Vespucci
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SOCIALES
S E R IE
INVESTIGACIONES
Homosexualidad,
familia y
reivindicaciones
Colección: Ciencias Sociales
Serie: Investigaciones
Director: Máximo Badaró
Vespucci, Guido
CDD 305.9069
SOCIALES
S E R IE
INVESTIGACIONES
Homosexualidad,
familia y
reivindicaciones
De la liberación sexual al matrimonio igualitario
Capítulo 6
1. Introducción
1 El pie de apoyo para dar estos debates suele ser la definición del parentesco americano de David
Schneider en American Kinship ([1968]1980), que al ser utilizado para analizar otros contextos na-
cionales de Occidente, aparece amplificado como sistema de parentesco occidental (Grau, 2006).
En esa obra, “Schneider describe y analiza el parentesco americano como un sistema cultural cuyo
símbolo central es la cópula sexual, expresión del „amor‟ entre marido y mujer, y origen de los „autén-
ticos parientes‟, los de sangre, emparentados o vinculados por naturaleza al compartir esta sustancia
biogenética. Se trata de un modelo genético-biologista, que asocia la sexualidad a la reproducción, la
reproducción a las relaciones heterosexuales, las relaciones heterosexuales al matrimonio, el matrimo-
nio a la familia, y la familia al modelo nuclear de clase media. El símbolo por excelencia de este sistema
cultural de parentesco es la consanguinidad; la sangre, junto con otras sustancias biogenéticas como
el semen o el esperma que se transmiten en el acto sexual, representan la „verdad‟ genealógica, origen
de la „verdad‟ biográfica, componente básico de la identidad individual según el pensamiento occiden-
tal” (Rivas, 2009: 9).
Homosexualidad, familia y reivindicaciones
y en cambio, cuando los lazos biológicos pasan al centro de la escena –en este
caso mediante la maternidad– afirmar la diferencia respecto al parentesco hete-
rosexual pierde toda relevancia.
Estas preocupaciones no dejan de ser productivas para teorizar la relación entre
parentesco y homosexualidad, y de hecho forman parte de las inquietudes sobre
las familias lésbicas que analizaremos. Sin embargo, de ese debate no debiera
derivarse una regla general y universal sobre las familias homoparentales, si lo
que primero importa a la mirada antropológica es comprender el punto de vista
nativo en los contextos que le dan sentido. Aunque no particularmente en las
obras recién citadas, esta dimensión tendió a solaparse ante la ansiedad por
conceptualizar un fenómeno relativamente novedoso y, sobre todo, ante la
necesidad de responder ideológicamente a las polémicas respecto de las figu- ras
legales que eran pertinentes para regular estas formas familiares. De este modo,
la reformulación del problema parte de explorar qué hacen, qué dicen y qué
dicen que hacen las mujeres entrevistadas respecto de sus propios arreglos
íntimos y domésticos, cómo construyen con sus prácticas y representaciones los
sentidos familiares en juego, ya sean más “rupturistas” o más “reproductivistas”
del sistema de parentesco occidental. La paradoja es que al contextualizar dicho
examen, los debates sobre el grado de transformación o reproducción de la
heteronormatividad familiar aparecen muchas veces como parte de sus propios
acervos de sentido. En efecto, a excepción de dos entrevistas realizadas en Mar
del Plata luego de la sanción del matrimonio igualitario, el resto de las
entrevistas etnográficas fueron desarrolladas en Buenos Aires durante el año
2008, cuando aquellos debates ocupaban un lugar destacado en las agendas aca-
démicas y del activismo LGBT, incluyendo sus repercusiones en los medios de
comunicación. Estas mujeres no solo no eran ajenas a esas discusiones, sino que
en cierta medida formaban parte de sus inquietudes, ya que sus percepciones
estaban nutridas por experiencias de activismo lésbico y lésbico-feminista, o por
su familiaridad con ese universo.
Pero el análisis no se agota ahí. Veremos que además se presentan otras
dimensiones problemáticas que atraviesan las percepciones y experiencias de
conformación de las familias homoparentales. ¿Cómo interpretan sus deseos
maternos y qué relaciones se advierten entre tales deseos y sus identificaciones
lésbicas? ¿Cuáles son las vías de acceso a la maternidad y en qué se funda-
mentan sus respectivas elecciones? ¿Cómo se percibe y experimenta en la vida
cotidiana de estas parejas “la doble maternidad” y “la ausencia del padre”, en los
casos pertinentes? ¿Cuál es el estatus de la co-madre? ¿Cómo resuelven los
dilemas sobre la terminología de parentesco al ser dos madres? ¿Cómo posicio-
nan sus familias frente a los reclamos del activismo LGBT?
Capítulo 6 Concretar una fórmula emergente
2 A la vez que algunas de ellas decían que el lesbianismo es ante todo “una identidad política” que re-
quiere ser afirmada en ámbitos públicos, no todos esos ámbitos parecían propicios para tal afirmación.
Ya sea porque no era “necesario” o “conveniente”, los entornos laborales tendieron a percibirse como
los menos propicios para hacer pública y visible la identidad lésbica.
Homosexualidad, familia y reivindicaciones
A mí lo que me pasó fue sentir que conectaba mejor con una mujer, tuve novios, estuvo todo
bien, podría estar con un hombre, pero la conexión que se me produjo al estar con una
mujer, a nivel de códigos, de entenderte desde otro lado, para mí fue mucho más fuerte.
Creo que pasa por ahí… (Cecilia).
Ya fueran más fugaces o más estables, todas ellas han tenido relaciones sexuales
y afectivas con hombres. Como indica el testimonio citado, no necesariamente
representaron experiencias negativas, contrariando un imaginario que supone
que el lesbianismo implica una aversión hacia el sexo opuesto. Mientras
algunas dijeron haber sentido “desde siempre” atracción por otras mujeres
(minimizando el aspecto volitivo), es más común que una situación de
“enamoramiento” sustituya la hetero por la homosexualidad, o termine por
decantar aquella atracción latente. A partir de allí, lo que se tiende a destacar es
una mayor comodidad y profundidad relacional entre mujeres. De modo que, a
semejanza de lo que han mostrado otras investigaciones sobre lesbianas (Korn-
blit, Pecheny y Vujosevich, 1998; Viñuales, 2006), estas relaciones están basadas
en la valoración de la dimensión comunicativa y emocional –“conectarse mejor”,
“entenderse desde otro lado”– antes que en lo estrictamente sexual, algo más
asociado a las relaciones con varones o entre varones; de hecho se distinguen
del universo gay, percibido como “muy sexual”.
Producto de compartir círculos de amistad, experiencias de activismo, rela-
ciones laborales, o incluso de encuentros fortuitos, las parejas estables que han
conformado “aparecen como prolongaciones de la amistad entre dos mujeres”
(Viñuales, 2006: 80), donde justamente, como dijo una de las entrevistadas: “la
comunicación es tan o más importante que la cama”. Ya habíamos señalado en el
capítulo 3 los préstamos de sentido entre amistad y lesbianismo que emanaban
tanto de las experiencias narradas en Cuadernos como de sus esfuerzos de
conceptualización teórica de la identidad lésbica, y que aquí se vuelven a poner
en juego. En efecto, valoraciones propias de la amistad como la afinidad, el
apoyo psicológico, el compañerismo, la deliberación (Heilborn, 2004: 119), están
en el origen de la constitución de estas relaciones afectivas, y se han convertido –
no siempre armónicamente– en resortes de sus vínculos de pareja. No
Capítulo 6 Concretar una fórmula emergente
quisiéramos extendernos más sobre las relaciones de pareja, ya que otros aspec-
tos que las caracterizan –el compromiso afectivo, la complementariedad simé-
trica, la mutualidad– emergen con mayor densidad en el marco de sus materni-
dades (o de sus proyectos maternales) y en las significaciones de familia que las
mismas suscitan, dimensiones que analizaremos en el apartado siguiente. Baste
decir por ahora que ese “entendimiento especial” que destacan en sus vínculos
–y que ha sido advertido en otras investigaciones sobre relaciones lésbicas (Kor-
nblit, Pecheny y Vujosevich, 1998: 49)– está asociado con una noción de igual-
dad de género, sobre todo en quienes más se identifican con un pensamiento
feminista. Esta igualdad opera como imagen de diferenciación respecto a los
roles preestablecidos, y a veces jerárquicos, que las entrevistadas suelen atribuir a
las parejas heterosexuales, o a determinadas relaciones gays absorbidas por las
distinciones entre “activo-pasivo”.
Como ya señalamos, algunas entrevistadas han mencionado que el deseo por
otra mujer es “algo que no se elige”, sino que en todo caso “lo que se elige es
querer vivirlo”. Al momento de las entrevistas, tales “elecciones” estaban muy
consolidadas. Pero esa naturalidad con la que vivenciaban el hecho de ser les-
bianas, ¿se traducía a la maternidad y a sus nociones de familia? Mientras que el
trabajo de reflexividad operado sobre la identidad sexual y de género hacía del
lesbianismo algo relativamente naturalizado, el centro de sus preocupaciones
estaba dado por el proceso de reflexividad en torno a la maternidad, y eventual-
mente desde allí para con el lesbianismo. En efecto, la maternidad era algo más
reciente en sus vidas, desde donde se estaban construyendo sentidos de familia
que queremos explorar.
Al igual que en otras investigaciones sobre lesbianismo y maternidad, varias de
estas mujeres expresaron haber sentido “desde siempre el deseo de ser madres”.
Esa afirmación supondría que hay ahí una matriz de sentido asociada “a una
especie de instinto o fuerza biológica propia y característica del género
femenino” (Viñuales, 2006: 168), y que por tanto es indistinta de la orientación
sexual. Desde esta perspectiva, la maternidad en mujeres lesbianas no tendría
nada de particular (Lewin, 1993). Si bien no podemos descartar de plano que el
proceso de maternalización de las mujeres (Nari, 2004) haya influido sobre las
representaciones de las entrevistadas, determinadas nociones asociadas a la
orientación sexual relativizan el peso de esa hipótesis.
En primer lugar, porque el lesbianismo muchas veces fue concebido política y
culturalmente como una identidad sexual que se opone a la maternidad. Así, el
ser madre y lesbiana supone combinar dos identidades supuestamente con-
tradictorias (Herrera, 2004). En efecto, algunas entrevistadas explicitaron haber
vivenciado tal contradicción: “yo siempre tuve el deseo de ser madre, eso no lo
puedo negar, pero después, con esto que yo elegí… pensé: no es compatible”
(Ana).
Homosexualidad, familia y reivindicaciones
Y, aun cuando muchas heterosexuales y la mayoría de las lesbianas eligen no ser madres,
todavía somos bombardeadas permanentemente con mensajes acerca de que “la maternidad
es lo natural” y el no ser madre es una excentricidad antinatural (…) Uno de los aspectos más
interesantes de la maternidad lésbica es esa posibilidad de resaltar la maternidad no como un
deber de y hacia la naturaleza, sino como una elección. Que las lesbianas hablemos de y
reclamemos el derecho a acceder a la inseminación artificial, pone de manifiesto esta visión
de la maternidad como una elección.5
Antes que una derivación unívoca del “deseo maternal” (por su “naturaleza de
género”) es necesario complejizar el cuadro y considerar que estas mujeres
estuvieron atravesadas por “la tensión entre la obligación de ser madre o no, y el
derecho de las mujeres a decidir sobre su propia fecundidad” (Felitti, 2011: 12)
que sintetiza el proceso de transformaciones históricas sobre la relación entre fe-
minidad y maternidad. Es decir, entraban en juego desde los ecos de la materna-
lización de las mujeres iniciada a fines del siglo XIX, con el que se llegó a presen-
tar a la maternidad como la marca de la naturaleza femenina (Nari, 2004), hasta
los procesos de desnaturalización y multiplicación en las maneras de representar,
experimentar y valorar la maternidad que se suscitaron a partir de la década del
60 (Felitti, 2011).
5 El fragmento pertenece a un artículo de divulgación escrito por una de las entrevistadas. Obviamos la
referencia bibliográfica para resguardar su anonimato.
6 Aunque haremos alguna referencia lateral sobre un caso basado en esta alternativa, el análisis se ba-
sa en mujeres que fueron madres –o deseaban serlo– habiendo asumido previamente su homosexua-
lidad y en el marco de relaciones homoconyugales, lo que a su vez permite advertir mejor el carácter
emergente de estas configuraciones familiares.
7 Mediante la que gays y lesbianas que están solos o en pareja se ponen de acuerdo para tener un
hijo que se criará entre las dos unidades familiares, materna y paterna, la primera exclusivamente feme-
nina y la segunda solo masculina.
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También es como darle una posibilidad a alguien que no tiene nada, quizás va un poco
ligado a eso también (…) en la inseminación vos pagás y listo, en cambio esto es ponerte
bajo la lupa de un montón de miradas, del Estado sobre todo. Pero nosotras elegimos esta
vía porque somos así, de tener que integrarnos, de que el Estado tiene que ser el
responsable de una cantidad de cosas, porque si no yo también puedo juntar un montón de
plata y me voy a una clínica y me embarazo y listo.
No es casual que ella se posicione en esa matriz ideológica, ya que los idea- les
adquiridos en su trayectoria militante están relacionados con reclamarle al
Estado derechos civiles para las personas homosexuales. Pero en aquel mo-
mento, justamente el Estado no reconocía la adopción para parejas del mismo
sexo, por lo que solo una de ellas podía quedar registrada legalmente como
madre. “Igual nosotras estamos eligiendo ese camino, está anotada solamente mi
compañera, y después tenés entrevistas con una trabajadora social que viene a tu
casa y una serie de entrevistas psicológicas, toda esa etapa desgastante ya la
pasamos…”.
Frente a esas entrevistas y visitas a domicilio de parte de psicólogos y traba-
jadores sociales que integran los grupos interdisciplinarios de los jueces, Alicia
relataba las complicaciones que traían aparejadas a su vida cotidiana.
Yo no existo en esto, cuando vino la trabajadora social a casa me fui, sacamos mis fotos,
hicimos todo un camuflaje, muy loco… Porque a esta altura ninguna de las dos esconde
nada… para mí era como volver para atrás. Pero Victoria habló en neutro de sus relaciones
afectivas, y quedó de cama, porque es muy difícil explicar este proyecto sin hablar de mí…
Vemos aquí una de las tácticas de una pareja de lesbianas que decidía adoptar en
el marco de impedimentos legales para con este tipo de configuraciones
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familiares. A los ojos del Estado, en ese proyecto Alicia no debía existir, pero
existía, y en consecuencia su pareja se veía obligada a realizar una simulación de
su no existencia, o en términos goffmanianos, un encubrimiento (Goffman, 1995:
91-122)10 que la protegiera de la posible estigmatización por su relación
homosexual. Por consiguiente, para que la adopción fuera exitosa, debían pro-
curar ser cuidadosas y reservadas de cara a ciertas relaciones públicas, ejercicio
de administración de la información que tiende a producir cuadros de estrés
(Goffman, 1995).
Como puede observarse, esta maternidad lésbica está lejos de vivenciarse bajo
el manto de una naturalidad o normalidad que ciertas interpretaciones han
atribuido a las familias. Antes bien, el hecho de destacar que tenían que
atravesar situaciones “desgastantes” y “estresantes” como “para quedar de cama”,
revela disposiciones asociadas al esfuerzo, sacrificio y compromiso con el que
gestionaron el acceso a la maternidad. Desde esa perspectiva, la maternidad
adquiere una connotación reivindicatoria al tener que sobreponerse a contextos
desfavorables para poder concretarse. Y no casualmente esta percepción deviene
de quienes han vivenciado la homosexualidad a la vez como estigma y como
identidad política, conformando un ethos militante. Así, la emotividad del deseo
maternal iba acompañada de un discurso de la no discriminación por orientación
sexual (Meccia, 2011).
Pero así como descartar la inseminación y elegir la adopción implicaba un
posicionamiento ideológico para Alicia y su pareja, otras mujeres también evi-
denciaron un ethos militante para fundamentar la elección inversa. Así, Liliana
argumentaba que la adopción, bajo la situación legal de entonces, no era una
alternativa viable: “Porque te tenés que presentar de base con la mentira de que
no sos lesbiana, que no estás en pareja, y ya la situación arranca mal, porque
además con todo el monitoreo que hay sobre las adopciones tenés que estar to- do
el tiempo mintiendo, entonces no”.
En un caso, la adopción implicaba una elección ejemplificadora para con las
faltas de un Estado basado en la heteronormatividad, mientras que para el otro,
querer adoptar bajo ese régimen implicaba “una mentira” que lo reproducía.
Aunque representen interpretaciones opuestas, en ambos se reivindica
implícitamente la homosexualidad para fundamentar las distintas vías hacia la
maternidad, dejando ver que en ese contexto estas mujeres comprendían la
articulación entre lesbianismo y maternidad bajo un nexo político. Y asimismo,
10 Este demanda técnicas de control de la información como por ejemplo “ocultar o borrar signos que
han llegado a ser símbolos de estigma”. Por otro lado, Goffman sostiene que esas estrategias con-
llevan un precio psicológico elevado, como la tensión y la ansiedad. A partir de esto se entiende que
cuando Alicia relataba el encubrimiento (“quitar las fotos”, “hablar en neutro”) concluyera que “Victoria
quedó de cama”.
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A mí me hubiese gustado adoptar, porque hay tantos chicos en la calle y desprotegidos que
es una picardía traer otro al mundo en estas circunstancias, pero las dificultades legales lo
impidieron, la ley no contempla la adopción para parejas del mismo sexo. Podría haber
sido una de nosotras, pero las visitas sociales que se hacen en el proceso de adopción
hubiesen advertido que yo vivía con Ana, y la verdad no tenía ganas de esconderme
(Sofía).
11 Tiempo después de realizadas las entrevistas, en diciembre de 2010, se sancionó la Ley Nº 14.208
de Fertilización Asistida para la provincia de Buenos Aires, pero la misma no consideraba la particula-
ridad de las parejas lésbicas ya que concebía la infertilidad como una enfermedad que imposibilita la
procreación en el marco de una pareja heterosexual, reconociendo únicamente técnicas de fertilización
homóloga, es decir, con gametos pertenecientes a la pareja que solicitase el tratamiento. Poste-
riormente, en junio de 2013, se aprobó la Ley Nacional de Reproducción Médicamente Asistida (Nº
26.862), la que garantiza el acceso a tratamientos de fertilización asistida de baja y alta complejidad
(incluyendo donación de semen, ovocitos y embriones) a toda persona mayor de edad sin distinción de
orientación sexual ni estado civil, mediante su incorporación en el Programa Médico Obligatorio (PMO),
los servicios que deben cubrir el sistema público de salud y la medicina privada.
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Viste que el dinero no tiene olor ni color… Así que fuimos juntas y le planteamos que
queríamos estar las dos durante el procedimiento, “yo no tengo ningún problema”, dijo él,
“¿están las dos?, están las dos, a mí me da lo mismo”. Y ahí fuimos, y bien, hicimos cuatro
inseminaciones, la cuarta la vencida (Liliana).
Ocultarse ante el Estado para poder encarar una adopción en pareja, analizar los
costos de una inseminación, averiguar sobre bancos de semen y centros de
fertilización que no excluyan a una pareja de lesbianas, acudir reiteradamente a
esos centros hasta quedar embarazadas (si es que lo lograban), asistir a una
conferencia sobre homoparentalidad para “empaparse del asunto”, entre otras
prácticas de gestión y planificación para acceder a la maternidad, no parecen
coincidir con una imagen muy “normalizada” ni “naturalizada” de devenir ma-
dres. En cambio, dichas prácticas estaban evidenciando la apuesta y el riesgo de
crear formas familiares socialmente emergentes.
Pero los sentidos reivindicatorios que acompañaron a varias de estas mujeres en
los procesos de gestión maternal, se comprenden además en el marco de sus
trayectorias de activismo –o familiarizados con el lenguaje activista– que les
facilitaron recursos cognitivos para resignificar valoraciones negativas de su
orientación sexual, y que se volvían a poner en juego en un contexto en el cual
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las familias gay-lésbicas ocupaban un lugar destacado del debate social. Estaban
deviniendo madres en un momento en el que las demandas de reconocimiento
social-legal de la homoparentalidad por parte de las organizaciones LGBT po-
dían ser respondidas públicamente con argumentos como el siguiente: “si de
familias tradicionales salen criaturas con serios problemas, de una pareja de
homosexuales ¿qué puede salir entonces?”.12
Leído ese contexto desde perfiles militantes, se comprende mejor que algunas de
ellas estuvieran muy atentas a cómo se accedía a la maternidad, para destacar el
valor de enfrentarse a los riesgos de constituir familias sin itinerarios
preestablecidos ni claros modelos. Al ponderar la identidad lésbica y autode-
signarse por ejemplo como “lesbianas-madres”, se diferenciaban de sentidos
maternales tradicionales o de situaciones en que la maternidad era producto de
uniones heterosexuales previas al hecho de asumir el lesbianismo. Lejos de sen-
tir que con su maternidad reproducía el modelo de familia nuclear heterosexual, y
para posicionarse frente al mismo, Liliana afirmaba que se puede ser lesbiana,
feminista y madre al mismo tiempo. Dicho de otra manera, no es “cualquier
madre”, o “de cualquier manera”, no se identifica si quiera como “madre lesbia-
na”. Es, en cambio, una lesbiana feminista que afirma haber elegido ser madre,
una lesbiana madre.13
Aunque probablemente no fuera un efecto buscado, en la valoración de esa
sintaxis (“lesbianas-madres”) se desliza cierto parámetro de homonormatividad
familiar, es decir, formas moralmente correctas de conformar familias,14 en este
caso integradas por dos madres. Quizás no sea casual entonces que quienes
conformaron tales familias habiendo accedido previamente a la maternidad
12 El testimonio es citado por Libson (2009: 96) de la sección “Opinión de los lectores” del diario La
Nación del 1º de julio de 2005. La autora realiza un pormenorizado análisis de los enunciados hetero-
sexistas de ese diario, clasificando matrices ideológicas que van desde el “discurso tradicional católico”
(cuyo principal argumento para oponerse al reconocimiento legal de las parejas homosexuales y de la
filiación es la antinaturalidad/perversidad de la homosexualidad), el “conservador liberal” (que expulsa
las expresiones de las minorías sexuales al recinto de lo privado), hasta el discurso de “aceptación
limitada” (que reconoce las parejas homosexuales pero encuentra su umbral en el ejercicio parental de
las mismas). Pero lo que tienen en común todos esos discursos es que se oponían a la parentalidad
homosexual. Ver también Libson (2008).
13 No es casual que otras entrevistadas se inscribieran en esta misma matriz de pensamiento, ya que
entre algunas de ellas mantienen relaciones de amistad, o han participado de los mismos espacios de
militancia lésbico-feminista, en los que compartieron grupos de reflexión sobre lesbianismo y materni-
dad. Así se comprende que Ana dijera: “la maternidad es algo que elegimos, si es un mandato no la
queremos”.
14 Así como es posible advertir concepciones hetero y homonormativas de la identidad sexual, las que
suponen que “no existe nada entre la heterosexualidad y la homosexualidad, que ambas son las únicas
y verdaderas (…) y que solo quien encaja en estos parámetros merece reconocimiento social” (Moreno
y Pichardo, 2006: 151), también es posible pensar, además de en una heteronormatividad familiar, en
una homonormatividad familiar, la que tiende a reificar el fundamento homosexual de estas familias,
opacando modalidades “híbridas” como la de constituir familias homoparentales a partir de la reconfi-
guración de familias heteroparentales.
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como resultado de uniones heterosexuales, dudaran de ser parte del “nuevo fe-
nómeno”, como lo planteaba Carla en una de las entrevistas: “nosotras, ¿somos
una familia homoparental?”.15 Pero el extremo de lo inaceptable no estaba en un
pasado heterosexual para constituirse en madre, sino en la simulación hete-
rosexual para hacerlo: “está la posibilidad de acostarte con un hombre…, pero yo
no sería capaz de engañarlo, no decirle que será padre”.16
Sea por un contexto legal favorable –luego de aprobado el matrimonio igua-
litario– o por perfiles no activistas, otras experiencias de acceso a la maternidad
prescindieron de argumentos politizados respecto a la vía elegida, aunque no
estuvieron exentas de escollos y dilemas. Más allá de un ethos politizado o no,
las distintas rutas de entrada a la maternidad lésbica pueden producir configu-
raciones y experiencias parentales particulares. Las maneras en que se accede y se
gestiona la maternidad ponen en juego imaginarios de familia que se traducen en
preocupaciones relativas a: ¿quiero que mi hijo tenga mi sangre?, ¿quiero que se
parezca a mí?, ¿cómo lo criaré?, ¿sola?, ¿con mi pareja?, ¿las dos seremos
igualmente madres? (Herrera, 2004).
A diferencia de una pareja heterosexual, es difícil interpretar que la adopción en
parejas del mismo sexo pueda ser decodificada como “una imitación de la
naturaleza” (Grau, 2006: 154), puesto que no se trata eventualmente de una
disfunción reproductiva sino de que dos hombres o dos mujeres no pueden
fundar una sola carne con la fusión de sus respectivos humores. ¿Cómo se cons-
truye e interpreta entonces el lazo madre-hijo en quienes optaron por esa vía? La
respuesta depende de cómo se piensen las relaciones de parentesco y las no-
ciones de familia, lo cual habla de los distintos perfiles de las entrevistadas. En
el marco de sus ethos militantes, Alicia y Victoria habían elegido adoptar asu-
miendo desde el inicio que el niño no tendría ningún vínculo biológico con ellas.
Antes que preocuparles, eso las afirmaba en una visión de familia no tradicional,
en la que procreación y filiación se entienden como dos aspectos netamente
diferenciados. El lazo de parentesco no se desprende aquí de la consanguinidad,
de un “estado del ser” por haber transmitido “la sangre” o “los genes”, sino del
hecho de compartir el proceso de adopción y la futura crianza, deviniendo ma-
dres en un proceso creativo del vínculo parental (Bestard, 2009: 86).
15 En efecto, Carla fue madre en el marco de un matrimonio heterosexual, del que luego se había divor-
ciado. En el momento en que hicimos la entrevista en Mar del Plata (en diciembre de 2010) estaba ini-
ciando una relación de convivencia con otra mujer que comenzaba a involucrarse en la crianza de su hijo.
16 Según la organización Les Madres, esa alternativa era desaconsejable porque implicaba el riesgo
del reclamo legal de paternidad (Cuadernillo Nº 2, junio de 2010). Pero lo interesante del testimonio
citado es que más que evaluar esas consecuencias legales, se descartaba por motivos morales.
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17 Entrevistadas en Mar del Plata en 2011. Nos conocimos en el marco de un evento sobre el pro-
yecto de Ley de Identidad de Género organizado por AMADI (integrante de la FALGBT), en marzo de
2011. Al ver que ellas cargaban en brazos con una pequeña niña, les comenté sobre mi investigación
y concretamos la entrevista dos meses después en su casa. Es importante aclarar que a pesar de la
instancia en donde nos conocimos, ellas no tenían familiaridad con el universo del activismo, sino que
habían asistido por una invitación.
18 De hecho habían intentado acceder a la maternidad mediante inseminaciones que resultaron fallidas.
La adopción no fue una búsqueda formal ni deliberada en términos ideológicos como en otros casos.
Lejos de esgrimir sentidos reivindicatorios de la homosexualidad, en la ruta de entrada a la maternidad
no se jugaba ninguna apuesta política. La adopción se les presentó como una situación de hecho a
partir de un pariente que les comentó de una niña que no podía ser criada por su madre biológica. Al
momento de la entrevista, ellas estaban casadas, por lo que no había un impedimento legal para que
ambas fueran reconocidas como madres adoptivas. Los escollos legales pasaban, en cambio, por el
hecho de que tenían apenas una guarda simple de la niña. Bajo el asesoramiento de un abogado es-
taban solicitando una guarda con facultades ampliadas para posteriormente llegar a la adopción plena.
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Cuando la conocí ella estaba con un chico gay que quería ser el padre y que iba a ocupar el
rol de padre. Se conocían desde antes. Y cuando yo aparecí ella planteó: “bueno, esta es mi
pareja”, y a este chico le surgió todo un mambo porque mi pareja quería que yo fuera a las
inseminaciones o una ecografía, no me acuerdo bien ahora, y él dijo “no, el padre soy yo”,
como que yo no tenía nada que ver en nada, y que no iba a tenerlo nunca. Empezó ya
desde el vamos, se planteaban quién iba a ir el primer día de escuela del nene… Todo un
conflicto donde el pibe se estaba olvidando que los dos son gays y que él también podía tener
una pareja, y que esa pareja también iba a ser partícipe si había un hijo… Y que no podía
pretender repetir un modelo de él y ella solos, y que el resto no cuente. Entonces hubo
problemas con eso y chau hijo, porque estaban par- tiendo de un conflicto bastante grave
(Cecilia).
19 Esta maternidad finalmente no pudo concretarse, ya que ninguna de las dos opciones (relación se-
xual con un hombre e inseminación) dieron resultado.
20 Al momento de la entrevista tenía 30 años, y estaba emprendiendo varias actividades laborales des-
pués de haberse graduado en la universidad, por lo que el deseo de maternidad surgió primero en su
pareja, de mayor edad que ella.
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que incluyera dos madres y dos padres quedó solamente como un tipo ideal en
las representaciones de Cecilia, ya que las conflictividades entre los diversos
criterios de familia terminaron por ser irreversibles, hasta cancelarse el proyecto.
La premisa de que “la sangre es más espesa que el agua” ha sido entendida como
una de las claves distintivas del sistema de parentesco occidental. Varias
investigaciones, como por ejemplo en Chile, Brasil y España, han observado que
las madres lesbianas optaban por la inseminación porque les permitía transmitir
información biogenética a sus hijos, reproduciendo un modelo familiar en el
que “la sangre y los parecidos” detentan un importante peso simbólico (Herrera,
2004; Fonseca, 2007; Pichardo, 2009). En el afán de alcanzar este modelo están-
dar de parentesco, se ha señalado la recurrencia con la que las mujeres lesbianas
desarrollan diversas estrategias de inseminación. Así, Claudia Fonseca (2007)
advertía que una de las fantasías más corrientes de las jóvenes lesbianas brasile-
ñas es hacer la inseminación con esperma del cuñado de la madre gestante para
garantizar el nexo biológico de ambas madres con el niño. Por su parte, Corinne
P. Hayden (2003) advertía sobre casos de parejas lésbicas en los que ambas mu-
jeres recurrían al mismo donante para que sus hijos quedaran emparentados.
Pero aquí, en cambio, varias de las parejas entrevistadas que optaron por la
inseminación expresaron diferenciarse de aquellos usos de las TRHA que ponde-
ran los lazos consanguíneos o la transmisión de información biogenética como
condición de las relaciones de parentesco.
La inseminación artificial es la forma más fácil y rápida, la fecundación in Vitro es compleja y
además no es necesaria, al menos que tengas alguna dificultad. Y tampoco nos interesaban
las piruetas que hacen algunas parejas que consiste en tomá los óvulos de una, hacen la
fecundación in Vitro y los implantan en el útero de la otra. Algunas lo hacen para embarrar la
cancha legal, porque decís ¿cuál es la madre?, lo cierto es que en el momento de anotarlo la
única que va a aparecer como madre es la que lo parió. Otras porque permanecen ciertos
patrones, esto de mi sangre, mis genes, que es lo que hace que mucha gente no adopte, o
esto que dificulta tanto la inseminación con donante anónimo. No necesitamos eso, el chico
es hijo de ella aunque no tenga el más mínimo vínculo biológico, y el que geste ella va a ser
hijo mío, no necesitamos esto de carne de mi carne, sangre de mi sangre, porque no es
nada en definitiva, más allá de una cosa hedonista, que después termina en: por lo tanto
debés ser ingeniero como yo quería, tener el novio que yo quería, termina teniendo
consecuencias nefastas, cada individuo es un ser autónomo y qué ganás con que tenga tus
genes… (Liliana).
Para las entrevistadas, el ejercicio reflexivo sobre cómo constituir una familia
con dos madres no solo se imponía frente a las distintas alternativas de acceso a
la maternidad. Una vez atravesada esa instancia, tenían que reproducir esa
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Homosexualidad, familia y reivindicaciones
Al principio, hace 9 años atrás, no teníamos ni idea de cómo encarar las cosas. Lo que
siempre pensamos era que lo mejor era brindarle a Rodrigo que tuviera herramientas para
el afuera, por si él necesitaba dar alguna explicación, a quién quisiera contarle su realidad, a
quién no, y no teníamos idea si iba a funcionar lo que decíamos, y bueno Sonia fue la madrina,
le dijimos que era la madrina. Él a los cuatro años nos dijo como que no tenía papá, pero
siempre nos sorprendió porque nosotras estábamos con esto de ella es la madrina, yo soy
tu mamá, y Sonia le decía frases como tenés que respetar a tu mamá, como excluyéndose
ella, y fue Rodri el que fue cambiándonos la cabeza, enseñándonos y aclarándonos, primero
en todos los lugares, el colegio, todos los lugares donde Rodri se movía, nos enterábamos a
posteriori que él le había dicho a todos que tenía dos mamás, como que tenía todo más
cocinado.21
La nena nos dice mamá a las dos, y por ahí yo le digo dale esto a Sabri, no le digo dale esto a
mamá, porque por ahí nos pareció que esta cosa de vení con mami, y estamos las dos, es
como que quizás la confundíamos. O sea, ella va a saber la verdad absoluta siempre: ¿pero
cómo diferenciábamos a una de la otra? Entonces ella decía “vos sos mamá y vos sos
Sabri”, pero ella naturalmente cuando nos llama le dice a ella “mamá” y a mí también
“mamá”. Vamos a ver cómo sigue, pero la forma se la va a ir dando ella, porque nosotras no
corregimos: “no, ella no es tu mamá”, sí, también es tu mamá por- que cumple con las
mismas obligaciones que cumplo yo a diario (Claudia).
21 El testimonio pertenece a una mujer que asistió al Iº Encuentro de Familias Homoparentales, de-
sarrollado en la ciudad de Rosario en junio de 2010. Ella estaba en pareja con otra mujer desde hacía
11 años, y había tenido a sus dos hijos mediante inseminación artificial. En ese encuentro también
hubieron otros testimonios que relataron esa estrategia de apelar al término madrina para nombrar a la
pareja de la madre gestante.
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Homosexualidad, familia y reivindicaciones
22 El ejemplo más conocido está en una etnografía de Evans-Pritchard sobre los nuer: “lo que nos pa-
rece (pero no a los nuer) como una unión un poco rara, es cuando una mujer se casa con otra y cuenta
como el padre social (pater) de los niños nacidos de esta mujer”. Otro ejemplo es el de los na de China,
donde la diferencia de los sexos no define de ninguna manera la filiación y el matrimonio no existe. Se
trata de “una sociedad sin padre ni marido”, radicalmente matrilineal. Vér estas referencias en Fassin
([2000] 2005: 63-64).
23 Como planteaba Joan Scott ([1999] 2005: 39), “¿en qué se diferencia una unidad doméstica homo-
sexual de aquellas en la que dos mujeres –hermanas, o una madre y una abuela– están criando a las
niñas y niños? ¿O de una unidad doméstica en la que una madre soltera cría a sus hijos e hijas que
tienen padres diferentes, ninguno de los cuales ha estado presente nunca? ¿O de una familia en la que
un padre viudo está criando a hijas e hijos? Esta pluralidad evidencia que el modelo heterosexual bipa-
rental –cristalización de la diferencia sexual– es apenas una de las alternativas posibles de conformar
una familia.
24 Si esta regla determinara en última instancia todas las organizaciones de parentesco, no habría
ninguna posibilidad de construir modelos familiares con dos madres o dos padres, tesis que va a
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Capítulo 6 Concretar una fórmula emergente
Pero como hemos visto, lejos de producirse los cataclismos subjetivos que este
tipo de discursos anunciaban, los hijos de estas familias traspasaban ese “tope
del pensamiento” con notoria naturalidad, llamando madres a ambas inte-
grantes de la pareja, enseñándoles un nuevo orden simbólico a pesar de que ellas
se esforzaran por establecer distinciones “para no confundirlos”. Incluso afirma-
ciones como “nunca sentimos que teníamos que proveerle de un padre, pensa-
mos que podíamos ser las dos madres”, expresan una reflexividad mediante la
que se advierte el carácter emergente de sus propias configuraciones familiares,
puesto que las mismas, además de afirmarse, tuvieron que crearse sin modelos
culturales preestablecidos. Paradójicamente, es el sistema de parentesco hetero-
sexual el que a veces funciona como puente referencial para operaciones de nego-
ciación y reapropiación simbólicas en las familias homosexuales (Weston, 2003).
Así, negociando entre definiciones expertas y nativas, a base de prueba y error
mediante las prácticas, las entrevistadas ensayaban nuevos experimentos de vida
desde donde reelaboraban el orden simbólico dominante de familia.
A partir de los enredos en la terminología de parentesco, Claudia y Sabrina
optaban por una estrategia que está a caballo entre un dejar hacer y un preca-
vido seguimiento. Se trataba ante todo del hecho de “estar atentas” a lo que su
hija iba generando en sus prácticas cotidianas para, a partir de allí, encausar la
terminología más ajustada. Aunque no se mostrasen exasperadas por esa va-
cilación terminológica, reconocían en cambio que era una tarea que les exigía
atención y algo de creatividad.
La intención de evitar que sus hijos se confundan en las estrategias de
nomenclatura parental no solo se efectuaba en la intimidad de esas relaciones
familiares, sino también de cara al ámbito público. Ana y Sofía expresaron una
clara preocupación por las relaciones sociales que envolvían a su hija, quien de-
bía comenzar la escuela primaria en aquel momento en el que hicimos las en-
trevistas. Quizás por eso se mostraban más decididas a mantener una fórmula de
nominación parental menos atada a la contingencia:
Están las que eligen que las llamen por el nombre de pila, pero nosotras creemos más
conveniente no perder la referencia materna. Por eso, a mí me dice Mami y a Ana la llama
Mamá. Y esto no es por una cuestión principista, de mantener los valores tradicionales de la
familia, sino porque no queremos usar a nuestra hija como bandera política. Va a ser ella la
que tenga que insertarse en la sociedad y no es la idea que sea la oveja negra siempre
(Sofía).
Sin embargo, el cuidado que ellas tenían en brindarle una referencia materna
precisa a su hija no les garantizaba eludir las interpelaciones heterosexistas
contrapelo de las prácticas de quienes los concretan como de los esfuerzos de los actores (sean legos,
activistas, antropólogos o legisladores) por volverlos culturalmente inteligibles.
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Homosexualidad, familia y reivindicaciones
que circulaban socialmente, pues a fin de cuentas, ella no tenía una sino dos
madres, terreno fértil para la curiosidad pública sobre la forma y funcionamien-
to de su familia. Para sentir esa interpelación no era imperioso que se presen-
taran constantemente escenas de conflicto o situaciones de discriminación, y de
hecho ellas dijeron no haberlas tenido de manera frecuente. No obstante, había
momentos e instancias de la vida social donde emergían nociones normativas de
familia, esto es, la idea de que es una institución compuesta por un padre y una
madre, o en su defecto, por alguno de estos, pero no por parejas del mismo sexo.
Así, Sofía recordaba algunos episodios de esta índole:
Cuando tuvimos que mandarla al jardín fue todo un tema dar con el lugar indicado. En-
contramos finalmente uno con compromiso social. Por ejemplo, en el día de la madre nos
enviaron dos tarjetas, una que dice Mamá y la otra para mí, Mami. Pero con el día del
padre fue más conflictivo, porque en el jardín insistían con la necesidad de una referencia
paterna, o al menos masculina. No nos parecía necesario (…) con la pediatra también
sentimos la misma insistencia.
Con cierta indignación, Sofía decía desde los saberes de su profesión –la
psicología– que “todos citan a Lacan pero nadie lo usa”.25 En efecto, el hecho
de que la “ausencia del padre” se transformara en “una falta” preocupante en el
caso de las familias lésbicas, mientras que otros arreglos familiares en los que el
padre no ha estado nunca presente (como en las familias monoparentales
encabezadas por mujeres) eran socialmente más aceptados o generaban menos
controversias, era sintomático de concepciones heteronormativas de familia que
circulaban en el imaginario social, y sobre todo en el campo de saberes psi.
Cuando estos saberes analizaban la homoparentalidad, no era extraño encon-
trarse con afirmaciones como esta: “es fundamental para el niño que la impor-
tancia del padre y de la madre biológica estén garantizados” (Andrade de Aze-
vedo, 2007: 160). Como sostuvo Scott ([1999]2005), la apelación a ese modelo
biparental –que en muchos países fue dejando de ser mayoritario– escondía una
objeción a la homosexualidad en sí misma. En efecto, no es casual que justo
cuando el deseo homosexual se tornaba familiar, se movilizaran a contrapelo
25 Como explicaba Scott, muchas veces se apela equivocadamente a Lacan y a su noción de “lo sim-
bólico” cuando se quiere señalar la importancia que tiene la diferencia sexual en la familia –entendida
como la presencia física del padre y la madre– para la formación de la identidad sexo-genérica de los/
las niños/as. “Pero el trabajo de Lacan no justifica el uso que se hace de sus ideas. De acuerdo con
Lacan, la diferencia sexual se basa no en la anatomía, sino en la articulación simbólica. Ni la familia bio-
lógica ni la sociológica tienen mucha relación con las posiciones simbólicas de „padre‟ y „madre‟ (…).
El padre desempeña un papel clave, pero este padre –esta acción consciente que establece la ley que
regula el deseo– es una posición o función, y puede ser ocupada por un sujeto que no necesariamente
sea un padre ni tampoco hombre. El padre simbólico (…) significa un lugar y una función que no se
reduce a la presencia o ausencia del padre real como tal” (Scott, [1999] 2005: 40).
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Capítulo 6 Concretar una fórmula emergente
26 Evidenciando una lógica de interacción social semejante a la que vimos en el capítulo 5 respecto
de la puesta en escena de “los valores de la familia” (entre otros discursos heterosexistas) cuando se
revelaba la homosexualidad.
27 Aunque estos episodios de injuria se percibieran como aleatorios, en verdad no eran casuales, por-
que dicho en palabras de Goffman, cuando está en juego una identidad estigmatizada, “los contactos
aparentemente casuales de la vida cotidiana pueden, sin embargo, constituir una especie de estructura
que limita al individuo a una sola biografía a pesar de la multiplicidad de yoes” (Goffman 1995: 90).
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Homosexualidad, familia y reivindicaciones
jerarquía social de las identidades sexuales. Así, “la familia normal”,28 muchas
veces más imaginada que real, se construía fantasmáticamente para autolegi-
timar su configuración familiar. Como ya hemos señalado, la familiaridad con
diversos discursos activistas (relacionados con el lesbianismo, el feminismo y la
izquierda) eran anclajes importantes desde donde algunas de estas mujeres
comprendían sus propias familias.
Así también se comprende la manifestación de sorpresa cuando los temores por
las injurias heterosexistas no se cumplían. “Hasta ahora no pasó nada”, decía
Claudia aludiendo a que no habían tenido ningún tipo de inconvenientes en el
edificio donde vivían, y al hecho de que su hija jugaba normalmente con los
nenes del barrio, a tal punto que cuando nació recibió regalos de sus vecinos. Pero
la amenaza de la discriminación seguía en su imaginario de cara a futuras
relaciones de sociabilidad, por ejemplo en la escuela: “cuando se enteren, „ah tu
mamá vive con otra mujer‟, o „tenés dos mamás‟”. Y es que el sentido reivindi-
catorio con el que muchas veces afirmaban sus familias, no solo era producto de
un ethos militante, sino también de un ethos defensivo que se ha formado en
trayectorias de vida atravesadas por episodios de injuria heterosexista y homo-
fóbica. En efecto, los mismos escenarios que en ocasiones han sido focos de
injurias –la escuela, el barrio, el sistema de salud, la familia de origen– eran los
que volvían a emerger en sus representaciones, al margen de que se reiterasen o
no para con sus hijos.
Cuando los episodios de injuria se concretaban en sus hijos, los mismos re-
forzaban aquella representación anticipada de la realidad –es decir, el temor a la
discriminación– alimentando a su vez la percepción respecto a que sus configu-
raciones familiares eran distintas o singulares. En parte es por ello que los acon-
tecimientos que solían destacarse en sus relatos –lo que merecía la pena contar- le
a un investigador que estudiaba las familias de gays y lesbianas– apuntaban
justamente a ese tipo de circunstancias donde se ponía en juego el señalamiento
–muchas veces injurioso– de una extrañeza o peculiaridad en sus familias.
Una amiguita del barrio un día le dijo: “tus mamás son dos putas”, y cuando me lo vino a
contar desorientada yo le expliqué que si quiso decir dos lesbianas, dos putos en
femenino, no era un insulto en sí mismo. Pero cuando le pregunté cómo se lo había
dicho, me di cuenta que había sido un insulto, entonces le dije que tenía que aprender a
defenderse, que si se bloquea bueno, pero que trate de contestar lo que le salga (Sofía).
Como esa vez del conflicto con un compañero que le decía: “no tenés papá”. Y ella se
cansó y le gritó: “¡tengo mamá y mamá!”, como diciendo dejate de joder, y la señorita se lo
contó a la directora y esta me llamó contenta y me dijo: “qué bien que se planta tu hija ante
las presiones de los demás” (Ana).
28 Desde ya, utilizamos esta noción en un sentido emic y no etic, es decir, no como categoría analítica
sino nativa.
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Capítulo 6 Concretar una fórmula emergente
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Homosexualidad, familia y reivindicaciones
Me mata escucharlos entre ellos, cuando Juani decía “papa” [en el sentido de tubérculo], y
Rodri le decía “no, no tenemos papá” [risas], o le explica, “bueno, vas a aprender de mí
algunas cosas porque nosotros papá no tenemos”. Y la verdad, me encanta verlos y
compartir y que ellos puedan compartir con otros chicos o enseñar… Tenemos una pareja de
amigas que tiene una nena más grande, que también le decía “madrina” a una de ellas, y
Rodrigo le decía “no, vos tenés dos mamás, la madrina no es nada, una mamá y otra
mamá”, como que entre ellos también se dan cátedra de las cosas.30
Algunos autores han afirmado que las relaciones lésbicas tienden a ser iguali-
tarias. Otros, más prudentes, han advertido que la igualdad de sexo no necesa-
riamente lleva a la igualdad en las relaciones. Ante estas afirmaciones generales,
es importante dejar en claro que, como ya se ha señalado insistentemente en los
estudios de género, no hay en rigor de verdad ningún factor del orden del “sexo
biológico” que determine la simetría o asimetría de las relaciones de género, ya
sean heterosexuales u homosexuales. Antes bien, son los sistemas de
30 Esa mujer relató asimismo cómo el hijo de una amiga lesbiana que también era madre desde hacía
varios años (y que estaba ahí presente asintiendo), le enseñaba al suyo las formas correctas de inter-
pretar y denominar sus relaciones familiares.
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Capítulo 6 Concretar una fórmula emergente
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Homosexualidad, familia y reivindicaciones
para varias de ellas, al punto que ninguna de las entrevistadas residentes en esa
ciudad había optado por hacer ese contrato legal. Entre otras razones, porque
justamente no incluye el derecho a la herencia ni a la adopción para parejas del
mismo sexo, aspectos que fueron resaltados con particular preocupación frente a
la desprotección legal de esas parejas y de sus co-maternidades de hecho.
Dada esa restricción de derechos, ¿en qué se asentaban esos vínculos fami-
liares? En las relaciones de algunas de estas mujeres se destacan una serie de
prácticas y acuerdos estratégicos que pretendían amortiguar la desprotección
legal en materia de alianza y filiación. Por ejemplo, realizar un testamento me-
diante escribano público para poder legar los bienes en caso de fallecimiento de
una de las integrantes de la pareja. De esa manera, se protegían patrimo-
nialmente de eventuales reclamos de parte de sus familias de origen. Por otro
lado, la asimetría en la filiación era amortiguada bajo acuerdos relacionales que
implicaban lo que denominamos pactos de confianza mutua, y que también han
sido señalados en otras investigaciones sobre familias lésbicas en contextos de
desprotección legal (Viñuales, 2006; Pichardo, 2009). Estos consistían en
acuerdos tácitos o de palabra relativos a garantizar el vínculo de la co-madre con
su hijo en caso de una separación o un conflicto de pareja, que se expresa- ron
en enunciados como: “yo sé que si nos separamos, Ana no me va a impedir que la
vea a Camila” (Sofía).33 O a la inversa, enunciado desde la madre reconocida
legalmente: “por más que si algún día nos llegamos a pelear, ella va a seguir
siendo la madre de Agustina” (Claudia).
De modo que el valor de igualdad al que aludieron varias de estas mujeres se
manifestaba en la afirmación de un estatuto simétrico para las co-madres y las
madres legalmente reconocidas. Y a su vez, ese principio igualitario es el que tenía
que sostenerse y materializarse en las prácticas de crianza. Los cuidados, el
afecto y las responsabilidades maternales debían implicar una tarea compar-
tida, según lo advertían las entrevistadas. Así, las prácticas de coparentalización
sobre las condiciones de procreación se continuaban en las tareas de crianza y
reproducción de la vida cotidiana. De modo que el valor de la igualdad aparecía
como principio ordenador en la creación de sus familias así como en todo el
obtener una licencia laboral para cuidar a la persona enferma, tener acceso privilegiado en unidades
penales, adquirir el derecho de pensión por fallecimiento para jubilados del estado porteño, entre otros
derechos.
33 Años después, cuando tuvieron la oportunidad de darle fuerza legal a este arreglo decidieron hacer-
lo, ya que luego de contraer matrimonio, solicitaron a la justicia el reconocimiento del vínculo de filiación
de Sofía con su hija, y dado que el juez interpretó que para la ley el matrimonio no necesariamente tie-
ne que preceder al nacimiento del hijo, el fallo resultó favorable, y a partir de entonces Sofía cuenta con
el reconocimiento legal de su maternidad. Sofía fue la única de estas mujeres con la que mantuvimos
contacto luego del período de realización de las entrevistas.
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Capítulo 6 Concretar una fórmula emergente
esquema relativo a la distribución de los roles familiares, sobre los que afirma-
ron no querer reproducir ninguna jerarquía.34 En ese sentido, Claudia sostenía:
Las tareas las compartimos por igual, bueno yo justo ahora estoy en casa y ella está
trabajando porque tuvimos un problema y me quedo yo, pero si en un futuro tengo que salir a
trabajar yo y ella quedarse, eso está contemplado. En realidad renuncié yo por- que ella
ganaba más, convenía, pero no porque ella [refiriéndose a su niña] sea mi hija biológica…
34 Un aspecto a considerar es que cuando las entrevistadas apelan en sus relatos al valor de la
igualdad en la pareja, podría ocurrir lo que advertía Herrera (2004) respecto de que si las relaciones
igualitarias son cada vez más el modelo políticamente correcto en sectores medios, cabría esperar que
tal modelo se torne en un valor normativo en el marco de un dispositivo particular como la entrevista.
Así, los relatos sobre la igualdad estarían condicionados por las normas políticamente correctas. Estas
aclaraciones son válidas, pero también es importante considerar que lo que decían las entrevistadas
estaba relacionado con otras cosas que hacían y que decían desde matrices de sentido semejantes.
En efecto, la ideología de la igualdad estaba presente en diversos aspectos de sus trayectorias de vida,
tales como en sus experiencias militantes asociadas al lesbianismo, el feminismo y los derechos huma-
nos, en los valores con los que educaban a sus hijos, e incluso en algunas de sus actividades laborales,
que preferimos no especificar para resguardar el anonimato de las entrevistadas.
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Homosexualidad, familia y reivindicaciones
Es cierto que estas mujeres afirmaron haber constituido sus familias siendo dos
madres, desterrando cierta creencia de sentido común sobre la pareja lés- bica en
la que por regla una ocuparía un rol femenino (de madre) y la otra un rol
masculino (de padre). Aquí, madres y co-madres tienen identificaciones de
género femeninas. Pero esto no explica la valoración de igualdad que atribuyen a
sus relaciones familiares. En cambio, la misma deviene en buena medida de
principios ideológicos relacionados con una identidad lésbica nutrida de pre-
ceptos feministas. Desde allí es que se planteaban el rechazo a la división sexual
del trabajo de “la familia heterosexual” o “la familia patriarcal”.
Por su parte, esa norma familiar (heterosexual y patriarcal) es también una
construcción nativa de las entrevistadas, una imagen de sus propios sentidos so-
bre el contraste entre tipos de familias, lo que no significa que constituya nece-
sariamente la descripción de una regla sociológica ni una explicación etic sobre la
igualdad/desigualdad de las relaciones conyugales (sus familias igualitarias por
la simetría de género frente a las familias heterosexuales basadas en la des-
igualdad de roles genéricos). De lo contrario, si esta fuera la regla, el modelo de
pareja igualitaria que también se localiza en heterosexuales de camadas medias
(Heilborn, 2004) sería una anomalía inexplicable y no el resultado lógico de un
lento apagamiento de la norma tradicional de organizar la familia. En cambio,
justamente lo que está en curso son procesos de transformación de la familia y
del sistema de sexo-género de más largo alcance, los que trascienden la compo-
sición de género y orientación sexual en la familia. El pensamiento feminista ha
tenido, y sigue teniendo, una influencia destacada en la marcha de ese proceso, y
por ello detenta un rango explicativo, más allá de que las mujeres entrevistadas
posean una identificación con el mismo. Asimismo, el principio de igualdad
debe ser entendido como actualización –su puesta en valor y en contexto– de la
premisa básica del individualismo igualitario, que rechaza las diferencias y
jerarquías estatutarias (Heilbron, 2004: 111). No es necesario ahora rastrear los
orígenes del individualismo en la cultura familiar occidental,35 sino que es
suficiente con señalar que se va intensificando a partir de la segunda mitad del
siglo XX, particularmente en las relaciones familiares, sexuales y de género de las
clases medias. “Relación pura” (Giddens, 2000), “pareja igualitaria” (Heilborn,
2004) o “familia posdoméstica” (Cosse, 2010) son algunas conceptualizaciones
de este proceso de reflexividad intimista y des-tradicionalización familiar en el
cual las clases medias se nutren de los valores de autonomía, deliberación,
35 Algunos historiadores como Lawrence Stone han llegado a rastrear el “individualismo afectivo” en
la familia desde el siglo XVI. Las historiadoras feministas han cuestionado no la cronología en sí, sino
el hecho de que, hasta bien entrado el siglo XX, esa disposición funcionara solamente para el género
masculino. Para estas tesis y sus respectivas discusiones ver (Anderson, 1998; Goody, 2001; Morant
y Bolufer, 1998).
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Capítulo 6 Concretar una fórmula emergente
Yo soy la que cocino por ejemplo, lavo la ropa, limpio, hago las compras, y Sofía se pone
a jugar con la nena. Ella es la que le contesta a la señorita en el cuaderno de
comunicaciones, le cuenta lo que hicimos el fin de semana, le pregunta cosas, le arma la
mochila. Igual se queja, “siempre que estamos en casa te desligás de la nena” (Ana).
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Homosexualidad, familia y reivindicaciones
Natalia: yo cumplo un rol más paternal con Emilia, soy con la que sale, juega, baila, pe- ro
cuando le pasa algo va corriendo directo a los brazos de Daniela.
Daniela: quizás lo pensamos así porque nosotras somos de la otra generación, en la que el
padre estaba siempre afuera trabajando y cuando venía se ponía a jugar con los chicos, y la
madre es más contenedora, más cariñosa…
Natalia: También para proteger a Emilia, para poder legarle los bienes, y esas cosas, pero
no solo por Emilia, es porque nos amamos, y nos concebimos como un núcleo familiar
más.
36 Valoraciones que de manera explícita o implícita también podían hacerse extensivas a las propias
personas homosexuales que deseaban o conformaban una familia.
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Homosexualidad, familia y reivindicaciones
Últimamente estuve pensando que quiero pasarme a capital para trabajar (yo trabajo en
provincia como docente), porque supongamos que Sofía se enferma, o la tienen que
operar, ¿quién la cuida? Entonces en provincia no me van a reconocer nada, pero si yo
trabajo en la ciudad de Buenos Aires, el gobierno de la ciudad me tendría que recono- cer si
yo estoy unida civilmente, podría tomarme licencia por ejemplo (Ana).
Como deja ver este relato, invocar las normas jurídicas no implicaba como
condición un deseo de legitimar sus configuraciones familiares mediante el
reconocimiento del Estado, sino que también podía implicar usos estratégicos
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Capítulo 6 Concretar una fórmula emergente
o ardides para capitalizar sus ventajas (Vespucci, Torricella y Pérez, 2008). Así,
el sentido atribuido a esas figuras legales no era unívoco. Pero ya fuera por su
valor instrumental o por su valor simbólico, apelar a una fuente de legalidad no
representaba necesariamente una voluntad de “parecerse a las familias
heterosexuales”.
Mientras más radicalizadas eran las posiciones ideológicas de sus ethos mi-
litantes, mayor era la distinción simbólica que atribuían a sus configuraciones
familiares. En este sentido, ser madre, tener una pareja estable y convivir con
ella, no era reflejo de haber claudicado a ciertos ideales contestatarios respecto a
los valores tradicionales de la familia, entre los que el matrimonio ocupa un lugar
destacado: “Yo por principio no refrendaría nunca mi unión frente al Estado,
como anarquista no lo haría. El matrimonio reproduce la estructura de la familia
nuclear, además la carga cultural del concepto de matrimonio… ¡es insalvable!”
(Liliana).
Decididas a no reproducir los esquemas tradicionales de la familia, Liliana y
Mariela imaginaban otras estrategias que pudieran regular de manera inde-
pendiente las relaciones afectivas y de cuidado entre adultos y entre adultos y
niños, removiendo las bases de la alianza, la filiación y el parentesco sobre la que
reposan los derechos de familia.
Otra opción es decir no, es un derecho de los individuos ver con quien toman pactos de
solidaridad, no tenés por qué establecer que sea una condición que el vínculo sea sexual y
erótico. Vos podrías decir, las personas son libres de comprometerse con quienes sean y el
Estado debe respetarlo. Podrías tener un pacto de compromiso mutuo con tu hermano,
porque quizás tu vida amorosa está compuesta por un minar de gente, que no tenés una sola
relación fuerte, en cambio con tu hermano tenés una relación fenomenal, y económicamente
se necesitan. Y además tampoco tiene por qué estar todo esto dentro de lo que siempre fue la
potestad del marido, no tiene por qué trasladarse y estar todo en la otra persona con la que
hacés tu unión civil o lo que fuere, porque vos podés quererlo o compartir la casa con tu
pareja, la amás, la adorás, pero a la hora de tomar una decisión médica se abatata y no te
sirve ni para ponerte una curita, y querés que esas decisiones médicas las tome tu amiga de
toda la vida, porque es más competente. Entonces hay alternativas, no es necesario caer en
el matrimonio, no es la única opción. Fijate que la CHA que sacó esta ley de Unión Civil que
no tiene ningún contenido, ahora están con lo de la ley a nivel nacional, y le quieren meter el
tema de la adopción, ¿eso qué es?: ¡matrimonio con otro nombre! Porque otra vez, si vos
estás regulando vínculos entre adultos, ¿por qué metés la adopción?, hacé otra cosa aparte
donde regulen el vínculo de adultos con niños… (Liliana).
Estas palabras resuenan como ecos de las críticas de la teoría queer referidas a los
efectos adversos e inadvertidos de reclamarle al Estado las formas legales de
convivencia que este pueda reconocer, otorgándole el poder de legitimar sus
estructuras normativas y des-legitimar a la vez otras maneras de construir
relaciones afectivas, sexuales y de cuidado. La crítica es interesante y válida, así
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Homosexualidad, familia y reivindicaciones
como también es válido sostener que las normas de parentesco que reconocía el
Estado –que suponen la alianza heterosexual junto a la filiación biológica o
adoptiva– se verían alteradas y transformadas con el reconocimiento legal de las
familias homoconyugales y homoparentales, como de hecho sucedió mediante
las leyes de matrimonio igualitario y fertilización humana asistida. Pero como
hemos mostrado, tales discusiones resultan en abstracto maniqueas ya que des-
conocen que esas normas legales no tienen el mismo significado para todos los
actores. Antes que eso, sus significados ponen en juego complejas articulaciones
entre deseos, ideologías y negociaciones simbólicas, ardides, estrategias y ne-
cesidades coyunturales frente a las normas instituidas con sus propias grietas y
posibilidades de cambio o reapropiación. Todos esos elementos restituyen la
experiencia de los sujetos en sus contextos y trayectorias de vida particulares, y se
vuelven fructíferos para comprender el sentido de sus prácticas, en este caso, las
que atañen a la constitución y reproducción de sus familias.
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EPÍLOGO
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Homosexualidad, familia y reivindicaciones
Lo hicimos por eso en definitiva, porque pensábamos que ya queriendo tener un hijo nos
iba a servir, y entonces nos sirvió cuando llegó Joaquín, para los apellidos, para mil cosas,
para eso está buenísimo, porque yo no le doy tanto crédito al matrimonio como
institución, no sé si me identifica como persona, si hubiera tenido un novio y teníamos a
Joaquín y nos reconocían a los dos como padres, no me hubiera casado (Sabrina, 38
años).3
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10 En efecto, el nuevo Código Civil subsana dicha asimetría, por un lado, con la incorporación de la
figura de voluntad procreacional como otra fuente de filiación derivada del uso de técnicas de repro-
ducción humana asistida. Así, aquellas parejas de mujeres que presten su consentimiento para gestar
mediante TRHA, pueden reconocer a sus hijos sin el requisito de estar casadas. Por otro lado, es pre-
ciso señalar que en el nuevo Código el matrimonio dejó de ser la vía legal exclusiva para acceder a la
adopción conjunta, ya que otorga este derecho a parejas del mismo o diferente sexo que elijan regular
su vínculo bajo otra nueva figura como la unión convivencial.
11 En Argentina se ha dado un incipiente debate al respecto, motivado por una propuesta de regula-
ción en el Anteproyecto del nuevo Código Civil que fue planteada bajo modalidad altruista (no comer-
cial), gestacional (con material genético de uno o ambos comitentes), con un límite de dos gestaciones
por mujer (quien debe haber parido con anterioridad al menos un hijo), con el consentimiento informa-
do de todos los intervinientes y bajo autorización judicial. Esta propuesta finalmente fue descartada de
su versión promulgada, entre otras razones, por objeciones de la Iglesia Católica respecto a la manipu-
lación de la vida y controversias relativas a la cosificación del cuerpo femenino. Tras su rechazo, varias
organizaciones LGBT continúan reclamando la regulación de la gestación por sustitución.
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Epílogo
2. Balance final
12 En este sentido, diversos proyectos presentados por organizaciones como la CHA, 100% Diversi-
dad y Derechos y la FALGBT, aguardan dictamen en las comisiones de la Cámara de Diputados de la
Nación para poder ser tratados en su recinto.
13 A falta de otros registros estadísticos, si cruzáramos datos del último censo nacional realizado en
septiembre de 2010, que arrojó 24.228 hogares formados por parejas del mismo sexo (no se computó
estado civil) con las estadísticas divulgadas por organizaciones LGBT a cuatro años de la aprobación
del matrimonio igualitario (julio de 2014), que contabilizan alrededor de 10.000 parejas casadas, podría-
mos decir que poco más de la mitad de “esas parejas” (suponiendo que continuaron juntas) no habrían
optado por casarse.
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Homosexualidad, familia y reivindicaciones
el derecho a su protección por parte del Estado. Esto fue posible a partir de un
marco interpretativo que se reapropió de un conjunto de discursos y lógicas
sociales. Los cambios en las prácticas y sentidos familiares acaecidos en las
últimas décadas fueron el marco social desde el cual los movimientos LGBT se
pensaron como parte constitutiva de un proceso de diversificación familiar. Para
interpretarse en ese proceso muchas veces se apoyaron del discurso de las
ciencias sociales, bajo el epitome de “la diversidad familiar”. Pero dada la
connotación patológica e inmoral de la homosexualidad, desde la cual para el
imaginario social y del Estado esa inclusión no era evidente, requirieron de
estrategias reivindicatorias complementarias. En esa dirección, el “derecho a
quererse” se sustentó en el discurso de los derechos humanos, exigiendo ini-
cialmente tolerancia y no discriminación hacia las relaciones sexo-afectivas
entre personas del mismo sexo para, posteriormente, comenzar a demandar el
reconocimiento legal de esas uniones. El discurso científico (fundamental-
mente el de los saberes psi) operó sobre todo para avalar la homoparentalidad,
resaltando la capacidad parental de gays y lesbianas como un derecho a “que-
rerse sanamente”. Por su parte, el argumento de la igualdad jurídica y ciuda-
dana fue el marco discursivo para equiparar el estatuto legal de las familias
homosexuales con el de las familias heterosexuales, en un “derecho a quererse
bajo las mismas normas que otras familias”. El matrimonio igualitario viene a
cristalizar legal y simbólicamente ese proceso de recodificación familiarista en
los modos de vida homosexuales.
La orientación familiarista del cambio social no siempre fue evidente ni
tampoco es extensiva a todas las maneras de vivir y entender las relaciones
homoerótias. En la primera década posterior a la dictadura, los nuevos mo-
vimientos homosexuales estuvieron más preocupados por obtener un margen de
libertad negativa para ejercer la homosexualidad, que por reivindicaciones
precisas en torno a la modalidad de sus arreglos de vida. Las publicaciones
exploradas (capítulo 3) revelan una clara necesidad de afirmar la homosexua-
lidad, intentando desligarla de sus connotaciones patológicas e inmorales. En
esa intención se fueron construyendo las identidades gay-lésbicas. En efecto, la
reiteración discursiva alrededor de un nosotros particular que acompaña sus
respectivos contenidos, tuvo el efecto de producir un recorte de grupo cons-
truido a partir de una identificación sexual como la más íntima verdad de sí. A
diferencia del carácter universal que el FLH atribuyó a la homosexualidad,14 allí
“ser gay” o “ser lesbiana” suponía una identidad particular y minoritaria,
claramente diferenciada de la heterosexualidad.
14 Concepción que deviene de una lectura freudiana de la sexualidad, por la cual en todo individuo se
alojaría una pulsión homosexual.
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Homosexualidad, familia y reivindicaciones
15 Algunos entrevistados reconocieron ejercer dicho habitus, afirmándose en un estilo de vida incom-
patible con la formación de “una familia”. No obstante, la mayoría lo cuestionaba, dirigiendo ese cues-
tionamiento a los códigos del ambiente e incluso a sus propios compañeros sexo-afectivos. De modo
que el mismo operaba reduciendo las oportunidades de emparejamiento y dificultando la estabilidad en
la pareja. La incidencia de ese habitus también se advierte en quienes lograron establecer relaciones
duraderas, ya que –sin desconocer la apuesta por el ideal romántico– el temor a verse envueltos nue-
vamente en relaciones ocasionales propendía a evitar la disolución de la pareja.
16 En este registro se localizan parejas que conviven, parejas que no conviven, arreglos de convivencia
con parientes no nucleares o amigos, convivencia con las familias de origen y núcleos domésticos
unipersonales.
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17 Aspecto que también consideró el trabajo de Roudinesco pero que fue menos advertido o referen-
ciado. En efecto, aunque fuera mediante un lenguaje cuasi apocalíptico (“desorden”, “trastorno”, “cri-
sis”) la autora dejaba ver que el ingreso de los homosexuales a “la norma familiar” forjaba, a la vez, su
reelaboración simbólica.
18 De lo contrario, no podría entenderse la resistencia de los sectores conservadores en ceder espacio
simbólico y legal a la idea de que los homosexuales también constituyen familias, intentando perpetuar
a la familia como la unión natural entre varón y mujer destinada a la reproducción.
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