¿Son Clases Las Clases Virtuales - Revista Anfibia
¿Son Clases Las Clases Virtuales - Revista Anfibia
¿Son Clases Las Clases Virtuales - Revista Anfibia
—Dejás abiertos los negocios y las fábricas y cerrás las escuelas, ahí privilegiás lo
económico sobre la educación —le dijo un periodista al diputado Leandro Santoro.
—La educación no se suspendió, la educación se sostiene de manera digital,
intermediada por las redes sociales y por Internet.
El periodista insistió:
—¿No te parece que se ha metido la grieta en este debate?
—El problema no es la educación, el problema es la salud, es la vida.
En poco más de un minuto, este intercambio condensa las líneas nodales, con sus
aristas y debilidades, del debate público en que desde comienzos de año se ve
inmersa la Argentina: la polarización sobre la posibilidad de garantizar o no la
presencialidad en las escuelas.
¿Qué es “la educación mediada por redes sociales”? ¿Qué estuvimos haciendo
los colectivos docentes para afrontar los inéditos desafíos de la pandemia y la
virtualización? ¿Qué relación debe establecer la educación con la cultura digital,
las apps, sus algoritmos y las plataformas? En definitiva: ¿son clases las clases
virtuales?
Con la pandemia como catalizador, la fragmentación y la digitalización de la
educación se aceleran: la conectividad se convierte en el corazón del debate por
el derecho a la educación y las desigualdades entre escuelas pobres y ricas se
acentúan. Frente a esta situación y desafíos inéditos, una vez más es el colectivo
docente quien lidia con demandas y responsabilidades, reclamando inversión y
políticas. Porque si bien nada reemplaza el espesor de la presencialidad, las clases
virtuales tienen el potencial de ser clases y los docentes de educar, a partir de
problematizar la cultura digital en el capitalismo de plataformas.
Pedagogías pandémicas
Durante toda la pandemia, como los y las docentes apelamos al uso masivo de las
plataformas digitales. Trabajamos en grupos de WhatsApp y Facebook, enviamos
videos de YouTube, entradas de Wikipedia, e incluso memes y mashups de
TikTok. Trabajamos así de modos variables y con distintas posibilidades, según las
desiguales condiciones socio-técnicas disponibles y en los esfuerzos por hacer la
escuela por otros medios. Ante la emergencia hemos puesto en práctica todo lo
que hoy nombramos como “pedagogías pandémicas”.
Inmersos en los materiales y recursos del mundo que moviliza la cultura digital,
pusimos en acción -de modos más explícitos o implícitos, conscientes o intuitivos-
prácticas de curaduría educativa. Durante mucho tiempo la figura del curador de
contenidos estuvo asociada con el trabajo de bibliotecarios y curadores de
museos, pero hoy en día el uso metafórico de la curaduría en el campo de la
educación se ha expandido como consecuencia de nuevas reflexiones ante los
desafíos de la cultura digital.
Con la pandemia y el giro digital para pensar las clases, más de una vez
enfrentamos la pregunta: ¿qué es lo que distingue a una intervención docente en
WhatsApp o Facebook de cualquier otro intercambio habitual de las redes
sociales? Lo distintivo es que en esos intercambios, en esas recomendaciones, en
esos videos, hubo una o un docente pensando qué se enseña, a quién lo enseña y
cómo lo enseña.
Así, además de ofrecer contenidos y utilizar las plataformas, hay una
intencionalidad pedagógica, una curaduría educativa que pone a disposición un
nexo entre contenidos, metodologías y materiales digitales.
¿Esto es una escuela?
Mientras Alberto Fernandez anunciaba el relanzamiento del Plan de conectividad
federal Juana Manso con la entrega de 700 mil netbooks, la Corte Suprema de la
Nación fallaba a favor de la presencialidad escolar en CABA. Así el debate
educativo se torna junto a la vacunación el centro de la campaña electoral.
En los últimos meses el espectro político asociado con la oposición embistió
contra el colectivo docente invisibilizando este esfuerzo bajo la afirmación de que
se había “suspendido la educación”, naturalizando la afirmación de que “no hay
clases”.
Tanto las consignas de #PadresOrganizados luchando contra el “cierre de las
escuelas”, como la Fundación Mauricio Macri lanzada en enero bajo el lema “abran
las escuelas”, como el debate público donde los medios masivos decidieron poner
en primer plano la palabra de periodistas, economistas, médicos, políticos y juristas
para relegar la de pedagogos, docentes y sindicatos, se reniega de pensar a la
escuela como proyecto público de la cultura común.
Las demandas contra el “cierre de las escuelas” se hicieron a fuerza de insistir en
una imagen por lo menos simplista de la educación: la escuela es solo las clases y
las clases son solo presenciales; solo en la presencialidad se puede tejer un
vínculo pedagógico y solo en las aulas se aprende.
Por el contrario, la escuela es especialmente una arquitectura del tiempo y del
espacio y también un conjunto de tecnologías -en los que podemos identificar las
aulas, los bancos, el pizarrón, los cuadernos y también el dictado, los trabajos
prácticos y los exámenes- que se organizan obstinadamente para intentar construir
una experiencia de igualdad.
Y entre otras cosas, son estos intentos los que viene a interrumpir la pandemia,
porque limita las posibilidades de interrumpir el cotidiano, de ofrecer un tiempo y
un espacio suspendido, para hacer otra cosa que no sea solo lo que trae la familia
o el mercado.
Sin embargo, si lo específicamente escolar es hacer disponible la cultura común a
los nuevos, su proyecto no se limita a ofrecer un espacio edilicio, sino a brindar los
objetos de conocimiento y las destrezas comunes que organizan la sociedad más
allá de sus fronteras. El derecho a la educación es el derecho a acceder a las
cosas del mundo, para conocerlas, pero también para transformarlas y hacer con
ellas otra cosa.
Pensado de este modo, la cuestión de hacer escuela por otros medios o sostener
las clases virtuales sale de la discusión sobre los edificios o los dispositivos y lo
reconecta centralmente con las prácticas pedagógicas, con las propuestas que las
y los docentes y los estados puedan construir y con la porción del mundo común
que elijan/seleccionen para traer al trabajo escolar.
¿Hay algo de esta tarea de la escuela que se pueda reponer en la virtualidad o en
la educación “mediada por redes sociales”? ¿Es posible sostener la educación
como proyecto emancipador como “pasaje transformador” en las condiciones que
nos impone la pandemia?
Curaduría y plataformas
En los océanos de la cultura digital, la curaduría educativa tiene el potencial de
nadar a contracorriente, construyendo criterios y lógicas de jerarquización que no
necesariamente coinciden con las promovidas por las plataformas comerciales.
Desde comienzos de las clases virtuales mucho se ha escrito acerca de los
problemas de los docentes con las tecnologías, sobre la necesidad de romper con
resistencias y tecnofobias, sobre la necesidad de más capacitación. Sin embargo,
ha sido menos frecuente escuchar hablar sobre los problemas que las plataformas
tienen para acompañar a la tarea docente: muchas apps y plataformas proponen
gestionar la transmisión cultural de modos reñidos con los de la escuela y la tarea
docente.
Y estas tensiones se expresan por ejemplo, como marcan algunas investigaciones,
en el paulatino desplazamiento de verbos centrales para la acción escolar como
leer, escribir, investigar y atender, por otros cada vez más comunes que asimilan
las acciones educativas a clickear, buscar, linkear, compartir y megustear.
A su vez la tarea docente de curaduría tiene la capacidad de sostener una mirada
de la justicia curricular pensando en una educación para todes y así contrarrestar
la fragmentación e hiper-personalización que promueven las redes sociales
mediante la asignación algorítmica de perfiles y sesgos de confirmación, que nos
mantienen como usuarios inmersos en nuestras burbujas de opiniones por temor a
que una “disrupción cognitiva” nos lleve a -dios no lo permita- a salir de la app, a
cambiar de red.
Y la curaduría puede hacerlo a partir de proponer otra personalización frente a la
algorítmica que sea el resultado de un ejercicio de designación: como suele
recordar la investigadora argentina Inés Dussel la potencia de la dimensión
artesanal del trabajo docente de construir ese momento del “esto es para vos”,
que nos alienta a descubrir “lo difícil pero importante”.
Seleccionar materiales entre diferentes fuentes -entre libros, manuales, revistas-
sacarle fotocopias y compilarlos en un cuadernillo o anillado con nuestra propia
selección son prácticas habituales a las que recurrimos como docentes. Solemos
curar estos materiales y priorizamos aquellos en que nos queremos concentrar en
nuestras clases.
Si los algoritmos no nos muestran nada que implique una disrupción cognitiva que
nos desconecte de la plataforma, por el contrario quienes trabajamos en
educación sabemos que para que los procesos de aprendizaje funcionen debemos
producir “conflictos cognitivos”: cuando lo que se me presenta no puede ser
explicado con lo que ya tengo o con lo que ya sé, me abro a nuevas ideas. Enseñar
entonces es traer lo otro a la mesa de trabajo y por eso siempre supone salir de la
propia burbuja (cuidado) de opinión.
Así la curaduría es un capital exclusivo de la práctica educativa del trabajo
docente, la lógica comercial que gobierna los algoritmos no puede siquiera
emularla. Inmersos en lo digital podemos contrarrestar los criterios algorítmicos de
popularidad, adhesión emocional instantánea y viralización más relacionados con el
marketing que con la producción y transmisión de conocimientos críticos.
“Basta de Ipad”, “abran las escuelas”
Pensar a la escuela como un edificio abierto/cerrado o como una suma de clases
es negarla como una forma de organización social de la transmisión cultural y,
especialmente, como un lugar público donde experimentar y aprender el mundo
para transformarlo.
Digámoslo para que quede claro: la demanda de presencialidad no es ni será
jamás de derecha, pero las ideas reduccionistas con que el macrismo moldea el
debate (escuela = clases / virtualidad = vagancia / educación = servicio), las
ideas simplistas con que se impulsa la defensa del presencialismo, si lo son.
Y el efecto de esta reducción, que no es ni menor ni casual, opera más por lo que
excluye que por lo que dice, al negar a la escuela como experiencia
transformadora, en su función de correr los bordes de lo privado y lo privativo y
buscar hacer públicas las cosas del mundo, para que pueden ser de todos y de
cualquiera porque las traemos al trabajo escolar.
Pensar la escuela como la suma de clases y credenciales es tan errado en este
momento como pensar para enfrentar la pandemia a la sociedad como la suma de
meros individuos aislados. Porque la escuela no es solo “clases”, la escuela
también es un proyecto político, un espacio de producción de futuro (común) y
futuros (para los pibes y las pibas), es la presencia del Estado en la vida de las
familias, es cumplir obligaciones de cuidado, es estar atentos y presentes contra
las vulneraciones a las nuevas infancias y juventudes.
Escuelas abiertas no es lo mismo que decir clases presenciales: se puede volver a
clases virtuales, combinar modalidades híbridas y las escuelas seguir trabajando
en atender las mil demandas a las que dan diariamente respuesta. Porque si la
escuela es todo esto, es porque se trata seguramente de la institución más
sobredemandada de la democracia argentina: todo/as en algún lugar de nuestro
inconsciente colectivo creemos que con la educación se come, se educa y se
cura. Una institución a la que le demandamos todo -que eduque, que dé de comer,
que alfabetice digital, financiera, emocionalmente, que combata la desigualdad,
que forme ciudadanía, que enseñe cuidados, que se reconvierta a la virtualidad…-
y a la que a su vez le negamos socialmente los recursos acordes y necesarios para
hacerlo.
En estos días es asombroso apreciar con qué facilidad en los medios masivos la
profesión docente es al mismo instante vapuleada e idealizada de modo
esquizofrénico. La necesidad de diseñar y gestionar estrategias de bimodalidad
presencialidad-virtualidad, también se vio políticamente relegada agravando este
clima de sobredemanda y desprestigio.
El plan B
Si por mucho tiempo creíamos que para la escuela no había plan B, que como
sociedad no tenemos otra idea mejor para sumar a los nuevos a la cultura común,
hoy vemos que hay quienes sí lo tienen: ese plan B, es plan de recambio listo para
salir cuando estén dadas las condiciones, viene de la mano del capitalismo de
plataformas, cuyas empresas vienen avanzando con “soluciones” para la
educación pública a través de fundaciones, plataformas, paquetes de software y
“escuelas” experimentales.
Así cuanto más nos sumergimos en pensar las consecuencias del capitalismo de
plataformas y las utopías post escolares, más evidente se vuelve la importancia de
proyectos como los del desarrollo de una “nube” pública estatal o el de la
plataforma federal educativa Juana Manso diseñadas desde una perspectiva de
derechos, como parte nodal de proyectar una soberanía digital.
Es innegable que la pandemia ha interpelado de un modo inédito a la educación. Y
ha puesto al planeta entero a pensar nuevos formatos educativos digitales y no
todos los países logran responder a la urgencia con altura.
Ya que la relación entre educación y la cultura digital es una relación de tensiones
y potencialidades, que no se resuelven sin una inversión y decisión que busquen
sostener el proyecto escolar como horizonte transformador de la igualdad y la
diferencia.
Una urgencia que en el caso argentino se dio en el contexto de un Conectar
Igualdad desmantelado por el macrismo y un sistema educativo desigual donde se
yuxtaponen circuitos escolares segregados con escuelas para ricos, escuelas para
pobres.
Un reciente informe del INDEC sobre el impacto del Covid19 dice que solo el
46,6% de los hogares con hijos en la primaria y un 60,5% de los que tienen hijos
en escuela secundaria pública poseen equipamiento informático. Y a su vez, según
esta estimación 3 millones y medio de jóvenes hoy tendrían su net si Cambiemos
no hubiera descontinuado el programa.
Así, la decisión de volver a invertir en garantizar la conectividad y de entregar 700
mil netbooks este año con el nuevo programa Juana Manso -que tendrán Huayra
como sistema operativo, software libre y recursos abiertos- es un modo de trabajar
contra la desigualdad que profundizó la pandemia.
Las iniciativas lanzadas desde Educ.ar como Seguimos Educando o desde la
provincia de Buenos Aires como Continuamos estudiando que se crearon para
sostener la continuidad pedagógica, son centrales y deberíamos reforzar porque
son un modo de trabajar contra la desigualdad de capital educativo cuando la
educación se instala en el ámbito doméstico, en el seno familiar.
Y a su vez a diferencia de las apps comerciales estas plataformas ponen en acto la
idea de la conectividad como bien público al intentar desmonetizar el acceso a sus
contenidos. Ya que están diseñadas de modo que no consumen datos y porque a
ellas se puede acceder -luego de una fiera negociación que el Estado emprendió
con las prestadoras licenciatarias del espectro de telefonía móvil- sin crédito.
Nadie que esté a favor de las políticas de Estado que tanto se reclaman puede
estar en contra de emprender el desarrollo de nuevas apps y plataformas públicas
educativas. Son iniciativas que buscan encauzar al huracán de la cultura digital en
una perspectiva de derechos. La soberanía digital no se puede adquirir llave en
mano en el mercado de cambios, no se ofrecen en Mercado Libre o en el Black
Friday. Se la construye con políticas públicas o se suma una nueva dependencia. Y
para ello lo central es invertir en las relaciones sociales que es donde radican las
innovaciones realmente existentes.
Como dice Adriana Puiggrós en La escuela, plataforma de la Patria: si el Estado
subsidia escuelas privadas, no hay razón para que no colabore con editoriales o
empresas productoras de programas digitalizados, nacionales, para producir
plataformas públicas capaces de competir con las corporativas transnacionales. Lo
que sin dudas fortalecería cultural y políticamente la soberanía en un área clave
para disputarle al capitalismo de plataformas una idea de futuro.
Hoy ni se suspende la educación, ni son las redes sociales las que la sostienen a
distancia: haciendo frente a los niveles espiralados de incertidumbres que suma la
pandemia, hoy es el trabajo del colectivo docente el que ante la emergencia con
un plus de esfuerzos y desigualdades construyó pedagogías pandémicas que
tienen el potencial de sostener la experiencia educativa, en la medida en que se
propongan interrogar e interrumpir el cotidiano, democratizar el mundo y romper la
burbuja para hacer comunidad, aun cuando cada uno y cada una deba seguir
cuidando la vida en casa.
COMENTARIOS
Agregar un comentario...
Ingrid Balzarini
Un planteo claro y abierto sobre la educación en tiempos de
pandemia.
Lectura necesaria para quienes se sienta comprometido
con la problemática educativa hoy.
Docentes, estudiantes y familias
Me gusta · Responder · Marcar como spam · 2·1d
Leandro Fenoglio
Excelente nota, gracias por aportar ideas para segir
pensando en mejorar la educación.
Me gusta · Responder · Marcar como spam · 2·1d
Stella Converso
Excelente análisis
Me gusta · Responder · Marcar como spam · 1 · 13 h
Pame Ch
Excelente panorama de reflexión,.con conceptos claros
sobre el rol docente. Necesario repensar el "no hubo clases
por un año" que duele mucho
Me gusta · Responder · Marcar como spam · 2 · 12 h
George Valencia
Excelente comentario de análisis de nuestra realidad
educativa relegada por la oligarquía en este mundo
neoliberal. LA EDUCACIÓN ES LA OPORTUNIDAD PARA LA
TRANSFORMACIÓN DE LOS PUEBLOS EN LOGRAR UNA
MAYOR EQUIDAD Y HUMANIZACIÓN. (JOLVAC),
CAJAMARCA-PERÚ
Me gusta · Responder · Marcar como spam · 12 h
Liliana González
Como docente puedo asegurar que las clases virtuales son
un accesorio y de ninguna manera pueden ser ka regla. El
ida y vuelta del docente y el alumno es ando necesario. La
deserción escolar es abrumante.
Me gusta · Responder · Marcar como spam · 2 · 11 h
Rosana Herrera
Todo muy lindo. pero el problema es q los alymumnos se
cansaron del zoom y no entran a la reunion.. o no entran al
aula virtual o no leen el mensaje en el grupo de whatsapp..
ni miran tu video. Asi todo este analisis no sirve nada. Te lo
digo xq soy docente.. de cursos de 30 te responden 1 o 2..
los primeros meses. Luego todos borrados.
Me gusta · Responder · Marcar como spam · 4 · 11 h
Petu Malcoff
Quizá hay q hacer más interesante la clase
Me gusta · Responder · Marcar como spam · 1 · 10 h
Mara Peralta
Y en el aula? Nunca responden y generalmente se
pasa el tiempo llamando la atención a chicos con la
conducta,y en definitiva no se pudo enseñar y ni
aprendieron
Me gusta · Responder · Marcar como spam · 5 h
Rosana Herrera
No.. Xq no llegan ver la propuesta . Empezaron
presencial y cuando x dispensas o lo q sea les
pones la clase x zoom delante se levantan del aula y
se van. El año pasado dejaron. Este año se anotaron
con la ilusion q volvia lo presencial. Como vieron q
la cosa era mixta.. Abandonaron otra vez.
Mi experiencia secundario para adultos... Un
fracaso. Es mas los directores e inspectores
truchean la matricula. 3 y 2 asisten x division... Y
con suerte uno o dos te siguen virtual. Es todo el
resultado q dio la educ virtual.
Me gusta · Responder · Marcar como spam · 3 h
Cynthia Nuñez
Gracias por estos nuevos interrogantes ,para seguir
pensando la educación ,en este contexto.
Me gusta · Responder · Marcar como spam · 1 · 10 h
Petu Malcoff
Petu Malcoff
El problema con juana manso es q es bastante complicado.
Entonces muchos docentes no lo usan
Me gusta · Responder · Marcar como spam · 10 h
Nicolás Welschinger
ACADEMICO
Julieta Montero
ACADEMICO
Docente de docentes. Trabaja desde Mar del Plata en temas de escuela,
formación y cultura digital. Estudió Comunicación Social y es magíster en
educación. Ver más
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