Los Catálogos Editoriales Tecnicas de Registro
Los Catálogos Editoriales Tecnicas de Registro
Los Catálogos Editoriales Tecnicas de Registro
Tomado de: Técnicas de registro y organización de materiales editoriales.
Autor: Eduardo Pablo Giordanino
Editorial: Santiago Arcos Editor
Año de publicación: 2010, Buenos Aires
EL USO DE ESTE MATERIAL ES PARA FINES PEDAGÓGICOS.
El contexto de los catálogos editoriales
Los catálogos editoriales son herramientas básicas de difusión y comercialización que
consisten en series ordenadas de datos que registran las partes de una colección. Los
catálogos comerciales indican los productos que se fabrican o distribuyen en un
momento particular. En el comercio del libro juegan un rol fundamental desde la etapa
previa a la publicación, al respecto Jennison destaca que “el catálogo es distribuido a los
autores y agentes, a los mayoristas y minoristas, a los bibliotecarios y docentes, a los
críticos y comentaristas de libros. El catálogo puede ser reemplazado a veces con avisos
de prensa y boletines ocasionales, pero es el vehículo fundamental para presentar y
promocionar las novedades” (1969, p. 699).
Los catálogos permiten identificar un material editorial y acceder a él, además de que
permiten conocer en detalle la composición del fondo editorial en un momento
determinado. Una vez que los materiales reseñados en el catálogo se agotaron, quedan
sus registros como testimonio de lo producido. Es la dimensión histórica y testimonial
del catálogo editorial, que nos permite conocer qué se leía en otras épocas, los aspectos
de la actividad comercial, los estilos tipográficos y también la existencia de obras hoy
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quizá inhallables. El catálogo debe generar adicción al sello editorial, afirma Herralde:
que pueda “generar fidelidad entre los libreros y lectores y convertirse así en al más
valioso activo de su capital simbólico” (2004, p. 160).
Una información bibliográfica pobre hace perder venta. Sabedores de esta realidad, los
editores son ellos mismos fuentes de información bibliográfica (Urbano, 2000),
información que además de circular por los catálogos de fondos y boletines de
novedades, en ONIX por la red, debe aprovechar el correo electrónico y los nuevos
canales como el RSS y las redes sociales.
En lo relativo a su presentación material, los catálogos adoptan distintas formas: pueden
ir desde un simple díptico a un volumen de más de 200 páginas: en soporte electrónico,
los catálogos son verdaderas bases de datos bibliográficas. Si el catálogo de papel lo
leemos como un libro (un libro sobre libros), el catálogo en línea tiene como ventaja
primordial la actualidad de la información.
Otras formas de promoción de los materiales editoriales relacionadas con los catálogos
son la distribución de las cubiertas de libros a los agentes y distribuidores. Antes o
después de la publicación pueden difundirse también folletos (dípticos, trípticos o
cuadernillos de novedades), así como una variada tipología de recursos: afiches o
posters, señaladores, estantes o packaging, exhibidores, o el primer pliego del libro con
el primer capítulo como muestra gratis. Los anuncios y reseñas cumplen una importante
función para los lectores porque “los catálogos editoriales, los anuncios de libros en
diarios y revistas, y las reseñas son todos factores vitales en la difusión del conocimiento
de los libros y para estimular el deseo de poseerlos y leerlos” (Feather, 1986, p. 18).
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Catálogos de historias, o historias de catálogos
Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he
peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos.
Jorge Luis Borges, La biblioteca de Babel, 1941
Los catálogos tienen una larga tradición en el mundo editorial: son una de las
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consecuencias de la renovación del arte de imprimir de Gutenberg. Con la imprenta de
tipos móviles, aumenta la producción de libros y los autores e instituciones producen
más títulos, que son accesibles a un número también creciente de lectores. La breve
historia de los catálogos editoriales que sigue pretende mostrar, sin ánimo de
exhaustividad, la evolución de los catálogos desde el siglo XV.
Al calor de la imprenta de tipos móviles de Gutenberg y acompañando al libro desde su
cuna nacen los catálogos (los primeros catálogos también son incunables). Nacen con
una característica peculiar, porque antes de las bibliografías eruditas, ya existían
catálogos de editores. En 1930 el bibliográfo alemán G. Schneider afirmó que la
“Bibliografía propiamente dicha no comienza hasta después de la invención de la
imprenta, siendo su remoto origen las listas de meras obras que comenzaron a publicar
impresores y libreros” (citado por Simón Díaz, 1971, p. 24). Estas “listas de meras
obras” de los libreros fueron un avance en la Bibliografía según Shera y Egan (1969,
citados por Machado, 2003, p. 47) porque
Al indicar las obras disponibles, sentaron las bases del moderno sistema de
bibliografías especializadas. Puede remontarse a los libreros el inicio de ciertas
funciones descriptivas de la catalogación tales como el tamaño, cantidad de páginas,
tipo y estado de la encuadernación, precio y hasta alguna descripción del contenido.
Antes de la Edad media no había catálogos editoriales, si bien eran técnicamente
posibles: los editores griegos y romanos llegaban a producir tiradas de 1.500 ejemplares
de algunos títulos (Voyles, 1971, p. 468). En la época de Cicerón, muchos libreros
romanos pegaban listas (pilae) con los títulos de las obras de los autores populares en las
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puertas de sus locales (Escolar Sobrino, 1984, p. 174), que pueden ser consideradas
como antecedentes de los catálogos.
En la Edad Media, los escribas y copistas también producían grandes tiradas (pecia) para
suplir la demanda de textos universitarios. Algunos copistas incluían su nombre y
dirección en los libros que producían, como el siguiente aviso que transcribe Putnam
(1962, p. 289).
Cualquier libro buscado, grande o chico, religioso o profano hermosamente decorado,
puede conseguirlo con Diepold Bauer, escriba en el pueblo de Hagenau.
Apenas introducida la nueva tecnología de Gutenberg, el comercio editorial fue muy
activo: se multiplican los imitadores, las ediciones piratas, las refundiciones. La
competencia era tal que en 1473 un impresor de Parma se disculpaba por lo descuidado
de su trabajo, diciendo que como otros talleres también estaban imprimiendo el mismo
texto, él tenía que imprimirlo “tan rápido como se cocinan los espárragos”. La mayoría
de los emprendimientos, de acuerdo a Unwin (1998), estaba a cargo de pequeños
empresarios, imprenteros o editores. Sus funciones se diferenciarían más adelante.
Johann Rynmann, un empresario de Augsburgo, llegó a publicar 200 libros y no
imprimió ninguno de ellos. “Los editores no tardan en promover sus libros”, acota
Unwin, imitando al comienzo los colofones de los escribas medievales, que colocaban
una nota en el libro, por lo general al final de los códices, con sus nombres, la fecha en
que terminaron el trabajo, y alguna plegaria o comentario. Nacen así los primeros
colofones de los impresores, que detallaban el título del libro, la fecha y lugar de
impresión, el nombre del impresor, y agregaban un poco de publicidad.
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En esa época, “ante la gran cantidad de libros disponibles se arbitran, por parte de los
impresoreslibreros, medidas que permitan la difusión del libro, primero mediante
carteles en los que se anunciaba la mercancía, posteriormente, la distribución se
organiza en las ferias” (Carrizo, 1994, p. 209). Aparecen los anuncios de libros, en
forma de volantes o pliegos, según Bálsamo (1998, p. 30). Uno de los primeros
antecedentes de anuncio publicitario surge en 1466 en Alemania, obra de Heinrich
Heggestein, de Estrasburgo. A comienzos de la década de 1470 aparecen en Milán y
Perugia los primeros editores comerciales, tal como los entendemos hoy, que financian y
dirigen el negocio de la edición.
La curiosidad y necesidad de saber qué libros nuevos habían aparecido se ve reflejada en
una carta de diciembre de 1470 de Francesco Filelfo a Andrea Bussi, donde pide
noticias de los libros publicados en Roma y sus precios pues quería “estar seguro [...] de
qué libros se imprimen allí y del precio que tiene cada uno” (Bálsamo, 1998, p. 30).
El primer catálogo comercial impreso conocido apareció en 1472, obra de dos
imprenteros alemanes, Konrad Schweinheim y Arnold Pannartz, instalados desde 1465
en el monasterio de Subiaco, a 50 km de Roma, donde habían llegado a instancias del
fraile Torquemada. Era una lista de libros incluida en una carta. Voyles sugiere que la
fecha oscila entre 1469 y 1472. De acuerdo a McKerrow, para 1472 Schweinheim y
Pannartz habían impreso 28 libros, con una tirada de 275 ejemplares cada uno (J998, p.
287).
En 1474 Gunter Zainer, impresor de Augsburgo, publicó una hoja suelta que listaba
quince títulos, dos años después publicó otra, enumerando esta vez 80 libros. También el
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mejor manera
Cuatro años después Erasmo corrige el catálogo y se publica con un grabado de Hans
Holbein en Basilea, aun en 1537 y 1540 se vuelve a publicar.
El primer “inserto” parece ser el publicado por el matemático y astrólogo italiano
Gerolamo Cardano, cuando incluye la lista de sus obras al final de su libro De Sapientia,
en el año 1544. Voyles (1971) en cambio atribuye esta innovación –que actualmente se
mantiene– a Aldo Manuzio el joven, que en 1586 imprime las listas de títulos
disponibles en las últimas páginas (sobrantes) de sus libros.
También en Venecia surge el concepto de colección: el tipográfo Gabriel Giolito de
Ferrari publica un conjunto de trece textos históricos griegos entre 1557 y 1570,
recopilados por Tommaso Porcacchi, bajo el mismo título de Collana storica, con el
mismo formato, como una estrategia para evitar la censura. Luego presentaría obras de
autores latinos e italianos agrupadas en conjuntos llamados Gli anelli. La Inquisición
comenzó los procesos por herejía en 1547 y en 1559 apareció el Index librorum
prohibitorum, verdadero anticatálogo que perduraría por cuatro siglos: su última edición
se publicó en Roma en 1948.
Poco después que Gutenberg inventara la imprenta de tipos móviles, a unos 20
kilómetros de Maguncia, comienza a realizarse en Frankfurt la Büchermess, la famosa
Feria del Libro. En 1564 se publica el primer catálogo general de libros en venta en la
feria, compilado por Georg Willer, librero de Augsburgo. “Desde 1598 se comenzó a
publicar el catálogo oficial de la Feria, denominado Catalogus universalis, donde
figuraban los libros que exponían y ofrecían para la venta los libreros participantes”
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(Spina, 1995). Se trataba de un catálogo de feria, con la lista de los materiales en
exposición.
La Feria se realizaba dos veces al año, con la presencia de editores, libreros, autores y
eruditos. Era un acontecimiento festivo, donde primaba el espíritu de intercambio, e
incluso Martín Lutero, considerado hereje en otras ciudades de Alemania, podía ofrecer
y distribuir sus libros en la Feria. Los catálogos se publicaron anualmente durante todo
el siglo siguiente. Frankfurt fue la capital del libro hasta el siglo XVII, cuando la Feria
pasa a realizarse en Leipzig. Las causas de esta migración fueron la censura y las
convulsiones políticas y sociales provocadas por la guerra de los Treinta Años. Otro
factor de gran influencia fue el abandono del latín como “lingua franca” en las
publicaciones y los tratados científicos, que comenzó a ser reemplazado por las lenguas
locales. Leipzig poseía también una sólida industria editorial y en el siglo XVII recibió
varios privilegios comerciales que la transformaron en el principal foco mercantil
alemán, y en el nuevo centro nacional del comercio librero. El catálogo de la Feria de
Frankfurt apareció por última vez en el año 1750. En cuanto a la cantidad de títulos que
circulaban en esta época, Darnton (1996) señala que “el catálogo de Leipzig no alcanzó
sino hasta 1794 el nivel que había fijado antes de la Guerra de los Treinta Años, cuando
concluyó 1.200 títulos de libros recientemente publicados. Con la efervescencia del
Sturm und Drang, el catálogo se elevó a 1.600 títulos en 1770; luego a 2.600 en 1780
ya 5.000 en 1800”. La Feria reaparecería en Frankfurt después de la Segunda Guerra
Mundial, al quedar Leipzig detrás de la Cortina de Hierro.
Andrew Maunsell impulsa en Inglaterra el British National Trade Catalog, hacia 1595,
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con el objetivo de incluir, a imitación de los catálogos de la Feria de Frankfurt, las obras
disponibles en el mercado. Uno de los aportes de Maunsell es introducir el criterio de
anteponer el apellido al nombre en el momento de listar los autores, y también señalar
bajo el título o la materia las obras sin autor (sin usar el antipático encabezamiento
“Anónimo” a veces todavía hoy usado).
También es famosa en lo relativo al comercio de libros la feria de Stourbridge. Los
impresores eran conscientes de la importancia de la publicidad: la necesidad de imprimir
información acerca de los bienes y servicios para facilitar su venta, práctica que se
consolidaría en el siglo XVII (Burke, 2002). En 1628 el británico Henry Featherstone,
de Londres, publica el primer catálogo de librero minorista, que incluía libros
importados de Italia.
Figura 10.1. Anuncio de Manuel Martín, editor de Cervantes, 1765
Esta Obra y otras muchas, se hallarán en la Librería de Martín,
calle de la Cruz, y en su Despacho de libros, calle ancha de
Majaderitos, núm. 6 y 7.
Fuente: Rodríguez Cepeda (1988)
En el mercado editorial inglés de los siglos XV y XVI los libros se anunciaban en listas
publicadas por los editores que eran trasladadas por los viajantes a distintas ciudades, el
precio de los libros dependía de la distancia de su lugar de origen. Phillip Gaskell,
bibliotecario y profesor del Trinity College de Cambridge, señala que desde finales del
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siglo XVI:
estas listas fueron sustituidas por los catálogos de las ferias del libro, catálogos de
libreros y de colecciones de anuncios comerciales, cuyo ejemplo inglés más importante
fue la serie “Term Catalogues” publicada entre 1668 y 1711. Las portadas de los libros
de los siglos XVI y XVII a veces se pegaban en las calles como anuncios; las listas de
los libreros figuraban impresas dentro de los libros desde aproximadamente 1650, y se
incluían al final de los libros desde aproximadamente 1685; los libros comenzaron a
anunciarse en las publicaciones periódicas en 1690, si no antes, y algunos libreros,
para anunciarse, utilizaban también tarjetas comerciales, prospectos, rótulos de libros,
etc. Una forma especial de anuncio fue la hoja de suscripción, que surgió en Inglaterra
a mediados del siglo XVII a partir de anuncios anteriores sobre futuras publicaciones, y
que invitaba a suscribirse a libros caros (p. 226)
El primer Term Catalogues apareció en 1668, por iniciativa de John Starkey, que lo
anunciaba así: “un catálogo como el impreso, verá su continuación publicada al final de
cada curso, si es bien acogido; ya que es el primer ensayo de este tipo” (McKerrow,
1998, p. 163). Hacia 1670 había “irracionales demandas” de los editores para insertar los
títulos de los libros. Otros libreros inician una serie rival, y ante la retirada de Starkey
los libreros de Londres continúan el catálogo hasta 1709, publicándolo regularmente
cuatro veces al año. Las entradas contenían el título completo, el formato, nombre del
editor y a veces el precio. Los anuncios de libros en prensa aparecían al final, aunque
McKerrow señala que los Term Catalogues “aparentemente sólo contienen los libros
que acababan de publicarse, aunque en algunos casos los libros aparecían en el catálogo
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antes de la fecha real de su publicación” (1998, p. 163). El siglo XVIII es uno de los
momentos estelares en la historia del libro impreso. Mejora la tersura del papel y la
calidad de las tintas. Las tapas y portadas abandonan el encolumnado barroco, y se
elaboran sólo con tipografía. Los burgueses coleccionan libros y surgen las grandes
bibliotecas privadas. Los libreros envían por correo sus catálogos a los posibles clientes.
Además de las universidades y los monasterios como centros intelectuales, aparecen
otras instituciones como las tertulias, las academias, los salones, los cafés y las librerías.
En Francia se publicaba semanalmente el Catalogue des livres nouveaux.
En esta época, dice Burke, “era frecuente que libros y diarios hiciesen publicidad de
otros libros y diarios. Las páginas de portada y contraportada anunciaban otras obras que
vendía el mismo impresor (la distinción moderna entre impresor y editor aún no era
normal en este período)” (2002, p. 208).
Otro ejemplo de bibliografía general universal es la iniciada por los alemanes Johann
Cless y Georg Draud, formada por recopilaciones de títulos de libros tomando como
puntos de partida los catálogos de las ferias de libros de Frankfurt y Leipzig. De la
misma manera es elaborado el Allgemeines Europäisches BücherLexicon de Theophilus
Giorgi, publicado en Leipzig entre 1742 y 1758. Esta es una área particular que se
anticipa a la actual bibliografía nacional, donde los libreros comienzan a sustituir a los
bibliográfos de tendencia erudita, y elaboran así “bibliografías selectivas, pero sobre
todo catálogos de venta perfectamente confeccionados” (Torres Rarnírez, 1996, p. 50).
La bibliografía era en aquel entonces la técnica usada para compilar esos catálogos, y
pasa a ser considerada por G. Martin como librorum historia et descriptio: historia y
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descripción de los libros y en lo relativo a los catálogos de libreros, es calificada por P.
Marchand como notitia res librariae, es decir, noticia de la librería (Torres Ramírez,
loc. cit.).
En España, Francisco Juan de Mena, librero de Madrid, publica en 1742 un repertorio
titulado Catálogo de los libros que tiene en venales Juan de Mena, para informar a los
clientes sobre su existencia de obrasen venta dentro y fuera de su librería. En 1747,
Pedro José Alonso y Padilla, para hacer “saber a muchos qué son los libros, cómo y
cuáles se deben tener”, publica su Catálogo de libros entretenidos de caballerías,
novelas, cuentos, historias y casos trágicos. Este simpático catálogo fue reimpreso en
1928 por el librero y bibliográfo Antonio Palau y Dulcet, y en 1979 se hizo una edición
facsimilar (Carrizo, 1994, p. 213).
A mediados del siglo XVIII era común en Londres distribuir catálogos de libreros y de
remates de libros en los cafés, tal como reza el reverso de la portada de un catálogo de
1754 de Osborne & Shipton (Voyles):
enviado a las Cafeterías más eminentes
en y cerca del Pueblo para uso de los Caballeros,
a quienes honestamente pedimos que no se lo lleven
En 1779 aparece el catálogo de venta pública (subasta), para Balsamo un “instrumento
de mediación directa entre las disponibilidades de un nuevo mercado en expansión y los
compradores, que puede permitir la transferencia incluso de colecciones completas y
organizadas de libros” (1998, p. 138 9).También es el momento del auge de los
catálogos de los libreros anticuarios, que llevan al librero e impresor Silvestre Boulard a
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afirmar:
Un catálogo es en cierto modo el nec plus ultra de un librero, es el trabajo más difícil,
el más espinoso de todos los que le pueden encomendar, porque necesita utilizar todos
los conocimientos que ha adquirido, y además es la piedra de toque que le permite
reconocer el grado de su talento (Traité élémentaire de Bibliographie, 1804)
Es común a finales de este siglo la inclusión de listas de obras publicadas en forma de
“insertos” al final de los libros, aprovechando las páginas remanentes, como puede verse
en las ediciones del Quijote realizadas por Martín desde 1777 hasta 1782 (Figura 10.2).
Figura 10.2. Inserto del editor Martín al final del Quijote (ver imagen)
El siglo XIX incorpora la prensa como la nueva forma de difusión de las ideas y entra en
escena la opinión pública. Los periódicos abaratan el costo de la lectura, llevando a
editores, impresores y libreros a nuevos emprendimientos para atraer y captar más
lectores. Gracias a las nuevas técnicas de impresión se acelera la producción (rotativas),
los libros incorporan ilustraciones (litografías, fotograbados). La comercialización
editorial incorpora la publicación de novelas por entregas y folletines, que luego
aparecen en forma de libro, y reaparecen también las ventas por suscripción, proceso
que había sido ensayado en el siglo anterior por Diderot con la Encyclopédie.
Comienzan también a manifestarse los síntomas de la explosión de información. El
crecimiento de la actividad editorial es tal que el salto cuantitativo del siglo XIX
“equivale a una producción más que quintuplicada respecto a la del siglo precedente,
(estimada en cerca de 1.500.000 obras)”, en palabras de Balsamo, que calcula la
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producción mundial en títulos decimonónica en unas 8.250.000 obras (1998, p. 173).
Esta superproducción es la que preocupa al filósofo alemán Arthur Schopehauer, que
hacia 1851 comenta en su ensayo sobre La lectura y los libros que Según Herodoto,
Jerjes lloró a la vista de su innumerable ejército, pensando que de todos aquellos
hombres no quedaría uno solo vivo en cien años. ¿Quién no llorará también, a la vista
del espeso catálogo de la feria de Leipzig, pensando que de todos esos libros, tal vez no
quedará uno solo vivo en diez años? (§ 5)
Durante el siglo XIX en España existían catálogos periódicos de varios libreros, entre
los que podemos mencionar el catálogo mensual de la Librería Nacional y Extranjería,
Razola desde 1838, Bergnes de las Casas desde 1842, Mariano Murillo desde 1873
(todos de Madrid), Battle (Barcelona), Cabrerizo (Valencia), según datos de Botrel
(2001). Varios de esos catálogos llegaban allende los mares, y servían a los propósitos
de difusión en otros continentes.
La importancia de los catálogos como medio de difusión de las publicaciones queda
reflejada en las Memorias de Benito Hortelano, editor español exiliado en Buenos Aires
en 1849: “Recibí por el paquete tres prospectos que Fernández de los Ríos me remitió de
la Biblioteca Universal. Apenas leí su contenido cuando comprendí la importancia de
esta publicación y el partido que de ella podría sacar”. Los prospectos que menciona
Hortelano seguramente eran catálogos con un nivel de detalles suficiente para permitirle
planificar un negocio editorial. Luego de arreglar “para publicarlo aquí con las
condiciones que me parecieron más adecuadas”, manifiesta su entusiasmo por haber
reunido mil suscriptores entre Buenos Aires, Entre Ríos y Montevideo (Hortelano, 1972,
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p. 67). En Inglaterra, el convenio entre libreros y editores sobre el precio fijo tiene como
campo de batalla a los catálogos, pues entre los demás datos bibliográficos constataban
los precios de las obras (Gaskell, p. 382383).
En 1820 en Londres se implementa la encuadernación en tela, hecho que provoca, según
Puglisi, la aparición de la sobrecubierta de papel (2003, p. 13). La primera sobrecubierta
fue publicada por Longman para The Keepsake en 1832, en ella figuraban el título,
autor, editor y en la parte posterior listaba otros títulos publicados por el editor. La
sobrecubierta es un paratexto muy importante por cuanto lleva, al igual que la contratapa
y las solapas, información del mismo tenor que los catálogos.
La tabla 10.1 exhibe la cronología de cuatro siglos de catálogos editoriales.
Tabla 10.1. Cronología de los catálogos editoriales
1472 Schweinheim y Pannartz, Subiaco, publican el primer catálogo
1474 Gunter Zainer, impresor de Augsburgo, hoja suelta con 15 títulos
1474 Imprenta de Regiomontanus (J. Müller), Lista de obras disponibles
1477 Nuremberg, tipógrafo Friedrich Creussner, “los que quieren los libros”
1477 Milán, editor Marco Roma Lista de libri stampiti (42 obras), distribución
1477 William Caxton, impresor inglés (“Por favor deje este afiche”)
1480 Nace la portada, a partir del colofón
1498 Aldo Manuzio, venecia, catálogo con precios de las obras
1519 Primer catálogo de autor (Erasmo), reimpreso en 1523, 1537, 1540
1544 Cardano, primer catálogo inserto al final de un libro (De Sapientia)
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1557 Primera colección: Gabriel Diolito, Collana storica, Venecia
1559 Index librorum prohibitorum, primer “anticatálogo”
1564 Primer catálogo general de libros en venta, Georg Willer, Frankfurt
1586 Aldo Manuzio el joven: listas de títulos en las últimas páginas (insertos)
1595 Andrew Maunsell (Inglaterra): Britsih National Trade Catalog
1598 Catálogo oficial de la Feria de Frankfurt: Catalogus universalis
1628 Henry Featherstone, británico, primer catálogo de librero minorista
1668 Term Catalogues, publicación de listas bibliográficas, hasta 1711
1721 Primer catálogo completo inserto (29 páginas), La Haya
1742 Allgemeines Europiäisches BücherLexicon de Giorgi, hasta 1758
1742 Catálogo de los libros que tiene en venales Juan de Mena, Madrid
Catálogo de libros entretenidos de caballerías, novelas... Madrid
1779 Aparece el catálogo de venta pública (subasta), Londres
1832 Primera sobrecubierta, The Keepsake, Longman, Londres
1874 Ioseph Whitaker, de Londres, Reference Catalog of Current Literature
A fines del siglo XIX la ciudad de buenos Aires poseía varias librerías de gran caudal y
exquisita selección, que fueron elogiadas por viajeros locales y extranjeros, al
compararlas con las ciudades destacadas de aquel entonces. Relata Rafael Arrieta que la
Librería Europea, de Luis Jacobsen, fundada en 1869, “publicaba semanalmente listas
bibliográficas en varios diarios... y solía editar catálogos de rara especialidad para el
medio, como el de ‘obras y periódicos de ciencia militar y naval’, aparecido en 1881”.
En las librerías del Buenos Aires decimonónico abundaban las obras francesas, no sólo
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las “novelas de sensación”, cuyos miles de ejemplares se agitan “tan luego como
aparecen”, en palabras” de Emilio Daireaux, hacia 1888. También se imprimían en
Francia las obras de autores argentinos.
Durante el siglo XIX muchos editores publicaban catálogos a intervalos regulares, hecho
que disminuyó la aparición de los catálogos de libreros minoristas. A medida que crecía
la cantidad de editores y libreros, la distribución de catálogos se tornó difícil. En 1874
Joseph Whitaker publicó en Londres su Reference Catalog of Current Literature, en dos
volúmenes, que contenían los catálogos de 135 editores y tenía un índice de 35.000
entradas. Apareció cada tres o cuatro años hasta 1932, momento en que Whitaker
publicó solamente el índice con entradas expandidas que ofrecían detalles de los libros.
En 1967 cambió su título por British Books in Print, con registros relevados
directamente de los editores: hoy esta base de datos contiene dos millones de registros y
puede consultarse por Internet.
Una de las bases más completas para información bibliográfica es Global Books in
Print, de la editorial especializada R. R. Bowker de Estados Unidos, accesible en
http:/ /www.globalbooksinprint.com. Es un catálogo de obras en venta en el mundo
anglosajón que contiene más de 20 millones de registros de libros editados en más de 40
países, entre los cuales hay medio millón de libros en español. Contiene obras
publicadas desde 1975. Se actualiza diariamente, permite crear listas y establecer alertas
por correo electrónico. Su contenido incluye libros en venta, libros de próxima aparición
y agotados (out of print), también registros de audio y videolibros. Ofrece detalles sobre
más de 420.000 editores y distribuidores. Contiene más de tres millones de reseñas de
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libros, permite ver portadas, las tablas de contenido y los primeros capítulos de algunos
libros.
Tabla 10.2. Los números de Global Books in Print (2008)
Total de registros/items 20.000.000
Registros de libros 18.500.000
Registros de audio 436.000
Registros de video 420.000
Registros de títulos en prensa 280.000
Reseñas 3.5000.000
Tablas de contenido 970.000
Notas y sinopsis 3.400.000
Editores representados 427.000
Imágenes de tapas 850.000
Menciones de premios 500.000
Primeros capítulos 160.000
Fuentes de reseñas 27
Fuentes de menciones en medios 25
Mercados cubiertos 43
Fuentes de rastreo de best sellers 16
Proveedores 45
Autobiografías 11.000
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Fuente: R. R. Bowker, Currents statistics (as of november 2008)
http://www.bowker.com, consultado 21.11.2009
Los catálogos como herramientas
Mi lectura favorita en el retrete son los catálogos editoriales.
Recomiendo a todo librero que ejercite la memoria de esta
forma. Es una sensación realmente refrescante, digo, para la
memoria. En mi baño siempre hay un buen arsenal de ellos, al
menos hasta que llega la señora que limpia y me los devuelve
a la repisa de la sala donde están los demás.
Ángel García, 2006
El catálogo es un instrumento que es utilizado de distintos modos según el destinatario
(Spina, 1995). Para un lector es una fuente de información, para un librero de consulta,
para un editor de promoción y para un bibliotecario una fuente de selección. Para un
asesor de comercialización, los catálogos son útiles como fuentes de información para
las tendencias actuales y futuras del mercado (Woll, 2003, p. 29). Los catálogos deben
estar cerca de los lectores, en el mostrador de las librerías. Como dicen los expertos
italianos autores de La Librería como negocio:
Actualmente el cliente busca del librero un mejor servicio, ya sea en cuanto a la
organización del punto de venta (señales más claras y mejor clasificación de los
géneros y subgéneros principales) o al apoyo informativo (por ejemplo la búsqueda
bibliográfica que permiten las computadoras, la disponibilidad de catálogos, reseñas,
etcétera). En resumen, el cliente está atento a las novedades, bastante informado,
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prestigioso novelista Walker Percy, que figura como prólogo del libro.
Más tarde Herralde (2004, p. 149) adquiere los derechos de la obra y en la primavera de
1982 publica La conjura de los necios con una tirada de 4.000 ejemplares. Ya en el
verano se agotó esa tirada, la reedición duró un día y al volver a reeditarlo la obra se
convirtió en el longseller de Anagrama.
Pero los libreros, lectores, editores y bibliotecarios no son los únicos destinatarios de los
catálogos: de acuerdo a Spina un historiador de la cultura puede extraer de ellos variados
elementos de juicio respecto de las tendencias predominantes en la época. Un
investigador de la historia de la actividad editorial puede observa: le: evolución de su
estructura, de su diseño, de su presentación. Un bibliográfo puede analizar los autores
y temas publicados, así como cantidad y tipos de ediciones, formatos, presentaciones.
En fin, los usos son distintos según la óptica de observación, pero los catálogos, más
allá del uso que se les dé, son a la vez un instrumento informativo y promocional al
mismo tiempo. Esta doble finalidad no puede ser soslayada en el momento de decidir la
elaboración de un catálogo, debiendo considerar los elementos que contendrá y
sopesar sus distintas formas (1995, p. 127)
Coincide con estos términos lo manifestado por De Sagastizábal, para quien “en el
catálogo de una editorial se pueden entrever los criterios de lectura de una época, los
actores sociales que se piensan relevantes, los sistemas políticos deseados, los valores
culturales estimados prioritarios (intelectuales, afectivos, religiosos, etc.), los modelos
económicos considerados necesarios, el lugar de la tradición y la modernidad” (2008, p.
35).
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En palabras de Lesage y Netchine, el catálogo “es un libro hecho para hacer conocer a
otros libros, de vocación comercial, que busca tentar al cliente lector por medio de
descripciones sugestivas” (2001, p. 30). Los catálogos son siempre una forma de
promoción editorial, aunque distintos de las otras variedades de promoción como los
señaladores, las hojas incluidas en los libros, las tarjetas, las propagandas en diarios y
revistas: El catálogo posee, frente a éstas, una jerarquía que debe ser valorada y
considerada por separado. Dicha jerarquía nace de su principal elemento, que es la
selección. Es fundamental luego la descripción bibliográfica, con los datos y elementos
que conforman la edición particular de los distintos títulos. Las descripciones del
contenido, en forma de reseñas o comentarios, ayudan a los lectores a tomar decisiones.
Las ilustraciones juegan un rol importante, con las reproducciones y fotografías, y con
esquemas o infografías que presenten colecciones o series especiales. También pueden
incluirse fragmentos de prólogos o capítulos. Los datos técnicos, como el ISBN o el
código del editor, además de contribuir a facilitar las gestiones comerciales, permiten
también una identificación unívoca de un título en particular. También es muy útil la
lista de precios, incluida a veces como hoja suelta dentro del catálogo o listada en forma
separada al final.
En cuanto a la periodicidad de los catálogos, en el mercado editorial estadounidense “los
principales editores difunden sus catálogos tres veces al año: otoño, invierno y
primavera. Las editoriales pequeñas y medianas usualmente publican dos: otoño y
primavera.
Los editores planifican de acuerdo a las estaciones” (Bykofsky y Sander, 2003, p. 40).
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En Argentina, otoño es la estación clave para la Feria del Libro, invierno si es para la
Feria del Libro Infantil; en México, el mes es septiembre para la Feria del Libro de
Guadalajara.
Los investigadores españoles Sánchez Vigil, Recio y Fernández Fuentes plantean la
utilidad de los catálogos editoriales como obras de referencia (2001). Recordemos que
una obra de referencia es una fuente de información de carácter documental. Los
catálogos reúnen una serie de características generales susceptibles de análisis para su
estudio. Plantean así una' serie de consideraciones:
1. Los catálogos son la base de datos de los fondos editoriales que contienen el
inventario interno de la producción editorial en un periodo de tiempo determinado.
2. Asimismo son documentos de referencia del patrimonio en lo que se refiere a
ediciones de fondo histórico y / o especial.
3. Son documentos imprescindibles en el estudio y análisis de la edición desde todos
los puntos de vista: histórico, cultural, socio económico, etc.
4. Permiten la difusión de la producción editorial en eventos relacionados con la cultura
editorial: ferias, congresos, encuentros, intercambios, etc., tanto de carácter nacional
como internacional.
5. Constituyen una fuente auxiliar en la búsqueda, análisis, oferta y difusión de la
información.
6. Son instrumentos de trabajo en la recuperación del fondo editorial.
7. Son documentos secundarios en relación con la fuente primaria a la que remite: libro,
ebook, video, CD ROM, producto multimedia, etc.
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8. Su consulta es abierta, inmediata y directa.
9. La información contenida es ampliable puesto que remite a nueva información
contenida en otros documentos.
10.. Generalmente pretenden la comercialización y/o difusión de sus contenidos, en el
área de negocio relacionado con la venta del “producto”.
Los catálogos son la memoria de la editorial, En este sentido, sería importante contar
con una colección de todos los catálogos distribuidos por los editores, como
complemento útil de la bibliografía nacional. En algunas biblioteca., nacionales existen
secciones especiales para conservarlos. Y si es cierto que los catálogos fomentan e
incentivan el coleccionismo, también ellos mismos se transforman en objetos para
coleccionar, siendo piezas codiciadas por lectores, libreros, bibliotecarios y bibliófilos.
Los catálogos como objeto de colección
Abebooks, fundada en 1995, ofrece también un sistema de búsquedas unificado en
http:// www . ab e books
. com / . En diciembre de 2008 Abebooks se transforma en filial de
Amazon. En este particular servicio de compras, de libros usados Amazon fue pionera:
para cada título buscado indica también el precio mas bajo ofrecido por algún
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proveedor, siguiendo el enlace se. dispara una nueva búsqueda y se muestran los
distintos ejemplares ofrecidos por diferentes librerías de usados de Estados Unidos. En
el ámbito hispanohablante contamos con IberLibro (http://www.iberlibro.com). red con
miles de librerías asociadas y un fondo de 110 millones de libros nuevos, antiguos,
agotados y de ocasión.
Los catálogos de bibliotecas o de colecciones especiales de bibliotecas, algunos
verdaderas obras de referencia, son fuentes indispensables de estudio en algunas
disciplinas de la bibliotecología. Estas herramientas son usadas por investigadores,
editores o bibliográfos, por ejemplo, para hallar alguna obra específica o saber si alguna
obra ya fue publicada o traducida.
Coleccionar catálogos es hoy una actividad privada, pero también es una tarea que busca
un nuevo museo o biblioteca de catálogos. Vale recordar el caso de la Biblioteca
Nacional de Francia, que tiene una sección especial dedicada a los catálogos editoriales
(Lesage y Netchine, 2001). Si los editores deben entregar cuatro ejemplares de cada
libro editado para contribuir a formar la memoria bibliográfica de un país ¿por qué no
conservar también los catálogos anuales de las editoriales? Son el registro básico, año a
año, de su producción. Debería existir una sección en las bibliotecas nacionales que
conserve este tipo de publicaciones. Ya que pese a su aparente utilidad efímera,
coleccionar catálogos es una actividad incesante en el mundo del libro.
Tipos de catálogos
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1. Los catálogos generales son emitidos a intervalos periódicos: generalmente los
editores publican un catálogo anual para la feria del libro (la mejor ocasión del año para
recopilar catálogos y folletos editoriales). Los catálogos suelen estar ordenados por
colecciones, a veces con índices de autores y/o títulos; de acuerdo a la especialidad de la
editorial, pueden estar organizados por materias o disciplinas (por ejemplo los dirigidos
a un público universitario o profesional).
2: Los boletines. y folletos, caracterizados por Pensato como “variada y preciosa
menudencia bibliográfica... baratijas del oficio adquirido”, son para Krummel una
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subcultura de la bibliografía. Cumplen una función estrictamente de aviso, marchan
junto a los avisos en la prensa, radio y televisión, pueden incluir afiches y otras técnicas
de marketing, como la reproducción tipo gigantografía de la tapa del libro o del cuerpo
del autor, que se ubican en las vidrieras de la editorial o entre los estantes de las
librerías. Incluimos en esta sección a esa especie de “muestra gratis” que consiste en un
cuadernillo del mismo tamaño del libro anunciado, y que tiene tapa y contratapa, con
portada, el prólogo y el primer capítulo de la obra en venta (tanto impresa en papel
como por vía digital). También incluimos los avisos de obras “de próxima aparición”.
3. Catálogos históricos de las editoriales: se publican en ocasión de aniversarios o
celebraciones, la mayoría ordenados cronológicamente, con índices de autor,
colecciones, títulos o temas. Suelen estar acompañados de una reseña histórica de la
empresa, registros analíticos con descripciones narrativas del texto, detalles del
contenido de la obra, comentarios críticos.
4. Repertorios de libros disponibles: esta categoría que para Pensato son los “catálogos
de los catálogos editoriales”, se denominan en Bibliotecología “repertorios comerciales”
o “repertorios de libros en venta”: son obras que reúnen la información de varios
catálogos o que unen varios catálogos. Tienen índices o accesos complementarios para
su uso: por editoriales, sellos, por ISBN. En Italia existe el Catálogo dei libri in
commercio, cuya edición de 2005 contiene unos 400.000 títulos de 4.000 editores, con
un crecimiento anual de 40.000 registros, e incluye también libros en prensa. Otro
repertorio famoso es el Books in print de Bowker en Estados Unidos. En el caso de
Bowker, también está disponible Global Books in Print, base de datos con más de veinte
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1.5Mixtos: combinando cualquiera de los mencionados
2. Según el modo de presentación:
2.1 Anexos a una obra: se presentan como apéndice en las últimas hojas de un libro de
la editorial (llamados también “insertos”).
2.2. Folletos / libros: autónomos, van desde dípticos hasta volúmenes con más de 50
páginas
2.3 Boletín periódico: informa sobre las novedades a veces combinadas con otras obras
del fondo editorial (boletín de novedades, newsletter; email)
2.4 Digital (sobre soportes magnéticos u ópticos): diskettes, CDROM
2.5 En línea, vía Internet. Con distintos modos de navegación y búsqueda, es el más
dinámico y permite una actualización rápida y sencilla.
3. Según la forma de descripción presentada:
3.1 Sencilla, sólo títulos y autores (una lista de precios ¿es un catálogo?)
3.2 Con reseñas, tanto encomiástícas como objetivas
3.3 Con resúmenes que describen el contenido en forma narrativa.
3.4 Con notas de contenido que transcriben los sumarios o los títulos de los capítulos
3.5 Con datos bibliográficos: citas y otros elementos descriptivos
3.6 Con notas eruditas: con comentarios analíticos, valorativos, críticas literarias, o
destacando particularidades de los títulos incluidos (Martínez de Sousa lo llama
“catálogo comentado”)
4. Según el destinatario:
4.1 Para lectores: simples, con énfasis en la atracción hacia la compra (vía diseño)
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4.2 Para libreros: orientados hacia el aspecto comercial, con códigos de colecciones o
precios
4.3 Para bibliotecarios y encargados de selección: con descripciones completas, notas
de contenido, precio, y cualquier otro dato que ayude a la toma de decisiones
4.4 Para coleccionistas y bibliófilos: abundantes en detalle descriptivos de las
características peculiares y distintivas del ejemplar analizado.
4.5 De remates: muy importantes para valorar la calidad del material que sale a la
venta, especialmente cuando se trata de coleccionistas
4.6 Para círculos de lectores o canales de venta directa
5. Según la finalidad perseguida:
5.1 Promocionales: buscan impulsar la venta de los fondos de la editorial
5.2 Conmemorativos: destacan acontecimientos especiales, tales como aniversarios o
números de volúmenes importantes que alcanza una colección
5.3 Para ferias y exposiciones: abarcativos de los productos presentados en estos
eventos
5.4 Novedades editoriales: informan periódicamente sobre los nuevos títulos lanzados
al mercado
5.5 Prospectivos: informar sobre los planes de edición futuros (“De próxima
aparición”, “En prensa”, “Próximos títulos”).
5.6 Generales o totales: listan el fondo editorial completo
6. Según el tipo de materiales incluidos:
6.1 De libros y folletos
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6.2 De publicaciones periódicas y seriadas
6.3 De obras de referencia
6.4 De materiales sonoros
6.5 De materiales audiovisuales
6.6 De materiales cartográficos
6.7 De materiales digitales
6.8 Mixtos
7. Según la distribución / origen / fondo:
7.1 De una editorial
7. 2 De un sello
7.3 De uno o más sellos de un grupo editor
7.4 De varias editoriales (de una distribuidora)
7.5 De librería
7.6 De librería de saldos
7.7 De librería anticuaria (para Martínez de Sousa, de libros de ocasión”)
7.8 Mixtos
La elaboración de catálogos editoriales
No es preciso tener muchos libros, sino tenerlos buenos.
Lucio Anneo Séneca, Epistolae Morale
Los pasos a seguir para la preparación de un catálogo son muy similares a los procesos
para la compilación de una bibliografía. En primer lugar, debemos determinar la
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selección de los títulos a incluir; segundo, qué tipo de catálogo produciremos: una hoja
de novedades o un folleto; la tercera etapa estará dedicada a la recolección de datos y su
ordenamiento (considerando si la información se presentará en forma simple, con pocos
detalles o completa: con datos bibliográficos, reseñas, ilustraciones, códigos y precios de
los libros); en cuarto lugar se procede al armado del original; la quinta y última fase es
la corrección y el diseño.
El armado del catálogo se realiza a partir de un conjunto de registros bibliográficos. Con
las técnicas de descripción bibliográfica, sumadas a los resúmenes, podemos obtener
registros anotados con reseñas y comentarios recopilados de la prensa. La base de datos
es el núcleo desde donde armamos la totalidad de los procesos de gestión de nuestros
títulos.
En el objetivo del armado del catálogo, del total de campos de la base principal
tendremos señalados aquellos campos que nos permitan obtener, entre otros productos,
el catálogo anual, el catálogo de novedades, el catálogo de estación, el catálogo
ocasional para eventos específicos (por ejemplo jornadas de profesionales en diferentes
especialidades), o el de próximos títulos o en prensa. La organización del contenido de
los catálogos puede realizarse sobre cualquier elemento de la descripción bibliográfica.
La organización gira alrededor de un eje temático o por las colecciones. La mayoría de
los catálogos editoriales suelen estar ordenados por colecciones o grandes áreas
temáticas.
La elección de los puntos de acceso para el ordenamiento se hará de acuerdo a los
objetivos del catálogo: presentar una colección, una selección de obras sobre
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determinado tema, la producción total de la editorial. De acuerdo al criterio principal se
ordenarán luego los registros por un determinado campo: por autor, por título, por
colecciones. Si ordenamos el catálogo por colecciones, el subordenamiento puede ser
por autor, o siguiendo el plan editorial en forma secuencial (numérica) de publicación.
También es común en muchos catálogos (en realidad, simples listas de precios)
encontramos con los registros ordenados por autor, ya continuación los mismos registros
ordenados por materias o colecciones. Esta repetición inútil de datos y su consiguiente
desperdicio de papel podría evitarse con un índice temático que remitiera a los registros
bibliográficos ya ordenados por autor (el índice remitiría a los números de página o de
los registros). Una vez ordenados por autor o tema, se denomina “entrada” a cada
elemento de la descripción en función del cual se ordenaron los registros bibliográficos.
Sugerencias para los catálogos en Internet
Cuando se ofrece acceso al catálogo por Internet es común ofrecer una interfaz con un
formulario de búsqueda. El editor debe también tener en cuenta que los usuarios pueden
querer recorrer o “navegar” (usamos este verbo por carecer en español del equivalente
del término inglés browse) los registros agrupados por autores, colecciones o materias.
Es conveniente entonces prever estas posibilidades de lectura, brindando opciones
prearmadas.
En el caso de la navegación por temas, se trata de ofrecer hiperenlaces que exhiban las
materias y subdivisiones temáticas. Para los usuarios el funcionamiento será
“transparente” e “intuitivo”: simplemente cliquearán botones con la leyenda “Temas”,
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eligiendo entre las variantes propuestas.
Pueden disponerse agrupaciones por grandes categorías temáticas, pongamos por caso:
Derecho Historia Ingeniería Lingüística). En otros casos, la navegación temática se
presenta al estilo de los encabezamientos de materia usados en las bibliotecas, que van
presentando los temas de lo general a lo particular, por ejemplo:
FICCIÓN Literatura Narrativa Cuento
NO FICCIÓN Ensayo Historia Historia América Historia Argentina
Se trata de consultas preestablecidas a la base de datos: el enlace “dispara” una consulta
a la base de datos y luego exhibe los resultados, de una forma transparente para el
usuario. Para cumplir con las condiciones de usabilidad y amigabilidad de la interfaz es
muy útil presentar un diseño simple, con un formulario visible, con posibilidades de
navegación por temas estructurados. Pueden adaptarse las jerarquías de la clasificación
de Dewey o las principales líneas temáticas de las colecciones.
Un ejemplo de la lucha por acceder a la información bibliográfica en línea es la alianza
de Amazon con la British Library en noviembre de 2003 (Millán). La biblioteca aportó
dos millones y medio de registros bibliográficos, de los que 1,7 son anteriores a la
introducción del ISBN. Estos registros con descriptores de las obras se integraron con el
sistema Marketplace de Amazon.co. uk para permitir la compra y la venta de libros
antiguos. La parte del león es el sesgo temático que poseen los registros bibliográficos
de la biblioteca. El negocio del libro antiguo / viejo / usado en Amazon empezó con la
compra de Bibliofind en 1999, que ya tenía buenas perspectivas, a pesar de la
competencia de otros actores como Abebooks, empresa canadiense a la que finalmente
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Tabla 10.3. Registro completo (datos bibliográficos y administrativos)
ISBN10 ISBN10: 9871240236
ISBN13 ISBN13: 9789871240234
Título Ocio, seguido de Veteranos del pánico
Edición 2ª
Autor Casas, Fabián
Sello / Editorial Santiago Arcos Editor
Precio VP $ $ 37,90
Precio US$ 10
Páginas 108
Fecha publicación 10/008
Colección Parabellum
Dir. De colección Choi, Domin
Subserie
Número de Col. 16
Soporte Papel
Materia 860A Literatura argentina
Formato: 13 x 18cm.
Encuadernación Rústica
Reseña Fabián Casas escribe para un lector modelo: sus amigos de la infancia en Boedo, a fines
de los setenta. Y por alguna rzón, que no le interesa dilucidar, como un sultán del swing,
logra que eso resuene en la literatura (en su literatura) contemporánea: la de todos los
días. [Ana Wajscsuk. Los Inrockuptibles]
Tapa
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Al momento de preparar una visualización para el catálogo en línea de la editorial,
se prepara un formato que muestre ciertos campos de este registro. A su vez la base
de datos estará preparada con campos de tipo administrativo que enlazarán hacia
los datos del cliente. Hoy es común trabajar con bases de datos relacionales, que
permiten luego el cruce de información; base de títulos; de clientes; de tarjetas de
crédito; de ventas; de pedidos.
Puede elaborarse un formato “amigable” para el público con los datos elementales
que permitan una identificación. Cabe recordar que los datos a exponer no deben
tener los requisitos identificatorios que exige una bibliografía nacional, pero deben
cumplir con la descripción precisa del producto que exige toda transacción
comercial.
También podemos contar con otro formato o salida prediseñada para el catálogo
anual, con los campos preseleccionados (autor en tipografía mayor, título en
negrita, fecha, cantidad de páginas, ISBN, precio y luego la reseña, la imagen a la
izquierda y los datos bibliográficos a la derecha, etc.).
Fig. 10.3. Ejemplo de página de catálogo
(Imágen) Fabían Casas
Ocio, seguido de
Veteranos del pánico
2ª ed. 2008. 108 p. $ 33,90.
ISBN 10:9871240236
ISBN 13: 9789871240234
Fabián Casas escribe para un lector modelo: sus amigos de la infancia en
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Lista de control por catálogos editoriales
Coleccionar libros es una ocupación que absorbe el tiempo entero, y
uno no llegaría muy lejos si gastara excesivo tiempo en frivolidades
como la lectura.
A. N. L. Munby, ¡Floreat Bibliomania! 1952
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Ofrecemos una serie de sugerencias que pueden funcionar como una guía de
verificación sobre ciertos puntos básicos, dejando en libertad de acción a los
editores para la elección de una u otra según su propio punto de vista. De acuerdo
al tipo de catálogo, puede que algunas no se apliquen. Adapte y modifique lo que
crea necesario, no solamente estudiando esta lista, sino analizando y estudiando los
catálogos de otros editores (particularmente quienes publican obras similares a las
suyas). Seguimos la enumeración propuesta por Spina (1995), con algunos
pequeños cambios. No entramos en detalles relativos a diseño, impresión o
diagramación, ya que los mismos escapan a nuestros propósitos.
l. Establecer los objetivos facilita la selección de los elementos a incluir. Por ejemplo:
¿haremos el catálogo de una colección'? ¿O sólo de las novedades? ¿O de una
disciplina? ¿Incluiremos sólo las obras editadas en los últimos seis meses, o todo el
fondo? Los objetivos también dependen de la disciplina en que se especialice la
editorial (cada especialidad tiene su estilo, su lenguaje, sus costumbres).
2. Integrar la información de tal modo que pueda ser percibida por el lector como
un conjunto coherente de información y no como una recopilación fragmentada de
datos sin orden ni hilo conductor. Como bien dice Davies, “un catálogo
conformado por un conglomerado de libros que no parecen guardar ninguna
relación entre sí será difícil de comercializar” (2005, p. 127). Es usual presentar los
catálogos ordenados por colecciones (que siguen un criterio temático), pero
también pueden presentarse ordenados por autor, tema o títulos.
3. Tener presente el destinatario: los datos a incluir en un catálogo para un librero
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o para un bibliotecario varían de acuerdo con los intereses de cada uno. Al preparar
un catálogo para consumidores universitarios, es inútil afirmar que determinado
libro es “la mejor obra” o un “éxito de ventas”, porque este público estará más
interesado en una correcta descripción del contenido del documento y en los
méritos académicos de los autores (Jennison,1969, p. 691).
4. Determinar el tipo de citas y la inclusión de reseñas, resúmenes, notas de
contenido, según el destinatario. Por ejemplo: en el caso de obras de ficción, suele
incluirse una breve reseña argumental. incluso con citas de pasajes de la obra, que
pueden ir acompañadas de una breve biografía del autor; en obras técnicas o
académicas, se puede incluir un resumen y también la tabla de contenido.
5. Descripción bibliográfica: Brindar siempre una serie de datos suficientes como para
determinar claramente ciertos elementos bibliográficos imprescindibles:
Título y subtítulo
Autor/es
Colaboradores y la función que cumplen (por ejemplo compiladores,;
ilustradores, fotógrafos, etc.)
Número de edición (y aclarar si es actualizada, aumentada, etc.)
Fecha de edición
Editor o sello (si es el catálogo de una distribuidora)
Extensión: cantidad de páginas o volúmenes, con mención de las distintas
paginaciones en la misma obra (romanos y arábigos)
Tamaño (en algunos casos resulta un dato imprescindible)
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Ilustraciones (si son en colores, tipos: mapas, gráficos, retratos)
Colección o serie a la cual pertenece la obra
Tipo de encuadernación (indicar si es rústica, tapa dura, etc.)
ISBN (también código propio)
Precio,
La inclusión de estos elementos ayuda a que las personas que no tengan posibilidad de
acceder a la obra puedan tener una idea clara de las características y extensión de la
misma.
6. Blurb: Además de la reseña encomiástica de rigor, hay que determinar el agregado
de citas de comentarios elogiosos recibidos en otros medios, según los destinatarios.
Recuerde que aunque el blurb es un estilo que presupone el autoelogio, conviene no
exagerar para no ser empalagoso ni rimbombante. Trate de evitar las frases remanidas
como “la última gran novela”.
7. Ordenar los materiales incluidos según la conveniencia y posibilidad de consulta del
lector. Si contiene distintos tipos de materiales, mantenerlos separados para facilitar su
distinción.
8. Agregar índices de distinto tipo, especialmente para catálogos académicos o con un
gran número de títulos, para facilitar el acceso rápido a la información contenida, Si se
trata de catálogos de gran porte, es muy útil contar con índices de autores y títulos.
9. Colocar la fecha de edición del catálogo (indicando en forma clara mes y año): sirve
para determinar la actualidad de la información registrada así como la de los precios que
eventualmente se coloquen para cada obra. Inclusive se puede señalar la fecha de
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vigencia o de validez de la información.
10. Evitar el uso de abreviaturas poco frecuentes, así como el de siglas, acrónimos o
códigos no muy conocidos. Si se emplean deben ser aclaradas para facilitar su
interpretación al lector.
11., Actualización: cuando se incluyan descripciones de obras de referencia, tales como
enciclopedias, diccionarios, atlas, guías, es imprescindible mencionar la fecha de cierre
de los datos de las obras. No sólo ayudan a determinar el eventual envejecimiento de la
información sino también el valor de los mismos. El arquetipo es la página de muestra
de una enciclopedia con el último presidente electo. También hay que señalar la forma y
periodicidad de actualización.
12. Colocar el tamaño siempre y cuando el tipo de material lo justifique. Esta medida
puede resultar importante en cierto tipo de obras (por ejemplo los atlas, libros de arte,
infantiles, libros apaisados) ya sea para la manipulación como para la determinación del
espacio que ocupará dentro de las estanterías.
13. Distinciones y versiones: cuando los catálogos se destinen a un público masivo
mencionar los premios recibidos, las adaptaciones teatrales, cinematográficas o
musicales, así como también una breve semblanza biográfica del autor. Estos materiales
pueden complementar a los que se ubican en las solapas (en México “cuartas de forros”)
y en la contratapa del libro. Cualquier otro hecho de repercusión editorial destacable
como la permanencia en listas de bestsellers o los premios recibidos por el autor puede
ser mencionado.
14. Autoridad: cuando se destinen a la comunidad profesional o científica es
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conveniente informar sobre la autoridad del autor sobre el tema tratado, las instituciones
que avalan o auspician la edición, las opiniones, juicios de valor o recensiones que
recibió en las publicaciones profesionales o académicas, etc. De acuerdo a los estudios
de mercado, la imagen del autor es uno de los principales atractivos de compra.
15. Datos bibliográficos: cuando se destinen a la comunidad bibliotecaria incluir la
mayor cantidad de datos posibles: no sólo servirán para el pedido correcto de la obra
sino que también serán utilizados en un futuro como fuente de búsqueda y corroboración
de datos.
16. Introducción: ¿Serían necesarias unas palabras preliminares para presentar una
colección? ¿El catálogo será distribuido en un evento especial o en una feria y
podría ser gentil ofrecer unas palabras de presentación de la editorial y sus títulos?
Considere si es apropiado explicar a los lectores el objetivo del catálogo: el
aniversario de la editorial, la presentación de una colección nueva o de las obras
completas de un autor.
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Reproducción
IMRAD Introduction, Methodology, Results, Analysys and Introducción, metodología, resultados,
Conclusions análisis y conclusiones
INDECS Interoperability of Data in Ecommerce System Interoperabilidad de los datos en los
sistemas de comercio electrónico
IPI Interested party information Identificador de parte interesada (código
CISAC)
ISAN International Standard Audiovisual Number Código Normalizado Internacional de
Obras Audiovisuales
ISBD International Standard Bibliographic Description Normas Internacionales de Descripción
Bibliográfica
ISBN International Standar Book Number Número Normalizado Internacional del
Libro
ISDS International Serials Data System Sistema Internacional de Datos sobre
Publicaciones Seriadas
ISMN International Standard Music Number Número Normalizado Internacional para
Música Impresa
ISNI International Standard Name Identifier Identificador Normalizado Internacional
de Nombres
ISO International Standards Organizatión Organización Internacional de
Normalización
ISRC International Standard Record Code Código Normalizado Internacional para
Grabaciones Musicales
ISSN International Standard Serials Number Número Normalizado Internacional para
Revistas
ISTC International Standard Textual Work Code Código Normalizado Internacional para
Obras de Texto
ISWC International Standard Musiccal Work Code Código Normalizado Internacional de
Obras Musicales
LCC Library of Congress Clasification Clasificación de la Biblioteca del
Congreso de Estados Unidos
MARC MachineReadable Cataloging Catalogación Legible por Máquina
MLA Modern Languaje Association Asociación de Lenguas Modernas
(Estados Unidos)
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Balsamo, Luigi. La bibliografía: historia de una tradición. Gijón, Trea, 1998.
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