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EL ITINERARIO FORMATIVO DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS

ritu, a su potencia de vida que moviliza y transfigura todas las di-


mensiones de la existencia. No es una experiencia que se limita a
los espacios privados de la devoción, sino que busca penetrarlo
todo con su fuego y su vida. El discípulo y misionero, movido por
el impulso y el ardor que proviene del Espíritu, aprende a expresarlo
en el trabajo, en el diálogo, en el servicio, en la misión cotidiana.

285. Cuando el impulso del Espíritu impregna y motiva todas las áreas
de la existencia, entonces también penetra y configura la voca-
ción específica de cada uno. Así, se forma y desarrolla la espiritua-
lidad propia de presbíteros, de religiosos y religiosas, de padres
de familia, de empresarios, de catequistas, etc. Cada una de las
vocaciones tiene un modo concreto y distintivo de vivir la espiri-
tualidad, que da profundidad y entusiasmo al ejercicio concreto
de sus tareas. Así, la vida en el Espíritu no nos cierra en una inti-
midad cómoda, sino que nos convierte en personas generosas y
creativas, felices en el anuncio y el servicio misionero. Nos vuelve
comprometidos con los reclamos de la realidad y capaces de en-
contrarle un profundo significado a todo lo que nos toca hacer
por la Iglesia y por el mundo.

6.3 INICIACIÓN A LA VIDA CRISTIANA Y CATEQUESIS


PERMANENTE

6.3.1 Iniciación a la vida cristiana


286. Son muchos los creyentes que no participan en la Eucaristía do-
minical, ni reciben con regularidad los sacramentos, ni se inser-
tan activamente en la comunidad eclesial. Sin olvidar la impor-
tancia de la familia en la iniciación cristiana, este fenómeno nos
interpela profundamente a imaginar y organizar nuevas formas de
acercamiento a ellos para ayudarles a valorar el sentido de la vida
sacramental, de la participación comunitaria y del compromiso
ciudadano. Tenemos un alto porcentaje de católicos sin concien-
cia de su misión de ser sal y fermento en el mundo, con una iden-
tidad cristiana débil y vulnerable.

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LA V IDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS

287. Esto constituye un gran desafío que cuestiona a fondo la manera


como estamos educando en la fe y como estamos alimentando la
vivencia cristiana; un desafío que debemos afrontar con decisión,
con valentía y creatividad, ya que, en muchas partes, la iniciación
cristiana ha sido pobre o fragmentada. O educamos en la fe, po-
niendo realmente en contacto con Jesucristo e invitando a su se-
guimiento, o no cumpliremos nuestra misión evangelizadora. Se
impone la tarea irrenunciable de ofrecer una modalidad operativa
de iniciación cristiana que, además de marcar el qué, dé también
elementos para el quién, el cómo y el dónde se realiza. Así, asumi-
remos el desafío de una nueva evangelización, a la que hemos
sido reiteradamente convocados.

288. La iniciación cristiana, que incluye el kerygma, es la manera prác-


tica de poner en contacto con Jesucristo e iniciar en el discipulado.
Nos da, también, la oportunidad de fortalecer la unidad de los tres
sacramentos de la iniciación y profundizar en su rico sentido. La
iniciación cristiana, propiamente hablando, se refiere a la primera
iniciación en los misterios de la fe, sea en la forma de catecu-
menado bautismal para los no bautizados, sea en la forma de
catecumenado postbautismal para los bautizados no suficiente-
mente catequizados. Este catecumenado está íntimamente uni-
do a los sacramentos de la iniciación: bautismo, confirmación y
eucaristía, celebrados solemnemente en la Vigilia Pascual. Habría
que distinguirla, por tanto, de otros procesos catequéticos y
formativos que pueden tener la iniciación cristiana como base.

6.3.2 Propuestas para la iniciación cristiana


289. Sentimos la urgencia de desarrollar en nuestras comunidades un
proceso de iniciación en la vida cristiana que comience por el
kerygma, guiado por la Palabra de Dios, que conduzca a un en-
cuentro personal, cada vez mayor, con Jesucristo, perfecto Dios y
perfecto hombre166, experimentado como plenitud de la humani-

166 Cf. Símbolo Quicumque: DS 76.

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EL ITINERARIO FORMATIVO DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS

dad, y que lleve a la conversión, al seguimiento en una comuni-


dad eclesial y a una maduración de fe en la práctica de los sacra-
mentos, el servicio y la misión.

290. Recordamos que el itinerario formativo del cristiano, en la tradi-


ción más antigua de la Iglesia, “tuvo siempre un carácter de expe-
riencia, en el cual era determinante el encuentro vivo y persuasivo
con Cristo, anunciado por auténticos testigos”167. Se trata de una
experiencia que introduce en una profunda y feliz celebración de
los sacramentos, con toda la riqueza de sus signos. De este modo,
la vida se va transformando progresivamente por los santos mis-
terios que se celebran, capacitando al creyente para transformar
el mundo. Esto es lo que se llama “catequesis mistagógica”.

291. Ser discípulo es un don destinado a crecer. La iniciación cristiana


da la posibilidad de un aprendizaje gradual en el conocimiento,
amor y seguimiento de Jesucristo. Así, forja la identidad cristiana
con las convicciones fundamentales y acompaña la búsqueda del
sentido de la vida. Es necesario asumir la dinámica catequética
de la iniciación cristiana. Una comunidad que asume la inicia-
ción cristiana renueva su vida comunitaria y despierta su carácter
misionero. Esto requiere nuevas actitudes pastorales de parte de
obispos, presbíteros, diáconos, personas consagradas y agentes
de pastoral.

292. Como rasgos del discípulo, al que apunta la iniciación cristiana


destacamos: que tenga como centro la persona de Jesucristo,
nuestro Salvador y plenitud de nuestra humanidad, fuente de toda
madurez humana y cristiana; que tenga espíritu de oración, sea
amante de la Palabra, practique la confesión frecuente y participe
de la Eucaristía; que se inserte cordialmente en la comunidad
eclesial y social, sea solidario en el amor y fervoroso misionero.

293. La parroquia ha de ser el lugar donde se asegure la iniciación cris-


tiana y tendrá como tareas irrenunciables: iniciar en la vida cristia-

167 SC 64.

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na a los adultos bautizados y no suficientemente evangelizados;


educar en la fe a los niños bautizados en un proceso que los lleve
a completar su iniciación cristiana; iniciar a los no bautizados que,
habiendo escuchado el kerygma, quieren abrazar la fe. En esta
tarea, el estudio y la asimilación del Ritual de Iniciación Cristiana
de Adultos es una referencia necesaria y un apoyo seguro.

294. Asumir esta iniciación cristiana exige no sólo una renovación de


modalidad catequística de la parroquia. Proponemos que el pro-
ceso catequístico formativo adoptado por la Iglesia para la inicia-
ción cristiana sea asumido en todo el Continente como la mane-
ra ordinaria e indispensable de introducir en la vida cristiana, y
como la catequesis básica y fundamental. Después, vendrá la ca-
tequesis permanente que continúa el proceso de maduración en
la fe, en la que se debe incorporar un discernimiento vocacional y
la iluminación para proyectos personales de vida.

6.3.3 Catequesis permanente


295. En cuanto a la situación actual de la catequesis, es evidente que
ha habido un gran progreso. Ha crecido el tiempo que se le dedi-
ca a la preparación para los sacramentos. Se ha tomado mayor
conciencia de su necesidad, tanto en las familias como entre los
pastores. Se comprende que es imprescindible en toda forma-
ción cristiana. Se han constituido ordinariamente comisiones
diocesanas y parroquiales de catequesis. Es admirable el gran
número de personas que se sienten llamadas a hacerse catequis-
tas, con gran entrega. A ellas esta Asamblea les manifiesta un sin-
cero reconocimiento.

296. Sin embargo, a pesar de la buena voluntad, la formación teológica


y pedagógica de los catequistas no suele ser la deseable. Los
materiales y subsidios son con frecuencia muy variados y no se
integran en una pastoral de conjunto; y no siempre son portado-
res de métodos pedagógicos actualizados. Los servicios
catequísticos de las parroquias carecen con frecuencia de una
colaboración cercana de las familias. Los párrocos y demás res-

166
EL ITINERARIO FORMATIVO DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS

ponsables no asumen con mayor empeño la función que les co-


rresponde como primeros catequistas.

297. Los desafíos que plantea la situación de la sociedad en América


Latina y El Caribe requieren una identidad católica más personal
y fundamentada. El fortalecimiento de esta identidad pasa por una
catequesis adecuada que promueva una adhesión personal y co-
munitaria a Cristo, sobre todo en los más débiles en la fe168. Es
una tarea que incumbe a toda la comunidad de discípulos pero,
de manera especial, a quienes, como obispos, hemos sido llama-
dos a servir a la Iglesia, pastoreándola, conduciéndola al encuen-
tro con Jesús y enseñándole a vivir todo lo que nos ha mandado
(cf. Mt 28, 19- 20).

298. La catequesis no debe ser sólo ocasional, reducida a los momen-


tos previos a los sacramentos o a la iniciación cristiana, sino más
bien “un itinerario catequético permanente”169. Por esto, compete
a cada Iglesia particular, con la ayuda de las Conferencias
Episcopales, establecer un proceso catequético orgánico y pro-
gresivo que se extienda por todo el arco de la vida, desde la in-
fancia hasta la ancianidad, teniendo en cuenta que el Directorio
General de Catequesis considera la catequesis de adultos como
la forma fundamental de la educación en la fe. Para que, en ver-
dad, el pueblo conozca a fondo a Cristo y lo siga fielmente, debe
ser conducido especialmente en la lectura y meditación de la Pa-
labra de Dios, que es el primer fundamento de una catequesis
permanente170.

299. La catequesis no puede limitarse a una formación meramente


doctrinal sino que ha de ser una verdadera escuela de formación
integral. Por tanto, se ha de cultivar la amistad con Cristo en la
oración, el aprecio por la celebración litúrgica, la vivencia comu-

168 Cf. BENEDICTO XVI, Discurso en el Encuentro con los Obispos de Brasil, 11 de mayo de 2007.
169 DI 3.
170 Ibíd.

167
LA V IDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS

nitaria, el compromiso apostólico mediante un permanente servi-


cio a los demás. Para ello, resultarían útiles algunos subsidios
catequéticos elaborados a partir del Catecismo de la Iglesia
Católica y del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia,
estableciendo cursos y escuelas de formación permanente para
catequistas.

300. Debe darse una catequesis apropiada que acompañe la fe ya pre-


sente en la religiosidad popular. Una manera concreta puede ser
el ofrecer un proceso de iniciación cristiana en visitas a las fami-
lias, donde no sólo se les comunique los contenidos de la fe, sino
que se las conduzca a la práctica de la oración familiar, a la lectura
orante de la Palabra de Dios y al desarrollo de las virtudes evangé-
licas, que las consoliden cada vez más como iglesias domésticas.
Para este crecimiento en la fe, también es conveniente aprove-
char pedagógicamente el potencial educativo que encierra la pie-
dad popular mariana. Se trata de un camino educativo que, culti-
vando el amor personal a la Virgen, verdadera “educadora de la
fe”171, que nos lleva a asemejarnos cada vez más a Jesucristo, pro-
voque la apropiación progresiva de sus actitudes.

6.4 LUGARES DE FORMACIÓN PARA LOS DISCÍPULOS


MISIONEROS
301. A continuación, consideraremos brevemente algunos espacios de
formación de discípulos misioneros.

6.4.1 La Familia, primera escuela de la fe


302. La familia, “patrimonio de la humanidad”, constituye uno de los
tesoros más valiosos de los pueblos latinoamericanos. Ella ha sido
y es espacio y escuela de comunión, fuente de valores humanos y
cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa
y responsablemente. Para que la familia sea “escuela de la fe” y

171 DP 290.

168
EL ITINERARIO FORMATIVO DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS

pueda ayudar a los padres a ser los primeros catequistas de sus


hijos, la pastoral familiar debe ofrecer espacios formativos, mate-
riales catequéticos, momentos celebrativos, que le permitan cum-
plir su misión educativa. La familia está llamada a introducir a los
hijos en el camino de la iniciación cristiana. La familia, pequeña
Iglesia, debe ser, junto con la Parroquia, el primer lugar para la
iniciación cristiana de los niños172. Ella ofrece a los hijos un senti-
do cristiano de existencia y los acompaña en la elaboración de su
proyecto de vida, como discípulos misioneros.

303. Es, además, un deber de los padres, especialmente a través de su


ejemplo de vida, la educación de los hijos para el amor como don
de sí mismos y la ayuda que ellos le presten para descubrir su
vocación de servicio, sea en la vida laical como en la consagrada.
De este modo, la formación de los hijos como discípulos de Jesu-
cristo, se opera en las experiencias de la vida diaria en la familia
misma. Los hijos tienen el derecho de poder contar con el padre y
la madre para que cuiden de ellos y los acompañen hacia la pleni-
tud de vida. La “catequesis familiar”, implementada de diversas
maneras, se ha revelado como una ayuda exitosa a la unidad de
las familias, ofreciendo además, una posibilidad eficiente de for-
mar a los padres de familia, los jóvenes y los niños, para que sean
testigos firmes de la fe en sus respectivas comunidades.

6.4.2 Las Parroquias


304. La dimensión comunitaria es intrínseca al misterio y a la realidad
de la Iglesia que debe reflejar la Santísima Trinidad. A lo largo de
los siglos, de diversas maneras, se ha vivido esta dimensión esen-
cial. La Iglesia es comunión. Las Parroquias son células vivas de
la Iglesia173 y lugares privilegiados en los que la mayoría de los
fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y de su Iglesia174.

172 SC 19.
173 AA 10; SD 55.
174 EAm 41.

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LA V IDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS

Encierran una inagotable riqueza comunitaria porque en ellas se


encuentra una inmensa variedad de situaciones, de edades, de
tareas. Sobre todo hoy, cuando la crisis de la vida familiar afecta a
tantos niños y jóvenes, las Parroquias brindan un espacio comu-
nitario para formarse en la fe y crecer comunitariamente.

305. Por tanto, debe cultivarse la formación comunitaria, especialmente


en la parroquia. Con diversas celebraciones e iniciativas, princi-
palmente con la Eucaristía dominical, que es “momento privile-
giado del encuentro de las comunidades con el Señor resucita-
do”175, los fieles deben experimentar la parroquia como una familia
en la fe y la caridad, en la que mutuamente se acompañen y ayu-
den en el seguimiento de Cristo.

306. Si queremos que las Parroquias sean centros de irradiación mi-


sionera en sus propios territorios, deben ser también lugares de
formación permanente. Esto requiere que se organicen en ellas
variadas instancias formativas que aseguren el acompañamiento
y la maduración de todos los agentes pastorales y de los laicos
insertos en el mundo. Las Parroquias vecinas también pueden
aunar esfuerzos en este sentido, sin desaprovechar las ofertas
formativas de la Diócesis y de la Conferencia Episcopal.

6.4.3 Pequeñas comunidades eclesiales


307. Se constata que, en los últimos años, ha ido creciendo la espiri-
tualidad de comunión y que, con diversas metodologías, se han
hecho no pocos esfuerzos por llevar a los laicos a integrarse en
pequeñas comunidades eclesiales, que van mostrando abundan-
tes frutos. Para la Nueva Evangelización y para llegar a que los
bautizados vivan como auténticos discípulos y misioneros de Cris-
to, tenemos un medio privilegiado en las pequeñas comunidades
eclesiales.

175 DI 4.

170
EL ITINERARIO FORMATIVO DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS

308. Ellas son un ámbito propicio para escuchar la Palabra de Dios,


para vivir la fraternidad, para animar en la oración, para profundi-
zar procesos de formación en la fe y para fortalecer el exigente
compromiso de ser apóstoles en la sociedad de hoy. Ellas son
lugares de experiencia cristiana y evangelización que, en medio
de la situación cultural que nos afecta, secularizada y hostil a la
Iglesia, se hacen todavía mucho más necesarias.

309. Si se quieren pequeñas comunidades vivas y dinámicas, es nece-


sario suscitar en ellas una espiritualidad sólida, basada en la Pala-
bra de Dios, que las mantenga en plena comunión de vida e idea-
les con la Iglesia local y, en particular, con la comunidad parroquial.
Así la parroquia, por otra parte, como desde hace años nos lo
hemos propuesto en América Latina, llegará a ser “comunidad de
comunidades”176.

310. Señalamos que es preciso reanimar los procesos de formación de


pequeñas comunidades en el Continente, pues en ellas tenemos
una fuente segura de vocaciones al sacerdocio, a la vida religiosa,
y a la vida laical con especial dedicación al apostolado. A través
de las pequeñas comunidades, también se podría llegar a los ale-
jados, a los indiferentes y a los que alimentan descontento o re-
sentimientos frente a la Iglesia.

6.4.4 Los movimientos eclesiales y nuevas comunidades


311. Los nuevos movimientos y comunidades son un don del Espíritu
Santo para la Iglesia. En ellos, los fieles encuentran la posibilidad
de formarse cristianamente, crecer y comprometerse apostólica-
mente hasta ser verdaderos discípulos misioneros. Así ejercitan el
derecho natural y bautismal de libre asociación, como lo señaló
el Concilio Vaticano II177 y lo confirma el Código de Derecho Ca-
nónico. Convendría animar a algunos movimientos y asociacio-

176 Cf. SD 58.


177 AA 18ss.

171
LA V IDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS

nes, que muestran hoy cierto cansancio o debilidad, e invitarlos a


renovar su carisma original, que no deja de enriquecer la diversi-
dad con que el Espíritu se manifiesta y actúa en el pueblo cristiano.

312. Los movimientos y nuevas comunidades constituyen un valioso


aporte en la realización de la Iglesia Particular. Por su misma natu-
raleza, expresan la dimensión carismática de la Iglesia:

En la Iglesia no hay contraste o contraposición entre la


dimensión institucional y la dimensión carismática, de
la cual los movimientos son una expresión significati-
va, porque ambos son igualmente esenciales para la
constitución divina del Pueblo de Dios178.

En la vida y la acción evangelizadora de la Iglesia, constatamos


que, en el mundo moderno, debemos responder a nuevas situa-
ciones y necesidades de la vida cristiana. En este contexto, tam-
bién los movimientos y nuevas comunidades son una oportuni-
dad para que muchas personas alejadas puedan tener una
experiencia de encuentro vital con Jesucristo y, así, recuperen su
identidad bautismal y su activa participación en la vida de la Igle-
sia179. En ellos, “podemos ver la multiforme presencia y acción
santificadora del Espíritu”180.

313. Para aprovechar mejor los carismas y servicios de los movimien-


tos eclesiales en el campo de la formación de los laicos, desea-
mos respetar sus carismas y su originalidad, procurando que se
integren más plenamente a la estructura originaria que se da en la
diócesis. A la vez, es necesario que la comunidad diocesana acoja
la riqueza espiritual y apostólica de los movimientos. Es verdad
que los movimientos deben mantener su especificidad, pero den-
tro de una profunda unidad con la Iglesia particular, no sólo de fe

178 BENEDICTO XVI, Discurso, 24 de marzo de 2007.


179 Cf. DI 4.
180 Cf. Ibíd., 5.

172

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