Pdj-VOL-7-N-1.Cabeza Federal
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de Justicia
Dedicado a la Biblia sola, como la única regla de fe y práctica;
a la fe sola, como el único medio para ser aceptado para con Dios; y a
Jesucristo solo, como el único mediador entre Dios y los hombres.
Cartas – pág. 5
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2 Pregonero de Justicia
Introducción editorial
Fundamentos de Pink
Volumen 7, Número 1 3
espiritismo de la Nueva Era entra en el Cristianismo trata de
eliminar la distinción entre la humanidad de Cristo y nuestra
propia humanidad pecaminosa. En consecuencia, propone que lo
que Cristo hizo yo realmente lo hice y que lo que Cristo sufrió
realmente lo sufrí yo siendo parte de él. En tanto que suena bien
superficialmente, en esencia quita toda necesidad de que algo sea
hecho vicariamente (esto es en mi lugar).
Así es como razonan: “Si ya he vivido una vida perfecta y
muerto una muerte expiatoria entonces no me hace falta que algo
sea acreditado a mi cuenta.” Así se descarta la doctrina Bíblica
de la imputación y la persona llega a ser su propio salvador. En
verdad, para ellos, todos nacen salvos. Antes de decir: “Doy
gracias a Dios que no soy como este publicano...,” recuerda
que hasta dentro de ciertos baluartes Protestantes, como el
Luteranismo (y también en algunos de nuestros propios números
anteriores) estas teorías han surgido bajo las designaciones de
“justificación objetiva y subjetiva.”
En segundo lugar: algunos rechazan la verdad de cabeza
federal porque se presenta junto con la idea de que la expiación
que Cristo hizo en la cruz fue limitada. Nosotros no creemos en
una expiación limitada en la cruz. Creemos que Cristo murió por
toda la humanidad (1 Juan 2:2; Heb. 2:9) y que los pecados de
cada ser humano fueron llevados por él en la cruz (Isa. 53:6). Por
esta razón rechazamos la idea de que antes de la fundación del
mundo Dios escogió a ciertos individuos para salvar y a ciertos
para condenar a la muerte eterna. Creemos que Cristo vino como
el nuevo Adán y para poder participar de las bendiciones de sus
acciones uno tiene que abandonar al primer Adán y entrar al
Segundo. Junto con el apóstol Pablo creemos que unas personas
entran antes que otras en Cristo (Rom. 16:7; 2 Cor. 5:17) y que
nadie entra en Cristo aparte de una fe personal (Fil. 3:;9; Efe.
1:12-13; Gal. 3: 22-27). En esto diferimos con Arturo Pink que
aparentemente creía que la entrada en Cristo ocurrió antes de la
fundación del mundo y que Cristo sólo llevó los pecados de estos
pocos selectos a la cruz. Aunque no estamos de acuerdo con el
Dr. Pink en cuanto al momento de entrar en Cristo, sí creemos que
claramente enseña aquí la doctrina Bíblica de cabeza federal.
4 Pregonero de Justicia
CARTAS
R. H.
Michigan, USA
Volumen 7, Número 1 5
...Vuestra conclusión del v. 29 es que todos los griegos son
Judíos en Cristo, siendo la simiente literal de Abraham. ¿No deberían
también concluir que todos los esclavos en Cristo son realmente
hombres libres, y de que, en Cristo, todas las mujeres son ahora
varones?
Sinceramente, de parte de uno, que, como Ud., está
sumamente deseoso de saber y transmitir la verdad bíblica.
6 Pregonero de Justicia
Carta de lector (continuado):
Volumen 7, Número 1 7
Bendiciones mi amigo en su búsqueda de exaltar las buenas
nuevas de Cristo, su vida, su muerte y su resurrección.
O. O. G., Seminario
Lima, PERU
8 Pregonero de Justicia
Cabeza
Federal
Arturo Pink 1
Volumen 7, Número 1 9
mucho mal para nosotros, las personas modernas. Es verdad que
la expresión en sí misma no se da verbalmente en las Escrituras;
pero así como las palabras trinidad y encarnación divina, es una
necesidad en el lenguaje teológico y en la exposición doctrinal. El
principio o el hecho que se captura en el término “cabeza federal”
es el de la representación. Han habido solo dos cabezas federales:
Adán y Cristo, con los que Dios entró en pacto. Cada uno de
ellos actuó a nombre de otros. Aunque cada uno fue un individuo
específico, cada uno representó legalmente a muchas personas.
Tanto así que todos aquellos a los que representaron fueron
considerados por Dios como que estaban en cada uno de ellos.
Adán representó a la raza humana en conjunto; Cristo representó
a todos los que le había dado el Padre en sus consejos eternos.
Cuando Adán fue establecido en el Edén como un
ser responsable ante Dios, él estuvo de pie allí como cabeza
federal, como el representante legal de toda su posteridad. Por
lo tanto, cuando Adán pecó, todos por quienes él estaba de pie
allí fueron considerados como si hubiesen pecado; cuando él
cayó, todo aquel que él representaba cayó; cuando él murió,
ellos murieron. Así también fue con Cristo. Cuando él vino a
esta tierra, él también sostenía una posición federal para con
su propia gente; y cuando él se hizo obediente hasta la muerte,
todos aquellos por quienes él actuaba fueron considerados
justos; cuando él se levantó de los muertos, todos los que él
representaba se levantaron con él; cuando él ascendió a las
alturas, ellos fueron considerados como ascendiendo con él.
“Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo
todos serán vivificados” (1 Cor. 15:22).
10 Pregonero de Justicia
La relación de nuestra raza con Adán o con Cristo divide
a la humanidad en dos clases que reciben su naturaleza y destino
de su cabeza respectiva. Todas las personas que abarcan estas
dos clases están tan identificadas con sus respectivas cabezas que
con justicia se ha dicho, “Han existido solo dos hombres en el
mundo, y dos hechos en la historia.” Estos dos hombres son Adán
y Cristo; y los dos hechos son la desobediencia del primero, por la
cual muchos fueron hechos pecadores, y la obediencia del último,
por la cual muchos fueron hechos justos. Por el primero vino la
esclavitud, por el último vino la redención; y ni la esclavitud ni
la redención pueden ser Bíblicamente entendidos a menos que
sean vistas como logradas por esos representantes, y a menos que
entendamos la conexión expresada por los términos de estar “en
Adán” y “en Cristo”.
Deseamos afirmar expresa y enfáticamente que lo que
estamos aquí tratando es puramente un asunto de revelación
divina. En ningún lugar, salvo en la Sagrada Escritura tenemos
conocimiento sobre Adán, y de nuestra relación con él. Si se
preguntara: ¿Cómo puede reconciliarse la constitución federal de
la raza humana con los dictados de la razón humana? La primera
respuesta debe ser: no somos nosotros los llamados a reconciliarlos.
La pregunta inicial no es si la idea de representación por “cabeza
federal” es razonable o justa, sino, ¿Es éste un hecho revelado en
la Palabra de Dios? Si así es, entonces la razón debe someterse a
este hecho y la fe debe recibirlo humildemente. Al hijo de Dios la
cuestión de su justicia se resuelve fácilmente: sabemos que esto
es justo, porque es parte de la manera de actuar de Dios quien es
infinitamente santo y justo.
Ahora el hecho de que Adán era la cabeza federal de la raza
humana, que él actuó y tramitó en una capacidad representativa, y
que las consecuencias judiciales de sus hechos fueron imputadas
a todos aquellos para quienes él fue establecido, se revela
claramente en la Palabra de Dios. En Romanos 5 leemos: “Por
tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por
el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por
cuanto todos pecaron” (v. 12); “por la transgresión de aquel uno
murieron los muchos” (v. 15); “el juicio vino a causa de un solo
pecado para condenación” (v. 16); “por la transgresión de uno
solo reinó la muerte” (v. 17); “por la transgresión de uno vino la
condenación a todos los hombres” (v. 18); “por la desobediencia
de un hombre los muchos fueron constituidos [legalmente]
pecadores” (v. 19). El significado de estas declaraciones es
demasiado sencillo como para que cualquier mente sin prejuicio
Volumen 7, Número 1 11
no pueda entenderlo. Agradó a Dios tratar con la raza humana en
y por Adán su representante.
Pidamos prestada una ilustración sencilla. Dios no trató
con la humanidad como con un maizal o una milpa o una chacra,
donde cada tallo está de pie sobre su propia raíz individual; sino
que trató con la humanidad como con un árbol, en el que todas
las ramas tienen una raíz y un tronco común. Si golpeas con
un hacha la raíz de un árbol, éste cae entero – no solamente el
tronco, sino también las ramas: todas se marchitan y mueren.
Así fue cuando cayó Adán. Dios permitió que Satanás pusiera el
hacha en la raíz del árbol, y cuando Adán cayó, toda su posteridad
cayó con él. De un golpe fatal Adán fue cortado de la comunión
con su Creador, y como resultado “la muerte pasó a todos los
hombres.”
Aquí, entonces, aprendemos cuál es la base formal de
la condenación judicial del hombre ante Dios. La idea popular
de aquello que hace del hombre un pecador a la vista del cielo
es totalmente inadecuada y falsa. El concepto que prevalece es
que un pecador es aquel que comete y practica el pecado. Es
verdad que éste es el carácter de un pecador, pero ciertamente
no es lo que primordialmente lo constituye en pecador. La
verdad es que cada miembro de nuestra raza entra en este
12 Pregonero de Justicia
mundo como un pecador culpable antes de que alguna vez haya
cometido una sola transgresión. No es solamente que posee una
naturaleza pecaminosa, sino que además, está directamente “bajo
condenación.” No somos constituidos pecadores legalmente por
lo que somos ni por lo que hacemos sino por la desobediencia de
Adán, nuestra cabeza federal. Adán actuó no sólo por si mismo,
sino por todos los que habían de descender de él.
Sobre este punto la enseñanza del apóstol Pablo es clara
y sin ambigüedad. Los términos de Romanos 5:12-19, como
hemos demostrado arriba, son demasiado variados y claros para
admitir cualquier idea falsa o equivocación: es debido a su pecado
en Adán que los hombres, en primer lugar, son considerados
culpables y tratados como tales, así como también participan
de una naturaleza depravada. El lenguaje de 1 Corintios 15:22
es igualmente ininteligible excepto sobre la suposición de que
tanto Adán como Cristo sostuvieron un carácter representativo,
en virtud del cual, el uno involucró a la raza en culpabilidad
y ruina, y el otro, por su obediencia hasta la muerte, aseguró
la justificación y la salvación de todo aquel que cree en él. La
condición real de la raza humana, a través de su historia, confirma
lo mismo: la doctrina del apóstol suministra la única explicación
adecuada del predominio universal del pecado.
Volumen 7, Número 1 13
O la raza humana sufre ahora por causa del pecado de
Adán, o está sufriendo sin absolutamente razón alguna. Esta tierra
es el escenario de una tragedia sombría y horrible. En ella vemos
miseria y sufrimiento, dolor y pobreza, decadencia y muerte, en
todas partes. Nadie se escapa. Que “como las chispas se levantan
para volar por el aire así el hombre nace para la aflicción” es un
hecho indiscutible. ¿Pero cuál es la explicación de ello? Cada efecto
debe tener una causa anterior. ¡Si no estamos siendo castigados
por el pecado de Adán cuando entramos en este mundo, entonces
somos “hijos de ira,” ajenos de Dios, corruptos y depravados, y
estamos en el camino amplio y espacioso que lleva a la perdición,
¡sin ninguna razón en absoluta! ¿Quién podría contender que
esto fuera mejor, más satisfactorio, que la explicación Bíblica de
nuestra ruina?
Pero se dirá, Fue injusto hacer a Adán nuestra cabeza
federal. ¿Cómo así? ¿No es el principio de la representación un
principio fundamental en la sociedad humana? El padre es la cabeza
legal de sus niños durante su minoría de edad: lo que él hace, ata
a la familia. Una casa de negocios se hace responsable por las
transacciones de sus agentes. Los jefes de estado son investidos
de tal autoridad que los tratados que hacen comprometen a la
nación entera. Este principio es tan básico que no puede ponerse a
14 Pregonero de Justicia
un lado. Cada elección popular ilustra el hecho de que un distrito
electoral actuará a través de un representante y será limitado por
los actos de éste. Los asuntos humanos no podrían continuar, ni la
sociedad existir sin este principio. ¿Por qué, entonces, asombrarse
de encontrarlo inaugurado en el Edén?
Consideremos la alternativa. “La raza debería haber
sido representada por un hombre completamente crecido, con un
intelecto global desarrollado, o debería cada individuo haberse
representado a sí mismo siendo aún bebé, cada uno entrando
en su período de prueba en el crepúsculo de su auto conciencia,
decidiendo su propio destino antes de que sus ojos fueran medio
abiertos a lo que significaba todo en su derredor. ¿Cuánto mejor
habría sido esto? ¿Cuánto más justo? ¿Pero no podría haber sido
hecho de otra manera? No había otra manera. Era o el bebé o
el hombre perfecto, bien equipado, capaz de calcular todo – el
hombre que veía y comprendía todo. Aquel hombre era Adán” (G.
S. Bishop). Sí, Adán, recién salido de las manos de su Creador,
sin ascendencia pecaminosa detrás de él, sin ninguna naturaleza
interior depravada. Un hombre hecho a la imagen y semejanza de
Dios, pronunciado por él como “muy bueno,” en amistad con el
cielo. ¿Quién podría haber sido un representante más apropiado
para nosotros?
Éste ha sido el principio sobre el cual, y el método por
el cual, Dios ha actuado en todo. La posteridad de Canaán fue
maldecida por la sola transgresión de su padre (Gen. 9). Los
Egipcios fallecieron en el Mar Rojo como resultado de la maldad
de Faraón. Cuando Israel se convirtió en testigo de Dios en la
tierra fue igual. Los pecados de los padres debían ser visitados
sobre los hijos: en consecuencia del pecado de Acán apedrearon
hasta la muerte al conjunto de su familia. El sumo sacerdote
actuaba a nombre de la nación entera. Más adelante, el rey era
hecho responsable de la conducta de sus súbditos. Uno que actúa
a nombre de otros, el uno responsable por los muchos, es un
principio básico de ambos: del gobierno humano y del divino.
No podemos alejarnos de ello; dondequiera que miremos nos
enfrenta en la cara.
Finalmente, nótese que la salvación del pecador descansa
sobre el mismo principio. Tenga cuidado, mi lector, de no luchar
con la justicia de esta ley de la representación. Este principio
nos arruinó, y este principio – solamente – puede rescatarnos.
La desobediencia del primer Adán fue la base judicial de nuestra
condenación; la obediencia del último Adán es la única base legal
sobre la cual Dios puede justificar al pecador. La substitución de
Volumen 7, Número 1 15
Cristo en el lugar de su pueblo, la imputación de sus pecados a él
y de su justicia a ellos, es el hecho cardinal del evangelio. Pero el
principio de ser salvados por lo que otro ha hecho es solamente
posible en base a que nos perdemos por lo que otro hizo. Los dos
se sostienen juntos o los dos caen juntos. Si no hubiera existido
ningún pacto de obras no podría haber habido ninguna muerte en
Adán, y no podría haber habido ninguna vida en Cristo.
“Por la desobediencia de un hombre, los muchos fueron
constituídos pecadores” (Rom. 5:19). Aquí existe una causa para
humillarnos en la cual pocos piensan. Somos miembros de una raza
maldecida, hijos caídos de un padre caído, y como tales entramos
en este mundo “ajenos de la vida de Dios” (Efe. 4:18), con nada en
nosotros para incitarnos hacia una vida santa. ¡Oh que Dios te revele,
estimado lector, tu conexión con el primer Adán, para que puedas
darte cuenta de tú profunda necesidad de aferrarte al postrer Adán!
El mundo puede ridiculizar esta doctrina de la representación y de
la imputación, pero esto sólo evidencia que proviene de Dios. Si el
evangelio (el evangelio genuino) fuera recibido por todos, entonces
eso probaría que es de fabricación humana; porque solamente lo
inventado por el hombre es aceptable al hombre caído. Que el sabio
de este mundo se burle de la verdad de la representación federal,
cuando se presenta fielmente, sólo confirma su origen divino.
“Por la transgresión de uno vino la condenación a todos
los hombres” (Rom. 5:18). El día que Adán cayó, el ceño de Dios
vino sobre todos sus hijos. La naturaleza santa de Dios aborreció la
raza apóstata. La maldición de la ley violada descendió sobre toda
la posteridad de Adán. Es solamente así que podemos explicar la
universalidad de la depravación y del sufrimiento. La corrupción que
heredamos de nuestros padres es un gran mal, porque es la fuente
de todos nuestros pecados personales. El que Dios permitiera esta
transmisión de la depravación es infligir un castigo. ¿Pero cómo
podría Dios castigar a todos, a menos que todos fueran culpables?
El hecho de que todos comparten de este castigo común, prueba que
todos pecaron y cayeron en Adán. Nuestra depravación y miseria
no son, como tales, el designio del Creador, sino son, en cambio, la
retribución del juez.
“Por la desobediencia de un hombre, los muchos fueron
constituídos pecadores” (Rom. 5:19). La palabra “constituídos” en
este verso demanda una definición y una explicación. No se refiere
directa y primordialmente al hecho de que heredamos de Adán una
naturaleza corrupta y pecaminosa – como lo aprendemos de otras
Escrituras. El término “fueron constituídos pecadores” es un término
forense, y se refiere a ser considerados nosotros culpables a la vista de
16 Pregonero de Justicia
Dios. Un caso paralelo se encuentra en 2 Corintios 5:21: “Al que no
conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado.” Claramente aquellas
palabras “[a Cristo] lo hizo pecado” no pueden referirse a ningún
cambio que nuestro Señor experimentara en su naturaleza o carácter.
No; mas bien el Salvador bendito de tal manera tomó el lugar de su
pueblo ante Dios que fue considerado y tratado como culpable: los
pecados de su pueblo no le fueron impartidos, sino que le fueron
imputados a él.
Otra vez, en Gálatas 3:13 – leemos que Cristo fue “hecho
por nosotros maldición”: como sustituto de los elegidos de Dios, fue
judicialmente considerado bajo la condenación de la ley. Nuestra
culpabilidad fue transferida legalmente a Cristo: a él le fue dada
la responsabilidad de los pecados que cometimos; lo que merecía-
mos, él lo experimentó. De la misma manera, los descendientes de
Adán fueron “hechos pecadores” por la desobediencia de su cabe-
za federal: las con-
secuencias legales
de la transgresión
de su representante
fueron cargadas a
su cuenta. Fueron
constituídos judi-
cialmente culpables
porque la culpabili-
dad del pecado de
Adán les fue cargada
a ellos. Por lo tanto
entramos en este
mundo no sólo con
la herencia de una
naturaleza corrupta,
sino también “bajo
condenación.” Por
naturaleza somos
“hijos de ira” (Efe.
2:3), como dice: “se
apartaron los impíos
desde la matriz”
(Sal. 58:3) – sep-
arados de Dios y
expuestos a su des-
contento judicial.
Volumen 7, Número 1 17
La humanidad enjuiciada
En el capítulo anterior señalamos extensivamente que
cuando Adán actuaba como ser responsable ante su Creador en el
Edén, él actuaba allí como cabeza federal de nuestra raza, y que
actuó legalmente en lugar de toda su posteridad. A la vista de la
ley divina fuimos todos tan absolutamente identificados con él
que fuimos considerados “en Adán.” Por lo tanto, por lo qué él
hizo, todos somos considerados como si lo hubiéramos hecho:
cuando él pecó, pecamos; cuando él cayó, nosotros caímos;
cuando él murió, morimos. El lenguaje de Romanos 5:12-19 y
de 1 Corintios 15:22 es tan simple y positivo en este punto que
no deja lugar válido para cualquier incertidumbre. Habiendo
visto, entonces, el puesto representativo o la posición que Adán
ocupó, pasamos a considerar el pacto que Dios hizo con él en
aquel entonces. Pero antes de hacer esto, déjenos observar cuan
admirablemente equipado estuvo Adán para llenar aquel puesto
eminente y para actuar en favor de toda su raza.
Es sumamente difícil, si no totalmente imposible en
nuestro estado actual, formar cualquier concepto adecuado de
la excelente y gloriosa dotación dada al hombre en su primer
estado. Negativamente, él estaba completamente libre de pecado
y de miseria: Adán no tenía ninguna mala ascendencia detrás
de él, ninguna corrupción dentro de él, nada en su cuerpo para
molestarlo. Positivamente, fue hecho a la imagen y semejanza de
Dios, habitado por el Espíritu Santo, dotado con una sabiduría
y una santidad de la cual los cristianos son hasta ahora, en sí
mismos, ajenos. Él fue bendecido con una comunión abierta con
Dios, colocado en el ambiente más bello, dándosele el dominio
sobre todas las criaturas aquí en la tierra, y gentilmente provisto
con una ayuda idónea. Hermosa como la mañana era la herencia
dichosa en la cual Adán fue colocado. “Hecho recto” (Ecl. 7:29)
y dotado con capacidad completa de servir a, deleitarse en, y
glorificar a su Creador.
Aunque en el día de su creación Dios mismo lo pronunció
“bueno en gran manera” (Gen. 1:31), sin embargo, Adán era una
18 Pregonero de Justicia
criatura, y como tal sujeto a la autoridad del que le había dado
el ser. Dios gobierna todos los seres racionales por su ley, como
la regla de su obediencia a él. No hay excepción alguna de este
principio, y en la propia naturaleza de las cosas esto no puede ser,
porque Dios debe hacer cumplir sus derechos como Señor sobre
todo y todos. Los ángeles (Sal. 103:20), el hombre no caído, los
hombres caídos, los hombres redimidos – todos están sujetos
al gobierno moral de Dios. Incluso el Hijo amado, cuando fue
encarnado, fue puesto “bajo la ley” (Gal. 4:4). Además, en el
caso de Adán su carácter todavía no había sido confirmado, y
por lo tanto, como los ángeles, debía ser colocado en período de
prueba, sujeto a ésta para saber si él rendiría lealtad al Señor su
Hacedor o no.
Ahora la ley que Dios dio a Adán, bajo la cual a lo
colocó, fue de tres aspectos: natural, moral, y positiva. Por el
primero queremos decir que el someterse a su Creador – actu-
ando para su honra y gloria – se constituyó en la ley misma de su
ser. Siendo creado a la imagen y semejanza de Dios, era su misma
Volumen 7, Número 1 19
naturaleza deleitarse en el Señor y reproducir (en la medida de
criatura) la justicia y santidad de Dios. Tal como los animales
son dotados con una naturaleza o instinto que los incitan a elegir
y hacer lo que promueve su bienestar, así el hombre en su gloria
prístina fue dotado de una naturaleza que lo movía a hacer lo
que es agradable a Dios y lo que promueve sus propios intereses
más altos – restos de la cual se aprecian en la racionalidad y la
conciencia del hombre caído.
Por la ley “moral” que fue dada a Adán por Dios, quer-
emos decir que éste fue colocado bajo las exigencias de los Diez
Mandamientos, cuyo resumen es: “Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y
con todas tus fuerzas... y a tu prójimo como a ti mismo.” Nada
menor a esto se debía al Creador de Adán, y nada menor a esto le
correspondía como criatura recta.
Por ley “positiva” queremos decir que Dios también colocó
ciertas restricciones sobre Adán, las cuales nunca habrían llegado
a la mente de él solo por medio de la naturaleza ni de ninguna otra
consideración moral; en cambio, éstas fueron soberanamente des-
ignadas por Dios y fueron diseñadas como una prueba especial del
sometimiento de Adán a la voluntad imperial de su Rey. El término
“ley positiva” es empleado por los teólogos no como antitético para
“negativa” sino solo para distinguirlo de las leyes que son dirigidas a
nuestra naturaleza moral: la oración es un deber “moral”: el bautismo
es una ordenanza
“positiva”.
Esta ley de
tres aspectos bajo
la cual Adán fue
colocado se puede
discernir clara-
mente en los
breves registros de
Génesis 1 y 2. El
matrimonio entre
Adán y Eva ilustra
el primero: “Por
tanto, dejará el
hombre a su padre
y su madre, y se
unirá a su mujer,
y serán una sola
carne” (Gen 2:24).
20 Pregonero de Justicia
Cualquier infracción de la relación matrimonial es una violación
de la ley misma de naturaleza. La institución y la consagración
del Sábado ejemplifica el segundo aspecto: “Y bendijo Dios al
día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra
que había hecho en la creación” (2:3): un procedimiento que sería
inexplicable excepto que provea la base para un procedimiento
parecido de parte del hombre, porque de otra manera la santifi-
cación y la bendición de la cual se habló hubiera carecido, tanto
de un sujeto apropiado como de un objetivo definido. En cada
época la observancia del santo Sábado de parte del hombre ha
sido hecha la prueba suprema de su relación moral para con el
Señor. La orden dada a Adán de cuidar el huerto (“lo labrara y
lo guardase” Gen 2:15): demuestra el tercer aspecto, el positivo:
aún en su estado no caído el hombre no debería estar ocioso ni
negligente.
De lo anteriormente dicho se nota claramente que había
el reconocimiento claro de una revelación externa dada a Adán
de aquellos tres grandes aspectos del deber que pertenecen al
hombre en cada condición posible de su existencia mortal, y
que en unidad comprenden cada obligación que recae sobre el
hombre en esta vida; a saber, lo que debe a Dios, lo que debe a
su vecino, y lo que se debe a sí mismo. Aquellos tres lo abarcan
todo. La santificación del sábado, la institución del matrimonio,
y el mandato de labrar y guardar el huerto fueron revelados como
ordenanzas externas, cubriendo las tres clases de deberes, cada
una de suprema importancia en su propia esfera: la espiritual,
la moral, y la natural. Aquellos elementos intrínsecos de la ley
divina son inmutables: precedieron al pacto de obras, y habrían
permanecido aun si el pacto hubiera sido conservado – como
también han sobrevivido su brecha.
Pero había necesidad de algo aun más específico para
probar la adherencia del hombre a la perfecta rectitud que se
requería de él; ya que en Adán la humanidad fue enjuiciada, no
sólo habiendo sido potencialmente creada la raza entera en él,
sino también como estando representada federalmente por él. “La
pregunta, por tanto, en cuanto a su resolución apropiada, debe
ser hecha para afianzar la conformidad a una ordenanza a la vez
razonable en su naturaleza y específica en sus exigencias – una
ordenanza que el más simple debería entender y respecto de la
cual no debería existir incertidumbre alguna de si fue quebrantada
o no. Tal en el grado más alto era la prueba del árbol de la ciencia
del bien y del mal, al cual Dios prohibió se comiera bajo pena de
muerte – un señalamiento positivo en su carácter, en cierto sen-
Volumen 7, Número 1 21
tido arbitrario, sin embargo perfectamente natural” (P. Fairbairn,
The Revelation of Law in Scripture [La revelación de Ley en la
Escritura]).
Adán ahora fue sujeto a una prueba simple y específica
en cuanto a si la voluntad de Dios era sagrada para él. Nada
menos se podría requerir del hombre que la conformidad perfecta
del corazón y la obediencia constante en los hechos a toda la
voluntad revelada de Dios. El mandato de no comer de la fruta
de un cierto árbol, ahora se constituyó en la prueba decisiva de
su obediencia en general. El estatuto prohibitorio era un precepto
“positivo”. No era pecaminoso en sí el comer del árbol de la
ciencia del bien y del mal, sino que fue pecado sólo porque Dios
lo había prohibido. Esto era, por lo tanto, una prueba de fe y obe-
diencia más apropiada de lo que un estatuto “moral” hubiera sido,
ya que requería sumisión sin ninguna otra razón que la voluntad
soberana de Dios. Al mismo tiempo se debe observar claramente
que la desobediencia a aquel precepto “positivo” ciertamente
incluyó el desafío de la ley “moral”, porque ello era un fracaso en
amar a Dios con todo el corazón, era el desprecio de la autoridad
divina, era codiciar lo que Dios había prohibido.
Sobre la base de la triple constitución bajo la cual Dios
había colocado a Adán – responsable hacia la ley natural, moral y
positiva; sobre la base de su triple responsabilidad – para cumplir
el deber que debía ante Dios, su prójimo, y a sí mismo; y sobre
la base del triple equipamiento con el cual él había sido dotado
– creado a la imagen de Dios, pronunciado como “muy bueno,”
habitado por el Espíritu Santo, y así totalmente equipado para
desempeñar su responsabilidad, Dios entró en solemne pacto con
él. Vestido de la dignidad, inteligencia, y excelencia moral, Adán
fue rodeado por todos lados de la exquisita belleza y amabilidad.
El inquilino del Edén era más un ser del cielo que de la tierra:
una composición de sabiduría, pureza y rectitud. Dios mismo
se dignó visitarlo y animarlo con Su presencia y bendición. En
cuerpo absolutamente sano; en alma completamente santo; en
circunstancias dichosamente feliz.
La aptitud ideal de Adán para actuar como cabeza de su
raza y las circunstancias ideales bajo las cuales se iba a llevar
a cabo la prueba decisiva, deben cerrar para siempre toda boca
justa y honesta de expresarse contra el arreglo propuesto por Dios
a Adán, así como de expresarse contra las terribles consecuencias
que nos trajo su triste fracaso. Bien se ha dicho, “Si hubiéramos
estado presentes – si nosotros y toda la raza humana hubiera sido
traída a la existencia junta – y si Dios nos hubiera propuesto
22 Pregonero de Justicia
escoger uno de nuestro género para ser nuestro representante para
establecer el pacto con él en nuestro lugar – ¿no hubiéramos, a
una sola voz, escogido a nuestro primer padre para este oficio
responsable? ¿No hubiéramos dicho, ‘Él es un hombre perfecto
y lleva la imagen y la semejanza de Dios, – si alguno debe repre-
sentarnos que él sea el hombre’? Ahora, – siendo que los ángeles
quienes se representaron cada uno a sí mismo cayeron – ¿para
qué desearíamos representarnos cada uno a nosotros mismos?
Y si es razonable que uno nos represente – ¿Por qué quejarnos,
cuándo Dios ha escogido a la misma persona para este oficio,
que nosotros hubiésemos escogido, si hubiéramos existido, y sido
capaces de escoger?” (G. S. Bishop).
Volumen 7, Número 1 23
palabras de esta cita alguna luz sobre aquella pregunta misteriosa,
¿Cómo podía una criatura libre de pecado comenzar a pecar?
¿Cómo podía caer uno que fue hecho “recto”? ¿Cómo podía uno
a quien Dios mismo había pronunciado “bueno en gran manera”
dar oído al diablo, apostatar, y arrastrarse a sí mismo y a su pos-
teridad hacía la ruina completa?
Mutable
Falible
24 Pregonero de Justicia
Dependiente
Volumen 7, Número 1 25
Adán, no Eva
En los capítulos anteriores hemos visto que en el prin-
cipio “Dios hizo al hombre recto” (Ecl. 7:29), lenguaje que
necesariamente implica una ley a la cual fue conformado en
su creación. Cuando algo es hecho en forma ordenada o según
una regla, la regla misma, obviamente se presupone. La ley de
existencia de Adán no era ninguna otra que la ley eterna e indis-
pensable de justicia, la misma que después fue resumida en los
Diez Mandamientos. La rectitud del hombre consistía en la justi-
cia universal de su carácter, su entera conformidad a la naturaleza
de su Hacedor. La naturaleza misma del hombre era entonces
totalmente capaz de responder a las exigencias de la expresa
voluntad de Dios, y su respuesta a ella era la justicia en la cual
él se apoyaba.
... Así creado y calificado, complació al Señor Dios cons-
tituir a Adán la cabeza federal y representante legal de su raza;
y ocupando aquel carácter y oficio, Dios entró en solemne pacto
o convenio con él, prometiendo una recompensa si éste cumplía
con ciertas condiciones....
Dios, entonces, estableció un pacto con Adán, y toda su
posteridad en él, en el sentido de que si él obedecía el mandato de
no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, él recibiría
como recompensa una santidad y justicia indefectibles.... El pacto
que el Señor Dios estableció con Adán de manera apropiada se
conoce como “pacto de obras” no sólo para distinguirlo del pacto
de gracia, sino también porque bajo éste se prometió la vida bajo
la condición de obediencia perfecta, la cual obediencia debía ser
realizada por el hombre con su propia fuerza de criatura ....
El pacto de obras no proveía a ningún mediador, ni
ningún otro método de restauración a la pureza y la dicha perdi-
das. No había ningún lugar para el arrepentimiento. Todo estaba
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irrevocablemente perdido. Entre la bendición de la obediencia y
la maldición de la desobediencia no había ningún terreno de por
medio. En lo que concierne a los términos del pacto de obras, su
sentencia inexorable era: “El alma que pecare, esa morirá.”
...Adán malvadamente se atrevió a comer la fruta del
árbol prohibido, e incurrió así en la horrible culpa de violar el
pacto. En su pecado había una complicación de muchos crímenes:
Romanos 5 lo llama “el pecado,” “la transgresión,” “la desobe-
diencia.” Adán fue puesto a prueba de si la voluntad de Dios era
sagrada ante sus ojos, y él cayó por preferir su propia voluntad y
camino. Falló en no amar a Dios con todo su corazón; despreció
su alta autoridad; no creyó su veracidad santa; él deliberada y
presuntuosamente lo desafió. De ahí, más adelante, en la historia
de Israel, Dios dijo, “Mas ellos, cual Adán, traspasaron el pacto,
allí prevaricaron contra mí” (Oseas 6:7)...
Es a esta declaración divina de Óseas 6:7 a la que el
apóstol hace referencia cuando de Adán él declara que éste era
“figura del que había de venir.”... Como vicario de su raza Adán
desobedeció el estatuto del Edén siendo representante de la raza,
precisamente como Cristo, “el postrer Adán” (1 Cor. 15:45), obe-
deció la ley moral como representante de su pueblo y en su lugar.
“El pecado entró en el mundo por un hombre.” (Rom. 5:12). Esta
es una declaración notable que pide la atención más cuidadosa.
Eva pecó también; ella pecó antes de que Adán pecara; ¿entonces
por qué no nos dice que “El pecado entró en el mundo por una
mujer”? – tanto más viendo que ella es, juntamente con Adán,
una raíz de propagación.
Sólo una respuesta es posible a dicha pregunta: porque
Adán era la única persona pública o cabeza federal que nos repre-
sentaba, y no Eva. Adán era el representante legal de Eva así como
de su posteridad, ya que ella fue sacada de él. Notablemente esto
se confirma con el registro histórico de Génesis 3: Cuando Eva
come de la fruta prohibida no se evidenció ningún cambio; pero
en cuanto Adán compartió, “Entonces fueron abiertos los ojos
de ambos, y conocieron que estaban desnudos” (Gen. 3:7). Esto
quiere decir que ellos fueron al instante conscientes de la pérdida
de su inocencia, y se avergonzaron de su condición miserable.
Los ojos de una conciencia condenada fueron abiertos, y ellos
percibieron su pecado y sus consecuencias horribles: el sentido
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de su desnudez corporal sólo esbozaba su pérdida espiritual.
No sólo fue por Adán (más bien que por Eva) que el
pecado entró en el mundo, “el juicio vino a causa de un solo
pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas
transgresiones para la justificación” (Rom. 5:16). El hecho de
que Eva es completamente omitida en Romanos 5:12-19 muestra
que es la imputación de la culpa de nuestra cabeza federal lo
que aquí se destaca, y no la impartición de la depravación de la
naturaleza; porque la corrupción se deriva directamente por ella
tanto como por Adán. El hecho de que fue por el singular pecado
de Adán que la condenación ha pasado sobre toda su posteridad,
muestra que sus pecados subsecuentes no nos son imputados; ya
que por su transgresión original él perdió el alto honor y el privi-
legio conferido sobre él: siendo quebrado el pacto, él dejó de ser
una persona pública, la cabeza federal de la raza.
La defección del hombre de su estado primordial fue
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completamente voluntaria y a causa del libre ejercicio de su
propia, mutable y auto-determinable voluntad. Adán estaba “sin
excusa.” Por comer de la fruta prohibida quebró, primero, la ley
de su mismo ser, violando su propia naturaleza, que lo ataba a
la lealtad cariñosa a su Hacedor: El yo ahora tomó el lugar de
Dios. Segundo, él desacató la ley de Dios, que requiere la obe-
diencia perfecta y constante al Gobernador moral del mundo: el
yo ahora había usurpado el trono de Dios en su corazón. Tercero,
al pisotear la ordenanza positiva bajo la cual él fue colocado,
él rompió el pacto, prefiriendo tomar su posición al lado de su
esposa caída.
“Ciertamente es completa vanidad todo hombre que
vive” (Sal. 39:5). Así fue Adán. En la virilidad adulta, con cada
facultad perfecta, en un ambiente ideal rechazó el bien y escogió
el mal. Él no fue engañado: la Escritura así lo declara (1 Tim.
2:14). Él sabía bien lo que hacía. “Deliberadamente se arruinó
a sí mismo y a nosotros. Deliberadamente saltó al precipicio.
Deliberadamente asesinó a generaciones innumerables. Como
muchos otros que han amado ‘no sabiamente, pero demasiado,’ él
no perdería a su Eva. Él la escogió antes que a Dios. Determinó
que la tendría a ella aunque fuera al infierno con ella” (G. S.
Bishop). Horribles eran las consecuencias: la pena de muerte
cayó sobre Adán el día en que pecó, aunque por causa de su pos-
teridad la plena ejecución de ella fue prolongada.
Como Romanos 5:12 declara, “Por tanto, como el pecado
[la culpa, la criminalidad, la condenación] entró [como un acusa-
dor solemne en el asiento del testigo] en el mundo [no en “el
universo,” pues éste antes ya había sido profanado por la rebelión
de Satanás y sus ángeles; sino en el mundo de la humanidad
caída] por un hombre [el primer hombre, el padre de nuestra
raza], y por el pecado [la ofensa original] la muerte [como una
imposición judicial], así la muerte [como el castigo divino] pasó
[como la sentencia penal del juez de toda la tierra] a todos los
hombres [sin excepción de ninguno, ni aún infantes], en quien [la
interpretación correcta – vease el margen] todos pecaron.” – es
decir, pecaron en el “un hombre,” la cabeza federal de la raza, el
representante legal de “todos los hombres”; nótese que no dice,
“todos ahora pecan,” ni “todos son intrínsecamente pecaminosos”
(aunque tristemente es verdad), pero “en quien todos pecaron” en
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el Edén...
Si fuera injusto que Dios nos imputara la culpa de Adán,
igualmente sería injusto que nos impartiera su depravación; pero
viendo que Dios ha obrado con justicia al hacer esto último,
debemos vindicarlo al haber hecho lo primero.
El hecho mismo de que continuamos quebrando el pacto
de obras y desobedeciendo la ley de Dios, muestra nuestra unidad
con Adán bajo aquel pacto. Que este hecho sea debidamente pesa-
do por quienes se inclinan a ser insidiosos. Nuestra complicidad
con Adán en su rebelión se evidencia cada vez que pecamos con-
tra Dios. En vez de desafiar la justicia que ha cargado a nuestra
cuenta la culpa de la primera transgresión humana, busquemos la
gracia necesaria para rechazar el ejemplo de Adán, oponiéndonos
abiertamente a su insubordinación asumiendo gustosamente el
yugo fácil de los mandamientos de Dios. Finalmente, adviértase
otra vez que si fuimos arruinados por otro, los cristianos somos
redimidos por Otro. Por el principio de la representación fuimos
perdidos, y por el mismo principio de la representación – Cristo
actuando por nosotros como nuestra seguridad y patrocinador –
somos salvados.
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___ esp El movimiento carismático ___ 6-3 ¿Qué es el evangelio?
___ 3-1 La ley y el evangelio * ___ 6-4 Por fe sola
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___ 4-3 Aceptación y ética *
___ 4-4 La revolución inmoral
___ 4-5 El don de lenguas ___ Cuatro Grandes Certezas
Volumen 7, Número 1 31
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