Capítulo 8 - Representaciones Sociales - Velázquez
Capítulo 8 - Representaciones Sociales - Velázquez
Capítulo 8 - Representaciones Sociales - Velázquez
CAPÍTULO 8
Diego Velázquez
La actividad de representar
Nos hemos ido un poco hacia atrás en el tiempo para situar el hecho de
que la actividad representacional es una herramienta propia de lo humano,
distintiva de nuestra especie. Especie humana que no se mueve en el mundo
encajando en él de manera adaptada, sino que por el contrario está en una
relación profundamente conflictiva con el mundo circundante (mundo físico y
social). De allí que para poder vivir en ese universo poblado de otros humanos
que no pueden ser entendidos y captados de manera automática ni natural (no
tenemos instintos que nos capaciten para eso); es más, para poder sobrevivir
en ese mundo en el cual “el infierno son los otros” (Sartre, 1940/2005) y con un
equipamiento biológico que nos coloca como una especie desadaptada -“el
hombre es un animal loco” al decir del filósofo y psicoanalista griego Cornelius
Castoriadis (1975/2007)-, necesitamos dos cosas: representar y asociarnos.
Pensar, por un lado, en un plano individual de la experiencia, y – por otro lado -
construir pensamientos con otros, pensar y representar colectivamente. Es aquí
donde encontramos la fundamentación profunda de por qué los humanos
construimos representaciones sociales; por ahora podríamos decir: la
construcción de alguna especie de pensamientos conjuntos; teorías
espontáneas, “profanas”; “miniaturas de comportamiento, copias de la realidad
y formas de conocimiento” (Moscovici, 2000).
Como idea preliminar, y muy recortada aún, pero que servirá para
situarnos antes de entrar en una historización de este concepto, podemos decir
de forma provisoria que las representaciones sociales son modalidades
particulares del conocimiento que tienen la función de elaborar los
comportamientos y la comunicación entre los sujetos humanos. Por esta
situación ya comentada, de que los seres humanos no somos adaptados ni
previsibles, el mundo que debemos compartir con otros humanos tan
problemáticos como cada uno de nosotros nos exige una actividad de
pensamiento conjunto que nos ayude a ordenar lo incomprensible de la
experiencia. Por eso, provisoriamente podemos decir que estos modos de
pensamiento que son las representaciones sociales, se nos hacen necesarias
para elaborar lo que no es elaborable del todo; nombrar aquello que en
principio es innominable, y representar lo más posible de aquello que en lo
humano siempre es en alguna medida irrepresentable. Por eso, esto de
“elaborar” los comportamientos y la comunicación entre los seres humanos
(función que en otras épocas históricas o sociedades podían cumplir los mitos,
como creaciones colectivas). Volveremos sobre esto.
Según Moscovici (2000), hay tres condiciones para que emerja una
representación social.
8. Epílogo
Otros conceptos del modelo de Serge Moscovici (2000) pueden sernos
útiles para cerrar este capítulo.
Las representaciones sociales tienen como característica – a diferencia
de cualquier otra construcción de la realidad o relato más estable – que son
dinámicas, producen conocimientos y comportamientos, no son sólo la
reproducción de lo existente. Por eso, contienen imaginación y no imagen:
creación de nuevas formas de ver y no reflejo de lo que “existe”. Son sistemas
que tienen una lógica y un lenguaje propios, un discurso o universo propios.
Son, para este autor teorías, “ciencias colectivas” sui géneris destinadas a
interpretar y construir lo real. Van siempre más allá de lo dado.
La fuente de estas construcciones es, como dijimos, el mero intercambio
social, y – para Moscovici (2000) – la herramienta privilegiada en esto es la
conversación cotidiana. De ella surgen los temas, en ella se tejen los
intercambios, se incorporan las complejidades para “bajarlas” al lenguaje
cotidiano, se producen y arman las nuevas teorías colectivas. “Fragmentos de
diálogo, lecturas discontinuas, expresiones oídas en otra parte, reaparecen en
el espíritu de los interlocuotores, se mezclan con sus impresiones (…)
exagerando apenas, cada uno de nosotros puede decir que fue testigo directo,
en una generación, de muchas ocasiones en la que la palabra y el interés
públicos se manifestaron en una escala y con una intensidad semejantes”, dice
Moscovici (2000) sobre su concepto.
En el que considera al sujeto no como pasivo y reproductor de imágenes
mecánicamente, sino como creador colectivo y espontáneo de formas de ver el
mundo. Así, las representaciones individuales o sociales hacen que el mundo
sea lo que pensamos que es o que debe ser. “Nos muestran que a cada
instante una cosa ausente se agrega y una cosa presente se modifica (…) En
eso reside el poder creador de la actividad representativa: a partir de un cúmulo
de saberes y experiencias, puede desplazarlos y combinarlos para integrarlos
en un lugar o hacerlos estallar en otros”. Estas últimas frases son una gran
síntesis, ya que hay que hacer familiar lo insólito e insólito lo familiar, cambiar
el universo y a su vez conservarlo como nuestro universo. Construir todo el
tiempo identidad, que es una dialéctica entre lo conocido y lo nuevo, entre la
permanencia y el cambio, entre “el rigor de lo simbólico y la proliferación de lo
imaginario”. Entre el mito y la representación social.
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