Irarrazaval TyV
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Diego Irarrázaval
Facultad de Ciencias Religiosas
Universidad Raúl Silva Henríquez
Uno de los grandes recados de Gabriela Mistral es que “somos gente que tiene
que averiguar su cuerpo geográfico tanto como su alma histórica” (1). En este
continente y este país prolifera el menosprecio, e imitamos el desarrollo de otros
pueblos. Por eso vale averiguar qué hay en lo profundo; vale sintonizar hacia aden-
tro y adelante; vale sopesar identidades, otreidades, limitaciones, posibilidades.
Una cuestión poco asimilada y debatida es la gama de mestizajes latinoameri-
canos. Ello es reducido a lo racial y fisiológico, a partir de la mezcla de europeos
del siglo 16 con gente autóctona de América. A mi parecer, el acontecer mestizo es
pluridimensional; no se trata de una esencia ni algo solo del pasado, sino más bien
son identidades, procesos, y propuestas de convivencia humana. Me parece que
gracias a claroscuros y entrecruzamientos es posible interactuar según lo que somos
y soñamos (sin mirarse de modo unívoco, ni solo definirse de manera nacionalista).
Además, el requerimiento de la poetisa puede incentivar la pastoral y la teolo-
gía. Es bueno averiguar –en el cuerpo y alma de Chile– los desafíos a la evangeliza-
ción, y estar bien atento a rostros e itinerarios mestizos y sincréticos de quienes
reciben la Buena Nueva y de quienes elaboramos teología.
Son preocupaciones amplias; voy a tocar solo dos aspectos. 1- Una anotación
teológica ante culturas mestizas. 2- Retos modernos en la evangelización. Esto for-
ma parte de mi reconexión con la polifacética y sorprendente realidad chilena (2), en
que retomo líneas básicas trazadas por colegas desde hace más de diez años (3).
(1) Virgilio Figueroa, La Divina Gabriela, Santiago: El Esfuerzo, 1933, 239; además, la poetisa
lamenta la falta de conocimiento del “indígena fundamental, del que pesa con dos tercios en la
masa de nuestra sangre”.
(2) En las ciencias humanas y la reflexión cristiana hay indiferencia (y hasta aversión) hacia realida-
des mestizas. Mis primeros acercamientos: D. Irarrázaval “Culturas mestizas y populares latinoa-
mericanas” (1992), “Solidaridad en la mestiza América Latina” (2005).
(3) Mi punto de partida son sólidos ensayos en Teología y Cultura, Santiago: Sociedad Chilena de
Teología, 1992; en especial Jose Comblin, “Perspectivas teológicas sobre la cultura”, y Sergio
Silva, “Teología y cultura: desafío y problemas de método. Una perspectiva latinoamericana”,
(pgs. 5-32, 53-78); y la elaboración de Joaquín Silva, “Evangelización y Cultura: sistematización
teológica” en VV.AA., Por los caminos de América, Santiago: Paulinas, 1992, 303-342. También
agradezco los comentarios y críticas al hacer esta ponencia en la asamblea de la Sociedad Chilena
de Teología (Talca, octubre del 2005); uno de los consensos ha sido el necesario debate sobre el
“mestizaje”.
(4) Paulo Slachevsky, “Los problemas de la diversidad cultural”, en José Weinstein y otros, Indus-
trias culturales: un aporte al desarrollo, Santiago: LOM, 2005, 74.
(5) En la compilación Revisitando Chile, identidades, mitos e historias (Santiago: Publicaciones del
Bicentenario, 2003) resalta su tercera sección con pistas históricas que incluyen el mestizaje. Ver
ensayos de María A. Illanes (la cito, pg. 588), Jorge Pinto (lo cito, pg. 540), Max Salinas (lo cito,
pgs. 555-6), Alvaro Góngora (mi cita, pg. 563), Cristián Gazmuri, Jose Luis Martínez (pg. 579),
Gabriel Salazar, José Bengoa, Jorge Larraín (pg. 67), y ver J. Gissi y A. Pizarro (pgs. 81 y 87).
mente mezclado”. Por otra parte, Alvaro Góngora anota que todo en Chile es
mestizo aunque está más acentuado en “la clase media y popular”. Jorge Larraín
comenta nuestra condición ecléctica que “absorbe ideas de todos lados”, y Max
Salinas ve la “búsqueda de una armonía de múltiples tensiones opuestas”, y subra-
ya el esencial “carácter festivo”.
Cada uno de estos aportes nos deja pensativos y lleno de inquietudes. Uno
desea que mayores pasos fueran dados en la temática mestiza. En el actual contexto
homogeneizador es urgente aclarar qué somos y adónde vamos, para no ser enjaula-
dos por la imitación y la autonegación. Todas esas cuestiones envuelven e interpelan
la reflexión creyente. Sugiero que la tarea teológica incluya y acompañe esas temáti-
cas y en especial nuestras identidades y proyectos mestizos.
Por otra parte, confieso que me apesadumbra la “Política cultural, 2005-2010”
(6) de un organismo del Ministerio de Educación. Se constata un acceso masivo a la
televisión; un 60% tiene un “consumo cultural de pobreza... marcado por la oferta
de los medios de comunicación”, y a la vez “menor valoración de la diversidad y de
la democracia” (sección II). Lo “cultural” está pues delimitado por el mercado, y es
atomizado de manera individual y familiar. En cuanto a políticas públicas, reiterada-
mente se dice respetar la diversidad cultural en Chile; solo mencionan culturas
originarias y migraciones recientes, y son omitidos los mestizajes (sección III).
Abundan pautas de beneficencia (y no de interacción) y una retórica multicultural
(que es funcional al statu quo). Tales voces, provenientes del Estado, muestran una
generalizada incomunicación y domesticación cultural.
Pues bien, ante los obstáculos ya mencionados, y también ante las potenciali-
dades mestizas ¿estamos replanteando la acción y reflexión cristiana? No me refiero
a objetos culturales ni a un esencialismo: lo mestizo-en-sí. Más bien se trata de
dinámicas que –según la explicación dada por Sonia Montecino (7)– de modo simul-
táneo involucran “múltiples e intrincados elementos biológicos, culturales, socio-
económicos, y... aspectos simbólicos”. También en nuestros ambientes teológicos
vale considerar aportes posmodernos de Martín Hopenhayn (8): hoy se habla menos
de mestizaje y más de diferencias, pero de hecho abundan las mezclas en la comuni-
cación vía Web que corresponde a la trama latinoamericana forjada con sincretismos
y mestizajes.
Entonces, a la reflexión creyente le corresponde sopesar los acuciantes proce-
sos de mestizaje, ya sea el acontecer hegemónico (donde las mezclas subordinan al
marginado), o bien unas formas alternativas (que conjugan mezclas y diferencias a
favor de gente postergada). Al dialogar sobre estos temas, la teología requiere no
solo debatir el mestizaje sino también aclarar lo que son las culturas y etnias en
(6) “Definiciones de Política Cultural, 2005-2010” del Ministerio de Educación (Consejo Nacional de
la Cultura y las Artes), Santiago de Chile, mayo 2005 (en www.consejodelacultura.cl).
(7) Sonia Montecino, “Mestizaje”, en R. Salas (coord.), Pensamiento Crítico Latinoamericano II,
Santiago: UCSH, 2005, 656, y sus Sangres cruzadas: mujeres chilenas y mestizaje, Santiago:
SERNAM, 1993.
(8) Martín Hopenhayn, América Latina Desigual y Descentrada, Buenos Aires: Norma, 2005, 22,
131. En cuanto a terminología, dado el carácter dinámico, puede hablarse de “mestización” y
“amestizarse”, de intercambios y a la vez diferencias entre modos de vivir. La palabra “mestiza-
je” suele estar limitada a lo racial y asuntos del pasado. El ensayo de Hopenhayn replantea lo
mestizo en el siglo XXI.
nuestro país, y, los modos de ser condicionados por deseos y valores de la economía
de mercado. Además, el teólogo/teóloga que asume el ser uno mestizo, con tal
identidad y proyecto de vida uno desenvuelve la sistematización de la fe. Cuando
uno aprecia la racionalidad y simbología mestiza, también son enriquecidos y re-
creados los lenguajes sobre Dios.
Ahora bien, existen varias líneas de reflexión. Puede entenderse lo mestizo
como síntesis que ensambla diferencias, como lo anotan Scannone (9) y Morandé
(10) (cada uno con sus propios acentos). Lo humano y divino estarían entrelazados;
y mediante argumentos filosófico-sociales es entendida la fe en la salvación. Por
otra parte tenemos cuestiones propias a cada región de América y también proyectos
emancipadores, como lo anotado por V. Elizondo (11) en el sur de EE.UU. y por P.
Trigo (12) en Venezuela. Ellos consignan la presencia de Dios desde la marginali-
dad mestiza. También cabe desentrañar la alineación y opresión sociocultural (que
ha recalcado J. Comblin), el ethos y pathos cultural del Evangelio a favor del pobre
(S. Silva), y retomar la sistematización hecha por Joaquín Silva. En cuanto a la
persona de Jesucristo, en el encuentro en Talca se ha sugerido el factor mestizo en
su condición divina y humana (A. Bentué) y en su genealogía mestiza (A. Bravo).
Ahondando lo ya dicho, la trascendente opción por pueblos pobres incluye las
voces teológicas de comunidades mestizas, originarias, afroamericanas, con sus mo-
dos de entender a Dios y a Jesucristo y María, y sus maneras de vivir lo sagrado y
de hacernos más humanos. Estas voces explican el pecado humano, y las búsquedas
y vivencias de salvación. Entonces, el acontecimiento cristiano es no solo transmiti-
do a diversos sujetos latinoamericanos, sino que dichas comunidades son portadoras
del acontecer Pascual, y ellas verifican el proceso de salvación.
(9) Ver J.C. Scannone, Evangelización, cultura y teología (Buenos Aires: Guadalupe, 1990)
(10) P. Morandé, Cultura y modernización en América Latina (Santiago: PUC, 1984).
(11) V. Elizondo, The future is mestizo (Bloomington: Meyer, 1988).
(12) P. Trigo, La cultura del barrio (Caracas: Universidad Católica, 2004), J. Comblin, S. Silva, J.
Silva (trabajos citados en nota 3).
(13) Conclusiones del IX Sínodo de Santiago, 1997, tercera línea pastoral orientadora (#497-650); se
constatan: diversidad (507-510), culturas indígenas, populares, y religiosidad (516, 520, 524,
527), la inculturación (507, 511), y la necesaria capacitación para el análisis cultural (511).
(14) Líneas Pastorales 2003-2005, el Arzobispado reitera la diversidad (pgs. 13 y 28) y la incultura-
ción en la “pluralidad cultural de Santiago” (pg. 19). En cuanto a criterios: ver Juan Noemí,
“Inculturación del Evangelio”.
(15) VV.AA., Cultura, modernidad e iglesia en Chile, Santiago: San Pablo, 1994, 25-38.
(16) Joaquín Silva, “Evangelización y Cultura: sistematización teológica” (citados en nota 3).
(17) Sergio Silva “Teología y Cultura: desafío y problema del método”.
(18) José Comblin.“Perspectivas teológicas sobre la cultura”.
(16) Joaquín Silva, “Evangelización y Cultura: sistematización teológica” (citados en nota 3).
(19) PNUD.
(20) Eugenio Tironi, El sueño chileno, Santiago: Aguilar, 2005, pgs. 19, 176-178, 294-301.
(21) Bicentenario.
RESUMEN
ABSTRACT
It is a good thing to assume the mestizo project and identity into social as well as
theological thought. The author takes into account the Chilean and Latin American reality, and
various modes of understanding it. He also repositions Christian theology and pastoral upon the
basis of mestizo processes (and not upon a “mestizo essence”, nor a simple cultural synthesis).
Hesitations and omissions have to be overcome in the evangelization of modern persons and
realities that are mestizo, which takes in the intercultural and the interreligious. In this way, we
believers could strengthen the transcendent and prophetic energies in the Chilean church.
(22) Sergio Silva, artículo citado, 71; en tal contexto, la teología “contribuye a superar la moderni-
dad”.