Podemos Elegir Entre Particularismo y Universalismo 0
Podemos Elegir Entre Particularismo y Universalismo 0
Podemos Elegir Entre Particularismo y Universalismo 0
UNIVERSALISMO?
Bruno Celano
Universidad de Palermo, Italia
1. Introducción
1
C. Redondo, “Razones y normas”, en este volumen (a partir de ahora RyN); id. “Legal
Reasons. Between Universalism and Particularism”, inédito, 2004 (a partir de ahora LR).
2
Véase infra, Apéndice I, para una síntesis de los pasos relevantes en RyN y LR.
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La elección de la que habla Redondo no es -al menos primariamente- de tipo teórico. Se trata
en primer lugar de decidir cómo tomar decisiones: siguiendo una estrategia de decision making
universalista o particularista. La elección ulterior entre adoptar uno u otro modelo como
instrumento de reconstrucción teórica del razonamiento jurídico, o de sectores particulares de
él, es parasitaria respecto de la primera opción, de carácter práctico, a favor de una u otra
estrategia de decisión.
4
Utilizaré el adjetivo “moral” como sinónimo de “ético”. Ambos hacen referencia a la esfera
del razonamiento práctico (de las razones justificatorias de la acción), sin restricciones. No
conozco ninguna delimitación plausible (que no tenga carácter estipulativo) de la esfera de las
razones “morales” respecto de la esfera de las razones para la acción ordinarias, sin restricciones
(esto es, la esfera de la ética, considerada en su conjunto).
5
RyN, Introducción; cfr. también LR, parte II, Legal Reasons, I c. v.
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“Explicativa”, por supuesto, en el sentido en el que una reconstrucción racional de un ámbito
del discurso (o, lo que es lo mismo, de un conjunto de conceptos) pretende tener capacidad
explicativa: sacar a la luz la “gramática” del ámbito del discurso objeto de la investigación.
(Análogamente al modo en el que una definición informativa se distingue, por un lado, de una
definición léxica, cuyos criterios de adecuación son puramente empíricos y, por otro lado, de
una definición estipulativa, que como tal es arbitraria). No estoy seguro de que Redondo
comparta esta concepción del análisis conceptual, o de la reconstrucción racional de un conjunto
de conceptos. (Véanse las alusiones a “un modo diferente de entender el análisis conceptual” en
los pasajes transcriptos infra, Apéndice I.) Probablemente mi desacuerdo con Redondo es
reconducible, en parte, a esta divergencia de carácter metodológico (posibilidad ésta que la
misma Redondo señala: «y es posible que en la presente discusión esté subyacente un desacuerdo
también sobre este punto»). Vistas bajo esta luz, las consideraciones que siguen son expresión
de una posición crítica en la confrontación de la concepción del análisis conceptual y de la
reconstrucción racional que Redondo hace propia y utiliza.
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Antes de comenzar, es necesario formular una precisión. Mi visión de la antítesis particularismo-
universalismo difiere en un aspecto esencial de la visión que tienen Redondo y otros autores
contemporáneos que se han ocupado de este tema. Sobre este aspecto mi posición es heterodoxa.
La diferencia es aclarada infra, Apéndice II, donde se indican las razones que, a mi juicio,
justifican esta posición. La crítica que dirigiré a Redondo (así como su eficacia) depende también
de este diverso modo de comprender la contraposición entre universalismo y particularismo,
que se mantendrá en el trasfondo en las siguientes páginas. En particular – y este es el punto
esencial– “universalismo”, en las paginas que siguen, no comprende aquello que, en el Apéndice
II, se denomina “modelo de la ponderación” (posición que por las razones allí especificadas no
difiere en modo apreciable, en mi opinión, del particularismo).
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8
F. Schauer, Playing by the Rules. A Philosophical Examination of Rule-Based Decision-
Making in Law and in Life, Clarendon Press, Oxford, 1991.
9
He delineado las características esenciales de este forma de iusnaturalismo en B. Celano,
“Giusnaturalismo, positivismo giuridico e pluralismo etico” (2004), de próxima publicación
en Materiali per una storia della cultura giuridica.
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RyN, II.2; LR, Particularism in the legal domain.
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J. J. Moreso, “In Defense of Inclusive Legal Positivism”, in P. Chiassoni (ed.), The Legal
Ought, Giappichelli, Torino 2001; B. Celano, “Come deve essere la disciplina costituzionale
dei diritti?”, en S. Pozzolo (a cura di), La legge e i diritti, Giappichelli, Torino, 2002.
12
Una excepción estaría constituida por un sistema jurídico puramente formalista (sobre el
modelo, por ejemplo, de la stipulatio en el derecho romano arcaico; debo esta sugerencia a José
Juan Moreso).
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Pero, se objetará, todo eso no excluye la posibilidad lógica de un sistema jurídico que esté
exento de los fenómenos en cuestión (derrotabilidad sobre bases éticas, recurso a la equidad,
etc.). Esto es verdad, y a ello se aferran los defensores del positivismo jurídico incluyente. La
corrección del positivismo jurídico incluyente depende, precisamente, de la mera posibilidad
lógica de un sistema jurídico que no incorpore principios y valores éticos. Pero creo que eso
hace de ella una posición teórica un tanto débil, o de todos modos poco interesante. Su verdad
termina dependiendo de la respuesta a un interrogante análogo, por ejemplo, a la pregunta de
si un tigre sin bigotes, ni rayas, ni patas..., no pueda no obstante ser “un tigre”. La precariedad
de la distinción analítico-sintético debería desalentar el planteo de interrogantes de tal género
y, con mayor razón, el hacer depender de la respuesta a interrogantes así planteados elecciones
teóricas significativas.
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¿Podemos elegir entre particularismo y universalismo?
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Si esta reformulación respeta o no la posición de Scahuer constituye otra cuestión, de la
cual no pretendo ocuparme aquí. No hay duda de que en la teoría de Schauer se encuentran
presentes elementos que van en la dirección que se sigue el texto (cfr. Schauer, op. cit., cap. 5).
Pero el que las tesis enunciadas en el texto sean efectivamente atribuibles a Schauer depende
de consideraciones exegéticas y críticas que aquí resultan irrelevantes.
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Es cierto que la opción a favor del decision making basado en reglas puede tener sentido, y
estar justificada, cuando se trata de atribuir poder y competencia a un conjunto de instituciones
encargadas de tomar decisiones, a fin de conferir a los decisiones que operan en este cuadro
institucional la competencia para evaluar si la aplicación de la generalización prescriptiva está
o no de acuerdo con las razones que subyacen a ella, o si acaso no hay otras razones que
superan a estas últimas. Es éste (más que la garantía de certeza o la equidad), según Schauer,
el tipo de justificación apropiado para el decision making basado en reglas (las reglas son
instrumentos para distribuir el poder; Schauer, op.cit., cap. 7). Pero la cuestión de si vincular
las decisiones ajenas respecto de la aplicación de la regla (generalización atrincherada) es
completamente diferente de la cuestión de si adoptar, en primera persona (es decir, desde la
perspectiva del agente), una estrategia similar de decisión. El primero de estos dos tipos de
decisiones es análogo a la decisión de si construir o no una máquina destinada a guiar cierta
esfera de actividad (por ejemplo, la decisión de instalar un semáforo en un cruce). La segunda
cuestión es -desde la perspectiva de una investigación conceptual, descriptiva, y normativa
sobre las razones para la acción- la decisiva (nadie querrá sostener que un semáforo es un
decision-maker universalista); y es sobre ella que se vuelcan las consideraciones en el texto.
En el mismo sentido, Schauer (op. cit., p. 98, n. 26) concede que «from the perspective of the
agent deciding what to do, anything more rule-bound than rule-sensitive particularism is
difficult (although I think not impossible) to defend».
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¿Pero por qué, si puede preguntarse, la alternativa entre los dos modelos
(y la opción a favor de uno u otro) debería necesariamente guiarse, en ultima
instancia, por un razonamiento particularista? (¿Por qué en todo caso la
decisión entre admitir o no que razones poco significativas, de peso escaso,
sean suficientes para inducir al desatrincheramiento de una generalización
atrincherada debería necesariamente ser particularista?) Debo confesar que
una respuesta positiva a esta pregunta me parece evidente: no llego a ver
cómo la cuestión podría plantearse de manera diferente, sin un regreso al
infinito. (El razonamiento particularista es, me parece, la posición por default).
Los fenómenos que he señalado (cláusulas abiertas y estándares que contienen
términos indefinidos, recurso a la equidad, etc.) confirman esta conclusión: el
recurso a una estrategia de decisión (aparentemente) universalista permanece
como provisorio y sujeto, en principio, a la posibilidad de revocación. Y no sólo
esto: esta línea de argumentación es ulteriormente corroborada por una
circunstancia que el mismo análisis de Redondo contribuye a sacar a la luz.
Me parece que Redondo no capta un punto de importancia crucial. La
elección entre el modelo universalista y el particularista (rectius, a la luz de
las consideraciones precedentes, la elección entre un estilo de razonamiento
que imita, más o menos fielmente, el razonamiento universalista y un estilo
de razonamiento abiertamente particularista), sostiene Redondo, es orientada
por consideraciones éticas sustanciales. Esto significa, no obstante, que la
elección es gobernada por el razonamiento moral. Si (como sostendré en el
punto siguiente) el razonamiento moral es particularista, la elección (en el
ámbito jurídico) entre un estilo de decisión universalista y uno particularista
será, por cierto, guiada por un razonamiento particularista. ¿Puede evitarse
concluir que esto tendrá implicaciones en el plano «analítico conceptual»?
No, porque la dependencia del razonamiento universalista de un razonamiento
con trasfondo particularista implicaría, como hemos visto, el carácter provisorio
y revocable de la (estrategia) de la decisión universalista -sintéticamente, no
se trataría de una decisión auténticamente universalista-.
Por lo tanto, el modo en el que se configuren en el plano analítico
conceptual los dos modelos de decisiones, en el caso de las razones jurídicas,
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y cuál sea la relación entre ellos, depende de la forma del razonamiento moral.
Si en el ámbito jurídico la elección entre los dos modelos depende de razones
éticas, cuál sea la relación (conceptual e, inescindiblemente, normativa, como
argumentaré en breve) entre los dos modelos dependerá de cuál sea la estructura
-universalista o particularista- del razonamiento moral. En suma, nuestra teoría
(universalista o particularista) del razonamiento jurídico deberá depender de
una teoría del razonamiento moral.
Si la elección entre las dos formas de razonamiento es efectivamente
gobernada por razones (morales) particularistas, el razonamiento universalista
será necesariamente provisorio y circunscripto, sujeto a la posibilidad de
revocación: no se tratará de un razonamiento universalista, sino de una forma
de razonamiento que imita el razonamiento universalista (una estrategia de
decisión “para-universalista”). Lo cual, por cierto, equivale al vaciamiento
del modelo universalista y al reconocimiento de la supremacía (conceptual e
inescindiblemente, normativa, como veremos en breve) del modelo
particularista. Los dos modelos no están conceptualmente en el mismo nivel.
Estas consideraciones, por lo tanto, sugieren (aunque no demuestran)
que, en el ámbito jurídico, entre el modelo universalista y el modelo
particularista no tenemos opción. ¿En qué sentido “no tenemos opción”? No
pretendo afirmar que no sea empíricamente posible adoptar, con relación a
un cierto sector del razonamiento jurídico, el modelo universalista. No pretendo
negar el hecho obvio de que en sectores particulares del razonamiento jurídico,
en áreas específicas del derecho, predominan estilos de razonamiento
fuertemente inclinados hacia el atrincheramiento de las generalizaciones
prescriptivas relevantes -estilos de razonamiento que parecen ubicarse en
los extremos del modelo universalista (que imitan muy fielmente el
razonamiento universalista). Más bien, la idea de que en el ámbito jurídico
“no tenemos elección” entre los dos modelos ha de entenderse en el siguiente
sentido. La alternativa constituye, efectivamente, una cuestión normativa:
estamos por cierto discutiendo acerca de modelos de razonamiento (es decir,
formas de razonamiento correcto, o formas de razonamiento tout court: la
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Un razonamiento falaz no es un razonamiento: sólo tiene la apariencia de un razonamiento.
17
Contrariamente a lo afirmado en B. Celano, ““Defeasibility” e bilanciamento. Sulla possibilità
di revisioni stabili”, en Ragion pratica, n. 18, 2002, p. 236. (Un punto justamente subrayado
por Redondo, RyN, n. 19.)
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18
G. E. M. Anscombe, Intention, Blackwell, Oxford, 1957 (1972), p. 11.
19
De ahí la tesis, difundida entre los defensores del particularismo, de que la racionalidad
práctica sea racionalidad “narrativa”. Que las razones para la acción dependan, no tanto de la
situación actual, sino también del recorrido que ha conducido a ella (de su historia) es una
primera especificación (aunque insuficiente) del sentido de esta caracterización.
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intenciones de uno o más de ellos, estados intencionales que tienen por objeto
otros estados intencionales (estados intencionales nidificados), sistemas de
estados intencionales de más niveles, recíprocamente conectados (sea
diacrónicamente, sea sincrónicamente), y así sucesivamente. Puede suceder
que sean relevantes, por ejemplo, las creencias en torno a las intenciones o
las creencias de los demás, las expectativas sobre sus ulteriores actitudes y
comportamientos, y así hasta el infinito. Y entre los estados relevantes pueden
subsistir relaciones relativas a su contenido o relaciones causales. (Puede
ser relevante si Ticio espera o no que yo mantenga la promesa, y esto puede
depender de qué cosa espera que yo espere de él, a la luz del cómo me he
comportado en un caso pasado -de acuerdo a lo que él cree; en efecto, no
obstante, en ese caso me he comportado de ese modo en particular para
inducirlo a esperar, entonces, que yo espere una cierta cosa de él, etcétera).
A esto se suma la circunstancia de que una acción se presenta al
agente o a otros bajo una o más de una descripción de entre una pluralidad
indefinida de descripciones posibles, y puede presentarse a individuos
diferentes bajo descripciones diferentes (puede suceder que el agente ignore
que lo que está haciendo cae bajo una cierta descripción, que resulta evidente
a los ojos de otro individuo). No hay razones para pensar que el vocabulario
de las descripciones de las acciones posibles sea limitado.20
Esta circunstancia se combina con la precedente: la historia de la
interacción entre una pluralidad de individuos está constituida también por
estados intencionales (de nivel creciente, etc.) cuyo contenido comprende
descripciones diferentes de las acciones relevantes, descripciones bajo las
que tales acciones son percibidas (o se percibe que se las percibe, o se
espera que se espere que se las perciba, etcétera) sólo por algunos de los
individuos involucrados y no por otros. Bajo qué descripciones se le presenta
20
La misma posición es adoptada, en contra de la idea de una tesis de relevancia última, en J.
J. Moreso, “Dos concepciones de la aplicación de las normas de derechos fundamentales”,
inédito, 2004.
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a Ticio una acción (o Cayo piensa que se le presenta a Ticio, etc.) es una
cuestión relevante a los fines de la narración de los sucesos que han conducido
a la situación actual. Y esta pluralidad indefinida de descripciones posibles,
y de estados intencionales que pueden constituir su contenido, determina
(o puede dejar indeterminada) la descripción de la situación actual.
La interacción humana -real o pensada- produce una pluralidad
indefinida de propiedades potenciales relevantes, y de historias en las que
tales propiedades resultan instanciadas. Esta multiplicidad no es computable.
Si, al delinear las propiedades de un caso, se toma en consideración su
historia, no hay límite a la posibilidad de situaciones nuevas.21
21
¿Esto quiere decir que una tesis de relevancia última no es (en modo alguno) lógicamente
posible? Estoy inclinado a creerlo. Pero sea como sea que se responda (no existen dudas, por
ejemplo, de que un Dios creador y omnipotente, dotado de recursos mentales infinitos,
tendría bajo sus ojos por toda la eternidad la tesis de la relevancia última), la idea de una tesis
de relevancia última que sea lógicamente posible pero, por hipótesis, epistémicamente
inaccesible (idea que subyace en Redondo, RyN, n. 19) carece de utilidad desde el punto de
vista de una reconstrucción de la forma del razonamiento práctico. El razonamiento práctico
es un proceso epistémico (volveré mas tarde sobre este punto).
22
Redondo indica un argumento que podría justificar la conclusión de que entre particularismo
y universalismo no se puede, en última instancia, no escoger. La alternativa entre particularismo
y universalismo es, escribe Redondo, una alternativa «fundamental (básica)», de modo que
«resulta difícil encontrar argumentos (i.e. razones) concluyentes a favor o en contra de una de
estas posiciones sin presuponer lo que está en cuestión. Es decir, sin presuponer la propia
concepción a favor de la cual se está tratando de argumentar» (RyN, Reflexiones finales; véase
el pasaje correspondiente de LR, Concluding Remarks, transcripto infra, Apéndice I). Sin
embargo, éste es un argumento que vale respecto de todas, o casi todas, las alternativas
filosóficas cruciales. Habitualmente, lo máximo que se puede hacer es poner de manifiesto el
poder explicativo de una posición sobre la base de consideraciones que, en última instancia,
la presuponen. En el texto, la superioridad conceptual, analítica y explicativa, del modelo
particularista ha sido justificada e ilustrada sobre la base de la imposibilidad de una tesis de
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24
También en este punto remito al ensayo citado en la nota precedente.
25
B. Celano, ““Defeasibility” e bilanciamento. Sulla possibilità di revisioni stabili”, cit.
26
RyN, n. 19; LR, n. 17.
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23
Esto no quiere decir, obviamente, que no sea posible distinguir entre una generalización, por
un lado, y una formulación en particular de ella, por otro lado (y, por lo tanto, entre revisiones
de las generalizaciones y revisiones de una de sus formulaciones). Quiere decir, sin embargo, que
no es esta posibilidad la que está en cuestión en la alternativa entre particularismo y universalismo
(en el caso de las razones morales). Esa distinción es del todo marginal, y no resulta relevante a
los fines de la cuestión de si el razonamiento práctico tiene carácter particularista o universalista.
24
Cfr. para una argumentación similar, S. Blackburn, Ruling Passions. A Theory of Practical
Reasoning, Clarendon Press, Oxford 1998, p. 309. Cfr. también ivi, p. 226, n. 22 (“No
mentiré jamás, a menos que...” es un principio universal «provided the dots can eventually be
filled in»; «the particularist will deny that the dots can be filled in, and hence deny that
universal principles are even implicitly involved in practical reasoning»). El recurso a esta
línea de argumentación resurge en J. McDowell, Virtue and Reason (1979), en McDowell,
Mind, Value, and Reality, Harvard University Press, Cambridge (Mass.) 1998. Cfr. también
R. Crisp, “Particularizing Particularism”, en B. Hooker, M. Little (eds.), Moral Particularism,
Clarendon Press, Oxford 2000, pp. 25-6.
25
Cfr. D. McNaughton, P. Rawling, “Unprincipled Ethics”, en Hooker, Little (eds.), Moral
Particularism, cit.; J. J. Moreso, “El positivismo jurídico y la aplicación del derecho”,
inédito, 2004, de próxima aparición en Materiali per una storia della cultura giuridica.
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algún modo una tesis de relevancia). Parecería que los conjuntos de reglas
jurídicas pueden satisfacer esta condición. Y, podría decirse, la objeción de
Redondo según la cual mi argumento estaría viciado por la falta de distinción
entre (revisiones de) reglas y (revisiones de) formulaciones de reglas,
concierne precisamente a las reglas jurídicas. Su límite está, y pretende
estar, acotado a la hipótesis de que se trata de reglas jurídicas (vale, y pretende
valer, sólo respecto de la hipótesis de que el conjunto de las reglas tomadas
en consideración es un conjunto de reglas jurídicas).
Quizás. Pero, a decir verdad, en el escrito contra el cual Redondo
dirige la objeción que aquí se examina yo precisaba explícitamente que el
objeto de mis consideraciones estaría dado por los casos en los cuales las
normas jurídicas (específicamente, principios constitucionales que establecen
derechos, valores, etc.) son tratados como derrotables (como requiriendo
revisión) sobre bases éticas -es decir, sobre la base de consideraciones
morales (los casos relevantes para mi análisis serían los casos de
«derrotabilidad en base a consideraciones morales sustanciales» o
«derrotabilidad sobre bases éticas»).30 En casos así, precisamente, la
distinción que reclama Redondo no juega ningún papel porque, como hemos
30
B. Celano, ““Defeasibility” e bilanciamento. Sulla possibilità di revisioni stabili”, cit., pp.
226-8. Subrayaba explícitamente (ibidem), por otra parte, que la derrotabilidad sobre bases
éticas es solamente una de las fuentes de la idea de que el discurso normativo sea, o deba ser,
considerado como derrotable; y mencionaba explícitamente la idea de que la derrotabilidad
puede tener raíces en la disfunción entre lo que una autoridad normativa expresamente prescribe
y lo que (sobre la base, por ejemplo, de su intención efectiva o contrafácticamente reconstruida)
se puede creer que está implícito en lo que ella ha dicho (retomaba, a propósito, la noción de
«derrotabilidad pragmática», elaborada por C.E. Alchourrón, “On Law and Logic”, Ratio
Juris, 9, 1996, pp. 339-44). En nota (““Defeasibility” e bilanciamento. Sulla possibilità di
revisioni stabili”, cit., p. 227) mencionaba la circunstancia de que «nociones diferentes de
derrotabilidad (en el discurso normativo) se diferencian [también] en lo que se refiere a la
cuestión de si al ser derrotables son normas, formulaciones normativas o proposiciones
normativas», y puntualizaba explícitamente que «respecto de la noción de derrotabilidad aquí
utilizada -derrotabilidad sobre bases morales sustantivas- lo que han de considerarse derrotables
son, antes que nada, las normas».
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31
«En pocas palabras -prosigue Redondo (ibidem)- asumiré que estamos ante dos
reconstrucciones racionales de una serie de conceptos, y no ante dos análisis hermenéutico-
interpretativos que explican o dan sentido a una práctica argumentativa, más o menos extensa,
tal como los sujetos de esa práctica la conciben» (parecería que ésta es la diferente concepción
del análisis conceptual, que se señalara un poco antes). Se trata, por lo tanto, de «tratar las
posiciones presentadas como modelos ideales». Esta es de hecho la única posibilidad que
«puede revestir interés en un estudio de teoría general del derecho». Es posible descubrir la
existencia de prácticas argumentativas consolidadas diferentes, y existen «enteros sectores de
los ordenamientos jurídicos en los que los operadores tienden a seguir reglas en sentido “estricto”,
mientras que en otros, ya sea de facto o en virtud de una expresa autorización jurídica, la práctica
del “distinguishing” es ampliamente usada». «Desde un punto de vista fenomenológico es
factible ofrecer ejemplos de prácticas en las que los operadores del derecho, y especialmente los
jueces, se ven a si mismos jugando roles diferentes que avalan alternativamente distintos modelos
argumentativos». Conclusión: «la discusión que aquí presento reviste interés para la teoría
jurídica sólo en la medida en que ella se interprete como un debate entre dos modelos ideales, o
patrones, bajo los cuales es posible analizar y practicar el derecho».
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las normas jurídicas como constituyendo uno u otro tipo de razón es materia
de decisión que deberá ser justificada sobre la base de valores o ventajas
externas a dichos modelos».
(En LR, Concluding Remarks, encontramos el mismo argumento,
formulado en términos ligeramente diferentes. Redondo distingue, además
de la cuestión conceptual y la descriptiva, una tercera cuestión, «cómo
deberíamos concebir el derecho». Si planteamos este interrogante, escribe,
«es importante destacar que cuando decidimos tratar, o proponemos que se
trate, a una institución como el derecho como si generara una clase especial
de razones para la acción, estamos asumiendo ciertos valores. El
universalismo ordinariamente se vincula con valores como la certeza, la
predecibilidad, la equidad formal, etc. El particularismo, por su parte, si vincula
primordialmente con la equidad, la flexibilidad, la imparcialidad, etc.
Eventualmente, a fin de escoger el mejor enfoque filosófico de las razones
jurídicas, debemos adentrarnos en el nivel evaluativo del discurso y establecer
explícitamente los valores que cada modelo asume así como las ventajas y
desventajas que pueden obtenerse a través de su implementación». Redondo
concluye que «el carácter particularista o universalista de las rezones jurídicas
depende del modo en que los operadores jurídicos conciban al derecho.
Dado que ambos modelos son lógica y empíricamente viables, podría tratarse
de una cuestión de elección. Una elección que, seguramente, está ligada a
importantes consecuencias conceptuales y sustantivas».)
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Cfr. para este contraste J. Dancy, Moral Reasons, Blackwell, Oxford 1993, p. 60; Id.,
“Moral Particularism”, en E. N. Zalta (ed.), The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Summer
2001 Edition), http://plato.stanford.edu/archives/sum2001/entries/moral-particularism/, pp.
4, 7-8; R. Shafer-Landau, “Moral Rules”, en Ethics 107 (1997), pp. 588-9; B. Hooker,
“Moral Particularism: Wrong and Bad”, en Hooker, Little (eds.), Moral Particularism, cit.,
pp. 1-6; Redondo, RyN, par. I.1.
33
Un principio absoluto «can never be overridden, and it overrides all possibly competing
considerations» (Shafer-Landau, “Moral Rules”, cit., p. 585; cfr. también Dancy, “Moral
Particularism”, cit., pp. 2-3).
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Cfr. por ejemplo, Hooker, “Moral Particularism”, cit., pp. 7 ss. El punto es formulado con
claridad en Shafer-Landau, “Moral Rules”, cit., pp. 590, 608.
35
En el modelo de la ponderación, las razones tienen un peso sólo relativo. La tesis universalista
que estamos considerando consiste en sostener que cierta propiedad tiene siempre una cierta
relevancia y polaridad (militan siempre a favor o en contra de una cierta acción), no que tienen
siempre un cierto peso absoluto. Esta tesis seria absurda, si no por otras razones, porque la
cuestión del peso es sólo una metáfora, lo cual hace que la imagen de un peso absoluto unido
a cada razón carezca de contenido. Las razones asumen un peso sólo al contrastárselas unas
con otras y en su ponderación (Cfr. Shafer-Landau, “Moral Rules”, cit., p. 598.)
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de que el hecho de que p (o la propiedad P) sea pro tanto una razón para
hacer A no debe ser entendida en el sentido de que si (y siempre que) P es
la única propiedad relevante del caso, tenemos una razón concluyente para
hacer A. Esta idea es absurda.36
Se podría objetar que hay, no obstante, una diferencia entre tener un
peso relativo muy bajo, incluso ínfimo, y no tener ningún peso;37 y que el
decir que una razón puede tener en un caso “un peso ínfimo -en el caso
límite, ningún peso” es sólo un expediente verbal. Pero el punto es,
precisamente, que en última instancia la alternativa entre particularismo y
universalismo pluralista termina dependiendo de cómo se deciden alternativas
del tipo “Cuando la madre ahoga al niño porque sigue gritando y no logra
que se calle, ¿el malestar y la rabia producto del llanto son realmente una
razón de peso ínfimo para ahogar al niño o no lo son en absoluto?;38 “Cuando
nos ponemos a escuchar Like a Rolling Stone al llevar a un amigo al hospital
porque de repente ha sufrido un infarto, ¿la belleza de Like a Rolling Stone
es una razón, aunque de peso ínfimo, para permanecer donde uno se encuentra
hasta que termine el tema o no es en absoluto una razón?”. Preguntas como
éstas son artificiales, y no me parece que merezcan una respuesta seria. No
sólo eso: la respuesta que se escoja es, a mi entender, del todo irrelevante.
No es posible que una alternativa teóricamente significativa dependa de
cómo se responde a preguntas como éstas.39
36
Dancy, “Moral Particularism”, cit. p. 8.
37
Cfr. Shafer-Landau, “Moral Rules”, cit., p. 585.
38
Este ejemplo es de G. Watson.
39
Pero podría decirse que la tesis particularista no afirma solamente que la misma propiedad
pueda ser a veces una razón para hacer A y otras una razón para no hacer A (puede invertirse,
en casos diversos, su polaridad). Y esta última posibilidad parecería que se encuentra excluida
del modelo de la ponderación. (La idea de que, en un cierto caso, una razón pro tanto pueda
tener un peso ínfimo, nulo en el caso límite, sólo da cuenta de la primera hipótesis, no de la
segunda). A esta objeción respondo así: la polaridad de una propiedad depende de las ulteriores
características del caso; en conjunción con características diversas, la misma propiedad puede
valer a veces como una razón para hacer A y otras como una razón para no hacer A. (Los
ejemplos empleados por el particularista para ilustrar esta posibilidad se prestan para ser
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descriptos de este modo.) ¿Es incompatible esta respuesta con el modelo de la ponderación?
No, siempre que se comprenda (como se lo ha hecho aquí) la individualización de razones pro
tanto como el fruto de generalizaciones (proyecciones, extrapolaciones) revisables, a la luz de
las ulteriores características del caso. La constelación de los valores (y, por lo tanto, de las
razones) relevantes en un cierto caso puede tener una estructura tal que haga que la circunstancia
de que una cierta acción quede comprendida por un cierto valor (y sea, pro tanto, buena) sea
una razón para no cumplir el acto en cuestión. Esto depende de la forma del conflicto entre los
valores involucrados. (Por ejemplo, que un acto sea gentil es normalmente una razón para
llevarlo a cabo, pero puede darse el caso de que haya razones para no ser gentil. Que un acto
sea placentero puede, para un asceta, ser una razón para abstenerse de realizarlo; pero el
asceta no debe necesariamente negar que lo que es placentero es bueno.) La hipótesis relevante,
se advierte claramente, es que en ciertos casos se tiene una razón (fundada en el valor V1) para
no hacer aquello que se tiene una razón (fundada en V2) para hacer, precisamente porque se
tiene esta razón (fundada en V2) para hacerla. Esto depende de la relación que, en este caso,
subsiste entre V1 y V2. En casos como estos la pregunta: “¿El hecho de que hacer A sobre la
base de V2 constituya una razón para hacerlo que, sin embargo, es superada (overridden) por
una razón sobre la base de V1 para no hacerlo, es no obstante una razón para no hacer A?”
(por ejemplo, “¿Cuando tenemos una razón para no ser gentiles –esto es, cuando tenemos
una razón para no hacer aquello que se funda en un valor que juzgamos normalmente digno de
ser perseguido, precisamente porque se funda en ese valor–, el hecho de que hacer A sería
gentil es una razón para hacerlo -aunque sea superada por una ulterior razón que se encuentra
en conflicto con ella- o es ello mismo una razón para no hacerlo?”) es artificial, y no es
susceptible de una respuesta unívoca. Pero, una vez más, no es plausible que una alternativa
teóricamente significativa dependa de cómo se responde a preguntas como ésta.
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