Lectura 8
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mundo
24/05/2015
NOTA DE LA REDACCIÓN:
El año 2015 lo ha dedicado el Foro para la Paz en el Mediterráneo a recordar a los
“primeros de Filipinas”, para lo cual se han realizado una serie de actividades, como
conferencias y las ediciones de un TBO (comic) y un libro que narre la gesta.
El éxito del TBO ha sido tal que se está procediendo a traducirlo al inglés para su difusión
en Filipinas, a petición de la Embajada de España en Manila.
El Tratado de Tordesillas firmado el 7 de junio de 1494 por los reyes de Portugal y Castilla
fue lo más parecido a un acuerdo para dividir el mundo. La ironía fue que dividían un
mundo desconocido y aún por descubrir.
¿El reparto del mundo? El tema es recurrente, pero la imagen abusiva. Es cierto, en la
Conferencia de Yalta (1945) o en el Congreso de Viena (1815) se fijaron los límites de las
zonas de influencia de las grandes potencias, legitimando los “protectorados”, los golpes
de fuerza, las intervenciones militares a expensas de Estados en principio soberanos. Sin
embargo, los acuerdos más parecidos a un reparto del mundo son los tratados de Tordesillas
(pequeña localidad de Castilla la Vieja, entre Valladolid y Salamanca) firmados el 7 de junio
de 1494 entre los reinos de Portugal y de Castilla. Estos tratados se basan en una paradoja:
se trataba de repartir lo inexplorado, un mundo aún no descubierto. En Tordesillas,
Portugal y Castilla no trazan una frontera siguiendo el cauce de un río o la cresta de una
cordillera, sino que proponen una línea imaginaria trazada en lo desconocido, sin saber si
atraviesa tierra o mar. Es evidente que no podía tratarse de América, porque no se
sospechaba, después del primer viaje de Cristóbal Colón, que existía un nuevo continente.
Se trataba del reparto del mundo.
¿Cómo se puede explicar el monopolio de Portugal y de Castilla en este reparto de 1494, la
ausencia de otras potencias en la mesa de negociaciones? Algunas nociones de geopolítica
y un examen de la situación permiten dar una respuesta.
Inglaterra estaba sumida en la terrible guerra civil de las Dos Rosas, que empezó en 1455
y no terminó hasta 1485, acabando con la vida de la mayoría de la nobleza británica. Los
armadores de Bristol muestran interés en varias expediciones del descubrimiento: pero a
causa de sus medios limitados se quedan en el Atlántico Norte.
Francia, después de curar las heridas de la guerra de los Cien Años (1337-1453), se agota
en una lucha despiadada contra el Gran Ducado de Borgoña. La caída y muerte de Carlos
el Temerario (1477) no ponen término al conflicto: la boda de María de Borgoña, hija del
Temerario, con Maximiliano de Habsburgo desencadena un inquietante proceso dinástico
que termina en la constitución del imperio de Carlos V. Además, a pesar del dinamismo de
los normandos –sobre todo de los de Dieppe– Francia no está preparada para lanzarse a la
gran empresa del descubrimiento.
En cuanto al reino de Aragón, dedica todas sus fuerzas a la expansión mediterránea:
después de Sicilia y Cerdeña apunta hacia el Rosellón y Nápoles. Finalmente Venecia, gran
potencia económica y naval, sólo se preocupa por la conquista turca que avanza hacia la
Europa balcánica. En este contexto, Portugal y Castilla tienen las manos libres: al final del
siglo XV son sin duda las dos potencias dominantes en el mundo atlántico. Pero Tordesillas
no es el principio. Los dos Estados definen más bien un modus vivendi teniendo en cuenta
el balance de los descubrimientos y las ambiciones de cada uno. Es una etapa –importante–
en el proceso de las conquistas de ultramar, iniciada varios decenios atrás.
Portugal tenía en este terreno una ventaja indiscutible. No se había conformado con la
construcción de barcos rápidos, manejables, ligeros, y bien adaptados a la empresa. Había
reunido a los cartógrafos más prestigiosos procedentes sobre todo de Genova y Mallorca, a
cosmógrafos, astrólogos y matemáticos. Los portugueses examinaron progresivamente la
costa occidental de África y crearon establecimientos y comercios que les permitieron
adquirir directamente (por lo tanto con menos gastos) productos muy buscados: la
malagueta (pimienta de África), el marfil, el oro, los esclavos. El comercio de Arguin,
establecido entre 1400 y 1455 y la fortaleza de San Jorge de Mina constituían importantes
enlaces portugueses en el África Negra.
Por otra parte, los portugueses se habían preocupado de que los Papas confirmasen su
soberanía sobre las tierras que acababan de descubrir. En la Edad Media, los Papas,
especialmente Inocencio III (1198-1216), habían impuesto a los soberanos la idea de una
potestas, poder superior al de los príncipes temporales. De esta forma podían ser arbitros
en los conflictos que enfrentaban a los príncipes, incluso destituirles, como lo fue el
emperador Federico II por Inocencio IV en 1245. Esta doctrina era discutible: el Papa sólo
podía, teóricamente, disponer de las tierras de “los paganos, idólatras e infieles” y
concederlas en soberanía plena a un príncipe cristiano, con la condición de que éste llevase
a cabo la evangelización de los que ahí vivían. Tomás de Aquino (1227-1274), por ejemplo,
no aceptaba esta pretensión pontificia: consideraba que el Papa sólo tenía una soberanía
“espiritual” sobre los paganos y no podía disponer de sus territorios.
Francisco de Vitoria se basó más tarde en esta tesis para negar el derecho de conquista. Sin
embargo, al final de la Edad Media, el concepto de potestas de Inocencio III se había
impuesto. Durante el siglo XV los portugueses pidieron a los Papas el reconocimiento de
sus prerrogativas en África. Obtuvieron bulas de Martín V (1418), Eugenio IV (1433 y
1436), Nicolás V (1452 y 1455) y Calixto III (1458). Estos precedentes y el de 1481
explican que los Reyes Católicos acudieran al Papa Alejandro VI en 1493.
En efecto, durante la expansión atlántica los portugueses se enfrentaron a los castellanos.
Es verdad que ocuparon los archipiélagos de Madeira, Azores y Cabo Verde sin grandes
enfrentamientos, pero no sucedió lo mismo en Canarias, Marruecos y en los parajes de
Guinea. Finalmente los soberanos de ambos reinos juzgaron que lo más sabio era proceder
a una regulación completa de sus litigios: firmaron los tratados de Alcobaça el 4 de
septiembre de 1479. Firmaron y juraron capítulos adicionales sobre Guinea y Canarias; los
Reyes Católicos en Toledo el 6 de marzo de 1480, y Alfonso V de Portugal y su hijo el
príncipe Juan en Évora, el 8 de septiembre de 1480.
Se pueden considerar estos tratados como un prólogo al “reparto del mundo” realizado en
Tordesillas quince años más tarde. El capítulo 8 de los tratados de Alcobaça reconocía a los
portugueses la posesión de “todos los comercios, tierras y rescates de Guinea con sus
respectivas minas de oro, y todas las otras islas, costas, tierras descubiertas y por descubrir,
halladas y por hallar: islas de Madeira, Puerto Santo, Desierta, y todas las islas de las Azores
y la isla de Flores, así como las islas de Cabo Verde y todas las islas que han descubierto
hasta ahora, y todas las que descubran y puedan descubrir desde las islas Canarias hacia el
sur frente a Guinea, de forma que todo lo que ha sido hallado o quede por conquistar o
descubrir en estos parajes más allá de lo que ha sido ya hallado, descubierto y ocupado,
pertenezca al Rey y al Príncipe de Portugal con la única excepción de las islas Canarias
conquistadas o aún no conquistadas, que pertenecen a los reinos de Castilla”.
Otro capítulo adicional atribuía el derecho de conquista del reino de Fez a Portugal y el del
reino de Tlemcén a Castilla. La cuestión del litoral sahariano entre los cabos Aguer y
Bojador no se había zanjado. Pero Juan II obtuvo del Papa Sixto IV la bula A eterna Regís
(21 de junio de 1481), que sancionaba los acuerdos de Alcobaça atribuyendo a Portugal
todos los territorios “al sur de las Canarias”. En aplicación de los tratados de Alcobaça y de
la bula Aeterna Regís, los Reyes Católicos ordenaron a Cristóbal Colón que “siguiese su ruta
continuando el descubrimiento desde las islas Canarias hacia el Oeste sin ir hacia el
Mediodía”. El diario de a bordo del primer viaje confirma esta orientación hacia el Oeste y
todos los marineros que participaron en la aventura sabían que la ruta de Guinea estaba
prohibida.
Las circunstancias del regreso obligaron a Cristóbal Colón y a Vicente Yáñez Pinzón a hacer
una escala imprevista en Lisboa, y a una entrevista con el rey Juan II. Este empezó
reclamando las islas descubiertas, puesto que Colón hablaba de las “Indias”, pero el genovés
mostró al rey las instrucciones, muy explícitas, que le habían dado por escrito los Reyes
Católicos.Sin embargo Juan II no se resignaba a este abandono: se propuso organizar una
expedición paralela bajo el mando de Francisco de Almeida, que quizás tuvo lugar,
terminando en el descubrimiento secreto de Brasil.
Era entonces urgente para los castellanos, que no habían infringido ni la letra ni el espíritu
de los tratados, obtener una bula confirmando su soberanía sobre las islas descubiertas. El
Papa debía favorecerles, puesto que se trataba del cardenal español Rodrigo Borgia, elegido
en 1492 con el nombre de Alejandro VI.
Se explica así la rápida actuación de los españoles: su embajador en Roma, Bernardino de
Carvajal, obispo de Badajoz, asistido por el obispo de Astorga, Juan Ruiz de Medina, obtuvo
de Alejandro VI, desde el 3 de mayo de 1493, una primera bula, ínter Caetera. Una segunda
bula con el mismo nombre fijó la línea de demarcación entre “los dominios portugueses y
españoles siguiendo la línea del meridiano situado a cien leguas” al oeste de las Azores y de
las islas de Cabo Verde. El Este para los portugueses, para los españoles el Oeste. Esta bula,
de 4 de mayo, fue redactada sin duda después del 25 de mayo, fecha de la llegada a Roma
del arzobispo de Toledo y de Diego López de Haro, enviados por los Reyes Católicos para
prevenir las ambiciones de Juan II en el Oeste. El Papa expidió dos bulas más, Eximí
Devotionis y Dudum Siquidem, esta con fecha de 26 de septiembre de 1493.
Las bulas alejandrinas eran de gran imprecisión geográfica. En efecto, ¿cómo establecer la
línea de un meridiano a cien leguas al oeste de las Azores y de las islas de Cabo Verde si el
archipiélago de las Azores (sobre todo si se incluye la isla de Flores, la más occidental) está
situado sensiblemente más al oeste que las islas de Cabo Verde? Por otra parte, desde la
promulgación de la bula Aeterna Regis, los portugueses habían avanzado en su empresa
africana. Incluso después del viaje de Diego Cao en 1484-1485, Bartolomeo Díaz había
llegado en 1487-1488 al extremo sur de África y doblado el cabo de Buena Esperanza.
Desde ese momento los navegantes portugueses tuvieron acceso directo a la costa de
Malabar y a sus comercios de especias. Sin embargo, la “relación” de Pedro de Covilha,
redactada en 1487, hacía esperar magníficas ventajas si se firmaba un contrato directo con
el reino de Sofala (o Monomotapa), en el sureste de África (actual Mozambique),
suministrador de oro, y con India. Había que asegurarse entonces el control de la ruta de
la India, lo que suponía la circunnavegación de África y la vuelta al mar adentro. Para
conseguir este objetivo, Portugal no podía aceptar las bulas alejandrinas. Pero Juan II
prefirió una negociación directa con Castilla en lugar de intervenir ante el papado.
Fueron unas conversaciones difíciles, interrumpidas una primera vez con la aparición en
Tordesillas de la bula Dudum Siquidem, según la cual las islas o tierras no ocupadas por
príncipes cristianos “incluso si eran tierras de las Indias” pertenecerían a los reyes de
Castilla, una vez descubiertas por sus súbditos. Se reanudaron las conversaciones, que
terminaron en los tratados de Tordesillas (7 de junio de 1494), aprobados y firmados por
los Reyes Católicos en Arévalo (próximo a Valladolid y a Medina del Campo) el 2 de julio,
y por Juan II de Portugal en Setúbal (cerca de Lisboa) el 5 de septiembre. Estas
conversaciones se desarrollaron durante el segundo viaje de Colón. El genovés partió esta
vez al mando de una poderosa flota –diecisiete barcos y más de 1.200 hombres–, Antonio
de Torres fue enviado de nuevo a España por Colón desde “la isla Española” (actualmente
Haití y Santo Domingo) y llegó durante las conversaciones con doce barcos. Apoyó con su
informe las posiciones castellanas en las Antillas, afectando definitivamente a la solución
adoptada en Tordesillas.
En efecto, los plenipotenciarios tenían dos opciones: un reparto norte-sur, teniendo en
cuenta el reglamento de Alcobaqa, que atribuía a Portugal todos los descubrimientos desde
el sur de las Canarias o un reparto este-oeste. Se adoptó la segunda solución debido a las
posiciones adquiridas por los castellanos en los primeros viajes de Colón y a la voluntad
portuguesa de consolidar los jalones de ida y vuelta de la ruta de las Indias.
En efecto, algunos años después de Tordesillas, Vasco de Gama realizaba la hazaña que
tanto esperaba la corte de Lisboa, el viaje hacia la India por el cabo de Buena Esperanza.
Esto explica porqué los portugueses insistían en obtener un desplazamiento importante de
la línea de demarcación de la bula ínter Caetera hacia el Oeste. Se fijó finalmente a 370
leguas (2.200 kilómetros aproximadamente) al oeste del archipiélago de Cabo Verde, con
la reserva de que las islas ya descubiertas y ocupadas por los castellanos pertenecían a éstos
si se situaban entre la línea de las 250 leguas y la de 370, no había ninguna.
La aplicación del tratado resultó difícil. Precisemos que un meridiano suponía entonces un
antimeridiano. En la época de Tordesillas se ignoraba aún la existencia del continente
americano y del océano Pacífico, así como las dimensiones reales del planeta, por lo que
era imposible prever las consecuencias de la decisión adoptada. Sin embargo, los
negociadores sabían que era necesario trazar lo antes posible –aunque fuese
aproximadamente– la línea de reparto, para que la coexistencia de portugueses y españoles
fuese posible.
Parece que los Reyes Católicos se tomaron en serio la ejecución del tratado, e incluso se
obsesionaron con la línea de demarcación. En Badajoz, reunieron una comisión compuesta
por un astrólogo, dos pilotos y dos capitanes de barco: consultaron al famoso cartógrafo
catalán Jaime Ferrer.
Pero como al término de los diez meses previstos para trazar la línea no se había logrado
nada, dictaron en abril y mayo de 1495 dos “provisiones” sucesivas –dos textos con el valor
de edictos– para prolongar el plazo de ejecución. En cuanto a los portugueses, adoptaron
procedimientos dilatorios para conseguir un plazo de tres años, al término del cual sería
definitivamente ejecutorio el segundo tratado de Tordesillas relativo a África.
“Todos juntos, estos barcos se pondrán en ruta hasta las islas de Cabo Verde y ahí pondrán
la proa hacia el Oeste hasta recorrer las 370 leguas, que se medirán según el método
establecido por las personas designadas para ello, sin perjuicio para ninguna de las partes.
Y que en el lugar correspondiente a las 370 leguas se haga una señal y se calculen los
grados sur y norte [...]; deben definir esta línea desde el polo ártico hasta el antártico, es
decir de norte a sur, como ya se ha dicho [...]; una vez trazada, con el voto unánime, debe
ser considerada como el límite perpetuo y para siempre, de manera que ninguna de las
partes ni sus sucesores puedan contradecirla o cambiarla en forma alguna. En el caso de
que esta línea o límite, de polo a polo pase a través de una isla o de tierra cerrada
(continente), se pondrá una señal o se levantará una torre en la entrada, y a partir de este
punto se continuará la línea, recta, marcándola mediante mojones”. (Extracto traducido
del texto original, Archivos Nacionales, Lisboa, Gaveta 17,M2n24).
Ha habido realmente cinco bulas del Papa Alejandro VI sobre los Grandes Descubrimientos
y sus consecuencias. Se sabe que estas bulas se conocen por las dos primeras palabras en
latín, cuya traducción carece de sentido sin las palabras que las siguen.
Las dos primeras bulas inter Caetera, de 3 de mayo de 1493, fueron redactadas una en
abril, la otra en… junio. Esta falsificación de la fecha se explica por la voluntad del Papa,
tras su encuentro con el embajador español, de esbozar el reparto entre España y Portugal,
que no había previsto en el primer texto, pero dejando creer que ya lo había pensado antes.
En efecto, el primer texto decía: “Os damos, concedemos, y atribuimos todas y cada una de
las tierras e islas citadas, tanto las desconocidas como las que ya han descubierto vuestros
enviados, y las que quedan por descubrir, siempre que no estén bajo la dominación actual
de señores cristianos”.
El segundo texto establece un reparto del Atlántico y de las tierras no descubiertas. Castilla
disfrutaba de la soberanía al oeste de una línea imaginaria a cien leguas de los archipiélagos
de Azores y Cabo Verde, los portugueses conservaban el derecho de ir hacia el sur usque
indos.
Las dos bulas siguientes, Eximí Devotionis y Dudum Siquidem, con fecha de septiembre de
1493, ampliaban las donaciones hechas a Castilla. La primera daba a los castellanos los
mismos derechos concedidos a los portugueses en su zona de influencia, la segunda preveía
que las nuevas tierras descubiertas por los castellanos les pertenecerían “incluso si
formaban parte de la India”. Esta bula casi hizo fracasar las negociaciones de Tordesillas.
También reforzaba las pretensiones españolas en las Molucas.
La quinta bula, Piis Fidelium, estaba dirigida al padre Boíl, que dirigía a los religiosos que
partieron con Colón en el segundo viaje; le concede grandes poderes, ya que este
benedictino tenía la misión de organizar la evangelización de los indios.