Lacan. La Significación Del Falo
Lacan. La Significación Del Falo
Lacan. La Significación Del Falo
Lacan
La significación del falo
Páginas 670 a 675
Examinemos pues los efectos de esa presencia. Son en primer lugar los de una desviación de las
necesidades del hombre por el hecho de que habla, en el sentido de que en la medida en que sus
necesidades están sujetas a la demanda, retornan a él enajenadas. Esto no es el efecto de su
dependencia real (no debe creerse que se encuentra aquí esa concepción parásita que es la noción
de dependencia en la teoría de la neurosis), sino de la conformación significante como tal y del
hecho de que su mensaje es emitido desde el lugar del Otro.
Lo que se encuentra así enajenado en las necesidades constituye una Urverdrängung por no
poder, por hipótesis, articularse en la demanda pero que aparece en un retoño, que es lo que se
presenta en el hombre como el deseo (das Begehren) . La fenomenología que se desprende de la
experiencia analítica es sin duda de una naturaleza tal como para demostrar en el deseo el
carácter paradójico, desviado, errático, excentrado, incluso escandaloso, por el cual se distingue
de la necesidad. Es éste incluso un hecho demasiado afirmado para no haberse impuesto desde
siempre a los moralistas dignos de este nombre. El freudismo de antaño parecía deber dar su
estatuto a este hecho. Paradójicamente, sin embargo, el psicoanálisis resulta encontrarse a la
cabeza del oscurantismo de siempre y más adormecedor por negar el hecho en un ideal de
reducción
teórica y práctica del deseo a la necesidad.
Por eso necesitamos articular aquí ese estatuto partiendo de la demanda, cuyas características
propias quedan eludidas en la noción de frustración (que Freud no empleó nunca).
La demanda en sí se refiere a otra cosa que a las satisfacciones que reclama. Es demanda de una
presencia o de una ausencia. Cosa que manifiesta la relación primordial con la madre, por estar
preñada de ese Otro que ha de situarse más acá de las necesidades que puede colmar. Lo
constituye ya como provisto del "privilegio" de satisfacer las necesidades, es decir del poder de
privarlas de lo único con que se satisfacen. Ese privilegio del Otro dibuja así la forma radical del
don de lo que no tiene, o sea lo que se llama su amor.
Es así como la demanda anula (aufhebt) la particularidad de todo lo que puede ser concedido
trasmutándolo en prueba de amor, y las satisfacciones incluso que obtiene para la necesidad se
rebajan (sich erniedrigt) a no ser ya sino el aplastamiento de la demanda de amor (todo esto
perfectamente sensible en la psicología de los primeros cuidados, a la que nuestros analistas-
nurses se han dedicado).
Hay pues una necesidad de que la particularidad así abolida reaparezca más allá de la demanda.
Reaparece efectivamente allá, pero conservando la estructura que esconde lo incondicionado de
la demanda de amor. Mediante un vuelco que no es simple negación de la negación, el poder de la
pura pérdida surge del residuo de una obliteración. A lo incondicionado de la demanda, el deseo
sustituye la condición "absoluta": esa condición desanuda en efecto lo que la prueba de amor
tiene de rebelde a la satisfacción de una necesidad. Así, el deseo no es ni el apetito de la
satisfacción, ni la demanda de amor, sino la diferencia que resulta de la sustracción del primero a
la segunda, el fenómeno mismo de su escisión (Spaltung).
Puede concebirse cómo la relación sexual ocupa ese campo cerrado del deseo, y va en él a jugar su
suerte. Es que es el campo hecho para que se produzca en él el enigma que esa relación provoca
en el sujeto al "significársela" doblemente: retorno de la demanda que suscita, en [forma de]
demanda sobre el sujeto de la necesidad; ambigüedad presentificada sobre el Otro en tela de
juicio en la prueba de amor demandada. La hiancia de este enigma manifiesta lo que lo determina,
en la fórmula más simple para hacerlo patente, a saber: que el sujeto, lo mismo que el Otro, para
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cada uno de los participantes en la relación, no pueden bastarse por ser sujetos de la necesidad, ni
objetos del amor, sino que deben ocupar el lugar de causa del deseo.
Esta verdad está en el corazón, en la vida sexual, de todas las malformaciones posibles del campo
del psicoanálisis. Constituye también en ella la condición de la felicidad del sujeto, y disimular su
hiancia remitiéndose a la virtud de lo "genital" para resolverla por medio de la maduración de la
ternura (es decir del recurso único al Otro como realidad), por muy piadosa que sea su intención,
no deja de ser una estafa. Es preciso decir aquí que los analistas franceses, con la hipócrita noción
de oblatividad genital, han abierto la marcha moralizante, que a los compases de orfeones
salvacionistas se prosigue ahora en todas partes.
De todas maneras, el hombre no puede aspirar a ser íntegro (a la "personalidad total", otra
premisa en que se desvía la psicoterapia moderna), desde el momento en que el juego de
desplazamiento de condensación al que está destinado en el ejercicio de sus funciones marca su
relación de sujeto con el significante.
El falo es el significante privilegiado de esa marca en que la parte del logos se une al advenimiento
del deseo.
Puede decirse que ese significante es escogido como lo más sobresaliente de lo que puede
captarse en lo real de la copulación sexual, a la vez que como el más simbólico en el sentido literal
(tipográfico) de este término, puesto que equivale allí a la cópula (lógica). Puede decirse también
que es por su turgencia la imagen del flujo vital en cuanto pasa a la generación.
Todas estas expresiones no hacen sino seguir velando el hecho de que no puede desempeñar su
papal sino velado, es decir como signo él mismo de la latencia de que adolece todo significable,
desde el momento en que es elevado (aufgehoben) a la función de significante.
El falo es el significante de esa Aufhebung misma que inaugura (inicia) por su desaparición. Por eso
el demonio del ????? (Scham(366)) surge en el momento mismo en que en el misterio antiguo, el
falo es develado (cf. la pintura célebre de la Villa de Pompeya).
Se convierte entonces en la barra que, por la mano de ese demonio, cae sobre el significado,
marcándolo como la progenitura bastarda de su concatenación significante.
Así es como se produce una condición de complementariedad en la instauración del sujeto por el
significante, la cual explica su Spaltung y el movimiento de intervención en que se acaba.
A saber:
1. que el sujeto sólo designa su ser poniendo una barra en todo lo que significa, tal como aparece
en el hecho de que quiera ser amado por sí mismo, espejismo que no se reduce por ser
denunciarlo como gramatical (puesto que implica la abolición del discurso);
2. que lo que está viva de ese ser en Io urverdrängt encuentra su significante por recibir la marca
de la Verdränguag del falo (gracias a lo cual el inconsciente es lenguaje).
El falo como significante da la razón del deseo (en la acepción en que el término es empleado
como "media y extrema razón" de la división armónica).
Así pues, es como un algoritmo como voy a emplearlo ahora, ya que, si no quiero inflar
indefinidamente mi exposición, no puedo sino confiar en el eco de la experiencia que nos une para
hacer captar a ustedes ese empleo,
Que el falo sea un significante es algo que impone que sea en el lugar del Otro donde el sujeto
tenga acceso a él. Pero como ese significante no está allí sino velado y como razón del deseo del
Otro, es ese deseo del Otro como tal lo que al sujeto se le impone reconocer, es decir el otro en
cuanto que es él mismo sujeto dividido de la Spaltung significante.
Las emergencias que aparecen en la génesis psicológica confirman esa función significante del falo.
Así en primer lugar se formula más correctamente el hecho kleiniano de que el niño aprehenda
desde el origen que la madre "contiene" el falo.
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Pero es en la dialéctica de la demanda de amor y de la prueba del deseo donde se ordena el
desarrollo.
La demanda de amor no puede sino padecer de un deseo cuyo significante le es extraño. Si el
deseo de la madre es el falo, el niño quiere ser el falo para satisfacerlo. Así la división inmanente al
deseo se hace sentir ya por ser experimentada en el deseo del otro, en la medida en que se opone
ya a que el sujeto se satisfaga presentando al otro lo que puede tener de real que responda a ese
falo, pues lo que tiene no vale más que lo que no tiene, para su demanda de amor que quisiera
que lo fuese.
Esa prueba del deseo del Otro, la clínica nos muestra que no es decisivo en cuanto que el sujeto se
entera en ella de si éI mismo tiene o no tiene un falo real, sino en cuanto que se entera de que la
madre no lo tiene. Tal es el momento de la experiencia sin el cual ninguna consecuencia
sintomática (fobia) o estructural (Penisneid) que se refiera al complejo de castración tiene efecto.
Aquí se sella la conjunción del deseo en la medida en que el significante fálico es su marca, con la
amenaza o nostalgia de la carencia de tener.
Por supuesto, es de la ley introducida por el padre en esta secuencia de la que depende su
porvenir.
Pero se puede, ateniéndose a la función del falo, señalar las estructuras a las que estarán
sometidas las relaciones entre los sexos.
Digamos que esas relaciones girarán alrededor de un ser y de un tener que, por referirse a un
significante, el falo, tienen el efecto contrariado de dar por una parte realidad al sujeto en ese
significante, y por otra parte irrealizar las relaciones que han de significarse.
Esto por la intervención de un parecer que se sustituye al tener, para protegerlo por un lado, para
enmascarar la falta en el otro, y que tiene el efecto de proyectar enteramente en la comedia las
manifestaciones ideales o típicas del comportamiento de cada uno de los sexos, hasta el límite del
acto de la copulación.
Estos ideales reciben su vigencia de la demanda que tienen el poder de satisfacer, y que es
siempre demanda de amor, con su complemento de la reducción del deseo a demanda.
Por muy paradójica que pueda parecer esta formulación, decimos que es para ser el falo,
es decir el significante del deseo del Otro, para lo que la mujer va a rechazar una parte esencial de
la femineidad, concretamente todos sus atributos en la mascarada. Es por lo que no es por lo que
pretende ser deseada al mismo tiempo que amada. Pero el significante de su deseo propio lo
encuentra en el cuerpo de aquel a quien se dirige su demanda de amor. Sin duda no hay que
olvidar que por esta función significante, e l órgano que queda revestido de ella toma valor de
fetiche. Pero el resultado para la mujer sigue siendo que convergen sobre el mismo objeto una
experiencia de amor que como tal (cf. más arriba) la priva idealmente de lo que da, y un deseo que
encuentra en él su significante. Por eso puede observarse que la ausencia de la satisfacción propia
de la necesidad sexual, dicho de otra manera la frigidez, es en ella relativamente bien tolerada,
mientras que la Verdrängung, inherente al deseo es menor que en el hombre.
En el hombre, por el contrario, la dialéctica de la demanda y del deseo engendra los efectos a
propósito de los cuales hay que admirar una vez más con qué seguridad Freud los situó en las
junturas mismas a las que pertenecen bajo la rúbrica de un relajamiento (Erniedrigung) específica
de la vida amorosa.
Si el hombre encuentra en efecto como satisfacer su demanda de amor en la relación con la mujer
en la medida en que el significante del falo la constituye ciertamente como dando en el amor lo
que no tiene, inversamente su propio deseo del falo hará surgir su significante en su divergencia
remanente hacia "otra mujer" que puede significar ese falo a títulos diversos, ya sea como virgen,
ya sea como prostituta. Resulta de ello una tendencia centrífuga de la pulsión genital en la vida
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amorosa, que hace que en él la impotencia sea soportada mucho peor, al mismo tiempo que la
Verdrängung inherente al deseo es más importante.
Sin embargo, no debe creerse por ello que la clase de infidelidad que aparece aquí como
constitutiva de la función masculina le sea propia. Pues si se mira de cerca el mismo
desdoblamiento se encuentra en la mujer, con la diferencia de que eI Otro del Amor como tal, es
decir en cuanto que está privado de lo que da, se percibe mal en el retroceso en que se sustituye
al ser del mismo hombre cuyos atributos ama.
Podría añadirse aquí que la homosexualidad masculina, conforme a la marca fálica que constituye
el deseo, se constituye sobre su vertiente mientras que la homosexualidad femenina, por el
contrario, como lo muestra la observación, se orienta sobre una decepción que refuerza la
vertiente de la demanda de amor. Estas observaciones merecerían matizarse con un retorno sobre
la función de la máscara en la medida en que domina las identificaciones en que se resuelven los
rechazos de la demanda.
El hecho de que la femineidad encuentre su refugio en esa máscara por el hecho de la
Verdrängung inherente a la marca fálica del deseo, acarrea la curiosa consecuencia de hacer que
en el ser humane la ostentación viril misma parezca femenina.
Correlativamente se entrevé la razón de ese rasgo nunca elucidado en que una vez más se mide la
profundidad de la intuición de Freud: a saber por qué sugiere que no hay más que una libido, que,
como lo demuestra su texto, él concibe como de naturaleza masculina. La función del significante
fálico desemboca aquí en su relación más profunda: aquella por la cual los antiguos encarnaban en
él el ?????y el???????.