Corazon 4-Perversa Seduccion - Jasmin Martinez
Corazon 4-Perversa Seduccion - Jasmin Martinez
Corazon 4-Perversa Seduccion - Jasmin Martinez
Perversa Seducción
«Amar no siempre es malo»
© Jasmín Martínez
Perversa Seducción
Primera Edición: Marzo 2021
Diseño de portada: Mireya Murillo
Corrección: David Lee Libros, Lotus Ediciones
Maquetación: Lotus Ediciones
—¿A dónde iremos? —le pregunté a Fabio el día anterior, después de que
me ayudó a subir las maletas cuando llegó por mí a casa de mis amigos.
Ya había estado con Fabio en el pasado cuando fui a Italia para ser el
apoyo de mi mejor amigo.
—Sabes los hijos de puta que somos al hacer esto, ¿cierto? —Asentí de
nuevo cuando me respondió con una pregunta.
Fabio era amigo de Darius y, luego de haber estado conmigo la primera vez
y descubrir que Darius y yo también nos acostamos, fue hasta donde él y le dijo
lo que pasó; me molesté, ya que esperaba que no tuviese memoria, como era
sabido, pero se defendió y dijo que ante todo era leal e iba de frente, y Darius
al enterarse destacó que no tenía importancia y que al igual que con él solo fue
un acostón.
Tener la reputación de puta era cansado, mas no me quejaba.
Yo era algo así como un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer —como
la sociedad solía tachar a las personas con mi personalidad— y muchas me
odiaban por eso, porque disfrutaba mi vida y la vivía a mi antojo, por eso me
denominaba una estrella fugaz y, por muy bueno que fuese el astrónomo, jamás
lograría atraparme.
Sin hablar más del tema me llevó a un bonito hotel cerca del aeropuerto y
me despidió tal cual esperaba de él. Fabio sabía cómo tocarme y volverme
loca, aunque por desgracia para mí, desde hacía poco más de un año me eché
una maldición encima y tras ese día no volví a sentir nada en comparación a lo
que sentí en los brazos de Darius Black.
Él sería mi castigo eterno y era consciente de tal cosa.
París fue mi primer parada. Terminé mis estudios en administración de
negocios seis meses atrás y durante toda mi vida estuve ahorrando para hacer
ese viaje que incluía varios países del mundo; miré la pequeña agenda donde
marqué todo el itinerario y sonreí, ya que lo hice desde que comencé la
secundaria, mi letra me delataba y me sentía orgullosa de que después de tantos
años al fin cumplía uno de mis sueños.
Llegué al hotel en el que me registré antes vía telefónica y luego de
instalarme salí a caminar, a conocer la ciudad y a sacarme fotos en algún lugar
pintoresco, lo hice sola, pero cuando vi a un chico guapo aproveché para
pedirle que me hiciera una. Estaba en mi naturaleza coquetear y, cuando la
tarde llegó y fui a un acogedor restaurante para comer algo, descubrí que
terminé con cinco números telefónicos distintos. Me reí divertida, pareciendo
una loca, y luego tiré a la basura aquellos números.
Un desperdicio.
Contando con que los dueños de aquellos números estaban para chuparse los
dedos, pero se cruzaron en mi camino en un mal momento, en un tiempo de
descanso, así que perdieron su oportunidad. Abrí la agenda mientras bebía un
poco de vino, ya había terminado de comer y fue algo bueno después de lo que
vi en una de sus páginas, algo que me habría quitado el hambre si lo hubiese
leído antes.
Tomé todo el vino que me quedaba de un sorbo y cerré con fuerza los ojos.
Maldije porque después de tantos años aquel infeliz me seguía jodiendo la
vida, ya que así como fue el chico de mis sueños, se había convertido en la
mayor bestia de mis pesadillas y me enervaba no poder dejarlo en el pasado ni
olvidarlo tras hacer todo lo que hice para lograrlo. Odiaba a Olek porque por su
culpa me convertí en una mujer fría, llegué a sufrir fobias y me negaba a amar
a alguien más, por su culpa me impuse reglas estúpidas y por su maldita culpa
perdí a lo más importante de mi vida.
Acaricié mi estómago y pensé en Edward —mi mejor amigo gay— el chico
que por razones del destino también fue mi amante. Recordé a Jace, alguien
que pudo ser mi amigo, pero que jodí por mis miedos; también en John Palmer,
mi maestro, el hombre que quiso darme su amor sin restricciones, y luego a mi
mente llegó Darius, mi más reciente desliz, el único que representaba un
verdadero peligro. Todos ellos fueron lastimados por mí y por el mismo
malnacido que escribió la nota en mi agenda y tras eso me destruyó sin pudor
—sin remordimientos— y desapareció de mi vida dejándome hecha cenizas y
permitiendo que renaciera siendo alguien peor.
Con él tuve todo y también lo perdí todo.
Cogí mis cosas y salí del restaurante tras pagar la cuenta, me fui directo al
hotel y tomé una ducha rápida para luego meterme a la cama, antes de dormir
agarré de nuevo la agenda y releí la nota que Olek me dejó años atrás, cuando
juntos planeamos ese viaje que hacía sola. Rememoré mi vida en esos instantes
y me transporté hasta el principio, al momento que me hizo cambiar, en el que
decidí ser quien era, y supe que esa noche sería larga, pero necesitaba hacerlo.
Era masoquista tal vez, sin embargo, mi alma, mente y corazón me pedían
volver al pasado, ver mis errores y aprender de ellos; necesitaba recordar la
razón de ser tan perra, el motivo por el que protegía mi corazón y la necesidad
que tenía de negarme a amar. Y fue fácil saber por dónde comenzar.
Suspiré con fuerzas y recordé dos frases, nueve letras, un nombre, un
apellido y un sentimiento fuerte hacia el dueño de todo aquello. Para
redescubrirme tenía que volver al pasado y lo haría, aunque doliera.
—Olek Sandr, el principio de todo. Al fin pensaré de nuevo en ti —susurré a
la nada.
Tiempo pasado…
Respondió y no quise decir más, solo tomé mis cosas y salí para el café en el
que siempre nos veíamos cuando no estábamos en su casa… ¡Carajo! Hasta
pensar en las tardes en su casa me provocaba náuseas.
Cuando estuve cerca del lugar sentí que mi cuerpo comenzó a temblar de
nuevo, enfrentarse a la verdad nunca era fácil y menos a una declaración como
la que iba a hacer; el frío había llegado a la ciudad, ese día tan helado jamás lo
olvidaría; acomodé la bufanda en mi cuello y metí las manos en las bolsas
delanteras de mi chaqueta para protegerlas. La campanita que avisaba la
llegada de un cliente al café sonó con intensidad logrando que todos en el
interior se fijaran en mí; no me molestaba que me miraran, pero ese día en
particular lo odié.
—¡Hola, cariño! —saludó la señora Claus al verme, era la dueña del café y
no, Claus no era su apellido, pero Olek y yo la llamábamos así por su parecido
a la verdadera señora Claus y su amable carisma.
—Hola, abu —dije lacónica, la llamaba de aquella manera porque era la
abuela que nunca tuve.
Vi a Olek ponerse de pie para que pudiese verlo y me hizo una señal de
mano, sonreí a la señora Claus y luego caminé hasta la pequeña butaca en la
que se encontraba el chico que tanto amaba y al que en mi interior rogaba para
que no me decepcionara. Cuando llegué me besó, iba a hacerlo en la boca, sin
embargo, y sin pretenderlo del todo, giré el rostro y solo besó la comisura de
mis labios, frunció su ceño y me miró extraño.
—Hola —saludé con una sonrisa forzada.
—¿Hola? —respondió y con una señal de mano me invitó a sentarme—.
¿Pedimos algo o hablamos de una vez? —Sentí un poco de molestia en su voz
al decir aquello.
—Como tú quieras —le animé, me quité la bufanda y luego suspiré.
Mi corazón estaba acelerado y mi respiración se cortaba por instantes, Olek
no dijo nada, solo se quedó en silencio y, cuando tuve el valor para verlo a la
cara, cogió mis manos justo cuando las puse sobre la mesa.
—¿Dime por qué? —preguntó, y lo miré estupefacta, sin saber qué decir. Su
rostro mostraba miedo e incertidumbre—. Vas a dejarme, lo presiento, y
necesito saber la razón, ya que creí que me amabas tanto como yo te amo. —
Mi garganta dolió y ardió al retener las lágrimas que deseaban salir con
urgencia después de escuchar tal cosa.
Me provocó ternura y dolor ver el miedo en su rostro por creer que quería
dejarlo y también me dio miedo al pensar que él podía dejarme a mí luego de
soltarle semejante bomba.
—No, Olek —hablé tomándolo de las manos también—. No quiero dejarte y
espero que tú tampoco me dejes después de lo que voy a decirte —advertí y
aproveché ese momento en el que el valor había vuelto a mí—. Acabo de
hacerme seis pruebas de embarazo y todas han dado positivo —solté sin filtros,
sin siquiera esparcir aceite para que aquella confesión resbalara mejor.
Olek sonrió incrédulo luego de procesar lo que dije, soltó mis manos y se
recostó bien en el sillón acolchonado de la butaca y negó.
—Repite lo que has dicho porque creo que escuché mal —exigió,
hablándome con frialdad por primera vez desde que lo conocí.
Una frialdad que congeló mi cuerpo más que el día frío, más que aquel inicio
de invierno.
Tiempo pasado...
Estaba que me cagaba del miedo y no necesitaba esa actitud de su parte, era
una niña, sí, pero eso no significaba que él me iba a hacer sentir culpable de
algo en lo que participamos los dos y eso me hizo pensar con su manera de
hablarme.
—Me hice seis pruebas, Olek. ¿De verdad quieres que te lo repita? —
cuestioné molesta.
Nos miramos fijo, para ese momento mi miedo fue opacado por la molestia y
la incredulidad de verlo a él a la defensiva, retándome como si yo solo buscaba
joderlo. Minutos después relajó el ceño y me mostró otra cara.
—¡Dios! —exclamó llevándose las manos al rostro y lo restregó con fuerza,
logré ver el temblor que lo atacaba y me di cuenta de que estábamos igual de
aterrados—. Amor, perdóname, pero... esto me supera —habló casi en un
susurro y volvió a tomar mis manos, se encontraba tan helado como yo—. Nos
concentramos demasiado en hacer planes para el futuro, soñamos mucho y se
nos olvidó cuidarnos. —Aceptó y un poco de tranquilidad me embargó—.
¿Qué pasará con esos sueños? —Me reí, era la persona menos indicada para
responderle—. ¿De cuánto estás?
—No lo sé, aunque supongo que de unas cuatro semanas. —No podía ser
mucho porque mi retraso apenas era de una semana.
Suspiró con demasiada fuerza y desordenó su cabello, lo vi llamar a una
mesera y la chica llegó de inmediato.
—¿Tienes algo que me ayude a calmar los nervios? —le preguntó y me
habría reído si hubiésemos estado en otra situación. La chica asintió y le dijo
todos los tipos de té que tenían—. Tráeme dos por favor y bien cargados. —Ni
siquiera preguntó si yo quería, solo lo asumió, me conocía y sabía que me
encontraba peor que él—. Te haré una pregunta y no me lo tomes a mal —
advirtió cuando la mesera se fue con el pedido y mi estómago hizo una
revolución horrible—. Nos acabamos de joder la vida, Laurel, aunque creo que
hay solución. —Mi corazón se aceleró demasiado al intuir lo que iba a decir—.
¿Quieres tener a ese bebé? Porque si no, puedo....
—No termines eso, Olek, te lo suplico. —Estaba a punto de llorar, él lo notó
y se pasó a mi butaca para abrazarme con fuerza.
Me sentía aterrorizada de una manera inexplicable y era consciente de que
mi vida iba a dar un giro de ciento ochenta grados y todos mis sueños y planes
quedarían para después, mis padres me matarían, la gente se burlaría y apoyaba
y respetaba las decisiones y deseos de cada persona; vivía en un país libre
donde mi cuerpo era mío y podía hacer con él lo que quisiera, pero jamás pasó
por mi mente la probabilidad de abortar y me sentí enferma en ese instante que
Olek lo insinuó porque a pesar de lo difícil que mi vida se volvería, pretendía
asumir mis errores y enfrentar las dificultades que se avecinaban sin dañar a
esa pequeña cosita en mi vientre.
—Lo sé, perdón, perdón, perdón —repitió mientras me abrazaba y sobaba
mi espalda de arriba a abajo. Contuve las lágrimas y disfruté de aquel abrazo
que tanto necesitaba—. Estoy asustado, cariño, por eso estoy pensando
estupideces. No te voy a obligar a nada y si deseas tener a ese bebé, te juro por
Dios que estaré a tu lado, no te voy a abandonar, Laurel —aseguró, y esas
palabras me dieron fuerza, era todo lo que necesitaba escuchar de su parte.
—Te amo tanto —dije en su oído, con la voz atestada miedo.
Respetaría si él decidía hacerse a un lado y dejarme sola, ya que, a pesar de
ser una niña, no pretendía amarrarlo a mi lado, no obstante, me sentí bendecida
porque en ese instante me apoyó y no me abandonó.
—Y yo a ti, te amo demasiado y vamos a salir de esta —me tomó por
sorpresa cuando llevó su mano a mi vientre y lo acarició—, se los prometo. —
Mis ojos se abrieron demás y una lágrima rodó por mi mejilla.
Ambos éramos adolescentes y nos obligaríamos a madurar por el bien de la
personita en mi panza, pero él estaría ahí para mí, lo sabía y fui feliz al
confirmar una vez más que Olek no era el tipo que los demás creían, a mí me
había demostrado ser el ser humano más bueno del planeta y no me
abandonaría.
Pasamos el resto del día juntos, un tanto pensativos y asustados,
modificando los sueños que ambos teníamos, pero no cambiándolos, fue así
como él lo dijo; había planes que tenían que ser modificados y otros pospuestos
por un tiempo, mas íbamos a cumplirlos, de eso estábamos seguros. Cuando la
noche llegó decidí irme a casa, mis padres llegarían pronto y no deseaba que
me encontraran fuera, le insistí a Olek que no era necesario que me
acompañara, ya que habíamos decidido no decirle nada a nuestros padres aún,
sin embargo, y como ya sabía, decidió dejarme en casa y no hubo nada que lo
pudiese evitar.
—Te veo mañana en la escuela —recordó cuando ambos estábamos frente a
la entrada de mi casa—. Duerme bien, amor, lo necesitas —pidió, y asentí.
Sonreí cuando metió un mechón de mi cabello detrás de mi oreja, Olek tenía
la capacidad de hacerme sentir como una chica de Disney.
Embarazada, pero chica Disney al fin.
—Gracias por seguir aquí —susurré, se acercó y me besó, fue un beso rápido
que incluso así me dejó embobada.
—No podía ser diferente —aseguró.
Lo vi irse y suspiré fuerte antes de entrar a casa, un poco de tensión me
abandonó al saber que Olek seguiría a mi lado y al menos la carga que según
yo significaba ser madre cuando aún no terminaba de ser niña ya no pesaba
tanto. Saqué mi llave para abrir la puerta y antes de lograrlo la misma se abrió
sola, bueno, no sola. Dana Stone —mi madre— estaba detrás y me veía con su
característica mirada gélida.
—¡Hola, mamá! —saludé con entusiasmo, no la veía desde hacía un mes.
—¿Quién era ese chico? —preguntó sin ocultar su molestia, no hubo
emoción por verme al fin y me dolía, aunque era estúpido de mi parte esperar
alguna cuando las únicas veces que la veía emocionada era al irse de viaje con
mi padre.
—Gracias, mami, he estado bien, ¿y tú? —ironicé, y me observó con cara de
pocos amigos, luego cerró la puerta de golpe, di un respingo por el fuerte
sonido y supe que no era momento de ponerme graciosa—. Es mi novio, lo
habría invitado a pasar si hubiese sabido que ya estaban en casa, pero, como lo
ignoraba, lo dejé ir. Ya sabes, no es correcto que una chica de mi edad meta
chicos en casa cuando está sola.
¡Uf! Sabía que estaba comenzando mi vida en la hipocresía con eso, ya había
dejado entrar a Olek hasta en mis rincones prohibidos, no obstante, era algo
que mi adorable madre no debía saber. No en ese momento al menos.
—¿Cómo se llama? —Siguió con su interrogatorio.
—Olek Sandr y, antes de que preguntes lo que ya sé que quieres saber, es de
buena familia, es un año mayor que yo y vamos a la misma escuela. —Me hice
la ignorante referente a la familia de Olek y deseaba que ese no fuese otro
problema que sumar a mi lista porque ya era muy larga.
—Sé de qué familia es, los Sandr son conocidos en la ciudad y, por si no lo
sabías, también nuestra competencia, así que no los denominaría buena familia
—se quejó, estaba molesta de nuevo. ¡Qué novedad!—. Sabiendo eso, espero,
Laurel, de verdad que sí, que ese chico solo sea un pasatiempo.
Me molestó escucharla decir eso, ella no tenía ningún derecho de escoger u
opinar con quien debía estar o quien tenía que ser solo un pasatiempo para mí y
la razón era fácil, mi mamá ni siquiera era parte de mi vida, sirvió solo para
traerme al mundo y luego me dejó al cuidado de otras personas, así que sí, era
la menos indicada para opinar.
Mis padres manejaban una empresa tecnológica, eran famosos por crear
joyería con tecnología incrustada de último nivel y aparte mi madre tenía una
empresa floricultora, y aceptaba que era una mujer exitosa y ella sola logró
hacer un imperio partiendo de una pequeña floristería que Greg Stone —mi
padre— le compró años atrás; su fuerte era el injerto y creación de nuevas
especies de rosas, gusto que yo había heredado, ya que me encantaba probar
dichos métodos, mas eso era lo único que teníamos en común, dejando de lado
la sangre. Y por supuesto que Greg y Dana tenían sus rivales y cuando descubrí
que ellos eran Steve y Olivia Sandr —padres de Olek— ya era muy tarde.
—No, madre, no lo esperes —advertí y comencé a subir los escalones para
irme a mi habitación.
—¡Lo que no puedo obtener, lo fuerzo, así que más te vale que solo sea un
pasatiempo, chiquilla malcriada! —se quejó y sentí que me seguía, no me
importó y continué con mi camino.
Era increíble que después de no verlos por tanto tiempo ella se preocupara
más porque su hija no estuviera con su supuesta competencia, Olek y yo no
teníamos la culpa de nada, sus padres comprendieron eso y no me trataron
como una intrusa cuando me conocieron, fueron amables, ellos sí se
comportaban como padres.
—Hola, nena —saludó mi padre al verme en el pasillo que conducía a mi
habitación.
—¡Papá! —exclamé y lo abracé, si bien nuestra relación no era la mejor, al
menos él se interesaba un poco en mí, aunque siempre se pusiera del lado de
mamá cuando las decisiones debían tomarse.
—¿Qué pasó? —preguntó al verme alterada.
—Pasa que la acabo de ver llegar con el hijo de los Sandr y aceptó que es su
novio —habló mamá, se expresó como si hubiese cometido la peor traición del
mundo con ellos.
—¿Hija? —me llamó papá, y odié aquel tono. Me separé de él dispuesta a
enfrentarlo.
—Sí y no solo eso, Olek es lo mejor que me ha pasado, papá, y no pienso
dejarlo ni mucho menos permitir que solo sea un pasatiempo y todo para
cumplirles a ustedes cuando jamás me han cumplido a mí —les recordé a
ambos y vi cuando mamá alzó la mano para golpearme.
—¡Dana! —advirtió papá, y ella se detuvo casi pulverizándolo con la
mirada.
—Todo esto está pasando por tu culpa —le reclamó ella con más ira de la
que la situación merecía—. Si tan solo hubieses aceptado mi decisión, ahora
mismo no tendríamos que pasar por esto.
Mi padre se quedó en silencio, pasaba lo mismo cada vez que discutíamos
por algo, ella siempre decía esas mismas frases y en algún momento le
pregunté a papá qué significaba y solo negó, no quiso darme una respuesta.
Y para mi mala suerte ellos estarían en casa más de lo acostumbrado, por lo
mismo, ya no podía verme con Olek tanto como deseaba y al día siguiente de
que mis padres llegaron le conté todo lo que sucedió con ellos, dijo que eso era
algo para lo que estaba preparado, que incluso sus padres se lo advirtieron, y
me sentí muy avergonzada. Durante una semana tuve que conformarme con ver
a mi príncipe azul solo en la escuela y lo de nuestro embarazo seguía en
secreto, aunque él se lo quería confesar a sus padres, pero le pedí que esperara.
Después de aquella semana, mis padres aún seguían en casa y la situación se
volvió tensa entre nosotros, aunque la cosa se puso peor al sentir a mi madre
con ganas de asesinarme cada vez que me miraba y eso me ponía nerviosa;
papá se la pasaba trabajando en su oficina así que lo veía poco. Mis malestares
habían iniciado, la náuseas se hicieron presentes por las mañanas y, ya que
todavía no podía ir al médico porque mi estado era un secreto y al ser menor de
edad necesitaba de mis padres para ir a la clínica, tuve que investigar en
internet y comencé a cuidarme al menos en las comidas, y, como la cereza del
pastel, Olek comenzó a cambiar conmigo, lo sentía un poco distante y la
paranoia volvió a mí.
—¿Has visto a Olek? —pregunté a Elijah Pride, ellos dos eran muy amigos y
en los últimos meses se había vuelto el mío. Era un chico guapo al extremo y
se llevaba muy bien con Olek porque ambos eran casi iguales en su forma de
ser.
—Lo vi con tu amiga Bianka, creo se fueron a la biblioteca. —Me pareció
raro que Olek estuviese con Bianka, aunque no quise mostrar mi sorpresa
frente a Elijah así que disimulé lo mejor que pude.
—Gracias, Pride —dije, me había acostumbrado a llamarlo por su apellido
porque él lo prefería así.
—¿Puedo darte un consejo? —preguntó de pronto, y sentí que mi estómago
se presionó mucho, asentí sin embargo y me llevé las manos al vientre—.
Jamás confíes en nadie, Laurel, porque hasta tu propia sombra te abandona. —
Tragué fuerte cuando escuché aquello y sonreí.
Me marché en seguida sin decir nada y, aunque le preguntara por qué me
dijo eso, sabía que no hablaría; Olek era su amigo, yo también lo era y estaba
segura de que no traicionaría la confianza de ninguno de los dos.
Llegué a la biblioteca con el corazón acelerado y busqué a los chicos en las
mesas donde estaban otros estudiantes leyendo algún libro, no vi ahí ni a Olek
ni a Bianka, así que decidí buscarlos entre los pasillos de las libreras y el alma
casi se me salió por la boca al encontrarlos en uno de los más alejados y solos,
Olek acunaba el rostro de Bianka y sus labios estaban pegados a los de ella,
quise que la tierra me tragara en ese instante, deseé jamás haberlos visto en esa
situación y me recargué en una librera al sentir que un mareo me atacó y mi
vista se nubló, boté unos libros al buscar apoyo, ellos se asustaron por la
intromisión y más al verme frente a sus narices.
—¡Laurel! —gritó Olek y corrió hacia mí, quise alejarlo, pero me sentí muy
mal y necesitaba apoyo para llegar a una silla—. ¿Estás bien? —preguntó al
cogerme en brazos.
—¿Tienes idea de lo estúpida que es esa pregunta? —Logré decir, y se
quedó en silencio.
No pude seguir hablando, solo cerré los ojos y hundí el rostro en su cuello,
lo sentí suspirar con fuerza y me aferró más a él, estaba dolida por lo que
acababa de ver y me sentía demasiado mareada, por esa razón no me separé.
—Tenemos que llevarla a la enfermería —habló Bianka, quería gritarle
muchas cosas, pero no podía así que agarré la playera de Olek y la hice puño,
él sabía que no podía ir a la enfermería.
—No, ayúdame trayendo una botella con agua y algo dulce —le pidió él.
—¿Laurel? —me llamó ella con vergüenza.
—Solo desaparece. —Logré mascullar.
No escuché nada más que pasos alejarse, cerré los ojos y me separé de Olek
en cuanto me ayudó a llegar a una silla, me sentía demasiado mal, tenía muchas
náuseas y todo me daba vueltas; estar embarazada era una real molestia y
pensar en lo que acababa de ver me ponía peor. Bianka era mi mejor amiga,
ella sabía lo enamorada y estúpida que estaba por Olek y aun así se atrevió a
traicionarme, lo de Olek era incluso más doloroso porque ambos estábamos
pasando una etapa en la que lo necesitaba a mi lado como mi mayor apoyo y él
en cambio buscaba a otra.
Y no a cualquier otra sino a mi mejor amiga.
—Perdóname —susurró, y no dije nada, solo me limité a verlo y luego
suspiré con fastidio.
—A mí no me vas a tener de tu estúpida, Olek —advertí—, te necesito a mi
lado, sí. Eso no significa que me vas a arrastrar por el suelo solo porque me
aterra tener a un hijo sola.
—Ya, amor. Sé que la cagué, pero no tienes idea por todo lo que estoy
pasando. —Me reí, el malestar se me pasó por la furia que sentía y me puse de
pie indignada.
—De todo lo que me podías haber dicho, de todas las excusas que pudiste
haberme dado escogiste la más estúpida —espeté enfurecida y comencé a
caminar hacia afuera de la biblioteca.
Sabía que ambos lo estábamos pasando mal, pero en mi caso era peor; era yo
la que me iba a enfrentar al mundo siendo una adolescente embarazada, la que
iba a tener que confrontarse a unas personas que parecían más dictadores que
padres. Era a mí a la que el cuerpo le cambiaría, la que arriesgaba la vida con
aquel estado al no haberle permitido a mi cuerpo desarrollarse como era
debido, la que sufría malestares, a la que le harían bullying porque por
desgracia vivía en un país donde tal cosa era una moda y, aun con todo eso, no
fui a besarme con el mejor amigo de mi novio para intentar olvidar lo que
sucedía, así que, como le dije a Olek, era estúpido que me diera tal excusa.
Durante dos días pasó llenándome el móvil de llamadas que rechazaba y
mensajes de textos melosos, no respondí a nada, no me sentía capaz y todavía
estaba muy dolida, y más después de haber hablado con Bianka, y no porque
quise, sino porque llegó a mi casa y se metió sin ser invitada.
—Sé que éramos amigas, pero no pude evitarlo. También estoy enamorada
de Olek y no puedo decir que lo siento.
Esas fueron sus palabras y de manera inevitable nuestra amistad llegó a su
fin, y lo único que agradecía es que al menos me dijera las cosas sin tapujos.
—Gracias por darme esta lección, Bianka —dije antes de sacarla de mi casa
—. Me has enseñado a no volver a tener "mejores amigas" porque son peores
que las enemigas —solté con sorna y luego abrí la puerta—. Espero no tener
que cruzarme otra vez contigo. —Eso era algo ilógico, ya que íbamos a la
misma escuela, pero no me importó analizarlo en aquellos instantes.
Antes de salir de casa me miró avergonzada, y reí satírica; desde el jardín
de niños habíamos sido casi inseparables hasta que un hombre logró lo que
creí imposible. Bien decían que nada duraba para siempre.
Intenté abrir los ojos, algo que no logré al instante porque los sentía muy
pesados, lo que sí pude fue escuchar el molesto bip que sonaba casi a cada
segundo, también oí el sonido de alguien tecleando en algo y olí aquel olor tan
característico de los hospitales. Los recuerdos comenzaron a llegar a mi mente
y, cuando llegué a lo último que me pasó, me removí inquieta, abrí los ojos y
me quejé por el terrible dolor que me atravesó el cuerpo entero.
—¡Oh, Dios! ¡Mi bebé! —exclamé afligida y me tomé el vientre.
Mis padres estaban ahí, papá me miró entre afligido y aliviado y mamá dejó
de teclear en su Mac para luego mirarme.
—Con cuidado, hija, aún te estás recuperando —pidió papá llegando a mi
lado. Eso no respondía a mi exclamación.
—¿Está bien mi bebé? —pregunté, y me miró con tristeza.
—Claro que lo está, no te preocupes más por eso —habló la frívola de Dana,
se puso de pie y llegó hasta la camilla—. Ahora se encuentra en un mejor lugar
y tú ya no corres peligro por tenerlo en tu vientre y avergonzarme frente a mis
amigos. —Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando la escuché decir tal cosa sin
una pizca de remordimiento.
Toqué mi vientre todavía incrédula y sentí dolor cuando me removí de
nuevo, era algo casi imperceptible antes, incluso así percibí el vacío, noté que
algo me pasaba y quise morirme.
—Era mi bebé. ¡Mío! ¡No tenías ningún derecho! —le grité sin parar de
llorar—. Te odio, Dana, lo hago como jamás creí odiar a alguien. —Ella se rio
de mí y miró sus uñas con altanería.
—Cariño, cálmate. —Papá sobó mi brazo como si eso fuese a tranquilizarme
o a sanar el dolor que sentía, y lo aparté de mí con asco.
—A ti también te odio, Greg. Eres mi padre y se supone que debes
protegerme, no dañarme, y no haces más que asolapar las estupideces que tu
mujer desea —mascullé sin parar de llorar, él me miró con dolor, pero tal cosa
no me inmutó.
Greg Stone era tan culpable como mi madre.
—¡Para qué mierda la obligaste a tenerme si no me ibas a amar! —le
reclamé y lo aparté de mi lado con brusquedad—. ¡Para qué demonios la
obligaste a parirme si no me ibas a proteger de su odio! —escupí con furia e
indignación, y él solo se quedó estupefacto al oírme.
Cogí todo el aire que me fue posible y eso solo aumentó el dolor en mi
pecho y la agonía e impotencia por no poder recuperar lo que acababan de
arrebatarme.
—¡Así como decidiste por mí hubieses tenido los ovarios para decidir por ti
misma y me hubieras abortado para evitarte todo esto! —le grité a mi madre y
vi que comenzaba a perder la paciencia, eso no me detuvo—. ¡Pero fuiste una
puta cobarde que creyó que iba a morirse sin un hombre a su lado! ¡Por eso me
pariste, solo para joderme la vida al intentar retener a Greg a tu lado sabiendo
que no podrías hacerlo por tus propios medios, porque ni para eso sirves! —Mi
rostro giró con su bofetada, me golpeó con demasiada ira, mas no lloré, solo reí
y lo hice en su cara.
Aunque el dolor y ardor de mi garganta indicaba que me faltaba muy poco
para deshacerme en llanto.
—Ese maldito feto lo perdiste porque tu querido novio gay y yo lo quisimos
—habló serena, ocultando el odio que sentía hacia mí.
Y sabía que ella podía herirme, pero me negué a creer lo que decía. Olek no
pudo haber permitido semejante barbaridad para con su hijo.
—¡Y no, no miento! —zanjó al ver mi incredulidad y ganas de protestar—.
No podía decidirlo sola, él también tenía que estar de acuerdo y lo estuvo,
deseaba deshacerse de ese niño tanto o más que yo.
Mi respiración desapareció y negué como una loca, aunque en mi cabeza se
repitió la propuesta no terminada por parte de él. Recordé lo que quiso
insinuarme y no pudo porque lo corté, y entonces la presión en mi pecho se
hizo más fuerte, ya no quería respirar, no quería vivir, porque en realidad
estaba perdiendo la vida luego de aquellas terribles noticias.
—¡Te odio! ¡Los odio! —grité de nuevo al perder el control, zafé el catéter
de mi mano y me quité del pecho las cosas que monitoreaban mi corazón.
—Era lo mejor después de cómo encontraste a ese chico —habló mi padre y
juro que, por increíble que fuera, aún tenía un poco de respeto por esos seres
despreciables, y por lo mismo no lo abofeteé a él y a mi madre.
—¡Era mi hijo! ¡Mío! ¡Mi decisión! —Seguí descontrolándome.
Cómo era posible que incluso viviendo en un país libre hayan decidido por
mí, era inaudito.
—¡Enfermera! —gritó mi madre con fastidio.
Un grupo de ellas entró pronto y me agarraron para contenerme y luego
inyectarme algo que comenzó a calmarme incluso cuando no quería hacerlo.
—Los odio —musité tranquila, aunque sentí en carne viva aquel sentimiento
hacia ellos.
También lo sentí hacia a Olek por haberme usado como su pantalla; aborrecí
el amor y todo lo que eso significaba, a las amigas, —esas que se decían
mejores amigas y te apuñalaban por la espalda—, maldije la monogamia
porque solo me hizo quedar como estúpida, odié la traición que llegaba de las
personas cercanas a ti y a los hombres que gustaban de otros hombres porque,
cuando todo aquel conjunto llegó a mí, también conocí el dolor y perdí a lo
único que sería importante en mi patética vida.
Olek, Bianka y mis padres me mataron; Elijah Pride tuvo razón al
advertirme que no confiara ni en mi sombra, y no hice caso, por lo mismo
estaba pasándome aquello. Sin embargo, aprendí la lección y, aunque deseaba
morirme, no me quitaría la vida, ya que al fin y al cabo ya la había perdido;
renacería, estaba segura de eso, no obstante, lo haría como una persona
diferente y le demostraría a todos lo malo que fue orillarme al precipicio y no
detenerme cuando estuve a punto de caer.
Una semana después volví a casa de los Stone, me habían practicado un
legrado y me mantuvieron con un collarín por tres días; tuve la oportunidad de
conversar con una de las enfermeras que me atendió y me reí cuando informó
lo que oficialmente me sucedió: iba bajando los escalones y al no tener
cuidado resbalé por ellos, nadie sabía de mi estado, ni siquiera yo hasta que
llegué al hospital ya perdiendo a mi bebé; no hubo nada que se pudiese hacer,
el daño estaba hecho. Por supuesto que todo aquello se mantendría en secreto,
los Stone eran poderosos y pagaron fuertes sumas de dinero para que fuese así.
Ya ni siquiera quise alegar nada, prepararía con paciencia mi contraataque y
haría arrepentirse a todos por haberme dañado. Y quería que Olek fuese el
primero, pero el maldito desapareció de la tierra como el cobarde que era, lo
supe por Pride, ya que fue el único en preocuparse por mí al notar mi ausencia.
—Cuenta conmigo para lo que quieras —se ofreció mientras hablábamos
por teléfono.
—Quiero desaparecer. ¿Me ayudarías con eso, Pride? —cuestioné tanteando
el terreno, y bufó como si mi pregunta fue una ofensa para él.
—Te hago desaparecer y aparecer en el país que desees —se mofó.
Me habían llegado rumores que provenía de una familia muy poderosa y no
solo por encima como lo eran mis padres, igual nunca se lo pregunté porque,
aunque éramos amigos, él no daba pie para que indagáramos en su vida
privada. Y podía pedirle que me cumpliera aquello, mas no quise darles el
gusto a mis padres de deshacerse de mí tan fácil, quería joderles la vida, más a
mi madre, y lo haría de la manera en la que a ella le dolería mucho.
Destruyendo la buena imagen de los Stone.
Un mes después...
Un año después desde el día que decidí comerme a mi mejor amigo —sin
cubiertos— todo cambió para mí. Mi vida, aunque mejorada, seguía oscura y
aprendí a disfrutarla. Mis padres estaban al punto de un colapso nervioso luego
de que sus amistades importantes comenzaron a correr la voz de que la
pequeña de los Stone llevaba una vida loca y hasta dejaron de darme dinero
para evitar que me siguiera descarrilando.
Para mala suerte de ellos, tenía amigos que se encargaban de contribuir con
lo necesario para la caída de la imagen perfecta de mis padres y su castigo por
haberme dañado como lo hicieron en el pasado se estaba alargando.
—¡Feliz cumpleaños! —gritaron todos al unísono cuando entré al
apartamento de LuzBel.
Mi amigo contaba con su propio espacio, había sido el regalo de sus padres
para su cumpleaños diecinueve, para los dieciocho le regalaron un club… ¡Puf!
Vaya que ese cabrón tenía suerte. Por supuesto que seguía con sus reglas y solo
por mi día especial quebrantó de momento una, y era la de no meter a nadie en
su apartamento.
Dylan Myers, Connor Phillips y Jacob Fisher también se habían unido a mi
fiesta, los chicos eran más amigos de LuzBel que míos y de ellos me llevaba
mejor con Connor, pues intenté acostarme con él por una apuesta que hice con
LuzBel, pero el chico bonito se negó porque sabía que de vez en cuando me iba
a la cama con su amigo, ya que sí, mis acostones con LuzBel siguieron, no
obstante, mantuve mi promesa y me ayudaba el que no deseara más que sexo
ocasional con él.
Todos los presentes en esa pequeña fiesta me felicitaron y abrazaron,
deseando muchas cosas buenas para mi vida, lo malo es que yo era inmune a
las cosas buenas y me pasaban casi solo malas, igual agradecí aquellos deseos,
los sinceros y los hipócritas, eso lo tenía muy claro, la misma vida me enseñó
a reconocer la hipocresía y me obligó a dejar cierta estupidez. Cuando la fiesta
se fue poniendo más intensa, y algunas parejas intentaban buscar un lugar
alejado para tener sexo, LuzBel se encargó de ponernos de patitas en la calle,
sin embargo, nos ofreció algo mejor y nos llevó a su club tras hacer algunos
arreglos para que nos dejasen entrar sin tener problemas legales.
Ser menor de veintiún años no tenía ni puta gracia si no contabas con amigos
que manejaban cierto poder en la sociedad.
La fiesta ahí se puso mejor, aunque yo necesitaba algo más, así que sin que
nadie me siguiera me fui hasta los baños y de mi bolso saqué a mi amada y
pequeña jeringa con la dosis justa para hacer de mi vida un paraíso; mis brazos
dolían de tantas veces que los usé, así que opté por picharme entre medio de los
dedos. Estaba consciente de lo mal que iba con eso, pero aquello era lo único
que me hacía olvidar el infierno en el cual vivía; trataba de controlarme frente a
los demás para que no sospecharan de mi adicción, sobre todo me cuidaba de
LuzBel luego del ultimátum que me dio y tras enterarme de que mi nuevo
proveedor había desaparecido, pues sospechaba que él tuvo mucho que ver en
eso.
Comprobé que sí cumplía sus promesas y solo cruzaba los dedos para que el
chico viviera aún.
Cuando la verdadera felicidad para mí me invadió, volví al club y seguí
disfrutando de la fiesta, admiré la felicidad de muchos de los que ahí estaban y
envidié que la de ellos fuese natural y no provocada por estupefacientes como
lo era la mía, aun así, disfruté de mi noche y me concentré en todos los chicos
guapos que nos rodeaban para escoger a mi nueva conquista.
—¿Eligiendo a tu nueva víctima? —preguntó LuzBel, dejando atrás a la
chica que había tenido en su regazo, y me reí un tanto inocente.
—Tal vez —respondí elocuente—. ¿Recuerdas las perlas que vimos aquel
día en la web? —cuestioné, dándole forma a una idea que llegó a mi cabeza
luego de haber visto aquello.
—Las que se incrustan en la polla para dar placer, claro que las recuerdo —
afirmó, y sonreí.
—¿No quisieras ponértelas tú? Tengo curiosidad de saber cómo se sienten
—dije, y rio divertido.
—Estás loca si crees que usaré esas mierdas, ve y convence a otro —
aconsejó divertido.
—¿Qué tal si apostamos? —propuse antes de que se marchara—. El que
bese a menos personas hoy usará algo en su sexo, tú las perlas o yo un piercing
—dije sabiendo su negativa a los besos.
—Por qué no mejor el que folle menos —alegó, y en ese momento fui yo la
que rio.
—Es ley que las mujeres tenemos más aguante a la hora de follar, amigo
mío, y lo sabes. Te la estoy poniendo fácil con los besos, ¿o eres tan cobarde
que no puedes hacer ni eso? Porque, si es así, entonces me decepcionaré de la
gran reputación del poderoso LuzBel —lo reté sabiendo que había dado justo
en su ego.
—El que bese menos pierde —aceptó, y aplaudí complacida.
LuzBel odiaba besar a cualquier chica, el muy engreído decía que su boca no
la podía proteger al besar, en cambio su polla sí al follar; por eso dejaba los
besos de lado, aunque me demostró que sí sabía hacerlo solo porque lo jodí y
me burlé de él diciéndole que no podía. Claro que sabía besar, era un experto
haciéndolo, mas solo pude besarlo una vez, pues el imbécil dijo que no
volvería a pasar porque no tenía idea de en cuantas pollas había puesto mi
boca.
Era un hijo de puta. Y yo no se la chupaba a nadie, era una regla mía.
Pero igual, amaba a ese hijo de puta casi como el hermano que nunca tuve,
ya que obviamente no iba a amarlo por completo como hermano porque si eso
pasaba ya no iba a poder comérmelo.
Yo era más liberal y despreocupada que él, así que besaba a cuanto chico se
me antojaba, busqué a Connor y le pedí el favor de que nos observara y llevase
el conteo de nuestra apuesta, era un tipo sincero así que, aunque LuzBel era
más su amigo, confié en que no iba a joderme. Al final de la noche besé a diez
papacitos y LuzBel a duras penas besó a dos chicas, se dio por vencido al
aceptar que no era de los que besaban solo por besar.
—Te enviaré los datos de una clínica excelente y para la próxima semana
espero salir de mi curiosidad y saber cómo se sienten esas dichosas perlas —
dije victoriosa, y él solo me fulminó con la mirada.
—Hija de puta —bufó, y reí.
—La reina de ellas —afirmé y me adentré a casa luego de que él me diera un
aventón hasta ahí.
Un año después...
Todo se hizo tal cual mi madre quería, me recuperé, salí de la clínica y luego
inicié mi vida otra vez, casi partiendo de donde la había dejado, pero
cambiando muchas cosas de mí y convirtiéndome en una total perra tras ser
una niña buena. Enterrando mi pasado, a Olek Sandr y todo lo que él me dejó.
Disfrutando al máximo mi presente y esperando con ansias lo que el futuro me
deparaba.
Laurel Stone aún tenía mucho que dar y por divertirse.
Perdí amigos en mi proceso de rehabilitación, mantuve a los verdaderos y
gané nuevos. Pasado un tiempo hablé con LuzBel y le pedí disculpas por mi
reacción de aquella vez en el hospital y acepté frente a él cuánta razón tuvo al
hablarme como lo hizo. Seguimos viéndonos como follamigos de vez en
cuando, pero todo se volvió más difícil, ya que el idiota tenía novia y la
afortunada no me caía para nada bien. Tuve varios enfrentamientos con Amelia
—así se llamaba— luego de que se enteró que me acostaba con su chico, el
cabrón creía estar enamorado de ella, incluso así no se resistía a mí y yo no le
ayudaba, pues lo provocaba siempre que podía solo para joder a la susodicha.
Nos alejamos meses después porque mis padres decidieron mudarse a otra
ciudad y, aunque estar con ellos no me agradaba, el cambio me haría bien, y
más cuando mi mejor amigo cambió demasiado y no era para menos, pues su
novia —Amelia— había fallecido y debo admitir que me sentí un poco mal por
la chica, pero más por él y el mal momento que vivía.
—No quisiera dejarte así —le dije y lo tomé de las manos.
Su vida seguía siendo un misterio a medias para mí y en el altercado en que
su novia murió también salió herido él y, aunque ya había pasado un mes,
LuzBel actuaba como si acababa de suceder.
—Vete y haz tu vida, Laurel, supera tu pasado —pidió y, a pesar de que su
voz era fría, todo él se había vuelto frío en realidad, supe que seguía
preocupándose por mí.
—Te quiero, eres casi mi hermano y no quiero verte mal.
—No me veas mal entonces. Estoy bien, mujer, solo necesito tiempo y
venganza —soltó, y me asusté por lo que vi en sus ojos, él lo notó—. Mira,
ahora mismo necesito estar lejos de todos y creo que es bueno que te vayas
porque no me gustaría que veas una versión de mí que no te gustará —explicó,
y negué. Verlo así me preocupaba—, además, no quiero que corras peligro y si
te mantienes cerca de mí lo correrás.
Quise decirle muchas cosas en esos momentos, pero se puso de pie y se
marchó. Intenté seguirlo, sin embargo, su amigo Dylan me lo impidió.
Me asustaba y preocupaba verlo así, aunque también lo conocía y estaba
segura de que insistir no me serviría de nada con él. Decidí darle su espacio y
buscarlo pronto, mientras eso pasaba retomé mi camino y mis planes, le puse
punto final a mi pasado y continué con otro nuevo comienzo.
Maldije una y otra vez mientras salía de la ducha, me paré frente al espejo de
cuerpo completo de mi habitación y volví a maldecir al verme los moretones en
mis brazos.
¡Maldito hijo de puta!
Se salió de control solo porque me negué a chuparle la polla, pero era
condenadamente estúpido si creía que iba a acceder a hacerle algo así.
En momentos así daba gracias por esas clases de defensa personal que mi
madre me hizo tomar y más agradecía que mis padres no se encontraran en
casa.
Nuestra relación seguía siendo pésima, sin embargo, los toleraba un poco
más, y por supuesto que en momentos como esos agradecía la falta de atención
que me daban y que se la vivieran viajando por todo el país por cuestiones de
trabajo. O por lo menos eso decían, aunque la verdad, creía que lo hacían para
no tener que estar lidiando conmigo, como si para mí fuese grandioso lidiar con
ellos.
¡Puf!
Mucho de mi vida había cambiado luego de un año más transcurrido y de
aquel pozo oscuro en el que caí, aunque algunas cosas no lo hicieron. Seguía
siendo ese tipo de chica fiestera, descontrolada y desinhibida, disfrutaba del
sexo, por supuesto, del alcohol y otras cosas más que no eran drogas. Trataba
de vivir mi vida como me daba la gana y aprovechaba la libertad que tenía por
la ausencia de mis padres.
Si estaba en una fiesta y veía a un chico que me gustaba no dudaba en
meterlo en un baño y follármelo, no importaba si era soltero, casado o tenía
novia. Si se dejaba, me lo follaba sin remordimientos. Así que, si se cruzaban
en mi camino por alguna razón y tenían novia, les aconsejaba que la cuidaran y
agarraran bien su correa.
Y no, no se equivocaban. Yo era el tipo de chica a la que llamaban zorra,
puta, roba novios o lo que quisieran. Y lo mejor de todo eso era que me
importaba una mierda lo que opinaran de mí, era feliz así —o por lo menos eso
quería creer—, me evitaba el sufrimiento de tener a un hombre estable a mi
lado, prefería ser libre y no sufrir por idiotas; no daba explicaciones a nadie y
hacía lo que se le antojara a mi regalada gana.
Y así costara creerlo, mi vida la regía con algunas reglas —a pesar de que de
vez en cuando las rompía— y eso se lo agradecía a mi idiota amigo, ese que
me enseñó a que tener reglas facilitaba la vida, aunque romperlas algunas veces
me divertía más. Y creo que me las impuse por eso.
Mi regla número uno era una de mis favoritas: si eras hombre yo sería tu
mujer, pero solo por una noche; eso nos iba facilitar la vida a ambos y nos
divertiríamos más, aunque mi regla dos también era importante y consistía en
que en el sexo estaba dispuesta a hacer de todo menos mamadas, porque eso
para mí era exclusivamente para hacerlo con la pareja. La regla tres era una de
las que más respetaba, pues si eras mi amiga debías considerarte afortunada
porque tu novio sería el único prohibido en mi vida.
La regla cuatro era otra de las que más cumplía, ya que si eras mi enemiga
mejor tenías que cuidarte porque trataría de que conocieras el infierno antes de
morirte. Y vaya que sabía cumplirlo, mis padres eran testigos de ella. La regla
cinco me la impuse sobre todo para mi salud mental: si eran chicos gais tenían
que alejarse de mí; no porque los aborrecía o porque era homofóbica, para
nada. Era más por los malos recuerdos de mi pasado, malditos recuerdos que se
negaban a abandonarme.
Y por desgracia me vi obligada a romper esa regla una vez desde que me la
impuse y lo hice por mi nuevo mejor amigo, Edward Adams.
Mi regla seis era para el bienestar de todos: si estaban dispuestos o
dispuestas a vivir un día de mi vida, debían atenerse a las consecuencias porque
yo no era considerada una buena influencia para nadie y tampoco me
importaban las críticas de los demás. Yo era como era por muchas razones y el
que no las conocía mejor que no juzgara.
Mis reglas eran fáciles de cumplir. Bueno, ni yo me creía eso a veces.
Mi nuevo mejor amigo, Edward, las consideraba absurdas y quiso alejarse de
mí solo para obligarme a cumplirlas, por eso le señalé que en algunas ocasiones
las rompía; había roto una por su culpa. Mi amistad con él nació casi en el
instante de conocerlo en mi primer día de clases y, para ser sincera, Ed era muy
guapo y a simple vista no parecía gay, de hecho, yo no lo supe hasta que intenté
comérmelo.
Me tomó por sorpresa cuando Edward me hizo dar la vuelta y quedar frente
a él, unió sus labios a los míos en un beso voraz, posesivo y lleno de pasión. Su
lengua se adentró en mi boca sin permiso alguno y me domaba de una manera
única. Me encendí ante eso, jamás un hombre logró que mojara mis bragas tan
rápido como mi mejor amigo gay lo estaba haciendo. Llevó las manos a mi
culo, lo apretó y masajeó como se le dio la gana.
Nolan se unió al juego y comenzó a besarme el cuello desde la parte de atrás,
presionando su pecho con mi espalda, sus manos sacaron el vestido que usaba
dejándome solo en ropa interior; Edward me sonrió con sensualidad actuando
como un hombre y no como siempre lo hacía y mientras Nolan seguía besando
mi cuello y masajeando mis pechos, Edward se puso en cuclillas frente a mí y
me bajó las bragas. Nolan quitó mi sostén y quedé más expuesta para ellos,
usando solo mis zapatos de taco alto; jadeé cuando Edward acarició mis
piernas hasta llegar a mi feminidad, se abrió paso entre mis pliegues con sus
grandes dedos y acarició mi manojo de nervios cual experto fuese. Gemí ante
el placer que me daban entre ambos. Desde arriba veía a mi amigo observarme
con lujuria y de la misma manera vi a Nolan. No pude protestar a tiempo
cuando sentí la lengua de Edward lamerme sin reparo alguno y lo hizo de una
forma tan perfecta que no pude evitar gemir fuerte.
Llevé las manos hacia atrás y como pude me abrí paso entre los pantalones
de Nolan y comencé a acariciar su falo y todo de él, lo escuché jadear del
placer mientras yo lo hacía con el que me daba Edward.
¡Guau! Quién iba a decir que los chicos como Ed eran los mejores con el
sexo oral.
Edward me estaba volviendo loca con su lengua en mi entrepierna; sabía qué
hacer, cuándo ir lento y cuándo acelerar el ritmo sin necesidad de que se lo
pidiese, el placer se estaba acumulando en mi vientre y sabía que pronto
explotaría, eso era demasiado y no soportaría mucho tiempo sin derramar mi
orgasmo. Ed se detuvo de pronto y gruñí por eso, poco a poco subió dando
besos en mi abdomen hasta llegar a mis pechos. Cogió uno de mis pezones con
la boca y lo lamió como lo hizo con mi sexo, sus manos buscaron mi espalda y
apartó las mías de la erección de Nolan y comenzó a acariciarlo mientras me
besaba haciéndome sentir mi sabor y el sabor de sus besos, como pude lo
desnudé y comencé a jugar con su miembro a la vez que él hacía lo mismo con
Nolan.
Primera vez que era parte de un trío y lo estaba disfrutando.
Al volver el tiempo atrás para mí era perturbador imaginar a dos hombres
acariciándose, pero esa noche se convirtió en algo excitante, perverso y
seductor; se notaba que para Nolan también era la primera vez recibiendo
caricias de alguien de su mismo género, aunque sabía que por dentro lo
disfrutaba igual que yo.
—Recuéstate —pidió Nolan, y lo hice sin rechistar, luego se acostó a mi
lado y pude ver su gran erección—. Ven aquí —pidió que me pusiera a
horcajadas sobre su cara y sabía para qué.
Esa noche iba a romper una regla más.
Hice lo que pidió y gemí cuando su lengua comenzó a juguetear con mi
sexo, Edward estaba entretenido con el sur de Nolan y, aunque en el momento
se me hizo difícil asimilarlo, me concentré en el placer que Nolan me daba;
minutos después lo escuché gemir por lo que Ed hacía y sus sonidos lograron
excitarme al punto de que mis caderas tomaron vida propia y comenzaron a
moverse por sí solas necesitando más fricción, pero de nuevo me quedaba a
medias al sentir que Nolan se detenía.
¡Joder!
Con agilidad quitó a Edward de su miembro y a mí me hizo tumbarme sobre
mi espalda, le dijo a Ed que continuara conmigo mientras él abría un paquete
de preservativo y se lo colocaba. Esa vez Edward besó mi cuello y lamió el
lóbulo de mi oreja, llegó a mis pechos y continúo hasta el sur de mi cuerpo. Ya
no solo lamió sino que también me embistió con dos de sus dedos logrando que
arqueara la espalda y soltara un grito. Nolan tomó la cintura de mi amigo y lo
posicionó como deseaba sin que él dejara de hacer lo que hacía conmigo. Sabía
lo que seguía y no estaba segura de quererlo ver cuando los estúpidos
recuerdos comenzaron a llegar a mi cabeza, quise detener a Ed y salir de ese
cuarto de hotel, pero mi amigo se dio cuenta.
—Mírame, preciosa —pidió al ver mi reacción—. Concéntrate en lo que te
haré a ti, te prometo que lo disfrutarás como nunca —dijo en una súplica, y
asentí.
Cerré los ojos, pero pude sentir el movimiento brusco que hizo la cama
cuando Nolan dio su siguiente paso. Edward gimió de puro placer y mis
terminaciones nerviosas reaccionaron ante ese sonido; Ed de nuevo comenzó a
comerse mi feminidad y a embestirme con los dedos, el placer regresó a mí y
gemí como loca.
Su lengua y los sonidos de gozo de ambos me hicieron abrir los ojos y vi el
rostro de Nolan desfigurándose con gestos de lujuria y el de Edward igual,
volví a cerrarlos cuando ya estaba a punto de llegar a mi clímax y grité en
cuanto el orgasmo me abrazó y consumió en el más puro placer. Noté que Ed
se había estado tocando al visualizar el líquido blanquecino derramarse en su
mano y por la cara de pasión de Nolan supe que él también se había corrido.
Sin dejarme tomar respiro Nolan había culminado con Edward y minutos
después se colocó un condón nuevo, se acostó en la cama y me hizo subirme en
él. Poco a poco me introduje su gran erección y mi cuerpo se erizó al sentirme
llena, besó mis pechos y luego mi boca haciendo que la necesidad volviese a
crecer en mi interior.
—¿Estás lista para continuar? —preguntó, y asentí.
Comenzó a embestirme lento y sentí a Edward acariciarme por detrás; me
encontraba un tanto abrumada por lo que pasaba, aunque el morbo me ganaba y
comencé a disfrutar mucho más al concentrarme solo en Nolan y en mí, viendo
a Edward acomodarse en una silla cerca de la cama y disfrutar de aquel
peculiar acto que junto a su amor platónico le estábamos dando. Lo vi tocarse
de nuevo y sus ojos no se apartaron de nosotros, poco a poco le hallé más el
gusto a aquella situación y me desinhibí por completo.
—Puedes unirte —alentó Nolan a Ed, mi amigo me observó esperando mi
autorización.
—¡Ah! —jadeé con la fuerte embestida que Nolan me dio, me tomó de las
nalgas y se restregó de una forma increíble, luego me cogió la barbilla y me
hizo mirarlo.
—Te gustará, pequeña perversa —aseguró, y tras eso me mordió el labio
inferior y enseguida lo chupó.
—Me encantará —dije entre jadeos sin apartarme de su boca. Me conocía y
sabía que tenerlos a los dos me volvería loca.
Nolan se detuvo un momento y le indicó a Edward que se acercara, recosté
mi pecho sobre el suyo y arqueé el culo para darle acceso a Ed sin dejar que
Nolan saliera de mi interior. Ya había tenido sexo anal, más nunca estuve con
dos hombres al mismo tiempo y no porque eso me pareciera turbio, al
contrario, me excitaba verlo en la películas y deseé saber qué se sentía, aunque
jamás conocí a dos tipos que me dieran la confianza para lanzarme a hacerlo
hasta esa noche.
Cuando Edward llegó a nosotros tuvo la delicadeza de besar mi espalda y me
tomó de la cintura para sembrarme con fuerza en todo el falo de su amor
platónico, grité de placer y seguí haciéndolo cuando las manos de mi amigo
bajaron y me tomó de ambas nalgas para abrirlas, Nolan se impulsó con los
pies para clavarse mejor y mi corazón se aceleró como un loco. Estaba gozando
la anticipación y con eso supe que lo que seguía me dejaría al bordo de un
colapso.
—Me excita demasiado verte gozar de esta manera —dijo Ed en mi oído, y
sonreí. Lo cogí del cuello y lo acerqué para comerme su boca de una manera
desquiciada.
—¿Y te excita que tu mejor amiga también goce esta verga que tanto has
deseado? —inquirí con picardía, nuestro aliento era helado por los jadeos.
Nolan me había tomado de la cintura y seguía clavándose en mí con ímpetu,
yo cogí la polla de Ed desde atrás y lo masturbé para que también disfrutara.
—Me excita tanto que voy a clavarme también en ti para que grites más de
placer —avisó.
Sonreí y gemí cuando con uno de sus dedos dilató mi ano y luego se colocó
un condón, segundos después la corona de su polla le quitó el lugar a su dedo,
Nolan se detuvo un momento y sentí a Ed introduciéndose poco a poco en mi
trasero. Me mordí el labio para no gritar por la sensación, miré a Nolan y lo
encontré sonriendo de una forma peligrosa.
—Oh, mierda —gemí ante un embiste suave por parte de Nolan y otro de Ed
que fue lento hasta que me acostumbre a él.
Edward no solo sabía hacer sexo oral a una mujer sino también tenía una
polla grande y gruesa que me volvía loca y, cuando mis jadeos fueron en
aumento gracias a los empujes de Ed, Nolan comenzó a embestirme al mismo
tiempo que él y entonces mis gritos no pudieron ser controlados. Gemía y
gritaba al sentirlos a los dos al mismo tiempo. Nolan se apoderó de mis labios
para tratar de ahogar mis sonidos, pero era inevitable que no se escapara
alguno. Sus manos estaban en mis nalgas y las abría para darle mejor acceso a
Edward. Mi amigo por su parte masajeaba con una mano mis pechos y las
embestidas de ambos se aceleraron.
Al principio me sentí extraña con ambos dentro de mí y traté de quedarme
quieta para que solo ellos pudiesen moverse, pero luego al acostumbrarme, mi
cuerpo se volvió glotón y pidió más, así que me moví a mi manera, grité y
gemí con locura y me introduje en un éxtasis peligroso al escuchar también a
esos dos especímenes gozar de mí cuerpo y sobre todo cuando mis encuentros
a sus embistes los hicieron gruñir de placer. Pronto otro orgasmo atravesó cada
terminación nerviosa de mi cuerpo y nubló mi mente, y segundos después
Edward se corrió en mi trasero y Nolan en mi coño.
Los tres jadeábamos con la respiración acelerada y el corazón a punto de
salirse de nuestros pechos, y estaba segura de que ese había sido el mejor
orgasmo de mi vida, pero no el último, ya que luego de recuperar fuerzas el
placer siguió.
Se sintió inexplicable tener a dos tipos comiéndome el coño y también
cuando una vez más los tomé a ambos, solo que en ese momento Ed estuvo
enterrado en mi vagina y Nolan en mi trasero. Me era imposible escoger qué
parte fue mi favorita porque todo en sí fue una experiencia única y
enloquecedora. De lo único que sí podía estar segura era de que, después de esa
noche, mis exigencias cambiarían porque mi perversión creció más.
Desperté con el sol brillando y sus rayos acariciando mi rostro —esos que se
colaban a través de la ventana—, me sentía exhausta y con un poco de dolor en
mi entrepierna a causa de la noche anterior. Edward dormía a mi lado como un
ángel y sonreí al verle el cabello caer en su frente y sus labios entreabiertos;
respiraba tranquilo, señal de que estaba profundamente dormido. Recordé lo
que me hizo la noche anterior y no pude evitar sonrojarme; él no solo me probó
con la boca, lo hizo con todo lo suyo y vaya que también superó mis
expectativas en eso.
Ed era mi amigo y aparte gay, nunca se me cruzó por la mente conquistarlo
—bueno, sí lo intenté una vez, mas no luego de saber sus gustos— y más al ver
cómo rechazaba con asco a cada mujer que se le acercaba con esas intenciones
—chicas hermosas—. Me removí con cuidado y noté que Nolan no estaba por
ninguna parte. En la mesita de noche junto a la cama se hallaba una nota y la
tomé.
Era de Nolan.
Sonreí como tonta al leer las palabras de Nolan, los tres tuvimos una primera
vez de algo y con certeza podía asegurar que lo habíamos disfrutado y jamás
olvidaríamos lo que sucedió en ese cuarto de hotel, después de una noche muy
loca.
Tomé una ducha y me vestí con la misma ropa de la noche anterior a
excepción de las bragas, cuando salí del baño Edward ya había despertado y
me sonrió. Le respondí con timidez, ya que estúpidamente me sentí cohibida
tras lo que me hizo. En silencio se metió al baño y un rato después salió vestido
y con el cabello alborotado.
—¿Te llevo a casa o pasamos a algún lugar a desayunar? —preguntó.
—Llévame a casa —pedí, y asintió.
—Leí la nota de Nolan —dijo, y me preparé para algún reclamo—.
Definitivamente tuve la mejor noche de mi vida y no importa que él no quiera
repetir, ya logré lo que quería. —Sentí que respiré con tranquilidad después su
declaración.
—Siento mucho que no hayas podido estar solo con él —hablé sincera al
recordar que al pobre le tocó acceder a estar conmigo solo para poder follar con
Nolan.
—Laurel, anoche tuve mi mejor polvo y no solo por él sino también por ti.
—Su declaración me tomó por sorpresa—. Fuiste mi primera vez con una
mujer y ha sido sensacional, eres la única que ha logrado ponérmela dura. —
Mis mejillas se sonrojaron por su halago—. No quiero que nada cambie entre
nosotros, eres mi mejor amiga y carnada.
—Vaya que me halagas —dije riendo por lo último y sentí que me liberé de
un gran peso al saber que en verdad nada iba a cambiar entre nosotros.
Caminamos hacia fuera del hotel en un silencio cómodo, pero por mi cabeza
pasaban miles de pensamientos acerca de la noche anterior. Estar con Nolan
fue increíble, estar con Edward aún más; él supo cómo tratarme y logró que me
quedara con ellos a pesar de los estúpidos recuerdos que llegaban a mi mente y
el miedo de que ese maldito trauma de mi pasado regresara.
Y sí, aunque había decidido seguir adelante, aquellos traumas que me
atormentaron años atrás no se iban.
Edward, como el caballero que intentaba ser, abrió la puerta del coche para
mí y, ya que me había subido, la cerró y se fue para el lado del piloto, abroché
mi cinturón y esperé que él hiciera lo mismo, y luego se puso en marcha.
Hablamos de cosas triviales y reímos de acontecimientos que nos habían
sucedido antes; agradecí que no quisiera hablar nada sobre la noche anterior, ya
que no me sentía capaz de hacerlo en esos momentos. Sin embargo, sabía que
tarde o temprano tendríamos que conversarlo siendo más claros que esa
mañana en el hotel. Saqué el móvil de mi bolso y si no hubiese ido sentada
creo que me habría caído de culo al ver las veinte llamadas perdidas de mis
padres.
—¡Oh mierda! —maldije sintiéndome nerviosa.
—¿Sucede algo? —cuestionó Ed al ver mi cara de preocupación.
—Mis padres han estado llamándome como locos, algo tuvo que suceder —
dije con voz nerviosa al imaginarme, no el cabreo de mis padres, sino lo que
pudo haber sucedido para que me hayan llamado con tanta insistencia.
—Tranquila, Laurel, ya casi llegamos. —Ed colocó su mano sobre mi muslo
para tratar de calmarme, pero ese gesto de su parte solo me puso más nerviosa
e hizo que algunos recuerdos regresaran.
Vaya que era zorra, mis padres me llamaban quién sabía para qué y yo
sintiendo cosquilleos por el inocente toque de mi amigo.
Al llegar frente a mi casa me despedí rápido de Edward y me apresuré a
bajar del coche e ir dentro de mi hogar dispuesta a enfrentar lo que se me fuera
encima. Me sentí un poco calmada cuando me adentré y no vi a nadie, caminé
con sigilo hasta llegar a mi habitación, volví a tomar una ducha rápida para
espabilarme y, luego vestirme con ropa cómoda, bajé de nuevo para ir a la
cocina por un vaso de jugo y grité cuando la voz cabreada de mi padre me
llamó.
—¡Me vas a matar de un susto, papá! —dije llevándome la mano al pecho.
—Y tú me matarás de una cólera, Laurel. ¿Dónde estabas? —Su voz era
dura y sabía que me había metido en un problema.
—Me fui de fiesta con unos amigos y me quedé a dormir con Edward. —
Frunció el ceño por mi respuesta y supe lo que se estaba imaginando y no se
equivocaba—. No pienses lo que no es, papá. Edward juega con tu bando no
con el mío —aclaré y lo vi relajarse un poco.
No pude evitar sentirme una mentirosa de lo peor cuando le dije aquello,
pero... tampoco era que le pudiese decir que iba de follar no solo con uno, sino
con dos hombres y en la misma noche. Greg estaba muy, muy lejos de ser el
papá ejemplar, no obstante, reconocía que era mejor que la pe… peculiar de mi
madre, y cuando ella no estaba cerca, hasta cariñoso intentaba ser.
—Tu madre y yo te hemos estado esperando desde anoche. ¿Por qué no
avisaste que no llegarías? —preguntó.
—Lo siento, Greg Stone, es la costumbre —me mofé con descaro y vi cómo
el enojo volvió a llegar a él.
—Soy tu padre, Laurel, ten más respeto —me regañó, aunque no le tomé
importancia—. Tu madre y yo nos vamos dentro de unos minutos y
regresaremos en tres semanas —avisó, era algo que ya imaginaba.
—Creí escuchar a mamá decir que todo iba a cambiar —me quejé y odiaba
admitir que necesitaba la atención de ellos, aun después de todo lo que me
habían hecho—. Al final no entiendo a qué se refería si todo sigue igual.
—Te equivocas, esta vez no te quedarás sola. —Lo observé con atención
esperando a que se explicara mejor.
Me quedé de piedra viendo bajar por los escalones al chico más guapo que vi
en mi miserable vida —bueno, aunque había muchos que me parecían los más
guapos de mi miserable vida, pero quería agregar drama—. Era alto y delgado,
pero con músculos bien definidos, tatuajes adornaban sus brazos, el cabello lo
tenía rubio y muy corto de los lados y largo de la parte de arriba y el frente,
peinado a la perfección como esos modelos de las revistas, sus ojos eran
verdes, sus labios medio gruesos, su nariz fina y su mandíbula cuadrada. Vestía
una simple camiseta negra sin mangas y con gorro en la parte de atrás, un jeans
celeste desgastado con aberturas que dejaban al descubierto parte sus piernas y
zapatillas deportivas negras. Tenía un aura de peligro en él y sobre todo se le
notaba la arrogancia que desprendía a cada que daba un paso hacia nosotros.
El maldito cabrón sabía que estaba hecho un adonis y, por curioso que fuera,
me recordó a mi querido e hijo de puta mejor amigo.
Eso lo hacía actuar de esa manera, el típico chico guapo y popular que sabía
que tenía a sus pies a cuanta mujer se le cruzara en el camino y hasta a los
hombres que gustaban de comerse un buen pene. No pude evitar pensar en
Edward y me imaginé la cara que pondría si lo hubiese visto. En esos
momentos me arrepentí de haberme vestido con las fachas que elegí para estar
en casa, un pantalón de pijama a cuadros, una vieja camisa de tirantes y mi
cabello negro arreglado en un moño desordenado.
¡Ja! Si mis padres hubiesen estado sabedores de mi vicio, creo que habrían
pensado mejor el dejarme a solas con un chico.
—Laurel, él es Jace Hoff —habló mi padre sacándome de mi ensoñación—.
Jace, ella es mi hija, Laurel. —Cuando nuestras miradas se cruzaron él solo me
miró con arrogancia y superioridad.
Vaya mierda, ya sabía que tanta hermosura no podía ser perfecta, pero para
un cabrón yo sería una cabrona.
—No sabía que tendríamos visita —dije a mi padre.
—Con las fachas que llevas puestas me imagino que Greg y Dana no te
habían dicho nada. —Su voz, aunque era como un canto erótico, también
estaba llena de altanería y burla.
En seguida me comencé a desencantar de su belleza.
—No me lo habían dicho, pero si lo hubiese sabido igual hubiera vestido lo
mismo. —Lo miré de la misma manera en la que él me miró a mí—. No eres
nadie especial para recibirte con mis mejores atuendos, ¿o sí?
—Sabía que ustedes dos se llevarían muy bien. —Los dos observamos a mi
padre incrédulos ante la estupidez que había dicho—. Hija, Jace se quedará a
vivir aquí durante unos días —informó, y lo observé sin poder creer lo que
estaba diciendo—. Con la muerte de su padre hay muchas cosas que solucionar
y, mientras eso sucede, lo acogeremos en nuestro hogar.
—Papá, pero ustedes no pasan aquí. ¿En serio me dejarán a solas con él? —
cuestioné un poco más dura de lo que quise sonar—. ¿No te da miedo que me
viole? —Vi a mi padre reír por lo que dije.
Tal vez en su interior sabía que era más probable que yo lo violara a él.
—No te preocupes, no eres mi tipo —respondió Jace a mi pregunta—. Sé
que en esta ciudad hay chicas mejores.
¡Sí que era idiota!
—Cariño, estoy lista —avisó mi madre con una sonrisa, me saludó y saludó
a Jace con mucho entusiasmo.
Luego de darnos algunas indicaciones se marcharon dejándome con mi
nuevo inquilino y todavía no me podía creer que metieran a un chico a la casa
sabiendo que yo pasaba sola.
—¿Sabes? Cuando Greg me habló de su niña, me la imaginé diferente —
habló Jace cuando aún estábamos en el porche de la casa viendo partir a mis
padres.
—Te imaginaste a una niña de quince años —aseguré con una sonrisa.
—No, me imaginé a una niña grande, pero con más clase —respondió
dándose la vuelta y desapareciendo dentro de la casa antes de que pudiese
defenderme.
«Hijo de puta, no sabía con quién se había metido», pensé en aquel
momento.
Esos instantes de mi vida me dejaron muy bonitos recuerdos.
Tiempo pasado…
Nolan vino a casa por mi hermano, nos hemos cruzado y creo que se sonrojó
al verme. ¿Será que le gusto?
Creo que recordó lo que sucedió anoche, seguro que le gustó más de lo que
algún día aceptará.
Volví a mi lugar y dejé el móvil sobre la isla para seguir hablando con Jace y
no pude evitar preguntarme por qué había bajado sin camisa, y no era que me
quejara por eso, pero sí me torturaba mucho las hormonas verlo así.
—Y... ¿Tienes novio? —La pregunta de Jace me descolocó un poco.
—No —respondí segura y extrañada, cuando iba a decir algo más mi móvil
volvió a sonar, en la pantalla de este se desplegó un recuadro con el mensaje de
Edward y me sonrojé al ver que Jace lo había visto.
Las clases al fin dejarán de ser aburridas. Ansío que llegue el lunes.
La verdad sí y mucho.
Mi respuesta fue corta y solo para darle una señal le agregué una carita
haciendo un guiño.
A que el hombre que me hace querer regresar con ansias al campus también
estará en esa clase y ojalá él también se considere afortunado.
Pasaron unos minutos y él no respondió, me decepcionó, pero no perdía la
esperanza de hacerlo caer en algún momento.
Señorita Stone, solo le pido que considere estar atenta a mi clase, ese
hombre deberá comprender que el estudio es importante y que tendrá mucho
tiempo después para distraerla. La espero el lunes, que tenga una buena
noche.
Seco y directo, serio y estricto, maduro y muy guapo. ¡Joder! Esa era una
combinación muy peligrosa y atrayente para mí. Decidí dejar hasta ahí mis
insinuaciones y me despedí de él; una despedida muy característica de mí.
El único en quien me distraeré será con usted, señor Palmer de eso no tenga
duda, considero que tenerlo como maestro será muy interesante. Igual, le
deseo una buena noche... Hasta el lunes.
Bloqueé mi móvil sin esperar respuesta y me fundí entre las suaves sábanas
de mi cama con una sonrisa cínica en el rostro, deseando caer en los brazos de
Morfeo y rogando por tener sueños candentes con un chico rubio o con un gay
que me había dado hasta el momento el mejor orgasmo de mi vida y si no era
mucho pedir... con un maestro caliente y de cualidades que me intrigaban.
Quería portarme muy mal en mis sueños.
Tiempo pasado…
Estábamos los cuatro en el majestuoso club Elite a una hora de casa, pero
siendo el club más exclusivo del estado valía la pena manejar tanto para ir ahí,
aunque lo que más me motivaba era que por fin volvería a ver a mi mayor
apoyo en el pasado. Luego de una llamada a mi amigo nos dejaron entrar sin
ningún problema; la recepcionista nos colocó unas bonitas pulseras en color
verde fluorescente —que nos daban acceso a todo el club— y tras estar un rato
en el bar decidimos ir a bailar a la planta subterránea.
Todo en ese lugar era magnífico y las letras G&E entrelazadas de forma
perfecta llamaban mucho la atención desde que uno entraba. Decidimos buscar
un privado vacío, pero a pesar de ser domingo el lugar estaba a reventar y antes
de conseguirlo logré visualizar a uno de mis viejos amigos y, al pertenecer a la
organización del dueño de ese club, imaginé que no era raro encontrarlo por
ahí.
Antes de saludarlo quise hacerle una broma que de buena manera me siguió.
—Hola, guapo, ¿me invitas a un trago? —Se sobresaltó un poco, pero
cuando me reconoció noté la diversión en él.
—Lo siento, pero tengo novia —respondió de inmediato, y eso me causó
mucha gracia.
—¿Y qué? ¿Te pega? —lo provoqué, y vi cómo la chica castaña que estaba a
su lado se tensó con mi descaro.
Solo esperaba que no fuese su novia y provocarle un problema a Connor, mi
fiel amigo... Y no me refería a fiel en su amistad sino con sus relaciones
sentimentales.
—No, es solo que ella se ha llevado mi billetera. —Solté una carcajada que
él siguió luego de su divertida respuesta y me sorprendió con un fuerte abrazo
que me elevó del suelo e hizo que tomara de inmediato mi vestido para evitar
que mi culo se viese.
Hablamos alegres y me presentó a Jane, su novia; una bonita chica que
quedaba perfecta con él, y fue un alivio que Connor solo fuera mi amigo y no
me interesara nada más porque habría odiado que su novia sufriera por eso.
Saludé a los demás chicos de la mesa, Dylan, Evan y Elsa —a quienes también
conocí en el pasado— hasta llegar a saludar a Tess, la hermana de mi amigo.
—Hola, Tess —exclamé alegre.
—Tiempo sin verte, Laurel —respondió ella, y luego observé a la chica que
antes creí que era la novia de Connor.
Era una castaña muy hermosa y si fuese hombre no hubiese dudado ni un
segundo en llevármela a la cama; ella me sonrió un poco forzada, mas no
respondí a esa sonrisa y me giré para ver a Tess.
—¡Oh! Perdón, Laurel, ella es Isabella, mi mejor amiga —la presentó—. Isa,
ella es Laurel una vieja amiga, aunque más bien es la mejor amiga de Elijah. —
Me divirtió esa presentación, ya que Elijah, o LuzBel como ya le gustaba que
le llamaran, había sido más que mi mejor amigo y creí que en ese momento
Isabella lo dedujo, pues se incomodó demasiado.
Sin duda esa pobre chica ya había caído en las redes de ese cabrón.
Pobre de ella.
—Es un gusto conocerte, Laurel —dijo ella, pero no creía que fuera muy
sincera.
—El gusto es mío, Isabella. —Le sonreí y sí lo hice sincera demostrándole
que no tenía por qué sentirse amenazada por mí.
Aunque, si era honesta, eso ni yo me lo creía.
Los chicos se acercaron a mí y los presenté con mis viejos amigos, de
inmediato nos acoplamos y entablamos una charla amigable. Noté que Elsa se
comía con la mirada a Edward y odié no poder decirle que no se hiciera
ilusiones con él al ver cómo Ed se divertía con las miradas coquetas que
provocaba en las chicas; el cabrón disfrutaba rompiendo corazones, aunque de
forma distinta a los demás. LuzBel al fin hizo su aparición y un suspiro se me
escapó al confirmar que seguía igual de caliente y follable; tenía más tatuajes
de los que recordaba y su cuerpo estaba más lleno de músculos, una pelinegra
muy guapa le acompañaba.
—Al fin vuelvo a ver a mi compañera de juegos —susurró con su voz
melódica en mi oído cuando me saludó con un abrazo.
—Siempre es un gusto jugar contigo... con mi demonio favorito —respondí
sacándole una hermosa sonrisa, esa que era tan rara en él y que muy pocas
teníamos la suerte de recibir.
Pero ya no me miraba como antes, ya no había deseos en sus ojos grises al
verme, solo fingía seguir siendo un completo cabrón y me entró mucha
curiosidad por saber la razón de su cambio, que no me molestaba para nada, es
más, me encantaba la idea de al fin verlo arrastrando el culo por alguien.
Le presenté a Edward, Jace y Andrea, esta última casi se lo comió con la
mirada, pero a Jace no le importaba y no reaccionaba de ninguna manera ante
eso —algo muy diferente a cuando LuzBel me saludó a mí, en ese instante noté
su incomodidad—. Edward era otro que casi se lo comía con la mirada, aunque
su charla con Isabella lo distrajo de eso. Mi Ed invitó a bailar a la chica, y ella
aceptó, en ese momento me di cuenta de que para LuzBel la tipa no era solo
una más y vi que los quiso asesinar con la mirada, no obstante, logré disuadirlo
de sus ganas de matar a mi amigo e hice que se concentrara en mí.
Elena —la pelinegra que le acompañaba— resultó ser una chica muy
extrovertida por lo que logré observar en ella, también era una pervertida y
creo que fue eso lo que nos hizo llevarnos muy bien. Hablamos un rato y por su
acento imaginé que no era del país; por momentos también sentía que me
insinuaba cosas y solo rogué para no romper una más de mis reglas esa noche.
Aunque con esta chica lo dudaba, era muy decidida y sabía cómo
provocarme.
—Eres la primera amiga de LuzBel con la que logro llevarme bien —
informó haciendo que él sonriera.
Nos habíamos alejado un poco de los demás y estábamos platicando solo los
tres. LuzBel disfrutaba de ver cómo ella me coqueteaba y pensé que por su
cabeza se estaban cruzando muchas perversidades.
—Será porque soy la única que no tiene interés sentimental por él —señalé.
—Sí, definitivamente es eso —coincidió él y no dejaba de observar a
Edward bailar con Isabella.
—¡Hey! En serio no debes preocuparte por mi amigo —dije llamando su
atención—. Te aseguro que Ed no se va a propasar con tu chica.
—Ella no es mi chica —bufó de inmediato haciendo que medio sonriera con
su respuesta. Lo conocía más de lo que él mismo se conocía y sabía que a mí
no podía engañarme.
—Entonces no tienes por qué estar cuidando qué hace Edward con ella. Se
ve que en verdad le gusta y a ella no parece desagradarle —mentí solo para
probarlo, y reaccionó tal como lo imaginé.
—Creo que de aquí saldrás solo con el rubio y la chica —espetó intentando
ir hacia ellos, pero lo detuve. Puse las manos sobre su pecho y presioné mi
vientre contra su pelvis.
—Tranquilo, LuzBel, hay cosas más divertidas que hacer —le insinué, di un
beso en su cuello y lo sentí tenso.
Intenté provocarlo, sin embargo, lo sentí muy reticente y eso me desconcertó
un poco. La cosa era peor de lo que había imaginado.
—¡LuzBel! ¿Recuerdas aquella fantasía que me mencionaste? —Elena nos
sorprendió con su pregunta y se colocó tras de él acariciando su hombro.
—Sí —habló él lacónico, viéndome a los ojos y mostrando el peligro en
ellos.
—Me apetece cumplírtela y Laurel es la chica perfecta para eso. —Los ojos
de él se abrieron un poco más e intuí que era porque Elena llegó hasta su
entrepierna y como yo estaba muy cerca de él sentí su mano también rozar mi
sexo.
Con la palma de su mano acariciaba el pene de él y con el dorso de esta
rozaba mi sexo, intenté alejarme, pero LuzBel fue más rápido y me tomó de la
cintura impidiendo que me separara.
¡Mierda!
—A mí también me apetece —susurró él cerca mi boca sin hacer ningún
contacto. Su regla me impedía besarlo—. Mi perversa, Laurel, no te imaginas
las ganas que tengo de volver a jugar contigo en mi oficina; las tengo desde
que te vi con este precioso vestido —me incitó con su gloriosa voz, mas no era
del todo sincero, y creí que se estaba obligando a actuar así—. Solo que esta
vez quiero incluir a Elena. —Un suave jadeo escapó de mi boca cuando la
caricia de Elena se hizo más intensa—. ¿Aceptas? —cuestionó, y no supe qué
responderle.
Uno, porque no lo veía convencido a él mismo de lo que estaba pidiendo.
Dos, porque sabía que aceptar su proposición era ayudarle a herir a aquella
castaña que ni el mismo quería herir y solo fingía porque no podía dejar de ser
un idiota.
Y tres, porque ya había estado con dos hombres, pero eso era lo mío, no
obstante, nunca estuve con una mujer y no me sentía segura.
—Siempre he querido estar con una mujer y tú eres hermosa y perfecta para
eso. —La voz de Elena fue seductora y admitía que, si yo hubiera sido hombre,
ella también hubiese sido el tipo de chica con la que yo estaría.
—Elena, convéncela mientras voy a solucionar algo. —La voz de LuzBel
volvió a ser fría y sin esperar respuesta se zafó de nuestro agarre.
Las dos observamos cómo llegó hasta la pista e hizo que Edward dejara de
bailar con Isabella; mi amigo llegó hacia nosotras y sentí cómo Elena me
comía con la mirada. Edward sonrió cómplice y decidió irse hacia la mesa con
los chicos. La propuesta de LuzBel me intrigaba y que me lo pidiera incluso
como un escape de algo para él, logró despertar cierto interés en mí.
—Nuestro pequeño diablo necesita relajarse —señaló Elena al ver que
LuzBel discutía con Isabella y luego se marcharon a un lugar más privado—, y
quien mejor que nosotras para relajarlo. —Dio un trago a su bebida e hice lo
mismo con la mía—. Las dos sabemos que él no es de nadie —después de lo
que había visto en sus ojos esa noche lo dudaba un poco—, tú y yo somos unas
hijas de putas que buscan diversión y las únicas capaces de compartir a ese
diablo sin matarnos antes —afirmó y caminó detrás de mí; logró ponerme
nerviosa—. Te aseguro que los tres pasaremos una noche increíble —susurró
cerca de mi oído haciendo que su aliento acariciara mi cuello.
Deseaba negarme, pero luego vi a LuzBel furioso y con miedo, discutía con
la chica castaña, y sabía que algo grave le había pasado; eso me animó a
romper una más de mis reglas. Iba a ayudarle a aquel idiota a descubrir si
deseaba seguir siendo un hijo de puta.
—Disfrutemos de esta noche, Elena —respondí y la sentí sonreír.
«Había encontrado la excusa perfecta para cambiarme de bando esa noche».
Elena me tomó de la mano y, antes de caminar con ella, volteé a ver a los
chicos. Jace presenció lo que Elena hizo y me miró tenso y excitado, Edward
sonrió divertido al imaginarse lo que iba a hacer y Andrea necesitaba que
alguien le ayudara a cerrar la boca. Les guiñé un ojo y sonreí con picardía para
luego comenzar a caminar.
Noches antes estuve con dos hombres a la vez. Un trío más y con otra mujer
creía que no me haría ni más ni menos puta.
Llegamos cerca de donde se encontraba LuzBel e Isabella, él estaba aún más
tenso, furioso y temeroso, ella lucía indignada y dolida y, por lo que logré
deducir, a mi amigo eso lo desconcertaba y confundía, pero a Elena no le
importó y habló para comunicar su logro.
—¡Oye, LuzBel! Ya convencí a tu amiga para divertirnos los tres en tu
oficina. —Elena se mostró muy animada, y decidí seguir el juego acercándome
más a ella y poniéndonos melosas.
—Esta noche tu fantasía será cumplida, cariño —avisé convencida de
disfrutar de esa nueva experiencia.
Temía que LuzBel se negara, pero luego de un rato susurró algo a la chica y
comenzó a caminar hacia nosotras, por segundos lo vi dudar de lo que estaba a
punto de hacer, sin embargo, conocía que su orgullo de macho era más fuerte y
eso lo incitó a seguir adelante y, fuese lo que fuese que habló con Isabella, vi la
necesidad de él de demostrarle a ella la clase de hijo de puta que era y lo malo
que podía ser para cualquier mujer enamorarse de un demonio como él. Y
como si el destino quisiera decirle algo a Isabella o a mi amigo, «Leave me
lonely» de Ariana Grande sonó a todo volumen en el club.
El aura de LuzBel era oscura y su manera de caminar me recordó a la de un
depredador a punto de cazar a su presa. O a la de un demonio a punto de robar
nuestras almas.
Luego recordé que yo quizás ya no tenía alma y sonreí con descaro
sintiéndome a salvo.
Tiempo pasado…
LuzBel llegó hacia nosotras aquella noche y nos tomó a cada una de la
cintura; Elena y yo sonreímos victoriosas, aunque no pude evitar ver hacia
atrás y, como lo pensé, Isabella nos veía marchar con el rostro entristecido,
decepcionada y con muchas ganas de asesinarnos. Ese era el precio que tenía
que pagar por enamorarse de un hijo de puta con corazón de hielo.
Y no podía ser hipócrita, pues admitía que disfrutaba de aquel frío corazón,
aunque la chica me hubiese caído bien.
La oficina seguía como la recordaba: casi una habitación —había una cama
y baño incluido— que mi amigo usaba para follar a las chicas que le gustaban;
nos sirvió un trago y, luego de brindar y tomar un sorbo, Elena se acercó a él
buscando su boca e intentó besarlo, pero no se lo permitió.
—Sin besos —pidió de inmediato y se lo dejó claro a ella, ya que yo sabía
esa regla.
Ambos éramos muy parecidos, los dos teníamos reglas. Reglas que me
impuse por un consejo de él, aunque yo había roto algunas e intuía que LuzBel
también lo hizo justo con aquella chica a la cual dejó minutos antes, siendo el
hijo de puta de siempre.
Me acerqué y comencé a acariciar y besar su cuello —todo su cuerpo me era
permitido a excepción de la boca—, él correspondió a mis caricias y dio suaves
besos en una de mis mejillas y bajó poco a poco a mi cuello, lo que me provocó
cosquilleos y escalofríos por cada parte donde rozaba sus labios. Sus manos
delineaban mis curvas hasta llegar a mis piernas, introdujo ambas por debajo
de mi vestido y subió a mi culo, lo presionó y un jadeo escapó de mi boca por
el dolor y el placer que ocasionó su ruda caricia. Sentí a Elena colocarse tras de
mí, y comenzó a besar el espacio entre mi hombro y mi cuello; sus manos
masajeaban mis pechos y por un momento no logré decidir qué caricias me
gustaban más, si las de mi demonio o las de la chica perversa tras de mí. De un
instante a otro LuzBel me hizo dar la vuelta y quedar frente a Elena, ella me
dedicó una sensual sonrisa ladina mientras alzaba una de sus gruesas cejas y
observaba a LuzBel con los ojos aún más oscurecidos por la lujuria.
—Llegó la hora de que cumplas mi fantasía —le dijo él a ella.
—Ya sabes que siempre estoy para complacerte —susurró la que ya sabía
que era española.
Sentí fría mi espalda cuando perdí el calor que el cuerpo de LuzBel me
provocaba, lo vi caminar hacia una cómoda silla ubicada en un rincón de la
oficina y frente a la cama que estaba a un paso de nosotras; se sentó ahí y
desabotonó su camisa sin quitársela, solo para dejar a la vista esos hermosos
tatuajes que lo caracterizaban —tatuajes que eran su segunda piel, o primera,
según la perspectiva—, se acomodó y relajó, colocó el vaso con su bebida en la
mesita que estaba a su lado, puso el brazo en el apoyo de la silla y su mano
quedó sobre su barbilla, era tipo un gánster dispuesto a disfrutar de su fantasía;
con la otra mano le hizo un gesto a Elena indicándole que continuara, y ella
obedeció de inmediato.
No sabía si el juego era así, pero sospechaba que mi amigo estaba evitando
algo.
Las caricias de Elena me distrajeron de mis pensamientos, sus manos
comenzaron a descender hasta llegar a mis piernas y, contrario a lo que pensé,
todo me gustó. En ese instante ella estaba frente a mí, su mirada recorrió mi
rostro y, cuando menos lo esperé, sus labios se apoderaron de los míos, los
movió de manera suave hasta morder mi labio inferior y así adentrarse en mi
boca con su lengua; comencé a corresponder su beso, moviendo mis labios de
la misma manera que ella lo hacía. Poco a poco el beso se fue volviendo
apasionado, su suave lengua acariciaba la mía de una forma perfecta; el sabor
del whisky se mezcló con el suyo y, cegada por la pasión que eso me
provocaba, mis manos tomaron vida propia y exploraron su cuerpo, las de ella
hicieron lo mismo y encontraron su camino por debajo de mi vestido, lo subió
hasta mi cintura, pero luego llevó sus manos hacia mi espalda y bajó la
cremallera para sacarlo de mi cuerpo. Quedé en ropa interior y vi cómo LuzBel
intentaba disfrutar el espectáculo que le estábamos dando.
Pero era inútil.
—¿Tú no vienes? —pregunté, y dio un sorbo a su bebida—. Harías un mejor
trabajo con nosotras —lo incité y solo sonrió.
—Ustedes continúen con lo que hacen y provóquenme más hasta darles lo
que desean. —Su respuesta hizo que Elena me tumbara sobre la cama sin
avisarme, acción que me hizo jadear, sin embargo, la evasiva de aquel bello
demonio rondó mi cabeza de forma incesante.
—Disfruta de lo que yo te haré —pidió ella, y asentí.
Volvió a besarme, esa vez de forma hambrienta, abrió mis piernas con su
cuerpo y se colocó sobre mí, me besó el cuello y bajó hasta mis pechos,
sacando uno de la copa del sostén y comenzó a lamer mi pezón, arrastró un
poco los dientes alrededor de él y gemí al sentir el placer que eso me
provocaba; alcancé el dobladillo de su vestido y se lo saqué, extrañando por
unos segundos su boca en mis tetas; llevé las manos hacia mi espalda y me
deshice del sostén, Elena me quitó mis bragas y llevó una de sus manos a mi
sexo. Gemí cuando se abrió paso entre mis pliegues con los dedos y mi
humedad los recubrió haciendo más fácil su trabajo al deslizarlos, giré un poco
el rostro para ver a LuzBel y noté que su erección se marcaba por sobre su
pantalón, llevó la mano hacia ahí y se acarició, le sonreí con provocación y
seguí disfrutando de las caricias que Elena me daba.
—¡Ah! —grité cuando uno de sus dedos se adentró en mí, su boca jugó con
mis dos pechos mientras me embestía y mis caderas comenzaron a moverse por
sí solas.
Dejó mis pechos, y gruñí cuando su dedo abandonó mi interior y comenzó a
bajar sus besos a mi estómago y luego a mi vientre, de pronto su lengua se
abrió paso entre mis labios vaginales y encontró mi clítoris, cerré los ojos y
jadeé cuando esos movimientos diestros que daba en círculos sobre mi botón
me hicieron retorcer de placer.
—Chicas, lo siento mucho, pero debo dejarlas. —Elena se apartó de mí, y
abrí mucho los ojos al escuchar a LuzBel.
—Pero todo esto es por ti —me quejé al verlo de pie arreglando su camisa.
—Para ser solo por mí, veo que lo disfrutas mucho —se burló, y
estúpidamente sentí que me sonrojé e intenté apartarme, aunque él fue más
rápido y llegó a mí para detenerme—. Sabes que debo irme —susurró en mi
oído—, pero necesito que disfrutes esto por mí. —Su mano llegó a mi pecho y
lo masajeó, su caricia hizo que mordiera mi labio para evitar que un gemido se
escapara—. Elena, confío en que tú también disfrutarás por mí, ambas lo harán
por mí —zanjó demasiado decidido.
—¿En serio debes irte? —preguntó ella con su bonito acento. Sentí que
LuzBel suspiró cerca de mi rostro y asintió.
—Debo hacerlo —respondió seguro, y sonreí al entender por qué lo hacía y
lo mucho que le costaba asimilarlo.
Lo vi salir de la oficina y cerró dejándonos a las dos; mi idea era estar de
nuevo en un trío, pero mis ganas por una noche lésbica en esos momentos no
eran tan malas, así que, tomando la iniciativa, posé mis labios sobre los de
Elena y la besé sintiendo mi sabor, el de sus besos y el whisky.
Me deshice de su ropa interior y le devolví un poco del placer que antes me
dio metiendo uno de sus pechos a mi boca y lo chupé y lamí; acaricié el otro
logrando darle la misma atención a ambos, ella gimió y, decidida a hacer algo
que no hacía, —pero contando con que éramos mujeres y era la única manera
de darnos placer— bajé poco a poco hasta llegar a su sexo, jugué con el
piercing que descubrí ahí y luego ayudándome con los dedos abrí sus labios
vaginales y deslicé la lengua de arriba hacia abajo por toda su feminidad.
Elena gimió y movió las caderas disfrutando de lo que le hacía y —para mi
sorpresa— me excité al saber lo que le provocaba. Introduje dos dedos en su
interior y uno más en su trasero y comencé a embestirla lento a la vez que mi
lengua no dejaba de lamer su clítoris, los jadeos de ella se hicieron más
constantes y, cuando sentí que se iba a correr, me detuvo.
—Si yo me corro, tú te corres —dijo y me tomó de las manos para subir
cerca de su rostro—. Colócate sobre mí y déjame darte placer —pidió e hizo
que abriera las piernas sobre su rostro y dejara mi sexo expuesto a ella a la vez
que el suyo quedaba debajo de mi boca.
La perfecta posición del seis y el nueve, algo que solo hice con una persona
años atrás y maldije que de nuevo llegara a mi cabeza.
Sentí de nuevo la lengua de Elena en mi coño y agradecí que me hiciera
olvidar el rumbo que estaban tomando mis pensamientos; hice lo mismo que
ella y comencé a comerme su sexo; mis dedos jugaban con su clítoris y mi
lengua la embistió. Por la posición en la que yo estaba Elena hacía lo contrario
a mí —me embistió con los dedos y me acarició con su lengua—. Las dos
éramos un mar de sensaciones, gemidos y jadeos, disfrutábamos de lo que
ambas nos hacíamos y nos dejamos embargar por el exquisito placer que nos
dábamos; sentí cómo el placer se concentró en mi vientre y minutos después
las dos explotamos en un delicioso orgasmo que dejó nuestras piernas como
gelatinas y la respiración junto con nuestros corazones demasiado acelerados.
Me tumbé a su lado y me besó, las dos mezclamos nuestros sabores y
sonreímos por lo que acabábamos de hacer.
Esa noche entendí por qué los hombres se morían por nosotras... Al menos
algunos.
No sabía si era lo correcto que confiara en mí, pero por alguna razón
presentía que aún no era el momento, así que evité verla. Luego regresaría y
sería hasta cuando ese momento al fin llegara.
—Te saliste con la tuya —susurré hacia la lápida de Elsa—. No pudiste
tenerlo para ti en vida, entonces vienes y te lo llevas a la muerte. —Parecía una
loca, pero no me importaba.
Cuando LuzBel me dijo que su amiga había muerto no me lo podía creer,
todo fue una jugada de su peor enemigo, y asesino también de Amelia, su
exnovia. Isabella no pudo defenderla por defender a Tess. Luego de que
LuzBel salió de aquel club como alma que llevaba el diablo a buscar a su chica
y su amigo, Elsa, Tess e Isabella fueron secuestradas y cuando lograron
rescatarlas fue tarde para Elsa; mi amigo sufrió mucho la muerte de la chica y
lo hacía más por el miedo de que su mundo y sus enemigos llegaran a Isabella.
Y le dije en ese momento que solo era un paranoico, y me arrepentía, él
presentía el peligro y no se equivocó.
—Buena jugada, Elsa, y como dicen por allí, si no sería para ti, no sería para
nadie. Cuídalo y entretenlo mientras yo llego. —Sonreí por las estupideces que
salían de mi boca—. Te fuiste sin despedirte, LuzBel —tragué con fuerza para
retener las lágrimas—, no pude decírtelo en vida, pero agradezco todo lo que
hiciste por mí y jamás habría podido pagártelo. Te extrañaré mucho, mi
hermoso diablo. —limpié una lágrima solitaria mientras veía su lápida—, y
cumpliré con tu pedido cuando sea necesario, lo prometo —finalicé y me di la
vuelta.
Mi tiempo ahí había terminado y no me apetecía estar en un lugar donde él
ya no estaría más; algún día lo volvería a ver, cuando el momento de mi muerte
llegara estaba segura de que allí estaría él, esperando por mí, dándome la
bienvenida a su hogar.
Mi amigo se había ido, pero algo me decía que su huella permanecería para
siempre.
—¡Perdón! —exclamé cuando choqué con alguien a la salida de aquel
cementerio. Exhalé un delicioso aroma a madera y miré anonadada al chico
frente a mí.
¡Madre de Dios! Era precioso.
¡No! Era inhumanamente hermoso y casi me corro solo con verlo; sus ojos
oscuros me escanearon y cuando se conectaron a los míos tuve miedo y no
supe la razón. Estaba barbado y tenía preciosas pecas sobre la nariz. No pude
verle el cabello, ya que lo protegía con un gorro de lana y encima de este
llevaba el de la sudadera negra que usaba, el pantalón también era negro y con
botas a juego.
Sus manos habían estado en las bolsas de su pantalón y las sacó para
tomarme de los hombros.
¡Carajo! Ese chico no tenía idea de lo que me provocaba con un simple
toque.
—Perdóname tú, venía distraído.
¡Jesús! Su voz también tocó todas mis terminaciones nerviosas solo con el
tono y me estremecí. Tenía un piercing en la lengua y a mi mente llegaron
imágenes perversas de todo lo que podía hacerme con ella.
—¿Estás bien? —cuestionó, y asentí. Miró para todas partes como buscando
o cuidándose de alguien y luego me miró de nuevo—. Bien, debo irme. De
nuevo perdón —dijo y, aunque quise decirle algo, no pude, pues se fue de
inmediato y desapareció como una sombra lo hacía en la oscuridad.
Pero aquel choque accidental y su mirada me marcaron como el hierro
caliente en la piel de un ganado.
El chico del cementerio me había intrigado.
Edward me miraba como si me hubiesen salido tres cabezas cuando salí del
salón de clases. La sonrisa me abarcaba todo el rostro y me sentía muy
emocionada después de esa charla con mi guapo y apetecible maestro.
La tristeza aún seguía, mi pérdida era grande, pero tener cómo distraerme era
bueno. Mi maestro era muuuy bueno.
Llegué a casa ese día y me encontré con Jace a punto de salir con Andrea,
me sorprendió mucho que ella estuviese ahí; se marchó días atrás y ya estaba
de regreso. ¡Puf! Maldije en mi interior y creo que no pude ocultar mi mal
sabor de boca al verla. Los saludé intentando ser educada y luego mi alegría
volvió al saber que la chica no había vuelto para quedarse, aunque lo malo de
eso era que se llevaría a Jace con ella. Él se rio al ver mi reacción y, luego de
dejar a su novia unos instantes en el coche, regresó a casa y me alcanzó justo
entrando a mi recámara.
—Me iré unos días con ella —dijo entrando sin ser invitado, lo miré por
encima del hombro y me saqué la ropa sin descaro alguno frente a él.
Tragó con dificultad, y mordí mi labio inferior mientras una sonrisa se me
escapaba.
—Es una lástima —susurré.
—¿Te han dicho que eres muy cruel? —preguntó acercándose un poco sin
cerrar la puerta.
—Cruel es bueno —respondí al girarme para quedar frente a él.
—Muy bueno —afirmó, y se detuvo a unos centímetros de mí—. Regresaré
pronto y entonces te enseñaré lo bueno que es ser cruel —añadió provocando
muchas cosas en mí.
Me puse en puntillas, ya que él era muy alto, y apoyé una mano en su
hombro para luego acercarme a su oído.
—No tardes —susurré—, te estaré esperando —añadí y lamí el lóbulo de su
oreja, luego me di la vuelta y caminé toda sensual hacia el baño. Antes de
entrar lo miré y le guiñé un ojo, él estaba embobado y riendo al ver mi
reacción.
Sí, así era yo: loca y descarada siempre.
Una semana luego de aquella plática con los dos hombres que más deseaba
hasta el momento —no más que el chico misterioso al cual tenía que olvidar—
había llegado a nuestra clase una chica nueva; era muy bonita y se notaba que
babeaba por Ed, para su mala suerte a ese tipo solo me lo follaba yo y algunos
hombres en el pasado.
Y es que como dije antes, solo los chicos que habían pasado la noche con
Edward y los que lo conocíamos en verdad sabíamos de su gusto por los
hombres, de lo contrario, cualquiera creía que él se moría por las mujeres y
Rose —la chica nueva— era una de ellas. Aunque bueno, creo que la tipa no
iba solo tras Edward sino también detrás del maestro Palmer y eso no me
agradaba para nada, sobre todo al ver la amabilidad con la que él la trataba, y lo
peor era cuando intentaba ignorar mis coqueteos si ella se encontraba cerca.
Eso estaba muy mal y me demostraba que el respetado profesor tenía un lado
de casanova que no podía evitar.
Mi indignación llegaba cuando él me provocaba y sí, era siempre que Rose
no estaba, y entonces pensé en algo que no me agradó.
¿Quién le gustaba más? ¿Ella o yo?
¡Mierda! Tenía una contrincante cuando yo siempre fui la única.
Y pues sí, podían decir lo que quisieran, pero también tenía mi ego y estaba
siendo tocado muy fuerte.
No podía volverme enemiga de la chica, ese sería mi peor error, entonces
pensé en que podíamos compartir al guapo maestro o podía convencer a
Edward para que se le metiera entre las piernas y así se olvidara de mi chico
mayor. El problema sería en cómo convencer a mi amigo, ya que él fue claro
conmigo: podía follarme a mí, pero no a otra chica.
¡Puf! El maldito también tenía sus reglas y exigencias.
Así que me decidí por lo más fácil y comencé a ser amable con la bonita
Rose, era una total hipócrita, aunque todos lo éramos, y quién dijese que no
pues también era un estúpido mentiroso o mentirosa.
—Vamos esta tarde por un café, Ed nos acompañará —animé, y Ed solo
rodó los ojos al ver cómo intentaba persuadir a Rose.
Era de cabello rubio oscuro con algunos mechones más claros, piel blanca y
cuerpo esbelto; envidiaba de buena fe sus cejas, eran como dibujadas por el
mejor pintor y sus ojos eran verdosos y a veces hasta azules. En serio Edward
era un idiota al no comerse a semejante preciosura.
—¿Y si mejor vamos a mi casa y me ayudan a entender el trabajo que nos
dejaron? —propuso ella. Eso no me agradaba, no obstante, haría la excepción.
—¿Vives con tus padres o sola? —pregunté, y Edward negó con disimulo
para que ella no lo viera—. Hago lo que quieras luego, pero ayúdame —le pedí
en un susurro sin que Rose lo notara, y siguió negando—. Lo que quieras,
hermoso amigo, por favor —supliqué y vi un brillo de picardía en sus ojos.
—¿Lo qué sea y yo quiera? —cuestionó, y tuve miedo de responder—.
Quiero otro trío y esta vez con Jace, ¿harás eso? —siguió sin dejarme
responder antes, era estúpido si creía que haría eso de nuevo y menos con Jace.
A ese tipo me lo comería sola.
—No, vivo con mi tío John y, antes que digan algo sí, es el mismo John que
nos da marketing. —Mis ojos se ensancharon luego de escuchar a Rose y
Edward sonrió victorioso.
¡Hijo de su bendita madre!
—¿Irás? —le preguntó ella a él, me imaginé que sus intenciones no eran
estudiar y era mi maldita oportunidad para estar en casa de mi maestro, pero
Edward negó, y quise matarlo—. ¡Oh! —exclamó Rose un poco triste—.
Entonces si quieres vamos por el café —me dijo a mí resignada.
¡Genial!
—Yo puedo ir a tu casa si lo prefieres —me ofrecí con entusiasmo, y la
maldita negó.
Hija de puta, me estaba usando, y Edward se divertía con eso… ¡Imbécil!
—Acepto tu trato, idiota —le susurré de nuevo y un tanto indignada porque
también me usaba.
—¿Segura? —cuestionó divertido.
—Sí, estúpido, pero, si tienes que follártela para dejarme el camino libre, lo
harás —advertí, no me importaba si lo hacía o no, lo que me importaba es que
me diese tiempo.
También sonreí cuando asintió.
—Sabes qué, Rose. Mejor sí las acompaño, pero si es a tu casa. —Los ojos
de la chica se iluminaron al oírlo y asintió de inmediato.
El cabrón sabía de su poder sobre ella y me encantó tenerlo de mi lado; solo
esperaba que Jace se negara a aquel trío y si no, pues me tocaría disfrutar de
otra noche de perversión.
La hora de irnos a casa del maestro al fin llegó y Edward pasó por mí; mi
asombro todavía no pasaba al saber que Rose era su sobrina y Ed se rio al
recordar los celos que tuve de la atención que él le daba a ella y que en esos
momentos ya no la estaba viendo como enemiga, sino como mi mejor aliada.
Por obvias razones, Ed se seguía negándose a estar con ella, y pude
convencerlo de que al menos fingiera ser un puritano dulce y virgen para que la
chica no sospechara nada.
—¿Y si mejor hacemos un trío con el maestro? ¡Auch! —se quejó luego de
hacer aquella pregunta y que yo lo golpeara en el brazo.
—¡Ya! Para con los tríos, idiota, y déjame disfrutar a mí sola —le exigí, y
rio.
—Bien, esperaré paciente por el que haremos con Jace —puntualizó, y rodé
los ojos.
—¿Y si él no quiere?
—Algo me dice que sí va a querer —aseguró, y lo dijo con tanta convicción
que llegó a incomodarme, mas lo ignoré.
Dejé la conversación y recordé todo lo que Rose nos había dicho; su tío era
divorciado desde hacía un año, su padre y él eran hermanos y ella estaba
viviendo con John porque sus padres decidieron hacer un viaje luego de un mal
momento que atravesaron. Rose, como buena hija, no quiso ser un estorbo y
además deseaba vivir nuevas experiencias, por lo mismo se cambió de
universidad y estaba ahí, siendo la compañía de su amoroso tío.
Llegamos justo a la hora que habíamos acordado, Rose ya esperaba por
nosotros más entusiasmada que yo por ver a su tío; estaba fresca con un
micropantaloncillo de mezclilla que apenas cubría su culo y el idiota a mi lado
ni siquiera un suspiro de fastidio dio. Yo usaba un vestido veraniego muy al
estilo de los ochentas y un pañuelo con el mismo estampado de lunares
amarrado como diadema en mi cabeza para que el cabello no se me fuera al
rostro; intentaba parecer una niña buena, aunque mis intenciones fueran muy
malas.
La casa era pequeña, pero con el espacio suficiente para quienes vivían ahí;
con tristeza para mí, el maestro seguía en su trabajo y tuve que persuadir a
Rose para que me dijera a la hora que llegaba y agradecí que en ese momento
Edward se dignara a ayudarme fingiendo un poco de interés en la pobre chica.
La pasamos en su habitación por un buen rato y, cuando la hora de que mi
nuevo objetivo llegara se acercó, bajé con la mentira de que iría a la cocina por
un vaso con agua y busqué la habitación del maestro que para mi buena suerte
estaba en la planta baja, muy alejada de la recámara de Rose que, obvio, estaba
en la planta de arriba; para Rose fue un alivio deshacerse de mí y sin que
Edward escuchara le prometí que me tardaría un buen rato para darles espacio.
Cuando al fin encontré la habitación me metí en ella y la admiré; John era
muy ordenado y la recámara olía a él. Inspiré profundo y cerré los ojos
imaginándomelo cerca de mí, segundos después los abrí y vi un pequeño
escritorio ubicado cerca de la ventana que daba vista a la calle. Todos sus
papeles estaban ordenados a la perfección y sacando mi lado perverso decidí
quitarme la braga que usaba y la dejé sobre el escritorio junto a una nota que
escribí en ese instante tomando un papel de pegatina del block que de seguro
usaba para recordatorios importantes; pues bien, yo le haría un pequeño
recordatorio en ese momento.
Dejé la nota sobre la braga y salí de la habitación justo cuando vi por la
ventana que él llegaba; me apresuré a la cocina y tomé un vaso con agua, luego
caminé con la intensión de que me viera y cuando lo hizo casi se va de culo.
—¿¡Señorita Stone!? —me llamó con notable sorpresa, y le sonreí inocente.
—Hola, maestro. Antes de que pregunte algo o se imagine cosas que no son,
estoy aquí con mi amigo Edward ayudando a Rose en una tarea que no
entiende —avisé, y asintió dejando de lado la sorpresa y concentrándose en la
parte de mis piernas que el vestido dejaba desnudas.
Carraspeé para que me viera al rostro, devolviéndole la que él me hizo en la
universidad.
—Ya veo, ella me informó que traería a unos compañeros, aunque no
mencionó sus nombres —recordó.
—¿Le molesta que seamos nosotros? —cuestioné al ver su seriedad.
—Para nada —respondió seguro, y asentí.
—Lo veo luego, maestro, seguiré con la tarea —avisé, me sonrió sin mostrar
los dientes e hizo una señal de mano para que siguiera mi camino.
Con toda la intención contoneé las caderas cuando subí los escalones, giré
leve el rostro para verlo por encima de mi hombro y le sonreí, él no me
respondió a la sonrisa, pero me miró con demasiado deseo, y sentí que mis
piernas se mojaron al no usar bragas. Llegué a la habitación y abrí con cuidado,
Rose estaba en la cama sobre el cuerpo de Edward, y él fingía interés, aunque
con claridad noté que no deseaba aquello; me reí de lo divertida que me pareció
la situación y decidí no interrumpirlos solo para hacer pagar a Ed por su
chantaje y para poder hacerle una visita a mi maestro favorito en su habitación.
Para ese momento ya debía haber encontrado mi regalito.
Tales actos míos no me ponían nerviosa, eso ya eran bobadas para mí
después de todo lo que había recorrido y vivido y, aunque el maestro era un
hombre imponente al cual deseaba, no dejaba de ser uno más de mi lista de
kilómetros de hombres que existían a mi espalda. Bueno, tal vez kilómetros en
realidad aún eran muchos, pero en algo se asimilaba. Cuando llegué de nuevo a
aquella habitación solo me preparé para un posible rechazo que no me quitaría
el hambre y abrí sin siquiera llamar; él estaba ahí, con mi braga en una mano y
la nota en la otra todavía leyéndola.
—Una alumna normal le regala manzanas a su maestro —dije, y se giró para
verme—. Claro está que no soy una alumna normal y le ofrezco el verdadero
fruto prohibido a mi maestro favorito —señalé y cerré la puerta detrás de mí—.
¿Lo quiere maestro, Palmer? —susurré y pasé mi dedo medio sobre mis pechos
y bajé hasta detenerme justo encima de mi sexo.
—No tiene idea de lo loco que me pone que me llame así, con su carita
inocente y sus intenciones perversas —confesó, y sonreí victoriosa.
Eso era todo lo que deseaba escuchar, la respuesta que necesitaba. Mi
maestro al fin me mostraría si así como era bueno para enseñar, también lo era
para follar y como una buena alumna acataría todas sus enseñanzas o le
mostraría cómo la alumna superaba al maestro; comenzó a caminar hacia mí y
en el proceso se quitó la camisa dejándome ver todos aquellos músculos que
sabía que tenía solo porque los vi en su perfil social. Cuando estuvo cerca llevó
mi braga a su nariz y la olió como un depravado, acción que me excitó en
demasía.
—Debo saber si así como huele, sabe —advirtió, y sin previo aviso me cogió
de la parte de atrás del cuello y me unió a su boca.
Sus labios eran diestros, su beso estaba siendo brusco y delicioso,
mostrándome todo lo que quizá deseaba hacer en mi sexo, pero que
lastimosamente para ambos no podría, pues no iba a romper mis reglas con él
tan rápido. Su lengua comenzó a embestir mi boca y mi entrepierna a mojarse
más; el maestro olía exquisito y sabía aún más, pronto nuestras manos no
encontraron sosiego alguno y nos sentíamos y acariciábamos con desespero
hasta que estuvimos desnudos sobre su cama.
Me sentía demasiado pequeña sobre aquel gran hombre, pero eso no iba a
impedir que todo lo suyo cupiera en mí; sacó un preservativo de la mesita de
noche y le di solo el espacio justo para que se lo colocara, era un tipo muy bien
dotado y cuando estuvo listo lo tomé con mi mano y lo coloqué en mi entrada.
Me penetré yo misma estando sobre él, y los dos jadeamos con aquella
sensación tan deliciosa que nos provocamos, sus manos grandes cubrían a la
perfección mis nalgas y las acunó para luego apretujarlas y moverlas a su
antojo mientras el vaivén de nuestros cuerpos iniciaba; mis pechos rebotaban
con las embestidas y gemí sin parar por cómo me llenaba.
Llevó uno de mis pechos a su boca y lo chupó con ímpetu, luego le dio la
misma atención al otro, y sentí una de sus manos llegar a mi trasero y
acariciarlo sabiendo el placer que iba a darme; me moví con fuerzas cuando
necesité de más fricción y chillé en cuanto con destreza se giró sin salir de mi
interior y quedó sobre mi cuerpo haciéndose de todo el control.
Ambos sudábamos y su cuerpo brilloso lucía estupendo, cogió una de mis
piernas y la puso sobre su hombro, la posición me hacía sentirlo hasta la
empuñadura y mordí la almohada cuando su mano masajeó mi núcleo y me dio
lo que tanto deseaba en ese momento hasta casi gritar su nombre, puesto que
no lo logré gritar porque justo cuando quise hacerlo él me besó y se lo tragó.
Me corrí con intensidad y rato después el maestro también lo hizo y luego se
tumbó a mi lado, los dos con el cuerpo empapado y el corazón junto a nuestras
respiraciones aceleradas.
—Espero que Rose no nos haya escuchado —murmuró, y reí.
—No lo creo, Edward la tiene entretenida con sus explicaciones y además
escuchan música —avisé, y no mentía, aunque no expliqué cómo en realidad
pasaban las cosas.
—Eres exquisita, Laurel Stone —susurró y acarició mi rostro.
—Tú también lo eres, John Palmer —halagué.
—¿Qué pasará mañana? —preguntó, y le sonreí satírica.
—Seguirás siendo mi serio maestro y yo tu descarada alumna —aseguré y di
un casto beso en sus labios—, y cuando lo desees podrás caer de nuevo en mis
provocaciones —cedí, y sonrió, esa vez mostrándome sus perfectos dientes y
su clara diversión.
—Eres peligrosa —aseguró, y asentí.
—Lo soy, así que ya estás advertido —puntualicé y salí de la cama
dejándolo un tanto anonadado; me vestí bajo su atenta mirada, y se puso
cómodo en la cama, cubriendo su desnudes con la sábana—. Maestro Palmer,
ya vio que el diablo es rojo así que le aconsejo que no intente verlo de otro
color —aseveré, y sonrió, él sabía de lo que hablaba y me gustaba que lo
tuviese claro. Recogí las bragas y se las tiré sobre el pecho—. No me olvide —
pedí, y se mordió el labio sonriendo.
—Juro que coleccionaré todas las que tengas —habló seguro, y devolví la
sonrisa antes de salir de su habitación.
El hombre me había dejado con ganas de un segundo asalto.
Tiempo pasado…
Miré por un momento hacia la carretera y rodé los ojos al escuchar a Ed.
—Ojalá que el trío con Jace valga todos los abusos que esa chica me ha
hecho —murmuró con el dramatismo de una chica fresa cuando ya nos íbamos
para mi casa.
Yo en cambio iba con una tremenda sonrisa en el rostro y babeando por
todos lados luego de aquel encuentro con mi maestro, tanto así que no me
importaba si el trío con Jace se perpetuaba o no. Y si lo iba a hacer era solo
porque se lo prometí a Edward y las promesas se cumplían, ¿no?
El punto fue que mi amigo era demasiado dramático cuando claro estaba que
había disfrutado de los abusos. ¿Por qué lo sabía? Pues porque lo encontré
recibiendo tremenda mamada por parte de una inocente Rose; la chica ni
siquiera se avergonzó al verme, él en cambio se asustó como si quien los
acababa encontrar eran los padres de ella y no su compañera de travesuras, que
por una vez dejó de ser su carnada. Siendo considerada los dejé solos un rato
más, Rose estuvo feliz, y Edward casi me asesinó, sin embargo, el maldito
salió rato después más relajado y menos gruñón, y todo era gracias a que
obtuvo su liberación, y con una mujer, —una que no era yo— luego de jurar
que no se acostaría con ninguna otra.
—Te la chupó y lo gozaste, Ed. Deja el drama —pedí, y me miró indignado
—. Dijiste que no te acostarías con ninguna otra mujer porque nadie que no
fuera yo lograba ponértela dura y obviamente, después de lo que vi, eso no te
lo creo —señalé y sus preciosos ojos casi se salieron de sus orbitas al oírme.
—Técnicamente me violó, Lorax, y no me acosté con ella. Rose me folló
con su boca y tiendo a reaccionar bajo presión y esa condenada chica me
presionó demasiado así que obviamente mi nenito iba a actuar. Y para que lo
sepas, tuve que cerrar los ojos e imaginarme a ese modelo que tanto nos
encanta para poder eyacular —soltó, y sin poder evitarlo solté tremenda
carcajada.
Él solo me fulminó con la mirada y siguió conduciendo, pero sabía que
aquella situación lo divertía igual que a mí.
Edward y yo no solo compartíamos el gusto por los hombres, sino que
también nos gustaba mucho cocinar y luego de que ambos perdiéramos muchas
energías en casa de los Palmer decidimos pasar al supermercado y comprar
algunos ingredientes que nos hacían falta para preparar algo de comer.
Seguimos hablando de lo sucedido, y terminó disculpándose conmigo por
usarme tanto tiempo de carnada, ya que, al estar en mi lugar por un día, dijo
haber comprendido lo incómodo que era; acepté sus disculpas y le aclaré que
eso aún no acababa, pues seguiría siendo mi carnada cuando me quisiera colar
de nuevo en casa del maestro y él se encargaría de distraer a la bonita Rose.
Aquello no le agradó, mas no pudo protestar porque mi tiempo como su
carnada no lo saldaba con una sola vez y él mismo lo aceptaba, así que
seguimos haciendo planes y terminé de contarle mi encuentro con el señor
Palmer con todo los detalles.
—¡Mierda! Ese hombre es demasiado interesante. ¿En serio no quieres
compartirlo? —Le tiré un pedazo de lechuga en la cabeza por sus tontas
preguntas, él rio y siguió picando los pimientos dejando de lado la cebolla.
—Así agregue por último esa cebolla, la picarás tú no yo, Ed. Así que deja
de hacerte el idiota que esta vez yo paso de ella —le advertí y de soslayo lo vi
hacerme caras e imitar mis mandatos, pasé a su lado y le di un azote. Se quejó,
aunque hizo lo que le pedí.
El listillo siempre hacía lo mismo alegando que no permitiría ni que una
cebolla lo hiciera llorar, pero yo estaba harta de llorar con ella así que esa vez
no iba a ceder.
Los días siguientes pasaron rápido y en la universidad todo seguía sin ningún
cambio; el señor Palmer continuó siendo mi serio y respetado maestro y
algunas tardes se convertía en mi profesor personal de anatomía e instructor de
Kama Sutra. Edward siguió apoyándome por obligación como carnada y,
mientras yo me la pasaba aquellas tardes en la habitación del maestro dándole
un poco más de mi fruto prohibido, Ed entretenía a Rose y seguía jugando al
chico virginal; en mi interior intuía que eso le encantaba, pero debía seguir
fingiendo que no frente a mí para mantener su reputación de comebananas.
Jace al fin había vuelto de su viaje con Andrea y estaba muy intrigada luego
de que la chica llegara a dejarlo a casa, y sin que él se diese cuenta me pidió
que habláramos en un café cerca de casa, pude haberme negado, sin embargo,
la pobre insistió casi a punto de llorar y cedí solo porque necesitaba comprobar
que no era yo la causante de su tristeza. Ella me agradeció al verme llegar, y le
pedí que fuera directo al grano, ya que no me agradaban los misterios o las
intrigas.
—Algo pasa con Jace y me estoy preocupando —soltó y no es que fuera una
perra «cosa que sí era», no obstante, me refería a que no es que fuera una
desalmada, pero no estaba para preocuparme por Jace y lo que le sucedía.
Él tipo estaba follable y hasta ahí, suficiente tenía con mis dramas y los de
Edward como para preocuparme por los demás.
—Sé precisa y más directa, cariño, por favor —exigí.
—Laurel, desde hace un tiempo Jace no me toca, ya sabes, sexualmente —
señaló como si no iba a entender tal cosa—. Y me preocupa que ya no le guste
o que le guste otro tipo de persona —añadió, y no me gustó para nada la forma
en que dijo tal cosa y sobre todo cómo me miró.
—Si insinúas que crees que le gusto yo pues mal gusto no tiene el tipo y no
lo culparía de que ya no te desee —solté y sus ojos se desorbitaron al oírme.
Intentó decir algo, aunque por unos segundos fue como un pez fuera del
agua abriendo y cerrando la boca sin saber cómo hablar.
—No seas tan perra, me refería a que creo que le gustan los hombres y solo
me está usando como pantalla para no ser juzgado.
¡Joder! En ese momento fui yo la se quedó sin palabras y sentí cierto odio
hacia Jace al pensar en que tal vez era cierto lo que Andrea decía. Y no sentí
odio porque le gustaran los hombres sino por ser un cobarde y usar a esa chica
quien —aunque fuese una chillona y arrogante— no se lo merecía y me
constaba que lo amaba con locura y que tal situación le dolía demasiado.
—¿Qué te hace pensar eso? —pregunté con molestia.
—La manera en la que ve a tu amigo —admitió y entonces las palabras de
Edward llegaron a mi cabeza.
Cuando la mujer que tenía por madre, solo porque me parió obligada para no
quedarse sin marido, me jodió la vida en el pasado, se le hizo fácil, ya que era
solo una niña indefensa; que intentara hacerlo de nuevo a esas alturas era
demasiado descaro de su parte y estaba muy equivocada al creer que sería fácil
esa vez.
Dana tenía enfrente a una mujer que era capaz de hacer cosas horribles por
defender lo que quería, ya no más a una niña, y se lo iba a dejar muy claro; fue
por eso que cuando propuso semejante estupidez me reí como una maniática en
su cara.
—Edward, cariño, podrías dejarnos a solas por favor —le pidió a mi amigo
con una amabilidad hipócrita. Asentí a Ed para que lo hiciera cuando lo vi con
la intención de negarse.
—Claro, Dana —respondió también con hipocresía, se acercó a mí y besó mi
mejilla, y luego miró a Jace para despedirse.
—Siento mucho que tengas que presenciar esto, Jace, pero creo que has
descubierto la verdadera razón por la que mi madre te trajo con tanta buena fe a
esta casa —ironicé viendo al chico frente a mí.
—No hables por mí, nena —advirtió mi madre con fingido cariño.
—He aprendido a conocerte lo suficiente como para hablar por ti —zanjé—.
Te creíste demasiado eso de que puedo ser usada como pantalla con tipos
homosexuales y ahora deseas que sirva de buena fe a ese papel —me burlé, y
ella sonrió con demasiado descaro.
—Tú ya sabes lo que se siente estar allí. ¿Qué de malo tiene que le evites ese
sufrimiento a esa pobre chica? —cuestionó, y me seguí riendo, eso era el
colmo.
—¿Tú sabías de sus estúpidos planes? —le pregunté a Jace, y negó de
inmediato.
—Me sorprende tanto como a ti saberlo —aseguró.
—Míralo de esta manera, Jace. Laurel ya sabe lo que eres y a ella le encanta
rodearse de chicos con tus gustos, con mi hija no tendrás que fingir e incluso te
ayudará con su amigo si tanto te gusta. Andrea en cambio te juzgará —señaló
con un maldito cinismo que me seguía sorprendiendo en ella.
Estaba resolviéndole la vida a Jace sin impórtale joder la mía.
—Cálmate un poco, Dana Stone. —pedí manteniendo el control—. ¿Así que
en verdad pretendes que sea la tapadera de Jace, pero cuando supiste lo de Olek
me lo reprochaste y hasta fuiste capaz de hacerme perder a mi hijo? —
cuestioné y no pasé desapercibida la sorpresa de Jace al saber aquello.
No pretendía que él supiera esa parte de mi vida, pero era obvio que no iba a
quedarme callada en cuanto la perra de mi madre comenzó a planear mi vida;
suficiente daño me había hecho como para permitirle de nuevo joderme. Me
quedé con ellos solo para castigarlos por lo que me hicieron y si llegaba a
permitir de nuevo que lograra lo que deseaba entonces mis errores iban a ser en
vano y no podía darme ese lujo.
—¿Qué tiene Jace que Olek no haya tenido? Bien, no respondas —dije
satírica—. Tiene el dinero y poder de su padre, ¿cierto? Además del estatus
social que tanto anhelas —me respondí a mí misma y a Jace que estaba con
aquella duda—. Eso para ti vale más que mi felicidad y la vida de un ser
inocente que no tenía la culpa de nada, pero que aun así asesinaste… ¡No! —
grité y la detuve cuando quiso abofetearme—. ¡No te atrevas a ponerme una
mano encima! ¡Ya no soy la niña estúpida de antes y no me usarás a tu antojo!
¡No me vas a joder la vida de nuevo! —le advertí con el odio que sentía por
ella.
—¡No maté a tu bastardo! Ese maldito chico estuvo de acuerdo en que te
practicaran el aborto porque al igual que yo no te quería a ti, él no quería a ese
bebé.
—¡Laurel, no! —pidió Jace metiéndose en el medio cuando fui yo la que
intenté golpear al monstruo frente a mí—. No haré nada que tú no quieras —
susurró tomándome del rostro, haciendo que lo mirara a él—. No importa lo
que tu madre desee, importa lo que tú quieras —aseguró.
Estaba perdida entre la bruma de mi odio y mis ganas de vengarme de Dana;
la odiaba con todo mi ser, a ella, a mi padre y a Olek por haberme dañado así,
por atentar contra la vida de una personita que no podía defenderse y me odié a
mí misma por no ser capaz de defender a ese angelito que dependía de mí, solo
de mí. Por culpa de mis padres y de aquel malnacido cobarde perdí a lo único
bello que la vida iba a darme y no solo eso, también perdí para siempre la
posibilidad de ser madre, y lo descubrí meses atrás en mis revisiones de rutina
con mi ginecóloga.
Fui por un retraso que tuve y, aunque siempre me protegía en mis relaciones
sexuales, la posibilidad de un embarazo estaba presente por algún daño
imperceptible que los preservativos pudiesen tener, pero luego de los estudios
de rutina mi doctora me dio la mala noticia. El legrado que me practicaron en
aquel aborto dañó mi sistema reproductor al haber sido tan joven y era cien por
ciento seguro que jamás sería madre.
No deseaba ser madre en esos momentos, sin embargo, sabía que en el
futuro iba a quererlo y jamás podría, era consiente también de que, aunque no
deseara a un hombre a mi lado, nunca podría hacer feliz por completo a uno
porque no iba a ser capaz de darle un hijo y así muchas veces los hombres
fueran unos cabrones, siempre tenían la ilusión de ser padres y en eso yo estaba
incompleta, todo por culpa de la mujer frente a mí y un tipo que me usó y huyó
luego como un maldito cobarde.
—¿Quiero irme de aquí? —susurré a Jace, y me abrazó, mas no correspondí
a su abrazo.
—Para irte necesitas dinero y, si te niegas a mis deseos, entonces no verás ni
un centavo de lo que te corresponde de mi parte —habló Dana, y Jace me
abrazó con más fuerza cuando de nuevo quise irme sobre ella.
—Pero sí verás todo lo que te corresponde de mi parte. —Los tres nos
sorprendimos al escuchar a mi padre y verlo llegar a la cocina.
—¡Greg! —advirtió Dana, y él alzó una mano para callarla.
—Estúpidamente te apoyé cuando mi hija era solo una niña. Lo hice porque
te amo, mujer, y, aunque aún lo haga, también amo a Laurel incluso si no lo
haya demostrado como se debe —aseguró viéndome con vergüenza. Jace se
apartó de mí y se hizo a un lado—. Y a pesar de que suene duro, estás aquí por
mí y no he sabido darte tu lugar, cariño, tal cual lo dijiste años atrás y eso es
algo que pesa en mi conciencia día tras día —dijo lo que ya sabía, no obstante,
siguió doliendo—. Apoyé a tu madre, mas no lo haré ahora —zanjó, y vi el
odio de Dana al escuchar tal cosa—. Ya eres una mujer próxima a cumplir la
mayoría edad, así que te he heredado en vida y puedes hacer con tu dinero lo
que te plazca y sé que eso no ayuda a resarcir el daño que te hemos hecho, pero
te ayudará a comenzar de cero donde tú desees y tan lejos de nosotros como
quieras —confesó, y por primera vez en años lo abracé sorprendiéndolo con mi
acto.
—Gracias por no ceder esta vez y liberarme al fin de ustedes —dije, y lo vi
sonreír con tristeza por mis palabras.
Pero todos sabíamos que era la verdad, nuestra familia era solo por
conveniencia, por el que dirán de la gente y no por amor; ellos me enseñaron a
ser como era así que mi padre no podía exigir más de mí, sobre todo cuando no
exigí más de ellos. Mi madre por supuesto que alegó por la decisión de mi
padre en ese momento, aunque, lejos de lo maldita que había sido conmigo,
sabía que lo amaba con locura y el haberme tenido lo comprobaba; por eso mi
padre le dejó claro sus puntos y la convenció por primera vez de dejarme en
paz.
Con Jace terminamos hablando largo y tendido luego de que me ayudó a
llevar mis cosas a un hotel mientras encontraba un apartamento donde vivir y
pude comprender su miedo de mostrarse como era, mas lo convencí de al
menos ser claro con Andrea y que fuera ella la que decidiera si seguir su farsa o
no.
Por primera vez me sentía feliz de que alguien no fuese peor de como lo
conocí y con eso me refería a mi padre; su acto me ayudó a entender que ya no
valía la pena seguirme jodiendo la vida con la intención de joderlos a ellos,
descubrí que al menos cargaba en su conciencia el daño que me había hecho y,
aunque estaba arrepentido, nada podía arreglar lo que ya estaba efectuado entre
nosotros, y solo me quedó confiar en que él mantendría alejada a mi madre de
mí y yo me alejaría de ellos. Era mejor así, pues también deseaba comenzar de
cero y así su compañía tecnológica me perteneciera, amaba más la floricultura
que aprendí de Dana y que fue lo único bueno que me heredó; esa fue la razón
que me hizo tomar un curso a parte de mi carrera de finanzas, y no era mi
intención, no obstante, intuía que en un futuro Dana Stone tendría competencia
y de la buena.
Los meses fueron pasando y con ellos mi vida fue cambiando, mis juegos
con Edward acabaron y descubrí que él seguía viéndose con Jace y, aunque eso
no me sorprendió para nada, sí lo hizo el descubrir que también seguía
viéndose con Rose y que la dulce chica era muy parecida a mí, pues también se
veía con Jace, y los tres disfrutaban de sus perversiones; la cosa no acababa
allí, puesto que una tarde Edward me confesó que Jace dejó al fin a Andrea y
Rose encantada aceptó ser su prometida solo para que el chico lograra obtener
su herencia, y todo gracias a que en las cláusulas del testamento estaba
estipulado que solo si Jace se comprometía y casaba iba a obtener su dinero.
Al menos Rose era consiente de donde se metía y al parecer era feliz de esa
manera.
Mis idas a la casa de mi caliente maestro también cesaron, pero no porque lo
que teníamos acabó sino porque era él el que me visitaba en mi nuevo
apartamento y estrenamos cada rincón del lugar. John era el único que le daba
estabilidad a mi vida y me gustaba mucho el descanso que me tomé con mi
zorres; no teníamos una relación seria, aunque sí le di exclusividad y disfrutaba
mucho de las tardes de tranquilidad a su lado. Nos cuidábamos para no
ocasionarle problemas con su trabajo y las reglas del campus, y durante un año
estuvimos juntos teniendo claro que en cualquier momento podíamos irnos con
alguien más si así lo deseábamos; nuestro lema era sencillo: estábamos
equivocados, mas nos disfrutábamos mientras llegaban nuestros indicados.
Dos años después nuestros indicados todavía no llegaban y me había
comenzado a asustar de que sin quererlo ya estuviéramos en una relación
formal, aunque me tranquilizaba el que no existieran celos entre nosotros ni
peleas; nada era complicado y a veces me sentía más como estar con mi mejor
amigo. Y hablando de mejores amigos, Edward decidió irse un tiempo del país
para terminar su carrera con una especialización en pediatría, pues aseguró que
amaba la medicina, pero más a los niños; su viaje no fue del todo por estudios,
ya que días después me terminó confesando que Jace se fue con él.
Rose y Jace se casaron dos años atrás y un año después se divorciaron por
diferencias irreconciliables y, aunque no peleó por parte de la herencia que
Jace recibió gracias a ella, sí obtuvo un buen porcentaje, tal cual lo hablaron
antes. John había querido persuadirme para saber más acerca de su sobrina,
pero se rindió al convencerse de que no me sacaría nada. La mamá de Jace
falleció en el transcurso de su matrimonio y fue grato saber que al menos lo
aceptó por lo que era y ambos se pidieron perdón por el daño que se hicieron.
De mis padres no supe nada en todo ese tiempo, aunque de vez en cuando mi
padre me escribía un te quiero que no respondía porque no podía hacerlo, John
me aseguraba que eso me hacía mal, decía que debía hablar con él e intentar
arreglar las cosas al menos con él, pero había algo en mi interior que no me
dejaba dar aquel paso y todavía no comprendía qué era.
—Tiempo sin oírte, hermosa mujer.
—Apuesto a que no tienes a Jane cerca, por eso me hablas así —dije a
Connor luego de responder su llamada, admitía que le temía a sus llamadas y
más después del tiempo que había pasado.
Tres años para ser exactos.
—¡Auch! Sí está aquí —respondió, e imaginé que ella lo había golpeado.
—De corazón espero que esta vez tu llamada no sea para darme una mala
noticia —rogué, y lo escuché reír apenado y triste.
—No, aunque no deja de ser triste —avisó, e imaginé la razón.
—Si es para la ceremonia en honor a LuzBel, sabes que no lo soporto,
Connor —le recordé, así como cada año en el que me había llamado para que
estuviera presente.
—Esta vez será especial e Isabella estará presente, deberías venir —
informó y, aunque no podía verme, mis ojos casi se salen de sus orbitas cuando
dijo aquello.
¡Isabella de regreso! ¿La chica que se robó el corazón de mi amigo y a la
cual yo ayudé a irse del país luego de la muerte que nos devastó a todos? Tenía
que ser una broma.
—¿Isabella regresó? ¿Sola? —pregunté entre emocionada y asustada.
—Regresó por un atentado que tuvo Myles, pero antes de que asustes, él está
bien —soltó refiriéndose al padre mi fallecido amigo—. Isa está aquí con unos
amigos suyos —siguió y, a pesar de que no era lo que esperaba oír, me
tranquilizó saber que ella no se había expuesto.
—Dime cuándo es, la hora y dónde, estaré allí —aseguré, y comenzó a
darme los datos.
Me dolía recordar la muerte de mi amigo y, si volvería, sería solo por
Isabella White.
Días antes de la muerte de LuzBel fui por petición de él a una fiesta de
máscaras que celebraban en su dichoso mundo, el idiota se negaba con
rotundidad al amor, pero esa noche preparó todo demasiado bien para que un
simple baile saliera a la perfección —y que eso no fuera amor ni un nene se lo
creía—. Escogió «Apologize» para bailar con ella y, aunque alegué que la
canción hablaba de ser tarde, el tonto argumentó que quería darle otro sentido a
la letra; aseguró que así todo lo que decía la melodía era acertado con lo que
Isabella pasó por su culpa, tenía la intención de cambiarlo y hacerle ver que él
era capaz de cambiar el significado de una canción solo por ella. Mi cámara
estaba lista para captar el momento perfecto de cuando ellos bailaran y admitía
que ambos lucían jodidamente hermosos enfundados en sus vestimentas negras
y las máscaras cubriendo sus rostros.
Todos allí se veían iguales, pero había algo en ellos que los hacía sobresalir
de entre la multitud, el porte de poder en ambos era inconfundible y mientras
bailaban comprendí que no siempre los polos iguales se rechazaban, ellos,
aunque eran eso: polos iguales, desafiaban a la química y así hicieran
cortocircuito al estar juntos se complementaban como jamás lo harían los polos
opuestos.
Mi padre era el fabricante de la cadena de plata que LuzBel usaba, era un
relicario que mi amigo siempre usó y deseaba que se hiciera otro igual para
Isabella y le agregara aquella perfecta fotografía que logré captar de ambos;
LuzBel me proporcionó su huella y la de Isabella para poder añadirlas al
código de seguridad que permitía abrir aquel objeto, junto con un chip de
rastreo que serviría para la seguridad de la chica, adicional a eso, mi madre
estaba creando una nueva especie de rosas en color negro, pero no iba a ser
como esas que solo mantenían el color por unos días, no. Esas serían unas que
se sembraría y crecería siendo negras, sin embargo, el cultivo tardaría unos
meses en estar listo y el testarudo quería esperar hasta que la rosa de prueba
estuviese lista y entregarle la primera de la cosecha a su castaña de ojos de
miel.
Mi madre estuvo feliz con la cantidad de dinero que LuzBel pagó para que la
creación fuese solo para él y me hizo prometerle que se la entregaría yo misma
a Isabella junto con una nota que no me dejó leer. Pero el pedido no estuvo
listo hasta que mi amigo ya no estaba en este mundo y me dolió cumplir su
promesa porque lo extrañaba demasiado, no obstante, supe que tenía que
hacerlo cuando me enteré del estado en el que había caído la pobre chica al no
soportar vivir sin el amor de su vida.
—¿Puedes hacer que vea esto también? —me había pedido un hombre
asiático cuando estuve en el psiquiátrico. El señor era el maestro de Isabella y
habló conmigo antes de que yo pasara a verla—. Es muy importante que lo
sepa y solo tú con ese regalo de Elijah podrás lograr que lo haga.
—¿Puedo verlo? —le cuestioné, y asintió, antes de que lograra abrir el
sobre me tomó de la mano
—Dicen que Elijah fue como tu hermano y, si es así, espero que protejas su
sangre con tu silencio —señaló, y sentí temor, aun así seguí abriendo aquel
sobre.
Mis ojos se llenaron de lágrimas y no podía creer lo que veían en aquel
examen médico practicado a la chica que iría a ver. Felicidad y una profunda
tristeza me embargaron en cuanto procesé lo que estaba sucediendo; mi amigo,
mi hermano se había ido, pero dejó su huella bien marcada, un pedacito de él
que tenía que ser protegido contra todo y todos.
— E-esto e-es in-increíble —titubeé, y el señor Cho sonrió.
— Ayúdame —suplicó—. Debo sacarla de aquí y creo que tú me ayudarás en
esto.
—Lo haré —aseguré.
Había llegado retrasada a Richmond y todo por culpa de John, quien me hizo
dormir hasta muy tarde, ya que le entró la nostalgia anticipada de no estar
conmigo el tiempo que estaría fuera de la ciudad; todavía lo dejé en mi
apartamento cuando me fui y lo noté un poco más meloso que de costumbre,
pero solo me reí de él y le dije que era un viejo con complejo de niño, y alegó
que todo era culpa mía por hacerle las cosas que le hacía. Para ser honesta, no
le hacía nada fuera de lo común y a pesar del tiempo que llevábamos en
nuestro sexo-relación, no rompí mis reglas por más que a veces me moría de
ganas al verlo tan apetecible, mas me abstenía porque hacerlo significaría pasar
a más y no quería más.
Cuando quería tenía fuerza de voluntad, lo había comprobado.
Fui recibida por Connor como siempre y me comentó de algunos sucesos
ocurridos días antes y supe que la vida de esos chicos jamás cambiaría, todos
nacieron para vivir con adrenalina y peligro, y me sorprendí cuando me enteré
de que también Jane le había agarrado el gusto a aquello; en eso en definitiva
esa chica tenía más ovarios que yo.
Yo era de vivir adrenalinas extremas con chicos guapos y calientes en la
cama, no con peleas, armas y ninjas.
Llegué al cementerio acompañada de Jane, ya que Connor se había
adelantado para estar pendiente de la seguridad que debían prestar a los
miembros de la familia Pride; entrar a aquel cementerio me hizo tener malos
recuerdos, aunque también uno en particular que había olvidado con el tiempo.
El chico del cementerio llegó a mi mente, vestido todo de negro, con su rostro
barbado, ojos oscuros y sus pec… ¡Pecas!
¡Dios mío! Había estado soñando con ese chico antes de volver a la ciudad y
hasta estar ahí —en el cementerio para ser precisa— recordé la razón.
Ese hombre me dejó como estúpida por días y en algún momento hasta
pensé en volver con la esperanza de verlo, pero deseché la idea sabiendo que
era algo imposible; el chico solo fue una dulce casualidad del destino y así
como era mi vida sabía que esas casualidades eran fugaces, tal cual yo lo era en
la vida de algunos afortunados.
—Hay muchas personas que no conozco —dije a Jane, y ella me sonrió.
—Lo sé, son amigos nuevos de Isabella, pertenecen a la orden que lidera —
informó.
—Es de locos que ahora Isa lidere a una orden de justicieros y parte de la
organización de su chico —admití viéndolos a todos lados—. Menos mal que
no estaba tan desquiciada cuando creyó que hice un trío con LuzBel —añadí, y
la bonita chica a mi lado se rio dándome la razón.
Jane me explicó con amabilidad quiénes eran todos los presentes y vaya que
halagué el don que tenía para recordar tantas cosas y nombres, me habló un
poco del cambio que había tenido Isabella y cómo ellos la juzgaron por huir,
pero yo sabía sus razones para irse y para nada huyó; la chica solo luchó por
sobrevivir y proteger a la personita que cargaba en su interior.
Ella sí pudo defender a su razón de ser, yo no.
—¿Quién es él? —le pregunté cuando dejó de lado en su presentación a un
chico muy guapo y que me estremeció con solo verlo.
Vestía de negro, su cabello estaba bien peinado y con una barba perfecta y
afeitada que adornaba su rostro divino; de la poca piel que me dejaba ver el
cuello de su camisa noté que sobresalían manchas de tinta y deduje que eran
partes de un tatuaje cuando también logré observar sus manos y vi más
tatuajes.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo entero cuando su mirada se conectó con
la mía y me sonrió de lado.
¡Madre de Dios!
No había visto al chico misterioso del cementerio, pero ese igual me hacía
temblar con solo verme; su rostro me era un tanto familiar, sin embargo, no
pude recordar dónde lo vi. Lo único que sabía con certeza era que jamás iba
olvidarlo y menos después de la sonrisa que me dedicó.
—Se llama Darius Black, pero te aconsejo que te alejes de él, Laurel —
respondió Jane con un poco de preocupación.
—Me habría alejado de él sino hubieses dicho tal cosa —señalé, y me miró
extraña—. Jane, soy como una niña traviesa, pídeme que no haga algo y más lo
haré —aclaré, y puso los ojos en blanco.
—En serio, Laurel. Puede ser peligroso. El tipo fue parte de los Vigilantes e
Isabella todavía lo tiene a prueba.
—Bien, yo podría ayudarle a ver si la pasa —solté y luego me arrepentí de
decir aquello por el momento en el que estábamos—. Olvida eso, lo dejaré por
la paz.
Jane ya no dijo más y por mi salud mental evité cruzar mi mirada de nuevo
con aquel chico; Isabella llegó rato después acompañada de Elliot, y solo pensé
en lo rabioso que se habría puesto LuzBel si los hubiese visto juntos, aunque a
leguas se notaba que entre esos dos ya no existía malicia alguna. Isa estaba
hermosa y envidiaba que tuviese tan buena figura luego de su estado, era claro
que la chica hacía ejercicio y me prometí ir más tiempo al gimnasio y pasar
menos en la cama con John, ya que necesitaba trabajar con peso y no con más
cardio.
Ella se sorprendió al verme y se alegró al mismo tiempo, le guiñé un ojo y la
vi tomar su relicario; según Jane, era la primera vez que ella estaba en aquel
acto celebrado para LuzBel y lo comprobé en cuanto llegó frente a la lápida
que pusieron en honor a su amado y casi se derrumbó por el dolor que sintió.
El amor de esos dos fue demasiado corto, pero muy intenso, y la perseguiría
por el resto de su vida; me acerqué y la tomé de la mano para demostrarle mi
apoyo, luego le di un pañuelo para que limpiara sus lágrimas.
El sacerdote inició con aquel acto y, luego de que Myles —el padre de mi
amigo— diera unas palabras muy emotivas, le cedió la palabra a Isabella y la
sentí de nuevo a punto de derrumbarse, apreté su mano, y sonrió con tristeza y
tras eso se animó a hablar.
Aunque luego de escucharla fui yo la que me derrumbé por completo, sus
palabras dolieron demasiado y me ardió el corazón al comprobar que en efecto
mi amigo ya no volvería, porque sí, como una tonta guardé la esperanza de que
aquello fuese una mentira, sin embargo, al presenciar a Isabella despidiéndose
de su amado demonio supe que no había vuelta atrás.
—Duele, pero me alegra que siga adelante —dije a Connor cuando se acercó
a mí y la ceremonia estaba a punto de acabar.
—Es lo que ella merece, seguir adelante —aseguró, y estuve de acuerdo.
Minutos después la vi caminar hacia nosotros, pensaba en quién sabía qué y
casi pulverizándonos con la mirada.
Pero deduje que era por sus pensamientos y no por mí. Eso esperaba.
—Si las miradas mataran —ironicé para sacarla de su mundo.
—Tú ya estarías muerta desde hace mucho —añadió Connor, y golpeé su
brazo para que se callara. El tipo sabía que ella podía matarme si pensaba
demás en el pasado y no ayudaba.
—Qué bueno que estés aquí —dijo con alegría, y por dentro le di gracias a
todos los santos de que no quisiera matarme.
Nos quedamos hablando un rato los tres, y le comenté sobre mi viaje y que
también era mi primera vez en la ceremonia, rato más tarde Jane llegó por
Connor y nos dejó espacio para platicar de cosas que solo quería que ella
oyera. Casi caigo sobre mi culo mientras caminábamos hasta mi coche y me
confirmó que aquella vez que descubrí su embarazo y se lo hice saber, había
sido un parto doble y mi amigo no solo dejó una huella sino dos.
Pero por supuesto que iban a ser dos, si hablábamos de LuzBel —buena
puntería— Pride, el tipo que no se conformaba nunca con ser como los demás,
sino que le encantaba ser la excepción. Ya lúcida me comentó que su embarazo
había sido una total sorpresa para ella, uno: porque ellos siempre se cuidaron, y
dos: porque la tortura que sufrió fue extrema, aunque luego de unos estudios le
confirmaron que logró fecundar a esos bebés porque quedó en embarazo
cuarenta y ocho o setenta y dos horas después de su última relación sexual con
LuzBel, y porque justo el día de su emboscada ella no tomó su píldora y
tampoco lo hizo después de la muerte de mi amigo.
Los milagros existían y con la ciencia se entendían mejor.
—Entonces son dos —repetí sin poderlo creer—. Ya decía yo que él no se
iría sin dejar repuesto —añadí en tono bajo para que nadie nos escuchara y la
vi sonreír.
—Aiden y Daemon, te los presento —exclamó también en voz baja para no
ser escuchadas y abrió su relicario para que viese la imagen de dos cositas
hermosas en extremo.
Abrí la boca con demasiada exageración al verlos y supe que me enamoré de
verdad al ver a aquellos angelitos; la miré, miré la foto de nuevo y juro que no
podía creerlo. Isa era hermosa, mi amigo también lo fue, pero esos chiquillos
deslumbraban a cualquiera.
—Son los chicos más hermosos que he visto en mi vida. —Traté de contener
un poco la emoción al decir aquello y mi vista se clavó en ese preciso instante
en el pequeño del lado derecho—. Y él en definitiva será la copia exacta del
padre —añadí señalándolo e imaginándome a LuzBel en versión pequeña e
inocente.
Isabella no comprendió mi comparación en ese instante y tuve que explicarle
mis razones, luego le dije que estaba feliz de sus decisiones, y confesó que le
fui de mucha ayuda, seguimos hablando de su relicario y, ya que antes no pude,
aproveché ese momento para explicarle por qué se lo entregué yo y cómo
funcionaba su mecanismo; de un segundo a otro palideció y me preocupé a la
vez de que me avergoncé al creer que era yo quien la mareaba con tanto
parloteo.
Me siguió haciendo preguntas que me parecieron extrañas y me sorprendió
por cosas que ya sabía y que no le dije en ningún momento. Más anonadada
quedé cuando me comentó de una alucinación que tuvo y le aconsejé que
investigara con mucho detalle, incluso añadí que Evan —también amigo de
LuzBel— le podía ser de mucha ayuda luego de que por Connor supe que el
chico estuvo bien inmiscuido en la investigación de la muerte de su amigo.
Nos despedimos rato después, y le prometí que iría a Italia para conocer a
mis hermosos sobrinos, luego me despedí de Connor y todos los chicos para
regresar al hotel en el que me hospedé y después macharme a mi apartamento;
con la mirada busqué al chico que vi antes con Jane, pero no lo encontré por
ningún lado y sentí cierta decepción de que el destino no se apiadara de mí e
hiciera que me cruzara de nuevo con él, no obstante, comprendí que quizás era
lo mejor.
En el camino hablé con John y sería una mentirosa al decir que lo había
extrañado, aunque hablar con él me hizo sentir bien y con ganas de volver;
antes de llegar al hotel me detuve en un café y me bajé del coche para ir por un
moca helado al interior del local, y casi le lancé besos al destino cuando vi
frente a mí —en un coche moderno y gris— a Darius.
—En serio, Laurel, puede ser peligroso.
Recordé las palabras de Jane y me reí de ello.
—¡Ay, Jane! Si supieras cuánto me gusta este tipo de peligro —susurré para
mí y comencé a caminar directo al hermoso chico.
Estaba pensativo y disfrutaba de un café en la soledad que su coche le daba,
el tipo era intrigante, inhumanamente guapo para mí e interesante. Tal como
me lo había recomendado mi ginecóloga.
—¡Hola! —saludé entusiasmada y lo saqué de sus pensamientos—. Eres el
chico del cementerio, ¿cierto? —cuestioné, y me miró un tanto sorprendido.
—Tú también eres la chica del cementerio —señaló, y sonreí con
satisfacción al saber que me recordaba.
Tenía un piercing en la lengua y… ¡Madre mía! Mi cabeza voló con
pensamientos lujuriosos.
—Soy, Laurel, una vieja amiga de LuzBel —me presenté haciendo un gesto
de cruz con la mano sobre mi rostro, me miró con intriga y, sin que quizá se
diera cuenta, lamió sus labios al verme. ¡Carajo! Deseaba que lamiera los míos
—, y ahora amiga de Isabella —añadí antes de que mis pensamientos siguieran
viajando a otra parte.
Deseaba demasiado a ese chico, como jamás deseé a nadie en la vida.
—Mucho gusto, Laurel. Soy Darius —se presentó él y luego se bajó del
coche. De cerca era más alto e imponente.
Y aunque ya sabía su nombre no iba a decírselo.
—Darius —pronuncié con mucho ímpetu, y me miró encantado—, tienes un
bonito nombre —halagué.
—Se escucha así cuando tú lo pronuncias —soltó, y me sonrojé como una
chica tímida.
Su voz de barítono me encantaba y estremecía. Ciertos recuerdos llegaron a
mi cabeza y los saqué al deducir que aquello era imposible, aunque con muchas
coincidencias, pero temía que solo fuese mi deseo frustrado.
—¿Puedo invitarte a un café? —preguntó, y lo observé con una sonrisa, él
podía invitarme a donde quisiera—. Después tú podrías invitarme a tu
apartamento. —Fue tan directo que mi sonrisa se esfumó de inmediato.
¡Mierda! Había sido demasiado directo y no me gustó que me creyera tan
fácil.
Recordé que sí lo era, pero al menos no tenía por qué ser tan obvia.
—No soy una cualquiera que invita a casa al primer fulano que se le pone en
frente —bufé un poco enojada e indignada. Él solo sonrió.
—Y es por eso que quiero invitarte a un café, porque no eres una cualquiera
—aclaró seguro, el tipo tenía labia y sabía cómo cambiar el rumbo de las cosas
muy rápido—. Por lo mismo quiero que tú me invites a tu casa, ya que no me
gusta ir a casa de una cualquiera —repitió y me tuvo de inmediato.
Mordí mi labio para no reírme y consideré la advertencia de Jane. Darius era
peligrosamente encantador y lo quería para mí, solo para mí. Sin restricciones
ni reglas.
—Quiero un moca helado —acepté y fue su turno de sonreír—, y no vivo
aquí, estoy en un hotel.
—Entonces vamos al hotel —propuso mientras nos dirigíamos al interior de
la cafetería.
Darius era peligroso como dijo Jane, pero su peligro no implicaba perder la
vida, aunque sí la cabeza y el corazón si no lo protegía bien; después de años
en mi loca vida cruzarme con él era como respirar aire fresco o disfrutar de la
tranquilidad del campo luego de vivir todo el tiempo en una ajetreada ciudad.
Nunca me reí tanto en la vida como lo estaba haciendo con Darius, mis
mejillas dolían y las sentí calientes por todas las cosas que salían de su boca y
que me seguían poniendo nerviosa; pasamos un buen rato tonteando y podía
jurar que su entrepierna estaba igual de ansiosa que la mía tras todas las
guarradas que nos decíamos, y sin temor a nada me mostré ante él tal cual era,
sin mentiras, sin fingir algo que estaba lejos de ser y, mientras el tiempo
pasaba, más lo deseaba.
Despedir la ciudad con un buen acostón era la mejor despedida.
—Ante todo lo que pueda pasar luego, quiero que tengas claro que no soy
una cualquiera, pero sí caritativa y me gusta ayudar a los necesitados —le dije,
y lo vi reír con mucha gracia, su sonrisa me embobaba y contagiaba al instante.
—Pues ayuda a este necesitado que se muere de hambre y desea comerse
todo tu cuerpo —pidió, y por inercia presioné las piernas. Hasta su voz me
tocaba en los puntos exactos y eso me fascinaba.
Iba a irme de la ciudad esa noche, pero antes me iría con él y de muchas
maneras.
Sexo sin amor, era lo mejor.
Pensando en eso salimos del café, y me fui hasta mi coche luego de pedirle
que me siguiera; mi corazón estaba acelerado y su imagen al igual que su voz
no abandonaban mi cabeza. Los recuerdos de años atrás llegaron otra vez y en
ese momento más claros, entonces supe a quién iba a comerme. Las
coincidencias fueron certeras y la emoción creció en mí al estar segura de que
Darius era el chico misterioso del cementerio, el mismo que me dejó idiota en
aquella ocasión solo con un simple choque.
—¿Sabes? Te deseé mucho desde que te vi en el cementerio —le confesé
cuando entramos a mi habitación de hotel, él se sorprendió un poco y me alzó
una ceja.
—Pero te ofendiste porque fui directo —reclamó, y me reí porque estaba
hablándole de tres años atrás, pero decidí dejar tal cosa de lado porque no me
quería desilusionar al saber que no me recordaba cuando yo lo soñé mucho.
—No podía ser tan descarada —señalé con voz sensual y abrí mi vestido
para que observara lo que estaba a punto de disfrutar.
Su ropa formal dejaba que sus músculos se marcaran a la perfección y la tela
del pantalón no logró ocultar el bulto que creció entre sus piernas; tragó con
dificultad al verme de manera minuciosa desde los pies hasta la cabeza y juro
que me sentí nerviosa con aquel escaneo que fue capaz de erizar mi piel.
—Sin embargo, ahora ya no te importa lo que piense —señaló y comenzó a
caminar hacia mí, deshaciéndose de su camisa y permitiéndome ver los tatuajes
que adornaban sus brazos y cuello.
¡Joder! Era mejor de lo que me imaginaba.
—Tengo que aprovechar que mis súplicas fueron escuchadas —logré decirle
a la vez que sacaba mis sandalias para estar más cómoda, él me observó
confundido—. Le pedí al destino que si no eras para mí, por lo menos que nos
dejara follar rico y duro. —Sonrió satírico al oírme y terminó de llegar a mí
para adueñarse mis labios.
Jadeé por su brusquedad, pero correspondí de inmediato al sentir sus
deliciosos y expertos labios.
—Rico y duro, ¿eh? —susurró sin dejar de besarme, y sonreí.
Introdujo su lengua en mi boca y me folló de esa manera, era su primera
forma de tomarme y me encantó pensar que, si así besaba, entonces lo que
seguiría me volvería loca.
El piercing en su lengua era una locura, su piel cálida se sentía increíble
junto a la mía, nuestros pechos se unieron y sentir el suyo tan firme y repleto
de músculos me hizo alucinar, sobre todo cuando sentí lo duro que estaba. Mis
manos llegaron a su pantalón y quité el cinturón para luego abrirlo, su
compañero iba a agradecerme y a tratarme mejor después de liberarlo de
aquella prisión, y tras hacer tal cosa lo masajeé para consentirlo y hacerle saber
que lo iba a tratar como se merecía.
¡Mierda! Era grande y mi boca se hizo agua al imaginarme su sabor.
¡A la mierda mis reglas! Con ese tipo las iba a romper todas, me fascinaba
demasiado y no me iría sin saber qué tan bien sabía; no quería arrepentirme de
no habérmelo comido por completo al estar en mi apartamento, y por primera
vez no me importaba nada, lo quería y completo.
Me tumbó con un poco de fuerza sobre la cama y el impacto hizo que el
cabello se desparramara en mi rostro; sonreí con maldad por su arrebato y me
juré hacerlo pagar por ello. Se lo pedí rico y duro y lo vi dispuesto a darme eso
y más. Sin apartar la mirada de la mía sacó mis bragas y me dejó expuesta ante
él; me observó como un depredador esperando a que su presa temblara de
miedo y se relamió los labios cuando me abrí más para él. Tal vez el dulce
Darius estaba acostumbrado a chicas puritanas y con vergüenza de estar
totalmente desnudas frente a un hombre, pero iba a comprobar que Laurel
Stone no era una presa, era una cazadora al igual que él y sabía jugar a la
perfección su juego; me comencé a tocar a mí misma tentándolo a que me
saboreara, animándolo a obtener de mí algo que casi nadie había obtenido, y
supe que estaba logrando mi objetivo.
Si iba a romper mis reglas, lo haría bien.
Me sonrió antes de dar un beso casto justo arriba de mi raja, lo sentí sonreír
más cuando su aliento chocó con mi sexo, y eso hizo que mordiera mi labio
inferior para no jadear, pero él no tenía idea de cuánto deseaba aquello, no se
imaginaba que iba a permitir que me hiciera sexo oral cuando incluso me
negué a John.
John, no quería pensar en él en ese momento, ya tendría tiempo para hablar y
hacerle saber mis vivencias en la ciudad que me vio nacer.
Mis pensamientos volvieron a aquel momento cuando Darius, con el dedo
índice y medio, abrió mis labios vaginales y pronto su lengua acarició mi
clítoris. ¡Mierda! Ese piercing no solo servía para darle un aire de chico malo,
en mi coño provocó sensaciones indescriptibles. Me removí y gemí al disfrutar
de la caricia, y de nuevo nuestras miradas se conectaron y comenzó a lamer mi
botón sin dejar de verme.
Su lengua era maravillosa.
Él gimió cuando me saboreó. Alcé las caderas y abrí más las piernas
dejándole el espacio suficiente para que enterrara su rostro en el medio de mis
piernas, chupó y mordió con suavidad aquel manojo de nervios con destreza e
hizo que comenzara a mover mi pelvis en busca de más. Dos de sus dedos se
unieron a los jugueteos de su boca y lengua, encontró mi entrada y se introdujo
poco a poco; le fue fácil la tarea contando con que ya me tenía empapada.
—¡Darius! —gimoteé cuando sus movimientos se volvieron los indicados
para la necesidad que ya sentía de correrme. Ese hombre sabía lo que hacía y
cómo lo hacía; tenía la experiencia adquirida de su recorrido por muchas
mujeres, y las odié por haber obtenido antes que yo aquel maravilloso placer.
Sentía sus diestros dedos en mi interior y con cada movimiento que hacía
acompañado de su lengua más me acechaba la necesidad de correrme; la barba
hacía su parte al darme aquel cosquilleo delicioso en mi delicada piel, llevé las
manos a mis pechos y los acaricié por encima del sostén para que no quedaran
desatendidos. Mis movimientos cambiaron buscando más fricción de su parte y
supe que estaba a punto de correrme, pero no quería hacerlo así y necesitaba
retrasarlo un poco más.
Vi su sorpresa cuando lo aparté de mi coño y busqué su boca para besarlo,
estaba perdida entre mi necesidad y la pasión que aquel hombre despertaba de
mí y enloquecí cuando sentí mi sabor y el de sus besos. Darius estaba excitado
también, yo seguía hambrienta y no dudé ni un segundo de lo que iba a hacer
cuando lo tumbé en la cama y con su ayuda le bajé el pantalón junto al bóxer,
me posicioné entre sus piernas y tomé su falo entre mis manos; lo miré
anonadada al comprobar que por primera vez —como estaba sucediendo
mucho con él— esa parte de la anatomía de un hombre me parecía lo más
hermoso que mis ojos veían.
Vaya que iba a romper mis reglas de manera olímpica.
Metí un mechón de mi cabello tras mi oreja y, haciendo lo mismo que él
había hecho minutos antes, lo miré a los ojos y sonreí cuando la punta de mi
lengua lamió la corona de su pene e hice que cerrara los ojos por el placer;
estaba disfrutando de mi cálida lengua y mi saliva mojándolo.
Ni idea tenía de lo afortunado que era de que por primera vez en años yo le
hiciera tal cosa a un hombre.
Gemí al saborearlo por completo, lo sentí como si era mi dulce favorito y
acepté que había extrañado demasiado aquello, extrañé mucho sentir a un
hombre de esa manera, y me regocijé cuando lo escuché jadear de puro gozo
por lo que mi boca le hacía; lo saboreé con deseo, hambre y vehemencia. Su
miembro era perfecto, tenía la talla y el grosor adecuado para mi cuerpo y un
sabor delicioso para mi boca; comenzó a embestirme con suavidad y noté lo
mucho que se contenía para no correrse en aquel instante.
—Eres divinamente perversa —halagó, y acertó en lo de perversa.
—Contigo rompo todas mis reglas —susurré dejando de saborearlo un
instante.
Con el rompía todos mis límites sin pensar en las consecuencias.
Se apoyó en uno de sus codos, levantó el torso y con la mano libre tomó mi
cabello y me lo apartó del rostro; comenzó a impulsar de nuevo sus caderas
para introducirse más en mi boca, y lo dejé hacerlo hasta llegar a mi garganta al
ver cuánto le excitaba verme así.
Iba a correrse, lo intuí cuando gruñó con fuerzas.
Pero al igual que yo, me quitó su erección y me hizo subir sobre él; tomé su
polla y le coloqué el preservativo que logró sacar de su billetera, luego me
penetré poco a poco hasta sentirlo hasta la empuñadura. De nuevo nos miramos
a los ojos sin romper aquel contacto, su oscuridad se acoplaba a la mía y ambos
nos prometimos sin decir nada —solo viéndonos— que ese momento no lo
olvidaríamos jamás.
Me acomodé bien en él e inicié moviéndome lento hasta que poco a poco
comencé a montarlo con más rapidez; era fantástico sentirlo después de soñarlo
por noches, sus manos acariciaban mis nalgas y subían a mi espalda, y en ese
momento sacó mi sostén y mis pechos quedaron libres. No perdió el tiempo en
meterse uno a la boca mientras acariciaba el otro con una de sus manos, mis
jadeos se hicieron más fuertes y constantes; puse las manos en sus hombros
para tener un apoyo, y él aprovechó eso para mover las caderas y encontrar mi
vaivén, nuestros cuerpos chocaban con brusquedad, sus manos llegaron otra
vez a mis caderas, a mis nalgas, y comenzó a marcar su propio ritmo. Aquel
arrebato de su parte fue todo lo que necesité para que mi clímax creciera y en
minutos comencé a correrme con una enorme intensidad; enterré las uñas en
sus hombros al sentirme tan extasiada y, cuando los espasmos pasaron, me
colocó a cuatro patas y me penetró desde atrás.
¡Joder! Ni siquiera me dejó recuperarme.
Era como si me conociera a la perfección, pues mi cuerpo de inmediato se
adaptó a su arrebato y supe que no necesitaba de recuperación con él; tomó mi
cabello y lo hizo puño en su mano, dicha acción logró que arqueara la espalda
y que mi trasero se elevara más. Me meneé encontrando sus embestidas,
jugando con sus deseos; sus gruñidos me afirmaron que le encantaba mi
bamboleo, le gustaba que también yo marcara mi ritmo, y tales movimientos
desencadenaron su locura y aligeró sus penetraciones hundiéndose con más
fuerza en mí y con más rudeza. Sus caderas golpeaban mi trasero, tomó mis
pompas con las manos y las apretó hasta marcar los dedos en ellas, gemí con
fuerza, y Darius jadeó igual; iba a correrme de nuevo, lo haría sin importar que
acababa de hacerlo minutos antes.
Y lo hice, en segundos comencé a erupcionar, pero él lo hizo conmigo, y
aquel polvo se convirtió en perfecto. Darius me demostró cuán perfecto era y
cómo podía volverme loca si se lo permitía. Había probado lo mejor en aquel
viaje y supe que quedaría marcada de por vida.
—¿Volveré a verte? —preguntó rato después de nuestra sesión de sexo;
estaba con la cabeza recostada en su brazo izquierdo, desnuda, y acariciaba su
pecho con los dedos.
¿Volver a verlo? Era algo peligroso después de hablar con él y comprobar
que podía darle el derecho de dañarme sin siquiera pretenderlo.
—No sé, no me gusta reciclar —dije intentando camuflar la verdadera razón
de no querer verlo otra vez.
—Ayuda al planeta —pidió, y sonreí al escucharlo. Hasta para eso era tierno
y creo que ni cuenta se daba.
—Soy como una estrella fugaz en la vida de los hombres, si me viste, tuviste
suerte porque quién sabe si lo volverás a hacer —aseguré cambiando de tema y
poniéndome seria.
—Soy un hombre de fe —señaló mostrándome que no solo era tierno, sino
también testarudo.
Nos quedamos en silencio porque no quería seguir pensando en mis razones
para no verlo, y minutos después me quedé dormida.
Lamentando que esa sería nuestra primera y última vez juntos.
Tiempo pasado…
Quién iba a decir que mi vida daría un giro total luego de aquel encuentro
con Darius.
Cuando llegué a mi apartamento casi en la madrugada, le dejé un mensaje de
texto a John avisándole que había llegado bien; dormí alrededor de tres horas
esa madrugada y, a pesar del cansancio que sentía por el viaje, mi mente no
dejó de pensar en ningún momento en Darius Black.
Dos semanas después de haber retomado mi vida mi mente seguía
rebobinando con más frecuencia aquel encuentro y hasta tuve que rechazar las
visitas de mi caliente maestro al no apetecerme pasar el rato en la cama con él.
Sabía a la perfección que tal cosa no era normal y todo era culpa de aquel chico
de hermosas pecas que se rehusaba a salir de mi cabeza, y hasta ese momento
comencé a aceptar que lo que Jane me advirtió de él era cierto; ese hombre era
peligroso y con una sola vez a su lado comenzó a amenazar mi cordura.
Terminé hablando con John después de que insistiera en que estaba actuando
muy extraña y hacer tal cosa me devastó.
—¿Sabes qué es lo más irónico de todo esto? —preguntó cuando terminé de
confesarle lo que hice en Richmond y no me dejó responderle—. Que
estúpidamente creí que nuestro tiempo juntos era el resultado del amor que
poco a poco creció entre ambos. —Mis ojos se ensancharon en sobremanera
cuando lo escuché pronunciar aquellas palabras y mi pecho se oprimió con
fuerza.
—John —susurré siendo lo único que pude exclamar entre la bruma de mi
asombro.
No iba a negar en ningún momento que lo quería mucho, pero no de la forma
en la que se quería a una pareja, sino a un buen amigo.
—Mi niña hermosa, me enamoré de ti y no solo eso —confesó dejándome
sin habla—. Te amo, Laurel Stone, y por un momento creí que sentías lo
mismo por mí.
¡Dios mío! ¿Qué había hecho?
Tiempo atrás sentí el cambio en su forma de tratarme, pero ninguno de los
dos dijo nada cuando sucedió; como tonta creí que solo se debía a la confianza
que habíamos creado en tres años viéndonos como simples amantes y sentí una
tremenda culpa por no haberlo parado antes de provocar lo que estaba pasando.
—¡Por Dios, John! —hablé con la voz cargada de culpa y vergüenza.
Caminé hasta uno de los sofás en la sala de mi apartamento y me senté
sosteniendo una mano en mi pecho en un vano intento por calmar mi acelerado
corazón—. Perdóname por esto —pedí, llegó y se puso en cuclillas delante de
mí—, sabes que te quiero mucho, pero no te amo —solté sin filtros.
De nada servía adornar algo que al final siempre dolería igual. Lo vi cerrar
los ojos con fuerza y puso las manos a cada lado de mis piernas. Verlo en aquel
estado me mataba.
—Siempre me ha encantado tu sinceridad, pero ahora mismo la odio —
comentó con tristeza y me regaló la más infeliz de las sonrisas. La situación
estaba acabando con mi corazón.
—Pero prefiero que la odies a ella y no que me odies luego a mí por mentirte
e ilusionarte con algo que no tiene futuro. —Me estremecí cuando acarició con
delicadeza mi mejilla y vi sus ojos ponerse llorosos—. Me conoces a la
perfección, John, y sabes que, si hubiese sabido lo que sentías por mí, habría
acabado con nuestra rara relación para no darle alas a algo que al final nunca
alzaría vuelo —asintió derrotado y se puso de pie.
Había momentos en los que también me odiaba por ser demasiado directa y
no importarme lo que los demás fuesen a sentir por eso, pero desde que me
sucedió lo de Olek aprendí a que era mejor ser sincera y decir las verdades,
aunque hirieran, y no mantener farsas que mataran; eso me pasaba con John,
me odiaba por lastimarlo, mas era su derecho que le hablara con la verdad e
independientemente de lo que hice en Richmond, le dejé claro que si todo
acababa era por mí y no por un chico con el cual existían pocas probabilidades
de volver a verme.
Al menos eso creía.
—Siento mucho haber faltado a nuestro acuerdo de exclusividad, aunque
jamás lo hayamos pactado, pero era importante para mí ser sincera contigo —
pedí, y asintió.
—Laurel, tú misma has dicho que es poco probable que vuelvas a verte con
ese tipo —comentó, y lo miré sin saber por qué lo decía—, y ahora sabes lo
que siento por ti. Te ofrezco todo de mí, solo intentémoslo de verdad esta vez
—suplicó y de nuevo mis ojos se desorbitaron, pero sabía que por más que lo
intentara mis sentimientos hacia él no cambiarían.
Había pasado mucho tiempo en el que pude desarrollar amor por él y aquello
no sucedió, no iba a ser diferente en más tiempo. No mientras yo en ese
momento pensara en alguien más.
Negué a su petición y le expliqué mis razones, John era un hombre maduro y
comprendió mi punto; esa era la única ventaja de haber estado con alguien con
más años de experiencia, no actuó como un adolescente herido y tampoco
buscó culpables por lo que había pasado, solo se marchó asegurándome que
siempre estaría para mí sin importar las razones de acabar con nuestra
aventura.
Aventura para mí, claro estaba.
Mi vida siguió tal cual luego de eso, continué mis estudios feliz de que ya
estaba por entrar a mi último año; no trabajaba porque decidí concentrarme en
mi carrera y el dinero que mi padre me heredó lo utilizaba solo para los
estudios y haciendo uso de lo que había aprendido en esos años quemando mis
pestañas, la pequeña cantidad de dinero que ahorré antes de salir de casa la
invertí en una bolsa de valores que la hizo crecer considerablemente y de eso
me mantenía. Todos creían que las mujeres como yo nos dedicábamos solo a
follar y disfrutar de la vida y era cierto, pero existía mucha inteligencia en
nosotras, tal vez no en todas, aunque sí en mí y desde pequeña me propuse a no
depender de nadie para subsistir.
Me gustaba gastar y disfrutar de lo mío.
El tiempo transcurrió y hasta mi mejor amigo Ed se sorprendió de que luego
de Darius no hubiese existido nadie más en mi vida, pero era así. Tenía una
vida solitaria aunque cómoda y solo me desahogaba con Edward cada vez que
nos hacíamos videollamadas para ponernos al día de todo lo que pasaba en
nuestras vidas.
—Cuando llegue a la ciudad deberíamos buscarlo y compartirlo —propuso,
y rodé los ojos, era de noche, estaba tumbada en mi cama solo vestida con una
playera y mis bragas de pijama. Hablaba con Edward, y de nuevo proponía tal
cosa.
—Veo que Jace no te está dando lo tuyo —me burlé, y rio sin gracia.
—No, cariño, te equivocas. Me lo da hasta por donde no sabía que se podía,
pero mantenemos una relación abierta; ya sabes que no puedo ser únicamente
de uno —alegó, y me reí.
—Te lo deberá de meter por la nariz entonces, ya que no tienes muchas
opciones —me seguí burlando, y comenzó a fastidiarse.
—A ti deberían de dejártelo por siempre en la boca para que no digas
estupideces —bufó, y pegué tremenda carcajada, pero en mi mente se formó la
imagen de Darius cuando dijo aquello y todas sus hermosas y deliciosas
proporciones.
¡Carajo! Si fuese lo de él, no me habría importado.
—Piensas en Pecas eh, picarona —se burló, y quise hacerme la seria. El
idiota hasta le había puesto mote cariñoso y por desgracia me gustó—. ¿Crees
que le gustaría jugar a ser bisexual? —preguntó otra vez, y quise cortar la
llamada.
—Así lo fuera, ese chico no lo compartiría con nadie, ni siquiera contigo que
te amo tanto —dejé claro y entonces fue su turno para burlarse de mí.
Edward seguía siendo mi paño de lágrimas y el tipo que la vida me dio para
sobrellevar la muerte de LuzBel, aunque el destino tenía la mala costumbre de
darte, quitarte y a veces de devolverte sin importarle que en el proceso sufrieras
de ataques al corazón. Eso fue lo que me pasó el día que recibí una llamada del
más allá, fue la única explicación lógica que llegó a mi cabeza al escuchar una
voz que erizó mi piel hasta el punto de agrietarse, cuando descolgué el móvil.
No podía creer que fuese él —LuzBel— y hasta quise estar cerca de un
sacerdote en esos momentos para que me exorcizara; por supuesto que el
cabrón se rio de mis miedos y no fue hasta que lo vi a través de la pantalla que
me comencé a convencer de que era cierto, que era real. Estaba vivo. ¡Dios!
Vivo de verdad, y a la rápida me dio un resumen de lo que había pasado y la
razón de haber fingido su muerte. De pronto ya no me sentí tan sola y lo que
más deseaba es que los días pasaran volando para poder verlo, pero cuando
tuve la oportunidad de hacerlo casi lo mato de verdad al descubrirlo a punto de
besarse con una recién aparecida que a leguas se notaba que no llegaba a mi
altura. Y es que hasta las zorras teníamos clase y esa tipa estaba lejos de
alcanzar aquel nivel.
Para que quedara claro, no lo hacía por celos pasionales, sino por celos de
hermanos y de que aquella perra intentara ocupar un lugar que solo le
pertenecía a Isabella White, mi amiga, mi hermana y mi heroína porque sí,
Isabella se convirtió en todo eso al demostrarme como mujer que cada vez que
una caía, tenía que levantarse con más fuerzas, con más decisión y con más
garra.
Para suerte de Hanna —así se llamaba aquella idiota— había cosas más
importantes para mí y asegurarme de que LuzBel seguía siendo real era una de
ellas; esa noche, luego de hablar y convencer a mi amigo de no ser tan idiota,
terminé hasta con un viaje a Italia, pero antes de eso acabé amando de nuevo a
mi destino por ponerme frente a frente con mi más reciente delirio.
—Así que… volvemos a vernos —susurré y mordí con delicadeza la uña de
mi dedo índice para darle un poquito de pasión a la plática.
—Ves cómo ser un hombre de fe ayuda —comentó dando un paso hacia mí y
recordándome lo último que había dicho la primera vez que estuvimos juntos.
Estábamos en el club Grig, propiedad de los Pride, y amaba que aquellos
lugares tuviesen tanta privacidad; todos se habían ido a la pista de baile a
excepción de LuzBel, que se marchó para preparar sus maletas.
—Y me encanta que hayas cambiado de idea con respecto al reciclaje —
añadió, y con malicia cazó mi labio inferior con sus dientes y lo haló sin ser
brusco, provocándome un pequeño piquetazo que dio directo en mi entrepierna
y no donde había sido el arrebato.
Tampoco me besó, solo fue un acto que me volvió loca y desesperada.
—Ya me conoces un poco, Darius, así que seré directa, ¿nos follamos aquí y
montamos el espectáculo del año o me llevas a un lugar más privado? —
pregunté y su sonrisa me derritió por completo.
Quería lamer cada peca en él, quería lamer todo de él.
—¿Romperás tus reglas de nuevo? —Negué y me reí con su pregunta.
—Todavía no entiendes que contigo no existen reglas ni límites ni raciocinio
—aclaré y antes de que dijera algo más fui yo la que lo besó.
Sentí sus labios y amé que tomara el control de la situación, me acunó el
rostro, luego sus manos viajaron a atrás de mi cuello y enterró los dedos en mi
cabello uniéndome más a su boca y me sorprendí de que tal cosa fuese posible.
Darius me estaba afectando a niveles que superaban lo normal y, aunque no era
bueno, no me importó en cuanto su boca me dio solo una probadita de lo que
iba a hacerme luego, mis manos no se quedaron quietas cuando su cuerpo hizo
contacto con el mío y terminé llegando a su entrepierna, y lo acaricié por
encima de la ropa.
¡Joder! Estaba empalado y mi cuerpo lo deseó más que nunca.
—Sácame de aquí —susurré en cuanto me dejó respirar un poco.
—Vamos —fue lo único que dijo, tomó mi mano, y bajamos hasta pasar en
medio de la multitud, algunas chicas lo vieron con demasiado interés y, aunque
sabía que era guapo, aquel interés estaba demasiado sobrecargado para mi
gusto.
En cuanto llegamos afuera me di cuenta de la razón de aquel interés, el chico
llevaba una tremenda erección y se marcaba demasiado a través de su pantalón.
—No te importó caminar así —musité deseosa de llegar a donde quiera me
llevaba.
—Para nada y, al tenerte a mi lado, lucí esto con orgullo —confesó
señalando su miembro, y de la excitación pasé a la ternura.
Ese chico hasta hablándome de esa manera me demostraba que su rudeza no
superaba a su ternura y, aunque era raro y me habían dicho cosas románticas,
aquello fue el halago más excitante que alguien me dijo alguna vez.
No sé ni cómo logramos llegar a su apartamento, lo único que sé es que
terminamos deshaciendo su ordenada cama en cuestión de segundos; esa noche
Darius me confirmó que era muy fácil volverme adicta a él, el tipo era como
una droga y después de mi pasado era consciente de que las drogas eran malas
y la adicción podía matarte, pero por una vez dejé de lado el temor a mis
adicciones y disfruté de la mejor de todas.
Esa vez amanecí a su lado y no digo que dormí, porque no dormimos ni un
segundo.
—¿Hambrienta? —preguntó burlón luego de pasar a un IHop y pedir el
desayuno, ataqué la comida sin piedad y hasta los pancakes sentía deliciosos
cuando los odié toda mi vida.
—Tu culpa —respondí después de darle un trago a mi café. Sonrió con
suficiencia.
No estaba segura si era mi imaginación o esa mañana lucía más hermoso a
pesar de no haber dormido casi nada, yo en cambio estaba ridícula con la ropa
que él me había prestado y con el cabello hecho un desastre.
Esa mañana la pasamos juntos en el hotel donde me hospedaba y, aunque
fuera increíble de creer ya no follamos, nos limitamos a hablar y conocernos
mejor. Me gustaba que él fuera un hombre de sueños y no pensara solo en joder
la vida, hablamos de sus proyectos y casi me fui de culo cuando me confesó ser
hermano adoptivo de Isa y el pequeño enamoramiento que había tenido con
ella, tal cosa me causó gracia y fue víctima de mis bromas luego.
—Cuando te cases tienes que contarle eso a tu esposa —dije, y negó.
—Se lo contaré a mis hijos para que cuando vean a su tía la molesten con
ello —dijo seguro de aquella travesura, y sentí un enorme pinchazo en mi
pecho.
—¿Quieres hijos? —No entendí por qué esa pregunta tuvo que ser
formulada por mi insensata boca y la ilusión que vi en sus ojos fue demasiado
para mí.
No me estaba imaginando una vida con él porque apenas lo conocía, sin
embargo, ver su ilusión me recordó lo que yo jamás podría obtener.
—Quiero muchos hijos, Laurel, no quiero pasar solo en prácticas con la que
sea mi mujer, sino que quiero que me dé los hijos que sea capaz de darme. Me
pueden llamar loco, pero soy así, deseo darles mucho amor a mis pequeños y
demostrarles que el mundo no es tan malo como su papá lo creyó alguna vez.
—Lo miré con un nudo en la garganta. Jamás mi infertilidad me dolió tanto
como ese día.
Inconscientemente me llevé la mano al vientre y mordí mi labio inferior para
no llorar.
—Tu mujer será afortunada. —Fue lo único que pude susurrar.
—Espero encontrarla pronto y ponerme a trabajar de lleno en ello —soltó
como una broma, y me reí de verdad, aunque sabía que detrás de esa broma se
escondía la verdad.
La vida, de nuevo la maldita vida restregándome en el rostro lo que jamás
podría tener.
Seguimos hablando, y por mi salud mental cambié de tema hasta terminar de
nuevo entre sus brazos; Darius era mi pequeña obsesión, aunque luego de
escuchar sus deseos supe que no cabía en su vida, estúpidamente, y por primera
vez, me dolió ser solo el acostón de alguien, me dolió ser el desliz del único
hombre que había logrado apartar mis miedos y con el único que deseé tener
algo más.
A veces el karma se tardaba en llegar a nuestras vidas y cobrarnos todas las
que habíamos hecho, otras veces, y como en mi caso, llegaba pronto y cobraba
cada uno de los daños ocasionados. Dañé a John sin pretenderlo y lo estaba
pagando con Darius; sí, era precipitado, pero por un segundo quise un futuro
con él, al siguiente segundo comprobé que no era la indicada en su vida. Él
deseaba algo que jamás le daría y tenía el raciocinio intacto para entender que
lo nuestro jamás funcionaría y era mejor dejarlo hasta ahí.
Ese día me despedí para siempre de él e irme con LuzBel a Italia fue lo
mejor que pudo pasarme.
Aunque bueno, estar con un macho que había estado en celibato por un
tiempo récord para él, y una terca que rugía por dentro por reclamar a su
consorte, no fue nada inteligente para olvidar mi reciente encuentro con Darius
y el reencuentro entre Isabella y Elijah fue como una tortura para mi sensible
cuerpecito. Esos dos echaban chispas no solo para pelear, sino también para sus
reconciliaciones, y tuve que ejercer toda mi fuerza de voluntad para no llamar a
un hermoso chico de pecas y que me follara por el teléfono.
Estar en Italia sirviendo como celestina de mi amigo y su chica, y encima
tener que dormir justo al lado de su recámara escuchando cómo la cama
golpeaba la pared mientras ellos calmaban sus demonios, fue una tarea difícil
para mis dedos, que lucharon para no encontrar un camino equivocado.
Tenía la libido muy facilita así que no tocarme fue un logro en mi vida.
Cuando el momento de conocer a sus pequeños llegó, los nervios en mi
amigo me divirtieron de cierta manera y agradecí que al menos él tuviera una
segunda oportunidad para conocer, amar y proteger a los únicos seres que nos
amaban de verdad. Él sabía de sobra mi historia y me hizo sentir feliz cuando
me dijo que aprendiera a ser una buena tía, ya que se me había negado la
oportunidad de ser madre.
—Laurel, ya conociste a Lee-Ang Cho —dijo Isabella luego de que habían
salido con sus pequeños del gimnasio donde los chiquillos entrenaban.
Lee era una japonesa hermosa, amiga y compañera de batalla de Isa. La
chica volvió a hacer su típico saludo de ninja y, ya que antes no la saludé como
era, esa vez la imité con torpeza.
—Y ella es Maokko Kishaba, mi otra fiel amiga y compañera —me presentó
a su otra amiga.
Maokko igual era asiática, pero lucía más perra que Lee, aunque esa vez
supe que no era una perra como la estúpida de Hanna, sino que esa chica estaba
más a mi nivel. Ella también pertenecía a una de las asociaciones de Isabella.
—No me vayas a saludar como lo hiciste con Lee porque luces ridícula —
soltó con su acento bien marcado sin ser ofensiva.
¡Carajo! Esa chica sí era de las mías. Me encogí de hombros y luego me reí
por lo que me había dicho.
—Solo trato de encajar —me defendí, y entonces fue ella quien rio.
Estuve en Italia por dos semanas aprovechando mis vacaciones, conocí al
guapo de Caleb, quien era el jefe de seguridad personal de Isabella, y me hice
muy amiga de Maokko y Lee-Ang. Descubrí que Caleb y Maokko tenían un
pasado que ambos se negaban a olvidar, les propuse un trío para darles un
empujoncito y casi termino muerta en manos de una muy furiosa Maokko.
Solo a mí se me ocurría meterme a jugar con una chica que con facilidad
podía cortarme la cabeza.
Pero también descubrí con aquella broma que la chica ya no estaba tan
interesada en el guapo rubio y sí en un moreno que se moría por probar. Hablar
con ella era divertido, y compartir anécdotas mucho más.
—¿Entonces los morenos sí la tienen grande? —me preguntó por tercera
vez, y me reí.
—Al menos el que a mí me tocó sí. Ya te dije que tuve que buscar una
excusa con aquel chico y salir de la habitación en cuanto vi que por unos tres
centímetros aquella cosa no llegaba a sus rodillas; me encanta la acción,
aunque no estaba dispuesta a estar en silla de ruedas por una semana —le
recordé, y explotó en carcajadas.
Esa había sido una mala experiencia en mi vida y todo por mi maldita
curiosidad de comprobar lo mismo que ella deseaba comprobar; al menos
estaba advertida y si aun así deseaba insistir con Marcus —un guapo moreno,
musculoso y tatuado hombre, amigo de LuzBel y delirio de ella— ya era su
problema.
En aquel viaje también tuve la oportunidad de conocer a Fabio D’Angelo, el
tipo enigmático que me cautivó con su belleza y con el que erróneamente quise
olvidar a Darius y sus destrezas. Algo que comprobé que era imposible y,
aunque no me quejaba de lo que Fabio me había hecho, no me sentía satisfecha
porque no era Darius.
Luego de haber cumplido con mi trabajo y pasar tiempo de calidad con mis
amigos y mis pequeños sobrinos postizos, regresé a mi ciudad y seguí con mi
vida, ignoré las llamadas que Darius me hacía de vez en cuando y me
concentré en mis estudios y terminar mi carrera. Las cosas eran mejor así, no
me quería complicar la vida y mi hermoso chico de pecas me prometía solo
eso; no le podía decir que no deseaba verlo, ya que era una mentira enorme y
estaba segura de que, si escuchaba su voz, caería fácil, y no me lo podía
permitir.
Sabía que era muy fácil para mí enamorarme de él y al final yo sería la única
en sufrir cuando descubriera que jamás le daría lo que él deseaba.
—Quiero muchos hijos, Laurel, no quiero pasar solo en prácticas con la que
sea mi mujer, sino que quiero que me dé los hijos que sea capaz de darme. Me
pueden llamar loco, pero soy así, deseo darles mucho amor a mis pequeños y
demostrarles que el mundo no es tan malo como su papá lo creyó alguna vez.
Por esa y otras razones decía que aquella chica era mi más reciente dolor de
cabeza.
—¿Me estás escuchando? —preguntó LuzBel, y cuando lo miré negó
fastidiado confirmando que no, no le escuché nada.
Iba a preguntarle algo, mas no pude, ya que en ese instante un tipo alto de
cabello castaño y ojos azules llegó acompañado de una morena de cabello
rizado y curvas muy peligrosas que nos sonrió con educación al vernos.
¡Mierda! De nuevo comprobaba que mi cuñado tenía clase en cuanto a
mujeres; el tipo a su lado rio asombrado y sin decir nada le dio la mano a
LuzBel seguido de un abrazo.
—¡Joder, viejo! No podía creer que en verdad fueras tú cuando te vi aquí
arriba —le dijo, y vi la misma alegría de él en LuzBel.
—El hijo de puta Sandr —habló LuzBel.
—Soy Darius Black —saludé a la hermosa chica—, creo que ellos están
muy ocupados como para acordarse de nuestra presencia —ironicé, y ella me
sonrió tomando la mano que le extendía.
—Bianka Harris. Es un gusto, Darius, y tienes mucha razón —coincidió y se
acercó para darme un beso de saludo en la mejilla.
LuzBel y su viejo amigo hablaban demasiado animados hasta que recordaron
en donde estaban.
—Qué bueno volver a verte, Bianka. —Su alegría fue demasiado fingida
cuando vio a la chica y ni siquiera le sonrió, solo se limitó a verla, y ella le
respondió con un «igual» y una sonrisa avergonzada—. Veo que ya conociste a
mi cuñado —señaló, y quise reírme cuando se refirió a mí de esa manera—.
Olek, él es Darius. Darius, mi viejo compañero, Olek. —Le di la mano al tipo,
y nos saludamos, minutos después nos unimos a mi hermana y los demás
chicos que también eran mis amigos y ya se habían hecho presentes a la
inauguración del club.
LuzBel se encargó de presentar a sus viejos amigos con todos los demás y
solo le musité un «te lo dije» silencioso cuando abrazó a Isabella y comprobó
que esa noche mi hermanita no sería el ángel de la muerte de nadie.
Los nuevos invitados en aquel privado resultaron ser personas gratas y muy
animadas; descubrí que Bianka y Olek estaban comenzando a salir y que él
acababa de regresar al país después de muchos años de haberse mudado al
Reino Unido por cuestiones de estudios. El tipo e Isabella al parecer
congeniaron bien y hasta se ganó el derecho de acariciar su vientre, algo que
logró ponerme un poco celoso y vi que LuzBel no estuvo del todo feliz, ya que
cuando aquellas manos tardaron demasiado en el abultado estómago de mi
hermana, él mismo terminó quitándolas. Deseé que mis sobrinos estuvieran ahí
y nos ayudaran también con la situación, pues tendían a ser más territoriales
con su madre que el mismo LuzBel posesivo Pride.
La noche siguió transcurriendo y, aunque estaba siendo todo un éxito, había
algo o más bien alguien que faltaba y que no se dignaba a aparecer.
Laurel Stone.
La terca mujer a la que le envié la invitación con suficiente tiempo de
antelación y la misma que se negaba a responder mis llamadas; era a la primera
que le insistía tanto y estaba comenzando a cansarme.
—¿Déjame adivinar? Estás ansioso porque ella venga —dedujo mi hermana,
y solo me limité a mirarla.
—Y muy arrepentido por hacer caso a tus consejos —solté, y ella rodó los
ojos.
Ella y LuzBel tuvieron un comienzo difícil, pero luchó hasta derretir aquel
hielo que describía a la perfección a su marido; Laurel era una copia casi
exacta de LuzBel, aunque estaba demostrando ser más fría que él y dudaba ya
de llegar a algo serio con esa mujer porque me cansaban sus desplantes.
Siempre fui un tipo aventurero y la única vez que creí que me iba a enamorar
fue cuando como un estúpido puse los ojos en la chica hermosamente
embarazada frente a mí; éramos hermanos adoptivos, pero jamás conviví con
ella, ya que mi madre la procreó en otro hogar justo cuando había un caos en
nuestras vidas.
Y cuando al fin conocí a la chica ya era toda una mujer y me deslumbró su
fortaleza y actitud además de su belleza, durante un tiempo consideré la idea de
enamorarla, pero me di cuenta de mi error en cuanto entendí que Isa jamás
dejaría de amar a LuzBel, y desistí aún más en cuanto conocí a Laurel.
El sueño de todo hombre —y me incluía— era siempre tener como mujer u
esposa a la típica chica de casa, la inocente, la que prefería una noche de
películas a una de fiesta, la que amaba los pantalones flojos de pijama y no la
que prefería pasarse el día en braguitas. La chica a la que le encantaban los
halagos y perversidades de su amado y no la de cuanto hombre se le cruzara en
frente y de ser posible, amábamos desflorar a la que sería nuestra mujer y no
ser el siguiente de alguien; ese era el sueño de todos, y Laurel…
Ella no era eso.
Esa mujer era todo lo contario, la fiestera, la de braguitas, la que disfrutaba
de los halagos y perversiones de todos, la que amaba comerse a los vírgenes y
pervertir a los puritanos; en sus propias palabras era la zorra y lo decía con
demasiado orgullo, pues gozaba su vida sin avergonzarse, y yo, deseando todo
lo contrario a ella, estaba cayendo con su desvergüenza y no me importaba
nada de lo que hubiese hecho antes, incluso no me interesaba lo que seguía
haciendo en esos momentos, ya que fue clara, fuimos claros y lo nuestro jamás
llegó a ser más que acostones ocasionales.
Sabía que ella había estado con otros chicos después de mí, incluso con un
amigo el cual me lo dijo a la cara en cuanto se enteró que entre ella y yo pasó
algo, pero lo de ellos también fue un acostón y Laurel se lo dejó claro al igual
que a mí, y yo no me quedaba atrás, ya que disfrutaba del sexo ocasional con
chicas que me deslumbraban en su momento y habían existido muchas luego
de ella, no obstante, no negaba que, al final del día o tras estar con otra,
siempre tenía a Laurel Stone en mi trastornada cabeza.
Ya no era mi sueño ser el primero de alguien, sino el último.
—Laurel es un hueso duro de roer, pero caerá —murmuró Isabella—. Según
Elijah tiene un pasado duro y por eso es así —añadió lo de siempre.
—¿Quieres jugo de manzana? —ofrecí, sirviendo un poco en mi vaso y
tratando así de cambiar la conversación. Suficiente tenía con los desplantes de
aquella desalmada como para echarle sal a mi herida hablando más de ella.
—¿Sabes que Aiden pidió que escondiera el suyo antes de venirnos hacia
acá porque teme que llegues en la noche y se lo termines? —confesó
hablándome del más curioso y odioso de mis sobrinos gemelos, y me reí con
verdadera diversión. El pequeño aún no me perdonaba el haberlo dejado sin su
jugo favorito en el pasado.
Seguimos hablando un rato más, y LuzBel se nos unió interrumpiendo
nuestra charla de hermanos; desde que Amelia murió Isabella y yo nos
volvimos más cercanos. Vivían en Italia, pero regresaron al país para apoyarme
en la reinauguración de los clubes, por otra parte, también extrañaban a Dasher
Spencer, un pequeño hombrecito de la edad de sus clones —así les llamaban a
sus gemelos— que quedó huérfano luego de la lucha a la que tuvimos que
enfrentarnos en contra de los Vigilantes. Sus padres perecieron en dicho
enfrentamiento y el chico se ganó mi corazón, no solo por ser huérfano a tan
temprana edad como yo, sino porque en muchas cosas me recordaba a mí;
deseaba obtener su custodia legal, sin embargo, aquel era un proceso delicado y
estaba utilizando todas mis influencias para lograrlo. Mientras tanto, habíamos
obtenido al menos que les dieran la custodia temporal a los padres de LuzBel.
—Te felicito por tan excelente club —halagó Olek cuando nos incorporamos
de nuevo con todos—, es el mejor al que he ido.
—Te falta conocer los otros —señalé, y levantó su vaso de coñac para
brindar por mi éxito.
Según escuché, el tipo volvió a Estados Unidos para intentar recuperar el
negocio que su familia perdió años atrás y, siendo un abogado de renombre en
el país que lo acogía, pretendía acabar con los culpables de que sus padres se
fueran a la quiebra, los mismos que causaron la muerte de su padre por un
infarto luego de unos sucesos que él denominó imperdonables.
—¡Mierda! Creí que Laurel no vendría —espetó de pronto Luzbel cuando
nos quedamos unos segundos solos.
No le dije nada a pesar de que me pareció extraña su actitud, pues siempre se
alegraba de verla, me giré hacia el balcón del privado para mirar hacia donde él
veía y tuve tremenda erección instantánea al observar a aquella hermosa mujer
enfundada en un vestido blanco, con el cabello negro extremadamente liso y
unos tacos azules que hacían que su culo se elevara más. —Sabía eso porque
Maokko, otra depravada amiga que tenía y también una Sigilosa, me lo explicó
—. LuzBel quiso bajar a recibirla, no obstante, le fue imposible cuando Olek
llegó de nuevo a nosotros para continuar nuestra plática.
Isabella, Maokko y Tess —la hermana de LuzBel—, la recibieron y vi lo
felices que todas se pusieron al encontrarse de nuevo; Laurel había estado de
viaje durante meses y según mi hermana volvió una semana atrás.
—¿Es Laurel Stone? —preguntó Bianka dejando a Jane, otra de mis amigas
y que también estaba embarazada.
Llegó a nosotros tres muy sorprendida. A mí también me sorprendió que la
conociera, Olek miró a donde ella señalaba, y escuché a LuzBel maldecir de
nuevo.
Algo no me cuadraba nada e intuí que mi idiota cuñado no me había dicho
todo. Laurel volvió a vernos en ese momento como si hubiese oído que
hablaban de ella, algo imposible, ya que la música estaba muy alta. Sonrió al
verme, pero aquella sonrisa murió en cuanto observó a la morena que estaba a
mi lado y luego sus ojos se clavaron en Olek.
La sorpresa que vi en aquellos ojos negros no me agradó para nada.
Vi a Olek, y él estaba igual que ella de sorprendido e incrédulo, el tipo dejó
de caerme bien en ese mismo instante. ¡Carajo! A veces odiaba que la
pelinegra fuera tan caritativa y se deslumbrara tan fácil, no obstante, dejé de
creer que estaba deslumbrada por el recién aparecido en cuanto se acercó como
una fiera hambrienta hasta nosotros.
—Así que el mayor de los cobardes e hijos de puta decidió dar la cara —
escupió con verdadero odio, y a pesar de la situación me gustó oír aquello.
—Irónico, ya que no creí encontrar en un lugar con tanta clase, a una puta y
asesina como tú —respondió el tipo que se iba convertir en mi siguiente
victima justo en ese instante.
Para muchos esa mujer era una puta, pero era mi puta e iba pagar muy caro
el ofenderla.
Tiempo actual…
Eran las nueve de la mañana cuando llegué a la mansión Pride, todos estaban
despiertos y tomando el desayuno en el jardín trasero aprovechando el clima
cálido del día, disfrutando de que por fin el frío se había aplacado un poco.
—¡Buenos días, familia! —grité, y casi todos me recibieron con una gran
sonrisa. La mesa era enorme y fue increíble verla tan ocupada de personas.
Eleanor y Myles disfrutaban de verla así luego de que se quedaran solos
cuando sus hijos hicieron sus vidas; yo los visitaba a diario debido a que
Dasher estaba con ellos y casi siempre me encargaba de llevarlo y traerlo del
jardín de niños. Sus padres fueron personas con poca familia y, si aún tenían,
no se sabía; los habían intentado contactar, pero no hubo suerte, y el pequeño
Dasher estaba solo —sin familia sanguínea— y eso hizo fácil el que Eleanor y
Myles obtuvieran la custodia temporal. Cuando me vio corrió a abrazarme, era
muy callado, aunque esa mañana estaba parlanchín y me habló de todas las
travesuras que había hecho con sus amiguitos —así llamaba a mis sobrinos
gemelos— y lo feliz que se sentía de estar con ellos de nuevo.
—¡Guau! ¿Quién le hizo ese cambio a Sombra? —pregunté al ver llegar al
perro que era totalmente negro, con muchos parches blancos.
—¡Fui yo, tío Dalius! —gritó un orgulloso Aiden, el más curioso y
terriblemente juguetón de los gemelos. Mi hermana no se veía para nada feliz
con aquella travesura y me miró advirtiéndome con la mirada que no fuese a
celebrárselas.
—Yo telía un dámata — añadió Daemon, explicando la razón de que su
copia hiciera aquello.
Miré a Dasher un tanto expectante, sabía que el pequeño podía ser muy
travieso, aunque fuese callado.
—Yo les mosté donde dejaste las pintulas con las que pintaste mi cualto —
confesó con timidez.
Sabía que Isabella me iba a matar luego, pero no pude evitar reírme al
escuchar aquello; los pequeños traviesos confesaban sus hechos muy fácil y,
aunque haber pintado al perro estaba mal, también era gracioso ver cómo se
unían para complacer los deseos de uno de ellos. Seguí hablando con los niños
y, para mi sorpresa, Aiden me invitó a tomar de su jugo de manzana, tal vez no
éramos familia de sangre, pero era seguro que ese niño había heredado de mí el
gusto por aquel fruto.
Uno que a veces era prohibido.
Me uní a todos en la mesa, y disfrutamos de una mañana muy amena,
éramos amigos y familia y se sentía demasiado bien estar rodeado de personas
que te apreciaban y no te veían mal o criticaban por todo, no esperaban que
hiciera algo digno de ellos para aceptarme o me obligaban a actuar como
querían, no. Con ellos era el Darius que siempre quise ser y era gratificante
dejar de fingir al fin.
Dasher estaba aprendiendo a acoplarse a la familia; cuando recién se quedó
huérfano dejó de hablar con los adultos y lo hacía solo con los gemelos o con
Leah, mi pequeña princesita que, aunque estaba recién nacida, lograba que
aquel pequeñín le dijera cosas hermosas. Cuando mi hermana se fue a Italia
junto con su familia, fue un golpe duro para Dasher, ya que no se le podía sacar
del país y quedarse solo fue doloroso; fue ahí que aproveché mi oportunidad y
me acerqué como quería a él, logré que comenzara a hablar conmigo y lo
llevaba al parque, hasta le compré una bicicleta, y me sorprendió cuando me
dijo que quería usarla sin las rueditas de seguridad.
Tuve que forrarlo de ropa y con el equipo de seguridad el primer día que
manejó aquel objeto sin las rueditas y me hizo sentir orgulloso cuando al tercer
día ya andaba en su bici sin ningún problema; trataba de hacerle la vida más
fácil y por lo mismo llamábamos cada día por videollamada a mis sobrinos, así
él seguía en contacto con sus primos —que es como le enseñé a llamarlos,
aunque a veces se le olvidaba— y poco a poco nos volvimos inseparables.
Eleanor y Myles ya lo adoraban, pero sabían mis intenciones y por lo mismo
trataban de tener claro que no lo tendrían con ellos para siempre y solo me
estaban ayudando a cuidarlo mientras obtenía su custodia legal.
A las doce del mediodía, la trabajadora social llegó acompañada de un
psicólogo a la mansión Pride para la cita que ya teníamos acordada; me sentía
nervioso cuando aquellas citas de evaluación llegaban porque ser soltero no me
ayudaba en mucho para adoptar a un pequeño, y si lo estaban considerando era
solo porque Daniel Gibson, senador del estado, amigo y socio de la familia,
estaba moviendo sus hilos para que lograra lo que deseaba, no obstante, había
protocolos que no se podían obviar.
—Bien, señor Black, eso es todo por hoy —informó Dina Arnold, la
trabajadora social que llevaba mi caso. Era una mujer joven pero dura y
profesional en lo que hacía y a veces me intimidaba demasiado.
—¿Aún falta mucho para que tomen una decisión? —pregunté en cuanto el
psicólogo llegó a su lado después de haber estado hablando con Dasher.
—Seré sincera —respondió, y me asusté—. El niño lo quiere mucho y se ve
que la idea de que usted lo adopte es algo que lo emociona. Tiene los medios
económicos para darle una vida más que digna, pero… —El puto y famoso
pero me asustaba hasta la mierda—, necesitamos asegurarnos de que también
tenga el tiempo de calidad que el pequeño requiere para crecer sano, y le
confesaré algo solo porque su caso es especial y hay personas poderosas
ayudándolo —dijo, y la escuché atenta—. Estamos investigándolo, sabemos
que los golpes que ha intentado cubrir con maquillaje son motivo de una pelea
que tuvo anoche en la inauguración de su club y eso podría afectar
negativamente en la decisión del juez, más ahora que se ha logrado contactar a
una familia lejana del pequeño y se podría evaluarlos para entregárselos a ellos
si usted no cumple con los requisitos necesarios —soltó, y quise que el mundo
se detuviera en ese instante.
Ella siguió diciéndome los puntos que estaban en mi contra y quise correr
hacia Dasher y llevármelo lejos en ese momento así fuera de forma ilegal
porque tuve miedo de perderlo, de perder a lo único bueno que la vida me
había llevado después de mi familia.
Luego de que esas personas se fueran hablé con mi hermana y LuzBel y les
comenté lo que estaba pasando, no me arrepentía de haber defendido a Laurel
porque esa mujer merecía que alguien la defendiera, pero lamentaba el hecho
de que estaba a punto de perder a mi chico por culpa de un imbécil al que no le
enseñaron a tratar a una mujer.
Mi familia trató de darme ánimos y de que no perdiera la fe, pero ver a mi
pequeñín riéndose a carcajadas mientras jugaba con sus primitos me hacían
recordar que todo pendía de un hilo para mí. Traté de olvidar por un momento
lo que pasaba y me dediqué a jugar casi toda la tarde con los chicos hasta que
la hora de irme al club casi llegaba; cuando iba con los niños hacia el interior
de la casa descubrí a Laurel observándonos con mucha nostalgia y sonrió leve
cuando se sintió expuesta, le devolví la sonrisa y admiré lo preciosa que lucía
aun con aquella cruda que se cargaba y la pijama que la cubría; no había
dormido en la mansión, estaba seguro, tenía poco de haber llegado y me gustó
mucho confirmar que a pesar de que era la chica más vanidosa en cuanto a su
aspecto a veces también era capaz de vestir de esa manera sin avergonzarse de
ello.
Pero mi humor empeoró en cuanto vi llegar con ella a un tipo alto y de
cabello negro que la abrazó por la espalda y besó su mejilla sorprendiéndola.
Lo que me faltaba.
Sabía que era ridículo de mi parte actuar así, pero no estaba bien esa tarde y
verla con otro tipo me hizo comenzar a creer que se había alejado solo porque
yo no le gustaba y buscaba otra clase de persona para tener algo serio. Mis
ánimos estaban por los suelos y, en cuanto los chicos la vieron y corrieron y
hacia ella para saludarla, tomé el camino del jardín que me llevaba directo a la
calle y le envié un mensaje de texto a LuzBel para que me despidiera de todos
y me marché hasta mi casa.
Nada más llegué, me duché, vestí y salí rumbo a Vértigo, el club que
frecuentaba más y me encerré en mi oficina dispuesto a terminar algunas cosas
que había dejado pendientes; Celine llegó minutos después con un café que le
había pedido y luego de agradecerle con una sonrisa se dispuso a irse, pero se
detuvo en la puerta.
—Luce muy triste hoy y sé que solo soy su empleada, sin embargo, algunos
de mis amigos dicen que soy muy buena para escuchar y muchas veces hay
situaciones en nuestras vidas en las que solo necesitamos que nos escuchen, así
sea una persona desconocida —comentó, y la miré atento—. Si usted lo desea,
aquí estoy, señor Black —miró el reloj en su muñeca y luego otra vez a mí—,
aún tengo una hora para que mi turno como mesera comience —avisó, y la
miré divertido.
—Una hora será suficiente para lo que deseo hacer con locura —aseguré, y
sonreí satisfecho cuando sus mejillas se sonrojaron y me puse de pie para
caminar frente a ella.
La respiración se me cortó y juro que mi corazón dejó de latir. El tiempo se
detuvo y hasta creí que había entrado a un mundo paralelo.
—¿Qu-qué d-dijiste? —Fue lo único que pude decir en cuanto el asombro
por su pregunta pasó.
Olek me miró serio, furioso e indignado por lo que había preguntado, y sé
que creyó que me estaba haciendo la tonta, mas no era así. Recapitulé mi vida
en ese instante y recordé todas las palabras de mi madre luego de que supiera
de mi noviazgo con él, cuando supo de qué familia era y luego cuando se
enteró de mi embarazo.
—¡Lo que no puedo hacer, lo fuerzo, así que más te vale que solo sea un
pasatiempo, chiquilla malcriada!
—Laurel fue nuestra celestina en el pasado y voy a devolverle esa ayuda, así
que haz el favor de buscarla y fóllala para que se calme porque ella funciona
así y tú lo deseas también —había dicho mi sabia hermana cuando llegué a
casa de sus suegros para ver a mi pequeño—. Así luego hablarán tranquilos —
aseguró, y LuzBel la miró con complicidad.
Me reí por cómo ella me estaba hablando y porque no podían ocultar sus
travesuras.
—¡Sí, fóllala! —exclamó Dasher, y casi escupo el jugo que tenía en la boca.
Los tres pequeños estaban con nosotros, bebiendo jugo y comiendo galletas
saladas con dip de aguacate. Isabella se puso roja cuando escuchó aquello y
LuzBel estaba estupefacto al igual que yo.
—¿Té es eso, mamita? —preguntó Daemon, curioso como los otros dos y los
tres adultos callamos.
—Mamá dijo cállala, callar es hacer que una persona se quede en silencio
cuando está comiendo y ustedes están comiendo, así que hagan silencio,
pequeños entrometidos —explicó LuzBel, e Isabella sonrió arrepentida por no
haber medido sus palabras.
Yo traté de no reírme al verla en aquella situación, pero me fue imposible.
Estaba viendo a Laurel hablar muy animada con los clones y Dasher, iba
preciosa con un vestido de flores y su cabello negro suelto, acomodado hacia
un solo lado; mi hermana y su familia partían a Italia al siguiente día y
estábamos todos reunidos en una comida de despedida que habíamos
preparado.
—Hijo de puta —bufé cuando LuzBel llegó tras de mí y golpeó la parte de
atrás de mi cabeza con la palma de la mano.
—Te tiene estúpido tu estrella fugaz, eh —se burló sentándose en una silla a
mi lado y me pasó la cerveza que llevaba para mí.
—Imagino que se lo dices porque ya conoces los síntomas —señaló Marcus,
y levanté mi cerveza para brindar por su tan acertado comentario.
Nos reímos por la seriedad que tomó nuestro amigo, le encantaba burlarse
cuando él estaba peor que nosotros.
—Tú también los conoces, los sientes cada vez que tienes a cierta asiática
loca cerca de ti —alegó, y el moreno dejó de reírse.
Marcus había dejado a su novia más reciente y todos sabíamos que la razón
tenía un cuerpo esbelto, cabello oscuro y ojos rasgados, sin dejar de lado que
era casi igual de descarada, aunque más loca que Laurel. El tipo siempre fue
serio y reservado con su vida personal y difícilmente aceptaría aquello, pero a
leguas se notaba que Maokko lo tenía hasta las trancas y, siendo tan leal como
era, prefirió dejar a su novia antes que engañarla al caer en la tentación que la
asiática le ponía cada vez que se veían.
—No me tiene estúpido, pero sí confundido —confesó, y tanto LuzBel como
yo lo escuchamos con atención, ya que rara vez se abría a nosotros con sus
problemas.
Lo conocíamos de años, ya que por cuestiones de la vida llegó a ser parte de
los Vigilantes, pero siempre me apoyó cuando también me vi obligado a ser
parte de esa organización y luego a mi cuñado cuando ambos estuvimos
atrapado en las garras de Lucius Black.
—Estuve a punto de traicionar a Dalia la última vez que me vi con Maokko,
casi me violó literalmente y supe que lo hacía porque intentaba hacerme caer.
Ahora que ya no estoy con Dalia, Maokko simplemente pasa de mí y la he
visto más cercana con Caleb —lamenté coincidir con Marcus en esa cercanía
que Maokko volvía a tener con Caleb.
Esos dos tuvieron una relación en el pasado —Caleb y Maokko—, pero lo
dejaron porque ambos creyeron que no eran compatibles, aunque por un tiempo
sus tonteos siguieron. Luego Maokko conoció a Marcus y se empecinó con él
casi como una loca obsesiva, sin embargo, Marcus tenía una relación con Dalia
y por lo mismo mantuvo a raya a la asiática, de quien fui testigo que era capaz
de violar a Marcus si se descuidaba.
—Tal vez ella no sabe eso y se cansó de que tú siempre la tuvieras a raya —
dije, y solo se encogió de hombros para luego beber de su cerveza.
—¡Mujeres! Cuesta entender a esas cabr… ¡Hija de…! —LuzBel no terminó
de decir aquello y se quejó porque Laurel llegó sorprendiéndonos a todos por la
espalda y golpeó la cabeza de su amigo, tal cual él lo hizo conmigo.
—Les cuesta porque ustedes no son capaces de usar todo su cerebro.
—¡Ey! —me quejé cuando ella dijo aquello.
Se rio de mi reacción y llegó hasta mí para sentarse en mis piernas, se unió a
nuestra plática y terminó dándole consejos a Marcus, los mismos que yo
también pondría en práctica con ella. Apenas cuatro días atrás Laurel había
aceptado ser mi novia y me sentía el cabrón más feliz del planeta, era una
mujer casi transparente y me gustaba que entre nosotros pudiese haber
confianza, bueno, eso quería creer, ya que por momentos se quedaba en
silencio o muy inquieta y presentía que no se animaba a decirme algo que le
atormentaba, pero aprendí a darle su espacio y sabía que tarde o temprano
terminaría hablándome de lo que la ponía así.
Pasó así con su pasado, no la presioné y al final terminó hablando y
haciéndome comprenderla mejor; hablamos también sobre Celine y Olek, no
me gustó lo que me dijo de él, aunque agradecía que esa mujer hablara de
frente y sin miedo a mi reacción o que creyera por error que la juzgaría. Quería
a Olek lejos de ella y me hervía la sangre solo de imaginarlo besándola aun así
Laurel asegurara que fue un beso casto que no correspondió, pero no podía
pedirle que se le alejara de él, esa sería su decisión, no la mía, y más cuando
ella no me exigía nada con respecto a Celine. Seguía sintiendo celos de mi
empleada, celos absurdos claro estaba, y se lo hice entender cuando le expliqué
la razón de que me encontrara abrazándola o que estúpidamente olvidara
nuestra cita.
Le propuse que trabajara para mí, le dije que confiaba en ella para que
manejara mis negocios y le hice entender que conmigo ganaría mejor que en la
fábrica de alimentos a la que pensaba entrar; al final también le dije que lo
hiciera para ayudarme a poder obtener la adopción de Dasher y con eso la tuve.
Había aceptado y esa noche la presentaría con todos los empleados como la
nueva administradora de Vértigo y los otros clubes que me pertenecían a mí y a
mi pequeña sobrina Leah.
—Odio que tengan que irse —se quejó con LuzBel por su partida—. Se
llevan a mis pequeños y dejan solo a mi nuevo príncipe, Dasher —añadió y en
eso también coincidía con ella.
Mi pequeño ya comenzaba a ponerse triste al saber que sus primitos se irían
y ya no los vería hasta dentro de un tiempo, eso me preocupaba, no me gustaba
la idea de saberlo triste. Veía la preocupación en Laurel por Dash y eso me
gustaba mucho, ya que había observado que era muy tierna con él y él
reaccionaba bien con ella; admito que no me agradó que me pidiera que no
habláramos de hijos porque no estaba preparada para ser madre, pero también
comprendía su miedo y decidí llevar las cosas paso a paso.
Con el tiempo la convencería de regalarme algún par.
—Te confieso que tampoco me agrada marcharme, este ha sido mi hogar
toda la vida, pero entiendo que Isabella no quiera volver del todo —expresó
LuzBel viendo hacia sus hijos.
Habíamos hablado de eso antes, él se tomó una especie de vacaciones, pero
todos sabíamos que pronto volvería a la acción, incluso mi hermana lo sabía,
así como también ella extrañaba la adrenalina de su mundo; Grigori era parte
importante en la vida de LuzBel, aunque no más que su familia, y por lo mismo
se estaba dedicando a ellos, aparte de que tanto él como Isabella retomaron sus
carreras. Pronto LuzBel se haría cargo de las empresas constructoras que
Isabella heredó y fusionaría sus negocios con los de mi hermana. Isa por su
parte se dedicaría a lo que siempre le apasionó y se haría cargo del área de
diseño gráfico de los clubes de los Pride, los míos y de sus empresas.
—¿Volverán en algún momento? Y me refiero a vivir aquí de forma
permanente —preguntó Laurel, yo ya sabía la respuesta de esa pregunta.
—Cuando nuestros hijos estén más grandes y Leah igual, Isabella no se
separará de esa pequeña por nada del mundo, aunque tenga a Lee, y te confieso
que ni yo quiero separarme de esa chiquilla y mucho menos los clones. La
adoran y hasta tuvimos que mudarnos a una casa a la par de la de Dominik para
que ellos pudiesen estar con ella todo el día —comentó, y sentí nostalgia por
mi pequeña princesa.
No podía verla como deseaba por la distancia y había hablado con Dominik
para que volviera, pero se negaba a hacerlo sabiendo el dolor que le
provocarían los recuerdos que dejó de mi otra hermana.
Yo también la extrañaba aun así hayamos estado separados y molestos por
un tiempo, pero había sido la hermana con la que más cosas compartí y, a pesar
de las mierdas que llegó a hacer manipulada por el mal nacido que nos tocó
como padre, fue capaz de defenderme a mí y a su marido con su propia vida y a
veces hasta creía que Dom se sentía culpable por eso y me culpaba también a
mí.
—Bueno, aún falta mucho para eso, pero te prometo que, si mi jefe me da
vacaciones, iré a visitarlos cuando tu princesa nazca. —Aquella había sido una
directa muy descarada que me causó gracia.
—Irás, pero tú jefe irá contigo —aseguré y tomé su barbilla para halarla
hacia mí y besarla.
Por supuesto que LuzBel se burló de ella y Marcus le ayudó en ese
momento, ya que Laurel se puso roja por mi arrebato actuando cohibida por
mis muestras de cariño; era placentero ponerla así y me gustaba mucho
mostrarles a todos que al fin esa dura mujer estaba cediendo a los encantos de
papi Darius.
Eran las seis de la tarde y estaba justo afuera del apartamento de Laurel
esperando por ella para irnos al club, me había dicho que llegaría en cinco
minutos, pero ya iban diez e intuía que la espera seguiría. Mi móvil vibró con
la entrada de una notificación y al revisarlo descubrí que se trataba de mi red
social, Celine acababa de comentar una fotografía que subí antes de salir de mi
casa y me reí por su broma, o al menos esperaba que fuese una.
“Tan amable que se ve en esta foto, jefe. Lástima que sea un gruñón con sus
empleados”.
Aquel comentario iba acompañado de un emoticono con guiño y decidí
responderle.
“Admiro su atrevimiento para decirme eso por medio de una foto. La espero
en mi oficina”.
Me reí más luego de eso y, mientras seguía en la espera de mi tardada novia,
navegué por el perfil de Celine y le di un corazón a algunas de sus fotos; dejé
de acosarla cuando la llamada de uno de mis proveedores de bebidas me
interrumpió y hablé con él un buen tiempo hasta que Laurel salió enfundada en
un vestido negro que se ceñía a su cuerpo como una segunda piel y llegaba más
abajo de sus rodillas, encima usaba una chaqueta beige y sus tacos eran del
mismo color. El cabello lo llevaba amarrado en un moño formal y sus labios de
un rojo que me calentó la sangre, aceleró el corazón e hizo que mi polla se
endureciera resurgiendo sobre la tela de mi pantalón.
Estaba como toda una ejecutiva y hasta así lucía caliente.
—Estás buscando que te meta a tu jodida habitación y te folle toda la noche
—advertí saliendo de mi coche, ella sonrió orgullosa al saber lo que provocaba
en mí.
—Así tenga esa cosa tan dura y apetecible. —Señaló mi entrepierna, y me
reí. No quise acomodarme nada porque deseaba que me viese—, soy una
profesional con mi trabajo, señor Black —informó y cerró la distancia hasta
besarme y de paso acarició mi erección sin importarle que estuviésemos en un
parqueo de apartamentos hogareños—. Por lo mismo le aconsejo que la calme
y le prometo que, si es un buen jefe conmigo, al salir de la oficina le
demostraré lo buena que soy también cantando. —Me reí por su forma de
referirse a la mamada que me daría y para nada calmó mis ganas por ella.
Pero tenía razón, tenía que controlarme y ser profesional en mi trabajo.
Abrí la puerta del copiloto y la ayudé a subir al coche, no estábamos lejos
del club y por lo mismo en quince minutos ya habíamos llegado. Antón se
encargó de cumplir mis órdenes al reunir a todo el personal cerca de la barra de
bebidas y ya esperaban nuestra llegada; Laurel no lo sabía, pero decidí
presentarla a todos y hacerles ver que desde ese día sus órdenes serían las mías.
—Podrías traer mi móvil, por favor —pedí cuando abrí su puerta y olvidé
tomar mi teléfono antes de salir del auto.
Lo hizo tal cual y no necesité que me lo entregara en el momento, me urgía
más tomar su mano y llevarla hasta dentro de Vértigo.
Al estar dentro Antón nos saludó educado y me pidió un momento a solas,
podía hablar frente a Laurel de lo que quisiera, pero explicó que era algo
personal y comprendí eso; Laurel también lo hizo y me animó a ir con mi
guardaespaldas. Luego de que él me explicara que tenía una emergencia con su
esposa, le permití irse, aunque antes dejó en su lugar a Marshall, otro tipo igual
de eficiente que él.
Por algún motivo que no entendí, sentí a Laurel un tanto extraña cuando
volví y quise preguntarle qué le pasaba, pero los empleados seguían en nuestra
espera y no pretendía ser mal educado. Celine estaba entre todas aquellas
personas y me sonrió feliz al verme de la mano de Laurel y luego me guiñó un
ojo en señal de buena suerte, gesto que agradecí y devolví. Hablé con todos y
presenté a la chica a mi lado como mi novia y nueva administradora de
Vértigo, fueron amables con ella y viceversa, mostrando en todo momento
respeto y liderazgo, algo que me hizo admirarla un poco más.
—¿Podría hablar un momento contigo? —pidió Laurel a Gonzales, el
contador de Vértigo. Él asintió y la invitó a su oficina.
—Tan rápido te olvidas de mí, preciosa —reclamé divertido cuando se alejó
un poco de mi lado sin siquiera volver a verme.
¿Qué le pasaba? Aceptaba que fuera profesional en su trabajo, pero estaba
siendo cortante conmigo de un rato para otro.
—Para nada, señor Black, simplemente me apego a mi papel —explicó seria,
y creí que hasta molesta cuando hizo demasiado énfasis en mi apellido—.
Ahora, con su permiso, necesito trabajar —soltó y, antes de girarse e irse, puso
mi móvil con un poco de brusquedad sobre mi mano.
¿Qué demonios le pasaba? ¡Mierda! A veces coincidía con LuzBel.
Tomé el móvil y lo activé sin desbloquearlo, de inmediato se desplegó un
recuadro en la pantalla con un mensaje que recibí rato antes y comprendí hasta
en ese momento el cambio de Laurel y el desdén con el que miró a Celine
cuando estuvimos reunidos, llegando a intimidar a la pobre chica.
¡Joder! Apenas teníamos cuatro días siendo novios y ya tendríamos nuestra
primera pelea como tales. Porque era seguro que ella discutiría conmigo.
Miré de nuevo la pantalla y volví a releer:
"¿Y podría saber qué me hará en su oficina, señor Black?".
Había leído pocas veces en mi vida algún libro de romance y casi siempre
fue del típico cliché o romanticismo empalagador para mi gusto, por lo mismo
llegaba hasta la mitad y de allí no pasaba. De lo poco que leí, aprendí sobre
ciertas situaciones que ocurrían, las mismas que me parecían absurdas o hasta
graciosas, por lo mismo no creí estar nunca en una similar.
Hasta que pasó.
Cuando Darius me pidió que cogiera su móvil no imaginé que lo hubiese
cambiado y que dicho aparato fuera idéntico al mío; no supuse que tal cosa
fuese un problema hasta que quise saber cuál era mío puesto que llevé ambos
en una sola mano mientras que con la otra tomé la de mi novio —aún me
costaba asimilar nuestra relación—.
No era de las que invadían la privacidad de nadie y mucho menos la de
personas cercanas a mí, pero necesitaba saber cuál era mi móvil cuando Darius
se fue con su guardaespaldas y fue ahí que recordé que leí mi situación en un
libro y me reí por eso. La única manera de saberlo fue activando la pantalla de
ambos, ya que el mío tenía una imagen muy peculiar, sin embargo, no esperé
ver aquel recuadro de texto en la pantalla del que era obvio pertenecía a Darius,
y la verdad es que no supe ni cómo reaccionar a lo que leí.
¡Puf! Típica confusión.
Cuatro días atrás me convenció de ser su novia, etiqueta a la cual temía. Ese
día no solo decidí darme una oportunidad con él sino también me decidí a
cometer un error que tal vez un día pagaría caro, pero era cobarde y no deseaba
decirle lo de mi infertilidad.
Al menos no todavía.
Darius estaba enamorado de mí y lo confesó con facilidad, yo también lo
estaba de él, aunque no se lo dije en ese momento por mantener un poco la
calma que le había pedido. Acordamos no tocar el tema de hijos con la excusa
de que era muy pronto, y lo aceptó sin rechistar; durante todos esos días
habíamos estado de maravilla y no me arrepentía en ningún momento de ser su
novia, tampoco de aceptar el trabajar para él y ayudarle a obtener la custodia de
Dasher, pequeño que ya estaba amando, y con eso logró lo que su futuro padre
todavía no.
Amar eran palabras mayores.
«¿Y podría saber qué me hará en su oficina, señor Black?».
No podía sacarme de la cabeza esa maldita pregunta y mucho menos a su
destinataria, chica que estaba bajo mi mando ya y de la cual podía deshacerme
con facilidad, no obstante, siempre fui una mujer segura de mí misma y no iba
a cambiar ese hecho por una «Rulitos» que a leguas se notaba que estaba
enamorada de mi novio.
Ya había estado en los dos bandos y por lo mismo sabía a lo que me atenía, y
de alguna manera era consciente de que iba a pagar lo que en el pasado hice, y
mis celos del momento eran la cuota mínima; no quería reclamarle nada a
Darius y comenzar a fastidiarlo, tenía que ser inteligente y utilizar bien mis
estrategias, pero en definitiva él me afectaba demasiado y no pude ser del todo
indiferente cuando me fui a la oficina del contador del club. Charlar con aquel
hombre me sirvió para calmar mi enojo y, antes de regresar a la oficina de
Darius que también sería mía, me quedé observando todo el lugar a lo lejos y lo
pude ver a él hablando con Celine; sin pretenderlo empuñé las manos y me
quedé en mi lugar solo estudiándolos.
Ella era inexperta y no lograba ocultar sus sentimientos de los cuales Darius
no se percataba, él en cambio se notaba que sentía agrado por ella y, aunque no
la miraba con malicia, sí lo hacía con curiosidad, y estaba segura de que poco a
poco aquel sentimiento se volvería deseo y, si me comportaba como la típica
novia celosa, lo enviaría directo a sus brazos.
Y antes de enviarlo, mejor lo llevaría yo.
—¡Hola de nuevo, chicos! —hablé fingiendo entusiasmo cuando decidí que
era momento de interferir en aquella plática.
Celine borró su sonrisa de inmediato y me miró con desconfianza y hasta
vergüenza, Darius en cambio me devolvió la sonrisa que me obligué a formar
en mi rostro.
—Cariño, si sigues interrumpiendo a los empleados, creo que me veré
obligada a prohibirte la entrada —bromeé de verdad. Celine se asustó y me
cayó en gracia su reacción.
—¿Tan estricta eres? —preguntó él siguiendo la broma, y asentí. Pero ambos
nos reímos, y Rulitos nos miró avergonzada.
—Relájate, mujer, fue solo una broma —decidí confesarle a la chica, y soltó
todo el aire que había retenido esforzándose a reír y compartir aquello.
Noté a Darius aliviado cuando me vio cambiar mi forma de ser y tratar a su
mesera estrella y hasta más relajado al confirmar que no habría peleas entre
nosotros esa noche, y sonreí muy satisfecha en mi interior por actuar tal cual lo
planeé; él me pidió hablar en la oficina, y asentí, pero le pedí que se adelantara.
Besó mis labios antes de irse, y lo observé marcharse, me giré hacia Celine y la
caché mirándolo con ilusión, y se sonrojó cuando se percató de que la vi.
Sonreí con malicia.
—Perdóname, no quiero que vayas a pensar mal —se apresuró a decir, y
negué.
—No me molesta que lo veas, es guapo, encantador y caballeroso, tiene un
cuerpo que provoca lamerlo entero y créeme, Celine, sabe complacer a una
mujer. Por lo mismo y porque sé lo que tengo me gusta el que otras lo admiren
y deseen —aseguré sin ocultar la perversidad de mis palabras y sus ojos casi se
desorbitaron al oírme.
—Y-yo solo veo a un amigo —titubeó, y la miré a los ojos.
Pobre chica, intentaba mentirle a pinocho y no me consideraba mentirosa,
pero a comparación de ella, segura estaba que lo haría mejor.
—Te lo juro, no quiero que vayas a pelear con él por mí y, si tanto te
molesta, dejo de hablarle. —Me reí sin ocultar la diversión que me provocaron
sus palabras.
¿Tanto así se creía un peligro para mí? Y sí, podía llegar a serlo sino sabía
jugar mi juego.
Sin que ella se lo esperara la tomé de las manos.
—¿En serio crees que soy tan desquiciada, cariño? —pregunté con un matiz
sensual en mi voz y cuando quiso dejar de verme la tomé de la barbilla con
delicadeza y la hice mantener mi mirada. Negó insegura y con lentitud—. Me
alegra saberlo, porque no lo soy. Incluso si por las noches te tocas pensando en
mi novio, créeme, Celine… no me molesta —susurré cerca de su rostro y vi el
nerviosismo que le provocaron mis palabras, y más al no importarme hacerlo
casi frente a todo el mundo—. Siempre y cuando lo mantengas en tus
pensamientos y guardes tu distancia, tú y yo podremos ser buenas amigas y
cuando lo desees te relato todo lo que ese chico y yo nos hacemos para que tu
imaginación vuele. —Me acerqué a ella y besé cerca de la comisura de sus
labios.
Me alejé después de eso y le guiñé un ojo antes de tomar mi camino hacia la
oficina del hombre que lograba que las bragas de aquella princesa se mojaran.
¿Estupefacta? Creo que esa palabra se quedaba corta para cómo aquella niña
se quedó.
Durante casi toda mi vida había visto cómo las mujeres lanzaban a sus
chicos a los brazos de otra por la simple razón de que en lugar de utilizar la
astucia que las chicas poseíamos por naturaleza —para mantenerlos siempre a
su lado— utilizaban la cabeza para recrear historias que aún no sucedían, y al
final los hombres terminaban por desear lo que sus novias se imaginaban.
Muchas veces fui la contraparte y recibía gustosa a aquellos tipos que buscaban
mis brazos, desesperados porque sus chicas los fastidiaban. Y, por haber estado
allí, le temía a la etiqueta de novia. No obstante, con Darius y Celine comprobé
que estaba a punto de caer en el error que tanto critiqué en el pasado y eso era
imperdonable para mí.
Disfruté mucho mi experiencia lésbica años atrás con Elena, aunque no
buscaba repetirla, solo deseaba dejarle claro a Celine que, para superarme o
intentar usurpar mi lugar, antes tenía un largo camino que recorrer y
alcanzarme era difícil. Deseé también que creyera que para llegar a Darius
tenía que pasar por mí y si no le iban las nuevas experiencias o si su mente era
muy cerrada para seguir creyendo en los tabúes, entonces era mejor que se
diera la vuelta y buscase a un hombre hecho para ella, porque Darius había sido
hecho para mí.
O al menos estaba forzando eso.
Cuando llegué a la oficina, y entré sin tocar, encontré a Darius con un vaso
de bebida marrón en las manos, parado frente a la ventana tintada viendo hacia
todo el club, cerré la puerta con pestillo y quise soltarme el cabello, pero en el
último momento decidí que era mejor dejarlo en su moño.
Así no me iba a estorbar.
—Tardaste mucho —señaló y luego dio un sorbo a su bebida, sus labios
quedaron brillosos y más rosados de lo que eran al natural. Deseé lamerlos y se
lo hice saber al lamer los míos.
—¿Desesperado? —pregunté, mordí mi labio inferior y me quité la
chaqueta, él sonrió sin mostrar sus dientes.
—Se me está haciendo costumbre cuando no estás conmigo —admitió y
caminó hasta mí, me tomó de la cintura con un brazo, y decidí poner la boca en
su vaso que justo estaba a mi alcance, lo inclinó para que el líquido corriera a
mi garganta, y bebí haciendo que una gota saliera de la comisura de ellos.
Lamió sin perder tiempo, y cerré los ojos disfrutando aquel roce—. Lo que
leíste no es nada malo, no quiero que pienses erróneamente —habló, y lo miré.
No estaba pidiendo explicaciones y aun así me las daba.
—En primer lugar, no tuve que haber leído eso, no era mi intención violar tu
privacidad. Y en segundo, no tienes que explicar nada y de verdad perdón por
haber actuado así —dije, y me miró un tanto sorprendido.
—Eres única, Laurel Stone, y créeme que no quiero perderte.
—No lo harás, a menos que me pierda entre tus piernas —señalé, y me
observó estupefacto—. Sé que es mi primer día en el trabajo, señor Black, y
siento mucho si soy muy abusiva —dije tomando un hielo de su vaso y lo pasé
en mis labios como si fuese un labial—, pero quisiera mostrarle otro de mis
dones y, según dicen, los labios fríos se pueden sentir deliciosos en un pene
erecto.
No lo dejé reaccionar a mis palabras y lo tomé del cuello para acercarlo a mi
boca, lo besé apoderándome de sus labios y luego de su lengua, masajeándola
con delicadeza y demostrándole lo que sería capaz de hacer con su polla. Tenía
una sola mano libre y con ella acarició mi culo con demasiada emoción, el
hielo que tenía en la mía ya comenzaba a quemarme así que lo cambié a la otra
y sentí el respingo que dio cuando lo toqué con la frialdad que tenía, la calidez
de su cuerpo calmó mi dolor y sonreí entre el beso.
—¿Cree que será capaz de aguantar mis fríos labios? —me burlé por cómo
había reaccionado a mi mano en su cuello.
—Probemos —me animó, y lo hice caminar hasta que se sentó en la silla del
escritorio.
El cubo de hielo ya estaba pequeño por la temperatura de mi mano y me fue
fácil meterlo todo a mi boca para quedarme libre y desabrochar su pantalón y
así liberar su polla.
—¡Mierda! —chilló cuando con picardía tomé sus testículos y los refresqué
con mis manos heladas.
Sonreí con maldad al ver su piel chinita y me deleité al notar que su
entrepierna lucía tan apetecible; la punta de ella estaba hinchada, rosada y
brillosa, y me relamí de nuevo.
El hielo ya se había desecho así que saqué la lengua sin ponerla en punta y
pegué un lametón en la cúspide de su pene, me acomodé de rodillas entre sus
piernas y poco a poco consentí su falo, mojándolo con mi saliva, cubriendo mis
dientes con los labios para no dañarlo y dándole las caricias que tanto deseaba.
Lamí de arriba hacia abajo y viceversa, chupé y acaricié con la lengua
aquella punta que parecía una nuez demasiado apetitosa, y entonces comprendí
por qué las ardillas deliraban por ellas; seguí en mi papel y logré sacar jadeos y
gruñidos de la boca de aquel hombre que parecía fuerte e indomable casi para
todo el mundo, pero que con facilidad se deshacía en mis brazos como aquel
cubo de hielo en mi boca. Mis manos se encargaban de acariciar sus testículos
y subían de vez en cuando hasta su abdomen para iniciar de nuevo el recorrido,
Darius era un tipo con aguante, mas esa noche estaba a punto de correrse y caer
ante la destreza de mi boca.
No lo estaba saboreando con locura o con la intención de que se corriera
rápido, no; me estaba tomando mi tiempo, lamiéndolo con suavidad, siendo
delicada y provocándole el mayor placer posible porque no lo hacía solo por
complacerlo a él sino también para complacerme a mí misma con su disfrute, y
hacerlo así resultaba más efectivo que imitar a una actriz porno.
—¡Joder! Vas a hacer que me corra —gruñó, y sonreí.
—¿Y eso es malo? —cuestioné acariciándolo con la mano en ese momento.
—Presiona con fuerza —pidió, y supe la razón de su petición.
Uní el dedo pulgar e índice formando un anillo y presioné con fuerza su falo
para que aquel éxtasis que sentía se calmara. Había estado a punto de correrse
y quiso retrasarlo un poco.
—Me matas, mujer —señaló cerrando los ojos y respirando agitado.
Me puse de pie y bajo su atenta mirada saqué mis bragas por debajo de la
falda y se las mostré.
—Y tú a mí —aseguré mostrándole la humedad en mi ropa interior.
Casi como un desquiciado se puso de pie y me subió la falda hasta la cintura,
jadeé con su arrebato, y más cuando me sentó sobre el escritorio y la heladez
de la madera tocó mi trasero logrando que gimiera. Estaba más desesperado
que el día que se metió a mi habitación y me reí de verlo así.
—Ahora te ríes —reclamó y sirvió para que lo hiciera más.
—¡Ah! —gemí cuando me embistió con fuerza, ya no estábamos usando
preservativo y le había dicho que me estaba cuidando.
—Ahora gimes —señaló con una sonrisa orgullosa.
—Vamos, muévete —pedí y su sonrisa pícara logró que me mojara más.
—Y exiges —añadió con desdén.
Otro jadeo salió de mi boca cuando hizo lo que le pedí, nuestros fluidos se
mezclaron y permitieron que sus embestidas fueran fáciles, puso uno de sus
brazos recargado en el escritorio y me obligó a apoyar una pierna ahí,
abriéndome más para él y dejándole mejor acceso. Siempre me excitó ver
cómo su miembro entraba y salía de mi sexo y esa posición me dejaba
deleitarme con aquel acto que nos volvía locos a ambos. Nuestros labios se
encontraron y por momentos solo nuestro aliento helado se mezclaba cuando la
necesidad de jadear era más fuerte que la de besarnos.
Darius y yo no éramos romanticismo puro, éramos sexo y pasión
desenfrenada, complacíamos nuestros deseos y fantasías y nos convertíamos en
actores pornográficos cada vez que estábamos juntos en la cama, en el baño, en
la sala, en la oficina o donde las ganas se nos antojaran. Él era mi dosis de
dulzura y yo su dosis de perversidad, y juntos descubrimos que al mezclarlas
creamos una combinación adictiva.
Estaba cayendo en mi adicción y cediendo a la droga que él era para mí, y
me estaba hundiendo cada vez más.
—Eres mi droga, Darius Black —dije y luego gemí cuando me embistió más
fuerte y me hizo comenzar a alcanzar mi orgasmo.
—Consúmeme entonces, que me doy gratis a ti —aseguró, y me aferré a sus
hombros, enterré el rostro en su cuello y chillé su nombre.
Los músculos de mi abdomen se contrajeron hasta bajar a los de mi vientre,
cada músculo de mi cuerpo siguió aquella tensión en cadena hasta que llegó a
mis pulmones y los paralizó un momento, mi corazón palpitó acelerado con el
torrente de sangre que esa sensación me estaba provocando y alcancé la
cúspide cuando lo sentí a él corriéndose dentro de mí.
Mi primer día de trabajo había comenzado con mucha adrenalina y en
muchos sentidos.
Resultaba que trabajar para Darius era interesante, y no por el sexo que nos
dábamos de forma clandestina sino porque manejar una cadena de clubes me
estaba gustando.
Vértigo, Rouge, Darkness y muy pronto Karma eran parte de aquella cadena
y los que administraba, aunque Darkness sería en futuro de la pequeña Leah y
Karma estaba siendo un grano en el trasero para Darius, puesto que ese lugar
había sido en un principio la herencia para Derek Black Sellers —primo
adoptivo de Darius— y al haber este fallecido antes de obtenerla no se llegó a
confirmar por el padre de Darius si sería para alguien más y resultó que había
familia de Derek queriendo reclamar dicho club, pero Darius iba por todas la
de ganarlo al ser hijo legitimo del dueño anterior.
Darius no estaba interesado del todo en aquel club y por lo único que lo
peleaba era porque deseaba entregárselo en un futuro a Danik, hija del fallecido
Derek y chiquilla que tampoco estaba en el país y su destino era desconocido.
—Sería más fácil si dejas que ellos se hagan cargo de él y tú te evitas tanto
estrés —comenté mientras me colocaba detrás de donde Darius estaba sentado
y comencé a dar masajes en sus hombros.
No me agradaba que se metiera en esa pelea.
Estábamos en Darkness, era miércoles y de día, Darius había dejado de
trabajar tanto y se tomó días libres para estar con Dasher e intentar que el
pequeño no estuviera triste por la partida de los gemelos Pride.
—No puedo hacerlo, quienes quieren obtener ese club son personas egoístas
y, ya que Brianna no se casó en realidad con Derek, no podrá pelear jamás por
lo que le corresponde a su hija. Además, la chica se quedó sin recursos cuando
la sacaron del país, es imposible que pueda meterse a una pelea como esta y ese
club es lo único que tendrá Danik en el futuro, así que deseo asegurarlo yo y si
algún día logro encontrar a esa niña le entregaré lo único que el hijo de puta de
su padre pudo dejarle de bueno.
Ese era otro punto, Darius jamás se llevó bien con Derek y según me contó
el tipo fue un hijo de puta en todo el sentido de la palabra y lo único bueno que
salió de él era aquella princesa que huyó con su madre.
Por eso me tenía loca ese hombre, siempre estaba pensando en el bien de las
personas inocentes que sufrían sin haber buscado el mal que les aquejaba.
Había intentado dar con el paradero de la niña, aunque solo logró localizar a la
madre y por mucho que buscaba la pequeña no aparecía, ya que no estaba con
ella. El abogado que llevaba el caso del club le aseguraba ganarlo y por ese
lado estaba tranquilo, pero pronto tendría otra visita social de las personas que
llevaban el de Dash y estaba segura de que eso lo tenía peor.
—¿Y si vamos a cenar hoy? Podríamos llevar a Dasher —sugerí, y me tomó
de una mano para guiarme hasta su regazo.
Trabajaba de miércoles a domingo en sus negocios, miércoles y jueves mi
horario era de día y mi tiempo lo dividía entre Karma y Darkness; de viernes a
domingo laboraba de noche y dedicaba una por club dejando de lado a Karma,
ya que no estaba funcionando todavía.
Lunes y martes llegaba mi merecido descanso, aunque mi jefe no me daba
tregua.
—¿Y tu dieta? —preguntó burlón, y me reí, hacía la referencia porque el
pequeño amaba la comida chatarra.
—Bien sabes que en la comida no tengo —dije y lo besé—. Este cuerpo que
tanto disfrutas se mantiene a base de buenas dosis de sexo.
—Y hablando de dosis —Miró su reloj y luego a mí con una sonrisa que
delataba sus maldades— ya es hora de la siguiente —avisó, y reí.
Me era muy difícil negarme a las exigencias de mi jefe, así que como buena
empleada obedecí sin rechistar.
Esa noche hicimos tal cual sugerí, llevamos a Dash a comer sus
hamburguesas favoritas y luego decidimos ir al cine para disfrutar del pequeño
y distraerlo de su tristeza; era gracioso verlo reírse a carcajadas de las
travesuras que los conejos hacían en la pantalla y al final terminamos riéndonos
de verlo a él. Entendía a la perfección que Darius amara a ese chiquillo y su
empeño en querer adoptarlo y, al verlos ahí tan felices y parecidos a un
verdadero padre e hijo, tuve envidia de no haber sido adoptaba de pequeña por
unos padres con el mismo amor que él tenía para ese niño.
Ellos dos eran perfectos juntos.
Cuando llegamos a casa de los Pride, Dasher no quería bajarse del coche y
se encaprichó en no hacerlo hasta el punto de impedir que Darius quitara su
cinturón de seguridad; la rabieta que hacía no era la del típico niño malcriado,
sino que tenía fundamentos y me dolió saberlos.
—No quelo domil solo, Dalius —dijo entre lágrimas.
¡Dios! Era difícil verlo así.
Los señores Pride, aunque le daban todo, no suplían el amor que sus padres
le dieron, y supimos que de vez en cuando lo dejaron dormir con ellos, y
extrañaba eso.
—Quielo domil con mis papitos —siguió, y sentí un terrible nudo en la
garganta.
Bajé del coche al ver aquello y encontré a Darius frustrado, sin saber qué
decir o qué hacer al enfrentarse a esa difícil y horrible situación.
—Cariño, tus papitos no pueden venir —dije tratando de ser paciente y
acaricié su mejilla, Darius zafó el cinturón aprovechando que yo lo tenía
distraído y luego lo cogí en mis brazos.
—Pelo, Dalius es mi nuevo papito y tú su nova, puelo domil con ustedes —
alegó resolviendo a su manera la situación.
Lo abracé y miré a Darius, lo que proponía no podía ser porque era ilusionar
a un pequeño que apenas estaba superando la partida de sus padres y se
enfrentaba a una situación incierta y, no le hacía bien creer en algo que tal vez
no tenía futuro o tal vez sí, pero mientras fuera incierta no se podía jugar con
él.
—Quédate con él —le pedí a Darius en un susurro.
Tal vez nuestra situación como pareja era incierta, pero sí era más seguro
que él obtuviera su custodia, por lo tanto, él no lo ilusionaría en vano.
Sin decir nada caminamos con el pequeño en mis brazos; Dash lloraba en
silencio, y la señora Eleanor nos recibió amable e intuyó lo que pasaba con el
niño. Nos llevó hasta la habitación de Dasher y nos dio la privacidad que
necesitábamos en ese momento, al final nos cambiamos a una habitación de
huéspedes que me fue muy familiar, y Darius se acostó en la cama con Dash
entre sus brazos mientras yo les leía un cuento. La tristeza del pequeño pasó
cuando se aseguró que, aunque yo no me quedara esa noche con ellos, Darius sí
lo haría y se le cumpliría su deseo, prometiendo que al día siguiente se
dormiría tranquilo en su habitación.
Luego de cuatro cuentos el niño al fin cerró los ojos y comenzó a respirar
con tranquilidad, aunque de vez en cuando se le escapaban unos sonidos
lastimeros por el sentimiento con el que había llorado rato antes.
—Cabes aquí, Laurel —susurró Darius, y lo miré sabiendo que si se había
contenido era solo por no hablar de eso frente al pequeño.
—Imagino que sí, pero no es correcto. —Levanté la mano para detenerlo
cuando quiso alegar—. No pienso dejarte, Darius —«Pero tú tal vez me dejes a
mí», pensé—, no creas que me niego por eso. Si lo hago es porque ahora es
más seguro que obtengas la custodia de ese pequeño que ya te ama y no que
nosotros sigamos juntos para siempre, aún es muy pronto para asegurar algo y
no sería justo para él que ahora duerma a su lado y tal vez se nos haga
costumbre, pero dentro de unos meses pueda pasar algo que nos aleje y yo ya
no pueda estar más con él.
—No seas negativa —me reprochó.
—No es eso, es que no se puede ilusionar a un pequeñito que está superando
la ausencia de sus padres y tal vez dentro de meses, la ausencia de la que creyó
que sería su nueva mamá. ¿Qué le dirás entonces? ¿Traerás a otra chica con la
que tal vez comiences a salir y harás lo mismo? ¿Y si no funciona con ella,
traerás a otra? ¿Y así sin más? Sin importarte las ilusiones que ese chiquillo
cree. —Dejé de hablar porque ya lo había hecho mucho y sabía que para que él
entendiera mi punto no hacía falta más.
No me negaba por no querer estar con ellos, sino porque no iba a ser egoísta
con aquel pequeño ángel.
—Ahora mismo estoy seguro de que solo serás tú, pero tienes razón —
aceptó, y lo agradecí.
Me extendió el brazo para que me fuera a su lado y, aunque no me iba a
quedar, tampoco me negaría ni le negaría unos instantes así, imaginando que
éramos una verdadera familia.
Una que difícilmente seríamos si él decidía dejarme en cuanto le confesara
mi mayor secreto.
El tiempo pasaba volando y era una lástima que con él solo volaran las cosas
buenas, pero las malas se estacaran y se convirtieran en un grano en el trasero
que no te dejaba sentarte a gusto. Y estar parado todo el tiempo dolía mucho.
—¿Al fin se sabe el rostro de la parte demandante? —le pregunté a mi
abogado.
El asunto con Karma me tenía demasiado estresado, sin embargo, el de
Dasher iba mejorando y Celine estaba demostrando ser una buena aliada con
ello, pues ella junto a su maestro me estaban ayudando mucho. Sus consejos
resultaron ser los mejores y tener una relación con Laurel, y a la vez que
administrara mis negocios, servía para que los jueces viesen mi intención y
buenos deseos de darle una vida cargada de amor a ese pequeño.
Lástima que con Karma todo fuese una jodedera aún, pero igual, no podía
tener una vida perfecta.
—Se trata de una tía materna, su nombre es Charlotte Sellers y alega estar
peleando por los derechos de su sobrino fallecido y la hija de este.
—Eso es una total mierda, ella solo lo hace por sus propios beneficios —
bufé sabiendo de quién hablaba.
Charlotte fue amiga de mi madre en el pasado y estuvieron muy unidas por
muchos años, pero siempre intuí que ella tuvo envidia de mi madre al desear
todo lo que había obtenido con esfuerzo, tanto en el amor como en lo
profesional. No obstante, solo yo era capaz de darme cuenta de que mi madre
no era feliz, y peor cuando Lucius la alejó de nosotros, aunque Charlotte jamás
quiso ver eso y supe entonces que toda la vida fue una hipócrita.
Ella sola nos hizo ver a todos lo traicionera que era cuando, en busca de una
absurda venganza, entregó a Isabella a Lucius, quien para ese entonces estaba
empecinado con destruir a John —padre de Isabella— por según él haberle
robado a su mujer. En aquel atraco, LuzBel terminó hiriendo a Charlotte,
disparó contra ella cuatro veces, mas solo un disparo logró dañarla de verdad y
fue el que recibió en la espalda, dejándola en silla de ruedas para toda la vida.
Derek la protegió y ocultó, y no supimos de su paradero hasta el día que una
demanda llegó a mi oficina reclamando los derechos sobre Karma, club que
estaba en mi poder por ser el único hijo legítimo y vivo de Lucius Mierda
Black.
—No te estreses más por eso, hombre. Te aseguro que tus derechos están por
encima de los de ella —aseguró Nolan, viejo amigo y abogado al que busqué
en última instancia para que me ayudara con eso.
Estábamos en Vértigo y aproveché a reunirme con él antes de que el club se
abriera. Seguimos hablando un rato más hasta que su hora de irse llegó y antes
de despedirnos fuimos interrumpidos por una hermosa pelinegra de sonrisa
encantadora.
—Lo siento, creí estabas solo —se disculpó, y negué, le hice una seña con la
mano para que entrara.
—No te preocupes, cariño, Nolan ya se iba. Ven, te lo presento —dije, pero
ante la mención del nombre la vi un tanto sorprendida y se fijó mejor en él.
Nolan hizo lo mismo y ambos se observaron un tanto estupefactos.
—¿Laurel Stone? —preguntó él, y ella sonrió entre asustada divertida.
Una rara combinación, por cierto.
—Nolan McAdams —dedujo ella y admito que no fue del todo de mi agrado
—, pero mira qué pequeño es el mundo —repuso con asombro.
—Bueno, al menos me ahorraron la presentación —me entrometí cogiendo a
mi chica de la cintura al percatarme de la mirada que Nolan le dio—. Veo que
ya conoces a mi novia —señalé lo obvio.
—Sí, nos conocimos en el pasado —comentó él.
—Era el mejor amigo del hermano de Edward —explicó Laurel de
inmediato, enfatizando con mucho ímpetu a su amigo, sin embargo, no sabía si
sentirme tranquilo o peor.
Dejé de lado las dudas y, luego de que Nolan se fue, evité hacerle preguntas
a Laurel acerca de su pasado porque sabía que, con la falta de filtro que esa
mujer tenía en la boca, tal vez dichas respuestas no iban a agradarme y me
concentré en comentarle que Nolan era el abogado que se haría cargo del caso
con Karma. Ambos tanteábamos el terreno a veces y vi en su mirada las
intenciones que tuvo de hablar de algo, pero se retractó a último momento. No
la culpaba ni señalaba porque, en cuestiones de acostones, los dos teníamos
buenas anécdotas, mismas que nos iban a incomodar al sacarlas a la luz,
aunque ciertas cosas no hubiesen sucedido cuando ya estábamos juntos.
—Olek ha pedido verme, quiere hablar acerca de los descubrimientos que ha
tenido con la cuestión de mis padres y me tomé el atrevimiento de pedirle que
viniese aquí para que lo hagamos. —Mi mente no tomó a bien la última palabra
y mi cambio ante la mención de ese imbécil fue notoria—. Si te molesta puedo
llamarlo y pedirle que nos veamos en otro lugar.
—No —solté de inmediato—. Prefiero que lo hagas aquí. —Me miró un
tanto molesta por el tono que utilicé.
—Gracias, cariño. Aunque tampoco estaba pidiendo tu consentimiento para
verme con él y, ya sea que lo haga aquí o en otro lugar, mis razones para vernos
son para hablar —puntualizó con demasiada ironía.
—Yo tampoco te pido que hablen aquí porque te quiero vigilar —señalé,
pero tal cosa no me la creía ni yo.
—Si cada vez que mintieras te creciera la polla, te juro que sería feliz de que
lo hicieras —soltó con descaro y mis ojos se ensancharon—. Pero no pasa eso
y mientes muy mal, cosa que me enfada que hagas, así que evítalo.
—¿Estás inconforme con el tamaño de mi polla? —cuestioné un tanto
herido, y soltó una carcajada.
Encima se burlaba.
—En serio trato de enojarme contigo, pero cuando me sales con preguntas
como esas es imposible —aseguró y envolvió sus brazos en mi cuello, mas yo
no estaba feliz.
—¿Quieres una polla más grande? —pregunté serio, mordió su labio para no
reír más y me miró a los ojos.
—Solo fue un decir por tu mala mentira, sabes que tu pene es perfecto para
mí —aseguró y, así como ella no se podía enfadar, yo tampoco podía cuando
aclaraba esas cosas y encima acariciaba mi entrepierna haciéndola crecer en
cuestión de segundos
—¿Te demuestro cuan perfecto es para mí? —me provocó con su boca a
milímetros de la mía y luego sacó la punta de la lengua para lamer mis labios.
Gruñí cuando su mano se coló dentro de mi pantalón.
Esa mujer me iba a convertir en un obseso si seguía así.
—¡Ey! Déjame algo, cariño.
¡Joder!
Ambos nos separamos cuando aquella maldita voz llegó a nuestros oídos.
¿Por qué ese pelinegro tenía que ser tan inoportuno? ¿Por qué llegar justo en
ese momento? ¡Mierda! Sabía por qué estaba ahí, la dichosa cena con él había
llegado y lo olvidé.
—¡Joder, Ed! Tenías que aparecer hoy —reprochó Laurel, y él solo se
encogió de hombros despreocupado.
—Vengo por mi Pecas —avisó, y lo miré con ganas de estrangularlo.
El cabrón hasta me había puesto apodo y odié que no haya buscado uno más
masculino.
—Darius, no Pecas —dije, y rio igual que Laurel—. Dame un minuto al
menos para despedirme de mi novia —hablé molesto, él asintió, me guiñó un
ojo y se fue advirtiendo que no tardara.
Habíamos hablado días atrás, bueno, él me llamó para recordarme que tenía
una promesa que cumplir y no quería que la siguiera posponiendo —porque sí,
estuve haciendo eso—. Quedamos de ir a cenar esa noche y, aunque confiaba
en Laurel, odiaba tener que irme y no estar cerca para cuando llegara Olek; era
algo inmaduro de mi parte y lo sabía, sin embargo, tendía a comportarme así
cuando de esa mujer se trataba.
— Odio que le hayas prometido esa cena —bufó ella recargándose sobre el
escritorio.
—Pues sí, pero, si cierta chica no se hubiese alejado de mí, no tendría que
haber recurrido a colarme en su habitación rogando a su amigo gay para que
me dejara pasar —le recordé, y cruzó los brazos, llegué a pensar que haría un
puchero cual niña encaprichada, mas se contuvo—. Y por cierto, yo odio ese
apodo que me ha puesto.
—Es lindo y, de hecho, yo también te llamo así —confesó, y negué rendido.
Me acerqué a ella, cogí su rostro y di un casto beso en su boca.
—Cuida muy bien dónde pones tu…
—¡Ey! No me gustan los hombres, amo esto —la corté y, ya que estaba con
las piernas entreabiertas y su vestido tenía vuelo, metí la mano por debajo de él
y toqué su coño. Gimió en respuesta y me deleité con ese sonido—. ¿Me crees?
—pregunté sin dejar de acariciarla, y agarró mis brazos buscando un apoyo.
—Si lo hago… ¡Oh, Dios! D-dejarás d-de t-tocarme —se quejó entre jadeos,
y me reí por ello.
Sin importarme lo que Edward dijera luego, fui rápido hasta la puerta y la
cerré con seguro.
Tenía que demostrarle a esa mujer cuánto disfrutaba de ella y qué tan feliz la
podía hacer mi polla sin necesidad de que creciera más con mis absurdas
mentiras, así que la tumbé sobre el escritorio y arranqué sus bragas, en
segundos estuve con mi rostro enterrado en el sur de su cuerpo, devorando mi
verdadero plato fuerte antes de irme a la cena con Edward.
En todo el camino hacia el restaurante elegido por Ed, una sonrisa idiota me
acompañó y hasta pasé de todos los comentarios con doble sentido que el tipo
hacía; no negaba que era gracioso y, si no hubiese sido tan atrevido, quizá hasta
buenos amigos habríamos sido; pero prudencia era una palabra que no estaba
en su vocabulario. Cenamos en un ambiente muy tranquilo, no me avergonzaba
de estar ahí con él porque que fuera gay, no era motivo de vergüenza para mí,
al contrario, admiraba el valor que personas como Ed tenían para enfrentarse a
un mundo en el que amar a personas de tu mismo sexo seguía siendo un tabú y
por lo mismo a veces eran el blanco perfecto de burlas.
Conversamos acerca de su amistad con Laurel y, aunque ya sabía lo que
había pasado entre ellos, me di cuenta de que ambos eran como hermanos y se
cuidaban la espalda muy bien, pues en ningún momento soltó ninguna de las
fechorías que de seguro le atestiguó a su amiga.
—La haces muy feliz, no te imaginas en la nube que ha vivido desde que es
tu novia —dijo, y sonreí, yo también estaba en una especie de nube desde que
estábamos juntos.
Seguimos hablando de todo un poco y hasta me ayudó a olvidarme de que
Olek estaría con mi chica; cuando la hora de irnos llegó, me pidió que lo pasara
a dejar a su apartamento avisando que luego iría por su coche al club, que fue
donde lo dejó. Y cuando le pregunté la razón, me arrepentí y juré no volver a
hacerles preguntas en las que intuyera que su respuesta sería con doble sentido.
Negué y bufé por su respuesta, y opté por quedarme callado. Y continué así
hasta que llegamos a su destino.
—Ni beso ni abrazo y ni siquiera un apretón de mano te daré. Tú en serio
eres como una loca obsesionada —le dije al llegar frente a su condominio, y se
rio a carcajadas.
—Te pones rojito siempre que te digo cosas como esas —señaló divertido.
—Imbécil —espeté.
Me fui directo hasta Vértigo, pero antes le envié un mensaje a Laurel para
avisarle que llegaría por ella y la convencí de que se quedara conmigo esa
noche, algo que aceptó de inmediato. Cuando ya estaba ahí, y antes de entrar al
club, vi a Celine salir como alma en pena y llorando a mares.
—¿Qué te pasa? —le pregunté, se veía muy mal.
—E-es mi madre, a-acaba de tener un accidente… ¡Dios! Está grave —logró
explicar entre sollozos.
—Dime en qué hospital está y sube al coche, no puedes manejar así, y lo
mismo terminas accidentándote también —señalé.
Asintió dudosa, pero hizo lo que le pedí. Marshall estaba de guardia y le pedí
que avisara a Laurel lo que sucedía, ya luego le llamaría para explicarle.
Celine estaba inconsolable y se limitaba a llorar en silencio por lo que le
estaba pasando, tuve el atrevimiento de tomarla de la mano para mostrarle mi
apoyo, y me apretó con fuerza al aceptarlo. No tenía idea de lo que pasaba por
su cabeza, pero sí podía imaginar el dolor que sentía al saber a su madre tan
mal; yo vi morir a la mía, no pude hacer nada para defenderla y aquella culpa
me perseguiría para toda la vida.
Amelia estaba comenzando a recaer, lo noté por la euforia que sentía. Días
atrás me había enterado de que estaba saliendo con LuzBel y supe que aquella
relación no terminaría en nada bueno, pero el hijo de puta hacía un buen
efecto en ella y tuve esperanzas.
Había estado extraña en los últimos días y planeó un viaje a California
poniendo excusas estúpidas; a última hora me enteré de que se vería con mi
madre, y lo supe porque Lucius la descubrió y vio su oportunidad para
cazarla, intenté llamarla infinidad de veces para ponerla en sobre aviso, mas
nunca respondió. Salí entonces para California en aquel momento, rogando
por llegar a tiempo y, gracias al localizador que Amelia tenía puesto en un
brazalete que le regalé, pude encontrarla, pero cuando llegué al lugar desierto
que el dispositivo me indicaba vi salir a Lucius con una sonrisa victoriosa,
Derek estaba a su lado luciendo igual y tras de ellos varios hombres se
encargaban de sacar a Amelia que estaba hecha una fiera y gritaba hasta el
cansancio «Mamá».
En cuanto todos se fueron corrí hasta aquel edificio abandonado y me
asusté cuando escuché unos sonidos lastimeros, llegué hasta donde procedían
y mi corazón se quebró en miles de pedazos. Ahí entre un lago de sangre, una
hermosa mujer semidesnuda yacía luchando por mantenerse despierta, y
entendí los gritos de Amelia; mi madre, la mujer que a pesar de sus errores me
amó, la misma que, aunque no me parió, me aceptó como propio.
—¡Mamá! —grité desabrido, asustado, y corrí hasta ella—. Mamita,
mamita, mamita —repetí sin parar de llorar y la tomé entre mis brazos. Cubrí
sus pechos desnudos y su entrepierna con la ropa destrozada que tenía y noté
las cuchilladas en su abdomen.
—A-am-mor —logró decir dejando escapar demasiada sangre de su boca y
alzó una mano temblorosa para acariciar mi rostro. Sus ojos se llenaron de
lágrimas y logré verla a pesar de las mías; estaba sufriendo de mucho dolor y
se le notaba en el rostro.
—Pediré ayuda, mamá. Estarás bien —aseguré afligido, y ella solo sonrió.
—M-me lo mere-cía —logré entender que dijo, y quise reprenderla.
Ella se consideraba una mala madre por haber huido y dejarnos, yo creía
que solo luchó por sobrevivir creyendo que lejos de Lucius le sería más fácil
recuperarnos.
—No digas eso, mamita, por favor. Tú me diste lo que mi propia madre me
negó —le recordé y lloró con más intensidad.
No la dejé hablar más y le llamé a John, ella me había dado su número
antes y le avisé desesperado lo que sucedía. La abracé con fuerzas rogando
porque llegaran pronto y temiendo moverla por su estado tan delicado, tosió y
tembló por el dolor que sentía, y me sentí impotente por no poder hacer nada.
—Cuida… de… tu h-hermana, p-por… favor —suplicó.
—No te esfuerces, mamá. No hables, te prometo que siempre cuidaré de ella
—dije, y me miró agradecida. Sentía que estaba pasando mucho tiempo
cuando en realidad solo había pasado un minuto.
—Te amo —logró decir con claridad, y me miró sin dejar de hacerlo.
—Y yo a ti —afirmé.
No dejó de verme en ningún momento, y comencé a asustarme cuando no la
sentí respirar, John entró en ese instante y corrió al verme con su mujer entre
mis brazos.
—¡Leah! ¡Amor! —la llamó tomándola entre sus brazos, unos paramédicos
iban tras él.
Mamá no respondía, nos veía, pero ya no había vida en aquella mirada.
Dos minutos tardó John en llegar con una ambulancia y mi madre no logró
verlo, no pudo esperarlo.
Aún estoy con Olek y no hemos terminado, creo que pasaré del almuerzo.
Aprovecha tu tiempo.
Eres más perra que yo cuando te lo propones y me has dado una buena idea
para cuando Darius se porte mal.
Conoces a los padres de Laurel mejor que yo y hay temas que hasta el
momento no quiero abordar con ella para no incomodarla y, ya que te mofas
de decir verdades, ¿podrías explicarme a lo que se refirió Dana con sus
últimas palabras? Sabes de lo que hablo.
Tecleé rápido a Olek y vi cuando vio mi mensaje, se quedó en línea, pero no
respondió en el instante; minutos después apareció en la parte superior de mi
pantalla que estaba escribiendo.
Presioné los labios con fuerza y negué, esa no era la respuesta que
necesitaba.
Okey, okey.
Desde el día que nos reencontramos en tu club.
¿Contento?
Tuve tal recuerdo luego de leer la respuesta de Olek, Isa tenía razón o más
bien, su conciencia la tenía y lo comprobé en ese momento. Era estúpido de mi
parte, pero le pedí a Olek que no le mencionara nada a Laurel de esa
conversación y me dijo que no lo haría solo si yo le daba el espacio a ella para
que hablara conmigo.
Acepté porque en verdad no pensaba decirle nada. Ella confió en Olek antes
que en mí y pensarlo dolía.
Pasaron dos semanas luego del susto que Dasher me dio, ya estaba
recuperado y se le mantuvo administrando medicamento para contrarrestar la
alergia y evitar que volviese a suceder. Su dieta había cambiado y era un alivio
que el pequeño no fuera amante a nada que contuviera maní, ya que eso hacía
todo más fácil.
No fui a la comida que me invitó Celine y le di una excusa tonta para que no
se sintiera mal, había llegado a ver a Dash y me sorprendió mucho que notara
que yo no estaba bien; hablamos un rato, mas en ningún momento le dije lo que
me pasaba y, como siempre, ella respetó mi espacio y privacidad. Con Laurel
las cosas no andaban muy bien y, aunque cuando estábamos juntos le lanzaba
indirectas para que se animara a hablar conmigo de lo que fuese que la tenía
mal, solo me miraba y tras eso me abrazaba aferrándose a mí. Llegué a
comprender que esa era una señal de que no hablaría y me pegó fuerte.
—Sé muy bien que tenemos una plática pendiente y te prometo que esta
noche hablaremos largo y tendido —dijo cuando estaba vistiéndose para ir a la
nueva audiencia que tenía contra el caso de sus padres.
Me encontraba aún en la cama, la sábana cubría de mi cintura hacia abajo y
la noche anterior Laurel se quedó conmigo y nos follamos como locos, aunque
hubo algo diferente esa vez, pues ella lo hizo como si tuviese miedo, como si
su vida dependía de disfrutar cada segundo a mi lado.
—Quiero acompañarte —avisé, y negó.
—Dasher te necesita más que yo esta vez —alegó. Tenía que llevar al
pequeño a que le administraran su última vacuna—, y haces más quedándote
con él que una sala de espera — asentí con seriedad, y se acercó a mí—. Confía
en mí, estaré bien —pidió acariciando mi rostro.
Tomé su mano y besé la palma de ella, luego la miré.
—¿Y tú confías en mí? —pregunté una vez más, y asintió con una sonrisa
triste.
—Más que en nadie —aseguró. Mis labios formaron una línea al escuchar su
mentira y luego me obligué a sonreír.
La dejé irse y rato después llevé a mi hijo a su consulta —ya era mi hijo de
manera oficial. El caso al fin se había resuelto por completo a mi favor—, lo
vio otro pediatra y me sorprendió no encontrar a Edward. Cuando la consulta
terminó tuve el abuso de ir hasta el apartamento de Ed para hablar con él sobre
Laurel, pero no estaba y me recibió un tipo rubio que al parecer era su novio;
noté que no fue feliz al verme ahí, aunque sí educado.
—¿Eres el novio de Laurel? —cuestionó, y asentí—. ¿No deberías estar en
la corte con ella? —su pregunta me extrañó y llenó de curiosidad.
—Tenía que llevar a mi hijo a una consulta con tu novio, pero resulta que él
no llegó y tampoco avisó —informé.
—Él está en la corte con ella, tenía una audiencia pública y necesitaba
apoyo. —Me quedé sin saber qué decir y cuando reaccioné solo lo hice con una
sonrisa sarcástica.
Le agradecí al tipo por la información y me di la vuelta para marcharme.
Dasher jugaba en el asiento de atrás y me contaba algunas cosas, pero por
primera vez no le puse atención, ya que en mi cabeza solo había pensamientos
venenosos luego de lo que ese tipo me dijo. Laurel en ningún momento me
comentó que la audiencia sería pública, al contrario, me vio a la cara y tuvo el
valor de decir que confiaba en mí más que en nadie e insinuó que todo sería
como la primera vez y me tocaría quedarme en la sala de espera, mas le pidió
apoyo a su amigo en lugar de pedírmelo a mí. Ya no solo era Olek sino también
Ed, y me cagaba la idea; respetaba su espacio, su privacidad y su vida personal,
pero me enfurecía darme cuenta de que prefería a otros en mi lugar.
La audiencia era justo a la hora en la que iba hacia casa de Eleanor, le llamé
para pedirle que me ayudara con Dash un rato y luego de dejarlo ahí salí como
alma en pena hasta la corte. No tenía por qué ir puesto que Laurel me excluyó,
pero las ganas de hacerle saber que estaba enterado de que me hizo a un lado
pudieron más conmigo.
Y en efecto, la audiencia era pública y me dejaron pasar sin problema; me
senté en una de las bancas de atrás y vi justo el momento en el que hacían subir
a Laurel al estrado y la hicieron jurar decir la verdad y nada más que la verdad.
Lo hizo sin titubear y noté a Olek sonreírle demostrándole que todo estaría bien
y luego su mirada se posó en Edward, él también le sonrió y ella asintió
agradecida. Ignoraba mi presencia y tampoco hice nada para que me viese.
—Bien, señorita Stone. Hábleme un poco acerca de ese día —pidió el
abogado que era parte del despacho de Olek.
Laurel comenzó a hablar sobre el día en el que cayó por las escaleras luego
de que Dana le dijese cosas horribles y cómo se despertó en el hospital después
y le informaron que su bebé ya no existía. Conocía la historia por ella y odié
ver el dolor en su mirada al recordarlo de nuevo, Olek estaba igual y lo
comprendí, también era su bebé y lo acusaron de ser partícipe de aquel hecho.
—… Ese día ellos solo dijeron que lo había perdido porque era mi vida o la
de mi bebé y también mintieron diciendo que el padre de ese bebé dio su
consentimiento —terminó, siendo fuerte en aquel momento.
—¿Cómo supo que fue un aborto inducido? —siguió el abogado.
Laurel miró a sus padres antes de responder.
—Fui a mi doctora hace más de un año, estaba pensando en embarazarme y
deseaba prepararme para ello. —Fruncí el ceño al oír su declaración, no tenía
idea de que deseaba embarazarse un año atrás, solo sabía que no lo quería
hacer de mí—. Los resultados de mis estudios arrojaron que tengo un daño
severo en la matriz y todo apuntó a que fue por causa de un aborto mal
practicado. —Tragué con dificultad y mis manos se pusieron heladas.
—Fue en ese momento donde también le hicieron saber que ese daño la dejó
estéril, ¿cierto? —Dejé caer el móvil que tenía en la mano cuando escuché
aquello, el sonido distrajo a todos y lo buscaron.
Lo cogí de inmediato con las manos temblorosas y luego mi mirada se
conectó con la de Laurel; no sé qué cara tenía, pero de nuevo el terror se reflejó
en la de ella y también la tristeza.
—Responda la pregunta, señorita Stone —exigió el juez.
Empuñé la mano y la puse sobre mi boca, esperando impaciente por una
respuesta que quería rehusarme a oír; no dejé de mirarla y le exigí con eso que
respondiera de una puta vez.
—Yo…yo no escuché bien —habló entre titubeos.
Así que era por eso por lo que me excluyó.
—Acusa a su madre de ser la causante de su imposibilidad para procrear y el
informe médico arroja que en efecto, usted es estéril… ¿Fue en esos estudios
que lo supo? —El abogado fue un maldito imbécil echándole sal a la herida
que se hizo en mí en ese momento.
—Di que eso es mentira —supliqué en un susurro para mí mismo.
Eso no podía ser cierto, Laurel le prometió a Dasher que le daría un
hermanito, me miró a mí al decirlo… me ilusionó, ¡joder! Lo hizo cuando ella
sabía desde mucho tiempo antes de que jamás cumpliría ese sueño mío y no le
importó. A pesar de todo la miré deseando que se retractara, pidiéndole que
aclarara que no era cierto; mi mirada penetró en su ser y se obligó a verme.
Me observó una última vez y vi las lágrimas caer de sus ojos.
Mi corazón se hizo mierda.
—Sí —respondió rendida, y cerré los ojos con fuerza.
Las palabras de Dana tomaron sentido en ese momento, la respuesta de Olek
aquel día dolió aún más.
Me puse de pie y salí de la sala. Ni siquiera podía describir cómo me sentía,
caminé viendo a la nada, intentando procesar esa noticia, tratando de encajar
todo y de que mis ilusiones no terminaran de hacerse mierda. Una vez me
pregunté si había algo que Laurel —mi mujer casi perfecta— no supiera hacer.
Acababa de obtener la respuesta.
No sé ni como terminé la audiencia. Mi vida se volvió un caos dos semanas
atrás; buscaba hacer pagar a mis padres, pero me estaba salpicando de su
mierda en el proceso y por momentos quería desistir.
Lo quería hacer por cobarde, porque el día de la audiencia preliminar Darius
dijo cosas demasiado hermosas y me daba miedo su reacción cuando se
enterara de mi problema. Edward no sabía nada de eso, sin embargo, terminé
confesándole todo en mi desesperación por liberarme de la tensión, aunque
fuese un poco; era claro que mi error fue hablar con mi amigo y no con mi
novio. Ed me dio muchas opciones para decirle la verdad a Darius, desde que
lo hiciera en el momento que se estuviese corriendo hasta mentirle con que
acababa de enterarme, pero me negué; una cosa era tener miedo de hablar y
otra el tener que seguir mintiendo y ya suficiente tenía con no tener el valor
para hablar con mi hermoso pecas.
Tanto Ed como Olek me regañaron cuando les confesé lo que le había dicho
a Dasher estando Darius presente y me advirtieron que esa metida de pata no
solo me costaría las ilusiones de mis dos amores, sino también hasta mi
relación por no hablar pronto.
—Deseo que la cague Darius, no tú.
—Moría de ganas por besarte desde el día que nos chocamos —confesó
luego de darnos nuestro primer beso. El primero para mí, al menos—. No
sabes besar, por cierto —añadió de inmediato.
Ese hombre me tenía idiota y, aunque me morí de la vergüenza luego de
decirme aquello, me recuperé demostrándole que no iba a quedarme así.
—Tienes suerte de que el primer beso haya sido por pagar una apuesta y fue
tan horrendo que hasta hoy puedo decir que besas como los ángeles, aunque
tampoco he besado a uno, es pura metáfora. Pero deja que coja práctica y
bese a alguien más, entonces hablaremos —le advertí solo para devolverle su
idiotez.
—¿Y quién te dijo que besarás a alguien más? —cuestionó indignado, y me
reí con mucha diversión por hacerlo caer tan fácil—. ¡Joder, Laurel! Jamás te
podré ganar una, ¿cierto?
—Cierto.
Sonreí entre lágrimas por aquel recuerdo, volvía a ser lindo recordar nuestro
tiempo juntos cuando tenía claro que él jamás me abandonó.
—Y ahora soy más que experta en besos —susurré para mí, pero me escuchó
e incrédulo me separó de él.
—También estabas recordando nuestro primer beso —aseguró y mis ojos se
abrieron demás.
—¿Lo hacías tú? —asintió a mi pregunta y no supe cómo sentirme—.
Necesito ir al baño —avisé y no dejé que me respondiera.
Me fui hacia el cuarto de baño de mi habitación y me encerré un buen rato
sin poner el pestillo; pensar en lo injusta que era la vida ya estaba siendo
aburrido, pero no pude evitarlo al verme en el espejo y comprobar mi cara de
sufrimiento por todo lo que estaba pasando con Darius y luego recordar lo que
sucedió con Olek, lo que me alejó de él.
Amé a Olek, fue mi primer novio, y lo perdí por las artimañas de mi madre y
eso dolía demasiado, sin embargo, a Darius lo estaba perdiendo por mi culpa, y
eso era más que doloroso.
Me quité la ropa y me metí a la ducha sin esperar a que el agua se pusiera
cálida, me dolía la cabeza, el pecho, el alma y tuve la esperanza de que ese
líquido se llevara un poco de mi agonía, mas no fue así y estando bajo la lluvia
artificial lloré con más fuerzas y sollocé con intensidad. No lo hice por lo que
estaba pasando con mi pecas sino por todo, porque desde el día uno en el que
comencé a tener conciencia solo recordaba desprecios, dolor y mucho
sufrimiento; la felicidad fue demasiado escasa en mi vida, la degusté tan poco
que ni siquiera logré grabarme su sabor.
Toqué mi vientre recordando la ilusión que una vez tuve a pesar de ser una
niña, sonreí cuando a mi cabeza llegó el día en el que toqué el vientre de
Isabella y su nena se movió como loca. En lo personal nunca iba pasar por eso
y era la primera vez en la que aquello se sentía más que cruel. Me deslicé con
la espalda por encima de los azulejos hasta quedar sentada en la tina, llevé las
rodillas hasta mi pecho y abracé mis piernas; no solo le oculté la verdad a
Darius por miedo, lo hice porque de alguna manera intuí que el día que él lo
supiera, también lo iba a terminar de creer yo y me rehusaba. Quemaba, ardía,
dolía, hería mi alma no tener esa oportunidad con el hombre que amaba,
porque sí… amaba a Darius con todas mis fuerzas.
—¡Mierda! —escuché a Olek a lo lejos.
Ni siquiera me preocupé porque me viera en esa situación, no puse atención
a lo que hacía, solo sentí cuando el agua dejó de mojarme y puso algo suave en
mi cuerpo. Me negué a moverme cuando intentó sacarme y sin importarle lo
que pasaría se metió junto a mí y me abrazó dejándome llorar en su pecho.
Estaba tocando fondo una vez más y era por todo, lo de pecas solo sirvió para
dejar salir la presión en mi interior, había fingido fortaleza demasiado tiempo y
sobrepasé mi límite. Me aferré más a Olek sin importarme mojarlo, al fin y al
cabo eso no le importó cuando se metió a la tina con ropa y mojó sus vaqueros.
Rato después estaba en mi cama, solo envuelta en la toalla y las sábanas, la
ropa de Olek era un desastre y comentó que el agua se le había pasado hasta el
culo, intenté sonreír con eso, mas no pude. Le dije que podía meterla a la
secadora y, ya que mi ropa no le quedaba y la que tenía de hombre pertenecía a
Darius, optó por cubrirse con una toalla. Hasta verlo casi desnudo frente mí me
di cuenta de que estaba muy mal, pues ni siquiera repuse en lo musculado que
tenía el cuerpo y no tuve aliento de admirarlo; Edward quizá me hubiese
llevado a urgencias al darse cuenta de eso.
—Ya vuelvo —avisó, y lo vi salir de la habitación con la ropa en las manos.
Suspiré con fuerza y con el puño apreté la toalla para que no se saliera de mi
cuerpo, salí de entre las sábanas y quise ponerme de pie, pero un mareo casi me
manda al suelo cuando lo logré.
—¡Guau! ¡Joder, pequeña! —exclamó Olek llegando a mí—. Debías
esperarme —reclamó, y negué.
—Sé que mi estado es patético, pero no me estoy muriendo ni tampoco estoy
enferma. Solo fue un mareo por la debilidad que tengo de llorar tanto —señalé,
aunque me apoyé en sus brazos.
Era alto y tuve que alzar la cabeza para verlo a los ojos, me miró con una
sonrisa y asintió; se estaba preocupando de más por mí, sin embargo, lo
agradecía mucho.
—Gracias —musité, no respondió y en lugar de eso me haló para abrazarme.
Su piel estaba cálida a pesar de haber estado mojado e inspiré el aroma que su
piel soltaba.
—Mi toalla acaba de caerse así que si no quieres impresionarte con mi
increíble vara, te aconsejo que cierres los ojos. —Me reí, lo hice de verdad al
escucharlo tan socarrón alardeando de su «vara», pero le hice caso y me separé
de él con los ojos cerrados.
Caminé así hasta el closet sabiendo bien dónde estaba y seguí riendo de la
situación tan patética; no tenía miedo de mirar un pene y, aunque tenía años de
no ver el de ese hombre, lo recordaba y no creía que hubiese tenido tantos
cambios… A no ser que se hubiese engrosado al igual que todo su cuerpo.
Sacudí la cabeza para sacar aquellos pensamientos y me metí en la diminuta
habitación para ponerme algo de ropa.
Llorar me había limpiado un poco el alma y, a pesar de que respirar todavía
era difícil, lo hacía mejor que antes y tenía una leve esperanza de que Darius
estaría más calmado al siguiente día y al fin hablaríamos como dos personas
adultas.
De verdad que esperaba eso.
Las caricaturas estaban puestas en la tele, Celine había llegado con pizza y
frituras, y los tres estábamos viendo las travesuras de aquel mono curioso, la
risa de Dasher lograba que me olvidara de lo mierda que me sentía y, aunque
Celine lo notó, obvió el tema y fingió que todo estaba bien con todos. A las
ocho en punto llevé a mi hijo a la cama y después de leerle su cuento lo dejé
medio dormido, besé su frente y me fui de nuevo a la sala; encontré a Celine
terminando de recoger el desorden que hicimos a pesar de que le dije que no
era necesario y cuando finalizó me pidió que la siguiera a la isla de la cocina y
me sirvió un café para que la acompañara con el suyo.
—Tengo adicción al café porque mamá siempre me dijo que una taza de este
líquido caliente era capaz de ayudarme a levantar el ánimo —señaló, y sonreí
—. Hubo un tiempo que pasé con café todo el día durante más de dos semanas
y no me funcionaba —soltó divertida, y la miré.
—¿Tanto así lo necesitabas? —quise saber, dio un sorbo a su taza antes de
responder.
—Mi prometido me había dejado por una chica que conoció en la
universidad, fue mi novio de casi toda la vida así que… creo que eso responde
a tu pregunta. —Una punzada de dolor me atravesó el pecho al oírla. De nuevo
las imágenes de aquellos dos llegaron a mi cabeza.
—Te comprometiste muy joven —señalé y luego bebí de mi taza.
—Y me habría casado joven si ese idiota no hubiera tenido esa brillante idea,
ahora solo tengo más que agradecimiento hacia él por el favor que me hizo. —
Reí y negué al oírla.
—¿Por qué haces esto?
—Porque quiero que tengas claro que sea lo que sea que te esté sucediendo
va a pasar, Darius, y puede dolerte hasta el punto de querer arrancarte el
corazón, pero créeme… lo superarás. —Tomó mi mano en un gesto de apoyo,
y le devolví el apretón.
Vi su piel trigueña en contraste con la mía y mis tatuajes, y segundos
después estaba viendo una piel lechosa, manos más delicadas y uñas cuidadas a
la perfección; la solté sintiendo repulsión, y no de Celine en realidad, quien me
miró apenada.
—Lo mío con Laurel acabó y es definitivo —aclaré cuando vi que quiso
animarme con un «va a pasar, lo van a superar»—. No voy a alargar esta
historia porque no merece la pena hablar de ella, solo te digo que cuando me
decido a olvidar lo hago en serio y, si quieres ayudarme, habla de lo que se te
dé la gana, menos de ella. —Me observó sorprendida al ver la seriedad de mis
palabras.
Hablamos de ella en lugar de mí y me enteré de que lo de su exprometido
había sido un año atrás, al final compartíamos una traición y vi que no éramos
tan diferentes: ella fue traicionada por primera vez al igual que yo, y cuando
describió su dolor me di cuenta de que casi me estaba narrando a mí en ese
momento. Se fue rato después y la acompañé hasta su coche, me abrazó con
fuerza y con esos detalles solo me demostraba que respetaba mi silencio, pero
quería hacerme sentir su apoyo y se lo agradecía; seguía ahí para mí luego de
lo que Laurel quiso hacerle.
Y ya me había perdonado por eso, mas yo no me perdonaba a mí mismo por
humillarla así.
Al día siguiente recibí llamadas y mensajes de Laurel que solo declinaba y
borraba sin leer, era una maldita descarada y no necesitaba seguirme jodiendo
la cabeza con su sarta de mentiras. Trabajaba para mí y habíamos hecho un
contrato para un año, así que dejé todo eso en manos de Nolan porque no
quería verla ni que se cruzara en mi camino, ya que mis ganas de matarla
seguían casi intactas y era Dasher quien me detenía a cometer una locura. Esa
cabrona supo joderme bien y convertir mis buenos días en una mierda cuando
creí que todo iba a ser diferente; no deseaba caer en la estupidez de no me
vuelvo a enamorar, porque tenía claro que por culpa suya no podían pagar
todas, pero de momento iba a darme un largo descanso y pretendía volver a mis
días en los que follar por placer era más importante que otra cosa.
El sueño había acabado y era hora de despertar.
Tres días después las cosas no mejoraban como quería que lo hicieran, los
ratos comemierda me llegaban con demasiada intensidad y, estando consiente
que esa noche sería peor, le pedí a la niñera de Dasher que se fuera esa vez a
casa de los Pride, ellos eran mi familia y estaban encantados de recibirnos, o en
su caso a mi hijo.
Me fui a Vértigo al comprobar que esa traicionera estaría en Darkness y me
decidí a disfrutar de esa noche, ya era hora de dejar de llorar por mujeres que al
final no valían la pena; Tess Pride —hermana de LuzBel— había organizado
una noche de amigos en el club de ella y prometí ir, pero antes tenía que ir al
mío para firmar unos documentos que Nolan dejó para mí. Al entrar a mi
oficina tuve una buena vista de un culo redondeando y sonreí de lado al saber
de quién se trataba. Cerré la puerta con un poco más de fuerza de la requerida y
me reí divertido con el respingo que la dueña de aquella mata de rizos dio.
Y de un culo muy bonito.
—¡Jesús! Me has asustado —se quejó. Estaba con su uniforme de falda corta
y se había agachado a recoger algo justo cuando entré.
Había llegado a reemplazar la botella de mi bebida favorita por una llena y
lo comprobé cuando vi la vacía en su bandeja junto a los vasos sucios.
—¿Está todo bien? —preguntó, y asentí.
—Pero estaría mejor si dejas caer algo más y lo recoges para tener de nuevo
esa hermosa vista. —Jugué, y se sonrojó.
—Veo que viene muy gracioso, señor Black —protestó molesta, tomó la
bandeja y quiso salir.
No lo logró.
—Sí y ahora también estoy caliente —solté sin tapujos cuando la tomé del
brazo—. Esas braguitas que usas son demasiado tentadoras. —Acaricié justo
donde la tenía agarrada antes, después tomé la bandeja y la puse en el
escritorio. Ella se quedó de pie viendo a la puerta—. Tengo una salida con
amigos esta noche, pero estoy dispuesto a cambiarla por una noche contigo. —
Se giró muy molesta.
Me llevé una mano a la nuca y la miré con picardía.
—Que te esté dando mi amistad después de lo sucedido con Laurel no
significa que puedes usarme ahora que ya no estás con ella —espetó indignada,
y me reí.
—Pero estabas dispuesta a que te usara frente a ella —señalé, abrió la boca
como un pez fuera del agua al recordárselo y me reí aún más. Quería
defenderse y no tenía palabras para hacerlo—. Me gustas y no mentí esa vez,
ahora te deseo y quisiera saber qué se siente hacerte gemir de placer o
comprobar lo que puede proporcionarme tu inocencia. —Decidí irme con ella
por el lado de la sinceridad y el descaro.
—No sé qué demonios te hizo ella, pero está claro que te dolió y buscas
herirla conmigo a pesar de que tal vez nunca se entere —asentí y sus ojos se
ensancharon.
Llegué hasta ella y la tomé de la cintura.
—Me hizo algo muy feo —confesé comenzando a sentir de nuevo el dolor al
recodarlo, mas lo deseché de inmediato—, pero no me importa si se entera o
no, solo quiero quitarme las ganas que tengo de ti y, si te detienes por ella, te
recuerdo que ya no estamos juntos.
No dejé que alegara nada y esa vez fui yo quien la besó.
Estaba nerviosa y reticente, aunque a diferencia de mí en el pasado, Celine sí
comenzó a corresponder mi beso; sus labios eran solo un poco más delgados
que los de… Metí la lengua en su boca para profundizar aquel acto y hacerle
entender que esa noche quería todo de ella y me obligué a sentir que lo que
hacía estaba bien, que era lo correcto. Celine gimió cuando metí la mano por
debajo de su falda y la toqué por encima de las bragas, quise hacerlas a un lado,
pero me detuvo antes de lograrlo.
—Solo quiero que quede claro que ambos nos vamos a usar, Darius, y,
aunque me gustes, esto no dejará de ser solo sexo para ambos, ya que es obvio
que estás herido y no deseo que mañana te sientas culpable por mí, porque no
tomaré esto diferente a lo que es —aclaró, y pegué mi frente a la de ella.
Me gustó que hiciera esa aclaración.
—Usémonos entonces y vamos a mi casa. —La tomé de la mano y la hice
caminar conmigo.
—Esto será solo sexo, no creo que sea correcto ir a tu casa —alegó.
—Sexo es sexo donde sea que lo hagamos —puntualicé, y no dijo más.
La llevé a casa y después de poner música comencé a besarla de nuevo. Se
sentía bien estar de nuevo en acción, jodidamente bien a decir verdad; esa era
mi vida y nunca tuve que haberla dejado, pero los errores estaban para
cometerlos y aprender de ellos.
La ropa fue desapareciendo de nuestros cuerpos mientras la dirigía a mi
habitación y no me puse a pensar en nada porque no haría algo diferente de lo
que me hicieron a mí, y se sentía malditamente exquisito saber que la chica
entre mis brazos estaba consciente de lo que haríamos. Había menos culpa en
mí y unas terribles ganas de hundirme en ella. Celine seguía siendo toda
inocencia, su ex no le enseñó casi nada y me juré volverla una experta en aquel
ámbito; sus acciones fueron torpes y sonreí al ver que intentaba ponerse a mi
altura.
—Serás perfecta en esto poco a poco —susurré en su oído cuando la hice
darse vuelta y la posicioné en sus rodillas y manos cuando la tuve en la cama.
Era solo sexo esa vez, así que limité mis caricias y dejé de lado algunas cosas
que en otro caso hubiese hecho sin dudar.
Besé su espalda y con la mano acaricié sus pechos y su coño, me deseaba y
lo comprobé al sentirla toda húmeda; metí los dedos en su boca para que se
saboreara y después de ponerme un preservativo me hundí poco a poco en ella.
Sus manos se hicieron puño con la sábana entre ellas, estaba muy estrecha y fui
cuidadoso al comprobar que no tenía sexo desde hacía un buen tiempo;
imágenes que no deseaba en ese instante se comenzaron a cruzar con lo que
veía y mis penetraciones se volvieron más rudas. Cogí entre mis manos la
diminuta cintura de la chica y la hice moverse encontrando mis embestidas
como tanto deseaba.
Llegué a su coño y lo acaricié, en cuestión de segundos la princesa inocente
estaba gritando mi nombre y mi rostro fue de satisfacción al lograrlo tan
pronto; seguí con mis empujes, cogí su cabello por momentos y lo halé sin ser
delicado. Celine estaba soportando muy bien mi rudeza. La hice subir el torso y
sin dejar de penetrarla en aquella posición besé su cuello y me encargué de sus
pechos, buscó mi boca y le permití encontrarla; nos besamos como locos
desesperados y sentí cuando su deseo por correrse llegó de nuevo. Dejé que se
apoyara otra vez en sus manos y mis ganas de correrme también llegaron hasta
el momento en el que chilló un «¡oh, Dios!».
Y no fue por el placer que le estaba provocando.
Laurel nunca me pareció tan perversa como en ese momento, estaba con un
vestido rojo pegado al cuerpo y sus tacos la hacían diez centímetros más alta, el
cabello lo llevaba en ondas y, ya que la habitación era iluminada solo por la luz
de la luna que se filtraba por la ventana, aquella mata pelinegra brillaba con
peligro y no, no lucía herida por lo que acababa de ver. Se adentró con una
sonrisa cínica y tuvo el descaro de aconsejar a Celine, estaba molesto y tres
días antes quise matarla, pero justo ahí, demostrándome lo cabrona que era,
tuve que contener la erección que creció entre mis manos cuando trataba de
cubrirme.
Quise provocarla y herirla así como ella lo hizo conmigo, pero me era difícil
cuando demostraba que nada de lo que veía le afectaba. A mí en cambio me
afectó demasiado el que señalara lo bien que la había follado Olek; no lo negó,
lo aceptó sin problema, casi como si le hubiese preguntado con quien quería ir
a tomar un café.
—No cometas una locura —pidió Celine cuando me vio correr tras Laurel
después de que se fuera como si nada hubiese sucedido.
Era claro que seguir a la descarada era un error subliminal, pero estaba tan
estúpido que no pensé en que hacerlo sería uno de los tantos que cometí por
ella.
Fui un gusto que quiso darse y ya, tal declaración fue algo que ya intuía.
Para esa mujer solo fui un experimento de cómo se sentía estar una relación
monógama de nuevo y habiendo probado tantos sabores, no se conformaba
solo con el mío, sin embargo, que lo dejara tan claro me hizo tomar una
decisión que era lo mejor para ambos.
Todo estaba jodido entre nosotros y, antes de que nos volviéramos tóxicos,
era mejor separarnos. No perdonaba las traiciones y ella me falló en niveles
épicos. Hasta allí había llegado mi historia como un estúpido astrónomo que
creyó que podría atrapar a una estrella que siempre dejó claro que era fugaz.
—¿A dónde vas? —cuestioné a Celine cuando la encontré vistiéndose.
—A casa, es obvio que esto fue un error —zanjó, y llegué decidido hasta
ella.
—Tal vez, pero eres un error muy delicioso que quiero seguir cometiendo —
aseguré y la besé.
Era tiempo de dejar de creer en estúpidas historias de amor.
«Who you are» de Jessie J sonaba en mi reproductor.
Ya no tenía nada que estrellar contra la pared, todo lo que había antes estaba
hecho pedazos junto a mi corazón, y solo dejé intacta la TV —aparte del
reproductor— porque en verdad amaba ver mis series favoritas y no valía la
pena destruirlo. Me encontraba hipando y sollozando con brusquedad, la
cabeza me iba a explotar del dolor que sentía y ni hablar quería de los restos
del maldito órgano que jamás debí dejar en manos de ese estúpido, malnacido,
cobarde y poco hombre.
Estaba llorando con intensidad y llegué a casa tan descontrolada que ni
siquiera me fijé que había dejado la puerta abierta, y cuando me giré buscando
algo más para estrellar encontré a Edward con la boca abierta y aterrorizado
por lo que veía.
—La TV no por favor, deseo ver contigo a Riverdale —logró suplicar, y grité
con fuerzas.
—No digas nada, solo déjame sacar esta ira para poder seguir adelante
mañana —pedí cuando me abrazó con fuerzas.
Así de patética estaba, pero lo necesitaba. Ese era mi ritual en casos como el
que vivía, caía con fuerza y esa misma me impulsaba hacia arriba; era eso lo
que hice durante toda mi vida, utilizaba la fuerza de mi caída para volver a
impulsarme y salir de las profundidades en las que me hundía. Estaba
destrozada, no obstante, aquel estado me lo iba a permitir solo esa noche
porque al día siguiente me levantaría siendo la mejor de las mejores; ni mi
madre logró derrotarme cuando me arrebató a mi hijo, y mucho menos lo haría
un estúpido que quiso jugar al hijo de puta y hacerme mierda, no. De peores
estados me había levantado y no me quedaría en la cama llorando por una
semana por alguien que no merecía ni una sola de las lágrimas que estaba
derramando en ese momento.
Edward se quedó esa noche conmigo y el idiota escondió todo lo que tenía
filo.
Al día siguiente todo fue como lo había planeado, me levanté a tomar una
ducha y me maquillé para ocultar los rastros de miseria de la noche anterior;
era un nuevo día y una nueva vida estaba a punto de iniciar.
—Eres mejor que Elena, Stefan y Daemon juntos —señaló Ed y me sirvió un
café. Lo miré dándole a entender de que no sabía de lo que hablaba—. The
Vampire Diaries, mujer. Desactivas mejor que ellos tu lado humano —aclaró, y
me reí.
Él y sus series.
Por Edward había comprado una TV gigante y también por él me pasaba
horas frente a ella hasta que nos veíamos series completas.
—Deberías ir esta noche a Vértigo, voy allí hoy, y tal vez podría escaparme
un rato de mis horas de trabajo —propuse, y me miró estupefacto.
—No querrás ir para matarlo, ¿cierto? —bufé y negué—. ¿Ni a la chica de
cabello hermoso? —Mis ojos se abrieron demás al oírlo, pero negué. Suspiró
fuerte con una mano en el pecho mostrando su alivio.
—Firmé un contrato, Ed. Trabajo allí, y lo que esos dos hicieron no vale
como para no seguir mi vida. —Dejé claro, y asintió.
—Quiero ser una mujer como tú cuando sea grande —deseó, y me reí.
—Bueno, el cabello negro ya lo tienes, solo te falta tener un buen culo,
buenas tetas y… ¡Ah, sí! Un buen coño. —Me miró indignado, y solté una
sonora carcajada.
A veces caía demasiado fácil conmigo.
Estuve de compras ese día, era lo único que lamentaba después de mi
momento de estupidez, pues tuve que reemplazar todo lo que rompí. Darius
dejó claro que no quería verme, a mí me daba lo mismo si lo veía o no; lo que
le dije a Ed era cierto, solo necesitaba sacar todo la noche anterior y sabía que
luego de eso estaría como nueva. Lo amaba, lo seguía haciendo después de
haberlo encontrado en la cama con Celine, pero mi amor por él no se
comparaba al que sentía por mí misma; la seguridad que tenía en mí como
mujer no me permitía caer tan fácil con los desplantes de un hombre que solo
buscó dañarme.
Si Darius no deseaba cruzarse conmigo iba a tener que hacer algo con el
contrato, ya que él era el único que podía disolverlo con facilidad, a mí me
daba igual aquello. Esa noche fui a Vértigo dispuesta a hacer lo mío e iba a
demostrar que el trabajo con los asuntos personales no se mezclaban. Vi a
Celine en cuanto llegué, estaba con las demás meseras y las saludé amable en
cuanto me vieron, ella me miró asustada y estupefacta e imaginé que no creyó
volver a verme, al menos no sin querer matarla. No obstante, tenía la madurez
para aceptar que ella no tuvo toda la culpa de lo que pasó.
—¿Podemos hablar? —pidió cuando iba a mi oficina. Era hipócrita de mi
parte decir que no sentía odio por ella, pero lo oculté y decidí poner en práctica
todo lo que aprendí a lo largo de mi vida.
—Claro, querida. Vamos a la oficina —dije y caminé delante de ella. La
invité a tomar asiento en cuanto llegamos—. ¿Qué deseas? —pregunté amable.
Me miró sorprendida y de pronto avergonzada.
—Lo de anoche…y-yo. —Alcé una mano para callarla.
—Anoche solo fuiste una mujer inteligente aprovechando una oportunidad,
Celine. Yo habría hecho lo mismo y de hecho lo hice en muchas ocasiones en
el pasado así que no te juzgo —acepté.
Lo que ella hizo no fue nada diferente a lo que yo hice tiempo atrás y, como
dije antes, hipócrita no era y aceptaba mis errores, y el karma que me castigaría
en algún momento por todas las mujeres que sufrieron por mi culpa.
—Probaste a tu jefe, te diste ese gusto y ya —seguí aclarando tranquila—.
Al fin se hizo, ¡eh! —halagué su astucia, y negó.
—Darius me dijo que ya no estaba contigo y ambos dejamos claro que solo
era sexo, él me gusta y lo sabes, mas eso no significa que quiero meterme entre
ustedes; sí, me acosté con él cuando todo en su relación es muy reciente, me
dejé llevar por las ganas, pero te juro que no quise dañarte, no pretendí eso y
menos que nos vieras —soltó luego de salir del estado anonadado en que la
dejó mi declaración anterior.
Sabía reconocer la mentira de inmediato y vi en sus ojos que nada de lo que
dijo era eso, me hablaba con la verdad, y asentí. Era una mosquita muerta, pero
no una mujer mala, solo era su forma de ser y ya.
—Y te lo agradezco —puntualicé ocultando la ironía, y no por sus palabras
sino por lo que estaba saliendo de mi boca—, pero no era necesario que lo
aclararas. Sé cómo son las cosas y no me voy a morir por la traición de tu jefe.
Soy una mujer, Celine, y los hombres para mí no son lo principal; ellos son
más como un postre: me los como porque quiero, no porque los necesito.
Solo pudo observarme al decirle tal cosa y se quedó en silencio hasta que
volví a hablar.
—El trabajo seguirá siendo como siempre, lo de anoche no tiene por qué
cambiar nada. Ya nos hemos dicho todo lo que teníamos que decir con tu…
¿nuevo maestro? —Se sonrojó cuando le dije eso y me reí—. Y para mí esto es
un borrón y cuenta nueva —asintió un poco más tranquila—. Si eso era todo lo
que querías decirme, pues ya está. Ve a lo tuyo —la animé.
Se puso de pie y comenzó su camino hasta la puerta, pero se detuvo antes de
salir.
—Me sorprende lo bien que te levantas de las caídas a pesar del dolor que
ocultas en tu interior y se refleja en tu mirada —destacó, y la miré seria—. No
sé qué pasó entre ustedes, pero está más que claro que lo llevas mejor que
Darius. —Alcé una mano indicándole que siguiera su camino cuando
mencionó el dolor de aquel… hombre.
Salió sin decir más y me quedé ahí, pensando y recordando por un momento
todo lo que había hecho en esa oficina con mi exnovio; era increíble cómo
cambiaban las cosas de un momento a otro y la facilidad con la que una ilusión
tan linda se jodía, porque al final eso habíamos sido Darius y yo: él, un chico
tonto fingiendo ser un astrónomo, y yo, una estrella fugaz que pretendió dejarse
atrapar cuando claro estaba que eso era imposible.
Toda la semana la pasé muy mal, mi estómago estaba revuelto, me dolía
demasiado la cabeza y los mareos no paraban; era viernes de nuevo y existía un
motivo para estar feliz: habíamos ganado el caso, Olek recuperaría sus
empresas y el treinta por ciento de las que en la actualidad poseían mis padres
como remuneración por todos los años de carencias que vivió. El setenta por
ciento que me correspondía a mí no quise tomarlo, pero, a cambio de eso, tomé
el cien por ciento de las empresas de floricultura que le pertenecían a Dana; lo
hice solo por joderla, para quitarle algo que en verdad amaba más o igual que a
mi padre.
La miré con una sonrisa cínica cuando el oficial se acercó a ella para
esposarla, ya que sí, la condenaron a cadena perpetua por el asesinato de Steve
Sandr y mi bebé, a parte de los cargos por estafa; mi padre corrió con mejor
suerte y solo le dieron tres años de prisión con derecho a fianza después de
ellos. Él fue pieza clave en aquel caso y las pruebas que nos proporcionó
sirvieron para incriminar a Dana por todos los otros cargos, Olek fue
benevolente en eso y lo acusó solo de complicidad al final, pero demostró que
fue utilizado por la arpía que tenía como mujer. La cereza del pastel fue
deliciosa cuando mi padre puso una demanda de divorcio ahí mismo, y por
primera vez vi a una Dana Stone derrotada.
—Duele, ¿cierto? —inquirí satírica cuando pasó frente a mí.
Puse una mano sobre el hombro de mi padre y la miré displicente y
poderosa.
—¡Maldita! —gritó cuando papá besó mi mano en su hombro y se aferró a
ella.
Mi sonrisa se ensanchó aún más y me regocijé en su dolor, sobre todo
cuando Olek tomó mi cintura y besó mi sien mostrándole así que no pudo
lograr todo lo que se propuso y en ese momento era yo la dueña de todo lo
suyo. Mi pequeño fue lo más valioso que me arrebató, pero sabía que ese bebé
era un ángel en mi vida que me ayudaba a levantarme de las peores caídas.
Y creí que no iba a sentir dolor en la audiencia final, pero lo sentí al ver
cuando otro oficial llegó por mi padre.
—Tres años de prisión valen la pena vivirlos después de ese acercamiento
tuyo —aseguró mientras lo esposaban.
—Papá… yo… —Me quedé en silencio porque era difícil decirle que lo hice
solo por provocar a Dana.
—Tranquila, princesa. Sé que lo hiciste por Dana y no me molesta, lo
merezco —aceptó, y le di una sonrisa seca.
—Tres años pasarán rápido —quise animarlo, y rio.
—Cuando salga dame una oportunidad para estar cerca de ti, mi amor —
suplicó, y sentí cuando mis ojos se aguaron—. Déjame recuperar y consentir a
mi niña. —Mordí mi labio con fuerza sin responder. Quizá ya era muy tarde
para nosotros.
Me juré que después de Darius ningún hombre me haría llorar y mi padre no
me ayudaba.
—Hora de irnos —avisó el oficial y lo haló con fuerzas.
—Por favor, estrellita mía —rogó llamándome como no lo hacía desde que
era una niña y el interruptor de las lágrimas en mí se activó.
Ese era mi único recuerdo feliz con él, y mi nana Judith una vez me dijo que
tenía cinco años cuando aquello pasó; era por papá que me crie con la idea de
ser una estrella fugaz.
—Aquí estaré para ti, papi —prometí y vi una sonrisa iluminar su rostro. Tal
vez no era tan tarde.
Salí acompañada de la corte por Olek, estaba emocionada y triste a la vez.
—Me haces sentir tan orgulloso —aseguró cuando llegamos a mi coche.
Presenció de lejos lo que pasó con mi padre y sabía ya lo sucedido con Darius.
—Y tú me das miedo en tu rol de abogado, eres un monstruo —aseguré, y
rio.
—También lo soy en la cama, pero estoy seguro de que allí no te daría
miedo. —Golpeé su hombro cuando dijo tal cosa, y retrocedió dramático.
Siempre había sido juguetón, pero se contenía cuando sabía que estaba con
mi ex, desde que me supo soltera y sin compromisos volvió recargado a su
juego de conquistador y, aunque le salía más que bien, sabía respetar mi límite.
—Solo espero que, si eso llegase a pasar, no te pongas a llorar como un
mariquita o me inventes excusas como que te duele la cabeza —lo reté, y
sonrió decidido.
—Vas caer ante los encantos de mi vara mágica, Pequeña escurridiza —
aseguró divertido.
Reí todavía más, después besé su mejilla y lo aparté para poder subir al
coche.
Me fui dejándolo ahí de pie y solté el aire que había retenido estando juntos;
irme a la cama con ese hombre era algo fácil, pero que no deseaba en ese
momento, uno: porque, aunque aparentaba otra cosa lo de Darius, dolía cuando
me permitía pensar en él y quería darme mi tiempo. Y dos: porque Olek era
importante para mí y si me descuidaba iba a caer en sus encantos y no quería
hacerlo.
No quería nada con nadie que despertara sentimientos en mí.
Llegué a la clínica de mi doctora de cabecera, había hecho una cita para
después de la audiencia porque necesitaba chequearme luego de los achaques
que estuve sufriendo. Cuando llegué me hicieron orinar en un bote y me
sacaron sangre, tras eso pasé con ella e hizo sus preguntas de rutina y
revisiones normales; terminaron haciéndome pruebas de embarazo a pesar de
saber que no era posible en mí, pero que igual debían hacerlas como
procedimiento. Al final fui diagnosticada con un estrés extremo debido a los
últimos sucesos y mis hormonas estaban vueltas locas por esa razón, mi
estómago sufría por los desórdenes que tuve en mis comidas, así que solo fui
recetada con algunos calmantes y mucho descanso.
Al parecer en Italia ya sabían lo sucedido entre Darius y yo, ya que LuzBel
me llamó queriendo parecer casual, y al final cuando entendió que no era tonta
—y debido a que no iba decirme nada de lo que había hablado con su cuñado
— me pidió irme unos días con ellos. Su pequeña pronto iba a nacer y me dijo
que antes quería darle una sorpresa a Isabella.
—¡Oh, Dios! Lo siento, lo siento. Por favor, perdóname —suplicó una
señora que chocó conmigo en un pasillo de la clínica. Iba llorando y muy
descontrolada.
Le dije a LuzBel que le llamaría luego tras escucharlo decirme que había un
jet privado esperando por mí y tomé a la señora del brazo.
—No pasa nada, señora. ¿Está bien? —me atreví a preguntar, y negó
aterrorizada.
Estaba sola y me preocupó su estado, le dije que iba a llamar a un médico,
mas se negó con rotundidad alegando que lo que le sucedía era cosa del karma
y sus errores del pasado; me sentí un poco identificada cuando me dijo aquello
y terminé invitándola a un café, justo en la misma cafetería que una vez estuve
con Olek.
—Eres muy buena, cariño. Gracias —dijo acariciando mi mano, y le devolví
el gesto.
—No lo haga, he estado en su lugar y sé lo que siente —dije, y negó.
—No creo que tú hayas sido capaz de abandonar a un hijo y luego la vida te
lo ponga en el camino de formas irónicas —soltó de pronto, tragué con
dificultad cuando dijo eso y bebí un poco de mi café.
—Oiga, no sé su vida ni la conozco, pero yo también he pasado malos días y
he necesitado de hablar con alguna persona que no me conozca solo porque
deseo desahogarme —hablé, y me miró con atención—. Es casi imposible que
usted y yo volvamos a cruzarnos, así que… ¿Qué le parece si le cuento lo que
me pasó y usted me cuenta lo suyo? —propuse, y asintió de inmediato.
Me dio las gracias una vez más y nos la pasamos hablando de nuestras vidas
esa tarde.
Edward me había dicho en alguna ocasión que él hacía eso cuando estaba
mal y descubrí que era una buena terapia, no quisimos decirnos los nombres y
al final la llamé «Señora Bonita» porque en verdad lo era, y ella me llamó
«Chica Hermosa». Se rio mucho cuando le dije que me escogió un
sobrenombre perfecto y después terminó indignada con mi situación, y yo con
la boca abierta con la suya; no estaba equivocada cuando decía que no era
bueno juzgar a las personas solo porque pecaban diferente a uno, y esa tarde
con la Señora Bonita volví a confirmarlo.
Y también me ayudó a entender que había errores que no podían juzgarse
hasta conocer las verdaderas razones para cometerlos.
Por la noche Olek y Edward habían organizado una salida de cuatro, después
de que le comenté a Ed lo que mi doctora dijo, y consideré que merecía salir a
divertirme. De Darius no sabía nada y no lo veía ni en el trabajo —aunque por
los chismes del personal me enteré de que seguía en su aventura con Celine—.
Nolan se encargaba de las cosas cuando yo no podía estar, así que le llamé y
pedí que me cubriera esa noche porque no iba a llegar.
Tenía tiempo de no ir a un club diferente que no fueran los de Darius, por lo
mismo decidimos ir a Elite —el club de LuzBel— y solo fue necesario hacer
una llamada para que nos dejaran pasar al mejor VIP. La noche pintaba bien en
cuanto entramos, los tragos fueron servidos de inmediato en nuestra mesa, Jace
se reía al ver a su loco novio moviendo la cola como puta desesperada, y Olek
me retaba a que hiciera lo mismo; me había perdido tanto en mi trabajo y mi
noviazgo que me olvidé por un tiempo de lo bien que se sentía salir con amigos
y disfrutar como una persona de mi edad.
Me reí como loca cuando vi que en un privado cercano estaban Connor,
Evan, Dylan y sus respectivas parejas —a excepción de Evan—, pero más lo
hice al ver que también estaba Darius y sí, con su pareja del momento.
Iba a otros clubes para no cruzarse conmigo y al final el destino nos cruzó
por la mera gana de jodernos. El pinchazo en mi pecho por verlo con Celine se
sintió, sin embargo, decidí que eso tenía que dejar de hacerme sufrir y lo
cumplí.
—Perdona, guapa, ¿me invitas a un trago? —Me reí cuando Connor llegó
detrás de mí. Les había dado la espalda minutos antes.
—Lo siento, pero tengo novio —aclaré con una sonrisa juguetona.
—¿Te pega?
—Nah, es porque ya borracho voy a querer violarte y entonces tu mujer me
va a matar y mi novio te va a descuartizar. —Su risa fue escandalosa. Estaba
achispado y la hermosa panzona a su lado negó divertida.
—Veo que volviste —señaló Jane, su mujer, besando mi mejilla como
saludo.
Se quedaron un rato con nosotros, y Connor intuyendo lo que sucedía con su
amigo evitó invitarnos a su mesa; Tess llegó a saludarnos rato después con
Dylan, y nos acompañaron igual que sus otros amigos, Olek en un momento de
suma confianza tocó el vientre abultado de Jane, y me estremecí al verlo hacer
eso.
—Es difícil no imaginarte a ti —dijo llegando a mí, y recordé cuando hacía
eso en mi vientre todavía plano. Éramos tan jóvenes y sin embargo, asustados y
felices por aquella noticia—, pero me gustas más así —añadió para
reconfortarme, y se lo agradecí.
—Vamos a bailar —pedí cuando todos estaban en la pista, y asintió tomando
mi mano.
—¡Así que los traidores no conforme con lo que hicieron, deciden seguirme
y presentarse también aquí! —Darius nos había interceptado en el camino,
Connor llegó de inmediato al verlo y quiso calmarlo.
—¡No vayas a…! —Pecas alzó las manos para callarlo y nos miró
sintiéndose superior a todos.
—¡Ni te hemos seguido ni somos traidores! —aclaró Olek, estaban hablando
alto debido a la música.
—¡Hijos de puta y descarados! —espetó.
Desconocía a ese hombre y, cuando quiso irse sobre Olek, me metí en
medio.
—¡No sé qué demonios te pasa, pero no te hemos seguido! ¡Estamos aquí
porque queríamos divertirnos! —zanjé, y me miró furioso.
—¿¡Te cansaste de divertirte con él en la cama!? ¿¡Vienes aquí en busca de
un compañero para hacer tus tríos!?
—¡Respétala, cabrón! —exigió Olek.
Mi respiración estaba acelerada y mi cuerpo temblaba por la ira.
Celine y todos los demás estaban presenciando la escena y eso me enfureció
aún más, Darius no tenía ningún derecho de querer humillarme cuando fue él
quien se revolcó con otra.
—¿¡Así como tú la respetaste el día de la audiencia pública!? ¿¡Eh!? —Olek
y yo supimos de qué día hablaba y nos dejó anonadados—. ¡Te mofaste de que
ibas de frente, puto cobarde, pero aprovechaste y te la follaste cuando
estábamos pasando por un mal momento!
—¡Entre Olek y yo no ha pasado nada! —grité indignada.
—¡Los vi, Laurel!¡Deja ya tus mentiras de mierda! —Mis orbes casi se
salieron de sus cuencas cuando dijo aquello, y rio desquiciado al ver mi
reacción.
—¡Bien! ¡Salgamos de aquí y aclaremos esto de una puta vez! —exigió Olek
y me tomó de la mano. Vi hacia atrás para comprobar si Darius iba a seguirnos
y lo noté desquiciado al verme de la mano del tipo que él consideraba traidor.
Pero nos seguía.
Mi mente daba vueltas al pensar en la acusación de Darius, el día que lo
encontré con Celine me trató de traidora y esa noche decía que nos había visto;
me vi de pronto recordando aquel día y los sucesos que me llevaron a estar
desnuda con…
—¡Joder! ¡Darius tiene llave de mi apartamento! —le grité a Olek, Pecas
estaba muy atrás—. ¡Tuvo que haber entrado el día que estuviste conmigo
apoyándome y terminaste desnudo! —dije, y la comprensión surcó su rostro.
Connor llegó hasta nosotros y nos guio a una oficina que conocía a la
perfección, pero no era momento para esos recuerdos, así que los obvié.
—Si fue eso, tuvo que habernos enfrentado así como tú lo hiciste —asentí de
acuerdo. Ya estábamos en la oficina.
La puerta casi voló de sus bisagras cuando Pecas entró hecho una furia, le
entregó un arma a Connor y después cerró la puerta con fuerza.
Y yo que creí que ese hombre era solo dulzura y perversión.
—¡Al fin se te refrescó la memoria, jodida puta! —me enfrentó, y sus
palabras activaron en mí cosas inimaginables.
—Sí, y fue una lástima que no te quedaras esa noche, nos hubiésemos
divertido mucho —ataqué.
Si me creía puta iba a darle motivos.
—¡Se calman los dos! Somos adultos, no adolescentes inmaduros —señaló
Olek actuando como el mediador de esa contienda.
—No me vengas con tus discursos de mierda que no te quedan —pidió
Darius, y me reí.
—Esa noche caí en un estado patético porque temía perderte —dije.
—¿Y lo superaste dejando que este te cogiera como una ramera?
¡Guau! Por primera vez me dejó sin palabras.
—¡No! ¡Imbécil! Solo la ayudé a salir de la bañera, estaba muy mal y
terminé mojando mi ropa. Me quedé en toalla porque la única ropa que me
quedaba era tuya y ambos te respetamos como para no haber cruzado ese
límite.
—¡Te vi en putas pelotas!
—¡Y ella tenía cerrado los ojos! Sé que la situación se malinterpretó y te
comprendo, pero entre Laurel y yo no pasó nada. —La mirada de Darius
cambió en ese momento a dudas y la mía a más furia.
La razón por la que me engañó era peor de lo que pensaba. Quiso dañarme
adrede y, si antes pudo haber una posibilidad de perdón, esa se había ido al
carajo en ese instante.
—Desde que iniciamos lo que teníamos te fui sincera, me mostré a ti tal cual
soy, pero no me conociste ni un poco, Darius. Ese día solo deseaba estar bien
contigo —hablé con la voz ronca por el dolor y la ira—. Fuiste mi primer novio
en años, el primero al que le entregué mi confianza, ¡mi todo! Y en lugar de
quedarte allí para enfrentarnos te fuiste como un cobarde —acusé, y sin
pensarlo llegué a él y golpeé su pecho.
—Estaban desnudos —habló sin gritar, comenzando a entender su error.
—Desnudos, no follando. No me encontraste en cuatro mientras Olek me
penetraba y yo gemía de placer. —Volví a golpearlo.
—¡Laurel! ¡Cálmate!
—¡No! —grité a Olek cuando me dijo aquello—. Este imbécil me falló
cuando más nos necesitábamos. —Pecas negó incrédulo, confundido—.
¡Mírame a los ojos, Darius Black! Demuéstrame que me conociste, aunque sea
un poco, y dime si en verdad crees que me acosté con Olek —lo reté.
Él miró a Olek, y este último negó.
—No lo hicimos, viejo. Busco una oportunidad, pero tengo los huevos bien
puestos y jamás me aprovecharía de lo que ustedes estaban viviendo en ese
momento. —Vi la dificultad con la que Darius tragó al oírlo, y luego me miró
con vergüenza.
Me reí, y negué.
—Ese día mientras Olek me consolaba como un amigo, yo acepté lo mucho
que te amo —confesé sin miedo y sus ojos se ensancharon—, pero amar es
malo, Darius, y no quiero más cosas malas en mi vida —negó, esa vez por una
razón diferente—. Ahora quiero que te quede claro que, si me crees o no, ya no
importa. Lo nuestro es periódico pasado y solo sirve para limpiar mierda. —
Alcé la barbilla y decidí salir de esa habitación.
—¡No! Amor, espera. —Reí irónica y con mucha burla cuando me llamó así
—. ¡Perdóname! ¡Compréndeme! —suplicó derrotado, entendiendo al fin que
su error más grande fue no quedarse y aclarar lo que había visto; se fue
creyendo lo que quería y no lo que debía.
Me zafé de su agarre con delicadeza y asentí.
—Claro, dulzura. Estás perdonado y comprendido. —Besé la punta de su
nariz y lo escuché suspirar un tanto aliviado. Pegó su frente a la mía y nos
miramos a los ojos—, pero también olvidado —añadí, me separé de él con una
sonrisa ladina y malvada, viendo el dolor que le causaron mis palabras.
Mas no me inmuté y me fui de ahí.
Había sido clara con él y se confió mucho creyéndome igual que a las
demás, nunca llegó a comprender que si me quedaba era porque quería y me
iría cuando debía. Y justo en ese momento debía irme, ya que no era de las que
seguían en relaciones sin confianza porque esas solo me servían para jugar y no
iba a hacerlo con él.
Saqué mi móvil sin importarme la hora y llamé a LuzBel mientras caminaba
hacia afuera.
—Demuéstrame tu poder y haz que esté mañana mismo en Italia —pedí.
—Evan te llevará en este instante al aeropuerto —aseguró, y sonreí.
Era momento de disfrutar la vida como mejor podía y Maokko sería una
excelente compañera.
Me llevé las manos hacia la nuca y solté miles de maldiciones después de
que Olek me recomendó no seguir a Laurel, ni siquiera tenía porqué hacerle
caso, pero la vergüenza que sentía me paralizó.
—Mira, no te culpo. De verdad que no lo hago porque fue una situación que
se prestó para que entendieras todo mal, pero, Darius,… ¡Mierda! Nada te
costó quedarte y enfrentarnos —me reprochó el tipo y se fue a servir dos tragos
de la botella en el mueble cerca del escritorio.
—Me iba a quedar, pero para matarlos. Créeme que lo mejor fue haberme
ido y más en el estado que estaba —señalé y tomé el vaso que me daba. Negó
al escuchar lo que pensé hacer—. Te gusta, se gustan, y me dejaste claro que
buscabas una oportunidad para estar con ella.
—Pero no así, imbécil. Jamás he hecho lo que no me gustaría que me
hicieran.
Puse una mano en mi frente y bufé. No estaba tan de acuerdo en eso, sin
embargo, me tragué la queja con el trago.
Me sentí el más imbécil de todos, la cagué en niveles épicos y estaba seguro
de que la iba a perder; su mirada cuando dijo que me amaba me atormentó,
pero la que me dio cuando aseguró que estaba olvidado me mató.
—¡Ey, chicos! Siento interrumpirlos, pero creo que debo decirles esto.
—Pasa —le pedí a Celine al llegar a la oficina.
Había seguido con ella, continuamos acostándonos, y tenía muy claro lo que
estábamos haciendo; era solo sexo, y Celine aseguró que le gustaba, pero que
no era idiota para confundir aquello.
—Vi a Laurel irse con Evan y escuché que la llevaría a un aeropuerto.
—¿¡Qué!? —dije exaltado, y asintió para no repetirlo—. ¡Mierda! ¡No! —
Saqué el móvil y con manos temblorosas le marqué a LuzBel.
Era de madrugada en Italia, no obstante, en ese momento me importaba una
mierda despertarlo.
—En serio intento dormir —bufó en un susurro cuando respondió.
—¿Es tu plan? Por eso Laurel se fue con Evan, la sacarás del país, ¿cierto?
—Fui directo al grano, y gruñó.
No respondió de inmediato e imaginé que estaba saliendo de la habitación
para no despertar a mi hermana, ella me había llamado días atrás y avisó que su
marido se encontraba muy molesto conmigo, sin embargo, no le di importancia
e ignoré eso. Isa quiso aconsejarme, pero también terminé ignorándola.
Y esa noche estaba ahí como un perdedor buscando la ayuda de mi cuñado.
¡Fantástico!
—Eres consiente de que me entero de todo, aunque esté lejos, ¿cierto? —
comenzó a decir, y me mantuve callado—. ¡Hijo de puta! No soy nadie para
juzgarte, pero hubieses dado lástima si la hubieras matado o herido siquiera
como pretendías. Porque te prometo, maldito idiota, que te habría hecho
desear no haber nacido y ni tu hermana te hubiese podido salvar de esa. —
Rodé los ojos cuando dijo aquello así no me viese.
Creía en lo que decía y también en que era el menos indicado para juzgarme,
aunque lo comprendía.
—Y sí, Darius, ordené que la lleven al jet privado para traerla aquí y,
conociéndome como me conoces, sabes que Laurel es como yo, así que te
aconsejo que le des su espacio.
—¡Joder! No, LuzBel. No puedo dejar que se vaya, debe escucharme y
darme otra oportunidad.
—Escucha, te daré un consejo solo porque no puedo matarte y meterme en
problemas con White. Laurel viene hecha una furia, la asiática la espera con
ansias y cuando esas dos se reúnan prepárate para lo que sea porque, si acaso
te da otra oportunidad, primero te hará comer mierda. A las mujeres les
encanta hacer eso con sus venganzas. —Eso lo dijo por experiencia propia, y
que mencionara a Maokko no me agradó para nada, ya que esa asiática solo
tenía ideas muy locas para mi gusto.
—Laurel cambió —aseguré, y rio divertido.
¡Mierda! Odié esa risa burlona.
—Y lo comprobaste hasta ahora, ¡puf! No aprendiste nada de mis errores.
—Presioné con fuerza el móvil entre mi mano cuando dijo aquello—. Puedes
venir si quieres, pero te advierto que nosotros no cambiamos, solo respetamos
a quien se lo merece y por lo visto tú no te has ganado su respeto —zanjó y sin
decir más colgó.
Ese hijo de puta me dejó más que claro lo que pasaría, y me asusté.
Él y Laurel fueron hechos casi con el mismo molde y por lo mismo hablaba
con tanta seguridad de ella, lo peor de todo es que era consciente de que era
solo mi maldita culpa lo que Laurel haría desde esa noche en adelante. Celine y
Olek me vieron expectantes cuando quité el móvil de mi oreja, y la morena dio
tremendo respingo cuando estrellé el vaso contra el suelo.
—¡Darius! Sea lo que sea va a pasar, solo dale tiempo —pidió la chica, y la
miré incrédulo. Ella sabía que ya no estaba con Laurel, no obstante, desconocía
la verdadera razón.
—Me vio follándote, mujer, ¿¡crees que se le va a pasar!? —inquirí irónico.
—A ella no le duele lo que vio, si no la razón que te llevó a hacerlo —señaló
Olek.
No dije nada más, solo me senté en el sofá viendo a la nada y pensando en
mis cagadas. Las palabras de LuzBel se repetían una y otra vez en mi cabeza,
las de Laurel me estrujaban el pecho con agresividad; Olek se fue después de
un rato, Celine se quedó ahí esperando paciente a que me calmara, cosa que no
sucedería.
—¿Crees que me perdone? —susurré rato más tarde, se sentó a mi lado y me
tomó la mano para reconfortarme.
—No voy a ilusionarte y tampoco quiero desilusionarte, pero no creo que lo
haga. Al menos no en un tiempo cercano —dijo, y recargué la cabeza en el
respaldar del sofá.
Lo que mi cuñado dijo estaba más que claro, vi sus errores, fue mi espejo y
no me bastó solo con verlo de lejos sino que me reflejé en él. Cometí sus
mismas cagadas y estar en sus zapatos no era para nada agradable, mi preciosa
pelinegra iba a irse porque buscaba estar lejos de mí; no soportaba siquiera la
idea de mantenerse en la misma ciudad que yo, y no tenía cara para culparla.
Me estaba dando mi merecido por no enfrentarla así como ella lo hizo
conmigo, quiso darme una oportunidad y me advirtió que si le fallaba iba a
arrepentirme, y lo hice… ¡Joder! Hice lo único que me pidió que no hiciera y
sí, era la razón la que le dolía porque estaba claro que solo quise dañarla por
creerla una traidora.
—Me dijo que me ama, me lo confesó para luego decir que ya solo somos un
periódico del pasado. —Celine me haló para que me recostara en su hombro, y
no me negué, necesitaba aquel consuelo en ese momento.
—Entonces si te ama tienes una esperanza, solo debes dejar que se calme. —
Reí sin gracia al oírla—; es una mujer de otro planeta, literal. Sin embargo, que
te ame es una buena señal, y si la amas entonces tendrás que luchar por ella,
pero tendrás que ser consciente que eso te va a costar un infierno.
—Infierno es lo que estoy viviendo sin ella —declaré. Me separó de ella y
me regaló una sonrisa comprensiva—. Perdóname por lo que pasó entre…
—¡Shss! No soy una adolescente ilusionada, Darius. No me pidas perdón
por algo que quise y permití que pasara. Te lo dejé muy claro, lo nuestro fue
solo sexo, no más. —Suspiré con fuerza y besé su frente.
Al menos eso era algo que no me atormentaría, ya que suficiente tenía con lo
de Laurel y era un tremendo alivio que Celine no fuese como ciertas personas
que conocí en el pasado. Me quedé un rato más ahí sabiendo que no podía
hacer nada, Laurel iba a irse, nada ni nadie la detendría, y yo no podía irme sin
Dasher; mis ganas por ser astrónomo volvieron de nuevo, aunque consciente
estaba que atrapar una estrella que ya había dejado ir estaría cabrón.
Salí de la oficina y me encontré a Olek en el camino, el hijo de puta tenía la
oportunidad que tanto deseaba y yo mismo se la di; reí sin gracia al recordar
sus palabras y lo seguro que estuve de que no iba a darle ninguna, pero aquel
tremendo fracaso me quemaba en ese momento.
—Esta vez no voy a detenerme, Darius Black —declaró cuando pasé cerca
de él—. Te lo digo de frente para que no haya malos entendidos. La próxima
vez que me veas desnudo con ella será por lo que imaginaste esta vez —negué
irónico y no quise responderle porque, aunque me estaba retando, me demostró
ser leal y eso lo valoraba.
No obstante, eso no significaba que le dejaría todo fácil.
—En serio, Darius, no es buena idea que vengas todavía, al menos espera
hasta el siguiente sábado.
Eso me había dicho Isabella justo el sábado. ¡Joder! Quería que esperara
ocho días más para viajar y con uno ya estaba desesperado. ¿Cómo se suponía
que iba a soportar tantos días de espera? No podía y sentía que todos se estaban
poniendo en mi contra, aunque en verdad no era así y solo buscaban que aquel
volcán se calmara.
Me ocupé los siguientes días de mis clubes, ya que Laurel al irse me dejó
tirado el trabajo y estuve tentado a demandarla solo por hacerla volver, pero ya
suficientes mierdas le había hecho como para salir con eso; Dasher estaba
emocionado porque le dije que iríamos a ver a sus primitos, y Amanda —la
trabajadoras social— por fortuna no puso impedimento para sacarlo del país, él
pequeño era mi hijo legal, mas aún nos estaban supervisando por el bien del
chico, y no la culpaba.
Al menos pude obtener los permisos y tomé dos vuelos para el viernes por la
tarde, ya que sería un viaje largo y tendríamos que hacer escalas.
—Es oficial, mi viejo amigo. Karma es tuyo —informó Nolan entrando a la
oficina de Vértigo, y suspiré.
—Al fin una buena noticia —bufé pasándome las manos por el rostro, y él
asintió. Dejé ese asunto en sus manos porque no tuve ánimos para verle la geta
a Charlotte—. Mi hermana y mi cuñado se pusieron como locos cuando les
comenté quién estaba detrás de esa demanda —confesé recordando decírselos.
—¿Es por eso por lo que visto más seguridad de la que había antes? —
inquirió, esa vez fui yo quien asintió.
—Y lo que has visto es poco. Isabella envió a su gente y te sorprendería lo
invisibles que pueden ser esas personas cuando quieren —señalé, y sonrió. Mi
hermana lideraba una orden de justicieros, estaban entrenados para ser muy
sigilosos y los había notado solo porque conocía a algunos.
Es cierto que Charlotte era un enemigo potencial, pero estaban debilitados
después de que la organización que comandaba mi padre se disolviera y,
aunque le dije a Isa que no era necesario todo aquello, ya no se confiaba y
terminó haciendo lo que quería.
Karma era mío de momento porque mis planes para entregárselo a su
verdadera dueña seguían y solo me hacía falta encontrarla, mientras eso pasaba
mi concentración estaba en embarcarme de nuevo en mi misión por recuperar a
mi estrella, aunque en mi interior reconocía que sería algo difícil. Toda esa
semana la pasé dejando las cosas en orden en los clubes y contraté personal
para la remodelación y reinauguración de Karma, no sabía cuánto tiempo me
ausentaría y era necesario que para mi regreso la mayor parte de lo que
pretendía estuviese adelantado; también me dediqué a ir de compras con mi
hijo después de que él me informara que deseaba llevarles regalos a sus primos,
y admito que me sentí muy bien cuando sin pena alguna pidió lo que por
derecho era suyo.
—¿Crees que no es suficiente ya? —le pregunté rascándome la cabeza
cuando estábamos en una juguetería, intuyendo que no todo lo que escogió era
para sus primos.
—No, papá. Tolavía me fata una muneca para la bebé que mi tía tene en la
panza. —Me reí por su forma tan graciosa de hablar y explicar todo.
—Lo siento, Antón —le dije a mi guardaespaldas cuando lo hice cargar una
bolsa más.
—No se preocupe, señor, es un gusto poder servirle al nuevo jefe —declaró,
y me reí.
Estar con Dash me ayudaba a no pensar en lo sucedido con Laurel, aunque
cuando mi teléfono sonaba con notificaciones y veía que se trababa de alguna
publicación que ella había hecho en su red social, todo aquel esfuerzo se iba a
la mierda. Antes era de los que les daba un corazón a todas sus locuras, pero en
ese momento hasta eso evitaba porque no se sentía correcto, y más cuando en
algunas imágenes aparecía con Fabio.
¡Joder! Hasta sentía celos de Dominik al verlo con ella compartiendo alguna
comida o bebida. Sin embargo, el viernes antes de abordar el avión vi una
imagen que fue la que más me picó, era una que subió acompañada de
Maokko, Marcus y sí, Fabio de nuevo; estaban en una salida de cuatro y el club
en el que aparecían se veía muy exclusivo. Al pie de la foto leí: «Quimera
sabrá lo bueno que es nuestro fuego», y casi desarmo el móvil por la fuerza con
la que lo presioné entre mi mano; aquello fue como una advertencia y entendí
que Olek no era el verdadero peligro para mí.
Dormí esa noche más que las anteriores, el cansancio dio frutos y me
permitió descansar sin pensar en cosas malas. El desayuno estaba para las diez
de la mañana, así que pude dormir un poco más de lo normal hasta que los
clones llegaron a saltar como canguros a mi cama.
—¡Dios! Ustedes son más molestos que un reloj despertador por las
mañanas —me quejé, ellos solo rieron divertidos al creer que los halagaba.
Comenzaron a cantar una canción en italiano, y me sorprendí de lo fluido que
hablaban tanto su idioma como el mío.
Me estuve un rato con ellos en la cama, estaban felices porque Dasher
llegaría a verlos, y solo por tratarse de ese pequeño me uní a su felicidad,
aunque la compañía que llevaría no me agradaba. Todavía tenía varios días
para preocuparme por eso, así que lo ignoré de momento. Aiden cargaba un
libro bajo su bracito y, cuando le pedí que me lo mostrara, descubrí que era un
hermoso romance de niños explicado con figuras; me reí mucho cuando ambos
niños se taparon los ojitos para no ver a los pequeños protagonista del libro
dándose un beso en la mejilla, y les dije que así jamás descubrirían lo felices
que esos seres ficticios eran.
—Cuando sean grandes, ustedes también besaran así a sus monstruos —
señalé, Daemon negó seguro y Aiden rio tímido con sus mejillas rosaditas.
Había pillado a mi LuzBel futuro, aunque los dos tenían mucho de él.
—Los monstos son hemosos, tía. —Fue imposible no reírme cuando escuché
a Aiden.
—Tú serás un hermoso galán de libro —señalé.
—No quelo sel eso —aseguró.
—El galán de libro es el que está besando a este bonito monstruo —expliqué
al señalar la imagen, y entonces sí la miró. Me vio después con una enorme
sonrisa dibujada en el rostro, y pegué tremenda carcajada.
Con lo que la pobre Isabella trabajó para asustar a sus hijos y todo el
esfuerzo se vio tirado a la basura después de ver una imagen en un libro
infantil.
Daemon era muy distinto a Aiden, a ese pequeño no le agradaba nada de
aquello, y descubrí que en cambio amaba los juegos de puzle —en los que era
muy bueno, por cierto—. Sus sonrisas eran muy escasas, pero cuando lograba
que me regalara una me convencía de que era la más genuina que vi en mi vida
y me enamoraba aún más; eran tan exactos y distintos a la vez que llegaba a ser
extraordinario verlos juntos.
El ya no tan pequeño perro sombra se unió a nosotros un rato, pero pronto
huyó de los excesos de cariño de aquellos dos clones; rato después se fueron
cuando su mamá llegó a traerlos y me dejaron libre para tomar una ducha,
relajarme un rato en la tina y vestirme para el desayuno.
A los Pride White les encantaba tener casa llena, y lo comprobé al llegar al
comedor, las cocineras caminaban de un lado a otro sirviendo la mesa y mis
ojos se desorbitaron cuando me encontré a Lee-Ang con una hermosa pequeña
entre sus brazos, era la hija de Dominik y la difunta Amelia y, a pesar de que
nunca me llevé bien con su madre, comprobé que esa desgraciada llevaba muy
buenos genes en su sistema y, unidos con los de Dom, procrearon a una
verdadera princesa de ensueño. Por supuesto que el susodicho estaba presente y
más guapo que la última vez que lo vi, y si no hubiera sido porque Lee estaba
interesada en él y el tipo respetaba su luto, quizás hubiese probado cuál de los
hermanos D’Angelo era mejor en la cama.
Dejando la zorrés de lado por un momento, saludé a todos los presentes
hasta que llegó el turno de decirle «hola» al doctor más caliente que conocí
alguna vez: Fabio D’Angelo. Había llegado retrasado al desayuno y fue un
deleite verlo cargar a su sobrina, la pequeña se veía todavía más delicada en los
brazos musculosos de su tío y le regalaba sonrisas hermosas cuando él le
hablaba.
—¡Joder! ¿Qué haces? —le pregunté exaltada a Isabella cuando pasó una
servilleta en mi boca.
—Estás mojando el piso con tu baba, límpiate —pidió, y entendí la
referencia de inmediato. Quise darle un golpe por su atrevimiento, pero me lo
pensé mejor al saber que podía patear mi culo si me atrevía a tanto.
Isa quería que hablara con Darius antes de hacer cualquier cosa, pero
también me conocía muy bien y sabía que eso no sucedería; ella misma había
dicho que amaba a su hermano, mas no podía estar de su lado después de lo
que hizo, y me apoyó en que merecía sufrir por eso, aunque me advirtió que no
me pasara de la raya y pues, yo no sabía hasta donde llegaba esa raya.
Estaba sonriendo por mi pensamiento cuando la mirada de Fabio me
encontró, sus ojos verdes —a veces azules— estaban oscuros en ese momento
y la sonrisa que me regaló hizo que todo se me parara. ¡Uf! Creí que aquello no
era posible, pero el tesoro entre mis piernas alegó lo contrario. Suspiré con
fuerza cuando lo vi caminar hasta mí y noté de soslayo que LuzBel nos
observaba no muy de acuerdo con lo que iba a suceder.
—No me esperaba esta sorpresa —confesó Fabio cuando estuvo frente a mí.
—Las estrellas de nuevo se alinean a tu favor —dije, y sonrió de lado. Se
acercó para besar mi mejilla y, siendo atrevida, hice que besara la comisura de
mis labios.
—Es bueno volver a verte, Laurel Stone —aseguró, y alcé una ceja.
—Lo mismo digo, Fabio D’Angelo.
Isabella nos invitó a ir al jardín para comer allí después de mi corto saludo
con el doctor de su hijo, y comprendí en ese momento el afán de mis amigos
por tener su casa llena: se debía a que se sentía bien estar rodeados de amigos
verdaderos, y eso era lo que ellos tenían en su hogar en ese instante, aunque
para lograrlo primero tuvieron que pasar por cosas malas.
Todos ahí teníamos actitudes diferentes, unos éramos fríos y duros, otros
dulces y en extremo cariñosos, estaban los divertidos, los curiosos, misteriosos,
dadivosos y muchas características más. Pero el secreto no estaba en cómo
actuábamos o en nuestra forma de ser, sino en que nos aceptábamos sin querer
cambiarnos y nos amábamos tal cual éramos; Isabella y LuzBel eran el claro
ejemplo de frialdad y fuego, Maokko y Marcus de lo extrovertido y seriedad.
Lee-Ang y Dominik no estaban juntos, pero nos mostraban la lucha y respeto.
Darius y yo en ese momento éramos el vivo ejemplo de lo que no pudo ser ni
sería.
¡Joder! No era bueno pensar en eso.
—Me comentaron que viniste huyendo de Darius. —Sonreí. Estaba en la
cocina, me había ofrecido a ir por más pan y Fabio me siguió.
Me giré para verlo y lo descubrí haciéndole una seña a las señoras del
servicio para que se fueran, ellas obedecieron de inmediato con una sonrisa de
complicidad en sus rostros.
—Huyendo no. Solo vine para tomar un respiro —aclaré.
—¿Tan malo fue estar en una relación?
—¿Es o fue malo para ti estarlo? —ataqué.
—Bueno, veo que a los dos nos han comentado cosas —admitió, y me
encogí de hombros, regresó un pan que se cayó de la canasta que tenía a mi
lado y nuestros dedos se rozaron.
Sabía que no iba a ver escalofríos con aquel contacto porque lo nuestro
siempre fue sexual.
—Responde —pedí.
—Me conoces, Laurel. Sabes que no soy de relaciones y el amor no es una
palabra que use en mi vocabulario muy a menudo. —Y sabía todo eso. A
diferencia de mí, él sí se protegía bien—. Mis relaciones duran lo mismo que
un pedazo de algodón de azúcar en tu boca —aclaró, y me reí por su tan
acertada metáfora.
—Bueno, al menos la mía duró lo que te tardas comiendo una enorme bola
de eso en su totalidad —bromeé, y ambos sonreímos.
Tomó mi mano y besó la palma de ella, estaba más atrevido, no era el Fabio
de antes, y no me quejaba de eso, ya que me gustaba esa parte que me mostraba
de él.
—Es bueno que estés soltera de nuevo y, aunque Darius sea mi amigo, ahora
mismo no me importa lo que hayas tenido con él. —Fue directo y sincero. Me
miró a los ojos, y vi algo peligroso en los suyos, confirmé que no era el mismo
Fabio de siempre, pero justo en ese momento tampoco me importó.
Se fue después de darme un beso casto en los labios que no me dejó
responder, y me sentí un poco confundida por su actitud, una vez me dijeron
que ese hombre era peligroso y comenzaba a creerlo.
Cuando salí con el pan noté que Dominik y él discutían por alguna razón,
estaban alejados de los demás, sin embargo, Dom se veía furioso y Fabio muy
relajado, y hasta desinteresado de lo que su hermano le decía. LuzBel se quedó
mirándome unos segundos, y solo me encogí de hombros para decirle que era
inocente de todo de lo que me acusaba con aquella mirada, Isabella llamó su
atención y hablaron de algo, tras dejar de hacerlo, ella se puso de pie y me haló
de nuevo hacia dentro de la casa.
—Fabio no es él en este momento, así que te pido que no hagas nada de lo
que luego ambos se arrepientan —soltó, y la miré entrecerrando los ojos y
frunciendo el ceño—. No actúes por venganza —suplicó, y sonreí al
comprender su preocupación.
—Claro que no, Isabella, despreocúpate por eso —dije, y entonces fue ella la
que me miró como yo lo hice antes—. Haga lo que haga, será por gusto y
deseo, no por venganza —aseguré, y me miró incrédula.
Las cosas eran así conmigo y, después de lo de mis padres, no volvería a
hacer nada por venganza, mas sí por placer.
La semana pasó muy rápido para mi gusto, pero agradecía todo lo que mis
amigos hacían para que no pensara en nada que me doliera; por las noches era
difícil no recordar aquel rostro lleno de pecas que me embobó como a una
adolescente, incluso contaba las manchitas en mi mente así como tantas veces
lo hice cuando lo tuve a mi lado, y me frustraba no poder sacarlo de mi cabeza,
aunque intuía que todo eso se debía a que pronto estaríamos una vez más bajo
el mismo techo.
No volví a ver a Fabio durante varios días y hasta creí que era mejor así,
pues sabía muy bien que un clavo no sacaba a otro y nunca fui de las que buscó
hombres para olvidar a otros; dediqué mis días a pasarla con los clones y a
ayudar a Maokko con Marcus o más bien era al revés, pues el enorme moreno
terminó por pedirme ayuda con la asiática que resultó ser muy difícil cuando se
lo proponía.
—Te ayudaré, pero harás todo lo que diga y me seguirás el juego sin
replicar en nada —le advertí, y solo asintió.
Comencé a ser atrevida con él cada vez que Maokko se encontraba cerca y
me arriesgaba a perder la vida en el proceso, sin embargo, confiaba en que
Isabella y LuzBel me protegieran de aquella loca; al principio Marcus se
sorprendió por mi actitud, pero pronto entendió que todo era parte de mi plan y
me siguió el juego tal cual se lo pedí.
—Si Maokko ya no quiere comprobar que tan grande la tienes, puedo
hacerlo yo —le dije al grandulón estando en la cocina.
La asiática había estado entrenando con Isabella y los niños, pero me
aseguré de que presenciara ese momento; Marcus rio divertido cuando le dije
tal barbaridad y negó incapaz de seguirme el ritmo.
—¡Joder! Eres un peligro —señaló sonriendo y mordiendo su grueso labio.
En realidad el hombre era muy grueso por donde quiera que lo veía. Me
separé de él cuando escuchamos un carraspeo a mis espaldas, y cuando giré
noté a una loca con cara de asesina.
¡Mierda! Estaba jugando con fuego.
—Perdón por interrumpir su diversión —espetó y caminó cerca de nosotros.
Por pura supervivencia me escondí un poco al lado de Marcus—. Veo que no
pierdes el tiempo, ¿eh? —inquirió, y traté de sonreírle.
Solo a mí se me ocurrió hacer aquello.
—Maok… —Ella alzó la mano cuando Marcus quiso decir algo.
—Creí que te interesaba Fabio de nuevo —señaló furiosa.
Cogí valor y salí de mi escondite, esa maldita ni comía ni dejaba comer.
—Me interesa, pero ya que tú no quisiste comprobar que tan grande calza
este enorme hombre aquí presente, pues quise comprobarlo yo para luego
contarte. Solo estoy siendo una buena amiga —me defendí y vi las ganas que
tenía Marcus de reírse, no obstante, se contuvo sabiendo que no era inteligente
que lo hiciera.
—¡Hija de puta! Claro que lo quiero comprobar y lo voy a hacer, no necesito
que tú me confirmes nada —espetó, y entonces fui yo la que se rio sin ocultar
mi diversión.
Maokko me vio furiosa y después sorprendida al darse cuenta de lo que en
realidad pasaba.
—¡Esta me la pagas! —advirtió y toda mi vida se reprodujo en segundos al
sentir la muerte, pero fui salvada por Marcus cuando se puso frente a mí y, sin
importarle las quejas de aquella loca, la tomó entre sus brazos, la empotró en la
pared cercana y estampó su boca en la de ella.
¡Jesús!
Llevé una mano a mi pecho para intentar calmar a mi alocado corazón y me
quedé anonada al ver que esos dos casi sacaban chispas, Maokko era una mujer
dominante, pero estaba siendo una total sumisa entre aquellos enormes brazos
y cedió de inmediato a la boca de Marcus.
¡Mierda! Esos dos de verdad que se traían ganas y, antes de hacer una escena
voyeur, me fui con una sonrisa en el rostro por haber logrado lo que me
propuse. Al menos mi amiga estaría feliz por un rato y solo esperaba que
Marcus no la cagara como otras personas.
Deseaba algo imposible y lo sabía. Sin embargo, soñar no costaba nada.
Más tarde, Maokko llegó a mi recámara con los labios hinchados y una
enorme sonrisa; me dio una mirada acusadora al verme, pero después me
abrazó con fuerzas. Estaba agradecida por haberla hecho abrir los ojos, aunque
me dio una severa advertencia para que no me volviese a acercar a su hombre
de la forma en la que lo estuve haciendo; era consiente ya de las razones que
tuve, pero bueno… era Maokko y estar cerca de Marcus era casi como estar a
punto de hacer estallar a una bomba nuclear.
Salimos por un café esa tarde, y Lee nos acompañó al igual que Isabella, fue
una salida de chicas, y aprovechamos para comprar y chismosear de todo; Lee
nos confesó que ya se había acercado de muchas maneras a Dominik, pero él la
ignoraba de forma olímpica y hasta consideramos el comprarle un trofeo por
ser el mayor de los idiotas, pero después reconsideramos que aquel trofeo se lo
llevaba Darius y ni siquiera quise darle un premio por eso.
Desperté con los saltos de Dash en mi cama, siendo cuidadoso lo golpeé con
una almohada logrando que diera tremendas carcajadas y lo cogí hasta
acostarlo a mi lado. Tenía la pésima costumbre de levantarse tarde los días de
semana, pero en los fines era el primero en estar de pie, y por mucho que
luchara por quitarle eso creo que estaba perdiendo.
La noche anterior nos dormimos tarde por estar bebiendo y compartiendo
entre todos, no me acordaba de mucho, ya que me emborraché en su momento,
pero sí recordaba que tener a Laurel en el mismo círculo me hizo las cosas
difíciles, aunque después de la combinación entre cervezas y coñac todo fue
más fácil y pude desconectarme del dolor que amenazaba con derrumbarme.
No obstante, en ese momento la cruda me estaba haciendo mierda y fingía estar
bien solo porque Dasher estaba ahí y más conversador que nunca.
—¿Y si jugamos a hacer silencio? —propuse al sentir que la cabeza iba a
explotarme porque lo escuchaba más chillante que de costumbre.
—Eso es abujido —se quejó.
—No, porque solo los valientes soportan en silencio por mucho tiempo —
alegué, y me miró atento.
—¿Y tien gana lecibe un beso de la pincesa? —preguntó con emoción, y
asentí con tal de que aceptara jugar.
Terminamos durmiéndonos un rato más y, cuando despertamos, él seguía en
silencio y me reí.
¡Mierda!
Debí haber inventado ese juego más antes.
Se fue después de que lo duché y vestí, y me quedé haciendo lo mismo,
admitía que ese pequeño tenía fuerza de voluntad y soportaba mucho estar en
silencio. Cuando salí de la habitación me encontré con Laurel, la suya estaba a
dos puertas de la mía y hasta ese momento me enteré; recordé vagamente que
la noche anterior terminó inconsciente y Marcus junto a Maokko la llevaron a
su habitación. Nos miramos al cruzarnos y noté que se puso nerviosa; al igual
que yo, estaba recién bañada y con cara de pocos amigos.
Sí, la cruda era una mierda.
—Dasher pasó por aquí hace un rato —dijo y señaló el interior de su
habitación—, dijo que estaba jugando contigo sobre quien mantenía silencio
más tiempo y que el premio sería un beso mío —bufé una sonrisa irónica al
recordar cuando propuso que el premio fuese el beso de una princesa y negué
por lo que provocaba sin pretender—. ¡Ah! También me pidió que no te dijera
eso porque quiere ganar —añadió, y asentí.
—No te preocupes, guárdale su secreto así lo dejo ser el vencedor —pedí.
Pasé por su lado y seguí mi camino.
La escuché susurrar un «idiota» por lo bajo y sonreí incrédulo. No sabía qué
pretendía al haberme dicho lo de Dasher, pero conociéndola, estaba seguro de
que no fue con la intención de que fuese yo el ganador, pero tampoco esperaba
la respuesta que le di. Como un imbécil deseaba los besos de esa mujer, mas
era algo que no volvería a suceder y era mejor que me hiciera a esa idea lo
antes posible.
Bajé con la intención de irme a la cocina, pero me detuve cerca de la oficina
de mi cuñado cuando lo escuché hablar con Caleb muy alterado y preguntaba
qué tan peligroso era un tal Sasha Ivanov, toqué la puerta antes de entrar, no
obstante, no esperé a que me respondieran para hacerlo. LuzBel estaba tenso y
Caleb revisaba algo en su portátil.
—¿Qué sucede? —cuestioné. Mi cuñado caminaba de un lado a otro y
maldecía.
—Sucede que los imbéciles de Fabio y Laurel se metieron con quien no
debieron y ahora tengo que encargarme de sus cagadas —espetó, y noté que
estaba muy enfurecido.
—Sé más específico —pedí, y negó.
—El viernes estuvieron con una chica rusa, la dueña del nuevo club que
inauguraron —habló Caleb teniendo el consentimiento de LuzBel, eso no era
un tema que me agradara tocar, pero al parecer lo que pasaba era delicado.
—La tipa es la mujer de Sasha Ivanov, él lidera una parte de la mafia rusa y
al parecer se enteró de las travesuras de su mujer. —Escuchar eso de boca de
LuzBel me inquietó, una cosa era mi dolor por lo que Laurel hizo y otra los
problemas en los que pudo haberse metido—. Los hombres de la orden le
informaron a Caleb que desde ayer notaron movimientos extraños y demasiado
acercamiento de personas desconocidas cerca de aquí y ahora los de Grigori
también lo notaron en un perímetro cercano al apartamento de Fabio. Marcus
acaba de confirmarnos que es gente rusa, atraparon a uno y se encargó de que
soltara todo antes de matarlo por meter sus narices donde no debía —aseguró.
—¿Qué dijo el tipo? —pregunté ansioso.
—Su jefe pretendía matar a Fabio con sus propias manos y darle a Laurel la
misma atención que le dio su mujer —informó Caleb, y me tensé al oírlo, sobre
todo por lo último.
—Pero está imbécil si cree que lo logrará —señalé, y mi cuñado asintió.
—Laurel será custodiada por la gente de Isabella y la mía, pero no se
enterará de nada —asentí de acuerdo—, con Fabio haremos lo mismo, aunque
él me preocupa menos porque si en sus cincos es peligroso, en su estado actual
es letal —recordó.
Fabio había tocado a Laurel y yo mismo deseé matarlo por eso, pero lo
conocía de años y teníamos una extraña amistad que merecía la pena proteger y
por lo mismo estuve de acuerdo con LuzBel y las medidas que tomó. Laurel no
se enteraría de la mierda en la que se metió y solo esperaba que no fuera ella la
que le facilitara las cosas a aquel ruso en su afán por saber a qué sabía.
Era duro pensar así, pero inevitable con su forma de ser.
Me había vuelto loco por una diabla y tenía que enfrentarme al castigo por
venderle mi alma.
Había aprendido a no esperar nada de nadie —sobre todo en reacciones—, lo
hice con Darius después de la tremenda sorpresa que me llevé con su actitud;
parecía que quería matarme y de pronto volvió a ser el hombre dulce del que
me enamoré, pero fue el mismo solo para dejarme ir por completo. Me dolió
mucho porque nuestra ruptura no se sintió tan real hasta ese momento, sin
embargo, dejarnos ir era lo mejor.
Él no aceptaba mi forma de ser, no lo culpaba.
Pero como bien dijo, no podía hacerme cambiar y descubrí que tampoco se
lo iba a permitir. Me dañó y lo dañé con mi última acción, así que lo mejor era
seguir nuestros caminos por separado antes de llegar a odiarnos o convertirnos
en una pareja tóxica. Me llevé una tremenda regañada por parte de papá
LuzBel e Isabella dejó claro que mi actitud no le agradaba, y no por dañar a su
hermano, sino porque creía que me dañaría a mí misma.
Esa noche fue difícil estar junto a Darius, era incómodo tenerlo tan cerca y
saber que ya no podíamos hablar como antes porque ni amigos éramos en ese
momento. De vez en cuando nos pillábamos viéndonos, tristeza, dolor, ira y
hasta asco se veía en su mirada, y comprendí que él solo se obligaba a aceptar
mi pasado, pero en realidad era algo que lo molestó siempre. Una botella de
coñac fue puesta frente a mí en aquella bonita barra de licores con estilo
caribeño que mis amigos habían hecho en su jardín, Maokko la hacía de
bartender y alegó que por mi cara sabía que necesitaba más que un trago. Me
molestaba sentirme como me estaba sintiendo, creo que me llevaba mejor con
las peleas que con la madurez y eso era muy penoso de mi parte; sin embargo,
hubo muchas cosas que no pude decir y sabía que eso me afectaba.
—Bebes como si el mundo fuese a terminarse hoy y te da miedo irte a
quemar sobria —señaló Isabella al llegar a la barra y se sentó a mi lado.
Maokko le sirvió un piña colada sin alcohol, y levanté mi vaso con coñac
riendo sarcástica por lo que había dicho.
—Tú te quemarás sobria, yo no —acepté y de pronto hipé.
Casi me había bebido la mitad de la botella yo sola, así que ya estaba más en
el mundo de la ebriedad que en el de la sobriedad; en segundos pasaba de la
felicidad a la tristeza, seguía la furia, la impotencia, y volvía a la felicidad para
hacer el mismo recorrido una y otra vez. Vi a LuzBel llegar al lado de su mujer
y besó su cabeza, me miró con advertencia, y le saqué el dedo medio
haciéndolo reír.
Recordé la noche anterior al lado de Fabio y Afrodita, después pensé en lo
sucedido con Darius esa tarde y tuve claro que, a pesar de todo, no me
arrepentía de ser lo que era. De pronto me vi gritando, riendo y gozando con
mis amigos y sus juegos; Pecas estaba igual de borracho que yo y, cuando lo
invitaban a unirse a nuestras locuras, se negaba por estar en su móvil
escribiéndose con alguien y, no bastándole eso, se alejó para hablar; imaginé
que no le fue suficiente escribirse con quien sea que lo hacía y prefirió darle
atención a esa persona que unirse a la diversión.
Era claro que le molestaba mi presencia y me reí porque iba a joderse y
aguantarme, ya que no pensaba irme por su culpa.
Cansada de jugar volví a la barra a seguir con mi amado coñac, miré a
Isabella llegar otra vez a mi lado acompañada de su marido y comenzó a sobar
su vientre, LuzBel estaba fascinado con los movimientos que su pequeña hacía,
y terminé llorando de felicidad por ellos y de tristeza por recordar que nunca
tendría eso tan bello. Todo era peor para mí porque estando con Darius deseé lo
que jamás obtendría y todavía me dolía.
Era irónico lo que el alcohol hacía en uno.
Grité, lloré, reí y gocé… Lo hice todo en una sola noche y era cínico de mi
parte, pero no me arrepentía de nada.
Yo, la puta de la ciudad, la más zorra de las zorras, la más mala de las
buenas y la más buena de las malas, vivía mi vida a mi antojo y nadie tenía por
qué juzgarme y ninguno podía intentar cambiarme. Había pasado años de mi
vida formándome aquella reputación que, por muy irónico o increíble que
fuese, me hacía feliz y no deseaba dejar de ser lo que era.
Él no tenía derecho a cambiarme y menos con sus palabras bonitas y su
cuento de princesa feliz, la razón era sencilla: yo no era la princesa de cuento,
era la bruja, la villana, la que todos odiaban. Se lo dejé claro desde un
principio, las cosas serían siempre a mi manera y no a la suya o a la de alguien
más. Si querían así, bueno, si no, podían irse por donde habían llegado.
Nadie volvería a poner mi mundo patas arriba, nunca en lo que me restaba
de vida.
—Amar es malo, es una peste… ¡Una maldita estupidez! —le grité a aquella
chica perra igual que yo que se había convertido en mi amiga. La conocí años
atrás, nuestros mundos eran diferentes y tan parecidos a la vez.
Éramos unas perras de formas diferentes y casi hubiésemos sido hermanas
por una mala jugada de la vida, y me refería a eso en sentido figurado.
—Amar no siempre es malo —aseguró ella con una sonrisa en el rostro—. Si
no, pregúntale a él —dijo al señalar al tipo a su lado, y reí.
—Sí que es malo —me burlé.
Mi amigo negó al escucharme, y su mujer se divirtió con mis palabras.
—Eres… eres un maldito hielo… e-enamorado —logré decir y arrastré las
palabras, después caí en la total inconciencia que me había provocado el coñac.
Refunfuñé como niña malcriada después de que LuzBel llegó a mi
habitación y derramó en mi rostro un poco de agua fría, quise matarlo por su
estupidez, y él solo alegó que tuvo que hacerlo porque se cansó de llamarme y
que no respondiera. Me sentía de la patada, la cruda que me cargaba era de lo
más horrible y me levanté solo porque le había prometido acompañarlo a una
joyería.
Él quería casarse con Isabella y me pidió ayudarlo a encontrar el anillo
perfecto para pedirle matrimonio.
La noticia fue una de las más hermosas que recibí después de tanta mierda y
admitía que todavía estaba incrédula de que un tipo como él pensara en dar
aquel enorme paso. Al parecer los milagros existían y, que uno de los hombres
que en su momento fue el más perro deseara amarrar su vida a una sola mujer,
era algo que merecía estar los «Récords Guinness».
—Ves que Isabella sí se ganó mi respeto —le dije cuando íbamos para la
joyería.
Me miró divertido cuando le recordé tal cosa, en el pasado cuando se negaba
a aceptar lo que sentía por ella le dije que le comentara eso a su chica, pero
siguió sin ceder a tal cosa. Había sido demasiado terco, sin embargo,
comprendí que fuese tan reacio al amor después de lo que sufrió y ya no podía
juzgarlo; yo estaba igual que él y me di cuenta de que habría sido mejor no
ceder en ningún momento.
—Y el mío —aseguró.
—Sé sincero conmigo, LuzBel —pedí al pensar en ponerlo a prueba y
también para sacarle conversación, ya que desde que salimos de su casa estuvo
más callado que de costumbre y un tanto ansioso.
Hasta salimos con más seguridad de la necesaria y, cuando le pregunté la
razón, solo dijo que le gustaba ser precavido.
—¿Estás seguro de pedirle que se case contigo? ¿Piensas que ya no
aparecerá otra mujer con la cual puedas engañarla?
—¿En serio me preguntas eso? —bufó y alzó su gruesa ceja. Evité reírme
por su cara de culo.
Era demasiado fácil poner serio a ese hombre.
—Solo tengo curiosidad, siempre fuiste facilito con las chicas y bien dicen
que árbol que nace torcido…
—Deja de hablar mierdas —espetó, y ahí sí reí.
No me dejó continuar y creo que hasta le ofendía que dudara de él, pero solo
estaba jodiéndolo, ya que era una de las que tenían más que claro el cambio de
ese hombre para merecer a su «Bonita».
—Lo que tengo con la Castaña no lo obtendré con nadie más, llegó a las
profundidades de mi puta alma aun cuando se lo quise impedir, y estoy más
que seguro de que ninguna mujer logrará lo que ella. —Suspiré con fuerza y mi
pecho se hinchó de orgullo al escucharlo.
Isabella era mi ídolo y merecía más que mi respeto porque solo los que
conocíamos de verdad a ese hombre, sabíamos lo difícil que era que él aceptara
sus sentimientos hacia alguien y de hecho, esa chica era la primera que había
logrado tal cosa y la única que vería su lado meloso, si es que acaso tenía uno.
Arrancarle un te amo a aquel tipo duro era como intentar arrancarme la
lengua.
Y era más fácil que me arrancaran la lengua.
—¿Responde eso a tus preguntas o te lo explico con pollas? —preguntó
burlesco y mi boca se abrió en sorpresa.
—¿Con manzanas? —inquirí deseando que se hubiese equivocado, fue su
turno de burlarse de mí.
—¡Nah! A ti debo explicártelo con pollas, ya que eres a lo que más atención
le pones —alegó.
Me conocía demasiado bien.
A pesar de que bromeaba, sentí que lo que me decía llevaba otra razón a
parte de mis gustos; lo sentía molesto por alguna razón, pero se negaba a
decirme lo que fuera que tuviese atragantado.
La joyería era una de las más exclusivas de Florencia y, al no estar
conformes con lo que nos ofrecían, terminé por contactar a uno de los
trabajadores de mi padre y le pedí ayuda con el diseño que deseábamos para
tan importante paso. En el pasado, LuzBel le había regalado una rosa negra a
Isabella, misma que ella aún conservaba disecada; era casi como un símbolo
para ellos dos, y por lo mismo estuvimos de acuerdo en que sería el anillo
perfecto si incluíamos dicho símbolo. Una rosa hecha de diamante negro y el
aro forjado con oro blanco sería el resultado final y el gerente de la tienda
estuvo feliz con el cheque que mi amigo le extendió por la joya tan
significativa.
—Dentro de dos semanas podrá recogerlo —dijo el señor, y LuzBel negó.
—La cena de compromiso es dentro de una semana —avisó, y tanto el
gerente como yo lo miramos con sorpresa—, y se ganará una buena comisión
entregándomelo en seis días —añadió y los ojos del hombre brillaron con
avaricia.
—Perdón, creo que no me expliqué bien… —El gerente carraspeó después
de decir aquello—. En seis días puede venir por él. —LuzBel sonrió satisfecho
al oírlo, yo me quedé pasmada al comprobar una vez más todo lo que se
conseguía con dinero.
Jamás tuve carencias económicas en mi vida, pero en definitiva, mi amigo
siempre tuvo más de lo necesario. No lo juzgaba, me alegraba en cambio, y
siempre pensé que el que tenía y podía, estaba en todo su derecho de disfrutar
de sus pertenencias y bienes a como se le diera la gana.
—Quiero regalarte los anillos de matrimonio y no acepto un no por
respuesta, solo te pido que no sea tan pronto como la cena de compromiso y me
des tiempo de diseñarlos con los trabajadores de papá —dije, y sonrió
divertido.
—Si por mí fuera, me casaba ya y lo sabes. Pero quiero darle a mi Bonita
una fiesta a su altura, una que sea digna para una diosa como ella —soltó, y mi
sorpresa en ese momento era triplicada a la que sentí cuando ofreció tanto
dinero al gerente de la joyería y confesó que el compromiso sería en una
semana.
Ese hombre estaba muy lejos de ser el tipo patán que conocí en mi
adolescencia.
—¡Joder! Tú sí que eres un hielo enamorado —solté y de forma fugaz
recordé que eso también se lo dije la noche anterior.
Ambos reímos y me sentí muy feliz de ver una pizca de su lado azucarado…
¿o agridulce?
Pasamos el resto del día juntos, aprovechamos para hacer algunas compras y
vimos el salón en el que deseaba hacer la cena; estaba tirando la casa por la
ventana con el compromiso y no quería ni imaginar cómo sería para la boda.
Hablé con su hermana Tess y con Jane, quienes también eran muy cercanas a
Isabella y nos pusimos de acuerdo para buscar a la mejor organizadora de
bodas, él también les pidió viajar con sus maridos para la cena y de paso invitó
a todos sus amigos y sus padres que estaban en Estados Unidos para que se
unieran en aquel día, pero les dejó claro que era un secreto y por ningún motivo
su chica debía enterarse.
—Sé que tal vez esto sea raro, pero quiero que ese día tú seas mi madrina de
honor. —Lo miré estupefacta por su petición.
—Tiene que ser un padrino —señalé aun atónita, y negó.
—Como si a mí me importaran las jodidas reglas o etiquetas, o lo que tiene
ser y lo que no —alegó dándole un sorbo a su bebida, la puso en el portavasos
y dio una vuelta en U, estábamos casi a unas tres millas de su casa—. Se
supone que tu madrina o padrino de honor es la persona que ha estado a tu lado
en las buenas y malas, la misma que tiene que seguir así después de la boda y
tengo amigos que bien podrían ocupar ese lugar, Laurel, pero ninguno que se lo
merezca más que tú.
Ese idiota estaba a punto de hacerme llorar, era tan duro y, sin embargo, se
las ingeniaba para llegar a mi corazón haciéndolo parecer tan fácil.
—Además, es lo más cerca que estarás de llegar al altar —añadió, y
comprendí que así como era capaz de llegar a mi corazón, también lo era de
que lo mandara a la mierda con facilidad.
—Sé que ya te lo han dicho mucho, pero eres un jodido imbécil —espeté
haciéndolo reír a carcajadas—, y me pensaré lo de ser tu madrina, no creo que
merezcas tal honor de mi parte —seguí, pero tanto él como yo sabíamos que la
repuesta de mi parte sería un sí.
Era más que un honor para mí estar a su lado ese día.
—¡Mierda! —gruñó, y chillé asustada cuando se detuvo de pronto con una
frenazo que casi me hizo estrellar el rostro contra el tablero del coche. Un tipo
se había cruzado en nuestro camino y no lo vimos venir de ningún lado.
Los coches que nos seguían y que pertenecían a su organización se
adelantaron en ese instante como medida de seguridad, el que iba delante de
nosotros se detuvo alerta y vi cuando unos hombres de la orden de Isabela
interceptaron al tipo que se nos cruzó; pensé en que había sido un accidente,
pero los demás no. A un lado de nosotros y estacionados, vi una camioneta
negra con vidrios tintados, hubiese creído que era coche cualquiera, mas la
mirada que mi amigo les dio después de bajar el vidrio de su ventanilla me
indicó que no era tan cualquiera y no estaban ahí por casualidad.
No se veía nada hacia adentro del otro coche, pero, cuando mi curiosidad me
ganó y fijé mi vista en él, un escalofrió para nada agradable me atravesó el
cuerpo entero.
—Nos haremos cargo, puedes irte tranquilo con los demás. —Escuché a
Marcus decir por un radio.
—Mata a cualquiera que se pase de listo —ordenó LuzBel y el escalofrío
que sentí antes no fue nada al que me recorrió después de escucharlo a él.
—¿Es en serio? —me atreví a preguntar con temor a que me callara—. Solo
se cruzó y quizá fue un accidente —alegué cuando me dejó continuar, y me
miró con una sonrisa demasiado burlona.
—He matado o mandado a matar por menos que eso, no te asustes. —
Literal, su repuesta me dejó sin saber qué decir.
Aceleró el coche con demasiado ímpetu y juro que mi corazón estaba a
punto de llegar a un colapso.
No entendía cómo Isabella, Maokko, Lee-Ang o cualquiera de las chicas
ligadas a LuzBel y sus amigos podía soportar ese tipo de adrenalina. Yo
acababa de vivir aquello y con pena creí que casi ensuciaría mi ropa interior;
como ya lo había deducido antes, mi fuerte era vivir la emoción de otras
maneras que no implicara poner mi vida en peligro y en muchas ocasiones era
la malvada del cuento —por no decir que casi siempre—, en otras como esa,
era la damisela que necesitaba ser protegida.
—Te prometo, Laurel Stone, quel si vuelves a abrirle las piernas a cualquiera
que te hable bonito, te encerraré por el resto de tu vida y eso incluye mujeres u
hombres. —La dureza con la que me habló me hizo dar un respingo. No
entendí por qué me dijo tal cosa y tampoco le pregunté, ya que su rostro me
indicó que no me convenía soltar ni siquiera un pío.
Los días pasaron volando y por primera vez lo agradecí, ya que estar cerca
de Laurel continuaba siendo difícil. Por Dominik me enteré de que Fabio
estaba teniendo unos días jodidos al haber caído al fin en depresión y la
pelinegra había intentado animarlo, ella todavía era muy inocente con respecto
a esa condición, aunque igual trataba de ayudar a su follamigo.
La casa estaba llena una vez más, Isabella no entendía la razón de que todos
estuviesen ahí y era gracioso verlos inventándole excusas. Dylan se había
vuelto un hermano demasiado meloso con ella y sentía celos de que los clones
no lo hicieran huir como conmigo, pero intuía que todo se debía a que Tess se
encargaba de consentirlos a ellos. Por cuestiones del pasado Aiden era un tanto
receloso con su tía, sin embargo, la pelirroja hacía un excelente trabajo para
volver a ganárselo. Los señores Pride también daban su cuota de mimos a los
chicos —incluido Dash y Leah—, y LuzBel se veía feliz de por fin reunirse
con sus amigos.
—¿Y ya escogieron el nombre para ese pequeño? —preguntó Isabella a
Connor y Jane después de que nos dijeron que era un varón el que esperaban.
Solo Evan, ellos dos, LuzBel, mi hermana, Dylan y yo estábamos en la sala
en ese momento.
Tess, Laurel y las demás chicas se habían ido a arreglar algunas cosas en el
salón donde se llevaría a cabo la cena de compromiso, mintiendo en que
querían ponerse al día y cazar algunos chicos; por supuesto que Dylan sabía la
razón y por lo mismo no quiso atar a su mujer para castigarla por aquel
atrevimiento.
Connor y Jane se vieron entre sí después de la pregunta hecha por Isa, e intuí
que no era fácil lo que querían decir.
—Llevará el nombre de alguien que fue muy importante para mí, a pesar de
sus errores —soltó Connor con precaución, y vi que los ojos de todos se
ensancharon con entendimiento.
—Fue importante para todos —aseguró LuzBel con pesar, e Isabella quiso
irse sintiéndose culpable, pero su marido no se lo permitió—. Honremos lo
bueno que hizo, sé que todos comprenden el proceder de Isabella.
—Y no la juzgamos —añadió Jane.
El pasado no había sido bueno para ninguno, no obstante, luchábamos por
dejarlo atrás y quedarnos solo con las cosas buenas que nos dejó.
—Jacob es un nombre precioso —se animó a decir mi hermana al ver que
nadie la culpaba de nada y adivinando el nombre que llevaría el niño—. Ojalá
que ese pequeño tenga muchos lunares para comérmelos a besos —añadió
sonriendo y soltando unas lágrimas.
LuzBel besó la cabeza de su chica entendiendo la razón, al parecer los demás
también entendieron menos yo.
No conocía ese lado de la historia.
Pasamos el resto del día compartiendo anécdotas y poniéndonos al día con lo
que respectaba a nuestras vidas, veía a mi hermana un poco indispuesta y
terminó por irse a tomar una siesta. Eso nos facilitó las cosas por hacer aún y
también nos ayudó a burlarnos de mi cuñado por lo nervioso que se veía.
—En serio tengo miedo a que diga que no —confesó y solo nos reímos más
de él por semejante estupidez. Isabella lo había mantenido a prueba un tiempo,
aunque todos sabíamos que solo él se creía tal cosa.
Al día siguiente todos teníamos tareas por hacer para que las cosas
marcharan a la perfección y, para mi buena suerte, iría al salón de evento junto
a Laurel a dejar lo que hacía falta.
Ir en coche solo con ella superaba lo incómodo y nos limitábamos a escuchar
la música que sonaba por la radio, aunque Sam Smith y su canción «Forgive
Myself» no ayudaba en nada.
—En serio, Aiden va a matarte —se animó a hablar Laurel cuando chupé la
pajita que tenía metida en la caja de jugo de manzana que robé de la
refrigeradora.
Imagino que hacer eso sirvió para que dejáramos de poner atención a la
melodía.
—No se dará cuenta si no le dices. —Me encogí de hombros y vi de soslayo
que negó.
—¡Los contó, Darius! Antes de irse a la cama. Dijo que su juguitos estaban
en peligro con su tío cerca —avisó.
—¡Mierda! —bufé arrepentido por haber hecho eso. No quería meterme en
problemas con ese chiquillo de nuevo—. Creo que pasaremos al supermercado
después de que dejemos esas cosas y luego a una juguetería porque prefiero ir
preparado si una docena de jugos no basta como disculpa. —Laurel rio
divertida, y dejé de ver un momento a la carretera solo para verla a ella.
Estaba preciosa con su cabello recogido en un moño flojo y su rostro libre de
maquillaje, esa ninfómana era demasiado angelical para lo diabla que se
comportaba.
—No te burles —pedí, también con una risa provocada por la de ella.
Seguí viendo a la carretera, aunque pude sentir que en ese momento era ella
quien me veía a mí, y por alguna razón me puse nervioso; tomó el jugo que
tenía todavía en mi mano rozando nuestros dedos en el proceso y pegó un
sorbo.
Al menos en ese momento ya no se sentía tanta tensión.
—¿Seguirás con Celine cuando vuelvas? —Bueno, la tensión había vuelto.
—Es mi amiga a pesar de todo, pero si se me da la oportunidad y eso no
implica dañarla… tal vez sí me acueste con ella de vez en cuando. —Decidí ser
sincero esa vez, pero también busqué otra cosa con esa declaración.
Lo mío con Laurel ya estaba dañado, pero todavía teníamos sentimientos
fuertes el uno por el otro y me interesaba saber su reacción.
—¿Es buena en la cama? —Me rasqué la cabeza con su pregunta. Eso no era
algo que esperaba y no mostró dolor en sus palabras, solo curiosidad.
O al menos fingía demasiado bien.
—No como tú —dije y la vi removerse en su asiento. Me detuve en un
semáforo en rojo y la miré, sus mejillas se habían vuelto rosadas—. Sigo
creyendo en lo que te dije hace tiempo: puedo estar con otras, pero con ninguna
tiemblo como lo hago contigo. —Tragó con dificultad, y sonreí—. ¿Y tú? ¿Le
darás una oportunidad a Olek? —ataqué sabiendo que con Fabio las cosas no
eran serias para ella. Se quedó en silencio.
—El semáforo ya está en verde —me avisó, y sonreí mordaz.
El que calla otorga, decía el dicho. En mi caso lo consideraba más como: el
que calla afirma y ella acababa de hacer eso.
Al final aquel tipo estaba a punto de conseguir lo que más deseaba.
—Darius, yo… —Alcé la mano para callarla cuando bajamos del coche,
pero lo hice porque mi móvil estaba vibrando con una llamada y al percatarme
vi que se trataba de Maokko.
—Estamos en el salón a punto de bajar todo —dije al responder.
—Aborten misión, la cena se cancela. —La escuché tan preocupada que
temí que Isabella se hubiese enterado de todo y se negara a casarse con LuzBel.
Al final el miedo de ese idiota sería justificado.
—¿Por qué? ¿Qué sucede? —cuestioné preocupado.
—Tu hermana ha entrado en labor de parto, creo que su pequeña tiene otros
planes muy distintos a los nuestros.
—¡Joder!
Eso fue lo único que salió de mi boca.
Nunca me había reído de felicidad y miedo a la vez, pero en ese momento
estaba sucediendo, y vi el rostro cargado de preocupación de Laurel.
El hospital era uno de los mejores y privados de la ciudad, el área donde
estaba Isabella había sido despejado por órdenes de Darius y todos los amigos
de LuzBel e Isabella esperábamos pacientes por noticias, al menos la mayoría,
ya que Pecas estaba como loco caminando de un lado a otro. Era increíble
cómo los planes cambiaban de un segundo a otro, ya tenía que haber aprendido
eso, pero me seguía sorprendiendo.
Mi amigo salió horas más tarde de aquella sala en la que lo habían metido
junto a Isabella, sus ojos estaban rojos y su rostro iluminado con la más pura
felicidad; él era el hombre más feliz del mundo y cuando me llevó a los
cuneros descubrí la razón: su hija era la cosita más tierna y hermosa que alguna
vez vi en la vida y deseé poder cargarla, pero a pesar de que ellos tenían sus
influencias no me dejaron pasar más allá de aquel vidrio de protección puesto
que con la vida de los bebés no había poder que valiera.
La opresión en mi pecho no era solo de felicidad, sin embargo, traté de ser
fuerte porque mi amigo no merecía que dañara su momento con mis lamentos.
Solo me quedaba ser feliz por ellos.
—¿Cómo se llama? —le pregunté con la voz entrecortada, las lágrimas
habían salido sin poderlo evitar.
—Abigail —dijo orgulloso, entendí la razón porque conocía el significado y
me encantó saber que había escogido un nombre tan acertado para su princesa
—. Escondí el anillo de compromiso entre la manta de ella y cuando Isabella lo
descubrió se sorprendió, pero aceptó ser mi esposa —soltó, y lo miré
anonadada.
Ni la cena con los mejores lujos u otras ideas grandiosas que existían para
pedir algo tan importante, se comparaban al momento que LuzBel eligió, y
admitía que me asombraba en demasía que un tipo como él hubiese pensado en
esa ocasión tan certera.
—Cierra la boca, no tendrías que sorprenderte tanto de que sea tan grandioso
y un hijo de puta con una inteligencia inmensa —se mofó, mis ojos se
ensancharon.
—¡Joder! Serías más grandioso si no abrieras la boca para decir estupideces
—señalé, pero estaba tan feliz que mi comentario le sirvió más como halago—.
Aunque admito que hasta yo hubiese aceptado una proposición hecha en un
momento tan perfecto —cedí, y él se encogió de hombros con displicencia.
Cuando Isabella estuvo recuperada y la pasaron a una habitación nos
permitieron verla, estaba feliz y aquel hermoso anillo relucía en su dedo
sabiendo que fue creado solo para ella. La rosa negra hacía un contraste
hermoso con lo blanco de su piel, pero nada se comparaba con la felicidad que
le iluminaba el rostro; no solo se había convertido en madre una vez más, sino
también en la prometida del hombre por el que tanto sufrió y luchó.
Se merecían todo lo bueno que les estaba pasando.
Los niños fueron a conocer al día siguiente a la nueva integrante de la
familia, fue lo más grandioso que presencié, sobre todo al ver al más serio de
ellos con una sonrisa hermosa y genuina. Estaba acostumbrada a ver a Aiden y
Dasher sonreír felices, mas no a Daemon, eso era algo increíble de obtener, y
esa cosita entre sus pequeños brazos lo logró con una facilidad tremenda.
Habían deseado tanto a una hermanita que cuando sus papás decidieron
dibujarla fue como un tremendo ¡boom! De felicidad para ellos.
Supe que Darius no quería despegarse de su sobrina por nada del mundo,
pero era un padre responsable y sabía que su hijo lo necesitaba, así que no tuvo
más remedio que dejar el hospital pronto y esperar hasta que la pequeña
estuviese en casa. No hubo cena, pero sí compromiso al final, y celebramos en
honor a nuestros amigos como se debía hacer.
—¡Salud por la vida, que a pesar de ser una perra nos da momentos tan
bellos! —grité con un shot en mi mano. Todos gritaron salud al unísono, y vi la
risa divertida de los señores Pride al presenciar las locuras que hacíamos y las
tonterías que salían de mi boca.
Alcé el pequeño vaso y mi mirada se cruzó con la de Darius, todos
estábamos pasados de copas y, aunque tratábamos de no hacer demasiado
escandalo porque los niños dormían, de vez en cuando unas tremendas
carcajadas se nos escapaban. Me reí cuando Maokko se fugó con Marcus, Lee
se llevó a Dom, Jane a Connor y Tess a Dylan, hasta los señores Pride nos
abandonaron; supuse que las parejas tenían ganas de hacer travesuras y Lee al
fin iba a amarrar a Dominik a la cama para follárselo de una buena vez. Negué
divertida al darme cuenta de que solo nos habíamos quedado los que estábamos
solteros y, cuando sus temas de conversación se convirtieron en pláticas chinas
para mí, me despedí dispuesta a darme una ducha y después dormirme o
intentar hacerlo.
No quise tardarme mucho en el baño y al salir solo me vestí con unas bragas
blancas de algodón y una playera de Darius que siempre me gustaba usar, había
dejado algunas en mi apartamento y, al ser tan cómodas, decidí no
devolvérselas y usarlas como pijama. Nuestra última conversación se reprodujo
en mi cabeza, él iba a seguir con Celine y ya no lo juzgaba por eso, era su
derecho acostarse con quien quisiera así como también el mío. Ya no
estábamos juntos, éramos libres de follar con quien se nos diera la gana y Pecas
era consciente que me molestaba que siguiera con Rulitos, pero igual para mí
lo era que a él le molestaba que yo lo hiciera con Fabio y lo dejé con dudas
referente a Olek, mas no iba a responder a algo de lo que no estaba segura.
Hubiese sido un error decir de esa agua no beberé porque me podía dar
demasiada sed.
Todo podía suceder y Olek era un tipo que me atraía, fue mi primer amor y
no era un secreto para nadie, tampoco pecaba o era hipócrita por aceptarlo de
una forma abierta. Me gustaba, sí. Sin embargo, había respetado mi relación
hasta donde pude, di lo mejor de mí a pesar de mi gusto por los hombres y no
me funcionó, triste pero cierto.
—¿¡En serio!? Es la mejor noticia que me has dado, te amo. —Me tensé
cuando escuché esa voz fuera de mi habitación. Sabía que era Darius y una
opresión en el pecho me dificultó respirar por unos segundos.
Había finalizado lo que creí que era una llamada con una risa divertida y un
«te amo», la facilidad con la que dijo tal cosa me hizo sentir patética por haber
creído que aquel sentimiento lo tenía por mí, pero me di cuenta de que era un
donjuán y endulzar el oído de las mujeres con esa frase, su peor bajeza.
Ni siquiera me detuve a pensar nada cuando comencé a caminar hasta la
puerta y lo encontré a punto de entrar a su habitación, me abalancé sobre él y le
di un tremendo empujón que casi lo hizo caer de bruces dentro de la oscuridad
de la recámara. Me miró aturdido por lo que acababa de hacer y sin poderse
creer que lo atacara por la espalda —punto fuera para mí por esa bajeza—,
pero no pude contener mi rabia después de escucharlo.
—¡Hijo de puta, hipócrita y mentiroso! —espeté, a pesar de la poca luz en su
habitación, pude ver sus rasgos aturdidos por mi arrebato—. ¿¡Qué acaso nadie
te enseñó que no debes ilusionar a nadie con una palabra tan fuerte!?
—¿¡Qué mierda está mal contigo!? —repuso molesto.
Sí, era una loca celópata en ese instante.
—¡Lo mismo me pregunto de ti! ¿¡Nadie te dijo que la peor bajeza de un
hombre es jurarle amor a una mujer cuando no lo siente!? ¿¡Nunca te
explicaron que no debes decir te amo a alguien por quien no sientes nada!?
Era oficial que me había vuelto estúpida por meterme en una pelea como esa
con él, pero sentía celos y rabia.
—¡Fantástico! Ahora escuchas mis putas conversaciones —negué y la ira se
apoderó de mí cuando en lugar de responderme me reclamó algo que ni
siquiera sabía.
Típico de él, comencé a creer.
Sin que lo esperara una vez más, me fui sobre él y comencé a golpearlo con
los puños, tal cual me dijo Maokko que hiciera. Era un imbécil por haberme
dicho que me amaba y me enfurecía más haberle creído tan fácil para después
comprobar que no era a la única que se lo decía.
—¡Demonios! ¡Estás bien loca! —gruñó y con facilidad me cogió de los
brazos para luego tirarme sobre su cama.
Reboté en ella, pero estuve lista a sentarme y verlo con ganas de asesinarlo;
me fui sobre él de nuevo y esa vez en lugar de tirarme sola, lo hizo conmigo y
me apresó las manos por encima de la cabeza con una sola de las de él. Era
muy fácil controlarme, ya que tenía una fuerza increíble, aun así luché con su
agarré.
—Estate quieta. ¡Joder! —gruñó.
—Entonces suéltame, puto cobarde —exigí, y me cogió con la mano libre de
la barbilla.
—Estaba hablando con LuzBel, no con otra mujer.
—¡Puta mentira! —escupí, era un estúpido si creía que me tragaría eso.
—Isabella vuelve mañana a casa y LuzBel me llamó para avisarme, a veces
lo jodo diciéndole eso cuando nos despedimos. —Me removí de nuevo y se
metió entre mis muslos. Odié que su ingle rozara mi sexo cubierto solo por las
finas bragas que usaba y que reaccionara a ese movimiento que había sido de
todo menos brusco—. ¡Quédate quieta! ¡Maldición!
—¡Suéltame entonces!
—¡No! —zanjó—. Solo mi madre, mis hermanas, Dasher y tú han merecido
que les diga esa palabra en serio —aseveró, y mi corazón latió frenético con el
rumbo que estaba tomando esa discusión—, y puedes follar con quien quieras,
yo puedo hacerlo también, pero eso no cambia las cosas. Te amo, y odio ahora
mismo hacerlo porque me estás volviendo loco —gemí cuando se rozó de
nuevo con mucha brusquedad sobre mi coño y sentí que mis bragas
comenzaron a humedecerse.
Eso era de todo el tipo de malo que me podía suceder en ese momento.
—También odio hacerlo porque tú y yo somos como dos trenes
encontrándose en el mismo carril a toda velocidad y ambos sabemos lo que
sucede cuando hacen impacto. —Me miró serio, lo hizo por tanto tiempo que
llegó a intimidarme.
—Choquemos de una puta vez entonces —bufó, y lo miré sin saber a qué se
refería—. ¡A la mierda con las consecuencias de esto! —Quise saber a qué se
refería, mas su boca no lo permitió.
Comenzó a comerme la boca con una brusquedad a la que no estaba
acostumbrada de su parte y, sin embargo, me vi respondiendo porque su lengua
me exigió entrar y lo había deseado tanto que cedí de inmediato. Estábamos
chocando como el ejemplo que le di de los trenes, mi cuerpo comenzó a
temblar por la necesidad de sentirlo sin ropa sobre mí, estaba comprobando una
vez más que sus palabras eran demasiado certeras; esa reacción era algo que
solo lograba ese hombre, mas no iba a decírselo, no daría mi brazo a torcer en
ese instante para permitirle que su ego creciera.
El sabor del alcohol suyo se mezclaba con la menta que dejó en mi boca la
pasta dental, gemí cuando me mordió con fuerza y a la vez arremetió su polla
cubierta por su pantalón contra mi centro; mis pezones se endurecieron con el
roce de su pecho y su mano libre comenzó a descender hasta llegar a mis
piernas.
—Esto es un error, uno tan grande como el infierno —le dije entre el beso.
—Nos merecemos una buena despedida —alegó, y me separé de él al
escucharlo.
Se trataba de eso, quería follarme solo como despedida.
Ambos jadeamos con torpeza cuando nos miramos, también temblábamos
por el deseo de nuestros cuerpos; estábamos siendo unos idiotas, nos
amábamos, pero yo no podía perdonar su infidelidad, iba contra mí hacerlo, y
Pecas no podía con mi estilo de vida, no tenía duda de lo que ambos sentíamos,
pero no teníamos el amor suficiente como para enfrentar esa dificultad.
Él me culpaba, yo no lo perdonaba. Más jodido no podía ser eso.
—Un acostón por los viejos tiempos —dije siendo tan idiota como él.
—Una despedida que nos recuerde lo bueno que fuimos juntos —añadió.
—Así de hijos de puta somos —señalé y sonreí ocultando mi dolor—, pero
está bien, romperé las reglas una última vez contigo. —Fue mi única
advertencia antes de arremeter contra su boca.
Me soltó las manos al fin y tuve la libertad para sacarle la camisa, se
arrodilló entre mis piernas y levanté las caderas para ayudarle a que me sacara
las bragas; íbamos a chocar y ya no había vuelta atrás. Mi camisa siguió y
quedé expuesta ante él, se relamió los labios al verme, y también lo hice
cuando vi su pantalón más abajo en sus caderas, enseñándome la cinturilla de
sus bóxer y su cinturón de adonis tan bien marcado. Se puso sobre mí
sosteniendo la mayor parte de su peso en el brazo que tenía apoyado a un lado
de mí y buscó mi boca, sus besos bajaron hasta llegar a mis hinchados pechos y
sacó la punta de la lengua para lamer mis pezones; me agarré a las sábanas con
temor a deshacerme de placer y sentí que mi vagina comenzó a hacer brotar
demasiada humedad.
Sus besos siguieron hasta llegar justo arriba de mi abertura y casi chillo solo
por sentir cómo su respiración se burlaba de mí.
—Jugaría más contigo para torturarte, pero ahora mismo también me
torturaría yo —señaló, alcé la cabeza para verlo, y sin ninguna advertencia
enterró su boca en mi coño.
Gemí y no solo por sentir su lengua sino también por los sonidos de
satisfacción que él hacía al saborearme, sus lametazos abarcaban todo mi
espacio hasta llegar a mi entrada y enterrarse un poco ahí. Sudor frío brotó por
todo mi cuerpo y halé la almohada para morderla y evitar que mis jadeos
fuesen escuchados por más personas en la casa.
—¡Mierda! —gruñí cuando sentí un mordisco, y Pecas sonrió sin dejar su
trabajo.
El bastardo sabía lo que hacía, cuánto me enloquecía cuando me trataba con
delicadeza y rudeza. Una mezcla demasiado excitante.
Enganché una pierna a su cuello y quise cerrar la otra cuando el deseo por
correrme llegó demasiado pronto, Darius la mantuvo abierta e incluso la apartó
de manera que quedara más expuesta para él. Su lengua era suave y dura en los
momentos justos, un sonido grueso salió de mi garganta y la almohada lo
amortiguó cuando su mano llegó a mis pechos y los masajeó, los movimientos
eran rápidos de pronto y su saliva salía para mojarme más de lo que ya estaba.
—¡Oh, cielos! —dije al sentir que ya iba a correrme, mis labios estaban fríos
y mi garganta seca por el aire que inhalaba con desesperación.
—Todavía no, dulzura —exigió él apartándose de mí.
Salió de la cama para terminar de desvestirse y cuando su polla estuvo libre
no pude contenerme, lo seguí hasta la orilla del colchón y apoyada en mis
manos y rodillas busqué la corona de su pene. Sentí la gota de líquido
preseminal en mi lengua y lo esparcí con la punta, lo miré a los ojos y le sonreí
al verlo tan excitado de verme en aquella posición y con su miembro en mi
boca.
—Demuéstrame lo buena que eres con él. —Su voz sonó con demanda y
tenía suerte de que me dejara dominar solo en la cama.
Cogió mi cabello con una sola mano y se hundió con cuidado en mi cavidad
bucal, ambos gemimos en ese instante; mi saliva lo recubrió hasta la mitad, mi
boca se estiró por su grosor y comencé a follarlo de esa manera. Mi posición le
daba la oportunidad de tocarme desde atrás y la caricia que dio en mi espalda
hasta llegar a mi coño me estremeció de pies a cabeza, su placer era el mío y
viceversa, pero en ese momento los dos nos estábamos complaciendo y
consintiendo al mismo tiempo. Sentí cuando comenzó a mojarse más y por
supuesto que creí que estábamos conectados, ya que reaccioné de la misma
forma casi de inmediato.
—¡Demonios! Creo que no podré ir tan lento como pretendía —avisó y salió
de mi boca.
Hizo que me acostara bocarriba y me haló de los tobillos hasta que mi culo
salió un poco de la cama. Colocó mis piernas en su torso, mis talones se
acomodaron en sus hombros y sentí cuando llegó a mi entrada; rozó mi clítoris
con la cabeza de su polla y me hizo comprobar lo húmeda que me tenía. Sonrió
como un total cabrón cuando me sintió así y me penetró abriéndome casi con
rabia, pero ambos sabíamos que yo disfrutaba de un poco de maltrato cuando al
sexo se refería.
—¡Shss! No hagamos un escándalo, cariño —pidió, y mordí mi labio para
contener los gemidos.
Se sentía magnifico volver a tenerlo dentro de mí; podía ser una adicta al
sexo y haberlo probado en todos sus sabores, colores, géneros y tamaños, pero
ese hombre era el único que me hacía sentir todo. Darius no solo me penetraba,
sino que también se conectaba a mí de formas inimaginables; era casi como si
nos fusionásemos en ese acto, su cuerpo era el mío, el mío era el suyo, y
sentíamos por ambas partes. Podíamos decirnos de mil maneras que en ese
momento lo que hacíamos era solo sexo, mas en nuestro interior sabíamos que
no era solo eso, era más… mucho más que simples deseos de follarnos y
despedirnos.
Me hizo poner los pies a cada lado de sus costados y metió los brazos entre
el hueco que dejaban mis pantorrillas con los muslos hasta colocar sus manos
en el interior de mis piernas, y con eso me extendió más. Me sentía como un
maldito pretzel en ese instante con aquel nudo que hizo con mi cuerpo, pero
amé esa posición porque logré sentirlo hasta la empuñadura; en ese momento
éramos el mejor ejemplo de una buena empalada. Sus caderas machacaban las
mías y sus bolas golpeaban donde empezaba mi culo por lo fuerte que me
empotraba, mis pechos estaban amenazados con quedar flácidos por los
movimientos bruscos y su rostro al igual que el mío se desfiguraba por el más
puro placer.
Mis paredes vaginales apretaron su polla avisándole que pronto iba
correrme, una neblina blanca comenzó a inundarme hasta el punto de casi
hacerme perder la conciencia y mis caderas encontraron la forma de
compaginarse con sus embistes haciendo todo todavía más intenso; Pecas
gruñó y yo no pude contener mi gemido. Todo el mundo en casa iba a saber lo
estaba pasando en esa habitación y me importó una mierda, las parejas podían
inspirarse con nosotros y los solteros iban a tener buen material para un pajazo,
y solo rogué para que los niños no fueran a despertarse cuando el orgasmo me
hizo perder la cordura.
Darius estaba igual que yo, su cuerpo bañado en sudor, y no sentí pudor
alguno cuando deshizo su nudo y bajó su torso a mi pecho para lograr besarme
y callarme de paso.
—¡Mierda, mujer! —gruñó, y sus manos agarraron mis piernas con
demasiada fuerza. Me dolió, aunque también fue el empujón que necesitaba
para correrme de una vez por todas.
—Te amo —dije sin importar el momento que estábamos pasando, gimió y
los movimientos que yo hacía junto a mi orgasmo lo hicieron correrse junto a
mí. Sentí su semen derramarse en mi interior y sonreí satisfecha.
—Yo también… te amo. —Logré escucharlo susurrar en mi oído, entre los
gruñidos y gemidos que aún salían de ambos.
Tristeza y felicidad me embargó en ese instante acompañando al placer.
Felicidad por saber que nos amábamos y tristeza al ser consiente que solo
nos estábamos despidiendo. Nuestra historia no podía ser en ese momento,
éramos el uno para el otro, el amor que queríamos en nuestras vidas, pero tal
vez no el que la vida había preparado para nosotros; si seguíamos juntos,
corríamos el riesgo de volvernos dañinos porque ninguno de los dos había
perdonado de verdad.
Se sintió horrible cuando salió de mi interior, me besó una vez más y
después se fue hasta el baño para tomar una ducha; no nos dijimos nada, mas
las acciones demostraban cosas que herían. El beso que nos dimos tuvo sabor a
despedida, así que, cuando escuché el agua correr, me puse la ropa y salí de la
habitación no sin antes coger su móvil solo para buscar una canción que deseé
que escuchara luego.
«Surrender» de Natalie Taylor.
Estaba hecho. Habíamos chocado por última vez.
Un año después…
—En serio, Lorax, un clavo no saca a otro y eso lo sabes —me reprendió Ed
cuando le comenté que me había acostado con mi primer amor.
—Ya sé —bufé y me metí en su cama, ignorando las imágenes que se
reprodujeron en mi cabeza de lo que él y Jace hacían ahí.
—¿Al menos clava bien? —preguntó con curiosidad, y me reí.
—Pues sí, tiene tremendo martillo. —Fue mi respuesta y su rostro de
satisfacción me hizo saber que su regaño había terminado.
Pero también le aclaré que lo mío con Olek no tenía futuro de momento y
solo estábamos pasando el rato, algo que también hablé con él y estuvo de
acuerdo. Nos habíamos amado con locura, sí. Pero el pasado era pasado, y si
las cosas se daban bien no me negaría a darle una oportunidad de verdad, ya
que me sentía demasiado a gusto a su lado.
Cuando llegué a casa de Isabella para hablar de algunos detalles acerca de la
boda, nunca me esperé encontrar ahí a Pecas y mucho menos que quisiera
conversar conmigo. Me sentía nerviosa de estar a solas con él, pero su rostro y
actitud no me dejaron negarme a su petición, y me sentí entre la espada y la
pared cuando me enfrentó. Sin embargo, él no merecía vivir con la duda y no
era justo que me creyera la mala del cuento cuando la culpable era su madre y,
ya que estaba comenzando a estar más que segura de que esa mujer no
hablaría, me tocaría hacer el trabajo sucio a mí.
—Conocí a Angela el día que sentenciaron a mis padres, en la audiencia
final —comencé a hablar estando sentada frente a él—, los problemas contigo
y el juicio me tenían enferma así que ese día después de la última audiencia me
fui para el hospital donde mi doctora iba a atenderme. Al salir choqué con ella,
estaba muy mal y entonces la invité a un café; la mujer pasaba por un mal
momento, yo también, así que le propuse que habláramos suponiendo que no
volveríamos a vernos. Angela me comentó que en el pasado hizo algo que la
atormentaba día tras días y me aseguró que ese mismo había vuelto para
castigarla por sus acciones… ¡Joder, Pecas! No sé cómo seguir —acepté
cuando me acerqué a lo que él tenía que escuchar.
Por un instante comprendí a aquella mujer, ya que no era fácil decir lo que
iba a decir y esto que yo no era la implicada.
—Suéltalo sin filtros, como siempre. Eres así, y lo prefiero en estos
momentos porque me tienes con una intriga que me está enfermando —habló,
aunque le advertí que no lo hiciera, pero lo agradecí en ese momento.
Suspiré de nuevo y me preparé mentalmente.
—Yo no sabía que ella era la madre de Celine, no lo supe hasta el día de la
fiesta de Dasher, y acepto que tuve que ver en el cambio del padre de Rulitos
contigo, mas no fue por dañarte. —Me miró un tanto enfadado, pero no dijo
nada—. Angela estaba en el hospital porque después que tuvo el accidente se
enteró de que tú le donaste sangre, y cuando te conoció quedó impactada por tu
parecido con alguien de su juventud, y que tuvieras el mismo tipo sangre que
ella fue demasiada coincidencia.
Tragó con dificultad al comenzar a comprender y mi corazón se enloqueció
al ver su rostro cargado de miedo.
—Sin que nadie se enterara pidió una prueba de ADN de esa sangre y ese
día estaba allí recogiendo los resultados… eran positivos, Darius —solté sin
filtros como lo pidió porque me salía más fácil. Sus ojos casi se desorbitaron y
negó como un maniaco al oírme—. Dari…
—No digas nada —rugió, y di un respingo. Se llevó una mano a la frente y
la dejó ahí, estaba temblando y cerró los ojos con fuerza—. ¿El día de la fiesta
de Dasher te enteraste de que era madre de Celine?
—Sí. —Fue lo único que dije, él seguía con los ojos cerrados y su voz estaba
más gruesa.
—¿Qué hiciste después de saberlo?
—La cité en un café para exigirle hablar contigo porque supe que Celine no
tenía idea de lo que su madre ocultaba, y ustedes dos estaban… —Mi voz
murió cuando abrió los ojos y me miró.
Estaban más oscuros que de costumbre y el peligro era claro en ellos.
—Cometiendo incesto —escupió con asco, y salté un poco en mi asiento a la
vez que tragué con dificultad.
Lo vi ponerse de pie y salió a la terraza de aquella habitación, sus manos se
volvieron entre blancas y purpuras cuando se aferró con fuerza al balcón, y me
asusté por la forma en la que estaba respirando. Me arrepentí de haber abierto
la boca, pero tampoco podía seguir callando porque lo que había entre él y
Rulitos me estaba afectando demasiado, y no por tener celos.
—No fue tu culpa, Darius. Tampoco de Celine —hablé temerosa.
—¡Por supuesto que no fue nuestra culpa! ¡Es culpa de esa mujer por cerrar
la boca! —gritó perdiendo el control y, aunque le tuve miedo, me fui sobre él y
lo abracé con fuerza.
Estaba tenso y temblaba con toda la ira que se estaba conteniendo, por lo
mismo se quedó estático al sentirme; no sabía cómo calmarlo y actué más por
instinto que por raciocinio al hacer aquello.
—Me dijo por qué lo hizo. —Mi voz era ahogada entre su cuello, pero
estaba segura de que me escuchaba—. Era una niña cuando todo pasó, estaba
asustada y prefirió dejarte en aquel orfanato antes de que te mataran. —Su
temblor aumentó y lo escuché sollozar en ese instante.
¡Mierda! Entendí que todavía tenía corazón cuando se me partió por saberlo
en aquel estado.
Quise separarme de él, pero en ese instante respondió a mi abrazo, se aferró
a mi cintura y enterró su rostro en mi cuello.
—Tú eras una niña cuando te embarazaste de Olek y quisiste tener a tu bebé,
Laurel. No hay excusa. —Las lágrimas salieron de mis ojos al escucharlo tan
roto.
Enterré mi mano en su cabello y lo acaricié con las yemas de los dedos para
darle un poco calma, aunque fuera imposible.
—Lo ha sabido desde hace más de un año y no tuvo los ovarios para
decirme, y ni siquiera me importa porque para mí la única madre que tuve fue
Leah White Miller, pero… ¡Joder! Hubiese podido evitar esta mierda si hubiera
hablado conmigo, y te juro que habría mantenido su secreto porque no me
importa que me reconozca o reconocerla como madre.
Mordí mi labio con fuerza para no seguir llorando, se separó de mí y, sin
vergüenza, me dejó verlo llorar, aunque lo hacía más de rabia que de dolor.
—No hablaré con ella de esto, pero dime tú cuál fue su razón para abandonar
a un hijo. —Me asusté y no lo oculté.
Limpié sus mejillas, y él se siguió aferrando a mi cintura, estábamos
demasiado cerca y en otro momento quizá me habría puesto nerviosa por eso,
mas no en ese. Ya había sido difícil soltarle aquella verdad, decirle las razones
no sería más fácil.
—Habla, por favor —suplicó, lamió su labio y después lo mordió para evitar
seguir llorando, pero le fue imposible.
Mi Pecas estaba demasiado roto en ese instante, y me sentí miserable.
—Se embarazó de un tipo que ya estaba comprometido —dije, y aflojó su
agarre en mi cintura para después separarse de mí—, tenía diecisiete años
cuando eso pasó; el hombre era mucho mayor y muy peligroso.
»Cuando Ángela le confesó lo del embarazo la quiso obligar a abortarte por
temor a que su prometida se enterara de todo y lo dejara. Logró huir y te parió,
pero él volvió a encontrarla; quiso matarlos a ambos, aunque una vez más logró
escapar y entonces te dejó en el orfanato para que lograras vivir y ella igual. El
tipo le perdonó la vida cuando Ángela lo buscó fingiendo que habías muerto de
neumonía, mas la hizo irse lejos de él y de la que entonces ya era su esposa.
Darius rio irónico cuando dije aquello y se volvió a girar al balcón para
aferrarse a él y ver el horizonte. Todavía tenía una verdad que soltar y estaba
segura de que sería igual o peor de fuerte.
—Salvó su vida, la mía e hizo feliz a ese hijo de puta. Pero nunca se le
ocurrió pensar que me dejó en el peor lugar que un niño podía estar —bufó con
odio puro, y cerré los ojos con fuerza sabiendo que necesitaba valor para seguir
hablando. Cuando los abrí él me estaba observando y deduciendo que había
más, negó y rio satírico y resignado—. Habla, dulzura, ya nada puede joderme
más —aseguró.
—Ese hijo de puta te encontró dos años después, o más bien su esposa lo
hizo —confesé llorando porque me dolía dañarlo de esa manera. Me miró
incrédulo luego de eso y de pronto comenzó a reírse como un loco de atar—.
Lucius Black, tu verdadero padre —seguí a pesar de eso, y se restregó las
manos en el rostro.
—Esto debe ser una jodida broma —soltó—. ¡Esto es una puta broma! —Me
encogí en mi lugar al oír su grito—. ¡El incesto que he cometido me parece
nada en comparación al asco que me da saber que en verdad por mis venas
corre la sangre de ese malnacido!
—No importa que haya sido tu padre, no eres ni serás jamás como él, Pecas
—aseguré, y me miró serio.
Pude ver el dolor en sus ojos negros y la tristeza que lo invadía en ese
instante, volvió a acercarse a mí, y alcé la cabeza para poder verlo a la cara.
—Gracias por no dejar que siguiera en mi error —negué cuando dijo eso.
—Lo siento mucho, de verdad. Vi que intentabas algo serio con Celine y ella
estaba feliz de al fin poder tener una oportunidad contigo, por eso siempre digo
que la vida es una perra y nos jode de formas retorcidas —asintió de acuerdo.
—Creo que no nacimos para ser felices —habló demasiado rendido y bajó el
rostro. Me alejé de él cuando el impulso de consolarlo llegó de nuevo, no era
malo hacerlo; lo malo era la forma en la que quería lograrlo.
Sacó su móvil cuando comenzó a sonar, me mostró la pantalla para que viera
que se trataba de Rulitos, y me estremecí; él negó sin saber qué hacer, la
vergüenza era evidente. Darius comprendía que no había sido culpa de ellos,
pero enfrentarlo era distinto; aun así se armó de valor y tomó la llamada
poniendo el altavoz.
—Quiero morirme. —Los sollozos de Celine la hacían hipar, y sentí una
opresión terrible en el pecho.
Darius no pudo decir nada en ese momento y más lágrimas comenzaron a
salir de sus ojos, Angela había dejado la cobardía, aunque tuve que obligarla.
—Tanto que juzgué a Laurel en el pasado por lo que quiso hacer conmigo y
contigo, por su forma de vida y mírame, Darius… —Su verborrea en ese
momento estaba cargada de asco y arrepentimiento, pero a mí no me había
molestado su crítica por mi vida.
Era lo que era y no me arrepentía de nada, sus creencias y forma de vida en
cambio le jugaban en contra de lo que sucedió entre ellos aun así no fueran
conscientes de lo que estaban cometiendo.
—Amando a mi hermano y acostándome con él… ¡No tengo perdón de
Dios!
—No ha sido nuestra culpa, cariño —le aseguró él siendo cariñoso y
comprensivo—, tu madre debió hablar antes de que esto ocurriera, lo supo con
tiempo y prefirió callar.
—También es tu madre —alegó ella y rio de lo patético que se escuchaba—,
papá está destrozado por su mentira, y yo de momento no puedo perdonarla.
Te quiso hacer quedar como el malo de la historia cuando fue ella la única
mala, ha jodido mi vida de una forma que jamás debió joder, y la única
solución que encuentro para escaparme de esta aberración es morirme.
Negué cuando la escuché decir esas tonterías y me acerqué más para hablar
cerca del móvil, Darius vio mi intención y con una mirada me animó a seguir.
—No sé qué parte de no fue su culpa no entiendes, niña, y creo que si eres
así de débil y piensas en quitarte la vida o qué sé yo… entonces es mi deber
advertirte que al cielo no irás, Rulitos.
—Laurel… —jadeó sorprendida al oírme.
—Escúchame bien, Celine. No soy una creyente porque nadie jamás me
enseñó nada de eso, pero créeme tú a mí cuando te digo que, si piensas en
cometer una locura, el infierno te dará la bienvenida y no por haberte acostado
con tu hermano sino por suicidarte… ¡Joder, niña! Agradece que al menos te
follaste a Pecas sin saber lo que eran y quédate con el recuerdo de lo mucho
que disfrutaste y no al hombre que lleva tu sangre, y esa es una metáfora, ya
que son de diferente tipo, sino al chico del cual te enamoraste. —Vi a Darius
sonreír y negar, me encogí de hombros para que me dijera qué sucedía, pero
calló.
—Haces ver todo tan fácil, te juro que quisiera ser como tú y que me
importara una mierda todo esto. —Al menos el llanto ya había cesado cuando
habló.
—¡Ah! No, Rulitos, tampoco pidas milagros que como yo ninguna. —Tanto
ella como Darius rieron al oírme—. Ya, chicos, es en serio. Ustedes no tuvieron
la culpa de esto y no es pecado cuando no eras consiente de lo que hacías;
ahora, si ustedes quieren seguir, sí lo será, pero si son felices, se aman y desean
una vida juntos… no se detengan. —Miré a Darius, y se sorprendió demasiado
por mis palabras—. Al menos yo creo más en el amor, venga de donde venga.
—Claro que no seguiremos —zanjó Pecas un poco enfadado por lo que dije.
—Sería estúpido hacerlo, Laurel. Admiro que tengas una mente tan abierta,
pero esto es algo que jamás pasará, pensar en Darius como hombre en estos
momento me produce un malestar en el estómago por mucho amor que sienta,
y sé que a él le pasa lo mismo.
—Quiero verte, Celine. Hay muchas cosas que hablar y es raro, pero no
debemos alejarnos por algo que no nos buscamos, tú has sido mi amiga a pesar
de todo y créeme cuando te digo que intentaré verte como lo que de verdad
eres. —Quise alejarme de Darius cuando comenzó a hablar con ella, pero me
tomó de la muñeca para impedirlo y con un gesto me dijo que esperara.
—Dame tiempo, no puedo hacer esto aún.
Siguieron hablando unos minutos más y no me soltó, hizo que Celine le
prometiera que no iba a cometer una locura y, aunque ella lo hizo, vi la
preocupación en él. Era lógico que se sintiera así, Darius estaba siendo muy
maduro porque la vida ya lo había golpeado demasiado fuerte como para
enseñarle a ser frío en situaciones tan complicadas como esas, Celine en
cambio se crio en un hogar donde todo parecía perfecto y era de entender que
reaccionara así.
Mi vida no era tan distinta a la de Darius, los dos habíamos pasado por
situaciones difíciles y logramos enfrentarlas a nuestra manera; crecimos y
aprendimos demasiado, y lo que más admiraba de él era que, a pesar de sus
golpes, seguía creyendo en lo bueno. Lo educó un tipo que de hombre no tenía
nada y, sin embargo, Pecas fue diferente; era un caballero y también un jugador
con las mujeres, pero no había hecho sufrir a ninguna a excepción de mí claro
estaba. No obstante, un error conmigo no evitaba que viese sus virtudes, y por
eso desde un principio siempre creí que era un hombre con alma de niño, un
inocente creyéndose pecador, y estando ahí en ese momento comprendí que
deseaba apoyarlo en esa situación tan dura que estaba pasando. No iba a dejarlo
solo y quise ser para él lo que debí ser desde un principio antes de llevármelo a
la cama: su amiga.
—Gracias por tus palabras a Celine, en serio tuve miedo de que cometiera
una locura —dijo, quería parecer tranquilo, pero se veía demasiado vulnerable
en ese momento.
—Para eso están las amigas —aclaré y levanté mis hombros en un gesto
despreocupado. Nos miramos unos segundos, y me sentí sin saber qué decir
cuando su mirada comenzó a quemarme—. Hay algo que quiero saber para
descartar cualquier cosa —musité, recordando el pensamiento que tuve cuando
me enteré de las líneas de sangre.
—Pregunta.
—¿Tú y Celine se cuidaron cuando tuvieron sexo?
—Sí, siempre fue así. Con la única que tuve relaciones sin protección fue
contigo —que recordara aquellos momentos no fue bueno, pero disimulé lo que
me hizo sentir—. Voy a ir a mi casa, creo que este día ha sido muy pesado y me
siento exhausto —avisó, y asentí.
Dasher iba a quedarse con los clones y me preocupaba que estuviera solo en
su estado, pero se sentía tan incorrecto ofrecerme a ir con él, y más cuando se
notaba que no deseaba compañía.
Respiré con brusquedad debatiéndome en qué hacer.
—¿Y si vamos a algún lugar a tomar un trago? —propuse, y me miró
estupefacto—. Yo también he tenido malos días al callarme todo esto y, ahora
que he hablado al fin, siento que me merezco eso; tú no estás bien y dicen que
para eso no hay nada mejor que estar con los amigos.
—¿No te ocasionaré problemas con Olek? —Sonreí por su pregunta. Era
fácil decirle que Olek solo era mi amigo, uno con el que me había acostado
algunas veces. No obstante, era mejor que creyera lo contrario en esos
momentos.
—Confía en mí, además solo iré a tomar un trago con un amigo —aclaré, y
sonrió.
—Al menos enterarme de todo esto me ayudó a ganarme tu amistad. —
Ambos nos reímos, y me ofreció su brazo para que enganchara el mío.
Salimos de la habitación y, al llegar a la sala, descubrimos a toda la familia
esperando por nosotros, LuzBel frunció el ceño al vernos caminar agarrados y
los niños sonrieron cómplices. Los ojitos de Dasher se iluminaron y corrió a
nuestro encuentro.
—¡Papitos! —gritó, y Pecas lo cogió en volandas, se sentía lindo que ese
pequeño nos llamara así.
En mi interior siempre agradecí que fuera tan obstinado cada vez que
intentaba que no me llamara mamá porque sentía hermoso que me viera como
su figura materna a pesar de que su padre y yo no estuviésemos juntos.
Respeté el silenció de Darius cuando su hermana y cuñado pidieron
explicaciones porque supe que no estaba preparado para decir aquella verdad y,
después de aclararles que solo habíamos hecho las pases como amigos, nos
dejaron ir tranquilos hacia nuestro destino.
Karma había sido inaugurado meses atrás y decidimos pasar el rato ahí, era
uno de los mejores club en esa zona y con los arreglos que se le hicieron se
convirtió en exclusivo para muchos hombres de sacos caros. Valoré mucho mi
trabajo cuando estuve a cargo de todos esos negocios, pero no lamentaba
haberlo dejado, ya que tuve la oportunidad de crecer con los míos; volver como
una clienta era refrescante y la compañía que tenía me hizo merecedora de
muchas miradas cargadas de envidia y admiración. No culpaba a esas mujeres,
estar con un tipo tan caliente como Pecas era satisfactorio, mas esa vez estaba
decidida a no cagarla.
—Como dices tú… ¡Salud por la perra vida! —Me reí cuando alzó su trago,
y lo acompañé en su brindis.
—Porque nos hace mierda por momentos, pero también nos recompensa con
nuevos comienzos —añadí—. ¡Salud! Porque nada ni nadie nos joda esta
noche, mucho menos las raíces del pasado.
—Y por una nueva amistad. —Ambos nos miramos cuando dijo eso, y
choqué mi vaso con el de él.
«Una nueva amistad». Se repitió en mi cabeza, después de tanto tiempo me
sentí casi completa y solo rogaba para que ese buen momento no acabara.
Increíble cómo la vida te demostraba que se había ensañado contigo y no
estaba dispuesta a ninguna tregua. Y comenzaba a creer que desde que nací
tenía un letrero color neón en la cabeza que decía «Jódeme como quieras», y
por lo mismo desde que estuve en el vientre de esa señora sufrí, aunque
también sobreviví.
Era por eso que no me daba por vencido, me estaba convirtiendo en el mejor
sobreviviente del destino y me decidí a ir de frente contra él y no esconderme
más —no era como si lo hubiese hecho y tampoco lo haría a esas alturas de mi
vida—. Terminé hablando con mi hermana y su marido y les confesé las
nuevas jugadas que la vida me estaba haciendo, ellos me mostraron su apoyo
total y, al igual que Laurel, me aconsejaron seguir mi vida como yo deseaba.
Lo dije antes y no me cansaría de decirlo, solo tenía una madre, la única a la
que reconocería como tal en la vida y ninguna prueba de ADN me diría lo
contrario.
—Tienes sangre Black, la misma que tuvo Amelia y es la que importa. No lo
olvides, Darius, porque nuestra hermana luchó demasiado para cambiar ese
legado y debes concentrarte en eso, tienes la oportunidad de cambiar la historia
sobre tu familia; eliminamos los genes malos, y debes hacer crecer los buenos.
Leah tiene tu sangre, Amelia también la tuvo, y ese es el lado bueno de que el
destino te pusiera en manos de ese perro. —Isabella dijo cada palabra con
ímpetu y una seguridad que llegué a envidiar, me quería hacer ver las cosas
como en realidad eran y me hizo sentir muy bien su manera de analizar de
todo.
Era cierto, después de creer a Amelia solo mi hermana por adopción me
daba cuenta de que también lo era de sangre, y mi sobrina se sentía más mía al
saber que teníamos parte del ADN Black. Eso era lo maravilloso de mi miseria.
Lucius nunca supo que en verdad adoptó a su propio hijo y para mí él seguiría
siendo solo el malnacido que me aceptó para complacer a su mujer, y eso fue lo
único bueno que tuvo de ese perro: el ángel más bello de mi vida y la mujer
que me amó a pesar de no haberme parido, mi verdadera madre.
Con Celine no volví a hablar y solo sabía que estaba bien porque puse a
alguien para que la cuidara, la verdad yo tampoco estaba preparado para verla y
era consciente que nada fue nuestra culpa, pero igual se sentía horrible recordar
todo lo que hicimos y que al final resultáramos siendo hermanos.
Me concentré en mi hijo y en el trabajo para no darle atención a las verdades
que habían llegado a mí amenazando con joder mi cordura, y agradecía que
Laurel se tomara en serio eso de ser amigos y me llamara para saber cómo
estaba. Me gustaba mucho su manera de saber mi estado de ánimo o cómo
estaba llevando las cosas, ella nunca preguntaba «¿Cómo estás?», ya que la
respuesta era obvia, pero hablaba conmigo y se aseguraba de que no quisiera
ahogarme en alcohol o buscar una forma de acabar con mi vida.
Jamás pasó por mi cabeza hacer lo último, tenía a mi pequeño y él merecía
un papá a su altura, Dasher me hacía seguir adelante y me daba ánimos para ser
mejor cada día.
Los primeros días después de perder a Laurel —un año atrás— fueron una
total mierda y poco a poco fui superando su ausencia y que saliera de mi vida
casi por completo; justo cuando comenzaba a sentirme como el Darius que
siempre fui me enteré de que me estaba follando a mi hermana y eso volvió a
enviarme al punto patético de mi vida del cual me había recuperado. La
pelinegra decía que admiraba la madurez con la que tomé ese detalle, pero eso
no era cierto, por dentro me sentía miserable y sin ganas de tocar a una mujer
por un buen tiempo.
La abstinencia resultaba mejor, ya que, así como estaba mi vida de torcida,
podía follarme a alguna tía u otra hermana.
—Sabes, pienso que ya nos hace falta acción. —Connor se encontraba frente
a mí, su pequeño hijo Jacob estaba por cumplir un año y jugaba con la pulsera
de hilo rojo que usaba su papá.
Mi hermana había vuelto a Italia con su familia.
—¿También estás aburriéndote solo con tu rol de empresario? —Me reí
cuando formulé esa pregunta.
Él se hizo dueño de una cadena de hoteles que estaba extendiendo por todo
el país y ya casi iba a lograr que le dieran las cinco estrellas. La organización a
la que pertenecía había reclutado a nuevos miembros, siendo más cuidadosos
que antes, y por lo tanto sus ejecutores originales se dedicaban a su vida
personal y los sueños que tenían fuera de sus trabajos para el gobierno.
—¡No! Hago feliz a Jane y a mi hijo, soy feliz al lograr eso. Pero vamos,
viejo… pasé casi la mitad de mi vida en Grigori, entre la adrenalina de las
peleas, el fuego cruzado, la investigación y el seguimiento de nuevos objetivos.
Me consideraron siempre el más tranquilo de todos, sin embargo, me gustaba
lo que hacía y estoy reconsiderando la idea de reintegrarme, y de hecho, todos
los demás estamos pensando en ello —confesó, y me sorprendí un poco.
—¿LuzBel también?
—Y tu hermana, solo que ella lo hará un poco más de lejos porque tu cuñado
no le permitió exponerse como lo hizo antes.
—¿Isa lo aceptó?
—Lo hizo. LuzBel la complace en todo, pero cuando se trata de cuidarla a
ella o sus hijos, no logra convencerlo con nada.
Me reí al imaginar a aquellos dos en una disputa por cumplir sus voluntades,
cogí al pequeño Jacob en brazos y me puse a jugar con él; amaba a los niños y
mis ganas por tener uno de mi sangre seguía intacta, aunque la madre que
deseaba para ese bebé nunca podría cumplirme tal cosa. Desde que retomé mi
amistad con Laurel no habíamos tocado ese tema porque sabía que era algo
delicado y doloroso, pero las ganas por saber cómo descubrió todo me
torturaban cada vez que la veía.
Tal vez algún día hablaría de eso con ella, cuando doliera menos.
Me despedí de Connor tiempo después y me fui a casa, esa noche iría a
Vértigo para verificar que el nuevo administrador hiciera su trabajo como
debía; Celine no se había presentado a trabajar desde que nos enteramos de
todo, y no quise presionarla con llamadas porque ambos necesitábamos tiempo
para procesarlo.
Solo esperaba que volviese en algún momento.
Entré a mi oficina y desde ahí observé a todas las personas en la planta baja
que disfrutaban de la música y sus bebidas, cada quien vivía su vida sin
mostrar sus preocupaciones, y creo que por eso me había gustado ser dueño de
clubes, en ellos todo era felicidad y cero penas. De un momento a otro me vi
pensando en lo que hablé con Connor, en el pasado fui parte de Los Vigilantes,
organización enemiga de Grigori y en la que hice cosas que no fueron de mi
agrado, y todo para intentar encajar en la familia que me tocó. Hubo un tiempo
en el que Lucius tuvo su fe puesta en mí y me quiso moldear a su manera, él
siempre deseó un hijo varón que heredera su legado, pero mamá se negó a
tener más hijos con ese bastardo y después escapó de sus garras.
Nunca la juzgué, al contrario, comprendí sus razones, y si me quedé al lado
de Lucius en lugar de huir fue solo porque logró embaucar a Amelia, y debido
a su enfermedad decidí cuidarla, algo que me fue difícil un tiempo. El hijo de
puta que nos tocó por padre intentó dañarla de muchas maneras y, después de
querer ganarme y hacerme digno de su herencia, comenzó a odiarme por
impedir muchas veces que lastimara a mi hermana. Entonces quiso que me
fuera, mas ya no lo hice solo por joderlo y proteger a mi vulnerable hermana;
gané Vértigo porque Lucius buscó mantenerme lejos de ellos y sus mierdas,
por eso el club se convirtió en zona neutral para ambas organizaciones y,
aunque yo no era, ni compartía las enseñanzas de los Vigilantes, aprendí mucho
en mi tiempo como ejecutor, y por lo mismo me gané el respeto de algunos
miembros.
Darius Black era conocido en el bajo mundo y también en la sociedad
superior cuando por cuestiones del destino pasé a formar parte de Grigori, y
hasta el momento era el único en lograr ser respetado por ambos mundos. Me
movía a mi antojo y recibí varias propuestas para reactivar y liderar a los
Vigilantes, pero eso era algo que no iba a suceder; deseaba acción y la
adrenalina que aquellas asociaciones me dieron, sin embargo, si algún día
volvía, lo haría del lado de mi hermana.
Una hermosa pelinegra captó mi atención desde donde se encontraba, estaba
rodeada de sus amigos y un vestido azul se abrazaba a su cuerpo de una manera
que lo llegué a envidiar; el cabello le brillaba en muchos colores con los
destellos de la luz que reflectaban las bolas de disco colgadas en el techo y
brindó celebrando por algo. Un brazo se hizo con su cintura y ella dio un beso
en la mejilla del dueño de aquella extremidad que se aferraba con posesividad a
su cuerpo, y mis manos se volvieron puños apretados con violencia cuando
reconocí a aquel tipo: Olek Sandr.
Le sonreía con picardía a Laurel, y ella devolvía el gesto con una
complicidad que prometía mucho placer para más tarde, no pensé en nada
cuando comencé a caminar hacia la salida de mi oficina y bajé las gradas que
me conducirían a la primera planta y de inmediato hasta el privado de aquellas
personas.
«Solo iba a saludar». Eso era lo que me repetía una y mil veces hasta llegar y
fingir una sonrisa animada cuando estuve frente a ellos.
—¡Pecas! —El pelinegro me sonrió y saludó con emoción. Sin importar que
su novio estuviese ahí se abalanzó sobre mí y besó mi mejilla como saludo.
¡Mierda! Deseaba un saludo así de una persona con el mismo color de su
cabello, pero con una enorme diferencia entre las piernas.
Edward olvidaba que, aunque sus gustos fueran diferentes, seguía siendo
hombre y me llegaba a intimidar su forma tan afeminada de comportarse; no lo
juzgaba, era solo que no estaba acostumbrado a ser tratado así por otro hombre.
A Jace no le fue de su agrado el gesto de su novio, pero al parecer lo que
celebraban era demasiado importante y lo dejó pasar.
—¡Mira! —Estaba demasiado exaltado cuando me mostró su mano
izquierda y un anillo de compromiso hecho para él adornaba su dedo anular—.
Jace acaba de proponerme matrimonio —confirmó lo obvio, y sonreí.
—¡Felicidades! —Y en ese momento y por única vez fui yo quien lo abrazó.
A pesar de sus tonterías y de que me intimidaba por ser muy lanzado, también
lo llegué a conocer y era un buen tipo.
Jace era del tipo duro y siempre reacio a mi amistad, pero también lo felicité
con el mismo gesto que antes le di a su novio.
—Olek, es bueno verte —saludé al tipo con un apretón de mano y después
mi mirada se posó en mi némesis, en mi Helena de Esparta, mi talón de
Aquiles.
—Únete a nosotros, Pecas —pidió ella sin saludar antes, todos asintieron de
acuerdo, y me sentí un poco mal porque llegué ahí con de ganas de joderle la
noche a Olek y terminé siendo parte de su celebración.
Llamé a una mesera y le pedí que me llevara todo para darles un trato
especial a los nuevos prometidos, como siempre, Ed era el más emocionado de
todos, y de verdad admiraba la capacidad de ese tipo para ver el lado bueno en
cada momento de la vida.
—¡Cariño! Somos la envidia de todas las mujeres en estos momentos al estar
rodeadas de todos estos dioses —negué cuando Ed le dijo eso a Laurel, y ella
asintió siguiéndole el juego.
Comprendí en ese momento por qué se llevaban tan bien esos dos, y podía
jurar que Edward era tan perverso como Laurel, ambos se habían ido a la pista
a bailar y desde lejos vi a Nolan observándolos y, cuando Ed se fijó en eso,
Nolan sonrió por algún gesto que Edward le hizo.
Esos tres escondían algo e intuía que era mejor no saberlo.
Logré entablar una conversación pacifica con Jace y Olek, con este último
creía que iba ser difícil, pero me sorprendí de que no; por mucho que intentara
odiarlo admitía que no podía, él siempre fue sincero y jamás se metió en mi
relación con Laurel, y entendí que yo tampoco debía hacerlo por más que
deseara a su novia.
Irónico estar en el otro lado después de haber sido el dueño de aquella sirena
experta en seducción.
—Alguien lo busca, señor. —Marshall llegó al privado y avisó aquello.
—¿Sabes quién es? —le pregunté dándole a entender que podía hablar frente
a todos.
—Su nombre es Angela Sandell. —Todo mi cuerpo se tensó cuando
respondió y vi a Laurel llegar hasta a mí.
Se veía como una fiera intentando protegerme.
—¿¡La hiciste pasar!? —cuestionó alterada, Marshall me miró, y solo asentí
para después darle un sorbo a mi bebida.
—No, señora. Ella está afuera esperando por noticias.
—Dile que Darius no está en condiciones de verla y que se espere unos
veintisiete años más para eso. —Sonreí cuando la escuché, estaba achispada y
tomando decisiones por mí, pero eso, por curioso que fuera, no me molestó.
—¿Señor?
—Ya la escuchaste, obedece —dije, y él asintió.
—¡Idiota! —bufó ella, y no sabía a quién se refería al decir eso, si a Angela
por buscarme o a Marshall por no obedecerle de inmediato.
Todos en la mesa nos observaron curiosos y por supuesto que no le di
importancia a darles una explicación, ya que esa era una parte de mi vida que
deseaba mantener en lo más profundo de mi ser. Y me pegó fuerte saber que
esa mujer había llegado a buscarme, me sorprendió su descaro de hacerlo
después de tanto tiempo.
Me despedí de todos en el privado cuando un dolor de cabeza comenzó a
atacarme y supe que era momento de irme, se ofrecieron a acompañarme hasta
mi casa, pero me negué. No deseaba a nadie conmigo.
—Sé que no deseas hablar conmigo, pero necesitamos hacerlo. —Esa voz a
mis espaldas me detuvo cuando estuve a punto de abrir mi coche.
Estaba en el estacionamiento privado, y ella se había logrado colar hasta ahí.
No quise ni voltear a verla y decidí que lo mejor era seguir mi camino
ignorando que Ángela se encontraba detrás de mí.
—Por favor, hijo. —Me congelé con la mano en la manija del coche cuando
la escuché llamarme así y me reí irónico—. Tienes que escucharme.
—Usted y yo no tenemos nada de qué hablar, señora, y tampoco me llame
hijo. —La miré serio y noté que se estremeció cuando me escuchó decirle tal
cosa—. No pierda su tiempo, ya Laurel me dijo sus razones para tirarme como
una mierda y créame que siguen siendo injustificadas para mí. No hay excusas,
señora Sandell.
—Darius, no… —Alcé una mano para detenerla cuando intentó acercarse.
—Tuvo un año para buscarme y decirme todo, pero fue demasiado cobarde y
permitió que lo mío con Celine llegara demasiado lejos. —No estaba seguro si
ella supo tal cosa desde la primera vez que follé con mi hermana y, si fue así…
esa mujer tuvo todo para evitarnos tal error y decidió no hablar—, ahora ya no
hay nada que desee saber, así que le pido por favor que no vuelva a buscarme,
y es mejor que lo cumpla porque de momento le estoy hablando tratando de ser
educado, mas si insiste… créame que voy a olvidar todo lo que mi madre me
enseñó referente a cómo tratar a una mujer. —El dolor atravesó sus ojos
cuando le dije tal cosa y me reí por su descaro.
Abrí la puerta de mi coche y se hizo a un lado enseguida de que escuchó
cómo hice rugir el motor, las lágrimas bajaron por sus mejillas y no me
importó. Esa mujer no merecía ni siquiera mi lástima.
Vi a Marshall y los demás hombres listos para marcharse y siendo estúpido
les pedí que se quedaran, la gente de mi hermana dejó de cuidarme cuando nos
aseguramos de que el peligro había pasado, ella se negó a hacer eso, pero le
prometí que mi gente siempre estaría cuidándome, y solo cedió por esa razón.
Por supuesto que Marshall se negó a dejarme ir solo y detuve el coche
cuando, en la salida del club, Laurel salió y se puso frente a mí, frené de golpe
y la fulminé con la mirada, mas no le importó y solo corrió a la puerta del
copiloto esperando a que quitara el seguro y la dejara entrar.
—¡No seas tonta, Laurel! No te me cruces así —espeté todavía con el
corazón acelerado por su estupidez.
—¡Ya, Pecas! Al menos comprobé que tienes buenos reflejos aun estando
bebido.
—Es porque todavía estoy lúcido, si me sintiera muy borracho no sería yo el
que condujera. —Ella en cambio ya estaba pasada de lo achispada.
—¡Vamos, dulzura! Arranca este bebé que necesito salir de aquí —me
animó, y reí por su forma graciosa de hablar.
—¿Y tu novio? No creo que Olek se tome a bien que te vayas conmigo —le
recordé, y sonrió con picardía.
—Lo dejé muy entretenido, además tengo ganas de portarme mal y tú me
vas a ayudar —negué divertido, y no por lo que me dijo, sino más bien porque
mi polla se endureció cuando mencionó el portarse mal.
¡Mierda! Yo sabía lo que esa mujer era capaz de hacer cuando deseaba
portarse mal.
Decidí olvidar todo lo que me puso de mal de humor, también el que tenía
que respetar a una mujer con novio, y aceleré el coche saliendo del club de
inmediato, por los espejos vi que Marshall me seguía y opté por ignorarlo.
—Así que quieres portarte mal y decidiste hacerlo conmigo, ¿eh? —Sentí la
mirada de la pelinegra puesta en mí al decirle eso y me hice a un lado cuando
Marshall me pidió pase, se fue hacia el frente y otro coche pilotado por otro de
mis hombres se quedó en la parte de atrás.
—Pues sí, antes me demostraste que eres bueno para portarse mal y deseo un
buen compañero esta noche y pasarla bien. —Tan directa como siempre, pero
preferí no emocionarme y malinterpretar lo que decía.
—¿Qué tienes en mente?
—¿Dasher está bien cuidado? —asentí a su pregunta—. Sé que tienes un
estudio en el patio de tu casa, vamos allí y continuemos la fiesta. Desde hace
mucho no pierdo la razón con el alcohol y quiero hacerlo hoy, pero también
quiero estar cerca de nuestro pequeño para que al menos sepan que estamos allí
y lo cuiden mejor. —Mi pecho se hinchó cuando la escuché referirse así a mi
hijo, era demasiado perfecto que dijera nuestro.
—No seremos los mejores cuidándolo, pero hay más personas que se
encargarán de darnos seguridad a todos —dije, y rio—. ¡Mierda! —grité
cuando tuve que frenar de golpe.
Laurel gritó cuando vio que el coche en el que se conducía Marshall
comenzó a girar hasta salirse de la carretera, estábamos en una zona desolada,
rodeada de muchos árboles. El coche de atrás también se detuvo con
brusquedad. Me aseguré de que Laurel estuviera bien y, cuando lo hice, abrí la
puerta para ir al auto volcado de mi guardaespaldas, rogando porque estuvieran
vivos.
—¡Dios mío! —chilló la chica a mi lado y señaló el espejo.
Vi a través del mío y busqué a tientas mi arma cuando muchos hombres
vestidos de negro y gorros pasamontañas comenzaron a salir del bosque que
nos rodeaba. Cerré la puerta de golpe y puse los seguros.
—¡Joder, Pecas! Esta no era mi idea de pasarla bien. —Me sentí como la
mierda cuando la escuché aterrada.
—Ni la mía, amor. Tú tranquila, ¿okey? Vamos a salir de esta. —Consideré
encender el coche e irme, pero vi cuando un tipo apuntó a Laurel directo a la
cabeza, su arma era capaz de atravesar el vidrio con facilidad aun estando lejos
—. ¡Joder! Si salimos vivos de esta, temo que Isabella va a matarme por haber
hecho que se llevara a su gente —espeté.
Tal vez hubiese sido fácil para mí huir, tenía la capacidad para lograrlo, pero
la mujer a mi lado era peligrosa de muchas maneras, menos para defenderse en
una lucha, y no me arriesgaría a que la lastimaran.
—¡Baja del coche! —Un tipo de voz ronca llegó a mi lado y me apuntó, el
otro se acercó más a Laurel e hizo lo mismo.
Con horror vi cuando le dispararon a mis hombres para sacarlos de combate
y pensé en mi hijo, rogando para que él estuviera bien.
—¡Darius! —Laurel estaba aterrorizada y maldije en mi interior.
—Calma, cariño. Necesito que seas fuerte y me ayudes en eso porque no
podremos escapar en este momento —le pedí hablando bajo—. ¿Confías en
mí? —La miré, y asintió—. No te voy a pedir que corras porque con esos
zapatos que usas vas a joderte los tobillos y si te los quitas lastimarás tus pies,
y viendo a toda esta gente, es posible que no llegues lejos, pero voy a cuidarte.
Te lo prometo.
—¡Baja de una maldita vez, bastardo Black! ¡O vamos a bajar a tu puta y
joder con ella para animarte! —Tensé la mandíbula cuando me amenazó así,
pero traté de mantener la calma.
—No les hagas caso, el único que va a joder contigo seré yo cuando te tenga
a salvo — prometí a Laurel antes de quitar el seguro del coche.
Fui sacado con brusquedad y enviado al suelo por un tremendo puñetazo,
escuché el grito de Laurel cuando también la hicieron salir y maldije por no
poder defenderme o defenderla. No era estúpido y estaba solo en ese momento
como para intentar actuar y solo lograr que me asesinaran sin antes poder hacer
algo por proteger a la pelinegra.
—Dime quién te envió y cuánto te están pagando para que hagas esto. Te
duplico esa cantidad —aseguré y lo escuché reír con burla.
—Esto no es por dinero, es por deber y lealtad. Lealtad y honor…
—Para mi mejor defensor —terminé por él, recordando aquel lema de
mierda con el cual crecí.
Los malditos Vigilantes habían sido reactivados.
Yo era de las mujeres que vivía buscando aventuras para darle sazón a mi
vida, pero en ningún momento quise estar en la situación en la que me
encontraba; siempre supe que era valiente para todo, menos para estar frente a
un peligro inminente que amenazaba mi vida. Me cagaba del miedo cuando
escuchaba pasos acercándose, me habían separado de Darius y me metieron en
una habitación que, aunque estaba limpia, no dejaba de aterrorizarme.
Temía por Pecas, me daba miedo que lo dañaran de alguna manera.
Me quité los tacos y dejé que mis pies descansaran de aquel martirio al que
me encantaba exponerme por simple vanidad; un tipo de los que nos
secuestraron me llevó un pijama de pantalón de rayas y camisa manga larga
para que me pusiera cómoda, también toallas para que tomara una ducha si lo
deseaba. Nunca imaginé un secuestro, pero estaba segura de que en ellos no
trataban a las víctimas como me estaban tratando a mí y eso me desconcertaba
aún más.
Caminé de un lado a otro en aquella habitación, rogando para que Darius
estuviese siendo tratado como yo al menos y regresara a mí sin ningún daño;
horas antes deseé escaparme con él y, como le dije, pretendía portarme mal a
mi manera y pasarla bien con su persona. Fue por esa razón que dejé a Olek
bien acompañado de una chica a la cual conquistamos juntos en Vértigo y me
marché en busca del único hombre con el que deseaba pasar la noche desde
hacía mucho tiempo.
Si bien nuestro pasado fue desastroso, ya no me dolía y me di el tiempo
necesario para sanar sola, y era obvio que los días lejos de Pecas no
apaciguaron mi sentir por él, mis sentimientos seguían intactos y, a pesar de
que todavía estaba mi miedo por no poder darle hijos propios, mi deseo por
estar a su lado era mucho más fuerte.
—¡Ey! No vayan ahí, niños, es prohibido que estén en esta área. —Corrí
hasta llegar a la puerta y pegué mi oreja a ella para escuchar mejor.
Sabía que era uno de los hombres que me custodiaba el que hablaba, pero
me sorprendió que se dirigiera a unos niños.
Escuché con claridad la risa divertida de dos pequeños y distinguí que se
trataba de un chico y una chica, mi sorpresa fue notable porque jamás imaginé
estar en un lugar donde había menores de edad. Los sonidos de las risas fueron
haciéndose más lejanos hasta desaparecer y, como hice rato atrás, comencé a
golpear la puerta con insistencia.
—¡Necesito saber de Darius! ¡Al menos dime si aún vive! —pedir tal cosa
no me ayudaba con mi miedo, mas necesitaba saber la verdad.
La puerta se abrió de golpe y casi caí de culo por no prever eso con tiempo.
—Veo que aceptó la ropa. —El hombre era alto y de cuerpo muy fornido, se
notaba que hacía mucho ejercicio. Su rostro seguía cubierto con un gorro
pasamontañas y sus ojos oscuros escanearon mi cuerpo.
Me sentía sucia cuando llegué ahí, así que lavé mi cuerpo con rapidez y, ya
que mi vestido era muy corto, decidí que la pijama que me llevaron era mejor
porque me cubría y protegía más que el pedazo de tela que usaba antes.
—Habría sido bueno que también me trajeras unos zapatos cómodos y
nuevos —dije y sus ojos se achicaron mostrándome que estaba sonriendo.
Pensé en que se estaba comportando demasiado amable y desconfié de ello
porque imaginé que necesitaban que bajara la guardia para que se les hiciera
más fácil manipularme o usarme a su antojo.
—¿Dónde está Darius? ¿Está bien? Y sé que es estúpido que pregunte eso
porque me puedes mentir con facilidad para que deje de joder, pero confío en
que seas diferente a los animales que me raptaron —negó, y noté que volvió a
sonreír.
—El señor Black está bien, mi compañero fue castigado por haberlo
golpeado antes de traerlo acá, y le aseguro que no corren ningún peligro,
señorita. Tampoco están raptados, solo fue necesario hacer esto para poder
negociar —informó de buena manera.
El miedo no se fue.
—Necesito verlo, quiero comprobar con mis propios ojos que él está bien —
exigí, y negó.
—Él vendrá a usted, no lo contrario —aseguró, y quise golpearlo, pero no
era tan idiota para hacerlo.
Salió después de decirme tal cosa y de nuevo me dejó con la angustia,
necesitaba que Pecas estuviese bien.
Era tonto de mi parte torturarme como lo estaba haciendo en esos momentos,
mas no podía evitarlo, y diferentes terribles escenarios se formaron en mi
cabeza, el peor de todos era en el que Pecas salía herido y perdía la vida;
comencé a llorar solo de pensar en ese hecho. Ni siquiera lo tenía y ya estaba
llorando por perderlo, y me arrepentí por no haber aprovechado el tiempo que
tuve junto a él después de lo sucedido con Celine; vi el cambio en Darius, noté
todo lo que hacía para comprobarme que aprendió muy bien su lección, pero
decidí seguirlo castigando y, en ese instante —sintiendo que uno de los dos
podía morir—, me arrepentí de todo lo que no hice.
—¡Laurel! ¿¡Estás bien!? —Estuve llorando y hecha un ovillo en la cama
por tanto tiempo que no sentí cuando la puerta se abrió.
Solo alcancé a girarme antes de sentir a Pecas llegar a mí y mi corazón se
enloqueció al punto de casi de fundirse cuando lo vi vivo y bien dentro de lo
que cabía.
—¡Dios mío! ¡Jesús! ¡Oh, madre mía! —comencé a balbucear y a tocarlo,
deseando con todo mi ser asegurarme de que era él y no una alucinación.
Sin pensar en las consecuencias lo tumbé sobre su espalda en la cama y me
subí a horcajadas sobre su cuerpo en la desesperación por sentirlo muy unido a
mí.
—¡Estás vivo, Pecas! —Mi voz salió ahogada en su cuello—. ¿¡Estás bien!?
—Lo estoy, nena. Cálmate —pidió y puso las manos en mi rostro para que
me separara de él—, necesito saber si tú lo estás.
—Ahora sí, estás aquí conmigo, estás vivo y bien, entonces yo también lo
estoy —aseguré, y me sonrió feliz y divertido.
—¿Todavía te preocupas por mí? —Lo golpeé por preguntar semejante
estupidez, y se quejó con un «¡Auch!» que carecía de dolor.
—No seas idiota, Darius, creí que podías haber muerto y me tenían con
mentiras solo para que no comenzara a enloquecer, he estado llorando por no
haber aprovechado el tiempo que tuve contigo, por no haberte dicho que te
perdoné por lo que me hiciste y que durante este año que estuvimos separados
no he hecho más que pensarte y desearte. —Como era costumbre, mi boca no
paraba de soltar muchas verdades en ese momento—, y he odiado a Celine por
probarte antes que yo esta vez, aun así me caiga bien…
—Te amo, mi preciosa estrella fugaz. —Mis palabras murieron cuando
pronunció las suyas y de nuevo comencé a llorar, pero en ese momento fue por
una razón distinta—, y si tuvo que pasar esto para que cedieras conmigo,
entonces benditos sean estos imbéciles por atentar contra nosotros.
Antes de que protestara por lo que me dijo, haló mi rostro y unió su boca a la
mía, me quedé estática por unos segundos, ya que todo mi cuerpo de bloqueó
ante las sensaciones que comencé a sentir. Todavía recordaba mi primer beso, y
en ese momento me sentí como la primera vez, pero con todo elevado a la
máxima intensidad; yo también amaba a ese hombre y agradecía ese terrible
percance que nos estaba llevando a esa situación porque valía la pena. Me
recuperé enseguida de mi aturdimiento y atrapé su labio con mis dientes, me
encantaba cuando las cosas se ponían así entre nosotros, cuando ambos
luchábamos por obtener el control sabiendo que solo llegaríamos a ceder para
complacernos de forma mutua.
Gemí cuando la lengua de Darius se coló en mi boca y me acarició como
muchas veces lo hizo en mi centro, succioné esa parte de él así como lo hacía
con su pene y le demostré lo ansiosa que estaba por sentirlo de aquella manera
también. Quería comérmelo completo y mostrarle cuánto lo había extrañado.
Mis piernas parecían una cascada y me restregué en su regazó sintiendo su
dureza y arrancándole un gruñido, los dos nos deseábamos y necesitábamos
como nunca llegaríamos a necesitar a otra persona.
—Tengo ganas de arrancarte ese estúpido pijama y hacerte el amor aquí,
pero odiaría que vean tu culo si tienen cámaras de vigilancia. —Acunó mi
rostro entre sus manos para detener el voraz beso que nos estábamos dando y
sus palabras solo activaron más mi libido.
—Sabes que a mí no me importa si ven mi culo o si desean subir a internet el
vídeo porno que vamos a darles. Te deseo, Darius, y me vale un carajo que nos
graben, es más… hasta me dan motivos para esmerarme y demostrarles cuanto
te amo y deseo —solté, era obvio que la bruma de la pasión se había comido
mis neuronas y raciocinio, pero decía la verdad a pesar de todo.
Pecas me observó con una pasión y deseo contenido por mucho tiempo.
—Aunque me encante tu descaro, me pongo celoso de que otro te vea. —Mi
pecho se oprimió cuando declaró eso.
Descubrí que me gustaba eso de que un hombre se pusiera celoso de vez en
cuando porque otro me viera o más bien, me gustaba que Darius sintiera todas
esas cosas; traté de engañarme demasiado tiempo con el que hecho de que ese
tipo ya no me importaba, pero estaba claro que eso era una total mentira.
Darius Black me importaba, lo seguía amando y al saberlo en peligro sentí
que iba a morirme.
Seguimos besándonos y tratando de frenarnos un poco cuando las cosas
amenazaban con salirse de nuestras manos, estaba disfrutando de al fin sentirlo
conmigo, de sentirlo solo mío. Olvidé los miedos que tenía y las situaciones
que todavía nos faltaba resolver, ignoré el hecho de que estábamos en una
habitación desconocida y de que fuimos secuestrados por personas de las
cuales no sabía nada.
—Quiero que dejes a Olek y lo intentemos de nuevo. —Dejó de besarme
para exigir aquello y sonreí para después darle un beso casto.
—Olek solo fue mi amigo íntimo algunas noches, no es mi novio —confesé,
y me miró incrédulo.
—Pero tú…
—Yo nada, tú dedujiste que tenía algo serio con él, y dejé que lo creyeras
porque necesitaba mantenerme y mantenerte a raya. —En un santiamén me
hizo girar hasta quedar él sobre mí, y jadeé cuando me embistió sobre la ropa
haciéndome sentir su tremenda erección.
—Vas a pagarme caro esa mentira cuando salgamos de aquí.
—¿Por qué no te lo pago ya? —Sonrió por mi respuesta y se acercó a mi
oído.
—Las personas que nos tienen aquí son peligrosas. —Volvió a rozarse en mí
y solté un gemido—, no quiero que te asustes porque te prometo que saldremos
bien. Uso un rastreador en mi cuerpo y sé que alguno de mis hombres activó
una alerta en el momento que fuimos emboscamos y, conociendo a LuzBel, te
aseguro que tú también tienes alguno y en este momento Grigori debe estarnos
buscando. —Me abracé a su espalda cuando me confesó tal cosa y el miedo
regresó a mí—. Por eso no puedo tomarte aquí, aunque sienta que voy a
explotar. Te necesito alerta, amor, pronto vamos a necesitar pelear por nuestras
vidas.
Casi grité de terror cuando una alarma comenzó a sonar por todo el lugar
donde estábamos, Darius se puso de pie y me llevó con él hasta colocarme tras
su espalda. Lo diría una y mil veces: yo no era de esa vida, me cagaba con solo
pensar que estaría en un cruce de fuego.
La puerta se abrió de golpe y tres hombres entraron vestidos de negro, eran
los malditos que nos tenían ahí y los odiaba con todo mi ser. Pero el que me dio
el pijama no estaba y admito que era el único que no se había ganado mi odio.
—¡Nos has traicionado! ¡No eres digno de ser un Black! —espetó uno de
ellos, y Pecas se tensó.
Antes de lo que pude haber registrado sentí cuando lo alejaron de mí y me
quedé estupefacta al ver cómo él se defendía de los tipos que le tiraban golpes
muy bien estudiados; me fui a una esquina para alejarme del campo de batalla
en el que se convirtió la habitación y mis ganas de gritar se hicieron
incontenibles cuando veía a uno de esos malditos golpear a mi chico. Nunca
imaginé que Pecas supiera defenderse como lo hacía, era como ver a un ninja
matón o al guapo Jason Statham en sus escenas de acción; usaba patadas, pero
más puñetazos que lograban hacer tronar los huesos de aquellos que los
recibían.
Uno de los tipos cayó al suelo, los otros dos lograron coger a Darius y su
idea era someterlo; vi al tipo del suelo sacar un arma y mi instinto protector
resurgió cuando supe su intención, uno de mis tacones estaba cerca y sin
pensarlo lo cogí de la parte delantera, cerré los ojos y con toda mi fuerza dejé
caer el tacón en la cabeza de aquel idiota. Un desabrido grito salió de su boca y
sentí cómo me arrebataron con brusquedad aquel objeto y un líquido caliente
corrió por mi mano, y mi corazón se paralizó.
—¡Hija de puta! ¿¡Daniel!? —Abrí los ojos justo cuando escuché eso.
Pecas aprovechó ese descuido y se hizo con el arma del hombre que lo
retenía y sin pensarlo dos veces disparó a los dos que habían quedado de pie.
—¡Oh- mi - Dios! —chillé cuando vi mi mano manchada de sangre. El taco
estaba metido en el ojo del hombre que intentó disparar contra Darius y me
quedé sin poder respirar.
Mi estómago comenzó a revolverse y mi vista se perdió ante las lágrimas
que llenaban mis ojos, acababa de agredir a alguien y se me había pasado la
mano.
—Se suponía que iba a golpear su cabeza —logré decir cuando Pecas llegó a
mí.
—Calma, nena, ahora sabemos por qué una mujer en tacones es peligrosa.
—¡Darius! —me quejé por su tonto comentario.
—Ya, mi bella estrella. Me has salvado y eso es lo que importa. —Eso no
me ayudaba, pero decidí quedarme callada.
Miré a mi alrededor y mi estómago amenazó de nuevo con devolverse,
Darius tocó el cuello del tipo del tacón en el ojo y aseguró que seguía con vida,
pero no mencionó nada de los otros dos, y eso me estremeció.
—¡Al fin los encuentro, chicos! —Connor llegó a la habitación, también
vestía de negro y levantó su gorro para que lo reconociéramos, sentí tremendo
alivio al saber que no estábamos solos.
—¡Salgamos de aquí! —pidió Pecas.
Tomé la mano que me daba y comencé a seguirlo con torpeza, cuidando de
no dañar mis pies desnudos, de soslayo vi a Connor tomar el pulso del tipo al
que dañé y me estremecí cuando negó y comenzó a seguirnos.
Creo que Darius me había mentido.
—Le hicieron mierda el ojo —murmuró tras nosotros, Pecas lo miró mal
cuando me tensé por ese comentario.
Jamás olvidaría lo que hice.
Fue un gran martirio cuando salimos de aquel lugar y tuve que correr por
terreno pedregoso, terminé en la espalda de Pecas para no dañar más mis pies y
contuve mis ganas de gritar cuando fuimos atacados con balas, Connor y otros
hombres se encargaron de cubrirnos y protegernos hasta llegar a una camioneta
todoterreno, reconocí a Evan también protegiéndonos y admiré a un
desquiciado Dylan que disfrutaba del momento como si se tratara de un niño en
un campo de juegos mecánicos.
Esos chicos estaban locos, descolocados al disfrutar de un hecho que sería
parte de mis pesadillas a partir de ese día.
—Espero que sepas usar una de estas. —Vi a Tess quitarse un gorro para que
la conociera y me entregó un arma que ni siquiera en sueños sabría cómo
usarla.
Le había entregado otras a Darius y mi boca se abrió al verlo preparándolas
con tanta agilidad como si fueran una extensión de su cuerpo.
—Veo que tus deseos se cumplen muy rápido. —Lo escuché decirle a
Connor, y este último sonrió con diversión—. No será necesario que ella use
una de esas —le dijo después a Tess, y la chica quitó esa cosa de mis manos—.
¡Saca a Laurel de aquí, Roman! —negué cuando el coche rugió con potencia y
me aferré a Pecas negándome a dejarlo.
—Tienes que irte conmigo, vámonos todos ya —supliqué, y cada uno de los
presentes negó—. Por favor, Pecas —rogué al chico frente a mí.
—Roman y Dom van a sacarte de aquí y te llevarán a casa de Myles, allí se
encuentra Dasher, y te necesito para que lo cuides mientras yo llego —negué
frenética y con lágrimas en los ojos.
—Esos tipos vienen hacia aquí y les hemos tendido una emboscada, debes
salir de aquí, Laurel —habló Tess, y ni siquiera la miré.
—Acabo de recuperarte y no quiero que te expongas a ese peligro. —Acuné
el rostro de Darius, y me sonrió.
—Prometí que iba a joderte cuando estuviésemos solos y voy a cumplírtelo,
amor. Pero antes te pondré a salvo y me desharé del peligro que amenaza tu
futuro y el de mi hijo. —No me dejó protestar, ya que me besó y le
correspondí. Mi interior sufría al sentirlo en peligro y deseé tener poderes para
llevármelo conmigo, aunque eso era algo imposible y no me quedó más que
confiar en que cumpliría su palabra—. Te amo, Laurel Stone —susurró con la
frente pegada a la mía.
No quise responder porque todo me sabía a despedida y me rehusaba a eso.
Se alejó de mí y me encerró en la camioneta.
—Vuelve a mí, por favor —pedí con una tremenda opresión en el pecho.
Golpeó el coche como señal para que se pusiera en marcha y no respondió a
mi pedido, solo me sonrió con amor, y lloré durante todo el camino.
Algo no iba bien y lo presentía.
Llegué a la mansión Pride, y Dasher me recibió con un fuerte abrazo, estaba
feliz de saberlo bien y que me llamara «Mamita» como tanto le gustaba
hacerlo; Eleanor me sirvió un té y admiré su coraje para enfrentar toda aquella
locura, suponía que los años de experiencia y ser la esposa de un líder Grigori
le permitió tener una actitud de hierro ante esos momentos. Su hija, su yerno y
ls chicos a los que ella consideraba como hijos estaban expuestos en esos
momentos a la muerte.
El hombre que yo amaba también se estaba enfrentando a la muerte y nunca
en la vida me sentí tan al borde del abismo como ese día. Me fui a la cama con
Dasher solo para que él durmiera tranquilo y cada segundo que pasaba solo
amenazaba mi cordura, hasta que escuché alboroto en la planta baja y con
cuidado de no despertar a mi pequeño corrí para encontrarme con la mayoría
de los chicos, pero no vi a Pecas por ningún lado.
—¿Dónde está? —le pregunté a Connor con evidente aflicción, y él me miró
todavía peor.
—Lo llevan para el hospital —respondió con pena, y vi todo negro en el
momento que esas palabras salieron de su boca.
Mi hermoso Pecas.
Como lo intuí en el momento que nos emboscaron, los Vigilantes fueron
reactivados por David, un hermano de Lucius que siempre estuvo a su lado
liderando aquella organización que solo deseó el poder que Grigori tenía y el
apoyo del gobierno.
Pero lo de ellos era más obtener poder para joder a los ciudadanos.
Forcejeé cuando me separaron de Laurel y solo intenté calmarme porque
sabía que la iban a utilizar en mi contra si se daban cuenta de cuánto me
interesaba esa mujer. David sabía de mi verdadero parentesco con Lucius y él y
eso lo motivó a ir tras de mí y, cuando le pregunté cómo supo todo, respondió
con que siempre tuvieron vigilada a Ángela y en el momento que ella se enteró
de mí, ellos igual.
Explicó que su objetivo solo era hacerme entender que mi lugar estaba con
ellos, liderando una organización que Lucius fundó con esmero y por lo tanto
su hijo de sangre debía heredar su puesto; tuve que parecer interesado en todo
lo que me decía y hasta entusiasmado para así darle tiempo a los Grigori de que
llegaran a apoyarme, ya que lo cierto era que estaba asqueado de todo lo que
tuve que hacer en mi tiempo en esa organización y mi único objetivo era
eliminarla por completo y no liderarla.
—Espero que la chica que venía conmigo no esté siendo maltratada —les
advertí actuando como tanto deseaban que lo hiciera, David rio complacido.
—No te preocupes por eso, hijo. La chica está siendo tratada como nuestra
huésped especial, ni ella ni tu hijo corren peligro; solo te emboscamos de esta
manera porque sabía que era la única forma de que aceptarías hablar conmigo
después de lo que tu padre te hizo pasar. Aunque ambos sabemos que fue así
porque nunca supo que eras su primogénito, el que él tanto deseó toda la vida.
—Sentí asco cuando hizo énfasis en nuestros lazos de sangre, pero me limité a
sonreír.
Me comprobaron que no se acercaron a mi hijo, no obstante, no lo hicieron
porque no pudieron en realidad. Isabella al final se llevó a la gente que me
cuidaba a mí, pero jamás a la que se encargaba de la seguridad de mi chico, y
apostaba mis bolas a que si no lograron llegar a Dasher fue porque no pudieron
traspasar a La Orden, y no era tan idiota como para no ver eso, lo único que me
tranquilizaba es que los haría pagar más temprano que tarde.
Pedí que me llevaran con Laurel cuando creí que los tenía convencidos de
mi accesibilidad a liderar la asociación y me tranquilicé un poco cuando
aceptaron mi demanda de buena manera, llegué a aquella habitación esperando
encontrarme a una fiera, no a una gatita asustada, y más por mi bienestar y no
por el de ella.
La pelinegra me estaba sorprendiendo mucho con su cambio hacia a mí
desde que se enteró de mi parentesco con Celine y decidió ser mi apoyo en
esos días tan difíciles, poco a poco fue cediendo y, cuando aceptó que me
amaba, me sentí muy agradecido con esos idiotas que nos emboscaron.
Tal vez nuestro reencuentro se iba a dar tarde o temprano porque estaba
dispuesto a recuperarla y ser diferente con ella, pero ese altercado adelantó
todo y me sentía feliz a pesar de la situación que vivíamos. Y me dolió dejarla
ir para quedarme a enfrentar a los tipos que ya sabían de mi engaño, mas era
necesario hacerlo; mi objetivo era ponerla a salvo y limpiar el futuro de mi
hijo, el de ella y el mío, de los peligros que esas personas pudieran significar.
Iba a empezar de cero con mi hermosa estrella y deseaba hacerlo bien.
—Quién iba a decir que los Grigori volverían a la acción —murmuré
haciéndome el fuerte cuando Roman se llevó a Laurel.
—Es como debe de ser y, aunque tu hermana quiere matarte ahora mismo,
ella y mi hermano se están muriendo de la envidia por no estar aquí con
nosotros. —Reí divertido al escuchar a Tess con una emoción indiscutible en
su voz.
—Al fin se llegó la hora de patear algunos culos como en los viejos tiempos,
amor —le dijo Dylan, y ella sonrió con regocijo.
—Quiero ponerme sádica, así que hagámoslos explotar, cariño. —Todos
reímos al unísono cuando la escuchamos.
Connor se adelantó un poco y bajó su gorro para después alzar una mano y
callarnos.
—Tendremos compañía en… —Vio el reloj en su muñeca izquierda—,
tres… dos… uno… ¡A divertirnos se ha dicho dama y caballeros!
Hice crujir mi cuello y dejé listas las armas cuando escuché pasos acercarse,
más hombres Grigori salieron de sus escondites y nos enfrentamos a los nuevos
reclutas de los Vigilantes; eran cabrones muy preparados en combates de
cuerpo a cuerpo, pero nosotros nos mantuvimos en entrenamiento, aunque ya
no fungiéramos como activos de la organización, y no nos asustamos con los
novatos que intentaban superarnos en nuestro campo.
Todos estábamos disfrutando de volver a aquel lado oscuro de nuestras vidas
y me incluía porque la adrenalina de ese momento me estaba activando de una
manera única, y comprendí la envidia de mi hermana y mi cuñado en esos
momentos. Nacimos en un mundo donde la lucha, el fuego y el peligro era el
plato más delicioso del día a día y lo cambiamos solo porque había seres que
nos necesitaban dedicados a ellos en un cien por ciento, sin embargo, volver a
esa acción eran como un soplo de aire fresco que todos necesitábamos.
Me llevé algunos golpes en aquella pelea, mas solo sonreía como un lunático
al recibirlos, y me di cuenta de que no era el único. De hecho, noté que Dylan
se dejó dar algunos por simple placer.
El hijo de puta era un desquiciado y eso jamás cambiaría.
Nos deshicimos de la mayoría, y corrí tras de David cuando intentó
escaparse, quiso librarse de mí alegando que éramos sangre, no obstante, él
tenía un lado sanguíneo que deseaba eliminar, pero nunca conté con que en
aquel lugar había niños y el muy cobarde se escudó detrás de dos pequeños que
me miraron con terror cuando los apunté con mi arma.
—¡Maldito cobarde! —escupí y bajé el arma—. ¡Calma, niños! ¡No voy a
dañarlos! —El chico quizá tenía la edad de Dasher y cogió la manita de la
pequeña rubia más joven que él.
—Tendrás que dejarme escapar con ellos si no quieres dañarlos. —El niño se
aferró a la mano que David puso en su pequeño hombro y supe que no podría
hacer nada. Esos pequeños confiaban en él a pesar de que para ese hijo de puta
solo eran su llave de escape.
—¡Vete! —espeté molesto, y sonrió satisfecho de su hazaña—. Y no cuentes
con que a la próxima tendrás la misma suerte —advertí.
—No habrá una próxima vez —aseguró.
Corrí en zigzag hasta llegar a un árbol cercano en el momento que el maldito
alzó el arma y comenzó a dispararme, debí prever eso y, cuando llegué a la
seguridad del árbol, noté la sangre en mi pierna, acepté que me merecía ese
disparo por imbécil y descuidado.
—¡No disparen! —logré gritarles a los Grigori que llegaron a apoyarme—.
Hay dos niños con ese idiota —avisé cuando fruncieron sus ceños en
desacuerdo a mi petición.
Connor llegó de inmediato a donde estaba y con su navaja abrió mi pantalón
para evaluar mi herida.
—No vas a morirte, pero te dejará cojeando varios días. El proyectil entró y
salió, te haré un torniquete para cortar el sangrado —gruñí cuando amarró con
fuerza un pedazo de tela de su camisa más arriba de donde estaba la herida.
No era grave, pero comenzaba a doler como el infierno.
Me llevaron cargando hasta una de las camionetas y, a pesar de que él y
Evan insistieron en acompañarme al hospital, decidí que era mejor que se
fueran a la mansión Pride y prestaran su seguridad a mi hijo y mi pelinegra.
Otros chicos Grigori se encargaron de escoltarme hasta el hospital para ser
atendido de inmediato y al llegar me sedaron en un santiamén para atenderme.
No utilizaron anestesia general, pero estaba tan cansado que terminé
durmiendo por completo.
Ya con la seguridad de que mi gente no corría peligro fue mucho más fácil
dormir.
Comencé a recobrar la conciencia y escuché suaves murmullos de voces que
conocía a la perfección, Laurel y Celine estaban cerca de mí y, aunque no lo
pretendía, me sentí nervioso. Era la primera vez que vería a Celine después de
lo sucedido entre nosotros y, a pesar de que ella y la pelinegra se llevaban bien,
no deseaba que fueran a disgustarse por nada relacionado a nosotros.
Me removí cuando sentí una presión molesta en la pierna y abrí los ojos
poco a poco hasta adaptarme a la luz y busqué aquello tan molesto.
Era el vendaje que me habían hecho y dejaron demasiado apretado.
—¡Pecas! ¡Al fin! —Laurel fue la primera en percatarse de mi conciencia y
llegó hasta a mí para abrazarme con una fuerza tremenda.
Era un alivio que mi herida estuviera en mi pierna y no en la parte superior
de mi cuerpo.
—Que rico ser recibido así —murmuré en su oído y levanté los brazos para
devolver el abrazo.
Celine se acercó poco a poco y noté el alivio en ella al verme despierto y
bien.
—Agradece que estás herido y que yo estoy feliz de que estés bien porque
me has hecho pasar por un susto tremendo que merece una patada en tus…
—Deja mis bolas tranquilas, merezco solo mimos de tu parte. —La halé de
nuevo a mí y besé su frente.
Me gustaba lo valiente que esa mujer era conmigo y que fuese una damisela
en otras ocasiones porque eso demostraba que confiaba mucho en mí para su
seguridad.
Jamás desearía que fuese diferente, ya que era consciente de que había
chicas como ella que eran unas auténticas reinas, de esas que merecían ser
protegidas del peligro físico porque no nacieron en un ambiente como el mío,
pero que eran capaces de proteger en otras situaciones en las que tipos como yo
éramos vulnerables. Laurel era así y admiraba la fortaleza que tuvo para
sobrevivir en un mundo que la quiso rechazar desde un principio, comenzando
por su madre. Esa mujer sobrevivió a actos que ninguna niña merecía sufrir y
aun así se levantó, resurgió y se convirtió en una luchadora; no sabía
defenderse con golpes, eso era cierto, sin embargo, era algo que podía
solucionarse con práctica y mucha disciplina. Pero sí era inteligente, audaz y
astuta, eso era algo de lo que muchas carecían, y eso ni con toda la vida que les
restaba llegarían a obtener porque esas características se fortalecían con las
experiencias de vida.
Y ella había pasado por muchos golpes que la convirtieron en lo que era.
Me demostró que se amaba así misma, que se valoraba y disfrutaba la vida
sin temores; sabía lo que quería y cómo, esperaba por ello y luchaba en el
momento correcto. Tenía miedos como todos, mas los enfrentaba y luchaba por
superarlos, y que estuviera de nuevo ahí conmigo lo demostraba.
Amaba todo de esa mujer, pero sobre todo amaba su madurez.
—Estoy feliz de volver a verte —dije, y suspiró—. Tú y yo somos como el
sol y la lluvia —añadí, y frunció el ceño para luego sonreír un poco tímida.
—¿Qué dices? —inquirió nerviosa, y acaricié su rostro.
—¿Sabes que el sol y la lluvia hacen algo hermoso? —respondí con una
pregunta y por primera vez la vi quedarse sin sus respuestas listillas.
No estaba loco ni nada que se le pareciera, fue solo que recordé el momento
en que escuché la canción «Hate & Love» de Jack Savoretti y Sienna Miller.
Fue uno de esos días en que mis estados comemierda se intensificaron y
mientras bebía un trago también me dedicaba a escuchar canciones que solo me
hundía más en la miseria por no tener a Laurel conmigo, y esa en especial fue
hecha para los dos.
—Bien, creo que todavía estás sedado —expuso hacia Celine, y me reí.
Pero me miró sabiendo que no era así y entendiendo que el arcoíris que se
formaba gracias al sol y la lluvia era hermoso.
—También estoy feliz de verte a ti, Celine —dije para que la pelinegra se
tranquilizara y procesara mis palabras. Laurel se hizo a un lado y me dejó ver
mejor a la chica que seguía siendo más especial que antes para mí.
—Nos has asustado mucho, pero me alegra que estés bien. Laurel me ha
contado todo — aseguró, y alcé la mano para pedirle que se acercara y la
tomara. Dudó un segundo, pero la tomó después.
Algo cálido me recorrió al sentirla y supe que a ella también por su reacción,
hasta ese momento comprendí que confundí el cariño que sentía hacia Celine
desde que la conocí; fui un idiota por no tratarla desde un principio con más
tacto y con más distancia. Esa chica era mi hermanita, la vida me estaba
devolviendo en ella un poco de la que me quitó, y lo agradecía de corazón.
—Perdóname por haber propiciado lo que sucedió entre nosotros, sé que no
todo es mi culpa, pero debí haber mantenido mi distancia contigo desde un
principio. —Lágrimas llenaron sus ojos cuando hablé, y negó.
—No es culpa tuya y tampoco mía, lamento haber cedido, sin embargo. Pero
lo que pasó ya no se puede enmendar, mas sí olvidar y vernos de aquí en
adelante como lo que en realidad somos. —Acarició mi rostro sin malicia y
sonrió entre el llanto—. Eres mi hermano y hasta ahora entiendo por qué jamás
me viste como ves a Laurel.
—Es porque yo soy única —murmuró bajo la pelinegra, y tanto Celine como
yo nos reímos. Mi chica era una engreída, pero me gustaba que lo fuera porque
siempre actuaba así cuando estaba segura de algo.
—Démonos una oportunidad de tratarnos —pedí, y me observó con sorpresa
—. Independientemente de todo, sabes que siempre te he querido. Te aprecio,
Celine, y no deseo perderte a ti también. Ya me arrebataron a una hermana…
no quiero perder a otra. —Mi mente viajó al recuerdo de Amelia y me sentí
muy triste.
Extrañaba a mi pequeña loca, Celine nunca sería su reemplazo, no obstante,
me ayudaría a sobrellevar una pérdida irreparable.
—Y para mí sería lindo tener una cuñada dulce y no solo una que pueda
patear mi culo cuando la cabree de más. —Laurel puso sus manos en los
hombros de Celine en un gesto cariñoso, y ella la miró divertida, intuí que a lo
mejor esas dos ya habían hablado de Isabella y su genio de dinamita.
—Gracias, chicos, y si tú y yo logramos ser amigas, entonces puedo forjar
mis lazos de hermanos contigo. —Sonreí complacido cuando la escuché decir
eso. La halé y la hice abrazarme.
Todavía no deseaba ningún lazo con su madre, pero, al igual que yo, Celine
fue engañada y eso nos unía más.
Hablamos un rato más los tres, y les dije todo lo que había pasado, Laurel
terminó confesando que sabía de aquellos dos pequeños que se encontraban en
la casa donde nos retuvieron, pero se olvidó de decirme después de todo lo que
le tocó pasar. La abracé fuerte y traté de consolarla cuando Celine se fue, y me
dijo que no podía olvidar al tipo que mató por accidente, seguía creyendo que
solo lo dejó inconsciente, y decidí mantenerlo así para no traumarla más.
Pasó por demasiado trauma como para añadir ese.
Al siguiente día me dejaron salir del hospital y estaba complacido con que
ella se convirtiera en mi enfermera personal, me podía valer por mí mismo, sin
embargo, no iba a desaprovechar la oportunidad de que me mimara como lo
estaba haciendo.
En cuanto al tema de David y esos niños que seguían siendo un misterio,
decidí dejarlo en manos de Evan y Connor. Juntos seguirían investigando hasta
dar con el paradero de ese malnacido y entonces sí acabar con él por completo;
mientras tanto, iba a dedicarme a recuperarme y a disfrutar de mi familia y las
nuevas oportunidades que la vida me estaba dando.
Había llevado conmigo los anillos de matrimonio para mis amigos y cuando
se los entregué a LuzBel quedó impactado; quise hacer algo único para ellos y
por eso diseñé una argolla en oro blanco y, con letras negras y griegas, hice que
le escribieran «Tinieblo» en la parte exterior y en la interior llevaba la fecha en
que se casarían, ese era el que usaría Isabella. Para LuzBel creé uno en oro
negro y con letras griegas en color blanco se le escribió «Bonita».
—Ella es tu luz, por eso el tuyo es negro con el mote que tú la llamas en
color blanco, y ya que tú fuiste su toque de oscuridad en su vida llena de luz,
hice lo contrario con su anillo —expliqué lo obvio.
Quise hacer de esas sortijas únicas, y por lo mismo grabé sus motes
cariñosos en aquellos colores que una vez los identificaron a la perfección.
Isabella no tuvo una vida llena de completa luz, pero había sido como un
ángel cuando llegó a la vida de mi amigo.
—Son perfectos —murmuró sin poder dejar de verlos, y me sentí satisfecha
con mi regalo.
—Como lo son ustedes —aseguré, y sonrió.
Como su madrina de honor me estaba encargando de los detalles más
especiales para ellos y eso incluía la marcha nupcial y la canción que bailarían
siendo marido y mujer de forma legal; mi reciente compromiso me hacía estar
más nostálgica y me obsesioné con que todo fuese más que perfecto para esos
dos seres que eran demasiado especiales para mí, sobre todo mi amigo, mi
compañero, mi apoyo, mi hermano.
Estaba segura de que cuando nos crearon solo cambiaron el molde de los
sexos, pero en lo demás nos hicieron casi idénticos, y la vida fue tan irónica
que, cuando a su vida llegó aquella castaña que lo hizo caer, también arrastró
con ella al único hombre que fue capaz de que yo me rindiera al amor y que me
fuera de bruces junto a mi copia masculina.
—¡Odio a Caleb! —gritó Maokko, y todas las chicas que estábamos en el
comedor la volvimos a ver extrañadas de su reacción.
—¿Y ahora qué hizo? —preguntó Isabella con fastidio, siendo como la
mamá de aquellos dos que vivían solo en discusiones o desacuerdos.
—Es el encargado de organizar la despedida de soltero de tu Tinieblo y,
aunque lo amenacé con castrarlo y darle de comer su polla, se negó a no incluir
a esas estúpidas bailarinas desnudistas que de seguro no dudaran en lanzárseles
a nuestros chicos —se quejó, y creo que nuestra reacción fue por igual en
todas.
Los únicos chicos solteros y amigos del novio eran Evan y Caleb, Fabio lo
era a medias y estaba segura de que aquel rubio haría eso para joder a los
comprometidos y para mayor disfrute para él. Pero un hombre era nada en
contra de un grupo de mujeres dispuestas a defender lo que les pertenecía.
Lo de esas bailarinas no era algo tan grave en realidad y la mayoría éramos
conscientes de eso a excepción de Maokko, sin embargo, creí que esa también
era una oportunidad enorme para sorprender a nuestros chicos.
—¿Qué les parece si en la despedida de soltera de Isabella jugamos a ser
bailarinas? —propuse, y todas me miraron con sorpresa, pero de inmediato una
sonrisa pícara se formó en sus rostros.
¡Mierda! Amaba cuando encontraba a mujeres casi con el mismo nivel de
perversión que yo.
—¿Cuál es tu plan? —quiso saber Isabella, y sonreí victoriosa.
Tener una fiesta de despedida con bebidas alcohólicas, dulces en forma de
penes, idas al club o juegos aburridos, ya estaba pasado de moda. Convertirnos
en las bailarinas personales de aquellos hombres que nos traían como locas,
estaba fuera de lo común y todas las mujeres nos fuimos de compras ese día; la
tienda de lencería hizo una excelente venta después de que la idea se me cruzó
por la cabeza, y pasamos dos días metidas en una academia de baile
aprendiendo una coreografía que dejaría a esos tipos babeando.
—¿¡Estás aquí!? —pregunté incrédula. Escuché a Olek reírse a través del
móvil.
—Sí, ya te lo dije como diez veces. Pride me invitó a su boda y por supuesto
que no le iba a fallar a un viejo amigo —explicó, y sonreí.
—¿Marissa está contigo? —Ella era la chica con la cual lo dejé en el club la
noche que fuimos emboscamos con Darius y el maldito la pasó tan bien con esa
mujer que ni siquiera se enteró de que estuve secuestrada por varias horas.
—Claro, si no Italia hubiese sido aburrido. —Su respuesta me hizo saber
que ya había caído con ella.
Tuvimos nuestro momento después de mi separación con Darius, pero
aquello solo nos sirvió para comprobar que ambos habíamos sido el primer
amor del otro, pero no el verdadero ni correcto, y por lo mismo decidimos ser
solo buenos amigos. Marissa era una rubia platinada, hermosa e imponente,
una mujer segura de sí misma y de lo que quería; por lo mismo esa noche en
que la conocimos dejó claro que, aunque no le gustaban las mujeres, si
queríamos jugar ella se nos uniría. Mas mis planes eran otros y opté por dejarla
con Olek, esa noche él quizás encontró a su verdadero amor y tal vez era muy
pronto para asegurar eso; pero bien decían que no se trataba del tiempo sino de
la persona y, a mi manera de ver, Marissa era la persona, y lo mejor de todo es
que me caía muy bien.
Olek ya estaba enamorado de ella y viceversa, razón suficiente para
comunicarme con mi nueva amiga y arrastrarla en nuestro plan; estuvo
superdispuesta y agradecida de que la incluyéramos, lo mejor de todo es que
fue aceptaba y bien vista por mis compinches.
Tuve que incluir a dos solteras en el grupo y aparte invité a la enfermera que
sabía que se acostaba con Fabio —para estar completas—. La noche de la
fiesta llegó y en secreto nos reíamos del entusiasmo que Caleb tenía por la
sorpresa que según él les iba a dar a los chicos; decidimos que después de esa
noche todas las parejas dormiríamos separados y no nos veríamos hasta el día
siguiente en la boda. Pecas utilizó esa excusa para ducharse conmigo y
pasamos en aquel pequeño espacio por tres horas.
Esa había sido la ducha más larga que me di en la vida.
—Ten cuidado con esos tipos que de seguro llevarán a la fiesta —advirtió mi
novio antes de reunirse con los demás chicos, besé la punta de su nariz y
sonreí.
—Tendré el mismo que tú con las chicas que de seguro llevarán a la suya. —
No dijo nada, intuyendo los planes del flamante organizador de la fiesta y sus
mejillas se pusieron rojas.
Amaba cuando reaccionaba así.
Volví a besarlo sin dejar que dijera nada más y demostrándole que no me
molestaba lo que iba a pasar, sobre todo cuando sabía que la única que iba a
estar cerca de él sería yo.
Se fue y me quedé en la habitación terminando de vestirme, bajé minutos
después y caminé con sigilo cuando escuché el alboroto que todos tenían. Las
chicas se habían ido antes para el hotel en el que quedamos de reunirnos y mi
intención era la misma, pero mi curiosidad por aquella plática de hombres me
ganó y escuché un poco.
—Confieso que he participado en tríos. —Reconocí el juego, me asomé y vi
que solo Darius bebió su trago. Nadie más lo hizo y, a pesar de que no se
burlaron de él, sí se sorprendieron de aquel hecho.
Hasta yo lo hice. Mi amado sí era un inocente, mi pequeño ángel.
—Ni modo. No lo hice y, aunque se me dio la oportunidad, no lamento el
haberme negado —explicó sereno, y entendí de lo que hablaba.
Con cuidado de que no me vieran me marché de ahí, pero el pensamiento de
lo que había descubierto no me abandonaba y me sentía feliz de haber
escuchado una respuesta tan segura por parte de Darius.
Cuando llegué al hotel todas las chicas celebraban y repasaban la
coreografía, nuestro vestuario estaba preparado y decidí comenzar a disfrutar
de la temprana noche. Maokko había aprendido mucho de los trucos de Caleb y
logró interferir su móvil para saber cuándo se comunicaría con la representante
del club al que asistirían, misma que se hacía cargo del regalo especial para
ellos. La chica ya estaba al tanto de nuestro plan y aceptó ayudarnos cuando le
aseguramos que nadie se molestaría por el cambio, Isabella fue muy
convincente con ella.
—Chicas, perdón por el atrevimiento, pero invité a una amiga a esta
aventura —informó la enfermera de Fabio, y la miramos mal. Nos caía muy
bien, sin embargo, no nos cayó en gracia aquel anuncio—. No se molesten, lo
hice porque es casi como una mojigata que no se divierte para nada y se la pasa
metida en el trabajo veinticuatro siete; hice una apuesta con ella, la perdió y la
obligué a hacer esto, le enseñé los pasos y todo… por favor, ayúdenme a que
tenga un poco de diversión en su vida, tal vez y consigue a un chico caliente
que la saque de su monotonía esta noche.
Nos miramos entre sí y la mayoría coincidió en que les daba lo mismo, así
que Maokko le dijo que estaba bien y la hicieron pasar a la suite que teníamos
reservada. Su nombre era Michel y comprendimos lo que su amiga nos había
dicho cuando la vimos, la chica era sosa hasta en su forma de vestir y se le
notaba el aburrimiento por los poros; decidí hacerla mi proyecto personal y me
prometí que disfrutaría de su vida por lo menos esa noche.
Me cayó muy bien enseguida y se la pasó pegada a mí por el resto del
tiempo que teníamos antes de marcharnos al club.
—Estoy nerviosa —aseguró cuando estábamos detrás del telón que nos
separaba de la tarima—, esos hombres parecen modelos y están demasiado
calientes.
—Recuerda que solo puedes escoger entre el rubio y el chico de cabello
castaño a su lado —le recordé seria, y sonrió divertida.
—No soy una suicida y ustedes me dejaron demasiado claro lo que me
puede suceder si escojo mal, solo puedo hacerlo entre Caleb y Evan, está
demasiado grabado en mi mente. —Dio toquecitos en su sien, y me reí cuando
Isabella también lo hizo al escucharla—. Tu prometido es hermoso, por cierto,
y no te lo digo con malicia —aseguró, y me sentí orgullosa de que viera así a
mi Pecas.
—Gracias, pero mejor no digas nada de eso del chico que está muy tatuado o
del moreno gigante —aconsejé para evitarle una posible muerte sangrienta—,
eres muy linda para tener un final trágico. —Isa negó haciéndome sentir que
era una exagerada, pero no me corrigió.
Michel se sonrojó por mi comentario, y me causó mucha gracia, esa chica en
verdad estaba necesitada de un hombre que le quitara toda esa vergüenza con
un buen polvo o de una amiga que le hiciera entender lo valiosa que era para
que ella misma se lo creyera.
—¡Y ahora… el regalo de despedida para nuestro novio! —avisó el Dj y la
melodiosa voz de Rosenfeld con «Do it for me» comenzó a sonar dándonos el
pase para salir al escenario.
Lencería negra y roja conformaban nuestros trajes, junto a un antifaz que nos
cubría el rostro, pero si esos tipos nos conocían a la perfección… era cuestión
de tiempo para que se dieran cuenta de quiénes estaban detrás de aquellas
máscaras de plumas y brillantes. Mi traje era rojo con ligueros y medias de red,
mis zapatos de quince centímetros hacían que mi culo estuviese más en pompa,
y cada una de las chicas nos cogimos entre sí para comenzar a bailar. Mientras
la música fue avanzando, nuestros movimientos se volvieron más atrevidos;
había más tipos de los que imaginamos y tarde nos dimos cuenta de que
nuestros hombres no sacaron a los demás visitantes del club para ser solo ellos.
Sonreí divertida cuando caímos de rodillas al suelo y arqueamos nuestras
espaldas para provocar a todos. Los ojos de LuzBel se desorbitaron cuando
reconoció a su mujer, Darius rio y negó al reconocerme a mí, y le guiñé un ojo;
de inmediato mi amigo giró sus órdenes y los tipos que los cuidaban
comenzaron a sacar a las personas que estaban demás en aquel lugar. Muchos
abucheos se escucharon de los que estaban siendo despedidos porque no les
permitían seguir observando el espectáculo, pero admito que me sentí mejor
cuando los extraños se fueron.
Tomé de la mano a Michel y sin perder la coreografía la tumbé en el suelo y
comencé a seducirla, cada una de las mujeres estaba dándole un espectáculo
personal a su hombre y yo me encargué de darle uno inolvidable al mío. La
chica debajo de mí estaba nerviosa, aun así me siguió y ayudó en lo que
necesitaba; me sentí victoriosa cuando vi el bulto sobresaliente en el pantalón
de mi Pecas, y comencé a caminar hacia él llevando de la mano a Michel.
—Solo toca a mi hombre en donde yo te diga y haz lo que te permita —
advertí en su oído, y asintió.
La hice ponerse a espaldas de Pecas, y él se tensó cuando vio lo que
planeaba.
—Sedúcelo —ordené a Michel, ella vestía de negro y con manos
temblorosas inició a acariciar los hombros de mi hombre.
Todos estaban en lo suyo en ese momento, a regañadientes LuzBel se
obligaba a disfrutar del baile que le regalaba su futura esposa, y solo lo vi
tranquilo cuando se percató de que cada amigo que lo acompañaba estaba
concentrado en su propia mujer. Comencé a mover mis caderas frente a Darius
y quedé en cuclillas abriendo mis piernas en sobremanera para que notase mi
centro, caí de rodillas y me puse en cuatro para mover en círculos mi trasero y
que disfrutara de la vista. Asentí cuando con la mirada Michel me pidió
permiso de seguir sus caricias hasta el vientre de mi chico y amé que, a pesar
de tener a otra mujer acariciándolo, él se deleitara solo con lo que yo le estaba
haciendo.
El grito de Isabella me sacó de lo mío y, cuando volví a verla, su hombre la
llevaba enganchada en su cintura y la sacaba del club. El bulto en su pantalón
me hizo saber hacia dónde iban.
Dejé de verlos cuando me cogieron de la barbilla y unos ojos oscuros y
penetrantes me veían desesperados.
—Vámonos de aquí —exigió.
Miré a Michel y una idea se me pasó por la cabeza, habíamos hablado
mucho, supe de su vida, su trabajo y todo lo relacionado a ella. Por lo mismo
me animé a ejecutar mi plan.
—Esta despedida también era para mí. —Pecas me miró extraño cuando le
dije eso—. Se acabó mi vida loca, te prometo ser solo para ti. Fidelidad
absoluta, pero quiero despedirme de esa vida y deseo que seas mi compañero.
—¿Qué pretendes? —preguntó.
—Llevar a Michel, la chica tras de ti. Es hermosa y sana, confía en mi buen
gusto. —Sus preciosos ojos se abrieron demás—. Está será tu última
oportunidad para probar un trío porque de aquí en adelante seremos solo tú y
yo, y antes de casarnos quiero que pruebes todo… o parte de ese todo. —
Michel se nos quedó viendo nerviosa, mas no dijo que la idea le molestaba, le
gustaba Darius, pero en sus ojos veía claro que solo era eso. Nada más—.
Demuéstrame de qué estás hecho, Darius Black —lo reté, y sonrió como un
depredador.
Me volvió loca esa sexi sonrisa.
Un fuerte «¡Ah!» salió de la boca de Michel cuando Pecas la cogió de la
cintura y la sentó en su regazo, puso una mano entre el muslo interno de ella —
muy cerca de su sexo— y con la otra sacó el antifaz que usaba. La perversidad
corrió por mis venas al verlo de aquella manera, actuando como un cabrón.
—¿Quieres una noche perversa junto a nosotros, Michel? —le preguntó con
la voz ronca y me miró intimidante.
—Si solo será eso, sí —respondió la chica.
Mordí mi labio y me apuré a llegar a la boca de mi pecador para lamer los
suyos, de inmediato hice lo mismo con Michel.
—Solo una noche, una primera vez para ti y una última para mí —aseguré a
ambos.
La aceptación brilló en los ojos de aquellos dos y me sentí satisfecha.
Después de obtener nuestra ropa salimos del club, del brazo del único
hombre al que deseaba como mi compañero para todo.
Tendría una última noche de perversión en un trío, pero esa vez haría
participe al amor de mi vida, lo llevaría a experimentar algo nuevo a mi lado y
le demostraría que yo, Laurel Stone, podía mostrarle que lo más peligroso de
mi infierno, es que era mil veces más tentador que el paraíso.
Pero desde ese día en adelante mi ser sería solo suyo, porque mi perversa
seducción le pertenecía a Darius Black.
Él único que merecía aquel lado de
Fin…
Un año más tarde…
Estaba harta de las etiquetas, de lo que se podía hacer y lo que no; cansada
de actuar de acuerdo con lo que era correcto en un día como el que estaba
viviendo e intuí que muchos o más bien todos olvidaron quién era yo.
Era el día de mi boda y me sentía abrumada, todas las chicas se encontraban
en la habitación terminando de arreglarse, la ceremonia comenzaría casi dentro
de nada. El aire comenzó a faltarme, me estaba ahogando e iba a desmayarme
si no salía de ahí.
Ed me gritó cuando me vio salir y solo le saqué el dedo corazón como
respuesta, era el organizador de mi boda y también un total cabrón cuando
estaba en ese papel, así que antes de matarlo decidí irme unos segundos.
No usaba vestido blanco porque eso no iba conmigo, Isabella había
recomendado que fuera de negro porque moriría mi putería —según ella—,
pero lo que nadie comprendía es que yo seguía siendo una zorra, mas solo con
un hombre; así que no era necesario despedirme de nada. Mi vestido era rojo
porque me describía a la perfección, llegaba hasta el suelo y como Ed lo
describió: era en corte sirena, sin mangas o escotes, aunque sí con una enorme
abertura en mi pierna derecha y con pedrería que adornaba desde el pecho
hasta una parte de mi cadera.
Mis tacos eran dorados y mi cabello estaba agarrado en unos nudos que al
final quedaron muy hermosos, también llevaba pequeñas piedras de joyería en
él y pasé del velo, ya que nunca me gustó eso y no se veía bien con mi sensual
vestido.
«Antes muerta que típica», fueron las palabras de Ed y me reí por su tan
acertado comentario.
Cuando llegué al lugar donde sería la ceremonia y me arreglaría para mi
gran momento, vi a un tipo que me dejó alucinada con su belleza; no era
correcto y lo sabía, pero si no lo buscaba estaba segura de que no sería capaz
de llegar hasta la hora de mi matrimonio. Logré escabullirme de todos y entré a
la habitación donde lo vi meterse tiempo atrás, sus ojos se abrieron de más al
verme y con un gesto de mano le pedí silencio, y con la cabeza le indiqué que
me siguiera.
El cuarto de vinos estaba helado, pero era el único lugar en el que no me
buscarían, ya que habían sacado antes las bebidas que se estaban sirviendo.
—¿Qué desea, señorita? —preguntó cuando cerré la puerta con seguro, y
sonreí divertida.
—Una opinión de cómo me veo.
—Muy hermosa y a punto de casarse —me recordó, e hice un puchero por lo
último.
—Busco una buena despedida de soltera, no la tuve anoche. La pasé
demasiado aburrida a decir verdad —confesé y sus ojos brillaron con
entendimiento—. ¿Has hecho de todo en el ámbito sexual? —Comencé a subir
mi vestido cuando hice esa pregunta y se lamió los labios.
—Casi, todavía no me he acostado con una mujer a punto de casarse —
confesó, y noté que su voz se había vuelto más gruesa.
—Estás de suerte, solo te pido que evitemos los besos porque vas a joder mi
maquillaje y todos notarán lo que estuve haciendo antes de reunirme con mi
prometido en el altar. —Sonrió a mi petición.
—Pobre de tu prometido, esta noche le costará superar lo que voy a hacerte
—se mofó y eso solo me calentó más.
Dio el primer paso y llegó hasta mí, metió la mano entre mis piernas
aprovechando que mi vestido ya estaba recogido y gemí cuando besó mi cuello
y acarició mi centro con ímpetu. Tenía tres días de abstinencia, eso se traducía
en un año para mí y ese tipo hacía un excelente trabajo con su mano; corrió a
un lado mis bragas y gruñó cuando sintió mi humedad, sus dedos torturaron mi
clítoris y casi grité cuando introdujo dos de ellos en mi vagina y con la palma
de la mano sobó mi manojo de nervios.
Iba a correrme solo con su mano, sus besos en mi cuello y en el lóbulo de mi
oreja.
—Date la vuelta, esto tendrá que ser rápido porque tu novio ya está
esperando por ti —avisó, vi el intercomunicador en su oído y entendí por qué
sabía tanto.
—¡Mierda! —me quejé, pero me di la vuelta y me apoyé en un mueble de
madera que contenía botellas de vino.
El sexi chico subió mi vestido por la parte de atrás hasta dejarlo en mi
cintura, deslizó las bragas hasta mis rodillas y escuché cuando bajó la
cremallera de su pantalón, el simple sonido terminó de activar mi libido y gemí
cuando acarició mi raja con la corona de su polla. Estaba resbaladiza y no le
fue difícil introducirse en mí de una sola estocada, maldije porque la
intromisión brusca me provocó un leve ardor, aunque pronto el malestar se
volvió placer cuando salió unos centímetros y de nuevo me penetró.
Mis bragas me mantenía un poco cerrada, el material de ellas era delicado y
en un arrebato de pasión que tuve separé con fuerza las piernas y logré que el
material que las unía a los lados se rompiera, la tela cayó al suelo. El tipo que
me follaba por detrás gimió de placer cuando fui libre y comencé a mover las
caderas para encontrar sus empujes, nuestros fluidos se mezclaron y sus manos
se apretaron con mucha fuerza en mi cintura; dejaría marcas, pero después
habría tiempo para preocuparme por ellas.
Tomé con fuerza el borde del mueble y las botellas de vino amenazaron con
caerse ante la fuerza de los empujes que estaba recibiendo, una de las manos de
mi amante llegó a mi centro y eso fue todo lo que necesité para correrme como
tanto deseaba. Contuve un grito en cuanto el orgasmo me arrasó y mis
espasmos siguieron cuando él comenzó a correrse en mi interior y me llenó de
su semen caliente. Por la cantidad de aquel líquido imaginé que el pobre
también estuvo en abstinencia y ambos nos estábamos desahogando en ese
instante.
Lo observé por encima del hombro y le sonreí satisfecha por lo que
acabábamos de hacer, lo vi sacar un pañuelo y me limpió cuando salió de mi
interior, a pesar de todo tuvo esa delicadeza conmigo, y eso solo me hizo
sentirme más segura de lo que estaba a punto de hacer.
—Se supone que es de mala suerte ver a la novia antes de estar en el altar. —
Dejó de ser mi amante, mi desliz antes de casarme y se convirtió de nuevo en
el tipo que amaba.
—Deja eso para los novios comunes, tú y yo somos diferentes, y la suerte
me acompaña desde que te cruzaste conmigo en aquel cementerio —le recordé,
y sonrió.
—Te espero en el altar, amor —me despidió y me regaló un beso casto—. Ed
se está volviendo loco porque no te encuentra y está jurando matarte porque
piensa que me has dejado plantado. —Nos reímos por las locuras de mi amigo
y ya más tranquila salí de aquel lugar.
Mi Pecas era todo lo que necesitaba para sentirme en calma.
Vi a Laurel irse del cuarto de vinos y sonreí por las cosas que me hacía
hacer, mi vida a su lado carecía de aburrimiento y me ponía loco cuando una
nueva fantasía llegaba su cabeza y me buscaba para cumplirla. Ella era mi
chica perversa y cada día me esmeraba por ser su compañero ideal.
Mi hermana nos había hecho separarnos tres días antes de nuestra boda, lo
impuso como un reto y, a pesar de que accedimos y nos propusimos ganarlo,
por momentos llegué a arrepentirme; estar lejos de mi preciosa estrella no era
nada fácil, y ambos nos estábamos castigando con esa separación. Lo que
menos esperaba esa mañana era la propuesta que me hizo por medio de un
mensaje de texto y la nueva fantasía que estaba teniendo.
¿Me quieres como un hijo de puta o un tipo tímido al que tengas que seducir
antes?
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Corazón de Hielo
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Corazón Oscuro
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Corazón de Fuego
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Sinopsis
Estrella Fugaz
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Epílogo
Playlist
Otros libros del Autor
Notas
[←1]
Esta parte es una frase de los libros que conforma la trilogía Corazón, de ellos nació este Spin
Off.
[←2]
Esta escena fue hecha en colaboración con Carolina Maldonado y su libro Afrodita disponible
en la plataforma de lectura Wattpad.
[←3]
Película estadounidense interpretada por Channing Tatum.
Table of Contents
Sinopsis
Estrella Fugaz
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Epílogo
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