Tratado de Trinidad
Tratado de Trinidad
Tratado de Trinidad
Los cristianos saben que Padre, Hijo y Espíritu Santo no pueden separarse, de manera que
ellos forman un único misterio de gracia y adoración. Eso significa que en un primer
momento, la Trinidad es un misterio total de los cristianos, es experiencia de absoluta
trascendencia, de absoluta encarnación histórica y total inmanencia.
La confesión Trinitaria implica una experiencia totalmente nueva, no una pequeña
variación n el esquema anterior del judaísmo: es una mutación absoluta y, por ella,
iluminados por el recuerdo del Jesús histórico y la presencia de su Espíritu, los cristianos se
han visto sorprendidos por la novedad de un Dios que siendo amor mutuo, puede
encarnarse y se encarna en la historia de los hombres y mujeres de la tierra.
Esta nueva experiencia ha obligado a los cristianos a recorrer un fuerte camino conceptual.
No eran filósofos profesionales, pero su misma fe les ha obligado a elaborar la más honda
teología.
2.1 La Trinidad en el siglo II
2.1.1 LA VIDA DE LA IGLESIA
Inmediatamente después de los Apóstoles, los primeros cristianos siguieron conservando
las tradiciones de ellos recibidas. La del Bautismo en el nombre de la Trinidad, por
ejemplo, fue guardada siempre con gran celo. Así lo atestigua la Tradición Apostólica de
San Hipólito (235/236) y de modo más claro en el testimonio de San Ireneo (ca 180) acerca
de la recepción del Bautismo: he aquí lo que nos asegura la fe tal como los presbíteros,
discípulos de los Apóstoles nos han transmitido. En primer lugar nos obliga a recordar
que hemos recibido el Bautismo para la remisión de los pecados, en el nombre de Dios, el
Padre, y en el nombre de Jesucristo, el Hijo de Dios que se encarnó, murió y resucito, y en
el Espíritu Santo de Dios... Porque los que han sido bautizados reciben el Espíritu de Dios
que les da el Verbo, es decir, el Hijo, y el Hijo les toma y les ofrece a su Padre y el Padre
les comunica la incorruptibilidad. Así pues, sin el Espíritu no se puede ver al Verbo de
Dios, y sin el Hijo ninguno puede llegar al Padre, pues el conocimiento del Padre es el
Hijo y el conocimiento del Hijo de Dios se obtiene por el Espíritu Santo (Demostr. 3 y 7).
Se supone en este texto una enseñanza en orden a aclarar cuál es la función de cada
persona. Las tres realizan su obra en el bautizado, según corresponde a cada una. Se da una
cierta dirección: el Espíritu conduce al Hijo; el Hijo al Padre.
Junto al Bautismo, la celebración de la Eucaristía tiene una gran importancia para la Iglesia
de los primeros tiempos y para el desarrollo de la fe Trinitaria. San Justino nos da a
conocer la estructura trinitaria de la Eucaristía cuando dice: Luego al que preside a los
hermanos, se le ofrece pan y un vaso de agua y vino, y tomándolos él tributa alabanzas y
gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo, y pronuncia
una larga acción de gracias, por habernos concedido esos dones que de él nos vienen (I
Apología 4,12-16).
Por otra parte, la conciencia de que en la Iglesia se encuentra la fuerza del Espíritu Santo y
que ella es el Cuerpo de Cristo está muy arraigada, la Iglesia vive para Dios, como dice San
Clemente de Roma: ¿O es que no tenemos un solo Dios y un solo Cristo y un solo Espíritu
de gracia que fue derramado sobre nosotros? (I Carta de San Clemente, 46,6). Esta misma
conciencia aparece en San Ignacio de Antioquía en Efesios 9,1.
2.1.2 LA REGLA DE LA FE
La fórmula Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo interpreta
fielmente todo el evangelio y su presencia en el bautizado. Pronto esta fórmula se
convertirá en eucarística: Gloria al padre y al Hijo y al Espíritu Santo y en fórmula que
interpreta la vida del Cristiano En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo;
luego se convertirá en credo y por lo tanto en regla de la fe.
San justino es el primer filósofo cristiano que conoce esta regla de fe, la presenta y
transmite. Se apoya en ella para demostrar a judíos y a paganos la verdad de la fe cristiana.
Resalta en sus escritos la absoluta trascendencia del Padre y su presencia a través del
Verbo, creador primero y encarnado después en Jesucristo. Para San Justino el Verbo
siempre ha estado con Dios como fuerza inmanente. Ha estado ya en la creación y en la
historia separado del Padre -no solo distinto del Padre, según el nombre, sino
numéricamente otro, engendrado por voluntad y poder del Padre, pero no por escición o
corte, como si se dividiera la substancia del padre- (Diálogo con Trifón 128-129), y
finalmente se hace presente hecho carne en Jesucristo.
Atenágoras, con la “Legación en favor de los cristianos” (177), se basa en la misma regla
de fe para defender el cristianismo ante los emperadores: Y nosotros, hombres.... que nos
dirigimos por el solo deseo de conocer al Dios verdadero y al Verbo que de él viene -cuál
sea la comunicación del Padre con el Hijo, qué cosa sea el Espíritu, cuál sea la unión de
tan grandes realidades, cuál la distinción de los así unidos... que según Atenágoras se
identifican según el poder y se diferencias según el orden (Legación 12. 24). El verdadero
problema de la Trinidad inmanente está aquí bien visto. En otro lugar afirmará que el orden
entre el Padre y el Hijo se relacionan con una procesión sin principio, a modo de
inteligencia eterna; y referente al Espíritu se habla de una emanación de Dios, que vuelve a
él como un rayo de sol (Cfr. Legación 10).
2.1.3 LA REFLEXIÓN DE SAN IRENEO DE LYON (Asia menor 177)
Frente a las doctrinas de los gnósticos, opone la verdad de la predicación apostólica. Se
resalta desde el principio el acento en la unidad: unidad del Padre, unidad del Hijo y del
Espíritu, unidad de la Iglesia, unidad de la fe y de la historia. Todo esto afrenta a los
gnósticos en su centro.
Frente a la osada prepotencia de los gnósticos que investigan racionalmente las
profundidades divinas, Ireneo permanece temeroso. No se arriesga a hacer conjeturas sobre
el acto creador porque este conocimiento está reservado a Dios. No quiere investigar cómo
el Hijo procede del Padre, porque de ello no habla la Escritura. No se debe aplicar en la
Trinidad lo que se da en los hombres (Adv Haer. 11, 28,6). Es evidente que con esta opción
Ireneo limita su trabajo al nivel económico de la Trinidad.
Dios es el único creador, la creación toda es buena; existe sin que en ella se dé lucha contra
Dios, sino conducida por Dios a la perfección final. Lo más significativo en Ireneo es la
interpretación trinitaria de la creación, conservación y perfección del mundo, y en especial
del hombre. Dios crea, mantiene y conduce todo los creado por medio del Hijo y del
Espíritu (Adv Haer IV Prol, 4.). San Ireneo afirma con toda claridad la existencia eterna del
Hijo y del Espíritu Santo (Adv Haer II,30,9), así como su divinidad (Demost. 47) aunque
no haga hincapié en su ser personal.
Donde la doctrina trinitaria de San Ireneo tiene más peso es cuando la historia de la
salvación se centra en Jesucristo. Por el Espíritu se le da al hombre la posibilidad de recibir
a Jesucristo, Jesucristo a su vez nos da la fuerza de recibir la fuerza total del Espíritu.
Cristo, después de haber sufrido la muerte que reconcilia a los hombres continúa con la
formación de la carne para que pueda, en a consumación final, acoger en su totalidad al
Espíritu del Padre y entrar en comunión de vida con el Creador. Una vez que Cristo ha sido
glorificado, por la infusión del Espíritu, la salvación del hombre puede realizarse.
2.1.4 ORIGENES (Alejandría 185-254/255)
Orígenes es el intérprete sin parangón de la Escritura y ve en ella anunciada la Trinidad.
Sale al paso de los que separaban a Dios creador del Dios salvador, Padre de Jesucristo
(marcionitas)1 y de los que pensaban a Dios en categorías materiales (antropomorfistas).
Dios Padre es absolutamente incomprensible, de naturaleza intelectual, simple, invisible. El
Padre es el que es la fuente de todo ser. Es uno y su naturaleza no tiene partes. Sin
principio, es el principio de la vida y la divinidad. Es el único que es bueno en sentido
propio. No es sujeto de pasiones; sin embargo el Padre mismo no es impasible, tiene la
pasión del amor que es el origen de la redención: llora con el pecador, se alegra con su
salvación. Es creador de todo, pero no del pecado y del mal. De él proviene todo bien o
todo amor. Es la fuente de la caridad que se desborda de él en el Hijo, en el Espíritu y en
los hombres.
En la misma Trinidad es el centro de la unidad y de la actividad. Genera al Hijo y produce
al Espíritu. La generación del Hijo debe comprenderse sin representaciones naturales, libre,
que procede de la inteligencia y voluntad del Padre. Pero Dios es incognoscible en sí
mismo, es inefable, inconmensurable. Sólo se le conoce a partir de sus obras y, sobre todo,
por el Hijo unigénito. La imagen que tiene Orígenes del Padre es impresionante y se acerca
a ala que tiene el medioplatonismo. Solo el Padre es llamado el Dios, mientras el Hijo es
Dios (Com. Jn II,1-2.12-18). Sólo el Padre es Dios por sí mismo, el Hijo es Dios (de Dios).
El Verbo es preexistente, pero no es hecho, sino nacido, cosa que no puede ser
comprendida ni representada. El que no proceda de la naturaleza del Padre no quiere decir
que no tenga su misma naturaleza, pues tiene su mismo poder y gloria. El Hijo no sale fuera
del Padre como la creación, sino que permanece en él, incluso en la encarnación. El Padre y
el Hijo tienen todo el común; son sujetos y objetos de un mismo amor. La generación del
Hijo es eterna y continua; el Padre engendra al Hijo en todo momento; se identifica con la
contemplación ininterrumpida de la profundidad del Padre que hace al Hijo Dios. El Padre
comunica al Hijo constantemente su divinidad.
Se ha acusado a Orígenes de subordinacionismo, pero sin razón. En primer lugar, porque su
subordinacionismo no tiene que ver con el que posteriormente va a afirmar Arrio. El
subordinacionismo origeniano no implica ni una diferencia de naturaleza ni una
desigualdad con el Padre. El Hijo es subordinado al Padre, pero igual a él.
La confesión del Espíritu Santo se le impone a Orígenes como parte de la regla de la fe. En
sus escritos, el Espíritu está asociado al Padre y al Hijo de tal manera que posee con ellos la
santidad substancial. Es un ser intelectual y existe con propia existencia, y no es creado.
Orígenes asigna al Espíritu Santo el conocimiento de las profundidades de Dios y la
Estableció el primer canon conocido del Nuevo Testamento, del que aceptaba como
canónicos sólo al Evangelio de Lucas y las diez Espístolas de San Pablo, rechazando el
resto como todo el Antiguo Testamento. Negó que Cristo hubiera nacido de la Virgen
María según la carne, como así también negaba su muerte real en la cruz al carecer
Aquél de un cuerpo real (sólo era aparente). Practicante de un ascetismo riguroso,
prohibió el vino, la carne y el matrimonio. Combatieron esta herejía San Ireneo,
Tertuliano, San Justino, Melitón de Sardes y Teófilo de Antioquía. Un discípulo de
Marción, Apeles, dio un nuevo impulso a sus doctrinas, pero modificándolas en algunos
aspectos. Rechazó el principio dualista del gnosticísmo, afirmando que la creación
había sido obra de un ángel caído y no del Demiurgo (a quien identificaba con el Dios
del A.T.). Creyó en la preexistencia de las almas, considerando que las mismas habían
sido encerradas en un cuerpo al ser arrojadas al mundo material, salvo en el caso de
Cristo que por su condición celestial no fue éste el que estuvo en el mundo terrenal
sino su apariencia. Definitivamente, el marcionismo se extinguió en el s. V.
santificación de los justos, en una dimensión más individual, sin olvidar claro está, la
eclesial.
Siendo el Padre el único sin origen, el Espíritu ha de ser originado. Es el ser que procede
del padre por medio del Hijo y por ello no puede ser llamado a su vez Hijo. Para subsistir
individualmente, el Espíritu tienen necesidad del Hijo. Pero el Espíritu es ciertamente
hipóstasis como el Padre y el Hijo.
No hay duda que Orígenes es totalmente ortodoxo en la fe trinitaria. Expresamente enseña
que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se diferencian de toda criatura. Entre ellos se
diferencian, son hipóstasis, no son fuerzas apersonales del Padre. Esta trinidad se ha
manifestado plenamente en la Encarnación y en la infusión del Espíritu. En la Trinidad hay
una clara jerarquía, el Padre es el principio, plenitud y origen de la divinidad. Pero también
hay una profunda unidad que se sigue no sólo por tener la misma voluntad o realizar la
misma acción, sino porque tienen la misma “ousia”.
2.1.5 LA TRINIDAD EN PELIGRO EN EL SIGLO III
¿Trinidad, símbolo o realidad?: ¿Bastaba que los doctores cristianos del siglo II
hubiesen afirmado victoriosamente su fe y la de la Iglesia en las tres personas divinas y la
hubiesen establecido con solidez en el alma de los fieles? Pensarlo sería caer en error
acerca de las exigencias del espiritu humano. El hombre no sólo debe creer sino que
pide además saber. Pues bien, en el siglo segundo se cree más que se sabe. Se vive la fe,
más que explicársela. No hay que asombrarse, pues, si uno encuentra, acerca del Dios-
Trino, explicaciones que no pudieron ser aceptadas por aquellos a quienes guiaba el
verdadero sentido de la fe.
La herejía capital del siglo III ha tomado, en la historia de la teología, el nombre de
modalismo, o también monarquianismo y sabelianismo. ¿Qué hay que entender por estos
nombres? Los «modalistas» o «monarquianos» se mueven, en su prurito de explicarlo todo,
por la voluntad de mantener cueste lo que cueste la unidad o «monarquía» divina. Y, al
mismo tiempo, porque quieren hacer obra de buenos teólogos, se dedican a poner a salvo
la divinidad de Jesucristo. Pero no lo consiguen más que proclamando que no hay
distinción de persona entre el Padre y el Hijo, ni entre ellos y el Espíritu Santo. No existe
más que un solo Dios a quien se llamó Padre en el Antiguo Testamento. Ese Dios-Padre se
encarnó un día en la Virgen María, nació de ella y, por su nacimiento temporal, se convirtió
en su propio hijo, el que es llamado «el Hijo de Dios». En la cruz, Dios-Padre, convertido
en su propio Hijo, había, pues, sufrido. Los adversarios del error caracterizan a este error
«monarquiano» con el nombre de «patripacianismo», esto es: herejía del Dios-Padre que ha
sufrido.Por último, es también El quien ha resucitado. A menudo se limitaba a hablar sólo
del Padre y del Hijo, pasando en silencio al Espíritu Santo. Por haberse el Padre
manifestado como Hijo y, por tanto, se decía, bajo otro modo, el error se designaba también
con el nombre de «modalismo». La conclusión era ésta: el Verbo no tiene existencia propia.
Tertuliano se lo echará en cara a Práxeas: para ti, el Verbo es un yo no sé qué, un «flatus
vocis», una palabra.
Los dos principales propagadores de esta herejía se llaman Práxeas, contra quien se midió
Tertuliano, y Noeto, cuyo adversario fue Hipólito de Roma. Mas pronto vino a completar,
si cabe decirlo así, la herejía, Sabelio. Este perfeccionará ese sistema unitarista. Pues
imagina un Dios único, personal o «prosopón único» y que ha desempeñado en la historia
papeles distintos. La única «persona», o prosópon divino, se manifestó de diversos modos
(por tanto, se mantiene modelista): como legislador en el Antiguo Testamento: es el Padre;
como redentor con Jesús: es el Hijo, como santificador en la Iglesia: es el Espíritu Santo.
Gracias a su «prosópon» único de tres caras, Sabelio evitaba el «patripacianismo» y no
clavaba al Padre en la cruz. Mas so pretexto de explicarla, destruía la Trinidad divina. Era
necesario, decididamente, que a la fe se añadiese la ciencia, si no se quería consentir en la
pérdida de la fe misma.
Tertuliano contra Práxeas: El gran doctor africano del siglo III, Tertuliano, nació
hacía 150-160. Convertido en 195, cayó por desgracia en el montanismo18 en 206, y murió
hacia 240-250. Entre 213 y 218 encuentra a Práxeas, a quien reprocha haber hecho una
obra doblemente diabólica: al pasar en silencio al Espíritu Santo, ha desterrado todo poder
profético en la Iglesia; en segundo lugar, ha crucificado al Padre.
El gran problema con el que debe enfrentarse nuestro doctor es el de dar cuenta de dos
aspectos de Dios. Es necesario, no obstante la unidad divina, admitir una Trinidad real, la
existencia real en Él de tres personas. Tal es su profesión de fe: al igual que Práxeas, cree
en la monarquía (unidad) divina; contra él, sostiene que hay en Dios tres personas. Y he
aquí lo que explica. Dios, eternamente, tiene en sí una «razón» (ratio), en la cual hay una
«palabra» (sermo) que es su pensamiento y su sabiduría. Ahora bien, cuando Dios quiso
crear, su Palabra o Verbo, que es su Hijo, fue proferida. Cuando Dios quiso redimir, ese
Verbo vino a la Virgen y, nacido de ella, se llamó Jesu-Cristo. Mas, antes que apareciese el
Hijo, Dios tenía su propio misterio eterno. Librémonos, dice Tertuliano, de las novedades
de Práxeas.
Comprendemos, así, la vida divina: no hay más que un solo Dios, es decir, una única
substancia divina; sin embargo, en el seno de su unidad se puede descubrir un misterio (que
caería en la tentación de llamar «familiar»), que organiza la unidad en Trinidad: Padre, Hijo
y Espíritu Santo. No porque los tres sean tres por su esencia (status), sino que son tres
según los grados o rango (gradus) según los que se les contempla (es decir, que están
jerarquizados). No son tres por la substancia, sino tres debido a sus
particularidades (forma); no tres por su poder, que es único, sino tres según sus relaciones
(species) propias. Así, afirmamos un solo Dios, de una substancia única, de una única
esencia y de un poder único, pero este Dios único es trino por el rango, las particularidades
y los aspectos que se descubren en Él.
¿Se quiere bajar ahora a un análisis más pormenorizado de los diversos rangos que
permiten distinguir «número» en Dios? ¿Se quiere examinar el orden en que nos aparecen
el Padre, el Hijo y el Espíritu? Aquí Tertuliano nos descubre sus observaciones de africano.
El tímido esbozo del Verbo descubierto en la razón divina es abandonado. El teólogo mira a
su alrededor y la tierra de Africa se ofrece espontáneamente como signo de Dios. Ella le
permitirá explicar los «grados» que jerarquizan las tres personas. El «misterio» familiar de
Dios es dejado de lado. Lo enfoca ahora al modo de San Ireneo, como el Dios fuente de
vida para nosotros. La primera persona es el Padre, manantial de todo; la segunda es
el Hijo, agente de la gracia; la tercera es el Espíritu, el que viene a vivificar nuestras almas.
Las imágenes abundan, cantan y viven. He ahí ante todo la del fruto sabroso. Es el símbolo
del Espíritu Santo; se coge en la rama (imagen del Hijo); pero nada sería ésta sin la raíz
que la nutre, imagen del Padre, origen de toda vida. La raíz es el símbolo del Padre, la rama
el del Hijo, y el fruto, el objeto del deseo, a causa del cual son cultivados con amor raíz
y rama, es el símbolo del Espíritu Santo que nos es dado. El Espíritu Santo procede del
Padre por el Hijo. He aquí ahora, la realidad más africana de la fuente, del río y del canal de
riego. Cuando se sabe lo que es la tierra tunecina desecada por el ardor del sol, estéril y
árida cuando falta el agua, la comparación de Tertuliano adquiere fuerza de imagen, como
antaño el versículo del salmista: «Dios, Dios mio eres; búscote con ansia. Mi espiritu de ti
se halla sediento, y mi carne por ti vive anhelante, como tierra sin agua, árida y seca»
(Salmo 63, 2).
El agua es la bendición de los países secos. Pero la fuente no es nada, ni el río, si no hay
canales de riego que vengan a captar el agua bienhechora y a verterla en la tierra abrasada.
La imagen del Padre es, pues, la fuente; el Hijo es el río que se origina en la fuente paterna;
pero los canales de riego, he ahí el símbolo maravilloso del Espíritu dado a las almas.
Postrera imagen, por último, africana también ella. Olvidemos los daños de los ardores
excesivamente prolongados del estío. En primavera y otoño el sol es el dios fecundante, que
reanima a la naturaleza adormecida en invierno, muerta después de la canícula
del verano. El agua ha llegado, pero sin el sol sería más perjudicial que útil. El Padre es
aquí el sol. El rayo que proyecta es el Hijo. Mas el rayo, que el sol jamás deja de emitir, no
es rayo vivificador para nosotros, a no ser que su aguda punta llegue a tocarnos y
a calentarnos. Esa punta es el símbolo del Espíritu, que comunica calor y vida.
Tal era la refutación que Tertuliano levantaba contra la herejía de Práxeas. La Trinidad no
destruye la unidad divina, decía, sino que más bien da razón de ella. La Trinidad es el
misterio del único Dios. Lejos, pues, de manifestarse bajo tres modos diversos,
está constituido por una especie de «economía familiar, que le muestra perfectamente
organizado en sí mismo. ¿Se dirá que sus explicaciones son harto poco explícitas, que le
falta aliento para profundizar en el misterio? Es verdad, mas no había llegado aún la hora
de acudir a escrutar, como San Agustín lo hará, las profundidades de Dios. Y ¿será de
lamentar que, por el contrario, nos haya hablado de Dios y de las tres divinas personas con
esas imágenes que cantan y viven? Reprochárselo seria inculpar, al mismo tiempo, a San
Pablo y San Juan, que por su parte habían considerado al Espíritu Santo como el enviado
por el Padre y el Hijo, para investirnos con la vida divina.
Tertuliano se inscribe a la cabeza de los grandes teólogos que, gracias a sus fórmulas, han
permitido hablar de Dios uno y trino sin confusión: «Hay tres personas en Dios, pero una
única substancia». Mas es también un espiritual que sabe que la vida del hombre es la
posesión de la vida de Dios por el Espíritu. Así, bajo la pluma del gran Tertuliano, las
imágenes se habían acumulado, ricas y abundantes, el pensamiento había hecho un noble
esfuerzo. Sin embargo, quedaba por proclamar la absoluta igualdad de las personas divinas.
Será la tarea, ruda, del siglo IV, al establecerla.
2.1.6 Los Desarrollos de los siglos IV y VI
Con el Concilio de Nicea comienza, sin duda, una nueva época teológica. Por una parte, el
cristianismo deja de ser una religión prohibida y se convierte en la religión del imperio. La
Iglesia tiene la ingente labor de formar la liturgia, la predicación, la catequesis, para
multitudes. Su rostro se hace verdaderamente universal. Sin embargo, tiene que afrontar los
peligros del error. Se enfrenta aquí un fenómeno inquietante que durará por más de medio
siglo y que pone en duda la divinidad de Jesucristo. De esta manera, haciendo frente a este
peligro interno y tratando de responder a la extensión del cristianismo comienza una nueva
época.
El Arrianismo: Resulta ésta una de las herejías más importantes
surgidas desde dentro del Cristianismo. Su nombre recuerda a su
promotor, el sacerdote libio y al parecer de origen judío, Arrio (256-336),
dotado de una gran elocuencia y erudición. Discípulo de Luciano de
Antioquía (fundador de una célebre escuela teológica), fue ordenado
sacerdote ejerciendo su ministerio en Baucalis, una de las nueve iglesias
de Alejandría. No fue sino hasta haber alcanzado la edad de 60 años
(320) cuando comenzó a predicar sus particulares doctrinas,
caracterizadas por un descarnado realismo teológico tendiente a
eliminar el sentido del ‘misterio’ que, para muchos, se debió a una
fuerte influencia de las escuelas filosóficas vigentes por entonces
(aristotelismo, platonismo, estoicismo y muy especialmente las
enseñanzas del judío alejandrino, Filón).
Tales influencias resultaron a la postre, la clave para que sus ideas se
impusieran rápidamente entre sus contemporáneos. Arrio enseñaba que
Dios era uno, trascendental al mundo, en el que no había más que un
principio, el Padre. Si bien no negó explícitamente la doctrina Trinitaria,
la comprensión que hacía de la misma lo alejó definitivamente de la
ortodoxia. Así, al identificar los términos engendrado y creado, creía que
el Verbo no podía ser equiparado a Dios-Padre puesto que Aquél era la
primer creación de Dios, superior a todas las demás, al que solía
designar con los títulos de Logos, Sophía y hasta Dios, pero aclarando
que el Hijo no era igual ni consubstancial al Padre, ya que, entre el
Verbo y Dios existía una abismo de diferencia.
Recurriendo a sus propias palabras, Arrio afirmaba “el Hijo no siempre
ha existido (...), el mismo Logos de Dios ha sido creado de la nada, y
hubo un tiempo en que no existía; no existía antes de ser hecho, y
también El tuvo comienzo. El Logos no es verdadero Dios. Aunque sea
llamado Dios, no es verdaderamente tal”. En consecuencia, para Arrio el
Hijo era una especie de Demiurgo, un segundo Dios, en otras palabras,
un intermediario entre Dios y las criaturas, no engendrado sino creado, y
que tuvo a su cargo la creación. Su enérgico rechazo a la doctrina de la
generación estuvo motivada en impedir, por considerarlo inadmisible,
una visión dualista del Dios uno y único. Tampoco llegó al extremo de
negar la Encarnación del Verbo, sin embargo creía que Cristo no era una
persona divina, ya que el Logos encarnado no era verdadero Dios. Por
otra parte, su interpretación lo llevó a considerar que el Verbo al
encarnarse ocupó el lugar del alma humana, por lo que Cristo carecía de
ella. Sus doctrinas relativas al Espíritu Santo siguieron la misma suerte
que las del Verbo, esto es, resaltó su condición de creatura, pero de un
rango aún inferior a la de Aquél.
La historia nos relata la rápida difusión que las doctrinas arrianas
tuvieron por el imperio romano, principalmente entre los cuadros
militares, los nobles y hasta el clero (sobre todo del norte de Africa y
Palestina), no así respecto del común del pueblo. Ante el imparable
proselitismo de los arrianos y advertido de sus nefastas doctrinas, el
obispo de Antioquía, Alejandro, actuó en consonancia, generándose una
fuerte controversia entre los dos partidos en pugna: el católico y el
arriano. Ante ese estado de cosas, el emperador Constantino I, el
Grande (280-337) –quien en un principio se mantuvo al margen- junto al
papa san Silvestre I (313-335) decidieron convocar a un concilio que
zanjara el asunto. Previo a ello, en el año 324, y gracias a la prédica del
obispo de Córdoba, Osio, se convocó a un sínodo donde Arrio y sus
doctrinas fueron condenadas. Así, un 30 de mayo del año 325, en Nicea,
se llevó a cabo el I Concilio Ecuménico, en el que participaron 318
padres conciliares entre los cuales se encontraban los legados del Papa
y los representantes del arrianismo. Estos últimos al negarse a firmar el
célebre ‘Símbolo de Nicea’ (que reafirmó el llamado ‘Símbolo de los
Apóstoles’ y la Encarnación del Verbo) como la condena impuesta a las
doctrinas de Arrio, terminaron por retirarse del concilio.
A pesar de la condena recibida, Arrio no se retractó siendo por ello
desterrado. Sin amilanarse, continuó difundiendo sus doctrinas heréticas
hasta lograr el favor y la protección de gran parte de la nobleza, del
ejército y del clero. Por su parte, el emperador Constantino había
relajado en mucho sus medidas contra los arrianos, lo que les permitió –
intrigas mediante- acosar al obispo Atanasio, logrando que sufriera su
primer destierro en el año 335. Este gran hombre sufrío durante su vida,
cinco destierros ordenados por diversos emperadores (Constancio,
Juliano el apóstata y Valente) destierros que ocuparon una buena parte
de su vida.
Ello no impidió que en el año 366 fuera rehabilitado en su sede episcopal
por el emperador Teodosio, el Grande, puesto que ocupó hasta su
muerte en el año 373. A pesar de los esfuerzos de los partidarios de
Arrio para lograr su rehabilitación, este antes murió en Bizancio (336),
por lo que sus seguidores decidieron continuar su labor, ganando para
su causa inmensas regiones de Europa, particularmente Alemania (con
la conversión de los pueblos Visigodos) y España, como así también
regiones del norte de Africa. La llegada al trono imperial de Constancio
(350) implicó que el arrianismo se convirtiera en su religión oficial.
Así, los arrianos convocaron diversos sínodos y concilios, como los de
Sirmio (351), Tracia (359) y Constantinopla (360) en los que impusieron
una fórmula de fe arriana. Esta situación de incertidumbre de los
defensores de la ortodoxia duró hasta la llegada al trono de Teodosio, el
Grande (379-395), quien convocó –junto al papa san Dámaso I (366-384)
a un nuevo concilio ecuménico, el I de Constantinopla (381). Allí fue
confirmado el ‘Simbolo de Nicea’ y nuevamente condenadas las
doctrinas arrianas. Hombres de la talla de san Atanasio, san Gregorio
Magno y el obispo de Córdoba (España), Osio, se constituyeron en su
principales detractores.
Si bien el arrianismo decayó definitivamente en el s. VII, no sin antes producir una variante
a la que se la llamó semi-arrianismo, muchas de sus teorías –principalmente las
cristológicas y trinitarias- renacieron con la Reforma Protestante (s. XVI) bajo las ideas de
Miguel Servet y por los antitrinitarios liderados por Fauso Socino, entre otros.
Contemporáneamente, fueron recogidas por numerosas sectas como es caso de los
tristemente célebres, Testigos de Jehová.
Nicea Y Los Padres Capadocios: Tras una laboriosa búsqueda, el conjunto de la Iglesia
cristiana sintió la necesidad de rechazar las posturas arrianas, para mantenerse fiel a su
experiencia original, tanto en el plano religioso como en el filosófico. Así lo hizo en el
Concilio de Nicea (año 325) en el que se definió que Jesucristo no fue creado, sino que es
nacido, consubstancial al Padre y Dios como él (cf. DS 125; Dz 54). Para ello se vio
obligado a emplear unas expresiones filosóficas, sobre todo el concepto de
ο µ ο υ σ ι ο s para mantener la verdad del cristianismo, además, la confesión de fe
abandonó el campo de la historia para ponerse a reflexionar sobre la vida íntima de Dios.
Da el paso de la Trinidad económica a la inmanente.
Se pregunta constantemente en qué sentido empleó Nicea el término “consubstancial”, es
decir, ¿la identidad entre el padre y el Hijo se entendía como una identidad substancial
específica o numérica? ¿Se hablaba de la misma substancia o de una sola substancia? Los
hombres por ejemplo tenemos la misma substancia humana específica, pero no numérica.
Los Padres directamente afirmaron la consubstancialidad específica, pero estaba explicada
como consubstancialidad numérica: sólo hay una substancia divina. Respecto a la relación
del Padre y del Hijo, el concilio dice casi lo mínimo: el Hijo es nacido de la sabstancia del
padre. No hay mayores explicaciones y un aspecto quedó muy poco reflexionado: cuál es el
ser que compete al Padre y al Hijo. El Padre y el Hijo son Dios, pero en cuanto Padre e
Hijo, ¿qué son? ¿son sólo nombres? El concilio usa en el mismo sentido la palabra “ousia”
e “hipóstasis”, que se traducen en latín por “essentia” y “substantia”, y no explica en qué
consiste la individualidad del Padre y del Hijo y por lo mismo no reflexiona sobre su
unidad. Esto será labor de los teólogos que se encuentran entre Nicea y Constantinopla: Los
Capadocios (San Basilio (330-379); San Gregorio de Nisa (335-385) y San Gregorio
Nacianceno (330-390)).
El papel de los Capadocios fue clarificar esta situación con una adecuada terminología.
Distinguen en primer lugar “ousia” de “hipóstasis”. Con la primera designan lo común que
puede ser determinado por la hipóstasis. El Padre, Hijo y Espíritu Santo son tres hipóstasis,
es decir, tres modos diferentes de tener la misma ousia. Lo propio que existe en Dios, las
hipóstasis divinas, es el no ser engendrado, ser engendrado y ser producido. Cada una de
ellas son consubstanciales. Identificaron hipóstasis con prosopon.
Se necesitaba, después de hacer una distinción tan clara entre las hipóstasis, acentuar la
unidad divina para no caer en triteísmo . Los padres capadocios expresan esta unidad
haciendo resaltar la hipóstasis del Padre. Nos son tres hipóstasis originarias,
independientes. El Padre es la hipóstasis originaria, sin origen. La divinidad se identifica
con el Padre. Las otras dos hipóstasis divinas proceden del Padre, una por generación otra
por producción.
También se debe a los Capadocios la distinción entre ousia y schesis (relación), de tal
manera que se puede decir que las hipóstasis divinas no se distinguen por la ousia, sino por
la schesis. La unidad de las tres Personas se da también en su obrar conjunto.
Finalmente se debe a los Capadocios una profunda reflexión sobre el Espíritu Santo. En
primer lugar determinan con toda claridad que no es creatura, sino Creador. No San Basilio,
pero sí los otros dos afirman la consubstancialidad del Espíritu Santo preparando de esta
manera las definiciones de Constantinopla.
Constantinopla I (381): Hacia el Año 360 se manifiesta en la Iglesia, como una extensión
del arrianismo, la afirmación de que el Espíritu Santo sería una creatura; por lo tanto no
sería Dios. Las raíces de esta afirmación se encuentran en Aecio y Eunomio arrianos
radicales que afirmaban la inferioridad del Hijo y del Espíritu Santo; Macedonio, arriano
moderado que mantenía la igualdad entre Padre e Hijo pero negaba la igualdad del Espíritu
y los Trópicos que afirmaban que el Espíritu no era más que un ángel. La herejía fue
condenada en el sínodo de Alejandría (362), por el Papa Dámaso I (374) (cf DS 144-147) y
finalmente por el concilio I de Constantinopla (381) (DS 150; Dz 86).
En el Constantinopolitano I se nota que los Padres no quisieron expresarse en términos
filosóficos, pero determinan con su lenguaje claramente la divinidad del Espíritu Santo,
afirmando que es objeto de fe para los cristianos, que es Señor, dador de vida, que procede
del Padre, que con el Padre y el Hijo reciben una misma adoración y gloria y que habló por
los profetas.
San Agustín (354-430): Cuando San Agustín entra a tomar parte del debate teológico la fe
en la divinidad de Jesucristo y del Espíritu se había ya consolidado. Para San Agustín sólo
hay un Dios que es la Trinidad. Su punto de partida es la reflexión de la unidad de la
esencia divina y la igualdad esencial de las Personas. La diferencia entre el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo, prácticamente no hay que demostrarla: salta a la vista. Para mostrar esta
unidad y esta igualdad interpreta la Escritura. En la Escritura se dan expresiones que
parecen afirmar que Dios es sólo uno: el Padre. Hay otras expresiones que parecen
contradecir sobre todo la igualdad, y por lo tanto la unidad, del Hijo y del Espíritu Santo
respecto del padre. Los cuatro primeros libros del “De Trinitate” los dedica a solucionar
este problema afirmando: Si Dios es Uno, hay que afirmar que los textos escriturísticos,
cuando hablan de Dios han de referirse a la Trinidad, a no ser que explícitamente indiquen
su referencia a una u otra persona. Acerca de las expresiones que presentan una cierta
superioridad del Padre afirma que hay expresiones que muestran la superioridad del Padre
sobre el Hijo, pero la recta comprensión indica que hay que tener en cuenta la doble
naturaleza del Hijo: en su naturaleza asumida, el Hijo es inferior al Padre; en su naturaleza
divina, es igual.
Las epifanías del Nuevo Testamento muestran para San Agustín tres verdades
fundamentales: que la Trinidad, inseparable en su esencia puede manifestarse
separadamente en la criatura sensible y que en esas manifestaciones sensibles la acción del
Trinidad se da indivisamente. Cada una de las personas se puede manifestar personalmente.
Así ocurre en la voz del padre (Bautismo), en las apariciones sensibles del E. Santo (fuego,
paloma) y en la encarnación del Hijo. Sin embargo, y esta es la segunda afirmación, toda la
Trinidad actúa inseparablemente. En tercer lugar, las epifanías muestran que el envío del
Hijo y del espíritu Santo no implica inferioridad o desigualdad personal, sino tan solo
procedencia.
• La sustancia o esencia divina: San Agustín está encandilado con la idea de
sustancia o esencia divina. Substancia o esencia es para San Agustín sinónimo de
“natura” o de “res”. Es lo que existe. Todo lo que existe es naturaleza o sustancia.
El mal, la corrupción no es, aunque se dé en el ser. Ahora bien, sólo hay dos
posibilidades de ser o existir: como creador o como creatura. Lo que diferencia a
una de otra es la inmutabilidad, la espiritualidad, la infinitud, el ser simple. Con la
idea de sustancia se quiere, primeramente, expresar la existencia: dios es el que es,
el que existe; pero también ciertas características sustanciales: Dios está pensado en
términos de espíritu. La materia es mudable. Pero no menos en términos de amor:
Dios es amor.
Frente a la sustancia está el accidente, que es todo aquello que una cosa puede
adquirir o perder por mutación. En Dios no hay accidentes, nade se dice de él de
manera accidental.
• Lo Relativo en Dios: Ahora bien, para San Agustín no todo lo que se dice
de Dios se dice según la sustancia. Se habla a veces según lo relativo. Agustín
nunca dice relación, habla siempre de relativo. Aquí Agustín emplea una
terminología aristotélica dándole un nuevo sentido. De esta manera descubre una
nueva realidad ontológica que no existía en filosofía: lo relativo no accidental, lo
relativo que se da en la sustancia y, por lo mismo, es sustancial. San Agustín ha
creado la teología de las relaciones. Esta intuición pudieron haberla tenido los
padres griegos, pero entre lo que estos dicen y lo que Agustín afirma existe una
enorme distancia. Según Agustín, todo lo que se dice en Dios, según la sustancia se
puede decir de cada persona en singular. Todo lo que se dice de Dios relativo, se
dice de la personas. Esto sólo indica distinción, no aumento ni disminución. Por eso
mismo, la Trinidad no se puede llamar Padre, ni tampoco Hijo. El Padre no es más
que el Hijo; el Padre y el Hijo juntos no son más que el Padre o el Hijo solos; ni el
Padre y el Hijo son mayores que el Espíritu Santo. Esto se dice relativamente, la
grandeza se dice sustancialmente.
• El término “Persona” en la Trinidad: Parece ser que San Agustín tenía
cierta antipatía para aplicar la palabra “persona” a la Trinidad. Persona tiene en San
Agustín cinco sentidos diferentes: 1- Ministerio, rol, 2- sujeto que asume una
función; 3- individuo concreto; 4- el Verbo encarnado; 5- el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. San Agustín piensa que la palabra persona es muy pobre para
explicar lo propio en Dios y afirma usarla por varias razones: por seguir la
costumbre, por la pobreza del lenguaje que no es capaz de expresar lo propio y
distintivo en Dios en términos abstractos; para no permanecer en el silencio sobre el
tema.
• Imágenes de la Trinidad: Agustín dedica más de la mitad de su obra “De
Trinitate” a la búsqueda de imágenes trinitarias. En este tema se manifiesta como un
auténtico creador, y constituye, ciertamente la contribución más personal dada a la
teología trinitaria.
Lo que en Agustín se ha dado en llamar la “Trinidad psicológica” o la “doctrina
psicológica de la Trinidad” no es sino el esfuerzo que hace San Agustín para
comprender la Trinidad mediante imágenes o semejanzas tomadas de la naturaleza
y, especialmente del hombre para que le lleven a un conocimiento más cercano de la
Trinidad. Así Agustín a lo largo de su obra hablará de la Trinidad como:
o Eternidad, verdad, voluntad
o Cosa, imagen congruencia
o Eternidad, figura, uso
o Ser, entender, vivir
o Unidad, figura, orden
o Origen, belleza, delectación.
o El que ama, el amado, el amor
o Mente, noticia, amor
o Memoria, inteligencia, voluntad
o Cosa, visión, atención
o Memoria, visión, voluntad
o Ciencia, recuerdo, voluntad
o Ciencia de Dios, inteligencia de Dios, amor de Dios.
Cuando San Agustín apunta las diferencias entre estas imágenes de la Trinidad en el
hombre y la misma Trinidad deja escapar un grito de dolor. Nada es como Dios. Las
diferencias son enormes. La más importante, sin duda, es que en el hombre, la mente, el
conocer y el amor no son personas, pero en Dios sí lo son.
Constantinopla II (553): En lo referente al tema de la Trinidad interesa destacar solamente
el canon primero. En él se encuentra una formulación que puede considerarse como la
síntesis dogmática trinitaria a la que había llegado el Magisterio de la Iglesia (DS 421; Dz
213).
En tal canon se afirma la unidad y la distinción divina expresadas con conceptos que
remiten la una a la otra. A la unidad pertenece: la naturaleza “φ ι σ ι s”, la esencia o
substancia “ο υ σ ι α ”, la potencia “δ υ ν α µ ι s”, el poder “ε ξ ο υ σ ι α ”, la
consubstancialidad “τ ρ ι α δ α ο µ ο ο υ σ ι ο ν ”, la divinidad
“θ ε ο τ η τ α ”. Nótese que aquí están empleados los términos de naturaleza y
substancia o esencia como equivalentes y que se extienden a toda la Trinidad la
consubstancialidad y la divinidad. En la parte de la distinción se habla de que la unidad está
en tres subsistencias “ε ν τ ρ ι σ ι ν υ π ο σ τ α σ ε σ ι ν ” o Personas
“π ρ ο σ ω π ο ι s”. También aquí se realiza una equivalencia entre hipóstasis y
persona pero la traducción latina que se hace de hipóstasis es “subsistencia” y no substancia
para no equivocar los términos. Hipóstasis, subsistencia, persona y prosopon son
identificados. Con ello se consigue dar al término griego de “prosopon” un contenido real,
substancial. No es ya un puro aparecer o mostrarse, sino una realidad que aparece, pero
tiene subsistencia real.
La segunda parte del canon 1 afirma la unidad de las tres personas y la existencia de un solo
Dios.
Estas declaraciones del segundo concilio de Constantinopla pueden considerarse como el
término de la evolución del dogma trinitario. Aquí se recapitulan todos los esfuerzos. Aquí
se expresa en una formulación dogmática un vocabulario trinitario preciso, tanto en griego
como en latín.
2.1.7 Dos grandes del medioevo
Ricardo De San Victor: Muy poco se sabe históricamente de la vida de Ricardo. Su vida
parece haber sido breve. Es de origen escocés o inglés. Puede haber nacido en 1123 y
muerto en 1173. Su tratado “De Trinitate” es el más importante del medioevo. Es alabado
por todos los comentadores como de una originalidad grandísima, al distanciarse de
Agustín y de Anselmo. Le citan los grandes escolásticos como Santo Tomás, San
Buenaventura, Alejandro de Hales.
• Los atributos de Dios: De una manera lógica exigente se propone demostrar cuáles son
los atributos absolutos de la naturaleza divina. Afirma que la substancia divina es eterna
y de sí mismo, es increada, sempiterna, inmutable, inmensa, infinita, lo puede todo.
Estas propiedades sólo puede tenerlas Dios. Son incomunicables a otras substancias.
Dios es además el soberano bien, simple, único Señor. De tal manera que esta
substancia única y sobre la razón se puede llamar “essentia supersubstantialis”.
• El amor de Dios requiere pluralidad: En Dios se tiene que dar la bondad suprema, la
felicidad suprema, la suprema plenitud de la gloria y por tanto, no puede en él faltar la
caridad. De acuerdo a esto va argumentando: Dios es perfecto y no puede faltarle
ninguna perfección. La caridad, el amar y ser amado es una perfección y por tanto en
Dios tiene que darse la caridad de manera suprema. No es suficiente para expresar todo
su amor una persona a la que no se pueda amar con todo el amor divino, a alguien
creado. Para que exista el amor divino tienen que existir personas que se amen
divinamente. El amor, además es lo que hace más feliz. Dios que es la plenitud de la
felicidad tiene que recibir la plenitud del amor. La felicidad implica el que el amante
sea amado por el amado en una plenitud total. Tiene que existir un amor recíproco.
Luego tiene que haber amor, al menos entre dos personas. Si Dios no comunicara la
grandeza de su plenitud, sería o porque no quiere, y sería egoísta; o porque no sabe, y
no sería por tanto sabio; o porque no puede, y no sería Todopoderoso.
Pero, Dios tiene que gloriarse de dar a otro lo mejor que tiene y tiene que gloriarse de
recibir de otro lo mejor que puede dar.
En esta manera del amor a otro hay que mantener el orden. El otro no puede ser menor,
porque no podría recibir toda la caridad y no podría darla de vuelta. No haría
plenamente feliz al que la da. Por eso, no pueden existir dos dioses, sino dos Personas.
¿Pero, sólo dos? La existencia de un tercer amado viene exigida por la misma esencia
de la caridad. Tiene que ser perfecta bajo todo punto de vista. La caridad incluye el que
se quiera amar a otro como a uno mismo. La prueba de la caridad consumada es que se
desee amar a otro, que se quiera comunicar el amor con que uno es amado. No admitir a
otro en la comunión de amor es signo de debilidad, que no se puede dar en Dios. El
amor entre dos tiene que proyectarse más allá. De aquí surgen todavía tres razones:
Cuando hay amor total, se quiere que el que es amado, pueda a su vez amar a otro; de
aquí que surge un “condilecto” de ambos. Cuando hay amor total se quiere que el
amado tenga también la alegría de ser amado. La plenitud de la gloria reclama también
que se comunique a un tercero.
• El término “Persona”: Para Ricardo es evidente que sólo puede haber un Dios, pero es
necesario que en él haya tres personas. Elige el término “Persona” y no el de hipóstasis,
porque no es griego, ni el de subsistentia, porque le parece oscuro. Determina lo que
para él significa persona en los siguientes términos: -Se dice en primer lugar, según la
substancia; pero entre sustancia y persona hay diferencias. –Implica la racionalidad. El
animal no es persona, es sustancia. –Implica también singularidad. Todavía no se trata
de una singularidad determinada, sino general. Se dicen de muchos, pero no
determinadamente. –Implica ser una propiedad individual, singular incomunicable.
Aquí se alcanza ya la singularidad individualizada. Sólo se dice de uno. –La persona se
significa por el “quis” (quién es) y no por el “quid” (qué es). –La persona designa
siempre uno solo, distinto de todos los otros por una propiedad personal. –No se opone
a otras personas, ni a la sustancia en el sentido de que pueden darse una persona en dos
sustancias y tres personas en una sustancia. –La pluralidad de sustancias no afecta a la
unidad de la persona; la diferencia de personas no afecta a la unidad de la sustancia. –
Para distinguir la persona de la sustancia se debe preguntar no ¿qué es?, sino ¿de dónde
es?. Es decir, lo que caracteriza a la persona es su origen, el modo de obtener su ser. –
La palabra existencia es apta para expresar estas dos consideraciones: el de ser alguien
determinado (sistere) y el de dónde tiene el ser (ex). –La existencia, la obtención del ser
puede ser de tres modos diferentes: algunos se diferencian por la obtención de una
naturaleza diferente (ángeles); otros por una naturaleza y un origen diferente (hombre);
otros por el sólo origen (Dios).
Pues bien, esta realidad se puede decir de Dios mismo. Así como la definición que daba
Boecio no se podía decir de Dios y del hombre, sino sólo del hombre, la definición de
“persona” de Ricardo se puede decir de Dios y del hombre. En vez de ser persona “la
sustancia individual de naturaleza racional” sería, “la existencia individual de
naturaleza racional” o “el existente por sí solo que existe según un modo singular,
propio, de racional existencia”, o, incluso, “existencia incomunicable”. Esta definición
vale también para Dios. De esta manera la persona divina puede definirse como “la
existencia incomunicable de naturaleza divina” o “existencias incomunicables en la
divinidad”.
• ¿Qué es la “exsistentia”? De manera un poco artificial, divide la palabra en dos: “ex”
y “sistere”. Exsistentia quiere decir que es una realidad en el orden de la sustancia, es
decir, que no es un accidente. Es un ser en sí, un “sistere”. De la misma manera que el
“esse” supone una “essentia” el “sistere” supone una “sistentia”. Esta realidad no es
ciertamente un “quid”, sino un “quis”, un alguien, pero no por eso nada, ni accidente.
Ahora bien, este “sistere” tiene un origen, tiene un “ex” de dónde.
Teniendo en cuenta estos elementos, a saber: 1 la naturaleza racional (intelectual o
divina); 2. La incomunicabilidad; 3. el “ex” y 4. La “sistentia” esta definición se puede
aplicar a Dios, hombre y ángel.
Aplicada a Dios la “sistentia” es en últimas, la misma naturaleza divina y se debe
establecer los orígenes, los “ex” que tiene este “sistere”. Las Tres existencias
incomunicables se originan por la misma naturaleza divina, que se identifica con la
caridad.
Las tres propiedades propias e incomunicables que caracteriza el “ex” los orígenes son:
-No ser de nadie, sino de sí mismo. – Ser de otro, pero principio de otro. –Ser de dos y
no ser principio de otro. Aquí vemos cierta dificultad en Ricardo para hablar de la
Persona del Padre, pues deriva su característica de no proceder y no de donar totalmente
a Otro su amor. El Padre resulta al parecer identificado con la naturaleza divina.
Santo Tomás de Aquino (1224/25-1274): Santo Tomás trató el tema de la Trinidad en muy
diversas ocasiones. La exposición que hace en la “Summa Theologica” es la más ordenada
y completa, aunque no adjunta en ella parte la bíblica, por suponerla tratada en otros
escritos.
• Las procesiones inmanentes (q 27,41): Toda procesión tiene necesariamente los
siguientes elementos: de quien procede, el que procede, por lo que procede, la acción
por la que procede y la relación del que procede a su origen. Así, en la procesión del
Hijo: El Padre es de quien procede; el Hijo es el que procede; la naturaleza divina, por
lo que procede; la acción por la que procede se llama engendrar, y la relación de origen
se da entre el Padre y el Hijo. De modo semejante sucede en el Espíritu.
Santo Tomás encuentra en las criaturas intelectuales dos procesiones inmanentes que va
a aprovechar para comprender las procesiones en Dios: el conocimiento y el amor.
Cuando el hombre conoce surge en él una imagen de lo conocido. En la acción de
conocer el hombre produce un verbo mental de lo que conoce. Algo semejante ocurre
con el amor. Cuando alguien ama se representa al amado, pero surge en él además una
atracción hacia el amado, el cual se hace presente en el amante como impulso hacia el
amad. Este impulso es el producto, el término, de la acción de amar. Ya que Dios
conoce y ama, también se dan en él la producción de una imagen de lo que conoce, un
“verbum” y la producción de un “impulso”. Ahora bien, la producción del “Verbum”
tiene razón de generación, es decir, en ella se encuentran características análogas a las
que se dan en la generación: origen de un ser viviente de otro viviente, por
comunicación de su misma naturaleza, según una acción vital. El lenguaje habla de
concebir una idea, de dar a luz una idea. La producción del impulso amoroso no tiene
razón de generación, sino de moción, de impulso vital, de hálito o espíritu.
• Las relaciones divinas (q. 28;40): Santo Tomás trata de comprender la distinción que
existe entre los orígenes y los términos de las producciones, es decir, entre el Padre,
como origen del Espíritu Santo, y el Espíritu Santo. Esta distinción no puede significar
entre ellos una diferencia o desigualdad substancial. Pero tampoco puede darse una
diferencia accidental, pues los accidentes no existen en Dios.
En Dios existen cuatro relaciones reales: La del Padre al Hijo (Paternidad), la del Hijo
al Padre (Filiación), la del Padre y el Hijo al Espíritu Santo (espiración activa) y la del
Espíritu Santo al Padre y al Hijo (espiración pasiva o procesión). Pero de estas cuatro
relaciones reales sólo tres constituyen relaciones subsistentes realmente distintas entre
sí (opuestas e incomunicables): la paternidad, la filiación la espiración pasiva. La
espiración activa es común al Padre y al Hijo como un único principio respecto al
Espíritu Santo y por eso no constituye otra Persona. De ahí que diga Santo Tomás que
las relaciones a secas, no coincidan con las Personas, sino sólo las relaciones opuestas.
• Las Personas divinas (q 29): Santo Tomás acepta la definición de Persona dada por
Boecio y afirma que ésta se puede aplicar a Dios en los siguientes términos: - Supuesto
que sea una perfección, es decir que diga “dignidad” de la naturaleza, que no se use en
sentido de que tiene accidentes ni multiplicidad de esencias, se entienda como algo
existente en sí e incomunicable. –Por otra parte en Dios el término de triple persona, no
puede decirse de la substancia, ya que serían tres dioses. No habiendo en Dios más que
substancia y relaciones subsistentes, tiene que decirse de las relaciones.- El
razonamiento de Santo Tomás es el siguiente. En Dios se realiza el concepto de
persona, aunque de manera diferente de cómo se realiza en el hombre. Persona no se
aplica a Dios y al hombre de la misma manera, ya que lo general se puede decir de los
concretos de distintas maneras (Animal se dice diverso del hombre y del perro. Persona
se dice distinto del hombre y de Dios). El concepto de persona se puede decir de Dios y
del hombre pero no de manera unívoca y equívoca sino análoga.
De la conclusión de que el nombre de persona divina y humana se puede decir de Dios
y de que se identifica con las relaciones opuestas, Santo Tomás concluye lógicamente ,
que sólo son tres y que el término Persona Divina puede decirse del Padre, del Hijo y
del Espíritu santo no en el sentido que cada uno tenga una naturaleza divina distinta,
sino para significar una realidad subsistente en la única naturaleza divina
• Atribuciones y apropiaciones (q 39). Las personas divinas con también conocidas por
las apropiaciones, es decir, por la asignación de una atributo esencial a una Persona,
como si fuera propio de ella. Los atributos esenciales son comunes a las Tres personas,
pero se puede asignar uno de ellos a una Persona, por una cierta afinidad entre el
atributo y la Persona. El siguiente cuadro sinóptico explica las apropiaciones que
emplea Santo Tomás:
HIJO
ESP. SANTO
Agustín y los latinos afirman que el Padre es el único principio de la divinidad, engendra al
Hijo y del Padre y el Hijo procede el Espíritu.
PADRE HIJO
ESP. SANTO
Según Focio el Hijo y el Espíritu Santo proceden del padre, independientes; el Hijo no
participa en la procesión del Espíritu.
PADRE
HIJO E. SANTO
PADRE HIJO
ESPIRITU SANTO
Hablar de Dios es lo más natural del mundo. El nombre de Dios está en todos los labios.
Pero ¿Cuándo se dice “Dios”, dice uno “algo”? ¿Lo que es Dios puede ser expresado en
lenguaje humano? ¿Puede el infinito ser definido? Mientras más uno se ocupa de la
cuestión de Dios, más se da cuenta de la imposibilidad de expresarlo en el lenguaje. Ya se
nos hace difícil conocer las cosas que están a nuestro alrededor, más difícil es aún
comprenderlas; y qué difícil es hablar de ellas adecuadamente.
“¿Cómo podría el hombre comprender con su inteligencia a Dios, si aun no
comprende su inteligencia, con la que quiere comprenderlo...? A Dios le hemos
de concebir –si podemos y en la medida en que podamos- como un ser bueno
sin cualidad, grande sin cantidad, creador sin indigencias, presente sin
ubicación, que abarca, sin ceñir, todas las cosas; omnipresente sin lugar, eterno
sin tiempo, inmutable y autor de todos los cambios, sin un átomo de pasividad.
Quien así discurra de Dios, aunque no llegue a conocer lo que es, evita, sin
embargo, con piadosa diligencia y en cuanto posible, pensar del El lo que no
es”. (San Agustín, De Trinitate, V,1,2).
Nos hemos esforzado con humildad y respeto por comprender en cuanto posible el misterio
de Dios y plasmarlo en lenguaje humano, quizás hemos encontrado más dificultades que
aciertos plenamente satisfactorios y posiblemente ante la insuficiencia de las analogías haya
aflorado a nuestra mente con frecuencia la angustiosa expresión de Agustín “nada es como
Dios”. El intelecto ha hecho lo suyo, pero cerramos este curso recordando que cuando el
intelecto llega a su límite el hombre no tiene más que contemplar silencioso el misterio.
Dios completará en su momento y de modos que sólo Él conoce, lo que falta a nuestra débil
condición.
TALLER 1
TEXTOS TRINITARIOS
Mateo 28,19
Hechos 2, 32-33
Romanos 8, 14-17
Gálatas 4, 4-6
Efesios 2, 13-18
1 Pedro 1, 1-12
Juan 14-16
1 Juan 5, 6-7
TALLER 2
Explique a partir de todo lo estudiado los siguientes conceptos clave en la teologia
trinitaria
OUSIA-ESENCIA-SUBSTANCIA- SISTENTIA
HIPOSTASIS- PROSOPON-PERSONA-SUBSISTENCIA-EXSISTENTIA
CIRCUMINCESIÓN-IN-EXISTENCIA PERIJORESIS
PROCESIÓN- ORIGEN-EX
RELACIONES
MISIONES
ATRIBUCIONES Y APROPIACIONES