Crisis Universitaria Extensión 1919
Crisis Universitaria Extensión 1919
Crisis Universitaria Extensión 1919
ISSN: 0185-2698
[email protected]
Instituto de Investigaciones sobre la
Universidad y la Educación
México
Mollis, Marcela
En busca de respuestas a la crisis universitaria: Historia y cultura
Perfiles Educativos, núm. 69, julio-sept, 1995
Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación
Distrito Federal, México
*Marcela MOLLIS
Profesora de la FLACSO y de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina.
La autora parte de la distinción entre conocimientos y saber, y señala que este último, más
complejo y profundo se conserva, distribuye, descubre, produce, inventa, censura, o simplemente
se repite en la universidad contemporánea. El análisis histórico-político de la universidad argentina
la lleva a examinar críticamente las respuestas a los desafíos que representa -tanto para los
gobiernos latinoamericanos como para las propias universidades- la denominada agenda
internacional de la modernización de los sistemas educativos superiores. La interacción entre el
estado neoliberal y una sociedad en busca de nuevas identidades, han provocado la aparición de
tensiones. Para enfrentar dichas tensiones la profesora Mollis propone una reinvención de la
historia sobre la base de un auténtico "ethos democrático".
The author departs from the distinction between the meaning of learning and knowledge and states
that the latter, which is more complex and profound, is kept, distributed, discovered, produced,
invented, censured or simply repeated in contemporary universities. The historical political analysis
of the argentinian university leads Mollis to examine in a critical way the answers to the challenges
which the so called international agenda for the modernization of higher education systems
englobes, both for the Latin American governments, as well as for the universities themselves. The
interaction of a neoliberal state and a society in search of new identities accounts for the surge of
tensions. In order to face such tensions, the author proposes to reinvent history based on an
authentic "democratic ethos".
Para algunos filósofos contemporáneos existen sugerentes diferencias entre las palabras saber y
conocimiento, aquí consideradas para fundamentar nuestra predilección por la primera. Lyotard1
opina que el
Entender las instituciones universitarias como "instancias culturales" significa entenderlas como un
conjunto de procedimientos de creación, apropiación y transmisión de saberes, valores y
representaciones, que se concentran en un nivel del sistema educativo definido como "superior"
por cualquier sociedad. Por lo tanto, concebimos a la "cultura institucional" como la creación
de instancias particulares que una comunidad delega en una institución, para definir, ejecutar y
controlar en su nombre objetivos inmateriales de orden científico, educativo, estético o ético.
En razón de su capital cultural y del hábito adquirido a través de su propia historia, las
universidades figuran a la cabeza de las instituciones que concentran un conjunto de prácticas
prerreflexivas, como los actos de producción de gestos, palabras, formas, relaciones, ritos,
emociones y símbolos, no siempre comunicables para la totalidad social que les dio origen.
El análisis cultural de las universidades remite a tres dimensiones que interactúan entre sí:
la dimensión histórica, la social y la antropológica. La primera alude a la historia de los productos
intelectuales y estéticos considerados de orden superior; la historia de las ideas, artes, ciencias y
tecnología, es decir, la historia de la "alta cultura" de una sociedad. La segunda dimensión remite a
las acciones que una sociedad realiza para aplicar esas ideas; esas realizaciones determinan el
lugar -jerárquico o no- de las artes, ciencias, y tecnología, como referentes para construir normas,
valores, imágenes y códigos que rigen la vida de la totalidad social.
Por último, la dimensión antropológica refiere a las universidades como espacios en los que
se elaboran algunas formas de organización social de base, inculcando horarios, gestos, actitudes
y reflexiones; así se crea una trama cultural que reproduce una conducta intelectual social y
política de una élite que a su vez se presenta como modelo a seguir por los grupos subalternos.
Desde el punto de vista histórico, el movimiento estudiantil de la Reforma le dio a las universidades
latinoamericanas y sobre todo argentinas, nada más ni nada menos que su particular estilo
organizacional. Un estudiante universitario del presente casi no concibe una universidad sin
cogobierno o al menos sin cuerpos colegiados que representen los tres estamentos para tomar las
decisiones, sin profesores que legitimen su jerarquía a través de concursos por oposición y
antecedentes, sin cátedras paralelas, sin actividades de extensión universitaria que promuevan la
inserción de la universidad en el medio social, sin un Centro de estudiantes que organice y
satisfaga tanto demandas gremiales (servicios de fotocopias, publicaciones, bar, horarios, ofertas
de cursos, etc.) como demandas políticas de nivel macro.2 Sin embargo, las nuevas exigencias
planteadas a la educación superior en su conjunto, requieren cambios que afectan las tradicionales
funciones institucionales heredadas a principios de siglo. Igualmente, resulta llamativo
constatar que muy pocos estudiantes conocen la génesis de este estilo organizacional vinculado a
un paso no tan lejano que comenzó en 1918.
El que fue protagonista de la Reforma del 18, el estudiante, actualmente es un actor social
cuya identidad no está determinada por su papel de estudiante -como entonces-, sino por todos los
roles que desempen~a a la vez, entre los cuales se encuentra el de "estudiante tiempo parcial".
Por otra parte, las formas tradicionales de la organización, división y especialización del
conocimiento, de circulación y apropiación han perdido validez frente a la nueva estructura de
conocimiento, del mismo modo que el papel social de las profesiones liberales.3
En Argentina del primer gobierno democrático sin fraude electoral (1916-1922 y 1928-1930), el
proyecto político del presidente Yrigoyen significaba una renovación profunda en la vida social: por
primera vez un gobierno era representante de sectores mayoritarios y como tal, permeable a la
influencia de éstos. Una nueva actitud, tanto en política exterior -el neutralismo intransigente- como
en política interior -la mediación en los conflictos sociales-, eran lo más significativo de un gobierno
más rico en proyectos que en realizaciones.
Entre los años 1906 y 1907, el total de matriculados de las universidades nacionales y
provinciales fue 62,100, con un promedio anual de inscritos de 5,175. Entre los años 1918 y 1930,
el total de matriculados fue 195,200, resultando el promedio anual de inscritos de 15,015.
Comparando los cinco años anteriores y los cinco años posteriores al año de la Reforma
Universitaria, las cifras son: entre 1913 y 1917 la matrícula total universitaria fue 32,500
estudiantes, con un promedio anual de 6,500 inscritos; entre 1918 y 1922, el total de matriculados
fue 58,600, resultando el promedio anual de 11,720 inscritos. El crecimiento del promedio anual de
inscritos fue del 80%. En la Universidad de Buenos Aires los graduados del periodo pos-reforma
crecieron un 190% con respecto al periodo anterior; en la Universidad de Córdoba, registraron un
incremento del 248%, y en la Universidad de La Plata el crecimiento de los graduados fue del
504%. El aumento cuantitativo más notable del periodo se produjo al interior del subsistema
universitario, especialmente durante el quinquenio que abarca el proceso de gestación y
consolidación de la Reforma Universitaria. Esta última constituyó un factor determinante en la
expansión cuantitativa de las universidades nacionales del periodo, pero no logró avanzar sobre
los límites estructurales del sistema de enseñanza primaria y media en el conjunto de la población,
que determinaban desde el vamos magras posibilidades de reclutamiento.5
Uno de los principios promovidos por los jóvenes de la Reforma Universitaria fue la no
limitación del número de ingresantes a la Universidad: "El Estado garantizará a todo habitante la
posibilidad de ingresar a una universidad, y a respetar su libertad en su seno, a cuyo fin se
establece la gratuidad de la enseñanza y la absoluta laicidad".6
cambios sociales de su época. Los sectores recién llegados al gobierno -por la vía electoral (no
fraudulenta) que instrumentó su representatividad en el poder político-, tenían la necesidad de
conquistar los espacios institucionales en los que el Estado oligárquico había penetrado. El objetivo
de la hegemonía política y el logro de la legitimidad de la "autoridad pública" de los nuevos actores
gubernamentales exigía "ganar" las universidades. En el marco de esta interpretación podemos
hallar la racionalidad de los actos que vincularon al Poder Ejecutivo (Hipólito Yrigoyen) -a través de
su intervención-, y al ministro de Instrucción Pública (José Salinas) en favor de las demandas
estudiantiles.
La dictadura militar del año 1930 puso fin definitivamente al periodo democratizante iniciado
por la Reforma. El sistema de estatutos de las universidades argentinas fueron modificados en
torno a la supresión de la "participación estudiantil en el gobierno universitario" -por considerarla
"anarquizante", y con la encarcelación de numerosos profesores y estudiantes reformistas.
Alexander Astin9 asegura que las prácticas de evaluación que se llevan a cabo en las
universidades, son el fiel reflejo de los valores institucionales, los cuales a su vez promueven las
metas o misiones institucionales. ¿Cuáles fueron las misiones que proyectaron los reformistas,
cambiaron o son las mismas en la actualidad?
El Rector de la Universidad Nacional del Litoral, Dr. Rafael Araya, en 1928 expresaba cuál
debía ser la función social de la Universidad moderna:
activo: la clase media "cultivada en las universidades para dirigir los destino nacionales".
La cita es reveladora y anticipa a su vez, el escenario que hoy domina las universidades: el
triunfo de la formación profesional en las carreras liberales, para entonces constituían la vía de
acceso directo al "gobierno de la Nación", prácticamente eliminando la misión de la universidad
como formadora de recursos humanos subordinados a un "estilo de desarrollo industrial".
Sin lugar a dudas, la llamada crisis del "Estado Benefactor" se encuentra en el centro de debate
socio-económico tanto en América Latina como Argentina, cuyas consecuencias se agudizaron a
partir de la década del 70, acompañadas por un fuerte endeudamiento externo, por el
estancamiento de los índices de crecimiento económico y del empobrecimiento y marginación de
grandes sectores de la población con el consecuente ensanchamiento de las desigualdades
sociales.
Entre las estrategias que promueve la "nueva agenda modernización" para conquistar la
racionalización financiera, se encuentran: la desregulación y desburocratización administrativa, las
privatizaciones, y la reducción de la responsabilidad del Estado central en la prestación de los
servicios públicos. La implementación de los procesos modernizadores en América Latina es vista
por los políticos como un "instrumento para resolver obstáculos" más que un fin en sí mismo y por
lo general no se contempla el rol clave de los actores políticos involucrados en estos procesos.14
A modo de conclusión.
Responder a la crisis con historia y cultura constituye una propuesta poco consecuente con los
valores de la "cultura del ajuste" en un contexto regulatorio que le otorga prioridad a la eficiencia,
eficacia, gerenciamiento, administración de recursos financieros, y recupera la teoría del capital
humano, asignando a las universidades un papel dominante en la "formación de recursos
humanos". Estos valores jerarquizan también acciones y resultados que confrontan a la cultura
reformista. La confrontación entre ambas culturas se produce en torno a dos ideas constitutivas del
"ethos reformista": la universidad es el lugar donde se forman los profesionales para convertirse en
la clase dirigente nacional, de lo cual se deriva que la función prioritaria universitaria es la función
docente-enseñante en tanto formadora del carácter humanista y promotora de la cultura nacional
de la clase dirigente.
Una respuesta posible a la crisis universitaria es reinventar la historia una vez más.