Capítulo 8 - Representaciones Sociales - Velázquez

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Velázquez, D. (2012). La Psicología Social y su objeto de estudio. En G. L. Costa y E.

D. Etchezahar (Comps.), Temas de Psicología Social. Buenos Aires: Ediciones


de la UNLZ.

CAPÍTULO 8

LAS REPRESENTACIONES SOCIALES

Diego Velázquez

La actividad de representar

En un capítulo de Los Simpsons, Lisa intenta entrenar a Bart en el


conocimiento de la filosofía. Así es como le propone algunos ejercicios y
preguntas: “¿Hace ruido un árbol que se cae en el bosque si no hay nadie
cerca para escucharlo?”, o “¿Cómo es el sonido de la palma de una mano?”.
Bart no puede más que contraer la palma de una mano contra sí misma para
comprobar si hace algún ruido. Pero la idea y la intención de su hermana Lisa
es otra: ponerlo frente a la pregunta que se ha hecho la filosofía en gran parte
de su historia. Es decir, si las cosas existen independientemente de la
representación que nos hacemos de ellas, o no. O si por el contrario las “cosas”
tienen una existencia material más allá de otro humano que las observe, las
conozca, las nombre, en definitiva, las represente.
No es la finalidad de este capítulo definir si el árbol que se cae en el
bosque hace ruido o no según si hay alguien para escucharlo, o si existe o no
el planeta que aún no ha sido descubierto y por lo tanto nombrado o
representado, más allá de la postulación de una “lógica” de que exista (así
como durante mucho tiempo se guardó un lugar para un elemento químico que
se suponía faltante en la Tabla periódica de los elementos de Mendeleiev, ya
que ese ordenamiento lógico establecía que no podría no existir). Es decir, el
árbol – justamente – no debe taparnos el bosque: no zanjaremos esta polémica
histórica de la filosofía y el pensamiento, sino que intentaremos pensar qué es
esto de “representarnos” el mundo. Y no sólo individual sino colectivamente.
Desde que los seres humanos comenzaron a enterrar a sus muertos y a
erigir los diferentes símbolos culturales tendientes a recordar y representar a
los otros ausentes, y desde que comenzaron a representar sus distintas
experiencias e imágenes a través de los dibujos, las marcas, y las pinturas
primigenias; reiteramos, a partir de la institución de estas representaciones de
la experiencia, podemos decir que los seres humanos tenemos la necesidad no
sólo de presentar (o ser presentados) a la experiencia, sino de representarla.
Principalmente, para organizar el caos del mundo, para ordenar y moderar la
angustia de la existencia y la conciencia de la muerte y para categorizar lo
extraño. Si no ¿por qué los humanos habrían necesitado pintar en el fondo de
una caverna las figuras de los animales – sin duda inquietantes – que
enfrentaban durante el día?

Nos hemos ido un poco hacia atrás en el tiempo para situar el hecho de
que la actividad representacional es una herramienta propia de lo humano,
distintiva de nuestra especie. Especie humana que no se mueve en el mundo
encajando en él de manera adaptada, sino que por el contrario está en una
relación profundamente conflictiva con el mundo circundante (mundo físico y
social). De allí que para poder vivir en ese universo poblado de otros humanos
que no pueden ser entendidos y captados de manera automática ni natural (no
tenemos instintos que nos capaciten para eso); es más, para poder sobrevivir
en ese mundo en el cual “el infierno son los otros” (Sartre, 1940/2005) y con un
equipamiento biológico que nos coloca como una especie desadaptada -“el
hombre es un animal loco” al decir del filósofo y psicoanalista griego Cornelius
Castoriadis (1975/2007)-, necesitamos dos cosas: representar y asociarnos.
Pensar, por un lado, en un plano individual de la experiencia, y – por otro lado -
construir pensamientos con otros, pensar y representar colectivamente. Es aquí
donde encontramos la fundamentación profunda de por qué los humanos
construimos representaciones sociales; por ahora podríamos decir: la
construcción de alguna especie de pensamientos conjuntos; teorías
espontáneas, “profanas”; “miniaturas de comportamiento, copias de la realidad
y formas de conocimiento” (Moscovici, 2000).
Como idea preliminar, y muy recortada aún, pero que servirá para
situarnos antes de entrar en una historización de este concepto, podemos decir
de forma provisoria que las representaciones sociales son modalidades
particulares del conocimiento que tienen la función de elaborar los
comportamientos y la comunicación entre los sujetos humanos. Por esta
situación ya comentada, de que los seres humanos no somos adaptados ni
previsibles, el mundo que debemos compartir con otros humanos tan
problemáticos como cada uno de nosotros nos exige una actividad de
pensamiento conjunto que nos ayude a ordenar lo incomprensible de la
experiencia. Por eso, provisoriamente podemos decir que estos modos de
pensamiento que son las representaciones sociales, se nos hacen necesarias
para elaborar lo que no es elaborable del todo; nombrar aquello que en
principio es innominable, y representar lo más posible de aquello que en lo
humano siempre es en alguna medida irrepresentable. Por eso, esto de
“elaborar” los comportamientos y la comunicación entre los seres humanos
(función que en otras épocas históricas o sociedades podían cumplir los mitos,
como creaciones colectivas). Volveremos sobre esto.

1) Historia del concepto “representación social”


a) La psicología experimental de Wundt
El modelo de “Las representaciones sociales” de Serge Moscovici
(2000), es relativamente reciente en el estudio de la Psicología social. Dentro
del contexto de la larga historia de “la representación” como idea en la filosofía
y la psicología, y tomando en cuenta en la materia que nos ocupa, el
sostenimiento del postulado de que la “realidad” es una construcción social y
no una objetividad a ser captada mecánicamente, es que nos resulta útil ver
cómo nace y se desarrolla el concepto de representaciones sociales. Sin
olvidar que este concepto nos ayuda a comprender aquello que se llama “el
sentido común”, que no es impuesto ni natural (aunque parezca), sino –
nuevamente – construido socialmente por los hombres. “Sentido común” tan
lógico como arbitrario o disparatado, pero siempre, relativo y ubicuo en cada
cultura y momento histórico.
Retomamos. Sabemos que muchos autores sitúan el comienzo de la Psicología
en la institución del primer laboratorio de psicología experimental en Leipzig,
creado por el pensador y filósofo alemán Wilhelm Wundt, a fines del siglo XIX.
Secundado por otros autores de la época, este pionero de la psicología
científica se preocupó por distinguir una psicología experimental (que
observaba y medía con experimentos artificiales las sensaciones y
percepciones humanos) de una psicología social (cómo los humanos piensan
en sociedad). Esta última es el intento de comprender los procesos
cognoscitivos superiores del hombre: el lenguaje y su importancia para
entender la experiencia colectiva y la acción humana en lo social. El estudio del
lenguaje humano, las producciones del pensamiento, los mitos, y las
costumbres sociales, se convierte en un antecedente de lo que mucho más
tarde conoceremos como el estudio del pensamiento y las acciones sociales
bajo el “modelo de las representaciones sociales” de Moscovici (2000).
A la experiencia de Wundt, se agrega luego el aporte de dos importantes
pensadores: George Mead (1934/1999) y Emile Durkheim (1895/1986).

b) El interaccionismo simbólico de Mead


Las influencias de este incipiente campo de la psicología trascienden el
continente europeo y se desarrollan también en los Estados Unidos a través de
distintos autores y pensadores, de los que destacaremos a George Mead y su
pensamiento del pragmatismo, o filosofía de la acción.
Mead (1934/1999) supera el dualismo cartesiano que suponía una
adecuación del sujeto al objeto, del sujeto al conocimiento de la realidad. A su
vez, critica el esquema “estímulo – respuesta” que supone una causalidad
mecánica entre pensamiento y acción o entre un estímulo del medio ambiente y
la respuesta adecuada o condicionada a ese estímulo. En el intermedio, ubica
al procesamiento que de ese exterior hace el sujeto humano. Es decir, algo
cercano a la idea de lo que hoy conocemos como “subjetividad”: en el mundo
externo al sujeto, ocurre algo que lo impacta y que constituye un estímulo, y el
sujeto, antes de responder mecánicamente, “procesa” el estímulo en base a su
mundo interior construido subjetivamente, y luego responde. Lo que con Freud
(1905/1976) y luego Lacan (1967) conoceremos como fantasía, fantasma o
mundo fantasmático. Ocurre una percepción y la respuesta sucede luego de
pasar por el tamiz de la máquina humana individual que es cada psiquismo.
Ideas como la interacción, la intersubjetividad, las mediaciones sociales, son
inspiradas en este modelo, que entiende el intercambio entre los humanos no
como automático sino como mediado por significaciones (simbólicas) que
tienen que ver con la subjetividad y con lo que es construido socialmente. En
síntesis, para Mead (1934/1999) no captamos el mundo, sino que lo
procesamos, lo interpretamos, lo construimos, le damos un significado en base
a nuestras experiencias subjetivas, que son – definitivamente – sociales. No
vemos al mundo como “es”, sino que lo interpretamos y le damos significación
en base a esquemas que hemos construido en nuestra propia historia de
relación con los otros. O sea, hacemos un procesamiento subjetivo - social
para poder vivir en sociedad.
Para Mead (1934/1999), entonces, el habla es significante: hablamos
para los demás pero también nos escuchamos, y por lo tanto, hablamos para
nuestro interior. Esta “conversación interior” o pensamiento interior está armado
entonces en base a tres interlocutores (y no a dos, como el sentido común
indicaría que tiene lugar en toda conversación). Esos tres son lo que Mead
(1934/1999) llama: el yo, el mí, y el otro. El Yo es equiparable a lo consciente;
el Mí es ese interlocutor interior, y el Otro es otro generalizado, no alguien en
concreto, sino una especia de instancia externa que implica un dirigirnos al
mundo, es la colectividad con la que nos relacionamos.
Según el Mora (2002), Mead (1934/1999) realizó un aporte en cuanto al
análisis de la sociedad que ha dado lugar a valiosos desarrollos posteriores
como los que años después harán la llamada Escuela de Frankfurt, la teoría
crítica de Jürgen Habermas (2003), los aportes de Berger y Luckmann
(1967/1986) y la teoría de las representaciones sociales de Serge Moscovici
(2000). Todos, realzando el papel de lo simbólico y lo colectivo en la
construcción social de la realidad. Ya que, luego de todos estos desarrollos, no
podemos dudar de que la realidad social, tal como la percibimos, es construida;
no es dada, natural, ni captada per se.

c) El concepto de representación colectiva de Emile Durkheim


Este autor es uno de los fundadores de la sociología científica, es
contemporáneo de Wundt y se nutrió de los aportes del laboratorio de
psicología de éste. Durkheim (1895/1986) estableció diferencias entre las
representaciones individuales y las colectivas, señalando que lo colectivo no
puede ser reducido ni a lo individual, ni a la suma de los aportes individuales.
Es más, establece una verdadera primacía de lo colectivo en su teoría y ubica
a lo social – grupal, como la instancia más determinante en los
comportamientos humanos. Sería uno de los autores que abonan a la
concepción de la “mente colectiva” o “mente grupal”, concepción que vemos en
otros pasajes de nuestra materia. Recordemos que este posicionamiento
teórico implica que el grupo imprime su personalidad a cada integrante, es
decir que lo social determina la conducta de los sujetos, que son – exagerando
un poco – una fotocopia de la “personalidad” o mentalidad del grupo al que
pertenecen. En concepciones posteriores y sobre todo, en el sentido común,
permanece una versión deformada de esta teoría. Lo vemos cuando una
maestra o maestro dice de alguno de sus alumnos “es bueno pero está
rodeado de un grupo que es mala influencia”. Por supuesto que desde la
psicología social no podemos realizar un análisis tan simplificador; tampoco era
así la teorización de Durkheim a finales del siglo XIX. Para este autor, la
sociedad mantiene su unidad mediante una especie de conciencia colectiva,
que consiste en un saber normativo, común a todos los miembros de un
colectivo, e irreductible a la consciencia de cada sujeto, ya que estamos
hablando de una instancia social. Definía el campo de la Psicología social
como aquel que debe ocuparse de cómo las representaciones sociales se
forman, cambian, se mantienen o se excluyen. Lo fundamental de este aporte
es retomado y superado por el modelo de las representaciones sociales de
Serge Moscovici (2000).

2. El modelo de Serge Moscovici


Este autor francés, que se ocupa del campo de problemas que estamos
analizando, inició sus investigaciones intentando definir cuáles eran las
representaciones sociales que la sociedad francesa tenía del psicoanálisis.
Como modelo, nos sirve para pensar qué es lo que quiere concluir: cuál es la
representación que un colectivo se hace de una determinada idea, dispositivo o
problemática social, formándose sobre esto determinados pensamientos.
Veremos, en rigor de verdad, que las representaciones sociales no son
pensamientos, ni opiniones o ideas, si bien contienen a todos estos. En efecto,
como habíamos anticipado en este escrito, para Moscovici (2000), la
representación social es “una modalidad particular del conocimiento, cuya
función es la elaboración de los comportamientos y la comunicación entre los
individuos. Es un corpus organizado de conocimientos y una de las actividades
psíquicas gracias a las cuales los hombres hacen inteligible la realidad física y
social, se integran en un grupo o en una relación cotidiana de intercambios,
liberan los poderes de la imaginación” (Moscovici, 2000).
Como vemos, continuamos con esta idea planteada de inicio: el mundo
físico y social que habitamos los humanos, se nos presenta como caótico y
confuso, en especial las relaciones entre los humanos y los comportamientos
de éstos en sociedad. Este caos, debe ser organizado y categorizado; aunque
nunca puede serlo por completo, por supuesto. Siempre habría “un Real” –
como diría Lacan (1967) – aquello que se resiste a la simbolización, aquello
que resulta innombrable o irrepresentable. Es por esto que los colectivos
sociales humanos armamos explicaciones y teorías espontáneas que se van
generando imperceptiblemente. Por eso, es que podemos suponer que
Moscovici (2000) dice que las representaciones sociales “liberan la
imaginación”. Este “imaginario radical” (Castoriadis, 1975/2007), permite que
los humanos creemos colectiva y no del todo conscientemente, nuestra propia
explicación del mundo. Explicación que es mutante y depende del tiempo
histórico social.
Retomamos entonces. Las representaciones sociales, en el modelo de
Serge Moscovici (2000), son los conocimientos de sentido común que tienen
como objetivos comunicar, estar al día y sentirse dentro del ambiente social, y
que se originan en el intercambio de comunicaciones del grupo social. Por eso,
aquello de la “relación cotidiana de intercambios”. Sabemos por la materia que
estamos encarando, que los humanos no podemos serlo sin los otros, y que la
relación recíproca y el intercambio con el Otro de la cultura, nos funda y nos
constituye, de manera que la aspiración a sentirse integrado y participado del
colectivo en el que estamos (tanto el que es elegido como el que no), el ser
aceptados y parte de una unidad más amplia que nos cobija y orienta, es un
impulso permanente del humano. Pensemos si no, cómo en la vida cotidiana
nos vamos formando opiniones de una gran diversidad de temas, con el solo
objeto de estar integrados y ser parte de, participar de las conversaciones e
intercambios cotidianos. Entonces, entender el complejo mundo social humano,
y participar de él (para acompañarlo o modificarlo) son las motivaciones
profundas por las cuales generamos representaciones sociales: teorías
verosímiles sobre lo que nos rodea. Y cuando decimos “verosímiles”
indiquemos, por más que suene obvio, que no decimos “verdaderas”: las
percepciones que armamos colectivamente del mundo físico y social no son
verdades objetivas ni – ya veremos – saberes técnicos o científicos, sino
organizadoras y creíbles, “posibles de verdad para los que saben”; entendiendo
“los que saben” como los miembros de un grupo que hablan de una misma
cosa, según la largamente vigente definición aristotélica de “verosimilitud”.

3. Otros aportes dentro de este modelo


Siguiendo la línea de Moscovici (1961/1971, 2000), otros autores como
Robert Farr (1986), realizan – según la compilación que debemos a Martín
Mora (2002) – nuevos aportes. Farr (1986) señala que aparecen las
representaciones sociales cuando los sujetos debaten temas de interés muto o
cuando existe el eco de los acontecimientos seleccionados como significativos
o dignos de interés por quienes tienen el control de los medios de
comunicación. Agrega que la función de las representaciones sociales son las
de hacer familiar lo extraño y perceptible lo invisible. Ya que, como venimos
señalando, lo extraño, insólito o desconocido son amenazantes cuando no se
tiene una categoría social para clasificarlos.
En este punto, es importante aclarar que no se trata de opiniones,
expresiones, “imágenes acerca de” o “actitudes hacia” (para distinguirlo de
conceptos que utilizamos en otros temas de la psicología social), sino de
verdaderos sistemas de conocimiento (cognoscitivos) con una lógica y lenguaje
propios. Es decir, verdaderas teorías o ramas del conocimiento, que aunque no
científicas, pueden incluso referirse a temas científicos complejos. Establecen
un orden por la organización que proporcionan y brindan un arsenal de
herramientas de lenguaje para referirse a los distintos temas socialmente
significativos y poder así participar de los diálogos e intercambios que
involucran a esos temas.
María Auxiliadora Banchs (1982) es otra autora que se ha dedicado a la
teorización de estos temas. Remarca el doble carácter de las representaciones
sociales: como contenido y como proceso: es decir, estrategias de generación
y apropiación de conocimientos, junto con un código para utilizar estas “teorías”
o concepciones en el mundo social. Por ejemplo, el conjunto de conocimientos
de sentido común sobre un tema científico (como podría ser “la fertilización
asistida”, “el cuidado de la salud”, o “las nuevas manifestaciones e identidades
de género”) y luego su utilización en una conversación cotidiana en el mundo
social inmediato de cada sujeto. Por lo tanto, se trata de una verdadera
reconstrucción mental de la realidad generada en el intercambio de
informaciones entre sujetos. Para esta autora, es interesante observar cómo
las representaciones sociales, si bien son propias de la actividad psicosocial
humana, son más características aún de las sociedades modernas y
contemporáneas, ya que estas viven un constante “bombardeo” de estímulos e
informaciones por parte de los medios de comunicación y de la multiplicidad de
intercambios sociales a los que estamos expuestos. De allí que ahora, como
nunca, estemos forzados a generar representaciones sociales sobre cada vez
mayor cantidad de temas. Teniendo en cuenta el papel creciente que los
medios de comunicación tienen como agente de subjetivación social en el seno
de nuestras sociedades (junto a los agentes tradicionales de la modernidad,
que nos moldeaban, como las instituciones escolares, militares, religiosas y
políticas, por no hablar de la fundamental familia tradicional moderna burguesa)
es más que importante este aporte de Banchs (1982).
Para finalizar nuestra referencia, esta autora plantea – según el ya citado
Mora (2002) – que “las representaciones sociales siguen una lógica propia que
es diferente, pero no inferior, a la lógica científica y que encuentran su
expresión en un lenguaje cotidiano propio de cada grupo social”.

4. ¿Cómo emerge una representación social?


Continuando con el modelo de Serge Moscovici (2000), éste plantea que
las representaciones sociales emergen determinadas por las condiciones en
las que son pensadas y constituidas, teniendo como característica el hecho de
surgir en momentos de crisis y conflictos. Diríamos, recurriendo nuevamente a
Cornelius Castoriadis (1975/2007), que cuando un imaginario social no es
suficiente para comprender y abarcar fenómenos de un cierto momento
histórico (con Moscovici podemos decir, momentos de crisis, no sólo social sino
de las significaciones imperantes), es en ese momento – reiteramos – cuando
están dadas las condiciones para la emergencia de nuevas representaciones
sociales, aunque sea, como muchas veces, sobre temas ya existentes o áreas
de lo humano que han sido pensadas durante años.
Podríamos decir entonces, siguiendo otros aportes que abonan esta
línea, que las representaciones sociales responden a varias necesidades. Una
es la de clasificar y comprender acontecimientos complejos o dolorosos (por
ejemplo, conjuntos de teorías espontáneas o de sentido común tendientes a
organizar el complejo mundo – complejo en este momento – de las nuevas
identidades de género). Otra, la de planear o justificar acciones cometidas
contra otros grupos sociales (pensemos en la representación social que
muchos grupos construyeron del “subversivo” en la década del setenta en la
Argentina; construcción que estaba orientada a justificar acciones represivas o
asesinas hacia esos “grupos”; o la representación social que del judío se tenía
en la Alemania previa a la ascensión del nazismo al poder). O finalmente, la
necesidad de diferenciar un grupo social respecto de otro cuando pareciera que
se desvanece esa representación. Como ejemplo de esto último, podemos
pensar en cómo, devenida la crisis del modelo neoliberal en la Argentina que
lleva al estallido social y la crisis del 2001, la necesidad y desocupación masiva
en la que queda sumida tanto la clase media como las clases populares y
obreras argentinas, lleva a construir una representación social de unión de
objetivos de ambas clases contra los poderosos como enemigo común. Y así,
quedar representados en la consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola”
(siendo “piquete” el paradigma de instrumento de lucha de la clase obrera
desocupada, y “cacerola” el símbolo de protesta de las clases medias
desfavorecidas). El momento de crisis, apto para la generación de
representaciones sociales nuevas emergentes, produce una representación de
la relación entre estos dos grupos sociales. Pero el reacomodamiento (pago de
las deudas, asistencia del estado, recuperación del empleo) luego de la crisis,
hace que esa representación se modifique: recuperada la economía, la clase
media ya no ve con buenos ojos el piquete y el corte de calles de las clases
populares, sino que necesita nuevamente la diferenciación que parecía
desvanecerse. Y en la nueva incomodidad y queja de la clase media ante el
piquete, se revela ya no la “unión de objetivos” de ambos estratos ante la crisis,
sino la necesidad de un grupo de diferenciarse de otro. Como si luego de un
naufragio en el que debimos unirnos con alguien que nos resultaba indeseable,
para sobrevivir, al llegar a la costa quisiéramos establecer con nuestros gestos
nuevamente que nos resulta desagradable. Total, ya nos salvamos. Y una
nueva representación del otro grupo se arma o se rearma: la necesidad ahora
es la diferenciación respecto de ese grupo, diferenciación que parecía
desvanecerse. Lo importante: ninguno de estos movimientos y cambios
perceptivos y representacionales, hubiera sido necesario si no hubiera una
crisis que desacomoda las significaciones existentes.
Todos estos procesos implican tanto seleccionar zonas de la experiencia
que resultan relevantes en un momento histórico social (por ejemplo, la
macroeconomía o los índices de desempleo sólo se tornan visibles y relevantes
cuando nos afectan directamente, salvo que nos dediquemos profesionalmente
a esos temas, con lo cual hacemos ciencia y no representación social). Así,
construimos en nuestro grupo social, un mini modelo que nos ayuda a explicar
la experiencia desequilibrante o relevante, le otorga un sentido a todo ese caos
y nos provee – aunque más no sea ilusoriamente – de herramientas de
pensamiento y de orientación para la acción.

Según Moscovici (2000), hay tres condiciones para que emerja una
representación social.

a) Dispersión de la información: en general, la información que se tiene


nunca es suficiente y además suele estar desorganizada. Esto, como ya
señalamos puede ser aún más marcado en una época como la que
vivimos, en la cual siempre se tiene una superabundancia de datos,
dispersos y novedosos, nunca suficientes para responder a la presión
social de tener opiniones formadas. Es decir, que para responder a las
distintas cuestiones, la información es a la vez abundante e insuficiente.
Dada una situación psicosocial de este orden, se da la condición para
que emerja una representación social. Nunca se posee la información
que se requiere o que se percibe necesaria cuando hay un objeto social
(tema, cuestión) que resulte relevante o compleja. Pensemos además
que se trata de una época, la nuestra, en la cual la idea – que señalara
el filósofo Gilles Deleuze (1993/1996)- de la “formación permanente”
(aún para los expertos) marca que nunca se sabe lo suficiente. Para los
conocimientos bajados a lo cotidiano, sucede algo parecido. Moscovici
(2000) afirma que “la multiplicidad y desigualdad cualitativa entre las
fuentes de información con relación a la cantidad de campos de interés,
vuelven precarios los vínculos entre los juicios, y por ende, compleja la
tarea de buscar todas las informaciones y relacionarlas”. Tengamos en
cuenta además que las fuentes de percepción e información sobre un
tema, pueden ser muchas y muy diversas entre sí.

b) Focalización: en la vida social aparecen algunos temas o hechos que


resultan mucho más relevantes que otros para un colectivo en un
determinado momento histórico social. Esto implica y lleva a una casi
espontánea focalización. Hay cuestiones ante las que tenemos una
actitud neutra (casi una “no evaluación” de un objeto porque nos resulta
indiferente) y otras, por el contrario, que por involucrarnos
subjetivamente a cada uno de nosotros y resultar importante para
nuestro grupo social, son objeto de atención. Sobre éstas, se realiza una
focalización; de lo contrario, sería imposible orientarse en la maraña de
informaciones y temas humanos. Pensemos, por citar sólo un ejemplo,
cómo en la Argentina luego del año 2010, el tema de la “minería a cielo
abierto”, no significaba nada para el común de la gente. La confluencia
de algunos factores, hace que este tema, indiferente durante muchos
años (por más que el tema existiera y hubiera algunas informaciones o
grupos interesados en el mismo) se focalizara para muchos grupos
sociales en primer plano. Esos factores, hipotetizando, podrían ser: el
tema se transforma en material político electoral según las posiciones de
los distintos partidos políticos; las poblaciones locales donde se realiza
la explotación minera llevan adelante protestas (con intereses localistas
que desconocía el resto de la población del país); los medios de
comunicación lo perciben como un tema atractivo para las noticias o
para a su vez posicionarse en el mapa político; la población en general
percibe que esto puede tener algún interés que involucre a los sujetos
(por ejemplo, en cuanto a la tecnología referida a objetos con los que
tenemos contacto cotidiano como los teléfonos celulares); y lo que
venimos viendo como la necesidad de formar parte de los colectivos de
opiniones y posiciones, etc. La aparición y confluencia de todos estos
factores, hacen que un tema “invisible” se vuelva perceptible, y pase de
la indiferencia y la actitud neutra, a la focalización necesaria para que
sobre él emerja una determinada representación social. Aunque, como
ya indicamos, no se trate de conocimientos técnicos ni exactos, sino de
universos discursivos sobre ese tema.

c) Presión a la inferencia: si continuamos pensando en el ejemplo


anterior, o en cualquiera que “presione” para la formación de
representaciones sociales, podríamos agregar que nuestro grupo social
empuja para que de ese determinado tema tengamos una opinión
formada. Cuestión a la que como humanos integrantes de grupos, no
nos resistiremos para nada, ya que necesitamos – como hemos visto –
sentirnos parte de un colectivo, afirmarnos en nuestras opiniones, y
organizar la multiplicidad de fuentes de información que llegan hasta
nosotros. Cuando más relevancia tenga el objeto o tema en cuestión,
crece la presión para que realicemos inferencias sobre el mismo. Para la
citada autora Banchs (1982), sentimos, frecuentemente, la “obligación”
de emitir opiniones, responder, sacar conclusiones o fijar posiciones
respecto a temas controversiales o complejos. No importa lo complejo o
técnico que el tema sea; esto no será un obstáculo para que – presión
mediante – surjan las condiciones de emergencia de una representación
social.

Según Mora (2002) “estas tres condiciones de emergencia – dispersión de


la información, grado de focalización y presión a la inferencia – constituyen el
pivote que permite la aparición del proceso de formación de una representación
social (…) El común denominador de esta relación sería la traducción de la
disparidad de posiciones frente a un objeto significativo en términos sociales y
recuperado de un contexto dinámico, cambiante y conflictivo”.

5. Dimensiones de la representación social


Las representaciones sociales, según el modelo que estamos viendo de
Serge Moscovici (2000) (y sintéticamente, definidos como “universos de
opinión”) pueden ser analizadas esquemáticamente, y para comprender mejor
el tema, en base a tres “dimensiones”.
a) La información: es la suma de conocimientos e informaciones con
las que se cuenta acerca del objeto social en cuestión. Reiteramos
que este conjunto de conocimientos no necesariamente deben ser
técnicos o científicos, por el contrario. Pueden ser triviales, originales,
organizados o no, pero sobre todo, se trata de informaciones
cotidianas cuya fuente pueden ser tanto los medios de comunicación
como – veremos la importancia que Moscovici (2000) le otorga a lo
siguiente – las conversaciones sociales cotidianas.
b) El campo de la representación: sería la extensión que abraca lo
relativo a la representación social, y todas las propiedades que esta
representación tiene (por ejemplo, es más organizado el
conocimiento, es más imaginativo, abarca muchos temas conexos o
jerarquizados con una determinada importancia, etc.). Por ejemplo, si
hablamos de la representación social que sobre la cuestión de las
“identidades de género” tiene un determinado colectivo social, el
campo que abarca es aquel sobre el que este “universo de opinión”
se extiende y la forma en que lo hace. Puede abarcar desde
opiniones sobre la medicina, la ética, la psicología, la
homosexualidad, el matrimonio igualitario, el travestismo, el sexo, la
educación de los niños, etc. Y la jerarquía que estos “sub conjuntos”
tiene en el total del universo discursivo o de opinión.
c) La actitud: como lo vemos en otro tema importante y central de la
psicología social, del cual también nos ocupamos en este volumen, la
actitud es la predisposición interna a evaluar positiva o
negativamente un determinado objeto psicosocial. Una idea cargada
de opinión. Esta evaluación determina luego conductas, y la
podemos observar y deducir en base a estas manifestaciones
externas, aunque no sea directamente observable. Involucra la “toma
de posición”. Pero no debemos confundir actitud con la
representación social, que es más general y colectiva.
6. Dinámica de la representación social
Serge Moscovici (2000), en su intento de dar cuenta de cómo se forma,
circula o cambia una representación social, incluye dos nuevos aspectos para
referirse a su dinámica. Uno es la Objetivación: cómo del conjunto de lo dicho,
escuchado, reproducido, se va formando un esquema más o menos
naturalizado de cómo son las cosas. Los objetos psicosociales sobre los que se
representa algo se van haciendo “objetivos”; esto pone a disposición del
público en general una imagen o esquema concreto, a partir de algo tan
abstracto como puede ser una teoría o concepto científico. Así, eso complejo
se vuelve “objetivo y natural” en una representación social.
Además de esto, en la dinámica de la representación, distingue también
el Anclaje: proceso por el cual se produce la inserción de una ciencia o teoría,
en el esquema de valores de un colectivo dado. La sociedad cambia así el
objeto social por un instrumento del cual puede ahora disponer. Y esto a su vez
entra en una jerarquía de relaciones con otros conocimientos del saber popular.
En síntesis, para Moscovici (2000), la objetivación es el proceso por el
cual se traslada la ciencia al dominio del ser, y el anclaje aquel por el cual se
expresa la ciencia en el hacer: o sea, cómo la ciencia empieza a mezclarse en
las relaciones sociales y los comportamientos, luego de haber sido “bajada” por
el proceso de objetivación.
Esto será muy útil para analizar la relación de las representaciones sociales
con la ciencia, la ideología, y el sentido común.

7. Representación social, ciencia e ideología


Es interesante que retomemos una idea ya planteada: las
representaciones sociales, si bien responden a la básica actividad humana de
representar lo vivido, tienen especial importancia y son propias de una época
como la nuestra donde proliferan las informaciones y las fuentes de percepción.
Podría decirse, más allá del aspecto filosófico y psicológico que nos hace
“representar”, que las representaciones conjuntas (sociales) son más
necesarias cuanta más información circula en el contexto, pues es
imprescindible orientarse en él. Sobre todo si la información y las percepciones,
como dijimos, son siempre insuficientes aunque sean abundantes. En
sociedades como la actual, además, el conocimiento es central, crece todo el
tiempo y es imposible abarcarlo; las informaciones circulan muchísimo y es
necesario ordenarlas para ordenar la relación con el mundo. El flujo constante
de datos provenientes de las conversaciones cotidianas y - especialmente - de
los medios de comunicación (y su suministro de material para las
conversaciones) hace que a diferencia de otras épocas históricas, las
representaciones colectivas cambien más y con mayor velocidad. Pensemos
por ejemplo en el papel que en otros momentos históricos y sociedades
cumplieron – como ya señalamos - los mitos: explicaciones del mundo, también
colectivas, pero más estables y solidificadas con la tradición. Esto difiere del
actual rol de las representaciones sociales: son mucho más dinámicas en su
emergencia, consolidación y cambio o desaparición, y no se rigen por la
tradición sino por la novedad y la mutación. Moscovici (2000) llama, en este
sentido, al sujeto de nuestra época “el sabio aficionado o amateur”. En efecto,
es convocado a opinar, saber, conversar y formarse ideas de una variedad de
temas sin ser experto en ninguno; pero de este modo, se integra socialmente, y
contribuye también a “crear” las explicaciones del mundo y sus
representaciones. El sabio aficionado es un consumidor de ideas científicas ya
elaboradas, pre digeridas, y que convierte en sentido común toda la
información que recibe. Aún así, debemos hacer algunas distinciones entre
ciencia, sentido común, ideología, y representaciones sociales.
Sabemos de la ya desarrollada y clara diferenciación entre ciencia y
sentido común, que ubica a éste último como proveniente de la percepción
inmediatista de los sentidos, y a la ciencia como la construcción de un
conocimiento verificable y racional, distinción que entre nosotros enfatizara el
profesor Narciso Benbenaste (2008), como modo de jerarquizar la actividad
científica y diferenciarla del pensamiento cotidiano simplificador. Pero además
de esta distinción, luego de los desarrollos sobre representaciones sociales,
también podemos pensar en las continuidades entre estos dos “modos de
conocer” que son la ciencia y el sentido común. Ya que por un lado, la ciencia
es incorporada al sentido común mediante las representaciones sociales que
nos hacemos de los temas científicos, y - por otro lado – el sentido común y la
vida cotidiana y sus problemas, son la fuente última de la ciencia: de allí nace
la necesidad de conocer, explicar y resolver problemas, que luego se puede
transformar en conocimiento científico.
Por otro lado, las representaciones sociales pueden pensarse como la
“forma presistematizada” (Páez, 1987) de las ideologías como sistemas de
valores, creencias y pensamientos organizados.
A su vez podemos, con fines didácticos, distinguir representaciones
sociales de otros conceptos de la psicología social con los que pueden
confundirse. Con todo lo que hemos dicho sobre el concepto que nos ocupa,
podemos señalar que se diferencia de la “actitud”, en que ésta última es una
parte de la representación social: la predisposición interna evaluativa, positiva o
negativa, sobre el objeto de la representación. Y la “opinión” es a su vez, una
parte de la actitud: su manifestación verbal. La representación social tampoco
es un estereotipo sobre algo (como rasgos atribuidos a un grupo), ni una
imagen de algo ni una percepción social, sino conjunto más amplio y dinámico.
En este sentido, puede resultar más difícil observar, distinguir o medir,
cuándo estamos ante una representación social y no ante una simple opinión,
percepción o actitud ante algo. Las formas en que se investigan las
representaciones sociales, suelen ser métodos científicos que involucran el
análisis de los actos ilocutorios (es decir, toda comunicación implícita en lo
social o en los medios de comunicación); el análisis de la procedencia de la
información (de dónde obtienen los sujetos la información con la que se arma
una representación social, ya sea información técnica, espontánea o
vulgarizada); el análisis gráfico de los significantes (técnica de recopilación de
las palabras que se utilizan más); y el “análisis de correspondencias”, un tipo
de estudio más complejo que excede los límites de este trabajo. En síntesis, la
idea es que las representaciones sociales pueden estudiarse y medirse para
ser analizadas.

8. Epílogo
Otros conceptos del modelo de Serge Moscovici (2000) pueden sernos
útiles para cerrar este capítulo.
Las representaciones sociales tienen como característica – a diferencia
de cualquier otra construcción de la realidad o relato más estable – que son
dinámicas, producen conocimientos y comportamientos, no son sólo la
reproducción de lo existente. Por eso, contienen imaginación y no imagen:
creación de nuevas formas de ver y no reflejo de lo que “existe”. Son sistemas
que tienen una lógica y un lenguaje propios, un discurso o universo propios.
Son, para este autor teorías, “ciencias colectivas” sui géneris destinadas a
interpretar y construir lo real. Van siempre más allá de lo dado.
La fuente de estas construcciones es, como dijimos, el mero intercambio
social, y – para Moscovici (2000) – la herramienta privilegiada en esto es la
conversación cotidiana. De ella surgen los temas, en ella se tejen los
intercambios, se incorporan las complejidades para “bajarlas” al lenguaje
cotidiano, se producen y arman las nuevas teorías colectivas. “Fragmentos de
diálogo, lecturas discontinuas, expresiones oídas en otra parte, reaparecen en
el espíritu de los interlocuotores, se mezclan con sus impresiones (…)
exagerando apenas, cada uno de nosotros puede decir que fue testigo directo,
en una generación, de muchas ocasiones en la que la palabra y el interés
públicos se manifestaron en una escala y con una intensidad semejantes”, dice
Moscovici (2000) sobre su concepto.
En el que considera al sujeto no como pasivo y reproductor de imágenes
mecánicamente, sino como creador colectivo y espontáneo de formas de ver el
mundo. Así, las representaciones individuales o sociales hacen que el mundo
sea lo que pensamos que es o que debe ser. “Nos muestran que a cada
instante una cosa ausente se agrega y una cosa presente se modifica (…) En
eso reside el poder creador de la actividad representativa: a partir de un cúmulo
de saberes y experiencias, puede desplazarlos y combinarlos para integrarlos
en un lugar o hacerlos estallar en otros”. Estas últimas frases son una gran
síntesis, ya que hay que hacer familiar lo insólito e insólito lo familiar, cambiar
el universo y a su vez conservarlo como nuestro universo. Construir todo el
tiempo identidad, que es una dialéctica entre lo conocido y lo nuevo, entre la
permanencia y el cambio, entre “el rigor de lo simbólico y la proliferación de lo
imaginario”. Entre el mito y la representación social.

Referencias
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representación social del venezolano. Interamerican Journal of
Psvchology, 2, 111-120.
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Castoriadis, C. (1975/2007). La institución imaginaria de la sociedad. Buenos
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Sartre, J. P. (1940/2005). Lo imaginario: Psicología fenomenológica de la
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