Stuart - Hall - El Espectaculo Del Otro
Stuart - Hall - El Espectaculo Del Otro
Stuart - Hall - El Espectaculo Del Otro
Trayectorias y problemáticas
en estudios culturales
Stuart Hall
Stuart Hall
Primera edición
Agosto 2010
Envión editores
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Introducción 7
Práctica crítica y vocación política: pertinencia de Stuart Hall
en los estudios culturales latinoamericanos 7
Parte I. Sobre los estudios culturales 15
1. El surgimiento de los estudios culturales
y la crisis de las humanidades 17
2. Estudios culturales: dos paradigmas 29
3. Estudios culturales y sus legados teóricos 51
Parte II. Contribuciones a la teoría social:
no-esencialismo, hegemonía e ideología 73
4. Sobre postmodernismo y articulación 75
5. Notas de Marx sobre el método:
una “lectura” de la Introducción de 1857 95
6. El problema de la ideología: el marxismo sin garantías 133
7. El redescubrimiento de la “ideología”:
el retorno de lo reprimido en los estudios de los medios 155
8. Significación, representación, ideología:
Althusser y los debates postestructuralistas 193
9. La cultura, los medios de comunicación
y el “efecto ideológico” 221
Parte III. Raza y etnicidad 255
10. La importancia de Gramsci
para el estudio de la raza y la etnicidad 257
11. ¿Qué es lo “negro” en la cultura popular negra? 287
12. Los blancos de sus ojos:
ideologías racistas y medios de comunicación 299
13. Nuevas etnicidades 305
14. Antiguas y nuevas identidades y etnicidades 315
Parte IV. Identidad y representación 337
15. Etnicidad: identidad y diferencia 339
16. Identidad cultural y diáspora 349
17. La cuestión de la identidad cultural 363
18. Negociando identidades caribeñas 405
19. El espectáculo del “Otro” 419
20. El trabajo de la representación 447
Parte V. Multiculturalismo, globalidad, estado
y postcolonialidad 483
21. El significado de los Nuevos tiempos 485
22. Lo local y lo global: globalización y etnicidad 501
23. El estado en cuestión 521
24. Cultura, comunidad, nación 547
25. ¿Cuándo fue lo “postcolonial”? Pensando en el límite 563
26. La cuestión multicultural 583
Fuentes originales de los artículos 619
19. El espectáculo del “Otro”
Introducción
1 Los tres puntos suspensivos entre barras indican los lugares en los que hemos hecho
cortes en el texto original (Nota de los editores).
420 Stuart Hall
nunca puede estar completamente a cargo del significado. Lo que quiere decir
ser “británico”, “ruso” o “jamaiquino” no puede controlarse en su totalidad
por los británicos, rusos o jamaiquinos sino que siempre se encuentra en
negociación, en el diálogo entre estas culturas nacionales y sus “otros”. Así,
ha sido argumentado que uno no puede saber lo que se quiere decir con
“británico” en el siglo XIX hasta que sepa lo que pensaban los británicos
acerca de Jamaica, su colonia preciada en el Caribe o acerca de Irlanda, y de
forma más desconcertante, lo que los jamaiquinos o los irlandeses pensaban
de ellos (cfr. Hall 1994).
La tercera clase de explicación es antropológica /…/ El argumento aquí es
que la cultura depende de dar significado a las cosas asignándolas a diferentes
posiciones dentro de un sistema de clasificación. La marcación de la “diferencia”
es así la base de ese orden simbólico que llamamos cultura. Mary Douglas
(1966), siguiendo el trabajo clásico sobre los sistemas simbólicos por el
sociólogo francés Emile Durkheim, y los estudios posteriores de la mitología
por el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, argumenta que los grupos
sociales imponen significado a su mundo ordenando y organizando las cosas
en sistemas clasificatorios. Las oposiciones binarias son cruciales para toda
clasificación porque uno debe establecer una diferencia clara entre las cosas
para clasificarlas. Enfrentados con diferentes clases de comida, Lévi-Strauss
(1970) sostenía que una forma de darles significado es empezar dividiéndolos
en dos grupos: aquellos que se comen “crudos” y los que se comen “cocidos”.
Naturalmente, uno también puede clasificar la comida en “verduras” y
“frutas”; o en aquello que se come como “entradas” y lo que se come como
“postres”, o lo que se sirve en la cena y lo que se come en las fiestas sagradas
o en la mesa de comunión. Aquí, una vez más, la “diferencia” es fundamental
para el significado cultural.
Sin embargo, también puede dar origen a sentimientos y prácticas nega-
tivas. Mary Douglas sostiene que lo que realmente turba el orden cultural
es cuando las cosas se manifiestan en las categorías equivocadas o cuando
las cosas no encajan en alguna categoría: una sustancia como el mercurio,
por ejemplo, que es un metal pero también es un líquido o un grupo social
como los mulatos que no son ni “blancos” ni “negros” sino que flotan ambi-
guamente en alguna zona híbrida inestable no determinada (Stallybrass y
White 1986). Culturas estables requieren que las cosas permanezcan en el
lugar asignado. Las fronteras simbólicas mantienen las categorías “puras”,
dando a las culturas significado e identidad únicas. Lo que desestabiliza la
cultura es “la materia fuera de lugar”: la ruptura de nuestras reglas y códigos
no escritos. La tierra en el jardín está bien pero en la habitación es “asunto
fuera de lugar”, un signo de contaminación, de fronteras simbólicas que están
siendo violadas, de tabúes rotos. Lo que hacemos con “los asuntos fuera de
su lugar” es barrerlos y tirarlos, restaurar el orden, restablecer los asuntos a
su normalidad. La retirada de muchas culturas hacia el “cerramiento” contra
los intrusos, extranjeros y “otros” es parte del mismo proceso de purificación
(Kristeva 1982).
De acuerdo con este argumento, entonces, las fronteras simbólicas son
centrales a toda cultura. Marcar la “diferencia” nos conduce, simbólicamente,
422 Stuart Hall
fue un medio por el que se dio forma visual al proyecto imperial en un medio
popular, forjando el enlace entre el Imperio y la imaginación doméstica.
Anne McClintock dice que, a través de la racialización de la publicidad
(racismo de mercancía), “el hogar de clase media victoriana se convirtió en
un espacio para la muestra del espectáculo imperial y la reinvención de la
raza mientras que las colonias —en particular África—se convertía en un
teatro para exhibir el culto Victoriano de la domesticidad y la reinvención
del género” (1995: 34).
La publicidad para los objetos, chucherías, con los que las clases medias
victorianas llenaban sus hogares suministraba una “manera imaginaria de
relacionarse con el mundo real de producción de mercancías y, después de
1890, con la aparición de la prensa popular, desde el Illustrated London News
hasta el Harmsworth Daily Mail, la imaginería de la producción en masa entró
al mundo de las clases trabajadoras por vía del espectáculo de la publicidad”
(Richards 1990). Richards lo llama “espectáculo” porque la publicidad tradujo
las cosas en un despliegue de una fantasía visual de signos y símbolos. La
producción de mercancías se conectó con Europa —la búsqueda de mercados
y de materias primas en el extranjero suplantando otros motivos para la
expansión imperial—.
Este tráfico de dos vías forjó conexiones entre el imperialismo y la esfera
doméstica, pública y privada. Las mercancías (y las imágenes de la vida
doméstica inglesa) fluyeron hacia fuera, hacia las colonias; las materias primas
(y las imágenes de “la misión civilizadora” en progreso) fueron traídas a casa.
Henry Stanley, el aventurero imperial, que famosamente siguió a Livingstone
en África Central en 1871, y fue fundador del infame estado del Congo Libre,
trató de anexar Uganda y abrir el interior para la Compañía de África del
Este. El creía que la expansión de las mercancías haría inevitable la “civili-
zación” en África y nombró a sus cargadores nativos según las marcas de las
mercancías que cargaban: Bryant & May, Remington y así sucesivamente.
Sus proezas fueron asociadas con el jabón Pears, y varias marcas de té. La
galería de héroes imperiales y sus proezas masculinas en “África Profunda”
fueron inmortalizadas en cajas de fósforos, cajas de agujas, dentífrico, cajas de
lápices, paquetes de cigarrillos, juegos, música. “Las imágenes de la conquista
colonial fueron estampadas en cajas de jabones [...] latas de galletas, botellas
de whisky, latas de té y barras de chocolate. Ninguna forma pre-existente de
racismo organizado había anteriormente sido capaz de alcanzar una masa
tan grande y tan diferenciada de populacho” (McClintock 1995: 209).
El jabón simbolizó esta “racialización” del mundo doméstico y la “domesti-
cación” del mundo colonial. En su capacidad para limpiar y purificar, el jabón
adquirió, en el mundo de la fantasía de la publicidad imperial, la calidad de
objeto-fetiche. Aparentemente tenía el poder de lavar la piel negra y hacerla
blanca así como de remover la mugre, el sucio de los tugurios industriales y
de sus habitantes —los pobres no lavados— en casa, mientras que mantenía
el organismo imperial limpio y puro en las zonas de contacto racialmente
contaminadas. En el proceso, sin embargo, la labor doméstica de las mujeres
fue silenciosamente obliterada.
426 Stuart Hall
Poder y fantasía
Un buen ejemplo de esta “circularidad” del poder se relaciona con la manera
en que la masculinidad negra es representada dentro de un régimen racia-
lizado de representación. Kobena Mercer e Isaac Julien (1994) argumentan
que la representación de la masculinidad negra “ha sido forjada en y a través
de las historias de la esclavitud, el colonialismo y el imperialismo”:
Como han argumentado sociólogos como Robert Staples (1982), un
elemento central del poder ‘racial’ ejercido por el amo esclavista blanco
era la negación de ciertos atributos masculinos a los esclavos negros,
como la autoridad, la responsabilidad por la familia y la posesión de
propiedad. A través de tales experiencias colectivas e históricas, los
hombres negros han adoptado ciertos valores patriarcales como la
fuerza física, la proeza sexual y el control como medios de supervi-
vencia contra el sistema represivo y violento de subordinación al que
han estado sometidos.
La incorporación de un código de conducta de ‘macho’ es de esa manera
inteligible como un medio de recuperar algún nivel de poder sobre la
condición de impotencia y dependencia en relación con el sujeto del
amo blanco [...] El estereotipo que prevalece (en Gran Bretaña contem-
poránea) proyecta una imagen de joven macho negro como ‘atracador’
o ‘amotinador’ […] Pero este régimen de representación se reproduce
y se mantiene en hegemonía porque los hombres negros han tenido
que recurrir a la ‘demostración de fuerza’ como respuesta defensiva a
la agresión anterior y a la violencia que caracteriza la forma en que las
comunidades negras son sometidas por la policía [...] Este ciclo entre
la realidad y la representación hace empíricamente ‘verdaderas’ las
ficciones ideológicas del racismo o, más bien, existe una lucha por la
definición, entendimiento y construcción de significados alrededor
de la masculinidad negra dentro del régimen dominante de la verdad
(Mercer y Julien 1994: 137-138).
Durante la esclavitud, el amo blanco a menudo ejecutaba su autoridad sobre
el esclavo masculino privándolo de todos sus atributos de responsabilidad,
434 Stuart Hall
4 El término en inglés que usa Hall es desavowal, que remite a la categoría freudiana
Die Verneinung, que ha sido traducida al castellano por Ballesteros como renegación
y por Etcheverry como desmentida. Es en este sentido que hemos decidido dejar la
segunda acepción, que es mucho más precisa y cercana a la categoría freudiana donde
se funda el concepto. A pesar de que muchos traductores han optado por la noción
de denegación, nos ha parecido más preciso mantener la de desmentida (Nota de los
editores).
436 Stuart Hall
o si, en lugar de ser preparatoria para el objetivo del sexo normal, lo suplanta”
([1927] 1977: 96) /…/
y étnica. Pero aquí, una vez más, la recepción de la crítica ha sido variada
(Bailey 1988). ¿Evaden estas imágenes las preguntas difíciles, disolviendo
las duras realidades del racismo en una mezcla liberal de la “diferencia”? ¿Se
apropian estas imágenes de la diferencia, en un espectáculo para vender un
producto? ¿O son una declaración política auténtica acerca de la necesidad
de que todo el mundo acepte y “viva con” la diferencia? Sonali Fernando
(1992) sugiere que estas imágenes “son de doble filo: por un lado sugieren
una problematización de la identidad racial como un complejo dialéctico de
similitudes así como de diferencias pero por el otro lado [...] homogenizan
como otro todas las culturas no blancas”.
El problema con la estrategia positiva/negativa es que al añadir imágenes
positivas al ampliamente negativo repertorio del régimen dominante de la
representación incrementa la diversidad de las formas en que ser negro es
representado, pero no necesariamente desplaza lo negativo. Puesto que los
binarismos permanecen en su lugar, el significado sigue estando enmarcado
por ellos. La estrategia desafía los binarismos, pero no los socava. Pacíficos
rastafaris cuidando a sus hijos pueden aún aparecer, en el periódico de
mañana, como un violento y exótico estereotipo /…/
A través de los ojos de la representación
La tercera contra-estrategia se coloca dentro de las complejidades y ambiva-
lencias de la representación misma y trata de confrontarla desde adentro. Está
más interesada en las formas de representación racial que en introducir un
nuevo contenido. Acepta y trabaja con el carácter cambiante e inestable del
significado y entra, por así decirlo, en la lucha sobre la representación mien-
tras reconoce que, puesto que el significado nunca puede fijarse finalmente,
nunca puede haber victorias finales.
Así, en lugar de evitar el cuerpo negro porque ha estado tan prisionero
en las complejidades de poder y subordinación dentro de la representación,
esta estrategia positivamente toma el cuerpo como el sitio principal de sus
estrategias de representación, tratando de hacer que los estereotipos funcionen
contra sí mismos. En lugar de evitar el terreno peligroso abierto por el cruce
de raza, género y sexualidad, deliberadamente confronta las definiciones
dominantes marcadas por el género y sexualizadas de diferencia racial
trabajando sobre la sexualidad negra. Puesto que la gente negra a menudo
ha sido fijada, estereotípicamente, por la mirada racializada, puede haber
estado tratando de negar las complejas emociones que entraña el “mirar”. Sin
embargo, esta estrategia realiza un juego elaborado con “mirar”, esperando
que con su propia atención se hagan extrañas —es decir, se desfamiliaricen y
hagan explícito lo que está a menudo escondido— sus dimensiones eróticas.
No tiene temor de desplegar el humor, como por ejemplo, el comediante
Lenny Henry nos obliga por la graciosa exageración de sus caricaturas afro-
caribeñas, a reírnos con, antes que de, sus personajes. Finalmente, en lugar de
rechazar el poder desplazado y el peligro del “fetichismo”, esta estrategia trata
de usar los deseos y ambivalencias que los tropos del fetichismo despiertan
inevitablemente /…/
El espectáculo del “Otro” 443
Conclusión
En este capítulo, hemos avanzado en nuestro análisis de la representación
como una práctica significante abriendo algunas áreas complejas y difíciles
de debate. Lo que hemos dicho acerca de la “raza” puede, en muchas instan-
cias, ser aplicado a otras dimensiones de la “diferencia”. Hemos analizado
muchos ejemplos, extraídos de diferentes períodos de la cultura popular, de
cómo surgió un régimen racializado de representación y hemos identificado
algunas de sus estrategias y tropos característicos /…/ Hemos considerado
varios argumentos teóricos sobre por qué la “diferencia” y la otredad son de
tan gran importancia en los estudios culturales.
Hemos examinado la estereotipificación como práctica representacional
mirando la forma como funciona (esencializando, reduciendo, naturalizando,
haciendo oposiciones binarias), las formas en que se enreda en el juego
del poder (hegemonía, poder, conocimiento) y algunos de sus efectos más
profundos, más inconscientes (fantasía, fetichismo, desmentida). Finalmente,
hemos considerado algunas de las contra-estrategias que han intentado
intervenir en la representación, trans-codificando imágenes negativas con
significados nuevos. Esto se abre hacia una política de representación, una
lucha sobre el significado que continúa y no está terminada /…/
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El espectáculo del “Otro” 445
1 Los tres puntos suspensivos entre barras indican los lugares en los que hemos hecho
cortes en el texto original (Nota de los editores).
448 Stuart Hall
De modo que aun en el caso del lenguaje visual, cuando la relación del
concepto y el signo parece ser bastante directa, el asunto está lejos de ser
simple. Es aún más difícil con el lenguaje escrito o hablado, donde las palabras
no parecen ni suenan nada similares a las cosas a que se refieren. En parte esto
se debe a que hay diferentes clases de signos. Los signos visuales son signos
icónicos. Esto es, tienen en su forma cierta semejanza con el objeto, persona
o evento al cual se refieren. Una fotografía de un árbol reproduce algunas de
las condiciones actuales de nuestra percepción en el signo visual. Los signos
escritos o hablados, en cambio, se llaman indexicales.
Estos signos indexicales no tienen relación obvia con las cosas a que se
refieren. La palabra á.r.b.o.l.e.s no tiene ninguna relación con los árboles en
la naturaleza, ni la palabra “árbol” en castellano suena como el árbol “real”
(¡si es que hace algún sonido siquiera!). La relación en estos sistemas de
representación entre el signo, el concepto y el objeto al que se pueden referir
es enteramente arbitraria. Por “arbitrario” entendemos que en principio
cualquier colección de letras o de sonidos en cualquier orden podría hacer
el oficio igualmente. Los árboles no se van a resentir si usamos la palabra
“lobrá” — “árbol” escrito al revés— para representar su concepto. Esto es claro
a partir del hecho de que, en inglés, letras muy diferentes y de muy diferente
sonido, son usadas para referirnos a lo que, según todas las apariencias, es
la misma cosa —un árbol “real”— y, al parecer, al mismo concepto —una
planta grande que crece en la naturaleza—. El inglés y el francés parecen
usar el mismo concepto, pero el concepto que en inglés es representado por
la palabra “tree”, es representado en francés por la palabra “arbre”.
Códigos compartidos
La cuestión es, por tanto: ¿cómo la gente que pertenece a la misma cultura,
que comparte el mismo mapa conceptual y que habla o escribe el mismo
lenguaje (castellano) sabe que la combinación arbitraria de letras y sonidos
que forman la palabra “árbol” está en lugar de, o representa, el concepto de
“una planta grande que crece en la naturaleza”? Una posibilidad sería que los
mismos objetos en el mundo porten y fijen de alguna manera el “verdadero”
sentido. ¡Pero no es de ninguna manera claro que los árboles reales sepan
que son árboles, y menos claro que sepan que la palabra que en castellano
representa el concepto de ellos se escribe “árbol”, ¡mientras en inglés se escribe
“tree”! Por lo que a ellos concierne, podría haberse escrito “vaca” o “cow”,
o incluso “xyz”. El sentido no está en el objeto, persona o cosa, ni está en la
palabra. Somos nosotros quienes fijamos el sentido de manera tan firme que,
después de cierto tiempo, parece ser una cosa natural e inevitable. El sentido
es construido por el sistema de representación. Es construido y fijado por un
código, que establece una correlación entre nuestro sistema conceptual y
nuestro sistema de lenguaje de tal modo que, cada vez que pensamos en un
árbol, el código nos dice que debemos usar la palabra castellana “árbol”, o la
inglesa “tree”. El código nos dice que, en nuestra cultura —es decir, en nuestros
códigos conceptuales y de lenguaje— el concepto “árbol” está representado
por las letras á.r.b.o.l. arregladas de cierta manera, del mismo modo que en el
código Morse, el signo para V (que en la Segunda Guerra Mundial Churchil
452 Stuart Hall
hizo “estar en lugar de”, o representar “victoria”) es punto, punto, punto, raya;
¡y en el “lenguaje de luces de tráfico” verde = adelante, y rojo = pare!
Una manera de pensar sobre la “cultura” es, por tanto, en términos de
estos compartidos mapas conceptuales, sistemas de lenguaje y de códigos que
gobiernan la relación de traducción entre ellos. Los códigos fijan las relaciones
entre conceptos y signos. Estabilizan el sentido dentro de diferentes lenguajes
y culturas. Nos dicen qué lenguaje usar para expresar qué idea. El reverso
es también verdadero. Los códigos nos dicen qué conceptos están en juego
cuando oímos o leemos cuáles signos. Mediante la fijación arbitraria de las
relaciones entre nuestros sistemas conceptuales y lingüísticos (“lingüístico”
en sentido amplio) los códigos hacen posible que hablemos y escuchemos de
manera inteligible, y establezcamos la traducibilidad entre nuestros conceptos
y nuestros lenguajes, lo cual permite que el sentido pase de un hablante a
un oyente, y sea comunicado efectivamente dentro de una cultura. Esta
traducibilidad no está dada por la naturaleza ni está fijada por los dioses. Es
el resultado de un conjunto de convenciones sociales. Es fijada socialmente,
fijada en la cultura. Los hablantes de castellano, inglés o de lenguas indias
deben, a lo largo del tiempo, y sin decisiones o selecciones conscientes, llegar
a un acuerdo no escrito, una forma de convenio cultural no escrito, según el
cual, en sus varios lenguajes, ciertos signos están en lugar de o representan
ciertos conceptos. Esto es lo que los niños aprenden, y es la manera como
ellos llegan a ser, no simples individuos biológicos sino sujetos culturales.
Aprenden el sistema y las convenciones de la representación, los códigos de
sus lenguajes y cultura, que los equipan con un “saber hacer” cultural que a
su vez les posibilita funcionar como sujetos culturalmente competentes. No
es que este conocimiento esté impreso en sus genes, sino que ellos aprenden
sus convenciones y por ello gradualmente llegan a ser “personas culturizadas”
—esto es, miembros de su cultura—. Ellos internalizan inconscientemente
los códigos que les permiten expresar ciertos conceptos e ideas a través de
los sistemas de representación —escritura, habla, gestos, visualización, y
demás— e interpretar las ideas que les son comunicadas usando los mismos
sistemas.
Ahora se puede entender fácilmente por qué sentido, lenguaje y repre-
sentación son elementos tan críticos en el estudio de la cultura. Pertenecer a
una cultura es pertenecer aproximadamente al mismo universo conceptual
y lingüístico, es saber cómo los conceptos e ideas se traducen a diferentes
lenguajes, y cómo el lenguaje refiere, o hace referencia al mundo. Compartir
estas cosas es ver el mundo desde el mismo mapa conceptual y dar sentido al
mismo mediante el mismo sistema de lenguaje. Los tempranos antropólogos
del lenguaje, como Sapir y Whorf, llevaron esta cuestión hasta su extremo
lógico cuando sostuvieron que todos estamos, por así decir, encerrados dentro
de nuestras perspectivas culturales o “estados de la mente”, y que el lenguaje
es la mejor clave que tenemos para tal universo conceptual. Esta observación,
cuando se aplica a todas las culturas, se convierte en la raíz de lo que hoy se
denomina relativismo lingüístico o cultural /…/
Una consecuencia de este argumento sobre los códigos culturales es que
si el sentido no es resultado de algo fijo allí afuera, en la naturaleza, sino de
El trabajo de la representación 453
sentido, para hacer del mundo algo significativo, y para comunicarse con
otros, con sentido, sobre ese mundo.
Desde luego, los signos pueden también tener una dimensión material. Los
sistemas representacionales consisten en sonidos actuales que hacemos con
nuestras cuerdas vocales, las imágenes que hacemos con las cámaras sobre
papel sensible a la luz, las marcas que hacemos con pintura sobre la tela, los
impulsos digitales que transmitimos electrónicamente. La representación
es una práctica, una clase de “trabajo”, que usa objetos materiales y efectos.
Pero el sentido depende, no de la cualidad material del signo, sino de su
función simbólica. Porque un sonido particular o palabra está por, simboliza
o representa un concepto, puede funcionar, dentro de un lenguaje, como
un signo y portar sentido —o, como dicen los construccionistas, significar
(sign-i-ficar)—.
El lenguaje de los semáforos
El ejemplo más sencillo para este punto, que es crítico para entender cómo
funcionan los lenguajes como sistemas representacionales, es el ejemplo
famoso de las luces de tráfico. Una luz de tráfico es una máquina que produce
diferentes luces de colores en secuencia. El efecto de la luz de diferentes
longitudes de onda sobre el ojo —fenómeno natural y material— produce la
sensación de diferentes colores. Ahora bien, estas cosas no existen ciertamente
en el mundo material. Es nuestra cultura la que quiebra el espectro de luz en
diferentes colores, los distingue uno de otro, y les da nombres —rojo, verde,
amarillo, azul—. Usamos un modo de clasificar el espectro de colores a fin
de crear colores y clasificarlos de acuerdo con diferentes conceptos-colores.
Este es el sistema conceptual de colores de nuestra cultura. Decimos “nuestra
cultura” porque, desde luego, otras culturas pueden dividir el espectro de
manera diferente. Más aún, usan diferentes palabras o letras en sí para
identificar diferentes colores; lo que llamamos “rojo” los franceses lo llaman
“rouge”, y así sucesivamente. Es el código lingüístico, el que correlaciona
ciertas palabras (signos) con ciertos colores (conceptos), y así nos posibilita
comunicarnos sobre los colores con otra gente, usando “el lenguaje de los
colores”.
Pero ¿cómo usamos este sistema representacional o simbólico para
regular el tráfico? Los colores no tienen ningún sentido “verdadero” o fijo
en tal sentido. Rojo no significa “pare” en la naturaleza, como tampoco el
verde significa “siga”. En otros contextos, el rojo puede estar en lugar de,
simbolizar o representar “sangre” o “peligro” o “comunismo”; y verde puede
representar “Irlanda”, o “el campo”, o “medio ambiente”. Aun estos sentidos
pueden cambiar. En el “lenguaje de los implementos eléctricos” el rojo se
usó en un tiempo para significar “la conexión con la carga positiva” pero
esto fue cambiado arbitrariamente y sin explicación por el color café. Y así
durante muchos años los productores de implementos tuvieron que adherir
una marquilla de papel que decía que el código o convención había cambiado,
de otro modo ¿cómo se podría saber? Rojo y verde funcionan en el lenguaje
del tráfico porque “pare” y “siga” son los sentidos que les han sido asignados
en nuestra cultura por el código o convención que gobierna este lenguaje,
456 Stuart Hall
concepto que está fijado por un código. El sentido, dicen los construccionistas,
es “relacional” /…/
Con tal que el código nos diga claramente cómo leer o interpretar cada
color, que cada uno acepte interpretarlos de esta manera, cualquier color
puede servir. Son sólo colores, del mismo modo que la palabra “sheep” es
sólo un conjunto de letras. En francés el mismo animal es referido mediante
un signo lingüístico muy diferente, “mouton”. Los signos son arbitrarios. Sus
sentidos son fijados por códigos.
Como dijimos antes, los semáforos son máquinas, y los colores son el
efecto material de ondas de luz sobre la retina del ojo. Pero los objetos —las
cosas— pueden también funcionar como signos, provisto que se les haya
asignado un concepto y un sentido dentro de nuestros códigos culturales y
lingüísticos. Como signos, trabajan simbólicamente —representan conceptos,
y significan—. Sus efectos, sin embargo, son sentidos en el mundo social y
material. Rojo y verde funcionan en el lenguaje de los semáforos como signos,
pero tienen efectos reales materiales y sociales. Regulan el comportamiento
social de los conductores y, sin ellos, habría muchos más accidentes de tráfico
en los cruces de las vías.
Resumen
Hemos andado un largo camino en la exploración sobre la naturaleza de la
representación. Es tiempo de que resumamos lo que hemos elaborado sobre
el enfoque construccionista de la representación a través del lenguaje.
La representación es la producción de sentido a través del lenguaje. En la
representación, sostienen los construccionistas, usamos signos, organizados
en lenguajes de diferentes clases, a fin de comunicarnos significativamente
con los otros. Los lenguajes pueden usar signos para simbolizar, estar en lugar
de, o referenciar objetos, personas y eventos en el llamado mundo “real”. Pero
pueden también referenciar cosas imaginarias y mundos de fantasía o ideas
abstractas que no son de manera obvia parte de nuestro mundo material. No
hay relación simple de reflejo, imitación o correspondencia uno a uno entre
el lenguaje y el mundo real. El mundo no está reflejado de manera adecuada
ni inadecuada en el espejo del lenguaje. El lenguaje no funciona como un
espejo. El sentido es producido dentro del lenguaje, en y a través de varios
sistemas representacionales que, por conveniencia, llamamos “lenguajes”. El
sentido es producido por la práctica, por el “trabajo”, de la representación.
Es construido mediante la significación —es decir, por las prácticas que
producen sentido—.
¿Cómo ocurre esto? De hecho, depende de dos sistemas de representación
diferentes pero relacionados. Primero, los conceptos que se forman en la
mente funcionan como un sistema de representación mental que clasifica y
organiza el mundo en categorías con sentido. Si aceptamos un concepto para
algo, podemos decir que conocemos su “sentido”. Pero no podemos comu-
nicar este sentido sin un segundo sistema de representación, un lenguaje. El
lenguaje consiste en signos organizados en varias relaciones. Pero los signos
sólo pueden acarrear sentido si poseemos códigos que nos permiten traducir
458 Stuart Hall
El legado de Saussure
El enfoque construccionista del lenguaje y la representación que hemos
venido discutiendo debe mucho a la obra e influencia del lingüista suizo
Saussure, que nació en Alemania en 1857, hizo buena parte de su obra en
París, y murió en 1913. Se le conoce como “el padre de la lingüística moderna”.
Para nuestros propósitos, su importancia radica, no en su detallado trabajo
en lingüística, sino en su visión general de la representación y en el modo
como su modelo del lenguaje perfiló el enfoque semiótico del problema de la
representación válido para una amplia gama de campos culturales. Mucho
del pensamiento de Saussure se reconocerá en lo que hemos dicho ya sobre
el enfoque construccionista.
Según Jonathan Culler (1976), para Saussure la producción de sentido
depende del lenguaje: “El lenguaje es un sistema de signos”. Sonidos, imágenes,
palabras escritas, pinturas, fotografías, etc. funcionan como signos dentro
del lenguaje “sólo cuando sirven para expresar o comunicar ideas [...] [Para]
comunicar ideas deben formar parte de un sistema de convenciones [...]”
(Culler 1976: 19). Los objetos materiales pueden funcionar como signos y
comunicar sentido también, como lo vimos al hablar del “lenguaje de los
semáforos”. En un importante movimiento Saussure analizó el signo en dos
elementos adicionales. Está, añadió, la forma (la palabra actual, la imagen, la
foto, etc.) y luego la idea o concepto en la cabeza del hablante, idea con la cual
la forma está asociada. Saussure llamó al primer elemento el significante y al
segundo —el correspondiente concepto que el significante desencadenó en
la cabeza— el significado. Cada vez que uno oye, lee o ve el significante (es
decir, la palabra o imagen de un walkman, por ejemplo) hay una correlación
con lo significado (el concepto mental de una casetera portátil). Se necesitan
ambos para producir sentido pero es la relación entre ellos, fijada por nuestros
códigos culturales y lingüísticos, la que sostiene la representación. Por tanto,
“el signo es la unión de una forma que significa (el significante) [...] y una
idea significada (el significado). Aunque pudiéramos hablar [...] como de dos
entidades separadas, ellas existen sólo como componentes del signo [que es]
el hecho central del lenguaje” (Culler 1976: 19).
Sassure insistió también sobre lo que llamamos la naturaleza arbitraria
del signo: “No hay un vínculo natural o inevitable entre el significante y el
significado” (Culler 1976: 19). Los signos no poseen un sentido fijo o esencial.
Lo que significa, según Saussure, no es “rojo” o la esencia de “rojura”, sino la
diferencia entre “rojo” y “verde”. Los signos, señalaba Saussure, “son miembros
El trabajo de la representación 459
el campo. Pero primero debemos tener en cuenta ciertas críticas que se han
hecho a esta posición.
Crítica del modelo saussuriano
El gran logro de Saussure fue forzarnos a enfocar el lenguaje mismo, como un
hecho social; el proceso mismo de la representación; cómo el lenguaje trabaja
en realidad y el papel que juega en la producción de sentido. Al hacerlo, sacó
el lenguaje de un status de simple medio transparente entre las cosas y sus
significantes. Mostró, en cambio, que la representación es una práctica. Sin
embargo, en su propio trabajo intentó focalizar exclusivamente dos aspectos
del signo, el significante y el significado. Dio poca atención a cómo esta relación
entre significante/significado puede servir para el propósito de lo que antes
hemos llamado referencia, es decir, referirnos al mundo de las cosas, gente
y eventos fuera del lenguaje, en el mundo mismo. Los lingüistas posteriores
hicieron la distinción entre, digamos, el sentido de la palabra “book” y el
uso de la palabra para referirse al libro específico que tenemos en la mesa.
El lingüista Charles Sanders Peirce, aunque adopta un enfoque similar al de
Saussure, presta más atención a la relación entre significantes/significados y lo
que él denomina referentes. Lo que Saussure llamaba significación realmente
implicaba sentido y referencia, pero él enfocó ante todo el sentido.2
Otro problema es que Saussure tendió a enfocar los aspectos formales
del lenguaje, el modo cómo el lenguaje actúa. Esto tiene la gran ventaja de
hacernos examinar la representación como una práctica digna de estudio
detallado por su propio mérito. Nos obliga a mirar el lenguaje en su propio
2 Esta crítica es muy importante para entender, y corregir, el sesgo semiótico e idealista
que ha predominado en muchos de los análisis contemporáneos; en realidad el sentido
(significante/significado) se construye con referencia al mundo en que vivimos (¡si
no, todo este cuento carecería de sentido para nuestra existencia común y la tendría
sólo para los semiólogos y lingüistas!). Olvidar este tercer polo del sentido es caer
en lo que se llama idealismo semiótico (“fuera del texto nada existe”), que hoy es
bastante común en los llamados estudios culturales y que está siendo fuertemente
combatido por el denominado realismo crítico contemporáneo que se considera
post-todo: postestructuralista, post-posmodernista, post-positivista, etc. El sentido,
que construido por la representación, es la orientación de los humanos dentro del
campo de la cultura —análogo al sentido de orientación dado por los genes a los
seres vivos normales en el campo físico geoambiental— tiene en realidad tres polos:
el significante, el significado y el referente que conecta el mundo de la representación
y del lenguaje con el mundo en que vivimos y respiramos. Los tres polos constituyen
los componentes del sentido integral que tenemos de las cosas, personas y eventos.
La semántica y la semiótica (y por debajo de ellas la gramática o sintaxis y la foné-
tica/fonémica) trabajan fundamentalmente con los dos primeros polos de la relación
de sentido y representación (significante y significado), dejando entre paréntesis (y
a veces olvidando del todo) el tercer polo, que podríamos llamar “el polo a tierra”;
la pragmática, a la que hicieron contribuciones decisivas los filósofos pragmatistas
Dewey y Peirce, y que apenas comienza a estudiarse con rigor, recupera la atención
sobre este tercer polo, reestableciendo en su plenitud el llamado triángulo semiótico
con sus tres vértices: significante-significado-referente. El referente introduce el
muy importante problema de la validez o verdad (¡hay muchos tipos de verdad!) de
nuestras representaciones. Autores como Schlieben-Lange (1987) y Showalter (1987)
introdujeron una importante corrección a este sesgo, al igual que Foucault como lo
indica Hall más adelante en este texto (Nota del traductor).
El trabajo de la representación 463
sentidos, que pueden ser usados para referenciar objetos, gente y eventos en
el mundo “real”.
verdad” y de una voluntad de poder (la voluntad de hacer las cosas “verdad”).
Sin embargo, hay poca duda sobre el gran impacto que su obra ha tenido
sobre las teorías contemporáneas de la representación y el sentido /…/
del cual el poder se ejercita. Pero no puede estar por fuera del saber/poder
como su fuente y autor. En “Sujeto y poder” Foucault escribe
Mi objetivo […] ha sido crear una historia de los diferentes modos por
los cuales, en nuestra cultura, los seres humanos son hechos sujetos
[...] Es una forma de poder que hace a los individuos sujetos. Hay dos
sentidos de la palabra sujeto: sujeto al control de alguien y en su depen-
dencia, y ligado a su [de él, sic] propia identidad por una consciencia
y conocimiento. Ambos sentidos sugieren una forma de poder que
subyuga y hace sujeción (1982: 208, 212).
Hacer más históricos el discurso y la representación se correspondió, en
Foucault, con una radical historización del sujeto. “Uno debe dejar de lado
el sujeto constituyente, librarse del sujeto mismo, es decir, llegar a un análisis
que puede dar cuenta la constitución del sujeto dentro de un marco histórico”
(Foucault 1980: 115).
¿Dónde, pues, está “el sujeto” en este enfoque más discursivo del sentido, la
representación y el poder? El “sujeto” de Foucault parece haber sido producido
mediante el discurso en dos diferentes sentidos o lugares. Primero, el discurso
mismo produce “sujetos”: figuras que personifican las formas particulares de
conocimiento que el discurso produce. Estos sujetos tienen los atributos que
esperaríamos al ser ellos definidos por el discurso: el loco, la mujer histérica,
el homosexual, el criminal individualizado, etc. Estas figuras son específicas
de regímenes discursivos y períodos históricos particulares. Pero el discurso
también produce un lugar para el sujeto (por ejemplo, el lector u observador,
que también “está sujeto” al discurso) desde el cual se constituyen su parti-
cular conocimiento y sentido. No es inevitable que todos los individuos en
un período particular lleguen a ser sujetos de un discurso particular en este
sentido, y por tanto llegue a ser portadores de su saber/poder. Pero para
hacerlo, ellos —nosotros— deben —debemos— localizarse (nosotros, ellos)
en la posición desde la cual el discurso cobra más sentido, y entonces se llega
a ser sus “sujetos” mediante la “sujeción” a sus sentidos, poder y regulación.
Todos los discursos, por tanto, construyen posiciones-sujeto, desde las cuales
éstas cobran sentido.
Este enfoque tiene implicaciones radicales para una teoría de la repre-
sentación. Ya que sugiere que los discursos mismos construyen las posi-
ciones-sujeto desde las cuales ellos se vuelven significativos y tienen efectos.
Los individuos pueden diferir en cuanto a su clase social, género, “raza”, y
características étnicas (entre otros factores), pero no serán capaces de dar
sentido hasta que se hayan identificado con esas posiciones que el discurso
construye, sujetándose ellos mismos a sus reglas, y por tanto, volviéndose los
sujetos de su saber/poder. Por ejemplo, en esta teoría la pornografía producida
para hombres “operará” para mujeres sólo si en algún sentido las mujeres se
ponen en la posición del “varón mirón” —que es la posición-sujeto ideal que
el discurso de la pornografía masculina construye— y miran los modelos
desde esta posición discursiva “masculina”. Esta puede ser, y es, una posición
altamente discutible /…/
El trabajo de la representación 479
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