El Sacramento Signo Eficaz de La Gracia
El Sacramento Signo Eficaz de La Gracia
El Sacramento Signo Eficaz de La Gracia
Sacramentos en general.
Ahora bien, la causalidad sacramental, abarca dos partes muy bien diferenciadas:
la que aborda, la gracia de Dios como efecto propio de la recepción de cada uno
de los sacramentos, y la que trata sobre el carácter sacramental como efecto
permanente causado por determinados sacramentos. En la primera, a
su vez, se ha de clarificar la relación y la diferencia que existe entre
la gracia santificante y la gracia sacramental, la que es propia de
cada uno de los sacramentos.
En este mismo orden de ideas, teniendo en cuenta que Rahner, expone que “el
sacramento causa la gracia precisamente en cuanto que es un símbolo, es decir,
en cuanto que es una acción representativa”. (Cfr. Karl Rahner. Col 228). Rahner,
comienza analizando el valor simbólico del valor corporal del hombre, y expone,
que mediante dicha expresión corporal el hombre se va manifestando, a la vez
que va haciéndose en su realidad concreta e histórica.
Ante esta situación, el teólogo, llega concluye, que “el acto humano es una
realización de la gracia desde el momento en que es expresado por un símbolo, y
esta expresión es, a tenor de todo lo dicho, causa del acto sobrenatural y de la
gracia que otorga el sacramento”. (Cfr. Rahner. La Iglesia y los Sacramentos);
culmina, partiendo de las afirmaciones del Vaticano II, que comprende a “la Iglesia
como sacramento de salvación para el mundo”.
En cuanto, a los sacramentos, según la definición de Trento, causan la gracia “ex
opere operato”, a quienes no ponen óbice alguno para recibirla. Supuesta la
debida voluntad en el receptor, la cuestión se centra en explicar cómo un signo
material puede causar en el alma la gracia, que es espiritual y sobrenatural.
La Doctrina Social de la Iglesia por su parte, afirma que, “los sacramentos causan
la gracia ex opere opéralo”. (Cfr. D.S.I. 1312). Es decir, que con semejante fórmula
la Iglesia no propuso una concepción mágica ni tampoco mecanicista de la
sacramentalidad, sino su fe en la operatividad infalible de la promesa de Jesucristo
y en que la justificación no es debida al mérito de los actos humanos, sino al
hecho de recibir los sacramentos con la debida disposición.
Es por ello que, hay que precisar que, cuando se habla del carácter como título
exigido de la gracia, la exigencia no se predica de un elemento humano, que
jamás puede exigir la gracia ni los dones sobrenaturales, sino de una realidad en
sí misma sobrenatural y que está ordenada a la gracia.
San Pablo por su parte, ha pasado a ser clásico para cuantos en la Edad Media, e
incluso después, han tratado de fundamentar bíblicamente el carácter
sacramental. Así, por ejemplo, Santo Tomás de Aquino, se apoyó en él, para
probar la existencia del carácter sacramental, y el Catecismo de San Pío V hizo lo
mismo en idéntica circunstancia. Resulta tentador, dada la hermosa y significativa
redacción del texto, buscar en él una referencia directa al carácter; sin embargo,
visto con objetividad, este planteamiento ha de ser juzgado incorrecto.
Pío XII, en su encíclica “Mystici Corporis”, ha dejado sentada una doctrina que, en
lo conciso de su formulación, refleja con toda nitidez la que, a partir de la tradición
eclesial, ha de ser considerada enseñanza fundamental para enjuiciar el lugar del
ministro en la administración de los sacramentos. Con toda claridad propone que,
desde el momento en que el divino Salvador envió por el mundo a los Apóstoles
con misión jurídica, al igual que Él había sido enviado por el Padre, es Cristo quien
bautiza, enseña, gobierna, ata, ofrece y santifica a través de la Iglesia.
La cuestión se suscitó en el siglo II, con ocasión del Bautismo administrado por los
herejes o cismáticos. La pregunta concreta se formuló en estos términos: el
cristiano que reniega de su fe y está fuera de la Iglesia, ¿puede continuar
administrando válidamente los sacramentos cristianos? Las respuestas se
dividieron; San Cipriano y Tertuliano admitían que no les era lícito administrarlo, y
que aquellos que lo habían recibido de manos de un hereje o cismático tenían que
ser rebautizados si volvían a la Iglesia. El papa San Esteban se opuso a esta
doctrina y enseñó que el bautismo siempre es válido, lo administre quien lo
administre, un hombre bueno o uno malo, con tal de que lo administrado sea el
Bautismo de Cristo.
II año de Teología.