Podemos Elegir Entre Particularismo y Universalismo 0

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¿PODEMOS ELEGIR ENTRE PARTICULARISMO Y

UNIVERSALISMO?
Bruno Celano
Universidad de Palermo, Italia

1. Introducción

La antítesis entre particularismo y universalismo es uno de los temas


más discutidos en la filosofía práctica anglosajona de los últimos años. Pero,
¿de qué tipo de antítesis se trata? Es decir, ¿que género de alternativa
constituye la que media entre particularismo y universalismo?
Discutiré este problema tomando como punto de partida las tesis
sostenidas por Cristina Redondo.1
¿De qué manera ve Redondo la alternativa entre particularismo y
universalismo? Creo que su posición puede ser reconstruida del siguiente
modo.2 En lo que respecta al ámbito jurídico (el campo de las razones jurídicas)
la alternativa es, según Redondo, una alternativa entre modelos que, en el
plano conceptual (o “analítico-conceptual”) son igualmente válidos, entre
los cuales puede (y debe) escogerse, sobre la base de consideraciones
ético-políticas (valoraciones sustanciales). Universalismo y particularismo
son ambos, por así decir, “modelos ideales” de razonamiento, bajo un perfil
conceptual, ambos coherentes y utilizables, en principio, a efectos de ofrecer
una reconstrucción (una “reconstrucción racional”) de la forma del
razonamiento jurídico, o de sectores particulares de éste. Podemos, y
debemos, decidir si adecuamos nuestra práctica argumentativa a uno u otro

1
C. Redondo, “Razones y normas”, en este volumen (a partir de ahora RyN); id. “Legal
Reasons. Between Universalism and Particularism”, inédito, 2004 (a partir de ahora LR).
2
Véase infra, Apéndice I, para una síntesis de los pasos relevantes en RyN y LR.

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modelo, si se adopta una o la otra estrategia de decisión. Ambos modelos,


entonces, pueden ser adoptados y utilizados como modelos normativos del
razonamiento y de la argumentación en el ámbito jurídico: podemos escoger
entre sujetar el razonamiento jurídico (o algún sector de él) al modelo
universalista o al modelo particularista. Se trata de una elección de tipo
normativo sustancial, que dependerá de razones éticas y ético-políticas
(razones de política del derecho). En suma: en el plano conceptual, un modelo
es tan válido como el otro; se trata de escoger -sobre la base de valores,
principios y consideraciones normativas sustanciales-.3
En lo que respecta al ámbito de las razones morales (o del razonamiento
práctico sin restricciones),4 la posición de Redondo no me resulta igualmente
clara. ¿Podemos elegir también en este caso entre universalismo y
particularismo (esto es, podemos decidir entre adecuar nuestro razonamiento
a uno u otro modelo -ambos, por hipótesis, conceptualmente coherentes-),
sobre la base de consideraciones normativas o valorativas sustanciales?
Redondo no lo afirma explícitamente. Por el contrario, afirma explícitamente
que en este caso la alternativa requiere de consideraciones de orden metafísico
(el debate actual es “en gran medida, una discusión metafísica”).5 Sin
embargo, también en este caso los dos modelos son presentados como
construcciones analíticas igualmente coherentes; en el plano conceptual
-parecería- cada modelo es tan válido como el otro. La alternativa no parece

3
La elección de la que habla Redondo no es -al menos primariamente- de tipo teórico. Se trata
en primer lugar de decidir cómo tomar decisiones: siguiendo una estrategia de decision making
universalista o particularista. La elección ulterior entre adoptar uno u otro modelo como
instrumento de reconstrucción teórica del razonamiento jurídico, o de sectores particulares de
él, es parasitaria respecto de la primera opción, de carácter práctico, a favor de una u otra
estrategia de decisión.
4
Utilizaré el adjetivo “moral” como sinónimo de “ético”. Ambos hacen referencia a la esfera
del razonamiento práctico (de las razones justificatorias de la acción), sin restricciones. No
conozco ninguna delimitación plausible (que no tenga carácter estipulativo) de la esfera de las
razones “morales” respecto de la esfera de las razones para la acción ordinarias, sin restricciones
(esto es, la esfera de la ética, considerada en su conjunto).
5
RyN, Introducción; cfr. también LR, parte II, Legal Reasons, I c. v.

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¿Podemos elegir entre particularismo y universalismo?

ser ni conceptual, ni tampoco relativa al plano de la reconstrucción racional


(esto es, relativa a la diversa capacidad explicativa de los dos modelos).6
No estoy de acuerdo con esto -no del todo, al menos-. En las páginas
que siguen, expondré las razones de mi parcial desacuerdo con esta tesis de
Redondo. Entre universalismo y particularismo -en una cierta medida, y en
un cierto sentido- no podemos escoger.7

2. Razones jurídicas: por qué no tenemos elección

Comencemos con el derecho, con las razones jurídicas. No existen


dudas que aquí, dentro de ciertos límites, sería posible elegir. Los órganos de
aplicación y de creación del derecho y, en general, los operadores jurídicos

6
“Explicativa”, por supuesto, en el sentido en el que una reconstrucción racional de un ámbito
del discurso (o, lo que es lo mismo, de un conjunto de conceptos) pretende tener capacidad
explicativa: sacar a la luz la “gramática” del ámbito del discurso objeto de la investigación.
(Análogamente al modo en el que una definición informativa se distingue, por un lado, de una
definición léxica, cuyos criterios de adecuación son puramente empíricos y, por otro lado, de
una definición estipulativa, que como tal es arbitraria). No estoy seguro de que Redondo
comparta esta concepción del análisis conceptual, o de la reconstrucción racional de un conjunto
de conceptos. (Véanse las alusiones a “un modo diferente de entender el análisis conceptual” en
los pasajes transcriptos infra, Apéndice I.) Probablemente mi desacuerdo con Redondo es
reconducible, en parte, a esta divergencia de carácter metodológico (posibilidad ésta que la
misma Redondo señala: «y es posible que en la presente discusión esté subyacente un desacuerdo
también sobre este punto»). Vistas bajo esta luz, las consideraciones que siguen son expresión
de una posición crítica en la confrontación de la concepción del análisis conceptual y de la
reconstrucción racional que Redondo hace propia y utiliza.
7
Antes de comenzar, es necesario formular una precisión. Mi visión de la antítesis particularismo-
universalismo difiere en un aspecto esencial de la visión que tienen Redondo y otros autores
contemporáneos que se han ocupado de este tema. Sobre este aspecto mi posición es heterodoxa.
La diferencia es aclarada infra, Apéndice II, donde se indican las razones que, a mi juicio,
justifican esta posición. La crítica que dirigiré a Redondo (así como su eficacia) depende también
de este diverso modo de comprender la contraposición entre universalismo y particularismo,
que se mantendrá en el trasfondo en las siguientes páginas. En particular – y este es el punto
esencial– “universalismo”, en las paginas que siguen, no comprende aquello que, en el Apéndice
II, se denomina “modelo de la ponderación” (posición que por las razones allí especificadas no
difiere en modo apreciable, en mi opinión, del particularismo).

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(algunos de ellos, en algunas circunstancias), pueden decidir, sobre la base


de consideraciones ético-políticas (por ejemplo, el peso relativo que ha de
atribuirse al valor de la certeza, o al carácter previsible de las decisiones
judiciales, con respeto a otros valores o, incluso, consideraciones relativas a
la conveniencia de dejar librada una cierta esfera de decisión a la competencia
de una cierta clase de decisores) sujetar una cierta área, un cierto sector del
razonamiento jurídico, a una estrategia de decisión de tipo (al menos en
apariencia) universalista. Pueden escoger, por ejemplo, sujetar una cierta
esfera de decisión a la decision making basada en reglas («rule-based
decision-making», para usar la expresión acuñada por Schauer) o dejar
que en esa esfera la decisión asuma características particularistas (por
ejemplo, la forma del «rule-sensitive particularism» también delineada
por Schauer).8
Hay, sin embargo, lugar para un diverso modo de ver las cosas. Si -
subrayo si- es verdad que, necesaria (como sostiene, por ejemplo, una versión
holística del iusnaturalismo, según la cual existen conexiones holísticas
necesarias, sea conceptuales o sustanciales, entre el derecho y los principios
y valores éticos)9 o contingentemente (como sostiene el positivismo jurídico
incluyente), el derecho incorpora principios y valores éticos (o sea, la
existencia y el contenido del derecho dependen de consideraciones éticas
sustanciales) y si, en segundo lugar, el razonamiento moral tiene un carácter
particularista, entonces, en aquellos casos en los que la existencia y contenido
del derecho dependen de consideraciones morales (en otras palabras, cuando
y en la medida en la que, para identificar el derecho, sea necesario recurrir
a razones morales), el que el razonamiento jurídico asuma un carácter
particularista será una necesidad, no una opción. Si estas dos condiciones
son satisfechas -y, en tal caso, cuando lo sean-, no tendremos opción entre

8
F. Schauer, Playing by the Rules. A Philosophical Examination of Rule-Based Decision-
Making in Law and in Life, Clarendon Press, Oxford, 1991.
9
He delineado las características esenciales de este forma de iusnaturalismo en B. Celano,
“Giusnaturalismo, positivismo giuridico e pluralismo etico” (2004), de próxima publicación
en Materiali per una storia della cultura giuridica.

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¿Podemos elegir entre particularismo y universalismo?

el universalismo y el particularismo: el razonamiento jurídico deberá


necesariamente ser particularista.
Esta no es, naturalmente, una objeción a Redondo. Al contrario, Redondo
reconoce explícitamente que la conjunción del positivismo incluyente y la
tesis según la cual el razonamiento moral tiene un carácter particularista
lleva a la conclusión de que el razonamiento jurídico es necesariamente,
dentro de ciertos límites, de carácter particularista.10
No solo eso: esta conclusión depende de dos condiciones (que el derecho
incorpore principios y valores éticos, y que el razonamiento moral sea
particularista), lo cual, probablemente, Redondo no aceptaría. En lo que
respecta a la primera condición, creo que se puede afirmar que ni el
positivismo jurídico incluyente ni, a fortiori, el iusnaturalismo holístico que
he mencionado, son compartidos por Redondo. De la segunda condición, y
del modo en el que Redondo ve la alternativa entre universalismo y
particularismo en el ámbito moral, nos ocuparemos en breve. Lo dicho hasta
ahora, no obstante, legitima una primera conclusión: limitándonos al campo
de las razones jurídicas, que entre el modelo universalista y el modelo
particularista haya una alternativa abierta (que los dos modelos sean, en el
plano conceptual, igualmente válidos, y que entre ellos se pueda escoger
sobre la base de consideraciones normativo-valorativas) es una tesis que
depende, no sólo de la reconstrucción de los dos modelos, sino de cuestiones
(entre las cuales hay cuestiones conceptuales) acerca de la naturaleza del
derecho -en especial, acerca de la relación entre el derecho, por un lado, y
los principios o valores éticos, por el otro- y la forma del razonamiento moral.
Si se debiera reconocer que el derecho incorpora (necesaria o
contingentemente) principios y valores éticos, y que el razonamiento moral
tiene carácter particularista, la tesis debería ser abandonada.
Se puede, por lo tanto, presentar una imagen diversa de la que brinda
Redondo (según la cual en el ámbito jurídico el razonamiento universalista y el
razonamiento particularista son modelos ideales conceptualmente equivalentes,

10
RyN, II.2; LR, Particularism in the legal domain.

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entre los cuales podemos escoger sobre la base de valores y principios


normativos sustanciales). Pero creo que también se puede arriesgar otra.
¿Cuándo es plausible -conceptualmente plausible- la idea de una
estrategia de decisión que sea verdaderamente, por completo basada en reglas
(es decir, universalista)? Las cláusulas abiertas o estándares en los que figuran
conceptos éticos densos son una constante de la cultura jurídica,11 la
derrotabilidad de las normas jurídicas sobre la base de consideraciones éticas
no susceptibles de especificación previa (si no lo es en términos genéricos e
indefinidos), constituye también un dato constante.12 Esto no excluye,
obviamente, que haya sectores particulares del derecho en los cuales estos
fenómenos sean, o pueda ocurrir que se tornen, latentes (de hecho, o como
consecuencia de expresas disposiciones jurídicas), y que queden en el trasfondo.
Pero, en primer lugar, una cosa es que fenómenos de este tipo se encuentren
latentes, otra que su posibilidad sea, como tal (bajo cualquier condición
hipotetizable), excluida. Y, en segundo lugar, si se contempla al derecho en su
conjunto, la hipótesis de que esa posibilidad sea, o resulte, por completo excluida
parece bien poco plausible, artificial. Parecería que el recurso a la equidad no
es un elemento opcional en el derecho considerado en su conjunto.13

11
J. J. Moreso, “In Defense of Inclusive Legal Positivism”, in P. Chiassoni (ed.), The Legal
Ought, Giappichelli, Torino 2001; B. Celano, “Come deve essere la disciplina costituzionale
dei diritti?”, en S. Pozzolo (a cura di), La legge e i diritti, Giappichelli, Torino, 2002.
12
Una excepción estaría constituida por un sistema jurídico puramente formalista (sobre el
modelo, por ejemplo, de la stipulatio en el derecho romano arcaico; debo esta sugerencia a José
Juan Moreso).
13
Pero, se objetará, todo eso no excluye la posibilidad lógica de un sistema jurídico que esté
exento de los fenómenos en cuestión (derrotabilidad sobre bases éticas, recurso a la equidad,
etc.). Esto es verdad, y a ello se aferran los defensores del positivismo jurídico incluyente. La
corrección del positivismo jurídico incluyente depende, precisamente, de la mera posibilidad
lógica de un sistema jurídico que no incorpore principios y valores éticos. Pero creo que eso
hace de ella una posición teórica un tanto débil, o de todos modos poco interesante. Su verdad
termina dependiendo de la respuesta a un interrogante análogo, por ejemplo, a la pregunta de
si un tigre sin bigotes, ni rayas, ni patas..., no pueda no obstante ser “un tigre”. La precariedad
de la distinción analítico-sintético debería desalentar el planteo de interrogantes de tal género
y, con mayor razón, el hacer depender de la respuesta a interrogantes así planteados elecciones
teóricas significativas.

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¿Podemos elegir entre particularismo y universalismo?

Esto sugiere (pero, no obstante, no prueba en forma concluyente) que


universalismo y particularismo no son dos modelos que, desde el punto de
vista conceptual, se encuentran en el mismo plano. Es cierto que bien puede
ocurrir que en cierto sector se adopte un estilo de razonamiento que parezca
instanciar el modelo universalista, un estilo de razonamiento que imite el
razonamiento universalista. Pero la alternativa entre los dos modelos, y la
opción a favor de uno u otro de ellos, es guiada, en última instancia, por un
razonamiento que tiene características particularistas: el recurso a una
estrategia de decisión (aparentemente) universalista sigue siendo provisorio,
y sujeto, en principio, a la posibilidad de ser revocado. En el fondo del
razonamiento universalista hay razones particularistas. Es decir, la alternativa
entre las dos formas de razonamiento se encuentra gobernada, en última
instancia, por el razonamiento particularista -lo cual, como Redondo
justamente subraya, equivale al vaciamiento del modelo universalista, y a
reconocer la supremacía del modelo particularista-.
El mismo punto puede ser reformulado, utilizando el léxico de Schauer,
del siguiente modo.14 La diferencia entre reglas propiamente dichas (es decir,
decision making universalista), por un lado, y rules of thumb (es decir,
decision making particularista), por el otro, se configura, en última instancia
y no obstante la inicial contraposición cualitativa, como una diferencia de
grado. Las reglas (las generalizaciones prescriptivas que llamamos “reglas”)
son rules of thumb respecto de las cuales las razones que se introducen
para rever (es decir, “desatrincherar”) la generalización deben ser
particularmente fuertes -de otro modo, no les haríamos caso-. Las rules of
thumb, por otro lado, son reglas respecto de las cuales dejamos también que
ciertas razones relativamente débiles sean suficientes para inducir a rever
la generalización. La elección de sujetar una cierta esfera de decisión al

14
Si esta reformulación respeta o no la posición de Scahuer constituye otra cuestión, de la
cual no pretendo ocuparme aquí. No hay duda de que en la teoría de Schauer se encuentran
presentes elementos que van en la dirección que se sigue el texto (cfr. Schauer, op. cit., cap. 5).
Pero el que las tesis enunciadas en el texto sean efectivamente atribuibles a Schauer depende
de consideraciones exegéticas y críticas que aquí resultan irrelevantes.

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decision making basado en reglas, entendido como completamente


inderrotable, no tendría mucho sentido. El concepto mismo de regla, como
cualitativamente distinto de las rules of thumb, parece precario.
En otras palabras, ¿qué tipo de razonamiento es aquel sobre cuya base
decidimos en cualquier caso tratar a una generalización prescriptiva como
una regla o como una rule of thumb? El que la diferencia sea una cuestión
de grado quiere decir, como se acaba de ver, que la decisión depende de la
alternativa entre admitir o no que razones poco significativas, de peso escaso,
sean suficientes para inducir al desatrincheramiento de una generalización.
Ahora, no veo cómo el razonamiento sobre este punto podría ser otro que un
razonamiento particularista. Si en un cierto contexto de decisión atrincheramos
o desatrincheramos una generalización prescriptiva, y cuándo hemos de
hacerlo, dependerá de razones particularistas. La decisión de sujetar al menos
un cierto ámbito de decisiones al rule based decision making, y hasta qué
punto hacerlo (es decir, cuándo las razones son lo suficientemente fuertes
como para inducir el desatrincheramiento de una generalización
atrincherada), constituyen la conclusión de un razonamiento particularista.15

15
Es cierto que la opción a favor del decision making basado en reglas puede tener sentido, y
estar justificada, cuando se trata de atribuir poder y competencia a un conjunto de instituciones
encargadas de tomar decisiones, a fin de conferir a los decisiones que operan en este cuadro
institucional la competencia para evaluar si la aplicación de la generalización prescriptiva está
o no de acuerdo con las razones que subyacen a ella, o si acaso no hay otras razones que
superan a estas últimas. Es éste (más que la garantía de certeza o la equidad), según Schauer,
el tipo de justificación apropiado para el decision making basado en reglas (las reglas son
instrumentos para distribuir el poder; Schauer, op.cit., cap. 7). Pero la cuestión de si vincular
las decisiones ajenas respecto de la aplicación de la regla (generalización atrincherada) es
completamente diferente de la cuestión de si adoptar, en primera persona (es decir, desde la
perspectiva del agente), una estrategia similar de decisión. El primero de estos dos tipos de
decisiones es análogo a la decisión de si construir o no una máquina destinada a guiar cierta
esfera de actividad (por ejemplo, la decisión de instalar un semáforo en un cruce). La segunda
cuestión es -desde la perspectiva de una investigación conceptual, descriptiva, y normativa
sobre las razones para la acción- la decisiva (nadie querrá sostener que un semáforo es un
decision-maker universalista); y es sobre ella que se vuelcan las consideraciones en el texto.
En el mismo sentido, Schauer (op. cit., p. 98, n. 26) concede que «from the perspective of the
agent deciding what to do, anything more rule-bound than rule-sensitive particularism is
difficult (although I think not impossible) to defend».

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¿Podemos elegir entre particularismo y universalismo?

¿Pero por qué, si puede preguntarse, la alternativa entre los dos modelos
(y la opción a favor de uno u otro) debería necesariamente guiarse, en ultima
instancia, por un razonamiento particularista? (¿Por qué en todo caso la
decisión entre admitir o no que razones poco significativas, de peso escaso,
sean suficientes para inducir al desatrincheramiento de una generalización
atrincherada debería necesariamente ser particularista?) Debo confesar que
una respuesta positiva a esta pregunta me parece evidente: no llego a ver
cómo la cuestión podría plantearse de manera diferente, sin un regreso al
infinito. (El razonamiento particularista es, me parece, la posición por default).
Los fenómenos que he señalado (cláusulas abiertas y estándares que contienen
términos indefinidos, recurso a la equidad, etc.) confirman esta conclusión: el
recurso a una estrategia de decisión (aparentemente) universalista permanece
como provisorio y sujeto, en principio, a la posibilidad de revocación. Y no sólo
esto: esta línea de argumentación es ulteriormente corroborada por una
circunstancia que el mismo análisis de Redondo contribuye a sacar a la luz.
Me parece que Redondo no capta un punto de importancia crucial. La
elección entre el modelo universalista y el particularista (rectius, a la luz de
las consideraciones precedentes, la elección entre un estilo de razonamiento
que imita, más o menos fielmente, el razonamiento universalista y un estilo
de razonamiento abiertamente particularista), sostiene Redondo, es orientada
por consideraciones éticas sustanciales. Esto significa, no obstante, que la
elección es gobernada por el razonamiento moral. Si (como sostendré en el
punto siguiente) el razonamiento moral es particularista, la elección (en el
ámbito jurídico) entre un estilo de decisión universalista y uno particularista
será, por cierto, guiada por un razonamiento particularista. ¿Puede evitarse
concluir que esto tendrá implicaciones en el plano «analítico conceptual»?
No, porque la dependencia del razonamiento universalista de un razonamiento
con trasfondo particularista implicaría, como hemos visto, el carácter provisorio
y revocable de la (estrategia) de la decisión universalista -sintéticamente, no
se trataría de una decisión auténticamente universalista-.
Por lo tanto, el modo en el que se configuren en el plano analítico
conceptual los dos modelos de decisiones, en el caso de las razones jurídicas,

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y cuál sea la relación entre ellos, depende de la forma del razonamiento moral.
Si en el ámbito jurídico la elección entre los dos modelos depende de razones
éticas, cuál sea la relación (conceptual e, inescindiblemente, normativa, como
argumentaré en breve) entre los dos modelos dependerá de cuál sea la estructura
-universalista o particularista- del razonamiento moral. En suma, nuestra teoría
(universalista o particularista) del razonamiento jurídico deberá depender de
una teoría del razonamiento moral.
Si la elección entre las dos formas de razonamiento es efectivamente
gobernada por razones (morales) particularistas, el razonamiento universalista
será necesariamente provisorio y circunscripto, sujeto a la posibilidad de
revocación: no se tratará de un razonamiento universalista, sino de una forma
de razonamiento que imita el razonamiento universalista (una estrategia de
decisión “para-universalista”). Lo cual, por cierto, equivale al vaciamiento
del modelo universalista y al reconocimiento de la supremacía (conceptual e
inescindiblemente, normativa, como veremos en breve) del modelo
particularista. Los dos modelos no están conceptualmente en el mismo nivel.
Estas consideraciones, por lo tanto, sugieren (aunque no demuestran)
que, en el ámbito jurídico, entre el modelo universalista y el modelo
particularista no tenemos opción. ¿En qué sentido “no tenemos opción”? No
pretendo afirmar que no sea empíricamente posible adoptar, con relación a
un cierto sector del razonamiento jurídico, el modelo universalista. No pretendo
negar el hecho obvio de que en sectores particulares del razonamiento jurídico,
en áreas específicas del derecho, predominan estilos de razonamiento
fuertemente inclinados hacia el atrincheramiento de las generalizaciones
prescriptivas relevantes -estilos de razonamiento que parecen ubicarse en
los extremos del modelo universalista (que imitan muy fielmente el
razonamiento universalista). Más bien, la idea de que en el ámbito jurídico
“no tenemos elección” entre los dos modelos ha de entenderse en el siguiente
sentido. La alternativa constituye, efectivamente, una cuestión normativa:
estamos por cierto discutiendo acerca de modelos de razonamiento (es decir,
formas de razonamiento correcto, o formas de razonamiento tout court: la

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¿Podemos elegir entre particularismo y universalismo?

propia noción de razonamiento es una noción normativa).16 Pero la cuestión


es, en efecto, conceptual. Lo que sugieren las consideraciones efectuadas
(esto es, lo que los argumentos ofrecidos probarían si fuesen sólidos) es que
el modelo universalista resulta conceptualmente insatisfactorio -es decir, que
desde el punto de vista conceptual no es válido en el mismo grado que el
modelo particularista-. La alternativa entre razonamiento universalista y
particularista es gobernada por razones particularistas. Se trata de una
cuestión normativa, en el sentido que constituye una cuestión de racionalidad
sustancial, o de razonabilidad. Lo que se encuentra en cuestión no es la
mera posibilidad lógica, ni qué sea empíricamente posible. Es lógicamente
posible que, con respecto a una cierta esfera de decisión (jurídica), se adopte
un modelo universalista, y puede que de hecho eso suceda. Pero la idea de
una decision making basada en reglas, en sentido propio, no es razonable.
El modelo resulta (si no incoherente) conceptualmente insatisfactorio. Y al
mismo tiempo es inescindiblemente, conceptual y normativamente,
insatisfactorio. Aquí lo normativo y lo conceptual resultan indistinguibles. La
normatividad en cuestión es normatividad epistémica.

3. Razones morales: por qué no tenemos opción

Consideremos ahora a las razones morales. ¿Se encuentran los dos


modelos en el mismo plano desde el punto de vista conceptual? ¿Se trata de
una cuestión de elección? No. El modelo universalista implica que ha de
existir una tesis de relevancia última (que sea coherentemente concebible y
accesible una especificación previa, exhaustiva, de las propiedades éticamente
relevantes, es decir, del universo de los casos posibles éticamente relevantes).
Esto no puede ser aceptado. La idea de una tesis de relevancia última está
mal formada.17

16
Un razonamiento falaz no es un razonamiento: sólo tiene la apariencia de un razonamiento.
17
Contrariamente a lo afirmado en B. Celano, ““Defeasibility” e bilanciamento. Sulla possibilità
di revisioni stabili”, en Ragion pratica, n. 18, 2002, p. 236. (Un punto justamente subrayado
por Redondo, RyN, n. 19.)

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El argumento se sustenta en dos consideraciones: (1) los problemas


prácticos surgen típicamente de la interacción entre una pluralidad de individuos;
(2) una acción es susceptible de una pluralidad de descripciones, y es vista por
el agente (o por otros) bajo una o más descripciones particulares (no
necesariamente las mismas).18 Estos fenómenos son ambos reconducibles al
hecho de que la mente humana está dotada de intencionalidad.
Los problemas prácticos (los casos respecto de los cuales se plantea el
problema de cómo actuar) implican típicamente una pluralidad de individuos
(entre ellos el agente). Qué propiedades sean relevantes en un cierto caso
en miras a la decisión de cómo actuar es algo que depende también de la
interacción entre los agentes involucrados o de sus comportamientos pasados:
depende, pues, no solamente del estado actual del caso, sino también de su
historia (del recorrido a través del cual se ha arribado a la situación actual).19
(El hecho de que el que yo haya prometido a Cayo hacer A constituya o no
ahora una razón para mantener mi promesa puede depender de cómo Cayo
se ha comportado en el pasado, frente a mí -o frente a Sempronio, con
quien, si bien no lo conoce personalmente, comparte algunas convicciones
importantes, por ejemplo, convicciones sobre la cuestión de si deben
mantenerse las promesas, y en todo caso cuándo). Y el conjunto de las
combinaciones de las propiedades potencialmente relevantes, teniendo en
cuenta la historia del caso, no puede identificarse exhaustivamente. No en
el sentido de que, dada su complejidad, sería necesario una computadora
muy potente para articular todas las posibilidades. No puede en principio
identificarse exhaustivamente porque, en virtud del hecho de que los agentes
involucrados están dotados de intencionalidad, pueden tornarse relevantes
(y normalmente son relevantes) en la interacción (y en su historia) las

18
G. E. M. Anscombe, Intention, Blackwell, Oxford, 1957 (1972), p. 11.
19
De ahí la tesis, difundida entre los defensores del particularismo, de que la racionalidad
práctica sea racionalidad “narrativa”. Que las razones para la acción dependan, no tanto de la
situación actual, sino también del recorrido que ha conducido a ella (de su historia) es una
primera especificación (aunque insuficiente) del sentido de esta caracterización.

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¿Podemos elegir entre particularismo y universalismo?

intenciones de uno o más de ellos, estados intencionales que tienen por objeto
otros estados intencionales (estados intencionales nidificados), sistemas de
estados intencionales de más niveles, recíprocamente conectados (sea
diacrónicamente, sea sincrónicamente), y así sucesivamente. Puede suceder
que sean relevantes, por ejemplo, las creencias en torno a las intenciones o
las creencias de los demás, las expectativas sobre sus ulteriores actitudes y
comportamientos, y así hasta el infinito. Y entre los estados relevantes pueden
subsistir relaciones relativas a su contenido o relaciones causales. (Puede
ser relevante si Ticio espera o no que yo mantenga la promesa, y esto puede
depender de qué cosa espera que yo espere de él, a la luz del cómo me he
comportado en un caso pasado -de acuerdo a lo que él cree; en efecto, no
obstante, en ese caso me he comportado de ese modo en particular para
inducirlo a esperar, entonces, que yo espere una cierta cosa de él, etcétera).
A esto se suma la circunstancia de que una acción se presenta al
agente o a otros bajo una o más de una descripción de entre una pluralidad
indefinida de descripciones posibles, y puede presentarse a individuos
diferentes bajo descripciones diferentes (puede suceder que el agente ignore
que lo que está haciendo cae bajo una cierta descripción, que resulta evidente
a los ojos de otro individuo). No hay razones para pensar que el vocabulario
de las descripciones de las acciones posibles sea limitado.20
Esta circunstancia se combina con la precedente: la historia de la
interacción entre una pluralidad de individuos está constituida también por
estados intencionales (de nivel creciente, etc.) cuyo contenido comprende
descripciones diferentes de las acciones relevantes, descripciones bajo las
que tales acciones son percibidas (o se percibe que se las percibe, o se
espera que se espere que se las perciba, etcétera) sólo por algunos de los
individuos involucrados y no por otros. Bajo qué descripciones se le presenta

20
La misma posición es adoptada, en contra de la idea de una tesis de relevancia última, en J.
J. Moreso, “Dos concepciones de la aplicación de las normas de derechos fundamentales”,
inédito, 2004.

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a Ticio una acción (o Cayo piensa que se le presenta a Ticio, etc.) es una
cuestión relevante a los fines de la narración de los sucesos que han conducido
a la situación actual. Y esta pluralidad indefinida de descripciones posibles,
y de estados intencionales que pueden constituir su contenido, determina
(o puede dejar indeterminada) la descripción de la situación actual.
La interacción humana -real o pensada- produce una pluralidad
indefinida de propiedades potenciales relevantes, y de historias en las que
tales propiedades resultan instanciadas. Esta multiplicidad no es computable.
Si, al delinear las propiedades de un caso, se toma en consideración su
historia, no hay límite a la posibilidad de situaciones nuevas.21

4. La superioridad del particularismo

Cuando hemos de enfrentarnos a las razones morales, por lo tanto, la


alternativa entre universalismo y particularismo no es una cuestión de elección
-no se trata de una cuestión puramente normativa o valorativa.22 Se trata

21
¿Esto quiere decir que una tesis de relevancia última no es (en modo alguno) lógicamente
posible? Estoy inclinado a creerlo. Pero sea como sea que se responda (no existen dudas, por
ejemplo, de que un Dios creador y omnipotente, dotado de recursos mentales infinitos,
tendría bajo sus ojos por toda la eternidad la tesis de la relevancia última), la idea de una tesis
de relevancia última que sea lógicamente posible pero, por hipótesis, epistémicamente
inaccesible (idea que subyace en Redondo, RyN, n. 19) carece de utilidad desde el punto de
vista de una reconstrucción de la forma del razonamiento práctico. El razonamiento práctico
es un proceso epistémico (volveré mas tarde sobre este punto).
22
Redondo indica un argumento que podría justificar la conclusión de que entre particularismo
y universalismo no se puede, en última instancia, no escoger. La alternativa entre particularismo
y universalismo es, escribe Redondo, una alternativa «fundamental (básica)», de modo que
«resulta difícil encontrar argumentos (i.e. razones) concluyentes a favor o en contra de una de
estas posiciones sin presuponer lo que está en cuestión. Es decir, sin presuponer la propia
concepción a favor de la cual se está tratando de argumentar» (RyN, Reflexiones finales; véase
el pasaje correspondiente de LR, Concluding Remarks, transcripto infra, Apéndice I). Sin
embargo, éste es un argumento que vale respecto de todas, o casi todas, las alternativas
filosóficas cruciales. Habitualmente, lo máximo que se puede hacer es poner de manifiesto el
poder explicativo de una posición sobre la base de consideraciones que, en última instancia,
la presuponen. En el texto, la superioridad conceptual, analítica y explicativa, del modelo
particularista ha sido justificada e ilustrada sobre la base de la imposibilidad de una tesis de

114
¿Podemos elegir entre particularismo y universalismo?

más bien de una cuestión conceptual y, en tanto conceptual, normativa: una


cuestión relativa a qué forma de razonamiento es correcta o razonable. El
razonamiento práctico, sin efectuar restricciones, es particularista.23 Y si
bien es posible que respecto de ciertos ámbitos se adopte un modelo de
decisiones basado en reglas (rectius, un estilo de razonamiento que imita
al razonamiento universalista), se tratará no obstante de ámbitos de decisión
determinados, circunscriptos. Y la decisión de adoptar respecto de ese
ámbito de decisiones una estrategia (para-)universalista será no obstante
provisoria -sujeta a la posibilidad de ser revocada sobre la base de
circunstancias excepcionales. Se tratará, en suma, de islas universalistas
en un mar particularista.
En otras palabras: es verdad que, respecto de ámbitos circunscriptos
de decisión, podemos escoger entre adoptar una estrategia de decisión
universalista o particularista, pero esa decisión se adopta sobre bases
particularistas. La alternativa entre razonamiento universalista y particularista
está gobernada por razones particularistas. El razonamiento moral (el
razonamiento práctico, sin restricciones) tiene la forma de un archipiélago
de ámbitos de decisión universalistas (ámbitos de decisión que imitan las
decisiones universalistas) en un océano particularista.
Esto no quiere decir que la ética sea irracional, o a-racional. El temor
de que la tesis particularista constituya una amenaza para la posibilidad del
razonamiento práctico -que llevada al extremo, significaría que no pueda

relevancia última. Esta es una consideración relativamente independiente de la conclusión,


gracias a lo cual es posible ampliar el círculo. Pero si también tuviera que concluirse que la tesis
según la cual la idea de que una tesis de relevancia última está mal planteada presupone, en el
fondo, el particularismo (que, por ejemplo, esta tesis parece convincente sólo si se está dispuesto
a aceptar una concepción particularista del razonamiento práctico), esta conclusión no sería
preocupante. Los argumentos filosóficos son, comúnmente, circulares en este sentido. (Lo cual,
quizás, arroja una siniestra sombra sobre los argumentos filosóficos. Pero esa es otra historia).
23
Para una formulación más articulada de esta conclusión y argumentos ulteriores que la
abonan, B. Celano, “Particolarismo, caratterizzazioni di desiderabilità, pluralismo etico.
Considerazioni sulla forma del ragionamento pratico”, trabajo presentado en la Universidad
Pompeu Fabra, Barcelona (España), 2 de abril de 2004, de próxima publicación en Ragion
pratica (vers. provisoria en http://dpds.onetxp.com/downloads/downloads.asp, PART_TXT).

115
Bruno Celano

considerárselo un “razonamiento”- nace a partir de un malentendido.24 El


modelo particularista es perfectamente compatible con la posibilidad y sensatez
de la investigación ética sustancial; específicamente, con una concepción
holística y coherentista de la argumentación ética sustancial. No excluye en
absoluto la posibilidad o legitimidad de generalizaciones confiables:
proyecciones o extrapolaciones de casos pasados (o actuales) a casos futuros
(o posibles). Sencillamente, nada garantiza que nuestras generalizaciones
den en el blanco -que no se revelen, inesperadamente, como sujetas a la
necesidad de ser revisadas a la luz de circunstancias extraordinarias.
Por consiguiente, en el ámbito moral no tenemos elección: el
razonamiento moral es particularista. Si en el ámbito jurídico la alternativa
entre universalismo y particularismo depende de razones morales, y si ésta
última tiene carácter particularista, tampoco en el ámbito jurídico tendremos
en última instancia elección: el modelo particularista sería (conceptual y, al
mismo tiempo, normativamente) prioritario. En síntesis, también el razonamiento
jurídico sería un archipiélago de esferas de decisiones para-universalistas
(esferas de decisión en las que las razones disponibles imitan a las razones
universalistas) en un océano de razones particularistas.

5. Por qué a veces no es necesario distinguir entre las reglas y sus


formulaciones

Ya he sostenido en otro lugar algunas de las ideas contenidas en los


párrafos precedentes.25 Redondo dirige una objeción contra esta formulación
de mi posición. Mi argumentación estaría, según Redondo, viciada por una
omisión: no tendría en cuenta la distinción entre una regla y su formulación
y, en consecuencia, no tomaría en consideración la posibilidad de distinguir
entre la revisión de una regla y la revisión de una de sus formulaciones.26

24
También en este punto remito al ensayo citado en la nota precedente.
25
B. Celano, ““Defeasibility” e bilanciamento. Sulla possibilità di revisioni stabili”, cit.
26
RyN, n. 19; LR, n. 17.

116
¿Podemos elegir entre particularismo y universalismo?

¿Qué significa entonces no distinguir entre la formulación de una regla


y la regla misma (su contenido normativo)? ¿Cuándo es posible, y necesario,
realizar esa distinción?
La distinción tiene una relevancia crucial, y es necesario realizarla,
cuando se halla disponible y resulta accesible una tesis de relevancia -cuando
ya está fijada de algún modo la tesis de relevancia relativa al conjunto de
reglas que se está tomando en consideración. En tal caso, la regla, en su
reconstrucción completa (en su auténtico contenido) se encontrará
determinada en cuanto a sus condiciones de aplicación por la tesis de la
relevancia. En cambio, sus formulaciones podrían ser parciales o imprecisas.
Se trata, en efecto, de la distinción entre la regla, por un lado, y el modo en
el que se la concibe o se la comprende, por el otro -entre el objeto, y lo que
sabemos o creemos saber sobre él. El hecho de que nuestras opiniones
acerca del contenido de la regla sean revisables no significa que la propia
regla sea revisable: la necesidad de revisión es sólo epistémica, no afecta al
objeto de nuestras opiniones (no afecta a la regla, sino solamente al modo en
que a veces la formulamos).
De acuerdo. Pero todo esto está sujeto a una condición: que se
encuentre disponible y resulte accesible una tesis de relevancia. En el caso
del razonamiento moral, como hemos visto, no existe una tesis última de
relevancia (la idea misma estaría mal formada). En otras palabras, el objeto
“regla” (la identidad del contenido normativo) está fijado por una tesis de
relevancia. En el caso del razonamiento moral, esa tesis debería ser (si se
quiere bloquear la conclusión particularista) una tesis de relevancia última.
Pero no existe una tesis de relevancia última. Por lo tanto, en el caso del
razonamiento moral, no es necesario -porque no es posible- distinguir entre
las reglas y nuestras opiniones acerca de ellas. Las reglas no existen: son
generalizaciones (proyecciones del presente al futuro, extrapolaciones de lo
actual a lo posible) más o menos fiables, por lo que no tendría sentido distinguir
entre la revisión de la generalización, por una parte, y la revisión de lo que de
ella sabemos (de nuestra opinión respecto de su contenido), por la otra.
Cuando revemos nuestra opinión acerca de la regla (en el sentido indicado,

117
Bruno Celano

esto es, la generalización, extrapolación o proyección que guía nuestras


expectativas) revemos la regla. El razonamiento moral se proyecta al infinito;
es él mismo un proceso epistémico.27
En otras palabras, cuando tomamos una decisión, su contenido es
compatible con una pluralidad indefinida de reglas. En tal caso, ¿qué regla
estamos siguiendo? ¿Se trata de la misma regla que hemos aplicado en el
caso pasado? En la medida en que quede abierta la posibilidad de revisiones
o refinamientos ulteriores, esas preguntas están mal planteadas. No existe
para ellas una respuesta determinada.28 (Las dos preguntas tendrían sentido
sólo si se asumiera la posibilidad de una tesis de relevancia última, o sea, de
una revisión estable). El estándar cuya formulación constituye el resultado
de la decisión contiene, ineludiblemente, cláusulas abiertas, en las que
aparecen (en forma explícita o implícita) términos y conceptos éticos.29
Como parece obvio, las cosas son diferentes cuando se toma en cuenta
un conjunto predeterminado y circunscrito de prescripciones dotadas de una
o más formulaciones canónicas, respecto de las cuales es posible construir
una tesis de relevancia (esto es, ses posible asumir que se halla ya fijada de

23
Esto no quiere decir, obviamente, que no sea posible distinguir entre una generalización, por
un lado, y una formulación en particular de ella, por otro lado (y, por lo tanto, entre revisiones
de las generalizaciones y revisiones de una de sus formulaciones). Quiere decir, sin embargo, que
no es esta posibilidad la que está en cuestión en la alternativa entre particularismo y universalismo
(en el caso de las razones morales). Esa distinción es del todo marginal, y no resulta relevante a
los fines de la cuestión de si el razonamiento práctico tiene carácter particularista o universalista.
24
Cfr. para una argumentación similar, S. Blackburn, Ruling Passions. A Theory of Practical
Reasoning, Clarendon Press, Oxford 1998, p. 309. Cfr. también ivi, p. 226, n. 22 (“No
mentiré jamás, a menos que...” es un principio universal «provided the dots can eventually be
filled in»; «the particularist will deny that the dots can be filled in, and hence deny that
universal principles are even implicitly involved in practical reasoning»). El recurso a esta
línea de argumentación resurge en J. McDowell, Virtue and Reason (1979), en McDowell,
Mind, Value, and Reality, Harvard University Press, Cambridge (Mass.) 1998. Cfr. también
R. Crisp, “Particularizing Particularism”, en B. Hooker, M. Little (eds.), Moral Particularism,
Clarendon Press, Oxford 2000, pp. 25-6.
25
Cfr. D. McNaughton, P. Rawling, “Unprincipled Ethics”, en Hooker, Little (eds.), Moral
Particularism, cit.; J. J. Moreso, “El positivismo jurídico y la aplicación del derecho”,
inédito, 2004, de próxima aparición en Materiali per una storia della cultura giuridica.

118
¿Podemos elegir entre particularismo y universalismo?

algún modo una tesis de relevancia). Parecería que los conjuntos de reglas
jurídicas pueden satisfacer esta condición. Y, podría decirse, la objeción de
Redondo según la cual mi argumento estaría viciado por la falta de distinción
entre (revisiones de) reglas y (revisiones de) formulaciones de reglas,
concierne precisamente a las reglas jurídicas. Su límite está, y pretende
estar, acotado a la hipótesis de que se trata de reglas jurídicas (vale, y pretende
valer, sólo respecto de la hipótesis de que el conjunto de las reglas tomadas
en consideración es un conjunto de reglas jurídicas).
Quizás. Pero, a decir verdad, en el escrito contra el cual Redondo
dirige la objeción que aquí se examina yo precisaba explícitamente que el
objeto de mis consideraciones estaría dado por los casos en los cuales las
normas jurídicas (específicamente, principios constitucionales que establecen
derechos, valores, etc.) son tratados como derrotables (como requiriendo
revisión) sobre bases éticas -es decir, sobre la base de consideraciones
morales (los casos relevantes para mi análisis serían los casos de
«derrotabilidad en base a consideraciones morales sustanciales» o
«derrotabilidad sobre bases éticas»).30 En casos así, precisamente, la
distinción que reclama Redondo no juega ningún papel porque, como hemos

30
B. Celano, ““Defeasibility” e bilanciamento. Sulla possibilità di revisioni stabili”, cit., pp.
226-8. Subrayaba explícitamente (ibidem), por otra parte, que la derrotabilidad sobre bases
éticas es solamente una de las fuentes de la idea de que el discurso normativo sea, o deba ser,
considerado como derrotable; y mencionaba explícitamente la idea de que la derrotabilidad
puede tener raíces en la disfunción entre lo que una autoridad normativa expresamente prescribe
y lo que (sobre la base, por ejemplo, de su intención efectiva o contrafácticamente reconstruida)
se puede creer que está implícito en lo que ella ha dicho (retomaba, a propósito, la noción de
«derrotabilidad pragmática», elaborada por C.E. Alchourrón, “On Law and Logic”, Ratio
Juris, 9, 1996, pp. 339-44). En nota (““Defeasibility” e bilanciamento. Sulla possibilità di
revisioni stabili”, cit., p. 227) mencionaba la circunstancia de que «nociones diferentes de
derrotabilidad (en el discurso normativo) se diferencian [también] en lo que se refiere a la
cuestión de si al ser derrotables son normas, formulaciones normativas o proposiciones
normativas», y puntualizaba explícitamente que «respecto de la noción de derrotabilidad aquí
utilizada -derrotabilidad sobre bases morales sustantivas- lo que han de considerarse derrotables
son, antes que nada, las normas».

119
Bruno Celano

visto recién, en el ámbito moral no es posible distinguir entre nuestras opiniones


sobre la regla (rectius, la generalización) y la regla misma.
Es verdad que si dispusiéramos en el ámbito jurídico de una teoría de la
interpretación que consintiese en fijar el contenido de la regla de manera
independiente respecto de la historia de sus aplicaciones (mediante, por
ejemplo, la intención del legislador), la distinción entre una regla y sus diversas
formulaciones podría muy bien desarrollar un papel de importancia crucial.
Bien podría darse el caso, en efecto, que lo que se encuentre en cuestión
sea la revisión de una formulación de la regla a la luz de su significado
rectamente comprendido (por ejemplo, la explicitación de aquello que se
halla implícito en la enunciación efectiva del legislador, sobre la base de su
intención no expresada). Pero, en primer lugar, y tal como lo he recordado
recién, no era ésta la hipótesis respecto de la cual fueron vertidas mis
consideraciones. (Por ello, la objeción de Redondo no alcanza a mi
argumento). Y, en general, la idea de una teoría de la interpretación que fije
el significado de una expresión independientemente de la historia de sus
aplicaciones me impresiona por su extravagancia. Las teorías del significado
ordinarias, es decir, las teorías del significado respecto de enunciados
ordinarios (descriptivos y no descriptivos) como, por ejemplo, “Esto es una
lapicera”, o “Las mesas redondas son un poco incómodas”, no son así. Que
pueda serlo una teoría del significado de las disposiciones jurídicas (y, no
obstante, ello no sea así respecto de aserciones como “Esta es una lapicera”)
me parece realmente extraño. Y, en todo caso, más extraña me parece esta
hipótesis respecto de las disposiciones constitucionales que establecen
derechos, valores y principios. Verdaderamente, en este caso el legislador
(el constituyente) tiene en mente muchas cosas, y por maldad (o quizás para
ponerlo a prueba) no ha querido decirlas explícitamente desde el vamos.

Apéndice I. La alternativa entre particularismo y universalismo según


Redondo

¿De qué modo ve Redondo la alternativa entre particularismo y

120
¿Podemos elegir entre particularismo y universalismo?

universalismo? En el párrafo introductorio de su trabajo, Redondo afirma


que es oportuno distinguir «tres tipos de discursos -y de discusiones- que,
aun estando relacionados entre sí, comportan objetivos claramente diversos»:
«discursos analítico-conceptuales, descriptivo-explicativos y evaluativo-
justificativos». Puntualiza a continuación que «la oposición entre universalismo
y particularismo tal como aquí la analizo es expresión de un desacuerdo
filosófico, entendido como desacuerdo entre modelos conceptuales»; y que
«el presente trabajo consistirá exclusivamente en un tentativo de establecer
cuáles son dichos modelos para luego intentar reconocer qué teorías jurídicas
se comprometen con una u otra posición».
Redondo prosigue diciendo que «existen diversos modos de entender
el análisis conceptual» («y es posible que en la presente discusión este
subyacente un desacuerdo también sobre este punto», agrega). Y declara
que, en su trabajo, universalismo y particularismo serán entendidos «como
dos modelos conceptuales ideales que, si muestran ser lógica y empíricamente
posibles, i.e. internamente coherentes y de implementación factible por parte
de sujetos reales, pueden defenderse o justificarse sobre la base de
consideraciones de valor».31

31
«En pocas palabras -prosigue Redondo (ibidem)- asumiré que estamos ante dos
reconstrucciones racionales de una serie de conceptos, y no ante dos análisis hermenéutico-
interpretativos que explican o dan sentido a una práctica argumentativa, más o menos extensa,
tal como los sujetos de esa práctica la conciben» (parecería que ésta es la diferente concepción
del análisis conceptual, que se señalara un poco antes). Se trata, por lo tanto, de «tratar las
posiciones presentadas como modelos ideales». Esta es de hecho la única posibilidad que
«puede revestir interés en un estudio de teoría general del derecho». Es posible descubrir la
existencia de prácticas argumentativas consolidadas diferentes, y existen «enteros sectores de
los ordenamientos jurídicos en los que los operadores tienden a seguir reglas en sentido “estricto”,
mientras que en otros, ya sea de facto o en virtud de una expresa autorización jurídica, la práctica
del “distinguishing” es ampliamente usada». «Desde un punto de vista fenomenológico es
factible ofrecer ejemplos de prácticas en las que los operadores del derecho, y especialmente los
jueces, se ven a si mismos jugando roles diferentes que avalan alternativamente distintos modelos
argumentativos». Conclusión: «la discusión que aquí presento reviste interés para la teoría
jurídica sólo en la medida en que ella se interprete como un debate entre dos modelos ideales, o
patrones, bajo los cuales es posible analizar y practicar el derecho».

121
Bruno Celano

Parece entonces que, según Redondo, particularismo y universalismo


son (al menos en lo que se refiere al ámbito de las razones jurídicas) dos
modelos en sí coherentes (en el plano conceptual, o analítico-conceptual,
uno tan válido como el otro), y que la elección entre ellos sería una elección
a cumplimentar sobre la base de consideraciones valorativas (consideraciones
normativo-valorativas sustanciales). Esta conclusión se confirma con lo que
Redondo escribe en las Reflexiones Finales de su trabajo. Aquí, nuevamente,
Redondo distingue entre «problemas y discursos analítico-conceptuales,
descriptivo-explicativos y evaluativo-justificativos». («tres niveles de
discusión: el conceptual, el evaluativo y el empírico»; LR, Concluding
remarks). Redondo afirma que en el nivel conceptual «ambos modelos
ofrecen una reconstrucción coherente de la noción de razón justificativa.
Dado el carácter básico de esta cuestión, resulta difícil encontrar argumentos
(i.e. razones) concluyentes a favor o en contra de una de estas posiciones
sin presuponer lo que está en cuestión. Es decir, sin presuponer la propia
concepción a favor de la cual se está tratando de argumentar». (En el nivel
conceptual «ambos modelos ofrecen un enfoque coherente del concepto de
razón y resulta difícil encontrar argumentos filosóficos concluyentes a favor
o en contra de alguno de ellos sin presuponer la propia concepción de las
razones que se pretende defender. Esto implica que es lógicamente posible
concebir a un ordenamiento jurídico como ajustado a una o la otra
concpeción»; LR, Concluding Remarks).

Puesto que el derecho depende de conductas y comportamientos


humanos, prosigue Redondo, «a fin de elegir el mejor enfoque filosófico
para analizar el derecho en términos de razones para la acción, es
imprescindible pasar a un nivel evaluativo de discurso en el que se hagan
explícitos los valores que cada uno de estos modelos promueve, y las ventajas
o desventajas que pueden resultar de su implementación». «En otras palabras
- concluye - admitido que ambas propuestas ofrecen modelos posibles para
comprender el derecho desde un punto de vista práctico, el tratamiento de

122
¿Podemos elegir entre particularismo y universalismo?

las normas jurídicas como constituyendo uno u otro tipo de razón es materia
de decisión que deberá ser justificada sobre la base de valores o ventajas
externas a dichos modelos».
(En LR, Concluding Remarks, encontramos el mismo argumento,
formulado en términos ligeramente diferentes. Redondo distingue, además
de la cuestión conceptual y la descriptiva, una tercera cuestión, «cómo
deberíamos concebir el derecho». Si planteamos este interrogante, escribe,
«es importante destacar que cuando decidimos tratar, o proponemos que se
trate, a una institución como el derecho como si generara una clase especial
de razones para la acción, estamos asumiendo ciertos valores. El
universalismo ordinariamente se vincula con valores como la certeza, la
predecibilidad, la equidad formal, etc. El particularismo, por su parte, si vincula
primordialmente con la equidad, la flexibilidad, la imparcialidad, etc.
Eventualmente, a fin de escoger el mejor enfoque filosófico de las razones
jurídicas, debemos adentrarnos en el nivel evaluativo del discurso y establecer
explícitamente los valores que cada modelo asume así como las ventajas y
desventajas que pueden obtenerse a través de su implementación». Redondo
concluye que «el carácter particularista o universalista de las rezones jurídicas
depende del modo en que los operadores jurídicos conciban al derecho.
Dado que ambos modelos son lógica y empíricamente viables, podría tratarse
de una cuestión de elección. Una elección que, seguramente, está ligada a
importantes consecuencias conceptuales y sustantivas».)

Apéndice II. Particularismo y razones pro tanto

Mi visión de la distinción entre particularismo y universalismo difiere de


la de Redondo en un punto de crucial importancia (y esta divergencia aflora
varias veces en los párrafos precedentes). Según Redondo (que sobre este
punto no se aparta del modo en que la mayoría de los autores participantes del
debate contemporáneo trazan la distinción), la tesis de que algunas razones
para actuar sean generales pero pro tanto (expuestas, por tanto, a la posibilidad

123
Bruno Celano

de ser overridden por otras razones y, a veces, sujetas a ponderación), es


incompatible con el particularismo. A mi modo de ver, en cambio, la diferencia
entre esta posición (o, al menos, una particular versión de ella presentada
abajo) y la posicion particularista se desvanece. La diferencia significativa es,
sobretodo, aquella que se da entre el particularismo y la tesis de las razones
pro tanto, por una parte, y la tesis según la cual el razonamiento práctico
consiste en la aplicación de auténticas reglas (que no admiten ni defeaters ni
la posibilidad de ser overriden), por el otro. Me explico.

Considérese la hipótesis siguiente: las razones para actuar son plurales,


a menudo conflictivas, inconmensurables, indeterminadas; algunas razones
para actuar son generales (algunas consideraciones tienen siempre relevancia
práctica, y tienen siempre la misma polaridad: valen siempre como razones,
ya sea a favor o en contra, de una cierta línea de conducta); en cualquier
caso, no obstante, resultan además aplicables otras razones (comúnmente,
razones en conflicto entre ellas, o inconmensurables o indeterminadas), y la
decisión acerca de cómo actuar -sobre qué es aquello para lo que se tienen
mayores razones para actuar, considerando todos los factores relevantes-
depende en ultima instancia de una ponderación de las razones a favor y en
contra (no existe ningún orden predefinido de prioridad entre valores ni entre
las razones que en ellos se fundan).
Llamaré a esta imagen del razonamiento práctico “modelo de la
ponderación”. El modelo de la ponderación resulta, a primera vista,
incompatible con el particularismo. La tesis particularista, de hecho, afirma:
lo que en un cierto caso constituye una razón para hacer A puede no ser en
otro caso una razón para hacer A, o bien puede ser una razón para no hacer
A. (Cuando en un cierto caso el hecho de que p, o la propiedad P, sea una
razón para hacer A, puede muy bien suceder que en otro caso el hecho de
que p, o P, no sea una razón para hacer A o sea una razón para no hacer A).
Para el modelo de la ponderación hay razones generales, aunque sólo sean
razones pro tanto (el modelo de la ponderación es, en efecto, una forma de

124
¿Podemos elegir entre particularismo y universalismo?

universalismo pluralista). El particularista se orienta a la negación de esta


tesis (al menos con respecto a la gran mayoría de las razones).32
La idea de que el razonamiento práctico consiste en la individualización
y en la ponderación (caso por caso) de razones generales pro tanto (que
consiste en la aplicación a ciertos casos de principios no absolutos33 pero
“contribuyentes” y en su ponderación caso por caso) es, en efecto, uno de
los objetivos polémicos de los defensores del particularismo. La tesis
particularista (bien puede ocurrir que, aunque el hecho de que p sea en
cierta ocasión una razón para hacer A, en otra ocasión no sea una razón
para hacer A, y en otra quizás sea una razón para no hacer A) excluye las
razones generales, aunque sean pro tanto (y sujetas a veces a ponderación).
Pero aquí es posible preguntar ¿hay efectivamente una diferencia (una
diferencia significativa, apreciable) entre las dos posiciones -entre la tesis
de que existen razones generales, pero sólo pro tanto (y que la decisión
depende, en cada caso, de una ponderación entre ellas), por una parte, y la
tesis particularista, por la otra? ¿O más bien se trata de formulaciones
diferentes de la misma posición? Se podría sostener que el universalista
pluralista, que admite la posibilidad de razones (razones pro tanto)
conflictivas, inconmensurables, indeterminadas, y cree que el conflicto ha
de resolverse en cada caso sobre la base del “peso” de las razones relevantes
(esto es, que recurre a la idea de ponderación) no es significativamente
distinguible del particularista. ¿Cuál es la diferencia efectiva entre las dos
posiciones? El particularista aduce contraejemplos: en ciertos casos, P es

32
Cfr. para este contraste J. Dancy, Moral Reasons, Blackwell, Oxford 1993, p. 60; Id.,
“Moral Particularism”, en E. N. Zalta (ed.), The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Summer
2001 Edition), http://plato.stanford.edu/archives/sum2001/entries/moral-particularism/, pp.
4, 7-8; R. Shafer-Landau, “Moral Rules”, en Ethics 107 (1997), pp. 588-9; B. Hooker,
“Moral Particularism: Wrong and Bad”, en Hooker, Little (eds.), Moral Particularism, cit.,
pp. 1-6; Redondo, RyN, par. I.1.
33
Un principio absoluto «can never be overridden, and it overrides all possibly competing
considerations» (Shafer-Landau, “Moral Rules”, cit., p. 585; cfr. también Dancy, “Moral
Particularism”, cit., pp. 2-3).

125
Bruno Celano

una razón para hacer A; en otros, no lo es en absoluto, o es absolutamente


una razón para no hacer A (invierte su polaridad). Pero los contraejemplos
del particularista pueden ser redescritos en clave universalista, de modo que
se ponga de manifiesto que existen ciertas razones generales cuyo peso
relativo puede variar considerablemente.34 Una vez que se reconoce que
las razones son múltiples, conflictivas, inconmensurables e indeterminadas,
debido a que radican en valores (o valoraciones) múltiples, conflictivas e
inconmensurables, y que, en caso de conflicto, normalmente no existe un
orden lexicográfico de prioridad ni existen reglas de resolución
predeterminadas, una vez que se reconoce todo esto, que se admita o se
rechace la posibilidad de que existan razones generales (pero sólo pro tanto)
no constituye, me parece, ninguna diferencia seria. (Es cierto que la
ponderación puede concretarse en una regla, pero esa regla será, a su vez,
revisable: no existe una tesis de relevancia última.) Las dos posiciones son,
en los hechos, indistinguibles.
Es cierto que esta forma de universalismo, pluralista (que admite la
posibilidad de conflicto o inconmensurabilidad entre las razones y reconoce
la necesidad de una ponderación entre ellas) excluye la posibilidad de que,
ceteris paribus, lo que en un caso constituye una razón para hacer A, en
otro caso puede no serlo (o puede ser una razón para no hacer A). Pero
admite que “los factores ulteriores” no son los mismos (cetera no son
constantes) y reconoce que, al variar cetera, el peso relativo de una razón
puede variar. En la medida en que el caso sea suficientemente anómalo, el
peso de una razón puede devenir ínfimo y, en el caso límite, nulo.35 La idea

34
Cfr. por ejemplo, Hooker, “Moral Particularism”, cit., pp. 7 ss. El punto es formulado con
claridad en Shafer-Landau, “Moral Rules”, cit., pp. 590, 608.
35
En el modelo de la ponderación, las razones tienen un peso sólo relativo. La tesis universalista
que estamos considerando consiste en sostener que cierta propiedad tiene siempre una cierta
relevancia y polaridad (militan siempre a favor o en contra de una cierta acción), no que tienen
siempre un cierto peso absoluto. Esta tesis seria absurda, si no por otras razones, porque la
cuestión del peso es sólo una metáfora, lo cual hace que la imagen de un peso absoluto unido
a cada razón carezca de contenido. Las razones asumen un peso sólo al contrastárselas unas
con otras y en su ponderación (Cfr. Shafer-Landau, “Moral Rules”, cit., p. 598.)

126
¿Podemos elegir entre particularismo y universalismo?

de que el hecho de que p (o la propiedad P) sea pro tanto una razón para
hacer A no debe ser entendida en el sentido de que si (y siempre que) P es
la única propiedad relevante del caso, tenemos una razón concluyente para
hacer A. Esta idea es absurda.36
Se podría objetar que hay, no obstante, una diferencia entre tener un
peso relativo muy bajo, incluso ínfimo, y no tener ningún peso;37 y que el
decir que una razón puede tener en un caso “un peso ínfimo -en el caso
límite, ningún peso” es sólo un expediente verbal. Pero el punto es,
precisamente, que en última instancia la alternativa entre particularismo y
universalismo pluralista termina dependiendo de cómo se deciden alternativas
del tipo “Cuando la madre ahoga al niño porque sigue gritando y no logra
que se calle, ¿el malestar y la rabia producto del llanto son realmente una
razón de peso ínfimo para ahogar al niño o no lo son en absoluto?;38 “Cuando
nos ponemos a escuchar Like a Rolling Stone al llevar a un amigo al hospital
porque de repente ha sufrido un infarto, ¿la belleza de Like a Rolling Stone
es una razón, aunque de peso ínfimo, para permanecer donde uno se encuentra
hasta que termine el tema o no es en absoluto una razón?”. Preguntas como
éstas son artificiales, y no me parece que merezcan una respuesta seria. No
sólo eso: la respuesta que se escoja es, a mi entender, del todo irrelevante.
No es posible que una alternativa teóricamente significativa dependa de
cómo se responde a preguntas como éstas.39

36
Dancy, “Moral Particularism”, cit. p. 8.
37
Cfr. Shafer-Landau, “Moral Rules”, cit., p. 585.
38
Este ejemplo es de G. Watson.
39
Pero podría decirse que la tesis particularista no afirma solamente que la misma propiedad
pueda ser a veces una razón para hacer A y otras una razón para no hacer A (puede invertirse,
en casos diversos, su polaridad). Y esta última posibilidad parecería que se encuentra excluida
del modelo de la ponderación. (La idea de que, en un cierto caso, una razón pro tanto pueda
tener un peso ínfimo, nulo en el caso límite, sólo da cuenta de la primera hipótesis, no de la
segunda). A esta objeción respondo así: la polaridad de una propiedad depende de las ulteriores
características del caso; en conjunción con características diversas, la misma propiedad puede
valer a veces como una razón para hacer A y otras como una razón para no hacer A. (Los
ejemplos empleados por el particularista para ilustrar esta posibilidad se prestan para ser

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Bruno Celano

Por consiguiente, no me parece que exista una diferencia efectiva entre


una concepción del razonamiento práctico que lo interprete como consistente
en la individualización de razones que pueden en ciertos casos no tener
ningún peso, o tener un peso contrario, por un lado, y una concepción del
razonamiento práctico que lo interprete como consistente en la ponderación
de razones pro tanto, cuyo peso puede resultar, en el caso límite, nulo
(universalismo pluralista). La tesis particularista ciertamente no es
incompatible con el modelo de la ponderación así entendido.

descriptos de este modo.) ¿Es incompatible esta respuesta con el modelo de la ponderación?
No, siempre que se comprenda (como se lo ha hecho aquí) la individualización de razones pro
tanto como el fruto de generalizaciones (proyecciones, extrapolaciones) revisables, a la luz de
las ulteriores características del caso. La constelación de los valores (y, por lo tanto, de las
razones) relevantes en un cierto caso puede tener una estructura tal que haga que la circunstancia
de que una cierta acción quede comprendida por un cierto valor (y sea, pro tanto, buena) sea
una razón para no cumplir el acto en cuestión. Esto depende de la forma del conflicto entre los
valores involucrados. (Por ejemplo, que un acto sea gentil es normalmente una razón para
llevarlo a cabo, pero puede darse el caso de que haya razones para no ser gentil. Que un acto
sea placentero puede, para un asceta, ser una razón para abstenerse de realizarlo; pero el
asceta no debe necesariamente negar que lo que es placentero es bueno.) La hipótesis relevante,
se advierte claramente, es que en ciertos casos se tiene una razón (fundada en el valor V1) para
no hacer aquello que se tiene una razón (fundada en V2) para hacer, precisamente porque se
tiene esta razón (fundada en V2) para hacerla. Esto depende de la relación que, en este caso,
subsiste entre V1 y V2. En casos como estos la pregunta: “¿El hecho de que hacer A sobre la
base de V2 constituya una razón para hacerlo que, sin embargo, es superada (overridden) por
una razón sobre la base de V1 para no hacerlo, es no obstante una razón para no hacer A?”
(por ejemplo, “¿Cuando tenemos una razón para no ser gentiles –esto es, cuando tenemos
una razón para no hacer aquello que se funda en un valor que juzgamos normalmente digno de
ser perseguido, precisamente porque se funda en ese valor–, el hecho de que hacer A sería
gentil es una razón para hacerlo -aunque sea superada por una ulterior razón que se encuentra
en conflicto con ella- o es ello mismo una razón para no hacerlo?”) es artificial, y no es
susceptible de una respuesta unívoca. Pero, una vez más, no es plausible que una alternativa
teóricamente significativa dependa de cómo se responde a preguntas como ésta.

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