Calzadilla Miradas A La Evolucin de Las Artes Plsticas en Venezuela
Calzadilla Miradas A La Evolucin de Las Artes Plsticas en Venezuela
Calzadilla Miradas A La Evolucin de Las Artes Plsticas en Venezuela
2000
Citas recomendadas
Calzadilla, Juan (Primavera 2000) "Miradas a la evolución de las artes plásticas en Venezuela," Inti:
Revista de literatura hispánica: No. 51, Article 8.
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M IRADAS A LA EVOLUCIÓ N DE LAS ARTES
PLÁSTICAS EN VENEZUELA
Juan Calzadilla
La Colonia
de las ideas religiosas. A rtistas españoles, flam encos e italianos cruzan los
m ares y recalan en Am érica. Estilos, escuelas, oficios, se interpretan, y el
conocim iento adquiere carta de universalidad en todas partes. Pintores de
cierto rango, form ados algunos en talleres de Rom a, Am beres o Sevilla, dan
fuerza y prestancia a las escuelas que crecen en tom o a la actividad de los
grandes centros poblados.
Sim ón Pereins, artista flam enco de la corte toledana de Felipe II, arriba
a M éxico en 1566; B altasar de E c h a v e Orio llega a este m ism o país en 1573;
Bernardo B itti, entre tanto, se establece en el Perú en 1578, para generar
desde aquí el impulso que conduce a la form ación de las escuelas del
altiplano. A ventura sim ilar cum plió Angelino M edoro, pintor romano que
instaló un taller en Santa Fe de Bogotá hacia 1587.
Sin em bargo, las grandes escuelas que, con ecos del m anierism o, se
desarrollaron en M éxico, Santa Fe de Bogotá y Quito durante el siglo XVI,
no tuvieron equivalentes en colonias m enos afortunadas, apartadas de las
grandes rutas del com ercio con la m etrópoli. Este fue el caso de la Provincia
de Venezuela. La pobreza m inera, el despoblam iento y el hecho de
constituir nuestros aborígenes comunidades dispersas y en extremo aguerridas
dieron al suelo venezolano un aislam iento dram ático, al que contribuyó aún
más la inclem encia del clim a tropical y la indefensión de nuestras costas
ante el acoso constante de las incursiones de los piratas. Se explica así la
escasas incidencia de testim onios artísticos traídos de E uropa durante el
siglo XVII y com ienzos de XVIII.
No obstante, ya desde el siglo XVII, la crónica registra inform ación
sobre artistas establecidos en esta parte del continente, como fue el caso de
Juan del Cocar, «m aestro de arte de pintar, experto y bueno», instalado en
Coro hacia 1622, prim er asiento de la Provincia de Venezuela; en tom o a
este poblam iento surgió un centro de producción de im ágenes artísticas que
constituiría más tarde, en El Tocuyo y Río Tocuyo, el núcleo de una notable
escuela de im agineros. Casi paralelam ente, en el occidente del país, en
M érida y T rujillo, se hizo sentir la influencia de la pintura procedente del
virreinato de Santa Fe, influencia igualm ente provechosa para la form ación
de una tradición de artesanos e im agineros, uno de los cuales, José Lorenzo
de A lvarado, destacó en M érida a fines del siglo XVIII. Estas escuelas, si
así pueden llam arse, tuvieron am plia irradiación hacia el centro del país.
El núcleo principal de la vida artística se conform ará en Caracas,
elevada a capital provincial en m om entos en que el crecim iento de la vida
económ ica, gracias a la floreciente agricultura, propiciaba una m ayor
vinculación de los pobladores con el tráfico exterior, y posibilitaba la
entrada de obras de arte religioso procedentes de M éxico y de Europa. En
1638, con la erección de Caracas en sede episcopal, la im aginaría de
fabricación local se increm enta de form a considerable, con una tendencia
ascendente que llega a su apogeo al finalizar el siglo XVIII. La ciudad
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quien ha podido atribuirse cierto núm ero de obras estilísticam ente unitarias.
Activo hacia 1720, sus m odelos se encuentran en m otivos flam encos e
italianos; el carácter m onocrom o de algunas de sus obras, como la gran
V irgen de la M erced, trabajada con tonos sepias, dorados y blancos, induce
a pensar que se había inspirado en efecto en antiguas estam pas flam encas.
Sin em bargo, el trabajo de Lerma está fuertem ente caracterizado por rasgos
personales que nos perm iten hablar, por prim era vez, de una individualidad,
de un pintor m estizo. «La form a de em pastar las luces o brillos o de dibujar
los ojos y la boca de sus personajes le son particulares», escribió, a propósito
de Lerm a, el historiador Carlos F. Duarte.
Al referirse a los Landaeta, los investigadores de nuestra pintura
aluden a una fam ilia de pintores activos en Caracas en la últim a m itad del
siglo XVIII, entre los cuales los herm anos Antonio José y Juan José son los
m ás destacados, con obra reconocible. Antonio José fue m aestro de Juan
Lovera, dato que perm ite atribuirle a aquél ciertos retratos de concepción
vigorosa que m uestran un evidente parentesco con la obra del mism o género
pintada por Lovera. E sta relación puede establecerse, sobre todo, al
exam inar el retrato del obispo Juan Antonio Viana, atribuido a Landaeta, y
en donde la estilización de la figura, la solidez del dibujo y la form a del
acabado de prendas, libros y encajes, acentúan este posible parentesco con
retratos de las m ism as características ejecutadas por Lovera.
En cuanto a Juan Pedro López, es la figura más representativa de este
m om ento. Nacido en Caracas en 1724, fue abuelo, por línea m aterna, de don
Andrés Bello. Escultor, dorador y pintor, com o convenía a un artista de su
tiem po, tuvo una actuación relevante en la sociedad colonial, y su nom bre
aparece m uchas veces en docum entos de la época, en actas de tasación y en
testam entos.
M uy característica es su m anera de acentuar estilizadam ente el
m ovim iento y el gesto de los personajes, sobre todo en las m anos y los
brazos, así como tam bién su colorido, basado en am plios planos de paños y
vestiduras, con predom inio de azules y rosas muy ricos en m atices. Pero
donde puede observarse el rasgo más realista de López es en el acabado de
prendas y en el brillo de los objetos de atuendo convencional. Fallecido en 1787,
López cierra un ciclo de la pintura venezolana dominado por el tema religioso.
LA INDEPENDENCIA
Aagard y los alem anes Stapler, M ulier, Loue y Federico Lessm ann, este
últim o notable fotógrafo y autor de excelentes litografías. Posteriorm ente
llegó Enrique Neun, a cuyo nom bre se asoció tal vez el más representativo
de nuestros ilustradores del siglo XIX: Ram ón B olet Peraza (1840-1876).
Bolet fue, hasta por la ingenuidad sorprendida de su visión, el m ejor
cronista que, en m ateria de dibujo, tuvo la ciudad de Caracas. Fiel
docum entalista de la ola de progreso arquitectónico que im pulsó Antonio
Guzm án Blanco, creó, con finos rasgos no exentos de elegancia refinada, los
dibujos y acuarelas que, lito g ra fia d o s po r N eun, co n stitu y ero n las
publicaciones conocidas como Album de Caracas y V enezuela (1876) y
Album de los Estados (1876), producciones que recogen casi toda su obra
de dibujante.
L a exposición de c e n te n a rio
form aría filas en el Círculo de Bellas Artes. D efensor del realism o, contra
el cual luchaban por liberarse los paisajistas del nuevo siglo.
Contem poráneo de Herrera Toro fue Cristóbal R ojas (1857-1890),
quien se siente atraído por tem as de un realism o m órbido, y m ientras apura
una existencia breve, realiza su obra en París, de 1883 a 1890, trabajando
intensam ente en grandes lienzos con los cuales, creyendo perseguir la
m odernidad, concurre al Salón de París. Sus últim as obras rozan, sin
em bargo, la intuición del im presionism o, y aún conserva fuerzas para
realizar pequeños lienzos que quedan com o lo más significativo de su
trabajo, allí donde la anécdota no se pone al servicio de la pintura.
Como Rojas, el valenciano Arturo M ichelena (1863-1898) se educa en
París bajo la guía del célebre Jean-Paul Laurens. M ás afortunado, aunque
no m enos trágico, pero sin llegar al patetism o, M ichelena alcanza a disfrutar
del reconocim iento de los venezolanos, a pesar de que sólo vive 35 años.
Dejó una abudantísim a obra, en todos los géneros, evidencia de un talento
fácil e inspirado. A ratos decadente, com binando en sus cuadros trazos
sueltos y m odernos con resabios de rom anticism o, M ichelena es el artista
m im ado, afable y com placiente ante el halago de una sociedad que lo hace,
a despecho de su talento desperdiciado, un pintor de encargos. Para algunos
historiadores, Rojas y M ichelena constituyen el punto culm inante del
desarrollo de la plástica venezolana del siglo XIX, aunque esta apreciación
se refiera al realism o académ ico de influencia europea, es decir, a un período
que va de 1880 al año 1900. Si T ovar es el m áxim o exponente de la pintura
histórica, M ichelena y Rojas, que quedan sin continuadores, lo son de la
pintura de género, del cuadro anecdótico. Los que les siguen, sin el talento
de ellos, sin las condiciones históricas que propiciaron el m ovim iento de
donde surgieron, se lim itan a asistir a la agonía del realism o, que vegeta en
m edio de la apatía oficial. H errera Toro, Em ilio M auri (1855-1908) y A.
Esteban Frías (1868-1944), sin negar sus m éritos aislados, viven en un
m om ento en que entran en crisis los conceptos y la m odernidad, que no
preocupó ni a M ichelena ni a Rojas, se encargan de establecer un brusco
corte que coincide con el nuevo siglo. El auge del academ icism o concluye
con ellos. P or m ucho tiem po, M auri había sido celoso y puntual director de
la Academ ia de Bellas Artes, donde las nuevas generaciones, los nacidos
entre 1880 y 1890, pugnaban por encontrar un nuevo estilo.
foyer del destartalado Teatro Calcaño, m encionarem os tan sólo a los que
han pasado a la posteridad: M anuel Cabré (1890), A. E. M onsanto (1890-
1958), Federico Brandt (1878-1932), Arm ando Reverón (1890-1954), Rafael
M onasterios (1884-1961), C ésar Prieto (1882-1976), Próspero M artínez
(1886-1965) y L. A. López M éndez (1901).
Si A. E. M onsanto es el pedagogo, el teórico del m ovim iento, Federico
Brandt, con sus años de form ación europea, es el m aestro de visión m oderna,
que indica el cam ino antiacadém ico. A la larga, B randt se convertiría en un
artista de visión intim ista, en el más m ístico de nuestros pintores de objetos.
En cuanto a R afael M onasterios, prefiere los espacios abiertos, y aún más el
paisaje rural con el cual convive prim itivam ente, enfocándolo con una
m irada inocente, para apropiarse de la poesía que llevaba por dentro. En
todo caso, no se sitúa lejos de César Prieto, espíritu hosco y solitario, que
com bina su sentido arquitectural de la com posición con una rudeza de
llanero que no le priva de ejercitar un trem endo poder de observación de la
luz. T am bién Próspero M artínez queda renuente al éxito y a la publicidad
y prefiere vivir en los pueblos de provincia, donde trabaja con parsim onia,
a la m anera de Corot, para expresar esencialm ente una visión de poeta.
Como Prieto, Rafael Ram ón G onzález (1894-1975) era tam bién un llanero
enam orado de la provincia, que recorre a la m anera desenfadada de Rafael
M onasterios para buscar los tem as de un paisaje recio y salvaje, torturado
a veces por una inquietud social. Por últim o, Luis A. López M éndez es, ante
todo, el artista de oficio, capaz de tom ar de m odo correcto cualquier tem a
de la tradición realista.
El paisaje del valle de Caracas es el principal protagonista de esta
pintura y constituye el carnet de identidad de la llam ada Escuela de Caracas.
Esta topografía, con m uchas facetas y en extrem o com pleja, llena de
contrastes, donde la colina y la em pinada y colosal serranía se enfrentan o
se continúan para proyectar o m odelar la luz, tam izándola o avivándola; esta
topografía rica en m atices del verde, que com bina sus efectos arcádicos,
ofrece al ojo del artista un escenario siem pre cam biante, com o un espejo en
el cual luces y sombras parecen descubrir, en la obra, un m undo inédito. En
tan sorprendente y siem pre renovado espectáculo, en el que ya se habían
fijado m uchos viajeros, desde Juan de C astellanos hasta H um boldt, nace y
se gesta el más im portante de nuestros m ovim ientos de pintura: el paisajism o
de la Escuela de Caracas.
Fijém onos ahora en sus dos artistas cim eros: Arm ando R everón y
M anuel C abré, dos tem peram entos com pletam ente opuestos, aunque
obsesionados ambos por la representación de la luz. Reverón se opone a la
belleza para introducim os en el m isterio de sus fenóm enos, y Cabré exalta
los dones de la sensibilidad m ás m anifiesta. Im presionista en una prim era
época, tras haber asim ilado la experiencia de sus estudios en España y en
Francia y al contacto con el arte de Em ilio Boggio, R everón va despojando
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lentam ente su paleta de todo crom atism o, para quedarse al fin con el blanco
físico que con sus paisajes de M acuto alcanza el grado de representación
absoluta de la luz, que él descubre m irando la naturaleza, el paisaje m arino,
el paso del viento, el juego de celajes sobre el crepúsculo o el horizonte
espum oso del m ar, m ientras vive como un salvaje en una playa desierta del
litoral cercano a Caracas. Su vida y su obra, form ando una sola unidad, nos
descubren, en una época en que el hom bre se hallaba aún m uy distanciado
de la naturaleza, lo m ucho que se adelantó este artista prodigioso a las
proposiciones de los artistas actuales que, bajo distintos postulados, pugnan
por interpretar una relación arm ónica, de signo nuevo, entre individuo y
am biente natural. Con los m edios, a m enudo rústicos, que tiene a su alcance,
R everón construye laboriosam ente, a espaldas de la sociedad, su propio
m undo, y lo hace inexpugnable a fuerza de reconocer que este m undo lo
separa del resto de la gente. Sus paisajes se aproxim an al im presionism o por
su capacidad para representar la acción del color físico, su m ovim iento y su
posibilidad de sugerir el cam bio incesante de la naturaleza.
En cuanto a Cabré, y en un sentido técnico, es posible hallar en sus
paisajes en parentesco con el m étodo objetivo de Cézanne, sobre todo en lo
concerniente al papel atribuido al color en la construcción de las form as y
en la solución estructural de la com posición, m ovida y quieta a la vez, en
equilibrio tenso. Sin em bargo, el propósito de Cabré es el de un naturalista
cautivado por la profundidad y la extensión con las que sabe jugar,
distribuyendo el interés del cuadro, con instinto barroco, en num erosos
planos, pliegues y zonas de diferente intensidad lum inosa y fuerte atractivo
visual.
Una segunda generación continúa la enseñanza del Círculo de Bellas
Artes. Los m iem bros de esta generación son, ante todo, paisajistas, como
Pedro Angel G onzález (1902-1981), Elisa Elvira Zuloaga (1902-1980) y
M arcos C astillo (1896-1966). El gusto de M arcos C astillo por la
sim plificación del tem a y por la pureza de los m edios em pleados, que elude
toda anécdota, no está reñido con una em oción desbordante que hace del
color la m ateria del sentim iento. C astillo es uno de nuestros grandes
pintores y su im portancia será cada vez m ayor para las generaciones
venideras. Curiosam ente, es un constructivo que alberga en sí m ism o a un
intuitivo, una especie de M atisse tropical que vivió exclusivam ente para
pintar y que, sin duda, dejó tras de sí la obra m ás num erosa que un pintor
venezolano haya dejado jam ás.
El realism o social
m exicana, influencia que tuvo, por otra parte, una im portancia muy
significativa en cierto m omento de la plástica venezolana.
Hay otros artistas plásticos cuya obra se relaciona con un realism o de
intención am ericanista, de igual o parecida im portancia a la de los citados,
con la sola excepción de Poleo, uno de nuestros m ayores figurativos. Cabe
afiliar a Francisco N arváez (1908-1982) y a J. V. Fabbiani (1920) a la m ism a
tendencia, por el énfasis que ponen en revelar el alm a m estiza por una vía
contraria a la estética del Círculo. Igual podría decirse de gran parte de la
obra de A. Barrios (1920), R. Rosales y R. R. G onzález (1894-1975). Sin
em bargo, se aprecia en la obra de Fabbiani, N arváez y Barrios, com o en
otros figurativos de la época, rasgos coincidentes, en tem a y en form a, con
los m ovim ientos europeos que un poco m ás tarde, a partir de 1945, m arcarían
con su im pronta el destino del nuevo arte venezolano.
Los disidentes
La reacción figurativa
de ellas un arte de m asas era una utopía. Se salvarán, por el contrario, las
expresiones individuales: los colorritm os de A lejandro Otero, los polípticos
de Om ar Carreño, las geom etrías de M ateo M anaure y los integrables de
Carlos G onzález Bogen.
El inform alism o, que se propaga desde com ienzos de 1960, se hace
cargo de la vanguardia y, tam bién, en su m om ento, se convierte en una
fórm ula hegem ónica a disposición de todos. Pero se instaura el caos tras
alegarse que el gesto es más im portante que el resultado; se propone incluso
el em pleo de cualquier clase de m aterial que, presentado de m odo bruto,
tom a el lugar de la forma; el grito desplaza al contenido, el propósito a la
construcción. Es evidente que el inform alism o m ostraba una situación
insostenible para sí m ism o. Pretendía destruir el postulado de la obra de arte
como búsqueda últim a del artista, pero a la vez no cesaba de proponer la
realización de obras y actos, de exposiciones y experim entos que no podían
conducir a una valoración de esas dem ostraciones. De este período se salvan
apenas algunos nom bres: M aruja Rolando (1926-1971), G abriel M orera
(1933), Francisco Hung (1938) y J. M. Cruxent (1912).
El cinetism o
funcional, bajo la idea de que el arte tam bién está comprom etido a evolucionar
con las leyes del progreso, determ inando ese progreso ininterrum pido por la
asunción de una tecnología nueva. La búsqueda de un estilo unitario, de
valor funcional para toda una época, es un antiguo program a estético que
tiene su origen en el constructivism o ruso y en el neoplasticism o holandés.
Am bos m ovim ientos proponían un arte despojado de todo incidente
expresivo, de naturaleza orgánica, a partir de un proyecto de racionalización
que debía conducir a la creación de form as geom étricas puras, susceptibles
de desarrollo estructural, a nivel de la arquitectura y de las artes decorativas.
Nos hem os referido ya a este estilo abstracto al hablar del grupo de los
disidentes y de la proyección de su obra en el m arco de los planes de
integración arquitectónica de los años 50.
La abstracción libre, llam ada tam bién abstracto-orgánica o abstracción
lírica, a causa de sus com ponentes expresionistas, ha constituido uno de los
m ovim ientos, si así pudiera llam arse, de m ás continuidad y arraigo en la
evolución de nuestro arte contem poráneo. Fue el punto de partida que
conduciría inevitablemente a los diversos grados de racionalism o constructivo
de nuestro arte actual, y por ello se sitúa al final de los ensayos de
despojam iento de datos sensoriales en los que, bajo la influencia del
cubism o, se vieron com prom etidos los artistas del T aller Libre de Arte.
Es difícil caracterizar los estilos de la abstracción libre; todos ellos se
inscriben en la tradición de la pintura de caballete, o sea, el tipo de pintura
en que se em plean m ateriales de la tradición o m odos técnicos de ejecución
que no difieren sustancialm ente de los de la pintura naturalista. Como ésta,
la pintura abstracto-lírica consiste en un m undo cerrado y autónom o en el
que poco cuenta la función arquitectónica de la obra en tanto que objeto de
arte. Son universos cerrados que se dirigen m ás a la sensibilidad que a la
inteligencia del receptor. La abstracción lírica presenta grados de pureza
que varían conform e a lo que la obra sugiere en contenidos naturalistas.
Estos contenidos pueden ser de carácter orgánico y aludir a form as
em brionarias, del reino vegetal o anim al, pero tam bién pueden transm itir
alusiones a la figura hum ana, a la naturaleza física, al paisaje y al espacio
atm osférico. Es por ello por lo que m uchos estilos de abstracción, en los que
hay una clara referencia a form as hum anas o naturalistas de cualquier
especie, suelen recibir el nom bre de sem ifigurativos.
La abstracción libre difiere en sus expresiones por el m odo en que se
em plean los m ateriales. A este respecto hay un prim er tipo de obras de
abstracción libre llam adas texturalistas, en las que el color se da en capas o
acum ulaciones de grueso espesor; en las obras así resultantes, la m ism a
estructura que presentan visualm ente los m ateriales en la superficie del
soporte queda incluida en la sum a de valores, visuales y táctiles, que
conform an la com posición pictórica. En las obras texturalistas, la atm ósfera
o espacio interior sugerido tiene escasa o nula prevalencia, dado que la carga
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escasa. De la producción del período rom ántico puede decirse que la más
im portante en cuantía y calidad fue la de Arturo M ichelena, para m uchos el
m ayor dibujante que dio nuestro país.
Aunque reivindicado hasta cierto punto por figurativos y realistas de
la etapa de la reform a de la Academ ia de Bellas Artes, entre 1936 y 1945,
el dibujo vino a m enos durante el período de la abstracción geom étrica.
M enosprecio que, asignando al dibujo un lugar en la tradición que se
deseaba abolir, se originó en una actitud de repulsa de toda m anifestación
expresiva, fuese abstracta o figurativa. Es obvio que podían darse condiciones
para el dibujo como diseño o pauta en el m arco racionalista del program a de
integración artística, a cargo de los pintores geom étricos, pero no quedaron
m uchas m uestras de esta disposición, ya que, por lo general, nuestros
plásticos integracionistas fueron m ás que todo coloristas y casi ninguno
dibujaba previam ente sus proyectos.
La contrapartida estuvo en la violencia con que, hacia 1957, un grupo
de jóvenes, entre los que se encontraban G uevara M oreno, R égulo, Borges
y Espinoza, ensayaban, por oposición al geom etrism o, una figuración de
nuevo cuño, en la que se recogía prim ordialm ente la experiencia del
abstraccionism o, tras renunciar estos artistas a la form a pura. Este nuevo
m ovim iento generó un polo de atracción cuya continuidad, si no su tradición,
ha llegado hasta nuestros días. El debilitam iento de la abstracción geom étrica
y la ulterior influencia que sobre el arte tuvo el desarrollo de la lucha arm ada
entre 1960 y 1965 contribuyeron a fortalecer el espíritu expresionista, ahora
portador de actitudes más com prom etidas, que incidirían, lógicam ente, en
la práctica del dibujo figurativo.
Al principio de la década de los 70 se inició en Caracas un proceso de
rev isió n de las ten d en cias que h asta entonces h ab ían p rev a lec id o ,
notoriam ente del inform alism o y de la figuración expresionista. Este
cuestionam iento — que involucraba tam bién al pujante cinetism o — fue
reflejo de la falta de salidas con que tropezaban los jóvenes que se negaban
a aceptar pasivam ente el juego de las vanguardias. N ació, con estos jóvenes,
una actitud más crítica y severa frente al problem a del oficio. Porque se
encontraba la quiebra de valores en la facilidad y en la im provisación con
que los figurativos por un lado y los abstractos y gestuales por otro echaban
m ano a fórm ulas harto gastadas. El inform alism o había desvirtuado la
técnica y reducía la ejecución del cuadro a los im pulsos m atrices por los
cuales la m ateria se convertía en una prolongación de la m ano. En las
tendencias de los años 60 hubo escasa disposición a entender el papel del
dibujo en todo proceso de estructuración form al de la obra. La reacción
contra el inform alism o no dejó de m anifestarse con la m ism a intensidad con
que se rechazaba la excesiva im portancia que la figuración expresionista
había dado al com prom iso político. Se adujeron nuevos tem as y form as de
com portam iento. El interés en la figura, para evitar repetir las fórm ulas de
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repetían con unos cuantos años de retraso los pasos seguidos a principios de
siglo por los m ovim ientos europeos, lo que el «aduanero» R ousseau para los
pintores cubistas. Así se justificaba hasta qué punto la sensibilidad puede
hacerse independiente de las tendencias cultas y de todo aprendizaje
académ ico. Al volcarse sobre los tem as de la experiencia personal y de la
m em oria infantil, la sensibilidad es capaz, sin haber tenido ningún contacto
con escuelas, de desencadenar m undos de invención de profundo contenido
poético. Las obras así producidas se apartan por com pleto de las corrientes
cultas y no llegan a form ar tendencias ni estilos. Ya K andinsky se había
atrevido a calificar al citado Rousseau de artista abstracto, aludiendo con
ello a su capacidad de dar form a visual a fantasías, que la sensibilidad capta
inm ediatam ente con la m ism a intensidad con que recibe el m ensaje de la
obra abstracta.
Lo que tuvo su origen en una actitud m im ética por parte de nuestros
artistas — rem edo frente a la Escuela de París, en este caso — generaría, a
partir de 1948 en V enezuela, un m ovim iento de vasta repercusión en nuestro
horizonte plástico. Carvallo había traído a la pintura un agudo sentido del
color com binado con el gusto por la geom etría, que no eran en nada ajenos
a las proposiciones de los nuevos artistas que, en el T aller Libre, acogieron
a este pintor ingenuo con m uestras de gran entusiasm o.
Poco después, hacia 1952, el T aller reveló la obra de V ictor M illán
(1919), ingenuo vinculado a Carvallo que aportaba una visión festiva de la
vida portuaria del litoral central. Casi paralelam ente, en 1956, fueron
identificados Salvador Valero (1908-1976) y Bárbaro Rivas (1893-1967), el
prim ero en Valera, estado Trujillo, y el segundo en Petare. A diferencia de
los dos prim eros, Rivas y Valero revelaban poseer una cultura icónica
referida a la tradición im aginaria. M ientras C arvallo y M illán rem itían en
sus im ágenes a la inm ediatez de una experiencia sensorial directa, sin
historia, aquéllos, en cam bio, favorecían una solución de continuidad con la
cultura ancestral de raíz popular, en la que sus obras encontraban lugar
propio. En el caso de Valero eso era m ás patente aún, pues este artista
revelaba en su estilo haber aprendido el oficio de antiguos im agineros que
todavía se m antenían activos en el estado Trujillo en la época en que Valero
era un adolescente. Rivas, por su parte, copiaba im ágenes del culto en las
iglesias de Petare o sencillam ente las pintaba m em orizándolas. Su arte se
llenó de m isticism o por efecto tardío de la educación fam iliar, recibida de
una m adre adoptiva de gran fervor religioso. V alero fue, por el contrario,
una especie de cronista, librepensador que se dedicó a observar, con espíritu
crítico, las creencias y costum bres de sus paisanos. Interpretó una tem ática
de gran variedad, que iba del universo religioso a los m itos indígenas,
pasando por los más variados tem as de actualidad nacional y política.
Se com prende, por lo expuesto, que la expresión arte n aif carece de
sentido cuando se aplica a estilos populares asociados al m undo de valores
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