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NÚMERO 27 - AÑO XIV, 2.

2017 ISSN 1885 - 2718

Historiografía
REVISTA DE

PUBLICACIÓN SEMESTRAL PVP: 23 EUROS REVHISTO

Augusto. Balance historiográfico


Antonio Duplá Ansuátegui y Mirella Romero Recio (Eds.)
Director Revista editada por
Jaime Alvar Ezquerra
(Universidad Carlos III de Madrid) Instituto de Historiografía
Julio Caro Baroja
Secretaria Universidad Carlos III de Madrid
Mirella Romero Recio
(Universidad Carlos III de Madrid)

Secretario adjunto
José Carlos López Gómez Revista de Historiografía (RevHisto) es una publicación
(Universidad Carlos III de Madrid) científica semestral dedicada al estudio de las condiciones y
circunstancias en las que se construye la producción histó-
Consejo de Redacción rica, que sólo admite originales que contribuyan al progreso
Elena Hernández Sandoica (Universidad del conocimiento. Su interés interdisciplinar la convierte en
Complutense de Madrid), Enrique Martínez Ruiz (Universidad un foro no sólo dedicado al análisis de las narrativas históri-
Complutense de Madrid), Juan Sisinio Pérez Garzón (Universi- cas en sus contextos, sino también al estudio historiográfico
dad de Castilla-La Mancha), José Beltrán Fortes (Universidad de de cualquier ámbito del conocimiento, generado por, y
Sevilla), Ignacio Peiró Martín ( Universidad de Zaragoza), David destinado a, expertos y estudiosos cualificados.
García Hernán (Universidad Carlos III de Madrid), Mª Jesús
Fuente Pérez (Universidad Carlos III de Madrid), Mª del Rosario
Ruiz Franco (Universidad Carlos III de Madrid). ***
Este volumen ha recibido financiación competitiva del Plan
Comité científico Propio de Investigación de la UC3M para revistas a ella
Carmine Ampolo (Scuola Normale Superiorie di Pisa, Italia), Jean- vinculadas.
François Botrel (Université de Rennes 2, Francia), Josep Fontana ***
(Universidad de Barcelona), José Luis Peset (Consejo Superior de Revista de Historiografía no suscribe necesariamente las
Investigaciones Científicas-CSIC), Paolo Desideri (Universitá di premisas historiográficas desarrolladas en los artículos
Firenze, Italia), Fernando Gómez Redondo (Universidad de Alcalá), publicados, ni las opiniones de sus autores.
Antonio Gonzales (Université de Franche-Comté).
***
Se permite la reproducción parcial de los artículos publi-
Edición digital cados en Revista de Historiografía, citando la procedencia.
www.uc3m.es/revhisto
EISSN 2445-0057 ***
Revista de Historiografía ha renovado el certicado de
ISSN 1885-2718 revista excelente y el Sello de calidad FECYT en 2016,
Depósito legal M-39203-2005 (FECYT-025/2016).

Revista semestral

Redacción
Instituto de Historiografía Julio Caro Baroja
Universidad Carlos III de Madrid -Edificio Concepción Arenal
(14.2.10) - C/ Madrid, 126 – 28903 Getafe, Madrid
[email protected] ***
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Edita GESTA IMPERII.
Dykinson, S. L. (www.dykinson.com)
***
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www.uc3m.es/revhisto
Historiografía
revista de

Número 27 RevHisto
6 Editorial
Efemérides y aniversarios
Jaime Alvar Ezquerra

I. Augusto. Balance historiográfico


Antonio Duplá Ansuátegui y Mirella Romero Recio (Eds.)

10 Introducción 137 Augusto y el franquismo: ecos del Bimilenario


de Augusto en España
17 L’image d’Auguste sous le règne de ses Antonio Duplá Ansuátegui
succeseurs
Pierre Cosme 163 La «unidad de Italia» y el Augusto de Syme:
nacionalismo, fascismo y elites en el período
27 Augusto en las primeras historias de España
y en los programas iconográficos del
de entreguerras
Fernando Wulff
Renacimiento
Gloria Mora 187 Sir Ronald Syme y la arqueología
Javier Arce
49 Augusto e historiografías periféricas: estudio
de la figura de Augusto en la historiografía 199 Augusto y lo augusteo en la Arqueología
catalana española. Una revisión historiográfica durante
Jordi Cortadella Morral, los siglos XIX y XX
Albert Masat Barcina José Beltrán Fortes

63 Augusto en la historiografía del XIX en 221 Entre el sexo y el espanto. Augusto y la


literatura, o una historia no académica del
España
Mirella Romero Recio primer emperador de Roma
Francisco García Jurado
83 Luces y sombras del Principado de Augusto en
EE.UU (1776-1860)
Clelia Martínez Maza

107 Augusto in camicia nera. Storiografia e


ideologia nell’era fascista
Mario Mazza

127 Mussolini et Hitler, nouveaux Auguste?


Autour du bimillénaire de la naissance
d’Auguste, 1933-1938
Johann Chapoutot
II. Miscelánea
239 Los estudios sobre códices diplomáticos 315 La investigación sobre Heráldica española,
hispánicos. Confluencias historiográficas, con especial atención a la Edad Moderna.
metodológicas y sistémicas durante los ss. Estado de la cuestión
José Manuel Valle Porras
xviii-xx.
Alicia Sánchez
341 Redes sociales, historia y memoria digital
de la represión de mujeres en el franquismo
265 La historia como materia formativa.
Reflexiones epistemológicas e
Ángeles Egido
Matilde Eiroa
historiográficas
Cosme Jesús Gómez Carrasco
Raimundo A. Rodríguez Pérez 363 Aportación para una doble efeméride:
Carlos III y su obra colonizadora en las
prensas. Un estado de la cuestión.
287 Microhistoire des portraits composites: Le
cas Arthur Batut (1846-1918)
Soledad Gómez Navarro
Antoine Blanchard

III. Libros
385 Per una ricognizione degli “stati 395 La España de la Segunda Guerra Mundial y
de la División Azul. Análisis historiográfico
d’eccezione”. Emergenze, ordine pubblico e
apparati di polizia in Europa: la esperienze y bibliográfico
nazionali (secc. XVII-XX)

390 La historia rural en España y Francia 398 Historiografía digital. Proyectos para
almacenar y construir la historia
(siglos XVI-XIX): contribuciones para una
historia comparada y renovada
EDITORIAL

Efemérides y aniversarios
Jaime Alvar Ezquerra / Director

P
or fin se ha producido el punto de inflexión que todos anhelaban para iniciar la
katábasis, es decir, el descenso, la retirada tras la prolongada anábasis del inde-
pendentismo catalán. No parecía legítimo eludir en este volumen de RevHisto,
una mención al recorrido que ha conducido, desde un desencuentro político
entre partidos tradicionalmente vinculados por intereses de diversa índole, a
la ruptura del ordenamiento constitucional y la quiebra de la paz social en Ca-
taluña. El recorrido y sus argumentarios son bien conocidos, por lo que no es mucho lo que
se puede añadir, más allá de la expresión de una toma de posición. En la dramática situación
a la que se ha conducido a la ciudadanía, es importante analizar una y mil veces desde una
miríada de perspectivas diferentes el proceso en sus magnitudes diacrónicas de largo alcance
y de la microhistoria. En pocas ocasiones el historiador puede ser testigo de un proceso en el
que se perciben con tanta nitidez las intersecciones de los estímulos sociales y la toma de de-
cisiones políticas. Es eso que está ahora de moda denominar la “agencia social” y la “agencia
individual”. Son denominaciones nuevas para acceder a lo que antes de llegar a ser rancios
y envejecidos llamábamos “motores de la Historia”; el debate de si la Historia la “hacen” los
“grandes hombres” o las “dinámicas sociales”.
Una cosa queda clara en esta autopsia histórica: los “hacedores” de la Historia no son
siempre “grandes hombres”. La mediocridad es un agente distinguido entre quienes están en
la toma de decisiones. Desde una narrativa épica, para la que el relato requiere una versifica-
ción en hexámetros dactílicos, Puigdemont ha inscrito su nombre en la gloriosa historia de

6 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 6-8​. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3958
Cataluña con letras de oro al declarar la independencia de la República Catalana. Sin embar-
go, más allá de lo que el versificador pueda escribir, hemos asistido al titubeo de un político
desconcertado sobre el que pesaban más las presiones de los “agentes invisibles”, anónimos,
que sus propias convicciones. Estuvo a punto de disolver el Parlament y convocar elecciones,
lo que hubiera impedido incorporar su nombre en la epopeya. La “agencia” de los “grandes
hombres” emulsiona en el contexto de sus coyunturas; por lo que, inversamente dicho, son
las coyunturas las que determinan la toma de decisión y moldean a esos “grandes hombres”,
que se diluyen en su realidad histórica, como azucarillos prescindibles. Sea, pues. La His-
toria como producto de los “grandes hombres” es un recurso retórico de una determinada
ideología, a la que agradan conductores de almas, psicopompos políticos, que satisfacen una
supuesta necesidad social de tener líderes.
La copiosa información a la que se ha sometido a la ciudadanía, o mejor, la tediosa ac-
tividad de comentaristas y tertulianos, ha provocado la multiplicación de “días históricos” en
los últimos meses. Cada semana se nos anunciaban dos o tres de esos días que harían temblar
a los escolares que hubieran de estudiarlos. A la vuelta de los hechos nos damos cuenta de que
ninguno de esos días merecía el apelativo de “histórico”. Grandilocuencia de periodistas. En
cualquier caso, se trata de efímeros días históricos. Afortunadamente, no generarán efeméri-
des. Lo efímero no supera el día, la efeméride se sitúa sobre el día. Gracias a esta recordamos
acontecimientos notables, hitos sobre los que se sustenta el relato histórico. De nuevo, opone-
mos el hecho al proceso, como más arriba el “gran hombre” a la dinámica social.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 6-8 7


Tiene la efeméride el valor de ser soporte de la memoria y como tal debe ser concebida.
No se trata necesariamente de una celebración, sino de una rememoración desde la cual se
debe enunciar un relato histórico con un registro ético. No es preciso el aplauso al pasado:
nadie lo escucha. Es necesaria la visión crítica del presente desde el conocimiento del pasado.
Solo desde esa dimensión adquiere sentido la efeméride. Lo mismo cabe decir a propósito de
los aniversarios, escogidos, señalados, celebrados u olvidados en virtud de los significados de
los acontecimientos evocados desde las diferentes perspectivas de los agentes históricos, es
decir, tanto de la fábrica de los hechos, como de su relato.
Este volumen es el resultado de un encuentro provocado por el dos mil aniversario
de la llegada de Augusto al poder. La obra del primero de los emperadores romanos es sin
duda colosal, a pesar de la escasa atención que se le presta desde los medios de comunica-
ción o desde la historia popular. El artífice del Imperio panmediterráneo no ha sido objeto,
tan siquiera, de una película. El objetivo de aquel encuentro, en el contexto de centenares de
encuentros que coincidieron en el aniversario, no fue evaluar por enésima vez la figura o la
acción política del Princeps, sino ahondar en el uso historiográfico. Es, sin duda, una perspec-
tiva original que proporciona un valor adicional a este volumen.
Este año el Instituto de Historiografía ha prestado atención a otros aniversarios. En
octubre, la Revolución rusa, en concreto, la acción femenina en el proceso revolucionario. En
noviembre, por iniciativa de la Universidad Pablo de Olavide, el 1900 aniversario del acceso
de Adriano al Imperio. En diciembre, los 500 años de la publicación en la puerta de la iglesia
del palacio de Wittemberg de las 95 tesis de Lutero y el 200 aniversario del nacimiento de
Theodor Mommsen. De todos los aconteceres ocurridos en años acabados en 17 son esos tres
los que han llamado la atención de nuestros colegas. Nadie se ha parado a pensar que el 13 de
mayo de 1917 tuvo lugar la primera aparición de la Virgen en Fátima. En ella pidió a Lucía,
Jacinta y Francisco sus pastorcillos escogidos, que volviesen el 13 de cada mes al mismo lugar
durante los siguientes seis meses. El 13 de octubre se habían congregado en la cueva de Iria
más de 70.000 personas, que dijeron haber visto cómo el sol giraba desprendiendo rayos de
luz multicolores. El 1 de agosto de ese mismo año había muerto en la finca familiar de Cas-
tellterçol otro visionario, el patriarca del nacionalismo catalán, Enric Prat de la Riba.

8 Revista de Historiografía 27, 2017, pp. 6-8


I
monográfico

Augusto. Balance
historiográfico
Antonio Duplá Ansuátegui,
Mirella Romero Recio (Eds.)
Monográfico Introducción

Introducción
Antonio Duplá Ansuátegui,
Mirella Romero Recio (Eds.)

1. Los Bimilenarios de Augusto, de 1937 a 2014


En un a modo de artículo introductorio al catálogo de la gran exposición sobre Augusto
organizada en Roma y París en el reciente Bimilenario, Andrea Giardina subraya el muy di-
ferente contexto histórico, político y cultural de los dos bimilenarios de Augusto celebrados,
el de su nacimiento en 1937 y el de su muerte en 2014.1
La situación de Europa en los años treinta del siglo XX es bien conocida. Si en el terre-
no cultural se asistía a una efervescencia que hace del periodo de entreguerras uno de los más
dinámicos e interesantes de la historia contemporánea, en el terreno político e ideológico la
situación era bastante más preocupante. Las consecuencias de la Gran Guerra habían agra-
vado las tensiones diplomáticas entre los Estados y las dificultades sociales y económicas ha-
bían provocado el auge de las posiciones más extremas y, en particular, el auge de los fascis-
mos, que se presentaban como una respuesta nueva y revolucionaria frente a los (presuntos)
fracasos de los sistemas tanto capitalista como socialista. La escalada de la tensión acabará en
la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, con el preludio premonitorio de la Guerra Civil
española. En Italia, el fascismo liderado por Benito Mussolini ocupa el poder desde 1922. En
su labor de adoctrinamiento ideológico de las masas el fascismo toma el elemento clásico,
particularmente de la antigua Roma, como eje central. Es en ese contexto en el que el Duce
sabe valorar las posibilidades propagandísticas del bimilenario del nacimiento de Augusto
en 1937, en una Italia que precisamente entonces pretendía reverdecer sus glorias imperiales
con la conquista de Etiopía y la proclamación del Imperio. El Bimilenario de Augusto en Ita-
lia resulta así una celebración de enorme alcance no ya solo en el terreno más estrictamente
académico, sino también en su dimensión de acontecimiento cultural dirigido a las grandes
mayorías (ahí está la Mostra Augustea della Romanità), así como en la proyección exterior
del régimen fascista.2

1. “Augusto tra due bimillenari”, en E. La Rocca et al. (a cura di), AVGVSTO, Roma, Electa, 2013, 57-71.
2. Sobre el Bimilenario de Augusto en Italia, así como sus implicaciones ideológicas e historiográficas en
el contexto europeo, véanse en este volumen los artículos de M. Mazza y F. Wulff; sobre el Bimilenario de
Augusto en España, véase el artículo de A. Duplá.

10 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 10-16​. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3959
Antonio Duplá Ansuátegui y Mirella Romero Recio Monográfico

Tras la Segunda Guerra Mundial, afirma Giardina en el artículo citado, cambia la rela-
ción de la sociedad contemporánea con los personajes y líderes de la historia y su apropiación
política resulta mucho más difícil que en épocas anteriores, si no plenamente anacrónica. Así,
el Bimilenario de la muerte de Augusto en 2014 se celebra en términos muy distintos al an-
terior. En esta ocasión, la conmemoración se ha planteado en el terreno fundamentalmente
académico y científico, jugando asimismo con la dimensión del turismo cultural hoy tan en
boga. Esto último queda ilustrado por la ya citada espléndida exposición en Roma y París o,
en el caso español, las iniciativas organizadas en Tarragona y Zaragoza.3
La relación de actividades organizadas en torno al Bimilenario de 2014 sería inagotable
y nos llevaría por un recorrido de seminarios, congresos y ciclos de conferencias a través
de, cuando menos, todo el escenario europeo y norteamericano. Sobresalen, como no podía
ser menos, Italia y la ciudad de Roma en particular.4 De hecho, la nómina de eventos es tan
considerable que surgieron en su momento recopilaciones online para intentar recoger todo
el catálogo de iniciativas.5
El panorama es similar en el caso de las publicaciones, como destaca el útil trabajo re-
copilatorio de A. Borgna.6 En este terreno, apunta Borgna, las publicaciones derivadas de las

3. E. La Rocca et al. (a cura di), op. cit.; M. Seritjol, “August. Una civilització mediterrània. La
commemoració del bimil-lenari de la mort del primer emperador al festival Tarraco Viva. Tarragona maig
de 2014”, CIVILTÀ ROMANA I, 2014, 55-74; sobre Tarragona, véase http://www.tarracoviva.com; Año
de Augusto, Ayuntamiento de Zaragoza, 2014 (http://www.zaragoza.es/ciudad/museos/es/augusto.htm;
consultada el 01/09/15).
4. Por citar tan solo algunos de los más destacados: Commemorating Augustus: a bimillennial re-evaluation
(Leeds, August 2014); L’ Istituto Nazionale di Studi romani e le fonti d’archivio del primo Bimillenario (Roma,
ottobre 2014); Auguste à travers les âges : réceptions, relectures et appropriations de la figure du premier
empereur romain (Brussels, November 2014); 2º Congrés Internacional d’Arqueologia i Món Antic. August
i les províncies occidentals. 2000 Aniversari de la mort d’August (Tarragona noviembre 2015).
5. Penelope Goodman, Commemorating AUGUSTUS (http://augustus2014.com/2014-events/; consultada
el 30/09/16).
6. “Uno, nessuno o centomila? Riflessioni su Augusto nel bimillenario della morte”, Teoria Politica, NS 5,
2015, 453-466.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 10-16 11


Monográfico Introducción

diferentes reuniones científicas ya apuntadas, todavía a día de hoy en curso de publicación,


o los dosieres monográficos dedicados al tema en las revistas especializadas coinciden con
otras publicaciones dirigidas a un público más amplio, como puedan ser las varias biografías
aparecidas alrededor del año 2014.7 Precisamente alguna de ellas, por ejemplo la debida al
historiador británico Adrian Goldsworthy, rápidamente traducida (Augusto. De revoluciona-
rio a emperador, Madrid, La Esfera de los Libros, 2014) alcanzó en nuestro caso un notable
eco en los medios de comunicación, reflejo del creciente interés por la historia en sectores
relativamente amplios de la población.8

2. Augusto, una figura histórica polémica


En los años treinta y en particular en el Estado mussoliniano, Augusto se identificaba con el
Augusto de Prima Porta, cuyo programa iconográfico presentaba al princeps como impera-
tor y personificación de la Roma imperial, triunfante militar y diplomáticamente sobre los
enemigos, punto de partida de una nueva época y símbolo de paz, seguridad y prosperidad.
No se trataba solo de la imagen en copia de bronce instalada en Roma en 1933 y todavía hoy
visible en la Via dei Fori Imperiali .9 Este Augusto fue también el protagonista central de la
Mostra Augustea della Romanità. La imagen constituía el icono de una época, con copias de
la estatua en bronce que el régimen regalaba a ciudades relacionadas estrechamente de una u
otra forma con Augusto, como fue el caso de las españolas Tarragona y Zaragoza.
Sin embargo, en el reciente bimilenario celebrado casi un siglo después en la nueva
centuria, el acercamiento a la figura de Augusto, superado el lastre de la presión ideológico-
política de los años treinta, ha podido ser mucho más libre. En la actualidad el acuerdo es
general en el ámbito académico en torno a la consideración de Augusto como referente po-
lítico y cultural de primera importancia. Se le considera el constructor de un nuevo sistema
autocrático que, si bien se anunciaba en cierta manera en las últimas décadas de la república,
solamente se consolida gracias a su inteligencia política, su capacidad de supervivencia y
adaptación, y su duración en el poder, que le permiten tejer los consensos y apoyos nece-
sarios para la estabilización del nuevo sistema. En la propia Antigüedad el análisis del éxito
de Augusto que realiza Tácito una centuria más tarde resulta en este sentido de una lucidez
extraordinaria (Ann. 1,2).

7. Por poner dos ejemplos, entre otros posibles, de revistas españolas académicas: Studia Historica.
Historia antigua, 32, 2014: Augusto y el imperio romano; Veleia, 31, 2015: Dossier monográfico: Hispania
Citerior bajo Augusto: cuestiones de geografía, historia e historiografía.
8. Véase la larga entrevista al autor en el suplemento de libros de EL PAÍS en noviembre de 2014 (“Lecciones
de Augusto para un mundo en riesgo”, Babelia, 08/11/2016, http://cultura.elpais.com/cultura/2014/11/06/
babelia/1415264706_716396.html). L. Canfora, como Goldsworthy autor de una previa biografía de César,
ha publicado igualmente una biografía de Augusto, muy bien recibida por la crítica (Augusto figlio di Dio,
Roma-Bari, Laterza, 2015).
9. Con la inscripción en el pedestal S·P·Q·R· / IMP·CAESARI·DIVI·F· / AVGVSTO / PATRI PATRIAE /
ANNO XI / A FASCIBUS RENOVATIS.

12 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 10-16​


Antonio Duplá Ansuátegui y Mirella Romero Recio Monográfico

En todo caso, la recepción moderna del personaje ha sido relativamente controvertida.


Así, por ejemplo, Andrea Giardina, en una conferencia pronunciada al calor de la exposición
ya mencionada sobre Augusto organizada en Roma, se preguntaba sobre el perfil de héroe o
de villano de Augusto en la modernidad. En un rápido recorrido histórico, recordaba cómo
el republicanismo de 1789 se acercaba más a los cesaricidas o a los notorios republicanos
como Catón o Cicerón que al tirano o al hijo del tirano, y cómo Augusto, en realidad, sola-
mente era reivindicado como mito político por el fascismo.10
En torno a las interpretaciones más recientes del régimen augústeo resulta interesante
constatar cómo la historiografía todavía se ve obligada a debatir con la obra capital del siglo
XX sobre Augusto, la Roman Revolution de Sir Ronald Syme (Oxford, 1939). La obra de
Syme fue tempranamente criticada en sus aspectos metodológicos y en su concepción de la
historia en la famosa reseña de Arnaldo Momigliano en el Journal of Roman Studies y, más
tarde, Luciano Canfora criticaba igualmente su ambigüedad ideológica en relación con el
trascendental y aparentemente antagónico binomio libertad-seguridad, de particular impor-
tancia en la época de la publicación de la obra.11 No obstante, el Octaviano-Augusto de Syme
representa una reconstrucción tan sólida y bien articulada que los trabajos posteriores siguen
remitiéndose de una u otra forma a la interpretatio del sabio oxoniense, bien para acercarse
desde otros ángulos a su protagonista o bien para cuestionarla y alejarse de la misma.12
En relación con la recepción posterior de Augusto resulta obligado señalar cómo, fren-
te a la fortuna posterior de César como personaje literario, pictórico o cinematográfico, la
figura de Augusto no destaca especialmente en ninguno de dichos campos. Aparentemente,
resulta difícil recrear su biografía, pese al carácter de representación que pudiera aplicarse
a su trayectoria a juzgar por sus supuestas palabras al respecto, que recoge Suetonio (Aug.
99), cuando Augusto agonizante pide el aplauso de sus amigos si la representación ha sido
convincente.

3. A propósito de este volumen


Precisamente como una aportación más a la reflexión sobre la historiografía y la recepción
de la figura de Augusto, con ocasión del Bimilenario de su muerte en 2014, se planteó el
congreso «Augusto 2014. Balance historiográfico», celebrado en la Universidad Carlos III
de Madrid en diciembre de aquel año. La intención de los organizadores era propiciar un
acercamiento al tratamiento de la figura de Augusto en distintos momentos e hitos históricos
e historiográficos de particular significación. En este recorrido que comienza en la propia

10. http://www.scuderiequirinale.it/media/incontro-con-andrea-giardina-augusto-nella-politic.html
(consultada el 30/09/16); disponible en YouTube.
11. A. Momigliano, en JRS 30, 1940, pp. 75-80, ahora en Id., Secondo Contributo alla storia degli studi
classici, Roma, 1960, pp. 407-16; L. Canfora, Ideologie del classicismo, Torino, 1980, p. 231 ss. (hay trad.
española: Ideología de los estudios clásicos, Akal, Madrid, 1996). Sobre la figura y la obra de Syme, véanse en
este volumen los artículos de J. Arce y F. Wulff
12. Así lo comenta Borgna (loc. cit. 455) a propósito de la reciente biografía de Goldsworthy.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 10-16 13


Monográfico Introducción

Antigüedad y finaliza en el siglo XX, la figura de Augusto es analizada desde distintas pers-
pectivas y en escenarios diversos.
Pierre Cosme (Université de Normandie-Rouen) analiza en “L’image d’Auguste sous
le règne de ses succeseurs” cómo el fundador del Principado se convierte en una referencia
ineludible para sus sucesores, comenzando por el hecho de seguir utilizando el título de Au-
gusto. La historiografía senatorial dominante estigmatizará a aquellos emperadores, como
Calígula, que más se alejen de la referencia augústea y el referente se mantendrá incluso en
el Imperio cristianizado.
En “Augusto en las primeras historias de España y en los programas iconográficos del Re-
nacimiento”, Gloria Mora (Universidad Autónoma de Madrid) rastrea el tratamiento de la figu-
ra de Augusto en la historiografía española de época medieval y del Renacimiento, así como su
presencia en las colecciones y los programas iconográficos de la naciente monarquía hispánica.
Por su parte, Jordi Cortadella Morral y Albert Masat Barcina (Universitat Autònoma
de Barcelona) en “Augusto e historiografías periféricas: Estudio de la figura de Augusto en la
historiografía catalana” tratan el tema desde los cronicones medievales hasta la historiografía
nacionalista del siglo XX. Los autores destacan cómo Augusto pasa de ser parte de un mero
sistema de datación, relacionado con el nacimiento de Cristo, a convertirse en una seña de
identidad debido a la circunstancia (fortuita) de residir por un tiempo en Tarraco y, por tan-
to, gobernar su Imperio desde tierras catalanas.
Avanzando cronológicamente hasta la historiografía decimonónica, en “Augusto en la
historiografía del XIX en España” Mirella Romero Recio (Universidad Carlos III de Madrid)
subraya la distinta valoración de Augusto en las historiografías conservadora y liberal en fun-
ción de la distinta consideración que les merece la acción del princeps como artífice del imperio
o como gobernante autocrático, con la definitiva pacificación de Hispania como telón de fondo.
En ese contexto anterior al siglo XX, Clelia Martínez Maza (Universidad de Málaga)
nos traslada a los nacientes Estados Unidos y a la influencia ambivalente de Augusto en su
“Luces y sombras del Principado de Augusto en EE.UU (1776-1860)”. En los debates entre los
«padres Fundadores» vemos que, si por un lado se reivindicaba la sociedad de base agrícola
que cantaban los poetas augústeos, por otro se criticaba el poder ilimitado del emperador y
se rechazaba como paradigma de buen gobierno.
En relación con el siglo XX, la figura de Augusto es estudiada en torno a dos polos de
referencia, por una parte el fascismo, el nazismo y el franquismo y, por otra, la figura de Sir
Ronald Syme que, a su vez, nos remite de nuevo al fascismo con su The Roman Revolution y
su crítica implícita a la apropiación política del princeps por el fascismo.
El profesor Mario Mazza (Università La Sapienza, Roma), quien fuera hace pocos años
presidente del Istituto di Studi Romani, aborda en su texto (“Augusto in camicia nera. Storio-
grafia e ideología nell’era fascista”) el proceso de transformación de la investigación histórica
en ideología instrumental al servicio del régimen mussoliniano. Se centra para ello en el
análisis de tres aspectos fundamentales del régimen augústeo: Augusto como revolucionario
instaurador de un nuevo orden, como líder carismático y su relación con el imperio.
Por su parte, Johann Chapoutot (Sorbonne nouvelle – Paris III), apunta los paralelis-
mos entre las respectivas comparaciones con Augusto de Mussolini e Hitler (“Mussolini et
Hitler, nouveaux Auguste? Autour du bimillénaire de la naissance d’Auguste, 1933-1938”).

14 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 10-16​


Antonio Duplá Ansuátegui y Mirella Romero Recio Monográfico

También Hitler era presentado por los intelectuales y académicos del régimen como el líder
providencial que había superado el caos del enfrentamiento civil (Weimar) y había recupera-
do la gloria imperial (el Reich milenario) y las virtudes tradicionales de su pueblo.
Antonio Duplá Ansuátegui (Universidad del País Vasco UPV/EHU) analiza en su con-
tribución “Augusto y el franquismo: ecos del Bimilenario de Augusto en España” una serie
de iniciativas concretas que tuvieron lugar en España entre 1938 y 1940 como eco local del
Bimilenario de Augusto celebrado en Italia. En todos estos actos destacan el protagonismo de
Falange, la colaboración hispano-italiana y la reivindicación de un pasado imperial glorioso
dirigido por Franco, el nuevo líder carismático.
En torno a la figura de Sir Ronald Syme contamos con sendos artículos a cargo de Fer-
nando Wulff (Universidad de Málaga) y Javier Arce (Université de Lille). El primero parte
de lo que considera una insuficiente atención a la perspectiva sobre Italia en el libro de Syme
de 1939 (“La «unidad de Italia» y el Augusto de Syme: nacionalismo, fascismo y elites en el
período de entreguerras”), lastrada por modelos nacionalistas de las identidades, perspecti-
vas imperialistas y modelos de inspiración mussoliniana típicos del período de entreguerras.
Por su parte, Javier Arce (“Sir Ronald Syme y la arqueología”) se detiene en el aparente des-
interés de Syme por la dimensión arqueológica, que según el autor resultaría indispensable
para una completa reconstrucción histórica. Esa peculiaridad del enfoque metodológico del
historiador británico se entiende en el marco de la historiografía dominante en Oxford en sus
años de formación, de su absoluto dominio y preferencia por las fuentes escritas (literarias y
epigráficas) y de la importancia concedida a la geografía y la topografía.
La referencia a la arqueología enlaza con otro artículo centrado en el registro arqueo-
lógico (“Augusto y lo augusteo en la Arqueología española. Una revisión historiográfica
durante los siglos XIX y XX”) a cargo de José Beltrán Fortes (Universidad de Sevilla). El
análisis de las actividades y publicaciones de contenido anticuario y/o arqueológico duran-
te los siglos XIX y XX realizadas en España permite concluir que no hay un tratamiento
especial de la figura de Augusto en el marco de la arqueología hispanorromana, al menos
hasta el último cuarto del siglo XX. Solo a partir de entonces se advierte un mayor interés
por el período del Principado.
Finalmente, cierra el volumen Francisco García Jurado (Universidad Complutense de
Madrid) con un trabajo titulado “Entre el sexo y el espanto. Augusto y la literatura, o una
historia no académica del primer emperador de Roma”. Se propone en el texto una lectura
«alteracadémica» de la figura de Augusto en la literatura y el ensayo modernos, a partir de
tres ejemplos significativos de autores que nos llevan desde la segunda mitad del siglo XIX
hasta tiempos recientes: el pensador anarquista Pierre Joseph Proudhon, el novelista Her-
mann Broch y el ensayista Pascal Quignard.
El Augusto que emerge de estas páginas es, en cierta medida, un Augusto multiforme,
un Augusto que se adapta a las necesidades de cada sociedad y cada época que «recibe» al
fundador del Principado. En ese sentido son precisamente esas necesidades e intereses, y
las circunstancias concretas, históricas y culturales, de cada proceso de recepción, las que
determinan el mayor o menor protagonismo de Augusto, o su presentación más positiva o
negativa. En consecuencia, si se pretenden subrayar los elementos de participación demo-
crática en un nuevo sistema político, como en los nacientes Estados Unidos de América, o

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 10-16 15


Monográfico Introducción

enaltecer el heroísmo y lucha por la independencia de los antiguos pobladores de Hispania,


nuestro personaje no gozará de gran predicamento. Sin embargo, si se busca un modelo de
gobernante integrador y pacificador, promotor de una unidad nacional en el marco de una
política imperial, como sucede en el caso del fascismo y el franquismo, entonces la figura de
Augusto constituye un referente indispensable.
Como cabía esperar, los temas abordados en este volumen no agotan las muy diferentes
posibilidades para el estudio de la recepción posterior, antigua y moderna, de la figura de
Augusto. Sin negar lo anterior, nos parece evidente que todos los artículos analizan aspectos
significativos y fundamentales que contribuyen a reconstruir ese proceso de recepción, y
que el conjunto resulta oportuno y coherente. Los distintos casos estudiados confirman la
importancia de esta figura histórica, el permanente interés de la historiografía moderna por
su vida y sus acciones, y la variedad de acercamientos posibles a su estudio.
Para finalizar esta introducción tan solo cabe reseñar el agradecimiento de los editores
a la hospitalidad de la Universidad Carlos III de Madrid, que acogió en diciembre de 2014 las
sesiones del congreso, así como al Instituto de Historiografía Julio Caro Baroja de la misma
universidad y a su director, el Profesor Jaime Alvar, que hacen posible ahora la publicación
de los materiales presentados entonces.13

Los editores

13. La cita científica de 2014 se apoyaba directamente, tanto en los aspectos académicos como en los
organizativos, en sendos proyectos de investigación (MINECO HAR2011-27540: ALMAHISTO: El
almacén de la Historia. Repositorio de historiografía española (1700-1939) y MINECO HAR2012-31736:
ANIHO: Antigüedad, nacionalismos e identidades complejas en la historiografía occidental (1700-1900):
los casos español, británico y argentino), cuyos Investigadores Principales eran respectivamente Mirella
Romero y Antonio Duplá.

16 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 10-16​


The image of Augustus in the reign
of his successors
L’image d’Auguste sous le règne
de ses successeurs

Pierre Cosme
GRHis après Université de Normandie-Rouen
[email protected]
Fecha recepción 09.01.2017 / Fecha aceptación 09.03.2017

Résumé Abstract
Auguste s’était occupé lui-même de forger l’image Augustus had taken care to forge the image by
qu’il entendait laisser à la postérité en laissant des which he wanted posterity to remember him, not
instructions sur le déroulement de ses funérailles only in the form of his instructions for his funeral
et le gouvernement de l’empire, mais aussi en ré- and for the government of the empire but also in
digeant ses Res gestae. Jusqu’au règne de Néron, his Res gestae. Until the reign of Nero, the Julio-
les empereurs Julio-Claudiens revendiquent leur Claudian emperors claimed their kinship to Au-
parenté avec le fondateur du Principat, car le gustus, because bearing the blood of the founder
sang d’Auguste légitime leur pouvoir. À partir de of the Principality legitimized their power. Star-
l’avènement de Vespasien, c’est davantage par leur ting from the Vespasian’s rise to power, princes
comportement que les princes peuvent se récla- claimed their kinship to Augustus was behaviou-
mer d’Auguste, surtout quand ils prétendent fon- ral, especially when they set out to found a dy-
der une dynastie. Dans le régime tétrarchique, le nasty. Under the tetrarchical regime, the nickna-
surnom Auguste devient l’équivalent d’un grade me Augustus became the equivalent of a military

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 17-25 EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3960
Monográfico L’ image d’ Auguste sous le règne de ses successeurs

militaire exprimant la préséance des empereurs rank, expressing the precedence of the oldest em-
les plus anciens sur ceux qu’ils choisissent comme perors over those whom they chose as successors
successeurs en leur conférant le surnom de César. and who they nicknamed Caesar. Although the
Si la référence augustéenne s’estompe sous certains Augustus reference fades under certain reigns, it
règnes, sous celui de Trajan ou de Septime Sévè- subsisted under Trajan or Septimius Severus, even
re, elle subsiste, y compris après la conversion de after the conversion of Constantine to Christianity,
Constantin au christianisme, révélant ainsi sa très thus revealing its very great flexibility.
grande plasticité.

Mots-clés Key words


Empire romain, ville de Rome, culte impérial, Té- Roman Empire, city of Rome, imperial cult, Tetrar-
trarchie, Constantin, Théodose Ier, Virgile, Tacite, chy, Constantine, Theodosius, Virgil, Tacitus, Pliny
Pline le Jeune. the Younger.

18 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 17-25


Pierre Cosme Monográfico

Tous les empereurs romains prirent le surnom d’Auguste qui devint ainsi l’expression la
plus achevée de la dignité impériale. Tout au long de l’empire, le fondateur du Principat est
donc demeuré une référence pour les empereurs qui lui succédèrent jusqu’au dernier empe-
reur d’occident, affublé du nom du fondateur de Rome, mais dont la faiblesse fut tout entière
résumée par le sobriquet d’Augustule accolé à Romulus. Auguste désigna finalement un titre
abstrait, derrière lequel s’estompait peu à peu la personnalité du premier empereur romain1.
Dans le régime tétrarchique mis en place par Dioclétien, les Augustes étaient ainsi les em-
pereurs qui avaient la prééminence sur les autres, qui portaient le titre de César. Le surnom
devenait donc l’équivalent d’un grade exprimant la primauté des premiers sur les seconds. En
effet, le métier d’empereur couronnait alors une carrière militaire bien remplie2.
Appréhender l’image que ses successeurs ont eu d’Auguste ne va donc pas de soi. Sans
prétendre en rien à l’exhaustivité, on peut mettre l’accent sur quelques points essentiels. Tout
d’abord rappeler qu’Auguste lui-même avait pris soin de dessiner les contours de l’image qu’il
entendait laisser de lui à ceux qui lui succéderaient en marquant de son empreinte l’espace
urbain et le calendrier. Ensuite, essayer de dégager quelques étapes décisives où l’image du
premier prince a pris une importance particulière. Il s’agit tout d’abord de la période Julio-
Claudienne qui voit se succéder des empereurs qui sont tous issus du sang d’Auguste, mais
à des degrés divers. Le règne de Vespasien doit également retenir l’attention, puisqu’il est le
premier prince dépourvu de tout lien de parenté avec le fondateur du Principat. L’avènement
de Trajan correspond aussi à la fondation d’une nouvelle dynastie, le surnom d’optimus prin-
ceps suggérant même la volonté de dépasser Auguste3. Enfin la christianisation progressive
du pouvoir impérial pose la question de la place laissée aux références augustéennes à partir
du règne de Constantin.
Dès les lendemains de sa victoire à Actium, Octavien y avait fondé, pour la commémo-
rer, la cité de Nicopolis et institué des jeux quinquennaux4. À la fin de sa vie, Auguste prit soin
de rédiger à l’avance les instructions relatives au déroulement de ses funérailles, consignées

1. F. Hurlet, Auguste. Les ambiguïtés du pouvoir, Paris, 2015 (cité infra : Auguste), 155 et 161-162.
2. J.-M. Carrié, L’ Empire romain en mutation des Sévères à Constantin (192-337), Paris, 1999, 146-147.
3. E. Lyasse, Le Principat et son fondateur. L’utilisation de la référence à Auguste de Tibère à Trajan,
Bruxelles, 2008 (cité infra: Le Principat).
4. Str., VII, 7, 6 et Suet., Aug., 18.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 17-25 19


Monográfico L’ image d’ Auguste sous le règne de ses successeurs

sur un rouleau de papyrus déposé chez les vestales avec les deux cahiers de parchemin sur
lesquels il avait rédigé son testament, un rouleau de papyrus où il avait écrit un résumé de ses
actions qu’il voulait faire graver sur des tables de bronze devant son mausolée, un autre qui
dressait l’inventaire des moyens militaires et financiers de l’empire et un dernier qui conte-
nait des recommandations destinées au peuple romain et à Tibère5.
L’interprétation de l’ultime conseil adressé à Tibère et au peuple romain a fait cou-
ler beaucoup d’encre aux historiens modernes. En recommandant à son successeur de ne
plus étendre les bornes de l’imperium, Auguste suggérait-il de renoncer à de nouvelles
conquêtes après le désastre essuyé par les armes romaines en Germanie ou de ne pas ac-
croître davantage le pouvoir impérial? La poursuite des opérations militaires au-delà du
Rhin jusque sous le principat de Tibère révèle que Rome était encore loin d’avoir renoncé
à de nouvelles conquêtes et inciterait donc plutôt à retenir la seconde hypothèse6. Après
avoir écouté Drusus, les sénateurs manifestèrent l’intention de décerner des honneurs
supplémentaires au défunt. On envisagea pour la première fois d’appeler officiellement
«Siècle d’Auguste» toute la période comprise entre sa naissance et sa mort. Mais Tibère
rejeta cette proposition, que le jugement de l’ histoire devait plus tard consacrer, avec
beaucoup d’autres qui lui parurent également excessives7.
Les funérailles d’Auguste, synthèse entre les rituels funéraires de l’aristocratie romaine
et le cérémonial du triomphe, offraient un modèle pour l’apothéose des empereurs romains
à venir. Quelque temps plus tard, le résumé de l’autobiographie d’Auguste gravé sur des ta-
bles de bronze était lisible devant l’entrée de son Mausolée. Mieux que le miroir, le peigne
et le fard qu’il avait réclamés sur son lit de mort, les Res gestae diui Augusti dressaient pour
l’éternité le portrait d’un homme qui avait rendu à l’empire romain, étendu aux limites du
monde connu, la paix et la prospérité et fait de Rome la Ville par excellence. Des copies et des
traductions en grec en furent diffusées dans toutes les provinces.
Or, le jeune Octavien avait entrepris très tôt d’écrire son autobiographie, mais qu’il en
abandonna la rédaction aux alentours de l’année 23 semble-t-il, soit à peu près au moment
où il reçut la puissance tribunicienne8. Nous n’en avons conservé qu’un infime fragment sous
la forme d’une citation dans l’ Histoire Naturelle de Pline l’Ancien9. On ne peut qu’avancer
l’ hypothèse que son objectif consistait à répondre aux attaques dont il était l’objet de la part
des partisans d’Antoine à l’époque triumvirale. Comment comprendre l’abandon de ce pre-
mier projet autobiographique? Le manque de temps à cause de l’exercice du pouvoir? Ou
plutôt le changement du contexte politique: il n’était plus temps pour le prince de s’impliquer
dans des polémiques. Quelques années après avoir renoncé à poursuivre cette autobiogra-

5. Tac., An., I, 8 ; Suet., Aug., 100-101; DC, LVI, 31-47 ; A. Fraschetti, Rome et le prince (trad. V. Jolivet),
Paris, 1994, 51-67 et 78-89 et S. Benoist, Rome, le prince et la Cité. Pouvoir impérial et cérémonies publiques
(Ier siècle av. – début du IVe siècle apr. J.-C.), Paris, 2005, 127-129.
6. Tac., An., I, 11 et l’interprétation retenue par P. Le Roux, Le Haut-Empire romain en Occident d’Auguste
aux Sévères, Paris, 1998, 57-58.
7. Suet., Aug., 100.
8. Ibid., 85. Elle comptait alors treize livres et devait être dédiée à Agrippa et à Mécène, cf. Plut., Cic. 52.
9. Plin., II, 93-94. Cf. J. Gagé, “Auguste écrivain”, ANRW, II, 30.1, 1982, 615-620.

20 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 17-25


Pierre Cosme Monográfico

phie, le prince institua une commission de poètes chargée d’achever l’ Énéïde, alors que Vir-
gile venait de mourir en 19, comme si c’était l’épopée qui devait désormais célébrer sa gloire.
La rédaction des Res gestae diui Augusti répondait à une intention inscrite dans le contexte
de la fin de son principat: s’élever au-dessus des factions en proposant un modèle de bon
gouvernement dans un régime dépourvu de constitution écrite10. On s’est d’ailleurs interrogé
sur le plan suivi par le prince qui ne suit pas l’ordre chronologique. On a ainsi pensé à une
illustration des quatre vertus du prince inscrites sur le bouclier d’or de la curie. Quelle que
soit l’interprétation retenue, le choix d’un plan thématique dressait un portrait du prince
idéal suffisamment abstrait pour que tous les successeurs puissent s’en inspirer11.
En matière d’urbanisme, le Forum d’Auguste, le Panthéon, le mausolée et l’Autel de
la Paix sur le Champ de Mars, le temple d’Apollon et la domus du Palatin, mais aussi les arcs
de triomphe du Forum romain, représentaient autant de points de repère par rapports aux-
quels tout prince bâtisseur devrait ensuite se situer12. En outre, certaines dates symboliques
rythmaient le calendrier des Romains, dont un mois entier entretenait la mémoire d’Auguste.
C’est ainsi que le 23 septembre, anniversaire d’Auguste, est célébré sur l’autel de Narbonne13,
mais encore sur le calendrier des fêtes de la XXe cohorte des Palmyréniens à Doura Europos
au IIIe siècle14. Dans quelle mesure, un prince si soucieux de son image a-t-il alors atteint son
but et réussi à l’imposer à ses successeurs ?
Sous la dynastie Julio-Claudienne, le cas de Tibère est un peu à part dans la mesure
où il dut régner avec un entourage qui avait souvent connu personnellement Auguste. Il fut
comme encombré de l’ombre de son prédécesseur. Il ne pouvait éviter de s’y référer, mais en
s’y référant il devait compter avec tous ceux qui avaient été plus proches d’Auguste que lui,
sa mère Livie, mais aussi Agrippine l’Ancienne, épouse de Germanicus et petite-fille du divin
Auguste. C’est la raison pour laquelle les relations entre Tibère et sa mère se tendirent entre
14 et 29 et encore plus avec Agrippine après la disparition de Germanicus. Il entretint en
revanche de bien meilleures relations avec Antonia la cadette, quand elle succéda à la défunte
Livie en tant que prêtresse du divin Auguste: elle n’était que sa nièce, fille de Marc Antoine
qui plus est, et non sa veuve ou sa petite-fille15…
Jusqu’à l’avènement de Néron, l’image d’Auguste demeura très positive, beaucoup
plus que ce que pourrait suggérer la lecture des sources littéraires. On a ainsi cru à un rejet
d’Auguste par Caligula qui interdit toute célébration des batailles de Nauloque et d’Actium16.

10. J. Scheid éd., Res gestae diui Augusti, Paris, 2007, LI-LXI.
11. P. Cosme, “Les Res gestae diui Augusti: une autobiographie d’Auguste», dans P. Monnet et J.-Cl. Schmitt
(éds.), Autobiographies souveraines, Paris 2012, 43-45.
12. P. Zanker, The Power of Images in the Age of Augustus, trad. A. Shapiro, Ann Arbor, 1988, 79-237.
13. CIL, XII, 4333 (ILS, 112), l. 19. Cf. D. Fishwick, The Imperial Cult in the Latin West. Studies in the Ruler
Cult of the Western Provinces of the Roman Empire, II, 1, Leyde, 1991, 482-483.
14. P. Dura, 54 = CPL, 324 = ChLA, VI, 309. Cf. J. F. Gilliam, «The Roman Military Feriale», Harvard
Theological Review, 47, 1954, 183-196 = Roman Army Papers, Mavors Roman Army Researches, 2,
Amsterdam, 1986, 123-136.
15. E. Lyasse, Le Principat, op. cit., 139-166 et F. Hurlet, Auguste, op. cit., 162-163.
16. Suet., Cal., 23 et DC, LIX, 20.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 17-25 21


Monográfico L’ image d’ Auguste sous le règne de ses successeurs

On a fait ainsi du successeur de Tibère et de son père Germanicus, les porteurs d’une idéo-
logie antonienne favorable à l’instauration à Rome d’une monarchie inspirée par des mo-
dèles hellénistiques17. Or, on ne croit plus tellement aujourd’ hui à cette prétendue idéolo-
gie antonienne  : l’emploi du terme même d’idéologie est contesté et surtout on relativise
l’assimilation de Marc Antoine à un souverain hellénistique. En effet, cette opposition doit
beaucoup à la propagande, autre terme à employer avec précaution, d’Octavien qui a voulu
faire de sa lutte contre Antoine un affrontement entre Orient et Occident18. Ce que révèle au
contraire la documentation épigraphique et numismatique, c’est la continuité de la référence
au divin Auguste et même le renforcement du culte qui lui était rendu, avec l’inauguration de
son temple. Les actes des Arvales en témoignent parfaitement. Caligula adopta d’ailleurs le
surnom d’Auguste, mais refusa toujours de se dire le petit-fils d’Agrippa. Il préférait imaginer
que sa mère Agrippine était née des amours incestueuses d’Auguste et de sa fille Julie19. Était-
ce une façon de légitimer son mariage avec sa propre soeur Drusilla? Claude poussa plus loin
l’imitation d’Auguste en reprenant la tête d’une armée pour conquérir la Bretagne: c’était la
première fois qu’un prince participait personnellement à une campagne militaire depuis la
guerre contre les Astures et les Cantabres. En outre, Claude, comme Auguste, célébra les Jeux
Séculaires en 47, exerça la censure en 47-4820.
La véritable rupture intervint sous le règne de Néron, après les premières années où le
dernier descendant d’Auguste à régner se réclama de son ancêtre21. Ensuite, Néron abandon-
na les références à Auguste pour mettre effectivement en pratique une nouvelle conception
du pouvoir clairement inspirée de la Grèce22. Ce qui distingue en effet Néron d’un Marc An-
toine, c’est que Néron voulut se comporter en aristocrate grec à Rome même en voulant faire
participer aux concours qu’il instaurait sénateurs et chevaliers qui devaient descendre dans
l’arène23. Autre rupture par rapport au modèle augustéen, la construction d’un immense pa-

17. J.-Cl. Goyon, É. Julien, Fr. Rébuffat, P. M. Martin (éds.), Marc Antoine, son idéologie et sa descendance
(actes du colloque de Lyon 1990), Lyon, 1993.
18. J.-M. Roddaz, “Marc-Antoine: mythe, propagande et réalités”, dans L.-M. Günther et V. Grieb (éds.),
Das imperiale Rom und der hellenistiche Osten. Festschrift für Jürgen Deininger zum 75. Geburstag, Stuttgart
2012, 115-118 ; P. Le Doze, Le Parnasse face à l’Olympe. Poésie et culture politique à l’époque d’Octavien/
Auguste, Rome, CEFR-484, 2014, 19-38 et P. Cosme, Auguste, maître du monde, Actium, 2 septembre 31 av.
J.-C., Paris, 2014, 19-38.
19. Suet., Cal., 23 ; E. Lyasse, Le Principat, op. cit., 177-193 et F. Hurlet, Auguste, op. cit., 164.
20. E. Lyasse, Le Principat, op. cit., 213-239.
21. Suet., Ner. 10; E. Lyasse, Le Principat, op. cit., 244-262 ; F. Hurlet, Auguste, op. cit., 164 et D. Grau,
Néron en Occident. Une figure de l’ histoire, Paris, 2015, 41-60.
22. E. Lyasse, Le Principat, op. cit., 262-264 et 266-278.
23. A. Suspène, “Les ordres supérieurs sur la scène et dans l’arène de la fin de la République aux Flaviens:
le sens politique d’une passion pour les spectacles”, dans Chr. Hugoniot, Fr. Hurlet et S. Milanezi, éds, Le
statut de l’acteur dans l’Antiquité grecque et romaine, Tours 2004, 327-352.

22 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 17-25


Pierre Cosme Monográfico

lai: la domus aurea étendue sur une grande partie de la ville à l’opposé de la domus Augusti du
Palatin qui entendait demeurer fidèle à la tradition des résidences aristocratiques24.
Quand Vespasien met fin à la guerre civile, il fonde sa légitimité sur le souvenir
d’Auguste. Ce n’est pas le lieu ici de commenter à nouveau la lex de imperio Vespasiani,
mais rappelons simplement qu’elle ne retient comme prédécesseurs légitimes à Vespasien
qu’Auguste, Tibère et Claude25. Fondateur d’une nouvelle dynastie, Vespasien pouvait se pré-
valoir d’un contexte qui pouvait rappeler la Res publica restituta augustéenne. La fin de la gue-
rre civile exigeait une restauration concrétisée par la censure exercée avec Titus en 73-7426.
Mais cette restauration devait aussi se lire dans l’espace urbain avec l’inauguration du temple
de la Paix qui prolongeait le Forum d’Auguste tout en exaltant la paix retrouvée déjà célébrée
sur l’autel du Champ de Mars27. Le démantèlement de la Maison dorée dont l’emplacement
était rendu au public grâce à la construction du Colisée renouait avec l’urbanisme augustéen
en rompant avec celui de Néron28. Mais la démarche de Vespasien montre que l’imitation
d’Auguste rencontrait des limites. La crainte d’un retour des luttes pour le pouvoir et les deux
fils du nouvel empereur facilitèrent en effet la revendication d’une succession héréditaire
comme jamais auparavant, Titus portant le titre de Prince de la Jeunesse comme Caius et
Lucius Césars. Domitien, en n’ hésitant pas à se faire élire consul chaque année, rompait avec
la pratique augustéenne à partir de 23 av. J.-C.29.
Savoir dans quelle mesure le règne de Trajan représenta une rupture dans la percep-
tion de l’image d’Auguste est difficile dans la mesure où les sources narratives le concernant
sont assez rares. Il fut un des rares empereurs à pouvoir prétendre à un prestige comparable
en recevant en 114, en plus du surnom Auguste, celui de «Meilleur des princes»30. Toute
l’œuvre historique de Tacite peut ainsi être interprétée comme une volonté de faire des Julio-
Claudiens des faire-valoir de Trajan. Germanicus lui-même serait une sorte de précurseur
de Trajan mort trop tôt31. On ne trouve d’ailleurs que deux allusions à Auguste dans le pa-

24. I. Iacopi, “Domus: Augustus (Palatium)», dans E. M. Steinby (éd.), Lexicon Topographicum Urbis
Romae (cité infra: LTUR), II, Rome 1995, 46-48 ; «Domus Aurea», ibid., 49-64 et P. Gros, «La transfiguration
du modèle de la domus dans les palais néroniens de Rome. L’exemple de la suite du nymphée de la Domus
Aurea», dans J.-M. Croisille et Y. Perrin (éds.), Neronia VI. Rome à l’époque néronienne. Institutions
et vie politique, vie intellectuelle, artistique et spirituelle (actes du VIe colloque international de la Société
Internationale d’ Études Néroniennes, Rome, 1999), Bruxelles 2002, 54-73.
25. CIL, VI, 930 et 31207 ; P. A. Brunt, «Lex de imperio Vespasiani», JRS, 67, 1977, p. 95-116 ; Fr. Hurlet,
«La Lex de imperio Vespasiani et la légitimité augustéenne», Latomus, 52, 1993, p. 261-280 et Auguste, op.
cit., 165-168.
26. B. Levick, Vespasien (trad. Fr. Landuyt), Gollion, 2002, 188.
27. F. Coarelli, “Pax, templum», dans LTUR, IV, 1999, 67-70 et E. Lyasse, Le Principat, op. cit., 301-305.
28. E. Rosso, “Les destins multiples de la domus Aurea. L’exploitation de la condamnation de Néron dans
l’idéologie flavienne», dans S. Benoist et A. Daguet-Gagey (éds.), Un discours en image de la condamnation
de mémoire, Metz 2008, 43-78.
29. E. Lyasse, Le Principat, op. cit., 308-311 et 325.
30. Plin., Pan., II, 7 ; E. Lyasse, Le Principat, op. cit., 338 et F. Hurlet, Auguste, op. cit., 168-171.
31. A. Michel, Tacite et le destin de l’ Empire, Paris, 1966, 125- et F. Hurlet, Auguste, op. cit., 171-173.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 17-25 23


Monográfico L’ image d’ Auguste sous le règne de ses successeurs

négyrique de Pline le Jeune, qui n’en fait jamais un modèle32. À la différence d’Auguste et
de Vespasien, qui avaient fondé leur légitimité sur le retour à la paix, Trajan fonda plutôt la
sienne sur les conquêtes en accumulant les surnoms victorieux dont Auguste et Vespasien
s’étaient abstenus33. On souhaiterait désormais à tout nouveau prince d’être «plus heureux
qu’Auguste et meilleur que Trajan»34. C’est d’ailleurs à Trajan que Dèce se référa en 249 dans
sa titulature35. C’est encore Trajan que Constance II prit pour modèle quand il entra dans
Rome en traversant son Forum. Selon Ammien Marcellin36, il aurait souhaité avoir un cheval
semblable à celui de la statue équestre de l’optimus princeps, à quoi l’un de ses proches aurait
répliqué qu’il n’avait plus les moyens de lui offrir une écurie comparable.
On comprend qu’ Hadrien rompant avec la politique expansionniste de son prédé-
cesseur, et donc avec certains membres de son entourage, ait ressenti le besoin d’invoquer
Auguste en prêtant une attention particulière à certains monuments augustéens comme le
Panthéon et en étant le premier prince depuis le fondateur du régime à édifier un mausolée37.
Il n’empêche que les Antonins supplantèrent ensuite Auguste, comme référence dynastique.
Même si Septime Sévère édifia son arc de triomphe sur le Forum romain en face de celui qui
commémorait la restitution des enseignes de Crassus à Auguste par les Parthes38, c’est claire-
ment à Marc Aurèle qu’il entendit se rattacher en se présentant comme son fils adoptif à titre
posthume en 19539.
L’image d’Auguste était-elle condamnée à s’effacer dans l’ Empire chrétien? Constantin
organisa l’administration de Constantinople sur le modèle de la Rome augustéenne et les
empereurs portèrent le titre de grand pontife jusqu’au règne de Gratien40. En fait, la figure
d’Auguste ne pouvait laisser les Chrétiens indifférents, dans la mesure où le Christ était né
sous son principat et que la IVe Bucolique de Virgile pouvait être interprétée comme l’annonce

32. Plin., Pan., XI, 1 et LXXXVIII, 10.


33. E. Lyasse, Le Principat, op. cit., 333-335 et 338-342.
34. Eutr., VIII, 5.
35. A. R. Birley, “Decius Reconsidered”, dans E. Frézouls et H. Jouffroy (éds.), Les empereurs illyriens.
Actes du colloque de Strasbourg (1990), Strasbourg 1998, 57-80; X. Loriot, «Un sénateur illyrien élevé à
la pourpre», ibid., 43-55  ; M. Christol, L’ Empire romain du IIIe siècle. Histoire politique (de 192, mort de
Commode, à 325, concile de Nicée), 2e éd., Paris, 2006, 120 et D. Kienast, Römische Kaisertabelle. Grundzüge
einer römischen Kaiserchronologie, 3e éd., Darmstadt, 2004 (cité infra: Römische Kaisertabelle), p. 204.
36. Amm., XVI, 10.
37. H. von Hesberg, “Mausoleum Augusti: das Monument», dans LTUR, III, Rome, 1996, 234-237  ; P.
Gros, L’architecture romaine. 2. Maisons, palais, villas et tombeaux, Paris, 2001, 428-435 ; M. Mercalli éd.,
Adriano e il suo Mausoleo, Rome, 1998 et E. Lyasse, Le Principat, op. cit., 352.
38. E. Nedergaard, “Arcus Augusti (a. 19 a. C.)», dans LTUR, I, Rome, 1993, 80-81 et R. Brilliant, «Arcus:
Septimius Severus (Forum)», ibid., 103-105.
39. D. Kienast, Römische Kaisertabelle, op. cit., 156 et A. Daguet-Gagey, Septime Sévère. Rome, l’Afrique et
l’Orient, Paris, 2000, 255-256.
40. D. Kienast, Römische Kaisertabelle, op. cit., 333-343.

24 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 17-25


Pierre Cosme Monográfico

de la naissance du Christ41. C’est paradoxalement l’empereur qui voulut rétablir le paganis-


me qui exprima sur le premier prince, un des jugements les plus ouvertement nuancés: son
ambiguïté est en effet critiquée par son lointain successeur Julien l’Apostat qui le qualifiait de
caméléon, animal emblématique des capacités d’adaptation du premier prince et invoquait
plutôt Alexandre le Grand et Marc Aurèle comme modèle42.
Avec l’ Empire chrétien, Constantin devint à son tour un modèle pour les empereurs
qui régnèrent en Occident et en Orient, mais aussi pour les rois barbares convertis qui se par-
tagèrent les lambeaux de l’empire romain en Occident43. Rien d’étonnant à ce que le principat
augustéen ait été christianisé, au même titre qu’une grande partie du passé païen de Rome.
Eudoxie, épouse de l’empereur romain Arcadius, qui avait succédé à son père Théodose Ier en
Orient de 395 à 408, avait rapporté de Jérusalem les chaînes de saint Pierre. Elle décida alors
de transformer la commémoration traditionnelle de la bataille d’Actium le 1er août en fêtes
de la basilique Saint-Pierre aux Liens, qu’elle avait fait construire à Rome pour abriter ces
reliques, preuve s’il en est de la force d’imprégnation du calendrier par Auguste44.
Même les empereurs qui se démarquèrent le plus d’Auguste ne purent éviter de se ré-
férer à lui à un moment ou un autre de leur règne. Quant à ceux qui le revendiquèrent le plus
comme modèles, ils purent rarement se couler complètement dans le moule augustéen en
raison de circonstances toujours différentes. Mais ce pragmatisme était peut-être la meilleure
voie pour suivre le modèle défini par le fondateur du Principat.

41. Verg., B., IV, 17. Cf. aussi A. Giardina et A. Vauchez, Rome. L’ idée et le mythe. Du Moyen Âge à nos
jours, Paris, 2000 (cité infra : Rome), 31 et F. Hurlet, Auguste, op. cit., 177-184.
42. Jul., Symposion, IV, 309 AC. et G. Bowersock, Julien l’Apostat (trad. P.-E. Dauzat), Paris, 2008, 32-39.
43. A. Giardina et A. Vauchez, Rome, op. cit., 14-18.
44. R. Bernabei, Chiese di Roma, Rome, 2007, 242.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 17-25 25


Augustus in the first Histories of Spain
and in the iconographic programs of
the Renaissance

Augusto en las primeras historias


de España y en los programas
iconográficos del Renacimiento*

Gloria Mora
Universidad Autónoma de Madrid
[email protected]
Fecha recepción 09.01.2017 / Fecha aceptación 09.03.2017

Resumen Abstract
Es frecuente en las historias de España la alusión It is common in Spanish historiography to allu-
a ciertos personajes de la historia de Roma desta- de to certain characters in the history of Rome by
cando el papel fundamental que desempeñaron en highlighting their crucial role in the ancient his-
la historia antigua de España y de la misma Roma, tory of Spain and in Rome itself, e.g., Caesar, foun-
como César, fundador de ciudades, o Trajano y los der of cities, or Trajan and the so-called “Spanish
llamados «emperadores españoles». El propósito emperors”. The purpose of this paper is to follow
de este trabajo es rastrear el tratamiento que reci- the treatment received by Augustus in the Spa-
bió Augusto en la historiografía española de época nish historiography of the Middle Ages and the
medieval y del Renacimiento desde las crónicas de Renaissance using the chronicles of Lucas de Tuy,
Lucas de Tuy, Rodrigo Ximénez de Rada y las Es- Rodrigo Ximénez de Rada, the Estorias of Alfonso

* Este trabajo se enmarca en el proyecto HAR 2012-31736.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 27-47 EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3961
Monográfico Augusto en las primeras historias de España y en los programas iconográficos del Renacimiento

torias de Alfonso X el Sabio hasta los relatos de los X the Wise, and the stories of the royal chroniclers
cronistas reales Elio Antonio de Nebrija, Florián Elio Antonio de Nebrija, Florián de Ocampo and
de Ocampo y Ambrosio de Morales. Se estudiará Ambrosio de Morales. The presence of Augustus
también la presencia de Augusto en las colecciones in collections and iconographic programmes of
y los programas iconográficos de la monarquía. the monarchy is also studied.

Palabras clave Key words


Augusto. Historiografía española. Programas ico- Augustus. Spanish Historiography. Iconographic
nográficos del Renacimiento. Coleccionismo de programs of the Renaissance. Collection of anti-
antigüedades. quities.

28 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 27-47


Gloria Mora Monográfico

En 1574 y 1577, el cronista real Ambrosio de Morales publicó en Alcalá de Henares


la segunda parte de la Coronica General de España iniciada por Florián de Ocampo, que se
había interrumpido en la llegada de los romanos a España y el inicio de la II Guerra Púnica,
llegando «hasta que [España] fue destruyda por los Moros». La crónica de Ocampo es la
primera que recurre a fuentes materiales (inscripciones sobre todo) para reforzar su relato de
los hechos, pero la de Morales es la primera historia de España que narra los acontecimientos
con rigor, rechazando leyendas y tradiciones y utilizando ampliamente fuentes textuales y
materiales (epigrafía, numismática, monumentos, análisis de la toponimia, etc.), dedicando
incluso un libro específico a la «averiguación» de Las antigüedades de España que van nom-
bradas en la Coronica (Alcalá de Henares, 1575).
Con la Coronica de Morales culmina una tradición muy anterior y se abre una nueva
etapa, marcada por el mayor cuidado en la selección e interpretación de las fuentes y coinci-
diendo justamente con los primeros estudios de tipo anticuario-arqueológico, como los del
propio Morales o los de Antonio Agustín1.
El propósito de este texto es rastrear, en una primera aproximación, el tratamiento que
recibió Augusto en la historiografía española bajomedieval y renacentista. El arco cronoló-
gico considerado comprende desde las primeras crónicas e historias generales del siglo XIII
- el Chronicon Mundi de Lucas de Tuy, De rebus Hispaniae de Rodrigo Ximénez de Rada, las
Estorias de Alfonso X el Sabio -, hasta las obras de los primeros cronistas reales de los Aus-
trias (Elio Antonio de Nebrija, Florián de Ocampo, Ambrosio de Morales), durante el siglo
XVI, coincidiendo con el auge del Imperio español, en las que se hace referencia constante
al Imperio Romano como modelo de la monarquía hispánica2. En ellas se expresan ya los

1. La bibliografía sobre los estudios anticuarios y sus protagonistas en esta época es muy abundante;
remito a M. Díaz-Andreu, G. Mora y J. Cortadella (eds.), Diccionario Histórico de la Arqueología en España,
Madrid, 2009.
2. He seleccionado algunas de las Crónicas e Historias que me han parecido más significativas. En general,
sobre la historiografía del siglo XVI: F. Wulff, Las esencias patrias. Historiografía e Historia Antigua en la
construcción de la identidad española (siglos XVI-XX), Barcelona, 2003, cap. 1: “La nueva España”, y B. Cuart
Moner, “La larga marcha hacia las historias de España en el siglo XVI”, en R. García Cárcel (coord.), La
construcción de las Historias de España, Madrid, 2004, cap. 1.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 27-47 29


Monográfico Augusto en las primeras historias de España y en los programas iconográficos del Renacimiento

topoi de la historiografía hispana posterior, a veces contradictorios pero siempre efectivos:


el papel de Hispania en el Imperio Romano y los emperadores «españoles», la Era Hispáni-
ca o de Augusto «inventada» por los hispanos, las virtudes de los primitivos habitantes de
la Península Ibérica como exempla principis. Se tendrán en cuenta también a otros autores
como Esteban de Garibay y Juan de Mariana, así como una curiosa mención de Juan Páez de
Castro en el Memorial que dirigió a Felipe II a propósito de la biblioteca de El Escorial. Por
el contrario, no trataremos la obra de algunos humanistas importantes pero que no aportan
nada interesante al tema que tratamos, aunque sí para la historia de la arqueología en Espa-
ña, como Lucio Marineo Sículo o Lorenzo de Padilla. Por otro lado, el acercamiento al tema
implica dos líneas de investigación principales: Augusto en la historiografía, y Augusto en
el coleccionismo de antigüedades y en los programas iconográficos de trasfondo ideológico
elaborados para la propaganda política de los Austrias en el siglo XVI. En relación al tema
concreto de este trabajo, podemos preguntarnos si Augusto es – y hasta qué punto lo es - uno
de los personajes históricos favoritos de los historiadores como modelo o referente, y, en caso
afirmativo, si encontramos un reflejo de ello en las colecciones de antigüedades hispanas o en
los programas iconográficos del Renacimiento.
En la historiografía española renacentista relativa a los tiempos antiguos de la historia
de España convergen una serie de historias y crónicas anteriores escritas a partir del siglo XIII
pero con raíces más antiguas que se remontan a Isidoro de Sevilla. Más allá de los complejos
estudios filológicos sobre las distintas versiones, manuscritos, las relaciones de dependencia
entre ellos, etc., podemos intentar hallar un hilo conductor en la acumulación progresiva de
fuentes hasta llegar a la construcción de la historia de España en la etapa romana, que es la
que ahora nos interesa, y, más concretamente, el papel de Augusto en ella.
Lo que resulta evidente al leer estos primeros relatos es que la historia de España se
entiende, por una parte, como inextricablemente unida a la historia universal según el mo-
delo establecido por Eusebio de Cesarea y los primeros historiadores cristianos, fundamen-
talmente Paulo Orosio, y transmitido por Isidoro de Sevilla; por otra, como la historia de
un territorio, la Península Ibérica, y de los pueblos que habitaron en ella, más que la de una
monarquía. Y, finalmente, domina la concepción del pasado como origen y modelo, pero
también explicación, del presente. Es frecuente en estas historias la alusión a ciertos perso-
najes de la historia romana destacando el papel fundamental que desempeñaron en la his-
toria antigua de España y en la de la misma Roma, como César, fundador de ciudades en la
Península Ibérica, o Trajano y los llamados emperadores «españoles», especialmente Marco
Aurelio, espejo para la educación del príncipe Felipe según el tratado de Antonio de Guevara,
Relox de príncipes, de 1528.
Como se ha dicho, en la historiografía medieval las fuentes se transmiten de un autor a
otro. No es necesario haber leído directamente a los autores antiguos (Livio, Suetonio) para
citarlos a través de las interpretaciones expuestas por historiadores cristianos como Eusebio
de Cesarea, Jerónimo, Paulo Orosio o Hidacio, y sobre todo a través de Isidoro de Sevilla,
cuya Historia Gothorum fue el modelo para las historias nacionales, y de la llamada Chronica
pseudo-isidoriana del siglo XII. Por otro lado, el modelo de historia universal proporcionado
por los primeros historiadores cristianos, en la que se integra la historiografía de España, se
va depurando hasta invertir los términos, llegando la historia de España a representar un

30 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 27-47


Gloria Mora Monográfico

papel protagonista en la historia universal o a defender el papel de España en el dominio del


resto del mundo desde el origen de los tiempos.
Por lo que respecta a las fuentes, entre los historiadores grecolatinos predominan Cé-
sar, Livio y Floro, Suetonio, Tácito, los dos Plinio, Dion Casio, Lucano, y Flavio Josefo, pero
sobre todo a través de la Crónica de Eusebio de Cesarea, S. Jerónimo y Paulo Orosio, en
muchos casos a través de la Historia (de regibus) Gothorum, Vandalorum et Suevorum de
Isidoro de Sevilla, redactada hacia 624 por encargo de Sisebuto, que constituye el modelo
de la historiografía posterior tanto en estructura como en finalidad: la exaltación del reino
visigodo como heredero de Roma, situándolo en un marco universal y defendiendo la unidad
de España y la identidad gótica frente al Imperio Bizantino3. Sus fuentes: S. Jerónimo (conti-
nuador de la Chronica de Eusebio de Cesarea, 378), Orosio (hasta 417) e Hidacio (hasta 469)
y Juan de Bíclaro (565-590).
A partir de Isidoro se constata la influencia de unas crónicas e historias sobre otras,
coetáneas o posteriores, a veces copiando literalmente fragmentos como en el caso de Juan de
Mariana respecto a Esteban de Garibay. La secuencia de continuidad y dependencia de estos
relatos sería la siguiente: Crónica albeldense (s. IX) - refundición mozárabe de las Historiae
de Orosio (s. X) - Crónica pseudo-isidoriana (mediados del siglo XII) - Crónica najerense (s.
XII) - Lucas de Tuy (1236/38) y Rodrigo Ximénez de Rada (1243 la versión latina, 1253/54 la
castellana) - Estorias de Alfonso X (1284) - Joan Margarit (s. XV) – Elio Antonio de Nebrija
(1498/99) – Florián de Ocampo (1543 y 1553) - Esteban de Garibay (1571) - Ambrosio de
Morales (1574 y 1577) - Juan de Mariana (1592)4.
Al mismo tiempo hay que tener en cuenta la influencia de las fuentes árabes, espe-
cialmente en el caso de la Crónica pseudo-isidoriana y su dependencia de la Historia de los
reyes de al-Andalus de al-Razi (s. X)5. Precisamente esta Crónica, que abarca la historia de
Hispania desde los orígenes hasta la conquista árabe y fue editada por primera vez por Theo-
dor Mommsen en 1894, constituye uno de los testimonios fundamentales del género de las
historias generales de España que se desarrollan en época medieval y culminan en el pro-
yecto historiográfico de Alfonso X6. En ella aparecen ya algunos de los temas que se repeti-
rán posteriormente en relación con Augusto, como su vinculación a César en Hispania, las

3. F. González Muñoz, La Chronica Gothorum pseudo-isidoriana (Ms. Paris BN 6113). Edición crítica,
traducción y estudio, A Coruña, 2000, 12. Sobre Isidoro, véase recientemente el monográfico coordinado por
I. Velázquez y G. Ripoll Isidore de Séville et son temps, AnTard, 23, 2015; en pp. 249-268, texto de E. Falque
sobre Isidoro en Lucas de Tuy. Sobre Suetonio en España: M. Conde Salazar, “La progresiva evolución de
las biografías de Suetonio transmitidas en las ediciones incunables de las Vitae duodecim Caesarum”, en J.A.
Beltrán et al. (eds.), Otium cum dignitate. Estudios en homenaje al profesor Javier Iso Echegoyen, Zaragoza,
2013, 391-401.
4. En general, cf. M. Huete Fudio, La historiografía latina medieval en la Península Ibérica (siglos VIII-
XII). Fuentes y bibliografía, Madrid, 1997; Cuart Moner, “La larga marcha…”, op. cit., 46-126.
5. González Muñoz, La Chronica…, op. cit., 13. Acerca de la influencia de las fuentes árabes en la
historiografía hispana bajomedieval, véase J. Elices Ocón, El pasado preislámico en al-Andalus: fuentes
árabes, recepción de la Antigüedad y legitimación en época omeya (ss. VIII-X), Tesis Doctoral, UAM, 2017.
6. González Muñoz, La Chronica…, op. cit., 11.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 27-47 31


Monográfico Augusto en las primeras historias de España y en los programas iconográficos del Renacimiento

fundaciones de ambos o el origen de la Era Hispánica o de Augusto, así como menciones a


monumentos romanos representativos de la antigüedad de España (como el llamado «Ídolo
de Cádiz» o «Torre de Hércules») que serán recogidos después en las Historias alfonsíes7.
Empezamos con las crónicas e historias de mediados del siglo XIII relacionadas con
Alfonso X el Sabio: el Chronicon Mundi de Lucas de Tuy y De rebus Hispaniae de Ximénez
de Rada, que son prácticamente contemporáneos aunque el segundo depende del primero;
ambos influyeron en las Estorias de Alfonso X8.
Lucas de Tuy, el Tudense, canónigo de San Isidoro de León y obispo de León, escribió
su Chronicon mundi hacia 1236-1238 por encargo de Berenguela de Castilla, madre de Fer-
nando III, inspirándose en la Historia Gothorum de Isidoro de Sevilla, su principal fuente
junto a Hidacio, Paulo Orosio, Pedro Coméstor, Juan de Bíclaro y la Crónica najerense9. El
arco cronológico abarca desde la antigüedad hasta 1236, año de la conquista de Córdoba
por Fernando III el Santo. Como se ha dicho, es coetáneo de De rebus Hispaniae o Rerum
in Hispania gestarum chronicon de Rodrigo Ximénez de Rada, arzobispo de Toledo; ambas
obras defendían la supremacía de la monarquía en una España unificada, pero por intere-
ses políticos la crónica del Tudense alcanzó mucha menor fortuna, ya que Lucas defendía
la primacía de la sede episcopal de Sevilla como sede metropolitana frente a la opinión de
Ximénez de Rada, quien lógicamente optaba por la de Toledo, que era la elegida por Alfon-
so X y la que finalmente triunfó10.
El Libro I del Chronicon (92-99) está dedicado a los emperadores romanos (hasta prin-
cipios del s. VI con Heraclio y Suintila). Sigue a Isidoro en el planteamiento y exposición de
algunos temas que se repetirán en la historiografía posterior: el protagonismo de César, su
lucha contra Pompeyo en Hispania y la fundación de ciudades; el papel histórico de «Octa-
viano Augusto», durante cuyo gobierno tuvo lugar el nacimiento de Cristo, con alusión a la
nueva edad de oro profetizada por Virgilio en su IV Égloga, y la mención a la Era Hispánica
como sistema de datación propio de los españoles. Se trata de una historia universal y pe-
ninsular, que privilegia la hispánica según el modelo de historia nacionalista de Isidoro11;
también es una historia providencialista que recoge la leyenda de la fundación de Roma

7. González Muñoz, La Chronica…, op. cit., 19, 27-28, 46. Este «ídolo de Cádiz» sería en realidad una
estructura coronada por una estatua colosal, quizá de Adriano, identificada como Hércules, el fundador
de la ciudad: González Muñoz, La Chronica…, op. cit., 27-28; J. Carracedo Fraga, “La Torre de Cádiz: un
monumento de la Antigüedad clásica en textos medievales”, Evphrosyne. Revista de filología clássica, 19,
1991, 201-230.
8. L. Fernández Gallardo, “De Lucas de Tuy a Alfonso el Sabio: idea de la Historia y proyecto historiográfico”,
Revista de poética medieval, 12, 2004, 53-119.
9. E. Jerez Cabrero, El Chronicon mundi de Lucas de Tuy (c. 1238): técnicas compositivas y motivaciones
ideológicas, Tesis Doctoral UAM, Madrid, 2006. Sobre Lucas historiador: pp. 161 ss.; sobre sus fuentes: pp.
172 ss.
10. Jerez Cabrero, El Chronicon…, op. cit., pp. 180 ss.; P. Linehan, “Lucas de Tuy, Rodrigo Ximénez de
Rada y las historias alfonsíes”, en I. Fernández-Ordóñez (ed.), Alfonso X el Sabio y las Crónicas de España,
Valladolid, 2000, 27 s.
11. Jerez Cabrero, El Chronicon…, op. cit., 167.

32 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 27-47


Gloria Mora Monográfico

por Rómulo y Remo, milagrosamente salvados por la loba, por su relación con la existencia
de la «santa Roma»12. Y además tiene una finalidad pedagógica anticipando el género de la
historia como speculum principis característico del Renacimiento, ya que, según se ha suge-
rido, presenta modelos de virtudes para seguir y ejemplos de vicios y defectos que rechazar
destinados a la educación del futuro Alfonso X13. En palabras de Enrique Jerez Cabrero, hay
que reconocer la «deuda que la ficción de inspiración histórica alumbrada en la Edad Media
peninsular tiene contraída con don Lucas»14.
Unos años después, Fernando III, padre de Alfonso X, encargó a Rodrigo Ximénez de
Rada, arzobispo de Toledo, una historia de España que tratase de antiquitatibus Hispaniae et
de iis etiam quae ab antiquis ver modernis temporibus acciderunt y a quibus gentibus calami-
tatis Hispania sit perpessa, et Hispanorum Regum origo. Rada siguió el modelo de la Historia
Gothorum… ideado por Isidoro de Sevilla para la Hispania de Sisebuto y Suintila a comien-
zos del s. VII15. Ximénez de Rada expuso en ella un programa ideológico cuyo objetivo era
crear «un imaginario mítico peculiar a la Castilla que quiere ser escenario de una monarquía
renovada por su vocación integradora»16.
De rebus Hispaniae o Historia de rebus Hispanie sive Historia Gothica, de 1243 (editada
por Juan Fernández Valverde en 1987) se puede considerar la primera historia de España, se-
gún Diego Catalán. De ella deriva la Estoria de los godos (ca. 1252/53), que incluye préstamos
del Chronicon mundi de Lucas de Tuy17.
En su primera redacción, De rebus Hispaniae estaba formada por la Historia Gothica
y la Historia Romanorum. En la introducción de la Historia Gothica, dedicada a los orígenes
de España, se habla de los fundadores de los pueblos y ciudades de la Península, mezclando
mitos con realidad histórica: Hércules, fundador de Híspalis, Gerión, etc.; de los «castiellos»
(en el original latino: oppida) de la Carpentania (sic): Aucam, Calagurram, Tirasonam et
Auripam (Auca, Calafarta, Taraçona y Auripa) que post Cesaraugusta ab Augusto Cesare fuit
dicta, uis Romanorum principum occupauit, que tamen, sicunt refferunt Plinius et Sisebutus,
ad Cartaginensem prouinciam pertinebat18. La Historia Romanorum es una obra menor cuyas

12. Jerez Cabrero, El Chronicon…, op. cit., 230-235.


13. Jerez Cabrero, El Chronicon…, op. cit., 171, 190-191 y n. 506.
14. Jerez Cabrero, El Chronicon…, op. cit., 5.
15. D. Catalán, La Estoria de España de Alfonso X. Creación y evolución, Madrid, 1992, 29. Al parecer
Ximénez de Rada no utilizó la Crónica pseudo-isidoriana como fuente; según González Muñoz, La
Chronica…, op. cit., 95, las coincidencias entre ambos relatos proceden de la Historia de los reyes de al-
Andalus de al-Razi.
16. F.J. Peña Pérez, “Nuño Rasura y Laín Calvo. Los orígenes del pensamiento mítico sobre Castilla”, en
J.A. Munita Loinaz (ed.), Mitificadores del pasado, falsarios de la Historia. Historia Medieval, Moderna y de
América, Bilbao, 2011, 64.
17. Parece que Ambrosio de Morales conoció el manuscrito borrador original, hoy perdido, que se
encontraba en el monasterio de Santa María de Huerta, cerca de Medinaceli, donde Ximénez de Rada pasó
mucho tiempo al final de su vida, pues lo cita en su Coronica (lib. III, Alcalá, 1574, fol. 191): cf. D. Catalán,
“Rodericus” romanzado en los reinos de Aragón, Castilla y Navarra, Madrid, 2005, 18-19.
18. Catalán, “Rodericus”…, op. cit., 662-663.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 27-47 33


Monográfico Augusto en las primeras historias de España y en los programas iconográficos del Renacimiento

fuentes son Livio, Lucano, Ovidio, Virgilio y, sobre todo, Paulo Orosio y Paulo Diácono (que
sigue a Orosio)19. Siguiendo la tradición analística, es una historia de Roma desde la llegada
de Eneas al Lacio pero siempre en relación a la historia de España, como se dice en el Prólo-
go. Termina con la victoria de César en la batalla de Munda tras cuatro años de guerra civil,
y su regreso a Roma para morir a manos de los senadores. Esta parquedad contrasta con la
larga disquisición sobre las diferentes identificaciones de Munda, problema que preocupa ya
y preocupará en el futuro a todos los historiadores españoles, pues consideraron que en esta
batalla dada en suelo hispano se decidió el destino de Roma y del mundo. Pero no se mencio-
na la presencia de Octaviano en la batalla.
Ambas crónicas, la de Lucas de Tuy y la de Ximénez de Rada, confluyeron en la primera
gran historia nacional, ya que fueron utilizadas como fuente de la Estoria de España, una de
las obras elaboradas en el taller historiográfico de Alfonso X el Sabio como argumento de
apoyo a sus pretensiones al trono imperial del Sacro Imperio Romano Germánico: «en rra-
zon de enperio»20. Y es precisamente a partir de las Estorias de Alfonso X cuando se acentúa
la idea de Augusto como pacificador y unificador.
La General e grand Estoria (o Grande e general estoria) y la Estoria General de España
fueron redactadas simultáneamente. Se conservan diferentes versiones manuscritas que han
sido estudiadas por Ramón Menéndez Pidal, Diego Catalán, Georges Martin, Peter Line-
han, Inés Fernández-Ordóñez y Mariano de la Campa, entre otros. La Estoria de España
fue compuesta antes de 1271 y quedó inconclusa. Nos interesa la llamada «Versión regia o
crítica», que abarca la historia antigua, la historia gótica y la de la monarquía astur-leonesa
hasta mediados del reinado de Alfonso II el Casto, en tanto que la «Versión primitiva» relata
los acontecimientos desde el reinado de Ramiro I hasta el final de la monarquía leonesa con
Vermudo III21. La Grande e general Estoria se redactó entre ca. 1270 y 1284, año de la muerte
de Alfonso, y tampoco se terminó22. Es una historia universal desde la creación que según el
proyecto llegaría hasta el reinado de Alfonso X, en seis partes, pero el relato se interrumpe
en la sexta parte al narrar la vida de los padres de la Virgen, completándose el relato bíblico
con otros acontecimientos de la historia de los «gentiles». Las fuentes son muy variadas: el
Antiguo Testamento, la Crónica de Eusebio de Cesarea en la versión ampliada de San Jeróni-
mo y otras fuentes grecolatinas (Flavio Josefo, Lucano, Ovidio), Pedro Coméstor, Geoffrey de
Monmouth… En la 5ª parte, tras narrar el cautiverio de Babilonia y la historia de los Maca-
beos, se menciona el Mandato de Julio César y Mandato de Octavio Augusto. De la 6ª parte se

19. J. Fernández Valverde, “Roderici Ximenii de Rada Historia Romanorum”, Habis, X-XI, 1979-80, 158.
20. Cit. por D. Catalán, La Estoria..., op. cit., 44. G. Martin, “El modelo historiográfico alfonsí y sus
antecedentes”, en Fernández-Ordóñez (ed.), Alfonso X el Sabio…, op. cit., 37-59.
21. M. de la Campa, La Estoria de España de Alfonso X. Estudio y edición de la Versión Crítica desde Fruela
II hasta la muerte de Fernando II, Málaga, 2009, 29.
22. Alfonso X el Sabio, General Estoria, P. Sánchez-Prieto Borja (coord. de la edición íntegra), Madrid,
2009, 10 vols.

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Gloria Mora Monográfico

conserva sólo el inicio del Imperio de Octavio César en Roma en un fragmento de borrador
de 20 folios (ms. 43-20 del Archivo Capitular de la Catedral de Toledo)23.
En la General Estoria se repiten temas que ya aparecían en Lucas de Tuy y Ximénez de
Rada, y que, desarrollados, van a estar muy presentes en la historiografía posterior: «Augusto
César» como uno de los personajes importantes de la Historia, incluido entre los «reyes gen-
tiles» junto a Darío, Alejandro el Grande, Artajerjes y Julio César; y la alusión a la Era Hispá-
nica o Era de Augusto, que, como veremos, Esteban de Garibay primero y Ambrosio de Mo-
rales después explicarán como el sistema de datación elegido por los hispanos para honrar a
Augusto tomando como punto de partida la fecha del fin del segundo triunvirato en 38 a.C.
Estas historias tienen su continuidad en el Renacimiento, pero con matices humanistas
representados por un mejor conocimiento y uso de las fuentes literarias, el añadido de las
materiales (inscripciones, monedas y monumentos) y su aplicación a los programas icono-
gráficos elaborados para mayor gloria y propaganda política de la monarquía.
Un primer ejemplo lo constituye la obra del humanista Joan Margarit y Pau en épo-
ca de Alfonso V el Magnánimo: su Paralipomenon Hispaniae consta de diez libros sobre la
historia de España desde sus orígenes (no fue publicado hasta 1545, por Sancho Nebrija en
Granada)24. Pretendía llegar hasta Teodosio y la división del Imperio, pero lo dejó inacabado
a su muerte en el libro X, correspondiente a la estancia de Augusto en Hispania. Margarit
insiste en demostrar que el Edicto promulgado por Augusto sobre el censo de todos los ha-
bitantes del Imperio se dio en Tarragona después de la guerra y victoria sobre los cántabros,
astures y vacceos (Datum Tarragona, según la tradición que partía de Floro y Orosio), quizá
para enfatizar el papel de la Corona de Aragón (y de Cataluña) frente a la de Castilla, apor-
tando un dato tan relevante para la historia del cristianismo – que será negado después por
Ambrosio de Morales. También introduce otro de los temas capitales de la historiografía
española: el cierre de las puertas del templo de Jano (Et haec de perpetua & aeterna pace…).
Más cercano a Castilla que a Aragón está Elio Antonio de Nebrija, primer cronista
real nombrado por Fernando el Católico en 1509. Ya en su Gramática de la lengua castellana
presentaba a los Reyes Católicos como restauradores del Imperium Hispaniae mediante la
imposición de la unidad territorial, religiosa y lingüística, que equivalía a la Pax de Augusto.
La Muestra de la istoria delas antigüedades de España (Burgos, Fadrique de Basilea, ca. 1498-
1499 o 1491)25 es una obra inacabada (sólo redactó el libro I) dedicada a Isabel la Católica,
quien se la había encargado según él mismo dice en el párrafo introductorio. El plan consistía
en cuatro libros de historia desde «las cosas mas antiguas de España» (I) hasta la expulsión de
los romanos por los godos (IV), seguidos de un quinto libro «de los varones mas señalados en

23. Ed. de P. Sánchez-Prieto Borja y B. Almeida en Sánchez-Prieto Borja (coord.), Alfonso X el Sabio,
General Estoria…, op. cit.
24. R. Tate, Joan Margarit i Pau, cardenal i bisbe de Girona, Barcelona, 1976.
25. Muestra dela historia que Maestro de Lebrixa dio ala Reina nuestra señora: quando pidió licencia a su
alteza para que pudiesse descubrir i sacar a luz las antigüedades de españa que hasta nuestros días an estado
encubiertas i para que pudiesse como dize Vergilio. Pandere res alta terra & calígine mersas (Virg., En., VI,
267). Edición de I. González Llubera, Oxford 1926, 203-228; también V. Bonmatí y F. Álvarez en Nebrija
historiador (estudio preliminar, traducción y notas), Lebrija, 1992, 79-105.

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Monográfico Augusto en las primeras historias de España y en los programas iconográficos del Renacimiento

letras que ouo en España i algunos principes allêde los que enlos libros pasados diximos». El
libro III estaría dedicado a las cosas que hicieron en España César y Pompeyo continuando
hasta el primer año de Tiberio. Las fuentes utilizadas son abundantes, tanto griegas como
romanas, divididas en cosmógrafos, «istóricos», poetas y «otros escritores» que aparecen
enumerados en página aparte a continuación del índice, aunque sólo los relativos al libro I.
En la lista de historiadores oficiales podemos mencionar también a Lorenzo de Padilla
(1485-1540), arcediano de Ronda26 y cronista de Carlos V desde 1538, en cuyo Libro de las
Antigüedades de España (ms. de 1538 publicado en Valencia en 1669) utiliza mucha epigrafía
latina27. Pero son los siguientes cronistas, Florián de Ocampo y, sobre todo, Ambrosio de
Morales, quienes llevarán la historiografía a un nivel profesional.
En efecto, la gran historiografía del siglo XVI es fruto de una empresa oficial y de dos
iniciativas particulares. En primer lugar, Florián de Ocampo, quien fue designado cronista
real en 1539, sucediendo en el cargo a Padilla, editó la Estoria General de España de Alfonso
X con el título de Chronica General Vulgata (Zamora, 1541) y se propuso escribir – como
declara en el prólogo - una historia de la España antigua «digna de la majestad de la con-
temporánea», el Imperio español de Carlos V. Los quatro libros primeros de la cronica general
de España se publicaron en 1543 en Zamora, y diez años después, en Medina del Campo,
Los cinco libros primeros. Esta Crónica quedó inconclusa, llegando sólo al comienzo de la
Segunda Guerra Púnica, pero en ella se proponían ya temas propiamente renacentistas como
la identificación de las virtudes y triunfos de Carlos con los de algunos gobernantes y empe-
radores romanos, especialmente César, Augusto, Trajano y Constantino28. También aparecía
la mención a la Pax Augusta equiparada a la «universalidad cristiana» impuesta por los Reyes
Católicos, rota con la Reforma protestante, y a los turcos como nuevos bárbaros. Ocampo
pone la Historia Antigua (mediante textos y epígrafes) al servicio de la idea imperial, por
ejemplo para defender los derechos de Carlos en territorios como Marsella o el Condado del
Rosellón, en disputa con Francia29.
Continuador de la Crónica de Florián de Ocampo fue Ambrosio de Morales, cronista
de Felipe II, con La Coronica general de España que continuaba Ambrosio de Morales (1575).
Pero entre ambos se redacta la Historia de España de Esteban de Garibay y Zamalloa, Los
Quarenta libros del Compendio historial de las Chronicas y Universal Historia de todos los
Reynos de España, obra dedicada a Felipe II, quien en 1592 concederá a Garibay el título de

26. No debe confundirse con el Lorenzo de Padilla, también arcediano de Ronda, que denunció a
Jerónimo Zurita.
27. V. Salamanqués Pérez y E. Sánchez Medina, “Aportaciones bio-bibliográficas sobre Lorenzo de Padilla:
sus Antigüedades de España y la epigrafía votiva”, en J.Mª Maestre, J. Pascual Barea y L. Charlo Brea (eds.),
Humanismo y pervivencia del mundo clásico. Homenaje al profesor Antonio Prieto, Madrid, 2008, IV, 2305-
2319.
28. F. Checa Cremades, Carlos V y la imagen del héroe en el Renacimiento, Madrid 1987; P. Gabaudan, El
mito imperial. Estudio iconológico de los relieves de la Universidad salmantina, Madrid, 2012.
29. Mª del M. de Bustos Guadaño, “La Crónica de Ocampo y la tradición alfonsí en el siglo XVI”, en
Fernández-Ordóñez (ed.), Alfonso X el Sabio…, op. cit., 196-197.

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cronista30. En el «Prólogo a su Catholica Majestad» considera a César el primer emperador


de los romanos (siguiendo la tradición derivada de Suetonio), pero usurpador del título a
diferencia de Felipe, que merece «título tan benemérito […] por diversas y justas causas». En
los ocho libros primeros narra «las cosas mas memorables de España, desde la creación del
mundo, hasta la fin de la historia de los Reyes Godos», correspondiendo el capítulo XXV del
libro sexto a «Octaviano Augusto César Segundo, Emperador de Roma, Señor de España»,
venerado por los españoles: «Quedaron en España grandes señales de auer sido las cosas de
Octauiano Augusto Cesar mas celebradas y amadas en los coraçones de la nación Española,
que las de ningun otro Emperador sucesor suyo, ni las de ningun otro Principe Romano su
predecessor», como demuestra la instauración de la Era de César o Era Hispánica como cro-
nología en honor a la fundación del segundo triunvirato, según la explicación de Garibay (lib.
VI, cap. XXVI) y otros historiadores31.
Garibay fue una de las fuentes de La Coronica General de España que continuaba Am-
brosio de Morales (1575), ya citada. Morales empezó su obra en el punto en que la había dejado
Ocampo y llegó hasta principios del siglo XI, con la unión de Castilla y León con Fernando I
tras la muerte de Vermudo III. En la Dedicatoria a Felipe II, siguiendo a Nebrija, declaraba su
propósito de escribir un capítulo de la historia de España que consideraba inexistente hasta
ese momento, el de la España antigua, pues en su opinión las historias anteriores se centraban
en las épocas visigoda y medieval. «Porque todos los hombres generalmente son aficionados
a saber las cosas de su tierra: y con mucha mas razón lo debemos ser los Españoles, pues en
todos los siglos hemos tenido tan señaladas, y tan dignas de que todos las sepan, para tomar
ejemplo en ellas de religión, de grandeza de ánimo, de esfuerzo y lealtad». Precisamente Mo-
rales pretendía proporcionar a Felipe II una serie de estos ejemplos «de grandeza de ánimo,
de esfuerzo y lealtad» para su gobierno; en este sentido, la obra complementaba el Relox de
príncipes de Antonio de Guevara (1528), que presentaba a Marco Aurelio como espejo de
virtudes para el príncipe Felipe32. Para Morales, como para Nebrija anteriormente, la España
de Felipe equivalía a la Hispania romana, lo que concuerda con los mapas realizados por el
cartógrafo real Abraham Ortelius y con otros proyectos de averiguación de las antigüedades
de España como las Relaciones Topográficas de los Pueblos de España. Por ello recurrió a tex-
tos y documentos materiales: inscripciones, monedas, monumentos y ruinas e identificación
de lugares; por ejemplo, dedica el cap. LV del lib. VIII a la recopilación de epígrafes hispanos
de época de Augusto. El relato correspondiente al Princeps (lib. VIII, cap. LI a LIX) es similar
al de Garibay, recogiendo las guerras cántabras, la fundación de ciudades, el establecimiento

30. El Compendio historial fue publicado primero por Plantino en Amberes en 1571 o 1570-2, y después
en Barcelona, por Sebastián de Cormellas, en 1628 (tras censura de Juan Páez de Castro, también cronista
de S.M., fechada en 1627), que es la edición que hemos utilizado.
31. E. de Garibay, Los Quarenta libros del Compendio historial…, I, lib. VI, Barcelona, 1628, 171-173. Sin
embargo, considera que el mejor de los emperadores había sido Trajano «por lo qual no es pequeña la gloria,
que a España cabe» (cap. XIII, 197).
32. En cambio, para Honorato Juan, preceptor del príncipe Felipe y después de Don Carlos, el modelo era
Carlomagno, con quien compara al emperador Carlos (según anotaciones en su ejemplar de la Vita Karoli
de Eginardo).

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Monográfico Augusto en las primeras historias de España y en los programas iconográficos del Renacimiento

de la Era de César y otros hechos señalados de Augusto en Hispania, pero rechazando por
falsa la tesis del edicto de empadronamiento dado en Tarragona (cap. LVIII).
La última gran historia de España del siglo XVI es la de Juan de Mariana, también
dedicada a Felipe II33. La Historia general de España escrita primero en latín (Historiae de
rebus Hispaniae libri XXV, 1592) y traducida por él mismo, es probablemente la obra más
influyente de la historiografía española hasta la Historia de España de Modesto Lafuente, a
juzgar por sus diversas ediciones hasta el siglo XIX34. Abarca desde el origen de la población
de España hasta la muerte de Fernando el Católico; según su declaración, no sigue adelante
por prudencia. Una de sus fuentes es Ambrosio de Morales, «persona en lo demás docta y
diligente en rastrear las antigüedades de España» (lib. III, cap. XIV, 75), pero recurre, sobre
todo, a Esteban de Garibay, a quien copia literalmente en algunos pasajes. Así, en el prólogo
(pp. LI s.), plantea su Historia al modo de Morales: como una joya «para el reinado dichoso y
para la corona de vuestra majestad» y como ejemplo y aviso para el porvenir.
En el Libro III incluye capítulos dedicados a la guerra contra los hijos de Pompeyo en
España (XX, 80-81), «Cómo después de la muerte de César se levantaron nuevas alteracio-
nes en España» (XXII, 82), «De la guerra de Cantabria» (XXIV, 84-87). Menciona la pre-
sencia de Octaviano en Munda junto a César (cap. XXII, 82): «dio las primeras muestras de
valor» pese a tener apenas 18 años. Cap. XXIII, 83: Con el segundo triunvirato, «Octaviano
quedó por señor de toda España, y por ello los españoles comenzaron aquí […] el cuento
de sus años, que acostumbran y acostumbramos llamar era del Señor o era de César, así en
las historias, escrituras públicas y en los actos antiguos de los concilios eclesiásticos como
en particular en las pláticas y conversaciones ordinarias» (plagiando a Garibay, quien a su
vez sigue a Dion Casio).
Cuando en el cap. I del Libro Cuarto narra el nacimiento de Cristo, presenta la situa-
ción en la España de la época: los españoles «gozaban del sosiego y de los bienes de una
bienaventurada paz, cansados de guerras tan largas […]», paz que era necesaria para acoger a
Cristo. «Por esta causa pocas cosas memorables sucedieron en España en tiempo de los em-
peradores Augusto y Tiberio». Compara el «reinado dichoso» de Felipe II con el de Augusto,
«el primero de todos [los emperadores romanos] y el más dichoso [que] mereció nombre de
padre de la patria por las excelentes cosas que hizo en guerra y paz» (p. 87). En efecto, en épo-
ca de Carlos V y Felipe II se consolida la identificación de estos monarcas con Augusto35, más
visible en los programas iconográficos que en la historiografía; predomina el papel funda-
mental de Augusto como pacificador del mundo permitiendo así el nacimiento de Cristo y la
expansión del cristianismo por los territorios del Imperio Romano, según la idea de antigua
tradición cristiana de que la Era o Imperio de Cristo sólo fue posible gracias a la Pax Augusta.
Por otro lado, el De rege et institutione regis (Toledo 1599) de Mariana es un discurso
sobre las virtudes del gobernante y la educación del príncipe según el modelo de los viri illus-

33. G. Cirot, Mariana historien, Paris, 1904.


34. Especialmente la edición de F. Pi y Margall, Obras del Padre Mariana, BAE I, Madrid, 1854.
35. J.L. Gonzalo Sánchez-Molero, El erasmismo y la educación de Felipe II (1527-1557), Tesis Doctoral,
UCM, Madrid, 1997, 688-689.

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tres; es clara la influencia de tratados anteriores como el De preconiis Hispanie o De praeconiis


Hispaniae (1282) de Fray Juan Gil de Zamora, scriptor de la corte de Alfonso X y preceptor
del infante don Sancho, futuro Sancho IV el Bravo (ed. José Luis Martín y Jenaro Costas,
Salamanca 1997); el Mar de las estorias (o Mar de historias), de Fernán Pérez de Guzmán,
Señor de Batres, sobrino del Canciller Pero López de Ayala y tío de Íñigo López de Mendoza,
marqués de Santillana (manuscrito de 1401-1500 publicado por primera vez en Valladolid
en 1512), o el ya citado Relox de príncipes de Antonio de Guevara (1528). Interesa destacar el
Mar de estorias de Pérez de Guzmán36, versión en prosa del Mare historiarum del dominico
Giovanni Colonna, de mediados del siglo XIV (una historia universal desde los orígenes
hasta 1250, fecha de la muerte de Colonna); Pérez de Guzmán dividió su libro en tres partes:
retratos de emperadores y príncipes, retratos de sabios y santos, y retratos de reyes, nobles y
prelados, siendo ésta la única parte propia, en la que presenta un retrato facetus o jocoso de
Augusto, siguiendo a Marcial según el códice descubierto por Boccaccio en Monte Cassino
en 1360 y muy difundido por toda Europa desde fines del s. XV37.
Un caso especial y curioso en la historiografía española es el que presenta a Augusto
como mecenas de la cultura38. En 1558, el cronista real Juan Páez de Castro dirigió a Felipe II
un Memorial al rey Don Felipe II, sobre las librerías39 en el que presentaba la fundación de bi-
bliotecas como un medio eficaz para «ennoblecer una nación» (p. 26) y un programa para la
gran biblioteca que el rey quería crear. Proponía localizarla en Valladolid, aunque finalmente
el rey decidió instalarla en el recién fundado monasterio de El Escorial40.
Para intentar convencer a Felipe de la necesidad y la gloria que supone ser un construc-
tor de bibliotecas, y tras ensalzar la famosa Biblioteca de Alejandría, Páez de Castro (siguien-
do a Plinio el Viejo) proporciona ejemplos de grandes personajes de la Antigüedad que fue-
ron fundadores o protectores de bibliotecas (p. 17). En primer lugar, Asinio Polión, creador
de la primera biblioteca pública de Roma bajo el cuidado de Varrón [realizando el proyecto
de César interrumpido por su asesinato]: cf. Isid., Etym., 6.5.2; Suet., Caes., XLIV. Pero sobre
todo Augusto, amante de la poesía y escritor él mismo (Suet., Aug., LXXXV, LXXXIX), quien
según Páez (y en esto yerra) fue quien hizo realidad el proyecto frustrado de César erigiendo
varias «librerías» en Roma en 33 a.C. bajo el cuidado de Pompeyo Macer (cf. Suet., Caes.,
LVI): una muy suntuosa [debe referirse a la Biblioteca latina y griega del Templo de Apolo o

36. F. Pérez de Guzmán, Generaciones y semblanzas, ed. de J.A. Barrio Sánchez, Madrid, 1998.
37. Á. Gómez Moreno, España y la Italia de los humanistas. Primeros ecos, Madrid, 1994, 183.
38. Y poeta, como señala el Marqués de Santillana en su Prohemio e carta al Condestable don Pedro de
Portugal: cf. Gómez Moreno, España…, op. cit., 154.
39. J. Páez de Castro, Memorial al rey Don Felipe II, sobre las librerías, incluido en Un librito misceláneo
y facticio de Páez de Castro (y Juan Bautista Cardona), publicado en 1889, pp. 8-50: http://www.proyectos.
cchs.csic.es/humanismoyhumanistas/sites/proyectos.cchs.csic.es.humanismoyhumanistas/files/EL%20
LIBRITO%20DE%20PAEZ%20DE%201889.pdf [consultada el 23 de febrero de 2016].
40. G. de Andrés, Real Biblioteca de El Escorial, Madrid, 1970; J.L. Gonzalo Sánchez-Molero, La Librería
Rica de Felipe II. Estudio histórico y catalogación, Madrid, 1998.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 27-47 39


Monográfico Augusto en las primeras historias de España y en los programas iconográficos del Renacimiento

Biblioteca Palatina, mencionada por varios autores41]; otra en la casa de su hermana Octavia
[en realidad en el Pórtico de Octavia] (Plut., Marcellus, 30.6; Dion Casio, 49.43.8), y otra en
el Capitolio llamada «de los Mayores».
En la tercera parte de este Memorial, Páez de Castro detallaba el programa icono-
gráfico de las salas de la Biblioteca, compuesto por retratos de hombres ilustres paganos
y cristianos (según la costumbre romana mencionada por Plinio el Viejo) en función de
los temas de los libros alojados en ellas (pp. 35-41). En la primera sala estarían los libros
antiguos de Filosofía y Teología; en la segunda los de Geografía, cartas de marear, globos
terráqueos, vistas de ciudades, instrumentos de medición, etc., y también las «antiguallas
[…] que suelen tenerse en mucho»42, «vasos y urnas antiguos de los Griegos y Romanos,
que también se pueden contar por antiguallas», retratos de los antecesores del rey, de sabios
como Arquímedes, Ptolomeo y Aristóteles, y conquistadores; la tercera sala sería el Archi-
vo, adornado con «retratos antiguos» de César, Augusto «con los tres libros que dexaba
escritos al tiempo de su muerte» (según Suet., Aug., LXXXV), Vespasiano y Carlos V. «Las
antiguallas se llevarán de Italia, y Sicilia; y en España se suelen hallar sin peligro que sean
contrahechas» (p. 45). Y, efectivamente, a las antigüedades italianas traídas por Alonso
Chacón (estatuas antiguas de Hesíodo, Eurípides, Aristóteles, Ovidio, Séneca, Plutarco…)
se añadieron en la Biblioteca de El Escorial las que Antonio Agustín, Diego Hurtado de
Mendoza o el propio Páez de Castro dejaron a Felipe II en legado testamentario junto a
libros y manuscritos griegos y latinos de sus librerías43.
Este tema de las antigüedades y los retratos de hombres ilustres enlaza con la presencia
de Augusto en el coleccionismo y los programas iconográficos de los palacios renacentistas.
Como era de esperar, Augusto forma parte de las características series de retratos de empe-
radores presentes en los palacios de reyes y nobles desde mediados del siglo XIV en Italia,
difundidas por toda Europa durante el XVI y XVII44. Estas series comprendían la lista canó-
nica de los doce emperadores establecida por Suetonio, que incluía como primer emperador
a Julio César, a la que se añadían viri illustres como Escipión, Aníbal, Alejandro Magno y
otros emperadores y que solían culminar con el retrato del monarca reinante, Carlos V, Felipe
II o ambos, señalando así de forma clara la continuidad dinástica entre el Imperio Romano
y el Imperio actual, continuidad cuya realidad histórica se argumentaba y defendía en los

41. Suet., Aug., XVIII y XXIX, 3; Plin. NH, XXXVI, 13, 24-25 y 32, XXXIV, 8, 14; Dion Cas., 53.1.3; Res
Gestae Divi Augusti 19 y 24; Ovidio, Trist. III, 1.63; Horacio, Epist. I, 3.17. Cf. C.P. Boyd, Public Libraries and
Literary Culture in Ancient Rome, Chicago, 1915, 55 ss.; I. Iacopi – G. Tedone, “Bibliotheca e Porticus ad
Apollinis”, Röm.Mitt., 112, 2005/2006, 351-378.
42. Augusto también había sido coleccionista de antigüedades: Suet., Aug., LXXII.
43. F. Checa, Felipe II mecenas de las artes, Madrid, 1992, 380-387; G. de Andrés, “Historia de un fondo
griego de la Biblioteca Nacional de Madrid. Colecciones: Cardenal Mendoza y García de Loaysa”, RABM,
LXXVII, 1, 1974, 5-65. Checa destaca la conjunción de saber y poder político como base de la hegemonía
hispánica en época de Felipe II.
44. S. Schröder, “Las series de los Doce Emperadores”, en El coleccionismo de escultura clásica en España,
Madrid, 2001, 43.

40 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 27-47


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relatos históricos coetáneos. Encontramos estas series de retratos imperiales que incluyen
los de Carlos V y Felipe II en las colecciones del propio Felipe45, Martín de Gurrea y Aragón,
Duque de Villahermosa, en Zaragoza, Diego Hurtado de Mendoza o Luis de Ávila y Zúñiga,
marqués de Mirabel, en Plasencia, todas ellas de mediados del siglo XVI. Así, Luis de Ávila
poseía un retrato identificado como de Augusto, hoy perdido, junto a los de otros empera-
dores y el de Carlos V46. Martín de Gurrea, por su parte, tenía en gran estima un Augusto
de mármol, procedente de Zaragoza y también perdido: siendo Gurrea natural de Aragón y
vecino de la ciudad era «justo» que hiciese lo imposible «con todo ingenio» para adquirir «la
efigie de nuestro fundador», persuadiendo al legítimo propietario (cuyo nombre no dice)47.
Uno de los ejemplos más significativos de la presencia de Augusto en los programas
iconográficos se relaciona con el príncipe Felipe. Llamado por su padre a Alemania tras la
victoria en la batalla de Mühlberg sobre los príncipes protestantes alemanes, el futuro Felipe
II emprendió un largo viaje de dos años y medio (1548-1551) – el «felicísimo viaje» - para
visitar los territorios del Imperio que estaba destinado a gobernar y afirmar el dominio impe-
rial sobre ellos (norte de Italia, Alemania y Flandes): una demostración del poder de España
en una Europa sumida en conflictos políticos y religiosos que fue narrada por Juan Cristóbal
Calvete de Estrella y publicada en Amberes en 155248. En cada ciudad, salvo naturalmente
en las alemanas, y muy especialmente en Flandes, que desde 1531 estaba bajo la regencia de
la culta María de Hungría, se le recibió con fiestas, espectáculos y desfiles triunfales, calles
adornadas con tapices, conjuntos escultóricos y arquitecturas efímeras que exhibían temas
mitológicos y alegóricos y escenas entresacadas de la Historia Antigua y la Historia Sagrada,
con claros mensajes políticos alusivos al poder imperial, a la paz y a la unificación política
y religiosa de los reinos bajo los Habsburgo, y presentando a Carlos y Felipe como suceso-
res, por sus virtudes y triunfos, de Escipión Africano, Pompeyo Magno, Vespasiano y Tito,
Constantino, Alejandro Magno, Julio César y Augusto49. En palabras de Fray Prudencio de

45. Felipe II recibió varias series de retratos como regalo diplomático, herencia y donaciones, hoy
dispersas en museos y Sitios Reales. Stephan Schröder sugiere que el retrato de Augusto procedente de la
Colección Real actualmente en el Museo del Prado (E 119) formaba parte de una de las dos series de bustos
de los Doce Emperadores regalada a Felipe II por el cardenal Ricci da Montepulciano en 1562 o quizá de la
donada por Pío V en 1568: Schröder, “Las series…”, op. cit., 49.
46. C. Marcks, “Die Antikensammlung des D. Luis de Ávila y Zúñiga, Marqués de Mirabel, in Plasencia”,
MM, 42, 2001, 160.
47. M. de Gurrea y Aragón, Duque de Villahermosa, Discursos de medallas y antigüedades…, ed. de J.R.
Mélida, Madrid, 1902, 121.
48. J.C. Calvete de Estrella, El Felicíssimo viaje del muy alto y muy poderoso Príncipe don Phelippe…
[Anvers, 1552], P. Cuenca (ed.), Madrid, 2001 (el amplio “Catálogo de los autores” antiguos y modernos
que utilizó en pp. 15-16). Sobre el humanista Calvete de Estrella, discípulo de Hernán Núñez de Guzmán,
el «Comendador Griego», y preceptor y bibliotecario del príncipe Felipe, cf. J.L. Gonzalo Sánchez-Molero,
“Juan Cristóbal Calvete de Estrella (c. 1510-1593)”, en Calvete de Estrella, El Felicíssimo viaje…, op. cit.,
XVII-L.
49. F.J. Pizarro Gómez, Arte y espectáculo en los viajes de Felipe II (1542-1592), Madrid, 1999, 121 ss.
(especialmente 128). Gonzalo Sánchez-Molero, “Juan Cristóbal Calvete de Estrella…”, op. cit., 686-687.

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Monográfico Augusto en las primeras historias de España y en los programas iconográficos del Renacimiento

Sandoval, «no sé que príncipe del mundo ni qué emperadores romanos jamás gozaron de
tantas fiestas ni triunfos como los que se hicieron al príncipe en esta jornada…»50. Según C.J.
Hernando Sánchez, este tipo de viajes político-diplomáticos unían la tradición caballeresca
y el retorno a la Antigüedad clásica mediante una puesta en escena teatral (arquitecturas
efímeras, procesiones, espectáculos) como forma de manifestación y difusión pública de los
intereses políticos y afirmaciones de antigüedad y grandeza; así, el viaje del príncipe Felipe
fue «la más acabada imagen ideal del Imperio y de la monarquía española» en su momento
de máximo esplendor51, recurriendo a la iconografía clásica para presentarse junto a su padre
como legítimos representantes y sucesores del Imperio Romano52. Es con Carlos V cuando
Augusto se convierte en modelo de gobernantes, precisamente por su éxito en la imposición
de un poder único en Roma y en la pacificación tras las guerras civiles, que se equiparan a los
problemas dinásticos y la división de los territorios heredados por Carlos53.
El 11 de septiembre de 1549 Felipe llegaba a Amberes. Del mismo modo que se había
hecho en 1520 con motivo de la visita de su padre, se organizaron festejos según un programa
iconográfico ideado por el pintor de Su Majestad Imperial Pieter Coecke van Aelst, traductor
de Vitruvio y del tratado de arquitectura de Sebastiano Serlio en 1539; la descripción de las
fiestas y sus escenarios fue inmediatamente publicada en latín, holandés y francés, ilustrada
con xilografías, por el humanista Cornelius Grapheus (Cornelis de Schrijvers)54. El programa
remitía a la Antigüedad clásica mediante referencias históricas, mitológicas y alegóricas para
ensalzar las virtudes físicas, políticas y morales del buen gobernante. Entre los diversos arcos
triunfales erigidos por las comunidades extranjeras residentes en Amberes, destaca el Arco
de los Españoles, levantado en la calle Hospitalaria al final de una avenida precedida por las
Columnas de Hércules (vinculado a la monarquía hispana sobre todo a partir de Carlos V55)
y flanqueada por estatuas de las Virtudes enfrentadas a los reyes españoles que mejor las ha-

50. En su Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V Máximo, Fortísimo, Rey Océano, BAE III,
Madrid, 1955, 338-339 (cit. por Gonzalo Sánchez-Molero, “Juan Cristóbal Calvete de Estrella…”, op. cit,
XVII).
51. C.J. Hernando Sánchez, “Prólogo”, en Calvete de Estrella, El Felicíssimo viaje…, op. cit., XIII-XVI.
52. Checa, “Imágenes para un cambio de reinado: Tiziano, Leoni y el viaje de Calvete de Estrella”, en
Calvete de Estrella, El Felicíssimo viaje…, op. cit., CLXXIII.
53. Un buen ejemplo de esta identificación es el programa iconográfico de la fachada de la Universidad
de Salamanca, en el que se representa el ideal político del Imperio unido por la religión, a imagen del poder
de Alejandro y de Augusto cimentado en las virtudes de la Prudencia, la Justicia, la Clemencia y la Paz (Pax
Christiana). Augusto es considerado por Erasmo «el más magnífico príncipe sobre el más grande pueblo»,
y así aparece como héroe protagonista de la fachada, retratado en un medallón capite velato (imagen del
pacificador y artífice de la reconciliación tras las guerras civiles según P. Zanker, Augusto y el poder de las
imágenes, Madrid, 1992, 157): cf. Gabaudan, El mito imperial…, op. cit., especialmente 60, 64, 70, 139 s.
54. C. Grapheus, Spectaculorum in susceptione Philippi Hisp. Prin. Divi Caroli V. Caes. F. An. M.D.XLIX,
Antverpiae Aeditorum, Mirificus Apparatus, Antwerp, 1550; Le Triomphe d’Anvers, faict en la susception du
Prince Philips, Prince d’ Espagn, Antwerp, 1550.
55. Hércules, César, Augusto, Alejandro y Escipión son los protagonistas de los programas iconográficos
carolinos: Gabaudan, El mito imperial…, op. cit., 60.

42 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 27-47


Gloria Mora Monográfico

bían representado (fig. 1). El arco triunfal, seguramente inspirado en los dibujos de arquitec-
tura antigua y contemporánea de Sebastiano Serlio, mostraba en su parte superior un edificio
circular que seguía el modelo de los llamados templo de Vesta en Roma y de la Sibila en Tívoli
o, más cercanamente, del Tempietto que Bramante diseñó en 1502 por encargo de los Reyes
Católicos en San Pietro in Montorio56. Siguiendo el detallado relato de Juan Cristóbal Calvete
de Estrella en El Felicísimo viaje del muy alto y poderoso príncipe don Phelippe (1550)57, este
templete representaba el templo de Jano, al que se acerca para cerrarlo, «aviendo constituydo
la paz por todo el mundo», el emperador Carlos dando la mano a su hijo Felipe, ambos con
armas «a la antigua»; al otro lado del edificio «César Augusto» les muestra el templo que él
mismo había cerrado tres veces en su tiempo (Suet., Aug., XXII), a lo que alude la inscripción
del arco:

VT QUONDAM AVGVSTVS, NVNC CLAVSIT LIMINA IANI


CAROLVS IN MVLTOS NON RESERANDA DIES.
SIC EST SPERAMVS DOMITO PRIVS ORBE PHILIPPE,
VSQUE SVB IMPERIO CLAVSA FVTVRA TVO58

Calvete de Estrella incluía uno de sus epigramas sobre el mismo asunto (II, 128-129):

Pax orbi Princeps, rerum tutela Philippe,


Per te certa venit, Pax colit Herperiam.
Pax habitat terras, Augusti Saecla videntur,
Clauduntur Iani lumina belligeri.
Iamque aetas iterum diffunditur aurea mundo,
Aurea das Princeps Saecula Magne tuis59.

56. S. Serlio, I sette libri dell’architettura di Sebastiano Serlio Bolognese, lib. IV, Venezia, 1537, LVIII. El
Tempietto de San Pietro in Montorio en lib. III, 1540, XLII ss.
57. Calvete de Estrella, El Felicíssimo viaje..., op. cit., 85-390. Grapheus, Spectaculorum…, op. cit., ff. Er a
E4r, xilografía en ff. E2v-E3r.
58. En traducción de Calvete de Estrella, El Felicíssimo viaje..., op. cit., 387: «Como en los tiempos pasados
Augusto, assi agora el Emperador Don Carlos ha cerrado la puerta del templo de Jano, de manera que no se
abrirá en muchos días, no menos esperamos de vos, serenísimo Príncipe Don Felipe, que habiendo primero
sojuzgado el mundo, estará cerrada debajo de vuestro imperio». Gonzalo Sánchez-Molero, El erasmismo…,
op. cit., 686-689.
59. En traducción de Calvete de Estrella: «Cierta viene la paz al mundo por vos, Príncipe Don Felipe, que
sois amparo y defensa de todos. La paz tiene hecha su asiento en España. La paz habita las tierras. Parece,
sin duda, los siglos de Augusto. Ciérrense los umbrales del guerrero Jano, y ya la edad dorada se derrama
otra vez por el mundo, porque con vuestro gobierno goza de aquellos dorados y pacíficos siglos»: Calvete de
Estrella, El Felicíssimo viaje…, op. cit., 388; Gonzalo Sánchez-Molero, “Juan Cristóbal Calvete de Estrella…”,
en Calvete de Estrella, El Felicíssimo viaje…, op. cit., 689.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 27-47 43


Monográfico Augusto en las primeras historias de España y en los programas iconográficos del Renacimiento

Fig 1. “La figure de l’Arch triumphal des Espaignols, ensemble son Ichnogra-
phie”, en Cornelius Grapheus, La Très admirable, très magnifique & triumphante entrée
de très haut et très puissant Prince Philipes, prince d’ Espaigne, filz de Lempereur Charles
Ve […] en la très renommée, florissante ville d’Anvers, anno 1549 […] (o Le triomphe
d’Anvers, faict en la susception du Prince Philips, Prince d’ Espagne), Antwerp, P. Coeck
d’Allost et G. Van Dienst, 1550, ff. E2v –E3r.
Fuente: Institut national d’ histoire de l’art (INHA, París) http://bibliotheque-
numerique.inha.fr/viewer/12533/?offset=#page=45&viewer=picture.

Diez años después reaparecía la misma idea con motivo del fin de las guerras con Fran-
cia, esta vez en forma de medalla conmemorativa de la Paz de Cateau-Cambrésis en 1559
(fig. 2), en cuyo reverso figura de nuevo el templo de Jano con la alegoría de la paz inspirada
en una mezcla de reversos de monedas de Augusto y Vespasiano (fig. 3 a y b)60. Se representa

60. F.A. Muñoz y E. Díez Jorge, “Pax Orbis Terrarum. La pax en la moneda romana”, Flor. Il., 10, 1999, 220.
La utilidad de los reversos de las monedas fue constatada por varios humanistas, sobre todo por Andrea
Alciato (Emblemata, Augsburg, 1531, trad. cast. Emblemas, Lyon 1548-1549), Antonio Agustín (Dialogos
de medallas, inscriciones y otras antiguedades, Tarragona, 1587) y Cesare Ripa (Iconologia, Roma, 1593).
En palabras de Agustín, Diálogos…, op. cit., Diálogo II, 87, los reversos proporcionaban modelos para las
composiciones de la Fama, la Discordia, la Paz, la Guerra, la Victoria, etc. y para «las invenciones que muchas
veces son menester para ornamento de una fiesta pública en la entrada o coronación de un Príncipe...»”.

44 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 27-47


Gloria Mora Monográfico

la Pax Augusti con la cornucopia en la mano izquierda y la antorcha quemando las armas
de los vencidos en la derecha, y una leyenda (PACE TERRA MARIQVE COMPOSITA) que
rememora las palabras de Suetonio relativas al episodio del cierre de las puertas del templo
tras el fin de las guerras cántabras en 19 a.C.: Ianum Quirinum semel atque iterum a condita
urbe ante memoriam suam clausum in multo breviore temporis spatio terra marique pace parta
ter clusit (Suet., Aug., XXII, 1).

Fig. 2. Medalla alegórica de la Paz de Cateau-Cambrésis, firmada entre Felipe


II y Enrique II de Francia el 3 de abril de 1559, obra del escultor y orfebre florentino
Giovanni Paolo Poggini. De F. Checa, Felipe II mecenas de las artes, Madrid, 1992, 108.

Fig. 3a. Denario de Octaviano Fig. 3b. Sestercio de Vespasiano (reverso),


(reverso), 32-29 a.C. (RIC I, Augustus 71 d.C. (RIC II, Part 1, Vespasian 95). Colección:
252). Colección: American Numismatic American Numismatic Society 1995.11.52. Fuen-
Society 1947.2.411. Fuente: http://numis- te: http://numismatics.org/ocre/id/ric.2_1(2).
matics.org/ocre/id/ric.1(2).aug.252 ves.95numismatics.org/ocre/id/ric.1(2).aug.252

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 27-47 45


Monográfico Augusto en las primeras historias de España y en los programas iconográficos del Renacimiento

Conclusión
El papel de Augusto en las historias de España comentadas no resulta ser tan relevante como
el de otros personajes de la historia de Roma como Escipión, César o Trajano, o incluso otros
que no tuvieron nada que ver con Hispania (los «reyes gentiles» Alejandro, Darío y Artajer-
jes, por ejemplo) pero sí con el cristianismo, como Constantino. De hecho César tiene una
gran presencia en la historiografía española por su victoria en Hispania frente a los hijos de
Pompeyo y como fundador de ciudades, asuntos a los que los historiadores y cronistas de-
dican bastante espacio. Las historias y crónicas de España mencionan a Augusto en relación
a dos episodios tomados de Suetonio: como acompañante de César en la campaña contra
los hijos de Pompeyo, concretamente en la batalla de Munda del 45 a.C. (VIII, 1) - algunas
historias incluyen el prodigio de la palmera de la que brotan retoños en los que extrañamente
anidarán palomas (XCIV) -, y en la guerra contra los cántabros (27-19 a.C.), que pone fin a la
conquista (XX; XXI, 1). Podríamos decir que Augusto es un personaje secundario, que sería
irrelevante salvo por tres circunstancias o particularidades que poco tienen que ver con su
papel como creador de un nuevo régimen y fundador del Imperio.
En efecto, esta relevancia deriva de dos factores estrechamente relacionados. En primer
lugar, por su relación con el nacimiento de Cristo al ordenar el censo, y como restaurador de
la paz (Pax Romana o Pax Augusta) tras poner fin a las últimas guerras de conquista (Canta-
bria, Aquitania, Panonia, Dalmacia e Iliria, según Suet., Aug., XXI, 1, aunque los historiado-
res españoles sólo citan la campaña contra los cántabros, astures y vacceos o sólo los cánta-
bros), por lo que mandó cerrar las puertas del templo de Jano en Roma (Suet., Aug., XXII, 1).
En segundo lugar, esta pax Romana lograda por Augusto se identifica como pax Chris-
tiana, puesto que el fin de las guerras permitió (según estos historiadores, excepto Morales)
la promulgación de un edicto en Tarragona – hecho en el que insiste mucho Margarit, por
ejemplo - ordenando el censo de todos los habitantes del Imperio, por lo que pudo cumplirse
la profecía del nacimiento de Cristo en Belén y la salvación del mundo.
Así, Augusto aparece como el pacificador, el creador de la primera unidad política de
España: representa el fin de la conquista de Hispania, el dominio de Roma paralelo a la pér-
dida de la independencia de los pueblos hispanos tras someter a los últimos rebeldes, los
cántabros. Por tanto aparece indisolublemente unido a la idea de la unidad de España, que
empieza con este dominio de Roma. Idea que se retoma en diversos momentos de la histo-
ria que presentan conflictos internos, como los reinados de Alfonso X, Felipe II y Felipe IV
y, singularmente, tras la victoria de Franco sobre los «explotadores de la República» que se
celebró con retraso en 1940 con ocasión del Bimilenario de Augusto61. Sin que resulte contra-
dictorio, todos los cronistas insisten en reconocer los beneficios de la romanización (unidad,
prosperidad, civilización) que compensan la pérdida de la libertad, al tiempo que ensalzan las

61. Fernando Valls Taberner en los Quaderni Augustei. Studi stranieri XVIII, 1939, cit. por J. García
Sánchez, “Roma y las academias internacionales”, en R. Olmos, T. Tortosa y J.P. Bellón (eds.), Repensar
la Escuela del CSIC en Roma. Cien años de memoria, Madrid, 2010, 92. Sobre esta celebración remito al
excelente texto de Antonio Duplá en este mismo volumen.

46 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 27-47


Gloria Mora Monográfico

virtudes esenciales de los hispanos: heroísmo, amor a la independencia, austeridad y buenas


costumbres, junto a defectos como la desunión.
Por todo ello, en los tratados de educación de príncipes (como el Relox de príncipes o
la Epístolas familiares de Antonio de Guevara), Augusto es modelo para la paz, paradigma
del buen gobernante tanto en los Mirabilia como en la historiografía; figura respetada por
los historiadores cristianos primitivos por haber procurado el siglo de oro anunciado por
Virgilio en su cuarta Égloga y por diversos sueños y presagios que precedieron, acompañaron
y sucedieron al nacimiento de Augusto como anuncios de su futura grandeza recogidos por
Suetonio (Aug., XCIV a XCVII)62.
Estos temas ligados a Augusto, introducidos y desarrollados por la historiografía bajo-
medieval y renacentista, explican la representación de Augusto en los programas iconográfi-
cos de Carlos V y Felipe II, y perdurarán como topoi en las Historias de España posteriores.

62. Gómez Moreno, España…, op. cit., 244-245.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 27-47 47


Augustus and Peripheral historiography: A study
concerning the figure of Augustus in Catalan
historiography
Augusto e historiografías periféricas:
estudio de la figura de Augusto en la
historiografía catalana*

Jordi Cortadella Morral


Universitat Autònoma de Barcelona UAB
[email protected]

Albert Masat Barcina


Universitat Autònoma de Barcelona UAB
[email protected]

Fecha recepción 09.01.2017 / Fecha aceptación 09.03.2017

Resumen Abstract
Este trabajo es un estudio sobre la figura de Au- This paper studies the figure of Augustus in Cata-
gusto en la historiografía catalana, desde los cro- lan historiography, from the monastic chronicles
nicones monásticos del siglo XII hasta las reivindi- of the 12th century to the 20th century national-
caciones nacionalistas del siglo XX. En el recorrido istic claims. The survey of this long period allows
por este largo período veremos cómo Augusto pasa us to see how Augustus goes from being part of a
de ser parte de un mero sistema de datación, rela- system of dating, relating to the birth of Christ,
cionado con el nacimiento de Cristo, a convertirse to becoming a symbol of identity, due to the (for-
en una seña de identidad debido a la circunstancia tuitous) circumstance of having stayed briefly in
(fortuita) de residir por un tiempo en Tarraco, y Tarraco, ruling his empire from Catalonia. Dur-
por tanto, gobernar su Imperio desde tierras cat- ing this process, Augustus experienced both mo-
alanas. En el camino, Augusto atraviesa por mo- ments of absolute historiographical silence and of
mentos tanto de completo silencio historiográfico complete disdain. However, he finally reached a

* MINECO HAR2012-31736

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 49-62. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3963
Monográfico Augusto e historiografías periféricas: estudio de la figura de Augusto en la historiografía catalana

como de absoluto desprecio hasta alcanzar aquella timeless and uncritical consideration typical of
consideración atemporal y acrítica tan propia de lo the classics. The key element is to establish wheth-
clásico. La cuestión a dilucidar es si este tratamien- er this treatment of his character is performed in
to del personaje se realiza en paralelo a la historio- parallel to the official Spanish historiography or
grafía oficial española o en contraposición a ella. opposed to it.

Palabras clave Key words


Augusto, historiografía catalana Augustus, Catalan historiography.

50 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 49-62


Jordi Cortadella Morral y Albert Masat Barcina Monográfico

No querríamos iniciar este artículo sin un breve comentario sobre el concepto de


«historiografías periféricas» que, evidentemente, existe solo en la medida que se concibe una
«historiografía central». En la Edad Media y en buena parte de la Época Moderna, la histo-
riografía catalana o de la corona catalano-aragonesa fue tan central como la historiografía
castellana y, a su vez, ambas tubieron sus «periferias», pues generaron una historiografía sub-
sidiaria, que dependía o se oponía a la oficial, es decir, la generada por los círculos cortesanos.
En este sentido, la historiografía catalana es ciertamente dependiente o, en algunos casos,
contrapuesta a la historiografía española sólo en determinadas épocas y circunstancias, estre-
chamente vinculadas con las vicisitudes políticas y las relaciones de poder. Augusto, en estas
«historiografías periféricas», no deja de ser un elemento reivindicativo más de las glorias de
antaño frente a las incertidumbres del presente.

1. Augusto en Tarraco
En los años 26-25 aC Augusto, el flamante princeps, residió en Tarraco recuperándose de una
enfermedad que le obligó a abandonar el frente cántabro (Dio., 53.25.7). En Tarraco, Augusto
guardó convalecencia y recibió las atenciones del famoso médico Antonio Musa, el cual le
aplicó un tratamiento de baños fríos que, según Suetonio (Aug. 81, 1), resultó muy efecti-
vo. Desde Tarraco, Augusto dirigió el Imperio, convirtiendo la ciudad, por un tiempo, en el
máximo centro de poder político después de Roma. Allí el Imperator ejerció sus consulados
octavo y noveno (Suet., Aug. 26.6) y dio audiencia a varias delegaciones: una de la ciudad de
Mitilene (AP, 7.376 Crin; IG, XII.2.44), otra del rey de los partos y una tercera procedente
de la India (Oros., 6.21.19-21), que posiblemente no fueron las únicas. Durante su estancia
en Tarraco, la ciudad le dedicó un altar (Quint., Inst. 6.3.77), que aparece representado en las
monedas tarraconenses de época de Tiberio y que constituye la primera prueba clara de la
presencia del culto imperial en Tarraco. Tácito nos informa (Ann. 1.78.1) que en el año 15 dC
una asamblea de hispanos solicitó al nuevo emperador Tiberio la autorización para erigir un
templo en honor del divinizado Augusto en Tarraco.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 49-62 51


Monográfico Augusto e historiografías periféricas: estudio de la figura de Augusto en la historiografía catalana

Todas estas noticias recogidas por las fuentes clásicas son otras tantas razones que ani-
maron a los historiadores catalanes a incluir a Augusto en la historiografía catalana, pero con
criterios y finalidades diferentes según la época.1

2. Augusto en la historiografía condal (siglos XII-XIII)


La desvinculación de los condes catalanes del poder real franco creó, en el ámbito historio-
gráfico, la necesidad de autodefinirse. Las anotaciones posteriores al año 985 incluidas en los
cronicones catalanes son una prueba de ello y las Gesta Comitum la culminación.2
El Chronicon Rivipullense II es la primera referencia que tenemos sobre Augusto en la
historiografía catalana. Proveniente del scriptorium del Monasterio de Ripoll, se trata de un
listado de fechas y hechos relacionados que abarcan, en la primera parte, desde el nacimiento
de Cristo hasta el año 659. Estos cronicones tenían como patrón, en especial por lo que se
refiere a las noticias de los primeros siglos de la era cristiana, los pasajes más escuetos de los
cronicones de Eusebio (conocido en Occidente a través de Jerónimo), de Próspero de Aqui-
tania y de Beda. Los fragmentos en que se menciona a Augusto son los siguientes:

I.Anno quarto regni Octauiani. Era ab ipso constituta est. Anni quadragesimo secundo imperi Oc-
tauiani Augusti natus est Iesus Chisti filius dei in Betleem inde esse Marie uirgine subcuris imperio
LX et XX ebdomede in Daniele scripta complentur.
V.Herodes ab Octauiano Iudeam missus primus ibi ex gratibus regnauit.
XXXVI.Hoc anno cepit indici qui fuit XXX.VIII regni Octauiani.
XXXVIII.1. Imperio Octauiani XL.II.LXX.VII ebdomadus in Danielo scripte completur Iesus
Christus ex uirginum nascitur.
LIII.15. Finit regnum Octauiani LVI annorum.3

Como puede observarse, en el cronicón conviven dos sistemas de datación: la Era His-
pánica (en núm. romanos) y el nacimiento de Cristo (en cifras arábicas). La Era Hispánica
fue un sistema de datación usado en la Península a partir del siglo V. Comenzaba en el 38 aC,
año en el que, según la tradición, se adoptó el calendario Juliano. En Cataluña, la datación
según la Era Hispánica fue abolida oficialmente a finales del siglo XII. El hecho de que este
cronicón utilice los dos sistemas de datación nos da una pista sobre la utilidad de estos textos,

1. Para una visión de conjunto sobre la historiografía catalana, véase: A. Balcells (ed.), Història de la
historiografía catalana, Institut d’ Estudis Catalans, Barcelona, 2004; A. Simon Tarrés (dir.), Diccionari
d’ historiografia catalana, Barcelona, 2003.
2. Para la historiografía de este período, véase: J. Alturo, “La historiografia catalana del període primitiu”,
y A. G. Hauf, “Les cròniques catalanes medievals. Notes entorn a la seva intencionalitat”, en A. Balcells (ed.),
Història de la historiografía catalana, Barcelona, 2004, 19-38 y 39-75.
3. Mn. 588, Biblioteca Universidad Barcelona.

52 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 49-62


Jordi Cortadella Morral y Albert Masat Barcina Monográfico

pues a través de ellos se podían relacionar correctamente hechos o documentos con sistemas
cronológicos diferentes.4
En las Gesta Comitum Barcinonensium (segunda mitad del siglo XII), que de hecho es la
primera historia oficial catalana, no figura la historia anterior a Wifredo el Velloso, fundador
de la dinastía condal catalana, según la tradición. Augusto tampoco aparece referenciado en las
cuatro grandes crónicas catalanas (Jaime I, Muntaner, Desclot y Pedro el Ceremonioso), todas
ellas escritas entre los siglos XIII y XIV, ya que se trata de narraciones dinásticas, centradas en
relatar los sucesos de su época, aunque en la de Bernat Desclot (finales del siglo XIII) y Ramon
Muntaner (primera mitad del siglo XIV) se comparan las victorias de rey Pedro III de Aragón
(Pedro el Grande) con las hazañas de Alejandro Magno, y no con las de Augusto.5
Tampoco se hace mención de Augusto en las Cròniques dels reis d’Aragó e comtes
de Barcelona (más conocida como Crónica de San Juan de la Peña) de mediados del siglo
XIV, que de hecho significaba el entronque de las Gesta Comitum Barcinonensium con la
historia primitiva peninsular, en la versión dada por Rodrigo Jiménez de Rada (Historia de
rebus Hispaniae sive Historia gótica). Para tener noticias de las vicisitudes de Augusto, en la
Península y fuera de ella, debemos conformarnos con las breves anotaciones que aparecen
en las crónicas universales catalanas de los siglos XIII al XV6, como el Compendi historial
de Jaume Domènec o la anónima Flos Mundi, que siguen como modelo la Chronique latine
de Guillermo de Nangís.

3. El nuevo Augusto de la historiografía dinástica (siglos XIV-XV)


En cambio, como no podía ser de otra manera, Augusto aparece con perfil propio en la
producción historiográfica cercana al Humanismo (no estrictamente humanista, si se me
permite el matiz) de Juan Fernández de Heredia (c. 1310-1396).7 En su Gran crónica de los
conquistadores, el gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén al servicio de Pedro IV
de Aragón recopila treinta y seis biografías divididas en dos partes. La primera incluye a die-
cisiete personajes de la Antigüedad,8 mientras que la segunda parte recoge desde emperado-

4. M. Coll i Alentorn, “La historiografia catalana en el període primitiu”, Estudis romànics, 3, 1951-52,
159-160.
5. F. Soldevila (ed.), Les quatre grans cròniques, Ed. Selecta, 2ª ed., Barcelona, 1983, 405 (prólogo de
Desclot); 706, 724, 748, 805 (en la obra de Muntaner).
6. M. Coll i Alentorn, “Les cròniques universals catalanes”, Butlletí de la Reial Acadèmia de Bones Lletres
de Barcelona, 34, 1972 (1971-1972), 43-50.
7. Para los matices y la periodización del humanismo en Cataluña, sigo a: L. Badia, De Bernat Metge a
Joan Roís de Corella: estudis sobre la cultura literària de la tardor medieval catalana, Barcelona, 1988. Sobre
Fernández de Heredia, véase: J. M. Nieto, “Las inquietudes historiográficas del Gran Maestre hospitalario
Juan Fernández de Heredia (m. 1396): una aproximación de conjunto”, En la España Medieval, 22, 1999,
187-211.
8. A saber: Nino, Hércules, «Brutus, rey de Bretaña», Arbaus, Ciro, «Bellin y Breño», Artajerjes, Filipo,
Alejandro, Pirro, Aníbal, los dos Escipiones, Sila, Pompeyo y César.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 49-62 53


Monográfico Augusto e historiografías periféricas: estudio de la figura de Augusto en la historiografía catalana

res romanos a monarcas hispanos (Antonio, Augusto, Tiberio, Trajano, Severo, Constantino,
Teodosio, Atila, Teodorico, Albuino, Heraclio, Carlos Martel, Carlomagno, Vespasiano, Tarik
y Muza, Gengis Khan, Fernando III y Jaime I). Sus fuentes son Trogo Pompeyo (Justino), Plu-
tarco, Tito Livio y diversos historiadores cristianos. Pero será en la Gran Crónica de Espanya,9
concretamente en su libro X («Historia romana desde la era hasta Marco Aurelio») donde
Heredia aportará una nueva visión erudita de la Hispania clásica como claro precedente de
Joan Margarit (c. 1421-1484) y su Paralipomenon Hispaniae.10
Parece que, desde su juventud, Joan Margarit, el futuro obispo de Girona y cardenal,
hombre de confianza de Juan II de Aragón y Fernando el Católico, planeó la idea de investigar
la antigüedad clásica de España. Será en último libro de sus «Cosas olvidadas de Hispania»
(Paralipomenon Hispaniae) donde trata concretamente del edicto del censo universal que,
supuestamente, Augusto establece durante su estancia en Tarraco.11
En los asuntos hispanos, Margarit no vacila en adoptar el punto de vista romano. Así,
Viriato es un mero ladrón de caminos, las tribus españolas son desorganizadas, traidoras y
sin auténticos líderes, aunque no están faltas de coraje. Esta parte de la obra, desde la con-
quista cartaginesa hasta el advenimiento de Augusto, proviene de autores latinos, en parti-
cular Tito Livio, César y Salustio, así como las biografías de Suetonio y Plutarco, aunque en
algunos puntos los hechos están tan abreviados y mezclados que es difícil esclarecer si verda-
deramente utilizó aquellas fuentes. Por ejemplo, para la vida de César siguió casi literalmente
la biografía que de él hizo Petrarca,12 y para los hechos relacionados con Augusto utilizó una
combinación de datos provenientes de Floro, Eutropio y Orosio.
La obra termina con la proclamación de la paz augustea y el nacimiento de Cristo, a
pesar de que Margarit había anunciado su intención de prolongar el libro hasta los reina-
dos de Arcadio y Honorio para unir la historia de los romanos con la de los godos. Según
Margarit, el supuesto edicto del censo universal que aparece en el Evangelio de Lucas (2.1-
7) se habría hecho durante la estancia de Augusto en Tarraco, aunque su promulgación se
realizase algunos años después. Para defender su postura, Margarit no duda en afirmar que
en el edicto constaba «Datum Tarraconae» según referían «maioribus nostris traditum in
Romanis annalibus».13
Más que Augusto, las dos figuras que interesaron a Margarit como modelos de vir-
tud política y moral, igual que a los humanistas italianos del momento, fueron Escipión el
Africano y Julio César.14 No obstante, en el Paralipomenon, Augusto destaca no como figura

9. R. af Geijerstam, “Un esbozo de la Grant Crónica de Espanya de Juan Fernández Heredia”, Archivo de
filología aragonesa, 52-53, 1996-1997, 267-294.
10. R. B. Tate, Joan Margarit i Pau, cardenal i bisbe de Girona: la seva vida i les seves obres, Barcelona, 1976;
L. Lucero, “Joan Margarit, l’ humanista”, Revista de Girona, 238, 2006, 68-73.
11. R. B. Tate, “El manuscrit i les fonts del Paralipomenon Hispaniae”, Estudis Romànics, 1957, 4 (1953-
1954), 117-120.
12. R. B. Tate, “El manuscrit…, op. cit., 126-129.
13. J. Margarit, Episcopi gerundensis paralipomenon Hispaniae, haeredes Antonii Nebrissensis, Granada
1545, cap. X, fol. 77r.
14. R. B. Tate, “El manuscrit… op. cit., 131-132.

54 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 49-62


Jordi Cortadella Morral y Albert Masat Barcina Monográfico

histórica por ella misma sino más bien por el significado de su obra unificadora, presagio
de la unificación que se alcanzaría siglos más tarde con la unión entre Fernando e Isabel,
añadiendo que: «ipsa coniugali copula, utriusque Hispaniae Citerioris et Ulterioris unionem
fecistis. Quae a Romanorum et Gothorum temporibus semper divisa nunquam sub eodem im-
perio perstiterut.»15

4. Augusto en la periferia historiográfica (siglos XV-XVII)


Fuera de los círculos humanistas de la corte catalano-aragonesa, Augusto y la época romana
en general tenían un papel muy limitado en las historias patrocinadas por la pequeña no-
bleza. Un ejemplo paradigmático es el de Pere Tomic, caballero al servicio de la familia de
Pinós. En su Històries e conquestes dels reis d’Aragó e comtes de Barcelona (1438), atribuye la
fundación y poblamiento de Zaragoza a Julio César (no a Augusto), quien la habría puesto
bajo el gobierno de Cornelio, barón romano, «e de aquell temps ença son en Arago lo linatge
dels Cornells, que vuy hi son».16
Aunque con más erudición, un siglo después el cronista valenciano Pedro Antonio
Beuter, en su Primera part de la història de València que tracta de les Antiguitats de Espanya y
fundació de València (1538), repetía en el fondo los mismos argumentos, corrigiendo algunos
equívocos pero añadiendo otros. En el capítulo trece (De la succesió dels emperadors aprés
de Júlio César fins al Temps dels godos. Y la predicació de la sancta fe en Espanya y Valéncia)
insistía de nuevo en el argumento de relacionar antiguas fundaciones romanas con familias
de rancio abolengo:

Succehí a Júlio Octaviano Augusto. Aquest, perqué acabá de subjugar y pacificar a Spanya del tot,
reedificà la ciutat de Saldívia en la ribera de Ebro y posà-li nom Çaragoça del seu nom. Com diu lo
Plini, quasi Cesàrea Augusta. Edificada que fon, la poblà de molts nobles romans y entre·ls altres,
de la família dels Cornèlios, de hon vingueren també los Cornèlios que en València foren, de qui
fa memòria la pedra que hui està en lo Almudí de VaIència escrita a Cornèlia, d’esta forma: [C]
ORNELIAE / CIYCENI / AN. XVI17 D’estos també vingueren los Cornells que són en Aragó y aprés
vengueren a València, salvant-se en temps dels moros en les muntanyes, com se dirà per avant,
segons alguns.18

15.J. Margarit, Episcopi gerundensis paralipomenon Hispaniae, haeredes Antonii Nebrissensis, Granada,
1545, fol. 1r. Sobre los debates en torno a la traducción de la dedicatoria de Margarit, véase: L. Lucero, “Joan
Margarit, Fidel Fita i Robert B. Tate: la dedicatòria del Paralipomenon Hispaniae”, Estudi General, 21, 2001,
465-473.
16. P. Tomic, Histories e conquestas de Cathalunya, Joan Rosembach, Barcelona, 1495, fol., 7v. La Casa de
los Cornel (o Corneles) fue una de las casas más importantes de la nobleza medieval aragonesa. Véase: G.
García Ciprés, “Los Cornel”, Linajes de Aragón, VII-6, 1916, 101-105.
17. «A Cornelia Glice, de 16 años». Inscripción sepulcral perdida, siglo II d.C. La primera noticia la da
Beuter: CIL II 3759; CIL II2 14,55.
18. P. A. Beuter, Primera part de la història de València, que tracta de les antiquitats d’ Espanya y fundació
de València, ab tot lo discurs fins al temps que lo ínclit rey don Jaume Primer la conquistà, Joan Mei, Valencia,

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 49-62 55


Monográfico Augusto e historiografías periféricas: estudio de la figura de Augusto en la historiografía catalana

En el medio local, como no podía der de otro modo, es en Tarragona donde encon-
tramos el mayor interés por recuperar la figura de Augusto. En su Libro de las grandezas y
cosas memorables de la metropolitana, insigne y famosa ciudad de Tarragona (1572),19 Lluís
Pons d’ Icard recoge la estancia del emperador en Tarraco y las embajadas que allí recibió.
Sus principales fuentes son Orosio y los epítomes de Floro, pero también Margarit, obispo de
Girona, Antonio de Guevara (Vida del emperador Adriano, 1539) y Florián de Ocampo. Pons
d’ Icard trata de la relación de Augusto con algunos monumentos de Tarragona aún visibles
en su época, en especial con el llamado Palacio de Augusto (conocido también como Pretorio
o «Castillo de Pilatos»).20 Según él, en este palacio se habría proclamado el censo que aparece
mencionado en el evangelio de Lucas (2.1-7). Siguiendo a Orosio y a Alonso Venero (Enchi-
ridion de los tiempos, 1545), Pons cuenta que tras las guerras cántabras se vería cumplida la
profecía según la cual Cristo nacería en tiempos de paz universal. Donde concentra más sus
energías es en demostrar que el edicto censal de Augusto fue hecho desde el Palacio de Au-
gusto en Tarraco. Este hecho, siguiendo a Margarit, habría dado inicio a la llamada Era hispá-
nica. El problema de la discordancia de fechas entre la estancia de Augusto en Tarraco (26-25
a.C.) y el censo de Judea (6 d.C., según Flavio Josefo, AI. 18,1), lo salva con el argumento de
que la aplicación del censo, supuestamente universal, fue suspendida durante veintiséis años
a causa de algunas revueltas en Galia y Germania.21
Los temas fijados por los historiadores del siglo XVI, provenientes tanto de las recu-
peradas fuentes clásicas como de su interés por relacionarlas con las antigüedades locales, se
repiten en el siglo del barroco.22 Así, Antoni Viladamor (1523-1585), archivero y secretario
real, en su Història general de Catalunya (c. 1585)23 entra a discutir de nuevo si Augusto pro-
clamó el censo universal desde Tarraco. Recoge en este sentido la opinión de Margarit y los
argumentos contrarios de Ambrosio de Morales. Viladamor defiende, como Margarit, que el
edicto se realizó mientras Augusto residía en Tarraco, aunque se ejecutase algunos años des-
pués, y añade en tono ofendido no entender cómo Morales le negaba tal honor a Cataluña,24
apuntando: «la qual, com a cathalà, no puch dexar de sentir y dir que, si fóra scrit de qualsevol

1538, fol. 47v.


19. Editada, en castellano, en Lleida por P. de Robles y J. Villanueva, bajo el patrocinio del humanista A.
Agustín. El manuscrito original, en catalán, ha sido editado por E. Duran, Lluís Pons d’ Icard i el ‘Llibre de les
grandeses de Tarragona, Barcelona, 1984.
20. Cap. 28 «Del palacio que dizen de Cesar Augusto que estaba delante del circo» (fol. 164r-167v).
21. Cap. 31 «De cómo salió del dicho palacio el edicto o mandato que pone san Lucas en el evangelio, que
Cesar Augusto mandó hazer para que se descriviessen todos los del mundo» (fol. 182r-187v).
22. Sobre este período véase: X. Baró, La historiografia catalana en el segle del Barroc (1585-1709),
Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona, 2009.
23. A. Viladamor, Història general de Catalunya (edición crítica de Eulàlia Miralles), Pagès editors,
Barcelona 2007. Obra inacabada e inédita, que abarca desde los orígenes hasta la conquista musulmana del
714. Sobre Viladamor, véase: E. Miralles, “Antoni Viladamor i la Història general de Catalunya: la relació
amb els seus coetanis i la recepció de l’obra fins al segle XIX”, Manuscrits, 40, 2000, 99-116.
24. «per lo que no puch crèurer no aparega mal als lectors desapassionats, de qualsevol nació que sían, de
que en una cosa tant aprovada en totas las tronas y scholas, no sols de Espanya però de las altras nations, que

56 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 49-62


Jordi Cortadella Morral y Albert Masat Barcina Monográfico

ciutat, terra o lloch de Castella, que ell ho haguera sforçat, y que per ser llaor sola de nostra
Cathaluña la ha volguda posar en dubte. Lo que sper no serà part per haver de ofuscar lo que
en totes parts està tant admès.»25
El mismo tono reivindicativo de las tradiciones propias frente al olvido, por no llamarlo
desprecio, de los historiadores de la corte, lo encontramos en Jeroni Pujades (1568-1635) y
su Crònica universal del Principat de Catalunya (1609).26 En el libro III, capítulo 91, trata de
«Cómo Octaviano edificó un palacio, é hizo el edicto en Tarragona, y recibió embajadores de
la India». Aquí Pujades recoge las objeciones de Viladamor a Ambrosio de Morales sobre el
edicto del censo universal. En los capítulos siguientes (92-94) añade a los datos de las fuentes
clásicas una serie de suposiciones derivadas de la toponimia, la epigrafía y la numismática
con el único propósito de ampliar las actuaciones de Augusto durante su estancia en estas
tierras. Su manera de argumentar siempre es la misma:

Succehiren en Cathalunya dins lo temps Octavià estiguè en ella algunes coses, que per no tenir
any cert de aquellas … les quals nos poden dexar en silenci. Y la primera es que en lo temps
estiguè Octavià en Tarragona, no deguè pasar tot lo temps sens venir à la ciutat y partides de
Barcelona. Qua à be fins vuy no haja trobat auctor, queu diga expressament.27

En el siglo XVII observamos que, en relación a Roma y la obra de Augusto, la atención


de los cronistas catalanes va dejando de lado Tarragona para focalizar su atención en Bar-
celona. Lo hemos observado en Pujades y es más acentuado aún en la Noticia Universal de
Cataluña (1640) de Francesc Martí i Viladamor (1616-1687),28 escrita a inicios de la subleva-
ción de Cataluña (Guerra dels Segadors). Martí i Viladamor fue fiscal de la Batllia General de
Cataluña y uno de los enviados al Congreso de Münster en 1646 para negociar la paz con el
Reino de Francia. A su regreso a Cataluña se le desposeyó de sus cargos acusado de traición y,
en 1652, pasó a Francia bajo la protección de Pierre de Marca, quien había sido el enviado del
rey Luís XIV durante la administración francesa de Cataluña y autor de la documentadísima
Marca hispanica sive limes hispanicus (1668).29 En su Noticia Universal de Cataluña Martí
Viladamor advierte que:

ell la haja volguda reprovar ab conjecturas tant poch fundadas y llevar a Cathalunya una cosa tant cèlebre y
sonada» (A. Viladamor, op. cit., vol. II, cap 54, frag. 110-115).
25. A. Viladamor, op. cit., vol. II, cap 54, frag. 115-120.
26. J. Pujades, Cronica universal del Principat de Cathalunya, Barcelona, 1609. Sobre Pujades, véase:
E. Miralles, “La crónica universal del principado de Cataluña de Jeroni Pujades, una obra interpolada?”,
Llengua i literatura: Revista anual de la Societat Catalana de Llengua i literatura, 13, 2002, 223-272.
27. J. Pujades, op. cit., tomo 1, fols. 142v.
28. X. Torres (ed.), Escrits polítics del segle XVII. Tom I: Noticia Universal de Cataluña, de Francesc Martí
Viladamor, Vic 1995. Sobre M. Viladamor, véase: J. Antón y M. Jiménez, “Francisco Martí i Viladamor: un
pro-francés durante la Guerra dels Segadors”, Manuscrits, 9, 1991, 289-304.
29. Esto explicaría, por ejemplo, que en el Salon de Mercure de Versailles, Jean-Baptiste de Champaigne
(1631-1681) representase al emperador Augusto en Tarraco recibiendo la embajada de la India (c. 1672,

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 49-62 57


Monográfico Augusto e historiografías periféricas: estudio de la figura de Augusto en la historiografía catalana

Nunca perdió Cataluña con permanencia su libertad, aunque estuvo sujeta al dominio de los
griegos (...) hasta que reconoció el mundo la romana monarquía, en cuya edad, aunque los ca-
talanes con la entrada de Marco Catón el Censorino perdieron por algún tiempo su libertad (...)
Con todo, después que se sujetaron a los romanos gobernándose con sus leyes, luego gozaron
de su misma libertad, como se infiere de lo que dice (...) que la ciudad de Barcelona, principal
ciudad y cabeza de toda Cataluña, era inmune de los tributos del Imperio Romano, prerrogativa
muy aventajada. Y aún corrieron más en la romana monarquía las excelencias de Cataluña. Pues
el emperador Augusto César hizo a dicha ciudad de Barcelona colonia romana, nombrándola de
su nombre colonia Iulia Augusta, como lo advierte Antonio Agustino.30

El mismo tono reivindicativo lo encontramos en la obra que cierra el siglo, escrita du-
rante la Guerra de Sucesión Española, los Anales de Cataluña (1709) del austracista Narcís
Feliu de la Penya (1642-1712).31 El título del capítulo 13 (tomo 1, libro 5) no lleva a engaño
sobre su contenido:

Reside en Tarragona Octaviano. Confírmala colonia. Conságrale templo. Concluye la fábrica


del Castillo Octaviano. Nombra Colonia a Barcelona, y municipio a Lérida. Firma, y decreta el
edicto para registrarse el Orbe en Tarragona. Buélvese a Roma y naze nuestro Señor milagro en
Gerona.32

5. Augusto bajo la crítica (siglo XVIII)


Durante la Ilustración, el espíritu crítico arrolla con todas las conjeturas que se habían ido
acumulando sobre la estancia de Augusto en Tarraco y se vuelve al escueto relato de las fuen-
tes clásicas. Jaume Caresmar (1717-1791), en su Disertación histórica sobre la antigua pobla-
ción de Cataluña en la Edad Media (escrita en 1780 pero no publicada hasta 1821)33 recuerda
que Augusto dividió Hispania en tres provincias, haciendo de Tarragona metrópolis de la

núm. de inventario: INV18502230). Agradezco la noticia de esta pintura al profesor Pierre Cosme de la
Universidad de Rouen.
30. X. Torres, Escrits polítics… op. cit., 48. La referencia a A. Agustín proviene de sus Diálogos de medallas,
inscripciones y otras antigüedades, Felipe Mey, Tarragona 1587, 263-264.
31. F. de la Penya, Anales de Cataluña y epílogo breve de los progresos y famosos hechos de la nación catalana,
de sus santos, reliquias, conventos y singulares grandezas, y de los más señalados y eminentes varones que en
santidad, armas y letras han florecido desde la primera población de España año del mundo 1788, antes del
nacimiento de Cristo 2174, y del diluvio 143, hasta el presente de 1709. Tomo primero. Contiene los sucesos
desde la primera población de España hasta el año 1163. Joseph Llopis impr., Barcelona 1709. Sobre F. de
la Penya, véase: J. Sobrequés, “Narcís Feliu de la Penya, cap a la història moderna”, Butlletí de la Societat
Catalana d’ Estudis Històrics, 22, 2011, 65-91.
32. F. de la Penya, op. cit., tomo I, cap. 5, libro 12, 97.
33. J. Mercader (ed.), Jaume Caresmar, Carta al barón de La Linde, Centre d’ Estudis Comarcals, Igualada,
1979. La obra está dedicada a Manuel de Terá, barón de La Linde, que a la sazón era el intendente general
de Cataluña. Sobre Caresmar, véase: M. Garí, R. Masdéu y M. Urbina, “Jaume Caresmar. L’ home i la seva
obra”, Manuscrits, 10, 1992, 331-371.

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Jordi Cortadella Morral y Albert Masat Barcina Monográfico

Citerior. Rememora también que en el año 26 aC, durante las campañas contra los cántabros,
enfermó y se retiró a Tarragona; que estando allí fue nombrado cónsul por octava y novena
vez y recibió a los embajadores de la India y de Escitia. Sobre el polémico censo de todo el
Imperio, Caresmar advierte que:

el edicto del encabezamiento universal de que habla el evangelista san Lucas y aunque el car-
denal Margarit, obispo de Gerona, en su Paralipomenon de las cosas de España, y otros escri-
tores catalanes dicen que lo expidió Augusto estando en Tarragona: pero esto no lo fundan en
testimonio competente, ni estuvo en Tarragona Augusto después del año 25 antes de Cristo, y
es seguro que no pasarían veinticinco años desde la expedición del edicto a su publicación y
ejecución.34

El erudito Caresmar, monje premonstracense del monasterio de Bellpuig de les Ave-


llanes (Os de Balaguer), miembro de la Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona y de la Real
Academia de la Historia, da así el asunto del censo por zanjado.

6. Augusto y el catalanismo (siglo XIX)


Las simples recopilaciones de datos fidedignos ya no satisfacían al nuevo perfil de historiador
surgido después de las Guerras Napoleónicas. Al entrar en el nuevo siglo, se hizo evidente
que la puerta se había cerrado en falso, pues Víctor Balaguer (1824-1901), en su Historia de
Cataluña y de la Corona de Aragón (Barcelona, 1860-1863)35 repite las mismas noticias sobre
Augusto que ya recogió Pujades a principios del siglo XVII, pero con un concepto de nación
marcadamente romántico. Balaguer habla directamente de «guerra de la independencia ibé-
rica» (ibérica en el sentido de toda la Península), cuyos últimos defensores habrían sido en
Cataluña los ceretanos y en la otra parte de España los cántabros y astures.36 Pero Augusto
no tiene el protagonismo del que había gozado hasta entonces y tampoco el dominio romano
habría supuesto la completa sumisión de los naturales del país, pues estos: «comunicaron
a sus nuevos súbditos los catalanes, junto con sus leyes, sus ciencias, artes, idioma, usos y
costumbres, y con ello se aumentó la población de este país, renaciendo la agricultura muy
particularmente y colmándose un poco el pesar que sentían los naturales por la pérdida de
su libertad, gracias a la apariencia de bienestar que les ofrecían las instituciones romanas».37

34. J. Mercader, op. cit., 68-69. Sobre Balaguer historiador, véase: R. Grau, “Les coordenades
historiogràfiques de Víctor Balaguer”, en M. Comas (ed.), Víctor Balaguer i el seu temps, Publicacions de
l‘Abadia de Montserrat, Barcelona 2004, 41-68.
35. V. Balaguer, Historia de Cataluña y de la corona de Aragón: escrita para darla a conocer al pueblo,
recordándole los grandes hechos de sus ascendientes en virtud, patriotismo y armas, y para difundir entre
todas las clases el amor al país y la memoria de sus glorias pasadas, Librería de Salvador Manero, Barcelona
1860-63.
36. V. Balaguer, op. cit., vol I, 53.
37. V. Balaguer, op. cit., vol. I, 67.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 49-62 59


Monográfico Augusto e historiografías periféricas: estudio de la figura de Augusto en la historiografía catalana

Como reacción, Antoni de Bofarull (1821-1892), en su Historia crítica (civil y ecle-


siástica) de Cataluña (Barcelona, 1876-78)38 aunque tampoco da protagonismo especial a la
figura de Augusto, sí, en cambio, ensalza la labor civilizadora de los romanos, cuyo régimen
municipal, «introducido por Augusto», habría aportado más a favor de Roma y al futuro es-
píritu nacional que la violencia de los Escipiones.39 Así mismo, la época posterior a Augusto:
«puede llamarse de transición entre el antiguo estado salvaje y la cultura romana, y entre las
imperfecciones sociales del mundo romano y la civilización cristiana; remedio perfecto y
verdadero, como divino y moral, a los males producidos hasta entonces por el dominio de
la fuerza y por el loco desenfreno de las pasiones terrenas».40 Para Bofarull, la dominación
romana, bajo cuya influencia la civilización de Roma se fue infiltrando en las costumbres de
los habitantes bárbaros de la Península, acabó por infundirles verdadero espíritu romano, de
manera que no se diferenciaban de los «demás súbditos de Roma», sino meramente por el
país que ocupaban.41
Todo lo contrario de aquello que defenderá en un contexto político marcado aún por
«La Gloriosa» (la Revolución de 1868) Antoni Aulèstia i Pijoan (1849-1908) en su Història de
Catalunya (Barcelona, 1887-89).42 Para él:

Apagades per sempre les lluites de la independencia ibérica, s’escorra desde’ l sigle primer de nostra
Era la vida de Catalunya sots lo jou del Imperi. Mes no hem de considerar que aqueix jou fos una
absorció completa de la naturalesa i modo d’ésser del poble indígena. Lo concepte del Estat que
tenien los polítics romans era massa superior pera no respectar les costums y’ l modo d’ésser de les
regions que tenien verdader cràcter; arribant fins a deixar en moltes d’elles sos reys y sos particulars
governs políthics, especialmente en temps de la república.43

Fijémonos en el detalle, Aulèstia alaba el respeto de los políticos romanos, especial-


mente en tiempos de la República, por las costumbres y la manera de ser de Cataluña. Y esto
lo escribe después del fracaso de la Primera República y en plena Restauración borbónica.
No deja de haber aquí ecos del federalismo pimargalliano, o más probablemente de Valentí
Almirall.

38. A. de Bofarull, Historia crítica (civil y eclesiástica) de Cataluña, tip. de Juan Aleu y Fugarull, 9 vols.,
Barcelona 1876-78. Sobre Bofarull, véase: R. Grau Fernández, “El pensament històric de la dinastia Bofarull”,
Barcelona quaderns d’ història, 6, 2002, 121-138.
39. A. de Bofarull, op. cit, vol. I, 98.
40. A. de Bofarull, op. cit, vol. I, 100.
41. A. de Bofarull, op. cit, vol. I, 146.
42. A. Aulèstia i Pijoan, Història de Catalunya, Impremta La Renaixensa, Barcelona 1887-89. Sobre
Aulèstia, véase: A. Gil Ambrona, “Antoni Aulèstia i Pijoan: Compromiso catalanista e Historia: una
trayectoria de difícil equilibrio”, Manuscrits, 11, 1993, 259-279.
43. A. Aulèstia i Pijoan, op. cit., vol I, 65-66.

60 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 49-62


Jordi Cortadella Morral y Albert Masat Barcina Monográfico

7. Un Augusto «noucentista» (siglo XX)


Cuando el catalanismo se convirtió en movimiento político de la mano de Prat de la Riba,
adoptó la particular interpretación del clasicismo predicado por Eugeni d’Ors, según la cual
la cultura catalana necesitaba recuperar sus raíces clásicas para convertirse en una socie-
dad plenamente moderna, europea y civilizada. Al nuevo movimiento cultural e ideológico
D’Ors le puso por nombre «Noucentisme».
La interpretación noucentista de la nación catalana encontrará su desarrollo más bri-
llante y completo en la Història de Catalunya (1934-35)44 de Ferran Soldevila (1864-1971)45.
En el capítulo primero, bajo el título «La gestació de Catalunya», Soldevila se preguntaba
«¿Què degué Catalunya a aquesta romanització?» y responde que ésta favoreció el proceso de
unificación de las tierras catalanas, pues gracias a ella apareció por primera vez una entidad
–el convento jurídico tarraconense– que, de una u otra forma, religaba y plasmaba Catalu-
ña.46 Argumenta Soldevila que el culto al emperador deificado, que se encuentra, como culto
local, en Tarragona, el año 25 aC, y como culto provincial el año 15, dio lugar a la reunión de
las asambleas o concilios provinciales, a los cuales acudían los delegados (legati) de todas las
comunidades rurales y urbanas. Añade que:

Les seves funcions, inicialment religioses, s’anaren ampliant, i els concilis pogueren presentar peti-
cions a l’emperador mateix i fiscalitzar la gestió dels governadors. La reunió del concili era anual
i tenia lloc a Tarragona, capital de la província. No cal ponderar la importància d’aquestes as-
semblees, que relacionaven els pobles de la província, i que, un cop suplantada pel cristianisme la
religió pagana, van perdre tot caràcter religiós i es van convertir en corporacions de l’administració
pública.47

Interpretando estos concilios provinciales como si de unas proto-cortes se tratase, la


historiografía noucentista instrumentalizó los referentes históricos sobre Augusto para ver
en las instituciones romanas de la Tarraconense un embrión de la Generalitat de Catalunya.
Cerramos este artículo con una imagen de Augusto dirigiendo su Imperio desde una
Tarraco idealizada, ennoblecida con monumentos imaginarios (fig. 1). Forma parte de un
conjunto de 51 cromos de la colección Episodis historichs, obra del pintor y dibujante Joan
Llaverias i Labró (1865-1938) que, dirigida a un público infantil, repasa los grandes momen-
tos de la historia de Cataluña, en los que no podía faltar el episodio en el cual la catalana
Tarraco fue capital del mundo.

44. F. Soldevila, Història de Catalunya, Ed. Alpha, Barcelona 1934-35.


45. Sobre Soldevila, véase: E. Pujol, “Ferran Soldevila i el cànon historiogràfic català”, Butlletí de la Societat
Catalana d’ Estudis Històrics, 22, 2011, 235-246.
46. F. Soldevila, op. cit., vol I (segunda edición 1962), 15-16.
47. F. Soldevila, op. cit., vol I (segunda edición 1962), 17.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 49-62 61


Monográfico Augusto e historiografías periféricas: estudio de la figura de Augusto en la historiografía catalana

Fig 1. La colonia Tarraco (segle I abans de J.C). (1904).


Servicio de Arxivos Municipalse de Lloret de Mar - Fodo personal 605: Joan Llaveria,
Episodis histórichs (sig. top. 66.195.9).

62 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 49-62


Augustus in the historiography
of 19th century Spain
Augusto en la historiografía
del XIX en España*

Mirella Romero Recio


Universidad Carlos III de Madrid
[email protected]

Fecha recepción 09.01.2017 / Fecha aceptación 09.03.2017

Resumen Abstract
La figura de Augusto no tuvo gran atractivo para The figure of Augustus did little to attract the at-
los historiadores españoles del siglo XIX. Más inte- tention of 19th century Spanish historians. They
resados en destacar la labor de los emperadores de were more interested in highlighting the work of
origen hispano, las Historias de España no dedica- emperors of Hispanic descent, thus the Histories
ron demasiada atención a la labor de quien cerró of Spain dedicated little space to the Roman mili-
las conquistas militares romanas en la Península tary leader who conquered the Iberian Peninsula.
Ibérica. Las contradicciones fueron constantes en There are constant contradictions in the historio­
una historiografía que abordó la etapa augústea graphy, which approached the Augustan period
casi siempre de manera colateral y que no profun- almost exclusively side on, never plunging into
dizó de manera exhaustiva en el conocimiento de the knowledge with exhaustive depth. However,
este periodo histórico. Sin embargo, como muestra as this article shows, Augustus did not go com-
este artículo, Augusto no pasó desapercibido en la pletely unnoticed in the 19th century Spanish his-
historiografía española decimonónica. toriography.

Palabras clave Key words


Emperador Augusto, Historiografía española, His- Emperor Augustus, Spanish historiography, his-
toria de Roma, siglo XIX. tory of Rome, 19th century.

* Este trabajo se inscribe en los proyectos de investigación HAR2011-27540 y HAR2015-65451-C2-2-P (MINECO/


FEDER).

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 63-81. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3964
Mirella Romero Recio Monográfico

La figura de Augusto no tuvo gran atractivo para los historiadores españoles del
siglo XIX. Más interesados en destacar la labor de los emperadores de origen hispano1, las
Historias de España no dedicaron demasiada atención a la labor de quien cerró las con-
quistas militares romanas en la Península Ibérica y cuando lo hicieron, en general, fue para
destacar aquellos aspectos que mejor podían subrayar las virtudes de los pueblos autóctonos,
de manera especial, la valentía y el arrojo de los últimos reductos de resistencia en el Norte
peninsular. Hay que tener en cuenta, en cualquier caso, que en esta centuria no contamos con
grandes especialistas en Historia Antigua. La mayoría de quienes podríamos llamar historia-
dores no tenían una sólida formación, solían trabajar cualquier etapa de la historia y no ma-
nejaban las últimas publicaciones sobre la antigüedad romana que estaban viendo la luz en
otros países europeos. Además, sentían una mayor inclinación hacia el pasado reciente por
lo que en las historias generales el espacio dedicado a la Antigüedad solía ser inferior al que
se destinaba a otras etapas2. Estas, entre otras razones que iremos desgranando, favorecieron
que los comentarios sobre el gobierno de Augusto en las publicaciones de Historia no fuesen
demasiado extensos pero sí muy interesantes para entender cómo interpretó la historiografía
española el ascenso al poder de Octavio y su personalidad, así como el conjunto de cambios
introducidos durante el Principado.
En la primera mitad del siglo XIX existen varias Historias generales de España, algunas
aún reediciones de obras del siglo XVIII e incluso anteriores, que solían girar en torno a la
idea de Augusto como buen gobernante de la anacrónica España, a pesar de haber sido quien
sometiese los últimos reductos libres del territorio peninsular. Gerónimo de la Escosura, por
ejemplo, en su Compendio de la Historia de España, publicado por primera vez en 1831, des-
tacaba que las conquistas de Agripa redujeron a la Península «a la triste condición de provin-
cia del Imperio romano», pero cuando Augusto regresó a Roma dejó tan «grata memoria en
España» que los habitantes de la Tarraconense erigieron un templo en su honor3. En torno a
los mismos años, las publicaciones periódicas se sumaban a las alabanzas de Augusto. En un

1. M. Romero Recio, “Los emperadores hispanos en la conformación de una identidad nacional en el


siglo XIX”, Revista de Historiografía, 17.2, 2012, 40-46.
2. R. López Vela, “De Numancia a Zaragoza. La construcción del pasado nacional en las Historias de
España del ochocientos”, en R. García Cárcel (coord.), La construcción de las Historias de España, Madrid,
2004, 208.
3. G. De la Escosura, Compendio de la Historia de España, Madrid, 2ª impr. corregida, 1839, 29-30.

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Monográfico Augusto en la historiografía del XIX en España

artículo anónimo publicado en El Instructor (primer magazín ilustrado en lengua castellana


editado en Londres por la Casa de Ackermann y Comp.) se valoraba positivamente el régi-
men monárquico al mismo tiempo que se describía a Augusto como una persona con alma
noble, genio superior y nula ambición. Según este texto de 1834, Augusto hizo a los romanos
felices haciéndoles creer que vivían en la república aunque en realidad estaban gobernados
por una monarquía absoluta pero prudente, durante la cual, además, había nacido Jesucristo4.
Como veremos a continuación, a lo largo del siglo XIX estas tesis estuvieron presentes
en la historiografía española, avanzando hacia interpretaciones que, bien las dotaron de ma-
yores argumentos, bien las rebatieron. Conviene comenzar revisando una de las obras más
influyentes del siglo XIX, la Historia General de España de Modesto Lafuente5, que sirvió de
modelo a otras Historias de España, como la de Eduardo Zamora Caballero -que se nutrió en
exceso de la misma- y de otras mucho más conservadoras, como las escritas por Fernando
Patxot y Ferrer o Víctor Gebhardt y Coll6.
Político liberal y periodista de éxito, considerado el padre de la historia nacional deci-
monónica y uno de los principales impulsores de la erudición histórica moderna, Modesto
Lafuente fue también catedrático de Filosofía y Teología y el primer Director de la Escuela
Superior de Diplomática. La Historia general de España de Lafuente fue la obra por excelen-
cia de la burguesía decimonónica española, con numerosas reediciones y continuaciones que
alcanzaron la segunda década del siglo XX, aunque hubiese perdido peso específico en la
historiografía académica desde tiempo atrás.
La exaltación de un territorio sublime y de un arrojo hispano capaz de poner en jaque
a la mayor potencia militar del momento estaba en la base de toda la interpretación histórica
del periodo. Para Lafuente el amor a la independencia de los españoles obligó a intervenir en
persona al propio Augusto, que tuvo que avergonzarse de haber cerrado anticipadamente las
puertas del templo de Jano, para acabar las conquistas en suelo peninsular.

Y sin embargo, fue menester que el mismo Augusto descendiera del solio que el mundo acaba-
ba de erigirle, para venir en persona a combatir a un puñado de montaraces. En esta desigual
campaña pudo recoger un triunfo que no era posible disputarle, pero triunfo sin gloria; la gloria
fue para los vencidos, que solo lo fueron o recibiendo la muerte o dándosela con propia mano7.

4. “Instrucción popular sobre la Historia. II. Los Romanos”, El Instructor, 7, julio 1834, 216.
5. M. Lafuente, Historia general de España desde los tiempos primitivos a nuestros días, 30 vols., Madrid,
1850-1867.
6. E. Zamora Caballero, Historia general de España y de sus posesiones de ultramar. Desde los tiempos
primitivos hasta el advenimiento de la República, 6 vols., Madrid, 1873-1875; F. Patxot y Ferrer, Anales de
España desde sus orígenes hasta el tiempo presente, 10 vols., Madrid-Barcelona, 1857-1959; V. Gebhardt y
Coll, Historia general de España y de sus Indias, 7 vols., Madrid-Barcelona-La Habana, 1863-1864. Cf. F.
Wulff, Las esencias patrias. Historiografía e Historia Antigua en la construcción de la identidad española
(siglos XVI-XX), Barcelona, 2003, 116 ss.; López Vela, “De Numancia a Zaragoza…”, op cit., 201 ss.
7. Lafuente, Historia general de España…, op.cit., vol. I, parte primera, p. V.

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Al margen de estos comentarios prácticamente imprescindibles en una obra que pre-


tendía ensalzar la Historia de España, lo cierto es que Lafuente hacía una valoración positiva
de la intervención de Augusto en la Península. El autor consideraba que los pueblos autóc-
tonos eran independientes y libres pero también incivilizados, rudos y puesto que estaban
desunidos, la tarea organizativa del primer emperador se había constituido en la primera
piedra de construcción del sólido edificio de la unidad de España (que aún habría de retra-
sarse unos siglos):

Aquellas comarcas, provincias ó pequeñas naciones, tan varias y distintas, tan independien-
tes entre sí, tan faltas de unidad, van á constituir ya todas un solo cuerpo de nación, una sola
provincia sujeta al régimen de un hombre solo. El nuevo dominador del mundo declara a toda
España tributaria del imperio romano, pero al tiempo que la hace tributaria, le da la unidad que
no había tenido nunca, sujetándola a un centro común y a unas mismas leyes; novedad impor-
tante, que constituyó como un nuevo punto de partida para España en su marcha al través de
los siglos8.

Además, con la incorporación de España al sistema tributario romano se inauguraba,


según Lafuente, un nuevo sistema cronológico conocido como «Era española o Era de Au-
gusto». Gracias a este emperador, España había perdido su independencia pero había recibi-
do, a cambio, además de unidad y civilización, una «benéfica administración» que le habría
permitido disfrutar de un gobernante clemente y generoso que tenía poco que ver con la
terrible actitud de los emperadores que iban a sucederle en el gobierno9.

Augusto supo consolidar su poder respetando las formas y dejando una sombra de autoridad al
senado; y fue fortuna para Roma, al pasar de la república al imperio, haber caído en manos de
un hombre que se dedicó á pacificar el mundo conquistado por César, a reformar las costumbres
públicas y a promover la civilización y las letras10.

Como ya ha sido analizado por otros autores, la obra de Lafuente fue acogida con
entusiasmo y sirvió de base a una serie de historias nacionales de amplia proyección en la
segunda mitad del siglo XIX y principios del XX que fijaban su atención en la creación y en la
argumentación de la idea de España como nación11. Sin embargo, no era la primera vez que
un autor se retrotraía a la Antigüedad hispana para plantear el germen de la nación española.
Un periodista, crítico literario, historiador y político valenciano, Fermín Gonzalo Morón y
Tirado, algunos años atrás ya había incidido en las alabanzas a la nación española desde su
época más antigua en su Curso de Historia de la civilización de España, obra que recogía una

8. Lafuente, Historia general de España…, op.cit., vol. I, 48.


9. Lafuente, Historia general de España…, op.cit., vol. I, 57.
10. Lafuente, Historia general de España…, op.cit., vol. I, 55.
11. J.M. Jover Zamora, La civilización española a mediados del siglo XIX, Madrid, 1991, 153–165; J. Álvarez
Junco, Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Madrid, 2001, 195–202.

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serie de lecciones impartidas en los Ateneos de Valencia y Madrid entre 1840 y 184612. Este
tipo de interpretación, que hacía hincapié en la conformación de una nación española, se
veía favorecida, incluso, por las medidas adoptadas por emperadores como Augusto. En el
volumen II del Curso de Historia de la civilización de España se señalaba específicamente que
«la dominación imperial modificó la fiereza española, organizó las ciudades de la península,
importó a ella todos los adelantos de su superior cultura, y facilitó no poco la unidad nacio-
nal por la identidad de las instituciones y de la lengua», aunque por supuesto, España habría
sabido devolver con creces este favor a Roma dándole brillantes intelectuales como Séneca
y Lucano y «lustre y esclarecido esplendor» con emperadores como Trajano, Adriano y Teo-
dosio13. La idea siguió siendo absolutamente recurrente en la historiografía decimonónica14,
como seguiremos señalando a lo largo de estas páginas, y enardeció a quienes pudieron es-
cucharla en conferencias como las de Gonzalo Morón que conseguía arrancar el entusiasta
aplauso del público después de sus digresiones:

Tan brillantes cualidades no quedaron obscurecidas, y Claudiano de Alejandría cantó en ro-


busto y poderoso metro las proezas de nuestra nación, y se encargó de decir a los romanos
degradados del siglo V, que sola entre todas las provincias había dado al imperio los nombres
más esclarecidos, de que podía envanecerse (Aplausos)15.

En el Curso de Historia de la civilización de España se destacaba que Octaviano hubiese


conseguido restablecer la dignidad del senado, el poder de la ley y de los magistrados y, por
encima de todo, que hubiese puesto todo su empeño en restituir la pureza de las antiguas
costumbres, una misión que se reveló imposible porque las leyes fueron «impotentes contra
la corrupción de su tiempo»16. Como culminación de este excurso, el autor, con una visión
historiográfica influida por Guizot que oscilaba entre el providencialismo, el progresismo y
la idea de civilización17, se centró en el nacimiento del redentor Jesucristo y de los beneficios
que esto trajo a la Historia de la Humanidad. Era algo también corriente que en todos los
comentarios que se realizaban sobre la figura del primer emperador de Roma, se mencionase
–como se irá viendo- el hecho de que durante su reinado se hubiese producido el nacimiento
del Mesías18.
También lo hizo Lafuente:

12. F. Gonzalo Morón, Curso de Historia de la civilización de España, 6 vols., Madrid, 1841-1846. Véase:
A. Rodríguez Mayorgas, “Sobre la libertad de los antiguos. Progreso, moralidad y Antigüedad en la obra
histórica de Fermín Gonzalo Morón”, Espacio, Tiempo y Forma. Serie II. Historia antigua 27, 2014, 233–247.
13. Gonzalo Morón, Curso de Historia de la civilización…, op. cit. II, 1842, 38.
14. Romero Recio, “Los emperadores hispanos…”, op. cit., 40-46.
15. Gonzalo Morón, Curso de Historia de la civilización…, op. cit., II, 38-39.
16. Gonzalo Morón, Curso de Historia de la civilización…, op. cit., II, 45-46.
17. Rodríguez Mayorgas, “Sobre la libertad de los antiguos…”, op. cit., 235-239.
18. Además de los que se citarán a lo largo del artículo, entre otros: F. de Castro, Historia Antigua para uso
de los institutos y colegios de segunda enseñanza, Madrid, 1850, 111; J. Bonilla, Roma. Datos curiosos de su
antigua historia, Talavera de la Reina, 1895, 75.

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Augusto, que entre otros medios de inmortalizarse había discurrido el de dejar consignado su
nombre en la cuenta de los tiempos, poniéndole á uno de los meses del calendario romano,
ni siquiera imaginaba que existía en los dominios de su imperio el hombre cuyo nacimiento
había de servir de base á una nueva cronología á que se habían de ajustar todos los cómputos
en lo sucesivo19.

Este, además, alabó de Augusto su capacidad para realizar una perfecta transición en-
tre la República –acechada por los males de la oligarquía y los abusos de los magistrados- y
el Imperio, aunque admitía que esa actitud no era fruto de una bondad natural sino de una
calculada maniobra política que pretendía contentar a la población buscando no ser acusado
de usurpación del poder. La ancestral gratitud de los pueblos hispanos les haría mostrarse
infinitamente leales ante quien les había brindado un trato favorable –aunque siempre fuese
velando por sus propios intereses- frente a las vejaciones y abusos habitualmente protagoni-
zados por los gobernadores republicanos.

Veíanle amparar á los pueblos contra las vejaciones y rapiñas de los pretores, declarar algunas
ciudades exentas de tributos, fundar nuevas colonias, abrir vías de comunicación, establecer es-
cuelas, y honrar los indígenas elevando á muchos de ellos á las mas altas dignidades, y no es ex-
traño que ellos, que eran duros y tenaces en vengar ultrajes y agravios, y extremados y ardientes
en amar a los que les dispensaban favores, se apasionaran de Augusto hasta el punto de erigirle
templos y altares. O no conocían, o importábales poco, aunque lo conocieran, que el proceder
de Augusto no fuese hijo de la virtud sino de cálculo; que tuviera todas las flaquezas de la hu-
manidad como hombre, si era generoso y humanitario como político; que fuera un usurpador
de autoridad en Roma, si era reparador de injurias en España20.

«Nunca los españoles fueron escasos ni en sentir ofensas ni en agradecer beneficios»21,


razón por la cual nadie podría haberles reprochado que su generosidad fuese inferior a la del
propio Augusto, pues le habían entregado, además de las muchas riquezas del país, su lealtad
sin límites. Este hecho habría conducido al emperador a crear una guardia personal de 3.000
«españoles» que contribuirían a la estabilidad y la gloria de Hispania. El balance de la figura
de Augusto que hizo Lafuente concluía con una frase que contrarrestaba definitivamente las
críticas que había apuntado a lo largo de su obra: «el mundo ganó algo con su vida, y perdió
mucho con su muerte»22.
Repetía buena parte de las ideas sobre Augusto planteadas en la obra de Lafuente,
la Historia general de España desde los tiempos primitivos hasta fines del año 1860, incluida la
gloriosa guerra de África escrita por Dionisio Aldama y Manuel García González23. Se desta-

19. Lafuente, Historia general de España…, op.cit., vol. I, 58.


20. Lafuente, Historia general de España…, op.cit., vol. I, 57.
21. Lafuente, Historia general de España…, op.cit., vol. I, 57.
22. Lafuente, Historia general de España…, op.cit., vol. I, 60.
23. D. Aldama, M. García González, Historia general de España desde los tiempos primitivos hasta fines del
año 1860, incluida la gloriosa guerra de África, 17 vols., Madrid, 1860-1866.

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Monográfico Augusto en la historiografía del XIX en España

caba de manera especial la labor de este emperador en favor de la primera unidad de España,
«satisfecha y alegre»:

Cierto es que al formar de tantos diseminados trozos y sueltos miembros un solo cuerpo grande,
fuerte y robusto, hizo á España tributaria de Roma; empero la dio la unidad que no tenía, y la pre-
paró involuntariamente para ser tan grande y respetada como muchos siglos después llegó a ser24.

Insistían los autores en el nacimiento de la «Era de Augusto o Era española», la incor-


poración de 3.000 «españoles» a su guardia personal o las dificultades de la conquista de los
«rudos y enérgicos» pueblos del norte peninsular. Mostraban a un gobernante forzado por
las obligaciones inherentes a su posición a someter a un pueblo al que admiraba por su buen
corazón y por el amor a una independencia que no pudo mantenerse como consecuencia de
su falta de unidad25. Asimismo, Aldama y García González subrayaron el amor que los espa-
ñoles mostraron hacia Augusto al que agradecían la protección que les había proporcionado
frente a los abusos de los antiguos gobernadores, así como la prosperidad que había traído
a sus tierras, aunque criticaron el excesivo entusiasmo de los «sevillanos» que llegaron a
dedicar un templo a Livia. Antes de cerrar el capítulo dedicado a Augusto para ocuparse del
«monstruoso» Tiberio, destacaron, como todos, el nacimiento de Jesucristo.
La valoración positiva de Augusto como primer unificador de España se convirtió en
una de las teorías que más éxito tuvo entre los historiadores interesados en reconstruir la
antigüedad del país. El carlista Víctor Gebhardt y Coll, seguidor de la obra de Lafuente consi-
deraba, en el marco de una Historia general de España providencialista y tradicionalista, que
España «más gano que perdió» con el ascenso de Augusto al rango de emperador, pues Roma
relajó su afán conquistador en pro de un ímpetu civilizador. El gobernante era equiparado a
los déspotas ilustrados, un benefactor que habría venido a controlar los abusos de quienes le
habían precedido en el gobierno (republicano)26. Además, el hecho de que todos los pueblos
de España hubiesen quedado unidos bajo la misma ley abría una nueva etapa que Gebhardt,
como Lafuente, llamaba «era española». El autor recurrió a las manidas obras de Mariana y
Masdeu para profundizar en las conquistas del norte peninsular donde, como no podía ser
de otra manera, destacó el arrojo de los pueblos autóctonos27. Augusto se mostraba como el
único capaz de controlar la tendencia a la violencia y los excesos de los romanos que se hi-

24. Aldama, García González, Historia general de España…, op. cit., vol. I, 144.
25. Aldama, García González, Historia general de España…, op.cit., vol. I, 144-150.
26. Gebhardt y Coll, Historia general de España…, op.cit., vol. I, 185-186.
27. Gebhardt y Coll, Historia general de España…, op.cit., vol. I, 190 ss. La obra de Juan de Mariana se
publicó por primera vez a finales del siglo XVI, pero continuaba editándose y aumentándose en el siglo XIX,
entre otras: Historia general de España. Aumentada y corregida... y continuada hasta nuestros días por Don
Eduardo de Palacio, 8 vols., Madrid, 1867-1869. Muy influyente fue también la obra de Juan Francisco de
Masdeu: Historia crítica de España, y de la cultura española, [trad. N.N] 20 vols., Madrid, 1783-1805. Cf.
Wulff, Las esencias… op.cit., 84-90; F. Gómez Martos, “Juan de Mariana y la Biblioteca de Focio. Presencia
y ausencia de fuentes antiguas en la historiografía humanista española”, Dialogues d’histoire ancienne, 40.2,
2014, 207-223.

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cieron patentes una vez que el gobernante se dirigió a Roma. Esa tendencia a la explotación
indiscriminada aparecía indisolublemente unida al sistema republicano, lo que no era de
extrañar en una interpretación histórica reaccionaria como la de Gebhardt:

La república romana no comprendió otro modo de gobierno para las naciones conquistadas;
siempre consideró á la Península como un país para explotar, como una mina de riquezas, pro-
pia solo para servir sus ambiciosos proyectos, proporcionarle socorros, sustentar sus ejércitos y
saciar la avidez de sus patricios28.

Frente a este abuso de poder se habría manifestado el propio Augusto, patrocinador


de una primera nación española y cuya influencia fue «enteramente civil y social»:

El entusiasmo de los Españoles por el emperador Augusto, entusiasmo que se manifestó con
gran ardor durante todo el tiempo de su reinado, se explica por la feliz transformacion que
se obró en su estado social y político, resultado del sistema introducido y seguido por el mis-
mo en el gobierno del imperio. Este entusiasmo llegó hasta tributarle honores casi divinos, y
erigiéronsele templos y altares29.

Si a estos beneficios se añadía el avance del movimiento intelectual, de la industria,


de la educación, de las infraestructuras y, sobre todo, el hecho de que durante el reinado de
Augusto hubiese nacido el Mesías, los primeros años del Imperio pasaban a convertirse en
uno de los periodos más relevantes de la historia patria30.
Desde un enfoque intelectual defendía José Amador de los Ríos, una figura relevante
de la España decimonónica31, las medidas de «tolerancia y protección» que había adoptado
el emperador32. Este fijaba su atención en la fundación de ciudades, en la expansión de la
ciudadanía, en las leyes, la lengua y el estudio de la literatura como grandes beneficios para
España pues potenciaron, a su vez, el innato talento de unos pueblos favorecidos por el clima:

Hay en el genio de Séneca y de Lucano cualidades que pertenecen al genio español de todas las
edades, como han pertenecido siempre a nuestra Península el clima meridional y la prodigiosa
fertilidad de sus campos. Estas cualidades internas, que conviene separar con todo esmero de
las circunstancias exteriores, que han podido influir una y otra vez en la educación literaria; que

28. Gebhardt y Coll, Historia general de España…, op.cit., vol. I, 193.


29. Gebhardt y Coll, Historia general de España…, op.cit., vol. I, 198-199.
30. Gebhardt y Coll, Historia general de España…, op.cit., vol. I, 197 ss.
31. Sobre Amador de los Ríos, Catedrático de Historia de la Literatura en la Facultad de Letras de la
Universidad de Madrid, Secretario de la Comisión Central de Monumentos Históricos y Artísticos,
Presidente de la Comisión de Antigüedades de la Real Academia de la Historia y Director del Museo
Arqueológico Nacional, remito a la bibliografía y los datos aportados por: A. Rivière, Historia, historiadores
e historiografía en la Facultad de Letras de la Universidad de Madrid (1843-1868), tesis doctoral UCM en
CDRom, 1992, 64 ss.; L.J. Balmaseda, “José Amador de los Ríos y Serrano”, en Pioneros de la Arqueología en
España. Del siglo XVI a 1912, Alcalá de Henares, 2004, 275-288.
32. J. Amador de los Ríos, Historia crítica de la literatura española, I, Madrid, 1861.

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Monográfico Augusto en la historiografía del XIX en España

son extrañas a las costumbres sociales y a las creencias religiosas, y que llevan profundamente
grabado el sello de la nacionalidad más ardiente, merecen ser detenida y maduramente estudia-
das y conocidas con tanta mas razón, cuanto que resaltan vivamente en los más distinguidos
poetas de nuestro gran ciclo literario33.

En su Historia crítica de la literatura española, Amador de los Ríos hacía un elogio a


los «ingenios hispanos» y defendía la importancia de los literatos, retores y gobernantes
«españoles» en el Imperio. Desde un punto de vista abiertamente nacionalista, el autor hacía
de España la ejecutora de la venganza contra la opresión de Roma, pues llegaba a igualarse a
ella y a someterla gracias a los grandes personajes nacidos en suelo patrio. Es necesario tener
en cuenta que Amador de los Ríos se sentía mucho más atraído por la Edad Media –influido
por el movimiento romántico- y el mundo romano, en general, le provocaba cierta antipatía.
Sobre la Era de Augusto decía en su obra:

Distinguida nuestra patria entre todos los pueblos sujetos a Roma por la fama que lograron
conquistar sus ingenios desde la Era de Augusto, de todo punto imposible sería el trazar la
historia crítica de la literatura española, sin entrar deliberadamente en el examen de aquellos
célebres escritores y poetas que, según el dicho de un autor moderno, eclipsaron bajo el peso de
una revolución, trascendental en el mundo de las letras, el astro de los Horacios y Virgilios34.

Sus palabras ponían claramente de manifiesto cuál era el objetivo de su trabajo y ha-
blar de Augusto le interesaba únicamente en la medida en la que podía permitirle constatar
que ya en los inicios del Imperio, la anacrónica «España» eclipsaba intelectualmente a la
propia Roma.

Las interpretaciones favorables a la intervención de Augusto en la Península conti-


nuaron siendo habituales en las Historias de España del siglo XIX. Las directrices marcadas
por Modesto Lafuente serían determinantes en algunas obras, como en la Historia general
de España y de sus posesiones de ultramar de Eduardo Zamora Caballero, escritor, perio-
dista y político. Este reconoció en el subtítulo de su libro la deuda que había contraído
con Lafuente –de quien copió algunas partes y a quien citó incansablemente-, además,
de con otros autores: «Sacada de las principales Crónicas, Anales e Historias de César
Cantú, el Conde de Segur, Anquetil, Müller, Chateaubriand, Bossuet, Montesquieu, Con-
de, Mariana, Lafuente y otros célebres historiadores»35. Aunque no le dedicó demasiado
espacio, Zamora Caballero calificó la etapa de gobierno de Augusto como una «era de paz

33. Amador de los Ríos, Historia crítica…, op.cit., XCVII. Véanse también los comentarios que realiza al
respecto en la p. 26.
34. Amador de los Ríos, Historia crítica …, op. cit., XCVI.
35. Se trata, en general, de los autores a los que todos solían recurrir, véase por ejemplo: M. Romero Recio,
“Historiografía de la Historia Antigua en la España del siglo XIX: Alfredo Adolfo Camús y los historiadores”,
en Entre los mundos: Homenaje a Pedro Barceló, Besançon, 2017, 689-710.

72 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 63-81


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y prosperidad»36. Cuando abordó su intervención en la Península, no lo hizo aplicando


un juicio severo aunque le interesó destacar la valía de los «españoles» que integró en su
guardia personal, la erudición y el talento de los peninsulares y, sobre todo, el nacimiento
de Jesucristo, acontecimiento que aprovechó para introducir un excurso sobre este «hecho
culminante del imperio de Augusto, el cual, aunque no tuvo lugar en España, ejerció tal
influencia en el mundo, que pertenece á la historia de todas las naciones» y especialmente
de España, la nación cristiana y católica por excelencia37.
En la misma línea de tolerancia hacia la labor de Octavio se encontraba la Historia de
España de Antonio Cavanilles, miembro de la Real Academia de la Historia y de la Academia
de Ciencias Morales y Políticas y autor de la Historia de España más leída después de la de
Modesto Lafuente38. Sin dedicarle demasiada atención en relación con las conquistas penin-
sulares –donde, por supuesto, destacaba la independencia y el valor intrépido de los pueblos
autóctonos siguiendo a Estrabón39-, destacó, tras señalar el advenimiento del Mesías, que
su reinado fue «próspero y feliz»40. Para Cavanilles, Augusto había conseguido un gobierno
equilibrado pues los romanos «no podían soportar la excesiva tiranía ni la exagerada liber-
tad». Además, había embellecido la capital del Imperio, mejorado las leyes, creado una red
viaria, protegido las artes y las letras y templado su carácter para paliar sus antiguos excesos41.
Y es que Cavanilles sostenía que cuando Octavio accedió al poder absoluto, sufrió una trans-
formación que le convirtió en una persona más moderada y virtuosa42. En general, como
hemos señalado al comentar la obra de Gebhardt, es frecuente encontrar una interpretación
que identificaba a los gobernantes republicanos, incluido el propio Octavio antes de concen-
trar todos los poderes, con la corrupción. «Para España debió ser un feliz acontecimiento que
Roma cambiase de gobierno», indicaba sin ambages al inicio del capítulo dedicado a «España
bajo el Imperio», Juan Ortega Rubio -catedrático de Historia Universal en Valladolid y más
tarde en Madrid- en su Compendio de Historia de España43.
Bastante más crítico se había mostrado el historiador y periodista Fernando Patxot
y Ferrer (que firmaba con el pseudónimo Ortiz de la Vega). Como fervoroso defensor de la
nación española llegó a afirmar en sus Anales de España que el Paraíso bíblico «formó parte
de nuestra patria»44 y definió como unas guerras de independencia contra Roma –preceden-
tes de la lucha contra el invasor francés-, el enfrentamiento con los romanos de los «gallegos»
«astures» y «cántabros», que destacaban, como los restantes pueblos peninsulares, por su bra-

36. Zamora Caballero, Historia general de España…, op.cit., vol. I, 49.


37. Zamora Caballero, Historia general de España…, op.cit., vol. I, 42-49.
38. A. Cavanilles, Historia de España, 5 vols. Madrid, 1860-1863. Cf. López Vela, “De Numancia a
Zaragoza…”, op.cit., 199.
39. Cavanilles, Historia de España, op.cit. vol. I, 16.
40. Cavanilles, Historia de España, op.cit. vol. I, 125-126.
41. Cavanilles, Historia de España, op.cit. vol. I, 122.
42. Cavanilles, Historia de España, op.cit. vol. I, 126-127.
43. J. Ortega Rubio, Compendio de Historia de España, Valladolid, 1889, vol. I, 41.
44. Patxot y Ferrer, Anales de España…, op.cit., vol. I, 19.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 63-81 73


Monográfico Augusto en la historiografía del XIX en España

vura, carácter independiente y amor a su patria45. El autor apuntó que Augusto podría haber-
se retirado a Tarragona por miedo y le acusó de haber arrebatado los campos a sus legítimos
dueños para entregárselos a sus veteranos, así como de cambiar el nombre de las ciudades
para dar mayor gloria al suyo46. Patxot, al contrario que Modesto Lafuente, Fermín Gonzalo
Morón o Víctor Gebhardt, interpretaba que la conquista de Augusto había puesto fin a la
independencia de España que había sufrido gracias a él, en particular, y a Roma en general,
su «primer cautiverio»47. Aunque valoraba que hubiese protegido a los eruditos de su época
y que hubiese conseguido ser aclamado por todos como pater patriae, su relato se encendía
al hablar de su ambición desmedida, de la avaricia que le hizo arrebatar las tierras y el trigo a
unos pueblos para dárselos a otros y, sobre todo, que le permitió aceptar elevadas sumas de
sus difuntos amigos. Augusto y la civilización romana se equiparaban en los Anales de Espa-
ña de Patxot y eran calificados como una «ignominia», un «agregado de heces impuras»48,
del que se salvaban muy pocas cosas, la más importante, sin duda alguna, el nacimiento de
Jesucristo, que había pasado desapercibido al Príncipe:

Él, príncipe del senado, emperador de soldados, jefe de una nación poderosa, llamado invenci-
ble, preclaro, ilustre, sojuzgador de reyes y domador de pueblos; él, tres veces grande, y compa-
rado con los mas famosos conquistadores de todos los siglos, ignora que un niño acaba de venir
al mundo con unas armas más fuertes é incontrastables que las de los mas terribles caudillos: la
persuasión y el cariño49.

Es la de Patxot una de las visiones más críticas que se puede encontrar en las Historias
de España del siglo XIX. Ni siquiera la de Miguel Morayta y Sagrario, Catedrático de Historia
Universal de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, reconocido republi-
cano militante y masón, juzgó tan severamente a Augusto, aún cuando valoraba mucho más
la Hispania republicana que la imperial, donde los emperadores actuaban como déspotas
explotando a las clases más desfavorecidas y extendiendo el esclavismo50. Contemplaba con
agrado la romanización –que había llevado a España a progresar económica, social y cultu-
ralmente- y, sobre todo, la municipalización pues la consideraba el germen de las estructuras
republicanas, aunque no democráticas51. Desde esta visión de progreso, Morayta realizaba
un análisis global favorable del gobierno de Augusto precisamente por haber otorgado gran
importancia a las provincias favoreciendo, por ejemplo, la construcción de infraestructuras,
la potenciación de la industria y el comercio y, sobre todo, poniendo coto a los excesos de

45. Patxot y Ferrer, Anales de España…, op.cit., vol. I, 197 ss.


46. Patxot y Ferrer, Anales de España…, op.cit., vol. I, 202.
47. Patxot y Ferrer, Anales de España…, op.cit., vol. I, 206.
48. Patxot y Ferrer, Anales de España…, op.cit., vol. I, 207.
49. Patxot y Ferrer, Anales de España…, op.cit., vol. I, 214.
50. Wulff, Las esencias patrias…, op. cit., 144 ss. Sobre Morayta véase el prólogo de J. Vilches a M. Morayta
y Sagrario, Las constituyentes de la República española, Pamplona, 2012.
51. M. Morayta, Historia general de España. Desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, Madrid,
1893, 3ª ed., vol. I, 270, 289 ss.

74 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 63-81


Mirella Romero Recio Monográfico

los gobernadores52. Según este autor sólo a partir de Augusto era posible hablar de historia
de España «no su unidad pero sí en un todo», pues con anterioridad había sido poseída por
fenicios, cartagineses y romanos y «su conocimiento es imposible, sin el más extenso del
sistema planetario de que forma parte»53. Por eso, a pesar de su ideología y su defensa de las
libertades no tuvo reparo en afirmar que:

Augusto, encauzó honradamente la administración, acudiendo á todas partes con exquisita so-
licitud […] orden, administración y gobierno, constituían la necesidad de aquellos tiempos, y
jamás hubo soberano que mayor atención consagrara á esta trilogía, siempre imperiosa y digna
de ser atendida54.

Ahora bien, el republicanismo de Morayta prevalecía en su interpretación histórica,


por lo que no pudo dejar de afirmar que no habría sido indispensable la unidad que creó el
imperio, pues el derecho podría haberse extendido de la misma forma a través de las asam-
bleas provinciales que hubiesen velado por el desarrollo de los intereses políticos, morales y
materiales. Así pues, el gobierno de Augusto no fue mejor por haber abandonado el sistema
político republicano:

Colocarle sobre la cabeza, porque no detuvo en España el progreso, y creer por consecuencia,
que la República debía caer necesariamente en el poder personal, es algo tan fatalista o por lo
menos tan providencialista, que generalizado, viene a la larga a negar la responsabilidad de los
políticos, y a dar siempre la razón a quien triunfa55.

Morayta –anticlerical convencido- recordó también el nacimiento de Cristo durante el


gobierno de Octavio, pero no para enarbolar la bandera del catolicismo español sino, muy al
contrario, para asociarlo con la gran «revolución» que llevaría al fin del Mundo Antiguo, en
consonancia con las ideas defendidas por Edward Gibbon en su Historia de la decadencia y
ruina del Imperio romano, obra que había tenido una limitada acogida en España56.
Pero las Historias nacionales no fueron las únicas obras de la historiografía española
que hicieron referencia a la labor de Augusto. Los compendios de Historia Antigua, las Histo-
rias universales y algunas otras obras que se detuvieron en aspectos concretos de la Antigüe-
dad, oscilaron entre la visión más conservadora que valoraba positivamente a Augusto como

52. Morayta, Historia general de España…, op. cit., vol. I, 270 ss.
53. Morayta, Historia general de España…, op. cit., vol. I, 269-270.
54. Morayta, Historia general de España…, op. cit., vol. I, 264.
55. Morayta, Historia general de España…, op. cit., vol. I, 270.
56. Publicada en español entre 1842 y 1847, [trad. José Mor de Fuentes], 8 vols., Barcelona, Antonio
Bergnes (vol. I-V), Don Juan Oliveres (vol. VI-VIII). Morayta no citó a Gibbon al asociar el cristianismo
con el fin del Mundo Antiguo, pero sí le mencionó en otras ocasiones, aludiendo a él como «autoridad
respetabilísima»: Morayta, Historia general de España…, op. cit., vol. I, 632. Sobre la recepción de la obra
de Gibbon en España: M. Romero Recio, “Gibbon en la España de los siglos XVIII y XIX”, en M. Romero
Recio (coord..), La caída del Imperio Romano. Cuestiones historiográficas, PAwB 53, Stuttgart, 2016, 127-140.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 63-81 75


Monográfico Augusto en la historiografía del XIX en España

el emperador que logró reorganizar un gran imperio y la más liberal e incluso progresista que
calificaba su actuación como hipócrita y su gobierno como despótico. «Ninguna hipocresía
recuerdan los anales tan fina y redomada como la hipocresía del dictador para quedarse con
todos los poderes en absoluto, salvando todas las apariencias con escrupulosidad»57, decía
con contundencia Emilio Castelar, historiador y presidente en la Primera República a quien
el republicano Morayta había seguido con lealtad hasta su muerte58.
En algunas de las obras más importantes para la formación de la juventud publicadas
en la España del siglo XIX se observan con nitidez las contradicciones asumidas por los
autores en la valoración de la figura de Augusto. Este es el caso de la Historia general del ca-
tedrático de Sociología en la Universidad Central, Manuel Sales y Ferré -premiada y elegida
de texto en 1884- que parecía, en principio, no juzgar severamente la política de este gober-
nante, a quien consideraba «pacífico» y motor de sucesivas reformas que trajeron la paz al
imperio e hicieron florecer la industria, el comercio y las letras59. Su maestro, el Catedrático
de Historia y Rector de la Universidad Central, Fernando de Castro y Pajares, se había expre-
sado en los mismos términos al calificar este periodo de gobierno como «pacífico, próspero
y brillante»60. Sin embargo, progresando en los comentarios sobre Augusto y a pesar de esa
benevolente observación general, Sales y Ferré cerró la breve explicación de esta etapa con el
siguiente párrafo:

La obra de Augusto fue muy defectuosa. Concentrando toda la autoridad en una sola mano,
puso el Imperio a merced de la voluntad del príncipe, en vez de fundarlo sobre el derecho for-
mulado en una constitución. Este vicio original fue la causa de la turbulenta vida del Imperio
romano y de su prematura ruina61.

Quienes se fijaron algo menos en la Historia de España y un poco más en la de Roma


se centraron en la estrategia seguida por Augusto liderando una Monarquía disfrazada de
República. El Compendio elemental de Historia Universal, editado por el Catedrático de Li-
teratura Grecolatina en la Universidad Central de Madrid, Alfredo Adolfo Camús62, aludía a

57. E. Castelar, Mujeres célebres, Madrid, 1888, vol. VII, 274.


58. M.A. Ortiz de Andrés, Masonería y democracia en el siglo XIX. El Gran Oriente Español y su proyección
político social (1888-1896), Madrid, 1993, 153-153.
59. En las citas seguimos la 5ª reimpresión de la Historia general, Madrid, 1923, 142-143.
60. Castro, Historia Antigua… op. cit., 110. Sobre la relación de Sales y Ferré con Fernando de Castro: M.
Núñez Encabo, El nacimiento de la Sociología en España: Manuel Sales y Ferré, Madrid, 1999, 33-34.
61. Sales y Ferré, Historia general, op. cit., 144.
62. Compendio elemental de Historia Universal, Primera Parte. Modo de escribir la Historia, fuentes
históricas y espíritu de la Historia, Madrid, 1842; Segunda Parte. Cuadro abreviado de los acontecimientos y
revoluciones ocurridas entre los diversos pueblos del mundo desde su origen hasta el día, Madrid, 1843. Sobre
este humanista alabado por sus coetáneos: F. García Jurado, autor también del libro Alfredo Adolfo Camús
(1797-1889). Humanismo en el Madrid del siglo XIX, Madrid, 2002; ídem, “Un anacronismo ilustrado en la
España del siglo XIX: las Litterarum Latinarum institutiones (1852) de Alfredo Adolfo Camús”, Myrtia 27,
2012, 313-344.

76 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 63-81


Mirella Romero Recio Monográfico

la concentración de poderes en la figura Augusto y en la transformación del Senado en una


«reunión de esclavos»63. Esta obra, orientada hacia la «juventud estudiosa»64, acusaba a los
emperadores de despotismo y de haber mantenido, desde Augusto, la ficción de una Repú-
blica que adormecía al pueblo y que acabaría dejando en manos de extranjeros el ejército. El
Principado habría inaugurado un sistema de gobierno que había acabado con las libertades
republicanas sin dar a cambio una respuesta adecuada a las necesidades del Imperio:

Hubiera sido necesario ser legislador, y supuesto que Roma había venido a ser una monarquía,
darle una organización monárquica; pero Augusto no lo hizo, y este fue un mal para el poder,
y mayor todavía para la libertad; para el poder, porque careció de base y de unidad; y para la
libertad porque apoyados los emperadores únicamente en el derecho de la fuerza, causaron la
desgracia del mundo, cuando fueron injustos, que lo fueron casi todos65.

También decía que «César Augusto carecía de valor; pero le sobraba política é hipocre-
sía, con cuyas dos últimas dotes cubría la falta de la primera»66 otro libro reeditado y usado
hasta comienzos del siglo XX, el Compendio de la Historia Universal de Manuel Ibo Alfaro.
Lo que verdaderamente resulta de interés es constatar que esa es la visión que se proyectó de
Augusto en las obras que manejaron los estudiantes más jóvenes, pues la obra de Ibo Alfaro
fue declarada de texto para los Institutos de la Península, Cuba y Filipinas67.
Los autores destacaron con firmeza y hasta la saciedad la hipocresía de Octavio Au-
gusto al acaparar poderes que rechazaba y devolvía a las instituciones republicanas como
estrategia de consolidación en su nueva posición hegemónica. En una Historia Universal
planteada como una introducción a la filosofía de la historia dirigida, como las anteriores, a
los estudiantes, el catedrático de Geografía Histórica e Historia Universal en Granada y más
tarde en Barcelona, Juan de la Gloria Artero, hacía estas observaciones:

Fingiendo no desear el poder, y manifestando muchas veces su deseo de abdicarlo; con su hábil
política, y el rebajamiento del senado y del pueblo, le fueron renovadas periódicamente todas
las magistraturas, aparentando aceptarlas solo por las vivas instancias de los que se las ofrecían,
y con el único fin de conservar y afirmar el orden. Tal fue el Imperio constituido por Augusto;
especie de república unitaria con un jefe vitalicio á la cabeza. Pero sus sucesores fueron pres-
cindiendo de las formas del antiguo régimen, y bien pronto fue de hecho y de derecho su poder
absoluto, degenerando á veces en el más cruel despotismo68.

63. A.A. Camús (ed.), Compendio elemental…, op. cit., II, 138.
64. A.A. Camús (ed.), Compendio elemental…, op. cit., II, 7.
65. A.A. Camús (ed.), Compendio elemental…, op. cit., II, 139.
66. M. Ibo Alfaro, Compendio de la Historia Universal, 3ª ed. Madrid, 1876, 122. El mismo juicio puede
encontrarse en otros manuales y programas como el de J. Recoder, Programa de Historia Universal y
particular de España y Filipinas, Manila, 1896, 79.
67. Sobre este tipo de manuales: I. Peiró, “La difusión del libro de texto: autores y manuales de historia en
los institutos del siglo XIX”, Didáctica de las Ciencias Experimentales y Sociales, 7, 1993, 39-57.
68. J. De la Gloria Artero, Primer curso de Historia Universal. Historia Antigua. Vol. II. Historia de Roma,
Granada, 1882, 184. Sobre este autor: F. Díaz de Cerio, “La filosofía de la historia de Juan de la Gloria Artero

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 63-81 77


Monográfico Augusto en la historiografía del XIX en España

Sin embargo, en una interpretación ambivalente, tan habitual en estas publicaciones


sobre el mundo antiguo, y acorde con su visión historiográfica progresiva, Artero se sumaba
a autores, como Cavanilles, al defender que Augusto sufrió una especie de transformación al
convertirse en emperador. Mientras participó del gobierno en la etapa republicana fue cruel
y despiadado pero su brutalidad se tornó en benevolencia al revestir los laureles, convirtién-
dose en un gobernante con iniciativa que extendió la paz y el orden en todo el imperio y que
supo rodearse de personas capaces y de gran mérito69.

El reinado de Augusto es verdaderamente una comedia, y solo considerándolo de esta manera,


puede ser convenientemente juzgado.

Como triunviro, Octavio había sido tan cruel y sanguinario como Sila; y sin embargo como
emperador, Augusto aparece tan humano que se atrajo todos los corazones por su inagotable
benevolencia: el triunviro que con calma y sangre fría autoriza las terribles matanzas de las pros-
cripciones, llegado al Imperio olvida todas las ofensas y perdona á todos los culpables. Y aun
puede observarse el mismo contraste entre su vida privada relajada é inmoral, y su vida pública
como emperador, amparando y protegiendo las buenas costumbres y la más severa moral.

En tiempo de Augusto, el orden y la paz reinaron en todo el Imperio; las guerras fueron solo
ligeros accidentes; y sin embargo extendió considerablemente sus dominios, y concluyó con los
enemigos de Roma, siendo su nombre respetado hasta en las más apartadas regiones. Pero el
mayor mérito de Augusto ante la historia consiste en su talento político, en sus dotes de hombre
de gobierno, aplicándose constantemente á la organización administrativa, transformando todo
el sistema de la República, y dejando á sus sucesores un imperio perfectamente constituido.
No hubo ramo alguno de la administración pública, al cual no llevara Augusto su poderosa
iniciativa70.

Desde su visión cristiana de una libertad de origen divino, De la Gloria no pudo dejar
de destacar el nacimiento de Cristo como el hecho más transcendental de la historia de la
humanidad que había pasado desapercibido a los dominadores del mundo71. El autor atribuía
a la falta de una creencia en la unidad divina, la violencia de los pueblos antiguos e incluso la
expansión del esclavismo72.
Son abundantes los ejemplos que reforzaron esa lectura de la etapa augústea como un
momento de paz en el que se protegieron las artes y las letras aunque al frente del gobierno

(1983- 1903)”, Revista Murciana de Antropología, 8, 2002, 279-328; A. Rodríguez Mayorgas, “Geografía y
civilización en la Historia Antigua de Juan de la Gloria Artero (1834-1903)”, en M. Romero Recio, G. Soria
(eds.), El almacén de la Historia. Reflexiones historiográficas, Madrid, 2016, 35-52.
69. De la Gloria Artero, Primer curso… op. cit., vol. II, 190-191.
70. De la Gloria Artero, Primer curso… op. cit., vol. II, 189-190.
71. De la Gloria Artero, Primer curso…, op. cit., vol. II, 188, 193.
72. J. De la Gloria Artero, Primer curso de Historia Universal. Historia Antigua. Vol. I. Historia de Oriente,
Granada, 1882, 11-12, Rodríguez Mayorgas, “Geografía y civilización…”, op. cit., 38, 41.

78 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 63-81


Mirella Romero Recio Monográfico

se encontrase un déspota e hipócrita emperador73. El dramaturgo de ideas liberales Antonio


Gil de Zárate –que llegaría a ser Director general de Instrucción pública y responsable del
Plan General de estudios de 1845 (más conocido como Plan Pidal)- lo expresó con claridad
y vehemencia en un excurso que no ocultaba su indignación por el engaño al que Augusto
había sometido a su pueblo:

Con él dejó de existir la república romana; con él tuvo principio una nueva y vasta monarquía;
mas guiado siempre por una sabia política, cuidó de disfrazar la monarquía con las formas de la
república. Lejos de enajenarse los ánimos con el título de Rey, no tomó siquiera el de Dictador,
y se contentó con llamarse Emperador, dictado meramente honorífico que no llevaba consigo
ninguna especie de autoridad en tiempo de la república; pero á este título acompañó el poder
que subyuga las naciones, el mando de los ejércitos. Revestido sucesivamente de la potestad
consular y proconsular, de la potestad tribunicia, de la censoria, de la pontificia, Augusto fue
señor de todo al paso que ocultaba su despotismo. Dejó al senado sus antiguos títulos y atribu-
ciones, pero lo debilitó aumentando el número de sus individuos: repartió con él las provincias;
pero le señalo aquellas en que no había ejércitos. Halagó al pueblo, dándole fiestas y procurán-
dole la abundancia. Le permitió que se reuniese según costumbre para elegir sus magistrados;
pero supo manejar los comicios, y disponiendo de los votos, nada se hizo sino conforme á su
voluntad. Tal fue el gobierno de los emperadores. Obraron siempre como soberanos, aunque
la soberanía perteneciese siempre en apariencia al pueblo y al senado. ¡Vana apariencia de una
libertad que ya no existía!74.

Las afinidades ideológicas necesariamente condicionaron la interpretación de este pe-


ríodo histórico y radicalizaron aún más las conclusiones a las que llegaron los autores más
comprometidos políticamente. Este es el caso, entre los más significativos, de Fernando Ga-
rrido y Tortosa, historiador aficionado que ha sido considerado como el padre de la histo-
riografía obrera española y uno de los máximos representantes del republicanismo y de un
radicalismo político que le llevó a ser procesado, encarcelado en varias ocasiones y defendido
por Emilio Castelar75.
Desde una perspectiva afín al movimiento socialista, Garrido escribió varias obras en
relación con el mundo antiguo. En La Humanidad y sus progresos o la Civilización antigua y
moderna –firmada con el seudónimo «Alfonso Torres de Castilla»- realizó una división de
la Historia en tres etapas o civilizaciones76: «Civilización pagana o gentil, anterior al cristia-

73. La adopción de la religión, las leyes, las costumbres y el idioma por parte de los españoles a partir de la
época de Augusto es señalado por numerosos autores, entre otros: T. de Iriarte, Lecciones instructivas sobre
la Historia, Matanzas, 1857, 89.
74. A. Gil de Zárate, Introducción a la Historia Moderna, o examen de los diferentes elementos que han
entrado a constituir la civilización de los actuales pueblos europeos, lecciones dadas en el Liceo artístico y
literario de Madrid, Madrid, 1841, 54-55.
75. G. Pasamar. I. Peiró, en Diccionario Akal de historiadores españoles contemporáneos (1840-1980),
Madrid, 2002, 288-290.
76. La Humanidad y sus progresos o la Civilización antigua y moderna comparada en sus instituciones,
leyes, instrucción, costumbres, religiones, filosofía, ciencias, artes, agricultura, industria, comercio, ejércitos,

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 63-81 79


Monográfico Augusto en la historiografía del XIX en España

nismo, de Edad Media o civilización cristiana y de civilización moderna o filosófica». La pri-


mera de las tres «civilizaciones» obviaba totalmente el mundo oriental, comenzando con el
desarrollo de las repúblicas griegas de Atenas y Esparta y culminando con la destrucción del
Imperio por la llegada del cristianismo y los bárbaros77. A pesar de su interés por Roma los
comentarios que Garrido realizó sobre Augusto en esta obra se limitaron a aludir a distintos
aspectos de su época sin entrar en valoraciones concretas sobre su gobierno.
Donde sí realizó un juicio del emperador fue en una obra publicada también bajo el
seudónimo de «Alfonso Torres de Castilla» y con un título elocuente: Crímenes del despo-
tismo. Historia general de la tiranía. Cuadros históricos de política y de la vida de los reyes y
emperadores absolutos y de los déspotas y tiranos de todas las naciones de Europa antiguos y
modernos hasta el establecimiento del sistema representativo y reconquista por los pueblos de
sus derechos y libertades78. La primera mención a Augusto aparecía en el capítulo dedicado
a Pericles, una de las figuras más elogiadas de la obra. Garrido veía a Pericles como líder
indiscutible de un idealizado sistema democrático ateniense en el que se habría producido
una alianza entre el político y su pueblo. Esta circunstancia abría un abismo entre Pericles y
Augusto, pues el primero, «sin títulos, sin mando especial, únicamente por la autoridad de su
genio y de sus virtudes, fue tan soberano en Atenas y con más nobleza y gloria que Augusto
en Roma cinco siglos mas tarde»79. La diferencia estribaba, sin embargo, no tanto en la perso-
nalidad de los gobernantes, como en el carácter de los pueblos, pues para Garrido, Atenas go-
zaba de un pueblo culto y con hábito de mando, mientras que Roma tenía una plebe innoble
que había entregado la libertad a los Césares80. Solo algunas figuras de la Roma republicana
podían ser destacadas, como los hermanos Graco. Del tribuno de la plebe Cayo Graco dijo
que fue «el mas gran reformador, y el más inteligente que el mundo conoció en los tiempos
antiguos»81. Por él, y por su hermano Tiberio, debió adoptar el nombre simbólico de «Graco»
al iniciarse en la logia masónica «La Estrella Flamígera»82.
En los capítulos dedicados a historia de Roma, Garrido indicaba sin rodeos que Octa-
vio era «un monstruo como su tío». Como todos los déspotas necesitaba «servidores fieles y
mudos, y no hombres de palabra florida y de convicciones profundas»83. Augusto compraba a
la plebe con dinero, trigo y espectáculos en el anfiteatro y mostraba una extraordinaria devo-
ción a los dioses porque en la religión encontró el apoyo que necesitaba –como tantos otros

escuadras y colonias, y en cuanto pueda, en fin, contribuir a dar una idea exacta de las transformaciones
morales y materiales por que han pasado las sociedades humanas en los tres grandes períodos históricos
conocidos bajo las denominaciones de Civilización Antigua, Edad Media y Civilización Moderna, Barcelona,
1867 (será continuada con la edición de Historia de los progresos sociales).
77. Garrido y Tortosa, La Humanidad y sus progresos …, op. cit., 5.
78. 3 vols., Barcelona, 1867.
79. Garrido y Tortosa, Crímenes del despotismo…, op. cit. I, 81.
80. Garrido y Tortosa, Crímenes del despotismo…, op. cit. I, 81.
81. Garrido y Tortosa, Crímenes del despotismo…, op. cit. I, 270.
82. P.F. Álvarez Lázaro, La masonería, escuela de formación del ciudadano. La educación interna de los
masones españoles en el último tercio del siglo XIX, 3ª ed. Madrid, 2005, 344.
83. Garrido y Tortosa, Crímenes del despotismo…, op. cit. I, 396.

80 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 63-81


Mirella Romero Recio Monográfico

déspotas y tiranos- para conseguir sus objetivos. Construyó templos y grandes edificios, pero
«no contento con gastar el tesoro público en monumentos fastuosos y que nada tenían de
útiles para el pueblo, hizo que los personajes que él elevaba con su protección hicieran otro
tanto»84. Además (formando parte de una casi interminable lista de faltas) creó una nume-
rosa burocracia, fomentó el militarismo y las medidas para evitar la emancipación de los
esclavos, y fue sodomita y jugador85. Como primer eslabón de una cadena:

Augusto hizo bueno á César; Tiberio á Augusto; Calígula hará que los romanos sientan la muer-
te de Tiberio. ¡Terrible pendiente la de la tiranía! No puede detenerse en su carrera sin ser des-
truida; no puede seguir su ominoso camino sin destruir sus autores con sus víctimas86.

Resulta interesante observar cómo las interpretaciones más críticas del gobierno de
Augusto se produjeron también desde las perspectivas ideológicas más radicales. El ultraca-
tólico Patxot y el socialista Garrido apelaban a los mismos argumentos contra Augusto (hizo
gala de una avaricia desmedida, robó el trigo y las tierras a sus legítimos propietarios, obligó
a sus amigos a realizar extraordinarias inversiones) para defender posiciones diametralmente
opuestas. Las contradicciones fueron constantes en una historiografía que abordó la etapa
augústea casi siempre de manera colateral y que no profundizó de manera exhaustiva en el
conocimiento de este periodo histórico. Augusto pudo ser promotor de la unidad de España
o destructor de la misma, buen gobernante o tirano, pacífico o violento, fue definido de mu-
chas maneras y juzgado con mayor o menor dureza pero, en ningún caso pasó desapercibido
en la historiografía española del siglo XIX.

84. Garrido y Tortosa, Crímenes del despotismo…, op. cit. I, 404.


85. Garrido y Tortosa, Crímenes del despotismo…, op. cit.. I, 404-406.
86. Garrido y Tortosa, Crímenes del despotismo…, op. cit. I, 423.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 63-81 81


The Augustan Principate: its lights and
its shadows in USA (1776-1860)
Luces y sombras del principado de
Augusto en EE UU (1776-1860)

Clelia Martínez Maza


Universidad de Málaga
[email protected]

Fecha recepción 09.01.2017 / Fecha aceptación 09.03.2017

Resumen Abstract
Resulta innegable la trascendencia del mundo clá- It is clear the ongoing importance of the classics
sico en Estados Unidos durante el período anterior before the Civil War in the United States and their
a la Guerra de Secesión. La literatura del principa- formative influence upon the Founders. The lit-
do de Augusto tuvo una especial influencia y pro- erature of the Augustan Principate provided one
porcionó referentes ideológicos que legitimaban of their principal sets of ideological tools: an ag-
tanto la estructura socioeconómica como el mode- ricultural lifestyle, a lifestyle deified by Augustan
lo político que se proponía para el nuevo estado: poets, a society of Virgilian farmers and a demo-
una sociedad de base agrícola inspirada en la que cratic republic supported by free landholders.
cantaban poetas augusteos como Virgilio y una de- However, Augustus became a code word for ty-
mocracia de pequeños propietarios. Sin embargo, rant. The Founding Fathers perceived him as an
el poder ilimitado del emperador y su carácter vi- antimodel and he was rejected as a political canon
talicio fueron algunos de los motivos por los que because of the unlimited power and lifetime term
la figura de Augusto recibió numerosas críticas y of the Roman Emperors.
fue rechazada como paradigma de buen gobierno.

Palabras clave Key words


Padres fundadores, Augusto, Virgilio, Horacio, Es- Founding Fathers, Augustus, Virgil, Horace, Uni-
tados Unidos, Imperio romano. ted States, Roman Empire.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 83-105. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3965
Clelia Martínez Maza Monográfico

Al aproximarnos a la iconografía de los primeros tiempos de Estados Unidos como


nación, la influencia del mundo grecorromano emerge como una realidad incuestionable.
El mundo clásico, invocado como lámpara de la experiencia1, se aceptó también como la
guía más adecuada para abordar de modo eficaz los problemas políticos contemporáneos.
Pero incluso en su evocación puramente artística o literaria, no constituye un mero adorno
o un simple atributo estético, pues su recuperación sirve de instrumento simbólico que,
hasta la guerra de Secesión, expresa la legitimidad del nuevo estado y avala incluso las
reformas propuestas.
Como parte de esta iconografía clasicista, el esplendor de las letras latinas bajo el go-
bierno de Augusto no pasó desapercibido para los intelectuales americanos2. Y así según
Thomas R. Dew (1802-1846), presidente del College de William and Mary, una de las insti-
tuciones educativas más prestigiosas del momento: «el reinado de Augusto fue un brillante
periodo para Roma sobre todo si los comparamos con los tiempos anteriores y los sucesivos...
Las artes florecieron bajo el benigno patrocinio de Augusto y su favorito Mecenas»3.
Además, la regeneración de costumbres postulada por el princeps y difundida por los
intelectuales de su círculo se erigió en espejo de virtud pero también en fundamento moral
del ordenamiento político recién instituido tras la victoria frente a la metrópoli británica.
Encontramos en los poetas del período augusteo una idealización de la naturaleza, de la
sencilla vida de los pastores y del mundo rural en general, como reacción al artificio y al caos

1. The Federalist Papers 14: “Objections to the Proposed Constitution From Extent of Territory Answered”,
30 de noviembre, 1787.
2. B. Bailyn, The Ideological Origins of the American Revolution, Cambridge (MA), 1972; M. Reinhold,
The Classick Pages: Classical Reading of the Eighteenth-Century Americans, University Park (PA), 1975;
id., Classica Americana: The Greek and Roman Heritage in the United States, Detroit, 1984; C. J. Richard,
The Founders and the Classics. Greece, Rome, and the American Enlightenment, Cambridge (MA), 1994;
C. Winterer, The Culture of Classicism: Ancient Greece and Rome in American Intellectual Life 1780-1910,
Baltimore, 2002. R. M. Gummere, The American Colonial Mind and the Classical Tradition: Essays in
Comparative Culture, Cambridge (MA), 1963. J. W. Eadie (Ed.), Classical Traditions in Early America, Ann
Arbor (MI), 1976.
3. Th. R. Dew, A Digest of the Laws, Customs, Manners, and Institutions of the Ancient, Londres, 1853, 287.

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Monográfico Luces y sombras del principado de Augusto en EE UU (1776-1860)

con los que se percibía la vida en la Urbe4. El ambiente pastoril, recreado de manera imagi-
naria, formó parte de un ethos que recogía los valores sustantivos del pasado romano tales
como la industria, labor y pietas, reflejadas de manera recurrente en la literatura de la Roma
de Augusto tal y como muestran Horacio en sus Odas5 o Virgilio en sus Bucólicas y Geórgicas
cuando, por ejemplo, reconocen la agricultura como fuente de virtud republicana6.
Dada la influencia de la literatura del Principado de Augusto en los ambientes intelec-
tuales coloniales, no parecen extemporáneos los ecos virgilianos presentes, por ejemplo, en
los testimonios gráficos del proceso constituyente, sobre todo si recordamos que los poemas
de Virgilio, ocuparon además un lugar destacado en la formación escolar y universitaria des-
de el período colonial hasta la guerra de Secesión7. John Adams, Thomas Jefferson, Benjamin
Rush, entre otros padres fundadores, con frecuencia hacían gala de conocer y citar a Virgilio
en un contexto de carácter político8.
Entre las referencias virgilianas más evidentes encontramos los lemas incluidos en el
reverso del escudo de los Estados Unidos (figura 1). El primero, «annuit coeptis» cuyo diseño

4. P. Zanker, “The Augustan Program of Cultural Renewal”, The Power of Images in the Age of Augustus,
Ann Arbor (MI), 1984, 101-148; A. Wallace-Hadrill, “Mutatas Formas: The Augustan Transformation of
Roman Knowledge”, en K. Galinsky (Ed.), The Cambridge Companion to the Age of Augustus, Cambridge,
2005, 55-57.
5. P. White, “Poets in the New Milieu: Realigning”, en Galinsky, The Cambridge Companion, op. cit., 321-
348; W. Young Sellar, W. P. Ker, Roman Poets of the Augustan Age: Horace and the Elegiac Poets, Cambridge,
2010, 126-130 (1ª ed. Oxford 1897).
6. Verg. Georg. 2, 458-74: «Los pequeños propietarios eran el esqueleto de Roma». P.T. Alessi, Golden
Verses: Poetry of the Augustan Age, Ann Arbor (MI), 2003, 16-31; Young Sellar, Roman Poets of the Augustan
Age, op. cit., 342-360.
7. Cabe recordar el elogio a las Geórgicas realizado por H. Swinton Legaré (1797-1843): M. O’ Brien, A
Character of Hugh Legaré, Knoxville (TN), 1985, 106-109; H.D. Thoreau cita asimismo con frecuencia las
Geórgicas y la primera, segunda sexta y séptima églogas virgilianas: M. A. Seybold, Thoreau. The Quest and
the Classics, N. Haven, 1951; C. J. Richard, The Golden Age of the Classics in America. Greece, Rome and
the Antebellum United States, Cambridge, 2009, 2-9; E. C. Hagenstein, S. M. Gregg, B. Donahue, American
Georgics. Writings on Farming, Culture, and the Land, Yale, 2011.
8. B. Rush, “Letter to Bayard Smith”, 30 de abril, 1767 en L.H. Butterfield (Ed.), The Letters of Benjamin
Rush, Princeton, 1951, I, 42; ibid., B. Rush, “Letter to John Witherspoon”, 20 de diciembre, 1767, I, 48; ibid.,
B. Rush, “Letter to Ebenezer Hazard”, 27 septiembre, 1762, I, 6; 21 abril, 1768, I, 56; ibid., B. Rush, “Letter to
John Morgan”, 20 de enero, 1768, I, 51; ibid., B. Rush, “Letter to Ebenezer Hazard”, 21 de mayo, 1765, 1, 14; B.
Rush, “On Manners”, 1769 en D. Runes, The Selected Writings of Benjamin Rush, N. York, 1947, 375-378; C. J.
Richard, The Founders and the Classics, op.cit., 204-206; G. Mason “Letter to John Mason”, 18 de diciembre,
1788 en R.A. Rutland (Ed.), The Papers of George Mason, Chapel Hill, 1970; J. Adams, “Committee of the
Boston Sons of Liberty to John Wilkes”, 6 de junio, 1768, en R. J. Taylor (Ed.), The Papers of John Adams,
Cambridge (MA), 1965, I, 215-216; ibid., J. Adams “Letter to William Tudor”, 29 de septiembre, 1774, II,
176, 178; J. Adams, “Letter to Benjamin Rush”, 12 de abril 1807 en D. Adair, J.A. Schutz, The Spur of Fame:
Dialogues of John Adams and Benjamin Rush, 1805-1813, San Marino (CA), 1966, 78; A. Hamilton, “Letter
to Rufus King”, 3 de junio 1802, en H. C. Syrett (Ed.), The Papers of Alexander Hamilton, N. York, 1961-1979,
26, 13.

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fue elaborado en 1782 por William Barton a propuesta de Charles Thomson (1729-1824), pa-
dre fundador y secretario del Congreso Continental hasta su disolución (1774-1789)9. La ex-
presión aparece en sendas obras de Virgilio: por un lado, en el libro primero de las celebradas
Geórgicas («da facilem cursus, atque audacibus annue coeptis»10); por otro, en el verso 625 del
libro IX de la Eneida en el que puede leerse: («Iuppiter omnipotens, audacibus annue coeptis»).
En ambos casos, Ch. Thompson cambió la segunda personal annue por la tercera annuit para
hacer sujeto responsable del éxito americano a la divina Providencia (representada bajo el
lema con el aspecto de un ojo que culmina la pirámide). De manera que la invocación alude
a las muchas señales recibidas a favor de la causa americana.

Figura 1. Los dos lemas del escudo de los


Estados Unidos, de inspiración virgiliana. Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/
Annuit_c%C5%93ptis#/media/File:Great_Seal_of_United_States.jpg

9. Presentado y aprobado en el Congreso Continental el 20 de junio de 1782: Journal of the Continental


Congress, “Remarks and Explanation”, Washington, Government Printing Office, 1914, 22, 339. En realidad,
Barton había propuesto como lema la expresión Deo Favente sustituida finalmente por el verso romano: R.S.
Patterson, R. Dougall, The Eagle and the Shield: A History of the Great Seal of the United States, Washington,
2005, 69.
10. Verg. Georg. 1, 40; Dougall, The Eagle and the Shield, op. cit., 88-89.

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En la parte inferior del escudo aparece un segundo lema: «novus ordo saeclorum». Se trata
de un lema propuesto también por Charles Thomson e inspirado en la cuarta égloga de Virgi-
lio («Ultima Cumaei venit iam carminis aetas // Magnus ab integro saeclorum nascitur ordo //
iam redit et Virgo, redeunt Saturnia regna, // iam nova progenies caelo demittitur alto»)11, una
composición que en su temática se aparta del contenido estrictamente bucólico para adquirir
un simbolismo potenciado ya en la Europa de la Edad Media, cuando se interpreta como el
anuncio de la llegada de un niño en el que se quería reconocer a Cristo12. En el poema, Virgilio
expresa su anhelo de paz y bienestar tras el fin de las guerras civiles que enfrentaron a Augusto
y Marco Antonio y su esperanza en el próspero futuro de la nueva nación13. Con esta expresión,
«comienza un nuevo orden de los tiempos», se quería ilustrar el inicio de una nueva era para los
Estados Unidos apenas inaugurada con la declaración de Independencia. En esa bienaventu-
ranza se recupera otro verso empleado asimismo en las noticias que ilustraban el proceso cons-
tituyente y que reflejaba también el optimismo con el que se afrontaba esta nueva experiencia
política (figura 2): «Incipient magni procedere menses»14.

11. Verg. Egl. 4, 4-7: «La última edad del vaticinio de Cumas llega ya;/ ya nace de lo profundo de los siglos
un magno orden// Ya vuelve Virgo, vuelve el reinado de Saturno; ya desciende del alto cielo una nueva
progenie»; Dougall, The Eagle and the Shield, op. cit., 88-89; U.S. Department of State, Great Seal of the
United States, 4.
12. A modo de aproximación al asunto puede consultarse: J. Carcopino, Virgile et le mystère de la IVe
Églogue, París, 1943; P. Courcelle, “Les exégèses chrétiennes de la quatrième Eglogue”, Revue des études
anciennes, 59, 1957, 249-319; S. Benko, “Virgil’s Fourth Eclogue in Christian Interpretation”, ANRW, 2.31.1,
Berlin, 1980, 646-705.
13. Young Sellar, Roman Poets of the Augustan Age, op. cit., 134-135.
14. Verg. Egl. 4, 11-17: Teque adeo hoc aevi, te consule, inibit,// Polio: INCIPIENT MAGNI PROCEDERE
MENSES// Te duce, si qua manent sceleris vestigia nostri,//Irrita perpetua solvent formidine terras.// Ille
Deum vitam accipiet, Divisque videbit// Permixtos heroas, et ipse videbitur illis: Pacatumque reget patriis
virtutibus orbem: por ti, cónsul, comenzará esta edad gloriosa//, ¡oh Polión!, e iniciarán su marcha los meses
magníficos//, siendo tú el guía. Si aún quedaran vestigios de nuestro crimen// borradas éstas liberarán la
tierra del temor continuo // recibirá el niño de los dioses la vida, y con los dioses verá// mezclados a los
héroes y él mismo será visto entre ellos;// con las patrias virtudes regirá a todo el orbe en paz.

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Figura 2. La expresión virgiliana del proceso de ratificación constitucional. Fuente:


The Massachussetts Centinel, 2 de agosto de 1788.

De nuevo, en esta misma composición, encontramos otra de las consignas más repe-
tidas en el proceso constituyente: «Redeunt Saturnia Regna». Y es que, una vez discutida y
redactada la constitución en Filadelfia, el establecimiento del nuevo ordenamiento político
presentado en 1787 exigía que fuera aprobado, al menos, por nueve de las trece colonias, en
asambleas convocadas para este fin15. La prensa daba noticia de la progresiva adhesión de los
estados que se sucedió a partir de diciembre de 1787 (los primeros en aprobar en diciembre
el nuevo ordenamiento fueron Delaware, Pensilvania, N. Jersey) y la acompañaba con una
imagen de inspiración clásica en la que cada nuevo estado quedaba representado con una
columna, erguida por fin, una vez ratificada la constitución. En la imagen (figura 3) podía
leerse la expresión mencionada («Redeunt Saturni regna»), que recogía el espíritu bucólico
del poeta romano. La vida en el campo, sencilla y sin artificios, es para Virgilio y también en
el período constituyente el destello de una lejana edad de oro, un momento glorioso regido
por Saturno en el que la abundancia estaba garantizada, pues los campos fructificaban sin
necesidad de cultivarlos, la tierra gozaba de una primavera perpetua, reinaban la bondad y
la justicia. Aunque se percibe desde la nostalgia del tiempo pasado, no es un tiempo perdido
pues con el guía adecuado puede regresar. Esta edad será tan excepcional que no sólo supon-
drá la prosperidad sino también el fin de cualquier agresión (tal como recogen los versos si-
guientes de la cuarta égloga «sucumbirá la serpiente, la hierba falaz del veneno sucumbirá»16)
e incluso no será necesario el comercio («el viajero dejará de cruzar el mar y el náutico leño

15. U.S. Constitution, art. VII § 1.


16. Verg. Egl. 4, 24-25.

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no mercará los bienes porque todo campo surtirá todas las cosas»17). Los valores rurales, en
definitiva, simbolizan esa época mítica y al recuperar este modo de vida, cualquier posible
riesgo de futuro enfrentamiento desaparecerá. Virgilio aludía así al fin de las guerras civiles
y exhortaba a sus conciudadanos a regenerar la comunidad18. El anhelo virgiliano fue inter-
pretado en Estados Unidos como amparo clásico para el retorno al arado tras la guerra de
Independencia19.

Figura 3. La edad de oro evocada por Virgilio sirvió también para


anunciar el éxito de la consulta constitucional. Fuente: The Massachussetts
Centinel, 11 de junio de 1788.

Por lo tanto, fue esa imagen virgiliana de la felicidad social y moral (más que un retiro
al modo horaciano), fruto de la sencilla vida del campo y de las labores agrícolas tan caracte-
rística de las Geórgicas la que atrajo y la que compartieron los propietarios de plantaciones en
el Sur y los federalistas de Nueva Inglaterra. Joseph Addison, desde la metrópoli, consideraba
las Geórgicas como la obra más completa, elaborada y terminada de toda la Antigüedad20. A

17. Verg. Egl. 4, 38-39.


18. Verg. Georg. 2.
19. T. Jefferson, “Notes on the State on Virginia”, q. XXII, en A. Lipscomb, A. Bergh (Eds.), The Writings of
Thomas Jefferson, Washington, 1903-1907, II, 241; A. Whitney Griswold, “Jefferson’s Agrarian Democracy”,
en H. C. Dethloff (Eds.), Thomas Jefferson and American Democracy, Lexington (MA), 1971, 40.
20. J. Addison, “An Essay on Virgil’s Georgics”, en J. Dryden, The Works of Virgil, Londres, 1697, 2-4.

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esta inclinación clasicista responde igualmente el gusto de los intelectuales del momento por
el retiro en el campo como vía de escape de las tribulaciones del mundo21. Landon Carter,
dueño de una plantación en Virginia, la bautizó como Sabine Hall en recuerdo de la villa
donada por Mecenas a Horacio en el Lacio y recogida en sus Odas22. A la misma tradición
responden, por ejemplo, los halagos que Thomas Jefferson dedica a los granjeros norteame-
ricanos, o la obra de los poetas de Connecticut conocidos como los poetas de la Revolución,
como Timothy Dwight o David Humphreys23.
La superioridad de la vida rural, como esa aurea mediocritas evocada por Horacio, en-
tre la barbarie del mundo salvaje y la decadente sofisticación de la vida urbana, se convierte,
en la América del periodo constituyente, en la fuente primordial de la virtud republicana24 y
por ello Roma y Esparta surgen, al menos inicialmente, como los mejores modelos políticos
frente a sus adversarias, Atenas y Cartago, y no sólo por sus formas de gobierno sino por las
virtudes inherentes a la vida pastoril de las primeras frente a los perjuicios derivados del de-
sarrollo que tuvo el comercio en las segundas. La riqueza agrícola como recurso básico para
obtener la prosperidad y al mismo tiempo la paz del naciente estado25, la identificación de
Estados Unidos con la Roma de la pax augusta y sus virtudes, la frugalidad, la modestia, el
valor del esfuerzo, se presentan en abierta oposición al espíritu comercial que personificaban
los británicos, trasunto en el mundo contemporáneo del imperialismo cartaginés26. Y así, la
alabanza que W. Cobbett dedicó a la agricultura americana, destinada al público británico27,

21. J. Thomson, The Seasons and the Castle of Indolence, J. Sambrook (Ed.), Oxford, 1972, X; V. C.
Kenny, The Country-House Ethos in English Literature, 1688-1750: Themes of Personal Retreat and National
Expansion, N. York, 1984, 8-9.
22. Hor. Od. 3,1; M. Grazia Fiore, La villa di Orazio a Licenza, en Forma Urbis, anno XVIII. n. 12 diciembre
2013, 4-9; J.P. Greene, Landon Carter: An Inquiry into the Personal Values and Social Imperatives of the
Eighteenth-Century Virginia Gentry, Charlottesville, 1965, 86-87.
23. W.C. Dowling, Poetry and Ideology in Revolutionary Connecticut, Athens, 1990; M. González de la
Aleja Barberán, “El despertar de la conciencia teórico-literaria: desde el Puritanismo hasta la era de la
Independencia, en Historia de la teoría y la crítica literarias en Estados Unidos, Madrid 2001, 35-6.
24. A este respecto, R. W. Emerson, con frecuencia solía recordar en latín la célebre cita de Horacio (Epist.
2, 2, 77): Scriptorum chorus omnis amat nemus et fugit urbem. Era asimismo frecuente evocar a Catón el
viejo (agr. proem. 4: minimeque male cogitantes sunt qui in eo studio (scl. agricultura) occupati sunt): R. W.
Emerson, The Philosophy of History, “Manners”, Lecture Delivered at the Masonic Temple, Boston, 9 de
febrero y Concord (MA) 15 de marzo, 1837, The Early Lectures of R. Waldo Emerson, Cambridge (MA), 2,
1964.
25. T. Jefferson, “Letter to John Blair”, 13 agosto, 1787, Lipscomb, Bergh, Writings of Thomas Jefferson,
op. cit., 6, 272; ibid., “Letter to George Washington”, 14 agosto, 1787, 277; ibid., “Answer to de Meusnier
Questions”, 1786, 17, 91; ibid., “Letter to David Williams”, 1803, 10, 429.
26. Ibid., T. Jefferson, “Letter to G.K. Van Hogendorp”, 13 octubre, 1785, 5, 183; J. Boyd (Ed.), The Papers
of Thomas Jefferson, Princeton, 1950, 8, 633; T. Jefferson, “Letter to George Washington”, 14 de agosto, 1787,
Lipscomb, Bergh, Writings of Thomas Jefferson, op.cit., 6, 277; ibid., T. Jefferson, “Answer to de Meusnier
Questions”, 1786, 17, 116; ibid., “Letter to Benjamin Stoddart”, 18 febrero, 1809, 12, 250; ibid., “Letter to M.
de Warville”, 16 de agosto, 1786, 5, 402; ibid., “Letter to Henry Middleton”, 8 de enero, 1813, 13, 203.
27. W. Cobbett, A Year’s Residence in the United States of America, N. York, 1819.

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al tiempo que recoge su admiración por las explotaciones agrícolas, los usos y costumbres
y condiciones laborales de los agricultores de Estados Unidos atacaba tangencialmente el
mercantilismo protagonista de la política económica del Reino Unido. El comercio convertía
al individuo en un ciudadano que, al anteponer su propio interés al de su país, se revelaba
como incapaz de comprometerse de manera desinteresada con las obligaciones del servicio
público. Entre otros estadistas del período, Th. Jefferson defendía el trabajo de la tierra en
propiedad, libre del azar, de las tentaciones monetarias, los caprichos e intereses del mercado
como única garantía de virtud28.
A esta inspiración clásica pastoril responden igualmente los escritos que John Dic-
kinson publica bajo el pseudónimo de «un granjero de Pensilvania»29 en los que se presenta
como un campesino libre de los temores y anhelos depositados en la vida urbana y al margen
de las obligaciones impuestas por el mercado. El virginiano J. Taylor, bajo el simbólico pseu-
dónimo de Arator, ve la agricultura como guardiana de la libertad, madre de toda riqueza, y
una virtud ciudadana, la mejor forma de duplicar la fertilidad de un país y más beneficiosa
que un conflicto militar que quizás permite doblar la extensión de su territorio pero que
amenaza la libertad, provoca desolación y genera menos prosperidad30.
Reflexiones similares ofrece otro padre fundador, James Madison, para quien no hay
civilización sin agricultura31. Por ello defendía para Estados Unidos un paisaje agrícola po-
tenciado progresivamente gracias a los avances tecnológicos. Al mismo tiempo, advierte de la
amenaza que suponía para la sociedad la pérdida de su base agrícola y muestra como ejemplo
los daños comprobados en el entorno urbano de Europa, antinatural y como consecuencia
de ello corrompido y sobrepoblado32. Una reflexión similar ofrece John Adams durante su
estancia en Francia. En 1778, en una carta que dirige a su mujer, describe las proximidades de
París y Versalles, sus edificios, pinturas, esculturas, música, adornos y mobiliariocomo ricos,
magnificentes y espléndidos, pero también como «bagatelas introducidas por el tiempo y el

28. T. Jefferson, “Notes on the State of Virginia”, op. cit. 165. Junto a Jefferson, J.H. Crèvecoeur también
consideraba la agricultura como la principal fuente de estabilidad e independencia social: “Letter II: Of The
Situation, Feelings, and Pleasures of an American Farmer”, Letters from an American Farmer, Londres, 1782.
29. “Letters of a Farmer in Pennsylvania”, 1768, en P. Leicester Ford (Ed.), The Writings of John Dickinson,
I, Political Writings, 1764-1774, Memoirs of the Historical Society of Pennsylvania, 14, Filadelfia, 1895, 307.
30. J. Taylor, “The pleasures of agriculture”, Arator, Being a Series of Agricultural Essays, Practical &
Political, in Sixty-One Numbers, Georgetown, 1813, 242-245: «Agriculture and politics are primary causes
of our wealth and liberty».
31. J. Madison, “An Address Delivered before the Albermale, VA., Agricultural society”, 1818: «The class
of citizens who provide at once their own food and their own raiment, may be viewed as the most truly
independent and happy. They are more; they are the best basis of public liberty and the strongest bulwark of
public safety. It follows, that the greater the proportion of this class to the whole society, the more free, the
more independent, and the more happy must be the society itself».
32. Crítica a la vida ociosa de la ciudad: T. Jefferson, “Letter to William Short”, 8 de septiembre 1823, en
Lipscomb, Bergh, Writings of Thomas Jefferson, op.cit., 15, 469; T. Jefferson, “Letter to John Banister Jr.”, 15
de octubre 1785, en M. D. Peterson (Ed.), Thomas Jefferson: Writings: Autobiography / Notes of the State of
Virginia / Public and Privates Papers/ Addresses/ Letters, N. York, 1984, 494.

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lujo en lugar de las grandes cualidades y de las robustas, principales virtudes del corazón hu-
mano». Para J. Adams, «cuanto más elegancia, menos virtud ha habido en cualquier época y
en cualquier país» y concluye recomendando, «si los americanos pretenden superar a Europa
en dignidad, grandeza y gusto, deberían saber cómo crear un arte republicano que evitara los
vicios propios del refinamiento y el lujo»33.
En Estados Unidos, esta evocación nostálgica de las bondades del mundo pastoril sir-
vió, en primer lugar, como aliciente para promover y legitimar el asentamiento en nuevas
tierras fértiles en las que poner en práctica un estilo de vida al modo del descrito en las
Geórgicas. De hecho, en las primeras décadas de la nueva república americana los oficiales
del ejército patriota reclamaron tierras de la recién adquirida Ohio, emulando la asignación
concedida a los veteranos asentados en las provincias conquistadas por Roma34.
En segundo lugar, y desde una perspectiva política, el arquetipo pastoril de tiempos
augústeos constituyó un estímulo en la construcción de un país de naturaleza todavía esen-
cialmente rural35. Cabe recordar que en 1790 solo ciudades como Nueva York o Filadelfia
alcanzaban un censo superior a los 20.000 habitantes36. Además, el americano quedaba de-
finido en esencia como pequeño propietario37 y la condición de arrendatario agrícola se re-
chazaba como contraria a la libertad38. Para T. Jefferson y un buen número de republicanos
federalistas, la fuente de la virtud cívica radicaba en la libertad e independencia del individuo

33. J. Adams, “Letter to Abigail Adams”, 12 de abril 1778 en L.H. Butterfield, M. Friedlaender (Eds.),
Adams Family Correspondence, Cambridge (MA), 1973, 3.
34. A.R.L. Cayton, The Frontier Republic: Ideology and Politics in the Ohio Country, 1780-1825, Kent (OH),
1986, 12-32; T. Platkins Thornton, Cultivating Gentlemen: The Meaning of Country Life among the Boston
Elite, 1785-1860, New Haven, 1989, 31.
35. La importancia de la agricultura como bendición del nuevo estado: J. Crèvecour, Letters from an
American Farmer, 1782, en S. Manning (Ed.), Oxford, 2009, Letter II, “On the situation, Feelings, and
Pleasures, of an American Farmer”; Letter III, “What is An American?”, 41; Jefferson Notes on the State
of Virginia, 1785, ed F. Shuffleton, N. York, 1999, 170-171. E. Stiles,The United States Elevated to Glory and
Honor, N. Haven, 1783, en C. K. Shipton (Ed.), Early American Imprints, 1639-1800, reprint. Worcester
(MA), 1958, 31; T. Sweet, American Georgics. Economy and Eenvironment in Early American Literature,
Filadelfia, 2002, 4-8.
36. Según el United States Census Bureau (su nombre oficial es el Bureau of the Census) la población de N.
York en esa fecha ascendía a 30.000 personas libres (33.131), en Filadelfia a 28.522, en Boston a 18.320. En
el resto de grandes núcleos la población oscilaba entre los nueve y cinco mil habitantes.
37. H. Nash Smith, Virgin Land: The American West as Symbol and Myth, Cambridge (MA), 1950, 122-
132; Ch. E. Eisinger, “Land and Loyalty: Literary Expressions of Agrarian Nationalism in the Seventeenth
and Eighteenth Centuries”, American Literature, 21, 1949, 160-178; Benjamin Franklin había descrito una
estructura social de carácter rural y estable en un conjunto de tres poemas publicados en 1755 dentro del
almanaque llamado Poor Richard Almanack. El primero de estos poemas es una paráfrasis del segundo
epodo de Horacio, el célebre Beatus ille, y preserva el elogio a la vida rural: B. Franklin The Papers of
Benjamin Franklin, L. W. Labaree (Ed.), N. Haven, 1962, 5, 469.
38. Así lo expuso T. Hart Benton ante el Senado el 16 de mayo de 1826: “Tenantry is unfavorable to
freedom” (T. Hart Benton, Thirty Years’ view, N. York, 1854, 1, 103-104).

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por lo que solo aquellos libres de cualquier tipo de atadura, incluso bajo la forma de intereses
o pagos al auténtico dueño del terreno, estaban cualificados para ser ciudadanos39.
Las virtudes derivadas del trabajo agrícola que cantaban los poetas augústeos se exhi-
ben entonces como la mejor garantía de la estabilidad de la democracia recién inaugurada40.
La abundancia de tierras y la labor agrícola permitirían la consolidación de un cuerpo ciuda-
dano formado por patricios propietarios, los únicos íntegros pues eran ajenos a la corrupción
movida por la acuciante necesidad. Eran estos agricultores, ciudadanos virtuosos, capaces de
sacrificar su propio interés por el bien de la comunidad, los que deberían asumir la respon-
sabilidad del servicio público sin recompensa económica, como una obligación patriótica y
del mismo modo que esa clase de propietarios había desempeñado en la república romana
magistraturas y cargos militares41. Y así, G. Washington se convierte en el perfecto Cincinato,
el patriota romano que vuelve a su hacienda después de su victoria en combate42.
Uno de los más fervientes seguidores de la tradición bucólica de época augustea fue
el autor de la declaración de independencia y futuro tercer presidente de Estados Unidos,
Thomas Jefferson, que dejó frecuentes testimonios de su afición por la poesía de temática
pastoril, en particular Virgilio y Horacio43. En un famoso pasaje de su célebre trabajo, Notes
on the State of Virginia, Jefferson glorificaba la agricultura, y las virtudes que esta dedicación
proporcionaba, con un lenguaje y un espíritu muy similar al recogido por Virgilio en las
Geórgicas cuando ya formaba parte del círculo de Mecenas44. En esta obra el poeta ensalza
el retorno, bajo Augusto, a un tiempo agrícola, y con él, el valor del esfuerzo, el respeto por
la tradición y los mores maiorum, instrumentos al servicio de un fin común: la grandeza de
Roma. En palabras de Jefferson: «Los que cultivan la tierra, los ciudadanos más valiosos. Los
más vigorosos, los más independientes, los más virtuosos están ligados a la tierra y unidos a
su libertad por el más de los perdurables lazos.... considero todo artificio como promotor del
vicio y el instrumento por el que la libertad de un país es derrocada»45.
Pero Jefferson no fue el único de los padres fundadores que evocó la tradición pastoril
de tiempos de Augusto y la mayor parte de los «republicanos-demócratas» acudieron al mis-

39. T. Jefferson, “Notes on the State of Virginia”, en Lipscomb, Bergh (Eds.), The Writings of Thomas
Jefferson op. cit., Washington, 1903-1907, XIX.
40. B. Rush, Essays Literary, Moral and Philosophical, Filadelfia, 1798, en C. K. Shipton (Ed.), Early
American Imprints, 1639-1800, reprint. Worcester (MA), 1962.
41. R. W. Emerson, The Philosophy of History, “Manners”, op.cit., 134: «at ex agricolis et viri fortissimi et
milites strenuissimi gignuntur, maximeque pius quaestus stabilissimusque consequitur minimeque invidiosus,
minimeque male cogitantes sunt qui in eo studio occupati sunt».
42. J. Wilson, “On the History of Property”, en R. McCloskey (Ed.), The Works of James Wilson, Cambridge
(MA) 2, 716.
43. Baylin, The Ideological Origins of the American Revolution, op.cit., 23-26. D. Wilson (Ed.), Jefferson’s
Literary Commonplace Book, Princeton, 1989, 153; P. S. Onuf, N. P. Cole, Thomas Jefferson, the Classical
World and Early America, Charlottesville, 2011, 2-9.
44. Jefferson, “Notes on the State of Virginia”, op. cit., XIX, 229.
45. T. Jefferson, “Letter to John Jay”, 23 de agosto, 1785, en Boyd, The Papers of Thomas Jefferson, op. cit.,
8, 426-428.

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mo precedente con una finalidad sorprendentemente política. En efecto, la poesía de Virgilio


desempeñó un papel destacado en la defensa de una democracia por representación que sus-
tituyera al gobierno mixto, la fórmula instaurada en Estados Unidos y modelada siguiendo
el principio polibiano46. La reflexión polibiana fue una fuente de inspiración esencial en los
debates constitucionales, y los tres poderes del estado recogieron las tres formas puras de
gobierno enunciadas por Polibio: monarquía (presidente), oligarquía (senado) y democracia
(cámara de representantes), posibles todas de manera simultánea y en perfecta harmonía
gracias al sistema de checks and balances que garantizaba el equilibrio del sistema47.
Para avalar ese cambio al que aspiraban los demócratas republicanos hacia un sistema
más democrático, había que acudir a una tradición tan antigua y reverenciada como lo era
la teoría polibiana del gobierno mixto. Y solo esgrimiendo que la libertad de las antiguas
repúblicas se había fundado en un modo de vida agrícola más que en un gobierno mixto, po-
dían los demócratas-republicanos como Th. Jefferson y J. Madison legitimar su iniciativa de
cambio. Se trataba de persuadir con garantías de éxito a los opositores de que la adopción de
este sistema de gobierno para el que no se contaba con precedentes podía efectuarse de ma-
nera segura. Reformas de carácter democrático que se promovieron a partir de 1820, como la
supresión del criterio timocrático en el derecho a voto, la eliminación de la propiedad como
requisito imprescindible en las votaciones, o la tendencia a acentuar el papel crucial de la
representación fueron vinculadas con optimismo a las virtudes derivadas de una mayoría de
ciudadanos dedicados a las labores del campo.
Los demócratas-republicanos defendieron la idea de que los Estados Unidos podían
adoptar sin riesgo una democracia gracias, en buena medida, a la abundancia de tierra por
cultivar que permitiría en Estados Unidos una ciudadanía de campesinos como la descrita
por Virgilio. De aquí que Jefferson afirme: «creo que nuestro gobierno permanecerá virtuoso
durante siglos, siempre que sus habitantes sean sobre todo agricultores, y esto será así mien-
tras haya tierras libres en cualquier parte de América»48. Jefferson se mantuvo hasta tal punto

46. Polibio señalaba los efectos beneficiosos del gobierno mixto y empleaba la metáfora del barco del
Estado: Plb. VI 10. El principio fue defendido por J. Wilson, “Of Government”, cap. X, Lectures on Law (part.
1), en K.L. Hall, M.D. Hall (Eds.), Collected Works of James Wilson, vol. I, Indianápolis, 2007; Partidario
asimismo fue John Adams: L.H. Butterfield (Ed.), The Diary and Autobiography of John Adams, Cambridge
(MA), 1961, vol. II, 58, primavera de 1772. Los beneficios del gobierno mixto aparecen analizados en detalle
en: J. Adams, A Defence of the Constitution of Government of the United States, The Works of John Adams,
vol. VI, caps. I-IV.
47. Esta fórmula fue discutida en numerosas sesiones de la convención federal: Records of the Federal
Convention of 1787, vol. I, 31 de mayo; 4, 7, 16 de junio, 1787. También fue discutida en distintas convenciones
estatales. Vid. la convención de Massachusetts: J. Elliot (Ed.), Debates in the Several State Conventions on the
Adoption of the Federal Constitution, 1888, reed. N.York, 1968, vol. II, 22 de enero, 1788; en la convención de
Virginia: Ibid. vol. III, 4 de junio, 1788; C. Martínez Maza, El Espejo griego. Atenas, Esparta y las ligas griegas
en la América del periodo constituyente (1786-1789), Barcelona, 2013, 202-215.
48. T. Jefferson, “Letter to James Madison”, 20 diciembre 1787, en Boyd, The Papers of Thomas Jefferson. op.
cit. 1, doc. 21. Vid. T. Jefferson, “Circular to the American Consuls”, 31 de mayo 1792, Filadelfia, Lipscomb,
Bergh, Writings of Thomas Jefferson, op. cit., 8, 352.

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fiel a la propuesta virgiliana, como instrumento legitimador del espíritu agrícola de EEUU,
que promovió la adquisición de la Louisiana, a pesar de que la constitución no contemplaba
la posibilidad de adquirir tierras extranjeras, con el fin de asegurar la base agrícola de la na-
ción y por ende su estabilidad y su virtud49.
No obstante, y a pesar de esa recuperación del ambiente pastoril tan característico del
círculo intelectual augusteo, la figura del princeps sorprendentemente no llegó nunca a for-
mar parte del repertorio de modelos políticos adecuados para el nuevo estado, aunque for-
malmente respondiera mejor que ningún otro paradigma clásico a los requisitos exigidos al
brazo ejecutivo.
De manera que, si bien se acude a la poesía virgiliana como fuente de autoridad para
respaldar la transición a un sistema más democrático, algunos miembros del partido de-
mócrata-republicano liderado por Andrew Jackson (los actuales demócratas), acusaron al
poeta de traición contra la república por glorificar a Augusto en la Eneida. La crítica, aun-
que moderada, se dirige al carácter unipersonal y autoritario del poder que instituye, y esa
crítica sirve a modo de censura simbólica contra el centralismo de los antiguos federalistas
(ahora nacional-republicanos) a los que se acusaba de pretender que el sistema de gobierno
vigente se convirtiera en una monarquía constitucional. La condena se dirigía asimismo a las
alabanzas que los poetas del círculo de Mecenas dedicaron a Augusto y la propaganda que,
difundida a través de su producción literaria, legitimaba su poder y fomentaba su imagen
de eficaz administrador, clemente, que había llevado a Roma a un período de prosperidad y
restaurado las virtudes que adornaban al romano desde los primeros tiempos de la república.
Th. R. Dew afirmaba que:

después de la muerte de Bruto, el mundo de las letras experimentó una revolución tan grande
como la del mundo político. La literatura de la edad de Augusto se distingue por un tono y
por un espíritu que señala el fin de la libertad y, en consecuencia, la esclavitud de la mente.
La valiente y distinguida voz de la elocuencia fue silenciada. El elevado y noble espíritu de la
república, amansado, dio paso a un servilismo repugnante y enfermizo. El tiempo de la poesía
llegó cuando terminó el de la elocuencia y el de la filosofía. Y Virgilio y Horacio y Propercio,
halagados, enriquecidos y cortejados por un astuto príncipe y una corte elegante, consintieron
en alzar serviles preces al monarca que había firmado las proscripciones del triunvirato y afian-
zado el despotismo en su país.50

49. Los vastos territorios que comprendían la Louisiana fueron adquiridos en 1803. L. Banning, The
Sacred Fire of Liberty: James Madison and the Founding of the Federal Republic, Itaca, 1995, 326-330; J.P.
Rodriguez, The Louisiana Purchase: A Historical and Geographical Encyclopedia, Santa Barbara (CA),
2002, 139-140; T.J. Fleming, The Louisiana Purchase, Hoboken (NJ), 2003, 149-152; A. Whitney Griswold,
“Jefferson’s Agrarian Democracy”, en H. C. Dethloff (Ed.), Thomas Jefferson and American Democracy,
Lexington (MA), 1971, 40-50. R. K. Matthews, The Radical Politics of Thomas Jefferson: A revisionist view,
Lawrence KA, 1984, 109-110.
50. Th. R. Dew, An Address on the influence of the Federative Republican System of Government upon
Literature and the Development of Character, Southern Literary Messenger, Richmond, 2 diciembre 1836,
261-282.

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Para subrayar la adulación imperante en la literatura augústea se resalta el carácter


democrático de la producción literaria ateniense: George Bancroft, uno de los primeros his-
toriadores estadounidenses (1800-1891), escribió en 1824: «En la literatura romana en oca-
siones hemos encontrado motivo de disgusto ante tanta adulación servil. Habríamos deseado
que Horacio no hubiera empleado su genio en celebrar las victorias de Augusto, habríamos
apreciado más a Virgilio si hubiéramos encontrado en sus versos algo del rústico republi-
canismo de los antiguos tiempos». Y sin embargo sobre Grecia en general y Atenas en par-
ticular afirmaba: «que nunca elogiaron la realeza como forma de gobierno»51 y en 1852 el
Methodist Quaterly Review recordaba que «en Atenas, la época de Pericles mostraba cómo el
poder de la democracia creó y sustentó el espíritu de cada ateniense, cultivado y creativo, un
espíritu magnificente y difundido por doquier»52.
Pero la literatura de época de Augusto no sólo fue objeto de duras acusaciones sino
que se le arrebataron sus mejores cualidades, indudables por otro lado, pero atribuidas
ahora a los perdurables efectos del gobierno de la república53: «los hombres que engala-
naron los más variados ámbitos de la cultura durante el largo reino de Augusto, nacieron
en los últimos días de la república. Vieron la gloriosa comunidad que habían sido, con-
templaron con sus propios ojos la grandeza de su país, e inspiraron durante su juventud el
aliento de la libertad»54. Vistas así las cosas, no resulta extraño que Ovidio, nacido en una
fecha demasiado tardía como para apreciar los valores republicanos, fuera considerado un
poeta inferior, soñador en exceso, cuya producción no mostraba ninguno de los beneficios
derivados de las bondades de la república55.
En el ámbito estrictamente constitucional, Augusto tampoco recibió críticas mejores,
pues se le consideraba el iniciador del nefasto ejercicio del gobierno imperial, y por ello fue
considerado en el ambiente colonial un precedente clásico de la monarquía británica de la
que habían logrado escapar. En 1821, Jefferson enumeraba las tres épocas «que en la Historia
señalaban la completa desaparición de la moral nacional. La primera, la de los sucesores de
Alejandro, sin omitirlo a él; la siguiente, la de los sucesores de Julio César. La tercera la en-
contramos en nuestros propios días»56. En 1771, en la antesala del conflicto con la metrópoli
y en un ambiente colonial asfixiado por el yugo opresor de la monarquía británica, Samuel

51. G. Bancroft, “The Value of Classical Learning”, North American Review, 19, 1824, 125-137.
52. Methodist Quaterly Review “Recent editions of the Antigone of Sophocles”, 1952, 96-118.
53. Asimismo Tácito recibió la admiración de los círculos intelectuales del momento por su espíritu pro-
republicano, antiaugústeo. En la edición de Tácito que Thomas Gordon dedica a Sir Robert Walpole, primer
ministro del Reino Unido (1722-1742), recuerda que «lo mejor del gobierno de Augusto no era sino el
amanecer de la tiranía»: G. S. Wood, The Idea of America: Reflections on the Birth of the United States, cap. 9,
Londres, 2011; William L. Grant, Neo-Latin Literature and the Pastoral, Chapel Hill, 1965, 255; Howard D.
Weinbrot, Augustus Caesar in “Augustan” England: The Decline of a Classical Norm, Princeton, 1978, 53, 62,
47-48; M. Reinhold, The Classick Pages, op.cit, 100.
54. Dew, An address, op.cit. 5.
55. Ibid.
56. T. Jefferson, Autobiography, 1821, Lipscomb, Bergh, Writings of Thomas Jefferson, op. cit., 1, 152.

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Monográfico Luces y sombras del principado de Augusto en EE UU (1776-1860)

Adams, bajo el apodo de Candidus, advertía contra los vicios sociales que habían propiciado
el poder unipersonal de los emperadores romanos:

¿No vio César que Roma estaba dispuesta a inclinarse?...Usando malas artes, la hipocresía, la
adulación, que son más fatales que una espada, obtuvo ese poder supremo del que estaba se-
dienta su ambiciosa alma... Finalmente se persuadió al pueblo para que consintiera su propia
ruina... El deseo y el placer del Príncipe habían forzado la ley... ¿Qué diferencia hay entre el
presente estado de nuestra colonia, que con el tiempo será el deplorable estado de toda América,
y el de Roma bajo la suprema ley de César? La diferencia es solo esta, que ellos dieron su consen-
timiento formal al cambio, y que nosotros no lo hemos hecho todavía57.

Años más tarde, J. Adams insistía en que la libertad había muerto en Gran Bretaña
como en la Roma imperial y comparaba la tiranía británica con la del Imperio romano. J.
Adams señalaba que la expresión «La corona imperial de Gran Bretaña» fue introducida en
alusión al imperio romano: «Ahora el Parlamento intenta usar este concepto real para incre-
mentar su propio poder»58. Poco tiempo después añadió: «Roma no utilizó nunca el término
Imperio romano hasta que culminó la tragedia de su libertad. Antes de eso era sólo una re-
pública o una ciudad. Pero ahora el parlamento está emulando a los últimos romanos usando
el término “Imperio británico” como instrumento de opresión»59.
El mal ejemplo de Augusto fue esgrimido incluso ante la elección del primer pre-
sidente de la nación, el popular George Washington: un antifederalista que escribía bajo
el seudónimo de «un granjero» argumentaba que «si el primer presidente era uno bueno,
permitiría en un futuro el acceso a los malos»60. La buena administración de Augusto,
innegable por otro lado, «había asegurado el poder y abierto el gobierno a los vicios de
Tiberio, Calígula, y Nerón en el primer siglo d.C., del mismo modo que en la siguiente cen-
turia el divino “Marco Aurelio” el emperador-filósofo había abierto camino al monstruo de
Cómodo» 61. Una percepción muy similar recoge Thomas Dew al reconocer el patrocinio
que las letras recibieron bajo el principado de Augusto y, sin embargo, esa edad de oro no
se mantuvo en principados posteriores:

Suponiendo incluso que el progreso de la literatura depende proporcionalmente del patrocinio


económico que recibe, esto no significa que tendrá un esplendor mayor bajo un gobierno mo-
nárquico. Sostener que esta clase de gobierno puede mostrar una mayor inclinación al mece-
nazgo no implica que siempre lo ponga en práctica. La literatura recibió en los días de Augusto
y Mecenas pródigas riquezas pero en el futuro, con Tiberio y Sejano pasará hambre y llegará a

57. Candidus, Boston Gazette, 14 de octubre, 1771, en H.A. Cushing, The Writings of Samuel Adams, 1904-
1908, N. York, 2, 251-254.
58. J. Adams, “Letters of Novanglus”, 6 de febrero, 1775, en Taylor, The Papers of John Adams, op. cit. 2,
376-377.
59. J. Adams, “Letters of Novanglus”, 17 abril, 1775, en Taylor, The Papers of John Adams, op. cit. 2, 376-
377.
60. A Farmer, H. J. Storing, The Complete Anti-federalist, Chicago, 1981, 5, 57.
61. Ibid., 5, 57-60.

98 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 83-105


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estar proscrita... Constantino el Grande, sentado en el trono del Imperio de Oriente, con todos
los recursos del mundo romano en sus manos, no pudo despertar al genio dormido de una raza
degenerada, ni revivir las artes del Imperio de otros tiempos ahora en decadencia. La literatura
de su reino, aún con todo el patrocinio que le concedió a lo sumo no podía sino semejarse a esa
abundancia de maravillas que su orgullo y vanidad habían erigido en su propia ciudad imperial
compuesta de las ruinas de tantos espléndidos monumentos de la Antigüedad62.

En la convención ratificante de Massachusetts, otro antifederalista, Nathaniel Barrell


esgrimió un argumento similar: «la Historia nos dice que Roma fue feliz bajo Augusto y mi-
serable bajo Nerón, porque no pudo tener un poder más grande que el de aquel»63.
Fueron sobre todo los antifederalistas, partidarios de una mayor autonomía y libertad
de acción de los gobiernos estatales, los que recuperaron a los emperadores romanos para
avalar con precedentes clásicos su crítica al gobierno federal, al que se pretendía dotar, a su
juicio, de un poder excesivo, en detrimento de la independencia y gran capacidad ejecutiva
de la que habían disfrutado las colonias británicas antes de la Independencia.
Según un antifederalista que escribió bajo el nombre de The Impartial Examiner: «aun-
que los romanos albergaron un profundo odio por el título de rey tras la expulsión del último
de los reyes romanos en el 509, más tarde permitieron un poder más grande aún en un hom-
bre al que llamaron emperador. Y los federalistas actúan del mismo modo, evitando revelar
su verdadera identidad porque saben que el pueblo americano se opondrá con firmeza a la
aniquilación del poder de los estados»64.
La figura de Augusto sobrevoló los debates de la convención constituyente, donde los
antifederalistas expusieron sus dudas sobre la viabilidad de hacer coexistir dos soberanías, la
federal centralizada y la estatal hasta ahora con libertad de acción, en un mismo territorio.
Antifederalistas como Centinel consideraban que la transferencia de competencias al gobier-
no federal convertiría a los gobiernos estatales en una institución política, desnaturalizada,
privada de funciones65, tal y como había hecho Augusto con cada una de las instituciones que
integraban la República: «Augusto con ayuda de un gran ejército, asumió un poder despó-
tico, y no sólo esto sino que encontramos... tan sólo las sombras de una constitución que se
mantuvo para distraer a la gente. El senado, se mantuvo formalmente, los cónsules, los tribu-
nos de la plebe, censores y otros cargos que anualmente eran elegidos como antes, y la forma
de gobierno republicano continuó». Del mismo modo, para el antifederalista George Clinton
la cláusula constitucional que garantizaba el republicanismo de los gobiernos estatales no era

62. Dew, “An Address on the influence”, op. cit., 261-282.


63. N. Barrell, “Letter to G. Thatcher”, 1788 en Storing, The Complete Anti-federalist, op. cit., 4, 148, 237;
J. Elliot (Eds.), Debates in the Several States Conventions on the Adoption of the Federal constitution, 1888,
reprint. N. York, 1968, 376-377.
64. Storing, The Complete Antifederalist, op. cit. 6, 185.
65. Centinel, “To the People of Pennsylvania”, 24 de octubre, 1787, en M. Jensen, P. Kaminski. G. J.
Saladino, et al. (Eds.), The Documentary History of the Ratification of the Constitution, Madison, (WI), 1976,
13, 459; A Georgian, en Jensen, The Documentary History, op. cit. 3, 326.

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Monográfico Luces y sombras del principado de Augusto en EE UU (1776-1860)

sino una mera fórmula similar al uso que los emperadores romanos hacían de los símbolos
republicanos66.
Estadistas más imparciales como J. Adams retomaron el triunvirato para comparar la
explotación que hizo Augusto en éste, con las tácticas del federalista Hamilton, señalando
que las intrigas y maquinaciones del princeps eran muy similares a los planes de Hamilton
para deshacerse de G. Washington, J. Adams, J. Jay y T. Jefferson, con objeto de monopolizar
todo el poder en su propio beneficio67.
Y es que los padres fundadores, sobre todo los federalistas, se encontraron con la di-
fícil tarea de defender la viabilidad de una paradoja: la censura a la monarquía británica y a
cuantas formas de poder autoritario encontraron en los anales de la historia grecorromana,
incluido el benéfico gobierno de Augusto y proponer, al mismo tiempo, el establecimiento
de un ejecutivo unipersonal como jefatura del nuevo estado, a la manera del gobierno ins-
taurado por Octavio, si bien se negaba que cualquier similitud fuera resultado de una posible
inspiración en este modelo romano.
En efecto, en el nuevo ordenamiento constitucional uno de los asuntos más complejos
que tuvieron que afrontar los padres fundadores fue el diseño del brazo ejecutivo y las com-
petencias otorgadas a la presidencia. Los delegados reunidos en Filadelfia debían articular
un sistema para el que no existía jurisprudencia contemporánea porque en los artículos de
la confederación, vigente desde la declaración de Independencia, no se había formalizado
ningún procedimiento ejecutivo68. La puesta en marcha de las resoluciones del Congreso
quedaba en manos de las autoridades estatales69 y, como cabría esperar, la administración lo-
cal retrasaba mediante los más variopintos procedimientos burocráticos aquellas decisiones
políticas que consideraban desfavorables a sus intereses.
El presidente del Congreso no tenía apenas autoridad institucional salvo su papel de
portavoz de la asamblea. Es cierto que los artículos permitían una especie de comité ejecu-
tivo del Congreso, el Comité de los Estados, integrado por los representantes de las antiguas
colonias encargado de tramitar los asuntos urgentes durante los periodos de descanso del
Congreso, pero realmente no estaba dotado de poder ejecutivo pleno70.
Esto no significa que no existiera un poder ejecutivo, pues los artículos permitían al
Congreso establecer «comités y cargos oficiales si así era necesario para llevar los asuntos
generales de los estados unidos bajo su dirección»71. Bajo esta provisión el Congreso esta-

66. Storing, The Complete Antifederalist, op. cit. 2, 146, 157.


67. J. Adams, “Letter to Benjamin Rush”, 4 de diciembre 1805, en Adair, Schutz, The Spur of Fame, op. cit.
68. Art. Confed. IX, cl. 5; D.G. Smith, «An Analysis of Two Federal Structures: The Articles of Confederation
and the Constitution», San Diego Law Review, 49, 1997, 270-272 y 291-293; Martínez Maza, El espejo griego,
op. cit., 44-56.
69. Art. Confed. V cl. 2 y 3. Esta restricción quedaba justificada por el miedo a la corrupción que
consideraban inherente al poder unipersonal, que «postró a esas antiguas repúblicas, y que no sólo se
observa en las páginas de la Historia»: «Continental Congress, 23 de mayo, 1785», Journal of the Continental
Congress, Library of Congress ed., Washington, 1933, vol. XXVIII.
70. Art. Confed. V cl. 1.
71. Art. Confed. IX, § 5.

100 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 83-105


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blecía una serie de despachos: el comité de finanzas, el de la guerra, comercio marítimo... En


1787 fueron convertidos en departamentos permanentes dirigidos por secretarios (que no
formaban parte del Congreso). Los artículos también permitían el nombramiento de uno de
los miembros del Congreso para presidir el conjunto, y como «Presidente» el individuo no
podía servir más de un año en el período de un trienio. En definitiva, era evidente que una
de las grandes debilidades del sistema político era que la única autoridad política de carácter
federal, el Congreso, no tenía fuerza para obligar a que se acataran sus mandatos72.
Por ello, los padres fundadores alentaron el establecimiento de un poder ejecutivo in-
divisible y enérgico. Se encontraron con la oposición enconada de algunos delegados parti-
darios de un ejecutivo múltiple postulado en el llamado Plan Patterson o plan de N. Jersey73.
A. Hamilton calificó como «una receta para el desastre» la multiplicidad de responsables en
el ejecutivo pues provocaría la disolución del poder. El consulado romano mostraba la ruina
a la que Roma había sido arrastrada como consecuencia de esa división de poder74. Fue la
corrupción del sistema político republicano la responsable de la degeneración política que
propició el ascenso al poder imperial.
Entre los beneficios de un ejecutivo unipersonal los federalistas enumeran la mayor y
más rápida capacidad de decisión, de tramitar diligencias, de mantener el carácter confiden-
cial de los asuntos tratados. Cuanto más miembros ocuparan el ejecutivo, más difícil sería
también disfrutar de estas ventajas. Estas cualidades podían anularse de dos modos: «invis-
tiendo el poder a dos o más magistrados de igual dignidad y autoridad o bien otorgando ese
poder a un hombre que requiriera la cooperación de otros para aconsejarle»75.
J. Madison también mostró su rechazo por este modelo: «para controlar la autoridad
legislativa debemos dividirla, para controlar el ejecutivo debemos unirlo. Un hombre es más
responsable que tres... Los tres lucharan entre ellos hasta que uno llegue a dominar a los de-
más. Los triunviratos de Roma primero el de César, luego el de Augusto son testigos de esta
verdad»76. J. Wilson77 argumentó en la Convención Constituyente que la unidad del ejecutivo,
más que promover la monarquía servía para prevenirla. Además, el pasado grecorromano
mostraba ejemplos de tiranías integrada por varios individuos y de los perjuicios de su go-
bierno como los 30 tiranos de Atenas o los decenviros de Roma. No había mejor muestra de

72. Madison enumera y desarrolla estos defectos en J. Madison, “Vices of the Political System of the
United States”, Abril, 1787, en W.T. Hutchinson et al. (Eds.), The Papers of James Madison, Charlottesville,
1977, vol. IX, 348-357.
73. Sobre el Plan Patterson y la contrapropuesta redactada por James Madison conocida como plan de
Virginia: Martínez Maza, El espejo griego, op. cit., 85-87.
74. A. Hamilton como Publius, The Federalist Papers, 70, 14 de marzo de 1788. Lord Chesterfield recuerda
que los reyes de Esparta y los cónsules de Roma al compartir el ejecutivo disolvían su capacidad de gobierno:
Records of the Federal Convention, vol. I, 16 de Junio, 1787.
75. Records of the Federal Convention, vol. I , 16 de junio, 1787 (intervención de Madison).
76. Records of the Federal Convention, vol. I , 16 de junio, 1787 (intervención de Wilson).
77. Records of the Federal Convention, vol. I, 1 de junio, 1787. Una reflexión similar ofrece A. Hamilton,
como Publius, “The Union as a Safeguard Against Domestic Faction and Insurrection”, The Federalist Papers,
9, 21 de noviembre, 1787.

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Monográfico Luces y sombras del principado de Augusto en EE UU (1776-1860)

la perversión de uno múltiple que los triunviratos romanos: «el primer fue mortal para las
libertades y el segundo con la usurpación de Augusto terminó en despotismo»78. En definiti-
va, los federalistas fueron los más firmes partidarios de la unidad como rasgo intrínseco del
poder ejecutivo, como elemento que garantizaría la seguridad, la discreción en la toma de
decisiones y la fortaleza del gobierno.
Y en el principal órgano de expresión de sus ideas, The Federalist, recogen los motivos
que hacen de esta elección el modelo más adecuado:

«la energía en el ejecutivo es una de las cualidades que definen el buen gobierno. Esencial para
proteger la comunidad de ataques externos no lo es menos en la administración eficaz de la ley,
para proteger la propiedad... asegurar la libertad contra los asaltos de la ambición, de facciones o
de la anarquía. Todo hombre que acuda a la Historia de Roma sabe cuán a menudo la República
se vio obligada a tomar refugio en el poder absoluto de un solo hombre, bajo el formidable título
de dictador, bien contra las intrigas de individuos ambiciosos cuya conducta amenazaba la exis-
tencia del gobierno entero, bien contra las invasiones de enemigos externos que amenazaban
con la conquista y la destrucción de Roma.

... No se necesitan muchos ejemplos para que cualquier hombre con sentido común vea la ne-
cesidad de un ejecutivo enérgico. Solo queda preguntarse, ¿qué ingredientes constituyen esa
energía? ...Los ingredientes que dotan al ejecutivo de energía son: primero, unidad, segundo,
duración, tercero, una adecuada provisión para su apoyo, cuarto, poderes competentes...La uni-
dad en el ejecutivo es uno de los aspectos más distintivos de nuestra constitución»79.

Se propone por lo tanto un brazo ejecutivo unitario, con amplia autoridad para influir
en el proceso legislativo (a través del uso del veto como parte del sistema de checks and ba-
lances). El presidente actuaría como un monarca electivo con salario, poder de veto y plena
capacidad de nombrar a sus consejeros. Esa reminiscencia monárquica del cargo permite jus-
tificar el interés de Adams por defender para el presidente el pomposo título de «His Majesty
the President», «His High Mightiness», el considerado por el Senado más adecuado al estatus
del presidente «His Highness the President of the United States of America and Protector of
Their Liberties», frente al título más sencillo de «President of the United States of America» que
defendieron los demás y que finalmente acabó imponiéndose80.
A. Hamilton llegó admitir en la Convención Constituyente que el presidente era una
especie de monarca, aunque por tiempo limitado, y justificaba la mala reputación de las mo-
narquías electivas, calificadas de gobierno tumultuoso y caótico, como resultado de una ana-

78. Records of the Federal Convention, vol. I , 16 de junio, 1787.


79. The Federalist Papers, 70, op. cit.
80. El debate también se plasmó en la prensa y el título más discutido fue, de manera previsible, His
Majesty: Massachussetts Centinel, 25 de julio, 1789, 12 de agosto, 1789; Gazette of the United States, 5 22 de
agosto, 1789. El asunto fue llevado a las sesiones del Senado: Journal of the First Session of the Senate of the
United States of America, Washington, 1820: sesiones del 8, 9, 11, 12, 13 de mayo, 1789. El título oficial fue
aprobado el 14 de mayo de 1789. K. Bartoloni-Tuazon, For Fear of an Elective King. George Washington and
the Presidential Title Controversy, Cornell, 2014, 124-125.

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Clelia Martínez Maza Monográfico

logía inapropiada, pues se había sustentado en la aclamación por sus propias tropas de algu-
nos emperadores romanos. También J. Madison informó a Jefferson, justo antes del anuncio
de que ya estaba listo el texto de la Constitución, sobre los poderes del presidente y su nefasta
similitud con respecto a los ejercidos por los emperadores romanos81.
En contra de esta propuesta de ejecutivo único se manifestaron los antifederalistas, que
se amparaban en la inexistencia de un ejecutivo unipersonal en la práctica política del perío-
do inmediatamente anterior. Persistía además en el imaginario colonial un fuerte rechazo a
la monarquía británica y en consecuencia a cualquier forma de gobierno que la recordara.
En la sesión del uno de junio de 1787, los compromisarios reunidos en Filadelfia discutieron
de manera particular el asunto y se enfrentaron a los partidarios de un ejecutivo unipersonal
(como J. Wilson o B. Franklin), antifederalistas de la talla de Sherman, Randolph o Mason
que consideraron la propuesta como una invitación a instalar un nuevo rey. Durante los de-
bates constitucionales, los antifederalistas hicieron resurgir de nuevo el espectro del imperio
romano, manifestando su temor a que la concesión del ejecutivo a un sólo individuo llevara
la tiranía a la nación. Poplicola escribió: «a mi juicio, cualquier hombre sobre la tierra, cuan-
do se le confían tales poderes se convierte en un riesgo para el pueblo»82. Para mostrar las
terribles consecuencias que amenazaban la nación se escogió como ejemplo a todo aquel que
hubiera atentado contra el sentido de responsabilidad y lealtad debida hacia el pueblo roma-
no y calificado por ello como dictador, hubiera ejercido o no esa magistratura. Se confecciona
así un elenco que relaciona a políticos romanos de momentos y tendencias políticas distintas
como Mario, Cina, Sila, Catilina, Julio César y Augusto.
Sin duda alguna, un tema clásico que encuentra su réplica en el período constituyente
es el miedo a la tiranía83. De ahí la preocupación de los estadistas por encontrar una propuesta
de gobierno que redujera el riesgo a que cualquier órgano del Estado asumiera una posición
dominante sobre los restantes y procediera entonces a derogar las libertades individuales.
El medio más eficaz para evitar este riesgo era el equilibrio de poderes en todos los ámbitos
relacionados con el ordenamiento político. En el caso del ejecutivo se pretendía controlar los
posibles impulsos hacia el despotismo, en primer lugar, mediante el mencionado sistema de

81. J. Madison, “Letter to T. Jefferson”, 20 de diciembre, 1787.


82. Storing, The Complete Anti-federalist, op. cit., 4, 148.
83. T. Jefferson, “A Bill for the More General Diffusion of Knowledge”, 1779, en Boyd, Papers of Thomas
Jefferson, op. cit., 2, 526-528; L.H. Butterfield (Ed.), The Earliest Diary of John Adams, Cambridge (MA),
1966, 71; J. Adams, “Letter to Rush”, 13 de octubre, 1810, en Adair, Schutz, The Spur of Fame, op. cit., 170-171;
J. Taylor, An Inquiry into the Principles and Practices of the Government of the United States, Fredericksburg
(VA), 1814, “Section the First: Aristocracy”; R. Gummere, “John Dickinson, Classical Penman of the
Revolution”, CJ, 52, 1956, 82; Martínez Maza, El espejo griego, op. cit., pass.

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Monográfico Luces y sombras del principado de Augusto en EE UU (1776-1860)

checks and balances84 y, en segundo lugar, a través del impeachment, mecanismo asimismo
establecido para restringir el poder presidencial85.
El carácter autocrático del gobierno instituido por Augusto impidió que fuera aceptado
de manera explícita como modelo de inspiración política, también en parte por la nefasta
imagen que la tradición había recogido para sus sucesores. Solo en muy contadas ocasiones
y con gran reticencia encontramos referencias a las bondades del gobierno de Augusto. En
1784, A. Hamilton, al mismo tiempo que pretendía calmar el temor a una inminente recon-
quista británica, rogaba a sus compatriotas, en una carta abierta a los ciudadanos de Nueva
York en la que se oponía a la confiscación de las propiedades de los lealistas, que emularan
la magnanimidad de Augusto. Hamilton declaró: «¡Cuán sabia fue la política de Augusto,
que después de conquistar y derrotar a sus enemigos cuando le llevaron todos los papeles de
Bruto que podían haber revelado sus alianzas secretas, inmediatamente ordenó quemarlos,
puesto que sus enemigos cesarían de odiarlo cuando no tuvieran nada que temer»86. Esta
percepción amable del poder unipersonal de Augusto, no hizo sino aumentar la suspicacia de
sus adversarios políticos que denunciaron la defensa del Foción americano como contraria al
espíritu de un gobierno republicano87.
En definitiva, se observa una percepción de Augusto bien distinta a la favorable imagen
que mayoritariamente tuvo su legado en la cultura europea, que reconoce la trascendencia
del gobierno de Augusto como un momento clave: señala el paso de la república al Imperio,
y con él, la construcción de un nuevo orden político que llevó la paz y la prosperidad no sólo
a Roma sino al territorio provincial. Augusto constituye en Estados Unidos un antimodelo,
y el Imperio que inaugura, anunciado ya por el dictador César, se desecha como paradigma
deplorable e improcedente. Jefferson le llegó a invocar como «el Bonaparte de aquel tiempo»
y «el parricida canalla»88. Habría que esperar sobre todo al siglo XXI para que en Estados

84. U.S. Const., Art. I § 7 cl.2, 3. M. Farrand (Ed.), The Records of the Federal Convention of 1787, N.
Haven, 1966, I, 28 de junio, 1787. La formulación paradigmática del equilibrio y la separación entre los tres
poderes clásicos del estado aparece recogida de manera ejemplar en The Federalist Papers 51: J. Madison
como Publius, “The Structure of the Government Must Furnish the Proper Checks and Balances between
the Different Departments”, 6 de febrero, 1788; Martínez Maza, El espejo griego, op. cit., 201-218.
85. U.S. Const. Art. 1 § 2 cl. 5. El Senado aparece como la cámara competente para iniciar el procedimiento:
The Federalist Papers 65 (A. Hamilton, como Publius, “The Powers of the Senate Continued”, 7 de marzo,
1788). La medida fue objeto de discusión durante todo el mes de junio y de modo particular durante la
sesión celebrada el día 13: Farrand, The Records of the Federal Convention of 1787, op. cit., I, 13 de junio,
1787.
86. A. Hamilton, “A Letter from Phocion to the Considerate Citizens of New York”, 1-27 de enero, 1784,
H.C. Syrett (Ed.), The Papers of Alexander Hamilton, N. York, 1961-1979, 3, 494-496.
87. Isaac Leydard, “Mentor’s Reply to Phocion’s Letter; with some observations on trade. Addressed to
the citizens of New-York”, N. York, 1784.
88. T. Jefferson, “Letter to Nathaniel Macon”, 12 de enero, 1781, Lipscomb, Bergh, Writings of Thomas
Jefferson, op. cit., 6. Para Montesquieu, Augusto “rusé tyran, les conduit doucement à la servitude”: Ch
Montesquieu, Considérations sur les causes de la grandeur des romains et de leur décadence, París, 1734,
cap. XIII; Según Voltaire, Dictionnarie philosophique, vol 17, Ginebra, 1764, s.v.: amour nommé Socratique:
«Octave-Auguste, ce meurtrir débauché et poltron, qui osa exiler Ovide».

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Clelia Martínez Maza Monográfico

Unidos los neocon rescataran los benéficos efectos de la pax romana como el modelo que
avalaba, desde el mundo clásico, las bondades de la denominada pax americana89.

89. G. J. Dorrein, Imperial Designs: Neoconservatism and the New Pax Americana, Londres, Routledge,
2004. A. Parchami, Hegemonic Peace and Empire.The Pax Romana, Britannica, and Americana. Londres,
2009.

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Augustus black-shirt: story and
ideology in the fascist era
Augusto in camicia nera. Storiografia
e ideologia nell’era fascista*

Mario Mazza
Università La Sapienza Roma

Fecha recepción 29.10.2016 / Fecha aceptación 11.11.2016

Riassunto Abstract
Il presente contributo si propone di analizzare gli The aim of the paper is to analyse Italy’s historical
interventi storiografici prodotti in Italia per il bimil- contributions to the two-thousandth anniversary
lenario della nascita di Augusto. Particolare atten- of Augustus’ birth. The analysis focuses on three
zione è rivolta a tre nuclei tematici: Augusto come thematic fields: Augustus the revolutionary foun-
rivoluzionario, instauratore del  novus status rei der of the novus status rei publicae, the charisma-
publicae; Augusto capo carismatico,  Führer  -  Dux; tic leadership of Augustus Führer-Dux and the
l’esaltazione dell’impero augusteo. eulogy of the Augustan Empire.

Parole chiave Key words


Augusto, fascismo, storiografia, bimillenario della Augustus, fascism, historiography, two-thousandth
nascita di Augusto. anniversary of Augustus’ birth.

* Testo integrale, con l’aggiunta delle note, della relazione letta al Convegno Intern. «Augusto 2014. Balance
historiográfico», Univ. Carlos III de Madrid, 9-10 dic. 2014. Le note sono ridotte all’essenziale. Le sigle delle riviste
sono in genere quelle dell’ Année Philologique.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 107-125. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3966
Mario Mazza Monográfico

Mussolini non amava particolarmente Augusto. Il suo eroe era Cesare. Nei celebri
Colloqui, a Emil Ludwig Mussolini dichiarava la sua aspirazione ad identificarsi con il grande
condottiero1. E di fatto, nei primi anni del fascismo di Augusto si parlò poco. Solo con la
proclamazione dell’ Impero cominciò a manifestarsi l’interesse per l’altro grande fondatore
di impero. La propaganda di regime si mise allora in azione. Nella pubblicistica fascista co-
minciò a prendere risalto la figura di Augusto. Iniziò a profilarsi l’identificazione Mussolini/
Augusto. Ma con prudenza e sempre con l’occhio a Cesare: Emilio Balbo, nel suo Augusto
e Mussolini, Roma 1937, proclamava che Mussolini riuniva in sé i tratti della personalità di
Cesare e di Augusto [nel 1941 il libro veniva ripubblicato con il significativo titolo Protago-
nisti dei due imperi di Roma: Augusto e Mussolini]2, – ma lo storico Aldo Ferrabino tuttavia
perseverava nell’identificazione con Cesare. Una vasta pubblicistica si sviluppò soprattutto
in occasione del bimillenario della nascita di Augusto, che il regime volle celebrare con il
massimo impegno.3 Si mobilitò l’intellettualità del regime: filologi, storici, giuristi e soprat-

1. E. Ludwig, Colloqui con Mussolini, Milano, 1932, 67; vd. anche p. 210.
2. E. Balbo, Protagonisti di due imperi di Roma: Augusto e Mussolini, Roma, 1941. Per un quadro generale
si vd. E Lepore, “Cesare e Augusto nella storiografia italiana prima e dopo la II guerra mondiale”, in K.
Christ u. E. Gabba (Hrsgg.), Römische  Geschichte und Zeitgeschichte in der deutschen und italienischen
Altertumswissenschaft während des 19. u. 20. Jahrhunderts, I, Caesar und Augustus, Como, 1989, 299-316.
3. Sul bimillenario della nascita di Augusto e sulla Mostra Augustea della Romanità, tra i molti recenti
interventi si vd. F. Scriba, Augusto im Schwarzhemd? Die Mostra Augustea della Romanità in Rom 1937/38,
Frankfurt a.M., 1993; Id., “Il mito di Roma, l’estetica e gli intellettuali negli anni del consenso: la Mostra
Augustea della Romanità, 1937/38”, QS, 41, 1995, 67-84; Id., “The sacralization of the Roman past in
Mussolini’s Italy. Erudition, Aesthetics, and Religion in the exhibition of Augustus’ bimillenarius 1937/38”,
Storia della storiografia, 30, 1996, 19-29. Jan Nelis ha molto lavorato sull’ideologia e sull’estetica del fascismo;
riporto di seguito i vari saggi: J.Nelis, “La romanité (romanità) fasciste. Bilan des recherches et propositions
pour le futur”, Latomus, 66, 2004, 897-906; Id., “Constructing fascist identity: Benito Mussolini and the
myth of Romanità”, CW, 100, 2007, 391-415; Id., “Un mythe contemporain entre religion et idéologie: la
romanité fasciste”, Euphrosyne, 35, 2007, 437-450; Id., “Modernist Neo-classicism and Antiquity in the
Political Religion of Nazism: Adolf Hitler as Poietes of the Third Reich”, Totalitarian Movements and Political
Religions, 9, 2008, 475–490; Id., “La ‘fede di Roma’ nella modernità totalitaria fascista: il mito della romanità
e l’ Istituto di Studi Romani tra Carlo Galassi Paluzzi e Giuseppe Bottai”, StudRom, 58, 2010, 359-381; Id.,
“Le mythe de la romanité et la religion politique du fascisme italien: nouvelles approches méthodologiques”,

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Monográfico Augusto in camicia nera. Storiografia e ideologia nell’ era fascista

tutto archeologi non si sottrassero all’appuntamento. Venne risistemata l’area del Mausoleo
di Augusto, fu ricollocata l’Ara Pacis. Si inaugurò in gran pompa la Mostra Augustea della
Romanità. Si pubblicarono varie raccolte di saggi su Augusto, si svolsero importanti conve-
gni. L’intelligencja partecipava.
Nelle celebrazioni del bimillenario un ruolo fondamentale fu svolto dall’Istituto di
Studi Romani che ho avuto l’onore di presiedere. Un compito nel quale l’allora presidente
dell’Istituto, il conte Carlo Galassi Paluzzi, per strategia politico-culturale e per regia
organizzativa, seppe dare il meglio di sé.4 Preparano il terreno gli interventi sulla rivista
dell’Istituto, su Roma, gli interventi di qualificati studiosi e di politici «intellettuali». Edi-
ta dall’Istituto, la collana dei Quaderni Augustei pubblica gli Studi su La figura e l’opera
di Augusto.5 A trattare del tema, già nel 1937, nella sezione Studi stranieri, che porta nel
titolo Sulla figura e l’opera di Augusto e sulla fondazione dell’impero romano, sono chia-
mati autorevoli – o presunti tali – studiosi stranieri. L’elenco è lungo, vi risparmio tutti
i loro nomi–, e soprattutto il mio commento su parecchi degli interventi. Nella sezione
dei Quaderni dedicata agli Studi italiani intervengono grossi calibri del regime, Bottai,

in J. Nelis (Ed.), Receptions of Antiquity, Gent 2011, 349-359; Id., “The Clerical Response to a Totalitarian
Political Religion: La Civiltà Cattolica and Italian Fascism”, JCH, 46, 211, 245-270; Id., From Ancient  to
Moderns: the Myth of romanità during the Ventennio Fascista. The Written Imprint of Mussolini’s Cult of the
‘Third Rome’, Turnhout, 2011; Id., “Quand paganisme et catholicisme se rencontrent: quelques observations
concernant la nature du mythe de la romanité dans l’ Istituto di Studi Romani”, Latomus, 71, 2012, 176-192;
si vd. ancora F. Marcello, “Mussolini and the idealisation of Empire: The Augustan Exhibition of Romanità”,
Modern Italy, 16, 2011, 223-247. Sono in corso di stampa gli interventi presentati al convegno «2014,
Bimillenario della morte di Augusto. L’ Istituto Nazionale di Studi Romani e le fonti d’archivio del primo
bimillenario», Roma. Istituto Nazionale di Studi Romani, 23-24 ott. 2014.
4. Il personaggio è veramente rappresentativo dell’epoca e meriterebbe specifica ricerca: si vd. per ora
B. Coccia (a cura di), Carlo Galassi Paluzzi. Bibliografia e appunti biografici, Roma, 2000; R. Visser, “Da
Atene a Roma, da Roma a Berlino. L’ Istituto di Studi Romani, il culto fascista della romanità e la «difesa
dell’umanesimo» di Giuseppe Bottai (1936-1943)”, in B. Näf (Hrsg., unter Mitarbeit von T. Kammasch),
Antike und Altertumswissenschaft in der Zeit von Faschismus und Nationalsozialismus, Kolloquium Univ.
Zürich, 14-17 Okt. 1998, Mandelbachtal-Cambridge, 2001, 112 sgg.; A. Vittoria, “L’ Istituto di Studi Romani
e il suo fondatore Carlo Galassi Paluzzi dal 1925 al 1944”, in F. Roscetti (a cura di), con la collaborazione
di L. Lanzetta e di L. Cantatore, Il classico nella Roma contemporanea. Mito, modelli, memoria. Atti del
Convegno, Roma 18-20 ott. 2000, II, Roma 2002, 507-532, partic. 512 sgg.; A. Aramini, “Cultura e storia
nei meccanismi del consenso: l’ Istituto di Studi Romani (1925-1944)”, Annali di storia regionale, 3-4, 2008-
2009, 155-178, partic. 157 sgg.; J. Nelis, “La ‘fede di Roma’ nella modernità totalitaria fascista”, op. cit., n.
3, 359 sgg. L’imponente attività dell’ Istituto è registrata nelle relazioni redatte dal Presidente e presentate
alla Giunta direttiva dell’ Istituto – per il periodo 1933-1943 raccolte in volume e dall’anno accad. 1937-38
firmate dal Galassi Paluzzi.
5. La collana era articolata in Quaderni Augustei, La figura e l’opera di Augusto, riservata agli studiosi
italiani. Una seconda sezione, specificamente intitolata Gli studi stranieri sulla figura e l’opera di Augusto
e sulla fondazione dell’ impero romano, era dedicata agli studiosi stranieri: essa si articolò in due cicli e
pubblicò complessivamente 18 studi.

110 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 107-125


Mario Mazza Monográfico

Grazioli, de Francisci, Acerbo.6 Fiori all’occhiello, i Congressi.7 Soprattutto indicativo il


ciclo di conferenze radiofoniche Roma onde Cristo è Romano, «tenuto –come recitava il
programma– da cardinali e autorità ecclesiastiche ed inaugurato già nel 1936 dal segre-
tario di Stato» principe Eugenio Pacelli, futuro papa Pio XII.8
Appunto degli interventi di carattere storiografico prodotti in occasione del bimille-
nario della nascita di Gaio Ottavio, di colui che sarà l’Imperator Caesar Divi filius Augustus,
intendo in questo mio contributo discutere. E, per ovvie ragioni di tempo, cercherò di limita-
re la mia discussione ad uno specifico settore, la storia politica e delle idee. Toccherò, seppur
brevemente, anche della romanistica, degli studiosi di diritto romano, che hanno giuocato un
ruolo importante nella costruzione dell’ideologia augustea. Discuterò dunque, molto rapida-
mente, di tre nodi tematici: nell’ordine, 1) Augusto come rivoluzionario, instauratore di un
nuovo ordine; 2) Augusto capo carismatico, Führer~ Dux; 3) Augusto e l’impero.

Il fascismo volle sempre presentarsi come una rivoluzione: lo Stato fascista «... non è rea-
zionario, ma rivoluzionario...», proclamava enfaticamente Mussolini, nella voce «Fascismo»
dell’Enciclopedia Italiana.9 A questa qualifica egli ha sempre tenuto e si è sempre richiamato,

6. S.E. On. Prof. Giuseppe Bottai confronta L’ Italia di Augusto e l’ Italia d’oggi, 1937; S.E. Gen. Francesco
Saverio Grazioli discetta su Il genio militare di Augusto, 1937; S.E. Prof. Pietro de Francisci si impegna su
Augusto e la fondazione dell’impero, 1938; S.E. On. Prof. Giacomo Acerbo tratta de L’agricoltura italica
al tempo di Augusto, 1938. [Non mi risulta tuttavia che il de Francisci abbia pubblicato il suo intervento,
indicato nel programma della collana].
7. I congressi nazionali e internazionali di studi romani, dal 1928 al 1938, furono cinque e trattarono:
L’ordinamento nazionale degli Studi Romani in Italia. Mezzi e metodi: la creazione dello schedario centrale
di Bibliografia Romana; La celebrazione del Bimillenario Augusteo; La rinascita dello studio e dell’uso della
lingua latina; Lo studio dei rapporti intercorsi nei secoli fra Roma e l’Oriente; La missione dell’ Impero di Roma
nella storia della civiltà. Fu anche progettato un Congresso internazionale di diritto romano.
8. Il vol. I comprendeva interventi, nel frontespizio in rigoroso ordine gerarchico, di S. Em. Rev.ma il
Card. E. Pacelli (Il sacro destino di Roma, pp.1-8) e degli em.mi cardinali C. Laurenti, G. Serafini, C. Salotti,
V. La Puma – e di F. Borgongini Duca, L. Costantini, R. Forges Davanzati, C. Galassi Paluzzi, P. Paschini, P.
Scavizzi, P. Tacchi Venturi S.J., I. Taurisano O.P. – . Il progettato II volume non fu pubblicato.
9. B. Mussolini, “Fascismo”, Enciclopedia Italiana, XIV, Roma, 1932, 847-851 (la citazione a p.850.
Significativo tutto il passo: «Ma lo stato fascista è unico ed è una creazione originale. Non è reazionario ma
rivoluzionario, in quanto anticipa le soluzioni di determinati problemi universali quali sono posti altrove
nel campo politico dal frazionamento dei partiti, dal prepotere del parlamentarismo, dall’irresponsabilità
delle assemblee; nel campo economico dalle funzioni sindacali sempre più numerose e potenti sia nel settore
operaio come in quello industriale, dai loro conflitti e dalle loro intese; nel campo morale dalla necessità
dell’ordine, della disciplina, della obbedienza a quelli che sono dettami morali della patria»).

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Monográfico Augusto in camicia nera. Storiografia e ideologia nell’ era fascista

fino ai tragici momenti della Repubblica sociale. Per coerenza l’Augusto fascista dunque non
poteva non essere rivoluzionario.
Gli intellettuali del regime concorrevano a portare il loro contributo a questa idea. Con
particolare interpretazione. Così, proprio sulla rivista dell’ Istituto di Studi Romani, nel 1937
Giuseppe Bottai, accostando Augusto al Duce come vero salvatore della patria dal caos delle
fazioni e fondatore del nuovo impero, interpretava il principato augusteo come una rivoluzio-
ne operata dall’interno, una rivoluzione legalitaria, graduale, pragmatica e non dottrinaria.10
Interpretazione ripresa senza modifiche in un’altra pubblicazione dell’ Istituto, con lo stesso
significativo titolo L’ Italia di Augusto e l’ Italia d’oggi.11 Intervento ovviamente di propaganda,
ma che significativamente mostrava una certa conoscenza della contemporanea discussione
storiografica su Augusto. Con la scorta di tesi allora soprattutto prospettate dall’insigne stu-
dioso di diritto romano Pietro de Francisci, Bottai vedeva il primo fondamento del potere di
Augusto nel consensus universorum di RG 34,1.12 Potere dunque non fondato sulla forza ma
sul consenso generale. L’opera di Augusto pertanto si configurava sì rivoluzionaria, ma non
eversiva: l’erede di Cesare avrebbe completamente mutato la struttura dello stato romano «…
senza tuttavia che desse a tale struttura, alcuna scossa violenta; anzi risanandola dalle scosse,
che aveva subito negli anni delle guerre civili».13 E, allineandosi su un tema forte della propa-
ganda fascista dell’epoca, il gerarca fascista insisteva sulla politica di Augusto a favore dell’ I-
talia. [Nella politica del Princeps avrebbe giuocato un ruolo fondamentale la sollecitudine
verso le genti italiane: «E l’ Italia comprese e consentì...». Ribadisce Bottai «… E alla grandez-
za e al prestigio di Roma, gemma e cuore dell’ Impero, Augusto dedicò tutte le sue cure»].14
Alla costruzione della figura di Augusto Bottai aggiungeva un altro significativo tas-
sello. Nell’ideologia fascista la rivoluzione si sposava alla modernità. In quanto «rivoluzio-
nario», Augusto non poteva non essere «moderno». «Obiettivamente rilevati e considerati»
molti elementi della politica di Augusto fanno scoprire la sua «modernità»: «modernità –
acrobaticamente spiega Bottai– che è, poi, la nostra antichità».15 Con spericolato volo storio-

10. G. Bottai, “L’ Italia di Augusto e l’ Italia d’oggi”, Roma, 15, 1937, 37-54.
11. Bottai, L’ Italia di Augusto e l’ Italia d’oggi, Quad. Augustei, Studi italiani I, Roma 19372, 5-24 (versione
rivista dell’articolo sopra citato, dalla quale citeremo).
12. P. de Francisci, “La costituzione Augustea”, in Studi in onore di Pietro Bonfante nel XL del suo
insegnamento, I, Milano, 1930, 11-43 (=Storia del diritto romano, II.1, Milano 1929= Milano 19382, 271-
300).
13. Bottai, L’ Italia di Augusto, op. cit. (supra, n.11), 7.
14. Bottai, L’ Italia di Augusto, op. cit., 19.
15. Bottai, L’ Italia di Augusto, op. cit., 22. Sull’ideologia della ‘modernità’ nel fascismo il discorso sarebbe
lungo e complesso. Mi limito a ricordare in generale i recenti lavori di R. Griffin, “Il nucleo palingenetico
dell’ideologia del fascismo generico’”, in A. Campi (a cura di), Che cos’è il fascismo? Interpretazioni e
prospettive di ricerca, Roma 2003, 97-122 – e soprattutto, dello stesso autore, il più recente Modernism and
Fascism. The Sense of a Beginning under Mussolini and Hitler, Houndmills-Basingstoke-Hampshire-New
York, 2007; i molti lavori del nostro Emilio Gentile, tra i quali soprattutto Le origini dell’ ideologia fascista
(1918-1925), Roma-Bari, 1975, partic. 253 sgg., 276 sgg.; Il mito dello stato nuovo. Dal radicalismo nazionale
al fascismo, Roma-Bari, 2002; “The Conquest of Modernity: from Modernist Nationalism to Fascism”,

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Mario Mazza Monográfico

grafico il gerarca fascista non esita ad avventurarsi in una temeraria comparazione storica:
fermo restando che «… dietro l’aspetto odierno dei problemi della nostra vita politica e so-
ciale e economica si profilano sempre, alla nostra coscienza e alla nostra memoria aspetti più
o meno lontani nel tempo... degli stessi problemi», ebbene, nel caso dell’ Italia di Augusto e
dell’ Italia di Mussolini, la storia ci mostrerebbe «... Due grandi capi alle prese con molti pro-
blemi uguali o simili o tra loro assimilabili, che vi danno, ognuno, soluzioni proprie del loro
tempo».16 Bisogna infatti guardare come «...da un secolo all’altro il capo italiano [ipostatizza-
to!] agisce dinnanzi alle situazioni rivoluzionarie. Con quale rispetto delle forme create, con
quale azione dal di dentro degli istituti, senza distruzioni, senza “terrori”, senza “stragi”».17Il
Dux italiano, come Augusto, «...sopravviene; e ha l’ aria di accettare tutto quello che trova.
Ma tutto, senza scosse, senza rovine, sotto la sua azione si trasforma. La rivoluzione, che
era nelle cose, non diviene mai un astratto piano dottrinale, ma opera dalle cose, col ritmo
dell’esperienza... ». Mussolini, dunque, come Augusto: completo parallelismo nel pensiero e
nell’azione: «Così, da una fase all’altra dell’ Impero, gl’ Italiani ritrovano, nella loro coscienza
e nell’azione dei loro capi, i motivi fondamentali della loro politica».18
Alle predicazioni del politico l’illustre storico del diritto romano Pietro de Francisci
si sentiva in grado di offrire una giustificazione storica. In un saggio significativamente in-
titolato Tradizione e rivoluzione nella storia di Roma, il de Francisci presentava un’originale
interpretazione dello sviluppo storico di Roma, dalle origini a Costantino.19 Sviluppo carat-
terizzato da una serie di eventi rivoluzionari, da «rivoluzioni» appunto: dalla cacciata dei
Tarquini fino alle grandi riforme di imperatori come Adriano, Diocleziano, Costantino – con
al vertice, ovviamente, il principato di Augusto, vera e grande rivoluzione per la concen-
trazione dei poteri in un solo organo.20 «Rivoluzione» per de Francisci realizzata, almeno
nell’ambito costituzionale, senza violenza: poiché in quell’ambito possono compiersi radicali
trasformazioni con procedimenti legali, senza che l’ordinamento precedente subisca eccessivi
sconvolgimenti.21 Con Bottai, de Francisci ritiene grande merito «rivoluzionario» di Augusto
non aver causato mutamenti «strutturali» del sistema.

Modernism/Modernity, I, 1994, 55-87; The Struggle for Modernity: Nationalism, Futurism and Fascism,
Westport-London, 2003, partic. 160 sgg.; R. Ben Ghiat, Fascist Modernities, Italy 1922-1945, Berkeley-Los
Angeles-London, 2011.
16. Bottai, L’ Italia di Augusto, op. cit., 23.
17. Bottai, L’ Italia di Augusto, op. cit., 24.
18. Bottai, L’ Italia di Augusto, op. cit., 24.
19. P. de Francisci, “Tradizione e rivoluzione nella storia di Roma”, NAnt, 72, 369, fasc. 1556 (16 genn.
1937), 208-218.
20. P. de Francisci, “Tradizione e rivoluzione nella storia di Roma”, op. cit.,, supra (n. preced.), 214-215; cfr.
anche, sempre del de Francisci, “La costituzione Augustea”, op. cit., (supra n.12), 11 sgg.; Id., “La costituzione
Augustea”, in Aa. Vv., Augustus. Studi in occasione del bimillenario Augusteo, R. Accademia Nazionale dei
Lincei, Roma 1938, 61-100, partic. 85 sgg., 96.
21. De Francisci, “La costituzione Augustea” (1938), 97-98.

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Monográfico Augusto in camicia nera. Storiografia e ideologia nell’ era fascista

La posizione di Augusto, definito dal de Francisci «cauto e fine calcolatore», appare,


nell’interpretazione del romanista italiano, sfaccettata e complessa, anche se non ambigua.
Augusto, secondo il de Francisci

...pur mirando al rinnovamento della costituzione», avrebbe tuttavia inteso quale importanza
potessero avere per il suo programma, che non era soltanto di riorganizzazione politica, ma di
restaurazione morale e religiosa (corsivo nostro), quei valori ideali che avevano costituito una
delle basi della forza e della grandezza dell’antica repubblica.

Da questo punto di vista, l’opera di Augusto, «...nonostante il proposito di rispettare fin


dove fosse possibile la coscienza del passato», costituirebbe per de Francisci

...l’epilogo di quel processo storico per cui ai vecchi organi della repubblica si doveva sovrappor-
re un organo nuovo, espressione concreta della concezione unitaria della repubblica.

Dal giovane ma abile politico la soluzione sarebbe stata trovata con la creazione della
figura del princeps,

...al quale col potere tribunizio e con quello proconsolare si concede di reggere contemporane-
amente l’ Italia e le provincie, e nel quale si consacra definitivamente il principio rivoluzionario
che i poteri possano essere disgiunti dalle magistrature repubblicane per essere attribuiti anzi con-
centrati in un organo nuovo (corsivo nostro).

Riforma originale, ribadisce de Francisci, realizzata applicando termini e procedimen-


ti della costituzione repubblicana, ma «...con un’applicazione tanto abusiva da generare un
regime che intacca le basi di quella e che ne è lontanissimo nello spirito animatore». Da qui
il duplice volto della costituzione augustea: si può dire che in essa sopravviva, formalmente
intatta, la costituzione repubblicana:

...ma in essa si inserisce o, meglio, al di sopra di essa si pone il princeps, organo nuovo e perma-
nente, per il quale non si crea nemmeno un titolo speciale, ma che sarà poi designato regolar-
mente col nome di imperator.

Appunto nel nuovo organo del princeps, «rafforzato da successive concessioni di pote-
ri», acquista corpo e figura l’idea dell’unità di governo per tutto il territorio dell’impero; il
suo riconoscimento significa l’inizio di «...un vero e proprio, seppur abilmente velato, regime
monarchico innestato sulle istituzioni repubblicane, ma da quelle distinto e su quelle premi-
nente».
Il giudizio dello studioso del diritto romano sull’operato di Augusto è netto: egli

...superava così con una sintesi geniale il contrasto fra passato e presente assicurando alla sua
opera la grandezza e la durata che hanno soltanto le creazioni fondate su un intuito sicuro di ciò
che è vitale e di quanto invece è caduco.

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Mario Mazza Monográfico

Non è il caso di entrare nel merito di queste teorie del de Francisci, che peraltro rea-
giva, e non senza buone ragioni, a correnti concezioni sulla evoluzione graduale del sistema
costituzionale romano.22 Già nel settembre del 1939 la mirabile Roman Revolution di Ronald
Syme mostrava come fosse da ridiscutere non solo il risibile parallelismo tra la rivoluzione di
Augusto e quella mussoliniana, ma ogni discorso sulla natura della «rivoluzione» romana.23
Syme interpretava la politica augustea «...non in termini costituzionali o ideologici, ma in
termini di clientele e di famiglie aristocratiche rivali», prontamente, e giustamente, osserva-
va Arnaldo Momigliano.24 Con il contributo di studiosi della precedente generazione, con i
Gelzer, Münzer, von Premerstein, lo storico oxoniense definiva l’origine di queste clientele,
la loro importanza e funzione nella lotta politica di quel periodo, la formazione della nuova
classe dirigente di Roma. In Syme la «rivoluzione» romana non era più soltanto politica o
costituzionale, ma soprattutto sociale.

Il secondo nodo problematico che intendo, molto sinteticamente, affrontare è il tema del
capo carismatico, dell’Augusto Führer ~ Dux fondatore del novus ordo. In ambito giuridico il
tema si connetteva e si configurava specificamente in quello dell’ auctoritas. Era ovvio che su
questa materia gli studiosi di diritto romano, piuttosto che i filologi e gli storici dell’antichità,
dicessero le cose più significative. Dei secondi mi limiterò a ricordare, tra i tanti, gli interventi
di Goffredo Coppola e di Aldo Ferrabino – dei giuristi, richiamerò essenzialmente la discus-
sione sulla costituzione e sui poteri di Augusto.
Emblematica dell’atmosfera dell’epoca la tragica vicenda di Coppola, il grecista pa-
pirologo dell’ Università di Bologna fucilato a Dongo dai partigiani ed esposto a Piazzale

22. Si vd. le posizioni di Heinrich Siber, Zur Entwicklung  der römischen Prinzipatsverfassung, Leipzig,
1932 – riprese e sviluppate nel postumo Römisches Verfassungsrecht in geschichtlicher Entwicklung, Lahr,
1952.
23. Si vd. i saggi riuniti in A. Giovannini (a cura di), La Révolution romaine après Ronald Syme: bilans et
perspectives. Sept exposés suivis de discussions, Vandœuvres-Genève, 2000. Si vd. anche gli importanti saggi
di H. Galsterer, “A Man, a Book, and a Method: Sir Ronald Syme’s Roman Revolution after Fifty Years”, in K.
Raaflaub and M. Toher (Eds.), Between Republic and Empire. Interpretations of Augustus and His Principate,
Berkeley-Los Angeles-London, 1990, 1-20, e di Z. Yavetz, “The Personality of Augustus: Reflections on
Syme’s Roman Revolution”, ibid., 21-41. Si vd. anche la Introduzione di G. Traina alla riedizione einaudiana
della Rivoluzione romana, Torino, 20142, VII-XXII.
24. 24. Cfr. A. Momigliano, Introduzione a R.Syme, La rivoluzione romana, Torino, 1962, IX-XV (ora in
Id., Terzo contributo alla storia degli studi classici e del mondo antico, II, Roma 1966, 729-737); cfr. anche,
del Momigliano, la recensione al Syme in JRS 30, 1940, 75-80 (ora in Id., Secondo contributo alla storia degli
studi classici e del mondo antico, Roma, 1960, 407-416).

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Monográfico Augusto in camicia nera. Storiografia e ideologia nell’ era fascista

Loreto.25 Della frenetica attività pubblicistica degli ultimi anni di Coppola ricorderò l’ Augu-
sto (1941),26 bollato da Piero Treves come «opera destituita di ogni valore se non pensum e
servitium “politico” reso al culto fascista del Duce», come «trasparente allegoria del ducismo
fascista».27 Più che per il volume augusteo il pesante giudizio di Treves indubbiamente vale
per gli interventi politico-propagandistici confezionati per Il Popolo d’ Italia e raccolti in libro
ne L’erede di Cesare (1938).28 Diverso e più complesso invece il discorso per l’Augusto, pubbli-
cato nella collana I grandi italiani promossa e organizzata da Luigi Federzoni.29 Appunto in
sintonia con l’immagine che, come abbiamo sopra accennato, di Augusto veniva costruendo
la storiografia fascista, anche la biografia augustea del Coppola presentava la figura di un
rivoluzionario che non distrugge ma, con graduale processo, conserva e difende il passato.
Anche nella presentazione del Coppola Augusto è «l’uomo nuovo» che, con lucidità e fred-
dezza, domina gli eventi e consolida lo stato, sia con un’adeguata politica di riforme sia, e
soprattutto, con la costruzione di una nuova mistica del capo.30 Sembra lecito ammettere,
per questo aspetto, l’influsso della contemporanea storiografia tedesca, della cui ricerca su
Augusto il Coppola si mostra informato più di altri studiosi italiani, dati i suoi rapporti con
gli ambienti politico-culturali della Germania nazista.31 Egli infatti sembra recepire le novi-
tà rappresentate dai lavori del Kornemann, con la caratterizzazione del principato augusteo
come il primo Führerstaat;32 e pare inoltre avere ben presente il Princeps di Wilhelm Weber,

25. Su Goffredo Coppola (Guardia Sanframondi, 21.IX.1898 – Dongo, 28.IV.1945), oltre P. Treves,
“Coppola, Goffredo”, DBI 28, Roma, 1983, 660-662, si vd. M. Cagnetta, Le matrici culturali del fascismo,
Bari, 1977, 158 sgg., 200; L. Canfora, Ideologie del classicismo, Torino, 1980, 83 sgg. - e Id., Il papiro di Dongo,
Milano, 2005, 465-478. Un significativo interesse si è recentemente manifestato per la singolare personalità
e per l’opera dello studioso: cfr. G.P. Brizzi, “Goffredo Coppola e l’Università di Bologna”, QS 60, 2004,
141-186; F. Cinti, Il rettore della RSI, Goffredo Coppola tra filologia e ideologia, Bologna, 2004; A. Jelardi,
Goffredo Coppola: un intellettuale del fascismo fucilato a Dongo, Milano, 2005 (divulgativo e tendenzialmente
apologetico); si vd. inoltre E. Degani, Da Gaetano Pelliccioni a Goffredo Coppola: la letteratura greca a
Bologna dell’ Unità d’ Italia alla liberazione, Bologna, 1989, 23 sgg. Vanna Maraglino ha curato gli Scritti
papirologici e filologici, Bari 2006, con una prefazione di Luciano Canfora.
26. Milano, 1941.
27. Treves, op. cit., 662.
28. Bologna, 1938.
29. Per una prima informazione sull’impegno culturale di Federzoni, M. Ferrarotto, L’Accademia d’ Italia.
Intellettuali e politica durante il fascismo, Napoli, 1977, passim, partic. 85 sgg., 88-98, 102 sgg.
30. Coppola, op. cit. (supra, n.26), 54 sgg.; 93 sgg.; 98.; 116 sgg.; 159.; 199 sgg.
31. Canfora, op. cit. (supra, n.25), 465 sgg.
32. E. Kornemann, “Zum deutschen Augustusjahr”, Forschungen u. Fortschritte, 14, 1938, 377-378. Sulle
varie posizioni del Kornemann circa il regime di Augusto si vd. I. Stahlmann, Imperator Caesar Augustus.
Studien zur Geschichte des Principatsverständnisses in der deutschen Altertumswissenschaft bis 1945,
Darmstadt, 1988, 130-155 (Anmerkungen 233-240).

116 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 107-125


Mario Mazza Monográfico

con l’interpretazione weberiana delle Res Gestae come ͑ιερòς λόγος del princeps – e di Augu-
sto come σωτήρ instauratore di un nuovo ordine cosmico.33
Anche per lo storico Aldo Ferrabino Augusto è l’instauratore di un nuovo ordine –
non solo cosmico, ma anche sociale. Nel lungo saggio che apre il volume di studi prodotto,
in occasione del bimillenario, dalla Regia Accademia d’ Italia, allora incorporante i Lincei,
Ferrabino svolge un prolisso e intricato discorso, peraltro non facile da valutare anche per le
caratteristiche della sua scrittura, «prosa d’arte» rifuggente, per partito preso, dalla «prosai-
cità» della documentazione erudita delle note.34 Di questo suo discorso il nucleo ideologico
è però molto chiaro, assolutamente riconoscibile: esso sta, per l’interpretazione del princi-
pato augusteo, nella valutazione del rapporto tra il princeps e la classe sociale alla base del
nuovo regime, tra l’imperatore e la «borghesia». E qui Ferrabino, in consonanza con una
discussione a quel tempo in Italia assai animata, distingue tra borghesia e borghesia – che
egli identifica con il «ceto medio»-, tra la borghesia del ceto medio rurale, cara ad Augusto
e sua sostenitrice, e la borghesia «liberale», la borghesia urbana dei traffici e dei commerci.35
Questa borghesia – che egli si spinge a chiamare «liberale», e che costituirebbe, a suo dire,
«...Materia estensiva dell’impero, e causa materiale del suo rinnovamento formale» - ebbene,
questa «borghesia di commercianti», avrebbe avuto «… un peso storico dei più rilevanti» ed
addirittura «…una responsabilità massima nella storia dei Cesari».36 Molto semplicistica-
mente Velleio Patercolo, Tacito, Svetonio, Cassio Dione son considerati esponenti di quest’
«…alta borghesia che è tipica dell’impero Cesareo»37 (appare ovviamente inutile sottilizzare
sulla genericità di tali qualificazioni). Durissimo il giudizio ferrabiniano sul non amato Taci-
to, esponente sommo di questa borghesia «liberale».38
Dalla identificazione di questa base sociale Ferrabino muove per definire l’originalità,
e la complessità, dell’opera di Augusto. Questi, «…Avendo a sua materia «quella» borghesia,

33. W. Weber, Princeps, I, Berlin, 1938, con le valutazioni della Stahlmann, op.cit. (n. preced.), 155-184
(240-247 Anmerkungen).
34. A. Ferrabino, “L’imperatore Cesare Augusto”, in Aa. Vv., Augustus. Studi in occasione del bimillenario
augusteo, R. Accademia Naz. dei Lincei, Roma 1938, 1-59. Le note sono generalmente sostituite da brani di
commento posti tra parentesi.
35. Ferrabino anche per la storia antica impiega, senza ulteriori specificazioni, il concetto di «borghesia»–
che egli distingue in borghesia «rurale» e borghesia «liberale». Con ogni probabilità il concetto sembra
mutuato dalla grande Social and Economic History of the Roman Empire, Oxford, 1926 di Mikhail I.
Rostovtzeff. Ho discusso di questo concetto di «borghesia», insieme a quello di classe «media», relativamente
all’uso fattone da Rostovtzeff nella mia Introduzione a M.I. Rostovtzeff, Per la storia economica e sociale del
mondo ellenistico-romano. Saggi scelti, a cura di T. Gnoli e J. Thornton, Catania, 20022, VII-LXXXIX [ora
in M.Mazza, Economia antica e storiografia moderna. Interpreti e problemi (1893-1938), Roma 2013, 251-
325, partic. 300 sgg.]. Significativo l’intervento di E. Bodrero, Manifesto alla borghesia, Roma, 1921, 19, per
l’identificazione «borghesia»~«ceto medio».
36. Ferrabino, “L’imperatore Cesare...”, op. cit., 47.
37. Ferrabino, “L’imperatore Cesare...”, op. cit., 42. Le due formule di «borghesia rurale» e di «borghesia
liberale” sono impiegate dal Ferrabino in Italia romana, Milano, 1934, 161, 162 sgg.; 265 sgg.
38. Ferrabino, “L’imperatore Cesare...”, op. cit., 44-45.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 107-125 117


Monográfico Augusto in camicia nera. Storiografia e ideologia nell’ era fascista

ebbe a suo ostacolo materiale...» il cosmopolitismo e l’universalismo di quella classe sociale,


soprattutto dei suoi più qualificati esponenti.39 La sua azione di statista si mosse lungo una
linea di coerenza e di comprensibilità: opporre qualità a quantità, definire questa qualità «…
nel suo vero scopo e giusto mezzo». E mantenendo sempre il riferimento ai fondamentali
canoni, all’eredità dei maiores: il mos maiorum, garanzia della libertas, l’ imperium, fondato
sull’ auctoritas e, terzo canone, il sistema, senza precedenti, dell’ «impero nazionale».40 Chia-
ra e netta, la conclusione di Ferrabino: «Tale, dunque, fu la forma ideale che Augusto volle
imporre alla materia assegnatagli dal corso dei tempi suoi. A questa borghesia dei commerci
e della prosperità... Augusto volle segnare i limiti che la inquadrassero: che ne disegnassero
i contorni, entro cui potesse espandersi senza prevaricare...».41 Grande merito storico di Au-
gusto, «…in quanto fondatore del principato cesareo», l’aver «…reso positiva in concreto l’e-
sistenza dell’energia di produzione e risparmio della borghesia», della borghesia delle singole
famiglie medio-borghesi, piccolo-borghesi, «…mediante il presidio degli statuti e delle leggi
che furono da lui ispirate al principio eterno dell’ impero nazionale».42
Di fronte a queste perlomeno avventurose asserzioni lo studioso di storia antica non
può fare altro che tacere. Ferrabino pare tenere in nessun conto una ricca tradizione di studi
sulla transizione dalla repubblica al principato e sulla situazione socioeconomica della tarda
repubblica; sembra insomma che per lo studioso italiano i von Pöhlmann, Gelzer, Münzer,
Rostovzeff, von Premerstein non siano mai esistiti. Può tuttavia, anzi deve, prendere la parola
lo studioso dell’ ideologia fascista per osservare come Ferrabino, nella sua critica alla «alta»
borghesia urbana di un Tacito e di un Cassio Dione, riproponga correnti temi della polemica
antiborghese – indicativo l’anacronistico lapsus «borghesia liberale» – propria di quel fasci-
smo antiurbano e ruralistico quale, in un noto documento, illustrato da Cesare Rossi.43 Forse
non consapevolmente; ma era «l’air du temps», in consonanza con significative tematiche
della politica sociale del regime fascista.

Diverso, rispetto agli antichisti, filologi e storici, l’atteggiamento degli studiosi di diritto ro-
mano. Nella gran maggioranza appoggiarono il regime, ma in generale si mostrarono sobri
ed immuni da retoriche apologie.44 Indicativo il caso di un insigne studioso ed insieme co-

39. Ferrabino, “L’imperatore Cesare...”, op. cit., 47.


40. Ferrabino, “L’imperatore Cesare...”, op. cit., 47; 51 sgg. Sul tema dell’impero nazionale si vd. infra, § 5.
41. Ferrabino, “L’imperatore Cesare...”, op. cit., 54.
42. Ferrabino, “L’imperatore Cesare...”, op. cit., 56.
43. Si vd. l’articolo di C. Rossi, “La critica alle critiche del fascismo”, Gerarchia del 25 apr. 1922,
integralmente riportata in appendice da Gentile, Le origini …, op. cit. (supra, n.15), 436-448.
44. Sull’atteggiamento dei giuristi italiani nei confronti del regime fascista si vd. ora la importante ricerca
curata da M. Cavina, Giuristi al bivio. Le Facoltà di Giurisprudenza tra regime fascista ed età repubblicana,

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Mario Mazza Monográfico

spicuo esponente del regime come Pietro de Francisci.45 Egli è stato il romanista che forse
più ha riflettuto su Augusto e il principato augusteo – e, nei tre volumi di Arcana imperii, in
generale sulla natura del potere.46 Ma se negli interventi più scopertamente «politici» mostra
la sua adesione all’ideologia fascista, in lavori «tecnici» come La costituzione Augustea, o in
Le basi giuridiche del principato di Augusto (1938), e soprattutto nella memoria dell’Accade-
mia d’ Italia Genesi e struttura del principato Augusteo (1941)47, lo studioso offre una delle
interpretazioni più importanti – ed a mio parere forse la più plausibile – della formazione e
dell’organizzazione del nuovo ordine augusteo.
Lasciando da parte le tecnicalità, tre sono i punti fondamentali nei quali si articola il
discorso del de Francisci: 1) il principato è un regime monarchico; 2) rappresenta qualcosa
di completamente nuovo; 3) è il frutto di una trasformazione rivoluzionaria. De Francisci
completava così il «los von Mommsen» proclamato dalla romanistica novecentesca, dopo
la morte dell’ Altmeister.48 Sarò molto sintetico su questi tre punti. Già nel 1930, in un con-
tributo nella raccolta di studi in onore dell’insigne maestro Pietro Bonfante, il de Francisci
recisamente dichiarava : «… il principato è sostanzialmente un regime monarchico innestato
sulle istituzioni repubblicane formalmente conservate».49 La tesi è ulteriormente argomen-
tata nel contributo del bimillenario sulle basi giuridiche del principato augusteo («... sicchè
si può ben concludere che le riforme del 23 a. C. segnano l’inizio di un vero e proprio regi-
me monarchico, innestato o, meglio, sovrapposto alle istituzioni repubblicane formalmente
conservate»)50, per essere infine articolata in tutti i suoi aspetti, e definitivamente teorizzata,
nella fondamentale memoria del ‘41. In essa il de Francisci ribadisce la sostanza monarchica
del regime augusteo indicandone con grande precisione le componenti strutturali.

Bologna, 2015.
45. Su Pietro de Francisci (Roma 18.XII.1883 - Formia 31.I.1971) si vd., oltre la voce di C. Lanza, “De
Francisci, Pietro”, DBI 36, Roma, 1988, 58-64, gli interventi di F. Cancelli, “Pietro de Francisci”, IVRA, 21,
1970, 359-370; E. Volterra, “L’opera scientifica di Pietro de Francisci”, BIDR, 74, 1971, 1-36; G. Lombardi,
“Pietro de Francisci”, SDHI, 39, 1973, 1-46; A. de Gennaro, Crocianesimo e cultura giuridica italiana, Milano,
1974, 636-640; P. Costa, “E. Betti: dogmatica, politica, storiografia”, Quad. fiorentini per la storia del pensiero
giuridico, 7, 1978, 311-393 (partic. 353-374); M. Brutti, “Storiografia e critica del sistema pandettistico”,
ibid., 8, 1979, 317-360 (partic. 323-328); M. Talamanca, “Diritto romano”, in Cinquanta anni di esperienza
giuridica in Italia, Milano, 1982, 623-684, passim – e S. Mazzarino, “De Francisci fra “storicismo” e
sociologia”, BIDR, 73, 1970, 1-18 (= P. de Francisci, Arcana Imperii, I, Roma, 1970, V-XX).
46. Una «eccezionale esperienza storicistica sul fondamento del potere», secondo G. Nocera,
“Un’esperienza storicistica sul fondamento del potere politico”, Rivista intern. di filosofia del diritto, 27,
1950, 553 sgg., partic. 557; si vd. anche Mazzarino, loc cit .(n. preced.), XII sgg.
47. P. de Francisci, “Genesi e struttura del principato Augusteo”, Atti della Reale Accademia d’ Italia.
Memorie della classe di Scienze Morali e Storiche, s.VII., vol. II, fasc. I, Roma, 1941, 1-114.
48. Cfr. J. von Ungern-Sternberg, “Einleitung” a E. Täubler, Der römische Staat, Stuttgart, 1985, XI sgg.
49. De Francisci, “La costituzione Augustea”, op. cit., 34; cfr. anche la conclusione di pp. 42-43.
50. De Francisci, “La costituzione Augustea”, op. cit., 89; cfr. anche Id., “Genesi e struttura del principato
Augusteo”, op. cit., (supra, n.47), 52 sgg.

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Monográfico Augusto in camicia nera. Storiografia e ideologia nell’ era fascista

Ma de Francisci non sostiene soltanto la natura monarchica del principato augusteo.


Egli fermamente insiste sulla «novità» di questo ordinamento: «…io sono fermamente
convinto che un accurato esame dei fatti dimostri essere il principato, che pure ha conser-
vato elementi del regime repubblicano, una costituzione radicalmente nuova, fondata sui
principi e animata da uno spirito antitetico a quello repubblicano» (corsivo nostro).51 Novità
in quanto tale «rivoluzionaria», come subito vedremo. De Francisci batte con insistenza su
questo carattere di novità: «Pur ammettendo che la nuova costituzione sia sorta applicando
abusivamente termini e istituti della costituzione repubblicana, il principato è qualcosa di
nuovo, sorto da quella, rimane fuori dal suo quadro e ne è lontanissimo nello spirito e nel
principio fondamentale».52
La componente ideologica compare più scopertamente nella terza proposizione, nella
tesi che il nuovo ordine augusteo è il frutto di una rivoluzione compiuta con mezzi legali.
«… Io non credo che in alcun modo – scrive de Francisci – il principato possa inquadrarsi
nella costituzione repubblicana: sostengo anzi che le riforme augustee rappresentano una
trasformazione rivoluzionaria dell’antica costituzione».53 De Francisci tiene fermo alla sua
concezione dello sviluppo storico di Roma non per graduale evoluzione, ma per eventi ri-
voluzionari realizzati con mezzi legali: «L’espressione “trasformazione rivoluzionaria” potrà
sembrare audace a coloro che ritengono doversi sempre il termine “Rivoluzione” accoppiare
a quello di “Violenza”. Ma i modi con cui può compiersi una rivoluzione possono essere i più
vari...».54 Il principato si è affermato sia per rinnovamento di idee e di principi, soprattutto
della coscienza popolare, che scorgeva in Ottaviano il salvatore dello Stato e il reintegratore
dell’ordine e della pace, sia per i provvedimenti legalmente presi dagli organi della costitu-
zione repubblicana, da un canto influenzati dall’opinione pubblica, dall’altro dal prestigio e
dall’autorità di Ottaviano. Legalità formale del procedimento – e tuttavia il nascente novus
ordo si pone in netta antitesi con la vecchia costituzione. Trasformazione dunque, non usur-
pazione violenta né mistificazione, revolutio ottenuta con «…l’applicazione formalmente
corretta dei procedimenti della costituzione repubblicana»55; creatrice di un ordine nuovo,
che risponde all’esigenza universalmente sentita di riorganizzazione dello Stato e di unifica-
zione dell’ Impero.56 Sta qui, per il giurista italiano, la base legale della posizione del princeps;
e il suo potere acquista un carattere definitivo di costituzionalità.

51. “La costituzione Augustea” (1938), op. cit., 80; “Genesi e struttura del principato Augusteo”, op. cit.,62
sgg.
52. “La costituzione Augustea” (1938), op. cit., 85; “Genesi e struttura del principato Augusteo”, op. cit., 64.
53. “La costituzione Augustea” (1938), op. cit., 96; “Genesi e struttura del principato Augusteo”, op. cit.,
106 s.
54. “La costituzione Augustea” (1938), op. cit., 97-98; “Genesi e struttura del principato Augusteo”, op.
cit., 106.
55. “La costituzione Augustea” (1938), op. cit., 98.
56. “La costituzione Augustea” (1938), op. cit., 99-100.

120 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 107-125


Mario Mazza Monográfico

9 maggio 1936, h. 22:30. Dal fatidico balcone di Palazzo Venezia Mussolini annuncia alla
folla, nella retorica dell’epoca ovviamente sempre «oceanica e plaudente», «… la riap-
parizione dell’impero sui colli fatali di Roma» – con clausola finale esametrica, epica!57
L’ Impero, dopo quindici secoli! Gli officianti del regime non potevano lasciarsi sfuggire
l’occasione. Vi si avventurarono specialisti e dilettanti. L’opera era gradita. Serviva, alla
legittimazione del nuovo impero – ed a giustificazione del risorgente imperialismo58 – il
richiamo a Roma, all’impero di Augusto, alla pax romana, alla missione civilizzatrice della
Città Eterna. Il regime apprezzava i suoi corifei.
L’esaltazione dell’impero definisce infatti il terzo nodo tematico. Ma, se riesce com-
prensibile la ridondante fioritura di interventi sul tema, assai meno comprensibile, e giustifi-
cabile, appare la convergenza, nella sua ideologizzazione, sia di pubblicisti –sarebbe forse me-
glio dire «pubblicitari» del regime– sia di studiosi diciamo «professionali». Non mi sembra il
caso di occuparsi dei primi; mi limiterò agli antichisti. Non ricavandone particolare piacere

57. B. Mussolini, Scritti e discorsi, X, Milano, 1936, 119 (=Opera Omnia, a cura di E. e D. Susmel, XXVIII,
Firenze, 1999, 269). Mette conto trascrivere l’intero brano del discorso: «… un grande evento si compie:
viene suggellato il destino dell’ Etiopia oggi, 9 maggio, XIV anno dell’era fascista […]. L’ Italia ha finalmente
il suo impero. Impero Fascista, perché porta i segni indistruttibili della volontà e della potenza del Littorio
romano […]. Impero di pace, perché l’ Italia vuole la pace per sé e per tutti e si decide alla guerra soltanto
quando vi è forzata da imperiose, incoercibili necessità di vita. Impero di civiltà e di umanità per tutte le
popolazioni dell’ Etiopia. Questo è nella tradizione di Roma, che, dopo aver vinto, associava il popolo al suo
destino […].
Ufficiali, sottoufficiali, gregari di tutte le forze armate dello Stato in Africa e in Italia! Camicie nere! Italiani
e italiane! Il popolo italiano ha creato col suo sangue l’impero. Lo feconderà col suo lavoro e lo difenderà
contro chiunque con le sue armi. In questa certezza suprema, levate in alto, o legionari, le insegne, il ferro
e i cuori, a salutare dopo quindici secoli la riapparizione dell’impero sui colli fatali di Roma! Ne sarete voi
degni? [Folla: Sì!]. Questo grido è come un giuramento sacro [Folla: sì!] che vi impegna dinanzi a Dio e
dinanzi agli uomini [Folla: Sì!] per la vita e per la morte! [Folla: Sì!]. Camicie nere! Legionari! Salute al
Re!». Per un’analisi dell’episodio, E. Gentile, “9 maggio 1936. L’impero torna a Roma”, in AA.VV., I giorni
di Roma, Roma-Bari, 2007, 239-270.
58. Sul mito dell’impero nella pubblicistica fascista P.G. Zunino, L’ ideologia del fascismo. Miti, credenze,
valori nella stabilizzazione del regime, Bologna, 1985, 811-867. Molto suggestivo il capitolo 7. Duce imperiale,
di E. Gentile, Fascismo di pietra, Roma-Bari, 2007, 131-157. Per la letteratura antichistica, M. Cagnetta,
Antichisti e impero fascista, Bari 1979; l’informato contributo di L. Polverini, “L’impero romano-antico e
moderno”, in B. Näf (Hrsg., unter Mitarbeit von T. Kammasch) Antike und Altertumswissenschaft, op. cit.
(supra n.4), 145-163; J. Nelis, Le mythe de la romanité…, op. cit.. 349-359; si vd. anche K. Scott, “Mussolini
and the Roman Empire”, CJ, 27, 1932, 645-657. Sul rapporto con il mondo cattolico italiano, R. Moro, “Il
mito dell’impero in Italia fra universalismo cristiano e totalitarismo”, in D. Menozzi, R. Moro (a cura di),
Cattolicesimo e totalitarismo, chiese e culture religiose tra le due guerre mondiali (Italia, Spagna, Francia,
Brescia, 2004, 311-371. Indicativo della cultura dell’epoca il libro di G. Sangiorgi, Imperialismi in lotta nel
mondo, Milano, 1939.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 107-125 121


Monográfico Augusto in camicia nera. Storiografia e ideologia nell’ era fascista

o profitto: la retorica annoia e infastidisce. Imbarazza leggere il politicamente e accademica-


mente scafatissimo Giuseppe Cardinali, professore e più volte preside della Facoltà di Lettere
e Filosofia dell’ Università di Roma, presidente dell’ Istituto Italiano per la Storia Antica, Ac-
cademico dei Lincei, Senatore del Regno etc., etc., quando proclama:

E dal secondo dei principi fondamentali della politica provinciale Augustea trasse impulso tutto
un altro ciclo storico, quello della formazione dell’impero universale, per il quale Roma divenne
la patria spirituale del mondo, dando una soluzione adeguata a quella esigenza di una sistema-
zione civile e politica di carattere universale, che di fatto aveva dominato tutta l’evoluzione del
mondo antico, ma non aveva trovato fino ad allora una sufficiente estrinsecazione...59

Con il pistolotto finale:

Questo secondo sviluppo si incrociò con quello nazionale italico, assorbendolo sin quasi a sof-
focarlo, ed occorse un travaglio quasi bimillenario, perché l’ Italia riconquistasse la sua coscien-
za nazionale e la sua missione imperiale, in un equilibrio di forze materiali e spirituali, di movi-
menti di massa e di fattori personali, che hanno molte analogie coi tratti essenziali di Augusto.60

Cardinali però, scientificamente e politicamente, era tutt’altro che uno sprovveduto.61 Il


suo era in fondo un dovuto omaggio al regime. Assai diverso, e ben più imbarazzante, il caso
di Emilio Bodrero.62 Qui l’ideologia subentrò alla storiografia, alla ricerca scientifica, si sosti-
tuì completamente ad essa. Il brillante studioso di filosofia antica si tramutò in un ideologo
del regime. Il professore di filosofia, e rettore, dell’ Università di Padova, dal 1940 divenne
il cattedratico di storia della dottrina del fascismo nella facoltà di Scienze Politiche dell’ U-
niversità di Roma. Nazionalismo e spiritualismo cattolico si unificarono nella più totale e
fideisticamente entusiastica adesione al fascismo. Vanno attentamente considerate le parole
con le quali, in un suo molto divulgato libro, egli apre un capitolo programmatico su “Politica
romana del fascismo”63: «Gli eventi più grandiosi della politica fascista sono stati la concilia-
zione con la Santa Sede, la fondazione dell’ impero e la risoluzione del problema dell’uomo»
(!?).64 Egli rivendica alla romanità la parola impero, «…una parola – egli dichiara – che noi
romani abbiamo inventato e creato e che dalla sua misteriosa [!?, per lui] etimologia è ascesa

59. G. Cardinali, “Amministrazione territoriale e finanziaria”, in Aa. Vv., Augustus, op. cit., 161-194 –la
citazione a p. 194.
60. Cardinali, “Amministrazione territoriale... “ op. cit., 194.
61. Si vd. le mie considerazioni in M. Mazza, “Le scuole di studi storici sul mondo antico”, in F. Roscetti (a
cura di), op. cit. (supra, n. 4), 267-281, partic. 270 sgg. (ivi bibliogr. dello studioso).
62. Su Emilio Bodrero, (Roma 3.IV.1874 – Roma 29.XI.1949), oltre la commemorazione di E. Troilo,
“Emilio Bodrero”, Ann. Univ. Padova, 1952-53, 463-483, si vd. A. Rigobello, “Bodrero, Emilio”, DBI, 11,
Roma, 1969, 115-117, e E. Sacchetto, “Emilio Bodrero”, Sophia, 18, 1976, 171-176.
63. Si tratta del cap. IV del volume Roma e il fascismo, edito dall’ Istituto di Studi Romani, «in collaborazione
con il PNF – Opera Nazionale Dopolavoro» (Serie Roma Mater III), Roma 1939, 45-53.
64. Bodrero, Roma e il fascismo, op.cit., 45.

122 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 107-125


Mario Mazza Monográfico

a significare la istituzione più grande che possa avvincere gli uomini fra loro».65 Nella sua
paranoica visione storica, solo i romani (gli italiani) avrebbero il diritto di parlare di impero,
solo loro che hanno creato la parola e sanno cosa significa. L’impero è ritornato a Roma, e
mai più da essa ripartirà, egli profeticamente proclama. Esso è il diritto di un popolo civile
da trentadue secoli, che ha dato al mondo grandi doni di civiltà e bellezza. E Bodrero passa
subito a compiere il pericoloso passo dall’orgoglio dell’impero all’imperialismo:

Ebbene c’è un’altra parola che noi dobbiamo pronunciare senza paura; noi dobbiamo procla-
marci imperialisti, che non vuol dire ancora imperiali. Imperialisti perché anche noi abbiamo
diritto alla nostra espansione, perché anche noi abbiamo diritto a conquistarci quello che il
Duce ha chiamato “il posto al sole”. Siamo imperialisti perché è nostro sacrosanto diritto...66

Con l’abilità dialettica dei sofisti da lui in gioventù studiati Bodrero si ingegna a di-
stinguere l’imperialismo diritto-dovere fascista dall’imperialismo economico e politico delle
altre potenze. L’imperialismo romano-fascista sarebbe «…Il primo gradino di una scala» da
ascendere per pervenire al «concetto e all’istinto imperiale».67 Con cavillosa argomentazione
egli pretende distinguere l’impero – come egli dice, il concetto imperiale, «…qualche cosa di
ben più alto e nobile, puro...» – dall’imperialismo, dal concetto imperialista. Il concetto im-
periale sarebbe «…il dominio di un’ idea che soddisfa una grande necessità umana, che risol-
ve il problema che tutto il genere umano sente come urgente...»68, e così via. L’imperialismo
è un diritto, l’impero un dovere. L’ imperialismo è «... solamente un fenomeno politico ed
economico», l’impero è invece «un grande fatto giuridico e morale». Il solito armamentario
di citazioni da autori classici e cristiani è utilizzato a convalidare tali affermazioni.69
Non si devono avere remore nel dichiarare che questa non era storiografia, ma pura
propaganda politica supportata da ideologia. Chiaro orientamento politico ma anche pre-
parazione tecnica connotavano invece il libro di Mario Attilio Levi, La politica imperiale di
Roma (1936), prefato dal quadrumviro Cesare Maria De Vecchi di Val Cismon, Ministro dell’
Educazione Nazionale e Presidente della Giunta centrale per gli studi storici.70 Con una deci-
sa scelta per la comparazione storico - sociologica, Levi proponeva confronti tra Cartagine e
l’ Inghilterra «commerciante», tra la «rivoluzione» sillana e di Augusto, e le rivoluzioni fran-
cese, russa e la «rivoluzione» fascista di Augusto. Con tale impostazione comparativistica l’al-
lievo eterodosso di Gaetano De Sanctis tentava un’interpretazione dell’organizzazione politi-
ca romana sulla base di una concezione rigorosamente unitaria dell’ imperium, fondamento e

65. Bodrero, Roma e il fascismo, op.cit., 47 [Ovviamente, solo per Bodrero è «misteriosa» l’etimologia di
imperium; si cfr. invece A. Ernout-A. Meillet, Dictionnaire étimologique de la langue latine, Paris, 20014, 310-
311; la prima edizione è Paris 1932].
66. Bodrero, Roma e il fascismo, op. cit., 48-49.
67. Bodrero, Roma e il fascismo, op. cit., 49.
68. Bodrero, Roma e il fascismo, op. cit., 49.
69. Bodrero, Roma e il fascismo, op. cit., 49-50; 54-71 (è il cap. V, “Continuità della tradizione romana”).
70. Sulla prefazione del De Vecchi, eclatante esempio della vuota retorica del regime, cfr. Polverini,
“L’impero romano-antico e moderno”, op. cit., 154.

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Monográfico Augusto in camicia nera. Storiografia e ideologia nell’ era fascista

motore propulsivo della politica romana.71 Donde la critica del Levi ad ogni esperienza fede-
ralistica nella storia italiana, dalla federazione sannitica a quella italica, in contrapposizione
ad ogni tentativo di ricomposizione unitaria dello Stato.72 Per Levi lo Stato, centro e motore
unico della vita associata, deve svolgere una politica che lo conservi e perpetui: una politica
appunto «imperiale» - che non è imperialismo, come appunto nel libro suona il titolo di un
paragrafo.73 Questo è l’inevitabile fato di Roma, una città e un impero che deve «difendersi
attaccando». Per ottenere la pace, un impero non deve esitare ad andare in guerra: questo è il
suo destino ed il suo compito.74
Tolto il capitolo iniziale e finale, pistolotti retorico-politici di ossequio al regime – e
la orripilante prefazione del De Vecchi —Levi scriveva cose non particolarmente nuove
anzi abbastanza risapute sull’imperialismo romano. Quando, nei capitoli III e IV, cercava
di presentare, senza peraltro citarne gli autori, posizioni alternative a quelle del grandissimo
Maurice Holleaux di Rome, la Grèce et les monarchies héllenistiques au IIIe siècle avant J-C
(273-205)75— o al Carcopino del primo capitolo dei Points de vue sur l’ impérialisme romain
(1934)76 — il confronto risultava largamente sfavorevole. Il guaio – e la corruzione intellet-
tuale — stava nel pedaggio da pagare alla mitologia del regime. Anche il capitolo conclusivo
de I due imperi di Roma (1938)77 di Luigi Pareti sconta lo stesso peccato, con l’artificioso e
strumentale «programmatico confronto fra i due imperi e fra storia antica e moderna d’ Ita-
lia» (Polverini).78 Tuttavia il libro è tutt’altro che superficiale – e non mi sembra meritare la
taccia di ignominia con la quale ha voluto bollarlo, forse troppo frettolosamente ed ingene-
rosamente, un pur competente studioso come Antonio La Penna.79 L’opera non va giudicata
dalla seconda edizione del 1944, con le pagine aggiunte nell’incandescente clima di Salò, con
il cui regime Pareti si schierò, insieme ad altre, non tutte e non sempre, spregevoli persone.

71. M.A. Levi, La politica imperiale di Roma, Roma, 1936, 5 sgg., 21 sgg.
72. Levi, La politica imperiale... op. cit., 42 sgg.; 179 sgg. sul bellum sociale.
73. Levi, La politica imperiale... op. cit., 22 sgg.
74. Levi, La politica imperiale... op. cit., 56; 125 sgg.; 296-298.
75. Paris, 1921. Ho trattato del problema del c.d. «imperialismo difensivo» nella relazione “Aspetti culturali
dell’imperialismo romano” (nel Convegno su Emilio Gabba, Un maestro della storia antica, Roma, 11-12
febbraio 2015, Atti dei Convegni Lincei 307, Roma, 2016, 59-72), alla quale rimando per la bibliografia.
76. Paris, 1934 – va ricordato che questo primo capitolo è una discussione appunto dell’opera di Holleaux.
77. Catania, 1938 (Muglia editore) – una ristampa anastatica di questa edizione ancora in Catania, 1988
(Pellicano libri). Una seconda edizione dell’opera venne pubblicata in Venezia, 1944, con il titolo Passato e
presente d’ Italia e un’aggiunta su Fatti e problemi della guerra attuale.
78. Polverini, “L’impero romano–antico e moderno”, op. cit., 152.
79. A. La Penna, “Gli studi classici dalla fondazione dell’ Istituto di Studi Superiori”, in L. Lotti, C. Leonardi,
C. Ceccuti (a cura di), Storia dell’Ateneo fiorentino. Contributi di studio, I, Firenze, 1986, 201-286, partic.
255-257; M. Cagnetta, Antichisti e impero fascista, op. cit. (supra, n. 58), 41 sgg. Un profilo più benevolo
del Pareti da parte dell’allievo E. Lepore, “Luigi Pareti (1885-1962)”, in F. Sartori (a cura di), Praelectiones
Patavinae, Roma, 1972, 42-74.

124 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 107-125


Mario Mazza Monográfico

Nei fatti Pareti è storico piuttosto dimenticato e, tutto sommato, ancora poco studiato.80 Bi-
sognerebbe indagare più a fondo sulla sua formazione nazionalistica – e sulla sua visione
generale della storia italiana antica. Merita attenzione l’interesse di Pareti per il regionalismo
italiano, antico e moderno, e per gli elementi di continuità e di frattura all’interno di esso.81
E non mi soffermo sui centrali capitoli dedicati a Cesare e ad Augusto – due modi di inten-
dere l’ impero romano – perché richiederebbero un discorso che in questa sede non è il caso,
né sarebbe possibile, sviluppare. Ma, ripeto, l’ interpretazione paretiana della storia italiana
antica, e dell’impero augusteo, non è questione da liquidarsi sbrigativamente, con formule o
giudizi perentori.
Per concludere. In riferimento alla storiografia ‘professionale’, ci si è chiesti «… se
l’indubbia genesi politica, ideologica e propagandistica di una tendenza della storiografia
romana in Italia … abbia avuto un’ effettiva ricaduta storiografica, abbia cioè avuto effetti
sostanziali nella storiografia di quegli anni».82 Temo di dover rispondere affermativamente.
Le enormità dette da un Bodrero, Coppola & Co. concorsero tutte a formare una visione di-
storta, fortemente ideologizzata, della storia romana – e di Augusto in particolare. Inoltre, va
considerato che molti lavori, anche tecnicamente ineccepibili, si concludevano con pistolotti
finali laudativi, chiaramente allotri, ma non per questo meno antistorici – e sostanzialmente
diseducativi. Guadagnò spazio una visione prudente, eccessivamente prudente: specie dagli
esordienti, vennero evitati temi troppo impegnativi, quando non addirittura «scottanti», a
favore di argomenti più di «regime». Come sempre incisivamente, Momigliano ha scritto che
la colpa fondamentale della storiografia di quel periodo sta «…nei pensieri che non furono
pensati…».83 Giudizio molto, forse troppo indulgente. Pensieri invece ne furono pensati mol-
ti, tanti - e spesso, troppo spesso, stravolti dalla perversa commistione, direi quasi trasmuta-
zione, della ricerca storica in strumentale ideologia.

80. Si vd. ultimamente gli interventi di G. Clemente, “Luigi Pareti: uno storico antico a Firenze”, NAnt,
144, 603, fasc. 2251 (luglio-sett. 2009), 231-245; A. Russi, “Inediti: Memoriale del prof. Luigi Pareti
dell’ Università di Napoli”, QS, 79, 2014, 225-238.
81. Polverini, “L’impero romano – antico e moderno”, op. cit., 151.
82. Polverini, “L’impero romano... “ op. cit., 160.
83. A. Momigliano, “Gli studi italiani di storia greca e romana dal 1895 al 1932”, in C. Antoni e R. Mattioli
(a cura di), Cinquant’anni di vita intellettuale italiana, 1896-1946. Scritti in onore di Benedetto Croce per il
suo ottantesimo anniversario, I, Napoli, 1950, 84-106, ora in A.M., Contributo alla storia degli studi classici,
Roma, 1955, 275-297 – la citazione a p. 296.

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Mussolini y Hitler, ¿nuevos Augustos?
En torno al bimilenario del nacimiento
de Augusto, 1933-1938
Mussolini et Hitler, nouveaux
Auguste ? Autour du bimillénaire
de la naissance d’Auguste, 1933-1938

Johann Chapoutot
Université Paris-Sorbonne
[email protected]

Fecha recepción 29.10.2016 / Fecha aceptación 11.11.2016

Résumé Resumen
En plein cœur du XXème siècle et au centre de A mediados del siglo XX y en el centro de Europa,
l’Europe, deux régimes vantant leur propre moder- dos regímenes que presumen de su propia moder-
nité se réfèrent ouvertement au précédent impérial nidad se refieren abiertamente al precedente im-
romain, et à la figure d’Auguste. Quel peut-être le perial romano y a la figura de Augusto. ¿Qué sen-
sens de cette référence ? Et quelle différence peut-on tido puede tener esta referencia? Y ¿qué diferencia
constater entre l’usage fasciste italien et l’usage nazi puede encontrarse entre el uso fascista italiano y
de l’antiquité romaine ? el uso nazi de la antigüedad romana?

Mots-clés Palabras clave


Empire Romain, Civilisation Occidentale, fas- Imperio romano, civilización occidental, fascismo,
cisme, usages de l’histoire, propagande politique. uso de la Historia, propaganda política.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 127-135. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3967
Johann Chapoutot Monográfico

1. Le fascisme italien et la référence romaine


«  Le fascisme n’écrit pas l’ histoire, il la fait  », avait coutume de dire Mussolini, l’ homme
d’action qui se voulait intellectuel, et vice versa. Pour pouvoir la faire, cependant, le Duce
n’ hésita pas à l’écrire à sa manière. Son texte le plus grandiose fut sans doute le palimpseste
de la ville de Rome, cette Urbs dont, depuis 1929, les vestiges romains sont inlassablement
excavés et mis en scène, sinon en valeur. En 1930 est inaugurée la via dell’ Impero (actuelle Via
dei fori imperiali) : cette avenue, qui longe le forum républicain et les fora impériaux, relie le
Colisée à la Piazza Venezia, cœur battant de la Rome fasciste, car c’est là, au pied du capitole,
que le Duce réside, travaille et harangue les foules, du haut du Palazzo Venezia. L’  « avenue
de l’ Empire » fait donc le lien, topographique et physique, entre la Rome antique et l’ Italie
fasciste, qui se veut la renaissance d’un passé glorieux1.
Les travaux se poursuivent : en 1934, le quartier qui entoure le Mausolée d’Auguste est
livré aux démolisseurs, Mussolini en tête, qui vient arracher les premières tuiles et donner
les coups de pioche inauguraux2. Pendant ce temps, des archéologues et des architectes tra-
vaillent à la mise en valeur de l’Ara pacis augustéenne.
Cette prédilection pour Octave Auguste trouve son expression majeure en 1937  : à
l’initiative de Giulio Giglioli, archéologue spécialiste de Rome, Mussolini commande une
exposition pour célébrer le bimillénaire de la naissance d’Auguste en 63 avant notre ère.
Le Duce l’inaugure le 27 septembre 1937 dans un Palais des Expositions, rue Nationale,
qui, précédemment, a abrité l’ « exposition sur la révolution fasciste » (Mostra della Rivolu-
zione Fascista), inaugurée en 1932 pour le dixième anniversaire de la « marche sur Rome ».
Pour l’occasion, le palais a été doté d’une nouvelle façade : inspirée de l’Arc de Constan-
tin (bien postérieur, donc, à Auguste !), cette façade monumentale se compose de trois arches
arborant les mots « Rex » et « Dux », en l’ honneur de Victor-Emmanuel III et de Mussolini,
ainsi que de nombreux extraits d’auteurs latins. Sur des milliers de mètres carrés et en vingt-
cinq salles, la Mostra Augustea della Romanità (« Exposition augustéenne de la Romanité »)

1. R. Visser, “Fascist doctrine and the cult of the romanità”, Journal of Contemporary History, 7, 1992.
2. A. Cederna, Mussolini urbanista. La sventramento di Roma negli anni del consenso, Bari, 1979.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 127-135 129


Monográfico Mussolini et Hitler, nouveaux Auguste ?

rend non seulement hommage au premier Empereur, mais à toute l’ histoire romaine, de
Romulus jusqu’à la christianisation de l’ Empire3.
Pédagogique à souhait, elle présente de nombreuses cartes, citations, mais aussi ma-
quettes, modèles et artefacts divers : un imposant soc, qui rappelle la fondation de Rome, une
maquette de la ville, des engins de guerre en miniature, etc… Cette scénarisation de l’arte-
fact rappelle l’exposition archéologique qui, en 1911, avait commémoré, dans les Thermes de
Dioclétien, le cinquantième anniversaire de l’unification italienne : moulages et modèles y
avaient obtenu un franc succès, et la méthode, reconduite en 1937, allait également constituer
les collections du Museo della Civiltà Romana, édifié dans le quartier de l’ EUR pour l’expo-
sition universelle de Rome prévue en 1942, aujourd’ hui encore apprécié pour ses copies et
pour sa maquette de Rome sous Constantin.
A l’occasion du bimillénaire de la naissance d’Auguste, c’est donc Rome tout entière, à
travers la totalité son histoire ancienne et contemporaine, qui est honorée : puissance con-
quérante et civilisatrice, pourvoyeuse de prospérité et de paix, l’ Empire romain trouve sa
consécration contemporaine sous la forme de l’ Italie fasciste, comme le proclame la dernière
galerie, intitulée « L’immortalité de l’idée romaine. La renaissance de l’ Empire dans l’ Italie
fasciste ».
En 1937, en effet, l’ Italie est à nouveau un Empire : celui-ci a été proclamé le 9 mai 1936,
Piazza Venezia, par Benito Mussolini qui annonçait officiellement au peuple italien la victoire
des armes péninsulaires contre l’ Ethiopie du Négus. Le Duce célébrait, dans son discours,
un « Empire de paix, car l’ Italie veut la paix pour elle-même et pour tous et ne se décide à
la guerre que lorsqu’elle y est forcée par des nécessités vitales, immédiates et pressantes »,
un « Empire de civilisation et d’ humanité pour toutes les populations d’ Ethiopie. C’est là la
tradition de Rome qui, après avoir triomphé, associait les peuples vaincus à ses destinées ».
La péroraison est célèbre : « Le peuple italien a créé l’ Empire avec son sang. Il le fécondera
par son travail ou le défendra par ses armes. Dans cette certitude suprême, levez haut, légion-
naires, vos fanions, vos armes et vos cœurs pour saluer, après quinze siècles, la résurrection
de l’ Empire sur les collines sacrées de Rome ».
L’exposition de 1937-1938 n’est donc pas de l’art pour l’art : Rome est célébrée moins
pour son passé que pour le présent et l’avenir de l’ Italie fasciste. Une inscription, à l’entrée
des galeries, exhorte les Italiens à « faire en sorte que la gloire du passé soit éclipsée par la
gloire de l’avenir ». Le passé est présent comme un potentiel à réactualiser, et comme une
source d’émulation.
L’analogie entre Mussolini et Octave Auguste est par ailleurs trop tentante pour les
thuriféraires du Duce : Octave a mis fin à des guerres civiles incessantes, à la division dans la
cité, en créant un nouveau régime qui est venu renforcer l’ Etat et son autorité, tout comme
Mussolini en 1922. Il a créé l’ Empire, le Duce l’a ressuscité. Enfin, Auguste a… ouvert la voie
au christianisme ! Le diable (Dieu, en l’espèce) se logeant dans les détails, un élément de la sa-
lle consacrée à Auguste attirait l’attention du public : une croix portant l’extrait de l’ Evangile

3. M. Cagnetta, “Il mito di Augusto e la ‘rivoluzione’ fascista”, in Matrici culturali del fascismo, Bari, 1977,
153-184.

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Johann Chapoutot Monográfico

de Luc qui mentionne le règne de « César Auguste ». L’avant-dernière galerie, consacrée à


Constantin et à la christianisation de l’ Empire, compare implicitement l’édit de Milan aux
accords de Latran de 1929. Jésus est né sous Auguste, et c’est le Duce qui a rendu l’ Italie au
catholicisme, par des accords signés avec Pie XI qui ont mis fin à la « question romaine » et
au non expedit furibond de la politique pontificale, retranchée derrière les murs du Vatican
depuis 1871. Nouvel Auguste, Mussolini a réconcilié l’ Italie avec elle-même, en mettant fin
au petit schisme hérité du Risorgimento.
Le 23 septembre 1938, pour clore l’année augustéenne, Mussolini inaugure le pavillon
qui abrite l’ Ara Pacis, l’autel de la paix, patiemment reconstitué et réhabilité par historiens de
l’art et archéologues. Le Duce se rend également solennellement à la clôture de l’exposition
augustéenne en novembre.

2. Le nazisme allemand et sa mythologie raciale-identitaire


Entre-temps, Adolf Hitler a effectué une visite officielle à Rome, en mai 1938. Le Führer a
lui aussi visité la Mostra Augustea. Mécontent d’avoir dû mener la première visite au pas de
charge, il a demandé à y retourner, de même qu’il a pris tout son temps pour voir et revoir cer-
tains sites et monuments de la Ville Eternelle. De l’autre côté des Alpes, en effet, les coryphées
du nazisme font eux aussi d’ Hitler un nouvel Auguste. Propagandistes médiocres ou savants
reconnus n’ont aucun mal à développer l’analogie : Hitler a aboli une République de guerre
civile (Weimar) pour créer un Empire (le IIIème Reich). Comme Auguste, Hitler a instauré
une dictature de la vertu, en rétablissant dans ses droits le mos majorum des ancêtres germa-
niques. C’est ce que rappelle, dans une biographie consacrée au Kaiser Augustus4, le grand an-
tiquisant Helmut Berve dès 1934 : Auguste y est très classiquement présenté comme le grand
homme suscité par la providence pour venir tirer Rome et son Etat du chaos : par sa valeur,
sa force de caractère, son charisme et la juste inspiration qu’il tire des ancêtres, l’ homme
providentiel vient relever l’ Etat et la cité en en saisissant de mâle main le timon. Animé par
« un instinct de vieux romain5 », pensant « en termes de traditions », c’est-à-dire « de manière
plus romaine6 » que César, il ne commet pas l’erreur de vouloir rétablir la monarchie, mais,
habilement, conduit le Sénat à se dessaisir lui-même de ses pouvoirs au profit du Princeps.
La République est de facto abolie, même s’il « n’en nie pas complètement les formes et les
traditions7  ». Le parallèle avec les événements de mars 1933 est frappant  : en conduisant
le Reichstag à voter une loi d’ habilitation législative, Hitler n’a jamais formellement aboli
la République de Weimar. Ce parallèle n’est jamais explicite8, mais il est évident pour tout
lecteur de 1934. Un homme providentiel qui met fin aux troubles civils en réformant l’ Etat

4. H. Berve, Kaiser Augustus, Leipzig, Insel-Verlag, 1934; Voir également H. Volkmann “Der Prinzipat des
Augustus”, Neue Jahrbücher für Antike und Deutsche Bildung, 1938, I, 16-30.
5. H. Berve, Kaiser Augustus, op. cit., 31.
6. H. Berve, Kaiser Augustus, op. cit., 31.
7. H. Berve, Kaiser Augustus, op. cit., 33.
8. Une seule référence est faite à l’Allemagne contemporaine, p. 62.

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Monográfico Mussolini et Hitler, nouveaux Auguste ?

de manière autoritaire, qui renoue avec les traditions des ancêtres en rendant le peuple à son
identité et à son essence évoque immanquablement le nouvel Auguste : « L’ histoire ne pro-
duit que fort peu d’ hommes qui ont su créer des formes étatiques aussi durables que lui. Elle
en produit encore moins qui savent, en sus de cette nouvelle forme politique enraciner dans
un peuple divisé, menacé de dissolution, un esprit qui en fait à nouveau une communauté vi-
vante. Parmi eux, parmi ce petit nombre, il y a la figure impériale d’Auguste, sereine, claire et
grande9 ». Quoi de plus durable que ce « Reich de mille ans » promis par les nazis ? En outre,
comme Auguste, les nazis ne prétendent pas innover et créer un « homme nouveau » ou une
nouvelle culture. Il s’agit de régénérer l’Allemagne en la rendant à son identité première et
originelle. De même, Auguste se fonde sur « les traditions des pères10 », relève les autels, réta-
blit les cultes en déshérence11 et exalte le mos maiorum12. Son goût pour la Grèce et la culture
grecque n’est pas contradictoire avec ce projet de résurrection de la romanité originelle, bien
au contraire, car Auguste sait que Grecs et Romains appartiennent à la même « race » : « La
force de la culture hellénique ne transforme pas ceux qu’elle saisit profondément en petits
Grecs (Graeculi), mais les conduit au contraire à prendre conscience de leur propre race, et à
la développer. Sous son influence, le Romain devient quelqu’un qui sait ce qu’est la romanité.
Il y puise la force d’affronter la dégénérescence du temps pour redevenir pleinement ro-
main13 ». Pour qui est familier des débats autour du latin, du grec et de la culture antique sous
le IIIème Reich, l’allusion est transparente. Spécialiste de la Grèce, Helmut Berve rappelle ici
que l’avènement d’une Allemagne régénérée ne peut faire l’économie d’un détour par l’anti-
quité gréco-romaine, les Grecs et les Romains ayant été des Germains de bonne race14.
Glissant rapidement sur les échecs d’Auguste, notamment sur la terrible défaite de Va-
rus en Germanie15, Berve insiste sur l’affrontement Orient-Occident : « Dans ce grand com-
bat décisif, il en allait de bien plus que de savoir qui des deux rivaux Antoine ou Octave allait
rafler la couronne de laurier. Dans cette guerre, où l’ouest latin avait enfin pris conscience
de lui-même face à l’ Est grec à nouveau fortement orientalisé, dans cette lutte de portée
historique véritablement mondiale entre deux groupes humains, le nouveau César devient
pleinement un homme de pouvoir ambitieux et, bien plus, le représentant de la romanité16 ».

9. H. Berve, Kaiser Augustus, op. cit., 76-77.


10. H. Berve, Kaiser Augustus, op. cit., 23.
11. H. Berve, Kaiser Augustus, op. cit., 64.
12. Sur ce thème, cf. également
H. Volkmann, “Mos maiorum als Grundzug des augusteischen Prinzipats”, in H. Berve (dir.), Das Neue
Bild der Antike. II - Rom, Leipzig, 1942, 246-264.
E. Burck, “Altrömische Werte in der augusteischen Literatur”, in H. Oppermann (dir.), Probleme der
augusteischen Erneuerung, Auf dem Wege zum nationalpolitischen Gymnasium - Reichsfachbearbeiter für
alte Sprachen im NSLB, Heft 6, Frankfurt-am-Main, 1938, 28-60.
13. H. Berve, Kaiser Augustus, op. cit., 23.
14. Cf. J. Chapoutot, Le nazisme et l’antiquité, Paris, 2008, rééd. 2012. Traduction en espagnol, Madrid,
2012.
15. H. Berve, Kaiser Augustus, op. cit., 55.
16. H. Berve, Kaiser Augustus, op. cit., 27.

132 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 127-135


Johann Chapoutot Monográfico

Plus explicite est Paul Strack, professeur d’ histoire ancienne à l’ Université de Kiel, pour
qui Auguste a « préservé la culture occidentale indogermanique contre le violent assaut des
forces orientales, issues d’un hellénisme dégénéré17 ». Hitler protège l’Allemagne contre les
Juifs et le bolchévisme, tous périls venus de l’ Est et de l’orient. Auguste, quant à lui, avait
arrêté l’ Egypte lagide et Antoine lors de la bataille d’Actium, en 31 avant notre ère.
Hitler ne cache pas son enthousiasme pour la Rome antique. Il la copie en deman-
dant à ses architectes, dont Albert Speer, d’ériger des édifices qui s’inspirent directement de
bâtiments romains. La Germania dont il rêve devra être couverte de colonnades, d’arcs de
triomphe et être dominée par une Volkshalle démesurée dont la façade et la coupole seront
inspirés du Panthéon dit d’Agrippa. Archéologue réputé, professeur à l’ Université de Berlin,
Gerhart Rodenwaldt, qui se suicidera avec son épouse fin avril 1945, loue «  l’architecture
d’ Etat romaine » et celui qui, selon la Vita Augusti de Suétone, avait transformé une ville de
briques en une ville de marbre par un parallèle entre l’œuvre d’Auguste et celle du Führer :
« Les édifices du temps présent évoquent dans leur composition, dans leur planification et
leurs volumes l’architecture d’ Etat romaine. Dans les grands projets qui doivent redessiner
la capitale du Reich pro maiestate imperii, nous retrouvons le croisement des axes, l’intensité
de l’orientation, la coordination des rues, des places et des espaces intérieurs monumentaux
[…]. Nous ressemblons aussi aux Romains en ce que nous nous confrontons à nouveau avec
les principes et les fondements de l’architecture monumentale européenne18 ».
Hitler succède à Auguste en inscrivant le Reich dans la grande lignée des Empires occi-
dentaux qui sont apparus depuis les Césars. Cette filiation ne pose aucun problème au Führer,
au contraire : pour lui, comme l’enseigne la science nazie de la race, les Romains étaient, à
l’origine, des Germains qui, émigrés de leur nord natal, sont venus coloniser et civiliser le
sud méditerranéen. Malheureusement, les Romains se sont mélangés et ont dégénéré. Les
fascistes contemporains, quant à eux, constituent un noyau germanique préservé appelé à
régénérer la péninsule. Volontiers phrénologue à ses heures, Hitler a bien observé Mussolini
et a conclu que son profil était bien celui d’un César, donc d’un Germain : le fascisme est bel
et bien un projet de renaissance impériale par la régénération raciale.
Cette communauté de race permet un bon voisinage entre les deux cousins germains.
Les impérialismes romain et germanique ne vont pas se contrarier en se heurtant, mais coo-
pérer grâce à un juste partage des zones d’influence et de conquête. C’est ce que déclare Hitler
lors de son voyage à Rome le 7 mai 1938 :
« Maintenant que nous sommes devenus voisins immédiats19 […], nous désirons tous
deux reconnaître cette frontière naturelle que la Providence et l’ histoire ont clairement tra-
cée entre nos deux peuples. Cette frontière rendra possible le bonheur d’une coopération

17. P.L. Strack, “Der augusteische Staat”, in H. Oppermann et al., Probleme der augusteischen Erneuerung,
Francfort, 1938, 5.
18. G. Rodenwaldt, “Römische Staatsarchitektur”, in H. Berve (dir.), Das Neue Bild… op. cit., 356-378.
19. Depuis l’Anschluss et l’incorporation de l’Autriche au Reich, en mars 1938, l’Allemagne nazie et
l’ Italie fasciste ont une frontière commune, ce à quoi Mussolini, s’était opposé en 1934, à une époque où il
considérait une méfiance antipathique le régime nazi.

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Monográfico Mussolini et Hitler, nouveaux Auguste ?

permanente et pacifique affermie par la séparation nette et définitive de nos espaces vitaux
[…]. C’est ma volonté inébranlable et ma volonté testamentaire au peuple allemand que cette
frontière des Alpes, élevée entre nous par la nature, soit considérée pour toujours comme
inviolable ».
Hitler est rarement sincère quand il parle de frontières. A Rome, il l’est : le sud et la
Méditerranée reviennent, par droit d’ histoire et de race, à l’ Italie, libre de reconstituer son
Imperium autour de sa Mare nostrum. Quant à l’Allemagne, elle ne s’intéresse, pour les mê-
mes raisons, qu’à l’ Est de l’ Europe.
C’est en cette année du bimillénaire que, entre expositions, vestiges et parades mili-
taires, les deux Auguste de 1938 se sont partagé le monde. C’est en raison de la défaillance de
Mussolini, tenu en échec en Grèce alors qu’il tentait de reconstituer l’ Empire romain, qu’ Hit-
ler est intervenu en avril 1941 dans les Balkans et en Méditerranée, perdant ainsi de précieux
mois pour son Actium à lui : l’opération Barbarossa, l’assaut contre l’ URSS et la conquête
d’un Très Grand Reich à l’ Est.

Conclusion
Tout contemporain habite une époque modelée par les siècles et la légende des siècles. Les ré-
gimes nouveaux, qui s’affirment révolutionnaires et qui s’imposent en Italie en 1922 et en Al-
lemagne en 1933, se veulent incomparables et inclassables. Leurs opposants les affublent dès
les années 1920 d’un qualificatif, « totalitaire », qui doit compléter les anciennes taxinomies,
rendues obsolètes, d’Aristote et de Montesquieu. De fait, ces régimes ne se reconnaissent de
parenté ou de filiation qu’antique et prestigieuse. Par droit de continuité historique et d’ héré-
dité territoriale, les fascistes invoquent la Rome impériale, celle qui, par les armes des légions
et les mots du pouvoir et du droit, conquiert l’oecoumène et civilise le monde à sa mesure,
celle de la civitas par excellence qu’est l’ Urbs. Ainsi, les projets ambitieux, voire mégaloma-
niaques, du Fascisme s’inscrivent dans une suite qui les légitime. De manière plus surpre-
nante, les nazis se réclament aussi de Rome, ainsi que de la Grèce antique. L’ascendance et la
continuité territoriale eussent dicté une référence plus germanique, mais celle-ci était, moins
que prestigieuse, presque infamante. Il fallait ainsi opérer un coup de force narratif et imposer
l’idée, déjà présente chez les savants européens depuis le XIXème siècle, que les Grecs et les
Romains étaient des Germains émigrés de leur nord natal et installés, en colons civilisateurs,
dans le sud méditerranéen. Sur ce fondement racial, l’entente avec l’ Italie fasciste se trouvait
légitimée, le fascisme étant perçu comme la saine réaction de l’élite raciale nordique romaine
contre le mélange des sangs et la décadence. Tout se précipite autour des commémorations
du bimillénaire de la naissance d’Auguste, en 1938 : le rapprochement entre Allemagne et
Italie, entamé au lendemain des sanctions de la SDN contre l’invasion de l’ Ethiopie en 1935-
1936, se précise en 1937, lors du voyage de Mussolini à Berlin, avant d’être spectaculairement
scellé lors de la visite d’ Hitler à Rome en 1938. Sous les auspices d’Auguste, héros germanique
blond aux yeux bleus et restaurateur de la romanité, l’Allemagne peut annexer l’Autriche sans
protestation italienne et les deux empires, celui de la mer et celui de la terre, peuvent se par-
tager le monde et communier dans une vision biologique et raciale du monde et de l’ histoire

134 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 127-135


Johann Chapoutot Monográfico

que, en cette année 1938 également, l’ Italie fasciste adopte sans nuances avec la promulgation
de ses lois antisémites. Après tout, enseignent les historiens nazis, l’ Empire romain avait bien
été défait et dissous par les Juifs.

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Augustus and Franco’ s regime: Echoes of the
Bimillenary of Augustus in Spain
Augusto y el franquismo: ecos del
Bimilenario de Augusto en España*

Antonio Duplá Ansuátegui


UPV/EHU
[email protected]

Fecha recepción 09.01.2017 / Fecha aceptación 09.03.2017

Resumen Abstract
El objetivo de este artículo es analizar una serie de This paper aims to analyse several events in Spain
iniciativas concretas que tuvieron lugar en España between 1938 and 1940 as local echoes of the bi-
entre 1938 y 1940 como eco local del Bimilenario millenary of Augustus in Italy. In all these events
de Augusto celebrado en Italia. En todos estos ac- a fundamental role was played by Falange, one of
tos el protagonismo de Falange, uno de los princi- Spain’s leading fascist groups of the time, both in
pales partidos fascistas entonces, fue fundamental, terms of intellectual direction and practical or-
tanto en la dirección política como en la organiza- ganisation. They had ties with the Mussolinian
ción práctica. Los falangistas mantenían relaciones leaders and intellectuals, and one of the recurring
con los dirigentes mussolinianos y uno de los te- themes in their propaganda was the fraternity
mas preferidos en su propaganda era la herman- between Italy and Spain which they dated back to
dad italo-española, que se remontaba a su común a common, ancient Roman and Catholic past. In
pasado romano y católico. En los primeros años del the first years of Franco’s new regime this classi-

* Este texto se integra en el proyecto de investigación “Antigüedad, nacionalismos e identidades complejas en


la historiografía occidental (1700-1900): los casos español, británico y argentino” (HAR 2012-31736 / Grupo de
Investigación Consolidado (B) IT760-13 UPV/EHU), especialmente en cuanto a la continuidad de elementos
político-culturales del siglo XIX en la historiografía franquista.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3968
Monográfico Augusto y el franquismo: ecos del Bimilenario de Augusto en España

nuevo régimen franquista, esta ideología clasicista, cist ideology, in particular the link with Augustus
en particular en torno a la figura de Augusto y la and ancient imperial Rome, contributed to the
antigua Roma imperial, contribuyó a la conforma- building of a new national identity, based on a
ción de la nueva identidad nacional, basada en un glorious past and conducted by a new charismatic
pasado glorioso y dirigida por el nuevo líder caris- leader.
mático.

Palabras clave Key words


Bimilenario de Augusto, Roma antigua, fascismo, Bimillenary of Augustus, ancient Rome, fascism,
Falange, Franco, P. Galindo Falange, Franco, P. Galindo

138 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162


Antonio Duplá Ansuátegui Monográfico

1. Introducción
En el catálogo de la reciente exposición sobre Augusto exhibida en Roma y París, Andrea
Giardina ha destacado que el Bimilenario de 1937 y el reciente se han celebrado en unas cir-
cunstancias políticas radicalmente distintas. La historia de Roma se identificaba en los años
30 con un modelo de potencia y de civilización y Mussolini buscaba de forma explícita su
identificación con Augusto.1 El Bimilenario de Augusto representaba entonces una ocasión
inmejorable para la reivindicación histórica y la propaganda política, en particular subrayan-
do la continuidad entre las glorias imperiales de la Roma clásica y la Italia fascista.2 Hoy, si
dejamos aparte los debates de hace unos años a propósito del carácter imperial de la política
exterior de Estados Unidos en comparación con el modelo imperial romano, no hay delirios
romanizantes ni pasiones imperiales, más allá del entusiasmo que pueda provocar la historia
de Roma a niveles de divulgación (novela histórica, cine) o de turismo cultural.3

2. Clasicismo y franquismo
En primer lugar, cabe afirmar que la concepción historiográfica del franquismo no es parti-
cularmente original. En realidad, resulta dependiente de la visión nacionalista española del
siglo XIX, tanto en su versión conservadora como en la liberal, en la que se insiste en una
“esencia” nacional, en un “modo de ser” español propio y diferenciado desde los primeros
tiempos. Ese esencialismo metahistórico está presente en las sucesivas reconstrucciones de

1. A. Giardina, “Augusto tra due bimillenari”, en E. La Rocca et al., AUGUSTO, Roma-Paris 2013, 57-72.
La nueva revista CIVILTÀ ROMANA. Rivista pluridisciplinare di studi su Roma antica e le sue interpretazioni
dedica su primer número (I-2014) a ambos Bimilenarios augústeos.
2. La importancia de Roma antigua en el fascismo italiano es un tema espléndidamente estudiado por
la historiografía italiana a partir del debate promovido por L. Canfora en los años setenta del pasado siglo
desde la revista Quaderni di Storia, debate en el que participan M. Cagnetta, L. Perelli, A. La Penna, L.
Polverini, L. Bandelli y otros. Una reciente introducción al tema en A. Duplá, “La Roma del fascismo”, en L.
Sancho (ed.), La Antigüedad como paradigma, Zaragoza, 2015, 137-160. En particular sobre Augusto en la
Italia fascista es fundamental M. Cagnetta, “Il mito di Augusto e la “rivoluzione fascista”, Quaderni di Storia,
II.3, 1976, 139-181; A. Giardina, “Ritorno al futuro: la romanità fascista”, en Giardina, A. & A. Vauchez, Il
mito di Roma. Da Carlo Magno a Mussolini, Roma-Bari 2000, 212-296; M. Mazza, “Augusto in camicia nera.
Storiografia e ideologia nell’era fascista”, en este mismo volumen.
3. En 2014 surgió en España alguna polémica política en relación con el Bimilenario de Augusto,
ciertamente con otros parámetros y sin excesiva trascendencia. Es el caso de las propuestas del PP catalán
exigiendo al Gobierno de la Generalitat catalana la celebración del Bimilenario, dada la histórica relación
del princeps con la ciudad de Tarragona, todo ello, indudablemente inmerso en la candente “cuestión
catalana” de los últimos meses (http://www.abc.es/espana/20140821/abci-trajano-siembra-polemica-
cataluna-201408202140.html; http://www.ppcatalunya.com/el-pp-pedira-que-el-parlament-celebre-una-
sesion-plenaria-en-tarragona-para-celebrar-el-Bimilenario-de-augusto/; consultada el 30/09/16). Varias
ciudades augústeas en España (Tarragona, Zaragoza, Mérida) han celebrado el Bimilenario con congresos
científicos, exposiciones y otras iniciativas divulgativas.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162 139


Monográfico Augusto y el franquismo: ecos del Bimilenario de Augusto en España

la historia de España. Ciertamente el relato histórico franquista deriva de la versión más


católico-conservadora de dicha concepción, en línea con la interpretación de una figura de
referencia como Menéndez y Pelayo. En consecuencia y dada la radicalidad conservadora del
nuevo régimen, a esa interpretatio tradicional se añadirán ahora altas dosis de ultranaciona-
lismo, ultracatolicismo, militarismo y anticomunismo o, si se prefiere, antirepublicanismo.4
Como se ha dicho recientemente: «Hablar de producción historiográfica bajo el franquismo
significa, sobre todo, hablar de un esfuerzo pedagógico y adoctrinador con fines políticos».5
En relación con la Antigüedad romana, se trata de una visión que enaltece en primer
lugar la heroica resistencia de las poblaciones indígenas, personificadas en Viriato o en los
habitantes de Numancia; después, ante la inevitable conquista de la Península, se destacaban
el alto grado de integración, esto es “romanización”, alcanzado por las provincias hispanas
y, sobre todo, la trascendental aportación española a Roma en el terreno político (Balbos,
Trajano, Teodosio, etc.) e intelectual (Séneca, Marcial, Quintiliano y otros), que regeneraba a
una Roma decadente, corrupta y en crisis.6
En relación con la apropiación política de la Antigüedad por parte del régimen franquis-
ta y no obstante la ausencia de originalidad ya comentada, sí existía en el bando franquista,
entre las distintas familias del régimen, un grupo, siempre minoritario y nunca hegemónico,
con una fuerte impronta clasicista, ligada precisamente a su carácter explícitamente fascista
y sus vinculaciones con la Italia mussoliniana. Me refiero a Falange Española, el partido fas-
cista creado por José Antonio Primo de Rivera a comienzos de los años treinta, fusionado
después con las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista de Ledesma Ramos.7 Falange tiene

4. He tratado anteriormente estos temas en “Historia Antigua y franquismo. Ensayo historiográfico”, en


C. Forcadell e I. Peiró (eds.), Lecturas de la Historia. Nueve reflexiones sobre historia de la historiografía,
Zaragoza 2001, 167-190; “Falange e Historia Antigua”, en F. Wulff y M. Álvarez (eds.), Antigüedad y
franquismo (1936-1975), Málaga 2003, 75-94; “La revista falangista JERARQVIA y el modelo imperial
romano”, VASCONIA, 38, 2012, 813-837.
5. J. Álvarez Junco (coord.), Las Historias de España. Visiones del pasado y construcción de identidad, Historia
de España, J. Fontana y R. Villares (dirs.), vol. 12, Barcelona-Madrid, 2013, vid. cap. 16, “El franquismo. La
historia «imperial»”, 353-374 (la cita en p.361); similar opinión en G. Pasamar, “Las «historias de España»
en el siglo XX: las transformaciones de un género clásico”, en R. García Cárcel (coord.), La construcción
de las Historias de España, Madrid 2004, 299-382, donde titula el capítulo relativo al franquismo “Bajo el
influjo de la propaganda” (loc. cit. 319-328). El papel de la Antigüedad en la conformación de esa identidad
nacional lo ha estudiado con rigor Fernando Wulff en Las esencias patrias. Historiografía e historia antigua
en la construcción de la identidad española (siglos XVI-XX), Barcelona, 2003.
6. Wulff, op. cit., cap. 7, 225-253; Duplá, “Historia Antigua y franquismo...”, loc. cit. Tras años de propuestas
más individuales, disponemos ahora de una obra colectiva sobre la relación entre Antigüedad y franquismo,
punto de partida imprescindible para ulteriores aproximaciones: Wulff - Álvarez (eds.), Antigüedad y
franquismo, op. cit. (vid. supra n.4).
7. Según la estudiosa S. Ellwood, el propio nombre del partido aludía a ese pasado romano: «nombre
cargado de connotaciones imperiales, nacionalistas, militaristas (de sabor arcaico) y con ecos de los tiempos
del predominio romano en el mundo civilizado bajo la suprema autoridad del césar» (Historia de Falange
Española, Barcelona, 2001, 40).

140 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162


Antonio Duplá Ansuátegui Monográfico

sus años de gloria durante la guerra y en los primeros años del nuevo régimen, en el llamado
“primer franquismo” y juega un papel fundamental durante varias décadas del régimen fran-
quista.8 Presenta contenidos políticos-ideológicos propios, de signo laico y modernizante,
anticapitalista, pero al mismo tiempo ferozmente antisocialista y comunista y muy violento.
Dionisio Ridruejo resumía así los tres pilares de los fascismos, incluido ahí el falangismo:
nacionalismo e imperio, partido único, armonía social y Estado asistencial.9 Los dirigentes
de este grupo pretendían construir en España un Estado fascista similar al italiano.10 Tenían
relaciones con los líderes mussolinianos y la hermandad entre Italia y España, que hacían
remontar a un pasado antiguo común, era uno de sus temas preferidos.11
En la época de mayor apogeo fascistizante, Falange controlaba Interior y pronto Ex-
teriores a través de Ramón Serrano Suñer, ministro de Gobernación en 1939 y luego, en
1940, de Exteriores, con los servicios de Prensa y Propaganda dirigidos por hombres de su
confianza, como Dionisio Ridruejo, ayudado por Antonio Tovar. No obstante, no hay que
olvidar que el importante ministerio de Educación Nacional nunca estuvo en manos de los
falangistas y que, por otra parte, sus aspiraciones hegemonistas y de partido único siempre
chocaron con los intereses de las restantes familias del régimen e, incluso, con los recelos del
propio dictador.12 A partir de 1941-1942, con el cambio del rumbo de la Guerra Mundial y
la oposición de otras familias ideológicas del régimen, el sector de Falange más propiamente

8. Sobre Falange es fundamental ahora M.A. Ruiz Carnicer (ed.), FALANGE. Las culturas políticas del
fascismo en la España de Franco (1936-1975), Zaragoza, 2013, donde se revisa y actualiza toda la bibliografía
y los debates anteriores (Ellwood, Thomàs, Payne, Chueca, Rodríguez Jiménez, Saz, Gallego, Morente,
Tusell, etc.). Se cuestiona ahora la tesis del falangismo como “fascismo fracasado” ya en los primeros años de
la posguerra (vid. J. Sanz Hoya, “Falangismo y dictadura. Una revisión de la historiografía sobre el fascismo
español”, en Ruíz Carnicer, op.cit., 41ss.) y se revaloriza el papel de Falange en la fascistización del régimen
primero y en la conformación ideológica híbrida (fascismo y nacionalcatolicismo) después.
9. Casi unas memorias, Barcelona, 1976, 112 ss.
10. Sobre las relaciones entre Falange y la Italia fascista: I. Saz., “Falange e Italia. Aspectos poco conocidos
del fascismo español”, Estudis d’Historia Contemporanea del Pais Valencià, 1982, 237-283.
11. Podemos leer en un artículo escrito en 1937 por G. Coppola: «Sulla cordigliera cantabrica, su quegli
stessi monti, dove oggi spagnolie legionari combattono insieme contro il furor bolscevico, ha combattuto
anche Augusto o e vinto quattro battaglie» (“La Spagna di Augusto”, Il Popolo d’Italia, 7 Settembre 1937).
Sobre Coppola, vid. Lepore, E., “Cesare e Augusto nella storiografía italiana prima e dopo la II guerra
mondiale”, en K. Christ y E. Gabba, Römische Geschichte und Zeitgeschichte in der deutschen und italienischen
Altertumswissenchaft während des 19 und 20. Jharhunderts, vol. 1 Caesar und Augustus, Como 1989, 310s.; L.
Canfora, Ideologie del classicismo, Torino, 1980, 83 (quien le considera ferozmente antisemita); M. Mazza en
este mismo volumen, p.117. El tópico de la hermandad hispano-italiana a partir de la común herencia latina
fue uno de los tópicos preferidos de Ernesto Giménez Caballero (R. A. Nakayama Rufino, O bimilenário
de Augusto na Espanha (1939-1940): as construções discursivas do franquismo sobre a Antiguidade romana,
Campinas, 2013, 60 ss.). Sobre esas relaciones en el ámbito de la arqueología: Fco. Gracia, “Contactos
hispano-italianos en la arqueología durante la Guerra Civil y el primer franquismo”, en R. Olmos, T. Tortosa,
J.P. Bellón (Eds.), Repensar la Escuela del CSIC en Roma. Cien años de memoria, Madrid 2010, 425-440.
12. Sanz Hoya (loc.cit. en n.8, esp. 47-52) recoge los debates más recientes a propósito de esta pugna
interna entre los distintos grupos políticos que conforman el nuevo régimen.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162 141


Monográfico Augusto y el franquismo: ecos del Bimilenario de Augusto en España

fascista y germanófilo comienza a perder terreno y se abre una nueva fase en la cultura polí-
tica del régimen.
Es en ese grupo falangista radical donde encontramos las huellas de una ideología cla-
sicista, de fuerte impronta imperial, que podemos relacionar con el caso italiano, aunque
tiene caracteres propios como veremos. De hecho, en todas las iniciativas relacionadas con el
Bimilenario de Augusto en España el protagonismo de la Falange en la dirección intelectual
y en la organización práctica de las mismas es absoluto.

3. El Bimilenario de Augusto en España


Con los límites que, lógicamente, establecía la situación de guerra durante los años 1936-39
y las penurias de la inmediata posguerra después, encontramos en España una serie de ini-
ciativas directamente relacionadas con el Bimilenario de Augusto, en estrecha relación con
los acontecimientos de Italia.13 Todas esas iniciativas tiene lugar en el bando nacional, la
vinculación con el fascismo italiano es fundamental y en todas ellas, como hemos dicho, el
protagonismo de Falange es indiscutible.
La relación incluye desde la participación española en iniciativas auspiciadas por las
autoridades académicas italianas, otros actos y publicaciones de distinto signo, hasta cele-
braciones de diferente calado en ciudades relacionadas con Augusto, como Lugo, Tarragona
o Zaragoza.

3.1. Un discurso de J. Mª de Areilza en Bilbao (1938)


Podemos mencionar en primer lugar un discurso muy poco conocido, pero muy intere-
sante, En el Bimilenario de Augusto, pronunciado en Bilbao por José Mª de Areilza, primer
alcalde franquista de la ciudad, en marzo de 1938 (“II Año Triunfal”).14 Se trataba de un

13. A. Duplá, “Semana Augustea de Zaragoza (30 Mayo-4 Junio 1940)”, en G. Mora y M. Díaz-Andreu
(eds.), La cristalización del pasado: Génesis y desarrollo del marco institucional de la arqueología en España,
Málaga 1997, 565-572; Id., “A Francisco Franco Imperator: las Res Gestae Divi Augusti de Pascual Galindo
(1938)”, en Mª J. Barrios y E. Crespo (coords.), Actas del X Congreso Español de Estudios Clásicos, vol. 3,
Madrid 2001, 525-530; vid. también R. Rufino Nakayama, O Bimilenario de Augusto na Espanha, op.cit..
Sobre una de las iniciativas centrales del Bimilenario en Italia, la Mostra Augustea della Romanità, vid.
A.M. Liberati, “La Mostra Augustea della Romanità”, en G. Pisano et al. (eds.), Dalla mostra al museo:
dalla Mostra archeologica del 1911 al Museo della Civiltà Romana, Venezia 1983, 77-92; F. Scriba, Augustus
im Schwarzhemd? Die Mostra Augustea della Romanità in Rom 1937/38, Frankfurt a.M., 1995; Id., “The
Sacralization of the Roman Past in Mussolini’s Italy. Erudition, Aesthetics, and Religion in the Exhibition
of Augustus’ Bimillenary in 1937-1938”, Storia della Storiografia, 30, 1996, 19-29; Id., “L’estetizzazione
della politica nell’età di Mussolini e il caso della Mostra Augustea della Romanità. Appunti su problemi di
storiografia circa fascismo e cultura”, CIVILTÀ ROMANA, I, 2014, 125-158.
14. En el Bimilenario de Augusto, Bilbao, 1938 (folleto de 14 pp.). Sobre Areilza alcalde de Bilbao: J.
Aguirreazkuenaga y Mikel Urquijo (coords.), Bilbao desde sus alcaldes. Diccionario biográfico de los alcaldes

142 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162


Antonio Duplá Ansuátegui Monográfico

acto organizado por el Real Consulado de Italia y el Fascio de Bilbao, en el Paraninfo del
Instituto, celebrando un triple aniversario: el Bimilenario de Augusto, la fundación (23
marzo) de los fascios de combate por Mussolini y el asesinato de Julio César en los Idus de
marzo, «fecha de luto y vergüenza en la historia del género humano», además, un «crimen
ya perfectamente inútil» (p.8).15
Areilza, político siempre ligado a las corrientes monárquicas, luego representante de
los sectores “liberales” del régimen y Ministro de Exteriores en el primer gobierno de la mo-
narquía en 1975, fue otro de tantos partidarios entusiastas y fiel colaborador en los primeros
años del régimen franquista.16 El discurso representa una síntesis de las ideas sobre la historia
y en particular sobre la antigua Roma en las filas falangistas, a su vez directamente relaciona-
das con las interpretaciones oficiales en la propia Italia.
La crítica es frontal contra la República romana, identificada con la democracia par-
lamentaria, con la libertad como mito, pero al final una oligarquía restringida y ferozmente
antipopular sometida a la influencia absoluta y total del dinero.17 Areilza reivindicará las re-
formas de los Graco y Mario frente a la oligarquía republicana, con Sila caracterizado como
un tirano defensor de la República. Es interesante la presentación positiva de Catilina, quien
vendría a ser un precedente del nuevo Estado, al querer fundir a todos los descontentos en
una unidad superior combativa y armónica a la vez (p.6). Según Areilza, Catilina habría sido
un fascista avant la lettre: «Un precursor del fascismo. Un precursor del Imperio».18
Por su parte, César sería consciente de las tres nuevas bases del poder: la unidad del
poder, la expansión del Imperio, y una más justa distribución de la riqueza y de la tierra. El
concepto cesáreo de la Monarquía, apoyado en el pueblo y el ejército frente a la tiranía de las
familias oligárquicas, dejaría así profunda huella en historia. Para Areilza, los mismos Reyes

de Bilbao y gestión municipal en la dictadura (vol. 3: 1937-1979), Bilbao, 2002, 110. Crónica del acto y del
discurso en primera y última página de La Gaceta del Norte, 24/03/1938 (http://www.bizkaia.net/kultura/
foru_liburutegia/ liburutegi_digitala).
15. En realidad son palabras del presidente del Senado de la Italia fascista, Luigi Federzoni, el 16 de
marzo de 1934, en recordatorio de César y que Areilza había recogido ya en su rememoración encomiástica
de aquel (“Homenaje a César”, Acción Española, t. IX, nº 51 (16/04/1934), 217-221 (http://hdl.handle.
net/10357/33744).
16. Sobre esos primeros años fascistas de Areilza, generalmente olvidados: A. Elorza, “Antiguas heridas”,
EL PAÍS, 24/03/1998, 11.
17. Junto a la crítica a la democracia parlamentaria, vemos aquí ecos del anticapitalismo de Falange,
evidente también en los análisis sobre la Antigüedad clásica en otros autores falangistas o jonsistas,
como Antonio Tovar o Santiago Montero. Véanse A. Duplá, “Notas sobre fascismo y mundo antiguo en
España”, Rivista di Storia della Storiografia Moderna, XIII:3, 1992, 199- 213 (sobre Tovar; http://hdl.handle.
net/10810/12481); Id., “Santiago Montero Díaz. Un itinerario historiográfico singular”, en S. Montero Díaz,
De Caliclés a Trajano, Pamplona 2004, IX-XC (sobre Montero).
18. Es interesante esta reivindicación falangista de Catilina, que podemos ver en otros autores de la
misma órbita ideológica (A. Duplá, “Clasicismo y fascismo: Líneas de interpretación”, en Mª C. Álvarez
Morán y R. Mª Iglesias (eds.), Contemporaneidad de los clásicos en el umbral del tercer milenio, Murcia 1999,
351-359; “Nota catilinaria”, VELEIA, 10, 1993, 307-308. Para Ramiro Ledesma Ramos Catilina fue el primer
revolucionario de la historia (Duplá, “Clasicismo y fascismo”, loc.cit. 358).

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162 143


Monográfico Augusto y el franquismo: ecos del Bimilenario de Augusto en España

Católicos habrían seguido esa pauta (p.8). César pone en marcha un nuevo orden: «César es
el primero de los romanos nuevos; Pompeyo el último de los antiguos» (p.9).19
Después de la gran revolución imperial y popular de César, la batalla de Actium
supone la victoria del Occidente civilizado y cristiano sobre Oriente, quince siglos des-
pués repetida en Lepanto, en la Cruzada de España. Tras Actium, Augusto representaría el
siglo de oro, la pax romana, el bienestar, la prosperidad, la conquista del orbe, la plenitud
artística y también, y fundamentalmente, el momento del nacimiento de Cristo, pues la
civilización latina, magnífica, sería el mejor instrumento para el desarrollo universal de la
civilización cristiana (p.11s.).20
Areilza recapitula: «El fascismo es también una alianza, como el cesarismo, entre la
unidad de mando, el espíritu militar y el ansia de justicia social» (p.12); y de nuevo surge el
Occidente cristiano y civilizado, frente a Oriente, representado ahora por «la rebeldía salvaje
de las masas mecanizadas, sin alma, del monstruo de los ojos oblicuos que maneja la otra
mitad del mundo desde las torres puntiagudas del Kremlin de Moscú» (p.13).
Es interesante una referencia final a Augusto y la tierra vascongada en el texto. En opi-
nión de Areilza, Augusto trajo con sus legiones la civilización y la lengua latina, para sacar
a estas tierras vascongadas «de la oscuridad doméstica y rural en que vivían» (p.13). Areilza
finaliza su intervención con un poema de Ramón de Basterra, conocido poeta bilbaíno de las
primeras décadas de siglo y entusiasta clasicista, un apologeta de Trajano, partícipe de una
conocida tertulia bilbaína a la que también acudía Rafael Sánchez Mazas.21

3.2 El Bimilenario de Augusto en Lugo (1938)


Una iniciativa no demasiado conocida de la celebración del Bimilenario augústeo en España
es el ciclo de conferencias celebrado en la ciudad gallega de Lugo, antigua Lucus Augusti, en
los meses de mayo y junio de 1938. El ciclo está promovido por el Director y Catedráticos del
Instituto de Enseñanza Secundaria de la ciudad y tiene lugar en el «Paraninfo» de la Diputa-
ción Provincial, con numerosísimo público, según recogen las crónicas del periódico local El

19. ¿Cabe rastrear aquí ecos de la interpretación mommseniana de César, tan apologética, y tan crítica,
por otra parte, con Cicerón, o se trata simplemente de la interpretatio fascista del dictador?
20. Una exposición sobre el proyecto de reconstrucción de los puentes de Bilbao en 1937 es ocasión
para una nueva muestra de retórica imperial romana. Al presentar la exposición en la primera página de
El Correo Español, Areilza establece un paralelismo entre los puentes bilbaínos y los puentes, calzadas y
acueductos romanos, «vértice de las grandes aristocracias» (Aguirreazkuenaga y Urquijo, op. cit., 120).
21. No es casual esta referencia a Basterra, pues el poeta bilbaíno constituye una referencia ineludible
del clasicismo antidemocrático de las primeras décadas del siglo XX, en búsqueda del líder carismático
que acabe con el (supuesto) caos político y social (sobre Basterra, a quien calificamos de protofascista, y
Roma: A. Duplá, “El clasicismo en el País Vasco: Ramón de Basterra”, Vasconia. Cuadernos de Historia-
Geografía, 24, 1996, 81-100 (http://hdl.handle.net/10810/11816).

144 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162


Antonio Duplá Ansuátegui Monográfico

Progreso.22 El catedrático de Geografía e Historia del Instituto, Primitivo Rodríguez Sanjurjo,


diserta sobre “Augusto y su obra” y no deja de establecer paralelismos entre Actium y Lepanto
y de subrayar la gloriosa venida del «Redentor» en tiempos de Augusto; el catedrático José
Filgueira Valverde habló sobre “Los monumentos de época de Augusto”, integrándolos en un
contexto cultural «otoñal», en clave spengleriana, en contraste con la noche y el amanecer de
Belén; el Dr. Moralejo Laso, Catedrático de Filología Latina de la Universidad de Santiago,
disertaba sobre la lengua latina de la época, el catedrático Dr. Echave Sustaeta sobre la figura
de Virgilio, y el «doctoral de la Basílica», el Dr. Garrote Martín, sobre “La religión en época
de Augusto”. El ciclo se había inaugurado solemnemente, con asistencia de toda suerte de
autoridades políticas, militares, religiosas y académicas, incluido el Rector de la Universidad
de Santiago Dr. Gil Casares, con una conferencia impartida por el Prof. Luigi Pareti.23 El Pro-
fesor Pareti, entonces decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Catania,
disertaba sobre los “Antecedentes cesáreos de la política de Augusto”, en clave de crítica a la
política senatorial y elogio de César y el cesarismo.24
En la cuarta conferencia, sobre Lugo bajo el Imperio Romano, Manuel Vázquez Seijas25,
dirá que «La labor de Augusto fue en general muy apreciada en toda España» y cita al histo-
riador Victor Gebhardt: «que el entusiasmo de los españoles por el emperador, se manifestó
con gran ardor durante todo el tiempo de su reinado y que se explica por la feliz transforma-
ción que se obró en su estado social y político...».26

22. El diario El Progreso escribe (sin firma) crónicas entusiastas de todos las conferencias del ciclo y habla
de «distinguida y selecta concurrencia» en los actos (http://prensahistorica.mcu.es/es/publicaciones).
23. Entre la parafernalia del acto, la crónica de El Progreso alude a la interpretación por la banda municipal
de la canción de Falange y el Oriamendi al inicio del acto y también a la intervención final del Sr. Rector,
aludiendo a la tradicional amistad hispano-italiana y a la labor del Duce para salvar la cultura de Occidente.
Incluye también el periódico una traducción del Beatus ille horaciano del Padre J. Guillén Rey, como
“Pequeña contribución al II milenario de Augusto”. Vid. El Progreso 22/05/38, 4.
24. Sobre Pareti, vid. Canfora, Ideologie, op.cit., 83, para quien aquel resulta particularmente prolífico en
las etapas finales del régimen fascista; Mazza, en este mismo volumen, p.124. Según el Prof. Mazza, Pareti,
alumno destacado de G. de Sanctis, era más propiamente nacionalista que estrictamente fascista.
25. Pronunciada el 6 de junio y retransmitida también por Radio Lugo el 20 de dicho mes, fue publicada
posteriormente: Manuel Vázquez Seijas, Lugo bajo el Imperio Romano, Junta del Museo Provincial de Lugo,
n.2, 1939 (la cita en p.17). El prólogo está fechado en “Lugo. Abril de 1939. Año de la Victoria”. Vázquez Seijas
fue Profesor Mercantil, miembro de número de la Real Academia Gallega desde 1941 (http://academia.gal)
y Secretario de la Junta del Museo lucense.
26. Es posible que la cita esté tomada del tomo I: España primitiva, cartaginesa y romana, desde el año 1660
antes de J. C. Hasta el 413 de nuestra era de la Historia general de España y de sus Indias desde los tiempos más
remotos hasta nuestros días, del historiador catalán Víctor V. Gebhardt i Coll (Madrid, Librería Española,
(1861-1864). Gebhardt (1830-1894), quien fuera miembro de la Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona,
resulta caracterizado como uno de los más destacados representantes de la historiografía tradicionalista,
opuesta a la liberal, en el siglo XIX (en P. Cirujano, T. Elorriaga, J. S. Pérez Garzón, Historiografía y
nacionalismo español 1834-1868, Madrid, 1985); una valoración similar en F. Wulff, Esencias patrias, op.
cit., 119 ss.

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Monográfico Augusto y el franquismo: ecos del Bimilenario de Augusto en España

3.3. La edición de las Res Gestae divi Augusti de Pascual Galindo (JERARQVIA III)
En ese mismo año de 1938, en plena guerra civil, se va a publicar una edición de las Res Ges-
tae divi Augusti en la revista JERARQVIA. La Revista Negra de la Falange. De JERARQVIA
Guía nacionalsindicalista del Imperio, de la Sabiduría, de los Oficios, aparecieron tan sólo
cuatro números en Pamplona, entonces ya en zona franquista, de 1936 a 1939. Esta revista,
que reunía a una serie de intelectuales y periodistas falangistas, tuvo un fuerte componente
clasicista, tanto en su presentación formal y estilística como en el contenido, siguiendo a su
homónima italiana Gerarchia. Los temas de Roma, el imperio y la civilización cristiana eran
recurrentes.27
En la Escvadra (sic) de JERARQVIA, bajo la dirección del cura falangista Fermín Yzur-
diaga se integraban, entre otros, R. García Serrano, L. Rosales, A. García Valdecasas, V. de la
Serna, P. Laín Entralgo, E. Montes y A. M. Pascual. La impronta clasicista venía subrayada por
autores como E. d’Ors y E. Giménez Caballero, así como por el propio Pascual. Escribieron
también J. M. Pemán, G. Torrente Ballester, A. de Foxá, Fray J. Pérez de Urbel e, incluso, el
propio Franco.28 Según J. C. Mainer, esta publicación refleja un peculiar momento de Falange.29
En el número 3, de marzo de 1938, Pascual Galindo, entonces Catedrático de Lengua y
Literatura Latina y Vicerrector de la Universidad de Zaragoza (también en zona franquista) y
destacado falangista, publica una edición de explícita vocación divulgativa de las Res Gestae
divi Augusti.30 Galindo, que sigue la edición alemana de Ernst Diehl31, ofrece los textos latino
y griego y una traducción española y se dirige, como él dice «a los imperiales. Cuiden estos
del buen contenido del Imperio, católico e imperial» (JERARQVIA III, 157).

27. Sobre JERARQVIA, vid. A. Duplá, “La revista falangista Jerarqvia…”, loc. cit. (supra n.4); J.C. Mainer,
Falange y literatura, Barcelona, 2013, 108-113. Para conocer el concepto falangista de imperio: “IMPERIO.
¿Qué contenido tiene para nosotros la palabra IMPERIO?”, Vértice, 9, abril 1938, con textos de Raimundo
Fernández Cuesta, Pedro Sainz Rodríguez y Alfonso García Valdecasas.
28. Generalísimo Franco (sic), “Discvrso al Imperio de las Españas”, Jerarqvia II, 1937. Muchos de estos
autores participan posteriormente en una nueva iniciativa cultural falangista de mayor proyección que
JERARQVIA, la revista Escorial; vid. F. Morente, “Los falangistas de Escorial y el combate por la hegemonía
cultural y política en la España de posguerra”, Ayer, 92, 2013, 173-196.
29. Mainer, op.cit., 111: «la alianza del ferviente heroísmo y los valores religiosos». Es interesante señalar
que algunos de los representantes de esa intelectualidad falangista, en alguna ocasión etiquetada como
“moderna” (Mainer, Falange y literatura, Barcelona, 1972, 241 ss.; pero véase la “Nota preliminar a la
segunda edición” en Mainer, op. cit., 2013, 13-15), podían ser, al mismo tiempo, los más ortodoxamente
fascistas en el terreno político.
30. P. Galindo Romeo, “La inscripción del Emperador”, JERARQVIA III, 1938, 149-195; sobre esta ed.,
vid. Duplá, “A Francisco Franco imperator”, loc. cit.; sobre Galindo, G. Pasamar e I. Peiro, Diccionario Akal
de historiadores españoles contemporáneos (1840-1980), Madrid, 2002, 268-270; como era previsible, A.
Fontán, antiguo estudiante de Galindo, no menciona este pasado falangista en su nota necrológica (Emerita,
LIX, 1991, 1-3); cf. A. Canellas, “Galindo Romeo, Pascual”, Gran Enciclopedia Aragonesa VI, Zaragoza, 1981,
1474 s.
31. RES GESTAE DIVI AUGUSTI. Das Monumentum Ancyranum, herausgegeben und erklärt von Dr.
Diehl o. Prof. in Halle a.S. (6ª ed.), Berlin, 1935 (Galindo, loc. cit. 194 n.3).

146 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162


Antonio Duplá Ansuátegui Monográfico

La edición, de muy escasa difusión en su día32, es interesante para nosotros por su


introducción, que constituye una encendida apología de Franco, «nuestro imperator». Ga-
lindo destaca el carácter «imperial» de la inscripción por diversas razones y reclama una ins-
cripción imperial similar para Franco. «(Hay) necesidad de una INSCRIPCION IMPERIAL,
en las dos lenguas basileas occidentales (sic), latín (Imperio Romano y cristiano) y español
(Imperio de Indias; lengua de misión) a “nuestro IMPERATOR”, cuando llegue la victoria y
el comienzo del Hispánico Imperio, ganado, salvado o restaurado por él» (Galindo, loc.cit.,
153). Siguiendo con las analogías con Augusto, Franco, para Galindo, había conseguido el
triunfo y era imperator, princeps, pater patriae. Incluso se permitirá parafrasear el inicio de
las Res Gestae cuando, a propósito de los republicanos y la situación previa a la guerra diga
«adueñándose del poder de la República por la violencia, lo utilizaron para reducir la Patria
a servidumbre, administrarla y exprimirla facciosamente, hasta que, primero por su privada
determinación y a sus expensas, luego, siguiéndole todo el Pueblo, se levantó contra la tiranía
nuestra Caudillo, nuestro Imperator, Franco» (loc. cit. 154).33
Galindo hace también una lectura ultracatólica del texto, recuperado (supuestamente)
de forma providencial en un edificio que, finalmente, es iglesia cristiana y donde se ha con-
servado la copia principal. Además, se subraya positivamente que la pax augusta preparó las
condiciones mejores para la llegada de Cristo y, de igual forma, Franco era ahora el instru-
mento de la providencia divina para salvar a España.
Pascual Galindo, personaje importante en el entramado científico del nuevo régimen a
través de su protagonismo en el recién creado CSIC34, ya se había significado en relación con
Augusto. Ese mismo año había pronunciado una serie de conferencias sobre el tema en Za-
ragoza y dos años más tarde será el principal animador de la Semana Augustea de Zaragoza
(vid. infra).35

32. Presumiblemente no sería conocida más allá de los reducidos círculos a los que llegaba la revista y,
de hecho, no aparece en la muy extensa relación de ediciones de las Res Gestae aparecidas en esos años que
recoge M. Cagnetta, “Il mito di Augusto”, loc. cit., n.6.
33. Cfr. RGdA 1:: exercitum privato consilio eta privata impensa comparavi, per quem rem publicam a
dominatione factionis oppressam in libertatem vindicavi (alcé, por decisión personal y a mis expensas, un
ejército que me permitió devolver la libertad a la república, oprimida por el dominio de una bandería
(trad. de G. Fatás, http://www.unizar.es/hant/Fuentes/resgesta.HTML). Sobre las Res Gestae, una sólida
introducción en G. del Cerro, Testamento de Augusto. Monumentum Ancyranum, Madrid, 2010.
34. En interesante contrapunto, es aludido de forma significativa, pensamos, por Julio Caro Baroja
en el capítulo “Mediocridad” de su libro Los Baroja (Madrid, Caro Raggio, 1997, 337), al hablar de los
personajes que llegaban a Madrid en los años de la posguerra: «Algunos no solamente no eran brillantes,
sino francamente mediocres y zafios. Un clérigo aragonés, profesor de latín, prelado doméstico más
tarde, era como el arquetipo del arribista de la nueva época». Debo esta información a mi colega Grègory
Reimond. Sobre la primera etapa del CSIC: G. Mora, “El Consejo Superior de Investigaciones Científicas y
la Antigüedad”, en F. Wulff y M. Álvarez (eds.), Antigüedad y franquismo, op. cit., 95-109.
35. “El Bimilenario de Augusto”. Conferencias pronunciadas por el docto Catedrático Dr. D. Pascual
Galindo Romeo, Aragón, XIV nº 148, 1938, 10-12.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162 147


Monográfico Augusto y el franquismo: ecos del Bimilenario de Augusto en España

3.4. La participación española en los Quaderni Augustei (1939)


Un nuevo eco en España de la celebración del Bimilenario de Augusto en la Italia fascista
lo constituye la contribución española a la obra colectiva auspiciada por el Istituto de Studi
Romani a propósito de los estudios sobre Augusto en distintos países, los Quaderni Augustei.
Studi Stranieri.36 Es significativo el hecho de que el autor español de dicho estudio, Fernan-
do Valls Taberner, era, estrictamente hablando, un medievalista y un destacado experto en
archivística, y no en Arqueología y/o Historia Antigua.37 La razón de su elección está relacio-
nada con su exilio en Roma tras el estallido de la Guerra Civil española y sus relaciones con
las autoridades políticas y académicas fascistas.38
En Gli studi spagnoli sulla figura e l’opera d’Augusto e sulla fondazione dell’Imperio roma-
no , Valls Taberner aparece como un admirador entusiasta de la obra en Hispania de Augus-
39

to, entendido como auténtico pacificador y reorganizador, no sólo en el terreno jurídico, sino
también moral. En su opinión, la figura de Augusto deja entrever su portentosa personalidad
desde el primer momento y, tras el asesinato de Julio César, comienza «quella portentosa
ascensione che per la sua abilità e perseveranza, per il suo sangre freddo e mirabile istinto
político, facilitata anche da circonstanze propizie magnificamente poste in valore, si doveva
concludere con la conquista della signoria del mondo» (p. 4). Más todavía, como unificador
de España Augusto sería el promotor de una incipiente conciencia nacional española, pues
con él «si accentuo il processo di unificazione non solo giuridica ma anche morale di esse
[los españoles], infondendo loro un incipiente senso di comunanza, preludio del sentimento
di patria, che dopo diversi secoli si sarebbe incarnato in pienezza di coscienza nazionale»
(p. 29).40 Acorde con el nacionalcatolicismo dominante en la época, Valls Taberner finaliza

36. Quaderni Augustei: Gli studi stranieri sulla figura e l’opera di Augusto e sulla fondazione del Imperio
Romano, 1937-1939, Roma. Sobre el Istituto di Studi Romani y su revista, Roma, recientemente, A. La
Penna, “La rivista Roma e il Istituto di Studi Romani. Sul culto della romanità nel periodo fascista”, en B.
Näf (Hrsgb.), Antike und Altertumswissenschaft in der Zeit von Faschismus und Nationalsozialismus, Cicero
2001, 89-110; Canfora, Ideologie, op.cit., 92-101.
37. I. Peiró y G. Pasamar, Diccionario Akal de historiadores españoles contemporáneos, Madrid, 2002, 651-
654; vid. la necrológica de A. de La Torre en la revista Hispania (X, 1942, 627-629).
38. J. García Sánchez, “Roma y las academias internacionales”, en R. Olmos, T. Tortosa y J.P. Bellón (eds.),
Repensar la Escuela del CSIC en Roma. Cien años de memoria, Madrid 2011, 91 s. En realidad, se autopostula
el propio Valls Taberner (A. Duplá, “La Mostra Augustea della Romanità y el contexto político y cultural
español: Fernando Valls Taberner y el Bimilenario de Augusto en España”, en T. Tortosa (coord.), Patrimonio
arqueológico español en Roma. Le “Mostre Internazionale di Archeologia” de 1911 y 1937 (en preparación).
39. Istituto di Studi Romani, Quaderni Augustei. Studi Stranieri XVIII, 1939. Se trata de un folleto de 29
pp., que incluye una fotografía del busto marmóreo de Augusto (Museo Arqueológico de Sevilla). A pesar
del título, no se trata de ningún “Forschungsbericht”, sino de una rápida reseña de la acción de Augusto en
Hispania.
40. El texto incide en la idea, defendida por los falangistas, de la etapa romana como primera experiencia
de unidad nacional: «Per la prima volta nella sua storia, la Spagna ebbe, sotto Augusto, unità política effettiva
e, per opera del grande Imperatore, si liberò dalla dura condizione in cui l’aveva mantenuta la Repubblica
che ingiustamente la sfruttava” (loc.cit. 29). Obsérvese la alusión, implícita, a la República española.

148 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162


Antonio Duplá Ansuátegui Monográfico

con otra dimensión fundamental en la presentación de Augusto en la España franquista, la


de haber dispuesto, por designio de la Providencia divina, el contexto más adecuado para la
difusión del cristianismo: «Ne’ si può dimenticare, infine, che mediante l’impulso alla pro-
gressiva assimilazione della cultura latina e grazie alla pace romana e ai fecondi risultati di
una multiforme azione civilizzatrice, Augusto contribuì provvidenzialmente a preparare le
vie di propagazione e di penetrazione del Cristianesimo che, assieme al Romanesimo, doveva
essere uno degli elementi essenziali, anzi il fattore supremo e di maggior trascendenza, nella
formazione dell’anima della Spagna» (p. 29).
En otra publicación suya relacionada con Augusto y en clara alusión a Franco, Valls
Taberner destacará los precedentes en la historia universal de un periodo de paz tras una
cruenta guerra, caracterizado por transformaciones políticas y sociales. El artículo, publica-
do inicialmente en el semanario Destino de Barcelona, se encuentra en el libro Reafirmación
espiritual de España, en su capítulo IV, significativamente titulado “En los comienzos de la
paz”. El precedente en el que se detiene Valls es, lógicamente, el de las guerras civiles en
Roma, que desembocan en la paz augústea y en la fundación del Imperio: «Una larga, terrible
y cruentísima guerra civil y el comienzo de un periodo definitivo de paz que lleve aneja una
honda transformación social y política gradualmente realizada tiene en la historia universal
precedentes significativos, entre los que descuella el que en la vida de Roma representó la
época agitada, a la vez dolorosa y fecunda, de las luchas civiles en tiempos de los Graco, y que
desembocó en la paz augustea y en la fundación del Imperio»41.

3.5. Tarragona y la estatua de Augusto (julio de 1939)


En 1939, pocos meses después de finalizada la guerra civil, tiene lugar un importante viaje del
entonces ministro de Asuntos Exteriores de Italia, el conde Galeano Ciano, a España. Ciano
visita varias ciudades españolas y entre ellas Tarragona, donde presidirá la reinauguración de
la estatua de Augusto, una copia del Augusto de Prima Porta, regalada a la ciudad por Mus-
solini en 1934.42 La importancia política del viaje es indudable, en el marco de las estrechas

41. F. Valls Taberner, “Augusto y España”, en Id., Reafirmación espiritual de España, Madrid, 1939 («Año de
la Victoria»), 145-151 (Destino, 1 de julio de 1939, la cita en p.145). El libro es una recopilación de artículos
publicados en distintas medios españoles y latinoamericanos. Valls Taberner, tras su adhesión entusiasta
al nuevo régimen, protagonizará un viaje de propaganda por América Latina con el futuro ministro de
Educación Nacional, José Ibáñez Martín (Peiró - Pasamar, Diccionario, op. cit., 653). Se alude también al
Bimilenario en otro artículo del libro (“Doble significación de nuestra Cruzada victoriosa”, 137-142, La
Vanguardia Española -Barcelona-, 22 de marzo de 1939): Augusto como vencedor en Accio representa la
victoria de la tradición latina y Occidente sobre Oriente.
42. Es interesante destacar que en agosto de 1934, cuando se regala a la ciudad la estatua, gracias a las
gestiones del entonces embajador de Italia en Madrid R. Guariglia, el tono de los comentarios y celebraciones
es totalmente distinto. En la prensa local (Diari de Tarragona, desde el 29 de julio) se agradece el regalo, se
discute sobre su emplazamiento (finalmente en el Paseo Arqueológico, junto a las murallas de la ciudad)
y se insiste en la ausencia de toda connotación política en el asunto. Recordemos que estamos entonces

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162 149


Monográfico Augusto y el franquismo: ecos del Bimilenario de Augusto en España

relaciones entre las autoridades fascistas italianas y el régimen franquista, con un importante
protagonismo político y en la movilización de masas de la Falange, así como del propio Serra-
no Suñer, entonces Ministro de Gobernación.43 Pero, además, la cita de Tarragona constituye
otro hito destacado en la celebración del Bimilenario de Augusto en España, pues la jornada
del martes 11 de julio de 1939 ofreció una nueva ocasión para la exaltación de la hermandad
latina entre España e Italia y la vocación imperial de ambas, y la reivindicación de Augusto
como precedente y modelo no ya solo del Duce Mussolini, sino también del propio Caudillo,
según las pautas del «culto alla romanità» y a la sombra de la copia del Augusto de Prima
Porta.44 Tanto en la organización de los distintos actos como en la preparación escenográfica
de la ciudad, el papel de Falange es central.45
De hecho, el elemento escenográfico, a modo de «arquitectura efímera» historicista de
hondo significado propagandístico, será fundamental en la capital catalana.46 En rememo-
ración de las glorias romanas de la antigua Tarraco, la ciudad, en particular el trazado de la
comitiva oficial, se adornará con una «escenografía imperial» de arcos de triunfo, columnas,
estatuas de la loba capitolina, los símbolos fascistas de los fasces y el yugo y las flechas, ins-
cripciones alusivas y otras simplemente con los nombres del Duce y Franco y miles de ban-

en el periodo republicano. Incluso en algún artículo de opinión se recogen comentarios de la bibliografía


contemporánea críticos hacia Augusto (L. Bertran i Pijoan, “Al cap de prop de dos mil anys, el fundador
de l’Imperi Romà torna a Tarragona”, Diarí de Tarragona 12/08/34, originalmente publicado en La Veu de
Catalunya); el 9 de agosto, el Diari había reproducido otro artículo aparecido en El Sol, “Tarragona en el
bimilenari d’August”; vid. también el diario católico La Cruz, 12/08/1939. Este regalo aparece en la relación
de gastos derivados de la actividad propagandística desarrollada por el embajador italiano (V. Peña Sánchez,
Intelectuales y fascismo. La cultura italiana del ventennio fascista y su repercusión en España, Granada, 1993,
219). Sobre la estatua de Tarragona y las circunstancias del viaje de G. Ciano: M. Duch Plana, “Republicans
i franquistes davant l’estàtua d’August a Tarragona”, L’Avenç, 316, 2006, 22-27; véase ahora, más centrado
en 1934, Ll. Balart, “La estatua de Augusto en Tarragona. Regalo del Gobierno italiano de Mussolini a la
ciudad”, Civiltà romana, II, 2015, 245-256.
43. La importancia el viaje del ministro fascista italiano, en el contexto del interés italiano por el
alineamiento de España con el Eje y también de las pugnas internas al respecto en el Gobierno franquista
entre Serrano Suñer (Gobernación) y Jordana (Exteriores), es destacada por J. Tusell y G. Queipo de Llano
(Franco y Mussolini. La política española durante la segunda guerra mundial, Barcelona, 1985, 36 ss.); Duch
Plana, loc. cit. 24 ss.
44. En La Vanguardia Española, de 12 de julio de 1939, la portada estaba enteramente dedicada a la
visita de Ciano a Tarragona, al igual que el día anterior estaba dedicada a su llegada a Barcelona. En ambos
días, hasta cuatro y cinco páginas del periódico recogían la visita del ministro italiano y los diversos actos
celebrados (http://hemeroteca.lavanguardia.com). Tusell y Queipo de Llano (op.cit., 38) aluden a la jornada
en Tarragona, calificándola de «posiblemente ridícula desde una perspectiva actual, pero muy típica de las
liturgias fascistas».
45. C. Blanco Fernández y J. Nolla Aguilà, “Anecdotari feixista: El pas del comte Ciano per la Torre”, Recull
de Treballs, 15, 2014, 51-63.
46. En cierto modo, dicha recreación de estos «lugares de la memoria» es un planteamiento similar al de
la propia Mostra Augustea della Romanità en Roma, como ha señalado F. Scriba en sus trabajos sobre la
misma (vid. supra, n.13).

150 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162


Antonio Duplá Ansuátegui Monográfico

deras.47 Incluso se adornó (con polémica) el Paseo Arqueológico, donde se repuso la estatua
y donde se producirá el momento culminante de la jornada.48
La comitiva iniciará su visita por el Arco de Bará, a pocos kilómetros de la ciudad, don-
de se había levantado una pequeña ara con una inscripción alusiva a los soldados italianos.49
Se visitó igualmente la torre de los Escipiones y, ya en Tarragona, las autoridades recorrieron
la ciudad, en coche y luego a pie, hasta el Paseo Arqueológico, donde se procedió a la reinau-
guración de la estatua y se pronunciaron sendos discursos por las máximas autoridades, Cia-
no y Serrano Suñer.50 Unos fragmentos de ambos discursos nos pueden ilustrar sobre la en-
tusiasta romanidad y la exaltación desorbitada del Duce y Franco de ambas intervenciones.51
El Ministro de Exteriores fascista alude a esa romanidad que une a los dos países:

«Al honrar la memoria de Augusto España, a la par que Italia, exalta aquellos valores de la
romanidad que en el mundo corrompido por el materialismo y la demagogia se ofrecen como
la salvaguardia segura de los pueblos y como fuerza de los estados. Son la virtud de disciplina,
de combatividad, de sacrificio que surgen de un sentido vigoroso del deber y una concepción
austera de la vida. Aquí habla todo de romanidad».

Por su parte, el falangista Serrano Suñer no deja de aludir a la dimensión imperial y a la


continuidad entre la Roma antigua y la Italia fascista, personificada en sus líderes:

«Siglo tras siglo, las aguas romanas que el Tíber depositó en el Tirreno, por el ancho y eterno
cauce del mar, llegan a estas costas de España y en un abrazo eterno han tallado el espíritu y
los acantilados de esta vieja ciudad que el propio Augusto, fundador del Imperio, quiso habitar.
(…).52

47. Diferentes reportajes han rememorado en tiempos recientes aquella jornada: “L’Itàlia Imperial, a
Tarragona” (Montserrat Duch Plana, con fotografías del Arxiu Vallvé, Diari de Tarragona, El Semanario
n. 38, 06/12/1986); “60 años de la Guerra Civil. El yerno de Mussolini visita una ciudad patrimonio de la
Roma fascista” (J.S. (?), Diari de Tarragona 18/07/1996, 13); E. Olivé et al., Tarragona. L’image i el temps,
Ajuntament de Tarragona, 1990, 205 s.
48. Con piezas procedentes del Museo Arqueológico, requisadas por iniciativa de los jefes falangistas,
con quejas de las autoridades del Museo (véase MNAT, Archivo, “Correspondencia diversa”, 1939-1945).
También se decoró con piezas procedentes del Museo la finca donde tuvo lugar la comida oficial. Agradezco
de nuevo a Jaume Massó, del citado Museo Nacional Arqueológico de Tarragona, su ayuda en este tema.
49. COMMILITONIBUS LEGIONARIS IN HISPANIA DECESSIS PRAESENTES (Diario Español de
Tarragona, 11/07/1939).
50. Contamos ahora con un espléndido, si bien breve, testimonio cinematográfico de la visita, desde
la salida de la comitiva de Barcelona hasta los discursos ante la estatua, en el reportaje recuperado por el
Instituto Luce: http://www.youtube.com/watch?v=y_IoeD72zWg. La jornada se completó con un almuerzo
en la finca “Mare Internum”, requisada al republicano Lluís Bonet (Duch Plana, “Republicans i franquistes”,
loc. cit. 25), y por la tarde, ya sin los visitantes oficiales, con desfiles de las fuerzas locales.
51. Diario Español de Tarragona, 11/07/1939, en portada.
52. Mussolini había hablado expresamente de convertir el Mediterráneo «de un lago anglosajón en un
mar latino» (cit. en L. Quartermaine, “Slouching towards Rome: Mussolinis Imperial vision”, en T. Cornell,

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162 151


Monográfico Augusto y el franquismo: ecos del Bimilenario de Augusto en España

(…) Ved cómo el rostro de Augusto, a la vez apacible y enérgico, como el rostro de otro Funda-
dor -el gran amigo de España el Duce de Italia -ved cómo parece reflejar el orgullo de todos los
fundadores, ved cómo parece saludar el paso de las legiones hispano-romanas, dispuestas hoy
como ayer, como mañana, como siempre, a defender a golpes de heroísmo y a punta de bayone-
tas, el patrimonio indivisible e imprescriptible de este mar y de la civilización que nació en una
y otra orilla. (…) Y yo termino: Roma eterna! Hispania Excelsior!».53

3.6 La Semana Augustea de Zaragoza (1940)


Finalizada la guerra, en 1940 tiene lugar la iniciativa de más pretensiones académicas en torno
al Bimilenario de Augusto, organizada, al igual que en Tarragona, al calor del regalo por par-
te de Mussolini de una copia del Augusto de Prima Porta a la ciudad. Se trata de la llamada
«Semana Augustea de Zaragoza».54 El promotor de la Semana y animador inagotable de la ini-
ciativa fue D. Pascual Galindo, Catedrático de Lengua y Literatura Latinas y Vicerrector de la
Universidad de Zaragoza, de quien ya conocemos su vindicación entusiasta tanto de Augusto
como de Franco a través de su edición de las Res Gestae en la revista JERARQVIA y de una serie
de conferencias sobre Augusto pronunciadas en 1938 (supra). A través de una “Crónica” (sin
firma) publicada en Emerita conocemos determinados detalles de la organización de la Semana
y los antecedentes de la misma.55 Gracias al empeño de los profesores Galindo, Castro y Ange-
lini, en 1939 se había fundado un “Conlegium Augusteum”, presidido por el propio P. Galindo,
para lograr la estatua y preparar la conmemoración que, como se afirma en la citada crónica,
no se había podido realizar antes «por hallarnos todos entonces ocupados en la defensa de la
Patria». Galindo envió sendas cartas en latín al Duce y al Caudillo, invitándoles a la presidencia
de honor del “Conlegium”, distinción que fue aceptada.56 Con la decidida colaboración de la

K. Lomas (eds.), Urban Society in Roman Italy, London 1995, 203-215, cita en p. 204).
53. El Diario Español de Tarragona (antiguo Diari de Tarragona) recoge la visita durante una serie de días,
siempre en primera página; ya hemos visto la amplia cobertura en La Vanguardia Española de Barcelona
(vid. supra n.45). Otras publicaciones nacionales se hacen igualmente eco de la noticia. Por ejemplo, en
el diario falangista Arriba España de Pamplona, además de la noticia de la visita se publican tres artículos
sobre “La romanidad de España” (14 y 15 de julio de 1939), donde se insiste en el espíritu español de la
romanidad, en los beneficios derivados de la presencia romana en España y se reivindica a los españoles
ilustres en Roma (Séneca, Trajano, Marcial, Mela, etc.). En ABC (12/07/1939) se dedican varias páginas
al evento, se habla en el titular de la «amistad de dos potencias imperiales» y en el texto de las «delirantes
demostraciones de simpatía y afecto de la muchedumbre» (http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/
hemeroteca/madrid/abc/1939/07/12/009.html).
54. Sobre esta Semana Augustea en Zaragoza (de “fiestas augusteas” hablarán las crónicas de Arriba
España los días 2 y 3 de junio de 1940), vid. Duplá, “Semana Augustea de Zaragoza”, loc.cit.
55. “Crónica. La Semana Augustea de Zaragoza”, Emerita, 7, 1939 (publicada en 1941), 195-198.
56. Las cartas, presumiblemente redactadas por Galindo, se transcriben en la crónica de Emerita, con
el siguiente encabezamiento (a Franco): CONLEGIUM·AUGVSTO·MONVMENTI·CAESAR·AUGVST
AE·ERIGENDI ·FRANCISCO·FRANCI·F·HISPANIAE·DUCI·INSTAURATORIQVE·S·P· D·. La firma y
fecha (a Franco) es la que sigue: PASCH·GALINDO·STVD·UNIV·P·RECTOR·CONLEGI· PRAESES / Dat.
Caesaraugustae Id. Mai. An. P. Ch. N. MCMXXXIX, quo victoria felici Hispania imperium Te Duce rettulit.

152 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162


Antonio Duplá Ansuátegui Monográfico

Embajada de Italia y el Instituto Italiano de Cultura y una vez conseguida la copia del Augusto
de Prima Porta, la Semana finalmente tuvo lugar del 30 de mayo al 4 de junio de 1940.
La Semana ofrecía una vertiente más estrictamente académico-cultural, con una serie
de conferencias y visitas a yacimientos arqueológicos y museos, junto con otra dimensión
más política y social, con recepciones, conciertos y actos político-militares, alrededor del
acto central de la inauguración de la estatua en su emplazamiento en pleno centro de la ciu-
dad, en la Plaza de Paraíso. El programa académico incluía seis conferencias de profesores es-
pañoles e italianos.57 Inició las conferencias el Dr. Perrota (Catedrático de Filología Griega de
la Universidad de Roma) sobre “Augusto”, los días siguientes intervinieron el Catedrático del
Instituto de Valencia D. Pío Beltrán (“Acuñaciones de época augustea”, con proyecciones), el
Dr. Pascual Galindo (“Augusto y la fundación de Caesaraugusta”); el profesor Salvatore Ric-
cobono (de la Universidad de Roma y miembro de la Academia de Italia) sobre “Aportacio-
nes jurídicas de Roma a Hispania”; el catedrático de Derecho de la Universidad de Salamanca
Manuel Torres López (“Romanización de Hispania en tiempos de Augusto”) y, finalmente,
el arqueólogo B. Pace (Roma) sobre “Roma de Augusto antes y después de las excavaciones
de Mussolini”.58 Los arqueólogos José Galiay, Director del Museo Provincial, junto con Juan
Cabré y Blas Taracena, fueron los responsables y cicerones de las excursiones programadas
a Azaila, Celsa y Numancia y las visitas guiadas a los monumentos y museos de la ciudad.59
El acto más brillante fue sin duda la entrega oficial de la estatua a la ciudad el domingo 2 de
junio, en la Plaza de Paraíso60. Tras una revista a tropas regulares y organizaciones falangistas,
se pronunciaron discursos, se descubrió el monumento y después se desfiló, incluidas varias
centurias (sic) de Falange, hasta la Plaza de España, donde tuvo lugar una recepción en la
Jefatura del Movimiento.61

57. El programa comprendía también misas en el Pilar, cenas en el Casino Mercantil (en el salón
pompeyano), proyección de películas sobre la Roma de Mussolini y conciertos con una versión musical del
Carmen saeculare de Horacio. Incluso la esposa del embajador italiano, Sra. de Gambara, tuvo tiempo de
enviar un mensaje radiofónico a la mujer zaragozana.
58. Conocemos el contenido de algunas de las conferencias por las crónicas periodísticas, por ejemplo
en el caso del Dr. Perrota, cuya intervención está ampliamente recogida en la crónica de la sesión inaugural
de la Semana, en el Heraldo de Aragón del viernes 31 de mayo (portada); en otros casos, sabemos de su
publicación posterior, por ejemplo, “La Roma di Augusto nella Roma moderna”, en B. Pace, Civiltà e cultura
del Mediterraneo antico, Palermo-Firenze 1944, 181-197.
59. La inscripción a las excursiones se realizaba en la sede del Sindicato de Iniciativa y Propaganda y
costaban 14 ptas (Azaila) y 38 ptas (Numancia) (Heraldo de Aragón, 29/05/1940, p.3). En las visitas a los
museos y monumentos de la ciudad colaboró también el profesor Camón Aznar.
60.En el pedestal de la estatua figuraba la siguiente inscripción CAES AUGVSTO/CIVITAS AB IPSO
FVNDA TA/ F C/ MCMXXXX y en el reverso DVX ITALIAE/ IMAGINEM CAESARAVGVSTAE/
D D. Contamos ahora con un reportaje cinematográfico, muy breve, recuperado por el Instituto
Luce, centrado en la ceremonia de la inauguración de la estatua de Augusto: http://www.youtube.com/
watch?v=X0laV7YWq7M.
61. En la crónica del Heraldo de Aragón de la jornada del domingo (martes 04/06/1940) se alude a una
recepción inmediatamente posterior a la inauguración de la estatua en la vecina Facultad de Medicina, en
los salones de la Real Academia de Medicina, donde el conde Zoppi procedió al descubrimiento de una

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162 153


Monográfico Augusto y el franquismo: ecos del Bimilenario de Augusto en España

Fig. 1. Inscripción en la Universidad de Zaragoza (1938). Foto del autor.

La presencia institucional fue de alto nivel. Junto a las autoridades políticas, militares,
religiosas y académicas locales y a representantes políticos y militares de la Embajada de Ita-
lia y del Instituto de Cultura Italiana en España, intervinieron en los actos de inauguración y
clausura de la semana los ministros de Gobernación (Serrano Suñer) y Educación Nacional
(Ibáñez Martín) respectivamente.62 La participación de Falange en toda la Semana, desde el
momento de los preparativos, es también intensa.

lápida en la que una inscripción latina testimoniaba la amistad hispano-latina. Agradezco a mis colegas y
amigos Guillermo Fatás y Romana Erice su ayuda en la búsqueda de dicha lápida (fig. 1).
62. Una relación sucinta de las autoridades participantes en uno u otro momento arroja una lista
impresionante: además de los ministros de Gobernación y de Educación Nacional ya citados, el director
General del Instituto Italiano de cultura en España, Sr. Battaglia, el encargado de negocios de la Embajada
de Italia, Sr. Conde de Zoppi, en representación del embajador Sr. Gambara, la Sra. de Gambara, el secretario
de la Embajada, Sr. Marqués de Cavaletti, el Cónsul general de Italia en Barcelona, señor Gino Berri, el
compositor maestro Jachino, el redactor de la agencia Stefani, Sr. Giorgio Spottti, el agregado de prensa de la
Embajada, Dr. Rafael Patuelli, el teniente coronel Scaglia, Jefe de Estado Mayor de la Misión Militar italiana,
el cónsul de Italia en Zaragoza Sr. Piccio, el Alcalde de Zaragoza Dr. Rivas, los generales Monasterio, Sueiro
y Yeregui, el Gobernador civil Sr. Barón de Benasque, el Presidente de la Diputación Provincial Sr. Giménez

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Antonio Duplá Ansuátegui Monográfico

Posiblemente la combinación de la poderosa personalidad de Pascual Galindo y sus es-


trechas relaciones con el Ministerio de Gobernación, el interés para Falange de las relaciones
políticas con el Gobierno fascista italiano y el ambiente ciudadano de una Zaragoza, y en par-
ticular su Universidad63, especialmente adicta al nuevo régimen desde el primer momento,
darían como resultado el éxito de la Semana, como queda reflejado por el eco obtenido en los
medios de comunicación. La Semana tuvo una cobertura enorme en los tres diarios locales
más importantes.64 Aparecieron también crónicas en varias revistas locales, la ya citada en
Emerita y en Romana, la revista de los Istitvti di Cvltvra Italiana all’Estero, así como en los
diarios ABC (Madrid), La Vanguardia (Barcelona) y Arriba España (Pamplona).65

4. Noticias sobre Augusto al margen del Bimilenario


El mensaje reiterado una y otra vez en aquellos días de 1938 a 1940 alrededor de Augusto en
su doble versión, la antigua del heredero de César y después princeps, y la moderna de los
nuevos Augustos, herederos de su misión imperial, el Duce y el Caudillo, es claro. Augusto
es el modelo de líder político carismático que supera una guerra civil, inicia una fase de im-
portantes reformas, consigue la estabilidad política y social y moraliza la vida pública, en el
marco de un imperio universal; en el contexto de los modernos “Augustos”, todo ello aparece,
además, revestido de una crítica radical a la democracia, los partidos políticos y la dinámi-
ca parlamentaria. En buena medida, esa imagen acuñada en el Bimilenario, vestida con as-
fixiante retórica imperial fascista y falangista, la podemos encontrar igualmente en diversas
publicaciones, anteriores unas, posteriores otras, bien académicas, bien de divulgación, en
los primeros años del régimen franquista.

Gran, el Rector de la Universidad de Zaragoza Dr. Gonzalo Calamita, el Vicepresidente de la Real Academia
de Medicina de Zaragoza, Ricardo Horno Alcorta, el Jefe Provincial de Falange Pío Altolaguirre.
63. Tanto la Universidad, a través de su rector, el Dr. Calamita, catedrático de la Facultad de Medicina,
como en concreto la Facultad de Filosofía y Letras y su decano, el Dr. Salarrullana, se habían adherido
prontamente al gobierno de Burgos y a la labor de depuración académica (Duplá, “Semana Augustea de
Zaragoza”, loc.cit.; J.J. Carreras, “Epílogo. La Universidad de Zaragoza durante la guerra civil”, en A. Beltrán
et al., Historia de la Universidad de Zaragoza, Madrid 1983, 419-434.
64. Heraldo de Aragón, El Noticiero y Amanecer (Duplá, “La Semana Augustea”, loc.cit. 568-570). En la
portada del Heraldo de Aragón del 5 de junio y a modo de balance, junto con la referencia a las autoridades
presentes, se destaca el «entusiasmo de la muchedumbre congregada en la Plaza de España» y, en general,
«la presencia popular en el homenaje como síntoma de una solidaridad espiritual estrechísima entre los dos
grandes pueblos latinos».
65. “Celebración de la «Semana Augustea» de Zaragoza”, Universidad. Revista de Cultura y Vida
Universitaria, Universidad de Zaragoza, XVII.1, 1940, 313 s.; Aragón, 1940, mayo-junio, 56-57; “Cronica.
Saragozza. Settimana Augustea”, Romana XVIII, 1940 (giugno), 390. La revista ilustrada SEMANA publicó
igualmente un reportaje sobre Augusto y la Semana Augustea de Zaragoza (nº 16, año I, 11 de junio de
1940). Sabemos también de noticias en Palestra Latina (Zaragoza) y Verdaguer (Barcelona), que no hemos
podido consultar. La revista Universidad promete en la crónica citada un número especial con los textos de
las conferencias y los documentos oficiales de la Semana del que no tenemos noticia.

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Monográfico Augusto y el franquismo: ecos del Bimilenario de Augusto en España

En ese contexto del Bimilenario augusteo y a un nivel divulgativo, encontramos en


1939 en la revista Destino la noticia de una biografía sobre Augusto, en realidad una novela
histórica, traducida de un original alemán publicado en 1932 por G. Birkenfeld, Augusto.
Cayo Julio Cesar Octaviano, la novela de su vida. En la publicidad el personaje se presenta
como «La figura histórica que más resplandece en estos momentos (…). Conductor y lucha-
dor indomable, enérgico para afianzar sólidamente un Estado, para lograr aquella paz que a
toda costa deseaba el Imperio».66
En el terreno del ensayo político, la inspiración, ceñida en este caso a los círculos fascis-
tas, es temprana. José Antonio Primo de Rivera ya calificará la pax augusta como «madura,
serena y redonda calma imperial». Antonio Tovar, por su parte, en El Imperio de España,
publicado como libro en 1941, pero en origen una serie de conferencias dictadas en 1937 y
1938, ya habla de cómo con Roma, «España empieza a ser una unidad de destino».67
Por su parte, Manuel Ballesteros Gaibrois68, en su artículo “El Imperio de España”,
publicado en el nº II de JERARQVIA (1938), a propósito de las diferentes interpretaciones
de la dominación romana en España destaca «la de habernos cedido por completo el sentido
imperial», en realidad, añade, «quizá porque el espíritu español fuera, ya en el fondo, roma-
no e imperial» (loc. cit. 62).69 Así, la trascendencia de la etapa romana en la Península viene
dada porque, en última instancia, Roma representa la primera experiencia imperial plena
en la historia de España. Esa idea imperial, alimentada por la retórica fascista, pero también
ultracatólica, del imperio español civilizador y evangelizador es un tópico permanente que,
en el caso específico de los falangistas, se vincula directamente a la unidad nacional propi-
ciada por primera vez en España por Roma.70 Pero, como ya se ha dicho, es un tópico que

66. DESTINO. Política de Unidad (22 de julio de 1939, p.2). El original alemán (Augustus: Roman seines
Lebens) es de 1934, la primera edición española data de 1937, publicada por Araluce en Barcelona, y la
segunda de 1942. Paradójicamente, el autor será incluido por los nazis en 1938 en la “Liste des schädlichen
und unerwünschten Schrifttums” (libros nocivos y no deseados) a causa de otra obra suya considerada
escandalosa (Dritter Hof links, Berlin, 1929; http://daten.berlin.de/datensaetze/liste-der-verbannten-
bücher; consultada el 15/01/2016 ).
67. J.A.Primo de Rivera, “El sistema anémico”, Arriba, 13 de junio de 1935, en Obras completas, ed. de
A. del Río Cisneros, Madrid, 1954, 595; Tovar, El Imperio de España, Madrid, 1941, 20. Sobre fascismo y
Antigüedad en ambos autores, vid. A. Duplá, “Nota sobre fascismo y mundo antiguo en España”, loc.cit.
(también en J. d’Encarnaçao (ed.), II Congresso Peninsular de Historia Antiga, Coimbra 1993, 337-349).
68. Peiró-Pasamar, Diccionario, op.cit, 103-105. Hijo de los igualmente historiadores Antonio Ballesteros
Beretta y Mercedes Gaibrois, historiador, americanista, es autor de numerosos manuales de Historia
Universal y de Historia de España, profusamente utilizados en los primeros cursos de Comunes en las
facultades de Filosofía y Letras en los años cuarenta a sesenta del siglo pasado.
69. Duplá, “La revista falangista JERARQVIA”, loc.cit. 823-825.
70. La importancia de la unidad nacional que propicia Roma, junto con la unidad de creencias del
cristianismo, para la conformación de la esencia de España, es una idea recogida también por M. Menéndez
Pelayo, uno de los referentes de la cultura franquista (Historia de España, selecc. y ed. de J. Vigón, Valladolid,
1938, 349 s.: «España debe su primer elemento de unidad en la lengua, en el arte, en el derecho al latinismo,
al romanismo. Pero faltaba otra unidad más profunda: la unidad de la creencia»).

156 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162


Antonio Duplá Ansuátegui Monográfico

podemos remontar tiempo atrás.71 Por su parte, J. Beneyto, en su ensayo España y el problema
de Europa, destaca en Augusto su dimensión carismática, de «misión y vocación personal».72
En el terreno más propiamente escolar, con una concepción de la historia puramente
propagandística y doctrinaria73, Augusto puede ser presentado como un gobernante espe-
cialmente hábil que se apodera «con maña» de la autoridad suprema, y el momento en el que
se produce «el hecho más importante, no solo de esta época, sino de toda la historia del linaje
humano: el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo»; como «el pacificador de España y de
todo el imperio romano», pero también como el general que «al caer un rayo junto a su litera
y perecer el portador de la antorcha se retiró del frente [cántabro-astur], abatido y enfermo,
y ya no se recuperó del susto en toda su vida. Tanto pavor le inspiraba Corocotta, el cabecilla
de los cántabros, que puso precio a su cabeza».74 J. Mª Pemán, en su inefable La historia de
España contada con sencillez para los niños...y para muchos que no lo son (Cádiz-Madrid,
1938-1939, III Año Triunfal), dirá que tras la larga conquista, cuando los romanos «empeza-
ron a tratar a los españoles con dulzura [se entiende que con Augusto] (…) los españoles se
hicieron lealmente sus amigos y se dejaron influir por la cultura y la organización de Roma,
que era entonces el pueblo más grande del mundo» (loc.cit. 4).75
Si nos referimos al ámbito educativo universitario, en una fecha tan tardía como 1974,
en la decimocuarta edición de su conocido manual universitario Compendio de historia de
España, con ecos imperiales falangistas Ciriaco Pérez Bustamante hablaba todavía de la «Pre-
figuración imperial de España en la época romana» y de cómo «La incorporación de España
a la vida política de Roma se manifiesta precozmente por un ansia de Imperio universal».76
En este panorama tan ideologizado y en un terreno estrictamente académico, sorpren-
de un tanto leer un artículo del catedrático de Derecho Ursicino Álvarez en la Revista de Es-

71. Ricardo del Arco (La idea de Imperio en la política y literatura españolas, Madrid, 1944, 182) recoge
un paralelo entre Augusto y Fernando el Católico escrito por Juan Blázquez Mayoralgo en México en 1646:
Perfecta razón de Estado, deducida de los hechos del señor rey Don Fernando de Castilla, quinto de este nombre
en Castilla, y segundo en Aragón. Contra los políticos ateístas.
72. España y el problema de Europa, Madrid, Editora Nacional, 1942 (hemos utilizado la segunda edición,
Buenos Aires, 1950). Sobre Beneyto, Peiró - Pasamar, Diccionario, op. cit, 123 s.
73. Este planteamiento adoctrinador está explícitamente recogido en la Ley de 1938 sobre reforma del
Bachillerato (Pasamar, “Las «historias de España» en el siglo XX”, loc. cit., 320); sobre el papel de la Historia
Antigua en el ámbito educativo, A. Prieto, “La Antigüedad en la enseñanza franquista (1938-1953)”, en
Wulff- Álvarez (eds.), Antigüedad y franquismo (1936-1975), op. cit., 111-134.
74. Las citas, respectivamente en Historia Universal, Zaragoza, Edelvives, 1946, 153 s.; Historia de España,
Madrid, S.M., 1961, para Ingreso; Luis Ortíz, Glorias imperiales, Madrid, 19542 (1940), 43 s.
75. J. Tusell y G. Álvarez Chillida aluden a la concepción providencialista de la Historia (además del
antisemitismo) de Pemán, evidentes en esta obra (PEMÁN. Un trayecto intelectual desde la extrema derecha
hasta la democracia, Barcelona, 1998, 55 s.).
76. Sobre C. Pérez Bustamante, escritor e historiador americanista, catedrático durante décadas en
la Universidad Central, luego Complutense, de Madrid: Peiró - Pasamar, Diccionario, op. cit., 476 s. Su
Compendio, publicado en 1932, ya había alcanzado en 1941 la sexta y en 1948 la décima edición (corregida
y aumentada).

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162 157


Monográfico Augusto y el franquismo: ecos del Bimilenario de Augusto en España

tudios Políticos (“El Principado de Augusto: Interpretaciones de la Constitución augústea”)77,


en el que procede a una minuciosa descripción de las diferentes interpretaciones de la consti-
tución augústea, en un tono neutro y sin apenas ecos contemporáneos.78 Eso sí, interpreta la
crisis romana tardorrepublicana («decadencia y corrupción de la democracia», loc.cit. 3), en
clave de enfrentamiento entre los dos «opuestos polos de la oligarquía y la democracia repu-
blicana». En su opinión, la aportación más importante y novedosa es la de A. von Premers-
tein, Von Werden u. Wesen des Prinzipats, y su análisis de los poderes concretos de Augusto
a partir de los mecanismos clientelares y la auctoritas (loc.cit. 68), un Augusto que aunaría
tradición e innovación.
Es significativo el hecho de que U. Álvarez no mencione la reciente obra de R. Syme,
The Roman Revolution, publicada en Oxford en 1939, quien ofrece una imagen absoluta-
mente crítica de Augusto, explícitamente contraria a la interpretación dominante entonces
en Europa. Es posible que no hubiera podido consultar el libro, de difusión limitada en sus
inicios, pero también cabe pensar que las tesis de Syme no despertaban ningún entusiasmo
en los medios académicos del régimen. De hecho, algunos estudiosos de la vida y obra de
Sir Ronald Syme apuntan a que entre los dictadores implícitamente aludidos en su Roman
Revolution estarían Mussolini, Hitler, pero también Stalin y Franco, en relación con los deba-
tes en Oxford en los años 30 a propósito de la guerra de España y las dictaduras europeas.79
Como contrapunto, en España, todavía en 1958 Antonio Pastor aludía en unos Cuadernos de
la Fundación Pastor al «conocido y extravagante libro de Syme, Roman Revolution, Oxford,
1939, con su tesis del republicanismo de Antonio frente al totalitarismo de Octavio», que
supuestamente no concordaba «con tantos otros datos».80

77. Es la revista del Instituto de Estudios Políticos, que constituye, junto con publicaciones como Vértice,
Escorial o El Español, una de las plataformas de propaganda falangista en el terreno de la “alta cultura”
(Sanz Hoya, “Falange y dictadura”, loc.cit. 53 ss.). Para N. Sesma la REP representa en origen una plataforma
privilegiada de la ideología de Falange, en su lucha por la fascistización del Estado, pero supone también
un ejemplo de cierta voluntad intelectual integradora, ciertamente sesgada e interesada, por parte de
la intelectualidad falangista (N. Sesma Landrín, “Estudio preliminar”, en Id., Antología de la Revista de
Estudios Políticos, Madrid 2010, 15-114).
78. Revista de Estudios Políticos, 7, 1942, 1-72. Encontramos solamente un comentario a propósito de
la tesis de Schulz sobre la dimensión carismática del Principado de Augusto, en clave weberiana: «Acaso
influido por los fenómenos políticos de la época actual, F. Schulz... » (loc. cit. 34).
79. Sobre esta obra de Syme, vid. Duplá, “La difícil reconstrucción de un aquelarre político: la revolución
romana”, Revista de Historiografía, 5, 2006, 36-48. Sobre distintos aspectos de esta obra de Syme, véanse los
artículos de F. Wulff y J. Arce en este mismo volumen.
80. “Cicerón perseguido”, en A. d’Ors, A. Pastor y A. Magariños, Cicerón, Cuadernos de la Fundación
Pastor, Madrid, 1961, 40 (el texto de Pastor es en origen una serie de artículos bajo el título de “Cicerón
perseguido”, aparecidos en la tercera de ABC en los meses de abril y mayo de 1958, que celebran el
Bimilenario de Cicerón).

158 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162


Antonio Duplá Ansuátegui Monográfico

5. Conclusiones históricas e historiográficas


Las ideas centrales que aparecen una u otra vez de la mano de académicos, periodistas o polí-
ticos españoles en las distintas iniciativas en torno al Bimilenario de Augusto en España son,
en conjunto, los tópicos político-ideológicos e historiográficos característicos de la interpre-
tación franquista de la Antigüedad romana y que vamos a poder leer todavía en las décadas
posteriores hasta los años sesenta.81
El punto de partida es la exaltación de la grandeza imperial y civilizadora de Roma que,
gracias a Augusto, construye un imperio armónico e integrado y levanta una muralla frente
a la barbarie circundante; además, Roma habría jugado un papel privilegiado en la historia,
en última instancia como preparación de la predicación cristiana y como vehículo de su ex-
tensión a todo el orbe a través del imperio. Inmediatamente después se subraya el particular
genio español que, impulsado y desbastado desde la romanidad, se impone a todo el mundo
por su vocación imperial, pues, de hecho, la aportación hispana al Imperio, fecunda y deter-
minante gracias a figuras como los Balbo, Séneca, Marcial, Quintiliano, Trajano o más tarde
Teodosio y Prudencio, habría supuesto la revitalización intelectual y política de Roma, una
auténtica regeneración imperial.
En el caso particular falangista, y frente a otras interpretaciones que privilegian otras
épocas como la visigoda, se destaca la unidad nacional de España, conseguida por primera
vez con Roma y Augusto y restaurada ahora por Franco. Al calor de las celebraciones del Bi-
milenario, los intelectuales y políticos falangistas insisten en la hermandad italo-española, ci-
mentada en su común herencia histórica de la latinidad, y en la paralela misión contemporá-
nea en la defensa de la verdadera civilización. Civilización que se identifica con romanismo y
latinidad y, luego, con catolicismo, del que España se erige en vanguardia defensora dispuesta
al sacrificio, patente en los tres años de sangrienta Cruzada. La defensa de la civilización es
permanente, ayer por Roma, entonces por Italia y España, el fascio y la catolicidad, frente a
la barbarie, representada antes por los bárbaros y entonces en España por la República y, en
general, en Europa por los bolcheviques.
Desde el punto de vista historiográfico, la interpretación franquista de la “España” an-
tigua y, más en particular, de la figura de Augusto, se inserta plenamente en el cuadro de la
historiografía sobre la Antigüedad que se impone en buena medida en toda Europa en el
periodo de entreguerras. El profesor Mazza ha sintetizado esta evolución en tres grandes

81. A. Prieto, “El franquisme i la Història Antiga”, L’Avenç 18, 1979, 75-77; J. Cortadella, “M. Almagro
Basch y la idea de la unidad de España”, Studia Historica. Historia Antigua, VI, 1979, 17-25; Duplá, “Historia
Antigua y franquismo”, loc.cit.; Wulff, Esencias patrias, op.cit., cap.7, “El siglo XX. El franquismo frente
a la tradición liberal”, 225-253. El campo particular de la arqueología y el franquismo ha sido estudiado
por M. Díaz-Andreu (“Theory and ideology in archeology: Spanish archeology under the Franco régime”,
Antiquity, 67, 1993, 74-82; “Arqueología y dictaduras: Italia, Alemania y España”, en Wulff-Álvarez (eds.),
Antigüedad y franquismo, op.cit, 33-73) y recientemente por Fco Gracia Alonso, La arqueología durante el
primer franquismo (1939–1956), Barcelona, 2009 (vid. la reseña de J. Cortadella en Franquisme&Transició,
2, 2014, 299 ss.).

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162 159


Monográfico Augusto y el franquismo: ecos del Bimilenario de Augusto en España

líneas que podríamos formular como una nueva relación entre individuo, masa y Estado, la
crisis de la política, caracterizada en términos del paso del polites al “Übermensch”, esto es
del ciudadano al superhombre y, en tercer lugar, el problema de la oikumene pacificada y el
princeps como “Übermensch”.82 Augusto y el nuevo régimen del Principado por él instaurado
en Roma tras la crisis del sistema republicano en la segunda mitad del s. I a.e. ofrecerían el
paradigma más acabado de esas nuevas relaciones.
Pero más allá de la Historia Antigua, las celebraciones del Bimilenario de Augusto en
España y el tratamiento de la figura del princeps pueden ser abordadas también desde una
nueva perspectiva. Se trataría de integrar estas cuestiones en el marco más general de la
articulación de nuevos consensos por parte del régimen franquista, de la conformación de
una nueva identidad nacional y del afianzamiento del liderazgo carismático de Franco, eso
sí, al menos desde los presupuestos de la Falange más estrictamente fascista, bajo la égida
falangista. Es cierto que ese periodo de exaltación clasicista es muy breve, coincidiendo con
los momentos de mayor protagonismo específico falangista y, también, que las celebraciones
en el caso español son un pálido reflejo de las iniciativas italianas. Por otra parte, es evidente
que en el catálogo de mitemas historicistas franquistas, la Reconquista, los Reyes Católicos o
la Hispanidad representan el núcleo fundamental. No obstante esas limitaciones, en el pro-
ceso de “carismatización” de la experiencia y la praxis política en los países europeos en el
periodo de entreguerras, acelerado en España por el estallido de la Guerra Civil, del que han
hablado colegas contemporaneístas,83 el tema en particular del Bimilenario de Augusto ofre-
ce en nuestro caso elementos de análisis interesantes. Es evidente, pensamos, en lo relativo a
la relación Augusto-Franco y la imagen correspondiente como líder carismático, dotado de
virtudes excepcionales para cumplir con su misión providencial.84 También queda patente la
función de la reivindicación de la España romana como una etapa gloriosa en la construcción
de esa Nación eterna y su permanente misión civilizadora. Por otra parte, todo ello ofrece
un ejemplo claro de la capacidad de irradiación ideológico-historicista del fascismo italiano
sobre los fascistas españoles, en este caso a partir de las privilegiadas relaciones de los falan-
gistas españoles con el régimen mussoliniano.85

82. M. Mazza, “Storia antica tra le due guerre. Linee di un bilancio provvisorio”, en A.Duplá y A. Emborujo
(eds.), Estudios sobre Historia Antigua e historiografía moderna, Vitoria-Gasteiz, Anejos de Veleia Serie 6,
1994, 57-80.
83. F. Cobo Romero, “El franquismo y los imaginarios míticos del fascismo europeo de entreguerras”,
Ayer, 71:3, 2008, 117-151.
84. Sorprende encontrar todavía en 1962, con evidentes ecos augústeos, a Franco presentado como Dux
ac moderator Hispaniae (en una inscripción latina conmemorativa de la rehabilitación de San Isidoro de
León, visible hasta hace poco en el vestíbulo de entrada a la Colegiata; fig. 2; véase las crónicas de la visita de
Franco a León los días 17 y 18 de septiembre de 1962 en el local Diario de León y en ABC). Sobre el Caudillo,
I. Saz, “Caudillo”, en J. Fernández Sebastián y J. Fco. Fuentes (dirs.), Diccionario politico y social del siglo XX
español, Madrid 2008, 185-192.
85. Quizá la excesiva estanqueidad del mundo académico español haya imposibilitado hasta ahora una
mayor comunicación sobre estos temas. Tan solo he encontrado una breve referencia a la relación Franco-
Augusto en A. Reig, Franco Caudillo. Mito y realidad (Madrid, 1995), en el cap. “El César superlativo”, p.

160 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 137-162


Antonio Duplá Ansuátegui Monográfico

Fig. 2. Inscripción en San Isidoro de León (1962). Foto del autor.

Hace ya bastantes años el historiador anglosajón Hugh Thomas realizaba una compara-
ción histórica muy sugerente, jugando con las presuntas analogías del régimen franquista con la
época final de la República y el principado y con ecos, pienso, de la obra ya citada de Sir Ronald
Syme, The Roman Revolution. Pero ahora Thomas pone las cosas en su sitio, no ya comparando
la figura de Franco con el brillante Augusto en el marco de la hueca retórica imperial fascista,
sino con el más opaco y siniestro Octaviano en términos bastante más cercanos a la realidad:

«Sobre el montón de despojos de todos estos ideales, entre el polvo del recuerdo de tanta retó-
rica, se alzaba triunfante un hombre más frío, desapasionado, insulso y gris, igual que Octavio
sobrevivió a las guerras civiles de Roma. César y Pompeyo, Bruto y Antonio, Catón y Cicerón,
con todo su genio, carecieron todos del pequeño talento que se requiere para poder sobrevivir:
Franco era el Octavio de España».86

147, referida al artículo de P. Galindo en JERARQVIA, pero sin ninguna alusión al contexto más general del
Bimilenario de Augusto y sus implicaciones con Italia.
86. H. Thomas, La Guerra Civil Española, Barcelona, 1978, vol. 3, 997.

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The Unity Of Italy And Syme’ s Augustus:
Nationalism, Fascism And Elites In The Interwar Period
La «unidad de Italia» y el Augusto de
Syme: nacionalismo, fascismo y elites
en el período de entreguerras

Fernando Wulff Alonso


Universidad de Málaga
[email protected]

Fecha recepción 09.01.2017 / Fecha aceptación 09.03.2017

Resumen Abstract
La reflexión historiográfica sobre Syme y su Roman Historiographical reflection on Syme and his Ro-
Revolution no ha puesto de relieve suficientemente man Revolution has not sufficiently highlighted
la trascendencia de su perspectiva sobre Italia. Para the importance of his perspective on Italy. Under
Syme, Augusto habría hecho que Roma, identifica- Augustus, Rome, i.e., the Sullan oligarchy mono-
da con la oligarquía silana monopolizadora de los polizing public office, would have been defeated
cargos públicos, fuera derrotada por Italia, identi- by Italy, i.e., the Italian elites, when finally called
ficada con sus elites, ahora llamadas a participar to participate in the new political system by Au-
en el nuevo sistema político. Más allá de la crítica gustus. In addition to highlighting the need for
histórica de un modelo reduccionista y precario, historical criticism of such a reductionist and
se propone la confluencia en Syme de la herencia precarious model, this paper also points to the
de modelos nacionalistas de las identidades, de su confluence in his thought of inherited nationalist
aplicación mommseniana a Italia, de perspectivas models of collective identities, their mommse-
imperialistas y de modelos de inspiración musso- nian application to Italy, and imperialist and even
liniana característicos del período de Entregue- Mussolinian perspectives. The continuity of na-
rras. La continuidad de los modelos nacionalistas tionalist models also explains the lack of sufficient

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3969
Monográfico La «unidad de Italia» y el Augusto de Syme: nacionalismo, fascismo y elites en el período de entreguerras

da cuenta también de la falta de crítica suficiente a critical approaches to this central aspect of Syme’s
este aspecto central en su pensamiento. thought.

Palabras clave Palabras clave


Syme, Roman Revolution, Augusto, Roma, Italia, Syme, Roman Revolution, Augustus, Rome, Italy,
nacionalismo e identidades, elites, Mommsen, im- nationalism and identities, elites, Mommsen, im-
perialismo, Mussolini, historiografía, Baja Repúbli- perialism, Mussolini, historiography, Late Roman
ca romana. Republic.

164 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186


Fernando Wulff Alonso Monográfico

Introducción
La Revolución Romana de R. Syme1 es uno de los libros sobre historia de Roma más impor-
tantes y comentados del siglo XX2. Ha sido, sin duda, el más influyente a la hora de definir
el papel de Augusto y su lugar en la estructura imperial. Se trata de una obra clásica que ha
suscitado todo tipo de reacciones, marcadas, generalmente, por el reconocimiento de su va-
lor paradigmático en el contexto de los planteamientos que la vieron nacer.
Una de las tendencias fundamentales de la crítica se ha dirigido, ya desde la penetrante
recensión de Momigliano al año siguiente de su publicación3, a señalar los límites de una
aproximación prosopográfica y basada en seguir la carrera y acciones de los diferentes per-
sonajes y elites, dejando a un lado procesos económicos y sociales, elementos institucionales,

1. R. Syme (1989), La revolución romana, Madrid (original 1939; sobre ed. 1951). En adelante RR. La
traducción es de A. Blanco Freijeiro.
2. Ver, por ejemplo, A. Heuss et al., La rivoluzione romana. Inchiesta tra gli antichisti, Nápoles,1982; K.
Raaflaub, M. Toher (eds.), Between Republic and Empire. Interpretations of Augustus and his Principate, Los
Ángeles-Londres, 1990, dedicado a él, y K. Raaflaub, M. Toher, “Editor’s Preface”, XV ss., con la observación
de que durante cincuenta años ha sido la obra estándar para la transición de la República al Imperio; F.
Millar et al., La Révolution Romaine après Ronald Syme. Bilans et perspectives, Vandoeuvres-Genève, 2000
(=Entretiens Fondation Hardt XLVI); o la presencia explícita en obras colectivas sobre historiografía de César
y Augusto como K. Christ, E. Gabba (eds.), Caesar und Augustus. Römische Geschichte und Zeitgeschichte
in der deutschen und italienischen Altertumwissenschaft während des 19. und 20. Jahrhunderts, Como, 1989;
el papel más implícito en M. Pani (ed.), Continuità e trasformazioni fra Repubblica e Principato. Istituzioni,
politica, società, Bari, 1991; ver también, sobre el autor y la obra G. Alföldi, Sir Ronald Syme, “Die römische
Revolution” und die deutsche Althistorie, Heidelberg, 1983 (=Sitzungberichte der Heidelberger Akademie der
Wissenschaft. Philosophisch-historische Klasse, 1983, 1); los datos y recuerdos de su discípulo en Oxford F.
Millar, “Style abides”, Journal of Roman Studies 71, 1981, 144-52; K. Christ, “Ronald Syme”, en K. Christ,
Neue Profile der Alten Geschichte, Darmstadt, 1990, 188-247; H. Galsterer, “A Man, a Book and a Method: Sir
Ronald Syme’s Roman Revolution after Fifty Years”, en K. Raaflaub, M. Toher, (eds.), Between Republic and
Empire…, op. cit., 1-20 y J. Linderski, “Mommsen and Syme: Law and Power in the Principate of Augustus”,
en K. Raaflaub, M. Toher (eds.), Between Republic and Empire…, op. cit., 42-53. Las desiguales exploraciones
sobre la «revolución cultural romana» con Augusto le deben, obviamente mucho, y no sólo en el nombre,
tanto en las valoraciones positivas como en las críticas; ver, por ejemplo, A. Wallace-Hadrill, «Rome’s
cultural revolution», Journal of Roman Studies 79, 1989, 157-64. Para una introducción y bibliografía en
español A. Caballos, “Introducción” a R. Syme, Elites coloniales. Roma, España, las Américas, Málaga, 1993.
3. A. Momigliano, “R. Syme, The Roman Revolution”, Journal of Roman Studies 30, 1940, 75-80 (=Secondo
contributo alla storia degli studi classici, Roma, 1984, 407-16). Ver también su “Introduzione a Ronald Syme,
The Roman Revolution”, en Terzo contributo alla storia degli studi classici, Roma, 1966, II, 734-5 referido a
ámbitos preteridos puestos en evidencia por la nueva documentación epigráfica.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186 165


Monográfico La «unidad de Italia» y el Augusto de Syme: nacionalismo, fascismo y elites en el período de entreguerras

administrativos, religiosos e ideologías, además de no ubicar la época en un análisis suficien-


te de los períodos anteriores4. Otra es la reflexión sobre la validez de un concepto como el de
«Revolución» para concebir un proceso que, en definitiva, Syme circunscribe prácticamente
a la época de Augusto y a sus planteamientos sobre él y sus actuaciones y apoyos5.
¿Es casual que se haya tratado mucho menos el problema de cómo concibe la relación
entre Roma e Italia en la época, con qué claves la piensa y qué modelos teóricos utiliza para
ello, un tema absolutamente esencial en su pensamiento? ¿Lo es también que no se haya co-
nectado suficientemente con la obra de Mommsen, de la que hereda tantas cosas, incluyendo
el sujeto «Italia» y una oligarquía tardorrepublicana y a una plebe urbana degeneradas que
juegan el papel de antagonistas en su historia6?
Mi impresión es que esta opacidad del papel de la herencia mommseniana y los mode-
los nacionalistas de fondo deriva de la conjunción de varios factores historiográficos.
El primero es el impacto de la asunción por Syme de los planteamientos de la «escuela
prosopográfica alemana» de Gelzer y Münzer7, con todo el atractivo de su enfrentamiento
explícito a la perspectiva mommseniana sobre unas dinámicas políticas republicanas presi-
didas por partidos e ideologías precisas y con continuidad, y su reivindicación de la «malla
de obligaciones personales»8 y de las relaciones de las familias romanas9 como claves expli-
cativas. No hay necesidad de encontrar referencia explícita a Mommsen para ver cómo se
le opone un concepto bien distinto10: «Los contendientes eran los nobiles entre ellos, como
individuos o en grupos… Las familias nobles modelaban la historia de la República, dando
sus nombres a sus distintas épocas. Hubo una época de los Escipiones, como hubo una de
los Metelos».
El principio es claro: el control total del poder político por parte de grupos familiares
estables que abarcarían la historia de la República, en un contexto dominado por términos

4. Ver en esta misma línea, cincuenta años después, H. Galsterer, “A Man, a Book and a Method…”, op.
cit. 13 ss., quien señala, a su vez, que subestima el papel de la plebe, del ejército y de creencias e ideología;
echa en falta una historia de la mentalidad colectiva de esas elites, entre otras cosas.
5. Ya desde A. Heuss, “Der Untergang der römischen Republik und das Problem der Revolution”,
Historische Zeitschrift, 182, 1956, 1-28; “Das Revolutionsproblem im Spiegel der antiken Geschichte”,
Historische Zeitschrift, 216, 1973, 1-72; “Rivoluzione: relatività del concetto”, en A. Heuss et al., La
rivoluzione romana…, op. cit., 1-7 y los diversos artículos incluidos en esta obra. Permite entender el ámbito
de discusión en el que se sitúa E. Tornow, Der Revolutionsbegriff und die späte römische Republik -eine Studie
zur deutschen Geschichtsschreibung im 19. und 20. Jh., Francfurt, Berna, Las Vegas, 1978.
6. Ver más concomitancias en G. Alföldi, Sir Ronald Syme…, op. cit., 33 ss.
7. M. Gelzer, Die Nobilität der römischen Republik, Leipzig, 1912; F. Münzer, Römische Adesparteien
und Adelsfamilien, Stuttgart, 1920; G. Alföldi, Sir Ronald Syme…, op. cit., 6 señala la preponderancia casi
absoluta de la historiografía alemana entre sus citas.
8. R. Syme, RR, 29, n. 3; ver también la cita de Münzer en 30, n. 9 sobre el «verdadero carácter» de la vida
política romana, escondido por los nobles, pero perceptible e investigable.
9. R. Syme, RR, 12-13 (Prefacio).
10. R. Syme, RR, 30.

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Fernando Wulff Alonso Monográfico

como familia, dinero, alianza política, amicitia, inimicitia, factio, competencia, rango, presti-
gio, honor o dignitas11.
Hablamos de una teoría de las elites cruda y muy de ese tiempo de entreguerras12: «En
todas las edades, cualquiera que sea la forma y el nombre del gobierno, sea monarquía, re-
pública o democracia, detrás de la fachada se oculta una oligarquía, y la historia de Roma,
republicana o imperial, es la historia de la clase gobernante».
Y en el que Syme deja claro continuamente que no es amigo de sutilezas13:

Es una ocupación entretenida especular acerca de las sutilezas de la teoría legal, o seguir de
una época a otra la transmisión de las máximas eternas de la sabiduría política; pero es más
instructivo descubrir, en cualquier época y bajo cualquier sistema de gobierno, la identidad de
los agentes y servidores del poder. Esta tarea ha sido demasiadas veces ignorada o esquivada.

Se entiende el atractivo de la perspectiva, que permitía, entre otras cosas, jugar a la


sistematicidad y a la concreción empírica a partir de elaborar las siempre entretenidas lis-
tas prosopográficas y, a la vez, dejar tranquilamente penetrar las concepciones explícitas e
implícitas sobre el período y la historia en general como si fueran fruto de una perspectiva
igualmente empírica y no cargada de los valores ideológicos o las innecesarias finuras que
se atribuían a los otros. Permítaseme recordar, adicionalmente, que tampoco la mera y su-
puestamente empírica idea de que la política romana se entendería por épocas dominadas
por determinadas familias (Escipiones, Metelos…) se sostiene en absoluto. No es necesario
insistir en otra de sus grandes ventajas académicas: esta perspectiva presenta grandes poten-
cialidades a la hora de evitar pensar.
Se entiende también el segundo impacto historiográfico: el de aquellos que a lo largo de
los años, y a partir, como he apuntado antes, del momento de la misma publicación del libro,
han criticado estos posicionamientos. Sin salir de los meros aspectos políticos, no hace falta
creerse al Mommsen del Römisches Staatsrecht para encontrar que la afirmación de Syme de
que «La constitución romana era una pantalla y un pretexto»14 desdibuja la importancia de
los aspectos constitucionales -con los que para él meramente se justificaría o escondería antes
el poder de la oligarquía y, después, el de los señores de la guerra republicanos- e institucio-
nales -no hay, por ejemplo, una descripción del senado romano y su funcionamiento, como
si eso no fuera decisivo15. Y también resulta evidente que el que un sistema sea oligárquico no
implica que no haya que estudiar los vínculos de todo tipo entre esa oligarquía y el pueblo,

11. R. Syme, RR, 31 ss.


12. R. Syme, RR, 24; ver también 437: ni democracia ni monarquía sin oligarquía. ver L. Canfora,
Ideologías de los estudios clásicos, Madrid, 1990, 192 para esta formulación en Pareto y Michels, entre otros,
que influyen probablemente en M. Gelzer, si no directamente en él. Ver la referencia a Michels en 193 y a
Pareto en 198 para su relevancia en el ambiente oxoniense de la época.
13. R. Syme, RR, 410.
14. R. Syme, RR, 34.
15. Contrástese esto con K. M. Girardet “‘Imperium maius’. Politische und verfassungsrechtliche Aspekte.
Versuch einer Klärung», en F. Millar et al., La Révolution Romaine après Ronald Syme…, op. cit., 167-227, y

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186 167


Monográfico La «unidad de Italia» y el Augusto de Syme: nacionalismo, fascismo y elites en el período de entreguerras

y más en un contexto en el que el mecanismo básico de articulación de su competencia es


precisamente un reparto bien estructurado de los cargos en las urnas, y en el que de lo que
se trata es de la gestión de una estructura imperial de la que ya Polibio había hecho notar sus
fuertes componentes participativos en la extracción de beneficios16. Considerar la política ro-
mana como un juego cínico de luchas por el poder, no implica negar las cuestiones de fondo
(la crisis agraria, por ejemplo), sino que exige ver cómo se utilizan y qué respuesta producen
en la ciudadanía en tanto que votantes.
En todo caso, se entiende el interés por estos debates, y en particular en un marco don-
de lo que él representa es general. J. H. Plumb en 1964 en un vibrante comentario sobre el his-
toriador Lewis Bernstein Namier, al que con cierta frecuencia se ha vinculado a Syme, hace
notar cómo se habría producido a lo largo del siglo XX, al menos en Inglaterra, una retirada
de los temas ambiciosos hacia otros cada vez más restringidos17, y cómo éste había ganado su
reputación a base de escribir libros con falsos títulos generales que en realidad se dedicaban
a minucias, y lo compara a una oruga gigante y miope que llegaba a un bosque, subía por un
tronco, por las ramas, por un tallo, hasta que llegaba a su hoja y dedicaba su vida a explorar
cada nervadura, espora o tricoma.
En un mundo de «Namiers» el despertar de los historiadores más ambiciosos, los que
corrían el riesgo de ser tildados por la corriente dominante de orugas miopes «con el opro-
bioso epíteto de periodista o de ser acusado de prostituir su tarea de investigador»,18 impli-
caba ya en sí mismo una tarea suficientemente compleja y delicada. Por el contrario, en este
mundo Syme tenía su hábitat natural.
Pero ni el impacto de la ruptura con las concepciones sobre la política romana de
Mommsen, ni el desarrollo de perspectivas más amplias sobre la historia de la época con
la consiguiente crítica a una visión de la política romana tan, por utilizar la expresión de
Plumb, sistemática como miope, son suficientes. El problema de fondo es la conjunción de
una insuficiente teorización sobre las identidades en general, más exactamente de cómo pen-
samos las identidades más allá de los modelos nacionalistas que se vienen utilizando desde
la constitución de la historia en el siglo XIX, y una insuficiente aplicación de los nuevos cri-
terios tanto al análisis del problema de Roma e Italia en la Baja República como a la reflexión
historiográfica correspondiente19. Pienso también que esta aplicación todavía no ha llegado
hasta sus últimas consecuencias.

la bibliografía recogida en n. 13, de p. 169, así como con la discusión de Millar y otros en este sentido en p.
228 ss. del mismo volumen.
16. Ver F. Wulff, Roma e Italia de la Guerra Social a la retirada de Sila (90-79 a. c.), Bruselas, 2002, 26 ss.;
26, n. 7; 68, n. 4 para una parte de las publicaciones fundamentales en la revisión crítica de todo esto.
17. J. H. Plumb, “Sir Lewis Namier”, New York Review of Books 3.12.1964.
18. J. H. Plumb, loc. cit.
19. Para mis perspectivas históricas e historiográficas al respecto ver F. Wulff Alonso, “Notas para el
estudio de la historiografía moderna en el tema de las relaciones de Roma con los itálicos en el siglo II a. c”,
Baetica, 6, 1983, 203-215; “Notas sobre el mundo itálico en la ideología romana: Lucilio 1088M y Catón el
Censor”, en Baetica, 7, 1984, 211-8; “Notas sobre Ἰταλιῶται en Polibio, Diodoro Sículo, Tito Livio, Salustio”,
en In memoriam Agustín Díez de Toledo, Granada-Almería, 1985, 461-9; “Apiano: la colonización romana

168 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186


Fernando Wulff Alonso Monográfico

Modelos nacionalistas y elites frustradas. César


Para entrar en ello conviene seguir situando componentes que permiten avanzar. Recorde-
mos que Syme ciñe su investigación a los años entre el primer triunvirato y la muerte de
Augusto (60 a. C.-14 d. C.). Si Mommsen veía la degradación de las elites republicanas desde
el siglo II a. C. e insistía en esta misma dirección en el período post-silano, también Syme es
claro y sumario en su juicio20:

Restablecidos en el poder por un tirano militar, enriquecidos por la proscripción y el asesinato,


más gordos cada vez con los despojos de las provincias, carecían de base para lograr coherencia
interna y de valor para realizar las reformas que pudieran justificar el gobierno de clase y el
privilegio. Los diez años de guerra en Italia no sólo corrompieron su integridad, quebrantaron
también su espíritu.

Incapaces de encontrar soluciones para los problemas por su incompetencia y venali-


dad, iniciarían los procesos que, comenzando por los mandos unificados fuera de la tradi-
ción, llevarían a una inevitable monarquía ante la que estarían condenados a desaparecer.
Su principal diferencia con Mommsen no se sitúa en definir todo esto, y la necesidad
de reconstruir lo destruido, sino en otra polémica muy de la época: quién se considera que
lo realiza que, para él, no es César, sino Augusto. Y tampoco se diferencian en el tema que
más nos interesa aquí: un componente esencial de su tarea, si no el más esencial, sería el de
articular no tanto Roma como Italia, concebida como una nación a rehacer. No hablamos de
una frase hecha, sino de un concepto de Italia como nación que espera quien la (re)construya
y que es el que está detrás de que todo un capítulo, consecuentemente culminatorio, se de-
nomine «Tota Italia».
Por supuesto que Syme es coherente también a la hora de considerar a Italia en clave de
sus elites: «La historia simplificada, tanto en Roma como en otros lugares, habla de ciudades

y los planes de Tiberio Graco”, Latomus, 45, 1986, 487-504; 731-50; Romanos e itálicos en la Baja República.
Estudios sobre sus relaciones entre la Segunda Guerra Púnica y la Guerra Social (201-91 a. c.), Bruselas 1991;
Roma e Italia de la Guerra Social a la retirada de Sila (90-79 a. c.), Bruselas, 2002; “¿Por qué las identidades
hoy? Historia antigua y arqueología ante un cambio de paradigma”, en F. Wulff Alonso, M. Álvarez Martí-
Aguilar (ed.), Identidades, culturas y territorios en la Andalucía prerromana, Málaga 2008, 11-50; “Unidad
de Italia, unidad de la Galia, unidad de Hispania. Notas historiográficas”, Athenaeum 98,1, 2010, 121-134;
“Hablando de identidades. Debates teóricos y reflexiones historiográficas entre la República y el Imperio”,
en A. Caballos, S. Lefebvre (eds.), Roma generadora de identidades. La experiencia hispana, Sevilla-Madrid
2011, 21-37; “Italians in Badian’s Foreign Clientelae”, en F. Pina Polo, M. Jehne (eds.), Foreign Clientelae
in the Roman Empire: A Reconsideration, Historia Einzelschriften, Wiesbaden, 2015, 73-92; “Pertenencias
e identidades en la Italia del siglo I a.c.: el concepto de “itálico” como problema”, en A. Caballos Rufino,
E. Melchor Gil (eds.), De Roma a las provincias: las elites como instrumento de proyección de Roma. Juan
Francisco Rodríguez Neila in honorem, Sevilla-Córdoba, 2015, 39-68.
20. R. Syme, RR, 43.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186 169


Monográfico La «unidad de Italia» y el Augusto de Syme: nacionalismo, fascismo y elites en el período de entreguerras

o naciones, olvidando a menudo con desdén las casas nobles que las gobernaron con talante
feudal»21.
Y es que: «Al igual que en Roma, bajo una constitución republicana, la aristocracia
conservaba, ahora bajo un revestimiento cívico y urbano, la misma preponderancia de que
había disfrutado bajo un ordenamiento feudal o tribal de la sociedad»22.
Es ahí donde cabe entender el período tras la Guerra Social y los problemas de Italia,
que él tiende a identificar con la falta de promoción de sus municipales en la política romana.
Porque el conjunto del planteamiento de Syme se edifica alrededor de dos protagonistas, dos
elites, esa elite silana, encabezada por los Metelos en los primeros años, y las de Italia. Syme
dibuja un conflicto entre ambos, incidiendo en la posición insatisfactoria y aún no integrada
de esos itálicos que no podrían acceder a los altos cargos que se reserva la primera, gentes que
oscilarían entre la frustración y el rechazo y olvido de una política peligrosa que les alejaría
de sus negocios y ocupaciones.
En ese juego, César cumple un papel, pero no excesivo. Su César no es el providente
héroe de Mommsen23, ni el César a lo Alejandro de Eduard Meyer24, sino mucho más un
buen improvisador que se mueve por el honor personal y su seguridad y que, una vez en el
poder, habría tenido que empezar a actuar, contar con la clase dirigente, reforzar su partido
y legislar. Los grandes proyectos que se le atribuirían serían dudosos25. Por supuesto que este
planteamiento podría ser probado con un análisis sobre la legislación y medidas cesarianas
que Syme se evita realizar. Una de las pocas excepciones (que no análisis) sigue relativizando
su papel, pero apunta en la dirección que le interesa; para él el lento proceso previo de uni-
ficación de Italia sería acelerado por las Guerras Civiles y el papel de César, que habría sido
necesariamente importante al no poder limitar su tarea a Roma, no debería ser exagerado26.
Pero, si bien la legislación municipal cesariana pudo haber ayudado en el proceso de
unión, es el César concreto, práctico, el que tiene un papel en ello, tratándose de un tema
esencialmente de poder, de actuaciones, no de normas. Su promoción de gentes de Italia a
altos cargos marcaría la nueva ruta, aunque no la llevaría hasta su culminación. Solo cuando
Augusto triunfe tras Filipos, esa elite que había hecho imposible que los «partidos de Pompe-
yo y César» fueran lo bastante fuertes «como para apoderarse del control del Estado y formar
gobierno», queda derrotada y cabe resolver el problema: «Durante la Revolución, el poder

21. R. Syme, RR, 119.


22. R. Syme, RR, 117-8.
23. Ver R. Syme, RR, 62; 73 ss.; y en 73, n. 1 la explícita referencia a su desacuerdo con Mommsen y
Carcopino. Ver también “Caesar, the Senate, and Italy”, en Roman Papers I, Oxford 1979, 88-9 para el debate
de la época (original de 1939) sobre César y el contraste con su propia posición. Ver K. Christ, “Zum
Deutschen Caesarbild des 20. Jahrhunderts”, en K. Christ, E. Gabba (eds.), Caesar und Augustus…, op. cit,,
23-47, para una importante revisión de las imágenes de César en la historiografía alemana del siglo XX.
24. R. Syme, RR, 82, con cita explícita en n. 24 de su obra y de la posición contraria de F. E. Addock en
Cambridge Ancient History IX.
25. R. Syme, RR, 83; ver también 85.
26. R. Syme, RR, 130.

170 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186


Fernando Wulff Alonso Monográfico

de la vieja clase gobernante resultó quebrantado y su composición transformada. Italia y las


clases no políticas de la sociedad triunfaron sobre Roma y sobre la aristocracia romana»27.
Conviene insistir en que el triunfo de Italia sobre Roma no es una metáfora. De hecho,
en esa clave articula todo su pensamiento. Su construcción de esa Italia antagónica es esen-
cial. Para hacerla, utiliza componentes muy clásicos de la imagen de los «aliados itálicos»
(Italian allies) inmediatamente antes de la Guerra Social -dentro de una falta de análisis só-
lido de su posición-, más de utilización por parte de los políticos romanos que de otra cosa,
que incluye las simpatías ante su rebelión cuando, ante el fracaso de Livio Druso, «se alzaron
contra Roma en nombre de la libertad y de la justicia»28. Y se entiende que esa Italia no pueda
ser la Italia rendida, sin identidad, sino una Italia que está muy lejos de la «romanización»:
el proceso de unificación de Italia, nos dice, se habría fechado demasiado pronto y ni la geo-
grafía, las comunicaciones, la etnografía, ni los dialectos actuales apoyarían esa perspectiva29.
Se impone que dibujase una continuidad entre esos pueblos independientes, autónomos y
aguerridos que se habrían rebelado y se habrían propuesto destruir Roma con toda fiereza
y determinación, y el disenso posterior. Para él, la concesión de ciudadanía, la represión y la
colonización silanas, los efectos de lo que define como diez años de guerra, en los que se mez-
cla la guerra civil, habrían incidido en la misma dirección («Italia fue unificada, pero sólo de
nombre, no de sentimiento»), y esos disensos estarían en la base de los apoyos de M. Emilio
Lépido y Catilina, en un contexto de agravios más que de integración30.
Es aquí donde se observa el papel señalado de César, el primero que habría roto con
aquella oligarquía restaurada silana, que habría perpetuado una tradición mezquina que ale-
jaba de los cargos al bando de los vencidos en el Bellum Italicum y a los restantes municipales
de Italia, que hubieron de esperar a un caudillo que no era, a pesar de sus soflamas, Cicerón,
sino precisamente César31.
Consecuentemente, nos refiere cómo, a pesar de las llamadas que se hacen a Italia para
la defensa contra César, sería él quien habría contado con su apoyo, esto es, el de sus elites,
apoyo que nacía de la hostilidad de estas elites-Italia ante la aristocracia y la plebe romanas,
hostilidad que habría incidido antes también en su alejamiento del juego político, desde sus
valores tradicionales y ante el peligro que implicaba. Así que César habría integrado a esas
elites entre sus seguidores, permitiéndoles una cierta promoción antes y después de su toma
del poder que no les habría sido dada antes.
La identificación de Italia, y de los municipales, con los pueblos itálicos derrotados en
la Guerra Social, sigue siendo esencial en su pensamiento, pueblos que habrían encontrado

27. R. Syme, RR, 25.


28. Ver R. Syme, RR, 36; 123; 360-1: nótese la mención de los Gracos como «un partido de los Claudios» que
promueve una agitación revolucionaria de la que los salvaría Escipión Emiliano y sus amigos «defendiendo
a Italia contra la plebe de Roma», y la referencia al contagio y los agravios; y en 123-4 sus alusiones a cómo
«fueron arrastrados por las disensiones romanas», a los interesados reformistas agrarios y al demagogo
conservador Livio Druso.
29. R. Syme, RR, 122-3 y n. 40.
30. La cita en R. Syme, RR, 124; 126; ver también 37.
31. R. Syme, RR, 125 ss.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186 171


Monográfico La «unidad de Italia» y el Augusto de Syme: nacionalismo, fascismo y elites en el período de entreguerras

ahora el «desquite y la revancha»32. Y es César quien los articula y quien los promocionará.
A su alrededor33: «Todas las clases se incorporaban. Las ciudades de Italia saludaban el re-
surgimiento de la facción de Mario, acaudillada por un procónsul que, como aquél, había
aplastado a los galos, enemigos tradicionales de Italia».
Conviene llamar la atención sobre cómo Syme incluye aquí otro de los temas cruciales
de la concepción mommseniana, bien ligado a sus modelos nacionalistas: el enemigo galo
tradicional (al menos hacía algo más de siglo y medio…), y añade más factores, en particular
a un Mario al que se considera –contra toda evidencia- como proitálico34 y cuya factio, siem-
pre dentro de sus perspectivas sobre factiones hegemónicas en lucha, considera esencial para
entender las dinámicas de la época.
La Italia que recibe a César, la que él arroparía en su dictadura («La dictadura de César
significó el freno a la oligarquía, la promoción al mérito»35), sería también la que recibiría a
Augusto, porque representaría la alternativa frente a una oligarquía que le sería ajena. Pero
antes de pasar a Augusto se impone una pequeña parada. Aunque no nos podemos permitir
aquí pasar de la historiografía a la historia exhaustivamente, cabe apuntar cinco breves notas36.

Un poco de historia
En primer lugar, no se puede aceptar que el problema de la integración de los itálicos en el co-
lectivo imperialista romano se identifique con el éxito de sus elites a la hora de formar parte
de la oligarquía romana, por muy importantes que resulten; la ciudadanía implica ventajas y
posibilidades en todos los campos y no sólo para ellas, además, claro está, de la desaparición
de la enorme cantidad de desventajas que tenía ser súbditos. Ni el triunfo electoral en Roma,
ni la inclusión en el Senado significan necesariamente el único camino para participar en un
mundo político donde los votos y adhesiones de los municipales –en tanto que ciudadanos-
juegan un papel nada despreciable. Todo eso se explora en los años que siguen a la época
silana en muy diversos campos, incluyendo, por ejemplo, lo económico (el acceso sin restric-
ciones a la economía paraestatal, negocios de todo tipo…), lo político, lo social y lo militar.
Desde Sila hay un modelo organizativo substancialmente similar y mecanismos de todo tipo,
institucionales y sociales, en funcionamiento en esa dirección.
Por otra parte, el problema de los homines novi, multiplicado por el aumento de ciu-
dadanos y de posibles candidatos tras la Guerra Social, es sin duda importante pero no cabe
identificarlo con un problema de Italia o de los municipales: es un problema del sistema que
afecta a romanos viejos, nuevos, urbanos y no urbanos y al conjunto de la realidad romana

32. R. Syme, RR, 128.


33. R. Syme, RR, 126-7
34. Ver su referencia al partido de Mario en R. Syme, RR, 96; ver F. Wulff, Romanos e itálicos…, op. cit,
305-6.
35. R. Syme, RR, 133.
36. F. Wulff, Roma e Italia…, op.cit., 112; 179 ss.; 297; 302.

172 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186


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de la época, tal como ocurre con la opción por la retirada de lo público ante el peligro que
suponía.
En segundo lugar, la presencia de gentes de los municipios sin predecesores en cargos
romanos está bien constatada en ambos bandos. Cuando César rellena huecos de bajas y
amplía el senado, recurre necesariamente a ellos, como a otros. Pero esto es lo que hubieran
hecho también necesariamente sus rivales de haber triunfado, entre otras cosas porque todos
tenían las mismas necesidades de beneficiar a partidarios y asegurarse apoyos futuros. De
haber sido así, tendríamos más información sobre sus apoyos previos y muchos nombres de
municipales en su bando que desconocemos ahora, por más que se pueda hipotetizar que
César tuviera más huecos donde alojarlos dado que él contaba en su bando con menos miem-
bros de la elite senatorial. Conviene no olvidar, además, que el propio César otorga después
cargos a gentes bien distintas37.
En tercer lugar, la inmensa mayoría de las ciudades de Italia pueden tomar y toman
partido por cualquiera de los partícipes en las guerras civiles considerando un conjunto de
factores entre los que, sin duda alguna y como buena parte de los protagonistas secundarios,
intervienen junto a consideraciones ideológicas y constelaciones de poder y de intereses muy
diversificadas, los cálculos sobre quien sería el ganador y qué peligros inmediatos y mediatos
aguardaban ante cada toma de postura. Como señala Momigliano, lo que se ofrece en estos
juegos es el botín del Estado mismo38; y, podríamos añadir, lo que se juega es la vida indivi-
dual y colectiva.
En cuarto lugar, la multiplicidad de posiciones de los romanos municipales incluye
también la imposibilidad de reducirlos a un bando. Y, sobre todo, es un error de bulto (e inte-
resado) considerar como sus representantes más significativos a los derrotados de la Guerra
Social, y más después de la cantidad enorme de cambios que se habrían ido produciendo
desde la dominación silana hasta César. Entre los romanos municipales hay romanos viejos
y romanos nuevos, y dentro de estos últimos hay ex-rebeldes y no ex-rebeldes, además de
miembros de familias que habían tomado diversas posiciones individuales o familiares en los
diferentes momentos; añádanse otros, fruto de manumisiones, de emigraciones desde Roma
y otros municipios; ha habido tiempo también para dar lugar a toda una generación entre to-
dos ellos. Y una parte de ellos miraban, a partir de sus propias actividades o de miembros de
sus familias, más al mundo imperial que a la misma Italia, aparte de haber seguido sendas in-
dividuales y colectivas distintas en los nuevos ámbitos de integración abiertos en estos años.
En este sentido, y más explícitamente, diversos autores39 han vuelto a señalar que con-
viene no creerse la propaganda cesariana: su glorioso paseo por Italia en el año 49 a. C. ni es
tal, ni admite mejor interpretación que la que se refiere a los intereses de salvaguardar vida y
hacienda ante quien tiene todas las de ganar por el momento.

37. P. A. Brunt, The Fall of the Roman Republic and Related Essays, Oxford, 1988, 5 ss.; 503; ver 7 y n. 10
para Augusto.
38. A. Momigliano, “R. Syme, The Roman Revolution”, op. cit, 78.
39. Ver M. Volponi, Lo sfondo italico della lotta triumvirale, Génova, 1975, 23 ss.; 38; 39, n.3; H. Bruhns,
Caesar und die römische Oberschicht in den Jahren 49-44 v. Chr., Gotinga, 1978, 81 ss.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186 173


Monográfico La «unidad de Italia» y el Augusto de Syme: nacionalismo, fascismo y elites en el período de entreguerras

Más importante que todo esto, y abarcando sus perspectivas sobre los dos estadistas
en juego, es el lugar de Italia. La construcción de Italia como sujeto es parte de esa construc-
ción nacionalista que venimos analizando y que recicla viejos temas mommsenianos –luego
volveremos a ello- en las nuevas claves que exige la época, y que arrastra la debilidad de su
escasa vinculación a cualquier evidencia. No hay esa Italia sujeto de la historia y que toma
decisiones y se suma a un señor de la guerra con el que se identifica. El que gentes de los mu-
nicipios accedan a cargos no significa que «Italia» entre en el gobierno del estado romano40.
Se impone diferenciar entre que se tomen medidas municipalizadoras, por ejemplo, que se
promocione a municipales, o que se les utilice militarmente, del hecho de que exista un obje-
to de políticas «Italia», esto es, que alguien la proponga como meta de proyectos unificadores
y patrióticos.
En suma, lo que Syme presenta es un edificio sin base en las fuentes que construye,
como he venido señalando, un falso relato que presenta a una Italia antagónica a la corrupta
capital y a su clase política, una Italia que un día habría de derrotarla, en un proceso final que
identifica con la Revolución romana. La frustrada Italia de Syme es un bloque construido,
inventado, un sujeto y personaje histórico inexistente, que él prepara para que lo culmine
Augusto. Y no solo integrando elites.

Modelos nacionalistas y elites satisfechas. Octaviano, Augusto, y una Italia


triunfante
Y es que, de nuevo, es Italia la que sirve para definir dos momentos en la vida de su personaje,
de hecho casi dos personajes distintos, Octaviano y Augusto. Hay un antes y un después de la
batalla de Accio y de lo que significa. En el Augusto de Syme se refleja explícitamente, y nada
más empezar el libro, una vieja contradicción, que él no deja de comentar, en las perspectivas
sobre el personaje: la del Octaviano que desde que es casi un adolescente se mueve con todos
los recursos a su alcance y sin escrúpulos hasta conseguir participar en el poder y, por fin,
quedarse con él, y la del Augusto constructor de un imperio que, sea como sea, habría acaba-
do con las guerras civiles y preparado un futuro de siglos para el imperio.
Los dos están presentes en él y de manera extrema, eso sí, para el triunfo final del segun-
do y para una exaltación enmarcada por el conjunto de valores nacionalistas que exploramos,
nada exentos de un componente imperialista y de algunos más41. Ya en la primera página de
la introducción los contrasta y señala cómo, tras los azares y milagros del ascenso, llegaría
efectivamente «su reinado constitucional, como cabeza reconocida del Estado romano»42,

40. Ver R. Syme, RR, 130, por ejemplo.


41. Ver R. Syme, RR, 248 ss., por ejemplo, incluyendo la exaltación de su “monarquía constitucional”.
42. R. Syme, RR, 17, para el sorprendente uso, otra vez, del término “constitucional”; ver también 648:
se habría formulado «una monarquía constitucional como garantía de una libertad que ninguna república
podía proporcionar».

174 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186


Fernando Wulff Alonso Monográfico

el final de un siglo de guerra civil, con la monarquía como mal menor y preferible, todo un
nuevo orden para el mundo romano.
Syme no deja de execrar a Octaviano y de aprovechar esto para reivindicar sus propias
posiciones pro-republicanas, aunque sólo sirva en realidad para reivindicar la inevitabilidad
del imperio y exaltar a Augusto. Su posición «era fruto del fraude y del derramamiento de
sangre, estaba basado en la conquista del poder y la redistribución de la propiedad por un lí-
der revolucionario»43. Syme insiste en su rechazo a lo escrito en los últimos tiempos en claves
panegíricas44. Se confiesa influido por Asinio Polión y escribiendo «de un modo que ahora
tiene la tradición en contra, a saber: desde el punto de vista de la República y de Antonio»45.
Puede lamentar su caída y entender a los grandes personajes que mueren por la república46.
Frente a ellos: «El heredero de César ya no era un joven impetuoso, sino un terrorista frío y
maduro»47 , el personaje que «De nuevo, en Perusa, aplastó las libertades de Roma e Italia en
sangre y devastación, y emergió como líder revolucionario a cara descubierta e implacable».48
Y es que hasta «Los aristócratas hubieran desdeñado asociarse con el joven aventurero, que
se había abierto camino por medio de la traición y que en virtud del nombre de César había
logrado el apoyo de la plebe en Roma y del proletariado armado en Italia; representaba el
cesarismo y la revolución en sus aspectos más brutales y odiosos».49
Pero Syme es tan republicano como Tácito, al que cita como tal y tanto admira50. En el
tránsito hacia la proclamación del nuevo avatar de Octaviano, Augusto, está el proceso por
el que unificó esa Italia que le estaba esperando, y es esa unificación la que lo determina. El
nombre de Antonio es usado del todo en vano, puesto que su exaltación solo sirve para pro-
clamar a Italia y Augusto, ese Antonio, incapaz de jugar con las malas artes de quienes «or-
ganizaron contra él el último golpe de Estado, el frente nacional y la unificación de Italia»51.
El adiós al terrorista revolucionario vendría dado por la guerra con Antonio y su trán-
sito lo media el juego político que éste posibilita y, en particular, ni más menos que la forja
de una nación:

Octaviano ya no era el terrorista de Perusa. Habían pasado siete años desde entonces. Pero no
era aún el líder de Italia. En este breve intervalo muchos temían el choque inminente, y algunos
apostaban por el heredero de César, aunque nadie hubiera previsto por qué artes un campeón
nacional se iba a alzar con el triunfo, y una nación iba a ser forjada en la lucha52.

43. R. Syme, RR, 18.


44. R. Syme, RR, 12.
45. R. Syme, RR, 24; 12.
46. R. Syme, RR, 265.
47. R. Syme, RR, 248.
48. R. Syme, RR, 278-9.
49. R. Syme, RR, 285. El concepto de proletariado armado se refiere, por supuesto, al ejército postmariano.
50. «Tácito es monárquico porque su perspicacia le hace desconfiar de la naturaleza humana»: R. Syme,
RR, 644. Ver K. Christ, “Ronald Syme”, op. cit. 198-9 para el influjo de su escritura en él.
51. R. Syme, RR, 144. Nótese la referencia al frente nacional asociado a la unificación de Italia.
52. R. Syme, RR, 328.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186 175


Monográfico La «unidad de Italia» y el Augusto de Syme: nacionalismo, fascismo y elites en el período de entreguerras

La asociación de Antonio con Cleopatra y con el Oriente mismo, una imagen de amenaza
y disolución falsa y exagerada, da excelentes frutos53. Sin embargo, ni Antonio estaba sometido
a Cleopatra, ni ella era como se la pintaba cuando se distorsionaba indecentemente su imagen54,
pero, sea como fuere, con todo ello se habría construido: «la magnífica mentira sobre la que se
edificó la supremacía del heredero de César y el renacimiento de la nación italiana»55.
Espera tota Italia, pero no ya para que Octaviano consiguiera reforzar su insegura po-
sición y obtener «la justificación moral de la guerra y el apoyo moral del pueblo romano»56,
sino para ese «renacimiento de la nación italiana» que no es una metáfora: «En esta atmósfera
de terror y alarma, Octaviano decidió recabar el apoyo nacional para su poder arbitrario y
un mandato nacional para salvar a Roma de la amenaza del Oriente. Se organizó una espe-
cie de plebiscito en forma de juramento de fidelidad a su persona»57. Ese plebiscito ante el
jefe supremo deja en nada una constitución desfasada: «Contra los órganos degenerados de
una constitución mezquina y desgastada, él apelaba a la voz y a los sentimientos del pueblo
romano; no a la plebe corrompida, ni al senado atestado y desacreditado de la ciudad, sino a
toda Italia»58.
Conviene insistir en la importancia concedida a este juramento que nos transmite el
Monumentum Ancyranum59 en su famoso iuravit in mea verba tota Italia sponte sua. Tras lo
señalado, vuelve a recordar en este contexto del juramento de Italia, y no por casualidad, el
extrañamiento previo de la misma, en particular la de la Guerra Social - la primera vez en
la que se habría utilizado el nombre con un sentido «político y sentimental»-, una Italia que
«no se había amalgamado en sus sentimientos con la ciudad vencedora para formar una
nación»60. El modelo nacionalista no puede ser más evidente, incluyendo la emoción patrió-
tica misma y el patriotismo61:

Y sin embargo, en cierto modo, mediante la propaganda, la intimidación y la violencia, Italia


se vio metida a la fuerza en una lucha que con el tiempo llegó a creer que era una guerra na-
cional… La rivalidad de los líderes cesarianos fomentó una oposición latente entre Roma y
Oriente, y un nacionalismo que la guerra y la revolución, el hambre y el miedo exageraron hasta
el ridículo. Ese nacionalismo estalló y triunfó imprimiéndole a lo que no era más que lucha por
el poder, un carácter ideal, augusto y patriótico.

53. R. Syme, RR, 342-3.


54. R. Syme, RR, 347-8.
55. R. Syme, RR, 348.
56. R. Syme, RR, 353.
57. R. Syme, RR, 359.
58. R. Syme, RR, 360.
59. Res Gestae 25.2.
60. R. Syme, RR, 362.
61. R. Syme, RR, 363.

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Fernando Wulff Alonso Monográfico

No es que no hubiera intereses materiales en juego: de separarse el Oriente como se


temía, los efectos serían catastróficos62, pero la cosa no se queda ahí: «El interés se convertía,
inconscientemente, en indignación justa y patriótica»63.
El consenso de tota Italia es, por tanto, bastante más que un ardid: «El juramento abar-
caba a todos los órdenes de la sociedad y vinculaba a todo un pueblo a la clientela de un jefe
de partido, como los clientes a un patrono, como los soldados a un imperator»64.
Con él está, entonces, «la causa nacional»65, el pueblo entero vinculado al jefe del parti-
do, esa Italia en su plenitud que triunfa finalmente:

No fue Roma, sino Italia, y quizás Italia más que Roma, quien ganó la Guerra de Accio.
En un cierto sentido, el Principado mismo se puede considerar como un triunfo de
Italia sobre Roma: Filipos, Perusa e incluso Accio fueron victorias del partido cesariano
sobre los nobiles. Estando reclutado en tan extensa medida entre los caballeros roma-
nos de las ciudades de Italia, el partido recibió la recompensa del poder en el senado y
en los consejos del Princeps66.

Pero la tarea (y sus sujetos) continúa después: «Italia añoraba la estabilización defini-
tiva de la era revolucionaria. Se había combatido y ganado la guerra de Accio y disipado la
amenaza a la vida y el alma de Italia»67. Y Augusto, en la perspectiva de la unidad nacional,
estaba ansioso por incluir en el senado a esos partidarios suyos de las colonias y municipios68.
No sorprende que una vez más entre los promocionados destaque a los enemigos de
Roma en la Guerra Social: «muchos de ellos de la Italia cuyo nombre, nación y sentimientos
se habían alineado hace poco en guerra contra Roma»69.
El resultado brilló por sí mismo:

La concordia ordinum lograda así fue al mismo tiempo un consensus Italiae, pues representaba
una coalición de las familias de los municipios, ya dentro o fuera del senado, todas ellas mi-
rando a Roma como su capital, sin distinciones, y al Princeps como su patrono y defensor. Las
ciudades de Italia aportaron soldados, oficiales y senadores al Estado romano70.

La ampliación de las elites por César y Augusto culminaría en claves nacionalizadoras


articuladas alrededor de un partico único:

62. R. Syme, RR, 367.


63. R. Syme, RR, 366.
64. R. Syme, RR, 364.
65. R. Syme, RR, 366.
66. R. Syme, RR, 568.
67. R. Syme, RR, 384; 452-3.
68. R. Syme, RR, 452-3.
69. R. Syme, RR, 456.
70. R. Syme, RR, 457-8. Ver 482 para este concepto de consensus Italiae desde la perspectiva de las elites.

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Monográfico La «unidad de Italia» y el Augusto de Syme: nacionalismo, fascismo y elites en el período de entreguerras

La oligarquía ampliada y robustecida del nuevo régimen representaba indirectamente, pero no


por eso menos poderosamente, a Roma e Italia. En su forma, la constitución era menos repu-
blicana y menos «democrática», pues la posibilidad de ser elegido no estaba ya abierta a todos,
sino condicionada por la posesión del latus clavus; pero en la práctica era liberal y progresista.
Es más, todas las clases de la sociedad, desde los senadores a los libertos, gozaban ahora de un
rango caracterizado y de una función en el partido grande, tradicionalista y conservador, que
había reemplazado a la engañosa república de los nobiles. No era el inmovilismo, sino el cambio
y la renovación continuos71.

Augusto funda, entonces, un Nuevo Estado72. Y Syme escucha, como Augusto, la pala-
bra de la nación, por boca de su genuino representante, esa clase media antes retirada de la
política, que deviene protagonista73 y que llama a la renovación:

La paz vino, y con ella el orden, pero la nación, gravemente enferma aún, ponía los ojos en su
“salubris princeps” esperando de él la regeneración espiritual, así como la reforma material…
Los mismos hombres que habían ganado las guerras de la Revolución tenían ahora en sus ma-
nos las riendas del Nuevo Estado, pero había que profesar e inculcar, si no adoptar, nuevas
costumbres, nuevas “mores”. No bastaba con adquirir poder y riqueza: la gente quería parecer
virtuosa y sentirse virtuosa. La nueva política encarnaba un espíritu nacional y romano74.

Es tentador seguir por aquí75, pero a nuestros efectos basta con insistir en la presencia
de lo italiano junto con lo romano también ahora: si bien puede afirmar que: «En su exalta-
ción de la “Itala virtus” Roma proclamaba su valor, pues Roma había triunfado sobre Italia»,
señala igualmente que se pedía a Roma e Italia soldados para las guerras, ahora que «estaban
unidos, eran fuertes, en una nación forjada en la guerra…»76.
No es que Syme ignore la fragilidad real de estos valores y de estas prácticas, de ese fru-
gal campesino de Italia con el que se asocian, cuya vida sencilla en pueblos y aldeas se exalta,
pero que ya no existía como antes, entre la ruina y la emigración, ni que lo que se construiría
ahora sería un ideal carente de realidad77. Pero aun así, nada le impide defender -a pesar de
los textos y en ocasiones de él mismo- la centralidad del tema como mucho más que propa-
ganda, incluyendo la afirmación de que Augusto habría dirigido su política de regeneración
a esa Italia que triunfa, a esa «burguesía italiana», que le habría apoyado y que recompensa,

71. R. Syme, RR, 459.


72. Ver, por ejemplo, R. Syme, RR, 24, 63, 434, 444, 503, 557, 565, 568.
73. Es útil contrastar, por cierto, este protagonismo con sus observaciones sobre el interés de Augusto por
renovar e integrar a las viejas familias romanas una vez en el poder: R. Syme, RR, 463; 468 ss.; 473.
74. R. Syme, RR, 551. Ver 556 para el éxito de la regeneración.
75. Piénsese en su concepción de la inestabilidad de la familia, que relaciona con las mujeres de la
aristocracia de las que se oía hablar demasiado en público, se metían en política y bellas artes y eran temibles
e independientes porque conservaban el título de sus propiedades en el matrimonio, emancipación que
habría provocado la reacción de los hombres: R. Syme, RR, 557.
76. R. Syme, RR, 563-4.
77. R. Syme, RR, 572 ss.; 564 ss.

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Fernando Wulff Alonso Monográfico

y que habría visto con satisfacción cómo triunfarían por fin sus viejos valores de frugalidad,
respeto a la familia, lealtad y deber, aquellos que la corrupta elite romana habría dilapidado78.
Es más, es que esos valores habrían impregnado al propio Augusto desde sus, literal-
mente, orígenes, porque él no era «un dócil instrumento en manos de un partido intransigen-
te de puritanos nacionalistas, Augusto mismo procedía de una familia municipal»79, alguien
que habría actuado, en realidad, desde sus más íntimas convicciones, porque no participaba
de los valores de la aristocracia romana a batir, sino de los de esas burguesías municipales que
encumbra y que le encumbran80, que era uno de ellos: «A esta identidad de origen y de senti-
mientos con una clase muy numerosa de Italia debía Augusto gran parte de su éxito»81. Es ese
mismo mundo el que se proyectaría en poetas de la época y que son parte de ese mundo y de
su proyecto propagandístico82. El joven terrorista, quizás romano en su avatar de terrorista
que había masacrado y colonizado brutalmente Italia, había encontrado, al madurar, según
parece, al vetusto moralista italiano que llevaba dentro.
Pero ese pueblo romano que habría de imitar los ideales antiguos había de ser un «pue-
blo romano depurado»83. Conviene no echar en saco roto este término. La disminución de
la cepa indígena se habría compensado, cuenta, con una actitud generosa con las manumi-
siones, pero que habría presentado inconvenientes graves al manumitirse en gran cantidad
«cautivos extranjeros y a menudo de razas consideradas inferiores. Sus descendientes en-
grosaban y sofocaban las filas de los ciudadanos romanos… Augusto intervino para salvar
la raza, imponiendo severas restricciones a la libertad de los propietarios individuales de
esclavos, de declararlos libres».
Sin dejar de señalar ciertos límites, el resultado final es el éxito de Augusto. El esfuerzo,
apunta, no habría sido en vano: «Las diferentes clases del imperio habían sido llamadas a te-
ner una cierta conciencia de la dignidad y los deberes de una raza imperial»84. Poco después
de definirnos como orgánica la relación de Augusto con la Roman Commonwealth85 -término

78. R. Syme, RR, 568.


79. R. Syme, RR, 568; 462-3.
80. Véanse las interesantes notas, por cierto, de A. Wallace-Hadrill, “The Roman Revolution and Material
Culture”, en F. Millar et al., La Révolution Romaine après Ronald Syme…, op. cit., 283 ss. sobre la falta de
análisis en Syme de los recursos económicos reales de esa «burguesía», con la consiguiente dificultad de
definición, muy contrastada con la tendencia a interpretarla de forma lineal. La falta de interés por la
arqueología italiana (y no italiana) de Syme es relacionable con esto. Sobre Syme y la arqueología véase el
texto de J. Arce en este mismo volumen.
81. R. Syme, RR, 569.
82. Ver el cap. XXX, “El encauzamiento de la opinión pública”, R. Syme, RR, 575 ss., por ejemplo, 582-3.
83. R. Syme, RR, 559.
84. R. Syme, RR, 574. Ver la referencia en 572 a la grandeza de un pueblo imperialista.
85. R. Syme, RR, 520 de la edición inglesa (The Roman Revolution, Oxford-N. York 1987, traducida sólo
como «imperio romano» en la p. 650 de la española).

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Monográfico La «unidad de Italia» y el Augusto de Syme: nacionalismo, fascismo y elites en el período de entreguerras

que quizás actualiza aún más esa preocupación por la degeneración de una raza imperial ante
la mezcla con extranjeros y la pérdida generalizada de valores86- nos cuenta cómo:

El Estado romano, basado firmemente en una Italia unida y un imperio coherente, fue comple-
tamente renovado, con nuevas instituciones, nuevas ideas e incluso una nueva literatura que era
ya clásica. El destino del imperio había pesado sobre Roma con amenaza de ruina. Pero ahora el
pueblo romano, recuperado de fuerzas, robusto y animoso, podía soportar la carga con orgullo
y seguridad87.

Sin duda esa carga/burden remite al célebre poema de Rudyard Kipling, The White
man’s burden, donde se exalta precisamente el esfuerzo sin recompensa de quienes luchaban
por expandir la civilización y el orden, a pesar de la desagradecida incomprensión de aque-
llos que, sin saber de su gloriosa misión, se les oponían.
No parece necesario insistir en lo que hemos visto: la omnipresencia del modelo nacio-
nalista de Italia en su obra en general, en sus formulaciones específicas, en su concentración
en César y, en particular en Octaviano-Augusto, en la delimitación altamente restrictiva y
rígida de la dinámica Roma/Italia, e incluso en la de los dos personajes, o avatares, suce-
sivos, Octaviano y Augusto. El contraste entre esta permanente, pregnante y a veces hasta
devoradora presencia de Italia con el escaso tratamiento que ha recibido en la historiografía
contemporánea, se hace evidente.
Puede ser útil, llegados a este punto y como preludio a una breve nota histórica, y a
una entrada final de Mommsen que nos permitirá mirar hacia delante y hacia atrás y hasta
contribuir a explicar ese silencio, insistir en algo que no se le habrá escapado al atento lector:
el uso por Syme de tres núcleos conceptuales, unidos a los valores ideológicos y a los relatos
correspondientes, que nos servirán de puente con lo que sigue.

Un asunto de conceptos y de relatos. Nacionalismo, imperialismo, fascismo


y Mussolini
El primer núcleo es el más obvio y se refiere a los términos que remiten directamente al modelo
nacionalista mismo: unificación de Italia, amenaza a la vida y al alma de Italia, campeón nacio-
nal, la forja de una nación, apoyo, mandato, sentimiento, orgullo, causa, movimiento, espíritu,
guerra nacionales, ideal, guerra, empresa, renacimiento patrióticos, puritanos nacionalistas…,
que dan título incluso a un capítulo: ni más ni menos que «El programa nacional»88. Son los que
aderezan y dan cuerpo al relato principal que se centra en el Augusto esencialmente italiano

86. No podemos entrar aquí en los debates británicos sobre la degeneración de lo belicoso en su clase
obrera y otros componentes, que tienen mucho que ver con el conjunto de debates finiseculares sobre la
«decadencia de las razas» y, en particular, de las razas latinas, temas luego alimentados por las perspectivas
sobre la decadencia de occidente tras la Gran Guerra.
87. R. Syme, RR, 651 (521 de la ed. inglesa).
88. R. Syme, RR, cap. XXIX, 551 ss.

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que consigue la unidad de Italia, ese sorprendente renacimiento de una unidad de Italia que
nunca jamás había existido, como sabemos. Unidad y nación se convierten en el eje y el resul-
tado de su política, incluyendo la integración de las elites de Italia y el dominio de sus hombres
y sus valores, y la exaltación emocional y patriótica a través del juramento colectivo en el con-
texto del enfrentamiento, por más que falseado, con el enemigo exterior.
Quizás no es muy necesario volver a insistir aquí en su omnipresencia, y apuntar, en
cambio, que estos modelos nacionalistas no están solos, como no lo están en Mommsen.
Cuando Syme escribe que «Roma había adquirido un imperio universal, medio a su pesar,
mediante una serie de casualidades, exigencias cada vez mayores de seguridad militar, y la
ambición de unos pocos»89, sigue, entre otros, al autor alemán, en cuanto a la imagen casi
obligada de la expansión exterior romana, que tanto cuadra, por lo demás, con la imagen bri-
tánica de la conquista de la India. Y le sigue también en otra preocupación: el destino de un
imperio y de la raza que lo guía, hasta que para Syme habría venido a arreglarlo, en la medida
de lo posible, Augusto, tal como para Mommsen habría llegado César. Es este el segundo
núcleo conceptual que nos interesa, el de los conceptos relacionados con el imperialismo y el
racismo, ese pueblo romano depurado frente al peligro de cautivos extranjeros y de razas a
menudo consideradas inferiores, ese Augusto que salva la raza, y permite que surja una cierta
conciencia de la dignidad y los deberes de una raza imperial, en una Roman Commonwealth
que ahora puede soportar la carga/burden del imperio.
Si conceptos como éstos de nacionalismo, raza imperial, imperio, nación regenerada
cuadran a la perfección con el ambiente conservador europeo de la época, otros están car-
gados de valores directamente fascistas, e iluminan los anteriores. Este es el tercer núcleo
terminológico, articulador también de una trama argumental clave.
Es cierto que Syme se refiere críticamente a las exaltaciones de Octaviano que se vin-
culan con los usos de Augusto en las celebraciones de su bimilenario en 1937 por Mussolini,
que se celebran en el contexto de un ambiente historiográfico y político muy cargado90. Pero
todo acaba culminando en el regenerado y regenerador Augusto, como hemos visto, y esto
no es fruto del azar91. En este sentido, L. Canfora 92, en un texto, no por casualidad, muy poco

89. R. Syme, RR, 552.


90. Conviene apuntar dos hechos adicionales: en primer lugar la situación en Italia no estaba únicamente
presidida por publicaciones como P. de Francisci, Civiltá Romana, Roma 1939 (Quaderni dell’ Istituto
Nazionale di Cultura Fascista IX, I-II, Instituto Nacional di Cultura Fascista, Roma), incluso en las
publicaciones oficiales como, por ejemplo, Augustus. Studi in occasione del bimillenario augusteo de 1938,
se perciben distintas líneas y niveles, por decirlo así, de militancia; y tampoco el panorama anglosajón
estaba privado de autores críticos, y más explícitos y nada ambiguos, como se ve en J. Whatmough, The
Foundations of Roman Italy, Londres 1937, 411-2 (y ver también otras críticas como la dedicada al supuesto
papel civilizador de Roma poco menos que como enviada de la providencia en 9).
91. Resulta lo suficientemente claro como para sobrepasar los rasgos de una mera insinuación, en los
términos que dibuja J. H. D’Arms, “Upper-class attitudes towards viri municipales and their towns in the
Early Roman Empire”, Athenaeum 62, 1984, 456: «Syme, like Tacitus, is a master of innuendo».
92. L. Canfora, Ideologías de los estudios clásicos, op. cit., 203-4. cf. con M. Mazza, “Ritorno alle scienze
umane. Problemi e tendenze della recente storiografia sul Mondo Antico”, en Studi Storici, 19, 1978, 490.

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Monográfico La «unidad de Italia» y el Augusto de Syme: nacionalismo, fascismo y elites en el período de entreguerras

utilizado en los debates sobre nuestro autor, ha ligado esta aceptación de Augusto como mal
menor y salvador de una nación en peligro a una justificación en última instancia de la ne-
cesidad del fascismo. Análisis comparativos de otros textos de la época que juegan con estas
problemáticas seguramente añadirían nuevos argumentos a posibles reflexiones 93.
La terminología resulta muy reveladora. Algunos ejemplos bastan. El concepto de Nue-
vo Estado/Estado Nuevo era y es un término favorito de grupos y regímenes golpistas y/o
fascistas europeos y americanos 94 y, por supuesto, del mussoliniano. La cuestión de la cons-
trucción y preservación de la «raza imperial» aparece tal cual en los textos fascistas italianos,
por supuesto ligada al imperialismo y a los riesgos que implicaba 95. La calificación, y en los
títulos de sendos capítulos, de las entradas en Roma de Octaviano como «marchas sobre
Roma» 96 no es quizás tampoco casual. Puede ser que tampoco lo sea el que otro capítulo se
titule «Dux»97. Las referencias a una elite política degenerada que debe dar paso a una nueva
elite renovadora y verdaderamente nacionalista son constantes en los discursos de Mussolini
98
. El término «plebiscito», con el que bautiza el juramento de fidelidad a Augusto, tiene su
correlato directo en las elecciones de la Camera dei Deputati del 24 de Marzo de 1929 y del
25 de Marzo de 1934, que se plantearon como un plebiscito que aprobaría una lista elegida
por el Gran Consejo del Fascismo. El primero, en particular, es presentado como la muestra
del total refrendo de su tarea patriótica 99. La importancia patriótica del juramento de Italia

93. Ver, para una primera guía de publicaciones en Italia, E. Lepore, “Cesare e Augusto nella storiografia
italiana prima e dopo la II Guerra Mondiale”, en K. Christ, E. Gabba (eds.), Caesar und Augustus…, op. cit.,
1989, 300 ss.; uno de los de más interés podría ser M. A. Levi, Octaviano capoparte, Florencia, 1933.
94. Ver, por ejemplo, E. Gentile, Il mito dello stato nuovo dal radicalismo nazionale al fascismo, Roma-Bari,
2002; el periódico doctrinal de Vichy: France, Revue de l’état nouveau; V. Pradera, El Estado Nuevo, Madrid,
1935; A. Cazorla, Las políticas de la victoria. La consolidación del Nuevo Estado franquista, 1938-1953,
Madrid, 2000; Estado Novo es el nombre también aplicado al estado resultante del salazarismo portugués
(1933-74) y al del golpista Getulio Vargas en Brasil de 1937-45.
95. I. di Jorio, “La “Gazzetta di Parma” in camicia nera. La costruzione della “razza imperiale” nel Corriere
Emiliano”, en Fascismo e antifascismo nella Valle Padana, Bolonia 2007, 201-20. N. Poidimani, Difendere la
“razza”: identità razziale e politiche sessuali nel progetto imperiale di Mussolini, Roma, 2009; ver 9 ss. para la
publicación periódica Diffesa della razza.
96. R. Syme, RR, cap. IX, 166 ss.: “La primera marcha sobre Roma”; cap. XIII, 229 ss.: “La segunda marcha
sobre Roma”.
97. R. Syme, RR, cap. XXI, 371 ss.
98. Ver, por ejemplo, en pleno ascenso y en relación con las críticas al gobierno de Francesco Saverio
Nitti, B. Mussolini, Opera Omnia, E. Susmel, D. Susmel (eds.), Florencia 1954, vol. 14, 11; 22 («liquidazione
di uomini e di sistemi sorpassati»; «quella parte parassitaria della nazione»; «galleria di nostri uomini
politici»…).
99. Ver, por ejemplo, ABC, martes 26 de Marzo de 1930, 39-40: «El plebiscito de adhesión completa al
régimen fascista del pueblo italiano adquiere enorme significación por el número de los votos emitidos. Los
votos emitidos ponen un término a las esperanzas de aquellos que esperaban la caída del régimen fascista.
De los 9.650.570 inscritos en las listas electorales han votado 8.650.740. De estos votos son favorables al
régimen fascista 8.506.570, y 136.198 contrarios. Ha votado, pues, un 90 por 100 de los que tienen derecho
de votar. En el Vaticano, los resultados produjeron óptima impresión».

182 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186


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de Syme, que distaba mucho de haber sido tomada unánimemente en serio por toda la tradi-
ción anterior, empezando por el propio Mommsen, que lo consideraba una pura mentira100,
adquiere todo su sentido aquí.
Sin embargo, como suele suceder, no es tanto un problema de términos como de la his-
toria que articulan: hablamos de un «jefe de partido» que da un golpe de estado contra los ór-
ganos desacreditados y degenerados de una constitución mezquina y desgastada, que genera
un nuevo partido procedente de toda Italia, un partido grande, tradicionalista y conservador.
Hablamos del emocionado consenso de Italia y Roma alrededor de ese líder, que se vincula
con devoción a él y que le sigue como los soldados a un general, porque se identifican con su
guía, con su condición de representante suyo, de la nación y de sus intereses, en ese partido
único, conservador, pero en absoluto inmovilista, dado al cambio y la renovación continuos,
que se constituye en gobierno, en un Nuevo Estado, y que corporeiza una nueva política que
elimina la corrupción de las costumbres y regenera a la nación.
Todo ello es bien relacionable con los términos, las historias, las legitimaciones y las prác-
ticas mussolinianas, incluyendo lo referido a ese partido único, que tiene su perfecto correlato
en el Partito Nazionale Fascista. Lo propio del fascismo y del nazismo es tanto su carácter reac-
cionario, como su llamada al cambio, la renovación, la modernidad, una llamada que corporei-
zan como nadie, por ejemplo, los futuristas. La reivindicación de la tradición y la nación, de su
renacimiento, son parte del mismo juego. A quien se le hablara en el período de entreguerras
en los términos señalados, incluyendo al líder revolucionario que habría conseguido por la vio-
lencia hacerse con el poder, que habría constituido un partido nacional, y convertido un país
desgarrado y revuelto en una auténtica nación con un gobierno estable y duradero 101, tendría
pocas dudas de a quién se referían tales líneas y desde qué orientación política.
Queda todo esto adicionalmente clarificado si analizamos un texto poco tenido en
cuenta, muy traducido y difundido en toda Europa, el Manifesto degli intellettuali fascisti agli
intellettuali di tutte le Nazioni, redactado por Giovanni Gentile en 1925, que incluso puede
ayudarnos con la clave de otro factor más que hemos visto en Syme: su plasmación del viejo
tema de los dos momentos de Octaviano/Augusto.
Cuenta cómo se desarrolla la violencia de los Camisas Negras, con sus escuadras ar-
madas y ordenadas militarmente, que se enfrentan a las leyes para instaurar una nueva ley y
fundar el Nuevo Estado (nuovo Stato), y cómo habrían luchado contra las fuerzas disgrega-
doras antinacionales entre 1919 y 1922. Y relata cómo, finalmente, el 28 de Octubre de 1922
habrían avanzado desde todas las provincias sobre Roma en medio del aplauso universal, con
el pueblo italiano reencontrando su unanimidad, y todo el corolario de nación, recuperación,
restauración financiera y moral y demás.
Y es ahora cuando, tras la toma del poder, todo cambia: en ese momento cesa el «es-
cuadrismo y la ilegalidad» y se van los camisas negras por orden del Duce, devenido jefe de
gobierno y alma de la nueva Italia. La gran mayoría de los italianos verían en el fascismo la

100. Cf. sobre esto, y como ejemplo, M.O.B. Caspari, “On the Iuratio Italiae of 32 B.C.”, Classical Quarterly,
5, 1911, 230-35.
101. R. Syme, RR, 20.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186 183


Monográfico La «unidad de Italia» y el Augusto de Syme: nacionalismo, fascismo y elites en el período de entreguerras

fuerza política capaz de expresar todas sus fuerzas desde el seno de la nación y de discipli-
narlas, cara a la transformación de las leyes y la organización del Estado sobre otras bases.
El Mussolini, diríamos nosotros con Syme, terrorista, da lugar al Mussolini que organiza el
Estado y trae la paz y el orden en medio de la admiración general, el que el 21 de Junio de
1925 habría insistido en el último Congreso del partido fascista en que los camisas negras
dejaran la violencia para siempre.
El Estado asume a Mussolini y, por tanto, su violencia y represión, y ya no son nece-
sarios terceros. De hecho, entre 1925 y 1926 vendrán las leyes fascistissime que generan el
Estado puramente fascista, sin representatividad ni derechos democráticos formado por él
y su partido como eje del poder. Es lo que Syme también hubiera definido como hace con
Augusto: convertir un partido en un gobierno, en el Estado.
Conviene no extrañarse de estas orientaciones de Syme. Winston Churchill se mani-
festó en diversas ocasiones como un gran admirador de Mussolini, con el que mantuvo una
larga correspondencia incluso durante la guerra. En 1927, siendo Chancellor of the Exequer
del gobierno inglés (1924-9), y ya cuando, como hemos visto, Mussolini había asentado su
poder en Italia a costa de violencia y crímenes, no sólo visita Roma y se entrevista con él, sino
que pronuncia un discurso en el que señala su admiración por un hombre que lo dirigía todo
hacia al interés del pueblo italiano. Incluso apunta cómo, de haber sido italiano, se hubiera
unido a él en la lucha contra los bestiales apetitos y pasiones del Leninismo, a la vez que
exalta el tremendo servicio que había prestado su partido al mundo al demostrar que cabía
enfrentarse a él, y que había un último recurso frente al cáncer del bolchevismo102.
No creo que haya mejor acompañante de lo señalado por Canfora respecto a las posi-
ciones de Syme como justificación en última instancia de la necesidad del fascismo que estas
declaraciones del admirador de Mussolini Sir Winston Churchill. El apoyo a Mussolini es la
norma general en buena parte del mundo conservador mundial, y muy particularmente en
Estados Unidos, donde sólo desciende tras la invasión de Abisinia en 1935 y el acercamiento
definitivo a la Alemania Nazi 103. Es el estallido de la II Guerra Mundial lo que hace que las
frecuentes exaltaciones de Mussolini, y en menor medida también de Hitler, en los medios
conservadores de toda Europa, incluyendo Inglaterra, deban ser cuidadosamente ocultadas.
En medio del contexto previo de apaciguamiento, concesiones, acuerdos y complicida-
des de todo tipo con Hitler y Mussolini que había permitido, entre otros muchos horrores,
que el año de la publicación del libro que comentamos se hubiera culminado, con ayuda de
Churchill y tantos otros, la entrega de España a los militares golpistas de Franco, resulta poco
menos que ridículo considerar escandalosa la más o menos disimulada emoción mussolinia-
na de un antiquista neozelandés en Inglaterra.

102. Ver R. R. James (ed.), Winston S. Churchill: His Complete Speeches, 1897–1963, Londres, 1974, vol. 4,
416, (Rome, 20 January 1927) (mi frase preferida en inglés: «if I had been an Italian I am sure that I should
have been whole-heartedly with you from the start to finish in your triumphant struggle against the bestial
appetites and passions of Leninism»).
103. J-P. Diggins, Mussolini and Fascism: The View from America, Princeton, 1972; G. Seldes, Facts and
Fascism, N. York, 1942.

184 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186


Fernando Wulff Alonso Monográfico

Una nota final sobre la herencia y la continuidad de Mommsen. El imposible


nacionalismo de Roma
Puede ser conveniente insistir por última vez en la fragilidad histórica de todo lo que Syme
edifica con ayuda de las esencias patrias italianas, representada óptimamente por esa derrota
de Roma por Italia bajo Augusto. El esfuerzo de reducción y encajonamiento para poder
defender algo así es notorio: toda la ciudadanía romana deviene en su obra una ciudad, y
esta ciudad de centenares de miles de habitantes se reduce, a su vez, a (su) elite post-silana
y chusma capitalina 104. Italia, por su parte, se limita a unas elites frustradas y despechadas
identificadas con los ex-itálicos rebelados, y se dibuja con una personalidad única y unánime.
Hace falta, adicionalmente, olvidar que el problema de acceso a los cargos afecta a romanos
viejos y, por supuesto, a los romanos en las provincias 105, que el propio juramento de Italia se
ve seguido inmediatamente por el de esas provincias, creer que en medio de las masacres y
amenazas hay verdaderas opciones para el sujeto «Italia» que construye 106, o que cabe recla-
mar para el sistema augústeo algún tipo de supuesta representatividad más o menos delegada
ni de Italia, ni de nada ni de nadie. Y cabría decir algo parecido del sinsentido de hacer de
Augusto, hijo de una mujer de los Julios, heredero del hermano de ésta, Julio César, y de
padre romano y bien romano, poco menos que un italiano, y de las llamadas, muy romanas
y muy retóricas, ya desde Catón el Censor, a la vuelta a la pureza primitiva, algo igualmente
italiano frente a lo romano.
No hay un solo argumento de peso que permita vislumbrar que tras la Guerra Social se
produzca una identificación colectiva con «Italia» como proyecto político, una, por decirlo
así, etnicidad italiana con perspectivas políticas. Su insistencia en los usos en gran medida
anómalos de Virgilio 107 no muestra otra cosa que la debilidad del argumento, que a lo mejor
hubiera podido sustentarse si las algo nebulosas «regiones» de Italia de Augusto- hubieran
producido una articulación política razonablemente autónoma que no centrase todo lo esen-
cial en la misma Roma de siempre 108.
Y, en particular, si el contraste entre tal constructum y las fuentes es evidente, entonces
choca centralmente con las pretensiones de un autor que pretende basarse precisamente en
un empirismo que deje de lado la banalidad de construcciones sin fundamento 109.

104. R. Syme, RR, 139. Ver también, entre otros, la asociación nobiles-plebe en 88 y en 360.
105. Cf. R. Syme, RR, 462.
106. Siempre es útil citar el argumento nada engañoso de Tácito, Ann. 1.2. Ver M. Volponi, Lo sfondo
italico …, op. cit,, 11; 155; 9; y Ch. Pelling, “The Triumviral Period”, Cambridge Ancient History X, The
Augustan Empire, 43 B. C.- A. D. 69, Cambridge 1996, 4.
107. Nótese en R. Syme, RR, 584 la observación sobre su diferencia con Lucrecio y Horacio (y no digamos
ya con Livio). Una lectura aún útil en este sentido y que Syme no podía ignorar es J. Macinnes, “The use of
“Italus” and “Romanus” in Latin Literature, with special reference to Virgil”, Classical Review, 26, 1912, 5-8.
108. Ver F. de Martino, “Note sull’ Italia Augustea”, Athenaeum, 53, 3-4, 1982, 245-261 y las perspectivas
de H. Galsterer, “Regionen und Regionalismus in römischen Italien”, en Historia, 43, 1994, 306-323.
109. Para una crítica de esta pretensión, con su aplicación también a sus referencias a las fuentes literarias,
ver L. Canfora, Ideologías de los estudios clásicos, op. cit., 199-200; y J. Linderski, “Mommsen and Syme”…,

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186 185


Monográfico La «unidad de Italia» y el Augusto de Syme: nacionalismo, fascismo y elites en el período de entreguerras

Por otra parte, como apuntaba antes, choca también con la falta de suficientes reflexiones
en la historiografía posterior sobre el papel de todo ello en su obra y sobre sus propios orígenes
historiográficos, la tradición de la que bebe. Mommsen, criticado en lo político, perdura en lo
más esencial. La Italia definida bajo la sombra de la frustración hasta que llega un salvador es
puro Mommsen, para quien es esa frustración la que enmarca la historia de la República. For-
mulada la unidad italiana (la «Confederación Itálica») ya en los siglos IV-III a. C., la decadencia
de la República en el s. II a. C. iría unida a la dilapidación de todo esto por la elite corrupta que
la domina. La elite silana habría poco menos que incidido en la misma dirección y sería César
quien se habría propuesto la auténtica regeneración de Italia, el renacer de la nación 110.
Ahora bien, ese mismo concepto de frustración nace en realidad de la imposible tarea de
aplicar un modelo nacionalista-italiano a Roma. Si era inevitable que Mommsen lo aplicara,
era inevitable también su fracaso, porque Italia nunca fue una identidad primordial, central,
en el mundo romano, dominado por un concepto tan poco «nacionalista» e «italiano» como el
de la ciudadanía, romana por supuesto. No hubo ningún proyecto frustrado de Italia en Roma.
El problema de la pregnancia del modelo mommseniano se entiende desde esa proyec-
ción de valores y esquemas nacionalistas, esto es, de una aplicación específica a Italia y Roma
de los modelos de sociedad que se construyen en el s. XIX, y que solo se han empezado a
poner en cuestión a partir de los años ochenta del siglo XX111. Y también, en relación con ello,
la escasez del tratamiento historiográfico de los componentes nacionalistas en el discurso de
Syme deriva en gran medida de la aparente «naturalidad», normalidad o transparencia de un
discurso sobre las identidades colectivas que no se había puesto en cuestión como debería
antes de él y que tardó mucho en empezar a ponerse seriamente en cuestión después.
De todo ello han venido dando pruebas ciertas continuidades que llegan hasta hoy. Así,
nos podemos encontrar todavía edulcoraciones de las relaciones entre romanos e itálicos en
el siglo II a. C., la sorpresa ante la falta de consecuencias más o menos «nacionalistas» de la
unidad de Italia tras la Guerra Social, la minusvaloración de los fenómenos de integración en
la ciudadanía romana tras ella, la exageración de la importancia de la identidad «italiana», e
incluso la idea de que algo falla en esa identidad cuando tras el gran unificador Augusto Italia
deviene un territorio secundario económicamente respecto a las provincias.
Syme es en cierta forma otra víctima de una Italia que no está donde tantos la han
buscado y de los modelos de fondo que la apuntalaban. Su continuación de las perspectivas
mommsenianas es una demostración más de la pervivencia de un modelo inaplicable, en su
caso aderezado con una precaria teoría de las elites enmarcada en las perspectivas imperiales
de un Augusto un tanto mussoliniano.

op. cit., 45-6 sobre la ingenuidad de su pretensión de que los hechos hablan por sí mismos y que él se limita
a describirlos.
110. Ver Th. Mommsen, Römische Geschichte, Berlín 1888-9 (8ª ed.), I, Cap. XI, 783 ss.; II, 372 ss.; 379;
III, 3 ss.; 510; 530-1.
111. F. Wulff Alonso, «¿Por qué las identidades hoy? Historia antigua y arqueología ante un cambio de
paradigma», en F. Wulff, M. Álvarez (eds.), Identidades, culturas y territorios en la Andalucía prerromana,
Málaga 2008, 11-50.

186 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 163-186


Sir Ronald Syme and archaeology
Sir Ronald Syme
y la arqueología

Javier Arce
Université de Lille 3
[email protected]

Fecha recepción 09.01.2017 / Fecha aceptación 09.03.2017

Resumen Abstract
Sir Ronald Syme no hizo uso de la documentación In his book The Roman Revolution, Sir Ronald
arqueológica en su famoso libro La Revolución ro- Syme relied little on archaeological evidence. But
mana. Ello no quiere decir que no fuera sensible o this does not mean he disregarded it or that he
que no considerase la importancia de la arqueolo- considered archaeology unimportant to the wri-
gía para escribir la historia antigua. Sin embargo, él ting of history. However, he did think that ar-
pensaba que no era necesaria, ya que con los textos chaeology was not necessary, because texts, docu-
(inscripciones, documentos varios o literatura) era mentary evidence were the main sources for the
suficiente para poder escribir la historia. Multitud historian. Many monuments and archaeological
de monumentos y restos arqueológicos demues- remains demonstrate, however, that History is
tran, sin embargo, que sin tenerlos en cuenta, la incomplete when they are not taken into consi-
historia quedará incompleta. deration.

Palabras clave Keywords


Ronald Syme, Revolución romana, Augusto, Paul Ronald Syme, Roman Revolution, Augustus, Paul
Zanker Zanker.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 187-198. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3970
Monográfico R. Syme y la arqueología

Fig. 1. Sir Ronald Syme. Foto enviada al


autor por el propio Syme para la edición
castellana de su The Roman Revolution.

188 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 187-198


Javier Arce Monográfico

Una vez le pregunté a Sir Ronald Syme, en Madrid, con ocasión del primer coloquio
sobre Historiografía de la Arqueología y de la Historia Antigua en España al que él asistió:1
«Do you think that is posible to write ancient history without considering the ar-
chaeology?». Su respuesta fue inmediata y tajante: «Of course!». Me quedé perplejo. En
primer lugar porque yo personalmente no lo creo, y en segundo lugar porque yo sabía
que Syme conocía ampliamente la documentación arqueológica. Pero este problema me
ha intrigado y preocupado siempre al analizar y estudiar la obra de Sir Ronald Syme.
(fig. 1)
En primer lugar, hay que tratar de establecer qué tipo de arqueología. Por arqueo-
logía aquí entiendo yo la arqueología clásica (tan denostada hoy y casi abandonada)
en sentido amplio: estatuas, relieves, urbanismo, edificios, tumbas, templos, santuarios,
altares, pinturas, espacios privados o públicos, etc. No entiendo aquí por arqueología las
excavaciones estratigráficas, los estudios de restos óseos, la dendrocronología, la arqueo-
logía de la arquitectura, la palinología y todas las disciplinas que actualmente se emplean
(y deben emplearse) en una excavación científica. De todo ello el historiador necesita
conocer los resultados para incorporarlos a sus conclusiones e interpretaciones. Pero es
obvio que cuando Ronald Syme escribió su Roman Revolution (1930s) no podía utilizar
este tipo de análisis arqueológicos, simplemente porque eran inexistentes o eran sólo
incipientes. Por lo tanto, Syme entendió mi pregunta en el sentido que yo le quería dar,
esto es, la arqueología clásica.
Se ha reprochado a Syme «la ausencia de una dimensión arqueológica en su obra»�,
excepto en un único caso, su artículo «Neglected Children in the Ara Pacis», 2 que en
realidad es un ensayo de identificación iconográfica con base prosopográfica.
Se suele decir que era la tradición de la Universidad de Oxford el no tener en cuen-
ta para nada la arqueología, sino los textos y la epigrafía. Como subraya Fergus Millar3:

1. Se trata del Congreso Internacional Historiografía de la Arqueología y de la Historia Antigua en España


(Siglos XVIII-XX), celebrado en Madrid, en el CSIC, en 1988. Las Actas están editadas por J. Arce y R.
(Madrid, 1991). .
2. R. Syme, Roman Papers, IV (Ed. A. R. Birley), Oxford, 1988, 418-430.
3. F. Millar en La révolution romaine aprés Ronald Syme…, op. cit., 275.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 187-198 189


Monográfico R. Syme y la arqueología

En Oxford de los años 20 y 30, cuando Syme era un estudiante y luego profesor,
la Historia Antigua era una rama de los Classical Studies, basada fundamentalmente
en los textos literarios. Historia del arte, arquitectura e iconografía no formaban parte
semejante en la formación de Syme y de muchos de sus contemporáneos historiadores
de la antigüedad... El acercamiento de Syme al reinado de Augusto se basa en el «verbal
material», y especialmente a través de la literatura augustea.
Este «olvido» de la arqueología, en todas sus diversas manifestaciones, era una ca-
racterística de los historiadores de la antigüedad en Oxford y Cambridge hasta hace muy
pocos años, y no era exclusiva de Ronald Syme. Junto a él podemos citar nombres ilus-
tres como Fergus Millar que, después de P. Brunt, fue sucesor de Syme como Camdem
Professor de Historia Antigua en el Brasenose College, y a A.H.M. Jones, de Cambridge.
Por eso es importante mencionar aquí cuál fue el impacto de la aparición del libro de M.
Rostovzeff (en 1926) en estos medios académicos recordado oportunamente por Arnal-
do Momigliano:

Todo parecía extraordinario en este libro (i. e. la Social and Economic History of the Roman
Empire)... Estábamos acostumbrados a libros de historia antigua en los que la evidencia
arqueológica, si es que se utilizaba de algún modo, nunca estaba presentada y explicada al
lector. Pero aquí una serie de extensas láminas nos introducían directamente en la eviden-
cia arqueológica y la comprensión de cada imagen realmente nos hacía entender qué era lo
que uno podía aprender de objetos a veces tan insignificantes4.

Significativo también el párrafo que escribe Jones en la introducción a su The Later


Roman Empire:

Mi más lamentable vacío es el material arqueológico. No he leído los informes de las exca-
vaciones de los lugares romanos tardíos. Dependo para mi conocimiento de las monedas de
los catálogos publicados, e incluso más de mis amigos numísmatas. Pero a cambio he visita-
do 94 de las 119 provincias del imperio romano...; pero allá donde he ido he inspeccionado
los yacimientos romanos, las murallas y los edificios que aún sobreviven y he explorado el
carácter del territorio y los contenidos de los museos locales5.

En paralelo, R. Syme fue también viajero infatigable que conocía los lugares, los
paisajes, las ruinas y los museos. La arqueología era para él necesaria, pero secundaria.
Recuerdo que en otra ocasión en un viaje a Cantabria que hicimos juntos, quise ense-
ñarle las ruinas de Iuliobriga. Al llegar Syme no se interesó en absoluto por los restos del
yacimiento (muros, casas, columnas), sino que, mirando al paisaje, dijo sólo una palabra:
«Topography». Y nos fuimos.

4. A. Momigliano, Studies in Historiography, London, 1969, 91.


5. A.H. M. Jones, The Later Roman Empire, Oxford, 1964, VII.

190 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 187-198


Javier Arce Monográfico

A. Wallace-Hadrill comenta cómo en 1928 Syme pasó seis meses en la British


School de Roma estudiando, según el Annual Report, «Roman Imperial History, in par-
ticular the reign of Domitian», pero no cerró los ojos a su alrededor. El Annual Report
continúa: «También hizo un estudio de la topografía de la Roma antigua y de la geografía
histórica de la antigua Italia. Para lo segundo pasó un mes viajando por Italia central,
entre los límites de Orvieto y Nápoles»�.
Durante mucho tiempo era tradición en estas universidades que la historia se estu-
diase en los textos, inscripciones y papiros («documentary evidence»). La arqueología,
por sí sola, no puede decir nada. Si no hubiera textos o inscripciones, los monumentos
quedarían privados de su significado. Sin embargo, ello no quiere decir que estos histo-
riadores no conocieran edificios, ciudades, muros o monumentos.
Syme daba, en cambio, mucha más importancia a la geografía y a la topografía. La
geografía, esto es, el paisaje, los ríos, los obstáculos naturales, los caminos, son compo-
nentes esenciales de la Historia. No hay posibilidad de comprender la historia militar, las
campañas de expansión y conquista, sin el perfecto conocimiento de la geografía. De ahí
la importancia de la toponimia, de las distintas tribus y pueblos. Por ello la imperativa
necesidad del historiador de viajar.
El mismo Syme fue un viajero infatigable recorriendo a pie extensas zonas del im-
perio romano (parte del Norte de España, regiones de la ex-Yugoeslavia, correspondien-
tes a las provincias romanas de Dalmatia, Noricum y Pannonia), una gran parte del Asia
Menor y Anatolia. Viene aquí a la memoria la figura de un gran escritor como Patrick
Leigh Fermor que, partiendo de Holanda en 1933, hizo el recorrido a pie hasta Constan-
tinopla (Istambul) a donde llegó en 1935 y luego recorrió prácticamente toda Grecia a
pie, cuyo relato se encuentra en varios libros como El tiempo de los regalos o The broken
Road. Y entre los historiadores a otro gran desaparecido, Louis Robert.
En sus viajes Syme visita museos, inspecciona inscripciones, recorre ruinas. Resul-
tado de estos viajes son sus trabajos dedicados al ejército romano en los Balcanes y sus
insuperables estudios sobre Estrabón recogidos ahora en el volumen titulado Anatolica.
Studies in Strabo, editados por A. Birley (Oxford, 1995). Syme prefería la documentación
literaria a la arqueológica, pero todos tenemos derecho a nuestras preferencias, como
dice Wallace-Hadrill6.
Porque la pregunta es esta: ¿necesitaba Syme todo el trasfondo topográfico de la
ciudad de Roma, sus templos y monumentos dedicados y ofrecidos a Augusto, sus nu-
merosas estatuas en las más diversas actitudes, de las filigranas de la decoración del Ara
Pacis y de las cerámicas y vajillas de plata, para reconstruir la historia política y social
de un período crucial del ascenso de un personaje a la cumbre del poder, asumiendo y
aceptando poderes constitucionales extraordinarios y únicos?

6. Wallace-Hadrill, “The Roman Revolution…” op. cit., 316.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 187-198 191


Monográfico R. Syme y la arqueología

Obviamente P. Zanker piensa que sí. Zanker echa de menos en la Roman Revolution
el uso de la arqueología.
Hasta qué punto la arqueología hubiera contribuido a completar el estudio y la
problemática de la Roman Revolution, lo demuestra el libro del propio Zanker 7 que,
utilizando monedas, relieves, estatuas, cerámicas, pinturas, arcos, columnas, monumen-
tos diversos, sigue paso a paso la política de Octaviano y de Augusto después, tanto en
Roma como en las provincias. P. Zanker señala que «es significativo, por ejemplo, que el
famoso libro de R. Syme La Revolución Romana fuera publicado en Inglaterra en 1939.
Lamentablemente, dice, el arte y la arquitectura no juegan ningún papel en el fascinante
capítulo «El encauzamiento de la opinión pública» 8.
Esto no es exactamente así, porque Syme es consciente de ello aunque, naturalmen-
te, no lo desarrolla de la misma manera. En ese capítulo9 Syme hace referencia explícita
a los monumentos, aunque no de forma tan exhaustiva como Zanker. A propósito de los
retratos del Emperador, por ejemplo, dice: «La figura y el semblante del propio princeps
estaban reproducidas en Roma y en todos los lugares del mundo [se conservan unos 250
retratos de Augusto)]. El ciudadano leal podía contemplar a Augusto bajo la forma del
joven líder revolucionario, de expresión resuelta y casi fiera; o en el sacerdote de cabeza
velada, envejecido, austero y distante. La más reveladora es la estatua con coraza de Pri-
ma Porta, que muestra al princeps en su madurez, firme y marcial, pero melancólico y
entregado al deber... Los motivos augusteos de la guerra y de la paz fueron objeto de con-
memoraciones públicas y monumentales». Syme era, por tanto, consciente y sensible a
estos aspectos, pero su obra estaba basada en los textos (de cualquier naturaleza), textos
que, por otro lado, acompañan y explican «el programa augústeo» que propone y desa-
rrolla Zanker. Un libro como el de Zanker no hubiera sido posible sin Virgilio, Horacio,
Suetonio, y sobre todo, sin... la Roman Revolution de Syme que desveló la perspectiva que
siguió Zanker. Resulta así que ambos son complementarios.
No cabe duda de que los programas urbanísticos de Augusto y su interés por re-
construir templos y santuarios (como dice él mismo en las Res Gestae, más de ochenta
y dos templos en Roma) forman parte de su política general de mostrar su pietas, de
reparar los desastres y abandonos del periodo precedente y de asociarse de una forma
u otra a las divinidades que él quería favorecer y con las que quería mostrar que estaba
asociado: Apolo en el Palatino, con el templo construido al lado mismo de su casa, Mars
Ultor en su Foro y Rómulo a través de la reconstrucción del templo de Iupiter Feretrio en
el Capitolio. Octaviano-Augusto tuvo un gran interés, como es sabido, por exaltar con
gran relevancia a su padre adoptivo Julio César y en general a la gens Iulia. Es significati-

7. P. Zanker, Augusto y el poder de las imágenes (trad. castellana), Alianza Forma, Madrid, 1992,
8. Zanker, Augusto y el poder… op. cit., 14, n. 8.
9. R. Syme, La revolucion romana (edición castellana). Barcelona, 2010, 575.

192 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 187-198


Javier Arce Monográfico

vo cómo los dos espacios más importantes y frecuentados de la ciudad acabaron siendo,
a través de los monumentos, espacios asociados a su persona y a sus triunfos. En primer
lugar, el Forum Romanum: toda la plaza acaba siendo transformada en un espacio au-
gústeo: Templum Divi Julii, arcos actiaco y pártico, pórtico de Lucio y Gaio, Curia Iulia,
rostra Augusti, basilica Iulia, y más al norte, Forum Caesaris y Forum augustum. El otro
espacio, extrapomerial, el Campus Martius, igualmente resultado de la munificentia de
Agripa y del propio Augusto: Ara Pacis, obelisco-meridiana, Panteón, Saepta Iulia, ther-
mae Agrippae, lacus Agrippae, Mausoleo, este último clara señal contra las intenciones
declaradas de Antonio de ser enterrado en Alejandría junto a Cleopatra. Toda la ciudad
está en sus manos y está asociada a él; y en la colina del Palatino, su casa acaba siendo
un espacio asociado a los dioses y a los orígenes de Roma: templo de Apolo, Lupercal,
templo de Vesta, altar de Marte, fulgur conditum, todo ello al lado de casa Romuli10.
No cabe duda de que la arqueología, los monumentos, complementan y acompa-
ñan a la figura de Augusto que Syme habia trazado en su Roman Revolution.
A este propósito hay un texto que merece un breve comentario. La famosa frase
de que «Augusto recibió una ciudad de ladrillo y dejó una de mármol» (marmoreum
reliquere quam latericiam accepisset: Suet. DAug. 28.3). Esta frase está transmitida por
Suetonio y por Dión Casio, pero de manera distinta. Dión Casio añade una explicación
que no se encuentra en Suetonio, explicación que, en general, es ignorada por arqueó-
logos e historiadores. Según Dion Casio la frase no hay que tomarla al pie de la letra
sino en su sentido figurado: «He recibido una Roma de tierra -dice Dión Casio- y os la
dejo de mármol. Con esto, -continua Dión-, no aludía en ningún caso a la perfección de
sus construcciones, sino a la potencia de su imperio» (Dión Casio, 56.30, 3-4). Augusto
transformó el legado de las guerras civiles, desastroso y débil en todos los aspectos, en
un régimen político serio, sólido y estable (de mármol)11.
Aunque tomemos la frase de Dión Casio como correcta, como a mí me parece que
hay que hacer, no se puede negar que con Augusto la ciudad de Roma sufre una transfor-
mación evidente que constituye el trasfondo de su carrera y de su política. Que esta polí-
tica fuera decidida directamente por Augusto es ya otro problema, porque sabemos que
detrás de muchos monumentos y su construcción o reconstrucción, hubo consejeros,
amigos, colaboradores que dirigieron la opinión de Augusto para que diera autorización
o aceptase sus propuestas.
Tanto F. Millar como T. Hölscher12 han resaltado que «con los edificios, así como
con la literatura, mucho de lo que tenemos tendencia a etiquetar como “augusteo”, fue de
hecho completado antes de que el imperator Cesar fuera Caesar Augustus, es decir antes

10. A. Carandini, La casa di Augusto, Roma-Bari, 2008.


11. Discusion en P. Gros, Aurea Templa. Rome, 1976, 50.
12. En La révolution romaine après Ronald Syme…, op. cit., n. 1.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 187-198 193


Monográfico R. Syme y la arqueología

del año 27 a.C. y la famosa sesión del Senado»13. Esta constatación permitiría una larga
reflexión que no tenemos tiempo de abordar aquí.
Recientes descubrimientos arqueológicos, sobre todo en la parte oriental del Impe-
rio, permiten corroborar y enfatizar cuál fue la imagen de Augusto destinada a estas pro-
vincias, aspecto, por otro lado, un poco olvidado por Syme y que, para el caso, completó
su discípulo G. Bowersock en su libro Augustus and the Greek World (Oxford, 1965). Es
evidente que Syme no pudo conocer estos descubrimientos, pero sirven, una vez más,
para comprender la importancia de la arqueología para la historia del periodo estudiado
en la Roman Revolution.
El primero de ellos es el monumento de Nicópolis, en el golfo de Ambracia, en la
actual Preveza, en Grecia, que fue construido en el lugar donde se alzaba la tienda de
Octaviano durante la batalla de Actium (fig. 2 y 3). Monumento no publicado completa-
mente, pero que consistía en un aterrazamiento con una base donde estaban insertados
los espolones (rostra) de las naves de la flota de Antonio y Cleopatra, un edificio en
forma de U con pórticos y un altar en el centro. Todo ello decorado con una serie de re-
lieves (se han encontrado mas de 20.000 fragmentos) que podemos considerar que son el
precedente claro del Ara Pacis de Roma, aunque realizados el año 30 o 29 a.C. y añádase
a ello la enorme inscripción que hace alusión a la victoria14.
El otro monumento, aunque unos años posterior a Augusto, porque se puede fe-
char en época de Nerón, son los relieves del Sebasteion de Afrodisias en Caria. Más de 80
relieves en los que están representados diferentes miembros de la familia Julio Claudia,
entre ellos evidentemente el propio Augusto, divinizado, dominador del oikoumene, ade-
más de la representación de todas las pueblos conquistados por el Emperador y que se
corresponden casi exactamente a los mencionados en las Res Gestae15. (fig. 4).
Otro monumento, aunque ya conocido desde hace mucho tiempo, pero poco valo-
rado y estudiado, es la pequeña tholos o monóptero de la Acrópolis de Atenas erigido a
20 metros de la entrada principal del Partenón. La inscripción griega del dintel, conser-
vada perfectamente, demuestra que era un edificio dedicado al culto de Roma y Augusto
ofrecido por el demos ateniense quizás en el año 19 a.C. El monumento, asociado volun-
tariamente al Partenón, probablemente conmemoraba o celebraba la victoria diplomá-
tica conseguida por Augusto al recuperar los estandartes de las legiones perdidos por

13. F. Millar, en La révolution romaine après Ronald Syme… op.cit., 9, n. 1.


14. K. L. Zachos, “The tropaeum of the sea-battle of Actium at Nikopolis: an interim report”, Journal of
Roman Archaeology, 16, 2003, 65-92.
15. R.R. R. Smith, “Simulacra gentium:The ethne from the Sebasteion at Aphrodisias”, Journal of Roman
Studies, 78, 1988, 50-77; id., “The Imperial Reliefs from the Sebasteion at Aphrodisias”, Journal of Roman
Studies, 77, 1987, 88-138.

194 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 187-198


Javier Arce Monográfico

Fig. 2. Nicópolis, Actium (Grecia). Los rostra que decoran uno de los muros del
santuario (foto del autor).

Crasso en la batalla de Carrae. Augusto se asociaba así a la gran victoria de los griegos
sobre los persas representada por el Partenón.16 (fig. 5 y 6).
Probablemente se puede hacer historia antigua sin la arqueología, pero en ese caso
siempre quedará incompleta.

16. T. Stefanidou-Tiveriou, “Tradition and Romanization in the Monumental Landscape of Athens”, en.
S. Vlizos (Ed.), Athens during the Roman Period: Recent discoveries, New evidence, Atenas, 2008, 11-40 y O.
Dally, “Athen in der frühen Kaiserzeit- ein Werk des Kaisers Augustus?”, Athens during the Roman… op. cit.,
43-53.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 187-198 195


Monográfico R. Syme y la arqueología

Fig. 3. Gaius et Lucius. Relieve del Sebasteion de Aphrodisias (foto del autor).

196 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 187-198


Javier Arce Monográfico

Fig. 4. Rómulo y Remo (relieve de Nicópolis). Tomado de K. Zachos, JRA, 16, 2003.

Fig. 5. La tholos de la Acrópolis de Atenas y el Partenón (foto del autor).

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 187-198 197


Monográfico R. Syme y la arqueología

Fig. 6. La tholos con


la inscripción (foto
del autor).

198 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 187-198


Augustus And “The Augustan” In Spanish
Archaeology: A Historiographical Revision
During The 19th And 20th Centuries
Augusto y «lo Augusteo» en la Arqueología
española. Una revisión historiográfica
durante los siglos XIX y XX
José Beltrán Fortes
Universidad de Sevilla
[email protected]

Fecha recepción 09.01.2017 / Fecha aceptación 09.03.2017

Resumen Abstract
El análisis de las actividades y publicaciones de con- An analysis of Spanish archaeological and anti-
tenido anticuario/ arqueológico durante los siglos quary activities and publications during the 19th
XIX y XX realizadas en España lleva a la conclusión and 20th centuries leads to the conclusion that no
de que no hay un tratamiento especial de la figura special treatment was given to the public figure
de Augusto en el marco de la arqueología española. of Augustus by Spanish archaeology. Despite the
Ello a pesar de que la Hispania romana se estructu- fact that the Roman Hispania was organized in
ró en el período augusteo para un largo período de the Augustan period and lasted many centuries,
siglos, pero la historiografía española destaca otros Spanish historiography emphasises other pe­riods
períodos o personajes, como los de César o Trajano, and public personalities, such as Caesar and Tra-
por ejemplo. Más bien hay que hablar de «lo augus- jan. Instead discussion was of the Augustan pe-
teo», y esperar a momentos relativamente avanza- riod, and not until the last quarter of the 20th cen-
dos de la arqueología española, en concreto desde el tury was there greater interest for the period of
último cuarto del siglo XX, para advertir un mayor the Principate, in relation with the development
interés por el período del principado, en el marco of classical archaeology in Spain and under the
del desarrollo de la arqueología clásica en España y influence of outside processes.
bajo la influencia de procesos foráneos.

Palabras clave Key words


Augusto. Arqueología augustea. Hispania. Histo- Augustus. Augustan Archaeology. Hispania. Ar-
riografía arqueológica. chaeological Historiography.

Revista de historiografía 26, 2017, pp. 199-220. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3971
José Beltrán Fortes Monográfico

Introducción
Tal como la entendemos en la actualidad la arqueología como ciencia sólo se desarrolló
durante el siglo XIX, sobre todo en su segunda mitad, con dos pilares básicos: su estrecha
vinculación a la estructura universitaria, con la dotación de cátedras que sustentaron
su desarrollo como disciplina, y –en relación dialéctica con el primero- el avance de la
metodología de las intervenciones arqueológicas, especialmente mediante la excavación
de carácter estratigráfico1. Los resultados de ambos factores determinaron un proceso de
éxito académico y social, que hizo de la arqueología una disciplina dinámica, aceptada
a todos los niveles (académicos y no académicos, por el atractivo que despertaba) y que
extendía su objeto de estudio en ámbitos históricos muy diversos en tiempo y en espa-
cio2. Es de destacar el interés que suscitó especialmente el área del Próximo Oriente y el
Mediterráneo oriental, sobre todo durante el último cuarto del siglo XIX y los primeros
decenios del siglo XX, hasta la I Guerra Mundial, como escenario de importantes misio-

1. Contamos ahora con una completa síntesis de la historiografía arqueológica del siglo XIX a nivel
general: M. Díaz–Andreu, A World History of Nineteenth Century Archaeology. Nationalism, Colonialism
and the Past. Oxford Studies in the History of Archaeology, Oxford, 2007. A nivel general, como precedentes
desde la antigüedad hasta los inicios de la edad Contemporánea o hasta la actualidad: A. Schnapp, La
conquête du passé: Aux origines de l’Archéologie, Paris, 1993; B. M. Fagan, Brief History of Archaeology:
Classical Times to the Twenty-First Century, Upper Saddle River, New Jersey, 2004; A. Schnapp, ed., World
Antiquarianism: Comparative Perspectives, Los Angeles, California, 2013. Por el contrario, centrada en el
panorama italiano de la arqueología clásica, B. Palma Venetucci, Dallo scavo al collezionismo. Un viaggio
nel passato dal Medievo all’Ottocento, Roma, 2007. Para Francia, E. Gran–Aymerich, El nacimiento de la
Arqueología moderna, 1798–1945, Zaragoza, 2001 (trad. española).
2. Son clásicas las obras de G. Daniel, Historia de la arqueología: de los anticuarios a V. Gordon Childe,
Barcelona, 1974 (trad. española), así como de B. Trigger, Historia del pensamiento arqueológico, Barcelona,
1992 (trad. española). Síntesis más recientes del desarrollo de la arqueología a nivel general, aunque algunas
centradas especialmente en la Prehistoria: T. Murray, Encyclopedia of Archaeology: The Great Archaeologists
y History and Discoveries, Santa Barbara, California, 1999 y 2002; O. Moro Abadía, Arqueología prehistórica
e historia de la ciencia, Bellaterra, 2007; T. Murray, From Antiquarian to Archaeologist: The History and
Philosophy of Archaeology, London, 2014; P. H. Bahn, ed., The History of Archaeology. An Introduction,
London-New York, 2014. En el panorama español debe referirse, además: J. García Sánchez, Breve historia
de la Arqueología, Madrid, 2014.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220 201


Monográfico Augusto y «lo Augusteo» en la Arqueología española

nes oficiales de las principales potencias europeas que marcaban asimismo en este ámbi-
to cultural las esferas de influencia política que se materializaba en los propios procesos
colonizadores. Es por ello que en ese período diferenció Bruce Trigger la «arqueología
nacionalista», la «arqueología colonialista» o la «arqueología imperialista»3. Como es
bien sabido, en España el proceso de la conformación de la arqueología como ciencia es
más tardío, si consideramos que quedó ausente de la expansión de la arqueología deci-
monónica y sólo a partir de 1900 se incorpora la arqueología a la universidad española
(y en principio sólo en la Universidad Central, en Madrid), con carencias estructurales
evidentes4. En efecto, fuera ya del círculo de potencias europeas desde el siglo XIX, Es-
paña no proyecta una arqueología de carácter imperialista o colonialista5.

Augusto y «lo augusteo» en la anticuaria / arqueología española del siglo xix


El princeps Augusto no fue una figura histórica que contara con una especial valoración o
incluso atención en las historias generales de España en el período previo al que nosotros
analizamos, que podríamos denominar prearqueológico o mejor del anticuariado, durante

3. Trigger, op. cit., passim.


4. A nivel general remito a las actas publicadas de los cuatro Congresos internacionales sobre historia de
la arqueología celebrados: J. Arce y R. Olmos, eds., Historiografía de la Arqueología y la Historia Antigua en
España (siglos XVIII–XX) (Madrid, 1988), Madrid, 1991; G. Mora y M. Díaz–Andreu, eds., La cristalización
del pasado: génesis y desarrollo del marco institucional de la arqueología en España (Madrid, 1995), Málaga,
1997; V. Cabrera y M. Ayarzagüena, eds., El nacimiento de la Prehistoria y de la Arqueología Científica,
Archaia. Revista de la Sociedad Española de Historia de la Arqueología, 3-5, 2003-2005 (monográfico); y
M. Ayarzagüena, G. Mota y J. Salas, eds., 150 Años de Historia de la Arqueología: Teoría y método de una
disciplina, Madrid, 2017. Precisamente hemos publicado en este último: J. Beltrán Fortes, “La arqueología
española en el marco nacional, regional y local. Historiografía de los siglos XIX y XX”, en M. Ayarzagüena,
G. Mota y J. Salas, eds., 150 Años de Historia de la Arqueología: Teoría y método de una disciplina, Madrid,
2017, 59-84. Asimismo es muy útil: M. Díaz-Andreu, G. Mora y J Cortadella, eds., Diccionario histórico de
la Arqueología en España, Madrid, 2009.
5. España sólo participó con una actividad menor, en el marco de la expedición por el Mediterráneo, en
1871, de la fragata Arapiles (J. Salas Álvarez, “Las misiones científicas y el acrecentamiento de los fondos
del Museo Arqueológico Nacional: la estancia de la fragata Arapiles en Italia”, en J. Beltrán, B. Cacciotti y B.
Palma Venetucci, eds., Arqueología, coleccionismo y antigüedad. España e Italia en el siglo XIX, Sevilla, 2006,
603-623; M. Ramírez Sánchez, “Expedición Científica a Oriente en la fragata Arapiles”, en M. Díaz-Andreu,
G. Mora y J Cortadella, eds., Diccionario histórico de la Arqueología en España, Madrid, 2009, 261-262; J.
Pascual González, “Cinco días en Atenas: la estancia de los expedicionarios de la fragata blindada Arapiles
en Grecia en julio de 1871”, Erytheia. Revista de estudios bizantinos y neogriegos, 29, 2008, 135-168). La
única arqueología oficial de carácter colonialista que desarrollará España será posterior y restringida al
marco del Protectorado en el norte de Marruecos; cfr., como obras generales, J. Beltrán Fortes y M. Habibi,
eds., Historia de la Arqueología en el Norte de Marruecos durante el período del Protectorado y sus referentes
en España, Sevilla, 2008; D. Bernal et alii, eds., En la orilla africana del Círculo del Estrecho. Historiografía y
proyectos actuales, Cádiz–Tetuán, 2008.

202 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220


José Beltrán Fortes Monográfico

los siglos de la edad Moderna, del XVI al XVIII6. Y ello –aunque sea poner el carro antes de
los bueyes- asimismo se constatará en la historia de la arqueología española del siglo XIX.
En principio podría ser considerado algo paradójico, pues desde nuestra perspectiva actual
consideramos el período del principado augusteo como fundamental para la conformación
y estructuración de las Hispaniae, así como para los cambios que se testimonian por la do-
cumentación arqueológica7, y podríamos pensar que su figura hubiera despertado un mayor
interés entre los anticuarios del siglo XIX. La «arqueología» española decimonónica (en el
fondo una continuidad de la anticuaria) se caracteriza por dos enfoques predominantes y en
muchos casos complementarios: en primer lugar, lo que podríamos denominar el paradig-
ma del historicismo cultural, con base en la corriente del positivismo; y en segundo lugar, el
enfoque histórico-artístico llamado genéricamente y de manera reduccionista de tradición
winckelmaniana. Y bajo esa doble óptica, pero especialmente desde la primera, podría pen-
sarse que se hubiera valorado más en España la figura de Augusto en su relación con Hispa-
nia, como antecedente de la «nación española» que se reformula en el siglo XIX, en el marco
del advenimiento de la edad Contemporánea y las importantes corrientes nacionalistas. En
ese sentido podría parecer determinante que la renombrada Pax Augusta y la nueva Edad
Dorada, tan determinante en la historia de Roma dentro de la propaganda oficial, se hubiera
pergeñado en cierto modo en relación con los territorios del norte hispano, por el desenlace
de las guerras cántabras, que marca su inicio. No obstante, la bibliografía española no se in-
teresa de manera determinante por ese filón augusteo, sino al contrario; incluido aquél en el
tema recurrente de la resistencia «numantina» española ante el invasor, destacaría en cierto
modo el componente antirromano, como respuesta a invasores que asaltaban a los «verdade-
ros españoles»8. Así, a propósito de la Historia General de España desde los tiempos primitivos
a nuestros días (Madrid, 1850-1867), de Modesto Lafuente, destaca Fernando Wulff: «Los
aspectos positivos de la valoración de Roma se ciñen, como es tradicional, a la época que
inaugura Augusto, cuando éste acaba con la corrupción republicana y la pax romana se en-
tiende que vence sobre la guerra romana», por lo que realmente no se valora tanto la figura
concreta de Augusto, cuanto las consecuencias positivas en el marco de la paz instaurada
bajo su reinado, que eran consecuencias políticas (administración romana), pero sobre todo
económicas y culturales, según se reconocían también en lo arqueológico.
En todo ese período –y aún en buena parte del siglo XX- parece constatarse el hecho
de que la figura de Augusto se ve en cierto modo «atrapada» en la historiografía española
entre las de César (por el protagonismo de éste en la historia antigua de Hispania y por ser
autor del Bellum Hispaniense) y, sobre todo, de Trajano (emperador «español» para buena

6. Vid. el trabajo de Gloria Mora en este mismo volumen.


7. Cfr., por ejemplo, J. Andreu Pintado, J. Cabrero Piquero e I. Rodá de Llanza, eds., Hispaniae. Las
provincias hispanas en el mundo romano, Tarragona, 2009.
8. Así se destaca, a nivel general, en el completo estudio que a la relación entre nacionalismo e historia
antigua dedicó F. Wulff, Las esencias patrias. Historiografía e Historia Antigua en la construcción de la
identidad española (siglos XVI-XX), Barcelona, 2003. Véase igualmente el artículo de Mirella Romero en
este volumen.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220 203


Monográfico Augusto y «lo Augusteo» en la Arqueología española

parte de la historiografía nacional). En el primer caso, César, el padre adoptivo de Augus-


to, es considerado por la historiografía determinante para la historia antigua de España9;
incluso se le vincula –en una tradición asentada en las fuentes medievales- con el origen de
diversas ciudades, y en concreto con la de Sevilla, junto al fundador mítico, Hércules10. En
este caso hispalense la tradicional referencia a César como fundador no iba descaminada,
ya que sabemos que la colonia Romula sería deducida por César, o más bien en función
de su mandato, ya que de manera efectiva lo llevaría a cabo el gobernador de la Hispania
Vlterior de aquellos años (entre el 45 a.C. y el 42 a.C.), Gayo Asinio Polión, aunque habría
un asentamiento posterior de colonos en época de Augusto11. En un plano arqueológico
–o más bien que tiene que ver con el patrimonio arqueológico- es significativo que, en los
comienzos del siglo XX, en la declaración como Monumento Nacional de las murallas de
Sevilla, mediante Real Orden de 20 de enero de 1908, lo que impidió su destrucción com-
pleta, conservándose sólo el tramo norte12, se justificaba esa protección en el hecho de que
eran los restos de las murallas construidas por César, desconociendo que se trataba real-
mente de la cerca medieval, de tapial, con su barbacana, construidas en concreto en época
almorávide/ almohade13, pero el recurso a la autoría de César es evidencia del prestigio
histórico de su figura en la España de inicios del siglo XX.
Siglos antes, en la centuria ilustrada, el viajero académico Antonio Ponz, en su famoso
Viage de España, por ejemplo, afirmaba en la carta cuarta del tomo XVII, editado en 1792,
que Écija: «…en tiempo de los romanos tuvo el [nombre] de Colonia Julia Firma… Tengo

9. Un excelente análisis a todos los niveles sobre su figura en relación con Hispania y, especialmente, con
Corduba, se ofrece en J. F. Rodríguez–Neila, E. Melchor y J. Mellado, eds., Julio César y Córdoba: tiempo y
espacio en la campaña de Munda (49–45 a.C.), Córdoba, 2005.
10. A nivel general referimos la cuestión en: J. Beltrán Fortes, “La tradición historiográfica andaluza sobre
la Antigüedad”, en M. Bendala, ed., Historia de Andalucía. I. La Antigüedad: del poblamiento a la madurez de
los tiempos antiguos, Madrid, 2006, 220–229. En relación con Sevilla, cfr., J. Beltrán Fortes, “Historiografía
de la arqueología de Hispalis”, en J. Beltrán y O. Rodríguez, coords., Sevilla arqueológica. La ciudad en época
protohistórica, antigua y andalusí, Sevilla, 2014, 116-139.
11. Cfr., S. Ordóñez Agulla, “Marco histórico de la ciudad de Hispalis”, en J. Beltrán y O. Rodríguez,
coords., Sevilla arqueológica. La ciudad en época protohistórica, antigua y andalusí, Sevilla 2014, 90-115.
El más reciente acercamiento histórico en A. Caballos Rufino, Augustus pater Hispalensium. Los orígenes
institucionales de la Sevilla romana entre la República y el Imperio. Texto de recepción en la Real Academia
Sevillana de Buenas Letras y discurso de contestación del Prof. Dr. Manuel González Jiménez, Sevilla, 2016,
donde destaca precisamente la figura de Augusto frente a la, considerada tradicionalmente, más importante
de César.
12. M. L. Cano Navas, M. L. Loza Azuaga y M. A. Pazos Bernal, “Patrimonio y ciudad en el siglo XIX:
el desarrollo urbano y las murallas de Sevilla”, en G. Mora y M. Díaz–Andreu, eds., La cristalización del
pasado: génesis y desarrollo del marco institucional de la arqueología en España, Málaga, 1997, 331-339.
13. Cfr., E. Domínguez Berenjeno, “Ishbilia entre dos mundos: Arqueología de la Sevilla andalusí”, en J.
Beltrán y O. Rodríguez, coords., Sevilla arqueológica. La ciudad en época protohistórica, antigua y andalusí,
Sevilla, 2014, 212-269.

204 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220


José Beltrán Fortes Monográfico

por cierto que Julio César, después que acabó con el partido de los pompeyanos en la famosa
batalla de Munda, dio a Écija el nombre de Augusta Firma»14.
Por el contrario, podemos observar que en esa misma centuria otro viajero ilustrado
por Andalucía, pero inglés, sí se refería a Augusto en una datación arqueológica, si bien
-por otra parte- completamente errónea. Se trata del inglés Francis Carter, que estuvo un
largo tiempo viviendo en Málaga y llevó a cabo en 1772 un viaje de Gibraltar a Málaga, cuyo
fruto fue la publicación a su vuelta a Inglaterra del libro A Journey from Gibraltar to Malaga
(London, 1777)15. Recoge F. Carter un falso epigráfico que hizo proceder de la malagueña
localidad de Teba, y que se trataría de un sarcófago romano con un jeroglífico grabado sobre
el frente de su caja (que dibujó) (fig. 1). El motivo fácilmente nos remite a uno de los graba-
dos de la famosa Hypnerotomachia Poliphili, obra editada a fines del siglo XV en la imprenta
de Aldo Manuzio, que Carter desconocía, así como su transmisión en parte del anticuariado
español hasta llegar a sus manos16, aunque ello no nos interesa ahora, sino su afirmación de
que «the elegance of this epitaph bespeaks the Augustan age»17. Es decir, el autor inglés re-
currió de manera expresa al período augusteo como sinónimo de «elegancia» en la historia
de Roma, mientras que Antonio Ponz (o los anticuarios sevillanos en relación a Hispalis)
recurrían a la figura de César, en una tradición diversa en ambos países, que valoraban más
a una que a otra figuras de la historia de Roma.
El predominio que la figura de Trajano ha tenido para el caso español es asimismo
evidente, en detrimento de la valoración de Augusto, no sólo por su nacimiento en Itálica
y, por ende, su consideración como un «emperador español» en Roma (también lo han sido
en la historiografía española otros como Galba, Adriano o Teodosio y no han tenido similar
consideración), sino asimismo por su vocación y éxitos militares y sus conquistas (como un
nuevo Alejandro), junto a un carácter de austero y provincial, lo que encajaría en los «valores
prístinos del español», según el modelo historiográfico tradicional18 y justificaría en el fondo
su consideración como optimus princeps.

14. Seguimos la edición: Antonio Ponz, Viaje de España, 4. Tomos XIV-XVIII, Madrid, 1988, 565-566.
Además, se refiere en el texto a la batalla de Munda, de hondas raíces en la historiografía española, sobre
todo en cuanto a su localización; cfr., J. L. Gómez–Pantoja, “Buscando Munda desesperadamente”, en J. F.
Rodríguez–Neila, E. Melchor y J. Mellado, eds., Julio César y Córdoba: tiempo y espacio en la campaña de
Munda (49–45 a.C.), Córdoba, 2005, 89–137.
15. Hay traducción española, realizada por F. Olmedo, en: F. Carter, Un viaje de Gibraltar a Málaga,
Málaga, 1985.
16. Lo estudié en J. Beltrán Fortes, “Una inscripción falsa de la Hypnerotomachia Poliphili atribuida
erróneamente a Teba (Málaga)”, Faventia, 9-2, 1987, 119-133. La transmisión se llevó a cabo a partir
de un manuscrito de Juan Fernández Franco (s. XVI), cuya copia se la proporcionó al erudito inglés
un anticuario español que desconocemos, pero que quizás fuera el eclesiástico granadino Cristóbal de
Medina Conde, que por entonces estaba en Málaga, como castigo por su intervención en las falsificaciones
granadinas del Albaicín.
17. F. Carter, A Journey from Gibraltar to Malaga, London, 1777, III, 165 (en la version española, 223).
18. La conmemoración del «emperador español» como resultado de esa tradición historiográfica puede
observarse en A. García y Bellido, E. Lafuente Ferrari, F. Castejón y Martínez de Arizala, Décimo noveno

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220 205


Monográfico Augusto y «lo Augusteo» en la Arqueología española

Fig. 1.- Dibujo de un falso sarcófago augusteo de Teba (Málaga), copiado de la


Hypnerotomachia Poliphili, según Carter, 1772.

Según indica Mirella Romero, durante el siglo XIX, en «…el ámbito de la investigación
en Arqueología, Epigrafía y Numismática [se] trató de reconstruir el pasado romano de His-
pania dejando casi siempre de lado el carácter invasor de sus protagonistas para centrar la
atención en su legado»19, lo que enlazaba con ciertas posturas historiográficas ya de finales del
siglo XIX sobre la historia antigua de Hispania. Por otro lado, del repaso de las obras genera-
les de arqueología editadas en España en el siglo XIX –o al menos que llevan ese nombre en
su título- en ninguna se destaca especialmente la figura de Augusto ni, sobre todo, el período

centenario del nacimiento del emperador Trajano. Discursos leidos en la junta solemne conmemorativa del
31 de octubre de 1953, Madrid, 1954. Aún como colofón de la misma tradición, que recurre incluso a
identificar como hispanos (italicenses) a otros miembros de la Domus Augusta trajanea, vid. A. M. Canto,
Las raíces béticas de Trajano. Los Traii de la Itálica turdetana y otras novedades sobre su familia, Sevilla,
2003. Cfr., J. Beltrán Fortes, “El esplendor de un imperio: la época de Trajano”, en Hispania. El legado de
Roma. En el año de Trajano, Zaragoza, 1998, 225-238; J. González, ed., Trajano. Emperador de Roma, Roma,
1998 (especialmente, los capítulos de J. Gil, “Trajano en la Edad Media”, ibid., 155-178, y de J. M. Maestre,
“Trajano y los humanistas”, ibid., 313-362).
19. M. Romero Recio, “La imagen de Hispania en la historiografía de los siglos XVIII y XIX”, en J. Andreu
Pintado, J. Cabrero Piquero e I. Rodá de Llanza, eds., Hispaniae. Las provincias hispanas en el mundo
romano, Tarragona, 2009, 159-172, esp. 168.

206 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220


José Beltrán Fortes Monográfico

augusteo, sin tener la consideración de excepcional o protagonista en el proceso de roma-


nización de Hispania. La primera obra que podemos considerar corresponde al Compendio
Elemental de Arqueologia (3 vols., Madrid, 1844-1845), de Basilio Sebastián Castellanos, de
la que editó además de manera separada el último de los volúmenes con el título Compendio
elemental de Arqueologia artística y monumental (Madrid, 1845). No es necesario glosar la
figura de B. S. Castellanos (1807-1891), pero sí destacar su personalidad e iniciativas de mo-
dernización de la arqueología decimonónica española desde un ámbito academicista, con la
creación en el año 1844 de la Academia de Arqueología, que desde 1863 será transformada
en la Academia Real de Arqueología y Geografía del Príncipe Alfonso, por su vinculación a
este príncipe Borbón20. Ello acarreará la supresión de esta institución en 1868, por decreto
del nuevo gobierno revolucionario constituido en ese año tras la expulsión de Isabel II, pero
hay que recordar que ya en 1850 el gobierno no accedió a la solicitud de esta Academia de
sustituir a la Real Academia de la Historia en la labor oficial de tutela del patrimonio ar-
queológico español (inserto entonces en el patrimonio histórico-artístico). Sabemos que B. S.
Castellanos había asistido en la Roma postnapoleónica a las clases de arqueología de Antonio
Nibby (1792-1839), en el Archiginnasio Romano21, y fue ese modelo el que quiso instaurar
en España22. Así, impartió a su vez clases de arqueología en Madrid, tanto en el Colegio
Universal de Humanidades de Sebastián Fábregas, como en el Liceo, o en el Instituto Espa-
ñol, o en el colegio de Francisco Serra y en el Ateneo. A pesar de las limitaciones que sufrió
la Academia de Arqueología a lo largo de su historia, sí tuvo una importante repercusión a
nivel provincial, con la constitución de diputaciones arqueológicas provinciales (en realidad
delegaciones provinciales de la Academia)23, donde se amparó parte de la burguesía española

20. J. Sánchez Biedma, Noticia biográfica–bibliográfica del Ilmo. Sr. D. Basilio Sebastián Castellanos de
Losada Serrano y Castro, Madrid, 1868; A. Balil Illana, “Sebastián Basilio de Castellanos. Un arqueólogo
español en la encrucijada de dos mundos”, en J. Arce y R. Olmos, eds., Historiografía de la Arqueología y la
Historia Antigua en España (siglos XVIII–XX), Madrid, 1991, 57–58; J. M. Luzón Nogué, “La Real Academia
de Arqueología y Geografía”, en A. Marcos Pous, ed., Museo Arqueológico Nacional. De Gabinete a Museo,
Madrid, 1993, 271–278; A. C. Lavín Berdonces, “Castellanos de Losada, Basilio Sebastián”, en M. Díaz-
Andreu, G. Mora y J Cortadella, eds., Diccionario histórico de la Arqueología en España, Madrid, 2009, 185-
186; J. Beltrán Fortes, “Basilio Sebastián Castellanos de Losada (1807–1891)”, en J. Beltrán y E. Peñalver,
eds., La antigüedad en el Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla. Exposición Virtual,
Sevilla, 2012, 182–184 (= http://expobus.us.es/mundoantiguo/ambito_166_187.htm#).
21. E. Mattioda, “Lo studio dell’antichità classica: Angelo Mai e Antonio Nibby”, en E. Malato, dir., Storia
della letteratura italiana: Il primo Ottocento, Roma 1998, VII, 365-367; B. Cacciotti, “Antoine Nibby”, en J.
Beltrán y E. Peñalver, eds., La antigüedad en el Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla.
Exposición Virtual, Sevilla, 2012, 148-149 (= http://expobus.us.es/mundoantiguo/ambito_166_167.htm#).
22. M. J. Berlanga Palomo, “La enseñanza de la arqueología en el siglo XIX: de las cátedras de Castellanos
de Losada a la introducción en los estudios universitarios”, Anales de Arqueología Cordobesa, 12, 2001, 13–
33; M. Romero Recio, “La Arqueología en la enseñanza española durante el siglo XIX: Nuevas aportaciones
a la luz de documentos inéditos”, en J. Beltrán, B. Cacciotti y B. Palma, eds., Arqueología, coleccionismo y
antigüedad. España e Italia en el siglo XIX, Sevilla 2006, 581–602.
23. Estudiamos el caso de la delegación sevillana en: J. Beltrán Fortes, “Arqueología e Instituciones en la
Sevilla del siglo XIX. La Diputación Arqueológica”, en G. Mora y M. Díaz–Andreu, eds., La cristalización

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220 207


Monográfico Augusto y «lo Augusteo» en la Arqueología española

deseosa de llevar a cabo investigaciones y excavaciones, a la vez que conformar colecciones24.


En el Compendio Castellanos aún mantiene una clasificación del arte antiguo en las cuatro
fases típicas de la tradición de J. J. Winckelmann, aunque ya no sigue la cronología y consi-
deración winckelmanianas, de la que dice que «…sólo explicaban la arqueología del arte…»,
y establece: estilo antiguo (1000-450 a.C.); estilo del período de Fidias a Praxíteles (450-350
a.C.); estilo bello, incluyendo el helenismo (su período preferido); y, finalmente, estilo de
decadencia o de imitación, en el período de los emperadores romanos25. En su concepto de
arqueología, mezcla entre lo histórico-artístico (monumental) y lo histórico-erudito, la refe-
rencia a Augusto o al período augusteo no destacaría especialmente en las producciones de
ese «estilo de decadencia» de los emperadores romanos. Destaca la singularidad del retrato
romano, de carácter realista, que daría a entender el carácter de los representados:

«El buen gusto griego se conservó durante el reinado de los primeros emperadores, y particu-
larmente en los retratos, se representó á la par de la verdad, de la fisonomía animal, el carácter
que hace conocer á un personaje tal y como lo describe el historiador, y así es que en los bustos
y estátuas de Augusto se vé la arrogancia de su triunvirato, el furor en las de Livia, lo impúdico
en el busto de Julia, en el de Calígula el aire afectado y tiránico que le distinguió, la estupidez en
Claudio, y en los de Nerón la fisonomía digna de los elogios de Séneca en sus primeros años, y
la maldad de un asesino de su propia madre después... El estilo en tiempo de Hadriano fué mas
puro y acabado que en la época de los primeros emperadores, y asi se nota en las cabezas mas
estudio del natural, y menos filosofía… Este estilo que manifiesta haberse perdido ya la subli-
midad adquirida de los Griegos, continuó aún en tiempo de los Antoninos y declinó en el de
Severo. Sin embargo, en la decadencia del arte, todavía se hicieron admirables obras»26.

En este caso Augusto es considerado simplemente como Octaviano, «arrogante triun-


viro», antes de su pacificación de Roma.
De manera paralela el catedrático José Amador de los Ríos27 mantenía un planteamien-
to parecido en su Sevilla Pintoresca o Descripción de sus más célebres monumentos artísticos

del pasado: génesis y desarrollo del marco institucional de la arqueología en España, Málaga, 1997, 321–329.
24. El ejemplo decimonónico sevillano en: J. Beltrán Fortes, “Arqueología sevillana de la segunda mitad
del siglo XIX: una práctica erudita y social”, en M. Belén y J. Beltrán, eds., Arqueología fin de siglo. La
arqueología española en la segunda mitad del siglo XIX. I Reunión Andaluza de Historiografía Arqueológica,
Spal Monografías III, Sevilla, 2002, 11–42.
25. B. S. Castellanos de Losada, Compendio elemental de Arqueologia artística y monumental, Madrid,
1845.
26. Castellanos, op. cit., 74-75.
27. L. J. Balmaseda Muncharaz, “Ríos y Serrano, José Amador de los”, en M. Díaz-Andreu, G. Mora y J
Cortadella, eds., Diccionario histórico de la Arqueología en España, Madrid, 2009, 561-563. También tuvo
sus inclinaciones arqueológicas, pues excavó en Guarrazar (J. A. de los Ríos, El arte latino–bizantino en
España y las coronas visigodas de Guarrazar. Ensayo histórico–crítico, Madrid, 1861) y en Itálica (cfr. J.
Beltrán Fortes, “El libro manuscrito e inacabado de Demetrio de los Ríos sobre Itálica”, en F. Amores y J.
Beltrán, eds., Itálica 1912 – 2012. Centenario de la Declaración como Monumento Nacional, Sevilla 2013,
93–105).

208 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220


José Beltrán Fortes Monográfico

(Sevilla, 1844), con una similar división de cuatro períodos del arte antiguo: arte vigoroso o
duro (hasta Fidias, excluido); arte sublime (desde Fidias a Praxíteles y Lisipo); arte bello (el
más excelso) y, finalmente, arte de imitación, incluyendo el período helenístico y el romano,
minusvalorando el arte romano28. De este último afirmaba, con un claro enfoque determi-
nista: «El carácter de los romanos, mucho más austero que el de los moradores del Ática, los
impulsó por otra parte a las guerras, y la ambicion que nació en sus pechos al hacer prueba
de su valor, los separó del cultivo de las artes, que han menester de los apacibles dones de la
paz, para brillar en toda su pureza»29. Sí es destacable que según J. A. de los Ríos entre los
romanos: «La época mas floreciente de las artes, asi como de las letras, fue entre los romanos
el reinado de Octavio Augusto: alhagadas por la paz general que mantuvo en todo el orbe
este emperador»30, dando pues ahora una preeminencia al período augusteo, pero sólo por
la imitación que entonces se hizo del arte griego, sobre todo, en el campo de la escultura31.
Realmente cuando estos autores intentaban identificar la escultura griega en España o
clasificar las esculturas hispanorromanas, erraban claramente, pues las piezas que considera-
ban como griegas eran copias romanas de carácter clasicista y las clasificaciones de las con-
sideradas romanas no se adecuaban a la realidad, existiendo una profunda disociación entre
teoría y práctica en la arqueología española en cuanto al estudio de la escultura clásica, sobre
todo desde un enfoque estilístico, como ocurre en el caso de la sobresaliente escultura roma-
na de Itálica. El propio J. A. de los Ríos indicaba en la obra anteriormente referida: «Pocos
fragmentos de Itálica encierra el Museo [de Sevilla] y la mayor parte pertenecen á la época
de la decadencia de las artes entre los romanos, por cuya razon ofrecen poco interés y poca
materia de estudio»32. Más claramente lo tenemos expresado en el estudio que llevó a cabo su
hermano menor Demetrio de los Ríos (1827-1892) en una obra que quedó a medio realizar y
cuyo borrador se conserva manuscrito en la Biblioteca Nacional con el título Italica. Historia

28. J. A. de los Ríos, Sevilla Pintoresca o Descripción de sus más célebres monumentos artísticos, Sevilla,
1844.
29. Ríos, Sevilla Pintoresca..., op. cit., 23, que sigue a Pablo de Céspedes.
30. Ríos, Sevilla Pintoresca..., op. cit., 26.
31. Posteriormente, para este autor, sólo debía destacarse el reinado de Constantino el Grande, cuando
se recuperaría el arte romano de su «decadencia», pues sólo entonces el cristianismo pudo frenar la
«corrupción» de los artistas paganos de la Roma imperial.
32. Ríos, Sevilla Pintoresca..., op. cit., 391. No obstante, sí se refiere con valoraciones positivas, sobre todo,
a un togado monumental aparecido en 1839, en las excavaciones de Ivo de la Cortina en el foro de Itálica (J.
Beltrán Fortes y J. M. Rodríguez Hidalgo, “Las excavaciones arqueológicas en Itálica tras la desamortización
del monasterio de San Isidoro del Campo (Santiponce, Sevilla)”, en C. Papí, G. Mora y M. Ayarzagüena, eds.,
Patrimonio Arqueológico en España en el siglo XIX: el impacto de las desamortizaciones, Madrid 2012, 32-
49; J. Beltrán Fortes y J. M. Rodríguez Hidalgo, “Las primeras excavaciones oficiales en Itálica: Los trabajos
de Ivo de la Cortina en el año 1839”, Itálica. Revista de Arqueología Clásica de Andalucía, 2, 29-51), así
como a una cabeza de Minerva (en realidad una Dea Roma), que había sido regalada a la Regente María
Cristina por el jefe político de Sevilla Joaquín de Alba (Ríos, op. cit., 391-392), y que ahora se conserva en la
colección de Helvetia Seguros, en Sevilla, tras diversos avatares (J. Beltrán Fortes, “Dea Roma”, en F. Amores,
J. Beltrán y J. Fernández, eds., El rescate de la Antigüedad clásica en Andalucía, Sevilla 2008, 236-238).

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220 209


Monográfico Augusto y «lo Augusteo» en la Arqueología española

Fig. 2.- Fotografía de comienzos del siglo XX de la


galería de esculturas del antiguo Museo Arqueológi-
co de Sevilla, en el exconvento de la Merced. Mu-
seo Arqueológico de Sevilla. Foto: según Beltrán y
Rodríguez Hidalgo, 2012.

y descripcion artística de esta infortunada ciudad y de


sus ruinas33, con la fecha de 1879. En su clasificación
de las esculturas, que le sirvió para organizar esa parte
del Museo Arqueológico de Sevilla, inaugurado asi-
mismo en el año 1879, correspondiente a la galería de
esculturas34 y que conocemos por algunas fotografías
de fines del XIX y comienzos del XX (fig. 2), parte de
una posición similar a las de los otros autores citados35,
afirmando que «…la historia de la estatuaria romana,
considerada en absoluto y en todo rigor artístico, es
una cadena jamás interrumpida de sucesivas decaden-
cias; semejante aseveracion refléjase en Italica mas que
en otra parte alguna»36.
Por otro lado, enfrentado al importante y di-
verso conjunto de estatuaria romana italicense, De-
metrio de los Ríos no establece una línea continua
de decadencia, sino que resalta dos momentos de recuperación estilística: uno de ellos es

33. D. de los Ríos, Italica. Historia y descripcion artística de esta infortunada ciudad y de sus ruinas, 1879
(BN, Ms 22283). Cfr., Beltrán, “El libro manuscrito..., op. cit.
34. J. Beltrán Fortes y J. R. López Rodríguez, “Historia de las colecciones del Museo Arqueológico de
Sevilla”, Horti Hesperidum. Studi di storia del collezionismo e della storiografia artistica, 1, 2012, 95-126.
35. Hemos llevado a cabo su estudio en J. Beltrán Fortes, “La escultura romana en el primer Museo
Arqueológico de Sevilla de 1879. Valoraciones de Demetrio de los Ríos (1827–1892)”, en M. Clavería, ed.,
Antiguo o moderno. Encuadre de la escultura de estilo clásico en su período correspondiente, Barcelona 2013,
215–237.
36. Ríos, Italica. Historia..., op. cit., 6.

210 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220


José Beltrán Fortes Monográfico

Fig. 3.- Dibujo de Demetrio de los Ríos de esculturas de Itálica, con un togado (de-
recha) y un torso idealizado (izquierda) procedentes del foro de las excavaciones de
1839. Museo Arqueológico de Sevilla. Foto: según Beltrán, 2013.

precisamente en época de Augusto y el segundo en época de Trajano y Adriano, ello expli-


cable porque se trataba de Itálica, donde habrían nacido ambos emperadores37. Al período
de Augusto adscribe erróneamente un togado imperial de época claudia38 (fig. 3, derecha),
el torso adrianeo de Diana, la mano con rayo que posiblemente perteneció a la representa-
ción de un emperador como Júpiter (¿quizás Trajano divinizado?) o a la misma divinidad,
también de época adrianea, así como la cabeza de la Dea Roma, tardoadrianea39, mientras

37. J. Beltrán Fortes, “Las esculturas”, en F. Amores y J. Beltrán, eds., Itálica 1912 – 2012. Centenario de la
Declaración como Monumento Nacional, Sevilla, 2013, 237-259.
38. Se trata del referido como período magnífico por su hermano José Amador de los Ríos (Sevilla
Pintoresca..., op. cit.). Para la estatua: P. León, Esculturas de Itálica, Sevilla, 1995, 66-67.
39. Beltrán, “Dea Roma”, op. cit.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220 211


Monográfico Augusto y «lo Augusteo» en la Arqueología española

que lo que hoy sabemos que fueron piezas augusteas, como la parte inferior de una estatua
Hüftmantel monumental (fig. 3, izquierda), o la propia cabeza monumental de Augusto de
época claudia, las considera de momentos tardorromanos, muy decadentes, calificándolas
con acervada crítica como «engendros… estatuas enormes, trozos descomunales y des-
compasadas cabezas… [que] mas bien que obras de artistas parecen atrevidos ensayos de
osados picapedreros, tan rudos y sumamente gruesos se nos ofrecen…»40.
En el campo arquitectónico, el discurso arqueológico en la España del XIX asimismo
se fundió con lo artístico y tendió hacia una «arqueología monumental», realizada por
arquitectos cuya formación era historicista, y donde el análisis arqueológico se basaba en
la identificación de las diversas fases artísticas de la obra. No obstante, ello se desarrolló
especialmente en períodos posteriores al hispanorromano, donde la conservación de edi-
ficios emergentes era más frecuente, como la tardoantigüedad (sobre todo, en temas de la
arqueología paleocristiana o visigótica) y el medievo, especialmente en relación a la restau-
ración de catedrales góticas41.
La incapacidad que mostró el siglo XIX español para desarrollar una arqueología
acorde con otros países europeos más avanzados, ausente de la universidad española
y falta de adecuadas experiencias de campo en el ámbito de las excavaciones, hizo que
junto a este concepto histórico-artístico referido, especialmente en los estudios de la
escultura y de la arquitectura, su derrotero fuera acorde con un marco academicista que
perpetuaba el enfoque erudito en temas tradicionales de la anticuaria, como los estudios
de base epigráfica y numismática o los que se dirigían hacia el estudio de las ciudades
antiguas42. Si bien no es obra de un español, es precisamente significativo que La Ar-
queología de España (Barcelona, 1888), de Emil Hübner, sea realizada por un epigrafista
alemán, aunque fuera miembro de la Sociedad de Arqueología Luliana de Palma de Ma-
llorca, lo que explica además su enfoque eminentemente historicista, según se traduce
en la estructura del libro: dedica cinco respectivos capítulos al análisis de las fuentes
antiguas de los geógrafos, los historiógrafos, las inscripciones, las monedas y, finalmente,
los monumentos, que es lo que podríamos considerar más arqueológico, pero donde se
analiza la Hispania romana no por períodos, sino –justamente- por monumentos. Sólo
en algunas pocas ocasiones apunta E. Hübner que algunos edificios señeros son de época
de Augusto, como el acueducto de Segovia o el puente de Mérida sobre el Guadiana, «sin
duda alguna obra de la época de Augusto», aunque su datación viene dada porque fue
«contemporánea de la fundación misma de la colonia»43.

40. Ríos, Italica. Historia..., op. cit., 8-9.


41. I. Ordieres Díez, Historia de la restauración monumental en España (1835–1936), Madrid, 1995; I.
González–Varas Ibáñez, Restauración monumental en España durante el siglo XIX, Valladolid, 1996.
42. Cfr., como estudios de síntesis, A. Mederos Martín, “Análisis de una decadencia. La arqueología
española del siglo XIX. I. El impulso isabelino (1830–1867)”, Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de
la Universidad Autónoma de Madrid, 36, 2010, 159–216, y “Análisis de una decadencia. La arqueología
española del siglo XIX. II. La crisis de la restauración (1868–1885)”, Cuadernos de Prehistoria y Arqueología
de la Universidad Autónoma de Madrid, 39, 2013, 201-243.
43. E. Hübner, La Arqueología de España, Barcelona, 1888, 244.

212 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220


José Beltrán Fortes Monográfico

Augusto y «lo augusteo» bajo los cambios del siglo xx


El nuevo siglo XX, tras la tragedia traumática del «desastre del 98», pone las bases para una
reformulación de la arqueología española, en el marco del «regeneracionismo» y la mirada de
interés a Europa, donde la elite de la intelectualidad española de aquellos decenios –incluyen-
do a jóvenes arqueólogos- se irá formando con becas de la Junta de Ampliación de Estudios e
Investigaciones Científicas (JAE), que había sido creada en 190744. Así, el «regeneracionismo
arqueológico» de corte centralista tiene su base en la Universidad Central, con la incorpo-
ración de la docencia arqueológica en 1900 (primera cátedra de arqueología), así como en
la sección de arqueología del Centro de Estudios Históricos (CEH), creado en 18 de marzo
de 1910 en el marco de la referida JAE, a la par que otros cambios estructurales promovidos
por el nuevo Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, entre los que destaca la Ley
de Excavaciones Arqueológicas de 7 de julio de 1911 y la creación de la Junta Superior de
Excavaciones y Antigüedades, junto al reglamento de la ley, en Real Orden de 1 de marzo de
1912. Con respecto a la escuela de arqueólogos formada en la JAE, bajo la tutela de Manuel
Gómez-Moreno Martínez, responsable de la referida sección de arqueología del CHE, no se
testimonia una especial referencia al período de Augusto, como demuestran los intereses del
maestro45, que ejerció la primera cátedra de Arqueología Árabe en la Universidad Central
(1912) -desaparecida tras su jubilación- y cuyas investigaciones se desarrollaron en campos
tan diversos como la prehistoria, el estudio de las lenguas paleohispánicas o, en sentido ge-
neral, la historia del arte medieval y del renacimiento españoles, pero no especialmente el
mundo romano. No obstante, fue coautor junto a José Pijoan de una importante obra de re-
copilación de esculturas «greco-romanas» de Hispania, única en su momento, aunque todas
ellas se datan realmente en el período de presencia romana en España; como augusteas sólo
da dos estatuas, el «Agrippa» del Museo de Mérida, que identifica erróneamente como una
representación del yerno de Augusto que estaría en el propio teatro emeritense y, por tanto,
de hacia el 16 a.C. (fig. 4), y el retrato colosal de Augusto de Itálica, «idealizado»46.
Diverso es el caso de José Ramón Mélida Alinari, que, amén de catedrático de arqueo-
logía en la Universidad Central desde 1911, fue director de las importantes excavaciones de
Numancia y de Mérida, la colonia augustea, donde especialmente se ocupó del descubrimien-
to del teatro y del anfiteatro, así como del circo, junto a Maximiliano Macías47. La datación de
los dos primeros edificios en momentos claramente augusteos –aunque hoy se trata de una
postura matizada en los dos casos- pareció evidente en aquellos momentos por las dos ins-

44. Beltrán, “La arqueología española en el marco nacional..., op. cit.


45. G. Pasamar Alzuria, “Gómez-Moreno Martínez, Manuel”, en M. Díaz-Andreu, G. Mora y J Cortadella,
eds., Diccionario histórico de la Arqueología en España, Madrid, 2009, 305-307.
46. M. Gómez-Moreno y J. Pijoán, Materiales de Arqueología Española. Cuaderno primero. Escultura
greco-romana - Representaciones religiosas clásicas y orientales - Iconografía, Madrid, 1912, 85-88, fig. 42 y
101, fig. 49, respectivamente.
47. M. Díaz–Andreu, “Mélida: génesis, pensamiento y obra de un maestro”, en J. R. Mélida Alinari,
Arqueología española, Pamplona, 2004 (reed. facsímil del original de Barcelona, 1929), 1–194; D. Casado
Rigalt, José Ramón Mélida (1856–1933) y la Arqueología española, Madrid, 2006.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220 213


Monográfico Augusto y «lo Augusteo» en la Arqueología española

cripciones monumentales que vinculaban ambos edificios


a Agrippa y a Augusto, respectivamente. Con aquellos
años de dirección de las excaciones en Mérida ofreció J. R.
Mélida el primero y mejor testimonio con base arqueoló-
gica de la época de Augusto en España48. Por el contrario,
en su obra Arqueología Española (Madrid, 1929) no hace
un especial hincapié en el período augusteo en Hispania, y
-en la línea de la obra referida de E. Hübner de 1888- hace
un recorrido descriptivo y monumental, refiriendo las
principales calzadas (incluye la via Augusta), los puentes
(considera también lógicamente augusteo el de Mérida),
los acueductos (e incluye, como Hübner, el de Segovia en
época de Augusto), así como las ciudades, entre las cuales
destaca Tarraco, con un inexistente templo augusteo de
Júpiter-Ammon, bajo la Catedral, y Emerita, «fundada en
25 a. de C. por el emperador Augusto»49, con el templo
de la Concordia y «el arco llamado de Trajano, pero cuya
robusta construcción de sillería corresponde al tiempo de
Augusto»50, así como los referidos teatro y anfiteatro eme-
ritenses, en cuya descripción se extiende algo más.
La proyección internacional de la arqueología clási-
ca española se afianzó con la creación de la Escuela Espa-
ñola de Historia y Arqueología en Roma, por Real Decreto
de 3 de junio de 1910, como organismo dependiente de la
JAE51. Ello propició la participación en la Mostra Archeo-
logica de la Esposizione Internazionale di Roma (1911)52.
No obstante, el panorama que reflejan las piezas seleccio-
nadas hispanorromanas para esa exposición internacional
en Roma no da un especial protagonismo al período au-
Fig. 4.- «Agrippa». Museo Nacional de Arte
Romano de Mérida. Foto: J. Beltrán.

48. Una valoración general de los trabajos de J. R. Mélida en Mérida, en VV.AA., Mérida. 2000 años de
historia. 100 años de Arqueología. 100 años de excavaciones arqueológicas en Mérida (1910-2010), Mérida,
2010.
49. Mélida, op. cit., 197.
50. Mélida, op. cit.
51. M. Espadas Burgos, La Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma. Un Guadiana junto al
Tíber, Madrid, 2000; R. Olmos, T. Tortosa y J. P. Bellón (eds.), Repensar la Escuela del CSIC en Roma. Cien
años de historia, Madrid, 2010.
52. J. Salas Álvarez y J. Sánchez Gil de Montes, “La Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma
y la presencia española en la Exposición Internacional de Roma de 1911”, en Pioneros de la Arqueología en
España del siglo XVI a 1912 (= Zona Arqueológica 3), Alcalá de Henares, 2004, 401-406. Trinidad Tortosa
prepara un estudio conjunto sobre ese tema de la presencia española en esta exposición de Roma de 1911.

214 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220


José Beltrán Fortes Monográfico

gusteo53, e incluso parecen sobresalir las piezas referidas al mundo ibérico, tan de moda en la
arqueología occidental –sobre todo, francesa- desde fines del siglo XIX54.
En los dos cuartos centrales del siglo XX, la obra de Antonio García y Bellido –sucesor
de J. R. Mélida en la cátedra madrileña de arqueología en 1931 y verdadero creador de la es-
cuela de arqueología clásica en España- refleja un momento de normalización de la situación
de nuestra disciplina, en que Augusto y «lo augusteo» encuentran carta de naturaleza en el
desarrollo de la arqueología española, pero bajo temas concretos del interés del investigador,
como el de las colonias hispanorromanas, ya evidente en el caso de Augusta Emerita, o el de la
arqueología militar, con las referencias a los campamentos de las guerras cántabro-astures55.
Otro capítulo, dentro del estudio de la escultura romana en España y Portugal (cuya impor-
tante monografía publica A. García y Bellido en 1949), es el de los testimonios del retrato del
propio princeps en los territorios hispanos56. Reconoce siete posibles ejemplares, aunque dos
con dudas, como son los casos del retrato de niño de Cartagena o el broncíneo de Azaila,
identificado ya como tal por el arqueólogo Juan Cabré57. Como piezas seguras, junto a tres
retratos de Augusto del teatro de Augusta Emerita (incluyendo el Augusto velado) (fig. 5),
estudió García y Bellido otros dos retratos de Itálica, que habían sido referidos por Demetrio
de los Ríos (fig. 6), incluyendo el colosal, también catalogado y fotografiado por M. Gómez-
Moreno y J. Pijoán58 (fig. 7), a los que habría que agregar el magnífico ejemplar asimismo
bético –sevillano, de Lora del Río, la antigua Axati- aparecido en 1955 y dado a conocer por
su discípulo Antonio Blanco Freijeiro en 195959. Como ha dicho más recientemente Pilar
León, estos tres retratos béticos son claros ejemplos de que las comunidades hispanorro-
manas querían «presentar públicamente unas imágenes ajustadas al canon iconográfico en
vigor… una imagen “en regla” del Princeps en época augustea; otra póstuma, propagandística
y oportunista, que resalta el parecido con Tiberio, en época tiberiana; y una tercera patética
y apoteósica, de homenaje a Divo Augusto, en época claudia»60.
Con excepciones, como supusieron los ecos en la España de momentos inmediatamen-
te posteriores a la guerra civil de 1936-1939 de la conmemoración en 1937 del Bimilenario
del nacimiento de Augusto en la Italia fascista –en que el dictador Mussolini se identifica con
la figura y labor organizadora del princeps-, especialmente en las antiguas colonias de Tarraco

53. R. Lanciani, Catalogo della Mostra Archeologica nelle Terme di Diocleziano, Roma, 1911.
54. Gran-Aymerich, op. cit, 338-341 y 402-416.
55. Vid., como obras generales, J. Blánquez Pérez y M. Pérez Ruiz, eds., Antonio García y Bellido.
Miscelánea, Madrid, 2004; M. Bendala Galán, C. Fernández Ochoa, R. M. Durán Cabello y A. Morillo
Cerdán, eds., La Arqueología clásica peninsular ante el tercer milenio: en el centenario de A. García y Bellido
(1903–1972), Madrid, 2005.
56. A. García y Bellido, Esculturas Romanas de España y Portugal, Madrid, 1949.
57. Sobre éste, J. Blánquez Pérez y B. Rodríguez, eds., El arqueólogo Juan Cabré (1882–1947). La fotografía
como técnica documental, Madrid, 2004.
58. Cfr., supra, nota 46.
59. A. Blanco Freijeiro, “El Augusto de Lora del Río”, Archivo Español de Arqueología, 32, 1959, 156-159.
60. P. León, Retratos romanos de la Bética, Sevilla, Sevilla, 2001, 30.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220 215


Monográfico Augusto y «lo Augusteo» en la Arqueología española

Fig. 5.- Augusto velado. Fig. 6.- Retrato de Augusto Fig. 7.- Retrato colosal de
Museo Nacional de Arte de Itálica, de época tiberiana. Augusto de Itálica. Foto:
Romano de Mérida. Foto: J. Museo Arqueológico de según Gómez-Moreno y
Beltrán. Sevilla. Foto: J. Beltrán. Pijoán, 1912.

(Tarragona) y Caesaraugusta (Zaragoza)61, no hay en general en España una influencia deter-


minante desde el ámbito político o ideológico franquista para impulsar los estudios arqueo-
lógicos o de historia antigua del período augusteo62, ni aún –en general- un aprovechamiento
de la arqueología, como ocurre, sobre todo, en la Italia fascista63.
El panorama quizá empieza a cambiar sólo a partir de la década de 1970, pero fue
asimismo reflejo del desarrollo general de la arqueología clásica en España y de los nuevos
planteamientos y conocimientos adquiridos. Desencadenantes fueron –de nuevo- las dos
conmemoraciones bimilenarias de las colonias augusteas de Augusta Emerita y de Caesa-
raugusta, realizadas en 1975 en Mérida –con el desarrollo de un Symposium internacional- y
en 1976 en Zaragoza, con el desarrollo de otro congreso conmemorativo. El primero estuvo
dedicado de manera exclusiva a Augusta Emerita64, pero el segundo correspondió al Sym-

61. Vid. el trabajo de A. Duplá en este volumen.


62. Cfr., en general, F. Wulff Alonso y M. Álvarez Martín–Aguilar, eds., Antigüedad y franquismo (1936–
1975), Málaga, 2003.
63. M. Díaz-Andreu, “Arqueología y dictaduras: Italia, Alemania y España”, en F. Wulff Alonso y M.
Álvarez Martí–Aguilar, eds., Antigüedad y franquismo (1936–1975), Málaga, 2003, 33-73.
64. VV.AA., Augusta Emerita. Actas del Simposio Internacional Conmemorativo del Bimilenario de Mérida
(1975), Madrid, 1976.

216 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220


José Beltrán Fortes Monográfico

posium de Ciudades Augusteas (Madrid, 1976), que llevó aparejada una exposición sobre
Augusto y su tiempo en la arqueología española (Zaragoza, 1976), organizada por Antonio
Beltrán Martínez. No obstante el título, el breve catálogo de la exposición no ofrece ningún
comentario sobre –lo que podríamos decir- la arqueología augustea de Hispania, a no ser las
piezas seleccionadas, y sólo se dice que sobre «algunos aspectos arqueológicos» se consultara
el texto de actas del Symposium de Ciudades Augusteas. Éstas corresponden a un documenta-
do estado de la cuestión en aquel momento del conocimiento histórico-arqueológico sobre la
ciudad hispanorromana en época augustea, pero es significativo que tampoco incorporen un
prólogo o introducción que apuntara a la singularidad de ese proceso urbanizador en la His-
pania augustea. Su justificación implícita sólo se encuentra en el hecho de que Caesaraugusta
había sido fundada entonces como colonia romana. Por otro lado, según indicaba Alberto
Balil Illana en aquellas actas, las «…obras iniciadas bajo Augusto sólo fueron terminadas por
sus sucesores, de igual modo que Augusto terminó o interrumpió planes emprendidos por
César»65, dando como implícito que el período se entendía sólo como una etapa –floreciente,
pero no excepcional- de un proceso histórico más amplio que, al menos, interesaba a los
períodos cesariano y julio-claudio.
Diferente es el planteamiento del coloquio celebrado once años después, en Madrid, en
1987, pero organizado por el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid, bajo el título Stadtbild
und Ideologie. Die Monumentalisierung hispanischer Städte zwischen Republik und Kaiserzeit (Ko-
lloquium in Madrid vom 19. bis 23. Oktober 1987) (München, 1990), y dirigido por Walter Trill-
mich y Paul Zanker, donde, a pesar de la nutrida participación de arqueólogos españoles y de que
el énfasis se volvía a colocar de nuevo en el análisis de la ciudad hispanorromana, el enfoque de
revalorización de la singularidad del período augusteo y –de fondo- el protagonismo de Augus-
to, se vinculaba al renovado interés de la propia escuela alemana de arqueología clásica sobre el
tema, como puede testimoniarse, por ejemplo, en la edición en el mismo año de la trascendental
monografía de P. Zanker Augustus und die Macht der Bilder (München, 1987)66 o, algo después,
en la exposición de Berlín bajo el título Kaiser Augustus und die verlorene Republik (Berlin, 1993).
La destacada ponencia de Michael Pfanner en el Coloquio de Madrid de 1987 es un
ejemplo extremo de la nueva valoración dada a las ciudades hispanorromanas en el período
de Augusto desde parte de la escuela alemana, que incluso en casos concretos entraba en
contradicción con otros planteamientos y dataciones que se habían basado en los resultados
de excavaciones arqueológicas, como ocurre en la controvertida fecha de construcción del
templo de la calle Claudio Marcelo de Córdoba67. El análisis de la decoración arquitectónica

65. A. Balil Illana, “Las ideas urbanísticas en época augustea”, en Symposium de Ciudades Augusteas.
Ciudades augusteas de Hispania I: Bimilenario de Zaragoza, 5-9 octubre 1976, Madrid, 1976, I, 32.
66. Fue traducida al español poco después: P. Zanker, Augusto y el poder de las imágenes, Madrid, 1992,
con posteriores reediciones.
67. M. Pfanner, “Modelle römischer Stadtentwicklung am Beispiel Hispaniens und der wetslichen
Provinzen”, en W. Trillmich y P. Zanker, eds., Stadtbild und Ideologie. Die Monumentalisierung hispanischer
Städte zwischen Republik und Kaiserzeit (Kolloquium in Madrid vom 19. bis 23. Oktober 1987), München,
1990, 59-116.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220 217


Monográfico Augusto y «lo Augusteo» en la Arqueología española

llevaba claramente a una época augustea para autores como el propio Michael Pfanner o
Henner von Hesberg68, frente a la tradicional datación tardo-flavia establecida por Antonio
García y Bellido, a partir del análisis de los materiales cerámicos de las excavaciones de la
década de 195069, mientras que para Antonio Blanco Freijeiro algunos de los elementos orna-
mentales del templo habrían sido terminados en época adrianea70. Actualmente, a partir de
las excavaciones de José Luis Jiménez Salvador, se tiende a situar su construcción –al menos
en inicio- en un momento tardo julio-claudio71, aunque no es un tema cerrado72.
Más discutible incluso es la datación augustea dada por M. Pfanner al proceso de urba-
nización de la ciudad de Munigua, frente a las dataciones claramente flavias de Theodor Haus-
child, director durante bastantes años de esta sobresaliente empresa arqueológica del propio
Instituto Arqueológico Alemán de Madrid73 y cuya datación flavia es la que se ha mantenido74.
En ese marco la arqueología ha destacado ya el período augusteo sobre el cesariano75 y,
por otro lado, se desarrollaba entonces la idea de que, desde el punto de vista arqueológico,
dentro de «lo augusteo» había que incluir asimismo el período julio-claudio, como un momen-
to de continuidad y culminación o de desarrollo de los programas iniciados en el principado,
destacando en ese sentido el período del reinado de Claudio, lo que justificaba que los modelos
seguidos fueran claramente augusteos, aunque su finalización fuera posterior. Ello quedaría en
evidencia, sobre todo, en el caso de Augusta Emerita, con las dataciones claudias del llamado
«foro de mármol» en la ampliación del foro colonial, establecidas por Walter Trillmich76 y man-
tenidas por otros autores posteriormente77. En este caso concreto, la datación en el período fla-
vio que un nuevo equipo de investigación ha dado a esa ampliación del foro colonial emeritense
parece apuntar a una nueva fase en la consideración del período augusteo dentro del estudio

68. H. von Hesberg, “Bauornamentik als kulturelle Leitform”, en W. Trillmich y P. Zanker, eds., Stadtbild
und Ideologie, op.cit., 341-366.
69. A. García y Bellido, Los hallazgos cerámicos del área del templo romano de Córdoba, Madrid, 1970.
70. A. Blanco Freijeiro, “Vestigios de Córdoba romana”, Habis, 1, 1970, esp. 120-123.
71. J. L. Jiménez Salvador y M. I. Gutiérrez Deza, “El templo de la calle Claudio Marcelo”, en Córdoba.
Reflejo de Roma, Córdoba, 2012, 221-224.
72. Ángel Ventura mantiene la datación tardoflavia, como apunta en: A. Ventura Villanueva, “Reflexiones
sobre la arquitectura y la advocación del templo de la calle Morería en el forum adiectum de la Colonia
Patricia Corduba”, en T. Nogales y J. González, eds., Culto imperial: política y poder, Roma, 2006, 232-233.
73. Cfr., T. Schattner, “Theodor Hauschild en Munigua”, Butlleti Arqueològic, 31, 2009, 25-48. Sobre la
labor del Instituto Arqueológico Alemán de Madrid en la arqueología española, T. Ulbert, “El Instituto
Arqueológico Alemán y la Arqueología en la Península Ibérica”, en M. Belén y J. Beltrán, eds., Las
instituciones en el origen y desarrollo de la arqueología en España. III Reunión Andaluza de Historiografía
Arqueológica, Spal Monografías 10, Sevilla, 2007, 323–342.
74. Cfr., T. Schattner, Munigua. Cuarenta años de investigaciones, Sevilla, 2003.
75. Lo hemos apuntado en J. Beltrán Fortes, “La arqueología cesariana de la provincia Hispania Ulterior”,
en M. P. García-Bellido, A. Mostalac y A. Jiménez, eds., Del imperium de Pompeyo a la auctoritas de Augusto,
Homenaje a Michael Grant, Anejos de AEspA nº XLVII, Madrid, 2008, 69.
76. Por ejemplo, W. Trillmich, “Colonia Augusta Emerita, die Hauptstadt von Lusitanien”, en W. Trillmich
y P. Zanker, eds., Stadtbild und Ideologie, op.cit., 299-318.
77. En general, X. Dupré i Raventós, ed., Mérida. Colonia Augusta Emerita, Roma, 2004.

218 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220


José Beltrán Fortes Monográfico

arqueológico de la Hispania romana, al menos en lo relativo al ámbito urbano, y que afecta en


concreto a cuestiones de ornamentación arquitectónica y estilo escultórico78.
El año 2014, de conmemoración del Bimilenario de la muerte de Augusto, ha supuesto
la realización de importantes eventos a nivel internacional, como ha ocurrido con las expo-
siciones de Roma (Augusto, 2013-2014) y París (Moi, Auguste, Empereur de Rome, 2014) y
su correspondiente catálogo (Augusto / Auguste, Verona, 2013 y Paris, 2014). En el marco
español –en lo que a nosotros nos interesa más-, no se ha llevado a cabo una gran exposi-
ción a nivel nacional, aunque el Museo Arqueológico de Zaragoza y el Museo Nacional de
Arte Romano de Mérida –de nuevo exponentes de las dos antiguas colonias augusteas que
conmemoraron su bimilenario de fundación- han organizado sendas exposiciones bajo los
títulos respectivos de Augustus: annus Augusti MMXIV (Zaragoza 2014) y Augusto y Emerita
(Mérida 2014). Tarragona ha mostrado un aspecto más íntimo y singular, en la reproducción
de una copia polícroma del Augusto de Prima Porta (fig. 8), vaciado de la reproducción en
bronce del regalado a la ciudad por Benito Mussolini y aplicando con variaciones el modelo
que estableciera Paolo Liverani sobre el original conservado en los Museos Vaticanos79.
Además, se han celebrado frecuentes reuniones y congresos que, sin duda, ayudarán
a fijar de manera más ajustada a Augusto y su tiempo en la historia antigua y la arqueología
hispanas, así como en su historiografía, como ocurre en este Congreso que organiza el Insti-
tuto de Historiografía «Julio Caro Baroja», de la Universidad Carlos III.

78. R. Ayerbe Vélez, T. Barrientos Vera y F. Palma García, eds., El foro de Augusta Emerita. Génesis y
evolución de sus recintos monumentales, Mérida, 2009.
79. P. Liverani, “Augusto di Prima Porta”, en I colori del bianco. Policromia nella scultura antica, Roma,
2004, 235-242.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220 219


Monográfico Augusto y «lo Augusteo» en la Arqueología española

Fig. 8.- Vaciado polícromo del Augusto Prima Porta. Tarragona, 2014.

220 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 199-220


Between sex and fright. Augustus and
literature, or a Non-Academic History of the
first emperor of Rome
Entre el sexo y el espanto.
Augusto y la literatura, o una
Historia no Académica del
primer emperador de Roma

Francisco García Jurado


Universidad Complutense
[email protected]

Fecha recepción 09.01.2017 / Fecha aceptación 09.03.2017

Resumen Abstract
El propósito de este trabajo es poner las bases de lo The aim of this study is to lay the foundations of
que sería una «Historia no académica» (HnA) de la what would be a “Non-Academic History” (NAH)
figura de Octavio Augusto en la literatura y el en- of the figure of Octavius Augustus in modern lite-
sayo modernos, básicamente a partir de la segun- rature and essay, essentially since the second half
da mitad del siglo XIX, a partir de tres parámetros of the 19th century, according to three essential
esenciales: parameters:

a) No estamos ante una Historia programática, a) The NAH is not a programmatic History, but
sino ante algo que acontece espontáneamente en something that happens spontaneously in diverse
diversas manifestaciones literarias. literary manifestations.
b) Nos encontramos ante indagaciones personales, b) We are faced with personal inquiries, more ty-
más propias de una elaborada hermenéutica que de pical of elaborate hermeneutics than a factual in-
una investigación factual sobre las «fuentes». vestigation based on “sources”.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 221-235. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3972
Monográfico Entre el sexo y el espanto. Augusto y la literatura, o una Historia no Académica del primer emperador de Roma

c) Se trata de una Historia que se articula me- c) The NAH is articulated through “tensions”, such
diante «tensiones», como pueden ser la regenera- as regeneration in the face of decadence, or fear in
ción frente a la decadencia, o el espanto frente a the face of happiness. Moreover, the literary cha-
la felicidad. Por lo demás, el personaje literario del racter of the emperor is subject to tensions with
emperador está sujeto a tensiones con respecto a respect to various historical figures, such as other
diversas figuras históricas, como pueden ser otros emperors, contemporary poets and the figure of
emperadores, los poetas de su época, o la propia Christ himself.
figura de Cristo.
In this way, and according to the above, the most
De esta forma, y de acuerdo con lo expuesto, las important recreations of the figure of Augustus
recreaciones más importantes de la figura de Au- and his political work will appear in relation to
gusto y su labor política aparecerán en relación con other characters, as is the case of Virgilius. To
otros personajes, como es el caso de Virgilio. Para illustrate this “Non-Academic History”, I will
ilustrar mínimamente el proyecto de esta «Historia draw on three significant authors who belong to
no académica» recurriré a tres autores significa- quite different times: the anarchist thinker Pierre
tivos que pertenecen a momentos bien distintos: Joseph Proudhon, the novelist Hermann Broch
el pensador anarquista Pierre Joseph Proudhon, and the essayist Pascal Quignard.
el novelista Hermann Broch y el ensayista Pascal
Quignard.

Palabras clave Key words


Octavio Augusto, Historia no Académica Octavius Augustus, Non-Academic History

222 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 221-235


Francisco García Jurado Monográfico

Introducción
Lo dejaré claro desde el principio: mi trabajo no a va obedecer al consabido modelo formu-
lable como «Augusto en la literatura y el ensayo modernos». No voy a hacer un recorrido
bibliográfico o meramente factual por las ocurrencias que Augusto ha tenido en las diferentes
obras literarias de carácter más o menos histórico a lo largo de los siglos XIX y XX. Intentaré
huir, asimismo, de las novelas históricas que tienen a Octavio Augusto como personaje prin-
cipal1, un tanto a la sombra del imprescindible ensayo de Ronald Syme titulado The Roman
Revolution. Mi propósito en este trabajo es bien distinto. La formulación «Augusto y la lite-
ratura» podría constituir, con las ambigüedades acerca de a qué literatura nos referimos, la
manera más adecuada de referirse a mi propósito. Obsérvese, asimismo, que he modificado
la preposición «en» por la conjunción «y», de manera que ya no se considera algo o alguien
(«Augusto») dentro de un lugar («la literatura»), sino que se plantea la interrelación entre
dos entidades cuya naturaleza va a definirse, precisamente, a partir de esa relación concreta,
a saber, cómo se alimenta la figura «histórica» de Augusto de la propia literatura (antigua y
moderna) y cómo esa propia literatura configura, asimismo, una figura literaria de Augusto,
independiente de la visión histórica. Al hablar de «literatura», ya he señalado una buscada
ambigüedad entre lo antiguo y lo moderno, es decir, entre autores como Virgilio y Hermann
Broch, que constituirían los dos vértices de un triángulo ideal que se cierra con Augusto.
Augusto y la creación literaria de su tiempo ya constituye, en sí misma, un tema discutido y
discutible. Se suele hablar, dentro de la propia historiografía de la literatura latina, del llama-
do «Siglo de Oro» de las letras latinas, que se corresponde con el tiempo de Octavio Augusto.
¿Son los tiempos «pacificados» de Augusto una causa directa de este nuevo estado de cosas?
Recordemos que a partir de Augusto algunos géneros, como la prosa histórica o la poesía,
disfrutan de un momento de inusitado esplendor, al tiempo que la oratoria política cae en el
desuso. Resulta significativo, a este respecto, que los grandes manuales de literatura latina,

1. «Storicamente la figura di Augusto non ha mai avuto particolare rilievo nella letteratura europea e il
XX secolo non sembra fare eccezione; negli anni Ottanta sono comparsi tuttavia due romanzi piuttosto
significativi dedicati al primo imperatore di Roma: Augustus: the memoirs of the emperor di Allan Massie
(1986) e Klatscht Beifall, wenn das Stück gut war. Die geheimen Tagebücher des Göttlichen Augustus di Philipp
Vandenberg (1988)». (F. Ursini, «Vite di Cesari. Le biografie romanzate degli imperatori romani dal 1980 a
oggi», en B. Coccia (ed.), Il mondo classico nell’ immaginario contemporaneo, Roma, 2008, 191).

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 221-235 223


Monográfico Entre el sexo y el espanto. Augusto y la literatura, o una Historia no Académica del primer emperador de Roma

en particular el que conocemos como Schanz-Hosius2, y que viene a ser una de las cumbres
historiográficas de comienzos del siglo XX, hayan dividido la «Edad de Oro» en la etapa de
Cicerón y la etapa de Augusto3. En particular, el manual de Schanz-Hosius establece un pe-
ríodo formulable como «La literatura romana desde el final de la República hasta la muerte
de Augusto (30 a.C.-14 d.C.)», dejando ese período desgajado, incluso desde el punto de vista
físico (pues constituye un tomo distinto), de la etapa precedente, es decir, la etapa republica-
na. Hay, por tanto, una intención política de conferir al período imperial una entidad propia
incluso desde el punto de vista literario.
De esta forma, como ya he señalado, mi planteamiento está basado en una triple re-
lación establecida entre Augusto, ciertos autores antiguos y ciertos autores modernos que
crean el marco adecuado para poder indagar en lo que desde hace más de diez años vengo
denominando una «Historia no Académica» (HnA) de la literatura grecolatina desde las li-
teraturas modernas. Mi propósito en este trabajo es fundamentar las bases para una Historia
de estas características en torno a la figura de Augusto, donde interactúa la literatura desde
un doble nivel: los hipotextos, generalmente textos antiguos, que alimentan nuevos textos
referentes a Augusto, y la posible relectura de tales hipotextos a partir de nuevas claves her-
menéuticas por parte de los autores modernos.
La figura literaria de Augusto, tal como aparece dentro de ciertas obras clasificables como
literarias y ensayísticas a un tiempo, es fruto de un riquísimo proceso intertextual, al tiempo
que interpretativo. El marco teórico de esta HnA presenta las siguientes características4:

• No se trata de una Historia programática, sino que acontece de manera espontánea.


Esto no quiere decir que los creadores no puedan tener conciencia de estar llevando
a cabo una HnA, pero es, sobre todo, el estudioso quien crea ese marco de estudio
al analizarlo y conferirle, por tanto, una forma más precisa y consciente. En muchos
casos, esta HnA servirá de avanzadilla para desarrollar o experimentar con ciertas vi-
siones de Augusto que desde el punto de vista de un ensayo estrictamente académico
serían inadmisibles, al menos hasta cierto momento. Por otra parte, veremos que la
figura de Augusto en sí misma es tan pertinente dentro de este marco como su hue-
lla histórica, es decir, las consecuencias de la acción de su principado. Tal huella se
proyecta en el futuro, como si el paso de Augusto por la Historia supusiera un radical
corte entre el tiempo anterior y el posterior. Se cumple de este modo el sueño de una
nueva edad, aunque no necesariamente mejor que la anterior.

2. M. Schanz – C. Hosius, Geschichte der Römischen Literatur bis zum Gesetzgebungswerk des Kaisers
Justinian von Martin Schanz. Vierte neubearbeitete Auflage von Carl Hosius, Múnich, 1920-1927.
3. F. García Jurado, “Los manuales escolares de literatura latina del 27: enseñar bajo una dictadura (García
de Diego, Yela Utrilla, Galindo Romeo y Echauri)”, Ágora. Estudos classicos em debate, 17, 2015, 425-435.
4. F. García Jurado, “Melancolías y ‘clásicos cotidianos’. Hacia una historia no académica de la literatura
grecolatina en las letras modernas”, Tropelías, 12-14, 2001-2003, 149-177 (153-161).

224 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 221-235


Francisco García Jurado Monográfico

• Su método de indagación es predominantemente hermenéutico, frente a la orien-


tación positiva de los planteamientos académicos, basada en el estudio de las lla-
madas «fuentes». La recreación literaria de Augusto goza de mayor libertad y licen-
cias que la estrictamente histórica. En este sentido, la aproximación que Hermann
Broch hace con respecto a la figura de Virgilio, «aprehendiendo» globalmente las
circunstancias vitales del personaje, es un ejemplo paradigmático de este método
que tanto debe a la formulación de las Ciencias del Espíritu tal como las formuló
Wilhelm Dilthey5. Así pues, desde su particular aprehensión de Virgilio y las ra-
zones por las que quiso (o no) quemar la Eneida, el autor austriaco nos ofrece un
admirable y tenso retrato de Augusto en el libro tercero de su novela La muerte de
Virgilio6. Asimismo, como fruto de una profunda orientación hermenéutica inspi-
rada en Maurice Blanchot, tenemos la inquietante reflexión que Pascal Quignard
hace acerca de las consecuencias que tuvo la política augustea sobre la moral sexual
romana a partir de las propias pinturas pompeyanas de la Casa de los Misterios.

• La HnA se articula en torno a tensiones que confieren a tal Historia una dimensión
sistémica o recurrente. De esta forma, los retratos literarios del emperador vienen
motivados por polaridades diversas, como puede ser la del gran estadista frente al
tirano (Syme), la regeneración frente a la decadencia (Proudhon), la trascendencia
frente a la muerte (Broch), o bien el espanto frente a la felicidad (Quignard). El
propio papel literario de Augusto como emperador plantea, asimismo, tensiones
con respecto a otros emperadores que desde el punto de vista dramático han sido
más productivos, como Calígula, Nerón o Heliogábalo, dado que éstos, por su ca-
rácter disoluto, alimentaron los imaginarios decadentes. Por ejemplo, en la novela
de Graves titulada Yo Claudio, Augusto aparece en función del protagonista y tam-
bién futuro emperador que da título a la novela. Asimismo, el hecho de haber com-
partido etapa histórica con poetas de la talla de Virgilio, Horacio u Ovidio supedita
su figura casi siempre a la primacía de tales poetas. Ya dentro de otra tensión, la
planteada entre paganismo y cristianismo, tan productiva para cierta literatura de

5. «Pero hay que afirmar, además, que fuera de las unidades psíquicas que constituyen el objeto de la
psicología, no se dan hechos espirituales para nuestra experiencia. Pero como la psicología no contiene
en modo alguno todos los hechos que son objeto de las ciencias del espíritu, o –lo que es igual- que la
experiencia nos permite aprehender en las unidades psíquicas, resulta de esto que la psicología solo tiene
por objeto una parcela de lo que sucede en cada individuo particular. Por tanto, solo por abstracción puede
separarse de la ciencia total de la realidad histórico-social, y solo puede desenvolverse en constante relación
con ella» (W. Dilthey, Introducción a las ciencias del espíritu. Prólogo de José Ortega y Gasset, Madrid, 1986,
74-75).
6. J.L. Vidal, “Por qué Virgilio quería quemar la Eneida..., si es que quería”, Humanitas in honorem Antonio
Fontán, Madrid, 1992, 479-484.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 221-235 225


Monográfico Entre el sexo y el espanto. Augusto y la literatura, o una Historia no Académica del primer emperador de Roma

carácter histórico a finales del XIX, Augusto puede quedar contrapuesto y eclipsa-
do con respecto a la figura de Cristo7.

A partir de tales características, creemos que es posible hablar de una visión alterna-
tiva con respecto a la figura histórica de Augusto que atienda a unas claves diferentes, de
naturaleza literaria y basadas, más que en la mera factualidad de los datos, en una elaborada
hermenéutica. Naturalmente, existen unos límites difusos entre lo estrictamente académico
y lo literario, y a menudo el ámbito no académico se convierte en vanguardia de lo alteraca-
démico. Así ocurre con la visión pesimista que desarrolla Hermann Broch en su novela La
muerte de Virgilio (1945), y que tanto peso tendrá luego en la llamada «Escuela de Harvard».
También se puede dar el caso inverso, donde una obra académica fundamental, como The
Roman Revolution de Ronald Syme, publicada en unas fechas nada inocentes (1939), inspira
y condiciona futuras recreaciones literarias acerca de Augusto. De esta forma, si dejamos en
un segundo plano las aportaciones literarias más esperables, como las propias novelas histó-
ricas sobre Augusto, es interesante indagar en la presencia de este personaje dentro de ciertas
obras que no lo presentan más que en función de otras figuras también históricas, como los
poetas Virgilio y Ovidio. Asimismo, ya he apuntado anteriormente que tan importante como
el personaje de Augusto es su «huella» histórica, es decir, todo aquello que su principado
dejó a la hora de cambiar el mundo, incluido el nuestro. Acerca de este aspecto, tenemos dos
autores franceses, pertenecientes a etapas muy diferentes, el pensador social Proudhon y el
ensayista Quignard, que nos aportan claves precisas acerca de este hecho.
Como ya he indicado anteriormente, no es mi intención hacer un «recuento» de las
novelas, en especial, históricas, que han utilizado a Augusto como personaje. Mi trabajo en el
ámbito de la HnA me conduce básicamente a tres autores significativos que pueden ilustrar
esta relación de Augusto con la literatura y el ensayo:

• En calidad de precursor de tales planteamientos alteracadémicos destaca Proud-


hon y su ensayo sobre Virgilio (1858), donde desarrolla ideas como la de la revolu-
ción, el universalismo y el cristianismo en calidad de aspectos propios de la etapa
augústea (1858).

• Hermann Broch y su novela titulada La muerte de Virgilio (1945), donde se ofrece


uno de los retratos de Augusto que me parece más interesante y vital: mientras

7. «Shakespeare dedicó tragedias a Julio César y Marco Antonio, pero no a Augusto. Es un personaje
importante, pero también secundario, en Yo, Claudio, de Robert Graves, así como en la versión de Cleopatra
que protagonizó Elizabeth Taylor. Sin embargo, el primer emperador de Roma, el hombre que acabó con
la República aunque conservó hábilmente sus instituciones vacías de poder, fue cualquier cosa menos un
personaje secundario de la historia […]» (G. Altares, «Augusto, emperador el presente», El País. Babelia 8
de noviembre de 2014, 2). El artículo contiene una entrevista a Adrian Goldsworthy, autor de Augusto. De
revolucionario a emperador, Madrid, 2014.

226 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 221-235


Francisco García Jurado Monográfico

Augusto busca en la Eneida su trascendencia histórica, Virgilio considera su obra


inacabada como una manera de poder entender mejor la propia muerte.

• Pascal Quignard y su ensayo acerca del sexo y el espanto (1994), que desarrolla las
consecuencias de la política moral y sexual de Augusto a partir del análisis de los
frescos pompeyanos. Asimismo, me parece sumamente sugestivo el retrato litera-
rio que nos ofrece de Augusto en su novela Albucius (1990).

Cada obra representa, a su manera, el espíritu de una época, como es la segunda mitad
del siglo XIX, donde la literatura augústea o del llamado Siglo de Oro se está viendo sometida
a una revisión peyorativa, los años subsiguientes a la Segunda Guerra Mundial, donde Vir-
gilio va a representar, con su muerte, el fin de Occidente, y los años finales del siglo XX,
sujetos a novedosas revisiones desde el punto de vista de la moral.

2.1. Proudhon: regeneración y catolicidad


El cristianismo y su idea de «catolicidad» vendrían a ser una consecuencia de la etapa históri-
ca presidida por Augusto. Esta sería una de las sorprendentes interpretaciones que hace el
pensador social anarquista Proudhon, particularmente en su libro titulado De la justice dans
la révolution et dans l’ Église8, publicado por primera vez en 1858, y al que he dedicado ya un
estudio previo9. La tesis fundamental de este libro es que la Eneida es la obra que representa
la regeneración de Roma y de la humanidad, lo que permite indagar al autor en la capacidad
revolucionaria que una obra literaria puede tener a la hora de cambiar el signo de los tiempos.
El aspecto más polémico en esta obra reside probablemente en la relación que Proudhon
establece entre Virgilio y el cristianismo. Esta relación ya había sido avanzada escuetamente
unas páginas antes de entrar en materia: «parler de Virgile, c’est parler du christianisme»10.
Este aserto en realidad no comienza a comprenderse hasta que no llegamos a lo que Proudhon
considera como la revelación del progreso y de la catolicidad del género humano11, expresada
mediante la unificación de cultos que Augusto lleva a cabo en el panteón romano. Habida
cuenta, por tanto, de que la universalidad o catolicidad de la religión parte de esta unificación
de cultos dictada por Augusto, cabe ahora preguntarse qué es lo que se esconde tras el aserto
que identifica sin más a Virgilio con el cristianismo. Cabría pensar que Proudhon considera
a Virgilio como un autor «precristiano», según han querido ver tantos comentaristas, o más
bien establece una identificación total entre Virgilio y el cristianismo, de manera que lo que
Proudhon quiere darnos a entender es que el cristianismo nace precisamente en Virgilio. La

8. P.J. Proudhon, De la justice dans la révolution et dans l’ Église. Neuvième Étude. Progrès et décadence,
Bruxelles, 1860, 118-190. Las citas de Proudhon se harán a partir de esta edición.
9. F. García Jurado, “La Eneida como utopía regeneradora: Pierre-Joseph Proudhon”, Studia philologica
Valentina 16, n.s. 13, 2014, 51-68. 
10. P.J. Proudhon, De la justice… op. cit., 129.
11. P.J. Proudhon, De la justice… op. cit., 135.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 221-235 227


Monográfico Entre el sexo y el espanto. Augusto y la literatura, o una Historia no Académica del primer emperador de Roma

idea de que el cristianismo puede concebirse como una transposición del mundo pagano está
bien asentada en el pensamiento anarquista12.
Es cierto que ya desde antiguo se había puesto en relación a Virgilio con el cristianismo
de diferentes maneras. Parece que la gran diferencia con respecto a lo que propone Proudhon
no es tanto ver en el autor latino a un precursor de la religión cristiana, en especial a tenor de
lo que nos cuenta en su premonitoria égloga cuarta, como en considerar la religión cristiana
algo que se inspira en el espíritu renovador de Virgilio y de su época para cobrar altura uni-
versal. Sin embargo, esta renovación consiste en el paradójico juego de lo que podemos con-
siderar la victoria en la derrota. Así pues, la diosa Juno, siempre hostil a Eneas, es derrotada
en la persona del caudillo Turno cuando éste muere a manos de su antagonista troyano; sin
embargo, Juno sale vencedora al encontrar en aquellas tierras del Lacio un nuevo lugar para
su culto. De igual forma, una vez los troyanos se refugian en Italia, éstos pierden su nombre
y su nacionalidad13. En este sentido, Virgilio parece decir a los romanos que la civilización se
comunica. De todo este complejo estado de cosas, según Proudhon, habría bebido el propio
cristianismo:

A côté de ces idées mères, qui forment la charpente et l’originalité de l’ Enéide, idées dont le
christianisme s’est paré plus tard comme s’il les eût trouvées de son fonds, il convient d’en
rappeler quelques autres, d’une importance secondaire mais qui n’en font pas moins du poème
une œuvre unique en son espèce, sans modèle, comme l’ Iliade, et, comme l’ Iliade, inimitable.14

Entendida, pues, la Eneida, como una obra inspiradora del cristianismo, el panteón de
Augusto no habría sido más que la antesala del monoteísmo cristiano:

12. El geógrafo y también anarquista Elisée Reclus (1830-1915) escribe en su magna obra El hombre
y la tierra que la era cristiana no era otra cosa que una transposición de la era de Augusto: «Verdad es
que esta era, denominada cristiana, fue después considerada como coincidente con la fecha, sea de la
encarnación, sea del nacimiento de Jesucristo. Cuando fue propuesta por primera vez por el monje Denys
le Petit, pronto hará catorce siglos, en el año de Roma 1278, que vino a ser el año 525 del nuevo calendario,
los fieles católicos la acogieron por espíritu religioso, y gracias a este mismo espíritu reemplazó poco a
poco oficialmente, en los documentos políticos y administrativos, lo mismo que en la vida ordinaria, las
eras precedentemente practicadas, seleuciana, juliana o diocleciana. Pero faltaba absolutamente casi todo
documento histórico sobre la vida de Jesucristo; el inventor de la era nueva no pudo establecerlo, y aun con
un error probable de algunos años, sino por medio de fechas suministradas por la historia contemporánea
en la vida de Augusto y de Tiberio: en los anales mismos del Imperio fue preciso buscar todos los elementos
del nuevo cómputo. En realidad la era cristiana no es sino la era «augustiana», lo mismo que los antiguos
meses de quintilis y de sextilis se convierten en los meses de julio y de agosto, o «Augusto». La era según la
cual contaban los españoles todavía en el siglo XIV databa francamente de Augusto y celebraba la reunión
de la península Ibérica toda entera al imperio romano.» (E. Reclus, El hombre y la tierra. 3. Historia antigua,
Madrid, Doncel, 1975, 190-191).
13. «Le refuge est accordé aux Troyens en Italie; mais ils perdent leur nom et leur nationalité.» (P.J.
Proudhon, De la justice… op. cit., 136).
14. P.J. Proudhon, De la justice… op. cit., 136.

228 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 221-235


Francisco García Jurado Monográfico

[…] le monde cherchait une foi, une loi, un dieu. Auguste avait donné le signal du mouve-
ment en centralisant les cultes et en fondant le Panthéon. Si l’Orient, par son esprit théologi-
que et ses innombrables superstitions, était le point de départ de ce nouveau courant d’idées,
Rome en était le foyer. Que la nouvelle religion prît son point de départ en Espagne, dans la
Gaule, la Grèce, l’ Égypte ou la Syrie, peu importait : elle devait se faire toute à tous, synthé-
tiser, du mieux qu’elle pourrait, toutes les croyances anciennes et nouvelles: elle devait, avant
tout, être romaine.15

Tales ideas no dejaban de resultar inadmisibles, incluso heréticas, para los pensadores
católicos. Sin embargo, Proudhon ejerció un atractivo influjo, sobre todo porque conectó
con el afán regeneracionista tan característico del pensamiento de finales del siglo XIX y co-
mienzos del XX. Como puede comprobarse, apenas he mencionado el nombre de Augusto,
aunque en realidad no he dejado de hablar de él. De hecho, la obra de Proudhon resalta un
aspecto clave de Augusto, como es el de su huella histórica para la posteridad. Es algo que
también podremos ver en la obra de Pascal Quignard, aunque en este caso la visión de la
herencia de Augusto será ciertamente mucho más negativa.
Proudhon parte de un argumento silente y fundamental, como es considerar la obra de
Virgilio en clave de un fiel reflejo de la etapa augústea, pues la considera de hecho como su
propia encarnación. Esta equivalencia, sin embargo, es la que va a cuestionar Broch cuando
configura literariamente un poeta que se resiste a las insistencias del emperador a la hora,
precisamente, de dar por concluida su Eneida.

2.2. Broch: la transcendencia frente a la muerte a través de la literatura


La verdadera historia –pensó- despierta la nostalgia por un pasado que no existe más y que es
en vano tratar de resucitar. De ese pasado queda en cambio la noción de muerte que triunfadora
se impone a nuestros ojos. Frente a ella irrumpe un vacío metafísico imposible de llenar, que
no es otra cosa que el pánico de la existencia que se sabe efímera; pensó también –no sin cierto
sosiego- que la idea más perfecta de libertad es la muerte, por la que pasaremos todos, y esa idea
pareció serenarlo un poco y hasta creo que sonrió al madurarla en su interior. (Hugo Bauzá,
Virgilio. Memoria del Poeta. Una autobiografía espiritual, Buenos Aires, 2011, 157)

La novela de Hermann Broch gira en torno a un tema acaso manido, mas sumamente
ambiguo, como son las razones por las que Virgilio quiso quemar la Eneida, si acaso quiso
quemarla de veras. En su trabajo ya citado16, José Luis Vidal ha revisado la cuestión desde
los testimonios positivos procedentes de la Vita de Suetonio-Donato hasta la interpretación
puramente hermenéutica de Broch. De manera particular, el testimonio de Suetonio-Donato

15. P.J. Proudhon, De la Justice… op. cit., 137.


16. «Quisiéramos ahora acercarnos a las intenciones de Virgilio por caminos distintos, sin duda menos
positivistas, pero no menos respetuosos», J.L. Vidal, “Por qué Virgilio quería quemar la Eneida…, si es que
quería”… op. cit., 480.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 221-235 229


Monográfico Entre el sexo y el espanto. Augusto y la literatura, o una Historia no Académica del primer emperador de Roma

resulta, en su esquematismo, muy gráfico en lo que respecta a la actuación de Augusto con


respecto a la Eneida:17

12 Por otra parte, cuando Augusto le ofreció los bienes de un desterrado, no se atrevió a acep-
tarlos
[…]
21 Al final empezó la Eneida, un tema variado y múltiple, y semejante a ambos poemas de Ho-
mero; además con personajes y hechos griegos y latinos en común, y en el que estaría contenido
lo que más deseaba, el origen de la urbe romana y el de Augusto a la vez.
[…]
27 Cuando regresó Augusto después de la victoria de Accio y se detuvo en Atella para recuperar-
se de la garganta, Virgilio le leyó las Geórgicas durante cuatro días continuos, tomando Mecenas
turno para leer, cuantas veces era interrumpido él mismo por la indisposición de la voz.
[…]
31 Y Augusto —pues casualmente estaba lejos de Roma por la campaña de Cantabria—, le pidió
en cartas suplicantes y también, en broma, amenazadoras que «de la ‘Eneida’ le fuera enviado»,
según sus palabras, «o el primer esbozo del poema, o la parte que quisiera». 32 Sin embargo,
mucho después, cuando finalmente había preparado la materia, Virgilio le recitó únicamente
tres libros, el segundo, el cuarto y el sexto, pero éste con gran impresión en Octavia, de la que se
cuenta que, estando presente en la recitación, desfalleció ante aquellos versos acerca de su hijo:
«tú serás Marcelo», y fue reconfortada con dificultad.
[…]
35 A los 52 años de edad, con la intención de dar la última mano a la Eneida, decidió irse a
Grecia y a Asia, y en tres años continuos no hacer nada más que corregirla, para que el resto
de su vida estuviera libre sólo para la filosofía. Pero como al emprender su viaje se hubiese en-
contrado en Atenas con Augusto, que regresaba a Roma proveniente de Oriente, y decidiera no
abandonarlo e inclusive regresar junto con él, mientras conoce la ciudad vecina de Megara con
un sol muy ardiente, contrajo una enfermedad y, al no interrumpir el viaje por mar, empeoró, de
modo que llegó a Brindisi bastante más grave, donde a los pocos días murió, el 21 de septiembre,
siendo cónsules Cneo Sentio y Quinto Lucrecio.
[…]
37 Nombró herederos, por la mitad de sus bienes, a Valerio Próculo, hermano de diferente
padre; por la cuarta parte, a Augusto; por la duodécima parte, a Mecenas; por lo restante a Lucio
Vario y a Plocio Tuca, quienes, después de su muerte, revisaron su Eneida por orden del César.
[…]
41 Mas Vario publicó la Eneida con autorización de Augusto, pero enmendada ligeramente, de
modo que él dejó incluso los versos incompletos tal como estaban. Muchos, habiendo intentado
completarlos tiempo después, no pudieron hacerlo, debido a la dificultad, porque casi todos los
hemistiquios, en su obra, están en absoluto y perfecto sentido, excepto aquel: «quem tibi iam
Troia».

17. M. Elena Montemayor Acebes, “Suetonio, Vida de Virgilio”, Nova Tellus, 27, 2009, 205-235.

230 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 221-235


Francisco García Jurado Monográfico

Del testimonio de esta vita se deduce que Augusto siempre estuvo presente durante
la composición y posterior edición de la Eneida. La noticia que nos da Suetonio acerca de
las amenazas que «en broma» profería Augusto a Virgilio para que terminara su obra poco
aclaran acerca de la relación entre el poeta y el emperador, aunque no impiden que podamos
imaginarlas como conflictivas. Así las cosas, una de las escenas centrales de la novela titulada
La muerte de Virgilio tiene que ver con un tenso diálogo entre el poeta y el emperador, que
acude en Brindisi a las estancias donde se encuentra alojado Virgilio con la intención de arre-
batarle el manuscrito de la Eneida. Este diálogo es el que articula la conocida interpretación
de «Virgilio frente a Augusto» que luego ha hecho suya la así llamada «Escuela de Harvard», a
diferencia de la actitud favorable a Augusto sostenida generalmente por el mundo académico
europeo18. La muerte de Virgilio, con la consiguiente entrega definitiva de su Eneida para
Augusto y la posteridad, no parece significar otra cosa que la eternidad del propio Augusto y
la instrumentalización del poema épico para su propia gloria. Se trataría de una apropiación
parecida a la que es posible apreciar en el mismo monumento del Ara Pacis, que, contem-
plado desde la esquina derecha de su fachada delantera, permite ver al propio Eneas y, en el
lateral, también a Augusto, ambos togados y en acto de llevar a cabo un sacrifico19.
A este respecto, resulta clave la intensa y tensa conversación que mantiene un mori-
bundo Virgilio con un Augusto todavía joven dentro del libro tercero de la novela de Broch,
donde el emperador deja claro a Virgilio que su Eneida ya no le pertenece. Es interesante
observar que el texto de Broch parte de un pasaje clave de la Eneida, precisamente la referen-
cia a la batalla de Accio en la descripción del escudo de Eneas (VIII 626-728). Augusto se lo
recuerda a Virgilio de esta manera:

—Hay pocas cosas tan dignas de mi memoria. ¿No fue poco después de regresar yo de Egipto,
cuando me sometiste el primer esbozo de la epopeya?
—Tú lo has dicho.
—Y en el centro del poema, verdaderamente centro y clímax del poema, en el centro del escudo
de los dioses que concediste a Eneas, ha[s] puesto la descripción de la batalla de Accio.
—Así lo hice. El día de Accio fue la victoria del espíritu romano y sus costumbres sobre las os-
curas fuerzas de Oriente, la victoria sobre el oscuro misterio que acaso se había apoderado de
Roma. Esta fue tu victoria, Augusto.
—¿Sabes el pasaje de memoria?

18. «Although almost none of Virgil’s poetry is in the first person, it is not surprising that Virgilian
scholarship and criticism has from first been marked by a strong biographical interest. This makes for good
novels (Hermann Broch’s The Death of Virgil is a landmark in the history of the modern novel), but bad
criticism. Despite the demise of the kind of biographical criticism that used literary texts as sources for
reconstructing the life of the poet, this biographical interest survives in the form of obsession, still burning
for some critics, to determine Virgil’s personal attitude towards Augustus. This concern is implicit in much
of the debate between the so-called ‘Harvard’ (anti-Augustan) and ‘European’ (pro-Augustan) schools of
critics». (Ph. Hardie, Virgil, Oxford, 1998, 2).
19. F. García Jurado, “El triunfo de Augusto. Ara Pacis”, Historia National Geographic, 135 marzo de 2015,
58-67.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 221-235 231


Monográfico Entre el sexo y el espanto. Augusto y la literatura, o una Historia no Académica del primer emperador de Roma

—¡Cómo podía saberlo! Mi memoria no alcanza la tuya.


—¡Oh, ningún engaño era posible! Inequívocamente el Augusto había dirigido los ojos hacia el
cofre del manuscrito, y los mantenía fijos en él: ¡oh, no era una ilusión, había venido a quitarle
el poema! (Hermann Broch, La muerte de Virgilio, Madrid, 1995, 305)

Podemos observar también cómo Broch plantea una interesante dicotomía entre la
memoria y la escritura (La muerte de Virgilio, 306), dado que Virgilio recita de memoria el
pasaje clave, el que se refiere a la batalla de Accio (La muerte de Virgilio, 307). Sin embargo,
Augusto quiere obtener la materialidad de este poema, es decir, su manuscrito. Luego deriva
la conversación hacia el tema de la gratitud que Virgilio siente por Augusto (La muerte de
Virgilio, 309), gratitud que, por otra parte, según el sentido pragmático que Augusto siente
por las cosas, no debe terminar simplemente en nada. Resulta muy interesante la contraposi-
ción que se establece entre la obra artística y la labor de Estado (La muerte de Virgilio, 311),
dado que mientras Virgilio cree que lo que sobrevivirá a la memoria es la labor política de
Augusto, éste ve en la Eneida, es decir, en el arte, su verdadera supervivencia. Augusto recita,
por su parte, un nuevo pasaje de la Eneida (La muerte de Virgilio, 313). La cuestión esencial
llega cuando Augusto pregunta sin ambages a Virgilio por qué quiere destruir su Eneida (La
muerte de Virgilio, 317) y comienza una disquisición acerca del «conocimiento de la muerte»,
cercana a la propia orientación órfica de Virgilio (La muerte de Virgilio, 320). La discusión
entre el emperador y el poeta deriva ahora a plantear la obra de Augusto como metáfora
del pueblo romano (La muerte de Virgilio, 327), en una idea que nos recuerda mucho a lo
expresado por Jakob Burckhardt en su estudio sobre el Renacimiento, a saber, la idea del Es-
tado como una obra de arte (La muerte de Virgilio, 336-338). Tras una airada discusión y el
soberano enfado de Augusto, Virgilio accede finalmente a que se lleven a Roma el cofre que
contiene la Eneida. Augusto ya no pierde más tiempo en discutir, es más, lamenta haber per-
dido tantas horas en disquisiciones que ni tan siquiera le interesan. Su mundo es el real y su
propósito la trascendencia. Precisamente, es esa realidad, convertida ahora en hiperrealismo,
lo que Quignard acabará convirtiendo en el augusto mundo de la sordidez.

2.3. Quignard: la moral sexual de Augusto, o el espanto


Si Proudhon había ensayado hábilmente una idea de cambio radical para la humanidad du-
rante el principado de Augusto, con el propio nacimiento del Cristianismo dentro de su seno,
Pascal Quignard va a indagar en este sentido, pero con fines bien diversos. En su original en-
sayo titulado El sexo y el espanto20, Quignard trata acerca de las consecuencias de una moral
impuesta por Augusto que él ve plasmada, decenios después de la muerte del emperador, en
las pinturas pompeyanas, tal como quedaron tras la erupción del año 79 de nuestra era:

Trato de comprender algo incomprensible: el traspaso del erotismo de los griegos a la Roma
imperial. Esa mutación no ha sido pensada hasta ahora, no tanto por una razón que ignoro

20. P. Quignard, El sexo y el espanto, Trad. de Ana Becciú, Barcelona, 2005.

232 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 221-235


Francisco García Jurado Monográfico

como por un temor que concibo. La metamorfosis del erotismo alegre y preciso de los griegos
en melancolía aterrada tuvo lugar durante los cincuenta y seis años del reinado de Augusto, que
reorganizó el mundo romano bajo la forma del imperio. Esa mutación tardó solo unos treinta
años en imponerse (del año 18 a.C. al 14 d. C.), y sin embargo aún nos envuelve y domina nues-
tras pasiones. El cristianismo no fue más que una consecuencia de esa metamorfosis: retomó,
por así decirlo, el erotismo en el estado en que lo habían reformulado los funcionarios romanos
que promovió el principado de Octavio Augusto y que el Imperio, en los cuatro siglos siguien-
tes, se vio obligado a multiplicar con obsequiosidad. (El sexo y el espanto, 8-9)

Ese mundo donde el sexo, sujeto a una férrea moral, se convierte en espanto, se define
por lo que Quignard entiende que es la estética de la sordidez, y mediante la cual retrata al
propio Augusto en lo que no deja de ser una vida imaginaria. Es curioso tanto el lugar como
la manera tan inusitada por la que comenzó Quignard a pensar en Augusto, precisamente
sentado en un banco junto a la muralla del palacio imperial de Tokio. Así nos lo cuenta él
mismo en su obra titulada Albucius21:

En junio de 1989, yo estaba solo y hastiado. Compuse sesenta de estas páginas sentado en un
banco de madera, entre enormes cuervos funerarios, sobre las murallas del jardín imperial de
Tokio.

En el estanque que estaba al pie de las murallas había una pequeña tortuga que alzaba su cabeza
fuera del agua aproximándose al pilar de madera cercano a la orilla. La cabeza dejaba atrás una
estela. Una y otra vez la masa de su cuerpo se arrastraba hacia el fondo. Miré la cabeza verde,
vieja, implacable, escamosa. Me dije: ‘¡Claro, es Augusto!’. Era evidente. Ahora me sorprende.
El país donde las puertas de los taxis se cierran solas y donde la gente se quita los zapatos para
comer me sepultó en una Roma imaginaria más viva y más irrigada de sangre que los rostros de
los bonzos zen con los que había venido a conversar. (Albucius, 9-10)

Esta «visión» de Augusto tan lejana e inesperada se va a compaginar con la lectura de


la obra de Séneca el Viejo y del propio testimonio que Suetonio nos ofrece de Augusto para
crear una imagen sórdida, acorde con los parámetros establecidos en su ensayo ya citado, El
sexo y el espanto. Cabe destacar, en este sentido, que Quignard hace con el «hipotexto» de
Suetonio (mejor que «fuente») algo parecido a lo que Borges propone en su cuento «Pierre
Menard, autor del Quijote». Se trata de una relectura que puede parecer literal, pero que re-
conduce el texto originario a la propia estética de la sordidez.
Gayo Albucio Silo, un raro autor latino de la época de Augusto, es uno de tantos cuya
obra se ha perdido para siempre. Leopoldo Alas Clarín evocaba en su cuento «Vario» a un
poeta cuya obra había desvanecido la incuria del tiempo, con la paradoja de haber sido, asi-
mismo, Vario, quien salvó la Eneida para la posteridad. El contemporáneo de Clarín, Marcel
Schwob, recrea en la vida imaginaria de Lucrecio a un poeta que muere enloquecido sin
haber escrito ni tan siquiera la obra que lo consagró para la posteridad, el poema científico

21. P. Quignard, Albucius, Trad. de Betina Keizman, Buenos Aires, 2010.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 221-235 233


Monográfico Entre el sexo y el espanto. Augusto y la literatura, o una Historia no Académica del primer emperador de Roma

titulado Sobre la naturaleza de las cosas. Sobre Albucio, y gracias a los testimonios de Séneca
el Retor, conservamos algunos retazos de su existencia y su obra. Ambas son las que más
o menos imaginariamente se propone reconstruir Pascal Quignard. Quignard conoce las
lenguas clásicas (de hecho, ha traducido la Alejandra de Licofrón el Oscuro), por lo que sus
reelaboraciones están bien fundamentadas. Como vengo diciendo, el gran asunto de Albucius
es indagar en algo tan espeluznante como la «belleza de la sordidez». Cayo Albucio Silo es in-
ventor de pequeñas e impactantes obras retóricas que, confundidas con las de Séneca el Retor
y otros autores de su época, tienen como fin la controversia. Esclavos que mueren torturados,
hijos pródigos y mujeres sospechosas de adulterio pueblan el oscuro mundo de Albucio,
donde la fealdad moral y estética crea una extraña forma de grotesca belleza. Quignard se
propone no sólo inventar la vida de Albucio, sino reconstruir 53 de sus piezas oratorias, pe-
queños episodios donde suele exponerse una causa judicial imposible. La obra de Quignard,
en definitiva, parece estar escrita para servir de egregio ejemplo de la historia no académica
que propongo. Vamos a centrarnos finalmente en el texto que dedica al emperador Augusto,
y que constituye por sí mismo uno de los capítulos de la obra (Albucius, 89-94). Como he
adelantado, está construido sobre pasajes de la vida que Suetonio dedicó al emperador, ade-
más de diversos textos tomados, entre otros, de Séneca el viejo. A este respecto, es significati-
vo este peculiar uso sórdido del lenguaje que Quignard atribuye a Augusto:

El emperador reprochaba a Quinto Haterio que hablara demasiado rápido y decía:


—Haterius noster sufflaminandus est. (Nuestro Haterio necesitaría que lo frenen).
A decir verdad, el emperador no apreciaba mucho la cadencia ni la superabundancia de Haterio.
A veces se burlaba. Por la corte circulaba un chiste. Un día, declamando sobre un joven esclavo
que negaba haber entregado sus favores al amo, Haterio había dicho:
—Impudicitia in ingenuo crimen est, in servo necessitas, in liberto officium. (En un hombre libre,
la falta de pudor es un crimen; en un esclavo, una obligación; en un liberto, un servicio).
De inmediato, el emperador y toda la corte se sirvieron de la frase. No se decía más: «Préstame
tu culo»; decían: non facis mihi officium? («¿Me prestarías un servicio?»). Durante el resto de su
vida, el emperador no usó más las palabras «depravados» u «obscenos», y las sustituyó por la
palabra officiosi («gente servicial»). (Albucius, 90)

Quignard crea una suerte de collage de referencias diversas para describir a Augusto:

Era un hombre miedoso, cruel, elocuente, civilizado. Le gustaba arrancar los ojos con sus pro-
pias manos. Odiaba el ladrillo. Buen letrado, nunca se fiaba de las críticas ni de los profesores.
En la cuestión de la lengua, era muy exigente. Siempre disfrutaba del placer de visitar las bi-
bliotecas privadas o públicas, y de permanecer en ellas durante horas. Amaba a Roma, aún con
mayor vehemencia por no ser de origen romano. Le apasionaban las cosas antiguas y las raíces
de las tradiciones nacionales. A sus dos nietas –Julia y Agripina, que entonces no alcanzaban
más de dos palmos de alto- se proponía consagrarlas a la virginidad y hacer de ellas vestales.
Augusto tenía la costumbre de usar una coraza bajo su toga cuando iba al senado. (Albucius, 90)

Una de las caracterizaciones más logradas de este retrato tiene que ver también con un
supuesto uso lingüístico, como es el de la paz convertida en silencio:

234 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 221-235


Francisco García Jurado Monográfico

Lo que él llamaba paz podría haberse llamado silencio. El silencio equivalía a encargar poemas
y a pagarlos con viñas. El silencio, además de la poesía, era también el susurro que los muertos
ya no podían emitir. (Albucius, 91)

En cualquier caso, Augusto se convierte, dentro de la creación de Quignard, en el ver-


dadero autor del espíritu sórdido de su época, ahora no tanto representado por los poetas
como por los cultivadores de un género, el retórico, que había perdido la grandeza de la gran
oratoria ciceroniana para deleitarse en la sordidez como una forma de belleza.

Conclusiones
He propuesto en este trabajo las bases de una HnA de la figura de Augusto en la literatura y
ensayo modernos desde unos presupuestos precisos: una Historia que acontece, que sigue un
procedimiento interpretativo y que se articula en torno a tensiones varias. La selección lleva-
da a cabo obedece al intento de encontrar tres ejemplos significativos que ilustren esta lectura
alteracadémica: una lectura de la segunda mitad del siglo XIX, dominada por el problema
religioso y el de la decadencia, otra lectura de mitad del siglo XX dominada por el pesimismo
y una lectura más reciente dominada por la interpretación de una moral impuesta, que no es
otra que la de la sordidez:

-Proudhon: Cristianismo como herencia augústea: la catolicidad


-Broch: Virgilio frente a Augusto
-Quignard: Augusto y la nueva moral sexual: sordidez y espanto

Cabe cuestionar, como última reflexión, el alcance de estas valoraciones alteracadémi-


cas que obedecen a parámetros bien diferentes de los que exige la investigación histórica. Al
margen de esto, lo que parece innegable es su atractivo y audacia.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 221-235 235


II
Miscelánea
Studies on Hispanic diplomatic codices.
Historiographic, methodological and systemic
confluences in 18th to 20th centuries

Los estudios sobre códices


diplomáticos hispánicos.
Confluencias historiográficas,
metodológicas y sistémicas
durante los ss. xviii-xx

Alicia Sánchez Díez


Universidad Complutense de Madrid
[email protected]
Fecha recepción 01.02.2017 / Fecha aceptación 06.03.2017

Resumen Abstract
Las dificultades metodológicas en los estudios so- The methodological difficulties of research into
bre códices diplomáticos hispánicos, en su mayoría Hispanic diplomatic codices, mostly arising from
derivadas de la ausencia de grandes tratados sis- the lack of major systemic treatises, have begun
témicos, comienzan levemente a solventarse, en to be resolved to a limited extent in recent years.
estos últimos años, en buena parte debido al de- This is largely due to advanced comparative stu-
sarrollo de estudios comparativos avanzados y sis- dies and multidisciplinary methodological sys-
temas metodológicos multidisciplinares asistidos tems supported by technological tools, which
por herramientas tecnológicas, los cuales permiten both allow the diversification of traditional his-
diversificar los enfoques historiográficos tradicio- toriographic approaches. This paper sets out an
nales. A continuación se expone un análisis de las analysis of the confluences and divergences, an
confluencias y divergencias, un examen de la evo- examination of developments and improvements
lución y mejoras en las metodologías aplicadas a in the methodologies used to work on this sub-
los trabajos sobre este objeto de estudio a lo largo ject of study over the last three centuries, showing

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 239-263. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3973
Miscelánea Los estudios sobre códices diplomáticos hispánicos

de los últimos tres siglos, demostrando su influen- both the influence and effect, not always positive,
cia y efecto, no siempre positivos, en las disertacio- in current dissertations.
nes actuales.

Palabras clave Key words


Códices diplomáticos; cartularios; metodología; Diplomatic codices; cartularies; methodology;
sistemática; cultura escrita; siglos xviii, xix y xx. systematic; science of writing and written objects;
18th, 19th and 20th centuries.

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Alicia Sánchez Miscelánea

Introducción
Los actualmente denominados códices diplomáticos no han merecido siempre una especial
atención por parte de los investigadores quienes quizá han dedicado mayores esfuerzos al
estudio de documentos originales sueltos o unitarios, desde los ámbitos de la paleografía o la
diplomática. Posiblemente, examinando estos objetos desde áreas codicológicas o filológicas
hayan recibido mayor solicitud, considerando su valía textual u ornamental, en el caso de
códices diplomáticos iluminados, pero no estudiando el manuscrito en todo su conjunto,
como documento con materialidad propia, su estructura interna, la función intrínseca que
presenta, su autoridad como fuente histórica, como tipo documental compuesto determina-
do y claramente diferenciado.
Se puede decir que, hasta el presente, los estudios relativos a estos manuscritos son
prácticamente nulos. Si bien, contamos con numerosas ediciones de cartularios, becerros,
tumbos, etc., en cuyos prólogos e introducciones se esbozan escuetas reseñas e informacio-
nes generalistas, más a modo de preámbulo al objeto real de estudio que como investigación
profunda sobre el tema. Se advierte además que dichas notas se repiten casi al pie de la letra,
cual lugares comunes, a lo largo del tiempo, en los trabajos que se van presentando, sin ape-
nas comprobar o profundizar sobre tales afirmaciones. Y, por supuesto, según se describa el
enfoque bajo el cual el códice es examinado, así versará la anotación correspondiente. De
esta manera, en un estudio relativo a la ornamentación de determinado cartulario, es posible
encontrar alguna reseña que defina este tipo documental pero siempre encarada desde una
óptica histórico-artística. O en el caso de un estudio filológico, la anotación o definición se
verá influida por dicha orientación. Hecho, por otro lado, ciertamente lógico pero que ha
venido constriñendo la dimensión general de estos documentos.
Hoy día, lentamente, las nuevas formas de acercamiento a este tipo documental van
evolucionando. De aquellas antiguas notas, rudimentariamente definitorias, que hallamos en
el Viage de Ambrosio de Morales, a saber, «... otro Libro que recopiló el mismo Pelagio, y es
Historia de la Iglesia, y de la Ciudad de Oviedo, con poner en él todos los privilegios y bulas

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Miscelánea Los estudios sobre códices diplomáticos hispánicos

que los Sumos Pontífices otorgaron a la Iglesia y a la Ciudad. Con esto es verdaderamente
Tumbo, que Tumbos llaman en Asturias, Galicia y Portugal, a sus libros semejantes, que en
Castilla llamamos Becerros»1, a la moderna acepción normalizada de códice diplomático que
ofrece la Comisión Internacional de Diplomática de la Unesco, «Colección de copias de sus
propios documentos, establecida por una persona física o moral, que, en un volumen o más
raramente en un rollo, transcribe o hace transcribir íntegramente, o en ocasiones en forma
de extracto, los títulos relativos a sus bienes y a sus derechos y documentos que conciernen
a su historia o a su administración, para asegurar su conservación y facilitar su consulta»2,
han pasado siglos, con sus cambios de paradigma, evolución y revolución en metodologías,
enfoques, intereses, herramientas de trabajo, etc.
Así, el interés que los códices diplomáticos han suscitado entre los investigadores, a lo
largo de la historia, ha dejado sus huellas en diversas manifestaciones que pueden ser consul-
tadas en la actualidad y que van a permitir analizar los avances en las metodologías de trabajo
y las epistemologías sistémicas, para esbozar un estudio de las confluencias y divergencias de
las ópticas bajo las cuales los estudiosos de los últimos siglos se han acercado a estas fuentes.
Dicho estudio se expone en este artículo siguiendo un criterio evolutivo y cronológico,
ciertamente descriptivo, como no podría ser de otra manera, concluyendo con una relación
breve de consecuencias y resultados.

Los inicios (siglos xviii y xix)


En 1772, Campomanes escribía una extensa epístola a su erudito compañero, el benedictino
José Ruete, sobre el escaso provecho de las anotaciones sueltas y los exiguos inventarios, con
los que hasta el momento se contaba, de los «monumentos» (refiriéndose a documentos,
diplomas y manuscritos), porque «solo conducen a algún objeto pasajero y, cuando se va a
hacer uso de estas apuntaciones, se encuentran escasas o diminutas, sujetas a equivocación y
de corto provecho»3.
Es, esta carta, un completo e interesante artículo en el que se expone la necesidad de
instrucción de los monjes e investigadores dedicados a la diplomática en la correcta lectura e

1. A. Morales, Viage de Ambrosio de Morales por orden del Rey D. Phelipe II a los Reynos de León, y Galicia,
y Principado de Asturias, Madrid, Guillermo Blázquez, 1985. Ed. facs. de la de Madrid por Antonio Marín,
1765, 96.
2. Commission Internationale de Diplomatique. Commission Internationale de Sigillographie,
Diplomatica et sigillographica. Travaux preliminaires de la Commission Internationale de Diplomatique et
de la Commission Internationale de Sigillographie pour une normalisation internationale des éditions de
documents et un vocabulaire international de la diplomatique et de la sigillographie, Zaragoza, Institución
“Fernando el Católico”, 1984, 122. Misma definición en: Commission Internationale de Diplomatique,
Vocabulaire Internationale de la Diplomatique, M. M. Cárcel, ed., Valencia, 1997, 35.
3. Epístola de Campomanes a José Ruete, sobre la colección de monumentos de antigüedades. Madrid, 16
de noviembre de 1772. En P. Rodríguez de Campomanes, Epistolario. Tomo I (1747-1777), Ed. de M. Avilés
Fernández y J. Cejudo López, Madrid, 1983, 542.

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interpretación de los textos que manejan, la problemática en las copias galicanas, producida
por sus abreviaturas y guarismos, las confusiones debidas a la ilegibilidad de los códices y
documentos «consumidos por el tiempo», las dataciones, las confirmaciones y testigos, sobre
la importancia de la correcta interpretación onomástica y la necesidad de contar con una bi-
blioteca auxiliar para el uso de los investigadores. Pero, no se limita Campomanes a exponer
el desconcierto reinante a la luz de sus propias exploraciones, sino que continúa analizando,
con relativa profundidad, estos «monumentos» llegando a establecer incluso una clasifica-
ción, que explica y desarrolla, basada en los primeros descubrimientos del padre Ibarreta4, y
entre los que se encuentran los códices diplomáticos. Es, en este momento, cuando se gesta
en la Real Academia de la Historia, representado por dicho Ibarreta, un plan para el recono-
cimiento de archivos antiguos y la formación de lo que vino en denominarse una Diplomática
Española, la cual incluiría la publicación de varios documentos, que, hasta el momento, no
habían visto la luz pública.
A mediados del s. xix José María de Eguren se refiere a estos códices con estas palabras:
«Grande es la importancia, y en esta nación no conocida por cierto, de los tumbos o becerros
y de los cartularios, libros que deben ser contados entre los manuscritos más interesantes de
la Edad Media. Insertábanse en ellos los privilegios, donaciones y mercedes que se otorgaban
a cada iglesia o monasterio, y toda clase de escrituras relativas a los mismos»5.
En su Memoria descriptiva, se encuentran numerosas noticias relativas al origen de los
archivos eclesiásticos, la utilidad de los viajes para el enriquecimiento de los mismos y de
las bibliotecas, la evolución de la escritura y la paleografía, así como de los tratados relativos
a las mismas; estudia las ediciones facsímiles y las copias, ofreciendo noticias sobre centros
custodios de valiosos manuscritos, sus fondos, las donaciones, etc. Advierte sobre la autenti-
cidad y validez de copias y traslados, así como de trabajos historiográficos anteriores, como
la Historia de Mariana de la cual apunta: «... debe ser leída con desconfianza»6. Acompaña sus
afirmaciones con acertadas referencias al padre Flórez, padre Yepes, Ambrosio de Morales
o al padre Luciano, así como con ejemplos de los tumbos de Sobrado, de Santiago, Poblet,
Celanova,...7 El catálogo descriptivo que incluye, ordenado según tipologías documentales,

4. Domingo de Ibarreta (Pedroso, La Rioja, 1710 - Madrid, 1785). Benedictino abad de Silos y de San
Martín de Madrid, erudito infatigable de la investigación paleográfica y más aún diplomática. Es considerada
su gran obra su plan para la diplomática española de 1772; obra en 5 vols., al parecer no aceptada por su
excesivo detalle.
5. J. M. Eguren, Memoria descriptiva de los códices notables conservados en los archivos eclesiásticos de
España, Madrid, Rivadeneyra, 1859, 99.
6. Eguren, Memoria..., op. cit., viii.
7. Hoy día contamos con las ediciones de algunos de estos códices: P. Loscertales, Tumbos del Monasterio
de Sobrado de los Monjes, Madrid, Dirección General del Patrimonio Artístico y Cultural, Archivo Histórico
Nacional, 1976. A. Cabana, “O tombo da Catedral de Santiago: noticia do libro-rexistro medieval”, en
Homenaje a José García Oro, Santiago de Compostela, Universidad, 2002, 49-63. M. T. González, Tumbo
B de la Catedral de Santiago. Estudio y edición, Santiago de Compostela, Seminario de Estudios Galegos.
Cabildo de la S.A.M.I. Catedral, 2004. M. Lucas, La documentación del Tumbo A de la Catedral de Santiago
de Compostela. Estudio y edición, León, Centro de Estudios e Investigación “San Isidoro”, 1997. J. M.

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aporta breves reseñas de numerosos códices custodiados en diversas sedes eclesiásticas espa-
ñolas, dedicando un epígrafe exclusivo a los «Tumbos, becerros y cartularios»8.
Muy próxima en el tiempo, y continuando el estilo de análisis previo, es la publicación,
en 1881, del historiador Foradada y Castán, en la Revista Contemporánea. Su Noticia de va-
rios becerros y cartularios existentes en el Archivo Histórico Nacional9 lista o enumera, igual-
mente con sucintas noticias, códices de fueros, libros de óbito, cabreos, libros de profesiones,
procesos, cronologías, becerros, tumbos, etc.
Tan solo cinco años después, a primeros de octubre de 1886, el profesor de la Escuela
Superior de Diplomática, Vicente Vignau, recurre al gobierno solicitando la compra de ejem-
plares del primer tomo de una colección diplomática, que contiene, entre otros, el cartulario
del monasterio de Eslonza y anuncia que, en un segundo tomo, se aportarán el glosario y
los índices oportunos a dicha obra. Vignau, en su carta, deseaba saber cuánto tiempo debía
aguardar para recibir apoyo oficial, pues era consciente de que del reconocimiento «público
poco o nada pueden esperar las publicaciones de ese género».10
Este será un ejemplo de las penurias con las que un investigador decimonónico debía
transigir al afrontar el estudio de semejantes documentos y resulta fiel reflejo de la situación
de la investigación histórica y científica general del momento. Sin embargo, estas noticias
ponen de manifiesto que, a pesar de ello, los cartularios seguían estudiándose.
La Real Academia de la Historia siempre apoyó y contribuyó a la edición de códices di-
plomáticos o trabajos relativos a ellos. Una muestra la encontramos en el cartulario de Santo
Domingo de Silos, solicitado editar por el padre Fita Colomé con el aval de la Academia11.
Su obra incluiría una historia del monasterio, el estudio del cartulario, un glosario e índices.
Todo ello ilustrado con fotograbados. Estamos en el año 1891. El padre Fita ya había publica-
do con anterioridad otros estudios similares, como la carta o documento fechado en 1857 en
el que, para ilustrar la historia del monasterio de Santa María de Piasca, describe brevemente
el cartulario de Santo Toribio de Liébana12.
El Boletín de la Real Academia de la Historia sirve igualmente como trampolín a estu-
dios más o menos desarrollados sobre determinados códices diplomáticos. En abril de 1898

Andrade, O tombo de Celanova: estudio introductorio e índices (ss. ix-xii), Santiago de Compostela, Consello
da Cultura Galega, 1995.
8. Eguren, Memoria..., op. cit., 99.
9. J. Foradada, “Noticia de varios becerros y cartularios existentes en el Archivo Histórico Nacional,
que pueden considerarse como principales monumentos de la historia y lingüística españolas”, Revista
contemporánea, 34/7, 1881.
10. Cf. V. La Fuente, “El Cartulario de Eslonza”, Boletín de la Real Academia de la Historia, 9, 1886, 390-
392.
11. La carta de aval se encuentra publicada en: F. Fita Colomé [et al.], “Cartulario de Santo Domingo de
Silos. Aval de la Academia”, Boletín de la Real Academia de la Historia, 19, 1891, 257-258.
12. Cf. E. Jusué, “El libro cartulario del Monasterio de Santo Toribio de Liébana”, Boletín de la Real
Academia de la Historia, 45, 1904, 409-421.

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se edita un estudio sobre los cartularios de Leire13. En octubre del mismo año, otro artículo
versará sobre el cartulario de la Orden Templaria y Hospitalaria custodiado en el Archivo
Histórico Nacional14.
Estos informes, y los que se encuentran con posterioridad, proporcionan estudios codi-
cológicos primitivos, que difícilmente podrían parecerse a lo que hoy entendemos como tal y
en los que se solía indicar brevemente: soporte escriptorio, número de páginas, lengua escri-
turaria y poco más. Se centran, fundamentalmente, en el contenido textual del documento,
que enumeran pudiendo llegar a establecer criterios tipológicos de los documentos inclusos:
privilegios reales, donaciones, concordias, etc. En algunos casos, el autor transcribirá el inci-
pit de la obra y/o el explicit, si este es relevante.
Hasta el momento no se aprecia distinción real, por parte del investigador, entre un
«cartulario», un «tumbo» o un «becerro»; más bien parece que cualquier manuscrito que
incluya copias o regestos de documentos son tratados de igual manera y apodados «cartula-
rios» o «códices» o «monumentos», englobando todos los conceptos en uno mismo.
Mientras tanto, y ya entrado el s. xx, el Boletín de la Real Academia de la Historia con-
tinúa publicando estudios similares a los anteriores: El tumbo de Valdeiglesias y su relación
con Álvaro de Luna, en 1902 por Manuel de Foronda15; el libro cartulario del monasterio de
Santo Toribio de Liébana, en 1904 por Eduardo Jusué16, en el que se reporta una descripción
del monasterio, una breve historia y descripción del cartulario y la copia y análisis de cuatro
cartas o diplomas inéditos de la sede lebaniega, entre otros.
Noticias y epístolas cursadas entre distintos ilustrados sobre algún cartulario en con-
creto o datos contenidos en los mismos también abundan en este siglo. La correspondencia
erudita entre investigadores de esta época es fuente inagotable de información, en ocasiones
inédita, que debiera ser siempre tenida en cuenta. Sirva de ejemplo esta, de Ramón Marcos y
Sánchez al padre Fita, ofreciendo noticias sobre el becerro de Casasola17:

13. M. Magallón, “Cartularios de Leire”, Boletín de la Real Academia de la Historia, 32, 1898, 257-261.
14. M. Magallón, “Templarios y Hospitalarios. Primer cartulario en el Archivo Histórico Nacional”,
Boletín de la Real Academia de la Historia, 33, 1898, 258-266.
15. M. Foronda, “El Tumbo de Valdeiglesias y D. Álvaro de Luna”, Boletín de la Real Academia de la
Historia, 41, 1902, 174-181.
16. Jusué, “El libro cartulario... ”, op. cit., 409-421.
17. Carta de Ramón Marcos y Sánchez a F. Fita dándole noticias del Becerro de Casasola, los límites
geográficos de esta dehesa; de la iglesia de Sta. Águeda y de los Baños de S. Miguel. Ciudad Rodrigo, 1913.
Archivo Histórico de la Provincia de Castilla de la Compañía de Jesús, sin signatura. En este mismo archivo
se custodia otra carta entre ambos de asunto similar. De nuevo, se debe señalar que ofrece referencias a datos
que se incluyen en el becerro y que fueron solicitados por el padre Fita a Marcos en epístola anterior, pero no
información sobre el becerro en sí. Imágenes de estos documentos se ofrecen en la Biblioteca Virtual Miguel
de Cervantes, de la Fundación homónima, acompañando al registro catalogado bajo el título cit. supra:
<http://www.cervantesvirtual.com> [Fecha de consulta: 15 de enero de 2017].

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[…] Pone a continuación lo que se dice de esa señora en el cap. 32 de la Historia de Ciudad Ro-
drigo ‘María Adam, señora de Cerralvo: habiéndole muerto a su marido, se vistió de gerga y se
ciñó con cinco vueltas de soga, y puso de no quitárselas hasta que fuese vengada la muerte de su
marido don Sancho Pérez, y no teniendo’, etc., etc. Si desea usted se la copie íntegra la relación
de este episodio me lo dice y la remitiré. No lo hago ahora porque creo la tiene usted o está en el
manuscrito de Cabañas, que cita; pues al decir el libro becerro que lo toma del capítulo 32 de la
Historia de Ciudad Rodrigo, debe referirse a la de Cabañas. La losa sepulcral de esta señora se
conserva cual la describe Cabañas […] y sigue diciendo el becerro “No se dice aquí el año en que
falleció esta María” […]. Esto es lo que se encuentra acerca de doña María Adam en el becerro.
También es curioso lo que refiere de la estancia de los franceses en tiempo de Napoleón […].

Los avances del siglo xx


Sería posible llamar a la década de los años veinte el decenio de plata de las investigaciones
«carturológicas», en cuanto al territorio peninsular se refiere.
En 1924 se publica, en Barcelona, el que se puede considerar primer manual sobre
códices diplomáticos editado en España. Su autor, Francisco Nabot y Tomás, desde 1902 pro-
fesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona de materias como
Historia de la filosofía, Paleografía, Latín, Historia universal, y Numismática y Epigrafía, en-
cargado también de la biblioteca de la facultad desde 1908, redacta este compendio, cuajado
de noticias sobre multitud de códices diplomáticos, con una intencionalidad distinta: desta-
car la importancia de los mismos en la reconstrucción de la historia de España.
Nabot limita su estudio a los «códices diplomáticos». Es en este impreso donde, por vez
primera, se encuentra tal denominación, a la que se refiere con los siguientes términos: «Li-
mitamos nuestro estudio a los Códices diplomáticos, es decir, a aquellos que contienen docu-
mentos o índices y extractos de documentos de cualquier índole. No trataremos de todos los
Códices diplomáticos, sino únicamente, de los llamados Cartularios, Becerros y Tumbos… »18.
Esta delimitación asume la pertenencia de otros tipos de documentos en la categoría
de códice diplomático, documentos que descarta del examen, según indica el mismo autor,
por la abundancia de dichos materiales y por las dificultades de la investigación en archivos y
bibliotecas. Estos a los que se refiere son: bularios pontificios, cartularios reales, de universi-
dades, de órdenes militares, cabreos, necrológicos, obituarios, lumen domus, libros de renta,
etc., que también definirá brevemente en el trabajo.
Por otro lado, la escueta definición de Nabot encierra en sí misma una primera clasifi-
cación de los códices según su contenido interno, a saber, aquellos que contienen las copias
de los documentos originales íntegras, aquellos que únicamente cuentan con extractos o re-
gestos de los mismos y, por último, los que solo los listan en una tabla o índice.
Como apunta en su definición, Nabot centra el estudio en los cartularios, becerros y
tumbos; objetos que describirá o tratará de delimitar por oposición geográfica. Así, denomi-

18. F. Nabot, Los cartularios de las catedrales y monasterios de España en la Edad Media, Barcelona, 1924, 7.

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na «cartulario» al libro que contiene cartas y documentos limitando dicho término a España
y países románicos. «Cartularis» o «cartorls» los llamarán en Cataluña. En Castilla y, debido
a su encuadernación en piel de ternero, se llamarán «becerros» y en Galicia y Portugal «tum-
bos», describiendo la colocación de los mismos en las tablas de los armarios de los archivos
y bibliotecas. Esta tipificación, prácticamente mantenida hasta nuestros días, es la primera
en la que se intenta distinguir un tipo de códice de otro, atisbando ya la posibilidad de una
diferenciación. Se recuerda que, hasta el momento, los historiadores y diplomatistas hablan
de unos y otros términos como sinónimos, tan solo utilizando una denominación concreta al
tratar un texto determinado y aun así, los errores que se venían cometiendo eran frecuentes.
Nabot expone la función que los códices diplomáticos tienen en su origen para con la
institución (en su estudio, monasterios y catedrales) que los crea: «… facilitar la investigación
documental y evitar, con el posible extravío o pérdida de los diplomas originales, la carencia
de pruebas legales y autorizadas»19. «… Para mejor asegurar la subsistencia de sus privile-
gios y derechos, tuvieron el buen cuidado, no solo de copiar las escrituras originales en sus
cartularios, sino de sacar nuevas copias de estos, que por haberse perdido no pocos de los
primitivos, les suplen y reemplazan actualmente»20.
En estos momentos se asegura la fidelidad de los documentos copiados en los cartula-
rios y la «legalidad y validez de las copias cuyas formas primeras se perdieron»21. Hoy día, se
cuenta con estudios relativos a la tradición documental de estos objetos, en los que se discute
el grado de veracidad o falsedad de los mismos. Lo que sí apunta Nabot, y parece admitido
por la comunidad investigadora actual, es el hecho de que estos fueron reconocidos como
verdaderos y válidos en pleitos, en los que la institución debía defender sus derechos y pose-
siones ante terceros.
Por otro lado, dedica unos párrafos al análisis de aquellos cartularios que ostentan
disertaciones históricas, noticias biográficas, datos cronológicos, etc., a los que denomina
«cartularios crónicas», otra nueva acuñación de un término que no se había planteado hasta
el momento y que refleja otra de las funciones originarias de estos manuscritos, amén de la
administrativo-jurídica anterior, y de una función de conservación y recuperación de los
documentos originales deteriorados, expuesta en la cita anterior. Se refiere a una posible fun-
ción memorística o histórica que será tratada ampliamente con posterioridad.
Quizá, la cuestión más controvertida del momento temporal en que Nabot realiza sus
indagaciones versa sobre el origen de los cartularios. Aún los autores no se aventuran a una
primera datación, tan solo aseguran, en el caso de Nabot, que «debió haberlos en los tiempos
visigodos»22, no conservándose ningún cartulario anterior al s. x.
Por último, y con solicitud manifiesta, Nabot ofrecerá novedosos apuntes relativos a
su ejecución material, la disposición técnica de los cartularios, la impaginación, breves notas
sobre la escritura, las abreviaturas, la calidad paleográfica y ornamental de los documentos,

19. Nabot, Los cartularios..., op. cit., 8.


20. Nabot, Los cartularios..., op. cit., 14.
21. Nabot, Los cartularios..., op. cit., 9.
22. Nabot, Los cartularios..., op. cit., 11.

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Miscelánea Los estudios sobre códices diplomáticos hispánicos

la iluminación de los títulos y letras capitales, las encuadernaciones y numerosos ejemplos


ilustrando sus asertos.
Se admite asimismo la existencia de un orden interno del documento: geográfico, cro-
nológico o variante, según la relevancia de los documentos originales que se copian de mane-
ra ordenada, ofreciendo prioridad a los privilegios pontificios y las bulas, a continuación los
documentos reales y, por último, aquellos documentos de donaciones particulares.
Según Nabot, el análisis estilístico del texto permite deducir el dominio de la respectiva
lengua documental del copista, para así vislumbrar focos de cultura y manifestaciones lite-
rarias en períodos de la alta Edad Media en que estas no eran las más frecuentes. La utilidad
del cartulario para los estudios filológicos de la lengua es notoria. Igualmente, con el examen
de las fórmulas o cláusulas documentales se vendría en conocimiento de una serie de detalles
cancillerescos no percibidos hasta el momento. El valor de los cartularios desde el punto de
vista bibliográfico se deja apreciar en la medida en que estos suministran datos referentes a
libros y bibliotecas de los que no se tenía conocimiento alguno.
Cabe decir que estos análisis no se producen, como venía siendo costumbre, sobre un
cartulario en concreto, sino que Nabot es capaz de generalizar sus conclusiones aportando
un estudio complejo, fruto de una ardua tarea de síntesis y, por supuesto, reflejo del conoci-
miento acumulado durante años de estudio. El progreso que demuestra este trabajo sobre los
anteriores es enorme.
Si se indicaba anteriormente que esta década de los años 20 fue prolija en publicacio-
nes y estudios sobre los cartularios, no fue tan solo por los trabajos de Nabot y Tomás sino
también gracias a las aportaciones de otro gran historiador del momento: Luciano Serrano
y Pineda, O. S. B. (1879-1944), el que fuera nombrado abad de Silos en 1917, miembro de la
Real Academia de la Historia los últimos cuatro años de su vida, la que dedicó plenamente al
estudio y edición de fuentes medievales para la historia.
La mayoría de sus publicaciones se encuentran auspiciadas y editadas por el Centro de
Estudios Históricos. En ellas se hallan estudios formales de tales códices y documentos, así
como curiosas noticias relativas a su devenir histórico. Tan solo una cuestión deberán tener
en cuenta los nuevos investigadores que se enfrenten a su obra, y es el hecho de que el padre
Luciano entiende y titula «cartulario» a su obra, a su propia investigación, cuando puede que
su estudio no incluya exactamente el cartulario que intitula su trabajo. Verbigracia, en el caso
de la publicación bajo el título de El Cartulario de San Pedro de Arlanza23, el padre Serrano
comenta, transcribe y estudia el becerro de Arlanza a través de diversas noticias, pero tam-
bién de numerosos documentos, dispersos en diferentes sedes custodias, relativos al monas-
terio. A todo su estudio y recopilación de fuentes lo denomina «cartulario de Arlanza». De
igual manera, en su obra: El Cartulario del Monasterio de Vega24, incluye escrituras anteriores
al s. xii, conservadas en el monasterio y en el Archivo Histórico Nacional, pero también de la
Colección Sobreira, que se custodiaba en la Real Academia de la Historia y del «libro de los

23. L. Serrano, Cartulario de San Pedro de Arlanza, Madrid, 1925.


24. L. Serrano, Cartulario del Monasterio de Vega, con documentos de San Pelayo y Vega de Oviedo,
Madrid, 1927.

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vicarios» (becerro posterior, datado en el s. xvii). No menciona ningún cartulario ni becerro


de la época, sino que con toda la documentación recopilada, las transcripciones y las noticias,
forma lo que él mismo denomina «cartulario de Vega».
Esta manera de entender el concepto de «cartulario», como conjunto de documentos
de una institución, elenco de fuentes primigenias de la misma, colección diplomática, y no
como el objeto o documento con materialidad propia que entendemos hoy, nos acerca a la
manera de pensar y afrontar, de los historiadores de la época, esas fuentes, su percepción de
las mismas, entendiendo como «cartulario» la colección formada por los documentos in-
cluidos en el cartulario propiamente dicho, más aquellos otros conservados aparte, siempre
que correspondan a la misma entidad o institución y a la misma edad histórica, con fines de
publicación conjunta25. Aun así, los datos ofrecidos en las investigaciones del padre Luciano
y la calidad de sus trabajos son incuestionables.
Este análisis continuado de las metodologías de estudio aplicadas a los códices diplo-
máticos a lo largo de los últimos tres siglos, se debe detener en la mitad de este s. xx en un
documento que, quizá por la óptica desde la cual se afronta, pueda llamar la atención, pero
que, debido a su calidad y al contenido del estudio, apunta el avance que venía consiguién-
dose en cuanto a la conceptualización y sistematización de los términos se refiere. Se trata
del artículo de Font Rius, en la Nueva Enciclopedia Jurídica26, bajo el vocablo Cartularios.
Cuatro hojas a dos columnas, en las que analiza el concepto y clases de cartularios, la razón
de ser de los mismos, su antigüedad, el valor jurídico y su utilidad e interés. Rius mantiene el
concepto y clasificación aportados por Nabot. De las funciones, que deduce de los mismos,
destaca el autor el valor jurídico, no obstante, aun aceptando las tesis de Nabot, cita el parecer
de Mosén José Rius, el cual discrepa de la siguiente manera: «… la necesidad de poseer copia
de los títulos o privilegios para poder presentar los originales en juicio, ya que es indudable
que serían estos los dotados de autenticidad jurídica y, por tanto, con valor probatorio, aparte
de que resultará más cómodo aportar en juicio los originales que no los pesados volúmenes
de los Cartularios»27.
El autor apoya su tesis, alegando la falta de originales por este motivo; los continuos
viajes de los documentos a las chancillerías.
Sean unos u otros los que van a la magistratura, es este trabajo uno de los primeros
en donde se pone en tela de juicio la veracidad de las copias de los códices diplomáticos, sin
menoscabo de las opiniones vertidas por Floriano Cumbreño en su Curso general de paleo-
grafía, en el que ya tachaba a la mayoría de los cartularios, especialmente a los monásticos,

25. En líneas anteriores se apuntaba una noticia sobre la publicación, en 1885, de lo que el propio autor
titula: Cartulario del Monasterio de Eslonza, por Vicente Vignau y que, como explica Vicente de La Fuente
en su informe a la Real Academia de la Historia en 1886, está compuesto, en realidad, por «una colección
diplomática, que contiene el Cartulario del monasterio de Eslonza». Cf. La Fuente, “El Cartulario... ”, op. cit.,
390 y V. Vignau y Ballester, Cartulario del Monasterio de Eslonza. Primera parte, Madrid, 1885.
26. C. E. Mascareñas, Nueva Enciclopedia Jurídica, Barcelona, 1951, t. 3, 745-748.
27. Mascareñas, Nueva Enciclopedia..., op. cit., t. 3, 746.

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Miscelánea Los estudios sobre códices diplomáticos hispánicos

como «inverecunda obra de monjes falsificadores»28. La problemática relativa a la tradición


documental y el valor jurídico de los códices diplomáticos se arrastra hasta nuestros días29.
Se mencionará con posterioridad, sin embargo no es posible considerar completo este
capítulo y siglo xx sin sacar a colación el artículo Cartularios incluido en el Diccionario de
Historia Eclesiástica30 del profesor José Manuel Ruiz Asencio, el cual, al hilo del apunte an-
terior, subraya la necesidad de cotejar los documentos copiados en los códices con los origi-
nales, la crítica diplomática y la profundización en las lecturas que de ellos se realiza, para la
obtención de resultados rigurosos.
Abarca, Ruiz Asencio, desde entonces y hasta nuestros días, todos los ámbitos y as-
pectos que estos manuscritos pueden ofrecer en sus numerosos estudios, no solo de códices
diplomáticos, sino relativos a documentos de diferente índole, becerros de Valpuesta, docu-
mentos y códices de San Román de Entrepeñas, manuscritos de la catedral de Palencia, actas
de las Juntas de Álava, documentación visigoda y bajo medieval, documentación de índole
jurídica, administrativa o literaria, etc., legando a los historiadores venideros ediciones y es-
tudios dotados de alta calidad y contenido científico de fuentes para el estudio del medievo31.
Se finaliza este epígrafe apuntando la colosal labor de edición de fuentes que, durante
todo el s. xx, desarrolló la Escuela de Estudios Medievales del Instituto de Historia «Jeróni-
mo Zurita», dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
La edición de fuentes y la publicación de documentación medieval en Europa se mag-
nifican en este periodo en Alemania e Italia, pero especialmente en Francia. Se trata del siglo
del aperturismo, en materia de archivos, a la investigación. El nacimiento del École Nationale
des Chartes y «la publicación de la colección Documents inedits relatifs à l’ histoire de France,
y Alemania, con la Monumenta Germaniae Historica, llegando a ser en ambas una auténtica

28. A. Floriano, Curso general de paleografía y paleografía y diplomática española, Oviedo, 1946, 244.
29. Cf. M. J. Sanz, “Cartularios: historia y falsificación histórica”, en La memoria histórica de Cantabria,
Edición a cargo de J. A. García de Cortázar, Santander, 1996, 147-153.
30. J. M. Ruiz, “Cartularios”, en Q. Aldea Vaquero [et al.], Diccionario de Historia Eclesiástica de España,
Madrid, 1972, vol. 1, 368-370.
31. J. M. Ruiz, “Los cartularios de Valpuesta”, Estudios Mirandenses: Anuario de la Fundación Cultural
“Profesor Cantera Burgos”, 24, 2004, 354-381. J. M. Ruiz, I. Ruiz y M. Herrero, Los becerros gótico y galicano
de Valpuesta. Volumen I. Estudio, edición e índices. Volumen II. Reproducción fotográfica del Becerro Gótico
de Valpuesta (AHN, Códices, 1166), Burgos, Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, 2010. J. M. Ruiz,
“Documentos y códices altomedievales de San Román de Entrepeñas”, en Actas del I Congreso de Historia
de Palencia: Castillo de Monzón de Campos, 3-5 Diciembre 1985, Palencia, 1987, vol. 2, 9-50. “Documentos
sobre los manuscritos medievales de la Catedral de Palencia”, en Actas del II Congreso de Historia de Palencia,
27, 28 y 29 de abril de 1989, Palencia, 1990, vol. 2, 11-52. “Las Actas de las Juntas Generales de Álava como
fuente para la historia de Álava”, en Ponencias y mesas redondas: Congreso Internacional sobre Sistemas de
Información Histórica, 6, 7 y 8 de noviembre de 1997, Vitoria-Gasteiz, 1998, 197-206. J. M. Fernández y J. M.
Ruiz, Colección documental del archivo de la Catedral de León (775-1230). Vol. 7, León, 2002, entre otros.

250 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 239-263


Alicia Sánchez Miscelánea

empresa nacional. Su importancia es aún mayor si tenemos en cuenta que influyeron en gran
medida en España»32.
En la España de comienzos de siglo, la Escuela Superior de Diplomática es absorbida
por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, la Colección de documentos
inéditos para la historia de España, que venía editando la Real Academia de la Historia desde
1842 ha dejado de publicarse y son la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones
Científicas, el Centro de Estudios Históricos y el Instituto de Estudios Medievales (fundado
con posterioridad a instancias del prof. Sánchez Albornoz), los que recogen el testigo. Este úl-
timo será, precisamente, el encargado de la edición de los Monumenta Hispaniae Historica, a
semejanza de los Monumenta alemanes y franceses33. En 1939 nacen, en el marco de creación
del CSIC, el Instituto de Historia «Jerónimo Zurita» y la Escuela de Estudios Medievales. Esta
última será la facultada para continuar la publicación de los Monumenta, labor que nunca se
llevará a cabo pues, como indica la prof. Mendo,

la edición de documentos por su otorgante y ordenados cronológicamente, según los criterios


de Böhmer, exigía dedicar mucho tiempo a la fase previa de recogida de material. Por otro lado,
cierto número de los documentos altomedievales conservados presentan graves problemas de
datación, amén de los consabidos lexicográficos. La conjunción de estos factores llevó a los
miembros de la Escuela a juzgar más oportuna la publicación exhaustiva de algunos fondos
documentales y textos de especial importancia34.

En el año 1942, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas aprobaría la creación


de secciones departamentales de la Escuela en Valencia, Pamplona y Barcelona dotadas de
autonomías propias y capaces de coordinar trabajos de edición a escala supranacional. Fue-
ron muy numerosos los fondos, documentos, libros, colecciones documentales,… estudiados
y editados gracias a estos institutos, no obstante y lamentablemente, con relación a la edición
de grandes catálogos o índices, «estos primeros proyectos de gran envergadura, quizá por
esto mismo, se perdieron»35.
Paralelamente y por lo que se refiere al ámbito bibliográfico y al estudio y catalogación
de la producción libraria nacional, esta insuficiencia resultaría igualmente notoria. Se carece
actualmente de repertorios, inventarios o catálogos, que permitan conocer el alcance del pa-
trimonio gráfico conservado. La elaboración de tales instrumentos, en boca de la profesora
Elisa Ruiz y con palabras que podrían ser trasladadas al entorno documental,

Es un objetivo prioritario que no necesita ninguna justificación. Mientras no dispongamos


de tales medios, estaremos incapacitados para reconstruir la trayectoria del libro manuscrito

32. C. Mendo, “La Escuela de Estudios Medievales: su labor de edición de fuentes”, Hispania. Revista
española de historia, 175, 1990, 600.
33. Mendo, “La Escuela... ”, op. cit., 602.
34. Mendo, “La Escuela... ”, op. cit., 603-604.
35. Mendo, “La Escuela... ”, op. cit., 606.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 239-263 251


Miscelánea Los estudios sobre códices diplomáticos hispánicos

hispánico en todos los órdenes. Por el momento, tenemos que limitarnos a abordar aspectos
parciales pues, en efecto, los resultados obtenidos en nuestras investigaciones siempre serán
provisionales y de valor relativo hasta que conozcamos en su conjunto la entidad y naturaleza
de nuestro patrimonio36.

Al hilo, la colección Fuentes y estudios de historia leonesa, que inicia sus publicacio-
nes en 1969, declarará como intenciones la recopilación de trabajos de «seria» investigación
histórica sobre temas leoneses y «la publicación, por un lado, de ‘fuentes’, como colecciones
documentales, catálogos, inventarios, etc., que puedan ser utilizados por los investigadores, y,
por otro lado, a ‘estudios’ que nos ofrezcan el fruto de una investigación histórica»37.
Fernández Catón dirige esta monumental obra con Ruiz Asencio, Sánchez Albornoz,
Prieto Prieto y Sáez Sánchez, entre otros grandes notables, a su lado. La participación de
Emilio Sáez sería fructífera pero breve en esta empresa como se verá a continuación.
En los años cuarenta el prof. Sáez emprendería la tarea de transcribir y estudiar la do-
cumentación altomedieval de la catedral de León junto a Justo Pérez de Urbel, Sánchez Belda,
Vázquez de Parga y Sánchez Candeira, bajo el auspicio del CSIC y del Centro de Estudios e
Investigación «San Isidoro» de León. Su marcha a Barcelona en el año 58 deja en suspenso
este propósito hasta que, en 1983, Fernández Catón le propone retomar e incorporar el tra-
bajo realizado hasta la fecha al nuevo proyecto y colección leonina (mencionado en el párrafo
anterior). En estos momentos los profs. Ruiz Asencio y Prieto Prieto se encontraban ya in-
mersos en el estudio del tumbo de León, Catón en el catálogo del Archivo Histórico Diocesa-
no, Concepción Casado en la colección diplomática de Carrizo y Marta Herrero y Fernández
Flórez en la voluminosa y compleja colección diplomática de Sahagún. Una empresa que
sin duda recoge el «espíritu monumenta» citado con anterioridad y del que el propio prof.
Fernández Catón, en la presentación al primer volumen dedicado a la documentación cate-
dralicia, dice (al comentar la España Sagrada de Flórez y Risco): «aquella empresa de estos
dos agustinos del siglo xviii pudiera haber sintonizado con el movimiento europeo surgido
para la publicación de las fuentes del pasado histórico, como se hiciera en los Monumenta
Germaniae Historica, ¡lástima que no fuera así!»38.

36. E. Ruiz, Introducción a la codicología, Madrid, 2002, 27.


37. E. Sáez, Colección documental del archivo de la catedral de León (775-1230). I (775-952), León, 1987,
pp. finales del vol. dedicadas a publicitar la colección y los números ya editados.
38. Sáez, Colección documental..., op. cit., x.

252 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 239-263


Alicia Sánchez Miscelánea

Imagen 1. Emilio Sáez (1917 - 1988).39

En 1987 sale de la imprenta el primer volumen de los dos que contendrán la fracción de
documentación de la catedral de León asignada a Emilio Sáez40, la que comprende los años
775-985, puesto que los profs. Riesco y Catón se encargarían de la documentación bajome-
dieval41. Para este primer volumen contaría con la inestimable asistencia de su mujer, Amelia
Sánchez López, en las tareas de transcripción; Margarita Cantera Montenegro, en la prepara-
ción y revisión de materiales y corrección de pruebas; y de una joven coadjutora Concepción
Mendo Carmona, a la sazón estudiante de tercero de carrera cuando inició su colaboración
en transcripciones, revisiones, búsqueda de libros, preparación de índices, etc. Es de especial
valoración el completo estudio de la tipología diplomática, cronología, procedencia y tra-
dición de la documentación presente en la colección documental, amén de los valiosos 11
apéndices y 2 índices que contiene.
Un año más tarde y a punto de ver la luz el segundo volumen, Sáez fallece en un ines-
perado accidente automovilístico. Será su hijo Carlos quien, favorecido por el mismo vigor
científico de su padre, consiga finalmente sacar a luz dicho volumen en 199042 y hacerse cargo
de los numerosos proyectos iniciados por aquel.

39. Imagen cedida por C. Mendo, de su archivo privado.


40. Sáez, Colección documental..., op. cit.
41. Fernández y Ruiz, Colección documental..., op. cit.
42. E. Sáez y C. Sáez, Colección documental del archivo de la Catedral de León (775-1230). II (953-985),
León, 1990.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 239-263 253


Miscelánea Los estudios sobre códices diplomáticos hispánicos

Si bien Emilio Sáez no centraría su interés en un códice diplomático concreto, sí que


podemos considerarle uno de los grandes investigadores en fuentes documentales medieva-
les de su tiempo. Como veremos a continuación será su hijo, el profesor Carlos Sáez, quien
dedicará todo el conocimiento adquirido tras una vida de estudio de numerosísimos códices,
a la conceptualización generalista de los mismos.
Finalmente, la magna colección leonina referida seguiría publicándose hasta día de
hoy. Con más de 100 volúmenes, es considerada uno de los repertorios especializados más
notables por la calidad científica tanto de sus textos como de los autores que los firman.

Los estudios, metodologías y conceptualizaciones actuales


Las ediciones de códices diplomáticos se suceden en el tiempo. Numerosos autores, en las in-
troducciones a dichas publicaciones, verterán su opinión sobre estos documentos, definirán
sus cartularios y tumbos utilizando, en su mayoría, los asertos expuestos hasta el momento.
Las observaciones sobre los casos peninsulares más importantes adquieren una profundidad
hasta el momento no alcanzada por especialistas anteriores, las formas de acercamiento a
estos manuscritos han evolucionado y las nuevas metodologías paleográficas y diplomáticas
dan sus frutos en las investigaciones que se presentan. Los cartularios de Valpuesta, los be-
cerros de Sahagún, los tumbos de Santiago o León, el liber feudorum, etc., se encuentran en
el punto de mira no solo de diplomatistas, sino también de historiadores del arte, filólogos e
historiadores en general, que encuentran en ellos objeto de estudio y fuente de inspiración
para investigaciones paralelas.
En la década de los cincuenta nace Carlos Sáez Sánchez. Profesor de Paleografía y Di-
plomática en la Universidad de Alcalá de Henares, desde su creación en 1978, logra conso-
lidar el área de Ciencias y Técnicas Historiográficas en la misma, formando a sucesivas pro-
mociones de estudiantes en materias como la Paleografía, Diplomática y Archivística. Con él,
heredero de la misma inquietud por las fuentes medievales que su padre, el citado historiador
medievalista Emilio Sáez Sánchez, se alcanza la edad de oro de los estudios en esta materia.
Son profusos los artículos publicados por Carlos Sáez que se pueden encontrar en re-
vistas, anuarios y manuales, nacionales y extranjeros; todos ellos reflejando unas mismas
ideas que se tratará de resumir a continuación y que constituyen una de las más actualizadas
visiones, y revisiones, de los códices diplomáticos con la que se cuenta a día de hoy.
En primer lugar, asienta la denominación «códice diplomático», que venía utilizándose
tímidamente desde el siglo anterior, para nombrar a cualquier manuscrito de esta índole.
Establece una distinción tajante entre «registro» y «cartulario», siendo este primero el que
copia, de manera íntegra o abreviada, los documentos que ha expedido una institución y, el
segundo, el que contiene aquellos recibidos por la institución.
La voz «cartulario», derivada de carta o cartula, equivale pues a colección de documen-
tos y, quizá también en su momento de creación, a archivo: «La mención más antigua que
conocemos habla de cartarios, o lugar donde se guardaban las cartas, y aparece en el siglo
x. Se trata de un documento portugués que dice: ‘nostras cartas que in ipso nostro Kartario

254 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 239-263


Alicia Sánchez Miscelánea

resonat’ (…) es cierto que hoy aún el idioma portugués conserva el significado de archivo
para la palabra cartorio»43.
Al hilo de esta cita es necesario indicar que aquí, en la península, existen del mismo
modo referencias, datadas en el mismo s. x, en las que la denominación «cartorio» se aplica
al archivo custodio de la documentación.44
Sáez considera el término «tumbo», en especial utilizado en Galicia y Portugal, relacio-
nándolo con el hecho de guardar dichos códices en un pequeño arcón de madera, semejante
a un sepulcro, de donde derivaría el sintagma: «libro de tumbo». El término «becerro», una
vez más, procederá del material y tipo de encuadernación utilizada, piel de origen bovino
u ovino. Igualmente nominativos como «libro verde», «libro de la regla colorada», «tumbo
negro» de Astorga, derivan de dicha encuadernación. Cuando el contenido del cartario se
presenta ordenado de manera alfabética podría recibir el apelativo de «abecero» y, si está
compuesto por noticias abreviadas de los documentos, en la corona de Aragón, se les viene
llamando «cabreos» o «capbreus».
Sáez establece una tipología basada en el contenido material del códice, sin menoscabo
de la tradicional jerarquización que los venía distribuyendo en: eclesiásticos, civiles y priva-
dos. La nueva organización distingue tres tipos:
El primero, y más primitivo, será aquel que cuenta con originales cosidos entre sí for-
mando un volumen, un «mazo» de pergamino con dos tapas, a modo de carpeta, en donde a
las piezas mayores se les realizaba un orificio para la sujeción con anillas. En el segundo tipo
se encuadran los códices que contienen las copias íntegras de los documentos originales de la
institución productora. Según el autor, esta disposición procedería de Alemania, donde ya se
cuentan desde el s. ix. En la península no encontramos ejemplos de este tipo hasta finales de
xi, sin embargo, en él se incluyen los cartularios más estudiados y apreciados de nuestros ar-
chivos (León, Sobrado, Celanova o Sahagún). El tercer y último arquetipo sería el compuesto
por los códices que únicamente contienen noticias, resúmenes, regestos o extractos de los
originales, pero no el texto al completo. Este modelo predominará en épocas modernas, aun-
que contamos con ejemplos de gran interés, como el famoso registro de Corias45, del s. xiii.
Por otra parte, los cartularios hispanos separan documentos reales, pontificios, episco-
pales y particulares, que a su vez pueden dividirse por dominios señoriales. Según Sáez, esta
norma «es paralela a otra, que organiza los códices diplomáticos por zonas geográficas»46,
como sucede en los tumbos de Celanova y Sobrado.

43. C. Sáez, “Origen y función de los cartularios hispanos”, Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof.
Carlos S. A. Segreti”, 5, 2005, 38.
44. Cf. C. Mendo, “El pensamiento archivístico medieval. Una página de la historia de la cultura a través
del fondo documental de la Catedral de León”, en Pensamiento medieval hispano. Homenaje a Horacio
Santiago-Otero, J. Soto Rábanos coordinador, Madrid, 1998, vol. 1, 613, nota 85.
45. Cf. A. García, El Registro de Corias: estudio y edición, Oviedo, 2000.
46. C. Sáez, “Ordenar y conservar en la catedral de Sigüenza (ss. xii-xiii)”, en Anexos de Signo. Paisajes de
cultura escrita, Carlos Sáez (editor), Alcalá de Henares, 2001, 83.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 239-263 255


Miscelánea Los estudios sobre códices diplomáticos hispánicos

Similar clasificación a la aportada por Sáez la encontramos en la obra del portugués


Vitervo, la cual, si bien adolece de una definición de «cartario» extremadamente sucinta, sí
aporta una sistematización acertada y unas observaciones acerca del valor jurídico y grado
de falsedad de los mismos destacables:

Tres especies havia de Cartarios: a primeira constava dos proprios originaes encadernados, e
compostos em fórma de livro: a segunda continha as copias authenticas, e collacionadas com
os mesmos originaes, que por serem escriptos á pressa, e por notarios pouco habeis, poderiam
com o tempo vir a ser pouco intelligiveis: a terceira finalmente so nos offerece a summa, e com-
pendio dos originaes; omittindo-se muitas circumstancias, usando os compiladores dos seus
termos, e frases, e tal vez inferindo relaçôes arbitrarias, segundo os seus interesses, e paixôes47.

Una pregunta que aún continúa formulándose entre los círculos y sociedades de cien-
cias historiográficas viene siendo la razón por la cual no todos los documentos de un archivo,
un monasterio o una institución, son copiados en un cartulario. El estudio del origen de los
códices diplomáticos y su función primigenia sigue abierto.
Fernández Catón48 halla un primer fundamento en la ilegibilidad de la escritura visi-
gótica por parte de los clérigos, al ser esta, poco a poco, sustituida por la gótica. En algunos
incipit se recoge esta causa como motivo de su producción. José Manuel Ruiz Asencio, en su
artículo sobre los cartularios de Valpuesta y en sintonía con el traslado del becerro gótico val-
postano al nuevo o galicano, expone que se pretende: «poner a disposición de la institución
los documentos principales del Becerro Gótico, obviando el mal estado de conservación de
la escritura que presentaban muchos de los viejos folios y, sobre todo, la dificultad de lectura
que ya sin duda ofrecía a los hombres del siglo xiii la escritura visigótica documental»49.
Una segunda motivación estaría relacionada con la inestabilidad política de los reinos
castellano y leonés. Esta idea es ampliamente desarrollada por la profesora Mendo Carmona
en sus aportaciones infra cit. Lo que sí parece cierto, también en estos momentos, es que la
defensa de los derechos y propiedades de las instituciones es la que realmente lleva a la copia
de documentos: «El prólogo del Libro Tumbo de pergamino del monasterio gallego de Osei-
ra, confeccionado en 1473, enumera asimismo las guerras, los pleitos y la dejadez de la justi-
cia real, que habían producido no pocas pérdidas de bienes al monasterio, pero sobre todo los
repetidos asaltos del archivo por parte de señores temporales, que causaron la desaparición
de muchos documentos»50.

47. J. Santa Rosa, Elucidário das palavras, termos e frases que em Portugal antigamente se usaram e que hoje
regularmente se ignoram. Obra indispensável para entender sem erro os documentos mais raros e preciosos que
entre nós se conservam, Lisboa, A. J. Fernandes Lopes, 1865, 169.
48. J. M. Fernández, El llamado Tumbo Colorado y otros códices de la Iglesia Compostelana. Ensayo de
reconstrucción, León, 1990.
49. Ruiz, “Los cartularios de... ”, op. cit., 364.
50. C. Sáez, “Origen y función de los cartularios: el ejemplo de España”, Gazette du livre medieval, 46,
2005, 17.

256 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 239-263


Alicia Sánchez Miscelánea

La conservación de la documentación, se atisba como la causa fundamental de su pro-


ducción.
Hasta el momento, las funciones principales de un cartulario, estudiadas por Sáez, vie-
nen siendo las tradicionalmente aceptadas. No obstante, este estudioso vislumbra otras, a las
que ciertos códices diplomáticos apelan.
El deseo de ostentación de algunos comitentes, como podrían ser aquellos de las sedes
compostelanas, ovetenses o leonesas, en sus libros de gran lujo (libro de las estampas, liber
testamentorum y tumbo A), pretenden, con sus orlas y miniaturas, demostrar la grandeza y
riqueza de sus sedes y prelados.
El trabajo de Galván Freile sobre el libro de las estampas de la catedral de León51, apoya,
bajo una óptica principalmente histórico-artística, dicho juicio. Contribuye este autor con
una breve introducción al códice diplomático, su definición, ordenación interna y finalidad
del mismo. Al respecto, indica que, si bien la principal función de estas obras es la de reunir
la documentación más relevante para asegurar su conservación y facilitar su consulta, «otro
aspecto importante, relacionado con la finalidad de algunos manuscritos con miniaturas,
sería su carácter propagandístico»52.
Igualmente, Galván, hace referencia a la falta de veracidad en la labor de recopilación
de los documentos, citando como ejemplo el libro de los testamentos de la catedral de Ovie-
do, y muestra su extrañeza, apoyándose en las tesis de Serafín Moralejo53, ante el hecho de
que un documento de carácter administrativo o instrumental presente tan cuidadas minia-
turas. Aquel incide entonces en buscar la relación entre el poder y el arte, imprimiendo a los
mismos un carácter político-propagandístico.
Por otro lado, la reunión de los documentos en un mismo volumen facilita la localiza-
ción y empleo de los diplomas del archivo, evitando el uso continuo y manejo de los origi-
nales, permitiendo un mejor funcionamiento de la institución. Esta utilidad queda patente
tras el estudio de su organización interna. Algunos manuscritos se presentan redactados a
dos columnas, con titulillos en tinta roja, iniciales ornamentadas, índices, «en definitiva, este
tipo de libros está pensado para facilitar la búsqueda de cualquier parte de su contenido»54.
Sáez se refiere a lo que la profesora Mendo Carmona denomina función archivística de los
códices diplomáticos55.
Los cartularios memoria o los cartularios crónica, aquellos que guardan la historia de
las donaciones recibidas que deberán ser preservadas para el futuro; aquellos que conservan
la memoria de los donantes, reyes, eclesiásticos, nobles, etc.; y aquellos que preservan la me-
moria de sus promotores o comitentes, ya sean obispos, abades u otras personas; desearán no

51. F. Galván, La decoración miniada en el libro de las estampas de la catedral de León, León, 1997.
52. Galván, La decoración miniada..., op. cit., 20.
53. M. Díaz, F. Alsina y S. Moralejo, Los Tumbos de Compostela, Madrid, 1985, 45.
54. Sáez, “Origen y función...”, op. cit., 18.
55. C. Mendo, “El cartulario como instrumento archivístico”, Signo. Revista de historia de la cultura escrita,
15, 2005, 119-137.

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Miscelánea Los estudios sobre códices diplomáticos hispánicos

solo recordar hechos memorables, sino también «crear una nueva memoria histórica tapan-
do y olvidando aquello que no interesa o que incluso molesta»56.
Resumiendo, las funciones que el profesor Sáez avanzaba en sus indagaciones, serían
aquellas relacionadas con el fin jurídico, la conservación de los originales, la ilegibilidad de
los mismos, el deseo de ostentación, la conservación de la memoria y la administración ar-
chivística.
La doctora Concepción Mendo Carmona, legataria de los estudios de Emilio y Car-
los Sáez, en su artículo El cartulario como instrumento archivístico, amplía, notablemente, la
idea de génesis del cartulario ante la necesidad de una herramienta de uso en el archivo: «El
cartulario será un nuevo instrumento cuya finalidad es hacer un uso más metódico de los
documentos conservados en los archivos para que las instituciones puedan conocer y hacer
valer sus derechos de propiedad obtenidos mediante privilegios e inmunidades…»57.
Analizando la naturaleza jurídico-administrativa del cartulario, ligando la confección
del mismo a la conservación de los documentos en tanto que estos representan los bienes y
derechos del comitente y relacionando su génesis con periodos de inestabilidad política, re-
formas culturales, o administrativas, situaciones de crisis, etc., la profesora Mendo desarrolla
un completo análisis del cartulario como instrumento archivístico y respuesta a tal pérdida
de derechos.
Este contexto de creación habrá de observarse bajo el manto de normativas, reglas y
procedimientos de obligado cumplimiento para las instituciones que compelen a ordenar la
formación de estos compendios; pautas canónicas reguladoras también de los archivos así
como otras dimanadas de los capítulos generales de las principales órdenes monásticas, que
habrán de estudiarse en profundidad, y en cada caso, si la pretensión es entender porqué
ciertos códices diplomáticos atienden a determinadas características y no a otras.58

56. Sáez, “Origen y función...”, op. cit., 19.


57. Mendo, “El cartulario...”, op. cit., 122.
58. A lo largo de la historia encontramos particulares fueros y constituciones, de carácter civil, eclesiástico,
pautas canónicas de órdenes monásticas, etc., que motivan especialmente la producción de códices
diplomáticos o que impulsan su evolución. En ellas hallaremos referencias, en ocasiones implícitas, a las
funciones que debe desarrollar un archivo en justificación de su existencia así como obligaciones relativas a
sus labores con especial indicación a sus instrumentos de descripción. En el mundo secular, a más del Fuero
juzgo, se hallarán directrices encaminadas a la buena marcha y organización de los archivo en las Partidas
(xiii) o en la Prelación de fuentes de Alcalá (xiv). A principios del s. xvi, una pragmática de los Reyes
Católicos ordena a todos los concejos de realengo que trasladen en un libro todos aquellos documentos que
afiancen derechos y privilegios. Revela la prof. Sanz Fuentes en su artículo supra cit., Cartularios: historia y
falsificación…, 148, que resultado de esta orden podría ser, entre otros muchos, el denominado tumbo de
los Reyes Católicos del Archivo Municipal de Écija, en el que se presentan, «junto con el repartimiento del
término y el fuero que Alfonso X le otorga, todos los privilegios concedidos por sus sucesores y todos los
pleitos de términos mantenidos con los concejos limítrofes, es decir, todos los títulos en los que el concejo
astigitano fundaba su territorialidad y su jurisdicción».
Se ordena así y observa, especialmente en las Definiciones de la Congregación de Castilla (Sanz, “Cartularios:
historia y falsificación... ”, op. cit., 131 y L. Sagalés, Estructura institucional y legislación sobre archivos

258 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 239-263


Alicia Sánchez Miscelánea

Por otro lado, Mendo progresará en el concepto de «cartulario» y «códice diplomático»


ampliando considerablemente las observaciones de su predecesor. Si bien reconoce que aún
queda mucho por estudiar al respecto y que no existen definiciones rigurosas, trata de buscar
el origen del término «tumbo» en el griego «túmulo», siguiendo las tesis de autores anterio-
res por referencia al tamaño de estos libros que se ven obligados a guardar «tumbados» en
las librerías. En este sentido Catón, en su reconstrucción del tumbo colorado de Santiago,
citando el colofón del mismo: sic inueni in alio loco scripto, quod in beati Iacobi thesauro et in
eius tumio permanet59, prefiere establecer una relación entre este término y el significado de
la palabra «tombo» portuguesa, que a su vez procederá directamente de la latina «tomes», del
griego «τоμоσ», «tomo».
Sobre el término «becerro», Mendo Carmona repasa las concepciones anteriores aña-
diendo una nota de aviso interesante: «Lo cierto es que el uso de la nomenclatura becerro se
extiende a partir de la Baja Edad Media hasta finales del siglo xviii y hace fortuna entre los
encargados de archivos y bibliotecas de la Edad Moderna para hacer referencia y denominar
como tales tanto a los cartularios, libros de apeos y libros censales, como a los catálogos e
inventarios de archivos»60.

de la Congregación Cisterciense de San Bernardo de Castilla, en Memoria ecclesiae. Órdenes Monásticas


y Archivos de la Iglesia (II), 7, 1995, 198), la redacción de un libro llamado «Libro de tumbo» o «Libro
maestro», en el que figuren la memoria de la fundación del monasterio, sus privilegios e inmunidades, sus
cargas, hacienda, rentas, los bienes y posesiones, jurisdicciones, derechos y todo aquello con la relación de
las escrituras que se encuentren en el archivo sobre cada asunto, y en qué lugar se encuentran. Y tan celosos
debieron ser los cistercienses en su empeño por atender y custodiar sus archivos que nobleza y realeza
confiarán a estos sus asuntos económicos y jurídicos. El caso del monasterio de Poblet es quizá el mas
notorio de los estudiados en relación a lo que se pretende ilustrar, pues al margen de ostentar sus miembros
cargo de vicarios generales del cister en Aragón y limosneros reales en la corte de Pedro IV, no solo estaban,
tanto el abad como los monjes, exentos de juramentos en los pleitos y juicios (siendo considerada su
palabra más legítima que un juramento) sino que, ya por privilegio de Pedro II, le fue concedido el título
de notario real y escribano público al monje con cargo de archivero de esta institución; datos en conjunto
que atestiguan en esta comunidad la valía de su archivo y del archivero para ella, para la orden y para el rey.
Véase J. Finestres, Historia de el real monasterio de Poblet, ilustrada con dissertaciones curiosas (…), Cervera,
por Joseph Barber, 1753, t. 2, 209, en la que puede leerse: «Estando otra vez en Montblanch el Serenissimo
Señor Rey Don Pedro à 14. de Noviembre de el siguiente año 1207. Y cumpliendo assimismo el Abad Don
Pedro con la obligacion de ofrecerle su Persona, y Monasterio, le otorgò su Magestad un Privilegio, en que
concede la prerogativa de Notario Real, y Escrivano publico à qualquiera Monge, que el Abad destinare para
Archivista de el Monasterio; y manda expressamente, que à qualesquiera Escrituras, que el dicho Archivista
actuare se les dè la misma fee, que à los Instrumentos actuados por los Notarios, ò Escrivanos publicos de
su Reyno, como puede verse en el Apend. Cap. i. n. ii. [sic. En realidad se trata del n. xi. La transcripción
del documento latino original puede leerse íntegro en la página 416 del mismo]». Otro caso no tan notorio
se localiza en el monasterio de Santes Creus (de la misma orden del Císter) a cuyo archivero concedía el
mismo Pedro II, en el año 1210, obligaciones de notario público.
59. Fernández, El llamado Tumbo Colorado..., op. cit., 266.
60. C. Mendo, “Los tumbos medievales desde la perspectiva archivística”, en Jornadas científicas:
documentación jurídico-administrativa, económico financiera y judicial en el reino castellano-leonés.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 239-263 259


Miscelánea Los estudios sobre códices diplomáticos hispánicos

A la luz de lo cual, y siempre que se acerque al estudio de un becerro, se debe preguntar


si realmente lo es o si su denominación ha podido ser alterada en el tiempo. En el mismo
ensayo supra cit., sobre la reconstrucción del tumbo colorado compostelano, el prof. Catón
mostrará claros ejemplos de estas alteraciones.
En cuanto a las atribuciones del cartulario como elemento clave en la administración
de los promotores, la preservación de la memoria y la identidad, el fenómeno del «cartulario
crónica», la ostentación y la preservación de los originales, vuelven a ser, para Mendo, fun-
ciones intrínsecas y principales del mismo.
Hay que destacar una última idea que trasciende sobre las aportaciones de esta autora
y es el posicionamiento del cartulario como elemento vital en el archivo: «El cartulario res-
ponde a veces a la necesidad de organizar y clasificar los documentos del archivo que en ese
momento se encuentra en una situación de desorden generalizado que impide la localización
de los títulos cuando se necesitan»61.
El cotejo de la estructura interna de diversos tumbos y cartularios le lleva a pensar que
estos proporcionan una imagen fiel de cómo estaba ordenada la documentación original en
el momento de la copia, y que «la organización de los documentos radica en la importancia
de los mismos para la hacienda y dotación de la institución»62. Por lo tanto, no resultaría
complicado imaginar la disposición y organización interna de un archivo de un determinado
monasterio si se observa la estructura interna de sus cartularios.
Enriquecer el conocimiento relativo a la copia de códices diplomáticos, los procesos y
funcionamiento de los escriptorios y de los archivos custodios mediante el estudio de estos
y aún más allá, su reconstrucción, es lo que ofrece David Peterson tras sus investigaciones
sobre el monasterio de San Millán de la Cogolla, su becerro gótico y su becerro galicano63.
Este autor declara al becerro galicano reflejo de la inestable y confusa realidad patri-
monial e histórica del monasterio, consecuencia de su condición fronteriza, relacionando
la documentación custodiada en el archivo, ambos becerros y la situación del cenobio en el
momento de redacción de los códices. Peterson reconstruye el desaparecido becerro gótico
a partir del trabajo y referencias previas de un archivero del s. xviii así como del manuscrito
galicano; se acerca a su proceso de confección, a su cartularización, alcanzando conclusiones
significativas.
Peterson, consciente de los inconvenientes que conlleva organizar los diplomas inser-
tos en un cartulario cronológicamente para su edición, al romper con ello la estructura in-
terna del mismo, edición en la que además pueden incluirse otros diplomas ausentes en el

(S. x-xiii), Madrid, 2002, 170.


61. Mendo, “Los tumbos medievales...”, op. cit., 186.
62. Mendo, “Los tumbos medievales...”, op. cit., 186.
63. D. Peterson, “Reescribiendo el pasado. El Becerro Galicano como reconstrucción de la historia
institucional de San Millán de la Cogolla”, Hispania. Revista española de historia, 69/233, 2009, 653-682. “El
Becerro gótico de San Millán. Reconstrucción de un cartulario perdido”, Studia historica. Historia medieval,
29, 2011, 147-173. Toponimia vasca medieval: novedades del Becerro Galicano de San Millán de la Cogolla,
en Anuario del Seminario de Filología Vasca Julio de Urquijo: International journal of basque linguistics and
philology, 1, 41, 2007, 289-322.

260 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 239-263


Alicia Sánchez Miscelánea

códice pero referentes al mismo monasterio, creando una colección diplomática «facticia»,
facilitando el estudio de la institución pero posibilitando en gran medida la perdida de la
información que la estructura misma del cartulario aporta; aboga por «considerar los car-
tularios como un género con sus propias características, cuya estructura es importante para
aprehender tanto su contenido como su finalidad. Finalidad que no tiene por qué ser nece-
saria o exclusivamente la de conservar textos antiguos, sino que refleja las preocupaciones y
por tanto diversos aspectos de la realidad del momento de redacción»64, incluido el estado del
monasterio y el estado de su archivo en el momento de su copia.
Las reconstrucciones o propuestas de reconstrucción de códices diplomáticos perdidos
o desconocidos65 constituyen ejemplos motivados por el cambio en las metodologías de aná-
lisis de las fuentes, así como de la mirada bajo la que se observan los códices diplomáticos en
estos últimos decenios y, en dichas reconstrucciones, el estudio de la presencia y organiza-
ción del archivo originario y del entorno social y político del momento son de consideración
obligatoria. Las comparativas y estudios conjuntos entre o de originales, análisis profundos
de cartularios y del marco histórico de la institución productora en el momento de su copia,
ofrecen resultados no considerados hasta ahora, «las posibilidades de conocer la organiza-
ción de los archivos medievales y el propio contenido de algunos de ellos se han visto am-
pliadas en los últimos años por el estudio, entre otras fuentes, de sus antiguos instrumentos
de descripción»66.
En este sentido, la doctora Elena Rodríguez Díaz, estudia y compara cuatro códices
diplomáticos de la sede episcopal de Oviedo, a saber, el libro de la regla colorada, el libro de
los privilegios, el libro de las constituciones y el libro becerro. Tras una profunda descripción
y examen de los mismos, las conclusiones que obtiene son no menos que sorprendentes:
aunque los cuatro códices presentan un contenido textual muy similar, «cada libro tenía una
preparación material diferente, porque cada códice tenía una función distinta»67.
Rodríguez Díaz, doctora de la Universidad de Huelva, destaca en su labor por intro-
ducir en sus estudios, sobre códices y manuscritos, una metodología poco frecuente hasta
el momento. En uno de sus últimos artículos68 proyecta el análisis de 191 códices, buscando
nexos entre ellos, con el objetivo de organizar sus dataciones. Igualmente, presenta, junto a

64. Peterson, “Reescribiendo el pasado...”, op. cit., 659.


65. E. Ramírez, “Propuesta de un ‘Cartulario 0’ de los Reyes de Navarra”, en Les cartulaires médiévaux.
Écrire et conserver la mémoire du pouvoir, le pouvoir de la mémoire. Los cartularios medievales. Escribir
y conservar la memoria del poder, el poder de la memoria, sous la direction de V. Lamazou-Duplan et E.
Ramírez Vaquero, Pau, 2013, 95-114; Fernández, El llamado Tumbo Colorado..., op. cit.; E. Ruiz, “En torno
al inventario archivístico de San Salvador de Oña (s. xv)”, en Homenaje a M.ª Angustias Moreno Olmedo,
Granada, 2006, 513-523.
66. M. Calleja, “Noticias documentales del archivo capitular de la Catedral de Oviedo (ss. ix-xii)”, Acta
historica et archaeologica mediaevalia, 25, 2003-2004, 542.
67. E. E. Rodríguez, “Elaboración, uso y función de los códices de scriptorium episcopal ovetense a fines
del siglo xiv”, Historia. Instituciones. Documentos, 19, 1992, 411.
68. E. E. Rodríguez, “Indicios codicológicos para la datación de los manuscritos góticos castellanos”,
Historia. Instituciones. Documentos, 31, 2004, 543-588.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 239-263 261


Miscelánea Los estudios sobre códices diplomáticos hispánicos

la doctora María Luisa Pardo, una comparativa de 35 códices sevillanos que abre la puerta al
estudio de la producción libraria en Sevilla durante el s. xv69.
Una metodología basada en el análisis comparativo de muestras elevadas de códices
y no los estudios unitarios que vienen realizándose hasta el momento capacitan a la autora
para establecer diferencias y similitudes entre los mismos a mayor escala. Introduciendo,
además, variables como el entorno social, económico y cultural de la época, logra profun-
dizar aún más en las conclusiones relativas al origen, procesos de elaboración y funciones,
obtenidas hasta el momento.
Hoy día se continúan realizando investigaciones profundas relativas a las particula-
ridades de los cartularios como objetos de estudio o a la problemática que suscitan ciertos
aspectos, como los citados en párrafos anteriores. Además, salen a la luz nuevas ediciones,
más completas y rigurosas, de códices que han permanecido hasta el momento huérfanos de
imprenta y también de aquellos ya bien conocidos por los historiadores.

Conclusiones
Sintetizando brevemente lo expuesto a lo largo de este artículo, podría concluir de la siguien-
te manera:
Queda manifiesto que abundan los estudios sobre códices diplomáticos concretos, no
así, los estudios generalistas. La conceptualización de los códices diplomáticos, ya nos refira-
mos a cartularios, becerros, tumbos, etc., no está definida aun, ni lo ha sido a lo largo de los
últimos siglos; cuestión demandada en los foros y círculos de discusión actuales.
Sí encontramos superada la manera de entender el concepto de «cartulario» como con-
junto de fuentes de una institución o colección diplomática y no como objeto de estudio con
materialidad propia. No así la conceptualización individualizada de cada uno de los códices
diplomáticos independientemente de su denominación generalista, particularidad peninsu-
lar esta que no favorece la resolución del conflicto resultante de contar con términos que
vienen siendo utilizados como sinónimos, como son «cartulario», «becerro», «tumbo», etc.
En este caso, por tanto, no se consigue establecer una sistemática consensuada entre los in-
vestigadores que han dedicado y dedican su esfuerzo a los códices diplomáticos.
Además, resulta beneficioso establecer una clasificación completa de estos códices.
Los estudios sobre su contenido u organización interna ofrecen la posibilidad de establecer
diversas tipologías. Así, la estructura textual del documento puede distribuirse de mane-
ra cronológica, geográfica o temática. Los estudios de las instituciones productoras de los
manuscritos también reportan una segunda tipología: eclesiásticos, monásticos, de órdenes
militares, nobiliarios, municipales, etc. Una tercera y última será aquella que distinga entre
cartularios conformados con los documentos originales, aquellos que contienen tan solo re-

69. E. E. Rodríguez y M. L. Pardo, “La producción libraria en Sevilla durante el siglo xv: artesanos y
manuscritos”, en Scribi e colofoni. Le sottoscrizioni di copisti dalle origini all’avvento della stampa. Atti del
seminario di Erice, x colloquio del Comité International de Paléographie latine (23-28 ottobre 1993), a cura di
E. Condello e G. de Gregorio, Spoleto, 1995, 187-221.

262 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 239-263


Alicia Sánchez Miscelánea

gestos o copias parciales o, por último, los que contienen copias íntegras de los documentos
conservados en el archivo de la institución.
La razón por la cual el códice diplomático es producido y la función que va a desempe-
ñar en la institución serán la causa y motivo de la elección de una u otra estructura interna
del mismo, de la preferencia por un tipo u otro de «cartularización» y de la materialidad del
mismo. A las funciones estudiadas por los especialistas del s. xix, como la conservación y la
función jurídico-administrativa, se han de sumar la ostentación, la función memoria o cróni-
ca y la finalidad archivística, deducidas estas de las exploraciones y los estudios descriptivos
más modernos, así como de la superposición de estos estudios a los acontecimientos histó-
ricos del momento en el que el códice diplomático se produce (práctica observada solo en el
último siglo); metodologías estas favorecidas por el uso de nuevas tecnologías no aplicadas
hasta el momento.
Recientes revisiones sobre los conceptos de falsedad, autenticidad, veracidad, falsos
diplomáticos, copias alteradas, etc., demandan un nuevo diagnóstico para los documentos y
códices diplomáticos tildados en siglos anteriores de poco convenientes para las investigacio-
nes, obligando al historiador o filólogo actual a observar desde una óptica crítica y reflexiva
los resultados de tales afirmaciones.
Por último, la edición crítica de estos manuscritos se despliega en auge hoy día, arropa-
da por los avances que las áreas de la Paleografía, la Diplomática, la Archivística, la Cultura
Escrita y la Documentación, siguen alimentado al conocimiento de esta materia. Las jorna-
das, coloquios y congresos, valiosos indicadores de la actividad científica actual en el tema
que nos ocupa, difieren demasiados interrogantes por resolver, pero también abren cuantio-
sas puertas por donde continuar nuestro camino. La evolución, en los últimos años, en las
maneras de afrontar estas fuentes, los avances en las metodologías y sistemas de investigación
y pensamiento son notorios y fructíferos.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 239-263 263


History as a formative subject: epistemological
and historiographical reflections
La historia como materia formativa.
Reflexiones epistemológicas e
historiográficas*

Cosme Jesús Gómez Carrasco


Universidad de Murcia
[email protected]

Raimundo A. Rodríguez Pérez


Universidad de Murcia
[email protected]

Fecha recepción 27.02.2017 / Fecha aceptación 07.03.2017

Resumen Abstract
La tradicional separación entre investigación his- The traditional separation between historical re-
tórica y enseñanza de la historia implica que los search and history teaching implies that the ad-
avances de ambas disciplinas no tengan verdade- vances of both disciplines have no real meaning.
ro calado. La historia como formadora de élites y History as an educator of elites and creator of
creadora de identidades ha dado paso a una ense- identities has given way to a civic and democratic
ñanza cívica y democrática, que en España aún se education, which in Spain is still in its early sta-
encuentra en sus primeros estadios. El objetivo de ges. This paper sets out to analyse the evolution
este trabajo es analizar la evolución de la historio- of historiography to find points in common with

* Este trabajo es fruto de los proyectos de investigación EDU2015-65621-C3-2-R “La evaluación de las
competencias y el desarrollo de capacidades cognitivas sobre historia en Educación Secundaria Obligatoria”;
EDU2014-51720-REDT RED 14 “Red de investigación en enseñanza de las ciencias sociales” y “Familia,
desigualdad social y cambio generacional en la España centro-meridional, ss. XVI-XIX” (HAR2013-48901-
C6-6-R), financiados por el Ministerio de Economía y Competitividad.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3974 265
Miscelánea La historia como materia formativa. Reflexiones epistemológicas e historiográficas

grafía para encontrar puntos en común con su ver- its didactic aspect. Getting students and society to
tiente didáctica. Conseguir que los estudiantes y la view history as science requires overcoming posi-
sociedad vean la historia como ciencia, requiere tivism and factual history.
superar el positivismo y la historia factual.

Palabras clave Key words


Historiografía; Epistemología; Pensamiento Historiography, Epistemology, Historical thin-
histórico; Educación histórica. king, Historical education.

266 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286


Cosme Jesús Gómez Carrasco y Raimundo A. Rodríguez Pérez Miscelánea

1. Introducción
En el ámbito escolar cuando se formula la pregunta «¿Qué es la Historia?», suele ir unida al
menos a otras dos de no menos envergadura: «¿Para qué sirve la Historia?» «¿Por qué tengo
que aprender Historia?» Realmente la primera pregunta no es exclusiva del contexto escolar, ya
que ha servido a muchos historiadores en su época de madurez para reflexionar acerca de su
experiencia investigadora. Saturnino Sánchez1 nos recuerda algunos de esos historiadores que
nos han dejado trabajos de síntesis, como Marc Bloch y su Apología para la historia o el oficio
del historiador2; Lucien Febvre y Combates por la historia3; Fernand Braudel, en La historia y las
ciencias sociales4; Edward H. Carr, en What is History?5 A esta enumeración podríamos añadir
otros de gran calado como Jacques Le Goff, con su Histoire et memoire 6; Michel de Certeau,
con L´escriture de l´histoire7; Pierre Vilar, con su Pensar históricamente. Reflexiones y recuerdos8;
Roger Chartier, con La historia o la lectura del tiempo9; Josep Fontana, con Historia. Análisis del
pasado y proyecto social10; o Jürgen Kocka, con Historia social y conciencia histórica11.
Este listado (que no tiene la pretensión de ser exhaustivo) es sólo una muestra de este
tipo de ensayos dedicados a la reflexión sobre la historia como disciplina, consecuencia de
las profundas controversias que presenta el conocimiento histórico en el ámbito académico y
científico. Pero también las complejas reflexiones y metodologías que plantea esta disciplina
desde diversos enfoques y tradiciones historiográficas, las polémicas surgidas en torno a la
interpretación del pasado, y sus vías de difusión. Casi dos siglos de historia como disciplina
académica permiten aportar elementos interesantes para hacer de ésta un saber imprescin-
dible para las sociedades del siglo XXI. Sin duda, uno de los grandes retos de la disciplina es
la capacidad de generar conocimiento e identificar los procesos históricos, así como trans-

1. S. Sánchez, ¿Y qué es la historia? Reflexiones epistemológicas para profesores de Secundaria. Madrid,


1995.
2. M. Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador, México, 2001.
3. L. Febvre, Combates por la historia, Barcelona, 1982.
4. F. Braudel, La historia y las ciencias sociales, Madrid, 1970.
5. E. H. Carr, What is History? Cambridge, 1961.
6. J. Le Goff, Histoire et memoire, París, 1988.
7. M. de Certau, L’escriture de l’ histoire, París, 1975.
8. P. Vilar, Pensar históricamente. Reflexiones y recuerdos, Barcelona, 1997.
9. R. Chartier, La historia o la lectura del tiempo, Madrid, 2007.
10. J. Fontana, Historia. Análisis del pasado y proyecto social, Barcelona, 2013.
11. J. Kocka, Historia social y conciencia histórica, Madrid, 2002.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286 267


Miscelánea La historia como materia formativa. Reflexiones epistemológicas e historiográficas

mitirlos y conseguir que la sociedad perciba el peso de dichos procesos a la hora de adoptar
decisiones en nuestra vida diaria12.

2. ¿Qué es la historia? Controversias epistemológicas e historiográficas


Saturnino Sánchez13 nos proporciona tres definiciones que provienen de dos tradiciones his-
toriográficas diferentes. Por un lado la que realiza Lucien Febvre de la historia como «Ciencia
de los hombres, pero de los hombres en el tiempo»14. Por otro lado, dos definiciones que
provienen de la tradición historiográfica marxista, como la de Pierre Vilar: «La historia es
el estudio de los mecanismos que vinculan la dinámica de las estructuras a la sucesión de
acontecimientos»15; y de E. H. Carr: «un proceso continuo de interacción entre el historiador
y los hechos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado»16. Tiempo, pasado y presente; el
hombre, las estructuras y la sucesión de acontecimientos; el papel del historiador y el diálogo
con sus fuentes son palabras clave para entender la historia como disciplina, y en la que se
hace énfasis en el conocimiento histórico como una construcción.
Estas definiciones colisionan con la creencia popular (ampliamente extendida en el
ámbito escolar), según la cual saber historia significa memorizar hechos, conceptos y fechas.
Así pues, cuantos más hechos, datos, nombres propios y fechas del pasado eres capaz de me-
morizar, mejor conocimiento histórico posees. Sin embargo, el conocimiento de la historia
como disciplina implica complejos procesos de pensamiento histórico. La disciplina histó-
rica nos permite el acercamiento a hechos del pasado, de los cuales sólo tenemos noticias
por trazos de información incompleta. Una información que a menudo se genera con una
intencionalidad, que es necesario contextualizar e identificar con precisión para evitar varios
de los grandes problemas achacados a la disciplina histórica: la subjetividad y la inexactitud.
Tras la revisión de obras de síntesis de grandes autores protagonistas indiscutibles de la
ciencia histórica a lo largo del siglo XX, podemos establecer cuatro grandes ámbitos sobre los
que se construye la definición de esta disciplina. Ámbitos que, además, son claves a la hora
de plantear esta materia en el aula del siglo XXI: el objeto de estudio (el hombre, la sociedad,
las estructuras); el tiempo (la relación pasado/presente, el cambio, la continuidad, los ritmos
históricos); el método (las fuentes históricas y su interpretación por parte del historiador); y
las vías de difusión, argumentación y escritura de la historia (la confrontación entre narrati-
va, descripción y explicación causal).
Las polémicas y controversias en torno al objeto de estudio de la historia comenzaron
en el siglo pasado como una reacción frente al positivismo. En el primer tercio del siglo XX
muchos historiadores reaccionaron frente al paradigma historiográfico, heredado del siglo

12. C. J. Gómez Carrasco, J. Ortuño Molina y S. Molina Puche, “Aprender a pensar históricamente. Retos
para la historia del siglo XXI, Tempo e Argumento, 6-11, 2014, 1-25.
13. Sánchez, ¿Y qué…, op. cit.
14. Febvre, Combates…, op. cit.
15. Vilar, Pensar…, op. cit.
16. Carr, What…, op. cit.

268 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286


Cosme Jesús Gómez Carrasco y Raimundo A. Rodríguez Pérez Miscelánea

XIX, que veía a la historia política y a las biografías de las grandes personalidades como el
verdadero conocimiento histórico17. Unas ideas que estaban basadas en Leopold von Ranke y
la narración descriptiva como recurso discursivo. Realmente el enfoque positivista basado en
los hechos surgió en el siglo XIX como una reacción a la historia moralizante del Romanticis-
mo. El positivismo recogió muchas de las propuestas teóricas de la tradición empirista britá-
nica de Locke y Russell, y presuponía la completa separación entre el sujeto (el historiador)
y el objeto de estudio. Sin embargo, la propia elección del objeto de estudio (las biografías de
las grandes personalidades y las coyunturas políticas) ya implicaba un nivel de subjetivismo
que apartaba del discurso histórico a la mayor parte de la población.
La «nueva historia», que surge en el primer tercio del siglo XX, se posicionó frente al
positivismo, basándose en el análisis de estructuras, bien desde la concepción marxista bien
desde la perspectiva ecodemográfica de la Escuela de los Annales. Como indica Kocka18, la
historia estructural es un enfoque de la historia donde las circunstancias, las condiciones, los
procesos y los desarrollos supraindividuales se hallan en un primer plano. Desde la Escuela
de Annales, Marc Bloch y Lucien Febvre rechazaron la historia de los acontecimientos para
reinterpretar la historia como una ciencia social. Asimismo, reclamaban un análisis que pres-
tara más atención al papel de los fenómenos sociales y económicos, a la hora de determinar
el devenir de los acontecimientos históricos.
La historia social y económica adquirió en ese momento un protagonismo esencial,
con el fin de proponer modelos de interpretación del pasado y sus procesos. La Escuela de
Annales amplió el objeto de estudio de la historia, incidió en su base científica, y fijó el foco
en las estructuras sociales y en la relación del hombre con esas estructuras. Las palabras de
Lucien Febvre son claras al respecto: «La historia es la ciencia del hombre, la ciencia del pa-
sado humano (…) y también de los hechos, sí. Pero de los hechos humanos»19. El empeño de
Annales por la interdisciplinariedad también se puso en evidencia desde fechas tempranas.
Fernand Braudel, además, incidió en los procesos de larga duración, lo que fue objeto
de crítica por parte de los historiadores marxistas, pues consideraban que la propuesta le
otorgaba un rasgo demasiado estático a las explicaciones históricas. Sin duda, obras como las
de Berr20 o Le Roy Ladurie21 muestran ese enfoque historiográfico basado en el protagonismo
de las estructuras, en la incidencia del método, en la importancia de la larga duración y en
el empeño interdisciplinar. La influencia que la Escuela francesa de los Annales ejerció en el
cambio de los programas oficiales de enseñanza de la historia, durante el último cuarto del
siglo XX, ha sido puesta en valor por un gran número de autores22. Esta herencia se percibe

17. J. Le Goff, J. Revel y R. Chartier (Eds.), La nouvelle histoire, París, 1978.


18. Kocka, Historia…, op. cit.
19. Febvre, Combates…, op. cit., 29.
20. A. Berr, En marge de l’ histoire universelle, París, 1953.
21. E. Le Roy Ladurie, Montaillou, village occitan de 1294 à 1324, París, 1975.
22. J. Paniagua, “Dejad a los políticos en la cuneta. La historia social busca su propio espacio”, Íber.
Didáctica de las Ciencias Sociales, Geografía e Historia, 12, 1996, 25-36; P. Miralles Martínez, “Las tendencias
historiográficas recientes y la enseñanza de la Historia en Bachillerato”, Revista de Historiografía, 2, 158-

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286 269


Miscelánea La historia como materia formativa. Reflexiones epistemológicas e historiográficas

en la parcelación que tanto los manuales escolares como el currículo realizan entre historia
política, historia social, historia económica, historia del pensamiento y la cultura, y la historia
del arte, en busca del ideal de historia total, desde una perspectiva esencialmente estructural.
En el ámbito de la historiografía marxista la reacción frente al positivismo fue también
a través del énfasis en la historia social y económica de tipo estructural. Fue a partir de 1950
cuando la metodología marxista de análisis histórico tuvo su momento de apogeo, concre-
tado en la llamada «escuela marxista británica». Mientras que la escuela francesa giraba en
torno a la revista Annales, la escuela marxista británica tuvo en la revista Past and Present
uno de sus referentes. La respuesta de historiadores como E. P. Thompson y Pierre Vilar ante
los abusos de la teoría, junto con los grandes debates y discusiones entre historiadores pro-
fesionales, revitalizaron esta escuela historiográfica y le dieron una dimensión más social23.
Las principales inquietudes de esta escuela historiográfica se centraban en depurar los
problemas para poder trabajar a favor de una apertura teórica y metodológica; prestar aten-
ción a la experiencia humana; y el fomento de la crítica y el debate libre. Entre estos historia-
dores figuran Rodney Hilton24, en el ámbito de la historia medieval y el estudio del campe-
sinado; Christopher Hill25, con su trabajo acerca de la revolución inglesa del siglo XVII; Eric
Hobsbawm26 y sus estudios sobre la clase trabajadora y las revoluciones burguesas; Edward
P. Thompson27, con sus aportaciones a la historia social. Justo es nombrar en este apartado
al francés Pierre Vilar, que comparte mucho con los autores protagonistas de esa renovación
de la historiografía marxista. Sin duda uno de los grandes legados de esta tendencia historio-
gráfica (al margen de su profundización en el ámbito de lo social y de las clases populares) es
la función crítica de la historia. Una de las grandes críticas que estos historiadores marxistas
realizaron a los autores de la corriente de Annales fue su aparente falta de crítica social.
Esa función social y crítica de la historia está presente también en muchos autores alema-
nes que han protagonizado la denominada «historia social crítica», que se caracteriza por inci-
dir en la necesidad de la historia aplicada al servicio de la sociedad. Ha sido la segunda mitad
del siglo XX la que ha visto cómo historiadores de la altura de Kocka, Wehler, Hans, Wolfgang
Mommsen, o filósofos de la historia como Jörn Rüsen, han apostado por hacer una historia
«emancipadora», que ayude a los ciudadanos «a derribar la niebla de las leyendas arraigadas,

166; C. J. Gómez Carrasco y P. Miralles Martínez, “Historical Skills in Compulsory Education: Assesment,
Inquiry Based Strategies and Argumentation”, New Approches in Educational Research, 5-2, 2016, 139-146.
23. P. Miralles Martínez, S. Molina Puche y J. Ortuño Molina, La importancia de la historiografía en la
enseñanza de la historia, Granada, 2011.
24. R. Hilton, Conflicto de clases y crisis del feudalismo, Barcelona, 1985.
25. C. Hill, El mundo trastornado. El ideario popular extremista en la revolución inglesa del siglo XVII,
Madrid, 1983.
26. E. Hobsbawm, Industria e Imperio, Barcelona, 1977; del mismo autor La era del capitalismo, Madrid,
1987; y Nations and Nationalism since 1780: Programme, myth, reality, Cambridge, 1997.
27. E. P. Thompson, Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad
preindustrial, Barcelona, 1984.

270 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286


Cosme Jesús Gómez Carrasco y Raimundo A. Rodríguez Pérez Miscelánea

por medio de la crítica ideológica y deshacer los errores típicos»28. Como indica Millán29, esta
historiografía alemana se ha caracterizado por la frecuencia y amplitud de los debates que se
han promovido en su interior y han repercutido en una amplia opinión pública.
Desde finales de la década de 1970 el objeto de estudio de la historia dio un importante
vuelco. Las principales tendencias historiográficas (Annales y marxismo) habían centrado
sus investigaciones en la sociedad y la economía, en el hombre, pero al hombre dentro de las
grandes estructuras (la larga duración, las relaciones de producción). A partir de entonces se
produjo un proceso de atomización de las temáticas históricas (una historia en migajas, diría
Dossé30), centrado en la cultura, las mentalidades y en la exploración de nuevos horizontes.
Un proceso que, junto con las polémicas en torno a la narrativa histórica, las propuestas
postmodernistas y el giro lingüístico, sumió a la disciplina histórica en un proceso de crisis,
reflexión y –en cierto modo– de aturdimiento. Destacó la microhistoria, surgida en Italia, de
la mano de Carlo Ginzburg y Giovanni Levi31, que a partir de pleitos inquisitoriales diseccio-
naron la vida cotidiana en la Edad Moderna.
Consecuencia del desarrollo de la teoría posmodernista, muchos historiadores acusa-
ron a las escuelas historiográficas de mediados del siglo XX de deterministas y de «desper-
sonalizar» la historia. Así, ese discurso que se arrogaba el título de nueva historia frente al
positivismo fue denominado, en las décadas de 1980 y 1990, como «vieja nueva historia»32.
Los historiadores, desde finales de la década de 1970, en Europa volvieron a un discurso «con
rostro humano», en el que la reducción de escala de estudio y la ampliación de nuevas temá-
ticas se abrió camino frente a la visión estructuralista. Las nuevas corrientes historiográficas
que surgieron de esta crisis pretendieron la exploración de nuevas temáticas y métodos de
análisis que ayudaran a escapar al discurso histórico de la «cárcel de lo estructural»33. Ade-
más, también se modificaron los objetos de estudio. Frente al hábito de construir estructuras
y grupos sociales sin adentrarse en ellos, esta nueva concepción descubre novedosas formas
de explicación del cambio, de la movilidad y del proceso histórico en general. Como indican
Francisco Chacón y Juan Hernández Franco: «Las fronteras de la realidad social son mucho
más fluctuantes que los rígidos conceptos historiográficos»34.
Además de la importancia del individuo como sujeto histórico, en las últimas dos déca-
das, los debates en torno a la historia social han puesto el acento en la representación, en los

28. J. Millán, “Presentación. El contexto de la historia social crítica en la Alemania contemporánea”, en J.


Kocka, Historia social y conciencia histórica, Madrid, 2002, 14.
29. Millán, “Presentación…”, loc. cit., 11-41.
30. F. Dossé, La historia en migajas. De “Annales” a la “Nueva Historia”, Valencia, 1998.
31. C. Ginzburg, El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI, Madrid, 1981; del
mismo autor “Microstoria: due o tre cose che so di lei”, Quaderni Storici, 86, 1994, 511-539; G. Levi, La
herencia inmaterial. La historia de un exorcista piamontés del siglo XVII, Madrid, 1990; de este autor “Sobre
microhistoria”, en P. Burke (Ed.), Formas de hacer Historia, Madrid, 2003, 119-144.
32. P. Burke, “Historia de los acontecimientos y renacimiento de la narración”, en Burke (Ed.), Formas...,
op. cit., 325-342.
33. R. García Cárcel, “Historia de las mentalidades e Inquisición”, Chronica Nova, 18, 1990, 179-190.
34. F. Chacón Jiménez y J. Hernández Franco (Eds.), Familias, poderosos y oligarquías, Murcia, 2001, 12.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286 271


Miscelánea La historia como materia formativa. Reflexiones epistemológicas e historiográficas

símbolos, en las formas de percibir el mundo y en la realidad social como producto cultural35.
El seguimiento de clásicos trabajos como los de Foucault36, Chartier37o Darnton38 liberaron
a la historia cultural de las élites intelectuales y de la tradición de la escuela de Annales. La
corriente postmodernista fue filtrándose en el discurso historiográfico y en el análisis de las
sociedades del pasado. La historia socio-cultural, como la han definido algunos autores, ha
puesto el acento en elementos transversales como la pobreza o la cultura popular, apoyada en
la dimensión antropológica39.
Evidentemente estas transformaciones han venido acompañadas de diversas contro-
versias en torno a los métodos de reconstrucción del pasado, la teoría y la relación con otras
disciplinas y ciencias sociales. En la década de 1990 ya hubo un intenso debate entre partida-
rios y detractores de las nuevas prácticas historiográficas surgidas del enfrentamiento entre
estructuras e individuos40. Moradiellos41 ha subrayado la pérdida de contextualización de
estas investigaciones sobre historia social. Según él, se fragmentó en exceso el discurso histo-
riográfico. La preocupación por una mayor interdisciplinariedad con otras ciencias sociales,
como la antropología, la sociología o la economía, causaron según este autor un alejamiento
del cuerpo principal de la historia. Fontana42 advirtió del grave riesgo de una profusión de
antropología histórica. Es decir, se puede caer en el error de abandonar el estudio de la reali-
dad social, reemplazándolo por el de los símbolos.
La influencia postmodernista, la importancia del sujeto histórico y el peso de la repre-
sentación del mundo en los individuos, frente a las estructuras socio-económicas y políticas,
han encendido el debate en los últimos años sobre la historia social en Europa y en el ámbito
anglosajón43. Para algunos historiadores, como Aróstegui44, la historia socioestructural es la

35. C. J. Gómez Carrasco y P. Miralles Martínez, “La enseñanza de la historia desde un enfoque social”,
Clío. History and History Teaching, 39. Disponible en: http://clio.rediris.es/
36. M. Foucault, El orden del discurso, Barcelona, 1987.
37. R. Chartier, El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación, Barcelona,
1995.
38. R. Darnton, The Great Cat Massacre and Other Episodes in French Cultural History, Nueva York, 1984.
39. A. Santana, “Entre lo cultural, el lenguaje, lo ‘social’ y los actores: la nueva historiografía anglófona
sobre la Revolución Francesa”, Historia Social, 54, 2006, 157-182; M. Bolufer, “Entre historia social e historia
cultural. La historiografía sobre pobreza y caridad en la Época Moderna”, Historia Social, 43, 2002, 105-127.
40. J. Casanova, La historia social y los historiadores, Barcelona, 1991; N. Ferguson (Ed.), Virtual History:
Alternatives and Conterfactuals, Londres, 1997; J. Evans, In Defence of History, Londres, 1997.
41. E. Moradiellos, “Últimas corrientes en Historia”, Historia Social, 16, 1993, 97-113.
42. J. Fontana, La Historia después del fin de la Historia, Barcelona, 1992.
43. C. Lloyd, “The Methodologies of Social History: A Critical Survey and Defence of Structurism”, en R.
Burns (Ed.), Historiography (Critical Concepts in Historical Studies Series), vol. II, Londres, 2005, 24-67; y
del mismo autor “Historiographics schools”, en A. Tucker (Ed.), A Companion on the Philosophy of History
and Historiography, Londres, 2009, 371-380; W. H. Sewell, The Logics of History. Social theory and social
transformation, Chicago, 2005; C. Tilly, “Three visión of History and Theory”, History and Theory, 46, 2007,
299-307; G. Steinmetz, “The relations between Sociology and History in United States. The Currents States
of Affair”, Journal of Historical Sociology, 20, 2007, 1-12.
44. J. Aróstegui, La investigación histórica: teoría y método, Barcelona, 2001.

272 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286


Cosme Jesús Gómez Carrasco y Raimundo A. Rodríguez Pérez Miscelánea

que ofrece una perspectiva realmente esperanzadora para salir de estas controversias. Esta
corriente sería capaz de retomar las grandes visiones, de superar el «pensamiento débil» que,
según este autor, se ha adueñado de la historiografía, desde la década de 1980 hasta comien-
zos del siglo XXI. Es la que puede realizar la síntesis con la vista puesta en la superación de la
eterna pugna entre estructura y acción individual; esta nueva línea de investigación se inte-
resa tanto por las grandes concepciones estructurales como por la historia de los individuos
«de a pie» con nombre y apellidos. A pesar de todo, durante los últimos años, en España la
historia social tiene una menor presencia frente a los estudios políticos y culturalistas. Las
investigaciones sobre la representación del poder o las relaciones internacionales han arrin-
conado a la historia social, muy centrada en lo anecdótico45.
La influencia de estos vaivenes historiográficos en las propuestas sobre la enseñanza
de la historia en el aula ha sido dispar. La evolución que ha sufrido la ciencia histórica en las
últimas décadas no ha tenido el mismo reflejo en la transposición didáctica de dicha disci-
plina al proceso de enseñanza-aprendizaje. Es cierto que en los manuales escolares y en la
práctica docente más reciente se han ido introduciendo nuevas temáticas, además, se ha de-
sarrollado con más profundidad la historia de las regiones y de otras civilizaciones ajenas al
eurocentrismo. Sin embargo, como indican Miralles, Molina y Ortuño46, la realidad es que se
ha pasado de exigir al alumnado que memorice contenidos y datos políticos a que memorice
interpretaciones históricas con una mayor carga socioeconómica, pero que en definitiva son
explicaciones ajenas a ellos.
Otro de los elementos clave de la definición de la historia es el tiempo. A pesar de que
el aprendizaje del tiempo histórico es uno de los elementos básicos para adquirir habilidades
en la interpretación del pasado, las dificultades del alumnado sobre esta cuestión han sido
señaladas como uno de los principales problemas en la enseñanza de la historia47. Aunque el
tiempo ha sido uno de los grandes focos de discusión de filósofos, el tiempo histórico es un
descubrimiento de la historiografía del siglo XX.
La civilización griega nos ha legado dos formas básicas de entender el tiempo: cronos
y kairós48. Con la primera palabra los griegos se referían al tiempo absoluto y que podía
medirse. En cambio, con la palabra kairós los griegos señalaban al tiempo existencial, social
y humano, tanto personal como colectivo, de duraciones y ritmos más difíciles de precisar

45. O. Rey Castelao, “Las bases demográficas, económicas y sociales del Imperio. Una reflexión
bibliográfica”, en D. García Hernán (Ed.), La historia sin complejos. La nueva visión del Imperio Español,
Madrid, 2010, 19-69.
46. Miralles, Molina y Ortuño, La importancia…, op. cit.
47. J. Prats, Enseñar historia: notas para una didáctica renovadora, Mérida, 2001; J. Pagès, “Tiempos de
cambios… ¿Cambios de tiempos? Sugerencias para la enseñanza y el aprendizaje del tiempo histórico a
inicios del siglo XXI”, en F. Ferraz (Org.), Reflexões sobre espaço-tempo. Coleção Textos de Graduação, 3,
Salvador de Bahía, 2004, 35-53; A. Blanco, “La representación del tiempo histórico en los libros de texto
de primero y segundo de la enseñanza secundaria obligatoria”, Enseñanza de las Ciencias Sociales. Revista
de Investigación, 7, 2008, 77-88; P. A. Torres, Enseñanza del tiempo histórico. Historia, Kairós y Cronos. Una
mirada didáctica para el aula de la ESO, Madrid, 2001.
48. Los griegos tenían otro palabra más para designar el tiempo: aion, el tiempo inmóvil de Platón.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286 273


Miscelánea La historia como materia formativa. Reflexiones epistemológicas e historiográficas

y que encuentra su nervio vital en la memoria del pasado y en las expectativas del futuro49.
Kairós significaba la posibilidad de hacer algo en un momento determinado del tiempo, po-
sibilidad que luego desaparece naturalmente. Es la oportunidad que antecede a la acción, y
depende de nosotros percibirla o buscarla. Kairós es el tiempo de la vida, el tiempo interno
de los procesos históricos concretos. Cronos en cambio era el tiempo medible, cronológico.
Según Torres50: «Cronos representa la direccionalidad inevitable del futuro pasado, Kairós
la complejidad multiforme de la realidad». Es la idea inevitable e implacable del tiempo, el
tiempo destructor, opuesto a kairós, entendido como el tiempo constructor y explicador.
Además de esta tradición clásica, como ya se ha indicado, en la segunda mitad del siglo
XX se profundizó en las diferentes dimensiones de la temporalidad gracias a la corriente his-
toriográfica de Annales, y principalmente a la figura de Fernand Braudel. Según este autor el
tiempo cronológico –la sucesión de acontecimientos en el pasado– es sólo la «corteza» de la
realidad social, una herramienta para situar hechos históricos, pero no es un fin en sí mismo.
En suma, afirmaba que en todo análisis histórico podían observarse fenómenos de larga,
media y corta duración51.
La realidad de las aulas, no obstante, es que el alumnado al acabar la escolarización
obligatoria acumula una gran información temporal inconexa y discontinua. Entre las prin-
cipales causas de esta situación hay que indicar las propias concepciones del tiempo histórico
por parte del profesorado52. Pero también la forma en que se evalúa el conocimiento histórico
al alumnado, habitualmente a través de exámenes donde se pone a prueba su memoria, y no
la comprensión del tiempo histórico en toda su complejidad. Se ha consolidado un apren-
dizaje del tiempo que no tiene correspondencia ni con las transformaciones que ha experi-
mentando la sociedad, ni con el debate científico derivado de la disciplina histórica y de la
didáctica de las ciencias sociales53.
Y es en este punto donde hay que insistir en los otros elementos de la definición de la
historia y que afectan directamente a su enseñanza: el método y la construcción del discurso
histórico. La historia es una construcción y se debe enseñar como tal en el aula. Cuando E. H.
Carr definía la historia como «un proceso continuo de interacción entre el historiador y los
hechos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado»54, incidía en ese enfoque metodoló-
gico. El historiador tiene una mirada subjetiva, consecuencia de sus propias vivencias y de la
sociedad que le rodea. En la misma línea, Thompson55 incidió en que el discurso histórico es
un proceso de diálogo entre el concepto y el dato empírico. Un diálogo que es conducido, por
un lado, por hipótesis sucesivas y, por otro, por la investigación empírica.

49. C. A. Trepat, El tiempo y el espacio en la didáctica de las ciencias sociales, Barcelona, 2002.
50. Torres, Enseñanza…, op. cit., 23-24.
51. Braudel, La historia…, op. cit., p. 64.
52. B. A. VanSledright, Assesing Historical Thinking & Understanding. Innovate Designs for New Standards,
Nueva York, 2014.
53. J. Appleby, L. Hunt y M. Jacob, La verdad sobre la historia, Barcelona, 1998; R. López Facal, “La
LOMCE y la competencia histórica”, Ayer, 94, 2014, 273-285.
54. Carr, What…, op. cit.
55. E. P. Thompson, Miseria de la teoría, Barcelona, 1981.

274 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286


Cosme Jesús Gómez Carrasco y Raimundo A. Rodríguez Pérez Miscelánea

La reflexión sobre la naturaleza del discurso histórico y su construcción, que deriva de


la contextualización e interpretación de fuentes históricas de diferente tipología, ha estado
presente en las discusiones epistemológicas de la disciplina. Se ha insistido en que la historia
es un relato y, por ende, la explicación histórica no es más que la forma que tiene la narración
de organizarse en una trama comprensible56. Esta interpretación del discurso histórico llevó
a una honda preocupación en el seno de la disciplina, porque a lo largo del segundo tercio
del siglo XX los historiadores reivindicaron su cientificismo frente al relato y la narrativa. Sin
embargo muchos autores han reivindicado el poder crítico de la historia a pesar de su natu-
raleza discursiva57. Narrar es un ejercicio cultural de necesidad vital, y en el que caben tanto
la teoría como la argumentación.
Estos cuatro elementos para la definición de la historia (objeto de estudio; tiempo; mé-
todo del historiador; construcción del discurso histórico) son claves para el aprendizaje de
esta disciplina. El alejamiento de las propuestas epistemológicas ha ido creando un modelo
de aprendizaje de la historia basado en la memorización de hechos, fechas o datos que otros
han considerado como relevantes. Las propuestas superficiales sobre el objeto de la historia;
la unidimensionalidad del tiempo histórico (reducido al tiempo cronológico); la casi nula
introducción del método del historiador en el aula; y la reducción de la narrativa histórica a
la mera descripción y acumulación de datos, está reproduciendo este modelo. Por tanto, es
necesaria una redefinición del modelo de educación histórica del alumnado. Esta reflexión
debe partir de las concepciones epistemológicas de la disciplina.

3. El uso público de la Historia. Construcción de identidades y formación


ciudadana
Barton y Levstik58 indicaban que muy pocos están contentos con la forma en que se enseña
historia. Las personas con un pensamiento más conservador protestan porque la historia
escolar es demasiado multicultural. Aquéllos con un pensamiento más progresista dicen que
la historia enseñada es demasiado conservadora, y carece de una perspectiva más amplia y
multicultural, que enseñe al alumnado una ciudadanía crítica y abierta. Sin embargo, los in-
vestigadores de didáctica de la historia creen que esta disciplina debe servir para reflexionar
y promover el espíritu crítico. Argumentan que el escaso uso de fuentes primarias en el aula
está suponiendo un empobrecimiento de la educación histórica. Los docentes claman contra
la desidia de un alumnado que, por lo general, no quiere aprender. Finalmente, los estudian-
tes critican que los libros de texto son muy aburridos y que la forma en que los docentes les
enseñan la historia no les sirve para nada. En este contexto –en el que parece que pocos están
contentos con la educación histórica planteada en las escuelas– los debates académicos, en

56. P. Veyne, Comment on écrit l’ histoire: essai d’épistémologie, Seuil, 1971; Chartier, La historia…, op. cit.
57. L. Stone, History and Post-Modernism, Past and Present, 131, 1991, 207-218; Burke, “Historia…”, loc.
cit..., 325-342.
58. K. Barton y L. Levstik, Teaching History for the Common Good, Nueva Jersey, 2004.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286 275


Miscelánea La historia como materia formativa. Reflexiones epistemológicas e historiográficas

las dos últimas décadas, han girado en torno a la dualidad entre competencias y conocimien-
tos conceptuales; entre el papel que deben tener los contenidos sustantivos, las habilidades
relacionadas con la práctica del historiador, y las competencias educativas59.
Estos debates, que han surgido en diferentes contextos sociales, territoriales y políti-
cos, tienen un elemento común: la pugna entre los dos tipos de lógica que ha articulado la
enseñanza de la historia escolar desde que surgieron los estados liberales. Los dos tipos de
lógica, como nos recuerdan Carretero, Rosa y González60, responden a la racionalidad crítica
de la Ilustración (que en la enseñanza de la historia responde a la necesidad de educar en
valores cívicos y sociales, pero también en aspectos cognitivos de la disciplina histórica, su
racionalidad científica), y la emotividad identitaria del Romanticismo (que en la enseñanza
de la historia responde a la necesidad de que el alumnado se impregne de las hazañas patrias
y de contenidos que permitan cumplir con objetivos de tipo identitario). Este último ele-
mento está muy relacionado con la construcción de la memoria colectiva. Gracias a nuestra
naturaleza humana tenemos conciencia del tiempo, y a menudo utilizamos esa conciencia a
través de constructos temporales relacionados con nuestra identidad, origen, memoria, o la
relación entre el pasado, presente y futuro61. Una memoria colectiva que, en palabras de Le
Goff62, a los ojos de los historiadores aparece como mítica, deformada y anacrónica, pero que
se nutre del conocimiento escolar, de los medios de comunicación y de otros medios infor-
males de conocimiento.
Identidad y ciudadanía son dos conceptos en torno a los que han girado las múltiples
funciones de la historia, lo que denota una ciencia compleja que a veces ha sido sometida a
los intereses del poder. De hecho, como indican Miralles y Alfageme63, los conceptos de ciu-
dadanía e identidad han estado ligados a la formación de los Estados-nación, y muy vincu-
lados a la función instructiva de la historia. El conocimiento histórico es hijo de la memoria,
pero sin duda ésta es subjetiva y debe ser «objetivada» por el aprendizaje de los métodos
del historiador64. Nuestra propia identidad depende de nuestra memoria, algo que es válido
tanto para los sujetos individuales, como para los grupos y las instituciones. Ese proceso que

59. P. Clark, New possibilities for the past. Shaping history education in Canada, Vancouver y Toronto,
2011; S. Lévesque, Thinking Historically. Educating Students for the 21th Century, Toronto, 2008; B. A.
VanSledright, The Challenge of Rethinking History Education. On practice, theories and policy, Nueva York,
2011.
60. M. Carretero, A. Rosa y M. F. González, “Enseñar historia en tiempos de memoria”, en M. Carretero et
al. (Comps.), Enseñanza de la historia y memoria colectiva, Buenos Aires, 2006, 11-36.
61. P. Ricoeur, History, Memory, Forgetting, Chicago y Londres, 2004; J. Rüssen, History: Narration,
Interpretation, Orientation, Nueva York, 2005; A. Chapman, “Historical interpretations”, en I. Davies (Ed.),
Debates in History Teaching, Londres y Nueva York, 2011, 96-108.
62. Le Goff, Histoire…, op. cit.
63. P. Miralles Martínez y M. B. Alfageme González, “Educación, identidad y ciudadanía en un mundo
globalizado y posmoderno”, Educatio siglo XXI, 31-1, 2013, 11-24.
64. A. Chapman, “Taking the perspective of the other seriously? Understanding historical argument”,
Educar em Revista, 42, 2011, 95-106; J. Prats y J. Santacana, “¿Por qué y para qué enseñar historia?”, en J.
Prats (Coord.), Didáctica de la Geografía y la Historia, Barcelona, 2011, 13-29.

276 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286


Cosme Jesús Gómez Carrasco y Raimundo A. Rodríguez Pérez Miscelánea

une memoria, historia e identidades se ha usado habitualmente por el poder a través del arte,
la literatura, el cine o los medios de comunicación, para trasladar su mensaje y convertirlo en
verdad socialmente aceptada65.
No cabe duda de que la contraposición de ambas visiones de la enseñanza de la historia
y de su función social son casi antagónicas, o al menos de muy difícil combinación. Entre
otras razones, porque una forma de enseñar historia fomenta, sobre todo, la creación de
identidades colectivas excluyentes, al tener como eje discursivo el relato nacional, cuando
no étnico o cultural, basado en subrayar las diferencias existentes entre el «nosotros» y «los
otros». Mientras que el otro enfoque, a través de la potenciación del espíritu crítico, pretende
ayudar a la construcción de identidades múltiples o inclusivas (las fidelidades concéntricas,
de las que ha hablado López Facal66). Unas identidades en la que se muestren las caracterís-
ticas que tienen los distintos colectivos que componen una sociedad para dar a conocer los
rasgos o elementos compartidos67.
La historia, por tanto, tiene una gran importancia a la hora de formar a ciudadanos
críticos, participativos e interesados por el mundo en el que viven68. Los análisis y propuestas
de Rüsen69 señalan la importancia de hacer de la historia un conocimiento útil para orientar
éticamente los comportamientos personales. Desde comienzos del siglo XXI, en la Unión
Europea se ha extendido –por recomendaciones de la OCDE– la explicitación de la forma-
ción de una ciudadanía responsable, activa y autónoma en la educación básica del alumnado.
Con esa intención, la educación cívica forma parte del currículo de todos los países de la
Unión Europea70. En España, desde el currículo educativo de 2006 (LOE), se incorporaron
las competencias como elementos clave en la enseñanza de las diferentes materias. Entre estas
competencias se encuentra la «Competencia social y ciudadana», que después con la LOMCE
se ha denominado como «Competencias sociales y cívicas». El papel de la historia y otras
ciencias sociales en el desarrollo de esta competencia es clave. Como indica López Facal71, ser
competente implica saber interpretar el medio en el que el alumno interactúa, saber propo-
ner alternativas, ser capaz de argumentar. Estas operaciones necesitan de un conocimiento
sobre cómo es y cómo funciona la sociedad, cómo se han ido generando y modificando las

65. A. Rosa, “Memoria, historia e identidad. Una reflexión sobre el papel de la enseñanza de la Historia
en el desarrollo de la ciudadanía”, en M. Carretero y J. Voss (Comps.), Aprender y pensar la Historia, Buenos
Aires, 2004, 47-70.
66. R. López Facal, “Identidades posnacionales y enseñanza”, Íber. Didáctica de las Ciencias Sociales,
Geografía e Historia, 47, 2006, 54-63.
67. R. López Facal, “Enseñar historia en convivencia plurinacional”, Gerónimo de Uztariz, 17-18, 2002,
49-57.
68. Barton y Levstik, Teaching…, op. cit.
69. Rüssen, History…, op. cit.
70. S. Molina Puche, P. Miralles Martínez y J. Ortuño Molina, “Concepciones de los futuros maestros de
Educación Primaria sobre formación cívica y ciudadana”, Educatio siglo XXI, 31-1, 2013, 105-126.
71. R. López Facal, “Competencias y enseñanza de las ciencias sociales”, Íber. Didáctica de las Ciencias
Sociales, Geografía e Historia, 74, 2013, 5-8.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286 277


Miscelánea La historia como materia formativa. Reflexiones epistemológicas e historiográficas

relaciones humanas a lo largo del tiempo, qué consecuencias han tenido y tienen las acciones
que realizan las personas y los colectivos.
En respuesta a estas propuestas curriculares, que hacen énfasis en la formación de unos
valores cívicos y sociales basados en la participación y la reflexión crítica, muchas de las inves-
tigaciones sobre la enseñanza de la historia han puesto en valor esas posibilidades formativas
para crear ciudadanos activos y participativos, con un enfoque muy ligado a las ciencias socia-
les y cercano al discurso crítico heredado de la Ilustración72. En estos trabajos se defiende la
necesidad de un diálogo entre la historia, las ciencias sociales y la educación para la ciudadanía.
Ésta debe incorporar la dimensión social, espacial y temporal para evitar la descontextuali-
zación y los estereotipos. Las ciencias sociales deben revisar la vieja idea de ciudadanía para
avanzar hacia una ciudadanía cosmopolita que compatibilice identidades plurales73.
Este enfoque de enseñanza, que incide más en la práctica social que en los procesos
cognitivos individuales, ha sido definido como perspectiva sociocultural de la educación
histórica. Desde esta perspectiva la enseñanza de la historia se plantea en un contexto prin-
cipalmente social, incidiendo en los protagonistas de los procesos históricos, el propósito y
motivaciones que hay detrás de los acontecimientos. Una visión humanística de la enseñanza
de la historia, que intenta promover la educación ciudadana a través del razonamiento sobre
los acontecimientos sociales en el pasado; una visión amplia de la humanidad; y una reflexión
de conjunto sobre lo que significa el bien común, The common good74. Estos planteamientos
pasan inevitablemente por la enseñanza de la historia desde un enfoque crítico y reflexivo.
El análisis de López Facal75 muestra la naturaleza de estas propuestas, basadas en los valores
democráticos y su transmisión por medio de educación tanto formal como informal.
Conciencia histórica y educación ciudadana son dos enfoques que pueden comple-
mentarse y, en parte, tienen al tiempo como elemento común sobre el que articular propues-
tas educativas76. Heimberg77 ha insistido en que la historia permite construir una mirada
lúcida y un sentido crítico sobre el mundo, al evocar todas las maneras en que los hombres
se han organizado colectivamente y cómo han hecho frente a sus problemas, conflictos e in-
tereses. Ese potencial educativo no puede perderse en una maraña de datos, fechas y hechos.

72. M. Carretero y M. Kriger, “¿Forjar patriotas o educar cosmopolitas? El pasado y el presente de la


historia escolar en un mundo global”, en M. Carretero y J. Voss (Comps.), Aprender..., op. cit., 71-98.
73. X. M. Armas y R. López Facal, “Ciencias sociales y educación para la ciudadanía. Un diálogo necesario”,
Íber. Didáctica de las Ciencias Sociales, Geografía e Historia, 71, 2012, 84-92.
74. P. Seixas, “The community of inquiry as a basic knowledge and learning: the case of history”, Amercian
Educational Research Journal, 30-2, 1993, 305-324; Barton y Levstik, Teaching…, op. cit.
75. R. López Facal, “El pensamiento crítico debe ser, en primer lugar, autocrítico”, Enseñanza de las
Ciencias Sociales. Revista de Investigación, 2004, 99.
76. A. Wilschut, Images of Time. The role of a Historical Consciousness of Time in Learning History,
Charlotte, 2012.
77. C. Heimberg, “Pour une éducation aux citoyennetés ouverte sur le monde. L’école du citoyen”, Revue
Nationale du Réseau CNDP-CRDP pour l’enseignement de l’ histoire et de la géographie, 7, 1999, 163-171; del
mismo autor “L’enseignement de l’ histoire dans un pays d’inmigration: la Suisse”, en R. López Facal et al.
(Eds.), Pensar históricamente en tiempos de globalización, Santiago de Compostela, 2011, 21-35.

278 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286


Cosme Jesús Gómez Carrasco y Raimundo A. Rodríguez Pérez Miscelánea

El objetivo principal de la historia debe ser hacer reflexionar sobre esos procesos históricos.
Una visión que comparte con Audigier78, que indicó que la enseñanza de la historia desde
la perspectiva de la educación cívica está muy relacionada con el proyecto y las esperanzas
de futuro, y los valores dominantes de participación democrática, libertad y espíritu crítico.
Así pues, en un mundo cada vez más globalizado, en el que las sociedades están muy
alejadas de esa uniformidad étnica, cultural, lingüística y religiosa que propugnaban los es-
tados-nación decimonónicos, la que podríamos denominar como «visión tradicional» de
la enseñanza de la historia debiera tener, cada vez, menor cabida en las aulas. Tratar sobre
estos temas (identidad y ciudadanía) nos remite a conceptos fundamentales en la teoría y el
pensamiento social actual, como son globalización y posmodernidad. Para Bauman79, so-
ciólogo de la «modernidad líquida», las actuales circunstancias del capitalismo global han
ocasionado una nueva precariedad que trata de sobreponerse por medio de dos alternativas:
la reconstrucción de los vínculos colectivos por medio de nuevas «comunidades de elec-
ción»; y la creación de un sentimiento comunitario por medio de las nuevas políticas de la
diferencia, que aceptan el multiculturalismo y la política del reconocimiento. Globalización
y posmodernidad están en el origen de un fenómeno importante: el surgimiento de identida-
des múltiples. La compleja composición de la sociedad actual demanda de las propuestas de
enseñanza de la historia la aceptación de la alteridad, el reconocimiento de la diversidad de
identidades y el derecho de los individuos a demandar su propia identidad80.
Sin embargo, a pesar de los trabajos anteriores que pretenden impulsar una educación
histórica basada en valores cívicos y en la participación democrática, los estudios realizados
en las últimas décadas para intentar determinar cómo se enseña la historia, qué contenidos
predominan en las aulas, y con qué finalidad (tanto en España81 como en otros países occi-
dentales82), han demostrado que la realidad es bien distinta. La historia, al menos desde las
propuestas curriculares oficiales83 y en las rutinas dominantes del aula, sigue manteniendo
un discurso muy descriptivo, lineal y acrítico, y se sigue instrumentalizando para reforzar la
identidad nacional.

78. F. Audigier, L’éducation à la citoyenneté, París, 1999.


79. Z. Bauman, Modernidad líquida, Buenos Aires, 2003.
80. P. Miralles Martínez, J. Prats y M. Tatjer, “Conocimientos y concepciones de estudiantes españoles
y latinoamericanos de Educación Secundaria Obligatoria sobre las independencias políticas americanas”,
Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, 16-418, 2012, 1-12.
81. F. J. Merchán, “Hacer extraño lo habitual. Microsociología del examen en la clase de Historia”, Íber.
Didáctica de las Ciencias Sociales, Geografía e Historia, 60-1, 21-34; J. Sáiz Serrano, Educación histórica y
narrativa nacional, Tesis Doctoral, Universidad de Valencia, 2015.
82. I. Barca, O pensamento histórico dos joves, Braga, 2000; C. Heimberg, “L’apport de l’ histoire à
l’éducation à la citoyenneté, en AA. VV. (Eds.), Vivre la democratie, apprende la democratie, Berna, 2005,
45-50; K. C. Barton, “Investigación sobre las ideas de los estudiantes acerca de la historia”, Enseñanza de las
Ciencias Sociales. Revista de Investigación, 9, 2010, 97-114.
83. M. Ferro, Comment on raconte l’ Histoire aux enfants à travers le monde éntier, París 1981.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286 279


Miscelánea La historia como materia formativa. Reflexiones epistemológicas e historiográficas

En efecto, la historia ha sido una de las disciplinas que más han contribuido a conformar
la visión sobre la identidad social y política de las naciones84. Las raíces intelectuales del Ro-
manticismo están muy filtradas en la enseñanza de la historia en la escuela, y muy relacionadas
con el surgimiento de los Estados-nación. Hobsbawm llegó a negar la antigüedad de las nacio-
nes, defendía que eran «artefactos inventados» e imaginados85. En palabras de López Facal: «La
nación es una idea, un sentimiento, no es una realidad material; y la enseñanza de la historia
ha estado al servicio de esa idea hasta que el contexto internacional propició su superación»86.
El uso del pasado y la instrumentalización de la tradición por parte de estas naciones,
en su proceso de legitimación, ha sido puesto en valor por Álvarez Junco87, que ha insistido
en la estrecha relación que ésta tiene con el nacionalismo y la construcción de identidades
nacionales. El nacionalismo homogeneiza la sociedad hasta proporciones desconocidas, al
imponer una lengua, una cultura, un sistema educativo y una identidad uniforme88. Si la
historia y los historiadores tienen la capacidad de jerarquizar el pasado, los poderes del Es-
tado siempre han tenido claro la necesidad de controlar ese poder cultural, en ese afán de
homogeneizar la identidad89. La geografía y la historia han sido dos materias educativas cla-
ve, que han permitido difundir el discurso que legitima la nación frente a otras realidades o
identidades. Carretero, Castorina, Van Alphen, Sarti y Barreiro90 realizaron un interesante
análisis sobre los objetivos de la enseñanza de la historia relacionados con esta función iden-
titaria. Según estos autores, la influencia del Romanticismo en la enseñanza de la historia se
manifiesta a través de tres cuestiones centrales: una valoración positiva del pasado y presente
del propio grupo social, tanto en el ámbito local como nacional; la valoración positiva de la
historia política del país; y la identificación con los acontecimientos del pasado, personajes y
héroes nacionales.
La concepción epistemológica de la historia como un saber cerrado, ligado íntimamen-
te a la memorización de datos, fechas y hechos concretos, está muy relacionada con la crea-
ción de identidades sociales, culturales y políticas. Presentar una visión del pasado desde una
perspectiva lineal, acrítica y descriptiva, basándose en las hazañas e hitos más importantes de
una nación, tiene un objetivo muy claro: crear un arraigo identitario de los alumnos con una
realidad política actual, muchas veces de forma anacrónica. Con la última reforma educativa

84. J. Prats, “En defensa de la historia como materia educativa”, Tejuelo. Didáctica de la Lengua y la
Literatura, 9, 2010, 8-17.
85. E. Hobsbawm, “Introducción: la invención de la tradición”, en E. Hobsbawm y T. Rangers (Coords.),
La invención de la tradición, Barcelona, 2002, 7-21.
86. López Facal, “Enseñar…”, loc. cit., 52.
87. J. Álvarez Junco (Coord.), Las historias de España. Visiones del pasado y construcción de identidad,
Madrid, 2013; J. Álvarez Junco, Dioses útiles. Naciones y nacionalismos, Barcelona, 2016.
88. C. Tilly, Coercion, Capital and European States, AD 990-1990, Cambridge, 1990.
89. J. S. Pérez Garzón, “Usos y abusos de la historia”, Gerónimo de Uztariz, 17-18, 2002, 11-24; del mismo
autor “¿Por qué enseñamos geografía e historia? ¿Es tarea educativa la construcción de identidades?”,
Historia de la educación, 27, 2008, 37-55.
90. M. Carretero, J. A. Castorina, M. Sarti, F. Van Alphen y A. Barreiro, “La construcción del conocimiento
histórico”, Propuesta Educativa, 39-1, 2013, 13-23.

280 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286


Cosme Jesús Gómez Carrasco y Raimundo A. Rodríguez Pérez Miscelánea

en España (LOMCE, 2013) se ha mantenido, incluso acentuado, la perspectiva positivista de


la historia: en la Educación Primaria (seis a once años de edad) se pide que alumnos asuman
un relato de la historia de España y de su Comunidad Autónoma desde la Prehistoria hasta
la actualidad91. Durante la enseñanza Secundaria Obligatoria (doce a dieciséis años) junto a
la española, adquiere mayor importancia la perspectiva eurocéntrica, especialmente a partir
de la Edad Media. Esta orientación genera conflictos entre el esfuerzo recentralizador de
gobiernos estatales y el énfasis centrífugo de las Comunidades Autónomas con lengua propia
que, por otra parte, asumen una perspectiva similar de identificar la autonomía con una na-
ción indivisa desde tiempos remotos92. En ambos casos, en la historia enseñada y aprendida
se mantienen concepciones obsoletas y alejadas de una práctica basada en problemas, que
obliguen a movilizar habilidades y capacidades en el análisis social por parte del alumnado.
Una historia ajena a la utilidad práctica de servir como orientación moral para la vida.
La enseñanza de la historia, desde esta perspectiva, se fundamenta en la trasmisión de
una memoria colectiva que ensalza el valor de los padres fundacionales y de los héroes de
la nación. Esta narrativa nacional se presenta como un metarrelato del pasado y muestra a
la nación como una comunidad imaginada93. Los estudios sobre la historia escolar española
han subrayado la presencia de numerosos estereotipos en la narrativa nacional, que siguen
reproduciéndose tanto en el currículo educativo como en los materiales curriculares y los
relatos producidos por estudiantes y profesores.
Tanto Wineburg como VanSledright94 han señalado los peligros que acechan a una
enseñanza lineal de la historia, basada en la construcción de la nación, y que busca entrar en
competición con la cultura de consumo de masas. El enfoque de los contenidos históricos
que persigue la consolidación de una memoria colectiva de la nación inculca en los alumnos
un rol pasivo. Además, eso convierte al docente en un narrador de las hazañas de la nación,
que señala los aspectos más emocionantes de las mismas, y que tiene como fin último poder
enganchar a un alumnado acostumbrado al consumo audiovisual. Esto tiene varios peligros,
entre ellos, el bajo nivel cognitivo que se exige en este tipo de enseñanza, y la propia resisten-
cia de los alumnos, en contextos multiculturales, ante una historia ya escrita desde una pers-
pectiva concreta. Varios estudios han mostrado en Estados Unidos que los hitos y personajes
de referencia en la narrativa nacional eran diferentes según el origen étnico o geográfico del
alumnado: mientras que para unos eran George Washington, Kennedy, la Declaración de

91. López Facal, “La LOMCE…”, 273-285.


92. R. López Facal, “Nacionalismo y europeísmo en los libros de texto: identificación e identidad nacional”,
Clío & Asociados: la historia enseñada, 14, 2010, 9-13.
93. C. J. Gómez Carrasco, R. A. Rodríguez Pérez y P. Miralles Martínez, “La enseñanza de la Historia
en Educación Primaria y la construcción de una narrativa nacional. Un estudio sobre exámenes y libros
de texto en España”, Perfiles Educativos, 37-150, 2015, 20-38; R. López Facal y J. Sáiz Serrano, “History
Education and Nationalism Conflicts in Spain”, en R. Guyver (Ed.), Teaching History and the Changing
Nation State. Transnational and Intranational Perspectives, Londres, 2016, 201-215.
94. S. Wineburg, Historical Thinking and Other Unnatural Acts: Charting the Future of Teaching the Past,
Philadelphia, 2001; VanSledright, The Challenge…, op. cit.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286 281


Miscelánea La historia como materia formativa. Reflexiones epistemológicas e historiográficas

Independencia y la Guerra Civil; para otros eran Martin Luther King, Malcolm X, el movi-
miento de derechos civiles o la abolición de la esclavitud.
Indica Laville95 que con este enfoque de enseñanza el conocimiento histórico se trans-
mite de forma descriptiva, enciclopédica y como un pensamiento ya construido ¿Este co-
nocimiento es válido para fomentar ciudadanos activos y críticos? Parece muy difícil, sobre
todo en el caso de la historia, donde los contenidos están sumamente atomizados y –salvo
algunos conceptos clave– el resto de saberes se basan en la memorización de hechos, fechas,
batallas y reinados96.

4. Pensar históricamente. Retos para una renovación de la educación


histórica
Ante las investigaciones que muestran una enseñanza de la historia anclada, en gran medida,
en los preceptos del siglo XIX, es necesario definir el modelo cognitivo de aprendizaje de la
historia. En las dos últimas décadas un gran número de trabajos han abordado esta cuestión,
poniendo énfasis en la construcción del pensamiento histórico y lo que supone aprender
habilidades en la interpretación del pasado, más allá de un conocimiento conceptual o me-
morístico. Autores como Peck y Seixas97 han incidido en tres formas de concebir la educación
histórica del alumnado. Las dos primeras ya las hemos abordado en el anterior apartado: una
perspectiva centrada en la narrativa de la construcción de la nación; otro enfoque hacia el
análisis de problemas contemporáneos en un contexto histórico (más cercano al enfoque de
la ciencias sociales). La tercera se centra en comprender la historia como un método, como
una manera de investigar desde esta área de conocimiento y, por tanto, aprender a pensar y
reflexionar con la historia.
En estas investigaciones se han distinguido dos tipos de contenidos históricos. Por un
lado, los contenidos sustantivos o contenidos de primer orden, que intentan responder a
las preguntas: ¿Qué? ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde? Estos contenidos hacen referencia tanto a
conocimientos de conceptos o principios, como a fechas y acontecimientos históricos con-
cretos. Por otro lado, se ha diferenciado otro tipo de contenidos, denominados contenidos
estratégicos o de segundo orden. Éstos se definen por el despliegue de diferentes estrategias,
capacidades o competencias para responder a cuestiones históricas y entender de una forma
más compleja el pasado. Este último tipo de conocimientos históricos están relacionados

95. C. Laville, “Histoire et education civique constat d’echec, propos de remediation”, en M.-C. Baques, A.
Bruter y N. Tutiaux-Guillon (Eds.), Pistes didactiques et chemins d’ historiens. Textes offerts à Henri Moniot,
París, 225-249.
96. C. J. Gómez Carrasco, R. A. Rodríguez Pérez y M. M. Simón García, “Conocimientos y saberes
escolares de Ciencias Sociales en tercer ciclo de Primaria”, en J. Prats, R. López Facal e I. Barca (Eds.),
História e identidades culturales, Braga, 2013, 600-613.
97. C. Peck y P. Seixas, “Benchmarks of Historical Thinking: First Steps”, Canadian Journal of Education,
31-4, 1015-1038.

282 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286


Cosme Jesús Gómez Carrasco y Raimundo A. Rodríguez Pérez Miscelánea

con habilidades del historiador, la búsqueda, selección y tratamiento de fuentes históricas, la


empatía o la perspectiva histórica98.
Aunque en estas dos últimas décadas es cuando más han aflorado estudios que han
reflexionado sobre ese modelo cognitivo de aprendizaje de la historia, y en la definición de
los conceptos de segundo orden, en el Reino Unido ya se venía desarrollando desde la década
de 1960. Un punto de inflexión para conseguir este cambio en la enseñanza y aprendizaje de
la historia en las aulas tuvo lugar en dicho país, en 1972, con el proyecto curricular History
Project 13-16, que más tarde se denominó School History Project. Con él se pretendía que los
alumnos «hicieran» historia y no tan solo la recibieran y memorizaran, es decir, que desarro-
llaran un pensamiento histórico. Este proyecto fue un éxito y tuvo una enorme repercusión
en la enseñanza de la historia y en el currículo oficial británico. Además, su influencia tam-
bién se extendió a otros países, entre ellos España99.
Este fue el origen de proyectos tan interesantes en la década de 1990 como Concepts of
History and Teaching Approaches100. Los primeros trabajos de este proyecto se basaron en el
análisis de las habilidades históricas de los estudiantes, mediante el uso de fuentes y ejerci-
cios de empatía histórica. Más recientemente los trabajos de este grupo se han orientado a
las argumentaciones del alumnado en su explicación de los procesos históricos, combinando
el manejo y crítica de fuentes y las diferentes formas de plantear la causalidad de los hechos
históricos. Estos proyectos fueron los precursores de otros como el de Constructing History
11-19101, donde se ha profundizado en las argumentaciones del alumnado, y en el análisis y
evaluación de experiencias concretas, basadas en la comprensión histórica. También el pro-
yecto Youth and History que pretende valorar la conciencia histórica de los jóvenes europeos
bajo el auspicio de la European Standing Conferene of Teachers Association (Euroclio).
Esta tendencia cruzó al otro lado del Atlántico, y ha tenido su correlato, a inicios del
siglo XXI, tanto en Latinoamérica como en Estados Unidos y Canadá. En el ámbito lati-
noamericano destacan, sobre todo, los trabajos realizados en México, Brasil y Chile. En el
caso mexicano, el libro de Sebastián Plá102 sobre aprender a pensar históricamente es una

98. P. Lee, “Putting principles intro practice: understanding history”, en M. Donovan y J. Brandsford
(Eds.), How students learn: History in the classroom, Washington, 2005, 31-77; K. C. Barton, “Research
on Students. Ideas about History, en L. Levstik y C. Tyson (Eds.), Handbook of Research in Social Studies
Education, Nueva York, 2008, 31-77; VanSledright, Assesing…, op cit.
99. J. Domínguez, Pensamiento histórico y evaluación de competencias, Barcelona, 2015; M. Martínez Hita,
¿Se promueve el pensamiento histórico en España e Inglaterra? Análisis comparativo del curriculum y libros de
texto españoles e ingleses, Trabajo Fin de Máster, Universidad de Murcia, 2016, 2016; C. J. Gómez Carrasco
y A. Chapman, “Enfoques historiográficos y representaciones sociales en los libros de texto. Un estudio
comparativo, España-Francia-Inglaterra”, Historia y Memoria de la Educación, 6, 2017 (en prensa).
100. P. Lee y R. Ashby, “Progression in Historical Understanding among Students ages 7-14”, en P. N.
Stearns, P. Seixas y S. Wineburg (Eds.), Knowing, Teaching and Learning History. National and International
Perspectives, Nueva York y Londres, 2000, 199-222; P. Lee, R. Ashby y A. Dickinson, “Las ideas de los niños
sobre la Historia”, en M. Carretero y J. Voss (Comps.), Aprender…, op. cit., 217-248.
101. H. Cooper y A. Chapman, Constructing History, Londres, 2009.
102. S. Plá, Aprender a pensar históricamente. La escritura de la historia en el bachillerato, México, 2005.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286 283


Miscelánea La historia como materia formativa. Reflexiones epistemológicas e historiográficas

de las mejores monografías en castellano sobre el tema. En Brasil, destacan los trabajos
de María Auxiliadora Schmidt103; y en Chile los de Henríquez104, sobre interpretación de
fuentes históricas.
En Estados Unidos y Canadá, durante los últimos quince años, se han realizado una
serie de monografías que han incidido en la definición de ese conocimiento sobre la historia.
En la década de 1990, Wineburg105 investigó, a través de la técnica procedente de la psicolo-
gía basada en expertos y novatos (en este caso historiadores y estudiantes), lo que significa
leer una fuente histórica, destacando la importancia de superar el presentismo. Por ello, este
autor planteaba la necesidad de enseñar al alumnado capacidades que conduzcan a valorar
y comprender las acciones del pasado dentro de su contexto histórico. Además, una de las
reflexiones más relevantes de este autor es que el pensamiento histórico no es una capacidad
natural que se adquiere con el desarrollo psicológico, sino que requiere de una enseñanza,
ya que son unas habilidades que se aprenden. Esta idea es la que da título a uno de sus libros
más importantes, Historical Thinking and Other Unnatural Acts106. Sin duda esta obra puso
los cimientos de monografías posteriores sobre la enseñanza y aprendizaje de la historia.
En ellas se incide en la necesidad de enfocar un aprendizaje de la historia centrado en la
investigación, la indagación y en métodos basados en problemas, donde los alumnos deben
desarrollar más complejas habilidades cognitivas para la comprensión y explicación de los
fenómenos históricos.
En Canadá destacan las publicaciones realizadas desde el Centre for the Study of His-
torical Consciousness, dirigido por Peter Seixas. El proyecto Benchmarks of Historical Thin-
king identifica los siguientes seis conceptos de pensamiento histórico107:
• Relevancia histórica: capacidad de dotar de relevancia a hechos del pasado sobre la
base de su impacto en la sociedad, y a la explicación de por qué seleccionamos en
la actualidad ciertos hechos o personajes del pasado para ser recordados.
• Evidencias o fuentes: análisis crítico e interpretación de las mismas para construir
un argumento histórico propio.
• Cambio y continuidad: la capacidad de identificar qué varía y qué permanece igual
con el paso del tiempo.
• Causas y consecuencias: necesidad de analizar cuáles son los factores que originan
un determinado hecho del pasado y cuáles son sus repercusiones.

103. M. A. Schdmit, “Jóvenes brasileños y europeos: identidad, cultura y enseñanza de la historia (1998-
2000)”, Enseñanza de las Ciencias Sociales. Revista de Investigación, 4, 2005, 53-64.
104. R. Henríquez, “Aprender a explicar el pasado: el rol de la causalidad y las evidencias históricas en el
aprendizaje de la historia de alumnos chilenos”, en López Facal (Ed.), Pensar…, op. cit., 91-98.
105. S. Wineburg, “On the reading of historical texts: Notes on the breach between school and academy”,
American Educational Research Journal, 28-3, 1991, 495-519; del mismo autor “Historical Thinking and
Other Unnatural Acts”, The Phi Delta Kappan, 80-7, 1999, 488-499.
106. Wineburg, Historical…, op. cit.
107. P. Seixas y T. Morton, The big six historical thinking concepts, Toronto, 2013.

284 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286


Cosme Jesús Gómez Carrasco y Raimundo A. Rodríguez Pérez Miscelánea

• Perspectiva histórica: entender el pasado como un país extranjero en el cual el con-


texto social, cultural, intelectual e incluso emocional es distinto e influye en la for-
ma de vida y las acciones de las personas de esa época.
• Dimensión ética de la historia: realizar juicios éticos sobre las acciones del pasado,
así como valorar los sacrificios e injusticias del pasado y sus consecuencias en el
presente, desde una perspectiva histórica, es decir, teniendo en cuenta su contexto
histórico.

El concepto del pensamiento histórico ha adquirido mayor fuerza durante las dos
últimas décadas como una postura alternativa al discurso histórico descriptivo y acrítico.
Seixas y Morton108 definen el pensamiento histórico como el proceso creativo que realizan
los historiadores para interpretar las fuentes del pasado y generar las narrativas históricas.
Domínguez109 insiste en esta perspectiva metodológica. Pensar históricamente es la expre-
sión empleada para referirse a un aprendizaje de la disciplina que requiere a la vez saber qué
ocurrió (datos históricos) pero también cómo sabemos que ocurrió (conceptos, métodos de
investigación). La expresión «pensar históricamente» pone el acento sobre la adquisición de
destrezas cognitivas o de pensamiento propias de la disciplina, necesarias para comprender
adecuadamente los datos e informaciones sobre el pasado110. Pero también hay que tener en
cuenta el concepto de conciencia histórica para completar la definición de estas competen-
cias de pensamiento histórico. Habitualmente se define el concepto de conciencia histórica
como la capacidad para interrelacionar fenómenos del pasado y del presente de una forma
crítica. Los trabajos de Rüssen111 han puesto el acento en estas destrezas que van más allá de
los fundamentos metodológicos de la disciplina. Supone desarrollar la noción de que todo
presente tiene su origen en el pasado; la certeza de que las sociedades no son estáticas, sino
que están sujetas a transformaciones; que estas transformaciones constituyen las condiciones
del presente; y que cada individuo tiene un papel en ese proceso de transformación social,
y por lo tanto el pasado forma parte del propio individuo112. Como indica Létourneau113, la
conciencia histórica no puede reducirse al concepto de memoria histórica. Aunque con cierta
frecuencia se suele relacionar ambos conceptos, la conciencia histórica tiene un significado
más amplio y más complejo.

5. Conclusión
La disciplina histórica ha realizado importantes avances teóricos y metodológicos a lo largo
del siglo XX. Annales y el materialismo histórico pusieron el acento en el método, en la inter-

108. Seixas y Morton, The big…, op. cit.


109. Domínguez, Pensamiento…, op. cit.
110. M. Martínez Hita, ¿Se promueve el pensamiento histórico…, op. cit.
111. J. Rüssen, History: Narration…, op. cit.
112. J. Sáiz Serrano, Educación histórica…, op. cit.
113. J. Létourneau, Je me souviens…, op. cit.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286 285


Miscelánea La historia como materia formativa. Reflexiones epistemológicas e historiográficas

disciplinariedad, en la crítica, en la reflexión, en el hombre y sus circunstancias. Las corrien-


tes postmodernistas abrieron el objeto de estudio a nuevas temáticas, a la vez que colocaron
el foco en el discurso y en la narración. Paralelamente, en el ámbito educativo la historia, ha
sufrido muchos vaivenes en la definición de su función dentro de los currículos y los docu-
mentos normativos. Entre la identidad y la ciudadanía. Entre un discurso plano, descriptivo
y acrítico, y los esfuerzos de los grupos de investigación e innovación de dotar a esta materia
de un eje metodológico basado en la argumentación, en la construcción del conocimiento, en
el uso de fuentes y en el desarrollo de habilidades cognitivas complejas.
Emulando los estudios de Todorov114 sobre la pintura flamenca renacentista y barroca,
la historia debe pasar del Elogio del individuo al Elogio de lo cotidiano. Es decir, del estudio de
lo factual a un análisis de la intrahistoria, más cercana al estudiante y a la sociedad en general.
Ahora bien, la evolución historiográfica debe llegar a las aulas, rompiendo el estancamiento
neopositivista de currículos, manuales y metodologías docentes, que siguen centrados en
una evaluación memorística, con fines identitarios pero de escasa utilidad. Es necesario un
replanteamiento didáctico y epistemológico basado en la historia como construcción, en el
método histórico, y en la orientación de esta materia para la educación en valores cívicos
desde una perspectiva crítica.

114. T. Todorov, Elogio del individuo. Ensayo sobre pintura flamenca del Renacimiento, Barcelona, 2006; y
del mismo autor Elogio de lo cotidiano, Barcelona, 2013.

286 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 265-286


Microhistory of composite portraits:
The case of Arthur Batut (1846-1918)
Microhistoire des portraits composites:
Le cas Arthur Batut (1846-1918)

Antoine Blanchard
Université de Liège
[email protected]
Fecha recepción 13.06.2016 / Fecha aceptación 24.03.2017

Résumé Abstract
À partir d’une enquête portant sur le cas du This paper investigates the case of Arthur
photographe français Arthur Batut (1846-1918) Batut, a 19th century French photographer
qui s’est emparé de la technique du composite from Labruguière (Tarn), who employed a
portraiture de Francis Galton, nous révélerons different perspective to reproduce the tech-
dans un premier temps l’importance considé- nique of the composite portraiture, invented
rable du portrait photographique dans la cons- by Francis Galton, the father of “eugenics”.
titution, à la fin du xixe siècle, d’une nouvelle We will first reveal the major implication of
image de soi particulière correspondant à une photography within the constitution of a new
identité «  physicalisée  ». Pour ce faire, nous quantified and physicalized image of the self
mettrons à l’épreuve les questions et la méthode at the end of the 19th century by examining
de la microstoria. Dans un second temps, nous Batut’s photography, notably the microstoria
envisagerons la possibilité que la technique his- method. Secondly, we will examine the pos-

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 287-313. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3975
Miscelánea Microhistory of composite portraits: The case of Arthur Batut (1846-1918)

toriographique de la microstoria elle-même ne sibility that the historiographical technique


puisse se penser sans l’émergence d’un « regard of microstoria itself would be implausible
photographique ». without the emergence of a “photographic
look”.

Mots-clés  Key words


Arthur Batut, histoire de la photographie, Arthur Batut, history of photography, his-
historiographie, microstoria, portrait, anthro- toriography, microstoria, portrait, visual
pologie visuelle anthropology

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1. Dans un vieux manuel de critique historique à l’ usage des étudiants de première


année à l’Université de Liège, on peut trouver, en exergue de la section consacrée à la bio-
graphie, une citation de Lucien Febvre : « Ce problème des rapports de l’individu et de la
collectivité, de l’initiative personnelle et de la nécessité sociale, […] est peut-être le problème
capital de l’ histoire »1. Analyser une expérience historique concrète, la vie et l’œuvre d’Arthur
Batut (1846-1918), photographe amateur du Tarn, permet de reprendre à nouveaux frais le
problème explicité par Febvre dans la préface de sa biographie «  modale  » de Martin Lu-
ther2. L’enquête qui va suivre est menée à partir d’un étonnant objet d’ histoire, central dans
l’œuvre photographique d’Arthur Batut : les portraits composites. Pensée comme une mise
à l’épreuve des enjeux et de la méthode de la microstoria, cette enquête entend contribuer à
l’ histoire culturelle de la photographie dans la seconde moitié du xixe siècle européen.

2. Les relations complexes entre les individus et leur environnement social sont au cœur
des nouvelles visées historiographiques nées avec l’ École des Annales, qui s’inscriront par
la suite au sein d’un mouvement plus large que l’on a appelé « la nouvelle histoire ». Celle-ci
se caractérise entre autres par l’absorption des méthodes et des questions épistémologiques
importées du champ disciplinaire des sciences humaines et sociales alors émergentes3. L’une
des tâches que ces mêmes sciences sociales se sont données à résoudre prioritairement, de-

1.. L.-E. Halkin, Critique historique, 7e éd rev., Liège, [1951] 1991, 115.
2.. L. Febvre, Un destin. Martin Luther, Paris, 1927, 8. Le label « modal » est emprunté à F. Dosse qui,
dans le livre qu’il consacre au problème biographique, définit ce type de récit « qui consiste à décentrer
l’intérêt porté sur la singularité du parcours retracé pour l’envisager comme représentatif d’une perspective
plus large  » comme une dissolution de cette même singularité, érigée en idéal-type «  révélant […] le
comportement moyen de catégories sociales d’un moment », cf. F. Dosse, Le pari biographique. Écrire une
vie, [2005] Paris, 2011, 213.
3.. J. Rancière, Les mots de l’ histoire. Essai de poétique du savoir, Paris, 1992, 7-8 : « La révolution de la
science historique a justement voulu révoquer le primat des événements et des noms propres au profit des
longues durées et de la vie des anonymes. C’est ainsi qu’elle a revendiqué en même temps son appartenance
à l’âge de la science et à celui de la démocratie ». Voir, outre l’ouvrage majeur de A. Burguière, L’école des
Annales. Une histoire intellectuelle, Paris, 2006, l’importante contribution historienne de T. Hirsch, Le temps
des sociétés. D’ Émile Durkheim à Marc Bloch, Paris, 2016.

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puis la fin du xixe siècle au moins, consiste à déterminer qui de la société ou de l’individu
précelle dans la chaîne causale du procès social. Contre l’individualisme méthodologique,
cette nouvelle histoire s’érigera en héritière de la tradition durkheimienne et de sa métho-
dologie holistique – la Société forme un tout qui est à la fois antérieur et supérieur aux par-
ties qui la constituent. Plus généralement, ces deux traditions seront envisagées de manière
(partiellement) antagonistes comme la réitération d’une tension majeure au sein de l’espace
occidental, celle de la singularité et de la généricité. Dans cette perspective, le rapport que la
citation de Febvre souligne est un exemple de ce nœud de tensions plus général4 : l’individu
et la société sont des constructions historiques. Or il se fait que la problématique du portrait
s’inscrit en plein cœur de cet espace de tensions. Et il se trouve qu’un courant historiogra-
phique a fait sien le problème général de la représentation des singularités.
À la fin des années 1970, quelques historiens italiens se réunissent autour d’une revue,
les Quaderni storici, avec comme point commun une insatisfaction grandissante vis-à-vis
du paradigme quantitatif et sériel qui dominait alors largement le champ de la « nouvelle
histoire »5. La raison de ce type de recherches, pour le dire rapidement, résidait dans la re-
construction de situations historiques moyennes, statistiquement plus fréquentes, dans le
but d’atteindre les normes autour desquelles s’organisent le collectif sur la longue durée. La
perspective holiste selon laquelle ce paradigme était construit impliquait de réduire l’indi-
vidu au rang de produit déterminé par la société et la culture de son temps. La singularité
n’avait de sens qu’intégrée dans de vastes constructions de séries statistiques, c’est-à-dire en
définitive pour sa capacité exemplative et illustrative. C’était là l’âge d’or du structuralisme
fonctionnaliste. Or notre nébuleuse d’ historiens italiens a cultivé un scepticisme grandissant
vis-à-vis de ces macrostructures et de leur tendance à minoriser l’ historicité des catégories à
partir desquelles se construisait la recherche. Ils ont préféré concentrer leur attention sur la
fabrique des institutions culturelles et sociales, rouvrant la scène aux négociations entre les
acteurs historiques englobés dans une complexité irréductible, toujours « déjà là ». Et c’est en
scrutant le jeu de ces négociations au microscope6 que ces historiens ont choisi de raconter
des histoires vraies, à partir de singularités donc. Cette mouvance porte le nom de microsto-
ria. Le préfixe « micro » qui est devenu leur emblème ne renvoie absolument pas à la dimen-

4.. Voir l’ouvrage majeur de M. Foucault, Les mots et les choses, Paris, 1966. L’ homme-individu et la société
dans lequel celui-ci « parle, vit, travaille » sont deux objets du savoir inventés conjointement quelque part
vers la fin du xviiie siècle, comme les deux faces d’une même médaille épistémique : les sciences humaines
et sociales. Voir en outre aujourd’ hui, pour une mise en perspective plus historienne, J. Guilhaumou et L.
Kaufmann, L’ invention de la société. Nominalisme politique et science sociale au XVIIIe siècle, Paris, 2004.
5. C. Ginzburg, « Microhistory : Two or Three Things That I Know about It », in Critical Inquiry, vol. 20/1,
1993, p. 10-35.
6.. Voir l’article important P.-A. Rosental, « Construire « la macro » par le « micro » : Frederik Barth et
la microstoria », dans J. Revel (Dir.), Jeux d’échelles. La micro-analyse à l’expérience, Paris, 1996, 141-159.
Étudiant l’influence de l’anthropologue norvégien F. Barth, Rosental écrit que «  la raison pour laquelle
Barth voit dans la dimension microscopique la source du changement social est liée à l’importance qu’il
accorde, pour reprendre son expression, à la diversité  ». Le présupposé méthodologique est le suivant  :
toutes les formes que produit l’ histoire doivent recevoir a priori le même poids logique.

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sion de l’objet, à sa prétendue marginalité, mais invoque plutôt la dimension analytique du


microscope et celui du zoom photographique. Ces historiens définissent l’écriture microhis-
torique comme une analyse intensive d’un cas singulier, préambule fécond à la réalisation
de meilleures généralisations. Un cas, par ailleurs, est un événement qui surgit (casus) dans
le cours normal des choses, et qui en trouble la trame générale. Le cas fait problème et pose
questions, sans apporter de lui-même les éléments nécessaires à sa résolution. On peut néan-
moins pointer deux caractéristiques génériques du cas : (1) le traitement spécifique d’une
singularité, (2) singularité qu’il semble indispensable de décrire plus ou moins longuement
au moyen d’un récit explicatif. Enfin, l’énigme que le cas pose ne permet pas de le réduire à
une seule dimension signifiante7. Or c’est à une étude de cas du portrait photographique que
nous invite les portraits types d’Arthur Batut8.

3. Photographe amateur assez typique des débuts de l’ histoire de la photographie, Arthur


Batut, né à Castres en 1846 et mort en 1918, est d’abord un bourgeois rural issu d’une fer-
vente famille protestante propriétaire du domaine d’ En Laure, une importante exploitation
agricole. Sa confortable situation et son éducation classique au Collège de Castres lui per-
mettent de se passionner très tôt pour l’archéologie et l’ histoire locale, mais plus encore pour
ce nouveau « moyen d’investigation que la Science a mis au service de l’esprit humain »9 : la
photographie. Hybride de nature et de culture, entre art et sciences, cette nouvelle technique
de figuration est un témoin et acteur majeur de l’âge positiviste, cet âge sous-tendu par ce
que l’on pourrait appeler une « idéologie du visible »10. Au xixe s, la photographie fascine par
son pouvoir de révéler ce qui n’ était pas visible à l’œil nu, que l’on pense aux chronophoto-
graphies de Marey et de Muybridge, aux photographies spirites, à la radiographie émergente
avec Röntgen ou encore aux photographies astronomiques de Janssen11. À cet égard, l’expé-
rience photographique de Batut est exemplaire. Trente ans après les premières photographies
en ballon de Nadar, il invente l’aérophotographie automatique au moyen d’un cerf-volant

7.. J.-C. Passeron et J. Revel, « Penser par cas, ou comment raisonner à partir des singularités », dans Id.
(Dir.), Penser par cas, Paris, 2005, 9-44.
8.. Le terme casuistique est historiquement lié à la tradition juridique et moraliste, voir A. R. Jonson et S.
Toulmin, « À quoi sert la casuistique », dans J.-C. Passeron et J. Revel, op. cit., 95-128, pour une excellente
mise en perspective. L’emploi est ici détourné de son sens historique pour en marquer tout à la fois l’origine
et la plasticité.
9.. A. Batut, La photographie appliquée à la production du type d’une famille, d’une tribu ou d’une race,
Paris, Gauthier-Villars, 1887, 5.
10.. A. Schincariol, « « Le Horla » ou l’imaginaire du portrait composite », Études françaises, 49/3, 2013,
92. « L’idéologie du Visible » qui « fonde le positivisme » est en fait une expression de Régis Debray, Vie et
mort de l’ image. Une histoire du regard en Occident, Paris, 1992.
11. Dans cette perspective, il serait intéressant d’inscrire la photographie dans une histoire longue qui
comprendrait l’invention du télescope mais également du microscope dans la première modernité. Le défi
supplémentaire auquel répond la photographie est celui de fixer le flux photonique.

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au printemps 188812. Ses expériences participent de ce « basculement du regard »13 vers ce


que les yeux, par eux-mêmes, ne peuvent voir. C’est dans ce même régime de survisibilité
que s’inscrit son travail concernant ce qu’il appelle lui-même le « portrait type ». Ce pro-
cédé de la photographie argentique est une invention du savant anglais Francis Galton, le
petit cousin de Darwin, célèbre pour ses travaux en anthropométrie et en statistique14 (il est
entre autres l’inventeur reconnu de la méthode identificatoire des fingerprints). Imaginée
en 1877, cette technique était destinée à dégager le type idéal d’un groupe d’individus dont
« les caractéristiques moyennes sont beaucoup plus fréquentes que les extrêmes »15, dans la
stricte continuité de l’ homme moyen de Quételet. Le projet galtonien de synthèse, outrepas-
sant la visée analytique de la photographie à prétention scientifique, a constitué un des temps
forts de ce que Stephen Jay Gould a appelé « la mal-mesure de l’ homme »16, à l’époque où la
quantification et les sciences de l’ hérédité naissantes avaient fusionné. La science eugénique
inventée par Galton, visant à améliorer les « qualités de la race », en constitue un des avatars
les plus remarquables. Le projet d’Arthur Batut – si tant est que l’appellation de « projet » ait
un sens pour ce photographe amateur et dilettante, curieux et inventif – n’est cependant pas
réductible à la seule dimension eugéniste qui déterminait largement les photographies de
Galton17. C’est la raison pour laquelle il convient de prendre la mesure de l’écart qui tient à
bonne distance les images photographiques d’Arthur Batut et de Francis Galton.

4. Nous sommes quelque part en 1879, à Labruguière, dans le Tarn. Arthur Batut pratique
la photographie depuis une dizaine d’années tout au plus lorsqu’il prend connaissance des
portraits composites grâce à un cours compte rendu de cette invention dans une revue suisse

12.. D. Autha, S. Nègre, G. de Beauffort et R. Fosset, Labruguière berceau de l’aérophotographie par cerf-
volant, Albi, 1998.
13.. T. Gervais, « Un basculement du regard. Les débuts de la photographie aérienne 1855-1914 », Études
photographiques, 9, 2001.
14.. Francis Galton (1822-1911), dont la vie fut longue et productive, est un des derniers représentants
issu de la tradition du savant encyclopédiste. Parmi ses centres d’intérêt : la cartographie, la géographie,
les sciences émergentes de l’ hérédité et de la génétique, la météorologie, la statistique, la psychologie et
l’anthropométrie – il est l’inventeur des fingerprints. Pas moins de 500 publications lui sont attribuées,
de la communication savante au journal de revue scientifique, en passant par quelques monographies et
une autobiographie (Memoirs of my life, Londres, Methuen, 1909). Voir le site très complet qui recense la
quasi-totalité des travaux de Galton en fonction de leur appartenance à tel ou tel champ d’études, ainsi que
plusieurs travaux historiques sur la vie et l’œuvre de Galton, G. Trédoux (Ed.), Sir Francis Galton F.R.S
1822-1911, [En ligne], http://galton.org/
15.. F. Galton, «  Generic Images  », Proceedings of the Royal Institution, 1879a, 162: «  The word generic
presupposes a genus, that is to say, a collection of individuals who have much in common, and among whom
medium characteristics are very much more frequent than extreme ones ». C’est nous qui soulignons.
16.. S. J. Gould, La mal-mesure de l’ homme, Paris, 1997.
17. La différence entre ce que les photographies voulaient dire et disaient effectivement a été récemment
analysée par E. Stephens, «  Francis Galton’s Composite Portraits: The Productive Failure of a Scientific
Experiment », à paraître.

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qu’un ami lui avait transmis18. En réalité, Batut ne connaissait pas Galton, et il est même
possible qu’il ne l’ait jamais directement lu19. C’est par l’intermédiaire de cet article qu’il
a pris connaissance de la technique des portraits composites, qu’il a par la suite réélaboré
indépendamment. Les convergences entre les interprétations de Batut et de Galton n’en sont
devenues que plus intéressantes. Sans m’arrêter en détail sur ce petit texte20, qui ne contenait
significativement aucune illustration/photographie, voici ce qu’en dit Batut : «  Cet article
disait en substance que si l’on faisait défiler devant un appareil photographique une série de
portraits d’individus appartenant à une même race, on obtiendrait sur la plaque sensible le
portrait du type de cette race »21. La condition de possibilité du portrait type est que tous les
individus dont on a tiré le portrait au préalable appartiennent à la même race. Comme il a
déjà été remarqué, tout cet édifice repose sur des classifications présupposées, donc sur une
pétition de principes22 : la photographie permet de découvrir « les caractères mystérieux qui
forment le lien de la race » qui sont postulés a priori, et qu’on s’attend « naturellement » à

18. Anonyme, « Chronique anglaise », in Bibliothèque universelle et Revue suisse, vol. 84/4, 1879, 354-355.
19. Voir notre mémoire de master : A. Blanchard, Une histoire culturelle des portraits composites : le cas
Arthur Batut, à paraître.
20.. Anonyme, « Chronique anglaise », Bibliothèque universelle et revue suisse, 3e série, 84/4, 1879, 351-361.
21.. A. Batut, «  Varia. Une nouvelle application de la photographie  », Bulletin de la Commission des
Antiquités de Castres et du Département du Tarn, 5, 1882, 88-92. Il s’agit de la première causerie que Batut
donne sur les portraits composites, au sein de cette société savante dont il était un membre important. Nous
possédons également la précieuse archive manuscrite du texte de cette conférence, cf. A. Batut, A.T.D/81,
s.d., Conférence sur les portraits types, 8 f. Par ailleurs, Les archives de L’ Espace Batut, qui dépendent du
centre culturel Le Rond Point de Labruguière, cette petite ville du Tarn où Arthur Batut vécut, contiennent
outre de nombreux articles, notes, lettres, livres, brochures et autres papiers, un important corpus d’images
photographiques. Elles ont été léguées par les descendants de Batut à Serge Nègre en 1985. Celui-ci a
organisé les archives en fonction d’un classement empirique, qui sera la plupart du temps suivi. Mais dans
certains cas, ses choix se sont révélés inappropriés. C’est la raison pour laquelle nous sommes intervenus,
en fonction de l’orientation de l’enquête. Serge Nègre est également le fondateur, avec son épouse, d’un
premier musée Batut, intégré en 2012 au centre culturel susmentionné. Suite à cette intégration municipale,
ces archives appartiennent désormais conjointement à l’association « Arthur Batut » de Labruguière et
aux archives départementales du Tarn. La majorité des notes manuscrites sont non paginées et non datées,
mais ont bénéficié d’un classement thématique opérée par Serge Nègre. Ces archives sont classées sous
l’appellation A.D.T 81/Espace photographique A. Batut – Labruguière, désormais abréviées A.D.T 81. Le
texte de la conférence parue dans le Bulletin de la Commission des Antiquités de Castres a fait l’objet d’une
publication chez Gauthier-Villars, en 1887, au sein de leur « bibliothèque photographique », voir note 9.
22.. À ma connaissance, seul Gabriel Tarde (1843-1904), le périgourdin qui avait jeté les bases d’une
criminologie fondée sur une étiologie sociale, et par conséquent grand polémiqueur de Cesare Lombroso,
a pris conscience de ce puissant impensé, cf. G. Tarde, La philosophie pénale, Paris, (1890) 1972, 174-175 :
alors qu’il évoquait le portrait composite, « vivante abstraction, incarnation individuelle de la règle idéale
dont les individus sont les déviations oscillatoires », il cite en note le travail de Batut : « Dans la Photographie
appliquée à la production du type d’une famille, d’une tribu ou d’une race (Paris, 1887), M. Arthur Batut
présente plusieurs échantillons d’images types obtenues par ce procédé, et l’on constate qu’elles se distinguent
des images élémentaires par un degré supérieur d’ harmonie et de régularité. Mais celles-ci appartenaient
toujours à la même race ». Effectivement, la circularité de l’argument chez Batut est pour nous flagrante.

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retrouver dans le résultat final. Le procédé synthétique de la photographie rend automatique-


ment visible ce lien, puisque seul ce dernier est exposé durant tout le temps « normal » d’une
pose particulière. En effet, comme l’exemplifie Batut, la technique consiste à faire «  poser
devant l’objectif vingt portraits pendant trois secondes chacun », alors que le temps de pose
complet dans le cas qu’il prend est de 60 secondes. Par conséquent, aucun des vingt portraits
n’aura eu le temps de se déposer sur la plaque sensible. « Mais il n’en sera pas de même pour
les traits communs aux vingt portraits, ces traits communs ayant par le fait posé pendant
vingt fois trente secondes, c’est-à-dire soixante » (fig. 1 et 2). Grâce à la précision mécanique
de la photographie, Batut conçoit que ce procédé rigoureusement objectif permette de réel-
lement dévoiler le type d’un groupe d’individus, dans la continuité de Francis Galton. Le
pouvoir de ce procédé, Batut l’explicite de manière hautement significative :

Ici ce n’est plus l’œuvre servile du copiste que la photographie accomplit, c’est un merveilleux travail
d’analyse et de synthèse.23

Fig. 1. Arthur Batut, Cinquante habitants de Labruguière et portrait type.


Coll. Espace photographique Arthur Batut /Archives départementales du Tarn.

23.. A. Batut, loc. cit., 1882, 90.

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Fig. 2. Arthur Batut, Détail. Portrait type des cinquante habitants de Labruguière.
Coll. Espace photographique Arthur Batut/Archives départementales du Tarn.

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Le dépassement par l’idéal de la synthèse du discours analytique qui accompagne le


médium photographique depuis son invention24, un de ses traits distinctifs majeurs, est le
noyau-même du dispositif de l’image composite. Les applications de ce « merveilleux pro-
cédé », Batut les imagine avant tout dans le champ de l’art. En effet, il voit les portraits com-
posites comme la version mécanisée et objective du processus d’idéalisation que les « grands
artistes inconnus qui […] taillèrent dans le marbre et dans la pierre avaient exécuté dans
leur esprit, en face des plus belles femmes de leur temps ». La photographie composite serait
même ce dépassement du travail de synthèse intellectuelle, considéré à partir de la seconde
moitié du xixe siècle comme le lieu même de la subjectivité que les artistes de tout temps ont
opéré dans leur esprit, le plus souvent à leur insu25. Sinon, avance Batut, comment expliquer

Pourquoi la Vénus de Milo d’un côté, la vierge du portail gauche de Notre Dame de Paris de l’autre,
expriment-elles à un si haut degré, avec leur physionomie impersonnelle, l’une la beauté féminine
Grecque, l’autre la beauté féminine française au xiiièmesiècle ?26

Le portrait composite est l’équivalent objectif de l’idéalisation subjective des artistes :


il est cette « physionomie impersonnelle » dont la beauté est idéale, parce qu’il s’agit d’un
portrait du type de la race. Nous retrouvons des conclusions très semblables, sinon les mêmes
que celles que l’on peut rencontrer sous la plume de Galton, où le type anthropologique et
l’idéal de la tradition esthétique occidentale ont fusionné. Et Batut de reprendre ensuite,
en la transformant légèrement, la phrase qu’il a lue dans le journal suisse  : «  chose digne

24.. M.-E. Mélon, « Mimèsis et esthétique du détail dans la photographie du xixe siècle », dans T. Lenain
et D. Lories, Mimèsis. Approches actuelles, Bruxelles, 2007, 203-205, qui analyse l’expérience nouvelle de
l’image chez W. H. F. Talbot (1800-1877). Dans The Pencil of Nature (1844-1846) «  ce texte à plus d’un
égard exceptionnel, Talbot témoigne qu’il a une conscience claire des nouvelles conditions de l’image et
de son nouveau rapport au visible. L’observation assidue de l’image elle-même constitue une expérience
visuelle d’une grande nouveauté […] The Pencil of Nature prend ainsi l’aspect d’une leçon de chose, d’un
apprentissage du voir, d’une « analyse » de l’image ». C’est l’auteur qui souligne.
25.. Voir le travail de L. Daston et P. Galison, Objectivité, Dijon, 2012. Ce livre très important propose
une histoire de l’objectivité scandée par trois vertus épistémiques majeures qui marquent, depuis le xviiie
siècle, trois moments distincts de l’ethos savant. « Les vertus épistémiques sont bien [...] des vertus : ce sont
des normes internalisées qu’on applique au nom de valeurs éthiques, mais aussi au nom d’une efficacité
pragmatique garantissant un savoir ». L’ histoire de ces vertus se décline comme suit : d’abord la vérité d’après
nature, à laquelle succède l’objectivité mécanique qui cédera sa place à la vertu du jugement exercé. L’objet
d’ histoire que les deux auteurs privilégient pour leur enquête sont les images des atlas scientifiques. Voir,
pour le régime de « l’objectivité mécanique » qui nous intéresse au premier chef dans le cadre de ce travail,
p. 163 : « Obsédés et alarmés par le caractère subjectif de leurs propres représentations, les scientifiques
trouvèrent [à partir du milieu du xixe siècle] une consolidation éthico-épistémique dans l’image mécanique,
grâce à laquelle ils pouvaient réaliser l’acte suprême – éliminer leur volonté – ou recourir à des méthodes et
des machines qui ne faisaient pas intervenir leur volonté ».
26.. A. Batut, loc. cit., 1882, p. 90. Il est à noter que l’idéal de beauté considéré par Batut est toujours
féminin.

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de remarque, le portrait type que l’on obtient par le procédé dont nous nous occupons est
toujours plus beau qu’aucun de ceux qui ont servi à le former ». Ce jugement esthétique on
peut le distinguer, chez Galton, de considérations traitant également du beau, en réalité plus
proches d’une certaine représentation des processus cognitifs d’idéation. C’est la confusion
de ces deux dimensions, que l’on retrouve toujours aujourd’ hui dans le concept polysémique
de l’idéal, qui s’est avérée extrêmement fâcheuse lorsqu’elle a été socialisée dans un discours
politique. La normalisation de la société par le biais du discours eugéniste, selon une pers-
pective basée sur un jugement esthétique, représenté de surcroît comme objectif par la pho-
tographie composite, a assurément posé de graves problèmes politiques. Comme le suggère
en effet L. Brogowski, qui a récemment rouvert le chantier des composites de Galton27, l’idéal
néoclassique des académies dans lequel baigne les travaux de ce dernier a joué un rôle majeur
dans le formatage de la société de la fin du xixe siècle.

5. Alors que Galton affichait clairement des ambitions eugénistes, sous couvert de scientifi-
cité, le cas de Batut est plus complexe. S’il est une différence absolument fondamentale entre
lui et Galton, c’est d’abord leur relation à la photographie elle-même. Tandis que pour Francis
Galton, la photographie est un moyen purement objectif pour arriver à démontrer et visuali-
ser l’existence de types idéaux, elle constitue pour Batut une fin en soi. C’est en tant que pho-
tographe amateur qu’il s’empara de l’idée de Galton, non en tant que savant biométricien.
Selon le découpage que Gunthert proposait dans son archéologie de l’imaginaire de l’instan-
tané28, le photographe d’ En Laure est en réalité un des premiers photographes amateurs de
l’ histoire. La nouvelle photographie amateur, pas encore pleinement artistique mais plus tout
à fait scientifique, véhicule tout un nouveau code de l’image photographique, de nouveaux
objets ainsi qu’un style particulier, qui conduira sur le long terme à l’abandon des prétentions
scientifiques du médium. Toutefois, Batut lui-même n’aurait pas facilement accepté d’être
considéré comme un des ces photographes amateurs, vocable dont il use très peu. Il accordait
en effet une importance toute particulière au cadrage et à la prise de vue ; en un mot, à la com-
position. Le refus d’une image de « la nature prise sur le vif, telle qu’elle est », nous donne des
indications supplémentaires sur son rapport au médium photographique. Réprouvant l’aléa-
toire et la mainmise du hasard dans sa pratique, Arthur Batut ne peut imaginer une bonne
reproduction de la nature que dans le cas où le photographe est intervenu. C’est en recourant
à une citation du poète classique français par excellence, Boileau, qu’il justifie sa position : «
Boileau a dit de l’écrivain « Qui ne sut se borner ne sut jamais écrire ». On peut en dire autant
du photographe ». La difficulté majeure que pose la photographie, pour Batut, réside dans le
cadrage. Si le photographe ne s’obstine pas à rechercher le « meilleur point de vue », il risque

27.. L. Brogowski, « De l’idéal (dé)tourné en Witz : La photographie composite de Francis Galton et ses
résonances », Revue d’esthétique, 43, 2003, 153-175 ; Id., « La photographie composite de Francis Galton,
son protocole et son flou. L’épistémologie d’un protocole », dans M. Meaux (Dir.), Protocole et photographie
contemporaine, Saint-Étienne, 2013, 219-237.
28.. A. Gunthert, La Conquête de l’ instantané. Archéologie de l’ imaginaire photographique en France, 1841-
1895, thèse de doctorat d’ histoire de l’art, sous la direction de Louis Marin/Hubert Damisch, EHESS, 1999.

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de voir son tableau « s’évanouir comme les amoncellements des nuages qui s’effondrent dans
le ciel sous une raffale »29. Le terme de tableau renvoie bien à cet usage de la photographie
sous les auspices de l’art. Et la métaphore que Batut emploie est représentative de son rapport
à la nature. Chez lui, l’idée de nature est omniprésente dans l’écrit et dans l’image. Poursui-
vant son idée centrale de l’importance capitale du cadrage, il pouvait écrire que «  tel site
grandiose sans premiers plans, photographié en entier, ne donnera aucune idée de ce qu’il est
en réalité, alors qu’un coin de paysage éclairé de manière intéressante, un arbre aux branches
tordues par les vents d’ hiver, un bout de ruisseau perdu sous bois, habilement limités sur la
glace dépolie donneront au spectateur la sensation de la nature »30. L’objectif principal qu’il
se donne est de provoquer par l’image photographique « la sensation de la nature ». Et il est
important de souligner que ce n’est pas par sa reproduction exacte que cette sensation est
possible, mais bien par le travail de composition du photographe qui s’énonce spontanément
dans ce cas-ci. Mais la création par la photographie n’est en rien la conséquence d’une sub-
jectivité artistique : elle donne à voir l’ idée qui préexiste à toute forme sensible. C’est dans
cette perspective que l’objectivité mécanique de la photographie est mise en pratique chez
Batut. Elle permet de rendre visible l’idée qui se cache derrière toute manifestation sensible
de façon automatique, sans que le sujet y soit pour quelque chose.

6. L’esthétique de Batut s’entrecroise de manière éloquente avec le mouvement romantique


revisité par un positivisme scientiste typique de la fin du xixe siècle. Sa bibliothèque possédait
une riche collection d’œuvres romantiques phares – Hugo, Lamartine, Chateaubriand, De
Staël31, etc. – et il est possible d’affirmer que nombre de ces références ont peuplé son ima-
ginaire. Dans sa brochure publiée en 1887, par ailleurs, Batut convoquent deux penseurs et
théoriciens de l’art, emblématiques du positivisme romantique, et qui semblent déterminants
dans l’élaboration et la conception de ses portraits composites : Viollet-le-Duc d’une part,
le grand restaurateur du second empire et, d’autre part, Charles Blanc, qui fut professeur
d’esthétique au Collège de France. Concernant Viollet-le-Duc, il fait usage de son important
Dictionnaire raisonné de l’architecture. Le passage cité dans la brochure de Batut fait partie
du chapitre consacré spécifiquement à la sculpture. Et pour cause, le portrait type, avançait
Batut, pouvait trouver une application « du plus haut intérêt » dans la sculpture du Moyen
âge. Parce qu’il considère ces statues comme des portraits, Batut a le projet de leur appliquer
sa méthode afin de retrouver le type des habitants ayant servi à reproduire ces individualités

29.. Ces réflexions sont issues d’un petit cahier vert où Batut a consigné de nombreuses pensées, pour la
plupart non datées. Voir A. Batut, A.D.T. 81, Le cahier vert, s. d. 10.
30.. Ibidem.
31.. Il cite cette auteure lorsqu’il souligne la grande importance que revêt l’étude d’un lieu avant de le
visiter, sinon les voyages deviennent immanquablement les premiers « des plaisirs tristes ». Cette citation
qui renverse quelque peu son sens initial, provient de Corinne ou l’ Italie, chap. II : « voyager est, quoi qu’on
en puisse dire, un des plus tristes plaisirs de la vie  ». Batut aurait été un des premiers touristes au sens
moderne du mot. Il était affilié au Touring Club de France et réalisait, sans jamais se séparer de son appareil
photographique, de nombreux voyages et autres expéditions.

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Antoine Blanchard Miscelánea

de pierre. Le photographe s’appuyait en effet sur Viollet-le-Duc, qui affirmait que pour réali-
ser ces statues, les « artistes rhénans, comme leurs confrères de l’ Isle de France, de la Cham-
pagne, de la Bourgogne, de la Picardie, s’inspiraient d’ailleurs des types qu’ils avaient sous les
yeux ». Une lecture plus attentive du Dictionnaire raisonné permet de mettre en exergue des
passages que Batut lut sans aucun doute, et qui nous orienteraient mieux sur le sens de son
projet. Il est possible d’avancer que le photographe du Tarn ambitionnait d’élever le médium
photographique au rang de l’art, s’inscrivant dans la tradition de l’imitation idéalisée de la
nature. C’est précisément ce à quoi invitait Viollet-le-Duc lorsqu’il évoquait le fonctionne-
ment de la statuaire grecque :

La statuaire n’est pas un art se bornant à reproduire en terre ou en marbre une académie, c’est-à-
dire un modèle plus ou moins heureusement choisi, car ce ne serait alors qu’un métier, une sorte
de mise au point. Tout le monde est, pensons-nous, d’accord sur ce chapitre ; tout le monde (sauf
peut-être quelques réalistes fanatiques) admet qu’il est nécessaire d’idéaliser la nature. Comment
les Grecs ont-ils idéalisé la nature ? C’est en formant un type d’une réunion d’individus.32

Le xixe siècle est le moment de grandes tensions entre un réalisme hérité de la tradi-
tion médiévale, que l’on nommerait plus volontiers idéalisme aujourd’ hui, et un réalisme
d’un type nouveau, celui de la reproduction exacte et scrupuleuse de la nature, dans toute la
déclinaison de ses particularités et de ses détails. Tout se passe ici comme si Viollet-le-Duc
faisait référence à ce basculement du regard porté sur la réalité lorsqu’il évoque les « quelques
réalistes fanatiques ». L’ historien romantique de l’architecture peut encore dire, aux alentours
de la moitié du siècle, que la nécessaire idéalisation de la nature fait largement consensus.
Or Viollet-le-Duc affirme que l’idéalisation de la nature, dans le cas de la sculpture, s’opère
« en formant le type d’une réunion d’individus ». C’était de cette manière que procédaient
les Grecs, tenus pour être les fondateurs de la civilisation. Les catégories de l’idéal et du type
issues du champ de l’art permettaient à Arthur Batut de penser ses portraits types. Ce dernier
poursuivait de la sorte le mouvement millénaire de l’art du perfectionnement de la nature.
Dans le même sens, Batut avait pu lire dans la Grammaire des arts du dessin de Charles Blanc
que « l’art du sculpteur consiste à élever la vérité individuelle jusqu’à la vérité typique, et la
vérité typique jusqu’à la beauté, en cherchant dans la vie réelle les accents de la vie générique
et idéale »33. Avec Batut, le sculpteur était devenu un photographe. Mais fondamentalement,
c’est le même projet d’élévation de la simple singularité individuelle à la « vérité typique »,
elle seule garante de la beauté selon les canons classiques. Grâce au travail de synthèse de la
photographie, que l’invention de Galton avait rendu possible, Batut pouvait s’inscrire dans
la continuité de cette mission de l’art : produire des « abstractions vivantes ». Cependant, la
photographie composite est bel et bien un dispositif synthétique qui créait (sans aucune révé-
lation) un visage idéaltypique censé représenter la « personnalité physique » d’un individu,

32.. E. Viollet-le-Duc, Dictionnaire raisonné de l’architecture française du XIe au XVIe siècle, t. viii, Paris,
Bance-Morel, 1866, 137.
33.. C. Blanc, Grammaire des arts du dessin, Paris, Henri Laurens, (1867) 1908, 337.

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Miscelánea Microhistory of composite portraits: The case of Arthur Batut (1846-1918)

d’une famille, d’une tribu, ou d’une race. Et tout le problème est de percer la signification que
véhiculait à cette époque une expression, employée par Batut dans son petit manuel, telle que
la « physionomie vraie » d’un groupe d’individu.

7. Arthur Batut s’adonnait à ce que l’on pourrait appeler un « art scientiste », au moment où
les praticiens de la photographie étaient en train d’élaborer tout un discours d’autonomisa-
tion par rapport aux sciences surtout, en refusant son seul statut d’indexicalité passive du
réel, mais également par rapport aux arts traditionnels. Un commentateur des expériences de
Batut témoigne de ce brouillage de la photographie entre l’art et la science, et de son bascule-
ment historique vers une pratique artistique affirmée – une dynamique en réalité contradic-
toire, jusqu’à aujourd’ hui. Il s’agit de Robert de la Sizeranne, qui dans un article intitulé « Le
photographe et l’artiste », paru en 1893, visait à prouver que l’avènement de la photographie
avait mis à mal l’idéalisme pictural grâce à son contrôle de l’exactitude. Nous retrouvons ici la
vive tension entre deux visions du réalisme que la photographie est venue exacerber, au xixe
siècle. Ce bouleversement aurait mis un terme, selon de la Sizeranne, à la tradition s’étendant
sur des siècles, d’une représentation idéalisée des choses, de la nature, mais également du
corps humain : « C’est [la photographie], en effet, qui a modifié, autant que cela est possible,
l’image que nous nous faisons d’un paysage, ou d’un homme, ou d’un cheval en mouvement.
Répandues à profusion autour de nous, ces cartes d’identité de la nature, auxquelles nous
accordons une confiance absolue, ramplacent [sic] peu à peu dans notre mémoire les images
qu’y déposaient autrefois ces tableaux, ces estampes et ces gravures où le corps humain était
toujours quelque peu amélioré, généralisé, idéalisé »34. C’est bien tout le problème de la ten-
sion féconde de la tradition artistique occidentale, qui hésite entre reproduire fidèlement son
modèle et surpasser l’œuvre de la nature. Jusqu’à la moitié du xixe siècle environ, les artistes
avaient généralement opté pour son dépassement par des procédés d’idéalisation. La pho-
tographie était venue chambouler ce débat, puisqu’on lui attribuait le pouvoir de mettre un
terme définitif au problème de la ressemblance, procédant à toute une série de « révolutions »
(selon le mot de de la Sizeranne) dans le monde de la représentation. Celle que la photogra-
phie avait engendrée dans le domaine du portrait était largement soulignée par De La Size-
ranne. Il y évoquait le processus de démocratisation sans précédent dans la création d’une
image de soi que la photographie a provoqué. Elle a effectivement créé les conditions d’uni-
formisation et de subjectivisation qui caractérisent la société alors émergente des individus :
« l’icône autrefois réservée à l’aristocratie, à la finance ou au gros commerce, lorsqu’il s’agis-
sait d’ huile ou de pastel est devenu, avec le gélatino-bromure, l’apanage de tout le monde ».
L’article se penchait alors sur le cas de la photographie composite. Le pouvoir de ce type de
photographie est, ici encore, reconduit de manière exemplaire:

34.. R. de La Sizeranne, « La Photographie et l’Artiste », La Revue des Beaux-arts, s. d. 785. C’est lui qui
souligne. Il cite, pour appuyer ses dires, la philosophie esthétique de Taine. Dans la Philosophie de l’art, ce
dernier écrivait en effet qu’auparavant, les artistes peignaient une « humanité plus forte (…) mieux réussie
que la nôtre : figures idéales par lesquelles l’ homme enseigne à la nature comment elle aurait dû faire et
comment elle n’a pas fait ».

300 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 287-313


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Il y a mieux encore. La photographie ne se borne pas à nous restituer les physionomies qui
composent une famille, à nous égrener ces types au hasard des générations, des âges et des pro-
fessions. La photographie va plus avant dans la physiologie familiale ; elle pénètre plus loin dans
l’inconnu. Elle nous a fait voir les branches du tronc : elle va nous montrer le tronc lui-même, je
veux dire le type de famille, dégagé de tous les accidents particuliers à chacun des individus qui
la compose […], le type caractéristique de la race entière. Et dans ce type impersonnel, insexuel,
qui a laissé tomber tous les accidents d’âge et de condition, tous les accessoires de barbe ou de
coiffure, on ne retrouve plus ni le bonnet de la ménagère, ni les boucles de l’enfant, ni le chapeau
ou le képi du père, on ne perçoit plus qu’une figure de spectre qui vous regarde avec des yeux où
tous les instincts de la race sont réunis et centuplés.35

Les portraits types sont ici encore pris au sérieux par ce contemporain. Leur pouvoir
créateur est esquissé, quand il déclare que « la photographie ne se borne pas à nous resti-
tuer les physionomies » comme dans le portrait traditionnel. Ce dernier acquiert le statut de
« branche de l’arbre », tandis que le composite « montre le tronc lui-même ». Le portrait type
est un instrument qui permet de visualiser la « physiologie familiale ». Ce passage condense
les deux métaphores cognitives que Carlo Ginzburg a analysées dans un article sur les com-
posites de Galton et leur échos : l’air de famille et l’arbre généalogique36. Car la puissance
d’adresse des composites résidait principalement là. Ils donnaient à voir les ressemblances
physiques entre un groupe d’individus, dont la famille constitue le maillon élémentaire. Mais
ils offraient davantage : la possibilité de remonter « la généalogie des aïeux », selon la formule
d’un autre commentateur des composites de Batut37. Si ce type générique, insexuel et imper-
sonnel, était également pour de la Sizeranne le visage aux allures de spectre concentrant les
« instincts de la race », dans une perspective physiognomonique, on peut penser que Batut
aurait à tout le moins dénié ce point. Tout son dispositif, néanmoins, matérialise ces mêmes
« instincts ». Mais le croisement explicite des deux métaphores évoquées ci-avant nous per-
met de poser la question centrale de l’ identité dont les portraits composites étaient l’opérateur.
Car telle pourrait être la définition générale de tout portrait : une machine de vision d’une
identité singulière ; un instrument vecteur à la fois de reconnaissance et de connaissance.

8. Dans une des notes manuscrites conservées à l’ Espace photographique qui lui est dédié à
Labruguière, la ville du Tarn où il vécut, Arthur Batut s’étonnait que la photographie compo-
site ne fût pas inventée plus tôt. Il avait découvert que si l’on plaçait deux portraits de même
dimension dans un stéréoscope, ceux-ci se fondaient « au point de créer une troisième image,
possédant certains traits de grande ressemblance avec chacun des deux portraits, ressem-
blance comparable à celle d’un enfant avec ses parents  »38. Cette idée des portraits super-

35.. R. de la Sizeranne, « Le photographe et l’artiste », La Revue des Deux-Mondes, 115/3, 1893, 846.
36.. C. Ginzburg, « Family Resemblances and Family Trees. Two Cognitive Metaphors », Critical Inquiry,
30/3, 2004, 537-556.
37.. F. Hément, « Le portrait composite. Portrait de famille – portrait de race », La Nature, 775, 1888, 290.
38.. A. Batut, A.D.T 81, Notes sur le portrait, s. d.

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Miscelánea Microhistory of composite portraits: The case of Arthur Batut (1846-1918)

posés via le stéréoscope provenait sans doute de sa lecture d’un article de presse consacré
à « quelques étrangetés de la photographie ». En faisant la recension des portraits types de
Batut, l’auteur annonçait que la photographie composite n’était en fait pas une découverte
récente, mais qu’un américain du nom de Mascher avait, en 1853, réalisé un composite de
deux daguerréotypes au moyen du stéréoscope39. Selon les termes de Batut, le portrait type
était réduit dans ce cas-là « à ses éléments les plus simples ». Mais la question qu’il pose est
plus intéressante qu’il n’y parait à première vue. Il n’est pas étonnant que l’idée des composites
vint en premier à un darwinien, convaincu de l’ hérédité de tout ce qu’il pouvait mesurer. Le
portrait composite peut dans ce cas être considéré comme une invention conséquente de
l’émergence d’un nouveau cadre pour penser l’ hérédité : l’évolutionnisme. On peut penser
que des dispositions techniques telles que l’invention du gélatino-bromure d’argent et sa
diffusion dans le courant des années 1870 ne sont pas le seul obstacle à une invention plus
ancienne de la photographie composite. Il faut noter, dans nombreuses coupures de presse
de l’époque, le changement que la question de l’ hérédité avait provoqué dans les représenta-
tions de la ressemblance entre membres d’une même famille et plus largement d’une même
race. « Dans la plupart des cas, en effet, l’influence héréditaire des parents se fait sentir, d’un
côté comme de l’autre, sur la physionomie des enfants. Celle-ci est en somme une moyenne
entre celle des époux et c’est ce résultat que donne également la photographie »40. Les por-
traits types étaient réputés dévoiler l’image de futurs enfants des individus les composant.
La question de l’ hérédité dans sa relation avec la ressemblance était alors devenue centrale
dans la fabrication d’une nouvelle image de soi essentiellement physique41. Et l’importance

39.. A. Reyner, «  Chronique photographique. Quelques étrangetés de la photographie  », La Science


pour tous, 19 août 1893. Le photographe en question s’appelait John Frederik Mascher, était originaire
de Philadelphie, et pensait avoir créé un « enfantomère », selon le journal The Photo Beacon (1853). En
effet, l’idée était pour les parents de stéréoscoper leurs deux portraits singuliers afin de déterminer si la
résultante, image de leur progéniture à venir, avait un aspect suffisamment convaincant pour se reproduire.
Mais Albert Reyner concluait qu’il valait mieux, « à [son] avis, s’en tenir aux prédictions du marc de café ».
En outre, il s’agit d’une confirmation supplémentaire que Batut n’avait pas lu Galton. L’idée du stéréoscope
y était formulée à maintes reprises dans son œuvre sur les composite pictures.
40.. Guyot-Daubès, « Chronique scientifique », Progrès de la Somme, 20 mars 1893. Des articles de presse
en espagnol et en portugais témoignent d’une large diffusion de ces relations nouvelles  : cf. Anonyme,
« Comoserán los hijos », L’ imparcial, Madrid, 27 août 1893 ; Anonyme, « Aos que desejamsabercomoseraõ os
filhos », Commercio do Porto, Porto, 30 août 1893. Ces deux articles, tous deux des traductions partielles de
la « chronique scientifique » de Guyot-Daubès, annoncent la photographie composite comme la technique
merveilleuse qui permettra de visualiser le faciès d’un futur enfant, de la même manière que l’enfantomère
cité plus haut le proposait.
41.. E. Stephens, « Francis Galton’s Composite Portraits: The Productive Failure of a Scientific Experiment »,
en cours de publication. Nous suivons en fait de près son argumentation lorsqu’elle parle de « l’ héritage des
portraits composites : anthropométriques participatives et l’émergence du soi quantifié ». « Physicaliste »
renvoie ici à la terminologie « ontologique » de P. Descola, Par-delà nature et culture, Paris, 2005, et nous
semble plus approprié, parce que plus englobant, que la seule dimension quantitative. Nous remercions
E. Stephens de nous permettre de citer son travail. A. Holzapfel, Art, Vision and Nineteenth-centuryrealist

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Antoine Blanchard Miscelánea

de la technique photographique, dans sa relation avec ces nouvelles conceptions « scientifi-


sées » du soi, a été décisive dans la fabrication de cette nouvelle identité. Dans son histoire de
L’ image accusatrice, Christian Phéline affirmait que le formatage de l’identité par le portrait
judiciaire de Bertillon n’était qu’une étape de la dynamique historique beaucoup plus vaste de
la construction de l’identité de l’individu au sens moderne du terme par l’image photogra-
phique42. Or le point sur lequel il n’a pas assez insisté est que cette nouvelle identité corres-
pond à une image physicalisée de l’individu, réduit à une pure forme. Cette image physique
de l’individu est celle que l’on retrouve aujourd’ hui encore sur nos cartes d’identité – un
avatar contemporain du bertillonnage. Les portraits types de Batut intègrent ce vaste proces-
sus de réduction physicaliste de l’image de soi, comme en atteste sa défense, jamais publique
cependant, contre le (més)usage que les composites de Galton induisait. En effet, il prétendait
très significativement que son procédé mettait en évidence des analogies physiques et non
intellectuelles. C’est ce qui expliquerait pourquoi les composites de ce photographe agissaient
à l’encontre de la singularisation de l’individu qu’induisait le portrait photographique stan-
dard, puisqu’ils assujettissaient les composants à la « profondeur du Type », que les anthro-
pologues physicalistes du xixe siècle s’étaient donné pour mission de classer43. En outre, c’est
définitivement en parlant le langage d’un art scientiste que Batut projetait de découvrir le
type que chaque visage recouvrait.

Idée enfantine que, dans mon enfance, j’ai entendu attribuer à Phidias sculptant la Minerve du
Parthénon. – Il dut, comme l’auteur de la Vénus de Milo ou celui de la vierge de N. D. se péné-
trer des beautés multiples qui l’entouraient et créer dans son esprit le type idéal de cette beauté
répandue autour de lui en de nombreux exemplaires. Ce type idéal existe, je le crois, pour la
plupart des visages. Il s’agit de le découvrir. Mon procédé pourrait y aider. Ne rencontre-t’on pas
des visages qui, sans aucun lien de parenté, ont entre eux une ressemblance évidente ? Grâce aux
cartes postales, aux cartes réclame etc. il est facile de s’en rendre compte.44

Drama. Acts of seeing, New York, 2014. Le chapitre 4, « Strindberg’s Composites », parle d’un « Darwinian
tableau » en mentionnant les composites « ethnographiques » de Batut.
42.. C. Phéline, L’ image accusatrice, 17, Marmande, 1985 (coll. « Les cahiers de la photographie »). Voir
en outre les commentaires suggestifs de A. Biroleau, « La véritable image », dans Id. (dir.), Portraits/Visages,
1853-2003, Paris, 35-36. C’est aux mêmes conclusions que parvient P. Piazza, « La fabrique « bertillonienne »
de l’identité. Entre violence physique et symbolique », Labyrinthe, 6, 2000, 33-50. Dans une perspective
bourdieusienne, il aboutit à la description du monopole étatique de la fabrique de l’identité (nationale)
et le formatage nécessaire par le bertillonnage que cette « mise en carte du corps social » nécessitait. Le
« portrait judiciaire » est, quoiqu’il en soit, la face visible d’une révolution sourde : le passage d’une société
de discipline à une société de contrôle.
43.. A. Schincariol, loc. cit., 88-89, parle d’un principe de « dé-subjectivisation », où l’individu n’a de sens
qu’intégré à la typologie qui le détermine.
44.. A. Batut, A.D.T 81, Notes sur le portrait, s.d.

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Miscelánea Microhistory of composite portraits: The case of Arthur Batut (1846-1918)

Fig. 3. Arthur Batut, Portrait type obtenu avec dix jeunes


femmes d’Arles (Bouche-du-Rhône). Coll. Espace photogra-
phique Arthur Batut/Archives départementales du Tarn.

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Le projet de reproduire le processus d’abstraction au moyen duquel l’artiste (Phidias)


idéalisait la réalité par la mécanique photographique afin d’aboutir à une image objective
nous est maintenant bien connu. Batut prétendait que ce procédé45 facilitait la découverte
de « ce type idéal » qui existait, un peu curieusement, « pour la plupart des visages ». Mais
ce qui avait rendu possible la mise en correspondance du visage des individus, et nous
nous approchons là d’un point de tangence proche du renversement entre le voir et le
savoir, était précisément la diffusion nouvelle de portraits photographiques sous la forme
de cartes-de-visite, cartes de réclame et autres cartes postales. Ces nouvelles modalités de
l’image de soi avaient conditionné la mise en évidence d’une ressemblance physique entre
des individus, prélude à la redéfinition de leur identité. C’est dans le sens de cet exemple
qu’il faut envisager le pouvoir de création de visibilités que j’ai attribué à la photographie au
début de l’exposé. Les portraits types sont par conséquent un opérateur parmi d’autres qui
témoigne de la formation de cette nouvelle identité en tant que « personnalité physique »,
selon les termes de Batut.
Si les portraits ont un pouvoir de connaissance, qui dans le cas présent concerne cette
nouvelle identité physicalisée, ils se donnent également comme instrument de reconnais-
sance46. En regardant un peu plus attentivement les séries que constituent les composites de
Batut, il est possible d’envisager une dernière dimension signifiante de sa pratique photo-
graphique. En France, les villes et villages de Labruguière (fig. 1 et 2), Les Gaux, Les Auriols,
Arles où règne la fameuse arlésienne, invisible (fig. 3), Agde (fig. 4) ; Huesca (fig. 5) et Vich
(fig. 6) en Espagne : les portraits types d’Artur Batut sont toujours ceux d’une communauté
villageoise ou d’une petite ville à proximité desquelles il vivait47. S’inscrivant dans la conti-
nuité de ses travaux en histoire locale, sa démarche classificatoire est placée sous le signe de
la conservation d’un patrimoine alors en émergence. En effet, alors que la société industrielle
rebattait les cartes de l’organisation des territoires, entre exode rural et urbanisation crois-

45.. Le fait qu’il parle de « son procédé » est un élément supplémentaire qui tendrait à prouver que Batut
pensait opérer indépendamment de Galton. Il revient régulièrement avec l’idée qu’il a découvert une
méthode opératoire mettant en pratique « l’idée » de Galton.
46.. Un nième article de presse évoque les composites comme «  Un divertissement à la mode depuis
quelque temps chez les Anglais », voir Anonyme, « La photographie composite », Le Bônois, 11 novembre
1893. Le jeu de reconnaissance qu’induisent les composites sont similaires à celui que propose aujourd’ hui
la pratique du morphing. Il faudrait poursuivre en détails cette histoire culturelle de la pratique des portraits
composites au xxe siècle.
47.. Le fils aîné d’Arthur Batut, Raoul, partit vivre en Espagne à Colonia San Luis pour y travailler. C’est la
raison pour laquelle il s’y rendit plusieurs fois, profitant des ces occasions pour enrichir son expérience de
photographe-folkloriste. C’est pourquoi les portraits types d’Arthur Batut ont fait l’objet d’une exposition
photographique ainsi que d’un catalogue d’exposition édité par l’Université de Valence et le Collegi Major
Rector Peset : V. Bouissière (coord.), Arthur Batut : Fotógrafo (1846-1918), Valencia, 2001. Outre une note
introductive de V. Bouissière, une courte biographie de S. Nègre et de D. Autha – tous deux initiateurs du
musée A. Batut à Labruguière – ainsi qu’un texte suggestif de J. Navarro interprétant les composites de
Batut en regard de son époque personnifiée par Jules Verne, ce catalogue comprend la traduction du traité
d’A. Batut, La photographie appliquée à la reproduction du type d’une famille, d’une tribu ou d’une race en
espagnol.

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Miscelánea Microhistory of composite portraits: The case of Arthur Batut (1846-1918)

Fig. 4. Arthur Batut, Portrait type obtenu avec Fig. 5. Arthur Batut, Portrait type obtenu avec des
dix jeunes femmes d’Agde (Hérault). Coll. Espace hommes et des femmes de Huesca en Aragon. Coll.
photographique Arthur Batut/Archives départe- Espace photographique Arthur Batut/Archives
mentales du Tarn départementales du Tarn.

Fig. 6. Arthur Batut, Charbonniers de la Montagne Fig. 7. Arthur Batut, Portrait type obtenu avec des femmes
Noire et portraits types. Coll. Espace photographique de Vich (Barcelone). Coll. Espace photographique Arthur
Arthur Batut/Archives départementales du Tarn Batut/Archives départementales du Tarn.

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Antoine Blanchard Miscelánea

sante, une série de pratiques scientifiques, dont l’ambition était de sauvegarder ce qui était en
train de « disparaître », voit le jour.
Les portraits types de Batut semblent reconduire cette démarche de fixation d’un passé
au devenir incertain. Il est donc tout à fait significatif qu’il ait adressé sa première conférence
sur les images composites à la Commission des Antiquités de Castres, dont il était d’ailleurs
un des membres fondateurs. Le résultat qu’il y présentait était le composite des habitants
de la Montagne Noire (fig. 7). Le critère de sélection de ces habitants était la pureté de leur
race, grâce à l’absence de métissage depuis le xiiie siècle et leur importation des Pyrénées
par les Seigneurs locaux48. Or il me semble que ce portrait est représentatif de cette ambition
de reconnaissance du caractère générique d’une population en voie probable de métissage,
conséquence inéluctable de la modernisation. Le terme de « race » est le nom scientiste que
Batut donne à des communautés locales encore largement homogènes à l’époque. Son entre-
prise visait à les cataloguer au travers de leur idéaltype à dessein de conservation. La dimen-
sion « folkloriste »49 de son travail photographique le distingue une fois encore de Galton. Ce
dernier envisageait le métissage comme un problème fondamental de préservation, alors que
Batut était animé par un idéal antiquaire et encyclopédiste de conservation. Aussi est-ce pro-
bablement une des raisons pour laquelle le projet eugéniste n’a jamais rien évoqué chez Ar-
thur Batut. Le (faux) problème de la « pureté de la race » s’énonçait dans des termes bien plus
aigus en milieux urbains, d’emblée beaucoup plus hétérogènes et industrialisés50. Les séries
construites par Galton sont en conséquence d’un tout autre ordre. Et son discours interpréta-
tif, de même que son dispositif matériel de mise en forme des images composites créées, sont
évidemment bien différents. Le savant anglais pouvait effectivement écrire que ses portraits
composites fonctionnaient exactement de la même manière que la courbe de distribution
gaussienne, considérations statistiques que l’on ne retrouve jamais chez Batut. L’effet de flou
conséquent au dispositif de superposition optique était perçu par Galton comme la démons-
tration visible des écarts à la moyenne. Évoquant le cas d’un composite de huit personnes
dont le résultat est « l’image générique », il pouvait dire:

Ceux dont les contours sont les plus nets et les plus sombres sont partagés par la majorité des
composants ; les particularités purement individuelles laissent peu ou pas de trace visible.[…] La
bande sera plus sombre en son centre lorsque les composants auront le même type de traits, et sa
largeur ou la taille de la tache mesurera la tendance des composants à dévier du type commun.51

48.. A. Batut, loc. cit., 1882, p. 92.


49.. Cette suggestion est due à D. Vinet, Un portrait d’Arthur Batut, Mémoire de Maîtrise d’ histoire, inédit,
Paris IV, 1998, 81.
50.. A. Desrosières, La politique des grands nombres. Histoire de la raison statistique, Paris, (1993) 2000,
403  : La «  machine de guerre scientifico-politique [de l’eugénisme] est orientée, d’une part, contre la
noblesse terrienne et le clergé, hostiles aux sciences modernes et au darwinisme et, d’autre part, contre des
réformateurs pour qui la misère a des causes plus économiques que sociales et biologiques, et qui militent
pour la mise en place de systèmes de protection sociale ».
51.. F. Galton, « Composite portraiture made by combining those of many different persons into a single
resultant figure », Nature, 18, 1878, 97.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 287-313 307


Miscelánea Microhistory of composite portraits: The case of Arthur Batut (1846-1918)

La forme de l’image créée par le dispositif photographique est interprétée dans un sens sta-
tistique. « La bande sera plus foncée en son milieu chaque fois que les composants ont la même
caractéristique typique générale, et sa largeur ou quantité de flou mesurera la tendance que les
composants ont à s’écarter du type commun ». Son empirisme le conduit à inférer des considéra-
tions statistiques qu’il présuppose avant de se lancer dans la constitution d’un composite photo-
graphique. Celui-ci est pour Galton un authentique instrument de démonstration au sens fort du
terme : il permet de visualiser la moyenne, le type idéal d’un groupe humain à l’âge de l’anthropologie
darwinienne. Les groupes considérés sont avant tout des criminels (fig. 8 et 9), des malades (fig.
10), mais également des officiers royaux, des ingénieurs (fig. 8), etc. pris comme exemples de
« stocks » à promouvoir. Les composites sont systématiquement mis en série, pour permettre
un regard analytique des différences de faciès entre les individus sains et les malades. Et l’on peut
penser que ce n’était pas uniquement pour des raisons pratiques que Galton avait choisi le milieu
carcéral ou hospitalier pour réaliser ses premiers portraits composites52.

Fig. 8.Francis Galton, Caractéristiques typiques prévalentes chez des hommes portés
au vol (sans violence) – Population normale. Officiers et ingénieurs royaux. Pris de http://galton.org,
avec la permission de l’auteur pour sa reproduction

52.. F. Galton, loc. cit., p. 98: « I selected [ces portraits de criminels] for my first trials because I happened
to possess a large collection of photographs of criminals through the kindness of Sir Edmund Du Cane, the
Director-General of Prisons, for the purpose of investigating criminal types. They were peculiarly adapted to
my present purpose, being all made of about the same size and taken in much the same attitudes ». C’est nous
qui soulignons.

308 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 287-313


Antoine Blanchard Miscelánea

Fig. 9. Karl Pearson, 1924, « Portraits


composites de criminels
(meurtre, homicides involontaires ou
violences criminelles) »,
in The Life, Letters and Labours of
Francis Galton, Illustration XXVIII.
Pris de http://galton.org, avec la
permission de l’auteur pour sa repro-
duction

Fig. 10. Francis Galton, Com-


posites de patients hospitalisés,
phtisiques et non-phtisiques.
Pris de http://galton.org, avec
la permission de l’auteur pour
sa reproduction.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 287-313 309


Miscelánea Microhistory of composite portraits: The case of Arthur Batut (1846-1918)

Batut a donc été ce folkloriste rural, animé par un idéal encyclopédiste hérité des Lu-
mières. Le journaliste Raoul Lucet écrivait en commentant le portrait type des habitants de
la Montagne Noire qu’il consistait en une « photographie collective dont on [pouvait] dire,
à ce point de vue, qu’elle [était] la photographie de l’ histoire »53. Les deux dimensions du
collectif54 et de l’ histoire étaient en effet solidement arrimées au
projet que poursuivait Arthur Batut. En témoigne une des plus
fascinantes images du corpus photographique du photographe
tarnais. C’est vraisemblablement dans le cadre du centenaire de la
révolution que l’on demanda à Batut de réaliser ce composite dans
le projet d’ériger une statue commémorative de Rose Barreau, hé-
roïne locale de la Révolution française, dont on n’avait conservé
aucune représentation (fig. 11). Le type idéal de jeunes femmes
de Sémalens devait servir de moule à la statue. La tension entre la
singularité et la généricité est pleinement sensible dans cette icône
collective au croisement de l’ histoire et de la mémoire. Et l’on peut
imaginer tout ce que devait évoquer l’appellation «  portrait de
l’invisible » pour Batut et ses contemporains.

9. En construisant les portraits composites comme objet qui in-


terrogent les catégories de singularité et de généricité, à la fois
au cœur de la problématique du portrait et de la microstoria, il
pourrait sembler opportun de considérer la capacité des portraits
types à repenser les conditions de possibilité de la microstoria elle-
même. C’est donc à une histoire culturelle des relations entre le
Fig. 11. Arthur Batut, Portrait type voir et le savoir que l’énigme des portraits composites nous appelle
obtenu avec des jeunes également. Si le voir détermine le savoir55, dans quelle mesure la
femmes de Sémalens (Tarn), pour un photographie a favorisé les conditions d’émergence d’une pratique
projet de monument à Rose Barreau, historiographique spécifique, la microstoria  ? Partant de l’ hypo-
héroïne de la Révolution française. Coll. thèse de l’ « épaisseur historique décisive » de la photographie, il
Espace photographique Arthur Batut/ s’agit de suggérer comment les bouleversements occasionnés par
Archives départementales du Tarn. son avènement ont durablement modifié le regard porté sur le réel.

53.. R. Lucet, « Tablettes du progrès. Pro domo mea », in Le XIXe siècle, 9 décembre 1887, p. 2.
54.. En exergue du petit cahier vert se trouvait une citation d’Albert Sorel, un historien français contemporain
de Batut : « ‘Ne pas être de la religion du roi’. De tous les fanatismes, celui du moi est le plus tyrannique… »,
cf. A.D.T 81, Le cahier vert, s. d.1. Il semble laisser penser que son souci de désindividualisation était plus
affirmé qu’inconscient.
55.. R. Dekoninck et M. Hagelstein, « Introduction – quand le voir détermine le savoir », Journée d’étude
à l’ Université de Liège. Logiques iconiques  : réflexions épistémologiques sur le statut de l’ image dans nos
disciplines, 28 février 2014.

310 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 287-313


Antoine Blanchard Miscelánea

Dans un article sur le livre posthume de S. Kracauer L’ histoire des avant-dernières choses,
où ce dernier développe les analogies entre l’ historiographie et la photographie, Carlo Gin-
zburg affirmait que « la photographie et ses prolongements (cinéma, télévision) ont libéré,
comme jadis la perspective linéaire, toute une série de possibilités cognitives : une nouvelle
manière de voir, de raconter, et aussi de penser »56. Kracauer lui-même insistait sur le fait que
toute analyse historique devrait intégrer la composition de gros-plans, plans d’ensemble, et
même des plans généraux, pour la bonne raison que le réel est fondamentalement discontinu
et hétérogène : la photographie le donne à voir. Par ailleurs, si la modernité peut se définir
comme l’avènement du « micrologique et de l’indéterminé »57, on pourrait faire l’ hypothèse
que le médium photographique a joué un rôle majeur dans ce processus58. Le cas que nous
avons étudié nous offre l’occasion de renverser le dispositif construit jusqu’ici, celui d’un
éclairage des manières de voir par le savoir chez un photographe tarnais de la fin du xixe
siècle, pour évoquer un peu trop brièvement la possibilité et les conditions d’une détermina-
tion du savoir par le voir.
L’ homologie structurelle entre la photographie et l’ historiographie n’est plus à démon-
trer, elle a déjà été maintes fois soulignée59. Toutes deux issues du bouleversement culturel
profond survenu au moment de la Révolution française, pour le dire rapidement, ces nou-
velles manières de voir et d’envisager le réel reposent sur une même mise à distance et se
donnent comme une représentation spatialisée du temps. Alors même que ces deux pratiques
sont communément représentées comme des miroirs du réel par la tradition positiviste, elles
se fondent sur des choix constructifs, des « prises de vues ». D’autre part, Jacques Rancière
envisage conjointement la naissance des arts mécaniques et de ce qui deviendra la nouvelle
histoire, dont le dénominateur commun est la promotion des anonymes. Rancière l’entrevoit
comme la conséquence d’une révolution esthétique survenue à la charnière des xviii et xixe
siècles. Le processus protéiforme de la démocratisation des sociétés européennes a en effet
conditionné l’élévation de l’anonyme au rang de sujet d’art. La révolution technique de la

56.. C. Ginzburg, « Détails, gros-plan, micro-analyse. En marge d’un livre de Siegfried Kracauer », dans Le
fil et les traces. Vrai faux fictif, Lagrasse, 2010, 335-359. Dans un article un peu plus ancien, Ginzburg avait
écrit que « These posthumous pages of Kracauer’s, a nonprofessionnal historian, still constitute today, in my
opinion, the best introduction to microhistory », voir C. Ginzburg, « Microhistory. Two or Three Things I
know About It », Critical Inquiry, 20/1, 1993, p. 27.
57.. Cf. P. Sloterdijk, Écumes. Sphères III, Paris, (2003) 2005, 29-31.
58.. Élaborant la liste des différentes conditions qu’il jugerait nécessaires à ce qu’il appelle un « synopsis
de la modernisation », Sloterdijk écrit qu’ « il faudrait parler d’une révolte des choses discrètes, à la suite
de laquelle le petit et le fugitif se sont assurés une part de la vue de la grande théorie – d’une science des
traces qui voulait lire dans les indices les plus insignifiants les signes annonçant les tendances de l’ histoire
du monde. Au-delà du tournant « micrologique », il faudrait parler d’une découverte de l’indéterminé ». Cf.
P. Sloterdijk, op. cit. 30-31.
59.. Voir S. Kracauer, Sur le seuil du temps. Essais sur la photographie, Paris-Montréal, 2014, qui reprend
le fameux article : « Die photographie », Frankfurter Zeitung, 802-803, 1927. A. Gunthert, « Sous l’ histoire,
la photographie », Études photographiques, 4, 1998,[En ligne], http://etudesphotographiques.revues.org/298
(mis en ligne s.d.)

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 287-313 311


Miscelánea Microhistory of composite portraits: The case of Arthur Batut (1846-1918)

photographie – et de ses avatars : du cinéma à la télévision – a succédé, selon Rancière, à cette


révolution esthétique :

L’apparition des masses sur la scène de l’ histoire ou dans les « nouvelles » images, ce n’est pas
d’abord le lien entre l’âge des masses et celui de la science et de la technique. C’est d’abord la
logique esthétique d’un mode de visibilité qui, d’une part révoque les échelles de grandeur de
la tradition représentative, d’autre part révoque le modèle oratoire de la parole au profit de la
lecture des signes sur le corps des choses, des hommes et des sociétés.60

La nouvelle histoire, avec et contre laquelle la microstoria s’est élaborée, a hérité de cette
transformation historique. Il n’est par conséquent pas impossible de considérer que l’objectif
photographique a dynamisé, sinon conditionné, ce nouveau type de lecture des « signes sur le
corps des choses, des hommes et des sociétés ». Il resterait néanmoins à enquêter sur autant
de situations particulières pour savoir et comprendre empiriquement comment et pourquoi.
Dans tous les cas, nous trouvons ici une synergie entre arts et sciences, entre modalités du
voir et du savoir.
Une esthétique du détail et la mise en exergue du particulier, ainsi qu’un jeu sur les
échelles (zoom) et sur les négatifs (logique de dévoilement) constituent la marque de fabrique
de la photographie. Mais l’importance de l’indice, des détails et de la singularité caracté-
risent de la même manière la technique particulière de la microstoria. L’influence certaine du
« regard photographique » sur la microstoria, outre les suggestions pénétrantes d’un Carlo
Ginzburg, requerrait une analyse plus approfondie61. Cependant il y a une autre contiguïté
signifiante entre la photographie et la microstoria sur laquelle les auteurs convoqués ci-avant
se sont trop peu arrêtés. Une conclusion n’est pas le lieu pour un tel développement, aussi est-
ce sous le signe de la suggestion que se placent ces quelques remarques. La photographie, par
son dispositif-même, introduit une dimension de hasard. C’est peut-être ce qui la distingue
assurément des autres arts de la représentation. Dans son archéologie de l’instantané, puis-
sant imaginaire de la photographie tout au long du xixe siècle, André Gunthert reconstitue
l’émergence d’une « esthétique de l’occasion »62, où le hasard et le contingent occupent effec-
tivement une place centrale. La microstoria, par le regard qu’elle porte sur l’ histoire, intègre
les nouvelles manières de voir qui se fondent sur cette esthétique de l’occasion. Cette dernière
a en grande partie conditionné ce qu’il conviendrait d’appeler une poétique du savoir par
cas. Le patient travail de reconstitution de destins oubliés, à partir d’archives négligées dont
les conditions de préservation et d’étude contiennent une large part d’aléatoire, est tout à

60.. J. Rancière, Le partage du sensible, Paris, 2000, 46-53.


61.. Voir surtout S. Kracauer, L’ histoire des avant-dernières choses, Paris, (1969) 2006. Mais également
l’article susmentionné C. Ginzburg, loc. cit., 335-359, et encore C. Ginzburg, « Conversare con Orion »,
Quaderni storici, 108/3, 2001, 905-914, où Ginzburg paraphrase Kracauer : « Les photographes ont affaire à
un matériau intrinsèquement contingent : et les événements accidentels (random) sont en propre la matière
des instantanés ».
62. A. Gunthert, «  Esthétique de l’occasion  », Études photographiques, 9, 2001, [En ligne], http://
etudesphotographiques.revues.org/243 (mis en ligne le 10 septembre 2008).

312 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 287-313


Antoine Blanchard Miscelánea

fait caractéristique de microstorie aussi célèbres que celle du meunier frioulan Menocchio,
ou encore de l’exorciste piémontais Giovan Battista Chiesa63. L’enquête du  cas Arthur Batut
induit lui aussi une forte dimension de hasard. Si les descendants du photographe de Labru-
guière n’avaient pas conservé ses archives, et si deux passionnés de photographie n’avaient
pas retrouvé sa trace dans le courant des années 1980 lorsqu’ils réalisaient un album sur la vie
de Labruguière à la Belle Époque, une telle recherche n’aurait pu avoir lieu.

63.. C. Ginzburg, Le fromage et les vers. L’univers d’un meunier du XVIe siècle, Paris, 1980 ; G. Lévi, Le
pouvoir au village. Histoire d’un exorciste dans le Piémont du XVIIe siècle, Paris, 1985.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 287-313 313


Research on spanish heraldry, with special atten-
tion to the early modern age. State of affairs
La investigación sobre heráldica
española, con especial atención a la
Edad Moderna. Estado de la cuestión

José Manuel Valle Porras


IES Santos Isasa (Montoro)
[email protected]

Fecha recepción 19.02.2017 / Fecha aceptación 23.04.2017

Resumen Abstract
Este artículo pretende contribuir a un mejor co- This article aims to contribute to a better knowled-
nocimiento de la investigación realizada hasta el ge of the research on Spanish heraldry to date.
momento sobre heráldica española. Tratamos, It also attempts to help achieve two important
además, de ayudar a la consecución de dos impor- goals. First, the mutual approach between heral-
tantes objetivos. En primer lugar, el muto acerca- dists and historians –especially of the nobility–,
miento de heraldistas e historiadores –sobre todo and between the latter and the coats of arms as
de la nobleza–, así como de estos últimos a las ar- an object of study. Second, we want to emphasize
merías en tanto objeto de estudio. Y, en segundo the need to encourage research on Heraldry in the
lugar, queremos hacer hincapié en la necesidad de Early Modern Age, a period much more neglec-
fomentar las investigaciones sobre las armerías en ted than the medieval one. For these purposes we
la Edad Moderna, período mucho más desatendi- have organized this paper into three main sets: (a)
do que el medieval. Con estos propósitos hemos the explanation of the main trends found in the
organizado el presente trabajo en tres conjuntos: research on coats of arms, (b) the review of the

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3976
Miscelánea La investigación sobre Heráldica española, con especial atención a la Edad Moderna

la exposición de las principales tendencias que ha most outstanding contributions made by heral-
habido en la investigación sobre armerías; la reseña dry, on the one hand, and by the historiography
de las más destacadas aportaciones desde la herál- of the nobility, on the other, for both the Middle
dica, por un lado, y desde la historiografía sobre Ages and the Early Modern age –separately– in
la nobleza, por el otro, tanto para la Edad Media our country, and finally (c) a proposal to develop
como para la Moderna –separadamente– en nues- lines of research in the study of the coats of arms
tro país; y, finalmente, una propuesta de líneas de between the 16th and early 19th centuries.
investigación a desarrollar para el estudio de las
armerías de los siglos XVI a comienzos del XIX.

Palabras clave Key words


Heráldica, armerías, nobleza, España, Edad Heraldry, coat of arms, nobility, Spain, Early Mo-
Moderna, estado de la cuestión. dern Age, state of affairs.

316 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340


José Manuel Valle Porras Miscelánea

«[…] los estudiosos de las armerías y los cultivadores de la


historia social suelen ignorarse mutuamente».
Faustino Menéndez Pidal de Navascués1

1. Introducción
La investigación sobre las armerías ha sido una de las cenicientas de la moderna historiogra-
fía. La tradicional asociación entre escudos de armas y nobleza, el escaso rigor o utilidad de
gran parte de las publicaciones que se han sucedido desde el Antiguo Régimen hasta nuestros
días, y el carácter disuasorio de una hermética terminología explican en buena medida el
desinterés de los historiadores por la heráldica. En los países más avanzados de Europa occi-
dental, estos viejos condicionantes parecen haber sido finalmente superados, en particular a
partir de la gran renovación científica producida desde los años 1970, de la que más adelante
hablaremos. En España, en cambio, las rémoras del pasado se han hecho sentir con fuerza
durante más tiempo, y la modernización ha sido –salvo honrosas excepciones– relativamente
reciente y más débil.
En otros aspectos se observa también cómo la evolución española sigue, aunque sea
con cierto rezago, la pauta europea. Nos referimos, en concreto, a dos destacados desequi-
librios de la investigación heráldica. El primero de ellos es el que atañe a la desigual con-
tribución realizada por los llamados heraldistas, y por los historiadores en sentido estricto.
En efecto, señala Pastoureau que, en el conjunto del continente, los investigadores sobre
armerías eran, hasta la citada década de 1970, amateurs en su mayoría, mientras que en los
años finales del siglo XX dominaban ya los profesionales de la historia o la arqueología2.
En España, la mayor parte de las publicaciones sobre armerías han venido de la mano de

1. F. Menéndez Pidal de Navascués, Los emblemas heráldicos. Una interpretación histórica, Madrid, 1993,
55.
2. M. Pastoureau, Traité d’ Héraldique, París, 1993, 294.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340 317


Miscelánea La investigación sobre Heráldica española, con especial atención a la Edad Moderna

heraldistas, término genérico en el que englobamos a todos aquellos autores que publican
específicamente sobre armerías, pero a menudo sin tener formación de historiadores. Estos
investigadores pueden proceder de campos muy variados, como la ingeniería –Menéndez
Pidal, López-Fanjul– o la filología –Riquer–. Sin embargo, y en consonancia con lo ocurri-
do en Francia y otros países europeos –aunque quizás aquí con algún retardo–, se observa
que cada vez hay más investigadores de armerías con formación en Historia. Los casos más
notables son los de Pardo de Guevara y Ceballos-Escalera, pues ambos son doctores en esta
ciencia. Por contraste, la generalidad de los medievalistas y –más aún– modernistas sigue
ocupándose poco de los blasones. Esto es así incluso en aquellos que, en principio, más
interesados deberían estar, por el ámbito de su especialización, en indagar en las armerías
desde una perspectiva social. Me refiero, claro, a los historiadores de la nobleza. Dada la
potencial importancia de la contribución que estos últimos podrían hacer a un conoci-
miento más completo de las armerías, como un elemento estrechamente vinculado a las
dinámicas sociales medievales y modernas, hemos optado por ofrecer en este artículo un
acercamiento doble: de un lado a las investigaciones centradas en las armerías, y de otro las
contribuciones a la heráldica integradas en estudios globales de la nobleza. Pretendemos
así contribuir a relacionar dos perspectivas hasta ahora insuficientemente conectadas entre
sí y, ambas, necesitadas aún de más ambiciosas investigaciones.
El segundo desequilibrio al que aludíamos consiste en la atención preferente que, tradi-
cionalmente, se ha otorgado a las armerías de la Edad Media, frente a las de la Edad Moderna.
Esta circunstancia ha sido tajantemente señalada, por ejemplo para Francia, por Pastoureau3
o de Boos4. En España, las armerías modernas carecen prácticamente de estudios científicos.
Los mejores heraldistas han prodigado la mayoría de sus esfuerzos en el estudio de los siglos
XIII a mediados del XVI, mientras que las armerías del período que continúa hasta princi-
pios del XIX han sido, sobre todo, el pasto favorito de los intrusos y meros curiosos. Significa-
tivamente, también se observa que, entre los historiadores, son los medievalistas quienes han
realizado incursiones más interesantes en el campo de la heráldica, mientras que las de los
modernistas han sido, en general, mucho más puntuales y superficiales. Urge, pues, ponerse
manos a la obra. Es por ello que hemos incluido en este trabajo un apartado con posibles
líneas de investigación sobre la heráldica de la Edad Moderna.
Con estos objetivos de fomentar el progreso de los estudios sobre armerías en España,
la creciente asociación entre heráldica e Historia, y la especial indagación en los siglos mo-
dernos, hemos elaborado esta contribución, en la que, tras exponer con brevedad los sucesi-
vos enfoques de la investigación heráldica, nos centramos en las publicaciones de heraldistas
e historiadores de la nobleza sobre la Edad Media y la Edad Moderna, para finalizar con las
posibilidades de investigación para este último período histórico.

3. Ibidem, 264.
4. E. de Boos, “Les armoiries en France et dans la culture française”, en G. Redondo Veintemillas, A.
Montaner Frutos y M.ª C. García López (eds.), Actas del I Congreso Internacional de Emblemática General,
II, Zaragoza, 2004, 973.

318 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340


José Manuel Valle Porras Miscelánea

2. Las obras sobre armerías hasta el fin del Antiguo Régimen


(siglos XIII-XVIII): tratadística y erudición heráldicas5
En el período de su aparición, las armerías debieron captar escasamente la reflexión de la
gente, seguramente al haber surgido de forma gradual y ser vistas como algo normal. Poste-
riormente, a partir del siglo XIII, surge la actitud reflexiva ante las mismas, que se manifestó
primero en el interés por coleccionarlas en armoriales6. Pero será a mediados del siglo XIV
cuando se inicie la gran tradición de la tratadística heráldica, que centrará el estudio y re-
glamentación de las armerías durante finales de la Edad Media y toda la Edad Moderna. El
punto de partida fue el célebre Tractatus de insigniis et armis del jurisconsulto italiano Barto-
lo de Sassoferrato7, en el que se abordan las armerías desde un punto de vista jurídico, pero
también con atención a los aspectos formales. Estos últimos, sin embargo, se exponen sin
consideración a la perspectiva histórica, inaugurando así lo que será una constante de la tra-
tadística europea, más allá incluso del final del Antiguo Régimen: «la insistencia en mostrar
cómo deberían ser usados los emblemas y no cómo eran usados en realidad»8.
Siguiendo esta orientación didáctica y normativa, y de la mano del resurgimiento del
ideal caballeresco, encontramos, en el siglo XV y hasta entrado el XVI, una prolija produc-
ción de tratados heráldicos, destacando el Blason des couleurs, de Jean Courtois; el Blason
d’armes, de Clement Prinsault; y el Arbre des batailles, de Honoré Bounet, o Bouvet9. Tam-
bién en España se produjo una inusitada eclosión, con los trabajos de Diego de Valera10; Juan
Rodríguez de la Cámara, o del Padrón11; Gracia Dei12; Ferrán Mexía13; Diego Hernández de

5. Para esta cuestión se puede acudir también al estado de la cuestión publicado por E. Pardo de Guevara
y Valdés, “El estudio de los emblemas heráldicos del medievo peninsular. Estado de la cuestión”, Hispania,
175, 1990, 1.003-1.016; y, sobre todo, a la ampliación y actualización del mismo que realizó en: “Las armerías
en España y en la cultura española”, en G. Redondo Veintemillas, A. Montaner Frutos y M.ª C. García López
(eds.), Actas… op. cit., II, 711-740.
6. F. Menéndez Pidal de Navascués, Los emblemas heráldicos. Novecientos años de historia, Sevilla, 2014,
27.
7. Del Tractatus puede consultarse la edición de E. J. Jones, Medieval Heraldry: Some Fourteenth Century
Heraldic Works, Cardiff, 1943.
8. E. Pardo de Guevara y Valdés, “Las armerías en España… loc. cit., 713.
9. P. B. Valverde Ogallar, Manuscritos y heráldica en el tránsito a la Modernidad: el libro de armería de
Diego Hernández de Mendoza, tesis doctoral, Madrid, 2001, 27. Disponible en: http://www.bne.es/opencms/
es/Micrositios/Guias/Genealogia/resources/docs/Valverde.pdf [consultada el 8 de junio de 2014].
10. D. de Valera, Epístolas y Tratados, en M. Penna, Prosistas castellanos del siglo XV, I, Madrid, 1959,
1-202.
11. J. Rodríguez de la Cámara, Cadira del honor, en A. Paz y Meliá (ed.), Obras, Madrid, 1884, 129-186.
12. P. de Gracia Dei, Blasón General y Nobleza del Universo, Coria, 1489. Edición facsímil en Madrid,
1882.
13. F. Mexía, Nobiliario vero, Sevilla, 1492. Edición facsímil en Madrid, 1974.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340 319


Miscelánea La investigación sobre Heráldica española, con especial atención a la Edad Moderna

Mendoza14; o Garci Alonso de Torres15, entre otros. Estos tratadistas, varios de los cuales fue-
ron heraldos, retoman las ideas de Bartolo, aunque, a menudo, para darles un giro restrictivo
y aristocratizante, en oposición a la libertad en el uso de armerías que postulaba el jurista
italiano.
Desde las últimas décadas del siglo XVI y durante el XVII se publican auténticos ma-
nuales, en los que la reglamentación se lleva al extremo, con el consiguiente alejamiento de
los usos reales. Sobresalió la producción francesa, que podemos iniciar con Le blason des
armoiries (1579), de Jérôme de Bara, y continuar con el Mercure armorial (1648), de Charles
Segoing; La vraye et parfaicte science des armoiries (1660), de Pierre Palliot; y, sobre todo,
los hasta dieciséis tratados heráldicos publicados por el padre Ménestrier entre 1659 y 1705,
con sus correspondientes reediciones revisadas16. Esta tratadística, de carácter esencialmente
formalista y descriptivo, estuvo presente también en otros países europeos. A España llega
ya en el siglo XVIII, con varias obras que siguen con extremada fidelidad el modelo francés,
como Ciencia heroica (1725), del marqués de Avilés17; Adarga catalana (1753), de Garma y
Durán18; o el Compendio heráldico (1775), de Aldazábal y Murguía19, trabajos que optan por
la sistematización de una serie de reglas enteramente alejadas de los usos históricos.
Frente a esta tradición, abrumadoramente mayoritaria en la producción sobre herál-
dica de la Edad Moderna, hemos de mencionar otro tipo de obras del mismo período, mi-
noritarias y con menor difusión, pero renovadoras en sus planteamientos y, sin duda, de un
mayor interés. Nos referimos a aquellas que Pastoureau encuadra dentro de lo que llama
«erudición heráldica»20, caracterizadas porque en ellas se recurre a las armerías antiguas en
calidad de testimonio al servicio de la reconstrucción histórica. Se trata, pues, de un enfoque
más moderno que el de al tratadística, ya que, en lugar de plantear una clasificación ideal y
atemporal de las armerías, que no se correspondía con las variedades en el tiempo y el espa-
cio, atiende directamente a los testimonios concretos, con la finalidad de identificar y datar
personajes y documentos. La heráldica adquiere de esta manera su condición de ciencia auxi-
liar de la historia. Dentro de este campo erudito hay que mencionar, en Francia, a individuos
como Claude Fauchet (1530-1602), Jean-Jacques Chifflet (1588-1660) y su hijo Jules Chifflet
(1610-1676), o Bernard de Montfaucon (1655-1741). Pero, por sus aportaciones heráldicas,
fueron dos los autores más destacados. Uno de ellos es Charles Du Fresne, señor Du Cange
(1610-1688), que escribió un tratado sobre armerías (Traité du droit des armes) superior a
todos los realizados en el siglo XVIII, gracias a su carácter crítico y su enfoque jurídico e
histórico, pero que, reveladoramente, permaneció manuscrito. Fue, según Pastoureau, un

14. P. B. Valverde Ogallar, Manuscritos y heráldica… op. cit.


15. M. de Riquer, Heráldica castellana en tiempos de los reyes católicos, Barcelona, 1986.
16. M. Pastoureau, Traité… op. cit., 72-74.
17. J. de Avilés Iturbide, Ciencia heroyca reducida a las leyes heráldicas del blasón, Barcelona, 1725, 2 vols.
18. F. X. de Garma y Durán, Adarga catalana, arte heráldica y prácticas reglas del blasón, Barcelona, 1753,
3 vols.
19. P. J. de Aldazábal y Murguía, Compendio heráldico. Arte de escudos de armas según el método más
arreglado del blasón, y autores españoles, Pamplona, 1775.
20. M. Pastoureau, Traité… op. cit., 74.

320 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340


José Manuel Valle Porras Miscelánea

auténtico «précurseur» de la moderna heráldica científica. La otra gran figura es la de Roger


de Gaignères (1642-1715), gran compilador de sellos y armerías, que ha legado a la poste-
ridad un valiosísimo material documental, ya que parte de los originales que copió hoy se
encuentran desaparecidos21. En España también encontramos representantes de esta tenden-
cia erudita, que buscaron –y copiaron– testimonios heráldicos originales, usándolos como
fuentes en las que basar sus reconstrucciones históricas o genealógicas, aunque el cultivo de
este enfoque fue de una entidad y ambición mucho menor que en el país vecino. En el siglo
XVI podemos mencionar a Jerónimo Zurita, Jerónimo de Aponte o Ambrosio de Morales, y
en el XVII a Esteban de Garibay, Nicolás Antonio o la figura mayúscula de Luis de Salazar y
Castro. Sus aportaciones, sin embargo, no tuvieron continuidad, y en el Setecientos terminó
de imponerse en nuestro país la tendencia teórica y didáctica representada por la tratadística,
que siempre había gozado de mayor difusión en el terreno de las armerías22.

3. Las tendencias contemporáneas


Frente al general imperio, hasta el siglo XVIII, de las obras que presentan una visión idealista
y atemporal de las armerías, a partir del siglo XIX se desarrollan nuevos acercamientos de
carácter riguroso y científico que, muy lentamente, en un proceso que todavía hoy no ha ter-
minado, irán reemplazando al de la tradicional tratadística. Seguimos aquí la clasificación y
terminología de Menéndez Pidal de Navascués, quien distingue los dos siguientes enfoques,
que surgen sucesivamente en el tiempo23.

a. El enfoque histórico-arqueológico
Aunque con un evidente antecedente en las obras eruditas de la Edad Moderna, su desarrollo
corresponde propiamente al siglo XIX y primera mitad del XX. Se trata de la primera co-
rriente científica de estudio de las armerías. Este enfoque ve en ellas documentos al servicio
de la reconstrucción histórica, lo que llevará a la realización de estudios y ediciones de las
principales fuentes: sellos y armoriales. En parte, el interés por estos documentos se vio in-
fluido por el Romanticismo de la época y su nueva valoración de la Edad Media.
Uno de los pioneros de la nueva tendencia fue el británico James Robinson Planché,
quien en su The pursuivant of arms; or, Heraldry founded upon facts (1851) –obra de signifi-
cativo subtítulo–, parte de las fuentes heráldicas para desmentir ideas enunciadas en algunos

21. Sobre los principales autores de la erudición heráldica francesa de la Edad Moderna, hemos seguido
a M. Pastoureau, Traité… op. cit., 74-76.
22. P. B. Valverde Ogallar, Manuscritos y heráldica… op. cit., 28-29.
23. F. Menéndez Pidal de Navascués, Los emblemas heráldicos. Una interpretación… op. cit., 27-35; y Los
emblemas heráldicos. Novecientos… op. cit., 9-40.

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Miscelánea La investigación sobre Heráldica española, con especial atención a la Edad Moderna

tratados, como que las armerías procedan de la Antigüedad o que su finalidad hubiese sido
siempre la de recordar hechos gloriosos24.
En Alemania destacó la obra de Gustav A. Seysler, Geschichte der Heraldik (1890), que
por primera vez presentaba una exposición evolutiva de las armerías25. En Francia encontra-
mos las diversas aportaciones de Max Prinet (1867-1937) y de Louis Bouly de Lesdain (1867-
1946), continuadas por las de Rémi Mathieu (1919-1981), quien en 1946 publicó Le système
héraldique français, un estudio jurídico de las armerías francesas durante la Edad Moderna;
y Paul Adam-Even (1900-1964), autor ya de transición hacia el siguiente enfoque científico.
En Suiza hay que mencionar a D. L. Galbreath (1884-1949), cuyo célebre Manuel du blason
(1942) consideraba Pastoureau, todavía en 1979, «le meilleur manuel d’initiation, et le seul
qui fasse véritablement de l’ héraldique comparée»26. En Reino Unido, la figura descollante
fue la de Anthony Richard Wagner (1908-1995), rey de armas Clarenceux y prolífico autor,
del que destacan sus trabajos sobre la historia del oficio de heraldo, en particular en su país27.

b. El enfoque histórico-antropológico
La ampliación de conocimientos, junto con las carencias del anterior enfoque, llevaron a los
investigadores a planteamientos novedosos. El positivismo inherente a la obtención de fuen-
tes, la datación de textos y la identificación de personajes e instituciones, el análisis de la evo-
lución formal, o incluso la indagación de los diversos marcos jurídicos referidos a la heráldi-
ca, acabó convirtiéndose en un paradigma insuficiente. Este tuvo el mérito de convertir los
estudios de armerías en una disciplina científica, pero su búsqueda solía limitarse a la mera
exhumación y descripción de hechos históricos, sin interrogar sobre las razones de estos fe-
nómenos y su vinculación con otras parcelas relativas al hombre. «El enfoque arqueológico
se dirigía a averiguar cómo fueron los emblemas en su aspecto formal, pero no sólo debemos
averiguar cómo fueron, sino también por qué fueron así, las causas humanas de la creación y
evolución del sistema heráldico»28. Surge así el nuevo planteamiento, llamado por Menéndez
Pidal de Navascués «histórico-social, o mejor histórico-antropológico»�, que trae consigo
una importante ampliación del espectro de la investigación sobre armerías, al estudiar estas
no aisladamente, sino en conexión con un amplio elenco de hechos humanos. Los emblemas
heráldicos se consideran ahora en su relación con la sociedad, sus rasgos y su evolución.
Este enfoque responde, de hecho, a la nueva orientación de la historia hacia los estudios
sociales. Sus primeros pasos pueden señalarse en los años 60 del siglo XX, aunque su expo-
sición sistemática no llegará hasta la segunda mitad de la década de los 70, con varias obras

24. F. Menéndez Pidal de Navascués, Los emblemas heráldicos. Novecientos… op. cit., 33.
25. Ibidem, 34.
26. M. Pastoureau, Traité… op. cit., 328.
27. A. R. Wagner, Heralds and Heraldry in the Middle Ages, Oxford, 1960; y Heralds of England: a history
of the Office and College of arms, London, 1967.
28. F. Menéndez Pidal de Navascués, Los emblemas heráldicos. Novecientos… op. cit., 35.

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de Michel Pastoureau, en particular con su importantísimo Traité d’ héraldique (1979)29. Este


libro compendia los conocimientos científicos del momento sobre las armerías y sus diversas
manifestaciones, y propone líneas de investigación que desde entonces se han demostrado
muy fértiles, destacando las que parten de la Historia de las Mentalidades (significaciones
de figuras y colores en las armerías, la heráldica imaginaria, etc.) y la realización de estudios
comparativos con el tratamiento estadístico de las fuentes heráldicas. Desde su publicación,
el Traité se ha convertido en el texto obligatorio para cualquier historiador que quiera ini-
ciarse en esta materia.

4. Las nuevas tendencias en la investigación española.


En nuestro país, la pervivencia de las tendencias tradicionales propias de la antigua tratadís-
tica ha sido, como decíamos al principio, más intensa que en otros países europeos. Las visio-
nes idealistas y formalistas, combinadas con elementos del enfoque histórico-arqueológico,
se encuentran en la obra de algunos de los autores más relevantes de la heráldica española
del siglo XX. Me refiero a Vicente de Cadenas y Vicent (1915-2005), autor tanto de tratados
teóricos y léxicos de heráldica en los que aparece como la última reencarnación de los Mé-
nestrier y Avilés de los siglos XVII y XVIII30, como de utilísimos catálogos extractados de ex-
pedientes de caballeros de órdenes militares con información genealógica y de armerías31; o a
los hermanos García Carraffa, cuya Enciclopedia heráldica y genealógica hispano-americana,
aunque impresionante por la amplia información que recoge, adolece de falta de sentido
crítico, dando por verdaderas las invenciones de heraldistas y genealogistas de la Edad Mo-
derna32. Algunas de estas obras, y otras de similares características, han de ser tomadas por
el historiador con sumo cuidado, tratando de usar lo que de aprovechable haya en ellas, y de
obviar las meras reiteraciones de idealizaciones e invenciones de siglos pretéritos.
El gran renovador de los estudios heráldicos españoles ha sido, en la segunda mitad del
siglo XX y primeros años del XXI, don Faustino Menéndez Pidal de Navascués. Fue él quien
introdujo en ellos tanto una rotunda y decidida rigurosidad, como el enfoque que describió
como histórico-antropológico. De momento, añadiré tan sólo que la mejor obra de conjunto
sobre la heráldica española era su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia,
publicado en 199333. Pero este texto, ampliamente desarrollado y complementado con los
resultados de multitud de sus otros trabajos menores, y todo ello perfectamente integrado
en una exposición coherente, ha dado como resultado un trabajo aún mayor, Los emblemas

29. M. Pastoureau, Traité… op. cit., 1979.


30. V. de Cadenas y Vicent, Fundamentos de Heráldica (ciencia del blasón), Madrid, 1975; Diccionario
heráldico. Términos, piezas y figuras usadas en la ciencia del blasón, Madrid, 1976.
31. Me refiero aquí a sus conocidos extractos de expedientes de ingreso en las órdenes de Santiago,
Calatrava, Alcántara y Carlos III de los siglos XVIII y XIX.
32. No obstante, en ocasiones también puede ser una práctica fuente de información. A. García Carraffa
y A. García Carraffa, Enciclopedia heráldica y genealógica hispano-americana, Madrid, 1919-1954, 77 vols.
33. F. Menéndez Pidal de Navascués, Los emblemas heráldicos. Una interpretación… op. cit.

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Miscelánea La investigación sobre Heráldica española, con especial atención a la Edad Moderna

heráldicos. Novecientos años de historia (2014), que constituye, sin duda, el legado del autor
y el trabajo imprescindible para quien se adentra en el estudio de los escudos de armas en
España34. Para este ámbito equivale, sin duda, a lo que el Traité de Pastoureau representa para
el acercamiento al conocimiento de las armerías del conjunto de Europa.
Otras destacadas figuras han sido o son las de Martín de Riquer, polifacético inves-
tigador que ha contribuido con serios y sugerentes acercamientos a las armerías españolas
desde la literatura y los armoriales; y, en las tres últimas décadas, merece la pena destacar
las aportaciones renovadoras de Eduardo Pardo de Guevara, Alfonso de Ceballos-Escalera
y Gila y, más recientemente, Carlos López-Fanjul de Argüelles. De la obra de todos ellos nos
ocuparemos a continuación.

5. La investigación española sobre las armerías de la Edad


Media
a. Estudios centrados en los emblemas heráldicos
Al igual que en el resto de Europa, también en España es la heráldica medieval la que, con
diferencia, más atención ha merecido, tanto de heraldistas propiamente dichos, como de his-
toriadores que se han acercado a las armerías. Entre los primeros, y como ya adelantábamos,
ha sido don Faustino Menéndez Pidal de Navascués el gran innovador e impulsor. Sus apor-
taciones han abarcado múltiples frentes, incluyendo –sólo o en colaboración– el de la edición
de fuentes heráldicas, que incluyen sellos35, armoriales36 y obras de arte37, y que se suman a las
aportaciones de otros investigadores38. Pero la mayor parte de sus publicaciones se ocupan
de estudiar las armerías y sus usos. En su citado libro de 2014, compendio de toda una vida
de investigación, se recogen los diversos temas que ha ido trabajando y dando a conocer en
artículos y comunicaciones previas. Su obra, en efecto, se ocupa de un amplio abanico de
cuestiones, incluyendo la aparición de los emblemas heráldicos en España39 y su evolución

34. F. Menéndez Pidal de Navascués, Los emblemas heráldicos. Novecientos… op. cit.
35. F. Menéndez Pidal de Navascués y E. Gómez Pérez, Matrices de sellos españoles. Siglos XII al XVI,
Madrid, 1987. F. Menéndez Pidal de Navascués, M. Ramos Aguirre, y E. Ochoa de Olza, Sellos medievales
de Navarra. Estudio y corpus descriptivo, Pamplona, 1995. F. Menéndez Pidal de Navascués, Sigilografía en
la Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 2002.
36. F. Menéndez Pidal de Navascués (ed.), Caballería medieval burgalesa. El libro de la cofradía de Santiago,
Cádiz, 1996. F. Menéndez Pidal de Navascués y J. J. Martinena Ruiz (eds.), Libro de Armería del Reino de
Navarra, Pamplona, 2001.
37. J. Martínez de Aguirre y F. Menéndez Pidal de Navascués, Emblemas heráldicos en el arte medieval
navarro, Pamplona, 1996.
38. M. de Riquer, Heráldica castellana… P. B. Valverde Ogallar, Manuscritos y heráldica… op. cit.
39. F. Menéndez Pidal de Navascués, “Los comienzos de la heráldica en España”, Mélanges offerts à Szabolcs
de Vajay, Braga, 1971, 415-424; y “Le début des emblèmes héraldiques en Espagne”, Armas e Troféus, 3-4,

324 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340


José Manuel Valle Porras Miscelánea

posterior40, las armerías parlantes41, el uso de brisuras42, los blasones de algunos linajes de la
nobleza castellana43, los escudos de armas usados por plebeyos44, o la heráldica imaginaria y
literaria45, entre otras. Una de sus más destacadas contribuciones ha sido el estudio sistemá-
tico de las armerías usadas por las casas reales españolas, en especial la castellano-leonesa46,
pero también la navarra47 y la aragonesa48.
Comparadas con la admirable y prolífica producción de Menéndez Pidal, palidecen las
aportaciones de otros investigadores. Pese a ello, y afortunadamente, contamos con otros auto-
res que también han realizado muy importantes contribuciones al conocimiento de la heráldica
medieval española, en particular de algunas regiones determinadas. Uno de los más relevantes
es el ya mencionado Martín de Riquer, quien en la pasada década de los 80 publicó varios
trabajos de interés, entre ellos un completo estudio sobre la heráldica catalana49. Las armerías
navarras son también de las mejor conocidas de España durante la Edad Media, no sólo por las
ambiciosas ediciones de fuentes llevadas a cabo –incluidas entre las arriba citadas–, sino tam-

1982-1983, 4-48.
40. F. Menéndez Pidal de Navascués, “Los comienzos del uso conjunto de varias armerías. Cuándo, cómo
y por qué», Hidalguía, 200, 1987, 301-335; “Desarrollo y crisis del sistema heráldico (siglos XIII-XV)”,
Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, 1, 1991, 87-100.
41. F. Menéndez Pidal de Navascués, “Des relations entre les les armoiries et les noms de famille en
Espagne et au Portugal”, 12 Internationaler Kongress für genealogische und heraldische Wissenschaften
München 1974, Stuttgart, 1978, 279-290.
42. F. Menéndez Pidal de Navascués, “Las brisuras en las Casas soberanas de España medieval”, Recueil
du 11e congrès international des sciences généalogique et héraldique, Lieja, 1972, 373-378; “El uso en España
de diferencias en las armerías medievales”, Brisures, augmentations et changements d’armoiries, Actes du 5e
Colloque international d’ héraldique, Bruselas, 1988, 177-197.
43. Destacan, en particular, sus estudios sobre los Mendoza. F. Menéndez Pidal de Navascués, “Las armas
de los Mendoza», Armas e Troféus, 6, 1965, 5-15; “Las armas de los Mendoza: un ejemplo de los usos de
fines de la edad media”, en F. Menéndez Pidal de Navascués (coord.), Las armerías en Europa a fines de la
edad media y su proyección al Nuevo Mundo, Actas del VII Coloquio Internacional de Heráldica, Madrid,
1993, 279-295.
44. F. Menéndez Pidal de Navascués, “Armoiries non nobles en Espagne”, Les armoirires non nobles en
Europe: XIIIe – XVIIIe s. IIIe Colloque International d’ Héraldique, Montmorency, 1983, 95-104. Reeditado en
Príncipe de Viana, 241, 2007, 451-462.
45. F. Menéndez Pidal de Navascués, “Posibles vestigios en España de la Heráldica Artúrica”, Hidalguía,
25, 1978, 9-22.
46. F. Menéndez Pidal de Navascués, Heráldica medieval española I. La casa real de León y Castilla,
Madrid, 1982. Esta obra ha sido mejorada en una edición posterior, con el título de Heráldica de la casa real
de León y de Castilla (siglos XII-XVI), Madrid, 2012.
47. F. Menéndez Pidal de Navascués, “Emblemas reales: del águila a las cadenas”, en L. J. Fortún (dir.),
Sedes reales de Navarra, Pamplona, 1991, 28-43; y F. Menéndez Pidal de Navascués y J. Martínez de Aguirre,
El escudo de Armas de Navarra, Pamplona, 2001.
48. F. Menéndez Pidal de Navascués, “Palos de oro y gules”, Studia in Honorem Prof. M. de Riquer, IV,
Barcelona, 1991, 669-704.
49. M. de Riquer, Heràldica catalana, Barcelona, 1983, 2 vols.

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Miscelánea La investigación sobre Heráldica española, con especial atención a la Edad Moderna

bién por las contribuciones de autores como Aranegui50, Martínez de Aguirre51, o las de Ramos
Aguirre sobre cimeras y elementos paraheráldicos52. Eduardo Pardo de Guevara y Valdés se ha
acercado a la heráldica gallega partiendo en lo fundamental de las fuentes arqueológicas, pero
con un interesante enfoque social, poniendo de manifiesto la importancia de los procesos de
imitación, sobre los cuales Menéndez Pidal ha llamado la atención reiteradas veces53. De la he-
ráldica asturiana en torno a los siglos XV y XVI se ha ocupado Carlos López-Fanjul de Argüe-
lles, en una reciente monografía que quizás sea el trabajo más riguroso y sistemático existente
hasta ahora sobre las armerías de una región de la antigua Corona de Castilla54.
Uno de los temas que más interés ha despertado es el de las heráldicas literaria e imagi-
naria, ambas estrechamente relacionadas. Hemos aludido ya a un aporte pionero de Menén-
dez Pidal de Navascués, de 1978, relativo a la posible influencia de las armerías artúricas en
las de algunos linajes españoles. Relacionado con este, contamos con un trabajo más reciente,
de Contreras Martín, centrado en los emblemas heráldicos presentes en la literatura castella-
na sobre la materia de Bretaña55. Pero son las novelas de caballerías las que mayor atención
han recibido, desde el completo artículo que en 1980 dedicara Riquer al Amadís de Gaula56,
pasando por una ponencia de Montaner Frutos en la que se dedica espacio a la heráldica en
los libros de caballerías57, y un artículo de Sales Dasí sobre armerías en los continuadores
del Amadís58, hasta llegar al interesante acercamiento de López-Fanjul de Argüelles, en el

50. M. de Aranegui, “Legislation of arms in the kingdom of Navarre”, Internationaler Kongreß für
genealogische und heraldische Wissenschaften, Stuttgart, 1978, vol. H, 243-251.
51. J. Martínez de Aguirre, “Una carta de ennoblecimiento y concesión de armas otorgada por los últimos
reyes privativos de Navarra (1494)”, Emblemata, 5, 2000, 307-318; “Armerías imaginarias de los reyes de
Navarra (siglos XV-XVI)”, en G. Redondo Veintemillas, A. Montaner Frutos y M.ª C. García López (eds.),
Actas… op. cit., II, 743-759.
52. M. Ramos Aguirre, “La cimera real de Navarra”, Príncipe de Viana. Anejo, 14, 1992, 467-475;
“Ornamentos paraheráldicos de la Casa Real de Navarra. La cimera”, Anales de la Real Academia Matritense
de Heráldica y Genealogía, 3, 1994-1995, 109-128; y “Las cimeras en la heráldica navarra”, en G. Redondo
Veintemillas, A. Montaner Frutos y M.ª C. García López (eds.), Actas… op. cit., II, 845-865.
53. E. Pardo de Guevara y Valdés, Palos, fajas y jaqueles. La fusión de armerías en Galicia, Lugo, 1997;
y, más recientemente, Parentesco e identidad en la Galicia bajomedieval. Linajes, costumbres onomásticas y
armerías, Santiago de Compostela, 2016.
54. C. López-Fanjul de Argüelles, Águilas, lises y palmerines. Orígenes y evolución de la heráldica asturiana,
Gijón, 2008.
55. A. Contreras Martín, “La heráldica en la literatura artúrica castellana”, en S. Fortuño Llorens y T.
Martínez Romero (eds.), Actas del VII Congrés de l’Associació Hispànica de Literatura Medieval, II, Castellón
de la Plana, 1999, 71-84.
56. M. de Riquer, “Las armas en el «Amadís de Gaula»”, Boletín de la Real Academia Española, 221, 1980,
331-427.
57. A. Montaner Frutos, “La emblemática caballeresca y la identidad del caballero”, en E. B. Carro Carbajal,
L. Puerto Moro y M.ª Sánchez Pérez (eds.), Libros de caballerías (de “Amadís” al “Quijote”). Poética, lectura,
representación e identidad, Salamanca, 2002, 267-306.
58. E. Sales Dasí, “Una primera aproximación a la heráldica literaria de las continuaciones caballerescas
del Amadís de Gaula”, Emblemata, 9, 2003, 219-230.

326 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340


José Manuel Valle Porras Miscelánea

que, retomando en parte el planteamiento de Menéndez Pidal, se atiende a la influencia de


la heráldica de las novelas de caballerías en las armerías reales, en particular de familias en
proceso de ascenso social, durante los siglos XV y XVI59. Y de las armerías presentes en una
novela de caballerías de este último siglo se ocupa Marín Pina en un reciente trabajo60. Recor-
demos, por último, un artículo de Martínez de Aguirre, citado en el párrafo anterior, sobre las
armerías imaginarias de los reyes de Navarra en los mismos siglos.
Otras cuestiones abordadas han sido la heráldica municipal61, o la presencia de las ar-
merías en las ceremonias funerarias62, temas en los que, de nuevo, es insoslayable la impronta
dejada por Menéndez Pidal.
Finalmente hemos de mencionar las comunicaciones presentadas en los varios Semi-
narios Ibéricos de Heráldica habidos hasta la fecha, en el Primer Congreso Internacional de
Emblemática General, celebrado en Zaragoza en 199963, y, sobre todo, los múltiples artículos
aparecidos en las revistas Hidalguía (desde 1953), Anales de la Real Academia Matritense de
Heráldica y Genealogía (desde 1991), y la aragonesa Emblemata (desde 1995).

b. Estudios sobre nobleza


Entre los historiadores medievalistas interesados en la nobleza, el acercamiento a las arme-
rías ha venido de la mano, fundamentalmente, del estudio del linaje y sus rasgos definitorios.
Como expresa Gerbet, «no es el escudo en sí mismo lo que nos interesa, […] sino su papel
dentro del linaje». Es precisamente esta historiadora francesa la que, siguiendo dicho plan-

59. C. López-Fanjul de Argüelles, “Sinople y sable: diálogo entre las heráldicas auténtica y literaria en
la Asturias de los siglos XV y XVI”, Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, 8/1,
2004, 521-537.
60. M.ª C. Marín Pina, “La verdad de la mentira: armas de linaje y «Letras de invención» en Mexiano de la
Esperanza (1583), un libro de caballerías manuscrito”, Emblemata, 20-21, 2014-2015, 263-281.
61. F. Menéndez Pidal de Navascués, “Los orígenes de la heráldica municipal española”, Ponencias,
comunicaciones y conclusiones del I Congreso Ítalo-Español de Historia Municipal, Madrid, 1958, 247-252;
y “Del emblema sigilar a las armerías de las ciudades”, en J.-C. Muller (ed.), La ville et ses habitants: aspects
généalogiques, héraldiques et emblématiques, Luxemburgo, 1999, 309-322. Reeditado en Príncipe de Viana,
241, 2007, 703-712. M. Ramos Aguirre, “Concesiones de armas a municipios por los Reyes de Navarra”,
en F. Menéndez Pidal de Navascués (coord.), Las armerías en Europa al comenzar la Edad Moderna y su
proyección al Nuevo Mundo. Actas del VII Coloquio Internacional de Heráldica, Madrid, 1993, 367-374.
62. M. de Aranegui, “Funeral armorial bearings in the province of Álava in the Basque country”, Recueil
du septième Congrès international des sciences généalogique et héraldique, La Haya, 1964, 159-160; F.
Menéndez Pidal de Navascués, “Heráldica funeraria en Castilla”, Hidalguía, 12, 1965, 133-144. Reeditado
en F. Menéndez Pidal de Navascués, Leones y castillos. Emblemas heráldicos en España, Madrid, 1999, 147-
162; J. Arias Nevado, “El papel de los emblemas heráldicos en las ceremonias funerarias de la Edad Media
(siglos XIII-XVI)”, en M. Á. Ladero Quesada (coord.), Estudios de genealogía, heráldica y nobiliaria, Madrid,
2006, 49-80.; y F. Español Bertrán, “El «correr les armes». Un aparte caballeresco en las exequias medievales
hispanas”, Anuario de Estudios Medievales, 37/1, 2007, 867-905.
63. G. Redondo Veintemillas, A. Montaner Frutos y M.ª C. García López (eds.), Actas… op. cit., 3 vols.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340 327


Miscelánea La investigación sobre Heráldica española, con especial atención a la Edad Moderna

teamiento, desarrolla una de las aportaciones más interesantes. La encontramos en su cono-


cido estudio sobre la nobleza extremeña de finales de la Edad Media, publicado en 1979, en el
cual examina la relación entre primogenitura, apellido, armas y títulos, manejando abundan-
te información y extrayendo interesantes y sólidas conclusiones sobre los usos de las armerías
en su relación con los linajes de los diversos estratos nobles de Castilla en el siglo XV64.
Poco después encontramos un trabajo de Quintanilla Raso que asume un enfoque si-
milar, si bien mucho menos ambicioso. Se trata de un artículo de 1982, en el que examina
las armerías de los Fernández de Córdoba como parte de su análisis de este linaje65. Aunque
su alcance es muy limitado, pues no se analizan las armas de otros linajes cordobeses de los
que también se ocupa en el artículo, ni recurre a fuentes de archivo para sus observaciones
heráldicas, esta breve aportación tuvo una trascendencia mayor, al tomarse su esquema de
desarrollo como base para una investigación posterior de mayor altura. Me refiero ahora a la
tesis doctoral de Sánchez Saus, presentada a principios de 1986 y parcialmente publicada en
1989, en la que se estudia la nobleza bajomedieval de la ciudad de Sevilla, con especial interés
por la reconstrucción de los diversos linajes66. Considero que se trata de una obra pionera
en el estudio de la heráldica en España desde el campo de la historia. Aunque no se abunde
mucho en ella, su autor tiene la gran virtud de insertarla en su adecuado contexto histórico,
como uno de los signos propios del linaje, junto con el apellido o el solar.
Carácter más general tiene un utilísimo y apreciado trabajo de Beceiro Pita y Córdoba
de la Llave, de 199067, en el que, construyendo sobre lo aportado en publicaciones anterio-
res –respecto a las armerías, fundamentalmente las de Menéndez Pidal de Navascués–, estos
autores elaboran un marco general para Castilla, en el que el linaje y sus rasgos básicos como
el apellido, los emblemas heráldicos o los enterramientos familiares son analizados en sus di-
versas fases evolutivas desde el siglo XII a principios del XVI. Entre las virtudes de este libro
figura haber conectado y enmarcado las contribuciones realizadas desde la heráldica con las
de la historiografía en sentido estricto. En una línea semejante de globalidad podemos inscri-
bir también un artículo de Sánchez Saus, de 1994, donde de nuevo se abordan las armerías en
conexión con el linaje y el apellido, realizándose interesantes reflexiones que convierten este
trabajo en una sólida base teórica para el desarrollo de futuras investigaciones68.
El acercamiento a las armerías como elemento representativo e indisoluble del linaje,
según lo planteado por Gerbet o Sánchez Saus, y consagrado por Beceiro Pita y Córdoba de la
Llave, ha tenido continuadores en posteriores autores que se han ocupado de estudiar deter-
minadas casas nobles. Es el caso, por ejemplo, de Montero Tejada, quien en su investigación
sobre los Manrique (1996) dedica un capítulo a analizar el linaje y sus rasgos, incluyendo aquí

64. M.-C. Gerbet, La nobleza…, op. cit., 108-117.


65. M.ª C. Quintanilla Raso, “Estructuras sociales y familiares y papel político de la nobleza cordobesa
(siglos XIV y XV)”, En la España Medieval, 3, 1982, 331-352.
66. R. Sánchez Saus, Caballería y linaje en la Sevilla medieval. Estudio genealógico y social, Sevilla, 1989.
67. I. Beceiro Pita y R. Córdoba de la Llave, parentesco, poder y mentalidad. La nobleza castellana: siglos
XII-XV, Madrid, 1990.
68. R. Sánchez Saus, “De armerías, apellidos y estructuras de linaje”, En la España Medieval, 17, 1994, 9-16.

328 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340


José Manuel Valle Porras Miscelánea

las armas, si bien el haber recurrido únicamente a fuentes literarias y no de archivo, y su li-
mitación a exponer con ellas cuáles fueron las armerías utilizadas por las diferentes ramas de
este linaje, restan interés –en este campo– a su trabajo. Peor panorama encontramos en otros
autores, que han optado directamente por prescindir de estudiar las armerías. Como escribe
Sánchez Saus en 1999, «muchas de estas importantes obras, cuyo objeto declarado es el es-
tudio particular de una casa noble o un conjunto de linajes, presentan sus mayores lagunas
en […] la Emblemática, […] en los símbolos que promovían su imagen»69. Por citar un caso
a modo de ejemplo, en esta situación se encuentra el por otra parte muy meritorio estudio
de Cabrera Sánchez sobre la oligarquía cordobesa a finales de la Edad Media (1998), en el
que, aunque encontramos un capítulo sobre las cuestiones relacionadas del linaje, apellido y
mayorazgo, se eluden las armerías70.
Afortunadamente, más recientemente hemos asistido a una nueva vuelta de tuerca
en la aproximación de los medievalistas españoles a la heráldica. Así, en la misma –y, en
mi opinión, acertada– línea de vinculación de las armerías con el apellido y el linaje, pero
añadiendo tanto un uso más intensivo de fuentes arqueológicas como el recurso a tratados
genealógicos, se sitúa una pequeña joya salida de la pluma de Carriazo Rubio, publicada en
2002. Es un estudio sobre la construcción y preservación de la memoria genealógica de los
Ponce de León sevillanos a finales de la Edad Media, dotado de una atractiva combinación
de historia social y cultural71. Considero que, junto con las aportaciones de Sánchez Saus, se
trata de uno de los mejores acercamientos a la heráldica medieval realizados en nuestro país
por los historiadores de formación. Su enfoque ha sido retomado por Fernández del Hoyo en
su ambiciosa tesis doctoral, de 2013, sobre los Pimentel, la cual abarca tanto la Edad Media
como la Moderna72.

6. La investigación española sobre las armerías de la Edad


Moderna

a. Estudios centrados en los emblemas heráldicos.


Durante todo el siglo XX, el conocimiento de los escudos de armas de la Edad Moderna apenas
ha suscitado el interés de los investigadores, salvo en lo que se refiere a los numerosos catálogos
que recopilan las fuentes heráldicas de tipo arqueológico de diversas ciudades de nuestra geo-

69. R. Sánchez Saus, “Los estudios sobre la nobleza medieval hispánica”, en G. Redondo Veintemillas, A.
Montaner Frutos y M.ª C. García López (eds.), Actas… op. cit., I, 392.
70. M. Cabrera Sánchez, Nobleza, oligarquía y poder en Córdoba al final de la Edad Media, Córdoba, 1998.
71. J. L. Carriazo Rubio, La memoria del linaje. Los Ponce de León y sus antepasados a fines de la Edad
Media, Sevilla, 2002.
72. M. Fernández del Hoyo, De Portugal a Castilla: creación y recreación de la memoria linajística en la casa
condal de Benavente, Madrid, 2013. Tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid. Disponible en
http://eprints.ucm.es/22984/1/T34789.pdf [consultada el 2 de agosto de 2016].

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340 329


Miscelánea La investigación sobre Heráldica española, con especial atención a la Edad Moderna

grafía73. Lamentablemente, la mayoría de estos trabajos se ha limitado a reproducir y describir


los correspondientes escudos74, o a acompañarlos con noticias genealógicas sobre sus originales
propietarios75. Muy pocos sobresalen de la mediocridad76, y el análisis social acostumbra a estar
del todo ausente. Junto a estos catálogos hemos de mencionar otras ediciones de fuentes herál-
dicas de la Edad Moderna, por ejemplo en libros77 y en encuadernaciones78, lamentablemente
carentes de los convenientes análisis de las armerías que recogen.
Algo similar cabe decir de los estudios sobre armerías municipales –e institucionales en
general–, siendo este un terreno relativamente frecuentado, pero en el que hace falta trascen-
der lo meramente formal y local, para ofrecer análisis e interpretaciones que entronquen con
los aspectos socio-políticos y que se abran a marcos geográficos mayores79.
De nuevo fue Menéndez Pidal el primero en introducir rigor en la investigación de este
período. Aunque, como decíamos, le dedicó una atención mucho menor que al medieval, lo
cierto es que sentó sin duda las primeras bases conceptuales en algunas aproximaciones que

73. Una extensa relación de los mismos puede encontrarse en L. Valero de Bernabé y Martín de Eugenio,
Análisis de las características generales de la heráldica gentilicia española y de las singularidades heráldicas
existentes entre los diversos territorios históricos hispanos, tesis doctoral, Madrid, 2007, 12-19. Disponible en:
http://eprints.ucm.es/7764/1/T30274.pdf [consultada el 26 de septiembre de 2016].
74. Es el caso, por ejemplo, de la serie de catálogos que, bajo el título común de Repertorio de Heráldica de
la Región de Murcia, ha coordinado Antonino González Blanco. Mencionemos, entre ellos, el realizado por
J. M. Cutillas de Mora et alii, Caravaca. Repertorio Heráldico, Murcia, 1998.
75. Aquí he de entonar el mea culpa, pues mi primera publicación sobre armerías, aunque dotada de una
pertinente investigación de archivo sobre el estamento nobiliario y las familias hidalgas locales, adolecía de
excesiva candidez en la interpretación de los documentos y, sobre todo, de un insuficiente interrogatorio
a las fuentes heráldicas. J. M. Valle Porras, El rumor de las piedras. Heráldica y genealogía de Cabra, Cabra,
2009. Espero haber corregido estas deficiencias, en lo que respecta a las armerías municipales, con mi
artículo “Análisis histórico del escudo municipal de Cabra”, Trastámara, 15, 2015, 23-50; y, en cuanto a las
armerías de la nobleza de la localidad, con otro trabajo que espero poder publicar en un futuro cercano.
76. Entre los que sí lo hacen merece la pena destacar, por ejemplo, los dos libros de M. de Viguri, Heráldica
palentina I. La ciudad de Palencia, Palencia, 2005; Heráldica palentina II. La Tierra de Campos, Palencia,
2005.
77. D. de la Válgoma y Díaz-Varela, Mecenas de libros, su heráldica y su nobleza, I, Burgos, 1966.
78. J. A. Yeves Andrés, Encuadernaciones heráldicas de la Biblioteca Lázaro Galdiano, Madrid, 2008.
79. Ejemplo de consideración de un ámbito geográfico amplio es el artículo de M. Monreal Casamayor,
“Consecuencias de la Guerra de Sucesión española en la heráldica municipal aragonesa”, Actes du XXIe
Congrès international des sciences généalogique et héraldique. 1. La ville et ses habitants: aspects généalogiques,
héraldiques et emblématiques, Luxemburgo, 1999, 323-342.

330 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340


José Manuel Valle Porras Miscelánea

escribió en la última década del pasado siglo80, desarrolladas más recientemente en su gran
obra de conjunto sobre las armerías españolas81.
Por otra parte, en los últimos años, los trabajos de diversos heraldistas permiten atisbar
un creciente interés por las armerías de la Edad Moderna, acompañado con un renovado
espíritu científico. Algunas de las aportaciones más interesantes proceden del ya citado Ló-
pez-Fanjul de Argüelles, quien en tres recientes artículos ha estudiado las armerías de nueva
creación concedidas en el siglo XVI a los conquistadores de Indias, a los caciques que colabo-
raron con los españoles, y a las nuevos municipios americanos, con un atractivo enfoque que
combina los aspectos formales con la estadística y la literatura82.
Algunos temas han recibido cierta atención en aportaciones puntuales, como las de
Darna Galobart sobre la heráldica de artesanos y gremios de Barcelona83; o las de Sastre y
Arribas, y Quiroga Conrado, en torno a la presencia de armerías en los funerales de este pe-
ríodo84. De la heráldica comparada, con la elaboración de índices de frecuencia de figuras y
colores, se ha ocupado con más profusión Valero de Bernabé en su completa tesis doctoral y
en diversas publicaciones que aplican este tratamiento estadístico a regiones o tipos de figu-
ras determinados85. Menor atención ha merecido, en cambio, la evolución de los usos herál-
dicos durante los siglos modernos, objeto, sin embargo, de un llamativo artículo de Esparza
Leibar86. Asimismo, y frente a cierto interés suscitado por la heráldica imaginaria de finales
de la Edad Media, incluyendo su manifestación en la literatura caballeresca de los siglos XV

80. F. Menéndez Pidal de Navascués, Los emblemas heráldicos. Una interpretación… op. cit., donde
únicamente se dedican las 120-122 a la Edad Moderna y las 122-123 a la Contemporánea. También interesa,
del mismo autor: “Los emblemas heráldicos en la Edad Moderna”, en M. Carmona de los Santos et alii, De
sellos y blasones. Sigiloheráldica para archiveros, Carmona, 1996, 37-74, trabajo en el que se destinan las
páginas 34-48 a las novedades de finales de la Edad Media, y sólo las 48-51 a la Edad Moderna en sentido
estricto.
81. F. Menéndez Pidal de Navascués, Los emblemas heráldicos. Novecientos… op. cit., 425-478.
82. C. López-Fanjul de Argüelles, “Las armerías de los conquistadores de Indias”, Historia y Genealogía,
4, 2014, 151-178; “La imaginación heráldica en la España del siglo XVI. Las armerías de los caciques y los
muebles americanos”, Historia y Genealogía, 5, 2015, 233-272; y “Patrones y vistas: la heráldica municipal
americana en el siglo XVI”, Historia y Genealogía, 6, 2016, 65-94.
83. L. Darna Galobart, “Emblemas de gremios y cofradías en la ciudad de Barcelona”, Anales de la Real
Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, VI, 2000-2001, 7-28; y “The heraldry of the artisans
belonging to guilds and corporations in Barcelona”, en J. D. Floyd y Ch. J. Burnett (eds.), Genealogica et
heraldica St. Andrews MMVI: Myths and propaganda in heraldry and genealogy: proceedings of the XXVII
International Congress of Genealogical and Heraldic sciences, St. Andrews, 21-26 August 2006, I, Edimburgo,
2008, 263-274.
84. M.ª J. Sastre y Arribas, “Les emblèmes héraldiques dans les funérailles espagnoles du Siècle d’Or”,
Genealogica et Heraldica. Report of the 20th International congress of genealogical and heraldic siences
in Uppsala, 9-13 August 1992, Estocolmo, 1996, 338-348. Y M. Quiroga Conrado, “Los papers de morts
mallorquines como muestra de la heráldica efímera”, Emblemata, 9, 2003, 231-288.
85. L. Valero de Bernabé y Martín de Eugenio, Análisis de las características… op. cit.
86. A. Esparza Leibar, “Los tres lobos (sobre brisuras y evolución de armerías familiares)”, Emblemata,
20-21, 2014-2015, 455-507.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340 331


Miscelánea La investigación sobre Heráldica española, con especial atención a la Edad Moderna

y XVI, las obras literarias de la Edad Moderna, en particular aquellas de un carácter más
realista, apenas han despertado la curiosidad del investigador, dejando aparte la antigua, casi
inaccesible y en exceso positivista tesis de McCready sobre la heráldica en los dramaturgos
del Siglo de Oro87. En este panorama, puede considerarse una excepción mi reciente aporta-
ción sobre diferentes aspectos de las armerías modernas reflejados en la novela picaresca88.
Al uso de los emblemas como instrumento de ascenso social, aspecto tan destacado
durante la Edad Moderna, se acerca López-Fanjul en otro trabajo donde relaciona el incre-
mento del uso del verde y el negro en la heráldica de Castilla y, especialmente, Asturias du-
rante el siglo XVI, con el desarrollo en la misma época de los escudos de escenas, que estaban
influidos por la heráldica de las novelas de caballerías, en la cual destacaban dichos colores89.
De la cuestión afín del fraude y la usurpación de armerías se ha ocupado Pardo de Guevara
y Valdés en un artículo90.
Indispensable para comprender las armerías de este período es el estudio de la figura
de los reyes de armas. Disponemos, gracias a Ceballos-Escalera y Gila, de una buena obra de
conjunto, que los analiza desde un punto de vista institucional91. También hay varios artícu-
los más recientes, que se acercan de forma parcial a la figura de varios de estos reyes de ar-
mas92. Sin embargo, sigue faltando un trabajo de carácter global que indague, especialmente,
sobre la clientela de estos oficiales93.

b. Estudios sobre nobleza


Entre los historiadores modernistas, el tratamiento de la heráldica ha sido aún menor –que
ya es decir– y más tardío que entre los medievalistas. Ni siquiera entre los abundantes e ins-
tructivos trabajos de don Antonio Domínguez Ortiz encontramos uno que se ocupe de las

87. W. T. McCready, La heráldica en las obras de Lope de Vega y sus contemporáneos, Toronto, 1962.
88. J. M. Valle Porras, “La heráldica española de la Edad Moderna a través de la novela picaresca (1554-
1668)”, Historia y Genealogía, 6, 2016, 251-299.
89. C. López-Fanjul de Argüelles, “Sinople y sable: diálogo entre las heráldicas auténtica y literaria en la
Asturias de los siglos XV y XVI”, Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, VIII/1,
2004, 521-537.
90. E. Pardo de Guevara y Valdés, “De burgueses enriquecidos… y ennoblecidos. Testimonios heráldicos
de una pretensión genealógica (siglos XV y XVI)”, Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y
Genealogía, VIII/2, 2004, 827-860.
91. A. de Ceballos-Escalera y Gila, Heraldos y reyes de armas en la Corte de España, Madrid, 1993.
92. El primero de ellos es del mismo A. de Ceballos-Escalera y Gila, “El rey de armas Diego de Urbina,
Regidor de Madrid”, Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, 2, 1992-1993, 113-
136. Más recientes son los de J. A. Guillén Berrendero, “Blasones y esmaltes. Don Juan Alfonso de Guerra
y Sandoval y el oficio de rey de Armas”, en E. Soria Mesa y J. Bravo Caro, Las élites en la época moderna: la
monarquía española. Vol. 4 Cultura, Córdoba, 2009, 185-203; e “Iluminando las sombras: Diego Barreiro,
un Rey de Armas en la Corte de Felipe IV”, Libros de la Corte, 2, 2010, 15-20.
93. En un futuro próximo, espero poder realizar una contribución en esta línea.

332 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340


José Manuel Valle Porras Miscelánea

armerías. De hecho, esta carencia es la norma en la mayoría de los principales estudios sobre
la nobleza española de la Edad Moderna realizados hasta la actualidad.
Sin embargo, también hay casos que superan la norma. Entre las monografías que se
ocupan de grandes casas tituladas podemos mencionar la de Carrasco Martínez, publicada
en 2010, sobre los duques del Infantado entre los siglos XVII y primera mitad del XIX94. Más
o menos en la línea de los trabajos antes comentados sobre la nobleza medieval, este autor
dedica un capítulo conjuntamente a cuestiones como la memoria del linaje, las armerías, o el
uso reiterado de ciertos nombres. Sin embargo, aunque el planteamiento parece prometedor,
falla la ejecución, al dedicar apenas dos páginas a las armas de los duques del Infantado, limi-
tándose a poco más que describirlas.
Por otra parte, para este período resulta particularmente interesante el estudio de las
armerías de la nobleza media y de las oligarquías urbanas, no sólo por disponer de mejo-
res fuentes que para la etapa medieval, sino por el intenso proceso de ennoblecimiento que
protagonizaron, de lo que se desprende la existencia de un amplio fenómeno de adopción
de escudos de armas. En este punto es imprescindible mencionar al profesor Enrique Soria
Mesa, a quien su prodigioso manejo de fuentes y envidiable capacidad de reconstrucción
genealógica han convertido en el referente nacional en el estudio de las dinámicas sociales y
de poder de la nobleza y las élites locales durante la Edad Moderna. Dado su particular inte-
rés en las falsificaciones genealógicas y los cambios de apellidos como estrategias de acceso
a la nobleza, se entiende que sea uno de los poquísimos investigadores que haya llamado la
atención sobre el uso de las armerías con idéntico propósito. En efecto, Soria Mesa es, sin
duda, el modernista que mejor se ha acercado a las armerías y sus usos, en especial al papel
de los reyes de armas en los procesos de ascenso social. Destaquemos aquí: un artículo suyo,
de 1997, sobre la nobleza de Lorca en la Edad Moderna, en el que, al tratar sobre las formas
de ennoblecimiento, se ocupa, junto con las ejecutorias de hidalguía, de las certificaciones de
los reyes de armas, incidiendo en el reconocimiento, no oficial, sino social, que las mismas
otorgaban a quienes las adquirían95; otro trabajo, de 2004, centrado en el uso fraudulento de
la genealogía al servicio del ascenso social, donde también se dedica un espacio a la labor
que en tal sentido jugaron los reyes de armas, con su asignación de determinadas armerías
a familias a las que no les correspondían96; y, finalmente, un breve artículo, de 2011, en el
que expone de forma general cómo las élites de la Edad Moderna desarrollaron una serie
de prácticas culturales para imitar los comportamientos de la nobleza y asimilarse así a ésta,
incluyendo entre ellas el uso de escudos de armas97.

94. A. Carrasco Martínez, El poder de la sangre. Los duques del Infantado, 1601-1841, Madrid, 2010.
95. E. Soria Mesa, “La nobleza de Lorca en la Edad Moderna: un grupo de poder en continua formación”,
Murgetana, 95, 1997, 121-135.
96. E. Soria Mesa, “Genealogía y poder. Invención de la memoria y ascenso social en la España Moderna”,
Estudis, 30, 2004, 21-55.
97. E. Soria Mesa, “La imagen del poder. Un acercamiento a las prácticas de visualización del poder en la
España Moderna”, Historia y Genealogía, 1, 2011, 5-10.

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Miscelánea La investigación sobre Heráldica española, con especial atención a la Edad Moderna

La labor pionera de Soria Mesa ha sido retomada por algunos de sus discípulos en la
Universidad de Córdoba. Podemos mencionar dos artículos de Herreros Moya, en uno de
los cuales, tras analizar el ascenso del linaje de los Corral, se ocupa –aunque muy breve-
mente– de sus armerías como instrumento de representación social, integrándolas en su
análisis como un elemento más al servicio de la imagen y proyección de esta familia; y en el
otro estudia la casa solariega de los Fernández de Mesa en Córdoba, contextualizándola en
la historia genealógica y analizando las manifestaciones heráldicas98. También cabe men-
cionar la aportación de Raúl Molina Recio, quien en varios de sus trabajos relativos a la
nobleza, en particular sobre los prolíficos Fernández de Córdoba, introduce observaciones
acerca de las armerías de las familias que estudia. Ocurre así en su tesina de licenciatura
sobre la Casa del Bailío, publicada en 2002, donde estudia la heráldica de la mano del
apellido y otros aspectos de la cultura nobiliaria99; o en un artículo sobre el palacio de los
condes de Luque en Granada, de 2011, en el que analiza las armerías en la fachada de este
edificio100. Pese al mérito que suponen estas aportaciones de la historiografía modernista,
es sintomático que en ambos trabajos cometa el autor errores de interpretación formal de
los escudos de armas101. De hecho, en la misma estructura de la exposición que hemos se-
guido hasta aquí se observa la dualidad existente entre heraldistas e historiadores. Lo que
antaño era desconocimiento mutuo sigue siendo una gran distancia entre ambos campos
–mayor incluso para la Edad Moderna que para la Medieval–, que aún hay que luchar por
hacer desaparecer. Nos falta el enfoque de conjunto, bien sea una indagación por parte de
los historiadores modernistas en las armerías, como apuntan algunos trabajos de Soria
Mesa ya citados; bien una perspectiva social o antropológica por parte de los heraldistas,
como defiende Menéndez Pidal de Navascués102.

98. G. J. Herreros Moya, “De oscuros hidalgos a señores de vasallos. La construcción de la imagen de una
casa nobiliaria cordobesa: los Corral, ss. XVI-XVIII”, en A. Jiménez Estrella y J. J. Lozano Navarro (eds.),
Actas de la XI Reunión Científica de la Fundación Española de Historia Moderna, I, Granada, 2012, 385-397;
y “Nobleza, genealogía y heráldica en Córdoba: la casa solariega de los Mesa y Palacio de las Quemadas”,
Historia y Genealogía, 3, 2013, 99-194.
99. R. Molina Recio, Los señores de la Casa del Bailío. Análisis de una élite local castellana (Córdoba, siglos
XV-XIX), Córdoba, 2002, en concreto las 237-239.
100. R. Molina Recio, “El largo camino hacia el individualismo. El palacio de los condes de Luque en
Granada en los inicios de la contemporaneidad”, Historia y Genealogía, 1, 2011, 57-111.
101. En el primero, por ejemplo, interpreta como estrellas lo que son claramente aspas en una bordura, al
guiarse por el blasonamiento de Fernández de Bethencourt y no por su propia lectura del escudo de armas.
R. Molina Recio, Los señores… op. cit., 238. En el segundo trabajo se confunden palos con fajas. R. Molina
Recio, “El largo camino… loc. cit., 91.
102. F. Menéndez Pidal de Navascués, Los emblemas heráldicos. Novecientos… op. cit., 35-40.

334 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340


José Manuel Valle Porras Miscelánea

7. Posibles líneas de investigación para el estudio de las


armerías en España durante la Edad Moderna
Pese a su tradicional olvido, tanto por heraldistas que han preferido las armerías medievales,
como por historiadores que optaron por ignorar los escudos de armas, la terca realidad es
que los emblemas heráldicos –tomados no aisladamente, sino en conexión con otros fenóme-
nos– pueden aportar muy esclarecedoras enseñanzas sobre la sociedad de la Edad Moderna.
A continuación comentaré las líneas de investigación que, según creo, pueden resultar
más productivas. Téngase en cuenta que, en realidad, y recordando de nuevo a Pastoureau,
prácticamente todo está por hacer. Casi nada serio se ha hecho en nuestro país. Las excep-
ciones sólo confirman la regla: la historia de las armerías españolas durante la Edad Moderna
es, de momento, un proyecto.

a. Espacios de representación de armerías


Para obtener un conocimiento completo de los escudos de armas es imprescindible estudiar
sus múltiples representaciones, así como los soportes y espacios donde estos se plasmaban.
Sólo así podremos comprender qué significaban para quienes los hacían poner y para quie-
nes los veían. Hasta la fecha se han publicado numerosos catálogos de blasones conservados
en múltiples poblaciones de nuestra geografía, correspondientes fundamentalmente a los si-
glos XVI al XIX. Sin embargo, y como se ha dicho arriba, la mayoría de estos trabajos no han
pasado de meros repertorios heráldicos o heráldico-genealógicos, mejor o peor documenta-
dos, y normalmente carentes de apropiados estudios de las fuentes arqueológicas recogidas.
A estas deficiencias se suma otra pocas veces señalada, pero notabilísima. Me refiero a la
circunstancia de que estos libros se centran en escudos de fachadas y capillas, que son los más
accesibles, conocidos, y mejor conservados, pero no suelen poner empeño en la más difícil
búsqueda de armerías presentes en el ámbito doméstico, como pinturas, sellos y joyas. Cierto
que estos ejemplares se hallan hoy mucho más dispersos que los primeros, y que a menudo
sólo el boca a boca permite acceder a parte de ellos, pero, precisamente por eso, es mayor la
responsabilidad de los estudiosos que se han dedicado y se dedican a recopilar los ejemplares
heráldicos de poblaciones concretas, a menudo las suyas propias, y en las que tienen una
inserción personal que un historiador forastero difícilmente podrá emular. Sea como fuere,
el resultado es que los testimonios reunidos en el conjunto de estas publicaciones son insufi-
cientemente representativos de la variedad tipológica existente durante los siglos modernos.
Por ello, el investigador debe tratar de equilibrar el balance de piezas heráldicas recogidas,
no sólo interrogando y movilizando sus posibles contactos particulares en la localidad es-
tudiada, sino también –en especial cuando los anteriores vínculos escasean– recurriendo
tanto a la ayuda de eruditos locales, como –y esto siempre– a las fuentes escritas, en especial
inventarios de bienes y testamentos.
Interesa conocer la frecuencia de estas figuraciones en función de la cronología, la geo-
grafía y los grupos sociales (tanto emisarios como destinatarios del mensaje heráldico), así
como discernir entre ámbitos públicos y privados de representación. No siempre las armerías

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340 335


Miscelánea La investigación sobre Heráldica española, con especial atención a la Edad Moderna

se ejecutaban para ser vistas por muchos, sino a menudo para ser contempladas por un cír-
culo inmediato de personas. En cuanto al enfoque diacrónico, éste puede informarnos sobre
la evolución, a lo largo de la Edad Moderna, del atractivo que entre la población despertaban
los escudos de armas.

b. Armerías de las grandes casas tituladas


El uso de la heráldica por parte de las principales casas de la nobleza española, aunque no
tan atractivo como era el caso para el medievo, constituye también un destacable objeto de
estudio para la Edad Moderna. El análisis, en la línea de los trabajos de Carriazo Rubio y Fer-
nández del Hoyo, debe ocuparse de las armerías como símbolo visual del linaje, y en íntima
relación con otros aspectos afines de la identidad familiar, como la memoria y las leyendas
genealógicas, así como las realizaciones arquitectónicas y plásticas de carácter propagandís-
tico, entre las que se incluyen palacios, fundaciones religiosas o retratos, entre otras.

c. Armerías y ascenso social


Según mi parecer, una de las líneas más interesantes es la que relaciona las armerías con las
dinámicas sociales durante los siglos XVI a principios del XIX. Dada la fuerte asociación
entre emblemas heráldicos y nobleza, aquellos se convirtieron en símbolo de esta, por lo que
fueron usados por los individuos para denotar su condición nobiliaria. Este uso incluye a las
familias plebeyas ascendentes que intentan asimilarse a los hidalgos y caballeros, fenómeno
harto común en ese período. Dicho de otro modo, los frecuentísimos casos de ennobleci-
miento recurrieron no sólo a las ya bien conocidas declaraciones de testigos preparados, o las
manipulaciones de apellidos y genealógicas, sino también a la apropiación fraudulenta de ar-
merías. El papel de los blasones en estos procesos, y el origen de los mismos en la usurpación,
son cuestiones cruciales para el investigador, que ha de integrar el estudio de la heráldica en
una perspectiva general de la nobleza, el ascenso social y la formación de élites locales103.
También merece investigarse la presencia de las cláusulas de uso de armerías y apelli-
dos en las escrituras de fundaciones de mayorazgo de los siglos modernos. Un mejor conoci-
miento del recurso a las mismas en los diversos estratos sociales y a lo largo del tiempo y de la
geografía española aportará sugerentes referencias sobre la fortaleza y difusión de la noción
de linaje en las capas sociales intermedias y ascendentes, y sobre su posterior debilitamiento,
presumiblemente hacia el siglo XVIII, y acaso en correspondencia con una naciente concep-
ción individualista.

103. Este es el punto de vista asumido en mi tesis doctoral, Usos sociales de la heráldica castellana durante
la Edad Moderna (siglos XVI-XIX). Estudio del caso de la ciudad de Lucena (Córdoba), dirigida por Enrique
Soria Mesa, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Córdoba.

336 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340


José Manuel Valle Porras Miscelánea

d. Los reyes de armas


La figura de los oficiales de armas en España, su número y nómina, competencias, atribu-
ciones e ingresos han sido estudiados desde una perspectiva jurídica, completada con apor-
taciones parciales sobre la biografía de algunos de dichos oficiales. Pero aún no se ha dado
el segundo paso, el auténticamente enriquecedor: falta por entero un acercamiento social.
Hay que realizar un estudio prosopográfico de los reyes de armas y, sobre todo, un análisis
de su clientela, incluyendo su procedencia geográfica y extracción social. Ambas tareas han
de realizarse con un enfoque diacrónico, observando los posibles cambios en el tiempo. La
indagación sobre los clientes de los reyes de armas es particularmente importante. Puede
arrojar una intensa luz sobre la significación y los usos de las armerías en la Edad Moderna.
Permitirá conocer quiénes eran los principales interesados en conseguir certificaciones de
armas; si por su extracción eran comerciantes enriquecidos con el comercio ultramarino,
parte de las élites urbanas, etc.; si eran nobles o estaban en proceso de ennoblecimiento; si la
petición de la certificación se relaciona con algún otro hecho en su carrera de méritos –como
la solicitud de un hábito de orden militar–; o si las armas que se les certifican les correspon-
dían o no –y en qué porcentaje se daban ambas posibilidades–. Una laboriosa recopilación
de las minutas conservadas en la Biblioteca Nacional de España y en diversos archivos, unida
a un contraste sistemático con fuentes relacionadas con los lugares de procedencia de los
clientes de los reyes de armas, puede permitir obtener frutos tan interesantes como los que
acabamos de señalar.

e. Litigios por armerías


Los pleitos motivados por los escudos de armas son un auténtico arcano de la historia es-
pañola. Uno de los principales problemas para su investigación es que las fuentes están dis-
persas en multitud de archivos con fondos judiciales, que irían desde los correspondientes
a las chancillerías de Valladolid y Granada hasta los procedentes de los ayuntamientos de
los más insospechados municipios. Una segunda dificultad es que, en general, este tipo de
pleitos son muy escasos, y las más de las veces nos podremos dar con un canto en los dientes
si localizamos uno en el archivo de turno. A cambio de la superación de tales obstáculos,
estos litigios pueden informarnos sobre el papel de las armerías en la sociedad del Antiguo
Régimen, la importancia que se les daba en determinados emplazamientos –como marcas de
propiedad o de patronato en iglesias, capillas, etc.–, o, por ejemplo, acerca de las reacciones
contra las usurpaciones. Este último aspecto es sumamente interesante. Interesa comprobar
en qué medida fue obedecida la legislación sobre uso de armerías y si la Justicia se esforzó en
hacerla cumplir. A tenor de los datos que he recogido hasta la fecha, una hipótesis plausible
es que la desobediencia fue generalizada –al menos en Castilla, pero probablemente también
en Francia o los Países Bajos meridionales–, y que las autoridades castellanas, salvo casos
aislados, pusieron escaso celo en esta materia. La comparación con lo sucedido en otros
Estados europeos también puede ayudar a iluminar las características sociales, culturales e
institucionales de los respectivos países.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340 337


Miscelánea La investigación sobre Heráldica española, con especial atención a la Edad Moderna

f. La cultura heráldica
Un acercamiento completo a las armerías durante la Edad Moderna no puede obviar el estu-
dio de los conocimientos sobre armerías –e incluso sobre sus propios blasones personales–
que tenían los distintos grupos sociales a lo largo del tiempo y la geografía. Los inventarios
de bienes, por ejemplo, pueden darnos una idea sobre los libros de heráldica (tratados de no-
bleza y del blasón, nobiliarios, armoriales y obras afines) que poseían en sus casas los estratos
medios y altos de la sociedad. Esto, por supuesto, siempre nos dará una visión parcial, ya que
muchas bibliotecas nunca fueron inventariadas. Además, y como recuerda Menéndez Pidal,
la posesión de tratados de heráldica no implica que sus propietarios los leyesen. A menudo se
adquirían para poco más que lucirlos. Al menos eso se deduce del hecho de que estos libros
hayan llegado a nuestro tiempo muy bien conservados104.
Otro objetivo del historiador ha de ser el lenguaje del blasón. Hay que estudiar los
términos usados para referirse a los colores, particiones, figuras y ornamentos externos, así
como los empleados para describir las diferentes posiciones de dichos elementos. Los trata-
dos y las certificaciones de armas son el comienzo lógico, y nos informan sobre la evolución
del registro culto y literario, que progresivamente se difundirá hacia las capas menos forma-
das en materia heráldica. Pero, para conocer los usos generalizados entre las capas interme-
dias de la población a lo largo de la Edad Moderna, hay que recurrir a las descripciones de
escudos en fachadas y capillas, conservadas, por ejemplo, en los expedientes de órdenes. Con
la combinación de unas y otras fuentes de manera sistemática podremos obtener un retrato
preciso sobre los conocimientos heráldicos de, fundamentalmente, hidalgos y caballeros, así
como sobre la creciente adopción en nuestro país del léxico del blasón procedente de Francia.

g. Heráldica imaginaria y literaria


Hay que continuar la indagación sobre la heráldica imaginaria y las influencias mutuas de
esta y la real. Junto con las novelas de caballerías, la búsqueda de testimonios debe extenderse
a otros géneros literarios, pero también a impresos y manuscritos de contenido heráldico,
y a representaciones plásticas como las existentes en las abundantes decoraciones barrocas
de infinidad de iglesias y capillas. Para nuestro país, la heráldica imaginaria vinculada con
la Iglesia católica, en concreto blasones de papas anteriores a las armerías, santos, o incluso
Jesucristo y Dios, pueden ser un interesante terreno de indagación.
Por otra parte, la literatura no sólo informa sobre armerías de ficción, sino también
acerca de cómo la gente entendía y usaba los escudos de armas. Podemos encontrar aquí
una riquísima información sobre una amplia variedad de temas, que van desde los aspectos
puramente formales de los blasones, hasta su uso como marcas de identidad, propiedad y no-
bleza, y como instrumentos de ascenso social, así como de la función social que cumplían los
reyes de armas. La literatura de la época ilumina acerca de los aspectos sociales ligados a las
armerías, que luego han de ser contrastados y desarrollados con información de archivo. Esto

104. F. Menéndez Pidal de Navascués, Los emblemas heráldicos. Una interpretación… op. cit., 25.

338 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340


José Manuel Valle Porras Miscelánea

es válido para la picaresca y otros géneros novelescos, así como para el epistolar, la poesía, el
teatro, los libros de memorias o los relatos de viajes.

h. Concesiones de armerías
Partiendo de la hipótesis de que, durante la Edad Moderna, la mayoría de las familias que
empezaron a usar armerías recurrieron, bien a la usurpación de las ajenas, bien al uso de las
que les correspondían por enlace matrimonial105, la conclusión es que, durante este período,
se redujo notablemente la creación de nuevas armerías. El principal reducto que quedó para
la innovación fue la concesión regia de armas –creadas parcial o enteramente ex novo– a
municipios y a individuos que veían así recompensada su contribución a la Corona. Por
tanto, el estudio de las concesiones es de gran utilidad para conocer la evolución del gusto
en aspectos como los colores, figuras o particiones usadas en los escudos de armas. Además,
claro, un enfoque social ilustrará sobre los orígenes familiares, trayectoria y aspiraciones de
los beneficiarios.
En la España de este período, el principal corpus de concesiones de armerías corres-
ponde a las otorgadas, en el siglo XVI, a los conquistadores y ciudades fundadas en Indias, así
como a algunos caciques y descendientes de reyes indígenas. Se trata de cerca de doscientas
cincuenta cédulas, recientemente estudiadas por López-Fanjul en tres artículos de gran rigor
y atractivo. Sin embargo, aún quedan por analizar otras concesiones de armerías de entre
los siglos XV y XIX, dadas a particulares y municipios, sobre todo de España, pero también
de otros territorios europeos. Son documentos más dispersos, pero que pueden ofrecer una
información variada y susceptible además de un análisis prosopográfico.

i. Heráldica municipal
Mientras que las concesiones suelen ofrecer a cada agraciado diseños heráldicos nuevos,
los escudos municipales ya existentes se caracterizan con frecuencia por una transformación gra-
dual de su diseño a lo largo de los siglos. Por ello, un estudio sistemático de la evolución de las
armerías municipales a lo largo de la Edad Moderna aporta instructivas lecciones sobre la trans-
formación del gusto plasmada en los cambios formales y en la adición –a menudo– de nuevos
elementos a los primitivos emblemas heráldicos de la localidad. En este terreno es útil combinar
el recurso a las fuentes arqueológicas con las escritas, tanto de archivo como literarias.

j. Las armerías como símbolos de poder.


Otra cuestión de gran interés, en especial relacionada con las armerías de carácter institu-
cional –las municipales, reales o de señores jurisdiccionales–, es el uso que de las mismas se

105. Esto al menos es lo que parece ponerse de manifiesto en mi antes citada tesis doctoral.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340 339


Miscelánea La investigación sobre Heráldica española, con especial atención a la Edad Moderna

hace en escenarios de confrontaciones políticas y luchas de poder. Conviene, por ejemplo,


relacionar las armerías municipales con las respectivas élites locales. Los diferentes espacios
de representación o las transformaciones en el blasón pueden evidenciar la progresiva im-
plantación de una oligarquía, así como poner de manifiesto tensiones dentro de la misma, o
entre ella y el poder señorial.
Obviamente, también las armas regias hablan sobre el poder y sus ámbitos de influen-
cia, en este caso el poder de la monarquía. Ejemplo de ello son su presencia en las tierras
conquistadas de las Indias, o la inmediata sustitución de los escudos señoriales por los del
rey, al volver a la jurisdicción real varias poblaciones en el siglo XVIII. También es interesante
analizar su uso en situaciones de revueltas populares y procesos de secesión.

340 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 315-340


Social media, digital history and women repression
memory under Franco’ s regime.
Redes sociales, historia y memoria
digital de la represión de mujeres en
el Franquismo*

Ángeles Egido
UNED
[email protected]

Matilde Eiroa
Universidad Carlos III de Madrid
[email protected]

Fecha recepción 18.04.2017 / Fecha aceptación 26.05.2017

Resumen Abstract
En los últimos años se ha avanzado notablemente In recent years has advanced greatly in qualitative
en el estudio cuantitativo y especialmente cualita- and quantitative studies about women repression
tivo de la represión de las mujeres durante el fran- during the Franco regime. In addition to the pu-
quismo. Se han publicado numerosos testimonios, blication of several testimonies, there are rigorous
investigaciones rigurosas e incluso novelas, pe- research on the Francoist prisons for women, and
lículas y documentales, a los que hay que añadir novels, films and documentaries. Along with the-
actualmente el entorno digital. En este marco, este se new scenarios of diffusion, the digital environ-
trabajo plantea un estudio que confronta el estado ment currently sets a field where also express and

* Esta investigación se enmarca en los resultados del Proyecto Historia y Memoria Histórica on line. Retos
y oportunidades para el conocimiento del pasado en Internet, ref. HAR-2015-63582-P MINECO/FEDER. En
línea en: http://uc3m.libguides.com/hismedi [Consulta: 10.05.2017]. Las direcciones url que se citan han sido
comprobadas de nuevo a fecha 3 de octubre de 2017.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3977
Miscelánea Redes sociales, historia y memoria digital de la represión de mujeres en el Franquismo

de la cuestión en la historiografía con su presencia disseminate content of this phenomenon of our


en las plataformas sociales a fin de comprobar el most traumatic past. Within this framework, this
tratamiento que se le confiere en el contexto de las paper proposes a comparative perspective among
expresiones digitales de la represión franquista. the state of arts with the presence of women pro-
secution in social platforms in order to verify the
treatment conferred in the context of digital ex-
pressions of the Francoist repression.

Palabras clave Key words


Represión de mujeres, represión franquista, women repression, Franco’s repression, digital
historia digital, historia pública digital, redes de history, digital public history, network stories.
relatos.

342 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361


Ángeles Egido y Matilde Eiroa Miscelánea

La investigación sobre la represión de las mujeres en el franquismo abarca hoy día


una multitud de aspectos involucrados en la misma, y es especialmente abundante en el pe-
riodo inicial denominado habitualmente «primer franquismo», entendiendo como tal los
años cuarenta y cincuenta. En poco más de una década, los estudios sobre este tema y perio-
do han avanzado considerablemente ofreciendo un variado elenco de castigos infringidos a
las mujeres por su condición de género y sus relaciones con familiares masculinos.
En las páginas que siguen mostramos un recorrido por el estado de la cuestión y un
análisis de su plasmación en las plataformas sociales. El objetivo que se plantea es confrontar
la producción historiográfica con la presencia de la represión de género en el denominado
«archivo infinito»1, adelantando que la copiosa producción historiográfica en modo alguno
corresponde con la huella de la misma en la Red. El enfoque descriptivo adoptado para el tex-
to se ha considerado un primer paso necesario para revelar las evidencias existentes, si bien
se acompaña de una interpretación de las mismas y de una ordenación temática y cualitativa.
Los trabajos de investigación que se centran en Internet como objeto de estudio deben
asumir algunas limitaciones, como la renuncia a la exhaustividad, el carácter exploratorio
de los resultados o la aceptación del hecho de que no se pueden dar por finalizados, aunque
estas restricciones también se encuentran en las investigaciones con fuentes analógicas2. La
historia digital construida con fuentes nacidas digitales se enfrenta, además, a un problema
metodológico vinculado a la obligación de aprehender técnicas afines a otras ciencias socia-
les y al manejo de nuevas tecnologías nada fáciles para la formación recibida por los historia-
dores. Sin embargo, bajo este paraguas teórico y metodológico hemos considerado de interés
académico y social abordar el estudio de las huellas que la sociedad digital está dejando sobre
una cuestión tan relevante y escasamente visualizada como es la persecución y coerción de
mujeres en los años centrales del siglo XX.

1. Sobre este concepto véase J.A. Melo Flórez, “Historia digital: la memoria en el archivo infinito”, Historia
Critica, 43, enero-abril 2011, 82-103.
2. A. Pons, “La historia maleable. A propósito de Internet”, Hispania. Revista Española de Historia,
LXVI, 222, 2006, 109-130. S. Brown et al., “Published yet never done: the tension between projection and
completion in Digital Humanities research”, Digital Humanities Quaterly, 3, 2, 2003. En línea en: http://
www.digitalhumanities.org/dhq/vol/3/2/000040/000040.html. [Consulta: 10.02.2017]. Z. Papacharissi,
“The virtual sphere. The internet as a public sphere”, New Media & society, 4, 1, 2002, 9-27. R. Minuti,
“Internet e il mestiere di storico. Riflessioni sulle incertezze di una mutazione”, Cromohs, 6, 2001, 1-75.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361 343


Miscelánea Redes sociales, historia y memoria digital de la represión de mujeres en el Franquismo

Experiencias carcelarias
El primer aspecto que se abordó sobre la represión de las mujeres, como es bien conocido, fue
la experiencia carcelaria en la inmediata posguerra. Una iniciativa que partió de las propias
presas, conscientes de la importancia de publicar sus testimonios. La primera que lo hizo fue
Mercedes Núñez (1967)3. Poco más de una década después apareció la primera edición en
España del libro de Carlota O´Neill4, y el testimonio novelado de Juana Doña5. A principios
de los ochenta se publicó el testimonio de Soledad Real, recogido por Consuelo García, y el
de Ángeles Malonda6. Pero sobre todo hay que destacar los tres libros de Tomasa Cuevas, sin
duda el mayor recopilatorio (más de 300 testimonios) de la experiencia femenina en las cár-
celes de posguerra. Fue una iniciativa personal, sin apoyo económico, que la llevó a recorrer
toda España en busca de sus compañeras de prisión y que, publicados todavía en los inicios
de la Transición, pasaron casi desapercibidos7. Habría que esperar a 2004, para que alcanza-
ran la repercusión que merecían8. En esta década se publicaron también otros testimonios
sobre las cárceles de posguerra. Entre ellos, los de Lola Canales (2007), y poco después los de
Dolores Botey (2011) o Nieves Torres (2012)9.
Estas publicaciones testimoniales despertaron el interés del mundo académico, alentan-
do investigaciones que dieron sus mejores frutos a finales de los años noventa y, sobre todo, en
la década de los 2000, con la excepción del estudio pionero de Giuliana Di Febo que ya recogió
en 1976 los primeros testimonios de mujeres en las cárceles franquistas10. El primer análisis ri-
guroso de estas prisiones, alentado por Antonio Nadal que en 1980 había publicado su estudio
sobre los experimentos de Vallejo Nágera con las presas de Málaga11, concluyó en 1994 con el
primer libro sobre la cárcel de mujeres de esta ciudad12. El nuevo milenio trajo publicaciones de
notable impacto. La primera fue la de Ricard Vinyes13, seguida por una primera aproximación
de David Ginard a la prisión de mujeres de Palma, tristemente famosa porque allí se suicidó

3. M. Núñez, Cárcel de Ventas, París, 1967.


4. C. O´Neill, Una mujer en la guerra de España, 1ª ed., Madrid, 1979.
5. J. Doña, Desde la noche y la niebla (mujeres en las cárceles franquistas), Madrid, 1978.
6. C. García, Las cárceles de Soledad Real: una vida, Madrid, 1982; Á. Malonda, Aquello sucedió así,
Madrid, 1983.
7. T. Cuevas Gutiérrez, Mujeres en las cárceles franquistas, 1ª ed., Madrid, 1982; Cárcel de mujeres, (Ventas,
Segovia, Les Corts), 1ª ed., Barcelona, 1985 y Mujeres de la resistencia, 1ª ed., Barcelona, 1986.
8. T. Cuevas Gutiérrez, Testimonios de mujeres en las cárceles franquistas, Huesca, 2004.
9. L. Canales, Alias Lola: historia de las últimas presas políticas de la cárcel de Ventas, Madrid, 2007; D.
Botey Alonso, Mis memorias. 10 años, 3 meses y 120 horas de prisión, 1ª ed., Palma de Mallorca, 2011; Á.
Egido León, “Condenada a muerte: Nieves Torres, 16 años en las cárceles de Franco”, en C. Marcos y R.
Serrano, R. (Eds.), Mujer y política en la España contemporánea (1868-1936), Valladolid, 2012, 223-242.
10. G. Di Febo, Resistencia y movimiento de mujeres en España 1936-1976, Barcelona, 1976.
11. A. Nadal Sánchez, “Experiencias psíquicas sobre mujeres marxistas malagueñas. Málaga, 1939”, en
Las mujeres y la Guerra Civil Española. III Jornadas de estudios monográficos, Salamanca, 1980, 340-350.
12. E. Barranquero Texeira, M. Eiroa San Francisco y P. Navarro Jiménez, Mujer, cárcel, franquismo. La
Prisión Provincial de Málaga (1937-1945), Málaga, 1994.
13. R. Vinyes, Irredentas: Las presas políticas y sus hijos en las cárceles franquistas, Madrid, 2002.

344 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361


Ángeles Egido y Matilde Eiroa Miscelánea

oficialmente una de las presas emblemáticas del franquismo: Matilde Landa14, y por el libro de
Fernando Hernández Holgado sobre la cárcel de Ventas15, que precedió en ocho años a su tesis
doctoral (defendida en 2011) sobre Ventas y Les Corts. También hay que citar los estudios de
Carme Molinero (1998)16 o Montse Duch (1999), que se ocuparon muy tempranamente de la
represión de posguerra desde una perspectiva de género17.
Este interés por las prisiones de mujeres en la posguerra culminaría con la exposición
Presas de Franco y la publicación de su catálogo en 200718, y con una obra de conjunto, hasta
ahora la más completa, que recoge lo que sabemos hasta el momento sobre esta cuestión, que
salió primero como número monográfico doble de la revista Studia Histórica. Historia Con-
temporánea (Salamanca, 2011)19 y que se ha difundido como libro, revisado y actualizado,
con el título: Cárceles de mujeres. La prisión femenina en la posguerra20. Además, contamos
con varias monografías sobre cárceles de mujeres: la de Iván Heredia sobre la cárcel de To-
rrero (2005); Subirats y Poy sobre Les Oblates (2006); en 2014 Rosa M. Aragüés publicó su
estudio de la cárcel de Predicadores de Zaragoza y en 2016 apareció otro sobre las presas de
la cárcel de Picassent (Valencia)21.
Tanto la obra de Vinyes, como esta última sobre Predicadores destapan un tema adya-
cente que en los últimos años ha tenido también gran repercusión mediática y que solo se da
en las cárceles de mujeres. Nos referimos a la presencia de niños, que eran encarcelados junto
con sus madres y que solo podían permanecer en la prisión hasta los tres años. Después les
eran arrebatados y condenados, en la práctica, a un destino incierto: ingresar en instituciones
benéficas o ser adoptados por familias afines al régimen. Borrar su origen biológico era sen-

14. D. Ginard i Féron, “Matilde Landa i la presó de les dones de Palma”, en J. Sobrequés, C. Molinero y M.
Sala (Eds.), Congreso: Los campos de concentración y el mundo penitenciario en España durante la guerra civil
y el franquismo, Barcelona, 2003, 636-646.
15. F. Hernández Holgado, Mujeres encarceladas. La prisión de Ventas: de la República al franquismo,
1931-1941, Madrid, 2003.
16. C. Molinero, “Mujer, franquismo, fascismo. La clausura forzada en un “mundo pequeño”, Historia
Social, 30, 1998, 97-117. Véase también C. Molinero (Ed.), “Dossier: Mujer, represión y antifranquismo”,
Historia del Presente, 4, 2004.
17. M. Duch Plana, “Supervivència i repressió a la postguerra: una perspective de gènere”, en AA.VV.
Tiempos de silencio. Actas del IV Encuentro de Investigadores del Franquismo, Valencia, 17-19 de noviembre
de 1999, 28-33.
18. S. Gálvez Biesca y F. Hernández Holgado (Eds.), Presas de Franco: catálogo de la exposición, Madrid,
2007.
19. Á. Egido León (Ed.), “Cárceles de mujeres. Las prisiones franquistas para mujeres (y para sus hijos)
en la guerra y en la posguerra”, Número monográfico (doble) de Studia Historica. Historia Contemporánea,
29, 2011.
20. Á. Egido León (Ed.), Cárceles de mujeres. La prisión femenina en la posguerra, Madrid, 2017.
21. I. Heredia Urzáiz, Historia de la Cárcel de Torrero (1928-1939): delitos políticos y orden social, Zaragoza,
2005; J. Subirats Piñana y P. Poy Franco, Les Oblates 1939-1941: presó de dones a Tarragona, Valls, 2006;
R.M. Aragüés Estragüés, Las rojas y sus hijos, víctimas de la legislación franquista. El caso de la cárcel de
Predicadores (1939-1945), Madrid, 2014 y A. Simó Rosaleny y R. Camil Torres Fabra, La violència política
contra les dones (1936-1953). El cas de la privació de llibertat en la provincia de València, Valencia, 2016.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361 345


Miscelánea Redes sociales, historia y memoria digital de la represión de mujeres en el Franquismo

cillo porque en los registros carcelarios o bien no se les inscribía, o bien se hacía simplemente
con su nombre de pila. Este asunto, que está en el origen del problema actual en torno a los
niños robados del franquismo, saltó a la luz pública en 2002 con un documental que se emi-
tió por la televisión catalana y que se resumió en un libro de Vinyes, Armengou y Belis22. Un
asunto difícil de rastrear, por la escasez de fuentes, aunque existen estudios sobre las institu-
ciones franquistas que se ocuparon de ellos. Destacamos, por ejemplo, los trabajos de Ángela
Cenarro23 y también un análisis del tema, desde el punto de vista jurídico24.
Los testimonios de las presas de Franco y los estudios de cárceles de mujeres se comple-
mentan con las biografías. Tanto Vinyes como Ginard o Hernández Holgado han dedicado
artículos y libros a mujeres emblemáticas de la posguerra. Entre ellas hay que destacar las de
Mónica Carabias y Carlos Fonseca sobre Rosario Sánchez Mora (2001 y 2006), la de Hernán-
dez Holgado sobre Soledad Real (2001), la de Vinyes sobre María Salvo (2004) y las de Ginard
sobre Matilde Landa (2005) y Aurora Picornell, recién publicada. Cada una de ellas recoge
una historia de vida de gran impacto emotivo y de gran valor historiográfico25.
Finalmente hay que mencionar algunas obras literarias, y varios documentales. En
cuanto a las primeras se encuentra la novela de notable éxito de Dulce Chacón La voz dormi-
da (2002)26, seguida por dos obras de ficción sobre uno de los sucesos más desgraciados que
ocurrieron en la cárcel de Ventas: el fusilamiento las Trece Rosas, recogidos en dos libros: el
de Jesús Ferrero (2003) y el de Carlos Fonseca (2004)27. En este último se apoyó la película
Las Trece Rosas de Emilio Martínez Lázaro (2007), que tuvo el mérito de llamar la atención
sobre el suceso, aunque no sea muy fiel a la realidad y se caracteriza por cierta frivolidad ante
un tema de tan trágicas consecuencias. Más fiel a lo sucedido en las cárceles de mujeres en
la posguerra es la película de Benito Zambrano, La voz dormida, basada en la novela homó-
nima, y estrenada en 2011. También es necesario mencionar el libro de Alicia Ramos que
estudia, desde el punto de vista literario, la obra de Chacón y los testimonios de las presas
(2012)28.
En todas estas obras se han abordado aspectos como la identidad de las represalia-
das, los tipos de represión ejercida contra ellas, la violencia diferenciadora con respecto a

22. R. Vinyes, M. Armengou y R. Belis, Los niños perdidos del franquismo, Barcelona, 2002.
23. Á. Cenarro, Los niños del auxilio social, Madrid, 2009 y La sonrisa de Falange: Auxilio Social en la
guerra y en la posguerra, Barcelona, 2006.
24. C. Yagüe Olmos, Madres en prisión. Historia de las Cárceles de Mujeres a través de su vertiente maternal,
Granada, 2006.
25. M. Carabias Álvaro, Rosario Sánchez Mora, Madrid, 2001; C. Fonseca, Rosario Dinamitera: una mujer
en el frente, Madrid, 2006; F. Hernández Holgado, Soledad Real, Madrid, 2001; R. Vinyes, El daño y la
memoria. Las prisiones de Maria Salvo, Barcelona, 2004; D. Ginard i Féron, Matilde Landa. De la Institución
Libre de Enseñanza a las prisiones franquistas, Barcelona, 2005 y Aurora Picornell (1912-1937), Palma de
Mallorca, 2016.
26. D. Chacón, La voz dormida, Madrid, 2002.
27. J. Ferrero, Las trece rosas, Madrid, 2003 y C. Fonseca, Trece rosas rojas. La historia más conmovedora
de la guerra civil, Madrid, 2004.
28. A. Ramos, Memoria de las presas de Franco, Madrid, 2012.

346 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361


Ángeles Egido y Matilde Eiroa Miscelánea

los hombres y el fenómeno carcelario femenino, que tiene unas connotaciones específicas
puestas especialmente de manifiesto en el monográfico, ya citado, de Studia Histórica. Entre
dichas connotaciones figuran, entre otras, la presencia de lactantes y niños, el hecho de que
las mujeres no salieran a trabajar fuera de la cárcel como lo hacían los hombres; el tipo de
trabajo que hacían dentro de ella; la diferente incidencia de la redención de penas, aunque
teóricamente la legislación era la misma; su situación más precaria, porque a las puertas de
las prisiones de mujeres no había hombres haciendo cola con comida complementaria o
ropa, lo que las dejaba más desprotegidas a la hora de recibir ayuda del exterior; o la obligada
convivencia con las prostitutas, que les provocaban una doble reacción: el miedo al contagio
de posibles enfermedades y la tendencia al proselitismo. En cierto sentido, este tema se abor-
da implícitamente –en cuanto a su relación con las llamadas piculinas y, sobre todo, con las
quincenarias que convivían con las presas políticas en las mismas prisiones- en obras dedica-
das a la prostitución, como la de Assumpta Roura y Mirta Núñez29. También se han tratado
aspectos adyacentes como el papel de las mujeres de los presos, estudiado por Irene Abad o
la correspondencia carcelaria30.

Fusiladas, desaparecidas y otras modalidades de la represión de género


Además de la experiencia carcelaria hay que contemplar otros aspectos de la represión de
género en la posguerra, porque las mujeres fueron también ejecutadas, condenadas a muerte,
enterradas en fosas comunes, depuradas, exiliadas y sometidas a múltiples formas de exclu-
sión social.
En relación con las desaparecidas, es decir, las enterradas en fosas comunes, su núme-
ro es imposible de determinar. Lo único que sabemos es que casi siempre que se exhuma
una fosa aparecen en ella cadáveres de mujeres asesinadas, a veces junto a sus hijos de corta
edad o con ellos en el vientre. Para este aspecto es importante la Red, como veremos más
adelante, porque estos acontecimientos generan bastante impacto mediático y social y sue-
len registrarse en la prensa local o en los foros de asociaciones y colectivos. Antes teníamos
alguna constancia historiográfica en obras de conjunto que los recogían, como la de Antonio
Ontañón (2003) sobre las fosas del cementerio civil de Santander31, o recientemente el libro
coordinado por Miguel Ángel Blanco (2014)32.

29. A. Roura, Mujeres para después de una guerra. Una moral hipócrita del franquismo, Barcelona, 1998;
M. Núñez Díaz-Balart, Mujeres caídas. Prostitutas legales y clandestinas en el franquismo, Madrid, 2003.
30. I. Abad Buil, En las puertas de la prisión, Barcelona, 2012; Carmen Gómez Ruiz y Luis Campos Osaba.
Cárcel de Amor. Una historia real en la dictadura franquista. Documentación, Introducción y Estudio
Preliminar de E. Lemus, Sevilla, 2005; V. Sierra, Cartas presas. La correspondencia carcelaria en la Guerra
Civil y en el franquismo, Madrid, 2016.
31. A. Ontañón, Rescatados del olvido. Fosas comunes del cementerio civil de Santander, Santander, 2003.
32. M.A. Blanco (Ed.), Lidiando con el pasado, represión y memoria de la guerra civil y el franquismo,
Granada, 2014.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361 347


Miscelánea Redes sociales, historia y memoria digital de la represión de mujeres en el Franquismo

En relación con los fusilamientos de mujeres, al margen del caso de las Trece Rosas,
solo hay dos estudios que abordan la cuantificación: el de Mirta Núñez y Antonio Rojas
Friend sobre el cementerio de la Almudena (1997), y otro más reciente (2014) de Manuel
García Muñoz, de carácter más divulgativo, que proporciona la cifra ya en el título: Ochenta
mujeres. Las mujeres fusiladas en el Madrid de la posguerra33. Un caso particular, que de-
muestra la injusticia de una de estas ejecuciones, es el de María «La Jabalina» analizado por
Manuel Girona Rubio en 200734, y pronto dispondremos de cifras sobre mujeres extremeñas,
que ha estimado Julián Chaves en un libro colectivo, coordinado por Ángeles Egido y Jorge
Montes de próxima aparición.
Sobre las condenadas a muerte cuyas penas no fueron ejecutadas, todavía solo existe
un estudio publicado por Ángeles Egido en 2009, y un capítulo incluido en un libro colectivo
que coordinó Julio Aróstegui, Franco. La represión como sistema, en el que esta autora y Ma-
tilde Eiroa trataban este mismo asunto comparando hombres y mujeres35.
En cuanto a la depuración de mujeres de sus puestos de trabajo, contamos con la in-
vestigación de Juan Carlos Bordes sobre las funcionarias de correos (2001), de Fernández
Holgado sobre las funcionarias de prisiones (2005)36, o de las maestras37, y estudios recientes
sobre la depuración de las matronas de Madrid tras la guerra civil y la represión sufrida por
este colectivo38.
Los estudios de ámbito regional no olvidan incluir a las mujeres, y permiten abordar
las características diferenciadoras, derivadas de la propia evolución de la guerra y de los ám-
bitos geográficos en que se producen. Podemos citar los primeros de Ors Montenegro para
Alicante (1995), Ortiz Heras para Albacete (1996), Barrado Gracia para Teruel (1999), o

33. M. Núñez Díaz-Balart y A. Rojas Friend, Consejo de Guerra. Los fusilamientos en el Madrid de la
posguerra (1939-1945), Madrid, 1997; M. García Muñoz, Ochenta mujeres. Las mujeres fusiladas en el
Madrid de la posguerra, Madrid, 2014.
34. M. Girona Rubio, Una miliciana en la Columna de Hierro, María “La Jabalina”, Valencia, 2007.
35. Á. Egido León, El perdón de Franco. La represión de las mujeres en el Madrid de la posguerra, Madrid,
2009 y “Mujeres en las cárceles de Franco”, en A. Mateos y Á. Herrerín (Eds.), La España del Presente. De la
Dictadura a la Democracia, Madrid, 2006, 11-24; M. Eiroa y Á. Egido, “Los confusos caminos del perdón:
de la pena de muerte a la conmutación”, en J. Aróstegui (Coord.), Franco: la represión como sistema, Madrid,
2012, 317-364.
36. J.C. Bordes Muñoz, “La depuración franquista de las funcionarias de correos (1936-1975)”, Historia
y Comunicación Social, 6, 2001, 239-264; F. Hernández Holgado, “Carceleras encarceladas. La depuración
franquista de las funcionarias de Prisiones de la Segunda República”, Cuadernos de Historia Contemporánea,
27, 2005, 271-290.
37. P. Abós Olivares (Comp.), Franquismo y magisterio. Represión y depuración de los maestros en
la provincia de Teruel, Zaragoza, 2016. S. San Román, Una maestra republicana. El viejo futuro de Julia.
Madrid, 2015.
38. D. Ruiz Berdún y A. Gomis, “La depuración de las matronas de Madrid tras la Guerra Civil”, Dynamis,
32, 2,  2012, 439-465 y “Matronas víctimas de la guerra civil española”, Asclepio. Revista de Historia de la
Medicina y de la Ciencia, 68, 2, julio-diciembre 2016, 159-177.

348 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361


Ángeles Egido y Matilde Eiroa Miscelánea

algunos recientes sobre Extremadura39; los numerosos trabajos sobre Andalucía de M. Eiroa,
E. Barranquero, L. Prieto, Rodríguez Padilla, Ruiz Expósito (Almería), J. M. García Márquez
(Sevilla), o Pura Sánchez, que inciden no sólo en la caracterización moral que tuvo la repre-
sión sobre las mujeres, sino en otro tipo de represión de posguerra: el hambre, que las obligó
a buscar estrategias de supervivencia y llevó a muchas de ellas a la cárcel, condenadas por
delitos económicos como el estraperlo40.
Aspectos de la represión económica fueron abordados también en diferentes trabajos
por Conxita Mir (2000-2005) para Cataluña, o Julián Casanova y Ángela Cenarro (2014) para
Aragón41, así como en otros de ámbito regional -Fuensanta Escudero para Murcia (2000);
Vega Sombría para Segovia (2005); Chaves Palacios para Extremadura (2015), Julián Casano-
va para Aragón (2002), o los de Alicante (2016)42, y algunos estudios generales incluidos en

39. M. Ors Montenegro, La represión de guerra y posguerra en Alicante (1936-1945), Alicante, 1995 y,
con J.M. Santacreu Soler, Violencia y represión en la retaguardia, Valencia, 2006. M. Ortiz Heras, Violencia
política en la II República y el primer franquismo: Albacete (1936-1950), Madrid, 1996. J. Barrado, “Mujer y
derrota. La represión de las mujeres en el Teruel de la posguerra (1939)”, en AA.VV., Tiempos de silencio.
Actas del IV Encuentro de Investigadores del Franquismo, Valencia, 17-19 de noviembre 1999, 7-11; C.
Chaves Rodríguez, Sentenciados. La represión franquista a través de la justicia militar y los consejos de guerra
en la provincia de Badajoz, Badajoz, 2015 y J. Martín Bastos, Badajoz: tierra quemada. Muertes a causa de la
represión franquista, 1936-1950, Badajoz, 2015.
40. M. Eiroa, Viva Franco. Hambre, Racionamiento, Falangismo. Málaga, 1939-1942, Málaga, 1995;
E. Barranquero y L. Prieto, Así sobrevivimos al hambre. Estrategias de supervivencia de las mujeres en la
postguerra española, Málaga, 2003; P. Sánchez, Individuas de dudosa moral. La represión de las mujeres
en Andalucía (1936-1958), Barcelona, 2009; E. Barranquero, Mujeres en la Guerra Civil y el franquismo.
Violencia, silencio y memoria de los tiempos difíciles, Málaga, 2010; E. Rodríguez y J. Hidalgo, 600 mujeres.
La represión franquista de la mujer almeriense (1939-1945), Almería, 2012; M. D. Ruiz Padilla, Mujeres
almerienses represaliadas en la posguerra española (1939-1950), TD, Almería, 2008; J.M. García Márquez,
Las víctimas de la represión militar en la provincia de Sevilla (1936-1963), Sevilla, 2012; L. Prieto, Los días de
la ira. Entre Mijas y el Guadiaro, de la República a la sierra, Málaga, 2013. Un reciente estado de la cuestión,
centrado en Castilla-La Mancha, pero con perspectiva comparada, puede verse en F. Alía Miranda, Ó.
Bascuñán Añover, H. Vicente Rodríguez-Borlado, A.M. Villalta Luna, “Mujeres solas en la posguerra
española (1939-1949). Estrategias frente al hambre y la represión”, Revista de Historiografía, 26, 2017, 213-
236.
41. C. Mir Curcó, Vivir es sobrevivir. Justicia, orden y marginación en la Cataluña rural de posguerra,
Lleida, 2000; C. Mir, C. Agustí y J. Gelonch (Eds.), Violencia i repressió a Catalunya durant el franquisme.
Balanç historiogràfic i perspectives, Lleida, 2001 y Pobreza, marginación, delincuencia y políticas sociales bajo
el franquismo, Lleida, 2005; C. Mir Curcó, “La represión sobre las mujeres en la posguerra española”, en Á.
Egido, y M. Eiroa (Eds.), Los grandes olvidados. Los republicanos de izquierda en el exilio, Madrid, 2004,
205-227; J. Casanova Ruiz y Á. Cenarro Lagunas (Eds.), Pagar las culpas: la represión económica en Aragón
(1936-1945), Barcelona, 2014. 
42. F. Escudero Andújar, Lo cuentan como lo han vivido. República, guerra y represión en Murcia, Murcia,
2000; S. Vega Sombría, La represión franquista en la provincia de Segovia. De la esperanza a la persecución,
Barcelona, 2005; J. Chaves Palacios, C. Chaves Rodríguez, C. Ibarra Barroso, J. Martín Bastos y L. Muñoz
Encinar, Proyecto Recuperación de la Memoria Histórica en Extremadura. Balance de una década (2003-

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361 349


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obras de conjunto43. Pero los análisis particularizados sobre la represión de las mujeres como
el de Claudia Cabrero Blanco para Asturias (2006), o el de Julio Prada para Galicia (2013),
son todavía escasos. En 2016 el escritor y periodista José Ramón Saiz Viadero publicó tam-
bién un estudio específico sobre Cantabria44.
Se ha abordado, asimismo, el papel de las mujeres en la guerrilla, fruto de su experien-
cia en la resistencia contra el franquismo45. Es el caso de los trabajos de Fernanda Romeu,
El silencio roto. Mujeres contra el franquismo (1994), y el de Shirley Mangini, Recuerdos de la
resistencia. La voz de las mujeres de la guerra civil española (1999)46. Ya en los 2000 muchas
protagonistas se animaron a publicar sus experiencias en un intento por reparar el silencio
que mantuvieron durante décadas y transmitir a las generaciones su pasado traumático47.
Y no hay que olvidar los testimonios del exilio, que no deja de ser otra forma de represión,
donde hay que citar los de mujeres en los campos nazis y los de aquellas que actuaron con la
Resistencia o que simplemente tuvieron que rehacer sus vidas en otros países comenzando
desde la nada48.
Pero quedan aún muchos aspectos por desentrañar. Por ejemplo, es imposible deter-
minar todavía el alcance de la represión subsidiaria: cuántas mujeres fueron detenidas para

2013). Investigaciones sobre la Guerra Civil y el Franquismo, Badajoz, 2015; J. Casanova Ruiz, Morir, matar,
sobrevivir: la violencia en la dictadura de Franco, Barcelona, 2002; M. del Olmo Ibáñez (Coord.), Guerra
Civil y memoria histórica en Alicante, Catálogo Exposición, Alicante, 2016.
43. M. Nash (Ed.), Represión, resistencias, memoria. Las mujeres bajo la dictadura franquista, Granada,
2013. M. Eiroa, “La represión, elemento central de la “Victoria”, en Á. Egido y M. Núñez (Eds.), El
republicanismo español. Raíces históricas y perspectivas de futuro, Madrid, 2001, 117-142 y Á. Egido, “El
precio de la militancia femenina: acción política y represión”, en Á. Egido y A. Fernández Asperilla (Eds.),
Ciudadanas, militantes, feministas. Mujer y compromiso político en el siglo XX, Madrid, 2011, 47-74.
44. C. Cabrero Blanco, Mujeres contra el franquismo (Asturias 1937-1952): vida cotidiana, represión y
resistencia, Oviedo, 2006; J. Prada Rodríguez (Ed.), Franquismo y represión de género en Galicia, Madrid,
2013; J. R. Saiz Viadero, Mujer, República, Guerra Civil y represión en Cantabria, Torrelavega, 2016.
45. I. Strobl, Partisanas. La mujer en la resistencia armada contra el fascismo y la ocupación alemana
(1936-1945), 3ª ed., Barcelona, 2015; M. Yusta Rodrigo, Madres coraje contra Franco. La Unión de Mujeres
Españolas en Francia, del antifascismo a la Guerra Fría (1941-1950), Madrid, 2009 y Guerrilla y resistencia
campesina. La resistencia armada contra el franquismo en Aragón (1939-1952), Zaragoza, 2003.
46. F. Romeu, El silencio roto. Mujeres contra el franquismo, 1ª ed., Llanera, 1994; S. Mangini, Recuerdos de
la resistencia. La voz de las mujeres de la guerra civil española, Barcelona, 1999.
47. Á. García Madrid, Réquiem por la libertad, Madrid, 2003; R. Sender Begué, Nos quitaron la miel.
Memorias de una luchadora antifranquista, Valencia, 2004; L. Quiñonero, Nosotras que perdimos la paz,
Madrid, 2005; M. L. Mejías Correa, Así fue pasando el tiempo: memorias de una miliciana extremeña.
Edición de M. Pulido Mendoza, Sevilla, 2006; A. R. Cañil, La mujer del maquis, 2ª ed., Madrid, 2008.
48. N. Català, De la resistencia a la deportación. 50 testimonios de mujeres españolas, Barcelona, 2000;
C. Cañellas y R. Torán, Dolors Piera. Maestra, política i exiliada, Barcelona, Barcelona, 2003; O. Castellví,
De las checas de Barcelona a la Alemania nazi, Barcelona, 2008; M. Núñez Targa, Destinada al crematorio.
De Argelés a Ravesbrück: las vivencias de una resistente republicana española, Madrid, 2011 y El valor de la
memoria, Madrid, 2016. P. Dominguez Prats, De ciudadanas a exiliadas. Un estudio sobre las republicanas
españolas en México, Madrid, 2009.

350 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361


Ángeles Egido y Matilde Eiroa Miscelánea

presionar a sus familiares varones huidos49, el número de años que pasaron realmente en la
cárcel antes de salir con libertad vigilada o con penas reducidas, los castigos más evidentes
destinados sólo a las mujeres como el rapado de pelo, la ingesta del aceite de ricino o las vio-
laciones, difíciles de probar y cuantificar, aunque existen sobrados testimonios sobre ellos50.
Que la mujer fuera considerada un botín de guerra no era nada nuevo, se había dado antes
en la historia y se daría después en la Europa de la II Guerra Mundial, en uno y otro bando,
como puso de manifiesto Maud Joly51, pero hay que subrayarlo porque hay suficientes prue-
bas de que en España también sucedió. Sin embargo, sobre este aspecto apenas tenemos una
obra divulgativa publicada en 201252.
Para reconstruir ese universo son fundamentales los testimonios, que permiten intuir,
a través de los gestos y de los silencios, lo que la voz no quiere confesar. En la actualidad hay
iniciativas al respecto, como el del grupo HISTAGRA de Santiago de Compostela, aunque
el primero y pionero fue el documental de Fernanda Romeu (1991)53. El boom mediático se
produjo nuevamente en los 2000 con la emisión de diversos programas y documentales que
incluían testimonios femeninos, algunos de ellos fundamentales para aprehender las diferen-
tes caras de la represión54.
En consecuencia con estos estudios podríamos afirmar que, desde el punto de vista
cronológico, la etapa de la inmediata posguerra va cerrándose, sobre todo en los aspectos
cualitativos, aunque faltan estudios cuantitativos sobre fusilamientos, depuraciones, desapa-
recidas, la aplicación de la redención de penas a las mujeres, que fue más tardía y menos ge-
nerosa, etc. Hay algunos trabajos sobre depuración de funcionarias, abogadas del TOP, pero
son todavía escasos y es difícil hacer una valoración global por la inaccesibilidad, la inexis-

49. Sobre esto hay clara constancia, para el caso de las mujeres gallegas, en el Proyecto Voces y Nomes. En
línea en: http://www.nomesevoces.net/gl/resultado/mujer-memoria-y-represion/-. Véase también: http://
www.nomesevoces.net/gl/informes/ [Consulta: 12.06.2017].
50. Recientemente M. Ors Montenegro ha recopilado los expedientes de 78 mujeres, ilicitanas o residentes
en Elche, que sufrieron la violencia del franquismo. Los testimonios sobre violación pueden verse en línea
en: http://www.eltaladro.es/2016/04/14/rapadas-violadas-purgadas-en-elche-me-voy-de-aqui-porque-ya-
no-les-queda-nada-mas-que-hacerme/ [Consulta: 12.06.2017].
51. M. Joly, “Las violencias sexuadas de la guerra civil española: paradigma para una lectura cultural del
conflicto”, Historia Social, 61, 2008, 89-107.
52. E. González Duro, Las rapadas. El franquismo contra la mujer, Madrid, 2012. Véase también en línea:
https://arcangelbedmar.com/2017/02/13/la-fotografia-de-las-mujeres-peladas-en-montilla-durante-la-
guerra-civil/ [Consulta: 12.06.2017].
53. F. Romeu Alfaro (Coord.), Rescatadas del olvido. Mujeres bajo el franquismo, videograbación, 1991.
54. Especialmente Del olvido a la memoria, documental producido por M. Campo Vidal y A. Sangüesa,
bajo la dirección histórica de J. Montes Salguero, 2006 y J. Larrauri, Mujeres republicanas, 2010. En 2000
el Institut Universitari de Estudis de la Dona de la Universitat de València grabó El siglo XX en femenino.
Ellas piden la voz y la palabra. En 2003, TV-3 de Catalunya emitió el ya referido programa sobre Els nens
perduts del franquisme, “Trenta minuts”, Serveis Informatius TV-3 de Catalunya, 2003. En 2004 se estrenó
Mujeres en pie de guerra, un proyecto multimedia, en formato documental; en 2006 Egido y Eiroa, entre
otras, participaron en otro documental titulado Mujeres y República, producido por Tesauro para el Canal
Historia de Canal Satélite Digital y TVE.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361 351


Miscelánea Redes sociales, historia y memoria digital de la represión de mujeres en el Franquismo

tencia de fuentes o la ausencia de sistematización de los documentos carcelarios –algunos


son libros de registros de entrada, en otros casos son expedientes completos, etc.-, y porque
cada investigador ha analizado la documentación más próxima y, por lo tanto, no siempre
es posible ofrecer una versión coherente de conjunto. Faltaba también un estudio global que
apuntara, al menos, un primer balance comparativo entre los diferentes ámbitos geográficos.
Se ha intentado paliarlo en Mujer, franquismo y represión, una deuda histórica55, donde se
recoge la información existente hasta la actualidad, aunque todo indica a que apenas roza la
punta del iceberg. Pero sobre todo es necesario un reconocimiento generalizado para el papel
de muchas mujeres que, aunque no tuvieron una participación directa en la guerra, contri-
buyeron a ella de muchas otras maneras y, en general, un reconocimiento para todas aquellas
personas represaliadas porque habían votado al Frente Popular, a quienes durante largos años
se les negó su condición de presos políticos, identificándoles sin más con la delincuencia.

Aproximación a la presencia de la represión de género en la historia y la


memoria digital
Recientes estudios sobre el uso que hacen las mujeres de Internet muestran una división por
género que nos remite a comportamientos estereotipados heredados del pasado siglo56. Se-
gún dichos estudios ellas utilizan más el medio online para adquirir productos y compartir
información personal, mientras que los hombres se distinguen por utilizarlo fundamental-
mente para cuestiones de negocios, obtener información de interés, acceder a contactos rele-
vantes y otros recursos que ofrece la Red para mejorar el estatus profesional. En España M.L.
Congosto ha demostrado que las mujeres están más presentes en Facebook y en Instagram
que los hombres, mientras que éstos las superan en Twitter y Linkedin, por ejemplo57. Apenas
encontramos mujeres youtubers mientras que es más fácil encontrarlas como blogger, un
género de comunicación dinámico que permite realizar anotaciones o posteos de periodi-
cidad variada y difundir todo tipo de materiales escritos y audiovisuales. En cierto modo se
explica la preferencia de este formato porque se considera a los blogs como los herederos de
los antiguos diarios manuscritos, un género muy común entre las mujeres para anotar sus
experiencias cotidianas58.

55. Á. Egido León y J. Montes Salguero (Eds.), Mujer, franquismo y represión, una deuda histórica, Madrid,
2017.
56. I. Vermeren, “¿Quiénes son más activos en las redes sociales: los hombres o las mujeres? [estadísticas
de redes sociales]”. En línea en: https://www.brandwatch.com/es/2016/03/redes-sociales-hombres-mujeres/
[Consulta: 10.2.2017].
57. Véase M.L. Congosto, “Métodos de investigación en redes sociales”. Tercera sesión Seminario
reflexiones teóricas y prácticas metodológicas con fuentes digitales. Universidad Carlos III de Madrid, 24 de
enero de 2017. En línea en: http://uc3m.libguides.com/c.php?g=521884&p=4033319 [Consulta: 10.2.2017].
58. S. C. Herring y J.C. Paolillo, “Gender and genre variation in weblogs”, Journal of Sociolingüistics, 10,
4, 2006, 439-459.

352 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361


Ángeles Egido y Matilde Eiroa Miscelánea

En este estudio se han seleccionado términos alusivos a la represión de mujeres en el


franquismo –cárceles de mujeres, represión de género, fusiladas, exiliadas, deportadas, rapa-
das, historia social-, para realizar búsquedas en la base de datos construida con el software
de Omeka en el seno del proyecto de investigación HISMEDI. La base de datos está estructu-
rada conforme a los objetos y géneros habituales en la Red más accesibles a los ciudadanos,
es decir, blogs, webs, redes sociales, boletines digitales y el canal audiovisual de Youtube.
Sus contenidos proceden de los hallazgos encontrados con los recursos digitales de Google
Search Advanced, buscadores especializados y la extracción de datos de hipervínculos59. La
configuración de dicha base de datos en campos relativos a la identidad, los objetivos, los
contenidos y aspectos relativos a la interactividad y la multimediación de cada elemento ana-
lizado, permite reunir una información bastante completa al tiempo que valorar su calidad.
Como ya mencionamos al inicio, la investigación con fuentes nativas digitales ofrece
numerosos retos a la historiografía, entre otros su abordaje teórico y metodológico en el que
hay que aproximarse a ciencias sociales afines como la comunicación, un terreno en el que se
mueve la historia digital y, sobre todo, la historia pública digital60. Los resultados que se ex-
ponen en las siguientes páginas no pueden considerarse definitivos, aunque son una muestra
bastante representativa de las evidencias digitales sobre el tema. Los datos consignados han
sido confirmados con fecha 14 de marzo de 2017 y se encuentran en la exposición virtual
denominada «Las mujeres como agentes y protagonistas de la Historia y la Memoria digital»
que el equipo del proyecto HISMEDI va alimentando a medida que se encuentran nuevos
sitios virtuales61.
De los más de 1.000 elementos analizados e incluidos en dicha base de datos, es fácil-
mente deducible el bajo nivel de participación y de presencia femenina en la webesfera de la
historia y la memoria cuya cuantificación apenas llega al 12-15%. Las mujeres son autoras
exclusivas de un reducido número de websites y blogs y su presencia es menor en Facebook y
Twitter. Suelen compartir su actividad con los hombres, mucho más dinámicos en la Red. Sin
embargo son bastante participativas en documentales, grabaciones audiovisuales o reporta-
jes emitidos por el canal de Youtube, formatos para los que prestan sus voces y testimonios
con gran detalle. La brecha es mayor cuando se trata de la represión de género como objeto
de estudio y disminuye cuando comprobamos la contribución de las mujeres a los estudios
generales sobre la violencia del franquismo. En otras palabras, falta mucho por visualizar de
la polifacética represión ejercida contra las mujeres en la inmediata posguerra, y los autores

59. Véase en línea en: http://evi.linhd.uned.es/projects/hismedi/om/ [Consulta: 11.03.2017]. La base de


datos OMEKA fue creada por The Roy Rosenzweig Center of History and New Media, https://rrchnm.org/.
60. Entre la bibliografía sobre ambos terrenos mencionaremos: A. Pons, El desorden digital. Guía para
historiadores y humanistas, Madrid, 2013. Del mismo autor: “Internet: un reto para el conocimiento
(histórico)”, Pasajes: Revista de pensamiento contemporáneo, 27, 2008, 31-42. S. Noiret, “Public History
e storia pubblica nella rette”, Ricerche storiche 39, 2-3, 2009, 275-327. Del mismo autor: “Historia digital
e Historia pública digital”, en J.A. Bresciano y T. Gil (comp.), Historiografía, giro digital y globalización.
Reflexiones teóricas y prácticas investigativas, Montevideo, 2015, 41-76.
61. En línea en: http://evi.linhd.uned.es/projects/hismedi/om/exhibits/show/las-mujeres-como-agentes-
de-la [Consulta: 11.03.2017].

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Miscelánea Redes sociales, historia y memoria digital de la represión de mujeres en el Franquismo

en su mayoría son hombres, mientras que ellas son más diligentes en las aportaciones sobre la
memoria colectiva de este traumático pasado62. Una explicación de esta peculiaridad puede
deberse al silencio de décadas mantenido para olvidar las humillaciones sufridas y las vio-
laciones que ha impedido a las generaciones de hijos y nietos conocer los recuerdos de ese
pasado traumático vivido por sus ascendientes incurriendo, también en el entorno digital, en
el desconocimiento de esta parte de nuestro pasado en el que ellas también fueron víctimas.
La corta red de relatos sobre la represión de mujeres se centra en ámbitos como las
cárceles de mujeres, su situación en las distintas prisiones de la geografía española explicada
en intervenciones de historiadores y especialistas; campos de concentración y, finalmente,
documentales con testimonios de las supervivientes o de sus familiares, dando paso así, a
la denominada «memoria adquirida», utilizando el término que J. Aróstegui aplicó a aquel
relato oral que los descendientes de los protagonistas narran al transferir el recuerdo de los
sucesos63. El término de «postmemoria« utilizado por otros autores hace referencia, igual-
mente, a esta emisión del pasado no vivido en primera persona pero asumido como legado
familiar para las generaciones jóvenes64.
Con respecto a las cárceles contamos con algunas aportaciones que, con mayor o me-
nor rigor, describen e interpretan este lugar de represión. Ejemplos como la web de la prisión
de Les Corts, obra del historiador Fernando Hernández Holgado, no son habituales en el
panorama digital65. En ella se ofrece una historia transmedia que ayuda a entender mejor la
cárcel: permite la visualización del lugar, incluye testimonios de las presas, documentos de la
administración carcelaria, fotografías, el contexto histórico y cronológico, así como enlaces a
actividades y recursos relacionados. En definitiva una recreación bastante fiel de este pasado
traumático cuya fiabilidad le hace útil para la investigación, la didáctica y la divulgación.
La cárcel de mujeres de Saturrarán se aborda desde dos lugares virtuales: en una en-
trada de 2007 de la web de Llum Quiñonero, y en una sección de la web de Ahaztuak 1936-

62. Véase en la sección denominada “Mujeres en Red por la Memoria”, en línea en: http://evi.linhd.uned.
es/projects/hismedi/om/exhibits/show/las-mujeres-como-agentes-de-la/mujeres-en-red-por-la-memoria
[Consulta: 15.02. 2017].
63. J. Aróstegui (ed.) España en la memoria de tres generaciones. De la esperanza a la reparación. Madrid,
2007, 26-48. Del mismo autor: “Memorias, historias y confrontaciones. Los conceptos y el debate”, en J.
Cuesta Bustillo (dir.) Memorias históricas de España (siglo XX), Madrid, 2008, 20-37.
64. Véase la acepción y uso del término en L. Quílez, y J.C. Rueda (dirs), Posmemoria de la guerra civil y el
franquismo. Narrativas audiovisuales y producciones culturales en el siglo XXI, Granada, 2017.
65. En línea en. http://www.presodelescorts.org/es/introducci%C3%B3 [Consulta: 12.02.2017] F.
Hernández Holgado, “Presodelescorts.org. Las nuevas tecnologías al servicio de la memoria y la historia
de la prisión de mujeres de Les Corts (Barcelona 1939-1955)”, en P. Amador y R. Ruiz Franco, La otra
dictadura: el régimen franquista y las mujeres, Madrid, 2007, 171-181. Del mismo autor, “Presodelescorts.
org. Memoria e historia de la prisión de mujeres de Les Corts (Barcelona, 1939-1955)”, en Entelequia. Revista
interdisciplinar, 7, 2008, 187-196. Igualmente, “Memoria de la prisión de mujeres de Les Corts. Un balance
(2006-2014)”, Ágora, 2, 2015, 89-112.

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Ángeles Egido y Matilde Eiroa Miscelánea

199766. En el primer caso, hay un relato de ficción sobre los orígenes de las instalaciones que
comenzaron siendo un gran hotel de la costa vasca para convertirse en cárcel de mujeres
en 1937 con la caída del frente norte. Quiñonero toma la palabra de las asistentes a un acto
homenaje el 1 de abril de 2007 organizado en Saturrarán por el gobierno vasco, y narra las
vivencias de las supervivientes y sus hijas en aquella cárcel. Transmite los testimonios de
algunas encarceladas y hace uso de una de las características de Internet, la interactividad,
dejando abierta esta página para que los internautas dejen sus comentarios. En el segundo
caso, otro homenaje realizado el 8 de marzo de 2014 sirve para divulgar lo ocurrido en esta
prisión. No hay aquí ficción sino reivindicación de la memoria de estas mujeres, del número
de recluidas y de sus hijos y del sufrimiento causado. Ambas websites están orientadas a la
difusión y la divulgación a través de la reflexión de sus autoras sobre esta pequeña parte del
universo carcelario.
Sobre la cárcel de Burgos se escribió el ensayo Yo fui presa de Franco67, cuyos autores
crearon un blog con fines publicitarios en el que presentan una aproximación a la historia de
las mujeres que fueron detenidas y encarceladas en esta prisión durante la Guerra Civil y la
inmediata posguerra. Incluye una relación de nombres así como vivencias personales de la
vida cotidiana en una ciudad de gran simbolismo para el franquismo al ser la sede del primer
gobierno dirigido por Franco en tiempos bélicos. Sin embargo, lo que comenzó siendo una
página publicitaria se ha convertido en un lugar donde, además de las 151 mujeres repre-
sentadas en el libro, se difunden breves testimonios y microbiografías de otras que también
sufrieron represión, ampliándose de este modo la transmisión de las experiencias padecidas
en este penal y otros similares.
El drama que supuso el fusilamiento en agosto de 1939 de «Las Trece Rosas», cuenta
igualmente con algunos lugares virtuales que rememoran su trayectoria en tiempos de la II
República, su actuación en la guerra civil y su destino fatal68. La tragedia de estas mujeres de
las JSU está representada con imágenes y documentos que divulgan los orígenes del cruel
castigo que acabó con sus vidas. Otros lugares confirman la existencia de más casos de «trece
rosas» en varias localidades de la geografía española como se muestra en el documental Suce-
dió en Grazalema, dedicado a revelar el asesinato de quince mujeres de la localidad o el blog
de las «19 mujeres de Guillena», un caso similar ocurrido en este pueblo andaluz69.

66. En línea en: http://www.llumquinonero.es/2007/04/10/carcel-de-mujeres-de-saturraran-1937-1944/ ,


http://www.f-osacomun.com/saturraran.htm y http://ahaztuak1936-1977.blogspot.com.es/2014/-03/satur-
raran-homena-je-la-mitad-del-cielo.html [Consultas: 12.02.2017]. Asimismo un post de 15 de febrero del
blog Merindades en la Memoria, se hace eco de las mujeres en esta cárcel, sus carceleras y el régimen de
habitabilidad en la prisión, en línea en: https://lasmerindadesenlame-moria.wordpress.com/2017/02/15/
la-carcel-de-mujeres-de-saturraran/ [Consulta: 12.02.2017].
67. F. Cardero Azobra y F. Cardero Elso, Yo fui presa de Franco, Burgos, 2015.
68. A este objetivo responden el blog en línea en: http://asociaciontrecerosas.blogspot.com.es/ y el
documental https://www.youtube.com/watch?v=vTLwDRnDCr4 [Consulta: 11.03.2017].
69. Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar (2017).“Sucedió en Grazalema,”. En línea en: http://
evi.linhd.uned.es/projects/hismedi/om/items/show/765. Asociación para la Recuperación de la Memoria

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En lo que respecta a campos de concentración destaca la web de la Amical de Ravens-


brück, una entidad constituida en 2009 en Barcelona para rendir homenaje a las mujeres ca-
talanas deportadas al campo de Ravensbrück, siguiendo la iniciativa de Neus Català, la única
superviviente70. En su website ofrece información sobre el campo y su organización, un censo
de mujeres españolas deportadas a campos nazis así como la bibliografía y las fuentes en que
está fundamentada la página. Asimismo incluye una sección de hemeroteca con información
actualizada sobre campos de concentración. El censo de mujeres deportadas está contrastado
con fuentes de archivo y bibliográficas, proporcionando una información rigurosa y bastante
exhaustiva del perfil de las mujeres en dicho campo.
La represión de género cuenta, asimismo, con diversas grabaciones difundidas en You-
tube. Un ejemplo lo encontramos en «Historia viva. Mujeres bajo el franquismo», pertene-
ciente al Canal UNED, en el que tres especialistas responden a las preguntas de la periodista
que conduce un programa sobre la represión y el encarcelamiento de mujeres en los primeros
años de la dictadura. La entrevista proporciona información y opinión dirigidas a estudiantes
universitarios, con un objetivo fundamentalmente didáctico y divulgativo. En este mismo
ámbito académico y a través del mismo canal hemos de incluir el congreso celebrado en di-
ciembre de 2014 sobre franquismo y represión de género, en el que se debatieron numerosos
aspectos de las diversas tipologías de la violencia ejercida contra mujeres71.
Siguiendo en el entorno académico y con fines divulgativos hay distintas contribucio-
nes, como la charla reproducida también en Youtube del historiador Iosu Chueca, que realiza
un amplio análisis sobre las distintas formas de persecución económica, política y cultural a
través de la legislación depuradora y coactiva del franquismo. En un estilo coloquial explica
la trama planificada por el Estado para el retorno al hogar y la anulación de los derechos
adquiridos en tiempos republicanos, así como las diferencias entre las múltiples formas de
represión entre hombres y mujeres72. Incide en las vejaciones, los castigos y la humillación
ejercida contra ellas y las cárceles donde permanecieron largos periodos de tiempo durante
la Guerra Civil y la posguerra.
En Youtube se difunde, igualmente, el documental producido en 2013 por Javier La-
rrauri, un artista atraído por la invisibilidad de las mujeres en la historia reciente, titulado La
luz de aquella tierra. En él se ofrecen testimonios de aquellas que, siendo niñas, tuvieron que
salir a pie por la frontera entre Cataluña y Francia huyendo de las tropas franquistas que ocu-
paban este territorio. Con este enfoque de historia oral hay disponibles varios documentales
con testimonios de las protagonistas sobre los largos años de su estancia en la cárcel. Entre

Histórica “19 Mujeres” de Guillena.“ En línea en: http://evi.linhd.uned.es/projects/hismedi/om/items/


show/821. [Consultas: 29.05.2017].
70. En línea en: http://www.amicalravensbruck.org/reportaje.asp?id_rep=47 [Consulta: 12.02.2017]. M.
Trallero, Neus Català. La dona antifeixista a Europa, Barcelona, 2008. N. Català, Testimoni d’una supervivent,
Barcelona, 2007. S. Checa y B. Bermejo, Libro memorial. Españoles deportados a los campos nazis (1940-
1945), Madrid, 2006.
71. En línea en: https://canal.uned.es/serial/index/id/1509 [Consulta: 12.03.2017].
72. En línea en: https://www.youtube.com/watch?v=_8Ki1MjXfqU [Consulta: 12.02.2017].

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otros citaremos Del olvido a la memoria, Digna Rabia, Memoria del exilio. La maternidad de
Elna o Mi Manzanica, en los que se muestra la fortaleza de aquellas mujeres que sufrieron
humillación, escarnio y privación de libertad por sus ideas políticas, su actuación durante la
guerra civil o simplemente por su parentesco con hombres perseguidos73.
Con respecto al destino de los niños, existen diversas evidencias, como en Basque Chil-
dren.org, propiedad de una asociación británica dedicada a mantener la memoria de aquellos
que fueron trasladados a Gran Bretaña en 1937 tras la evacuación forzada por los bombar-
deos fascistas del frente norte74. O el destino desconocido de aquellos que fueron separados
de sus familias y entregados en adopción a las familias del Régimen, como el grupo de la
red social Facebook Todos los niños robados son también mis niños, impulsado por Soledad
Luque y su familia, creado con el objetivo de averiguar dónde está uno de sus hermanos. En
la actualidad se ha convertido en un referente para colectivos reunidos en torno al problema
de los niños robados75.
Junto a estos contenidos específicos sobre mujeres, la represión de género está presente
en la Red en lugares virtuales generales. En páginas como Todos los Nombres o Todos los Ros-
tros, diversas microbiografías permiten conocer su trayectoria personal y su trágico destino.
En la web de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, por ejemplo, hay
bastantes entradas sobre mujeres, generalmente referidas a los cuerpos encontrados en las fo-
sas comunes, o a la celebración de conmemoraciones y homenajes en los que se rememora a
aquellas que sufrieron la persecución. En la web de Justicia y Memoria de Valladolid difunden
una base de datos con nombres de los represaliados, entre ellos mujeres. En esta misma línea
se encuentra la página de la Federación de Foros por la Memoria que cuenta con búsquedas y
propuestas de construcción de cortas biografías en las que también se están reconstruyendo
las experiencias vitales femeninas. Del mismo modo en iniciativas regionales como Nomes e
Voces, se encuentran secciones que contienen información sobre las mujeres. Es destacable el
proyecto Herri Memoria, configurado como un archivo audiovisual de historia oral abierto,
que permite incorporar cualquier historia de vida recogida en el País Vasco. En su pestaña
de búsquedas distinguen entre hombres y mujeres, una herramienta que facilita el análisis
de la coerción por sexos practicada por el franquismo76. En la web del colectivo madrileño
Memoria y Libertad, se ha incluido un listado de víctimas del franquismo en Madrid en el
que se relacionan las mujeres ejecutadas en la Cárcel de Ventas a partir del libro de Hernán-
dez Holgado77. En su sección Quiénes eran aparecen registros de mujeres asesinadas entre
1939 y 1945 con datos sobre la fecha de ejecución y breves reseñas biográficas, entre ellas las

73. Javier Larráuri, tráiler en línea en: https://www.youtube.com/watch?v=8t5f5sRfJT4. Véase su


clasificación y url en la exposición virtual sobre mujeres en la Red. En línea en: http://evi.linhd.uned.es/
projects/hismedi/om/exhibits/show/las-mujeres-como-agentes-de-la [Consulta: 11.03.2017].
74. En línea en: http://www.basquechildren.org/ [Consulta: 18.03.2017].
75. En línea en: https://www.facebook.com/FAMILIALUQUEDELGADO/ [Consulta: 18.03.2017].
76. Asociación Elkasko (2016).“Herri Memoria”. En línea en: http://evi.linhd.uned.es/projects/hismedi/
om/items/show/955. [Consulta: 30.05.2017].
77. En línea en: https://es.scribd.com/document/6493389/Lista-Fallecidas-Carcel-de-Ventas-Fernando-
Hernandez-Holgado [Consulta: 11.03.2017]

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361 357


Miscelánea Redes sociales, historia y memoria digital de la represión de mujeres en el Franquismo

Trece Rosas. Del mismo modo en otras páginas de referencia sobre exiliados se incluye in-
formación sobre los recorridos vitales de las mujeres obligadas a marcharse del país una vez
derrotado el ejército republicano. Sin embargo, en los lugares genéricos es difícil encontrarlas
porque la información no está catalogada por género, una circunstancia que impide localizar
y tener certeza de cuál fue la dimensión de lo ocurrido al colectivo femenino.

Credibilidad, calidad y aportación de las nuevas fuentes digitales


Una cuestión clave a la hora de abordar las fuentes digitales es comprobar su calidad y cre-
dibilidad, una evaluación obligada no sólo para usos historiográficos sino también para la
consulta como internautas.
El escepticismo hacia la documentación de Internet está muy extendido, puesto que es
conocida la facilidad para manipular los contenidos y las imágenes así como para difundir
información sin filtros adecuados. Esta situación requiere, por tanto, de una valoración de los
materiales, especialmente de los nacidos digitales. Estos últimos presentan importantes retos,
puesto que sus emisores y objetivos son muy diversos y dependen, en cierta medida, de si se
trata de instituciones oficiales, colectivos de diversa naturaleza o de individuos que acceden
a la Red con gran desenvoltura78.
Las propuestas para el análisis, la verificación de la calidad y credibilidad de los recur-
sos digitales no son abundantes y son obra, sobre todo, de disciplinas como la documenta-
ción y la archivística79. En general coinciden en que deben incluir indicadores de identidad
como el autor/entidad emisora, la fecha de creación, la estructura y organización interna, la
financiación o soporte económico y una explicación de los objetivos. A menudo esta infor-
mación técnica suele aparecer en los denominados metadatos, una información descriptiva
que acompaña a los recursos fiables. Otra vía para comprobar la fiabilidad y calidad de una
fuente digital puede ser la verificación de preguntas relativas a la búsqueda del quién, qué,
cuándo, con qué finalidad, porqué, etc., cuestiones que pretenden averiguar la autoridad de
un recurso, su intencionalidad o el rigor en los contenidos. Asimismo las características de
Internet como la hipertextualidad y la multimediación pueden convertirse en herramientas
para acreditar la información que se difunde a través de la navegación por los enlaces que lle-
van a otros entornos digitales donde cotejar los datos o testimonios. La calidad de los textos,
finalmente, puede verificarse a través de la comparación con la producción historiográfica

78. B. Rieder y T. Röhle: “Digital Methods: five challenges”, en D. M. Berry (eds.) Understanding Digital
Humanities, Houndmills, Palgrave Macmillan, 2012, pp. 67-84. P. Groth et al: “Requirements for provenance
on the Web”, The International Journal of Digital Curation, 7, 1, 2012, 39-56. En línea en: http://www.ijdc.
net/index.php/ijdc/article/view/203. [Consulta: 11.03.2017]. D. G. Godfrey: Methods of historical analysis
in electronic media, New Jersey, 2006.
79. E. Boretti: “Valutare Internet. La valutazione di fonti di documentazione web”. En línea en: http://
www.aib.it/aib/contr/boretti1.htm. [Consulta: 11.03.2017] F. Vecchio: “La storia in rete: la valutazione
delle risorse”, en Storiadelmondo, 41 (2006). En línea en: http://www.storiadelmondo.com/41/vecchio.
valutazione.pdf. [Consulta: 28.05.2017].

358 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361


Ángeles Egido y Matilde Eiroa Miscelánea

offline, y la práctica de técnicas metodológicas convencionales como las consultas bibliográ-


ficas o a la documentación de archivo.
Conviene, asimismo, diferenciar las entidades públicas -archivos, universidades y cen-
tros de investigación-, de las privadas -fundaciones, colectivos, asociaciones memoriales y
particulares-. En muchos casos las entidades privadas construyen sus sitios virtuales bajo el
concepto de «proyectos colaborativos», es decir, aquellos que se nutren de las aportaciones
de voluntarios que remiten información biográfica, jurídica o audiovisual. La mayor parte de
ellas, sin embargo, no persigue elaborar un relato historiográfico, sino más bien configurar
un «lugar digital de memoria» a modo de homenaje y recuerdo. Incluso algunas asumen un
papel meramente divulgativo o reivindicativo de situaciones y personajes injustamente trata-
dos por las administraciones a lo largo de décadas. Por tanto, a la hora de establecer una je-
rarquía cualitativa o metodológica de los recursos, han de tenerse en cuenta estos parámetros
para no incurrir en errores de apreciación. En otras palabras, no es posible comparar un ob-
jeto digital realizado por historiadores como resultado de un proyecto de investigación, que
otro creado por un colectivo memorial que intenta mantener la memoria de alguna víctima,
aunque ambos compartan el objetivo común de visualizar la represión de género. A modo de
ejemplo podríamos mencionar dos fuentes dedicadas a la cárcel de mujeres de Les Corts: la
página ya referida «Memoria Prisión de Mujeres de Les Corts. Barcelona, 1939-1955»- obra
de un historiador-, de excelente calidad y credibilidad para la reconstrucción histórica; y
el grupo de Facebook «Futur Monument Presó de Dones de les Corts. Barcelona. Gènere i
Memòria» –obra de un colectivo- destinado a impulsar la construcción de un monumento a
dicha cárcel y, por tanto, en el ámbito de la memoria colectiva80. En el primer caso estaríamos
ante un elemento con función historiográfica mientras que en el segundo estaríamos ante un
elemento con función divulgativa y reivindicativa y, en consecuencia, factible de utilización
en los estudios sobre posmemoria y memoria colectiva.
En lo que respecta a la represión de mujeres, objeto de estudio de este texto, se podría
establecer una categorización múltiple: por un lado las fuentes digitales que pueden contri-
buir a la construcción histórica de los acontecimientos, como las ya citadas de las cárceles
de Les Corts y Burgos, el documental Tras las rejas franquistas sobre la cárcel de Segovia,
la web del campo de concentración de Ravensbrück, y las diversas intervenciones de espe-
cialistas sobre la materia. Por otro lado un conjunto de aportaciones bien documentadas
obra de colectivos que muestran la historia de las represaliadas y reivindican su sitio en la
historia. Es el caso, entre otros, de la página web «Parque de la Memoria», sobre el llamado
«pueblo de las viudas», el documental Sucedió en Grazalema –narración del fusilamiento
de quince vecinas de la localidad-, el blog «Asociación para la Recuperación de la Memoria
Histórica «19 Mujeres» de Guillena» –de temática similar-, el documental Prohibido recor-

80. F. Hernández Holgado, “Memoria Prisión de Mujeres de Les Corts. Barcelona, 1939-1955”. En línea
en: http://evi.linhd.uned.es/projects/hismedi/om/items/show/190 [Consulta: 29.05.2017]. Colectivo
Plataforma para el Futuro Monumento de la Cárcel de Mujeres de Les Corts (2010).“Futur Monument
Presó de Dones de les Corts. Barcelona. Gènere i Memòria”. En línea en: http://evi.linhd.uned.es/projects/
hismedi/om/items/show/834. [Consulta: 29.05.2017].

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361 359


Miscelánea Redes sociales, historia y memoria digital de la represión de mujeres en el Franquismo

dar. Cárcel de Saturrarán, o los lugares genéricos dedicados a la represión que incluyen a
las mujeres, como las páginas de Todos los Nombres, Nomes e Voces, Todos los Rostros, Herri
Memoria, etc.81. En tercer lugar la contribución oral de mujeres que prestan su testimonio
sobre la experiencia vital en los centros de represión82. En esta categoría, que podría situar-
se bajo el ámbito de una historia oral digital, resulta ineludible contrastar su palabra con
documentación archivística y bibliográfica, un proceso del que no está exento la práctica
de la historia oral convencional. Finalmente figurarían los sitios virtuales y las redes socia-
les orientadas al homenaje, la reivindicación y la búsqueda de verdad, justicia y reparación.
En este grupo se podría señalar a la Federación de Foros por la Memoria, la Asociación
para la Recuperación de la Memoria Histórica o blogs como «13 Rosas Asturias», agentes
relevantes de la memoria colectiva del fenómeno represor.
La selección de estos materiales para su utilización depende de los objetivos plan-
teados en cada investigación. Cada uno de ellos aporta un enfoque, una visión y una pers-
pectiva diferente de la represión de mujeres en las plataformas sociales: desde el oficial de
las instituciones públicas, al historiográfico, el memorial o el reivindicativo de entidades
privadas. En cualquier caso suscitan interrogantes y líneas de investigación novedosas so-
bre la visibilidad de las mujeres, la construcción de una historia «desde abajo» basándose
en las microbiografías y los testimonios orales existentes en la Red, la revelación de nuevos
datos sobre el tema utilizando las fuentes digitales construidas en pequeñas localidades y
provincias, etc.

Algunas reflexiones
Los hallazgos provisionales sobre la presencia y representación de la represión de género
permiten algunas conclusiones iniciales. En primer lugar, es evidente que hay una brecha
de género en la representación de la Historia y la Memoria en el entorno digital. La brecha
se comprueba en los autores de estos formatos digitales, en los que prevalecen los hombres
y en los que hay una baja participación femenina como autoras exclusivas. También hay
una importante brecha en los contenidos, cuyos mensajes y relatos se refieren mayorita-
riamente a los hombres. Ciertamente la producción historiográfica ha demostrado que la
represión contra ellos fue cuantitativamente mayor, pero hay ya muchas investigaciones
–como se ha expuesto en la primera parte de este texto- que muestran claramente la espe-

81. Asociación Pueblo de las Viudas de Sartaguda / Alargunen Herriko Elkartea (2009). “Parque de
la Memoria”. En línea en: http://evi.linhd.uned.es/projects/hismedi/om/items/show/658. Foro por la
Memoria del Campo de Gibraltar (2017). “Sucedió en Grazalema”. En línea en: http://evi.linhd.uned.es/
projects/hismedi/om/items/show/765. Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica “19
Mujeres” de Guillena“. En línea en: http://hismedi.evilinhd.com/om/items/show/821. Darrai DocuVideos
(2012).“Prohibido recordar. Cárcel de Saturrarán”. En línea en: http://evi.linhd.uned.es/projects/hismedi/
om/items/show/945. [Consultas: 29.05.2017].
82. En línea en: http://evi.linhd.uned.es/projects/hismedi/om/exhibits/show/las-mujeres-como-agentes-
de-la/testimonios-audiovisuales-de-l [Consulta: 29.05.2017].

360 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361


Ángeles Egido y Matilde Eiroa Miscelánea

cificidad de la aplicada a las mujeres que está poco visible en la Red, con alguna excepción
ya indicada. En otras palabras, hay una escasa constancia de la represión de género en el
universo digital y esta carencia refrenda la invisibilidad que tradicionalmente han tenido
las mujeres en la Historia. Cierto es que en casi todas las páginas de la represión genérica
cuentan con herramientas de búsqueda para encontrar las relaciones de represaliados y en
ellas están presentes las mujeres, pero apenas hay lugares virtuales centrados en la explica-
ción de cuál fue su historia y su experiencia.
En segundo lugar estas fuentes transmedia nos remiten al conocimiento de un pasado
distinto y esto supone un reto para los historiadores. No podemos soslayar la existencia de
entornos digitales donde se ofrecen testimonios de los acontecimientos, fuentes orales, visua-
les, auditivas, etc., porque tenemos la oportunidad de comprobar con nuevos elementos de
juicio y análisis qué fue lo ocurrido. En ellos nos encontramos la voz y el sonido, la estética
de las mujeres de la época -que ahora es posible conocer-. Estas nuevas fuentes y perspectivas
darán como resultado un incremento de la historia social y la construida «desde abajo».
En tercer lugar, si las investigaciones de la historiografía convencional sobre la re-
presión de mujeres han requerido la utilización de enfoques inéditos y la búsqueda de
originales fuentes documentales que extraigan del olvido su historia, también en la Web
2.0 hay que destinar espacios y configuraciones novedosos para el estudio del fenómeno
represor de género que muestre las características del mismo, desde el perfil biográfico de
las víctimas hasta su trayectoria política, profesional o doméstica, sus teóricos delitos y sus
múltiples memorias y reacciones ante la hostilidad mostrada por el franquismo hacia estas
mujeres transgresoras de su moral.
Las características de Internet relativas a la posibilidad de incluir elementos multime-
diáticos -fotografías, voz, sonidos, documentos textuales-, hipertextos -con enlaces a otros
lugares como archivos digitalizados, por ejemplo, para ampliar la información o contrastar-
la-, o la interactuación -una herramienta que permite a los usuarios enviar datos para cons-
truir microbiografías o aportar información-, habilitan la multiplicación del conocimiento
sobre las mujeres en nuestra historia. Hay posibilidad de hacerlas visibles con la difusión de
su imagen, su voz, su estética, sus sentimientos y recuerdos y, en consecuencia, de construir
un pasado más próximo al rigor deseado por la comunidad académica y más empático con
los hipotéticos lectores del presente.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 341-361 361


Contribution for a double ephemeral:
Carlos iii and his colonizing work on the presses.
A state of affairs
Aportación para una doble
efeméride: Carlos iii y su obra
colonizadora en las prensas.
Un estado de la cuestión*

Soledad Gómez Navarro


Universidad de Córdoba
[email protected]

Fecha recepción 08.03.2017 / Fecha aceptación 10.06.2017

Resumen Abstract
La doble celebración entre el año anterior y éste del The joint anniversaries of Charles III’s birth (200
trescientos aniversario del nacimiento de Carlos years) and of his colonizing plan (250 years) seem
III, y del doscientos cincuenta de su plan coloniza- to be opportune moments to stop, review and
dor, parecen momentos oportunos para detenerse, examine the production generated by academia
controlar y examinar la producción generada por on the latter, which has received noticeably less
la academia sobre la segunda, que está pasando attention, the aim being to take stock of what we
bastante más desapercibida, al objeto de conocer know, of what is lacking, of progress and of future
qué sabemos al respecto y qué falta, en qué hemos challenges. Shining new light gained recently at
avanzado y en qué debemos seguir trabajando. Ac- different events commemorating the anniversary,
tualizando lo que he tenido oportunidad de reali- this paper is set forth in two parts: (a) analyzing

* Aportación realizada en el marco del Proyecto CSO2015-68441-C2-2-P (MINECO/FEDER).

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 363-381. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3978
Miscelánea Aportación para una doble efeméride: Carlos iii y su obra colonizadora en las prensas

zar por haber sido invitada a participar reciente- the compartments and contents of the different
mente en distintos eventos que han conmemorado accumulated contributions – the sources and con-
la efeméride carlotercerista, dos partes vertebrarán tents, authorships, chronologies and themes; (b)
este texto, a saber: Por un lado, analizar los con- reflecting upon the profile of the panorama that is
tinentes y contenidos de las distintas aportaciones drawn in general and in certain concrete aspects.
acumuladas –soportes y entidad de éstos, autorías,
cronologías y temáticas-; por otro, reflexionar so-
bre el perfil del panorama que se dibuja en general
y en determinados aspectos concretos.

Palabras clave Key words


Carlos III, Ilustración, Reformismo, Coloniza- Charles III, Illustration, Reformism, Coloniza-
ción, Historiografía tion, Historiography

364 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 363-381


Soledad Gómez Navarro Miscelánea

Como todos sabemos, las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía constitu-
yeron objetivo axial de Carlos III, quien, tras decretar en junio de 1761 la construcción de la
carretera general de Andalucía por Despeñaperros, necesitaba que el camino dejara de ser
ruta preferida para bandidos que se beneficiaban de los extensos campos despoblados. Para
repoblar el «desierto de Sierra Morena», con cincuenta kilómetros sin un alma entre El Viso
del Marqués y Bailén, el «desierto de La Parrilla», entre Córdoba y Écija, y el «desierto de La
Moncloa o Monclova», entre Écija y Carmona, nacerían las Nuevas Poblaciones de Sierra
Morena, estructuradas en nueve feligresías –Aldeaquemada, Santa Elena, a la que se anexio-
naría desde 1781 Miranda del Rey; La Carolina, Navas de Tolosa, Carboneros, Guarromán,
Rumblar, Arquillos y Montizón-, y las Nuevas Poblaciones de Andalucía en torno a cuatro
feligresías –La Carlota, Fuente Palmera, San Sebastián de los Ballesteros y La Luisiana-, así
como otras poblaciones y aldeas menores como Las Correderas. Catorce años más tarde tras
el surgimiento de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía emergerían La Con-
cepción de Almuradiel y Almuradiel, una misma realidad, que además aunque estuvo gober-
nada desde 1793 por las mismas disposiciones que la Nuevas Poblaciones, siempre fue una
realidad jurisdiccional independiente. Se fijaron dos capitales –La Carolina y La Carlota-,
pues la nueva quinta provincia andaluza se compuso de dos partidos territoriales tan inde-
pendientes entre sí, que lo único que los unía era la figura del superintendente o intendente;
quien si bien por lo general moraba en la primera –con una subdelegación en la segunda-, su
lugar de residencia no implicaba que las Nuevas Poblaciones de Andalucía, con capital en La
Carlota, dependiesen de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena.
Los colonos vendrían de Alemania y Flandes, según el acuerdo establecido entre el
monarca y el oficial bávaro Johann Kaspar von Thürriegel, quien en 1766 se comprometió
a traer seis mil colonos de ambos sexos, todos católicos, labradores o artesanos, pagando
la Corona por cada uno trescientos veintiséis reales de vellón, un lote de tierras, ganados y
utensilios, y la exención del pago de tributos durante diez años. Las circunstancias generales
de la zona europea afectada favorecieron el reclutamiento de los colonos, que, finalmente, no
sólo fueron alemanes y flamencos sino también franceses, suizos e italianos, y que, asimismo
tras muchas vicisitudes y altibajos en la repoblación, fueron rápidamente integrados por las
medidas que se dictaron en el llamado Fuero de Población de Andalucía y Sierra Morena o
Instrucción. Mixtura, pues, de objetivos económicos –sobre todo, en concreto un vasto plan
de reforma agraria-, de seguridad del tráfico, y demográficos, la consolidación de este proce-
so debió mucho al gran trabajo del superintendente Olavide hasta su caída en desgracia diez

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 363-381 365


Miscelánea Aportación para una doble efeméride: Carlos iii y su obra colonizadora en las prensas

años más tarde, en 1776. Especialmente significativos en tamaña empresa fueron los factores
económicos, como decía.
En efecto, se pretendía movilizar la riqueza del sector primario según las ideas eco-
nómicas agraristas –más que fisiocráticas, de leve influencia en España, aunque sí se cons-
tata precisamente en Olavide1-, tan en boga en el Setecientos, al sostener que la agricultura
era el principal sector económico pero no el único productivo, como mantuvieron las se-
gundas2. Para ello había que poner en explotación baldíos y remover los obstáculos de unos
latifundios no rentables económicamente y de una sociedad asentada en los privilegios de
las vinculaciones y las amortizaciones que impedían la libre disposición de una cantidad
ingente de tierras de labor. Pero también, y en correspondencia con ese principio económi-
co, se creaba –o intentaba crear, y según también los mismos principios ilustrados-, una so-
ciedad agraria químicamente pura en la que desaparecieran los privilegiados –estamentos
nobiliario y eclesiástico-, las capas improductivas de la sociedad –letrados, por ejemplo-,
por considerarlas una auténtica rémora en todo intento de transformación social y econó-
mica, y toda posibilidad de fundar bajo amortización, como expresa el artículo X del Fuero.
Por lo demás –y junto a estas razones económicas, sociales, demográficas y de seguridad
pública antes señaladas-, hay también una clara intencionalidad política, a saber: Carlos
III, paradigma europeo de «déspota ilustrado», quería lograr un Estado poderoso impul-
sando el desarrollo económico, depurando una sociedad de viejas y anacrónicas lacras y,
especialmente, centralizando la administración, y la empresa ilustrada de repoblación le
brindaba una magnífica ocasión para todo ello.
Desde el punto de vista administrativo, finalmente, y aunque la mayor parte de la his-
toriografía olvide consignarlo, las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía cons-
tituyeron durante el último periodo de la Edad Moderna la «quinta» provincia andaluza, al
mismo nivel político-administrativo que los reinos-intendencias de Córdoba, Jaén, Sevilla y
Granada. En Sierra Morena –reino de Jaén- se establecieron Aldeaquemada, Arquillos, Car-
boneros, Concepción de Almuradiel, Guarromán, La Carolina, Miranda del Rey y Magaña,
Montizón, Navas de Tolosa, Rumblar y Santa Elena. A su vez, distintas feligresías engloba-
ban varias aldeas. A toda esta nueva realidad dio cobertura jurídica y jurisdiccionalmente el
Fuero de Población otorgado por el Señor Rey Don Carlos III a las localidades formadas en la
Sierra Morena por la llamada «colonización interior» de España, que afectó a parte de la pro-
vincia de Ciudad Real, como es conocido, promulgado el cinco de julio de 1767, o también
La Instrucción, y fuero de población, que se debe observar en las que se formen de nuevo en
la Sierra Morena con naturales, y extranjeros católicos3. Documento legal que a nivel general
puso en marcha el novedoso plan ilustrado de colonización y muchas de cuyas ideas se to-
maron del «proyecto económico» de Ward de 1754, sus verdaderos creadores fueron Pedro

1. L. Perdices de Blas, Pablo de Olavide (1725-1803), el Ilustrado, Madrid, 1992, 249-259.


2. E. Lluch y L. Argemí, Agronomía y fisiocracia en España (1750-1820), Valencia, 1985.
3. Madrid, en la Oficina de don Antonio Sanz, impresor del Rey, 1767 –cinco de julio, concretamente-. En
forma también de real cédula, realmente desarrollaba las reales cédulas de dos de abril y cinco de junio del
mismo año sobre la misma cuestión.

366 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 363-381


Soledad Gómez Navarro Miscelánea

Rodríguez de Campomanes y Pablo de Olavide, sin olvidar las indudables influencias de


Aranda y Múzquiz. En sus setenta y nueve artículos se fija un régimen jurídico especial que
las Nuevas Poblaciones debían observar a medida que se fueran estableciendo. En definitiva,
la iniciativa ilustrada pretendía implantar una nueva organización social, como ya apunté,
de algún modo liberada de las restricciones jurisdiccionales del Antiguo Régimen. Tras la
intendencia de Olavide y la de Miguel de Ondeano, en dicho cargo entre 1784 y 1794, y, de
hecho, el primer intendente de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía al que
se le encomendó la Superintendencia de la Concepción de Almuradiel, el veintidós de marzo
de 1795 Tomás José González Carvajal fue nombrado intendente de las Nuevas Poblaciones
de Sierra Morena y Andalucía, y superintendente de la de Almuradiel, en La Mancha, Inten-
dencia que fue suprimida en 1813 –en realidad, debe precisarse que aunque la Intendencia
de las Nuevas Poblaciones fue suprimida en 1810, en el segundo año indicado, y en 1820, fue
restablecida de nuevo tras cada una de esas supresiones, esto es, en 1812, 1814 y 1823, res-
pectivamente-. En todo caso, aquéllas se rigieron por fueros especiales hasta la creación de la
división provincial en 1833 –que además solo se aplicó a ciertos aspectos como los partidos
electorales para las elecciones, permaneciendo como una provincia independiente hasta su
eliminación definitiva veinticuatro meses después-, siendo suprimido el Fuero otorgado por
Carlos III, efectivamente, el cinco de marzo de 1835.
Estos son los acontecimientos más relevantes, enmarque imprescindible a modo de
presentación del análisis que seguirá y compendio precisamente de las contribuciones que a
continuación se estudiarán4, pero qué sabemos de cómo se han obtenido, qué sabemos de la
literatura científica que las ha producido, qué sabemos de lo que nos falta aún por conocer.
Este es el sentido de esta aportación.
En efecto, como en cualquier otro gremio, también los historiadores solemos sumarnos
a las efemérides seguramente al entender que es un momento de detenernos a considerar qué
se ha logrado, qué queda y hacia dónde queremos caminar. Aprovechar, pues, esa circuns-
tancia, cuando ya terminó la conmemoración del trescientos aniversario del nacimiento del
“mejor alcalde de Madrid”, y sobre todo se celebra el doscientos cincuenta de su conocida
medida colonizadora aunque esta segunda cita está pasando bastante más desapercibida en-
tre la academia que la primera, pese a la convocatoria de un congreso internacional organi-
zado para recordar la promulgación del Fuero de Población que tendrá lugar en La Carolina
este año y en el territorio de lo que fueron las Nuevas Poblaciones de Andalucía en 2018 y que

4. Especialmente las de M. Alcázar Molina, Las colonias alemanas de Sierra Morena. Notas y documentos
para su historia, Madrid, 1930. C. Bernaldo de Quirós, Colonización y subversión en la Andalucía de los
siglos XVIII-XIX, Sevilla, 1986. J. Caro Baroja, “Las ‘Nuevas Poblaciones’ de Sierra Morena y Andalucía. Un
experimento sociológico en tiempos de Carlos III”, en Mujer, familia y sociedad en las Nuevas Poblaciones
(Actas del IV Congreso), La Carolina, 1996, 301-327. J. M. de Bernardo Ares, “Época Moderna”, Córdoba y su
provincia, Sevilla, 1985, 324-381. Y, sobre todo, A. Hamer Flores, “Catalanes y valencianos en la Andalucía
del siglo XVIII: las Nuevas Poblaciones de Carlos III”, Ámbitos. Revista de Estudios de Ciencias Sociales y
Humanidades, 14, 2005, 43-51; Las Nuevas Poblaciones de Andalucía y sus primeros colonos (1768-1771),
Madrid, 2009; La Intendencia de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, 1784-1835. Gobierno
y administración de un territorio foral a fines de la Edad Moderna, Córdoba, 2009.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 363-381 367


Miscelánea Aportación para una doble efeméride: Carlos iii y su obra colonizadora en las prensas

quizás reactive el interés investigador por aquel proyecto dirigido inicialmente por Olavide5,
parecen momentos oportunos, como decía en el resumen, para frenar, templar y reflexionar,
una vez más –puesto que el tercer Borbón del Setecientos ha suscitado frecuente y generoso
interés por parte de los modernistas6-, acerca de lo que ya conocemos sobre aquella magna
empresa y qué nos falta por conocer, en qué hemos incidido y en qué hemos de seguir traba-
jando porque aún tengamos territorios ignotos, como la presencia de las minorías sociales,
la vida cotidiana o la perspectiva de género en las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y
Andalucía7. Colmatamos así el vacío existente al efecto, quizás por lo ingrato de este tipo
de estudios, con lo que también se hace aportación cierta al conocimiento historiográfico
modernista, y con vocación nacional y aun internacional por la extensión a la historiografía
comparada de la literatura académica que se analizará en su madurez.
En consonancia, pues, con lo indicado dos puntos vertebrarán este texto, a saber: Por
un lado, examinar la producción historiográfica acumulada sobre aquéllas en soportes y en-
tidad y proyección de éstos, autorías, cronologías y temáticas; y, por otro, reflexionar sobre el
panorama obtenido al respecto.

1.- El panorama historiográfico


Como ya se ha indicado, el objetivo de este primer punto es conocer qué se ha investigado,
producido, sabido sobre la obra colonizadora carlotercerista en prácticamente los últimos
treinta años, para luego hacer un balance de lo cosechado; y hacerlo fijándonos en soportes
y entidad de éstos, autorías, cronologías y temáticas tratadas, como asimismo ya se ha in-
dicado. Por tanto, frutos de reuniones científicas, monografías, artículos y aportaciones en
otros eventos científicos son mi material y el centro de mi análisis, y momentos de edición,
impulsores y resultados de investigaciones lo que ofrezco, lo que podemos conocer y valo-
rar. De entrada, una triple primera observación: Soporte mayoritariamente usado el de los
resultados de distintos eventos científicos y pocas monografías; muchas visiones generales y

5. http://fuero250.org/congresointernacional.html [Consulta: 17.06.2017].


6. Es tan extensa, variada y diversificada la producción historiográfica al respecto que sería prácticamente
imposible, aun inútil, acopiarla toda. Baste citar por ello la editada con motivo de la conmemoración del
deceso del monarca, relativamente reciente por tanto, y además compendio de líneas y temáticas: Actas
de Congreso Internacional sobre “Carlos III y la Ilustración”, Madrid, 1989, 3 vols.; Actas del Coloquio
Internacional Carlos III y su siglo, Madrid, 1990, 2 tomos.
7. Como también he indicado en el resumen, ello fue sustento y el material que aquí analizo respaldo
y actualización de especialmente mi última intervención en 2016 con motivo de la doble efeméride,
donde analicé el estado de cuestión sobre distintas decisiones sociales y culturales relativas a los cambios
carloterceristas en torno a la presencia femenina en la empresa colonizadora, los documentos de última
voluntad y la construcción de los cementerios: “Reformas ilustradas en materia de vida y muerte”,
Aproximación a Carlos III (tricentenario de su nacimiento 1716-2016), Universidad de Castilla-La Mancha,
Facultad de Humanidades, Seminarios de Humanidades, 12ª edición, Ciclo de Otoño 2016, Toledo, 22/
XI/2016.

368 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 363-381


Soledad Gómez Navarro Miscelánea

generalistas por tanto; y abundante desmigajamiento en los asuntos y contenidos, con reite-
raciones frecuentes, en unos casos, y sonoras ausencias, en otros.
Obviamente las seis reuniones científicas monográficas editadas hasta el presente sobre
las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía constituyen el grueso de la historio-
grafía sobre esta temática, sin duda de fulgurante pero muy corto, y ahora prácticamente
paralizado, recorrido, y que desde muy pronto suscitó interés, como uno de sus principales
historiadores patentizó8.
Considerando en todos los casos las fechas de celebración, en 1983, en casi práctica
coincidencia con el inicio de la andadura política de la Autonomía andaluza –y quizás como
trasunto de la fiebre colectiva, lógica por otra parte, que se desata cuando una comunidad
está creando su identidad- se desarrolló el I Congreso Histórico sobre las Nuevas Poblaciones
de Sierra Morena y Andalucía, como se denominó, en La Carolina, y bajo el título genérico
de Las “Nuevas Poblaciones” de Carlos III en Sierra Morena y Andalucía9. Su primera sección
atendía los trabajos dedicados a la problemática de las fuentes para el estudio de las Nuevas
Poblaciones con aportaciones sobre la presencia del tema en el archivo privado del conde de
Campomanes, o en los parroquiales de las Nuevas Poblaciones.
Un segundo apartado reunía estudios sobre algunos casos que, de alguna forma, sir-
vieron de precedente o de punto de arranque a la experiencia colonizadora, como el estudio

8. M. Avilés Fernández, “Historiografía sobre las ‘Nuevas Poblaciones’ de Carlos III”, Actas del Coloquio
Internacional Carlos III y su siglo, Madrid, 1990, I, 485-510. Esta aportación es exactamente idéntica a
la que aparecería publicada un año después en el III Congreso Histórico sobre Nuevas Poblaciones: M.
Avilés Fernández, “Historiografía sobre las ‘Nuevas Poblaciones’ de Carlos III”, en M. Avilés Fernández
y G. Sena Medina, Guillermo (eds.), Nuevas Poblaciones en la España Moderna, Córdoba, 1991, 13-32.
Incluyen una generosa bibliografía aunque no actualizada por la fecha obviamente de ambas aportaciones.
Sobre historiografía también, si bien muy brevemente: S. Villas Tinoco, “Un modelo de obra ilustrada: la
colonización de Sierra Morena y Andalucía”, en J. A. Fílter Rodríguez (coord.), Ilustración, ilustrados y
colonización en la campiña sevillana en el siglo XVIII. Actas de las IV Jornadas de Historia sobre la provincia
de Sevilla, Sevilla, 2007, 67-68, y, sobre todo, 88-90.
9. Agradezco muy especialmente a Adolfo Hamer Flores, compañero del Grupo de Investigación del
Plan Andaluz de Investigación HUM-121 que dirijo, y uno de los pocos expertos activos sobre el pasado
de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía por su condición carloteña, el que haya puesto a
mi disposición todas las Actas de los seis Congresos mantenidos sobre dicha temática, así como las de las
IV Jornadas de Historia sobre la provincia de Sevilla, porque, francamente, es muy difícil recopilar toda la
producción existente al efecto, al darse la circunstancia de generalizadas faltas de la misma en casi todas las
instituciones culturales a priori destinos naturales de aquella, incluyendo el Centro de Estudios sobre Nuevas
Poblaciones “Miguel Avilés”, de La Carolina, donde, sin duda, todas deberían estar. Por alguna referencia
bibliográfica tengo constancia de la realización de un VII Congreso de las Nuevas Poblaciones, celebrado
en La Carolina entre el 3 y el 6 de octubre de 1996, pero está inédito no solo porque no he localizado su
edición, que esto es perfectamente posible, especialmente después de lo que acabo de señalar, o tampoco
Adolfo Hamer conserve sus Actas, sino también, y sobre todo, porque he localizado algún trabajo, como el
de Siro Villas Tinoco, “’ Las Nuevas Poblaciones’ de Sierra Morena en el tránsito a la edad contemporánea”,
del que se dará puntual cuenta en su momento, publicado en una revista, lo que indica que finalmente los
trabajos presentados en aquella última reunión científica no se editaron.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 363-381 369


Miscelánea Aportación para una doble efeméride: Carlos iii y su obra colonizadora en las prensas

sobre Benamejí, por ejemplo, al ser villa nacida en el Quinientos por iniciativa señorial, o el
del que es considerado «embrión» de la futura Carolina, el convento carmelita de La Peñuela.
Un tercer apartado englobó los trabajos que analizaban aspectos generales de la colo-
nización carlotercerista, tales como la perspectiva del geógrafo, el transporte de los colonos,
su huella en la documentación eclesiástica, las relaciones entre el hecho colonizador y las
instancias ideológicas, al compararse las Nuevas Poblaciones con los modelos ofrecidos por
el relato utópico conocido con el nombre de «Sinapia», una visión literaria de la repoblación
carolina, y la situación de ésta cuando cesó su Fuero.
El apartado cuarto agrupó una serie de estudios particulares sobre distintas cuestiones
–demográficas, económicas, pleitos, futuras capitalidades de la zona...– de distintas localida-
des del área colonizada durante el Setecientos como Almuradiel, La Carolina, Carboneros,
Fuente Palmera, Villaviciosa, Villamartín y Prado del Rey.
El quinto y último apartado, finalmente, lo centró la figura de Pablo de Olavide tanto en
su dimensión político-administrativa como literaria. Imposible citar todos los historiadores
jóvenes y no tan jóvenes –algunos ya maduros y reconocidos «nuevospoblacionistas», otros
que lo serían más tarde, y que ya habían aportado sus monografías al respecto como Capel
Margarito, García Cano o Vázquez Lesmes- que participaron en este primer evento, pero
aquí estaban ya los que serían principales artífices de las fundamentales reuniones científicas
futuras, como el malogrado Miguel Avilés Fernández y Guillermo Sena Medina10, y su prin-
cipal cobijo institucional, el Seminario de Estudios Carolinenses.
Con una cesura de tres años se convocaba en 1986 el II Congreso Histórico y también
en La Carolina, sin duda el más decisivo historiográficamente al poner de manifiesto la insu-
ficiencia de los planteamientos sobre el significado de «nuevas poblaciones», al ofrecer diver-
sas aportaciones que planteaban otras experiencias poblacionistas distintas de las que cons-
tituyeron el primitivo centro de interés, y que sirvieron para hacer «madurar» la concepción
de estas periódicas reuniones científicas, y también el más exitoso, a juzgar por el número de
sus participantes e investigadores, nacionales y extranjeros, lo que exigió tres gruesos tomos
de Actas. Su primer volumen se dividió en dos partes dedicadas, la primera, a sociedad y eco-
nomía, y, la segunda, al fenómeno de las nuevas poblaciones en otros contextos. Respectiva-
mente, hallamos, pues, aportaciones sobre los aspectos relacionados con las infraestructuras
económicas, la industria –en la medida en que puede denominarse así al quehacer manufac-
turero del Antiguo Régimen-, la población, y los casos de «nueva población» diferentes de
aquellos que constituyeron el centro de interés primero de estos congresos, y donde figuran,
por ejemplo, y entre otros, los trabajos de Barrios Aguilera y Birriel Salcedo11.
En el segundo volumen tres fueron los bloques de contenidos, a saber: Evolución y
conflictos, donde entraron, en primer lugar, todas aquellas aportaciones que se centraron en

10. M. Avilés Fernández y G. Sena Medina (eds.), Las “Nuevas Poblaciones” de Carlos III en Sierra Morena
y Andalucía (Actas del I Congreso Histórico), Córdoba, 1985.
11. “La Repoblación del Reino de Granada después de la expulsión de los moriscos: Datos para la
definición de un modelo”, en M. Avilés Fernández y G. Sena Medina, Guillermo (eds.), Carlos III y las
“Nuevas Poblaciones” (Actas del II Congreso Histórico), Córdoba, 1988, I, 271-287.

370 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 363-381


Soledad Gómez Navarro Miscelánea

el estudio de la evolución diacrónica de las nuevas poblaciones, evolución no exenta, como


es bien conocido, de conflictos y problemas, y para lo que sirvieron de pauta los informes de
los intendentes, especialmente los de Olavide; contexto cultural, amplio epígrafe que amparó
diversos trabajos que atendieron a la conexión de la historia de las «Nuevas Poblaciones» con
el contexto ideológico y cultural de su época; y colonias de Andalucía, tercer y último bloque
del segundo volumen que acoge el análisis monográfico de diversas «nuevas poblaciones»
de aquella región, entendiéndose por tales las situadas en las actuales provincias de Sevilla y
Córdoba, y destacando las poblaciones de La Luisiana y La Carlota, respectivamente, objeto
especial de los estudios presentados12.
El tercer volumen, por último, viene integrado por cinco apartados, cuyos epígrafes y
respectivos contenidos son los siguientes: La administración, con trabajos que muestran que
la presencia del poder del Estado en las «Nuevas Poblaciones» se hace efectiva mediante una
burocracia cuyo comportamiento incidirá de diversas formas en la evolución histórica de
estos núcleos; las colonias de Sierra Morena, estudios sobre las «nuevas poblaciones» situadas
en la actual provincia de Jaén, entre las que precisamente se hallaba La Carolina, capital de
todas ellas; la Iglesia en las «Nuevas Poblaciones», examen del papel jugado en estas localida-
des por aquélla o sus miembros; Pablo de Olavide, reunión de los trabajos presentados prin-
cipalmente sobre su figura, o algunos aspectos de su quehacer como Intendente; y un varia
o bloque de carácter misceláneo, como su nombre indica, dedicado a todos aquellos textos
que no encajaron con precisión en ninguno de los apartados anteriores, como la venta de
población del Reino de Granada según los clásicos, las Nuevas Poblaciones en el Diccionario
de Madoz, o la consolidación de la repoblación carlotercerista de Águilas13.
Otra vez en 1988 –y ahora con un intervalo de dos años y sumándose así a la conme-
moración del bicentenario de la muerte del Borbón que hizo posible la empresa de las «Nue-
vas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía»- otra reunión científica sobre esta temática,
la tercera, también en La Carolina, bajo el lema general de «Nuevas Poblaciones en la España
Moderna», y, al igual que ya sucedió en la segunda, se abrió a otras «nuevas poblaciones» no
andaluzas, españolas o no, y a épocas distintas del Setecientos, con lo que esta, ya para en-
tonces acrisolada cita científica, definitivamente estudiaría las nuevas poblaciones en general.
Tres partes constituyen el único volumen de este tercer evento: La primera, centrada
en las «Nuevas Poblaciones» de Sierra Morena, atiende aspectos generales de éstas, de su
desarrollo histórico y de los creadores de las «Nuevas Poblaciones». Se abordan temas, pues
–y respectivamente-, como historiografía de las «nuevas poblaciones», programa de reformas
de Carlos III, cobertura territorial de seguridad en el reinado de aquel Borbón, urbanismo
e Ilustración, comunicaciones entre Madrid y Andalucía y la repoblación itineraria; Inqui-
sición y Nuevas poblaciones, los terrenos cedidos para La Carlota, el palacio del intendente;
las nuevas poblaciones según el Padre Flórez, su panorama artesanal e industrial, el informe

12. Aquí se incluye precisamente un trabajo de quien suscribe, sobre el que volveré: S. Gómez Navarro,
“La Carlota en su contexto provincial: Vinculación de la práctica social de la adopción (1790-1814)”, en M.
Avilés Fernández y G. Sena Medina (eds.), Carlos III y las…, op. cit., II, 365-380.
13. M. Avilés Fernández y G. Sena Medina (eds.), Carlos III y las “Nuevas…” op. cit., 3 vols.

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Miscelánea Aportación para una doble efeméride: Carlos iii y su obra colonizadora en las prensas

de don Fernando de Quintanilla sobre la situación de las Nuevas Poblaciones de Andalucía,


los colonos de Sierra Morena a fines del Setecientos, La Carolina en 1814, las maquetas de los
núcleos originales de la empresa borbónica en Andalucía, y algunos trabajos sobre Thürriegel
y Olavide como los artífices y creadores de aquella empresa.
Por su parte, la sección segunda está dedicada al estudio de aquellas otras «Nuevas Pobla-
ciones» en la Península Ibérica, por lo que, desde el Quinientos al Setecientos, aparecen trabajos
sobre Campillo de Arenas, San Carlos del Valle, Sant Carles de la Rápita, Vega Baja del Segura,
Castillo de la Monclava, otros casos de repoblación o renovación de comunidades en Zamora,
Navarra, Extremadura, Cádiz, Madrid, o las poblaciones de nueva fundación en las «Relaciones
topográficas» de Felipe II. Por último, en la tercera parte se hallan los estudios sobre Nuevas
Poblaciones fuera de la Península, monopolizando prácticamente el caso de Brasil14.
Dos años más tarde, en 1990, tuvo lugar el IV Congreso, asimismo en La Carolina, bajo
la denominación de «Mujer, familia y sociedad en las Nuevas Poblaciones» y el patrocinio
del creado Centro de Estudios sobre Nuevas Poblaciones “Miguel Avilés”. A priori una de
las reuniones científicas más monográficas o específicas por centrarse, concretamente, en la
presencia de las mujeres en la empresa ilustrada de repoblación, su contenido, sin embargo,
pronto desbarata esta ilusión por lo menguado y el enfoque tradicional con el que realmente
se aborda dicha cuestión.
En efecto, tres son las partes que reúnen los trabajos publicados en este único volumen,
siendo la primera de ellas la dedicada al título genérico que dio nombre a este cuarto evento
científico, aunque sólo una aportación, la de Carlos Sánchez-Batalla Martínez, afecta a la te-
mática que se espera, es decir, mujer, familia y sociedad en las Nuevas Poblaciones15. El resto
de esta primera parte se dedica a la mujer en la Constitución Española, la organización mu-
nicipal en la repoblación de Carlos III, la jura de la Constitución de 1812 en La Carolina y re-
pulsa en las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, y los bienes procedentes del desaparecido
colegio jesuita de Andújar y su envío a la Peñuela como origen de las Nuevas Poblaciones de
Sierra Morena en Jaén. La segunda parte está centrada en «Otras Nuevas Poblaciones» –ame-
ricanas, patagónicas, Concepción de Almuradiel, o Sierra Morena durante la época previa al
fenómeno necolonizador, según el catastro de Ensenada-. Y la tercera y última parte concita
aspectos generales, tales como fauna, vegetación y paisaje vegetal, estudio inmunogenético
de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, arquitectura doméstica, heráldica municipal,
referentes de identidad, o las «Nuevas poblaciones«» como experimento sociológico, según
esgrimía el añorado antropólogo Caro Baroja en su ya citado trabajo16.
Con puntualidad germánica, otros dos años después, en 1992, una nueva reunión cien-
tífica del congreso Histórico sobre Nuevas Poblaciones, la quinta, esta vez en La Luisiana y
Cañada Rosal, conjuntamente, y bajo el lema Las Nuevas Poblaciones de España y América. Tras

14. M. Avilés Fernández y G. Sena Medina (eds.), Nuevas Poblaciones en la España Moderna (Actas del III
Congreso Histórico), Córdoba, 1991.
15. “Mujer, familia y vida cotidiana en las Nuevas Poblaciones”, en Mujer, familia y sociedad en las Nuevas
Poblaciones (Actas del IV Congreso), La Carolina, 1996, 37-72.
16. “Las ‘Nuevas Poblaciones’ de Sierra Morena y…”, op. cit., 301 y ss.

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una amplia y variada introducción, donde tienen cabida desde los discursos de presentación,
al recuerdo de los fallecidos Miguel Avilés y su esposa, sin duda dos de los grandes promotores
e impulsores de aquellos eventos, hasta la ilustración y morfología urbanas a través de las dos
villas gaditanas planificadas de Prado del Rey y Algar, pasando por la figura de Olavide, la fun-
dación de poblaciones en las Indias españolas en el Setecientos, o el reformismo carolino como
sociedad ideal y acción de gobierno, textos todos ellos a modo de ponencia, los trabajos publi-
cados en este quinto volumen se estructuran en tres secciones, a saber: Nuevas Poblaciones de
Carlos III, Nuevas Poblaciones de América, Otras Nuevas Poblaciones.
En la primera sección, la más numerosa y heterogénea, hallamos trabajos, entre
otros, sobre la imagen de la colonización en los relatos de viajeros ilustrados, las expro-
piaciones de tierras a la nobleza a través del caso del conde de La Jarosa, las imágenes de
la Inmaculada en las Nuevas Poblaciones cordobesas, el conflicto entre Armajal y Prado
del Rey; vivienda popular en las Nuevas Poblaciones, movimiento estacional y ciclo vital
en La Carlota, conflictos entre feligreses y eclesiásticos en La Luisiana y Cañada Rosal, o
entre Écija y las Nuevas Poblaciones; la marginalidad o no en los colonos primitivos, los
efectos sobre la diversidad vegetal, el proceso urbanizador de Cañada Rosal, La Carlota y
La Luisiana; las Nuevas Poblaciones en la cartografía, la danza de los locos, dificultades
económicas y oposición política en los primeros pasos de Prado del Rey, o la economía de
San Sebastián de los Ballesteros al iniciarse el XIX.
La segunda sección acoge estudios sobre proyectos de nuevas poblaciones en Carta-
gena de Indias y la Valdivia chilena a fines del siglo XVIII, las fundaciones dieciochescas
de la villa de San Miguel de Horcaditas en Sonora, y de otra en Santo Domingo, la política
colonizadora en Luisiana y Florida, colonos canarios en Florida, la influencia de las Nuevas
Poblaciones de Carlos III en la pequeña villa rural malagueña de Macharaviaya, o la misión
como base de nuevas poblaciones.
La última sección contiene aportaciones dedicadas al plan de gobierno de Carlos III
para las nuevas poblaciones del campo de Gibraltar, la preexistencia del urbanismo judío en
la repoblación de Carlos III en Cataluña, el análisis de Foixa, en Cataluña, como caso de leyes
de reforma agraria y nueva población a la manera de «revival» de las centurias romanas, la
nueva población de Rosal de la Frontera, folklore, o los nuevos pobladores de la Axerquía
malagueña, y otras iniciativas de nueva población en Extremadura, Tarifa y Cataluña17.
Por último, en 1994 –de nuevo, pues, con el ya clásico intervalo de dos años-, el VI, y
hasta el momento último, Congreso Histórico sobre Nuevas Poblaciones, lema justamente
de esta ocasión, y esta vez en La Carlota, Fuente Palmera y San Sebastián de los Ballesteros.
Una introducción, donde conviven el saludo y la crónica del congreso con varias ponencias-
marco, y cuatro secciones principales constituyen sus Actas.

17. VV. AA., Las Nuevas Poblaciones de España y América (Actas del V Congreso Histórico sobre Nuevas
Poblaciones), Córdoba, 1994; estas Actas se publicaron antes que las del IV Congreso por determinadas
circunstancias que explicó su prologuista Guillermo Sena Medina, entre ellas, el óbito de Miguel Avilés y su
esposa: VV. AA., Mujer, familia y sociedad en las Nuevas Poblaciones (Actas del IV Congreso), La Carolina,
1996, 4.

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Miscelánea Aportación para una doble efeméride: Carlos iii y su obra colonizadora en las prensas

En la introducción cabe citar las ponencias sobre aspectos particulares y decisivos de la


Iglesia en las Nuevas Poblaciones, las nuevas colonizaciones en la etapa franquista, los pue-
blos franquistas del alto Guadalquivir, o los herederos del “Plan Jaén” al concluir su etapa de
colonización en los años ochenta.
La sección primera, dedicada a «Nuevas Poblaciones de Carlos III», contiene, entre
otros trabajos, análisis sobre teoría y realidad en la aplicación del fuero de las Nuevas Pobla-
ciones, evolución histórico-política y quejas de los pueblos vecinos de las tierras de las Nue-
vas Poblaciones de Sierra Morena, éstas en los albores de la colonización; sanidad y medicina
a través del caso del boticario don Francisco Hervás, evolución socioeconómica y demográ-
fica de Navas de Tolosa en el Setecientos, demografía de San Sebastián de los Ballesteros, el
patronazgo de la Inmaculada sobre las Nuevas Poblaciones, religiosidad popular en la Fuen-
cubierta del Ochocientos; Fuente Palmera durante el trienio constitucional, las compañías
mineras en las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena en la segunda década del siglo XIX, o la
documentación municipal para la historia de las Nuevas Poblaciones.
El Reglamento anterior al Fuero de 1767, y repoblación y colonización de la España
Interior, en San Fernando de Henares, San Carlos de la Rápita, Extremadura, Ceuta, Málaga,
campo de Gibraltar, Tarragona, Colombia, o Méjico, junto a algunas aportaciones sobre reli-
giosidad popular y conflictos entre cristianos viejos y moriscos, son parte de las contribucio-
nes que dan sentido a la segunda parte de este VI Congreso, centrada en las «Otras Nuevas
Poblaciones».
Mucho más breve es su tercera sección, dedicada a «Etnología y folklore en las Nuevas
Poblaciones», incluyendo, por tanto, el análisis de una aproximación etnológica a los ritos
tabernarios en las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, similitudes y diferencias entre el
folklore de Fuente Carreteros y los verdiales malagueños, y el baile de los locos. Una cuarta
sección titulada «Los Políticos Ilustrados y las Nuevas Poblaciones» cierra el volumen con
dos trabajos, uno sobre el fiscal Campomanes y las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena
y Andalucía, y otro sobre el pensamiento y posición de Olavide sobre la actitud del cabildo
ecijano con las Nuevas Poblaciones, a través de las relaciones del superintendente con el
marqués de Peñaflor18.
Finalmente, y dentro aún de las reuniones científicas si bien ya al margen de los seis
Congresos referenciados, en el presente siglo disponemos de las IV Jornadas de Historia
sobre la provincia de Sevilla, celebradas en 2007 en Cañada Rosal y Fuentes de Andalucía,
bajo el lema «Ilustración, ilustrados y colonización en la campiña sevillana en el siglo XVIII».
Cuatro ponencias-marco y catorce comunicaciones constituyen la estructura de aquella apor-
tación. Para las primeras, la campiña sevillana en la segunda mitad del siglo XVIII, la campi-
ña como territorio de la Ilustración desde la arquitectura y el urbanismo, la colonización de
Sierra Morena y Andalucía como modelo de obra ilustrada, y, como temática específica –y
quizás recogiendo el interés por un nuevo sujeto historiográfico-, las mujeres en el proyecto

18. R. Vázquez Lesmes y S. Villas Tinoco (coords.), Actas del VI Congreso sobre Nuevas Poblaciones,
Córdoba, 1995.

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Soledad Gómez Navarro Miscelánea

reformista de Pablo de Olavide19. Para las comunicaciones, trabajos tan heterogéneos como
la población de Fuentes en el Setecientos en sus aspectos socioeconómicos y demográfico,
la merced descalza en la misma población; el intento ilustrado de reformar la religiosidad
popular a través del caso de La Lantejuela a fines del siglo XVIII, la evolución demográfica
de las colonias sevillanas ilustradas al término también de aquella misma centuria; el arte en
las Nuevas Poblaciones y áreas limítrofes; algunas biografías de ilustrados significativos de
la campiña sevillana como José de Concha y Velarde o Fernando de Quintanilla; la herencia
patronímica de los colonos extranjeros en determinadas poblaciones sevillanas; desmonte y
cultivo a comienzos del Ochocientos en La Luisiana; los capuchinos alemanes de La Luisiana,
El Campillo y Cañada Rosal, la actitud de los colonos de la zona en la defensa de su fuero, o
arqueología e ilustración según el caso de La Luisiana20.
Si de las ediciones de las distintas reuniones científicas pasamos a las monografías bá-
sicas sobre la experiencia carlotercertista de repoblación –pues obviamente es imposible,
además de esfuerzo inútil, plantearse la recopilación total de aquéllas por su considerable nú-
mero- el panorama es prácticamente el mismo indicado, es decir, estudios que tocan varios
aspectos desde lo demográfico a lo cultural, pasando por lo económico, lo social y lo político
institucional o jurisdiccional, solo que para un solo espacio o localidad y un determinado
marco temporal.
En este sentido, obviamente referencias obligadas son los trabajos de Alcázar Molina
sobre las fuentes disponibles para el estudio de la medida ilustrada de repoblación21; Capel
Margarito sobre La Carolina, dedicado al proceso en esta localidad22; Vázquez Lesmes sobre
el caso de San Sebastián de los Ballesteros23; García Cano sobre Fuente Palmera24, Bernaldo
de Quirós sobre los problemas e implicaciones sociales de la colonización25, Palacio Atard
sobre aquella empresa en general, y en medio de una reflexión sobre los españoles de la Ilus-
tración, más enjundiosa aun si cabe que las páginas dedicadas a la propuesta repobladora del
Setecientos26; de nuevo Capel Margarito sobre la figura de Olavide y su papel y función en el
reformismo carolino27, por supuesto Perdices de Blas que desarrolla los principios socioeco-
nómicos del proyecto colonizado del conocido intendente28, aunque ambos sin duda tras las
clásica y notoria biografía sobre el Intendente debida al conocido hispanista Defourneaux

19. L. Perdices de Blas, “Las mujeres en el proyecto reformista de Pablo de Olavide”, en J. A. Fílter
Rodríguez (coord.): Ilustración, ilustrados y…, op. cit., 91-114.
20. J. A. Fílter Rodríguez (coord.), Ilustración, ilustrados y…, op. cit., 2007.
21. Las colonias alemanas de…, op. cit., 1930.
22. La Carolina, capital de las nuevas poblaciones. (Un ensayo de reforma socio-económica de España en el
siglo XVIII, Jaén, 1970.
23. La Ilustración y el proceso colonizador en la campiña cordobesa, Córdoba, 1979-1980.
24. La colonización de Carlos III en Andalucía. Fuente Palmera 1768-1835, Córdoba, 1982.
25. Colonización y subversión en la…, op. cit., 1986.
26. Las “Nuevas Poblaciones” andaluzas de Carlos III. Los españoles de la Ilustración, Córdoba, 1989.
27. D. Pablo de Olavide: un criollo en el equipo reformista de Carlos III, Jaén, 1997.
28. Pablo de…, op. cit., 1995.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 363-381 375


Miscelánea Aportación para una doble efeméride: Carlos iii y su obra colonizadora en las prensas

que tanto estimuló los estudios sobre las Nuevas Poblaciones29; Oliveras Samitier sobre todos
los casos de Nuevas Poblaciones españolas en el siglo XVIII básicamente desde un punto de
vista urbanístico aunque también económico30, y a la que se suman otras monografías relati-
vas también a otros promotores de la colonización como, por ejemplo, la de Llombart Rosa
sobre uno de los indiscutibles prohombres del tercer Borbón del Setecientos31; el ya citado
Hamer Flores, que nos conste el único autor que, hoy por hoy, prácticamente sigue frecuen-
tando estos intereses investigadores, sobre el proceso, caracteres y ritmo de introducción de
los primeros colonos y su organización político-administrativa32; o Díaz Oller en su intere-
sante análisis sobre posibles parecidos genéticos entre la población andaluza autóctona de
aquéllas y la germánica33. A todas ellas habría que añadir otras monografías sobre las Nuevas
Poblaciones de Sierra Morena –casi todas del mismo autor-, aunque solo sea para constatar
que ha habido interés en estas colonias por recuperar y difundir su pasado. Ciertamente
muy descriptivas, poco analíticas –por lo general una construcción del relato histórico a par-
tir de secuenciación cronológica y temática de documentos-; casi siempre concebidas como
historias entre locales y localistas, y asimismo por lo común centradas en las mismas fuen-
tes indicadas para otras aportaciones –y por ende salvo algunas municipales y parroquiales,
ninguna huella notarial-, ahí estarían las aportaciones sobre aspectos históricos, geográfico-
paisajísticos o históricos de La Carolina, Aldeaquemada, Carboneros, Montizón34, o Navas
de Tolosa35; con la sola excepción a esa situación de Sierra Morena –y así debe consignarse-
de una obra de reciente aparición al abordar una temática hasta ahora poco o nada estudiada
en las Nuevas Poblaciones por centrarse fundamentalmente en el patrimonio musical de
Aldeaquemada, incluyendo en sus primeros capítulos, cuando ha sido posible, una contex-
tualización que integra a las restantes nuevas colonias, es decir, las de Andalucía, en aspectos
relacionados con el folclore y las tradiciones36.

29. Pablo de Olavide: el Afrancesado, Sevilla, 1990 [última versión de su primera edición, Pablo de Olavidé
ou l’Afrancesado (1725-1803), París, 1959].
30. Nuevas Poblaciones en la España de la Ilustración, Barcelona, 1998.
31. Campomanes, economista y político de Carlos III, Madrid, 1992, 191-216, específicamente 209-215
sobre Sierra Morena y la ley agraria.
32. Las Nuevas Poblaciones de…, op. cit.; y La Intendencia de las Nuevas…, op. cit., ambas en 2009, como
ya sabemos.
33. Estudio antropológico de las nuevas poblaciones de Sierra Morena: comparación con la población
andaluza autóctona y germánica, mediante el estudio del polimorfismo HLA de clase I, Sevilla, 2010.
34. Todas ellas del mismo autor, aunque obviamente en relación a cada una de las poblaciones citadas.
Así: C. Sánchez-Batalla Martínez, La Carolina en el entorno de sus colonias gemelas y antiguas poblaciones
de Sierra Morena, Jaén, 1998-2003, 4 vols.; Aldeaquemada: naturaleza, arte e historia (Prehistoria a 1835),
Jaén, 1996; Carboneros y sus raíces. Colonia de Carlos III, Jaén, 2011; Historia de Montizón. Aldeahermosa,
Montizón y Venta de los Santos, Barcelona, 2011.
35. F. J. Pérez Fernández, Breve historia de Navas de Tolosa. Nueva Población de Sierra Morena, Jaén, 2009.
36. F. J. Pérez Fernández, Cancionero popular de Aldeaquemada. Folclore de las Nuevas Poblaciones de
Sierra Morena, Jaén, 2016.

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Soledad Gómez Navarro Miscelánea

Y se mantiene casi el mismo panorama historiográfico si pasamos al análisis de los ar-


tículos más destacados sobre las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, esto es,
sobre todo tratamiento de asuntos puntuales, al faltar un proyecto individualizado y propio,
bien diseñado y planteado, global y coherente, lo que, por otra parte, francamente sería muy
deseable. Dicho ello, no obstante en esta categoría debemos reseñar los trabajos, interesantes
y valiosos, de Olivera Poll sobre, principalmente, los factores de desarrollo y las activida-
des fundamentalmente agrarias de los nuevos asentamientos humanos dieciochescos37; de
Castilla Soto sobre la gestión del superintendente Pérez Valiente38; de Sena Medina sobre
los aspectos jurídico-administrativos de la repoblación ilustrada39, y de Rodríguez-Moñino
Soriano sobre la presencia de la mujer en aquella empresa y la única elaboración específica al
respecto en este apartado de artículos40.
Asimismo son trabajos resaltables en aquel tipo de soporte de publicación y difusión
los que analizan los fondos documentales existentes para investigar y conocer la empresa car-
lotercerista41; sobre ésta en el tránsito a la contemporaneidad42; las relaciones Iglesia-Estado
en su aplicación a las Nuevas Poblaciones43; la impresión y visión de la Revolución Francesa
en Olavide44; la presencia de algunas familias españolas no andaluzas en las Nuevas Pobla-
ciones de Carlos III45; algún intento de repoblación en Sierra Moderna previo a la empresa
asociada a Olavide46; sobre la figura de Thürriegel a través del siempre útil documento de su
testamento47, o el impacto del constitucionalismo gaditano en los documentos de las Nuevas

37. “Las nuevas poblaciones del siglo XVIII en España”, Hispania, 46/163, 1986, 299-325.
38. “Las nuevas poblaciones de Sierra Morena bajo la superintendencia de don Pedro Pérez Valiente:
oficios y colonos”, Espacio, Tiempo y Forma. Historia Moderna, V, 1992, 283-296.
39. “Las nuevas poblaciones de Carlos III y la división provincial”, Boletín del Instituto de Estudios
Giennenses, 150, 1993, 191-206.
40. “Presencia de la mujer en las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía”, Boletín del Instituto
de Estudios Giennenses, 160, 1996, 7-36.
41. R. Rodríguez-Moñino Soriano, “Las Nuevas Poblaciones (y repoblación de sitios y lugares) durante el
siglo XVIII e inicios del XIX en los fondos documentales del Archivo Histórico Nacional”, Boletín de la Real
Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, 135, 1998, 269-286.
42. S. Villas Tinoco, “’ Las Nuevas Poblaciones’ de Sierra Morena en el tránsito a la edad contemporánea”,
Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, 168, 1998, 161-189.
43. R. Vázquez Lesmes, “Estado, Iglesia y Nuevas Poblaciones”, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses,
181, 2002, 103-132.
44. F. Tubío Adame, “Olavide, testigo excepcional de la Revolución Francesa”, Boletín de la Real Academia
de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, 146, 2004, 231-238.
45. A. Hamer Flores, “Catalanes y valencianos en la…”, op. cit., 43-51.
46. A. Herrera García, “Una propuesta de repoblación en Sierra Morena cordobesa anterior a la empresa
de Olavide”, Boletín de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, 156, 2009,
111-119.
47.A. Hamer Flores, “Las últimas voluntades de Johann Kaspar von Thürriegel (1722-1800), coronel
bávaro al servicio de Carlos III”, Ámbitos. Revista de Estudios de Ciencias Sociales y Humanidades, 23, 2010,
113-119.

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Miscelánea Aportación para una doble efeméride: Carlos iii y su obra colonizadora en las prensas

Poblaciones48; y éstas como cuestionamiento de una posible entelequia o realidad49, o una


auténtica y tangible consecución práctica del pensamiento económico ilustrado en su preten-
sión de la tan ansiada reforma agraria en Andalucía50.
Y tampoco ha habido mucho más en las dos últimas décadas, si tomamos como fuente
otros eventos científicos, a excepción de los trabajos de Hamer, que prosigue afanado en el
conocimiento de las Nuevas Poblaciones, como ya dije y he ido dando cuenta; de una muy
corta reflexión sobre la mujer española en el Setecientos sólo desde la historiografía51; y, de
nuevo, la figura de Olavide y su acción por la aplicación del fuero, la Ley Agraria y su práctica
en las Nuevas Poblaciones52.

2.- El perfil resultante del panorama historiográfico


Como ya se adelantó, y ahora se habrá comprobado, tres observaciones principales dibujan
el balance del panorama analizado, a saber: La muy significativa paralización de la investi-
gación sobre Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía –que tuvo ciertamente su
momento- en la actualidad y desde prácticamente el comienzo del presente siglo, sin duda
por el decaimiento o abandono de sus promotores e impulsores; y convendría retomarse
porque sin duda sigue siendo interesante por la amplitud espacial concernida y cada vez más
extensa abarcada, la estrategia comparativa del fenómeno que se fue abriendo camino entre
distintas áreas nacionales y extrapeninsulares desde que la literatura científica ad hoc alcanzó
su mayoría de edad, y por el tiempo histórico, siempre referente para volver, de la Ilustración
y el Setecientos en que el fenómeno neocolonizador se produjo.
Por otro lado, la evidente acumulación de valiosas aportaciones, interesantes y necesa-
rias, pero por lo general caracterizadas o dominadas por visiones generales, bastante clásicas
en su concepción y concreción y, por ende, poco innovadoras metodológica e interpretati-
vamente, tal vez por la cronología historiográfica en que se dan a las prensas, tal vez por la
carencia de un proyecto de investigación propio integral e integrado y actualizado y abierto
a las últimas tendencias historiográficas, según también adelantaba.

48. A. Hamer Flores y F. J. Pérez Fernández, “El primer gobierno constitucional de Cádiz en las Nuevas
Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía a través de sus documentos (1812-1814)”, Ámbitos. Revista de
Estudios de Ciencias Sociales y Humanidades, 24, 2010, 111-125.
49. P. García Luaces, “Utopía en Sierra Morena”, Historia y vida, 558, 2014, 54-63.
50. Mª I. García Cano, “Las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena: El gran proyecto de la Ilustración”,
Andalucía en la historia, 54, 2016, 18-23.
51. R. Mª Capel Martínez, “La mujer española en el siglo XVIII: estado de la cuestión”, Actas del Coloquio
Internacional Carlos III y su siglo, Madrid, 1990, I, 511-517.
52. R. Vazquez Lesmes, “Pablo de Olavide: El Fuero, el Informe sobre la Ley Agraria y su praxis en las
Nuevas Poblaciones. Un análisis aproximativo”, en F. J. Aranda Pérez (coord.), El mundo rural en la España
Moderna, Actas de la VIIª Reunión Científica de la Fundación Española de Historia Moderna, Cuenca, 2004,
637-651.

378 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 363-381


Soledad Gómez Navarro Miscelánea

La necesidad, finalmente, de abrir aquella área que, insisto, sigue siendo necesaria y
de interés, a nuevos enfoques, sujetos y territorios, como la historia cultural, la historia de la
vida cotidiana o la historia del género –siempre desde la Historia Social, esto es, incorporan-
do el enfoque estamental, la morfología diversa y aun heterogénea de la estructura social, y la
dinámica del cambio-, porque las escasas contribuciones de la historiografía analizada sobre
esas inquietudes revelan también la misma problemática señalada, es decir, desmigajamien-
to, atención irregular y breves alusiones. Es talmente lo que sucede, por ejemplo, en las pocas
que se han planteado o tratado la presencia de las mujeres en las Nuevas Poblaciones, asunto
en el que me he fijado por importarme especialmente esa temática –mujer, mujer y familia,
mujer y religión…-, comprobando, efectivamente, su escaso peso y atención para la acade-
mia y, cuando aparece, desde luego no desde la perspectiva del género como construcción
de relaciones de poder desde la Historia Social, según ya se ha indicado, sino, por lo general,
desde un acercamiento y tratamiento esporádico, puntual, singular e historiográficamente
tradicional, esto es, en función del orden y organización social patriarcal dominante,
empezando por el mismo Fuero, que solo las trata concreta, directa y específicamente en tres
de sus setenta y nueve artículos –el XXXIV, XLIII y LXII-, para asentar la subordinación de la
mujer al varón en razón de su sexo, función reproductiva y condición jurídica, su participa-
ción en el proceso productivo y su papel decisivo en la transmisión de las herencias, respecti-
vamente; y terminando por la producción historiográfica examinada. Lo cual si bien es hasta
cierto punto lógico en lo primero por responder a la cosmovisión de la época, descorazona
claramente, en cambio, en lo segundo y apela a ese ya citado urgente cambio de paradigma.
Así –y según el orden seguido en los soportes de los distintos trabajos-, muy magras
alusiones a las distintas cuestiones que interesan sobre las mujeres en los seis Congresos His-
tóricos sobre las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, a excepción del trabajo
«monográfico» en la primera parte del IV, del citado en las IV Jornadas de Historia sobre
la provincia de Sevilla, y de aquellos insertos en algunos de los Congresos Históricos que
tangencial o puntualmente tocan el elemento femenino de la propuesta ilustrada pero de
pasada o mezclada con otros muchos intereses o asuntos, como listas de colonos53, relatos
de viajeros extranjeros54, práctica social de la adopción55, el fenómeno neocolonizador como
experimento sociológico en tiempos de Carlos III56, la literalidad y la práctica en la aplicación

53. C. Sánchez Martínez, “Un libro maestro de colonos de Fuente Palmera”, en M. Avilés Fernández y G.
Sena Medina (eds.), Las “Nuevas Poblaciones” de Carlos III en…, op. cit., 225-241. J. A. Salas Ausens, “Los
colonos de Sierra Morena a finales del siglo XVIII», en M. Avilés Fernández y G. Sena Medina (eds.), Nuevas
Poblaciones en la España…, op. cit., 193-200.
54. Mª I. Pérez de Colosía Rodríguez, “La Carolina en los relatos de los viajeros extranjeros”, en M. Avilés
Fernández y G. Sena Medina (eds.), Carlos III y las…, op. cit., II, 121-150.
55. S. Gómez Navarro, “La Carlota en su…”, op. cit., 365 y ss.
56. J. Caro Baroja, “Las ‘Nuevas Poblaciones’ de…, op. cit., 301 y ss.

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Miscelánea Aportación para una doble efeméride: Carlos iii y su obra colonizadora en las prensas

del Fuero57, familia y vida cotidiana58, o la historiografía como hontanar desde el que analizar
la mujer española en el siglo XVIII59.
El mismo balance si repasamos las monografías ya comentadas pues en ninguna de
ellas hallamos perspectiva de género, ni siquiera una simple mención a éste, al no constar en
modo alguno la distribución por sexos de los colonos previstos para la empresa poblacionis-
ta carlotercerista60, o llegados a las localidades61, o solo se aportan algunas cifras para años
concretos62; o bien permiten conocer otras cosas distintas de las que más interesarían en el
espacio neocolonizador, como la educación de la mujer en Moratín, reflexión que, además,
solo se plantea de forma totalmente teórica y, sobre todo, con total inaplicación a las Nuevas
Poblaciones ilustradas63.
Y resultado aún más desolador en los artículos, donde «monográfico» o «específico»
solo sería el ya citado de Rodríguez-Moniño Soriano, pero muy pronto una decepción cuan-
do se comprueba que dedica sus nueve primeras páginas a reflexiones genéricas sobre la
mujer española en el siglo XVIII o la devoción a la Inmaculada Concepción –aspecto este que
tendría su interés si se abordara desde la perspectiva de género, esto es, como una redefini-
ción de lo femenino en el ámbito religioso, pero no se analiza así, sino desde una concepción
tradicional de la mujer, como su mismo título recoge, y presentarse, por tanto, como máximo
exponente de la feminidad divina-, y, las últimas, a tres casos de mujeres significativas, y por
supuesto siempre interesantes –las esposas de Gaspar von Thürriegel, Pablo de Olavide y Mi-
guel de Ondeano-, pero, donde, de nuevo, lo que está presente es la singularidad, tan alejada
de lo que más nos interesa, esto es, las mujeres como colectivo y, sobre todo, las anónimas y
poco importantes de la sociedad. Cabría esperar algo más en 1996 –mejor dicho, ya en 1996,
fecha de edición de esta aportación-, pero esa es, otra vez, la cuestión. Como decía, quizás
esta generalizada y llamativa ausencia de la perspectiva de género en la indagación y conoci-
miento de las mujeres se deba a la cronología de las distintas aportaciones reseñadas –si acaso
con la excepción de las de Hamer-, teniendo en cuenta que los primeros estudios sobre mu-
jeres y el género en la historiografía española, en general, y andaluza, en particular, de forma
importante, intensa e intensiva y desde los más novedosos y útiles enfoques, sólo aparecen
desde comienzos de los años noventa del pasado siglo o muy avanzada la segunda mitad de
los ochenta, pero, en todo caso, la situación indicada, que es un hecho, es significativa y, por
ende, así debe reseñarse, como asimismo he apuntado en alguna ocasión.
Pero tampoco es mucho más halagüeño el balance si miramos otra parcela historio-
gráfica distinta de la que acabamos de comentar porque, efectivamente, tampoco sabemos

57. M. Reder Gadow, “Teoría y realidad en la aplicación del Fuero de las Nuevas Poblaciones”, en R.
Vázquez Lesmes y S. Villas Tinoco (coords.), Actas del VI Congreso sobre Nuevas…, op. cit., 145-158.
58. C. Sánchez-Batalla Martínez, “Mujer, familia y…, op. cit., 37 y ss.
59. R. Mª Capel Martínez, “La mujer española en el…”, op. cit., 511 y ss.
60. M. Capel Margarito, La Carolina, capital de las…, op. cit., 100.
61. R. Vázquez Lesmes, La Ilustración y el proceso colonizador en la…, op. cit., 96-102.
62. Mª I. García Cano, La colonización de Carlos III en…, op. cit., 101.
63. V. Palacio Atard, Las “Nuevas Poblaciones” andaluzas de…, op. cit., 145-157.

380 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 363-381


Soledad Gómez Navarro Miscelánea

mucho más de la vida cotidiana de los colonos, modos de vida y status, costumbres, usos o
comportamientos, pese a ser los verdaderos protagonistas del fenómeno colonizador, lo que,
de nuevo, incide en la problemática indicada y, por ende, en la necesidad de subsanarla –o al
menos empezar a ello- cuanto antes. En este sentido, resulta curioso, cuando no muy extraño,
que hasta ahora, y por circunstancias que no vienen al caso, aún no se hayan estudiado los
protocolos notariales de La Carolina y La Carlota, huellas que indudablemente aportarían
una formidable perspectiva de lo que «realmente» ocurría en una zona en la que la estructura
socioeconómica, situación profesional y organización jurídico-política de sus habitantes era
muy diferente a la de los pueblos comarcanos64.
En definitiva –y sería la conclusión final global tras todo lo planteado-, hay que volver
historiográficamente a las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía y retomar su
investigación desde la Historia Social, y ahora que durante todo este año 2107 y el próximo
se celebrará su efeméride, serán tiempos muy oportunos para ello.

64. De nuevo mi gratitud al joven pero ya sólido historiador Adolfo Hamer por estas y otras noticias, y
cuya producción es ya obra de referencia por sus varias enjundiosas aportaciones sobre todo al pasado de
La Carlota.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 363-381 381


III
L
ibros
Libros

Per una ricognizione degli


“stati d’eccezione”
FICHA BIBLIOGRÁFICA

Enza Pelleriti (Ed.), Per una ricognizione degli


“stati d’eccezione”. Emergenze, ordine pubblico e appa-
rati di polizia in Europa: la esperienze nazionali (secc.
XVII-XX), Soveria-Mannelli: Rubbetino, 2016, 366
págs., ISBN 9788849847376.

Manuel José de Lara Ródenas Universidad de Huelva

Del 15 al 17 de julio de 2013 se celebró en Messina un coloquio internacional que tuvo por
tema el orden público y las formas de su mantenimiento y control y que centró su mirada
en los numerosos “estados de excepción” que, con distinta naturaleza, se habían producido o
decretado en los estados europeos en los últimos siglos. Los resultados de ese coloquio, que
fue organizado por el proyecto “Disciplina del territorio e identità: norme, corpi e instituzio-
ni (XVII-XX secolo)”, coordinado por Livio Antonielli, aparecen ahora en forma de libro,
publicado por la editorial calabresa Rubbettino y coordinado por Enza Pelleriti.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 385-389. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3979
Libros

El volumen, de 366 páginas, es un interesante recorrido por esos estados excepcionales


-políticos en su mayor parte, pero no siempre y no sólo- que en esos cuatrocientos años se
han producido en Europa y consta de 23 trabajos bien engarzados, la mayor parte de ellos en
italiano, aunque también los hay en español, en inglés y en francés. Como dice la propia Enza
Pelleriti en su premessa inicial, la cuestión de la “emergencia” histórica presenta múltiples
variantes, políticas, económico-sociales, sanitarias, criminales, ambientales y naturales, que
tradicionalmente han exigido la respuesta e intervención del Estado a través de la práctica
administrativa, la acción jurídica y la presencia de la policía, aspecto éste último al que se de-
dica una especial atención a lo largo de la obra. Podría considerarse, incluso, que este libro se
integra en esa línea de investigación que, de algunas décadas para acá, se ha venido dedican-
do a los sistemas de “disciplinamiento” social, esa mezcla de vigilancia, corrección, coacción
física, castigo, uniformidad del discurso, autocensura y coerciones invisibles de cuyo estudio
en España son buena muestra los trabajos de Manuel Peña Díaz o Tomás A. Mantecón Mo-
vellán, entre otros.
El libro editado ahora por Enza Pelleriti sigue la estela de algunas otras obras que desde
principios del siglo XX habían abordado el concepto e implicaciones del llamado “estado de
emergencia o excepción”, no sólo desde el punto de vista histórico, sino también -y de forma
más específica quizás- desde los presupuestos del derecho y de los ordenamientos norma-
tivos. Como escribía Carl Schmitt en su difundida Teología política de 1922, que cuenta en
España con una edición de 2009 publicada por Trotta, hay una relación directa entre la idea
de soberanía y la del estado de emergencia, pues, a pesar de que aparentemente todo estado
excepcional, en cuanto suspensión del orden constituido, parece quedar fuera del ámbito de
lo jurídico, su establecimiento, duración, contenidos y formas pertenecen filosóficamente al
ejercicio soberano del Estado. Así, su estudio debería hacerse -opinaba el filósofo y jurista
alemán- desde el interior del derecho, no desde una posición contraria, en la consideración
de que es una respuesta normativa a la aparición de desórdenes. Todo se puede opinar, aun-
que en apoyo de su afirmación puede traerse a colación el caso de la acumulación de poderes
dictatoriales y la suspensión de los procedimientos ordinarios por seis meses (hasta su refor-
ma por Sila) que preveía la república romana en tiempos de grave amenaza, y que fue ejercida
en no pocas ocasiones bajo el control del senado.
También reconoce Enza Pelleriti la deuda contraída con el libro Il Governo dell’emergenza.
Poteri straordinari e di guerra in Europa tra XVI e XX secolo, editado en 2007 por Francesco
Benigno y Luca Scuccimarra y que es una reflexión en torno a la interconexión de los con-
ceptos históricos de soberanía, norma, excepción y emergencia, tal como se han ido con-
figurando en las edades moderna y contemporánea hasta llegar a nuestros días, en que los
atentados del 11 de septiembre de 2001 y sus realidades posteriores (el debate entre libertad
y seguridad, el pensamiento sobre las legimitidades de las guerras y la aparición de cam-
pos de confinamiento como el de Guantánamo) han supuesto un nuevo punto de inflexión
para la discusión en torno a tales materias. Como afirma Pelleriti, “dopo l’ 11 settembre si è
teorizzato un doppio binario: una legge per i criminali comuni e un’altra per i nemici, che
autorizzerebbe a sospendere la prassi della legalità”, sistema penal doble que se ha aplicado en
la legislación antimafia italiana, que permite suspender ciertas garantías constitucionales en
algunos casos especiales, o en algunas leyes antiterroristas de otros países.

386 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 385-389


Libros

Dos son los textos de historiadores españoles que se incluyen en el libro y ambos figu-
ran al frente del volumen, sólo por detrás del capítulo introductorio de la coordinadora. A
ellos es a los que voy a dedicar la mayor atención. El primero lo firma Miguel Ángel Melón Ji-
ménez, de la Universidad de Extremadura, y se titula “Medidas excepcionales para un tiempo
convulso. Legislación y fuerzas de policía empleadas para la persecución de la delincuencia
en España (1784-1806)”. Se trata de un trabajo muy completo, que estudia las numerosas
vertientes -sobre todo legales y policiales- de una realidad que en esas décadas alcanzó en
España proporciones hasta entonces desconocidas: la delincuencia y el bandolerismo, que
trajeron en jaque a las autoridades civiles y militares hasta su desembocadura en la Guerra
de la Independencia. Sin ninguna concesión al folklorismo con el que habitualmente se han
tratado estos temas, y con el uso de una documentación variada y rigurosa en la que destaca
la procedente del Archivo General de Simancas, el capítulo de Miguel Ángel Melón viene
a aportar una nueva luz sobre dicho asunto, pues, como el propio autor afirma, “si bien es
cierto que algunos autores han abordado el estudio de la delincuencia como un fenómeno
creciente de la España del siglo XVIII, el balance de la represión practicada contra ella no ha
tenido igual suerte, limitándose a un número muy reducido las investigaciones que se han
centrado en esta temática”.
El trabajo da testimonio del singular aumento del bandolerismo y el contrabando que
se produjo conforme fue avanzando el siglo XVIII y analiza exhaustivamente el esfuerzo
legislador que, desde 1783, hicieron los sucesivos gobiernos españoles para responder a la
situación: “una legislación para un tiempo excepcional”, como ahí se califica. El estudio exa-
mina los territorios afectados, la tipificación de delitos y penas, los cuerpos de seguridad
movilizados y muchos otros aspectos enlazados con esto. Según datos y apreciaciones del
autor, puede decirse que, a pesar del proceso de militarización que Carlos III puso en marcha
para la persecución de los delincuentes y de los quince mil individuos desplegados para ello
en todo este tiempo, el balance final de la época fue de fracaso. Prueba de ello es que el Regla-
mento de partidas y cuadrillas publicada por la Junta Central el 28 de diciembre de 1808 daba
la oportunidad a “muchos sugetos de distinguido valor e intrepidez”, que se habían dedicado
al contrabando “por falta de un obgeto en que desplegar dignamente los talentos militares
con que les dotó la naturaleza”, de incluirse en las llamadas cuadrillas de guerra (es decir, las
partidas guerrilleras) a cambio de un indulto. Esa oportunidad, que adquiría su sentido en
las excepcionales circunstancias políticas que vivía entonces España, era -como escribe el
profesor Melón Jiménez- el reconocimiento explícito de una incapacidad.
El segundo trabajo sobre temática española es obra de Soledad Gómez Navarro, de la
Universidad de Córdoba, especialista en estudios sobre Iglesia y religiosidad y que cuenta
con una larga y conocida trayectoria en investigaciones en torno a actitudes y conductas so-
ciales en la Edad Moderna: lo que antes se llamaba Historia de las Mentalidades. El capítulo
se titula “El poder civil y el poder religioso ante lo extraordinario: epidemias y agitaciones
sociales en la Europa moderna” y lo primero que hay que resaltar es que el texto responde de
manera convincente a un planteamiento de tan amplio radio. Conjugando eficazmente los
episodios de crisis epidémica y aquéllos otros en los que se han experimentado agitaciones
sociales de distinto signo, aunque con mayoritaria responsabilidad de factores de naturaleza
económica y de descomposición social, se desgranan las coincidencias y correlaciones en

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 385-389 387


Libros

las respuestas dadas por parte de los poderes establecidos y se obtienen ciertas constantes y
esquemas generales. El objetivo de la autora es, según ella misma señala, discernir “el distinto
grado de colaboración entre el poder civil y el poder religioso ante epidemias o agitaciones
sociales” y determinar las formas de esta acción conjunta, motivada -cuando se dio- por lo
excepcional de las situaciones. Para ello, la profesora Gómez Navarro se sirve no sólo de la
bibliografía especializada existente en torno a estas materias, sino también de informaciones
procedentes del Archivo Municipal de Montilla, que permiten la confirmación en el ámbito
local de muchas afirmaciones que se hacen para el marco europeo.
Así, el trabajo da una visión panorámica de las actitudes de la población y medidas de
las autoridades ante la llegada de las epidemias, especialmente la peste, en cuanto a preven-
ción, vigilancia, sometimiento de tumultos, creación de recintos hospitalarios, habilitación
de lugares de enterramiento y exploración de vías de expresión religiosa ante el dramatismo
de los sucesos. Por otro lado, el capítulo aborda las algaradas y revueltas que se dieron en la
Edad Moderna en numerosos espacios europeos, trata de someterlas a un sistema uniforme
de explicación y analiza la intervención de la autoridad para el restablecimiento del orden
público. Las guerras de religión en Francia y las alteraciones andaluzas del siglo XVII son
los dos principales fenómenos históricos sobre los que se reflexiona a la hora de obtener las
conclusiones del trabajo, aunque no los únicos. En definitiva, el estudio de Gómez Navarro
supone una sólida aportación a nuestros conocimientos sobre el control de la excepcionali-
dad por parte de los poderes civiles y religiosos a lo largo del Antiguo Régimen.
Refiriéndome a los demás contenidos del libro de manera más breve, he de decir que,
a partir de ahí, la obra incorpora en su gran mayoría trabajos destinados al estudio de los
momentos de excepción en la historia italiana, incluidos los capítulos en francés y en inglés
de Antoine Graziani y Michael Broers, que abordan respectivamente el control del territorio
en las llamadas “revoluciones de Córcega” y la justicia criminal extraordinaria en la Italia
napoleónica. Dos excepciones a esto lo constituyen el texto de Hans Schosser, que anali-
za las normativas sobre la situación de emergencia en Alemania (la Ausnahmezustand o la
Notstand) en los últimos siglos y las compara con las que presenta el actual cuerpo jurídico
germano, con especial detenimiento en la tortura y en la seguridad del tráfico aéreo, y el
de Silvio Gambino, que trata sobre la experiencia de los Estados Unidos de América en lo
relativo a la guerra contra el terrorismo, en el marco de una reflexión general sobre libertad,
seguridad y democracia.
A estudiar distintos episodios de excepcionalidad en Génova se dedican los trabajos de
Giovanni Assereto, Luca Lo Basso, Emiliano Beri, Paolo Calcagno y Diego Pizzorno, todos
ellos enmarcados en el siglo XVIII. Centrados en el Véneto están los de Luca Rosseto y Anto-
nio Trampus; en Sicilia los de Francesco Benigno, Patrizia De Salvo y Elena Gaetana Faraci, y
en Milán el de Livio Antonielli. En su mayor parte, son trabajos de historia política, referidos
al mantenimiento del orden público en épocas de guerra o de desórdenes revolucionarios,
aunque también se presta atención a la beneficencia, al efecto de los terremotos sobre la po-
blación, a los problemas causados por una epidemia bovina y a la organización criminal de
la Mafia siciliana. Hay, además, dos trabajos destinados al estudio de cuerpos específicos de
seguridad en Italia, caso de los carabinieri (estudiados por Flavio Carbone) y de la guardia
nazionale (abordada por Rosa Gioffré). Para finalizar con una recapitulación de contenidos,

388 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 385-389


Libros

Daniela Novarese dedica un último capítulo a meditar someramente sobre los conceptos de
estado de excepción, emergencia, orden público y policía y a hacer un breve repaso por las
principales aportaciones de los trabajos que le anteceden.
Nos encontramos, en suma, con un sólido libro colectivo en que 23 especialistas han
unido sus esfuerzos para elaborar un estado de la cuestión -como lo llama Daniela Novarese-
en torno a las numerosas situaciones de emergencia que en los últimos siglos han sufrido las
sociedades y estados europeos, vistos sobre todo a través del caso italiano. Desde hace algún
tiempo, como hemos dicho, los historiadores de lo social han venido preocupándose y traba-
jando sobre el concepto del disciplinamiento, punto de encuentro donde convergen, para ex-
plicarse mutuamente, realidades tan dinámicas como las resistencias, el control, las censuras,
la represión y todas esas actitudes intermedias, entre la adhesión y la rebelión, que dan cuenta
de la extraordinaria complejidad de las conductas humanas. Esta obra compone, como podrá
comprobar el lector especializado, un material de gran relevancia para el diseño y compren-
sión de ese mundo complejo y -como todo lo complejo- apasionante para la historia.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 385-389 389


Libros

La historia rural en España y


Francia (siglos xvi-xix)
FICHA BIBLIOGRÁFICA

Francisco Garcia Gonzalez, Gérard Béaur


y Fabrice Boudjaaba (Eds), La historia rural en
España y Francia (siglos XVI-XIX): contribuciones
para una historia comparada y renovada, Zaragoza:
Prensas Universitarias de Zaragoza, 2016, 418 págs.,
ISBN: 9788416515585.

José Vicente Serrão (ISCTE-IUL)

El gran interés de este libro está, desde luego, reflejado en su subtítulo – contribuciones para
una historia comparada y renovada. O sea, se trata de poner en perspectiva comparada la
situación actual y el camino reciente de dos de las historiografías rurales con mayor peso en
Europa. De un lado, la francesa, que durante muchos años sirvió como “faro” de los estudios
rurales. Del otro, la historiografía española, que es hoy, y en los últimos 20 años más o menos,
una de las más dinámicas del continente.

390 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 390-394. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3980
Libros

Este es, pues, un libro de historiografía, que busca presentar un estado de la cuestión
(de varias cuestiones, por decirlo así) y hacer un balance de los resultados obtenidos en las
últimas décadas por los investigadores que, de un lado y del otro de los Pirineos, se han
ocupado de temas relacionados con la agricultura y la sociedad rural en el período que es
normalmente designado de Antiguo Régimen o época moderna. Para el efecto, el volumen
cuenta con la contribución de un total de 15 autores, incluyendo los organizadores, que tam-
bién firman la Introducción. Todos los autores son historiadores seniors, con prestigio e in-
fluencia en las academias francesa y española, y con larga producción sobre los temas sobre
los cuales escriben, el que confiere una garantía de calidad.
La lógica de organización del libro también es clara. Se han elegido seis grandes temas,
a los cuales corresponden las seis secciones en que el libro se encuentra dividido, cada una de
ellas servida por dos textos, un firmado por un historiador español y el otro firmado por un
francés. Se pretende así ofrecer al lector una perspectiva dupla, e implícitamente comparada,
de las dos historiografías sobre los mismos temas.
La primera sección tiene un enfoque demográfico sobre la historia de las populacio-
nes rurales, con una atención particular a los fenómenos migratorios. La segunda sección
es dedicada a las relaciones ciudad-campo, tema mayor no solo de la historia rural, como
también de la historia urbana y de la historia económica. De hecho, es desde una perspectiva
predominantemente económica que el tema es aquí abordado, sirviendo de escusa para tratar
de problemas más generales relacionados con la comercialización de productos agrícolas y
con el funcionamiento del mercado interno. En la sección siguiente se discuten las relaciones
sociales y políticas que involucran propietarios, estado y comunidades rurales, pero son ante
todo estas últimas que recogen la atención de los dos capítulos. Los dos destacan las diná-
micas de conflicto que atravesaban las comunidades rurales, y, al mismo tiempo, su capaci-
dad de resistencia a la propensión individualista y a los poderes exteriores, una resistencia
grandemente basada en formas de acción colectiva (un concepto que se ha revelado espe-
cialmente atractivo para la historiografía española). La cuarta sección trata de las complejas
conexiones que involucraban el trabajo, las relaciones sociales y los derechos de propiedad.
Ahí se hace una amplia discusión de los modelos de transición de las agriculturas europeas,
cuestionándose abiertamente la imagen, todavía muy arraigada en el discurso académico
internacional, de un fracaso de los casos español y francés, y apelando a poner las dinámicas
sociales (más que las estructuras sociales) en el centro del análisis. En la ordenación del libro,
se sigue entonces un apartado dedicado a la historia de la familia. Siendo este un dominio
de estudios con un origen y un camino autónomos relativamente al que es normalmente
entendido como historia rural, el estudio de la familia (en su organización, reproducción y
comportamientos) es aquí reivindicado, y bien demostrado, como una vía privilegiada para
la comprensión de las relaciones sociales en el campo, y para que se comprendan cuestiones
nucleares como la distribución de la propiedad o las desigualdades sociales. Por fin, el libro
termina con una sección dedicada a la iglesia, y más particularmente al clero, en el espacio
rural – un tema quizás demasiado específico, aunque se tenga que reconocer el enorme peso
que las instituciones eclesiásticas tenían en los campos franceses y españoles, más (o más
estudiado) en el segundo caso que en el primero.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 390-394 391


Libros

La selección de estos 6 temas como ejes de estructuración del libro está justificada en la
Introducción y se acepta. Sin embargo, como todas las selecciones, vale tanto por aquello que
incluye como por aquello que excluye. Creo que habría algunos otros temas que podrían haber
sido incluidos o merecido un mayor desarrollo. Es el caso, por ejemplo, de las cuestiones am-
bientales, en sus diversos aspectos, incluyendo aquellos que se refieren a los cambios climáticos.
Estas son cuestiones que son un poco tocadas, pero la importancia que tuvieron en el condicio-
namiento de la agricultura y el dinamismo que, desde hace largos años, ante todo en España,
es demostrado por las líneas de investigación dedicadas a la historia ambiental y incluso a una
historia agro-ecológica, hubieran justificado un apartado propio en la estructuración del libro.
Además, una vez que este es un libro que trata de la renovación de la historia rural, hay que re-
conocer que la historia ambiental fue, quizás, su primera y principal línea de desarrollo, siendo
clara, ya desde los años 90, la reconversión de muchos historiadores “rurales” en historiadores
“ambientales”. Tal como un hijo que se emancipa y  alcanza una vida propia, la historia ambien-
tal se asume, hoy día, como un campo de estudios autónomo e institucionalizado en el medio
académico, con sus propias asociaciones, revistas, congresos y otras formas de afirmación de
identidad. Pero los puntos de contacto y de fusión son inúmeros.
Otro dominio que podríamos clasificar de emergente, y al cual se esperaría que fuera
dedicada una mayor atención, incluso porque ha atraído la atención de varios investigadores
en Francia y en España, es la historia de la alimentación (incluyendo la bebida), que tiene tan-
tos puntos de contacto, directos e indirectos, con la agricultura o con las identidades y socia-
bilidades rurales. También los estudios de género, que en las últimas décadas se desarrollaron
en todas las áreas de las ciencias humanas y sociales, incluso en los estudios rurales, justifi-
carían, quizás, al menos una discusión sobre la emergencia de una “historia agraria de géne-
ro”. Igualmente sub-representados en este libro, aunque no totalmente ausentes, son algunos
temas más clásicos, pero siempre importantes, como las políticas y el pensamiento agrario, o
como las instituciones y los normativos jurídicos, dominios, estos últimos, tradicionalmente
reservados a los historiadores del derecho, pero muy explorados en la última década por la
historia económica, bajo la influencia de la escuela neo-institucionalista de Douglass North y
de sus seguidores, con un impacto significativo en la historiografía agrarista.
Sin embargo, ante todo, hay que lamentar la falta del mundo colonial. Si, en los ejem-
plos anteriores, la responsabilidad por su omisión se puede atribuir a los organizadores del
volumen (que seguramente tuvieron que hacer sus opciones ante la imposibilidad práctica
de cubrir todos los temas), en este caso la explicación para su ausencia se encuentra en el
propio desinterés de las historiografías bajo análisis. Se trata, además, de un problema común
a la generalidad de la historiografía ruralista europea, especialmente sorprendente en países
como Portugal, Inglaterra o Holanda, que, al igual que Francia o España, eran potencias co-
loniales en la época moderna. No solo la formación de imperios ultramarinos ha generado
un espantoso intercambio intercontinental de personas, plantas, animales, mercadorías, ca-
pitales, instituciones, relaciones sociales, etc. – que tuvieron un profundo impacto en la agri-
cultura y en las sociedades rurales europeas –, como constituyen ellos mismos unos objetos
de estudio fascinantes del punto de vista de la historia rural. No obstante, los investigadores
de esta especialidad han permanecido, en general, aislados de estos tópicos, muy confinados
a sus espacios nacionales y poco receptivos a la globalización de su área de estudios.

392 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 390-394


Libros

Volviendo a los contenidos del libro en análisis, los 13 capítulos que lo componen (el
número es impar porque la segunda sección, un poco inexplicablemente, contiene tres tex-
tos) son todos de una grande riqueza informativa, aunque desiguales entre ellos, tanto en
extensión como en el tipo de abordaje. Unos son amplias recopilaciones de la bibliografía
producida; otros capítulos se preocupan menos en describir los trabajos existentes y más en
problematizar y discutir tendencias historiográficas, resultados de investigación y problemas
en abierto; y otros, todavía, optan más bien por presentar síntesis de la materia histórica bajo
análisis que por hacer balances historiográficos. Independientemente de esta diversidad, el
conjunto de textos ahora editados no sólo deja el lector impresionado con el volumen de
trabajos producidos en estos dos países, como pone también de relieve la madurez y solidez
alcanzadas por las dos historiografías. Sin embargo, a partir de los múltiples balances presen-
tados en este libro, queda de cierta forma la impresión - especialmente para un observador
externo - de que la historiografía ruralista española parece demostrar en las últimas décadas
mayor vitalidad y mayor renovación, tanto en los temas como en las interpretaciones, cuando
comparada con su congénere gala. Esta se presenta, aparentemente, más conservadora y más
arraigada a su producción historiográfica clásica - esto como una impresión de conjunto y
salvaguardadas muchas excepciones.
También queda la impresión de que, cuanto al esencial, estas dos historiografías han
seguido cada cual su propio camino, aunque compartan algunos mismos temas y metodolo-
gías, aunque haya alguna circulación de los investigadores, y aunque se registren varias ini-
ciativas y proyectos conjuntos – de que un buen ejemplo es esto mismo libro y el encuentro
que está en su origen (Albacete, 2012). Puede decirse pues que hay colaboración entre los dos
lados de los Pirineos, pero no hay una verdadera interpenetración de las dos historiografías
ruralistas, que han permanecido demasiado apresadas a un cuadro espacial de investiga-
ción que es esencialmente nacional, cuando no regional o local. Este libro insiste mucho – y
bien – en el propósito comparativo. Pero hay que notar que lo que aquí se compara son los
resultados alcanzados por las dos comunidades historiográficas, trabajando cada cual en su
territorio. Entre los cientos de trabajos citados en esta obra, son muy pocos aquellos que
consistieron, ellos mismos, en estudios comparativos. Investigadores españoles que hayan
estudiado en las últimas décadas la ruralidad francesa, y viceversa, se cuentan, como mucho,
con los dedos de las manos.
De igual modo, esto libro pone de manifiesto aquella que sigue siendo una deficiencia
de la historiografía rural de los dos países (además compartida por la generalidad del resto de
las congéneres europeas) – la escasez de estudios de carácter transnacional. Hay que recono-
cer que el libro compara las dos historiografías y, de alguna forma, compara las dos historias,
pero no las cruza, no señala los tópicos que podrían ser objeto de una historia cruzada o
transnacional (por ejemplo: la transferencia de productos, tecnologías, fuerza de trabajo o
inversiones, la circulación de ideas, etc.). En el cuadro del actual cambio de paradigmas his-
toriográficos, que privilegian la abertura hacía escalas espaciales más amplias, esta podría ser
una vía a explorar en el desarrollo y modernización de los estudios rurales.
Merece también una observación el hecho de que la generalidad de las contribuciones
individuales para este volumen sean casi totalmente omisas con relación aquello que, sobre
los mismos temas, se está llevando a cabo en otros países. Es cierto que el objetivo del libro es

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 390-394 393


Libros

hacer el balance de las historiografías rurales española y francesa, pero ello no dispensaría –
al revés, solo lo enriquecería, aunque fuera para evidenciar los contrastes – una comparación
con las agendas y los resultados de otras historiografías. Esta “mirada hacía fuera” práctica-
mente no existe, excepto solo algunas referencias en la Introducción y en el capítulo firmado
por Rosa Congost, que es claramente de discusión historiográfica y conceptual, y donde las
cuestiones son discutidas con el propósito explícito de encuadrarlas en la evolución de la
historiografía ruralista europea.
Mientras tanto, debe subrayarse que el libro es servido por una extensa y excelente
Introducción, firmada por los tres organizadores (Francisco García González, Gérard Béaur
y Fabrice Boudjaaba), en la cual hacen no solo el balance de las diferentes contribuciones
individuales, como señalan, para cada caso, algunas cuestiones en abierto y las vías de in-
vestigación que deben ser seguidas. Esto es muy útil, tanto para compensar algunos de los
desequilibrios entre los diversos capítulos, como para entretejerlos alrededor de los hilos
conductores de este proyecto editorial. Además, la introducción elabora desarrolladamente
sobre los principales ejes temáticos en discusión y debate los desafíos metodológicos y histo-
riográficos que la disciplina enfrenta hoy.
Al respecto, puede decirse que los organizadores sustentan una perspectiva muy opti-
mista – quizás demasiado – sobre la situación y el futuro de la historia rural, cuya vitalidad les
parece ser comprobada por los propios balances ahora publicados. Sin embargo, el problema
de la historia rural no es una crisis de calidad ni siquiera de producción. Esta historia rural, si
entendida como un área de estudios con nombre propio y identidad de conjunto, atraviesa sí,
desde hace varios años, una crisis que es, ante todo, de reputación y de imagen. Después de
una época de oro, vivida en las décadas de 1960 y 1970, ella vendría a caer en desgracia y a ser
una de las principales victimas de la “revolución historiográfica” operada en los años 80 y 90
bajo el impacto del posmodernismo, del posestructuralismo y de la hegemonía de la historia
culturalista. En este contexto adverso, el nombre perdió prestigio y poder de atracción.
Entre las largas centenas de autores citados en esta obra, además de los propios autores
y organizadores del libro, muy posiblemente solo algunos se designarían a sí mismos como
“historiadores rurales” o clasificarían sus libros, en primera instancia, como siendo de “his-
toria rural”. Más probablemente dirían antes que son estudios de historia de la familia, del
trabajo, de la propiedad, de las migraciones, de las relaciones ciudad-campo o de cualquier
otro tema enunciado en su especificidad. Esto evoca una cuestión esencial - ¿Qué es lo que se
puede o debe llamar hoy de historia rural? O, en última instancia, ¿para que sirve un nombre
o una etiqueta? Esa es, sin embargo, toda una discusión que no cabe en los limites de estas
páginas.
Para concluir, a pesar de algunas discordancias y de algunos puntos menos positivos
señalados en esta reseña, no hay cualquier duda de que estamos ante un libro excelente, que
viene seguramente constituir un marco historiográfico y que es un instrumento de consulta
indispensable para todos cuantos se interesen por la historia de las sociedades rurales de
España y Francia. Tanto porque reúne cientos de referencias, como porque señala las princi-
pales tendencias de investigación y de interpretación en los dos países, como, todavía, porque
invita a una reflexión, que va más allá de las fronteras de aquellos países, sobre los caminos
para una renovación de la historia rural.

394 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 390-394


Libros

La España de la Segunda
Guerra Mundial y de la
División Azul
FICHA BIBLIOGRÁFICA

Francisco Javier González Martín, La España


de la Segunda Guerra Mundial y de la División Azul.
Análisis historiográfico y bibliográfico, 1941-2016,
Madrid, Editorial Y, 2017, 357 págs., ISBN 978-84-
946429-7-5.

Antonio Manuel Moral Roncal Universidad de Alcalá

En el presente volumen se ofrece tanto una relación bibliográfica de los estudios sobre la
División Española de Voluntarios, que fue enviada al frente ruso entre 1941 y 1943, como del
impacto de la Segunda Guerra Mundial en la vida española. De esta manera, se recogen unas
5.000 entradas en varios idiomas (español, inglés, alemán, ruso, polaco, francés, italiano,
finés, lituano, estonio), de las cuales unas 700 hacen relación directa con los divisionarios.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 395-397. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3981 395
Libros

Esta selección de trabajos sirve de barómetro para conocer el nivel de estudios e inquietudes
historiográficas sobre el tema hasta el momento. Como se deduce de su lectura, la aporta-
ción militar española a los ejércitos del III Reich en el frente del Este ha dado lugar -en los
últimos sesenta años- a una amplia producción literaria, historiográfica, periodística e, inclu-
so, cinematográfica. González Martín intenta levantar acta de los ecos de aquellos aconteci-
mientos -más allá de su conversión en un mito contemporáneo-, seleccionando memorias e
impresiones directas de los divisionarios, seguidas de los estudios de los no combatientes, las
múltiples referencias en los medios de prensa, los anecdotarios, apuntes, condecoraciones,
dibujos, la proyección cultural de los divisionarios, los archivos principales para su estudio,
analizando el papel de la literatura y el cine.
El libro se abre con una panorámica inicial de la España de 1941, de la atmósfera de
“cruzada”, donde se analizan las motivaciones que condujeron al envío de tropas voluntarias,
las rivalidades entre las familias del régimen y la situación socioeconómica del momento.
A continuación -y antes de la relación de fuentes y obras- se incluye un estudio his-
toriográfico sobre lo que el autor no duda en llamar ya un subgénero histórico (la División
Azul), dentro de uno mayor (España y la Segunda Guerra Mundial) de creciente importancia
en los últimos años. Y es que el tema divisionario ha dejado de poseer una relevancia o con-
sideración exclusivamente -o aparentemente- española para alcanzar una dimensión inter-
nacional desde finales del siglo XX.
En los años posteriores a 1945, la participación española no fue objeto de interés por
parte de los historiadores extranjeros que, a nivel general o más especializado, estudiaban y
analizaban el segundo conflicto mundial. En España, el interés fue creciendo poco a poco,
conforme aumentaba el esfuerzo por analizar el franquismo, su política exterior, las rela-
ciones con los totalitarismos centroeuropeos, su participación en la “gran cruzada europea
contra el comunismo” al lado de italianos, rumanos, húngaros, franceses, fineses, daneses...
Desde luego, la División Azul formó parte del entramado de la neutralidad y no beligerancia
española, constituyendo un eje entre la política interna de la España de Franco y su acción
diplomática exterior. Por ello, González Martín defiende la idea de que el papel de la División
Española de Voluntarios debe estudiarse no sólo desde una perspectiva claramente militar,
sino dentro de un horizonte más extenso.
Sin embargo, la relación entre la División Azul y el franquismo no fue uniforme a lo
largo de los años. Sobre ella se mantuvo periodos de relativo silencio -discreto como intere-
sado-, si bien nunca se dejó de escribir ni de publicar sobre todo aquello que rodeó su parti-
cipación bélica. Esta circunstancia influyó en el desarrollo historiográfico y en la producción
bibliográfica, de tal manera que el autor ofrece una clasificación de la misma en diversas fases.
La primera (1941 a 1947) se caracterizó por la exaltación ideológica y mítica, produci-
da en un momento de predominio de la temática bélica. En ella, el papel de los documentales
cinematográficos, de la producción de prensa y comunicados oficiales tuvo una importancia
fundamental, así como las primeras memorias de los combatientes. Después, tras la Segunda
Guerra Mundial, disminuiría su presencia en los medios escritos, ante la necesidad del régi-
men de procurar olvidar su participación bélica al lado del Eje, perdedor del conflicto.
En una segunda etapa (1948-1960) comenzaría una proliferación mayor de produc-
ción bibliográfica. Las memorias y recuerdos de soldados se combinarían con las primeras

396 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 395-397


Libros

obras literarias y cinematográficas de cierta calidad. La España de Franco podía ya permitir


más claramente la divulgación de estudios, artículos y libros sobre la guerra en el frente del
Este, ya que la carta anticomunista funcionaba magníficamente ante unos Estados Unidos
en plena Guerra Fría. A este periodo seguiría otro (1960-1975) donde el tema divisionario
entró en una cierta decadencia, debida a la ralentización del interés sobre ese periodo ante la
necesidad de impulsar nuevas legitimidades (la dictadura de la eficacia económica), nuevos
tiempos -segundo franquismo- que intentaban superar la fase ligada a la posguerra. El des-
censo de la producción bibliográfica fue evidente hasta la Transición a la democracia.
Un cuarto momento, a modo de apéndice del anterior, surgió entre 1975 y 1990. El
tema divisionario fue recordado en medio de una época de crítica y, a su vez, de aparición de
obras de exaltación nostálgica del franquismo. El protagonismo de algunos antiguos divisio-
narios en los sucesos ligados al intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 volvió a
situarles en el escenario político y, por ende, en la prensa. A partir de la llegada del PSOE al
poder, se evidenció una nueva bajada del número de publicaciones sobre esta temática que
se rompió a finales del siglo XX. Desde entonces, y hasta el momento, se construyeron los
cimientos de una quinta etapa caracterizada por el aumento espectacular de publicaciones y
estudios sobre la División Azul, unido al relanzamiento del interés por estudiar y conocer la
participación y actuación de España ante los avatares de la Segunda Guerra Mundial.
Esta fase, desde un punto de vista historiográfico, también coincidió con un relanza-
miento de la Historia diplomática y la Historia Militar. Las monomanías de los años anterio-
res contra este último género, que se arrastraban -en palabras de Ricardo García Cárcel- por
los prejuicios simplistas de un marxismo mal aprendido y metabolizado en la Universidad
española, fueron superados a principios del siglo XXI. Se desarrolló el interés de tal manera
que los estudios sobre la División Azul aumentaron en ediciones, editoriales, autores y di-
versidad de objetivos: fueron de interés histórico los oficiales, los soldados, los capellanes,
los principales jefes, la sanidad, los diferentes cuerpos especializados, la participación de
voluntarios españoles en la Marina y en la Aviación del frente del Este, las enfermeras que les
atendieron, los entresijos diplomáticos, las armas que utilizaron, el papel de las madrinas de
guerra, la Legión Azul, etc. Son años donde surgió la obra de un conjunto mayor de historia-
dores, algunos ligados a diversas universidades (Togores, Núñez Seixas, Moreno Juliá), otros
desde otros ámbitos y foros (Caballero Jurado, Torres, Poyato). Paralelo al interés español,
surgió con fuerza el de la historiografía extranjera a la que alude el autor, así como el interés
por analizar la implicación cultural de los relatos de los combatientes, más allá del hecho
puramente bélico.
González Martín ha escrito este volumen desde la más pura libertad, por lo que muchas
de sus apreciaciones y reflexiones pueden ser calificadas como historiográficamente inco-
rrectas en la España actual, generando una respuesta desde otras ópticas de análisis, a las que
alude y clasifica en su libro. Pero en su debe -y de cara a una segunda edición- sus páginas
deberían revisarse desde un punto de vista tipográfico, ya que en algunas se aprecian errores
demasiado evidentes, que el lector especializado puede subsanar pero que no conviene repe-
tir en ningún caso.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 395-397 397


Libros

Historiografía digital
FICHA BIBLIOGRÁFICA

Mirella Romero Recio, Mª Jesús Colmenero


(Eds.), Madrid, Instituto de Historiografía Julio
Caro Baroja. Universidad Carlos III de Madrid,
2016, 219 págs. ISBN: 978-84-16829-01-9.

Mirella Romero Recio y


Mª Jesús Colmenero (eds.)

Historiografía
digital
proyectos para almacenar
y construir la Historia

Anejos de la Revista de Historiografía nº4

María Martín de Vidales García Universidad Carlos III de Madrid

Historiografía digital. Proyectos para almacenar y construir la historia. Este título constituye
el número cuatro de los Anejos de la Revista de Historiografía editado por el Instituto de
Historiografía Julio Caro Baroja. Esta vez, una edición coordinada por las Profesoras Mirella
Romero Recio y María Jesús Colmenero de la Universidad Carlos III de Madrid. Entre ellas,
Romero Recio ha sido la investigadora principal del proyecto Almahisto1 y ha conseguido,

1. Este proyecto de investigación financiado por el MINECO tiene como título “El Almacén de la Historia.
Repositorio de Historiografía española (1700-1939)” (HAR2011-27540).

398 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 398-401. EISSN: 2445-0057. doi: https://doi.org/10.20318/revhisto.2017.3982
Libros

junto a un equipo colaborador de investigadores, el objetivo propuesto al crear un Reposito-


rio de historiografía en red que facilite el trabajo de investigación.
Se estructura en doce capítulos redactados por varios autores y en los cuales se ejem-
plifica, a través de varios casos de estudio, una metodología adecuada para las humanidades
digitales. Por otro lado, la introducción es tajante. Realizada por las Coordinadoras, se ponen
sobre la mesa las pautas de mayor interés correspondientes al trabajo. Ante todo, el recono-
cimiento de las humanidades digitales. Hasta hace muy poco tiempo, las humanidades y el
mundo digital parecían ocupar puestos integrados en ámbitos totalmente distanciados. Sin
embargo, esta situación no es compatible en una sociedad que va de la mano del mundo
digital. De esta forma, la incorporación digital se presenta como esencial a la hora de crear
un repositorio en el cual se “almacenen” los documentos necesarios para el estudio historio-
gráfico. Ha sido un proceso complejo, pero desde luego, presenta un carácter novedoso que
mejora la investigación.
Los doce capítulos que conforman el libro son dispares pero reflejan con precisión el
carácter del proyecto. De ellos, se puede extraer una idea sobre la metodología de aplicación
del mundo digital al estudio historiográfico. En resumen, cada capítulo proyecta uno de los
pasos que conforman dicha metodología. Los primeros son la digitalización de documentos
y el volcado de datos teniendo en cuenta su diverso carácter y obteniendo, de esta forma, la
separación por áreas. Una vez que se poseen los datos, la gestión de los mismos a partir de
estructuras adecuadas y el enlace de estos a través, por ejemplo, de la investigación compara-
da, el uso de Linked Data y el tratamiento de textos. Por último, se conseguirá la creación de
bases de datos con áreas diversas pero puntos en común que favorezcan el enriquecimiento
de la investigación.
De forma más detallada y para empezar, se presenta la colaboración con la Biblioteca
de la Universidad Carlos III a través de la cesión del Repositorio Institucional e-Archivo. No
fue inminente pues la Biblioteca universitaria se encontraba en un proceso de renovación
del mismo pero la espera merecía, pues el proyecto se aseguraba su mantenimiento en el
futuro. Por otro lado, e-Archivo ofrece otras posibilidades al agilizar el proceso y facilitar la
visualización de los investigadores. Se utiliza DSpace como Software y este asocia una URI
a cada ítem asegurando la preservación digital de los archivos. Sabiendo que se recurriría a
e-Archivo, era lógico establecer los parámetros jurídicos implicados. Santiago Mediano ex-
plica de forma clara en el segundo capítulo qué es Almahisto jurídicamente hablando2. Hace
hincapié en tener en cuenta al menos tres aspectos implícitos en el proyecto: la propiedad
intelectual asociada a los contenidos utilizados, la relación entre los aportadores y el proyecto
para conocer a quién había que solicitar la autorización de uso, y por último, las condiciones
que poseía la plataforma en relación a la disposición de códigos.

2. El Proyecto sería “una plataforma compuesta por un conjunto de herramientas tecnológicas en código
abierto, en las cuales se integra una base de datos que permite a los usuarios acceder a través de un sistema
de búsqueda a los documentos historiográficos relativos al periodo de 1700 a 1939 inclusive, de la misma
plataforma o permitiendo la visualización de documentos alojados en otras bases de datos a través de
enlaces”, según señala Mediano en pág. 20.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 398-401 399


Libros

El desarrollo de los procesos en proyectos como el que nos atañe suele ser dificultoso y
evoluciona de forma paralela a las necesidades que van surgiendo. María Jesús Colmenero-
Ruíz y Victoria Rasero explican el proceso que se siguió en este caso. Una vez delimitadas las
fechas, que no son fruto del azar, sino que responden a un cambio en la Historia de la histo-
riografía, se establece una metodología de trabajo dividida en dos fases. La primera de ellas
ya se había cumplido, elegir un modelo de repositorio: e-Archivo. La segunda se ocuparía de
la incorporación de los documentos al repositorio pero se desmembró en varias sub-fases a
las que habría que hacer frente: diseño, desarrollo y adaptación del Software, incorporación
del esquema de metadatos Almahisto y para finalizar, el diseño de plantilla de entrada de
datos. El trabajo multidisciplinar que se proponía, sin embargo, potenció un refuerzo en las
relaciones de los diferentes investigadores.
El volcado de datos es una tarea fundamental en este proceso. Implica una división
por temas que en historia suele corresponder a la cronología, ámbito geográfico, etc. Teo-
doro Crespo Mas analiza el proceso a través de los documentos de Historia Moderna que se
han volcado como datos en el repositorio. La digitalización es esencial para dicho volcado y
además, facilita el acceso a los datos y por tanto, el estudio. No es extraño que surjan proble-
mas debido al carácter ambiguo de los documentos, se mezclan los contenidos de diversos
apartados como advierte Jesús Salas Álvarez en relación al ámbito arqueológico. Todo este
proceso es ejemplificado por el estudio llevado a cabo por las profesoras León Gómez y Gil
Fernández al recopilar las fuentes en relación a los edificios lúdicos en el siglo XVIII en un
ámbito geográfico concreto: Valencia, Andalucía y Extremadura.
Como estamos percibiendo el volcado de datos genera mucha información que debe
gestionarse para “no morir ahogado por los datos”, como dice Sancho Caparrini3. Para ello,
el Profesor propone la adopción de una estructura adecuada y con riqueza que sea capaz de
tratar la información no estructurada para extraer todo su valor. Por el carácter estructural,
semántico y contextual que poseen las humanidades, las estructuras suelen ser más débiles.
Se propone, para combatir este estado, el uso de grafos multirrelacionales, que por las carac-
terísticas que poseen podrán transformar la información almacenada en nuevo conocimien-
to. Las estructuras utilizadas pueden favorecer diferentes métodos de investigación. En el si-
guiente capítulo se destaca el sistema de investigación comparativa pues permite el enlace de
datos mediante relaciones significativas proporcionando resultados novedosos. Como ejem-
plo de este método propone la iniciativa que supuso el proyecto Linked Open Data (LOD) al
publicar datos enlazados en la web mediante URIs. Para Boer, Meroño-Peñuela y Ockeloen,
el uso de Linked Data es muy beneficioso en la investigación histórica y lo justifican a través
de tres ejemplos que se corresponden con tres proyectos de investigación histórica digital:
CEDAR Project, The Dutch Ships and Sailors Project y The BiographyNet Project.
Pero toda esta intención de mejorar la metodología de investigación en Historia para
ser capaces de obtener resultados más precisos y facilitar el trabajo al investigador no debe
ceñirse únicamente a un ámbito universitario donde los investigadores ya hayan adquirido
un alto nivel de madurez. Los Profesores Lasala Navarro y Gudín de la Lama proponen el

3. Sancho Caparrini en pág. 97.

400 Revista de historiografía 27, 2017, pp. 398-401


Libros

trabajo con repositorios digitales para acercarse a la historia desde las primeras etapas for-
mativas. Para ellos, lo importante del estudio de la historia es el uso de las fuentes, seguir
un esquema de trabajo que podría corresponder al siguiente: recogida de información, hi-
pótesis, trabajo con las fuentes y explicación histórica. A través de una propuesta de trabajo
con los alumnos del Grado de Maestro de Educación Primaria llamada La Guerra Civil en
tu localidad pueden observar la falta de metodología por parte de los alumnos al no darle la
importancia necesaria al tratamiento de las fuentes. Por esta razón, proponen que se adquiera
una mayor concienciación por parte de los profesores, sobre el estudio de la historia en los
centros de formación a través de herramientas digitales.
Para gestionar los datos volcados, también hay que tener en cuenta el tratamiento de
textos automatizado. A través de procesos de reconocimiento textual se permite un análisis
de los diferentes niveles del lenguaje. Sin embargo, y en cuanto a lo que respecta a los Named
Entity (NE) o nombres propios, el reconocimiento se convierte en una labor más compleja.
Cada sistema de reconocimiento y clasificación de NEs hace uso de varias técnicas de identi-
ficación. Iglesias Moreno y Sánchez-Cuadrado aconsejan optar por un software libre- como
Freeling y Python- para el procesamiento de reconocer y clasificar los datos. Aplican esta me-
todología al trabajo realizado por el grupo de investigación QUASTEIO, con el libro Becerro
de las Behetrías de Castilla (1352).
Por último, se generan grandes bases de datos entre las que destacan los catálogos de
piezas gestionados con herramientas digitales en relación con disciplinas como la arqueolo-
gía o la historia del arte. Sin embargo, hay que tener cuidado con la gestión de estas bases de
datos para no caer en el error de formar grandes e inabarcables catálogos estáticos. Es mucho
más interesante que las herramientas digitales no formen simples almacenes, sino que sirvan
de utilidad al investigador para el estudio. Otra dificultad que puede surgir debido a la ges-
tión masiva de datos es la producción de errores, aunque podría solventarse con la mejora
del diseño del software y el control de calidad por parte del investigador, para que los resul-
tados no se distancien de la realidad. Pedro Luengo propone el estudio tridimensional como
herramienta que permite la profundización tanto en la arquitectura como en la arqueología.
Sin embargo, no considera esencial obtener datos específicos de cada objeto de estudio para
rellenar una base de datos, sino poner en relación los diferentes resultados para abrir nuevas
líneas de investigación.
De esta forma y desde mi punto de vista, la publicación por un lado facilita al lector,
la adquisición de diversas herramientas digitales capaces de mejorar el estudio historiográ-
fico, mientras que por otro lado, analiza el estado en el que se encuentran las humanidades
digitales. Aunque estas, cada vez sean más frecuentes en los ámbitos de estudio, están ex-
perimentando aún en diferentes vías de aplicación. Una publicación muy acertada pues es
esencial que la comunidad científica se familiarice con la gestión digital, apueste por el uso de
herramientas digitales en los procesos de estudio, que se estrechen las relaciones y que, por
supuesto, aporten nuevas posibilidades al mundo humanístico.

Revista de historiografía 27, 2017, pp. 398-401 401


La importancia de la
figura de Augusto
Con motivo del bimilenario de la muerte de personaje histórico, el permanente interés de
Augusto, en el año 2014 se realizó un encuen- la historiografía moderna por su vida y sus
tro en la Universidad Carlos III de Madrid acciones, y la variedad de acercamientos po-
que pretendía propiciar un acercamiento al sibles a su estudio. Todos los artículos anali-
tratamiento de la figura de este emperador zan aspectos significativos y fundamentales
en distintos momentos e hitos históricos e que contribuyen a reconstruir el proceso de
historiográficos de particular significación. recepción antigua y moderna de la figura de
Los diferentes casos estudiados a lo largo del Augusto de manera que el conjunto resulte
volumen confirman la importancia de este oportuno y coherente.

Instituto de Historiografía
Julio Caro Baroja

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