La Naturaleza de Los Gatos Stephen Budiansky

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La naturaleza
de los gatos
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El hecho de que no existan gatos guardianes o gatos lazarillo tiene una clara
explicación. Los gatos, como bien saben sus propios «dueños», son
animales tan independientes que pueden llegar a resultar intratables,
capaces de desafiar cualquier tópico sobre los animales domésticos. En este
libro, el conocido autor y científico Stephen Budiansky combina las últimas
investigaciones, el saber popular y su afición por los felinos para
desvelarnos los misterios de estas fascinantes criaturas.
Los gatos son capaces de adaptarse perfectamente a nuestro entorno, pero
su mezcla de cariño y crueldad, recelo y gregarismo, dependencia y
distanciamiento, los convierten en los animales domésticos menos
adecuados para la domesticación. Entonces, se preguntará el lector, ¿por
qué hay tanta gente que convive con ellos?
«La naturaleza de los gatos» cubre todo el espectro de datos conocidos
sobre este tipo de animales con un estilo vivo y atractivo, desde su historia a
la superstición que los rodea, sus modelos de caza, las imágenes religiosas
que suscitan, su comportamiento sexual o la preferencia por determinados
colores. Los gatos no son mascotas, sino compañeros a los que imponemos
nuestros deseos y expectativas, y que ocupan un lugar junto a nosotros en
el hogar aunque siempre parezcan conservar un pie en la selva. Por fin un
libro inteligente, de fácil lectura, que hace justicia a un universo tan complejo
como es el de los gatos.

www.lectulandia.com - Página 2
Stephen Budiansky

La naturaleza de los gatos


Orígenes, inteligencia, comportamiento y astucia del Felis silvestris
catus

ePub r1.0
Titivillus 26.08.17
Título original: The Character of Cats
Stephen Budiansky, 2002
Traducción: Patricia Teixidor
Retoque de cubierta: Titivillus

Editor digital: Titivillus


ePub base r1.2
El
gato. Caminaba
siempre solo, sin
importarle a dónde.
RUDYARD KIPLING
Agradecimientos
Agradezco a Ellen Barber, de la Biblioteca Nacional de Medicina, toda la ayuda
que me prestó. Doy las gracias a los muchos científicos que tan generosamente
compartieron sus conocimientos conmigo: Carlos Driscoll, Marianne Hartmann,
Peter Jackson, Andrew Kitchener, Marilyn Menotti-Raymond, Jay Neitz y, en
especial, a Stephen O’Brien.
Sumario
1. Los gatos se propusieron apoderarse del mundo, y lo lograron
La extraña singularidad del gato
Desafiar hábilmente las leyes de la domesticación
¿Cómo consiguen amoldarse los gatos?
El antiguo Egipto
Gatos salvajes, domesticados y mixtos

2. Gatos negros y atigrados


Una breve historia sobre la magia y el miedo
Colores favoritos
La adaptación al medio urbano
La superficialidad de las razas

3. La guerra entre los sexos y otras rarezas de la sociedad felina


Queremos estar solos
La guerra entre los sexos
Reconstruir el conjunto de herramientas sociales
Funciones del juego
La adaptabilidad del solitario

4. «Fuera de mi vista» y otras expresiones útiles


Lenguaje corporal
Percibir el mundo por sus
olores Una comunicación muy
vocal El ronroneo

5. Guía para descubrir la inteligencia del gato pensador


Input y output
El hardware y la inteligencia instintiva
El aprendizaje y sus límites
¿Pueden los gatos aprender trucos?
Pensamientos superiores
Enseñanza y observación

6. El test de personalidad del gato


El test de personalidad del gato
Emociones, neurotransmisores y el factor padre
La guía del psicólogo evolutivo para criar al gato perfecto
La utilización de la hierba gatera
7. Los gatos y sus problemas
Gatos sucios
Gatos
destructivos
Gatos agresivos
Gatos molestos
Gatos de interior y de exterior
El destino de los gatos

Fuentes y lecturas complementarias


1
Los gatos se propusieron apoderarse del mundo, y lo
lograron
El hecho de que no existan gatos guardianes, de rescate, lazarillos, detectores de
explosivos o drogas, rastreadores de fugitivos, pastores, gatos de trineo, de caza,
entrenados para obedecer, jugadores de frisbee o felinos que te traigan las zapatillas,
supone un alivio considerable. Al relatar de forma científica la historia del perro, uno
se arriesga a provocar la ira de hordas de amantes de los animales influidos por mitos
sobre la valentía de los cánidos, su lealtad y su «amor incondicional», aunque no
sepamos muy bien lo que esto significa. En el caso de los felinos, sin embargo, nadie
se hace ilusiones. Los gatos son como son y cualquier verdadero dueño de gato lo
sabe. Ese pequeño pero permanente sector de la raza humana que admira
incondicionalmente a los gatos y disfruta con su compañía se dio cuenta hace mucho
tiempo de que resultaba preferible aceptarlos tal y como eran puesto que no iban a
cambiar.
De este modo, mientras el estudio del perro consiste inevitablemente en destruir
mitos, el del gato, afortunadamente, trata de explicar misterios.
En su caso misterios no faltan. Estos felinos, con sus ojos brillantes y sus pisadas
silenciosas, siempre han esquivado las explicaciones. A lo largo de miles de años de
historia compartida entre gatos y seres humanos, los primeros han sido una fuente de
asombro, malestar, reverencia y superstición. Sin embargo, no es necesario decir que
dado lo simples e impresionables que son los seres humanos por naturaleza, una
parte de esta mitificación es producto de su propia imaginación exacerbada. Los
pueblos primitivos que nunca tuvieron gatos fueron igualmente capaces de encontrar
misterios y magia en las rocas, árboles, briznas de hierba e, incluso, en las bombas
que les tiraban los aliados.
Aun así, los gatos son realmente animales misteriosos. Las emociones
contradictorias y las supersticiones que han inspirado durante siglos reflejan muy
bien la paradójica y ambigua posición que ocupan en la naturaleza y en el mundo
humano. Los gatos desafían la mayoría de las reglas sobre cómo y por qué los
animales comenzaron a asociarse con los humanos. Su comportamiento con relación
a la sociedad humana es extraordinariamente variado y complejo: tienden a adaptarse
a nosotros, pero se muestran a la vez crueles; son cariñosos, pero también recelosos,
gregarios y solitarios, dependientes y distantes. La inteligencia del gato es una
combinación de extremos, de instintos preprogramados y aprendizaje adaptativo. Los
gatos han conseguido mantener un pie en la selva, a la vez que se iban extendiendo
por el mundo en compañía de los humanos, más rápido de lo que el hombre se haya
propagado nunca. Son los menos domesticados de los animales domésticos, los que
más éxito han tenido, los que menos alteraciones internas han sufrido, pero a los que
más afectan las circunstancias externas.
Hablamos, por tanto, de misterios reales porque son producto de la naturaleza —
no sólo de nuestras torpes o supersticiosas fantasías— aunque estos misterios los
hayamos creado nosotros mismos, puesto que hasta hace poco la ciencia ignoraba a
los gatos. El equivalente salvaje del gato doméstico, el gato montés europeo,
africano o asiático, Felis silvestris, es uno de los felinos salvajes menos estudiados [1].
Es un animal de tamaño pequeño, huidizo, que vive casi siempre en los bosques; los
científicos no han sido capaces de descubrir gran cosa sobre el comportamiento, la
ecología y genética de felinos pequeños y esquivos hasta que empezaron a aparecer
herramientas como la genética molecular o la radiotelemetría, que cambiaron el
panorama de la investigación. También es cierto que ha existido cierto esnobismo
científico en esto; los biólogos de verdad que estudiaban la vida salvaje no estaban
interesados en «gatitos», preferían ponerse su uniforme de safari, subirse al Land
Rover y sumergirse en algún camino de tierra misterioso para perseguir animales
peligrosos como leones, tigres u osos (¡qué valientes!). Tampoco ha sido de gran
ayuda la creencia errónea, aunque invariable, mantenida por muchos zoólogos y
etólogos de que los animales domésticos son sólo un puñado de seres corrompidos y
sentimentales a los que no vale la pena estudiar de forma científica. Por tanto, el tipo
de conocimientos que sólo la ciencia puede proporcionar —ayudarnos a entender por
qué los gatos hacen lo que hacen, de qué modo perciben el mundo, cómo consiguen
compartir con tanto éxito nuestros hogares, vidas y corazones— ha estado ausente de
una gran parte de la bibliografía sobre este animal.
Por otro lado, los gatos domésticos ocuparon un lugar destacado en los primeros
estudios sobre inteligencia, aprendizaje y psicología, sobre todo porque eran de fácil
disponibilidad y muy cooperativos. En parte por esto se han realizado en los últimos
años muchas nuevas investigaciones con gatos sobre cognición, percepción del
cerebro y neuroquímica de las emociones. La reciente aceptación de que todos los
animales domésticos tienen una apasionante historia evolutiva de adaptación y
cambio ha traído consigo la merecida, e igualmente reciente, atención al gato por
parte de biólogos dedicados a la conservación y de biólogos evolucionistas. Y, quizá,
lo más importante de todo sea que actualmente existe un cuadro de científicos
dedicados a la investigación básica que trabajan en áreas que van desde la
neurociencia de la visión a la genética molecular, a los cuales simplemente les gustan
los gatos y están deseando utilizar sus herramientas de trabajo para comprender qué
es lo que explica el funcionamiento peculiar de los gatos. También ayuda el hecho de
que muchas enfermedades humanas de transmisión genética, como la hemofilia, la
diabetes o la enfermedad de Tay-Sachs, estén presentes en gatos, encontrándose en
ellos más de veinticinco genes responsables de enfermedades innatas. Esto
proporciona a la investigación sobre el genoma del gato ciertos beneficios prácticos
de obvio interés para las administraciones encargadas de conceder las becas de
investigación. Sin embargo, al realizar este tipo de investigación médica tan
aplicada,
surge de forma desordenada mucha otra información, puesto que el genoma de una
especie no es sólo un catálogo de sus enfermedades ni un cianotipo del organismo en
cuestión, sino también la historia pasada de la especie, su sino y sus trayectos vitales
en el espacio y el tiempo.
El estudio científico del gato consiste en la biografía de la especie, en una
exploración sobre su origen, las causas de su desarrollo en contacto con los
humanos, cómo fue cambiando y en qué aspectos no lo hizo, sus deseos y
necesidades, sus pensamientos e impulsos, su racionalidad y perversidad, sus
convenciones grupales y sus peculiaridades individuales. Como cualquier buena
biografía, es un relato que tiene valor por sí mismo pero que conlleva también cierta
moraleja: los gatos no son sólo mascotas, sino compañeros de viaje a los que
imponemos nuestras esperanzas, deseos y expectativas caprichosamente. No
obstante, ocupan su propio nicho y destino biológicos, tienen sus propias leyes de
interacción social, sus formas de ordenar y percibir el mundo. Su sorprendente
capacidad de adaptación les ha permitido ocupar un lugar junto a nosotros, aunque
siempre con ese pie en la selva. Conseguir comprender la verdadera naturaleza del
gato con la ayuda de la ciencia es muy instructivo para nosotros y beneficioso para
los gatos.

LA EXTRAÑA SINGULARIDAD DEL GATO

El gato representa una anomalía entre los animales domésticos porque todas las
demás especies domesticables son sociales en estado salvaje. Los antepasados y
análogos salvajes de los perros, ovejas, vacas, caballos, burros, cabras, gallinas,
cerdos, patos, elefantes y camellos viven en grupos, por lo que disponen de unas
reglas muy desarrolladas para una buena convivencia. Estas consisten principalmente
en un sistema para comunicarse eficazmente las amenazas o para mostrar sumisión
de forma que puedan evitarse sangrientas batallas a causa de la comida, la pareja, los
lugares donde dormir y otros recursos compartidos. No se necesita hacer un
doctorado en psicología animal ni gastarse 495 euros en una sesión con un experto
en comunicación canina para saber lo que quiere decir un perro cuando gruñe. En
casi todos los malentendidos que todavía se producen entre humanos y animales tan
sociables como los perros, la mayoría de los dueños consiguen casi siempre captar
por lo menos la intención general del perro, puesto que las dos especies comparten
un lenguaje común que se transmite incluso en las nuevas circunstancias que la
domesticación ha impuesto a ambos. Si le hablamos en un tono severo a un perro
cuando ha robado un par de calzoncillos de la lavadora, inmediatamente se encogerá
y los dejará caer. La evolución no pudo prever que el lobo se encontraría con esta
situación ni prepararlo para ella, pero, gracias a sus ancestros, el perro está equipado
con una serie de herramientas sociales que le permiten adaptarse y que mantienen a
humanos y cánidos unidos.
[Figura 1. La familia de los felinos ha experimentado una asombrosa diversificación que comenzó hace unos
12 millones de años. Los genetistas han reconstruido el árbol evolutivo del gato analizando las similitudes en
los ADN de las diferentes especies[Créditos].]

En cambio, el ancestro salvaje del gato doméstico es completamente solitario por


naturaleza. Una hembra típica de gato montés vive en un territorio exclusivo de unos
2 km2, que normalmente defiende ante la posible intrusión de otra hembra. El
territorio de un macho suele superponerse con el de varias hembras, pero no existe
solapamiento entre miembros del mismo sexo. Los gatos monteses se muestran
cordiales entre sí sólo durante los cortos periodos de tiempo en los que macho y
hembra se juntan para aparearse, y durante los primeros cuatro o cinco meses de vida
en los que los gatitos de una camada están juntos o con su madre.
Dentro de la gran familia de los felinos existen algunas especies sociales,
especialmente los leones o los guepardos, que a veces forman pequeños grupos del
mismo sexo, y los yaguarundis, de los que se sabe que viven en parejas en algunas
partes de su territorio. Pero la influencia de la conducta de estos felinos sociales en la
de los gatos domésticos es casi nula. Los grandes felinos se separaron de la línea
evolutiva de la que se originó el gato doméstico hace unos 9 millones de años; a
modo de comparación, varios millones de años antes de que se separara la línea de
los chimpancés y los humanos. Hace unos 12 millones de años, la familia de los
félidos experimentó una diversificación explosiva y dio lugar a treinta y siete
especies que actualmente ocupan todo el espectro terrestre geográfico y ecológico
que va desde Siberia al Amazonas, y desde la tundra ártica al bosque tropical. Esta
diversificación provocó a su vez un amplio rango de tipos físicos y
comportamentales entre esas treinta y siete especies. Así, los miembros de la familia
felina varían de 1,5 kg de peso a 300 kg; sus pelajes pueden ser rayados, con
manchas o negros, de
pelo largo o corto. Aunque los gatos domésticos muestran sin duda ciertos
comportamientos sociales intensos tanto con humanos como entre sí, las raíces de
estas conductas son extrañas y anómalas, puesto que no existe un antepasado cercano
del que puedan provenir. No nos sirve de nada que un pariente lejano como el león
tenga instintos sociales. Tiene tan poco sentido atribuir la sociabilidad del gato
doméstico a los leones como sostener que un gato doméstico en realidad debería
pesar un cuarto de tonelada e ir por ahí cazando cebras.
Los perros, vacas, ovejas y casi todas las restantes especies domesticables
muestran marcadas diferencias físicas en comparación con sus antepasados salvajes.
Cuando un experto cualificado analiza los cráneos de un lobo y un perro, no tiene
ningún problema en distinguirlos; pero cuando se pide a zoólogos, conservadores de
museos de historia natural, cazadores, veterinarios, guardas de caza y naturalistas
profesionales que distingan entre especímenes de gatos monteses europeos y gatos
domésticos, solamente aciertan un 61% de las veces. El resultado no es mejor que el
que hubiéramos obtenido tirando una moneda al aire, un 50%. Exceptuando
variaciones superficiales en el color del pelaje y su largura surgidas en algunos gatos
domésticos (rasgos que son, casi con toda seguridad, producto de la selección
humana intencionada), no hay casi ningún rasgo en su anatomía que distinga de
forma clara a los gatos monteses de los domésticos. Los gatos monteses europeos
tienen el cerebro más grande que los gatos domésticos con proporción al peso
corporal; tienen más conos (las células nerviosas responsables de la visión en color)
en la retina; proporcionalmente, sus patas son más largas. Los gatos domésticos
tienen intestinos más largos que los gatos monteses europeos, debido posiblemente a
su adaptación a una dieta más variada y menos carnívora (se necesita un intestino
más largo para extraer los nutrientes de las plantas). Los gatos monteses africanos y
asiáticos probablemente compartan el mayor tamaño cerebral y la largura de las
patas con los gatos monteses europeos, pero no existen suficientes datos para
corroborar los otros puntos. Estas distinciones entre la rama salvaje y la domesticada
del Felis silvestris son, sin embargo, demasiado sutiles y no resultan patentes para el
observador aficionado. La mayoría de la gente que ve un gato montés africano piensa
«es un gatito doméstico». Incluso la coloración típica del gato montés a rayas,
atigrado o «jaspeado», se da con frecuencia en los gatos domésticos, mientras que en
otras especies domésticas casi nunca se da la coloración típica de los ejemplares
salvajes (el caballo doméstico pardo es una excepción).
Las mediciones genéticas confirman la distancia que ha separado a la mayoría de
las especies domésticas de las poblaciones salvajes. Los perros domésticos y los
lobos muestran diferencias significativas y consistentes en ciertos marcadores
genéticos que se mantienen constantes. Los caballos domésticos se han diferenciado
tanto de su antepasado salvaje, el todavía vivo caballo Przewalski, que ya son
portadores de un número diferente de cromosomas. Los cambios que han sufrido
perros, caballos y casi todos los demás animales domésticos son suficientes como
para considerarlos especies biológicamente distintas de sus análogos salvajes. Pero,
de nuevo, entre los gatos domésticos y los monteses apenas existen diferencias
perceptibles. Las secuencias genéticas analizadas en gatos domésticos, gatos
monteses africanos y europeos, diferían únicamente en un número de tres a cinco
sustituciones de nucleótidos; es decir, casos en los que una «letra» química de una
secuencia de ADN ha sido reemplazada por otra. Ese grado de diferencia es tan
pequeño que podría pasar desapercibido; se suele encontrar un grado de variación
similar entre un ejemplar de gato doméstico y otro, o entre un gato montés africano y
otro. El siguiente pariente más cercano genéticamente al gato doméstico es el Felis
margarita, el gato del desierto, que difiere el doble del primero en diez sustituciones
nucleótidas.
En el mundo de la taxonomía existe una lucha continua entre los llamados
«agrupadores», que tienden a juntar las diferentes subpoblaciones y designarlas
como miembros de una única especie subrayando sus principales similitudes,
y los
«divisores», que se centran en las diferencias y dan a cada subpoblación el nombre
de una especie. En el pasado los divisores estaban en auge en el mundo gatuno y
decretaron que todas las distintas poblaciones de gatos monteses/domésticos debían
separarse porque eran diferentes entre sí: Felis catus, el gato doméstico; Felis
silvestris, el gato montés europeo; Felis lybica, el gato montés africano; y Felis
ornata, el gato montés asiático. Pero hoy cada vez existe un mayor acuerdo en
reconocer lo insensato de negar que estos gatos no son más que miembros de una
misma y única especie. Anatómicamente, todas las poblaciones salvajes son
indistinguibles. (En cierta época se pensaba que los gatos monteses europeos eran de
tamaño y peso considerablemente mayores que los africanos, pero una «exhaustiva
serie» de mediciones del peso demostró que esto era falso; los gatos monteses
europeos sólo parecían más grandes por su pelaje invernal más grueso). Los datos
genéticos sugieren que se produjo un importante flujo de genes entre las poblaciones
africanas, asiáticas y europeas hace sólo entre 10.000 y 15.000 años. A modo de
comparación, las principales razas humanas, que eran indiscutiblemente miembros
de la misma especie, se separaron por primera vez hace por lo menos 40.000 años.
Por tanto, en la actualidad se considera que todas las poblaciones de gatos monteses,
incluida la de gatos domésticos, son Felis silvestris y muchos científicos se muestran
reticentes incluso a afirmar que las diferentes ramas deberían considerarse
subespecies distintas y, menos todavía, especies; simplemente nombran a los
«grupos» de lybica, silvestris y ornata y lo dejan así. Sólo se acepta que el gato
doméstico merezca una designación como subespecie, a la que se suele llamar Felis
silvestris catus.
Existen variaciones sutiles en el color del pelaje entre las poblaciones de gatos
monteses: casi todos son fundamentalmente atigrados a rayas, pero los europeos
suelen tener manchas más marcadas; los africanos, pelos de color rojizo o herrumbre
en la parte posterior de las orejas; y los asiáticos, un patrón de motas esparcidas por
el
pelaje. Pero estas diferencias no se identifican a primera vista ni son claras, sino que
tienden a variar a lo largo de un continuo entre cada población, algo que refuerza la
tesis de que todos los gatos monteses pertenecen a la misma especie.
En el pasado algunos expertos mantenían que las similitudes genéticas y
morfológicas encontradas entre los gatos domésticos y los monteses se debían al
hecho de que los gatos era una de las especies más recientemente domesticadas de
todos los animales domésticos; por tanto, lo que había ocurrido es que no hubo
suficiente tiempo para que surgieran diferencias importantes. La aparición de los
perros se remonta a 15.000 años atrás, o incluso más; las ovejas domésticas y las
cabras aparecieron hace aproximadamente 9.000 años; el ganado doméstico hace
7.000 años; los caballos hace 6.000. Por el contrario, el primer testimonio histórico
de la domesticación de los gatos —pinturas egipcias que representan a gatos en
escenarios claramente domésticos (por ejemplo sentados debajo de una silla en una
casa)— data sólo del 1500 a. C. A diferencia de los perros, caballos, ovejas, cabras,
vacas y camellos, el gato no se mencionaba en ningún momento en el Antiguo
Testamento.
Pero existe por lo menos una prueba importante que demuestra que existió una
asociación anterior entre humanos y gatos. En la década de 1980 se desenterró una
mandíbula de Felis silvestris en un yacimiento tardío de la Edad de Piedra en
Khirokitia, Chipre, que databa del 6000 a. C. No existen pruebas de que hubiese
Felis silvestris salvajes en Chipre ni en otras islas mediterráneas, por lo que es casi
seguro que este gato que se encontró junto a un asentamiento humano debió de ser
un gato domesticado o, por lo menos, llevado allí intencionadamente desde tierra
firme por seres humanos. Si los gatos domésticos se remontan a tan antiguo, debería
haber habido tiempo más que suficiente para que adquirieran los cambios genéticos y
morfológicos descubiertos en las otras especies domésticas.
[Figura 2. El gato montés, a pesar de encontrarse amenazado a causa de los múltiples cruces con gatos
domésticos, sigue siendo común en Europa, África y Asia[Créditos].]

Quizás el factor más extraño que distingue al gato de otras especies domésticas
sea el hecho de que su análogo salvaje continúe prosperando en gran número. Los
ejemplares salvajes de los que provienen la mayoría de las especies domésticas se
han extinguido o están a punto de hacerlo. El caballo Przewalski sobrevive sólo en
zoológicos y en manadas controladas de forma artificial. Todas las especies de ovejas
salvajes se encuentran en grave peligro de extinción. El uro, ancestro salvaje del
ganado doméstico, se extinguió por completo. La población de lobos salvajes no
cuenta con más de 150.000 ejemplares esparcidos por todo el mundo. Sólo el Felis
silvestris sobrevive con un éxito brillante tanto como animal doméstico como
salvaje. A pesar de que se les ha puesto trampas, se los ha cazado por su pelaje y han
sido perseguidos por representar una amenaza para las aves de corral y los animales
de caza, los gatos monteses han conseguido extender su territorio en muchas partes
de Europa Occidental desde la Segunda Guerra Mundial y siguen siendo comunes en
muchos lugares de Asia Central y Africa. A diferencia de la mayoría de las otras
treinta y seis especies de la familia de los felinos que actualmente se distribuyen por
el mundo, el gato montés no está considerado en peligro ni amenazado.
A pesar de que se desconoce en qué grado a lo largo del tiempo se han cruzado
poblaciones de gato montés con gatos domésticos, no hay duda de que grandes
poblaciones de gatos que anteriormente vivían en libertad —ya fueran
completamente salvajes, híbridos monteses-domesticados o asilvestrados—
coexisten con la población de gatos con dueño. (Los gatos asilvestrados son gatos
domésticos o
descendientes de éstos que en la actualidad viven por su cuenta en estado salvaje).
Nadie sabe con certeza cuántos gatos monteses hay en Europa, Africa o Asia, pero
incluso una cifra prudente estaría en torno a los muchos millones. En Estados
Unidos, donde no existe una población nativa de gatos monteses, existen
aproximadamente 40 millones de gatos asilvestrados (en contraste con los 75
millones de gatos domésticos con dueño). Al contrario de muchos otros animales
domesticables, los gatos nunca tuvieron la necesidad de unir su suerte a la de los
humanos para sobrevivir. Siguen sin tenerla.

DESAFIAR HÁBILMENTE LAS LEYES DE LA DOMESTICACIÓN

Una de las razones de que las poblaciones salvajes de una determinada especie se
vayan reduciendo o desaparezcan una vez que ésta ha sido domesticada es que la
propia domesticación suele ser un último recurso evolutivo para una especie que ya
tenía problemas de supervivencia. Solemos pensar que la domesticación es un acto
sumamente humano, pero los hechos demuestran justo lo contrario: la domesticación
fue en su mayor parte un proceso natural impulsado por fuerzas tales como el cambio
climático, la geografía y la evolución, mucho mayores que cualquier cosa que el
hombre pudiera construir o, en realidad, prever.
Al final de la Era Glacial, hace unos 15.000 años, el clima sufrió un cambio
drástico, a medida que los glaciares retrocedían y la tierra se calentaba. El hábitat
natural de las ovejas salvajes, vacas, caballos y otras especies que serían pronto
domesticadas estaba desapareciendo. La vida con el hombre y en especial con el
hombre agricultor, habitante de los poblados, representaba un nuevo nicho ecológico
listo para ser explotado. Cuando ha sido posible rastrear el lugar en el que una
determinada especie fue domesticada, éste ha consistido en un área donde una
pequeña subpoblación remanente situada en un extremo de su territorio original se
vio obligada a entrar en contacto con poblaciones humanas. El aislamiento
geográfico hizo posible el aislamiento genético necesario para que una nueva
especie, seleccionada por su grado de compatibilidad con los humanos, se originara.
Gran parte de esa selección fue, por lo menos al principio, probablemente
autoselección. Aquellos individuos más curiosos, menos temerosos y más adaptables
eran más propensos a acercarse a los asentamientos humanos para robar las cosechas
de los campos o los restos de huesos o de comida de los montones de residuos, y
poder así sobrevivir en este nuevo nicho; también era más probable que transmitieran
estos rasgos a las siguientes generaciones. En la medida en que las acciones humanas
modelaron este proceso inicial ahuyentando o matando, por ejemplo, a los intrusos
más agresivos, pero tolerando a los más amistosos o a los que parecían más
atractivos, el proceso fue posiblemente más «natural» que «artificial», en el sentido
de que no estuvo dirigido de forma intencionada hacia una meta. Las personas se
comportaban simplemente como tales y el comportamiento de los humanos en sí
mismo es una poderosa fuerza selectiva en el curso de la evolución. Por mucho que
nos guste pensar que fuimos muy inteligentes porque se nos ocurrió la idea de
capturar y criar animales salvajes por nuestros propios medios, los hechos sugieren
que, en realidad, fueron los propios animales los que dieron el primer paso. Muchas
especies, incluidas algunas de las que intentamos librarnos constantemente (con
evidente poco éxito), como las ratas, ratones, gorriones y palomas, se dieron cuenta
de que les interesaba asociarse con los hombres y se han ido extendiendo por el
mundo en compañía de éstos, explotando de forma muy eficiente nuestros
asentamientos y nuestros hábitos de eliminación de residuos.
Mucha gente ha supuesto que los gatos siguieron este mismo patrón: tomaron la
iniciativa y se acercaron a los asentamientos agrícolas para explotar las ricas
provisiones de ratones que el hombre sin darse cuenta comenzó a proporcionarle en
cuanto aprendió a cultivar y almacenar grano. Pero existe un buen argumento que
prueba lo erróneo de la visión tradicional sobre la forma en que los gatos y las
personas se unieron. Resulta una bonita paradoja que las especies que más
cambiaron al ser domesticadas sean las que más se han domesticado a sí mismas,
mientras que una especie como el gato, que es de las que menos ha cambiado con la
domesticación, lo más probable es que haya sido capturada y criada de forma
deliberada por el hombre desde el principio. La bióloga Juliet Clutton-Brock
clasificó al gato como un animal «cautivo explotado» en lugar de verdaderamente
domesticado, y puede que ésta sea una definición muy acertada.
El razonamiento genético y conductual que explica que esto debería ser así es el
siguiente: el sello de la domesticación consiste en una serie de cambios biológicos
que suceden con rapidez y a la vez durante el proceso de selección que realiza el
hombre y del que en su mayor parte es inconsciente. Los experimentos con zorros
rojos realizados por el biólogo ruso D. K. Belyaev demostraron que al seleccionar
únicamente la docilidad en conductas tales como la disposición de un cachorro para
dejar que un ser humano se acerque y lo coja en brazos, fue posible producir una
variedad de zorros en sólo cinco generaciones que habían adquirido el paquete
completo de la domesticación. Estos zorros tenían pelajes de dos colores, orejas
caídas, movían la cola y ladraban como si fueran perros, y sollozaban para llamar la
atención de personas conocidas. Al comparar a muchos animales domesticados con
sus antepasados salvajes, parece que se comportan más como individuos jóvenes que
como adultos. Se muestran juguetones toda su vida; no desarrollan los fuertes
instintos territoriales o de caza de sus homólogos adultos salvajes; se muestran
dependientes de otros para conseguir comida y atención.
El punto crucial es que los científicos rusos no seleccionaron ninguno de estos
rasgos deliberadamente, sino de forma general; la docilidad podrían haberla escogido
también otros hombres en la antigüedad de forma completamente inconsciente en sus
primeros encuentros con animales que después domesticaron. Todos los cambios que
surgieron en los zorros —pérdida del miedo, permanencia de conductas juveniles en
la edad adulta, dependencia durante toda su vida e incluso rasgos físicos como las
orejas caídas y los pelajes a dos colores— parecen estar genéticamente relacionados.
Todos parecen ser producto de cambios relativamente pequeños en los genes
«maestros» que regulan el proceso del desarrollo desde la infancia a la edad adulta.
Retocar estos resultados supone una alteración y reorganización de las conductas y
rasgos físicos para que las formas juveniles permanezcan o bien emerjan
combinaciones completamente nuevas. Resulta sorprendente que este conjunto de
nuevos rasgos se encuentre siempre presente en las especies domesticadas.
En todas, menos en los gatos.
En resumen, los gatos no tenían ningún problema evolutivo al que enfrentarse en
estado salvaje; no necesitaban depender del hombre para sobrevivir; no sufrieron las
rápidas y automáticas transformaciones genéticas que destruyeron las barreras entre
lo salvaje y lo domesticable, como en el caso de las bestias salvajes que se
convirtieron en compañeras del hombre dúctiles y adaptables. Los hombres
primitivos consiguieron domar con éxito a lobos, vacas, ovejas y otros animales
verdaderamente domesticados debido en gran parte a que estas especies ya contaban
con el potencial genético para domesticarse a sí mismas una vez que los humanos
aparecieran en el medio ambiente donde habitaban. Los gatos, sin embargo, se
negaron a entrar en este juego.
La propia ausencia en el gato de las alteraciones genéticas típicas que
caracterizan el proceso de domesticación tiende a sugerir que habría sido necesario
que los humanos hubieran tomado cierta iniciativa para romper la barrera. Aunque la
domesticación fue un suceso en sí mismo extraño, éste lo fue todavía más. Las
coincidencias en el cambio de clima, pérdida del hábitat, lugar geográfico y la
proximidad a los asentamientos humanos se confabularon para desencadenar un
mecanismo genético interno de rápida evolución en las especies domésticas que hoy
son completamente dependientes del hombre para su propia existencia y
supervivencia, tanto a nivel individual como de especie. Éste fue un cambio de
barrido evolutivo y majestad histórica, por lo que no sorprende que los esfuerzos
intencionados del hombre para imitarlo, miles de años después, en los comienzos de
la civilización, no consiguieran más que unos cuantos chapoteos en la charca
genética que nada tenían que ver con el maremoto genético evolutivo.

¿CÓMO CONSIGUEN AMOLDARSE LOS GATOS?

Los gatos domésticos, al igual que los camellos, elefantes asiáticos, ciervos y
otros animales cautivos explotados por el hombre, probablemente no sean auténticos
animales domesticados. (A pesar de esto, resulta difícil no usar el término «gato
doméstico» y seguiré utilizándolo para referirme a poblaciones de gatos caseros, de
granjas y gatos asilvestrados, que, biológicamente hablando, son todos Felis
silvestris catus). Pero, aunque nunca se hayan domesticado por completo, los
animales cautivos explotados como el gato debieron de ser en una determinada época
mínimamente domables y hasta cierto punto compatibles con la vida que llevaban los
humanos. Después de todo, existen muchas especies de mamíferos y aves a las que
expertos cuidadores de zoológicos no han podido mantener en cautividad con éxito
por mucha voluntad que hayan puesto, y mucho menos los millones de personas que
lo han intentado en sus propios hogares con escasos conocimientos sobre
comportamiento animal, ecología o veterinaria.
Incluso cuando los humanos se proponen con determinación y premeditación
tener un animal en cautividad no es muy probable que salgan airosos del intento, a
no ser que el animal cumpla una serie de criterios básicos. Una regla fundamental
para conseguir tener a un animal en cautividad es que sea un «generalista», es decir,
que pueda comer una gran variedad de alimentos. Para la mayoría de las personas
que viven en un apartamento, por ejemplo, no sería nada cómodo conseguir unos
cientos de kilos de bambú cada semana para alimentar a un panda gigante.
Otra característica más sutil es que algunas especies simplemente son más
domables que otras, aunque no siempre tenga que ver con ser un animal social o
doméstico. Todos los animales domesticados son domables, pero muchos animales a
los que se puede domar no son domesticables, y algunos ni siquiera tienen una
naturaleza social. Dentro de la familia de los gatos, tanto el guepardo como el caracal
eran muy comunes en cierta época como compañeros de caza entre las clases de la
élite de Oriente Próximo y la India. Tenían guepardos en el antiguo Egipto, en
Sumeria, Asiría y en la India en los tiempos de los mongoles; se los llevaba a cazar
encapuchados, como a los halcones, y después se los soltaba cuando la presa estaba a
la vista. Si conseguían atraparla, eran recompensados con una porción del botín. En
una ocasión, un príncipe mogul tuvo cautivos a cientos de guepardos y, una vez
domados, se convirtieron en animales juguetones, leales y afectuosos. El caracal, un
gato de tamaño medio (de unos 15 kg), con largas orejas, que habita en África y
Asia, también es fácil de domar y ha sido utilizado por cazadores de la India e Irán.
Es el gato más veloz de su tamaño. Aunque en estado natural no suele ser un animal
social, parece adaptarse bien a la vida con el hombre. Tanto el guepardo como el
caracal son gatos que se pueden domesticar, aunque ninguno pueda considerarse una
especie doméstica.
Por el contrario, aquellos que han intentado recientemente tener como mascotas a
felinos que provenían de cruces entre el gato doméstico y el gato bengalí asiático han
pasado por una mala experiencia como resultado de ello. El gato bengalí, Felis
bengalensis, es casi del mismo tamaño que el gato doméstico y proviene de los
bosques que se extienden desde Siberia hasta el sureste de Asia y la India,
fundamentalmente los mismos hábitats en los que se encuentra Felis silvestris. Los
Institutos Nacionales de Salud mantuvieron en sus instalaciones varios ejemplares de
gatos bengalíes para un proyecto cuyo objetivo era confeccionar un mapa de genes
que incluía cruzarlos con gatos domésticos (la descendencia es completamente
fértil). Una vez terminado el proyecto, varios trabajadores del laboratorio adoptaron
a la segunda generación de garitos, cruces que eran tres cuartas partes gatos
domésticos y una cuarta parte gatos bengalíes. Los consiguieron criar
proporcionándoles muchos cuidados y resultaron ser animales preciosos, mucho más
mansos que sus abuelos de pura raza bengalíes. Pero muy pronto, un trabajador que
adoptó a uno de ellos dijo que quería devolverlo porque estaba comiéndose —es
decir, consumiendo, no sólo mordisqueando— los zapatos de cuero de la casa. Otro
de los adoptados desapareció sencillamente de la casa de su dueña durante un largo
periodo. Lo buscó por toda la casa, pero no había ni rastro del gato. Por fin descubrió
que había excavado una especie de cueva en la parte inferior del sofá y se había
escondido allí. Tanto el gato bengalí como el montés suelen hacer nidos en su hábitat
natural en troncos huecos de los árboles o en grietas rocosas, por lo que no hay
ninguna razón en particular en la historia vital o en la ecología del gato bengalí que
explique por qué los híbridos bengalí-doméstico tendrían que hacer agujeros en los
sofás y los gatos domésticos puros no.
¿Qué hace, entonces, que algunas especies salvajes sean más domables que
otras? El proceso genético estándar de la domesticación gira en torno a una rápida
alteración del proceso de desarrollo, que entre otras cosas tiene como resultado una
ruptura, reajuste o simple descarrilamiento de conductas adultas muy desarrolladas
que a menudo son fuente de problemas en cautividad: se trata de conductas
territoriales, de sospecha ante cualquier novedad o depredatorias. Pero existió un
proceso similar, aunque mucho más sutil y prolongado, de «preadaptación» genética
que tuvo lugar tanto en especies que con el tiempo fueron domesticadas por
completo, como en aquellas que llegaron a ser con éxito cautivas explotadas. Todas
estas especies comparten una historia común al haber ampliado sus territorios de
forma drástica durante la Era Glacial. A medida que los glaciares iban avanzando y
retirándose, aparecieron nuevos territorios, se abrieron corredores para volver a
cerrarse de nuevo, y cierto número de mamíferos terrestres, entre los que se
encontraban ovejas, camellos, lobos y gatos, se aprovecharon de esta situación para
lanzar sucesivas oleadas de colonización.
Este proceso de colonización y adaptación a nuevos hábitats ejerció una
importante fuerza selectiva, puesto que supuso una prima para los individuos que
eran generalistas adaptables y flexibles. Existen ciertas pruebas, que provienen sobre
todo de estudios realizados con carneros de montaña, que demuestran que las
especies que consiguieron expandir sus territorios durante la Era Glacial sufrieron un
cambio genético que, de algún modo, se anticipó a los cambios posteriores, más
espectaculares, que ocurrieron durante la domesticación. Las especies de carneros de
montaña que hoy están más alejadas geográficamente de su punto de origen en
Africa del Norte muestran el mayor grado de lo que los biólogos llaman neotenia, el
mantenimiento de rasgos físicos y de conducta juveniles en la edad adulta. Por
ejemplo, los machos de carneros de las Montañas Rocosas, que se sitúan justo al
límite de la hégira de la Era Glacial de los carneros desde el norte de África hasta
Siberia y a través del estrecho de Bering hasta Norteamérica, desarrollan en mayor
medida conductas juveniles (como montar hembras que no están en celo, o lanzar
coces a los carneros rivales para amenazarlos, en lugar de realizar ostentaciones de
los cuernos) que los carneros de la especie de la que provenían, el carnero de Stone,
de la Columbia Británica.
El gato montés fue también un gran viajero. Desde su punto de partida en la Era
Glacial en Europa hace 250.000 años se extendió en una serie de oleadas migratorias
hasta Asia y África. Como consecuencia, el Felis silvestris es hoy el miembro de la
familia de los felinos geográficamente más extendido y el más adaptable. Los gatos
monteses se encuentran en lugares que van desde las selvas de África a los bosques
del norte de Escocia; viven en desiertos de Arabia Saudita y el Sahara, en áreas
semidesiertas de Asia Central, en las zonas costeras, en montes bajos y rocosos,
bosques de hoja caduca y marismas. Los únicos lugares de los que están ausentes son
los bosques tropicales lluviosos, las praderas de estepa y las zonas en las que la nieve
permanece en el suelo más de cien días al año.
De estas extensas subpoblaciones de gatos monteses, el grupo del lybica africano
es el más distante geográficamente de su lugar de origen, el más extendido y el que
hizo su aparición más recientemente. Según los análisis genéticos, el gato montés
africano se separó de forma definitiva de la población europea hace sólo unos veinte
mil años, justo al finalizar la Era Glacial. De acuerdo con la teoría de la dispersión y
la neotenia, el gato montés africano debería, por tanto, ser el más manso y de
carácter más juvenil. A pesar de las muchas y cercanas similitudes entre las
diferentes ramas de gatos monteses, los africanos muestran importantes diferencias
de conducta con relación a sus homólogos europeos. Son sencillamente más fáciles
de domar y más amistosos. Según una opinión de primera mano, los gatos monteses
europeos, aunque hayan sido criados por humanos, siguen siendo «fieros e
intratables», al igual que ocurre con los cruces entre gatos caseros y gatos monteses
europeos. Andrew Kitchener, un zoólogo del Museo Nacional de Escocia que está
llevando a cabo el estudio más importante sobre el gato montés, dijo que la única
ocasión que tuvo de ver a crías de gatos monteses europeos en cautividad fue una
experiencia bastante
«espeluznante». Los gatitos de cuatro semanas «miraban a través de ti como si no
estuvieses allí». Se mostraban muy silenciosos y no había manera de que jugaran o
interactuaran con la gente. Algunas personas que han criado a gatos monteses
europeos como mascotas dicen que como mucho son gatos de «un solo dueño» que,
al permanecer en cautividad, pierden incluso ese grado de mansedumbre poco
después de alcanzar la madurez sexual, como les ocurre a muchos animales salvajes
en esa misma situación. Marianne Hartmann, de la Universidad de Zurich, que ha
estudiado gatos monteses europeos en grandes instalaciones exteriores, dice que hay
dos tipos de cachorros de gato: los que son muy tímidos al principio y se esconden
cada vez que alguien se acerca a ellos, y los que son casi dóciles. Sin embargo, a
medida que se acercan a la edad adulta, ambos tipos tienden a parecerse más en su
conducta hacia las personas: los tímidos pierden el miedo, pero siguen prefiriendo
estar solos, mientras que los casi mansos siguen sin tener ningún miedo, pero se
muestran cada vez más distantes. En palabras de Hartmann, se convierten en gatos
descarados y soberbios. Sus ejemplares adultos se acercaban a ella sin ningún
problema, pero nunca se dejaban tocar. (Según ella, los adultos llegaban a
«comportarse como si tuvieran el tamaño de un leopardo», intimidando con
indiferencia incluso a enormes y fieros pastores alemanes). En otras palabras, lo que
hace que los gatos monteses adultos no formen lazos estrechos con las personas no
es el miedo, sino su actitud distante.
La ausencia del miedo a las personas y la actitud emocional distante hacia ellas
son al parecer componentes diferenciados de la personalidad del gato. Resulta
interesante que los experimentos en los que se ha cruzado a lobos con perros también
sugieren que estos dos componentes de la conducta están diferenciados y no tienen
ninguna relación.
Los cruces entre gatos monteses africanos y gatos caseros son, sin embargo,
bastante fáciles de domesticar; incluso los gatos monteses africanos adultos
capturados en estado salvaje comienzan a mostrar cierto grado de mansedumbre
hacia las personas que los rodean después de unas cuantas semanas. Pero los
cachorros de gato montés africano puro que crió el zoólogo africano Reay Smithers
continuaron siendo salvajes en varios aspectos. Cuando llegaron a la edad adulta se
mostraban muy territoriales entre sí y con dos gatos caseros siameses; cuando eran
todavía gatitos y los regañaban por ponerse en la mesa, «en lugar de comportarse
como lo haría un gato normal, huyendo lo más rápido posible, echaban hacia atrás
las orejas, escupían, mostraban los dientes y contraatacaban». Además, hacían
estragos en las aves de corral de la familia: patos, gallinas de Bantam y algunas ocas
muy agresivas; sólo la pava real consiguió mantener a raya a los gatos y evitar que la
atraparan rápidamente con sus fauces.
Aun así, estos gatos monteses africanos puros eran «supercariñosos» con
Smithers y su mujer, ronroneaban y se frotaban frecuentemente contra ellos para que
les hicieran caso, e incluso llegaron a formar estrechos vínculos con los perros,
frotándose contra sus patas cuando se les acercaban y acurrucándose con ellos junto
al fuego.
Por tanto, aunque es posible que el gato montés africano nunca haya llegado a un
grado de mansedumbre similar al de otros animales domésticos que sí fueron
verdaderamente domesticados, se domó a sí mismo lo justo para ser acogido por
cualquier ser humano con cierto gusto por la aventura.
EL ANTIGUO EGIPTO

Intentar averiguar quién fue el primero que acogió a un gato montés es, en cierto
sentido, como intentar saber quién fue el primero en inventar la estantería o la
costumbre de sonarse la nariz con un pañuelo: no es probable que el acto de inventar
deje señales claras en los registros arqueológicos. Pero, aunque no se sepa con
seguridad si fueron los antiguos egipcios los primeros en recoger de la selva a un
gato, no hay duda de que acogieron a los gatos a una escala incomparable a
cualquiera de sus predecesores. Tampoco existe duda alguna sobre el hecho de que
los egipcios cumplieran a la perfección los requisitos de ser un pueblo
extraordinariamente aventurero en lo que se refiere a domesticar animales salvajes.
Los relieves de las tumbas del antiguo Egipto representan a hienas, cabras montesas,
gacelas y antílopes con collares alrededor del cuello a los que se está alimentando (o
quizás estén siendo obligados a comer). Es posible que capturar y domar a un gato
montés africano predispuesto de antemano a ser domesticado no resultara un reto tan
difícil para un pueblo tan seguro de poder meter comida a la fuerza en la garganta de
una hiena.
[Figura 3. Lugares asociados con el culto egipcio a los gatos [Créditos].]

Aunque es posible que otros llegaran antes —y la mandíbula de gato


aproximadamente del año 6000 a. C., procedente de Chipre sugiere que éste fue el
caso— los egipcios hicieron suyo al gato e, intencionadamente o no, hicieron que se
propagara por el resto del mundo. Desde luego nadie podrá decir nunca que no
pensaran a lo grande y en su devoción al gato no tuvieron rival en el mundo antiguo.
En el año 1888 un granjero que estaba arando un campo de Beni Hassan, un lugar
situado a orillas del Nilo a medio camino entre El-Giza y Tebas, desenterró
accidentalmente lo que seguramente constituye el mayor cementerio de gatos de
todos los tiempos. En total fueron extraídas unas 100.000 momias del yacimiento,
testimonio del gran culto al gato que se impuso en el antiguo Egipto. (Se ha hecho
famosa la historia del envío en barco del botín completo de momias a Liverpool,
vendidas para ser usadas como fertilizante a 4 libras la tonelada, inundando así
inmediatamente el mercado de momias de gato del siglo XIX. Había un total de 19
toneladas y sólo consiguió salvarse del lote un ejemplar que se encuentra en el
Museo de Historia Natural de Londres).
Varias docenas de momias de gato procedentes de otros lugares escaparon a ese
ignominioso destino y han sobrevivido para mostrarnos el gran cuidado que se tenía
al preparar a los gatos para su entierro. Algunas tienen elaboradas envolturas con
patrones complejos, similares a los utilizados por las personas importantes en la
sociedad egipcia que podían permitirse el lujo de la momificación. Las cabezas de
los gatos estaban cubiertas de máscaras hechas con papel maché que colocaban
después en cajas para momias, acompañadas algunas veces de pequeñas musarañas o
ratones también embalsamados para que les sirvieran de comida en la vida de
ultratumba.

[Figura 4. Una momia egipcia de gato del periodo romano cuidadosamente envuelta, posterior al año 30 a. C.
Figura 5. La diosa egipcia Bastet, representada por una mujer con cabeza felina y jóvenes gatos a sus pies;
lleva un sonajero y escudo ceremoniales. Data del siglo IV a. C.[Créditos]]

La escultura y los adornos reflejan igualmente la intensa y popular devoción que


los egipcios tenían por el gato, que adoptaba la forma dela diosa Bastet, asociada con
la fertilidad en los campos y en la matriz. Las mujeres jóvenes casadas sentían una
especial devoción por esta diosa, que se materializaba en un considerable mercado
de amuletos con la imagen del gato tallada en bajorrelieve, que aparentemente servía
como amuleto para aumentar la fertilidad. Los gatos también se retrataron en otro
tipo de materiales, como oro, marfil, bronce, piedra, madera, yeso y barro.
La devoción que sentían los egipcios por los gatos caseros y por los gatos en
general también está bien documentada en varias fuentes históricas que datan de los
primeros siglos antes de Cristo. Herodoto, que visitó el centro de culto al gato de
Egipto, Bubastis (moderno Tell Basta, unos 60 km al noreste de El Cairo), hacia el
450 a. C., describió un templo de impresionantes dimensiones que contenía una
estatua colosal de Bastet y miles de gatos vivos alimentados y cuidados por los
sacerdotes. Además, escribió sobre el duelo por el que pasaban los miembros de
algunas familias cada vez que su gato moría de alguna causa natural; se afeitaban las
cejas y, si podían permitírselo, llevaban el cadáver a Bubastis para que los sacerdotes
lo embalsamaran y sepultaran. Diodorus Siculus, historiador griego que viajó a
Egipto entre los años 60-57 a. C. relató las consecuencias que acontecían cuando un
gato no moría por causas naturales: «Quienquiera que mate un gato en Egipto es
condenado a morir, sin importar si lo hizo deliberadamente o no. La gente se reúne
para matarlo. Un desgraciado romano que había matado un gato accidentalmente no
pudo ser salvado, ni por el rey Tolomeo de Egipto ni por el miedo que Roma
inspiraba».
Este aborrecimiento egipcio a infligir cualquier daño a los gatos era conocido en
toda la región y fue ingeniosamente utilizado por una armada invasora de persas en
el año 525 a. C. Un comandante persa cercó primero el Pelusium, el fuerte fronterizo
egipcio situado a unos 30 km al este del actual Port Said y ordenó a sus hombres que
recogieran a todos los gatos que encontraran. Antes de lanzar el ataque final, soltaron
por delante esta horda de gatos. Los defensores egipcios se rindieron sin oponer
resistencia por miedo a herir a algún felino; el faraón Psamtek III fue así derrocado y
la dinastía persa se instaló en Egipto.
Algunos, al contemplar estos datos históricos, han llegado a la conclusión de que
el gato ocupaba un lugar en la religión egipcia similar al que tiene la vaca sagrada en
el hinduismo, y han encontrado en esta veneración hacia el gato un profundo vínculo
similar al que muchas personas establecen en la actualidad con sus gatos. Entre los
estudiosos de la historia del gato, el antiguo Egipto está considerado la época dorada
en la que éste tuvo su mejor periodo, justo antes del diluvio de la Edad Media y el
vilipendio que recibió por parte de la Iglesia cristiana, que lo acusaba de estar
asociado a brujas y ser aliado del diablo. También es cierto que resulta tentador ver
esta devoción egipcia como una explicación de por qué decidieron introducir a los
gatos en su sociedad.
No obstante, resulta siempre arriesgado intentar entender la religión de otros; la
posición y el papel del gato en Egipto fueron posiblemente más complejos de lo que
se ha querido creer. Lo que sí está claro es que la adoración egipcia por este animal
sirvió como vector de introducción de los gatos a la humanidad: durante los primeros
siglos antes de la era cristiana los venerados y consentidos gatos de Egipto habían
alcanzado una población de tamaño considerable, que muy pronto estalló y se
propagó por el Mediterráneo, y de allí a los lugares más remotos del Imperio
Romano.
Pero lo que resulta más difícil es medir en qué grado los sentimientos religiosos
fueron, hace muchos siglos, responsables de la introducción original del gato en la
sociedad egipcia. Es posible que la verdadera respuesta sea «no mucho», porque por
un lado el culto egipcio al gato —como tal— parece haber sido bastante tardío.
Comenzó realmente a despegar después de que el primero de los faraones libios,
Shoshenq I de la XXII dinastía, que reinó desde el año 935 a. C., convirtiera a
Bubastis en su capital y elevara a la diosa Bastet, que hasta entonces había sido
objeto de un pequeño y local culto, al estatus de deidad oficial del reino. (Shoshenq I
fue el rey Sesac del Antiguo Testamento que, además de nacionalizar el culto al gato,
invadió Jerusalén con un ejército de 1.200 carros, 60.000 soldados a caballo e
«innumerables» soldados a pie, y saqueó el templo y el palacio del hijo de Salomón,
el rey Roboam).
Antes de este momento, hay muy pocas pruebas de que los egipcios trataran a los
gatos como mascotas; en los imperios antiguo y medio (entre el 2700 y el 1800 a. C.)
la única otra mascota común aparte del perro era el mono. En el antiguo Egipto
además, sólo los perros y el ganado solían recibir nombres individuales. A los gatos
se los llamaba casi siempre «gatos». (En el idioma egipcio ésta era una palabra
escrita con las tres consonantes myw. Al igual que en el hebreo moderno y en el
árabe, en el egipcio antiguo las vocales no se indicaban en la escritura, por lo que
resulta imposible saber cómo se pronunciaba exactamente esta palabra, aunque casi
cualquier vocal que se pueda pensar que encaja entre esas letras lo convierte en un
vocablo claramente onomatopéyico). La única excepción a la regla de llamar gatos a
los gatos que puede encontrarse en cualquier escrito del antiguo Egipto fue la de un
gato llamado njm, que significa «dulce».
La diosa Bastet se remonta a esos primeros tiempos y era representada con
mucha frecuencia como un gato o una mujer con cabeza felina. Pero el hecho de
venerar a una diosa-gato es muy diferente a rendir culto a todos los gatos en general.
Desde los primeros tiempos, muchos dioses y diosas egipcios fueron representados
con formas animales, sin que esto implicara la existencia de la veneración al propio
animal. No fue hasta el periodo tardío (que comenzó hacia el año 700 a. C.) cuando
un dios
egipcio fue identificado por todos con su correspondiente animal terrenal. En
tiempos anteriores, como mucho un único miembro de la especie elegida era
seleccionado como el «precursor» divino del dios. El más famoso de éstos fue el toro
sagrado Apis, de Menfis, precursor del dios Ptah. Pero sólo existió un Apis una vez.
De este modo, la veneración generalizada de todos los individuos de una especie
asociada con un dios o diosa en particular, y la momificación y enterramiento en
masa de animales fue un cambio aislado y muy posterior. De hecho, formó parte de
la degeneración y declive de toda la religión antigua egipcia al ser atacada por los
invasores persas, griegos y romanos. El gato no fue el único en recibir este
tratamiento. Tal como Donald Alexander Mackenzie, experto en mitología,
manifestó:

Egipto ansiaba las glorias pasadas y se convirtió en un imitador de sí mismo. Todo lo que era viejo
era transformado en sagrado; los conocimientos de los ancianos eran considerados la esencia de la
sabiduría […] La adoración por los animales fue llevada al extremo. En lugar de considerar sagrado un
único representante de una especie, toda ella era venerada. Gatos, carneros, vacas, aves, peces y reptiles
eran adorados y momificados a gran escala.

Existían enormes cementerios de cocodrilos, aves y gacelas, iguales a los de


gatos; pero este resurgir religioso estaba rodeado de cierta atmósfera engañosa.
Después de pasar por rayos X a cincuenta y cinco momias de gato se demostró que,
bajo los llamativos envoltorios externos, muchas eran una especie de cubo de basura
de taxidermistas y directores de pompas fúnebres. Una momia que tenía cierto
parecido extraño a un gato era realmente un cráneo de gato colgado encima de varias
piezas del hueso de la pierna de un humano.
Además, los rayos X demostraron que la mayoría de los gatos habían sido
asesinados de forma deliberada, posiblemente a manos de los sacerdotes de los
templos ansiosos de responder a la demanda de momias por parte de personas que
querían comprarlas para ofrecérselas a la diosa. A muchos de los gatos los habían
degollado y, excepto dos, los cincuenta y cinco ejemplares tenían menos de dos años
cuando murieron; un tercio tenía menos de cuatro meses. Nada de esto encaja con
una muerte natural al final de una larga y venerada existencia.
Por tanto, puede que sea un error suponer que los egipcios introdujeron a los
gatos en su sociedad porque los veneraban como si se tratara de dioses; sería más
acertado decir que fueron un pueblo aventurero y curioso que añadió a su
civilización todo tipo de animales salvajes —papiones, hienas y antílopes—, siendo
los gatos simplemente una especie más. Los egipcios adoraban a los gatos como si
fueran dioses porque adoraban a todo tipo de cosas, y los gatos estaban a mano.
Por otro lado, la veneración en masa que con el tiempo recibieron estos felinos,
sobre todo a partir del periodo tardío en adelante, ayudó sin duda a los gatos
domésticos a alcanzar un tamaño de población importante y en ese preciso momento
ya no hubo marcha atrás para la humanidad ni para los gatos.
GATOS SALVAJES, DOMESTICADOS Y MIXTOS

La expansión de los gatos domésticos desde Egipto fue lenta al principio, en


parte porque durante mucho tiempo los egipcios prohibieron la exportación de gatos,
y en parte porque se cree que los viajeros egipcios recogían y repatriaban a cualquier
gato que se encontrara en tierras extranjeras. Hasta el año 500 a. C. no aparecen
pruebas en Grecia de la presencia del gato doméstico y cuando lo hacen es en forma
de relieve de mármol que representa un encuentro entre un perro y un gato, ambos
atados, mientras dos hombres sentados los observan. Una vasija griega del mismo
periodo muestra a un gato aparentemente doméstico intentando atrapar un pájaro. En
Pompeya no se encontraron restos de gato enterrados por la erupción del Vesubio del
año 79 a. C., pero tres siglos después los gatos se habían extendido por todo el
Imperio Romano; existen huellas de patas de gato en tejas de barro procedentes de la
ciudad romana del siglo IV de Silchester, en el sur de Inglaterra.
La dispersión de los gatos desde Egipto se precipitó debido a la desaparición del
culto a la diosa Bastet, que sobrevivió hasta la era cristiana, pero fue abolido por
decreto del emperador Teodosio I, que prohibió el culto pagano en todo el mundo
romano en el siglo IV.
No hay duda de que los seres humanos llevaban a los gatos consigo en sus viajes
a pie o en barco, y en ese sentido estaban bajo el control humano. Sin embargo, los
gatos siguieron existiendo en otros mundos de manera simultánea de formas que
desafiaban o, por lo menos, limitaban la mediación humana. Al contrario que los
caballos, el ganado o las ovejas, cuyos apareamientos podían ser fácilmente
controlados por adiestradores, siendo así seleccionados y criados por ciertos rasgos
deseables desde los primeros tiempos de la cría de animales, no hay pruebas que
demuestren que en la Antigüedad los gatos fueran criados en cautividad. Incluso hoy
día en Estados Unidos menos de un 3% de los gatos con dueño puede considerarse
una «raza»; casi todos los cruces se realizan al azar y son elegidos por los propios
gatos, no por los dueños. Esto es así incluso en el caso de la gran mayoría de gatos
caseros que, hasta hace muy poco, siempre fueron libres de entrar y salir cuando
quisieran. Los estudios realizados hasta la fecha sobre dueños de gatos en
Norteamérica indican que todavía existe un 40% de gatos domésticos en las zonas
urbanas y suburbanas a los que se permite salir de casa, a lo que hay que sumar casi
la totalidad de los gatos de zonas rurales, en las que tres cuartas partes de los
residentes dicen tener un gato. Durante miles de años la masa general de gatos
caseros en propiedad y de gatos en granjas ha llevado una especie de doble vida: han
sido mansos, dependientes y a menudo cariñosos con sus supuestos dueños, pero al
mismo tiempo han vivido libres, inmersos en un complejo mundo social gatuno más
allá de las cuatro paredes de sus hogares.
Al mismo tiempo, surgió una segunda gran población de gatos, domésticos
alrededor de los asentamientos humanos: gatos callejeros, gatos de «barrio» y gatos
asilvestrados, descendientes éstos de los gatos domésticos que los humanos fueron
esparciendo en sus viajes y que ahora viven una vida fundamentalmente salvaje.
Hoy, esta gran reserva de gatos domésticos libres, sin dueño alguno, iguala o excede
en tamaño incluso a la población de gatos con dueño en muchos lugares y presenta
un amplio continuo de tipos de relaciones sociales con los seres humanos. Muchos
de los gatos que andan a su libre albedrío reciben limosnas de la gente de forma
regular; un estudio en Brooklyn descubrió que alrededor del 20% de los hogares se
dejaba fuera comida para los gatos, proporcionándoles en total más comida de la que
sería necesaria para que toda la población de gatos sin dueño de la ciudad
sobreviviera. Algunos estudios sobre gatos callejeros en Baltimore, Maryland, Roma
y Portsmouth (Inglaterra) han descubierto que la basura era una importante fuente de
comida también para los gatos que viven libres en zonas urbanas. Aproximadamente
un tercio de los gatos que se tienen como mascotas provienen de la población de
gatos que viven a su libre albedrío, y crean así un intercambio continuo entre la
población de gatos con dueño y sin dueño. En el otro extremo de los gatos libres,
están los gatos verdaderamente salvajes, que permanecen casi invisibles a los
humanos, siempre recelosos, saliendo de sus escondites en graneros, sótanos y
vertederos sólo por la noche. Pero incluso éstos dependen en su mayor parte para
sobrevivir de la actividad humana, buscando comida entre la basura o cazando
ratones en los campos arados o en graneros.
El hecho de que casi todos los gatos domésticos —con dueño, callejeros y
asilvestrados— vivan donde vive la gente ha ayudado a mantenerlos aislados
genéticamente de poblaciones de gatos monteses de alrededor. Desde los tiempos
prehistóricos, los humanos han cazado gatos monteses por sus pieles y los granjeros
suelen considerarlos una amenaza para las aves de corral; por eso la gente intenta
mantener una zona libre de gatos monteses alrededor de sus propiedades. Además, la
territorialidad de los machos no castrados de gatos domésticos servía para combatir
la usurpación de terreno por parte de machos de gato montés en busca de hembras en
celo, y viceversa.
Pero hasta la fecha el grado de domesticabilidad de los gatos monteses africanos
y la amplia gama de comportamientos observados en los gatos domésticos según
cómo han sido criados —desde individuos extremadamente cariñosos si los gatitos
han crecido con mucho contacto social, a gatos realmente fieros cuando se trata de
animales asilvestrados que nunca han tenido contacto con humanos— sugieren que
muchas de las diferencias de comportamiento que separan a los gatos domésticos de
sus ancestros salvajes no son realmente genéticas. Es algo muy distinto a lo que
ocurre con las vacas, ovejas, perros y con casi todos los animales verdaderamente
domesticados. La única diferencia radical de comportamiento surgida en los gatos
domésticos, incluso con respecto a los gatos monteses africanos, es que toleran vivir
en grupos sociales, e incluso los forman por su cuenta. Las hembras de gatos
domésticos asilvestrados suelen encontrarse en grupos viviendo juntas en una
colonia alrededor de una fuente de comida, como un granero o basurero. Llegan
incluso a repartirse las tareas de crianza de los pequeños, permitiendo que los gatitos
de otras hembras se nutran de su propia leche. Los gatos monteses, aunque sean
africanos, no exhiben nunca estas conductas, ni siquiera cuando la comida disponible
se encuentra concentrada en un solo lugar. Son animales realmente solitarios que
tienden siempre a mantener las distancias con respecto a otros gatos monteses
adultos.
Curiosamente, las pruebas apuntan a que este gregarismo de los gatos domésticos
es una herencia, pero cultural, no genética. Los gatitos que crecen en grupos sociales
y que, por tanto, se acostumbran desde los primeros meses de vida a tratar con
adultos con los que no están emparentados, lo siguen haciendo a lo largo de toda su
vida; cuando son adultos se muestran deseosos de establecer vínculos con otros
adultos. Sin embargo, los gatitos criados sólo por sus madres, sin ningún contacto
social con extraños (ya sean éstos otros gatos o humanos), se comportan como
individuos solitarios en la edad adulta.
De este modo, se podría mantener que los seres humanos actúan como un
catalizador irreversible que provoca una revolución social en el mundo felino. La
subpoblación de gatos monteses africanos que se puso en contacto con los humanos
fue expuesta a un medio social que enseñó a los jóvenes gatos a ser gregarios al
llegar a adultos. Desde ese momento la suerte estaba echada. Incluso las
generaciones siguientes que no tuvieron casi ningún contacto con los humanos o que
fue mínimo mantuvieron esa tradición cultural, formando grupos sociales por sí solos
que transmitieron la tradición del gregarismo a sus descendientes asilvestrados.
Por tanto, es posible que lo que separa realmente a los gatos domésticos de los
salvajes no sean los genes, sino la tradición.
[Bibliografía]
2
Gatos negros y atigrados
Los gatos fueron introducidos en la sociedad humana por un acto premeditado de
seres humanos un tanto aventureros y curiosos; una vez en ella, llegaron a alcanzar
una masa crítica gracias a la tolerancia de una cultura religiosa que, con el tiempo,
los veneró de forma indiscriminada; de allí se extendieron por todos los lugares que
pisaba el hombre como una enredadera que trepa por el árbol de la humanidad,
echando sus raíces cerca, pero siempre a una distancia prudente. Durante siglos los
humanos ejercieron una pequeña y casi inconsciente influencia en la dirección y
forma que esa enredadera tomaría.
Al igual que entonces, lo sorprendente de los gatos hoy es su carácter ambiguo e
independiente. La posición incierta que ocupan en la naturaleza y sociedad humanas
se reflejó durante mucho tiempo en la ambigüedad de los sentimientos de los
hombres hacia ellos. Los gatos han evocado emociones contradictorias en el corazón
de los seres humanos, beneficiándose en unas ocasiones, sufriendo en otras, y
viéndose sutilmente afectados por ellas.
Esta discrepancia en los sentimientos humanos hacia los gatos todavía persiste
hoy. Un censo sobre las actitudes contemporáneas de los norteamericanos hacia estos
animales reveló que un 17% de la gente decía sentir cierta animadversión hacia ellos,
mientras que sólo un 3% tenía el mismo sentimiento hacia los perros. Por otro lado,
desde la década de 1980, los gatos desde los años ochenta han superado a los perros
como la mascota más común en los hogares norteamericanos (actualmente existen
unos 75 millones de gatos con dueño y sólo 60 millones de perros). El gato mascota
típico es hoy objeto de tal adoración que avergonzaría a los egipcios del periodo
tardío; ésta se manifiesta en aspectos tales como una industria de juguetes para gato
multimillonaria o en psicólogos e incluso videntes que, previo pago, pueden decirte
lo que tu gato siente hacia ti. En ausencia de una conducta responsable y prudente de
los criadores que se ocuparon del destino de otras especies domésticas con mano
firme, el futuro del gato en compañía humana ha dependido durante siglos de
actitudes culturales inconscientes y creencias mal articuladas.

UNA BREVE HISTORIA SOBRE LA MAGIA Y EL MIEDO

Alrededor del siglo XI se consideraba a los gatos animales tan valiosos para
exterminar roedores que en Francia solían incluirse en testamentos y herencias. Un
código legal galés de mediados del siglo X llegaba incluso a enumerar un complejo
sistema de precios para gatos de distintas edades y con diversa experiencia en el
exterminio de roedores, y especificar las tasas que debían pagar los que no cuidaran
bien a sus gatos. El valor de un buen gato matarratas fue establecido igual que el de
un potro de catorce días, un ternero de seis meses o un puerco destetado. Si alguien
robaba o mataba a un gato, se le exigía compensar al dueño con una oveja y su
cordero o con una cantidad de grano suficiente para cubrir el cuerpo del gato muerto
sostenido de la punta del rabo, de forma que la nariz tocara levemente el suelo.
Estas eran las buenas noticias. Las malas consistían en que, a finales de la Edad
Media y principios de la era moderna, en Europa hubo casos de gatos torturados y
sacrificados en público, y acusaciones de brujería contra personas que cuidaban
gatos o los tenían en sus casas. En el día de San Juan varias ciudades francesas
arrojaban gatos a una hoguera o los colocaban en lo alto de palos en el centro de un
fuego, una ceremonia que siguieron realizando en Metz hasta finales del siglo XVIII.
Tanto en el viejo como en el nuevo mundo, las mujeres mayores que tuvieran gatos
eran las principales sospechosas en los juicios por brujería. Las recopilaciones de
relatos llevadas a cabo por especialistas en folclore de finales del siglo XIX y
principios del XX abundan en casos en los que se asocia a los gatos con brujas o
con la mala suerte. Muchas creencias populares europeas mantienen que se debería
matar o mutilar a cualquier gato que encontremos por la noche para ahuyentar al
mal.
En lo que se ha convertido en un relato de rigor en las historias sobre gatos se
cuenta que, precisamente por su estrecha asociación con la antigua «Diosa Madre»
pagana (identificada con diosas paganas posteriores como Diana, Venus y Freya), el
gato sufrió un drástico cambio de suerte cuando las autoridades de la Iglesia
medieval se propusieron extirpar toda huella de cultos anteriores al cristianismo. De
ser un símbolo benevolente de fertilidad y maternidad pasó a ser un símbolo literal
del diablo. Muchos estudiosos han ido todavía más lejos al interpretar el destino del
gato como una alegoría sexual y psicológica en la que un animal, conocido por su
promiscuidad y por ser muy vocal durante la cópula, fue venerado en la «femenina»
religión ur[2] de la Diosa Madre, igualitaria y amante de la naturaleza, y por
consiguiente injuriado en la «patriarcal» y «misógina» Iglesia cristiana. Esta
identificación metafórica del gato con la lascivia de la mujer se supone que es la
clave psicológica para explicar el vilipendio del gato en la Europa medieval. James
Serpell, que ha escrito mucho en torno a este tema, afirma categóricamente: «La
verdadera crueldad de la que los gatos han sido objeto como resultado de esta
metáfora dice mucho sobre las inseguridades sexuales de los varones europeos».
Todo esto, por supuesto, encaja con los enfoques eruditos feministas, muy
comunes dentro del actual mundo académico y también con la interesada insistencia
de ciertos aficionados a un tipo de crítica literaria según la cual las metáforas son la
realidad, algo que resulta muy conveniente para que algunos no se molesten en
aprender nada sobre ciencia o historia. Pero este repetido cuento de la persecución
religiosa tiene visos de burda exageración, de teoría ideológica arrolladora anclada
en unos pocos hechos. En realidad, tanto la supuesta persecución de gatos en la
Europa medieval como su causa, han sido muy exagerados.
Varios de los supuestos sobre los que se apoya son históricamente inexactos. Es
cierto que los gatos durante miles de años han fascinado y también preocupado a los
seres humanos y no hay duda de que una de las causas de este interés e incomodidad
era su conducta sexual. Por ejemplo, en francés, la chatte tiene el mismo significado
que «coño» en castellano vulgar; no es, por tanto, del todo irreflexivo interpretar
ambas palabras como una asociación metafórica del gato con la promiscuidad
femenina o, por lo menos, con nociones un tanto crudas de los hombres sobre la
promiscuidad femenina. También su misteriosa manera de moverse silenciosamente
sobre sus almohadilladas patas, apareciendo y desapareciendo con ojos brillantes, ha
sido una fuente de malestar entre aquellos con tendencias supersticiosas. (Lo que
hace que los movimientos del gato parezcan de otro mundo es que, al contrario de
casi todos los cuadrúpedos, caminan y corren con una especie de gesto planeador en
el que las patas anteriores y posteriores del mismo lado se mueven a la vez. Además,
tienen una columna vertebral extremadamente flexible y, al no tener clavícula,
pueden rotar los hombros casi en cualquier dirección; todo contribuye a darles una
marcada agilidad y capacidad de maniobra en pequeños espacios).
Pero la ambigüedad de los sentimientos humanos hacia los gatos estuvo presente
desde siempre, al igual que el tratamiento contradictorio que sufrieron a manos de
ellos. Fueron asesinados y mimados por igual en la Antigüedad y en tiempos
medievales; fueron asesinados y mimados por paganos y sacerdotes; fueron adorados
por monjes medievales y por el mismo cardenal Richelieu, que tenía docenas de
gatos y dejaba herencias para sus favoritos en su testamento; fueron sacrificados por
soldados irreligiosos, al igual que por aprendices de imprenta borrachos. Trataban
con brujas al mismo tiempo que se habían convertido en mascotas para millones de
personas. Constituye una clara distorsión de la historia insistir en que debió de existir
una especie de movimiento «antigatos» premeditado, realizado bajo los auspicios de
la Iglesia cristiana en la Edad Media, algo así como una inquisición gatuna.
Ensalzar al gato como el sacrificado inocente, atrapado en una lucha entre la
Iglesia y la antigua veneración pagana a la Diosa Madre es una distorsión todavía
mayor. Por un lado, la propia idea de que en cierta época existió una especie de
religión antigua, llamada ur, que giraba en torno a la veneración de la Diosa Madre
ha sido rotundamente desacreditada en los últimos tiempos por estudiosos que han
demostrado que fue una invención lanzada a la ligera por los folcloristas y
antropólogos del siglo XIX (y las descaradas falsificaciones de un funcionario
británico, devoto de lo oculto, llamado Gerald B. Gardner, que unió una serie de ritos
masónicos con otros galimatías para llegar a un culto moderno de brujería que, según
él, era descendiente directo de un antiguo culto a la diosa). No existe tampoco prueba
alguna de que la asociación de los gatos con la brujería en el folclore refleje la
auténtica posición que se otorgaba a los gatos en las creencias paganas de los
tiempos antiguos. Aunque es imposible datar las anécdotas recogidas por los
expertos en folclore, existen buenas razones para mostrarse escéptico. Los registros
de los
tribunales demuestran que durante los juicios a las brujas que abundaron en el viejo y
nuevo mundo a finales de la Edad Media y principios de la época moderna, éstas
eran acusadas de tener muchos animales como mascotas; eran muy frecuentes en las
acusaciones los perros, cabras, cerdos, ratas y otros pequeños animales, mientras que
el gato era sólo uno más. La asociación de los gatos con las brujas en muchos
cuentos del folclore que han pervivido hasta hoy probablemente tenga menos que ver
con las prácticas paganas u ocultistas que con el hecho de que las mujeres mayores,
que eran las más relacionadas con la brujería, solían preferir los gatos que a los
cerdos. Existen, además, algunas pruebas de que muchas de las creencias populares
que hoy perviven sobre la tendencia de los gatos a ser malvados y sobre los peligros
de encontrárselos por la noche no fueron propagadas por la Iglesia en su campaña de
difamación de las religiones paganas, ni tampoco reflejo de algún poder oculto que
pudieran tener los gatos según los practicantes de esas mismas religiones paganas,
sino simplemente una invención creativa de contrabandistas y falsificadores, que así
difundieron una buena historia para que los campesinos curiosos se quedaran por la
noche en sus casas y pudieran mantenerlos alejados de sus trapicheos y guaridas
ilegales. El hecho de que los gatos estuviesen tan extendidos los hacía sin duda
perfectos para este papel, puesto que cualquiera que saliera por la noche tenía
muchas probabilidades de encontrarse uno.

[Figura 6. El gato fue tan sólo uno de los muchos animales que se relacionaban con las brujas. En este
grabado en madera, que representa un juicio inglés por brujería del año 1619, puede verse a tres de los
acusados junto a sus mascotas: un gato, un ratón, una lechuza y un perro[Créditos].]

Como los gatos suelen estar por todas partes también suelen ser protagonistas de
historias y creencias llenas de magia con una gran aceptación por razones que tienen
mucho más que ver con la propia naturaleza de la mente humana que con cualquier
otra característica de los gatos o de la religión. Existen algunas historias muy
convincentes, de las que producen cierto escalofrío en la columna, como el clásico
relato fantasmal con elementos que se repiten una y otra vez. Uno de los cuentos
populares más comunes y extendidos que asocian a los gatos con brujas —se
encuentran historias similares en Escocia, Francia, Italia y Alemania— es el de la
«repercusión». Un gato ataca a un hombre. Este le da un golpe que consigue
romperle o cortarle un miembro y, al día siguiente, encuentran a una señora mayor
del pueblo en cama con la correspondiente extremidad rota o amputada. Un gusto tan
elemental por lo extravagante y grotesco es algo universal en la psique humana.
Lo único que podemos concluir con seguridad es que, después de examinar los
muchos tipos de supersticiones acerca de los gatos, la raza humana arroja una
imagen extraordinariamente ridícula y que la vida durante la Antigüedad no contaba
con una medicina efectiva ni con muchas formas de diversión. En Alemania hubo un
tiempo en que se pensaba que si un gato se subía a la cama de algún enfermo, éste
moriría. En otros lugares, sin embargo, se creía que si un gato se bajaba de la cama
de una persona enferma, ésta perecería. Si un gato abandona una casa, le traerá mala
suerte a sus habitantes; si un gato entra a una casa, podrá impedir que crezca el trigo
y estropear la pesca; los gatos blancos traen mala suerte; los negros, buena, o
viceversa. Los gatos pueden llegar a quitarle el aire a un niño mientras duerme.
Enterrar a un gato en los cimientos de un edificio en construcción le conferirá
protección; mutilar a un gato podrá proteger a alguien de algún embrujo; matar a un
gato traerá mala suerte; si una chica le pisa el rabo a un gato, no conseguirá
encontrar marido; si un hombre cuida bien a los gatos, conseguirá una bonita mujer;
si alguien se come el cerebro todavía fresco de un gato recién asesinado, podrá
hacerse invisible; enterrar a un gato vivo en un campo podrá evitar que crezcan las
malas hierbas; comer excrementos de gato podrá curar la neumonía o una mala
caída. Existe cierta receta para curar una picazón («de cualquier tipo»), como señaló
Patricia Dale-Green en The Cult of the Cat:

Un hombre zurdo debe primero encontrar un gato negro y dar tres vueltas alrededor de su cabeza.
Después debe preparar un ungüento con nueve gotas de sangre cogidas de la cola del gato y los restos
carbonizados de nueve granos de cebada previamente asados. Este ungüento se aplica con un anillo de
boda de oro mientras se da tres vueltas alrededor del paciente invocando a la trinidad. Si se sabe que la
causa de la picazón es un herpes, sólo hay que untar en el área afectada la sangre de la cola de un gato
negro.

El problema al intentar interpretar de alguna forma todo esto es que pueden


encontrarse fórmulas mágicas exactas a éstas que utilizan animales como sapos,
piedras, hierbas, agua sagrada, amuletos y trozos de cinta. La gente utilizaba lo que
tenía a su alcance para la magia o como augurio, y las características más llamativas
de todos estos procedimientos son su complejidad, misterio y carácter ritual; la
elección de un elemento concreto para su uso en el ritual a menudo parece no tener
nada que ver con el fin que se consigue.
También es posible que los rituales públicos en los que los gatos eran
sacrificados con la aprobación de la Iglesia no indiquen realmente lo que la gente o
dicha institución sentía por estos animales, sino lo supersticiosas y crueles que eran
las personas durante la Edad Media y los inicios de la edad moderna en Europa. Por
aquel entonces, la tortura pública de animales era normal; los perros y las gallinas
también sufrían estos sacrificios públicos. Por supuesto, las religiones paganas
antiguas no eran ajenas a la noción del sacrificio animal (y humano). La costumbre
de matar gatos por razones mágicas y de tirarlos al fuego se remonta casi a tiempos
anteriores a los cristianos. San Eloy intentó sin éxito prohibir estas prácticas en el
siglo XVII. Los rituales populares anteriores al cristianismo —o por lo menos no
cristianos— asociados con el día que marca el solsticio de verano incluían desde
tiempo atrás echar objetos al fuego, ya que se suponía que traía buena suerte y
alejaba los desastres del año entrante. La costumbre de encender fogatas en San Juan
durante el solsticio de verano fue probablemente un intento de la Iglesia de asimilar
esos ritos paganos.
Por tanto, creo que es justo concluir que la posición actual del gato en la sociedad
y psique humanas proviene de algo mucho más complejo y ambiguo que una simple
historia de veneración antigua seguida por la persecución y captura medieval
posteriores. Es cierto que los gatos han llevado consigo de modo permanente cierta
aura de poder mágico que, según las palabras del historiador Robert Darnton,
«siempre se asocia con el tabú». Darnton también ha demostrado de forma
convincente que la conducta sexual de los gatos ha sido un factor omnipresente en
los sentimientos ambiguos de las personas hacia ellos. Esto siempre fue así.
El hecho de que en Europa los gatos se volvieran más prescindibles durante el
final de la Edad Media, cuando siglos antes se legaban como tesoros en los
testamentos, tiene probablemente más que ver con las cifras que con la opresión
religiosa o las inseguridades sexuales reprimidas. En el siglo XVIII los gatos eran tan
numerosos que se convirtieron en un incordio, llenando los edificios abandonados,
los sótanos, basureros y plazas públicas; sus alaridos inundaban de notas el aire
nocturno. En una sociedad predispuesta en gran medida a la violencia etílica, el
exceso de gatos era un asunto pendiente. No obstante, en ciertas partes del mundo en
las que los gatos seguían siendo escasos, se consideraban animales extremadamente
valiosos y se cuidaban con entusiasmo. En 1854, un colonizador pagó en la frontera
de Minnesota 5 dólares por un gato en el puesto comercial de Fort Snelling (situado
en lo que ahora se conoce como área de Minneapolis-St. Paul) y se consideró
afortunado de poder conseguir uno. Después de que en 1874 la expedición del
general Custer a Dakota del Sur descubriera oro en las Colinas Negras, la población
de la cercana ciudad de Deadwood experimentó un repentino auge, aunque, dos años
después, todavía no tenía gatos; un emprendedor curtidor de mulas llamado Phatty
Thompson vio una buena oportunidad en ello, transportó una carreta llena de gatos
desde Cheyenne, Wyoming, para venderlos en Deadwood al peso; los especímenes
más grandes llegaron a alcanzar los 30 dólares, el equivalente de 500 dólares
actuales. En la mayor parte de la historia moderna del gato, la escasez, y no las
creencias mágicas que se han ido sucediendo, es lo que ha determinado su destino a
manos del hombre.

COLORES FAVORITOS

La escasez fue definitivamente un factor importante al determinar la única


diferencia genética clara que ha existido entre el gato doméstico y el gato montés: el
color. Puesto que las características del pelaje son un rasgo tan visible en cualquier
animal y son controladas por un número limitado de genes que normalmente actúan
de un modo sencillo y directo, constituyen un aspecto genético de las especies
domésticas que incluso el menos avispado de los humanos puede modificar.
En general, los seres humanos nunca han ejercido un control directo sobre la
elección de pareja en los gatos domésticos; tampoco en los gatos más caseros, y
mucho menos en los asilvestrados. No obstante, existen datos geográficos que
indican claramente que han existido influencias humanas selectivas en la producción
de la rica gama de colores del pelaje de los gatos domésticos. Esta selección tuvo
lugar sobre todo cuando la gente se trasladaba de un lugar a otro y tenía la
posibilidad de elegir qué gatos se llevaba a las nuevas tierras.
La coloración típica del gato salvaje es siempre a rayas, «jaspeado» o atigrado
(tabby[3]), en la que un patrón oscuro a rayas en el cuerpo, piernas y cola se
superpone a un fondo gris. El pelaje de fondo no suele ser, sin embargo, de un gris
uniforme, sino que normalmente tiene numerosas motas salpicadas que son
frecuentes en muchos mamíferos y resultan de una banda de pigmentación más débil
bajo las puntas del pelo (lo que se conoce como coloración «agutí», en honor del
poco conocido roedor suramericano que ejemplifica muy bien esta coloración a
motas).
Pero entre los gatos domésticos parecen existir varias mutaciones de color en un
importante porcentaje de la población. Las variaciones más importantes controladas
por un único gen son la atigrada a manchas [4] (el gen mc o tb), en la que las rayas
atigradas se intensifican y a menudo se juntan para formar espirales oscuras o
manchas; el abisinio atigrado (Ta), en el que las rayas atigradas se reducen a
pequeñas motas en las piernas; la no-agutí (a), en la que la pigmentación del pelo es
uniforme en toda su longitud y forma un pelaje de un único color, normalmente
negro; la diluida (d), en la que los pigmentos de color se encuentran repartidos en
bloques de pelo, normalmente de color azul ahumado, pardo claro o crema; y la
naranja (O). El gen mutante responsable del naranja O tiene la peculiaridad de
encontrarse en el
cromosoma X, y, puesto que las hembras tienen dos cromosomas X y los machos
sólo uno, este rasgo vinculado al sexo produce una divergencia sexual en las
posibilidades del color. Así, un macho con un gen O será sólo naranja, pero una
hembra puede tener un gen O en uno de sus cromosomas X y no en el otro, lo que
produce un pelaje naranja y no-naranja a la vez; esto da lugar a pelajes combinados
de color naranja y negro (casi siempre hembras) conocidos como gatos de color
tortuga carey.

[Las mayúsculas representan genes dominantes, las minúsculas genes recesivos. Un gato debe tener dos copias
de un mismo gen recesivo, una de cada progenitor, para exhibir el rasgo recesivo correspondiente; un único
gen dominante, sin embargo, es suficiente para que el correspondiente rasgo dominante se exprese.]

Otros genes mutantes determinan el pelo largo, los lunares, la coloración blanca
pura y otras variaciones de color. Un pelaje blanco puro en los gatos tiene asociada
una extraña característica común a muchos mamíferos. Las células que producen el
color de la piel y los pigmentos del pelo en el desarrollo fetal temprano provienen de
células de la cresta neural, una estructura embriónica a partir de la cual también se
genera el cerebro y la médula espinal. Como consecuencia, un individuo no puede
perder color sin perder también cerebro o partes del mismo. Los gatos que tienen el
gen W, que impide el desarrollo de las células de pigmentación del color, a menudo
sufren defectos neurales, como sordera o ceguera.
Los experimentos de crianza que comenzaron a principios del siglo XX
establecieron una conexión directa entre muchos colores y genes concretos. En la
década de 1940, el famoso biólogo J. B. S. Haldane sugirió que sería muy fácil llevar
a cabo un proyecto de investigación a nivel mundial sobre genética de poblaciones
en gatos simplemente realizando un censo del color de cada gato en ciudades de todo
el mundo. Su idea fue llevada a la práctica y, durante los siguientes treinta años,
científicos de muchos países publicaron docenas de artículos que presentaban datos
sobre la frecuencia de genes en gatos de lugares remotos. (En una conferencia
algunos investigadores resaltaron que no había sido siempre tan fácil como Haldane
pretendía, puesto que en varias ciudades los biólogos llamaron involuntariamente la
atención de la policía al ir merodeando siempre por las calles y escudriñar callejuelas
y balcones con prismáticos, llegando incluso a ser tomados por espías o mirones).
Pero en la década de 1970 los datos acumulados ya habían empezado a revelar
algunos patrones distintivos y fascinantes.
Cuando los investigadores construyeron los mapas de frecuencias, lo más notable
que encontraron fue un gradiente fluido pero a menudo pronunciado en la ocurrencia
de gatos de la variedad no-agutí, atigrado a manchas y naranja en Europa, Asia
Menor y el norte de Africa. El gradiente más elevado fue el del gen atigrado a
manchas. Aproximadamente un 65% de los gatos de Londres eran atigrados a
manchas, mientras que sólo se encontró un 4% de esta variedad en Irán. Como el
atigrado a manchas es un rasgo recesivo, que se manifiesta sólo si un gato tiene dos
copias del gen mc (una de cada progenitor), las frecuencias de este color se
corresponden a una frecuencia subyacente del gen mc de 81% en Londres y 20% en
Irán. Altas frecuencias del gen atigrado a manchas también aparecen en un corredor
que se extiende desde Marsella a París.
La distribución del gen no-agutí muestra características similares, con una
frecuencia elevada en los países del este del Mediterráneo, el corredor de Marsella-
París e Inglaterra.
Un análisis detallado de los mapas ha permitido a los científicos reconstruir
históricamente los lugares donde estos colores mutantes lograron establecerse por
primera vez en la población de gatos domésticos y de ahí extenderse a través de las
vías de migración humana y el comercio. La mutación del no-agutí parece que surgió
por primera vez en Grecia o Fenicia para después extenderse hacia el oeste de
Europa a lo largo de los valles del Ródano y del Sena, que han servido desde tiempos
lejanos como importantes corredores de transporte; esto explicaría la alta frecuencia
del gen a lo largo del eje Marsella-París. Es posible que el gen atigrado a manchas se
haya extendido desde el noreste de Irán por una vía terrestre similar.
Sin embargo, los genes responsables del naranja y del blanco muestran una
distribución marcadamente diferente. El gen O se encuentra en una ancha hilera de
Asia Menor en proporciones bastante constantes (entre 20-25%), pero a partir de ahí
decae en casi todas direcciones, lo cual sugiere que no se extendió más allá de Asia
Menor por tierra. Este gen también aparece con alta frecuencia en pequeños parches
muy lejanos, como Sicilia, las islas mediterráneas españolas, la costa norte y oeste de
Escocia, las islas Feroe e Islandia. El gen W se presenta con destacada frecuencia
junto con el gen O en algunos de estos mismos sitios: sobre todo en el este de
Turquía y en las islas del Atlántico norte. Todo esto indica que el transporte de gatos
blancos y naranjas se realizó por mar. El biólogo Neil Todd, que analizó todos estos
datos, sugirió que es probable que los vikingos fueran los responsables de este
transporte por mar, simplemente porque les gustaban los gatos naranjas y blancos.
[Figura 7. Es posible que el gen mutante responsable del pelaje atigrado a manchas se haya extendido desde
Irán, a través del Mediterráneo, hasta el corredor Marsella-París. En la actualidad esta mutación parece
haber sido favorecida por el propio hábitat urbano[Créditos].]

La migración parece haber sido una importante fuerza amplificadora de la


frecuencia de colores mutantes en los gatos. Cada vez que la gente seleccionaba a
ciertos gatos de la población local para que los acompañasen en un viaje, conseguían
satisfacer sus caprichos por lo novedoso. Todd ha señalado un curioso fenómeno a
este respecto: muchos colores mutantes parecen existir con una frecuencia que
resulta en una diferencia de 90% / 10% entre dos coloraciones alternas. La razón
parece ser que el valor de la novedad comienza a declinar cuando sobrepasa el 10%;
lo que es escaso resulta más atractivo. Esta regla del 10% se mantiene bastante bien,
con independencia de si el rasgo es heredado como rasgo dominante, en el caso del
naranja, o como recesivo, en el del no-agutí. Se mantiene incluso en rasgos tales
como la ausencia de cola en el gato Manx, que se expresa en individuos con un único
gen responsable del rasgo, pero que resulta letal cuando se heredan dos genes.
[Figura 8. El gen responsable del pelaje naranja parece haberse originado en Asia Menor, siendo
posiblemente los vikingos los que lo extendieron a la costa norte y oeste de Escocia y a las islas
Feroe[Créditos].]

También se mantiene en el caso del gen mutante responsable de los dedos de


más, un rasgo que parece haberse originado en Nueva Inglaterra en tiempos
coloniales. Los gatos de más de seis dedos constituyen aproximadamente el 4% de la
población de gatos de Salem y Boston (mientras que en Nueva York constituyen el
0,01%). Sin embargo, constituyen el 7% de la población de gatos de Halifax, Nueva
Escocia (aparentemente un legado de los partidarios del régimen que huyeron de
Nueva Inglaterra durante la revolución, llevando consigo una selección
desproporcionada de estos novedosos gatos).
Complejos análisis estadísticos de los patrones de frecuencia de genes realizados
por el científico ruso Alexander Vinogradov han confirmado que cuando la gente
tuvo la oportunidad de colonizar nuevas áreas, se llevaron consigo esa «muestra
sesgada de colonización». El Nuevo Mundo tiene una proporción significativa y en
consecuencia mayor de gatos naranjas, de color diluido, blancos y de pelo largo en
comparación con las áreas del Viejo Mundo de las que procedían los colonizadores
americanos. No obstante, a lo largo de Estados Unidos las frecuencias de estos genes
son bastante regulares, en marcado contraste con los abruptos gradientes encontrados
en el Viejo Mundo. Esto confirma claramente que las diferencias entre el Nuevo y el
Viejo Mundo no son resultado de ningún cambio o evolución que tuviera lugar en el
Nuevo Mundo después de la colonización, sino que más bien reflejan lo que los
biólogos llaman el «efecto del descubridor». Una muestra pequeña y «sesgada» fue
introducida en un gran territorio nuevo y se expandió rápidamente, como el gas a
través de un cuello de botella. Una vez que ocurre una expansión así, se puede
soportar muy poca presión selectiva y el resultado es un alto grado de uniformidad
en áreas geográficas muy amplias.
En la actual San Petersburgo (antes Leningrado) tuvo lugar un efecto de
colonización similar; la población de gatos de la ciudad fue completamente destruida
junto a muchos de los ciudadanos durante los treinta meses que duró el cerco nazi en
la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra tuvo lugar una enorme migración
humana en la ciudad reconstruida, lo que proporcionó una oportunidad poco común
para que la población de gatos recolonizara el territorio. Los gatos de San
Petersburgo muestran un sesgo muy fuerte hacia este grupo de genes de «lujo», con
una frecuencia mucho mayor que la media, incluido el gen l, que no se encuentra en
ningún otro lugar del mundo, para el pelo largo. Por consiguiente, las frecuencias de
genes de los gatos de San Petersburgo han ido acercándose hacia el perfil más típico
de los gatos europeos del este de las regiones adyacentes.

LA ADAPTACIÓN AL MEDIO URBANO

Sin embargo, estos patrones históricos de flujo genético no reflejan la historia


completa porque no explican una obvia peculiaridad de los mapas de genes: la
frecuencia de gatos atigrados a manchas y de no-agutís presenta una marcada
correlación con la densidad humana de población. Es decir, los gatos de París y
Londres comparten un perfil genético mucho más cercano que el que tienen con los
gatos de las áreas suburbanas y rurales; en consecuencia, los gatos urbanos son más
oscuros que los rurales. La frecuencia del gen atigrado a manchas y no-agutí resultó
estar correlacionada de forma significativa con la densidad de población humana de
veintiocho ciudades en el Reino Unido e Irlanda, oscilando entre un 32% de
atigrados a manchas en Kirkmichel (población: 1.000) a un 81% en Londres
(población: 9 millones). Otros datos sugieren que los gatos urbanos difieren por
término medio de los gatos rurales en cada localización del gen en el que existe la
posibilidad de elegir entre un pelaje más claro o más oscuro; en los gatos urbanos se
observan frecuencias desproporcionadamente elevadas de pelajes no-diluidos en
lugar de diluidos, no- naranjas en lugar de naranjas, no-blancos en lugar de blancos y
sin lunares en lugar de con lunares.
No obstante, un estudio sociológico sobre las preferencias del color de pelaje en
los residentes de Glasgow descubrió que el fuerte sesgo existente en las frecuencias
de genes observadas sobre el color del pelaje en gatos urbanos era muy diferente a la
población de gatos «ideal» que existiría si los colores del pelaje fueran los que la
gente eligiera voluntariamente, que suelen ser, como indican los datos de
Vinogradov, el blanco, el diluido, el naranja y el de pelo largo. (Es interesante
resaltar que las preferencias manifestadas por los participantes fueron muy similares
en dos áreas de
Glasgow muy diferentes económicamente. Además, aunque alrededor del 20% de la
gente entrevistada dijo tener una creencia supersticiosa sobre la bondad o maldad de
gatos de ciertos colores, estaban divididos casi de forma exacta en su apreciación
sobre cuáles, gatos blancos o negros, tenían tal propiedad).
Por tanto, a pesar de lo que la gente diga desear en un gato, existe cierta fuerza
subyacente —una fuerza mayor todavía en las grandes ciudades— para seguir
manteniendo la diferencia de colores en el pelaje de los gatos. De hecho, se llegan a
vencer las preferencias humanas conscientes.
Una pregunta interesante es cómo consiguieron, para empezar, establecerse los
colores mutantes en una población de gatos cualquiera, incluso en las pequeñas y
locales, pues era muy poco probable que sucediera. Las mutaciones en estado salvaje
suelen desaparecer muy rápidamente. El tipo de pelaje salvaje, el atigrado a
manchas, está muy bien adaptado para el camuflaje en un medio boscoso, mientras
que un gato montés naranja tendría grandes desventajas si intentara acercarse
sigilosamente a una presa o evitara convertirse en una. Incluso las mutaciones que se
pueden considerar neutras en términos de su valor de supervivencia a menudo
desaparecen de una población debido al proceso azaroso conocido como «deriva
genética»; un único individuo que tenga el gen mutante no puede ejercer mucho
impacto en la población considerada como un todo. Muchos de los genes mutantes
responsables de los colores del pelaje actuales de los gatos domésticos posiblemente
hayan permanecido activos durante una eternidad en la población de los félidos,
puesto que todos aparecen en algunas otras ramas de la familia felina: la pantera
nebulosa y el gato jaspeado son de pelaje atigrado a manchas; el leopardo y el
yaguarundí negro son de pelaje no-agutí; el guepardo tiene motas; los leones y
pumas son de pelaje abisinio atigrado; los linces tienen pelo largo. Posiblemente,
estos mismos genes se encontraban en estado latente, ocultos como rasgos recesivos
en la población de gatos monteses o surgían de vez en cuando como mutaciones
dominantes fácilmente generables que habían sido grabadas en el pasado. Algo en el
nicho ecológico del gato doméstico favoreció el florecimiento de estos genes, incluso
sin que los humanos lo eligieran de forma consciente (y a veces a su pesar).
En el caso de los genes de «lujo», la hipótesis de la migración proporciona un
buen modelo sobre la forma en que se establecieron. La gente que se trasladaba de
un lugar a otro decidía llevarse gatos originales. Estos gatos y sus genes originales,
una vez en territorio virgen, eran capaces de dominar a la reserva de genes existente
y superar a sus opuestos mediante una selección desfavorable (en el caso de genes
con efectos secundarios letales o deletéreos, como los responsables de los gatos
blancos o Manx), o bien mediante la simple deriva genética.
Pero la expansión del pelaje atigrado a manchas y del no-agutí debe explicarse
por otro tipo de fuerza selectiva. A simple vista parece incluso más sorprendente que
llegaran a manifestarse, puesto que aun sin la cría intencionada o la oportunidad de
sesgar los resultados por medio de la migración y la colonización, existían muchas
formas en las que la gente podría haber influido en los colores del pelaje de la
reserva de genes en cualquier dirección deseada. Los gatos caseros llegan a vivir
mucho más que los gatos salvajes, por lo que simplemente eligiendo a aquellos
individuos afortunados a los que alimentar y cuidar dentro de la población de gatos
asilvestrados, la gente debería haber ejercido una poderosa fuerza en la expansión de
los genes de su preferencia. Un gato macho que fuera de un color que a la gente le
gustaba, al que cuidaban y alimentaban como a una mascota, pero que seguía
teniendo libertad para entrar y salir a su antojo, habría tenido una considerable
ventaja en comparación con otros a la hora de diseminar los genes responsables del
color de su pelaje entre la población de gatos general.
Sin embargo, recientemente ha surgido un efecto paradójico que puede haber
contrarrestado esto. El estudio realizado en Glasgow descubrió que era más probable
que la gente que vivía en áreas residenciales de la ciudad y tenía elevados ingresos
tuviera gatos con genes responsables del pelaje blanco, naranja, diluido y de pelo
largo que los residentes de bloques de pisos e ingresos más bajos. Además, solían
esterilizar a sus gatos con mayor frecuencia. A largo plazo, este proceso habría
servido para eliminar de forma selectiva los genes de lujo de la población de gatos de
la ciudad, extrayendo todos los gatos de pelajes de bonitos colores y asegurándose de
que sus genes morirían con ellos.
Pero existen también importantes pruebas que demuestran que esta tendencia a
tener gatos más oscuros en las ciudades es muy anterior a la costumbre tan popular
de extraer los ovarios y esterilizar a los gatos caseros. Neil Todd ha resaltado que
existe una fuerte correlación entre el porcentaje de gatos atigrados a manchas en las
colonias de habla inglesa del mundo y la fecha en la que cada una de ellas fue
establecida por los inmigrantes ingleses. Los datos van desde una frecuencia de
genes de aproximadamente el 45% en Nueva Inglaterra (fundada en 1650), a un 55%
en las provincias atlánticas de Canadá (1750) y un 75% en Australia (1850). Todas
las entradas de datos forman una línea recta que, ampliada hasta finales del siglo XX,
atraviesa justo la frecuencia actual de gatos atigrados a manchas encontrados en las
principales ciudades británicas, un 81%. La conclusión que se desprende es que en
Gran Bretaña los gatos urbanos han ido volviéndose más oscuros en los últimos tres
siglos y que lo que ha hecho cada colonia —de las que los datos de «cuello de
botella» de Vinogradov sugieren que han sufrido poco cambio en la frecuencia de
genes desde que fueron establecidas— es fijar el perfil genético del país del que
provenía la madre en el momento del asentamiento original.
[Figura 9. La frecuencia del gen responsable del pelaje atigrado a manchas en las antiguas colonias
británicas muestra una fuerte correlación con la fecha en la que fueron establecidas. La frecuencia de este gen
parece haber ido en aumento en las áreas urbanas de Gran Bretaña, de donde surgieron las poblaciones
originales que nutren las actuales colonias[Créditos].]

Se han propuesto varias teorías para explicar por qué los ambientes urbanos
deberían favorecer a los gatos más oscuros. Una es que les proporciona una especie
de camuflaje protector, sobre todo en ciudades que se han ido volviendo cada vez
más grises y contaminadas a causa de la industrialización. El autor del estudio de
Glasgow, J. M. Clark señaló que las «palizas a los gatos» seguían siendo un
pasatiempo muy común entre el proletariado urbano, por lo que es de suponer que
los gatos de color más oscuro se confundirían mejor con el paisaje, pasando así
inadvertidos ante los tipos duros del lugar.
Es posible que exista también una explicación hormonal que favorezca unos
colores de pelaje y no otros, puesto que los genes que determinan el color oscuro
están casualmente unidos a varias vías metabólicas que afectan tanto al tamaño como
al temperamento. Estas conexiones accidentales que afectan a la influencia de los
genes se conocen en genética con el nombre de efectos pleiotrópicos; se ha
comprobado que ciertos rasgos de conducta, como el miedo y la agresividad, pueden
alterarse simplemente cruzando individuos que tengan pelajes de cierto color. En
particular, el pigmento de la piel llamado melanina y la hormona melatonina
comparten una vía metabólica utilizada para crear un precursor químico que tienen
en común. La melatonina ejerce un poderoso efecto en el sueño, la conducta y el
estado de ánimo. También se ha descubierto que, entre los gatos machos
asilvestrados, los individuos portadores de genes responsables del pelaje de colores
más oscuros —los no-agutí, atigrados a manchas y sin motas— son los de menor
tamaño y los que tienen menos glándulas de adrenalina. Es posible que los gatos de
menor tamaño estén mejor adaptados al hábitat urbano, en el que la competición con
otros gatos por los recursos alimenticios es mayor; también es posible que los gatos
que poseen ciertas variaciones hormonales que se manifiestan en un temperamento
más plácido, más tolerante y menos miedoso estén mejor adaptados a la vida de una
gran ciudad. El hecho de que ciertos colores del pelaje lleven estas ventajas
asociadas podría ser sólo una coincidencia.

LA SUPERFICIALIDAD DE LAS RAZAS

Solamente el 3% de los gatos con dueño de Estados Unidos están registrados


como gatos de una raza determinada, el resto normalmente se clasifica como «gato
doméstico de pelo corto» o «gato doméstico de pelo largo». Existen unas treinta y
seis razas distintas de gatos reconocidas por varios registros. Sin embargo, los
análisis genéticos revelan que las diferencias reales entre ellos se limitan casi en su
totalidad a una docena de genes que determinan el color y tipo de pelaje. En otras
palabras, lo que realmente define una raza es sólo su color. Genéticamente, cualquier
raza de gato no es más que la fijación de unos cuantos genes del color y pelaje en un
linaje de forma que son siempre traspasados a su descendencia. En lo que se refiere a
la anatomía, no existen diferencias significativas entre razas, excepto la cara
achatada del gato persa.
Los criadores suelen afirmar que existen claras diferencias en los rasgos de
conducta que caracterizan a ciertas razas, pero no se encuentran pruebas
concluyentes sobre esto. Los estudios rigurosos sobre comportamiento han
descubierto que los rasgos de conducta varían enormemente de un individuo a otro y
esta variación individual posiblemente supere cualquier diferencia entre razas.
Es posible que se suprimiesen algunos rasgos de conducta en el proceso de
selección de genes responsables de ciertos colores. Cada vez que se aísla
genéticamente una parte de una población, ésta acabará teniendo por azar algunas
diferencias genéticas con respecto a la media; cuanto más pequeña sea la población
de partida de la que ha surgido una raza, más probabilidades hay de que esto sea así.
Los efectos pleiotrópicos de los genes determinantes de pelajes de ciertos colores
también pueden crear diferencias conductuales en ciertas razas. Por ejemplo, se suele
considerar a los gatos siameses animales especialmente vocales. Por otro lado, se han
hecho afirmaciones sobre el buen carácter de algunas razas, ridículas desde el punto
de vista científico. Se ha llegado a defender que el gato Ragdoll, una raza creada en
Estados Unidos en la década de 1960, tenía una particular disposición afectuosa
porque la hembra que fundó el linaje se asustó mucho en un accidente de tráfico, lo
que hizo que estableciera un vínculo especial con sus dueños. La afirmación de que
las características adquiridas pueden pasarse de un individuo a otro genéticamente
desapareció con Lysenko, excepto para ciertos criadores.
Existen varias razones posibles para explicar por qué las razas de gatos no
difieren mucho unas de otras. Resulta curioso que una raza de perro pueda pesar cien
veces más que otra, mientras que algunos gatos domésticos llegan a pesar como
mucho dos veces más que otros. Una gran parte de la diferencia en tamaño y forma
física entre varias razas de perros es resultado de pequeños cambios en la ocurrencia
y la duración de los periodos críticos de crecimiento durante los primeros meses de
vida. Es posible que los gatos, por alguna razón sutil que tiene que ver con su acervo
genético, sean simplemente resistentes a este tipo de alteración genética. O puede ser
que la gente nunca haya intentado criar razas de gatos con una determinada forma
física o tamaño. Puesto que a veces se vuelven intratables, es poco probable que
alguien quiera tener un gato de enormes dimensiones. Algunas de las diferencias
físicas más marcadas entre las razas de perros pueden haber sido fruto de efectos
pleiotrópicos, no intencionados, para seleccionar los rasgos comportamentales únicos
que caracterizan algunas razas especializadas como los pastores, retrievers, sabuesos,
guardianes, etc. A los gatos nunca se les ha exigido que proporcionaran un servicio
determinado, por lo que posiblemente no hubo razones para que las personas
ejercieran presiones selectivas que en el caso de los perros sí actuaron para producir,
aunque fuera de forma involuntaria, una variedad tal de tipos físicos. La mayoría de
las razas de gatos probablemente lleva menos de cien años siendo una población
genéticamente cerrada que sólo se aparea con miembros de la misma población.
Además, al contrario de las sociedades caninas que regulan el mundo de los perros
de pura raza, las organizaciones de criadores de gatos permiten a menudo los cruces
entre razas, lo que ayuda a mantener la diversidad genética en razas que tienen muy
pocos individuos registrados. (La Asociación de seguidores de gatos, por ejemplo,
permite que los American Curls sean cruzados con gatos domésticos de pelo largo y
corto, los somalíes con abisinios y los Devon Rex con British de pelo corto).
En cualquier caso, las pruebas genéticas muestran claramente que las razas de
gatos nunca han sufrido ningún tipo de crianza selectiva similar a la de los perros de
raza o los caballos purasangre. El especialista en genética Stephen O’Brien, que ha
estado al frente de los esfuerzos del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos
para conseguir completar el mapa del genoma del gato, señala que los gatos
domésticos siguen cruzándose entre sí, sin tener ningún parentesco genético. Si se
cruza dos gatos muy emparentados, como un hermano con una hermana, noventa y
nueve de cien veces su descendencia nacerá con algún defecto mortal o será estéril,
lo que causará la desaparición inmediata de ese linaje. Éste es un importante
indicador de que existe muy poca endogamia en el pasado genético de los gatos: los
linajes en los que ocurre la endogamia habrían eliminado en su mayor parte esos
rasgos mortales o recesivos, y sólo aquellos descendientes que no hubiesen heredado
esos genes «defectuosos» habrían sobrevivido. (No obstante, la endogamia también
tiende a hacer surgir y fijar en el linaje rasgos recesivos dañinos que no son total o
inmediatamente letales. Esta es la razón de que muchos linajes endogámicos sufran
una baja viabilidad de la descendencia, menor fertilidad y una alta tasa de desórdenes
hereditarios tales como la displasia de cadera, cáncer y enfermedades metabólicas
que afectan a muchos linajes de perros de pura raza). En una población sin
endogamia, los rasgos letales recesivos tienden a acumularse en la reserva genética,
pero causan menos problemas porque sólo hacen daño cuando dos portadores del
mismo gen defectuoso se aparean; son sólo los individuos estrechamente
emparentados los que tienden a presentar los mismos genes defectuosos.
Una última prueba proviene de los estudios de microsatélites de ADN. Éstos son
filamentos de ADN «basura» que existen a lo largo del genoma y que constituyen la
base de muchas técnicas de fingerprinting [huellas genéticas]. EL ADN «basura»
recibe este nombre porque en realidad no hace nada, tan sólo se va acumulando de
generación en generación; al carecer de una función activa, las mutaciones pueden
ocurrir de forma frecuente en estas secuencias sin tener ningún efecto dañino, por lo
que no son eliminadas por el proceso de selección natural. El resultado es que un
microsatélite determinado a menudo aparece representado en muchas variantes
alternativas que difieren de individuo en individuo. Marilyn Menotti-Raymond, una
investigadora del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos, analizó
microsatélites de gatos cuando la policía montada de Canadá le preguntó si era
posible utilizar técnicas de fingerprinting para asociar un pelo de gato encontrado en
la escena del crimen con un gato cuyo dueño era el sospechoso del caso, un
horripilante crimen de una mujer de 32 años que desapareció en la isla Prince
Edward en 1994. (Se descubrió que efectivamente existía relación y el acusado, el
exmarido de la mujer, fue condenado). Desde entonces, Menotti-Raymond ha
recibido financiación del Departamento de Justicia de Estados Unidos para construir
una base de datos genética que abarque varias razas de gatos domésticos.
Un aspecto derivado de esta investigación es la comparación de los perfiles de
los microsatélites de gatos de pura raza y gatos cruzados al azar, lo que indicaría
algo
sobre el grado de endogamia en cada grupo y hasta qué punto difieren uno del otro.
Un individuo de un linaje con alta endogamia tenderá a heredar la misma variante de
microsatélite de ambos parientes en un lugar determinado del genoma (esto se
conoce como «homocigosis»), mientras que un individuo de un linaje en el que no
haya ocurrido endogamia tenderá a tener dos variantes diferentes de microsatélites
en un determinado lugar («heterocigosis»). Sorprendentemente, una comparación de
gatos cruzados al azar, persas, abisinios y Manx, realizada por investigadores de una
compañía llamada PE Zoogen descubrió diferencias significativas en la
heterocigosidad entre esas razas únicamente en algunos puntos de los microsatélites.
Normalmente, uno esperaría que los gatos cruzados al azar tuvieran menos
endogamia y por tanto más heterocigosidad; y esto fue así en algunos puntos de los
microsatélites (por ejemplo, en un punto determinado sólo un 30% de los persas era
heterocigótico, con respecto al 70% de los cruzados al azar). Pero en otros puntos los
gatos de pura raza no se distinguían de los cruzados al azar, y aun en otros los pura
raza eran más heterocigóticos que los cruzados al azar. En general era una especie de
mezcla. En un censo preliminar de muestras de sangre extraídas de veintinueve razas
distintas de gatos, Menotti-Raymond descubrió un patrón bastante similar a éste:
ninguna raza resaltó como más homocigótica y, por tanto, más endogámica que
cualquier otra. También descubrió que los niveles totales de heterocigosidad eran
extremadamente elevados en los gatos domésticos y llegaban a alcanzar el 90%. Ese
grado de heterocigosidad es mucho mayor que el de los perros de pura raza o
caballos purasangre, e iguala al de los ratones y seres humanos, que son bien
conocidos por su habilidad de mezclarse a la hora del apareamiento.
Por tanto, al contrario que los cerdos, caballos, gallinas, perros, cabras, vacas y
ovejas, las diferencias entre las razas de gatos son muy superficiales.
[Bibliografía]
3
La guerra entre los sexos y otras rarezas de la sociedad
felina
Si decidiera reunir a un grupo de académicos (por ejemplo un psicólogo, un
neuroendocrinólogo, un historiador cultural, un antropólogo y un biólogo
evolucionista) y les preguntara la razón exacta de que mi hija adolescente escuche
una música tan mala, probablemente me darían respuestas muy diferentes. El
psicólogo, sin duda, me hablaría de la presión entre iguales y del desarrollo de la
propia identidad; el neuroendocrinólogo señalaría el papel de las hormonas en el
cerebro de los adolescentes; el historiador cultural quizá subrayaría las fuerzas
sociales que provocaron los cambios de gustos musicales en la última generación; el
antropólogo encontraría analogías con ritos tribales de paso; y el biólogo evolutivo
sugeriría que la rebelión contra los padres al alcanzar la madurez sexual es un
comportamiento adaptativo que evolucionó como forma de asegurar que la prole se
propagase por un amplia área geográfica, a fin de maximizar su eficacia
reproductora. Es posible que todos captasen una parte de la verdad. Algo tan
complejo como la conducta humana es difícil de explicar en un único nivel de
análisis; la evolución, historia, experiencia individual, personalidad y la dinámica
grupal desempeñan su propio papel, actuando cada una a niveles distintos, desde las
moléculas a las
civilizaciones.
La conducta del gato es el fruto de millones de años de adaptación evolutiva a
una forma de vida determinada; pero, al igual que las personas, los gatos viven hoy
en un mundo muy diferente a aquel en el que tuvieron que desarrollarse sus
antepasados salvajes. Así, son producto tanto de la historia, la tradición cultural y la
psicología individual como del destino evolutivo. La variedad de organizaciones
sociales que toleran los gatos, e incluso las que crean por sí mismos, constituyen un
testimonio excepcional de las complejas fuerzas que modelan la conducta de los
felinos actuales. Los expertos en comportamiento animal etiquetan alegremente al
gato doméstico como un animal «antisocial», al igual que su homólogo salvaje, pero
los estudios recientes revelan de manera inconfundible que esto es demasiado
simplista. Se ha visto a gatos domésticos que vivían asilvestrados en grupos de
tamaño variable, entre uno y cincuenta ejemplares; se ha observado a individuos
concretos utilizar un área de campeo que podía variar en tamaño diez mil veces,
desde 0,03 a 760 hectáreas; y en varios estudios la densidad de población de los
gatos en la ciudad y el campo variaba de 1 por kilómetro cuadrado a dos mil veces
más.
Puede parecer que, dadas las diferencias existentes entre la altamente variable y
(a menudo) sociable conducta del gato doméstico y la naturaleza siempre solitaria de
los gatos monteses, no tiene mucho sentido fijarse en los ancestros evolutivos del
gato para comprender su forma de ser. Pero por mucho que necesitemos recurrir
a la
importancia de la historia reciente y a la cultura de humanos y gatos para explicar
cómo los gatos domésticos han llegado a ser como son, no podemos olvidarnos de
que son producto de un pasado evolutivo. El tipo de cosas que hace el Felis silvestris
y las que no hace en su actual papel de gato doméstico después de cuatro mil años
han debido estar siempre presentes en su biología, puesto que las diferencias
biológicas entre las poblaciones domésticas y salvajes son escasas.
Por tanto, debe de ser posible encontrar las raíces de los a menudo
contradictorios instintos sociales del gato doméstico en las fuerzas evolutivas que
moldearon la especie. La clave de todo es buscar esas raíces en el lugar adecuado,
puesto que, al contrario que los perros y caballos, que transfirieron intactos al mundo
doméstico gran parte de sus instintos sociales, a partir de las estructuras sociales que
ya tenían y que servían para idénticos propósitos en estado salvaje, las conductas
sociales de los gatos pasaron desapercibidas en su mayor parte por la puerta de atrás.
Eran conductas que tenían otra función en el gato montés y que —bajo la influencia
del hombre en la historia y los increíbles poderes de los gatos para transmitir la
tradición «cultural» una vez adquirida— se han reciclado, reconquistado y han hecho
revivir al gato doméstico.
No obstante, al mismo tiempo el gato doméstico ha mantenido muchas de las
conductas antisociales del gato montés: su territorialidad, suspicacia, hostilidad ante
lo nuevo y propensión a adquirir hábitos tan poco atractivos como rociar con orina
determinados lugares o pelearse con los recién llegados. A veces los instintos
sociales y antisociales del gato se yuxtaponen de forma sorprendente, como cuando
el gato ronronea, se frota contra su dueño para que lo acaricie y minutos después
clava sus uñas en el desventurado humano y sale huyendo como una flecha.

QUEREMOS ESTAR SOLOS

Por muy sociables que sean algunos gatos domésticos, son herederos de ciertas
fuerzas evolutivas que tiran constantemente de ellos hacia el lado contrario.
En la naturaleza existen algunos principios básicos que determinan si los
miembros de una determinada especie vivirán en solitario o en grupo. No es extraño
que los principios más importantes sean la comida y el sexo. Los mamíferos que
viven en grandes bosques con comida abundante, distribuida más o menos por igual,
tienden a vivir separados unos de otros. Las hembras defienden territorios
excluyentes que son lo bastante grandes como para proporcionarles toda la comida
que necesitan. Un macho que busque a una hembra para emparejarse suele
conformarse con tener una sola porque las hembras están demasiado lejos unas de
otras para intentar mantener y defender a más de una a la vez. Es posible que los
machos luchen por controlar un territorio pero, una vez que éste ha sido delimitado,
todo termina ahí; el apareamiento está determinado estrictamente por aquel que
ocupe
una determinada porción de tierra. El emparejamiento suele ser monógamo aunque
resulta a menudo un vínculo débil y fugaz; el sexo está determinado por derechos de
propiedad en lugar de por lazos sociales.
En los casos en los que los recursos son más abundantes pero también están
esparcidos por igual, los territorios de las hembras pueden estar más cerca unos de
otros; esto permite que un macho cubra los territorios de varias hembras y los
defienda con éxito contra la posible intrusión de cualquier rival. Esto implica que el
área en la que vive un macho puede solaparse con otras de otros machos, por lo que
las peleas entre ellos por la pareja suelen ser más intensas, aunque el vínculo social
entre machos y hembras siga siendo mínimo.
Por otro lado, los grupos o manadas controlados por un único macho o pareja
dominante suelen formarse únicamente cuando los recursos alimenticios están
distribuidos en parches cambiantes. Un individuo en este caso ya no puede satisfacer
sus necesidades de alimento asegurándose una porción fija de territorio defendible y
no moviéndose de ella. Los animales que llevan una vida nómada en constante
búsqueda de comida pueden obtener varias ventajas si se unen con otros: la defensa
mutua contra depredadores, la caza cooperativa y la búsqueda conjunta de alimentos.
Pero en realidad el grupo social es simplemente una necesidad reproductiva en las
especies que se dedican a vagar de un lado a otro; al carecer de territorios fijos que
definan qué hembras pertenecen a qué machos, los lazos sociales son lo único dentro
de la manada que permite a un macho reclamar y mantener la posesión de una
hembra. Los animales que viven en grupos desarrollan normalmente lazos sociales
estables y duraderos con otros miembros del grupo, lazos que, aunque están
arraigados en el sexo, suelen ir más allá de las necesidades o impulsos reproductivos
inmediatos. Estos lazos permiten que el sexo se libere de las cadenas que lo atan a
una porción delimitada del territorio como ocurre en las especies más solitarias. Pero
el instinto de asociarse con otros miembros de la misma especie es expresado de
muchas formas por los animales que viven en grupos. Los miembros de una manada
o rebaño conocen y (a menudo) simplemente gustan de la compañía de otros
miembros del grupo y son frecuentes los lazos de «amistad» entre individuos del
mismo sexo. La mayoría de los animales que pastan, como los caballos, vacas y
ovejas, encajan en este patrón de estructura social; al igual que los lobos, en los que
la caza cooperativa es una necesidad porque sus presas no sólo cambian de lugar y
están esparcidas, sino que también suelen ser de gran tamaño. En su relación con el
hombre, estos animales aceptan claramente a los seres humanos como miembros
honorarios del grupo y utilizan su repertorio básico de habilidades sociales para
tratar con ellos.
Los gatos, sin embargo, encajan directamente en el patrón intermedio en el que
las hembras defienden territorios solitarios y los machos recorren los territorios de
varias hembras.
De este hecho evolutivo se desprenden inevitablemente muchas consecuencias;
una es que los gatos muestran una fuerte tendencia a ser hogareños. Al contrario que
los perros, que se sienten felices por ir a cualquier lugar siempre que sea con algún
miembro conocido de su grupo, a los gatos les gusta estar en casa.
Ciertas costumbres de los gatos domésticos son irremediablemente solitarias. Por
muy sociables y amistosos que sean con otros gatos y con las personas, siempre
cazan solos. Como todos los animales que evolucionaron para ser solitarios y
territoriales, los gatos tienen métodos muy instintivos de marcar su territorio. Pelear
resulta costoso tanto para el ganador como para el perdedor, por lo que normalmente
compensa evitar las peleas. Como consecuencia, las conductas de advertencia suelen
ser muy elaboradas y están diseñadas para permitir a los ocupantes de territorios
adyacentes mantenerse alejados del camino de otros. Las aves que anuncian la
posesión de un territorio emitiendo un determinado tipo de canto tienen una notable
capacidad de juzgar la distancia a la que se encuentra un rival potencial, su edad e
incluso su tamaño, por medio de las características tonales y los patrones de su canto.
Igualmente, la orina y heces de los animales territoriales pueden ser interpretadas de
forma detallada por otros miembros de la especie. Los olores proporcionan
información sobre la identidad del individuo, el sexo, la posición de dominancia que
ocupa y el estado reproductivo en el que se encuentra el animal que los dejó; en
algunos casos pueden incluso indicar cuándo pasó un animal por esa zona.
Es común que la gente piense que los territorios de los animales son como una
valla metálica que rodea una parcela y es cierto que las marcas de orina dejadas por
animales territoriales suelen encontrarse más a menudo a lo largo de los límites de
sus territorios. Los pájaros también anuncian que están en su territorio emitiendo sus
cantos en lugares situados en los bordes de sus territorios. Pero lo cierto es que la
mayoría de los animales territoriales que utilizan la orina o heces para establecer sus
marcas territoriales dejan éstas por toda su área de campeo; lo que ocurre es que da
la casualidad de que los límites suelen ser los lugares en los que es más probable que
encuentren a un extraño o sus rastros, lo que suele activar sus propias respuestas de
mareaje.
Tanto los machos como las hembras de gatos suelen rociar con orina objetos
verticales que se encuentran esparcidos en sus paseos diarios.
Algunas observaciones realizadas sobre la conducta de mareaje urinario de los
gatos en estado salvaje (para cosas así están los estudiantes de posgrado) indicaron
que las hembras suelen rociar una vez cada hora, mientras que los machos lo hacen
una docena de veces cada hora. Los machos pueden marcar un objeto en un camino
cada 5 m. Cuando rocían levantan la cola en un ángulo de 45 a 90º y dirigen la orina
a modo de vaporizador hacia un árbol, poste u otro objeto que se encuentre en
posición vertical. Esta postura es marcadamente diferente a la que utilizan cuando
sólo están vaciando la vejiga y se ponen en cuclillas. También parece que cuando
expulsan la orina como un vaporizador liberan una fragancia distintiva que no está
presente en las micciones normales. Algunos experimentos han demostrado que los
gatos pasan más
del doble de tiempo olfateando orina rociada que orina normal.
El olor característico de la orina rociada de los machos se ha identificado con un
aminoácido llamado felinina, un compuesto que contiene azufre. Los miembros de la
familia de los felinos son los únicos mamíferos que excretan este compuesto en su
orina. Como ocurre con las conductas territoriales en general, el mareaje urinario
suele estar desencadenado por la testosterona; los machos sin castrar excretan orina
tres veces más que los castrados y cinco veces más que las hembras. Los
especialistas químicos que han sintetizado artificialmente la felinina en un
laboratorio han descubierto que la sustancia pura no tiene ningún olor, pero después
de estar un tiempo depositada desarrolla un característico olor «gatuno» al
descomponerse en algunos de sus elementos. Esta reacción retardada puede realzar
su valor como marcador territorial puesto que sirve para mantener el olor durante
más tiempo.
Las heces también desempeñan un papel importante como señalizadores
territoriales. Los estudios sobre gatos en estado salvaje han descubierto que,
contrariamente a la creencia popular, los gatos no siempre entierran sus heces o
«deposiciones»; sólo lo hacen la mitad de las veces. Es mucho más probable que los
gatos entierren sus deposiciones cuando se encuentran cerca del centro de su
territorio, sobre todo en áreas que incluyen sus lugares habituales de descanso y
donde duermen. Fuera de esta área central, las deposiciones se dejan a menudo al
descubierto. La conclusión de que las deposiciones tienen una clara función de
mareaje se ve reforzada por el hecho de que, cuando las realizan en sus lugares
habituales de descanso, los gatos suelen alejarse unos metros antes de defecar,
mientras que cuando están fuera de esta área depositan sus heces justo en el camino
por el que andan. El mismo patrón de enterrar las heces cuando se está cerca de casa
pero dejarlas al descubierto cuando se está lejos ha sido observado en gatos
monteses. Enterrar las heces cerca de casa puede servir para prevenir que se
propaguen los parásitos (a los gatos no les gusta comer en la misma zona en la que
defecan) y les ayuda también a no revelar a potenciales depredadores el lugar donde
se encuentra su casa.
Los instintos de territorialidad y el mareaje territorial están muy presentes en los
gatos domésticos. Pueden ser modificados mediante la alteración del contexto social,
el aprendizaje o manipulaciones directas como la medicación u operaciones
quirúrgicas que alteran los niveles hormonales, pero son una parte básica de la
herencia del gato doméstico que realmente constituye uno de los instintos más
poderosos de su naturaleza.

LA GUERRA ENTRE LOS SEXOS

Una consecuencia especialmente desagradable de la herencia evolutiva solitaria


del gato es la relación que existe entre los sexos. La estructura social y territorial del
gato es óptima para provocar la aparición de luchas violentas entre machos. No
existen emparejamientos permanentes entre machos y hembras; el área de campeo de
cada macho se solapa con la de varias hembras y, potencialmente, con la de algunos
otros machos; las hembras tienen un periodo reproductivo muy marcado en el que el
pico de actividad sexual ocurre a finales del invierno-principio de primavera y una
segunda etapa, menos activa, a principios de verano. Todos estos factores conducen a
que los machos se enfrenten a una intensa competición para conseguir pareja. En
especies de félidos en las que las hembras ocupan territorios fijos y los machos
solapan los suyos con las áreas de varias hembras, suele existir un marcado
dimorfismo sexual: los machos son de mayor tamaño y cuentan con un arsenal
especializado para enfrentarse a otros machos, como cuernos o astas. Los gatos
machos son también más grandes y bastante más agresivos que las hembras, tienen la
quijada de mayor tamaño, un pelaje muy grueso alrededor del cuello que les sirve de
protección, una adaptación a las exigencias de la lucha.
La tendencia a luchar entre machos está determinada casi exclusivamente por la
hormona masculina testosterona. Cuando se castra a los machos en la edad adulta, un
90% deja de meterse en peleas, un 50% lo hace de forma inmediata y un 40%
después de varias semanas o meses durante los que se van calmando.
(Aproximadamente un 90% de los machos castrados antes de la pubertad no se
meten nunca en peleas serias con otros machos).
La estrategia de luchar para conseguir el éxito reproductivo no resulta muy
adaptativa en el medio moderno que ocupan los gatos domésticos, aunque a pesar de
esto persista. En la población de gatos monteses éstos se encuentran muy
diseminados y un macho que quiera reclamar el derecho exclusivo sobre un territorio
en el que viven varias hembras tendrá que pelearse solamente con un intruso cada
vez. Oponerse agresivamente a cualquier intrusión es en este caso una estrategia
efectiva y el macho más agresivo es el que suele conseguir transmitir sus genes a la
siguiente generación. Pero la mayoría de gatos domésticos que vagan libres y los
gatos asilvestrados viven en concentraciones mucho mayores en las que muchos
machos se reúnen alrededor de una hembra en celo (pueden llegar a ser seis
cortejando a la vez a la hembra). Los estudios realizados por Eugenia Natoli en una
gran colonia de gatos callejeros del centro de Roma descubrieron que en estas
circunstancias son a menudo los gatos menos dominantes y agresivos los que tienen
más éxito en aparearse con las hembras. Lo que parece ocurrir es que, mientras dos
de los machos más malvados y pendencieros se dedican a luchar durante mucho
tiempo y con gran saña, uno de los machos menos agresivos se aprovecha de su
distracción y se acerca a copular subrepticiamente con la hembra. Según las palabras
de Natoli, la agresividad de los machos de gato doméstico podría ser «un remanente
subóptimo de la conducta originaria» de los gatos monteses. Si es así, constituye otro
buen ejemplo de cómo los gatos domésticos siguen siendo esclavos de su pasado
evolutivo, a pesar de cuánto hayan cambiado las circunstancias sociales.
Los mamíferos que comparten con los gatos monteses esta estructura social
solitaria generalmente tienen sistemas de apareamiento en los que la relación entre
los sexos también es muy competitiva y a veces manifiestamente antagonista. Puesto
que las hembras solitarias no pueden estar seguras de encontrar pareja cada vez que
están en celo, suelen tener ovulación inducida: no ovulan espontáneamente de
acuerdo con una programación automática de su ciclo de celo, sino que expulsan los
óvulos sólo después de copular. Los estudios realizados sobre este tema han
concluido que la estimulación de los nervios de la vagina durante la cópula es lo que
envía la señal necesaria para desencadenar la ovulación.
Como consecuencia, la evolución ha sonreído a aquellos machos de gato que
empujan los límites de estimulación vaginal hasta donde pueden y todavía consiguen
copular. El pene del macho en los gatos está cubierto de unas pequeñas proyecciones
espinosas que sólo después de la intromisión y eyaculación producen una
estimulación muy fuerte y a veces dolorosa en la vagina, al ser retirado. Ésta parece
ser la causa de la extraordinaria conducta poscópula de las hembras, que ha
sorprendido a los observadores humanos durante siglos: la hembra siempre se da la
vuelta y golpea al macho en la nariz justo después de que éste haya retirado el pene
de la vagina.
Ocasionalmente, se ha observado en los machos el recurso a una estrategia
reproductiva mucho más violenta: matar a los gatitos engendrados por otro macho.
Cuando los hijos de una hembra mueren, ésta interrumpe rápidamente la producción
de leche y vuelve a entrar en celo. Por tanto, un macho que haga desaparecer a la
prole de su rival puede convertirse más rápidamente en el padre de una nueva
camada. Sin embargo, el infanticidio no es común en los gatos domésticos y Natoli
defiende que se debe a que no resulta tan ventajoso como se piensa. Al contrario de
los leones, en los que el infanticidio en los machos es un fenómeno completamente
instaurado, los gatos domésticos tienen un periodo de gestación corto (alrededor de
65 días en lugar de 110) y uno mucho más corto de lactancia antes de ser destetados
(60 días en lugar de 9 meses). Además, los gatos domésticos tienen periodos de
apareamiento muy estacionales, mientras que los leones pueden criar durante todo el
año. Por eso, un gato macho no gana tanto tiempo dejando fuera de juego a la prole
de su rival.
Por otra parte, las hembras de gato han desarrollado ciertas estrategias
reproductivas que resultan altamente adversas a nivel sexual. Muchas conductas de
las hembras en celo parecen haber sido diseñadas para inducir subrepticiamente a los
machos a competir entre ellos. Las hembras, por ejemplo, cuando están en celo
gritan más y aumentan su actividad de mareaje urinario, a fin de comunicar su
disponibilidad a lo largo y ancho del territorio. No obstante, durante los primeros
días de celo y mientras hacen todo esto para llamar la atención, no se muestran
receptivas y no copulan con el primer macho que aparezca. Cuando está rodeada de
varios machos que la cortejan, a veces la hembra corre de un sitio a otro,
obligando a los
machos a luchar por conseguir una buena posición, cerca de ella. Todo esto sirve
para asegurar —por lo menos en la estructura social ancestral del gato montés— que
sea el macho más saludable y en mejor forma el que consiga copular con ella.
Pero la competición no termina aquí, puesto que las gatas son muy promiscuas y
suelen aparearse con varios machos si tienen la oportunidad de hacerlo. Así, aparece
la competición espermática dentro del tracto genital de la hembra; será el esperma
más rápido y el que esté en mejor forma el que consiga alcanzar un óvulo y
fertilizarlo.
La estrategia de la hembra de aparearse con varios machos también puede ser un
modo de maximizar la diversidad genética de su descendencia, puesto que los gatos
son capaces de dar a luz una camada cuyos miembros puedan haber sido concebidos
por el esperma de machos diferentes. Por último, el apareamiento múltiple es una
estrategia de contraataque de la hembra para frustrar la conducta infanticida de los
machos, puesto que crea suficiente confusión sobre la paternidad para que el macho
no pueda estar seguro de qué gatitos son los suyos.

RECONSTRUIR EL CONJUNTO DE HERRAMIENTAS SOCIALES

Ningún dueño de gato podrá negar que su felino cuenta con un repertorio básico
de conductas de lucha, territorialidad, mareaje con orina, hostilidad, suspicacia ante
extraños e incapacidad de adaptarse a nuevos ambientes, herramientas comunes a
todos los gatos domésticos. Todas estas conductas tienen una clara función evolutiva
en el solitario gato montés y siguen presentes en los gatos domésticos al margen de
su utilidad. Unos pocos miles de años de domesticación, en los que los gatos han
tenido que soportar una mínima selección artificial por parte de los seres humanos,
no representa ningún problema para los millones de años en los que han estado
actuando la evolución y selección natural. Entender los orígenes evolutivos de estas
conductas y las motivaciones básicas subyacentes es lo más importante para poder
manejarlas, algo a lo que volveré en el capítulo 7 cuando trate de los
comportamientos anormales y problemáticos en los gatos caseros.
Pero los gatos también exhiben instintos sociables que no forman parte en
absoluto del repertorio de normas sociales heredadas que gobiernan las relaciones de
tú a tú entre gatos adultos salvajes.
¿De dónde provienen estos comportamientos? Los gatos, como he dicho, tienen
un instinto territorial básico que les hace sentirse apegados a ciertos lugares más que
a otros seres, aunque, a pesar de ello, cualquier dueño de gato sabe que les gusta
mucho la compañía humana. Uno de mis gatos de granja, Shawn, haría cualquier
cosa por estar con gente. A veces sigue a miembros de la familia durante paseos por
caminos y bosques que pueden durar más de un kilómetro y medio (durante años
Shawn ha sido un elemento indispensable en los paseos de mis hijos en Halloween,
cuando iban por las casas a pedir golosinas); a veces llegó incluso a intentar colarse
en alguna casa escondiéndose detrás del perro que pasaba por allí.
Admito que la conducta de seguir a la gente es bastante rara incluso en los gatos
caseros. Pero lo que sí es muy común a todos los gatos domésticos son las
interacciones sociales como el juego, el frotarse contra alguien, acicalarse
mutuamente y tumbarse al lado de otros gatos o personas. En estudios muy
detallados sobre gatos de granja que vivían en libertad se ha descubierto que, aunque
los gatos nunca organizaban sus movimientos de forma conjunta —la probabilidad
de que hubiese dos gatos cualesquiera juntos en el mismo sitio al mismo tiempo
nunca fue mayor que la que hubiéramos encontrado al azar—, pasaban mucho más
tiempo juntos que si se hubiesen distribuido aleatoriamente. En otras palabras,
cuando se encontraban en el mismo sitio a la vez buscaban el contacto con otros
congéneres. Por ejemplo, cuando había un gato adulto en el granero se situaba a un
metro de distancia de otro adulto un 20% de las ocasiones. Un 50% de las veces en
las que estaban durmiendo se encontraban en contacto corporal directo incluso
cuando hacía calor. Cada gato mostraba claras preferencias por determinados
compañeros y decidía con quién pasaba más tiempo, a quién acicalaba más o con
quién dormía. Estas conductas amistosas ocurrían especialmente entre hembras,
entre hembras y machos y también entre machos castrados.
Por tanto, ¿cuándo comienza a comportarse de este modo una especie solitaria?
Los expertos en comportamiento animal a veces se empeñan en intentar explicar
todo lo que hace un animal en términos de adaptaciones evolutivas, puesto que según
ellos la única razón de que exista una determinada conducta es para ayudar al
individuo a aumentar sus posibilidades de supervivencia. No hay duda de que este
enfoque funciona bien al explicar las principales acciones de los animales. Hacer
algo de más es muy costoso e incluso a veces resulta mortal o peligroso, por lo que
esa conducta termina por desaparecer a lo largo de la evolución de la especie; lo que
permanece son las conductas que realmente tienen un papel crucial para ayudar al
animal a sobrevivir y propagar sus genes a la siguiente generación.
Pero insistir demasiado en este punto es arriesgado, porque está claro que los
animales realizan ciertas conductas que no parecen tener ninguna función adaptativa,
las hacen porque sí. A veces son el remanente de conductas adaptativas; otras,
concatenaciones de dos o más conductas adaptativas y otras son simplemente fruto
de que un animal está intentando pasar de la conducta A a la conducta adaptativa B y
la única forma de conseguirlo es pasar por la conducta C, que puede ser rara,
absurda, sin sentido o cómica. Por ejemplo, si se les da un animal disecado, muchas
perras preñadas y otros mamíferos hembra lo cogerán y lo llevarán como si fuera una
cría, e incluso llegarán a tumbarse junto a él e intentar amamantarlo. No se sabe qué
propósito adaptativo puede tener esta conducta; simplemente en el curso de la
evolución las madres que cuentan con cierto tipo de genes que les confieren fuertes
instintos maternales suelen tener más éxito al criar a sus pequeños que, a su vez,
llevarán consigo estos genes y los pasarán a su descendencia. La energía y tiempo
invertidos en ocuparse ocasionalmente de un animal disecado es el pequeño precio
que tienen que pagar por las ventajas asociadas a poseer una superabundancia de
instinto maternal, sobre todo si además no existen muchos animales disecados en
estado salvaje. (A veces el derroche de instinto maternal empuja a una madre a
«secuestrar» a una cría de otra hembra; esto ocurre de vez en cuando en los rebaños
de ovejas; una oveja con un único cordero termina amamantando a éste y a otro
cordero robado. Esta conducta seguramente provocará una disminución del éxito de
la oveja a largo plazo en propagar sus genes; mientras no ocurra con demasiada
frecuencia, la selección natural seguirá favoreciendo un fuerte instinto maternal,
puesto que las ventajas que confiere a la verdadera prole de la oveja son muy
grandes: protegerlos de cualquier depredador y ofrecerles una adecuada nutrición).
Igualmente, las conductas sociales de los gatos domésticos parecen estar hechas
de estos restos, excesos y demás mezcolanzas comportamentales. Existen varias
ocasiones en el ciclo vital natural del gato montés durante las cuales tienen razones
importantes para interactuar con otros de su especie: el cortejo, durante el cual los
machos y hembras se juntan brevemente; la crianza de los pequeños, durante la cual
las madres cumplen varias funciones sociales muy importantes, como enseñar a los
gatitos a cazar; y la infancia, cuando los gatitos viven en grupo y aprenden a
interactuar con sus compañeros de camada de distintas formas, sobre todo jugando.
El juego es un rasgo típico de los jóvenes de muchos mamíferos. Los gatos
domésticos parecen haber recuperado todo lo recuperable de estas conductas para
crear sus propias conductas sociales de adultos.

FUNCIONES DEL JUEGO

Como comportamiento, el juego es en sí mismo una rareza, una mera


coincidencia evolutiva más que una actividad adaptativa o con un fin determinado.
Durante mucho tiempo los estudiosos de la conducta animal han visto el juego como
algo que necesitaba ser explicado con urgencia porque les parecía una actividad muy
costosa en términos de gasto energético. Por eso se han propuesto varias teorías para
explicar por qué el juego compensa: quizá sea una forma con la que los animales que
están en fase de crecimiento consiguen hacer el ejercicio necesario para su
desarrollo; quizá sea una forma de aprender importantes habilidades sociales adultas
o de refinar la coordinación motora que se necesita para cazar.
Sin embargo, estudios más recientes realizados con gatos y otras especies
plantean la posibilidad de que el juego no sea más que una consecuencia fortuita del
desarrollo de muchos animales desde la infancia a la etapa adulta. Las crías no
necesitan perseguir a presas, enfrentarse a rivales sexuales, defender territorios o
copular, pero los adultos sí. Por tanto, estas conductas deben desarrollarse durante la
transición desde la infancia hasta la etapa adulta, al igual que ocurre con muchos
rasgos físicos. El fenómeno del acné no cumple ninguna función adaptativa conocida
en los adolescentes; es una consecuencia de los cambios corporales que tienen lugar
durante la transición de la adolescencia a la madurez. Igualmente, los
comportamientos adultos deben ir asentándose a medida que van apareciendo; es
difícil concebir a un gatito un día comportándose como tal y al siguiente convertido
en un adulto hecho y derecho. De este modo, el juego puede que sea una
manifestación de la inevitable confusión y desorganización que ocurren cuando estas
conductas adultas comienzan a hacer su aparición. De hecho, el juego en su mayor
parte está compuesto de pequeños segmentos aparentemente incoherentes de
conductas sexuales, de caza y de huida. Los gatitos suelen ser abalanzarse, perseguir,
acechar, encabritarse, forcejear y montar.
[Figura 10. Posturas habituales de los gatos en el juego: acechar, encabritarse y forcejear [Créditos].]

La mejor prueba de que el juego no es una actividad tan costosa en términos de


gasto energético proviene de estudios con gatitos. Los gatitos de 10 a 12 semanas de
edad pasan en torno al 9% del tiempo jugando. Paul Martin, de la Universidad de
Cambridge, ha medido cuidadosamente la cantidad de oxígeno que consumían
mientras jugaban dentro de una cámara aislada en el laboratorio (el aire bombeado
dentro y fuera de la cámara era controlado por un analizador de oxígeno) para
calcular que el juego representaba sólo el 4% de la energía total consumida por los
gatitos. Más interesante todavía es que la causa de que los gatitos jueguen más que
los adultos no es que los primeros tengan más compañeros de juego y oportunidades
de jugar. El juego social en los gatos suele disminuir en parte porque los gatitos
comienzan a mostrar conductas completamente adultas cuando se acercan a la
madurez sexual, algo que ocurre en torno a los 5 meses y medio. A los 4 meses y
medio los machos comienzan a montar a las hembras y a agarrarlas por el cuello, por
lo que ellas empiezan a evitarlos. A las 12 semanas, los gatitos empiezan a pasar
cada vez más tiempo lejos del nido materno. Los que tienen libre acceso al exterior
pasan unas 2 horas al día fuera a las 12 semanas de edad, y cuando tienen 16
semanas pasan 4 horas y media. Entre las 12 y las 19 semanas de edad, la frecuencia
del juego disminuye drásticamente, al igual que lo hace la frecuencia de otras
conductas entre compañeros de camada, como el acicalamiento mutuo. A los 4
meses, los gatitos que viven en libertad suelen haber sido destetados por completo,
tienen que buscarse su propia comida y, por tanto, les queda menos tiempo para estar
con otros congéneres.
El mismo hecho de que el juego no tenga ninguna función definida es lo que
posiblemente haya permitido que no esté sujeto a presiones evolutivas que de otra
forma podrían haberlo erradicado del comportamiento del individuo adulto. Todos
los gatos adultos conservan cierta propensión a jugar; la mayoría continúan jugando
solos, abalanzándose sobre objetos imaginarios o asumiendo una postura de ataque
contra algo imaginario. En estado salvaje, sin embargo, carecen de la oportunidad
para practicar estas conductas con otros gatos.
Los gatos domésticos sí tienen muchas oportunidades de jugar con otros, en las
colonias de gatos de granja o gatos asilvestrados; en el caso de los gatos caseros
pueden hacerlo con sus dueños. En este medio doméstico el juego suele ser más
común porque las personas y otros gatos a menudo lo inician y provocan. Una vez
tuve un gato llamado Meatloaf que veía a los reticentes perros de la casa como
compañeros de juego potenciales. A Meatloaf se le daba muy bien esperar al acecho
y preparar una emboscada a algún perro que pasaba cerca, saliendo de repente y
dándole un golpe en la nariz antes de que éste pudiera darse cuenta de lo que pasaba.
No estoy seguro de que a los perros les pareciera un juego, pero el hecho de que lo
soportaran era suficiente para que él siguiera haciéndolo.
Las conductas asociadas al cuidado maternal y al emparejamiento son, con toda
seguridad, instintos más adaptativos que el juego, aunque también son muy
poderosos y, por tanto, proclives a extenderse a nuevas situaciones. Por ejemplo, el
acicalamiento forma parte fundamental del cuidado físico en el vínculo entre la
madre y los gatitos. Estos dependen de los lamidos de su madre en la zona urogenital
para estimular la conducta de orinar hasta que alcanzan las 5 o 6 semanas de edad.
Lo que ocurre es que el instinto de lamer a otro gato forma parte del conjunto de
herramientas sociales con las que la evolución ha equipado a las madres; al igual que
la mayor parte de instintos maternales, sin embargo, no es algo tan fácil de organizar
en la mente de los mamíferos como para que esté programado con precisión o se
active o desactive apropiadamente. (Los humanos también desarrollan esta
exageración de su instinto maternal; la mayoría de la gente considera que los seres
pequeños con una gran cabeza y ojos saltones son «monos», ya sean bebés humanos,
cachorros de perro, pandas o incluso personajes de dibujos animados).
Otro instinto con el que ocurre lo mismo es la conducta de pedir comida en los
gatitos, y las madres el hecho de compartirla. Al fin y al cabo, el instinto maternal de
compartir la presa que se ha cazado debe ser muy poderoso, lo suficiente como para
vencer la tendencia innata de comérsela ella sola. Cuando sus gatitos tienen sólo
unas cuantas semanas de edad, la madre empieza a llevar roedores muertos al nido;
cuando cumplen 4 semanas los lleva vivos y los suelta delante de sus hijos para
permitirles que los atrapen por sí solos. Si no lo consiguen, a veces los vuelve a
capturar para soltarlos de nuevo.
Este instinto básico podría explicar por qué los gatos adultos suelen jugar con un
animal vivo que han cazado, incluso cuando están solos, en lugar de matarlo y
comérselo. Al igual que ocurre con el acicalamiento y el juego en general, es
probable que este instinto sea activado de modo particular cuando a los gatos adultos
se les permite vivir en grupos sociales o se los fuerza a ello. A muchos dueños de
gatos les ha ocurrido ser los receptores de esta conducta, encontrándose roedores,
pájaros y reptiles muertos en la puerta de su casa. En cierto modo, el gato está
tratando a su dueño como a un gato de honor; en otro sentido, sólo está haciendo
algo que los gatos hacen cuando están entre otros congéneres, llevado por este fuerte
instinto innato. En los gatos monteses la única ocasión en la que se activa este
instinto es en presencia de una camada de gatitos. En el gato doméstico las ocasiones
son frecuentes y variadas; se ha observado incluso a adultos que viven en grupos
sociales en granjas compartiendo presas con otros gatos adultos.
Asimismo, los gatos que comparten una casa o granja suelen acicalarse unos a
otros y los gatos caseros a menudo «acicalan» a las personas lamiéndolas y buscando
el contacto físico con ellas.

LA ADAPTABILIDAD DEL SOLITARIO


Cada gato en particular difiere en gran medida en su disposición a mostrar estos
instintos sociales ante otros gatos durante su etapa adulta y, como antes mencioné,
uno de los factores importantes aquí es la experiencia que haya tenido de pequeño.
Ha debido de existir durante miles de años una gran cantidad de gatos que vagaban
libres por los pueblos y granjas, que ahora muestran espontáneamente una tendencia
hacia la sociabilidad, lo que refleja una «tradición» cultural conservada por los
propios gatos; los gatitos que crecen relacionándose con adultos extraños son más
propensos a volver a participar en interacciones sociales parecidas cuando son
adultos. La forma en que los dueños pueden influir en la sociabilidad futura de un
gato manipulando deliberadamente las condiciones en las que es criado es un tema al
que volveré en el capítulo 6.
Pero lo sorprendente en los gatos es que nada de esto es inamovible. Paul
Leyhausen, un investigador pionero en la conducta social de los felinos, llegó a la
conclusión de que no hay nada automático en la estructura social de los gatos. Un
perro normalmente se siente triste si está solo pero un gato, aunque haya sido criado
en un grupo social, puede salir adelante solo perfectamente. Lo que determina si una
sociedad felina está unida y es estable o laxa e individualista es una compleja
interacción de características individuales y de oportunismo. Cuando los recursos
alimenticios están concentrados y son abundantes —como ocurre en las granjas de
productos lácteos o en áreas urbanas en las que se reparte comida a los gatos o en las
que los cubos de basura los abastecen en abundancia—, las hembras suelen formar
grupos grandes y estables que persisten generación tras generación.
En otras palabras, cuando la disponibilidad de comida cuantiosa los reúne
casualmente —o cuando los hombres reúnen de forma deliberada a muchos gatos en
una vivienda—, éstos tienen la oportunidad de expresar cualquier sociabilidad
latente que les sea propia. La oportunidad de expresar estas conductas sociales se
manifiesta en la creación de lazos reales y duraderos, lazos que son de naturaleza
muy diferente a los que forman animales como los perros, que son sociales de
manera innata y por necesidad. Los perros que viven en una casa intentan recrear la
estructura de la manada con sus miembros, sean éstos caninos o humanos. Una
manada es algo así como una unidad militar típica, con rangos jerárquicos que van
desde el general de cuatro estrellas hasta el soldado raso. Cada uno tiene su lugar en
el que encajar y un sistema altamente desarrollado para establecer y comunicar el
grado de dominancia y sumisión de cada miembro, lo que asegura que cada cual
encuentre su puesto, sepa dónde está y normalmente mantenga esta posición. La
jerarquía social es el marco en el que se asienta la sociedad de los lobos y se basa en
el liderazgo y la aquiescencia a éste.
Pero los gatos que viven en grupos son más parecidos a comandos que han sido
entrenados para llevar a cabo audaces misiones en solitario que, de repente, se
encuentran rodeados de otros comandos que tienen exactamente la misma misión.
Aunque cada uno sigue haciendo en su mayor parte lo que le han enseñado a hacer,
es natural que en el camino surjan algunas amistades. Los gatos suelen demostrar su
dominancia o sumisión, sobre todo en encuentros agresivos entre machos, pero el
resultado de estos encuentros es que uno de los participantes se escabulle y cede el
control territorial al otro. Cuando de forma artificial se los obliga a vivir en
situaciones de hacinamiento o en grupos con extraños, aparecen las luchas por la
dominancia. Pero lo que surge no es una jerarquía de dominancia lineal, como en los
lobos o caballos, sino una jerarquía «despótica» en la que los demás gatos del grupo
muestran sus respetos a un único individuo de rango superior. Algunas veces también
surge de la parte más baja de la pirámide un individuo que se convierte en paria con
el que todos los demás se ensañan. Un gato paria puede pasar la mayor parte del
tiempo escondiéndose o acurrucándose en un rincón si no le permiten hacer lo que le
gustaría hacer: desaparecer de allí lo más rápido posible. A menudo ocurre que
cualquier movimiento que haga desencadena un ataque por parte de los otros gatos.
Sin embargo, ni siquiera el gato que más manda ejerce el mismo tipo de control
grupal que suele verse en otros animales sociales. El gato que tiene más éxito en
dominar a los otros para conseguir el acceso a la comida con frecuencia no es el que
tiene más éxito en ganar la mayor libertad de movimiento o en controlar a los otros,
ambas medidas normales de la dominancia social. En ciertos experimentos, el gato
dominante tampoco se mostró el más valiente a la hora de investigar o acercarse a
estímulos nuevos, como un coche a control remoto, un ventilador eléctrico con
serpentinas, un aspirador o un loro en una jaula. De nuevo, esto es muy distinto al
patrón observado en lobos y otros animales sociales que forman grupos de manera
automática.
Por tanto, la dominancia jerárquica típica en todos los animales obligatoriamente
sociales no forma parte de los cimientos de la sociedad felina. En su lugar los gatos
caseros, de granja, callejeros y asilvestrados que viven amistosamente en grupos
tienden a seguir haciendo cada uno su propia vida de manera individualista, con la
diferencia de que la hacen en el mismo sitio que otros gatos cuya presencia toleran (y
que a su vez se ocupan de sus propios asuntos). Los gatos que viven en la misma
casa y a los que se permite salir a la calle suelen tener territorios que se solapan en
más de un 50%, aunque permanecen en su mayor parte separados de los territorios
de gatos de otros barrios. Igualmente, los gatos que vagan libres estudiados en
pueblos japoneses de pescadores fueron vistos formando dos grupos muy grandes,
cada uno situado alrededor de uno de los dos basureros en los que encontraban cada
día sobras de pescado. Los gatos de cada grupo tenían territorios que se solapaban
mucho con los de otros miembros de su grupo, pero no con los miembros del otro
grupo. Otros gatos que vivían en los astilleros de Portsmouth en Inglaterra mostraban
el mismo patrón, formando veintiocho grupos mutuamente excluyentes centrados en
su propio contenedor de basura.
La superposición dentro de una pandilla de gatos en la que cada uno exhibe un
comportamiento territorial individual hacia los gatos extraños y en la que cada uno
ocupa un territorio que se solapa con el de otros miembros del grupo al que
pertenece, produce el efecto global de crear territorios grupales exclusivos. El
territorio individual de cada miembro se superpone totalmente dentro del «área
central», como la casa o granero, en la que se cuida de las crías o se pasa la mayor
parte del tiempo. Cada miembro del grupo rechaza a los intrusos, sean macho o
hembra, de su propia área de campeo; el resultado final es que los extraños se
mantienen fuera de toda el área del grupo y del núcleo de esta área. Esto también es
muy diferente de lo que ocurre en la sociedad de los lobos, en la que una manada
suele poseer un territorio y todos los miembros del grupo se mueven libremente en
él. El territorio de un grupo de gatos en realidad es la suma de todos los territorios
por separado de cada miembro.
Uno de los rasgos más enigmáticos de estas sociedades felinas es que las
hembras suelen criar a sus pequeños en comunidad. Los gatitos de madres diferentes
pueden compartir el mismo nido y pueden ser amamantados por hembras que no
siempre son sus madres. Esto es consecuencia del exceso de instinto maternal y de la
posibilidad que ofrece la proximidad de otras hembras para que los gatitos se
beneficien de ellas. También es posible que confiera ciertas ventajas selectivas,
aunque hay un gran debate sobre este punto en la literatura científica. Por ejemplo,
puede que la unión de hembras proporcione más seguridad para luchar contra los
machos infanticidas. Esto resulta especialmente importante durante los frecuentes
traslados de nidos de un sitio a otro que realizan las hembras en las primeras
semanas después de que los gatitos hayan nacido. El cambio de nido puede
representar en sí mismo una forma de protegerse contra los depredadores o los
machos infanticidas, pero una hembra solitaria se ve obligada a dejar al resto de la
camada sola cada vez que lleva a un gatito por el cuello al nuevo nido. Los gatitos de
los nidos comunales, sin embargo, rara vez se quedan desatendidos durante los
traslados en los que son lanzados por el cuello una y otra vez, de madre en madre.
También es posible que, gracias a que muchas de las madres que comparten las
tareas de criar a los gatitos son parientes cercanas —con frecuencia madres y sus
hijas adultas—, una hembra que amamante a los gatitos de otra en este sistema
comunal está contribuyendo a asegurar la supervivencia de algunos de sus genes, por
lo que obtiene un pago por sus esfuerzos.
Una última teoría es que los gatitos, al ser amamantados por diferentes madres,
adquieren una mayor cantidad de anticuerpos maternales y son más resistentes a las
enfermedades. Aun así, existe por lo menos un caso de gatos criados en comunas que
se mostraron más susceptibles a las enfermedades contagiosas; en otro estudio,
camadas completas murieron cuando se contagiaron de una infección, algo que
probablemente no hubiera ocurrido si los gatitos hubieran sido criados en nidos
separados físicamente unos de otros.
Por tanto, es posible que, al igual que otras conductas sociales adultas del gato
doméstico, la crianza comunal de los pequeños sea algo que ocurre cuando las
circunstancias colocan a los gatos en un medio nuevo, muy diferente a las selvas de
África de donde vinieron. Los lazos que forman los gatos en los grupos sociales son
profundos y duraderos, pero son lazos que provienen de la suma de individuos que
actúan como un todo.
[Bibliografía]
4
«Fuera de mi vista» y otras expresiones útiles
Para los seres humanos, la comunicación es una forma de expresar ideas; para los
gatos también, con la diferencia fundamental de que la idea más importante que
suelen necesitar comunicar es: «Fuera de mi vista».
La capacidad del lenguaje humano para expresar un número ilimitado de
pensamientos y de pensamientos sobre otros pensamientos forma parte de lo que nos
hace humanos, ayudándonos a adornar lo que pensamos sobre la comunicación de
otras especies; resulta así natural que veamos en los sonidos y gestos de otros
animales un sistema rudimentario de palabras y frases. Pero esta visión «semántica»
de la comunicación animal —esta noción de que cada grr, silbido o chillido tiene un
significado preciso que puede traducirse en palabras— ha sido siempre un obstáculo
para entender lo que está pasando cuando los gatos u otros animales se comunican
entre sí.
Desde un punto de vista evolutivo, la única razón por la que un animal adquiere
la habilidad de mandar un mensaje a otro o percibir el que éste manda es que tanto el
emisor como el receptor obtengan algo a cambio que les ayude a mejorar su
capacidad de supervivencia. Eugene Morton, un investigador líder en comunicación
animal de la Smithsonian Institution, ha mantenido durante mucho tiempo que la
clave para entender cómo evolucionaron los sistemas de comunicación de los
animales y qué función cumplen en sus vidas es preguntar qué consigue el animal
emitiendo un sonido o realizando un determinado gesto, no lo qüe significan
concretamente.
La función fundamental que el sistema de comunicación de la mayoría de los
animales no humanos cumple es evitar batallas sangrientas cuando pueden ser
evitadas. Como todos los matones de patio de colegio y políticos internacionales
saben, conseguir lo que se quiere por medio de la mera amenaza de conductas
violentas es mucho mejor que tener que pelearse de verdad. Incluso el ganador de
una pelea puede sufrir una herida durante la batalla, por lo que a un animal casi
siempre le conviene más enviar una amenaza clara antes de lanzar un ataque. De
igual forma, un animal que es capaz de interpretar y prever adecuadamente las
intenciones hostiles de otro puede estar a tiempo de evitar una pelea en la que no
quiera participar, bien porque sospeche que no podrá ganarla, o porque tenga poco
que ganar.
Los animales que viven en grandes grupos suelen disponer de una colección de
sonidos muy variados y sutiles, además de gestos estilizados que les sirven para
señalar la dominancia y sumisión. Los animales sociales que evolucionaron en
hábitats boscosos, como los cerdos salvajes, suelen tener un repertorio vocal muy
rico; pero los caballos, que viven en hábitats abiertos en los que los miembros del
grupo están casi siempre en contacto visual unos con otros suelen tener un repertorio
visual más rico en comparación con los anteriores. Los perros se encontrarían en
algún punto intermedio; son muy expresivos tanto vocalmente como en su lenguaje
corporal (de modo que no suelen tener muchos problemas en conseguir que los
dueños comprendan lo que quieren, por muy brutos que sean). Los perros, en
particular, tienen una elaborada lista de conductas sumisas diseñadas para cerciorarse
de que un miembro de rango superior de la manada sepa que no lo están
amenazando. Los perros se encogen, gimen, agachan la cabeza, ponen las orejas
hacia atrás, ruedan por el suelo, esconden el rabo entre las piernas, de forma que no
sólo los otros perros, sino también la mayoría de las personas, saben instintivamente
lo que estos gestos comunican.
Sin embargo, los animales más solitarios como el gato tienen un repertorio
mucho más limitado de sonidos y de lenguaje corporal, por lo que interpretar sus
intenciones puede resultar algo más difícil. La clave está en entender cuáles son los
principios evolutivos básicos que han seleccionado algunas señales para que resulten
efectivas.

LENGUAJE CORPORAL

Los gatos son capaces de comunicar a través de su lenguaje corporal agresividad,


miedo y sumisión. Sin embargo, no comunican sumisión de forma tan enfática como
los perros, porque entre los gatos monteses, por ejemplo, el perdedor de un encuentro
en el que está en juego la dominancia generalmente huye lo más rápido que puede.
Es una situación muy diferente a la que se da en animales que viven en grupo, que
están constantemente obligados a permanecer cerca unos de otros y necesitan, por
tanto, desviar la agresión continuamente. Los perros llevan a cabo un continuo
diálogo sobre las posiciones sociales que ocupa cada uno dentro de la jerarquía
grupal y en el periodo posterior a cada lucha por la dominancia todos siguen siendo
miembros del grupo y tienen que seguir tratándose. Si uno se queda atrapado en los
vagones del metro a la hora punta, resulta extremadamente útil que existan
convenciones sociales tales como decir «perdóneme» para manejar determinadas
situaciones, como golpear sin querer con el paraguas a un tipo que pesa 127 kg con
la cabeza afeitada, cadenas y una chaqueta negra de cuero.
Sin embargo, los gatos en su estado natural tienen confrontaciones únicamente
durante los conflictos sobre el territorio. Por definición, uno de estos conflictos
territoriales termina cuando uno de los participantes abandona el lugar; no hay
necesidad de ir más allá.
Como consecuencia, durante la historia evolutiva del gato lo que se ha acentuado
ha sido el desarrollo de señales agresivas. En general, las señales agresivas están
funcionalmente conectadas a acciones agresivas reales; son manifestaciones de
fuerza, como el gesto humano de amenazar con el puño a alguien. Pero también
existe cierta naturaleza arbitraria en el proceso por el cual algunos gestos físicos se
«ritualizan» para convertirse en símbolos, algo que es consecuencia de una
interesante y poderosa retroalimentación evolutiva entre emisores y receptores. No
es necesariamente inevitable que una simple mirada, por ejemplo, termine siendo un
potente símbolo de amenaza, pero así ocurrió en el mundo del gato. La explicación
es la siguiente: un gato que está a punto de atacar a otro gato debe hacer ciertas
cosas. Para empezar, tiene que mirar a su supuesta víctima. Los gatos que empezaron
a interpretar correctamente una mirada como señal de ataque inminente disfrutaban
de una ventaja en la lotería de la evolución: evitaban peleas innecesarias y, por tanto,
sobrevivían más tiempo, por lo que podían transmitir a su descendencia la habilidad
de «leer» una mirada fija como si fuera una amenaza. (Sin embargo, los gatos que no
se daban cuenta de lo que pasaba solían meterse en peleas innecesarias en las que
terminaban heridos o muertos). Cuanto más sensibles se volvían los gatos ante la
conducta de interpretar una mirada fija como una amenaza, mayor era el beneficio
asociado a utilizar la mirada fija como amenaza intencionada. Los gatos que
empezaron a fijar una mirada prolongada en sus víctimas antes de atacar
consiguieron que sus oponentes se retiraran sin tener que atacarlos; estos gatos que
utilizaban la mirada fija solían sobrevivir más y pasar esta costumbre a su
descendencia.
[Figura 11. Lenguaje corporal: la espalda arqueada del gato agresivo-defensivo combina las piernas
estiradas del gato agresivo al andar con la forma de agacharse del gato atemorizado.

Figura 12. Algunas expresiones faciales comunes en los gatos [Créditos].]

Con el tiempo una acción bastante inocua acabó teniendo un propósito muy
específico. Recientemente cayó en mis manos un extraordinario libro que rastrea en
la Grecia antigua el origen de los interesantes gestos manuales que forman parte del
rico repertorio comunicativo de la Italia napolitana. Resulta sorprendente la
semejanza con la ritualización del lenguaje corporal animal. Algunos gestos, sobre
todo algunos de los más obscenos, tienen una clara conexión con el significado que
pretenden comunicar, pero otros está claro que son producto de la mera ritualización
a lo largo del tiempo. Mi ejemplo preferido de esto último —aparece bajo el epígrafe
«burla, ridículo»— es un gesto que proviene en primera instancia de la costumbre de
hacer un sonido grosero soplando en la mano. La descripción técnica completa del
gesto resultante era: «La palma de la mano se coloca bajo el sobaco del brazo
opuesto. La manose coloca de forma que, al ser comprimida con fuertes golpes
provocados por el brazo, produce un sonido similar al realizado con la boca, aunque
más estridente, porque el aire atrapado se empuja hacia fuera con los golpes. Se pone
mayor énfasis al gesto si se levanta un poco a la vez la pierna correspondiente al
brazo que oprime la mano». En una clara señal de ritualización, el autor del siglo XIX
de este docto estudio continúa de la siguiente forma: «Aunque sólo se realice la
primera fase de este gesto, tiene el mismo significado. Puede simplemente llevar una
mano bajo el sobaco contrario, levantar la pierna correspondiente ligeramente y
completar esto con una expresión facial irónica».
Los gatos también indican una intención ofensiva por medio de otros símbolos
ritualizados. Mantienen la cola en una posición baja y pegada al cuerpo, las piernas
rectas, los cuartos traseros elevados y las orejas giradas hacia un lado. En
comparación, un gato relajado y alerta mantiene las orejas hacia delante, la cola
cuelga libremente por detrás y su cuerpo está recto.
Durante algún tiempo, los estudiosos de la conducta animal pensaron que los
gatos nunca expresaban realmente sumisión, pero un estudio reciente realizado por
Hilary Feldman, de la Universidad de Cambridge, sugiere que en ciertos contextos
expresan sumisión rodando por el suelo sobre la espalda de forma similar a como lo
hacen normalmente los perros. La conducta de darse la vuelta y mostrar la
vulnerabilidad del abdomen es una postura de sumisión típica porque expresa la
pasividad total del animal y su indefensión. Feldman descubrió que esta conducta no
se producía al azar, sino que casi siempre estaba dirigida hacia otros gatos, y formaba
parte del cortejo entre machos y hembras. En un número no insignificante de veces
las vueltas las daban machos delante de otros machos. Normalmente un macho joven
se acercaba a uno adulto y rodaba ostentosamente por el suelo enfrente de él; si el
gato de mayor edad realizaba algún movimiento en respuesta, el joven se quedaba
completamente inmóvil con el estómago hacia arriba. En ningún caso el macho
mayor respondió agresivamente a esta conducta. La autora sugiere que, aunque esta
conducta sumisa no forme parte de los encuentros hostiles habituales entre gatos
adultos, es posible que haya evolucionado con una importante función en el periodo
en el que los gatos jóvenes se acercan a la madurez sexual pero todavía no han
abandonado a su madre y compañeros de camada, aproximadamente entre los 4 y 5
meses. Por esa época, los machos de mayor edad empiezan a ver a los jóvenes como
intrusos y competidores, por lo que éstos se benefician enormemente de poder
prevenir de alguna forma las conductas hostiles. Es importante destacar que los
gatitos también utilizan el revolcón para iniciar el juego, al igual que los perros se
«agachan» unos delante de otros antes de jugar; en ambos casos es una forma de
comunicar una intención no hostil ante acciones que de otro modo podrían ser
interpretadas como potencialmente amenazadoras. Los gatos caseros parecen utilizar
esta parte de su repertorio comunicativo instintivo para enfrentarse a las ligeramente
extrañas circunstancias que conlleva vivir entre personas; de este modo, incluso
gatos caseros adultos a veces se revuelcan como forma de empezar a jugar o realizar
otro tipo de interacción amistosa con sus dueños humanos.
La sumisión implica abandonar cualquier intento de defenderse, es una rendición
activa. Sin embargo, si un gato está asustado, se encuentra en un estado motivacional
completamente distinto, está listo para defenderse como pueda. La postura básica
hostil-defensiva es muy funcional: agacharse con la cabeza cerca del suelo, las orejas
echadas hacia atrás, los bigotes aplanados y la cola y patas escondidas, manteniendo
las partes más vulnerables fuera del alcance del posible peligro.
Esta postura evolucionó más por motivos prácticos que como señal en sí misma,
pero a medida que pasaba el tiempo el agresor potencial podía conseguir una clara
ventaja si era lo suficientemente ingenioso como para interpretar correctamente la
conducta de agacharse como una señal de que el siguiente paso de su víctima sería
defenderse.
Como consecuencia, también el gato miedoso se beneficiaría de poder anunciar
su temor. A simple vista, esto podría parecer contradictorio, puesto que ocultar con
sangre fría el miedo podría representar una estrategia más sabia. Pero con el paso del
tiempo las señales comunicativas suelen ser seleccionadas por su honestidad. El
peligro de tirarse faroles está en que te descubran. A veces es posible dejar fuera de
juego a un matón, pero otras el propio intento sólo te lleva a una confrontación: un
animal dominante puede interpretar un pavoneo calculado y agresivo por parte de
otro como una amenaza que no puede ignorar. Por otra parte, un gato asustado que
demuestra que es capaz de llegar a atacar si lo provocan, está utilizando lo que en
una ocasión Richard Nixon llamó la «teoría del hombre loco»: Si el resto del mundo
piensa que el que tiene el dedo en el botón es un poco inestable, caminarán de
puntillas a su alrededor y tendrán cuidado de no hacer nada que pueda molestarle.
A medida que va aumentando el nivel de miedo, los gatos avisarán cada vez con
más claridad de que se sienten amenazados y pueden verse impulsados a arremeter
contra algo. De hecho, un gato asustado se ve impulsado por motivaciones
defensivas y ofensivas a la vez, por lo que comenzará a superponer a su postura
defensiva una actitud agresiva claramente ritualizada. Mientras permanece agachado,
el gato arquea la espalda, levanta la cola formando un arco y eriza el pelo. Es la pose
típica del llamado «gato de Halloween». Inflarse de esta forma es una señal
universalmente conocida de amenaza en el mundo animal; lo más cercano al
esperanto animal que uno puede encontrar. En parte, la razón por la que un gato
asustado y agresivo utiliza este tipo de señal puede ser que sirve para comunicar
información no sólo a otros gatos, sino también a los posibles depredadores. El
origen de estas señales está en que sirven para aparentar ser de mayor tamaño. En un
principio puede que esto fuera útil para engañar a un competidor o depredador
potencial; así, en situaciones similares muchos animales erizan el pelo del lomo,
extienden por completo las alas o hinchan el pecho. Con el tiempo, sin embargo, se
ha convertido en una señal de intención ritualizada y así es interpretada en muchas
especies: Parecer grande es un símbolo reconocido universalmente de la intención
que tiene el animal de actuar como un animal grande. (Este esquema de simbolismo
en el tamaño también está en la base de los patrones de comunicación vocal que
discutiré más adelante en este capítulo).
Otra forma que tienen los gatos de expresar miedo es mediante la dilatación de
las pupilas. Esta apariencia de insecto de ojos enormes es muy normal en las
personas asustadas. Constituye una reacción refleja ante el miedo que puede ser fruto
de meras conexiones del sistema nervioso, al igual que cuando la gente se asusta a
veces suda, enrojece o desarrolla un tic nervioso. Pero la dilatación de las pupilas en
los gatos atemorizados es algo tan marcado y consistente que puede ser una señal
ritualizada. Algo que también prueba esta conclusión es que los ojos parecen tener
un papel señalizador en la agresión ofensiva y en la sumisión. Un gato agresivo-
ofensivo cerrará los ojos hasta tener una mirada en la que éstos se empequeñecen y
brillan. Cuando los ojos parpadean o el gato desvía la mirada, lo contrario de mirar
fijamente, es porque se encuentran en un contexto de sumisión.
Casualmente, esto puede explicar el extraño pero innegable hecho de que los
gatos siempre parecen colocarse con infalible instinto en el regazo del único invitado
que odia a los felinos. Lo que ocurre en esta situación es que la persona a la que no le
gustan los gatos tiende a evitar mirarlos y, desde el punto de vista del gato, evitar la
mirada es una señal de actitud no-amenazadora, o incluso de bienvenida. Una visita
que mira intensa y directa hacia el gato es considerada por éste algo mucho más
amenazador, por lo que instintivamente evita a esos admiradores bienintencionados
(pero incomprendidos).
Los perros utilizan una expresión ritualizada que consiste en mostrar los
colmillos para comunicar una amenaza dominante, pero los gatos no. No existe
ninguna razón en particular, pero sí cierta suerte en la lotería de la evolución que
determina qué gestos se ritualizan y cuáles no. No obstante, los gatos que
muestran una agresión
temerosa y en extremo defensiva abren la boca y muestran los dientes de una forma
claramente amenazadora. Es posible que esta expresión facial fuera seleccionada con
el tiempo para esta función defensiva de furia porque servía para enfrentarse a otras
especies depredadoras. Cualquiera que se haya encontrado de repente con un gato
macho asilvestrado sin castrar y éste haya emitido un bufido, haya arqueado la
espalda y mostrado los dientes puede asegurar que la estrategia funciona. Volveré al
tema del bufido más adelante.
La utilización de la cola como señal en varias especies es un tema complejo y los
intentos por desarrollar una teoría general sobre los movimientos de cola revelan
muchas excepciones a cualquier regla general que uno pueda estar tentado a
formular. Muchos animales levantan la cola tanto en contextos agresivos como de
saludo. Los gatos suelen levantarla mucho cuando se saludan unos a otros, cuando
juegan y en encuentros claramente amistosos; los gatos jóvenes levantan el rabo
cuando piden comida a sus madres y casi todos los gatos caseros hacen lo mismo con
sus dueños cuando llega la hora de comer y éstos abren las latas de comida o la
ponen en los cuencos. La razón por la que los gatos —al contrario que los caballos,
perros, cerdos y cabras, entre otros— no levantan el rabo como una amenaza
ofensiva puede ser explicada por el hecho de que, en los encuentros agresivos entre
gatos, existe en general menos ritual y más peleas reales. Un perro puede levantar el
rabo como amenaza sin preocuparse de que se lo vayan a morder. Los encuentros
entre gatos en su hábitat natural siempre llevan consigo un elemento de miedo,
ansiedad y molestia; incluso un agresor con confianza en sí mismo se siente a la
defensiva y expresa esta emoción manteniendo la cola baja por prudencia.
Los movimientos o coletazos del rabo tienen una conexión funcional menos
directa con cualquier estado motivacional concreto que la existente en la forma
general de llevarlo y, como resultado, los movimientos tienden a estar ritualizados
con fines que varían ampliamente entre distintas especies. En los gatos, al igual que
en los caballos pero no en los perros, un rabo que da coletazos generalmente es una
manifestación de irritación y agresión defensiva.

PERCIBIR EL MUNDO POR SUS OLORES

Para un animal que pasa mucho tiempo intentando evitar a ciertos miembros de
su propia especie, el olfato ofrece ventajas considerables frente a otras formas de
comunicación. Es destacable que sea el único método de comunicación animal que
puede viajar en el tiempo y en el espacio. El hecho de marcar un objeto con el propio
olor es una forma de dejar un mensaje que puede ser leído posteriormente por un
animal que no se encontraba allí en el momento en que se puso el mensaje. Además,
es un mensaje que contiene la fecha de emisión; puede proporcionar información
sobre el momento en que se dejó, una sutileza sólo igualable como medio de
comunicación al lenguaje escrito.
Dentro de su ecología y costumbres sociales, los gatos cuentan con un rico
abanico de señales olfativas a las que pueden recurrir con diferentes fines. Parecen
utilizar ciertas marcas de olor para señalizar sus movimientos en el tiempo y evitar a
otros gatos que usan los senderos de caza compartidos, para saber si están en el
territorio de otro gato, para encontrar pareja durante la época de apareamiento, para
identificar a gatos que son familiares y posiblemente para orientarse en su área de
campeo.
El marcaje con orina dirigido a un punto concreto, sobre el que he hablado en el
capítulo 3, equivale al obús dentro del arsenal de señales olfativas del gato, pero
también tiene otras armas de calibre más fino. Los estudios que Robert Prescott
realizó en la Universidad de Cambridge en la década de 1960 descubrieron que la
cola, frente, barbilla y labios del gato tienen unas glándulas sebáceas que segregan
una sustancia grasa que contiene la fragancia individual de cada ejemplar. Los gatos
con frecuencia frotan los labios, la barbilla y la cola contra objetos inanimados y
dejan una señal olorosa. Las almohadillas de las patas también contienen glándulas
olorosas, por lo que el rascado es otra forma de dejar el rastro del olor individual;
además, rascar tiene la ventaja añadida de reforzar la marca olfativa con una señal
visual. El rascado suele dejarse en un punto de referencia vertical prominente, como
un árbol, que utilizan una y otra vez, consiguiendo una especie de marcador
territorial que se refuerza continuamente. A veces los gatos rascan para que se caigan
las garras más viejas que no sirven y las nuevas, más afiladas, puedan ir creciendo,
aunque también utilizan los dientes para arrancarse las viejas. Por tanto, la conducta
de rascar está motivada en su mayor parte por su función comunicativa y no sólo
como medio de afilarse las uñas.
Varios estudios han confirmado que los gatos efectivamente prestan atención y se
dan cuenta de las marcas olfativas dejadas por otros: las estacas de madera contra las
que una hembra había frotado sus labios fueron olfateadas durante más tiempo por
gatos machos que otras estacas idénticas que no tenían mareaje. Cuando los gatos
huelen objetos marcados con olores, a veces realizan la «mueca» típica a la que los
expertos en conducta animal llaman flehmen, en la que tiran los labios hacia atrás y
aspiran el aire. Es una conducta que ocurre en la familia de los felinos y en algunas
otras familias de mamíferos como los caballos, vacas y ovejas, diseñada para
detectar olores sociales a través del uso de un órgano especializado y muy sensible
que se encuentra en el paladar, conocido como órgano vomeronasal.
No obstante, parece que existe otra función social más compleja del mareaje
olfativo, puesto que se ha visto que los gatos frotan con frecuencia la frente y la cola
con otros gatos y con personas. Los gatitos se frotan contra sus madres y los
individuos subordinados de un grupo se acercan y se frotan contra los más
dominantes. Las hembras que viven en grupos amistosos se frotan regularmente
cuando se saludan unas a otras. Algunos experimentos han demostrado que, a los
pocos días de edad, los gatitos son capaces de distinguir los olores individuales de
otros gatos. Los gatitos a los que se ha sacado del nido —antes de que abrieran los
ojos— eran capaces de orientarse con éxito y encontrar el camino de vuelta a su
nido, diferenciándolo de otros en los que había una madre extraña. Sin embargo, si
se lava el suelo de la habitación antes, los gatitos se quedan inmóviles cuando se los
saca del nido y parecen totalmente desconcertados. Por tanto, los olores son
individualmente distintos y pueden reconocerse de un individuo a otro.
A menudo se ha dicho que los gatos se frotan con gatos que conocen y con
personas para marcarlos con su propio olor, al igual que lo hacen en puntos de
referencia inanimados. Pero una explicación posiblemente más lógica de este tipo de
frotamiento es que el gato está intentando adquirir el olor del animal contra el que se
está frotando. En este caso existiría una ventaja si el individuo que se frota lo hace
con uno superior a él socialmente: obtendría una especie de sello de aprobación que
en encuentros posteriores informaría al dominante que se trata de un miembro
familiar y aceptado en la sociedad de gatos dominantes. Ocurre algo similar con el
olor a su madre que los gatitos llevan impregnado; no deja lugar a dudas de que el
gatito es suyo y reduce las posibilidades de que haya rechazo o abandono materno.
También es posible que el frotamiento mutuo cree un efecto colectivo de «olor de
grupo» que tiene la misma función que la de identificar a un amigo o compañero de
camada, sólo que en este caso se trataría de un grupo social.
Esta conducta de mareaje olfativo social que tiene lugar entre gatos adultos es
además otra de esas costumbres grupales de los gatos domésticos que provienen de
conductas instintivas de sus ancestros salvajes, entre los cuales sólo se produce en
los gatitos y sus madres durante los pocos meses en los que viven en un grupo
familiar antes de llegar a la madurez sexual y dispersarse, o en machos que están
cortejando a hembras en el breve periodo en el que entran en contacto durante cada
estación reproductora.
En el caso de los gatos caseros, es posible que la gente refuerce
inconscientemente este comportamiento instintivo respondiendo con acciones que lo
recompensan, como acariciar o jugar con un gato que se acerca y se frota para iniciar
el contacto.

UNA COMUNICACIÓN MUY VOCAL

Las madres humanas, al hablar a sus bebés, se expresan de una manera


característica que se ha denominado «habla maternal». Cuando los investigadores
grabaron a madres británicas, estadounidenses, alemanas, francesas e italianas
emitiendo palabras de aprobación, consuelo, amonestación o llamando la atención a
sus hijos, descubrieron que, a pesar de las muchas diferencias lingüísticas y
culturales, el patrón melódico de lo que decían era prácticamente idéntico en
cualquier situación. Si la madre decía «BUEN chico» o «bravísimo», utilizaba en
ambos casos un tono al principio agudo que ascendía y luego otro que caía
igualmente rápido. Cuando estaban llamando la atención del bebé para que hiciese
algo, todas las madres utilizaban una serie de sonidos cortos, repetidos que
aumentaban de tono («¿ves la PELOTA?, ¿ves la PELOTA?»). Para decirle al niño que no
hiciera alguna cosa, siempre utilizaban una serie de sonidos bruscos, altos de
volumen pero en un tono grave. Las palabras reconfortantes también las decían en
tonos graves, suaves y como en un susurro.
Los adiestradores profesionales de animales utilizan exactamente el mismo
«lenguaje» de patrones melódicos y rítmicos para controlar y manejar la conducta de
sus animales.
Obviamente aquí pasa algo. La gente habla así de forma instintiva porque
funciona —ni los bebés humanos ni los animales entienden el significado semántico
de las palabras que emiten sus madres y sus entrenadores cuando se dirigen a ellos—
y, sin embargo, consiguen comunicar un mensaje y responden de manera apropiada.
El hecho de que este tipo de lenguaje funcione universalmente debe contener la clave
para explicar cómo han evolucionado diferentes patrones vocales en la comunicación
animal.
Los gatos a veces son muy «habladores», pero el rango de sonidos que pueden
emitir no es tan grande como el de los animales más sociales; en general, son mucho
más silenciosos que los perros, las aves o los conejillos de Indias. Aun así, todos sus
sonidos comunicativos y sus reacciones habituales a los sonidos siguen de cerca el
patrón descrito anteriormente en el lenguaje «maternal» humano.
¿Por qué ciertos sonidos «significan» lo que significan? O, más bien, ¿por qué
resultan eficaces para provocar ciertas respuestas comportamentales? La clave
principal para desvelar estos patrones es utilizar la misma regla que se aplicaba en el
caso del simbolismo del tamaño que explica por qué un animal que amenaza intenta
aparentar ser de mayor tamaño. Los animales grandes emiten sonidos graves; por
tanto, los sonidos graves (como los gruñidos) comunican un aviso o amenaza. Los
animales pequeños emiten sonidos agudos, de ahí que los sonidos agudos (como los
gañidos) comuniquen estados de ánimos no amenazadores o de aceptación.
Esto es algo profundamente arraigado en casi todos los mamíferos y aves, sobre
todo porque gobierna las complejas relaciones sociales que existen entre padres e
hijos. Los sonidos normalmente agudos que emiten los jóvenes sirven como refuerzo
de otras señales que inhiben acciones agresivas de los adultos; esto a la vez lleva
consigo una ritualización de los sonidos agudos en muchos otros contextos (en el
cortejo, la sumisión social, cuando las madres llaman a sus crías) en los que el
objetivo es comunicar intenciones pacíficas; de hecho, los animales en general han
explotado este sesgo existente en los padres que evitan hacer daño a seres pequeños
que emiten sonidos agudos.
Existen ciertas especulaciones enigmáticas que defienden que la utilización de los
sonidos de esta forma simbólica podría remontarse a la era de los dinosaurios. Los
lambeosaurus, grandes dinosaurios terrestres que vivieron a finales del periodo
Cretácico, tenían crestas de las que algunos paleontólogos pensaron que podrían
haber funcionado como cavidades resonadoras. Los análisis acústicos sugieren que
los adultos eran capaces de utilizar estas crestas para producir sonidos en una amplia
gama de tonos; otros indicios fósiles sugieren que en estos dinosaurios existían lazos
estrechos entre progenitores y crías, además de estructuras sociales complejas, lo que
los habría impulsado a desarrollar estas señales sociales.
Las excepciones que existen a esta regla general sobre el tono y la motivación
implícita son muy consistentes y están ampliamente extendidas en aves y mamíferos.
Muchos animales emiten sonidos que no son sonoros —es decir, que no provienen de
las cuerdas vocales o que implican resonancias inusuales que tienen lugar dentro del
cuerpo—. En general, estos sonidos no siguen la relación tamaño-simbolismo, pero
se explican fácilmente porque sirven para fines para los cuales una señal que
simbolice el tamaño no es efectiva. Por ejemplo, los carboneros se gruñen unos a
otros para amenazarse, pero el gruñido de un carbonero resulta bastante agudo para
muchos animales de mayor tamaño; así, cuando un carbonero desea ahuyentar a una
ardilla que está a la entrada de su nido, emite una especie de siseo, un sonido que
posiblemente fue seleccionado por su similitud con el que hace la serpiente, ante la
cual muchos mamíferos sienten un miedo que ha evolucionado a la perfección.
(También las ocas sisean).
Otra categoría muy común entre mamíferos de sonidos que no son del todo
vocales es el relincho suave o susurro, utilizado tanto por las madres como por sus
crías para estar en contacto durante la lactancia. Este sonido no es realmente tal, sino
una especie de vibración táctil diseñada para ser sentida a través del contacto directo.
Las vibraciones de baja frecuencia como mejor se transmiten es por medio de la piel.
Los sonidos que se han originado de esta forma han sido ritualizados en muchas
especies hasta convertirse en vocalizaciones susurrantes de tono bajo que se utilizan
en muchos contextos, con frecuencia como llamadas de cortejo en los machos, como
en el caso de los caballos.
Es posible que todo esto parezca una extraña digresión sobre el habla de los
dinosaurios, los carboneros o los bebés humanos, pero estos principios básicos
desvelan a la perfección cuál es la clave para llegar al repertorio vocal básico del
gato. El sonido más característico del gato, el miau, es muy variable; algunos autores
han intentado catalogarlo con diferentes términos (miau, maullido, gemido, chirrido).
Pero en realidad todas estas variantes se encuentran en un continuo gobernado y
explicado por la regla del simbolismo según el tamaño. El miau básico es un patrón
neutral que sube y baja de forma similar al sonido de llamada de atención del
lenguaje que llamábamos «maternal». A medida que los miau suben de tono, reflejan
una motivación más suplicante o apaciguadora.
Otro sonido del gato que también encaja directamente en la regla del simbolismo
según el tamaño es el bufido o gruñido.

[Figura 13. Las vocalizaciones comunican información tanto por su tono como por su aspereza. Los sonidos
puros agudos como el maullido son utilizados para indicar miedo, apaciguamiento y sumisión; un sonido
grave y sordo, como el bufido, es una clara amenaza[Créditos].]

Por último, existe un tipo de sonidos que combina a la vez tanto motivaciones
«pequeñas» como «grandes». Los sonidos fuertes y agresivos no son sólo graves,
sino que también suelen ser ásperos y chirriantes; esto ocurre porque es un fenómeno
físico que cuando las cuerdas vocales se aflojan para producir esos tonos, también
vibran formando patrones más complejos y produciendo muchos armónicos
(constituyen sonidos de «banda ancha», que suenan como zumbidos). Sin embargo,
los sonidos débiles, no amenazadores, tienden a ser no sólo agudos, sino también
puros y tonales; las cuerdas vocales están tirantes y forman patrones más sencillos,
con menos armónicos. Debido a esta relación entre aspereza y tono grave, por un
lado y, pureza tonal y tono agudo, por otro, estas calidades tonales se han ido
ritualizando, formando así una escala aparte en la gradación agresividad-
apaciguamiento. Los animales pueden controlar hasta cierto punto el tono y la
calidad tonal de forma independiente, lo que significa que pueden comunicar una
amplia serie de matices. La regla general parece ser que, cuanto más miedo, los
tonos son más altos mientras que, a medida que aumenta la agresividad, aumenta la
aspereza o la «anchura de banda». De este modo, un gato a la vez agresivo y
defensivo combina las posturas corporales de miedo y agresividad, al igual que
combina las características vocales de estas dos emociones. El resultado es lo que
suele llamarse un «quejido», «chillido» o
«alarido», que en realidad es como emitir un gañido y gruñido a la vez. Es un sonido
agudo pero áspero que utilizan los gatos cuando se encuentran acorralados y
presionados para pelear o cuando están sufriendo un dolor agudo (en este caso se
convierte en una especie de grito).
Puesto que estos chillidos son una combinación de motivaciones contrapuestas en
un único sonido, a veces también forman parte del juego fingido; en este contexto se
convierten en un gruñido amenazador junto con un gañido superpuesto de «sólo
estaba bromeando».
Los gatos emiten varios tipos de sonidos no vocales que se ajustan bien a los
principios generales. Por ejemplo, un siseo en las situaciones defensivas, a veces
precedido de una conducta de escupir, un sonido corto, enfático y explosivo que
resulta eficaz por su repentino comienzo. También producen una especie de
murmullo suave con la boca cerrada, definido a veces como una «llamada», que se
utiliza como saludo social o como una señal de una hembra que está receptiva
sexualmente; es un sonido similar al relincho del caballo y posiblemente una versión
ritualizada de la llamada de contacto que la madre emite hacia sus pequeños
mediante el contacto corporal.

EL RONRONEO

El ronroneo típico de los gatos ha sido objeto de diferentes teorías y


especulaciones no siempre muy convincentes. El hecho de que varios autores le
hayan atribuido una especie de significado oculto, como un «mantra», o que lo hayan
visto como una manifestación de euforia que acompaña experiencias cercanas a la
muerte, es más un signo de ignorancia humana que de que ocurra algo excepcional
en los gatos. Aunque es cierto que el ronroneo es extraordinario en muchos sentidos,
su evolución y funciones comunicativas están claras y encajan bien con lo que se
conoce científicamente sobre otras vibraciones comunicativas sordas similares
utilizadas por varios mamíferos. Básicamente, los múltiples usos que el gato da al
ronroneo, como
el susurro con la boca cerrada, representan una ritualización del sonido no vocal
utilizado en la comunicación maternal a través del contacto corporal.
Un estudio fisiológico detallado sobre el ronroneo realizado por investigadores
de la Facultad de Medicina de la Universidad de Dartmouth concluyó que los
ronroneos son generados por impulsos nerviosos muy rápidos y regulares enviados
directamente desde el sistema nervioso central a los músculos del diafragma y de ahí
a las cuerdas vocales. Los músculos se activan de forma alternante en veinte o treinta
estallidos por segundo. De hecho son temblores extremadamente controlados y los
fisiólogos que llevaron a cabo el estudio señalaron que no existe otro tipo de temblor
normal en animales que se aproxime a la alta frecuencia y regularidad del ronroneo.
Llama la atención que el ronroneo no suele producir ningún sonido audible que
se transmita por el aire, aunque alguien que esté en contacto con el gato que ronronea
siempre puede notarlo. Los gatitos empiezan a ronronear con sólo unos días de vida,
siempre mientras maman; las madres, igualmente, ronronean durante la lactancia.
Esto constituye una prueba suficiente de que la base del ronroneo es servir como
«sonido» de contacto entre la madre y la cría. En los contextos en los que se ha
ritualizado, el ronroneo suele utilizarse durante el cortejo, en saludos amistosos y
cuando se apacigua a un animal dominante.
Los gatos caseros suelen sentirse impulsados a ronronear cuando están en
contacto con personas porque, al relacionarse con gente, dependen mucho de las
conductas sociales instintivas de la infancia y la maternidad. El conjunto de
herramientas sociales del gato, incluido su repertorio vocal, está generalmente
adaptado a la confrontación, no al afecto. Sin embargo, al tratar con seres humanos y
con su forma de ser relativamente pacífica y no competitiva (en comparación con la
mayoría de los gatos y especialmente con los gatos monteses en su hábitat natural),
el gato doméstico puede echar mano de su pequeño pero potente y entrañable
repertorio de conductas cooperativas y amistosas, que resultan todavía más potentes
y entrañables porque se originan en el lazo entre la madre y las crías.
[Bibliografía]
5
Guía para descubrir la inteligencia del gato pensador
Cuando se pregunta a personas escogidas al azar de diferentes profesiones,
condiciones sociales y bagajes académicos acerca de quiénes son más inteligentes,
los perros o los gatos, los primeros ganan de forma aplastante.
Los dueños de gatos, sin embargo, tienen siempre una respuesta reservada para
esta calumnia tan generalizada: los gatos son simplemente demasiado inteligentes
para hacer los ridículos trucos que los perros están dispuestos a poner en escena, y
que parecen impresionar tanto a seres tan fácilmente impresionables como los
humanos. Quizás estemos sobrevalorando a los gatos al atribuirles una inteligencia
suficiente como para descubrir cómo ganar la partida, pero el hecho es que exigen
pruebas científicas que apoyan en lo esencial los argumentos de los propietarios de
estos animales. Los seres humanos suelen tener muchos prejuicios a la hora de
evaluar la inteligencia de otras especies. Constantemente calificamos como animal
más inteligente al que, como nosotros, tiene un buen sentido de la vista y destreza
manual; en otras palabras, animales que son capaces de ver y reaccionar ante las
cosas de la misma forma en que lo hacemos nosotros y que pueden expresar de
manera evidente los resultados de sus procesos mentales como, por ejemplo,
manipulando objetos.
También tenemos fuertes prejuicios al considerar inteligentes a aquellos animales
que pueden aprender cosas que a nosotros nos parecen útiles. Pero lo que realmente
determina la destreza de un animal para dominar una tarea concreta suele tener
mucho menos que ver con su inteligencia innata que con predisposiciones del
comportamiento. A lo largo de muchos años los psicólogos experimentales que han
intentado medir la inteligencia relativa de especies diferentes se han dado cuenta de
que es posible que un animal muy torpe en aprender ciertas tareas, al volver a diseñar
el experimento para que se adapte mejor a las peculiaridades conductuales y
perceptivas de la especie, mejore y acierte la respuesta. Las especies difieren en su
capacidad de ver o escuchar las pistas visuales o auditivas ante las que están siendo
entrenadas a responder; difieren en el tipo de recompensa que hace que se sientan
motivadas para trabajar; difieren en las cosas que pueden hacerles sentir asustadas o
recelosas, que por tanto interfieren con la capacidad de aprendizaje. Al igual que los
test para evaluar el coeficiente intelectual han sido justamente criticados por estar
sesgados culturalmente, muchas de las medidas formales e informales para evaluar la
inteligencia animal están cargadas de prejuicios respecto de las especies. Tiene el
mismo sentido considerar que un gato es más tonto que un perro porque no se le
puede enseñar a traer un objeto que le tiramos como considerar a un estadounidense
más tonto que a un francés porque no puede aprobar un test de inteligencia escrito en
esta lengua.
Cuando se trata de medir la inteligencia, los gatos son sujetos de investigación
especialmente difíciles. Conseguir que demuestren lo que saben hacer es
complicado, sobre todo en el contexto de un laboratorio. Además, las recompensas
sociales y los castigos que resultan eficaces para enseñar a perros y caballos carecen
casi por completo de sentido para los gatos. Puede que les guste que los acaricien,
pero para un animal social como el perro las caricias conllevan el poderoso
significado de la aceptación social de un superior, algo que le resulta indiferente al
gato. De igual modo, castigar a un perro o a un caballo lleva consigo la punzada de
la desaprobación social, que resulta muchas veces más lacerante que el propio dolor
físico; por eso, hablarle con dureza a un animal social es normalmente tan efectivo
—o incluso más
— que golpearlo. Sin embargo, los gatos suelen responder al castigo haciendo frente
al agresor o huyendo, puesto que en su modo de ser social y conductual hay muy
pocas cosas que puedan obligarlo a quedarse, asimilar y alterar su conducta en
respuesta a la presión social.
Ni siquiera las recompensas en forma de comida parecen suficientes para motivar
a un gato a aprender una tarea concreta en la que se tiene que concentrar. Como
cazadores solitarios que son, al parecer son capaces de pasar mucho tiempo sin
comer, por lo que, cuando se los coloca en una situación extraña, pueden ignorar el
hambre más fácilmente que los perros, monos o roedores. En un experimento en el
que se puso a prueba la habilidad de los gatos para encontrar un objeto escondido
detrás de una pantalla, los investigadores descubrieron que las búsquedas de los
gatos eran «lentas» y «perezosas» —aun habiendo sido privados de comida durante
veintitrés horas antes de la prueba y siendo la recompensa por encontrar el objeto su
comida favorita (pollo asado para uno de los gatos y golosinas para el otro)—.
Resulta difícil imaginarse a un perro comportándose de forma «perezosa» en
circunstancias similares.
A pesar de esto, los gatos son capaces de aprender en su medio natural y alteran
su conducta y sus estrategias de formas complejas y novedosas según cambian las
circunstancias. Existen experimentos muy bien diseñados que tienen en cuenta las
peculiaridades físicas y de conducta de los gatos para demostrar que
indiscutiblemente son igual de inteligentes que otras especies domésticas.

INPUT Y OUTPUT

Una gran parte de lo que determina la forma en que la inteligencia innata de una
especie sale a flote es el tipo de órganos sensoriales y habilidades motrices con que
cuenta. Si uno se fija en cómo están «construidos» los cerebros de diferentes
mamíferos, se da cuenta de que un principio de organización vital es el papel relativo
que desempeñan en sus vidas los distintos órganos y extremidades. El neocórtex —la
capa de «materia gris» que rodea el núcleo del cerebro y que tiene una importancia
crucial en el aprendizaje— está altamente especializado en todas las especies. Los
monos del Nuevo Mundo que utilizan la cola para agarrarse tienen una porción
bastante grande del neocórtex dedicada a controlar los músculos que se encuentran al
final de la cola. Los humanos tienen un área visual grande en el neocórtex y también
una gran parte dedicada a controlar los movimientos precisos de los músculos de las
manos. Los gatos utilizan especialmente su sentido auditivo para localizar y cazar
presas a horas en que la luz es menor, cuando están más activos, al atardecer y al
amanecer; por eso cuentan con una porción auditiva grande en el neocórtex.
Las capacidades perceptivas, por supuesto, también determinan en gran medida
cómo entiende y ordena su mundo un animal; constituyen los inputs en estado puro
sobre los que actúa la inteligencia. Los humanos están muy sesgados hacia lo visual
y por eso les resulta difícil imaginar siquiera cómo es el mundo para un ser con unas
capacidades perceptivas totalmente diferentes a las suyas. Solemos pensar que
nuestras mascotas ven de forma similar a nosotros, pero no es así.
Para empezar, los gatos, al igual que la mayoría de los mamíferos excepto los
primates, no pueden ver en color. El tema de la visión en color en los gatos ha sido
objeto a lo largo de los años de polémicas y confusiones; algunos estudios dicen
haber demostrado que son capaces de percibir el color de forma similar a los seres
humanos. Pero los estudios definitivos que han medido los impulsos eléctricos
nerviosos de los gatos cuando miraban varios colores y que probaron qué colores se
les puede enseñar a distinguir en experimentos de aprendizaje han demostrado lo
contrario. Los conos, células encargadas de la percepción del color que se encuentran
en la retina de los humanos se presentan en tres variedades, cada una de las cuales es
más sensible a la luz de una determinada longitud de onda, aproximadamente la que
corresponde a los colores rojo, verde y azul. Al controlar la fuerza relativa de las
señales nerviosas que emanan de estos tres tipos de conos, la mente humana es capaz
de calcular la longitud de onda de todos los colores intermedios del espectro, los
amarillos, naranjas y violetas. Los seres humanos pueden distinguir alrededor de cien
matices diferentes en experimentos realizados en laboratorios.
Los gatos, sin embargo, sólo tienen dos tipos de conos, que son más sensibles
únicamente a la luz verde y azul. Esto quiere decir que para un gato los colores rojo,
naranja, amarillo y verde son realmente un único color y los varios tonos de azul y
violeta otro distinto. En otras palabras, los gatos pueden distinguir sólo dos colores.
Saben que una pelota roja no es gris, ni blanca, ni negra; pero no pueden distinguir
entre una pelota roja y una verde.
La causa evolutiva de esto es que existe una compensación entre ser capaz de ver
bien en color y ser capaz de ver bien en la penumbra. Los bastones son células que
también se encuentran en el ojo —son sensibles a niveles de luz globales, pero no a
ningún color en particular y pueden, por tanto, realizar lecturas sólo en una escala de
grises— y resultan mucho más efectivos en condiciones de poca luz. La visión en
color es especialmente importante para los animales que comen frutas, como algunos
primates y aves, y para los que necesitan ser capaces de detectar a depredadores
camuflados. Muchas aves, reptiles y peces tienen visión tricolor, y algunas aves y
peces pueden incluso ver cuatro colores: pueden ver el espectro de infrarrojos. Pero
posiblemente los mamíferos perdieron la visión tricolor al inicio de su historia
evolutiva, puesto que el único nicho disponible para los primeros mamíferos en la
era de los enormes dinosaurios predadores era nocturno. Existe un espacio limitado
en la retina para las células nerviosas, por lo que un animal se ve obligado a elegir
entre conos o bastones; si es activo por la noche, inclinará la balanza hacia los
bastones. El hecho de desprenderse de cierto grado de visión a color parecía un
precio razonable que pagar. Los gatos parecen haber realizado el trueque más luz-
menos color en mayor grado que los perros; su sensibilidad al color no parece ser tan
buena como la que tienen muchas otras especies capaces también de ver en dos
colores.
La visión en dos colores representa una buena solución porque sigue permitiendo
a un animal que es activo durante parte del día evitar ser engañado por el camuflaje
elemental de predadores o presas. La visión en tres colores de los humanos y de
algunos parientes primates fue posiblemente una «reinvención» más tardía de un
rasgo perdido hace mucho tiempo en el curso de la evolución de los mamíferos.
Los gatos, al igual que otros mamíferos que son más activos por la noche o
durante las horas de penumbra, muestran otras adaptaciones en su sistema visual.
Tienen detrás de la retina una capa de tejido brillante llamada tapetum lucidum, que
proporciona a la retina una segunda oportunidad para detectar un fotón entrante,
haciendo que rebote en las células retinales. El tapetum lucidum también tiene la
propiedad secundaria de provocar que los ojos de los gatos brillen y parezcan
amarillentos cuando les enfocan los faros de un coche o el flash de una cámara de
fotos. (Los «ojos rojos» de los humanos que aparecen en las fotos hechas con flash
son el resultado de un reflejo mucho menos intenso de luz fuera de los vasos
sanguíneos que se entrelazan por detrás de la retina).
Los gatos también difieren del hombre en agudeza visual, es decir, en la nitidez
con la que pueden ver las cosas. La nitidez visual depende de muchos factores, entre
los que se incluyen la habilidad del ojo para enfocar, el tamaño del ojo, la densidad
de células nerviosas en la retina sensibles a la luz y el número de células retinales de
las que se alimentan las células «troncales», de mayor tamaño y cuya función es
transmitir las señales visuales. También aquí existen compensaciones; al alimentar
con varias células retinales una célula troncal se aumenta la sensibilidad a niveles
muy bajos de luz aunque, al mismo tiempo, la imagen resultante sea más tosca. Es
exactamente análogo a lo que ocurre al revelar una película fotográfica, hay que
llegar a un término medio entre la nitidez y la velocidad: los grandes pegotes de
químicos sensibles a la luz que aparecen en la película responden a niveles bajos de
luz, pero producen una imagen más granulada.
Los seres humanos tienen una agudeza visual extremadamente buena; una
persona con visión normal puede percibir un patrón alternante de rayas blancas y
negras aunque cada raya ocupe tan sólo un sexto grado de arco en su campo visual.
(Más allá de ese punto, las rayas se superponen unas a otras y el patrón parece un
gris continuo). Realizar esta prueba en animales es un poco más difícil, pero se han
obtenido resultados fiables midiendo los patrones de las ondas cerebrales al estrechar
cada vez más la distancia entre rayas hasta que la señal procedente del córtex visual
del animal sufre un determinado cambio; otra forma consiste en adiestrar al animal a
dar con el hocico en una cartulina en la que aparecen rayas, en lugar de en otra gris,
para después ir estrechando la distancia entre rayas hasta que de repente la habilidad
del animal para elegir la correcta cae en picado hasta un nivel en el que elige al azar.
Estos experimentos han demostrado que la agudeza visual de los gatos es de cuatro a
diez veces peor que la de los humanos, lo que corresponde a aproximadamente una
visión 20/80, que significa que lo que una persona con una visión normal puede ver a
80 pies [24,38 m], un gato debería estar a 20 pies [6,09 m] para verlo igual de bien.
Los perros lo hacen un poco mejor que los gatos, pero están en la misma categoría.
(Las águilas, por el contrario, pueden ver los detalles de cuatro a cinco veces mejor
que nosotros).
[Figura 14. Los gatos, al igual que las personas, tienen los ojos colocados en una posición muy frontal, algo
que reduce su campo visual global (área en gris claro) pero maximiza la región en la que ambos ojos trabajan
juntos (área en gris oscuro)[Créditos].]

Como los ojos de los gatos se encuentran situados en una posición muy frontal en
el cráneo, su capacidad para juzgar el tamaño y la profundidad —que requiere que el
campo de visión de ambos ojos se solape— es extremadamente buena. De hecho, el
cerebro, para determinar la distancia real, utiliza las pequeñas discrepancias
existentes entre lo que cada ojo ve cuando mira al mismo objeto y, por tanto, el
tamaño real del objeto. Por el contrario, los animales rumiantes, que además también
son presas, tienen un ojo a cada lado de la cara, lo que les proporciona un amplísimo
campo de visión; los caballos, vacas y ovejas pueden ver casi por completo lo que
tienen detrás. Esto les permite detectar cualquier cosa que los aceche en cualquier
dirección, pero también limita el solapamiento de los ojos izquierdo y derecho a una
banda muy estrecha. Los carnívoros compensan la falta de un campo visual amplio
con una buena visión binocular. El método que utilizan los felinos de acechar y
lanzarse para cazar requiere que realicen juicios muy precisos sobre la distancia a la
que se encuentran las presas, lo que puede explicar por qué los gatos tienen un
campo de visión binocular más amplio que los perros, de 90 a 130º dependiendo del
individuo, en comparación con los 60º del perro típico. (Los humanos llegan a 120º).
Como muchos mamíferos, los gatos utilizan sus extraordinariamente sensibles
bigotes para complementar su vista. Pueden intuir todo lo que los rodea y cualquier
obstáculo con gran precisión, aunque tengan los ojos tapados, gracias a la
retroalimentación que les proporcionan sus bigotes. Los nervios conectados a los
bigotes, al pelo y a otras partes sensibles al tacto en su cuerpo se conectan con
células nerviosas del córtex para formar una especie de «mapa» en el cerebro que
replica la geometría del cuerpo del gato, aunque con diferencias importantes: en los
gatos, como en la mayoría de los mamíferos bigotudos, las terminaciones nerviosas
dedicadas a los bigotes ocupan una porción desproporcionadamente grande del
cerebro. (En los humanos, dominan las terminaciones nerviosas dedicadas a las
manos y dedos).

[Figura 15. Los gatos pueden escuchar sonidos de tono más alto que las personas, una adaptación para cazar
roedores[Créditos].]

Los gatos no tienen un sentido del olfato especialmente bueno; en esto, los perros
les dejan a kilómetros de distancia; pero tienen una gran capacidad auditiva. Pueden
oír sonidos que llegan hasta los 65.000 hercios (Hz), o ciclos por segundo, muy por
encima de los límites absolutos del oído humano, alrededor de los 20.000 Hz. Los
únicos animales que pueden oír todavía más son los murciélagos y algunos insectos,
como las polillas, que pueden detectar sonidos de 100.000 Hz. Los gatos no emiten
sonidos a niveles ultrasónicos como los ratones y ratas, por lo que la capacidad del
gato de oír sonidos en este espectro es casi seguro una adaptación surgida por su
utilidad para encontrar y localizar a las presas.
Tanto los perros como los gatos tienen una capacidad similar para determinar la
dirección de donde proviene un sonido (pueden precisarla dentro de un arco de 8º),
mucho mejor que muchos otros animales. Puesto que la habilidad para localizar de
qué dirección proviene un sonido depende en parte de la distancia existente entre las
orejas, el hecho de que un animal como el gato, bastante más pequeño que un caballo
o vaca, pueda igualar los resultados de un perro y superar los de los anteriores
significa que las estructuras cerebrales dedicadas a estas tareas en los felinos son
mucho más complejas.
Los gatos también cuentan con intrincadas conexiones cerebrales para controlar
las patas. Los estudios fotográficos y de rayos X realizados sobre las patas de los
gatos en acción han demostrado que las utilizan de formas muy diestras para agarrar
y manipular objetos. Dependiendo del tamaño y la forma, el objeto es atravesado
sólo con las uñas, sostenido entre una garra y la almohadilla de la pata o, a veces,
colocado entre dos almohadillas sin utilizar en absoluto las garras. Algunos gatos
pueden mover por separado los dedos de las patas, lo que implica un elevado grado
de control neuronal del que posiblemente carecen los perros y muchos otros
cuadrúpedos. A medida que se acercan a coger algo, los gatos son capaces de «dar
forma» a su agarre al igual que lo hacen las personas, para después cerrar las patas
con rapidez justo antes de tocar el objeto, un indicador de que su agarre es mucho
más que un mero reflejo mecánico.

EL HARDWARE Y LA INTELIGENCIA INSTINTIVA

Es posible que todos los animales compartan cierto tipo de inteligencia general,
como la capacidad de aprender a través de la experiencia. Sin embargo, también
tienen formas de inteligencia únicas, específicas de la especie. Hasta cierto punto,
como he mencionado antes, esta inteligencia característica de cada especie es sólo
reflejo de la importancia relativa de los distintos órganos sensoriales. Pero existen
además diferencias más profundas que dificultan la tarea de decidir si un animal es
más inteligente que otro. En muchas especies parecen existir módulos especializados
en el cerebro que consiguen realizar ciertas tareas de importancia biológica de forma
óptima para el modo de vida concreto de esa especie. Algunas especies de aves que
recolectan semillas para el invierno tienen una memoria espacial extraordinaria (y
por consiguiente un hipocampo, la parte del cerebro dedicada al sentido espacial,
enorme). A otras aves se les da muy bien categorizar y recordar las diferentes marcas
que tienen en las alas varias especies de polillas, algunas de las cuales son
comestibles y otras no; a la mayoría de los humanos les costaría mucho igualar la
habilidad de los arrendajos de categorizar polillas. Los seres humanos tienen un
«módulo lingüístico» altamente desarrollado en el cerebro que permite a los niños
realizar la asombrosa tarea de adquirir el lenguaje con sólo escucharlo, con su
miríada de complejas reglas gramaticales.
Incluyo este último ejemplo en particular porque ilustra sobre algo que suele
pasarse por alto al considerar la inteligencia de los animales: sólo porque el cerebro
haga algo que es instintivo, universal y aparentemente no necesite esfuerzo no quiere
decir que forme menos parte de la inteligencia que las cosas que requieren quejidos,
garabatos en trozos de papel y muchas tazas de café. Normalmente no pensamos que
el hecho de que un bebé empiece a hablar su idioma sin ninguna instrucción previa
sea algo especialmente brillante; todos los bebés que crecen cerca de gente que habla
español terminan hablándolo. Sin embargo, la capacidad de adquisición del lenguaje
es claramente el componente principal de nuestra inteligencia general y forma parte
de lo que nos separa de otros animales.
Una buena manera de partir de una perspectiva adecuada sobre esto es
preguntarnos la dificultad que entrañaría construir un ordenador que duplicara una
proeza mental particular con independencia de si ésta es instintiva o aprendida.
Resulta curioso que muchos de los logros intelectuales que separan a un humano de
otro —las cosas que admiramos y valoramos porque exigen un trabajo o talento
especial— sean fácilmente programables en un ordenador. Los humanos han
construido ordenadores que pueden ganar al campeón humano de ajedrez y otros que
pueden resolver ecuaciones matemáticas más rápido que cualquier persona del
planeta. Sin embargo, lo que no han conseguido construir todavía es un ordenador
que aprenda el lenguaje humano de forma espontánea, o siquiera un robot capaz de
correr por un terreno irregular sin caerse de bruces. Por muy «instintivas» y
universales que sean estas tareas en los seres humanos, en términos del
procesamiento y análisis de la información reflejan un gran poder computacional —y
una gran inteligencia.
De igual modo, los gatos hacen muchas cosas de forma instintiva que reflejan un
grado enorme de trabajo cerebral, aunque normalmente no las consideremos signos
de inteligencia. Gran parte de lo que nos hace ver a algunas razas de perro
«inteligentes» son las cualidades mentales innatas que se han visto resaltadas con el
tiempo a través de la selección artificial. Los instintos de pastorear en los border
collie constituyen sin duda un comportamiento inteligente que incluye muchos
cálculos rápidos; al igual que las conductas de olfatear, rastrear y cooperar en
sabuesos como los perros cazadores o los beagle, que trabajan en grupo; o la
conducta de cobrar presas típica de los perros recuperadores de aves. Pero esto no
significa que estos perros sean «más listos» que el chucho que es capaz de encontrar
su propio camino, optimizar su estrategia de búsqueda de cubos de basura para que
le duren ese día, reconocer el estatus social de una docena de perros por su aspecto y
olor, o seguir el rastro de un conejo que ha pasado hace media hora.
Casi no ha existido cría selectiva de determinadas conductas en los gatos y
mucho menos selección de formas instintivas de inteligencia tan especializadas
como las que hemos visto en los perros destinados al trabajo; por tanto, hay poco que
resalte a la vista del observador humano como algo obviamente «inteligente» en
muchas de las cosas instintivas que hacen los gatos.
Sin embargo, una de las manifestaciones más destacables de inteligencia
instintiva en gatos es su habilidad para cazar. La habilidad para seguir los
movimientos de una presa que se mueve a gran velocidad y de coordinar los
movimientos de patas y boca para alcanzarla requiere una destreza cognitiva sin
igual (de nuevo, imaginen intentar construir un robot que copiara esto). A pesar de
que existe un fuerte componente de aprendizaje en el moldeamiento de la habilidad
predatoria de los gatos, la destreza básica en las conexiones especializadas del
cerebro es innata. Los gatos que nunca han cazado en su vida exhiben la misma
secuencia de abalanzarse y agarrar a la presa si se estimula con un electrodo el lugar
correcto del cerebro. (El hecho de que exista una vía tan especializada y programada
en el cerebro para la caza ayuda a explicar por qué los gatos cazan y matan presas
independientemente del hambre que tengan. En la mayoría de los gatos, el estímulo
de ver una presa desencadena una respuesta predatoria casi automática e
incontrolable. Se puede decir que los gastos son por naturaleza asesinos en mayor
grado que otros predadores, ya que han evolucionado para ser cazadores
«oportunistas», con la estrategia de comer pequeñas cantidades varias veces al día de
cualquier presa disponible. Puede que sea sólo una coincidencia, pero los gatos a los
que se permite libre acceso al pienso para gatos suelen comer pequeñas dosis
equivalentes cada una al peso de un ratón).
Una parte de la inteligencia innata del gato para cazar es la capacidad de
diferenciar instintivamente un movimiento de un ser vivo, como un ratón, del de un
objeto inanimado, como una hoja que vuela movida por el viento. En un experimento
fascinante se presentaba a unos gatos dos pantallas; una mostraba catorce puntos
generados por el ordenador que representaban el contorno de un gato caminando o
corriendo; la otra representaba el mismo número de puntos moviéndose al azar. Los
gatos fueron capaces de distinguir de forma clara los dos patrones, excepto cuando se
ponía al revés la pantalla, pues ya no podían distinguir el «movimiento biológico» de
la pantalla con puntos al azar. Esta capacidad de reconocer movimientos biológicos
plausibles es un logro computacional extremadamente complejo que sería difícil
programar en un ordenador.
Otra conducta que representa un buen ejemplo de la inteligencia instintiva
especializada del gato es su famosa reacción de enderezamiento, la capacidad de
darse la vuelta mientras cae, de forma que siempre aterriza sobre las cuatro patas. En
un cuidadoso conjunto de mediciones que requería tirar a gatitos cabeza abajo desde
una altura de 40 cm, los investigadores descubrieron que los de cuatro semanas de
edad no tenían la habilidad de darse la vuelta en el aire a mitad de la caída, aunque
fueron mejorando gradualmente en las dos semanas siguientes y, a las seis semanas,
ya tocaban el suelo con las cuatro patas. (Estos investigadores, temiendo la visita del
Frente de Liberación de los Gatos, avisaron de que en su estudio utilizaron una
superficie acolchada).
No obstante, para el tipo de caza que los gatos realizan están dotados de un poder
mental innato menor que el de los perros y muchos herbívoros y, posiblemente,
algunos insectos. Es algo que tiene que ver con el área general de la inteligencia
espacial. Los animales que se dedican a recolectar alimentos necesitan visitar las
mismas zonas una y otra vez y buscar lugares fijos; por tanto, suelen tener un
circuito implantado de algún modo en el cerebro que no sólo les permite encontrar el
camino de vuelta a sitios concretos, sino también optimizar la ruta para concentrarse
en aquellos que valgan más la pena. Las aves que se alimentan de néctar, por
ejemplo, no vuelven a las flores que acaban de visitar, sino que esperan varios días
para que puedan volverse a llenar; los monos tota eligen una determinada ruta de
ramoneo en su territorio para llegar primero a los lugares en los que hay más comida;
los perros deciden qué basureros visitar basándose en cálculos en los que utilizan la
información de experiencias pasadas para determinar cuáles ofrecen las mayores
probabilidades de compensación.
Pero los gatos, al ser cazadores oportunistas, pueden permitirse el lujo de aceptar
lo que encuentren en su camino; no tienen necesidad de poner en juego elaboradas
estrategias de búsqueda y probablemente ni siquiera comiencen una expedición de
caza con una decisión deliberada sobre si cazar ratones, algún ave o un conejo.
Aunque no sea siempre la estrategia más efectiva, parece no importarles. A pesar de
que la cantidad de tiempo que cada gato invierte en la caza es muy variable, los
estudios realizados sugieren que la mayoría, e incluso los asilvestrados que tienen
que buscar la comida, pasan en total unas cuantas horas al día cazando y cada
excursión dura normalmente 30 minutos. Los experimentos de laboratorio en los que
los gatos deben aprender y recordar cierto tipo de relaciones espaciales —a los que
volveré más adelante en este capítulo— parecen demostrar que esto no es algo que
les resulte natural. La explicación resumida de este déficit es que posiblemente
pueden prescindir de esta capacidad en sus vidas y tienen otras cosas más útiles en
las que invertir su energía mental.
[Figura 16. El reflejo de enderezamiento es un patrón motor complejo, pero completamente instintivo, que se
desarrolla en los gatitos entre las cuatro y las seis semanas de vida[Créditos].]

Aunque a los gatos no se les da tan bien como a algunas especies esté tipo de
cálculos espaciales, sus decisiones sobre cuánto tiempo invertir en la caza parecen
reflejar un cálculo que integra una cantidad considerable de información temporal.
Es curioso que los gatos sean capaces de discriminar intervalos temporales con un
elevado grado de precisión. En un experimento se colocaba a varios gatos en jaulas
durante 5 o 20 segundos y al soltarlos se los recompensaba con una golosina que se
escondía siempre en un comedero situado a la izquierda, si habían estado 20
segundos en la jaula, o a la derecha, si habían estado en la jaula 5 segundos. Si el
gato se acercaba al comedero equivocado, se contabilizaba como un error. Después
de un
número de repeticiones del ejercicio que varió entre 400 y 1.600, dependiendo del
gato, los catorce gatos que participaron fueron capaces de elegir el comedero
correcto de forma consistente un 80% de las veces. Los investigadores entonces
comenzaron a acortar los ensayos que duraban antes 20 segundos para comprobar si
los gatos eran capaces de percibir la diferencia; la mitad de ellos fueron capaces de
discriminar un intervalo de 5 segundos en la jaula de uno de 8.
En otro experimento los gatos debían presionar una barra un determinado número
de veces para conseguir acceder a la comida; después podían comer todo lo que
quisieran en ese turno. A medida que aumentaba el número de presiones en la barra
requeridas para que se abriera la bandeja de comida (de 40 a 2.560), los gatos
respondieron comiendo menos dosis al día, pero más cantidad en cada turno. Lo más
interesante fue, sin embargo, que cuando se variaba de un turno al siguiente el
número de presiones de barra, los gatos tendían a adoptar la estrategia que se
acercaba mucho al «precio» medio por comida. En otras palabras, no sólo ajustaron
sus turnos de comida o la cantidad que ingerían cada vez de acuerdo con el número
de veces que tenían que presionar una barra en esa ocasión concreta, sino de acuerdo
con el número medio de veces que debían presionarla para cada comida en el
transcurso de un día entero o de varios días.
Esta habilidad de calcular la frecuencia de comidas tomando en cuenta el tiempo
medio invertido encaja muy bien con el tipo de problemas que el gato se encuentra
en la vida real al llevar a cabo una estrategia cazadora oportunista. Cuando se trata
de encontrar comida, a los gatos se les da bien calcular el tiempo, porque para ellos
el tiempo importa; no se les dan tan bien los cálculos espaciales porque éstos no
tienen importancia en sus vidas.
Cuando se consigue camelar a los gatos para que demuestren lo que son capaces
de aprender —lo que, como ya he dicho, no siempre es fácil—, el resultado es que se
les dan bastante bien los experimentos clásicos sobre aprendizaje que los psicólogos
han utilizado normalmente para medir la inteligencia de los animales.
En una serie de experimentos se presentaba a los gatos un par de figuras de
madera que diferían en cuanto a su forma, color y superficie; podían ser un cuadrado
negro y un triángulo blanco, por ejemplo. El gato debía indicar cuál de los dos
objetos elegía tocándolo con el hocico. Cada vez que elegía, por ejemplo, el
cuadrado negro, le daban un trozo de carne como recompensa. Cuando escogía el
triángulo blanco, no le daban nada. Se repetía este problema una y otra vez (los
experimentadores cambiaban al azar la posición izquierda o derecha de los objetos
para que el gato no aprendiera a escoger sólo el de un determinado lado) y, después
de varias pacientes repeticiones, casi todos los gatos, sorprendentemente,
consiguieron hacerlo bien.
Lo interesante, sin embargo, es que los gatos no sólo son capaces de aprender la
respuesta correcta a un problema de este tipo, sino que también pueden aprender a
generalizar a partir de la experiencia. Una vez que han resuelto un par de estos
problemas de «discriminación de objetos», consiguen resolver cada vez más rápido
cada nuevo problema del mismo tipo. Al principio, necesitan docenas de ensayos con
cada par de objetos nuevos antes de llegar al punto en el que eligen la respuesta
correcta un 80% de las veces. Cuando han dominado ya sesenta problemas diferentes
de este tipo, suelen dar con la respuesta correcta un 80% de las veces en los primeros
diez intentos. En otras palabras, han aprendido las reglas del juego: han aprendido
que, cuando se les presentan dos objetos nuevos, el juego consiste en imaginarse cuál
le va a proporcionar una recompensa.
Algo que resulta interesante es que los gatos no son tan rápidos en extrapolar a
partir de una respuesta equivocada como lo son los macacos rhesus y los chimpancés
a los que se ha hecho pasar por pruebas similares. Si un gato que participa en estos
experimentos tiene suerte de elegir la respuesta correcta al primer intento y así
ganarse una recompensa, consigue dominar el siguiente problema nuevo más rápido
que si elige la respuesta incorrecta que no tiene recompensa la primera vez. De
nuevo, la causa de esto puede tener más que ver con la ecología que con la
inteligencia pura. Un gato que busca comida en estado salvaje raras veces se
encontrará con una situación en la que, si el ratón no se encuentra en el lugar A,
estará en el B. Sin embargo, algunos animales que necesitan forrajear como los
primates, que visitan repetidas veces las mismas fuentes de alimento, árboles frutales
y nogales, siempre están obligados a tomar decisiones sobre cuál elegir. Por tanto,
ser capaz de extrapolar a partir de la experiencia de no conseguir una recompensa
puede simplemente ser un problema más «natural» para los primates buscadores de
alimento que para los carnívoros oportunistas.
También es cierto que los gatos por su propio temperamento son bastante reacios
a enfrentarse a situaciones frustrantes. Tienden a volverse perezosos o indiferentes
cuando se encuentran en situaciones que no conducen de forma clara a una
gratificación. «Aprenden fácilmente a aprender» cuando se los recompensa por sus
esfuerzos de forma clara y efectiva, pero de igual modo pueden aprender a no
aprender —o a no molestarse en ello— cuando se les plantea un problema que no
parece tener una gratificación fácil de conseguir. Al parecer, les resulta especialmente
difícil resolver problemas en los que tienen que aprender a elegir un objeto de un
determinado lado, a la izquierda o a la derecha, dependiendo de qué par de posibles
objetos idénticos se les presente (dos cuadrados blancos o dos triángulos negros).
Este es un problema ecológicamente menos natural aún para un gato que el anterior,
por lo que no es extraño que les resulte más difícil descubrir lo que se espera de
ellos. La mayoría de los gatos al final acaba cogiendo el truco de estos difíciles
problemas y aciertan más veces de las esperadas por azar, aunque no muchas más;
además, no muestran nada parecido a la rápida mejora que experimentan cuando se
enfrentan a una serie más simple de discriminación de objetos.
Pero lo que resulta realmente significativo es que los gatos a los que se presenta
problemas simples y complicados mezclados resuelven más rápido los complejos
que
los gatos a los que sólo se hace pasar por problemas complicados. A un gato que
había pasado sólo por una sesión de problemas «complicados» y no había estado en
otro tipo de prueba no se le pudo nunca enseñar a dominar siquiera discriminaciones
simples de negro-blanco después de seiscientos ensayos. Básicamente, los gatos que
están en el grupo de problemas complicados terminan por tirar la toalla y se
contentan con dar con la respuesta adecuada de vez en cuando y fortuitamente.
A pesar de que es posible que esta actitud de «al infierno con todo» no refleje su
verdadera inteligencia —puede que sean animales que no desarrollan todo su
potencial—, tiene consecuencias prácticas para cualquiera que quiera enseñarles
algo. Todos los animales muestran una cierta predisposición (están «preparados» en
la jerga psicológica) para aprender cierto tipo de asociaciones y, de igual modo, están
predispuestos a no aprender otras («contrapreparados»). Están predispuestos a
relacionarse con su medio, percibir ciertas indicaciones y manipular objetos o sus
propios cuerpos de determinadas maneras. Igualmente, están predispuestos a luchar
por cierto tipo de recompensas. Los perros suelen luchar por recompensas sociales
como la atención y las caricias, porque forman parte de su estructura social básica.
Aprenden fácilmente a hacer cosas como tumbarse en el suelo o revolcarse, porque
son conductas subordinadas que ocurren de forma natural ante sus superiores. Se les
da bien aprender a seguir rastros, llevar cosas en la boca y pastorear el ganado,
porque todas estas conductas forman parte de sus conexiones cerebrales.
Los gatos, sin embargo, reaccionan muy mal al castigo social, poniéndose a la
defensiva o huyendo; reaccionan mal a los problemas en los que la recompensa no es
inmediata, puesto que les provoca indiferencia; reaccionan mal a las tareas de
aprendizaje espacial. La clave está en que el aprendizaje tiene que ver con la
inteligencia, pero también con el temperamento y la personalidad. En algunos de los
primeros experimentos clásicos de psicología realizados con gatos, aprendían a
escapar fácilmente de las «cajas puzzle» manipulando cordeles o palancas en ciertas
etapas; aprendieron también a aprender, mejorando cada vez más rápido en
problemas subsiguientes de naturaleza similar; pero lo que no consiguieron descubrir
fue cómo salir de la caja cuando el experimentador abría la puerta sólo si el gato se
rascaba o lamía antes. Asociar una acción manipulativa instintiva (darle con la pata a
un objeto) con una consecuencia externa del mundo real es algo para lo que el
cerebro del gato está preparado y puede aprender, es natural. Asociar una acción de
acicalamiento instintiva (lamerse o rascarse) con una consecuencia externa del
mundo real es algo raro y antinatural que, por tanto, no pueden aprender.
En cierta época, los psicólogos pensaban que la habilidad para aprender es algo
que suele aparecer en épocas tardías de la vida en animales como los gatos, que
nacen indefensos y dependientes. Pero estudios exhaustivos sobre el desarrollo de
los gatos han descubierto que sus habilidades mentales para aprender están presentes
desde el principio. Se puede entrenar a gatitos de pocos días dándoles como
recompensa de mamar en uno de dos pezones artificiales que pueden distinguirse
por su textura,
localización u olor. Los gatitos aprenden al final de su primera semana de vida a
distinguir por el olor su territorio dentro de una jaula. La conclusión es que lo que
determina la capacidad de aprendizaje en los gatitos no es tanto el poder cerebral
innato sino el desarrollo comportamental. Los factores más importantes para
determinar qué es lo que influye en la capacidad subyacente de aprendizaje son: la
habilidad para asimilar la información y hacer algo útil con ella en el mundo real, la
predisposición a encontrar ciertas cosas importantes en el mundo y ciertas
asociaciones igualmente importantes, y el temperamento y motivación para explorar
y dominar ciertas cosas, no escondiéndose de ellas.
De estas investigaciones sobre aprendizaje en gatos se desprende una lección
práctica: que la experiencia temprana interacciona con el instinto natural y el
desarrollo comportamental para moldear la conducta futura y la capacidad de
aprendizaje que el gato tendrá de por vida. Los gatos no sólo aprenden a secas, sino
que aprenden a aprender. Los gatos con personalidades de cierto tipo —que además
se ven influidos de forma significativa por lo que aprenden socialmente en su vida
temprana— están más motivados a aprender y son más capaces de hacerlo. Este es
un tema que trataré en el siguiente capítulo, en el que hablaré de la personalidad de
cada gato y de la forma en que los dueños pueden moldearla, sobre todo durante los
primeros meses de vida.

¿PUEDEN LOS GATOS APRENDER TRUCOS?

Otra consecuencia práctica de los estudios sobre aprendizaje es que resulta


posible enseñar trucos a los gatos (y en mayor grado de lo que la mayoría de los
dueños generalmente piensa). Los experimentos realizados en laboratorios sobre la
capacidad de aprendizaje de los gatos muestran claramente que poseen mentes
inteligentes y dispuestas. Pero el truco para enseñarles trucos es que hay que
acercarse a ellos de la misma forma en que lo hacen los adiestradores profesionales
con los animales salvajes. La mayor parte de las cosas que la gente podría querer
enseñar a un gato no son cosas que haría espontáneamente o al azar, como ocurre con
los perros que son capaces de hacerlas por sí solos (tumbarse, dar la pata, ladrar,
sentarse, traer cosas que les tiramos, acudir a nuestra llamada) y se les puede
recompensar fácilmente por hacerlo a la vez que se les da la orden necesaria.
Tiramos un palo al perro; éste va corriendo y lo recoge; si da la casualidad de que
vuelve con el palo hacia su dueño y éste lo felicita, esto es lo único que se necesita
para que aprenda toda una rutina asociada con la orden «a por él».
En el caso del gato, el procedimiento más efectivo es el que los adiestradores
llaman «moldear». La idea es partir el proceso de enseñanza en pasos muy pequeños
que puedan dominarse con facilidad. Hay que preparar la sesión de entrenamiento en
cada etapa de forma que el gato tenga una alta probabilidad de dar con la respuesta
correcta, puesto que el castigo por una respuesta incorrecta, o incluso la ausencia de
recompensa por ella, hace que el gato se asuste, se enfade o aburra con el ejercicio.
Para empezar, uno debe buscar algo que el gato esté dispuesto a hacer
espontáneamente y se parezca al menos un poco a la conducta deseada. La
veterinaria Victoria Voith describió cómo una colega enseñó a su gato Sebastián a
saltar por encima de un matamoscas utilizando este enfoque. Primero colocó el
matamoscas en el suelo y, cuando el gato pasaba por allí y andaba por encima, le
daba un trozo de comida para gatos. Más tarde, Sebastián siguió andando por encima
de cualquier matamoscas cuando estaba en el suelo y fue entonces cuando la amiga
comenzó a levantar el matamoscas un poco más alto, recompensando de nuevo a
Sebastián por pasar por encima. Al final, el gato se vio obligado a saltar sobre él.
Igualmente, enseñó al gato a dar la pata y a rodar por el suelo cuando le daba una
determinada orden, gracias al mismo proceso de aproximación progresiva y
recompensa. De nuevo, lo más importante fue planearlo para que en cada etapa
Sebastián diera casi siempre la «respuesta correcta» y, por tanto, obtuviera una
recompensa, empezando con algo fácil y casi automático y después variando poco a
poco la respuesta correcta hasta la meta final. La amiga de Voith comenzó
recompensando a Sebastián cuando, al tocarlo suavemente en la espalda entre los
omóplatos, se tumbaba. Después fue empujándolo cada vez menos, hasta que se
convirtió casi en una señal con la mano; a continuación, al mismo tiempo que hacía
la señal con la mano le daba una orden hablada, recompensándole cada vez que se
tumbaba hasta que llegó a hacerlo con solo oír su voz dándole la orden. Por último,
empezó a hacer que rodara por el suelo, empujándolo con la mano después de que
hubiese obedecido la orden de tumbarse, recompensándolo sólo cuando se había
dado la vuelta sobre la espalda. Al igual que antes, progresivamente fue utilizando
un empujón cada vez más suave para conseguir que rodara, hasta que consiguió que
hiciese todo el proceso entero en respuesta a una única orden.
En cada fase del proceso, la apuesta se va elevando y el gato se debe enfrentar a
una elección en la que existe una alternativa (la parte nueva añadida) que recibe
recompensa y otra (la vieja rutina) que ya no recibe recompensa. Pero el cambio de
conducta es tan gradual que el gato no tiene ocasión de sentirse frustrado ni de
«meter la pata» al elegir mal.
Una vez que el gato ha aprendido el truco completo, la estrategia más eficaz es
empezar a recompensarle por sus acciones de forma intermitente, no cada vez que lo
haga bien. Es un principio psicológico básico: las conductas recompensadas de
forma intermitente serán retenidas mejor una vez se supriman del todo los premios,
que las conductas que han sido recompensadas cada vez que se realizaban. De algún
modo, ésta es también una forma de moldear la conducta; se explota la habilidad del
gato para aprender una regla más global y general. Si el gato aprendiese que la regla
del juego es haz X y siempre te darán una bolita de comida, la primera vez que
hiciera X y no recibiera su bolita de pienso, podría creer que las reglas del
juego habían
cambiado bruscamente. Por otro lado, si con el tiempo y mucha experiencia aprende
que la regla es haz X y quizás obtengas una bolita de comida, es más probable que lo
siga haciendo aunque no obtenga recompensa (siempre que la conducta X se haya
dominado por completo desde el principio).
Otros trucos que los gatos han conseguido aprender gracias al moldeado de
conductas instintivas son coger un objeto y dejarlo caer en la sartén, y utilizar el
retrete. El veterinario y experto en conducta animal Benjamin Hart ha descrito el
proceso de utilización del váter en varios libros y artículos. Un método muy
comúnmente utilizado consiste en pegar un trozo de cartón plastificado bajo el
asiento del retrete, sujetándolo en el sitio adecuado con cables de forma que el
asiento se convierte en un pozo de cartón que almacena los deshechos. Con el tiempo
se van retirando los desechos y se hace después agujeros en el cartón para quitar al
final tanto desechos como cartón. Normalmente el gato aprende desde el principio a
mantenerse en equilibrio en el borde de la taza del váter porque el cartón plastificado
es inseguro. Para cuando se ha retirado el cartón, el gato ya ha aprendido a saltar
sobre el asiento del retrete y a sujetarse con las patas mientras hace sus necesidades.
Hart advierte que es probable que «el gato alguna vez se resbale del asiento y caiga
dentro de la taza», lo cual requerirá dar marcha atrás en el entrenamiento hasta que
vuelva a tener confianza en sí mismo.
Aunque los gatos, al igual que los perros, puedan aprender trucos, el refrán sobre
perros viejos y nuevos trucos se aplica también a ellos. Se ha descubierto un estado
similar a la enfermedad de Alzheimer en gatos ancianos. Los signos clínicos
incluyen la desorientación, comportamientos compulsivos, alteraciones del ciclo de
sueño e incontinencia. A nivel molecular, este síndrome de «disfunción cognitiva»
de los gatos también presenta un patrón muy similar al del Alzheimer, en el que
aparecen placas de una sustancia química llamada ß-amyloide en el cerebro. Esta
sustancia interfiere con la acción normal de los neurotransmisores del cerebro que
transmiten las señales nerviosas y, lo que es peor, al ser directamente tóxico para las
células nerviosas, les causa la muerte.
Aun en el caso de que no ocurriera este drástico deterioro en una enfermedad
parecida al Alzheimer, lo cierto es que los gatos mayores aprenden más despacio
debido a las inevitables consecuencias que acompañan al proceso de envejecimiento.
Algunos estudios han descubierto que los gatos mayores de 10 años suelen ser
incapaces de adquirir siquiera asociaciones aprendidas por condicionamiento
«clásico» o pavloviano, que los gatos jóvenes aprenden sin dificultad alguna. En este
tipo de asociaciones un estímulo nuevo como, por ejemplo, un sonido se asocia con
un estímulo que desencadena una respuesta refleja inmediata; después de varias
repeticiones de este emparejamiento, el sonido por sí solo es capaz de provocar el
reflejo. Las pruebas demostraron que los gatos viejos estaban tan despiertos y alerta
durante las sesiones como los jóvenes y que los nervios responsables de la
percepción estaban proporcionando los mismos inputs al cerebro; sin embargo, sus
cerebros ya
no funcionaban a toda marcha.

PENSAMIENTOS SUPERIORES

Las cosas que los gatos pueden y no pueden aprender, y las diferentes formas en
que las aprenden nos dicen mucho sobre su manera de percibir y ordenar el mundo
que les rodea. Los experimentos sobre aprendizaje constituyen la materia tradicional
de la psicología comparada, sobre todo a causa de la influencia que han tenido
conductistas como B. F. Skinner, que pensaba que toda la conducta animal podía ser
explicada por simples asociaciones aprendidas. Skinner argumentaba que la conducta
se reducía a un cúmulo de células nerviosas que establecían conexiones entre
estímulos y respuestas, e incluso la más compleja de las conductas de los seres
humanos podía explicarse por meras asociaciones entre estímulos y respuestas. Los
conductistas más estrictos solían rechazar por completo los procesos de pensamiento
y conciencia como meras ilusiones.
En décadas más recientes ha surgido un creciente reconocimiento de que muchas
cosas que los animales (y las personas) hacen no pueden ser explicadas sin recurrir a
procesos de pensamiento superiores. Hoy día la mayoría de los psicólogos cognitivos
adoptan un enfoque mucho más cognitivo que Skinner y sus seguidores al estudiar la
conducta; admiten que los animales, al realizar muchas de las tareas diarias más
sencillas, no pueden depender únicamente de reflejos aprendidos a fuerza de
repetirlos, sino que para tomar decisiones deben apoyarse en imágenes mentales
almacenadas o en una especie de catálogos que existen en sus cerebros.
Algunos experimentos con gatos han investigado qué tipos de «representaciones
mentales» son capaces de almacenar; pienso que éstas son especialmente importantes
para vislumbrar más allá de lo que la mente del gato puede hacer, el reino de cómo
es la mente del gato. Nunca podremos llegar a saber realmente qué se siente al ser un
gato sin ser uno, ni experimentar el flujo de señales visuales y sonoras, y la
sensación especial de qué es lo que importa en las percepciones y cálculos de los
gatos.
Los seguidores franceses de la psicología comparada, influidos desde hace
mucho por las teorías del psicólogo evolutivo Jean Piaget, nunca han adoptado una
perspectiva tan didáctica del aprendizaje como los conductistas norteamericanos;
uno de los intereses más antiguos de estos seguidores es explorar la habilidad que
tienen distintas especies para desarrollar lo que Piaget denominó la
capacidad de
«permanencia del objeto». Piaget señaló que los bebés humanos pasan por diferentes
estadios de comprensión de los objetos en el mundo. Al principio, los bebés apenas
muestran interés cuando una pelota de juguete se esconde y casi no se esfuerzan en
buscarla; en cuanto la pelota desaparece de su vista, parece dejar de existir en la
mente del bebé. En una edad posterior, buscan un objeto que ha desaparecido
completa o parcialmente, pero no saben por dónde empezar la búsqueda. Aunque
vean a alguien esconder el objeto detrás de una pantalla, no buscarán detrás de ella,
sino que lo harán, por ejemplo, en un lugar donde hayan descubierto el objeto en otra
ocasión. Más adelante sabrán dónde buscar un objeto desaparecido y por fin serán
capaces de seguir una serie de «desplazamientos invisibles»: si alguien coge una
pelota, la esconde en una taza opaca, lleva la taza detrás de una pantalla, saca a
escondidas la pelota y vuelve a sacar la taza mostrándosela al bebé, éste se dará
cuenta de que la pelota ha quedado detrás de la pantalla. La fase final de la
permanencia del objeto, que Piaget denominó estadio 6, emerge hacia los 18 meses
en los bebés humanos.
Al principio los experimentos sobre permanencia del objeto realizados con gatos
parecían sugerir que nunca alcanzaban el estadio 6, pero estudios más detallados
realizados recientemente y ajustados a sus características sensoriales y ecológicas
particulares han demostrado que esto era incorrecto. En estas pruebas los gatos eran
examinados en un medio familiar (en su casa, no en laboratorios). Las pantallas que
se usaron para esconder los objetos en las pruebas se dejaron casi una semana en las
casas para que los gatos pudiesen acostumbrarse a ellas y para darles una
oportunidad de aprender que, por norma, no solían tener juguetes detrás. Lo primero
que les enseñaron fue que, cada vez que tocaran con la nariz un juguete, conseguirían
una recompensa. Para la prueba en sí se colocaron dos pantallas enfrente del gato, al
que su dueño sostenía mientras el experimentador ponía el juguete en una taza, lo
sacaba en secreto de detrás de una de las pantallas y colocaba después la taza justo
delante del gato, al que su dueño dejaba libre. En casi todos los ensayos, cuando se
soltaba al gato, éste iba directamente detrás de la pantalla en la que el juguete había
sido escondido. Las dos pantallas se cambiaron en cada ensayo, reemplazándolas con
pantallas de apariencia distinta; aun así, los gatos siempre dieron la respuesta
correcta, lo que probaba que no habían aprendido una mera «regla local», sino que
habían generalizado la solución.
Para resolver este tipo de problemas, los gatos no pueden simplemente aprender
las respuestas a base de repetirlas, sino que deben consultar una representación
mental del objeto y su destino. En otras palabras, tienen una representación de dicho
objeto y su trayectoria en el espacio en la mente a cierto nivel, aunque éste no sea
visible.
Los modos en que los gatos codifican en la mente sus percepciones sobre el
mundo han sido investigados en estudios recientes que incluyen conductas de
búsqueda de objetos escondidos. En una serie de experimentos que podrían haberse
inspirado perfectamente en un dibujo de los Monty Python sobre «cómo
desconcertar a un gato», se sometía a los gatos a todo tipo de trucos de
desorientación visual entre el momento en el que veían esconder un juguete detrás de
una de varias pantallas posibles de idéntica apariencia y el momento en el que se les
permitía ir a buscarlo. En una de las pruebas, se colocaba el juguete detrás de la
pantalla que estaba más hacia la derecha para, una vez que la visión del gato había
sido momentáneamente
interrumpida, deslizar todas las pantallas hacia la derecha a una distancia
exactamente igual a la que existía antes entre ellas. En una versión más elaborada de
este experimento se permitía primero al gato observar la habitación experimental
desde la entrada; después de que el juguete hubiese sido escondido, toda la
habitación, incluidas las paredes, se giraba un poco hacia la derecha mientras el gato
no podía ver lo que ocurría. Una vez que se soltaba al gato y se le permitía que
buscara el juguete, utilizaba de forma consistente su sentido absoluto de la posición
en lugar del relativo. Es decir, no buscaba el juguete en la pantalla que ahora era la
que estaba más hacia la derecha, sino que lo hacía detrás de la que ahora ocupaba el
lugar espacial exacto que la primera pantalla había ocupado en el momento de
esconder el juguete. Por tanto, el sentido espacial de los gatos de este experimento
era
«egocéntrico»; recordaban dónde se encontraba el objeto con relación a su propia
posición fija en el espacio y no con relación a la posición del objeto según cierto
punto de referencia.
Sólo cuando se diseñó el experimento de forma que resultara imposible utilizar el
razonamiento espacial egocéntrico, los gatos se vieron forzados a utilizar la
orientación basada en un punto de referencia, y en ese caso resolvieron el problema
con éxito. (Este consistió en una prueba en la que los gatos estaban obligados a dar
un rodeo por un túnel en forma de L y entrar a la habitación desde una puerta situada
a la izquierda o derecha con relación al punto en el que habían visto esconder el
objeto). Pero en cuanto las pistas egocéntricas y las de los puntos de referencia
entraban en conflicto, los gatos confiaban en su propio sistema de coordinación
centrado en sí mismos.
Por tanto, los gatos son capaces de formar mapas mentales de su medio, pero son
mapas atípicos porque siempre tienen a un gato situado en el centro. Algunas de las
cosas más extrañas que hacen estos animales cuando se relacionan con el mundo,
cosas que a simple vista pueden parecer muy estúpidas, se explican por este tipo de
representación espacial mental. Más de una vez he cambiado de sitio el plato de
comida de uno de mis gatos —con él delante todo el tiempo— y he visto que va
directamente al sitio en el que solía estar el plato, buscándolo con aire perplejo.
Resulta tentador creer que, dadas estas sofisticadas habilidades para recordar
experiencias pasadas, tomar decisiones complejas y formar representaciones
mentales o quizás incluso imágenes de objetos del mundo, los gatos «piensen» más o
menos como nosotros. El problema es que no podemos estar completamente seguros,
y ser cautos no es sólo indicio de un escepticismo científico pedante. No hay duda de
que en cierto sentido los gatos piensan, procesan información del mundo, realizan
operaciones mentales sobre esa información y toman decisiones a partir de las cuales
actúan. Hay algunas cosas que saben muy bien: saben dónde pueden encontrar
comida y a qué hora del día; conocen por su apariencia y olor la identidad de muchas
personas y gatos con los que suelen encontrarse; conocen las fronteras de su
territorio y qué aspecto tiene un juguete.
Pero sabemos por muchos experimentos, tanto en seres humanos como en otros
animales, que es posible saber ciertas cosas sin ser consciente de que uno las sabe, al
igual que se puede pensar sin tener conciencia de los propios pensamientos. De
hecho, las tareas mentales que acabo de describir en los gatos son el tipo de cosas
que los seres humanos generalmente hacen sin pensar o tener conciencia de ellas.
Somos capaces de reconocer un rostro familiar, encontrar el camino para llegar a una
calle conocida o estimar cuánto tiempo ha pasado sin poder explicar siquiera cómo
lo hemos hecho. Los procesos mentales complejos no se traducen necesariamente en
el tipo humano de autoconciencia que implica no sólo tener pensamientos, o saber
que los tenemos, sino tener pensamientos sobre nuestros pensamientos y saber que lo
sabemos.
Un signo de que los gatos pueden carecer de una autoconciencia completamente
desarrollada es que al igual que los perros —y al contrario que algunos monos y
grandes simios— no superan la llamada prueba de autorreconocimiento en un espejo.
Si colocas a un chimpancé delante de un espejo, lo utiliza, por ejemplo, para explorar
algunas partes del interior de su boca, o para hacer otras cosas enfrente de él que
indican que comprende que lo que está viendo es una imagen de sí mismo. Los
gatos, ante su imagen reflejada en un espejo, reaccionan al principio como si de
tratara de un intruso hostil y, después, aprenden rápidamente a ignorarla por
completo cuando no reacciona como un gato normal. (Algunas veces miran detrás
del espejo como si quisieran «pescar» al gato que han visto en él).

ENSEÑANZA Y OBSERVACIÓN

No mucho más tarde de que los gatitos comiencen a ser capaces de moverse por
sí mismos y a alejarse del nido, su madre cambia su comportamiento a la hora de
capturar y consumir las presas. En lugar de cazar un ratón y comérselo en el mismo
sitio, lo lleva de vuelta al nido para comérselo delante de los gatitos, a los que a
veces les deja comer un poco. El siguiente paso es llevar de vuelta al nido un ratón
vivo y soltarlo delante de los gatitos, permitiéndoles que jueguen con él pero
volviendo a capturarlo si se intenta escapar. Al final deja que sus hijos hagan lo que
quieran con él.
Los experimentos realizados en laboratorio han demostrado que, del mismo
modo que las madres parecen enseñar a sus hijos, éstos parecen aprender
observándolas. En un conjunto de experimentos, gatitos de 9 a 10 semanas de edad
que observaban a un adulto extraño que actuaba como gato «demostrador» que
obtenía comida de un aparato aprendieron a realizar la misma acción cuando se les
permitió utilizar el aparato (tuvieron que aprender a presionar una palanca cuando
estaba encendida una luz intermitente); los gatitos que no habían visto nunca al
demostrador realizar la tarea no aprendieron a hacer lo mismo por sí solos durante
los 30 días que duró el
experimento. Los gatitos cuyas madres hicieron de demostradoras aprendieron
incluso más rápido; comenzaron apretando la palanca en respuesta a la luz a los 4
días y medio de media, en lugar de a los 18, y les costó una media de 3 días y medio
adicionales aprender a presionar la palanca en el momento justo, en lugar de los 14
que les llevó a los gatitos que observaron a un demostrador extraño.
Por muy impresionantes y misteriosos que sean estos descubrimientos —puesto
que, además de los gatos, sólo los primates son capaces de aprender mediante la
observación de forma similar—, existe un gran debate entre los expertos en
comportamiento animal sobre qué es lo que está ocurriendo. Los escépticos señalan
que lo que los gatitos pueden estar aprendiendo al observar al gato demostrador es
sencillamente a no tener miedo de una situación nueva o un nuevo y extraño aparato:
aquellos gatitos que vieron el proceso estaban envalentonados para acercarse al
aparato y probar a apretar aquí y allá por sí solos, pero estaba en sus manos el
aprenderlo ellos solos. Es más apropiado llamar a este proceso «aprendizaje por
facilitación social», en lugar de «aprendizaje observacional». Los vínculos
emocionales y sociales habrían hecho que la confianza en sí mismos fuera más
poderosa cuando era su madre la que presionaba la palanca.
De igual modo, las lecciones sobre cómo cazar que la madre proporciona a sus
gatitos pueden ser importantes para habituarlos al ratón que, de otra forma, sería un
estímulo que suscitaría miedo o sospecha; las lecciones también resultan importantes
para dar a los gatitos una mayor oportunidad de ejercitar las respuestas instintivas de
caza, que nunca podrían haber tenido por su cuenta y, por tanto, aprender cómo
ajustarlas, alterarlas o afinarlas para maximizar su eficacia.
Una interpretación en cierto modo más liberal de estos hechos es que los gatitos
al ver a otro gato hacer algo primero, aprenden que es posible ejercer ciertos cambios
en el estado de las cosas que están en su medio; no es que en un único acto de
comprensión entiendan que al apretar una palanca cuando se enciende una luz
obtienen comida, o sepan cómo utilizar las garras para agarrar a un ratón, sino que
aprenden que existe cierta conexión entre apretar una palanca y el aprovisionamiento
de comida, o entre utilizar las garras y conseguir coger y mantener a un ratón; de este
modo se sienten motivados a descubrir la relación precisa probándola por sí mismos.
Un experimento llegó a demostrar que se puede engañar a los gatos con lo que ven
hacer a otros gatos: los gatos que habían observado a un gato demostrador recibir
comida cuando se acercaba, pero no presionaba, a una palanca en un aparato tenían
muchos más problemas para aprender después a presionar la palanca para conseguir
comida que los gatos que no habían sido testigos de ninguna demostración engañosa.
Sin embargo, la verdadera capacidad de observar e imitar lo que otro animal hace
no es común en el mundo animal; y algunos científicos que han estudiado
minuciosamente el problema sostienen que, hasta ahora, no se ha encontrado. Los
gatos probablemente no sean una excepción a esta regla. Aprenden con más facilidad
cuando se encuentran en una situación social cómoda, cuando se crea una
oportunidad para aprender pero, para que la lección permanezca, deben ser ellos
mismos los que lo intenten, experimentando las consecuencias en su propia piel.
[Bibliografía]
6
El test de personalidad del gato
Las personalidades individuales de los gatos domésticos varían enormemente,
incluso en mayor grado que las de cualquier otra especie doméstica o salvaje.
En el pasado los expertos en comportamiento animal solían descartar la
importancia de las diferencias individuales que encontraban en la conducta de
distintos miembros de la misma especie, atribuyéndolas a manías accidentales que
siempre existen entre los seres vivos. Fueron, sin embargo, los gatos los que
ayudaron a destruir esta creencia. Cuando los científicos comenzaron a realizar
experimentos con gatos de laboratorio para estudiar su comportamiento, las
diferencias en las personalidades de los individuos se mostraron demasiado grandes
para ser ignoradas y, desde entonces, los estudios cuantitativos sobre el carácter de
los gatos las han confirmado. Existen gatos valientes, tímidos, amigables, hostiles, de
trato fácil, nerviosos, diferencias que no son en forma alguna resultado de
comportamientos anormales o patologías mentales; todos son gatos perfectamente
normales con diferentes matices.
Una de las razones que invitaron a pensar a los conductistas que todos los
miembros de una especie debían actuar del mismo modo fue el argumento evolutivo
de que las conductas evolucionan por su capacidad de adaptación al medio y todos
los miembros de la especie habitan en el mismo nicho ambiental. Pero los estudios
sobre la personalidad individual han comenzado a demostrar que a menudo ser
diferente ofrece ventajas. El hecho de hacer algo distinto a lo que todo el mundo
hace puede convertirse en una estrategia decisiva, como en el caso de los gatos
asilvestrados estudiados por Eugenia Natoli en Roma entre los que algunos machos
«anormalmente» relajados aprovechaban para copular con las hembras en celo,
mientras los machos más «machos» estaban ocupados en pelearse entre ellos. Las
presiones evolutivas, por tanto, no siempre seleccionan conductas uniformes.
Los gatos son especialmente flexibles en cuanto al desarrollo de su personalidad
debido a la transformación social natural que experimenta la especie durante la
transición desde la infancia a la época adulta. Evolucionaron en su hábitat natural de
animales sociales que viven en grupos siendo crías a adultos solitarios. Del mismo
modo que los perros domésticos se han ido extendiendo en una amplia variedad de
formas físicas adultas como consecuencia de pequeñas perturbaciones genéticas en el
ritmo y momento precisos de los drásticos cambios físicos que se dan cuando los
cachorros se convierten en lobos adultos, los gatos domésticos también adquieren
una amplia variedad de personalidades adultas como resultado de pequeñas
perturbaciones sociales que se dan en el transcurso de la drástica transición social
para la que están programados.
Como consecuencia, los dueños y criadores de gatos pueden influir en gran
medida en la personalidad que tendrán de adultos los gatitos que crían, aunque la
tendencia de los gatos a ser sociables y tener un carácter relajado parece ser en parte
heredada, sobre todo del padre. Pero los estudios experimentales también demuestran
claramente que tanto la habilidad de aprendizaje como el hecho de comportarse de
forma amistosa con los humanos o ser juguetones están fuertemente determinados
por las experiencias que hayan tenido los gatitos durante su infancia.

EL TEST DE PERSONALIDAD DEL GATO

Categorizar las personalidades de los gatos es una tarea inevitablemente


subjetiva. Una forma de objetivarla es rechazar cualquier conclusión sobre tipos
generales de personalidad («bien parecido», «dominante», «tímido», «cariñoso»,
etc.) y comprobar, en lugar de eso, si los datos sobre los patrones de comportamiento
individuales de cierto número de gatos se pueden organizar de forma natural en
determinados grupos o patrones. Esto es precisamente lo que hicieron Julie Feaver y
sus colegas de la Universidad de Cambridge. Comenzaron con una lista de
veintisiete categorías bastante objetivas de cosas que un gato podría hacer: dormir,
sentarse, ronronear, acercarse a otro gato o a una persona, frotar la cabeza con otro
gato, persona o cosa, revolcarse panza arriba, huir de otro gato, o perseguir a otro
gato. Los investigadores observaron a catorce gatos en el laboratorio de Feaver en
Cambridge todos los días durante tres meses, en dos intervalos de 5 minutos cada
mañana, anotando lo que cada animal hacía en intervalos de 15 segundos a partir de
una tabla con las veintisiete conductas específicas.
Después de los tres meses —durante los cuales se dijo a los observadores que no
hablaran entre ellos sobre sus observaciones para asegurar que cada juicio emitido
era independiente y lo menos sesgado posible—, los observadores clasificaron a
cada uno de los catorce gatos en varias categorías de conducta generales («activos»,
«curiosos», «temerosos de la gente», «tensos», «solitarios», hasta un total de
dieciocho). Se les pidió además que apuntaran sus resultados marcando una X en una
escala que iba de menos a más; esa puntuación fue después convertida a una escala
numérica «normalizada», de forma que la media fuera justamente el 0 y la mayoría
de puntuaciones de los gatos estuvieran entre -1,0 y +1,0. Un resultado negativo
significaba que el gato estaba por debajo de la media en ese rasgo; uno positivo
significaba que estaba por encima. A continuación, los científicos analizaron estas
puntuaciones conductuales con otra medida estadística para comprobar hasta qué
punto coincidían los observadores y rechazaron las categorías en las que era
imposible llegar a algún tipo de acuerdo. Por último, estudiaron el resultado final
para ver si se manifestaba algún patrón importante.
Lo más evidente fue que algunas conductas estaban fuertemente correlacionadas
entre sí: las rastrearon en todos los gatos. Por ejemplo, los investigadores
descubrieron que un determinado gato podía tener puntuaciones positivas en una
conducta activa y curiosa a la vez, o puntuaciones negativas en ambas; por
consiguiente, combinaron estas dos puntuaciones en una única característica
conductual global nueva a la que llamaron conducta de «alerta». Del mismo modo,
algunos gatos con puntuaciones positivas en una conducta sociable hacia la gente,
obtuvieron puntuaciones negativas en el temor hacia las personas, hostilidad y
tensión; y viceversa. Las puntuaciones de estas cuatro conductas fueron combinadas
e incluidas en una categoría global de conducta «sociable». La conducta «ecuánime»
hacia otros gatos fue una tercera categoría de conducta global que surgió del análisis
de los datos.
Ninguna de estas tres categorías generales mostraron una correlación general
entre ellas, por lo que parecían representar «dimensiones relativamente
independientes» de la personalidad del gato.
Sin embargo, aparecieron algunas correlaciones sorprendentes dentro de ciertos
subgrupos de gatos estudiados. Es decir, existían algunos perfiles de personalidad
distintivos que se repetían. Había un grupo de gatos «mandones» que obtuvieron
puntuaciones muy positivas en las categorías de alerta y sociabilidad, y puntuaciones
muy negativas en las categorías de ecuanimidad. A menudo amenazaban a otros
gatos y rara vez retrocedían. Un segundo grupo de gatos «tímidos» obtuvo
puntuaciones muy negativas en las tres categorías globales, se mostraban nerviosos y
solían mantenerse apartados unos de otros. Un tercer grupo, el de los «de trato fácil»,
obtuvo altas puntuaciones positivas en las tres categorías. Eran muy sociables, tenían
confianza en sí mismos y raras veces amenazaban o se sentían amenazados por otros
individuos.
Es probable que pocos dueños de gatos tengan la paciencia u objetividad
suficientes para reproducir por completo lo que hicieron Feaver y sus colaboradores,
sentándose a observar durante meses y meses lo que hacen los gatos cada 15
segundos durante 10 minutos diarios. Pero la fórmula básica que consiguieron ofrece
un interesante cuestionario de personalidad que cualquiera puede utilizar para ver en
qué lugar de la escala se encuentra su gato. Para que la encuesta funcione, se debe
tener una idea clara de la gama de conductas que los diferentes gatos pueden mostrar,
de forma que podamos emitir un buen juicio sobre si nuestro gato está por encima de
la media, dentro o por debajo. El siguiente cuestionario es una adaptación del test de
Feaver que debería dar un resultado bastante preciso.
En primer lugar, para cada conducta descrita a continuación dele a su gato la
puntuación 0 si muestra la conducta con menor frecuencia que la media de los gatos,
1 si es igual a la del gato medio y 2 si la exhibe más frecuentemente que el gato
medio.

Conductas
a) Activo Se mueve con frecuencia
b) Curioso Se acerca y explora los cambios en el medio
c) Sociable con la
Inicia contacto o se acerca a la gente
gente
d) Temeroso con la
Retrocede con facilidad ante la gente
gente
e) Hostil con la Reacciona amenazando y/o causa daños si alguien
gente se le acerca
Se muestra cohibido al moverse o cambiar de
f) Tenso
postura
g) Ecuánime con Reacciona ante otros gatos con serenidad y calma,
otros gatos sin alterarse fácilmente

El siguiente paso es combinar las puntuaciones anteriores en tres escalas más


generales:

Combinar puntuaciones

1. Sume las puntuaciones de los apartados a) y b): = A (Alerta)


2. Sume las puntuaciones de los apartados d), e) y
f):
3. Escriba la puntuación de la línea c):
4. Sume un 6 a la cantidad de la línea 3:
5. Reste el total de la línea 2 de la 4: = S (Sociable)
6. Escriba la puntuación del apartado g): = E (Ecuánime)

Una puntuación de 3 o más en A, 5 o más en S, y 0 en E encaja en el perfil de un


gato con personalidad «mandona».
Una puntuación de 1 o menos en A, 3 o menos en S, y 0 en E encaja en el perfil
de un gato con personalidad «tímida».
Una puntuación de 3 o más en A, 5 o más en S, y 2 en E encaja en el perfil de un
gato con personalidad «fácil de tratar».

Los investigadores que realizaron el estudio original ya advirtieron en su día que


era posible que sus resultados no fueran aplicables a todos los gatos, puesto que este
esquema de puntuaciones se desarrolló utilizando sólo un grupo de gatos que vivían
juntos en una colonia de laboratorio. Tampoco tiene en cuenta todas las sutilezas de
la conducta del gato y su carácter.

Personalidad y conducta
Tipo de Puntuaciones en las categorías generales de
personalidad conducta
Alerta Sociable Ecuánime
Mandona alta alta baja
Tímida baja baja baja
Fácil de tratar alta alta alta

Por otro lado, las condiciones en las que vivían estos gatos de laboratorio no eran
tan diferentes a las de muchos gatos caseros; vivían en dos grupos, cada uno de los
cuales tenía una zona de 4 x 4 metros interior conectada a otra exterior de 4 x 5
metros, aproximadamente del tamaño de un piso de dos habitaciones. Todos los
gatos tenían mucho contacto con seres humanos que se mostraban amigables.
Además, el conjunto de conductas que los investigadores de Cambridge encontraron
en los gatos englobaban una gran parte del espectro social que puede encontrarse en
cualquier población de gatos domésticos.

EMOCIONES, NEUROTRANSMISORES Y EL FACTOR PADRE

Los gatos con personalidades diferentes son claramente distintos


emocionalmente; no sólo actúan de formas diferentes, sino que deben de
experimentar subjetivamente lo que les acontece de modo distinto. Por tanto, las
diferencias individuales en personalidad representan un modo de profundizar en la
vida mental de los gatos y vislumbrar el mundo emocional que ocupan.
El problema, por supuesto, radica en que la emoción es por definición subjetiva.
Ciertas manifestaciones objetivas de la activación emocional que pueden ser medidas
—como la tasa cardíaca, la presión sanguínea, la tasa respiratoria— indican cuándo
un animal está excitado, pero no dicen nada sobre la emoción particular que subyace
a esa activación. De hecho, tanto en las personas como en otros animales, emociones
tan diversas como el miedo, la excitación sexual y la anticipación ante el juego o la
comida pueden no llevar asociados cambios fisiológicos distinguibles.
Otra dificultad más es que, debido a la tendencia humana de confundir los temas
al pensar sobre las cosas, nuestra propia categorización de las emociones resulta
posiblemente una guía muy pobre sobre el modo en que nuestros cerebros
experimentan y reparten las emociones a nivel básico. Contamos con muchos
términos para describir ciertas emociones, mientras que para otras no existen
definiciones claras. Dependiendo del contexto social en el que ocurra y de nuestra
comprensión consciente de su causa y significado, una emoción como la tristeza
puede ser descrita con los siguientes términos: melancolía, angustia, pena,
compasión, soledad, desesperación, decepción, arrepentimiento y posiblemente una
docena más.
Una vez dicho esto existe, sin embargo, un creciente número de pruebas
procedentes de la investigación neurofisiológica que están empezando a demostrar
cómo procesan las emociones los cerebros de los animales y cuál es la razón exacta
de que diferentes individuos difieran tanto en sus respuestas emocionales. En el caso
de los gatos, existen complejas rutas químicas y eléctricas que median tanto en el
miedo como en la furia y que tienen muchas y poderosas influencias. Sin embargo,
algunas diferencias individuales parecen ser heredadas: los gatos que son más
miedosos o agresivos tienen patrones de conexión eléctrica en los circuitos del
cerebro muy diferentes, que se encargan de regular la reacción emocional y quizás
algunas variaciones en los niveles de sustancias químicas del cerebro, como la
dopamina.
Una serie de estudios revelaron que, cuando algunos puntos concretos del
cerebro son estimulados eléctricamente, los gatos exhiben una respuesta
característica de miedo o agresividad. Los puntos que desencadenan esas reacciones
están situados en ciertas partes del cerebro relativamente «primitivas», desde las que
se controlan las funciones corporales básicas: el tallo cerebral y un órgano
especializado del cerebro anterior llamado hipotálamo. Pero ambas reacciones
pueden ser aumentadas, disminuidas o directamente apagadas si se estimulan
eléctricamente otras partes del cerebro, sobre todo la amígdala, una masa de materia
gris con forma de almendra cuya función está asociada de forma muy especial con
los estados de ánimo, los instintos y los sentimientos. Al estimular con un impulso
eléctrico una sección de la amígdala resulta más fácil desencadenar la furia defensiva
de un gato, que al estimular directamente un punto adecuado del hipotálamo o al
presentar al gato un estímulo amenazador, como un alarido de otro gato. Al estimular
otro punto distinto de la amígdala resulta más fácil desencadenar un ataque
predatorio y más difícil provocar la furia defensiva.
Estudios detallados que han explorado la forma en que los nervios se
interrelacionan en el cerebro han descubierto que las células nerviosas que parten de
la amígdala se proyectan directamente al cerebro medio, donde parecen actuar
aumentando o bloqueando el flujo de órdenes enviadas desde el hipotálamo. Los
estímulos amenazadores provocan una respuesta eléctrica mucho mayor en la
amígdala de los gatos más temerosos y defensivos, que en la de los gatos menos a la
defensiva, lo que parece reflejar las diferencias reales existentes entre las conexiones
neurales.
Otros estudios también han descubierto que, cuando se inyecta a los gatos una
sustancia química que actúa como la dopamina, es más fácil desencadenar un ataque
predatorio. La dopamina es uno de los muchos neurotransmisores químicos del
cerebro que liberan las células nerviosas y actúa como «mensajero» para estimular y
hacer que se disparen otras neuronas. Por tanto, un exceso o falta de dopamina u
otras sustancias químicas del cerebro, incluidos los opiáceos naturales que el propio
cerebro produce, como las encefalinas, puede tener consecuencias espectaculares en
la tendencia de un gato a reaccionar emocionalmente ante los estímulos.
La gente que ha criado colonias de gatos en laboratorio se ha dado cuenta desde
hace tiempo de que existen notables diferencias en la facilidad con la que se pueden
manipular gatitos dependiendo de los padres con los que se hayan criado, aunque las
condiciones de crianza fueran idénticas. Hace varios años, algunos investigadores
realizaron un cuidadoso estudio sobre este fenómeno y consiguieron pruebas
estadísticas de la certeza de esta impresión anecdótica. Sandra McCune, de la
Universidad de Cambridge, separó a los gatitos en dos grupos; todos permanecieron
con sus madres y compañeros de camada, pero la mitad fue además cuidada por una
persona una vez al día durante un total de cinco horas a la semana desde las 2
semanas de edad hasta las 12; la otra mitad sólo fue expuesta al contacto con
personas durante la limpieza y alimentación diarias. Cada uno de los dos grupos
incluía camadas de gatitos cuyos padres se mostraban más amistosos hacia la gente y
otros cuyos padres no eran amistosos. Los machos no estuvieron presentes durante la
crianza de los pequeños, por lo que su influencia sólo fue genética.
Cuando los gatitos cumplieron un año, se les hizo pasar una prueba para
comprobar cómo reaccionaban ante el hecho de encontrarse con personas y ser
manipulados por ellas, y cómo reaccionaban ante objetos extraños. En este
experimento los efectos de la manipulación temprana y de haber heredado genes de
un padre amistoso resultaron similares. Por ejemplo, tanto los gatos manipulados que
tenían padres poco amistosos, como los gatos que no habían sido manipulados y
tenían padres amistosos eran igual de propensos a sisear cuando una persona
conocida se acercaba a ellos; ambos solían sisear menos que los gatos que no habían
sido manipulados y cuyos padres eran poco amigables.
No está claro si esta tendencia heredada proviene más del padre o de la madre.
Un estudio señaló la existencia de un efecto de la madre, pero cuando se permite a la
madre criar a su camada es extremadamente difícil distinguir los efectos de los genes
de los efectos de las conductas aprendidas por parte materna.
Los gatos que eran más amistosos con las personas en el estudio de McCune
también eran más atrevidos al acercarse e investigar objetos extraños, lo que sugiere
que las diferencias emocionales principales entre gatos amistosos y ariscos pueden
deberse a su nivel general de miedo. El hecho de que los investigadores hayan sido
capaces de manipular de forma artificial la respuesta de miedo de los gatos en un
laboratorio a través de la estimulación eléctrica de ciertas vías cerebrales o de alterar
ciertos niveles de sustancias químicas es un fuerte indicio de cómo la tendencia
natural a mostrarse amistoso es controlada por factores fisiológicos a la vez que
heredada.

LA GUÍA DEL PSICÓLOGO EVOLUTIVO PARA CRIAR AL GATO


PERFECTO
En los animales, al igual que en las personas, la capacidad emocional y la
personalidad están afectadas no sólo por el cerebro con el que nacen, sino también
por las experiencias tempranas que hayan tenido durante la infancia, por el
aprendizaje a lo largo del tiempo y por las impresiones súbitas, como cambios
bruscos en el ambiente o experiencias traumáticas. Los circuitos reguladores de las
emociones en el cerebro del gato varían de individuo a individuo en sus formas de
establecer conexiones como resultado de la herencia, pero también pueden cambiar
su modo de comportarse como resultado de la experiencia. Así, los gatos que
aprendieron a anticipar un estímulo que les daba miedo y era siempre precedido de
un tono desarrollaron un cambio en la forma en la que sus neuronas de la amígdala
se activaban. Se disparaban más rápido y estaban más sincronizadas, activándose
juntas en un patrón pulsátil que parecía ayudar a coordinar la interacción con áreas
de la parte más «pensante» del cerebro, el córtex, que tiene que ver con la memoria.
Por tanto, la experiencia y la memoria parecen cambiar de forma duradera el modo
en que los circuitos reguladores de las emociones responden a los estímulos.
A partir de varios experimentos se comprobó que los gatos cuidados por seres
humanos y expuestos a su presencia en etapas tempranas de la vida son mucho más
amistosos hacia la gente que aquellos que siempre han sido aislados de las personas.
En estudios en los que los gatitos eran manipulados y acariciados durante varias
semanas en diferentes etapas de sus vidas, los que recibieron este trato desde las 2 o
3 semanas de edad puntuaron mucho más alto que los que comenzaron las sesiones
de manipulación a las 7 semanas en una prueba de tolerancia a ser cogidos y
predisposición a acercarse a una persona. Los gatitos que habían sido manipulados
por personas desde las 2 o 3 semanas, o incluso antes, atravesaban una habitación
para acercarse a alguien que estaba sentado en el otro extremo a los 10 segundos de
media desde el momento que entraban, mientras que los gatos que fueron
manipulados por personas a partir de las 7 semanas lo hacían a los 40 segundos. Los
gatos que nunca habían sido manipulados durante su infancia tardaron casi lo mismo
que el último grupo de las 7 semanas. Estos estudios también han demostrado que el
hecho de haber sido manipulados a partir de 3 a 7 semanas, o a partir de las 3 o 14
semanas no parecía afectar a los resultados. En otras palabras, parece que existe un
periodo crítico que va de 2 a 7 semanas durante el cual los gatitos se muestran
especialmente receptivos a formar lazos de apego de por vida con las personas. En
comparación con el periodo de socialización de los cachorros de perro, el de los
gatitos empieza y termina antes, y lo hace de forma más brusca.
Es importante señalar que no es estrictamente necesario que los gatitos estén con
el que va a ser su dueño permanente durante este periodo de socialización; lo que
importa es que algún ser humano los cuide durante este tiempo. Separar a los gatitos
de sus madres y compañeros de camada antes de que tengan 7 u 8 semanas de edad
tiene muchas consecuencias negativas para su desarrollo emocional, social e
intelectual, por lo que es un error confundir este periodo de socialización con la edad
a la que los gatitos deberían ser adoptados por humanos.
Este periodo de socialización tiene cierto parecido con la llamada etapa crítica de
especies que pasan por un proceso de «impronta». Descrita por primera vez por el
experto en comportamiento animal Konrad Lorenz en sus famosos experimentos con
ocas, la impronta es el proceso por el que los recién nacidos de muchas especies que
son capaces de vagar solos nada más nacer forman vínculos instantáneos y casi
irreversibles con la primera cosa que ven moverse. Las ocas y patos que forman
lazos inútiles con perros, tractores o estudiosos del comportamiento animal han sido
elementos esenciales para demostrar este fenómeno. La explicación evolutiva del
mismo es que estos jóvenes presociales podrían fácilmente marcharse dando tumbos,
por lo que se necesita un mecanismo de aprendizaje eficaz que los mantenga unidos
a sus madres nada más nacer.
Esta poderosa impronta ocurre durante las primeras horas de vida y no es
exactamente igual a lo que les sucede a los gatos. Los gatitos nacen indefensos y no
son capaces de irse por ahí, por lo que tienen la oportunidad de aprender a través de
procesos normales de aprendizaje quién es su madre y dónde está su hogar. Los
vínculos que forman durante su proceso de socialización no son tan fuertes ni
irreversibles como los que ocurren durante la verdadera impronta, por lo que el
término habitual que utilizan los expertos en conducta animal para referirse a esta
etapa en la vida de una especie como el gato es el de «periodo sensible», que
pretende sonar menos definitivo que «periodo crítico».
Incluso este término puede ser una exageración si implica que ciertos procesos
mentales se activan durante algunas semanas para después apagarse. En su lugar,
puede que la existencia de un periodo sensible para la socialización de los gatos sea
el resultado final de un cúmulo de factores sociales que actúan a lo largo del
desarrollo de la vida del garito. Uno de ellos es que resulta más fácil aprender cosas
por primera vez que desaprenderlas más tarde y los gatitos que tienen entre 2 y 7
semanas experimentan muchas cosas por primera vez en su vida. Normalmente abren
los ojos por vez primera a los 7 o 10 días después de nacer, pero necesitan 3 semanas
antes de ser capaces de orientarse utilizando claves visuales y de poder seguir
objetos en movimiento; su visión sigue siendo borrosa hasta las 5 semanas de edad.
La capacidad auditiva se desarrolla por completo a las 4 semanas aproximadamente;
durante las dos primeras semanas de vida no pueden casi moverse por sí solos;
aunque la capacidad rudimentaria de andar no empieza hasta las 2 o 3 semanas, y la
de correr a las 4 o 5 semanas, sólo al llegar a las 6 o 7 consiguen andar como lo
hacen los gatos adultos. Por tanto, es durante este periodo que va de las 2 a las 7
semanas cuando los gatitos son capaces de explorar, percibir y descubrir por
completo lo que les rodea por primera vez, por lo que no resulta sorprendente que se
forjen en ellos fuertes impresiones iniciales.
Un segundo factor que hace que el aprendizaje durante este periodo sea
importante, y posiblemente único, es que ciertos patrones de aprendizaje que duran
toda la vida se fijan de acuerdo a lo que los gatitos aprenden en sus primeras
semanas de vida. Existen pruebas procedentes de experimentos realizados con gatos
(y muchas otras especies) de que el aprendizaje genera aprendizaje; los animales
jóvenes que disfrutan durante la infancia de una rica variedad de experiencias
visuales, sociales y táctiles se desarrollan más rápido mentalmente y son más
capaces de aprender a lo largo de sus vidas. Por ejemplo, los gatos que viven libres
en una granja son mucho más hábiles que los criados en laboratorio a la hora de
superar problemas de aprendizaje clásicos como la discriminación visual de señales.
A la inversa, los gatitos privados de contacto y estímulos sociales pueden resistirse a
cambiar su forma de ser en etapas posteriores de la vida, aunque se les faciliten
experiencias sociales reconfortantes a las que otros gatos con mentes más flexibles
aprenden a adaptarse.
Por último, los gatitos suelen volverse más miedosos a medida que se acercan a
su tercer mes de vida, lo que puede suponer un obstáculo para aprender a tener
relaciones amistosas con seres humanos en el caso de gatos que no hayan tenido
todavía oportunidades de entablarlas. Los gatos mayores aprenden a no tener miedo
de ciertas cosas sólo si acceden —o se los fuerza— a estar cerca de estas cosas y
descubren por sí mismos que no hay nada que temer. Los gatitos de menos de 7
semanas no tienen apenas miedo a nada y por eso se muestran más dispuestos a
aprender a no temer a cosas nuevas, como personas amistosas, a las que no hay
ninguna razón para temer.
En la socialización de los gatitos parece estar implicada una combinación de
aprendizaje emocional e intelectual. Los patrones emocionales instintivos son
alterados por las experiencias tempranas, sobre todo la pérdida del miedo a lo nuevo.
Se podría afirmar que esto es una especie de «impronta», al igual que lo es el
aprendizaje que ocurre en los gatitos durante el periodo en el que no saben identificar
quién es un gato y quién no. Los gatos adultos a los que se les presenta una silueta de
un gato suelen erizar el pelo del lomo y acercarse a ella sigilosamente, pero no
muestran ninguna reacción ante la silueta de una mancha. Los gatitos sólo dan una
respuesta similar ante la silueta de otro gato al cumplir las seis semanas de edad.
Experimentos en los que pinzones de una especie eran criados por padres de otra
especie demostraron que estas aves habían crecido con una gran confusión sobre cuál
era su pareja adecuada; preferían aparearse con miembros de la especie de sus padres
adoptivos, que con los de su propia especie. Por tanto, en lo que se refiere a aprender
quién es miembro de tu especie se establecen en épocas tempranas ciertas
conexiones cruciales de impulsos instintivos en el cerebro. Al introducirnos en la
vida de los gatos durante sus primeras semanas de vida, podemos estar ampliando
sus nociones sobre qué animales son gatos y cuáles no, incluyendo a los propios
seres humanos como miembros de honor.
También existe el aprendizaje simple que ocurre por ensayo y error, como el que
tiene lugar cuando los gatitos aprenden a controlar su agresividad hacia otros gatos
mientras juegan con sus compañeros de camada. Al principio cometen el error de
morder demasiado fuerte y sufren represalias o la frustración de que el «juego» se
termine bruscamente porque sus compañeros de juego huyen. (Los gatitos a los que
se separa de la camada y de su madre a una edad temprana muestran mucha más
agresividad hacia otros gatos que los que permanecen el tiempo natural que dura el
proceso de destete. No resulta fácil diferenciar el trauma emocional que supone la
separación temprana de la pérdida de la oportunidad de aprender lecciones
«intelectuales» sobre la conducta social, aunque la última representa seguramente un
factor de importancia).
Como mencioné en un capítulo anterior, los gatitos también parecen adquirir su
estilo social adulto como resultado de lo que aprenden directamente de las
interacciones con otros seres durante la infancia. Los que viven de pequeños en un
grupo de gatos adultos amistosos tienen muchas oportunidades de aprender que el
trato con gatos adultos es una experiencia positiva. Lo mismo ocurre en las
relaciones con las personas. En un momento de la vida en el que los gatitos se
muestran curiosos y no tienen miedo a nada, aprenden una lección que permanecerá,
aunque después vuelvan a tener la oportunidad de reaprenderla: que los humanos son
amigables y los acariciarán y jugarán con ellos.
Dada las facilidad para aprender que tienen los pequeños, las acciones de la
madre ejercen también una influencia instructiva y moldeadora. Los gatitos que
fueron expuestos a personas estando presentes sus madres se mostraron al principio
menos propensos a relacionarse con esas personas; las madres competían con las
personas por la atención del gatito. Pero, con el tiempo, estos gatitos estaban más
dispuestos a iniciar contacto con gente que los gatitos que habían estado expuestos a
la presencia de personas sin estar su madre en la habitación. Aparentemente, la
presencia reconfortante de la madre y su actitud de calma respecto a las personas
facilitó la predisposición de los gatitos a acercarse a ellas.
La auténtica lección para poner en práctica es que los gatitos con progenitores
amistosos se benefician de dos formas: de una predisposición genética y del ejemplo
que les proporciona su madre.
Igualmente, el poder de la experiencia temprana tiene una función decisiva en la
futura habilidad de caza y en las preferencias alimenticias de los gatitos, un factor
que debe tener en cuenta cualquiera que busque un individuo que sea un buen
cazador de ratones o que no se convierta en un comedor melindroso. Como los
gatitos aprenden a cazar gracias sobre todo a las oportunidades que tienen de jugar
con las presas tanto vivas como muertas que les proporcionan sus madres —y puesto
que su cautela o miedo ante las presas extrañas puede interferir con el aprendizaje
posterior, si no tienen estas experiencias tempranas en el momento de su vida en que
más curiosidad y menos miedo sienten— «heredan» sus habilidades de caza de sus
madres. Esta herencia sin embargo es, como la preferencia social, «cultural», no
genética. Además, algunos estudios han descubierto que los gatos suelen convertirse
en especialistas en un tipo de presa si sus madres han desarrollado una preferencia
similar. Los gatos
expertos en cazar pájaros no estaban interesados, o no tenían la habilidad, para cazar
ratones, y viceversa. Los gatos melindrosos a la hora de comer también se hacen, no
nacen así. En un experimento un poco extraño, pero revelador, se entrenó a madres
de gatos para que mostraran preferencia por comer rodajas de plátano en lugar de
bolitas de pienso de carne. La forma de conseguirlo fue recompensando a las madres
cuando elegían el plátano con la estimulación eléctrica de una región del hipotálamo
que provoca una respuesta placentera. Después de ser entrenadas, se permitió que los
gatitos en edad de destete las acompañaran cada vez que se les presentaba una sesión
de elección de comida y se les dejó ver todo lo que ocurría. Después se separó a los
gatitos de la madre y se les dejó elegir entre varios alimentos. Quince de los
dieciocho gatitos continuaron comiendo plátano en lugar de bolitas de carne. (Los
gatitos del grupo control no llegaron siquiera a tocar los plátanos). Se obtuvieron
resultados similares con gatitos de madres entrenadas para comer puré de patatas o
gelatina.
Así, satisfacer las preferencias de una madre melindrosa puede ser la receta para
crear gatitos melindrosos.

LA UTILIZACIÓN DE LA HIERBA GATERA[5]

No todas las conductas instintivas tienen un fin concreto. En algo tan complicado
como es el cerebro de los mamíferos y su sistema asociado de órganos de los
sentidos y mensajeros químicos, y en un mundo complejo repleto de vida como es la
Tierra, es normal que ocurran coincidencias; la respuesta que dan los gatos a la
hierba gatera parece ser una de ellas.
Sólo la mitad de los gatos suele reaccionar a la hierba gatera, y esta reacción no
está influida por la experiencia ni por el aprendizaje. Los gatos que responden suelen
comenzar acercándose y olisqueando la planta, bien en forma de hojas frescas, secas,
deshidratada para rellenar juguetes o rociada en un objeto. A continuación, tienen
una o más reacciones típicas que no siempre siguen el mismo orden: masticar o
morder la planta, frotarse o revolcarse con ella, golpearla con las patas delanteras o
sujetarla con ellas mientras la mordisquean y escarban con las patas de atrás. Los que
responden normalmente se sacian después de cinco o diez minutos de juguetear con
la hierba, pierden interés y se marchan.
Algunas de estas conductas son extraordinariamente similares a las que muestra
una hembra en celo durante el cortejo y justo después de la cópula, sobre todo la de
revolcarse y frotarse. De este modo, una teoría popular es que el ingrediente activo
de la hierba gatera —una sustancia aceitosa y volátil llamada nepetalactona, en
honor al nombre científico de la hierba gatera, Nepeta cataría— imita una feromona
que se encuentra en la orina de los gatos macho. Pero existen varias objeciones a esta
ingeniosa teoría. Por un lado, tanto los machos como las hembras son igual de
propensos a responder ante la hierba gatera y, por otro, los gatos sumidos en la
actividad de comer hierba no muestran otros comportamientos típicos de la hembra
durante el cortejo, como levantar la pelvis. Tal y como señaló Benjamín Hart en su
estudio sobre reacciones ante la hierba gatera, muchas conductas asociadas al olfateo
de la hierba no tienen nada que ver con la conducta sexual. Los movimientos que
realizan al morder un juguete en el que se ha colocado la hierba recuerdan el modo
en que muerden a un roedor al que acaban de matar; en otras palabras, consiste
simplemente en comer. Los golpes y pataleos son idénticos a los movimientos que
realizan cuando han agarrado a un ratón y también son típicos del juego en general.
Frotarse y revolcarse no son movimientos únicos de la conducta sexual, sino que
también tienen lugar durante el mareaje territorial, el contacto social, las conductas
sumisas y el juego.
Por tanto, lo que parece ocurrir es que se activan todo tipo de conductas
instintivas del gato. Hart también ha descubierto que el órgano vomeronasal, un
receptor especial sensible a las feromonas sexuales, no participa en la reacción de los
gatos a la hierba; después de extraer en una operación este órgano, los gatos
continuaron respondiendo a la planta. Sin embargo, al extraer el bulbo olfativo, un
conjunto de nervios que permite que funcione el sentido del olfato, se extinguía la
reacción a la planta, al igual que ocurría al anestesiar esos nervios.
Estudios realizados con otras especies de félidos han descubierto que los leones,
jaguares y leopardos reaccionaban ante la hierba gatera, pero los tigres, pumas y
linces no. Sin embargo, no todos reaccionaban de la misma forma, y no existía una
correlación concreta entre las especies que se revuelcan de forma instintiva durante
la época de celo (no todos los felinos lo hacen) y las que se revuelcan en respuesta a
la hierba gatera. Esta es otra prueba más de que la hierba no está activando ninguna
respuesta sexual en particular.
Probablemente no tenga ninguna importancia evolutiva el hecho de que la hierba
gatera produzca una sustancia que afecta especialmente a los gatos; muchas plantas
fabrican complejos aceites y resinas que sirven para distintos propósitos, sobre todo
como protección de la propia planta ante los insectos; además da la casualidad de
que tienen propiedades psicoactivas para algunos mamíferos. Es cierto que algunas
plantas son capaces de generar productos farmacológicamente potentes como
defensas naturales contra aves y mamíferos (algunos tréboles, por ejemplo, producen
un análogo del estrógeno que inhibe el celo de animales herbívoros, lo que quizá sea
una defensa evolutiva activa: las plantas se defienden controlando la natalidad). Pero
resulta difícil imaginar que la hierba tenga mucho que ganar ante la conducta de los
gatos.
Tampoco parece que se beneficien de ninguna forma concreta de la hierba gatera.
De existir algún beneficio, las pruebas evolutivas sugieren que los gatos deberían
haber evolucionado para no reaccionar de ningún modo a la hierba gatera. Esta
planta es originaria de Norteamérica y Eurasia; las especies de felinos que son más
sensibles
a ella son precisamente las que nunca han podido encontrársela en su hábitat natural,
mientras que las que son inmunes a sus efectos, como los pumas y linces,
evolucionaron en regiones donde estaba presente la planta. Resulta tentador
especular que la población ancestral de Felis silvestris, con un área geográfica que se
extendía tanto por regiones con hierba gatera como por las que carecían de ella, se
enfrentó a una mezcla de presiones selectivas que hicieron que fueran o no
portadores de genes reguladores de la inmunidad ante la hierba gatera. Así, la
población que originó a los gatos domésticos contenía una mezcla de individuos
propensos e individuos resistentes, una herencia mixta que ha ido pasando de
generación en generación hasta llegar a los gatos caseros.
[Bibliografía]
7
Los gatos y sus problemas
Muchos de los problemas que las personas tienen con sus mascotas son resultado
de las condiciones artificiales y estresantes a las que los animales domésticos tienen
que enfrentarse a veces en la vida moderna. Caballos que están encajonados en
establos durante muchas horas al día sin tener oportunidad de realizar conductas
típicas de la especie, como correr por el campo y socializar, pueden desarrollar los
llamados «vicios de cuadra», muy parecidos a las conductas obsesivo-compulsivas
de los seres humanos con psicopatologías: mastican sin parar, se mueven en zigzag
de delante a atrás o realizan conductas de automutilación. Los perros a los que se
deja solos todo el día también pueden desarrollar inclinaciones destructivas o
ponerse histéricos cuando sus dueños salen de casa. Los gatos son lo suficientemente
adaptables a una gama de ambientes físicos y entornos sociales como para ser
relativamente inmunes a esos traumas mentales. Una vez que han marcado su
territorio, la mayoría no tendrá ningún problema en que lo dejen solo en casa todo el
día o varios días, aunque sea en un apartamento pequeño. La mayoría de los gatos
que han sido socializados convenientemente durante la infancia aceptará de buen
grado las idas y venidas de los dueños e, incluso, las atenciones de seres humanos
extraños y familiares.
Los problemas que tiene la gente con los gatos guardan más relación con su
conducta normal que con conductas gatunas anormales. Los gatos no se vuelven
locos cuando se ven atrapados en situaciones artificiales, ni tampoco cambian mucho
su forma natural de comportarse. Pero, inevitablemente, algunas de sus costumbres
naturales son incompatibles con la idea que los dueños tienen sobre cómo llevar sus
vidas, que suelen incluir cosas como tener un sofá sin marcas de garras o un
microondas que no huela a orina de gato. Teniendo en cuenta la resistencia que los
gatos suelen mostrar ante el adiestramiento directo que funciona casi de modo
automático con animales sociales como los perros, estos choques culturales entre
gatos y personas pueden convertirse en una importante fuente de problemas que
hacen que los felinos parezcan seres casi intratables. En Estados Unidos son
sacrificados 4 millones de gatos al año en las protectoras de animales, debido en
muchos casos a que los propios dueños tuvieron que renunciar a ellos por problemas
de comportamiento. Casi la mitad de los dueños entrevistados dijeron que su gato
tenía algún problema de conducta, y una revisión de los problemas que obligaron a
esos dueños desesperados a buscar ayuda profesional de expertos en comportamiento
animal de la Universidad de Cornell —generalmente un último intento después de
haber pedido ayuda a un veterinario y que el tratamiento fallara— reveló que el 59%
eran problemas de «eliminación inapropiada», el 25% de agresión a otros gatos o a
personas, y el restante 16% un cajón de sastre en el que se incluían problemas de
alimentación (como anorexia, comer lana o plantas interiores), emitir demasiadas
vocalizaciones, arañar o diversos «problemas relacionados con la actividad».
Enfrentarse con éxito a estos problemas puede tener más que ver con lo que
podría llamarse «psicología ecológica» que con el adiestramiento o el recurso a
terapias. Puesto que estos problemas normalmente son causados por los propios
instintos naturales y no por conductas anormales, la solución no pasa por «curar» al
gato de un «trastorno», sino por encontrar modos de canalizar y redirigir tales
instintos de formas tolerables para las personas. Se trata de engañar al gato,
haciéndole creer que el resultado deseado es realmente el que él buscaba desde un
principio.

GATOS SUCIOS

Uno de los aspectos más vendibles de los gatos es su fama de ser limpios en sus
hábitos de eliminación, lo que evita tener que entrenarlo para que se comporte en
casa y sacarlo a pasear cada día. Aunque es cierto que los gatos tienen un instinto
natural para defecar y orinar en la tierra, sobre todo cuando ésta se encuentra cerca o
en el lugar donde ellos perciben que se encuentra el centro de su territorio, ese
instinto está directamente reñido con otro igualmente poderoso de utilizar la orina y,
a veces las heces, como medio de comunicación. Pulverizar la orina en superficies
verticales prominentes como son los árboles y rocas, sobre todo si tienen marcas de
olor de otros gatos, y dejar montoncitos de deposiciones («estercoleros») a lo largo
de los caminos más utilizados, son conductas observadas a menudo en gatos
asilvestrados; las casas y apartamentos también proporcionan ejemplos análogos. Se
sabe que los gatos pulverizan orina en las paredes, en los muebles, en
electrodomésticos de gran tamaño, en altavoces, vídeos y hornos microondas
situados en encimeras; en cierta ocasión un gato llegó a provocar un incendio al
pulverizar orina en una toma de corriente. Los gatos que viven en el interior de las
casas y defecan fuera de la bandeja de arena escogen con frecuencia zonas de mucho
trasiego como los portales y vestíbulos, que equivalen a senderos y cruces.
Aproximadamente un 12% de los gatos macho y un 4% de las hembras realizan el
mareaje urinario en la casa de forma
«habitual», mientras que un 30% pulveriza de manera esporádica.
Existen muchas razones distintas que pueden desencadenar la necesidad de
marcar con orina, pero la raíz fundamental de esta conducta es el instinto territorial
del gato. Cualquier cosa que provoque ese instinto aumentará las probabilidades de
pulverización con orina. Lo más común es que el gato esté respondiendo a lo que
percibe como una intrusión en su territorio. De hecho, la frecuencia de la
pulverización dentro de casa es directamente proporcional al número de gatos que
existan en la vivienda. En viviendas con diez o más gatos, la probabilidad de que
alguno realice el mareaje urinario se acerca al cien por cien. Al introducir un nuevo
gato, se suele desencadenar el mareaje en gatos que antes no solían hacerlo. Otro
disparador es instalar una trampilla de salida y entrada para gatos, sobre todo si un
gato extraño ha pasado por ella alguna vez. El gato residente puede sentirse
amenazado territorialmente, aunque sólo haya ocurrido una vez, por lo que continúa
pulverizando con orina en diferentes puntos de la casa durante días.
Sin embargo, resulta interesante que suela ser el gato recién llegado el que
pulverice y deposite sus heces en una vivienda con muchos gatos y no el que ya se
había asentado en ella; la explicación implica una combinación de psicología gatuna
y sociología humana. A menudo la persona que quiere tener un segundo gato lo hace
porque el primero le ha decepcionado un poco; suele ser porque éste es tímido y
poco amistoso. Por tanto, elige al nuevo gato precisamente por ser abierto y activo.
Pero los gatos sociables y activos también suelen ser «mandones» y dominantes,
suelen marcar más con orina y heces cuando se enfrentan a un desafío territorial.
Los gatos residentes que empiezan a pulverizar con orina de repente pueden
haber sido activados por intrusiones de las que los humanos no somos siquiera
conscientes, pero que para la visión gatuna del universo se ciernen como grandes
amenazas. A veces los gatos comienzan a marcar simplemente como respuesta a
algún estímulo, como ver pasar por la ventana a otro gato al que no conocen; ésta
suele ser la explicación de que los gatos que residen en una vivienda pulvericen de
forma rutinaria las puertas o ventanas. (Del mismo modo, la llegada de un bebé a la
casa a veces desencadena un brote de mareaje urinario). Incluso un olor extraño
puede provocar una reacción de mareaje; un nuevo mueble que se coloca en la casa
se convierte en objetivo. (Los gatos que tengo en la granja nunca dejan pasar la
oportunidad de pulverizar en las nuevas pacas de heno que llegan de otras granjas).
Algunas veces un cambio en la organización de los muebles produce una serie de
mareajes urinarios, aparentemente porque el gato percibe que hay una nueva «señal»
en su territorio que es preciso marcar.
Puesto que los gatos han llegado a considerar a algunos seres humanos miembros
honorarios de la sociedad felina, los olores humanos pueden tener tanta fuerza para
desencadenar la necesidad de marcar como los olores de los gatos, lo cual puede ser
la causa de que muchos aparatos de las viviendas que la gente toca se conviertan con
frecuencia en claros objetivos. Algunas veces, cuando un dueño ha estado fuera de
casa un tiempo, un objeto personal como una maleta o abrigo que deja caer en el
suelo a su vuelta y que lleva consigo un olor reciente y fuerte —un intruso en el
territorio del gato— se convierte enseguida en objetivo.
Algunos dueños atribuyen explicaciones cognitivas a conductas como éstas y
piensan que su gato está enfadado por haberle dejado solo, se está vengando o se
siente celoso del nuevo bebé que ha aparecido en la casa. Pero son los instintos
básicos de mareaje del gato los que explican realmente lo que está ocurriendo en
casos como éstos. El gato no está enfadado, sino sólo respondiendo a algo nuevo y
repentino en su escenario territorial.
Los gatos varían en su tendencia innata a reaccionar territorialmente a las
intrusiones y no hay duda de que la castración o extracción de los ovarios reducen en
gran manera la probabilidad de que ocurra la pulverización urinaria. La
territorialidad está estrechamente asociada al sexo en la mayoría de las especies y los
gatos no son una excepción. Después de la castración, un 80% de los machos que
realizaban mareajes urinarios mostraron un rápido declive en esta conducta.
Igualmente, puesto que las hembras suelen aumentar el mareaje cuando están en
celo, la extracción de los ovarios reduce también la tendencia a pulverizar. Sin
embargo, incluso entre machos castrados, la aparición de una hembra en celo en la
casa suele hacer renacer el imperativo territorial; en un estudio realizado por
Benjamín Hart, los machos castrados que compartían la casa con hembras tenían un
40% de probabilidades de pulverizar, mientras que en los que tenían a compañeros
machos era de un 20%. Aparentemente, cuando no existen hembras alrededor, los
machos piensan que no hay nada por lo que valga la pena defender el territorio. (A
las hembras, por su parte, no les afectaba su conducta pulverizadora si tenían
compañeros hembras o machos).
Por tanto, una medida preventiva simple es castrar y operar a nuestros gatos y, en
caso de tener varios individuos, que éstos sean del mismo sexo. A veces, crear las
menores oportunidades para que se provoquen conflictos sobre el territorio y los
recursos entre gatos residentes en una vivienda donde hay varios gatos puede
mejorar mucho la convivencia, al igual que evitar realizar cambios repentinos en el
entorno del gato propenso a reaccionar a la novedad aumentando el mareaje
territorial. Se puede introducir un nuevo gato en la casa alojándolo en una habitación
separada con su propia comida, agua y bandeja de arena, y permitiéndole entrar en
contacto gradualmente con el resto de la casa. Poner varios platos de comida y agua,
y varias bandejas de arena —una por cada gato— puede reducir los conflictos, sobre
todo si están bien separados unos de otros. Mantener las cortinas cerradas o no dejar
entrar a los gatos en habitaciones desde las que puedan observar a otros gatos del
vecindario también ayuda si la mera visión de un gato extraño provoca la conducta
de mareaje.
Los gatos son expertos en aprender asociaciones entre acontecimientos que
provocan ansiedad y extremadamente resistentes a desaprenderlas. Por ejemplo,
algunos a los que les ha asustado ver a un gato extraño entrar por una trampilla para
gatos recientemente instalada, llegan a asociar la propia trampilla con cualquier tipo
de problema. El hecho de cubrirla puede que los cure, pero volverá a surgir tan
pronto se descubra. Además, los gatos son capaces de permanecer en un estado de
activación durante horas, o incluso días, lo que constituye otro gran impedimento
para desaprender este tipo de asociaciones. Así, el hecho de intentar adiestrar al gato
para que supere su miedo algunas veces conlleva cierta sensación de estar razonando
con una persona histérica. A veces es posible adiestrar a ciertos gatos a
acostumbrarse a estímulos que les produjeron miedo o ansiedad y desencadenaron el
mareaje urinario, si se consigue volver a introducir estos estímulos poco a poco, pero
suele ser una dura batalla en el caso de individuos que reaccionan con miedo,
agresión o huida ante
cosas que no les gustan. Puesto que los gatos tampoco aprenden mucho con el
recurso al castigo y que la pulverización es un instinto tan básico, gritarles o pegarles
es bastante inútil, e incluso contraproducente, si lo interpretan como una ampliación
del conflicto social y territorial con el gato «rival».
Los gatos que suelen pulverizar siempre en el mismo lugar o que depositan sus
heces como marcas territoriales en sus sitios favoritos (encima de la nevera, en el
caso de un individuo especialmente interesante), a veces pueden condicionarse
mediante métodos de aprendizaje clásico para eliminar estas conductas. Una posible
solución es colocar trampas para ratones cargadas boca abajo en los lugares que
utilizan. Cuando éstos tocan la trampa, salta hacia arriba y provoca un efecto muy
satisfactorio. Este tipo de castigo «remoto» evita los problemas que conlleva
convertir el castigo en un desafío agresivo y social; los gatos suelen considerarlo
como un fenómeno inexplicable y misterioso de la naturaleza y no una interacción
social. (Otras veces puede enseñarse a los gatos a no realizar ciertas conductas
mediante el castigo directo, «interactivo», pero de estas experiencias aprenden una
regla muy «local»: no pulverices cuando determinada persona está cerca).
Otro tipo de castigos «remotos» que han tenido cierto éxito incluyen la
utilización de una pistola de chorro, que contiene un vaporizador con olor
desagradable, como desodorante, o que hace un ruido fuerte como una trompetilla.
La dificultad estriba en que la persona no sólo tiene que descubrir al gato con las
manos en la masa para poder utilizar el castigo, sino que tiene que activar el
instrumento elegido de forma que el gato no lo asocie con ella. Lo peor es que a
algunos gatos parece gustarles esquivar el vaporizador de agua porque lo ven como
algo divertido, lo cual elimina su objetivo. Algunos estudios han descubierto que los
gatos pueden ser tan inteligentes como para asociar el castigo remoto con la trampa,
en lugar de con el sitio concreto en el que ocurre el castigo; así, una vez que se
quitan las trampas, el gato vuelve a sus antiguas costumbres.
En los casos en los que el gato marca en lugares concretos lo mejor es utilizar un
enfoque ecológico. A los gatos no les gusta orinar o defecar cerca de donde comen,
por lo que a veces sólo hay que poner el cuenco de comida en el área afectada para
que deje de pulverizarla.
Algunos casos especialmente difíciles —como el gato que comenzó a defecar de
manera regular en la cama de su dueño— pueden ser tratados con éxito mediante
medicinas psicotrópicas. Según la literatura científica, los resultados que más éxito
han tenido a largo plazo al utilizar estas sustancias parecen ser casos en los que los
fármacos servían como medidas provisionales, durante un mes o dos, de forma que
la modificación de conducta podía surtir efecto. La idea es reducir el instinto
territorial del gato o su nivel de ansiedad general, mientras se modifica
paulatinamente su medio (por ejemplo, encerrándolo en una habitación familiar para
después permitirle, gradualmente, correr por el resto de la casa) o mientras se
acostumbra a las cosas que le daban miedo y que desencadenaban su reacción. Se ha
descubierto que los
medicamentos hormonales conocidos como progestinas, que bloquean el efecto de
las hormonas masculinas, son efectivos para reducir la pulverización en los machos;
otras medicinas ansiolíticas como la buspirona, que interrumpe o reduce
considerablemente el mareaje urinario en un 55% de los casos, siguen una vía
bioquímica distinta, bloqueando los neurotransmisores implicados en una variedad
de conductas específicas de la especie.
Una de las complicaciones que surgen al tratar problemas de eliminación en los
gatos es que pueden estar actuando muchos otros factores además del simple mareaje
territorial. Existen varios síndromes de conducta que los gatos pueden adquirir, que
les provocan la eliminación fuera de la bandeja de arena, sin tener nada que ver con
la conducta de mareaje territorial. (También hay que descartar cierto número de
enfermedades físicas que pueden causar la pérdida de control de la vejiga y los
esfínteres). Cuando los gatos pulverizan como forma de marcar el territorio, lo hacen
sobre objetos verticales de forma que, observando cómo y adonde han dirigido la
orina, a veces es posible distinguir una pulverización de una simple eliminación. De
igual modo, los gatos que defecan fuera de la bandeja sin ninguna intención de
realizar una reivindicación territorial lo hacen en sitios escondidos, en lugar de en
puntos destacados que se asocian con los estercoleros.
En el caso de estas excreciones fuera de la bandeja, que no están asociadas a la
territorialidad, existen extrañas asociaciones aprendidas que funcionan como causas
últimas. En un estudio que repasaba los numerosos artículos científicos sobre los
síndromes de «eliminación inapropiada en felinos», la veterinaria Leslie Larson
Cooper descubrió que confluían una gran variedad de fenómenos. En las viviendas
donde existen varios gatos, el más dominante puede llegar a considerar la bandeja de
arena parte de su territorio particular e intimidar a otros individuos que intenten
usarla. Algunas veces los gatos desarrollan aversión hacia la bandeja debido al lugar
en el que está colocada, sobre todo si está cerca del recipiente donde comen o beben.
Otras veces, desarrollan aversión porque en la bandeja les ocurren cosas
desagradables. Los dueños que tienen que dar medicinas a sus gatos descubren en
algún momento que es más fácil agarrarlos mientras están en la bandeja haciendo sus
necesidades, de forma que estos gatos acaban asociándola con algo malo. Los gatos
que tienen obstrucciones urinarias o estreñimiento que les produce eliminaciones
dolorosas también parecen asociar la bandeja con el dolor, por lo que terminan
evitándola. Es muy común entre los gatos de mayor edad.
Otras veces ocurre que a los gatos simplemente no les gusta cierto tipo de tierra o
que ésta esté sucia y no se cambie con suficiente frecuencia. Son capaces de
desarrollar preferencias personales y aprendidas por ciertos tipos de arena. Lo peor
es, sin embargo, un gato que coge la costumbre de aficionarse a la superficie rugosa
de la moqueta. El tratamiento en este caso es colocar un trozo de moqueta en la
bandeja —y encerrarlo para que no pueda acceder a sus áreas habituales de
eliminación— e ir añadiendo arena gradualmente sobre la moqueta mientras se van
recortando trozos de ésta. En el caso de gatos a los que no les gusta la bandeja a
causa de la arena se los puede encerrar en una especie de «bufé de arenas» que les
ofrece una serie de bandejas con arenas distintas para que elijan la que más les guste.
(Un estudio descubrió que, a priori, los gatos no parecen preferir un tipo de arena en
particular excepto cuando se trata de arenas que es más fácil amontonar, por las que
se inclinan ligeramente).

GATOS DESTRUCTIVOS

A pesar de que los problemas de eliminación son los primeros en la lista de


problemas de conducta que obligan a los dueños a buscar ayuda profesional, en
general los arañazos en los muebles representan un problema más frecuente. Una
entrevista a dueños de gato descubrió que el 42% manifestó tener problemas con la
conducta de arañar. Arañar, al igual que pulverizar, es una conducta instintiva
territorial que es mejor tratar con subterfugios que con métodos de condicionamiento
clásico. Los gatos asilvestrados y los gatos monteses suelen elegir un determinado
objeto de su medio que sea prominente, vertical, como un árbol, para arañarlo con
sus garras. Los arañazos son una marca visual que se complementa con las marcas
olfativas que dejan con las glándulas existentes en las almohadillas. El gato de
interior también elige algo como uno de los lados de un sofá porque le parece que
puede funcionar bien como señal, sobre todo por su textura rugosa y por encontrarse
en medio de la habitación.
La dificultad de extinguir esta costumbre radica en que a los gatos les gusta
mantener el mismo punto territorial que han elegido y la presencia de su olor
refuerza su tendencia a volver a ese mismo sitio. La mejor forma de evitar este
problema es hacer que los gatitos se estrenen con un palo para arañar de los que
venden en las tiendas, antes de que se les ocurra otro sitio donde arañar. Se puede ir
desacostumbrando poco a poco a un gato que ya ha empezado a arañar un lado del
sofá situando el mueble en otro lugar que no sea en medio de la habitación y
protegiéndolo con una tela; allí donde se encontraba el sofá se coloca entonces un
poste de rascado para después ir moviéndolo a un lado de la habitación, con el
objetivo de colocar de nuevo el sofá en su sitio habitual. Benjamin Hart descubrió
que los gatos prefieren arañar materiales hechos de fibras largas y rectas en las que
pueden arrastrar fácilmente las uñas; las fibras nudosas y tejidas de forma apretada
son menos atractivas. Con esta conducta también ocurre que el castigo no funciona,
puesto que el gato lo asocia con la persona en lugar de con el sitio o con su propia
conducta.
La segunda conducta en la lista de quejas más comunes de los dueños es comerse
las plantas de interior (un 36% de dueños). Todavía existe cierto debate sobre las
razones de que a los gatos les guste comer plantas, pero los estudios sobre gatos
asilvestrados señalan que comen hierba casi a diario. No hay duda, por tanto, de que
es un instinto natural. Puede ser eficaz rodear el área de trampas para ratones, sobre
todo si se le da al gato una alternativa, como un «jardín para gatos», una bandeja en
la que se ha cultivado hierba. Benjamin Hart tuvo éxito también con un tipo de
«terapia aversiva» que consistía en pulverizar al gato con desodorante varias veces
mientras estaba comiéndose las plantas. Así, el gato aprende a asociar el olor de una
determinada marca de desodorante con una sensación desagradable; la mayoría de
desodorantes contienen un ingrediente irritante para la nariz y ojos de los felinos. A
continuación se rocía la propia planta con el mismo desodorante para que la aversión
aprendida se transfiera a ella. Hart sugiere que, a no ser que quieras que el gato
desarrolle también aversión hacia ti, no elijas la misma marca de desodorante que
utilizas tú.

GATOS AGRESIVOS

La agresión, al igual que el mareaje urinario, es una reacción felina normal ante
una intrusión del territorio. Los gatos que han sido castrados y los que de pequeños
se han socializado con personas y otros congéneres suelen tolerar mejor la vida en
grupo y reaccionar relajadamente ante gatos o personas extrañas que entran en su
casa. En general, con el fin de evitar los encuentros agresivos al introducir un nuevo
gato puede utilizarse el mismo procedimiento que se usaba para reducir la
pulverización urinaria: mantener al gato nuevo separado y encerrado al principio
para, poco a poco, ir introduciéndolo en el grupo, a la vez que se permite a los gatos
evitarse si lo desean, colocando varios platos de comida y agua, y lugares de
descanso distintos.
Pero incluso los gatos que suelen llevarse bien con otros congéneres y con las
personas pueden a veces comportarse agresivamente, tomando a su dueño por
sorpresa. Un gato habitualmente bueno puede, de repente, empezar a acechar, tirarse
encima y morder a su dueño; en algunas ocasiones, dos gatos que normalmente se
llevan bien empiezan a sisear cuando se ven y a darse zarpazos; un gato al que le
gusta subirse al regazo de una persona y ronronear felizmente mientras ésta lo
acaricia puede súbitamente hundir los dientes en su piel.
Aunque los gatos muerden a la gente con menos frecuencia que los perros, sus
mordeduras son un fenómeno médico lo suficientemente importante como para
atraer la atención del tipo de personas a las que les gusta coleccionar datos
estadísticos. Un estudio epidemiológico realizado en El Paso, Texas, descubrió que
la proporción de mordeduras de gatos en comparación con las de perros era de 1 a 6;
si extrapolamos esta proporción al conjunto de Estados Unidos, comprobaremos que
tres cuartas partes de un millón de personas son mordidas cada año en este país. El
estudio de El Paso también descubrió que casi todas las mordeduras de gatos se
encuadraban en la categoría que los expertos en enfermedades llamaban mordeduras
«provocadas». Esto
no quiere decir necesariamente que la persona mordida estuviera haciendo algo mal,
sino que estaba haciéndole algo al gato —levantándolo, acariciándolo— justo antes
de ser mordida. Las autoridades médicas consideran relevantes estos datos porque la
mitad de las mordeduras acaban infectándose, aunque la mayoría de las heridas sean
de poca importancia y se encuentren en las manos o brazos. Por otro lado,
ocasionalmente encontramos un caso como el ocurrido en Trois-Riviéres, Québec, en
el que un hombre anciano perdió más de medio litro de sangre y necesitó varios
puntos después de que su gato, Touti, enloqueciera al ser alcanzado accidentalmente
por un chorro de agua mientras el hombre estaba, según la agencia de noticias,
«duchando a su loro». Un oficial encargado del control de animales que llegó a la
casa para ayudar se encontró con una carnicería. «Había, sangre por todos lados, en
el techo, suelo y paredes», dijo a los periodistas. (La noticia también añadía: «No se
sabe por qué» este hombre estaba duchando a su loro).
No obstante, la mayoría de casos de mordiscos de gato surgen por provocaciones
menos importantes que recibir un chorro de agua. El gato que muerde la mano del
que lo acaricia constituye un caso que siempre ha desconcertado y disgustado a los
dueños; un estudio descubrió que ésta era la «forma de agresión más común de los
gatos contra las personas». Aunque parece que el gato en estos casos muerde sin
avisar, suele dar ciertas señales antes de morder de que está empezando a sentirse
molesto; cambia la cola de posición, gruñe suavemente o hace como que va a morder
sin llegar a tocar la mano de la persona. Suele ocurrir que ésta no se da cuenta de
estos avisos y sigue acariciándolo, por lo que el gato termina mordiéndole de verdad.
Existen varias teorías sobre lo que pasa por la mente del gato en estas
situaciones, pero básicamente parece que lo que ocurre es que no le gusta que lo
acaricien durante tanto tiempo como a la gente le gusta hacerlo. Cuando los gatos se
acicalan unos a otros lo hacen durante breves periodos de unos cuantos minutos y
cada sesión termina cuando uno de los participantes se levanta y se marcha. Es
posible que un gato que está tumbado en el regazo de su dueño mientras éste lo
acaricia sienta un conflicto interno entre la sensación placentera causada por las
caricias y otra desagradable que le causa la invasión de su espacio personal. Cierto
tipo de gatos además tienen un umbral de tolerancia mínimo ante la estimulación
táctil por lo que, después de ser acariciados durante un minuto o dos, encuentran
desagradables las caricias. Por tanto, aunque es posible que un gato al principio pida
que lo acaricien, luego puede hartarse rápidamente si las caricias duran más de lo
que desea.
Una forma de enfrentarse al problema, casi siempre con éxito, consiste en limitar
las sesiones de caricias a periodos muy cortos en los que se observen atentamente las
señales de aviso de los gatos cuando empiezan a cansarse; tan pronto como éstos
muestren signos de irritación, la persona debe levantarse y terminar la sesión.
Algunos gatos muerden de vez en cuando tan pronto empiezan a ser acariciados.
Estos casos pueden tratarse suprimiendo por completo las caricias durante unos
cuantos días y acariciándolos muy poco sólo cuando lo pidan, para después ir
aumentando las sesiones una vez que los gatos se han desensibilizado.
Otra causa habitual de ataques aparentemente misteriosos contra la gente es el
llamado síndrome de «agredir jugando». Una parte del repertorio normal de la
conducta social de juego en los gatos está formado por acciones como acechar,
agarrar y luchar. La mayoría de los gatos necesita cierta cantidad de juego diario y
los que no tienen la oportunidad de liberar sus instintos cazando, jugando con otros
gatos o con alguien que juegue a tirar de una cuerda con un ratón de juguete, tienden
a crear por sí mismos ocasiones de jugar. Los gatos que acechan un tobillo, o que se
esconden debajo de una silla, tendiendo una emboscada, para después saltar encima
de la persona que pasa, a veces no provocan ningún daño y hacen mucha gracia; pero
otras veces las cosas acaban en algo más serio cuando el gato saca las garras y utiliza
los dientes. Los gatitos suelen aprender a inhibir su conducta de morder o arañar
cuando juegan con sus compañeros de camada o adultos amigos porque, si las cosas
se ponen feas durante el juego, sus compañeros perderán interés y se marcharán,
terminando bruscamente el juego. Algunos gatos que se muestran agresivos durante
el juego nunca aprenden esta lección y sólo se los puede controlar cuando se pasan
de la raya mediante el castigo: lanzándoles, por ejemplo, un pequeño chorro con una
pistola de agua. No obstante, un castigo más duro o directo puede volverse en contra
si hace que el gato tenga miedo, intensificando incluso su agresividad en estas
circunstancias. Cuando se toman represalias durante el juego, algunos gatos
aprenden a responder con muy buenas farsas en las que golpean y salen corriendo, o
a atacar a la persona cuando ésta no se puede defender, como cuando persiguen los
pies o manos debajo de las sábanas mientras alguien duerme. El tratamiento más
eficaz consiste en jugar siempre con el gato varios minutos diarios, finalizando
bruscamente el juego si muerde, por ejemplo marchándonos de la habitación y
cerrando la puerta.
Algunas personas cometen el error de intentar «apaciguar» a un gato inquieto que
se deja llevar por los nervios y muerde acariciándolo, sujetándolo o hablándole en un
tono tranquilizador. Esto puede ser interpretado por el gato como una recompensa o
refuerzo de su conducta, agravando así el problema. Aunque pueda sonar un poco
antropomórfico hablar de castigar a un gato con un periodo de «tiempo muerto»,
como aconsejan algunos adiestradores, es aconsejable aislar al individuo que
reacciona de este modo puesto que es darle donde más le duele: aprende que sus
intentos de empezar a jugar escondiéndose para tender emboscadas o morder no le
compensan.
Como los gatos que viven en una casa o apartamento no siempre pueden huir
fácilmente de una situación social que les produce ansiedad, a veces terminan por
adquirir extrañas asociaciones aprendidas entre ciertos miembros de la vivienda y
sus respuestas de miedo o agresión. En una ocasión, por ejemplo, un gato entró en
una habitación justo en el momento en que otro estaba siseando porque acaba de
recibir un susto, al tirar alguien una piedra a la ventana. El primero interpretó la
conducta del segundo como una agresión directa contra él y respondió también de
forma agresiva;
esto incrementó a su vez la agresividad del gato asustado. A partir de entonces, los
dos gatos que siempre se habían llevado bien antes de este incidente, comenzaron a
sisear y pelearse cada vez que se encontraban.
Otra variante de este tema es la llamada «agresión redirigida», que ocurre en
muchas especies; la mejor forma de explicarla es como una acumulación de agresión
que termina descargándose en alguna víctima que se encuentre a mano. Un estudio
ha descubierto que en la mayoría de los casos el desencadenante es ver a un gato
extraño por la ventana, que suele provocar que el agresor se dé la vuelta y ataque a
su dueño o a otro gato de la vivienda. Los gatos son especialmente propensos a este
tipo de desvío de la agresividad a causa de su fuerte y natural reacción ante la
intrusión territorial y debido a que, cuando están excitados, a menudo continúan en
ese elevado estado de agitación durante mucho tiempo, desde media hora hasta un
día o más. Un gato que al haber visto a un extraño por la ventana se encuentra ya en
el límite puede reaccionar arremetiendo contra alguien si éste realiza pequeñas
acciones como cogerlo en brazos, que en otras circunstancias no le molestarían de
ningún modo.
Un gato que ataca a su dueño con este tipo de agresión redirigida puede acabar
condicionándose a mostrarse miedoso y agresivo con esa persona en particular. Es un
caso típico de libro de texto sobre condicionamiento pavloviano; el dueño que está
presente ocupa el lugar del estímulo que desencadenó originalmente la respuesta
agresiva y se convierte así en el propio motivo desencadenante. Algunas veces estos
casos pueden ser muy difíciles de diagnosticar porque no resulta obvio qué es lo que
puso al gato al límite en primer lugar o qué extraña coincidencia hizo que el gato
asociara a una determinada persona con una experiencia terrorífica dada. Estos casos
pueden ser realmente extraños, aunque algo común a todos es la imposibilidad de
anticipar o predecir aquello que provocó al gato en primer lugar. En una ocasión
escogida de la literatura científica, un gato saltó hacia una niña y le mordió en la cara
la primera vez que su muñeca parlante habló. Otro gato comenzó a atacar a su dueño
recién casado cada vez que intentaba limpiarle la bandeja de arena. Los ataques
fueron bastante graves: el gato se lanzaba a los brazos del hombre cuando éste cogía
la bandeja, arañándole y mordiéndolo con violencia. Aunque debía haber sido la
nueva esposa del hombre la que podría haber sido vista por el gato como una intrusa,
y por tanto el objetivo de la agresión, lo que ocurrió fue que su presencia había
elevado el nivel de estrés social del gato. Éste consideraba la bandeja de arena un
área de especial importancia territorial, de forma que, cada vez que el hombre se
acercaba, desencadenaba estos elevados niveles de agresión territorial. El hombre se
convirtió en el desencadenante pavloviano de su reacción.
Los expertos en conducta animal han tenido bastante éxito en tratar a este tipo de
gatos con la desensibilización gradual y el «contracondicionamiento». Por ejemplo,
si un gato ha empezado a mostrarse miedoso u hostil con un habitante de la casa, otra
persona puede darle de comer mientras éste se mantiene alejado en la misma
habitación. La idea del contracondicionamiento es que un animal haga algo —en este
ejemplo, comer— que sea incompatible con la conducta que se está tratando de
eliminar, en este caso su miedo u hostilidad hacia una determinada persona. Cada día
esa persona temida puede moverse de sitio, acercándose al gato siempre que su
presencia no lo provoque. Con el tiempo, el gato aprenderá una nueva asociación
pavloviana condicionada que reemplazará a la anterior.
Del mismo modo que marcar las paredes con orina no se puede considerar
realmente un comportamiento «anormal» en los gatos —por muy incompatible que
sea con nuestra idea de vida civilizada—, muchas otras cosas molestas que hacen los
gatos son sencillamente comportamientos normales en gatos con cerebros normales.
La mejor forma de clasificar a los gatos es como animales «crepusculares»;
cuando más activos son es durante el amanecer y el atardecer, en lugar de ser
estrictamente nocturnos o diurnos. Sin embargo, son capaces de adaptarse a horarios
muy variados. Si se les deja elegir y sus dueños, sin darse cuenta, recompensan su
conducta, tienden a hacer cosas como despertar a los que viven con ellos a las 4.45
de la madrugada para pedirles que jueguen. Si los empujan, persiguen por la
habitación o reaccionan de alguna forma similar, los gatos interpretan estas
conductas como formas muy satisfactorias de juego, animándoles a hacer lo mismo
al día siguiente. Algunos gatos suelen tener un periodo similar de locura nocturna, en
el que corren por la habitación y se comportan de forma molesta para llamar la
atención.
Otros comportamientos normales y naturales de los gatos, pero muy molestos,
que se encuentran en los primeros puestos de la lista de quejas de los dueños, son
saltar sobre las encimeras o mesas y maullar de manera excesiva. Algunas soluciones
eficaces pueden ser el castigo indirecto mediante trampas cepo o las pistolas de agua.
Otra posibilidad es colocar cinta aislante que pegue por ambos lados en las
superficies donde no queremos que el gato suba. A los gatos no les gusta el tacto de
la cinta y además tiene la ventaja de que les resulta difícil verla, por lo que suelen
aprender una lección «general» en lugar de una «local»: suelen evitar subirse a ese
sitio aunque la cinta ya se haya quitado.
Los gatos que maúllan incesantemente representan por lo general un desafío
mayor. El castigo indirecto puede no funcionar debido a que algunos gatos a los que
se dispara con una pistola de agua cuando maúllan aprenden a esconderse detrás de
la esquina y seguir maullando.
[Figura 17. Los gatos dedican un 85% de su tiempo a dormir o descansar [Créditos].]

Sin embargo, los problemas de actividad excesiva, de despertar a la gente a mitad


de la noche o de llamar la atención pueden resolverse procurando que el gato tenga
la oportunidad de jugar un poco todos los días, sobre todo antes de la hora de
acostarse. Si consiguen descargar esa actividad, los problemas pueden mejorar. Un
análisis de la forma en la que los gatos utilizan el tiempo muestra que pasan
aproximadamente el 85% de un día cualquiera descansando o durmiendo. De hecho,
no necesitan tanta actividad pero sí algo y, si no se les proporciona, se las arreglan
para buscársela por sí solos.
Por tanto, como he dicho, los gatos son más resistentes al tipo de conductas
realmente anormales, provocadas por el estrés, que aparecen con cierta frecuencia en
caballos, perros y muchos animales salvajes que viven en cautividad. Existe una
categoría de conductas anormales conocidas como estereotipias, en las que el animal
realiza de forma repetitiva una acción que parece natural, como andar, acicalarse,
masticar o beber agua, hasta el extremo que resulta dañina. Estas conductas son
extraordinariamente similares a los trastornos obsesivo-compulsivos de los humanos.
Estudios realizados con ratas y otros animales han demostrado que aunque
inicialmente estos trastornos están provocados por el estrés, lo que los mantiene y
refuerza son diferentes sustancias químicas del cerebro. Actividades tales como el
acicalamiento suelen contrarrestar los efectos del estrés al liberar endorfinas, los
compuestos opiáceos naturales del cerebro. Esto puede hacer que estas conductas se
conviertan en adictivas, al igual que los propios compuestos opiáceos. Se ha tenido
un gran éxito con gatos que se acicalaban excesivamente —algunos casos serios lo
hacían hasta el punto de perder el pelaje y dejarse heridas abiertas— utilizando
fármacos que bloqueaban los efectos de las endorfinas en el cerebro y rompían el
ciclo adictivo. También tienen éxito los fármacos que bloquean la dopamina, que
tiene que ver con la transmisión de impulsos nerviosos en conductas que son
patrones motores típicos de la especie, actividades como andar, acicalarse o comer.
También parece que el estrés reduce el umbral de dopamina que se necesita para
transmitir estas señales, por lo que los fármacos que actúan contra el efecto de la
dopamina elevan este mismo umbral y a la vez disminuyen la probabilidad de
desencadenar estas conductas típicas de la especie.
Unos cuantos casos excepcionalmente raros de conductas anormales en los gatos
incluyen una combinación sutil de esas mismas conductas compulsivas y un refuerzo
aprendido de forma involuntaria por el dueño. Posiblemente, el récord mundial de
conductas raras en gatos lo tenga un macho que, además del mareaje urinario, se
masturbaba varias veces a la semana con un peluche. El gato montaba al peluche y lo
agarraba del cuello como lo haría durante la cópula; la misma dueña manifestó que
se ponía muy «agitado» si no podía encontrar el peluche y lo buscaba sin descanso
mientras maullaba a viva voz. Sin embargo, la mujer se negó a tirar el peluche y al
final fue obvio que el gato estaba, de algún modo, utilizando esta conducta como una
forma de llamar la atención. La dueña siempre le hacía caso cuando realizaba esta
rutina, llegando incluso a considerarlo hasta cierto punto divertido. Los gatos que
son ignorados cuando quieren jugar aprenden todo tipo de formas de llamar la
atención. (Este gato aprendió, como otros antes, que pulverizar a su dueña con orina
era una forma eficaz de llamar su atención). Con el tiempo esta situación se convirtió
en un caso de condicionamiento pavloviano; la presencia de la dueña se había
convertido en el desencadenador que servía de estímulo para la conducta sexual
anormal del gato, por lo que su llegada a casa después de estar fuera todo el día
provocaba que el gato comenzara su actuación. Aunque este gato tenía ya cierta
tendencia hormonal y neurofisiológica hacia las conductas compulsivas, las acciones
de su dueña la reforzaron.
Estos comportamientos no son, desde luego, comunes, y son muy pocos los
dueños que deben preocuparse de que sus gatos se conviertan en marcadores
obsesivos, mordedores de dedos o maníacos sexuales lamedores de pelo. Por otro
lado, estas advertencias siempre son lecciones útiles sobre qué cosas se debería
evitar estimular.

GATOS DE INTERIOR Y DE EXTERIOR

Existe actualmente una extraña división entre los movimientos humanitarios


sobre el tema de los gatos de interior o de exterior. Por una parte, se ha orquestado
una enorme campaña publicitaria de muchas sociedades humanitarias y de los que se
autodenominan defensores del bienestar animal para estigmatizar a aquellos dueños a
los que se les pueda ocurrir siquiera dejar a sus gatos salir al aire libre. Algunos
refugios de animales se niegan a permitir que los gatos sean adoptados por personas
que admiten que los dejarán salir fuera de casa. El movimiento de los «gatos de
interior» pone el énfasis no sólo en el riesgo que representa que los gatos sean
atropellados por un coche, heridos en una pelea o que contraigan por el contacto con
otros gatos enfermedades como la leucemia felina, sino también en el peligro que
representa para la gente que los gatos que están al aire libre tengan enfermedades
como la toxoplasmosis a causa de comer ratones. La toxoplasmosis tiene su origen
en un parásito que se propaga fácilmente a los seres humanos por el contacto con las
heces felinas de la tierra del jardín o la bandeja de arena. En un caso, treinta y siete
patronos de una hípica resultaron infectados por inhalar quistes de toxoplasma que
habían sido levantados del suelo por los caballos que trotaban en un establo interior
donde los gatos residentes defecaban. Cuando las mujeres embarazadas son
expuestas al parásito, la toxoplasmosis puede producir defectos en el feto, como
ceguera y retraso mental. Los gatos que viven en libertad y cazan ratones también
son un importante foco de transmisión de plagas para los seres humanos que habitan
en el suroeste americano, y representan, además, una importante reserva del virus de
la rabia en Norteamérica.
Pero posiblemente el argumento más llamativo y eficaz de los defensores del
movimiento para mantener los «gatos de interior» ha sido que los gatos asilvestrados
ejercen un efecto devastador en las aves cantoras y en otro tipo de vida salvaje. En
sus campañas para conseguir que los dueños tengan a sus gatos encerrados en casa,
las citadas organizaciones humanitarias mencionan los censos que presentan el
número de víctimas por encima de un billón de aves y cinco de roedores en Estados
Unidos.
Sin embargo, al mismo tiempo, ha existido un movimiento creciente y cada vez
más entusiasta de los defensores de gatos que pretenden capturar, esterilizar y volver
a soltar a colonias enteras de gatos asilvestrados a las que mantienen y alimentan.
Los
partidarios de los programas de captura y posterior puesta en libertad de gatos
insisten en que ésta es una alternativa más humana a rodear y luego sacrificar a gatos
callejeros que alcanzan proporciones problemáticas y no tienen ninguna esperanza de
ser adoptados como mascotas debido a su forma de ser extraña y salvaje. La idea
subyacente es que, con el tiempo, estas colonias perecerán por desgaste natural.
También niegan vehementemente (algunos incluso dirían que religiosamente) que el
hecho de mantener grandes colonias de gatos asilvestrados represente una amenaza
importante para la vida salvaje.
Es cierto que muchos de los datos estadísticos citados con frecuencia sobre la
mortalidad de las aves causada por los gatos no son muy fiables. Son extrapolaciones
de muestras reducidas y hay muchos factores que desconocemos que afectan a la
cifra total. Aun en el caso de que vivan libres, el número de animales que matan
diferentes gatos varía enormemente; para algunos son más de mil al año, pero para
muchos otros son cero. También resulta muy difícil saber cuántos de los animales
que los gatos matan morirían de todas formas a manos de otros depredadores si no
hubiera gatos, por lo que se puede argumentar que, haciendo balance, los gatos
ejercen un impacto neto mínimo sobre la población global de especies en peligro de
extinción o amenazadas. (Por otro lado, puesto que son meros sustitutos de otros
depredadores, están invadiendo claramente las provisiones alimenticias de éstos; aun
en el caso de que cacen especies abundantes y comunes como ratones de campo y
gorriones, pueden estar perjudicando indirectamente a otras especies amenazadas
como los propios halcones y lechuzas).
En general, los datos son difíciles de negar: los gatos tienen por lo menos el
potencial de causar efectos ecológicos devastadores. Se ha demostrado que los gatos
asilvestrados son directamente responsables de la extinción de ocho especies de aves
de islas que pertenecen a Nueva Zelanda. Un estudio en Gran Bretaña descubrió que
un 30% de las aves muertas habían sido matadas por gatos. Otro realizado en dos
parques de California constituidos por dos hábitats idénticos de aves encontró que en
uno en el que existían más de veinte gatos en una colonia salvaje alimentada por
personas que se dedicaban a protegerlos no existía ninguna codorniz o cuitlacoche
californiano, aunque estas dos especies se encontraban en el otro parque en el que no
había ningún gato. Los que tienen una postura crítica hacia este movimiento a favor
de que los gatos estén al aire libre señalan que, dada la afluencia constante de nuevos
gatos callejeros y abandonados a estas colonias alimentadas y gestionadas por las
personas, es poco probable que el desgaste natural haga que desaparezcan con el
tiempo. Muchos conservacionistas piensan que las colonias de gatos asilvestrados a
las que se alimenta, en realidad atraen a otros gatos que de este modo pueden escapar
de las trampas o de la esterilización, lo que acaba convirtiendo estas zonas en
«basureros de suelta» donde la gente abandona a sus mascotas. Aun en el caso de
que los gatos que viven al aire libre no sean la causa de extinciones u otros impactos
irreversibles sobre la biodiversidad, no hay duda de que provocan mucho dolor y
sufrimiento a los billones de animales que matan. Este hecho por sí mismo
representa un desafío ético para los que alimentan y mantienen grandes colonias de
gatos asilvestrados con la justificación de que es humanitario.
Un aspecto que no ha sido tenido en cuenta en todos estos vehementes debates
sobre la influencia de los gatos en la vida salvaje es qué efectos concretos tiene para
el propio bienestar psicológico de los gatos tenerlos todo el día encerrados en el
interior de una casa. No se ha realizado ningún estudio sistemático sobre este tema,
pero parece que muchos gatos son capaces de adaptarse sin problemas a una
existencia interior continuada, siempre que reciban cierta cantidad de estímulos
diarios y tengan oportunidades de correr y jugar. Por otro lado, existen gatos que
nunca consiguen adaptarse a vivir dentro de una casa, como los que tienen una
propensión natural hacia la territorialidad, o son dados a pelearse y marcar con orina
y no responden a ningún tratamiento; en estos casos, la única alternativa puede ser
vivir al aire libre o no vivir.
También se incluyen en esta categoría los gatos que destrozan los muebles con
sus arañazos, a los que no se puede quitar esta costumbre, aunque en este caso existe
la tercera alternativa de quitarles las uñas. Quitarle las uñas a los gatos es un tema de
discusión entre los dueños, y la Cat Fanciers’ Association of America y otras
organizaciones no permiten que los gatos sin uñas participen en algunos concursos.
Algunos veterinarios desaconsejan esta operación por motivos de humanidad y
también señalan que existen algunos casos en los que los gatos sin uñas son más
propensos a tener problemas de conducta. Sin embargo, una entrevista telefónica a
los dueños de gatos con y sin uñas no ratificó esto último y otros veterinarios han
señalado que, con la utilización de ciertos analgésicos postoperatorios, puede
minimizarse la molestia transitoria del procedimiento. Los gatos sin uñas son
incapaces de defenderse de los perros o de otros gatos, no pueden subir muy bien a
los árboles para escapar de posibles amenazas, por lo que necesitan vivir dentro de
casa. Pero no existen pruebas de que sufran daños a largo plazo o dolor; una vez se
recuperan de los efectos inmediatos de la operación, corren y saltan tan libremente
como los gatos con uñas.

EL DESTINO DE LOS GATOS

En última instancia, tanto los objetivos de los partidarios de la postura que


defiende que todos los gatos deben estar dentro de casa como la de que debemos
alimentar y proteger a los gatos asilvestrados son probablemente inalcanzables.
Muchos gatos asilvestrados consiguen escapar de las trampas, por lo que el efecto
global de los programas de captura y posterior puesta en libertad a largo plazo
termina creando una poderosa fuerza selectiva a favor de poblaciones de gatos
asilvestrados cada vez más agresivos e ingeniosos, puesto que éstos son los únicos
ejemplares reproductores que quedarán.
Del mismo modo, el importante papel que llevan a cabo los gatos de granjas para
controlar las poblaciones de roedores de graneros y campos, así como las
dificultades prácticas de mantener a ciertos ejemplares de gatos caseros en el interior
debido a los problemas de conducta que origina el encierro, significa que siempre
existirá una población de gatos que vagará libre allí donde habitan los hombres. De
todos los dueños de gatos de Estados Unidos a los que se preguntó en una encuesta
de 1997, sólo un 35% afirmó que sus gatos nunca salían fuera de casa; un 31%
permitía que los gatos salieran a veces y un 34% los dejaba fuera todo el tiempo.
Siempre ha existido un flujo de gatos en una y otra dirección, desde el mundo del
gato casero al del gato asilvestrado, así como entre los variados mundos intermedios.
Incluso hoy día, un tercio de los gatos domésticos que son adoptados proceden de
una población de gatos que viven libres y, a la inversa, una fracción importante de
los gatos asilvestrados antes eran callejeros o abandonados. Algo todavía más
sorprendente es que sólo un cuarto de los dueños de gato admiten haber realizado un
esfuerzo para conseguir a su gato: sus gatos les eligieron a ellos. Los gatos se han
convertido en un fenómeno global de la naturaleza, como pueden ser las bajadas y
subidas de las mareas, la llegada de las golondrinas cada primavera y hasta las
cucarachas o el correspondiente resfriado. Originariamente, fueron los seres
humanos el vector a través del cual los gatos conquistaron el mundo pero hoy, cuatro
mil años después, los humanos tienen un poder o deseo muy limitados de controlar
lo que sin querer destaparon. Los antiguos egipcios fueron los aprendices de
hechiceros en este cuento; supieron cómo capturar a un animal salvaje, criándolo en
un extraño y nuevo mundo; consiguieron amansar al gato, pero no su destino.
Cientos de coincidencias en el carácter del Felis silvestris determinaron que, una vez
en compañía del hombre, conquistara el mundo sin mirar siquiera atrás y, por
supuesto, sin una palabra de gratitud.
Los gatos, tanto ahora como entonces, representan una fuerza evolutiva en sí
mismos. Si esa fuerza está destinada a llevar al gato montés a la extinción a través de
la hibridación genética, hacer tambalear el equilibrio de los ecosistemas de
depredadores y presas, extender enfermedades o causarnos dolor moral al pensar en
el sufrimiento de los gatos asilvestrados o el de las aves y roedores que mueren en
sus garras, lo cierto es que hay muy poco que nosotros podamos hacer o vayamos a
hacer para cambiar la dirección de esa fuerza.
En cierto sentido, sin embargo, debemos admitir que es mejor así, porque si los
gatos fueran criaturas sujetas totalmente a los deseos y ambiciones humanas dejarían
de ser gatos. No creo que sea la aparente independencia y frialdad del gato lo que
tanto nos atrae exactamente, sino el hecho de que sean distintos y no se
comprometan con nadie. La belleza y fascinación que encontramos en los gatos se
asemejan a lo que sentimos por los más salvajes de la naturaleza, con el añadido de
que estos seres salvajes y preciosos están dispuestos a admitirnos en su mundo
aunque no tengan
ninguna necesidad de hacerlo. Ser aceptados por los gatos como miembros de honor
es, desde luego, un honor en sí mismo sólo si podemos apreciar por completo el
mundo tal y como lo ven ellos, aunque sólo sea un segundo. Tal y como decía en
cierta ocasión el conservacionista Aldo Leopold, una auténtica valoración de lo que
significan los seres salvajes para el espíritu humano sólo puede provenir de la
comprensión de quiénes son realmente y cómo viven. Es tanto una historia de ciencia
y conocimiento como de espiritualidad y empatía.
[Bibliografía]
STEPHEN BUDIANSKY, científico, escritor y periodista, escribe para el periódico
The Atlantic Monthly. Es autor de cinco libros sobre animales, naturaleza y ciencia
— de los cuales se han publicado en castellano Si los animales hablaran… no les
entenderíamos (2002) y La verdad sobre los perros (2002)— en los que consigue
hacer accesibles temas científicos complejos a un público no especializado.
Fuentes y lecturas complementarias
[CAPÍTULO 1]
LOS GATOS SE PROPUSIERON APODERARSE DEL MUNDO, Y
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[CAPÍTULO 7]
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Créditos de las ilustraciones
[Figura 1]
Ilustración de Dave Merrill; datos de Stephen O’Brien) <<
[Figura 2]
Ilustración de Dave Merrill; datos de The World Conservation Union <<
[Figura 3]
Ilustración de Dave Merrill <<
[Figuras 4 y 5]
© The British Museum <<
[Figura 6]
De The Wonderful Discoverie of the Witchcrafts of Margaret and Phillip
Flower (Londres, 1619) <<
[Figura 7]
Ilustraciones de Dave Merrill; datos de Neil Todd, «Cats and Commerce»,
Scientific American, noviembre de 1977 <<
[Figura 8]
Ilustraciones de Dave Merrill; datos de Neil Todd, «Cats and Commerce»,
Scientific American, noviembre de 1977 <<
[Figura 9]
Ilustraciones de Dave Merrill; datos de Neil Todd, «Cats and Commerce»,
Scientific American, noviembre de 1977 <<
[Figura 10]
Ilustración de Dave Merrill; datos de Priscilla Barrett y Patrick Bateson,
«The Development of Play in Cats», Behaviour, nº 66 (1978), págs. 106-120 <<
[Figura 11 y 12]
Ilustraciones de Dave Merrill; datos de Paul Leyhausen, Cat Behavior:
The Predatory and Social Behavior of Domestic and Wild Cats (Nueva York,
Garland Press, 1979) <<
[Figura 13]
Ilustración de Dave Merrill <<
[Figura 14]
Ilustración de Dave Merrill; datos de Kirk N. Gelatt (comp.), Veterinary
Ophtalmology, 3ª ed. (Filadelfia, Lippincott, Williams & Wilkins, 1999) <<
[Figura 15]
Ilustración de Dave Merrill <<
[Figura 16]
Animáis Animáis, © Gerald Lucz <<
[Figura 17]
Ilustración de Dave Merrill; datos de M. B. Stearman y otros, «Circadian
Sleep and Waking Patterns in the Laboratory Cat», Electroencephalographyc and
Clinical Neurophysiology, nº 19 (1965), págs. 509-517 <<
Notas
[1]El origen del gato común parece encontrarse en dos tipos de felinos monteses: el
africano y el europeo. El primero daría lugar a las razas más esbeltas ubicadas en
Oriente, como los siameses y abisinios. El gato montés europeo sería el antecesor de
las razas como el persa y los ingleses de pelo corto. Hay indicios de que el actual
gato doméstico desciende de los gatos monteses; nuestro gato común de pelo
atigrado procedería específicamente del gato montés africano (Felis lybica) que
habitaba Asia y África. (N. de la t.) <<
[2] Ur (en Mesopotamia) era una de las ciudades caldeas más civilizadas y donde
existía una religión altamente desarrollada, mezcla de creencias sumerias y
babilónicas. (N. de la t.) <<
[3]En los manuales de identificación sobre razas de gatos se utiliza normalmente el
término tabby para referirse ál patrón atigrado, puesto que es la coloración básica del
gato doméstico. La mayoría de los gatos poseen un dibujo en el pelaje que refleja
hasta cierto punto las marcas tabby naturales de sus ancestros salvajes. (N. de la t.)
<<
[4]También llamada en los manuales de identificación tabby blotched: variedad que
posee grandes zonas negras en forma de ostra en los flancos, marcas de mariposas en
los hombros y numerosos anillos en la cola. (N. de la t.) <<
[5]El olor de ciertas hierbas puede despertar un inusitado interés en los gatos y en
félidos salvajes, aunque no todos reaccionan de la misma forma o con la misma
intensidad. Un ejemplo de estas hierbas es la famosa catnip o hierba gatera. Esta
planta pertenece a la familia de la menta, crece de forma silvestre en las zonas de
clima templado de Europa y Norteamérica, pero es fácilmente cultivable en casa.
Algunos dueños la cultivan para provocar el vómito en los gatos que la ingieren y
eliminar así las indeseadas bolas de pelo que se forman cuando el gato está
continuamente lamiéndose o acicalándose. (N. de la t.) <<

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