La Naturaleza de Los Gatos Stephen Budiansky
La Naturaleza de Los Gatos Stephen Budiansky
La Naturaleza de Los Gatos Stephen Budiansky
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La naturaleza
de los gatos
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El hecho de que no existan gatos guardianes o gatos lazarillo tiene una clara
explicación. Los gatos, como bien saben sus propios «dueños», son
animales tan independientes que pueden llegar a resultar intratables,
capaces de desafiar cualquier tópico sobre los animales domésticos. En este
libro, el conocido autor y científico Stephen Budiansky combina las últimas
investigaciones, el saber popular y su afición por los felinos para
desvelarnos los misterios de estas fascinantes criaturas.
Los gatos son capaces de adaptarse perfectamente a nuestro entorno, pero
su mezcla de cariño y crueldad, recelo y gregarismo, dependencia y
distanciamiento, los convierten en los animales domésticos menos
adecuados para la domesticación. Entonces, se preguntará el lector, ¿por
qué hay tanta gente que convive con ellos?
«La naturaleza de los gatos» cubre todo el espectro de datos conocidos
sobre este tipo de animales con un estilo vivo y atractivo, desde su historia a
la superstición que los rodea, sus modelos de caza, las imágenes religiosas
que suscitan, su comportamiento sexual o la preferencia por determinados
colores. Los gatos no son mascotas, sino compañeros a los que imponemos
nuestros deseos y expectativas, y que ocupan un lugar junto a nosotros en
el hogar aunque siempre parezcan conservar un pie en la selva. Por fin un
libro inteligente, de fácil lectura, que hace justicia a un universo tan complejo
como es el de los gatos.
www.lectulandia.com - Página 2
Stephen Budiansky
ePub r1.0
Titivillus 26.08.17
Título original: The Character of Cats
Stephen Budiansky, 2002
Traducción: Patricia Teixidor
Retoque de cubierta: Titivillus
El gato representa una anomalía entre los animales domésticos porque todas las
demás especies domesticables son sociales en estado salvaje. Los antepasados y
análogos salvajes de los perros, ovejas, vacas, caballos, burros, cabras, gallinas,
cerdos, patos, elefantes y camellos viven en grupos, por lo que disponen de unas
reglas muy desarrolladas para una buena convivencia. Estas consisten principalmente
en un sistema para comunicarse eficazmente las amenazas o para mostrar sumisión
de forma que puedan evitarse sangrientas batallas a causa de la comida, la pareja, los
lugares donde dormir y otros recursos compartidos. No se necesita hacer un
doctorado en psicología animal ni gastarse 495 euros en una sesión con un experto
en comunicación canina para saber lo que quiere decir un perro cuando gruñe. En
casi todos los malentendidos que todavía se producen entre humanos y animales tan
sociables como los perros, la mayoría de los dueños consiguen casi siempre captar
por lo menos la intención general del perro, puesto que las dos especies comparten
un lenguaje común que se transmite incluso en las nuevas circunstancias que la
domesticación ha impuesto a ambos. Si le hablamos en un tono severo a un perro
cuando ha robado un par de calzoncillos de la lavadora, inmediatamente se encogerá
y los dejará caer. La evolución no pudo prever que el lobo se encontraría con esta
situación ni prepararlo para ella, pero, gracias a sus ancestros, el perro está equipado
con una serie de herramientas sociales que le permiten adaptarse y que mantienen a
humanos y cánidos unidos.
[Figura 1. La familia de los felinos ha experimentado una asombrosa diversificación que comenzó hace unos
12 millones de años. Los genetistas han reconstruido el árbol evolutivo del gato analizando las similitudes en
los ADN de las diferentes especies[Créditos].]
Quizás el factor más extraño que distingue al gato de otras especies domésticas
sea el hecho de que su análogo salvaje continúe prosperando en gran número. Los
ejemplares salvajes de los que provienen la mayoría de las especies domésticas se
han extinguido o están a punto de hacerlo. El caballo Przewalski sobrevive sólo en
zoológicos y en manadas controladas de forma artificial. Todas las especies de ovejas
salvajes se encuentran en grave peligro de extinción. El uro, ancestro salvaje del
ganado doméstico, se extinguió por completo. La población de lobos salvajes no
cuenta con más de 150.000 ejemplares esparcidos por todo el mundo. Sólo el Felis
silvestris sobrevive con un éxito brillante tanto como animal doméstico como
salvaje. A pesar de que se les ha puesto trampas, se los ha cazado por su pelaje y han
sido perseguidos por representar una amenaza para las aves de corral y los animales
de caza, los gatos monteses han conseguido extender su territorio en muchas partes
de Europa Occidental desde la Segunda Guerra Mundial y siguen siendo comunes en
muchos lugares de Asia Central y Africa. A diferencia de la mayoría de las otras
treinta y seis especies de la familia de los felinos que actualmente se distribuyen por
el mundo, el gato montés no está considerado en peligro ni amenazado.
A pesar de que se desconoce en qué grado a lo largo del tiempo se han cruzado
poblaciones de gato montés con gatos domésticos, no hay duda de que grandes
poblaciones de gatos que anteriormente vivían en libertad —ya fueran
completamente salvajes, híbridos monteses-domesticados o asilvestrados—
coexisten con la población de gatos con dueño. (Los gatos asilvestrados son gatos
domésticos o
descendientes de éstos que en la actualidad viven por su cuenta en estado salvaje).
Nadie sabe con certeza cuántos gatos monteses hay en Europa, Africa o Asia, pero
incluso una cifra prudente estaría en torno a los muchos millones. En Estados
Unidos, donde no existe una población nativa de gatos monteses, existen
aproximadamente 40 millones de gatos asilvestrados (en contraste con los 75
millones de gatos domésticos con dueño). Al contrario de muchos otros animales
domesticables, los gatos nunca tuvieron la necesidad de unir su suerte a la de los
humanos para sobrevivir. Siguen sin tenerla.
Una de las razones de que las poblaciones salvajes de una determinada especie se
vayan reduciendo o desaparezcan una vez que ésta ha sido domesticada es que la
propia domesticación suele ser un último recurso evolutivo para una especie que ya
tenía problemas de supervivencia. Solemos pensar que la domesticación es un acto
sumamente humano, pero los hechos demuestran justo lo contrario: la domesticación
fue en su mayor parte un proceso natural impulsado por fuerzas tales como el cambio
climático, la geografía y la evolución, mucho mayores que cualquier cosa que el
hombre pudiera construir o, en realidad, prever.
Al final de la Era Glacial, hace unos 15.000 años, el clima sufrió un cambio
drástico, a medida que los glaciares retrocedían y la tierra se calentaba. El hábitat
natural de las ovejas salvajes, vacas, caballos y otras especies que serían pronto
domesticadas estaba desapareciendo. La vida con el hombre y en especial con el
hombre agricultor, habitante de los poblados, representaba un nuevo nicho ecológico
listo para ser explotado. Cuando ha sido posible rastrear el lugar en el que una
determinada especie fue domesticada, éste ha consistido en un área donde una
pequeña subpoblación remanente situada en un extremo de su territorio original se
vio obligada a entrar en contacto con poblaciones humanas. El aislamiento
geográfico hizo posible el aislamiento genético necesario para que una nueva
especie, seleccionada por su grado de compatibilidad con los humanos, se originara.
Gran parte de esa selección fue, por lo menos al principio, probablemente
autoselección. Aquellos individuos más curiosos, menos temerosos y más adaptables
eran más propensos a acercarse a los asentamientos humanos para robar las cosechas
de los campos o los restos de huesos o de comida de los montones de residuos, y
poder así sobrevivir en este nuevo nicho; también era más probable que transmitieran
estos rasgos a las siguientes generaciones. En la medida en que las acciones humanas
modelaron este proceso inicial ahuyentando o matando, por ejemplo, a los intrusos
más agresivos, pero tolerando a los más amistosos o a los que parecían más
atractivos, el proceso fue posiblemente más «natural» que «artificial», en el sentido
de que no estuvo dirigido de forma intencionada hacia una meta. Las personas se
comportaban simplemente como tales y el comportamiento de los humanos en sí
mismo es una poderosa fuerza selectiva en el curso de la evolución. Por mucho que
nos guste pensar que fuimos muy inteligentes porque se nos ocurrió la idea de
capturar y criar animales salvajes por nuestros propios medios, los hechos sugieren
que, en realidad, fueron los propios animales los que dieron el primer paso. Muchas
especies, incluidas algunas de las que intentamos librarnos constantemente (con
evidente poco éxito), como las ratas, ratones, gorriones y palomas, se dieron cuenta
de que les interesaba asociarse con los hombres y se han ido extendiendo por el
mundo en compañía de éstos, explotando de forma muy eficiente nuestros
asentamientos y nuestros hábitos de eliminación de residuos.
Mucha gente ha supuesto que los gatos siguieron este mismo patrón: tomaron la
iniciativa y se acercaron a los asentamientos agrícolas para explotar las ricas
provisiones de ratones que el hombre sin darse cuenta comenzó a proporcionarle en
cuanto aprendió a cultivar y almacenar grano. Pero existe un buen argumento que
prueba lo erróneo de la visión tradicional sobre la forma en que los gatos y las
personas se unieron. Resulta una bonita paradoja que las especies que más
cambiaron al ser domesticadas sean las que más se han domesticado a sí mismas,
mientras que una especie como el gato, que es de las que menos ha cambiado con la
domesticación, lo más probable es que haya sido capturada y criada de forma
deliberada por el hombre desde el principio. La bióloga Juliet Clutton-Brock
clasificó al gato como un animal «cautivo explotado» en lugar de verdaderamente
domesticado, y puede que ésta sea una definición muy acertada.
El razonamiento genético y conductual que explica que esto debería ser así es el
siguiente: el sello de la domesticación consiste en una serie de cambios biológicos
que suceden con rapidez y a la vez durante el proceso de selección que realiza el
hombre y del que en su mayor parte es inconsciente. Los experimentos con zorros
rojos realizados por el biólogo ruso D. K. Belyaev demostraron que al seleccionar
únicamente la docilidad en conductas tales como la disposición de un cachorro para
dejar que un ser humano se acerque y lo coja en brazos, fue posible producir una
variedad de zorros en sólo cinco generaciones que habían adquirido el paquete
completo de la domesticación. Estos zorros tenían pelajes de dos colores, orejas
caídas, movían la cola y ladraban como si fueran perros, y sollozaban para llamar la
atención de personas conocidas. Al comparar a muchos animales domesticados con
sus antepasados salvajes, parece que se comportan más como individuos jóvenes que
como adultos. Se muestran juguetones toda su vida; no desarrollan los fuertes
instintos territoriales o de caza de sus homólogos adultos salvajes; se muestran
dependientes de otros para conseguir comida y atención.
El punto crucial es que los científicos rusos no seleccionaron ninguno de estos
rasgos deliberadamente, sino de forma general; la docilidad podrían haberla escogido
también otros hombres en la antigüedad de forma completamente inconsciente en sus
primeros encuentros con animales que después domesticaron. Todos los cambios que
surgieron en los zorros —pérdida del miedo, permanencia de conductas juveniles en
la edad adulta, dependencia durante toda su vida e incluso rasgos físicos como las
orejas caídas y los pelajes a dos colores— parecen estar genéticamente relacionados.
Todos parecen ser producto de cambios relativamente pequeños en los genes
«maestros» que regulan el proceso del desarrollo desde la infancia a la edad adulta.
Retocar estos resultados supone una alteración y reorganización de las conductas y
rasgos físicos para que las formas juveniles permanezcan o bien emerjan
combinaciones completamente nuevas. Resulta sorprendente que este conjunto de
nuevos rasgos se encuentre siempre presente en las especies domesticadas.
En todas, menos en los gatos.
En resumen, los gatos no tenían ningún problema evolutivo al que enfrentarse en
estado salvaje; no necesitaban depender del hombre para sobrevivir; no sufrieron las
rápidas y automáticas transformaciones genéticas que destruyeron las barreras entre
lo salvaje y lo domesticable, como en el caso de las bestias salvajes que se
convirtieron en compañeras del hombre dúctiles y adaptables. Los hombres
primitivos consiguieron domar con éxito a lobos, vacas, ovejas y otros animales
verdaderamente domesticados debido en gran parte a que estas especies ya contaban
con el potencial genético para domesticarse a sí mismas una vez que los humanos
aparecieran en el medio ambiente donde habitaban. Los gatos, sin embargo, se
negaron a entrar en este juego.
La propia ausencia en el gato de las alteraciones genéticas típicas que
caracterizan el proceso de domesticación tiende a sugerir que habría sido necesario
que los humanos hubieran tomado cierta iniciativa para romper la barrera. Aunque la
domesticación fue un suceso en sí mismo extraño, éste lo fue todavía más. Las
coincidencias en el cambio de clima, pérdida del hábitat, lugar geográfico y la
proximidad a los asentamientos humanos se confabularon para desencadenar un
mecanismo genético interno de rápida evolución en las especies domésticas que hoy
son completamente dependientes del hombre para su propia existencia y
supervivencia, tanto a nivel individual como de especie. Éste fue un cambio de
barrido evolutivo y majestad histórica, por lo que no sorprende que los esfuerzos
intencionados del hombre para imitarlo, miles de años después, en los comienzos de
la civilización, no consiguieran más que unos cuantos chapoteos en la charca
genética que nada tenían que ver con el maremoto genético evolutivo.
Los gatos domésticos, al igual que los camellos, elefantes asiáticos, ciervos y
otros animales cautivos explotados por el hombre, probablemente no sean auténticos
animales domesticados. (A pesar de esto, resulta difícil no usar el término «gato
doméstico» y seguiré utilizándolo para referirme a poblaciones de gatos caseros, de
granjas y gatos asilvestrados, que, biológicamente hablando, son todos Felis
silvestris catus). Pero, aunque nunca se hayan domesticado por completo, los
animales cautivos explotados como el gato debieron de ser en una determinada época
mínimamente domables y hasta cierto punto compatibles con la vida que llevaban los
humanos. Después de todo, existen muchas especies de mamíferos y aves a las que
expertos cuidadores de zoológicos no han podido mantener en cautividad con éxito
por mucha voluntad que hayan puesto, y mucho menos los millones de personas que
lo han intentado en sus propios hogares con escasos conocimientos sobre
comportamiento animal, ecología o veterinaria.
Incluso cuando los humanos se proponen con determinación y premeditación
tener un animal en cautividad no es muy probable que salgan airosos del intento, a
no ser que el animal cumpla una serie de criterios básicos. Una regla fundamental
para conseguir tener a un animal en cautividad es que sea un «generalista», es decir,
que pueda comer una gran variedad de alimentos. Para la mayoría de las personas
que viven en un apartamento, por ejemplo, no sería nada cómodo conseguir unos
cientos de kilos de bambú cada semana para alimentar a un panda gigante.
Otra característica más sutil es que algunas especies simplemente son más
domables que otras, aunque no siempre tenga que ver con ser un animal social o
doméstico. Todos los animales domesticados son domables, pero muchos animales a
los que se puede domar no son domesticables, y algunos ni siquiera tienen una
naturaleza social. Dentro de la familia de los gatos, tanto el guepardo como el caracal
eran muy comunes en cierta época como compañeros de caza entre las clases de la
élite de Oriente Próximo y la India. Tenían guepardos en el antiguo Egipto, en
Sumeria, Asiría y en la India en los tiempos de los mongoles; se los llevaba a cazar
encapuchados, como a los halcones, y después se los soltaba cuando la presa estaba a
la vista. Si conseguían atraparla, eran recompensados con una porción del botín. En
una ocasión, un príncipe mogul tuvo cautivos a cientos de guepardos y, una vez
domados, se convirtieron en animales juguetones, leales y afectuosos. El caracal, un
gato de tamaño medio (de unos 15 kg), con largas orejas, que habita en África y
Asia, también es fácil de domar y ha sido utilizado por cazadores de la India e Irán.
Es el gato más veloz de su tamaño. Aunque en estado natural no suele ser un animal
social, parece adaptarse bien a la vida con el hombre. Tanto el guepardo como el
caracal son gatos que se pueden domesticar, aunque ninguno pueda considerarse una
especie doméstica.
Por el contrario, aquellos que han intentado recientemente tener como mascotas a
felinos que provenían de cruces entre el gato doméstico y el gato bengalí asiático han
pasado por una mala experiencia como resultado de ello. El gato bengalí, Felis
bengalensis, es casi del mismo tamaño que el gato doméstico y proviene de los
bosques que se extienden desde Siberia hasta el sureste de Asia y la India,
fundamentalmente los mismos hábitats en los que se encuentra Felis silvestris. Los
Institutos Nacionales de Salud mantuvieron en sus instalaciones varios ejemplares de
gatos bengalíes para un proyecto cuyo objetivo era confeccionar un mapa de genes
que incluía cruzarlos con gatos domésticos (la descendencia es completamente
fértil). Una vez terminado el proyecto, varios trabajadores del laboratorio adoptaron
a la segunda generación de garitos, cruces que eran tres cuartas partes gatos
domésticos y una cuarta parte gatos bengalíes. Los consiguieron criar
proporcionándoles muchos cuidados y resultaron ser animales preciosos, mucho más
mansos que sus abuelos de pura raza bengalíes. Pero muy pronto, un trabajador que
adoptó a uno de ellos dijo que quería devolverlo porque estaba comiéndose —es
decir, consumiendo, no sólo mordisqueando— los zapatos de cuero de la casa. Otro
de los adoptados desapareció sencillamente de la casa de su dueña durante un largo
periodo. Lo buscó por toda la casa, pero no había ni rastro del gato. Por fin descubrió
que había excavado una especie de cueva en la parte inferior del sofá y se había
escondido allí. Tanto el gato bengalí como el montés suelen hacer nidos en su hábitat
natural en troncos huecos de los árboles o en grietas rocosas, por lo que no hay
ninguna razón en particular en la historia vital o en la ecología del gato bengalí que
explique por qué los híbridos bengalí-doméstico tendrían que hacer agujeros en los
sofás y los gatos domésticos puros no.
¿Qué hace, entonces, que algunas especies salvajes sean más domables que
otras? El proceso genético estándar de la domesticación gira en torno a una rápida
alteración del proceso de desarrollo, que entre otras cosas tiene como resultado una
ruptura, reajuste o simple descarrilamiento de conductas adultas muy desarrolladas
que a menudo son fuente de problemas en cautividad: se trata de conductas
territoriales, de sospecha ante cualquier novedad o depredatorias. Pero existió un
proceso similar, aunque mucho más sutil y prolongado, de «preadaptación» genética
que tuvo lugar tanto en especies que con el tiempo fueron domesticadas por
completo, como en aquellas que llegaron a ser con éxito cautivas explotadas. Todas
estas especies comparten una historia común al haber ampliado sus territorios de
forma drástica durante la Era Glacial. A medida que los glaciares iban avanzando y
retirándose, aparecieron nuevos territorios, se abrieron corredores para volver a
cerrarse de nuevo, y cierto número de mamíferos terrestres, entre los que se
encontraban ovejas, camellos, lobos y gatos, se aprovecharon de esta situación para
lanzar sucesivas oleadas de colonización.
Este proceso de colonización y adaptación a nuevos hábitats ejerció una
importante fuerza selectiva, puesto que supuso una prima para los individuos que
eran generalistas adaptables y flexibles. Existen ciertas pruebas, que provienen sobre
todo de estudios realizados con carneros de montaña, que demuestran que las
especies que consiguieron expandir sus territorios durante la Era Glacial sufrieron un
cambio genético que, de algún modo, se anticipó a los cambios posteriores, más
espectaculares, que ocurrieron durante la domesticación. Las especies de carneros de
montaña que hoy están más alejadas geográficamente de su punto de origen en
Africa del Norte muestran el mayor grado de lo que los biólogos llaman neotenia, el
mantenimiento de rasgos físicos y de conducta juveniles en la edad adulta. Por
ejemplo, los machos de carneros de las Montañas Rocosas, que se sitúan justo al
límite de la hégira de la Era Glacial de los carneros desde el norte de África hasta
Siberia y a través del estrecho de Bering hasta Norteamérica, desarrollan en mayor
medida conductas juveniles (como montar hembras que no están en celo, o lanzar
coces a los carneros rivales para amenazarlos, en lugar de realizar ostentaciones de
los cuernos) que los carneros de la especie de la que provenían, el carnero de Stone,
de la Columbia Británica.
El gato montés fue también un gran viajero. Desde su punto de partida en la Era
Glacial en Europa hace 250.000 años se extendió en una serie de oleadas migratorias
hasta Asia y África. Como consecuencia, el Felis silvestris es hoy el miembro de la
familia de los felinos geográficamente más extendido y el más adaptable. Los gatos
monteses se encuentran en lugares que van desde las selvas de África a los bosques
del norte de Escocia; viven en desiertos de Arabia Saudita y el Sahara, en áreas
semidesiertas de Asia Central, en las zonas costeras, en montes bajos y rocosos,
bosques de hoja caduca y marismas. Los únicos lugares de los que están ausentes son
los bosques tropicales lluviosos, las praderas de estepa y las zonas en las que la nieve
permanece en el suelo más de cien días al año.
De estas extensas subpoblaciones de gatos monteses, el grupo del lybica africano
es el más distante geográficamente de su lugar de origen, el más extendido y el que
hizo su aparición más recientemente. Según los análisis genéticos, el gato montés
africano se separó de forma definitiva de la población europea hace sólo unos veinte
mil años, justo al finalizar la Era Glacial. De acuerdo con la teoría de la dispersión y
la neotenia, el gato montés africano debería, por tanto, ser el más manso y de
carácter más juvenil. A pesar de las muchas y cercanas similitudes entre las
diferentes ramas de gatos monteses, los africanos muestran importantes diferencias
de conducta con relación a sus homólogos europeos. Son sencillamente más fáciles
de domar y más amistosos. Según una opinión de primera mano, los gatos monteses
europeos, aunque hayan sido criados por humanos, siguen siendo «fieros e
intratables», al igual que ocurre con los cruces entre gatos caseros y gatos monteses
europeos. Andrew Kitchener, un zoólogo del Museo Nacional de Escocia que está
llevando a cabo el estudio más importante sobre el gato montés, dijo que la única
ocasión que tuvo de ver a crías de gatos monteses europeos en cautividad fue una
experiencia bastante
«espeluznante». Los gatitos de cuatro semanas «miraban a través de ti como si no
estuvieses allí». Se mostraban muy silenciosos y no había manera de que jugaran o
interactuaran con la gente. Algunas personas que han criado a gatos monteses
europeos como mascotas dicen que como mucho son gatos de «un solo dueño» que,
al permanecer en cautividad, pierden incluso ese grado de mansedumbre poco
después de alcanzar la madurez sexual, como les ocurre a muchos animales salvajes
en esa misma situación. Marianne Hartmann, de la Universidad de Zurich, que ha
estudiado gatos monteses europeos en grandes instalaciones exteriores, dice que hay
dos tipos de cachorros de gato: los que son muy tímidos al principio y se esconden
cada vez que alguien se acerca a ellos, y los que son casi dóciles. Sin embargo, a
medida que se acercan a la edad adulta, ambos tipos tienden a parecerse más en su
conducta hacia las personas: los tímidos pierden el miedo, pero siguen prefiriendo
estar solos, mientras que los casi mansos siguen sin tener ningún miedo, pero se
muestran cada vez más distantes. En palabras de Hartmann, se convierten en gatos
descarados y soberbios. Sus ejemplares adultos se acercaban a ella sin ningún
problema, pero nunca se dejaban tocar. (Según ella, los adultos llegaban a
«comportarse como si tuvieran el tamaño de un leopardo», intimidando con
indiferencia incluso a enormes y fieros pastores alemanes). En otras palabras, lo que
hace que los gatos monteses adultos no formen lazos estrechos con las personas no
es el miedo, sino su actitud distante.
La ausencia del miedo a las personas y la actitud emocional distante hacia ellas
son al parecer componentes diferenciados de la personalidad del gato. Resulta
interesante que los experimentos en los que se ha cruzado a lobos con perros también
sugieren que estos dos componentes de la conducta están diferenciados y no tienen
ninguna relación.
Los cruces entre gatos monteses africanos y gatos caseros son, sin embargo,
bastante fáciles de domesticar; incluso los gatos monteses africanos adultos
capturados en estado salvaje comienzan a mostrar cierto grado de mansedumbre
hacia las personas que los rodean después de unas cuantas semanas. Pero los
cachorros de gato montés africano puro que crió el zoólogo africano Reay Smithers
continuaron siendo salvajes en varios aspectos. Cuando llegaron a la edad adulta se
mostraban muy territoriales entre sí y con dos gatos caseros siameses; cuando eran
todavía gatitos y los regañaban por ponerse en la mesa, «en lugar de comportarse
como lo haría un gato normal, huyendo lo más rápido posible, echaban hacia atrás
las orejas, escupían, mostraban los dientes y contraatacaban». Además, hacían
estragos en las aves de corral de la familia: patos, gallinas de Bantam y algunas ocas
muy agresivas; sólo la pava real consiguió mantener a raya a los gatos y evitar que la
atraparan rápidamente con sus fauces.
Aun así, estos gatos monteses africanos puros eran «supercariñosos» con
Smithers y su mujer, ronroneaban y se frotaban frecuentemente contra ellos para que
les hicieran caso, e incluso llegaron a formar estrechos vínculos con los perros,
frotándose contra sus patas cuando se les acercaban y acurrucándose con ellos junto
al fuego.
Por tanto, aunque es posible que el gato montés africano nunca haya llegado a un
grado de mansedumbre similar al de otros animales domésticos que sí fueron
verdaderamente domesticados, se domó a sí mismo lo justo para ser acogido por
cualquier ser humano con cierto gusto por la aventura.
EL ANTIGUO EGIPTO
Intentar averiguar quién fue el primero que acogió a un gato montés es, en cierto
sentido, como intentar saber quién fue el primero en inventar la estantería o la
costumbre de sonarse la nariz con un pañuelo: no es probable que el acto de inventar
deje señales claras en los registros arqueológicos. Pero, aunque no se sepa con
seguridad si fueron los antiguos egipcios los primeros en recoger de la selva a un
gato, no hay duda de que acogieron a los gatos a una escala incomparable a
cualquiera de sus predecesores. Tampoco existe duda alguna sobre el hecho de que
los egipcios cumplieran a la perfección los requisitos de ser un pueblo
extraordinariamente aventurero en lo que se refiere a domesticar animales salvajes.
Los relieves de las tumbas del antiguo Egipto representan a hienas, cabras montesas,
gacelas y antílopes con collares alrededor del cuello a los que se está alimentando (o
quizás estén siendo obligados a comer). Es posible que capturar y domar a un gato
montés africano predispuesto de antemano a ser domesticado no resultara un reto tan
difícil para un pueblo tan seguro de poder meter comida a la fuerza en la garganta de
una hiena.
[Figura 3. Lugares asociados con el culto egipcio a los gatos [Créditos].]
[Figura 4. Una momia egipcia de gato del periodo romano cuidadosamente envuelta, posterior al año 30 a. C.
Figura 5. La diosa egipcia Bastet, representada por una mujer con cabeza felina y jóvenes gatos a sus pies;
lleva un sonajero y escudo ceremoniales. Data del siglo IV a. C.[Créditos]]
Egipto ansiaba las glorias pasadas y se convirtió en un imitador de sí mismo. Todo lo que era viejo
era transformado en sagrado; los conocimientos de los ancianos eran considerados la esencia de la
sabiduría […] La adoración por los animales fue llevada al extremo. En lugar de considerar sagrado un
único representante de una especie, toda ella era venerada. Gatos, carneros, vacas, aves, peces y reptiles
eran adorados y momificados a gran escala.
Alrededor del siglo XI se consideraba a los gatos animales tan valiosos para
exterminar roedores que en Francia solían incluirse en testamentos y herencias. Un
código legal galés de mediados del siglo X llegaba incluso a enumerar un complejo
sistema de precios para gatos de distintas edades y con diversa experiencia en el
exterminio de roedores, y especificar las tasas que debían pagar los que no cuidaran
bien a sus gatos. El valor de un buen gato matarratas fue establecido igual que el de
un potro de catorce días, un ternero de seis meses o un puerco destetado. Si alguien
robaba o mataba a un gato, se le exigía compensar al dueño con una oveja y su
cordero o con una cantidad de grano suficiente para cubrir el cuerpo del gato muerto
sostenido de la punta del rabo, de forma que la nariz tocara levemente el suelo.
Estas eran las buenas noticias. Las malas consistían en que, a finales de la Edad
Media y principios de la era moderna, en Europa hubo casos de gatos torturados y
sacrificados en público, y acusaciones de brujería contra personas que cuidaban
gatos o los tenían en sus casas. En el día de San Juan varias ciudades francesas
arrojaban gatos a una hoguera o los colocaban en lo alto de palos en el centro de un
fuego, una ceremonia que siguieron realizando en Metz hasta finales del siglo XVIII.
Tanto en el viejo como en el nuevo mundo, las mujeres mayores que tuvieran gatos
eran las principales sospechosas en los juicios por brujería. Las recopilaciones de
relatos llevadas a cabo por especialistas en folclore de finales del siglo XIX y
principios del XX abundan en casos en los que se asocia a los gatos con brujas o
con la mala suerte. Muchas creencias populares europeas mantienen que se debería
matar o mutilar a cualquier gato que encontremos por la noche para ahuyentar al
mal.
En lo que se ha convertido en un relato de rigor en las historias sobre gatos se
cuenta que, precisamente por su estrecha asociación con la antigua «Diosa Madre»
pagana (identificada con diosas paganas posteriores como Diana, Venus y Freya), el
gato sufrió un drástico cambio de suerte cuando las autoridades de la Iglesia
medieval se propusieron extirpar toda huella de cultos anteriores al cristianismo. De
ser un símbolo benevolente de fertilidad y maternidad pasó a ser un símbolo literal
del diablo. Muchos estudiosos han ido todavía más lejos al interpretar el destino del
gato como una alegoría sexual y psicológica en la que un animal, conocido por su
promiscuidad y por ser muy vocal durante la cópula, fue venerado en la «femenina»
religión ur[2] de la Diosa Madre, igualitaria y amante de la naturaleza, y por
consiguiente injuriado en la «patriarcal» y «misógina» Iglesia cristiana. Esta
identificación metafórica del gato con la lascivia de la mujer se supone que es la
clave psicológica para explicar el vilipendio del gato en la Europa medieval. James
Serpell, que ha escrito mucho en torno a este tema, afirma categóricamente: «La
verdadera crueldad de la que los gatos han sido objeto como resultado de esta
metáfora dice mucho sobre las inseguridades sexuales de los varones europeos».
Todo esto, por supuesto, encaja con los enfoques eruditos feministas, muy
comunes dentro del actual mundo académico y también con la interesada insistencia
de ciertos aficionados a un tipo de crítica literaria según la cual las metáforas son la
realidad, algo que resulta muy conveniente para que algunos no se molesten en
aprender nada sobre ciencia o historia. Pero este repetido cuento de la persecución
religiosa tiene visos de burda exageración, de teoría ideológica arrolladora anclada
en unos pocos hechos. En realidad, tanto la supuesta persecución de gatos en la
Europa medieval como su causa, han sido muy exagerados.
Varios de los supuestos sobre los que se apoya son históricamente inexactos. Es
cierto que los gatos durante miles de años han fascinado y también preocupado a los
seres humanos y no hay duda de que una de las causas de este interés e incomodidad
era su conducta sexual. Por ejemplo, en francés, la chatte tiene el mismo significado
que «coño» en castellano vulgar; no es, por tanto, del todo irreflexivo interpretar
ambas palabras como una asociación metafórica del gato con la promiscuidad
femenina o, por lo menos, con nociones un tanto crudas de los hombres sobre la
promiscuidad femenina. También su misteriosa manera de moverse silenciosamente
sobre sus almohadilladas patas, apareciendo y desapareciendo con ojos brillantes, ha
sido una fuente de malestar entre aquellos con tendencias supersticiosas. (Lo que
hace que los movimientos del gato parezcan de otro mundo es que, al contrario de
casi todos los cuadrúpedos, caminan y corren con una especie de gesto planeador en
el que las patas anteriores y posteriores del mismo lado se mueven a la vez. Además,
tienen una columna vertebral extremadamente flexible y, al no tener clavícula,
pueden rotar los hombros casi en cualquier dirección; todo contribuye a darles una
marcada agilidad y capacidad de maniobra en pequeños espacios).
Pero la ambigüedad de los sentimientos humanos hacia los gatos estuvo presente
desde siempre, al igual que el tratamiento contradictorio que sufrieron a manos de
ellos. Fueron asesinados y mimados por igual en la Antigüedad y en tiempos
medievales; fueron asesinados y mimados por paganos y sacerdotes; fueron adorados
por monjes medievales y por el mismo cardenal Richelieu, que tenía docenas de
gatos y dejaba herencias para sus favoritos en su testamento; fueron sacrificados por
soldados irreligiosos, al igual que por aprendices de imprenta borrachos. Trataban
con brujas al mismo tiempo que se habían convertido en mascotas para millones de
personas. Constituye una clara distorsión de la historia insistir en que debió de existir
una especie de movimiento «antigatos» premeditado, realizado bajo los auspicios de
la Iglesia cristiana en la Edad Media, algo así como una inquisición gatuna.
Ensalzar al gato como el sacrificado inocente, atrapado en una lucha entre la
Iglesia y la antigua veneración pagana a la Diosa Madre es una distorsión todavía
mayor. Por un lado, la propia idea de que en cierta época existió una especie de
religión antigua, llamada ur, que giraba en torno a la veneración de la Diosa Madre
ha sido rotundamente desacreditada en los últimos tiempos por estudiosos que han
demostrado que fue una invención lanzada a la ligera por los folcloristas y
antropólogos del siglo XIX (y las descaradas falsificaciones de un funcionario
británico, devoto de lo oculto, llamado Gerald B. Gardner, que unió una serie de ritos
masónicos con otros galimatías para llegar a un culto moderno de brujería que, según
él, era descendiente directo de un antiguo culto a la diosa). No existe tampoco prueba
alguna de que la asociación de los gatos con la brujería en el folclore refleje la
auténtica posición que se otorgaba a los gatos en las creencias paganas de los
tiempos antiguos. Aunque es imposible datar las anécdotas recogidas por los
expertos en folclore, existen buenas razones para mostrarse escéptico. Los registros
de los
tribunales demuestran que durante los juicios a las brujas que abundaron en el viejo y
nuevo mundo a finales de la Edad Media y principios de la época moderna, éstas
eran acusadas de tener muchos animales como mascotas; eran muy frecuentes en las
acusaciones los perros, cabras, cerdos, ratas y otros pequeños animales, mientras que
el gato era sólo uno más. La asociación de los gatos con las brujas en muchos
cuentos del folclore que han pervivido hasta hoy probablemente tenga menos que ver
con las prácticas paganas u ocultistas que con el hecho de que las mujeres mayores,
que eran las más relacionadas con la brujería, solían preferir los gatos que a los
cerdos. Existen, además, algunas pruebas de que muchas de las creencias populares
que hoy perviven sobre la tendencia de los gatos a ser malvados y sobre los peligros
de encontrárselos por la noche no fueron propagadas por la Iglesia en su campaña de
difamación de las religiones paganas, ni tampoco reflejo de algún poder oculto que
pudieran tener los gatos según los practicantes de esas mismas religiones paganas,
sino simplemente una invención creativa de contrabandistas y falsificadores, que así
difundieron una buena historia para que los campesinos curiosos se quedaran por la
noche en sus casas y pudieran mantenerlos alejados de sus trapicheos y guaridas
ilegales. El hecho de que los gatos estuviesen tan extendidos los hacía sin duda
perfectos para este papel, puesto que cualquiera que saliera por la noche tenía
muchas probabilidades de encontrarse uno.
[Figura 6. El gato fue tan sólo uno de los muchos animales que se relacionaban con las brujas. En este
grabado en madera, que representa un juicio inglés por brujería del año 1619, puede verse a tres de los
acusados junto a sus mascotas: un gato, un ratón, una lechuza y un perro[Créditos].]
Como los gatos suelen estar por todas partes también suelen ser protagonistas de
historias y creencias llenas de magia con una gran aceptación por razones que tienen
mucho más que ver con la propia naturaleza de la mente humana que con cualquier
otra característica de los gatos o de la religión. Existen algunas historias muy
convincentes, de las que producen cierto escalofrío en la columna, como el clásico
relato fantasmal con elementos que se repiten una y otra vez. Uno de los cuentos
populares más comunes y extendidos que asocian a los gatos con brujas —se
encuentran historias similares en Escocia, Francia, Italia y Alemania— es el de la
«repercusión». Un gato ataca a un hombre. Este le da un golpe que consigue
romperle o cortarle un miembro y, al día siguiente, encuentran a una señora mayor
del pueblo en cama con la correspondiente extremidad rota o amputada. Un gusto tan
elemental por lo extravagante y grotesco es algo universal en la psique humana.
Lo único que podemos concluir con seguridad es que, después de examinar los
muchos tipos de supersticiones acerca de los gatos, la raza humana arroja una
imagen extraordinariamente ridícula y que la vida durante la Antigüedad no contaba
con una medicina efectiva ni con muchas formas de diversión. En Alemania hubo un
tiempo en que se pensaba que si un gato se subía a la cama de algún enfermo, éste
moriría. En otros lugares, sin embargo, se creía que si un gato se bajaba de la cama
de una persona enferma, ésta perecería. Si un gato abandona una casa, le traerá mala
suerte a sus habitantes; si un gato entra a una casa, podrá impedir que crezca el trigo
y estropear la pesca; los gatos blancos traen mala suerte; los negros, buena, o
viceversa. Los gatos pueden llegar a quitarle el aire a un niño mientras duerme.
Enterrar a un gato en los cimientos de un edificio en construcción le conferirá
protección; mutilar a un gato podrá proteger a alguien de algún embrujo; matar a un
gato traerá mala suerte; si una chica le pisa el rabo a un gato, no conseguirá
encontrar marido; si un hombre cuida bien a los gatos, conseguirá una bonita mujer;
si alguien se come el cerebro todavía fresco de un gato recién asesinado, podrá
hacerse invisible; enterrar a un gato vivo en un campo podrá evitar que crezcan las
malas hierbas; comer excrementos de gato podrá curar la neumonía o una mala
caída. Existe cierta receta para curar una picazón («de cualquier tipo»), como señaló
Patricia Dale-Green en The Cult of the Cat:
Un hombre zurdo debe primero encontrar un gato negro y dar tres vueltas alrededor de su cabeza.
Después debe preparar un ungüento con nueve gotas de sangre cogidas de la cola del gato y los restos
carbonizados de nueve granos de cebada previamente asados. Este ungüento se aplica con un anillo de
boda de oro mientras se da tres vueltas alrededor del paciente invocando a la trinidad. Si se sabe que la
causa de la picazón es un herpes, sólo hay que untar en el área afectada la sangre de la cola de un gato
negro.
COLORES FAVORITOS
[Las mayúsculas representan genes dominantes, las minúsculas genes recesivos. Un gato debe tener dos copias
de un mismo gen recesivo, una de cada progenitor, para exhibir el rasgo recesivo correspondiente; un único
gen dominante, sin embargo, es suficiente para que el correspondiente rasgo dominante se exprese.]
Otros genes mutantes determinan el pelo largo, los lunares, la coloración blanca
pura y otras variaciones de color. Un pelaje blanco puro en los gatos tiene asociada
una extraña característica común a muchos mamíferos. Las células que producen el
color de la piel y los pigmentos del pelo en el desarrollo fetal temprano provienen de
células de la cresta neural, una estructura embriónica a partir de la cual también se
genera el cerebro y la médula espinal. Como consecuencia, un individuo no puede
perder color sin perder también cerebro o partes del mismo. Los gatos que tienen el
gen W, que impide el desarrollo de las células de pigmentación del color, a menudo
sufren defectos neurales, como sordera o ceguera.
Los experimentos de crianza que comenzaron a principios del siglo XX
establecieron una conexión directa entre muchos colores y genes concretos. En la
década de 1940, el famoso biólogo J. B. S. Haldane sugirió que sería muy fácil llevar
a cabo un proyecto de investigación a nivel mundial sobre genética de poblaciones
en gatos simplemente realizando un censo del color de cada gato en ciudades de todo
el mundo. Su idea fue llevada a la práctica y, durante los siguientes treinta años,
científicos de muchos países publicaron docenas de artículos que presentaban datos
sobre la frecuencia de genes en gatos de lugares remotos. (En una conferencia
algunos investigadores resaltaron que no había sido siempre tan fácil como Haldane
pretendía, puesto que en varias ciudades los biólogos llamaron involuntariamente la
atención de la policía al ir merodeando siempre por las calles y escudriñar callejuelas
y balcones con prismáticos, llegando incluso a ser tomados por espías o mirones).
Pero en la década de 1970 los datos acumulados ya habían empezado a revelar
algunos patrones distintivos y fascinantes.
Cuando los investigadores construyeron los mapas de frecuencias, lo más notable
que encontraron fue un gradiente fluido pero a menudo pronunciado en la ocurrencia
de gatos de la variedad no-agutí, atigrado a manchas y naranja en Europa, Asia
Menor y el norte de Africa. El gradiente más elevado fue el del gen atigrado a
manchas. Aproximadamente un 65% de los gatos de Londres eran atigrados a
manchas, mientras que sólo se encontró un 4% de esta variedad en Irán. Como el
atigrado a manchas es un rasgo recesivo, que se manifiesta sólo si un gato tiene dos
copias del gen mc (una de cada progenitor), las frecuencias de este color se
corresponden a una frecuencia subyacente del gen mc de 81% en Londres y 20% en
Irán. Altas frecuencias del gen atigrado a manchas también aparecen en un corredor
que se extiende desde Marsella a París.
La distribución del gen no-agutí muestra características similares, con una
frecuencia elevada en los países del este del Mediterráneo, el corredor de Marsella-
París e Inglaterra.
Un análisis detallado de los mapas ha permitido a los científicos reconstruir
históricamente los lugares donde estos colores mutantes lograron establecerse por
primera vez en la población de gatos domésticos y de ahí extenderse a través de las
vías de migración humana y el comercio. La mutación del no-agutí parece que surgió
por primera vez en Grecia o Fenicia para después extenderse hacia el oeste de
Europa a lo largo de los valles del Ródano y del Sena, que han servido desde tiempos
lejanos como importantes corredores de transporte; esto explicaría la alta frecuencia
del gen a lo largo del eje Marsella-París. Es posible que el gen atigrado a manchas se
haya extendido desde el noreste de Irán por una vía terrestre similar.
Sin embargo, los genes responsables del naranja y del blanco muestran una
distribución marcadamente diferente. El gen O se encuentra en una ancha hilera de
Asia Menor en proporciones bastante constantes (entre 20-25%), pero a partir de ahí
decae en casi todas direcciones, lo cual sugiere que no se extendió más allá de Asia
Menor por tierra. Este gen también aparece con alta frecuencia en pequeños parches
muy lejanos, como Sicilia, las islas mediterráneas españolas, la costa norte y oeste de
Escocia, las islas Feroe e Islandia. El gen W se presenta con destacada frecuencia
junto con el gen O en algunos de estos mismos sitios: sobre todo en el este de
Turquía y en las islas del Atlántico norte. Todo esto indica que el transporte de gatos
blancos y naranjas se realizó por mar. El biólogo Neil Todd, que analizó todos estos
datos, sugirió que es probable que los vikingos fueran los responsables de este
transporte por mar, simplemente porque les gustaban los gatos naranjas y blancos.
[Figura 7. Es posible que el gen mutante responsable del pelaje atigrado a manchas se haya extendido desde
Irán, a través del Mediterráneo, hasta el corredor Marsella-París. En la actualidad esta mutación parece
haber sido favorecida por el propio hábitat urbano[Créditos].]
Se han propuesto varias teorías para explicar por qué los ambientes urbanos
deberían favorecer a los gatos más oscuros. Una es que les proporciona una especie
de camuflaje protector, sobre todo en ciudades que se han ido volviendo cada vez
más grises y contaminadas a causa de la industrialización. El autor del estudio de
Glasgow, J. M. Clark señaló que las «palizas a los gatos» seguían siendo un
pasatiempo muy común entre el proletariado urbano, por lo que es de suponer que
los gatos de color más oscuro se confundirían mejor con el paisaje, pasando así
inadvertidos ante los tipos duros del lugar.
Es posible que exista también una explicación hormonal que favorezca unos
colores de pelaje y no otros, puesto que los genes que determinan el color oscuro
están casualmente unidos a varias vías metabólicas que afectan tanto al tamaño como
al temperamento. Estas conexiones accidentales que afectan a la influencia de los
genes se conocen en genética con el nombre de efectos pleiotrópicos; se ha
comprobado que ciertos rasgos de conducta, como el miedo y la agresividad, pueden
alterarse simplemente cruzando individuos que tengan pelajes de cierto color. En
particular, el pigmento de la piel llamado melanina y la hormona melatonina
comparten una vía metabólica utilizada para crear un precursor químico que tienen
en común. La melatonina ejerce un poderoso efecto en el sueño, la conducta y el
estado de ánimo. También se ha descubierto que, entre los gatos machos
asilvestrados, los individuos portadores de genes responsables del pelaje de colores
más oscuros —los no-agutí, atigrados a manchas y sin motas— son los de menor
tamaño y los que tienen menos glándulas de adrenalina. Es posible que los gatos de
menor tamaño estén mejor adaptados al hábitat urbano, en el que la competición con
otros gatos por los recursos alimenticios es mayor; también es posible que los gatos
que poseen ciertas variaciones hormonales que se manifiestan en un temperamento
más plácido, más tolerante y menos miedoso estén mejor adaptados a la vida de una
gran ciudad. El hecho de que ciertos colores del pelaje lleven estas ventajas
asociadas podría ser sólo una coincidencia.
Por muy sociables que sean algunos gatos domésticos, son herederos de ciertas
fuerzas evolutivas que tiran constantemente de ellos hacia el lado contrario.
En la naturaleza existen algunos principios básicos que determinan si los
miembros de una determinada especie vivirán en solitario o en grupo. No es extraño
que los principios más importantes sean la comida y el sexo. Los mamíferos que
viven en grandes bosques con comida abundante, distribuida más o menos por igual,
tienden a vivir separados unos de otros. Las hembras defienden territorios
excluyentes que son lo bastante grandes como para proporcionarles toda la comida
que necesitan. Un macho que busque a una hembra para emparejarse suele
conformarse con tener una sola porque las hembras están demasiado lejos unas de
otras para intentar mantener y defender a más de una a la vez. Es posible que los
machos luchen por controlar un territorio pero, una vez que éste ha sido delimitado,
todo termina ahí; el apareamiento está determinado estrictamente por aquel que
ocupe
una determinada porción de tierra. El emparejamiento suele ser monógamo aunque
resulta a menudo un vínculo débil y fugaz; el sexo está determinado por derechos de
propiedad en lugar de por lazos sociales.
En los casos en los que los recursos son más abundantes pero también están
esparcidos por igual, los territorios de las hembras pueden estar más cerca unos de
otros; esto permite que un macho cubra los territorios de varias hembras y los
defienda con éxito contra la posible intrusión de cualquier rival. Esto implica que el
área en la que vive un macho puede solaparse con otras de otros machos, por lo que
las peleas entre ellos por la pareja suelen ser más intensas, aunque el vínculo social
entre machos y hembras siga siendo mínimo.
Por otro lado, los grupos o manadas controlados por un único macho o pareja
dominante suelen formarse únicamente cuando los recursos alimenticios están
distribuidos en parches cambiantes. Un individuo en este caso ya no puede satisfacer
sus necesidades de alimento asegurándose una porción fija de territorio defendible y
no moviéndose de ella. Los animales que llevan una vida nómada en constante
búsqueda de comida pueden obtener varias ventajas si se unen con otros: la defensa
mutua contra depredadores, la caza cooperativa y la búsqueda conjunta de alimentos.
Pero en realidad el grupo social es simplemente una necesidad reproductiva en las
especies que se dedican a vagar de un lado a otro; al carecer de territorios fijos que
definan qué hembras pertenecen a qué machos, los lazos sociales son lo único dentro
de la manada que permite a un macho reclamar y mantener la posesión de una
hembra. Los animales que viven en grupos desarrollan normalmente lazos sociales
estables y duraderos con otros miembros del grupo, lazos que, aunque están
arraigados en el sexo, suelen ir más allá de las necesidades o impulsos reproductivos
inmediatos. Estos lazos permiten que el sexo se libere de las cadenas que lo atan a
una porción delimitada del territorio como ocurre en las especies más solitarias. Pero
el instinto de asociarse con otros miembros de la misma especie es expresado de
muchas formas por los animales que viven en grupos. Los miembros de una manada
o rebaño conocen y (a menudo) simplemente gustan de la compañía de otros
miembros del grupo y son frecuentes los lazos de «amistad» entre individuos del
mismo sexo. La mayoría de los animales que pastan, como los caballos, vacas y
ovejas, encajan en este patrón de estructura social; al igual que los lobos, en los que
la caza cooperativa es una necesidad porque sus presas no sólo cambian de lugar y
están esparcidas, sino que también suelen ser de gran tamaño. En su relación con el
hombre, estos animales aceptan claramente a los seres humanos como miembros
honorarios del grupo y utilizan su repertorio básico de habilidades sociales para
tratar con ellos.
Los gatos, sin embargo, encajan directamente en el patrón intermedio en el que
las hembras defienden territorios solitarios y los machos recorren los territorios de
varias hembras.
De este hecho evolutivo se desprenden inevitablemente muchas consecuencias;
una es que los gatos muestran una fuerte tendencia a ser hogareños. Al contrario que
los perros, que se sienten felices por ir a cualquier lugar siempre que sea con algún
miembro conocido de su grupo, a los gatos les gusta estar en casa.
Ciertas costumbres de los gatos domésticos son irremediablemente solitarias. Por
muy sociables y amistosos que sean con otros gatos y con las personas, siempre
cazan solos. Como todos los animales que evolucionaron para ser solitarios y
territoriales, los gatos tienen métodos muy instintivos de marcar su territorio. Pelear
resulta costoso tanto para el ganador como para el perdedor, por lo que normalmente
compensa evitar las peleas. Como consecuencia, las conductas de advertencia suelen
ser muy elaboradas y están diseñadas para permitir a los ocupantes de territorios
adyacentes mantenerse alejados del camino de otros. Las aves que anuncian la
posesión de un territorio emitiendo un determinado tipo de canto tienen una notable
capacidad de juzgar la distancia a la que se encuentra un rival potencial, su edad e
incluso su tamaño, por medio de las características tonales y los patrones de su canto.
Igualmente, la orina y heces de los animales territoriales pueden ser interpretadas de
forma detallada por otros miembros de la especie. Los olores proporcionan
información sobre la identidad del individuo, el sexo, la posición de dominancia que
ocupa y el estado reproductivo en el que se encuentra el animal que los dejó; en
algunos casos pueden incluso indicar cuándo pasó un animal por esa zona.
Es común que la gente piense que los territorios de los animales son como una
valla metálica que rodea una parcela y es cierto que las marcas de orina dejadas por
animales territoriales suelen encontrarse más a menudo a lo largo de los límites de
sus territorios. Los pájaros también anuncian que están en su territorio emitiendo sus
cantos en lugares situados en los bordes de sus territorios. Pero lo cierto es que la
mayoría de los animales territoriales que utilizan la orina o heces para establecer sus
marcas territoriales dejan éstas por toda su área de campeo; lo que ocurre es que da
la casualidad de que los límites suelen ser los lugares en los que es más probable que
encuentren a un extraño o sus rastros, lo que suele activar sus propias respuestas de
mareaje.
Tanto los machos como las hembras de gatos suelen rociar con orina objetos
verticales que se encuentran esparcidos en sus paseos diarios.
Algunas observaciones realizadas sobre la conducta de mareaje urinario de los
gatos en estado salvaje (para cosas así están los estudiantes de posgrado) indicaron
que las hembras suelen rociar una vez cada hora, mientras que los machos lo hacen
una docena de veces cada hora. Los machos pueden marcar un objeto en un camino
cada 5 m. Cuando rocían levantan la cola en un ángulo de 45 a 90º y dirigen la orina
a modo de vaporizador hacia un árbol, poste u otro objeto que se encuentre en
posición vertical. Esta postura es marcadamente diferente a la que utilizan cuando
sólo están vaciando la vejiga y se ponen en cuclillas. También parece que cuando
expulsan la orina como un vaporizador liberan una fragancia distintiva que no está
presente en las micciones normales. Algunos experimentos han demostrado que los
gatos pasan más
del doble de tiempo olfateando orina rociada que orina normal.
El olor característico de la orina rociada de los machos se ha identificado con un
aminoácido llamado felinina, un compuesto que contiene azufre. Los miembros de la
familia de los felinos son los únicos mamíferos que excretan este compuesto en su
orina. Como ocurre con las conductas territoriales en general, el mareaje urinario
suele estar desencadenado por la testosterona; los machos sin castrar excretan orina
tres veces más que los castrados y cinco veces más que las hembras. Los
especialistas químicos que han sintetizado artificialmente la felinina en un
laboratorio han descubierto que la sustancia pura no tiene ningún olor, pero después
de estar un tiempo depositada desarrolla un característico olor «gatuno» al
descomponerse en algunos de sus elementos. Esta reacción retardada puede realzar
su valor como marcador territorial puesto que sirve para mantener el olor durante
más tiempo.
Las heces también desempeñan un papel importante como señalizadores
territoriales. Los estudios sobre gatos en estado salvaje han descubierto que,
contrariamente a la creencia popular, los gatos no siempre entierran sus heces o
«deposiciones»; sólo lo hacen la mitad de las veces. Es mucho más probable que los
gatos entierren sus deposiciones cuando se encuentran cerca del centro de su
territorio, sobre todo en áreas que incluyen sus lugares habituales de descanso y
donde duermen. Fuera de esta área central, las deposiciones se dejan a menudo al
descubierto. La conclusión de que las deposiciones tienen una clara función de
mareaje se ve reforzada por el hecho de que, cuando las realizan en sus lugares
habituales de descanso, los gatos suelen alejarse unos metros antes de defecar,
mientras que cuando están fuera de esta área depositan sus heces justo en el camino
por el que andan. El mismo patrón de enterrar las heces cuando se está cerca de casa
pero dejarlas al descubierto cuando se está lejos ha sido observado en gatos
monteses. Enterrar las heces cerca de casa puede servir para prevenir que se
propaguen los parásitos (a los gatos no les gusta comer en la misma zona en la que
defecan) y les ayuda también a no revelar a potenciales depredadores el lugar donde
se encuentra su casa.
Los instintos de territorialidad y el mareaje territorial están muy presentes en los
gatos domésticos. Pueden ser modificados mediante la alteración del contexto social,
el aprendizaje o manipulaciones directas como la medicación u operaciones
quirúrgicas que alteran los niveles hormonales, pero son una parte básica de la
herencia del gato doméstico que realmente constituye uno de los instintos más
poderosos de su naturaleza.
Ningún dueño de gato podrá negar que su felino cuenta con un repertorio básico
de conductas de lucha, territorialidad, mareaje con orina, hostilidad, suspicacia ante
extraños e incapacidad de adaptarse a nuevos ambientes, herramientas comunes a
todos los gatos domésticos. Todas estas conductas tienen una clara función evolutiva
en el solitario gato montés y siguen presentes en los gatos domésticos al margen de
su utilidad. Unos pocos miles de años de domesticación, en los que los gatos han
tenido que soportar una mínima selección artificial por parte de los seres humanos,
no representa ningún problema para los millones de años en los que han estado
actuando la evolución y selección natural. Entender los orígenes evolutivos de estas
conductas y las motivaciones básicas subyacentes es lo más importante para poder
manejarlas, algo a lo que volveré en el capítulo 7 cuando trate de los
comportamientos anormales y problemáticos en los gatos caseros.
Pero los gatos también exhiben instintos sociables que no forman parte en
absoluto del repertorio de normas sociales heredadas que gobiernan las relaciones de
tú a tú entre gatos adultos salvajes.
¿De dónde provienen estos comportamientos? Los gatos, como he dicho, tienen
un instinto territorial básico que les hace sentirse apegados a ciertos lugares más que
a otros seres, aunque, a pesar de ello, cualquier dueño de gato sabe que les gusta
mucho la compañía humana. Uno de mis gatos de granja, Shawn, haría cualquier
cosa por estar con gente. A veces sigue a miembros de la familia durante paseos por
caminos y bosques que pueden durar más de un kilómetro y medio (durante años
Shawn ha sido un elemento indispensable en los paseos de mis hijos en Halloween,
cuando iban por las casas a pedir golosinas); a veces llegó incluso a intentar colarse
en alguna casa escondiéndose detrás del perro que pasaba por allí.
Admito que la conducta de seguir a la gente es bastante rara incluso en los gatos
caseros. Pero lo que sí es muy común a todos los gatos domésticos son las
interacciones sociales como el juego, el frotarse contra alguien, acicalarse
mutuamente y tumbarse al lado de otros gatos o personas. En estudios muy
detallados sobre gatos de granja que vivían en libertad se ha descubierto que, aunque
los gatos nunca organizaban sus movimientos de forma conjunta —la probabilidad
de que hubiese dos gatos cualesquiera juntos en el mismo sitio al mismo tiempo
nunca fue mayor que la que hubiéramos encontrado al azar—, pasaban mucho más
tiempo juntos que si se hubiesen distribuido aleatoriamente. En otras palabras,
cuando se encontraban en el mismo sitio a la vez buscaban el contacto con otros
congéneres. Por ejemplo, cuando había un gato adulto en el granero se situaba a un
metro de distancia de otro adulto un 20% de las ocasiones. Un 50% de las veces en
las que estaban durmiendo se encontraban en contacto corporal directo incluso
cuando hacía calor. Cada gato mostraba claras preferencias por determinados
compañeros y decidía con quién pasaba más tiempo, a quién acicalaba más o con
quién dormía. Estas conductas amistosas ocurrían especialmente entre hembras,
entre hembras y machos y también entre machos castrados.
Por tanto, ¿cuándo comienza a comportarse de este modo una especie solitaria?
Los expertos en comportamiento animal a veces se empeñan en intentar explicar
todo lo que hace un animal en términos de adaptaciones evolutivas, puesto que según
ellos la única razón de que exista una determinada conducta es para ayudar al
individuo a aumentar sus posibilidades de supervivencia. No hay duda de que este
enfoque funciona bien al explicar las principales acciones de los animales. Hacer
algo de más es muy costoso e incluso a veces resulta mortal o peligroso, por lo que
esa conducta termina por desaparecer a lo largo de la evolución de la especie; lo que
permanece son las conductas que realmente tienen un papel crucial para ayudar al
animal a sobrevivir y propagar sus genes a la siguiente generación.
Pero insistir demasiado en este punto es arriesgado, porque está claro que los
animales realizan ciertas conductas que no parecen tener ninguna función adaptativa,
las hacen porque sí. A veces son el remanente de conductas adaptativas; otras,
concatenaciones de dos o más conductas adaptativas y otras son simplemente fruto
de que un animal está intentando pasar de la conducta A a la conducta adaptativa B y
la única forma de conseguirlo es pasar por la conducta C, que puede ser rara,
absurda, sin sentido o cómica. Por ejemplo, si se les da un animal disecado, muchas
perras preñadas y otros mamíferos hembra lo cogerán y lo llevarán como si fuera una
cría, e incluso llegarán a tumbarse junto a él e intentar amamantarlo. No se sabe qué
propósito adaptativo puede tener esta conducta; simplemente en el curso de la
evolución las madres que cuentan con cierto tipo de genes que les confieren fuertes
instintos maternales suelen tener más éxito al criar a sus pequeños que, a su vez,
llevarán consigo estos genes y los pasarán a su descendencia. La energía y tiempo
invertidos en ocuparse ocasionalmente de un animal disecado es el pequeño precio
que tienen que pagar por las ventajas asociadas a poseer una superabundancia de
instinto maternal, sobre todo si además no existen muchos animales disecados en
estado salvaje. (A veces el derroche de instinto maternal empuja a una madre a
«secuestrar» a una cría de otra hembra; esto ocurre de vez en cuando en los rebaños
de ovejas; una oveja con un único cordero termina amamantando a éste y a otro
cordero robado. Esta conducta seguramente provocará una disminución del éxito de
la oveja a largo plazo en propagar sus genes; mientras no ocurra con demasiada
frecuencia, la selección natural seguirá favoreciendo un fuerte instinto maternal,
puesto que las ventajas que confiere a la verdadera prole de la oveja son muy
grandes: protegerlos de cualquier depredador y ofrecerles una adecuada nutrición).
Igualmente, las conductas sociales de los gatos domésticos parecen estar hechas
de estos restos, excesos y demás mezcolanzas comportamentales. Existen varias
ocasiones en el ciclo vital natural del gato montés durante las cuales tienen razones
importantes para interactuar con otros de su especie: el cortejo, durante el cual los
machos y hembras se juntan brevemente; la crianza de los pequeños, durante la cual
las madres cumplen varias funciones sociales muy importantes, como enseñar a los
gatitos a cazar; y la infancia, cuando los gatitos viven en grupo y aprenden a
interactuar con sus compañeros de camada de distintas formas, sobre todo jugando.
El juego es un rasgo típico de los jóvenes de muchos mamíferos. Los gatos
domésticos parecen haber recuperado todo lo recuperable de estas conductas para
crear sus propias conductas sociales de adultos.
LENGUAJE CORPORAL
Con el tiempo una acción bastante inocua acabó teniendo un propósito muy
específico. Recientemente cayó en mis manos un extraordinario libro que rastrea en
la Grecia antigua el origen de los interesantes gestos manuales que forman parte del
rico repertorio comunicativo de la Italia napolitana. Resulta sorprendente la
semejanza con la ritualización del lenguaje corporal animal. Algunos gestos, sobre
todo algunos de los más obscenos, tienen una clara conexión con el significado que
pretenden comunicar, pero otros está claro que son producto de la mera ritualización
a lo largo del tiempo. Mi ejemplo preferido de esto último —aparece bajo el epígrafe
«burla, ridículo»— es un gesto que proviene en primera instancia de la costumbre de
hacer un sonido grosero soplando en la mano. La descripción técnica completa del
gesto resultante era: «La palma de la mano se coloca bajo el sobaco del brazo
opuesto. La manose coloca de forma que, al ser comprimida con fuertes golpes
provocados por el brazo, produce un sonido similar al realizado con la boca, aunque
más estridente, porque el aire atrapado se empuja hacia fuera con los golpes. Se pone
mayor énfasis al gesto si se levanta un poco a la vez la pierna correspondiente al
brazo que oprime la mano». En una clara señal de ritualización, el autor del siglo XIX
de este docto estudio continúa de la siguiente forma: «Aunque sólo se realice la
primera fase de este gesto, tiene el mismo significado. Puede simplemente llevar una
mano bajo el sobaco contrario, levantar la pierna correspondiente ligeramente y
completar esto con una expresión facial irónica».
Los gatos también indican una intención ofensiva por medio de otros símbolos
ritualizados. Mantienen la cola en una posición baja y pegada al cuerpo, las piernas
rectas, los cuartos traseros elevados y las orejas giradas hacia un lado. En
comparación, un gato relajado y alerta mantiene las orejas hacia delante, la cola
cuelga libremente por detrás y su cuerpo está recto.
Durante algún tiempo, los estudiosos de la conducta animal pensaron que los
gatos nunca expresaban realmente sumisión, pero un estudio reciente realizado por
Hilary Feldman, de la Universidad de Cambridge, sugiere que en ciertos contextos
expresan sumisión rodando por el suelo sobre la espalda de forma similar a como lo
hacen normalmente los perros. La conducta de darse la vuelta y mostrar la
vulnerabilidad del abdomen es una postura de sumisión típica porque expresa la
pasividad total del animal y su indefensión. Feldman descubrió que esta conducta no
se producía al azar, sino que casi siempre estaba dirigida hacia otros gatos, y formaba
parte del cortejo entre machos y hembras. En un número no insignificante de veces
las vueltas las daban machos delante de otros machos. Normalmente un macho joven
se acercaba a uno adulto y rodaba ostentosamente por el suelo enfrente de él; si el
gato de mayor edad realizaba algún movimiento en respuesta, el joven se quedaba
completamente inmóvil con el estómago hacia arriba. En ningún caso el macho
mayor respondió agresivamente a esta conducta. La autora sugiere que, aunque esta
conducta sumisa no forme parte de los encuentros hostiles habituales entre gatos
adultos, es posible que haya evolucionado con una importante función en el periodo
en el que los gatos jóvenes se acercan a la madurez sexual pero todavía no han
abandonado a su madre y compañeros de camada, aproximadamente entre los 4 y 5
meses. Por esa época, los machos de mayor edad empiezan a ver a los jóvenes como
intrusos y competidores, por lo que éstos se benefician enormemente de poder
prevenir de alguna forma las conductas hostiles. Es importante destacar que los
gatitos también utilizan el revolcón para iniciar el juego, al igual que los perros se
«agachan» unos delante de otros antes de jugar; en ambos casos es una forma de
comunicar una intención no hostil ante acciones que de otro modo podrían ser
interpretadas como potencialmente amenazadoras. Los gatos caseros parecen utilizar
esta parte de su repertorio comunicativo instintivo para enfrentarse a las ligeramente
extrañas circunstancias que conlleva vivir entre personas; de este modo, incluso
gatos caseros adultos a veces se revuelcan como forma de empezar a jugar o realizar
otro tipo de interacción amistosa con sus dueños humanos.
La sumisión implica abandonar cualquier intento de defenderse, es una rendición
activa. Sin embargo, si un gato está asustado, se encuentra en un estado motivacional
completamente distinto, está listo para defenderse como pueda. La postura básica
hostil-defensiva es muy funcional: agacharse con la cabeza cerca del suelo, las orejas
echadas hacia atrás, los bigotes aplanados y la cola y patas escondidas, manteniendo
las partes más vulnerables fuera del alcance del posible peligro.
Esta postura evolucionó más por motivos prácticos que como señal en sí misma,
pero a medida que pasaba el tiempo el agresor potencial podía conseguir una clara
ventaja si era lo suficientemente ingenioso como para interpretar correctamente la
conducta de agacharse como una señal de que el siguiente paso de su víctima sería
defenderse.
Como consecuencia, también el gato miedoso se beneficiaría de poder anunciar
su temor. A simple vista, esto podría parecer contradictorio, puesto que ocultar con
sangre fría el miedo podría representar una estrategia más sabia. Pero con el paso del
tiempo las señales comunicativas suelen ser seleccionadas por su honestidad. El
peligro de tirarse faroles está en que te descubran. A veces es posible dejar fuera de
juego a un matón, pero otras el propio intento sólo te lleva a una confrontación: un
animal dominante puede interpretar un pavoneo calculado y agresivo por parte de
otro como una amenaza que no puede ignorar. Por otra parte, un gato asustado que
demuestra que es capaz de llegar a atacar si lo provocan, está utilizando lo que en
una ocasión Richard Nixon llamó la «teoría del hombre loco»: Si el resto del mundo
piensa que el que tiene el dedo en el botón es un poco inestable, caminarán de
puntillas a su alrededor y tendrán cuidado de no hacer nada que pueda molestarle.
A medida que va aumentando el nivel de miedo, los gatos avisarán cada vez con
más claridad de que se sienten amenazados y pueden verse impulsados a arremeter
contra algo. De hecho, un gato asustado se ve impulsado por motivaciones
defensivas y ofensivas a la vez, por lo que comenzará a superponer a su postura
defensiva una actitud agresiva claramente ritualizada. Mientras permanece agachado,
el gato arquea la espalda, levanta la cola formando un arco y eriza el pelo. Es la pose
típica del llamado «gato de Halloween». Inflarse de esta forma es una señal
universalmente conocida de amenaza en el mundo animal; lo más cercano al
esperanto animal que uno puede encontrar. En parte, la razón por la que un gato
asustado y agresivo utiliza este tipo de señal puede ser que sirve para comunicar
información no sólo a otros gatos, sino también a los posibles depredadores. El
origen de estas señales está en que sirven para aparentar ser de mayor tamaño. En un
principio puede que esto fuera útil para engañar a un competidor o depredador
potencial; así, en situaciones similares muchos animales erizan el pelo del lomo,
extienden por completo las alas o hinchan el pecho. Con el tiempo, sin embargo, se
ha convertido en una señal de intención ritualizada y así es interpretada en muchas
especies: Parecer grande es un símbolo reconocido universalmente de la intención
que tiene el animal de actuar como un animal grande. (Este esquema de simbolismo
en el tamaño también está en la base de los patrones de comunicación vocal que
discutiré más adelante en este capítulo).
Otra forma que tienen los gatos de expresar miedo es mediante la dilatación de
las pupilas. Esta apariencia de insecto de ojos enormes es muy normal en las
personas asustadas. Constituye una reacción refleja ante el miedo que puede ser fruto
de meras conexiones del sistema nervioso, al igual que cuando la gente se asusta a
veces suda, enrojece o desarrolla un tic nervioso. Pero la dilatación de las pupilas en
los gatos atemorizados es algo tan marcado y consistente que puede ser una señal
ritualizada. Algo que también prueba esta conclusión es que los ojos parecen tener
un papel señalizador en la agresión ofensiva y en la sumisión. Un gato agresivo-
ofensivo cerrará los ojos hasta tener una mirada en la que éstos se empequeñecen y
brillan. Cuando los ojos parpadean o el gato desvía la mirada, lo contrario de mirar
fijamente, es porque se encuentran en un contexto de sumisión.
Casualmente, esto puede explicar el extraño pero innegable hecho de que los
gatos siempre parecen colocarse con infalible instinto en el regazo del único invitado
que odia a los felinos. Lo que ocurre en esta situación es que la persona a la que no le
gustan los gatos tiende a evitar mirarlos y, desde el punto de vista del gato, evitar la
mirada es una señal de actitud no-amenazadora, o incluso de bienvenida. Una visita
que mira intensa y directa hacia el gato es considerada por éste algo mucho más
amenazador, por lo que instintivamente evita a esos admiradores bienintencionados
(pero incomprendidos).
Los perros utilizan una expresión ritualizada que consiste en mostrar los
colmillos para comunicar una amenaza dominante, pero los gatos no. No existe
ninguna razón en particular, pero sí cierta suerte en la lotería de la evolución que
determina qué gestos se ritualizan y cuáles no. No obstante, los gatos que
muestran una agresión
temerosa y en extremo defensiva abren la boca y muestran los dientes de una forma
claramente amenazadora. Es posible que esta expresión facial fuera seleccionada con
el tiempo para esta función defensiva de furia porque servía para enfrentarse a otras
especies depredadoras. Cualquiera que se haya encontrado de repente con un gato
macho asilvestrado sin castrar y éste haya emitido un bufido, haya arqueado la
espalda y mostrado los dientes puede asegurar que la estrategia funciona. Volveré al
tema del bufido más adelante.
La utilización de la cola como señal en varias especies es un tema complejo y los
intentos por desarrollar una teoría general sobre los movimientos de cola revelan
muchas excepciones a cualquier regla general que uno pueda estar tentado a
formular. Muchos animales levantan la cola tanto en contextos agresivos como de
saludo. Los gatos suelen levantarla mucho cuando se saludan unos a otros, cuando
juegan y en encuentros claramente amistosos; los gatos jóvenes levantan el rabo
cuando piden comida a sus madres y casi todos los gatos caseros hacen lo mismo con
sus dueños cuando llega la hora de comer y éstos abren las latas de comida o la
ponen en los cuencos. La razón por la que los gatos —al contrario que los caballos,
perros, cerdos y cabras, entre otros— no levantan el rabo como una amenaza
ofensiva puede ser explicada por el hecho de que, en los encuentros agresivos entre
gatos, existe en general menos ritual y más peleas reales. Un perro puede levantar el
rabo como amenaza sin preocuparse de que se lo vayan a morder. Los encuentros
entre gatos en su hábitat natural siempre llevan consigo un elemento de miedo,
ansiedad y molestia; incluso un agresor con confianza en sí mismo se siente a la
defensiva y expresa esta emoción manteniendo la cola baja por prudencia.
Los movimientos o coletazos del rabo tienen una conexión funcional menos
directa con cualquier estado motivacional concreto que la existente en la forma
general de llevarlo y, como resultado, los movimientos tienden a estar ritualizados
con fines que varían ampliamente entre distintas especies. En los gatos, al igual que
en los caballos pero no en los perros, un rabo que da coletazos generalmente es una
manifestación de irritación y agresión defensiva.
Para un animal que pasa mucho tiempo intentando evitar a ciertos miembros de
su propia especie, el olfato ofrece ventajas considerables frente a otras formas de
comunicación. Es destacable que sea el único método de comunicación animal que
puede viajar en el tiempo y en el espacio. El hecho de marcar un objeto con el propio
olor es una forma de dejar un mensaje que puede ser leído posteriormente por un
animal que no se encontraba allí en el momento en que se puso el mensaje. Además,
es un mensaje que contiene la fecha de emisión; puede proporcionar información
sobre el momento en que se dejó, una sutileza sólo igualable como medio de
comunicación al lenguaje escrito.
Dentro de su ecología y costumbres sociales, los gatos cuentan con un rico
abanico de señales olfativas a las que pueden recurrir con diferentes fines. Parecen
utilizar ciertas marcas de olor para señalizar sus movimientos en el tiempo y evitar a
otros gatos que usan los senderos de caza compartidos, para saber si están en el
territorio de otro gato, para encontrar pareja durante la época de apareamiento, para
identificar a gatos que son familiares y posiblemente para orientarse en su área de
campeo.
El marcaje con orina dirigido a un punto concreto, sobre el que he hablado en el
capítulo 3, equivale al obús dentro del arsenal de señales olfativas del gato, pero
también tiene otras armas de calibre más fino. Los estudios que Robert Prescott
realizó en la Universidad de Cambridge en la década de 1960 descubrieron que la
cola, frente, barbilla y labios del gato tienen unas glándulas sebáceas que segregan
una sustancia grasa que contiene la fragancia individual de cada ejemplar. Los gatos
con frecuencia frotan los labios, la barbilla y la cola contra objetos inanimados y
dejan una señal olorosa. Las almohadillas de las patas también contienen glándulas
olorosas, por lo que el rascado es otra forma de dejar el rastro del olor individual;
además, rascar tiene la ventaja añadida de reforzar la marca olfativa con una señal
visual. El rascado suele dejarse en un punto de referencia vertical prominente, como
un árbol, que utilizan una y otra vez, consiguiendo una especie de marcador
territorial que se refuerza continuamente. A veces los gatos rascan para que se caigan
las garras más viejas que no sirven y las nuevas, más afiladas, puedan ir creciendo,
aunque también utilizan los dientes para arrancarse las viejas. Por tanto, la conducta
de rascar está motivada en su mayor parte por su función comunicativa y no sólo
como medio de afilarse las uñas.
Varios estudios han confirmado que los gatos efectivamente prestan atención y se
dan cuenta de las marcas olfativas dejadas por otros: las estacas de madera contra las
que una hembra había frotado sus labios fueron olfateadas durante más tiempo por
gatos machos que otras estacas idénticas que no tenían mareaje. Cuando los gatos
huelen objetos marcados con olores, a veces realizan la «mueca» típica a la que los
expertos en conducta animal llaman flehmen, en la que tiran los labios hacia atrás y
aspiran el aire. Es una conducta que ocurre en la familia de los felinos y en algunas
otras familias de mamíferos como los caballos, vacas y ovejas, diseñada para
detectar olores sociales a través del uso de un órgano especializado y muy sensible
que se encuentra en el paladar, conocido como órgano vomeronasal.
No obstante, parece que existe otra función social más compleja del mareaje
olfativo, puesto que se ha visto que los gatos frotan con frecuencia la frente y la cola
con otros gatos y con personas. Los gatitos se frotan contra sus madres y los
individuos subordinados de un grupo se acercan y se frotan contra los más
dominantes. Las hembras que viven en grupos amistosos se frotan regularmente
cuando se saludan unas a otras. Algunos experimentos han demostrado que, a los
pocos días de edad, los gatitos son capaces de distinguir los olores individuales de
otros gatos. Los gatitos a los que se ha sacado del nido —antes de que abrieran los
ojos— eran capaces de orientarse con éxito y encontrar el camino de vuelta a su
nido, diferenciándolo de otros en los que había una madre extraña. Sin embargo, si
se lava el suelo de la habitación antes, los gatitos se quedan inmóviles cuando se los
saca del nido y parecen totalmente desconcertados. Por tanto, los olores son
individualmente distintos y pueden reconocerse de un individuo a otro.
A menudo se ha dicho que los gatos se frotan con gatos que conocen y con
personas para marcarlos con su propio olor, al igual que lo hacen en puntos de
referencia inanimados. Pero una explicación posiblemente más lógica de este tipo de
frotamiento es que el gato está intentando adquirir el olor del animal contra el que se
está frotando. En este caso existiría una ventaja si el individuo que se frota lo hace
con uno superior a él socialmente: obtendría una especie de sello de aprobación que
en encuentros posteriores informaría al dominante que se trata de un miembro
familiar y aceptado en la sociedad de gatos dominantes. Ocurre algo similar con el
olor a su madre que los gatitos llevan impregnado; no deja lugar a dudas de que el
gatito es suyo y reduce las posibilidades de que haya rechazo o abandono materno.
También es posible que el frotamiento mutuo cree un efecto colectivo de «olor de
grupo» que tiene la misma función que la de identificar a un amigo o compañero de
camada, sólo que en este caso se trataría de un grupo social.
Esta conducta de mareaje olfativo social que tiene lugar entre gatos adultos es
además otra de esas costumbres grupales de los gatos domésticos que provienen de
conductas instintivas de sus ancestros salvajes, entre los cuales sólo se produce en
los gatitos y sus madres durante los pocos meses en los que viven en un grupo
familiar antes de llegar a la madurez sexual y dispersarse, o en machos que están
cortejando a hembras en el breve periodo en el que entran en contacto durante cada
estación reproductora.
En el caso de los gatos caseros, es posible que la gente refuerce
inconscientemente este comportamiento instintivo respondiendo con acciones que lo
recompensan, como acariciar o jugar con un gato que se acerca y se frota para iniciar
el contacto.
[Figura 13. Las vocalizaciones comunican información tanto por su tono como por su aspereza. Los sonidos
puros agudos como el maullido son utilizados para indicar miedo, apaciguamiento y sumisión; un sonido
grave y sordo, como el bufido, es una clara amenaza[Créditos].]
Por último, existe un tipo de sonidos que combina a la vez tanto motivaciones
«pequeñas» como «grandes». Los sonidos fuertes y agresivos no son sólo graves,
sino que también suelen ser ásperos y chirriantes; esto ocurre porque es un fenómeno
físico que cuando las cuerdas vocales se aflojan para producir esos tonos, también
vibran formando patrones más complejos y produciendo muchos armónicos
(constituyen sonidos de «banda ancha», que suenan como zumbidos). Sin embargo,
los sonidos débiles, no amenazadores, tienden a ser no sólo agudos, sino también
puros y tonales; las cuerdas vocales están tirantes y forman patrones más sencillos,
con menos armónicos. Debido a esta relación entre aspereza y tono grave, por un
lado y, pureza tonal y tono agudo, por otro, estas calidades tonales se han ido
ritualizando, formando así una escala aparte en la gradación agresividad-
apaciguamiento. Los animales pueden controlar hasta cierto punto el tono y la
calidad tonal de forma independiente, lo que significa que pueden comunicar una
amplia serie de matices. La regla general parece ser que, cuanto más miedo, los
tonos son más altos mientras que, a medida que aumenta la agresividad, aumenta la
aspereza o la «anchura de banda». De este modo, un gato a la vez agresivo y
defensivo combina las posturas corporales de miedo y agresividad, al igual que
combina las características vocales de estas dos emociones. El resultado es lo que
suele llamarse un «quejido», «chillido» o
«alarido», que en realidad es como emitir un gañido y gruñido a la vez. Es un sonido
agudo pero áspero que utilizan los gatos cuando se encuentran acorralados y
presionados para pelear o cuando están sufriendo un dolor agudo (en este caso se
convierte en una especie de grito).
Puesto que estos chillidos son una combinación de motivaciones contrapuestas en
un único sonido, a veces también forman parte del juego fingido; en este contexto se
convierten en un gruñido amenazador junto con un gañido superpuesto de «sólo
estaba bromeando».
Los gatos emiten varios tipos de sonidos no vocales que se ajustan bien a los
principios generales. Por ejemplo, un siseo en las situaciones defensivas, a veces
precedido de una conducta de escupir, un sonido corto, enfático y explosivo que
resulta eficaz por su repentino comienzo. También producen una especie de
murmullo suave con la boca cerrada, definido a veces como una «llamada», que se
utiliza como saludo social o como una señal de una hembra que está receptiva
sexualmente; es un sonido similar al relincho del caballo y posiblemente una versión
ritualizada de la llamada de contacto que la madre emite hacia sus pequeños
mediante el contacto corporal.
EL RONRONEO
INPUT Y OUTPUT
Una gran parte de lo que determina la forma en que la inteligencia innata de una
especie sale a flote es el tipo de órganos sensoriales y habilidades motrices con que
cuenta. Si uno se fija en cómo están «construidos» los cerebros de diferentes
mamíferos, se da cuenta de que un principio de organización vital es el papel relativo
que desempeñan en sus vidas los distintos órganos y extremidades. El neocórtex —la
capa de «materia gris» que rodea el núcleo del cerebro y que tiene una importancia
crucial en el aprendizaje— está altamente especializado en todas las especies. Los
monos del Nuevo Mundo que utilizan la cola para agarrarse tienen una porción
bastante grande del neocórtex dedicada a controlar los músculos que se encuentran al
final de la cola. Los humanos tienen un área visual grande en el neocórtex y también
una gran parte dedicada a controlar los movimientos precisos de los músculos de las
manos. Los gatos utilizan especialmente su sentido auditivo para localizar y cazar
presas a horas en que la luz es menor, cuando están más activos, al atardecer y al
amanecer; por eso cuentan con una porción auditiva grande en el neocórtex.
Las capacidades perceptivas, por supuesto, también determinan en gran medida
cómo entiende y ordena su mundo un animal; constituyen los inputs en estado puro
sobre los que actúa la inteligencia. Los humanos están muy sesgados hacia lo visual
y por eso les resulta difícil imaginar siquiera cómo es el mundo para un ser con unas
capacidades perceptivas totalmente diferentes a las suyas. Solemos pensar que
nuestras mascotas ven de forma similar a nosotros, pero no es así.
Para empezar, los gatos, al igual que la mayoría de los mamíferos excepto los
primates, no pueden ver en color. El tema de la visión en color en los gatos ha sido
objeto a lo largo de los años de polémicas y confusiones; algunos estudios dicen
haber demostrado que son capaces de percibir el color de forma similar a los seres
humanos. Pero los estudios definitivos que han medido los impulsos eléctricos
nerviosos de los gatos cuando miraban varios colores y que probaron qué colores se
les puede enseñar a distinguir en experimentos de aprendizaje han demostrado lo
contrario. Los conos, células encargadas de la percepción del color que se encuentran
en la retina de los humanos se presentan en tres variedades, cada una de las cuales es
más sensible a la luz de una determinada longitud de onda, aproximadamente la que
corresponde a los colores rojo, verde y azul. Al controlar la fuerza relativa de las
señales nerviosas que emanan de estos tres tipos de conos, la mente humana es capaz
de calcular la longitud de onda de todos los colores intermedios del espectro, los
amarillos, naranjas y violetas. Los seres humanos pueden distinguir alrededor de cien
matices diferentes en experimentos realizados en laboratorios.
Los gatos, sin embargo, sólo tienen dos tipos de conos, que son más sensibles
únicamente a la luz verde y azul. Esto quiere decir que para un gato los colores rojo,
naranja, amarillo y verde son realmente un único color y los varios tonos de azul y
violeta otro distinto. En otras palabras, los gatos pueden distinguir sólo dos colores.
Saben que una pelota roja no es gris, ni blanca, ni negra; pero no pueden distinguir
entre una pelota roja y una verde.
La causa evolutiva de esto es que existe una compensación entre ser capaz de ver
bien en color y ser capaz de ver bien en la penumbra. Los bastones son células que
también se encuentran en el ojo —son sensibles a niveles de luz globales, pero no a
ningún color en particular y pueden, por tanto, realizar lecturas sólo en una escala de
grises— y resultan mucho más efectivos en condiciones de poca luz. La visión en
color es especialmente importante para los animales que comen frutas, como algunos
primates y aves, y para los que necesitan ser capaces de detectar a depredadores
camuflados. Muchas aves, reptiles y peces tienen visión tricolor, y algunas aves y
peces pueden incluso ver cuatro colores: pueden ver el espectro de infrarrojos. Pero
posiblemente los mamíferos perdieron la visión tricolor al inicio de su historia
evolutiva, puesto que el único nicho disponible para los primeros mamíferos en la
era de los enormes dinosaurios predadores era nocturno. Existe un espacio limitado
en la retina para las células nerviosas, por lo que un animal se ve obligado a elegir
entre conos o bastones; si es activo por la noche, inclinará la balanza hacia los
bastones. El hecho de desprenderse de cierto grado de visión a color parecía un
precio razonable que pagar. Los gatos parecen haber realizado el trueque más luz-
menos color en mayor grado que los perros; su sensibilidad al color no parece ser tan
buena como la que tienen muchas otras especies capaces también de ver en dos
colores.
La visión en dos colores representa una buena solución porque sigue permitiendo
a un animal que es activo durante parte del día evitar ser engañado por el camuflaje
elemental de predadores o presas. La visión en tres colores de los humanos y de
algunos parientes primates fue posiblemente una «reinvención» más tardía de un
rasgo perdido hace mucho tiempo en el curso de la evolución de los mamíferos.
Los gatos, al igual que otros mamíferos que son más activos por la noche o
durante las horas de penumbra, muestran otras adaptaciones en su sistema visual.
Tienen detrás de la retina una capa de tejido brillante llamada tapetum lucidum, que
proporciona a la retina una segunda oportunidad para detectar un fotón entrante,
haciendo que rebote en las células retinales. El tapetum lucidum también tiene la
propiedad secundaria de provocar que los ojos de los gatos brillen y parezcan
amarillentos cuando les enfocan los faros de un coche o el flash de una cámara de
fotos. (Los «ojos rojos» de los humanos que aparecen en las fotos hechas con flash
son el resultado de un reflejo mucho menos intenso de luz fuera de los vasos
sanguíneos que se entrelazan por detrás de la retina).
Los gatos también difieren del hombre en agudeza visual, es decir, en la nitidez
con la que pueden ver las cosas. La nitidez visual depende de muchos factores, entre
los que se incluyen la habilidad del ojo para enfocar, el tamaño del ojo, la densidad
de células nerviosas en la retina sensibles a la luz y el número de células retinales de
las que se alimentan las células «troncales», de mayor tamaño y cuya función es
transmitir las señales visuales. También aquí existen compensaciones; al alimentar
con varias células retinales una célula troncal se aumenta la sensibilidad a niveles
muy bajos de luz aunque, al mismo tiempo, la imagen resultante sea más tosca. Es
exactamente análogo a lo que ocurre al revelar una película fotográfica, hay que
llegar a un término medio entre la nitidez y la velocidad: los grandes pegotes de
químicos sensibles a la luz que aparecen en la película responden a niveles bajos de
luz, pero producen una imagen más granulada.
Los seres humanos tienen una agudeza visual extremadamente buena; una
persona con visión normal puede percibir un patrón alternante de rayas blancas y
negras aunque cada raya ocupe tan sólo un sexto grado de arco en su campo visual.
(Más allá de ese punto, las rayas se superponen unas a otras y el patrón parece un
gris continuo). Realizar esta prueba en animales es un poco más difícil, pero se han
obtenido resultados fiables midiendo los patrones de las ondas cerebrales al estrechar
cada vez más la distancia entre rayas hasta que la señal procedente del córtex visual
del animal sufre un determinado cambio; otra forma consiste en adiestrar al animal a
dar con el hocico en una cartulina en la que aparecen rayas, en lugar de en otra gris,
para después ir estrechando la distancia entre rayas hasta que de repente la habilidad
del animal para elegir la correcta cae en picado hasta un nivel en el que elige al azar.
Estos experimentos han demostrado que la agudeza visual de los gatos es de cuatro a
diez veces peor que la de los humanos, lo que corresponde a aproximadamente una
visión 20/80, que significa que lo que una persona con una visión normal puede ver a
80 pies [24,38 m], un gato debería estar a 20 pies [6,09 m] para verlo igual de bien.
Los perros lo hacen un poco mejor que los gatos, pero están en la misma categoría.
(Las águilas, por el contrario, pueden ver los detalles de cuatro a cinco veces mejor
que nosotros).
[Figura 14. Los gatos, al igual que las personas, tienen los ojos colocados en una posición muy frontal, algo
que reduce su campo visual global (área en gris claro) pero maximiza la región en la que ambos ojos trabajan
juntos (área en gris oscuro)[Créditos].]
Como los ojos de los gatos se encuentran situados en una posición muy frontal en
el cráneo, su capacidad para juzgar el tamaño y la profundidad —que requiere que el
campo de visión de ambos ojos se solape— es extremadamente buena. De hecho, el
cerebro, para determinar la distancia real, utiliza las pequeñas discrepancias
existentes entre lo que cada ojo ve cuando mira al mismo objeto y, por tanto, el
tamaño real del objeto. Por el contrario, los animales rumiantes, que además también
son presas, tienen un ojo a cada lado de la cara, lo que les proporciona un amplísimo
campo de visión; los caballos, vacas y ovejas pueden ver casi por completo lo que
tienen detrás. Esto les permite detectar cualquier cosa que los aceche en cualquier
dirección, pero también limita el solapamiento de los ojos izquierdo y derecho a una
banda muy estrecha. Los carnívoros compensan la falta de un campo visual amplio
con una buena visión binocular. El método que utilizan los felinos de acechar y
lanzarse para cazar requiere que realicen juicios muy precisos sobre la distancia a la
que se encuentran las presas, lo que puede explicar por qué los gatos tienen un
campo de visión binocular más amplio que los perros, de 90 a 130º dependiendo del
individuo, en comparación con los 60º del perro típico. (Los humanos llegan a 120º).
Como muchos mamíferos, los gatos utilizan sus extraordinariamente sensibles
bigotes para complementar su vista. Pueden intuir todo lo que los rodea y cualquier
obstáculo con gran precisión, aunque tengan los ojos tapados, gracias a la
retroalimentación que les proporcionan sus bigotes. Los nervios conectados a los
bigotes, al pelo y a otras partes sensibles al tacto en su cuerpo se conectan con
células nerviosas del córtex para formar una especie de «mapa» en el cerebro que
replica la geometría del cuerpo del gato, aunque con diferencias importantes: en los
gatos, como en la mayoría de los mamíferos bigotudos, las terminaciones nerviosas
dedicadas a los bigotes ocupan una porción desproporcionadamente grande del
cerebro. (En los humanos, dominan las terminaciones nerviosas dedicadas a las
manos y dedos).
[Figura 15. Los gatos pueden escuchar sonidos de tono más alto que las personas, una adaptación para cazar
roedores[Créditos].]
Los gatos no tienen un sentido del olfato especialmente bueno; en esto, los perros
les dejan a kilómetros de distancia; pero tienen una gran capacidad auditiva. Pueden
oír sonidos que llegan hasta los 65.000 hercios (Hz), o ciclos por segundo, muy por
encima de los límites absolutos del oído humano, alrededor de los 20.000 Hz. Los
únicos animales que pueden oír todavía más son los murciélagos y algunos insectos,
como las polillas, que pueden detectar sonidos de 100.000 Hz. Los gatos no emiten
sonidos a niveles ultrasónicos como los ratones y ratas, por lo que la capacidad del
gato de oír sonidos en este espectro es casi seguro una adaptación surgida por su
utilidad para encontrar y localizar a las presas.
Tanto los perros como los gatos tienen una capacidad similar para determinar la
dirección de donde proviene un sonido (pueden precisarla dentro de un arco de 8º),
mucho mejor que muchos otros animales. Puesto que la habilidad para localizar de
qué dirección proviene un sonido depende en parte de la distancia existente entre las
orejas, el hecho de que un animal como el gato, bastante más pequeño que un caballo
o vaca, pueda igualar los resultados de un perro y superar los de los anteriores
significa que las estructuras cerebrales dedicadas a estas tareas en los felinos son
mucho más complejas.
Los gatos también cuentan con intrincadas conexiones cerebrales para controlar
las patas. Los estudios fotográficos y de rayos X realizados sobre las patas de los
gatos en acción han demostrado que las utilizan de formas muy diestras para agarrar
y manipular objetos. Dependiendo del tamaño y la forma, el objeto es atravesado
sólo con las uñas, sostenido entre una garra y la almohadilla de la pata o, a veces,
colocado entre dos almohadillas sin utilizar en absoluto las garras. Algunos gatos
pueden mover por separado los dedos de las patas, lo que implica un elevado grado
de control neuronal del que posiblemente carecen los perros y muchos otros
cuadrúpedos. A medida que se acercan a coger algo, los gatos son capaces de «dar
forma» a su agarre al igual que lo hacen las personas, para después cerrar las patas
con rapidez justo antes de tocar el objeto, un indicador de que su agarre es mucho
más que un mero reflejo mecánico.
Es posible que todos los animales compartan cierto tipo de inteligencia general,
como la capacidad de aprender a través de la experiencia. Sin embargo, también
tienen formas de inteligencia únicas, específicas de la especie. Hasta cierto punto,
como he mencionado antes, esta inteligencia característica de cada especie es sólo
reflejo de la importancia relativa de los distintos órganos sensoriales. Pero existen
además diferencias más profundas que dificultan la tarea de decidir si un animal es
más inteligente que otro. En muchas especies parecen existir módulos especializados
en el cerebro que consiguen realizar ciertas tareas de importancia biológica de forma
óptima para el modo de vida concreto de esa especie. Algunas especies de aves que
recolectan semillas para el invierno tienen una memoria espacial extraordinaria (y
por consiguiente un hipocampo, la parte del cerebro dedicada al sentido espacial,
enorme). A otras aves se les da muy bien categorizar y recordar las diferentes marcas
que tienen en las alas varias especies de polillas, algunas de las cuales son
comestibles y otras no; a la mayoría de los humanos les costaría mucho igualar la
habilidad de los arrendajos de categorizar polillas. Los seres humanos tienen un
«módulo lingüístico» altamente desarrollado en el cerebro que permite a los niños
realizar la asombrosa tarea de adquirir el lenguaje con sólo escucharlo, con su
miríada de complejas reglas gramaticales.
Incluyo este último ejemplo en particular porque ilustra sobre algo que suele
pasarse por alto al considerar la inteligencia de los animales: sólo porque el cerebro
haga algo que es instintivo, universal y aparentemente no necesite esfuerzo no quiere
decir que forme menos parte de la inteligencia que las cosas que requieren quejidos,
garabatos en trozos de papel y muchas tazas de café. Normalmente no pensamos que
el hecho de que un bebé empiece a hablar su idioma sin ninguna instrucción previa
sea algo especialmente brillante; todos los bebés que crecen cerca de gente que habla
español terminan hablándolo. Sin embargo, la capacidad de adquisición del lenguaje
es claramente el componente principal de nuestra inteligencia general y forma parte
de lo que nos separa de otros animales.
Una buena manera de partir de una perspectiva adecuada sobre esto es
preguntarnos la dificultad que entrañaría construir un ordenador que duplicara una
proeza mental particular con independencia de si ésta es instintiva o aprendida.
Resulta curioso que muchos de los logros intelectuales que separan a un humano de
otro —las cosas que admiramos y valoramos porque exigen un trabajo o talento
especial— sean fácilmente programables en un ordenador. Los humanos han
construido ordenadores que pueden ganar al campeón humano de ajedrez y otros que
pueden resolver ecuaciones matemáticas más rápido que cualquier persona del
planeta. Sin embargo, lo que no han conseguido construir todavía es un ordenador
que aprenda el lenguaje humano de forma espontánea, o siquiera un robot capaz de
correr por un terreno irregular sin caerse de bruces. Por muy «instintivas» y
universales que sean estas tareas en los seres humanos, en términos del
procesamiento y análisis de la información reflejan un gran poder computacional —y
una gran inteligencia.
De igual modo, los gatos hacen muchas cosas de forma instintiva que reflejan un
grado enorme de trabajo cerebral, aunque normalmente no las consideremos signos
de inteligencia. Gran parte de lo que nos hace ver a algunas razas de perro
«inteligentes» son las cualidades mentales innatas que se han visto resaltadas con el
tiempo a través de la selección artificial. Los instintos de pastorear en los border
collie constituyen sin duda un comportamiento inteligente que incluye muchos
cálculos rápidos; al igual que las conductas de olfatear, rastrear y cooperar en
sabuesos como los perros cazadores o los beagle, que trabajan en grupo; o la
conducta de cobrar presas típica de los perros recuperadores de aves. Pero esto no
significa que estos perros sean «más listos» que el chucho que es capaz de encontrar
su propio camino, optimizar su estrategia de búsqueda de cubos de basura para que
le duren ese día, reconocer el estatus social de una docena de perros por su aspecto y
olor, o seguir el rastro de un conejo que ha pasado hace media hora.
Casi no ha existido cría selectiva de determinadas conductas en los gatos y
mucho menos selección de formas instintivas de inteligencia tan especializadas
como las que hemos visto en los perros destinados al trabajo; por tanto, hay poco que
resalte a la vista del observador humano como algo obviamente «inteligente» en
muchas de las cosas instintivas que hacen los gatos.
Sin embargo, una de las manifestaciones más destacables de inteligencia
instintiva en gatos es su habilidad para cazar. La habilidad para seguir los
movimientos de una presa que se mueve a gran velocidad y de coordinar los
movimientos de patas y boca para alcanzarla requiere una destreza cognitiva sin
igual (de nuevo, imaginen intentar construir un robot que copiara esto). A pesar de
que existe un fuerte componente de aprendizaje en el moldeamiento de la habilidad
predatoria de los gatos, la destreza básica en las conexiones especializadas del
cerebro es innata. Los gatos que nunca han cazado en su vida exhiben la misma
secuencia de abalanzarse y agarrar a la presa si se estimula con un electrodo el lugar
correcto del cerebro. (El hecho de que exista una vía tan especializada y programada
en el cerebro para la caza ayuda a explicar por qué los gatos cazan y matan presas
independientemente del hambre que tengan. En la mayoría de los gatos, el estímulo
de ver una presa desencadena una respuesta predatoria casi automática e
incontrolable. Se puede decir que los gastos son por naturaleza asesinos en mayor
grado que otros predadores, ya que han evolucionado para ser cazadores
«oportunistas», con la estrategia de comer pequeñas cantidades varias veces al día de
cualquier presa disponible. Puede que sea sólo una coincidencia, pero los gatos a los
que se permite libre acceso al pienso para gatos suelen comer pequeñas dosis
equivalentes cada una al peso de un ratón).
Una parte de la inteligencia innata del gato para cazar es la capacidad de
diferenciar instintivamente un movimiento de un ser vivo, como un ratón, del de un
objeto inanimado, como una hoja que vuela movida por el viento. En un experimento
fascinante se presentaba a unos gatos dos pantallas; una mostraba catorce puntos
generados por el ordenador que representaban el contorno de un gato caminando o
corriendo; la otra representaba el mismo número de puntos moviéndose al azar. Los
gatos fueron capaces de distinguir de forma clara los dos patrones, excepto cuando se
ponía al revés la pantalla, pues ya no podían distinguir el «movimiento biológico» de
la pantalla con puntos al azar. Esta capacidad de reconocer movimientos biológicos
plausibles es un logro computacional extremadamente complejo que sería difícil
programar en un ordenador.
Otra conducta que representa un buen ejemplo de la inteligencia instintiva
especializada del gato es su famosa reacción de enderezamiento, la capacidad de
darse la vuelta mientras cae, de forma que siempre aterriza sobre las cuatro patas. En
un cuidadoso conjunto de mediciones que requería tirar a gatitos cabeza abajo desde
una altura de 40 cm, los investigadores descubrieron que los de cuatro semanas de
edad no tenían la habilidad de darse la vuelta en el aire a mitad de la caída, aunque
fueron mejorando gradualmente en las dos semanas siguientes y, a las seis semanas,
ya tocaban el suelo con las cuatro patas. (Estos investigadores, temiendo la visita del
Frente de Liberación de los Gatos, avisaron de que en su estudio utilizaron una
superficie acolchada).
No obstante, para el tipo de caza que los gatos realizan están dotados de un poder
mental innato menor que el de los perros y muchos herbívoros y, posiblemente,
algunos insectos. Es algo que tiene que ver con el área general de la inteligencia
espacial. Los animales que se dedican a recolectar alimentos necesitan visitar las
mismas zonas una y otra vez y buscar lugares fijos; por tanto, suelen tener un
circuito implantado de algún modo en el cerebro que no sólo les permite encontrar el
camino de vuelta a sitios concretos, sino también optimizar la ruta para concentrarse
en aquellos que valgan más la pena. Las aves que se alimentan de néctar, por
ejemplo, no vuelven a las flores que acaban de visitar, sino que esperan varios días
para que puedan volverse a llenar; los monos tota eligen una determinada ruta de
ramoneo en su territorio para llegar primero a los lugares en los que hay más comida;
los perros deciden qué basureros visitar basándose en cálculos en los que utilizan la
información de experiencias pasadas para determinar cuáles ofrecen las mayores
probabilidades de compensación.
Pero los gatos, al ser cazadores oportunistas, pueden permitirse el lujo de aceptar
lo que encuentren en su camino; no tienen necesidad de poner en juego elaboradas
estrategias de búsqueda y probablemente ni siquiera comiencen una expedición de
caza con una decisión deliberada sobre si cazar ratones, algún ave o un conejo.
Aunque no sea siempre la estrategia más efectiva, parece no importarles. A pesar de
que la cantidad de tiempo que cada gato invierte en la caza es muy variable, los
estudios realizados sugieren que la mayoría, e incluso los asilvestrados que tienen
que buscar la comida, pasan en total unas cuantas horas al día cazando y cada
excursión dura normalmente 30 minutos. Los experimentos de laboratorio en los que
los gatos deben aprender y recordar cierto tipo de relaciones espaciales —a los que
volveré más adelante en este capítulo— parecen demostrar que esto no es algo que
les resulte natural. La explicación resumida de este déficit es que posiblemente
pueden prescindir de esta capacidad en sus vidas y tienen otras cosas más útiles en
las que invertir su energía mental.
[Figura 16. El reflejo de enderezamiento es un patrón motor complejo, pero completamente instintivo, que se
desarrolla en los gatitos entre las cuatro y las seis semanas de vida[Créditos].]
Aunque a los gatos no se les da tan bien como a algunas especies esté tipo de
cálculos espaciales, sus decisiones sobre cuánto tiempo invertir en la caza parecen
reflejar un cálculo que integra una cantidad considerable de información temporal.
Es curioso que los gatos sean capaces de discriminar intervalos temporales con un
elevado grado de precisión. En un experimento se colocaba a varios gatos en jaulas
durante 5 o 20 segundos y al soltarlos se los recompensaba con una golosina que se
escondía siempre en un comedero situado a la izquierda, si habían estado 20
segundos en la jaula, o a la derecha, si habían estado en la jaula 5 segundos. Si el
gato se acercaba al comedero equivocado, se contabilizaba como un error. Después
de un
número de repeticiones del ejercicio que varió entre 400 y 1.600, dependiendo del
gato, los catorce gatos que participaron fueron capaces de elegir el comedero
correcto de forma consistente un 80% de las veces. Los investigadores entonces
comenzaron a acortar los ensayos que duraban antes 20 segundos para comprobar si
los gatos eran capaces de percibir la diferencia; la mitad de ellos fueron capaces de
discriminar un intervalo de 5 segundos en la jaula de uno de 8.
En otro experimento los gatos debían presionar una barra un determinado número
de veces para conseguir acceder a la comida; después podían comer todo lo que
quisieran en ese turno. A medida que aumentaba el número de presiones en la barra
requeridas para que se abriera la bandeja de comida (de 40 a 2.560), los gatos
respondieron comiendo menos dosis al día, pero más cantidad en cada turno. Lo más
interesante fue, sin embargo, que cuando se variaba de un turno al siguiente el
número de presiones de barra, los gatos tendían a adoptar la estrategia que se
acercaba mucho al «precio» medio por comida. En otras palabras, no sólo ajustaron
sus turnos de comida o la cantidad que ingerían cada vez de acuerdo con el número
de veces que tenían que presionar una barra en esa ocasión concreta, sino de acuerdo
con el número medio de veces que debían presionarla para cada comida en el
transcurso de un día entero o de varios días.
Esta habilidad de calcular la frecuencia de comidas tomando en cuenta el tiempo
medio invertido encaja muy bien con el tipo de problemas que el gato se encuentra
en la vida real al llevar a cabo una estrategia cazadora oportunista. Cuando se trata
de encontrar comida, a los gatos se les da bien calcular el tiempo, porque para ellos
el tiempo importa; no se les dan tan bien los cálculos espaciales porque éstos no
tienen importancia en sus vidas.
Cuando se consigue camelar a los gatos para que demuestren lo que son capaces
de aprender —lo que, como ya he dicho, no siempre es fácil—, el resultado es que se
les dan bastante bien los experimentos clásicos sobre aprendizaje que los psicólogos
han utilizado normalmente para medir la inteligencia de los animales.
En una serie de experimentos se presentaba a los gatos un par de figuras de
madera que diferían en cuanto a su forma, color y superficie; podían ser un cuadrado
negro y un triángulo blanco, por ejemplo. El gato debía indicar cuál de los dos
objetos elegía tocándolo con el hocico. Cada vez que elegía, por ejemplo, el
cuadrado negro, le daban un trozo de carne como recompensa. Cuando escogía el
triángulo blanco, no le daban nada. Se repetía este problema una y otra vez (los
experimentadores cambiaban al azar la posición izquierda o derecha de los objetos
para que el gato no aprendiera a escoger sólo el de un determinado lado) y, después
de varias pacientes repeticiones, casi todos los gatos, sorprendentemente,
consiguieron hacerlo bien.
Lo interesante, sin embargo, es que los gatos no sólo son capaces de aprender la
respuesta correcta a un problema de este tipo, sino que también pueden aprender a
generalizar a partir de la experiencia. Una vez que han resuelto un par de estos
problemas de «discriminación de objetos», consiguen resolver cada vez más rápido
cada nuevo problema del mismo tipo. Al principio, necesitan docenas de ensayos con
cada par de objetos nuevos antes de llegar al punto en el que eligen la respuesta
correcta un 80% de las veces. Cuando han dominado ya sesenta problemas diferentes
de este tipo, suelen dar con la respuesta correcta un 80% de las veces en los primeros
diez intentos. En otras palabras, han aprendido las reglas del juego: han aprendido
que, cuando se les presentan dos objetos nuevos, el juego consiste en imaginarse cuál
le va a proporcionar una recompensa.
Algo que resulta interesante es que los gatos no son tan rápidos en extrapolar a
partir de una respuesta equivocada como lo son los macacos rhesus y los chimpancés
a los que se ha hecho pasar por pruebas similares. Si un gato que participa en estos
experimentos tiene suerte de elegir la respuesta correcta al primer intento y así
ganarse una recompensa, consigue dominar el siguiente problema nuevo más rápido
que si elige la respuesta incorrecta que no tiene recompensa la primera vez. De
nuevo, la causa de esto puede tener más que ver con la ecología que con la
inteligencia pura. Un gato que busca comida en estado salvaje raras veces se
encontrará con una situación en la que, si el ratón no se encuentra en el lugar A,
estará en el B. Sin embargo, algunos animales que necesitan forrajear como los
primates, que visitan repetidas veces las mismas fuentes de alimento, árboles frutales
y nogales, siempre están obligados a tomar decisiones sobre cuál elegir. Por tanto,
ser capaz de extrapolar a partir de la experiencia de no conseguir una recompensa
puede simplemente ser un problema más «natural» para los primates buscadores de
alimento que para los carnívoros oportunistas.
También es cierto que los gatos por su propio temperamento son bastante reacios
a enfrentarse a situaciones frustrantes. Tienden a volverse perezosos o indiferentes
cuando se encuentran en situaciones que no conducen de forma clara a una
gratificación. «Aprenden fácilmente a aprender» cuando se los recompensa por sus
esfuerzos de forma clara y efectiva, pero de igual modo pueden aprender a no
aprender —o a no molestarse en ello— cuando se les plantea un problema que no
parece tener una gratificación fácil de conseguir. Al parecer, les resulta especialmente
difícil resolver problemas en los que tienen que aprender a elegir un objeto de un
determinado lado, a la izquierda o a la derecha, dependiendo de qué par de posibles
objetos idénticos se les presente (dos cuadrados blancos o dos triángulos negros).
Este es un problema ecológicamente menos natural aún para un gato que el anterior,
por lo que no es extraño que les resulte más difícil descubrir lo que se espera de
ellos. La mayoría de los gatos al final acaba cogiendo el truco de estos difíciles
problemas y aciertan más veces de las esperadas por azar, aunque no muchas más;
además, no muestran nada parecido a la rápida mejora que experimentan cuando se
enfrentan a una serie más simple de discriminación de objetos.
Pero lo que resulta realmente significativo es que los gatos a los que se presenta
problemas simples y complicados mezclados resuelven más rápido los complejos
que
los gatos a los que sólo se hace pasar por problemas complicados. A un gato que
había pasado sólo por una sesión de problemas «complicados» y no había estado en
otro tipo de prueba no se le pudo nunca enseñar a dominar siquiera discriminaciones
simples de negro-blanco después de seiscientos ensayos. Básicamente, los gatos que
están en el grupo de problemas complicados terminan por tirar la toalla y se
contentan con dar con la respuesta adecuada de vez en cuando y fortuitamente.
A pesar de que es posible que esta actitud de «al infierno con todo» no refleje su
verdadera inteligencia —puede que sean animales que no desarrollan todo su
potencial—, tiene consecuencias prácticas para cualquiera que quiera enseñarles
algo. Todos los animales muestran una cierta predisposición (están «preparados» en
la jerga psicológica) para aprender cierto tipo de asociaciones y, de igual modo, están
predispuestos a no aprender otras («contrapreparados»). Están predispuestos a
relacionarse con su medio, percibir ciertas indicaciones y manipular objetos o sus
propios cuerpos de determinadas maneras. Igualmente, están predispuestos a luchar
por cierto tipo de recompensas. Los perros suelen luchar por recompensas sociales
como la atención y las caricias, porque forman parte de su estructura social básica.
Aprenden fácilmente a hacer cosas como tumbarse en el suelo o revolcarse, porque
son conductas subordinadas que ocurren de forma natural ante sus superiores. Se les
da bien aprender a seguir rastros, llevar cosas en la boca y pastorear el ganado,
porque todas estas conductas forman parte de sus conexiones cerebrales.
Los gatos, sin embargo, reaccionan muy mal al castigo social, poniéndose a la
defensiva o huyendo; reaccionan mal a los problemas en los que la recompensa no es
inmediata, puesto que les provoca indiferencia; reaccionan mal a las tareas de
aprendizaje espacial. La clave está en que el aprendizaje tiene que ver con la
inteligencia, pero también con el temperamento y la personalidad. En algunos de los
primeros experimentos clásicos de psicología realizados con gatos, aprendían a
escapar fácilmente de las «cajas puzzle» manipulando cordeles o palancas en ciertas
etapas; aprendieron también a aprender, mejorando cada vez más rápido en
problemas subsiguientes de naturaleza similar; pero lo que no consiguieron descubrir
fue cómo salir de la caja cuando el experimentador abría la puerta sólo si el gato se
rascaba o lamía antes. Asociar una acción manipulativa instintiva (darle con la pata a
un objeto) con una consecuencia externa del mundo real es algo para lo que el
cerebro del gato está preparado y puede aprender, es natural. Asociar una acción de
acicalamiento instintiva (lamerse o rascarse) con una consecuencia externa del
mundo real es algo raro y antinatural que, por tanto, no pueden aprender.
En cierta época, los psicólogos pensaban que la habilidad para aprender es algo
que suele aparecer en épocas tardías de la vida en animales como los gatos, que
nacen indefensos y dependientes. Pero estudios exhaustivos sobre el desarrollo de
los gatos han descubierto que sus habilidades mentales para aprender están presentes
desde el principio. Se puede entrenar a gatitos de pocos días dándoles como
recompensa de mamar en uno de dos pezones artificiales que pueden distinguirse
por su textura,
localización u olor. Los gatitos aprenden al final de su primera semana de vida a
distinguir por el olor su territorio dentro de una jaula. La conclusión es que lo que
determina la capacidad de aprendizaje en los gatitos no es tanto el poder cerebral
innato sino el desarrollo comportamental. Los factores más importantes para
determinar qué es lo que influye en la capacidad subyacente de aprendizaje son: la
habilidad para asimilar la información y hacer algo útil con ella en el mundo real, la
predisposición a encontrar ciertas cosas importantes en el mundo y ciertas
asociaciones igualmente importantes, y el temperamento y motivación para explorar
y dominar ciertas cosas, no escondiéndose de ellas.
De estas investigaciones sobre aprendizaje en gatos se desprende una lección
práctica: que la experiencia temprana interacciona con el instinto natural y el
desarrollo comportamental para moldear la conducta futura y la capacidad de
aprendizaje que el gato tendrá de por vida. Los gatos no sólo aprenden a secas, sino
que aprenden a aprender. Los gatos con personalidades de cierto tipo —que además
se ven influidos de forma significativa por lo que aprenden socialmente en su vida
temprana— están más motivados a aprender y son más capaces de hacerlo. Este es
un tema que trataré en el siguiente capítulo, en el que hablaré de la personalidad de
cada gato y de la forma en que los dueños pueden moldearla, sobre todo durante los
primeros meses de vida.
PENSAMIENTOS SUPERIORES
Las cosas que los gatos pueden y no pueden aprender, y las diferentes formas en
que las aprenden nos dicen mucho sobre su manera de percibir y ordenar el mundo
que les rodea. Los experimentos sobre aprendizaje constituyen la materia tradicional
de la psicología comparada, sobre todo a causa de la influencia que han tenido
conductistas como B. F. Skinner, que pensaba que toda la conducta animal podía ser
explicada por simples asociaciones aprendidas. Skinner argumentaba que la conducta
se reducía a un cúmulo de células nerviosas que establecían conexiones entre
estímulos y respuestas, e incluso la más compleja de las conductas de los seres
humanos podía explicarse por meras asociaciones entre estímulos y respuestas. Los
conductistas más estrictos solían rechazar por completo los procesos de pensamiento
y conciencia como meras ilusiones.
En décadas más recientes ha surgido un creciente reconocimiento de que muchas
cosas que los animales (y las personas) hacen no pueden ser explicadas sin recurrir a
procesos de pensamiento superiores. Hoy día la mayoría de los psicólogos cognitivos
adoptan un enfoque mucho más cognitivo que Skinner y sus seguidores al estudiar la
conducta; admiten que los animales, al realizar muchas de las tareas diarias más
sencillas, no pueden depender únicamente de reflejos aprendidos a fuerza de
repetirlos, sino que para tomar decisiones deben apoyarse en imágenes mentales
almacenadas o en una especie de catálogos que existen en sus cerebros.
Algunos experimentos con gatos han investigado qué tipos de «representaciones
mentales» son capaces de almacenar; pienso que éstas son especialmente importantes
para vislumbrar más allá de lo que la mente del gato puede hacer, el reino de cómo
es la mente del gato. Nunca podremos llegar a saber realmente qué se siente al ser un
gato sin ser uno, ni experimentar el flujo de señales visuales y sonoras, y la
sensación especial de qué es lo que importa en las percepciones y cálculos de los
gatos.
Los seguidores franceses de la psicología comparada, influidos desde hace
mucho por las teorías del psicólogo evolutivo Jean Piaget, nunca han adoptado una
perspectiva tan didáctica del aprendizaje como los conductistas norteamericanos;
uno de los intereses más antiguos de estos seguidores es explorar la habilidad que
tienen distintas especies para desarrollar lo que Piaget denominó la
capacidad de
«permanencia del objeto». Piaget señaló que los bebés humanos pasan por diferentes
estadios de comprensión de los objetos en el mundo. Al principio, los bebés apenas
muestran interés cuando una pelota de juguete se esconde y casi no se esfuerzan en
buscarla; en cuanto la pelota desaparece de su vista, parece dejar de existir en la
mente del bebé. En una edad posterior, buscan un objeto que ha desaparecido
completa o parcialmente, pero no saben por dónde empezar la búsqueda. Aunque
vean a alguien esconder el objeto detrás de una pantalla, no buscarán detrás de ella,
sino que lo harán, por ejemplo, en un lugar donde hayan descubierto el objeto en otra
ocasión. Más adelante sabrán dónde buscar un objeto desaparecido y por fin serán
capaces de seguir una serie de «desplazamientos invisibles»: si alguien coge una
pelota, la esconde en una taza opaca, lleva la taza detrás de una pantalla, saca a
escondidas la pelota y vuelve a sacar la taza mostrándosela al bebé, éste se dará
cuenta de que la pelota ha quedado detrás de la pantalla. La fase final de la
permanencia del objeto, que Piaget denominó estadio 6, emerge hacia los 18 meses
en los bebés humanos.
Al principio los experimentos sobre permanencia del objeto realizados con gatos
parecían sugerir que nunca alcanzaban el estadio 6, pero estudios más detallados
realizados recientemente y ajustados a sus características sensoriales y ecológicas
particulares han demostrado que esto era incorrecto. En estas pruebas los gatos eran
examinados en un medio familiar (en su casa, no en laboratorios). Las pantallas que
se usaron para esconder los objetos en las pruebas se dejaron casi una semana en las
casas para que los gatos pudiesen acostumbrarse a ellas y para darles una
oportunidad de aprender que, por norma, no solían tener juguetes detrás. Lo primero
que les enseñaron fue que, cada vez que tocaran con la nariz un juguete, conseguirían
una recompensa. Para la prueba en sí se colocaron dos pantallas enfrente del gato, al
que su dueño sostenía mientras el experimentador ponía el juguete en una taza, lo
sacaba en secreto de detrás de una de las pantallas y colocaba después la taza justo
delante del gato, al que su dueño dejaba libre. En casi todos los ensayos, cuando se
soltaba al gato, éste iba directamente detrás de la pantalla en la que el juguete había
sido escondido. Las dos pantallas se cambiaron en cada ensayo, reemplazándolas con
pantallas de apariencia distinta; aun así, los gatos siempre dieron la respuesta
correcta, lo que probaba que no habían aprendido una mera «regla local», sino que
habían generalizado la solución.
Para resolver este tipo de problemas, los gatos no pueden simplemente aprender
las respuestas a base de repetirlas, sino que deben consultar una representación
mental del objeto y su destino. En otras palabras, tienen una representación de dicho
objeto y su trayectoria en el espacio en la mente a cierto nivel, aunque éste no sea
visible.
Los modos en que los gatos codifican en la mente sus percepciones sobre el
mundo han sido investigados en estudios recientes que incluyen conductas de
búsqueda de objetos escondidos. En una serie de experimentos que podrían haberse
inspirado perfectamente en un dibujo de los Monty Python sobre «cómo
desconcertar a un gato», se sometía a los gatos a todo tipo de trucos de
desorientación visual entre el momento en el que veían esconder un juguete detrás de
una de varias pantallas posibles de idéntica apariencia y el momento en el que se les
permitía ir a buscarlo. En una de las pruebas, se colocaba el juguete detrás de la
pantalla que estaba más hacia la derecha para, una vez que la visión del gato había
sido momentáneamente
interrumpida, deslizar todas las pantallas hacia la derecha a una distancia
exactamente igual a la que existía antes entre ellas. En una versión más elaborada de
este experimento se permitía primero al gato observar la habitación experimental
desde la entrada; después de que el juguete hubiese sido escondido, toda la
habitación, incluidas las paredes, se giraba un poco hacia la derecha mientras el gato
no podía ver lo que ocurría. Una vez que se soltaba al gato y se le permitía que
buscara el juguete, utilizaba de forma consistente su sentido absoluto de la posición
en lugar del relativo. Es decir, no buscaba el juguete en la pantalla que ahora era la
que estaba más hacia la derecha, sino que lo hacía detrás de la que ahora ocupaba el
lugar espacial exacto que la primera pantalla había ocupado en el momento de
esconder el juguete. Por tanto, el sentido espacial de los gatos de este experimento
era
«egocéntrico»; recordaban dónde se encontraba el objeto con relación a su propia
posición fija en el espacio y no con relación a la posición del objeto según cierto
punto de referencia.
Sólo cuando se diseñó el experimento de forma que resultara imposible utilizar el
razonamiento espacial egocéntrico, los gatos se vieron forzados a utilizar la
orientación basada en un punto de referencia, y en ese caso resolvieron el problema
con éxito. (Este consistió en una prueba en la que los gatos estaban obligados a dar
un rodeo por un túnel en forma de L y entrar a la habitación desde una puerta situada
a la izquierda o derecha con relación al punto en el que habían visto esconder el
objeto). Pero en cuanto las pistas egocéntricas y las de los puntos de referencia
entraban en conflicto, los gatos confiaban en su propio sistema de coordinación
centrado en sí mismos.
Por tanto, los gatos son capaces de formar mapas mentales de su medio, pero son
mapas atípicos porque siempre tienen a un gato situado en el centro. Algunas de las
cosas más extrañas que hacen estos animales cuando se relacionan con el mundo,
cosas que a simple vista pueden parecer muy estúpidas, se explican por este tipo de
representación espacial mental. Más de una vez he cambiado de sitio el plato de
comida de uno de mis gatos —con él delante todo el tiempo— y he visto que va
directamente al sitio en el que solía estar el plato, buscándolo con aire perplejo.
Resulta tentador creer que, dadas estas sofisticadas habilidades para recordar
experiencias pasadas, tomar decisiones complejas y formar representaciones
mentales o quizás incluso imágenes de objetos del mundo, los gatos «piensen» más o
menos como nosotros. El problema es que no podemos estar completamente seguros,
y ser cautos no es sólo indicio de un escepticismo científico pedante. No hay duda de
que en cierto sentido los gatos piensan, procesan información del mundo, realizan
operaciones mentales sobre esa información y toman decisiones a partir de las cuales
actúan. Hay algunas cosas que saben muy bien: saben dónde pueden encontrar
comida y a qué hora del día; conocen por su apariencia y olor la identidad de muchas
personas y gatos con los que suelen encontrarse; conocen las fronteras de su
territorio y qué aspecto tiene un juguete.
Pero sabemos por muchos experimentos, tanto en seres humanos como en otros
animales, que es posible saber ciertas cosas sin ser consciente de que uno las sabe, al
igual que se puede pensar sin tener conciencia de los propios pensamientos. De
hecho, las tareas mentales que acabo de describir en los gatos son el tipo de cosas
que los seres humanos generalmente hacen sin pensar o tener conciencia de ellas.
Somos capaces de reconocer un rostro familiar, encontrar el camino para llegar a una
calle conocida o estimar cuánto tiempo ha pasado sin poder explicar siquiera cómo
lo hemos hecho. Los procesos mentales complejos no se traducen necesariamente en
el tipo humano de autoconciencia que implica no sólo tener pensamientos, o saber
que los tenemos, sino tener pensamientos sobre nuestros pensamientos y saber que lo
sabemos.
Un signo de que los gatos pueden carecer de una autoconciencia completamente
desarrollada es que al igual que los perros —y al contrario que algunos monos y
grandes simios— no superan la llamada prueba de autorreconocimiento en un espejo.
Si colocas a un chimpancé delante de un espejo, lo utiliza, por ejemplo, para explorar
algunas partes del interior de su boca, o para hacer otras cosas enfrente de él que
indican que comprende que lo que está viendo es una imagen de sí mismo. Los
gatos, ante su imagen reflejada en un espejo, reaccionan al principio como si de
tratara de un intruso hostil y, después, aprenden rápidamente a ignorarla por
completo cuando no reacciona como un gato normal. (Algunas veces miran detrás
del espejo como si quisieran «pescar» al gato que han visto en él).
ENSEÑANZA Y OBSERVACIÓN
No mucho más tarde de que los gatitos comiencen a ser capaces de moverse por
sí mismos y a alejarse del nido, su madre cambia su comportamiento a la hora de
capturar y consumir las presas. En lugar de cazar un ratón y comérselo en el mismo
sitio, lo lleva de vuelta al nido para comérselo delante de los gatitos, a los que a
veces les deja comer un poco. El siguiente paso es llevar de vuelta al nido un ratón
vivo y soltarlo delante de los gatitos, permitiéndoles que jueguen con él pero
volviendo a capturarlo si se intenta escapar. Al final deja que sus hijos hagan lo que
quieran con él.
Los experimentos realizados en laboratorio han demostrado que, del mismo
modo que las madres parecen enseñar a sus hijos, éstos parecen aprender
observándolas. En un conjunto de experimentos, gatitos de 9 a 10 semanas de edad
que observaban a un adulto extraño que actuaba como gato «demostrador» que
obtenía comida de un aparato aprendieron a realizar la misma acción cuando se les
permitió utilizar el aparato (tuvieron que aprender a presionar una palanca cuando
estaba encendida una luz intermitente); los gatitos que no habían visto nunca al
demostrador realizar la tarea no aprendieron a hacer lo mismo por sí solos durante
los 30 días que duró el
experimento. Los gatitos cuyas madres hicieron de demostradoras aprendieron
incluso más rápido; comenzaron apretando la palanca en respuesta a la luz a los 4
días y medio de media, en lugar de a los 18, y les costó una media de 3 días y medio
adicionales aprender a presionar la palanca en el momento justo, en lugar de los 14
que les llevó a los gatitos que observaron a un demostrador extraño.
Por muy impresionantes y misteriosos que sean estos descubrimientos —puesto
que, además de los gatos, sólo los primates son capaces de aprender mediante la
observación de forma similar—, existe un gran debate entre los expertos en
comportamiento animal sobre qué es lo que está ocurriendo. Los escépticos señalan
que lo que los gatitos pueden estar aprendiendo al observar al gato demostrador es
sencillamente a no tener miedo de una situación nueva o un nuevo y extraño aparato:
aquellos gatitos que vieron el proceso estaban envalentonados para acercarse al
aparato y probar a apretar aquí y allá por sí solos, pero estaba en sus manos el
aprenderlo ellos solos. Es más apropiado llamar a este proceso «aprendizaje por
facilitación social», en lugar de «aprendizaje observacional». Los vínculos
emocionales y sociales habrían hecho que la confianza en sí mismos fuera más
poderosa cuando era su madre la que presionaba la palanca.
De igual modo, las lecciones sobre cómo cazar que la madre proporciona a sus
gatitos pueden ser importantes para habituarlos al ratón que, de otra forma, sería un
estímulo que suscitaría miedo o sospecha; las lecciones también resultan importantes
para dar a los gatitos una mayor oportunidad de ejercitar las respuestas instintivas de
caza, que nunca podrían haber tenido por su cuenta y, por tanto, aprender cómo
ajustarlas, alterarlas o afinarlas para maximizar su eficacia.
Una interpretación en cierto modo más liberal de estos hechos es que los gatitos
al ver a otro gato hacer algo primero, aprenden que es posible ejercer ciertos cambios
en el estado de las cosas que están en su medio; no es que en un único acto de
comprensión entiendan que al apretar una palanca cuando se enciende una luz
obtienen comida, o sepan cómo utilizar las garras para agarrar a un ratón, sino que
aprenden que existe cierta conexión entre apretar una palanca y el aprovisionamiento
de comida, o entre utilizar las garras y conseguir coger y mantener a un ratón; de este
modo se sienten motivados a descubrir la relación precisa probándola por sí mismos.
Un experimento llegó a demostrar que se puede engañar a los gatos con lo que ven
hacer a otros gatos: los gatos que habían observado a un gato demostrador recibir
comida cuando se acercaba, pero no presionaba, a una palanca en un aparato tenían
muchos más problemas para aprender después a presionar la palanca para conseguir
comida que los gatos que no habían sido testigos de ninguna demostración engañosa.
Sin embargo, la verdadera capacidad de observar e imitar lo que otro animal hace
no es común en el mundo animal; y algunos científicos que han estudiado
minuciosamente el problema sostienen que, hasta ahora, no se ha encontrado. Los
gatos probablemente no sean una excepción a esta regla. Aprenden con más facilidad
cuando se encuentran en una situación social cómoda, cuando se crea una
oportunidad para aprender pero, para que la lección permanezca, deben ser ellos
mismos los que lo intenten, experimentando las consecuencias en su propia piel.
[Bibliografía]
6
El test de personalidad del gato
Las personalidades individuales de los gatos domésticos varían enormemente,
incluso en mayor grado que las de cualquier otra especie doméstica o salvaje.
En el pasado los expertos en comportamiento animal solían descartar la
importancia de las diferencias individuales que encontraban en la conducta de
distintos miembros de la misma especie, atribuyéndolas a manías accidentales que
siempre existen entre los seres vivos. Fueron, sin embargo, los gatos los que
ayudaron a destruir esta creencia. Cuando los científicos comenzaron a realizar
experimentos con gatos de laboratorio para estudiar su comportamiento, las
diferencias en las personalidades de los individuos se mostraron demasiado grandes
para ser ignoradas y, desde entonces, los estudios cuantitativos sobre el carácter de
los gatos las han confirmado. Existen gatos valientes, tímidos, amigables, hostiles, de
trato fácil, nerviosos, diferencias que no son en forma alguna resultado de
comportamientos anormales o patologías mentales; todos son gatos perfectamente
normales con diferentes matices.
Una de las razones que invitaron a pensar a los conductistas que todos los
miembros de una especie debían actuar del mismo modo fue el argumento evolutivo
de que las conductas evolucionan por su capacidad de adaptación al medio y todos
los miembros de la especie habitan en el mismo nicho ambiental. Pero los estudios
sobre la personalidad individual han comenzado a demostrar que a menudo ser
diferente ofrece ventajas. El hecho de hacer algo distinto a lo que todo el mundo
hace puede convertirse en una estrategia decisiva, como en el caso de los gatos
asilvestrados estudiados por Eugenia Natoli en Roma entre los que algunos machos
«anormalmente» relajados aprovechaban para copular con las hembras en celo,
mientras los machos más «machos» estaban ocupados en pelearse entre ellos. Las
presiones evolutivas, por tanto, no siempre seleccionan conductas uniformes.
Los gatos son especialmente flexibles en cuanto al desarrollo de su personalidad
debido a la transformación social natural que experimenta la especie durante la
transición desde la infancia a la época adulta. Evolucionaron en su hábitat natural de
animales sociales que viven en grupos siendo crías a adultos solitarios. Del mismo
modo que los perros domésticos se han ido extendiendo en una amplia variedad de
formas físicas adultas como consecuencia de pequeñas perturbaciones genéticas en el
ritmo y momento precisos de los drásticos cambios físicos que se dan cuando los
cachorros se convierten en lobos adultos, los gatos domésticos también adquieren
una amplia variedad de personalidades adultas como resultado de pequeñas
perturbaciones sociales que se dan en el transcurso de la drástica transición social
para la que están programados.
Como consecuencia, los dueños y criadores de gatos pueden influir en gran
medida en la personalidad que tendrán de adultos los gatitos que crían, aunque la
tendencia de los gatos a ser sociables y tener un carácter relajado parece ser en parte
heredada, sobre todo del padre. Pero los estudios experimentales también demuestran
claramente que tanto la habilidad de aprendizaje como el hecho de comportarse de
forma amistosa con los humanos o ser juguetones están fuertemente determinados
por las experiencias que hayan tenido los gatitos durante su infancia.
Conductas
a) Activo Se mueve con frecuencia
b) Curioso Se acerca y explora los cambios en el medio
c) Sociable con la
Inicia contacto o se acerca a la gente
gente
d) Temeroso con la
Retrocede con facilidad ante la gente
gente
e) Hostil con la Reacciona amenazando y/o causa daños si alguien
gente se le acerca
Se muestra cohibido al moverse o cambiar de
f) Tenso
postura
g) Ecuánime con Reacciona ante otros gatos con serenidad y calma,
otros gatos sin alterarse fácilmente
Combinar puntuaciones
Personalidad y conducta
Tipo de Puntuaciones en las categorías generales de
personalidad conducta
Alerta Sociable Ecuánime
Mandona alta alta baja
Tímida baja baja baja
Fácil de tratar alta alta alta
Por otro lado, las condiciones en las que vivían estos gatos de laboratorio no eran
tan diferentes a las de muchos gatos caseros; vivían en dos grupos, cada uno de los
cuales tenía una zona de 4 x 4 metros interior conectada a otra exterior de 4 x 5
metros, aproximadamente del tamaño de un piso de dos habitaciones. Todos los
gatos tenían mucho contacto con seres humanos que se mostraban amigables.
Además, el conjunto de conductas que los investigadores de Cambridge encontraron
en los gatos englobaban una gran parte del espectro social que puede encontrarse en
cualquier población de gatos domésticos.
No todas las conductas instintivas tienen un fin concreto. En algo tan complicado
como es el cerebro de los mamíferos y su sistema asociado de órganos de los
sentidos y mensajeros químicos, y en un mundo complejo repleto de vida como es la
Tierra, es normal que ocurran coincidencias; la respuesta que dan los gatos a la
hierba gatera parece ser una de ellas.
Sólo la mitad de los gatos suele reaccionar a la hierba gatera, y esta reacción no
está influida por la experiencia ni por el aprendizaje. Los gatos que responden suelen
comenzar acercándose y olisqueando la planta, bien en forma de hojas frescas, secas,
deshidratada para rellenar juguetes o rociada en un objeto. A continuación, tienen
una o más reacciones típicas que no siempre siguen el mismo orden: masticar o
morder la planta, frotarse o revolcarse con ella, golpearla con las patas delanteras o
sujetarla con ellas mientras la mordisquean y escarban con las patas de atrás. Los que
responden normalmente se sacian después de cinco o diez minutos de juguetear con
la hierba, pierden interés y se marchan.
Algunas de estas conductas son extraordinariamente similares a las que muestra
una hembra en celo durante el cortejo y justo después de la cópula, sobre todo la de
revolcarse y frotarse. De este modo, una teoría popular es que el ingrediente activo
de la hierba gatera —una sustancia aceitosa y volátil llamada nepetalactona, en
honor al nombre científico de la hierba gatera, Nepeta cataría— imita una feromona
que se encuentra en la orina de los gatos macho. Pero existen varias objeciones a esta
ingeniosa teoría. Por un lado, tanto los machos como las hembras son igual de
propensos a responder ante la hierba gatera y, por otro, los gatos sumidos en la
actividad de comer hierba no muestran otros comportamientos típicos de la hembra
durante el cortejo, como levantar la pelvis. Tal y como señaló Benjamín Hart en su
estudio sobre reacciones ante la hierba gatera, muchas conductas asociadas al olfateo
de la hierba no tienen nada que ver con la conducta sexual. Los movimientos que
realizan al morder un juguete en el que se ha colocado la hierba recuerdan el modo
en que muerden a un roedor al que acaban de matar; en otras palabras, consiste
simplemente en comer. Los golpes y pataleos son idénticos a los movimientos que
realizan cuando han agarrado a un ratón y también son típicos del juego en general.
Frotarse y revolcarse no son movimientos únicos de la conducta sexual, sino que
también tienen lugar durante el mareaje territorial, el contacto social, las conductas
sumisas y el juego.
Por tanto, lo que parece ocurrir es que se activan todo tipo de conductas
instintivas del gato. Hart también ha descubierto que el órgano vomeronasal, un
receptor especial sensible a las feromonas sexuales, no participa en la reacción de los
gatos a la hierba; después de extraer en una operación este órgano, los gatos
continuaron respondiendo a la planta. Sin embargo, al extraer el bulbo olfativo, un
conjunto de nervios que permite que funcione el sentido del olfato, se extinguía la
reacción a la planta, al igual que ocurría al anestesiar esos nervios.
Estudios realizados con otras especies de félidos han descubierto que los leones,
jaguares y leopardos reaccionaban ante la hierba gatera, pero los tigres, pumas y
linces no. Sin embargo, no todos reaccionaban de la misma forma, y no existía una
correlación concreta entre las especies que se revuelcan de forma instintiva durante
la época de celo (no todos los felinos lo hacen) y las que se revuelcan en respuesta a
la hierba gatera. Esta es otra prueba más de que la hierba no está activando ninguna
respuesta sexual en particular.
Probablemente no tenga ninguna importancia evolutiva el hecho de que la hierba
gatera produzca una sustancia que afecta especialmente a los gatos; muchas plantas
fabrican complejos aceites y resinas que sirven para distintos propósitos, sobre todo
como protección de la propia planta ante los insectos; además da la casualidad de
que tienen propiedades psicoactivas para algunos mamíferos. Es cierto que algunas
plantas son capaces de generar productos farmacológicamente potentes como
defensas naturales contra aves y mamíferos (algunos tréboles, por ejemplo, producen
un análogo del estrógeno que inhibe el celo de animales herbívoros, lo que quizá sea
una defensa evolutiva activa: las plantas se defienden controlando la natalidad). Pero
resulta difícil imaginar que la hierba tenga mucho que ganar ante la conducta de los
gatos.
Tampoco parece que se beneficien de ninguna forma concreta de la hierba gatera.
De existir algún beneficio, las pruebas evolutivas sugieren que los gatos deberían
haber evolucionado para no reaccionar de ningún modo a la hierba gatera. Esta
planta es originaria de Norteamérica y Eurasia; las especies de felinos que son más
sensibles
a ella son precisamente las que nunca han podido encontrársela en su hábitat natural,
mientras que las que son inmunes a sus efectos, como los pumas y linces,
evolucionaron en regiones donde estaba presente la planta. Resulta tentador
especular que la población ancestral de Felis silvestris, con un área geográfica que se
extendía tanto por regiones con hierba gatera como por las que carecían de ella, se
enfrentó a una mezcla de presiones selectivas que hicieron que fueran o no
portadores de genes reguladores de la inmunidad ante la hierba gatera. Así, la
población que originó a los gatos domésticos contenía una mezcla de individuos
propensos e individuos resistentes, una herencia mixta que ha ido pasando de
generación en generación hasta llegar a los gatos caseros.
[Bibliografía]
7
Los gatos y sus problemas
Muchos de los problemas que las personas tienen con sus mascotas son resultado
de las condiciones artificiales y estresantes a las que los animales domésticos tienen
que enfrentarse a veces en la vida moderna. Caballos que están encajonados en
establos durante muchas horas al día sin tener oportunidad de realizar conductas
típicas de la especie, como correr por el campo y socializar, pueden desarrollar los
llamados «vicios de cuadra», muy parecidos a las conductas obsesivo-compulsivas
de los seres humanos con psicopatologías: mastican sin parar, se mueven en zigzag
de delante a atrás o realizan conductas de automutilación. Los perros a los que se
deja solos todo el día también pueden desarrollar inclinaciones destructivas o
ponerse histéricos cuando sus dueños salen de casa. Los gatos son lo suficientemente
adaptables a una gama de ambientes físicos y entornos sociales como para ser
relativamente inmunes a esos traumas mentales. Una vez que han marcado su
territorio, la mayoría no tendrá ningún problema en que lo dejen solo en casa todo el
día o varios días, aunque sea en un apartamento pequeño. La mayoría de los gatos
que han sido socializados convenientemente durante la infancia aceptará de buen
grado las idas y venidas de los dueños e, incluso, las atenciones de seres humanos
extraños y familiares.
Los problemas que tiene la gente con los gatos guardan más relación con su
conducta normal que con conductas gatunas anormales. Los gatos no se vuelven
locos cuando se ven atrapados en situaciones artificiales, ni tampoco cambian mucho
su forma natural de comportarse. Pero, inevitablemente, algunas de sus costumbres
naturales son incompatibles con la idea que los dueños tienen sobre cómo llevar sus
vidas, que suelen incluir cosas como tener un sofá sin marcas de garras o un
microondas que no huela a orina de gato. Teniendo en cuenta la resistencia que los
gatos suelen mostrar ante el adiestramiento directo que funciona casi de modo
automático con animales sociales como los perros, estos choques culturales entre
gatos y personas pueden convertirse en una importante fuente de problemas que
hacen que los felinos parezcan seres casi intratables. En Estados Unidos son
sacrificados 4 millones de gatos al año en las protectoras de animales, debido en
muchos casos a que los propios dueños tuvieron que renunciar a ellos por problemas
de comportamiento. Casi la mitad de los dueños entrevistados dijeron que su gato
tenía algún problema de conducta, y una revisión de los problemas que obligaron a
esos dueños desesperados a buscar ayuda profesional de expertos en comportamiento
animal de la Universidad de Cornell —generalmente un último intento después de
haber pedido ayuda a un veterinario y que el tratamiento fallara— reveló que el 59%
eran problemas de «eliminación inapropiada», el 25% de agresión a otros gatos o a
personas, y el restante 16% un cajón de sastre en el que se incluían problemas de
alimentación (como anorexia, comer lana o plantas interiores), emitir demasiadas
vocalizaciones, arañar o diversos «problemas relacionados con la actividad».
Enfrentarse con éxito a estos problemas puede tener más que ver con lo que
podría llamarse «psicología ecológica» que con el adiestramiento o el recurso a
terapias. Puesto que estos problemas normalmente son causados por los propios
instintos naturales y no por conductas anormales, la solución no pasa por «curar» al
gato de un «trastorno», sino por encontrar modos de canalizar y redirigir tales
instintos de formas tolerables para las personas. Se trata de engañar al gato,
haciéndole creer que el resultado deseado es realmente el que él buscaba desde un
principio.
GATOS SUCIOS
Uno de los aspectos más vendibles de los gatos es su fama de ser limpios en sus
hábitos de eliminación, lo que evita tener que entrenarlo para que se comporte en
casa y sacarlo a pasear cada día. Aunque es cierto que los gatos tienen un instinto
natural para defecar y orinar en la tierra, sobre todo cuando ésta se encuentra cerca o
en el lugar donde ellos perciben que se encuentra el centro de su territorio, ese
instinto está directamente reñido con otro igualmente poderoso de utilizar la orina y,
a veces las heces, como medio de comunicación. Pulverizar la orina en superficies
verticales prominentes como son los árboles y rocas, sobre todo si tienen marcas de
olor de otros gatos, y dejar montoncitos de deposiciones («estercoleros») a lo largo
de los caminos más utilizados, son conductas observadas a menudo en gatos
asilvestrados; las casas y apartamentos también proporcionan ejemplos análogos. Se
sabe que los gatos pulverizan orina en las paredes, en los muebles, en
electrodomésticos de gran tamaño, en altavoces, vídeos y hornos microondas
situados en encimeras; en cierta ocasión un gato llegó a provocar un incendio al
pulverizar orina en una toma de corriente. Los gatos que viven en el interior de las
casas y defecan fuera de la bandeja de arena escogen con frecuencia zonas de mucho
trasiego como los portales y vestíbulos, que equivalen a senderos y cruces.
Aproximadamente un 12% de los gatos macho y un 4% de las hembras realizan el
mareaje urinario en la casa de forma
«habitual», mientras que un 30% pulveriza de manera esporádica.
Existen muchas razones distintas que pueden desencadenar la necesidad de
marcar con orina, pero la raíz fundamental de esta conducta es el instinto territorial
del gato. Cualquier cosa que provoque ese instinto aumentará las probabilidades de
pulverización con orina. Lo más común es que el gato esté respondiendo a lo que
percibe como una intrusión en su territorio. De hecho, la frecuencia de la
pulverización dentro de casa es directamente proporcional al número de gatos que
existan en la vivienda. En viviendas con diez o más gatos, la probabilidad de que
alguno realice el mareaje urinario se acerca al cien por cien. Al introducir un nuevo
gato, se suele desencadenar el mareaje en gatos que antes no solían hacerlo. Otro
disparador es instalar una trampilla de salida y entrada para gatos, sobre todo si un
gato extraño ha pasado por ella alguna vez. El gato residente puede sentirse
amenazado territorialmente, aunque sólo haya ocurrido una vez, por lo que continúa
pulverizando con orina en diferentes puntos de la casa durante días.
Sin embargo, resulta interesante que suela ser el gato recién llegado el que
pulverice y deposite sus heces en una vivienda con muchos gatos y no el que ya se
había asentado en ella; la explicación implica una combinación de psicología gatuna
y sociología humana. A menudo la persona que quiere tener un segundo gato lo hace
porque el primero le ha decepcionado un poco; suele ser porque éste es tímido y
poco amistoso. Por tanto, elige al nuevo gato precisamente por ser abierto y activo.
Pero los gatos sociables y activos también suelen ser «mandones» y dominantes,
suelen marcar más con orina y heces cuando se enfrentan a un desafío territorial.
Los gatos residentes que empiezan a pulverizar con orina de repente pueden
haber sido activados por intrusiones de las que los humanos no somos siquiera
conscientes, pero que para la visión gatuna del universo se ciernen como grandes
amenazas. A veces los gatos comienzan a marcar simplemente como respuesta a
algún estímulo, como ver pasar por la ventana a otro gato al que no conocen; ésta
suele ser la explicación de que los gatos que residen en una vivienda pulvericen de
forma rutinaria las puertas o ventanas. (Del mismo modo, la llegada de un bebé a la
casa a veces desencadena un brote de mareaje urinario). Incluso un olor extraño
puede provocar una reacción de mareaje; un nuevo mueble que se coloca en la casa
se convierte en objetivo. (Los gatos que tengo en la granja nunca dejan pasar la
oportunidad de pulverizar en las nuevas pacas de heno que llegan de otras granjas).
Algunas veces un cambio en la organización de los muebles produce una serie de
mareajes urinarios, aparentemente porque el gato percibe que hay una nueva «señal»
en su territorio que es preciso marcar.
Puesto que los gatos han llegado a considerar a algunos seres humanos miembros
honorarios de la sociedad felina, los olores humanos pueden tener tanta fuerza para
desencadenar la necesidad de marcar como los olores de los gatos, lo cual puede ser
la causa de que muchos aparatos de las viviendas que la gente toca se conviertan con
frecuencia en claros objetivos. Algunas veces, cuando un dueño ha estado fuera de
casa un tiempo, un objeto personal como una maleta o abrigo que deja caer en el
suelo a su vuelta y que lleva consigo un olor reciente y fuerte —un intruso en el
territorio del gato— se convierte enseguida en objetivo.
Algunos dueños atribuyen explicaciones cognitivas a conductas como éstas y
piensan que su gato está enfadado por haberle dejado solo, se está vengando o se
siente celoso del nuevo bebé que ha aparecido en la casa. Pero son los instintos
básicos de mareaje del gato los que explican realmente lo que está ocurriendo en
casos como éstos. El gato no está enfadado, sino sólo respondiendo a algo nuevo y
repentino en su escenario territorial.
Los gatos varían en su tendencia innata a reaccionar territorialmente a las
intrusiones y no hay duda de que la castración o extracción de los ovarios reducen en
gran manera la probabilidad de que ocurra la pulverización urinaria. La
territorialidad está estrechamente asociada al sexo en la mayoría de las especies y los
gatos no son una excepción. Después de la castración, un 80% de los machos que
realizaban mareajes urinarios mostraron un rápido declive en esta conducta.
Igualmente, puesto que las hembras suelen aumentar el mareaje cuando están en
celo, la extracción de los ovarios reduce también la tendencia a pulverizar. Sin
embargo, incluso entre machos castrados, la aparición de una hembra en celo en la
casa suele hacer renacer el imperativo territorial; en un estudio realizado por
Benjamín Hart, los machos castrados que compartían la casa con hembras tenían un
40% de probabilidades de pulverizar, mientras que en los que tenían a compañeros
machos era de un 20%. Aparentemente, cuando no existen hembras alrededor, los
machos piensan que no hay nada por lo que valga la pena defender el territorio. (A
las hembras, por su parte, no les afectaba su conducta pulverizadora si tenían
compañeros hembras o machos).
Por tanto, una medida preventiva simple es castrar y operar a nuestros gatos y, en
caso de tener varios individuos, que éstos sean del mismo sexo. A veces, crear las
menores oportunidades para que se provoquen conflictos sobre el territorio y los
recursos entre gatos residentes en una vivienda donde hay varios gatos puede
mejorar mucho la convivencia, al igual que evitar realizar cambios repentinos en el
entorno del gato propenso a reaccionar a la novedad aumentando el mareaje
territorial. Se puede introducir un nuevo gato en la casa alojándolo en una habitación
separada con su propia comida, agua y bandeja de arena, y permitiéndole entrar en
contacto gradualmente con el resto de la casa. Poner varios platos de comida y agua,
y varias bandejas de arena —una por cada gato— puede reducir los conflictos, sobre
todo si están bien separados unos de otros. Mantener las cortinas cerradas o no dejar
entrar a los gatos en habitaciones desde las que puedan observar a otros gatos del
vecindario también ayuda si la mera visión de un gato extraño provoca la conducta
de mareaje.
Los gatos son expertos en aprender asociaciones entre acontecimientos que
provocan ansiedad y extremadamente resistentes a desaprenderlas. Por ejemplo,
algunos a los que les ha asustado ver a un gato extraño entrar por una trampilla para
gatos recientemente instalada, llegan a asociar la propia trampilla con cualquier tipo
de problema. El hecho de cubrirla puede que los cure, pero volverá a surgir tan
pronto se descubra. Además, los gatos son capaces de permanecer en un estado de
activación durante horas, o incluso días, lo que constituye otro gran impedimento
para desaprender este tipo de asociaciones. Así, el hecho de intentar adiestrar al gato
para que supere su miedo algunas veces conlleva cierta sensación de estar razonando
con una persona histérica. A veces es posible adiestrar a ciertos gatos a
acostumbrarse a estímulos que les produjeron miedo o ansiedad y desencadenaron el
mareaje urinario, si se consigue volver a introducir estos estímulos poco a poco, pero
suele ser una dura batalla en el caso de individuos que reaccionan con miedo,
agresión o huida ante
cosas que no les gustan. Puesto que los gatos tampoco aprenden mucho con el
recurso al castigo y que la pulverización es un instinto tan básico, gritarles o pegarles
es bastante inútil, e incluso contraproducente, si lo interpretan como una ampliación
del conflicto social y territorial con el gato «rival».
Los gatos que suelen pulverizar siempre en el mismo lugar o que depositan sus
heces como marcas territoriales en sus sitios favoritos (encima de la nevera, en el
caso de un individuo especialmente interesante), a veces pueden condicionarse
mediante métodos de aprendizaje clásico para eliminar estas conductas. Una posible
solución es colocar trampas para ratones cargadas boca abajo en los lugares que
utilizan. Cuando éstos tocan la trampa, salta hacia arriba y provoca un efecto muy
satisfactorio. Este tipo de castigo «remoto» evita los problemas que conlleva
convertir el castigo en un desafío agresivo y social; los gatos suelen considerarlo
como un fenómeno inexplicable y misterioso de la naturaleza y no una interacción
social. (Otras veces puede enseñarse a los gatos a no realizar ciertas conductas
mediante el castigo directo, «interactivo», pero de estas experiencias aprenden una
regla muy «local»: no pulverices cuando determinada persona está cerca).
Otro tipo de castigos «remotos» que han tenido cierto éxito incluyen la
utilización de una pistola de chorro, que contiene un vaporizador con olor
desagradable, como desodorante, o que hace un ruido fuerte como una trompetilla.
La dificultad estriba en que la persona no sólo tiene que descubrir al gato con las
manos en la masa para poder utilizar el castigo, sino que tiene que activar el
instrumento elegido de forma que el gato no lo asocie con ella. Lo peor es que a
algunos gatos parece gustarles esquivar el vaporizador de agua porque lo ven como
algo divertido, lo cual elimina su objetivo. Algunos estudios han descubierto que los
gatos pueden ser tan inteligentes como para asociar el castigo remoto con la trampa,
en lugar de con el sitio concreto en el que ocurre el castigo; así, una vez que se
quitan las trampas, el gato vuelve a sus antiguas costumbres.
En los casos en los que el gato marca en lugares concretos lo mejor es utilizar un
enfoque ecológico. A los gatos no les gusta orinar o defecar cerca de donde comen,
por lo que a veces sólo hay que poner el cuenco de comida en el área afectada para
que deje de pulverizarla.
Algunos casos especialmente difíciles —como el gato que comenzó a defecar de
manera regular en la cama de su dueño— pueden ser tratados con éxito mediante
medicinas psicotrópicas. Según la literatura científica, los resultados que más éxito
han tenido a largo plazo al utilizar estas sustancias parecen ser casos en los que los
fármacos servían como medidas provisionales, durante un mes o dos, de forma que
la modificación de conducta podía surtir efecto. La idea es reducir el instinto
territorial del gato o su nivel de ansiedad general, mientras se modifica
paulatinamente su medio (por ejemplo, encerrándolo en una habitación familiar para
después permitirle, gradualmente, correr por el resto de la casa) o mientras se
acostumbra a las cosas que le daban miedo y que desencadenaban su reacción. Se ha
descubierto que los
medicamentos hormonales conocidos como progestinas, que bloquean el efecto de
las hormonas masculinas, son efectivos para reducir la pulverización en los machos;
otras medicinas ansiolíticas como la buspirona, que interrumpe o reduce
considerablemente el mareaje urinario en un 55% de los casos, siguen una vía
bioquímica distinta, bloqueando los neurotransmisores implicados en una variedad
de conductas específicas de la especie.
Una de las complicaciones que surgen al tratar problemas de eliminación en los
gatos es que pueden estar actuando muchos otros factores además del simple mareaje
territorial. Existen varios síndromes de conducta que los gatos pueden adquirir, que
les provocan la eliminación fuera de la bandeja de arena, sin tener nada que ver con
la conducta de mareaje territorial. (También hay que descartar cierto número de
enfermedades físicas que pueden causar la pérdida de control de la vejiga y los
esfínteres). Cuando los gatos pulverizan como forma de marcar el territorio, lo hacen
sobre objetos verticales de forma que, observando cómo y adonde han dirigido la
orina, a veces es posible distinguir una pulverización de una simple eliminación. De
igual modo, los gatos que defecan fuera de la bandeja sin ninguna intención de
realizar una reivindicación territorial lo hacen en sitios escondidos, en lugar de en
puntos destacados que se asocian con los estercoleros.
En el caso de estas excreciones fuera de la bandeja, que no están asociadas a la
territorialidad, existen extrañas asociaciones aprendidas que funcionan como causas
últimas. En un estudio que repasaba los numerosos artículos científicos sobre los
síndromes de «eliminación inapropiada en felinos», la veterinaria Leslie Larson
Cooper descubrió que confluían una gran variedad de fenómenos. En las viviendas
donde existen varios gatos, el más dominante puede llegar a considerar la bandeja de
arena parte de su territorio particular e intimidar a otros individuos que intenten
usarla. Algunas veces los gatos desarrollan aversión hacia la bandeja debido al lugar
en el que está colocada, sobre todo si está cerca del recipiente donde comen o beben.
Otras veces, desarrollan aversión porque en la bandeja les ocurren cosas
desagradables. Los dueños que tienen que dar medicinas a sus gatos descubren en
algún momento que es más fácil agarrarlos mientras están en la bandeja haciendo sus
necesidades, de forma que estos gatos acaban asociándola con algo malo. Los gatos
que tienen obstrucciones urinarias o estreñimiento que les produce eliminaciones
dolorosas también parecen asociar la bandeja con el dolor, por lo que terminan
evitándola. Es muy común entre los gatos de mayor edad.
Otras veces ocurre que a los gatos simplemente no les gusta cierto tipo de tierra o
que ésta esté sucia y no se cambie con suficiente frecuencia. Son capaces de
desarrollar preferencias personales y aprendidas por ciertos tipos de arena. Lo peor
es, sin embargo, un gato que coge la costumbre de aficionarse a la superficie rugosa
de la moqueta. El tratamiento en este caso es colocar un trozo de moqueta en la
bandeja —y encerrarlo para que no pueda acceder a sus áreas habituales de
eliminación— e ir añadiendo arena gradualmente sobre la moqueta mientras se van
recortando trozos de ésta. En el caso de gatos a los que no les gusta la bandeja a
causa de la arena se los puede encerrar en una especie de «bufé de arenas» que les
ofrece una serie de bandejas con arenas distintas para que elijan la que más les guste.
(Un estudio descubrió que, a priori, los gatos no parecen preferir un tipo de arena en
particular excepto cuando se trata de arenas que es más fácil amontonar, por las que
se inclinan ligeramente).
GATOS DESTRUCTIVOS
GATOS AGRESIVOS
La agresión, al igual que el mareaje urinario, es una reacción felina normal ante
una intrusión del territorio. Los gatos que han sido castrados y los que de pequeños
se han socializado con personas y otros congéneres suelen tolerar mejor la vida en
grupo y reaccionar relajadamente ante gatos o personas extrañas que entran en su
casa. En general, con el fin de evitar los encuentros agresivos al introducir un nuevo
gato puede utilizarse el mismo procedimiento que se usaba para reducir la
pulverización urinaria: mantener al gato nuevo separado y encerrado al principio
para, poco a poco, ir introduciéndolo en el grupo, a la vez que se permite a los gatos
evitarse si lo desean, colocando varios platos de comida y agua, y lugares de
descanso distintos.
Pero incluso los gatos que suelen llevarse bien con otros congéneres y con las
personas pueden a veces comportarse agresivamente, tomando a su dueño por
sorpresa. Un gato habitualmente bueno puede, de repente, empezar a acechar, tirarse
encima y morder a su dueño; en algunas ocasiones, dos gatos que normalmente se
llevan bien empiezan a sisear cuando se ven y a darse zarpazos; un gato al que le
gusta subirse al regazo de una persona y ronronear felizmente mientras ésta lo
acaricia puede súbitamente hundir los dientes en su piel.
Aunque los gatos muerden a la gente con menos frecuencia que los perros, sus
mordeduras son un fenómeno médico lo suficientemente importante como para
atraer la atención del tipo de personas a las que les gusta coleccionar datos
estadísticos. Un estudio epidemiológico realizado en El Paso, Texas, descubrió que
la proporción de mordeduras de gatos en comparación con las de perros era de 1 a 6;
si extrapolamos esta proporción al conjunto de Estados Unidos, comprobaremos que
tres cuartas partes de un millón de personas son mordidas cada año en este país. El
estudio de El Paso también descubrió que casi todas las mordeduras de gatos se
encuadraban en la categoría que los expertos en enfermedades llamaban mordeduras
«provocadas». Esto
no quiere decir necesariamente que la persona mordida estuviera haciendo algo mal,
sino que estaba haciéndole algo al gato —levantándolo, acariciándolo— justo antes
de ser mordida. Las autoridades médicas consideran relevantes estos datos porque la
mitad de las mordeduras acaban infectándose, aunque la mayoría de las heridas sean
de poca importancia y se encuentren en las manos o brazos. Por otro lado,
ocasionalmente encontramos un caso como el ocurrido en Trois-Riviéres, Québec, en
el que un hombre anciano perdió más de medio litro de sangre y necesitó varios
puntos después de que su gato, Touti, enloqueciera al ser alcanzado accidentalmente
por un chorro de agua mientras el hombre estaba, según la agencia de noticias,
«duchando a su loro». Un oficial encargado del control de animales que llegó a la
casa para ayudar se encontró con una carnicería. «Había, sangre por todos lados, en
el techo, suelo y paredes», dijo a los periodistas. (La noticia también añadía: «No se
sabe por qué» este hombre estaba duchando a su loro).
No obstante, la mayoría de casos de mordiscos de gato surgen por provocaciones
menos importantes que recibir un chorro de agua. El gato que muerde la mano del
que lo acaricia constituye un caso que siempre ha desconcertado y disgustado a los
dueños; un estudio descubrió que ésta era la «forma de agresión más común de los
gatos contra las personas». Aunque parece que el gato en estos casos muerde sin
avisar, suele dar ciertas señales antes de morder de que está empezando a sentirse
molesto; cambia la cola de posición, gruñe suavemente o hace como que va a morder
sin llegar a tocar la mano de la persona. Suele ocurrir que ésta no se da cuenta de
estos avisos y sigue acariciándolo, por lo que el gato termina mordiéndole de verdad.
Existen varias teorías sobre lo que pasa por la mente del gato en estas
situaciones, pero básicamente parece que lo que ocurre es que no le gusta que lo
acaricien durante tanto tiempo como a la gente le gusta hacerlo. Cuando los gatos se
acicalan unos a otros lo hacen durante breves periodos de unos cuantos minutos y
cada sesión termina cuando uno de los participantes se levanta y se marcha. Es
posible que un gato que está tumbado en el regazo de su dueño mientras éste lo
acaricia sienta un conflicto interno entre la sensación placentera causada por las
caricias y otra desagradable que le causa la invasión de su espacio personal. Cierto
tipo de gatos además tienen un umbral de tolerancia mínimo ante la estimulación
táctil por lo que, después de ser acariciados durante un minuto o dos, encuentran
desagradables las caricias. Por tanto, aunque es posible que un gato al principio pida
que lo acaricien, luego puede hartarse rápidamente si las caricias duran más de lo
que desea.
Una forma de enfrentarse al problema, casi siempre con éxito, consiste en limitar
las sesiones de caricias a periodos muy cortos en los que se observen atentamente las
señales de aviso de los gatos cuando empiezan a cansarse; tan pronto como éstos
muestren signos de irritación, la persona debe levantarse y terminar la sesión.
Algunos gatos muerden de vez en cuando tan pronto empiezan a ser acariciados.
Estos casos pueden tratarse suprimiendo por completo las caricias durante unos
cuantos días y acariciándolos muy poco sólo cuando lo pidan, para después ir
aumentando las sesiones una vez que los gatos se han desensibilizado.
Otra causa habitual de ataques aparentemente misteriosos contra la gente es el
llamado síndrome de «agredir jugando». Una parte del repertorio normal de la
conducta social de juego en los gatos está formado por acciones como acechar,
agarrar y luchar. La mayoría de los gatos necesita cierta cantidad de juego diario y
los que no tienen la oportunidad de liberar sus instintos cazando, jugando con otros
gatos o con alguien que juegue a tirar de una cuerda con un ratón de juguete, tienden
a crear por sí mismos ocasiones de jugar. Los gatos que acechan un tobillo, o que se
esconden debajo de una silla, tendiendo una emboscada, para después saltar encima
de la persona que pasa, a veces no provocan ningún daño y hacen mucha gracia; pero
otras veces las cosas acaban en algo más serio cuando el gato saca las garras y utiliza
los dientes. Los gatitos suelen aprender a inhibir su conducta de morder o arañar
cuando juegan con sus compañeros de camada o adultos amigos porque, si las cosas
se ponen feas durante el juego, sus compañeros perderán interés y se marcharán,
terminando bruscamente el juego. Algunos gatos que se muestran agresivos durante
el juego nunca aprenden esta lección y sólo se los puede controlar cuando se pasan
de la raya mediante el castigo: lanzándoles, por ejemplo, un pequeño chorro con una
pistola de agua. No obstante, un castigo más duro o directo puede volverse en contra
si hace que el gato tenga miedo, intensificando incluso su agresividad en estas
circunstancias. Cuando se toman represalias durante el juego, algunos gatos
aprenden a responder con muy buenas farsas en las que golpean y salen corriendo, o
a atacar a la persona cuando ésta no se puede defender, como cuando persiguen los
pies o manos debajo de las sábanas mientras alguien duerme. El tratamiento más
eficaz consiste en jugar siempre con el gato varios minutos diarios, finalizando
bruscamente el juego si muerde, por ejemplo marchándonos de la habitación y
cerrando la puerta.
Algunas personas cometen el error de intentar «apaciguar» a un gato inquieto que
se deja llevar por los nervios y muerde acariciándolo, sujetándolo o hablándole en un
tono tranquilizador. Esto puede ser interpretado por el gato como una recompensa o
refuerzo de su conducta, agravando así el problema. Aunque pueda sonar un poco
antropomórfico hablar de castigar a un gato con un periodo de «tiempo muerto»,
como aconsejan algunos adiestradores, es aconsejable aislar al individuo que
reacciona de este modo puesto que es darle donde más le duele: aprende que sus
intentos de empezar a jugar escondiéndose para tender emboscadas o morder no le
compensan.
Como los gatos que viven en una casa o apartamento no siempre pueden huir
fácilmente de una situación social que les produce ansiedad, a veces terminan por
adquirir extrañas asociaciones aprendidas entre ciertos miembros de la vivienda y
sus respuestas de miedo o agresión. En una ocasión, por ejemplo, un gato entró en
una habitación justo en el momento en que otro estaba siseando porque acaba de
recibir un susto, al tirar alguien una piedra a la ventana. El primero interpretó la
conducta del segundo como una agresión directa contra él y respondió también de
forma agresiva;
esto incrementó a su vez la agresividad del gato asustado. A partir de entonces, los
dos gatos que siempre se habían llevado bien antes de este incidente, comenzaron a
sisear y pelearse cada vez que se encontraban.
Otra variante de este tema es la llamada «agresión redirigida», que ocurre en
muchas especies; la mejor forma de explicarla es como una acumulación de agresión
que termina descargándose en alguna víctima que se encuentre a mano. Un estudio
ha descubierto que en la mayoría de los casos el desencadenante es ver a un gato
extraño por la ventana, que suele provocar que el agresor se dé la vuelta y ataque a
su dueño o a otro gato de la vivienda. Los gatos son especialmente propensos a este
tipo de desvío de la agresividad a causa de su fuerte y natural reacción ante la
intrusión territorial y debido a que, cuando están excitados, a menudo continúan en
ese elevado estado de agitación durante mucho tiempo, desde media hora hasta un
día o más. Un gato que al haber visto a un extraño por la ventana se encuentra ya en
el límite puede reaccionar arremetiendo contra alguien si éste realiza pequeñas
acciones como cogerlo en brazos, que en otras circunstancias no le molestarían de
ningún modo.
Un gato que ataca a su dueño con este tipo de agresión redirigida puede acabar
condicionándose a mostrarse miedoso y agresivo con esa persona en particular. Es un
caso típico de libro de texto sobre condicionamiento pavloviano; el dueño que está
presente ocupa el lugar del estímulo que desencadenó originalmente la respuesta
agresiva y se convierte así en el propio motivo desencadenante. Algunas veces estos
casos pueden ser muy difíciles de diagnosticar porque no resulta obvio qué es lo que
puso al gato al límite en primer lugar o qué extraña coincidencia hizo que el gato
asociara a una determinada persona con una experiencia terrorífica dada. Estos casos
pueden ser realmente extraños, aunque algo común a todos es la imposibilidad de
anticipar o predecir aquello que provocó al gato en primer lugar. En una ocasión
escogida de la literatura científica, un gato saltó hacia una niña y le mordió en la cara
la primera vez que su muñeca parlante habló. Otro gato comenzó a atacar a su dueño
recién casado cada vez que intentaba limpiarle la bandeja de arena. Los ataques
fueron bastante graves: el gato se lanzaba a los brazos del hombre cuando éste cogía
la bandeja, arañándole y mordiéndolo con violencia. Aunque debía haber sido la
nueva esposa del hombre la que podría haber sido vista por el gato como una intrusa,
y por tanto el objetivo de la agresión, lo que ocurrió fue que su presencia había
elevado el nivel de estrés social del gato. Éste consideraba la bandeja de arena un
área de especial importancia territorial, de forma que, cada vez que el hombre se
acercaba, desencadenaba estos elevados niveles de agresión territorial. El hombre se
convirtió en el desencadenante pavloviano de su reacción.
Los expertos en conducta animal han tenido bastante éxito en tratar a este tipo de
gatos con la desensibilización gradual y el «contracondicionamiento». Por ejemplo,
si un gato ha empezado a mostrarse miedoso u hostil con un habitante de la casa, otra
persona puede darle de comer mientras éste se mantiene alejado en la misma
habitación. La idea del contracondicionamiento es que un animal haga algo —en este
ejemplo, comer— que sea incompatible con la conducta que se está tratando de
eliminar, en este caso su miedo u hostilidad hacia una determinada persona. Cada día
esa persona temida puede moverse de sitio, acercándose al gato siempre que su
presencia no lo provoque. Con el tiempo, el gato aprenderá una nueva asociación
pavloviana condicionada que reemplazará a la anterior.
Del mismo modo que marcar las paredes con orina no se puede considerar
realmente un comportamiento «anormal» en los gatos —por muy incompatible que
sea con nuestra idea de vida civilizada—, muchas otras cosas molestas que hacen los
gatos son sencillamente comportamientos normales en gatos con cerebros normales.
La mejor forma de clasificar a los gatos es como animales «crepusculares»;
cuando más activos son es durante el amanecer y el atardecer, en lugar de ser
estrictamente nocturnos o diurnos. Sin embargo, son capaces de adaptarse a horarios
muy variados. Si se les deja elegir y sus dueños, sin darse cuenta, recompensan su
conducta, tienden a hacer cosas como despertar a los que viven con ellos a las 4.45
de la madrugada para pedirles que jueguen. Si los empujan, persiguen por la
habitación o reaccionan de alguna forma similar, los gatos interpretan estas
conductas como formas muy satisfactorias de juego, animándoles a hacer lo mismo
al día siguiente. Algunos gatos suelen tener un periodo similar de locura nocturna, en
el que corren por la habitación y se comportan de forma molesta para llamar la
atención.
Otros comportamientos normales y naturales de los gatos, pero muy molestos,
que se encuentran en los primeros puestos de la lista de quejas de los dueños, son
saltar sobre las encimeras o mesas y maullar de manera excesiva. Algunas soluciones
eficaces pueden ser el castigo indirecto mediante trampas cepo o las pistolas de agua.
Otra posibilidad es colocar cinta aislante que pegue por ambos lados en las
superficies donde no queremos que el gato suba. A los gatos no les gusta el tacto de
la cinta y además tiene la ventaja de que les resulta difícil verla, por lo que suelen
aprender una lección «general» en lugar de una «local»: suelen evitar subirse a ese
sitio aunque la cinta ya se haya quitado.
Los gatos que maúllan incesantemente representan por lo general un desafío
mayor. El castigo indirecto puede no funcionar debido a que algunos gatos a los que
se dispara con una pistola de agua cuando maúllan aprenden a esconderse detrás de
la esquina y seguir maullando.
[Figura 17. Los gatos dedican un 85% de su tiempo a dormir o descansar [Créditos].]