1 Reyes

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1 REYES

Los dos libros de Samuel, en los que se nos narra el comienzo de la monarquía con
Saúl y su estabilización con David, y que originalmente formaban un solo libro, sirven
de antecedente histórico a los dos libros de los Reyes, que también formaban
originalmente un solo libro. Mientras los libros de Samuel nos refieren acontecimientos
que ocurrieron en un espacio de menos de un siglo (1060–970 a. de C.,
aproximadamente), los de los Reyes, en cambio, abarcan un espacio de cerca de cuatro
siglos (971–586 a. de C.). Todo este tiempo puede dividirse fácilmente en tres partes: 1)
Reino unido de todo Israel bajo Salomón (971–931 a. de C.). 2) Reino dividido en dos:
los reinos de Judá (sur) y de Israel (norte), espacio que se prolonga hasta la caída de
Samaria, capital del reino del norte (931–722). 3) Reino superviviente de Judá hasta la
destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor (722–586). Este primer libro de los Reyes
alcanza hasta la muerte de Josafat, rey de Judá (848 a. de C.), por una parte, y el
comienzo del reinado de Ocozías, rey de Israel (853 a. de C.), por otra.
CAPÍTULO 1
En este capítulo tenemos: I. La debilitación de la salud de David (vv. 1–4). II. Las
aspiraciones de Adonías al trono (vv. 5–10). III. Natán y Betsabé procuran, y consiguen,
asegurar la sucesión a favor de Salomón (vv. 11–31). IV. Unción de Salomón y regocijo
del pueblo con ocasión de esta solemnidad (vv. 32–40). V. Se pone fin al complot de
Adonías para usurpar el trono (vv. 41–49). VI. Salomón despide a Adonías sin hacerle
ningún daño, bajo promesa de buena conducta (vv. 50–53).
Versículos 1–4
David enfermo en su vejez. 1. David había envejecido prematuramente (tenía 70
años), quizá por las muchas guerras y las dificultades que inquietaron su vida, tanto por
la enemiga de Saúl como por las calamidades domésticas. Guardaba cama pero las ropas
no le calentaban (v. 1). Sus siervos, médicos o ministros, aconsejaron que tomase por
esposa o concubina a una joven que durmiese con él y le mantuviese caliente. Este
remedio era corriente en la antigüedad, pero no vemos que se consultase a Jehová sobre
esto por medio de Natán u otro profeta, con lo que se habría obtenido algún remedio
mejor y se habría evitado un problema que pronto veremos.
Versículos 5–10
David hubo de sufrir mucho (en castigo por su gran pecado—v. 2 S. 12:10—) por
parte de sus hijos. Amnón y Absalón, el primero y el tercero, respectivamente, habían
muerto violentamente después de causar a su padre gran aflicción. Del segundo, habido
de Abigail, podemos suponer que murió siendo aún muy joven. El cuarto era Adonías (2
S. 3:4), nacido, como los otros tres, en Hebrón. Era parecido a Absalón en gallardía,
edad y mal carácter. A los ojos de su padre había sido una joya («consentido», como los
otros dos), pero ahora iba a ser una espina.
I. Adonías campaba por sus respetos (vv. 5, 6): «Su padre nunca le había
entristecido en todos sus días». Era falta del hijo el que le desagradase la reprensión y
perdía así el beneficio de ella, pero era especialmente falta del padre el no reprenderle
cuando debía, y ahora iba a pagar el precio por su indulgencia.
II. Al corresponder mal al desordenado afecto de su padre Adonías se aprovechó de
que su padre estaba enfermo y encamado para tratar de usurpar el trono (v. 5): «Se
rebeló, diciendo: Yo reinaré».
1. Al esperar que su padre se muriese pronto, se preparó a sucederle a pesar de saber
que por designación, tanto de Dios como de David, el sucesor había de ser Salomón (1
Cr. 22:9; 23:1).
2. Consideró a su padre como a un viejo ya decrépito e inútil y, por tanto, pensó que
era hora de asumir el gobierno de la nación. Su padre ya no podía gobernar por
demasiado viejo, ni Salomón por ser, en opinión de Adonías, demasiado joven. Así que
él era el sucesor, según su propia lógica.
3. Para conseguir lo que pretendía: (A) Se hizo con una gran escolta (v. 5): «Carros,
gente de a caballo y cincuenta hombres que corriesen delante de él», para asistirle en la
corte y en la guerra. (B) Consiguió para su partido nada menos que a Joab, general del
ejército, y Abiatar, sumo sacerdote (v. 7). Estos dos hombres, fieles a David en los
tiempos más difíciles de su vida, eran veteranos y experimentados, de los que no podía
esperarse que fueran atraídos a formar parte de una conspiración. Pero Dios les dejó
ahora de su mano, para corregirles de anteriores desórdenes de conducta con un azote
que ellos mismos se estaban ahora haciendo. Se nos dice también (v. 8) quiénes, entre
los que habían sido de probada fidelidad hacia David, no eran de la confianza de
Adonías: Sadoc, Benayá, Natán, etc. (C) Preparó un gran banquete (v. 9) para los de su
partido en Roguel, no lejos de Jerusalén. Fueron invitados sus hermanos y los siervos de
su padre, pero no invitó a Salomón ni a los del partido de éste (v. 10). No cabe duda de
que este banquete encerraba cierto sentido religioso, con lo que evitaba sospechas, y
comenzó su usurpación con esas muestras de devoción, más notorias cuando tenía a su
lado al sumo sacerdote.
Versículos 11–31
Natán y Betsabé se apresuran a obtener de David una ratificación de la promesa de
sucesión a favor de Salomón, para aplastar así en sus comienzos el complot de Adonías.
1. David no sabía lo que estaba ocurriendo. 2. Parece ser que Betsabé vivía algún tanto
retirada de la corte y, por eso, ignoraba también lo que ocurría hasta que le dio informes
Natán. 3. Parece ser que Salomón lo sabía, pero, aunque tenía edad (por lo menos 16
años) y una sabiduría superior a su edad, no quiso intervenir activamente, dejando que
Dios y los de su partido pusieran en orden las cosas.
I. Natán el profeta alarmó a Betsabé dándole cuenta de lo que ocurría y le sugirió
que fuese al rey para obtener la confirmación del juramento que le había dado con
respecto a los derechos de Salomón al trono. Natán conocía la mente de Dios y los
intereses de David y de Israel. Precisamente por medio de él había puesto Dios a
Salomón el nombre de Yedidyah = escogido de Jehová (2 S. 12:25) y, por tanto, no
podía permanecer sentado y ver usurpado por otro el trono que le pertenecía a Salomón.
Natán apeló a Betsabé, no sólo porque a ella le iba en el asunto el futuro de su hijo (y
probablemente la vida de ella misma), sino también porque ella era la que tenía más
fácil acceso a David. La informó del intento de Adonías (v. 11) y de que éste no tenía el
consentimiento de David para la usurpación que intentaba. Le dio a entender que no
sólo estaba Salomón en peligro de perder el trono, sino que tanto él como ella misma
estaban en peligro de perder la vida si Adonías lograba prevalecer (v. 12): «Toma mi
consejo, para que conserves tu vida y la de tu hijo Salomón». Le dice (v. 13) que se
presente al rey, le traiga a la memoria la promesa y el juramento de que Salomón había
de ser quien le sucediera, y le pregunte con mansedumbre: «¿Por qué, pues, reina
Adonías?» Quizá pensó que con todo esto se calentaría un poco el viejo y frío rey. La
conciencia y el sentido del honor pondría vida en aquel organismo prematuramente
envejecido. Prometió también a Betsabé que, mientras estuviese ella hablando con el
rey, entraría él mismo a confirmar sus razones (v. 14), como si llegase allá casualmente.
II. Conforme al consejo e instrucciones de Natán, Betsabé no perdió tiempo, sino
que se fue inmediatamente al rey para interceder por sí misma y por su hijo. Sabía que
sería bien acogida a cualquier hora. Su alocución al rey, en esta ocasión fue muy
prudente. 1. Le recordó la promesa que le había hecho, ratificada con juramento, de que
le había de suceder Salomón (v. 17). Sabía que a un hombre tan concienzudo como
David estas razones le harían efecto. 2. Le informó del intento de Adonías, lo que él
ignoraba (v. 18). Le dijo también quiénes eran los invitados al banquete de Adonías,
como gente de su partido, y añadió (v. 19): «Mas a Salomón tu siervo no ha
convidado», lo cual indicaba claramente que le tenía por rival y quería dejarle de lado.
3. Apela a que David tiene autoridad y poder para evitar esta maldad (v. 20): «Los ojos
de todo Israel están puestos en ti», no sólo por ser el rey, sino por ser profeta. Todo
Israel sabía que David era, no sólo el ungido del Dios de Jacob, sino también aquel por
quien hablaba el Espíritu de Jehová (2 S. 23:1, 2); por eso, en un asunto de tal
importancia, cuando dependían de la designación divina, las palabras de David serían
para ellos oráculo y ley. 4. Le dio a entender el inminente peligro que tanto ella como
Salomón corrían si este asunto no quedaba zanjado en vida de David (v. 21).
III. El profeta Natán, como había prometido, llega en el momento oportuno, cuando
Betsabé estaba todavía hablando y el rey no había dado aún respuesta (v. 22). «Dieron
aviso al rey» de que había llegado el profeta Natán, quien estaba seguro de que siempre
era bien acogido por David, y «se postró delante del rey inclinando su rostro a tierra»
(v. 23). 1. Natán da al rey un informé similar al que le había dado Betsabé (vv. 25, 26) y
añade que el partido de Adonías había llegado a tal confianza en el triunfo de la rebelión
que ya gritaban: «¡Viva el rey Adonías!», como si David hubiese muerto ya. No le
habían invitado a él a la fiesta («Pero a mí, tu siervo … no ha convidado»—v. 26—), y
da a entender con esto que habían resuelto no consultar ni a Dios ni a David sobre este
asunto. 2 Hace que el rey se percate del interés que tiene en que se le considere ajeno
totalmente a lo que se está tramando. Por eso insiste (v. 24): «¿Has dicho tú: Adonías
reinará después de mí?» Y de nuevo (v. 27): «¿Se hace esto por orden de mi señor el
rey?» como si dijese: «Si es así, no eres fiel ni a la palabra de Dios ni a la tuya propia
como todos esperábamos de ti; pero, si no es así, es ya tiempo de que nos opongamos a
la sublevación y sea declarado Salomón tu sucesor». De este modo procura Natán avivar
el enojo de David contra los sublevados, a fin de que actúe con autoridad y rapidez en
favor de los intereses de Salomón.
IV. Persuadido con estas razones, David declara solemnemente su firme adhesión a
la decisión que había tomado tiempo atrás de que Salomón había de sucederle en el
trono. Hace llamar a Betsabé (v. 28) y le da nuevas garantías de lo que ya le había
jurado anteriormente. 1. Repite su anterior promesa, con nuevo juramento (v. 29), y
reconoce que había jurado por Jehová Dios de Israel que Salomón reinaría después de
él (v. 30) y que, conforme a esta palabra, así lo haría aquel mismo día, sin discusión y
sin demora. La fórmula que usa en el versículo 29 parece ser que es la que usaba en
ocasiones solemnes, como vemos en 2 Samuel 4:9. Va acompañada de un
reconocimiento agradecido a la bondad que Dios le ha mostrado. Quizá se expresa así
en esta ocasión con el objeto de animar a su hijo y sucesor a confiar en Dios en todas las
dificultades que puedan salirle al encuentro.
V. Betsabé recibe estas seguridades (v. 31) con cordiales deseos de que la vida de su
esposo y señor se prolongue todavía por mucho tiempo: «Viva mi señor el rey David
para siempre». Tan lejos estaba de pensar que ya había reinado por bastante tiempo, que
todavía ora para que viva para siempre, si fuera posible, para honor de la corona que
llevaba y para bendición del pueblo al que gobernaba.
Versículos 32–40
Medidas efectivas que tomó David para asegurar los derechos de Salomón y
preservar la paz pública mediante el aplastamiento de la rebelión de Adonías.
I. Dio orden expresa de que se proclamase rey a Salomón. 1. las personas a quienes
encomendó la ejecución de su orden fueron Sadoc, Natán y Benayá, hombres de
autoridad y poder, a quienes siempre había hallado David leales a su causa. David les
ordena que, con la mayor rapidez y solemnidad posibles, proclamen rey a Salomón. Han
de tomar consigo a los siervos de David, tanto a los guardaespaldas como a los
sirvientes de palacio, y montar a Salomón en la mula en que David solía montar. Sadoc
y Natán, los representantes de la religión, deben ungir en nombre de Dios, al nuevo rey.
2. Los oficiales de más alto rango, civil y militar, han de dar pública noticia del acto y
expresar, mediante solemne toque de trompeta, de acuerdo con la ley de Moisés, el
regocijo popular en esta ocasión; a esto debía añadirse la aclamación del pueblo: «¡Viva
el rey Salomón!» (v. 34). 3. Después han de traerle con la misma solemnidad a la ciudad
de David y debe ser entronizado como virrey mientras su padre vivía, para despachar
los asuntos públicos durante la enfermedad de David, y sucederle como rey cuando él
muera (v. 35). «Él reinará en mi lugar.» Sería una gran satisfacción para David mismo
y para todos los interesados en la causa de Salomón ver que esto se hiciera
inmediatamente, a fin de que, al ocurrir la defunción de David, no hubiese ninguna
disputa ni perturbación del orden ni de los intereses del pueblo.
II. La gran satisfacción con que acogió estas órdenes Benayá en nombre de los
demás comisionados. David había dicho: «Él (Salomón) reinará en mi lugar». (v. 35), y
Benayá responde animoso: «Amén. Como lo dice el rey, así lo decimos nosotros
también; y, puesto que nada podemos llevar a cabo sin el concurso de la divina
providencia, así lo diga Jehová, Dios de mi señor el rey». (v. 36). Este es el lenguaje de
la fe en la promesa de Dios, sobre la que se fundaba la sucesión de Salomón al trono. A
esto añade Benayá una oración por Salomón (v. 37), a fin de que Dios esté con él como
ha estado con David y haga que el trono de Salomón sea todavía mayor que el trono de
David. Sabía que David no era de los que envidian la grandeza de sus hijos y que, por
consiguiente, no le desagradaría esta oración ni la tomaría como una afrenta, sino que
respondería a ella con un «Amén» de todo corazón.
III. Inmediata ejecución de las órdenes de David (vv. 38–40). No se perdió tiempo,
sino que Salomón fue traído solemnemente al lugar señalado, y allí le ungió Sadoc (v.
39) conforme a las instrucciones del profeta Natán y del propio David. En el
tabernáculo donde estaba ahora el Arca, se guardaba, entre otros objetos sagrados, el
aceite que se usaba para muchos servicios religiosos; de allí tomó Sadoc el cuerno del
aceite (símbolo, a la vez, de poder y de abundancia) y ungió con él a Salomón. Éste no
era el aceite con que se ungía a los sacerdotes. A continuación, el pueblo expresó su
satisfacción y su alegría por la entronización de Salomón, rodeándole de hosannas:
«¡Viva el rey Salomón!», acompañando con música de flautas sus aclamaciones de
alegría, las cuales eran tan ruidosas que, con una hipérbole, muy del estilo semita, dice
el autor sagrado que parecía que la tierra se hundía con el clamor de ellos (v. 40).
Versículos 41–53
I. Las noticias de la solemne entronización de Salomón llegaron pronto a los oídos
de Adonías y de sus partidarios, cuando ya habían acabado de comer (v. 41), y, por lo
que se ve, era mucho lo que habían comido, puesto que toda la ceremonia de la unción
de Salomón fue ordenada y llevada a cabo mientras ellos estaban banqueteando. Cuando
estaban más alegres, después de comer y beber en abundancia, dispuestos a proclamar a
su rey y traerlo en triunfo a la ciudad, oyeron el sonido de la trompeta (v. 41). Joab ya
se iba haciendo viejo y se alarmó, pero Adonías todavía confiaba en que el emisario, al
ser hombre valiente (v. 42), traería buenas nuevas. Pero el joven trajo ciertamente las
peores nuevas que Adonías podía esperar: «Nuestro señor el rey David ha hecho rey a
Salomón» (v. 43), con lo que las pretensiones de Adonías se venían al suelo. Refiere el
joven Jonatán a los allí reunidos: 1. La gran solemnidad con que había sido proclamado
rey Salomón (vv. 44, 45) y que ya se había sentado en el trono del reino (v. 46). 2. La
gran satisfacción con que el pueblo había acogido este nombramiento. Los siervos del
rey habían felicitado a David por ello (v. 47), habían orado por el nuevo rey (v. 47) del
mismo modo que lo había hecho Benayá (v. 37). Y el rey mismo estaba satisfecho.
David hace un gesto de adoración en la cama (como en otro tiempo Jacob—v. Gn.
47:31—) en señal de gratitud y reconocimiento a Dios por haberle concedido ver a un
hijo suyo sentado en su trono (v. 48).
II. La forma con que dio fin a las ilusiones de Adonías. Echó a perder las alegrías
del banquete, dispersó a los invitados y obligó a cada uno de sus partidarios a buscar en
la fuga la salvación de su vida (v. 49).
III. El propio Adonías, aterrorizado, fue a refugiarse en el santuario, asiéndose a los
cuernos del altar (v. 50). Había despreciado a Salomón, no considerándole digno de
asistir a su banquete (v. 10), pero ahora le temía como a juez: «temiendo de la presencia
de Salomón». El santuario era considerado como lugar de refugio (en concreto, el altar
de los holocaustos—Éx. 21:14—), excepto en caso de homicidio voluntario. Con ello
daba a entender que no se atrevía a ser llevado a juicio, sino que se ponía a merced del
príncipe, al no tener otra cosa que apelar sino a la misericordia de Dios, la cual se
manifestaba en la institución y aceptación de los sacrificios que en aquel altar se
ofrecían y en el consiguiente perdón de los pecados.
IV. Desde el santuario, Adonías envió a Salomón un mensaje con el que imploraba
perdón (v. 51): «Júreme hoy el rey Salomón que no matará a espada a su siervo».
V. Las instrucciones que dio Salomón acerca de él. Le despidió sin hacerle daño
alguno, bajo promesa de buena conducta (vv. 52, 53). Se contentaba con que se alejara
de la corte, yéndose a su casa, no para quedar confinado en ella como arrestado, sino
para que no se inmiscuyese en los asuntos políticos. Todavía le considera como a
hermano y tiene en cuenta que es la primera ofensa que ha cometido contra él. Así es
como el Hijo de David, Jesucristo, recibe con misericordia a los que han sido rebeldes
pecadores; con tal que sean fieles a su Soberano, sus pecados anteriores no serán
mencionados contra ellos; pero si continúan impenitentes, entregados a sus
concupiscencias, terminarán en completa ruina.
CAPÍTULO 2
I. David va a morir pronto y dispone su testamento político. 1. El encargo general
que hace, en su lecho de muerte, a Salomón, es servir a Dios (vv. 1–4); en particular, da
órdenes acerca de Joab, Simeí y Barzilay (vv. 5–9). 2. Su muerte y sepultura y el
cómputo de los años de su reinado (vv. 10, 11). II. Comienzo del reinado de Salomón
(v. 12). Aun cuando había de ser un príncipe de paz, conforme a su nombre, empieza
por ejecutar notables actos de justicia vindicativa: 1. Sobre Adonías, a quien manda
ejecutar por sus pretensiones peligrosas (vv. 13–25). 2. Sobre Abiatar, a quien depone
de su cargo de sumo sacerdote, por haber tomado partido por Adonías (vv. 26, 27). 3.
Sobre Joab, a quien también da muerte por su reciente traición y sus anteriores crímenes
(vv. 28–35). 4. Sobre Simeí, a quien, por haber maldecido a David, confinó en Jerusalén
(vv. 36–38) y, tres años después, le dio muerte por haber transgredido la orden de
confinamiento (vv. 39–46).
Versículos 1–11
Aquel gran hombre—y buen hombre—que fue David, aparece aquí (v. 1) próximo a
morir y, poco después (v. 10), muerto. Es una bendición que haya otra vida después de
ésta, porque la muerte mancha la gloria presente arrojándola al polvo.
I. Instrucciones que David, próximo a morir, dio a Salomón, su hijo y sucesor. Se
siente próximo a su ocaso y así lo reconoce (v. 2): «Me voy por el camino de toda la
tierra» (lit.). Es un bello eufemismo para expresar el destino común de los mortales. La
muerte es un camino; no es sólo un episodio de la vida, sino una senda que conduce a
otra vida mejor. También los hijos de Dios y herederos del Cielo tienen que pasar por
ese camino; han de morir (He. 9:27); pero pueden ir gozosos por ese camino, por valle
de sombra de muerte (Sal. 23:4). Los profetas, y también los reyes, tienen que ir por ese
camino hacia una luz más brillante y un honor más alto que la profecía o la soberanía.
David se va, pues, por ese camino, y da instrucciones a Salomón sobre lo que debe
hacer.
1. Le encarga, en general, que guarde los mandamientos de Dios y cumpla a
conciencia con su deber (vv. 2–4). Le prescribe: (A) Una buena norma para obrar: la
voluntad de Dios (v. 3): «Guarda los preceptos de Jehová tu Dios, etc». (B) Un buen
espíritu con el que actuar (v. 2): «Esfuérzate y sé hombre». Esto era necesario para un
jovencito como era Salomón, de unos 16 o 17 años. (C) Un buen motivo para todo esto
(v. 3): «Para que prosperes en todo lo que hagas y en todo aquello que emprendas».
Que cada uno cumpla, en sus días, la voluntad de Dios; podemos entonces estar seguros
de que Dios cumplirá su palabra. Nunca cae la promesa mientras no caiga el precepto.
Dios había prometido a David que el Mesías había de salir de sus lomos, y esta promesa
era absoluta; pero la promesa de que no le faltaría a David varón en el trono de Israel
era condicionada: «Si tus hijos guardan mi camino» (v. 4). Si Salomón, en sus días
cumplía la condición, pondría lo que estaba de su parte para que se perpetuase la
promesa. La condición es que andemos delante de Dios con verdad, de todo corazón y
con toda el alma.
2. Le da instrucciones particulares con respecto a ciertas personas, para que sepa lo
que ha de hacer con ellas.
(A) En cuanto a Joab (v. 5). David se daba cuenta de que no había hecho bien
perdonándole la vida después que había contravenido gravemente, una y otra vez, la ley
de Dios mediante el asesinato de Abner y de Amasá, grandes hombres ambos,
generales del ejército de Israel. Los había matado a traición («derramando en tiempo
de paz sangre de guerra»), con lo que había injuriado también a David: «Ya sabes lo
que me ha hecho Joab». Los crímenes de Joab se agravaban por el hecho de que ni se
avergonzaba de ellos ni tenía miedo al castigo, sino que se atrevía a llevar
desvergonzadamente la sangre inocente en el cinturón de sus lomos y en las sandalias
de su pies. David lo deja a la prudencia de Salomón (v. 6), indicándole que no debe
dejarle sin castigo.
(B) En cuanto a la familia de Barzilay, a la que le ordena que se muestre benigno
por amor a Barzilay, quien, por lo que se ve (v. 7), ya había muerto. Los beneficios que
hemos recibido de nuestros amigos no deben quedar sepultados en nuestra tumba ni en
la de ellos, sino que nuestros hijos deben corresponder con beneficios a los hijos de
ellos.
(C) En cuanto a Simeí (vv. 8, 9): «Me maldijo con una maldición fuerte». Tanto más
fuerte cuanto que le insultó cuando David se hallaba en su mayor aprieto, y puso
vinagre en sus heridas. David le había jurado (2 S. 19:23) que no le había de matar, pero
ahora encarga a Salomón que, siendo hombre sabio, sabrá lo que debe hacer con él, «y
harás descender sus canas con sangre al Seol» (v. 9). Esta última frase ha dado mucho
que hablar. El propio rabino Hertz hace notar que, «cualesquiera sean las razones de
Estado que puedan presentarse para mitigar la acción de David, no es un acto que haya
de imitarse en la vida de ningún individuo ordinario», y apela a Levítico 19:18: «No te
vengarás ni guardarás rencor, etc». Bullinger llega a interpolar un «no» delante de
«harás descender …», y alega que es un caso de elipsis del adverbio de negación, por
continuación del primer «no» del versículo (nota del traductor), pero difícilmente se
hallará un hebraísta en el mundo entero que esté de acuerdo con esta suposición en el
presente texto. Es cierto, por otra parte, que Salomón no mandó matar a Simeí
precisamente por la maldición que había echado a David, sino por quebrantar cierta
orden de Salomón, como veremos en su lugar. Lo que es de notar es la frase «sabes
cómo debes hacer con él»; es decir, «al conocer su espíritu rebelde y turbulento,
hallarás algún modo de quitarlo de en medio sin que yo tenga que faltar a mi
juramento». No olvidemos que estamos hablando de una época muy antigua dentro del
Antiguo Testamento.
II. Muerte y sepultura de David (v. 10): «Fue sepultado en su ciudad», no en Belén,
donde había nacido, sino en Jerusalén, ciudad que él había fundado. Allí se habían
erigido los tronos, y allí también se excavaron las tumbas, de la casa de David. Su
epitafio podría tomarse de 2 Samuel 23:1: «Aquí yace David, hijo de Isaí, el varón que
fue levantado en alto, el ungido del Dios de Jacob, el dulce cantor de Israel», y añadir
aquellas otras palabras suyas del Salmo 16:9: «Mi carne también reposará
confiadamente».
Versículos 12–25
I. Accesión de Salomón al trono (v. 12). Llegó al trono con mucha más facilidad y
paz que su padre, y también vio su gobierno establecido mucho más temprano que su
padre. Bien van las cosas para un país cuando el fin de un buen reinado es el comienzo
de otro, como sucede aquí.
II. La justa y necesaria remoción de su rival Adonías, a fin de establecer su reinado
sobre bases firmes.
1. Proyecto traicionero de Adonías. Consistía en solicitar la mano de Abisag, la
última concubina de su padre, más que por el amor que le tenía, por la esperanza de
renovar sus pretensiones al trono, ya que entrar a las esposas o concubinas del rey
equivalía a usurpar su trono, como vimos en el caso de Absalón, quien siguió el consejo
de Ahitófel y entró a las concubinas de su padre. Adonías se hacía la ilusión de que, si
lograba suceder a su padre en el lecho nupcial, tal vez podría aspirar de nuevo a
sucederle en su trono triunfal.
2. La estratagema que usó para obtener su propósito. No se atrevió a pedir de
inmediato la mano de Abisag, sino que puso el asunto en manos de Betsabé, quien
podría pensar que era una cuestión de amor, sin sospechar que encerrase ninguna
intención política. Betsabé se sorprendió de ver a Adonías en su apartamento y le
preguntó si venía con buena intención pues ella misma había intervenido para desbaratar
la anterior rebelión de Adonías. Él respondió que su venida era de paz (v. 13). En
seguida le hace la petición (v. 14) para que la haga llegar al rey (vv. 15–17), y use su
influencia de reina madre; de que se le de Abisag por esposa. Se presenta a sí mismo
como objeto de compasión, pues ha sido privado de la corona (v. 15) y, por tanto, bien
merece que se consuele con una de las esposas de su padre. Así parece quedar satisfecho
de que el reino haya sido traspasado a su hermano por voluntad de Jehová, cuando está
maquinando precisamente el modo de arrebatárselo. Palabras de mantequilla, salidas de
un corazón de piedra.
3. Betsabé intercede ante Salomón a favor de Adonías, después de haber prometido
a éste que llevaría su ruego al rey (vv. 18–21). Este la recibió con todo el respeto debido
a su madre (la reina madre gozaba, en los países orientales, de gran honor e influencia):
«El rey se levantó a recibirla y se inclinó ante ella … e hizo traer una silla para su
madre, la cual se sentó a su diestra» (v. 19). Ella le dice entonces el objeto que la trae al
rey su hijo (v. 21): «Que den a Abisag sunamita por mujer a tu hermano Adonías». Era
extraño que no considerase el incesto que la propuesta implicaba, aunque es posible que
no tuviera a Abisag por verdadera esposa o concubina de David, por cuanto el
matrimonio no había sido consumado (v. 1:4: «el rey nunca la conoció») y, por ello,
pensaría que bien podía ser dada a Adonías, al tener en cuenta la mansa sumisión de
éste.
4. Salomón rechaza justa y juiciosamente la propuesta. Convence a su madre de lo
insensato de la petición y le muestra la intención que la propuesta implicaba, de la cual
ella no se había percatado. La respuesta de Salomón a su madre llega a resultar, a
primera vista, un tanto áspera (v. 22): «Demanda también para él el reino». Esto era, en
fin de cuentas, lo que la petición de Adonías comportaba. Luego, con una fórmula ya
clásica en el redactor de los libros de Samuel, Reyes y Rut (en los que ocurre 12 veces):
«Así me haga Dios y aun me añada» (v. 23), jura por Jehová que Adonías ha de morir
(vv. 23, 24) aquel mismo día. Al ser evidente que Adonías aspiraba todavía al trono,
Salomón no podía estar a salvo mientras viviese su hermano. Los hombres de espíritu
ambicioso y turbulento suelen prepararse a sí mismos los instrumentos de su propia
muerte. Más de una cabeza ha caído por aspirar a una corona.
Versículos 26–34
Abiatar y Joab habían sido de los que habían apoyado la causa de Adonías en su
rebelión anterior y, por las palabras de Salomón en el v. 22, puede sospecharse que
habían sugerido a Adonías que adoptase esta otra estratagema. Esto era por parte de
ambos (el sumo sacerdote y el general en jefe del ejército), una intolerable afrenta a
Dios y al rey, tanto mayor cuanto más alta era la posición que ocupaban y de mayor
influencia el ejemplo que daban al pueblo. Ambos eran reos de alta traición, pero, en el
juicio pronunciado contra ellos, se observa una diferencia establecida con buena razón.
I. Abiatar, en consideración a su carácter sacerdotal y por los grandes servicios
prestados antaño a David, és únicamente degradado (vv. 26, 27). 1. Salomón, con gran
sabiduría, le deja convicto de culpabilidad. 2. Le hace a la memoria el oficio que había
desempeñado delante de Dios («por cuanto has llevado el Arca de Jehová el Señor»), y
la participación que había tenido en los sufrimientos de David («Y además has sido
afligido en todas las cosas en que fue afligido mi padre»). 3. Por estas razones le
conserva la vida pero lo confina en Anatot, su territorio, apartándolo de la corte, y lo
depone de su cargo de sumo sacerdote, incapacitándolo para asistir al tabernáculo y al
altar y para interferirse en los asuntos públicos. 4. Con esta deposición de Abiatar se
cumplía la amenaza pronunciada contra la casa de Elí (1 S. 2:30), pues él era el último
sumo sacerdote de dicha familia, descendiente de Itamar; así volvía el sumo sacerdocio
a su legítima rama, por medio de Sadoc, descendiente de Eleazar.
II. Joab, en cambio, en consideración de sus anteriores crímenes, a los que sumaba
el apoyo prestado a la causa de Adonías, es ejecutado.
1. Su conciencia culpable le envió a asirse de los cuernos del altar. Se enteró de que
Adonías había sido ejecutado (vv. 24, 25) y Abiatar depuesto (vv. 27, 28), y, por eso, al
temer que a él le tocara ahora el turno, huyó a refugiarse en el altar.
2. Salomón ordenó que se le diera muerte por los asesinatos cometidos contra Abner
y Amasá (vv. 31, 32), pues éstos eran los crímenes que el propio David había
mencionado como dignos de muerte (vv. 5, 6); por eso no menciona Salomón la
adhesión que había prestado últimamente a Adonías: «Había dado muerte a dos
varones más justos y mejores que él» (v. 32), ya que a él no le habían hecho ningún
daño y, si hubiesen sobrevivido, le habrían prestado a David, probablemente, mejores
servicios que los que le prestó Joab. Por estos crímenes: (A) Debe morir, y morir por la
espada de la justicia pública. (B) Debe morir en el mismo altar en el que ha preferido
refugiarse (v. 30). Benayá tenía cierto escrúpulo de matarle allí, pero Salomón, que
conocía mejor la ley, sabía que el altar de Dios no podía servir de refugio a criminales
notorios, esto es, asesinos voluntarios. Ordena, pues, que se le mate allí mismo. La
santidad de cualquier lugar nunca debe servir para encubrir la perversidad de ninguna
persona. Los que, con fe viva, se asen de Cristo y de su justicia, resueltos a perecer allí,
si es que han de perecer, hallarán en Él una protección más poderosa que la que halló
Joab en los cuernos del altar. Benayá lo mató allí con toda la solemnidad, a no dudar, de
una pública ejecución.
3. Salomón se quedó satisfecho con este acto de justicia, no por motivo de venganza
personal, sino en cumplimiento de las órdenes de su padre y al saber que prestaba un
buen servicio a la corona y al gobierno de la nación. Así se aseguraba la paz (v. 33)
sobre David, su descendencia, su casa y su trono. Ahora que un hombre tan turbulento
como Joab ha sido quitado de en medio, habrá paz. Salomón mira hacia Jehová como la
fuente de donde ha de manar esta paz: «Habrá paz perpetuamente de parte de Jehová»;
paz de Jehová, y paz perpetua de Jehová; Él es, así, autor y consumador de la verdadera
paz. «La paz de Dios y el Dios de la paz» (Fil. 4:7, 9) estén siempre con nosotros.
Versículos 35–46
I. Promoción de Benayá y Sadoc, dos fieles amigos de Salomón y de su gobierno (v.
35). Al haber sido ejecutado Joab, Benayá pasó a ser comandante en jefe del ejército y,
con Abiatar depuesto de su cargo, Sadoc fue nombrado sumo sacerdote, con lo que se
cumplió la palabra de Dios (1 S. 2:35): «Y yo me suscitaré un sacerdote fiel … y yo le
edificaré casa firme».
II. El curso que tomó el asunto de Simeí. Salomón envió por él, por medio de un
mensajero, para hacerle venir de su casa en Bahurim. Es probable que Simeí no esperase
del rey mejor trato que el que había tenido Adonías, conocida su enemistad hacia la casa
de David. Pero Salomón es suficientemente sabio para hacer distinción entre crímenes y
criminales. David había jurado a Simeí conservarle la vida. Salomón no estaba ligado
con el juramento de su padre, pero tampoco quiso ir inmediatamente en contra de dicho
juramento.
1. Lo confinó en Jerusalén, y le prohibió salir de la ciudad bajo ningún pretexto. Si
pasaba el torrente de Cedrón se hacía reo de muerte (v. 37). Si se contenta con vivir en
Jerusalén, no le pasará nada. Bien poca cosa se le pide.
2. Simeí se somete al confinamiento y agradece que se le conserve la vida bajo tales
condiciones. Dos siervos suyos se escaparon de él a tierra de los filisteos (v. 39). Hasta
allí los persiguió y los trajo a casa (v. 40). Se informa a Salomón de lo sucedido (v. 41).
Si él hubiese presentado el caso a Salomón y le hubiese pedido permiso para salir, es
posible que el rey se lo hubiese permitido, pero pensar que podía salvar la vida por
ignorancia o connivencia del rey, era una afrenta del más alto grado contra el soberano.
Así que, después de reprocharle el quebrantamiento de lo pactado (vv. 41–43) y traerle a
la memoria lo que antaño había hecho a David (v. 44), dio orden que se le diese muerte
inmediatamente (v. 46).
CAPÍTULO 3
Después de los sangrientos sucesos, aunque a favor de la justicia, del capítulo
anterior, el presente capítulo muestra una faz distinta. I. Matrimonio de Salomón con la
hija de Faraón (v. 1). II. Una vista general de su carácter religioso (vv. 2–4). III. La
oración que elevó a Dios pidiéndole sabiduría, y la respuesta divina a dicha oración (vv.
5–15). IV. Un ejemplo particular de su sabiduría al decidir una controversia entre dos
rameras (vv. 16–28). Salomón aparece grande aquí tanto en el altar como en el tribunal;
lo es en el tribunal porque lo ha sido en el altar.
Versículos 1–4
I. Algo que es bueno sin discusión y por lo que Salomón es de alabar: 1. «Amaba a
Jehová» (v. 3). Es una correspondencia al amor que Dio le había mostrado (2 S. 12:24),
de donde le vino el nombre de Yedidyah = amado (más bien predilecto) de Dios.
Salomón era hombre sabio, rico y grande; pero el mayor encomio que de él puede
hacerse es éste: Amaba a Jehová. O, como dice la versión caldea, «amaba el culto de
Jehová». Todos cuantos aman a Dios aman su culto: les agrada oírle, hablarle y tener
comunión con Él. Sin embargo (nota del traductor), dada su idolatría posterior y, al
parecer, final, es muy problemático que Salomón tuviese un corazón verdaderamente
regenerado; por lo que dichas expresiones podrían significar simplemente una
preferencia. 2. Andaba en los estatutos de su padre David. Esto se refiere, como es
obvio, a los comienzos de su reinado. Los estatutos de su padre no puede significar
únicamente las órdenes que le había dado antes de morir (2:2, 3; 1 Cr. 28:9, 10), sino
también la conducta general de David en la observancia de los estatutos de Dios.
Quienes de veras aman a Dios de seguro guardarán sus estatutos (v. Sal. 119 y comp.
con Jn. 14:15). 3. Era muy generoso en lo que hacía por el honor de Dios (v. 4). Nunca
debemos pensar que es un derroche lo que gastamos en el servicio del Señor.
II. Algo que es discutible. 1. Su matrimonio con la hija de Faraón (v. 1). Debemos
pensar que ella se hizo seguidora del verdadero Dios, como todo prosélito. En todo
caso, era una buena baza política; por otra parte, como hace notar F. Rodríguez Molero:
«La ley judía no prohibía expresamente el matrimonio con una extranjera no cananea
(cf. Éx. 34:16; Dt. 7:3)». Hay quienes piensan que Salomón compuso, en esta ocasión,
el Salmo 45 y aun el Cantar de los Cantares. Esto último es claramente falso, ante un
análisis somero del Cantar. 2. Su adoración en lugares altos, los cuales eran motivo de
adoración para los cananeos, por lo que Salomón en esto seguía una costumbre
reprochable (vv. 2, 3). Es cierto que Abraham había erigido sus altares en montañas
(Gn. 12:8; 22:2) y daba culto a Dios bajo un tamarisco (Gn. 21:33), pero eso era válido
antes de que la ley de Dios estableciera un lugar especial (Dt. 12:5, 6). David se atuvo
únicamente al Arca de Dios y no se cuidó de los lugares altos, pero Salomón no siguió
en esto los estatutos de su padre. Mostró gran celo por los sacrificios, pero habría sido
mejor la obediencia (1 S. 13:13; 15:22).
Versículos 5–15
Informe de una visita que hizo Dios a Salomón y la comunión que éste tuvo con
Dios.
I. Circunstancias de esta visita (v. 5). 1. El lugar: Gabaón, era éste el lugar alto
principal (v. 4), porque allí estaba el tabernáculo con el altar de bronce (2 Cr. 1:3). Allí
ofrecía Salomón sus copiosos sacrificios, y allí le reconoció Dios. Cuanto más nos
acercamos a la correcta norma en nuestro culto, tanto mayor es la razón que tenemos
para esperar señales de la presencia de Dios. 2. El tiempo: Fue de noche, después de un
día en que había ofrecido sacrificios (vv. 4, 5). Cuanto más abundemos en la obra de
Dios, mayores consuelos podemos esperar de Él; si el día ha sido laborioso al servicio
de Él será fácil el reposo de la noche en Él. El silencio y el retiro favorecen nuestra
comunión con Dios. 3. El modo: Fue en un sueño, mientras estaba dormido, con los
sentidos encerrados en sus cámaras, a fin de que el acceso de Dios a su mente fuese
directo y libre de obstáculos. De este modo solía Dios hablar a los profetas (Nm. 12:6) y
a personas particulares, para su beneficio (Job 33:15, 16). Estos sueños de visitación
divina eran fáciles de distinguir de aquellos otros en que aparecen diversas vanidades
(Ec. 5:7).
II. La generosa oferta que Dios le hizo (v. 5). Vio la gloria de Dios que brillaba
sobre él y oyó la voz de Dios que le decía: «Pide lo que quieras».
III. La petición que Salomón hizo a Dios tan pronto como le fue hecha la oferta. Con
la gracia de Dios, Salomón pudo orar mientras dormía, y fue una oración viva y
alertada. La gracia de Dios le puso en el corazón estos buenos deseos:
1. Reconoce la gran bondad de Dios con su padre David (v. 6). Los favores de Dios
son doblemente dulces cuando los reconocemos como transmitidos a nosotros mediante
las manos de los que nos han precedido.
2. Reconoce su propia insuficiencia para el cumplimiento del gran encargo que se le
ha encomendado (vv. 7, 8). Apela a dos razones para dar mayor fuerza a su petición de
sabiduría: (A) Que su oficio la requería, pues era el sucesor de David en el trono. (B)
Que la necesitaba urgentemente, porque era muy joven (tendría ahora entre los 18 y los
20 años): «Yo soy joven y no sé cómo comportarme» (lit. no sé salir y entrar). La
pregunta de Pablo («Y para estas cosas, ¿quién está capacitado?»—2 Co. 2:16—) es
semejante a la que hace Salomón a continuación (v. 9): «¿Quién será competente para
juzgar a este tu pueblo tan grande?» Absalón, que era un insensato, se creía competente
para juzgar a Israel; Salomón, joven sabio, tiembla ante el quehacer que le espera y se
siente insuficiente para desempeñar el cargo.
3. Pide a Dios que le de sabiduría (v. 9): «Da, pues, a tu siervo corazón entendido
(lit. escuchante) para juzgar a tu pueblo». Así oraba su buen padre (Sal. 119:125. O el
autor del salmo—Nota del traductor—): «Tu siervo soy yo, dame entendimiento». Un
corazón sabio y entendido es un don de Dios (Pr. 2:6). Hemos de pedir a Dios sabiduría
(Stg. 1:5) y orar para que sepamos aplicarla en el servicio al que hayamos sido
llamados. Una pregunta se nos ofrece en seguida (nota del traductor): ¿No pudo
Salomón haber pedido algo todavía mejor? Si consideramos su posterior apostasía y
comparamos su petición con las de Moisés (Éx. 33:13) y de Pablo (Fil. 3:8, 10), vemos
que a Salomón se le escapó lo único necesario: una constante comunión con Dios.
4. Con todo, Dios quedó suficientemente satisfecho (v. 10) con esta petición y le
concedió lo que pedía, pues, al fin y al cabo, pedía algo del orden espiritual, sin
importarle las cosas temporales. Y además de la sabiduría le dio riquezas y gloria (v.
13). Este versículo aclara igualmente la comparación que se hace en el v. 12, para que
entendamos (quizá son pocos los que se percatan de esto) que Salomón aventajó en
sabiduría, riquezas y gloria a los reyes, no necesariamente a todos los sabios que en el
mundo han sido. Aprendamos de Salomón a pedir cosas realmente convenientes y,
especialmente, algo mejor que lo que él pidió, a saber, comunión con Dios, pues «la
piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente y de la
venidera» (1 Ti. 4:8). Notemos que la promesa de Dios (explícitamente, en cuanto a la
vida, implícitamente, en cuanto a la sabiduría) era condicionada: «Si andas en mis
caminos … como anduvo David tu padre, yo prolongaré tu vida» (v. 14).
Desgraciadamente, Salomón no cumplió la condición. Advirtamos también: (A) Que el
modo de obtener las bendiciones de orden espiritual es importunar a Dios, y luchar con
Él en oración, como Jacob. (B) Que el modo de obtener las bendiciones de orden
temporal es dejarlas al arbitrio de Dios para que Él nos las conceda según nos convenga
para nuestra salud espiritual. Así vemos que Salomón tuvo sabiduría porque la pidió, y
tuvo riquezas porque no las pidió.
5. Agradecimiento de Salomón por la visita que Dios le había hecho (v. 15).
Podemos suponer que se despertó transportado de gozo, contento y satisfecho por el
favor que Dios le había otorgado, y en seguida pensó qué podría dar al Señor por este
favor. Aunque la oración y su respuesta habían tenido lugar en Gabaón, vino a
Jerusalén para dar gracias ante el Arca del pacto de Jehová. Quizá se reprochó a sí
mismo por no haber orado allí, al ser el Arca la señal de la presencia de Dios. Quizá
también habría sido mejor el sueño allí. En fin, el hecho de que Dios no tenga en cuenta
nuestras equivocaciones, nos debería espolear a evitarlas en lo futuro. En Jerusalén,
Salomón: (A) Ofreció sacrificios a Dios. (B) E hizo también banquete a todos sus
siervos, a fin de que también ellos se regocijasen con él de la gracia que Dios le había
otorgado.
Versículos 16–28
Se nos muestra ahora un ejemplo de la sabiduría de Salomón. La prueba no es sobre
asuntos misteriosos del Estado aunque no cabe duda de que también en ellos se
manifestaba su sabiduría, sino en el juicio sobre una querella entre dos partes.
I. El proceso se inicia, no por medio de abogados, sino por las partes mismas
implicadas en el caso; dos mujeres, y rameras (v. 16). No se nos dice si el caso fue
llevado antes a otro tribunal inferior, aunque el texto parece indicar que fue llevado
directamente al monarca, pues ésta era la costumbre en los países orientales,
especialmente en casos difíciles como éste. Estas dos mujeres, que vivían en una misma
casa, habían dado a luz un hijo cada una, con un intervalo de dos días («al tercer día
…»—v. 18—) entre ambos nacimientos. Una de ellas se acostó inadvertidamente sobre
su hijo y lo mató; al darse cuenta, lo cambió de noche por el de la otra (vv. 19, 20), pero
ésta, tan pronto como se levantó, se percató del fraude, por lo que vino al rey para
reclamar su derecho al niño vivo (v. 21).
II. Dificultad del caso. La cuestión era: ¿Quién es la verdadera madre del niño vivo?
Ambas lo reclamaban con la misma vehemencia y mostraban el mismo interés por él.
Ninguna de las dos quiere reconocer por suyo al niño muerto, aun cuando resultaba más
barato dar sepultura al muerto que mantener al vivo, pero es por el vivo por el que
contienden. Los vecinos, aunque es posible que estuviesen presentes cuando los niños
nacieron y quizá también cuando los circuncidaron, no se habrían interesado lo
suficiente como para recordar los rasgos que los diferenciaban.
III. La sentencia del rey en este caso. Después de haber escuchado pacientemente lo
que decían la una y la otra (y el hebreo, donde falta el adverbio «así» da a entender que
fue mucho lo que hablaron delante del rey), después de resumir la conclusión del juicio
(v. 33), Salomón pidió una espada (v. 24) y dio orden de que partiesen por medio al
niño vivo y diesen la mitad a cada una de las contendientes (v. 25). Con esta sencilla
propuesta se descubrió claramente la verdad. Hay quienes opinan que Salomón se
percató de antemano, por la forma de hablar y por los gestos, de quién era la verdadera
madre del niño vivo, pero lo cierto es que las sometió a ambas a una prueba que no
podía fallar: (A) La que sabía que el niño vivo no era suyo, pero mantenía su derecho
por pundonor, se contentaba con que se llevara a cabo la partición. (B) Pero la
verdadera madre, antes que ver al niño despedazado, prefirió que le fuese dado a la otra
mujer. Cómo muestra sus sentimientos maternales al clamar: «¡Ah, señor mío! Dad a
ésta el niño vivo, y no lo matéis. Que lo vea yo vivo en brazos de ella, antes que verlo
muerto» (v. 26). Con estas tiernas expresiones estaba claro que ella era la verdadera
madre del niño vivo. Así que la sentencia resultó sumamente fácil para Salomón (v. 27):
«Dad a aquélla el hijo vivo, y no lo matéis; ella es su madre».
IV. A continuación se nos dice la gran reputación que adquirió Salomón entre su
pueblo por éste y otros ejemplos de su sabiduría con lo que le resultaría más y más fácil
el desempeño del alto cargó (v. 28): «Temieron (es decir, respetaron grandemente) al
rey, porque vieron que había en él sabiduría de Dios (es decir, muy grande) para
juzgar».
CAPÍTULO 4
En el presente capítulo se nos muestran las grandes riquezas y la prosperidad de
Salomón. I. Magnificencia de su corte (vv. 1–6) y los proveedores de su casa (vv. 7–
28). II. Extensión de sus dominios (vv. 21–24) y paz de sus súbditos (v. 25). III . Sus
establos (v. 26). IV. La gran reputación de que gozaba por su sabiduría y entendimiento
(vv. 29–34).
Versículos 1–19
I. Salomón en su trono (v. 1): «Reinó, pues, el rey Salomón sobre todo Israel». Es
decir, fue reconocido, confirmado y establecido como tal sobre todo el país.
II. Los altos oficiales de su corte. Es de observar que en esta lista aparecen algunos
que ya lo eran en la corte de David. Sadoc y Abiatar eran los sacerdotes (v. 4). Esto se
refiere, como es obvio, no al tiempo que se describe ahora, sino al del comienzo del
reinado de Salomón, puesto que Abiatar fue depuesto muy pronto de su cargo (v. 2 S.
20:25, comp. con 1 R. 2:27). Josafat era canciller, una especie de «jefe de protocolo» de
la corte (v. 3). Benayá era el comandante en jefe del ejército (v. 3). Tenía dos
secretarios (v. 3): Elihóref y Ajías; un superintendente de los gobernadores: Azarías,
hijo del profeta Natán (o, más probable, de Natán, el hermano del propio Salomón); y
un ministro principal y amigo (es decir, consejero privado—comp. con 2 S. 15:37—)
del rey: Zabud, también hijo de Natán. En el versículo 2, el texto hebreo dice: «Azarías,
hijo de Sadoc (era) el sacerdote»; es decir, era el sumo sacerdote a la sazón, al estar ya
su padre y su abuelo Sadoc (v. 1 Cr. 6:8, 9) jubilados por haber cumplido la edad
reglamentaria.
III. Los proveedores de la casa real. Aquí, como en los versículos 1–19, hemos de
trasladarnos a tiempos muy posteriores en el reinado de Salomón, pues vemos ya
casadas algunas de sus hijas (vv. 11, 15). Así como los personajes de los vv. 2–6
componían lo que llamaríamos hoy el gabinete o poder ejecutivo del reino (hebreo
sarim = príncipes), los que se nombra ahora como «gobernadores» (hebreo, nissabim)
eran propiamente los jefes de recaudación de tributos y provisiones del reino, uno por
cada tribu (v. 7). Con esto, no sólo la casa real estaba bien abastecida de provisiones,
sino también toda la gran cantidad de asistentes y siervos de la corte, por lo que éstos
podían dedicarse a sus quehaceres específicos sin preocuparse del problema del
abastecimiento. Al dividir el trabajo entre doce exactores, no había tanto peligro de que
pesase la carga sobre unos cuantos hombros, ni de que una o dos personas se hicieran
excesivamente ricas. Por otra parte, se daba así oportunidad a todas las tribus de Israel
de cooperar por igual al sustento de la corte y de participar en los beneficios que había
de comportar esto para la producción del país y la circulación del dinero. La riqueza se
incrementaría incluso en las tribus más distantes de la capital.
Versículos 20–28
De seguro que ninguna corte y ningún reino tuvo jamás un rey como Salomón.
I. En cuanto al reino, el informe que aquí se nos da responde con creces a las
profecías que tenemos acerca de él en el Salmo 72 aunque su pleno cumplimiento se
refiere al reino de Cristo. 1. El territorio era amplio y muchísimos los tributarios pues
estaba escrito que dominaría de mar a mar (Sal. 72:8–11). Salomón reinó sobre todos
los reinos circundantes que fueron sus tributarios forzosos. Todos los príncipes desde el
Éufrates hasta el límite con Egipto le servían y le traían presentes (v. 21). «Tuvo paz
por todos los lados alrededor» (v. 24). 2. Los súbditos de su reino eran muchos y
felices. (A) La población de Israel se hizo muy numerosa (v. 20). (B) Vivían en una paz
idílica, como lo expresa el vesículo 25: «Vivían seguros, cada uno debajo de su parra y
debajo de su higuera», anticipo de lo que será el reino mesiánico, como puede verse por
Miqueas 4:4; Zacarías 3:10. Cada uno disfrutaba de su hacienda, pues el rey no se
apropiaba de la de ninguno de sus súbditos. (C) Así disfrutaban «comiendo, bebiendo y
alegrándose» (v. 20). En todas partes se veían las marcas de la abundancia. Esto era tipo
de la paz espiritual, del gozo verdadero y de la santa seguridad de que disfrutan todos
los fieles seguidores del Señor Jesucristo. El reino de Dios no es comida y bebida como
era el de Salomón, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Ro. 14:17), lo cual es
infinitamente mejor.
II. En cuanto a la corte, escasamente puede hallarse jamás algo semejante. Asuero
hizo una vez un banquete, para mostrar las riquezas de su reino (Est. 1:3, 4). Pero
Salomón celebraba cada día un banquete mayor que el de Asuero (vv. 22, 23). Cristo
alimentó milagrosamente una vez a 5.000 hombres, sin contar las mujeres ni los niños,
esto es, a muchas más personas que las que tuvo Salomón a su mesa. Y todos los
creyentes tienen en Jesús una continua fiesta. Y sobrepasa a Salomón especialmente en
que alimenta a sus seguidores, no con la comida que perece, sino con la que permanece
para vida eterna (Jn. 6:27).
Versículos 29–34
La gloria de Salomón consistía más en su sabiduría que en sus riquezas.
I. La fuente de su sabiduría: «Dios dio a Salomón sabiduría y prudencia» (v. 29).
II. La amplitud de su sabiduría: «grande sobremanera» (lit.—v. 29—. Téngase en
cuenta—nota del traductor—que en la Biblia Hebrea el cap. 5 comienza en el v. 21 del
cap. 4). Se la llama también «anchura de corazón», que significa «amplitud de
conocimientos». Además, sabía expresarse maravillosamente, tan abundante en
erudición como en riqueza material, más que ninguno de sus coetáneos (no se dice, de
todos los tiempos ahora). Caldea y Egipto eran entonces las naciones más famosas por
sus conocimientos, de allí tomaron prestada su sabiduría los griegos. Pero los mayores
sabios de esas naciones no le llegaron a Salomón (vv. 26–31): «Era mayor la sabiduría
de Salomón» (v. 30). Por eso, sus consejos tenían mayor valor.
III. La fama de su sabiduría: «Y fue conocido entre todas las naciones de
alrededor» (v. 31b).
IV. Los frutos de su sabiduría (por ellos se conoce el árbol). No enterró sus talentos,
sino que mostró su sabiduría:
1. En sus composiciones. Redactó o dictó tres mil proverbios obra de buen filósofo
y moralista, de uso admirable para la conducta humana. Probablemente, los que
tenemos en el libro sagrado que lleva el nombre de Proverbios entran dentro de esa
suma. Fue además un poeta prolífico y de gran vena, pues sus cantares fueron mil cinco
(v. 32), de los que solamente nos ha llegado el Cantar de los Cantares, único que
sabemos inspirado por Dios. Finalmente, fue un gran científico, pues disertó sobre toda
clase de árboles y animales (v. 33), lo que nos lo muestra asimismo como un buen
observador.
2. En sus conversaciones. «Para oír la sabiduría de Salomón venían de todos los
pueblos y de todos los reyes de la tierra (es decir, enviados de parte de todos los reyes)»
(v. 34). En esto era Salomón tipo de Cristo, ya que en Jesús «están escondidos todos los
tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col. 2:3); escondidos, pero para usarlos,
pues Él «nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría» (1 Co. 1:30); además, su
conversación ha sido tan valiosa que «Él nos ha declarado a Dios» (Jn. 1:18) de una
manera final y exhaustiva (He. 1:2).
CAPÍTULO 5
La gran obra que le había sido encomendada a Salomón era la construcción del
templo. En este capítulo tenemos los preparativos que hizo para éste y para otros
edificios. Su padre había preparado oro y plata en abundancia, pero había que emplear
también madera y piedras; de estos materiales le vemos aquí cuando trata con Hiram,
rey de Tiro. I. Hiram le felicita por su accesión al trono (v. 1). II. Salomón le comunica
su propósito de edificar el templo y desea que le preste ayuda con materiales y mano de
obra (vv. 2–6). III. Hiram accede a su petición (vv. 7–9). IV. En consencuencia, la obra
de Salomón se lleva a cabo espléndidamente, y los artesanos de Hiram son pagados
también de modo espléndido (vv. 10–18).
Versículos 1–9
Amistosa correspondencia entre Salomón e Hiram. Tiro era una ciudad famosa por
su comercio y caía junto al mar, cerca de la frontera con Israel. Se nos dice aquí que
Hiram siempre había amado a David. ¿Hay razón para pensar (M. Henry) que Hiram
era adorador del verdadero Dios y había renunciado a la idolatría de su país aunque no
podía desarraigarla? Quizá sea mucho suponer. El «amor» de Hiram a David puede
entenderse muy bien como una «amistad» política, con pacto más o menos explícito de
mutua fidelidad.
I. Embajada de cumplido de Hiram a Salomón, que pudo ser, a la vez, de
condolencia por la muerte de David y de felicitación por su propia accesión al trono,
según protocolo corriente entre los orientales.
II. Embajada de «negocio» de Salomón a Hiram mediante mensajeros, al parecer,
del mismo Salomón. En su comunicado a Hiram, Salomón le hace saber:
1. Su propósito de construir un templo en honor de Dios. Le dice (cosa que Hiram
ya conocería): (A) Que David se vio impedido a causa de las guerras, de edificar el
templo, como él deseaba y se había propuesto hacer (v. 3). (B) Que, con la paz presente,
tenía oportunidad de edificarlo y, por tanto, había resuelto llevarlo a cabo sin demora (v.
4): «Ahora Jehová mi Dios me ha dado paz por todas partes, pues no hay adversario
(lit. hebreo Satán) ni mal que temer». Como si dijese: «No hay ningún instrumento del
diablo que nos pueda apartar de esta obra u oponerse a ella».
2. Su deseo de que Hiram le ayude. El Líbano, que tenía bien merecido el epíteto de
«montaña de los perfumes», era famoso por sus cedros y cipreses y había sido
prometido por Dios a Josué (Jos. 13:5) como futura propiedad de Israel, por lo que
Salomón tenía título de propiedad sobre sus productos. Así lo vemos en la forma en que
pide (v. 6) que le corten cedros del Líbano, al mismo tiempo que confiesa que los
israelitas no eran expertos en la tala y labrado de la madera como lo eran los súbditos de
Hiram. Por su parte le promete que sus siervos ayudarán a los siervos de Hiram, y que él
pagará el salario que Hiram diga, puesto que el obrero es digno de su salario, lo mismo
en las obras seculares que en los trabajos de iglesia. El profeta Isaías parece aludir a esto
cuando profetiza (Is. 60:10, 13): «Hijos de extranjeros edificarán tus muros y sus reyes
te servirán … La gloria del Líbano vendrá a ti, cipreses, pinos y bojes juntamente, para
embellecer mi santuario», aunque las frases de Isaías apuntan al reino mesiánico futuro.
3. Hiram recibe el mensaje de Salomón y responde a él.
(A) «Se alegró en gran manera» (v. 7) al recibir las noticias de que Salomón seguía
por los caminos de su padre y bendijo al Dios de Israel por haber dado a David un hijo
tan sabio. Hiram muestra así un espíritu generoso. Un pagano nos enseña (como ocurre
con cierta frecuencia) a estimar los dones ajenos y a no tener envidia de los éxitos de un
colega. El Dr. M. Lloyd-Jones decía que sólo el Espíritu Santo puede hacer que un
predicador escuche con gusto a otro predicador.
(B) Contesta con gran satisfacción a la propuesta de Salomón y le concede lo que le
pide, mostrándose bien dispuesto a ayudarle en esta gran empresa a la que se había
comprometido. Aquí tenemos los términos de su acuerdo con Salomón. (a) Deliberó
primero sobre la propuesta antes de dar respuesta (v. 8). Quienes se toman tiempo para
deliberar no pierden por eso el tiempo. (b) Descendió a detalles particulares. Salomón
había hablado de cortar la madera (v. 6), a lo que Hiram accede (v. 8); pero nada se
había hablado del transporte; por tanto, él se compromete a llevarla desde el Líbano por
mar, un viaje costero. Salomón debe señalar el lugar en que se ha de desembarcar la
madera, y allá será llevada a cargo de Hiram, quien será responsable de que llegue a
salvo. Los sidonios superaban a los israelitas no sólo en los trabajos en madera, sino
también en la navegación, pues «Tiro está asentada a las orillas del mar» (Ez. 27:3);
así que ellos eran los más apropiados para encargarse de la operación de transporte. Y:
(c) Si Hiram se encarga del trabajo, justamente espera que Salomón se encargue del
pago (v. 9): «Tú cumplirás mi deseo dando víveres a mi casa», es decir, no sólo para los
obreros, sino también para la familia de Hiram. Así es como, por sabia disposición de la
Providencia, unas naciones tienen necesidad de otras y equilibran su economía mediante
la importación y exportación.
Versículos 10–18
I. Cumplimiento del acuerdo entre Salomón e Hiram. 1. Hiram envió a Salomón la
madera conforme al trato hecho (v. 10). 2. Salomón envió a Hiram el grano que le había
prometido (v. 11).
II. Confirmación, mediante este trato, de la amistad que ya existía entre ellos. Es una
medida de prudencia fortalecer nuestra amistad con aquellos a quienes hallamos
honestos y leales, no sea que los nuevos amigos no resulten tan firmes y benévolos
como los antiguos.
III. Trabajadores que empleó Salomón en la preparación de materiales para el
templo. 1. Algunos eran israelitas, que fueron usados para trabajar la madera y tallar las
piedras juntamente con los siervos de Hiram. Para esta labor empleó Salomón 30.000
hombres, pero sólo 10.000 a un mismo tiempo, de forma que por cada mes de trabajo
tenían dos meses de vacación, para descansar y para despachar sus asuntos de familia
(vv. 13, 14). Aunque era un servicio para el templo, no quería Salomón que se les
sobrecargara de trabajo. 2. Otros eran cautivos de otras naciones, encargados de llevar
las cargas (70.000), y 80.000 cortadores en el monte (v. 15). 3. Había también 3.300
supervisores o capataces (v. 16), a quienes necesitaba para dirigir las obras, no sólo de
la construcción del templo, sino también para otras obras que se mencionan en 9:17–19.
IV. Se echan los cimientos de la obra, para los que se iban a usar piedras grandes,
costosas, labradas (v. 17). Es de suponer que Salomón estaría presente, y presidiría la
colocación de las primeras piedras, lo cual se haría con gran solemnidad, como se suele
hacer. Aunque habían de quedar ocultas bajo el edificio, debían sobresalir por su
firmeza y belleza. De manera semejante, la sinceridad que la perfección evangélica nos
obliga a poner como fundamento de nuestra vida de piedad; merece que le dediquemos
los mayores esfuerzos, aun cuando haya de pasar desapercibida a los ojos de los
hombres.
CAPÍTULO 6
Después de la grande y larga preparación que hemos visto, viene ahora la
construcción del templo, pieza de singular gloria y belleza y de gran sentido espiritual.
I. Tiempo en que se comenzó la obra (v. 1) y tiempo que duró la construcción (vv. 37,
38). II. El silencio que se guardó mientras se construía (v. 7). III. Sus dimensiones (vv.
2, 3). IV. Comunicado de Dios a Salomón durante la construcción (vv. 11–13). V.
Detalles: Las ventanas (v. 4), las cámaras (vv. 5, 6, 8–10), paredes y pavimento (vv. 15–
1 8), el Lugar Santísimo (vv. 19–22), los querubines (vv. 23–30), las puertas (vv. 31–
35) y el atrio interior (v. 36).
Versículos 1–10
I. El templo es llamado aquí «la casa de Jehová» (v. 1) porque: 1. Estaba dirigido y
modelado por Dios. La Sabiduría Infinita fue el verdadero arquitecto y entregó a David
el plano por medio del Espíritu. 2. Estaba dedicado a Dios y a su honor, para ser
empleado en su servicio pues en él manifestaba Jehová su gloria de un modo adecuado a
tal dispensación. Esto, con el ceremonial consiguiente prestaba al templo la hermosura
de la santidad, muy superior a todas las demás bellezas.
II. Se data exactamente la fecha en que comenzó la construcción. 1. Fue justamente
480 años después de la salida de los hijos de Israel de Egipto. Si sumamos 40 años
hasta la llegada de Canaán, 19 de Josué, 299 de los jueces, 40 de Elí, 40 de Samuel y
Saúl, 40 de David y 4 de Salomón, tenemos el total de 480 años. También el
tabernáculo de David, sin la riqueza y magnificencia del templo, es llamado «la casa de
Jehová» (2 S. 12:20), y sirvió tan bien como el templo de Salomón. Sin embargo,
cuando Dios otorgó a Salomón grandes riquezas y le puso en el corazón usarlas para
esta obra, la aceptó con agrado, principalmente porque había de ser símbolo y sombra
de los bienes venideros (He. 9:9–11). 2. Se comenzó en el cuarto año del reinado de
Salomón, porque los tres primeros fueron ocupados en poner en orden los asuntos de
gobierno a fin de que quedasen libres las manos para esta magna obra. No se pierde el
tiempo que se emplea en prepararnos para la obra de Dios y en desembarazarnos de
todo aquello que pueda distraernos de ella.
III. Son traídos los materiales, listos ya para su colocación (v. 7), de forma que ni
martillos ni hachas se oyeron en la casa, ni ningún otro instrumento de hierro mientras
se edificaba. Había de ser el templo del Dios de paz y, por tanto, no era lugar apropiado
para ruidos. La quietud y el silencio ayudan mucho a todos los ejercicios de piedad. La
obra de Dios debería hacerse con el mayor cuidado y con el menos ruido posibles. El
ruido no va bien con la edificación del templo, sino con su destrucción (Sal. 74:4–6):
«Tus enemigos vociferan en medio de tus asambleas, etc». Toda controversia, decía el
Dr. Martyn Lloyd-Jones, ha de hacerse antes de entrar en la iglesia.
IV. Dimensiones del templo (vv. 2, 3), conforme a las normas de la justa
proporción. Puede observarse que la largura y la anchura eran justamente el doble de las
del tabernáculo.
V. Acerca de las ventanas (v. 4), casi todas las versiones siguen la traducción del
Targum: «anchas por dentro y estrechas por fuera». El hebreo dice que eran «de
formas que se estrechaban», según los rabinos, no hacia fuera, sino hacia dentro, con lo
que se enseñaba, según Hertz, «que el Santuario no requería luz del exterior; era, más
bien, la luz interior, espiritual, la que había de extenderse para iluminar el mundo
exterior». De ambas maneras tenemos aquí aplicación para nosotros. Si se lee según
nuestras versiones, nos enseña a mirar dentro de nosotros mismos y juzgarnos
ampliamente, mientras evitamos mirar demasiado al prójimo para censurarle. Si se lee
del segundo modo, nos enseña a procurar que resplandezca al exterior la luz espiritual
comunicada por la presencia de Dios en nuestro interior, la cual suele pasar
desapercibida para los demás.
VI. Se describen también las cámaras (vv. 5, 6), que servían de vestuarios, así como
para guardar los utensilios generales del templo. Un cuidado especial había de
observarse para que las vigas no quedaran empotradas en las paredes (v. 6), pues esto
debilitaría al edificio. También nosotros hemos de procurar que la fuerza de la iglesia no
se vea disminuida bajo pretexto de añadirle belleza o comodidad.
Versículos 11–14
I. La palabra que Dios envió a Salomón cuando éste se hallaba ocupado en la tarea
de la edificación del templo. Le aseguró que, si perseveraba en la obediencia de la ley
divina, tanto él como su reino seguirían disfrutando del favor de Dios. Es probable que
esta palabra le fuese comunicada por medio de un profeta: 1. A fin de que, mediante la
promesa, se animase y consolase en la tarea. Con la mira en las promesas de Dios,
obtendremos nuevos ánimos para seguir adelante en nuestro trabajo. Y cuantos deseen
contribuir al bien de la comunidad, nunca pensarán que hacen demasiado para asegurar
y perpetuar a beneficio del país las señales de la presencia benéfica de Dios. 2. A fin de
que, mediante la condición aneja a la promesa, se percatara de que, por muy fuerte y
hermoso que fuese el templo que edificaba, pronto se apartaría de allí la gloria de Dios
si él y su pueblo cesaban de andar en los estatutos de Dios.
II. Con esta mira edificó Salomón el templo (v. 14), como se ve por la conexión de
este y con los precedentes: «Así, pues, con esta dirección, Salomón edificó la casa y la
terminó», animado por el mensaje de Dios y advertido de que Dios no reconocería como
suyo este templo a menos que él y el pueblo fuesen obedientes a las leyes divinas. Lo
estricto de los mandamientos de Dios nunca inducirá a un buen creyente a evadirse del
servicio a su Padre de los cielos, sino que, por el contrario, le servirá de acicate para
servirle mejor, y aspirará siempre a la perfección (comp. con Fil. 3:12 y ss.). Salomón
prosiguió su obra hasta terminarla, y Dios estuvo con él hasta que la completó.
Versículos 15–38
I. Detalles particulares de la construcción.
1. El revestimiento de las paredes (v. 15). Se hizo con tablas de cedro, que es
material fuerte y duradero, además de emitir suave aroma. Estaba esculpido (v. 18) con
figuras de calabazas (o coloquíntidas—más probable—) y de capullos (abiertos) de
flores.
2. Pero no se contentó con revestir de madera de cedro el templo, sino que lo cubrió
enteramente, de arriba abajo, de oro puro; y el Lugar Santísimo, de oro purísimo.
Igualmente cubrió de oro el piso (vv. 20–22, 30).
3. El Lugar Santísimo (v. 19) merecía un ornato especial, pues allí había de estar el
Arca del pacto, con los querubines sobre la cubierta o propiciatorio. El término hebreo
que lo designa es debir, esto es, oráculo, o lugar donde se habla; así llamado porque
desde allí habló Dios a Moisés y, quizá, también al sumo sacerdote. Salomón hizo
nuevo todo lo del templo, excepto el Arca, que era la misma que hizo Moisés. Era la
señal de la presencia de Dios con su pueblo, la cual es siempre la misma, lo mismo
cuando se reúne en una modesta tienda de campaña que cuando se reúne en un suntuoso
templo, pues la presencia de Dios no cambia con la condición del lugar.
4. Los querubines. Además de los dos, situados a los lados del propiciatorio, que
cubrían el Arca: (A) Salomón puso otros dos de mayor tamaño, con alas de madera de
olivo y cubiertos completamente de oro (vv. 23 y ss.). (B) También esculpió todas las
paredes con figuras de querubines, de palmeras y de capullos de flores (v. 29). Los
gentiles o paganos fabricaban imágenes de sus dioses para adorarlas, pero esos adornos
estaban destinados a significar los adoradores o siervos de Dios, no los objetos
adorados.
5. Las puertas (vv. 31 y ss.). No está claro lo que el texto hebreo significa en
algunos detalles. Las puertas que daban acceso al debir, o Lugar Santísimo consistían en
dos hojas de madera de olivo (v. 31). Según tradición, su figura era pentagonal; pero es
más probable, como traducen nuestras versiones, que se tratase de una entrada que
mostraba cinco esquinas que, según F. Buck, se iban estrechando gradualmente hacia
atrás hasta la puerta propiamente dicha. En cambio, la puerta que daba acceso al hekal o
Lugar Santo (v. 33) era de postes cuadrados o, con mayor probabilidad, de cuatro
contrafuertes. En ambas entradas había querubines, palmeras y capullos de flores
entallados en las puertas.
6. El atrio interior, que rodeaba el templo propiamente dicho (v. 36), estaba cerrado
por un muro de tres hileras de piedras labradas y una hilera de vigas de cedro. Desde
arriba podía el pueblo ver lo que se hacía y oír lo que los sacerdotes les decían.
7. El tiempo empleado en la construcción (vv. 37, 38): Siete años y medio desde que
se echaron los cimientos hasta que se acabó toda la obra.
II. Vemos ahora lo que estaba tipificado en este templo.
1. Cristo es el verdadero templo, como cabeza de la nueva humanidad, pues Él habló
del templo de su cuerpo (Jn. 2:21), y los creyentes somos piedras vivas de ese templo
espiritual (1 P. 2:5 y ss.). Dios le preparó ese cuerpo (He. 10:5), y en Él habita la
plenitud de la Deidad (Col. 2:9), como habitaba en el antiguo templo la shekinah. En Él
se unen y reúnen todos los creyentes, israelitas espirituales (1 Co. 12:13, etc.). Mediante
Él tenemos acceso libre y confiado al trono de Dios (He. 4:15–16).
2. Cada creyente individual es también santuario (gr. naós) de Dios, en el que habita
el Espíritu Santo (1 Co. 3:16) y, mediante Él, toda la Trina Deidad (Jn. 14:23). No sólo
nuestro espíritu, sino el cuerpo mismo (ya que la persona es una unidad) es también
templo de Dios (1 Co. 6:19). No sólo en lo natural fue el hombre hecho de modo
maravilloso por la providencia del Creador (Gn. 1:31; Sal. 139:13–16), sino que es
hecho nuevo, más maravilloso aún en lo sobrenatural, por la gracia del Redentor. Este
templo vivo tiene su fundamento en Cristo y será perfeccionado a su tiempo (Ef. 4:13).
3. La Iglesia es el templo místico (místico no significa ideal, o meramente en el
espíritu, sino «escondido» a los ojos de la carne) y va creciendo para ser un santuario
sagrado en el Señor (Ef. 2:21). El templo mismo estaba dividido en Lugar Santo y
Lugar Santísimo, y sus atrios en interior y exterior. También en la Iglesia hay elementos
visibles y elementos ocultos, invisibles, profundos. La puerta que daba acceso al
santuario general era más ancha que la que daba acceso al Lugar Santísimo. Así también
hay muchos que entran en la profesión de creyentes pero no llegan a entrar en la
condición de salvos. El templo estaba embellecido con figuras y enriquecido con oro.
Así también la Iglesia está embellecida con diversidad de dones y enriquecida con el oro
del amor que es el vínculo perfecto de la unidad cristiana. Sólo los judíos erigieron el
tabernáculo, pero los gentiles les ayudaron a construir el templo. Así también los
extraños y advenedizos son juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu
(Ef. 2:19, 22).
4. El Cielo es, todo él, un templo eterno, fijo, inmovible. Las calles de la Nueva
Jerusalén, como el pavimento del templo de Salomón, son de oro puro (Ap. 21:21). El
templo era simétrico y armonioso, en el Cielo está la perfección de la belleza y de la
armonía. En el templo de Salomón no se oía ruido de hachas ni martillos. Todo es
tranquilo y sereno en el Cielo; todas las piedras vivas que han de ser transportadas allá,
han de ser puestas a prueba, labradas y limadas por la gracia divina, para que así estén
en la condición que requiere la completa santidad de aquel lugar (He. 12:14).
CAPÍTULO 7
En este capítulo vemos a Salomón: I. Prepara varios edificios para sí mismo y para
su uso (vv. 1–12). II. Amuebla el templo que había construido para Dios: 1. Con dos
columnas (vv. 13–22). 2. Con una pila de bronce (vv. 23–26). 3. Con diez basas de
bronce (vv. 27–37) y diez pilas una por cada basa, también de bronce (vv. 38, 39). 4. Y
todos los demás utensilios del templo (vv. 40–50). 5. Puso además todas las cosas que
su padre había dedicado (v. 51). La descripción detallada de todos estos objetos, ni era
innecesaria cuando se escribió ni es inútil cuando la leemos.
Versículos 1–12
Nunca hubo quien tuviese mayores ánimos para edificar que Salomón, ni con
mejores propósitos; comenzó con el templo, lo edificó para Dios antes de todo, y así
todos los demás edificios que construyó resultaron cómodos.
1. Edificó una casa para sí (v. 1), en la que moraba y recibía audiencias (vv. 1, 8). Su
padre había edificado un buen palacio, pero, sin ánimo de emular a su padre, él
construyó otro mejor. Gran parte de las comodidades de que disfrutamos en esta vida
provienen de una buena vivienda. Salomón tardó trece años en edificar su casa mientras
que la construcción del templo le llevó poco más de siete años, lo cual demuestra que no
tenía tanta prisa en construir su propia casa como en edificar el templo de Dios.
2. Asimismo edificó (o: Edificó, pues) la casa del bosque del Líbano (v. 2). Esta casa
se llamaba así, no precisamente porque se hallase ubicada en el Líbano, como piensan
algunos autores (entre ellos, el propio M. Henry—nota del traductor—), sino como un
nombre propio, probablemente porque abundaba en ella la madera de cedros del Líbano.
El Dr. C. C. Ryrie hace notar, al compararla con 10:16–17, que parece ser que servía de
armería. Se nos ofrecen muchos detalles de este edificio. Además de sus grandes
medidas (unos 58 metros de largo, por 26 de ancho y 15 de alto—superiores a las del
templo—), que se nos describen en el v. 2; por los datos que siguen, vemos que dicho
edificio estaba conectado por medio de una columnata (v. 6) a un salón en el que se
hallaba un trono de marfil y oro, al que se subía por seis gradas (10:18, 19). Él mismo
habla de la Sabiduría como edificando su casa y labrando sus siete columnas (Pr. 9:1).
3. Cerca de su palacio edificó un vestíbulo que daba acceso al salón del trono (v. 7)
donde juzgaba las causas del pueblo y lo cubrió de cedro desde el suelo hasta el techo.
El autor sagrado hace constar que la casa en que el propio Salomón moraba (v. 1), tenía
la misma configuración (v. 8).
4. Edificó finalmente otro palacio para su mujer, la hija de Faraón (v. 8), donde ella
tendría su corte y servidumbre, y su hechura era igualmente semejante a la del pórtico.
Con esto quedaba armónicamente diseñado y perfectamente acabado todo el complejo
de edificios del rey.
Versículos 13–47
Llegamos ahora al detalle de los utensilios de bronce del templo. No hallamos hierro
en el templo, a pesar de que vemos a David (1 Cr. 29:2) que preparaba para el templo
hierro para las cosas de hierro.
I. El experto en bronce que Salomón empleó para dirigir esta parte de la obra era un
tal Hiram o Huram (2 Cr. 4:11), quien era, por parte de madre, israelita; por parte de
padre (o, mejor dicho, padrastro), de Tiro. En 2 Crónicas 2:14 se dice que su madre era
de las hijas de Dan. Sin embargo, según tradición judía, su padre era israelita, aunque
avecindado en Tiro, no su madre, con quien su padre se había casado en segundas
nupcias; de ahí que a Hiram se le llame (v. 14) «hijo de una viuda». Aquí se dice de ella
que era de la tribu de Neftalí. La aparente contradicción con 2 Crónicas 2:14 puede
resolverse, según el Dr. Ryrie, de varias maneras: Es posible que ella hubiese nacido en
Dan, y ser su primer marido de Neftalí. O quizás ella era nativa de Dan y residente en
Neftalí, o viceversa. En todo caso, este Hiram (no se confunda con el rey) tenía el arte
de los de Tiro y el afecto de israelita hacia la casa de Dios, feliz conjunción de sangres
en una misma persona a fin de que mejor estuviese cualificado para la obra que tenía
que llevar a cabo. Así como el tabernáculo fue edificado con la riqueza de Egipto, así el
templo fue amueblado con el arte de Tiro.
II. Todos los utensilios de bronce eran de bronce bruñido (v. 45) o, como dice el
caldeo, de buen bronce, es decir, del más fino, bello y fuerte.
III. El lugar en que fue fundido el bronce: «la llanura del Jordán» (v. 46), porque el
terreno era arcilloso y, por tanto, muy a propósito para hacer moldes u hornos donde
fundir el metal. Con esto evitaba Salomón tener cerca de Jerusalén el humo inevitable
de esta operación.
IV La cantidad no se tiene en cuenta. Los utensilios de bronce eran sobremanera
numerosos, y hacer el inventario de ellos habría sido el cuento de nunca acabar;
tampoco se tiene en cuenta el peso del bronce al ser entregado a los obreros o artesanos.
Esto habla mucho a favor de la honradez de los trabajadores y de la cantidad del metal,
pues no había peligro de que escaseara.
V. Se nos describen en detalle algunos de los utensilios de bronce.
1. En el pórtico del templo fueron erigidas dos columnas de bronce (v. 21). Estas
columnas no servían de soporte, sino que estaban aparte, como era corriente en templos
orientales, es decir, puramente para adorno. (A) Cuál era ese adorno podemos colegirlo
por los detalles artísticos que se nos refieren de dichas columnas (vv. 15–22). (B) Su
significado se insinúa en los nombres que les fueron puestos (v. 21): Yaquín = Él
establecerá, y Bóaz = En Él hay fuerza. El famoso rabino Rashí lo interpreta en
conjunto en el sentido de que «mediante los servicios del templo, vendrá la fuerza a
Israel». Otros piensan que estaban destinados a ser como memoriales de la columna de
nube y luego que condujo a Israel a través del desierto; otros, que servían de
recordatorio a los sacerdotes y a otros que viniesen a rendir a Dios culto de adoración a
las puertas del santuario, de que: (a) Debían depender de Dios para el vigor y la
tenacidad de sus ejercicios religiosos. Cuando nos presentamos ante el Señor y nos
damos cuenta de que nuestra imaginación comienza a vagar y distraerse, acudamos por
fe a recibir auxilio del Cielo y recordemos esos nombres: «Yaquín»: Que Dios de fijeza
a nuestro pensamiento «Bóaz»: En Dios está nuestra fuerza pues Él obra en nosotros el
querer y el hacer, por su buena voluntad (Fil. 2:13). La estabilidad y el vigor
espirituales han de estar a mano a las puertas del templo de Dios, donde debemos
esperar los dones de la gracia en el uso de los medios de la gracia. (b) También les
servía de recordatorio de la solidez y del establecimiento del templo de Dios en medio
de ellos. Es de notar que, cuando se nos refiere la destrucción del templo, se especifica
precisamente la destrucción de estas dos columnas (2 R. 25:13, 17), ya que habían sido
señales de su solidez y lo habrían continuado siendo si el pueblo no hubiese abandonado
a su Dios.
2. Una gran pila de bronce, de unos diez metros de diámetro y de unos cinco de
profundidad, con lo que la capacidad vendría a ser de unos 60.000 a 90.000 litros de
agua destinada a las distintas clases de lavados: el de los sacerdotes, el de los sacrificios
y el de los atrios del templo (vv. 23 y ss.). Descansaba sobre las figuras de doce bueyes
de bronce. Estaban encargados de llenarlo, como sabemos los gabaonitas. Hay quienes
opinan que Salomón hizo las imágenes de bueyes para sostener la gran pila por
desprecio hacia el becerro de oro al que Israel había adorado, a fin de que, como dice el
obispo Patrick, el pueblo pudiese percatarse de que no había en tales figuras nada digno
de adoración, pues sólo servían de soporte, no como deidades que dominan.
3. Hizo también diez basas de bronce, etc. (vv. 27 y ss.), sobre las que puso sendos
aguamaniles o palanganas con agua para servicio del templo, ya que en la pila de bronce
no habría lugar suficiente para todos los que tuvieran que lavar las víctimas (2 Cr. 4:6).
Al estar sobre ruedas, podían trasladarse fácilmente. Cada palangana de éstas tenía una
capacidad de 40 batos, es decir, unos 1.200 litros de agua. Cuando no eran usadas,
estaban cinco en un lado y otras cinco en el otro (vv. 38, 39). Todas ellas formaban un
conjunto exquisitamente ornamentado (vv. 29 y ss.).
4. Además de estos utensilios había una gran variedad de objetos: calderos, paletas y
aspersorios (v. 40 y ss.). En los calderos se cocía la carne de las ofrendas de paz (es
decir, de comunión), de las que comían delante de Jehová los sacerdotes y los oferentes
(v. 1 S. 2:14). Las paletas eran para retirar las cenizas del altar de bronce. En los
aspersorios se recogía la sangre de las víctimas con la que se hacían las aspersiones
rituales.
Versículos 48–51
1. Ahora viene el trabajo de los utensilios de oro, que parece ser el último que se
llevó a cabo, pues con él quedó completa la obra de la casa de Dios. De puertas adentro
del santuario, todo era de oro y todo era nuevo, excepto el Arca con su cubierta y los
querubines; así que el anterior oro del tabernáculo fue fundido de nuevo o laminado
para la nueva obra del altar del incienso, la mesa, el candelabro y sus correspondientes
accesorios. El altar del incienso seguía siendo uno, como lo es Cristo y su intercesión;
pero Salomón mandó hacer (no se nombra aquí a Hiram como artífice) diez mesas de
oro (2 Cr. 4:8) y diez candelabros de oro (v. 49); con esto se insinúa (como tipo de lo
venidero) una mayor abundancia de alimento espiritual y de luz celestial que la que la
ley de Moisés pudo proporcionar. Incluso los goznes o quiciales de las puertas de la
casa de adentro (del santuario propiamente dicho), del Lugar Santísimo, y los de las
puertas del templo eran de oro (v. 50). 2. Se nos refiere finalmente que Salomón
introdujo todo lo que David había dedicado para Dios, y lo depositó en las tesorerías
de la casa de Jehová (v. 51). Así quedaba un gran remanente para reparaciones y para el
constante mantenimiento de los servicios del templo. Esto nos enseña que cuando los
padres han ofrecido a Dios alguna cosa, los hijos no deben en modo alguno enajenarla o
apropiársela, sino dedicarla gozosamente a los usos a que fue destinada, a fin de que,
juntamente con la hacienda de sus padres, hereden también las bendiciones de éstos.
CAPÍTULO 8
La obra del templo fue gloriosa, pero su dedicación fue tanto más gloriosa cuanto
exceden la oración y la alabanza a todos los metales preciosos. El templo estaba
destinado a mantener la comunicación entre Dios y su pueblo, y aquí tenemos detallada
la solemnidad de este primer encuentro entre Dios y su pueblo. I. Son convocados
juntamente los representantes de todo Israel (vv. 1, 2), a fin de celebrar en honor de
Dios una fiesta durante catorce días (v. 65). II. Los sacerdotes introdujeron el Arca en el
Lugar Santísimo y la fijaron allí (vv. 3–9). III. Dios tomó posesión del lugar por medio
de una nube (vv. 10, 11). IV. Salomón, con agradecido reconocimiento a Dios, informó
al pueblo del objeto de esta convocatoria (vv. 12–21). V. En una larga oración,
encomendó a la benévola aceptación de Dios todas las oraciones que habían de elevarse
en este lugar, o en dirección a este lugar (vv. 22–53). VI. Despidió a la congregación
con una bendición y una exhortación (vv. 54–61). VII. Ofreció abundantes sacrificios,
con lo que el pueblo hizo fiesta y banqueteó, partiéndose de allí altamente satisfechos
(vv. 62–66). Éstos fueron los días de oro de Israel, tipo de los días del Hijo del Hombre.
Versículos 1–11
El templo sin el Arca, aunque ricamente embellecido, era como un cuerpo sin alma,
un candelero sin lámpara o una casa sin residentes. Todas las expensas y labores
empleadas en esta grandiosa estructura carecerían de valor si Dios no las aceptaba. Por
eso cuando toda la obra estuvo terminada (7:51), lo único necesario era traer el Arca.
Esto es lo que había de coronar a la obra.
I. Salomón presidió este servicio como lo había hecho David cuando fue traída el
Arca a Jerusalén. Se hizo la convocación general (v. 1) el mes séptimo, en el día de la
fiesta solemne (v. 2). El autor sagrado se refiere a la Fiesta de los Tabernáculos, que
caía en el día quince de dicho mes (Lv. 23:34). David, varón bueno, trajo el Arca a un
lugar conveniente, cerca de él. Salomón, varón grande, la trajo a un lugar grandioso.
Esto enseña a los hijos a seguir adelante en el servicio de Dios desde el punto en el que
sus padres estaban cuando murieron.
II. Todo Israel asistió a la ceremonia, con sus jueces y los jefes de las respectivas
tribus y clanes, con los altos funcionarios civiles y militares, etc. Vinieron juntamente
en esta ocasión: 1. Para honrar a Salomón y agradecerle, en nombre de toda la nación,
los buenos servicios que había prestado en la construcción de esta gran obra. 2. Para
honrar al Arca del pacto. Los favores generales requieren también un agradecimiento
colectivo. Todos los que se presentaron delante de Jehová sacrificaron ovejas y bueyes
en cantidad innumerable (v. 5); no se presentaron con las manos vacías.
III. Los sacerdotes cumplieron con su oficio en la ceremonia. En el desierto, los
levitas estaban encargados de transportar el Arca, pero ahora (al ser la última vez que el
Arca había de ser transportada) lo hicieron los sacerdotes mismos, igual que fue a ellos
a quienes se ordenó hacerlo cuando rodearon los muros de Jericó. Se nos dice aquí: 1.
Lo que había dentro del Arca: solamente las dos tablas de piedra (v. 9), un tesoro
incomparablemente mayor que todos los objetos que habían dedicado David y Salomón.
La vasija con el maná y la vara de Aarón estaban junto al Arca, pero no dentro de ella.
2. Lo que fue introducido junto con el Arca: el tabernáculo de reunión (v. 4), que
recientemente se hallaba en Gabaón, el cual rendía ahora, por decirlo así, todo su
carácter sagrado en favor del nuevo santuario, que era el lugar que, de aquí en adelante,
había de ser el punto de reunión de Jehová con su pueblo. De modo semejante, todo lo
santo que se halla ahora en la Iglesia de Dios será absorbido por la perfección de la
nueva Jerusalén (Ap. 21:2). 3. El lugar en el que fue colocada: en el santuario (lit.
oráculo) de la casa, en el Lugar Santísimo (que lo era precisamente por el propiciatorio
del Arca), debajo de las alas de los querubines (v. 6), es decir, de los querubines
gigantescos que Salomón había erigido (6:27), con lo que daba a entender la especial
guardia y protección de los ángeles, bajo los que se llevan a cabo las ordenanzas de
Dios y las asambleas de su pueblo (comp. con 1 Co. 11:10; 1 P. 1:12).
IV. Dios reconoce benévolamente lo que se ha llevado a cabo y da testimonio de su
aceptación (vv. 10, 11). Los sacerdotes pudieron llegar hasta el Lugar Santísimo
mientras la Gloria de Dios no había cubierto el lugar; pero, desde el momento en que
Dios manifestó allí su Gloria, nadie, bajo pena de muerte, podía acercarse al Arca,
excepto el sumo sacerdote en el Gran Día de la Expiación (Lv. 16).
Por eso fue por lo que únicamente cuando los sacerdotes habían salido de allí, tomó
posesión del lugar la shekinah en la nube que cubrió, no sólo el Lugar Santísimo, sino
el templo entero, de forma que los sacerdotes que se hallaban allí para quemar incienso
en el altar de oro no pudieron permanecer allí (v. 11). Con esta emanación visible de la
Gloria divina: 1. Dios honraba el Arca y la reconocía como señal de su presencia. Esta
Gloria se había visto empañada por los frecuentes traslados, la modestia de los recientes
alojamientos y su exposición a las miradas de todo el pueblo; pero Dios quería mostrar
ahora que le era tan estimable como siempre y que quería que se la considerase con la
misma veneración que había tenido la primera vez que Moisés la introdujo en el
tabernáculo. 2. También daba testimonio de que aceptaba el templo con todo su
mueblaje como un buen servicio prestado a su nombre y a su reino entre los hombres. 3.
La manifestación de la Gloria de Dios provocó en el pueblo un sentimiento de santo
pavor; y lo que ahora veían confirmaba su creencia en lo que habían leído en los libros
de Moisés concerniente a la Gloria con que Dios se había aparecido a sus antepasados.
4. También se mostró Dios bien dispuesto a escuchar la oración que Salomón estaba a
punto de dirigirle. Pero esta Gloria de Dios se manifestó en una nube densa, oscura, para
significar: (A) La oscuridad de aquella dispensación comparada con la luz del Evangelio
(nótese, en 1 Ti. 6:16, lo de «luz inaccesible»). (B) La oscuridad de nuestro estado
presente con el de la visión futura (1 Co. 13:12), que será nuestra felicidad en el Cielo,
cuando se descubra el velo de la Gloria de Dios (Ap. 21:23; 22:5).
Versículos 12–21
I. Salomón anima a los sacerdotes. Los discípulos de Cristo tuvieron temor al entrar
en la nube (Lc. 9:34), a pesar de que era nube clara. ¡Cuánto más los sacerdotes cuando
se vieron envueltos en una densa, oscura, nube! Para quitarles el miedo Salomón: 1. Les
recuerda que esto era una señal de la presencia de Dios (v. 12), una indicación de su
gracia, pues Él había dicho: Yo apareceré en la nube (Lv. 16:2). Donde Dios habita en
luz, la fe es absorbida por la visión, y el miedo es echado fuera por el amor (1 Jn. 4:18).
2. Según eso Dios mismo se agradaba en habitar allí. Por eso, a la declaración de Dios
en el versículo 12, corresponde Salomón en el v. 13: «Yo he edificado casa por morada
para ti». Como si dijese: «Conforme tú deseabas, ven, Señor, ven. La casa es tuya,
enteramente tuya, yo la he edificado para ti». Es un gozo para Salomón el que Dios
haya tomado posesión del templo; y es su deseo el que Dios continúe en posesión de
esta su casa. Que no se asusten, pues, los sacerdotes precisamente de aquello en lo que
Salomón se goza.
II. A continuación, Salomón instruye y bendice al pueblo. Tras dirigirse brevemente
a los sacerdotes, volvió su rostro hacia el pueblo (v. 14) que se hallaba de pie en el atrio
exterior y se dirigió a ellos con mayor extensión.
1. Les bendijo. Cuando vieron que la densa nube se adueñaba del templo, temieron
ser afectados desfavorablemente por la oscuridad, pero Salomón les bendijo, esto es, los
apaciguó (diría en hebreo: shalom lajem = paz a vosotros), librándolos de la
consternación que se había apoderado de ellos.
2. Les informó acerca de esta casa que había construido y que ahora dedicaba a
Jehová.
(A) Comenzó su informe con un reconocimiento agradecido a la buena mano de su
Dios sobre él hasta el presente (v. 15): «Bendito sea Jehová, Dios de Israel». Hemos de
dar gracias a Dios por las cosas de que disfrutamos. De este modo incitó Salomón a la
congregación a elevar el corazón en acción de gracias a Dios. Salomón bendijo a Dios:
(a) Por la promesa que había hecho a su padre David: «habló a David mi padre». (b)
Por el presente cumplimiento de dicha promesa: «lo que con su mano ha cumplido». El
mejor aprecio de los favores de Dios se obtiene cuando comparamos lo que hace con lo
que dijo.
(B) Dedica después solemnemente esta casa a Dios. Tenemos aquí un cúmulo de
consideraciones que movieron a Salomón a edificarla: (a) La necesidad, insinuada por
Dios mismo de un lugar como éste (v. 16): «… no he escogido ciudad … para edificar
casa en la cual estuviese mi nombre», por consiguiente, ésta era la ocasión para
edificarla. (b) El propósito de David de edificar el templo. Fue Dios quien escogió a
David para rey de Israel (v. 16-2 Cr. 6:5 y ss. da más detalles—) y el que puso en su
corazón este buen deseo de edificarlo (v. 17). (c) Pero fue voluntad de Dios que no
fuese su padre, sino él, quien lo edificase (vv. 18, 19): «Bien has hecho en tener tal
deseo. Pero tú no edificarás la casa, sino tu hijo». Lo que Salomón había hecho no era
idea suya, sino de su padre, ni era para su gloria, sino destinada para gloria de Dios por
designio del mismo Dios. (d) Refiere lo que él ha hecho y con qué intención: «He
edificado la casa, no a mi nombre sino al nombre de Jehová Dios de Israel (v. 20). Y
he puesto en ella lugar para el Arca». (v. 21). Cuanto más hacemos por Dios, tanto más
deudores le somos, pues nuestra suficiencia es de Él, no de nosotros.
Versículos 22–53
Después de consagrar a Dios el templo recién construido y amueblado, de lo que
Dios había mostrado su satisfacción tomando posesión de él mediante la nube, Salomón
eleva a Dios una larga y sublime oración, pide que este templo sea considerado, no sólo
como un lugar de sacrificios, sino también, y primordialmente, una casa de oración
para todo el pueblo (comp. con Is. 56:7; Mt. 21:13).
I. Salomón no encargó este servicio a un sacerdote o a un profeta, sino que lo hizo él
mismo en presencia de toda la congregación de Israel (v. 22). 1. Fue cosa buena que lo
hiciera, pues era señal de que habían aprendido a orar bien y sabía cómo expresarse
delante de Dios espontáneamente sin atenerse a ningún formulario. 2. También estuvo
bien que no se avergonzase de realizar este servicio delante de una congregación tan
numerosa. Nunca, en toda su gloria desde su trono de mármol y oro, apareció Salomón
tan grande como ahora.
II. La postura que adoptó en su oración fue muy reverente y expresiva de humildad,
seriedad y fervor: 1. Se puso de rodillas (el verbo amod no siempre significa estar de
pie, sino también situarse), como se ve por el v. 54, donde leemos que «se levantó de
estar de rodillas», y más aún por el lugar paralelo (2 Cr. 6:13), donde expresamente se
lee que «se puso sobre él (el estrado de bronce), se arrodilló delante de toda la
congregación de lsrael, etc.». Esta postura es muy apropiada para orar (v. Ef. 3:14). El
señor Herbert decía: «El arrodillarse nunca estropea las medias de seda». 2. «Extendió
sus manos al cielo» y, según parece por el v. 54, continuó así hasta el final de su
oración, con lo que expresaba así sus deseos hacia, y sus expectaciones desde, Dios,
como nuestro Padre que está en los cielos. Extendió sus manos como para ofrecer su
oración desde un corazón ensanchado y presentarla en el Cielo, para recibir desde allí,
con ambos brazos, el favor que su oración demandaba.
III. La oración misma fue larga, quizá más larga de lo que aquí aparece. Lo que
Cristo condenó no fue hacer largas oraciones, sino hacer largas repeticiones o presentar
vanas pretensiones por vanagloria y ostentación. En esta oración, Salomón:
1. Da gloria a Dios. Comienza por aquí, por donde debe comenzar toda oración: un
acto de adoración y alabanza (v. 23). (A) Alaba a Dios por lo que Él es («no hay Dios
como tú, etc.») y por lo que es para su pueblo («que guardas el pacto y la misericordia
a tus siervos»), es decir, «haces por ellos incluso aquello que no les has prometido
expresamente, bajo condición de que anden delante de ti con todo su corazón». (B) En
particular, le da gracias por lo que ha hecho por su familia (v. 24): «Que has cumplido a
tu siervo David mi padre lo que le prometiste».
2. Suplica la gracia y el favor de Dios. Pide:
(A) Que Dios le cumpla a él y a los suyos lo que ha prometido (vv. 25, 26). Hasta
ahora, Dios había ayudado (comp. 2 Co. 1:10). Salomón repite la promesa de Dios a
David: «No te faltará varón delante de mí, que se siente en el trono de Israel» (v. 25),
pero no omite la condición: «con tal que tus hijos guarden mi camino, etc.»; porque no
podemos esperar que Dios cumpla su promesa si nosotros no cumplimos la condición
que lleva aneja. Luego, con humildad no exenta de cierta vehemencia, dice (v. 26):
«Ahora, pues, oh Jehová Dios de Israel, cúmplase la palabra que dijiste a tu siervo
David mi padre».
(B) Que Dios haga honor a este templo y lo reconozca benévolamente como casa
suya. Con este objeto:
(a) Expresa, primeramente, una humilde admiración de que condescienda Dios a
tener el templo por morada suya especial (v. 27): «Pero, ¿es verdad que Dios morará
sobre la tierra? ¿Podemos imaginar que un Ser infinitamente alto, santo y feliz en Sí
mismo se abaje tanto como para que pueda decirse de Él que habita en la tierra?»; en
segundo lugar un humilde reconocimiento de la incapacidad de la casa que había
edificado, aun cuando era muy espaciosa, para contener a Dios: «He aquí que los cielos
y los cielos de los cielos no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he
edificado?» Para un Dios inmenso, ni el Universo entero (ni millones de Universos) es
bastante espacioso para contenerle.
(b) Pasa después a orar en general. Primero: Que Dios se digne oír y contestar la
oración que ahora estaba elevando (v. 28). Fue una oración humilde, ferviente y llena de
fe: «Con todo, tú atenderás a la oración (no del rey de Israel, sino) de tu siervo».
Segundo: Que Dios se digne igualmente oír y contestar todas las oraciones que en
cualquier tiempo se hagan, ya sea en este lugar o mirando a este lugar (vv. 29, 30). «Tú
lo oirás en el lugar de tu morada, en los cielos; escucha y perdona» (v. 30). Sólo los
sacerdotes podían penetrar en el interior del santuario, pero cuando el pueblo ore en los
atrios del santuario, deben hacerlo con la mira puesta en el propiciatorio, como medio
de intercesión y de perdón, para ayudar así a la debilidad de su fe y ser tipo de la
mediación de Jesucristo, que es el verdadero templo y la propiciación por nuestros
pecados.
(c) En particular, presenta en su oración diversos casos:
Primero. Si se apela a Dios mediante juramento para determinar el derecho
controvertido entre dos personas, y el juramento se pronuncia en dirección a este altar,
ruega a Dios que, de un modo u otro, haga que se descubra la verdad y juzgue entre las
partes contendientes (vv. 31, 32). Suplica que, en asuntos difíciles, este trono de gracia
sea también trono de justicia.
Segundo. Que si el pueblo de Israel se halla gimiendo bajo alguna calamidad
nacional, o algún israelita está afligido por alguna desdicha personal, sean oídas y
contestadas las oraciones que eleven en este lugar o en dirección a él. Detalla los
diversos casos:
(i) En caso de calamidades públicas, no puede, ni quiere, pedir que sus oraciones
sean escuchadas a menos que se vuelvan del pecado (v. 35) y se vuelvan a Dios (v. 33).
Si así lo hacen, ruega que Dios les oiga desde el cielo, les perdone su pecado, les enseñe
el buen camino en que anden (v. 36) y retire de ellos el castigo, y conceda el favor que
pedían.
(ii) En caso de aflicciones personales (vv. 38–40), no desciende a detalles, ya que
son tan numerosas y variadas las aflicciones que padece la humanidad. Supone, en
cambio, que cada uno ha de sentir la plaga en su corazón (v. 38) y extender sus manos
para exponer su caso, como extendió Ezequías delante de Jehová las cartas de los
embajadores de Asiria (Is. 37:14). En todos estos casos apela: a la divina omnisciencia
(«sólo tú conoces el corazón de todos los hijos de los hombres»—v. 39—), a la divina
justicia («darás a cada uno conforme a sus caminos») y a la divina misericordia
(«oirás, perdonarás … actuarás»—v. 39—, «para que te teman todos los días que
vivan»—v. 40—)
(iii) Menciona a continuación el caso de un extranjero, prosélito, que venga a orar al
Dios de Israel, convencido de la insensatez y perversidad de la adoración de los dioses
de su país, y ruega a Dios que conteste a la oración de este prosélito (vv. 41–43). Tan
antiguas eran las indicaciones del favor de Dios hacia los pecadores de entre los
gentiles; así como había una misma ley para el nativo y para el extranjero (Éx. 12:49),
así había también un mismo evangelio para ambos.
(iv) Viene después el caso en que el pueblo tenga que salir contra el enemigo a la
batalla. Se supone que el ejército se halla ya a cierta distancia «por el camino que tú les
mandes» (v. 44) y oran a Dios con el rostro vuelto hacia Jerusalén: «Tú oirás en los
cielos su oración y su súplica y les harás justicia» (v. 45).
(v) El caso de los pobres cautivos es mencionado el último aquí como objeto propio
de la compasión divina. Da por supuesto que los israelitas pecarán (porque no hay
hombre que no peque»—v. 46, comp. con 1 Jn. 1:8, 10—) y que, al rebelarse ellos, Dios
se irritará contra ellos y los entregará en manos del enemigo para ser llevados cautivos
a un país extranjero. Si ellos vuelven en sí (v. 47, comp. con Lc. 15:17), se convierten y
oran a Dios en la tierra en que se hallan cautivos, y confiesa su pecado, y lo hacen «de
todo su corazón y de toda su alma» (v. 48), ruega a Dios que les oiga (v. 49) y les
perdone (v. 50).
(vi) Finalmente, todo esto nos recuerda el gran privilegio de que disfrutamos en esta
época del evangelio de gracia, pues ya no hay templo ni otro lugar que pueda añadir
aceptación a las oraciones que dirigimos a nuestro Padre de los cielos. Aquello era una
sombra y una figura; la realidad y la sustancia es ahora Jesucristo y sabemos que todo lo
que pidamos en su nombre, nos será concedido (Jn. 14:13, 14; 15:16); siempre, con la
única condición de que sea conforme a la voluntad de Dios (Ro. 8:27).
Versículos 54–61
Terminada su oración, Salomón bendice al pueblo «puesto en pie» (vv. 54–55).
I. Da a Dios la gloria por las grandes cosas que ha hecho a favor de Israel (v. 56).
No menciona las riquezas, el honor, el poder, la victoria que Dios ha otorgado a su
pueblo, sino la paz, puesto que, según la mentalidad judía, la paz incluye el resto de las
demás bendiciones (el término hebreo shalom = paz, viene de una raíz que indica algo
completo, total). 1. Se refiere a las promesas hechas por medio de Moisés (v. 56), como
antes se había referido a las hechas por medio de David su padre (vv. 15–24). Dios
había dado, por medio de Moisés, tantos preceptos como promesas. 2. Reconoce, como
si las escribiera en un recibo final de dichos beneficios, que «ninguna … ha faltado».
II. Se incluye a sí mismo en la bendición que da a la congregación, y expresa su
vehemente deseo y su segura esperanza de estas cuatro cosas: 1. La presencia de Dios
en medio de ellos. Esta congregación se iba a dispersar pronto por todos los puntos del
país, y no era probable que volvieran a reunirse todos ellos en este mundo. Así que los
despide con esta bendición (v. 57): «Esté con nosotros Jehová nuestro Dios, como
estuvo con nuestros padres, y no nos desampare ni nos deje». Es una bendición-oración
que incluye pasado, presente y futuro. 2. El poder de su gracia sobre ellos (v. 58):
«Incline nuestro corazón hacia Él, para que andemos en todos sus caminos, etc.».
Nuestra conducta no está en nuestras manos, a menos que Dios nos capacite con su
gracia para querer y hacer (Fil. 2:13). 3. La respuesta a la oración que acaba de elevar a
Dios (v. 59): «Estas mis palabras con que he orado … permanezcan cerca de Jehová
nuestro Dios de día y de noche». Como si dijera: «Que toda oración hecha aquí obtenga
benévola respuesta y que haya una continua respuesta a la oración que acabo de hacer».
Lo que Salomón pedía en esta oración, nos es otorgado ahora por Cristo, pues vive
siempre para interceder por nosotros (He. 7:25). 4. La gloria del nombre de Dios en
todas las naciones (v. 60).
III. Encarga solemnemente al pueblo que perseveren en el cumplimiento de sus
deberes para con Dios (v. 61). Después de haber hablado a Dios a favor de ellos, les
habla a ellos de parte de Dios, pues sólo los que son hechos mejores mediante la
predicación, pueden esperar mejores resultados mediante la oración.
Versículos 62–66
Leímos anteriormente que Judá e Israel estaban alegres, cada uno debajo de su
parra y debajo de su higuera (4:25); aquí los tenemos también alegres y seguros en los
atrios de Dios.
I. Tenían abundante gozo y satisfacción mientras asistían a los servicios en la casa
de Dios, porque allí: 1. Salomón ofreció un gran sacrificio: 22.000 bueyes y 120.000
ovejas, bastantes para acabar con todo el ganado del país si no hubiesen estado en una
tierra tan fértil y abundante en todo. Todos estos sacrificios no fueron ofrecidos en un
solo día, sino en los distintos días de la fiesta. 2. La fiesta duró catorce días en total (v.
65). Los primeros siete días fueron ocupados en la celebración de la dedicación del
templo, y los otros siete siguientes coincidieron con la celebración de la fiesta de los
Tabernáculos.
II. Se llevaron a sus casas este gozo y esta satisfacción que habían experimentado
durante las solemnidades (v. 66). Los beneficios de Jehová eran el motivo de su gozo, y
deberían ser también el motivo de nuestro gozo en todo tiempo.
CAPÍTULO 9
En este capítulo tenemos: I. La respuesta que Dios, en una visión, dio a la oración de
Salomón, y los términos en que estableció su pacto con él (vv. 1–9). II. Intercambio de
regalos entre Salomón e Hiram (vv. 10–14). III. Trabajadores que empleó y edificios
que levantó (vv. 15–24). IV. Su devoción (v. 25). V. Su marina mercante (vv. 26–28).
Versículos 1–9
Dios había dado ya respuesta a la oración de Salomón inmediatamente, y señales de
haberla aceptado, mediante fuego de los cielos, como vemos por 2 Crónicas 7:1, que
consumió los sacrificios; pero aquí tenemos otra respuesta distinta y expresa a dicha
oración.
I. De qué forma le dio Dios su respuesta. Se le apareció en sueños, como lo había
hecho en Gabaón al comienzo de su reinado (v. 2). Si se comparan ambos casos,
tenemos entonces la insinuación de que la visión en sueños ocurrió la misma noche en
que habían acabado las solemnidades (v. 2 Cr. 1:6, 7).
II. El contenido de la respuesta. 1. Le asegura su presencia especial en el templo que
Salomón había edificado, en respuesta a la oración que allí había elevado (v. 3): «Yo he
santificado esta casa». Salomón la había dedicado, pero era prerrogativa de Dios
santificarla o consagrarla. 2. Le muestra que él y su pueblo dependían en lo futuro de la
conducta que observasen. Que no piensen que pueden vivir como quieran por el hecho
de tener entre ellos el templo de Jehová (Jer. 7:4). «Si tú andas delante de mí como
anduvo David tu padre, en integridad de corazón … yo afirmaré el trono de tu reino, no
de otra forma» (v. 4), pues bajo esa condición fue hecha la promesa (Sal. 132:12). «Pero
que tú, tu familia y tu reino sepáis que si obstinadamente os apartáis de mí, a Israel, a
pesar de ser nación santa, la cortaré de sobre la faz de ta tierra, mediante sucesivos
juicios (v. 7), y esta casa, que estaba en estima (“que es tan excelsa”—2 Cr. 7:21—),
cualquiera que pase por ella se asombrará, y se burlará (lit. silbará, que es señal de
burla y estupor).» Los que pasasen ahora junto al templo se asombrarían de su belleza,
pero si ellos se apartaban de Dios, los que pasaran se asombrarían de su ruina. Dios hizo
a Salomón esta advertencia ahora que el templo estaba recién edificado y dedicado, para
que él y su pueblo no se hiciesen altivos, sino temerosos de Dios.
Versículos 10–14
Salomón e Hiram, una vez terminadas las obras del templo, se partieron el uno del
otro de forma amistosa. 1. Hiram ayudó a Salomón cuanto pudo. Lejos de envidiar la
creciente grandeza y reputación de Salomón, le ayudó a engrandecerse. 2. Salomón
cumplió también con lo pactado, no cabe duda, y dio víveres a la casa de Hiram (5:9).
Pero aquí se nos dice que le dio también veinte ciudades en tierra de Galilea (v. 11).
Podemos suponer que se trataba de unos villorrios de poca importancia, quizá menor
que la de los mencionados en el v. 19, pues no merecieron ser citados por su nombre y,
además, no le agradaron a Hiram cuando salió a verlos (vv. 12, 13) y les puso por
nombre Cabut, que según Flavio Josefo, significa «desagrado», pero es más probable la
etimología que significa «como nada» o «inútil». Lo cierto es que Hiram se las
devolvió, como vemos en 2 Crónicas 8:2, y Salomón las reedificó, es decir, las reparó y
hermoseó, y estableció en ellas a los hijos de Israel. Se ve que el terreno era estimable y
Salomón supo sacarle el partido que no supo o no quiso sacarle Hiram. Los tirios eran
hombres de la costa, mercaderes que se habían hecho ricos con la marina mercante y
vivían en espléndidos edificios, por lo que no apreciaban la campiña, rica en grano y en
pastos. No obstante, vemos por los vv. 26–28 que Hiram deseó agradecer a Salomón lo
que por él había hecho, pues consiguió que accediese a ser socio suyo en el negocio de
marinería.
Versículos 15–28
Un ulterior informe de la grandeza de Salomón.
I. Sus edificios. Hizo una gran leva de hombres y dinero, porque tenía el proyecto de
edificar mucho, para dar empleo a muchas personas y poder invertir convenientemente
su dinero (v. 15). Otros príncipes hacían levas para la guerra, con lo que empleaban la
sangre de sus súbditos, pero Salomón las hacía para construir, con lo que empleaba el
trabajo y el dinero de ellos. Esta inclinación de Salomón a construir puede apreciarse en
Salmos 127:1 (Salmo que se le atribuye a él): «Si Jehová no edifica la casa, en vano
trabajan los que la edifican». Y, por cierto, Salomón comenzó con buen pie, pues lo
primero que edificó fue la casa de Dios y la terminó antes de comenzar la suya propia;
así es como Dios le bendijo y le prosperó en todas las demás construcciones que llevó a
cabo. Es de notar el orden que observó Salomón en las construcciones: Primero, la casa
de Dios para los servicios religiosos; después, la suya para su propia comodidad;
después, una casa para su mujer, a la cual ésta se trasladó tan pronto como estuvo
acabada (v. 24); luego, Miló (algo así como la casa del concejo o ayuntamiento); luego,
el muro de Jerusalén, la ciudad regia; después, algunas ciudades de nota y especial
fuerza en el país, las cuales estaban necesitadas de reparaciones y fortificación, como
Hazor, Meguidó y Guézer.
II. Sus obreros y siervos. Para tan ingentes obras necesitó usar abundantes obreros.
1. Salomón empleó en los trabajos más duros a los extranjeros que habían quedado
después de la conquista del país (vv. 20, 21). 2. En otros servicios más honorables
empleó israelitas (vv. 22, 23): «Mas a ninguno de los hijos de Israel impuso Salomón
servidumbre (es decir, servicios propios de esclavos)», puesto que eran libertos de Dios
y dignos de ser honrados por su especial relación con Dios.
III. Su piedad y devoción (v. 25): «Tres veces cada año ofrecía holocaustos y
sacrificios de paz», esto es, en las tres fiestas principales de Pascua, Pentecostés y
Tabernáculos. Se nos dice que los ofrecía sobre el altar que él edificó, el de bronce, y
desempeñó así funciones sacerdotales por privilegio real. Se preocupó de edificar el
altar; y él mismo hizo uso de él. 2. Él mismo recibió el beneficio y consuelo de él.
IV. Su comercio. Construyó en Esyón-Guéber una flota mercante (v. 26). Dicho
lugar era un puerto en la costa del mar Rojo uno de los últimos lugares en que
acamparon los israelitas durante su peregrinación por el desierto (Nm. 33:35). La flota
traía oro de Ofir, localidad cuya ubicación se ha discutido mucho, lo más probable es
que estuviera situada en la India (quizás en Ceilán). Anteriormente (v. 14) Hiram había
dado a Salomón 120 talentos de oro. Es probable que esto fuese lo que animó a
Salomón a construir su propia flota mercante. Como los tirios eran «diestros en el mar»
(v. 27), ayudaron a los siervos de Salomón en el viaje. La Providencia ha dispuesto que
unas naciones necesiten de otras para que se ayuden mutuamente en el comercio, pues
somos una misma familia, no sólo como cristianos, sino también como hombres (v.
Hch. 17:26). La flota trajo a Salomón 420 talentos de oro, equivalentes según
Médebielle, a unos 55 millones de francos oro. Con todo, fue mucho más lo que ganó
David con sus conquistas que lo que obtuvo Salomón con su marina mercante. En
efecto, ¿qué son los 420 talentos de Salomón, comparados con los 100.000 talentos de
oro de David? (1 Cr. 22:14; 29:4). Pero Salomón dio a sus mercancías mejor destino
que su padre, pues alcanzaron aun a los más pobres, y así nos aseguró por propia
experiencia que la mejor mercancía es la de la sabiduría, ya que «Su ganancia es mejor
que la ganancia de la plata, y sus rentas mayores que las del oro fino» (Pr. 3:14).
CAPÍTULO 10
En este capítulo vemos la visita que la reina de Sebá (o Sabá) giró a Salomón, con
otros detalles acerca de la fama y riquezas de Salomón. I. Visita de la reina de Sebá, de
la cual salió ella más que satisfecha (vv. 1–13), como salían todos cuantos visitaban a
Salomón (v. 24). II. De su riqueza nos da testimonio su renta anual en oro (vv. 14, 15),
además del que importaba cada tres años (v. 22) y del que le traían como presente cada
año (v. 25). III. El uso que hacía del oro: 1. En escudos y vasos (vv. 16, 17, 21). 2. En
su espléndido trono (vv. 18–20). IV. Comerciaba además en carros y caballos (vv. 26–
29).
Versículos 1–13
Informe de la visita que la reina de Sebá giró al rey Salomón sin duda, esto fue
cuando él se hallaba en la cima de su piedad y de su prosperidad. Nuestro Salvador la
llamó «la reina del sur» porque Sebá caía al sur de Canaán; concretamente en Arabia
del sur, pues los sabeos se habían establecido en el Yemen. Los cristianos (coptos) de
Etiopía sostienen, hasta el día de hoy, la opinión de que la reina mencionada en Hechos
8:27 (e incluso el último emperador de Etiopía, Haile Selassie) descendían de un
(hipotético) hijo de Salomón y de la reina aquí mencionada.
I. Qué la trajo para visitar a Salomón. No vino por asuntos de comercio, sino: 1.
Para satisfacer su curiosidad, pues había oído de su fama, especialmente de su sabiduría.
2. Para recibir instrucción de él, y aumentar así la sabiduría que ella poseía (comp. con
Mt. 12:42), con la que poder gobernar con acierto a sus súbditos. Por lo que ella misma
dijo (v. 9), podemos inferir que su principal deseo fue el ser instruida en las cosas del
Dios de Israel.
II. Equipaje y escolta que trajo consigo, conforme a su rango. No vino propiamente
a pedir, pues trajo abundantes riquezas con las que recompensar la hospitalidad y
generosidad de Salomón: «oro, mucha especiería y piedras preciosas» (v. 10), a cambio
de la sabiduría, que vale más que todos los tesoros materiales.
III. La hospitalidad que le prestó Salomón. Por lo que dice el texto sagrado no la
despreció a causa de la debilidad de su sexo, sino que le dio completa libertad para que
le hiciese cuantas preguntas creyese convenientes, dando cumplida respuesta a todas
ellas (vv. 1, 2, 3). No cabe duda de que la informaría especialmente sobre Dios, su ley y
su culto.
IV. Efecto que produjo en ella lo que vio y oyó en la corte de Salomón. Se
mencionan aquí diversas cosas que ella admiró: edificios, mueblaje, comida,
servidumbre, holocaustos. Pero lo primero que se menciona es «la sabiduría de
Salomón» (v. 4), y lo último como corona de todo lo demás, «sus holocaustos que
ofrecía» (v. 5).
V. Cómo expresó su admiración. 1. Reconoce que no sólo era verdad lo que se le
había dicho, sino que lo que ella vio y oyó era más del doble de lo que se le había dicho
(vv. 6, 7). Quienes, por la gracia de Dios, han llegado a experimentar las delicias de la
comunión íntima con el Señor, saben que todo lo que hayan leído u oído sobre ello no
es ni la mínima parte de la realidad. Pero los santos que ya están en la gloria del Cielo
saben que lo que aquí se les dijo no llegaba a la milésima parte de lo que ahora están
experimentando (1 Co. 2:9). 2. Declara que eran realmente dichosos los asistentes y los
siervos de Salomón (v. 8), pues tenían continuamente la oportunidad de escuchar su
sabiduría. 3. Bendice a Dios, que había dado a Salomón tal sabiduría y tanta riqueza y
le había puesto por rey, no precisamente para vivir en pompa y lujo, sino para que
hiciese derecho y justicia.
VI. Cómo se despidió. 1. Hizo a Salomón los regalos que ya hemos mencionado (v.
10). Estos regalos de oro y especias eran tipo del oro, incienso y mirra que trajeron a
Jesús los magos de oriente (Mt. 2:11). Así pagó ella a Salomón por la sabiduría que
había adquirido, sabiendo que en el trato había hecho buen negocio. Quienes son
enseñados por Dios han de entregarle todo su corazón, pues en este regalo se agrada
Dios más que en todo el oro del mundo. Se alaba aquí especialmente «La madera de
sándalo» (vv. 11, 12) pues se usaba en la confección de objetos valiosos, incluidos
varios instrumentos músicos. Esto se menciona aquí porque quizá fue una de las cosas
que causaron mayor admiración a la reina de Sebá. 2. Tampoco Salomón acortó el brazo
en los regalos que le dio a ella, pues leemos que le dio «todo lo que ella quiso pedirle,
además de lo que Salomón le dio de su real voluntad» (v. 13).
Versículos 14–29
Nuevo informe de la prosperidad de Salomón.
I. Cómo incrementó su riqueza. 1. Además del oro que venía de Ofir (9:28), traía
tanto de otros países que la suma anual era de 666 talentos de oro (v. 14); según
Colunga, equivalía la suma de 78 millones de pesetas oro (actualmente, año 1986,
vendría a equivaler a más de 5.000 millones de pesetas. Nota del traductor). ¡Cifra
colosal! 2. Recibía grandes cantidades de tasas aduaneras por las mercancías y tributos
de los países que su padre había conquistado y hecho tributarios de Israel (v. 15). 3.
Además, era socio de Hiram en la flota de Tarsis, con la que importaba, cada tres años,
no sólo oro, plata y marfil, sino también monos y pavos reales (v. 22). 4. Cada año
recibía presentes de los príncipes y magnates vecinos, en recompensa por los consejos y
las instrucciones que recibían de la sabiduría de Salomón (vv. 24, 25). 5. Comerciaba
con Egipto para traer de allí caballos y lienzos por medio de sus mercaderes, quienes, a
su vez, servían de intermediarios para vender a otros países (vv. 28, 29).
II. Qué uso hacía de su riqueza.
1. Después de haber empleado mucho oro para el templo, usó también mucho para
su pompa y comodidad. (A) Hizo de oro 200 escudos grandes o paveses (los que cubren
todo el cuerpo) y 300 pequeños o rodelas (vv. 16, 17), no para pelear, sino para
ceremonias de gala. Los hacía llevar delante de sí, como símbolo de la protección que el
poder real podía ofrecer a todos sus súbditos. (B) Hizo también, de oro purísimo y
marfil, un trono majestuoso, donde se sentaba para dar leyes a sus súbditos, audiencia a
sus embajadores y sentencia en juicios de apelación (vv. 18–20). A pesar de estar hecho
de marfil (de colmillos de elefante) algo valioso y de alto precio, todavía lo recubrió de
oro del mejor. (C) También hizo de oro puro toda su vajilla (v. 21).
2. Hizo que circulara el dinero en su reino, a fin de que los súbditos fuesen ricos
como lo era el rey, puesto que no miraba sólo por su propio interés, sino también por el
de los súbditos. De tal modo hizo que circulara en su reino la riqueza, especialmente el
oro, que la plata, en tiempo de Salomón, no era apreciada (v. 21). Si la abundancia de
oro hizo que la plata fuese despreciable, ¿cuánto más no harán despreciables a las cosas
de este mundo, incluido el oro, la sabiduría, la gracia y la previa degustación de las
cosas celestiales?
3. Recordemos ahora: (A) Que éste fue el que, al comenzar su reinado, no pidió a
Dios riquezas ni honores, sino sabiduría para gobernar a su pueblo. (B) Que éste fue
quien, después de haberlo probado todo, escribió un libro entero (suponiendo, lo cual es
muy discutible, que Salomón sea el autor de Eclesiastés—nota del traductor—) para
mostrar la vanidad de todas las cosas temporales y la necedad de poner en ellas el
corazón. Esto nos enseña a dedicarnos a la práctica seria y constante de la piedad, la
cual, con la gracia de Dios, está a nuestro alcance, mientras que la milésima parte de la
grandeza y riqueza de Salomón es mil veces mayor que las que podemos adquirir en
este mundo.
CAPÍTULO 11
Hasta ahora no hemos leído de Salomón sino cosas grandes y buenas; pero aquí
vemos eclipsado el lustre de su bondad y de su grandeza, y su sol se pone bajo una
negra nube. I. La gloria de su piedad queda ahora empañada por su apostasía del
verdadero Dios y de sus deberes, al casarse, en su vejez, con mujeres extranjeras y
adorar a dioses extraños (vv. 4–8). II. La gloria de su prosperidad es también empañada
por el desagrado de Dios contra él y los frutos amargos de dicho desagrado (vv. 9–13).
III. Tenemos, en concreto, las revueltas de varios adversarios, tanto de fuera como de
dentro, de su reino (vv. 14–40). IV. Así llegamos a la muerte de Salomón, sin que se
nos mencione aquí (vv. 41–43), ni en 2 Crónicas 9:29–31, su arrepentimiento (como se
nos menciona el de Manasés en 2 Cr. 33:12 y ss.), por lo que nos queda la triste
suposición de que murió enemistado con Dios.
Versículos 1–8
Vemos aquí la apostasía y degeneración de Salomón.
I. Inquiramos primero la causa que dio ocasión a dicha apostasía, para ver cómo este
hombre «predilecto de Dios» fue llevado al pecado por mujeres extranjeras. Aquí
tenemos un compendio de su apostasía.
1. «Salomón amó … a muchas mujeres extranjeras» (v. 1). (A) Se dio a las mujeres.
La madre de Lemuel (Pr. 31:3), a quien algunos han identificado con Salomón, le decía:
«No des a las mujeres tu fuerza» (es decir, tu vigor), con lo que alude quizás a Sansón,
quien perdió su fuerza por dar información del secreto a una mujer. La caída de su padre
David había comenzado cuando dio satisfacción a la concupiscencia de la carne. El
amor incontrolado a las mujeres «a muchos ha hecho caer heridos» (Pr. 7:26). Como
dice el obispo Hall, «a muchos les ha roto la cabeza su propia costilla». (B) Tomó
muchas mujeres, tantas que llegaron a sumar mil: 700 mujeres y 300 concubinas (v. 3).
La sabiduría divina señaló una mujer para un hombre, y a los que una les parece poco,
también les parecerán pocas dos o tres.
(C) Lo peor de todo es que eran mujeres extranjeras: moabitas, amonitas, etc., de
las naciones con cuyas mujeres había prohibido Dios los matrimonios mixtos (Éx.
24:11–16; Dt. 7:3–5), aparte de que aun de las israelitas le estaba prohibido al rey tener
mucha mujeres «para que su corazón no se desviara» (Dt. 17:17). Hay quienes opinan
que eran matrimonios por razones de Estado, a fin de enterarse de los asuntos de esos
países, pero no tenía excusa alguna. (D) Para colmar su maldad, «a éstas se juntó
Salomón con amor» (v. 2). Grande era la sabiduría de Salomón, pero ¿de qué le sirvió si
no supo refrenar sus apetitos carnales?
2. Estas mujeres le arrastraron al culto de dioses extranjeros (v. 4), como hicieron
las moabitas a los israelitas en Baal-Peor: «Sus mujeres inclinaron su corazón tras
dioses ajenos» (vv. 3, 4). (A) Salomón se hizo frío e indiferente hacia la verdadera
religión, y remiso en el servicio del Dios de Israel: «Su corazón no era perfecto con
Jehová su Dios, como el corazón de su padre David». No era perfecto porque no fue
constante (v. 6). (B) Toleró y mantuvo a sus mujeres en la idolatría y no tuvo
escrúpulos en acompañarlas en el culto a los dioses falsos. Edificó lugares de culto para
ellos (vv. 7, 8), y parece que llegó a pensar, como dice el obispo Patrick: «¿Qué de malo
hay en ello? ¿No son todas las religiones iguales?», que, por cierto, es un eslogan de
moda. Estos lugares altos continuaron así, sin ser completamente demolidos, hasta el
tiempo del rey Josías (2 R. 23:13).
II. Hagamos aquí una pausa para lamentar la caída de Salomón, la cual merece
ciertamente nuestra reflexión y nuestro asombro.
1. Qué extraño es: (A) Que Salomón en su vejez se dejase llevar de pasiones
juveniles, pasiones carnales. (B) Que un hombre tan sabio como él llegase a tal
insensatez por la influencia de insensatas mujeres. (C) Que el mismo que en Proverbios
había advertido a otros tan clara e insistentemente contra el peligro del amor a las
mujeres, cayese tan espectacularmente en ese mismo peligro. Bien se ve que es más
fácil notar la mota en el ojo ajeno que la viga en el propio, y que muchos que enseñan a
otros el camino de la rectitud, se desvían ellos mismos de ese camino. (D) Que un
hombre otrora tan piadoso y con tanto celo por el servicio del verdadero Dios, llegase
ahora a tales extremos de impiedad.
2. ¿Qué diremos a todo esto? (A) El que piense estar firme, que mire no caiga (1 Co.
10:12). Ya vemos lo débiles que somos de nosotros mismos sin la gracia de Dios.
Vivamos, pues, en constante dependencia de esa gracia. (B) Nótese el peligro de la
prosperidad material y cuán difícil resulta superar las tentaciones que comporta.
Salomón, como Jesurún, engordó y tiró coces (Dt. 32:15). (C) Véase cuánto necesitan
vigilarse a sí mismos los que han hecho profesión abierta de religión y se han mostrado
celosos, y hasta impetuosos, en sus devociones, pues el diablo les atacará con tanto
mayor violencia y, si llegan a portarse mal, el mal será mayor y ellos serán más dignos
de reproche. Es la tarde la que recomienda al día. Temamos, pues, no sea que, habiendo
corrido bien, seamos estorbados de llegar a punto (comp. Gá. 5:7).
Versículos 9–13
I. Enojo de Dios contra Salomón por su pecado. En lo que hizo desagradó a Dios,
puesto que en su pecado se hallaba: 1. La más baja ingratitud que pueda darse. Las
manifestaciones de Dios a Salomón (v. 9: «se le había aparecido dos veces») eran una
confirmación tan clara de su verdadera creencia, que debería haberle prevenido para
siempre contra el culto de dioses ajenos. 2. La más vil y voluntaria desobediencia, pues
Dios le había mandado expresamente acerca de esto, que no siguiese a dioses ajenos;
mas él no guardó lo que le mandó Jehová (v. 10).
II. El comunicado de Dios a Salomón (v. 11): «Y dijo Jehová a Salomón»
(probablemente mediante un profeta) lo que le esperaba por esta apostasía. Y aquí: 1. La
sentencia es justa: Puesto que él se había rebelado contra Dios, parte de su reino se
rebelaría contra su familia. El pecado acarrea la ruina a las familias, corta relaciones,
enajena haciendas y echa por los suelos el honor de los seres humanos. 2. No obstante,
el castigo viene con cierta mitigación, por amor a David (vv. 12, 13); es decir, por la
promesa hecha a David. El reino sufrirá una escisión, pero: (A) No inmediatamente.
Salomón no vivirá para verla, sino que ocurrirá en el reinado de su hijo habido
precisamente de una extranjera (14:31). (B) No lo perderá del todo. Una tribu, la de
Judá, la más numerosa y fuerte de todas, quedará adherida a la casa de David (v. 13)
por amor a Jerusalén edificada por David, y de su templo, edificado por Salomón. Eso
no irá a parar a manos extrañas.
III. Una vez recibido de Dios este comunicado de juicio para avivar la conciencia de
Salomón y traerle al arrepentimiento, tenemos razón (dice M. Henry) para pensar que se
humilló delante de Dios, confesó su pecado, pidió perdón y volvió al cumplimiento de
su deber. Parece indicarlo el libro del Eclesiastés (si es que lo compuso él. Nótese que,
en dicho libro, ni una sola vez ocurre el nombre de Jehová. Nota del traductor). Quizá
nos de alguna luz sobre una probable vuelta final a Dios el pasaje de 2 Samuel 7:14, 15,
donde Dios prometió a David, acerca precisamente de Salomón: «Si él hiciere mal, yo
le castigaré con vara de hombres … pero mi misericordia no se apartará de él como la
aparté de Saúl». Aun cuando Dios puede soportar el que sus amados caigan en pecado,
no puede soportar que se queden en el pecado para siempre. (Con todo, es muy probable
que dichas frases se refieran, no a la salvación personal de Salomón, sino a la
continuación del cetro en su linaje. Nota del traductor).
Versículos 14–25
Son mencionados aquí dos adversarios que se rebelaron contra Salomón, hombres
de poca importancia y que no podrían haberle hecho daño alguno si Salomón no se
hubiese enemistado antes con Dios. ¿Qué habrían podido hacer Hadad o Rezón contra
un rey tan grande y poderoso como Salomón si él no se hubiera rebajado y debilitado a
sí mismo mediante el pecado? Pero ahora esta gente tan insignificante le amenaza y le
insulta.
I. Dios mismo suscitó estos adversarios (vv. 14, 23). Aunque ellos se movían por
ambición o revancha, Dios los usó para su propósito de aplicar a Salomón un correctivo.
II. Los motivos de ambos adversarios tenían su fundamento, en su enemistad contra
Salomón, en sucesos ocurridos en tiempo de David, cuando éste conquistó los
respectivos países de ellos (vv. 15, 24). Salomón gozaba de los beneficios y ventajas
que los éxitos de su padre le habían proporcionado, tanto en el ensanchamiento de sus
dominios como en el incremento de sus riquezas y jamás los habría perdido si se
hubiese mantenido en comunión con Dios; pero ahora se encuentra con que los males
están contrarrestando a los bienes.
1. Hadad, edomita, fue adversario de Salomón. Lo que le indujo a ello fue que, al
conquistar David Edom (2 S. 8:14), Joab había pasado a cuchillo a todos los varones
(vv. 15, 16). Hadad, del linaje regio, era entonces un chiquillo y, mientras Joab se
encargaba de enterrar los cadáveres, fue preservado de la matanza general por los
siervos de su padre, que se lo llevaron a Egipto (v. 17), adonde llegó tras algunas
vicisitudes (v. 18), convirtiéndose allí en cuñado de la reina (vv. 19, 20). A la muerte de
David y Joab regresó a su país, en el que parece ser que se mantuvo tranquilo mientras
Salomón conservó el buen juicio y el recto gobierno de su reino, pero se rebeló contra él
al rebelarse Salomón contra Dios y perder así la protección divina. No se nos dice qué
daño hizo Hadad, sino únicamente que, cuando quería partir a su tierra, Faraón no
quería que se marchara y le preguntó: «¿Qué te falta conmigo?» «Nada», respondió él;
«con todo, te ruego que me dejes ir» (v. 22).
2. Rezón, sirio, fue otro adversario de Salomón. Cuando David derrotó a Hadad-
ézer, príncipe del territorio sirio de Sobá (2 S. 8:3; 10:16–18), este Rezón se hizo cargo
del remanente de las tropas y vivió de los despojos y de la rapiña hasta que Salomón
comenzó a ser un despreocupado y, entonces, se apoderó de Damasco, donde fue hecho
rey (vv. 23, 24), y siguió enemistado con Israel durante todo el reinado de Salomón (v.
25), especialmente después de la apostasía de éste.
Versículos 26–40
Primera mención del infame Jeroboam hijo de Nebat, que hizo pecar a Israel, como
otro adversario de Salomón. Dios le había dicho a éste (v. 11) que había de romper de él
el reino y entregarlo a su siervo. Este siervo era Jeroboam.
I. Su origen (v. 26). Era de la tribu de Efraín, la más honorable después de Judá. Su
madre era viuda y se llamaba Seruá, que significa «leprosa».
II. Su promoción. Una de las características de la sabiduría de Salomón fue poner en
los diferentes cargos a las personas más aptas para desempeñarlos. Jeroboam fue
nombrado jefe de toda la leva de la casa de José (v. 28). Obsérvese la diferencia entre
el antecesor y el sucesor de David: Cuando Saúl veía que alguien era hombre esforzado
y apto para combatir, lo juntaba consigo (1 S. 14:52). En cambio Salomón escogía al
que era activo (v. 28), es decir, laborioso (lit. que hacía el trabajo).
III. Su designación para regir las diez tribus del norte después de la muerte de
Salomón. La tradición judía dice que cuando fue empleado por Salomón en la
construcción de Miló aprovechaba las oportunidades para denigrar a Salomón como
opresor del pueblo y con estas murmuraciones hacía que la gente se resintiera del
gobierno de Salomón. Éste le puso al frente de las tribus de la casa de José esto es, de
Efraín y Manasés, y, cuando iba a tomar posesión de su cargo, le salió al encuentro el
profeta Ahías, quien, de parte de Dios, le anunció que sería rey, lo cual le envalentonó
para oponerse a Salomón con renovado vigor.
1. El profeta Ahías, por quien le fue comunicado a Jeroboam el mensaje de Dios, era
de Siló. Volveremos a verle mencionado en 14:2. Por lo que se ve, Siló no había sido
olvidado ni abandonado de Dios por completo, sino que, en memoria de los primeros
años, fue bendecido con la presencia de un profeta.
2. La señal mediante la cual le fue simbolizada a Jeroboam esta promoción fue
mediante el simbólico desgarro del manto del profeta en doce pedazos, de los que dio a
Jeroboam diez (vv. 30, 31). Los profetas, tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento, usaban con frecuencia gestos simbólicos (comp. con Hch. 21:10).
3. Obsérvese el mensaje mismo, que es muy especial: (A) Le asegura que será rey
de diez tribus de Israel (v. 31). (B) Le explica la razón: No se debe al buen carácter o a
los méritos de Jeroboam, sino para castigar la apostasía de Salomón (v. 33). Jeroboam
no merecía un puesto tan bueno, pero Israel merecía un príncipe tan malo. (C) Limita
las aspiraciones del futuro rey a las diez tribus únicamente, y esto había de tener efecto,
después de la muerte de Salomón, para que no aspirase al gobierno de toda la nación ni
provocase disturbios en vida de Salomón. Aquí se le dice: (a) Que dos tribus (llamadas
aquí una por estar Benjamín muy menguada y como perdida entre los millares de Judá)
quedarían adheridas a la casa de David, por lo que no debía intentar apropiárselas. Que
no piense que David ha sido rechazado como lo fue Saúl, pues de David había de salir el
Mesías. (b) Que Salomón debe reinar sobre todo Israel mientras viva (vv. 34, 35). Por
tanto, no ha de intentar destronarlo, sino aguardar con paciencia hasta que le llegue su
día. Con frecuencia, los hijos que no siguen el buen camino de sus padres lo pasan bien
en esta vida por la piedad de sus buenos progenitores. (D) Le da a entender que su
futuro dependerá de su conducta (v. 38): «Y si … haces lo recto delante de mis ojos …
yo estaré contigo y te edificaré casa firme».
IV. Huida de Jeroboam a Egipto (v. 40). De un modo u otro, Salomón llegó a
enterarse del caso, quizá porque el propio Jeroboam lo dijo. 1. Salomón quiso
insensatamente matar a Jeroboam pero: 2. Éste se retiró prudentemente a Egipto.
Versículos 41–43
Llegamos ya al final de la historia de Salomón, y se hace referencia aquí: 1. A un
libro de los hechos de Salomón (v. 41), semejante a los Anales de otros reyes de su
época. Este libro no nos ha llegado, pero es probable que el escritor sagrado extrajese de
él lo que Dios creyó conveniente para los lectores de la Biblia. 2. A los años que reinó
sobre todo Israel (v. 42): Cuarenta años (del 970 al 931 a. de C.). Su reinado fue tan
largo como el de su padre, pero su vida no fue tan larga; sin duda, fue acortada por el
pecado (es probable que no llegase a cumplir 60 años). 3. A su muerte y sepultura, así
como a su sucesor (v. 43). (A) Siguió a sus padres hasta el sepulcro y fue enterrado en
Jerusalén. (B) Le sucedió su hijo Roboam.
CAPÍTULO 12
Pronto declinó la gloria que Israel había alcanzado durante el reinado de Salomón. I.
Accesión de Roboam al trono y vuelta de Jeroboam de Egipto (vv. 1, 2). II. Petición del
pueblo a Roboam para que les aliviase la servidumbre que padecían, y la dura respuesta
que recibieron (vv. 3–15). III. Rebelión de las diez tribus a favor de Jeroboam (vv. 16–
20). IV. Intento de Roboam de frustrar la revuelta y prohibición de Dios a tal intento
(vv. 21–24). V. Jeroboam establece su gobierno sobre bases idólatras (vv. 25–33). Así
es como Judá se debilitó al ser abandonado por sus hermanos, e Israel por abandonar la
casa de Dios.
Versículos 1–15
Salomón tuvo 1.000 mujeres, entre reinas y concubinas y, con todo, sólo nos ha
llegado el nombre de uno de sus hijos, quien por cierto, fue un insensato. El pecado es
un mal camino para edificar una familia. Roboam fue hijo del hombre más sabio, pero
no heredó nada de la sabiduría de su padre. Ni la sabiduría ni la gracia corre con la
sangre. La corte de Salomón era un modelo de organización sabia, pero a pesar de ser
Roboam el hijo favorito, nada bastó para infundirle un poco de prudencia.
I. El pueblo deseó tratar con él en Siquem, y él condescendió a ir allí. 1. El pretexto
fue coronarle rey en aquel lugar, pero el verdadero objetivo era destronarle. Le daban la
oportunidad de ser coronado rey fuera de Jerusalén, a fin de que no pareciese que era
rey sólo de Judá. 2. El lugar era de nefastos presagios pues en Siquem se había erigido
Abimélec como rey (Jue. 9), aunque había sido antes famoso por la convención general
de las tribus allí celebrada (Jos. 24:1). Roboam conocía la amenaza de ruptura de su
reino, mas pensó que podría impedirla si acudía a Siquem para tratar con las diez tribus,
pero esta medida resultó sumamente impolítica y apresuró la ruptura.
II. Los representantes de las tribus se dirigieron al rey pidiéndole que les rebajase las
tasas impuestas por su padre. Enviaron también a llamar a Jeroboam para que viniese de
Egipto y, es probable, llevase la voz cantante en este asunto. En dicha alocución: 1. Se
quejaron del trato recibido de parte de Salomón (v. 4): «Tu padre hizo pesado nuestro
yugo». No se quejan de la idolatría de Salomón (así de indiferentes se mostraban con
respecto a la religión), sino de las tasas y prestaciones personales que les había impuesto
Aunque hayamos de admitir que había algo de justo en esta petición, lo cierto es que,
cuanto más disfruta la gente de comodidades materiales tanto más se queja de lo que les
parece un yugo. Así le pasaba ahora a Israel. La magnificencia de las obras de Salomón
les costaba dinero, pero las guerras de David les habían costado fatigas y sangre y no se
habían quejado de ello. 2. Le pidieron que les aliviara el yugo, y pusieron esto como
condición para seguir adheridos a la casa de David.
III. Roboam pidió consejo acerca de esta petición. 1. Los hombres de mayor
experiencia en la corte le aconsejaron que accediese a la petición, con lo que se evitarían
mayores males (vv. 6–8). La mejor norma para reinar es servir, abajándose para hacer el
bien a todos y ganar así el corazón de los súbditos. 2. Pero los jóvenes que se habían
criado con él (Roboam tenía entonces 41 años—2 Cr. 12:13—), esto es, sus amigos y
colaboradores, no por falta de edad, sino de experiencia y prudencia, le aconsejaron que
agravase todavía más las cargas del pueblo (vv. 8–11). Señal de la debilidad de Roboam
fue: (A) No tener en cuenta el consejo de los ancianos experimentados, sino seguir el de
los que se habían criado con él y participaban de su necedad y poca experiencia.
Tremendas consecuencias tiene para los jóvenes, cuando echan a andar solos por el
mundo, seguir los consejos de quienes halagan su vanidad y les incitan al placer, y
piensan que por eso son sus mejores amigos, pues ellos le llevarán a la ruina. (B)
Preferir la aspereza a la moderación y piensan que así tendría mayores ingresos y que
los ancianos habían sido muy torpes al aconsejarle rebajar las cuotas (v. 7). Los
ancianos le habían dado consejo escueto, pero los jóvenes le dictaron las palabras
mismas que había de responder al pueblo. La última frase del v. 10 viene a ser, como
hace notar el Dr. Ryrie, una expresión proverbial que significa: «Mi poder será mayor
que el de mi padre». La altanería, casi obscena de esta frase nos da el calibre de la
imprudencia de estos consejeros.
IV. Así pues, respondió al pueblo según le habían aconsejado los jóvenes (vv. 14,
15). Se presentó con porte altivo e imperioso, imaginándose que al usar de mano dura le
seguirían como corderos.
1. Vemos aquí la fatuidad de Roboam. (A) Confiesa que es cierto lo que alegan
contra el gobierno de su padre (v. 14): «Mi padre hizo pesado vuestro yugo», con lo que
se mostraba injusto e ingrato con la memoria de su padre. (B) Se imagina que los va a
poder domeñar mejor que lo hizo su padre. (C) Les amenaza, no sólo con estrecharles el
yugo, sino también con castigarles con duras leyes. (D) Provoca así a un pueblo
acostumbrado a la prosperidad y a la riqueza, que se había vuelto fuerte, arrogante y
dispuesto a la rebelión, y que tenía ya al frente de ellos alguien con dotes de mando.
2. Pero vemos también aquí el cumplimiento de los designios de Dios (v. 15): «Era
designio de Jehová …» Dejó a Roboam abandonado a su propia insensatez, y ocultó a
sus ojos las cosas que eran para su paz (comp. con Lc. 19:42). Roboam fue un
insensato al perder la mayor parte del reino por su necedad, pero es mucho mayor la de
los que rechazan el reino de Dios por su incredulidad.
Versículos 16–24
Tenemos aquí la partición del reino de Israel.
I. El pueblo reaccionó con osadía y resolución (v. 16): «¿Qué parte tenemos
nosotros con David?» Si el pueblo hubiese inquirido para ver quién le había dado a
Roboam este consejo, y hubiese tomado las medidas necesarias para apartar de la corte
a tan malvados consejeros, quizás habría podido evitarse la ruptura. Pero rebelarse, sin
más, contra la casa de David, a la que Dios había concedido el cetro y adjudicado la
sucesión a la posteridad de David, y levantar otro rey en oposición a dicha familia, fue
un gran pecado (2 Cr. 13:5–8). Se menciona aquí, en alabanza de la tribu de Judá, que
siguió a la casa de David (vv. 17, 20) a pesar de la imprudencia y estupidez de Roboam.
II. Roboam fue también imprudente en su posterior procedimiento para acabar con
la rebelión. 1. Envió precisamente a Adoram, que estaba sobre los tributos (v. 18). Con
sólo verle, todavía se exasperó más el pueblo, hasta apedrear al enviado. 2. Muchos
opinan que también obró mal en abandonar el campo y volver precipitadamente a
Jerusalén, pues así dejó la ventaja en manos de sus enemigos, que se habían ido a sus
tiendas disgustados (v. 16), es cierto, pero sólo después que él se volvió a la capital,
ofrecieron la corona a Jeroboam (v. 20).
III. Dios le prohibió que intentara recobrar por la espada lo que había perdido. Las
cosas deben quedar como están y por tanto Dios prohíbe la lucha. 1. Fue un acto de
valentía por parte de Roboam el estar dispuesto a reducir por la fuerza a los sediciosos.
Le vinieron los ánimos cuando llegó a Jerusalén (v. 21). Judá y Benjamín (temerosos de
Dios y del rey, y que no se habían unido a los insurrectos) levantaron un ejército de
180.000 hombres, a fin de recuperar el derecho que el rey tenía sobre las otras diez
tribus, y estaban resueltos a luchar a su lado. 2. Fue mayor bravura por parte de Roboam
el cesar de su intento cuando le ordenó Dios, por medio de un profeta, deponer las
armas. Seguir con su intento habría sido no sólo pelear contra sus hermanos (v. 24), a
quienes debían amar, sino también contra Dios, a quien debían someterse. Roboam y su
pueblo oyeron la palabra de Dios esto es se sometieron al mandato divino y disolvieron
el ejército que habían preparado. Al obrar así iban también en favor de su propio interés,
porque, aun cuando llevaban la ventaja del derecho y hasta de las armas, no habrían
podido prosperar si luchaban desobedeciendo a Dios.
Versículos 25–33
Comienzo del reinado de Jeroboam. Reedificó Siquem y, después, fortificó Penuel
(v. 1). Pero a continuación llevó a cabo otro proyecto para establecer su reino que
resultó fatal para los intereses religiosos.
I. Lo que proyectó fue asegurarse de algún modo la lealtad de quienes se habían
adherido a él e impedir que se volviesen a la casa de David (vv. 26, 27). 1. Tenía miedo
de que el pueblo, tarde o temprano, se cansase de él y tramase su muerte para volverse a
Roboam. Jeroboam no podía confiar en el afecto de su pueblo, porque lo que se obtiene
por usurpación no puede disfrutarse ni conservarse con facilidad y seguridad. 2.
Tampoco confiaba en la promesa de Dios, por lo que tramaba planes y medios, por
pecaminosos que fuesen, para procurarse alguna seguridad. En el fondo de todos
nuestros apartamientos de Dios se halla siempre una desconfianza práctica en la
todosuficiencia de Dios.
II. El plan que llevó a cabo para impedir que su pueblo acudiese a Jerusalén para
adorar a Dios.
1. Jeroboam consideró que, si el pueblo continuaba acudiendo allá, se volvería algún
día a la casa de David, bajo la seducción de la magnificencia del templo y de la corte. Si
seguían adheridos a la antigua religión, se habían de volver al anterior rey.
2. Por consiguiente, les disuadió de subir a Jerusalén, bajo pretexto de mirar por la
conveniencia de ellos: «Bastante habéis subido a Jerusalén» (v. 28). Como si dijese:
«¿Por qué hemos de estar ligados a un solo lugar, en vez de a varios como en tiempo de
Samuel?»
3. Les proveyó, pues, de lugares donde pudiesen continuar con sus devociones.
Después de consultar a sus consejeros, hizo dos becerros de oro como señales de la
presencia divina, y hay quienes llegan a explicar favorablemente esto, como si la
intención de Jeroboam hubiera sido representar por medio de estos becerros el
propiciatorio y los querubines que había sobre el Arca, pero es más probable que, al
haber estado por algún tiempo en Egipto, donde se adoraba al dios Apis bajo la imagen
de un toro o becerro, lo que en realidad hizo Jeroboam fue adoptar una forma, más o
menos camuflada, de idolatría, aunque con la pretensión de representar, con los
becerros, al Dios de Israel, como se ve por las últimas frases del versículo 28, que son
una repetición literal de las que había pronunciado Aarón en Éxodo 32:4, 8. Fue, pues,
una violación del segundo mandamiento del Decálogo, más bien que del primero.
4. El pueblo accedió a ello, quizás atraído por la novedad, y le vemos así cómo
acude a adorar a uno de los dos lugares (v. 30). Y los que pensaban que era mucho subir
a Jerusalén para adorar a Dios según estaba mandado, no tenían inconveniente en ir
hasta Dan, esto es, el doble de camino, por seguir el culto que Jeroboam había
inventado. Es cierto que Dios había permitido adorarle en varios lugares, pero nunca
bajo figura de imágenes.
5. Una vez fabricadas las imágenes, se les buscó un alojamiento conveniente.
Jeroboam: (A) Les edificó casas en Betel y en Dan (v. 29), además de las que edificó en
otros lugares altos de Samaria (v. 31), con sus altares (v. 32). (B) Hizo sacerdotes de
entre el pueblo llano, que no eran de los hijos de Leví (v. 31). Para unos dioses como
los becerros, cualquiera podía hacer de sacerdote. Además de los sacerdotes que habían
de estar repartidos por todo el país, ordenó un cierto número de sacerdotes que
residieran en Betel, como los había en Jerusalén, a fin de que atendieran allí a los
servicios religiosos. (C) Trasladó la fiesta de los Tabernáculos del día 15 del séptimo
mes, fecha escogida por Dios, al día 15 del octavo mes, «el mes que él había
inventado» (v. 33), para mostrar su poder en materia religiosa. (D) Una vez que se había
metido a ordenar sacerdotes, no es extraño que se metiera también a ejercer funciones
sacerdotales, sacrificando él mismo sobre el altar que había hecho en Betel. ¡Más
religioso no podía ser el hombre! Así es como: (a) Jeroboam pecó; quizá se excusó al
obrar así, al pensar que no era tan malo como Salomón, quien había dado culto a dioses
ajenos. (b) Hizo pecar a Israel, pues desvió al pueblo (v. 30) de adorar al verdadero Dios
y los llevó a la idolatría a ellos y a sus descendientes.
CAPÍTULO 13
Jeroboam recibe una amonestación de un profeta de Judá. I. Lo que pasó entre este
profeta y el rey: 1. El profeta amenazó al altar de Jeroboam (vv. 1, 2) y le dio una señal
(v. 3) que inmediatamente se cumplió (v. 5). 2. El rey amenazó al profeta, pero se le
secó la mano (v. 4), con lo que tuvo otra señal. La mano le fue restaurada por la
intercesión del profeta (v. 6). 3. Éste rehusó aceptar la invitación que le hizo el rey (vv.
7–10). II. Lo que pasó entre este profeta y un viejo profeta. 1. El viejo profeta le hizo
volver mediante una mentira y le ofreció un refrigerio (vv. 11–19). 2. Por haber
aceptado esta invitación contraviniendo la orden de Dios, fue sentenciado a muerte (vv.
20–22). 3. La sentencia fue ejecutada por medio de un león (vv. 23, 24) y fue sepultado
en Betel (vv. 25–32). 4. Jeroboam se endurece en su idolatría (vv. 33, 34).
Versículos 1–10
I. Es enviado a Jeroboam un mensajero, el cual le comunica el desagrado de Dios
por su idolatría (v. 1). El ejército de Judá, que tramaba la ruina de Jeroboam, recibió una
contraorden de no pelear contra él (12:24), pero le es enviado un profeta de Judá para
hacerle volver de su mal camino, un envío muy oportuno, por cuanto Jeroboam estaba
dedicando su altar, a fin de que su corazón no se endureciese, pues Dios no se deleita en
la muerte de los pecadores, sino que desea que se vuelvan y vivan.
II. El mensaje dado en nombre de Dios no es susurrado a oídos del rey, sino gritado
en público, con lo que da a entender la bravura y el celo del profeta. No va dirigido
literalmente contra el rey ni contra el pueblo, sino contra el altar (v. 2), pero con esta
amenaza se cernía la amenaza de Dios sobre el fundador y los adoradores del altar pues
podían fundadamente concluir: «Si Dios amenaza a este altar inerte, ¿cómo
escaparemos nosotros?» Lo que se dice del altar es que, más adelante, saldrá de la casa
de David un rey, por nombre Josías, que profanará este altar y sacrificará sobre él a los
sacerdotes idólatras y quemará sobre él huesos humanos. Esta predicción se hizo unos
356 años antes de que se cumpliera; a pesar de eso, se hizo como si el acontecimiento
estuviese al alcance de la mano, pues para Dios mil años son como un día.
III. Para confirmar la verdad de esta predicción, el profeta da una señal: «El altar se
quebrará, y la ceniza que sobre él está se derramará» (v. 3), lo cual aconteció
inmediatamente (v. 5). Esto era: 1. Una prueba de que el profeta era enviado por Dios,
quien confirmó la palabra por medio de las señales que la acompañaban (Mr. 16:20).
2. Una indicación clara del desagrado de Dios contra estos sacrificios idolátricos. 3. Una
reprensión al pueblo, cuyo corazón era más duro que estas piedras, pues no se
quebrantaba bajo la palabra de Dios. 4. Un anticipo de lo que había de ocurrir cuando se
cumpliese la profecía por manos de Josías: el quebrantamiento de ahora era señal de la
total ruina posterior.
IV. Cuando Jeroboam extendió la mano para ordenar el prendimiento del profeta, se
le secó (v. 4). Su incapacidad para enderezar la mano que había extendido fue un
espectáculo para todos los presentes, a fin de que viesen y temiesen. Cuando Dios, en
sus justos juicios, endurece el corazón de los pecadores, de forma que la mano que han
extendido al pecar no se puede enderezar a tiempo con el arrepentimiento, hace algo
parecido a lo sucedido aquí, pero de consecuencias mucho más terribles.
V. La curación instantánea de la mano seca (v. 6). La palabra de Dios que debería
haber tocado la conciencia de Jeroboam no le humilló, pero la que le tocó en la carne y
el hueso abatió su espíritu soberbio. Ahora no pide socorro a sus becerros de oro, sino al
poder y al favor de Dios. Tampoco echa mano de sacrificios o incienso, sino de la
intercesión del profeta, a quien había mandado prender. Pero obsérvese que no pidió al
profeta que orase para que se le perdonara el pecado, sino para que le fuese restaurada
la mano (v. 6). El profeta oró por él, y Dios añadió un nuevo honor al profeta, escuchó
su oración y retiró, por medio de un nuevo milagro, el juicio que había llevado a cabo
por medio del otro milagro, a fin de que, movido por la bondad de Dios, Jeroboam
pueda ser conducido al arrepentimiento, de forma que, si no fue quebrantado por el
castigo, sea derretido por medio de la misericordia. Parece que ambas cosas le afectaron
ahora, pero pronto se esfumaron estas impresiones.
VI. El profeta rehusó aceptar la invitación de Jeroboam. 1. Dios prohibió a su
mensajero comer y beber en Betel (v. 9), para mostrar su detestación de la execrable
idolatría y apostasía de los del lugar. 2. Jeroboam quedó tan impresionado con la
curación de su mano que quiso expresar su gratitud al profeta recompensándole por su
oración (v. 7). 3. El profeta, aunque estaba hambriento y cansado, y quizás era pobre,
rehusó, en obediencia al mandato de Dios, tanto el refrigerio como la recompensa que el
rey le ofrecía.
Versículos 11–22
El varón de Dios había rehusado decididamente aceptar la invitación del rey, a pesar
de la recompensa que éste le ofrecía; sin embargo, un viejo profeta le persuadió a que se
volviese con él a Betel y comiera con él allí, en contra de la orden que Dios le había
dado. Aquí vemos cuán cara le costó la comida.
I. La perversidad del viejo profeta. Es posible que hubiese acudido a la escuela de
profetas fundada por Samuel. En todo caso, bien pudo tener el don profético, aun siendo
un mal hombre, como lo tuvo Balaam. No se nos dice por qué no acudió a la ceremonia
con que dedicaba el rey el altar, pero todo hace ver que quiso congraciarse con
Jeroboam al conseguir que el varón de Dios contraviniera la orden de Dios, con lo que
lo desacreditaba ante el rey y el pueblo. Le engañó diciéndole que un ángel le había
hablado por palabra de Jehová (v. 18) a fin de que regresase a comer y beber en Betel.
Este «ángel» sería su propio hijo (v. 11), quien le contó lo que había pasado en la
dedicación del altar; como si Dios pudiese contradecirse a Sí mismo (comp. con Gá.
1:8, 9). Así es como los falsos profetas causan muchas veces la ruina de los verdaderos.
II. La debilidad del verdadero profeta al dejarse engañar por la manifiesta mentira
del viejo (v. 19): «Entonces volvió con él». El que había tenido suficiente resolución
para rehusar la invitación del rey, quien le prometía recompensa, no la tuvo para resistir
a la sugerencia de alguien que pretendía engañosamente hablarle de parte de Dios. Pero
estando ellos a la mesa (v. 20), vino verdadera palabra de Dios al propio profeta que le
había hecho volver, con el anuncio de la muerte inminente del verdadero, pero
desobediente, profeta. Parece extraño, a primera vista, que este mensaje llegase por
medio del perverso viejo, pero era conveniente: 1. A fin de que la verdad fuese
declarada por el mismo que había inventado el engaño, y el varón de Dios se percatase
de su tremendo error. 2. A fin de que el viejo fuese afectado por el mensaje, como lo
muestra el clamor (v. 21) con que lo anunció, así como su conducta posterior. Quienes
predican a otros la ira de Dios, por fuerza han de tener corazón duro, si no tiemblan
ellos mismos bajo tal mensaje.
Versículos 23–34
I. La muerte del engañado y desobediente profeta. El viejo profeta que le había
engañado le proveyó de un asno para que se volviese a su casa, pero le topó un león en
el camino y le mató (vv. 23, 24). ¿Pensaba acaso que la casa del viejo profeta era más
segura para comer que las demás casas de Betel, cuando Dios le había prohibido comer
en cualquiera de ellas? Eso era tenerse por más sabio que Dios. No hay nada que
provoque a Dios tanto como la desobediencia a una orden expresa suya. Dios detesta
especialmente los pecados de su pueblo y nadie debe sentirse protegido en su
desobediencia por la santidad de su profesión, la dignidad de su ministerio, su cercanía a
las cosas de Dios o por los buenos servicios que le haya prestado en el pasado.
II. La maravillosa preservación de su cadáver, la cual fue una señal de la
misericordia de Dios, recordada en medio de la ira. El león que le había dado muerte de
un zarpazo o por estrangulamiento, no lo devoró ni hizo ningún daño al asno (vv. 24,
25, 28). Más aún, no tocó al profeta viejo cuando vino a llevarse el cadáver.
III. El cuidado que se tomó el viejo profeta en sepultar al varón de Dios. Muy de
lamentar era verdaderamente el caso de que un profeta tan bueno y tan fiel, y tan
valiente por la causa de Dios, muriese por una sola ofensa como un criminal, mientras
que un profeta viejo y mentiroso vive cómodamente, y un príncipe idólatra vive en
pompa y poder. Esto nos da a entender que no hemos de juzgar a los hombres por sus
sufrimientos, ni los pecados por los castigos presentes (o por la ausencia de castigos).
En algunos, la carne es destruida para que el espíritu sea salvo (1 P. 4:6).
IV. El encargo que el viejo profeta dio a sus hijos con respecto a su propio sepelio,
de que lo enterrasen en el mismo sepulcro en que había sido enterrado el varón de Dios
(v. 31): «poned mis huesos junto a los suyos». Aunque era un profeta mentiroso,
deseaba morir la muerte de un profeta verdadero. Como si dijese: «No me sepultéis
junto a los pecadores de Betel, sino con el varón de Dios». De este modo honra al
fallecido profeta, como a un hombre cuya palabra no cayó al suelo, aun cuando él
mismo cayó. Estaba predicho que serían quemados huesos de hombres (v. 2) sobre el
altar de Jeroboam. Al estar sepultado junto al varón de Dios, sus huesos fueron
presentados de la calcinación (2 R. 23:18). Allí se levantó un pequeño monumento (2 R.
23:17) para perpetuar la memoria del varón de Dios que había profetizado lo que Josías
había de hacer.
V. Jeroboam se obstina en su idolatría (v. 33): «Con todo esto, no se apartó
Jeroboam de su mal camino». Hubo alguna mano que se atrevió a levantar el altar que
Dios había quebrado, y Jeroboam volvió a ofrecer allí sacrificios. Muchos medios se
habían puesto en práctica para hacer que se volviese de su mal camino, pero ni
amenazas ni señales, ni castigos ni misericordias, hicieron en él ningún efecto; tan
extrañamente adherido se hallaba él a sus becerros.
CAPÍTULO 14
Tenemos aquí: I. La profecía de la destrucción de la casa de Jeroboam (vv. 7–16),
con ocasión de la enfermedad de su hijo (vv. 1–6); y la muerte del niño fue como un
anticipo de dicha ruina (vv. 17–18), junto con la conclusión de su reinado (vv. 19, 20).
II. La historia de la decadencia de la casa y del reino de Roboam (vv. 21–28), así como
el final de su reinado (vv. 29–31).
Versículos 1–6
Jeroboam persistió en su desprecio de Dios y de la religión.
I. Su hijo cayó enfermo (v. 1). Es probable que fuese el primogénito y, por tanto, el
heredero de la corona, puesto que, cuando murió, todo Israel hizo duelo por él (v. 13).
«En aquel tiempo» (v. 1), esto es, cuando Jeroboam prostituyó y profanó el sacerdocio
(13:33), enfermó su hijo.
II. Envió a su mujer con disfraz para que preguntase al profeta Ahías lo que había
de ser del niño (vv. 2, 3).
1. El gran deseo de Jeroboam, en este apuro, era conocer si el niño se iba a recobrar
de la enfermedad o iba a morir. (A) Lo prudente en este caso habría sido conocer por
qué medios podía recobrar el niño su salud, pero, por este caso, lo mismo que por los de
Ocozías (2 R. 1:2) y Ben-adad (2 R. 8:8), parece como si tuviesen una noción tan
insensata de la fatalidad que les impedía usar de remedios para los males; ya que, si se
les aseguraba que el paciente saldría de la enfermedad, pensaban que no había por qué
usar ningún remedio, y si habían de morir, de nada les podían servir, por supuesto, los
mejores remedios. (B) Por otra parte, lo más apropiado y piadoso habría sido pedir al
profeta oraciones y echar de sí los ídolos; entonces cabía la posibilidad de que se
restaurase la salud del niño, como se le había restaurado a él la salud de la mano. Pero la
mayoría de la gente prefiere que se le diga su fortuna, más bien que sus faltas o sus
deberes.
2. Para saber lo que había de ser del niño, Jeroboam envió a su mujer con disfraz al
profeta Ahías, que vivía ignorado y en la oscuridad en Siló, ciego por la edad, pero
favorecido todavía con las visiones del Omnipotente, para las que no hacen falta los
ojos del cuerpo; antes bien, los ojos de la mente están mejor alertados y menos
distraídos cuando falta la vista corporal. Jeroboam no le había consultado sobre la
fabricación de becerros ni sobre la consagración de sus sacerdotes, sino que recurría a él
en este apuro, cuando los dioses que adoraba no le podían prestar ninguna ayuda.
Jeroboam la envió a pues Ahías porque él era el que le había dicho que había de ser rey
(v. 2). Quizá pensaría Jeroboam: «Fue una vez mensajero de buenas noticias; de seguro
lo será otra vez». Los que por sus pecados se hacen indignos de consuelo y con todo,
esperan que los ministros de Dios, por ser buenas personas, les hablen palabras de paz y
consuelo, se hacen daño a sí mismos y deshonran a los ministros.
3. Envió a su esposa porque ella podía exponer el caso sin dar nombres ni hacer
ninguna descripción con más detalles que lo siguiente: «Señor, tengo un hijo enfermo,
¿recobrará la salud o no?» Mejor le habría sido quedarse en casa para cuidar del niño
que ir a Siló a preguntar qué había de ser de él. Además, va disfrazada, de incógnito, no
sólo para ocultar su personalidad a la corte y a los lugares por los que había de pasar,
sino también al profeta a quien venía a consultar, para que éste contestase a la pregunta
sobre el niño sin entrar en el desagradable asunto de la defección de su marido.
III. Dios le comunicó a Ahías la llegada de la mujer de Jeroboam, que venía
disfrazada y lo que había de decirle (v. 5), lo que le capacitó, tan pronto como ella entró
por la puerta, para llamarla por su nombre, con gran sorpresa por parte de ella, y
descubrir así a los que estaban con él quién era la mujer (v. 6): «Entra, mujer de
Jeroboam. ¿Por qué te finges otra?»
Versículos 7–20
I. El profeta se anticipa a la pregunta concerniente al niño y profetiza la ruina de la
casa de Jeroboam a causa de su perversidad.
1. Dios se llama a sí mismo Jehová Dios de Israel (v. 7). Aunque Israel se había
desentendido de su Dios, Dios no se había desentendido de Israel. Es el Dios de Israel
y, por tanto, va a tomar venganza del que ha hecho a Israel el mayor daño posible, al
arrastrarlos a la idolatría, haciéndoles así apostatar del verdadero Dios. 2. Echa en cara a
Jeroboam el gran favor que le había dispensado al hacerle rey sobre el pueblo escogido
de Dios, quitándole el reino a la casa de David para entregárselo a él (vv. 7, 8).
3. Le acusa de impiedad y apostasía y, especialmente, de idolatría: «Hiciste lo malo
sobre todos los que han sido antes de ti» (v. 9). Los becerros de Jeroboam, son llamados
aquí dioses ajenos, porque mediante ellos había cambiado la verdad de Dios en una
mentira (Ro. 1:25), y presentado a Dios de una forma totalmente diferente de como es,
y porque los más de los ignorantes adoradores de los becerros dirigían hacia ellos toda
su devoción, sin consideración alguna hacia el Dios de Israel.
4. Predice la ruina completa de la casa de Jeroboam (vv. 10, 11). Su cumplimiento
se halla en 15:29.
5. Predice también la muerte inminente del niño enfermo (vv. 12, 13).
(A) Esto va a ser un gran favor para el niño mismo, ya que, de haber sobrevivido,
habría quedado infectado por el pecado, y envuelto así en la ruina de la casa de su
padre. Obsérvese lo que se dice de él en el versículo 13: «Por cuanto se ha hallado en
él alguna cosa buena delante de Jehová Dios de Israel, en la casa de Jeroboam». Al
morir en la inocencia de tan temprana edad, todavía podía verse en su alma una
miniatura de la imagen de Dios. Por eso, él será el único de toda la familia de Jeroboam
en morir y ser sepultado honrosamente, y a él se le hará duelo como lo querrían para sí
los sobrevivientes de la familia. Este niño, el primogénito de la familia, muere también
el primero, porque Dios se lleva con frecuencia más temprano a las personas a quienes
más ama. El lugar apropiado para ellos es el Cielo, pues la tierra no es digna de ellos
(comp. con He. 11:38).
(B) Pero esto mismo va a ser una señal de la ira de Dios contra su familia. Era una
señal de ruina para la familia el que Dios se llevase a quien, quizás, habría emprendido
una reforma religiosa en el país.
6. Predice que se levantará otra familia para gobernar sobre Israel (v. 14). Como
advierte Bullinger, es de notar que, en el original, no aparecen las palabras «tan cierto
como lo es», con lo que la frase «ahora mismo» significa que, en aquel mismo
momento, nacía Basá, quien había de acabar con la casa de Jeroboam (15:29).
7. Predice igualmente los castigos que sobrevendrán al pueblo de Israel por haberse
adaptado al culto que había establecido Jeroboam. Se dice aquí (v. 15) que: (A) Nunca
disfrutarían de tranquilidad ni se asentarían propiamente en el territorio, pues Jehová
los iba a sacudir al modo que la caña se agita en las aguas. Después que dejaron la
casa de David, nunca continuó el gobierno por mucho tiempo dentro de una familia,
sino que seguían continuamente las sublevaciones por las que una casa suplantaba a otra
en el trono. (B) No tardarían en ser del todo expulsados de su territorio, lo cual se
cumplió cuando el rey de Asiria se llevó cautivas (año 722 a. de C.) a las diez tribus del
norte.
II. La mujer de Jeroboam no tiene nada que decir contra la palabra de Jehová, así
que se marcha con el corazón lleno de pesadumbre a su casa de Tirsá (v. 17), que, por
cierto, significa «lugar agradable», famoso por su hermosura, como vemos por Cantares
6:4. Vemos, pues: 1. Que el niño murió (v. 17) y lo endechó todo Israel (v. 18) por las
esperanzas que en él estaban puestas. 2. También Jeroboam murió algún tiempo después
(v. 20); su reinado fue durante 22 años, y dejó la corona a un hijo que la perdió,
juntamente con la vida suya y la de todos sus familiares, al cabo de dos años de reinado.
Versículos 21–31
La historia de Judá y la de Israel se hallan aquí mezcladas. Jeroboam sobrevivió a
Roboam cuatro o cinco años; sin embargo, su historia es referida primero, a fin de que
el relato del reinado de Roboam aparezca continuo; por cierto, es un relato triste.
I. Nada bueno se nos dice aquí de este rey. Todo lo que sabemos de él por este relato
es: 1. Que tenía 41 años cuando comenzó a reinar. 2. Que reinó 17 años en Jerusalén,
«ciudad que Jehová eligió … para poner allí su nombre» (v. 21); es decir, donde tenía
el rey suficiente oportunidad para conocer su deber, si su corazón hubiese estado a bien
con Dios. 3. Que su madre fue Naamá, amonita; esto se menciona dos veces (vv. 21,
31). Probablemente era hija de Sobí el amonita, que se había portado amablemente con
David (2 S. 17:27), con lo que éste se vería contento de tener a su hijo Salomón casado
con una hija del amonita. 4. Que estuvo en continua guerra con Jeroboam (v. 30). 5.
Que, al morir, dejó el trono a su hijo Abiyam.
II. Se dicen muchas cosas malas de sus súbditos.
1. No puede ser más triste el informe que se nos da aquí de la apostasía del pueblo
(vv. 22–24). Judá, el único pueblo del mundo que profesaba la verdadera religión, hizo
lo malo ante los ojos de Jehová (v. 22). Sus antepasados habían sido bastante malos,
especialmente en tiempo de los Jueces, pero ellos hicieron cosas abominables, ya que
enojaron a Dios más que todo lo que sus padres habían hecho. (A) Se hicieron vanos en
sus imaginaciones acerca de Dios y cambiaron su gloria en una imagen, pues edificaron
para sí lugares altos, estatuas e imágenes de Aserá (v. 23), y profanaron el nombre de
Dios al aplicarlo a sus imágenes, y las ordenanzas de Dios al servir con ellas a sus
ídolos. (B) Se dieron a los mismos vicios de los idólatras (comp. con Ro. 1:26, 27), pues
hubo también sodomitas en la tierra (v. 24), «cometiendo hechos vergonzosos hombres
con hombres» (Ro. 1:27), cosa que no puede mencionarse, ni aun pensarse, sin horror e
indignación. Deshonraron a Dios con su idolatría, y Dios les abandonó para que se
deshonrasen unos a otros con su sodomía.
2. Véase aquí cuán débiles y pobres estaban, al ser lo último una consecuencia de lo
primero. Vino contra ellos Sisac, rey de Egipto, y se hizo el amo de Jerusalén hasta el
punto de llevarse, de grado o por la fuerza, los tesoros del templo y del palacio real (vv.
25, 26). También se llevó todos los escudos de oro que Salomón había hecho, éstos
fueron los trofeos de la victoria que el rey de Egipto se llevó consigo; y en lugar de
ellos, hizo Roboam escudos de bronce (v. 27), 1o cual era símbolo de la decadencia de
la gloria de Judá. El pecado cambia en bronce el oro más fino.
CAPÍTULO 15
Aquí tenemos la historia: I. De dos reyes de Judá: Abiyam, cuyos días fueron pocos
y malos (vv. 1–8), y Asá, que reinó bien y largo (v. 9–24). II. De dos reyes de Israel:
Nadab, el hijo de Jeroboam, y Basá, el que destruyó la casa de Jeroboam (vv. 25–34).
Versículos 1–8
Breve relato del corto reinado de Abiyam, el hijo de Roboam, rey de Judá. Queda
mejor parado en 2 Crónicas 13, donde se nos informa de su guerra con Jeroboam, allí se
le llama Abiyah (hebreo, que significa «mi padre es Jehová»), y no se le culpa de nada
malo. Pero aquí se le quita la partícula Yah, que es la abreviatura de Jehová
cambiándola por Yam, que significa mar y, también, poniente u ocaso.
I. Pocos detalles se nos dan de él. 1. Comenzó su reinado en el año 18 de Jeroboam,
pues Roboam reinó sólo 17 años (14:21). Jeroboam había sobrevivido a Roboam, pero
el Abiyah de Roboam vivió lo suficiente para suceder a su padre y llenar de terror a
Jeroboam, mientras que el Abiyah de Jeroboam (del que leemos en 14:1) murió mucho
antes que el de Roboam. 2. Reinó escasamente tres años, pues murió antes del final del
vigésimo año de Jeroboam (v. 9). Ensoberbecido y creyéndose a salvo por su gran
victoria sobre Jeroboam (2 Cr. 13:21), Dios le segó la vida, para dar paso a su hijo Asá,
que había de ser mejor que él. 3. Su madre fue Maacá, hija de Abisalom (v. 2). Si
comparamos este lugar con 2 Crónicas 11:20; 13:2, vemos que se la llama también
Micayá e hija de Uriel. Por tanto, era nieta de Absalón, cuya hija única, Tamar, se casó
con Uriel de Guibeá, y de ellos nació esta Maacá o Micayá, con lo que Roboam se
habría casado con una sobrina segunda suya. 4. Continuó la guerra que sostenía su padre
con Jeroboam; esta guerra consistía, a no dudar, en frecuentes escaramuzas junto a la
frontera, hasta que vino Jeroboam con un gran ejército e invadió el territorio de Judá;
entonces Abiyam, que actuaba en propia defensa, le infligió una derrota tan severa que
le obligó a mantenerse quieto durante el resto de su reinado (2 Cr. 13:20).
II. Pero, en general, se nos dice: 1. Que no fue como David, pues no se adhirió de
corazón a Dios, aun cuando, para conseguir sus objetivos contra Jeroboam, apeló a su
posesión del templo y del sacerdocio, como algo de que valerse a sí mismo (2 Cr.
13:10–12). Parece ser que tuvo celo, pero le faltó sinceridad. Comenzó bien pero decayó
y anduvo en todos los pecados que su padre había cometido (v. 3). 2. Que, por amor a
David, Dios le concedió que el trono quedase ligado a su linaje (vv. 4, 5); no por él
mismo ni por su padre, en cuyos caminos anduvo, sino por amor a David, cuyo ejemplo
no imitó. Una circunstancia agravante de los pecados de unos descendientes
degenerados es el disfrute de unos beneficios obtenidos a causa de la piedad de sus
antepasados, cuyo ejemplo ellos no han tratado de imitar.
Versículos 9–24
Breve informe del reinado de Asá, del que hallamos un relato más detallado en 2
Crónicas capítulos 14, 15 y 16.
I. Su duración: Reinó cuarenta y un años en Jerusalén (v. 10). En la relación que se
nos da de los reyes de Judá, podemos observar que el número de los reyes buenos es,
más o menos, igual al de los malos; pero hallamos, para nuestro consuelo, que el
reinado de los buenos fue generalmente largo, mientras que el de los malos fue corto.
II. Su carácter general (v. 11): Asá hizo lo recto ante los ojos de Jehová. Lo que es
recto a los ojos de Dios es verdaderamente recto. Actuó «como David su padre»: se
mantuvo en comunión íntima con Dios, aun cuando no fue profeta ni salmista, como lo
fue David. Si llegamos al nivel de gracia de los que nos precedieron, nos servirá de
alabanza a los ojos de Dios, aunque no lleguemos al nivel de los dones de ellos.
III. Algunos detalles de la piedad de Asá. Sus días fueron días de reforma.
1. Retiró la maldad. Dio el primer golpe a la inmoralidad (v. 12): «Echó del país a
los sodomitas», y suprimió sus prostíbulos, pues ¿cómo puede un rey o un pueblo
prosperar mientras se permita permanecer a esas jaulas de inmundos pájaros, más
peligrosas que lazaretos de criminales? Después procedió a actuar contra la idolatría:
Quitó todos los ídolos que sus padres habían hecho (v. 12). Cuando se dio cuenta de
que su abuela Maacá llamada «madre» según costumbre (y quizá por haberse encargado
de criarlo cuando era niño), tenía un ídolo en Aserá, no quiso hacer la vista gorda, pues
la reforma debe empezar por la casa de uno mismo. Quería a su abuela, pero amaba más
a Dios y, como el levita (Dt. 33:9), se olvidaba del parentesco cuando éste entraba en
competición con su deber. Al ser, pues, ella idólatra: (A) Su ídolo (nefando y obsceno)
había de ser destruido, expuesto públicamente a la vergüenza y quemado junto al
torrente de Cedrón. (B) Ella misma había de ser depuesta de su cargo de Gran Dama
(hebreo, guebirá), título de honor e influencia, del que gozaba en la antigüedad la reina
madre, con lo que quedaba confinada a la vida privada.
2. Restableció lo bueno (v. 15): «Metió en la casa de Jehová lo que su padre (esto
es, su tatarabuelo David—7:51—) había dedicado». David había dedicado a Dios los
despojos obtenidos de las naciones que había sometido (2 S. 8:11), y Asá los introdujo
en el templo, que era su destino. ¡Qué bueno es que los descendientes imiten y lleven
adelante las buenas cosas que sus antepasados comenzaron!
IV. Su política. Edificó ciudades (v. 23) para proveer de morada a la creciente
población y para estimular la inmigración por medio de un acomodo conveniente para
los que desearan venir a unirse al pueblo de Dios.
V. Sus defectos. En las mejores cosas que hizo se quedó corto, con lo que se echa de
ver que las mejores personas no carecen de un pero u otro.
1. Es cierto que quitó todos los ídolos (v. 12), pero los lugares altos no se quitaron
(v. 14). Esto parece estar en contradicción con 2 Crónicas 14:3, 5, donde leemos que
quitó los lugares altos; pero el contexto de Crónicas da a entender que quitó los
elementos idolátricos que había en los lugares altos, aun cuando no suprimiera éstos por
completo, tal vez con el fin de impedir el culto pagano. Con todo, esto era ilegítimo, aun
cuando no fuese precisamente idolátrico. Sin embargo, el texto sagrado se apresura a
añadir que: «Con todo, el corazón de Asá estuvo de parte de Jehová toda su vida». Esto
sirve de gran consuelo, pues vemos por aquí que Dios tiene por rectos y honestos, y, por
tanto, aceptos a sus ojos, a muchos creyentes que están lejos de cumplir a perfección
con sus deberes. La perfección que se requiere de un modo indispensable, incluso en el
Nuevo Pacto, no consiste en la falta absoluta de pecado, cosa imposible (1 Jn. 1:8, 10),
sino en la sinceridad de la fe y del amor.
2. Es cierto que introdujo en el templo lo que David había dedicado (v. 15), pero
también es cierto que sacó de allí gran parte de estos tesoros para entregarlos al rey de
Siria Ben-adad (vv. 18, 19), con el fin de sobornarle para que hiciese alianza con él y
quebrase el pacto que había hecho con el rey de Israel. Asá se aprovechó entonces de
todo el material abandonado por Basá (v. 22). En esto hizo mal Asá, pues: (A) Indujo a
Ben-adad a quebrantar un pacto, y violó así la lealtad pública. (B) Desconfió de Dios, al
echar mano del soborno para librarse del apuro en que le había puesto Basá (v. 17). (C)
Sacó el oro del templo, lo cual no debía hacerse sino en casos extraordinarios; éste no
era el caso. Es cierto que sus proyectos fueron coronados por el éxito (vv. 20–22), pero
en 2 Crónicas 16:7–9 leemos que fue amonestado de parte de Dios por medio de un
profeta, quien le dijo que había obrado neciamente y que le sobrevendran guerras en lo
futuro. Los éxitos materiales no siempre son garantía del agrado de Dios.
VI. Sus problemas. En su mayor parte, su reinado fue de prosperidad, pero: 1. Basá,
rey de Israel, le resultó un vecino muy incómodo. Estas continuas vejaciones mutuas
entre los reyes de Judá e Israel fueron uno de los nefastos efectos de la división del
reino, y expusieron a ambos reinos a ser fácil presa de extraños. 2. En su vejez, padeció
mucho de los pies (comp. con 2 Cr. 16:11–14); probablemente, de gota o podagra.
VII. Su final. Su reinado fue largo y lo terminó honrosamente; dejó en el trono a un
hijo que superó a su padre en piedad y celo por Jehová.
Versículos 25–34
Volvemos ahora los ojos a la historia del reino del norte y vemos el miserable estado
en que se hallaba, mientras el reino de Judá era dichoso bajo el buen gobierno de Asá.
Se les había dicho que serían como la caña que se agita en las aguas (14:15), y así fue,
pues durante el reinado de Asá el gobierno de Israel pasó por seis o siete manos
diferentes. Al comienzo del reinado de Asá estaba Jeroboam en el trono de Israel, y al
final de dicho reinado vemos en el trono de Israel a Acab; entre el uno y el otro pasa
nada menos que seis reyes por el trono de Israel: Nadab, Basá, Elá, Zimrí, Tibní y Omrí,
destronándose y destruyéndose unos a otros. Esto es lo que sacaron con abandonar la
casa de Dios y la casa de David. Vemos en estos versículos:
1. La ruina y la extirpación de la casa de Jeroboam, conforme a la palabra de Dios
por medio del profeta Ahías. Le sucedió su hijo Nadab. Si la muerte de su hermano
Abías (14:1 y ss.) en caso de que hubiese llegado a conocerle, hubiese tenido alguna
influencia en él para que se aficionara a la verdadera religión, y el honor que se le
tributó a su muerte le hubiera servido de buen ejemplo que imitar, su reinado podría
haber sido largo y glorioso, pero anduvo en el camino de su padre (v. 26), conservó el
culto a los becerros de oro y prohibió a sus súbditos que subieran a Jerusalén a adorar.
Pecó e hizo pecar a Israel, por lo que Dios precipitó su ruina en el segundo año de su
reinado. Estaba poniendo sitio a Guibetón, ciudad que los filisteos habían arrebatado a
los de Dan cuando Basá conspiró contra él y le mató (v. 21). Y, por lo que se ve, sus
súbditos sentían hacia él muy poco afecto, puesto que aceptaron por sucesor al asesino
(v. 28): «Lo mato, pues, Basá … y reinó en lugar suyo». Y lo primero que hizo el nuevo
rey fue extirpar de cuajo toda la casa de Jeroboam.
2. Vemos cómo comenzó Basá. En otro capítulo veremos cómo acabó. Por ahora,
nos basta con saber que reinó 24 años en Israel (v. 33), y anduvo en el camino de
Jeroboam (v. 34) a pesar de que había visto en qué paraba tal camino.
CAPÍTULO 16
Todo este capítulo está dedicado a la historia del reino del norte y a las revoluciones
que allí se llevaron a cabo. I. Ruina de la casa de Basá, predicha por un profeta (vv. 1–7)
y ejecutada por Zimrí, uno de sus capitanes (vv. 8–14). II. Reinado de siete días de
Zimrí y su instantánea caída (vv. 15–20). III. Lucha entre Omrí y Tibní, en la que
prevaleció el primero (vv. 21–28). IV. Comienzo del reinado de Acab (vv. 29–33). V.
Reedificación de Jericó (v. 34). Durante todo este tiempo las cosas marchaban bien en
Judá.
Versículos 1–14
I. Es predicha la ruina de la casa de Basá. Era un hombre capacitado para inaugurar
y establecer una dinastía, pues era activo, político y atrevido; pero era idólatra, y esto
acarreó la ruina a su familia.
1. Dios le envió un aviso. (A) De forma que si con eso se arrepentía, podía escapar
de la ruina. (B) Pero si no lo hacía, vendría la destrucción sobre él, por los medios que
fuesen, como castigo del pecado.
2. El aviso le fue enviado por medio de Jehú, hijo de Hananí. El padre era vidente, o
profeta, por este tiempo (2 Cr. 16:7) y fue enviado a Asá rey de Judá, pero el hijo, más
joven y activo, fue enviado con esta embajada más peligrosa a Basá rey de Israel. Este
Jehú continuó siendo muy útil, pues reprende a Josafat (2 Cr. 19:2) más de 40 años
después, y escribe los anales del mismo rey (2 Cr. 20:34).
(A) Le recuerda a Basá las grandes cosas que Dios había hecho por él (v. 2). Dios
pone poder en manos de malos hombres, a fin de que sirva a sus buenos propósitos, a
pesar del mal uso que ellos puedan hacer de ese poder.
(B) Le reprocha sus grandes crímenes. (a) Que había hecho pecar a Israel (v. 2),
haciendo que adorasen a los ídolos en vez de al verdadero Dios. (b) Que había
provocado a Dios con sus pecados (los de los israelitas) y con las obras de sus manos
(vv. 2, 7), esto es, con las imágenes que fabricaba, pues son eso: obra de mano de
hombre. (c) Que había destruido la casa de Jeroboam hasta exterminarla (v. 7 comp.
con 15:29), en lo que había puesto en juego su maldad y su ambición, aun cuando en
esto había sido un instrumento en las manos de Dios para castigar a Nadab y a toda la
parentela de Jeroboam.
(C) Le predice que caerá sobre su familia la misma destrucción que él había
ocasionado a la familia de Jeroboam (vv. 3, 4).
II. Se le permite personalmente cierto alivio, pues el propio Basá va a morir en paz y
es sepultado con todos los honores en la ciudad regia (v. 6); así que no va a ser presa de
los perros o los buitres, como lo habían de ser los que quedasen de su familia (v. 4).
III. La ejecución de la sentencia anunciada por el profeta se llevó a cabo en la
cabeza de Elá, hijo y sucesor de Basá. Elá reinó, como Nadab, dos años, y fue asesinado
por Zimrí, uno de los oficiales de su ejército, como Nadab lo había sido a manos de
Basá; de tal manera se asemejó su suerte a la de la casa de Jeroboam, como se le había
predicho (v. 3).
1. Lo mismo que entonces, también ahora fue el rey quien primero cayó, pero Elá
cayó con menor gloria que Nadab, pues éste murió en el campo de batalla, mientras
ponía asedio, con su ejército, a la ciudad de Guibetón (15:27), mientras que Elá fue
asesinado cuando estaba bebiendo y embriagado en casa de Arsá su mayordomo (vv. 9,
10). Fácilmente cae la muerte sobre los hombres cuando están ebrios. Además de las
muchas enfermedades crónicas que acechan a los que beben mucho y les hacen morir
prematuramente, los hombres que se hallan en esas condiciones son fácil presa del
enemigo, como lo fue Amnón de Absalón, además de otros muchos accidentes a los que
se exponen, al no poder valerse a sí mismos.
2. Lo mismo que entonces, también ahora fue exterminada toda la familia. Lo
primero que hizo Zimrí fue matar a toda la casa de Basá; así que conservó por medio
de la crueldad lo que había adquirido por medio de la traición.
Versículos 15–28
Vemos a Zimrí, a Tibní y a Omrí que luchan por la corona. Los orgullosos y
ambiciosos se destruyen unos a otros y envuelven a otros en la ruina. Tras toda esta
confusión, llega por fin a establecerse Omrí.
I. Cómo fue elegido. De modo parecido a como lo eran con frecuencia los
emperadores romanos: en el campo de batalla y designado por el ejército, acampado
ahora frente a Guibetón para vengar sin demora sobre la cabeza de Zimrí la muerte de
Elá. Se levanta con esto el sitio de Guibetón (siempre ganan los filisteos cuando los
israelitas pelean entre sí) y se procede a castigar a Zimrí.
II. Cómo prevaleció contra Zimrí, de quien se dice (v. 15) que reinó siete días. Este
espacio de tiempo bastó para que Omrí fuese proclamado rey y Zimrí fuese proclamado
traidor. Tirsá era una ciudad hermosa, como ya vimos, pero no estaba fortificada, por lo
que pronto se hizo con ella Omrí (v. 17), con la que forzó a Zimrí a recluirse en su
palacio, en el que, al negarse a rendirse, pereció abrasado en el incendio que él mismo
provocó (v. 18).
III. Cómo luchó con Tibní hasta deshacerse de él. «La mitad del pueblo seguía a
Tibní» (v. 21); probablemente, los que habían estado a favor de Zimrí. La lucha entre
los dos hombres duró algunos años, y fue en el año 27 del reinado de Asá cuando Omrí
fue designado rey (v. 15), pero sólo en el año 31 de Asá comenzó a reinar sin rival. Fue
entonces cuando Tibní murió (v. 22), al parecer en el campo de batalla, y Omrí fue rey.
IV. Cómo reinó cuando, por fin, quedó establecido en el trono. 1. Se hizo famoso al
edificar Samaria, ciudad que se convirtió después en la capital del reino de Israel.
Compró el terreno por dos talentos de plata (v. 24). Se llamó de Sémer, su anterior
dueño. Así que los reyes de Israel cambiaron varias veces de sede: primero, Siquem,
después, Tirsá, finalmente, Samaria. Pero los reyes de Judá residieron siempre en
Jerusalén, la ciudad de Dios. 2. Se hizo infame por su perversidad (v. 25): «Hizo peor
que todos los que habían reinado antes de él». Jeroboam hizo pecar a Israel con su mal
ejemplo, pero Omrí le hizo pecar incitándoles al mal.
Versículos 29–34
Comienzo del reinado de Acab, de quien se nos dan más detalles que de cualquier
otro rey de Israel.
I. Superó en perversidad a todos sus predecesores (v. 30): «Hizo lo malo ante los
ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él», y, como si lo hiciese por
especial odio a Dios y a su pueblo, afrentó a Jehová y arruinó a Israel; se nos dice (v.
33) que hizo «más que todos los reyes de Israel que reinaron antes que él, para
provocar la ira de Jehová Dios de Israel».
II. Se casó con una mujer en extremo perversa, Jezabel (v. 31), hija del rey de Sidón
y ferviente idólatra, imperiosa, de malísimo temple, adicta a fornicaciones y hechicerías
(2 R. 9:22) y a todos los vicios. En otro lugar veremos los males que hizo y el mal que
cayó finalmente sobre ella (2 R. 9:33).
III. Inauguró el culto a Baal y sirvió al dios de los sidonios. 1. Edificó un templo a
Baal (que significa «Señor») en Samaria, la sede de su reino. 2. Hizo un altar en dicho
templo, para ofrecer sacrificios a Baal (v. 32). 3. También hizo una imagen de Aserá (v.
33) o Astarté.
IV. Uno de sus súbditos, para no ser menos que el rey en cuanto a edificar, se
aventuró a reedificar a Jericó, en desafío a la maldición pronunciada por Josué, mucho
tiempo antes, contra el que lo intentase (v. 34). Conforme a la profecía, lo hizo a costa
de la vida de su hijo primogénito y de su hijo menor. Nadie puede prometerse
prosperidad si provoca a Dios.
CAPÍTULO 17
Cuanto más arruinado se veía Israel bajo un rey perverso, tanto más fue bendecido
con un buen profeta. Ningún rey tan osado para el mal como Acab; ningún profeta tan
osado para reprender y amenazar como Elías cuya historia comienza en este capítulo. Él
fue el único profeta que disfrutó del mismo privilegio que Enoc, al ser trasladado al
Cielo sin morir; junto con Moisés, apareció junto al Salvador en la Transfiguración del
Señor. Otros profetas hablaron y escribieron; Elías habló y actuó, aunque no escribió
nada que sepamos; pero sus actuaciones añadieron a su nombre más lustre y honor que
los escritos de otros profetas añadieron a sus nombres. I. Predice gran hambre en Israel
por falta de lluvia (v. 1). II. La provisión que Dios le envió durante el hambre: 1. Por
medio de los cuervos junto al arroyo de Querit (vv. 2–7). 2. Por medio de la viuda de
Sarepta, quien lo recibió en nombre de profeta y obtuvo recompensa de profeta, ya que:
(A) Vio multiplicarse milagrosamente su harina y su aceite (vv. 8–16), y (B) Restituido
a la vida su hijo muerto (vv. 17–24).
Versículos 1–7
La historia de Elías comienza de modo abrupto, como si bajase de las nubes y como
si fuese, al igual que Melquisedec, sin padre, ni madre, ni genealogía, lo cual hizo que
algunos judíos le tuvieran por un ángel enviado del Cielo, pero Santiago nos asegura
(Stg. 5:17) que era hombre de sentimientos (lit. pasiones) semejantes a los nuestros. 1.
Su nombre: Eliyahu = «Mi Dios es Jehová». Bien llevaba el nombre, pues Jehová fue
realmente su Dios; Él le envió y hasta le aguantó, y a Él tenía Elías el propósito de hacer
volver a Israel. 2. Su patria chica: «Era de los moradores de Galaad», de la ciudad de
Tisbé, al otro lado del Jordán. Nos basta con esto, pues no importa de dónde son los
hombres, sino cómo son; si son cosa buena, no importa aunque salgan de Nazaret.
I. Predijo una severa escasez con que Israel iba a ser castigado por sus pecados. La
proclamó ante el rey, en cuyas manos estaba el poder de reformar el país y evitar el
castigo. A menos que se arrepintiese y se reformase, había de sobrevenir sobre el país
este castigo: No habría lluvia ni rocío en esos años, sino por su palabra (v. 1). «Oró
fervientemente para que no lloviese», y los cielos se hicieron duros como el bronce,
hasta que «otra vez oró, y el cielo dio lluvia» (Stg. 5:17, 18). Elías hace saber a Acab: 1.
Que Jehová, a quien él había abandonado, era el Dios de Israel. 2. Que era un Dios
vivo, no como los dioses que Acab adoraba, que eran ídolos mudos y muertos. 3. Que él
mismo (Elías) era un servidor de Dios en funciones, un mensajero enviado por Él. 4.
Que, a pesar de la actual prosperidad y paz del reino de Israel, Dios estaba enojado con
ellos por su idolatría y les iba a castigar con falta de lluvia, con lo que se mostraría la
impotencia de ellos y la insensatez de quienes habían dejado al Dios viviente para
prestar servicio de adoración a dioses que no podían hacer ni bien ni daño. 5. Hace saber
a Acab el poder que Dios ha puesto en la palabra del propio Elías: «no habrá lluvia …
sino por mi palabra».
II. Cómo cuidó Dios de él durante la sequía.
1. Dónde se ocultó. Dios le dijo que fuera a esconderse en el arroyo de Querit (v.
3). De momento, en obediencia al mandato divino, había de vivir en soledad en un lugar
poco frecuentado, probablemente entre los juncos del arroyo. Si la Providencia nos
llama a la soledad y al retiro, nos toca obedecer; aunque nos parezca que no somos
útiles, hemos de ser pacientes, y servir a la gloria de Dios en el silencio cuando no
podemos trabajar por Él en público.
2. Cómo fue alimentado. Cuando la mujer de Apocalipsis 12:6, 14 es llevada al
desierto, es alimentada allí «por un tiempo, y tiempos y la mitad de un tiempo» o «1.260
días» (Ap. 12:6, 14), esto es, tres años y medio, exactamente igual que Elías aquí. Elías
había de beber del arroyo, y los cuervos le traerían pan y carne, mañana y tarde (v. 6).
Que el cuervo fuese animal inmundo para comerlo no es obstáculo para que Dios lo
usase para dar de comer, y todo otro intento de traducir de manera diferente el hebreo
orebim (cuervos) carece de fundamento. Vemos pues:
(A) Que la provisión era buena, abundante y constante. Bástales a los siervos de
Dios con una alimentación nutritiva, sin aspirar a la variedad y delicadeza de manjares;
en lugar de eso, consideremos a los que carecen de lo necesario, y seremos agradecidos.
(B) Los que le traían la provisión eran muy extraños. De buena gana habría servido
Abdías a Elías, pero éste era tipo de Juan el Bautista, quien también vivía solo,
alimentándose de langostas y miel silvestre. Si alguien pregunta de dónde sacaban los
cuervos esa provisión, hemos de contestar como Jacob (Gn. 27:20): «Dios hizo que la
encontrase delante de mí». Pero, ¿por qué habían de ser cuervos? (a) Son aves de presa,
que más bien le habrían quitado la carne que llevársela y aun podían sacarle los ojos (Pr.
30:17). Pero tenemos aquí un enigma parecido al de Sansón: «Del devorador salió
comida» (Jue. 14:14). (b) Son, como hemos dicho, animales inmundos para comer (Lv.
11:15), pero no por eso era peor la carne que traían, ni tenía Elías por qué preguntarse
de dónde la habrían sacado, sino comerla con acción de gracias, como enviada de la
mano de Dios, sin escrúpulos de conciencia. (c) Los cuervos se alimentan de insectos,
gusanos y carroña; no obstante, le traían a Elías comida sana y abundante. (d) Los
cuervos descuidan a sus polluelos sin darles de comer, pero Dios quiso que alimentasen
al profeta. (e) Los cuervos son ellos mismos alimentados por Dios (Job 38:41; Sal.
147:9), pero ahora ellos alimentaban a Elías.
Así es como Elías, por algún tiempo, en solitario, fue alimentado sobrenaturalmente
de pan y carne pero la bebida del arroyo, que era natural, le faltó antes que el alimento
sobrenatural (v. 7): «Pasados algunos días, se secó el arroyo», con lo que se ponía de
manifiesto la falta de lluvia. Los poderes de la naturaleza son limitados, pero no lo son
los poderes del autor de la naturaleza.
Versículos 8–16
Relato de la protección bajo la que fue puesto posteriormente Elías. Cuando se secó
el arroyo, Dios podía haberle enviado al Jordán, que no se había secado, pero no lo hizo,
a fin de mostrar que dispone de gran variedad de medios para sostener a los suyos y no
está atado a ninguno en particular.
I. El lugar al que ahora fue enviado fue Sarepta, ciudad de Sidón, cerca de la
frontera con Israel (v. 9). Nuestro Salvador lo mencionó como una antigua indicación
del favor de Dios hacia los gentiles (Lc. 4:25, 26): «Muchas viudas había en Israel en
los días de Elías», pero fue enviado a honrar y bendecir con su presencia una ciudad
pagana, con lo que, como dice el Dr. Lightfoot, vino a ser el primer profeta de los
gentiles. Elías fue odiado y exiliado por sus paisanos; por tanto, he aquí que se vuelve a
los gentiles (comp. con Hch. 13:46, 18:6). Pero, ¿por qué a una ciudad de Sidón? Quizá
porque de allí había salido hacia Israel el culto de Baal por mano de Jezabel, que era de
Sidón (16:31). Jezabel era el mayor enemigo que tenía Elías; con todo, para mostrarle
cuán impotente era su maldad, Dios le halla allí mismo a Elías un lugar donde
permanecer oculto.
II. La persona designada para cuidarle fue una pobre viuda, desolada y destituida de
todo apoyo. Es costumbre de Dios y muy eficaz para su gloria, echar mano de lo débil,
lo vil y lo menospreciado del mundo (1 Co. 1:26, 27) para llenarlo de honor.
III. La provisión que halló en aquel lugar. La Providencia hizo que le saliese al
encuentro la viuda muy oportunamente en la puerta de la ciudad (v. 10). Veamos lo que
se nos dice de esta viuda:
1. Su caso y su condición: (A) Sólo disponía de un puñado de harina y un poco de
aceite para ella y su hijo (v. 12). ¿Y ésta le había de alimentar? El profeta que Dios le
enviaba iba a pagar muy bien por el acomodo que ella iba a prestarle. (B) Era muy
humilde y laboriosa. La halló mientras recogía leña para cocer su pan (vv. 10, 12). (C)
También era muy caritativa y generosa. Cuando este extranjero le pidió agua (v. 11),
«fue e hizo como le dijo Elías» (v. 15). No se excusó por escasez, ni le despreció por
extranjero. (D) Fue una gran prueba para su fe y obediencia hacer primero una torta
para Elías. ¿Qué iba a quedar para ella y para su hijo? Es cierto que Elías había
mencionado a Jehová Dios de Israel (v. 14), y ella también (v. 12), pero ¿qué
significaban esos nombres para una mujer de Sidón? Y, aun cuando hubiese tenido
cierta veneración hacia el verdadero Dios, ¿qué seguridad podía tener de que este
extraño era un verdadero profeta de Jehová? ¿No serían excusas de un hambriento
vagabundo? Pero ella se sobrepone a todas estas objeciones y obedece el precepto que
depende de la promesa. Los que tratan con Dios han de vivir por fe, y buscar primero el
reino de Dios (Mt. 6:33). La fe de esta viuda, elevada a tal grado como para negarse a sí
misma y depender únicamente de la promesa fue un milagro en el reino de la gracia, tan
grande como lo fue el incremento de su aceite en el reino de la providencia.
2. El cuidado que Dios tuvo de ella (v. 16): «Y la harina de la tinaja no escaseó, ni
el aceite de la vasija menguó», sino que, conforme sacaba ella de los recipientes, tanto
más iba añadiendo el poder divino en ellos. Como dice el obispo Hall, nunca aumentó
tanto el grano o la oliva en su crecimiento natural como aumentaron aquí en su
consumo, pero la multiplicación de la sementera (2 Co. 9:10) en el curso común de la
providencia divina es un ejemplo del poder y de la bondad de Dios que no debe ser
pasado por alto por el hecho de que sea corriente. La harina y el aceite se multiplicaban,
no al ser almacenados, sino al ser usados. (A) Esto servía para el mantenimiento de
Elías. Su alimento cotidiano seguía siendo milagroso. Hasta entonces se había nutrido
de pan y carne; desde ahora, de pan y aceite, que entonces usaban como hacemos
nosotros con pan y mantequilla. (B) También servía para el sustento de la pobre viuda y
de su hijo, al ser para ella una recompensa por cuidar al profeta. Cristo ha prometido a
los que le abren la puerta que entrará y cenará con ellos y ellos con Él (Ap. 3:20). Y a
los justos se les promete (Sal. 37:19) que «no serán avergonzados en tiempo de escasez,
y en los días de hambre serán saciados».
Otra recompensa que recibe la viuda por asistir a Elías. Su hijo, después de morir, es
restaurado a la vida.
I. Enfermedad y muerte del niño. Por lo que se ve, éste era su único hijo, su
consuelo en la viudez. 1. Esta mujer preparaba el alimento de un gran profeta y tenía
fuertes razones para suponer que Dios la había de bendecir grandemente; no obstante,
pierde a su único hijo. 2. Ella misma era sustentada por medio de un continuo milagro;
pero, en medio de esta satisfacción, sufre ahora esta tremenda aflicción.
II. Su patética queja al profeta por causa de esta aflicción. 1. La expresa con
vehemencia (v. 18): «¿Qué tengo yo contigo (lit. qué a mi y a ti), varón de Dios?» La
muerte del niño es una sorpresa para ella, y le resulta difícil mantener la calma al venirle
este aprieto de una forma tan repentina e inesperada, en medio de la paz y de la
prosperidad de que, por mediación de Elías, disfrutaba. Le llama «varón de Dios», pero
se queja como si él tuviese la culpa de la muerte del niño. 2. Con todo, acompaña su
queja con muestras de humildad y arrepentimiento: «¿Has venido a mí para traer a
memoria mis pecados?» Quizá sabía que Elías había orado a Dios en contra de Israel, y
al ser consciente de haber adorado anteriormente a Baal, el dios de Sidón, es probable
que piense que Elías ora en contra de ella también.
III. La oración de Elías en esta ocasión. No respondió palabra a la mujer, pero se
dirigió a Dios y le expuso el caso, al no saber qué explicación darle a este triste suceso.
Luego tomó el cadáver del niño de brazos de la mujer y lo llevó a su propio lecho (v.
19). Allí apeló al Señor con humildes razones (v. 20) y le rogó que devolviese la vida al
niño (v. 21). Este es el primer caso que hallamos en la Biblia de un muerto vuelto a la
vida; pero Elías, bajo el impulso del mismo Dios, oró por la resurrección de este niño, lo
cual no es garantía para que nosotros nos atrevamos a imitarle. David no esperaba que
Dios le devolviera la vida a su hijo muerto (2 S. 12:23), aunque él orase y ayunase, pero
David no tenía el poder de hacer milagros, como lo tenía Elías. «Y se tendió sobre el
niño tres veces» (v. 21), a fin de infundirle de nuevo la vida con su propio aliento y
calor. Posteriormente, en una ocasión similar, Eliseo realizó el mismo milagro
tendiéndose dos veces sobre el niño de la sunamita (2 R. 4:34), y Pablo se tendió una
sola vez en el caso de Eutico (Hch. 20:10). Es de notar la oración de Elías: «Te ruego
que hagas volver el alma de este niño a él» (v. 21). Aunque el hebreo nephesh significa
también «vida» (y es también un sustituto de la «persona»—v. Gn. 14:21—), es sabido
que, en la mentalidad judía, el «alma» quedaba durante tres días al lado del cadáver (v.
el comentario a Juan 11—nota del traductor—); así que estos lugares suponen la
existencia del alma en un estado de separación del cuerpo y, consiguientemente, su
inmortalidad.
IV. La resurrección del niño y la gran satisfacción que con ello obtuvo la madre.
«Revivió» el niño (v. 22). Véase el poder de la oración y, especialmente, el poder del
que escucha las oraciones, el cual mata y hace vivir. Elías lo llevó a su madre (v. 23), la
cual, como se puede suponer, no daría crédito a sus ojos. Así que la buena mujer clamó:
«Ahora conozco que varón de Dios (eres) tú, y que la palabra de Dios en tu boca (es)
verdad» (lit.). Aunque ya sabía estas cosas por el milagroso sustento diario que Dios le
proporcionaba por medio de Elías, como quiera que la muerte del niño le había hecho
dudar, ahora lo pone de relieve en esta confesión, al tener una prueba satisfactoria del
poder y de la bondad de un verdadero varón de Dios. De este modo, la muerte del niño
sirvió para acrecentar la gloria de Dios y el prestigio de su profeta.
CAPÍTULO 18
No parece ser que ni el incremento de la provisión ni la resurrección del hijo de la
viuda diesen notoriedad al hecho de la estancia de Elías en Sarepta. Se acaban ahora los
días de su ocultación y se le manda presentarse a Acab para anunciarle la inminencia de
la lluvia (v. 1). I. Su entrevista con Abdías, uno de los siervos de Acab, por quien envía
a Acab recado de su venida (vv. 2–16). II. Su entrevista con el propio Acab (vv. 17–20).
III. Su entrevista con todo Israel en el monte Carmel, a fin de hacer público examen de
títulos entre Jehová y Baal; una solemnidad especial en la que: 1. Los profetas de Baal
salen totalmente confundidos; y 2. Jehová y Elías salen grandemente honrados (vv. 21–
39). IV. Ejecución de los profetas de Baal a manos de Elías (v. 40). V. Vuelve la lluvia
por la palabra de Elías (vv. 41–46).
Versículos 1–16
I. La triste situación de Israel en este tiempo; ello, por dos motivos.
1. Jezabel destruía a los profetas de Jehová (v. 4), los mataba (v. 13). Al ser
idólatra, era perseguidora, y en ambas cosas contagió a su marido. Incluso en aquel
tiempo tan malo había algunas personas buenas que temían al verdadero Dios y le
servían, y algunos buenos profetas que les atendían en sus devociones. Los sacerdotes y
los levitas se habían marchado todos a Judá y Jerusalén (2 Cr. 11:13, 14), pero en lugar
de ellos Dios suscitó estos profetas quienes leían y explicaban la Ley en reuniones
privadas o en las familias que habían conservado su integridad; no tenían el espíritu de
profecía como lo tenía Elías, no ofrecían sacrificios ni quemaban incienso, pero
enseñaban al pueblo a vivir rectamente y a mantener la comunión con el Dios de Israel.
A éstos era a los que Jezabel quería extirpar, y dio muerte a muchos de ellos, lo cual fue
una calamidad pública tanto como una pública iniquidad, y amenazaba con acabar con
lo poco que quedaba de religión en Israel. Los pocos que escaparon de la espada se
vieron forzados a esconderse en cuevas donde permanecían como enterrados en vida,
pues no podían cumplir con su ministerio, que es lo que da ánimo y consuelo a la vida
de los siervos de Dios.
(A) Había un hombre muy bueno, que ocupaba un alto puesto en la corte. Su
nombre era Abdías (hebreo, Obadyah), y era digno de su nombre, que significa «siervo
de Jehová»: temeroso de Dios y fiel a Él, a pesar de que ejercía de mayordomo en el
palacio de Acab. «Era en gran manera temeroso de Jehová (v. 3) desde su juventud» (v.
12). (a) Es muy extraño que un hombre tan impío como Acab le hubiese promovido a
tan alto cargo. Ciertamente, lo merecía por su honradez, laboriosidad, competencia y
lealtad, en quien Acab confiaba plenamente (v. 5). No es raro el caso de que quienes
odian la religión pongan su confianza en personas a las que precisamente esa religión
hace dignas de confianza. (b) También es extraño que un hombre tan bueno como
Abdías aceptase una promoción en una corte tan adicta a la idolatría y a toda clase de
perversidades. Abdías no pudo haber aceptado ese puesto si con ello tenía que doblar la
rodilla ante Baal. Supuesto que pudo evitarlo, pudo también mantenerse en ese puesto
con la conciencia limpia. Quienes temen a Dios no tienen por qué salir del mundo, por
malo que éste sea.
(B) Este hombre tan grande y tan bueno usó su poder para proteger la vida de los
profetas de Dios. Escondió a 100 de ellos en cuevas, cuando la persecución estaba al
rojo vivo, y les proveyó de alimento (v. 4). Véase de qué modo tan maravilloso suscita
Dios amigos para sus ministros y para su pueblo, a fin de que les socorran en tiempos
difíciles.
2. Cuando Jezabel puso en apretura a los profetas de Dios, Dios puso en apretura al
país por medio de la sequía. Quizá Jezabel se puso a exterminar a los profetas
culpándoles de ser la causa de la calamidad, puesto que Elías la había predicho. Pero
Dios les hizo saber lo contrario, pues la sequía continuó hasta que fueron exterminados
los profetas de Baal. Tan grande era la escasez de agua que el propio rey y Abdías en
persona fueron por todo el país a buscar hierba para los caballos y las mulas (vv. 5, 6).
Acab no se preocupaba de la pérdida de su alma, sino de la pérdida de las bestias. Se
tomó gran molestia para buscar hierba, pero no se preocupó de buscar el favor de Dios,
con lo que quiso atacar al efecto sin inquirir cómo retirar la causa. El territorio de Judá
era limítrofe del de Israel, pero no faltaba agua en Judá, porque allí todavía gobernaba
Dios.
II. Los pasos que se dieron para remediar la calamidad mediante la aparición en
escena de Elías el tisbita ya que el hebreo tishbeh es de la misma raíz que teshubah =
vuelta (comp. con Lc. 1:16, 17), con lo que Elías era así un reformador de Israel, al
incitar al pueblo a volverse a Jehová Tsebaoth, el Señor de las huestes, contra quien se
habían sublevado. Si se volvían a Él, todo marcharía bien rápidamente.
1. Acab buscaba a Elías con la mayor diligencia posible (v. 10) y había ofrecido
recompensa a quien lograra descubrir su paradero. Por lo que parece, su búsqueda tenía
por objeto, más bien que castigar a Elías por la sequía, conseguir que la hiciese cesar.
2. Al fin, Dios mandó a Elías presentarse a Acab, pues había llegado la hora en que
Dios haría llover sobre la faz de la tierra (v. 1). Por más de dos años le había hecho
quedar oculto en casa de la viuda de Sarepta, después de pasar algunos días junto al
arroyo de Querit; así que el tercer año del que se habla aquí (v. 1) era el cuarto del
hambre, la cual duró tres años y medio, como vemos en Lucas 4:25; Santiago 5:17.
3. Elías se descubrió primeramente a Abdías. Sabía, por inspiración de Dios, dónde
podría encontrarle.
(A) Abdías le saludó con gran respeto, pues se postró sobre su rostro y le preguntó
humildemente: ¿No eres tú mi señor Elías? (v. 7). Así como había mostrado ternura de
padre con los hijos de los profetas, así mostró reverencia de hijo con este padre de los
profetas, y con ello manifestó que era en gran manera temeroso de Jehová.
(B) En su contestación, Elías: (a) Transfiere a Acab el título con el que Abdías le
había honrado a él: «Di a tu amo …» Como si dijese: «Llama señor a él, no a mí, pues
es un título que cuadra mejor a un príncipe que a un profeta, pues éste no ha de buscar
honor de los hombres». Los profetas merecen los nombres de videntes, pastores, vigías
y ministros, pero no el de señores, ya que están puestos para servir, no para dominar. (b)
Pide a Abdías que vaya a decirle al rey que allí está él para hablar con Acab (v. 8): «Ve,
di a tu amo: Aquí está Elías».
(C) Abdías le ruega que le excuse de llevar a Acab este comunicado, ya que eso
podría costarle la vida. Pensó que Elías no estaba de buen temple cuando le pidió que
dijese a Acab que allí estaba él, sino que sólo intentaba poner al descubierto la
impotencia de la perversidad de Acab, ya que sabía muy bien que el rey no era digno de
recibir ninguna fineza de parte del profeta, y que el profeta no merecía recibir ningún
daño de parte de Acab. Está seguro de que Acab le va a quitar la vida por no echar mano
a Elías cuando lo tenía a su alcance, pues el rey se sentiría burlado al escapársele así la
presa. Abdías menciona también la volatilidad del profeta (v. 12). Apela a que no
merece ser expuesto a tal peligro, pues se ha comportado bien con los profetas de Dios:
«¿En qué he pecado …?» (v. 9). «¿No ha sido dicho a mi señor lo que hice … que
escondí a cien varones de los profetas de Jehová …?» (v. 13). Menciona esto para
convencer a Elías de que, aun cuando estaba al servicio de Acab, no mantenía la causa
de Acab. Esperaba que el que había protegido a tantos profetas no debía ver su vida
amenazada por un profeta tan grande.
(D) Elías le da suficiente satisfacción diciéndole que bien puede comunicar el asunto
a Acab, pues él mismo (lo asegura con juramento) va a presentarse personalmente aquel
mismo día a Acab (v. 15).
(E) Luego que Abdías le dio aviso a Acab, vino éste de inmediato al encuentro de
Elías (v. 16). Podemos suponer que fue una gran sorpresa para Acab enterarse de que
Elías, a quien se había buscado por todas partes sin poder encontrarlo, había sido
hallado ahora sin ser buscado. Iba Acab en busca de hierba y se halló con aquel de cuya
palabra, como salida de la boca de Dios, debía esperar la lluvia. Con todo, su propia
conciencia le daba pocas esperanzas de ningún bien, sino que, por el contrario, le hacía
temer algún castigo mayor.
Versículos 17–20
Encuentro entre Acab y Elías, entre el peor rey con que pudo ser plagada una
nación, y el mejor profeta con que Israel pudo ser mejor bendecido.
1. Acab, como era de esperar, acusa vilmente a Elías. No se atreve a darle un golpe,
pues quizá recordaba lo que le pasó a Jeroboam cuando extendió la mano contra un
profeta, pero sí le trató con mala lengua (v. 17): «¿Eres tú, el que perturbas a Israel?»
Cuán distinto era éste del saludo que le había hecho Abdías: «¿No eres tú mi señor
Elías?» (v. 7). Pero Abdías era temeroso de Jehová, mientras que Acab era en gran
manera perverso; ambos descubrieron su respectivo carácter con sólo el saludo que uno
y otro dirigieron al profeta. Siempre ha sido ésta la suerte que han corrido los mejores
siervos de Dios: ser llamados los perturbadores del orden constituido. También Cristo y
sus apóstoles fueron presentados de esa forma (Hch. 17:6).
2. Pero Elías volvió contra Acab la frase y demostró el cargo: «Yo no he perturbado
a Israel, sino tú y la casa de tu padre» (v. 18). Son precisamente los que atraen sobre sí
y sobre el país los juicios de Dios los que hacen el daño, no quienes dan el aviso y
predicen el castigo a fin de que la nación se arrepienta y pueda escapar del juicio. Dejar
a Jehová para servir a los ídolos es la causa más grave y segura de perturbación, como
Elías le hace saber (v. 18).
3. Como quien tiene autoridad de parte del Rey de reyes, Elías ordena una
convención general del país en el monte Carmel, donde con anterioridad había un altar
erigido a Jehová (v. 30). Allá debe acudir todo Israel a encontrarse con Elías; y los
profetas de Baal que había dispersos por el país, así como los que hacían de capellanes
domésticos de Jezabel, deben acudir también.
4. Accede Acab a la convocatoria (v. 20), ya sea por temor a Elías, no atreviéndose a
oponerse a él, ya sea porque espera que Elías bendiga el territorio y prometa una rápida
cesación de la sequía.
Versículos 21–40
Acab esperaba que Elías bendijese la tierra en esta solemne asamblea y orase por la
lluvia, pero el profeta tenía que cumplir primero con otro trámite. El pueblo tenía que
arrepentirse antes de esperar alivio a la situación. Los desertores de Dios no han de
esperar su favor mientras no vuelvan a la lealtad anterior. Elías podía haber orado por la
lluvia, no siete veces (v. 43), sino setenta veces siete, y no la habría tenido si no hubiese
empezado por el extremo correcto. La causa de Dios es tan incuestionablemente justa
que no hay que temer el buscar y pesar las evidencias de su rectitud.
I. Elías comienza por reprochar al pueblo el haber mezclado el culto a Dios con el
culto a Baal. No es que unos israelitas adorasen a Dios y otros a Baal, sino que unos
mismos israelitas mezclaban elementos del culto a Jehová con otros elementos
idolátricos del culto a Baal (v. 21): «¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos
pensamientos?» Lit. ¿Hasta cuándo haréis el cojo, sosteniéndoos unas veces sobre un
pie otras veces sobre otro? O, también, al brincar, como los pájaros, entre dos ramas.
Inútil y perverso empeño, pues hay «un solo Dios» (1 Ti. 2:5), infinito y todosuficiente.
Nada se puede añadir al que es infinitamente perfecto. Ahora bien, si tras una prueba
evidente se demuestra que Baal es ese único Ser infinitamente perfecto y todosuficiente,
que renuncien a Jehová y se adhieran de todo corazón a Baal; pero si Jehová es ese Ser
infinito, Baal es un falso dios y hay que abandonarlo. No caben compromisos. Quienes
claudican entre Dios y Baal, son inconsecuentes: «Su corazón está dividido» (Os. 10:2),
y Dios lo quiere todo o nada. Hemos, pues, de escoger bien a quién hemos de servir
(Jos. 24:15). A esta propuesta de Elías el pueblo no supo qué responder (v. 21): «Y el
pueblo no respondió palabra».
II. Les propuso entonces hacer una prueba equitativa, en la que Baal llevaba toda la
ventaja, ya que la corte y el pueblo en masa parecían estar a favor de Baal. Los profetas
que mantenían la causa de Baal eran 850 (v. 19); el que mantenía la causa de Jehová era
uno solo; recientemente, un pobre exiliado, preservado de la inanición por los continuos
milagros de Dios a su favor; así que la causa de Dios no tenía más abogado que su
propio derecho y poder. La prueba va a ser que cada partido prepare un sacrificio y ore a
su respectivo Dios; «el Dios que responda por medio del fuego, ése será Dios» (v. 24);
si ninguno responde, que el pueblo se haga ateo; si ambos, que continúen claudicando
entre dos pensamientos. Elías da aquí un ejemplo sublime de bravura al osar así
mantenerse firme, y estar solo, a favor de la causa de Dios en contra de tales poderes
humanos y de un partido tan numeroso. Pero el resultado va a servir para animar a todos
los testigos del Señor y abogados de Su causa para que nunca teman el rostro de los
hombres.
III. El pueblo acepta el reto (v. 24): «Bien dicho». Acab y los profetas de Baal no se
atreven a oponerse por miedo al pueblo. Si en este juego pudiesen acabar en tablas,
todas las demás ventajas les darían a ellos la victoria. ¡Venga, pues, la prueba!
IV. Para darles mayor ventaja, Elías permite que comiencen los profetas de Baal,
pero éstos no consiguen que su dios les oiga (vv. 24 y ss.), con lo que su confusión va a
ser mayor. Véase:
1. Los profetas de Baal se mostraron muy importunos y ruidosos al apelar a él.
Cuando tenían preparado el sacrificio, comenzaron a gritar como un solo hombre y con
todas sus fuerzas: «¡Baal, respóndenos!» (v. 26). Este modo de dirigirse a su dios era
irreverente y grosero. (A) Como locos, andaban saltando cerca del altar, esto es,
ejecutando rudas y groseras danzas alrededor del altar como era su costumbre. (B) En su
insensatez, se sajaban con cuchillos y con lancetas, para excitar la compasión del dios,
ya que no respondía a sus clamores. Dios había prohibido expresamente (Dt. 14:1) a sus
adoradores que se sajaran.
2. Con qué sano sarcasmo se dirige a ellos Elías (v. 27). Después de esperar
pacientemente hasta el mediodía comenzó a burlarse de ellos y les dice: «Gritad en alta
voz, porque es un dios». Si hubiese sido un dios vivo, no habría hecho falta gritarle. La
burla de Elías no bastó para disuadir a los sacerdotes de Baal de continuar gritando, sino
que les incitó a actuar con ridícula violencia.
3. Cuán sordo se mostró Baal al clamor de sus sacerdotes. Elías no les interrumpió,
sino que les dejó proseguir con su insensatez hasta la hora del sacrificio vespertino (v.
29), cuando ya estaban exhaustos y sin esperanza de obtener respuesta de su dios.
V. Elías, en cambio, obtuvo de Dios rápida respuesta mediante fuego.
1. Arregló su altar, pues no iba a hacer uso del altar de Baal ya contaminado con las
oraciones al dios falso y muerto. El antiguo altar de Jehová se hallaba en ruinas (v. 30),
pero él lo recompuso, para dar a entender que no tenía intención de introducir un nuevo
culto, sino de hacer revivir la fe y el culto del Dios de sus mayores. Para ello tomó doce
piedras, conforme al número de tribus (v. 31). Aunque diez de estas tribus se habían
rebelado contra Dios y se habían adherido a Baal, él las consideraba todavía como
pertenecientes al verdadero Dios en virtud del Antiguo Pacto establecido con sus
padres.
2. Una vez edificado el altar en el nombre de Jehová (v. 32), Elías preparó el
sacrificio (v. 33). Dios mismo iba a proveer el fuego (comp. con Gn. 22:7, 8). Si
ofrecemos sinceramente nuestro corazón a Dios, Él encenderá allí, con su gracia, un
fuego santo. Elías no era sacerdote, los que le asistían no eran levitas. En el Carmel
nunca hubo tabernáculo ni templo; con todo, nunca hubo en el Antiguo Testamento un
sacrificio tan acepto a Dios como éste. Al estar erigido ya el templo de Jerusalén, el
sacrificio de Elías habría supuesto un quebrantamiento de la Ley si no hubiese sido por
lo excepcional del caso.
3. Ordenó que se derramase abundante agua sobre el altar y en la zanja que había
cavado alrededor (v. 32). Los doce cántaros de agua fueron sacados, a no dudar, de una
fuente cercana al lugar, la cual no había sido afectada por la sequía (el mar está
demasiado lejos como para hacer tres viajes). De este modo el milagro se haría más
patente, al estar tan mojados el altar, la leña y la zanja.
4. Entonces Elías se dirigió a Dios con toda solemnidad, y oró ante el altar breve y
humildemente, a fin de que Dios aceptase el sacrificio convirtiéndolo en cenizas, pues
era holocausto (v. 36). Su compostura estaba en agudo contraste con la danza y los
gritos de los sacerdotes de Baal. Se dirigió a Dios como a «Jehová Dios de Abraham, de
Isaac y de Israel», para traer a la memoria del pueblo la relación que les ligaba al Dios
de sus antepasados. A dos cosas apela en su oración: (A) A la gloria de Dios: «Sea hoy
manifiesto que tú eres Dios en Israel». (B) A la edificación del pueblo: «Para que
conozca este pueblo que tú eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos» (vv.
36, 37).
5. Dios respondió inmediatamente por medio del fuego (v. 38). Apenas terminó
Elías su oración, «cayó fuego de Jehová y consumió el holocausto, la leña, las piedras y
el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja». Los altares de Moisés y de
Salomón fueron consagrados por medio del fuego bajado del cielo, pero este altar de
Elías fue destruido por el fuego que consumió el sacrificio y todo lo demás, a fin de que
el altar no volviese a usarse. Podemos imaginarnos el terror que se apoderaría de los
adoradores de Baal y del mismo Acab.
VI. Cuál fue el resultado de esta prueba. Con el fracaso de los profetas de Baal y el
éxito de Elías quedó demostrado hasta la más rotunda evidencia que Jehová era Dios y
no había otro. 1. El pueblo sirvió de jurado y dio su veredicto unánime (v. 39):
«Viéndolo todo el pueblo, se postraron y dijeron. ¡Jehová es el Dios, Jehová es el
Dios!» Una declaración unánime postulaba un general cambio de conducta: Si Jehová
era el Dios verdadero, a Él debían únicamente servir; pero, aun cuando algunos se
volviesen a Él, la generalidad de los asistentes, aunque quedaron convencidos, no
quedaron convertidos; profesaron una verdad (comp. con Stg. 2:19), pero no practicaron
la verdad. 2. Los profetas de Baal fueron ejecutados como mandaba la Ley (Dt. 13:3;
17:2–5), después de tomar la precaución de que no se escapase ninguno (v. 40). Se trata
de los 450 profetas de Baal. Los 400 profetas de Aserá, aunque también habían sido
convocados (v. 19), parece ser que no acudieron, con los que escaparon de la ejecución,
reservados para ser instrumentos de la destrucción de Acab, algún tiempo después, al
animarle a que subiese a Ramot de Galaad (22:6).
Versículos 41–46
Una vez que Israel profesó su reconocimiento de que Jehová es Dios, envió Dios
aquella misma tarde la tan deseada lluvia, para bendición del país.
I. Elías envió a Acab a que comiera y bebiera, pues, aunque el cielo estaba todavía
despejado, Elías percibía ya por fe el rumor de una gran lluvia (v. 41). El ayuno de
Acab no se debía precisamente a piedad o penitencia, sino, como hace notar Rodríguez
Molero, a que «con la tensión terrible de todo el día, no habían tenido tiempo de probar
bocado».
II. Mientras tanto, Elías subió a la cumbre a orar en actitud de intensa súplica (v.
42): «postrándose en tierra». Amós (9:3) se refiere a la cumbre del Carmel como a un
lugar muy retirado y privado. Solo con su criado oró allí sin que nada ni nadie le
distrajese. Quienes han recibido el llamamiento de aparecer y actuar en público en
nombre de Dios, han de tratar de hallar tiempo para conversar con Él en privado y en la
mayor soledad posible.
III. Ordenó a su criado que mirase hacia el mar, esto es, hacia el Mediterráneo, y tan
pronto como avizorase alguna nube que subiese del mar se lo notificase. Seis veces
subió el criado a la cumbre, mas no vio nada. Pero Elías continuó orando con la misma
intensidad hasta que, a la séptima vez, el criado discernió «una pequena nube como la
palma de la mano de un hombre» (v. 44). Muchas veces surgen grandes bendiciones de
pequeños comienzos, como lluvia copiosa desde una nube de un palmo de largura.
IV. Entonces le dice Elías al criado que avise a Acab para que descienda antes de
que la lluvia le sorprenda en el camino. Acab iba en su carroza con toda comodidad y
solemnidad (vv. 44, 45), pero Elías corrió hasta alcanzarle y marchar delante de él,
como escoltándole en respeto debido a la posición de Acab como rey. Si Acab le
hubiese correspondido con el respeto que se merecía tan gran profeta, le habría hecho
sentar consigo en su carroza, como hizo el eunuco de Etiopía con Felipe, no sólo para
honrarle ante los ancianos de Israel, sino para conversar con él acerca de la necesaria
reforma del reino. Pero es seguro que, al continuar con su corazón corrompido Acab se
alegró de poder alejar de sí a Elías, como Félix, el gobernador, de Pablo, cuando le
despidió hasta que tuviese oportunidad (Hch. 24:25).
CAPÍTULO 19
Dejamos a Elías a la entrada de Jizreel, todavía en público. Ahora le tenemos
escondiéndose de nuevo, cuando tanta falta hacía. Cuando la gente se niega a aprender
Dios les retira sus maestros. Obsérvese: I. Cómo huyó de la perversidad de Jezabel, su
jurada enemiga (vv. 1–3). II. Cómo le salió al encuentro Dios, su gran amigo, el cual: 1.
Le alimentó (vv. 4–8). 2. Se manifestó a él misteriosamente (vv. 9, 11–13), escuchó su
queja (vv. 10, 14), le instruyó (vv. 15–17) y le animó (v. 18). III. Cómo fue fortalecido,
a su regreso de la huida, con la compañía de Eliseo (vv. 19–21).
Versículos 1–8
Cualquiera habría esperado que, después de una manifestación tan pública y
grandiosa de la gloria de Dios, todos los israelitas volviesen como un solo hombre al
culto del verdadero Dios y tomasen por guía y oráculo a Elías. Pero menosprecian al
que Dios había honrado, no le respetan ni se cuidan de él, sino que, por el contrario,
Israel vuelve a considerarle como enemigo e indeseable.
1. Acab incita a su mujer Jezabel contra él. No se atreve él mismo a perseguir a
Elías, pero incita a su mujer, más dura que él, diciéndole todo lo que Elías había hecho
(v. 1), no para convencerla, sino para exasperarla. No le dice lo que había hecho Dios,
sino lo que había hecho Elías, con lo que da a entender que quizás había conseguido el
fuego por medio de algún hechizo o ensalmo; especialmente, le refiere que Elías había
matado a espada a todos los profetas de Baal.
2. Jezabel entonces, envía a Elías un recado amenazador de muerte, sellado con
juramento. Le da exactamente 24 horas de vida (v. 2; «mañana a estas horas»). Lo que
no se explica es por qué le dio aviso en lugar de echarle mano secretamente. Lo más
probable es que, como en el caso de Juan el Bautista y del mismo Señor Jesús, temiese
al pueblo. Amenazándole de muerte, se lo quitaba de en medio, y con eso tenía ella
bastante.
3. Elías, pues, escapó por su vida, probablemente de noche, y llegó a Beerseba (v.
3), que está en Judá y, por consiguiente, fuera de la jurisdicción de Acab. No acudió a
Josafat, seguramente porque éste estaba emparentado con Acab. Pero, ¿dónde estaba
ahora la valentía que había mostrado recientemente delante de Acab, de los profetas de
Baal y de todo el pueblo de Israel? Pero no culpemos a Elías precipitadamente y sin
considerar las circunstancias. Tras el tremendo triunfo del Carmel, todavía era
perseguido; por lo que se ve, el entusiasmo mismo de la gente había durado poco, pues
nadie le protegía en Israel; así que cayó en una depresión profunda. Es cierto (en teoría)
que mientras cumplía en Israel con el servicio que Dios le había encomendado, hizo mal
en huir de allí, pues mostraba así que desconfiaba de la protección de Dios. A esto se
refiere Santiago (5:17) cuando dice que Elías era de sentimientos (lit. pasiones)
semejantes a los nuestros, con lo que ninguno de nosotros puede atreverse a tirar el
primero la piedra contra él.
4. De Beerseba se fue a internarse en el desierto, después de haber dejado en
Beerseba a su criado, a fin de no cansarlo ni exponerlo. Tras un día de camino (v. 4),
cansado, desfallecido y deprimido, «se sentó debajo de un enebro» y, como otrora
Moisés (Nm. 11:15) pidió a Dios que le quitase la vida. Quienes de este modo piden la
muerte, son los menos indicados para morir tan pronto. Jezabel le había amenazado de
muerte, pero parece que él huye de una muerte a otra, pues prefiere morir a manos de
Dios en el desierto, antes que morir como los profetas de Baal según la amenaza de
Jezabel (v. 2), pues en este último caso los adoradores de Baal parecerían triunfar y el
nombre de Dios sería blasfemado. «No soy mejor que mis padres», dice él. ¿Éste es
Elías? Dios le abandonó a su depresión para mostrar que, cuando era valiente y osado,
lo era por el poder que Dios le confería, mientras que dejado a sí mismo, no era mejor
que sus padres ni mejor que sus hermanos.
5. Por medio de un ángel, Dios le alimentó en el desierto en el que él se había
metido arrostrando la necesidad y el peligro. Elías quería morir, pero Dios no quería que
muriese, pues deseaba usarlo todavía en su servicio. También nuestro caso resultaría
triste muchas veces si Dios atendiese a nuestros lamentos y nos concediese lo que
neciamente le pedimos. Después de pedir la muerte, Elías se echó y se quedó dormido
(v. 5); en el sueño deseaba morir, pero fue despertado y se halló no sólo bien provisto de
comida y bebida (v. 6), sino también asistido por un ángel, quien había velado por él
mientras dormía, y le llamó dos veces para que comiera (vv. 5, 7). Los hijos de Dios, se
hallen donde se hallen, como siempre están sobre el suelo del Padre, están también bajo
el cuidado del Padre. Es posible que se pierdan en un desierto, pero Dios no los pierde
de vista.
6. «Fortalecido con aquella comida», como preparada por ángeles, hizo un viaje de
cuarenta días hasta llegar al Horeb, donde podría tener comunión con Dios, como la
tuvo Moisés allí anteriormente. El ángel le pidió por segunda vez que comiera de nuevo,
porque le quedaba un largo viaje (v. 7). Nótese que cuando Dios nos envía a algún
servicio, siempre nos provee de gracia suficiente. El que ordena el viaje, provee
también las vituallas. Véase, pues, de cuántas maneras mantuvo Dios a Elías vivo:
primero, por medio de cuervos; luego, al multiplicar de continuo el alimento en casa de
la viuda de Sarepta; después, por medio de un ángel; y finalmente, para mostrar que «no
sólo de pan vive el hombre» le sostiene vivo durante 40 días sin otro alimento, como
había hecho con Moisés en el Sinaí y con el Señor Jesús en el desierto.
Versículos 9–18
I. Elías alojado en la cueva (lit.) del monte Horeb que es llamado «el monte de
Dios» (v. 8) porque allí se había revelado Dios a Moisés. El artículo del original nos da
a entender que era la misma cueva en la que Moisés fue escondido cuando Jehová pasó
delante de él proclamando su gloria (Éx. 33:22).
II. Allí le hizo Dios una visita: «Vino a él palabra de Jehová» (v. 9), con una
pregunta. Nadie puede esconderse del ojo, del brazo ni de la Palabra de Dios (Sal.
139:7–12). La pregunta es la siguiente: «¿Qué haces aquí, Elías?» (v. 9), y la vuelve a
repetir más adelante (v. 13). Como si dijese: «Éste no es tu lugar. ¿Es una cueva el lugar
donde ha de vivir un profeta? Deberías estar, no en el silencio solitario de un desierto,
sino entre los hombres, para reprender a los malos y animar a los buenos. ¿Huyes de
Jezabel? ¿Acaso no soy yo más poderoso que esa perversa?»
III. La respuesta que da Elías a la pregunta de Dios (v. 10), repetida después, tras la
repetición de la pregunta (v. 14).
1. Se excusa y alega que parece haber trabajado en vano. Dios sabía, y su propia
conciencia le daba testimonio de ello, el celo que sentía por la causa de Jehová de las
huestes. Sin embargo, la situación no parecía tener remedio; se hallaba solo en lucha
desigual con un enemigo que no tenía miramientos con ninguna persona o cosa sagrada:
«Los hijos de lsrael han dejado tu pacto». Como si dijese: «Si ellos te dejan a ti, ¿cómo
no les voy a dejar yo? Con frecuencia he sido su abogado delante de ti, pero ahora sólo
puedo ser su fiscal».
2. Acusa a los hijos de Israel de que: (A) Aun cuando han retenido la circuncisión,
que era la señal del pacto, habían abandonado el servicio y la adoración del verdadero
Dios, que constituían la intención del pacto. (B) No contentos con abandonar el culto al
verdadero Dios, habían derribado los altares de Dios. Aunque estos altares
quebrantaban la unidad del culto, pues éste debía ofrecerse a Dios solamente en la
ciudad santa, que era el lugar escogido por Dios, conservaban, con todo, un resto del
sincero culto a Dios, por lo que Dios los reconocía aún, de algún modo, como suyos.
Derribarlos era, pues, un pecado mayor que erigirlos. (C) Habían matado a espada a
los profetas de Dios, quienes, probablemente, ejercían su ministerio junto a dichos
altares. Jezabel, una extranjera, les había dado muerte (18:4), pero la culpabilidad del
crimen es cargada sobre el pueblo mismo, por cuanto habían consentido en el asesinato.
3. Declara los motivos que le han llevado a esconderse allí. (A) Se había quedado
solo, y ¿qué podía hacer él contra tantos millares? (B) No se encontraba a salvo fuera de
allí: «Me buscan para quitarme la vida». Como si dijese: «Prefiero pasar mi vida en la
soledad de un desierto, antes que perderla en un esfuerzo inútil por reformar a los que
aborrecen ser reformados».
IV. Cómo se manifestó Dios a Elías. ¿Se había refugiado aquí para encontrarse con
Dios? Moisés fue introducido por Dios en la cueva cuando la gloria de Jehová iba a
pasar delante de él; pero a Elías le ordena que salga de allí (v. 11): «Sal fuera y ponte en
el monte delante de Jehová». «Jehová pasaba», aunque Elías no vio ninguna figura,
como no la habían visto los israelitas cuando Dios les habló desde allí en tiempo de
Moisés. Pero, en cambio:
1. Oyó primero un viento tan fuerte que rompía los montes; después, un terremoto
(v. 11). Y tras el terremoto un fuego (v. 12). Pero Dios no estaba en el viento, ni en el
terremoto, ni en el fuego, sino más bien en un silbo, o susurro, apacible y delicado. Los
tres elementos fuertes son citados como heraldos de Dios (Éx. 19:18; Sal. 18:8–14),
pero nada descubre a Dios tan perfectamente como la calma que sucede a la tormenta.
Muchas interpretaciones se han dado de este extraño pasaje, pero la única explicación
satisfactoria es que Dios quería mostrarle a Elías que no debía esperar constantes
milagros del poder divino para vencer el mal, sino que debía continuar con el trabajo
sencillo de cada día, que es fruto de la paciencia y de la fe. No con violencia, sino con
suavidad es como la gota de agua horada la peña.
2. Cuando Elías se dio cuenta de que en aquel susurro estaba la genuina presencia de
Jehová: (A) se cubrió el rostro con el manto (v. 13), como si sintiese pavor ante el paso
de la Gloria de Dios. Bien podía cubrirse el rostro de vergüenza por su cobardía al
escapar de su deber por la amenaza de una mujer, cuando tenía cerca de sí la Gloria del
Dios Omnipotente y su poder dentro de los medios más ordinarios. (B) Se puso a la
puerta de la cueva, listo para escuchar lo que Dios quisiera decirle. La repetición de la
pregunta de Dios y la repetición de la respuesta de Elías (vv. 13, 14) dan a entender que
Elías no había captado aún toda la importancia y la significación de la visión que
acababa de tener. Tiene que aprender a declarar al pueblo la ley de Dios por el medio
ordinario de la predicación, sin esperar milagros que espanten, ya que la fe viene por el
oír (Ro. 10:17); los milagros sirven para abrir brecha en los oídos o para sellar el
mensaje.
V. Las órdenes que Dios le da acerca de lo que debe hacer de inmediato. Después de
repetir la pregunta («¿Qué haces aquí, Elías?») y recibir de Elías la misma respuesta de
antes al pie de la letra, Dios le envía por el camino de vuelta, a través del desierto de
Damasco (v. 15), y le comisiona para que unja a tres personas que van a ser, en manos
de Dios instrumentos de castigo contra Israel y de vindicación de la gloria de Dios: A
Hazael por rey de Siria, quien había de infligir a Israel duros castigos (2 R. 8:28 y ss.;
10:32; 13:3), a Jehú por rey de Israel (v. 16), quien había de exterminar la casa de Acab
(2 R. 9:24–33; 10:1–25), y a Eliseo, quien había de ser el sucesor de Elías en la
vindicación de la causa de Dios. Es probable que lo de «ungir» se refiera literalmente
sólo al caso de Jehú, no al de Hazael, por ser rey extranjero, ni al de Eliseo, al tener en
cuenta que «ungir» es, con frecuencia, sinónimo de «nombrar» (por ej. en Jue. 9:8). La
frase: «Eliseo lo matará» tiene un sentido figurado (literal, en Hazael y Jehú), pues
Eliseo usará la espada de la palabra de Dios (v. Os. 6:5 y comp. con He. 4:12). Sólo el
último de los tres encargos lo realizará Elías.
VI. La consoladora información que Dios da a Elías acerca del número de los
israelitas que habían retenido su integridad, a pesar de que él se creía solo (v. 18):
«7.000, en el reino del norte (sin duda, números redondos), que no habían doblado la
rodilla ante Baal (gesto que sólo mucho más tarde será introducido entre los hebreos) y
cuyas bocas no lo besaron» (rito de adoración cúltica, con la mayor probabilidad). Con
esto vemos que, aun en las épocas de mayor degeneración religiosa, la gracia de Dios
preserva un remanente fiel, puesto que sin la gracia no habrían podido preservarse a sí
mismos. Muchas veces, este remanente está escondido a los ojos del cuerpo, así como
está el trigo mezclado con la paja y el oro con la escoria, incluso dentro de la Iglesia,
hasta que llegue el día en que el Señor tome el aventador en su mano. «El Señor conoce
(o da a conocer) a los que son suyos» (2 Ti. 2:19), aunque nosotros no los conozcamos
con toda certeza, pues sólo Él ve en lo secreto y en el fondo del corazón. Como decía
John Newton, tres serán las sorpresas que nos llevaremos al entrar en el Cielo: 1a, hallar
allí a muchos que no esperábamos; 2a, no hallar allí algunos que esperábamos; y 3a,
hallarnos allí a nosotros mismos. Una cosa podemos asegurar: El amor de Dios es más
amplio que la caridad de los hombres.
Versículos 19–21
Eliseo fue nombrado el último en la orden que Dios dio a Elías, pero fue llamado el
primero de los tres, pues por medio de él fueron llamados los otros dos. Va a ocupar el
lugar de Elías; no obstante Elías se regocija de dejar la obra de Dios en tan buenas
manos. En cuanto al llamamiento de Eliseo, obsérvese:
1. Que fue un llamamiento sorprendente e inesperado para él. Elías le halló en el
campo, no leía, ni oraba, ni ofrecía sacrificios, sino arando (v. 19). Aunque era hombre
rico (como se ve por el banquete de v. 21), dueño del terreno, de doce yuntas de bueyes
y de muchos siervos, no desdeñaba poner la mano en el arado. Un oficio honrado en
este mundo no nos desvía del camino de nuestro llamamiento celestial más de lo que
desvió a Eliseo, quien fue tomado del arado para sembrar la palabra de Dios, como
fueron los Apóstoles tomados de sus redes de pesca para ser pescadores de hombres.
2. Que fue un llamamiento eficaz. Elías se contentó con echar sobre él su manto (v.
19), el cual era considerado como parte de la persona (l S. 18:4), con lo que le hacía
partícipe de su comisión profética (comp. con Rut 3:9; 2 R. 2:13) como si tuviese
derechos sobre él, para tomarle bajo su cuidado y guía hasta que participase del espíritu
de Elías (2 R. 2:8, 13–15), como Josué del de Moisés (Nm. 27:20). Eliseo dejó entonces
los bueyes de inmediato (v. 20) y vino corriendo en pos de Elías. Una mano invisible le
había tocado el corazón y le había inclinado, con secreto poder, a dejar la labranza y
dedicarse al ministerio. Únicamente rogó a Elías le concediese permiso para despedirse
de sus padres. Así como no le había forzado a seguirle, tampoco le impedía sentarse a
calcular el costo. La eficacia de la gracia de Dios, lejos de forzar la voluntad humana, le
confiere la verdadera libertad, para que quienes son hechos buenos con ella, escojan
bien y sin coacción alguna, pues Dios no quiere soldados forzados, sino voluntarios.
3. Que fue un llamamiento agradable para él, como se ve por el festín que hizo para
sus gentes (v. 21), es decir, no sólo a sus familiares y siervos, sino también a los que
acudieron a despedirse de él. Téngase en cuenta que no eran días cómodos para los
profetas de Jehová. Cualquier persona que hubiese consultado con carne y sangre,
habría rechazado el manto de Elías, pero Eliseo lo acogió con alegría y satisfacción,
despidiéndose sin pena de cuanto poseía por acompañarle.
4. Que fue un llamamiento voluntariamente acogido. Elías no siguió a Eliseo cuando
éste le pidió permiso para despedirse de sus padres, sino que le dejó marcharse («Le
dijo: Ve, vuelve; ¿qué te he hecho yo?» Como si dijese: «Ya ves lo que significa el
gesto de echar sobre ti mi manto»). Después del banquete se levantó Eliseo y fue tras
Elías, y le servía (v. 21). No se contentó con asociarse con él, sino que se ofreció a
servirle de criado (v. 2 R. 3:11). Así es como han de aprender los que han de enseñar; y
los que más tarde han de regir, han de estar dispuestos a rebajarse y a servir.
CAPÍTULO 20
Este capítulo nos narra la guerra entre Ben-adad, rey de Siria, y Acab, en la que éste
salió victorioso. Tenemos aquí: I. La insolencia de Ben-adad, al exigir rendición sin
condiciones a Israel (vv. 1–11). II. La derrota que le infligió Acab (vv. 12–21). III. De
nuevo viene, pasado un año, Ben-adad a pelear contra Israel, y de nuevo es derrotado
por Acab (vv. 22–30). IV. El pacto que hizo Acab con Ben-adad cuando lo tenía en sus
manos (vv. 31–34), y la reprensión que, por ello, recibió de un profeta (vv. 35–43).
Versículos 1–11
I. La amenaza que lanzó Ben-adad al reino de Acab, y el sitio que puso a Samaria, la
capital del reino (v. 1). David, en su tiempo, había hecho tributarios a los sirios, pero la
apostasía de Israel hizo que volviesen a ser temibles. Asá, rey de Judá había incitado
años atrás a los sirios a que invadieran Israel (15:18–20), pero ahora lo hacían ellos de
su propio acuerdo. Es cosa muy peligrosa traer al país fuerzas extranjeras; la posteridad
puede pagarlo muy caro.
II. El trato que hizo con el rey de Israel.
1. Con ánimo orgulloso, dirige Ben-adad a Acab una insolente demanda (vv. 2–3).
Le envía mensajeros que le comuniquen las condiciones que pone para levantar el sitio
de Samaria: Acab ha de ser su vasallo, y no sólo le ha de pagar tributo de oro y plata,
sino también ha de entregarle sus mujeres y sus hijos.
2. Acab, con ánimo cobarde, se da por vencido y se somete a las condiciones que le
impone el enemigo: «Como tú dices, rey señor mío» (v. 4). Véanse aquí los efectos del
pecado. (A) Si no hubiese provocado con su pecado a Dios para que se apartase de él,
Ben-adad no habría podido hacer tan insolente demanda. Si Dios no es nuestro dueño, lo
serán nuestros enemigos. El que se rebela contra Dios, se hace esclavo de cualquiera.
(B) Si no hubiese perjudicado a su propia conciencia y la hubiese puesto con su pecado
en contra de sí mismo, no se habría sometido de un modo tan humillante y vergonzoso.
La culpa hace perder ánimos a los hombres y los vuelve cobardes.
3. El orgullo de Ben-adad se exalta más todavía con esa sumisión y le hace volverse
más insolente e imperioso (vv. 5, 6). (A) Ben-adad es tan codicioso como altivo, y no se
conforma con poseer el dominio, sino que pide hacerse de inmediato con todos los
tesoros de Samaria y que se le permita hacer un saqueo general. (B) Lo hace de una
manera tan despectiva como arrogante. Si hubiese venido él en persona a escoger lo que
mejor le pareciese, habría mostrado algún respeto a otra testa coronada, pero amenaza
con enviar sus siervos a hacer el saqueo, para humillar más todavía a Acab: «Y tomarán
y llevarán todo lo precioso que tengas» (v. 6). (C) Es tan poco razonable como injusto,
pues hace ver que la rendición que Acab lleva a cabo no es sólo a él, sino también a sus
siervos.
4. Ante esta segunda insolencia el ánimo de Acab, aunque cobarde, se subleva y, si
no por valentía, al menos por desespero, arriesga su vida antes que entregarlo todo a
Ben-adad. (A) Reúne consejo con los ancianos (v. 7), y éstos le animan a resistir (v. 8).
(B) Con todo, se expresa muy modestamente en su negativa: «Decid al rey mi señor …»
(v. 9).
5. Ben-adad contesta ahora y jura por sus dioses que Samaria no va a ser más que un
poco de polvo que no bastará para llenar el hueco de la mano de sus soldados (v. 10).
6. Acab le responde ahora con cierta ironía, sin desafiarle abiertamente, sino
recordándole que no se puede cantar victoria antes de dar la batalla. Su frase parece ser
un proverbio común, parecido al español que dice: «Eso es vender la piel del zorro antes
de haberlo cazado» (v. 11).
Versículos 12–21
Al romperse de un modo abrupto el trato que estaban haciendo los sitiadores con los
sitiados, tenemos aquí el relato de la batalla que se siguió.
I. Los sirios, que eran los sitiadores, recibieron sus instrucciones de un rey ebrio,
pues estaba bebiendo (v. 12) cuando ordenó a sus soldados tomar posiciones contra la
ciudad. Y continuó bebiendo y embriagándose (v. 16), mientras Acab pasaba revista a
sus tropas (vv. 14, 15). Se sentía Ben-adad tan seguro que continuaba bebiendo; y con la
intoxicación consiguiente, todavía se sentía más neciamente seguro. La falsa seguridad
y la sensualidad iban de la mano en la generación del diluvio y en Sodoma (Lc. 17:26 y
ss.). La embriaguez de Ben-adad fue la precursora de la derrota, como le acaeció
también a Belsasar (Dn. 5). 1. Bebiendo estaba cuando dio orden de tomar posiciones
(v. 12). 2. Y bien bebido estaba cuando al notificarle que habían salido hombres de
Samaria (v. 17), ordenó que no los mataran, lo que hubiesen podido hacer fácilmente,
sino que los prendieran (v. 18), lo que dio a los sitiados la oportunidad de caer sobre sus
agresores y acabar con ellos.
II. Los israelitas, que eran los sitiados, recibieron instrucciones de un profeta
inspirado, profeta de Jehová (v. 13), pues, a pesar de que Acab era un idólatra, todavía
tenía cerca de sí algunos profetas de Jehová (22:8) y les ponía a sus hijos nombres
compuestos de «Yah, que es la abreviatura de Jehová. Incluso teme y respeta a Elías
(21:17–29) a pesar de tenerle por «enemigo público número uno de su reino».
1.Vemos con sorpresa que Dios envía un profeta con un amable y venturoso
mensaje a un rey tan perverso como era Acab, pero lo hizo: (A) Por amor de su pueblo
Israel. (B) Para engrandecer su misericordia hacer el bien a un hombre tan malo e
ingrato a fin de traerlo al arrepentimiento o dejarle sin excusa posible. (C) Para
mortificar el orgullo de Ben-adad y castigar su insolencia. Aunque Acab no había
inquirido el parecer de Dios ni preguntado por ningún profeta de Jehová, Dios le envió
uno sin que lo pidiese, con lo que mostró así su gran bondad.
2. Dos cosas hace este profeta: (A) Anima a Acab con la seguridad de la victoria, lo
cual era más que todo lo que los ancianos de Israel podían darle (v. 8), a pesar de que le
habían prometido respaldarle. Le informa del uso que tiene que hacer del buen resultado
de este asunto: «Para que conozcas que yo soy Jehová» (v. 13). (B) Le instruye sobre el
modo de conseguir la victoria: (a) No ha de esperar a que ataque el enemigo, sino que
debe atacar él primero para tomar al enemigo por sorpresa. (b) Las personas mediante
las cuales se había de conseguir la victoria eran los siervos de los príncipes de las
provincias (v. 14), gente no acostumbrada a la guerra y pocos en número: 232; los
menos apropiados que podrían pensarse para ir en vanguardia e iniciar el ataque. (C)
Acab debe ir en cabeza del ejército para dar testimonio de su confianza en la palabra de
Dios, aunque para eso tenga que exponerse al mayor peligro. (d) Cuando los 232
jóvenes hayan roto el frente de batalla, puede hacer uso de la infantería que le queda en
Samaria: 7.000 hombres (v. 15). ¡Curiosa coincidencia!; el mismo número que el de los
que no habían doblado la rodilla ante Baal (19:18), aun cuando no es probable que
fuesen las mismas personas.
III. El resultado fue un éxito. Los orgullosos sirios fueron batidos y los modestos y
despreciados israelitas salieron más que vencedores. Así es como Dios quita a los
príncipes el ánimo y se muestra terrible con los reyes de la tierra. ¿Dónde estaban ahora
el oro y la plata que exigía Ben-adad? ¿Dónde estaban los puñados de polvo de
Samaria?
Versículos 22–30
Relato de otra campaña victoriosa que llevó a cabo Acab, con la ayuda de Dios,
contra los sirios, a quienes infligió una derrota mayor que la primera. ¡Qué extraño!
¡Acab, idólatra y, a pesar de ello, victorioso; perseguido y, aun así, conquistador! Dios
consigue sus objetivos al mismo tiempo que permite que prosperen los impíos.
I. Después de la victoria el profeta advierte a Acab que se prepare para otra campaña
(v. 22). Le dice que, pasado un año, los sirios renovarán su intento con la esperanza de
resarcirse del golpe que han recibido y recuperar el honor que ahora han perdido. Debe,
pues, Acab fortalecerse, es decir, cobrar ánimo y tomar refuerzos. Exactamente lo
mismo que hemos de hacer nosotros cuando esperamos los asaltos de nuestros enemigos
espirituales.
II. Los asistentes de Ben-adad, por su parte, le aconsejan un cambio de estrategia
para las operaciones de la campaña siguiente. 1. Debe cambiar el terreno donde se libre
la batalla (v. 23). Dieron por seguro que no era Israel, sino los dioses de Israel, quienes
les habían batido en la campaña anterior, con lo que hablaban con supina ignorancia
acerca del Dios de Israel, ya que: (A) Le tenían por una deidad pluralista, cuando Dios
es uno (Dt. 6:4) y uno es su nombre. (B) Le tenían por un dios local, dios de Israel sólo,
siendo así que es el Creador y Gobernador del Universo. (C) Pensaban que su poder se
ejercía sólo en los altos, no en el llano, cuando para Dios no importa el lugar, el tiempo
o el número de los combatientes, pues es omnipresente y omnipotente. 2. Debe cambiar
también de jefes: Debe sacar a los reyes y poner capitanes en lugar de ellos (v. 24),
pues éstos estaban hechos a la guerra mejor que los reyes.
III. Ambos ejércitos salen al campo de batalla. Ben-adad, al frente de sus tropas,
acampa en Afec, junto a las fronteras mismas de la tribu de Aser. Acab, al frente de las
suyas, se aposta a cierta distancia de los sirios (v. 27). La desproporción numérica era
notable. Los hijos de Israel, acantonados en dos batallones, eran como dos rebañuelos
de cabras; pocos en número, con modesto equipaje, que presentaban una figura
despreciable. Mientras que los sirios llenaban la tierra con su número, su estrépito, sus
carruajes y su bagaje.
IV. Acab es animado a luchar contra los sirios a pesar de las ventajas que éstos le
llevaban en número y en confianza carnal. Le es enviado un varón de Dios para decirle
que toda esa numerosa multitud le será entregada en su mano (v. 28), no por sus
méritos, sino por el honor de Dios, puesto en cuarentena por la arrogancia de los sirios:
«Por cuanto los sirios han dicho: Jehová es Dios de los montes, y no Dios de los
valles».
V. Después de estar acampados los ejércitos unos enfrente de otros durante siete
días, se llevó a cabo la batalla; los sirios salieron totalmente derrotados. Ben-adad, que
había pensado que Afec resistiría bien el embate de Israel, vencido y desanimado al
hallar que el muro había sido derribado y matado a 27.000 hombres que habían
quedado, no pudo hacer otra cosa que tratar de esconderse, yendo de aposento en
aposento (v. 30). Véase cómo la mayor arrogancia termina muchas veces en la mayor
cobardía.
Versículos 31–43
Relato de lo que sucedió después de la victoria que obtuvo Israel contra los sirios.
I. Ben-adad se somete mansa y humildemente. Sus siervos, viéndole a él y a sí
mismos reducidos al último extremo, le aconsejaron que se rindiera sin condiciones para
salvar la vida (v. 31). Habían oído que los reyes de Israel eran clementes. Quizás habían
oído que Jehová es clemente y misericordioso y pensaban que los reyes de Israel
seguirían el ejemplo de su Dios. Esto, que para los sirios era un mero pretexto para ver
de salvar la vida, para el pobre pecador es un consuelo que le anima a humillarse y
arrepentirse delante de Dios. «¿No hemos oído que el Dios de Israel es clemente y
compasivo? ¿No le hemos hallado así? ¡Rasguemos, pues, nuestro corazón y
convirtámonos a Él!» (Jl. 2:13). Éste es un arrepentimiento genuino, evangélico: El que
brota de la convicción de la misericordia de Dios en Cristo: Con Él hay perdón. Dos
cosas le ruegan a Ben-adad sus siervos que haga: 1. Presentarse (y ellos con él) como
penitentes: «Ciñeron sus lomos con cilicio (esto es, saco), como quienes están de duelo,
y pusieron cuerdas sobre sus cabezas», con la soga al cuello, como criminales que
marchan al patíbulo. Muchos hacen como que se arrepienten cuando las cosas les salen
mal, cuando se habrían gloriado de sus hechos si las cosas les hubiesen salido bien. 2.
Presentarse como pordiosero, y mendigar la vida: «Tu siervo Ben-adad dice: Te ruego
que viva mi alma» (v. 32). ¡Qué cambio! (A) En su condición. De las alturas del poder y
de la prosperidad, ha caído a lo más bajo de la desgracia y de la aflicción.
(B). En su tono. Al comienzo del capítulo le veíamos fanfarrón, juraba y amenazaba,
con demandas crueles; ahora le vemos agachado y gimoteando, sin pedir otra cosa que
salvar la vida.
II. Acab acepta neciamente la fingida sumisión de Ben-adad y hace de inmediato un
trato favorable al sirio. Se muestra orgulloso de que se le humille aquel mismo al que él
tanto temía: «¿Vive aún? Es mi hermano». Le llama «hermano» conforme era
costumbre entre los reyes orientales (9:13), apoyándose en la hermandad de la realeza
más que en la hermandad de la religión. «¿De veras es tu hermano, Acab? ¿Te trataba él
como a hermano cuando te envió aquel bárbaro ultimátum? (vv. 5, 6). ¿Te habría
llamado hermano si hubiese sido él el vencedor? ¿Se llamaría él tu siervo si no hubiese
sido reducido a la extrema estrechura? ¿Cómo puedes permitir que te engañe con una
falsa sumisión?» Al someterse Ben-adad de esta manera, Acab le trató, no sólo con
honor: «Le hizo subir a su carro» (v. 33), sino con la amistad propia de un aliado (v.
34): «Hizo pacto con él y le dejó ir», sin consultar a los profetas de Dios ni a los
ancianos del país. Podía haberle exigido ciudades a Ben-adad pero se contentó con que
le restituyera las robadas por su padre. Podía haberle exigido todos los tesoros de
Damasco, pero se contentó con que le concediera hacer en Damasco un barrio de
bazares a expensas de Acab. Con esto le dejó ir, sin reprenderle siquiera por las
blasfemias que Ben-adad había lanzado contra el Dios de Israel, por cuyo honor tenía
Acab muy poco interés.
III. La reprensión que recibió Acab por su clemencia con Ben-adad y el pacto que
había hecho con él. Le fue dada por medio de un profeta en nombre de Dios. Este
profeta no es el mismo de los versículos 13 y ss. Flavio Josefo dice que era Miqueas, lo
cual es muy posible, por la forma que habla de él Acab más tarde (22:8). Este profeta
quiso reprender a Acab mediante una parábola y, para hacerla más dramática, se
disfrazó de soldado herido.
1. No le fue fácil presentarse herido. No quiso herirse a sí mismo, sino que mandó a
uno de sus compañeros profetas que le hiriese «por orden de Jehová» (lectura
probable). Pero él no quiso (v. 35); podemos pensar que lo hizo por buena razón. Las
personas buenas prefieren recibir golpes a darlos. Pero, por contravenir una orden
expresa de Dios (tanto peor, siendo él mismo profeta), le mató un león (v. 36), como le
había pasado a otro profeta desobediente (13:24). La intención de esto era darle a
entender a Acab que si un buen profeta era castigado tan severamente por haber
perdonado la vida a un amigo suyo, y de Dios, cuando Dios había dicho: «Hiérele»,
¡cuánto mayor sería el castigo de un rey perverso por haber perdonado la vida a un
enemigo suyo, y de Dios, cuando Dios había dicho: «Hiérele»! El siguiente hombre no
tuvo ningún inconveniente en herirle (v. 37). Probablemente le sacó sangre del rostro, y
él se puso una venda.
2. Herido como estaba y con ceniza sobre la cabeza (probablemente), para ocultar
que era profeta, se va hacia el rey y le cuenta una historia en la que él mismo resultaba
culpable de descuido por habérsele escapado un prisionero. ¿Le perdonará el rey? ¡De
ninguna manera! «Tú mismo has pronunciado tu sentencia», le dice Acab. El profeta
tiene ahora lo que quería, lo mismo que Natán en otra ocasión (2 S. 12:5). Se quita el
disfraz y la venda y viene a decirle a Acab: «Tú eres ese hombre. Con tu propia palabra
te has juzgado. Jehová te había ordenado acabar con la vida del enemigo (“soltaste de
la mano el hombre de mi anatema”—v. 42—) y tú se la has conservado . Por tanto, tu
vida será por la suya, y tu pueblo por el suyo».
3. Acab recibió con enojo la reprensión: «Se fue a su casa triste y enojado» (v. 43);
enojado con el profeta, exasperado contra Dios y vejado en su propio interior.
CAPÍTULO 21
Acab continúa sintiéndose desgraciado e insatisfecho. I. Enferma de codicia por una
viña, la viña de Nabot (vv. 1–4). II. Nabot muere por el complot que ha organizado
Jezabel, a fin de que Acab se haga con la codiciada viña (vv. 5–14). III. Acab va a tomar
posesión de la viña (vv. 15–16). IV. Le sale al encuentro Elías y le declara el juicio de
Dios contra él por esta injusticia (vv. 17–24). V. Acab se humilla y Dios le concede un
respiro (vv. 25–29).
Versículos 1–4
1. Acab codicia la viña de un prójimo suyo. Esta viña caía muy cerca del palacio del
rey y le resulta muy conveniente como huerto de casa. Pone Acab sus ojos y su corazón
en la viña (v. 2). ¡Qué bien le vendría! Pero no es tan tirano como para quitársela por la
fuerza, sino que le propone a Nabot un trato: Pagarle en buen dinero o cambiársela por
otra viña (v. 2). No era malo desear algo conveniente para su hacienda, pero todo deseo
desordenado es fruto del egoísmo.
2. La repulsa de Nabot a este trato: «Guárdeme Jehová de que yo te de a ti la
heredad de mis padres» (v. 3). Esta negativa no se debía a deslealtad contra el rey por
parte de Nabot, sino más bien a lealtad a la ley de Dios. La tierra de Canaán era, de
manera especial, tierra de Dios, al ser los israelitas como una especie de arrendatarios.
Y una de las condiciones del arriendo era que no habían de enajenar parte alguna del
lote que les correspondiera, a no ser en caso de extrema necesidad, y aun eso, hasta el
año del jubileo (Lv. 25:28). Pero Nabot previó que, si le vendía la viña a la corona,
nunca volvería a ser propiedad suya ni de sus herederos, ni siquiera en el año del
jubileo. De buena gana agradaría al rey, pero tenía que obedecer a Dios antes que a los
hombres; por eso, pide que se le excuse en el presente asunto.
3. Descontento de Acab ante esta negativa. Tenemos la misma frase que en 20:43:
«Vino a su casa triste y enojado» (v. 4). Más aún, «se acostó en su cama, volvió su
rostro a la pared, y no comió». No pudo sufrir que le contrariaran en su deseo. ¡Pobre
hombre! Tenía en su mano todos los deleites de Canaán, aquella buena tierra que
manaba leche y miel, las riquezas del reino, los placeres de la corte, el honor y el poder
del trono, y, aun así, todo le parece nada sin la viña de Nabot.
Versículos 5–16
Nada bueno puede esperarse tan pronto como entra en escena Jezabel, «aquella
maldita» (2 R. 9:34).
I. Bajo pretexto de consolar a su afligido esposo, le presta pábulo a su orgullo y a su
pasión, y sopla sobre las brasas de su corrompido corazón. Le había dicho él lo que le
entristecía (v. 6), aunque se calló la razón que le había dado Nabot para rechazar el trato
y, además, cambió la frase de aquél («Guárdeme Jehová de que yo te de …») por la más
áspera: «Yo no te daré mi viña». «¿Cómo?—le dice Jezabel (v. 7)—. ¿Eres tú ahora rey
sobre Israel? Levántate, y come y alégrate». Como diciendo: «Tú eres el que mandas en
Israel, y ¿se atreverá algún súbdito tuyo a negarte algo que le pidas? Si no sabes cómo
llevar la dignidad de un rey, déjame a mí el asunto, permíteme usar tu nombre y yo te
daré la viña de Nabot de Jizreel; esté bien o esté mal, será tuya pronto y sin costarte
nada».
II. Para satisfacer la codicia de su marido, trama la muerte de Nabot.
1. Si ella hubiese deseado únicamente el terreno, sus testigos falsos podían haber
jurado, mediante un documento falso, que la viña no pertenecía a Nabot; pero no se
contenta con eso, sino que ha de morir Nabot.
(A) Nunca se dieron órdenes tan perversas por rey alguno como las que dio Jezabel
a los magistrados de Jizreel (vv. 8–10). Toma el sello privado del rey, pero Acab no
sabe lo que ella va a hacer con él. Hace uso del nombre del rey con lo que les manda,
por principio de lealtad a la corona, dar muerte a Nabot. Seguramente que consideraba a
los ancianos de Israel como hombres sin honor ni vergüenza, al esperar que obedeciesen
tales órdenes. (a) Había de hacerse bajo pretexto religioso: «Proclamad ayuno» (v. 9).
Como si dijese: «Haced como si hubiese entre vosotros algún gran ofensor sin
descubrir, por cuya causa Dios está enojado con vuestra ciudad, y haced que las
sospechas recaigan sobre Nabot, probablemente porque él no se une a sus vecinos en el
culto». (b) Había de hacerse igualmente bajo pretexto de justicia y con todas las
formalidades de un proceso legal. El crimen del que le han de acusar es que «ha
maldecido a Dios y al rey» (v. 10), esto es, una blasfemia doble.
(B) Nunca fueron tan perversamente obedecidas órdenes tan perversas como lo
fueron éstas por los magistrados de Jizreel, pues «hicieron como Jezabel les mandó,
conforme a lo escrito en las cartas que ella les había enviado» (vv. 11, 12), sin poner
objeción alguna ni encontrar dificultad en la ejecución de tal villanía. Así que mataron a
pedradas a Nabot (v. 13) y, por lo que vemos en 2 Reyes 9:26, mataron también a sus
hijos, ya fuese con él o después de él.
2. Parémonos unos momentos: (A) Para asombrarnos de la perversidad de los
impíos y del poder de Satanás en los hijos de desobediencia (Ef. 2:2). (B) Para lamentar
un caso de tan flagrante opresión de la inocencia. (C) Para encomendar a Dios el
cuidado de nuestras vidas y de nuestras pertenencias, porque la inocencia misma no
siempre será garantía de seguridad. (D) Para regocijarnos en la creencia del juicio
venidero, en el que jueces tan injustos como los de este caso tendrán que rendir cuentas.
III. Quitado de en medio Nabot, Acab va a tomar posesión de la viña. 1. Los
ancianos de Israel enviaron recado a Jezabel, seguros de que le enviaban buenas noticias
y despreocupados del crimen perpetrado (v. 14): «Nabot ha sido apedreado y ha
muerto». Jezabel, satisfecha de lo bien que le había salido su plan, le comunica a Acab
que «Nabot no vive, sino que ha muerto» (v. 15). Por lo tanto: «Levántate y toma la
viña». Podía haber tomado posesión de ella por medio de uno de sus oficiales pero
estaba tan contento de haberse hecho con ella que hizo el viaje a Jizreeel para
posesionarse de ella personalmente; y parece que fue allá con la mayor solemnidad
como si hubiese conseguido alguna gran victoria militar, puesto que, mucho tiempo
después, Jehú recuerda que él y Bidcar iban en la comitiva con Acab en aquella ocasión
(2 R. 9:25).
Versículos 17–29
I. El malísimo carácter que se atribuye aquí a Acab (vv. 25, 26), lo cual se nos
refiere aquí para justificar la tremenda sentencia que pronunció Dios contra él, y para
mostrar que, aun cuando la sentencia le fue pronunciada con ocasión de este pecado en
el asunto de Nabot Dios no le habría castigado tan severamente si no hubiese sido
culpable de muchos otros pecados, especialmente de idolatría. Estaba completamente
entregado al pecado y, puesto que había decidido disfrutar del deleite del pecado, era
justo que recibiese la paga del pecado, que es la muerte (Ro. 6:23). No podía excusarse
con que Jezabel su mujer le incitaba (v. 25) a obrar perversamente y a portarse, en
muchos aspectos, peor que como se habría portado por sí mismo.
II. El mensaje que le fue comunicado por medio de Elías cuando iba a tomar
posesión de la viña de Nabot (vv. 17–19).
1. Hasta ahora, Dios había guardado silencio, pero ahora es reprendido Acab y su
pecado es puesto delante de sus ojos. (A) La persona enviada fue Elías. (B) El lugar es
la viña misma de Nabot. (C) El tiempo, el momento en que va a tomar posesión de ella.
Allí y entonces se le va a leer la sentencia, cuando está tan contento con su mal
adquirida finca y está dando instrucciones para que sea convertida en jardín de palacio.
2. Lo que pasó entre él y el profeta.
(A) Acab desahogó su ira contra Elías, se enfureció tan pronto como le vio y, en
lugar de humillarse delante del profeta, como debería haber hecho (2 Cr. 36:12), estaba
dispuesto a insultarle en su cara (v. 20): «¿Me has hallado, enemigo mío?» Esto
demuestra: (a) Que le odiaba. La última vez que les vimos juntos, se partieron como
buenos amigos (18:46). Entonces parecía que Acab estaba dispuesto a emprender alguna
reforma y, por tanto, todo iba bien entre él y el profeta; pero ahora había recaído y
estaba peor que nunca. Su conciencia le decía que Dios se había enemistado con él y,
por ello, no podía esperar que Elías fuese amigo suyo. (b) Que le temía: ¿Me has
hallado? Nunca hubo un miserable deudor o un criminal tan confundido a la vista del
funcionario que venía a arrestarle.
(B) Elías anunció la ira de Dios contra Acab: «Te he encontrado, porque te has
vendido a hacer lo mato» (v. 20). (a) Elías halla el veredicto contra él y le convence
basado en la notoria evidencia del hecho (v. 19): «¿No mataste, y también has
despojado?» (b) Pronuncia sentencia contra él, diciéndole de parte de Dios que su
familia sería totalmente barrida, hasta no quedar nadie de su posteridad (v. 21). (c) La
sangre de Acab, aunque era sangre real, aquella sangre que hinchaba sus venas con
orgullo y hacía hervir de ira su corazón, había de ser lamida por los perros (22:38). (d)
La carne de Jezabel sería pasto de perros en el propio Jizreel (v. 23, comp. con 2 R.
9:35, 36).
III. Humillación de Acab ante la sentencia pronunciada contra él y el favorable
mensaje que le fue comunicado a causa de ello. 1. Acab aparece aquí en hábito de
penitente. La sentencia que Elías había pronunciado contra él de parte de Dios le había
asustado, así que rasgó sus vestidos y puso cilicio sobre su carne (esto es, se vistió de
saco—v. 27—), pero su corazón no estaba humillado ni cambiado. 2. Obtuvo ahora un
respiro, es decir, una especie de perdón. Aunque era un arrepentimiento de apariencias
(doliéndose del castigo, no del pecado) y aunque no por eso dejó los ídolos ni devolvió
la viña de Nabot a los herederos de éste, no obstante, comoquiera que expresó cierta
alabanza a la gloria de Dios, Dios la tuvo en cuenta e hizo que Elías se percatase de ello
(v. 29): «¿No has visto cómo Acab se ha humillado delante de mí?» Esto nos enseña a
hallar lo que hay de bueno incluso en los que no son tan buenos como deberían. Nos
ofrece también una razón de la prosperidad que acompaña (a veces, por largo tiempo) a
los malos: Dios premia con favores temporales sus virtudes externas. Pero, sobre todo,
sirve de consuelo a todos los que se arrepienten de veras y creen el santo evangelio. Si
un aparente y parcial penitente marcha a su casa aliviado, con mayor razón un sincero
creyente, arrepentido de corazón, marchará a su casa justificado.
CAPÍTULO 22
En este capítulo tenemos el fin de Acab en la guerra con los sirios. I. Preparativos
para la batalla. Consulta: 1. A su consejo privado (vv. 1–3). 2. A Josafat (v. 4). 3. A sus
profetas, que le animan a marchar en su expedición (vv. 5, 6, 11, 12). 4. A un profeta de
Jehová, Miqueas, quien, finalmente, le predice su caída en Ramot de Galaad (vv. 7–23),
por lo que es golpeado por Sedequías, falso profeta (vv. 24, 25) y echado en la cárcel
por orden de Acab (vv. 26–28). II. La batalla, en la que: 1. Josafat quedó expuesto al
peligro, pero: 2. Acab fue muerto (vv. 29–40). III. Al final del capítulo tenemos un
breve informe: 1. Del buen reinado de Josafat, rey de Judá (vv. 41–50). 2. Del perverso
reinado de Ocozías, rey de Israel (vv. 51–53).
Versículos 1–14
Como recompensa por su profesión de arrepentimiento y por su exterior
humillación, aunque se acercaba la hora en que había de morir en una batalla, tenemos
aquí a Acab bendecido con tres años de paz (v. 1) y con una honrosa visita que le hizo
Josafat rey de Judá (v. 2). Era la primera vez, desde la división del reino, que se unían
los dos monarcas en una consulta, la cual es de suponer que tendría por tema los asuntos
de los respectivos reinos.
I. Acab piensa ahora en una guerra contra los sirios y expone su pensamiento a sus
ayudantes (v. 3). El rey de Siria había prometido devolver las ciudades arrebatadas por
su padre al rey de Israel (20:34), pero pasaba el tiempo y no las devolvía. Acab le había
creído neciamente cuando lo tenía en su mano, pero Ben-adad era uno de esos príncipes
que se sienten ligados por su palabra únicamente cuando va a favor de sus propios
intereses. Si restituyó o no otras ciudades no se nos dice, pero lo cierto es que todavía
estaba en sus manos Ramot de Galaad, ciudad importante en la tribu de Gad, al otro
lado del Jordán, ciudad levítica y una de las ciudades de refugio. Acab se culpa a sí
mismo y culpa a su pueblo de no hacer nada por recobrarla de manos de los sirios y
castigar así a Ben-adad por violar el acuerdo.
II. Compromete a Josafat para que se una a él en esta expedición, para recuperar
Ramot de Galaad (v. 4). Es extraño, sin embargo, que Josafat se muestre tan
enteramente de parte de Acab como para decir: «Yo soy como tú, y mi pueblo como tu
pueblo, etc.». Estas frases son fórmulas amistosas para expresar su identificación en el
empeño de recuperar la ciudad. Gracias a Dios, no eran literalmente verdaderas, pues el
piadoso Josafat era muy distinto del perverso Acab, y el pueblo de Judá no estaba tan
corrompido por la idolatría como lo estaba el de Israel. No obstante, la compañía con
los malhechores lleva a muchas personas buenas a graves tentaciones y grandes peligros
de toda índole. Josafat tuvo que pagar alto precio por esta amistad, pues estuvo a punto
de morir en la batalla al ser tomado por Acab. Hay autores que hacen observar la
curiosa circunstancia de que, al unirse a Israel contra Siria, parece como si Josafat
quisiera expiar el error de su padre Asá, quien se había coligado con Siria contra Israel
(15:19, 20).
III. Por voluntad expresa de Josafat, Acab pidió consejo a los profetas para saber la
voluntad de Jehová (vv. 5, 6). Josafat no se fía de estos profetas palaciegos y pregunta
por algún verdadero profeta de Jehová (v. 7). A cualquier parte que un creyente vaya,
debe tomar consigo su profesión abierta de fe sin avergonzarse de ella aun cuando se
encuentre en compañía de otros que no tienen respeto a la religión.
IV. Los 400 profetas cortesanos, partidarios del culto cismático a Jehová bajo la
forma del becerro de oro (para distinguirlos mejor de los 450 profetas fenicios, traídos
al país por Jezabel), aconsejan al rey que marche contra los sirios, por seguirle la
corriente, ya que sabían que le agradaría la predicción (v. 6). Uno de ellos, Sedequías,
ejecuta ante los dos reyes una acción simbólica (v. 11). Se había hecho un par de
cuernos de hierro, que representaban el poder y la fuerza de ambos reyes, con los que
los sirios habían de ser acorneados. Acab volvería victorioso, como proclamaban
unánimes los 400 profetas de Acab (vv. 11, 12).
V. Josafat no se deja engañar por esta mímica. Su sentido espiritual le dicta que todo
aquello es una falacia; ya lo suponía desde el principio y, por eso, había preguntado si
había algún profeta de Jehová (v. 7); es decir, alguien de quien se tuvieran garantías
que hablaba de parte de Dios y, por tanto, la verdad.
VI. Acab le contesta que hay un varón por el cual se podría consultar a Jehová,
pues éste conocía la voluntad de Dios, pero:
1. A pesar de eso, le odiaba y no se avergonzaba de confesarlo ante el rey de Judá,
dándole esta razón: «porque nunca me profetiza el bien, sino solamente el mal». Y
¿quién tenía la culpa de eso? Si Acab obrase bien, no oiría del Cielo otra cosa que el
bien. Verdaderamente están endurecidos en su pecado, y cosechan la ruina por ello,
quienes aborrecen a los ministros de Dios porque les dicen la verdad.
2. Lo tenía en prisión. Podemos suponer que fue Miqueas, el que le reprochó su
clemencia con Ben-adad (20:38 y ss.), y por eso fue metido en la cárcel, en la que habría
estado durante estos tres años. Ésta es la razón por la que pudo Acab encontrarlo tan
fácilmente (v. 9). Estaba atado pero la Palabra de Dios no está atada. Josafat dio a
Acab una reprensión demasiado suave (v. 8): «No hable el rey así». Los pecadores tan
perversos como Acab merecen una reprensión más áspera.
3. Con todo, por temor a que Josafat rompiese la alianza que había hecho con él
Acab no respondió palabra, sino que mandó traer pronto a Miqueas (v. 9). Los dos
reyes estaban sentados con sus ropas de gala en la puerta de Samaria, dispuestos a
recibir a este profeta y oír lo que iba a decir. Estaban rodeados por una gran turba de
profetas aduladores, que no podían pensar en profetizar otra cosa que no fuese suave a
los oídos de estos monarcas ahora confederados.
VII. El funcionario encargado de traer a Miqueas trata de persuadirle a que siga la
corriente de los demás profetas y anuncie también buen éxito (v. 13). Pero Miqueas no
accede al fraude y respalda con juramento su protesta de que dará con toda fidelidad el
mensaje de Dios, le guste o no le guste al rey (v. 14): «Lo que Jehová me hable, eso
diré».
Versículos 15–28
I. Se dice ahora cuán fielmente dio Miqueas su mensaje. Lo da de tres maneras, y
ninguna de ellas le agrada a Acab.
1. Al principio, habló, aunque irónicamente, como los demás profetas (v. 15): «Sube
y serás prosperado». Acab le había hecho la misma pregunta que a los otros profetas, y
aunque pretendía que deseaba conocer la voluntad de Dios, la realidad era que, como
Balaam, estaba decidido a hacer la suya, de lo que Miqueas se percató en seguida que
Acab le preguntó; por eso, le dijo irónicamente que siguiera adelante con su propósito.
No obstante, Acab demostró que no creía esas palabras (con lo que implícitamente
tampoco daba crédito a las de sus profetas), quizá por notar el tono sarcástico con que
Miqueas las pronunciaba, por lo que le exigió que no bromeara con él, sino que le dijese
paladinamente la verdad (v. 16): «Hasta cuántas veces he de exigirte que no me digas
sino la verdad en el nombre de Jehová?»
2. Constreñido de este modo, Miqueas le dice, aunque veladamente, lo que va a
suceder. Ha tenido una visión en la que el ejército de Israel estaba esparcido por los
montes, como ovejas sin pastor, con lo que insinúa: (A) Que Israel se vería privado de
su rey, que era el pastor del país. (B) Que se batirían en vergonzosa retirada: «Vuélvase
cada uno a su casa en paz» (v. 17), para que no se pierdan más vidas después de la del
rey. De este modo testificaba Miqueas en su profecía, de lo que había visto y oído. Con
esto se siente Acab agraviado y, volviéndose a Josafat, le dice: «¿No te lo había yo
dicho? Ninguna cosa buena profetizará él acerca de mí, sino solamente el mal» (v. 18).
3. Sin temer la ira del rey le informa a continuación de la razón por la que los otros
profetas le profetizaban el bien. Eso se debía a que Dios permitía que Satanás les
engañase para ruina de él; lo sabía él por la visión que había tenido. Dios es Rey de
reyes, y su trono está muy por encima de todos los tronos de los reyes de la tierra. El
levantamiento y la caída de los príncipes, los resultados de las guerras y todos los
grandes asuntos de Estado, que son el tema de consulta de los políticos grandes y
sabios, están bajo la dirección y el control de Dios lo mismo que los quehaceres
vulgares y cotidianos que se llevan a cabo en la más modesta cabaña de cualquier
nación. Cuando el diablo engaña a los hombres, no lo hace sin el permiso de Dios, pues
con ello consigue Dios sus propios objetivos. De este modo dio Miqueas a Acab un leal
aviso, no sólo del peligro de seguir adelante con esta guerra, sino también del peligro de
seguir dando crédito a los que le animaban a que siguiese adelante.
II. El mal trato que recibió por dar el mensaje con toda fidelidad. 1. Sedequías, un
perverso profeta, le insultó delante de toda la corte, golpeándole en la mejilla (v. 24)
para hacerle callar. Portarse así ante la corte, especialmente en presencia del rey, supone
en la ley de cualquier país civilizado una gravísima ofensa, sin embargo, este inicuo
profeta propina impunemente este golpe a un verdadero profeta de Jehová. Miqueas no
devuelve el golpe, pero deja que todos se convenzan de la verdad y apela al resultado,
pues le dice a Sedequías (v. 25): «Tú lo verás en aquel día, cuando te irás metiendo de
aposento en aposento para esconderte». Es probable que Sedequías fuese con Acab a la
batalla y tomase sus cuernos de hierro para animar a los soldados y ver con placer el
cumplimiento de su profecía para volver en triunfo con el rey; pero, al ser derrotado el
ejército, huyó con otros de la espada del enemigo y, como Ben-adad en otra ocasión
(20:30), se fue escondiendo de aposento en aposento para salvar la vida. 2. Acab, el
perverso rey, mandó echar en la cárcel a Miqueas (vv. 26, 27) y que no le dieran otra
cosa que «pan de angustia», pan rústico, y «agua de aflicción», agua de pozo
(estancada), hasta que él volviese, teniendo por seguro que volvería vencedor, y
entonces le daría muerte como a falso profeta. ¡Mala retribución para el que quería
impedir su ruina! 3. Miqueas lo toma como un reto y llama a todos a que sean testigos
de la verdad de su profecía (v. 28): «Si llegas a volver en paz, Jehová no ha hablado
por mí». Como si dijesen: «Estoy dispuesto a incurrir en la reprensión y en el castigo
que se merece un falso profeta si el rey vuelve vivo».
Versículos 29–40
I. Los dos reyes marchan con sus fuerzas a Ramot de Galaad (v. 29). Es digno del
mayor asombro el hecho de que Josafat, aquel piadoso príncipe que deseaba consultar
por medio de un profeta de Jehová, sin dar crédito a los profetas de Acab, siguiera
adelante en esta campaña después de la predicción de Dios por medio de Miqueas. Sin
duda, su temperamento débil le llevó a desviarse como si participase de la ciega ilusión
de sus amigos. ¿Pensó quizás que el vaticinio de 400 contra el de uno tenía visos de
verdad?
II. Por el contrario, Acab no parece sentirse demasiado seguro con la predicción de
los 400; porque persuade a Josafat a que se exponga al peligro vestido con sus regias
ropas, mientras él se disfraza de soldado raso (v. 30). Aparentaba así honrar a Josafat,
concediéndole el puesto de general en jefe, cuando lo que de veras intentaba era: 1.
Eludir el peligro y dejar por mentiroso a un verdadero profeta. 2. Burlarse de un buen
príncipe al que no amaba de corazón. ¿Cómo podía esperarse que fuese leal a su amigo
el que siempre había sido desleal a Dios?
III. Josafat, con más ingenuidad que política, se puso en el puesto de honor, aunque
era el puesto del mayor peligro y, efectivamente, se vio a punto de perder la vida,
librándole Dios amorosamente de que la perdiera. El rey de Siria había mandado a sus
capitanes que cargasen con todas las fuerzas, no contra el rey de Judá con el que no
tenía disputa que ventilar, sino solamente contra el rey de Israel (v. 31). Hay quienes
opinan que sólo intentaba hacerlo prisionero. Fuese cual fuese el motivo, lo cierto es
que los oficiales de Siria, al ver a Josafat vestido de las ropas regias, lo tomaron por el
rey de Israel y lo rodearon. 1. Con este peligro quería Dios darle a entender que estaba
disgustado con él por confederarse con Acab. 2. Mediante su liberación, Dios le dio a
entender que, aunque estaba disgustado con él, sin embargo no le había abandonado.
Algunos oficiales que le reconocieron dejaron de perseguirle al darse cuenta del error.
IV. Acab recibe en la batalla una herida mortal. Que nadie piense que puede
esconderse del juicio de Dios. El sirio que disparó su arco a la ventura (v. 34) no
parece que intentase herir a un determinado enemigo, pero Dios dirigió aquella saeta de
forma que: 1. Hiriese a la persona apropiada. 2. Y que la hiriese en el lugar adecuado:
«entre las junturas de la armadura», el único lugar por el que podía penetrar la saeta.
V. El ejército fue desbandado por el ejército sirio y enviado a casa por un pregón (v.
36), probablemente ordenado por el mismo Acab, quien vivió lo suficiente para ver
cumplida aquella parte de la profecía de Miqueas que hablaba de «todo Israel esparcido
por los montes» (v. 17).
VI. El cadáver del rey fue traído a Samaria y sepultado allí (v. 37). Ahora quedaba
vengada la sangre de Nabot (21:19) y se cumplían las palabras de David (Sal. 68:23):
«Porque tu pie se enrojecerá de sangre de tus enemigos, y de ella la lengua de tus
perros».
VII. Finalmente, la historia de Acab se concluye aquí en la forma acostumbrada (vv.
39, 40). Entre sus obras se menciona «la casa de marfil que construyó», llamada así
porque diversas partes de ella estaban recubiertas de marfil; quizá pretendía así hacerla
rivalizar con el grandioso palacio de los reyes de Judá, construido por Salomón.
Versículos 41–53
I. Un breve resumen del reinado de Josafat rey de Judá, del que tenemos un informe
mucho más detallado en 2 Crónicas, capítulos 17 al 21, y de la grandeza y bondad de
este príncipe, empañadas únicamente por su intimidad con la casa de Acab. Su alianza
con Acab en la guerra le resultó muy peligrosa, como acabamos de ver, y su alianza con
Ocozías, el hijo de Acab, en el comercio no le resultó mejor. Por 2 Crónicas 20:35–37
sabemos que se ofreció a ser socio de Ocozías en el negocio de traer oro de Ofir, pero
mientras se preparaban para zarpar, se rompieron las naves en Esyón-Guéber (v. 49).
Cuando Ocozías se ofreció por segunda vez a ser su socio, Josafat no quiso (v. 50). La
vara de Dios, anunciada por la palabra de Dios (2 Cr. 20:37), le había roto a él de la
alianza con Ocozías. El reinado de Josafat no fue de los más largos, pero fue de los
mejores.
1. No fue uno de los más largos, pues sólo reinó 25 años (v. 42) pero estos 25 años,
añadidos a los 41 de su buen padre (aunque correinó con él tres años), nos dan idea de la
floreciente condición del reino de Judá y de la religión dentro de ese período.
2. Fue uno de los mejores, tanto con respecto a la piedad como a la prosperidad,
pues: (A) «Hizo lo recto ante los ojos de Jehová» (v. 43). Con todo eso, los lugares
altos no fueron quitados (v. 44), ni siquiera de las tribus de Judá y Benjamín, tribus tan
cercanas a Jerusalén que no podían excusarse, como otras tribus, de la inconveniencia
de la distancia. (B) Sus asuntos prosperaron. Para impedir el daño causado por las
guerras anteriores con el reino de Israel, estableció con el rey de Israel una paz duradera
(v. 45). Se nos recuerda aquí (v. 48) lo ya visto en 2 Samuel 8:14 de que no había rey en
Edom, sino sólo gobernador, una especie de virrey, delegado del rey de Judá, al que
Edom había sido hecho tributario por David, cumpliéndose la profecía de Génesis 25:23
de que «el mayor serviría al menor». Agradó Josafat a Dios, y Dios le bendijo con éxito
y prosperidad.
II. Comienzo de la historia de Ocozías el hijo de Acab (vv. 51–53). Su reinado fue
muy breve, pues no llegó a dos años completos. Algunos pecadores gozan de corta
duración. Malas cosas se dicen de él en estos versículos, y peores aún en el capítulo 1
del 2 Reyes. No sólo conservó la idolatría de Jeroboam, sino que adoró también a Baal,
como lo habían hecho sus padres. A pesar de que conocía la ruina de la casa de
Jeroboam y había visto la ruina de su padre por dar oídos a los falsos profetas, siguió el
ejemplo de su perverso padre y el consejo de su más perversa madre Jezabel, que
todavía vivía.

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