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IDEAS EDUCACIONALES DE ORREGO

Sólo en ti está la luz, adéntrate en tu propia intimidad, en los más oscuros


senos de tu conciencia personal y de allí brotará la voz, la auténtica voz de
tu eternidad.
Antenor Orrego
1. ORREGO, EDUCADOR
Durante algunos años de su juventud, Antenor Orrego fue profesor de educación
secundaria. Efectivamente, tan pronto egresó del Colegio Seminario de San Carlos y
San Marcelo, fue designado pasante o ayudante del curso de inglés en esa institución
educativa. Después asumirá el desarrollo de otros cursos. Allí uno de sus alumnos fue
Francisco Xandóval, el poeta que llegará a compartir con su maestro inolvidables
horas de tertulia en el grupo de los “bohemios” así como labor periodística en el diario
“El Norte”. Por ese mismo tiempo, Antenor también realizaba función docente en el
Colegio Instituto Moderno.
Años más tarde (1946), próximo a cumplir 54 años, fue nombrado catedrático y
rector de la Universidad Nacional de Trujillo.
Así, fue educador formal u oficial en las tres instituciones que se acaban de nombrar.
Pero su acción docente, de modo principal, fue de carácter informal o en instituciones
que no estaban organizadas en grados o años de estudios, con miras a una
certificación. Tal es el caso de las Universidades Populares González Prada, surgidas
en 1921 al calor del movimiento de la Reforma Universitaria en diversas ciudades,
para educar obreros, campesinos, artesanos, amas de casa, empleados, trabajadores en
general, mediante cursos prácticos y teóricos: alfabetización, higiene, manualidades,
campañas contra la drogadicción y el alcoholismo; igualmente, arte, lenguaje,
historia, geografía, filosofía, literatura, matemática, química, biología, como también
actividades deportivas y recreativas. Orrego tenía a su cargo cursos de humanidades.
El ingreso a estas instituciones era libre. Los profesores no recibían ninguna
retribución económica.
Como animador principal del Grupo Norte, ya había demostrado su vocación
docente. Sus contertulios siempre lo vieron como maestro y lo escuchaban con interés
sobre diversidad de temas culturales y de la problemática social. Su conversación
discurría –como anota Rivero Ayllón- “sobre el origen de las viejas culturas
orientales, sobre la génesis de nuestras civilizaciones aborígenes o sobre el porvenir
de la nueva América. Ora sobre algún tema elevado de filosofía o arte; ora en el
comentario, entusiasmado y hondo, de un poema de Verlaine o de un cuento de Poe”.
(Orrego, 1995: V, 315). Orrego fue el orientador literario informal de Vallejo, hecho
reconocido por el propio poeta en más de una ocasión. En efecto, a raíz de una reunión
de ambos, el aeda le escribe al maestro: “No puedes imaginar el efecto prolífico, la
resonancia creadora que ha tenido en mi espíritu nuestra última entrevista. Tus
palabras han sido como un ‘fiat lux’ que arrancaran del abismo algo que se debatía
oscuramente en mi ser y que pugnaba por nacer y alcanzar la vida”. (Orrego, 1995:
III, 27).Y en otra carta, a propósito de “Trilce”, le dice a su mentor: “sin tu magisterio
fraternal, sin tu aliento de cada día, sin tu admirable y generosa comprensión, el libro,
tal vez, nunca habría nacido. Tú sabes muy bien, que muchos de estos versos han
surgido en esas conversaciones inolvidables que tuvimos tantas veces”. (Orrego,
1995: III, 50).
Mucho antes, cuando en el seno del Grupo, proclamó genio a Vallejo, según el
testimonio de Haya de la Torre, Antenor lo hizo “con aquel su tono de vaticinador,
pero al mismo tiempo de maestro”. (Haya de la Torre y Sánchez, 1982: II, 140).Y en
una entrevista periodística (1971), el mismo Haya de la Torre dijo: “Antenor Orrego
fue para él [Vallejo] un maestro a todas horas. Yo he visto a Vallejo llorar a las tres
de la mañana en París, en la Rotonda [famoso café parisino], al hablar de Antenor. Le
tuvo siempre un respeto infinito y lo quiso muchísimo.” (Soto, 1983: 333).
Ciertamente, su magisterio fue reconocido dentro y fuera de su grupo fraternal. En tal
sentido, Spelucín también sentenciará: “Antenor Orrego fue para nosotros un
MAESTRO”. (Ibáñez, 1995: 126). Y como escribió nada menos que el gran educador
Luis Alberto Sánchez, su propia generación y la subsiguiente, “reconocerán en Orrego
a su maestro”. (Sánchez, 1981: IV, 1345). Por su parte, Eduardo Quirós anotó:
“Orrego tuvo la capacidad de aglutinar a un selecto grupo de muchachos de su
generación para emprender una campaña por la transformación de la sociedad. El
Grupo de Trujillo lo tiene como su mentor, guía y mejor crítico. Vallejo nació a su
vera y se nutrió de sus sabias enseñanzas”. (Quirós, 1993: 11).
Fue un educador nato, su eros pedagógico siempre estuvo de manifiesto. Se reunía
con muchos jóvenes estudiantes, profesionales, dirigentes sindicales y políticos, que
acudían a él en busca de su amistad, su saber y su orientación para ponerle diversos
temas a su consideración; él los atendía y dialogaba con ellos, practicando el método
socrático. El ambiente no fue un obstáculo para su actitud positiva frente al proceso
de enseñanza-aprendizaje, pues, hasta en las cárceles, durante sus numerosas
reclusiones, realizó actividades formativas. Y ha dejado algunos testimonios de las
inquietudes culturales de los ciudadanos privados de su libertad por razones políticas:
“Todos estudian y todos enseñan. Apenas llega una etapa de persecución y
las prisiones comienzan a colmarse de presos, automáticamente se organizan
grupos pedagógicos, asociaciones de estudio, círculos de lectura, planes de
conferencia, seminarios de cultura. En el Frontón, donde las condiciones de
los presos eran peores que en cualquier otro presidio, conocimos a un
adolescente, casi un niño, que cubierto de harapos, estudió y aprendió el
inglés y el francés durante quince meses. Cito este caso, no porque sea único,
sino porque es frecuente. Se dictan cursos enteros de historia, economía,
literatura, filosofía”. (Orrego, 1995: I, 209).
El imperativo de prepararse se hizo natural y cotidiano entre los presos, y se dio el
hecho paradójico, agrega, de que mientras la Universidad de San Marcos estaba
ocupada por las fuerzas del orden, durante el gobierno tiránico de Sánchez Cerro, los
penales fueron los únicos centros de alta cultura en nuestro país.
Diversas fueron sus vías para educar. Educó al pueblo, en la plaza pública,
directamente con su oratoria cargada de ricos contenidos filosóficos, históricos,
literarios y políticos. De igual modo, con sus libros, artículos en periódicos y revistas,
pensamiento que por estar escrito, perdura y es motivo de consulta, estudio y debate.
Los textos siguen educando más allá de la vida de sus autores. No se puede omitir la
participación del maestro en su calidad de conferencista o ponente en instituciones
culturales, académicas, sindicales, profesionales, o en importantes reuniones de
intelectuales. En la Universidad Nacional de Trujillo sustentó conferencias desde sus
años de estudiante hasta los de su rectorado. En el Ateneo Popular –institución del
barrio La Unión- de esta misma ciudad, era escuchado con devoción. Y en Argentina,
fue figura central durante el Simposio Internacional sobre la poesía de Vallejo
realizado en la Universidad Nacional de Córdoba. Asimismo, conferencista en otras
universidades e instituciones culturales de esa misma ciudad, así como de La Plata,
Bahía Blanca y Buenos Aires.
Orrego no esperó tener alumnos sentados en sus carpetas para el ejercicio de su
magisterio. En este sentido, él fue principalmente un maestro sin aulas. Conforme
queda anotado, educó en diversos ambientes y circunstancias, no sólo en centros
formales de estudios.
Sus preocupaciones en materia educativa cubren aspectos diversos, desde el terrible
problema del analfabetismo, conceptuado por él como la peor de las dictaduras, hasta
la formación de cuadros profesionales de alta calidad en las universidades, que él se
propuso lograr en su condición de catedrático y rector. Como anota Alva Lescano:
“Antenor Orrego, trató desde la cátedra con la palabra, la acción y el ejemplo los
principios filosóficos que determinen la personalidad del hombre peruano y
americano; proclamó sus ideas para salir de la mediocridad y buscar los caminos para
la superación comenzando desde la universidad”. (Alva: 1993: A4).
Por su notable obra educativa, y recordando el término usado en el incario para
designar al maestro, sabio y filósofo, Antenor Orrego era llamado Amauta, en sectores
juveniles, intelectuales, laborales y políticos. Y eso fue, no sólo un profesor, sino un
gran maestro que dejó profunda huella.
2. IDEAS EDUCACIONALES
Orrego no desarrolló de modo orgánico una teoría educativa, pero dejó diversos
escritos sobre este campo. En mi libro Las ideas educacionales de Antenor Orrego
(1992), como también en otros trabajos, he presentado reflexiones, glosas y selección
de textos. En El monólogo eterno (1929) dejó un esbozo de su concepto de educación,
que no desarrolló en sus obras posteriores. Tampoco amplió sus ideas expuestas en
sus dos memorias rectorales (1947 y 1948). Su agitada vida –persecuciones y
prisiones- le impidieron realizar esta tarea. Sus páginas sobre temas educativos están
dispersas, recogidas –la mayoría de ellas- en sus Obras completas (1995).
DEFINICIÓN Y FINES
Sin lugar a dudas, en su condición de humanista y educador, la formación del
hombre ocupa lugar predilecto en el pensamiento de Antenor Orrego. En su concepto,
el hombre vale por sus más fuertes impulsos, por sus más fuertes pasiones, no por las
que se tornan negativas, sino por las que ennoblecen. Por eso piensa que: “El
problema de la educación no es suprimir las pasiones que son el impulso creador del
hombre. El problema consiste en enseñar la superación de las pasiones hasta la
máxima nobleza y en servirse de ellas como instrumento del espíritu”. “El hombre sin
pasiones es un ex-hombre, un ex-ser”. (Orrego, 1995: I, 84). Estuvo, por lo tanto, en
contra del concepto común sobre la erradicación de las pasiones, lo cual conllevaría
la castración moral del hombre. Alude, desde luego, a las pasiones que conducen hacia
los valores, no a las que traicionan el destino del hombre y se tornan en monstruosa
negación.
Para él, la educación no implica modelar el alma del alumno, por cuanto éste tiene
demasiado porvenir como para que el pasado -representado por sus padres y
profesores- pretenda formarlo a su arbitrio. Son suyas estas palabras: “La educación
no es inculcar y modelar; la educación es revelar, conducir y ennoblecer. El alma
humana es demasiado sagrada para que nadie tenga la pretensión de modelarla a su
capricho”. (Orrego, 1995: I, 84).Y por ello pide mayor reverencia ante el educando,
centro de atención del quehacer pedagógico.
Sus obras Notas Marginales (1922), El monólogo eterno (1929), así como otros
libros y diversos artículos, contienen ideas con las cuales Orrego se adelanta a las
corrientes psicopedagógicas del constructivismo: Lev Vygotsky, Jean Piaget, David
Ausubel y Gerome Bruner, y de la escuela humana: Carl Rogers y Abraham Maslow.
Asimismo en él encontramos tempranos aportes con los cuales coincidirán después la
teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner y la teoría de la inteligencia
emocional de Daniel Goleman.
Efectivamente, Orrego piensa que el profesor no debe formar al alumno a su antojo,
a su estilo, a su gusto personal, no debe imponer un contenido educativo, sino
ayudarlo a revelar su personalidad, a descubrir sus potencialidades, orientarlo o
conducirlo a construir su propio conocimiento, a ser protagonista del proceso cultural.
Postula una educación para perfeccionar al hombre, es decir, humanizarlo,
ennoblecerlo y facilitarle la expresión de sus cualidades como creador de cultura y
para elevar al máximo las energías vitales de su ser. La idea de educación como
revelación está relacionada con la de liberación. Según este maestro, el conocimiento
tiene sentido liberador porque contribuye al rompimiento de los obstáculos que
impiden el desarrollo humano, como también a buscar la explicación de nuestra
problemática y a terminar con las formulaciones ajenas a nuestra realidad. Al
conocimiento, entonces, lo descubrimos y revelamos y así queda al servicio del
hombre, gracias a la educación.
Entiende la dinámica del conocimiento como un proceso en constante devenir, una
fluencia, una construcción, no como un todo organizado de manera estática, conclusa
y definitiva. Escribe en sus aforismos: “Todo está hecho por conocer y para que lo
conozcas”. (Orrego, 1995: I, 266). Vale decir, al conocimiento se lo deberá buscar y
producir. Pero su consecución no es simple; exige esfuerzo personal, en tal sentido,
el educador pondrá a su alumno en el camino de encontrar la verdad: “Sólo en ti está
la luz, adéntrate en tu propia intimidad, en los más oscuros senos de tu conciencia
personal y de allí brotará la voz, la auténtica voz de tu eternidad”. “No hay sabiduría
infusa, sino sabiduría sufrida, conquistada y vencida”. (Orrego, 1995; I, 96). En el
proceso de elaboración del conocimiento, el hombre descubre y exhibe lo que
permanecía ignorado. Así aprende. Y si lo consigue con ayuda, después lo puede
hacer sin ella. Orientamos a que otros construyan su conocimiento y, a su vez, los
demás también nos facilitan aprender el nuestro. Por eso, Orrego anota: “Revelas y te
revelan. Enseñas y te enseñan. Eres profesor y discípulo”. (Orrego, 1995: I, 282).
Pero al mismo tiempo preconiza una educación para la transformación.
Precisamente, coincidiendo con Karl Manheim, considera que la educación será
eficaz solo si se orienta hacia el cambio. Y entiende como tal una educación para
comprender el proceso evolutivo y el sentido de la época, captarlos con mente ágil y
flexible, en todos sus ángulos: social, económico, político, científico, artístico,
filosófico, y así lograr eficacia en el pensar y obrar. Sostiene que la vida es un
permanente discurrir, un torrente de fluencia incontenible, por ello siempre es
problemática; entonces, para hacerle frente no valen los patrones hechos o las recetas
fijas, sino una mentalidad capaz de conducir, mediante la creatividad, a soluciones
acordes con cada nueva situación. No siendo estáticas pues, ni la naturaleza ni la
sociedad, tampoco lo será la educación, de manera que la escuela habrá de preparar
al cerebro del estudiante para reaccionar creativamente ante la cambiante
problemática de su entorno y del mundo entero; consiguientemente, la educación será,
como la vida misma, dinámica, siempre fluyente, un caminar constante, una
revelación permanente y abierta a todas las posibilidades del espíritu, un proceso de
creación y difusión de cultura, una vivencia cotidiana de valores.
Los diferentes escalones del sistema educativo tienen el ineludible compromiso de
poner al alumno en relación con el entorno social mediato e inmediato. La educación
no debe caer en inadvertencia frente a los grandes y graves problemas que afectan a
la humanidad. Es imperativo, obligación y responsabilidad de los jóvenes comprender
con agudeza el sentido de su tiempo, la crisis en los órdenes moral, jurídico,
económico, político y social, si no queremos precipitarnos en una catástrofe terrible
y regresiva hacia la barbarie. El hombre debe poseer un cerebro tan fino y tan
poderosamente organizado que le permita explicar y rebasar estos problemas. Anota:
“Un cerebro preparado para el cumplimiento de esta función primordial no puede ser
sino la obra de un adecuado sistema educativo que sea eficaz para capacitar a nuestra
juventud en el desempeño de su misión histórica”. (Orrego, 1948b:5). Los estudiantes
y las escuelas que fijan su atención únicamente en los contenidos de las asignaturas,
desconectados del inmenso palpitar de la humanidad, tienen una visión estrecha,
reducida, están inmersos en un proceso educativo parcial, incompleto; les falta
orientar su mirada hacia todos los ángulos de la problemática del país, del continente
y del mundo, sin esperar necesariamente una compensación mediante el proceso
evaluativo oficial. Consecuentemente, los currículos de todos los niveles educativos
deberán tener en cuenta esta realidad.
Las experiencias del proceso de enseñanza-aprendizaje no deben ser únicamente
teóricas; su relación con la realidad, con las vivencias de los alumnos, con el contexto
social donde se realiza es ineludible. Dice Orrego al respecto:
“La educación puramente teórica arranca al hombre de su contacto con la
realidad que lo circunda haciéndole vivir en un mundo imaginario o
idealizado, que más que un campo de lucha es una evasión hacia la esfera
de la ilusión y del ensueño. El hombre contemporáneo debe aprender a
reaccionar original y vitalmente ante el ámbito de vida que le rodea. La
vida es siempre problemática porque es siempre una afluencia y un cambio
continuo, en que no valen los patrones hechos, ni los lugares comunes, ni
las recetas fijas que, en vez de arribar a una solución, escamotean la
dificultad por ignorancia o por miedo”. (Orrego, 1948b:5).
Asimismo, postula una educación para el ejercicio de la democracia; una educación
cívico-política para evitar que el pueblo sea arrastrado por caudillos ignaros e
improvisados. Y una educación que recoja el veloz desarrollo científico y tecnológico.
CONTENIDOS DE APRENDIZAJE
El colegio universitario, creado por la ley de reforma universitaria de 1946, como
nexo con la educación secundaria o antesala de la formación académica propiamente
dicha, debería encarar, según Orrego, cuatro grandes aspectos o contenidos de
aprendizaje: 1) el proceso histórico del hombre (historia), 2) la concepción de los fines
de la vida humana (filosofía), 3) la imagen física del universo (física y química), y 4)
los fundamentos de la vida orgánica (biología). Excepto este caso, nuestro personaje
no alcanza en forma expresa, sino indirectamente, algunos contenidos de aprendizaje
sin especificar el nivel educativo correspondiente. De modo general, tales contenidos
corresponden a ciencia, filosofía, historia, economía, literatura, política, arte y
religión, que los concibe formando un corpus, un complejo orgánico en función vital,
pero que nuestro cerebro los divide en disciplinas. Orrego se refirió en diversas
ocasiones a la revolución científica, particularmente a la era nuclear que, inseparable
de la educación, tiene repercusiones en diferentes actividades humanas. Pero
consideró que no se debe sobredimensionar la ciencia, porque el hombre requiere una
formación armónica. En efecto, el desarrollo de la capacidad de pensar con lucidez es
tan necesario como el desarrollo de la imaginación, base de la invención científica y
de la producción artística. Entonces, la educación buscará el punto de equilibrio entre
las ciencias y las humanidades; entre las matemáticas, física, química, biología y
demás materias científicas, en relación con la historia, filosofía, literatura, pintura,
escultura, música y demás expresiones del campo humanístico.
Los contenidos educativos, en el pensamiento de Orrego, deben permitir a los
estudiantes buscar en las aulas vida espiritual intensa; dilatar, ennoblecer y enriquecer
su conciencia; conocer y comprender el sentido de su época; encausar su curiosidad
y su urgencia vital; vivir dando ejemplo. Los contenidos no deben fosilizar el cerebro
de los jóvenes con erudición yerta; tampoco llenarlo con datos divorciados de la
realidad, ni con frases rimbombantes sobre hechos nunca vividos. Enfatizó en el
aspecto valorativo, especialmente de carácter ético.
AGENTES EDUCATIVOS
En lugar de textos europeos que, mal comprendidos y mal aplicados, desorientan
y fatigan con palabras vacías nuestros cerebros, reclama maestros que enseñen a
conocer y amar nuestro país y el continente, que vivan junto a la juventud y el pueblo
la infinita y heroica tarea de crear cultura, de forjar un continente integrado por el
intelecto, maestros brotados de las entrañas palpitantes de nuestra recóndita realidad.
Y que por encima de los vaivenes políticos, tengan estabilidad porque son el factor
decisivo en la educación. El pueblo debe respetar a sus maestros, que es una forma de
respetarse a sí mismo, sino lo hace será un pueblo ausente de toda personalidad
vigorosa.
Si bien los vocablos profesor y maestro son sinónimos, en el pensamiento
orreguiano denotan diferencias indudables. En verdad, el profesor ejerce su labor en
razón de un título profesional, a veces sin una verdadera vocación por la carrera; el
maestro es tal por la trascendencia de su mensaje, no por el aval de un diploma. El
profesor puede recitar en clase el contenido de un libro y creer que cumplió su tarea;
por el contrario, el maestro debe crear y vivificar la relación espiritual entablada con
sus discípulos, sea en el aula o en otro ambiente.
No siempre, pues, el profesor es maestro. Orrego los diferenció nítidamente en sus
escritos, y trazó un paralelo que hemos arreglado para entregarlo en formato de
cuadro.
EL PROFESOR EL MAESTRO
1. Te enseña para que puedas 1. Te enseña para que puedas
repetir la lección de la cátedra. construir tu vida.
2. Te imparte generalidades 2. Desciende a la intimidad concreta
abstractas, teoriza tu propio ser de tu alma, aflora tu riqueza
y te empotra como una simple interior y se constituye en el
pieza standard manufacturada compañero de tu pasión, de tu
en serie, dentro de un esquema agonía interna y de tu drama
rígido. personal.
3. Te esclaviza a un oficio. 3. Te libera hacia tu vida.
4. Con él, la habilidad de tus 4. Con él, es preciso que asumas la
manos puede llegar hasta el responsabilidad de tu dolor y que
escamoteo perfecto de la verdad. desciendas hasta el hondón
abismático de la vida, por
sombrío, por tenebroso, por
lacerante, por trágico que sea.

5. Lo que te da está siempre fuera 5. Lo que te da está siempre dentro


de ti y te fija siempre un gesto. de ti y vigoriza tus alas para el
impulso.
6. Es como el agua infecunda y 6. Es la linfa creadora que bate el
dispersa que no alcanza la raíz limo, que lo impregna, lo empapa
de la planta porque no se sume y lo fecunda empujándolo hacia
en las entrañas de la tierra. el estallido de luz en una
floración maravillosa.
7. Se dirige a tu memoria, anaquel 7. Se dirige a tu espíritu, pozo de
de tu alma, y sus palabras creación y de sabiduría y sus
resbalan sobre el recuerdo, palabras siempre urticantes se
como por sobre una losa instalan en el futuro, abolición
impermeable, sin lograr del pasado muerto.
infiltración alguna. A lo sumo se
dirige a tu vanidad y a tu buena
economía.
8. Su palabra se esfuma, se 8. Su palabra desgarra tu entraña y
deshace sin dejar huella se incorpora a tu ser para
sangrienta. trascender, como un mandato, en
cada uno de tus días.
Fuente: Discriminaciones, en Obras completas, 1995: II, 320.
Pero también diferencia alumno de discípulo. Según nuestra interpretación tal
diferencia depende del tipo de relación educativa establecida en el aula. Si la relación
es instrumental, es decir, exclusiva y fríamente centrada alrededor del contenido
educativo, se hablará de alumno ya que éste -por indicación del profesor- sólo aprende
el contenido de una clase y trata de rendir satisfactoriamente las pruebas del examen.
En cambio si la relación es expresiva, esto es, llena de mensajes estimulantes y
compenetrada de afectividad, se hablará de discípulo -que gracias a la orientación de
su maestro- busca clarificar valores y guiarse por ellos, integrar ideas y hábitos
positivos en una filosofía de vida. El correlato de la categoría profesor es alumno, el
de maestro es discípulo.
Y como la universidad no ha sido ajena a desempeñar el papel de diablo predicador,
Orrego reclama a profesores y alumnos ser consecuentes con lo que enseñan y
aprenden. Pide a ambos protagonistas de la educación realizar su tarea a mayor
profundidad y a estrechar su relación pedagógica. Les dice: “Catedrático que se
contenta con ser simplemente un profesor y alumno que solamente aspira a alcanzar
el resultado satisfactorio de sus pruebas finales, no son precisamente los factores que
crean el vibrante espíritu institucional de una universidad. El profesor debe ser a la
vez maestro y el alumno debe alcanzar la categoría de discípulo”. (Orrego, 1947: 9).
A los docentes les exige demostrar el espíritu de su elevado magisterio, y a los
alumnos estudiar por vocación; a ambos estamentos, dejar el concepto utilitario como
único fin, y armonizar sus intereses materiales e ideales.
Su paradigma de maestro es el que está impregnado de la identidad peruana y
latinoamericana, el que tiene la mente fija aquí, en esta tierra, no el que plagia todo
de Europa. Por eso celebra que el movimiento de reforma universitaria (de los años
veinte del siglo pasado) haya sido una oportunidad para que los estudiantes ejerzan
influencia positiva sobre sus propios docentes, y hayan logrado mediante las ideas y
la acción, un significativo cambio de roles. Anota: “Los maestros de América –los
mejores- eran solamente buenos maestros europeizados, pero América necesitaba
más, necesitaba buenos maestros americanos. Y asistimos, entonces, a un maravilloso
autodidactismo de la juventud sobre los maestros. La juventud comienza a formar
maestros, comienza a americanizarlos. El maestro se ha convertido en discípulo
porque necesita aprender y desarrollar su sentido histórico, su sentido americano”.
(Orrego, 1995: 290). Y los estudiantes que van a la universidad no sólo para adquirir
un título, sino por encima de todo para ser hombres cultos, se vieron obligados a
desaprender lo aprendido, por no servirle para pensar ni ser mejores, e iniciaron el
camino de su propia formación.
Pero hay otro rasgo importantísimo en su paradigma de maestro. Ya en su madurez,
recordando sus años de colegial, destacó el aspecto afectivo, profundamente humano,
de la relación educativa, en un caso específico. Y escribió unos párrafos de homenaje
a un maestro de verdad, dedicados a uno de sus maestros del colegio Seminario de
San Carlos y San Macelo:
“Recuerdo, con agradecida nostalgia, que el Padre Lalande, uno de los frailes
más jóvenes y cultos del profesorado, creyó adivinar en mí cierta vocación y
disposiciones para la meditación filosófica. Se empeñó en darme lecciones de
filosofía griega, de filosofía francesa y de filosofía general europea. Me
explicó, además, en rápida síntesis, los fundamentos lógicos y racionales de la
alta matemática, consagrando las últimas lecciones a la explicación de las
matemáticas no-euclidianas. Durante dos años en el periodo de vacaciones
todos los días y dos veces por semana durante los estudios escolares, el buen
fraile me abrió un mundo fascinante para mí. Nunca puedo recordar esta época
sin conmoverme. Jamás podré darme cuenta exacta de todo lo que esto significó
para mi formación intelectual y moral. Descubrí la bondad de un hombre, a
quien no me unía ningún lazo, que daba luz por el simple hecho de darla, con
absoluto desprendimiento, robando horas innumerables de su descanso o de su
esparcimiento. Esta experiencia en los albores de la vida determinó, sin duda,
mi firme confianza en la bondad esencial del hombre y en los valores supremos
del espíritu que jamás me abandonó y mantuvo mi fortaleza en las horas de
desesperación que me trajo la adversidad. Un maestro de verdad salva siempre
el sentido y la dignidad de una vida. No son enseñanzas frías que nos da sino
que nos entrega, junto con ellas, su propio corazón, nos fecunda con su ternura
y nos redime para siempre de todo horrible mal… ¡Bendita sea tu memoria
Padre Lalande, maestro inolvidable y humilde que abriste un surco tan hondo
en mi espíritu y que tanto me diste de ti mismo en un momento decisivo de mi
existencia!...” (Orrego, 1995: III, 28).
ESTRATEGIAS DEL PROCESO DE ENSEÑANZA-APRENDIZAJE
La educación como revelación y para el cambio implica nuevas bases teóricas. La
pedagogía que sólo tenía en cuenta al profesor, no al alumno, queda descartada. Por
eso Orrego acude a los grandes teóricos paidocentristas cuyas ideas realizan un viraje
radical e imprimen al proceso de enseñanza-aprendizaje un nuevo sentido: “el viraje
del saber y del maestro hacia el estudiante. El maestro no debe preocuparse tan sólo
de lo que enseña, es decir el conjunto de conocimientos que posee, sino también, y
muy principalmente, debe preocuparse de cómo enseña, de qué es lo que debe
enseñar y cuál va a ser la influencia y la repercusión de sus enseñanzas en el espíritu
del alumno”. (Orrego, 1947: 9-10). Se nutre pedagógicamente de los postulados de
la escuela nueva, y no cae en los extremos ni del cognitivismo ni del metodologismo,
buscó el equilibrio en la tarea docente.
Fustiga la docencia europeizada y le reclama actuar con realismo. Anota: “Los
textos europeos mal aplicados y mal comprendidos no sirven sino para
desorientarnos [...] y para fatigar con gárrulas palabras nuestros cerebros y nuestra
vida”. (Orrego, 1995: I, 308). Piensa que los alumnos deben someter los libros a su
espíritu y no su espíritu a los libros. Por ello exige docentes de elevada capacidad
creativa y una enseñanza orientada a conocer y amar el Perú y América; una
enseñanza para internalizar valores, normas de vida, comportamientos durables, no
circunscrita a simples actividades pasajeras como las consignadas en los programas
de estudio que no pasan de la epidermis del espíritu. E invoca a la juventud –guiada
por sus maestros- a buscar ruta propia, descubrir, comprender y transformar nuestra
realidad, cumpliendo así su misión histórica. Invita a la juventud a emprender la
búsqueda de nuestra América, alejándose en este viaje intelectual del mágico
hechizo de la imaginación exótica, para encontrar su propia y auténtica ruta, no
obstante el proceso lacerante que habrá de seguir.
“La sabiduría –en su concepto- no es tanto la posesión del conocimiento sino el
esfuerzo y el camino al conocimiento”. (Orrego, 1995: I, 96). En tal virtud, no hay
sabiduría infusa, sino lograda con sufrimiento, conquistada y vencida después de
esmerado trabajo; la enseñanza basada en el viejo precepto del magister dixit,
puramente teórica, ha fracasado en la vida moderna. Por eso anota: “El maestro debe
enseñar en tal forma que el alumno tenga la impresión de que aquello que aprende
lo extrae de su propio trabajo y de su propio afán, porque ésta es la única enseñanza
que se prende profundamente en el espíritu del joven y lo cultiva fecundando el
esfuerzo del estudiante”. (Orrego, 1947:11). Vale decir, preconiza una enseñanza
que le permita al alumno aprender contenidos significativos que incorpora en su
estructura cognitiva, impregna su intelecto y le permite seguir perfeccionándose aún
cuando haya egresado de las aulas.
Observa y comprende el desarrollo del conocimiento en tal magnitud, velocidad
y poderío que hace imposible su aprendizaje total en la ciencia, el arte, la filosofía y
la historia. Una tarea de ese tipo sería absurda. Entonces, el docente debe tener la
cualidad de sintetizar los tópicos fundamentales de la disciplina a su cargo y poner
en manos del alumno las herramientas metodológicas para que se agencie del
conocimiento.
Orrego propugna un proceso de enseñanza-aprendizaje a través de métodos
dinámicos, para lo cual sitúa en el primer plano didáctico a la investigación y al
seminario. Critica duramente la enseñanza unidireccional, rígida, yerta, memorista,
encasillada en tópicos resueltos de antemano, mediante la cual no se obtienen
resultados vitales, sustantivos que el profesor y el alumno deberían perseguir en
conjunto. Dirige su atención y entusiasmo al método activo del seminario, que debe
abrirse paso (especialmente en todas las carreras universitarias) visto como un
organismo vivo que diariamente acrecienta sus experiencias, y por acumular
información en sus archivos es más eficaz que una biblioteca: pueden llegar a ser
tan valiosos dichos archivos que profesores y alumnos encontrarían allí datos,
sugestiones, normas, actos y orientaciones necesarios para plantear un tema,
desarrollarlo y alcanzar las soluciones que persigue un problema del contenido
educativo. De esta manera, con un método dinámico: “El maestro propiamente sólo
debe orientar y dirigir el trabajo de los alumnos dejándolos en plena libertad de
iniciativa para el desarrollo de los temas. Cada clase, cotidianamente, debe constituir
un verdadero problema que se plantea ante al maestro y los alumnos y que ambos
deben resolverlo cada día”. (Orrego, 1947: 11). Esta dinámica metodológica permite
hacer de cada disciplina no solo emisión magistral del contenido, sino
fundamentalmente un intercambio fluido de pensamiento con el cual tanto maestros
como alumnos aprenden al mismo tiempo. El hecho de preguntar ya entraña
enseñanza y aprendizaje, y el hecho de responder también.
Durante su gestión rectoral en la Universidad Nacional de Trujillo, la biblioteca
mereció especial atención, y la revista institucional alcanzó su mejor época.
Asimismo impulsó enormemente el Museo de Zoología. Y pensó que los colegios
también deberían contar con esos museos para el proceso de enseñanza-aprendizaje
de carácter práctico, a los cuales la Universidad brindaría apoyo con su taller de
taxidermia. En el campo de la botánica, se inició la formación del Herbario Regional.
Enriqueció con nuevas colecciones el Museo Arqueológico, y desde él promovió los
estudios in situ de esa especialidad. Además dio vida a institutos y nuevas facultades.
Y en su plan de ejecución de la ciudad universitaria se consignaron, entre otros,
ambientes para jardín botánico, jardín zoológico, museos, gimnasio y estadio.
LA UNIVERSIDAD Y SU MISIÓN
Cuando el Senado de la República debatía el proyecto del Estatuto Universitario
(1946), Orrego defiende la idea de universidad conformada por profesores, alumnos
y graduados, como ahora la entendemos. En aquella ocasión expresa:
“El artículo primero declara que la universidad es la asociación de maestros, de
alumnos y de graduados; es decir, la universidad en sus tres dimensiones
integrales, como un todo o núcleo viviente que surge del presente y se proyecta
como fluencia al porvenir. Este artículo rompe con el concepto antiguo de la
universidad, que parecía querer reducirla al cuerpo profesoral de las aulas,
como si los egresados no fueran parte sustancial de ella, como si no estuvieran
bebiendo las enseñanzas de su fuente maternal y como si no estuvieran
obligados a volver a su seno a enriquecerla con la cosecha de su pensamiento,
de su experiencia y de su acción”. (Orrego, 1995: V, 191).
Mucho antes (1923), en el fragor del movimiento de la reforma universitaria, ya
había sostenido en un artículo periodístico que por la falta de entendimiento entre
profesores y alumnos respecto a quienes constituyen la universidad, no se podía
esperar ninguna enseñanza viva, ninguna creación efectiva para la sociedad y con
proyección hacia el porvenir. Por entonces, la separación entre ambos sectores
llegaba hasta el rechazo mutuo que impedía todo nexo afectivo, base del proceso de
enseñanza-aprendizaje fecundo. Leamos sus palabras: “El criterio de que la
Universidad está constituida, únicamente, por el profesorado revela un concepto
petrificado de la enseñanza. La Universidad no se ha hecho para mantener
catedráticos, sino para ‘enseñar alumnos’. Son estos, pues, la materia viva, la materia
moldeable, el cuerpo y el alma necesarios. La enseñanza debe sujetarse a sus
exigencias y necesidades espirituales y, por eso, son ellos, principalmente, los que
deben fijar las condiciones de la docencia”. (Orrego, 1995: II, 224). Y obviamente,
defiende el principio de participación de los alumnos en el gobierno de las
universidades.
Al profesor lo considera elemento responsable de prestar el servicio al estudiante,
que es la sustancia viva e indispensable y merece ser atendido en todo lo necesario
para su formación. Postula la conveniencia de las cátedras paralelas y cátedras libres,
para una mejor selección docente según la capacidad y no por imperio de las
camarillas u oligarquías académicas.
Para Orrego, no basta tener infraestructura, legislación y régimen académico
impecables, lo importante es que la universidad se vincule y responda a la realidad
natural y social circundante. “Por perfecta que sea una universidad extranjera no
puede nunca adaptarse a las realidades palpitantes, genuinas y sustanciales del
pueblo en que debe vivir. La Universidad Nueva debe surgir como un árbol frondoso
que ha hincado vigorosamente sus raíces en el seno de su madre, porque la
universidad solamente puede hacer su auténtico camino asimilando los jugos de la
tierra que la nutre”. (Orrego, 1947: 7). La universidad en el Perú y Latinoamérica no
puede seguir el tipo de las universidades de Europa o Estados Unidos porque nuestra
realidad histórica, psicológica y social es diferente. Cada universidad es el producto
temporal y telúrico de un pueblo. Debemos crear una universidad que refleje nuestra
problemática, que sea el instrumento de investigación y el órgano que dilucide la
creación de la cultura peruana y americana.
Es decir, la universidad no puede transferirse o trasladarse de una realidad a otra
completamente distinta; no se trata de una mercancía sometida al juego de la oferta
y la demanda, sino de una institución creadora de cultura; cultura que nace y crece
en una sociedad concreta, por tanto, hay que vivirla dentro de nosotros en el proceso
dramático, y aún trágico, del Perú y América; cultura que surge de la vida de los
conglomerados humanos en el curso de su propia e inconfundible historia y se
proyecta con su mensaje hacia otros pueblos del mundo.
Entonces, para Orrego la nueva universidad:
“[…] tiene la misión impostergable de recoger en su seno las experiencias, las
intuiciones, las esperanzas, la fe y el pensamiento de América. Esta misión de
la Universidad Nueva debe realizarse a través de todas sus Facultades e
Instituciones Docentes. Cada maestro debe esforzarse en imprimir esta
orientación a sus enseñanzas, porque desde el Derecho, desde la Química,
desde la Medicina, desde el Arte, desde la Filosofía, la universidad debe
inquirir y definir con entera claridad qué es América como valor específico y
original en las artes, en la ciencia, en la economía, en la filosofía”. (Orrego,
1947: 8).
Esta orientación de la universidad implica creatividad; abrir paso al pensamiento
divergente; buscar lo auténtico sin omitir el aporte de otras culturas; combatir el
colonialismo mental, la repetición simiesca e irreflexiva de textos y formulaciones del
pensamiento que no se avienen con lo nuestro, con lo peruano y latinoamericano.
Según el pensamiento de Orrego, la universidad no puede quedar marginada de su
contexto social, por el contrario, debe cumplir rol protagónico y vital en el mismo
centro del quehacer colectivo, sin aislarse cual ostra parasitaria, lejos de las
aspiraciones juveniles y del grito angustioso del pueblo al cual se debe. Él concibió
la universidad como un organismo vivo cuyos procesos de crecimiento y
estructuración son incesantes. Se propuso por ello: “Hacer de la antigua universidad
estática un proceso dinámico de evolución que sepa incorporar, paso a paso, en
superación constante, la vida total de la nación”. (Orrego, 1947: 4). Pero como es un
visionario en temas sociales y educacionales, se proyecta al futuro y anuncia:
“[…] la realización de un proyecto integral de Universidad Nueva en armonía
con la concepción moderna de que ella debe ser un foco de iluminación
intelectual y moral y una antena que recogiendo las palpitaciones del Universo
y de la Vida, se proyecte profundamente hacia el pasado e infinitamente hacia el
futuro. Sólo así podríamos hacerla responder a la realidad de una América
Nueva, al ritmo de un mundo que está realizando una acelerada transformación
técnica, social y económica”. (Orrego, 1948b: 21).
Puesto que la sociedad y la educación son cambiantes, la universidad también
deberá serlo, es decir, la entendió como una institución activa, ágil, en transformación,
un proceso en constante superación, que potencia las supremas energías intelectuales,
capaz de incorporar al debate académico el diagnóstico y la solución de los grandes
problemas del país; consiguientemente, sus miembros serán emprendedores, eficaces,
resolutivos, ajenos a la abulia e inmovilidad. Defiende una universidad en cuyas aulas
se ofrezca cultura general y especializada, armónicamente equilibradas; la formación
del hombre en todas sus dimensiones, integralmente, de modo que el profesional sepa
desenvolverse con idoneidad en su campo, pero, asimismo pueda discernir ante la
síntesis del conocimiento global. Una universidad que forma expertos en la aplicación
de una disciplina científica, pero al mismo tiempo, humanistas, académicos, que
tengan el sentido general del mundo y de la historia, todos ellos hombres de amplia
cultura y claros conceptos de los problemas sociales, morales, políticos y económicos
de su época.
Las universidades profesionalizantes tienden a mecanizar la función docente,
olvidan que por encima de ello deben formar al hombre y al ciudadano capaces de
comprender su entorno y crear la nacionalidad. No es opuesto a la especialización.
Pero ésta debe tener una amplia base humanista con una visión universal del hombre
y de la vida. Escribe sobre este asunto: “La Universidad no debe forjar ‘insectos’
humanos, entes con sólo una habilidad técnica perfecta y ciegos y torpes en todo lo
demás. El mundo está cansado de su insectificación técnica. Eso lo han logrado las
hormigas, las abejas, los vermes…con una perfección que está muy lejos de haber
alcanzado el hombre con toda la superlativa vanidad de su sabiduría cientificista…”
Y añade: “El hombre es un ser con una dimensión espiritual y moral por sobre todas
sus otras dimensiones…El especialista, el experto, el técnico sin una fuerte y profunda
base de integración humanista, nos lleva a la bomba atómica y a su satánico poder
destructivo. Pero, no nos llevará jamás al aprovechamiento de la energía nuclear con
su formidable potencia creativa, empleada para la superación espiritual y moral del
hombre”. (Orrego, 1995, III: 371-372).
Una universidad que realiza enseñanza a través de la investigación científica; fuente
de poderosa irradiación cultural y moral, hondamente enraizada en la historia, pero
también con la mirada dirigida al inagotable porvenir; centro receptor del acontecer
vital del contexto humano donde funciona y de la acelerada transformación científica,
tecnológica, social y económica del mundo; que responda a la realidad peruana y
latinoamericana, y prepare generaciones aptas para desempeñarse en la vida y laborar
en favor del desarrollo. Una universidad que no esté de espaldas de su realidad,
divorciada de su contexto social, como observó en nuestro país, sino asentada en tierra
firme.
Así, estamos frente a una universidad dinámica, flexible e integral. En reemplazo
de la antigua universidad estática, petrificada, profesionalizante y por ello unilateral,
repetidora del pensamiento europeo, marginada del clamor popular, concibe y
defiende una universidad dinámica, semejante a un organismo vivo, un laboratorio de
renovación y creación espiritual; flexible ante un mundo cambiante por el proceso de
la historia y de la ciencia, abierta a todas las energías del espíritu; integral, orientada
hacia la formación plena de nuevos hombres; nacida y situada en la hondura de
nuestra realidad; fuente creadora de cultura; pletórica de unionismo
latinoamericanista; medio para la expresión del universalismo cultural que habrá de
consumarse en el futuro; instrumento vital del desarrollo. Al hablar de universidad
integral, hace la salvedad de la redundancia porque el significado originario de
universidad, universitas, indica integración de elementos culturales de todos los
espacios y tiempos.
Estas ideas datan de 1946. Cincuenta años más tarde, coincidirá con ellas la
UNESCO y diversos notables educadores, al propugnar se tenga en mente, cuando se
formulare la misión de los sistemas de educación superior, la nueva misión de “la
universidad dinámica” o “proactiva”. Esta noción de universidad dinámica
auspiciada por la UNESCO supone –como sostenía Orrego- su adaptación creativa,
por cada país, en el proceso de búsqueda de modelos y prácticas institucionales
específicos en relación con el desarrollo, pero sin desconocer las influencias de un
mundo rápidamente cambiante.
Y cuando relaciona la universidad con su concepción latinoamericanista, escribe:
“La Universidad Peruana debe contribuir a la formación de un nuevo tipo de
Universidad Indoamericana y clarificar el sentido original de la cultura que está
surgiendo en nuestros países en relación con las viejas culturas de Europa y Asia”.
(Orrego, 1947: 8). Tal Universidad Indoamericana estará llamada a dilucidar el
significado del auténtico mensaje que nuestro continente ha comenzado a aportar al
mundo en todas las manifestaciones de la cultura; investigar, debatir y difundir como
contenido educativo los anhelos, las ideas, las realizaciones e intuiciones del hombre
de esta parte del mundo. Y tan elevada misión institucional deberá realizarla por
medio de todas las facultades y cátedras sin distinción alguna, no únicamente a través
de aquellas pertenecientes al campo humanístico, como podría pensarse de modo
simplista; en todas las materias es posible indagar, clarificar y definir nuestra realidad.
En consecuencia, para viabilizar la perentoria e histórica misión asignada a la
universidad, Orrego pide a cada uno de los docentes -sean químicos, médicos, artistas,
filósofos, pedagogos, en fin responsables de todas las cátedras- desplegar sus energías
creativas desde el punto de vista del contenido educativo y de la metódica para darle
al proceso de enseñanza-aprendizaje una orientación acorde con la problemática del
pueblo-continente indoamericano, buscando nuestra identidad cultural, lejos del
embeleso europeizante y de la tendencia libresca predominante en casi todas las
asignaturas como rezago de la educación teórica de viejo cuño.
Para que este organismo académico, dinámico, flexible e integral, se incorpore
gradualmente a la vida total del pueblo, busque soluciones a los problemas locales,
regionales, nacionales y se ubique en el contexto mundial, es necesario el concurso
de todos sus miembros, profesores, alumnos y graduados, imbuidos de la misión
latinoamericanista de la nueva universidad.
UNIVERSIDAD Y PUEBLO
Para que la cultura “viva en nosotros como médula en nuestros huesos y no sólo en
los libros”, son precisos, según Orrego “dos elementos primordiales: de un lado la
universidad, de otro el pueblo; de un lado el trabajador manual, de otro el trabajador
intelectual. Son dos elementos que no pueden caminar separados porque se
complementan entre sí”. Pero si hay separación, la cultura es utilizada por grupos
minoritarios como instrumento de dominación sobre el pueblo, que es “la sustancia
permanente de la historia y de la libertad del hombre”. Justamente, en el Perú, la
divergencia entre universidad y pueblo ha sido de mayor magnitud que en otros
países. “La universidad ha tenido -escribe Orrego- una semi-cultura de gabinete y de
pupitre pero no ha tenido ni tiene una verdadera cultura vital. La cultura hay que
vivirla en principio y vivirla en acción. No se puede, pongamos por caso, explicar y
defender en el aula las llamadas garantías individuales y atropellarlas y negarlas en la
calle y en la vida cotidiana”. (Orrego, 1995: I, 306).
Mucha gente, por lo común, no actúa en consecuencia con los principios que
declara. La aguda observación de Orrego contenida en las citas anteriores así como
en la siguiente exhibe una dolorosa realidad. Son sus palabras: “No vale la pena que
en los exámenes se declame de corrido el amor a la libertad, al derecho y a la justicia
y en la vida se les befe, o por lo menos, se muestre uno diferente a sus imperativos
categóricos”. (Orrego, 1995: I, 306).
Las citas nos ponen frente a situaciones de pasmosa vigencia no obstante remontarse
al año de 1928, aplicables en diversos campos de nuestra vida política y universitaria.
Hacer cátedra, hacer universidad y hacer país implica fundamentalmente vivir la
cultura, no sólo practicar la regurgitación de conceptos, hechos, datos, formulaciones
filosóficas, leyes o teorías científicas. Por eso Orrego considera que la gran empresa
de los universitarios es vivir la cultura. Y rechaza el eruditismo vacío, carente de
sustancia, que no sirve para la mejora individual ni colectiva. Postula, por el contrario,
el conocimiento de nuestra problemática: “Necesitamos estudiar la calidad de nuestra
América y crear nuestro propio pensamiento, nuestra propia política, nuestra propia
economía, nuestra propia estética, nuestra propia historia”. (Orrego, 1995: I, 308).
Según Orrego, en la tarea de hacer cultura, deben juntarse maestros y discípulos, en
un solidario y fervoroso anhelo común, en el que todos brinden sus aportes. Sostiene
que para crear una cultura viva y crear una verdadera nacionalidad es menester superar
el libro y la letra muerta; escudriñar nuestra realidad y desde allí elevar nuestro
pensamiento.
Critica a las universidades porque no han despertado ni formado al hombre en los
profesionales salidos de sus aulas. Tales profesionales aparecen, entonces, como
criaturas débiles que marchan por la vida agobiadas por su título, por su carrera y por
su lucro, sin responsabilidad moral, que lo mismo les da vivir con sus ideas, con la
justicia, con la verdad, o sin ellas y hasta en contra de ellas. De esta manera, nada
podemos esperar y exigir de profesionales con tales características, que son la
degradación de la actividad universitaria. Formar al hombre y al ciudadano antes que
al profesional es, pues, tarea primordial de la universidad.
Pide a las nuevas generaciones realizar el objetivo más sagrado del hombre: la
responsabilidad suprema de crear una nueva vida, esto es, vivir la cultura, realizarse
por medio de ella, que le es privativa y sin la cual pierde su condición humana Y para
vivir la cultura, en su opinión, es indispensable que la universidad se proyecte al
pueblo y éste se incorpore a la universidad. Sobre esta relación entre universidad y
pueblo acota los siguientes términos: “Universidad y pueblo son dos vasos
comunicantes cuyo nivel superior o inferior lo determinan la mayor o menor
mentalidad y moralidad de ambos. Son si se quiere dos factores intercambiables que
presiden todo el proceso histórico”. (Orrego, 1995: I, 310). Estos conceptos fueron
escritos en 1928; consecuente con ellos, en 1947, desde el cargo de Rector de la
Universidad Nacional de Trujillo sostuvo que la universidad “tiende a satisfacer las
justas aspiraciones de los hijos del pueblo porque la universidad es, y así debe ser, la
institución máxima de los hijos del pueblo”. (Orrego, 1947: 36). Pero no se quedó
sólo en palabras, sus ideas las llevó a la acción. Y allí están sus realizaciones que han
servido y siguen sirviendo a los hijos del pueblo: organismos académicos y obras
materiales.
La más alta misión espiritual que asigna a las universidades, aparte de la no menos
alta que debe ejercer en el campo personal, es la de ser depositaria y discernidora de
la experiencia histórica de un pueblo, sin la cual es imposible conseguir la
consolidación y la estabilidad de las instituciones políticas. Esto conlleva la idea de
una universidad dinámica, flexible e integral, puesta a tono con la vida contemporánea
en todas sus manifestaciones.
Por eso siente satisfacción al constatar que felizmente en el Perú, las generaciones
universitarias del movimiento reformista iniciaron el acercamiento de la universidad
al pueblo y de éste a la universidad, con el cual por primera vez se crea cultura opuesta
al libro frío y a la letra muerta.
EDUCACIÓN, CULTURA Y POLÍTICA
Como la educación se inscribe en la esfera de la cultura y ambas se interrelacionan permanentemente,
hacer labor de cultura, en el pensamiento de nuestro personaje, es hacer obra constructiva, educadora,
imperecedera; es una acción que, en medio de hondas y lacerantes desgarraduras, decanta positivamente el
espíritu, y con la cual el hombre deja su huella privativa en el curso de la historia. Precisamente, la cultura –
para él- debe ser una cultura histórica, viva, encarnada en hombres concretos, no muerta, tampoco una simple
tentativa de los académicos. Por ende, hay que saber vivir la cultura e incorporarla dentro de las fibras de
nuestra vida. No debemos, tampoco, confundir cultura con ilustración académica; ésta implica memoria fría
e inerte de la cultura pero no la cultura misma. Así, repetir un libro es muestra de ilustración; en cambio crear
y vivificar el ambiente espiritual de una cátedra es una muestra de cultura y educación. Y Orrego fue
verdaderamente un hacedor de cultura y un educador nato.
La idea de cátedra implica aporte, propuesta o planteamiento; en tal sentido, Antenor Orrego desarrolló
cátedra no sólo en el aula, sino por diferentes medios: el periódico, la revista, el libro, la tribuna pública, y lo
hizo en diversas esferas: filosofía, literatura, educación, historia, política... Ellas forman un todo polifacético
pero coherente de su pensamiento, cuyo profundo humanismo lo llevó a sostener que el supremo fin del
Estado es “la exaltación del hombre a su máxima plenitud espiritual, única razón de su origen y de su
existencia”. (Orrego, 1995: I, 47). Es decir, concibe un Estado al servicio del hombre, y éste como el centro
y eje de las aspiraciones políticas surgidas en una determinada sociedad. Y como considera que el hombre
no puede abstraerse del quehacer político, por ser inherente a toda sociedad, bien hubiera suscrito las palabras
de Georges Balandier cuyos estudios antropológicos muestran “que las sociedades humanas producen todas
lo político y que todas ellas están expuestas y abiertas a las vicisitudes de la Historia”. (Balandier, 1969: 6).
En su concepto, la política que merece llamarse tal tiene que ser vista y practicada como método o principio
de gobierno, como línea coherente y permanente de acción, no como un simple anhelo pasajero nacido en
vísperas de un proceso electoral. Y para que la política asuma un rango científico “es preciso que se alce
sobre todos los puntos de vista particulares, y que sea capaz de coordinar una concepción global de la historia
en cada situación concreta”. (Orrego, 1995: III, 252). Esto entraña que el contenido de la ciencia política
reside en “comprender con claridad la necesidad del cambio o transformación social, que no es cualquier
cambio arbitrario, caprichoso o utópico, sino aquel que fluye en un momento determinado de las situaciones
morales, económicas, sociales y políticas de un país”. En tal sentido: “El talento o genio del gran estadista
consiste en comprender y obrar en consecuencia en el sentido de ese cambio”. (Orrego, 1995: III, 256).
Precisamente, para Orrego: “Estadista significa hombre previsor, cuya mirada sea capaz de abrazar grandes
perspectivas de tiempo”. (Orrego, 1995: II, 279). De esta forma, en el pensamiento orreguiano, el estadista
es el personaje que encarna y despierta los valores de la libertad de un pueblo como realidad concreta que
emana de la historia, no como un conjunto de principios abstractos y, por consiguiente, es el hombre que
sabe conducir a su pueblo a la posesión y goce de esa libertad; y el político es el que moviliza la opinión
pública estructurando los partidos políticos, orientando y coordinando la acción táctica de la vida política de
un país, en ejercicio de la libertad y eludiendo los obstáculos de las ambiciones egoístas e intereses
mezquinos. Categóricamente, Orrego afirma: “Cuando en un solo hombre se da, a la vez, el estadista y el
político, los pueblos poseen el gobernante perfecto”. (Orrego, 1995: II, 234).
Y defendió ardorosamente el derecho de los ciudadanos a organizarse y orientarse mediante los partidos
políticos, entidades o núcleos de la opinión ciudadana sustentados en principios y programas. Textualmente
dice: “El concepto cabal de partido entraña la formulación de un programa orgánico de gobierno y de una
línea coherente y constante de opinión pública para colaborar en las actividades del Estado o para alcanzar
el ejercicio del poder público”. (Orrego, 1995: IV, 27). Entonces, orgánica y vigorosamente estructurados en
una doctrina, los partidos políticos están llamados a cumplir una gran función educadora en la vida nacional,
de modo que orienten a la ciudadanía en uno u otro sentido, controlen el poder, fiscalicen los actos
gubernativos y, por lo tanto, el saneamiento de la administración pública. “En verdad, éstos -se refiere a los
partidos, y cito nuevamente sus palabras- deben ser canales vivos y permanentes por donde fluyan, hacia la
nación, las corrientes de docencia política que surgen de cada núcleo de opinión”. “Sin partidos políticos
auténticos, que sientan profundamente su misión docente, desde su propio campo doctrinario, no tendremos
jamás una verdadera democracia”. (Orrego, 1995: IV, 41-42).
Orrego se preocupa por el liderazgo político y académico, porque sin liderazgo el país y sus instituciones
carecerían de rumbo. Y al respecto pregunta: “¿Qué es pues la política? ¿Cómo debe ejercerla la minoría del
pensamiento?”. El mismo responde así: “Pensando y haciendo pensar a la masa; defendiendo nuevos sentidos
de libertad; incorporando en la sensibilidad y en el pensamiento colectivos la necesidad de nuevas
superaciones. La política no es dar un gobierno perfecto idealmente; es hacer que el pueblo merezca una
autoridad mejor; es procurar que la colectividad sienta la urgencia de un gobierno más perfecto”. (Orrego,
1995: I, 68).
Relacionó la cultura popular y la cultura política con la cultura universitaria. En oposición a los académicos
europeos que vivían en su torre de marfil, el movimiento de reforma universitaria, propagado por toda
América Latina a partir de 1918 y 1919, asignó a las universidades un rol social, ahora indiscutible. La
reforma universitaria fue esencialmente un movimiento académico y social que abrió las puertas de las
universidades al pueblo y contribuyó a democratizar el sistema educativo en general, al tiempo que se
propuso crear una auténtica cultura latinoamericana. Fue el movimiento de más amplia proyección cultural
que ha dado nuestra patria continental. Y esa proyección tenía al pueblo como su destinatario. En esta
perspectiva, Orrego sostuvo que la universidad no podía vivir y quedar aislada en la periferia de los pueblos,
sino situarse en la médula vital de su ambiente o contorno. Y como la universidad ha vivido los vaivenes de
la vida política de la república, en un movimiento pendular de gobiernos democráticos por su origen y de
gobiernos autoritarios, él y las juventudes estudiantiles pensaron a lo largo y ancho de América Latina que
la docencia en esta parte del mundo habría de caracterizarse por ser, primordialmente, docencia ciudadana,
educación civil y política. En un Estado en el cual no se respetaban los derechos humanos, la universidad no
podía vivir encerrada como en un claustro colonial, ciega, sorda, muda, insensible a las angustias del pueblo
y al grito redentor de las multitudes. Tenía y tiene la ineludible obligación de proyectarse socialmente; asumir
un compromiso con la justicia social. De allí la pregunta formulada por Orrego y su correspondiente
respuesta: “¿Cómo puede el hombre consagrarse a la ciencia, a las artes y al ejercicio de las disciplinas
intelectuales sino hay libertad? Hay que esforzarse por conquistarla previamente. Hagámonos, primero países
justos para hacernos, luego países sabios”. (Orrego, 1995: V, 118).
3. LABOR RECTORAL
Elegido el 15 de mayo de 1946, asumió sus funciones rectorales de la Universidad Nacional de Trujillo el
20 del mismo mes y año. Pero su gestión fue interrumpida al ser derrocado el Presidente de la República,
José Luis Bustamante y Rivero, por el golpe de Estado del general Manuel A. Odría del 27 de octubre de
1948. Eduardo Quirós afirma que Orrego es superior a la mayoría de rectores de esta Universidad. “Lo
sostengo –anota- porque trabajé con él durante su corta estancia como Rector, desde su elección en la
Asamblea (1946) hasta la tarde fatídica en que, con ropa de campaña y una balacera sin necesidad, el Gral.
Víctor Rodríguez Zumarán, tomó por asalto la Universidad y llevaron a Lima a todos los miembros del
Consejo Universitario, del cual yo era taquimecanógrafo”. (Quirós, 1993:11). En medio de la incertidumbre
política de aquellos días, Orrego encargó el rectorado al Vicerrector, Ing. Manuel Carranza Márquez. Y éste
a los pocos días solicitó licencia; entonces las funciones rectorales fueron asumidas por el Dr. Segundo F.
Estrada, en su calidad de Decano de la Facultad de Derecho y Catedrático Principal más antiguo. No obstante
la brevedad de de gestión –dos años, cinco meses, siete días- Orrego realizó intensa actividad, dentro de un
acelerado proceso de transformación de lo que él denominó “proyecto integral de Universidad nueva”, como
se desprende de hechos tales como los siguientes:
1. Reorientación tanto del sentido general de la educación para el cultivo integral del ser humano, cuanto
de la docencia universitaria que, con métodos dinámicos, como el seminario, pone en manos del
alumno las herramientas esenciales de estudio y perfeccionamiento en su campo aún cuando haya
egresado.
2. Organización del Colegio Universitario –creado por la ley de Reforma Universitaria de 1946-
entendido como centro de cultura general y antesala de la formación profesional y la investigación,
cuyo funcionamiento se detuvo por el forzado alejamiento de su cargo y por la contrarreforma que
luego sobrevivo.
3. Incorporación a la cátedra, en cursos de ciencias y humanidades, de investigadores y especialistas de
prestigio, tanto peruanos como extranjeros.
4. Creación de la Facultad de Educación con su respecto Colegio Secundario de Aplicación, gratuito, que
aún funciona.
5. Creación de la Facultad de Medicina –cuyas funciones se iniciaron posteriormente-, toda una obsesión
de su rectorado y anhelada por él como “la mejor de América Latina”; para su organización constituyó
una comisión presidida por el renombrado médico peruano, científico y docente universitario en
Estados Unidos, Dr. Eleazar Guzmán Barrón.
6. Acrecentamiento del número de alumnos en las diversas carreras profesionales.
7. Mejoramiento significativo de las rentas.
8. Impulso a la publicación de la Revista Universitaria, en receso desde 1943, y de la cual en el periodo
1946-1948 se editaron cuatro números, cifra proporcionalmente superior al de todas las épocas de su
existencia.
9. Adquisición de una pequeña imprenta para los trabajos de las distintas oficinas, y con miras a ser un
futuro departamento de publicaciones.
10. Ampliación de los vínculos de la Universidad con instituciones académicas del país y del exterior.
11. Creación de los Institutos de Psicopedagogía, Antropología y Literatura.
12. Ampliación e implementación de los laboratorios con nuevos ambientes, equipos y reactivos.
13. Progresivo avance de la Escuela de Ingeniería Química que, por la calidad de sus profesores peruanos
y foráneos, remozamiento de laboratorios y anfiteatros, se coloca en el primer lugar entre sus pares de
la república.
14. Habilitación de nuevas oficinas para los decanatos y demás dependencias.
15. Enriquecimiento de los Museos de Arqueología y Zoología, así como el inicio del Herbario Regional.
16. Envío de alumnos becarios al extranjero por cuenta de la institución. Asimismo, viajaron a Estados
Unidos, por cuenta de la Universidad, profesionales para ser perfeccionados en docencia médica y
luego incorporados como catedráticos de la Facultad de Medicina.
17. Incremento considerable de los volúmenes de la biblioteca.
18. Cuidado de la salud de alumnos, profesores y personal administrativo a través del Departamento
Médico.
19. Construcción de una bóveda subterránea de concreto para el archivo de la Universidad.
20. Gestión para lograr la donación, por Vicente González de Orbegoso y Moncada, con fecha 10 de
setiembre de 1947, de 30 hectáreas de terreno (después ampliada a 40) para la construcción de la ciudad
universitaria e inicio de los trabajos preliminares de esa formidable obra.
21. Transferencia de sus derechos de posesión del conductor del extenso ejido municipal llamado “Grama
de Mansiche” a la Universidad, lo cual hizo posible la donación, por parte de la Municipalidad
Provincial de Trujillo, de dicho terreno donde ahora se levanta la Facultad de Medicina.
22. Elaboración del Plan General de Ejecución de la Ciudad Universitaria, cuya primera etapa debió
construirse entre 1948 y 1952, y en tres años más, la segunda. Dicho Plan incluía: pabellones y
ambientes de facultades, oficinas y servicios que hasta ahora no cuenta la UNT, a pesar del largo
tiempo transcurrido, por ejemplo, ambientes para: el Rectorado y la administración central, las
Facultades de Arquitectura, Ingeniería Civil, Veterinaria; Museos, Jardín Botánico, Jardín Zoológico;
almacenes y gimnasio. O pabellones de facultades y escuelas que iniciaron su funcionamiento en
fechas posteriores: Medicina, Ingeniería Industrial, Ingeniería Mecánica, Odontología, Ingeniería
Agrónoma, Ingeniería Zootécnica. Y también pabellones construidos con el correr de los años, cuya
previsión la hizo Orrego.
23. Participación de los estudiantes en el gobierno de la Universidad
24. Intensa actividad de extensión universitaria mediante conferencias y diversos eventos académicos a
cargo de notables intelectuales, asimismo proyección hacia su contexto social.
25. Adecuación a los alcances de las disposiciones sobre la Reforma Universitaria para lograr que la
institución responda a la realidad peruana, continental y al ritmo de la acelerada transformación
científica, tecnológica, social y económica del mundo.
5. MENSAJE A LA JUVENTUD

A LAS NUEVAS GENERACIONES DEL PERÚ Y DE AMÉRICA


Dedico este libro a las nuevas generaciones del Perú y de América que sienten el acendrado, el vivo apremio
de encontrar su propia alma. A los veinte años hice la primera salida de este viaje en que estoy casi por
completo de vuelta. Iba a la busca de nuestra América, de esa América que latía aún bajo los paños mortuorios
de un remotísimo ayer y que no acaba todavía de romper la crisálida sepulcral para resurgir hacia un nuevo
ciclo de vida.
Entonces nuestras tierras estaban ancladas del todo en las aguas feéricas de Europa. Nuestros buzos más
conspicuos y atentos habían fondeado sus escafandras en aquellos golfos donde se escuchan las voces
alucinantes de las sirenas áticas, el aullido imperial y cesáreo de la loba romana, el trémolo escolástico y
metafísico del Doctor Angélico, el pesimismo racionalista y crítico del filósofo de Koenigsberg, que nos decía,
con el particular acento del que ha encontrado la meta definitiva de una cultura: ¡Non plus ultra!; ¡Non plus
ultra! Era un itinerario fascinante, pero, un itinerario que no era el nuestro. La sirte procelosa no es sólo
abismarse en los sumideros de los maelstroms frenéticos y siniestros; es, sobre todo, la equivocación de la
ruta. Se extravía y naufraga, también, el viajero, en un país de maravilla, donde el alma asolada, sin
conexiones vitales con la tierra extraña no puede encontrar la sabiduría profunda de sí misma. Un paisaje
dorado y riente bien puede ser un sepulcro. Se vive entonces, como un cascarón flotante, vacío de toda
gravitación espiritual, cual una libélula en pos de los castillos multicolores del ensueño.
¡Estábamos deslumbrados y, por ende, estábamos, ciegos!
¡Era el agudo resplandor de la fantasía del niño ante los bengalas polícromos de la ilusión! América no
era, porque no éramos, tampoco nosotros: porque habíamos sido arrebatados de nosotros mismos.
Ciertamente, esta evasión excéntrica producíase como en aquellas leyendas infantiles en que la princesa
resplandeciente de juventud y hermosura, tornábase, bajo el embrujamiento de un mágico hechizo, en la
viejilla desmedrada y enteca de la conseja.
Vosotros, también, jóvenes del Perú y de América, habéis emprendido este viaje, que es toda una aventura
peligrosa, porque no hay sendas conocidas que guíen vuestros pasos. Pero, antes que la pérfida definitiva, es
preciso, por lo menos, intentar la salida. Revestíos de la valerosa audacia necesaria a que el destino de vuestra
progenie os empuja. La estridencia trepidante del Viejo Mundo os ha descubierto sus rajaduras irremediables,
y descubriéndolas ha desvanecido vuestro deslumbramiento. Sois una promoción histórica privilegiada
porque el desencanto de lo ajeno y de lo extraño ha traído la fe y la esperanza en vosotros mismos. Sé que
esto sólo se alcanza a través de profundas y dolorosas desgarraduras; pero, es preciso que cada hombre y
cada pueblo asuma la majestuosa responsabilidad de su lágrima y de su dolor, porque la mariposa no surge
hacia la luz sino después de romper y desmenuzar en cendales el sudario que la envolvía. A lo largo de mi
camino, modesto pero valeroso, también he ido dejando ciertas señales para vuestro servicio. Algunas de ellas
las consigno en este libro y abrigo la esperanza de que contribuirán en algo al mejor y más acrecido éxito de
vuestra empresa. Por eso, desde lo más hondo de mi fe os lo dedico, porque mi fe está ansiosa del porvenir de
nuestra América.
Trujillo (Perú), enero de 1937.
(Pueblo-Continente, en Obras completas, 1995: I, 114-115).
VIDA Y PELIGRO
-Has de estar cuarenta veces al día en peligro de muerte para que tu espíritu no se ablande como la cera.
Es preciso que al borde del naufragio, al borde del sumidero definitivo, te salves, también, otras cuarenta
veces definitivas.
-Aquel que construye su tienda y se pone al abrigo de las inclemencias y de las traiciones de la naturaleza
será el victorioso del primer peligro y el vencido de las treinta y nueve restantes. Pero eso es no vivir, sino
eludir el vivir.
-Vivir es ser el vencedor de las cuarenta veces definitivas y, al día siguiente, recomenzar de nuevo.
-El peligro es para el espíritu como el temple para el acero. Hay que sumergirnos siempre en este baño
que conserva nuestra juventud eterna.
-El azar es padre del peligro y el fuerte cuenta con el azar para su victoria.
Existieron cierta vez dos hombres que habitaron la orilla derecha del río eterno de la vida. El torrente era
caudaloso y había peligro en atravesar la corriente. Pero, en la orilla izquierda, manaba de la roca viva la
fuente de la eterna juventud que estaba guardada en la noche por un dragón voraz, y era accesible solo en
pleno día.
Los dos hombres, después de trabajosas meditaciones obtuvieron el secreto.
Hiciéronse fuertes, vigorizaron sus músculos, aceraron su voluntad y un día estuvieron en actitud de tentar
la peligrosa aventura, y así lo hicieron con éxito.
Pero uno de ellos encontró que el esfuerzo diario, además de peligroso era demasiado duro y, para
ahorrarse de ambos, construyó un puente para su uso exclusivo. De esta suerte pasaba fácilmente de una
orilla a otra todos los días, mientras el otro se esforzaba y desafiaba el peligro.
Mas llegó un día en que las aguas de las montañas se precipitaron hasta el valle y el torrente arrebatado
descuajó el puente de la comodidad y de la vida fácil.
Los dos hombres, cumpliendo su menester cotidiano, encontrábanse en la orilla izquierda. El sol se ocultaba
allá tras los altos picachos fragorosos. Acercábase la hora en que el monstruo salía de su guarida.
El hombre que había vivido siempre en peligro y que conservaba sus músculos ágiles y fuertes, pudo
atravesar victoriosamente la corriente.
El otro, debilitado por la comodidad de su puente, fue arrastrado y despedazado contra las rocas. Por haber
eludido treinta y nueve veces definitivas el peligro, fue devorado definitivamente al encontrarse por segunda
vez frente al azar.
En verdad, los hombres han perdido la memoria del paraje en que brota la fuente de la eterna juventud. Sus
linfas fluyen reflejando el azul puro del cielo y están esperando que el hombre las encuentre de nuevo.
(El monólogo eterno, en Obras completas, 1995: I, 93-94).

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