luis. Con ese gozo y esa paz en el corazón, es imposible no sentir la delicia del amor
de Cristo, que se digna admitirnos a su intimidad: “Ustedes son mis amigos, a ustedes les
he llamado amigos”.
P. Luis. San Pablo nos pide con gran insistencia y cariño verdadero: “Busquen las cosas
de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspiren a las cosas de arriba, no a
las de la tierra”.
Rosy. Si estas palabras parecen un sueño. Quiero decir: si hacen soñar como pocas
palabras de la Biblia. ¡Vivir ya en el Cielo! ¡Gustar las mismas delicias que disfrutan los
habitantes de la Jerusalén celestial!”. ¿No es soñar demasiado?...
Javier. Sigue soñando en todo eso, Rosy, que haces bien. Pero esas palabras me vuelven
a mí a lo que decíamos antes. ¡Qué oportunas son para el mundo moderno! Una idea que
hemos traído muchas veces a nuestras clases de Biblia: los ricos que lo tienen todo, y los
pobres que no tienen nada… Porque el mundo de nuestros días en que nos toca vivir se
debate entre anhelos muy contrapuestos.
P. Luis. Te tomo la palabra, Javi. Es muy cierto lo que dices. Por una parte, tenemos la
sociedad del bienestar, que abunda en tantos bienes materiales. Por otra, la de los que
sufren la pobreza con las consecuencias más dolorosas.
Rosy. Está Claro. ¿Qué hacen unos y otros si no tienen la mirada puesta en los bienes de
allá arriba?
Javier. Los primeros, cegados por el bienestar de aquí, olvidan su destino eterno y lo
ponen en verdadero peligro… Los otros, tienen que soportar una vida que no es digna de
los hijos de Dios.
P. Luis. A todos les caen entonces como una bendición las palabras de San Pablo. A los
unos: Busquen los bienes eternos de la Gloria, y no los pongan en peligro por los de aquí
que pasan… Y a los otros: Confianza en Dios, que no los olvida, y les promete y guarda
bienes imperecederos…
Rosy. Discurriendo así, vemos que ese gozo, esa paz y ese amor que disfrutamos en esa
“vida escondida con Cristo en Dios”, junto con ese “gozar las cosas de arriba”, suspirando
siempre por ellas, se convierten en esperanza firme, que no nos deja engañados.
P. Luis. Es lo que sigue diciendo San Pablo. Un día gozaremos plenamente y en visión
de todos esos bienes que ahora disfrutamos en fe, pues añade esta palabra de Dios: “Cuando
aparezca Cristo, vida suya, también ustedes aparecerán gloriosos con él”.
P. Luis. Jesucristo en el Tabor nos dio un anticipo de lo que nos espera. “La Palabra del
Señor permanece eternamente”, decían ya los Proverbios.
P. Luis. Por eso, si Dios nos ha prometido resucitarnos con Cristo a los que llevamos
una vida escondida con Él en Dios, hacemos bien en prestar atención a esta palabra, como a
lámpara que luce en la oscuridad, hasta que despunte el día y se levante en nuestros
corazones el lucero de la mañana, según nos escribe San Pedro.
Cuestionario
Javier. Estas lecciones especiales sobre Jesucristo, aparte de enseñarnos muchas cosas,
nos aferran cada vez más al divino Salvador. ¿Cómo nos resumiría la lección de hoy, Padre
Luis?
P. Luis. Muy brevemente. Hemos escogido el texto de Pablo: “Una vida escondida con
Cristo en Dios”.
Primero. Es la mística cristiana. Muertos con Jesucristo al pecado, por la Gracia vivimos
plenamente su vida divina.
Segundo. Aunque de momento esté oculta, estamos disfrutando ya la vida celestial de
Cristo, que un día se va a manifestar gloriosa.
Tercero. Esto tiene una consecuencia obligada: No vale la pena apegarse a los bienes y
placeres pasajeros de aquí. Es mejor gustar ya las delicias que nos esperan en la vida futura,
delicias que serán eternas.
Rosy. Me vienen a la mente aquellos versos de la Madre Santa Teresa de Jesús: “Todo
se pasa, Dios nos e muda”. Y nadie tan convencido de esta verdad como el que sabe llevar
esa vida escondida con Cristo en Dios, sin apariencia ante los hombres, pero de esperanza
firme, porque sabe que no le va a fallar.
A continuación, la misma Lección 144,
“¡Han sido comprados!”. Somos exclusivamente de Jesucristo,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Aparte de tu carrera, Javi, ¿has pensado alguna vez en ser negociante?
Rosy. ¡Ya está este Padre Luis con una de sus bromas! ¿Qué tiene que ver Jesús con los
negociantes, si se apartó expresamente de todo lo que significara dinero?…
P. Luis. ¿Estás segura de lo que dices, Rosy? Te aseguro que al final de la lección
habrás cambiado dse parecer.
P. Luis. ¿Quieren unos textos de los Apóstoles para probar a ver si digo verdad o
mentira?
P. Luis. Escuchen primero a San Pablo, que dice por dos veces a los de Corinto: “¡Han
sido muy bien comprados!”, “¡Comprados a buen precio!”.
P. Luis. Y escribirá Pedro después: “Han sido comprados no con oro ni plata, sino con
la sangre preciosa de Cristo”.
Rosy. Según estas expresiones tan felices de la Biblia, los hombres éramos una
mercancía que se la podía llevar el mejor postor.
P. Luis. Satanás le arrebató en el paraíso a Dios esta mercancía; pero vino después un
comprador que pagó fuerte, y el demonio no tuvo más remedio que soltar lo que poseía
como ladrón astuto.
Javier. ¿Saben ustedes qué estoy pensando? Para nosotros, esto es bellísimo. Pero,
aunque se trate de un comprador como Jesucristo, el tipo que sea orgulloso no debe aceptar
verse tratado como una pura mercancía.
Rosy. Así lo pienso yo también. Pero el creyente humilde, el seguidor fiel de Jesucristo
se siente ufano al saberse posesión del Rey del Cielo.
P. Luis. Jesucristo, al presentar y vocear los valores del Reino, aconsejaba a sus oyentes
que fueran avispados mercaderes.
P. Luis. Jesús aconsejaba que vendiesen todo lo que tenían para hacerse con la joya de
más valor. Y lo interesante es que fue el mismo Jesús quien compró con su Sangre todas las
joyas que son el enorme caudal que atesora el Reino.
P. Luis. Con dos parábolas preciosas. Dijo: “El Reino de los Cielos se asemeja a un
mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una de gran valor, vende todo
lo que tiene y la compra”.
P. Luis. La del campesino peón. En el surco que está arando da con una caja de hierro,
escondida allí desde hacía mucho tiempo; no lo sabía ni el mismo dueño, pues debía ser de
sus antepasados que la habían escondido quizá al echarse el enemigo en una guerra; y el
afortunado trabajador, al abrirla ahora se la encuentra llena de monedas de oro y de joyas.
Astuto moralista, no se la queda, pues hubiera sido un robo. ¿Qué hace? Vende todo lo que
tiene; empeña hasta la misma casa; y, cuando ha reunido todo el dinero suficiente, compra
el campo aquel y la caja con los tesoros ya es suya legalmente.
Javier. ¡Esto es ser listo! Y, como vemos, el más listo negociante ha sido el mismo
Jesús.
P. Luis. El Papa Pablo VI describió a Jesucristo con palabras muy significativas. “En
sus afanes de mercader, Cristo se pinta magníficamente a Sí mismo. Cristo se nos presenta
como un explorador que viene a recuperar a los hombres perdidos. Cristo persigue a un ser,
a un tesoro que se le ha escapado de las manos; y se pinta con el ansia de quien está
llevando a cabo la búsqueda febril de lo que para Él es un bien inestimable. ¡El Hijo de
Dios busca a los hombres! Nos sigue y nos persigue. El hombre se aleja de Dios; se escapa.
Y Dios corriendo detrás de él y recuperándolo. El Señor Jesús se entrega a Sí mismo para
recuperarnos”.
Rosy. Por todas esas expresiones de la Biblia y del Papa, se ve en seguida hacia dónde
apunta todo: a la Cruz, donde Jesucristo ofrece su Sangre como precio de rescate para
hacerse con tales tesoros.
P. Luis. Todo arranca del amor de Jesucristo, el cual, como nos dice el Apocalipsis,
“nos ama y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre”.
Javier. Conocemos ahora la moneda con que Jesucristo realizó el negocio de las almas:
su propia Sangre.
P. Luis. San Pablo, más atrevido en su expresión, nos asegura que Dios a Jesucristo “lo
hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuéramos santidad en Dios”.
Rosy. Continúa el negocio entre Dios y el hombre, porque es Jesucristo, nuestro hrmano,
quien lo realiza por nosotros.
P. Luis. Mira cómo lo explica San Agustín: “¡Qué ganga! En la cruz se realiza un
negocio del todo celestial… Muere Cristo en nuestra naturaleza para que nosotros vivamos
en la suya… ¡Qué cambio! ¡Vaya lo que dio y lo que recibió! Recibió nuestro nacer,
nuestro padecer y nuestro morir, y nos dio lo suyo: renacer, resucitar y reinar para siempre”
P. Luis. Esto nos lleva, naturalmente, a una consideración muy oportuna: ¿Cuánto vale
un alma? ¿Cuánto vale una persona?... Nosotros no llegaremos nunca a valorarla
debidamente.
Rosy. Es natural que no lo podamos valorar debidamente. Para comprnder lo que esto
significa, habríamos de abarcar la eternidad de Dios, ya que un alma va a ser eterna.
P. Luis. Esa es la razón verdadera. Porque una persona, la más humilde, tiene un destino
eterno. ¿Sabemos la desgracia que entraña el que se pierda para siempre? ¿Sabemos la
dicha que supone su salvación, en el seno mismo de Dios y con su misma felicidad?...
Javier. Esto lo deducimos de la misma Biblia, la cual nos asegura que Dios “creó al
hombre a su imagen. Dios los creó a su imagen, varón y mujer los creó”.
P. Luis. Jesucristo, que sabía bien todo esto, no dudó un instante en ofrecerse en rescate
por todos y por cada uno en particular. “Por ellos me entrego en sacrificio a mí mismo…
Porque quiero que donde yo esté, estén ellos también conmigo, para que contemplen la
gloria que tú me diste”.
Javier. Es decir: al poner su propia gloria como término de la compra, Jesús pensaba en
la eternidad, y no sólo en este mundo.
P. Luis. Jesús viene a decirnos que a Él le pasaba lo mismo que después dirá de sí su
apóstol San Pablo: “Me he hecho todo para todos, a fin de salvar a todos los que pueda”.
P. Luis. De Él nos dice San Pablo “que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo
entregó por todos nosotros”, y, por lo mismo, “quiere que todos los hombres se salven”.
P. Luis. Pablo se pone como primer destinatario de esta salvación traída por Cristo, y
exclama emocionado: “Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, el primero de
los cuales soy yo”.
P. Luis. Porque Jesús sabía ese precio de una sola persona, y lo que valía su propia
Sangre que iba a derramar en la Cruz, tronó de una manera terrible contra los escandalosos,
que llevan a las almas hacia su perdición.
P. Luis. Unas palabras durísimas: “Más le vale al escandaloso que le cuelguen una de
esas piedras de molino que mueven los asnos, y que lo hundan en el profundo del mar. ¡Ay
de aquel por quien viene el escándalo!”.
Javier. ¡Esto sí que es lo más duro del Evangelio, y cómo hace ver el valor de las
personas!...
P. Luis. San Pablo, igual. Sabiendo lo que es el escándalo y lo que vale el alma de
cualquier cristiano, asegura en un arrebato generoso: “Si la comida es ocasión de escándalo,
no comeré carne jamás, a fin de no escandalizar a un hermano mío”.
Rosy. Todos estos textos de la Sagrada Escritura nos llevan a lo que hemos dicho al
principio: Somos joyas compradas con la Sangre de Cristo. Valemos mucho más de lo que
nosotros mismos pensamos.
P. Luis. No nos detenemos en considerar nuestro propio valer, que nos viene totalmente
de Dios, sino que sacamos la gran consecuencia que adivinó San Pablo: “Glorifiquen, por
lo tanto, a Dios en su cuerpo”.
P. Luis. San Pablo se refiere sobre todo a la pureza con que hay que respetar el propio
cuerpo, pero lo podemos tomar en el sentido del lenguaje hebreo: decir “cuerpo” es lo
mismo que decir la “persona”, nuestro ser entero. Una persona, una sola, por valer tanto, ha
costado la Sangre de Cristo. ¿Qué le toca a esta persona?...
Rosy. Vuelvo a una idea de antes. Esto de que no nos pertenecemos a nosotros mismos,
sino que somos de otro porque nos compró, no va contra nuestra dignidad humana, o sea,
no nos quita nada de nuestra autonomía ni nos limita nuestra libertad.
Javier. ¡Al contrario! Piensen los orgullosos lo que quieran, esto nos dignifica
sumamente. Porque sobre ese valor humano con que Dios nos enriqueció por la creación,
está el sobrevalor inmenso de la Gracia que nos mereció Cristo al comprarnos con su la
Sangre.
P. Luis. Esta consideración arrancó a aquel gran Papa de la antigüedad, San León
Magno, la frase famosa: “¡Alma, tanto vales!”.
Javier. Tal como nos gusta decir hoy, Jesucristo tuvo también su escala de valores. ¿Y
qué es lo que puso en primer lugar?
Rosy. Pero, ¿cómo iba a conseguir esa gloria de Dios, si Dios no necesitaba ninguna
gloria de las criaturas, y todas las criaturas juntas no podíamos añadirle nada a la gloria que
Dios disfruta?
Javier. Haces mucha teología, Rosy. Pero algo debía haber en el negociante Jesús.
P. Luis. Ese “algo” que dice Javi no era otra cosa sino la salvación de los hombres.
Nosotros éramos las joyas que Él compraba para ofrecerlas a Dios. Nosotros ahora traemos
de nuevo la palabra de Jesús. “El Reino de los cielos se parece a un negociante en perlas
finas”. El Reino que Jesús entregará al Padre al final del mundo será la multitud inmensa de
los redimidos, de los comprados con su Sangre.
Javier. Pienso yo que esa escala de valores de Jesús podría ser también la nuestra.
P. Luis. Con lo que dicen, me viene a la memoria otra palabra de Jesús en una de sus
parábolas: “Negocien hasta que yo vuelva”. ¿Somos realmente los buenos negociantes que
Jesús quiere? En nuestra escala de valores propia, ¿están como primeros los bienes
espirituales, que no pasarán, o seguimos los criterios del mundo, que los coloca en último
lugar?...
Cuestionario
Rosy. Resuma algo, Padre Luis, lo que hemos visto hoy. Al principio nos ha extrañado
eso de Jesucristo metido en negocios. No dirigió ningún Banco no fue ningún empresario.
¡Pero, qué negociante que fue a lo divino!...
P. Luis. Javi, todos sabemos que te gusta mucho la Historia. No lo has ocultado nunca.
Apenas sale en nuestras clases algo de historia, abres unos ojos y afinas los oídos que no lo
puedes disimular.
Javier. Ni lo disimularé nunca. Pero, ¿qué quiere proponerme hoy, con esa afirmación
que, le aseguro, es acertada?
P. Luis. A eso iba yo. A hablar hoy de Jesucristo, el Juez de la Historia. ¿Sabemos lo
que esto significa según la Biblia?
Rosy. ¡Pues claro que lo sabemos! Que al final del mundo Jesús vendrá a juzgar a vivos
y muertos, como confesamos en el Credo.
P. Luis. Sabía que me darías esta respuesta. Segura. Pero no es completa. Antes de aquel
día final, el Día del Señor, Jesucristo es ya ahora el Juez de la Historia, que juzga en cada
momento a todos y cada uno. Y lo hace con su Palabra.
Rosy. Habrá de darnos una clase sobre esto. Ciertamente, que no sé lo que significa.
Javier. Y yo tampoco lo sé, desde luego. Si lo hace hoy, espero aprender mucho.
P. Luis. Vamos a intentarlo. Y empiezo por un hecho del Evangelio. Los fariseos habían
excluido de la sinagoga a los que creyeran en Jesús.
Javier. Sí, lo recuerdo muy bien. Así lo hicieron con el ciego de nacimiento curado por
Jesús.
P. Luis. Pero el Señor amenaza seriamente a los cobardes: “No he venido para juzgar al
mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene
quien le juzgue, y es la palabra que yo he hablado”.
P. Luis. Lo irás viendo. Ahora, escucha otra vez a Jesús: “Yo no he venido para juzgar
al mundo, sino para salvarlo”.
P. Luis. Es como si viniera a decir: “No quiero juzgar a nadie; me duele juzgar; que
cada uno escuche mi palabra, y que se juzgue a sí mismo. Yo daré por bien hecho lo que
cada uno quiera”.
P. Luis. No dudemos de que esta es la verdad. “Dios es amor”, es decir, actúa siempre
por amor, y el amor no es capaz de condenar a nadie.
Javier. Por eso, yo he pensado siempre que nos expresamos bien cuando decimos: los
que “se” pierden, los que “se” condenan. Son ellos mismos los que han elegido su
condenación y perdición eternas.
Rosy. ¡Claro! Si “se” condenan, Dios no hace sino confirmar lo que ellos han elegido.
Javier. Esto me hace pensar mucho. Según los textos anteriores del Evangelio,
Jesucristo ha propuesto su Palabra a los hombres, y cada uno se convierte en juez de sí
mismo. Viene cada uno a decirse: “¿Actúo conforme a la palabra de Jesucristo? Me salvo.
¿Actúo contra la palabra de Jesucristo? Me condeno”.
Rosy. Acorde contigo, Javi. Jesucristo se limitará a decir a cada uno: “Vete al sitio que
tú has elegido”.
P. Luis. A esto veníamos. El apóstol Santiago nos lo dice con una comparación
graciosa: “Quien se contenta con oír la palabra sin ponerla por obra, se parece al que
contemplaba los rasgos de su cara en un espejo; efectivamente, se contempló, dio media
vuelta y al punto se olvidó de cómo era”.
P. Luis. Por el contrario, sigue diciendo el apóstol: “Quien considera atentamente la Ley
perfecta de la libertad, y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como
cumplidor de ella, ése, practicándola, será feliz”.
Rosy. Esto es el creyente verdadero y ésta es la suerte de quien cumple fielmente lo que
Jesucristo manda: felicidad por doquier, en esta vida lo mismo que en la otra, porque libera
a quien observa los mandamientos y, con ello, el cumplidor escoge bien su destino eterno.
P. Luis. Miren con qué misterio lo dice el libro de la Sabiduría: “Cuando un silencio lo
envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó
desde los cielos, desde tu trono real, como guerrero implacable sobre la tierra condenada,
empuñando la espada afilada de tu decreto irrevocable, y, cuando se detuvo, todo lo llenó
de muerte”.
Rosy. Terrible, pero poético de verdad. ¡Vaya Juez que fue la Palabra de Dios!…
P. Luis. Sabemos lo que fue Jesús, el Hijo del “Dios que es amor”.
Javier. Yo me imagino que va a ser Juez la Palabra, pero cambiando el tono de la voz y
de la sentencia…
P. Luis. Bien pensado, Javi. Viene el Nuevo Testamento y ese concepto de la Palabra-
Juez adquiere una fuerza mucho mayor.
P. Luis. Hemos oído a Jesús que decía: “Yo no juzgo a nadie. La palabra que yo hablo,
ésa es la que lo juzgará”.
Javier. ¿Lo vemos? Jesucristo, prácticamente, se retira del tribunal. Deja que hablen
como fiscal y como defensa la misma conciencia del acusado.
P. Luis. Muy bien dicho, Javi. Por ser la Luz y la Verdad, Jesucristo nos confronta con
su Palabra. Es precioso el siguiente texto del Evangelio, que muestra cómo los buenos están
divididos de los malos. Léelo, Rosy. Está en el capítulo tres de Juan, el diálogo con
Nicodemo.
Rosy. Dice así: “El juicio está en que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más
las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece
la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va
a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios”.
Javier. La palabra de Jesús nos confronta con nuestras obras de manera tan evidente que
no deja subterfugio por donde escaparse.
P. Luis. Es cierto, Javi, como lo dice otro texto célebre: “La palabra de Dios es viva y
eficaz, y más cortante que una espada de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y
espíritu, articulaciones y médulas; y discierne sentimientos y pensamientos del corazón. No
hay criatura invisible para ella: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien
hemos de dar cuenta”.
Rosy. Padre Luis, y Javi también, ¿me permiten una interrupción? En esta lección, ¿qué
tenemos que entender por “Palabra”. ¿Los Mandamientos, por ejemplo? ¿O el Sermón de la
Montaña? ¿O muchas frases sueltas de Jesús?...
P. Luis. ¡Rosy, muy bien hecha la pregunta! Aunque te aseguro que no es la primera vez
que he explicado o, al menos, insinuado esto.
P. Luis. “Palabra” es un hebraísmo. Los judíos tenían un diccionario muy pobre, y una
palabra podía significar varias cosas. Y esto ocurre con la palabra “Palabra”. En mucjas
ocasiones, palabra significa lo mismo que entre nosotros: “Palabra”. Pero en otras muchas
ocasiones se puede y se debe traducir por “Cosas”, “Sucesos”, “Casos”,
“Acontecimientos”…
Javier. ¿Nos pone algún hecho concreto y bien conocido?
Javier. Estupendo el saber esto. Cada hecho del Evangelio, aunque no tenga ninguna
palabra de Jesús, es una “Palabra” muy elocuente: el pesebre de Belén, donde el Infante,
que no habla; el Tabor donde no le oímos nada mientras resplandece como el sol; su
silencio mientras le azotan o coronan de espinas…, su estancia en el sepulcro… ¡Vaya
“Palabras” para escuchar, meditar, y, sobre todo, para confrontar con nuestra vida!...
Rosy. La interrupción nos ha robado buen espacio de la clase. ¡Pero ha valido le pena!
Perdonen.
P. Luis. Ahora, habré de abreviar algo el tema de hoy. Como vemos, la venida de Jesús
y su palabra se han convertido en “crisis”, en “juicio”. Jesucristo, que nos quiere salvos a
todos, sin condenar a nadie nos tiene divididos en buenos y en malos. Sin decir muchas
veces palabras, sino sólo con sus ejemplos.
P. Luis. Es un Juez que ya ahora actúa con su luz y su verdad en cada alma, dejándonos
a todos darle la respuesta que cada uno quiera. Nos trata con suma delicadeza y respeto.
Basta confrontarnos con su Palabra, con su voluntad, con sus mandamientos, para que en lo
íntimo de la conciencia oiga cada uno la voz del mismo Jesús: “¡Muy bien!”… O quizá:
“¡Mal! ¡Ve con cuidado!”…
P. Luis. Dos pasajes especialmente nos trasladan al último día, al Juicio Final, del que
confesamos: “Y de allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos”. El primero es de San Pablo
a los de Tesalónica: “Ustedes mismos saben perfectamente que el Día del Señor ha de venir
como un ladrón en la noche. Pero ustedes, hermanos, no viven en la oscuridad para que ese
día les sorprenda como ladrón, pues todos ustedes son hijos de la luz e hijos del día.
Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas”.
Javier. ¿Y el otro?
P. Luis. El otro texto lo vemos en el Apocalipsis, cuando con imagen viva nos describe
a Jesucristo que vendrá a juzgar públicamente a todos: “Vi el cielo abierto, y había un
caballo blanco: el que lo montaba se llama “Fiel” y “Veraz”, y juzga y combate con
justicia. Su nombre es: La Palabra de Dios” .
Rosy. No podemos eludir en la Biblia el hecho del Juicio.
P. Luis. Así se llegará al fin del mundo, y así nos presentaremos ante el Juez que, según
la Biblia, “ese día juzgará las acciones secretas de los hombres”, porque lo sabe todo y lo
ha visto todo, “ya que sus ojos son como llama de fuego”. La palabra de Dios es clara a
más no poder: “Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo,
para que cada uno reciba conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal”.
P. Luis. Jesucristo declarará a la vista de todos lo que todos hicieron por Él o bien contra
Él. ¡Cuántos heroísmos realizados por amor a Jesucristo se llevarán un aplauso inmenso!
Pero, ¡ay!, cómo aparecerán también las maquinaciones de todos los que se opusieron al
Reino de Dios…
Cuestionario
Rosy. Cierto. Consoladora a más no poder, y terrible hasta lo indecible: “E irán los
malos al castigo eterno y los buenos a la vida eterna”…
Javier. Habrá concluido la Historia. Jesucristo, el Salvador de todos, el que murió por
todos, el Hijo del “Dios que quiere que todos los hombres se salven”, no hará otra cosa sino
declarar a la faz de todo el mundo la sentencia que cada uno se habrá preparado a sí mismo.
¿Hay un Juez más justo, a la vez que más amoroso?...
A continuación, la misma Lección 146,
De Oriente a Occidente. La Eucaristía profetizada por Malaquías,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Rosy. No. Fue como todas. Solamente que al Cura se le ocurrió dar una explicación muy
especial sobre la Eucaristía como yo nunca la había oído. Nos previno el sacerdote: Hoy la
homilía no va a ser homilía, sino una explicación algo larga de lo que celebramos cada
domingo. Habrán de aguantarme, pero lo voy a hacer.
Javier. Escucha, Rosy: ¿no le estás echando el guante al Padre Luis con algo de
diplomacia para que nos hable de la Misa, aunque a nosotros, como una verdadera clase de
Biblia?...
Rosy. Vamos a decir que los dos. ¿No podría darnos gusto hoy?...
P. Luis. El gusto va a ser mío, no de ustedes. ¿Cómo quieren que no les hable de la
Eucaristía con verdadero placer, cuando la Eucaristía es la fuente y la cima de toda la vida
cristina? Además, en la Última Cena, con el “Hagan esto como memorial mío”, Jesucristo
centraba todo el Misterio Pascual en su propio Cuerpo y en su Sangre, y de este modo venía
a ser la Eucaristía el centro de toda la Biblia...
Javier. Padre Luis, nos propone el tema con mucha profundidad. Hable y explique bien.
Rosy. ¿De qué siglo era? Del quinto, unos cuatrocientos cincuenta años antes de
Jesucristo. Y dijo estas palabras: “Ustedes no me agradan y no acepto la ofrenda que me
traen, dice el Señor Todopoderoso. Desde Oriente es grande mi Nombre entre las naciones,
y en todo lugar ofrecen a mi Nombre sacrificios de incienso y de oraciones puras, pues
grande es mi Nombre entre las naciones, dice Yahvé el Todopoderoso”.
P. Luis. Te lo diré en seguida. Ahora, permíteme que les exponga el comentario muy
autorizado de la Casa de la Biblia, que dice textualmente: “Es una afirmación de
extraordinario vigor y osadía, fuente de inspiración para describir la dimensión universal
del sacrificio eucarístico cristiano como cumplimiento de la profecía de un sacrificio de
todas las naciones, agradable al Señor”.
P. Luis. Así tenía que ser. La cosa venía del mismo Dios.
Rosy. Pero, lo que preguntaba Javi. ¿Cuáles fueron las circunstancias de profecía tan
grave?
P. Luis. Para entender esta queja de Dios, su amenaza y su promesa, nos tenemos que
situar en los días del profeta.
Javier. Eran aquellos tan difíciles de después del Destierro de Babilonia, ¿no es así?
Rosy. Mala cosa, eso de un pueblo creyente con unos dirigentes malos…
P. Luis. Por otra parte, muchos creyentes no judíos, paganos de las naciones, ofrecían a
Dios un culto sincero. Y viene a decir ahora el profeta, de parte del Señor: “¿Sí?... ¿Creen
ustedes que sólo Israel me puede honrar? También en otros pueblos va a ser grande mi
Nombre, y yo me voy a preparar entre ellos un sacrificio que me agradará de verdad”.
P. Luis. De esto se trata. Y la Liturgia nos da una pista muy firme. En la Plegaria
Eucarística Tercera decimos al pie de la letra antes de la consagración: “Por Jesucristo tu
Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas
a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde
sale el sol hasta el ocaso”.
Javier. ¡Si son las mismas palabras del profeta!
P. Luis. A esto venía yo. Usando las mismas palabras de Malaquías, la intención y la
interpretación de la Iglesia no pueden ser más claras.
Rosy. Así las cosas, ¿se ha cumplido esta profecía tan singular de la Biblia?
Rosy. Y teniendo presente, como lo sabemos nosotros, que se hace presente sobre
multitud de altares el mismo Sacrificio de la Cruz.
P. Luis. Saben que el día de Navidad cada sacerdote, desde hace siglos, puede celebrar
tres Misas. Pues miren cómo las celebró en nuestras tierras americanas uno de aquellos
legendarios misioneros, el agustino Padre Agustín Gormaz, llegado a México en 1544.
“Dijo la primera Misa en Chilapa, la segunda en Atliztaca, que dista de Chilapa seis leguas;
la tercera la celebró a las doce del día, habiendo caminado quince leguas , y todo a pie, por
la más áspera tierra en todo el mundo”. Por entonces, hacía dos mil años que Malaquías
había asegurado: “En todo lugar”.
P. Luis. Volvamos a los sacrificios del Templo. Pareciera, digo sólo “pareciera”, que
Dios no quería aquel culto. Pero es todo lo contrario. Había israelitas muy piadosos que
ofrecían a Dios el culto con corazón muy sincero. Y así, decía el mismo Dios: “¡Tus
sacrificios están siempre ante mí!... Me honra quien sacrifica dándome gracias”.
Rosy. Pero ya se ve, esos sacrificios, ofrecidos con la mejor voluntad, no podían ser
dignos de Dios ni satisfacerle cumplidamente.
P. Luis. Eso se dará únicamente cuando venga Jesucristo, Hombre y Dios, y diga al
Padre: “No has querido sacrificio ni oblación, pero me has formado un cuerpo. Como no te
agradaron holocaustos ni sacrificios por el pecado, dije entonces: ¡Aquí vengo, a hacer, oh
Dios, tu voluntad!”.
Javier. Sí. Tenía que venir sobre el mundo un culto a Dios muy superior al judío, el
cual “consistía en comidas y bebidas, y sobre abluciones de todo género, impuestas hasta el
tiempo de la renovación”.
P. Luis. Eso era. Y en un culto así, es fácil que se introdujeran los abusos que
denunciaba el profeta: “Presentan en mi altar pan impuro… Hacen que la mesa de Yahvé
sea despreciable… Traen víctimas maltrechas… Vienen con eso en sus manos, ¿y quieren
que yo les esté agradecido?”... Ante semejantes desafíos, Dios mismo apostrofa: “¡Yahvé es
grande más allá del término de Israel!”.
Rosy. Ante esta situación, que nunca hubiera tenido remedio, es cuando “se presentó
Cristo como sumo sacerdote de los bienes eternos”.
P. Luis. Los dos, sin pronunciarla, han citado muy bien la Carta a los Hebreos. Y ahora
sí, ahora Dios, con el sacrificio de Jesucristo que es Sacerdote, Víctima y Altar, tendrá una
gloria plena, universal, porque todos los pueblos se la van a ofrecer en su honor y para
obtener todos sus favores.
Javier. Sabemos muy bien que en adelante, con la Cruz, Dios recibirá “todo honor y
toda gloria”.
Rosy. Nos hemos metido ya de lleno en la Eucaristía. ¿Seguimos con este mismo
pensar?...
Javier. Entonces, con este Pan y este Vino, el Cuerpo y la Sangre del Señor en nuestras
manos, podemos presentarnos ante Dios, y le decimos todo lo que queremos, sabiendo que
le vamos a agradar a Dios y que Dios nos va a escuchar siempre, porque siempre le va a
hablar por nosotros y con nosotros su mismo Hijo Jesucristo.
P. Luis. ¿No has oído nunca, Rosy, los cuatro fines de toda oración, especialmente en el
sacrificio? ¿Por qué han ofrecido a sus dioses todas las gentes el sacrificio?
Javier. Lo hemos oído muchas veces: para adorarlo, para agradecerle sus dones, para
satisfacerle por las culpas, para pedir sus favores.
P. Luis. Pues, eso mismo es lo que nosotros hacemos con Jesucristo en la Eucaristía.
P. Luis. Muy importante también. Decir “Eucaristía” es lo mismo que decir “Acción de
gracias”. Esa gratitud le dio el nombre al Sacramento. Por eso le podemos decir a Dios en
cada celebración: “¡Gracias, Dios nuestro, por el beneficio inmenso de la Redención, y por
todos los dones de naturaleza y gracia con que nos has enriquecido!”.
Javier. Así, ofreciéndole a Dios su propio Hijo, no tenemos nada más que darle ni Dios
puede recibir nada más como muestra de nuestro agradecimiento. Padre Luis, ¿puede seguir
con el tercero?
P. Luis. En todas las religiones ha tenido mucha importancia el pedir a Dios perdón por
los pecados. El hombre se siente culpable ante Dios, y le pide su perdón. La Iglesia no
podía ser una excepción. Y con Jesucristo Crucificado, que renueva su sacrificio en al altar,
le dice confiada: “¡Por este Cuerpo destrozado, por esta Sangre derramada, glorificados
ahora en el Cielo y presentes en el altar, perdona, Señor a los pecadores, salva a los
moribundos, libera a las almas del Purgatorio!”.
Rosy. Con semejante plegaria, compadecido y plenamente satisfecho, Dios hace a todos
los hombres beneficiarios de la salvación. ¿Nos dicta ahora el cuarto y último fin del
sacrificio?
P. Luis. ¿Qué somos ante Dios, ricos o pobres?... Unos pobres de solemnidad. Le
pedimos sus favores. Y, para estar bien seguros de que los vamos a alcanzar, buscamos un
buen intercesor, y éste es Jesucristo, nuestro Mediador, y con Él en nuestras manos y su voz
en nuestros labios, nos plantamos ante el altar suplicantes: “¡Señor Dios nuestro! Que te
conmuevan todas las angustias del mundo. Y acoge las preces de todos los que te suplican,
desde las del Papa y las de toda tu Iglesia, hasta las del último de los creyentes”. ¿Puede
Dios negarnos cualquier petición, que le hace el mismo Jesucristo?...
Javier. ¿No hemos poetizado con la Palabra de Dios al comentar así, con estas oraciones
y súplicas, el mandato de Jesús: “Hagan esto como memorial mío”?...
P. Luis. No. Porque esto es lo que hizo Jesucristo en la Cruz: adorar a Dios de una
manera total al someterse al Padre como Hombre-Dios; agradecerle a Dios todos sus dones
quien se encarnó y se metió en medio de todas las cosas como centro de la creación;
satisfacer y pagar a Dios por los pecados de todos sus hermanos, que eran incapaces por sí
mismos de merecer la salvación; y pedirle a Dios por nosotros, de manera que hasta le
obligara a cumplir su promesa: “Pidan lo que quieran, y lo alcanzarán”… “Todo lo que
pidan al Padre en mi nombre se lo concederá”.
Cuestionario
Rosy. Lo del Papa lo puede asegurar cualquier sacerdote…, igual que lo podemos decir
nosotros los laicos, porque nos unimos plenamente al sacrificio eucarístico, ofrecido en
nombre de todos por los ministros consagrados.
A continuación, la misma Lección 147,
Jesucristo, nuestro Hermano. El humilde de corazón,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. . ¿Qué me dicen ustedes cuando ven una familia numerosa? Digamos, unos
esposos luciendo doce hijos, como aquellos de Jacob.
Rosy. Eso, ha pasado de moda en nuestra sociedad moderna. Pero, queramos que no, es
lo más bello que se puede encontrar.
Javier. Acorde con Rosy. Pero que en esos doce se vean mezclados hermanos y
hermanas, y no se contenten con Dina solo…
Rosy. ¿Está de broma hoy, Padre Luis?... ¿O es que vamos a retroceder en nuestras
lecciones de Biblia para examinar otra vez la vida de los antiguos patriarcas?
P. Luis. No, Rosy. Hablo perfectamente en serio. Porque quiero hablarles de la familia
de Dios. ¿Sabrían decirme con cuántos hijos e hijas se ha contentado o se va a contentar
Dios?...
Javier. ¡Dios mío, qué pregunta! Dios no tiene más que un Hijo, el Hijo Eterno de Dios.
Pero si usted quiere hablarnos de los hombres y mujeres adoptados y adoptadas por Dios
como hijos e hijas, ¡hay para contar!...
P. Luis. A esto voy. Que Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es sólo el
Primogénito de Dios. ¿Cuántos le siguen después?
Rosy. Y tiene toda la razón. Porque si Jesucristo nos llamó “hermanos”, quiere decir que
formamos con Él una sola familia, la familia de Dios. ¿Cuántos hermanos y hermanas
somos? ¿Le ganamos a Jacob?...
Javier. La introducción a la clase de hoy ha sido algo capciosa por parte del Padre Luis.
Pero si quiere hablarnos de Jesucristo como Hermano nuestro, resultará por fuerza
interesante.
P. Luis. Jesús le dice a María la de Magdala: “Vete, y diles a mis hermanos”. Esta
palabra, “hermanos”, la pronuncia Jesús una vez resucitado.
Javier. Tiene que tener mucha importancia para entender la psicología de Jesús y la
realidad de la Revelación, ¿no cree?
Rosy. ¿Y por qué antes, durante su predicación, no nos llamaba Jesús “hermanos“, que
hubiera parecido más natural? Nos llamó “amigos”, “hijitos”.
P. Luis. Ciertamente, cualquiera diría que antes, sí; antes, en vida mortal, cuando Jesús
compartía con los discípulos todas las fatigas y debilidades de los hombres, estaba puesto
en razón que pasara como uno de nosotros y nos pudiera llamar “hermanos”. Sin embargo,
no lo hacía.
Javier. ¿Y nunca se llama así hasta ahora, cuando ha resucitado y está encumbrado en lo
alto de los cielos? ¿Por qué?
P. Luis. Esto parece demasiada benignidad. Sin embargo, es la realidad más grande.
Jesús es, como nos dice San Pablo, “el Primogénito entre muchos hermanos”.
P. Luis. Veladamente, lo ha dicho por primera vez en la cruz, cuando se declara hijo de
María y nos encomienda a nosotros como hijos al Corazón de su misma Madre: “Mujer, ahí
tienes a tu hijo; Juan, ahí tienes a tu Madre”.
Javier. Es cierto. ¿Una misma Madre de Jesús y nuestra? Luego, somos hermanos Jesús
y nosotros. Pero esto no nos resuelve nuestras inquietudes de por qué no nos llama
hermanos hasta después de resucitado.
P. Luis. Por algo lo hizo Jesús. Dejemos de razonar sobre esa cuestión del tiempo, y
empecemos por la realidad: ¡Somos “Hermanos” de Jesús!
Rosy. Vuelvo a mi pregunta de antes. ¿Por qué Jesús se llama por primera vez
“Hermano” nuestro a partir de la Resurrección?
Rosy. Esta palabra “Primogénito” debe ser muy importante, cuando el Apóstol insiste
tanto en ella.
P. Luis. San Pablo nos lo repite con estas palabras tan ponderativas: “Un solo Dios y
Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos”.¡Qué Hijo el que nos
ha hecho hijos de tal Padre!...
Javier. Yo estoy pensando: Ya no somos nosotros los pobres hijos de Adán y de Eva, y
Jesús el solo Hijo de Dios. Los hermanos pobres hemos sido elevados nada menos que a
categoría divina.
P. Luis. Y esto ha sido por la benignidad del Hijo de Dios que, al descender a nuestra
humilde miseria, nos subió a las mayores alturas.
Rosy. ¡A la idea de antes! Jesucristo no es el único hermano rico y feliz, y los otros unos
pobretones sin herencia. ¡Todos somos iguales desde que Jesús nos ha metido en la Gracia
y en la Gloria de Dios!
P. Luis. Con lo que hemos dicho hasta ahora, nos podemos dar cuenta de lo
revolucionaria que es esta doctrina en comparación con el Antiguo Testamento.
Javier. Es haber dado un giro de ciento ochenta grados. Yahvé era antes el Dios de las
alturas, al cual nadie se podía acercar. Ahora cada uno lo tenemos a mano.
P. Luis. Como ya hemos dicho en alguna otra lección, hemos de dejar de mirar sólo al
Jesucristo triunfador y glorioso. Dejemos eso, como una esperanza y una seguridad, para la
eternidad.
Rosy. Sí; ahora lo tenemos que mirar más bien como el Jesús de Nazaret, como el hijo
de María, como el trabajador del taller, como el que se fatiga y suda y tiene hambre, sed y
sueño, y, sobre todo, como el que muere en la cruz.
P. Luis. Escuchamos la palabra de Dios: “Por esto tuvo que asemejarse en todo a sus
hermanos, para ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que toca a Dios, y expiar
los pecados del mundo. Pues, habiendo pasado él la prueba del sufrimiento, pudo ayudar a
los que la están pasando”.
P. Luis. Hay dos profetas en el Antiguo Testamento que intuyeron bien esta sencillez
con que el Cristo futuro se iba a presentar. Uno lo describía: “¡Exulta sin freno, Sión; grita
de alegría, Jerusalén, que viene a ti tu rey, justo y victorioso, humilde y montado en un
asno”.
P. Luis. Isaías, más aún que Zacarías, describe así la actitud del Mesías: “No vociferará
ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz. No partirá la caña quebrada, ni apagará la
mecha mortecina”.
P. Luis. Esta humildad y mansedumbre de Jesús las ensalza San Juan Crisóstomo con
esta bella expresión: “sus palabras son capaces de cambiar un león en un cordero”.
Rosy. Digamos que no podía ser de otra manera. Porque Jesús tenía el corazón más
sensible que ha podido existir.
P. Luis. Eso dicen los psicólogos que estudian el Evangelio. Los sentidos corporales, los
afectos, las pasiones de Jesús anidaban en un cuerpo y en un alma de la delicadeza más
exquisita.
Javier. Si no tenía Jesús pecado alguno, por fuerza tenía que ser así.
P. Luis. Es lo que dicen también los teólogos. Desde el momento que era impecable, el
cuerpo y el alma de Jesús eran lo más apto para todas las sensaciones del gozo y del dolor
que puede experimentar un hombre.
Rosy. Y es natural que al manifestar exteriormente lo que sentía por dentro, Jesús
arrastraba a todos hacia Sí. Catervas de enfermos, grupos bulliciosos de niños, pecadores
innumerables.
P. Luis. Como explica San Jerónimo, el gran Doctor de las Sagradas Escrituras, “el
secreto imán de su benignidad divina y humana a la vez, arrastraba detrás de si a todos”,
pues, como dice también San Agustín, usaba “autoridad de padre y afecto de madre”.
Javier. Los Evangelios dicen que cuando Jesús enseñaba, “estaban admirados de las
palabras llenas de gracia que salían de su boca”, y las turbas “quedaban asombradas de su
doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”.
P. Luis. Javi, citas muy bien el Evangelio. Jesús, un hermano lleno de amor, no imponía,
persuadía; no exigía, atraía; no vencía, convencía.
Rosy. Pero donde vemos a Jesús como en Hermano nuestro es en la cruz: ¡para ser el
primero en el sufrimiento, para que ninguno se pudiera quejar en la vida!...
P. Luis. Eso es, Rosy. Allí cargó con nuestros pecados para expiarlos, y hacer de
nosotros, enemigos de Dios, unos hijos en el Hijo querido. Miren cómo dice esto la Carta a
los Hebreos: Aunque éramos esto, enemigos de Dios, “no se avergonzó de llamarnos
hermanos”.
Javier. No hay más que recorrer su vida para convencerse de lo Hermano nuestro que es
Jesús. Participó de todas nuestras miserias, desde el nacimiento en una cueva hasta la
horrenda muerte en un patíbulo. “¡No se avergonzó de los hombres sus hermanos!”.
P. Luis. Nada más abrimos el Evangelio de Mateo, ¡nos encontramos cada pieza entre
los ascendientes de Jesús! Pecadores de categoría. Y pregunta el gran Obispo y Padre de la
Iglesia San Juan Crisóstomo, con su elocuencia acostumbrada: “¿Qué haces, Mateo, con
recordarnos estas historias?”. A lo que responde el Evangelista: “Y eso, ¿qué tiene que ver?
Si precisamente vino él a la tierra no para huir de nuestras deshonras, sino para tomarlas
sobre sí mismo. Al dignarse tener parientes tales, proclama que no le avergüenza nada
nuestro, ninguna de nuestras miserias”.
Rosy. Sigo pensando en la cruz. Alrededor de ella, todos somos hermanos al ver cómo
nos amó nuestro Hermano mayor.
P. Luis. Sí; allí, en la cruz, dice hermosamente San Agustín, proclamó su amor a los
hermanos de una manera clamorosa: “A tambor batiente rompe el Crucificado la sordera de
los más duros corazones”. O, como diría después un escritor célebre, “aquellas cinco llagas
no son sino otras tantas bocas con la cuales Jesús está jurando que nos ama”.
P. Luis. Pacificando todas las cosas del Cielo y de la tierra, establecida la paz entre Dios
ofendido y el hombre pecador, Jesucristo ha realizado como nadie ha podido hacerlo la
“Fraternidad universal”. Hijos de Dios en el Hijo, hermanos de Jesús, “estamos en paz con
Dios por nuestro Señor Jesucristo”, y estamos en paz con todos los hombres.
Javier. Total, que la cruz, que era la suma violencia inventada por el hombre, se
convirtió, por Jesús, en la renuncia total a la violencia.
Cuestionario
Rosy. Ahora sí que nos podemos amar los hombres como nos amó el mismo Dios.
¡Juntos como hermanos!...
A continuación, la misma Lección 148,
En marcha hacia Dios. El motor de la fe, la esperanza y el amor,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Javier. Una maravilla de la técnica moderna, desde luego. Eso de cargar quinientas u
ochocientas personas y volar a once mil metros de altura y a más de mil kilómetros por
hora, requiere unos motores de potencia inaudita. No sabe uno cómo los pueden fabricar…
Rosy. ¡A dónde irá a parar en una clase de Biblia eso de los aviones y los motores y los
viajes por los cielos!...
P. Luis. ¿Lo quieres saber, Rosy? Pues, ya que me tiras de la lengua, te lo digo sin más.
¿Qué es más fácil, volar de Londres a Nueva York, de México a Buenos Aires, o subir el
hombre de la tierra al Cielo, al Cielo donde mora Dios?
Rosy. Alcanzar a Dios y su Gloria eterna por cuenta nuestra es, desde luego, bastante
más difícil que cualquiera de esos vuelos. ¡Para el Cielo de Dios sí que no valen nuestros
aviones!...
P. Luis. Pues, de esto quería tratar hoy, si ustedes están de acuerdo: del avión y de los
motores de que el inventor divino ha dotado a esa máquina imponente e inimaginable,
llamada la Gracia, que nos lleva hasta el seno del mismo Dios.
Javier. Puesta la comparación, diga de una vez cuál es el avión y cuáles los motores de
esa máquina divina inventada por Dios.
P. Luis. Como comparación, y sólo como comparación, les digo que el avión es la
Gracia y los morotes que la impulsan son las llamadas Virtudes Teologales: la fe, la
esperanza, la caridad.
Rosy. ¡Santos cielos! Una de las primeras preguntas y respuestas que aprendíamos de
pequeños en el catecismo. Me parece bien que ahora vengamos a estudiar eso mismo en
una clase seria de Biblia.
P. Luis. En una de las páginas más bellas, más profundas y, por eso mismo, más leídas
de toda la Biblia, como es el capítulo trece de la Primera Carta de San Pablo a los de
Corinto, nos encontramos con estas palabras: “Ahora permanecen la fe, la esperanza y la
caridad: estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad”. “Caridad”, lo sabemos muy
bien, es lo mismo que “amor”.
Rosy. ¡Dios mío! Las veces y veces que los habremos escuchado en la Iglesia… ¿Qué
quiere decirnos el apóstol San Pablo?
P. Luis. Nos dice en otra carta: “Por medio de la fe hemos recibido la justificación…, y
la esperanza no nos falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que se nos ha dado”.
Javier. Es lo mismo, pero con otras palabras. Pablo tiene muy claro lo que dice: fe,
esperanza, amor. Y todo en el Espíritu Santo.
P. Luis. Ese Espíritu Santo que se nos ha dado nos hace santos como lo es Él. Es lo que
llamamos en lenguaje cristiano la vida de la Gracia, o sea, la vida de Dios en nosotros,
porque somos hijos adoptivos suyos.
Javier. Ahora bien, si Dios es nuestro Padre, si nos ha dado su vida, si nos llama hacia
Él, si nos quiere meter en su gloria, ¿cómo desarrolla su vida en nosotros, cómo nos arrastra
hacia Sí, cómo nos va a tener siempre consigo?...
P. Luis. La respuesta la tenemos en esas virtudes que, junto con la Gracia, nos ha dado
en el Bautismo, es a saber: la fe, la esperanza, el amor, llamadas “teologales”.
P. Luis. Es lo mismo que decir: venidas de Dios. Porque no las hemos adquirido por
nosotros mismos y con nuestro esfuerzo, sino que nos han venido directamente de Dios, y
de una manera del todo gratuita. Nos las ha dado Dios sin merecerlas nosotros.
Javier. Volvamos al principio: ¿Por qué San Pablo dice que ahora permanecen las tres:
la fe, la esperanza y la caridad, y que la caridad es la mayor de las tres?
P. Luis. Porque la caridad, el amor, durará para siempre, mientras que desaparecerán,
también para siempre, la fe y la esperanza.
P. Luis. ¿Qué nos quedará entonces? Sólo el amor. Un amor inmenso e indecible a Dios,
y un amor también inefable a los ángeles y a los santos, compañeros nuestros para siempre
y participantes de la misma felicidad divina.
Rosy. Así que en el Cielo no diremos nunca: “¡Dios mío, creo en ti! ¡Dios mío, espero
en ti!”. Esto lo decimos ahora. Entonces no le diremos otra cosa, sino: “¡Dios mío, te amo,
te amo, te amo!”…
Javier. Rosy, ¡te elevas a Dios más que el Jumbo y el Airbus a los espacios!... Se ve que
los motores de tu avión son muy potentes…
P. Luis. Veo que han entendido la comparación. Eso que parece tan sencillo, decir
“¡Creo, espero, amo!”, no se puede expresar sino con la fuerza del Espíritu Santo. Miren lo
que escriube San Pablo: “Nadie puede decir Jesús es Señor, es Dios, sino con la fuerza del
Espíritu Santo” (1Corintios 12,3)
Javier. Ante esto, la vida cristiana entera que desarrollamos ahora en el mundo es
posible solamente por la fe, la esperanza y la caridad.
P. Luis. Miren cómo lo expresa San Agustín: “El templo de Dios, la vida del alma, se
fundamenta y empieza por la fe, se construye por la esperanza, y se termina por el amor”.
Rosy. Veo que es como si dijera: Creemos en Dios, y, porque creemos en Dios, nos
damos del todo a Dios; sabemos lo que Dios nos promete, y, porque es tan grande lo que
nos ofrece, corremos jadeantes detrás de ello hasta conseguirlo; “Dios es amor”, y un amor
tal, que le queremos apasionadamente, con un amor que está sobre todos los demás amores.
P. Luis. ¡Muy bien, Rosy! ¿Qué vienen a ser entonces estas tres virtudes teologales?
Javier. ¡Ya se lo digo yo! No repita la comparación. Son el motor potentísimo que
mueve la máquina de la Gracia de Dios. La Gracia de Dios es la vida divina que llevamos
dentro; la fe, la esperanza y la caridad son la fuerza que está actuando continuamente
nuestra vida divina. Ellas nos hacen correr hacia Dios de manare imparable.
P. Luis. Miremos, a contra luz, la desgracia del que se ha perdido junto con Satanás.
Nos la hacen entrever estas palabras trágicas del apóstol Santiago: “También los demonios
creen y tiemblan”. Al final, después de la muerte, en nosotros habrán desaparecido la fe y la
esperanza, ya perfectamente inútiles: con el amor tendremos bastante. Al demonio y al
condenado les pasará todo al revés. No tendrán para nada esas virtudes. Pero
experimentarán la presencia terrible de Dios, aunque sin la más pequeña esperanza de
verlo, y viviendo en un odio espantoso con incapacidad absoluta de amar.
P. Luis. Para asegurar todo esto que hemos dicho hasta ahora, no hemos recurrido más
que a uno o dos textos de la Biblia.
Javier. ¿Podemos confirmarlo todo con la misma Palabra de Dios? Sí; y nos habremos
de limitar a muy pocas citas, pues de lo contrario nos haríamos interminables. Esperemos
un momento.
Rosy. Pareciera que en esta primera parte no hemos tenido una clase de Biblia, sino del
catecismo que aprendíamos de niños o de muchachos. ¿Pasamos de lleno a la Biblia?
P. Luis. Empezamos con dos pasajes de San Pablo a sus queridos discípulos de
Tesalónica. Como el demonio nos quiere perder a todo trance en su misma condenación y
nos ataca furiosamente, nos pide el Apóstol estar pertrechados contra él precisamente con
las tres virtudes teologales: “Revistámonos con la coraza de la fe y del amor, y cubramos
nuestra cabeza con el casco de la esperanza de la salvación”.
Javier. ¿Hay que luchar, a pesar de lo formidables que son esas tres virtudes teologales?
P. Luis. Pablo no tenía miedo, pues había empezado su carta de esta manera: “Tenemos
presente ante Dios y Padre el obrar de su fe, el trabajo difícil de su amor, y la tenacidad de
su esperanza en Jesucristo nuestro Señor”.
Rosy. ¿Cómo y por qué se da a veces ese “trabajo difícil del amor”?
Javier. ¡Claro que no son fáciles! Pero el que tiene fe, y se empeña en conseguir la
santidad y la Gloria, ama sobre todo a Dios y a Jesucristo, y con ello lo vence todo.
P. Luis. Es clásico otro texto de San Pablo: “Nosotros tenemos esperanza en la santidad
anhelada, Porque siendo de Cristo Jesús, lo que importa es la fe que actúa por el amor”.
Rosy. Si es Dios quien nos ha dado directamente estas tres virtudes, yo creo que este
trabajar con fe y esperanza movidos por el amor es un secreto que lo saben vivir multitud
de cristianos en su quehacer de cada día: en la oración, en el trabajo, en la vida familiar. Y
es natural. Si están en la Gracia de Dios, lo deben hacer como por instinto.
P. Luis. Rosy, hoy estás que discurres de primera. Y la primera que hace eso que dices,
y sin darte cuenta, eres tú. Precisamente porque viven en la Gracia de Dios, y la Gracia va
siempre acompañada de las tres virtudes teologales que les comunica de continuo el
Espíritu Santo, las tres virtudes no dejan de actuar nunca. Están siempre en movimiento.
Javier. ¡Sí! La Gracia de Dios es vida. Y la vida se vive y se desarrolla con naturalidad,
sin darse uno cuenta que vive.
P. Luis. Así le enardecía San Pablo a su discípulo Timoteo: “¡Arrebata la vida eterna
para la cual fuiste llamado!”.
Javier. También se entiende esto fácilmente. Se lucha con denuedo porque se cree,
porque se espera y porque se ama. El que no tiene fe, ni esperanza ni amor, ¿por qué y para
qué se va a molestar en la vida”…
P. Luis. La Biblia tiene dos textos breves pero grandes y profundos. El único que agrada
a Dios es el que tiene fe. “Sin fe es imposible agradar a Dios”, dice la carta a los Hebreos;
mientras que San Pablo propone a los Romanos su tesis magnífica: “El justo vive de la fe”.
P. Luis. Escucha, Javi. Esa fe “es el fundamento de las cosas que se esperan”, continúa
diciendo la carta a los Hebreos. Quien tiene esperanza, nacida de la fe originada en Cristo
Resucitado, es el único que suspira y trabaja por la vida eterna, como nos dice este precioso
texto de San Pedro: “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo nos ha regenerado a una
esperanza viva, a una herencia incorruptible, reservada en el cielo para ustedes, a quienes el
poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvación”.
Javier. Pero, ¿habla sólo del amor a Dios, o también al de los hombres?
P. Luis. El amor de Dios infundido en nuestros corazones es único, pero tiene dos
vertientes: Dios y el hermano, que es imagen de Dios. Por eso sigue diciendo Juan: “Miente
quien dice ‘Yo amo a Dios’ y, sin embargo, no ama al hermano”.
Rosy. Por lo mismo, al hablar del amor, hemos de entender igual el amor directo a Dios
que el amor al hermano.
P. Luis. Todo el incomparable capítulo trece de la Primera Carta de Pablo a los de
Corinto, igual que este cuarto de la Primera Carta de Juan, hablan indistintamente del amor
de Dios y del amor del hermano.
Javier. Yo pienso que tanto el amor a Dios como al prójimo no han de ser platónicos o
románticos, sino efectivos, de obras; de lo contrario son un cuento.
P. Luis. El amor verdadero, tanto el directo a Dios como el indirecto por medio del
hermano, se manifiestan y se prueban por las obras. Dice Jesús: “El que guarda mis
mandamientos, ése es el que me ama”; y comenta por su parte Juan: “Quien ve a su
hermano necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de
Dios? No amemos de palabra ni con la boca, sino con obras y según la verdad”.
Rosy. Ante la belleza incomparable del amor, ¡ya está bien que Dios mismo nos haya
aclarado esto de que hay que probarlo por las obras!... Así no caben engaños.
P. Luis. Después de todo lo dicho, y con la Palabra de Dios tan explícita en la Biblia, no
nos equivocamos al llamar a la fe, a la esperanza y a la caridad el “motor potente” que
empuja hacia Dios toda nuestra vida cristiana.
Javier. ¡Qué nos vamos a equivocar! ¡Lo seguros que vamos en semejante viaje!
P. Luis. En marcha constante hasta conseguir la Vida Eterna, la Iglesia pone en nuestros
labios esta oración tan profunda, completa, eficaz y tan bíblica en su brevedad: “Dios
todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad; y, para conseguir tus
promesas, concédenos cumplir tus preceptos”.
Cuestionario
Rosy. Yo no creo que haya gracia más grande que podamos pedir a Dios. Con esa gracia
de la fe, la esperanza y el amor, tenemos la salvación en las manos.
P. Luis. Esas tres virtudes, que vemos tan explícitas en la Biblia, nos hacen vivir ya en
realidad dentro de los cielos, donde está enclavada el áncora de manera firmísima, por más
que las olas nos quieran engullir en el abismo.
Javier. Se me ocurre un arranque como antes el de Rosy. Ante Dios, ante su faz que nos
sonríe, repetimos muchas veces con honda convicción: “¡Creo, espero y amo!”; aunque
sabemos que, al fin, no quedará prendida en nuestros labios sino la última palabra: ¡Amo!...
A continuación, la misma Lección 149,
“¡Hágase tu voluntad!”. El punto central del Padrenuestro.
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
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Rosy. ¿Miedo de rezar el Padrenuestro? ¡Si no se me cae de los labios, y con qué gusto
que me salen sus palabras cuando lo rezo atenta y bien!
P. Luis. Pues, eres más afortunada que aquel cura, que predicaba una vez a su auditorio,
y les dijo: “Yo rezo mucho, rezo siempre. ¿Y saben qué oración pronuncio con más miedo?
Aunque ustedes no me lo crean: ¡El Padrenuestro!”…
Javier. Algún misterio se esconde en las palabras de ese cura predicador. ¿Por qué lo
decía, Padre Luis?
P. Luis. El cura aquel lo decía con humor, pero sabía muy bien lo que afirmaba. Quizá
les extrañe el que comencemos hoy así nuestra lección, pero es posible que lo entendamos
todos muy pronto, y le demos la razón a aquel cura un poco atrevido.
Rosy. Por lo visto, Padre Luis, la clase de hoy va a versar sobre el Padrenuestro. ¿No es
así?
P. Luis. Sí, el Padrenuestro es el tema de hoy. Es la oración más bella ─¡es nada menos
la que nos enseñó Jesús!─, y la más llena de amor de Dios y a Dios.
Javier. Es imposible superarla, por más que discurramos para inventar otra igual.
P. Luis. Es cierto. Pero es también la más seria y la más exigente de todas, porque tiene
como núcleo central esta petición: “¡Hágase tu voluntad!”.
P. Luis. Es lo que expresaba aquel predicador. Porque esa voluntad divina muchas,
muchísimas veces, es totalmente contraria a nuestros gustos, aunque la voluntad de Dios
sea siempre, ¡lo es siempre!, el querer salvarnos a todo trance.
Javier. Si hemos de ser sinceros, esto es verdad. Nuestros gustos chocan muchas veces
con los de Dios. Y eso de decirle que se haga lo que quiere Él y no lo que nos gusta a
nosotros, nos pone en un conflicto de lealtad con Dios.
P. Luis. Pero miremos que ese aceptar la voluntad de Dios le causó miedo, antes que a
nadie, al mismo Jesús, el cual decía entre angustias indecibles allá en Getsemaní: “Padre, si
es posible, que pase de mí esta copa sin que yo la beba; pero que no se haga mi voluntad,
sino la tuya”.
P. Luis. Jesús lo decía entonces con la misma convicción de toda su vida, como lo
expresó con frecuencia: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a
cabo su obra”.
Javier. ¿Saben que yo me he preguntado más de una vez a ver si Jesús improvisó esta
oración o la tenía muy bien preparada antes de enseñarla?
P. Luis. Muy sencillo. Tal como está el Padrenuestro en Lucas, pareciera que fue del
todo improvisada. “Maestro, enséñanos a rezar”. Y Jesús respondió, como al azar: “Cuando
ustedes recen, digan: Padre nuestro”…
Rosy. ¿Y en Mateo?
P. Luis. No tiene importancia, pero les digo mi opinión. Pareciera ser una plegaria
ordinaria suya, al menos en las primeras peticiones, como expresión de su estado habitual
de ánimo.
P. Luis. Era, ante todo, un desahogo filial: “Padre!”. Era un ansia enorme de glorificarle:
“Santificado sea tu nombre”. Era una gran ilusión por la implantación del Reino: “Venga a
nosotros tu Reino”. Era un entregarse del todo al cumplimiento de su misión: “Hágase tu
voluntad”. Y era un confiarse a la Providencia del Padre en las necesidades de la vida:
“Danos hoy nuestro pan de cada día”.
Javier. ¡Yo pensaba exactamente igual a lo que usted ha dicho! Jesús nos enseñó a rezar
conforme a lo que rezaba Él mismo, y casi seguro que con sus mismas palabras.
Rosy. ¡Qué belleza, si la cosa fue como ustedes dos piensan!...
Javier. Pero hemos de ir a lo propuesto: la voluntad de Dios como punto central del
Padrenuestro. ¿Qué decimos?
P. Luis. Dios será plenamente glorificado con el Reino cuando Jesucristo se lo entregue
completado del todo, salvados todos los elegidos, que es lo buscado por Dios a través de la
Historia de la Salvación.
Rosy. Así tiene que ser, desde el momento que Dios mandó su Hijo al mundo, “para que
el mundo se salve por él”.
P. Luis. Jesús se esforzó siempre en cumplir ese querer de Dios, pues decía: “he bajado
del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la
voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que él me ha dado. Porque esta es
la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna y que yo
lo resucite en el último día”.
Javier. Eso de cumplir la voluntad de Dios parece que en Jesús fuera, más que un ideal,
casi una obsesión. ¡Su Padre! No le interesaba más que el querer de su Padre.
P. Luis. Hemos empleado antes la palabra “estorbos” para significar los obstáculos que
pone el hombre al plan de salvación trazado por Dios. Y estos estorbos, decíamos, lo
mismo se dan a nivel personal que a nivel social.
Rosy. Empecemos por lo último: ¿está respondiendo el mundo a la voluntad de Dios que
lo quiere salvar?
P. Luis. Prefiero que las señales tú, Javi. ¿Qué observas como ciudadano?
Javier. Miramos las legislaciones que se imponen los pueblos con sus leyes
constitucionales. Cuando no están conformes con los Mandamientos inapelables e
imprescriptibles de Dios y con la verdad enseñada por Jesucristo; cuando no respetan todos
los derechos humanos; cuando aceptan institucionalizada la injusticia…, entonces, no se
cumple la voluntad de Dios, se retarda la implantación del Reino y hasta se deshace la obra
cristiana y social ya conseguida.
Javier. Y dinos tú, Rosy: ¿Qué piensas de muchas costumbres sociales introducidas
libremente por los hombres cuando van directamente contra el Evangelio?
Rosy. ¡Qué les voy a decir! Pienso desde la explotación de la mujer y del niño hasta la
pornografía en el Internet… Qué piensa Dios, espero saberlo en el día del Juicio.
P. Luis. Jesús se muestra serio de verdad: “¡Hay del que causa el escándalo!… Porque
es voluntad de su Padre celestial que no perezca ni uno de estos inocentes”.
P. Luis. San Pablo nos concretiza bien este querer de Dios, el Reino dentro de nosotros
mismos, cuando nos dice: “Esta es la voluntad de Dios: que sean santos”.
Rosy. Aquí encontramos, creo yo, la explicación más diáfana del fin de toda oración: si
no se busca en ella la voluntad de Dios; si no se acepta la voluntad suya que Dios nos
manifiesta cuando hablamos con Él; si discutimos y regateamos con Dios ante lo que nos
pide; en definitiva, si no hacemos como hemos dicho antes, lo mismo de María: “Que se
cumpla en mí según tu palabra”…, la oración resulta ser un engañarnos a nosotros mismos.
Javier. Rosy, tu interpretación de San Pablo es más rigurosa que la del mismo
Apóstol…
P. Luis. Y no va del todo descaminada. Porque Dios nos pide lo concerniente a nuestra
santificación y salvación a la vez que nos alarga su gracia, y nosotros le ponemos
resistencia en lo que nos pide y nos quiere dar para nuestro bien.
Javier. Cualquiera diría, al hablar así, que el Padrenuestro es una oración “negativa”,
porque viene a fastidiar todos nuestros gustos. Pero yo no creo que sea oración negativa, ni
mucho menos. No puede serlo en ningún modo.
P. Luis. ¡Claro que no es negativa! Es lo más positivo que se puede encontrar en nuestro
hablar con Dios. Porque, de parte de Dios, nos abre la vida a una paz y dicha inalterables.
Es cierto que se necesita “generosidad” para con Dios, y decirle con sinceridad: quiero
hacer lo que quieres Tú, mi Dios, y no lo que quiero yo.
Rosy. Con esto, vemos la voluntad de Dios en todo lo que nos sucede, y entonces no nos
da miedo nada, pues se cuenta con Dios para todo, aunque sea lo más temible que nos
pueda ocurrir.
P. Luis. Es entonces cuando repetimos siempre una de las oraciones más sorprendentes
de la Biblia, la de Job al caer sobre él todas las desgracias: “Dios me lo dio, Dios me lo
quitó. ¡Bendito sea su nombre!”. Con una disposición semejante, se descansa en los brazos
de Dios mejor que el niño sobre el seno de su madre, conforme a lo del salmista: “Modero
mis deseos como un niño junto a su madre”.
Javier. Actuar así, es decirle continuamente a Dios: “Padre, me pongo en tus manos”.
No se puede esperar mayor paz.
Javier. Vale la pena oír y saber estas palabras. ¡Cuántos paganos se habrán salvado por
obedecer a esta ley tan amorosa y delicada de Dios!
Rosy. Naturalmente, porque serán juzgados por Dios, “conforme a esa ley escrita en su
corazón y atestiguada por su conciencia”. Cuando hablan sinceramente con ese Ser
Supremo, mientras escuchan la voz del propio corazón, en realidad no hacen otra cosa que
repetir, a su manera, la palabra de Jesús: “¡Hágase tu voluntad!”.
Cuestionario
Javier. ¡A dónde nos ha llevado hoy el cosquilleo de aquel predicador cuando rezaba el
Padrenuestro!
Rosy. ¡El Padrenuestro! Lo he rezado mucho siempre. Espero rezarlo cada vez más y
mejor… “¡Padre, te quiero! Y porque te quiero, quiero también hacer siempre tu voluntad,
lo que a ti te agrada”…
A continuación, la misma Lección 150,
“De la cual nació Jesús”. María, la Madre del Dios-con-nosotros,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Había por aquel entonces mujeres que llamaban la atención del mundo, Reinas,
estrellas de Hollywood, deportistas, premios Nóbel, modelos de pasarelas y “mises” muy
llamativas. Pues, bien; un periodista preguntó a una locutora de Radio y artista de
Televisión que doblaba muy bien a sus personajes: “Oiga, y a qué mujer le gustaría doblar
algún día de modo especial?”. Y ella, sin pizca de reparos, responde tan fresca y atrevida:
“¿A qué mujer quisiera yo doblar? A la Mujer más mujer. ¡A María! Lo que usted oye”.
Javier. Y yo le felicito a usted, Padre luis, si es el valiente que viene hoy a doblarnos a
María en nuestra mente, pero tal como María está en la Biblia.
Rosy. Le pido lo mismo. Pero tenga en cuenta que, aunque los piropos y la poesía están
muy bien, queremos eso, doctrina bíblica.
P. Luis. Han adivinado los dos muy bien mi intención. Los tres estamos plenamente de
acuerdo. Y la idea la he tenido nada más leer las primeras líneas de Mateo: “María, de la
cual nació Jesús”.
Javier. Por una lección que vimos anteriormente, recuerdo muy bien lo del Evangelista.
Va narrando Mateo la genealogía de Jesús en orden descendente, y al llegar a José
interrumpe la lista de los varones, todos ellos padres biológicos, y lo llama: “el esposo de
María, de la cual nació Jesús”. ¿Digo la verdad?...
Rosy. ¡Como quien no ha dicho nada!... Una Madre, que es Virgen, y que se convierte
nada menos que Madre de Dios.
Javier. Mateo no dice “María, de la cual nació Dios”. Pero razonas sin pizca de error y
con la mayor exactitud: “¿Jesús es Dios? Luego María, su Madre, es Madre de Dios”. No
has podido decirlo con más acierto.
Rosy. Esto lo sabemos muy bien. Pero, ¿cómo ha llegado Dios, en su plan de salvación,
a este momento grandioso de la Encarnación de su Hijo en el seno de María?
P. Luis. Nosotros estamos acostumbrados a llenar de elogios a María. ¡La queremos
tanto! ¡Es tan bella! ¡Le echamos tantos piropos!... Pero todo lo que de María podamos
decir se encierra en la semilla, igual que el árbol con todas sus ramas y todos sus frutos.
Javier. Habrá de decirnos cuál es esa semilla. Quiero decir, ¿de qué hecho brotan todas
las grandezas de la Virgen?
P. Luis. Acabamos de decirlo los tres con esas palabras de Mateo, tan magníficamente
interpretadas por ustedes: ¿María, la Madre de Jesús? ¿Jesús es Dios? Luego María es la
Madre de Dios.
Rosy. “Madre de Dios”. Ya conocemos, pues, la semilla que contiene todas las
grandezas y privilegios de María. Que la lección de hoy sea digna de tema semejante…
P. Luis. Así lo tengo escrito en el guión que traigo en estos apuntes: “La semilla de la
que brotan todas las grandezas, gracias y privilegios de María, están encerrados en estas
solas palabras: “La Madre de Dios”.
P. Luis. Todos los textos que analizaremos serán los del Evangelio, relacionados con los
del Antiguo Testamento, que preanunciaba copiosamente esta Maternidad divina de la
Virgen.
Rosy. Nos plantamos sin más en Nazaret, donde vive una muchachita encantadora que
se llama María.
P. Luis. Así, Rosy. Hablemos con lenguaje bíblico. Llegó “la plenitud de los tiempos”,
es decir, el cumplimiento de la promesa de Dios que aseguraba al mundo un Salvador,
ansiado desde hacía siglos y milenios, con una esperanza que encarnaba el pueblo de Israel.
P. Luis. En este momento, “envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, para que nosotros
recibiéramos la condición de hijos”. Estas palabras de Pablo son muy escuetas, pero, ¡hay
que ver lo que dicen!...
P. Luis. Conocemos bien los hilos de la promesa divina. Primero, a Abraham: “En ti, en
tu descendencia serán bendecidas todas las gentes”. El Patriarca, “esperando contra toda
esperanza”, a sus cien años y con una mujer viejísima y siempre estéril, tiene descendencia
en Isaac, y de Isaac llegará hasta David.
Javier. “Hasta David”. Recuerdo muy bien la lección aquella. David oirá al profeta
Natán, que le promete de parte de Dios: “Cuando hayas muerto, suscitaré a uno de tu linaje,
consolidaré el trono de su realeza. Tu descendencia y tu reino permanecerán para siempre,
y tu trono está firme, por toda la eternidad”.
Rosy. ¡Qué buena memoria, Javi! Aunque mejor que buena memoria, veo que sigues
leyendo y estudiando la Biblia…
P. Luis. Israel se aferró a esta promesa de una manera increíble. Por desgracias que
vinieran sobre el pueblo, la ilusión en la promesa de Dios no se perdía por nada.
P. Luis. Pero, no. Antes de Asiria, el profeta Isaías comunicaba al rey una señal: “Mira
que una virgen concibe y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel”, el Dios-con-
nosotros.
Rosy. ¿Qué había ocurrido en realidad acerca del Mesías prometido y esperado?
P. Luis. Israel y Judá esperaban un reinado político, temporal, con un Mesías triunfador
que dominaría a todas las naciones. Aquí estaba su error. El Destierro les hizo reflexionar, y
ahora venían los profetas y ponían las cosas en su punto.
Javier. Seguían anunciando al Mesías, pero con características diferentes a las soñadas
antes, ¿no es así?
P. Luis. Así mismo. El Cristo futuro sería manso, humilde, comprendido y esperado
sólo por “Los Pobres de Yahvé”. Lo aseguraban dos profetas después del Destierro.
Sofonías animaba a su gente: “¡Grita alborozada, hija de Sión, lanza clamores, Israel,
porque Yahvé está en medio de ti!”. Y Zacarías: “¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría,
Jerusalén! Que viene a ti tu rey, justo y victorioso, humilde y montado en un asno”.
Javier. ¿Así iba preparando Dios a su pueblo para recibir al Cristo prometido?
P. Luis. Una gran parte seguía esperando en el Mesías glorioso y triunfador, y de aquí le
vendrá a Jesús la guerra de los partidos político religiosos. Otra, la de los Pobres de Yahvé,
personificados sobre todo en María, la Hija de Sión, estarán dispuestos a acoger al Salvador
prometido.
Rosy. ¡Qué saludo para una mujer! ¡Llena de todos los favores de Dios!...
P. Luis. ¿Y quieres saber una cosa? Este saludo era revolucionario en las costumbres
aquellas. Era indigno saludar a una mujer, como expresaba un rabino en diálogo con otro
maestro: “A una mujer no se la saluda nunca, ni personalmente, ni por un mensajero, ni tan
siquiera por su propio marido”.
Javier. ¡Pues, vaya! Y ahora es Dios quien se dirige a una mujer por medio de uno de
los Ángeles principales, para comunicarle: “¡El Señor está contigo!”.
P. Luis. Y anunciarle la noticia más grande para una mujer israelita: “Vas a concebir en
tu seno y dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, Salvador”.
Rosy. ¡Qué manera de quedar María invadida por toda la gracia de Dios!
P. Luis. Era quedar llena de tal modo por el Espíritu Santo que no eran nada en
comparación aquellas manifestaciones antiguas de la presencia de Yahvé.
Javier. ¿Cuáles?...
P. Luis. Por ejemplo, como cuando, acabado el Santuario por Moisés, “la Nube cubrió la
tienda del Encuentro, y la gloria de Yahvé lleno la Morada, de modo que ni Moisés podía
entrar en la Morada”.
Rosy. Aquí no se trata de signos, como la nube, sino del Espíritu Santo en persona.
P. Luis. María no se espanta, cuando le dice el Ángel: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti,
y te cubrirá con su sombra”. Por luz clarísima de Dios, la Virgen sabe que el hijo que se le
promete será el Cristo prometido, aquel a quien Dios “va a dar el trono de su padre David”,
y que es “el Hijo del Altísimo”.
P. Luis. La Virgen acepta libremente todo: “Aquí está la esclava del Señor. Que se
cumpla en mí lo que me dices”. Y en ese mismo instante, “El Verbo de Dios se hizo
hombre, y habitó entre nosotros”, en su tienda de campaña dentro de nuestro mismo
campamento.
Javier. Ahora eres tú, Rosy, la que sabes enlazar uno con otro los textos de la Biblia que
hemos ido aprendiendo.
Javier. ¡Gracias!
Javier. ¡Qué bien dicho! Por eso, Jesús llamará “Madre” a María con la misma
propiedad con que llama “Padre” a Dios. Jesús es tan hijo de María en cuanto hombre,
como en cuanto Dios es Hijo del Padre Eterno.
Rosy. Al haberla llamado el Ángel “Llena de gracia”, quiere decir que Dios se preparó a
su gusto a la que había de ser su Madre.
P. Luis. Esto implica que Dios pensó en Jesucristo al formar a María, la cual debía tener
una naturaleza auténticamente exquisita, apta en todo para dar a Jesús una humanidad
también excepcional.
Javier. ¿Les leo unas palabras muy curiosas sobre la Virgen, que tengo anotadas aquí en
mi cuaderno? Uno de nuestros clásicos del siglo dieciséis lo expresaba con inimitable
galanura literaria: “De las entrañas de María se cortaron aquellas entrañas que fueron
engaste de las entrañas de Dios. Pues corazón que había de dar corazón al propio corazón
de Dios, y entrañas que habían de dar entrañas para las entrañas de Dios, ¿qué corazón y
qué entrañas debían de ser?”.
P. Luis. Muy bien, Javi. Pero, antes, mucho antes que ese escritor tan fino, ya lo había
adivinado aquella mujer del Evangelio: “¡Dichoso el vientre que te llevó, y los pechos que
te amamantaron!”.
Rosy. ¿Les digo yo también algo en lo que he pensado mucho? Si María es Madre-
Virgen, es solamente Ella quien da naturaleza humana a Dios, sin concurso de varón. Por
eso, aunque María transmita a su Hijo los caracteres fisiológicos de los hombres de su
tierra, de su tribu, de su clan familiar, es indiscutible que María es una Madre del todo
singular, más madre que ninguna otra mujer, porque fue Ella, sola Ella, la que dio la
naturaleza humana con todos sus rasgos al Hijo que engendraba en sus entrañas.
P. Luis. Te felicito de corazón por pensar así. Pero ten presente que es ésta una idea hoy
normalmente admitida por teólogos y por psicólogos. María fue Madre única, y el Hijo,
mirado sólo como hombre, fue único también.
Javier. Considerado así el origen de Jesús, tuvo que ser parecidísimo a su Madre
físicamente, psíquicamente y moralmente. Y siendo María impecable, perfecta, sin tacha
por su Inmaculada Concepción y expresamente preparada por Dios para maternidad
semejante, Jesús tuvo que ser también un hombre excepcional. Hombre como Jesús y mujer
como María, no ha podido haber otros.
P. Luis. Les leo, porque lo traía preparado, un parrafito del Papa Pío XII: “Dios quiso
recoger en el rostro de su propia Madre todos los esplendores de su arte divino. Un rayo de
la belleza de Dios brilla en los ojos de su Madre. ¿No creen que el rostro de Jesús debía
reproducir de algún modo los perfiles del rostro de María?”.
Cuestionario
P. Luis. Déjense hoy de cuestionarios. Hemos comenzado con las palabras de Mateo:
“María, de la cual nació Jesús”. Y acabamos con las de Lucas: “¡Salve, la llena de gracia!”,
junto con la invocación clásica de la Iglesia: “¡Santa María, Madre de Dios!”…
A continuación, la misma Lección 151,
Los milagros de Jesús. ¡Fe! Necesitamos mucha fe,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. ¿Les cuento algo que nunca les he dicho, y que a lo mejor no me van a creer?
Javier. ¿Y piensa usted que si no creyéramos en usted asistiríamos a estas sus clases,
precisamente de Biblia?
P. Luis. Pues, de esto se trata. Dicté algunas conferencias sobre Biblia, y un fulano de
tal me suelta al final: “Usted ha mentido desde el principio hasta el fin. Usted no cree en
nada de lo que ha explicado. Usted no cree ni en Dios. Si usted creyera, usted haría
milagros, como los hacían los profetas y Jesucristo. ¿Cómo es posible ver tantos males
como ve y no hacer ningún milagro, ni usted ni la Iglesia para remediarlos? El día en que le
vea hacer milagros en provecho de los necesitados, creeré en usted, en la Biblia y en Dios.
Mientras no los vea, yo no creo en nada. Sus conferencias, en vez de ayudarme a tener fe,
me han dejado más negativo que antes. No creo en nada, igual que no cree usted”.
Javier. Realmente, que me cuesta creerle, Padre Luis. ¿Es cierto que le pasó a usted
esto?
P. Luis. Les hablo en serio. ¿Y saben cuándo me dijo esto aquel pobre cerebro? Apenas
yo acabé mis conferencias, y las resumí todas en esta exhortación, que, como sacerdote, me
pareció tenía autoridad para hacer, tomadas de San Marcos:: “¡Ten solamente fe!”.
“¡Tengan fe en Dios!”.
P. Luis. Nada; dejarlo en paz, porque es inútil. Me limité a rezar por él. Los milagros, de
tanta importancia en la Biblia, para creerlos y para entenderlos exigen una fe que solamente
nace de un corazón limpio y humilde. El soberbio y el de corazón torcido no cree ni los
entenderá jamás.
Javier. ¿Y por qué no nos habla algún día de los milagros de Jesús?
P. Luis. ¡Toma! Pues de esto les quiero hablar hoy. Por eso he comenzado contándoles
ese hecho doloroso que me pasó.
Rosy. Y al querernos hablar sobre los milagros de Jesús, ha empezado por lo último: por
la consecuencia que ha de producir el milagro: ¡La fe!
P. Luis. Jesús quería que quienes contemplaban los prodigios salidos de sus manos
tuvieran fe en Él. Porque Jesús no era un curandero, ni un prestidigitador ni un mago que
quisiera llamar la atención.
Javier. O sea, que Jesús pretendía solamente arrancar la fe en su Persona para llevar a
todos al Padre que lo había enviado, a fin de que todos alcanzaran la salvación.
P. Luis. Javi, con estas palabras has dicho todo lo que ha pretendido Dios con el milagro
en toda la Biblia, aunque tú lo has centrado en el Evangelio, en la Persona de Jesús.
Rosy. Con tantos milagros que hay en el Evangelio, ¿resulta fácil o difícil hablar de
ellos?
P. Luis. Al hablar de los milagros de Jesucristo parece que nos encontramos ante algo
fácil, y, sin embargo, resulta una de las lecciones más difíciles.
P. Luis. El mundo moderno duda de los milagros de Jesús. Los racionalistas los
negaron, diciendo que se los inventaron los discípulos después de la Resurrección de Jesús,
que tampoco existió. Aunque uno de ellos, más sensato, aseguró: “Es imposible negar los
milagros de Jesús sin negar todos los Evangelios”. Incluso la Resurrección, claro está.
Javier. Una cosa que nosotros, creyentes católicos, los admitimos sin más. Pero,
¿sabemos darles el sentido que tienen en la vida de Jesús? Esto quisiera que nos explicase:
¿qué significaban los milagros de Jesús?
Rosy. Padre Luis, ponga un poco de orden en lo que va diciendo, sobre todo si la lección
es algo difícil.
P. Luis. Aunque nos parezca extraño, los Evangelios nunca usan la palabra “milagro”,
sino otras equivalentes. “Milagro” en la Biblia viene decir algo admirable, sorprendente,
llamativo, inexplicable.
P. Luis. Cuando nosotros empleamos la palabra “milagro”, queremos indicar que Dios
ha cambiado las leyes de la naturaleza, realizando cosas que no se pueden hacer
naturalmente. Por ejemplo, decirle a un leproso con las carnes podridas: “Quiero, queda
limpio”; y el enfermo, con sólo oír la palabra, sin aplicársele medicina alguna, quedar con
unas carnes frescas como las de un niño… ¡Esto es imposible! ¿Qué ha ocurrido?
Javier. Para nosotros está claro: se han cambiado las leyes de la naturaleza.
Filosofamos. Eso es un milagro. Eso no lo puede hacer más que Dios, que está sobre la
naturaleza.
P. Luis. Para los judíos, las cosas admirables que Dios hacía indicaban que Dios estaba
con ellos, que Dios no abandonaba a su pueblo, que lo volvía a visitar… Eso de leyes de la
naturaleza, ni lo pensaban.
P. Luis. Todos los milagros del Evangelio indicaban que Dios venía a su pueblo; que
Jesús, el que los realizaba, era un enviado de Dios; que la palabra que les dirigía la
autorizaba Dios mismo, y, por lo tanto, que creyeran en Él.
P. Luis. Eso mismo. Y en este sentido, los Evangelios, en vez de “milagro”, emplean las
palabras “fuerza” o “poder”, “signo”. “prodigio”, “obra”: algo que solamente podía realizar
Dios.
Javier. Los sumos sacerdotes, letrados y fariseos, juzgaban de manera muy diferente.
P. Luis. Porque tenían un corazón mal dispuesto, y aunque los viesen igual que los
demás, no los creían y hasta los atribuían al diablo: “Éste no expulsa los demonios más que
por Beelzebul, Príncipe de los demonios”.
P. Luis. Estos de corazón torcido buscaban milagros en Jesús, pero los milagros que
ellos querían eran en el Mar Rojo como hiciera Moisés o en el Sol como Josué. Sin
embargo, Jesús les respondió: “Esta generación adúltera busca signos, y no se le dará otro
que el de Jonás, tres días encerrado en el vientre del cetáceo”: mi resurrección, y nada más.
P. Luis. Hay más todavía. Lo principal es el testimonio del que habla y actúa en nombre
de Dios. El caso más llamativo del Evangelio lo tenemos en el Calvario. El centurión era
romano, pagano, no tenía la fe de Israel en el Cristo. Sin embargo, cuando vio morir a
Jesús, un crucificado, aparentemente un criminal, pero tan diferente de los demás, exclamó
conmovido: “Verdaderamente, este hombre era hijo de Dios”.
Rosy. Bien diferente de los jefes del pueblo, a los que Jesús había desafiado: “¿Quién de
ustedes puede tacharme de pecado?”.
Rosy. Aunque ya lo haya dicho o insinuado al menos. ¿Qué es lo más importante que
pretendía Jesús con sus milagros?
Javier. Padre Luis, con estas palabras puede dar por acabada la lección. Más claridad, ni
el sol nos la puede dar…
P. Luis. Cada milagro escondía una intención particular. Si Jesús curaba a los enfermos
del cuerpo, expresaba que ante todo era el médico de las almas.
P. Luis. Dice al leproso: “Quiero, queda limpio”, e indicaba que Jesús tenía poder para
limpiar la lepra del pecado.
Rosy. Otro.
P. Luis. Jesús multiplica los cinco panes y sacia a una multitud inmensa. Al día
siguiente, explicará Él mismo que ha bajado del cielo como el verdadero maná: “No fue
Moisés quien les dio el pan del cielo; es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo”.
“Yo soy el pan de la vida”.
P. Luis. El Señor resucita al amigo Lázaro, y con ello confirma su palabra: “Yo soy la
resurrección y la vida. El que crea en mí, aunque muera, vivirá”. E indica también que
quien es capaz de revivir los cuerpos, mucho más lo es de hacer revivir las almas. Así lo
expresó San Jerónimo, el máximo doctor de la Sagrada Escritura: “Yo que estoy enterrado
en el sepulcro de mis culpas, que estoy atado por las cadenas de mis pecados, espero que
Cristo profiera sobre mí aquel grito del Evangelio: ¡Jerónimo, sal fuera!”.
P. Luis. Los milagros de Jesús habían de llevar al cambio de vida, pues los hacía “para
que crean y tengan vida eterna”.
P. Luis. La fe de la gente consistía al principio en creer que Jesús tenía poder para curar,
y por eso acudían a Él. Venía después el pensar. “¡Éste viene de Dios! Hay que
escucharle”. Y, finalmente, debían entregarse: “Hemos de hacer lo que Él nos dice”.
Javier. Así debía ser. Pero la mayoría no debió entender nada de eso.
P. Luis. La mayoría de la gente sencilla, quizá no. Pero aquí estuvo el pecado de los
jefes judíos. Veían y no creían, porque no querían creer, y por eso les dijo Jesús claramente:
“morirán en su pecado”.
P. Luis. Y por no haberse convertido después de ver tanto prodigio, amenaza Jesús a las
ciudades incrédulas: “¡Ay de ti, Corozain! ¡Ay de ti, Betsaida! ¿Y tú, Cafarnaún?... Si se
hubieran hecho en Tiro y en Sidón los milagros que se han hecho en vosotras, hace tiempo
que se hubieran convertido!”.
Javier. Se necesita estar ciegos para no reconocer aquí la acción misma de Jesucristo
por su Espíritu.
P. Luis. Cada milagro que vemos debería arrancar en nosotros aquella confesión de los
apóstoles en la barca cuando el mar embravecido. Jesús les grita: “¡No teman, que Soy
Yo!”. Cesa el viento, se calman las olas, y los discípulos se postran rendidos:
“Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios!”.
Rosy. No cabía otra respuesta… Hoy, Padre Luis, sí que no se dispensa el Cuestionario.
Cuestionario
P. Luis. Toda la teología del milagro en los Evangelios se resume en estos puntos tan
sencillos.
Primero. El milagro se contempla con corazón humilde y puro.
Segundo. Se cree en el Jesús que lo realiza, en su Persona. No puede hacerlo si Dios no
está con Él.
Tercero. Entonces, hay que aceptar su Palabra. Es verdad cuanto Él nos dice, pues lo
confirma con una obra que sólo Dios puede hacer.
Cuarto. Viene lo último: le obedecemos, y con nuestra obediencia rendida a su Palabra y
a su Persona, alcanzamos la Vida Eterna.
Javier. Creemos, creemos en ese Jesús que hacía tales milagros, coronados todos con el
milagro de los milagros, su propia Resurrección.
A continuación, la misma Lección 152,
“Sin desfallecer nunca”. Esto pide Jesús sobre la oración,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. ¿Puedes decirme, Javi, cuál es la ocupación tuya más importante cada día?
Javier. ¿Cuál quiere que sea?... Pues, empollarme los libros hasta acabar del todo mis
estudios que me coloquen bien en la vida.
Rosy. ¡Como es la mía también!... Mientras se es estudiante, no hay otro remedio. ¿No
le ocurrió a usted lo mismo, hasta que fue ordenado sacerdote?...
Javier. ¡Qué cara más seria que pone, Padre Luis! Parece que no está conforme con
nuestras respuestas.
P. Luis. Pues…, por esto pongo cara seria, porque no estoy conforme con lo que dicen.
Javier. ¿Qué quiere, que digamos el deporte?... Aunque siempre estaría por delante el
comer y el dormir…, o el atender a la novia o al novio.
P. Luis. Sí, es cierto. Sigo serio, con ustedes y conmigo mismo. Conmigo mismo,
porque no sé si es mi primera ocupación la que debe ser, la más importante, y con la que
me juego… la Vida Eterna.
Javier. ¡Vaya con qué nos sale ahora! No lo esperaba yo. Pero me vienen a la mente las
palabras del Director de un Retiro, que nos machacó a los jóvenes con palabras repetidas
con tono casi aterrador: “Lo más importante de la vida, ¡oración, oración, oración!... Porque
como dice un Santo (no recuerdo cuál) “quien ora se salva, quien no ora se condena”.
¿Atino ahora, Padre Luis?
Rosy. ¡Que si atinas! Mírale ahora la cara, cómo sonríe de oreja a oreja…
P. Luis. Esto, ténganlo presente, no se lo decía aquel Director rancio que citaba a San
Alfonso de Liborio, ni se lo digo yo. Esto es del mismo Jesús, que irrumpe sin más en una
página de su Evangelio: “Es necesario orar siempre sin desfallecer nunca”. Ante estas
palabras de Jesús, ¿cuál es la ocupación más importante del día y de la vida entera?...
Javier. Entendido, Padre Luis. Y le damos la razón. Hoy nos quiere hablar de la oración
según la Biblia, y del Evangelio en especial, ¿no es así?
P. Luis. Si estamos acordes los tres, empezamos por escuchar a San Pablo, que en su
primer escrito les pide a los fieles de Tesalónica: “Oren constantemente”. Y se lo va a
repetir después a los de Roma: “Manténganse perseverantes en la oración”. Y quiere que
los de Éfeso se distingan “recitando salmos, himnos y cánticos inspirados, cantando y
salmodiando en sus corazones al Señor”.
P. Luis. Esto no era sino seguir la tradición de la primera comunidad de Jerusalén. Los
Apóstoles, al regresar del Monte de los Olivos con María y el grupito después de la
Ascensión del Señor, se recogieron en el Cenáculo, “y perseveraban en la oración con un
mismo espíritu”. Recibido el Espíritu Santo, los primeros creyentes “se mantenían
constantes en las oraciones”.
Javier. Se ve claro que la Iglesia primitiva había aprendido bien la lección del Señor.
P. Luis. Nosotros no sabríamos cómo hacerlo, nos dice San Pablo, “pero el Espíritu
mismo viene en nuestra ayuda e intercede por nosotros con gemidos inenarrables”.
Javier. Antes de mirar cómo ha de ser nuestra oración según la Biblia, y del Evangelio y
los Apóstoles en especial, ¿por qué no miramos cómo fue la oración de Jesús?
Rosy. Pero antes, me permito una pregunta, algo que he oído más de una vez. Si Jesús
era Dios, ¿por qué tenía que orar a Dios? ¿No era eso hablarse a Sí mismo?...
P. Luis. Hubo tiempo en que muchos se hacían esta pregunta, y se respondían diciendo
que Jesús no oraba por Sí ni por necesidades suyas, sino que lo hacía simplemente para
enseñarnos a nosotros a orar.
P. Luis. Una idea como ésta no la sostiene hoy nadie. Al revés. Todos los teólogos y
todos los comentaristas de la Sagrada Escritura nos dirán que Jesucristo oraba porque lo
necesitaba, y lo necesitaba más que nadie.
P. Luis. Jesús no podía pasar sin oración. No podía vivir un solo instante sin
comunicarse con su Padre, sin hablar con Él, sin contarle todo, sin decirle que le amaba, sin
escucharle, sin auscultar cuál era la voluntad del Padre para cumplirla en toda su
perfección.
P. Luis. Nunca le llama “Dios” cuando ora. Lo hace sólo en la cruz, pero es porque
recita el salmo que empieza: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. En las
demás ocasiones, siempre lo llama “Abbá”, que significa “Padre” con el sentido del niño
que balbucea las primeras palabras. “¡Papá!”. ¿Qué nos parece?...
Javier. Jesús tenía que sentir a Dios como Padre suyo de una manera muy diferente que
nosotros, ¿no es así?
P. Luis. Jesús nunca dice “nuestro Padre”, sino “Mi Padre” y “Padre de ustedes”: “Ve, y
di a mis hermanos: “Subo a mi Padre y a su Padre”.
P. Luis. Para Jesús, Dios es su Padre natural, el que lo ha engendrado: “Salí del Padre, y
vuelvo a mi Padre”, tanto es así, que “Yo y el Padre somos uno”.
Javier. Así entendemos cómo Jesús no puede pasar sin la oración. Su mente está
clavada en su Padre. Su corazón no late sino por su Padre. Su vida entera está entregada a
su Padre.
Rosy. Aparte de que el Espíritu Santo debía invadir de tal manera al hombre Jesús, que
le hacía gritar continuamente mucho más que a nosotros: “¡Abbá!”, ¡Papá!
P. Luis. Por otra parte, Jesús como hombre es igual que cualquiera de nosotros,
necesitado de mil cosas. Ha optado por la pobreza, y ha de acudir a la Providencia de Dios
para que le asista, le socorra, le libre de tantas dificultades en la vida. El “Pan nuestro de
cada día” se lo pide a Dios con la misma naturalidad que nosotros.
P. Luis. Ponemos un caso nada más. La elección de los Apóstoles era de suma
trascendencia. ¿Y qué hizo Jesús? “Se fue al monte a orar y se pasó la noche en la oración
de Dios”. Barajó nombres, consultó al Padre, obró como hombre prudente, pero a la vez
trató de conocer el parecer del Padre, que inspira por medio del diálogo con Él.
P. Luis. En la Última Cena, la oración de Jesús llega a unas alturas sublimes: “Padre, ha
llegado la hora. Yo te he glorificado en la tierra. Ahora, Padre, glorifícame tú junto a ti con
la gloria que tenía a tu lado antes de que el mundo existiese. He manifestado tu Nombre a
los hombres. Por ellos me entrego en sacrificio, para que ellos sean también santificados.
Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros”.
Rosy. Esta oración no se la puede inventar un simple hombre. Jesús manifiesta ser algo
más.
P. Luis. Momentos después, esta oración sublime del Cenáculo se convertirá en oración
casi trágica en Getsemaní, cuando “comenzó a sentir tristeza y angustia…, con el alma
triste hasta el punto de morir”, “con un sudor como gotas de sangre que caían a tierra,
mientras insistía más en su oración”, y decía: “¡Abbá, Padre!, aparta de mí esta copa sin
que yo la beba; pero no se haga lo que quiero yo, sino lo que quieres tú”.
Javier. Pero es mucho más dura en el Calvario, cuando le oímos decir: “Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?”.
P. Luis. Más que curiosa, pregunta muy interesante. No, ni mucho menos; la oración de
Jesús no acabó en la tierra. Ahora, “resucitado, está a la derecha de Dios e intercede por
nosotros”. En el Cielo “está, viviente, intercediendo por nosotros sin cesar”, nos dicen San
Pablo y la Carta a los Hebreos.
Javier. ¡Esto es magnífico! ¡Pensar que estamos en la mente y en los labios de Jesús
continuamente mientras Él disfruta de su gloria!
P. Luis. Esto fue y esto sigue siendo la oración de Jesús. Los apóstoles notaban cómo el
Señor oraba sin cesar, y le pidieron: “Maestro, enséñanos a orar”.
P. Luis. Eso es exactamente lo que ocurrió. Porque fue entonces cuando nos dictó la
oración de los hijos de Dios, el “Padrenuestro”, que, afortunadamente, no se nos cae de los
labios.
P. Luis. “¡Padre nuestro!”. Y le decimos a Dios que sí, que nos sentimos felices de ser
hijos e hijas suyos, que pensamos en Él, que le queremos mucho…, y que en Él y por Él
amamos a todos los hombres.
Rosy. “Que estás en el cielo”. En el cielo de nuestra propia alma, desde luego; y en el
Cielo del más allá, donde nos espera y al que nosotros queremos ir.
Javier. “Santificado sea tu Nombre”. ¡No queremos, Dios y Padre nuestro, sino tu
gloria, esa que te damos cuando somos santos como lo eres Tú!
P. Luis. “Venga tu Reino”. ¡Que te conozcan y te amen todos los hombres, para que
todos alcancen la salvación eterna en el Reino celestial!
Rosy. “¡Hágase tu voluntad”. Aunque nos cueste en nuestra vida. ¡Más le costó a Jesús
en Getsemaní!
Javier. “Danos nuestro pan”. Padre bueno, que no nos falte nada de lo que necesitamos
para nuestra vida, y dáselo a todos, a tantos pobres que no tienen nada.
Rosy. “La tentación…, el Maligno”. ¡No queremos nada ni con Satanás ni con el
pecado!…
Javier. ¿Es difícil cumplir con este “orar siempre” que dice Jesús?
P. Luis. Desde el momento en que Jesús lo dice y lo manda, eso no puede ser un
imposible. Todo está en entender lo que es la oración.
Rosy. Para mí, un pensar en Dios, un amarle, un hablarle.
P. Luis. ¡Como si no hubieras dicho nada, Rosy! Mira las palabras que el Catecismo de
la Iglesia Católica trae de Santa Teresa del Niño Jesús, Doctora de la Iglesia: “Para mí, la
oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada hacia el cielo, un grito de
reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría”.
Javier. Quiere decir que no se necesita de muchas fórmulas ni de lugares especiales para
orar.
Rosy. ¡Haciendo la cocina!... ¿No fue la simpática Santa Teresa de Ávila la que dijo que
“entre los pucheros anda Dios”?...
P. Luis. Y yo les digo a ustedes dos, ¡y me lo digo a mí mismo!, que entre nuestros
libros también está, diciéndonos cuál es la principal ocupación del día…
Cuestionario
P. Luis. Es tan sencillo todo lo de hoy, que les encomiendo recuerden sólo algunas
nociones de lo que significa la oración en el Evangelio.
Primero. La oración es el primer deber del cristiano, impuesto por el mismo Jesús.
Segundo. Jesucristo, a lo largo de todo el Evangelio, es el gran modelo y el Maestro de
la oración.
Tercero. Aparte de las oraciones ya hechas y clásicas (el Padrenuestro y el Avemaría,
desde luego), se puede orar durante todo el día, en cualquier lugar y entre todos los trabajos
y deberes.
Rosy. La oración es para nosotros, igual que fue para Jesús, la respiración del alma. La
Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, está plagada de oraciones y de
ejemplos eximios de oración. ¿Por qué habrá inspirado Dios así los Libros Santos?...
A continuación, la misma Lección 153,
El Médico divino. La humanidad enferma y curada,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. Pues, no crea que no dudé y bastante. Me hacía pensar la carrera de Medicina.
¡Hay que ver el bien que se puede hacer a los demás!
Rosy. ¿A que adivino a qué viene pregunta semejante? De habérmela hecho a mí,
hubiera respondido igual que Javi. Pero, a lo que voy: ¿Verdad, Padre Luis, que se quiere
fijar en Jesucristo como Médico, y que ésta va a ser la lección de hoy, porque el mismo
Jesús se llama Médico en el Evangelio?...
P. Luis. Bueno, ustedes han hecho la mejor introducción. A esto iba yo, a comentar esa
palabra de Jesús: “Soy Médico. ¿Quién quiere ser curado?”...
Rosy. Sé que los pasajes del Evangelio los tiene abundantes. ¿Por cuál empieza?
P. Luis. Son tantos los textos del Evangelio a este propósito, que casi nos dejan
desconcertados.
Javier. Jesús curaba ciertamente enfermos. Pero nos podemos preguntar: ¿cuántos fueron
esos enfermos que se beneficiaron de la bondad y del poder de Jesús?
Rosy. Sabemos casos concretos: que si este leproso, que si aquel paralítico, que si unos
ciegos, que si epilépticos que parecían endemoniados…
P. Luis. Es cierto. Pero es necesario escuchar estas palabras de los Evangelios. “Le
trajeron todos los que se encontraban mal con enfermedades y sufrimientos diversos,
endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curó”. Igual que en otra ocasión, cuando “curó a
todos los enfermos”.
P. Luis. Estas afirmaciones las he tomado de Mateo, aunque las podríamos completar
con las de Marcos y Lucas, pero no hace falta seguir con textos y más textos. Juan se fija
sólo en algunas curaciones concretas y singulares, pero muy significativas.
Javier. Sí; aquí vale la pena decir que la abundancia nos hace pobres. No sabemos
escoger entre tantas escenas de enfermos curados.
Rosy. Muy bien todo. Pero, pregunto desde el principio: ¿de qué enfermedades se
trataba? ¿Sólo de físicas, corporales? Porque Jesús se apropió el nombre de “Médico”
precisamente rodeado de pecadores...
P. Luis. Con lo dicho tenemos suficiente para saber y asegurar que Jesús se encontró,
como dice tan expresivamente San Agustín, con un “gran enfermo”, con un “enfermo
enorme”, la humanidad caída, y era cuestión de curarla si Dios no quería que muriese
definitivamente en la misma condenación de Satanás.
Rosy. Javi, tú traes a Eva. Yo quiero traer a Maria, que con el Hijo de sus entrañas,
Médico divino, alargaría a la humanidad la medicina que le sanaría de todos sus males.
P. Luis. Es lo que hizo Dios, cuando se dijo compadecido: “Voy yo mismo hasta el
lecho en que se debate el enfermo entre la vida y la muerte, a ver si tendrá remedio”.
P. Luis. Miren lo atinadamente que lo comenta San Agustín: “Dios bajó como Médico
poderoso hasta el lecho del gran enfermo, ya que el enfermo estaba tan grave que ni podía
ir a buscar al Médico”.
Rosy. Y vemos que no lo hizo con una simple visita protocolaria. De manera
inimaginable para nosotros, bajó del Cielo y tomó nuestra misma carne enferma.
P. Luis. Esto es lo que había dicho el profeta Isaías, confirmado por el Evangelio de
Mateo, los cuales dicen de Jesús: “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras
enfermedades”.
Javier. Vuelvo a la cuestión que ha planteado Rosy: ¿de qué enfermedades se trata
cuando vemos a Jesús curar a tantos dolientes?
P. Luis. Hemos de decir desde un principio que Jesús curaba a los enfermos llevado de
su gran corazón. Le dolía el sufrimiento de los demás. Sentía verdadera compasión, y, no
pudiendo reprimir su poder de sanación, se volcaba ante toda dolencia para ponerle
remedio.
P. Luis. Sin embargo, tantas curaciones que narran los Evangelios eran, sobre todo, un
“signo”, es decir, indicaban algo muy superior.
Javier. Y en esto de las curaciones se ve a la primera: Aquel que curaba los cuerpos,
había venido del Cielo, para curar las almas.
Rosy. ¡Oh, sí! Hemos oído mil veces las palabras que levantaron semejante escándalo
entre los fariseos: “¡Éste blasfema! ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?”.
P. Luis. Por eso, añade Jesús ante el asombro de todos, dirigiéndose al enfermo: “Para
que sepan que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar los pecados,
levántate, toma tu camilla, y vete a tu casa”.
Javier. Lo vemos. La enfermedad grave que padecía la humanidad no era otra que el
pecado.
P. Luis. Sólo un testigo. San Clemente Romano, discípulo de los Apóstoles, lo dice con
frase bellísima a los fieles de Corinto, en carta que les escribe como Papa: “Jesús es luz que
ilumina mis ojos ciegos, aurora de gracia en mi noche de pecado”.
Javier. Creo que hoy, con una lección bien sencilla, vamos a entrar muy hondo en el
Corazón de Cristo...
P. Luis. Pero la dijo una vez resucitado. Se aparece a los apóstoles, “y les mostró las
manos y el costado”, a la vez que les decía: “A quienes perdonen los pecados, les quedan
perdonados”.
P. Luis. Esto no es más que el cumplimiento de la célebre profecía de Isaías: “Él soportó
el castigo que nos trae la paz, y con sus heridas somos curados”.
P. Luis. Eso venía de mucho antes que el profeta. El mismo Dios, dirigiéndose a Israel,
le decía ya en el Éxodo: “Yo soy Yahvé, tu médico que te sana”. Era el Dios que, por el
profeta Oseas, dice de Sí mismo: “Yo soy el que quiere sanar a Israel”.
Rosy. Y a fe que sanó a Israel y a la humanidad entera con el Médico más competente y
la medicina más eficaz, como es Jesucristo con su propia Sangre.
Javier. Es de suponer que una doctrina como ésta dejó huellas hondas en la Iglesia
desde un principio.
P. Luis. Entre los Padres de la Iglesia, nadie ha explanado esta doctrina de la Biblia
como San Agustín, que tiene frases de verdad lapidarias. Les cito sólo alguna que otra.
“Muchas y grandes son mis enfermedades, muchas y grandes; pero es mucho más grande tu
medicina, Señor”. Y sigue: “Medicina que no sacó de su armario, sino que compuso con su
misma sangre”. Al hacerse hombre el Hijo de Dios, “para que nuestra enfermedad,
convertida en muerte, no fuese eterna, se echó sobre sí nuestra misma enfermedad”.
Javier. Veo que San Agustín, con dichos tan hermosos, no hace sino dar la razón a la
palabra que tenemos en la Biblia. Porque Jesucristo, el Médico divino de la humanidad
enferma, al asumir nuestras debilidades, las curaba todas con el poder de su Divinidad,
“que residía en él corporalmente en plenitud”.
P. Luis. Javi, citas muy acertadamente a San Pablo con esas palabras a los de Colosas.
Al residir en Él plenamente la Divinidad, era mucho más grande la bondad y el poder de
Jesucristo que la malicia y el poder destructor del pecado.
Rosy. Por eso, yo adivino que en la cruz nos cura con su Sangre, y, al resucitar, mata en
Sí mismo todo lo que signifique enfermedad y muerte.
P. Luis. ¡Qué bien que discurren hoy los dos!... Decíamos antes que la enfermedad nos
la metió con el pecado en el paraíso Satanás, el cual, como dice Jesús, “era homicida desde
el principio”.
Javier. Sí; pero con la venida de Jesucristo le valió de poco su victoria. Porque Jesús se
presentó Él mismo como Médico de las almas a la vez que curaba las enfermedades
corporales.
P. Luis. Miren cómo se expresa Lucas ante las enfermedades corporales que curaba
Jesús: “El poder de Dios estaba en Jesús para obrar curaciones”.
Rosy. Y ya hemos visto antes que eso era signo del poder que tenía para sanar todas las
enfermedades espirituales.
P. Luis. Aquí viene el hecho y la palabra que ha motivado esta lección. En casa de
Mateo el publicano, rodeado de pecadores, dice Jesús: “No son los sanos los que tienen
necesidad de médico, sino los enfermos, y yo no he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores”.
Javier. Con esto regresamos al principio. ¿Y hoy? ¿Qué hace Jesús como Médico?
P. Luis. Jesús sigue igual. San Ignacio Mártir, Obispo de Antioquía y discípulo de los
Apóstoles, escribía ya en los principios de la Iglesia: “El Médico es uno solo, de la carne y
del espíritu, Dios que vive en la carne, Vida verdadera dentro de la muerte, Hijo de Dios e
Hijo de María”.
Rosy. Es Jesús, por lo mismo, el Médico que necesitamos los enfermos, porque todos
somos pecadores.
P. Luis. Esto es. Todos elevamos a Jesús aquellos gritos de los pobres enfermos del
Evangelio, y con sus mismas palabras, para que Jesús las recuerde bien y nos haga caso,
como les hacía caso en aquel entonces a los que le gritaban: “¡Señor, si quieres puedes
limpiarme!”. “¡Jesús, hijo de David, que vea!”. “¡Señor mira que mi criado está enfermo!”.
“¡Ven, Señor, que mi hija está enferma, y cúrala antes de que muera!”. ¡Mira, que tu amigo
está enfermo!”…
Javier. Esta lección se presta para una buena predicación del Evangelio…
Rosy. Yo creo que estos gritos no se deberían caer de los labios en nuestra oración.
P. Luis. Y yo te añado, Rosy, que se los debemos repetir sobre todo cuando nos
acercamos a nuestro Médico divino que se nos da en la Comunión.
P. Luis. Esta vez no es San Agustín quien nos habla, sino otro gran Padre de la Iglesia
en sus mismos tiempos, San Juan Crisóstomo: “¿Cómo nos libraremos de nuestras
dolencias? Tomando una bebida que es capaz de matar los gusanos y serpientes que anidan
en nosotros. Me dirás: ¿Qué bebida es ésta, de semejante eficacia? Esa es la preciosa
Sangre de Cristo recibida con fe. Ella acaba con todas las dolencias, con las pasiones que
corrompen nuestra alma”.
Cuestionario
Javier. Si yo hubiera escogido la Medicina, me hubiera gustado lucirme con los casos
más difíciles. Yo no lo he hecho, pero ya lo ha hecho Jesús, que cura a los enfermos más
críticos, a los que están ya desahuciados. ¿Quién se acerca a su consultorio, y no regresa a
su casa curado completamente?...
A continuación, la misma Lección 154,
“Ahora somos hijos”. Nuestra filiación divina,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. ¿Les cuento lo que me pasó con un buen amigo mío? Vivía él en Roma y por su
cargo y oficio había de tratar muchas veces con el Papa Juan Pablo II. Yo, con buen humor,
le digo un día: “¡Qué suerte la tuya, bandido! Siempre codeándote con el Papa”. Y a mi
buen humor responde él con toda seriedad, casi con enfado: “¡Déjate de cuentos! Mi
importancia y mi suerte es ser hijo de Dios”… ¿Qué le iba a responder yo? Tenía él toda la
razón.
Javier. Y yo también se la doy. Aunque a mí también me gustaría estar cerca del Papa.
Rosy. ¡Dios mío, a dónde nos llevan estas palabras! Me veo en el Tabor contemplando a
Jesús. Y así, así seremos nosotros, como Jesús en su Transfiguración, cuando salga de
nosotros toda la gloria de Dios que llevamos dentro ya desde ahora.
P. Luis. Pues esto es lo que vamos a ver hoy: qué es y qué significa para nosotros, según
la Biblia, el ser hijos de Dios.
Javier. ¿Quieren que les diga cómo siento yo esta verdad que ahora nos quiere explicar? Yo me
digo muchas con orgullo: “¡Mi padre es Dios!”, ¡Nada menos que Dios!, lo cual es ser algo
más que Presidente de Estados Unidos... Y me digo otras veces: “¡Dios es mi Padre!”, y si
Dios es mi Padre tengo en ello la garantía mayor de un amor inmenso, indefectible, eterno.
Rosy. ¡Qué bien discurres, Javi! Padre Luis, ahora le toca a usted el explicarnos, según
la Biblia, a ver si esto es verdad o no.
P. Luis. La Sagrada Biblia nos asegura que “Ahora somos hijos de Dios!”, y que “El
Espíritu da testimonio de que somos hijos de Dios”. Por eso Jesús nos dirá siempre, sobre
todo a cada paso en el Sermón de la Montaña y en todo el Evangelio de Mateo “Su Padre
celestial”. “Uno solo es su Padre, el del Cielo”. (Mateo 5,16.45.48; 23,9)
P. Luis. Preguntas bien. Jesús decía siempre “Mi Padre”. Sentía la paternidad de Dios de
una manera muy diferente de nosotros. Aunque con conciencia verdaderamente humana,
Jesús se sabía El Hijo de Dios.
Javier. No dudo de que esto es un misterio algo difícil de entender. Pero yo le pediría,
padre Luis, que ponga un poco de orden en esta lección de Biblia sobre neustra filiación
divina, sobre nuestra condición de hijos e hijas de Dios. ¿Dónde está el origen de esta
filiación?
P. Luis. Según la Biblia, ese origen no es otro que el amor gratuito de Dios: “Miren qué
amor nos ha tenido el Padre, para llamarnos hijos de Dios, ¡pues lo somos!”.
Rosy. Bien categórico: lo somos, ¡y basta! Ahora vengan todas las explicaciones.
P. Luis. Fíjense en estos detalles. Por amor nos creó, y la ceración es un acto de amor
paternal. Por amor paternal nos elevó en Jesucristo a la categoría de hijos suyos adoptivos.
Con amor paternal cuida de nosotros en cada instante de la vida, hasta vernos un día
consigo, dentro de su casa, el que es nuestro Padre celestial.
Javier. Entonces, por la Palabra que oímos, por la fe con que respondimos a la Palabra,
y por el bautismo, que fue la consecuencia de neustra fe, es lo que nos hizo posible el nacer
como hijos de Dios.
P. Luis: Esto exactamente es lo que nos dice San Pedro: “Miren que han vuelto a nacer,
y no de una semilla corruptible, sino incorruptible, por medio de la palabra de Dios viva y
duradera”.
P. Luis. ¡Vaya, Rosy, que si dices verdad!... Nacidos del linaje de Adán pecador, ¿qué
es lo que heredamos?
Rosy. Bellas palabras, que responden a realidades muy grandes, tan desgraciadas unas,
tan sublimes otras.
P. Luis. Según la Sagrada Biblia, todo fue por Cristo Jesús, como nos dice el apóstol
San Pedro en uno de sus textos más citados: “Dios, por su gran misericordia, mediante la
Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer a una esperanza viva, a
una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, que les está reservada en los cielos”.
Javier. Ningún creyente, desde luego, duda de este verdad. Lo dice la Sagrada Escritura,
y tenemos bastante. Pero a mí se me ocurre una pregunta quizá algo inoportuna: ¿Es que no
tenía Dios bastante con su Hijo divino, y hubo de buscarse más hijos fuera de Él?
Rosy. Antes de que el Padre Luis te responda con la Biblia, te voy a dar mi opinión,
Javi. Cualquier hombre y cualquier mujer sienten el ansia de la paternidad o la maternidad,
con lo cual, creados como han sido a imagen y semejanza de Dios, no hacen más que
expresar con su íntimo deseo lo que Dios sentía en Sí mismo desde toda la eternidad.
Javier. ¿Tú crees, Rosy, que cabe la comparación entre Dios y nosotros los hombres en
este deseo de paternidad o maternidad?
Rosy. Te doy mi parecer personal. Yo creo que sí, y es por esa razón que he dicho:
porque Dios creó al hombre, en especial a la pareja, “a su imagen y semejanza” como nos
dice la Biblia.
Rosy. Cierto. Era infinitamente feliz con el Hijo Unigénito que engendraba desde
siempre, pero soñaba divinamente en una gran familia, formada por hijos e hijas
incontables.
Javier. Sí, claro. Discurriendo como tú, Jesucristo, su Hijo encarnado, vendría a ser
como el Hermano mayor.
P. Luis. ¡Qué bien que lo estaban diciendo todo! San Pablo les da plenamente la razón a
los dos. Todo eso lo dice San Pablo varias veces y de diversos modos, por ejemplo:
“Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió su Hijo nacido de una mujer, a fin de que
recibiésemos la condición de hijos”. Porque Dios “nos predestinó a reproducir la imagen de
su Hijo, para que Él fuera el primogénito entre muchos hermanos”.
Rosy. Exacto lo que decíamos nosotros: una enorme familia, con Jesucristo como el
Hermano mayor.
Rosy. Siga, Padre Luis, con su explicación. Esto de que nuestro Padre sea Dios…, esto
de que Dios sea nuestro Padre…, es algo para enorgullecernos, es algo para vivir seguros,
como nos decía Javi, que, sin muchas explicaciones bíblicas, lo tenía muy metido en la
cabeza…
P. Luis. Jesús, sintiéndose Hijo, el Hijo de Dios, y lleno de su Espíritu que lo impulsaba,
se lanzó a la conquista del mundo por la implantación del Reino. Siempre llamaba a Dios
“Mi Padre”, y a los demás les decía: “Su Padre, que estás en el cielo”, como les decía antes.
Javier. Con ello proclamaba lo que iba a ser la gran realidad cristiana cuando
recibiéramos el bautismo.
P. Luis. Esta es la verdad, como nos dice San Pablo en ese incomparable capítulo octavo
de la Carta a los Romanos, cuando nos asegura lo que ha hecho el Espíritu Santo que Jesús
nos mereció con su Muerte y Resurrección redentoras: “Todos los que se dejan guiar por el
Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes han recibido un espíritu de hijos adoptivos
que nos hace exclamar: ¡Abbá! Padre”, ¡papá!
Rosy. Pero la palabra hijos “adoptivos” que emplea San Pablo necesita una explicación
detallada. ¿Adopta Dios igual que adoptamos los hombres?
Javier. Eso lo sabemos todos. Por eso, ¿hemos de pensar lo mismo de Dios?
P. Luis. No. La adopción que Dios ha hecho de nosotros es muy superior a la humana,
por más que la adopción de un niño o una niña hecha por un matrimonio sea tan bella, tan
magnífica, y tan semejante a la de Dios. Pero no igual, ni mucho menos.
P. Luis. Por el bautismo, Dios nos ha hecho nacer de nuevo, nos ha engendrado con una
nueva vida, porque al derramar dentro de nosotros su Espíritu, nos ha comunicado la vida
misma de Dios, que nos ha transformado radicalmente, y ha hecho de nosotros una nueva
creación.
P. Luis. Escucha lo que nos ha dicho Juan: “Nos llamamos hijos suyos, ¡y lo somos!”.
Igual que Pedro: Somos unos “nacidos de nuevo” por medio de una “semilla inmortal”.
Rosy. Si los padres adoptantes se sienten tan padres, y el hijo o la hija adoptados se
sienten tan hijos, ¿cómo será con Dios, que al adoptar nos engendra de veras, infundiendo
en nosotros una nueva vida?...
Javier. Rosy, ya que me sacas muchas veces a relucir mi afición a la Historia, ¿te traigo
un caso de adopción que confirme lo que has dicho?
Javier. ¿Tú sabes quién era Teodorico? Uno de los más grandes jefes de los bárbaros
que invadieron Europa y acabaron con el Imperio Romano. Teodorico, visigodo, penetró
en España, dominó parte de las Galias y se apoderó de toda Italia en la que reinó por más de
treinta años. Pues bien, Teodorico, al adoptar un hijo, le dijo estas palabras: “Tal persona te
adopta, que te estremecerás de su linaje”.
P. Luis. ¡Qué bien saben ilustrar la lección! Pero, sigo. ¿Qué lleva consigo el ser hijos?
Todos lo sabemos muy bien: ser herederos del padre que nos trajo al mundo.
P. Luis. Dios ha seguido consigo esta misma ley. Y así nos dice San Pablo con la misma
lógica: “Si son hijos, son también herederos, herederos de Dios, coherederos con
Jesucristo”, porque vamos a ser también “glorificados con él”.
P. Luis. Es la prometida por Jesús: “¡Dichosos, porque verán a Dios!”. Es lo que nos
dice Juan en el texto que hemos tomado como tema de esta lección: “Ahora ya somos hijos,
pero aún no se ha manifestado lo que seremos. Cuando se manifieste, seremos semejantes a
Él, porque lo veremos tal como es Él”. Todo nuestro ser será transfigurado en Dios.
P. Luis. Pero este plan tan amoroso y tan grandioso de Dios, exige de los nuevos hijos
de Dios el reproducir la imagen de Jesucristo, el Hijo Primogénito y eterno de Dios, como
nos ha dicho San Pablo: por ser hijos de Dios, somos unos “destinados a reproducir la
imagen de su Hijo”, pues los que han sido bautizados en Cristo, han sido revestidos de
Cristo”.
Cuestionario
Rosy. Tengo muy grabadas en la memoria las palabras de San León Magno, el Papa más
grande de la antigüedad: “Reconoce, cristiano, tu dignidad, y no caigas nunca de tanta
altura, ya que eres partícipe de la misma naturaleza de Dios”.
A continuación, la misma Lección 155,
El Día del Señor. El Sábado y el Domingo en la Biblia,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. ¡Bien! Gracias a Dios que no puedo enfadarme con ustedes, sino felicitarles de
corazón.
Javier. Pero, ¿a qué viene esa pregunta? ¿Es que nos va a dar una clase de Biblia sobre
el Domingo, o qué?
P. Luis. Por ahí va la cosa. ¿Qué era el Sábado en el Antiguo Testamento? ¿Qué es el
Domingo en la Nueva Alanza?...
Rosy. Interesante el tema que nos propone. El Sábado sale continuamente en la Biblia. Y
es posible que nos enteremos de muchas cosas sobre el Domingo. Empecemos, como es
lógico, por el Sábado.
P. Luis. Pues, aunque les parezca raro, empezaremos con el Domingo. El Apóstol San
Pablo se hallaba en Troade camino de Jerusalén, “Y el primer día de la semana, estando
todos reunidos para la fracción del pan, Pablo alargó la charla hasta media noche”. Ocurría
esto el año 58, menos de treinta años después de la Resurrección del Señor. Un año antes,
escribía sobre la colecta para los pobres de Jerusalén: “El primer día de la semana, cada uno
de ustedes deposite lo que haya podido ahorrar”.
P. Luis. Espera. San Juan, hacia finales del siglo primero, nos dice lo que le ocurrió en
la isla de Patmos, cuando tuvo la gran revelación del último libro de la Biblia: “Caí en
éxtasis el día del Señor”. ¿Adivinamos este lenguaje?...
Rosy. Lo sospecho. Este “Día del Señor” en el Apocalipsis, ¿es el mismo “día primero”
de que habla Pablo?
P. Luis. Aquí está el asunto y aquí tienen la respuesta. La semana judía comenzaba
terminado el sábado, y, por lo mismo, esos escritos de los Apóstoles se referían todos al día
siguiente del sábado.
Javier. Se ve todo. Quiere esto decir que los Apóstoles, con la autoridad plena que les
había dado Jesucristo, eliminaron la celebración del día sagrado del Sábado judío y lo
pasaron al día siguiente, al primero de la semana.
P. Luis. Pero, ¡al tanto! Era para sustituirlo por el “Día del Señor”, por conmemorar en
él la Resurrección de Jesús. Como “señor” en latín se dice “dóminus”, con el tiempo,
“Domingo” vino a significar lo mismo que “Día del Señor”.
Rosy. Entendidos del todo. Según la Biblia del Nuevo Testamento, el Domingo será
para el cristiano lo que el Sábado había sido para el judío durante toda su historia.
Javier. Siendo esto así, yo creo que para hablar del Domingo según la Sagrada
Escritura, resulta más pedagógico empezar por el Sábado entre los judíos, como signo de lo
que iba a venir.
P. Luis. Empezamos por la Creación. Dice el Génesis: “Dio por concluida Dios en el día
séptimo toda la obra que había hecho, y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera.
Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó”.
P. Luis. Para recordar la maravilla de la creación, impuso Dios el precepto del Sábado,
conforme al mandato de Moisés:: “Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días
trabajarás y harás todos tus trabajos. Pero el día séptimo es día de descanso en honor de
Yahvé tu Dios. Por eso bendijo Yahvé el día séptimo y lo santificó”.
Rosy. El Sábado era, por lo tanto, para recordar la maravilla de la creación, y para imitar
a Dios que descansó de su obra.
Rosy. O sea, ¿que esta bondad de Dios debía también ser “recordada” e “imitada” con la
observancia del Sábado?
P. Luis. Eso impuso Dios: “Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que
Yahvé tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y brazo tenso, por eso Yahvé tu Dios te
manda guardar el día del sábado”. Así lo establecía el Deuteronomio.
Javier. Claros los dos motivos: lo mismo que en el caso de la creación, Israel en el
Sábado debía recordar la liberación de Egipto e imitar el descanso de aquellos trabajos
duros.
P. Luis. La profanación del Sábado fue fustigada siempre por los profetas y fue también
una de las causas del Destierro de Babilonia: “No hicieron más que profanar los sábados”,
“y hasta los sacerdotes se han tapado los ojos para no observar mis sábados”. Esto decía
Ezequiel.
P. Luis. Mientras que la observancia del Sábado atraía sobre Israel las bendiciones de
Yahvé, como proclamaba Isaías: : “Dichoso el hombre que observa el sábado sin
profanarlo…, y el extranjero que guarda mis sábados”. ¡Dios bendecía el descansso
semanal!
Rosy. Sin embargo, en los tiempos de Jesús, los fariseos eran rigurosos de verdad.
¿Cómo se llegó de un extremo a otro?
P. Luis. Todos sabemos cómo, a partir del Destierro, observó Israel el Sábado. Lo
guardó con una escrupulosidad admirable. No se trabajaba absolutamente nada. Y en todas
las partes, tanto de Palestina como de la Diáspora por todo el mundo, las sinagogas estaban
repletas de fieles que escuchaban la Palabra y oraban y cantaban sin cansarse todo el día.
P. Luis. Eso estaba muy bien, y era y es una gloria del pueblo elegido. Pero, digamos,
con palabra de San Pablo, que “todo esto acontecía en figura, y fue escrito para enseñanza
de los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos”.
P. Luis. Los primeros cristianos, empezando por los Apóstoles, entendieron esto y
pronto comenzaron a pasar la celebración del Sábado al Domingo.
P. Luis. Aparte de los textos citados al principio, vemos cómo sitúa Marcos la
Resurrección de Jesús: “Pasado el sábado, muy de madrugada, el primer día de la semana,
salido el sol”.
P. Luis. Lucas, igual: “Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús”.
Y Juan: “Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, se presentó Jesús en medio de
ellos”.
Rosy. Los Evangelios no pueden ser más claros. El Sábado quedaba atrás.
Javier. Ante estos acontecimientos, fijados por Dios en el día primero de la semana,
¿qué iba a hacer la primitiva Iglesia?
P. Luis. El “Día del Señor”, el Domingo, tenía que sustituir definitivamente al Sábado.
El Domingo sería el día sagrado de los cristianos.
Rosy. Y yo pienso que había de observarlo con las mismas características que el Sábado
en el pueblo elegido del Antiguo Testamento.
P. Luis. El Domingo sería el día de descanso, porque la Iglesia, conocedora de que “no
tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos en busca de otra futura”, como dice la
Carta a los Hebreos, se esfuerza por entrar en aquel descanso de Dios, “pues quien entra en
su descanso, descansa también de sus trabajos como Dios descansó de los suyos”.
P. Luis. Con la Biblia en la mano podríamos seguir diciendo muchas cosas sobre “El
Día del Señor”.
P. Luis. El Papa Juan Pablo II le dedicó una importante Carta Apostólica en la que nos
hacía ver los bienes grandes que reportaríamos todos al restaurar la observancia religiosa,
familiar y social del Domingo.
Javier. Pero hoy las circunstancias sociales han cambiado profundamente nuestra
manera de actuar en los fines de semana, con algunos valores muy positivos.
P. Luis. Nadie lo niega. Pero, ciertamente, no nos lucimos al relegar al último lugar el
carácter sagrado del Domingo, cuando nos haríamos un bien inmenso al devolverle aquella
seriedad con que se celebraba en tiempos antiguos y que no están todavía tan lejanos de
nosotros.
P. Luis. Me limito a una palabras del Concilio: “La Iglesia, por una tradición apostólica
que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual
cada ocho días, en el día que es llamado con razón ‘día del Señor’ o domingo.
Rosy. Yo no lo dudo. El Domingo, al arrancar de los Apóstoles, viene del mismo Dios.
Esto no es cosa de la Iglesia, sino de Jesucristo en persona. Aquí la Iglesia iba guiada muy
directamente por el Espíritu Santo.
Javier. Rosy, tú estás pensando con la Biblia, y haces bien. Yo quiero discurrir con la
simple razón. Pensemos en nuestra sociedad: quitemos el Domingo, ¿cuánto va a durar la fe
en nuestros pueblos? Templos vacíos, olvido total de Dios… Olvidado Dios, sin su
recuerdo vital, ¿cómo van a ser las costumbres de la sociedad?
Cuestionario
P. Luis. Pues, no me lo voy a ahorrar. Aunque lo voy a condensar todo en muy pocas
palabras.
Primero. El Sábado fue instituido por Dios en el Antiguo Testamento, y era una ley
fundamental de Israel.
Segundo. Los Apóstoles, con la autoridad conferida por Jesucristo, sustituyeron el
Sábado por el Domingo, para conmemorar semanalmente en la Iglesia la Resurrección del
Señor.
Tercero. La observancia del Domingo, el “Día del Señor”, es de suma importancia en la
Iglesia, el nuevo Israel de Dios. Por el Domingo se mantiene la fe y se encamina la Iglesia
hacia el descanso eterno de Dios.
Rosy. ¡Domingo, bendito Domingo! No está hecho para divertirnos lejos de Dios. ¡Y lo
que hace pensar en el Domingo sin fin que nos espera, acabados los seis días de trabajo en
la vida!…
A continuación, la misma Lección 156,
El Mundo amado de Dios. ¿Qué pensar y qué decir del mundo?,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
Javier. ¿Me atrevo a adivinarlo yo, Rosy? El Padre Luis dirá a ver si atino o no. ¿Quiere
hablarnos hoy del mundo según la Biblia? Y, si lo va a hacer, ¿no hay que empezar por
saber lo que significa “el mundo”, porque tienen varios significados?
P. Luis. ¡Javier!...
Javier. Y Rosy está muy bien en un mundo, y lo ama. Pero podría estar en otro mundo,
al que odiaría de corazón. Y sería posible pertenecer a un mundo que la llevaría a una fatal
perdición. ¿Adivino o no adivino?...
P. Luis. Si quieres, Javi, la lección la dictas hoy tú. Porque ya has dicho todo lo que yo
quería exponer.
Rosy. Bueno. Espero estar muy bien en el mundo en que debo estar. Pues, por lo visto,
hay otro mundo de cuidado…
P. Luis. ¿Empezamos con dos textos del Evangelio de Juan, con palabras de Jesús que
parecen contradictorias en absoluto?
P. Luis. Dice Jesús a Nicodemo: “¡De tal manera amó Dios al mundo que le dio su Hijo
Unigénito!”.
P. Luis. Pero viene el mismo Jesús, y ve al mundo tan malo, que le dice al Padre: “No
ruego por el mundo, sino por los discípulos que tú me has dado. El mundo los ha odiado,
porque no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo”.
Rosy. ¿Qué decir del mundo cuando Jesús habla sobre él de maneras tan diferentes?...
Empiezo a entender aquella pegunta primera.
Javier. Desde ahora veo que nos encontramos con una lección de la Biblia muy
importante, porque, según lo que pensemos del mundo y según cómo actuemos con el
mundo, el mundo puede ser nuestra salvación o puede llevarnos a una perdición
irremediable.
P. Luis. Y empezamos por lo más elemental, lo que has propuesto antes, Javi: ¿Qué
debemos entender por “El mundo” según el lenguaje de la Biblia?
P. Luis. Primero, significamos el cosmos, o todas las cosas que Dios ha creado para el
hombre, como cuando decimos: “Dios creó el mundo de la nada”.
Javier. Está muy claro. Nos referimos a todo el Universo, tan grande, tan bello.
P. Luis. Segundo, entendemos por “El mundo” a todos los hombres y mujeres que
poblamos la tierra. Por eso decimos también: “Todo el mundo piensa lo mismo”.
Rosy. Muy claro también. El mundo que habitamos, en el que vivivimos, y en el que yo
me encuentro bien por la gracia de Dios. Aquí, el mundo somos la gente.
Javier. Entendido también. Esperamos nos diga algo de los dos mundos primeros, desde
luego, porque son muy queridos por Dios; y también de este mundo último tan malo, para
estar prevenidos contra él.
Rosy. Partamos del primero, del que llamaríamos el Universo, aunque sea más
concretamente la Tierra, nuestra morada actual.
P. Luis. Ante todo, miramos el mundo como el conjunto de todas las cosas creadas por
Dios para bien y provecho del hombre. ¿Y qué decir de él? La respuesta la tenemos en la
primera página de la Biblia: “Y vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien”.
Javier. Quiere decir que Dios lo hizo todo de tal manera bello y bueno, que el hombre,
al ver las maravillas de Dios, se elevara sin más al conocimiento de Dios.
P. Luis. San Pablo va más allá, escribiendo a los Romanos: “Hasta lo invisible de Dios,
su poder eterno y su divinidad, se deja ver a la inteligencia desde la creación del mundo”.
Javier. Por eso, y sin saber nada de nuestra Biblia, todos los pueblos creen en Dios con
sólo contemplar las cosas creadas.
Rosy. ¿Y para quién hizo Dios el mundo? Lo sabemos. Pero no sobra la pregunta.
P. Luis. Era y es todo tan bueno para el hombre, que la Biblia le dice a Dios: “Amas a
todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías
creado. ¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras”.
Rosy. Ante esto, ¿cómo se explican los males que encontramos en el mundo creado por
Dios?
P. Luis. Sí; la humanidad se vería libre sólo con la redención de Jesucristo, que, al librar
al hombre del pecado, librará también un día a la creación entera de la corrupción a la que
se ve sujeta, como nos dice San Pablo: “La creación fue sometida a la caducidad, no
espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la
esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”.
Rosy. Pero hoy el hombre, en vez de ayudar al mejoramiento del mundo creado, por
egoísmos incalificables, atenta contra la creación con grave perjuicio del bienestar de los
hombres, para los cuales hizo Dios tan bien hechas todas las cosas.
P. Luis. Rosy…, te metes en algo serio, y te has expresado muy bien. Un hombre
particular, o una Multinacional, no son dueños exclusivos del mundo, que lo es la
humanidad entera, y esos particulares no pueden atentar contra el bien de todos. En este
sentido, diríamos que el hombre no es el dueño del mundo, sino sólo un administrador, que
no puede robar a los demás sus derechos.
Javier. Padre Luis, saca una consecuencia muy seria del respeto que le debemos a la
Naturaleza.
Rosy. Y si de ese primer concepto del mundo pasamos al segundo, nos encontramos con
el hombre. ¿Qué decir del hombre?
Javier. Pero. Como hemos dicho antes, el hombre pecó, ¿y qué le esperaba?
P. Luis. Vendido libremente a Satanás, no le cabía otra suerte que la de su amo: una
condenación sin remedio. Y es aquí, como dice San Pablo, cuando “se manifestó la bondad
de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres: él nos salvó por su misericordia”.
P. Luis. El hombre, todo hombre y toda mujer, creados a imagen de Dios y redimidos
por la Sangre de Cristo, son ese mundo tan amado de Dios, con un amor muy superior al
que tiene al otro mundo, al de las otras cosas creadas.
Javier. Lo sabemos muy bien por la palabra de Jesús: Dios no ha enviado su Hijo al
mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.
P. Luis. Muy bien traído ese texto. Y Pablo nos dirá: “La prueba de que Dios nos ama,
es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”.
Rosy. Este mundo de los hombres es nuestro mundo. ¡Y cómo lo amamos! Queremos
amarlo como lo ama el mismo Dios.
P. Luis. Vemos, por lo mismo, que el mundo creado por Dios, lo mismo el de las cosas
como el de los hombres, es amado, muy amado por Dios. ¿De dónde viene, entonces, esas
exclamaciones de la Biblia tan extrañas?
Javier. ¡Y tan extrañas! Hemos oído la de Jesús: “No ruego por el mundo”.
P. Luis. Y viene Juan, y nos pide: “No amen al mundo, ni nada de lo que hay en el
mundo”. “El que ha nacido de Dios, vence al mundo”.
Rosy. ¿Cómo entender estas expresiones? ¿Es que hay contradicción en Dios, como si
amara y odiase a la vez?...
P. Luis. El pensamiento de Jesús y de los Apóstoles está bien claro. Este mundo malo
por el que Jesús ni quiso rogar es el mundo de Satanás y el gobernado por Satanás, el que
vive siempre enfrentado con Dios y contra su Espíritu Santo.
P. Luis. Porque es inútil del todo. Y los Apóstoles prevenían a los creyentes para que no
se dejaran seducir por tantas doctrinas y costumbres que metían en el mundo bueno esos
emisarios del demonio para echar a perder la obra de la salvación realizada por Jesucristo.
Javier. Nos podríamos preguntar: ¿Ha desaparecido de la tierra este mundo malo, malo,
enfrentado siempre contra Dios, contra Cristo y su Iglesia?...
P. Luis. No, no ha desaparecido. Ese mundo es, sencillamente, el que Juan llama “El
Anticristo”: “Han oído que iba a venir un Anticristo; pues bien, han aparecido ya muchos
anticristos”.
Rosy. Bien. Y ahora que tenemos claros los conceptos del mundo en sus diversas
acepciones según la Biblia, ¿qué nos toca hacer?
P. Luis. No es nada difícil sacar las consecuencias, que las hemos apuntado en cada uno
de los tres puntos: amar lo que Dios ama, y estar al tanto con lo que Dios no quiere, porque
se le enfrenta descaradamente.
Javier. ¡No nos dejamos seducir por el mal! Porque, como dice Jesús, no somos del
mundo, como tampoco lo es Él.
Rosy. Para ello, yo creo que nada como mirar a Jesucristo, ya que “todo fue creado por
él y para él”, como nos dice San Pablo.
P. Luis. Es cierto. Con la visión de Jesucristo siempre ante los ojos, el cristiano
aprovecha la creación y la vida como un don de Dios.
Javier. A este propósito, a mí me han llamado siempre la atención esas palabras de San
Pablo: “Ya sea que coman, ya beban, hagan lo que hagan, háganlo todo para gloria de
Dios”. Quiere decir que todo el mundo que Dios ha hecho y tal como lo ha hecho, es muy
bueno. Aunque paso a otra cosa. ¿Y cómo el cristiano mejora el mundo?
P. Luis. Nos lo dice también Pablo: “Consideren todo lo que hay de verdadero, de noble,
de justo, de puro, de amable, de buena fama, de virtuoso, de laudable, y todo eso ténganlo
en verdadero aprecio”.
P. Luis. Está claro. Porque entonces, todo lo que sea mejorar el mundo para que acepte
la salvación total traída por Jesucristo, todo eso es actividad digna del cristiano. Y el
cristiano lo mismo trabaja por la conservación de la Naturaleza que por la salvación eterna
de los hombres sus hermanos.
Rosy. Con los cambios que hemos visto modernamente, yo no dudo de que la Iglesia
piensa así. El mundo no le da miedo.
P. Luis. El Concilio nos recuerda esto, Rosy, con estas palabras: “El mensaje cristiano
no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a despreocuparse del bien
ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo”.
Cuestionario
P. Luis. Hoy me contento con que recuerden estos puntos tan sencillos.
Primero. Las tres aceptaciones de la palabra “mundo” en la Biblia son: una, las cosas
creadas por Dios; otra, la gente; otra, los enemigos de Jesucristo y su Iglesia.
Segundo. La Naturaleza y los hombres son amadísimos de Dios, y también de nosotros.
Pero hemos de estar prevenidos contra el mundo malo, el enemigo de Jesucristo.
Tercero, Dios nos encomienda el cuidado de la Naturaleza y el bienestar y la salvación
de los hermanos.
Rosy. ¡Qué bello es el mundo! ¡Qué bella es la vida!... Pero, ¡lo que será bello de verdad
es la vida en el mundo futuro que nos espera!...
A continuación, la misma Lección 157,
Los israelitas por el Desierto. ¿Iba con ellos Jesús?,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo
_______________
P. Luis. Dime, Rosy: cuando estudiamos el Antiguo Testamento, ¿cuál fue la lección
que más te impresionó?
Rosy. Hubo bastantes. Pero el hecho más importante fue, ciertamente, el de la salida de
Egipto y el peregrinaje de Israel por el desierto durante cuarenta años.
P. Luis. Y yo digo lo mismo que los dos. Pero les lanzo otra pregunta: ¿Iba Jesús con los
israelitas del desierto?
Rosy. ¡Vamos! Si faltaban mil doscientos años para que naciera Jesús de María en
Belén, ¿cómo iba a ir con los israelitas a través de las estepas? A Israel lo guiaba Moisés,
no Jesús.
Javier. Aquí ya no estoy acorde del todo con Rosy. Jesús en persona, no; pero recuerdo
perfectamente cuando veíamos a Jesús prefigurado en muchos acontecimientos, señalados
en el Antiguo Testamento, y que después hemos visto confirmados plenamente en el
Nuevo. Me atrevo a citar, porque los recuerdo, al mismo Moisés, el maná, el agua de la
roca, la serpiente de bronce…
Rosy. Me doy por vencida. Padre Luis, no tiene más remedio que mostrarnos hoy a
Jesús peregrino por el Desierto. A ver si en adelante no seré tan olvidadiza.
P. Luis. Javier lo ha dicho muy bien. Jesús iba con los israelitas en imagen, en figura.
Mateo lo dice en su Evangelio con una frase, más que histórica, simbólica, cargada de
intención teológica, al narrar el regreso de la Sagrada Familia después del hecho de
Herodes: “De Egipto llamé a mi Hijo”.
P. Luis. A Jesús le faltaban todavía mil doscientos años para venir al mundo, y, sin
embargo, lo adivinamos, lo vemos, lo encontramos de muchas maneras en esas páginas tan
importantes y aleccionadoras del Antiguo Testamento. Páginas que, a la luz del Nuevo, nos
harán ver a nuestro Salvador preparando su venida y su misión entre nosotros, los
peregrinos de hoy hacia la verdadera Tierra Prometida de la Gloria celestial.
P. Luis. Sí. Empecemos por el Jefe, por el caudillo, por el grandioso Moisés.
¿Simbolizaba a Cristo? Dios se le revela de tal modo, que Yahvé le “hablaba cara a cara”,
“de tu a tu, como un hombre habla con su amigo”. Y le confía la dura misión: “Marcha; yo
te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, los israelitas”.
Rosy. ¡Y a fe que lo cumplió todo bien! Es imposible no recordar toda la aventura del
Éxodo.
P. Luis. Sí; pero no logró la victoria completa, porque morirá en el monte Nebo, a las
puertas de la Tierra prometida. A pesar de este fracaso último, de Moisés dice la Biblia:
“No ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés”.
P. Luis. Hay más. Dios promete por labios del mismo Moisés: “Yahvé tu Dios te
suscitará, de en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo: a él habrás de
escuchar”.
P. Luis. Exacto, Rosy. Y vamos a ver semejanzas y contrastes entre los dos. Y lo
primero de todo: Jesús ve a Dios mucho más claro que Moisés. Nos lo dice Juan apenas
abrimos su evangelio: “A Dios nadie le ha visto jamás, sino el Hijo Unigénito, el que está
en el seno del Padre”. Jesús nos va a hablar de Dios mucho mejor que Moisés.
Javier. En Moisés, lo que más llama la atención es la salida de Egipto. ¿Podemos decir
si Jesús hizo algo semejante?
P. Luis. Lo de Moisés fue sólo una figura, una imagen de lo que iba a pasar. La
Redención humana, realizada por Jesús que nos arranca de las garras de Satanás, es muy
superior a la de Moisés que libera de Egipto a los israelitas.
Rosy. Está claro. La esclavitud de toda la Humanidad bajo el pecado y el demonio es
algo mucho más grave que la de un pueblo pobre aplastado por una potencia dictatorial.
Por esclavizados que aparecieran los israelitas en Egipto, era algo peor la esclavitud de
todos nosotros, sujetos a la misma condenación que la de Satanás.
Javier. ¡Jesús! Aquí tenemos a nuestro Jefe. ¡A éste sí que le podemos seguir a
ciegas!...
P. Luis. La que menos podían esperar, ni el mismo Moisés se imaginaba: “Mira, haré
llover del cielo pan; el pueblo saldrá cada día a recoger la ración diaria”. En efecto, “al día
siguiente por la mañana apareció en la superficie del desierto una cosa menuda, como
granos, parecida a la escarcha sobre la tierra. Al verla los israelitas se decían unos a otros:
“Man-hú, ¿Qué es esto?”.
P. Luis. Moisés lo entendió, y dijo a la multitud: “Esto es lo que les manda Yahvé. Que
cada uno recoja cuanto necesite para comer”. “Israel llamó a aquel alimento maná. Era
blanco, y con sabor a torta de miel”. “Los israelitas comieron el maná durante cuarenta
años, hasta que llegaron a tierra habitada”.
P. Luis. La Biblia, en los Salmos y los Sapienciales, dará el significado espiritual a este
prodigio del maná. Valgan por todos estos dos textos preciosos. Primero, el de un Salmo:
“Dios les hizo llover maná para comer, les hizo llegar un trigo celestial: el hombre comió
pan de los ángeles, les mandó provisión hasta para hartarse”.
Rosy. Esto es de una belleza sin igual. Israel podía estar orgulloso de haber probado tan
delicioso manjar.
P. Luis. Pero aquello no era más que una figura lejana de lo que pasaría en los tiempos
del Mesías. Los que no creían en Jesús, le pidieron desafiantes: “¿Qué haces tú para que
creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Les dio
a comer pan del cielo”. Jesús acepta el guante, y responde: “No fue Moisés quien les dio el
pan del cielo; es mi Padre el que les va a dar el verdadero pan del cielo, el que ha bajado
del cielo y da la vida al mundo”.
P. Luis. Jesús se lo dice sin posible tergiversación: “Yo soy el pan de vida. El que
venga a mí no tendrá hambre”. “Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo, para que quien lo coma no muera. Y el pan que yo les
voy a dar es mi carne para la vida del mundo. Porque mi carne es verdadera comida. Y el
que coma este pan vivirá para siempre”.
Rosy. ¡Este sí que es el Maná verdadero! ¡Este sí que es el Pan de los ángeles!...
P. Luis. Seguimos con otra imagen célebre, prefigurativa de Cristo: la roca. El pueblo
tuvo hambre y quedó harto hasta saciarse con el maná. Ahora viene otra queja fastidiosa
para Moisés: “Danos agua para beber. ¿Por qué nos has sacado de Egipto para matarnos de
sed a nosotros, a nuestros ganados y a nuestros hijos?”.
P. Luis. Y viene la respuesta de Dios: “Ponte delante del pueblo, toma tu cayado, yo
estaré contigo junto a la roca de Horeb, golpéala y saldrá agua para que beba el pueblo”.
Así actuó Dios, ¡siempre tan bueno!, ante el pueblo que desafiaba a Moisés: “¿Está Yahvé
entre nosotros, o no?”.
P. Luis. Una tradición judía aseguraba que esa roca siguió a Israel en sus
peregrinaciones por el Desierto. Y San Pablo, haciéndose eco de esta tradición judía, la
interpretará diciendo: “Todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca
que les seguía, y la roca era Cristo”.
P. Luis. Jesús y los Apóstoles darán la interpretación verdadera. “Quien tenga sed que
venga, y beba el que crea en mí. Porque de sus entrañas saldrán torrentes de agua viva”,
clamaba Jesús en la explanada del Templo. “Y esto lo decía del Espíritu Santo que iban a
recibir los que creyeran en él”.
Javier. Sí; Jesús era la Roca que, golpeada en el Calvario, dejó salir “sangre y agua” y
con ella el Espíritu que se iba a derramar apenas Jesús resucitase. ¿Digo mal?
P. Luis. Javi, no lo puedes decir mejor. Así lo vieron los grandes Padres de la
antigüedad cristiana, como un San Ambrosio, que invitaba: “Bebe a Cristo, que es la fuente
de la vida”.
P. Luis. Quien la bebe, percibe lo de San Ignacio Mártir, discípulo de los Apóstoles,
que la notaba dentro de sí como un manantial rumoroso. Escribía, mientras era llevado a
Roma para ser echado a las fieras: “Siento dentro de mí un agua viva, que murmura: ¡Ven
a mí!”.
Javier. Para nosotros, y por tener respuestas como éstas, valía la pena que el pueblo se
quejara tanto contra Moisés y contra Dios.
P. Luis. Pues, va a venir otra bien sonada, y que fue quizá la que más molestó y ofendió
a Dios. Nueva queja del pueblo, después que había presenciado los grandes prodigios
anteriores. Se enfrentan contra Moisés y el mismo Dios: “¿Por qué nos han sacado de
Egipto para morir en este desierto?”. Se enciende la cólera de Dios, y viene el castigo: las
serpientes venenosas, que con sus picaduras siegan a montones las vidas.
P. Luis. Eso mismo. Muertes y más muertes hasta que Dios se apiada y ordena a
Moisés: “Haz una serpiente de bronce abrasadora y ponla en un mástil. Todo el que haya
sido mordido y la mire, vivirá”. Y así fue. “Si una serpiente mordía a un hombre y éste
miraba a la serpiente de bronce, quedaba con vida”.
P. Luis. Vamos ahora a la pregunta primera: ¿Iba Jesús con los israelitas por el
desierto?...
Javier. ¡Qué relectura de la Biblia con esta lección! Mil doscientos años antes de que
viniera al mundo, la figura y la presencia mística y espiritual del Cristo futuro empezaba a
llenar todas las páginas de la Historia de la Salvación.
Cuestionario
Rosy. No me imaginaba yo que hubiéramos de aprender tanto hoy. Padre Luis, ¿no saca
algunas consecuencias de todo lo dicho?
P. Luis. ¿Consecuencias sacadas por mí?... ¡Si las iban sacando ustedes tal como
avanzaba la explicación!…
Primero. Todo se reduce a lo que San Pablo dice a los de Corinto sobre estos hechos
concretos del Desierto: “Estas cosas sucedieron para ejemplo nuestro, para que no
codiciemos lo malo como ellos lo codiciaron”.
Segundo. Vamos nosotros a lo positivo en la vida cristiana. ¿No vemos en el maná la
Eucaristía? ¿No bebemos el agua del Espíritu Santo en las llagas de Jesús? ¿No miramos la
Cruz, cuando nos sentimos débiles, en nuestras caídas, en las faltas de cada día?
Tercero. Sobre todo, ¿no seguiremos siempre con fidelidad a Jesucristo, nuestro Jefe, el
verdadero Moisés que nos meterá con toda seguridad en la Tierra Prometida de la Gloria?
Rosy. Tú con tus historias, nos vienes con una cuestión que no sabemos responderte. Lo
que sí te digo es que aquella moneda dice una gran mentira.
Rosy. ¡Eso, si! Resulta divertido el saber que el nombre “cristiano” ha desaparecido del
mundo… Al oírlo, vienen ganas de reír en grande.
Javier. Bueno, pero ahora te declaro mi intención: ¿No podría el Padre Luis dictarnos
una lección sobre el nombre “cristiano” tal como está en la Biblia? Para esto he traído el
cuento…
P. Luis. ¡Y qué bien traído! Intentaré con gusto satisfacerte. ¿Y por dónde quieres que
empiece?
Rosy. En Antioquía, en los mismos principios de la Iglesia, cundo vivían todos los
Apóstoles que a sí mismos se pudieron llamar cristianos… ¿No nos parece esto una
providencia grande de Dios?
Javier. Sí; hay para emocionarse. Pero, ¿quién fue el inventor de este nombre?
P. Luis. Pues, no sabemos quién fue el que tuvo semejante ocurrencia, la de dar este
nombre a los que seguían a aquel Jesús que había sido crucificado en Jerusalén y del que
decían que había resucitado.
Rosy. ¿Y qué se piensa, poco más o menos, acerca de quién fue el inventor?
P. Luis. ¿Fue un gentil, un pagano, que se hacía un lío con los judíos de siempre y con
los nuevos, que llamaban “Cristo” a Jesús, y llamándolos con el apodo de “cristianos”
acababa para siempre con la cuestión?
P. Luis. Parece lo más probable que se trató de esto, de un apodo algo despectivo. Pero
lo cierto es que el nombre de “cristiano” nació en Antioquía, y lo que pudo ser una palabra
insultante se convirtió en un timbre de gloria.
Rosy. ¡Y de tanta gloria! Llamarme cristiana no lo cambio por nada del mundo…
P. Juan. Sigue pensando así, Rosy… No pasarán muchos años, y veremos que la
palabra era recibida en la Iglesia como propia de los seguidores de Jesús.
P. Luis. Leemos en una carta de Pedro: “Que ninguno de ustedes tenga que sufrir ni por
criminal ni por ladrón ni por malhechor ni por entrometido: pero si es por cristiano, que no
se avergüence, sino que glorifique a Dios por llevar este nombre”.
P. Luis. Mucho antes de que Pedro escribiera estas magníficas palabras, el rey Agripa le
bromeaba a Pablo: “¡Por poco me convences para que me haga yo también cristiano!”.
P. Luis. Lo que oyes. A lo que contesta Pablo: “Quiera Dios que por poco o por mucho,
no solamente tú, sino todos los que me escuchan, llegaran a ser tales como soy yo, excepto
estas cadenas”.
Rosy. Pero entonces, nos preguntamos: ¿Qué entraña la palabra “cristiano” a la luz del
Nuevo Testamento?...
P. Luis. Una sola expresión lo compendia todo: “Cristiano se llama y es aquel que sigue
en todo a Jesucristo”.
Javier. ¡Parecería que no ha dicho nada! Pero aquí se encierra todo un mundo para
nuestra vida de bautizados.
P. Luis. Digamos desde un principio que en el Nuevo Testamento, sobre todo en los
escritos posteriores, la palabra “discípulos” equivale a veces, no siempre, a “cristianos”.
Nosotros aquí, para entendernos, cuando hablemos de “discípulos” será en en sentido
amplio que tuvo posteriormente, es decir, el equivalente a “cristianos”.
Rosy. ¿Y quién es un cristiano, en este sentido bíblico, conforme a los escritos de los
Apóstoles?
P. Luis. Ante todo, es un “elegido” por Jesucristo, como escribe San Pablo a los de
Corinto:. “Miren, hermanos, quiénes han sido llamados”. Y les añade a los de Tesalónica
que los “ha llamado a su Reino y gloria”.
Javier. Esos llamados podían estar orgullosos al haber sido los elegidos entre tantos…
P. Luis. Sí, es cierto. Pero, para matar todo orgullo, Pablo les dice a los de Éfeso que ha
sido con una elección y llamada libres de Dios “para que ninguno se gloríe”, por más que,
según el Apocalipsis, son “los suyos, los llamados, los elegidos” de Jesucristo.
P. Luis. Eso mismo. Esta vocación la expresa Pablo a los de Roma cuando les escribe
que son “llamados de Jesucristo, a ser santos por vocación”; y esto, como dirá a los de
Éfeso, lo hizo Dios desde “antes de la creación del mundo, para que llegáramos a ser
santos, inmaculados, amantes”.
Javier. No podemos quejarnos de escasez de textos en los Apóstoles para probar lo que
es nuestra vocación cristiana.
Rosy. El cristiano, por esto, tiene conciencia de que, aun estando en el mundo, no es del
mundo, porque está destinado a otro mundo superior, al cual Dios le llama.
P. Luis. Esta tu idea, Rosy, se la escribe Pablo así a los de Colosas: “Busquen las cosas
de arriba, donde está Cristo” el que los llamó. “Aspiren a las cosas de arriba, no a las de la
tierra, porque su vida está escondida con Cristo en Dios”.
Javier. ¿Quiere decir esto que el cristiano se puede desentender de las cosas temporales?
P. Luis. No, ni mucho menos. Al revés, el cristiano tiene más conciencia que nadie de
que, por vocación, está destinado por el mismo Jesucristo a transformar el mundo,
preparando todas las sendas al Reino de Dios. El mundo futuro lleno de felicidad, que
espera el cristiano, debe hacerle aprovechar el tiempo presente para trabajar denodadamente
como hombre de provecho, de manera que, como dice Pablo a los Tesalonicenses, no es
digno de comer el que no trabaja ni el que se cansa de hacer el bien.
Rosy. ¿Y qué pensaba y decía Jesucristo de sus seguidores, esos que serían los
cristianos?
P. Luis. El Evangelio nos dicta claramente las condición primera del cristiano: ha de
preferirse a Jesucristo sobre todas las cosas, según ese texto que a muchos les da algo de
miedo: “Quien quiera venir junto a mí y no me prefiere a su padre, a su madre, a su mujer,
a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo
mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser mi discípulo”.
P. Luis. Lucas las cita con sus propios nombres: “María llamada la Magdalena, Juana,
mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas, que le servían con sus
bienes”. Esto era algo inconcebible en aquella sociedad supermachista de los escribas y
fariseos.
Rosy. Sin embargo, en la mentalidad cristiana, este hecho de las mujeres vino a ser
signo de la renuncia a todo por seguir a Jesús y servir incondicionalmente al Reino.
P. Luis. Esta imitación de Cristo será ejemplarizante, es decir, los cristianos nos
estimularemos los unos a los otros a ser como el Señor Jesús. Es el mismo San Pablo quien
nos lo dice: “Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo”.
Rosy. ¡Cómo llaman la atención estas palabras de San Pablo! ¿Por qué no dice
imitadores directamente de Cristo?
P. Luis. Miren cómo lo hicieron los primeros cristianos de Tesalónica, a los que escribe
Pablo: “Ustedes se hicieron imitadores nuestros y del Señor, de manera que se han
convertido en modelo de todos los creyentes”.
Javier. La cosa es clara: si los cristianos eran como Pablo, y Pablo era como Jesucristo,
todos eran iguales, porque todos salían del mismo molde.
Rosy. Yo veo aquí, y, por lo mismo, con un fundamento bíblico muy grande, lo que en
la Iglesia llamamos la imitación de los Santos. Si nos entusiasma un Santo o una Santa, y le
tenemos devoción, lo mejor que podemos hacer es imitarle en aquello de lo que nos dejó
ejemplos más preclaros. Saldremos como el Santo o la Santa que admiramos, pero, sobre
todo, habremos salido igual que Jesucristo, del que ellos fueron perfectos imitadores.
P. Luis. Y bien acertada, por cierto… Sigo. En el Evangelio de Lucas, escrito para los
cristianos de la segunda generación de la Iglesia, vemos la misión que Jesús confió a los
setenta y dos discípulos, claramente diferentes de los Doce: “Los envió a todas las ciudades
y sitios adonde él había de ir, y les dijo: la mies es mucha y los obreros pocos”. ¿No
adivinan nada en este hecho?
Rosy. Para mí, es una clara alusión a la exigencia del cristiano, de todo cristiano, a
convertirse en apóstol de ese Jesucristo en quien él cree, al que ama, al que se le ha dado, y
al que quiere hacer conocer por todo el mundo.
P. Luis. Por eso, cristiano que no siente el celo apostólico es un cristiano muy a medias.
Javier. Aparte de ese celo apostólico, ¿qué otra característica debe distinguir al
cristiano?
P. Luis. Juan con su Evangelio, escrito hacia finales del siglo primero, cuando los
cristianos ya se habían constituido en una Iglesia organizada, les recordará que el
mandamiento primero por el que se han de regir esas comunidades, institucionalizadas bajo
la dirección de los obispos y presbíteros, “puestos por el Espíritu Santo como vigilantes
para pastorear la Iglesia de Dios”, es el mandamiento del amor: “En esto conocerán todos
que son discípulos míos: si se tienen amor los unos a los otros”.
Javier. Era necesario que al hablar de lo que es un cristiano no saliera, de una manera u
otra, pronto o tarde, el asunto de la caridad fraterna.
Rosy. Por consiguiente, quien no ama no es cristiano, y el que más ama es más cristiano
que nadie.
Javier. Como Francisco de Asís, que pedía: “Señor, hazme un instrumento de tu paz”…
De tu paz o de tu amor, es lo mismo.
Cuestionario
Rosy. “Cristiano”. ¡Cualquiera diría que no decimos nada con esta palabra! Quien nos
clasificó con ella, nos definió de manera perfecta. Padre Luis, ¿qué diría en el Cuestionario
de hoy?
Javier. Aquella moneda romana que proclamaba después de Diocleciano que el nombre
“cristiano” estaba borrado para siempre, parece que no estuvo del todo acertada, desde el
momento que somos más de mil millones los que nos llamamos con orgullo CRISTIANOS,
seguidores de Cristo el Señor.
A continuación, la misma Lección 159,
Nostalgia de Dios. El “Hasta que descanse en ti” de San Agustín,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
_______________
P. Luis. Oye, Javi, ¿has salido alguna vez de tu tierra para quedarte a vivir en país
extranjero, o al menos para permanecer allí mucho tiempo, lejos de la patria?
Rosy. Y yo tampoco, a no ser un viaje de cuatro semanas. Disfruté mucho, pero al cabo
de bastantes días me moría de ganas por volver.
P. Luis. Entonces, Javi no sabe adónde va mi pregunta, pero tú, Rosy, conoces algo:
¿saben lo que es la nostalgia?
Rosy. ¡Eso que yo sentía hacia el final de mi viaje! Quería ver a los míos, quería estar en
mi casa, quería gozar con mis amistades. Y eso que aún no tenía novio... ¡Vaya que si
aprendí lo que es la nostalgia!
P. Luis. Entonces, Rosy, respóndenos a Javi y a mí: ¿Se puede tener nostalgia de Dios?
Javier. Perdone, pero como estamos en una clase, inicie la lección diciéndonos qué se
entiende por nostalgia.
P. Luis. Hay un salmo que es una joya literaria de primer orden, compuesto por un judío
prisionero de guerra, que, lejos de la patria y ante las burlas de sus enemigos, no soñaba
más que su patria y en su Dios.
Rosy. Prisionero de guerra y deportado, estaba peor que yo en mi viaje tan feliz. ¡Cómo
no sería su nostalgia!
P. Luis. Para entender las palabras de sus enemigos, tengamos presente que cada pueblo
tenía su dios, el cual protegía o desamparaba a los suyos.
P. Luis. Esto tan sublime de un judío piadoso en el Antiguo Testamento, lo expresó con
frase inmortal San Agustín, cuando ya la Iglesia conocía toda la revelación de Dios: “Nos
has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está siempre inquieto hasta que descanse en ti”.
P. Luis. Por lo mismo, la nostalgia de Dios, el deseo de Dios, el anhelo dulce y doloroso
de Dios, el recuerdo de Dios lo llevaremos siempre con nosotros, aunque ahora sintamos ya
a Dios dentro de nosotros mismos.
Rosy. Es cierto. Aunque por la Gracia tenemos con nosotros a Dios, pero esperamos con
ansia el ver cara a cara a Dios.
P. Luis. Es lo que nos viene a decir el apóstol Sal Juan: “Ahora somos hijos de Dios, y
aún no se ha manifestado todavía lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste
seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es él”.
P. Luis. Sabiendo esto que nos espera, no es posible vivir sin sentir nostalgia de Dios.
Rosy. Naturalmente, que al hablar de esa manera que empleaban el Salmo y Juan, y con
palabras de la misma Biblia, suponemos que se trata de judíos piadosos o de cristianos
fervientes.
Javier. ¡Por supuesto! El que vive despreocupado de Dios no entiende nada, porque
nada de esto le interesa.
P. Luis. Mientras que el creyente que mira al Cielo, se repite de continuo con otro salmo
también bellísimo: “¡Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo! Mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, árida, sin agua… ¡Cómo te contemplaba en tu
santuario, viendo tu fuerza y tu gloria! Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis
labios… Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote… A la sombra de tus
alas canto con júbilo; mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene”.
Rosy. ¿Cómo es que el judío que suspiraba por su Dios, dirigía siempre la mirada al
Templo de Jerusalén?
P. Luis. Bien hecha la pregunta, Rosy. Jerusalén encerraba el Templo, y dentro del
Santuario estaba el Arca, signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. El Templo,
el Santuario, venían a ser la “cara” , el “rostro” del mismo Dios.
P. Luis. Otro Salmo lo canta también con nostalgia: “¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi
carne retozan por el Dios vivo. Hasta el gorrión ha encontrado una casa; la golondrina, un
nido donde colocar sus polluelos: para mí, ¡tus altares, Señor de los ejércitos, Rey mío y
Dios mío!”.
Rosy. Me viene gana de pensar en nuestros sacerdotes y religiosas. ¡No digamos que no
tienen suerte!... Y en las personas que visitan mucho la iglesia. ¡Lo que hace la fe!...
P. Luis. ¿Citamos otro Salmo, lleno también de nostalgia por Dios?... “Una cosa pido al
Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura
del Señor, contemplando su templo. Oigo en mi corazón: ‘Busquen mi rostro’. ¡Tu rostro
buscaré, Señor, no me escondas tu rostro! Espero gozar de la dicha del Señor en el país de
la vida. ¡Espera en el señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor!”.
Javier. Prescindiendo de su valor moral, hasta literariamente son estos almos una
filigrana.
P. Luis. Otro salmo, finalmente, acabará con este grito de fe y este anhelo: “¡Tú eres mi
Señor, tú eres mi bien!... Me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu
derecha”.
Rosy. Como se ve, ya en el Antiguo Testamento los verdaderos israelitas, los “Pobres de
Yahvé”, no suspiraban sino por el Dios que los amaba y al que amaban.
P. Luis. Como Jeremías, muchos de ellos pudieron decir a su Dios: “Tú me sedujiste,
Yahvé, y yo me dejé seducir”.
P. Luis. Empezamos con unas palabras de San Pablo que valen por mil discursos:
“¿Morir? Para mí, una ganancia enorme; pues mi ilusión es partir y estar con Cristo, lo cual
es con mucho lo mejor”.
P. Luis. Pensamiento que podríamos completar con otras palabras del Apóstol, cuando
vislumbra ya el filo de la espada hacia el fin de su vida, palabras llenas de nostalgia divina:
“Yo estoy a punto de ser sacrificado y es inminente el momento de mi partida. He luchado
en noble competición, he llegado a la meta de mi carrera, he conservado la fe. Ya no me
queda más que esperar la corona que me entregará el Señor”.
P. Luis. Está fuera de toda duda que los tres apóstoles privilegiados, Pedro, Santiago y
Juan, que habían sido los testigos de la gloria del Tabor, la contaban con entera pasión una
vez resucitado el Señor, como se demuestra por la relación de los tres Evangelios
Sinópticos.
Javier. Y todos aquellos primeros creyentes que los escuchaban tenían bien metidas en
la cabeza las locas expresiones de Pedro: “¡Qué bien se está aquí, Señor!... Hagamos tres
tiendas de campaña… Pero no sabía lo que se decía”.
Rosy. Pero los oyentes, empezando por la Virgen María, tenían bien presente el rostro
glorificado de Jesús, tal como lo describían los tres apóstoles, y esto tuvo que ser un imán
muy fuerte para los primeros creyentes: ¡Cuándo veremos al Señor!
P. Luis. Jesús ha sido, sin duda, quien más nostalgia ha sentido de Dios su Padre. Lo
expresó en aquel arrebato sublime: “¡Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra! Todo
me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le
conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
P. Luis. Y sabemos lo que en la Biblia significa el verbo “conocer” que usa Jesús: es
conocimiento íntimo, lleno de amor y entrega, que une en un solo ser a las personas que se
quieren.
Rosy. Por lo mismo, amando Jesús al Padre como lo amaba, por fuerza tuvo que ser la
nostalgia de Dios mucho más intensa que en todos nosotros.
P. Luis. Así tuvo que ser. Jesús suspiraba como nadie porque llegase la hora de pasar de
este mundo al Padre para verlo cara a cara, engolfada su Humanidad en el piélago inmenso
y sin riberas de la Divinidad.
Javier. Vemos que no exageramos nada al hablar así cuando leemos la descripción de la
sobremesa que siguió a la Última Cena, narrada por Juan de manera inimitable.
P. Luis. Sí; está llena de expresiones de Jesús que indican una nostalgia del Padre muy
profunda. “¡Padre, ha llegado la hora! Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti.
Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes de que el mundo
existiese”.
Rosy. ¿Se vive hoy esta nostalgia de Dios en la Iglesia, la misma Iglesia que aquella de
los principios, y que está llena del Espíritu de Jesús?
P. Luis. Preguntas muy bien, Rosy. Eso se da en la Iglesia muchísimo más que en los
tiempos del Antiguo Testamento, el de esos Salmos tan bellos. Son muchas las almas que
no suspiran sino por la felicidad del Cielo.
P. Luis. Vaya uno de mujer, ¡y qué mujer!, Santa Teresa de Ávila. Cuando ve que había
llegado el momento, se dirige a Dios con su clásico gracejo: “¡Ya era hora, Señor, ya era
hora!”…
P. Luis. ¿Quieren uno que trae el Catecismo de la Iglesia Católica? De San Juan
Bautista Vianney: “Te amo, Dios mío, y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro
de mi vida. Te amo, Dios mío infinitamente amable, y prefiero morir amándote a vivir sin
amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte eternamente… Dios mío, si
mi lengua no puede decir en todos momentos que te amo, quiero que mi corazón te lo repita
cada vez que respiro”.
Javier. ¡Si esto no es nostalgia de Dios!... Cuando se ven ejemplos como éstos, uno se
da cuenta de que sentir nostalgia de Dios, suspirar por aquella Patria que nos espera, no es
cosa de almas débiles. Es una prerrogativa de los cristianos de más fe.
Cuestionario
Javier. Hoy, nada. Nos basta saber lo que es la “nostalgia de Dios”, y entre Salmos del
Antiguo Testamento, expresiones de, los Apóstoles, ejemplos de Santos, y el modelo de los
modelos, Jesús, tenemos de sobra.
Rosy. ¿Y esto podemos experimentar nosotros, hasta que hagamos aquel viaje último a
la Patria?... Estoy segura de que una vez en ella no nos vendrán ganas de volver…, a no ser
para recoger a otros seres muy queridos que estarán esperando…
A continuación, la misma Lección 160,
¡Jesucristo! La palabra que resume la Biblia entera,
en forma DIALOGADA para la Radio o ejercicio de Grupo.
__________
P. Luis. Bueno, mis queridos Rosy y Javi. Ya saben que en mi intención ésta es la
última clase de nuestro Curso de Biblia…
P. Luis. ¡Ay, qué suerte!, digo yo. Porque ha sido una gracia de Dios el que acabemos
un Curso tan largo. Y por eso, les propongo: díganme una palabra, una sola, que sea no sólo
el tema de esta lección, sino el resumen de todas las clases habidas hasta ahora.
Rosy. ¡Vaya pregunta! Se la podía haber ahorrado y explicar la que usted ya trae
preparada. Porque, me juego lo que quiera, los tres, empezando por usted, estamos
pensando en la misma: ¡Jesucristo!
P. Luis. En el año 1970 el Papa Pablo VI emprendió un viaje muy largo por las regiones
del Asia y la Oceanía. Y en Filipinas, ante la enorme multitud que le escuchaba, proclamó:
“Recuérdenlo y mediten: el Papa ha venido hasta ustedes y ha gritado: ¡Jesucristo!”.
Javier. Formidable. Una sola palabra encerraba el viaje de tantos miles de kilómetros y
tantos discursos pronunciados..
P. Luis. Esto nos ocurre a nosotros hoy. Ciento sesenta lecciones sobre la Biblia son
muchas lecciones. El recorrido ha sido muy largo, y todo lo resumimos en una sola palabra:
¡Jesucristo!...
Rosy. Muy bien dicho. Porque Jesucristo ha estado presente desde el principio hasta el
fin, ya que Jesucristo llena todas la páginas de las Sagradas Escrituras.
P. Luis. Esto está conforme a lo que Él mismo nos dice: “Yo soy el Alfa y la Omega, el
principio y el fin”, y lo proclama gozosa aquella arenga de la Carta a los Hebreos::
“Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos”.
Javier. Nosotros lo sabemos, y lo hemos recordado bien en el Curso. Pero esto debería
escucharlo el mundo moderno, porque nosotros se lo hemos de gritar a voz en cuello…
P. Luis. Hoy el mundo, subyugado por los avances de la técnica y con unos medios para
gozar de la vida como no los había tenido nunca, se quiere desentender de ese Jesucristo
que sigue siendo “locura” para unos y para otros “escándalo”.
Rosy. Pero Dios no cede ni cederá jamás, pues no retracta por nada su plan: “no hay bajo
el cielo otro nombre con el que nos podamos salvar”, como dijo valientemente Pedro a la
Asamblea de los judíos.
P. Luis. En Jesucristo tenemos los creyentes la “plenitud”. ¿Qué queremos expresar con
esta palabra? Nos lo dice el apóstol San Pablo: como hijos de la Iglesia, los cristianos
tenemos en Jesucristo “la plenitud del que lo llena todo en todo”.
Javier. Y de esta manera, así pienso yo, en Jesucristo nos “realizamos” plenamente lo
mismo en esta vida que en la eternidad.
Rosy. Al mirar a Jesucristo, el cristiano hace suyas sin más, las asimila y las cumple,
aquellas virtudes humanas que San Pablo nos propone como un ideal en un párrafo suyo
que tantas veces se nos ha repetido.
P. Luis. Y hoy se lo repito por última vez: “Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de
justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud o valor, ténganlo en gran
aprecio”.
Javier. Veo que la salvación traída por Jesucristo nos penetra de tal manera que hace la
vida no solamente valiosa humanamente, según esas virtudes señaladas por el Apóstol, sino
que la convierte en algo divino.
P. Luis. Sí, la hace plenamente humana y divina, como tú dices. Da una paz, una
serenidad, una tranquilidad, que solamente conoce quien la vive en lo íntimo de su ser.
Rosy. Jesús lo expresó con aquellas palabras en su despedida del Cenáculo, y que oímos
en todas la Misas antes de la Comunión: “Les dejo la paz, les doy mi paz, no una paz como
la que da el mundo”.
Rosy. Pienso que al vivir así el ideal de Dios en Jesucristo, los cristianos cooperamos
más que nadie en la transformación del mundo.
P. Luis. Escuchemos lo que San Pablo dice ya en el ocaso de su vida, escribiendo a Tito:
“Se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, la cual nos enseña a
que, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos con sensatez, justicia y
piedad en el tiempo presente, aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria
del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo; el cual se entregó por nosotros a fin de
redimirnos de toda iniquidad y hacer de nosotros un pueblo escogido y dispuesto a hacer
siempre el bien”.
Javier. Éste es, y no otro, el mundo planificado por Dios en Jesucristo. Y nadie como el
seguidor fiel de Jesucristo hace tanto por conseguir ese Mundo Mejor en que tanto sueñan
hoy todos los hombres de buena voluntad.
P. Luis. El Papa Pablo VI, con mirada muy certera, pedía “un desarrollo integral del
hombre, un desarrollo solidario de la humanidad”.
Rosy. El Papa hablaba, naturalmente, de la justicia social que todos queremos ver
establecida en el mundo.
P. Luis. Sí, es cierto. Pero esta justicia no se conseguirá hasta que no nos transformemos
los hombres en Jesucristo, conforme a lo de Pablo: “Anunciamos a Cristo, amonestando e
instruyendo a todos los hombres a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo”.
Javier. ¿Perfectos? ¿No es soñar demasiado?
P. Luis. Sí que es posible. Pablo lo miraba con este ideal: “Llegar en la fe al estado del
hombre perfecto, a la plena madurez de Cristo”. Solamente cambiando al hombre en Cristo,
y haciendo que Cristo viva en cada hombre, es decir, haciendo a cada hombre perfecto en
Cristo, será posible el cambio tan suspirado de un mundo lleno de injusticia y de egoísmo
en un mundo de amor y de paz.
P. Luis. Cuando leemos los escritos de los Apóstoles, vemos la importancia que dan
siempre a Jesucristo Resucitado.
P. Luis. Pero bien pronto cambia de tono Pablo: “¡Sin embargo, no! Porque Cristo
resucitó de entre los muertos como primicia de todos los que murieron”. Entonces Cristo,
resucitado, “fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios”, constituido de esta manera
“Cristo y Señor”.
P. Luis. Jesús es un Rey que subyuga por lo que es su Persona adorable, como lo
expresó de aquella manera el Papa Pío XI: “Rey de las inteligencias porque él es la verdad;
Rey de las voluntades porque él es la rectitud y a todos mueve al bien; Rey de los corazones
porque él es la belleza, la delicadeza, la fidelidad, la generosidad. Nadie ha sido ni será
amado como él”.
Javier. Todo lo que hoy nos dice de Jesucristo lo hemos oído mil veces. Pero es que no
se cansa uno de escucharlo veces y más veces…
Rosy. ¿Por qué, Javi? Entre nosotros, esto lo veo como lo más natural del mundo. La
razón está en que lo amamos. Si no amáramos a Jesucristo, no nos importaría nada en
absoluto. Al que no le gusta el fútbol, no le preguntes por el último crack o fenómeno,
porque no lo sabe. A quien no le gusta el cine, no le preguntes por la última estrella de
Hollywood, porque no tiene noción de ella. Si a ti no te cansa oír hablar de Jesucristo, es
porque lo quieres.
Javier. Cuando esta Rosy comienza con sus sermones… En todo el Curso ha sido la
misma. ¡Qué linda!...
P. Luis. Veo que hoy no se van por muchas teorías, sino que todo lo están centrando en
la Persona de Jesucristo, pero no como un estudio, sino como un desahogo espontáneo del
corazón. En realidad, indican que han sacado el fruto mejor de nuestro Curso. Y esto es lo
que cuenta.
Javier. Hemos llegado aquí de la manera más natural. Todas las clases hablando de
Jesucristo, por fuerza Jesucristo ha influido en nosotros, y poco a poco ha ido cambiando
nuestra manera de pensar sobre Él.
Rosy. De pensar y, sobre todo, de amar. Siempre los tres lo hemos tratado con cariño.
No ha habido clase que no la hiciéramos desembocar en Jesucristo.
P. Luis. Y es así como se ha de estudiar y leer la Biblia. Es una gracia del Espíritu Santo
el saber encontrar o adivinar a Jesucristo en cada una de sus páginas: en el Antiguo
Testamento, al Jesucristo que ha de venir; en el Nuevo, al que vino y echó su tienda de
campaña entre nosotros compartiendo nuestra propia vida.
Rosy. Para terminar esta última lección, ¿no tiene algún caso bonito que contartnos
sobre Jesucristo?
P. Luis. Escuchen estas palabras del Papa Pablo VI: “¿Tienes hambre? Cristo es el pan
de la vida. ¿Tienes sed? Cristo es la fuente del agua viva. ¿Tienes necesidad de ver y de
comprender? Cristo es la luz del mundo. ¿Tienes deseos de justicia y de libertad? Cristo, el
gran pobre, es el liberador de los lazos que hacen al hombre esclavo de la idolatría, de la
riqueza y del orgullo. ¿Tienes necesidad de amor? Cristo es el supremo dador y promotor
de la caridad para los hombres y entre los hombres. ¿Tienes necesidad de Vida? Cristo es el
principio de la vida que no muere”.
Rosy. Óiganme, y perdonen. Hablo como mujer. ¿Han pensando en lo orgullosa que
tenía que estar la Virgen María de su Hijo? Y no digo de ahora en el Cielo. Ya en la tierra,
cuando contemplaba a un Jesús tan formidable.
Javier. Por mi parte, Rosy, te agradezco este recuerdo de nuestra Madrecita del Cielo.
P. Luis. Nosotros miramos así a Jesucristo: como el ideal supremo de nuestro amor, y
nos decimos como Pablo ante ese Jesucristo apasionante: “¿Quién nos separará del amor de
Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los
peligros?, ¿la espada?... No; nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios manifestado
en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Cuestionario
Javier. ¡Qué párrafo éste de Pablo! Eso no lo escribió con tinta, sino con fuego.
P. Luis. Seguro que hoy esperan también el consabido Cuestionario. Más que de ésta
lección, yo lo haría del Curso que hemos terminado. Resumamos lo que es Jesucristo a la
luz de la Biblia.
Primero. Todo fue creado por Cristo y para Cristo. Por lo mismo, desde la primera línea
del Génesis hay que pensar en Jesucristo. Dios creaba las cosas en Él y para Él.
Segundo. Caída la Humanidad en el pecado por instigación de Satanás, Dios prometió un
Redentor. A partir de ese momento, toda la Biblia se dirige al cumplimiento de esta
promesa.
Tercero. Dios se mete en la Historia con Abraham, que recibe la promesa, y llega hasta
David, en quien Dios la renueva indicando que el Cristo esperado vendría de su linaje.
Cuarto. Se cumple la promesa en María, Madre de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho
hombre.
Quinto. Con el Misterio Pascual, Muerte y Resurrección de Jesucristo, Dios realiza la
Redención del hombre.
Sexto. Ascendido al Cielo, Jesucristo volverá un día en la resurrección universal, y,
entregado el Reino al Padre, Jesucristo será el Rey eterno de la Gloria.
Esta es la síntesis no de esta lección última, sino de toda la Biblia. Jesucristo es el Alfa y
la Omega, el Principio y el Fin, como aparece en la Biblia desde el Génesis al Apocalipsis.
Todo fue creado por Jesucristo y para Jesucristo, y en Jesucristo, como en su centro,
subsisten todas las cosas.