Los Catálogos Editoriales Tecnicas de Registro

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EL USO DE ESTE MATERIAL ES PARA FINES PEDAGÓGICOS.

Tomado de: Técnicas de registro y organización de materiales editoriales. 
Autor: Eduardo Pablo Giordanino 
Editorial: Santiago Arcos Editor
Año de publicación: 2010, Buenos Aires
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El contexto de los catálogos editoriales

Un   editor   puede   sumir   el   reto   de   editor   para   el   mundo   cuando


configura un catálogo coherente, armonioso y  ‘legible’ como una
obra.
Jorge Herralde, El observatorio editorial, 2004.

Los catálogos editoriales son herramientas básicas de difusión y comercialización que
consisten en series ordenadas de datos que registran las partes de una colección. Los
catálogos   comerciales   indican   los   productos   que   se   fabrican   o   distribuyen   en   un
momento particular. En el comercio del libro juegan un rol fundamental desde la etapa
previa a la publicación, al respecto Jennison destaca que “el catálogo es distribuido a los
autores y agentes, a los mayoristas y minoristas, a los bibliotecarios y docentes, a los
críticos y comentaristas de libros. El catálogo puede ser reemplazado a veces con avisos
de prensa y boletines ocasionales, pero es el vehículo fundamental para presentar  y
promocionar las novedades” (1969, p. 699).
Los catálogos permiten identificar un material editorial y acceder a él, además  de que
permiten   conocer   en   detalle   la   composición   del   fondo   editorial   en   un   momento
determinado. Una vez que los materiales reseñados en el catálogo se agotaron, quedan
sus registros como testimonio de lo producido. Es la dimensión histórica y testimonial
del catálogo editorial, que nos permite conocer qué se leía en otras épocas, los aspectos
de la actividad comercial, los estilos tipográficos y también la existencia de obras hoy
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quizá inhallables. El catálogo debe generar adicción al sello editorial, afirma Herralde:
que pueda “generar fidelidad entre los libreros y lectores y convertirse así en al más
valioso activo de su capital simbólico” (2004, p. 160).
Una información bibliográfica pobre hace perder venta. Sabedores de esta realidad, los
editores   son   ellos   mismos   fuentes   de   información   bibliográfica   (Urbano,   2000),
información   que   además   de   circular   por   los   catálogos   de   fondos   y   boletines   de
novedades, en ONIX por la red, debe aprovechar el correo electrónico y los nuevos
canales como el RSS y las redes sociales.
En lo relativo a su presentación material, los catálogos adoptan distintas formas: pueden
ir desde un simple díptico a un volumen de más de 200 páginas: en soporte electrónico,
los catálogos son verdaderas bases de datos bibliográficas. Si el catálogo de papel lo
leemos como un libro (un libro sobre libros), el catálogo en línea tiene como ventaja
primordial la actualidad de la información.
Otras formas de promoción de los materiales editoriales relacionadas con los catálogos
son la distribución de las cubiertas de libros a los agentes y distribuidores. Antes o
después   de   la   publicación   pueden   difundirse   también   folletos   (dípticos,   trípticos   o
cuadernillos   de   novedades),   así   como   una   variada   tipología   de   recursos:   afiches   o
posters, señaladores, estantes o packaging, exhibidores, o el primer pliego del libro con
el primer capítulo como muestra gratis. Los anuncios y reseñas cumplen una importante
función para los lectores porque “los catálogos editoriales, los anuncios de libros en
diarios y revistas, y las reseñas son todos factores vitales en la difusión del conocimiento
de los libros y para estimular el deseo de poseerlos y leerlos” (Feather, 1986, p. 18).
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Mencionamos   estos   dispositivos   por   su   relación   conceptual   –en   tantos   elementos


paratextuales– del objeto libro que se describe básicamente con técnicas bibliográficas,
pero separados de su contexto natural (por ejemplo la tapa y contratapa) funcionan como
herramientas de promoción.
Coincidimos con Spina en que la importancia de los catálogos en la industria editorial
“se contradice con la carencia casi absoluta de bibliografía sobre el tema” (1995, p. 72).
El catálogo es el principal capital intelectual de la editorial. Voyles lo define como “una
lista de libros en venta, reproducida para ser distribuida a los clientes, para que puedan
informarse   del   fondo   editorial,   y   hacer   alguna   compra”   (1971,   p.   468).   Hay   dos
significados principales del término catálogo en el ámbito de la industria del libro: el
catálogo   arquetipo  y   el   catálogo   material   .   Llamamos  catálogo   arquetipo  al   fondo
básico de la editorial y que conforma sus cimientos: el conjunto de las obras, de los
principales autores; y si bien “más importante que el fondo disponible es el fondo por
venir”,  como dice Pimentel, “un catálogo muestra el estilo, la estética, las preferencias,
las exigencias, y el proyecto del editor” (2007, p. 22). El catálogo “material” es el que
describe esas publicaciones y motiva estas líneas: el catálogo editorial comercial, con la
descripción de los libros. Catálogo que Martínez de Sousa definió como “lista ordenada
(por autores colecciones, materias) de las obras que una editorial o librería tiene en
venta” (1981, p. 36) y que posteriormente definió, con una ligera variante, como la “lista
de las obras que una editorial tiene a la venta, generalmente dispuesta por autores y por
materias, aunque también se puede añadir una disposición por títulos” (1993, p. 140­
141). Siguiendo a Martínez de Sousa podríamos enmarcar el estudio de los catálogos
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editoriales  en  el   ámbito  de  la  Bibliografía,  la  Catalografía  y  la  Catalogomanía.  La


Bibliografía   es   “el   estudio   de   los   repertorios   en   que   los   libros   son   descritos   y
clasificados y a los cuales se debe recurrir constantemente para identificarlos o para
saber qué se ha publicado sobre una materia”(1993, p. 71), en tanto que la Catalografía
es el “conjunto de técnicas y normas por que se regula la confección, organización y y
funcionamiento   de   los   catálogos”   (1992,   p.   142).   De   acuerdo   a   la   concepción   de
Martínez   de   Sousa,   las   distintas   secciones   de   este   capítulo   corresponderían   a   la
Catalogomonía, “disciplina que estudia los catálogos, su estructura e historia” (loc.cit.).
La preparación de los catálogos editoriales, enmarcada en la Bibliografía, puede recurrir
también a la aplicación de técnicas del Análisis documental (como las estudiadas en esta
obra), considerando la colaboración de disciplinas relacionadas, en cuanto sea necesario:
por   ejemplo,   el  Marketing  editorial,   para   los   contenidos   y   destinatarios;   el  Diseño
gráfico para la presentación o visualización; la Administración editorial en lo respectivo
a la planificación, los costos y los plazos.

Catálogos de historias, o historias de catálogos

Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he
peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos.
Jorge Luis Borges, La biblioteca de Babel, 1941

Los   catálogos   tienen   una   larga   tradición   en   el   mundo   editorial:   son   una   de   las
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consecuencias de la renovación del arte de imprimir de Gutenberg. Con la imprenta de
tipos móviles, aumenta la producción de libros y los autores e instituciones producen
más títulos, que son accesibles a un número también creciente de lectores. La breve
historia   de   los   catálogos   editoriales   que   sigue   pretende   mostrar,   sin   ánimo   de
exhaustividad, la evolución de los catálogos desde el siglo XV.
Al calor de la imprenta de tipos móviles de Gutenberg y acompañando al libro desde su
cuna nacen los catálogos (los primeros catálogos también son incunables). Nacen con
una   característica   peculiar,   porque   antes   de   las   bibliografías   eruditas,   ya   existían
catálogos   de   editores.   En   1930   el   bibliográfo   alemán   G.   Schneider   afirmó   que   la
“Bibliografía   propiamente   dicha   no   comienza   hasta   después   de   la   invención   de   la
imprenta, siendo su remoto origen las listas de meras obras que comenzaron a publicar
impresores y libreros” (citado por  Simón Díaz, 1971, p. 24). Estas “listas de meras
obras” de los libreros fueron un avance en la Bibliografía según Shera y Egan (1969,
citados por Machado, 2003, p. 47) porque
Al   indicar   las   obras   disponibles,   sentaron   las   bases   del   moderno   sistema   de
bibliografías   especializadas.   Puede   remontarse   a   los   libreros   el   inicio   de   ciertas
funciones descriptivas de la catalogación tales como el tamaño, cantidad de páginas,
tipo y estado de la encuadernación, precio y hasta alguna descripción del contenido.
Antes   de   la   Edad   media   no   había   catálogos   editoriales,   si   bien   eran   técnicamente
posibles: los editores griegos y romanos llegaban a producir tiradas de 1.500 ejemplares
de algunos títulos (Voyles, 1971, p. 468). En la  época de Cicerón, muchos libreros
romanos pegaban listas (pilae) con los títulos de las obras de los autores populares en las
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puertas de sus locales (Escolar Sobrino, 1984, p. 174), que pueden ser consideradas
como antecedentes de los catálogos.
En la Edad Media, los escribas y copistas también producían grandes tiradas (pecia) para
suplir   la   demanda   de   textos   universitarios.   Algunos   copistas   incluían   su   nombre   y
dirección en los libros que producían, como el siguiente aviso que transcribe Putnam
(1962, p. 289).
Cualquier libro buscado, grande o chico, religioso o profano hermosamente decorado,
puede conseguirlo con Diepold Bauer, escriba en el  pueblo de Hagenau.
Apenas introducida la nueva  tecnología  de  Gutenberg, el  comercio editorial  fue  muy
activo:  se  multiplican  los   imitadores,  las  ediciones   piratas,   las  refundiciones.  La
competencia era tal que en 1473 un impresor de Parma se disculpaba por lo descuidado
de su trabajo, diciendo que como otros talleres también estaban imprimiendo el mismo
texto, él tenía que imprimirlo “tan rápido como se cocinan los espárragos”. La mayoría
de  los   emprendimientos,  de   acuerdo  a  Unwin   (1998),  estaba   a  cargo  de  pequeños
empresarios,   imprenteros   o   editores.   Sus   funciones   se  diferenciarían  más  adelante.
Johann  Rynmann,  un  empresario  de  Augsburgo,   llegó   a   publicar   200   libros   y  no
imprimió  ninguno   de   ellos.  “Los   editores  no  tardan  en  promover  sus   libros”,   acota
Unwin, imitando al comienzo los colofones de los escribas medievales, que colocaban
una nota en el libro, por lo general al final de los códices, con sus nombres, la fecha en
que  terminaron   el   trabajo,  y  alguna  plegaria  o   comentario.  Nacen  así   los  primeros
colofones   de  los   impresores,   que  detallaban  el   título   del   libro,   la  fecha   y  lugar  de
impresión, el nombre del impresor, y agregaban un poco de publicidad.
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En esa época, “ante la gran cantidad de libros disponibles se arbitran, por parte de los
impresores­libreros,  medidas   que  permitan   la   difusión   del   libro,   primero   mediante
carteles   en   los   que   se   anunciaba  la  mercancía,  posteriormente,  la  distribución   se
organiza  en las  ferias”  (Carrizo, 1994,  p. 209). Aparecen los  anuncios  de  libros,  en
forma  de  volantes  o   pliegos,  según   Bálsamo   (1998,   p.  30).  Uno   de   los   primeros
antecedentes   de   anuncio   publicitario  surge   en  1466  en  Alemania,  obra  de   Heinrich
Heggestein,  de Estrasburgo.  A comienzos de  la  década de  1470  aparecen en  Milán y
Perugia los primeros editores comerciales, tal como los entendemos hoy, que financian y
dirigen el negocio de la edición.
La curiosidad y necesidad de saber qué libros nuevos habían aparecido se ve reflejada en
una   carta  de  diciembre  de   1470   de   Francesco   Filelfo   a  Andrea  Bussi,  donde  pide
noticias de los libros publicados en Roma y sus precios pues quería “estar seguro [...] de
qué libros se imprimen allí y del precio que tiene cada uno” (Bálsamo, 1998, p. 30).
El   primer   catálogo   comercial   impreso   conocido   apareció   en   1472,   obra  de   dos
imprenteros alemanes, Konrad Schweinheim y Arnold Pannartz, instalados desde 1465
en el monasterio de Subiaco, a 50 km de Roma, donde habían llegado a instancias del
fraile Torquemada. Era una lista de libros incluida en una carta. Voyles sugiere que la
fecha oscila entre  1469 y  1472.  De  acuerdo a McKerrow,  para 1472 Schweinheim  y
Pannartz habían impreso 28 libros, con una tirada de 275 ejemplares cada uno (J998, p.
287).
En 1474  Gunter  Zainer,  impresor  de  Augsburgo, publicó  una hoja suelta  que  listaba
quince títulos, dos años después publicó otra, enumerando esta vez 80 libros. También el
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imprentero  Regiomontanus (J. Müller)  produce  una octavilla  en 1474  en Nuremberg


donde  menciona  sus  obras  disponibles.   En   la  misma  ciudad,  tres  años   después,  el
tipográfo   Friedrich  Creussner,   de  Nuremberg,   publica  una   lista   encabezada  por   esta
sencilla sugerencia:
Los que quieran los libros infrascriptos que vengan al lugar señalado
En Milán, el editor Marco Roma publica en 1477 su Lista dei libri stampiti (un folio),
dirigida  a los libreros,  donde  presenta  los datos  de  cuarenta  y dos  obras: los clásicos,
simplemente mencionando  el nombre  del  autor;  otros sólo  indicando el título.  Según
Bálsamo su interés radica “en que incluye libros impresos por distintos tipográfos o que
mandaron imprimir otros editores, pero cuya distribución había asumido Roma” (1998,
p. 31). William Caxton, impresor inglés que aprendió el arte en el continente, publica en
1477   un  aviso   volante  que  termina   solicitando  amablemente  que   no   lo   arrojen   ala
basura:  Supplico   stet  cedula  (“Por  favor   deje   el  afiche”),   Lentamente   el   libro   va
tomando estructura  propia y  sus orillas,  al decir de Zavala Ruiz,  van desarrollando la
forma  que  permanecería  durante varios  siglos.  La portada tal como la conocemos hoy
nace  hacia  1480, cuando “la  información  del  colofón pasa al  frente  del libro,  como
página de título, junto al título y al nombre del autor” (Unwin, 1998).
Poco   después   Aldo  Manucio,  el   famoso  editor  de   Venecia,.  introduce  en  1498  otra
innovación: el primer catálogo editorial con precios de las obras, titulado Libri graeci
impressi y dividido en cinco partes: Grammatica, Poetica, Logica, Philosophia y Sacra
Scriptura (Ottino, 1892, p. 120), que Aldo preparó para ahorrar tiempo al responder la
correspondencia.  Al decir  de Balsamo,  estamos frente al  “moderno boletín  o catálogo
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editorial,  que  ofrece  informaciones  pormenorizadas sobre el contenido de  los libros,


incluyendo apreciaciones elogiosas sobre el valor de la obra” (1998, p. 31). El diseñador
Enric Satué (1998) destaca en este catálogo una frase publicitaria digna de atención:
Cuanto más  generosamente  cambiéis vuestro metal  por  mis  libros,  más rápidamente
gastaremos el nuestro para poner a vuestro alcance toda la Antigüedad
Además de indicar los temas que trataba cada libro, Manuzio transcribe en las notas los
títulos de los capítulos. Lista las obras por orden cronológico de publicación, ofreciendo
los datos de  autor, título, fecha de  publicación, formato, número  de páginas y  precio.
Este primer catálogo ocupaba un único folio (35,6 x 24,5 cm), pero los de 1503 y 1513
tienen cuatro y cinco páginas. 
En el de 1513 aparecen algunos libros griegos con precios rebajados en un treinta por
ciento,   y   otros   a  la  mitad  (el   procedimiento  actual   llamado  “fondo   de  depósito”).
Destacamos la importancia de estas innovaciones, ya que Manuzio, con sólo cuatro años
como  editor,  además  de   sus  aportes   en   tipografía,  tamaño  de  los  libros,  diseño  y
fabricación, es  el  primero  en publicar  catálogos temáticos  de  sus obras,  con listas de
precios  incluidas,  que  hoy son,  según  Satué,  “piezas únicas  en  el mundo” (1998,  p.
181).
En enero de 1519 aparece el primer catálogo (cuatro hojas) de un solo autor: se trata de
las obras de Erasmo, recopilado por su editor Thierry  Martens, que  relata  sus  pesares
(cit. por Balsamo, p. 64):
Porque cada día me atormento por cómo presentaré el índice de los libros de Erasmo
de  Rotterdam,  de modo que  también  en esa  parte  responda,  lector,  a tus deseos de la
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mejor manera 
Cuatro años después Erasmo corrige el catálogo y se publica con un grabado de Hans
Holbein en Basilea, aun en 1537 y 1540 se vuelve a publicar.
El   primer   “inserto”  parece   ser   el   publicado  por   el  matemático   y   astrólogo  italiano
Gerolamo Cardano, cuando incluye la lista de sus obras al final de su libro De Sapientia,
en el año 1544. Voyles (1971) en cambio atribuye esta innovación –que actualmente se
mantiene–  a   Aldo   Manuzio   el   joven,  que   en   1586  imprime   las  listas   de   títulos
disponibles en las últimas páginas (sobrantes) de sus libros.
También en  Venecia surge el  concepto de colección: el tipográfo Gabriel Giolito de
Ferrari   publica   un  conjunto  de  trece   textos   históricos   griegos  entre  1557  y  1570,
recopilados por Tommaso  Porcacchi, bajo el mismo título  de  Collana storica,  con el
mismo formato, como una estrategia para evitar la censura. Luego presentaría obras de
autores latinos e italianos agrupadas en conjuntos  llamados  Gli anelli.  La Inquisición
comenzó   los   procesos   por  herejía   en   1547   y   en   1559   apareció   el  Index  librorum
prohibitorum, verdadero anticatálogo que perduraría por cuatro siglos: su última edición
se publicó en Roma en 1948.
Poco   después   que  Gutenberg  inventara   la  imprenta   de  tipos   móviles,   a  unos  20
kilómetros  de Maguncia,  comienza  a realizarse en Frankfurt la  Büchermess,  la famosa
Feria del Libro. En 1564 se publica el primer catálogo general de libros en venta en la
feria, compilado por Georg Willer,  librero  de Augsburgo. “Desde 1598 se  comenzó  a
publicar   el   catálogo   oficial  de   la  Feria,  denominado  Catalogus  universalis,  donde
figuraban  los  libros  que  exponían y  ofrecían  para  la venta  los  libreros participantes”
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(Spina,   1995).   Se  trataba   de  un   catálogo   de  feria,  con   la   lista  de   los  materiales   en
exposición.
La Feria se realizaba dos veces al año, con la presencia de editores, libreros, autores y
eruditos.  Era  un acontecimiento festivo, donde  primaba el espíritu de intercambio,  e
incluso Martín Lutero, considerado hereje en otras ciudades de Alemania, podía ofrecer
y distribuir sus libros en la Feria. Los catálogos se publicaron anualmente durante todo
el siglo siguiente. Frankfurt fue la capital del libro hasta el siglo XVII, cuando la Feria
pasa   a  realizarse   en   Leipzig.   Las   causas  de  esta  migración  fueron   la   censura  y  las
convulsiones  políticas  y sociales provocadas  por la guerra de  los  Treinta Años. Otro
factor  de   gran   influencia   fue   el   abandono  del  latín  como   “lingua   franca”   en  las
publicaciones y los tratados científicos, que comenzó a ser reemplazado por las lenguas
locales. Leipzig poseía también una sólida industria editorial y en el siglo XVII recibió
varios  privilegios  comerciales   que   la  transformaron   en   el   principal   foco  mercantil
alemán, y en el nuevo centro nacional del comercio librero. El catálogo de la Feria de
Frankfurt apareció por última vez en el año 1750. En cuanto a la cantidad de títulos que
circulaban en esta época, Darnton (1996) señala que “el catálogo de Leipzig no alcanzó
sino hasta 1794 el nivel que había fijado antes de la Guerra de los Treinta Años, cuando
concluyó  1.200   títulos  de   libros   recientemente  publicados.  Con   la   efervescencia   del
Sturm und Drang, el catálogo se elevó a 1.600 títulos en 1770; luego a 2.600 en 1780
ya  5.000  en  1800”.  La Feria reaparecería  en Frankfurt  después  de  la Segunda Guerra
Mundial, al quedar Leipzig detrás de la Cortina de Hierro.
Andrew Maunsell impulsa en Inglaterra el British National Trade Catalog, hacia 1595,
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con el objetivo de incluir, a imitación de los catálogos de la Feria de Frankfurt, las obras
disponibles en el  mercado. Uno de los aportes de Maunsell es  introducir el criterio de
anteponer el apellido al nombre en el momento de listar los autores, y también señalar
bajo el título o  la materia  las  obras sin autor  (sin usar el antipático encabezamiento
“Anónimo” a veces  todavía hoy usado).
También es famosa en  lo relativo  al  comercio de  libros  la feria de Stourbridge.  Los
impresores eran conscientes de la importancia de la publicidad: la necesidad de imprimir
información acerca  de  los  bienes y servicios para  facilitar  su  venta,  práctica que se
consolidaría en el siglo XVII (Burke, 2002). En 1628 el británico Henry Featherstone,
de   Londres,   publica   el   primer   catálogo   de   librero   minorista,  que   incluía  libros
importados de Italia.
Figura 10.1. Anuncio de Manuel Martín, editor de Cervantes, 1765 

Esta Obra y otras muchas, se hallarán en la Librería de Martín, 
calle de la Cruz, y en su Despacho de libros, calle ancha de 
Majaderitos, núm. 6 y 7.

Fuente: Rodríguez Cepeda (1988)

En el mercado editorial inglés de los siglos XV y XVI los libros se anunciaban en listas
publicadas por los editores que eran trasladadas por los viajantes a distintas ciudades, el
precio  de los libros  dependía de la  distancia  de su  lugar  de origen.  Phillip Gaskell,
bibliotecario y profesor del Trinity College de Cambridge, señala que desde finales del
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siglo XVI: 
estas listas fueron sustituidas por  los catálogos  de  las ferias  del  libro, catálogos de
libreros y de colecciones de anuncios comerciales, cuyo ejemplo inglés más importante
fue la serie “Term Catalogues” publicada entre 1668 y 1711. Las portadas de los libros
de los siglos XVI y XVII a veces se pegaban en las calles como anuncios; las listas de
los libreros  figuraban impresas dentro de los libros desde aproximadamente 1650, y se
incluían al  final de los libros desde aproximadamente 1685; los  libros  comenzaron a
anunciarse en  las  publicaciones  periódicas en  1690,  si no antes,  y  algunos  libreros,
para anunciarse, utilizaban también tarjetas comerciales, prospectos, rótulos de libros,
etc. Una forma especial de anuncio fue la hoja de suscripción, que surgió en Inglaterra
a mediados del siglo XVII a partir de anuncios anteriores sobre futuras publicaciones, y
que invitaba a suscribirse a libros caros (p. 226)
El primer  Term Catalogues  apareció  en  1668,  por  iniciativa  de John  Starkey,  que  lo
anunciaba así: “un catálogo como el impreso, verá su continuación publicada al final de
cada curso, si  es bien acogido; ya  que es el  primer ensayo de  este  tipo” (McKerrow,
1998, p. 163). Hacia 1670 había “irracionales demandas” de los editores para insertar los
títulos de los libros. Otros libreros inician una serie rival, y ante la retirada de Starkey
los  libreros  de  Londres  continúan el  catálogo  hasta  1709, publicándolo regularmente
cuatro veces al  año. Las entradas  contenían el título completo, el formato, nombre del
editor y a veces el  precio. Los anuncios de libros en  prensa aparecían al final, aunque
McKerrow señala  que los  Term Catalogues  “aparentemente  sólo contienen los libros
que acababan de publicarse, aunque en algunos casos los libros aparecían en el catálogo
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antes de  la fecha  real de  su publicación” (1998,  p. 163).  El  siglo XVIII  es uno  de  los
momentos estelares en  la  historia del  libro impreso. Mejora  la tersura del papel  y la
calidad de  las tintas. Las tapas y  portadas abandonan  el  encolumnado  barroco, y se
elaboran sólo  con  tipografía. Los  burgueses coleccionan  libros  y  surgen  las grandes
bibliotecas privadas. Los libreros envían por correo sus catálogos a los posibles clientes.
Además de  las  universidades y  los monasterios como  centros intelectuales, aparecen
otras instituciones como las tertulias, las academias, los salones, los cafés y las librerías.
En Francia se publicaba semanalmente el Catalogue des livres nouveaux. 
En esta época, dice Burke, “era frecuente que libros y diarios hiciesen  publicidad de
otros libros y diarios. Las páginas de portada y contraportada anunciaban otras obras que
vendía el mismo  impresor  (la  distinción moderna entre impresor y editor aún no era
normal en este período)” (2002, p. 208). 
Otro ejemplo  de  bibliografía  general universal  es la  iniciada  por los  alemanes  Johann
Cless y Georg  Draud,  formada por recopilaciones  de  títulos de  libros  tomando  como
puntos  de  partida los catálogos  de  las ferias  de  libros  de Frankfurt y  Leipzig.  De  la
misma manera es elaborado el Allgemeines Europäisches Bücher­Lexicon de Theophilus
Giorgi, publicado  en Leipzig entre  1742  y  1758. Esta es una  área  particular que se
anticipa a la actual bibliografía nacional, donde los libreros comienzan a sustituir a los
bibliográfos de  tendencia  erudita, y elaboran así “bibliografías  selectivas,  pero  sobre
todo catálogos de venta perfectamente confeccionados” (Torres Rarnírez, 1996, p. 50).
La  bibliografía era en  aquel  entonces  la técnica  usada para compilar  esos catálogos,  y
pasa a ser considerada  por G.  Martin como  librorum  historia  et  descriptio:  historia y
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descripción de los libros y en lo relativo a los catálogos de libreros, es calificada por P.
Marchand  como  notitia  res  librariae,  es  decir, noticia de la librería (Torres  Ramírez,
loc. cit.).
En España, Francisco Juan de Mena, librero de Madrid, publica en 1742 un repertorio
titulado Catálogo de los libros que tiene en venales Juan de Mena, para informar a los
clientes sobre su  existencia de obras­en venta  dentro y  fuera  de su  librería. En  1747,
Pedro  José Alonso  y  Padilla,  para  hacer “saber a  muchos  qué son los  libros,  cómo  y
cuáles   se  deben  tener”,  publica   su  Catálogo   de  libros   entretenidos   de   caballerías,
novelas, cuentos, historias y casos trágicos. Este simpático catálogo fue reimpreso en
1928 por el librero y bibliográfo Antonio Palau y Dulcet, y en 1979 se hizo una edición
facsimilar (Carrizo, 1994, p. 213).
A mediados del siglo XVIII era común en Londres distribuir catálogos de libreros y de
remates de libros en los cafés, tal como reza el reverso de la portada de un catálogo de
1754 de Osborne & Shipton (Voyles):
enviado a las Cafeterías más eminentes 
en y cerca del Pueblo para uso de los Caballeros, 
a quienes honestamente pedimos que no se lo lleven
En 1779 aparece el catálogo de venta pública (subasta), para Balsamo un “instrumento
de mediación directa entre las disponibilidades de un nuevo mercado en expansión y los
compradores,  que  puede permitir la  transferencia  incluso de  colecciones  completas y
organizadas  de  libros”  (1998,  p.   138­   9).También  es  el   momento   del   auge  de  los
catálogos de los libreros anticuarios, que llevan al librero e impresor Silvestre Boulard a
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afirmar:
Un catálogo es en cierto modo el nec plus ultra de un librero, es el trabajo más difícil,
el más espinoso de todos los que le pueden encomendar, porque necesita utilizar todos
los conocimientos que ha adquirido,  y  además es  la  piedra de toque  que  le permite
reconocer el grado de su talento (Traité élémentaire de Bibliographie, 1804) 
Es común a finales de este siglo la inclusión de listas de obras publicadas en forma de
“insertos” al final de los libros, aprovechando las páginas remanentes, como puede verse
en las ediciones del Quijote realizadas por Martín desde 1777 hasta 1782 (Figura 10.2).
Figura 10.2. Inserto del editor Martín al final del Quijote (ver imagen)

El siglo XIX incorpora la prensa como la nueva forma de difusión de las ideas y entra en
escena la opinión pública. Los periódicos abaratan el costo de la lectura, llevando a
editores,   impresores   y   libreros   a   nuevos   emprendimientos   para   atraer   y   captar   más
lectores. Gracias a las nuevas técnicas de impresión se acelera la producción (rotativas),
los   libros   incorporan   ilustraciones   (litografías,   fotograbados).   La   comercialización
editorial   incorpora   la   publicación   de   novelas   por   entregas   y   folletines,   que   luego
aparecen en forma de libro, y reaparecen también las ventas por suscripción, proceso
que había sido ensayado en el siglo anterior por Diderot con la Encyclopédie.
Comienzan   también   a  manifestarse  los   síntomas   de  la  explosión  de   información.  El
crecimiento   de   la   actividad   editorial   es   tal   que   el   salto   cuantitativo   del   siglo   XIX
“equivale a una producción más que quintuplicada respecto a la del siglo precedente,
(estimada   en   cerca   de   1.500.000   obras)”,   en   palabras   de   Balsamo,   que   calcula   la
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producción mundial en títulos decimonónica en unas 8.250.000 obras (1998, p. 173).
Esta superproducción es la que preocupa al filósofo alemán Arthur Schopehauer, que
hacia 1851 comenta en su ensayo sobre  La lectura y los libros  que  Según Herodoto,
Jerjes   lloró   a  la  vista  de   su   innumerable   ejército,   pensando   que  de   todos   aquellos
hombres no quedaría uno solo vivo en cien años. ¿Quién no llorará también, a la vista
del espeso catálogo de la feria de Leipzig, pensando que de todos esos libros, tal vez no
quedará uno solo vivo en diez años? (§ 5)
Durante el siglo XIX en España existían catálogos periódicos de varios libreros, entre
los que podemos mencionar el catálogo mensual de la Librería Nacional y Extranjería,
Razola desde 1838, Bergnes de las Casas desde 1842, Mariano Murillo desde 1873
(todos   de   Madrid),   Battle   (Barcelona),   Cabrerizo   (Valencia),   según   datos   de   Botrel
(2001). Varios de esos catálogos llegaban allende los mares, y servían a los propósitos
de difusión en otros continentes.
La importancia de los catálogos como medio de difusión de las publicaciones queda
reflejada en las Memorias de Benito Hortelano, editor español exiliado en Buenos Aires
en 1849: “Recibí por el paquete tres prospectos que Fernández de los Ríos me remitió de
la  Biblioteca Universal. Apenas leí su contenido cuando comprendí la importancia de
esta publicación y el partido que de ella podría sacar”. Los prospectos que menciona
Hortelano seguramente eran catálogos con un nivel de detalles suficiente para permitirle
planificar   un   negocio   editorial.   Luego   de   arreglar   “para   publicarlo   aquí   con   las
condiciones que me parecieron más adecuadas”, manifiesta su entusiasmo por haber
reunido mil suscriptores entre Buenos Aires, Entre Ríos y Montevideo (Hortelano, 1972,
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p. 67). En Inglaterra, el convenio entre libreros y editores sobre el precio fijo tiene como
campo de batalla a los catálogos, pues entre los demás datos bibliográficos constataban
los precios de las obras (Gaskell, p. 382­383).
En 1820 en Londres se implementa la encuadernación en tela, hecho que provoca, según
Puglisi, la aparición de la sobrecubierta de papel (2003, p. 13). La primera sobrecubierta
fue publicada por Longman para The Keepsake en 1832, en ella figuraban el título,
autor, editor y en la parte posterior listaba otros títulos publicados por el editor. La
sobrecubierta es un paratexto muy importante por cuanto lleva, al igual que la contratapa
y las solapas, información del mismo tenor que los catálogos.
La tabla 10.1 exhibe la cronología de cuatro siglos de catálogos editoriales.

Tabla 10.1. Cronología de los catálogos editoriales
1472 Schweinheim y Pannartz, Subiaco, publican el primer catálogo
1474 Gunter Zainer, impresor de Augsburgo, hoja suelta con 15 títulos
1474 Imprenta de Regiomontanus (J. Müller), Lista de obras disponibles
1477 Nuremberg, tipógrafo Friedrich Creussner, “los que quieren los libros”
1477 Milán, editor Marco Roma Lista de libri stampiti (42 obras), distribución
1477 William Caxton, impresor inglés (“Por favor deje este afiche”)
1480 Nace la portada, a partir del colofón
1498 Aldo Manuzio, venecia, catálogo con precios de las obras
1519 Primer catálogo de autor (Erasmo), reimpreso en 1523, 1537, 1540
1544 Cardano, primer catálogo inserto al final de un libro (De Sapientia)
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1557 Primera colección: Gabriel Diolito, Collana storica, Venecia
1559 Index librorum prohibitorum, primer “anticatálogo”
1564 Primer catálogo general de libros en venta, Georg Willer, Frankfurt
1586 Aldo Manuzio el joven: listas de títulos en las últimas páginas (insertos)
1595 Andrew Maunsell (Inglaterra): Britsih National Trade Catalog 
1598 Catálogo oficial de la Feria de Frankfurt: Catalogus universalis
1628 Henry Featherstone, británico, primer catálogo de librero minorista
1668 Term Catalogues, publicación de listas bibliográficas, hasta 1711
1721 Primer catálogo completo inserto (29 páginas), La Haya
1742 Allgemeines Europiäisches Bücher­Lexicon de Giorgi, hasta 1758
1742 Catálogo de los libros que tiene en venales Juan de Mena, Madrid 
Catálogo de libros entretenidos de caballerías, novelas...  Madrid
1779 Aparece el catálogo de venta pública (subasta), Londres 
1832 Primera sobrecubierta, The Keepsake, Longman, Londres 
1874  Ioseph Whitaker, de Londres, Reference Catalog of Current Literature
A fines del siglo XIX la ciudad de buenos Aires poseía varias librerías de gran caudal y
exquisita   selección,   que   fueron   elogiadas   por   viajeros   locales   y   extranjeros,   al
compararlas con las ciudades destacadas de aquel entonces. Relata Rafael Arrieta que la
Librería Europea, de Luis Jacobsen, fundada en 1869, “publicaba semanalmente listas
bibliográficas en varios diarios... y solía editar catálogos de rara especialidad para el
medio, como el de ‘obras y periódicos de ciencia militar y naval’, aparecido en 1881”.
En las librerías del Buenos Aires decimonónico abundaban las obras francesas, no sólo
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las   “novelas   de   sensación”,   cuyos   miles   de   ejemplares   se   agitan   “tan   luego   como
aparecen”,   en   palabras”   de   Emilio   Daireaux,   hacia   1888.   También   se   imprimían   en
Francia las obras de autores argentinos.
Durante el siglo XIX muchos editores publicaban catálogos a intervalos regulares, hecho
que disminuyó la aparición de los catálogos de libreros minoristas. A medida que crecía
la cantidad de editores y libreros, la distribución de catálogos se tornó difícil. En 1874
Joseph Whitaker publicó en Londres su Reference Catalog of Current Literature, en dos
volúmenes, que contenían los catálogos de 135 editores y tenía un índice de 35.000
entradas.   Apareció   cada   tres   o   cuatro   años   hasta   1932,   momento   en   que   Whitaker
publicó solamente el índice con entradas expandidas que ofrecían detalles de los libros.
En   1967   cambió   su   título   por  British   Books   in   Print,   con   registros   relevados
directamente de los editores: hoy esta base de datos contiene dos millones de registros y
puede consultarse por Internet.
Una de las bases más completas para información bibliográfica es  Global Books in
Print,   de   la   editorial   especializada   R.   R.   Bowker   de   Estados   Unidos,   accesible   en
http:/  /www.globalbooksinprint.com. Es un catálogo de obras en venta en el mundo
anglosajón que contiene más de 20 millones de registros de libros editados en más de 40
países,   entre   los   cuales   hay   medio   millón   de   libros   en   español.   Contiene   obras
publicadas desde 1975. Se actualiza diariamente, permite crear listas y establecer alertas
por correo electrónico. Su contenido incluye libros en venta, libros de próxima aparición
y agotados (out of print), también registros de audio y videolibros. Ofrece detalles sobre
más de 420.000 editores y distribuidores. Contiene más de tres millones de reseñas de
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libros, permite ver portadas, las tablas de contenido y los primeros capítulos de algunos
libros.

Tabla 10.2. Los números de Global Books in Print (2008)

Total de registros/items 20.000.000
Registros de libros 18.500.000
Registros de audio 436.000
Registros de video 420.000
Registros de títulos en prensa 280.000
Reseñas 3.5000.000
Tablas de contenido 970.000
Notas y sinopsis 3.400.000
Editores representados 427.000
Imágenes de tapas 850.000
Menciones de premios 500.000
Primeros capítulos 160.000
Fuentes de reseñas 27
Fuentes de menciones en medios 25
Mercados cubiertos 43
Fuentes de rastreo de best sellers 16
Proveedores 45
Autobiografías 11.000
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Fuente: R. R. Bowker, Currents statistics (as of  november 2008)
http://www.bowker.com, consultado 21.11.2009

En la  década de 1970, según  señalan  Sánchez  Vigil,  Recio  y Femández Fuentes,  los


catálogos
se hacen más ‘ligeros’ (menos páginas y de estructura simple), debido por una parte a
que los medios de comunicación abren sus páginas a la información sobre libros en las
páginas de cultura, por lo que  ya no  es  tan necesaria la formación del librero, y por
otra, muy ligada a la anterior, porque se crean en las editoriales los departamentos de
comunicación que facilitan dossiers a la prensa con  información sobre  el  fondo,  la
forma y las pretensiones de la editorial (p. 114)
Hacia  el  año  2000 la mayoría de  las editoriales  ­al  menos  las españolas­  cambian los
formatos  hacia   el  tamaño  folio,  tanto  para  los   catálogos   generales   como   para   los
especializados. En  la edición europea, los catálogos pertenecientes a una  colección se
preparan con  su mismo  formato  y  diseño  (Folio  de Gallimard,  El libro de bolsillo  de
Alianza).
Los catálogos en Internet ven potenciado el aspecto del acceso a la información, aunque
la posibilidad de la búsqueda directa no nos permite la visión global de una colección.
Por traslación, y como ocurre con los libros impresos en papel, coexisten los catálogos
analógicos con sus pares digitales,  aunque sin  entrar en  competencia, ya  que  cumplen
funciones distintas. La ubicuidad de la información disponible en Internet coexiste con
el modelo de catálogo editorial impreso, cuyo uso es un placer visual y táctil.
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Los catálogos como herramientas

Mi lectura favorita en el retrete son los catálogos editoriales.
Recomiendo a  todo librero  que ejercite  la memoria de  esta
forma.  Es una sensación realmente  refrescante, digo,  para  la
memoria. En mi baño siempre hay un buen arsenal de ellos, al
menos hasta que llega la señora que limpia y me los devuelve
a la repisa de la sala donde están los demás.
Ángel García, 2006 
El catálogo es un instrumento que es utilizado de distintos modos según el destinatario
(Spina, 1995). Para un lector es una fuente de información, para un librero de consulta,
para un  editor  de promoción y para  un  bibliotecario una fuente  de selección.  Para un
asesor de comercialización, los catálogos son útiles como fuentes de información para
las tendencias actuales y futuras del mercado (Woll, 2003, p. 29). Los catálogos deben
estar cerca de  los  lectores, en el mostrador  de  las librerías.  Como dicen los  expertos
italianos autores de La Librería como negocio:
Actualmente  el  cliente  busca   del   librero   un   mejor   servicio,   ya   sea  en   cuanto   a   la
organización  del   punto   de   venta   (señales  más   claras  y  mejor   clasificación   de  los
géneros  y subgéneros principales)  o  al apoyo informativo (por ejemplo  la búsqueda
bibliográfica que permiten las computadoras, la disponibilidad de catálogos, reseñas,
etcétera).  En  resumen,  el  cliente  está   atento   a   las  novedades,  bastante  informado,
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quiere  gastar  menos  dinero, aprovecha la  ocasión y busca que  la  librería  le dé más


información (Brunetti et al., 2004, p. 27)
Es importante la conexión con los puntos de venta, lugares donde el catálogo debe estar
listo para los clientes:  aquellos que no tengan  tiempo o que “estén de  paso” por la
librería, pueden retirar un catálogo de novedades para leer en otro momento. Además de
contar con  computadoras que permiten corroborar un dato o una  búsqueda,  si el libro
existe,   si   está   disponible   en   el   estante,   en   depósito   o   en   otra   sucursal,   por   eso
“actualmente  en   las   librerías   se   permite  al   público  el   acceso   a   los   catálogos   y   a
instrumentos de consulta informática” (Brunetti et al., p. 252).
En  las  librerías  y  cadenas, “los libreros  de  sala deben  saber recomendar, conocer la
oferta, tener la capacidad de ofrecer alternativas al cliente. Es clave que desarrolle una
tecnología de análisis de catálogos”, y también es necesario que los libreros conozcan la
tecnología, para poder manejar bases de datos y ver los catálogos en línea (Nudelman,
2003).
Los editores leen los catálogos de otros editores para ver cómo va el mercado, qué
novedades publica la competencia, y cómo va el fondo de sus colegas. También para
detectar títulos de interés. Herralde, editor de Anagrama relata así un hallazgo.
Cuando recibía los catálogos de Lousiana University Press, esperaba encontrar las
informaciones habituales: libros sobre jazz a los campos de algodón o los barcos que
bajaban,   con   sus   fulleros   a   bordo,   por   el   Mississippi.   Pero   de   pronto   hubo   una
excepción: se anunciaba la única novela publicada por dicha editorial universitaria. A
Confederacy of Dunces, de John Kennedy Toole. En el catálogo se producía el texto de
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prestigioso novelista Walker Percy, que figura como prólogo del libro.
Más tarde Herralde (2004, p. 149) adquiere los derechos de la obra y en la primavera de
1982 publica  La conjura de los necios  con una  tirada de 4.000  ejemplares.  Ya en  el
verano se agotó  esa  tirada, la reedición  duró  un día y al  volver a  reeditarlo  la  obra se
convirtió en el longseller de Anagrama.
Pero los libreros, lectores, editores y bibliotecarios no son los únicos destinatarios de los
catálogos: de acuerdo a Spina un historiador de la cultura puede extraer de ellos variados
elementos   de   juicio   respecto  de  las   tendencias  predominantes   en   la   época.  Un
investigador de la historia de la actividad editorial puede observa: le: evolución de su
estructura, de su diseño, de su presentación. Un bibliográfo puede analizar los autores
y temas publicados, así como cantidad y tipos de ediciones, formatos, presentaciones.
En fin, los usos son distintos según la óptica de observación, pero los catálogos, más
allá del uso que  se les dé,  son a la  vez un instrumento informativo y promocional  al
mismo tiempo. Esta doble finalidad no puede ser soslayada en el momento de decidir la
elaboración  de   un  catálogo,  debiendo  considerar   los  elementos   que  contendrá  y
sopesar sus distintas formas (1995, p. 127)
Coincide   con   estos  términos  lo   manifestado   por  De   Sagastizábal,  para  quien  “en  el
catálogo de una editorial se pueden entrever  los criterios  de lectura de  una época, los
actores  sociales que se  piensan relevantes, los sistemas políticos  deseados,  los valores
culturales estimados prioritarios  (intelectuales,  afectivos,  religiosos,  etc.),  los  modelos
económicos considerados necesarios, el lugar de la tradición y la modernidad” (2008, p.
35).
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En palabras de Lesage y Netchine, el catálogo “es un libro hecho para hacer conocer a
otros  libros,  de  vocación  comercial, que  busca tentar  al cliente lector  por  medio de
descripciones   sugestivas”  (2001,  p.  30).   Los   catálogos   son   siempre  una  forma   de
promoción editorial, aunque distintos de  las otras variedades de  promoción como  los
señaladores,  las hojas  incluidas en  los libros,  las  tarjetas, las propagandas en diarios y
revistas:  El   catálogo  posee,  frente  a  éstas,  una   jerarquía   que   debe  ser  valorada   y
considerada   por   separado.  Dicha  jerarquía   nace  de   su   principal  elemento,  que   es  la
selección. Es fundamental luego la descripción bibliográfica, con los datos y elementos
que  conforman  la  edición   particular   de   los   distintos  títulos.  Las   descripciones   del
contenido, en forma de reseñas o comentarios, ayudan a los lectores a tomar decisiones.
Las ilustraciones juegan un rol importante, con las reproducciones y fotografías, y con
esquemas o infografías que presenten colecciones o series especiales. También pueden
incluirse  fragmentos de  prólogos o capítulos.  Los  datos  técnicos,  como el ISBN  o  el
código del  editor, además de  contribuir a facilitar  las  gestiones comerciales,  permiten
también una  identificación unívoca de un título en particular.  También  es muy  útil la
lista de precios, incluida a veces como hoja suelta dentro del catálogo o listada en forma
separada al final.
En cuanto a la periodicidad de los catálogos, en el mercado editorial estadounidense “los
principales   editores   difunden  sus   catálogos  tres   veces  al  año:  otoño,   invierno   y
primavera.   Las   editoriales   pequeñas  y   medianas  usualmente   publican   dos:  otoño   y
primavera.
Los editores planifican de acuerdo a las estaciones” (Bykofsky y Sander, 2003, p. 40).
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En Argentina, otoño es la estación clave para la Feria del Libro, invierno si es para la
Feria  del  Libro Infantil;  en México,  el mes es septiembre  para la  Feria  del  Libro de
Guadalajara.
Los  investigadores  españoles  Sánchez  Vigil,  Recio y  Fernández Fuentes  plantean  la
utilidad de los catálogos editoriales como obras de referencia (2001). Recordemos que
una   obra  de   referencia   es   una   fuente   de  información  de   carácter   documental.  Los
catálogos  reúnen una  serie  de  características generales susceptibles  de análisis  para su
estudio. Plantean así una' serie de consideraciones:
1.­   Los  catálogos   son  la   base   de   datos  de  los   fondos   editoriales  que  contienen   el
inventario interno de la producción editorial en un periodo de tiempo determinado.
2.­  Asimismo  son   documentos  de  referencia   del   patrimonio   en  lo  que  se  refiere  a
ediciones de fondo histórico y / o especial. 
3.­  Son  documentos  imprescindibles en el  estudio  y  análisis de la  edición desde todos
los puntos de vista: histórico, cultural, socio económico, etc.
4.­ Permiten la difusión de la producción editorial en eventos relacionados con la cultura
editorial:   ferias,  congresos,  encuentros,  intercambios,  etc.,  tanto  de  carácter   nacional
como internacional.
5.­  Constituyen  una  fuente  auxiliar   en  la  búsqueda,  análisis,  oferta  y  difusión  de  la
información.
6.­ Son instrumentos de trabajo en la recuperación del fondo editorial.
7.­ Son documentos secundarios en relación con la fuente primaria a la que remite: libro,
e­book, video, CD­ ROM, producto multimedia, etc.
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8.­ Su consulta es abierta, inmediata y directa.
9.­   La   información  contenida  es   ampliable  puesto   que  remite   a   nueva   información
contenida en otros documentos.
10.­. Generalmente pretenden la comercialización y/o difusión de sus contenidos, en el
área de negocio relacionado con la venta del “producto”.
Los catálogos son  la memoria  de  la  editorial, En este sentido, sería  importante  contar
con  una   colección   de  todos  los   catálogos   distribuidos   por   los   editores,   como
complemento útil de la bibliografía nacional. En algunas biblioteca., nacionales existen
secciones   especiales   para  conservarlos.  Y  si   es  cierto  que   los   catálogos  fomentan  e
incentivan   el   coleccionismo,  también   ellos   mismos   se   transforman   en   objetos   para
coleccionar, siendo piezas codiciadas por lectores, libreros, bibliotecarios y bibliófilos. 

Los catálogos como objeto de colección

Los  catálogos corrientes de los  libreros  constituyen un  grave problema.  Razones de


espacio prohíben la conservación de todos ellos ­¡Y es tan triste despreciarlos! No hay
libro de actualidad que alcance su fuerza de atracción. 
A.N.L. Munby, ¡Floreat Bibliomania! 1952 
Ciertos catálogos se convierten en codiciados objetos por parte de coleccionistas. Se los
busca   por   su   utilidad   y  valor  bibliográfico.  Los   catálogos  publicados  por   libreros   y
anticuarios  son  verdaderas piezas  bibliográficas de calidad  excelente,  guardados con
celo por parte de los coleccionistas, que a su vez son vendidos en catálogos de libreros
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anticuarios.  Las notas y  comentarios de  los  libreros  anticuarios desbordan erudición  y


agregan descripciones  muy  detalladas  de  los libros  puestos  en  venta. Los bibliófilos
editan  sus  catálogos   donde   informan   sobre   libros   de  interés  para   su   especialidad,
abundantes en detalles, observaciones curiosas y notas críticas. Se buscan los catálogos
de   editoriales   desaparecidas   para   detectar   las   colecciones,  para   verificar  datos,  para
completar citas bibliográficas.
Los   catálogos   de  remates  brindan   elementos  de   un  valor  incalculable  para   la
investigación: generados con una finalidad temporal, descartables y desechados una vez
acontecido  el   hecho,  suelen  ser   buscados   afanosamente   por   los  coleccionistas  y
frecuentadores de librerías de viejo. Este tipo de catálogos, no muy tenidos en cuenta y
relegados al olvido en muchos casos, pueden devenir en valiosas fuentes de información
histórica, ya que no sólo transmiten la personalidad del coleccionista, sino que además
dan indicios sobre hábitos de lectura, autores predominantes, modas literarias.
Los   libreros   anticuarios  poseen,   gracias   a  la   tecnología  de  Internet,   un   servicio  de
catálogos unificados: es la base Bibliopoly, coordinado por la famosa librería Quaritch,
que ofrece un listado del inventario de los libreros anticuarios participantes. El sistema
funciona en cinco idiomas: alemán, castellano, francés, inglés e italiano y es accesible en
// w  ww  . bi  blio  p  ol y.com/.   Otra  de  las  grandes  librerías  del  rubro,   la   canadiense
 ht  t p  :  

Abebooks,  fundada   en  1995,  ofrece  también  un   sistema  de  búsquedas   unificado  en
http:// www .  ab e  books
   .  com / .  En   diciembre  de   2008   Abebooks   se  transforma  en   filial  de

Amazon. En este particular servicio de compras, de libros usados Amazon fue pionera:
para  cada  título  buscado  indica  también  el   precio   mas  bajo   ofrecido  por   algún
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proveedor,   siguiendo   el  enlace   se.  dispara   una   nueva   búsqueda   y   se  muestran   los
distintos ejemplares ofrecidos por diferentes librerías de usados de Estados Unidos. En
el ámbito hispanohablante contamos con IberLibro (http://www.iberlibro.com). red con
miles de  librerías asociadas y  un  fondo de  110 millones  de  libros  nuevos,  antiguos,
agotados y de ocasión.
Los  catálogos  de   bibliotecas  o   de  colecciones   especiales  de   bibliotecas,   algunos
verdaderas   obras  de   referencia,  son   fuentes   indispensables  de  estudio  en  algunas
disciplinas   de   la  bibliotecología.   Estas  herramientas   son   usadas   por  investigadores,
editores o bibliográfos, por ejemplo, para hallar alguna obra específica o saber si alguna
obra ya fue publicada o traducida.
Coleccionar catálogos es hoy una actividad privada, pero también es una tarea que busca
un   nuevo   museo   o   biblioteca  de  catálogos.   Vale   recordar  el  caso   de  la   Biblioteca
Nacional de Francia, que tiene una sección especial dedicada a los catálogos editoriales
(Lesage y Netchine, 2001). Si los editores deben  entregar cuatro ejemplares  de cada
libro editado para contribuir a formar la memoria bibliográfica de un país ¿por qué no
conservar también los catálogos anuales de las editoriales? Son el registro básico, año a
año, de su producción.  Debería existir  una  sección en las bibliotecas nacionales que
conserve   este   tipo   de  publicaciones.   Ya   que  pese  a   su   aparente  utilidad   efímera,
coleccionar catálogos es una actividad incesante en el mundo del libro.

Tipos de catálogos
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...el  catálogo fiel de la Biblioteca, miles  y miles de catálogos


falsos,  la   demostración   de  la  falacia   de   esos  catálogos,  la
demostración de la falacia del catálogo verdadero 
Jorge Luis Borges, La biblioteca de Babel, 1941 
Para analizar los distintos tipos de catálogos existentes, elegimos la tipología de Pensato
(2007),  que  los encuadra dentro de  los  distintos  tipos de  bibliografías,  clasificándolos
como fuentes comerciales, formada por catálogos y listas editoriales, y los subdivide en
cinco subgrupos:
1.­ Catálogos generales, periódicos, de la producción disponible de cada Editor.
2.­ Boletines, panfletos, avisos, folletos, hojas sueltas de novedades.
3.­ Catálogos “históricos” de las editoriales.
4.­ Repertorios de libros disponibles (catálogos de catálogos editoriales).
5.­ Catálogos de librerías de anticuarios, de remates, de usados.

1.­   Los  catálogos   generales  son  emitidos  a  intervalos   periódicos:  generalmente   los
editores publican un catálogo anual para la feria del libro (la mejor ocasión del año para
recopilar   catálogos   y  folletos   editoriales).  Los   catálogos   suelen   estar   ordenados  por
colecciones, a veces con índices de autores y/o títulos; de acuerdo a la especialidad de la
editorial, pueden estar organizados por materias o disciplinas (por ejemplo los dirigidos
a un público universitario o profesional).
2:­  Los  boletines.  y   folletos,  caracterizados   por   Pensato   como   “variada   y  preciosa
menudencia   bibliográfica...  baratijas  del   oficio   adquirido”,  son  para   Krummel   una
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subcultura  de  la  bibliografía.  Cumplen  una  función  estrictamente  de   aviso,  marchan
junto a los avisos en la prensa, radio y televisión, pueden incluir afiches y otras técnicas
de marketing, como la reproducción tipo gigantografía de la tapa del libro o del cuerpo
del  autor,  que   se  ubican  en   las   vidrieras  de  la   editorial   o  entre   los   estantes   de   las
librerías. Incluimos en esta sección a esa especie de “muestra gratis” que consiste en un
cuadernillo del  mismo tamaño  del libro anunciado, y que  tiene  tapa  y contratapa, con
portada, el prólogo  y  el primer capítulo de  la obra en venta (tanto  impresa en  papel
como por vía digital). También incluimos los avisos de obras “de próxima aparición”.
3.­  Catálogos históricos  de  las editoriales:  se publican en  ocasión  de aniversarios  o
celebraciones,  la  mayoría  ordenados  cronológicamente,   con   índices  de  autor,
colecciones, títulos  o temas. Suelen estar acompañados de una reseña histórica de la
empresa,   registros   analíticos   con   descripciones   narrativas   del  texto,  detalles  del
contenido de la obra, comentarios críticos.
4.­ Repertorios de libros disponibles: esta categoría que para Pensato son los “catálogos
de los catálogos editoriales”, se denominan en Bibliotecología “repertorios comerciales”
o   “repertorios  de  libros   en  venta”:   son   obras   que   reúnen   la   información   de  varios
catálogos o que unen varios catálogos. Tienen índices o accesos complementarios para
su   uso:  por  editoriales,  sellos,  por  ISBN.  En   Italia   existe   el  Catálogo  dei   libri   in
commercio, cuya edición de 2005 contiene unos 400.000 títulos de 4.000 editores, con
un   crecimiento   anual   de  40.000   registros,   e   incluye  también   libros  en   prensa.  Otro
repertorio famoso  es  el  Books in  print  de  Bowker  en Estados Unidos. En  el caso de
Bowker, también está disponible Global Books in Print, base de datos con más de veinte
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millones   de   registros   sobre   libros,  audiolibros  y  videos,   que  incluye   la   producción


inglesa,   estadounidense   y   canadiense.   Repertorios  similares  existen  en   Francia,
Alemania, España. Otras variedades de estos  repertorios comerciales son las  bases  de
datos  de las  agencias nacionales  del ISBN, accesibles  por  Internet: por ejemplo las  de
España, Argentina, México y la megabase RILVI creada y mantenida por el CERLALC
que recopila las bases del ISBN de América Latina, Brasil y España.
5.­ Catálogos de librerías de anticuarios, de remates, de usados. antes de Internet, era
costumbre   recibir   por   correo   los  catálogos  de   librerías  de   usados,  costumbre  que
desapareció junto  con muchas  librerías  de  usados y saldos. Algunas  de estas  librerías
envían hoy sus listados por correo electrónico o los publican directamente en Internet.
Los catálogos de remates, de aparición esporádica, son mayoritariamente listas basadas
en   colecciones   privadas   que  se  subastan.  Finalmente,  los   catálogos   de  librerías
anticuarias también han cedido sus registros a las bases de datos en línea y son raras hoy
las versiones impresas.
Para   contar   con   una   tipología   general   de   catálogos,   ofrecemos   la   siguiente
clasificación, basada en la de Spina (1995), con modificaciones y correcciones:
1.­ Según el ordenamiento:
1.1Alfabéticos: por título, por autores
1.2Temáticos: bajo grandes categorías de materias 
1.3Por colecciones: agrupando las obras según la serie a la cual pertenecen
1.4Por   editoriales:   el   caso   típico   de   catálogos   de   distribuidoras   o   grupos
editoriales 
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1.5Mixtos: combinando cualquiera de los mencionados 
2.­  Según el modo de presentación:
2.1 Anexos a una obra: se presentan como apéndice en las últimas hojas de un libro de
la editorial (llamados también “insertos”).
2.2. Folletos /  libros: autónomos, van desde dípticos  hasta volúmenes con más de 50
páginas
2.3 Boletín periódico: informa sobre las novedades a veces combinadas con otras obras
del fondo editorial (boletín de novedades, newsletter; e­mail)
2.4 Digital (sobre soportes magnéticos u ópticos): diskettes, CD­ROM
2.5 En  línea, vía Internet. Con distintos modos de navegación y búsqueda, es el más
dinámico y permite una actualización rápida y sencilla.
3.­ Según la forma de descripción presentada:
3.1 Sencilla, sólo títulos y autores (una lista de precios ¿es un catálogo?)
3.2 Con reseñas, tanto encomiástícas como objetivas
3.3 Con resúmenes que describen el contenido en forma narrativa.
3.4 Con notas de contenido que transcriben los sumarios o los títulos de los capítulos
3.5 Con datos bibliográficos: citas y otros elementos descriptivos
3.6  Con  notas  eruditas: con  comentarios  analíticos,  valorativos,  críticas  literarias,  o
destacando   particularidades   de  los   títulos   incluidos  (Martínez  de  Sousa   lo   llama
“catálogo comentado”) 
4.­ Según el destinatario: 
4.1 Para lectores: simples, con énfasis en la atracción hacia la compra (vía diseño)
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4.2 Para libreros: orientados hacia el aspecto comercial, con códigos de colecciones o
precios
4.3 Para bibliotecarios y encargados de selección: con descripciones completas, notas
de contenido, precio, y cualquier otro dato que ayude a la toma de decisiones
4.4   Para   coleccionistas   y   bibliófilos:   abundantes   en  detalle  descriptivos  de  las
características peculiares y distintivas del ejemplar analizado.
4.5  De  remates:  muy importantes  para valorar  la calidad  del  material que sale a la
venta, especialmente cuando se trata de coleccionistas
4.6 Para círculos de lectores o canales de venta directa
5.­ Según la finalidad perseguida:
5.1 Promocionales: buscan impulsar la venta de los fondos de la editorial 
5.2 Conmemorativos: destacan acontecimientos especiales, tales  como aniversarios o
números de volúmenes importantes que alcanza una colección
5.3   Para   ferias   y   exposiciones:   abarcativos   de   los   productos   presentados   en   estos
eventos 
5.4 Novedades editoriales: informan periódicamente sobre los nuevos títulos lanzados
al mercado
5.5   Prospectivos:  informar   sobre   los   planes   de   edición   futuros   (“De   próxima
aparición”, “En prensa”, “Próximos títulos”). 
5.6 Generales o totales: listan el fondo editorial completo 
6.­ Según el tipo de materiales incluidos: 
6.1 De libros y folletos
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6.2 De publicaciones periódicas y seriadas
6.3 De obras de referencia 
6.4 De materiales sonoros
6.5 De materiales audiovisuales
6.6 De materiales cartográficos
6.7 De materiales digitales 
6.8 Mixtos
7. Según la distribución / origen / fondo:
7.1 De una editorial
7. 2 De un sello
7.3 De uno o más sellos de un grupo editor 
7.4 De varias editoriales (de una distribuidora)
7.5 De librería
7.6 De librería de saldos 
7.7 De librería anticuaria (para Martínez de Sousa, de libros de ocasión”)
7.8 Mixtos 

La elaboración de catálogos editoriales
No es preciso tener muchos libros, sino tenerlos buenos. 
Lucio Anneo Séneca, Epistolae Morale 
Los pasos a seguir para la preparación de un catálogo son muy similares a los procesos
para   la   compilación   de   una   bibliografía.  En   primer   lugar,   debemos   determinar   la
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selección de los títulos a incluir; segundo, qué tipo de catálogo produciremos: una hoja
de novedades o un folleto; la tercera etapa estará dedicada a la recolección de datos y su
ordenamiento (considerando si la información se presentará en forma simple, con pocos
detalles o completa: con datos bibliográficos, reseñas, ilustraciones, códigos y precios de
los libros); en cuarto lugar se procede al armado del original; la quinta y última fase es
la corrección y el diseño.
El armado del catálogo se realiza a partir de un conjunto de registros bibliográficos. Con
las técnicas  de descripción bibliográfica, sumadas a los resúmenes,  podemos obtener
registros anotados con reseñas y comentarios recopilados de la prensa. La base de datos
es el núcleo desde  donde armamos la  totalidad  de  los procesos de gestión de  nuestros
títulos.
En  el   objetivo   del  armado  del  catálogo,  del   total   de  campos   de  la  base  principal
tendremos señalados aquellos campos que nos permitan obtener, entre otros productos,
el  catálogo  anual,  el  catálogo   de  novedades,  el  catálogo  de   estación,  el  catálogo
ocasional para eventos específicos (por ejemplo jornadas de profesionales en diferentes
especialidades), o el de próximos títulos o en prensa. La organización del contenido de
los catálogos puede realizarse sobre cualquier elemento de la descripción bibliográfica.
La organización gira alrededor de un eje temático o por las colecciones. La mayoría de
los  catálogos  editoriales   suelen   estar   ordenados  por  colecciones  o  grandes   áreas
temáticas.
La elección de los puntos de acceso  para el  ordenamiento se  hará de acuerdo  a  los
objetivos   del   catálogo:  presentar   una   colección,   una   selección  de   obras   sobre
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determinado tema, la producción total de la editorial. De acuerdo al criterio principal se
ordenarán  luego   los   registros   por  un  determinado  campo:   por   autor,  por   título,   por
colecciones.  Si ordenamos el  catálogo  por  colecciones,  el subordenamiento  puede ser
por autor, o siguiendo el plan editorial en forma secuencial (numérica) de publicación.
También   es   común   en   muchos   catálogos   (en   realidad,   simples  listas   de   precios)
encontramos con los registros ordenados por autor, ya continuación los mismos registros
ordenados por materias o colecciones. Esta repetición inútil de datos ­y su consiguiente
desperdicio de papel­ podría evitarse con un índice temático que remitiera a los registros
bibliográficos ya ordenados por autor (el índice remitiría a los números de página o de
los   registros).  Una  vez   ordenados   por   autor   o   tema,   se   denomina   “entrada”   a   cada
elemento de la descripción en función del cual se ordenaron los registros bibliográficos.

Sugerencias para los catálogos en Internet
Cuando se ofrece acceso al catálogo por Internet es común ofrecer una interfaz con un
formulario de búsqueda. El editor debe también tener en cuenta que los usuarios pueden
querer recorrer o “navegar” (usamos este verbo por carecer en español del equivalente
del término inglés browse) los registros agrupados por autores, colecciones o materias.
Es   conveniente   entonces   prever   estas   posibilidades   de  lectura,   brindando   opciones
prearmadas.
En el caso de la navegación por temas, se trata de ofrecer hiperenlaces que exhiban las
materias   y   subdivisiones  temáticas.  Para  los  usuarios  el  funcionamiento  será
“transparente” e “intuitivo”:  simplemente cliquearán botones con la  leyenda  “Temas”,
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eligiendo entre las variantes propuestas.
Pueden disponerse agrupaciones por grandes categorías temáticas, pongamos por caso:
Derecho ­ Historia ­ Ingeniería ­ Lingüística). En otros casos, la navegación temática se
presenta al estilo de los encabezamientos de materia usados en las bibliotecas, que van
presentando los temas de lo general a lo particular, por ejemplo:
FICCIÓN ­ Literatura ­ Narrativa ­ Cuento 
NO FICCIÓN ­ Ensayo ­ Historia ­ Historia América ­ Historia Argentina
Se trata de consultas preestablecidas a la base de datos: el enlace “dispara” una consulta
a  la  base  de  datos  y  luego exhibe  los resultados, de  una  forma  transparente  para el
usuario. Para cumplir con las condiciones de usabilidad y amigabilidad de la interfaz es
muy  útil presentar un diseño simple, con  un formulario  visible, con  posibilidades de
navegación por temas estructurados. Pueden adaptarse las jerarquías de la clasificación
de Dewey o las principales líneas temáticas de las colecciones.
Un ejemplo de la lucha por acceder a la información bibliográfica en línea es la alianza
de Amazon con la British Library en noviembre de 2003 (Millán). La biblioteca aportó
dos millones y medio  de registros bibliográficos, de  los que 1,7  son anteriores a  la
introducción del ISBN. Estos registros con descriptores de las obras se integraron con el
sistema  Marketplace  de  Amazon.co.  uk  para permitir  la  compra y la venta  de libros
antiguos. La parte del león es el sesgo temático que poseen los registros bibliográficos
de la biblioteca. El negocio del libro antiguo / viejo / usado en Amazon empezó con la
compra  de  Bibliofind  en  1999,   que   ya   tenía   buenas   perspectivas,   a   pesar  de   la
competencia de otros actores como Abebooks, empresa canadiense a la que finalmente
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compró   en   diciembre   de   2008.  Los   registros   bibliográficos  normalizados   son  una


herramienta comercial y como tal son objeto de negociación por los principales actores
del sector editorial.
Otro dato muy importante es que el  catálogo sea activable  por Google:  es decir, que
cuando alguien busque algún título de libro o nombre de autor desde Google, entre los
resultados aparezcan los del editor o librero. En la jerga informática se denomina hacer
“recuperable por Google” la base de datos. Si antes el lema era “si no está en Internet,
no existe”, desde hace unos años es “si no está en los resultados de Google, no existe”.
También   debe  considerarse   la   opción  de   ingresar   al  sistema   de  Google   Libros,
verdadero catálogo en línea de libros de todo el mundo, con variadas posibilidades
de búsqueda y ya usado por muchos editores.
Recordemos su nacimiento: en diciembre  de 2003 Google comenzó como beta su
servicio de búsqueda en el interior de ciertos  libros.  En febrero de 2004 el  New
York Times informó sobre el “ambicioso esfuerzo secreto conocido como Proyecto
Océano” de Google que “planea ahora digitalizar toda la colección de la inmensa
Biblioteca de Stanford publicada antes de 1923, que ya no tiene  restricciones de
copyright.  El   proyecto     sumaría   millones   de   libros   digitalizados  que   serían
accesibles   exclusivamente   vía   Google”   (Millán,   2004).  Servicio   que   hoy
conocemos  como  Google   Libros,  serio   competidor   de  Amazon  pues   enlaza   a
librerías y editoriales.  Se  vaticina que el objetivo futuro de Google es vender  los
libros, o el acceso a la información protegida de los libros (Giordanino, 2009). La
herramienta de Google es una nueva forma de encontrar libros y debe ser tenida en
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cuenta al momento de considerar  la difusión de los títulos, tanto  a  nivel  de meta


datos como en la planificación del catálogo.
Los registros bibliográficos para el catálogo 
El original del autor sigue un camino por la editorial que atraviesa varios procesos.
Durante  ese  recorrido, se  genera  un  registro  en  la  base  de  datos  de  la  editorial
donde  se va realizando un seguimiento hasta que finaliza la edición.  La base de
datos  puede y debe  estar  en la Intranet de  la editorial,  a disposición de  todo el
personal   (Woll,   2003,   p.   158).   Datos   tales   como  cantidad   de  páginas,   formato,
diseño, están predefinidos de antemano.
La base  de  datos interna,  de  carácter principalmente  administrativo y de gestión,
tendrá campos que no serán de  interés para el  cliente externo, y algunos campos
que  no serán de interés para otras  áreas internas; por ejemplo, a Marketing puede
resultarle indiferente la tipografía usada o el programa de edición empleado, pero le
será indispensable saber  la cantidad de ejemplares vendidos con respecto al  tiraje
total.
Todos los campos de este registro “madre” contienen elementos de datos, excepto
algunos como el campo “Tapa” que contiene una dirección lógica que referencia a
un directorio (disco duro o drive de red) donde se almacenan las imágenes de las
tapas de los libros. Podría haber también otros enlaces a fotos del autor, un archivo
con el texto del primer capítulo, reseñas sobre la obra, etc. 
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Tabla 10.3. Registro completo (datos bibliográficos y administrativos)

ISBN­10 ISBN­10: 987­1240­23­6
ISBN­13 ISBN­13: 978­987­1240­23­4
Título Ocio, seguido de Veteranos del pánico
Edición 2ª
Autor Casas, Fabián
Sello / Editorial Santiago Arcos Editor
Precio VP $ $ 37,90
Precio US$ 10
Páginas 108
Fecha publicación 10/008
Colección Parabellum
Dir. De colección Choi, Domin
Subserie
Número de Col. 16
Soporte Papel
Materia 860A Literatura argentina
Formato: 13 x 18cm.
Encuadernación Rústica
Reseña Fabián Casas escribe para un lector modelo: sus amigos de la infancia en Boedo, a fines
de los setenta. Y por alguna rzón, que no le interesa dilucidar, como un sultán del swing,
logra que eso resuene en la literatura (en su literatura) contemporánea: la de todos los
días. [Ana Wajscsuk. Los Inrockuptibles]
Tapa
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Al momento de preparar una visualización para el catálogo en línea de la editorial,
se prepara un formato que muestre ciertos campos de este registro. A su vez la base
de datos estará preparada con campos de tipo administrativo que enlazarán hacia
los datos del cliente. Hoy es común trabajar con bases de datos relacionales, que
permiten luego el cruce de información; base de títulos; de clientes; de tarjetas de
crédito; de ventas; de pedidos.
Puede elaborarse un formato “amigable” para el público con los datos elementales
que permitan una identificación. Cabe recordar que los datos a exponer no deben
tener los requisitos identificatorios que exige una bibliografía nacional, pero deben
cumplir   con   la   descripción   precisa   del   producto   que   exige   toda   transacción
comercial.
También podemos contar con otro formato o salida prediseñada para el catálogo
anual,   con   los   campos   preseleccionados   (autor   en   tipografía   mayor,   título   en
negrita, fecha, cantidad de páginas, ISBN, precio y luego la reseña, la imagen a la
izquierda y los datos bibliográficos a la derecha, etc.).

Fig. 10.3. Ejemplo de página de catálogo

(Imágen) Fabían Casas
Ocio, seguido de
Veteranos del pánico
2ª ed. 2008. 108 p. $ 33,90.­
ISBN­ 10:987­1240­23­6
ISBN­ 13: 978­987­1240­23­4

Fabián Casas escribe para un lector modelo: sus amigos de la infancia en
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Boedo,   a   fines   de   los   setenta.   Y   por   alguna   razón,   que   no   le   interesa


dilucidar, como un sultán del swing, logra que eso resuene en la literatura
(en su literatura) contemporánea: la de todos los días. [Ana Wajsczuk. Los
Inrockuptibles]
El arduo trabajo de asignar temas a cada obra es una inversión a largo plazo. En el
caso de una editorial con miles de títulos, poder obtener un listado por distintos
temas   es   una   necesidad,   no   un   lujo.   Es   una   tarea   que   ayuda   a   dar   una   mejor
descripción de las obras y brinda distintas posibilidades de ordenar los registros:
por   colecciones,   por   grandes   temas,   por   subtemas.   La   descripción   debe   ir
acompañada   de   los   identificadores   bibliográficos   necesarios.   Los   públicos
destinatarios de los catálogos determinan en gran parte los tipos de resúmenes que
se usarán. Las descripciones de obras de narrativa pueden acompañarse de reseñas
argumentales, y las de obras académicas con notas de contenido de los capítulos o
resúmenes informativos. De acuerdo a la cantidad de títulos incluida, puede ser
necesario incorporar índices de autores y de títulos. Todos estos puntos deben ser
considerados cuidadosamente y es útil para eso contar con una lista de control.

Lista de control por catálogos editoriales

Coleccionar libros es una ocupación que absorbe el tiempo entero, y
uno no llegaría muy lejos si gastara excesivo tiempo en frivolidades
como la lectura.
A. N. L. Munby, ¡Floreat Bibliomania! 1952
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Ofrecemos   una   serie   de   sugerencias  que  pueden   funcionar   como   una  guía   de
verificación  sobre  ciertos  puntos  básicos,  dejando  en   libertad   de   acción   a   los
editores para la elección de una u otra según su propio punto de vista. De acuerdo
al tipo de catálogo, puede que algunas no se apliquen. Adapte y modifique lo que
crea necesario, no solamente estudiando esta lista, sino analizando y estudiando los
catálogos de otros editores (particularmente quienes publican obras similares a las
suyas).  Seguimos  la   enumeración   propuesta   por  Spina   (1995),  con  algunos
pequeños   cambios.  No  entramos   en   detalles   relativos   a  diseño,  impresión  o
diagramación, ya que los mismos escapan a nuestros propósitos.
l.­ Establecer los objetivos facilita la selección de los elementos a incluir. Por ejemplo:
¿haremos  el  catálogo  de  una  colección'?  ¿O  sólo  de  las  novedades?  ¿O  de  una
disciplina? ¿Incluiremos sólo las obras  editadas en los últimos seis meses, o todo el
fondo? Los objetivos también   dependen  de  la disciplina  en que  se especialice  la
editorial (cada especialidad tiene su estilo, su lenguaje, sus costumbres).
2.­ Integrar la información de tal modo que pueda ser percibida por el lector como
un conjunto coherente de información y no como una recopilación fragmentada de
datos  sin  orden   ni   hilo  conductor.  Como  bien   dice   Davies,  “un   catálogo
conformado  por   un   conglomerado   de  libros   que   no  parecen   guardar   ninguna
relación entre sí será difícil de comercializar” (2005, p. 127). Es usual presentar los
catálogos   ordenados  por   colecciones   (que   siguen  un  criterio   temático),   pero
también pueden presentarse ordenados por autor, tema o títulos.
3.­ Tener presente el destinatario: los datos a incluir en un catálogo para un librero
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o para un bibliotecario varían de acuerdo con los intereses de cada uno. Al preparar
un  catálogo  para  consumidores universitarios, es  inútil  afirmar  que  determinado
libro es  “la mejor obra”  o  un  “éxito   de ventas”, porque  este público  estará más
interesado  en   una   correcta     descripción  del  contenido   del  documento   y   en   los
méritos académicos de los autores (Jennison,1969, p. 691).
4.­  Determinar   el   tipo   de   citas  y   la  inclusión   de   reseñas,  resúmenes,   notas   de
contenido, según el destinatario. Por ejemplo: en el caso de obras de ficción, suele
incluirse una breve reseña argumental. incluso con citas de pasajes de la obra, que
pueden  ir   acompañadas  de  una   breve   biografía   del  autor;   en   obras  técnicas   o
académicas, se puede incluir un resumen y también la  tabla de contenido.
5.­ Descripción bibliográfica: Brindar siempre una serie de datos suficientes como para
determinar claramente ciertos elementos bibliográficos imprescindibles:
 Título y subtítulo
 Autor/es
 Colaboradores  y   la   función  que   cumplen  (por   ejemplo  compiladores,;
ilustradores, fotógrafos, etc.)
 Número de edición (y aclarar si es actualizada, aumentada, etc.)
 Fecha de edición
 Editor o sello (si es el catálogo de una distribuidora)
 Extensión:  cantidad  de   páginas   o   volúmenes,  con   mención   de  las  distintas
paginaciones en la misma obra (romanos y arábigos)
 Tamaño (en algunos casos resulta un dato imprescindible)
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 Ilustraciones (si son en colores, tipos: mapas, gráficos, retratos)
 Colección o serie a la cual pertenece la obra
 Tipo de encuadernación (indicar si es rústica, tapa dura, etc.)
 ISBN (también código propio)
 Precio,
La inclusión de estos elementos ayuda a que las personas que no tengan posibilidad de
acceder  a la  obra  puedan tener  una  idea  clara  de  las  características  y extensión de la
misma.
6.­ Blurb: Además de la reseña encomiástica de rigor, hay que determinar el agregado
de  citas  de  comentarios elogiosos recibidos en otros  medios, según los  destinatarios.
Recuerde  que aunque el  blurb  es un estilo  que  presupone el  autoelogio,  conviene  no
exagerar para no ser empalagoso ni rimbombante. Trate de evitar las frases remanidas
como “la última gran novela”.
7.­ Ordenar los materiales incluidos según la conveniencia y posibilidad de consulta del
lector. Si contiene distintos tipos de materiales, mantenerlos separados para facilitar su
distinción.
8.­ Agregar índices de distinto tipo, especialmente para catálogos académicos o con un
gran número de títulos, para facilitar el acceso rápido a la información contenida, Si se
trata de catálogos de gran porte, es muy útil contar con índices de autores y títulos. 
9.­ Colocar la fecha de edición del catálogo (indicando en forma clara mes y año): sirve
para determinar la actualidad de la información registrada así como la de los precios que
eventualmente   se   coloquen   para   cada   obra.   Inclusive   se   puede   señalar   la   fecha   de
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vigencia o de validez de la información. 
10.­ Evitar el uso de abreviaturas poco frecuentes, así como el de siglas, acrónimos o
códigos   no   muy   conocidos.   Si   se   emplean   deben   ser   aclaradas   para   facilitar   su
interpretación al lector.
11., Actualización: cuando se incluyan descripciones de obras de referencia, tales como
enciclopedias, diccionarios, atlas, guías, es imprescindible mencionar la fecha de cierre
de los datos de las obras. No sólo ayudan a determinar el eventual envejecimiento de la
información sino también el valor de los mismos. El arquetipo es la página de muestra
de una enciclopedia con el último presidente electo. También hay que señalar la forma y
periodicidad de actualización.
12.­ Colocar el tamaño siempre y cuando el tipo de material lo justifique. Esta medida
puede resultar importante en cierto tipo de obras (por ejemplo los atlas, libros de arte,
infantiles, libros apaisados) ya sea para la manipulación como para la determinación del
espacio que ocupará dentro de las estanterías.
13.­  Distinciones y versiones:  cuando los catálogos  se destinen a  un  público masivo
mencionar   los   premios   recibidos,   las   adaptaciones   teatrales,  cinematográficas   o
musicales, así como también una breve semblanza biográfica del autor. Estos materiales
pueden complementar a los que se ubican en las solapas (en México “cuartas de forros”)
y en  la contratapa  del libro. Cualquier  otro hecho de repercusión  editorial destacable
como la permanencia en listas de best­sellers o los premios recibidos por el autor puede
ser mencionado.
14.­  Autoridad:  cuando  se  destinen  a  la  comunidad  profesional  o   científica   es
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conveniente informar sobre la autoridad del autor sobre el tema tratado, las instituciones
que avalan  o auspician  la edición,  las opiniones,  juicios de valor o  recensiones  que
recibió en las publicaciones profesionales o académicas, etc. De acuerdo a los estudios
de mercado, la imagen del autor es uno de los principales atractivos de compra.
15.­  Datos  bibliográficos:  cuando  se  destinen a la  comunidad  bibliotecaria incluir  la
mayor  cantidad  de  datos  posibles: no sólo servirán para el pedido correcto  de  la obra
sino que también serán utilizados en un futuro como fuente de búsqueda y corroboración
de datos.
16.­ Introducción: ¿Serían necesarias unas palabras preliminares para presentar una
colección? ¿El catálogo será  distribuido en un evento especial  o en una  feria y
podría ser gentil ofrecer unas palabras de presentación de la editorial y sus títulos?
Considere   si   es   apropiado   explicar   a   los  lectores  el   objetivo   del   catálogo:   el
aniversario de  la editorial,  la presentación de una colección nueva o de las obras
completas de un autor. 
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AACR2 Anglo­American Cataloguing Rules, Second Edition Reglas de Catalogación Angloamericanas,


segunda edición
AAER Asociación Argentina de Editores de Revistas
AAP American Publishers Asociation Asociación de Editores de Estados Unidos
AGICOA Association   de   Gestion   Internationale   Collective Asociación para la Gestión Internacional
desOeuvres Audiovisuelles Colectiva de Obras Audiovisuales
ALA American Library Association Asociación   de   Bibliotecarios   de   Estados
Unidos
ANSI American national Standart Institute Instituto Nacional de normas de Estados
Unidos
APA American Psychological Association Asociación   de   Psicólogos   de   Estados
Unidos
ASCII American Standart Code for Information Interchange Código Estadounidense Normalizado para
el Intercambio de Información
BASIC Book and Serial Industry Communications Comunicación de la Industria del Libro y
las   Revistas   (subdivisión   de   BISG,
Estados Unidos)
BIC Book Industry Communication Comunicación   de   la   Industria   del   Libro
(editores,   libreros   y   bibliotecarios   del
reino Unido)
BISG Book Industry Study Group Grupo de Estudio de la Industria del Libro
(Estados Unidos)
CAE Composotieur, Auteur, Editeur Compositor,   Autor,   Editor   (código
CISAC)
CAL Cámara Argentina del Libro
CAP Cámara Argentina de Publicaciones
CAPIF Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y 
Videogramas
CBE Council of Biology Editors Consejo de Editores de Biología
CERLALC Centro   Regional   para   el   Fomento   del   Libro   en
América Latina y el Caribe
CIP Cataloging publication Catalogación en fuente
CISAC Confedération Internationale des Sociétés d'Auteurs et  Confederación   Internacional   de
Compositeurs Sociedades de Autores y Compositores
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CONABIP Comisión   Nacional   Protectora   de   Bibliotecas


Populares (Argentinas)
CSS Casading Style Sheets Hojas de estilo en cascada
DCMI Dublin Core Metadata Initiative Iniciativa de Metadatos Dublin Core
DDC Dewey Decimal Classification Clasificación Decimal de Dewey (CDD)
DILVE Distribuidor   de   Información   del   Libro   Español   en
Venta
DOI Digital Objet Identifier Identificador de Objetos Digitales
DRM Digital Rights Management Administración digital de derechos
DTD Document Type Definition Definición de Tipos de Documentos
EAN Electronic Data Interchange Intercambio electrónico de datos
EDITEUR International group coordinating development of the  Organización   internacional   de   normas
standards infrastructure for electronic commerce in  para   el   comercio   electrónico   de   la
the book and serials sector industria del libro y las revistas
FAIGA Federación Argentina de la Industria Gráfica y Afines
FGEE Federación de Gremios de Editores de España
FIAPF Fédération International des Associations des  Federación Internacional de Asociaciones
Producteurs de Films de Productores Cinematográficos.
FRBR Functional Requeriments for Bibliographic Records Requisitos Funcionales de los Registros 
Bibliográficos
GIE Grupo Iberoamericano de Editores
GSI Global Systm, Global Standard y Global Solution 1 Unión de EAN y UCC para códigos de 
barras y comercio electrónico
GTIN Global Trade Item Number Número internacional de mercancía
HTML HyperText Markup Languaje Lenguaje de Marcación de Hipertextos
IDDN Inter Deposit igital Number Código para derechos de obras digitales
IFLA International Federartion of Library Associations Federación Internacional de Asociaciones
e Instituciones Bibliotecarias
IFPI International Federation of the Phonographic  Federación   Internacional   de   la   Industria
Industry Fonográfica
IFRRO Internaational Federation of Reproduction Rights  Federación   Internacional   de
Organisations Organizaciones   de   Derechos   de
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Reproducción
IMRAD Introduction, Methodology, Results, Analysys and  Introducción,   metodología,   resultados,
Conclusions análisis y conclusiones
INDECS Interoperability of Data in E­commerce System Interoperabilidad   de   los   datos   en   los
sistemas de comercio electrónico
IPI Interested party information Identificador de parte interesada (código 
CISAC)
ISAN International Standard Audiovisual Number Código Normalizado Internacional de 
Obras Audiovisuales
ISBD International Standard Bibliographic Description Normas Internacionales de Descripción 
Bibliográfica
ISBN International Standar Book Number Número Normalizado Internacional del 
Libro
ISDS International Serials Data System Sistema Internacional de Datos sobre 
Publicaciones Seriadas
ISMN International Standard Music Number Número Normalizado Internacional para 
Música Impresa
ISNI International Standard Name Identifier Identificador Normalizado Internacional 
de Nombres
ISO International Standards Organizatión Organización   Internacional   de
Normalización
ISRC International Standard Record Code Código Normalizado Internacional para 
Grabaciones Musicales
ISSN International Standard Serials Number Número Normalizado Internacional para 
Revistas
ISTC International Standard Textual Work Code Código Normalizado Internacional para 
Obras de Texto
ISWC International Standard Musiccal Work Code Código Normalizado Internacional de 
Obras Musicales
LCC Library of Congress Clasification Clasificación de la Biblioteca del 
Congreso de Estados Unidos
MARC Machine­Readable Cataloging Catalogación Legible por Máquina
MLA Modern Languaje Association Asociación   de   Lenguas   Modernas
(Estados Unidos)
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MPEG Moving Picture Experts Group Grupo de Expertos de Imágenes Móviles


NISO National Information Standards Organization Organización   Nacional   de   Normas
Información (Estados Unidos)
OCLC Online Computer Library Center
OECD Organisation   for   Economic   Co­operation   and Organización para la Cooperación y el 
Development Desarrollo Económico (OCDE)
OMRC Objetivos, metodología, resultados y conclusiones
ONIX Online Information ex­change Intercambio de Información en línea
PDF Portable Document Format Formato de documento portátil (Adobe 
Systems)
POD Print On Demand Impresión a pedido
PURL Persistent Uniform Resource Locator Localizador   Uniforme   Persistente   de
Recursos
RDF Resource Description Framework Infraestructura   para   la   descripción   de
recursos
RSS Really Simple Syndication Sindicación Realmente Simple
SGML Standart Generalized Markup Language Lenguaje   General   de   Marcación
Normalizado
STM International Association of Scientific, Technical, and  Asociación Internacional de Editores de 
Medical Publishers Ciencia, Tecnología y Medicina
UBC Universal Bibliographic Control Control Bibliográfico Universal (CBU)
UCC Universal Code Council Consejo   para   el   código   Uniforme
(Estados Unidos)
UDC Universal Decimal Classification Clasificación Decimal Universal (CDU)
Unesco United Nations Educational, Scientific and Cultural  Organización de las Naciones Unidas para
Organization la Educación y la Cultura
UNISIST UNESCO's WORLD Scientific Information  Sistema   de   Información   de   Ciencia   y
Programme Tecnología de la Naciones Unidas.
UPC Universal Product Code Código Universal de producto (Estados 
Unidos y Canadá)
URI Uniform Resource Identifiers Identificador Uniforme de Recursos
URL Uniform Resource Locator Localizador Uniforme de Recursos
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URN Uniform Resource Name Nombre Uniforme de Recursos


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