ANGELITOS TERREMOTOS
Ángel era un niño muy movido terminó ganándose el apodo de Angelito
Terremoto. Angelito Terremoto no paraba en todo el día. Pero no lo hacía
con mala intención. Él solo quería pasárselo bien.
Angelito Terremoto iba corriendo a todas partes. En casa, en el colegio, en
el patio, en el pabellón de deportes… ¡Angelito Terremoto no paraba de
correr!
Y se caía una pelota en sus manos, en sus pies, Angelito Terremoto perdía
la noción del tiempo y del espacio.
Angelito Terremoto se estaba moviendo desde que se levantaba hasta que
se quedaba dormido. E incluso dormido, Angelito Terremoto se movía un
montón. Incluso hablaba en sueños.
Y es que Angelito Terremoto tampoco no paraba de hablar.
Una vez, Angelio Terremoto estuvo tres semanas con muletas. Y aunque se
movía como pez en el agua con ellas, no podía moverse tanto como quería.
Así que Angelito Terremoto suplía la falta de movimiento de sus pies con el
entrenamiento de su lengua, ya de por sí bien entrenada.
La verdad es que a mucha gente le divertía ver a Angelito Terremoto en
acción. Pero a veces resultaba demasiado agotador. Además, cuando había
más niños, Angelito Terremoto los alteraba mucho, y resultaba muy
complicado hacer las cosas.
Un día, Angelito Terremoto tuvo una hermanita. Pero cada vez que él se
acercaba o simplemente estaba cerca, la niña lloraba.
-¿Por qué llora mi hermanita? -preguntó Angelito Terremoto a su mamá.
-Porque haces mucho ruido, haces que tiemble el suelo y hablas muy alto
-dijo mamá.
Angelito Terremoto, que era muy listo, la pilló al vuelo. Desde ese día
empezó a moverse con cuidado y a hablar bajito, sobre todo cuando estaba
su hermanita cerca. A la niña le encantaba que su hermano estuviera con
ella, y se reía mucho con las monerías de Angelito cuando las hacía sin
gritar y sin hacer temblar toda la casa.
-Mamá ¿al resto de gente también le molestan mis gritos, mis carreras y
mis gracias? -preguntó Angelito Terremoto un día a su mamá.
-A veces
-dijo mamá.
-Entonces será mejor que me queda quieto -dijo el niño.
-Lo que hace falta es que pienses un poco en los demás -dijo mamá-. A mí
me encanta cómo eres, aunque sería genial que hicieras caso de vez en
cuando y tuvieras más cuidado.
-¡Vale! -dijo Angelito. Y se fue corriendo a ver a su hermanita. Aunque
enseguida se dio cuenta, paró y fue más despacio.
-Así mejor, hijo, así mejor -dijo mamá.
Y así se queda la historia de Angelito Terremoto, que poco a poco fue
aprendiendo a pensar en los demás, sin dejar de ser él mismo.