Salvacion Hasta

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Un sermón predicado el 8 de Junio de 1856, Por C.H.

Spurgeon

En el auditorio de Exeter, Strand, Inglaterra

  

SALVACIÓN
HASTA LO SUMO
"Por lo cual puede también salvar eternamente a los
que por Él se allegan a Dios, viviendo siempre para
interceder por ellos" (Hebreos 7:25).

La salvación es una doctrina peculiar de la revelación. La


Biblia nos ofrece una historia completa de ella, sin que en
ningún otro sitio podamos encontrar más indicios. Dios ha
escrito muchos libros, pero sólo uno ha tenido como
objeto la enseñanza del camino de la misericordia. Ha
escrito el gran libro de la creación, cuya lectura es para
nosotros un deber y un placer. Es un volumen embellecido
en sus cubiertas con brillantes piedras preciosas y con
policromos tonos, conteniendo su interior maravillosas
páginas, ante las cuales el sabio se extasía por siglos, y
encuentra siempre en ellas nuevos termas para sus
conjeturas. La naturaleza es la cartilla donde el hombre
puede aprender el nombre de su Hacedor. Él ha adornado
con bordados, oro y pedrería. Hay doctrinas de verdad en
las poderosas estrellas, y lecciones escritas en verdes
campos y en el brotar de las flores. Cuando contemplamos
la tormenta y la tempestad, leemos en los libros de Dios,
porque todas las cosas nos hablan de El, como si fuera
mismo quien hablara; y si nuestros oídos están abiertos
podemos oír su voz en el murmullo de cada arroyuelo, en
el retumbar de cada trueno, en el resplandor de cada
rayo, en el parpadeo de cada estrella, y en los tiernos
capullos de las flores. Dios ha escrito el gran libro de la
creación para enseñarnos cuán infinito y poderoso es;
pero en él no encuentro nada sobre la salvación. Las rocas
dicen: "La salvación no está en nosotras"; el viento sopla,
pero su ulular no nos habla de salvación; las olas rompen
en la playa, pero entre los restos de náufragos que nos
traen no hallamos rastro de salvación; las profundas
simas de los océanos encierran perlas en sus entrañas,
pero no encierran la perla de la gracia; los cielos
estrellados son recorridos por meteoros fulgurantes, pero
no hay en sus estelas señales de salvación. Nada nos
habla de salvación a no ser este libro escrito por la
misericordia del Padre, donde encuentro su bendito amor
revelado a la gran familia humana, para decirles que están
perdidos, pero que El puede salvarlos, y que al salvarlos,
Él es "el justo y el que justifica". La salvación, pues,
tenemos que hallarla en las Escrituras y solamente en
ellas; porque en ninguna otra parte podríamos
encontrarla. Y puesto que ha de ser hallada en las
Escrituras, sostengo que la doctrina principal de la
revelación es la salvación. No creo, por lo tanto, que la
Biblia me haya sido enviada para enseñarme historia, sino
para hablarme de la gracia; tampoco para ofrecerme un
sistema filosófico, sino para enseñarme teología; ni,
mucho menos, para educarme. en la sabiduría humana,
sino en la sabiduría del Espíritu. por consiguiente, es mi
firme opinión que toda predicación sobre filosofía y ciencia
debe ser apartada del púlpito. Con esto no pretendo poner
coto a la libertad de nadie, porque Dios es el único juez de
la conciencia del hombre; pero si profesamos ser
cristianos, debemos predicar cristianismo; y si nos
llamamos ministros de Cristo, perdemos el tiempo
tontamente, engañamos a nuestros oyentes e insultamos
a Dios, si en lugar de hablar de salvación nos dedicamos a
disertar sobre botánica o geología. Todo aquel que no
predique siempre el Evangelio, no debiera ser considerado
como ministro de Dios.

Lógicamente, pues, es de la salvación de lo que quiero


hablaros. Hemos de destacar en nuestro texto varios
puntos importantes. En primer lugar, se nos dice quiénes
son los que serán salvos: "los que se allegan a Dios por
medio de Cristo"; a continuación, hasta dónde puede
salvar el Salvador: "puede salvar eternamente"; y por
último, la razón por la que puede salvar: "porque vive
siempre para interceder por ellos".

1. Primeramente se nos dice QUIÉNES SON LOS QUE HAN


DE SE SALVOS. Y éstos son "los que se allegan a Dios por
Jesucristo". No encontramos aquí ninguna discriminación
de secta o denominación. No dice, los bautistas, los
independientes, o los episcopales que se acerquen a Dios
por Jesucristo, sino simplemente "los que"; por lo que yo
entiendo que son todos aquellos, sin distinción de credo,
jerarquía o clase, que no hagan otra cosa que acercarse a
Cristo. Éstos serán salvos cualquiera que sea su aparente
posición ante los hombres o cualquiera que sea la
denominación a que pertenezcan.

1. Ahora consideraremos a quién se allegan estas


personas. "Se allegan a Dios." Por acercarnos a Dios no
debemos entender una mera devoción superficial, ya que
esto puede no ser más que una manera solemne de pecar.
Qué espléndida confesión encontramos en el Devocionario
de la Iglesia Anglicana: "Todos nos hemos apartado y
extraviado de tus caminos como ovejas perdidas; hemos
hecho lo que no debíamos y dejado de hacer lo que
debiéramos; no hay nada bueno en nosotros". No hay en
toda la lengua inglesa una declaración más hermosa; y sin
embargo, amigos, ¡cuán harto frecuente, hasta el más
bueno de nosotros, nos hemos burlado de Dios al repetir
estas palabras verbalmente, creyendo que hemos
cumplido con nuestro deber! ¡Cuántos de vosotros venís a
la capilla y, aunque dobláis vuestras rodillas en oración y
cantáis himnos de alabanza, debéis confesar vuestra
ausencia! Amigos míos, una cosa es ir a la capilla o a la
iglesia y otra muy distinta es ir a Dios. Hay muchas
personas que pueden orar elocuentemente y que así lo
hacen, y quienes han aprendido una forma de orar de
memoria o, quizá, emplean expresiones improvisadas de
su propia invención, pero que en lugar de ir a Dios, se
apartan de El en todo momento. Persuadios de que no
debéis contentaros con simples formalidades. Habrá
muchos condenados que, según ellos, no habrán
profanado el domingo; pero que durante toda su vida
estuvieron violándolo. Tan posible es quebrantar el
domingo en la iglesia, como en el parque; tan fácil en esta
solemne asamblea, como en vuestras propias casas.
Realmente profanáis el día del Señor cuando os limitáis
simplemente a cumplir con la obligación; y una vez
cumplida, os volvéis a vuestros hogares muy contentos
creyendo que ahí acabó todo -que habéis hecho el trabajo
del día- mientras que en ningún momento os habéis
acercado a Dios, sino a las ceremonias y ritos externos, lo
cual no es, en modo alguno, acercarse a Dios.

Permitid que os repita de nuevo que acercarse a Dios no


es lo que muchos de vosotros suponéis, es decir: realizar
de cuando en cuando un acto de devoción y dedicar al
mundo la mayor parte de vuestra vida. Creéis que si a
veces sois sinceros, y de vez en vez eleváis al cielo una
ferviente súplica, Dios os aceptará; y aunque vuestra vida
sea aún mundana y vuestros deseos carnales, suponéis
que gracias a esta devoción ocasional, Dios se contentará
y en su infinita misericordia borrará vuestros pecados. Os
digo, pecadores, que es imposible traer a Dios una mitad
sin entregarle la otra. Si una persona entra aquí, supongo
que habrá traído todo su ser; del mismo modo, si alguno
va a Dios no puede llevarle sólo una mitad, negándole la
otra. Todo nuestro ser debe ser entregado al servicio de
nuestro Hacedor. Debemos acudir a El con una entrega
total, dejando cuanto somos y cuanto podamos ser, para
estar completamente consagrados a su servicio, o de otro
modo nunca habremos ido a Dios como es debido. Me
maravillo al ver cuanta gente, en estos días, intenta amar
al mundo y a Cristo al mismo tiempo; como dice el viejo
proverbio: "Ponen una vela a Dios y otra al diablo". A
veces, cuando les conviene ser religiosos, son
verdaderamente buenos cristianos; pero dejan de serlo
cuando creen que la religión puede ocasionarles algún
contratiempo. Os prevengo que no os ha de servir de nada
el tratar de contemporizar de ese modo. "Si Jehová es
Dios, seguidle; y si BaaI, id en pos de él." Me gustan los
hombres íntegros de la clase que sean. Dadme un hombre
que sea pecador, que tengo esperanzas para él si veo que
reconoce sus vicios y tiene conciencia de su propia
condición; pero si me dais uno que sea indiferente, que no
sea lo bastante osado para darse al demonio, ni lo
suficientemente sincero para entregarse por entero a
Cristo, os digo que desespero de él. Quien quiera
pertenecer a ambos, es un caso completamente perdido.
¿Creéis, pecadores, que es posible servir a dos señores,
cuando Cristo ha dicho que no? ¿Os

imagináis que podéis andar con Dios y con Mammón al


mismo tiempo? ¿Podréis dar una mano a Dios y otra al
diablo? ¿Suponéis que se os permitirá beber en la copa del
Señor y en la de Satanás, a la par? Os digo que seréis
apartados como malditos y miserables hipócritas, si acudís
a Dios de esta manera. El quiere que vengáis totalmente,
o, de otra forma, no os recibirá. El hombre, todo él, debe
buscar a Dios y derramar toda su alma a Sus pies. No hay
otra manera de acercarse a Dios. ¡Oh!, los que claudicáis
entre dos pensamientos, recordad lo que os he dicho y
temblad.

Me parece oír a alguno que dice: "Bien, díganos pues, que


es acercarse a Dios". A este le contesto que acercarse a
Dios implica dejar algo. El que se acerque a Dios ha de
abandonar sus pecados, su propia justicia, sus malas y
sus buenas obras; y acudir a Él dejándolo todo.

Además, acercarse a Dios presupone que no existe


aversión hacia El; porque nadie se acercará a Dios
mientras le odie; antes al contrario, procurará más bien
alejarse de Él. Acercarse a Dios significa sentir amor hacia
Él y desear estar a su lado. Pero sobre todo, es orar y
tener fe en Él. Esto es acercarse a Dios, y los que así lo
hacen se encuentran entre los salvos; sus espíritus
anhelantes apresuran sus pasos.

2. Observemos a continuación de qué forma se allegan.


"Se allegan a Dios por medio de Cristo." Hemos conocido
a muchos que dicen que su religión es la naturaleza, y que
adoran a Dios en ella; los cuales creen que pueden
acercarse a Él prescindiendo de Jesucristo y despreciando
su mediación; estos, en caso de peligro, dirigen sus
oraciones a Dios sin fe alguna en el Mediador. ¿Imagináis,
acaso, que el Gran Dios, vuestro Creador, va a oíros y
salvaros prescindiendo de los méritos de su Hijo?
Solemnemente os aseguro en el santísimo nombre de
Dios, que jamás, desde la caída de Adán, ha sido
contestada por Dios el Creador oración alguna para
salvación sin la mediación de Jesucristo. Nadie puede ir al
Padre si no es por Jesucristo; y si alguno de vosotros
niega su divinidad, si vuestras almas no se acercan a Dios
por los méritos del Salvador, mi lealtad me obliga a
deciros claramente que estáis condenados; porque por
muy afables que seáis, no podéis tener razón a menos que
creáis en El. Elevad cuantas oraciones queráis, que, a
menos que las presentéis en el nombre de Cristo, seréis
condenados. No os servirá de nada si las lleváis al trono
vosotros mismos. "Vete de aquí, pecador, vete de aquí
-dice Dios-; nunca te conocí. ¿Por qué no pusiste tus
plegarias en las manos del Mediador? Ciertamente
hubieran sido respondidas. Pero por presentármelas tu
mismo, ¡mira lo que hago con ellas" Y leyendo tus
peticiones, las esparcirá a los cuatro vientos del cielo; y tú
te marcharas sin ser oído, y sin la salvación. El Padre no
salvará a nadie fuera de Cristo; no hay en el cielo ni una
sola alma que no haya sido salvada por Jesucristo; no hay
ni siquiera uno que haya ido a Dios directamente, sin
pasar por Jesús. Si queréis estar en paz con Dios, debéis
acercaros a Él por los méritos de Cristo, porque Él es el
camino, la verdad y la vida; presentando siempre su
justicia, y solamente la suya.

3. Empero cuando éstos se allegan, ¿por qué lo hacen?


Hay algunos que creen venir a Dios, pero no lo hacen
movidos por el motivo que debieran. ¡Cuántos estudiantes
acuden a Dios suplicando ayuda para sus estudios!
¡Cuántos comerciantes le piden que les resuelva sus
problemas! Están acostumbrados, ante cualquier
dificultad, a elevar tal tipo de oración que, si conocieran
su valor, desistirían del intento; porque "el sacrificio de los
impíos es abominación a Jehová". El pobre pecador sólo
tiene un objetivo al ir a Cristo. Para él, si el mundo le
fuese ofrecido, no merecería la pena aceptarlo si tuviese
que perder a Cristo. Imaginaos a un hombre sentenciado
a muerte, encerrado en la celda de los condenados; tañe
la campana; pronto será sacado para morir en la horca.
Toma, hombre, te he traído un hermoso vestido. ¡Qué!
¿No te alegras? ¡Mira, está recamado de plata! ¿No ves
como brillan sus piedras preciosas? Un vestido como este
cuesta cientos y cientos de libras; su confección es de la
más delicada artesanía. ¡Se sonríe despectivamente!
Escucha, voy a ofrecerte algo más. Toma; el titulo de
propiedad de una gran posesión: grandes terrenos,
suntuosas mansiones, parques y bellos jardines. Todo es
tuyo. ¡Cómo! ¿Aun no te alegras? Si hubiese dado todas
estas cosas a cualquiera que pasara por la calle, aún
siendo más rico que tú, habría saltado de alegría. Y ¿no
vas a esbozar ni tan siquiera una sonrisa cuando te estoy
vistiendo de oro y haciéndote inmensamente rico? Probaré
una vez más. También tengo la púrpura del Cesar para ti;
ponía sobre tus hombros; cíñete su corona, que no se
asentará en ninguna cabeza que no sea la tuya. Es la
corona de los imperios que no conocen fronteras. Te haré
rey; en tus dominios jamás se pondrá el sol; reinarás de
polo a polo. ¡Levántate! ¡Que te llamen César! Eres
emperador. Pero ¡cómo!, ¿aún no sonríes? ¿Qué es lo que
quieres, pues? "Aparta de mí esa futilidad -dice
quitándose la corona- Rompe esa escritura sin valor.
Llévate ese vestido y deja que el viento lo arrastre.
Entrega todo esto a los reyes de la tierra; a ellos, que
tienen vida; porque yo he de morir, y, ¿de qué me
servirán tus presentes? Tráeme el perdón, y no me
importará no ser Cesar. Déjame vivir como un mendigo, y
no morir como un príncipe." Éste es el caso del pecador
cuando se acerca a Dios. Acude buscando salvación y
dice:  

"Desdeño las riquezas y el honor,

Vanos son los placeres de este mundo;

Nunca satisfarán mi sed de amor.

Dame a Cristo, Señor, sin Él me hundo".  

Solamente pide misericordia. ¡Oh, amigos míos!; si alguna


vez habéis acudido a Dios clamando salvación, y sólo
salvación, habéis pedido lo que El quiere. Estad seguros
que no os defraudará. Si pidiereis pan, ¿os daría piedras?
Si así fuera, podríais arrojármelas a mi. Si yo os ofreciera
riquezas, poca cosa sería. Por eso debemos predicar al
pecador que viene a Cristo, la dádiva que mendiga -el don
de la salvación por Cristo Jesús, Señor nuestro- que puede
ser suyo por la fe.

4. Un pensamiento más sobre este acercarse a Cristo. ¿De


qué forma se allegan estas personas? Intentaré
describiros cómo acuden algunos a la puerta de la
misericordia, según su criterio, para pedir la salvación. He
aquí el primero. ¡Un individuo distinguido que llega en
carroza tirada por seis caballos! Observad cuán
firmemente conduce. Es un hombre de posición que lleva
criados con libren y los caballos ricamente enjaezados. Es
rico, inmensamente rico. Llega a la puerta y dice: "Llamad
por mí; soy lo suficientemente rico, pero, no obstante, me
figuro que nunca estará de más que me asegure. Soy un
caballero muy respetable. Tengo en mi haber tantas obras
buenas y tantos méritos propios que creo, digo yo, que
esta carroza me llevará a través del río de la muerte,
dejándome sano y salvo en la otra orilla; pero a pesar de
ello es elegante ser religioso; así pues me acercaré a la
puerta. ¡Portero!, abre las puertas y déjame entrar. Ten
presente que soy una persona honorable". Nunca
encontraréis las puertas abiertas para este hombre,
porque no se acerca a ellas como debiera. Veamos ahora
a otro. Este no tiene tantos méritos, pero también tiene
los suyos. Viene andando pausadamente y grita: "¡Angel!,
ábreme la puerta; he aquí vengo a Cristo, y creo que me
gustaría ser salvo; no creo que me hagan falta muchas
cosas para salvarme. Siempre he sido un hombre recto,
honrado y virtuoso; no me considero muy pecador; tengo
prendas propias, pero no me importaría ponerme las de
Cristo; no me ofendería por ello. Si es necesario ponerse
traje de bodas, puedo traer el mío". Pero las puertas
seguirán firmemente cerradas también para éste. Ahora,
por último, atended, que se acerca un hombre justo.
Desde lejos se oyen sus gemidos y suspiros; se acerca
llorando y lamentándose; incluso trae una soga al cuello
porque cree que merece ser condenado; viene al trono
celestial cubierto de andrajos; y, al llegar a la puerta de la
misericordia, le da miedo llamar. Levanta la vista y ve
escrito en el dintel: "Llamad, y se os abrirá"; pero no se
atreve: teme profanar la puerta con el pobre contacto de
su mano. Se decide, y llama quedamente; si la puerta no
se abriese seria la más desgraciada de las criaturas.
Prueba de nuevo una y otra vez; llama, llama y llama sin
cesar, pero nadie responde; aún es pecador, y comprende
que es indigno de entrar allí; aún así, no desespera y
prueba una vez más, hasta que al final aparece el buen
ángel sonriente que le dice: "Pasa, que esta puerta ha
sido hecha para los mendigos, y no para los príncipes; la
puerta del cielo es para que entren los pobres en espíritu,
y no para los ricos. Cristo murió por los pecadores, no por
aquellos que son buenos y están sanos; El vino al mundo
para salvar a lo abyecto.  

"No al justo; pecadores

Jesús vino a llamar."  

¡Entra, pobre, entra!; ¡tres veces bienvenido!" Y los


ángeles cantan: "¡Tres veces bienvenido!" ¿Cuántos de
vosotros, queridos amigos, habéis venido a Dios por
Jesucristo de esta manera? No con la pompa orgullosa del
fariseo ni con la hipocresía del bueno que cree merecer la
salvación, sino con el sincero lamento del penitente; con
el ardiente deseo del alma sedienta por las aguas vivas;
bramando como el ciervo que en el desierto busca las
corrientes de las aguas; deseando a Cristo como los que
esperan la mañana; más que los que esperan la mañana.
Tan cierto como que mi Dios está sentado en los cielos, si
no os habéis acercado a Él de esta forma, en manera
alguna os habréis acercado; pero si así lo habéis hecho,
he aquí para vosotros su maravillosa palabra puede salvar
eternamente a los que por Él se allegan a Dios".

II. Ya que hemos considerado nuestro primer punto -el ir


a Dios-, veremos en segundo lugar: ¿HASTA DONDE
PUEDE SALVAR EL SALVADOR? Esta pregunta es tan
importante que de su respuesta depende la vida o la
muerte; se trata del poder de Cristo. ¿Hasta qué punto
puede llegar la salvación? ¿Cuáles son sus confines y
términos? Si Cristo es el Salvador, ¿hasta dónde puede
salvar? Si Él es médico, ¿hasta dónde llegan sus
conocimientos para curar las enfermedades? ¡Cuán
excelente respuesta nos da el texto! "Él puede salvar
eternamente." Ahora bien, puedo afirmar con certeza, y
ninguno de los que estáis aquí podéis negarlo, que no hay
nadie que sepa hasta qué punto alcanza la eternidad.
David dijo: "Si tomare las alas del alba, y habitare en el
extremo de la mar, aún allí me guiará tu mano." Pero,
¿quién sabe dónde está el extremo? Pedid restadas alas
de ángeles y volad lejos, muy lejos, más allá de la estrella
más lejana; id donde nunca ha llegado el batir de las alas,
donde el reposado éter está tan tranquilo y sereno como
el mismo seno de Dios, y no habréis llegado aún hasta el
confín de lo eterno. Aun más; cabalgad en los rayos de la
aurora y seguid vuestro viaje más allá de los términos de
la creación, donde el espacio se acaba y el caos tiene su
reino, que aún así no habréis llegado a la eternidad: está
más allá del alcance de la razón o del pensamiento. Sin
embargo, nuestro texto nos dice que Cristo "puede salvar
eternamente".

1. Pecador, a ti me dirigiré primero, y después a los


santos de Dios. Has oído que Cristo "puede salvar
eternamente"; por lo cual, debemos entender que lo sumo
del pecado, su mayor intensidad, no escapa al poder del
Salvador. ¿Hay alguien que pueda decirnos hasta qué
grado, hasta qué límite puede llegar el pecado del
hombre? Muchos de nosotros creemos que Palmer ha
llegado casi al límite concebible de la depravación
humana; que ningún corazón podría ser tan perverso
como el que proyectó un asesinato tan premeditado y
estudió un crimen tan alevoso. Pero yo creo que aún
puede haber hombres peores que él, y del mismo modo
creo que si se le hubiese perdonado la vida y puesto en
libertad, podría superarse a sí mismo en su maldad. Y es
más, suponiendo que cometiera otro asesinato, y después
otro y muchos más, ¿habría llegado hasta el límite? ¿No
es posible que el hombre rebase su propia medida?
Durante toda su vida, podrá ser cada día peor. Mas
nuestro texto dice que Cristo "puede salvar eternamente",
es decir hasta lo sumo. Quizá alguno de vosotros se ha
arrastrado hasta aquí creyéndose el más aborrecible de
todos los seres, la más perdida de todas las criaturas. "He
llegado hasta el límite del pecado", dirá, "nadie podría
aventajarme en depravación." Mi querido amigo,
suponiendo que hayas llegado hasta el límite, recuerda
que aún así no habrás ido más lejos de lo que la divina
misericordia puede alcanzar, porque "Él puede salvar
eternamente"; puedes avanzar un poco más todavía, que
tampoco habrás llegado al extremo. Por mucho que
puedas apartarte, aunque hayas logrado llegar a las
mismísimas regiones árticas del vicio, donde el sol de la
gracia parece apenas llegar con sus oblicuos rayos, allá
puede alcanzarte la luz de la salvación. Si yo viera a un
pecador vacilante en su camino hacia el infierno, no le
abandonaría aunque hubiese llegado hasta el último
peldaño de la iniquidad. Aunque su pie colgara tembloroso
sobre el mismo borde de la perdición, no dejaría de orar
por él; y aunque, en su pobre embriaguez de maldad, se
acercara tambaleándose hasta que uno de sus pies
estuviera sobre el mismo averno, y en un segundo pudiera
perecer, no desesperaría de él. Mientras el abismo no lo
hubiese atrapado en sus fauces, yo creería que la gracia
divina podría salvarlo. ¡Mirad! Está al mismo borde de la
sima. En un momento caerá; pero antes que esto ocurra,
la libre gracia ordena: "¡Sujetad a ese hombre!" La
misericordia desciende, le pone sus anchas alas y lo salva,
llevándolo como trofeo del amor redentor. Si en esta
reunión hubiera alguno así paria de la sociedad, el más vil
de lo vil, la escoria, el desecho de este pobre mundo-,
¡Oh, tú, el más grande de los pecadores!, Cristo "puede
salvar eternamente". ¡Pregonad mensaje por doquier, en
las buhardillas, en las cuevas, en los antros de perdición,
en todo cubil de pecado!; ¡anunciadlo por todas partes!
"¡Eternamente!" -¡Hasta lo sumo!- "¡Él puede salvar
eternamente!"

2. Aun más: No solamente hasta el límite del delito, sino


hasta lo sumo del rechazamiento. Os explicaré lo que
quiero decir con esto. Muchos de vosotros habéis
escuchado el Evangelio desde vuestra juventud. Conozco
a varios que están aquí, quienes, como yo, fueron hijos de
padres piadosos, y sobre cuyas frentes infantiles
continuamente cayeron las más puras gotas del cielo en
las lágrimas de su madre; hay muchos aquí que fuisteis
criados por alguien cuyas rodillas siempre se doblaron
para orar por vosotros. Ella nunca se marchó a la cama
sin haber orado antes por ti, su primogénito. Tu madre tal
vez se ha marchado al cielo y todas sus oraciones están
aún sin responder. A veces lloras. Recuerdas muy bien
cómo cogió tus manos y te dijo: "¡Ah!, Juan, destrozarás
mi corazón con tu pecado si continuas por esos caminos
de perdición; ¡Oh!, si supieras cómo suspira el corazón de
tu madre por tu salvación, ciertamente tu alma se
ablandaría y te allegarías a Cristo". ¿Recordáis aquel
momento? Gruesas gotas de sudor perlaron vuestra
frente, y dijisteis -porque no podíais romper su corazón-:
"Madre, lo tendré en cuenta"; pero no lo hicisteis;
encontrasteis a vuestros amigos y todo se acabó; os
sacudisteis de encima la reconvención materna; como la
delgada tela de araña soplada por el fuerte viento del
norte, no quedó ni rastro de ella. Desde aquel día muchas
veces habéis venido a oír al pastor. No hace mucho
tiempo que oísteis un poderoso sermón; el predicador
habló tan realmente como si hubiese regresado de la
tumba; con tanta veracidad, como si él mismo hubiera
sido un espíritu que volviera del reino de la desesperación,
mostrándoos su propio horrible destino y avisándoos de
ello. Recordáis cómo las lágrimas rodaron por vuestras
mejillas mientras os hablaba del pecado, la justicia y el
juicio que ha de venir; recordáis cómo os predicó a Jesús
y la salvación por su cruz, y cómo vosotros os levantasteis
de vuestros asientos diciendo: "Si Dios me concede otro
día de vida, me volveré a Él con todo mi corazón". Pero,
ahí estás, sin convertirte, quizás peor que antes. El ángel
sabe dónde has pasado esta tarde del domingo, y el
espíritu de tu madre también lo sabe, y si ella pudiese
llorar, lo haría sobre ti que has menospreciado el día del
Señor y pisoteado su santa Palabra. Pero, esta noche, ¿no
sientes en tu corazón el tierno impulso del Espíritu Santo?
¿No oyes una voz que te dice: "¡Pecador!, ven a Cristo
ahora"? ¿No oyes la conciencia que te susurra al oído, que
te dice tus pasadas transgresiones? ¿No oyes el dulce
canto del ángel que te invita diciendo: "Ven a Jesús, ven a
Jesús; El quiere salvarte todavía"? Ten por cierto,
pecador, que aunque hayas rechazado a Cristo hasta lo
sumo, aún te puede salvar. Has pisoteado miles de
oraciones; centenares de sermones han sido
desaprovechados por ti, y has desperdiciado miles de
domingos; has rechazado a Cristo, has despreciado su
Espíritu; pero, a pesar de todo eso, El no cesa de
llamarte: ¡Vuelve, vuelve, vuelve!' "Cristo puede salvar
eternamente" si vienes a Dios por El.

3. Hay otro aspecto que atrae particularmente mi atención


esta noche. Es el del hombre que ha llegado al extremo
de la desesperación. Hay personas en este mundo, pobres
criaturas, que se han empedernido a causa de una vida de
delitos; y cuando al fin han sido despertados por los
remordimientos y el aguijón de la conciencia, ha habido
un espíritu maligno que, cobijándolos bajo sus alas, les ha
dicho que es imposible para los que son como ellos
encontrar la salvación. Sabemos de algunos que han ido
tan lejos que creen que aún los demonios podrían ser
salvos antes que ellos. Se han tenido por perdidos y han
firmado su propia sentencia de muerte; y en tal estado de
ánimo, han tratado incluso de poner fin a su desdichada
vida. La desesperación ha llevado a muchos hombres a
una muerte prematura, ha afilado muchos cuchillos y ha
preparado muchas copas de veneno. ¿Hay algún
desesperado aquí? Lo conozco por su cara sombría y su
mirada abatida. Desearía estar muerto, porque cree que la
realidad del infierno no sería tan mala como el tormento
de estar aquí. ¡Alma desesperada!, ten esperanza aún,
porque Cristo "es poderoso para salvar eternamente", y
aunque hayas sido encerrado en la mazmorra más
profunda del castillo de la desesperación, aunque puerta
tras puerta se cierre tras de ti, y el hierro de la reja de tu
ventana te haga desistir de limarla y la altura de los
muros de tu encierro sea tan enorme que no tengas
esperanza de escapar, sabe que hay Uno a la puerta que
puede romper todos los cerrojos y saltar todas las
cerraduras; hay Uno que puede sacarte fuera al aire libre
de Dios y salvarte, porque, por mal que se pongan las
cosas para ti, "Él es poderoso para salvarte eternamente".

4. Y ahora, una palabra para los santos, para consolarlos;


porque este texto es suyo también. ¡Amado hermano en el
Evangelio!, Cristo puede salvarte eternamente. ¿Has caído
muy bajo por la aflicción? ¿Has perdido casa y hogar,
amigos y fortuna? Aun así, recuerda que no has llegado
hasta el límite. Por muy mal que estés podrías estar peor.
Y suponiendo que llegaras a no tener ni un harapo con
que cubrirte, ni un mendrugo de pan que comer, ni una
gota de agua, aún podría salvarte, porque "El es poderoso
para salvar eternamente".

Lo mismo ocurre con la tentación. Si fuese asaltado por la


más violenta tentación con que jamás persona alguna
haya sido probada, Él puede salvarte. Y si hubieses caído
en tal trance que el pie de Satanás pisara tu cuello, y el
malvado dijera: "Ahora acabaré contigo", aún entonces
podría Dios salvarte. Sí, y si vivieras por muchos años con
los peores achaques hasta que anduvieses apoyado en un
bastón, arrastrando vacilante tu pesada vida, y así
sobrevivir a Matusalén, no vivirías más allá de la
eternidad, y entonces Él podría salvarte. Y no sólo eso,
sino que cuando tu barca sea botada por la muerte en el
desconocido mar de la eternidad, El estará contigo; y
aunque te cubran densos vapores de tenebrosa oscuridad
y no puedas leer en el incierto futuro, aún cuando tus
pensamientos te digan que serás destruido, Dios "podrá
salvarte eternamente".

Así, pues, amigos, si Cristo puede salvar a los cristianos


eternamente ¿creéis acaso que permitirá que alguno de
ellos perezca? Esté donde esté y vaya donde vaya, espero
poder elevar siempre mi más firme protesta contra la más
perversa de las doctrinas: la de que los santos pueden
apostatar y perderse. Hay ministros que predican que una
persona puede ser un hijo de Dios (ahora, ¡ángeles!, no
oigáis lo que voy a decir; oidme vosotros, los que estáis
abajo en el infierno, que os puede interesar), que un
hombre puede ser hijo de Dios hoy e hijo del demonio
mañana; que Dios puede absolver a un hombre y más
tarde condenarlo -salvarlo por gracia y luego dejarlo
perecer-; que puede permitir que una persona sea
arrebatada de la mano de Cristo, aunque El haya dicho
que tal cosa jamás ocurrirá. ¿Cómo podéis explicaros
esto? Si tal cosa sucediera no sería por falta de poder,
sino de amor; y, ¿osaríais acusarle de ello? El está lleno
de amor; y puesto que también es todopoderoso, nunca
permitirá que ninguno de su pueblo perezca. La verdad es,
y lo será siempre, que Él salvará eternamente.

III. Ahora, y por último, consideraremos: ¿POR QUÉ JE-


SUCRISTO "ES PODEROSO PARA SALVAR ETERNAMENTE"?
La respuesta es: "Porque El vive siempre para interceder
por ellos". Esto implica que murió, lo cual es,
verdaderamente, la maravillosa fuente de su poder
salvador. ¡Oh, cuán dulce es meditar en la grande y
admirable obra que Cristo ha hecho, por la que ha llegado
a ser "el Pontífice de nuestra profesión", poderoso para
salvarnos! Es consolador volver m la vista al Calvario, y
contemplar sobre el árbol de la cruz aquella figura
agonizante; es dulce, maravillosamente dulce, atisbar con
los ojos del amor por entre aquellos apretados olivos, y oír
los lamentos del Hombre que suda gruesas gotas de
sangre. Pecador, si me preguntas cómo Cristo puede

salvarte, te diré que puede hacerlo porque no se salvó a sí


mismo; El puede salvarte porque llevó tus pecados y
sufrió tu castigo. No hay otro camino de salvación que no
sea el de la satisfacción de la justicia divina. O debe morir
el pecador, u otro en su lugar. Pecador, Cristo puede
salvarte, porque si vienes a Dios por El, entonces murió
por ti. Tenemos una deuda para con Dios, y El nunca la
perdona: debe ser pagada. Cristo la pagó por nosotros, el
pobre pecador queda en paz.

En este texto se nos da también otra razón por la que Él


puede salvar: No solamente porque murió, sino porque
vive para interceder por nosotros. Aquel Hombre que una
vez murió en la cruz está vivo; aquel Jesús que fue
sepultado en la tumba vive; y os diré qué es lo que está
haciendo ahora. ¡Escuchad, si tenéis oídos! ¿No le has
oído, pobre penitente pecador? ¿No oíste su voz, más
dulce que el sonido del arpa? ¿No has oído una voz
embelesadora? ¡Escucha!, ¿qué es lo que ha dicho? "¡Oh
Padre mío, perdona a.... menciona tu propio nombre -
¡Oh, Padre mío, perdónale; no sabía lo que se hacia. Es
cierto que pecó contra la luz, el saber y las
amonestaciones; es verdad que pecó obstinada y
miserablemente; pero, Padre, ¡perdónale!" Penitente, si
puedes escuchar, lo oirás rogando por ti. Y es por esto
que puede salvar.

Y para finalizar, permitidme una amonestación y una


pregunta. Recordad que la misericordia de Dios tiene un
límite. Hemos visto por las Escrituras que "Él puede salvar
eternamente"; pero existe un límite a este propósito de
salvación. Si leemos la Biblia correctamente,
encontraremos en ella un pecado que jamás tendrá
perdón. Es el pecado contra el Espíritu Santo. Tiembla,
impenitente pecador, no sea que lo cometas. Este pecado
no presenta las mismas características en cada persona;
pero en la mayor parte de ellas consiste en sofocar su
propio convencimiento de culpabilidad. Temblad, amigos
que me oís, no sea que este sermón sea el último que
oigáis. Marchaos y burlaos del predicador, si queréis; pero
no olvidéis esta amonestación. Pudiera ser que la próxima
vez que os riáis de un sermón, os burléis del predicador, o
menospreciéis un texto, en el mismo momento que
profiráis la blasfemia, Dios diga: "Se ha dado a los ídolos,
dejadle solo; mi Espíritu nunca más disputará con ese
hombre; nunca más le hablaré". Ésta es la amonestación.
Y con la pregunta acabo. Cristo ha hecho tanto por ti,
¿qué has hecho tú por Él? ¡Pobre pecador!, si sabes que
Cristo murió por ti -yo sé que lo hizo si te arrepintieses-, y
si tu supieras que un día puedes ser suyo, ¿le escupirías
ahora? ¿Te burlarías del día del Señor si supieras que
puede llegar a ser tu día? ¿Despreciarías a Cristo si
supieras que El te ama ahora, y que te manifestará su
amor un día? Muchos os aborreceréis a vosotros mismos
cuando conozcáis a Cristo, porque no lo tratasteis mejor.
Él vendrá a vosotros una de estas claras madrugadas, y
os dirá: "Pobre pecador, yo te perdono"; levantaréis los
ojos a su cara, y diréis: "¿Qué? ¿El Señor perdonarme a
mí que acostumbro a maldecirle, y me burlo de los suyos
y desprecio todo cuanto tiene que ver con la religión...?
¡Perdonarme?" "Sí", dice Cristo, "dame la mano; yo te
amaba cuando tu me odiabas. ¡Ven conmigo!". Estoy
seguro que nada romperá tanto vuestro corazón como el
conocer el modo en que pecasteis contra Aquel que tanto
os amó.

¡Oh!, amados, oíd el texto otra vez "Él puede salvar


eternamente a los que por Él se allegan a Dios". Yo no soy
orador ni tengo elocuencia; pero si fuera lo uno y tuviera
la otra, os predicaría con toda mi alma. Ahora, todo lo que
puedo hacer es seguir hablando y deciros lo que sé; sólo
puedo deciros otra vez que:  

Él puede, Él quiere, no vuelvas a dudar.

El libre amor de Dios nos glorifica;

Venid, sedientos a la Gran Bondad.

Su gracia, que Él nos da, a Él nos acerca;

Creed y arrepentiros de verdad.

Sin nada de vosotros,

Venid a Jesús, venid y comprado".  

Porque "Él puede salvar eternamente a los que por Él se


allegan a Dios". ¡Oh, Señor, haz que los pecadores
vengan! ¡Espíritu de Dios, hazlos venir! ¡Fuérzalos a venir
a Cristo por tu dulce coacción, y no permitas que nuestra
palabra sea vana o nuestro trabajo perdido! ¡Por amor de
Jesucristo! Amén.

***
 

 
 

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