Duarte, El Patriota Calumniado

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Duarte, El Patriota Calumniado

Por Juan Daniel Balcácer

El general Juan Pablo Duarte, "ilustre dominicano que es al mismo tiempo


una gloria antillana", según el decir de Máximo Gómez; "el verdadero y único
fundador de la conciencia nacional dominicana", de acuerdo con Manuel Arturo
Peña Battle; y a quien muy pocas personas le disputan su condición de Fundador
de la República Dominicana, fue objeto de calumnias e infundios desde antes de
materializarse su magna obra.

Duarte, desde que fundó la sociedad secreta La Trinitaria, se destacó por la


firmeza de sus convicciones políticas y por su, sólida actitud revolucionaria,
siempre presta a defender los más puros intereses del pueblo dominicano.

A mediados del siglo XIX, los dominicanos arrastraban una historia repleta de
vicisitudes y adversidades. La herencia colonial, de España, primero y de
Francia, después, a la cual se agregó la Dominación Haitiana, gravitaba
fuertemente en la subconciencia de las masas e impedía el florecimiento de
ideas más avanzadas en términos políticos. El sentimiento de la independencia
de la férula colonial europea, si afloró en la psiquis de las masas durante los
primeros cuatro decenios de la pasada centuria, apenas pasó de ser una quimera
en la mente aislada de un grupito o mero conato revolucionaria que fue ahogado
en su génesis.

En ese aparente letargo de atmósfera colonial estaba sumido el pueblo


dominicano cuando Duarte fundó la Trinitaria en 1838. Nuestros antepasados
eran entonces alrededor de 10,000 personas enmarcadas en clases sociales que
para esa época no habían adquirido conciencia de clase, es decir, no constituían
clases para sí, y por tanto no habían asimilado la idea de la independencia pura
y simple, según la habían concebido Duarte y sus amigos. En el Santo Domingo
anterior, al 1844 había diversos grupos políticos: afrancesados, prohaitianos,
hispanófilos, independentistas y otros. Con la excepción de los duartistas, casi
todos los grupos alentaban la idea de provocar una separación de Haití para
luego gestionar un protectorado.
Bajo ese clima político de virtual efervescencia, Duarte fue el primero, entre
los dominicanos, en propugnar por la independencia pura y simple. Y como en
ese sentido su posición fue a todas luces invariable, no tardó en merecer el
desprecio de los conservadores, quienes hacia 1843 iniciaron una campaña
difamatoria que le costó su primer exilio y el comienzo de una serie de vicisitudes
que habría de experimentar, el Patricio a cambio de su inconmensurable amor
por el pueblo dominicano.

El primer atentado contra Duarte ocurrió hacia julio de 1843 cuando el


presidente haitiano Charles Herard visitó Santo. Domingo con el propósito de
reducir a prisión a los cabecillas del movimiento dominicano que propugnaba por
la separación de Haití. Sus enemigos se encargaron de suministrar al presidente
haitiano una lista con los nombres de los revolucionarios y Juan Pablo Duarte
encabezaba la nómina delatora.

La persecución desatada en su contra fue tenaz, pero gracias a la


colaboración de algunos ciudadanos que apoyaban las actividades del partido
duartista, el hijo de doña Manuela Diez pudo ocultarse y abandonar luego la isla
con destino a Venezuela, logrando así salvar la vida. Como se sabe, sus
compañeros en La Trinitaria continuaron los trabajos revolucionarios, y el 27 de
febrero de 1844 se proclamó un Estado, que se llamó República Dominicana el
cual quedó en manos de un gobierno provisional conocido como Junta Central
Gubernativa.

A pesar de que el nuevo gobierno estaba dominado por antiduartistas, una de


sus primeras resoluciones fue enviar un buque a Curazao con el trinitario Juan
Nepomuceno Ravelo para que trasladara al país a Duarte, Pérez y Pina quienes
hacía siete meses probaban el amargo fruto del destierro. A su llegada al país,
Duarte fue recibido con "la ovación más espléndida de que puede haber sido
objeto un mortal afortunado al regresar del destierro a los lares patrios.

El ilustre civilista don Emiliano Tejera, en brillante Exposición al Congreso


Nacional en 1894, y en la cual, según don Emilio Rodríguez Demorizi, realizó "la
más bella apología de Duarte", describe la llegada del Maestro con estos
términos: "Las ventanas y puertas de las casas se iluminaron al saberse que el
buque que había ido a buscarlo a Curazao, por orden del Gobierno, estaba en el
puerto, y el día siguiente, 15 de marzo, fijado para el desembarque, las calles se
poblaron de banderas de todas las naciones, predominando la dominicana, como
un homenaje al que la habla hecho emblema de una nacionalidad. Una comisión
de la Junta Central bajó al muelle para recibirlo, y con ella el Prelado y todos los
sacerdotes que había en la Capital. Las tropas, formadas en línea esperaban su
llegada, y al poner el pie en tierra, el cañón lo saludó como si hubiera sido el jefe
de la República. El Prelado lo abrazó cordialmente, diciéndole: salve, ¡Padre de
la Patria! El pueblo en masa lo victoreaba, y al llegar a la Plaza de armas, tanto
él, como el Ejército, lo proclamaron general en Jefe de los Ejércitos de la
República, título que no aceptó por existir un Gobierno, a quien le correspondía
discernir las recompensas a que se hicieran acreedores los servidores de la
Patria Del palacio de Gobierno, a donde fue a ofrecer sus servicios a la Junta
Central, se dirigió a su casa, llevado en triunfo por el pueblo y el Ejército, y allí,
Sánchez, con aplauso de todos, y con su genial franqueza, colocó él mismo
banderas blancos en todas las ventanas, diciendo con su estentórea voz: "hoy
no hay luto en esta casa: no puede haberlo. La Patria está de plácemes: viste de
gala, y Don Juan mismo desde el cielo bendice y se goza en tan fausto día.

Ese mismo día, Duarte· fue designado miembro de la Junta Central


Gubernativa y Comandante de Armas de Santo Domingo. De inmediato el
Patricio quiso tomar parte activa en las contiendas bélicas que los ejércitos
improvisados de la República Dominicana libraban con los haitianos,
encontrando oposición en el caudillo Pedro Santana. Duarte intentó armonizar
con el Chacal de Hincha, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Entonces solicitó
permiso de la Junta para actuar con sus tropas y atacar a los haitianos y, en
cambio, fue instruido para que se reportara a Santo Domingo donde,
supuestamente, era necesitado. Los sucesos políticos fueron tomando un cauce
contrario a las aspiraciones democráticas de Duarte; y éste no tardó en intentar
apoderarse del poder político con el apoyo militar del General José Joaquín
Puello, a fin de encausar la revolución dominicana por el sendero apropiados.
Desafortunadamente sus planes fracasaron. El poder político y económico
quedó en manos de los conservadores y Duarte, al igual que sus compañeros,
más destacados, fueron reducidos a prisión, acusados de haber traicionado a la
patria, y deportados del país a perpetuidad.
Don Emiliano Tejera formula estos cuestionamientos: ¿y quiénes eran esos
asesinos de la Patria; esos reos de la lesa-nación, ese puñado de facciosos,
esos enemigos, de la nacionalidad dominicana, de su bandera, de su ejército,
¿de su jefe? Las respuestas nos la brindan el mismo don Emiliano: "eran los
fundadores de la República, los que durante muchos años se habían negado
constantemente a pedir el apoyo extranjero, temerosos de comprometer el suelo
de la Patria; los que sacrificando su patrimonio habían dado armas a ese ejército
y libertad a ese grupo de sanguinarios ciudadanos para que ahora se sirviesen
de upa y otras para infamarlos, para destruirlos. Cinco meses antes eran
Libertadores de la Patria; aún no hacía veinte días un puñado de patriotas, y
ahora, sin haber faltado a ley alguna, enemigos de la nacionalidad, reos de la
lesa-nación, criminales dignos de muerte.

Pero fue a partir de julio de 1844 cuando comenzaron a llover sobre el ilustre
revolucionario los más acerbos epítetos.

1.- El general Pedro Santana, en una Proclama al Pueblo y al Ejército, llamó a


Duarte "el anarquista, siempre firme en su loca empresa''. Lo acusó de estafador
cuando afirmó que él había "arrancado cuantiosas sumas al comercio para
gastos imaginarios o inútiles". Lo tildó de engañar a ciudadanos sencillos; de
instigador, ambicioso fatuo, y déspota. Para Santana y su clase, Duarte era un
supuesto libertador cuyos méritos se reducían a ''haber fugado del, país a la
entrada de Riviere en esta Capital, dejando a sus amigos y compañeros en, el
mayor peligro a causa de sus imprudencias. " Duarte, para la reacción de esa
época, no era más que un “pretendido héroe" y un "libertador de nueva especie".

2.- El sagaz don Tomás Bobadilla, el autor del célebre Manifiesto del 16 de enero
de 1844 considerado como nuestra Acta de Independencia, llamó a Duarte
"joven inexperto" quien "lejos de haber servido a su país, jamás ha hecho otra
cosa que comprometer su seguridad y las libertades públicas.

3.- Y el cónsul francés Saint Denys en carta de mayo 14, 1844, catalogó a Duarte
de "joven sin méritos", "alborotador", "vanidoso" e '·'intrigante".

Cuatro años después, siendo presidente de la República don Manuel Jiménez,


se decretó una amnistía que beneficiaba a los 68 desdichados patriotas. Duarte,
por entender que el poder político continuaba en manos de la, misma clase que
lo había enviado al ostracismo al igual que a su familia, prefirió permanecer
alejado del suelo patrio. No quiso defenderse de sus enemigos, porque como
apuntó don Emiliano Tejera. Para ello hubiera sido "preciso encender la guerra
civil, y no fue para llegar a extremo tan deplorable, que él y sus beneméritos
compañeros habían hecho sacrificios de todo género en los años empleados
combatiendo la dominación haitiana. Para la Patria habían trabajado; no para
ellos, y la Patria podía perderse de todo si se desunían los dominicanos. La
historia dirá a su tiempo si obraron bien o mal desaprovechando la oportunidad
de combatir la nueva tiranía que se entronizaba en el país; pero en cualquier
caso no podrá menos de reconocer en sus actos desinterés y abnegación.
Entregaron los brazos a las cuerdas de sus enemigos, y las cárceles
dominicanas, en vez de criminales, guardaron Libertadores”.

Durante la Primera República (1844-1861) sólo dos nombres brillaron en el


firmamento político dominicano: Pedro Santana y Buenaventura Báez. El nombre
de Juan Pablo Duarte fue relegado al' más injusto olvido y pronunciarlo equivalía
a una palabra infame. Cuando el patricio se enteró de que la República había
sido anexionada a España, y que su amigo Francisco del Rosario Sánchez había
sido inmolado, decidió regresar al lar nativo a ofrecer su modesto concurso al
gobierno restaurador.

(http://investigare.pucmm.edu.do:8080/xmlui/bitstream/handle/20.500.12060/1190/EEED
_19810953_65-75.pdf?sequence=3&isAllowed=y)

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