¡ Ganaran Los de Kansas !

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EL VIRGINIANO

MARCIAL LAFUENTE
ESTEFANÍA
¡GANARÁN LOS DE KANSAS!
EL VIRGINIANO

© Ediciones B, S. A.
Titularidad y derechos reservados
a favor de la propia editorial.
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Centroamérica: Ediciones B México S.A. de C.V.
1.a edición en España: septiembre, 1998
1.a edición en América: febrero, 1999
© M. L Estefanía
Impreso en España - Printed in Spain
ISBN: 84-406-8614-5
Imprime: BIGSA
Depósito legal: B. 26.694-98

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CAPITULO PRIMERO

Los jinetes se apearon de sus cabalgaduras, todos ellos llenos de


sudor y polvo.
Dejaron los caballos ante la vivienda y entraron en ella hablando
por grupos.
Una vez en el comedor, se dejaran caer en los asientos con
verdadera satisfacción.
Se asomó el cocinero a la puerta que daba a su cocina,
preguntando:
—¿Estáis todos? ¡Pues a vuestros sitios!
Ante la gran escandalera que se formó, el cocinero empezó a
servir.
Más que comer, lo que hacían era devorar.
Una hora más tarde solamente quedaban en el comedor cuatro
cowboys. Precisamente los de más edad.
—¡Es extraño que no haya llegado Loop! —comentó uno de éstos.
—Tal vez decidió marchar a la ciudad y comer allí. Está chiflado
por una de las muchachas de Molly.
—¿Te refieres a la mexicana?
—Sí.
—¿Cuántas reses calculas que habremos marcado?
El interrogado quedó pensativo.
—No lo sé —repuso al fin—. Se tardó mucho en reunir el ganado.
—Tardaron los que tenían el sector norte.
—Los de ese elegantón.
—No estimas a míster Sagan.

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—Pues claro que no. No me gustan los que visten con esa
elegancia. ¿No os habéis dado cuenta de que hasta huele a colonia?
¡Bah! —exclamó con desprecio.
Cuando se levantaban al fin para ir a descansar, dijo el cocinero:
—Me canso de esperar a Loop. Si le veis, le decís que vaya a
comer a la ciudad.
En la vivienda principal también hablaban del rodeo recién
terminado.
—¡Wen! —dijo el dueño—. ¿Has sumado las relaciones?
—Y no lo comprendo —repuso el aludido, que era el capataz—.
No lo comprendo. Se han marcado muchos menos terneros de los
que tenía que haber. Han dejado muchos por los pastos. No ha sido
bien peinado el rancho.
—¿Crees, entonces, que han quedado reses? Será en la parte de la
montaña.
—Mañana iré a dar una vuelta por allí. Tenía que haber más
terneros.
Las dos mujeres estaban calladas, mientras atendían a la comida.
Eran madre e hija.
—¿Quién se encargó de peinar la montaña? —preguntó la joven.
—Lo han hecho los hombres de Sagan. Son buenos jinetes. No
hay duda. Han debido cabalgar demasiado de prisa.
—¿Cuántas reses de menos crees que se han marcado? —
preguntó Judy, la hija del dueño.
—¡Mujer, eso no es posible decirlo! Pero por el ganado que he
visto aumentar durante el invierno, es probable que falten unas
quinientas reses.
—¿Es posible? ¿Tantas?
—Por eso estoy tan sorprendido.

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—Tal número de reses no pueden pasar inadvertidos a los jinetes
—dijo el padre de Judy.
—Es lo que estoy pensando —dijo el capataz—. Son muchas. No
lo comprendo.
Quedaron de acuerdo en efectuar una inspección a la mañana
siguiente, por la parte de la montaña más alejada de las viviendas.
Al quedar solo el matrimonio, dijo la esposa:
—Wen se está haciendo viejo. ¿No crees que va siendo hora de
nombrar otro?
—Wen es el más entendido de todos. Además, lleva a mi lado
muchos años. Ha sido siempre leal y honrado. Y no creas que es tan
viejo. Tal vez lo parezca, pero no lo es. Es más joven que yo.
—Pero no tiene años para estar todo el día a caballo.
—Vamos, mujer. Wen ha sido, y es, uno de los mejores jinetes que
he conocido.
—¿Crees que dejaron de marcar tantas reses? No sabe ya lo que
hace.
—Eso es precisamente lo que preocupa a Wen. Sabe que tantas
reses no pueden pasar sin ser vistas por unos regulares jinetes y
cowboys.
—¿Qué quieres decir?
—Que sospecha se nos ha robado una buena partida de reses en
estos meses.
—¡Eso es lo que tiene! Es demasiado mal pensado. Estoy segura
que acusará a Sagan. No le ha gustado nunca porque no va tan sucio
como él.
—En cambio a ti te agrada por oler tan bien. ¡Y no hay duda que
no es propio de ganaderos!

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—¡Bah! Eres otro como Wen. Por eso os lleváis tan bien. No tiene
necesidad de andar entre el ganado. Para esto tiene a sus vaqueros.
No como tú.
—Y ya ves, aun estando encima de las reses, tengo una hipoteca
que me preocupa.
—¿Cuántas veces te ha dicho míster Sagan que no debes
preocuparte?
—Necesito pagar. Voy a vender el ganado viejo.
—¡Estás loco!
—Sé lo que me hago. Wen tiene razón. Ese ganado come pastos
que necesitan los terneros para engordar.
—¡Siempre hablando por boca de Wen!
—Que es muy entendido en esto.
—Lo que tienes que hacer es vender el rancho con ganado y todo.
Y marchemos lejos de aquí. Decía Sangan el otro día que estaría
dispuesto a pagar muy bien.
—¿A qué llama pagar muy bien? —dijo el esposo, sonriendo—.
No entenderás nunca de ganado, mujer. Y han pasado muchos años
para que hubieras aprendido. Pero sigues soñando con volver a
aquel mundo que abandonaste voluntariamente.
—Estaba equivocada. Me influenció lo que decían del legendario
Oeste. Te vi vestido de cowboy y me pareciste el caballero soñado...
Y resultó que en esta tierra no hay más que ordinariez, vulgaridad y
rudeza.
Curly Aston miraba interesado a su esposa Bárbara.
—Sí —añadió ella—, no me mires así. Hace años que tenía ganas
de decirte esto.
Curly se echó a reír y exclamó:
—¡Demasiado tarde!

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—No tanto. Aún podemos vivir donde no haya nada de esto. No
tienes que hacer más que aceptar la oferta de míster Sagan.
—No lo esperes —replicó sonriendo—. ¡No venderé! Me encanta
esta tierra en la que me he criado. Y este rancho por el que hemos
luchado mi padre y yo.
Judy, la hija, que tenía su dormitorio cerca del comedor, estaba
oyendo la discusión.
—Sí. Eres un ganadero famoso —reconoció Bárbara—. Pero la
realidad es que estamos arruinados.
—¿Arruinados con la ganadería que tengo? ¡No sabes lo que
dices!
—Pues debes vender todo esto. He pasado muchos años a tu lado
entre porquería y ganado. Tengo derecho a mi vez a vivir unos años
entre personas.
—Debes dejar de soñar. Pero si tanto lo deseas, puedes regresar
con tu familia. Vamos, Bárbara, es mejor no recordar ciertas cosas.
Dejemos esto.
—¿Es que vas a comparar tu zafia familia con la mía? —dijo
Bárbara, gritando.
—¡Calla! No quiero que la muchacha nos oiga... Es mejor que no
conozca a su madre. Te imaginó siempre muy distinta...
—Me parece que ha salido a ti. No hace caso de un caballero
como Sagan. Le agrada estar aquí, entre hombres sin lavarse, llenos
de porquería y oliendo a ganado. Ha estado en el Este, pero no ha
cambiado nada. No tiene nada mío.
—¡Qué alegría! —exclamó Curly—. ¡No sabes qué placer siento al
oírte decir esto!
Judy, en su lecho, sonreía al oír a su padre.
—Si al nacer hubiera sospechado que iba a pensar en la forma
que lo hace, creo que la habría ahogado.

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Judy se incorporó en el lecho al oír la bofetada.
—¡Salvaje! —decía Bárbara desde el suelo—. Es lo que eres, un
salvaje.
Judy se levantó ante el temor de que su padre perdiera los
estribos, pues ella estaba furiosa al oír a su madre expresarse de
aquella forma.
Pero al llegar al comedor, ya había marchado Bárbara a su cuarto.
Hacía bastantes años que el matrimonio ocupaba habitaciones
distintas.
—¿Por qué te has levantado? —preguntó Curly a su hija.
—He oído vuestra discusión. Creo que los dos estáis perdiendo la
serenidad.
—Hace años que debí arrastrar su cuerpo por el rancho.
—Debes serenarte —añadió la muchacha—. Ya sabes que tiene la
obsesión de la grandeza y la aristocracia. No debisteis casaros. Sois
distintos.
—Ya lo sé. Cometí la torpeza de enamorarme de ella.
—Y ella de ti.
—Ese es tu error. No se enamoró de mí. Fue un capricho de
muchacha. A los pocos meses estaba arrepentida.
—Bueno, olvida eso ahora.
—Repito que hace años que debí arrastrar su cuerpo por estos
campos.
Poco a poco fue tranquilizando a su padre.
Pero le asustaba la mañana siguiente. Tenía miedo que al ver a su
madre volvieran a discutir.
Y la muchacha no pudo descansar apenas. Era una situación muy
difícil para ella. Reconocía que su padre tenía razón, pero tampoco

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podía ponerse frente a la madre, ya que de hacerlo estimularía la ira
de su padre.
Sin apenas haber dormido una hora, se levantó a desayunar.
Fue la madre la primera que apareció.
Judy estaba preparando el desayuno en la cocina.
—Ya te oí hablar anoche con tu padre. ¡Voy a marchar de casa! —
dijo la madre.
—No debistes hablar en la forma que lo hiciste.
—Hace años que me ahogo en este rancho. Debí marchar hace
tiempo. No me he adaptado en esta vulgaridad. Y tú tratas de seguir
esta vida y en este ambiente. Creo que perdimos el tiempo y el
dinero al enviarte lejos para que estudiaras y conocieras otro
mundo.
—¿Crees de veras que es mejor?
—¡Ya lo creo! Siempre oliendo a reses. ¡Qué asco!
—¿Por qué te casaste con papá?
—Me lo he preguntado muchas veces. Es lo más ordinario y basto
que he conocido. No comprendo aún por qué lo hice.
—¿Es que no estabas enamorada de él?
—No. Nunca lo estuve. Fue una torpeza. Me tenían loca con las
leyendas del lejano y noble Oeste. ¡Se presentó tu padre vestido de
cowboy!
—Te casaste por el rancho, ¿verdad? Por el dinero. Papá no sé si
lo sabe, pero yo sí. Hice averiguaciones cuando estuve en el Este.
Todo lo que has hablado estos años han sido falsedades. Tu padre
fue un vulgar estafador. Murió en prisión. Y tú le ayudabas a hacer
trampas en el juego.
La madre retrocedió unos pasos, asustada.
—¡No! —exclamó.

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—Sí. Lo averigüé todo. No has hecho más que mentir. ¡Nunca
fuiste una dama! ¡Nunca!
La madre seguía retrocediendo.
—Fue tu salvación casarte con papá. Le engañasteis entre tu
padre y tú. No tenía tiempo de averiguar nada porque debía regresar
con rapidez al rancho, donde su padre está muriéndose. Eso le
impidió saber que la dama que llevaba como esposa no era más que
una aventurera del río. Sí, una aventurera... Es lo que fuiste... ¡Y te lo
hago saber para que no excites a mi padre y le obligues a matarte! Es
muy duro para mí, pero eres mi madre. Con todos los muchos
defectos que tienes y has tenido... ¡Y sé que te matará si otra vez le
excitas como anoche! ¡Tanto hablar de tu familia! ¡Ventajistas y
presidiarios! Es lo que fueron todos. Y tú, perdóname por hablarte
así, fuiste una vulgar aventurera de los saloons flotantes... ¿Dónde
conociste a míster Sagan?
Los ojos de Bárbara se abrieron con sorpresa.
—Le he conocido aquí. ¿Qué tratas de decir?
—Os oí hablar un día. Te tuteaba y recordaba algunas cosas
pasadas. ¡Y querías que fuera mi esposo!
—No es lo que piensas. Le conocí en Kansas City, es verdad. Era
muy joven entonces. Iba con un viejo amigo de mi padre.
—Era ya un ventajista como tu familia, ¿verdad?
Bárbara abofeteó a su hija, convertida en una fiera.
Pero al sentir las pisadas de su esposo, echó a correr.
Judy sonrió a su padre al verle entrar en la cocina.
—¿Qué le pasa a tu madre? —preguntó.
—Te tiene miedo.
Curly se echó a reír.

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CAPITULO II

—¡Aquellos buitres...! ¿Qué habrán visto? —decía Wenzel, el


capataz.
—Vayamos a ver —replicó Curly.
Media hora más tarde desmontaban ante el cuerpo sin vida y sin
parte de carne de Loop, el vaquero que habían echado de menos sus
compañeros el día anterior.
—¡Es Loop! —exclamó el capataz.
—Sí—añadió Curly—. No hay duda, es él.
Wen dio vuelta al cuerpo, y exclamó:
—¡Mire! ¡Le hirieron por la espalda! ¡Le asesinaron!
—No se puede llevar un cuerpo así. Manda venir con
herramientas y se le entierra aquí mismo.
Wen cabalgó hasta las casas y dos vaqueros regresaron con él
para enterrar al muerto.
—¿Por qué le habrán matado? —dijo un vaquero.
—No murió aquí —contestó Wen—. Quiero decir que estas
heridas le causaron la muerte, pero debieron herirle lejos.
Después de enterrado buscaron el caballo que montaba Loop. Le
hallaron a media milla de distancia.
Llevaron el caballo con ellos y dieron cuenta a todos del hallazgo.
Curly dijo que había que ir a la ciudad para dar cuenta a las
autoridades.
Y decidió ir personalmente a dar cuenta al sheriff.
Wen fue con él.
Visitaron al sheriff en Abilene y le refirieron lo sucedido y lo que
imaginaban había pasado.

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—Eso ha tenido que ser un compañero —opinó el de la placa—.
Hay que averiguar quién le mató. ¿Sabes los que estaban con él
durante el rodeo?
—No creo que le haya matado un compañero —disintió Wen—.
Se llevaba bien con todos.
—Entonces, ¿quién fue...?
—Si lo supiera, sheriff le aseguro que no tendría que darle de
comer en este hotel una sola hora.
—Han debido traerle para ser enterrado en el cementerio.
—Estaba medio devorado por los buitres —dijo Curly—. Es la
razón de no haberlo hecho.
—Y a su asesino no le agradará que haya aparecido cuando aún
se ha podido comprobar que fue asesinado. De otro modo, podría
aparecer como una caída fortuita del caballo, aunque era un buen
jinete.
—¿Has interrogado a los vaqueros, Curly? —preguntó el sheriff.
—Ya te digo que los compañeros no lo han hecho —repuso
Wen—. No insistas. En el rancho había ayer aún muchos vaqueros
de otros equipos.
—Eso es verdad. En fin, ya no tiene remedio. No recuerdo muy
bien de él.
—Era un gran muchacho.
Wen y Curly entraron, al salir de la oficina del sheriff, en el saloon
de Molly.
La dueña les saludó con una sonrisa.
—Ya me enteré ayer que terminaste el rodeo, Curly. ¿Qué tal?
—No tan bien como esperaba. Menos reses de las que creí tener.
Y la muerte de un gran muchacho.
—¿Muerte? No he oído nada.

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—Lo hemos descubierto hoy. Hemos tenido que enterrarle en el
rancho. Los buitres habían empezado a devorarlo.
—Era un buen cliente tuyo —dijo Wen—. Loop.
—¡No es posible! ¡Pobre muchacho! ¡Vaya disgusto para Lupita!
Eran muy amigos.
Y llamó a la aludida.
Al conocer la noticia se echó a llorar.
—Era muy bueno —murmuró—. No comprendo que le hayan
asesinado... ¡Era incapaz de hacer daño a nadie...! Me sorprendió no
verle anoche. Lo dije a sus compañeros que preguntaron si le habían
visto porque no se presentó a comer.
—Ya estaba muerto. ¡Pobre! —exclamó Curly.
Se limpió Lupita las lágrimas y dijo:
—Si supiera quién lo hizo, le arrastraría a la cola del primer
caballo que viera a mi disposición. ¡Cobardes! ¡Tienes que averiguar
quién lo ha hecho!
—Resultará muy difícil conseguirlo. Ayer hubo muchos jinetes en
el rancho.
Lupita quedó pensativa y al fin se alejó de Wen y de Curly.
Las compañeras rodearon a la muchacha, que volvió a llorar.
Wen y Curly bebían ante el mostrador.
—¡Wen! —dijo Curly—. Tenemos que gestionar la venta de
ganado. He de pagar la hipoteca a Sagan.
—Buscaré a los que suelen comprar para los mataderos.
¿Cuántas reses?
—La mayor cantidad posible. Menos el ganado joven. Ya sabes...
—¡Espéreme aquí!
—Nos veremos más tarde. He de ir a hacer una visita —dijo
Curly.
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Wen salió para visitar a los interesados por el ganado de Curly.
Cuando hora y media después se volvieron a encontrar, le dijo:
—No me gusta esto. No quieren comprar reses. Dicen que
tardarán en poder enviar las ya adquiridas. Debemos esperar unas
semanas. ¡Pero no me gusta!
—¿Qué temes? ¡Habla!
—No es que tema nada en concreto, pero no me gusta.
—¡Hombre! Puede ser verdad que tienen comprometidas o
compradas reses. Estamos en la época del rodeo y todos habrán
vendido. Y si tienen pocos vagones...
—No sé... No sé... —decía Wen, pensativo.
Iban a marchar cuando entraron en el local el capataz de Sagan y
un vaquero de su rancho.
—¡Hola, míster Aston! ¿Qué hay, Wen? —inquirió el capataz—.
¿Es verdad lo que ha dicho el sheriff de un vaquero de su rancho?
—Desgraciadamente, sí—respondió Curly.
—¿Están seguros de que fue asesinado? ¿No se pudo caer del
caballo?
—Fue asesinado —dijo Curly, con seguridad.
—Lo habrá sentido la mexicana... Decían que eran novios.
—Está llorando aún la muchacha —comentó Molly, que desde el
mostrador oía la conversación—. No creo fueran novios, pero se
portaba bien con ella. Era muy atento.
—Se le pasará —dijo el vaquero que iba con el capataz—. Dentro
de una semana ni se acuerda de él.
Y al decir esto, sonreía.
—Debe de ser así porque para Molly sería un desastre una
muchacha entristecida. Y que es de las más bonitas y hermosas que
hay aquí.
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—Dejaré que descanse unos días.
—No sabía que fueras tan sentimental —añadió Arthur, el
capataz de Sagan—. Y en un negocio como éste, los sentimientos no
suelen armonizar.
—Hay muchas cosas que sin duda ignoras —replicó ella.
—¿Qué quieres decir? —exclamó, amenazador.
—Nada más que lo que he dicho. Además, este negocio es mío y
hago lo que se me antoja.
—Por mí como si quieres cerrar. Hay otros locales.
—¡Ya lo sé! —exclamó Molly.
—Bueno, hemos venido a beber, no a discutir. ¿Qué tal el rodeo,
Curly?
—No hay relación con el año anterior. Y no han quedado reses
rezagadas, como temimos Wen y yo. Lo hemos comprobado esta
mañana.
—Calcularía mal.
—No. Los cálculos están bien hechos. Faltan muchas reses.
—No creo que haya sucedido lo mismo en los otros ranchos —
añadió Arthur.
—A nosotros sólo nos interesa el nuestro —dijo Wen—. No
estaría de más que mirarais en vuestros pastos. Pueden haberse
pasado algunos terneros.
—¡Cuidado, Wen! —exclamó Arthur—. Es grave lo que dice.
—¿Grave? ¿Es que no pueden pasarse algunas reses, estando los
ranchos, como están, tan juntos? No tendría nada de particular.
—Pero no han pasado.
—¿Es que habéis investigado ya? —dijo Curly.
—Sabemos que no hay más reses que las nuestras. Se ha hecho el
rodeo hace muy poco. Usted lo sabe.
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—Pero al carear mis reses pueden haber escapado hacia esos
pastos.
—Miraremos de todos modos —prometió Arthur.
Entraron otros vaqueros en el saloon.
—Ya hemos dejado las reses en el encerradero —dijo uno—.
Carpenter ha preguntado por ti, Arthur.
—Luego le veré. ¿Habéis contado bien?
—Sí. Trescientos treinta y seis en total.
—Está bien. ¿Y el peso?
—No quiere pesar hasta el momento de embarque.
Wen miró a Curly y éste comprendió lo que esa mirada
significaba.
—¿Hace mucho que compró esas reses?
—¿Mucho? —exclamó un vaquero, riendo—. ¡Unos minutos!
Acabamos de dejarlas en el encerradero de Carpenter.
—Está bien —dijo Arthur—. Si queréis beber, podéis hacerlo. Es
por cuenta del patrón.
Wen y Curly marcharon.
Una vez en la calle, exclamó Wen:
—¿Qué le parece? Cuando digo que no me gusta esto. Es una
maniobra de Sagan. ¡No lo dude! Hacen lo que ordena. Todos le
obedecen en la ciudad.
—Creo que tendré que estar de acuerdo contigo. Se inicia el
cerco.
—Cuando la serpiente lo hace, se rompe con plomo.
—Paciencia, Wen, es posible que seamos mal pensados.
Ignoramos si Carpenter concertó con Sagan hace tiempo esta venta.
—Está tan seguro como yo de lo contrario.

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Y Wen, enfadado, montó a caballo. Le espoleó para alejarse de
Curly, que sonreía mirando a su capataz.
Cuando llegaron al rancho, Judy les dijo que no había aparecido
su madre todavía.
—¡Ya vendrá! —exclamó Curly.
Después hablaron de lo sucedido con los compradores.
Judy quedó pensativa.
—Tiene razón Wen —dijo al fin—. Es una trampa de ese cobarde
de Sagan. Por eso te ofreció más dinero del que necesitabas. Y en el
banco se negaron por haberlo indicado él. Te dijeron que ya habían
prestado demasiado dinero. ¿Has oído a algún ganadero que hubiera
acudido al banco? No. Era mentira. Te lo negaron para que tuvieras
que aceptar la ayuda de Sagan. También los compradores entonces
estaban de acuerdo con él. Anda tras el rancho y hará lo que sea para
conseguirlo.
—Pero sabes que no lo conseguirá.
—No me fío de las autoridades —declaró Judy.
Curly insistió en que no había que ser tan mal pensados.
Pero cuando la muchacha pudo hablar a solas con Wen,
coincidieron en todo.
—Y estoy seguro —añadió Wen— que son ellos los que nos
roban el ganado. Y hasta es posible que la muerte de ese muchacho
haya sido por haber descubierto algo que no interesaba a sus
matadores.
—Me parece que has puesto el dedo en la llaga —observó la
muchacha—. Es una pena que no podamos demostrarlo.
—Creo que no me conocen aún —dijo Wen.
Horas después visitaba Wen a otros ganaderos.
No regresó al rancho hasta que era muy tarde.

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Al día siguiente habló con la muchacha, que estaba preocupada
por la ausencia tan prolongada de su madre.
Y esto fue el tema de la conversación entre ambos. Confesó al
viejo amigo lo que había dicho a su madre.
—Hace años que tu padre sabe todo eso. No le creas tan
ignorante y tonto. Si ha tolerado a tu madre es por ti.
—¿Dónde estará? —exclamó la muchacha.
—No te preocupes por ella. No se perderá. Ha marchado por
temor a que dijeras a tu padre lo que ella cree que ignora. Si supiera
que lo sabe hace años, ya estaría de nuevo aquí.
—Lo que me preocupa es de qué conocía a ese Sagan.
—¿No crees lo que te dijo?
—No.
—Es posible que dijera la verdad. Pero una cosa es interesante:
¿qué hacía Sagan por Kansas City? Ha venido de muy lejos.
—¡Cualquiera sabe! Posiblemente era otro ventajista como el
padre de mi madre.
—Posiblemente —exclamó Wen.
A la hora del almuerzo, uno de los vaqueros dijo que había visto a
la patrona cabalgar en dirección al rancho de Sagan.
Lo dijo con naturalidad al oír que no había regresado en tantas
horas.
Y Judy, montando a caballo, se encaminó rápidamente al rancho
de Sagan.
Fue recibida con una sonrisa amplia y palabras amables.
Preguntó Judy por su madre y Sagan contestó que había estado allí y
que iba asustada por haber reñido con su esposo, pero que le
aconsejó que regresara, ya que esas disputas eran frecuentes entre
matrimonios.

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—También me dijo que te había mentido a ti, diciendo que me
había conocido en Kansas City hace tiempo —añadió Sagan—. No sé
la razón de hacerlo, aunque afirma que lo hizo enfadada por tu
manera de hablar. Kansas es una ciudad que no sé ni dónde está,
aunque sé que es bastante lejos.
—¿Por qué tuteó entonces a mi madre?
—¿Tutearla? Estás equivocada, Judy. ¿Por qué iba a hacerlo? Y si
lo hice, que lo dudo, sería sin darme cuenta y creyendo que hablaba
contigo.
Judy regresó al rancho y contó a Wen lo hablado con Sagan.
A su padre sólo le dijo que fue preguntando por su madre, pero
que no estaba allí.
Wen comentó:
—Eso indica que es verdad que se conocieron allí y eso le asusta.
Ha tratado de hacerte creer que no es verdad para que puedas
comentarlo.
—Estamos de acuerdo —dijo Judy—. ¡Muy misterioso este Sagan!
—Me preocupa ahora dónde puede haberse metido tu madre.
—También a mí.
Pero al otro día supieron que estaba en el rancho de unos
ganaderos amigos, cuya esposa se presentó para hablar con Curly.
Este, sonriendo, dijo que podía volver.
No tenía por qué hacer saber a todo el mundo la verdad de lo que
pasaba entre su esposa y él.
Al regresar a casa, lloró ante su hija y pidió perdón por las
tonterías que había dicho.
No se dejó engañar Judy, pero no quiso discutir más.
Curly no habló una palabra con Bárbara.

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A los dos días se presentó Sagan, que saludó amable, como
siempre, y dijo a Judy que, estando cerca las fiestas, esperaba que le
permitiera acompañarla durante las mismas.
La respuesta de Judy fue que no le agradaba comprometerse con
nadie. Y que, de ser sincera, le agradecería que no fuera a buscarla.
—Debe saber —dijo con valentía—, para evitar mutuas
violencias, que nunca seré más que una conocida para usted. Por
otra parte, la diferencia de edad...
Sagan encajó con una sonrisa estas palabras.
—No creas que hay tanta diferencia de edad. Desde luego, tengo
algunos años más que tú, es cierto, pero no tantos como para que
ello sea en verdad un obstáculo. Sin embargo, no importa que no
correspondas a mis sentimientos. Ello no puede impedir que seamos
amigos. Y como tal, es mi petición para las fiestas.
—No sé con quién iré a ellas. Posiblemente con Wen y los
muchachos. Quieren presentarse en los ejercicios este año. Y debo
acompañarles. Creen que les daré suerte.
—Un consejo: que no se presenten. Mi equipo se disgustará si
han de ganar también a este rancho. Saben lo mucho que supone
para mí.
—¿Estás tan seguro de la victoria de su equipo?
La respuesta de Sagan fue echarse a reír y añadir:
—Que no se presenten.

22
CAPITULO III

—¡Judy! —llamó al encargado del correo al ver pasar a la


muchacha frente a la casa—. ¡Tienes una carta!
Desmontó Judy y entró en Correos, que era almacén a la vez.
Cogió la carta y dio las gracias, abriéndola mientras se alejaba.
A la misma puerta se detuvo para leer tranquila. Y al terminar,
riendo, cogió la brida del caballo y el amarró. Volvió a leer la carta,
que decía:

Mi querida Judy:
Tu carta me ha sorprendido y disgustado. Debiste
recurrir antes a mí. Sabes que te apreciamos en esta casa y
lo que dices que está sucediendo exigía una demanda antes.
Vamos a ir Harry y yo. Pasaremos las fiestas a tu lado, y,
mientras, se arreglará todo. No te preocupes. Tu padre no
tendrá que vender el rancho por esa miserable deuda, ni
aunque fuera cien veces mayor.
Repito que debiste acudir antes a los amigos que sabes
que dejaste aquí. ¿Sabes lo que ha dicho Harry al leer tu
carta? Que lo primero que hará al llegar a Abilene, será
darte una buena tanda de azotes. Y creo que los mereces.
Hasta que lleguemos, deja que ese cobarde de quien me
hablas goce de lo que considera una victoria suya.
Devolveremos golpe por golpe. He de contener a Harry,
que ya quería empezar a moverse. Le he convencido para
que sea desde ahí y en nuestra presencia cuando las cosas
cambien para ese cobarde.
También he leído la carta de mi padre y quería meterme
en el tren una hora después de haberla leído. Dice que

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puede ayudarte desde aquí, pero que prefiere que lo
hagamos en la forma acordada por Harry y por mí. Su
comentario ha sido: no saben en Abilene los torbellinos que
se les vienen encima. Y hasta lamenta que su edad y los
negocios le impidan acompañarme. También escribe a
Austin, donde tiene amigos de gran valía e influencia.
Te ruego que no comentes nada hasta nuestra llegada. Si
acaso dices que dos amigos tuyos han sido invitados por ti
para ver unas fiestas vaqueras que desconocemos.
No debes responder porque llegaremos antes de que tu
carta llegue a su destino.
Hasta pronto. Muchos besos de tu amiga,
Gretna Morgan
San Luis, 8 de mayo 1885

Judy guardó la carta, y, sonriendo y abstraída, marchó al almacén


al que iba.
—¡Hola, Judy! ¿Es verdad que vais a presentar un equipo este año
en las fiestas?
—¿Es que no podemos hacerlo?
—Poder sí, pero ganar, imposible.
—Si no ganamos no nos pondremos de luto. ¿Quién va a ganar?
¿Lo sabes?
—Desde luego.
—¿Vosotros?
—Veo que eres inteligente.
—Tendréis que hacerlo en la pradera, no hablando. Y allí habrá
muchos equipos dispuestos a lo mismo.

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Se detuvieron muchos curiosos, que escucharon con atención, y
que ponían nervioso al vaquero de Sagan.
—Creo que mi patrón te ha aconsejado que no os presentéis. No
quiere que se os derrote. Pero si insistís en presentaros, no habrá
más remedio que darte una lección.
—Nos presentaremos. Y si perdemos, mala suerte. Será porque
los que ganen son mejores.
—Esos seremos nosotros.
—Si es así, aplaudiré. Lo importante es saber jugar. Ganar o
perder son circunstancias del juego. Y las dos cosas hay que saber
hacerlas. Si después de lo que estás hablando ante testigos
perdierais, no debéis enfadaros si se ríen de vosotros.
—Al que lo intente le colgaríamos.
—Pues si perdéis después de tanta seguridad de triunfo, me reiré
de vosotros. ¡No sois de por aquí y cometéis el error de suponer que
sois los mejores en todo! En esta tierra tenemos buenos vaqueros.
—¿Es que lo pone en duda? —dijo un vaquero muy alto que
estaba entre los curiosos.
—¡No hablan contigo! —exclamó el vaquero de Sagan.
—Estás diciendo que nos vas a ganar a todos.
—Hablo con ella.
—Y te ha dicho lo más sensato. Tendréis que ganar en la pradera.
¿Cuál es el nombre de tu equipo? Si no ganáis seré otro de los que se
rían de vosotros. Creo que seremos muchos los que riamos.
—¡ Vaya! ¿Crees que podrás reírte? ¡Te he dicho que no hablaba
contigo! Pero ahora es distinto. Has cometido la torpeza de meterte
donde no te llamaron.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó el sheriff, acercándose.
—Este forastero loco que está diciendo que se va a reír de
nuestro equipo...
25
—Si no ganáis los ejercicios después de asegurar a esa muchacha
que debe retirarse con su equipo porque seréis los que ganéis. Así
que si después de estas seguridades no ganáis, nos reiremos mucho
de vosotros... ¿Verdad que es lógico, sheriff?
—No se puede discutir antes de tiempo sobre eso. El que gane
tendré que ganar en la pradera.
—Es lo que hemos dicho esa muchacha y yo.
—¿Es que duda de nuestro triunfo, sheriff? No le agradará a mi
patrón saber que habla así.
—Lo que te he dicho es la verdad. Es en la pradera donde hay que
ganar.
—Ahora tampoco hablaba contigo. Y me estás cansando. Me
parece que no vas a poder ver los ejercicios.
—¡Basta de discusión! Es una tontería hacerlo ahora —observó el
sheriff.
—Tienes suerte, muchacho. Pero es posible que nos veamos
antes de los ejercicios. Y tú ya sabes, Judy: no te presentes con el
equipo.
—Estaremos en la pradera —dijo Judy.
—¡Se reirán de vosotros!
—No aseguro que vamos a ganar. Eso, vosotros... Si perdéis,
habrá carcajadas en la pradera.
—¡No abuses porque mi patrón vaya a casarse contigo!
Judy se echó a reír a carcajadas.
—¡Tu patrón casarse conmigo! ¡No digas estupideces! ¡Si es un
anciano a mi lado! ¡Y se lo he dicho bien claro a él! ¡A otro perro con
ese hueso! ¡Debe buscar en otra dirección! ¡Aquí pierde el tiempo!
—Son asuntos que no interesan a los curiosos —medió el sheriff.

26
—Me interesan a mí —dijo Judy—. Usted tiene una hija.
¡Cédasela! Pero que no vayan diciendo lo que no es verdad.
—Creo que debieras hablar mejor de él. Después de todo, os ha
ayudado —dijo el sheriff.
—Eso es distinto. Ya le pagaremos lo que se le debe. Que esté
seguro de ello. No importa que haya asustado a los compradores
para que no adquieran nuestras reses. Las venderemos a mejor
precio que pudieran pagar ellos. Y liquidaremos con el elegante
míster Sagan.
—No sabes lo que dices. Eres una soberbia, Judy —replicó el
sheriff.
—¿Quién va a comprar tus reses? ¿El restaurante de aquí? —dijo
el vaquero de Sagan, riendo.
—¿Por qué no puede vender las reses esta muchacha? ¿Hay
epidemia en su rancho? —preguntó el alto vaquero.
—Epidemia de cobardía —exclamó Judy—. No en mi rancho, sino
en esta ciudad. Ya está viendo que hasta el sheriff está a las órdenes
de míster Sagan.
—¡Judy! No me hagas perder la paciencia... —advirtió el de la
placa.
—Pues si no hay epidemia, yo compro sus reses —dijo el alto
vaquero—. A seis centavos libra. Y dinero al contado. ¿Tienen
muchas en venta?
—¡Eh! ¡Un momento! —pidió el sheriff—. Hay compradores de
Abilene.
—Si no les interesan esas reses, a mí sí.
—Y aunque las quieran, ahora no se las venderíamos a ellos.
Vengan al rancho y verá la ganadería que tenemos.
—Te están diciendo, Judy, que sólo pueden comprar los
compradores oficiales de los mataderos y...

27
—¡Escuche, atentamente sheriff. Con mi dinero hago lo que
quiero. Me interesa comprar. Y compraré, porque no hay ley alguna
que lo impida. Si se habían puesto de acuerdo todos ustedes para
impedir que vendan, lo siento. Yo compraré. Y a seis centavos libra,
pudiendo ganar bastante aún. El matadero la paga a ocho.
Los curiosos se miraban sorprendidos y extrañados.
—¿Es verdad eso? —preguntó uno.
—Desde luego.
—Si los compradores de aquí afirman que sólo les pagan a cinco
centavos.
—Les engañan a sabiendas. ¿A cómo pagan entonces ellos?
—A tres centavos.
—¡ Vaya robo! Están llenos de millones ya... Escriban
directamente a los mataderos y se convencerán. No vale tanto una
carta.
—Me parece que has venido dispuesto a armar escándalo y
jaleos. Dices lo que no es cierto para provocar una estampida.
Tendré que llevarte detenido y que...
Varias armas aparecieron en las manos de muchos curiosos.
—¡Quietos! ¡El cobarde del sheriff está bromeando! ¿No es cierto?
El sheriff retrocedió aterrado.
Uno de los curiosos se acercó a él y le arrancó la placa.
—¡Ahora no es nadie, Lee! Podemos colgarle... ¡Es un cobarde!
—¡Eh! No marches tú —gritaron al vaquero de Sagan.
—¡Cuidado con él! ¡Es de un equipo que cuelgan a los que se
reían de ellos! Es uno de los triunfadores en los ejercicios —dijo el
llamado Lee.
—¡Es un cobarde! —añadió el que le llamó la atención—. Lo
mismo que el sheriff.
28
—¡Cuidado, Lee, que ya no lo es! Está aquí su placa.
—Tienes razón —dijo Lee, sonriendo—. Bueno, amigo, ¿puedo
comprar las reses que se me antoje?
El sheriff movió afirmativamente la cabeza. No podía hablar.
—Usted sabe que los mataderos pagan a ocho centavos libra,
¿verdad?
Otro movimiento afirmativo con la cabeza.
—Lo que indica que sabiendo decía yo la verdad, era una
injusticia lo que iba a hacer al detenerme. Veamos. Todos los
oyentes sois el jurado más ecuánime, ¿qué creéis debe hacerse con
un cobarde y ladrón como él? Porque no hay duda que los
compradores le daban una parte de sus robos.
—¡Cuerda! ¡Cuerda! —gritaron unánimemente.
Quizá no habría sido el incidente más que un susto para los dos,
pero el vaquero quiso emplear su Colt, sin duda por suponer que era
un hombre muy rápido con él. Y el sheriff al verle, le quiso imitar.
Dos terribles errores. Varias armas lastraron sus cuerpos con
plomo.
Exaltados los curiosos por la traición que intentaron y por lo que
se averiguó, colgaron a los dos.
Judy miraba sonriendo a Lee.
—Lamento que se hayan complicado las cosas por mi culpa —
dijo.
—No es culpa suya. Eran dos cobardes. Lo han demostrado.
—¡Cuidado con el equipo de Sagan! No hay duda que son
peligrosos. Y los que trabajan con los compradores no se quedarán
tranquilos. Saben que están en un inmenso peligro. Se ha
descubierto que han estado robando.
Pero los compradores, al conocer los hechos, desaparecieron de
la ciudad y visitaron a Sagan, al que dieron cuenta de lo ocurrido.
29
—Es una contrariedad —dijo Sagan—. Deben alejarse una
temporada. De momento, pueden ser colgados si les encuentran.
Hay que demostrar que no es verdad lo que ese muchacho ha dicho.
Y visiten a los rurales en Fort Worth, les dicen que sus gastos son
enorme por tener que esperar a tener vagones y eso es lo que les ha
hecho pagar a tres centavos nada más.
—Si se enterasen de los matadores, no nos dejarían comprar
más.
—Deben convencerles a ellos de que sus gastos son cuantiosos
para sostener su equipo y dar de comer al ganado hasta que se
embarca.
Sagan terminó por convencerles para que se alejaran.
Entonces marchó a la ciudad y fue el que más gritaba que era
preciso colgar a esos ladrones que habían estado engañando a todos.
En lo que hacía referencia a su vaquero, dijo que estaban bien
muerto por haber querido traicionar y por decir las tonterías que
estuvo diciendo.
Supo hablar, añadiendo que se iban a presentar en los ejercicios,
pero que ganaría el mejor, y que, de no ser ellos, no se enfadaría, ya
que todos los participantes aspiraban a lo mismo.
Lee, que estaba en un almacén hablando con Judy, comentó:
—No hay duda que es hombre peligroso. Ha sabido afrontar la
situación con habilidad. Pero no nos engañará a nosotros.
—Es peligroso —dijo Judy—. Bueno, ahora que ha pasado todo,
gracias por desenmascarar a los compradores. Creo que ahora
podremos vender.
—He dicho que iba a comprar sus reses. Y así es. No crea que
hablaba por hablar.
Judy quedó desconcertada.
—¿Es verdad? —inquirió.

30
—Vayamos a su rancho y hablaremos con su padre. Podrán pagar
a ese cobarde la hipoteca que tienen. Sin duda será una sorpresa
para él, que puedan pagar.
—Como que lo que trataba era de impedir lo hiciéramos para
adquirir el rancho por una miseria que estaba ofreciendo.
—¿Qué tiene el rancho de ustedes para aconsejar un plan tan
complicado y lento?
—Pues ochocientos acres de pastos y algo de montaña. No es
mejor que otros. Un capricho de él.
—Todo se le ha estropeado por quedarme a escuchar la
discusión.
Sagan lamentó no encontrar a Judy ni a ese muchacho que decía
comprar reses. Le iba a proponer le comprara una buena partida a
él. Era un precio muy elevado.
Habló astutamente y después visitó al alcalde y al juez para que
se nombrara un sheriff que no se dejara sorprender como el tonto
que había muerto.
Y dio el nombre de quien debía ser elegido.
Nombramiento que fue aplaudido.
Se trataba del ayudante del periodista. Con su cargo podía seguir
ayudando en el periódico por las noches.
Solamente preocupó a Molly. Pero no lo comentó con nadie.
Ella tenía que vivir con todos y no le interesaba ponerse en el
camino de ciertas personas.
También sorprendió y preocupó este nombramiento a Wen.
Estaba hablando con Lee después de haber estado éste en el
rancho para tratar de la compra del ganado con el padre del Judy.
Wen llevó a Lynee hasta la casa de Molly.
Allí se enteraron del nombramiento de William Irish.

31
—¿Qué tal persona es? —preguntó Lee.
—Me preocupa. Nunca se ha metido en nada. Ha permanecido en
la sombra todo este tiempo. Pero las autoridades que lo han
designado están al servicio de Sagan, que ya tiene casi constituida
una asociación de ganaderos, muy bien enfocadas por cierto. No hay
duda que ese Sagan es un tipo de una astucia poco común. Y este
nombramiento es obra de ese ganadero tan astuto.
—Así que se está proyectando una asociación de ganaderos.
—Y ya digo que muy bien planeada. Hasta ahora no se puede
dudar de la buena fe de Sagan. No pide cargo alguno en la misma.
Aconseja que se nombre a las personas en quienes más confíen los
ganaderos. Y no habla de caballistas al servicio de ella como otros,
que fracasaron. Dice que cada rancho debe tener los suyos. Hay
veces en que me hace dudar incluso a mí. Y eso que se trata de un
granuja. Pero no acierto a adivinar qué buscan. Pasado mañana hay
reunión de ganaderos para tratar de ello.
—Me agradaría poder asistir a esa reunión.
—Será difícil. Sólo pueden ir los que tengan rancho y ganado.
—Ya me informará usted. Porque irá como capataz, ¿verdad?
—Sí. Yo puedo asistir.
—¡Hola, Wen! —saludó Molly.
Wen presentó a Lee, de quien Molly había oído hablar.

32
CAPITULO IV

—No os fiéis de lo que anda diciendo Sagan por aquí. ¡Ha de estar
furioso, sobre todo por lo de los compradores! No estoy segura, pero
me parece que era socio de ellos. ¡Es muy astuto! Habla así de los
compradores porque debe de saber que están lejos. Y lo curioso es
que está engañando a todos.
—Molly... ¿Qué opinas de William? —preguntó Wen.
—Que es el ayudante de Mike.
—Eso ya lo sé. Pero ¿por qué le han nombrado sheriff?
—Dicen que por tener tiempo y ser persona capacitada.
—¿Se sabe algo del matador de Loop?
—Ni una palabra.
Varios ganaderos se acercaron a Lee para ofrecerle ganado.
—Lo siento. Me interesa comprar una cierta cantidad solamente
y ya me he comprometido con Aston.
Palabras que correrían más tarde por la ciudad, llegando a oídos
al día de Sagan, que comentó con su capataz y sus íntimos:
—Ha sido un truco para enfrentar a la población con los
compradores. Y no creo que compre a Aston.
—¡Tenemos que triunfar en los ejercicios! —dijo el capataz.
—Contaremos con el mejor equipo que hubo en Kansas. Este
equipo llegará dentro de dos días. Un especialista excepcional en
cada modalidad.
—¿Serán conocidos por aquí?
—No han estado en Texas nunca. Lo más cerca ha sido Wichita.
Ganaron ampliamente en todos los ejercicios, aunque figuraban
separados.

33
—¡Cómo me gustaría que vencieran en todo! Nos íbamos a reír
de los demás.
—No les traigo para eso sino para ganar una fortuna. En especial
a esa charlatana de Judy. Le llegará su castigo, pero bueno será si le
gano lo que tenga.
—¿Cuándo vendrán los compradores?
—He escrito a San Luis. Vendrán de uno de los mataderos. Y hará
saber oficialmente que tres centavos libra es un buen precio para los
ganaderos.
—Vendrá diciendo que pertenece a los mataderos, ¿verdad?
—Y es cierto que pertenece a ellos. Se lleva un céntimo en cada
libra que se envía desde aquí. Es el más interesado en que ese
negocio siga.
—Hay ganaderos que han escrito a los mataderos.
—No os preocupéis. Esas cartas serán contestadas en la forma
que indico.
—Si sospechan del que está en el correo, enviarán las cartas
desde otra población.
—No tienen razón para sospechar. Y en último lugar allí serán
interceptadas por el que está ganando una fortuna. Y será el
encargado de responder.
* * *
Aquella tarde fue Sagan a la ciudad y buscó a Lee.
Le encontró en casa de Molly.
Supo hablar muy hábilmente sobre los incidentes y de los
compradores, para añadir:
—Ha sido una suerte para los ganaderos de aquí que se haya
presentado usted con un precio que no habíamos conocido por la
desfachatez de esos granujas. Acababa de vender trescientos treinta

34
y seis reses. Menos mal que no les cedí mayor cantidad. Pero ahora
es distinto. Al precio que usted paga, no se puede dudar.
—Lo siento. No me interesa comprar más —dijo Lee.
—No le comprendo. ¿Es que no es un comprador oficial?
—Le han informado mal si le han dicho eso. Solamente dije que
estaba dispuesto a comprar las reses de esa muchacha. Y es lo que
he hecho. La demás ganadería deben venderla ustedes a los
mataderos.
—¿Ha comprado a Aston?
—Sí. Dos mil reses. Cerca de cuarenta mil dólares en total. Hoy lo
cobrarán en el banco. Por cierto que le iban a abonar a usted una
deuda de cinco mil que creo les dejó para ayudarles en un momento
de dificultades.
—Sabe Judy que no corre prisa.
—Pero ellos quieren pagar. Ahora tienen dinero en abundancia.
Era una noticia que contrariaba a Sagan.
Como William estaba de acuerdo con Sagan, se presentó en casa
de Molly para hablar de Lee.
También supo hacerlo, captando Lee la peligrosidad de esos dos
tipos.
—Sí sólo pensaba comprar las reses de Aston, no debió hablar de
seis centavos libra. Porque ése es un precio que a usted le convenía
—dijo William—. Puso en peligro la vida de los compradores. Todos
los ganaderos siguen creyendo que podrían venderle a usted. Y
ahora van a quedar peor. No tendrán a quien vender. Creo que se
excedió.
—No debieron interpretar bien mis palabras —dijo Lee,
sonriendo—. He comprado las reses a que me refería y al precio que
indiqué. Pregunte a Aston.

35
Y como si estas palabras fueran una llamada de gong, apareció
Curly, con Wen a su lado.
—Celebro encontrarle, Sagan. Tengo aquí el dinero que le debo.
Debe darme el recibo que firmamos.
—No hay prisa, Aston. Ya lo sabía.
—Pero como puedo pagar, deseo hacerlo. Gracias a este
muchacho. Le estoy muy agradecido. Los compradores se habían
propuesto no comprar ni una res mía.
—Ya sé que usted ha creído, injustamente, que era yo el que les
aconsejaba no comprarle. ¿Qué podía ganar con ello?
—Obligarme a vender el rancho.
—Pero podría vender a otro si fuera así. Nadie le iba a obligar
que me lo vendiera a mí. Debe ser sensato.
Sagan hablaba paternalmente y sonriendo.
—Bueno, la cuestión es que he vendido. ¿Cuándo me traerá el
recibo?
—Le buscaré y se lo traeré así que aparezca.
—No es necesario —dijo Lee—. Se evita tener que buscar. Vayan
al banco y deposite ese dinero, firmando míster Sagan que es la
cantidad que liquida su deuda con él. Pueden servir de testigos
algunos ganaderos, y ya que está aquí el sheriff, él mismo puede
servir también.
—Es un asunto que no me interesa —dijo William.
—Pero si es reclamado como testigo, no creo haya inconveniente
—añadió Lee.
—Hay otro que puede servir.
—¿Está seguro de la cantidad? —preguntó Sagan, sin dejar de
sonreír.

36
—¡Complemente! ¡Son cinco mil dólares! Cada seis meses debía
pagar la mitad.
—No es que dude, Aston. Sé que no diría una cosa por otra. Le
conozco bien. La solución que ese joven ha dado me parece
admirable. Le firmaré un recibo en el que haga constar que con este
dinero que me entrega queda liquidada su deuda conmigo.
Y así se hizo, firmando, en el mismo banco, varios testigos.
Al reunirse Curly con Lee, dijo:
—Me ha sorprendido. No se ha negado a nada.
—Es hombre astuto. Sabía que sería una torpeza negarse. Pero le
ha disgustado mucho. No lo esperaba.
—Ahora estoy tranquilo.
—Mi consejo ese que vigilen con cuidado. Piensa llevarse ganado.
Y lo han debido de estar haciendo antes. Los dos son ustedes buenas
personas y se fían de todos, pero en su rancho hay cómplices de
ellos. Sin cómplices no se puede hacer.
Wen y Curly se miraban sorprendidos.
—Y es muy posible que el muchacho muerto lo fuera por un
compañero.
—No es posible. Le querían todos.
—Debió de sorprender a algún compañero careando reses
robadas. El otro no tenía más salida para no ser colgado que matar.
Pasaron dos días más y en el tren procedentes de Este se
presentaron los amigos de Judy, Gretna y Harry.
La belleza de ella y la estatura de él llamaban la atención a los
que estaban en el andén y a los que les vieron más tarde en las
calles.
Junto a la estación había un hotel y allí pidieron habitaciones
para ambos. Pero al hacer la inscripción en el registro, preguntó
Gretna:
37
—¿Está lejos el rancho de Aston?
—¿Es que es amiga de Judy? —inquirió el conserje.
—Sí. Nos ha invitado a pasar unos días y ver las fiestas vaqueras
que desconocemos.
—Está a unas seis millas solamente. Es posible que haya por la
ciudad alguno de sus vaqueros. O ella. Suelen venir con frecuencia.
—Nos gustaría lavarnos —dijo Harry.
—Podrán hacerlo muy pronto.
Decidieron no tocar las maletas, ya que sólo iban a estar allí hasta
que fuera avisada Judy de su llegada.
El conserje no se había equivocado. Judy estaba con Wen y Lee en
un almacén.
Al enterarse de la llegada de los dos amigos corrió a la estación.
Se abrazó a Gretna y estrechó la mano de Harry. Pero éste la
dobló por la cintura y le aplicó unos azotes, diciendo:
—Había prometido hacerlo.
—Lo merece —dijo Gretna, riendo.
Pasados los primeros minutos, preguntó Harry:
—¿Qué tal se porta Lee?
Con los ojos muy abiertos miraba Judy a Harry.
—¿Es que le conoces? —exclamó.
Harry se echó a reír.
—Es un paisano mío. Bastante tozudo, desde luego.
—¡Cómo me ha engañado!
—Tenía órdenes mías de no decir una palabra —añadió Harry—.
¿Lo ha hecho bien?
—Admirablemente. Supo buscar la oportunidad.

38
Y más tranquila explicó la forma de intervenir en la discusión con
el vaquero de Sagan.
—Es el peligro de Lee. No es mucho lo que resiste. Tendré que
contenerle.
Antes de abandonar el hotel, Judy había informado ampliamente
de todo a sus amigos.
Los otros seguían en el almacén, donde Judy les dijo que
esperaran.
Lee y los otros hicieron como que no se conocían.
Fueron presentados afectuosamente por Judy, que tenía
instrucciones al afecto.
Pero en voz baja, dijo a Lee:
—¡Debía arañarte! ¡Embustero!
Lee se echó a reír.
Hasta que no se separó Wen, no hablaron con confianza.
—Pensamos ganar tiempo —dijo Harry—. Por eso pedí a Lee que
se presentara aquí y viera el modo de compraros reses para que
pagarais a ese cobarde.
—¡Y yo que llegué a creer que me ayudaba por mí! —decía Judy,
riendo.
—Por ti ha sido —aclaró Lee—. Cuando recibí la carta
apremiante de Harry, me dije: «Está bien. ¡Ayudaremos a esa vieja!»
Creí que eras una vieja.
De no correr, Lee habría recibido algún golpe de Judy.
—Supongo —dijo Gretna— que iremos a tu rancho. No quiero
más ciudad. ¿Tienes caballos para nosotros?
—Y bastante buenos —dijo Judy.
—¡Lee! ¿No hay algún local que valga la pena de ser visitado?
Estas pueden esperar en el hotel —dijo Harry, riendo.
39
—Hay uno con muchachas muy agradables. La dueña es muy
simpática.
—Y muy buena mujer —añadió Judy—. ¡Molly! Dale recuerdos
míos.
—¡Pero Judy! —exclamó Lee.
—He dicho que es una buena mujer. Y es verdad.
Al quedar solos los dos amigos se encaminaron a la casa de Molly,
mientras Lee daba cuenta de lo que ya sabía Harry por Judy.
—Aquí se sospecha que los compradores son socios de ese
granuja y astuto míster Sagan. Han escapado pero se rumorea que
vendrán porque los ganaderos se conforman con vender a tres
centavos antes de tener que dejar el ganado en el rancho.
—Es natural. Por eso se aprovechan estos granujas.
Molly miraba con atención a Harry.
—¿Amigo tuyo? —preguntó a Lee.
—Es un invitado de Judy. Le he traído a conocer esta casa y sus
mujeres. Por cierto que Judy me ha dado recuerdos y un saludo para
ti. Confieso que me ha sorprendido.
—Sabe que aprecio de verdad a su padre y a ella. Antes iba
alguna vez por su rancho. Por no reñir con su madre no voy hace
tiempo.
—Me encanta conocerte —dijo Harry.
—¡Hum! No es popular esa ropa por aquí. Ya sé que vendrás del
Este, pero...
—¡Soy peligroso con los naipes! —dijo Harry, burlón—. Gano
cuando quiero.
—Eso es lo que van a pensar al verte —observó Molly—. ¿Qué va
a ser? Para que respetes mi casa —añadió, siguiendo la broma—,
esto es por cuenta mía... ¡ah! Y no me conformo con menos del
cincuenta.
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—De acuerdo. Creo que dejas un buen margen de beneficio.
¿Controlas las ganancias o te fías de lo que te digan?
—Controlo todo —agregó, riendo Molly—, Ahí tenéis a otro
elegante, pero viste de vaquero... ¡Cuidado con él!
Lee vio a Sagan, que se acercaba en compañía de su capataz.
—¡Hola, comprador! —dijo Arthur, burlón—. ¿Socio suyo?
—Es un invitado de Judy —medió Molly—. Viene del Este para
presenciar las fiestas.
—Hemos oído hablar de él y de su compañera. Creo que es
preciosa —dijo Sagan.
—¡Ya lo creo! Gretna es muy bonita —dijo Harry—. Pero están
habituados. Tienen aquí una mujer maravillosa.
—No es tan joven —observó Sagan, mordaz.
—Pero demasiado para usted ya —añadió Harry, riendo—. Molly
tendrá nuestros años. Usted debe llevarnos por lo menos quince.
Molly se mordía los labios para no reír.
—Es el primer hombre del Este que encuentro con un buen
sentido del humor.
—¿Es que son más de quince? —exclamó Harry, sonriendo—. ¡No
me parecían tantos!
—¡Pero si aspira a casarse con Judy! —exclamó Molly.
—¡No me diga! Debe de ser una broma —dijo Harry—. ¿No
podría ser su padre?
—Creo que su sentido del humor se está excediendo —replicó
Sagan, muy serio.
—Es que no se puede admitir se diga formalmente que aspira a
casarse con Judy. ¿Qué dice ella? ¡Se habrá echado a reír! ¿No?
—No lo va a pasar muy bien en esta tierra, amigo —le dijo Sagan.

41
—Pues he venido a divertirme. Y a ver esos ejercicios de que
tanto hablan.
—Precisamente estás antes los jefes del equipo que van a ganar.
Por lo menos, es lo que dicen ellos —declaró Lee.
—¡Y puedes asegurarlo, muchacho! —exclamó Arthur.
—Con permiso de los otros participantes, ¿verdad? —le dijo Lee.
—Has traído un equipo de caballistas. ¿Por qué no les dices que
tomen parte?
—Porque si lo hicieran podría ganaros. Y no quiero jaleos.
Presumo que no sabríais perder.
Sagan reía, ahora estruendosamente.
—¿De qué se ríe? —preguntó Harry.
—De lo que ha dicho su amigo. Debe dejarles que tomen parte y
si fía en ellos les jugaré una alta cantidad.
—¿Es posible se sienta tan generoso? —dijo Lee, riendo a su vez.
—¿Qué tal son tus muchachos? —preguntó Harry a Lee.
—Admirables.
—¿Crees que podría jugar a favor de ellos?
—Lo que quieras.
—No me engañas, ¿verdad?
—Claro que no.
—¿Cuánto estaba dispuesto a jugar usted? —preguntó a Sagan.
—Esa pregunta debo hacerla yo. ¡Diga lo que sea y acepto!
—¿Tiene tanto dinero? —preguntó Harry a Molly y a Lee.
—No lo sé —repuso Molly—. Su rancho no es de los más grandes.
—Debe decir cantidad. No se preocupe —añadió Sagan.
Harry miraba a Lee.

42
—¡Hazlo! —dijo éste.
—¡Está bien! Doscientos mil dólares.

43
CAPITULO V

Molly, como los otros oyentes, se miraron con los ojos y la boca
muy abiertos.
—No estamos bromeando —dijo Sagan.
—No bromeo. He dicho una cifra. Diga si está de acuerdo. Y si le
parece poco, se eleva a su medida. Al banco habrá llegado hoy medio
millón. Hasta esa cantidad puede subir. Puede comprobarlo
fácilmente. No hay más que ir al banco.
Palideció Sagan al darse cuenta que hablaba en serio de unas
cantidades que jamás había visto ni de lejos.
—Pues parece que habla en serio —dijo Arthur.
—Aún no ha contestado si está de acuerdo —observó Lee.
—No dispongo de tanto dinero. Creí que bromeaba. No puedo
pasar de ocho mil dólares.
—Por su manera de hablar, creí que era hombre rico. Creo que no
merece la pena, Lee.
—Tienes razón. Para ese dinero no tomamos parte.
—¡Muy ingenioso! —exclamó Sagan—. Hablan de una cantidad
muy elevada y al no poder hacerle frente, se dice que no merece la
pena tomar parte. Me gustaría haber tenido ese dinero para darles
una lección.
—¡Molly! Encantado de conocerte —exclamó Harry, tendiendo su
mano a la muchacha—, vendré por aquí a saludarte con frecuencia.
—¿Por qué no aceptan esos ocho mil dólares? —dijo Sagan.
—Porque no merece la pena, tocarían a muy poco mis
participantes.
—Y de jugar lo otro, sería la mitad para ellos —añadió Harry—.
Ocho mil no tienen importancia alguna.

44
Sagan y Arthur salieron del local y fueron al banco. El director,
gran amigo suyo, le recibió con una agradable sonrisa.
—Vengo a preguntarte algo que en el fondo es una tontería —
dijo Sagan. Y le explicó lo que había pasado.
—Supongo que se trata de esos dos jóvenes que han llegado para
ir al rancho de Judy —dijo el del banco.
—Sí.
—Esta mañana me ha llegado la comunicación. El dinero no ha
llegado todavía, pero con cargo a la central de Austin pueden
disponer cada uno de ellos de medio millón de dólares. Tengo la
firma reconocida de los dos.
Arthur y Sagan se miraron asombrados.
—¡Es verdad! —exclamaron a la vez.
—Si ellos no disponen de dinero aquí, lo mismo puedo hacer yo.
No hay más que aceptar.
—Su saldo es de unos ocho mil dólares. Juegue sólo eso. No
cuente conmigo para un centavo más.
—¡Qué oportunidad para hacernos ricos! Le vendo al banco toda
la ganadería que tengo. A tres centavos la libra. ¡Así reuniré unos
treinta mil dólares!
—No puedo comprar reses.
—Puede facilitar dinero con su garantía.
Sagan quedó pensativo.
—No podemos correr ese riesgo. Después de todo, el equipo de
ese muchacho es tejano. Tenemos que disponer de un rancho. El
ideal sería el de Aston, pero a falta de él, estamos bien en el mío. El
ganado sí, pero el rancho no.
—No es posible que tengas miedo.
—Pues lo tengo.

45
—¿Eres el que asegura que no tienes rival?
—Aun así, es mejor dejar las cosas como están.
—Jamás puede imaginar que tuvieras miedo, Frank.
—Repito que tengo mucha confianza en esos muchachos, pero
ignoramos lo que pueden ser capaces de hacer esos otros. Si
perdiéramos la ganadería, siempre será más fácil poblar los pastos
que si perdemos el rancho también. Este nos hace mucha falta, sobre
todo desde que hemos perdido el de Aston. Porque no es posible
hacerse ilusiones respecto a éste.
—Desde luego que no es posible hacerse con el rancho de Curly.
—Por eso no podemos correr el riesgo de quedarnos en la calle
por una explosión de soberbia y orgullo. Creo que si aceptan los
ocho mil dólares, es más que suficiente.
—Sería la oportunidad de hacerse con una fortuna.
—O perderla —dijo Sagan.
Estaba disgustado porque sabía que se estaría hablando en la
ciudad de él. Todos le creían con más dinero del que se había visto
obligado a confesar tenía en el banco. También le disgustaba la
actitud del director del banco. Pero a medida que pasaban los
minutos se tranquilizaba y decía que era una tontería poner tanto en
juego por unos ejercicios que no iba a defender él. Y tampoco tenía
tanta importancia que ganaran unos o ganaran otros, aunque el
culpable era él. Mandó llamar a los amigos para que ganaran en
Abilene, dispuesto a jugar lo que tuviera y al llegar el momento
estaba dudando de la aptitud de sus amigos para tales ejercicios. Al
comentar el capataz con ellos lo que había pasado en la ciudad, dijo
uno de ellos:
—¿Es que Frank ha tenido miedo a que perdamos?
—Lo que dice es sensato. No sabemos lo que son capaces de
hacer ellos.

46
—Eso quiere decir que no fía en nosotros. Y eso que nos conoce
bien.
—Confía hasta el extremo de jugar todo lo que tiene en el banco.
Claro que yo quería que valorara la ganadería y el rancho y lo jugara
frente a la cifra que diera esa valoración.
—Y no se ha atrevido, ¿verdad?
—Tiene razón. Ocho mil dólares es una cantidad respetable si se
gana.
—Pero se puede ganar mucho más. ¡Mucho!
—También puede perderse todo y es a lo que no se atreve Frank.
—Cuando se hayan realizado los ejercicios se mostrará pesaroso.
—Si aceptan esos ocho mil, será bastante para celebrarlo.
—¡Si tuviéramos nosotros tanto dinero!
—Era una buena oportunidad para hacerse ricos.
—Y sin peligro alguno.
El resto del equipo llegado de lejos y que se instaló en el rancho,
marchó a la ciudad. Por ser el local en que había más mujeres,
entraron en el de Molly, ya que iban acompañados por algunos
vaqueros. Uno de los que acompañaban a los de los ejercicios,
preguntó a Molly:
—¿Es verdad que hay un forastero que estaba dispuesto a jugar
hasta medio millón de dólares en los ejercicios?
—¿No te lo ha dicho tu patrón? Era a él a quien se lo dijo. Creyó
que bromeaba y que no tenía tal cantidad, pero fue al banco a
preguntar. Creían un hombre de gran fortuna a Sagan. El querer
presumir le ha costado se sepa la verdad.
—¿Por qué no admite lo que tienes Sagan? —preguntó otro de
los vaqueros.

47
—No conceden importancia a esa cantidad. Prefieren no tomar
parte.
—¡Es un truco! Lo que pasa es que están seguros de que iban a
perder y se escuchaban en ese pretexto para no acudir a los
ejercicios. Puedes decir a ese muchacho que es un fanfarrón y un
embustero.
Los clientes miraron al que hablaba. Era desconocido en la
ciudad. Molly le miraba con más atención que los demás.
—Fue Sagan el que empezó diciendo que pusiera una cantidad
que estaba dispuesto a cubrir por su parte. Cuando el otro le
preguntó si era tan rico, se echó a reír, añadiendo que fijara cifra. Así
que la culpa ha sido de él. Al saber que no tenía más que ocho mil
dólares, después de lo hablando, le dijo que no quería jugar esa
miseria.
—Repito que es un truco. Sabe que no pueden ganar.
—Si es así, hacen bien en no presentarse —añadió Molly.
—Pero que confiesen tener miedo.
—No hay necesidad de ello. Jugad la cantidad que fijaron y veréis
como aparecen en la pradera.
—Saben que no tenemos tanto dinero. Por eso lo dicen.
—Después de todo, no es asunto mío.
—Pero se ve que estás inclinada a ellos.
—Me agrada la forma en que se planteó la cuestión y que se
aclarara que Sagan no es tan rico como estaba presumiendo desde
hace mucho tiempo ser. Ahora resulta que cualquier ganadero tiene
más dinero que él. Y estaba haciendo ofertas por el rancho de Aston.
¿Cómo pensaba pagar?
—Frank debe de tener más dinero. Lo que sucede es que no
quiere jugar más.
Molly miró extrañada al que expresara esa confianza en Sagan.
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—Vosotros no sois de aquí, ¿verdad?
—Somos de Kansas, pero allí también se sabe disparar y demás
ejercicios.
—No lo pongo en duda —añadió Molly—. He conocido a algunos
de allí que eran muy buenos con las armas y el cuchillo.
—Es que creen aquí que sólo los téjanos saben hacerlo.
—Será conveniente para ti no te metas con los téjanos, muchacho
—dijo uno.
Los que iban con el provocador le hicieron callar y salir del
saloon.
—¿Es que quieres que nos linchen? —dijeron una vez en la calle.
—Los odio con toda mi alma.
—Pero estamos entre ellos.
—Los voy a retar a todos en el ejercicio que han considerado más
de ellos que de nadie: en el de cuchillo.
—Ten en cuenta que por aquí hay muy buenos lanzadores.
—Es de lo que han presumido siempre. Por eso les voy a retar.
—Será mejor que lo dejemos todo según está.
—Les retaré en los ejercicios cuando estemos en la pradera.
—No agradará a Frank que hables así.
—Lo que hace falta es excitarle para que se decida ese equipo
que parecía dispuesto a jugar una fortuna.
—El que jugaba no es del equipo, es uno del Este que debe de
tener muchos millones. Y la muchacha que ha venido con él estaba
decidida a jugar otra cantidad igual.
—Es una verdadera desgracia no disponer de tanto dinero. ¡Qué
fácilmente se podría doblar!

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Entraron en otro local y al momento estaba faltando a los teja-
nos el mismo de antes. El sheriff, que estaba allí, le hizo salir a la
calle.
—¿Por qué no os lleváis a este provocador al rancho? —dijo a los
que iban con él—. De seguir así os van a linchar a todos cuando
aparezcáis en la pradera. Y no creo agrade a Frank esta ostentación
de Kansas.
Convencieron al provocador para regresar al rancho. Informado
Sagan de lo ocurrido, buscó al que provocó, que estaba en el
comedor de los vaqueros y le dijo:
—Si vuelves a hacer el tonto, te vas a quedar colgado de uno de
estos árboles. ¡Eres un fantoche y un bocazas! Si vuelve a hacer otra
tontería —dijo a los otros— no le traigáis a este rancho de nuevo. Le
dejáis en casa del enterrador. Sí, mírame. Soy yo el que lo está
diciendo. ¿No estás de acuerdo?
—No es para enfadarse tanto. Lo que he dicho no tiene
importancia.
—Repítelo y si éstos no te matan, lo haré yo.
El provocador miraba con miedo a los que estaban con él.
Sagan salió del comedor de vaqueros.
—Vas a terminar mal —dijeron al provocador—. Otra torpeza y
dispararán por la espalda sin que conozcas al atacante.
Eso era lo que él estaba pensando y temiendo. Aseguró que no se
repetiría. Pero los demás vaqueros no quisieron volver con él a la
ciudad. Se dio cuenta y se puso furioso, pero también tembló. Arthur
y Sagan estaban más que furiosos, desesperados.
Habían hecho venir a un equipo de especialistas con idea de
ganar dinero y ese muchacho del Este lo estropeó todo.
No les tomaron en consideración. Y no podría hablar de jugar
cantidades, como solía hacer antes, porque toda la ciudad sabía que
no disponía de ellas. Esto era lo que más le enfurecía.
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Al pasar ante los saloons, los que se hallaban a las puertas
hablaban entre ellos y suponía que se estaban riendo de él.
Todo ello hacía que su encono contra Lee y Harry aumentara.
Y para colmar la medida, se encontraron con los cuatro jóvenes.
Judy no miró hacia ellos. Iba riendo con sus amigos.
Arthur le llevó, seguro que estaba a punto de perder los estribos
y provocar a esos forasteros.
—¡Si Judy cree que se va a reír de mí, está muy equivocada! —
exclamó.
—Tienes que convencerte de que es muy joven para ti. No
quieres reconocer la realidad.
—¡Calla!
—Todo se ha puesto mal con la llegada de ese ganadero. Y ahora,
esos amigos llegados del Este lo empeoran más, porque disponen
del dinero que les haga falta a los Aston.
—Nos vamos a quedar con su ganado.
—Es un peligro. Y ahora no se lo pueden llevar los compradores.
—No tardarán en regresar.
—¿Crees que se atreverán?
—Están deseándolo los mismos ganaderos que querían
lincharles. Sin ellos, el ganado hay que llevarlo a Dodge City y
supone un largo viaje, muchos gastos, pérdida de reses y conseguir
menos dinero, que vendiendo aquí sin esos inconvenientes.
—Es posible que tengas razón, pero ellos no se atreverán por
miedo.
—Les he escrito diciendo lo que pasa y que no tengan miedo a
regresar. Vendrá uno de los mataderos de San Luis para hacer saber
que no está mal pagado el ganado a tres centavos libra. Negará lo de
los ocho centavos.

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—Si sigue aquí ese muchacho puede haber líos, tú sabes que
pagan a ocho.
—Dicho por el de los mataderos tendrá más crédito que él.

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CAPITULO VI

—¿Se presenta al fin el equipo de ese amigo tuyo, Molly?


—No lo sé. Posiblemente no lo hagan. Parece que no hay interés
por parte de ellos. No pensaron nunca presentarse. Fue Sagan el que
les provocó con la apuesta en la que no se atrevió a insistir.
—No se presentarán. Saben que perderían.
—¿Por qué estás tan seguro, William? No sabía que conocieras a
los que ha traído Sagan de lejos.
—No es que les conozca —replicó nervioso—, pero cuando Sagan
tiene tanta confianza en ellos...
—La misma que todos tienen en los hombres que presentan en
los ejercicios. Sin esa confianza no se presentaría nadie.
—Han hablado de una cantidad que sabían no podían
enfrentarles... Ha sido un buen medio de quedar bien sin necesidad
de aparecer por la pradera. Han debido aceptar los ocho mil dólares
que Sagan les jugaba.
—Después de la fanfarronería de Sagan, han hecho bien.
—No esperaba una cifra tan elevada. Tú sabes que nunca se ha
barajado una cantidad así. ¡Era una locura! Pero han tenido suerte
que Sagan no poseyera el mismo dinero que esos forasteros. Iban a
recibir una buena lección.
—Tal vez no ocurriera lo que indicas. Aunque conozcas tan bien a
los del equipo de Sagan.
—Será mejor que me marche, me pones nervioso.
William se cruzó en la puerta con Lee y Harry.
—Os ha salido bien —les dijo— el truco de la alta cifra. ¡Así no
hay necesidad de aparecer en la pradera para que se rieran de
vuestros muchachos!

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—¿Por qué sabe que iba a suceder eso, sheriff?
—Ten en cuenta que un periodista sabe muchas cosas, ¿verdad?
—dijo Lee.
Y entraron en local. El sheriff marchó al periódico. Iba disgustado
por lo que había hablado Molly. Le miró el propietario del periódico
y, sonriendo pregunto:
—¿Qué pasa con los ejercicios? ¿Hay apuesta al fin?
—Parece que no aceptan los ocho mil dólares que Sagan está
dispuesto a poner en juego.
—Ha sido una sorpresa saber que no tenía tanto dinero como
todos pensaban.
—Tal vez lo que pasa es que no quiere exponer más que esa
cantidad.
—Ha tratado de que el banco le diera dinero por su ganadería.
No. No es eso. Es que no tiene lo que pensamos todos.
—Por eso pienso que lo que sucede es que no quiere
comprometerse más dinero.
—Ha mandado venir un grupo de especialistas. De tener dinero
lo habría jugado en cantidad. Estás más que seguro de que iban a
triunfar esos hombres.
—Desde luego que triunfarán ellos.
El periodista miraba preocupaba y con interés a su ayudante y
sheriff.
—¿Es que les conoces?
—No, pero Sagan asegura que ganarán.
—¡ Ah! —exclamó risueño, pero más preocupado aún, el
periodista.

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Empezaba a relacionar el hecho de que le hubieran nombrado
sheriff con lo que acababa de decir de los desconocidos que llegaron
al rancho de Sagan dispuestos a ganar los ejercicios.
—¿Qué te ha pasado con Molly? Es una buena muchacha. Un poco
charlatana, pero buena en el fondo.
—Me pone nervioso su manera de hablar.
Pero el periodista estaba dispuesto a preguntar a Molly.
Por eso, al quedarse William trabajando, a la media hora, dijo que
iba a beber algo.
Llegó al saloon de Molly y, después de saludar a la muchacha,
preguntó:
—¿Qué te ha pasado con William? Ha ido disgustado y
preocupado. Dice que le pones nervioso.
Ella le dijo lo que habían hablado.
—... Y lo que le ha disgustado es que dijera que ha estado en
Wichita cuando fue él quien un día lo comentó aquí. Parece que
ahora trata de negar que haya estado por allí. También le ha
disgustado le dijera si conocía a ésos cuando aseguraba de modo tan
rotundo que serían los que ganaran en los ejercicios.
—Bueno, es que Sagan asegura que son muy buenos.
—Una cosa es que lo asegure Sagan y otra que él lo haga con la
firmeza que me dijo a mí. Estoy segura de que les conoce. Y tú
también lo estás, ¿verdad?
—Pues creo que sí y que es lo que le ha disgustado, que te dieras
cuenta de ello. Y me preocupa. No comprendo la razón de que eso
tenga tanta importancia para él.
—Sagan y William han de ser viejos conocidos. Es la razón por la
que le nombraron sheriff. Las otras autoridades han hecho siempre
lo que les ha pedido Sagan.

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—Empiezo a pensar que tienes razón —dijo el periodista—. Es
muy misterioso todo esto.
Cuando regresó al periódico, le preguntó William sonriendo:
—¿Qué le ha dicho Molly?
—¿Molly? —exclamó sorprendido el periodista.
—Creí que habría ido a verla.
—Ya te he dicho que es una buena muchacha. No le tomes en
cuenta si te ha dicho algo que te pueda molestar.
Y de este modo, ni afirmó ni negó que hubiera visto a Molly.
William quedó más tranquilo.
Más tarde añadió William:
—Vamos a publicar en el número de mañana algo de la apuesta
frustrada. Será una noticia que agrade a los lectores.
—Me parece bien.
—Así, obligaremos a esos fanfarrones forasteros a decir que en
verdad es miedo a perder lo que les hace no aceptar los ocho mil
dólares de Sagan.
Frunció el ceño el periodista y replicó:
—En ese sentido, no. El periódico no entra ni sale en esos
asuntos. Sólo recogeremos la noticia de lo ocurrido, pero sin tomar
partido.
—Me disgusta que un hombre, llegado del Este, por el hecho de
disponer de una gran fortuna abuse de los de aquí. Quedará en el
aire la duda de si el equipo de ese ganadero ganaría en el caso de
existir la apuesta.
—Es un asunto que no nos afecta. Que lo arreglen ellos.
Diose cuenta el periodista que contrariaba a su ayudante lo que
acababa de decirle.

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No volvieron a hablar de este asunto. Y lo que publicaron sobre la
apuesta fue una cosa muy corta.
Al otro día, los vaqueros de Sagan, ya conocidos de meses,
comentaban en todos los locales en que entraron que lo sucedido no
era más que un truco de Lee y de Harry para poner en duda la
victoria de los muchachos del rancho que iban a tomar parte en los
ejercicios.
En la mentalidad de los cowboys tales palabras hacían afecto,
más por rencor y odio a quienes poseían tanto dinero que por otra
cosa.
Y el comentario se fue extendiendo por la ciudad.
Matt Madge era un ganadero que tenía su rancho a unas veinte
millas de Abilene, con fama de buen criado de reses.
Entró en el saloon de Molly y, después de saludar a la dueña, dijo:
—¿Es cierto que te has hecho muy amiga de esos fanfarrones que
hablaban de una apuesta de hasta medio millón de dólares?
—Me agrada ser amiga de todos, y mucho más por el negocio, de
quienes tienen tanto dinero —respondió riendo ella—. Pero no creo
deba llamarles fanfarrones. ¿Sabe cómo sucedió lo de la apuesta?
Fue míster Sagan el que les dijo que estaba dispuesto a jugar lo que
quisieran y añadió que podían decir cantidad. Fue, por tanto, el
provocador. Y lo que le ha dolido es que su propia torpeza le ha
puesto al descubierto sobre su verdadera fortuna.
—¿Es que crees que estarían dispuestos en realidad a jugar tanto
dinero? ¡No! ¡Qué iban a jugar! ¡Hablaron de una cantidad tan
elevada en la seguridad que no sería aceptada! ¿Por qué no juegan
esos ocho mil dólares?
—Lo han hecho saber, porque no les interesa.
—Porque saben que perderían. También presentamos un equipo.
—¿Ganarán al que presenta Sagan?

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—Lo veremos en la pradera.
—No agradará a Sagan que ponga en duda el triunfo de sus
muchachos.
—No es que asegure que no ganarán ellos... Lo que sí aseguro es
que no ganarían los de ese equipo de un ganadero que se presenta
diciendo que pagan los mataderos a un precio que no es verdad.
—El ha pagado a Aston y le ha permitido liquidar sus deudas. No
eran palabras. Ha dado dólares. Pregunte a Sagan si le han liquidado
lo que le debían.
—¿Por qué no sigue pagando a ese precio?
—No le interesa más ganado.
—Pero ha sembrado el desconcierto entre los ganaderos. Y los
compradores, disgustados, no pagarán lo mismo que antes. Es lo que
ha conseguido.
—Es un asunto que no me interesa. No tengo reses para vender.
—Pero a mí sí. Y Aston no ha debido vender sin ser por conducto
de los compradores.
—¡Vaya! ¡Es interesante! ¡De modo que un ganadero se disgusta
porque hayan pagado unas reses que nadie quería, a doble precio
que a los otros...! No le comprendo, Matt... De verdad que es
interesante lo que dice. ¿Sabe que esos compradores le dijeron
varias veces que no podían comprarle?
—¡Hola, Molly! —exclamó Lee saludando a la muchacha.
—¡Hola! Estaba hablando con este ganadero, que está molesto
porque le has comprado las reses a Aston y has pagado tan caro.
—Es natural, mujer. Habría deseado le comprara a él —dijo Lee
riendo.
Matt miraba a Lee atentamente.
—Así que es el que dice tener un equipo que va a ganar en los
ejercicios.
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—No he dicho tal cosa —añadió Lee—. No sé si nos
presentaremos siquiera.
—Pero hacían una apuesta muy elevada.
—Nos aprovechamos. Afirmaban que la cantidad que dijéramos
sería cubierta. Estaba aceptada de antemano y resultó que no
disponía más que de una miseria.
—¿Llama miseria a ocho mil dólares?
—Así es.
—¿No será un pretexto para no ser derrotado en la pradera?
—Es lo que está diciendo toda la ciudad. Pero no nos importa lo
que digan. Reúnan entre los ganaderos que confían en el equipo de
míster Sagan la cantidad fijada por Harry y nos tendrán en la
pradera.
—Saben perfectamente que no podremos reunir tanto dinero.
Sigo pensando que es un pretexto.
—Está en su derecho de pensar lo que más le acomode. ¡Molly!
Venía a invitarte para ir a los ejercicios con nosotros. Me ha rogado
Judy que te lo pida. Esos amigos de ella quieren verlo todo. ¡Están
encantados con esta oportunidad!
—¿Qué le parece si unos diez mil dólares míos a los ocho mil de
Sagan? —dijo Matt.
—¡Hombre...! Es una cifra más importante, desde luego, pero no
lo suficiente.
—Sabía que no iba a aceptar —dijo Matt riendo—. Ahora estoy
convencido de que no quieren ser derrotados. Y que saben lo serían
de presentarse.
—¿Qué decides, Molly? —preguntó Lee sin hacer caso de Matt.
—Iré con vosotros. Y gracias.
—A ti —replicó Lee—. Lo diré a Judy y a Gretna. Me están
esperando.
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—¡Eh! —exclamó Matt—. Estábamos hablando. Y decía...
—Que sabe nos ganarían de presentarnos. Lo he oído. Piense lo
que quiera.
—Haremos saber que no son más que unos fanfarrones.
—Lo que deben hacer es buscar esa cantidad. Veinte ganaderos
como usted y reúnen lo preciso.
Y Lee salió del local.
—¡Es un fanfarrón! —exclamó Matt—. Les obligaremos a
participar o serán echados de Abilene.
—Si no quieren intervenir, no les pueden obligar.
—¡ Ya verás si podemos!
Matt salió del local de Molly para ir a la oficina del sheriff que a
esa hora estaba en ella.
Hablaron durante bastante tiempo.
Matt salió muy satisfecho de la entrevista.
William salió a los pocos minutos.
Visitó varios locales, en especial los que estaban más cerca de la
estación.
Por la noche, uno de los vaqueros de Aston comentó con sus
compañeros lo que se hablaba en la ciudad.
—Y dicen que van a obligar a ese muchacho a que presente su
equipo en los ejercicios, y si no lo hacen serán echados de la ciudad
—dijo como final.
—No pueden obligar a nadie a que tome parte si no lo desea.
—Bueno, hay que pensar que hablaron de ganar a los de Sagan y
después afirmar que no quieren tomar parte. No hay duda que es
una fanfarronada.
—Si hubiera tenido Sagan el dinero que apostaron, lo habrían
hecho. Ten en cuenta que le preguntaron qué quería jugar y él
60
respondió que fijaran una cantidad, que de antemano aceptaba, y
resultó que no era así. ¿Quién es el fanfarrón? —observó un
vaquero.
—Ha sido un pretexto.
—Si al principio lo hubieran dicho se podía hablar así, pero
preguntaron a Sagan cuánto quería jugar... No tienen razón para
hablar como lo hacen.
—Pues ya verás cómo son arrojados de Abilene.
Comentarios que llegaron a la vivienda principal.
Estaban reunidos en el comedor, Gretna, Judy, Aston, Lee, Harry y
Wen. También estaba Bárbara, que no había vuelto a discutir con su
esposo ni con su hija.
—No me gusta que se haga ese ambiente —dijo Wen—. Es cosas
de Sagan y sus amigos. Y los vaqueros son muy tozudos. Les están
envenenando.
—Creo que si se obstinan, tendrán que intervenir mis muchachos
—dijo Lee riendo—. En el fondo están dispuestos a hacerlo. Lo
desean.
—Si es así, creo que debéis ganar la mayor cantidad posible.
—Será para ellos —añadió Lee—. Tendremos que aceptar todas
las cantidades que fijen, y ahora, según está el ambiente, van a jugar
cuanto tengan.
—Empiezan mañana con el lazado de reses —añadió Wen.
—La apuesta debe hacerse por el conjunto de ejercicios. El
equipo que más gane será el vencedor —aclaró Lee.
—¿Cuántos ejercicios son? —preguntó Gretna.
—Lazado, látigo, cuchillo, rifle y Colt. Y al final, como siempre,
carrera de caballos —aclaró Aston.
—Ustedes no tienen equipo preparado, ¿no es así? —dijo lee.

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—No —respondió Aston—. No tenía el ánimo para preparar
equipo. Pensaba en la deuda con Sagan.
—Podíamos presentarnos en su nombre. ¿Qué le parece?
—No debes permitirlo —dijo Bárbara—. No es agradable que el
equipo de uno haga el ridículo.
—¿Por qué supone que va a suceder así? —preguntó Gretna,
curiosa—. ¿Es que no confía en los muchachos de Lee?
—Pues claro que no confío. Ganarán los de Sagan.
—¿Es que les conoce? —exclamó Lee.
—No lo permitas —añadió Bárbara, sin responder a Lee.
—Creo que sería una buena idea —declaró Aston por molestar a
su esposa—. Me agradará que el nombre de Aston figure en los
representados en los ejercicios.
—¡Estás loco! —le exclamó Bárbara—. Se van a reír de nosotros.
—Debe estar tranquila. Los muchachos harán todo lo posible por
evitarlo.
Bárbara se echó a reír.
—Deben ganaros a vosotros, en tu nombre. No en nombre de este
rancho.
—Nos pondremos de acuerdo más tarde —agregó Aston, sin
atender a su esposa.

62
CAPITULO VII

Los últimos forasteros descendían del tren y de la diligencia.


Y entre ellos, los compradores de ganado que regresaban a
Abilene.
La primera visita fue para la oficina del sheriff, donde William
bromeó con ellos.
Y les acompañó hasta el saloon de Molly, el más concurrido en
esos días como en el resto del año.
Molly estaba en sus habitaciones disponiéndose para salir en
busca de los amigos que le invitaron a presenciar los ejercicios en su
compañía.
En su ausencia, dejó a Lupita como encargada del local.
—¿Y Molly? —preguntó William.
—Va a salir. Han quedado esos amigos en venir a buscarla.
—Puedes decirles que ahora se puede jugar hasta sesenta mil
dólares frente al equipo de ese ganadero que pagó a Aston tan caro
por sus reses.
En ese momento salía Molly de sus habitaciones.
—¡Vaya! —exclamó al ver a los compradores—. ¡Ya están de
vuelta! ¿Pagarán más caro ahora?
—Pagaremos lo mismo.
—¿Algún amigo que se hará pasar por emisario de los
mataderos?
—No. Es uno de los consejeros. Lo aclarará todo.
—Repito ya que vas a presenciar los ejercicios con esos
forasteros que están en el rancho de Judy, puedes decirles que hay
sesenta mil dólares dispuestos para que se enfrenten en los
ejercicios con el equipo de Sagan.
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—Si deciden aceptar, estos caballeros se van a encontrar sin
dinero para comprar reses. Es de suponer que han reunido entre
ellos de lo que disponen.
—Eso es un asunto que no te interesa.
—Y tiene razón —añadió riendo francamente la muchacha.
—Ya sabes. Sesenta mil dólares.
—Ahí tienen a Lee. Pueden decírselo.
—¿Qué es lo que pueden decirme a mí? —inquirió Lee, que
entraba en busca de Molly.
—Que han reunido sesenta mil dólares entre los compradores de
ganado que han vuelto.
—¡Vaya! ¡Vaya! ¡Así que ya no temen les linchen por haber
engañado a los ganaderos durante tanto tiempo!
—Hemos pagado lo que era justo.
—Dicen que vendrá un emisario de los mataderos... —medio
Molly.
—Celebraré estar aún aquí. ¡Cuidado con engañar otra vez! ¡Sería
muy peligroso!
—Eso se aclarará. El que hayas pagado a seis centavos libra, no
quiere decir que hayan de pagarlo éstos.
—Si envío esas reses a los mataderos, ganaré una buena cifra. Y
es posible me decida a hacerlo para evitar el traslado hasta mi
rancho, que está lejos.
—No lo harás porque perderás mucho dinero.
—¡Será un buen periodista, pero creo que de ganado no entiende
nada! Sin embargo, le aconsejo que lea el San Luis Mirror.
Encontrará las cotizaciones de los mataderos para cada semana.
Hace muchas que no ha bajado de los ocho centavos en matadero.
—No has respondido sobre la apuesta —dijo William.

64
—Hombre, si en verdad hay sesenta mil dólares para jugar, habrá
que decidirse a ganarles esa cantidad. Para los muchachos será un
buen donativo. Porque lo que ganen será para ellos. Y no hace falta
que sea Harry el que cubra esa cifra. Lo haré yo. Cuando queráis,
vamos al banco a formalizar el depósito.
Los oyentes se miraban sorprendidos. Y para los vaqueros que
había allí suponía un acto de verdadera simpatía.
—¡Podemos ir ahora mismo! —exclamó William.
Molly se cogió de un brazo de Lee y le acompañó hasta el banco.
Cuando se reunieron con los amigos les dieron cuenta de lo
sucedido.
—Has hecho bien —exclamó Harry—. Con ello vas a impedir que
puedan adquirir reses a ese precio, porque han debido poner en
juego todo lo que tenían con tan finalidad.
Se comentaba con entusiasmo en la ciudad, ya que les iba a
permitir presenciar un duelo interesante.
William y los compradores de reses se reunieron con Sagan, que
reía entusiasmado al saber que habían caído en la trampa.
Los que habían llegado de Kansas y que estaban con Sagan reían
también.
—¡Al fin les han decidido a participar! —exclamó uno de ellos.
—Pero ya habéis oído —dijo otro—. El regalaría lo que ganaran a
sus hombres. ¿Cuánto para nosotros de esos sesenta mil?
—Hombre, no es lo mismo —replicó Sagan—. Os hablé de una
cifra.
—Pero no sabíamos que iban a jugar tan fuerte. Somos cinco.
¿Qué os parece a cinco mil para cada uno?
—¡Es nuestro dinero el que se expone! Es natural que...
—Y somos nosotros quienes podemos ganar o perder.

65
—Bueno, veinte mil para vosotros —dijo Sagan.
—No está mal —respondieron dos de ellos—. Es una cantidad
que no he visto nunca junta. ¡De acuerdo!
Y marcharon hacia la pradera.
Una vez en ella, todos les miraban con gran curiosidad.
William estaba en la mesa del jurado en su calidad de she-riff,
encargado de presidir los ejercicios.
Matt hablaba con él.
—No está bien que me dejen al margen de esa apuesta —dijo—.
Quería jugar diez mil dólares por mi cuenta.
—Es posible que esos fanfarrones acepten si se lo dices a ellos.
—¡Claro que lo haré! ¡Y antes de que comiencen!
Buscó Matt al grupo formado por Molly y acompañantes.
Cuando les halló, dijo a Molly:
—¿Has dicho a estos muchachos que estaba dispuesto a jugar
diez mil dólares?
—Esté tranquilo —exclamó Gretna—. Yo cubro esa cifra. ¿La
tiene aquí?
—No se lleva tanto dinero encima.
—¿En el banco?
—Sí.
—¿Lleva el talonario ahí?
—Sí.
—Extienda un talón por esa cantidad. Lo haré a mi vez y se
deposita en manos neutrales. Como no conozco más que a Judy y a
su familia, propongo lo hagamos en ella.
—De acuerdo —dijo Matt.

66
Y los dos extendieron un talón, acercándose para ello a la mesa
de los jurados que sirvieron de testigos.
Los dos jinetes que iban a tomar parte en el primer ejercicio por
el equipo de Lee estaban preparados.
Tenían que ser dos vaqueros los que intervinieran por cada
equipo. Había nueve parejas en total.
Lee se acercó al sheriff para preguntarle en qué consistía en
realidad la apuesta.
—Tienen que ganar a los hombres de Sagan —respondió el de la
placa.
—¿Solamente a ellos?
—Sólo a ellos.
—En ese caso y dada la importancia que han dado a esta apuesta,
propongo que fuera de concurso, es decir, al margen de los otros
participantes, lo hagamos primero entre nosotros. Y al final, que lo
hagan los demás.
Consultaron los jurados entre ellos. Y pronto se pusieron de
acuerdo en que se hiciera así.
—El ejercicio consta de una hora —dijo el sheriff—. La pareja que
marque más reses en ese tiempo es la ganadora.
—De acuerdo —dijo Lee—. Pero mis hombres estarán junto a los
que den suelta a las reses para que no se demore deliberadamente la
salida de terneros.
—No te preocupes —dijo Wen—. Estaremos pendientes toda la
pradera, y si así lo hicieran, serían linchados los encargados de
soltar las reses.
Palabras que corrieron por la pradera y fueron coreadas por la
mayoría.
Por haber una sola empalizada para el ejercicio, tendrían que
actuar primero unos jinetes y luego los otros.
67
Y con objeto de evitar discusiones, se sorteó el orden de
intervención.
Correspondió a los de Lee intervenir en primer lugar.
Se hizo un silencio sepulcral.
—¡Res! —gritó uno de ellos.
Los testigos contemplaron la repetición del ejercicio hasta doce
veces en una hora.
Los aplausos fueron intensos y prolongados.
Sagan estaba nervioso. Y Matt, que se hallaba a su lado, exclamó:
—¡No me gusta esto! No hay duda que son veloces y seguros. Han
tardado cinco minutos en cada res.
—Estoy nervioso. Esas reses salen como flechas.
Los jinetes del equipo de Sagan se miraron sorprendidos.
Volvió a quedar la pradera en silencio.
Pero haciéndolo muy bien, sólo consiguieron diez reses en la
hora.
Sagan, muy nervioso, marchó de allí.
Matt le siguió, diciendo:
—Primera derrota. Y decías que no era posible ganar en nada.
¡Los otros tienen que hacerlo mejor!
—Lo harán —dijo mecánicamente.
Más la verdad era que estaba asustado.
—No son tan fanfarrones como pensábamos —observó Matt.
—Han tenido suerte.
—Son mejores que los otros, no hay que engañarse. Me asusta
que pueda suceder tres veces de los cinco ejercicios que han de
realizar. ¡Son diez mil dólares los que he puesto en juego!

68
—Van ocho mil míos también. ¿Es que crees que no quiero que
ganen?
El resto de los participantes habían perdido interés para los
curiosos, aunque se quedaron para verles.
Sin embargo, ninguno aumentó el número de diez reses
conseguidas por los de Sagan.
Estaban en un saloon cuando les dijeron lo sucedido Matt y
Sagan.
—Creo que de no ser por esos dos, habrían ganado ellos —dijo
Matt—. Pero han ido a ganarles los que no interesaban que lo
hicieran.
—Quedan cuatro ejercicios aún —dijo Sagan.
Los compradores que les buscaron, al dar con ellos les hicieron
saber su preocupación por la primera derrota.
Pero Sagan supo tranquilizarles al hablar de los cuatro ejercicios
que restaban aún.
—Habríamos preferido que empezaran ganando... —dijo uno de
los compradores.
—También yo —declaró Sagan.
—La pradera empieza a creer en ese equipo —manifestó otro—.
Hasta apostaba algunos a favor de ellos.
—Los vaqueros se dejan impresionar fácilmente...
Molly llevó a sus amigos hasta su local, para invitarles y celebrar
el primer triunfo.
Los del equipo habían marchado al rancho de Aston desde la
pradera.
Lee trataba de evitar las provocaciones de quienes no estaban
acostumbrados a perder.
Cuando marchó Judy con sus amigos, Molly quedó en su saloon.

69
Los amigos comentaban lo sucedido en la pradera. Todos
coincidían en la superioridad de los jinetes pertenecientes al equipo
de Lee.
Un ganadero muy conocido de ella, dijo:
—Creo que habrá que empezar a creer en ese equipo. He visto a
Sagan muy preocupado.
—Más lo estarán los ganaderos y compradores que han apostado
a favor de Sagan —dijo Molly—. Sobre todo, Matt.
—Ha sido el mejor ejercicio de esta clase que hemos presenciado
en Abilene. Y los otros son muy buenos también. Pero inferiores a
ellos.
—No he visto entrar al sheriff —dijo Molly, sonriendo—. De
haber ganado los otros, no habría faltado su visita.
Era verdad que William no quería ir a ese local para que ella no
se riera de él.
Estaba en otro saloon con algunos miembros del jurado.
—¡Vaya sorpresa que han dado! —le dijeron—. Asegurabas que
ganarían los otros.
—No esperaba este resultado, es verdad. Se han puesto nerviosos
al ver que marcaban doce terneros. Si son ellos los primeros habrían
ganado.
—No sé..., no sé... —respondió el que hablaba.
—Ha influido mucho el orden de intervención.
También en casa de Judy hubo comentarios.
Bárbara, que gozaba con mortificar a su hija y a su esposo, dijo al
verles entrar:
—No tenéis que decirme nada. ¿Han perdido vuestros
campeones? Menos mal que no intervienen en nombre de este
rancho.

70
Se miraron todos y replicó Lee:
—¿Por qué estaba usted tan segura que iban a ganar los de
Sagan? ¿Es que les conoce?
—No hace falta. Pero cuando Sagan jugaba lo que tiene, es
porque les ha de conocer muy bien.
—Pero no conocía a mis muchachos. No ése para tener esa
seguridad que tenía usted.
—Confieso que me alegra os vayan dando lecciones... No se
puede venir a fanfarronear a Abilen. Llevo muchos años aquí y no
hay duda que es tierra de hombres duros.
—Los de ese equipo de Kansas —dijo Lee, mirando a los otros
para que no intervinieran.
—Es mejor tierra que ésta para esos ejercicios. Aunque a los
téjanos no se les pueda decir. Creo que ahora lo van a comprobar.
¿Es verdad que os costará una alta cifra? Uno de los vaqueros
hablaba esta mañana de sesenta mil dólares por un lado. Os van a
estar agradecidos toda la vida.
—No han acabado los ejercicios —dijo Lee.
—¡Sé lo que pasará al final! —exclamó ella, triunfante.
—También yo. Ganaremos esa cifra.
Bárbara se echó a reír.
—¿Por qué te ríes, mamá?
—Por lo que ha dicho este loco. ¡Ganarán los de Kansas!
—No será tan fácil —agregó Judy.
—¿Qué sabes de estas cosas?
—Por lo pronto, han perdido hoy los de Kansas.
Dejó de reír Bárbara y vio que eran los otros los que reían.
—¡No es verdad! —gritó.

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—Pregunta a los muchachos.
Como una loca, salió para ir a ver a los vaqueros.

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CAPITULO VIII

El ejercicio del látigo era muy complicado y difícil.


Por acuerdo del jurado, al que presionó William, se iba a hacer lo
mismo que el día anterior. Primero lo harían los de la apuesta tan
importante.
Doce blancos minúsculos tenían que ser arrancados de donde
estaban fijos, sin tocar la madera que los sostenía. Y para comprobar
que así era, las tablas estaban cubiertas de tiza, de modo que el
latido dejaría su huella si era tocada por el mismo.
Y sólo en caso de empate se podría recurrir a un ejercicio libre
propuesto por cada uno.
Era factor decisivo el tiempo empleado.
Sortearon la intervención y esta vez correspondió al
representante de Sagan hacerlo en primer lugar.
Hízose un silencio casi absoluto cuando avisaron que debía estar
atento a la señal.
Eran muchísimos los curiosos que tenían el reloj en la mano.
Dada la señal, empezó la labor arrancadora de blancos. Fue un
buen ejercicio en tiempo y con cinco toques en la madera.
Sagan se sintió feliz al oír el resultado.
Y el que había participado consideraba que era un buen ejercicio,
porque saltaba de júbilo. El tiempo había sido de dos minutos y
veinte segundos.
Cesaron los aplausos al colocarse el joven de rostro aniñado
frente a su blanco.
Dada la señal, el látigo se movió a una velocidad de vértigo,
terminando un minuto y veinte segundos antes que el otro.
Quedaron pendientes del resultado en la madera.

73
—¡Ni un fallo! —gritó el encargado de la revisión.
Los aplausos eran ensordecedores.
Sagan tenía el rostro blanco como la nieve.
—¡Trampa! —gritó el que había sido derrotado—. No puede ser
que no tenga rozaduras la madera.
Pero el encargado por el jurado, corrió con el blanco para
mostrarlo a los incrédulos. Y entre ellos, al derrotado.
—Debes convencerte que has sido derrotado de una manera
amplia y clara —le dijo—. Aquí lo ves. Ni un solo fallo y en menos de
la mitad de tiempo que tú.
El protestón fue rodeado por rostros hostiles, que le asustaron
hasta el extremo de marchar de allí sin añadir una palabra más.
Los compradores de reses se acercaron a Sagan.
—¿Qué pasa? ¿Es que no van a ganar en nada los que decías no
tener enemigos? —dijo uno de ellos—. Hemos jugado todo lo que
teníamos.
—No lo comprendo —declara Sagan.
—Nosotros empezamos a comprender que hemos perdido todo
lo que teníamos. Ese equipo no os dejará ganar en nada. Y no vengas
diciendo que mañana con el cuchillo Burt no tiene contrario. ¡Ya no
te creo!
Gretna saltaba de gozo. Y lo mismo le pasaba a Judy.
Molly era otra que daba saltos y gritos de alegría.
Miraba a William, que no podía abandonar la mesa del jurado.
—¿Qué te ha parecido, periodista? ¿No estabas tan seguro que
iban a ganar los de Sagan? ¿A qué esperan?
—¡Faltan tres ejercicios aún!
—Si mañana pierden, no habrá posibilidad de vencer.

74
—¡Escucha, charlatán! —gritó uno—. ¿Es que crees que mañana
me ganarán a mí?
Muchos se apartaron, dejando aislado al que hablaba.
William sonreía mirando a Burt.
Burt buscó a Sagan, pero no le encontró.
Arthur, su capataz, y Matt estaban al lado de él.
—No había visto nada igual —declaró Arthur—. ¡Qué ejercicio ha
hecho!
—No hay duda de que es muy superior —reconoció Sagan.
—Creo que se están haciendo viejos todos ésos —observó
Arthur—. Y si mañana no gana Burt, se habrá perdido todo.
—Confieso que tengo miedo —dijo Sagan—. Ese equipo es bueno
en verdad. No creí en él y está demostrando que era cierto lo que
decía. ¡Y querías que jugara ganado y terrenos!
En la pradera sucedía lo que el día anterior. De no ser por lo
realizado por el que representaba a Lee, habría ganado el de Sagan.
Este marchó al rancho. No quería que se rieran de él en los
locales de la ciudad. Y dijo que cuando llegara Burt le dijeran fuera a
verle.
Tenían que recurrir a los trucos que fueran para no ser
derrotados también.
Una tercera derrota era definitiva para ellos. Y había que evitarlo
a toda costa.
Burt se presentó con los restantes del equipo que habían llegado
de Kansas.
¿Queríais hablar conmigo? —preguntó a Sagan.
—Sí. ¡Tienes que evitar la derrota mañana!
—Debes estar tranquilo.

75
—Eso me decían anoche y esta mañana. ¡Quiero que se evite la
derrota! El sheriff estará de tu lado si propones que sea un duelo a
muerte y te adelantas al que vaya a tomar parte.
Burt quedó pensativo unos segundos y al final se echó a reír.
—Habla con el sheriff. Le retaré a muerte y no hará falta que me
adelante.
—Es más seguro así. El que haya de dar la señal se colocará de
forma que le veas, ¿comprendes? Antes de disparar te hará una
señal y así el disparo coincidirá con el cuchillo que salga de tu mano.
Sagan marchó a la ciudad cuando ya era de noche. Pero fue visto
cuando entraba en la oficina de William.
Cuando informaron a Molly de esta visita, estaba Lupita a su lado.
—¿No es un tal Burt el que mañana toma parte en el ejercicio de
cuchillo?
Molly miró a Lupita al hacer esta pregunta.
—Sí. Dijo llamarse así cuando habló conmigo.
—Entonces ha visitado a William para que permita que sea un
duelo a muerte. Ya lo hizo otra vez en El Paso. Después de aquello
desapareció de esa zona y comentaron que habían marchado a
Kansas, por donde anduvo antes. Mató a un muchacho. Le
sorprendió con ventaja. El que iba a disparar se colocó frente a él y
le vieron hacer una señal. Fue linchado ese cobarde, pero escapó
Burt. Le llamaban por allí Burt Cuchillo. Era un buen lanzador y
como empleó ventaja el resultado fue trágico para aquel joven. Me
gustaría verle para comprobar si es él. Mañana iré a la pradera.
—Hablaré con Lee.
—Debes decirle que venga a hablar conmigo.
Harry y Lee entraban algo más tarde para beber y conversar con
Molly.

76
Esta les dijo lo que informó Lupita y fue llamada ésta para que
repitiera su historia.
—Si ha visitado al sheriff es seguro que le ha pedido eso —le dijo
Lee.
—¿No te enfadas si sí te digo una cosa? —añadió Lupita.
—¿Por qué habría de enfadarme? —repuso Lee, sonriendo.
—Porque te va a sorprender mucho.
—Habla.
—Deja que sea yo la que participe con el cuchillo por tu equipo.
Los otros tres se miraron asombrados.
Lee miró con atención a Lupita.
—¿Tienes tanto interés en ser tú? —preguntó.
—Sí. Y dejad que me rete a muerte. ¡No sabes lo que deseo
matarle como él hizo con aquel muchacho!
Se sorprendieron al ver los ojos de Lupita llenos de lágrimas.
Y más sorpresa fue oír a Lee hablar en indio con ella. Lupita abrió
los ojos sorprendida. Pero respondió en el acto en el mismo idioma.
—Supongo que no dejarás que... —empezó Molly.
—Será ella la que me represente mañana —dijo Lee.
Lupita le miraba agradecida.
—¡Es una locura! —exclamó Molly.
—No lo creas. Mañana iba a intervenir yo, pero lo hará ella. Y te
aseguro que es bastante peor para Burt.
—Creo que estáis locos los dos.
—No debes comentar una palabra sobre esto —pidió Lee a
Molly—. Y esta noche va a venir Lupita al rancho de Judy. Por la
mañana practicará un poco.

77
—No temas —dijo Lupita—. No he dejado de hacerlo un solo día.
Mis paseos al campo no tenían otra finalidad. Y muchas noches he
salido por la ventana para seguir haciéndolo. No he fallado nunca ni
en la oscuridad.
Molly y Harry se sometieron al fin y aseguraron que no dirían
una palabra a nadie.
Insistió Lupita en que no era preciso ir para practicar y Lee
accedió a que se quedara en el saloon.
Cuando salían, preguntó Harry:
—¿Qué te dijo al hablar en indio?
—Que aquel muchacho al que mató era su hermano.
—¿Es india?
—Sí. Apache. Pero de madre blanca, salió a ella. Se ha criado
entre los indios.
—¿Por qué le hablaste en indio?
—Porque recordé de ella en el acto. Ganó en Santone hace tres
años, vestida de muchacho, a los mejores lanzadores que pasaron
por allí. Fue una victoria clarísima. ¡No puedes hacerte idea qué
rapidez y qué seguridad! Sabes que me consideran un excepcional
lanzador. Pues bien, no llego a la suela de las zapatillas de ella. No se
llamaba Lupita. Su nombre entonces era Kiram. Azucena en
chiricahua, rama apache a la que perteneció su padre.
—¿Crees que podrá con ese Burt?
—¡Estoy completamente seguro! De no ser así, ella no me pediría
esto. Está en Abilene desde hace unos meses buscando a Burt y a
otros dos personajes. Sospecha que uno de esos a quienes busca y
no conoce, es Matt, el ganadero que ha jugado diez mil dólares. No
está segura. Por eso vive aún. El otro podría ser el mismo Sagan.
Murió la persona que le indicó haber visto en Abilene a esos dos. Y
sin seguridad, no se ha atrevido a matar. Confía en hacerles caer en
una trampa.
78
—¡Vaya sorpresa!
—No puedes hacerte idea. He prometido ayudarle.
—Pero ¿cómo?
—Vamos a rastrear el pasado de esos dos personajes.
—¿No será perseguir una sombra?
—La visita de ese Sagan al sheriff esta noche me ha dado una
idea.
—¿Crees que está relacionado con ellos?
—Desde luego. Hablaré con Wen. Es el que más me puede
ayudar.
—¿El capataz de Judy?
—Sí. Aunque si hiciera hablar a la madre de ella es posible que
me informara mejor.
—Pues no comprendo nada —dijo Harry, sonriendo—. Todo es
un misterio enorme para mí.
—La madre de Judy conoció a Sagan hace años. Aunque las
andanzas de Sagan por Kansas no tiene relación alguna con lo que
Lupita persigue. Esta busca a quienes anduvieron por el sudoeste de
Texas.
—Pero, ¿por qué?
—Eso no se lo podrías arrancar a un indio ni aun quitándole la
vida si voluntariamente no lo quiere decir.
—Lo que indica que no ha querido hablarte de ello, ¿no es
verdad?
—En efecto. Como conozco esa raza, no he insistido. Se
disgustaría conmigo.
—¡Vaya complicación que te he buscado por pedirte que
acudieras en ayuda de Judy!

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—No te preocupes. Me alegrará ayudar a esa muchacha. Además,
existe otra razón. Mataron a un agente nuestro.
—¿Te refieres a ese Loop que estaba en casa de Judy?
—Sí. Se confió a Lupita de quien estaba enamorado. Se habían
conocido en El Paso y en Santone. Y Loop vigilaba a Sagan.
—Entonces le mataron ellos.
—Posiblemente, o alguien que hay en el rancho de Judy. Debo
quedarme una temporada por aquí. Escribiré solicitando permiso.
Los muchachos no quieren marchar sin haber vengado a Loop. Aquí
le conocieron con ese nombre. Y eso que no conocieron a ese
muchacho. Pero era compañero y es más que suficiente para ellos.
Una vez en el rancho no volvieron a hablar de estos asuntos.
Lee se reunió con algunos de su equipo.
También habló con Wen.
Era bastante tarde cuando Wen volvió a la ciudad para hablar
con Lupita.
Estaban recogiendo para cerrar.
Los más rezagados se levantaban con dificultad a causa de la
bebida que tenían en el estómago.
Lupita miraba a Wen, sonriendo.
—Te has descuidado, Wen —observó.
—Solamente quería hablar contigo.
—Espera a que recojamos —dijo Lupita.
Una vez cerrado el local, Lupita dijo a las muchachas que podían
ir a descansar.
—¿Quieres beber algo? —preguntó a Wen.
—Gracias. Sabes que no soy bebedor.
—No importa. Si quieres algo...

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—Repito que no lo deseo.
—Bien. Pues habla.
—He hablado con Lee. Sabe que puede confiar en mí.
—También lo sé yo. No creas me preocupa te haya hablado de mí.
Es un buen fisonomista y tiene memoria. Me recordó al instante y
me habló en apache. Se dio cuenta en el acto de quién era. Pero
también le reconocí yo a él. Lo hice el primer día que se presentó.
Así que estamos en paz.
—Deja que sea él quien mañana lance los cuchillos.
—No quiero pensar que has venido a enfadarme, ¿verdad? ¿Sabe
Lee que has venido a pedir esto?
—Me arrastraría si lo sospechase.
—Que yo lo haré si insistes —añadió ella.
—Burt Cuchillo es un traidor.
—Lo sé. No temas. Tampoco el capitán se dejaría sorprender.
Pero he de ser yo el que le mate.
—Tengo motivos para odiar a ese Burt. Sé que también tú, pero...
—No insistas. ¡Seré yo el que le mate! —exclamó Lupita—. Hasta
mañana, Wen.
Este se vio despedido y no insistió, aunque marchara disgustado.

CAPITULO IX

Los compradores de ganado y Matt se hallaban con Sagan en uno


de los locales, esperando la hora para ir a la pradera.
Burt se presentó en el local pocos minutos antes de marchar a la
pradera.

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Iba orgulloso y sonreía a los que, sabiendo que era él quien iba a
intervenir, le miraban con curiosidad.
—¿Preparado? —le preguntó Matt—. Estábamos diciendo a
Sagan lo mucho que supone para nosotros tu triunfo o tu derrota.
—Debéis estar tranquilos.
Los vaqueros de Matt se le acercaron para decir uno de ellos:
—Si hoy no ganan esos de Kansas, habrá perdido usted diez mil
dólares. No debió jugar tan fuerte.
—Creí que serían mejores los amigos de Sagan.
—No son malos. Es que los otros son bastante mejores. Y
estamos viendo que serán los que ganen la apuesta.
—Aún falta el ejercicio de hoy —dijo Matt.
—En estos momentos son más los que esperan la victoria de los
téjanos que los que confían en los de Kansas.
Lee, con parte de su equipo y Harry, había ido a esperar a Lupita,
al local de Molly.
Esta les salió al encuentro, diciendo que ya estaba preparada
para ir con ellos.
Cuando Lupita se presentó ante ellos, no podían reconocer en ella
a la guapa muchacha.
Las altas botas de montar que calzaba eran una verdadera obra
de arte. Cuero repujado con unos arabescos como adorno que tenían
que llamar la atención.
También las espuelas de plata eran otro alarde de la orfebrería.
El cinturón de doble canana armonizaba con las botas y en las
fundas, caídas y amarradas a los muslos dos armas con culatas de
plata y nácar.
El Stetson cubría su cabello de una manera perfecta.
Lee y Harry miraban sonriendo a la muchacha.
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—¡Estás desconocida! —exclamaron a la vez.
—Pero muy guapa —añadió Molly.
—Gracias —dijo la muchacha.
Los clientes, que se dieron cuenta era ella, también la miraban
asombrados.
—Es hora de ir a la pradera —dijo Lupita, con naturalidad.
Informados los del equipo de Lee de lo que había acordado éste
con Lupita, miraban a ésta con admiración y simpatía.
Por las calles no se daban cuenta que Lupita fuera una mujer.
Como era bastante alta, pasaba muy bien por uno del equipo de Lee.
Pero lo que sí llamaban la atención era su equipo de cuero, así
como las espuelas y las armas que brillaban al sol.
A la entrada de la pradera estaban Gretna y Judy que saludaron a
Lupita con afecto.
Siguiendo instrucciones de Lee, no hablaron nada del ejercicio.
El equipo de Kansas ya había llegado y estaba con Sagan a la
cabeza, y junto a él, Burt, que no hacía más que alardear y reír.
Carpenter, en nombre de los compradores de ganado, se acercó a
Sagan.
—¿Has dicho a éste lo que hay en juego?
—Ya lo sé, amigo —respondió Burt—. Esté tranquilo.
—Lo estaré cuando vea que ha derrotado al que intervenga en
nombre de ellos.
Sagan separóse de sus acompañantes y se acercó a la mesa del
jurado.
El sheriff estaba allí esperando a que fuera la hora anunciada.
Hizo señas a Sagan para que no se acercara a él. Señas que fueron
observadas por varios testigos, que lo comentaron.

83
Entre éstos estaba Mike, el periodista, que frunció el ceño
preocupado.
Minutos antes de las once, hora convenida para dar comienzo al
ejercicio, se acercaron a la mesa del jurado para hacer las
inscripciones de los participantes.
Pero el verdadero interés de la pradera estaba en la participación
de los de Kansas y los de Lee.
Estaban preparados los blancos que iban a ser utilizados.
Habían hasta veinte, y al terminar la inscripción, comprobaron
que sobraban cuatro. William y los demás miembros del jurado se
quedaron asombrados al reconocer a Lupita bajo el sombrero y la
ropa que vestía.
—¿Qué haces vestida así? —preguntó William.
—Va a tomar parte en nombre de mi equipo en el lanzamiento de
cuchillo.
—¿Ella? —exclamó William, asombrado—. ¿Es que estáis locos?
¿Qué puede saber Lupita de esto? Si cree que por ser mexicana ya es
suficiente...
—Si ganan sus amigos, así les quedará la esperanza por lo menos
de empatar mañana con el rifle —dijo Lee.
La noticia de que iba a ser Lupita la que representara al equipo
de Lee circuló por la pradera, con lo que el ejercicio se hacía más
interesante aún y las peleas por los puestos bien situados eran
constantes.
Sagan, al saberlo, se echó a reír.
—¡Son unos locos presumidos! —exclamó—. Tratan de dejar que
ganemos este ejercicio.
—Lo que pasa —medió Burt— es que han debido de darse
cuenta de que no podrían conmigo y así su derrota tendrá menos

84
importancia. Pero no por ello voy a dejar de provocar a muerte para
mayor precisión sobre el vencedor.
—Creo que no es lo mismo. ¡Malditos téjanos! —barbotó Sagan.
—No tenemos la culpa que hayan elegido a una mujer. Si quieren
reírse de nosotros, que sufran las consecuencias —añadió Burt.
—Puede haber estampida. Tengo miedo a que si dices algo de
reto la pradera nos arrastre.
Burt pensó que era posible lo que temía Sagan.
Y el sheriff estaba sudando porque si le pedía Burt el duelo a
muerte no podría autorizarlo.
—¿Qué le pasa, sheriff? Parece que está nervioso... —dijo Lee
muy cerca de él—. ¿No le gusta que sea una mujer la que tome
parte? No se preocupe, ganará a ese de Kansas. Sus amigos van a
perder hoy, dentro de muy poco, el dinero que han jugado. ¡Han
hecho un mal negocio al obligarme a que presentara mi equipo! No
deben culparme más tarde.
—¿Es que crees de veras que podrá Lupita hacer un buen papel
siquiera?
—No sólo hará un buen papel, sino que será la vencedora de
vuestro campeón.
—Nada tengo que ver con el equipo de míster Sagan.
—¿De veras? ¿Qué fue a decirle anoche? ¿Le propuso, acaso, que
autorizara un reto a muerte? Ha sido la costumbre de Burt, pero
viendo al que da la señal para adelantarse. ¡Se pone muy pálido!
¡Parece que he acertado!
El sheriff estaba temblando. Ahora si Burt hablaba de reto sería
colgado con él.
Los que estaban cerca de la mesa del jurado veían que el sheriff
había palidecido.
Sagan, muy preocupado al enterarse, dijo a Burt:
85
—Te han conocido lejos de aquí. No se te ocurra indicar lo del
duelo.
—No lo haré. Bastará con ganar a esa tonta.
El sheriff había negado violentamente las sugerencias de Lee.
Pero eran muchos los que dudaban.
Los encargados de colocar los blancos en la empalizada lo
hicieron con dos solamente, ya que iban a hacer lo que en días
anteriores. Primero se enfrentarían los equipos de Kansas y el de
Lee.
Cuando Lupita saltó con agilidad la empalizada, se oyó una
atronadora ovación de estímulo y simpatía.
Gretna y Judy decían a Lee y a Harry:
—¡Qué tranquila está! No lo comprendo.
—Esa muchacha carece de nervios —aclaró Lee—. Está dispuesta
a matar a Burt. Va a ser ella la que proponga el duelo a muerte.
—Será una locura.
—Pondrá nervioso a Burt. Espera ser él quien lo haga y la
sorpresa le pondrá muy nervioso.
—Pero si es tan bueno como ella misma reconoce...
—No cuenta con la traición que le sirvió para asesinar al
hermano de ella.
El voceador empezó a aclarar la razón de enfrentarse primero los
participantes de los de Kansas y de Lee.
Burt entró en la empalizada.
Frente a cada blanco había una mesita con doce cuchillos
completamente iguales.
—¡No sé quién te ha metido en la cabeza que seas tú la que venga
a ser derrotada! Jugaré contigo como un gato con un ratón.
Burt echóse a reír a carcajadas.
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Cosa que sorprendió a los testigos, que no podían oír lo que
hablaban.
—¿Sabéis lo que me está diciendo esta loca? —gritó Burt—. ¡Qué
podrá jugar conmigo y que soy un novato!
Lupita, sonriendo, exclamó:
—Lo van a comprobar muy pronto.
El jurado empezó a aclarar en qué consistía el ejercicio y cómo
debían prepararse antes de oír la señal definitiva.
Cuando terminaron las explicaciones, dijo Lupita:
—Anoche convenció tu patrón al sheriff para que no se opusiera
al reto que vas a lanzarme para saber quién es el mejor de los dos.
Tienes por costumbre retar a muerte al adversario. ¿Es que no lo
haces hoy? Vas a defraudar a tu patrón y el cobarde del sheriff.
—¡No es cierto eso! —gritó Sagan.
—¡No es verdad! —gritó, a su vez el sheriff.
—Estáis mintiendo los dos —dijo ella, con la mayor serenidad—.
Pero ya que veo no te atreves, seré yo la que proponga a la pradera
permitan que sea un duelo a muerte entre los dos.
La sorpresa produjo un silencio absoluto durante unos segundos,
al que siguió el rumor de muchas conversaciones en voz baja.
—Veo que estás loca, muchacha —dijo Burt—. Si la pradera lo
admitiera, tendría que matarte.
—No podrás hacerlo nunca. Porque no habrá señal alguna para
que el encargado de darla se ponga delante de tu vista y te anticipes.
Es lo que sueles hacer.
—¡No habrá duelo. ¡Todos los testigos deben presionar para ello!
—¡Tiene razón! —gritó Lee, haciéndose destacar su estatura—. Si
no tiene miedo ese campeón, debe ser un duelo a muerte. Y todos
debemos obligar al jurado a que lo autorice. ¿Sabéis por qué? ¡Ese
cobarde, asesino vulgar, asesinó a un hermano de Lupita en El Paso!
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Estaba de acuerdo con el que iba a hacer la señal y así fue como
pudo sorprender y asesinar gracias a una traición repulsiva. Ahora
no podrá haber traición.
—¡Y no la habrá porque los dos sabemos que nos vamos a matar!
—aclaró Lupita—. Tenemos doce cuchillos antes nosotros. En vez de
buscar el blanco, buscaremos los cuerpos de cada uno.
Las palabras de Lee habían excitado a los testigos.
Burt, nervioso, miraba a Lupita. Recordaba la muerte de aquel
muchacho que le habría derrotado de no haber sido por la traición.
Pensaba que si esa muchacha se atrevía a tanto era por estar
segura de su habilidad y, si se parecía al hermano, no estaba muy
seguro de ser él quien matara.
—¡Sí! —gritó Lupita—. Soy la hermana de aquel muchacho al que
asesinaste a traición. Tu cómplice fue colgado, pero tú escapaste.
Ahora te voy a matar.
Burt iba reaccionando. Se sabía un buen lanzador. Un
extraordinario lanzador.
—¡Si es tan loca, debe autorizarlo, sheriff! —gritó.
Lupita sonreía complacida. Y esa sonrisa ponía nervioso a Burt.
—¡No habrá duelo! —respondió el de la placa.
Pero la multitud que había acudido a presenciar los ejercicios
pidió a gritos que se autorizara. Los gritos asustaron al sheriff.
Sagan estaba asustado también.
—¿Es verdad que hablaste anoche a William sobre esto? —
preguntó Matt.
—No.
—¿Es que me vas a engañar también a mí? Te vieron y han
supuesto a qué fuiste. Y no creas que vas a ver morir a esa
muchacha. Será ella la que mate a Burt. Cuando ese muchacho ha
dejado que sea ella la que provoque el duelo es porque sabe lo que
88
va a pasar. Y nos va a costar una fortuna, aparte de la vida de ese
fanfarrón. ¿Recuerdas aquello de El Paso? Es verdad que traicionó al
muchacho. Pero ahora no podrá hacerlo.
—Me asusta lo que va a pasar cuando mate Burt a esa muchacha.
Es una locura lo que ha hecho. No tendrá más remedio que matar,
pero me asusta lo que pase después. No ha negado lo de El Paso.
—Está nervioso y desconcertado. Esa muchacha va a jugar con él.
—¡No sabes lo que dices! Es el mejor lanzador que hemos
conocido. Lo sabes muy bien.
—Pero impone la serenidad de esa muchacha. Ahí la tienes, no
hace más que sonreír.
Dejaron de hablar por la gritería que se armó.
—¿Verdad que estamos todos de acuerdo en que muera ese
traidor cobarde con un cuchillo en la garganta? —preguntó Lee,
elevándose sobre la mesa del jurado.
La respuesta fue unánime. Todos gritaron que sí.
—Ya lo sabes, Lupita. Estás autorizada a ese duelo.
Como los dos estaban ante la mesa de los cuchillos, Burt se
precipitó sobre ellos dispuesto a traicionar otra vez.
Lo que siguió dejó enmudecida a la pradera.
El cuerpo de Burt se inclinaba a un costado.
En su garganta había un cuchillo bien clavado y tres más en el
pecho, sobre el corazón.
Sagan se retiró, limpiándose el sudor.
Lupita, muy serena, dijo:
—Ahora podemos comenzar el ejercicio. ¡He vengado a mi
hermano!

89
CAPITULO X

No podía hablarse de otra cosa que no fuera la exhibición


realizada por Lupita en el lanzamiento de cuchillo.
Los testigos aplaudieron con insistencia.
Lupita seguía observando la misma naturalidad que antes de
intervenir.
Era lo que Harry admiraba más de ella.
—La he observado detenidamente. No tiene nervios.
—Por eso es tan peligrosa.
Esto era lo que ellos comentaban también.
—No hay duda —dijo Sagan—. Es infinitamente superior a todos
los que he conocido. Burt no podía sospechar una habilidad como la
de esa muchacha.
—Nos ha costado todo lo que teníamos para comprar reses —
dijo Carpenter.
—Es una tontería insistir ya —dijo Arthur—. No creí que
pudieran ser derrotados de una manera tan clara.
—Se han hecho viejos.
—Es que ellos son muchos mejores. Hay que reconocerlo, aunque
duela.
Los llegados de Kansas estaban furiosos. En especial los que iban
a intervenir con el rifle y con el Colt.
Echaba la culpa a los anteriores participantes de no haber
conseguido hacerles llegar hasta los ejercicios en que ellos estaban
seguros de ganar.
Pero Sagan, que se hallaba incomodado, con ellos, les dijo que
perderían también.

90
—Dices eso por estar enfadado —observó uno—. Es la razón por
la que no tomo en consideración tus palabras. De hacerlo, tendría
que matarte.
Sagan sabía que eran peligrosos y que no convenían excitarles
más.
—Lo cierto es que ya no hay posibilidad de empatar.
—Pedía que se hiciera al contrario. Primero nosotros y después
ellos.
—Habría sido lo mismo, ya que de perder en esos tres el
resultado no iba a variar.
—Siempre se va con más moral si se ha ganado parte del
resultado final.
—Lo que más me duele —dijo Arthur— es que se van a reír de
nosotros. Hemos insistido hasta el cansancio en que no se atrevían
por miedo.
—Y de hacerte caso, estaríamos ahora en la calle —añadió Sagan.
—Tienes razón. Tenía una confianza ciega en este equipo. Les he
visto hacer cosas admirables.
—También las hacen ahora. Lo que sucede es que ellos son
superiores —comentó Carpenter.
Estaban en el saloon de un amigo. Se acercó éste y dijo:
—¿Qué ha pasado para que perdierais en los tres ejercicios que
van realizados?
—Que son mejores —dijo Carpenter, enfadado—. Nos ha costado
todo el dinero que teníamos para comprar reses.
—No debisteis jugar tan fuerte.
—Este aseguraba que era una buena operación.
—Y os cegó la codicia. Habéis creído que no hay buena gente en
Texas. Ahí tenéis el resultado. ¡Lo que se debe estar riendo Molly!

91
Los que entraban en el local comentaban lo sucedido en la
pradera.
Hablaban de Lupita con los mayores elogios.
—Y además —decía el dueño— habéis sido ganados por una
muchacha de saloon.
—Ha sido una sorpresa enorme —confesó Sagan—. No podíamos
esperar nada parecido. ¡Qué modo de lanzar! ¿Quién lo iba a
sospechar de ella?
Uno de los amigos comentó:
—Dicen que entregan a Lupita diez mil dólares para ella. El resto
será para los otros del equipo. Se pondrán locos de alegría.
Por haberse quedado con sus muchachos, entró Matt más tarde.
Muy furioso insultaba al muerto, que se había dejado ganar por
una mujer.
Sagan sonreía al verle tan enfadado.
—Me ha costado lo que tenía en efectivo. Y menos mal que no
hice caso a Arthur, sino estaríamos a estas horas sin ganadería y sin
rancho.
Al final dejaron de comentar lo sucedido. Tenían que adaptarse a
la pérdida de tantísimo dinero.
Entendieron que debían ser castigados Lupita, Molly y su grupo
de nuevos amigos.
Ya muy tarde, llegaban Arthur y Sagan a su vivienda.
—Todo se ha venido abajo. La llegada de ese maldito ganadero lo
ha estropeado todo. Empezó por comprar reses para que pagaran la
deuda y no pude negar el hacerle un recibo que me imposibilitar
para una nueva reclamación.
—¡Con la falta que nos hace ese rancho! ¡Tenemos que
despedirnos de él! —dijo Sagan—. Claro que se puede caminar por
ese rancho sin que se den cuenta de ello. Sobre todo si se hace de
92
noche. Los invitados marcharán al terminar las fiestas y ese
ganadero lo hará para llevarse las reses adquiridas.
—Sí. Hay que tener paciencia. Cuando queden solos los Aston,
será el momento de castigar a Molly y a ellos.
Al otro día supieron Sagan y Arthur que los llegados de Kansas
iban a seguir participando en los ejercicios. Y aseguraban que ellos
no perderían.
Pero a Sagan ya no le interesaba.
A la hora del almuerzo se presentó Matt con su capataz.
—Vengo para ponernos de acuerdo —dijo después de sentarse
para comer—. No me agrada que se rían de nosotros en la forma que
han de estar haciéndolo en casa de Molly.
—Creo que debemos tener paciencia. Lo que interesa se podrá
hacer cuando llegue el momento oportuno. Y entonces, seremos los
que más se rían.
—No me agrada que se rían de mí. ¡Claro que la culpa es de los
llegados de Kansas! No había quien pudiera con ellos. Ya lo hemos
visto. No han ganado un solo ejercicio. ¡Ni uno! No me sorprende
que se rían de nosotros después de lo que estuvimos hablando.
Asegurabas que hablaban de una cifra alta para no tener que
presentarse en la pradera, donde iban a recibir la mayor derrota que
se viera.
—Ya ha pasado. Es mejor no recordarlo. No creas que me agrada
que haya sucedido así, pero como nada vamos a conseguir con
lamentarnos, será preferible que pensemos en lo que nos interesa, y
que nos trajo a esta tierra.
—Ya dudo de todo. Hasta de eso.
—No hables así.
—Tenemos unos ranchos que en realidad si no fuera por las
reses robadas no valdrían nada.

93
—Lo que me interesa no es eso, repito —dijo Sagan.
—Lo que me sorprende es que Lupita diga que era hermana de
aquel a quien mató Burt en El Paso. Decían que era un indio y esta
muchacha no parece india.
—No lo sería.
—No podía esperar Burt que, tan lejos de allí y después del
tiempo transcurrido, apareciera una hermana de aquel muchacho
con manos tan hábiles para el cuchillo. Se ve que ha querido matarle
de la misma forma que él mató a su hermano.
Sagan decidió ir a la ciudad esa tarde y presentarse en el saloon
de Molly para que vieran que no les había afectado tanto como
debían pensar la derrota sufrida por los de Kansas.
—Carpenter asegura que va a pagar las reses un centavo más
baratas hasta compensar lo que han perdido en la apuesta —añadió
Matt.
—No debe abusar, ya que se expone a que escriban a los
mataderos y si se informaran de la verdad otra vez, pueden ser
colgados.
—Están muy furiosos por lo que han perdido. Sobre todo cuando
tenían la más completa seguridad de que iban a doblar lo que tenían.
Arthur preguntó si iban a presenciar los ejercicios de rifle y de
Colt.
Dijeron que sí los oyentes. El equipo de Kansas iba a continuar
participando.
Al llegar a la ciudad, y según el deseo de Sagan, visitaron el local
de Molly.
Lupita estaba rodeada de admiradores que seguían hablando de
lo que habían visto hacer a la muchacha con los cuchillos.
Ella no concedía importancia a lo que hablaban.

94
Pero al ver entrar a Sagan y a sus acompañantes se les quedó
mirando con curiosidad.
Sagan se acercó sonriendo y dijo:
—No pude felicitarte ayer. Lo hiciste muy bien. Y aunque me ha
costado caro ese triunfo, no se puede dejar sin felicitar a la autora de
las exhibiciones que hiciste.
—Gracias —dijo Lupita, muy seria.
—¿No vas a seguir participando? —preguntó Arthur.
—Solamente quería matar a ese asesino. Ya estoy tranquila.
Matt, que iba con Sagan, dijo:
—Lo que no comprendo es que digas que era hermano tuyo
aquel muchacho. Decían que era indio.
Sagan miró a Matt de un modo que hizo sonreír a Lupita, que
replicó:
—No sabía que estuviera usted enterado de aquella muerte.
Comprendió Matt su torpeza y la razón de la mirada de Sagan.
—En El Paso, ¿verdad? —añadió ella.
—Sí—dijo mecánicamente—. ¡Bueno! No en ese pueblo, es que lo
he oído.
—Lo comprendo —dijo Lupita, sonriendo.
Sagan estaba nervioso.
—También había oído usted hablar de la muerte de mi hermano,
¿verdad, míster Sagan?
—Es la primera noticia que tengo. Bueno, cuando lo dijiste ayer
antes de matar a Burt.
—¿No es usted muy amigo de míster Matt? Han estado juntos
lejos de aquí.

95
—He conocido en esta ciudad a Matt —dijo Sagan—. No le había
conocido antes.
—Son ustedes unos ganaderos muy interesantes —observó
Lupita al separarse de ellos.
Sagan estaba muy pálido. Acababa de ver a Lee, que sonreía
apoyado en el mostrador.
—No debieras hablar así a estos caballeros —dijo Lee sin
moverse—. Ten en cuenta que, por lo que he oído, se trata de dos los
ganaderos importantes que hay por aquí. Y no creo que hayan
estado por El Paso. A juzgar por el equipo que han traído para los
ejercicios, deben proceder de Kansas. ¿Me engaño?
—¿Es tan interesante para ti saber eso? —dijo el capataz de
Matt—. Pareces un sheriff, y no veo que lleves placa.
—Ya veo que os molesta. No tiene importancia. Pero creo que
tiene razón Lupita, son unos ganaderos muy interesantes. Es
extraño que haya oído en Kansas o aquí hablar de ese muchacho
que, según él, afirmaban que era indio. ¿Verdad que resulta extraño?
—Una muerte así se comenta muy lejos de donde sucede —dijo
Arthur.
Lee sonreía burlón.
—Sin embargo, habéis traído como campeón a ese asesino.
Sin duda fue él quien habló de su hazaña, o estaban allí como
testigos los que aseguran haberlo oído lejos de allí.
—Puedes estar seguro de que estaban, Lee —dijo Lupita—. Y
como eran amigos de ese asesino, indica que son tan cobardes como
era él. ¿No estás de acuerdo?
—Completamente —repuso Lee, sin dejar de sonreír.
—Será mejor que nos marchemos —dijo Sagan—. No sirve decir
las cosas.

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—No se preocupe. No tardarán en llegar los que eran autoridades
entonces en El Paso. Irán a visitar sus ranchos para verles. Espero
que no sean conocidos de ellos. Tienen una gran memoria para
recordar personas —dijo Lupita—. No te preocupes, Lee. Ellos los
reconocerán. Míster Sagan está disgustado con su amigo Matt. Le
riñó con la mirada cuando habló de mi hermano. Fue una torpeza
que cometió inconscientemente. Ahora está arrepentido, pero ha
servido para descubrirse. No hay duda que eran amigos de ese
asesino. Y hasta pensaban poner en práctica el mismo truco. Sagan
fue a decir al sheriff que no se opusiera. El sheriff no lo ha negado ya,
pero afirma que no estaba de acuerdo en lo de poner al que hiciera
la señal a la vista de Burt. Tenía miedo a ser colgado con él. ¡Por lo
menos es lo que ha dicho el sheriff.
—¡Miente! —gritó Sagan—. No puede decir que hablé de ello.
—Dice la verdad. Menos mal que se opuso.
—No creas, muchacho, que me vas a hacer confesar que estuve
hablando de eso. Y no creo que el sheriff hable en la forma que han
dicho.
—Es lo mismo. Ya llegará quien pueda decirles si estaban o no
allí cuando se cometió aquel crimen —añadió Lupita—. De momento
es mejor no hablar más de ello.
Sagan se llevó a los amigos.
El capataz de Matt protestó una vez en la calle.
—Han debido dejar que tratara a ese charlatán en la forma
merecida.
—¿Es que no te has dado cuenta de que estaba su equipo
preparado para intervenir? Si mueves un dedo te habrían cosido con
plomo. ¡No has debido hablar en la forma que lo has hecho, Matt!
Nos traerá disgustos.
—¿Es que crees que es cierto que vendrá alguno de allí?

97
—Lo ha dicho para ver si nos asustábamos. No creo que hagan
venir a nadie. Además, ¿quién es Lupita para conseguirlo? Si se
tratara de autoridades, sería distinto.
—Tienes mucha razón. No sé cómo se me escapó lo de ese
muchacho.
—De todos modos, me preocupa Lupita. Creo que habrá que
pensar en ella.
—Lo encargaremos a los muchachos. No es muy difícil estando
donde está.
Al final de esta conversación, el capataz de Matt dijo que
encargaría a los muchachos que castigasen a Lupita.
—Tienen que hacerlo bien.
—Lo mejor es esperar a que marche ese ganadero. No me gusta
que ande por aquí con su equipo.
Decidieron ir a la pradera para presenciar el ejercicio de rifle.
También Lee dijo a Molly que les acompañara. Y mirando a
Lupita, añadió:
—¿No quieres venir? Puedes seguir formando parte de mi
equipo.
—Hoy no tengo interés. Gracias de todos modos.
—Puedes presenciar el ejercicio.
—Bien. Si Molly no tiene inconveniente.
—Puedes venir con nosotros —dijo Molly.
Pero esta vez, Lupita vistióse como mujer, aunque muy
sencillamente.
Mientras caminaba, dijo a Lee:
—Estoy segura de que esos dos son los que vine buscando. Les he
tenido a mi alcance infinitas veces. Pero tendré paciencia. Me agrada
comprobar las sospechas, porque no quisiera ser injusta. Sin
98
embargo, empiezo a estar segura de que son ellos. Matt ha cometido
un grave error y se ha dado más tarde cuenta.
Pero no pueden unir a la hermana de aquel muchacho con el otro
asunto que tanto me interesa.
Lee no cometió la torpeza de preguntar nada y Lupita, al mirarle
de reojo, sonreía.
Las otras dos mujeres se unieron a ellas.
Para Gretna era un espectáculo muy divertido lo de los ejercicios.
También Harry disfrutaba con ellos.
Los de Kansas estaban ante la mesa del jurado para inscribirse.
Al ver a Lee, uno de ellos le dijo:
—Habéis tenido suerte con indicar que fueran los otros ejercicios
los primeros.
—¿Crees que no hubiéramos ganado si se empieza por éstos?
—Desde luego que no. Te lo demostraré.
—No tiene ningún interés ya para nosotros. Hemos ganado la
apuesta.
—Ahora os voy a ganar.
—No sé si se presentarán los muchachos. No creo lo hagan. No
habiendo que ganar se pierde todo interés.
Y se alejó con sus amigos.
—¡Fanfarrón! —exclamó el de Kansas.
Pero nadie le escuchaba.

99
CAPITULO XI

El participante de Kansas no estaba satisfecho de la poca


atención que le prestaban sus oyentes.
—Cree que si su equipo tomara parte iba a ganar —decía
sonriendo.
—Realmente han ganado una fortuna. No creo que les interese
tomar parte para unos dólares solamente —dijo uno—. No se puede
decir que son fanfarrones cuando han ganado tantos dólares.
—Porque los ejercicios no empezaron por el rifle ni el Colt.
—Es de suponer que también sepan disparar.
—Que se presenten y les demostraré que no pueden compararse
conmigo.
Y marcho hacia donde estaban Lupita, Gretna y Molly,
acompañadas por Lee y Harry.
Se encaró con Lupita y dijo:
—Me gustaría tener una fortuna para ponerla en juego.
—¡Búsquela y entonces se verá derrotado como sus amigos! Esto
no es Wichita.
—Hasta ahora hemos ganado en todos los ejercicios. Y éste no
nos interesa. Pida a sus amigos otros sesenta mil dólares y ya verá
como tampoco gana hoy.
—Sabe que no puedo encontrar una cifra así.
—Pues déjenos tranquilos entonces.
Y dieron la espalda al que hablaba.
Este encontró a Matt y a Sagan.
—¿No tenéis más dinero que jugar?
—No. Y no lo haríamos tampoco.

100
—Porque sois unos tontos. Habéis dejado que os ganen una
fortuna.
—Habéis sido vosotros los culpables. Tanto hablar de
invencibilidad y os han derrotado tres veces seguidas. Y de tomar
parte hoy, lo harían la cuarta.
—Vas a ver bien pronto como no podrían hacerlo.
—¿Toman parte ellos?
—Dicen que no les interesa.
—Entonces no será difícil ganar. Lo importante sería hacerlo
frente a ellos.
Las muchachas, que se acercaban para buscar un observatorio
desde el que se dominara el ejercicio, se acercaron a Matt y Sagan.
—Deben buscar otra buena cifra. Su campeón asegura que va a
ganar —dijo Lee, sonriendo.
—Saben perfectamente que no la tenemos. Por eso hablan.
Jules, el que iba a intervenir por el equipo de Kansas, estaba
oyendo y reía a carcajadas.
—¡Cómo se aprovechan por no tener ese dinero!
—¡Lee! Déjame tu rifle. No perdemos nada con intentarlo. Quiero
ver de lo que soy capaz en un ejercicio así.
—Pues ganar —dijo Lee, riendo.
Y marchó en busca del rifle que llevaba en su caballo.
—¡Harry! —exclamó Gretna—. Se van a reír de ti.
—No se pierde nada con intentarlo.
—Lo que me voy a reír de ti, muchacho —dijo Jules. —No pierdo
nada si no gano. Pero si le ganara a usted después de lo que está
diciendo tendría que marchar de la ciudad. Regresó Lee con el rifle,
que entregó a Harry.

101
Y éste se acercó a la mesa del jurado para inscribirse. Minutos
más tarde, los curiosos buscaban con la vista al joven vestido de
ciudad que iba a participar en el ejercicio.
Jules se le acercó, diciendo burlón:
—¡Cuidado con los curiosos! ¡No vaya a matar a alguien!
—Debe estar tranquilos. Conseguiré muchos blancos. Tal vez
alguno más que usted.
Estaban pendientes del sorteo con la seguridad de ver al hombre
del Este disparar con el rifle.
Le correspondió de los últimos lugares.
La suma de puntos en tiempo y blancos daría el ganador. Era un
duro trabajo para los jurados por ser muchos los participantes.
Fue Jules el que dio la solución de participar de cuatro en cuatro
y los seis ganadores se enfrentarían con los blancos a la vez en una
final.
Como esto abreviaba mucho el ejercicio, accedieron todos.
—Si le corresponde en mi grupo no intervenga —dijo Jules a
Harry.
—Me toque donde me toque, dispararé. No me importa ganar. Lo
que quiero es intervenir.
Dejaron de discutir ante el nuevo sorteo.
Cuando correspondió a Harry, venció en su grupo, y saltaba como
un chiquillo, loco de alegría.
Jules le miraba asombrado.
—Has tenido suerte de participar con los más novatos —
exclamó.
—Lo cierto es que he derrotado a los tres —añadió Harry—. Ya
es más que suficiente para mí.
Por este sistema, tardaron poco en preparar la final.
102
Los blancos elegidos eran distintos y más difíciles su ejecución.
Jules consiguió ponerse al lado de Harry, del que se reía de una
manera descarada.
Pero una vez preparados y, dada la señal, Harry terminó en la
mitad de tiempo que el más veloz de los restantes, que no lo fue
Jules tampoco.
Y ni un solo fallo.
La ovación fue nutrida y prolongada.
—Había creído, después de oírte, que sabías disparar con el rifle.
¡Menos mal que no tenías esa fortuna! —le decía Harry a Jules.
Estén, furioso y avergonzado, se retiró en silencio.
Lupita dijo a Sagan:
—¿Qué le ha parecido el novato?
Matt se le llevó con él para no seguir discutiendo. Pero iba muy
avergonzado.
—¡Bien se han reído de nosotros! —exclamó Matt—. Si llegamos
a jugar a favor de Jules...
—¡Es asombroso! ¡Qué manera de disparar más veloz y qué
seguridad! Ni un solo fallo.
—Ha engañado a todos. Antes pudo ganar con esta superioridad.
Sólo alcanzó la delantera suficiente para clasificarse. ¡Vaya tipo
peligroso!
—¡Vaya grupo diría yo!
Harry fue rodeado por los admirados y sorprendidos curiosos,
que le felicitaron con todo entusiasmo.
Jules marchó a la ciudad.
Iba pensando en cómo conseguiría esa endemoniada rapidez. Y
sobre todo, que no fallara.

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Lo que más le molestaba es que resultase solamente tercero
entre todos.
Después de lo que estuvo hablando en la pradera, era justo que
se rieran de él.
Había hablado en todas partes y del mismo modo. Por eso le daba
vergüenza entrar en el local al que solían ir Sagan y sus amigos.
Pero durante el camino se fue tranquilizando.
Sus compañeros de equipo, que estaban allí, le miraron en
silencio.
Fue Arthur el que le dijo:
—No te extrañe... Es lo más asombroso que hemos visto.
—Creo que me confié demasiado.
—No. Es que dispara a una velocidad inconcebible. Ha tardado la
mitad del tiempo empleado por el segundo.
—¡Si llegamos a buscar dinero como querías! —dijo Sagan.
—¡Con lo que me he reído de él! —exclamó Jules sonriendo—.
Ahora sí que puede reírse de mí. ¿Quién podía imaginar una cosa
así? Nos engañó su ropa. Pero no hay duda de que es el mejor
tirador que he visto. ¡No le podría ganar ni en mis mejores tiempos!
Lo reconozco.
Los vaqueros del equipo de Sagan y los del que pertenecían al de
Matt comentaban lo mismo.
En el saloon de Molly no se podía entrar.
Pero Gretna, Molly, Judy, Lee y Harry marcharon pronto al
rancho.
Wen y Curly habían llegado antes y dieron cuenta a Bárbara de lo
sucedido.
—¡Son unos torpes los que ha mandado venir Sagan! ¡Dejarse
ganar por un novato!

104
—¿Novato? No he visto otro que dispare como él.
—¿Por qué no ha tomado parte Sagan? No creo que le ganara a él.
Los dos miraron a Bárbara.
—Creí que habías conocido a ese ganadero aquí —dijo el esposo.
—He dicho que le vi un día.
—¿Y en ese poco tiempo sabes que dispara bien?
—Lo comentó mi padre muchas veces. Y entonces era muy joven.
—Comprendo —dijo Curly sonriendo.
Bárbara se metió en la cocina para preparar la comida y no
hablaron más de ese asunto.
Pero a la llegada de los jóvenes se volvió a hablar de lo mismo.
Bárbara no volvió a hablar hasta que estaban todos sentados a la
mesa.
De pronto, dijo:
—Son todos iguales. Se presentan distintos de la realidad...
No creáis que me habéis engañado... Como no me engañó aquel
tonto de Loop...
Lee envaró su cuerpo.
—¿Por qué dice eso? —preguntó.
—Lo sabes perfectamente. Todo ese equipo que has traído son
rurales. Y tú también. Has engañado a estos tontos, pero no a mí.
—¿Por qué habló de Loop?
—Porque era otro rural. Se lo dije un día a Sagan cuando le
encontré en la ciudad. Le vi vigilando el rancho de Sagan.
—Y se lo dijo a su amigo, ¿verdad? —preguntó uno de los
hombres de Lee.

105
—¡He odiado siempre a los agentes de toda clase! ¡Y ése lo era!
Como lo sois todos vosotros. ¡Estos tontos han creído que sois
cowboys de ese rancho que dices tener...!
—Así que le asesinó. ¿No es eso?
—Me vio seguirle y se volvió para disparar sobre mí... ¡No podía
hacer otra cosa! Fue el día del rodeo y...
Varios disparos llenaron de plomo el cuerpo de la mujer.
Los que habían disparado se levantaron de la mesa y salieron.
—Lo siento —dijo Lee a Judy, que lloraba junto al cadáver de su
madre.
—¡Estaba loca! —decía la joven—. Sí, estaba loca. No han debido
disparar sobre ella.
Lee salió también de la casa y él y sus hombres montaron a
caballo y se alejaron en dirección a la ciudad.
Gretna trató de tranquilizar a su amiga.
Lo mismo hizo Harry con Curly.
—Lamento que haya acabado así, pero temía que fuera yo el que
me viera obligado a matarla. No hay duda que hacía y decía cosas de
loca.

* * *

Terminadas las fiestas, Harry se encontró con Lee en la ciudad.


Este le dijo que iba a marchar.
También Harry anunció que marcharía dos días más tarde.
Entraron en casa de Molly, que les saludó muy cariñosa. También
se les acercó Lupita.
—Ha llegado una persona de El Paso. Esperamos ver a Sagan y a
Matt en la ciudad —les dijo—. Quiero convencerme de que son ellos.
106
La mirada de Lupita traicionó a ésta y los dos amigos
descubrieron a un indio que estaba sentado en un rincón. Aunque
vestía como los demás, su rostro le descubría. Pero había mexicanos
de facciones parecidas.
Ninguno de los dos comentó nada.
Sentáronse con Molly.
—Me preocupa Lupita —dijo Molly al estar solos.
—¿Por qué?
—Creo que va a matar a Matt y a Sagan. Ha venido un indio de El
Paso, al que ha estado esperando varios días.
—¿Te ha dicho algo de las causas?
—Ni una palabra. ¡Es muy extraña esa muchacha!
Lee sonreía.
—¡Vaya! ¡Mirad! Ahí entran los compradores de ganado, con esos
dos ganaderos. ¡Lupita está mirando hacia ellos y al indio!
Lee vigiló al indio y le vio mover afirmativamente la cabeza.
Se puso en pie, temiendo que Lupita hiciera algo que reclamara
ayuda.
Pero lo que hizo la muchacha fue abandonar el saloon.
—¡Señores! —decía Carpenter—. Aquí tenéis a uno de los
consejeros del matadero de San Luis. El os aclarará lo que hay de
verdad sobre el precio de las reses.
Vio Lee a un personaje que se hallaba al lado de Carpenter,
vestido de ciudad. Miró Lee a Harry y éste, sonriendo, le hizo señas
de que guardase silencio.
—Parece que alguien ha hecho correr la especie de que pagamos
una alta cifra por las reses y que los compradores aquí, les engañan
a ustedes —dijo el que iba con Carpenter.
—¿A cómo pagan entonces? —gritó Harry.
107
—Nosotros pagamos a cuatro centavos y, algunas veces, pocas, a
cinco.
Harry se puso en pie y caminó hacia el que hablaba.
—¡Usted aquí! —exclamó aterrado.
—De modo que el matadero paga a cuatro centavos...
—¡Tiene que perdonar! ¡Es lo que me han dicho éstos que dijera!
No crea que trataba de robar...
—¡Cobarde traidor! ¡Así que era usted el que estaba de acuerdo
con estos ladrones...!
—¡No me mate! Puede que me cegara la ambición... Tenía deudas
y...
—¿Qué le pasa? —preguntó Carpenter.
—No me dijeron que estaba él aquí. Es el presidente de los
mataderos.
Los testigos se miraban sorprendidos.
Lee disparó con suma rapidez.
—¡Otra vez que vengas a esta tierra te cuelgas armas! —dijo
Lee—. ¡Te iban a matar!
—Sabía que le costaba la cuerda. Pero tienes razón; no volveré a
ser tan tonto.
Lupita corría con un Colt en cada mano.
—No debéis matarles vosotros —iba diciendo mientras corría—.
Me pertenecen a mí.
Pero al descubrir a Sagan y a Matt, se tranquilizó.
—¡ Ah! ¡Creí que habíais matado a estos dos cobardes!
Y sin decir nada más, disparó sobre ellos varias veces.
Los capataces de ambos quisieron mediar y murieron también.
Completamente serena, volvió a su habitación.
108
Minutos más tarde salía con una maleta para despedirse de
Molly:
—Lamento tener que marchar, pero no es necesario que siga
aquí. A vosotros os echaré de menos... Si alguna vez vais por Isleta,
allí tengo mi rancho. Está muy cerca de El Paso —dijo a Lee y a
Harry.
Y no esperó a que le preguntaran nada.
El indio salió tras ella.
Al día siguiente supieron que los vaqueros de ambos equipos
habían marchado y, entre las reses de ambos, encontraron muchas
de otros ganaderos, remarcadas sin gran habilidad.
Tres días más tarde Gretna escribió a Judy participándole que se
había casado con Harry.
Judy lo había hecho meses antes con el hijo de un ranchero que
tenía su rancho bastante cerca.
Lee era el mayor jefe de los rurales en San Antonio.
Y de Lupita, Molly tuvo una sola carta en ese tiempo. En ella decía
que se casaba y marchaba a vivir a México.
No pudieron saber la causa de haber matado a Sagan y a Matt.

FIN

109

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