Aranguren Romero, P. (2020) de La Pasión Por El Hueso Al Dolor de Los Demás

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De la pasión por el hueso al dolor de los demás: la

experiencia de profesionales en antropología forense


ante la desaparición forzada de personas en Colombia*
From the bone's passion to the pain of others: the
experience of forensic anthropologists regarding the
forced disappearance in Colombia
JUAN PABLO ARANGUREN ROMERO
Departamento de Psicología
Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de los Andes
Carrera 1 No. 18 A – 10, Bogotá – Colombia
[email protected]
https://orcid.org/0000-0001-5892-2153

JULIANA PATRICIA LEÓN SUÁREZ


Facultad de Artes
Universidad Distrital Francisco José de Caldas
Carrera 13 No. 14 – 69, Bogotá – Colombia
[email protected]
https://orcid.org/0000-0002-3592-5228
Este artículo está sujeto a una: Licencia "Creative Commons
Reconocimiento-No Comercial" (CC-BY-NC)
DOI: https://doi.org/10.24197/st.1.2020.72-93
RECIBIDO: 02/12/2019
ACEPTADO: 10/01/2020

Resumen: Este artículo presenta los resultados Abstract: This paper presents the results of a
de una investigación sobre la experiencia research about the forms of relationship of
intersubjetiva que construyen profesionales en forensic anthropologists with the forced
antropología forense con la desaparición disappearance in Colombia. The article
forzada en Colombia. Se analiza la forma en la analyses the way in which their technical

*
Este trabajo se ha realizado en el marco del Proyecto de Investigación “La ética ante la ausencia:
experiencias relacionales de profesionales en antropología forense en casos de Desaparición
Forzada en Perú, Colombia y México”, financiado por el Instituto Francés de Estudios Andinos
(IFEA) y en cooperación con la pasantía del proyecto doctoral “La salvación de la escucha:
didáctica de lo bello” del DIE-UD. Agradecemos la colaboración del equipo de investigación del
proyecto “Desapariciones. Estudio en perspectiva transnacional de una categoría para gestionar,
habitar y analizar la catástrofe social y la pérdida” por nutrir varias de las discusiones aquí
propuestas.

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que su pericia técnica, sus saberes y sus expertise, knowledge and practices,
prácticas dialogan, se deconstruyen y dialogues, are deconstructed and rebuild in by
reconstruyen en virtud de su exposición a los virtue of his exposure to violent contexts, the
contextos violentos, al dolor y al sufrimiento de link with to the pain and suffering of relatives,
los demás y en razón a los modos de gestionar and because of the ways of emotional
esta experiencia en su propia vida. management of these experiences in their
own life.
Palabras clave: Antropología Forense;
Intersubjetividad; Desaparición Forzada; Keywords: Forensic Anthropology;
Ética; Emociones. Intersubjectivity; Forced Disappearance;
Ethics; Emotions.

1. INTRODUCCIÓN

El rol de la antropología forense en contextos de violencia política, guerra


y conflictos armados ha cobrado un mayor protagonismo en los últimos treinta
años. Este rol esencial ha configurado lo que algunos investigadores han
denominado el ‘giro forense’ en alusión al uso sistemático de las ciencias forenses
y de la tecnología en los procesos de identificación de las prácticas genocidas y
la violencia en masa (Garibian, Anstett y Dreyfus, 2017; Dziuban, 2017). En
América Latina (Dutrénit, 2017), en España (Ferrándiz, 2014) y en algunos países
de Europa del Este y la ex Unión Soviética (Berkhoff, 2017; Bitiutckii, 2017;
Wagner, 2008), la antropología forense se ha erigido como un campo científico
determinante para la realización de los derechos a la verdad, la justicia y la
reparación en virtud de su rol esencial en los procesos de búsqueda, exhumación
e identificación de los desaparecidos. En parte, la atribución de este rol
protagónico ha contribuido a que sobre la labor forense recaigan grandes
expectativas acerca de lo que puede aportar en torno al esclarecimiento de los
hechos ocurridos en los contextos de conflicto y violencia y a que su
conocimiento tienda a ser leído como el vehículo para ‘desenterrar la verdad’ o
para revelar el pasado ‘escondido bajo tierra’ (Ferrándiz, 2014) . Se trata de un
efecto muy similar al que en los años noventa se produjo como resultado del
consumo masivo de series televisivas sobre ciencias forenses y que Alldredge
(2015) denominó el “efecto CSI”, es decir, una suerte de idealización tanto del
trabajo forense, de sus técnicas y procedimientos como de su poder para llegar a
la resolución de los crímenes ante los sistemas judiciales.
En las últimas tres décadas el trabajo forense, sin duda, ha sido
determinante tanto en los procesos de denuncia y enjuiciamiento de responsables
de crímenes atroces alrededor del mundo, como en los procesos de búsqueda
emprendidos por familiares de desaparecidos. En virtud de ello las
organizaciones de víctimas han impulsado que los equipos forenses desarrollen
acciones sostenidas en el terreno e incluso han demandado la presencia de
equipos independientes ante la desconfianza generalizada respecto de las

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instituciones estatales. Ello también ha contribuido a aumentar las expectativas


sobre la actividad desempeñada por los equipos forenses e incluso ha posicionado
a las pruebas de ADN como la evidencia irrefutable de la verdad (Wagner, 2008).
Como resultado de lo anterior, el trabajo forense se empezó a percibir no sólo en
su dimensión técnica, sino también en relación con sus dimensiones políticas y
simbólicas. Las exhumaciones se empezaron a entender como un proceso social
en el que se entretejen relaciones entre profesionales, familiares, testigos, huesos
y territorios (Ferrándiz, 2014).
Así, las acciones de búsqueda, exhumación e identificación se muestran
como verdaderos procesos intersubjetivos y dialógicos en los que los equipos
forenses generan estrechos vínculos con familiares y comunidades y en donde el
acto de buscar a los desaparecidos tiene efectos sociales en la comprensión de las
historias locales y nacionales, aún si el resultado del proceso no deriva en el
hallazgo efectivo de un cuerpo. Esta relación intersubjetiva ha derivado en que el
ejercicio forense se muestre cada vez más cercano a la realidad de los familiares,
pero por ello, también más expuesto a entrar en contacto con las historias de dolor
y sufrimiento que acompañan los procesos de búsqueda de un desaparecido. Al
mismo tiempo, las organizaciones de víctimas han propendido porque esta
experiencia dialógica con los profesionales forenses sea más sensible a su propio
dolor por lo que han insistido en la necesidad de seguir protocolos y orientaciones
para ello (Navarro, 2000; Navarro, Pérez Sales y Kernjak, 2011; OACNUDH,
2017), fundamentadas en lo que se conoce como una perspectiva o un enfoque
psicosocial (Pérez Sales y Navarro, 2007; Gómez y Beristain, 2007).
Así, en los contextos transicionales, los profesionales en antropología
forense se enfrentan, no solo al “efecto CSI” que los sitúa en este alto horizonte
de expectativas, sino también al encuentro con las historias de dolor y sufrimiento
de familiares que los exponen a la necesidad de una respuesta favorable sobre los
procesos de búsqueda, a las necesidades de justicia y verdad (Domínguez y Ross,
2016) y a su propia vulnerabilidad ante el sufrimiento del otro. Todo esto
cuestiona su práxis ética tanto con el cuerpo (Perosino, 2013), como con la
familias que lideran los procesos de búsqueda (Williams y Crews, 2003) y
consigo mismos.
Son relativamente pocos los trabajos que se han ocupado de analizar la
relación intersubjetiva que los profesionales en antropología forense establecen
con las familias de desaparecidos y las experiencias de dolor y sufrimiento en las
que se involucran con ocasión de su labor. De hecho, el análisis de los efectos de
esta relación ha tendido a ser opacada por los estudios centrados en develar el
impacto que tiene el trabajo en escenarios de levantamientos de cuerpos
(Alexander, 1993; Fullerton, Ursano y Wang, 2004) y se han concentrado en una
perspectiva heredera de la estela del estrés pos-traumático (McCarroll, Ursano,
Fullerton, Liu y Lundy, 2001; Walsh, Reeves y Scott, 2004). Así, si bien se ha
enfatizado en que quienes asumen labores propias de los equipos forenses tienden

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a presentar señales de trauma vicario o trauma secundario (Fullerton et al., 2004;


McCarroll et al., 2001), poco se ha avanzado tanto en el reconocimiento de la
experiencia intersubjetiva que se construye entre familiares y profesionales como
en el ejercicio autorreflexivo del forense sobre su labor, pues las narrativas del
profesional forense tienden a reducirse a las lógicas del contagio (Aranguren
Romero, 2017), es decir a la idea de que la experiencia de dolor y sufrimiento
simplemente se transfiere como un trauma hacia la experiencia del forense.
Algunos trabajos más recientes han dado una suerte de ‘giro subjetivo’ al
giro forense, en la medida en que han empezado a indagar sobre los
posicionamientos éticos, políticos y afectivos de estos profesionales (Koff, 2005;
Blau, 2006; Ferllini, 2013; Domínguez y Ross, 2016; Black, 2016; Quevedo,
2008; Aranguren Romero, 2019) o incluso en virtud de narraciones en primera
persona (Baraybar, 2012; Quevedo, 2018; Black, 2018) o novelas biográficas y
de ficción histórica que inauguraron el siglo XXI como verdaderos best sellers
(Manheim, 2000; Ondaatje, 2001). Tomando como punto de partida esta
perspectiva subjetiva, pero trascendiendo las narrativas de lo traumático, este
artículo se propone indagar por la experiencia intersubjetiva que construyen
profesionales en antropología forense con la desaparición forzada en Colombia,
analizando la forma en la que su pericia técnica, sus saberes y sus prácticas
dialogan, se deconstruyen y reconstruyen en virtud de su exposición a los
contextos violentos, al dolor y al sufrimiento de los demás y en razón a los modos
de gestionar esta experiencia en su propia vida.

2. MÉTODO

La investigación se llevó a cabo a partir de entrevistas en profundidad. Se


realizaron nueve entrevistas a profesionales en antropología forense que han
participado en procesos de búsqueda, exhumación, identificación y/o entrega
digna de cuerpos de víctimas de desaparición forzada en el contexto del conflicto
armado colombiano. Se trata de un contexto complejo y demandante, toda vez
que existen alrededor de 83.000 personas desaparecidas (CNMH, 2016) y
aproximadamente 60 profesionales en antropología forense trabajando en todo el
país.
Todos los participantes accedieron a firmar un consentimiento informado
en el que autorizaron la realización de la entrevista y su uso en la presentación de
los resultados de la investigación. Las entrevistas fueron grabadas y la
transcripción fue presentada a los participantes para su revisión. De esas nueve
entrevistas se seleccionaron seis para el presente artículo (4 mujeres y 2 hombres,
identificadas como E1 a E6), por considerarlas representativas de diferentes
instituciones que participan en los procesos de búsqueda, exhumación o
identificación: cuatro de las personas entrevistadas hacían parte de tres

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instituciones estatales diferentes y dos hacían parte de un equipo independiente.


Los nombres de las instituciones se reservan por solicitud de los entrevistados.
Los datos fueron procesados empleando el software QDA-Miner Lite, de
acceso libre, a partir de configuraciones semánticas que, de acuerdo con Fassin
(2016), permiten comprender las relaciones que los profesionales tejen en su
campo para poder continuar en él. Tal como señala Fassin, estas configuraciones
semánticas se fundamentan en el mundo social, profesional, institucional y
cultural “que adquiere en un momento determinado, un cierto reconocimiento en
tanto que promotor autorizado de los hechos sociales” (Fassin, 2016, p. 44). Las
configuraciones semánticas, analizadas a través del discurso de los entrevistados,
se constituyen en tres categorías: en primer lugar, aquellas que consideran las
emociones asociadas al trabajo forense con el fin de trascender las narrativas de
lo traumático, por ejemplo, las expresiones que refieren al dolor, la ira o la
impotencia así como los matices propios del humor o la compasión en los
enunciados; en segundo lugar, las que hablan de la experiencia de encuentro con
el cuerpo violentado, es decir, de la relación misma con la desaparición forzada
que se evidencian en las nominalizaciones, descripciones, referencias explícitas
e implícitas propias de las narraciones para significar el cuerpo ausente; y, en
tercer lugar, aquellas ligadas con los modos de involucramiento y de toma de
distancia en las que se posicionan los profesionales forenses con acciones
concretas que se evocan y se declaran en las narraciones, esto es, tanto las formas
en las que se acercan a las experiencias de las familias de desaparecidos como a
las maneras en que se distancian de ellas en tanto que modo de gestión emocional.

3. RESULTADOS Y DISCUSIÓN

3.1. De la regulación emocional a la intersubjetividad

en la narración de la experiencia se crea un terreno común,


compartido entre narrador y escucha, en el cual se intercambia y se pone
en común un contenido simbólico (cognitivo) y, sobre todo, se tiende un
lazo emocional que apunta a reconstituir la subjetividad que ha sido
herida: se crea una comunidad emocional.
(Jimeno, 2008, p. 77)

Rosana Ferllini (2013) señala que, al igual que ocurre con otros campos de
la investigación científica, en la antropología forense es poco habitual proyectar
o considerar los sentimientos personales en el trabajo desarrollado. Sin embargo,
dadas las interacciones íntimas que establecen profesionales forenses con los
escenarios de graves violaciones a los derechos humanos resulta prácticamente

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inevitable que estos sentimientos y emociones emerjan. Ferllini (2013), quien


reflexiona sobre su experiencia en Ruanda, Kosovo, Siria y España, muestra que,
justamente por esta percepción que escinde la práctica científica de las emociones
y por el carácter inevitable del involucramiento de los familiares es que los
forenses deben contemplar un manejo adecuado de sus emociones.
La relación que se establece entre profesionales en antropología forense y
los familiares excede pues los marcos relacionales entre un saber científico y una
práctica técnica. Los forenses terminan también desempeñando un rol
significativo de escucha de aquellos que devienen narradores o testigos de la
violencia extrema y en muchos casos deben además acoger la angustia y la
impotencia de las familias y dar una respuesta que se sabe no exitosa. Así, la
experiencia técnica forense ‘desciende’ a un ámbito intersubjetivo en el que se
debe aprender a responder al dolor del otro y al mismo tiempo, mantener el
ejercicio técnico del trabajo.
La intersubjetividad, tal como ha sido analizada a partir de la
fenomenología, supone que los límites entre el sujeto y el objeto, marcados por
la racionalidad científica, se tensionan a partir de la experiencia, la interacción y
la interdependencia, por lo que las emociones o la empatía no se comprenden
como fenómenos intrapsíquicos sino más bien como el resultado de las relaciones
con el mundo (Jackson, 1998). Al indagar por las emociones en las experiencias
de los forenses entrevistados, se encontró que los picos más altos de referencias
están, justamente, en ‘la satisfacción del deber cumplido’ y ‘el dolor ante el dolor
del otro’, oscilando entre la rigurosidad técnica y la sensibilidad con la
experiencia del sufrimiento, tal como se puede apreciar en la Figura 1 que ofrece
una suerte de ‘electrocardiograma emocional’ de las personas entrevistadas:

Figura 1. Cartografía de las emociones de antropólogos forenses.


Elaboración propia.

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Las personas entrevistadas señalan que tienden a identificase con la


experiencia de las familias de las víctimas y que en ese encuentro se sostienen
mutuamente. El encuentro con el dolor de los demás produce no solamente una
empatía con riesgo de devenir patógena (Fassin, 2016) o una suerte de contagio
de lo traumático (Aranguren Romero, 2017) sino más bien un ejercicio reflexivo
que logra entrever la resistencia de las comunidades, la fortaleza –a veces
increíble e inesperada–de víctimas que “con tanto dolor, se levantan” (E1) o de
aquellas que, incluso son capaces de ver la tristeza o los sentimientos de
frustración en los equipos y de decirle a la forense, “tranquila, tenemos que seguir
la búsqueda” (E5). Así, la experiencia emocional de relación con el dolor del otro
no opera simplemente como un ejercicio de transferencia emocional del trauma
que va del sufriente a quien lo escucha, sino también de un encuentro
intersubjetivo.
De esta experiencia relacional se desprenden, al mismo tiempo, malestares
emocionales por constatar el sufrimiento del familiar pero, también, sostenes
afectivos y justificaciones para continuar con el trabajo forense a pesar del
agotamiento del día a día. Padecer por el impacto que genera una herida ajena en
uno mismo es inaceptable:

yo digo, es increíble cómo la gente puede vivir con eso [la


desaparición de un familiar], y pienso en mí, digamos si a mí me
pasara, no tengo ni idea cómo reaccionaría; si llegará un día y mi
papá no está, eso sería durísimo, entonces digo: ‘si lo mío
[refiriéndose a las dificultades de su trabajo] es apenas una parte de
ese proceso, cómo no voy a vivir con eso’. (E3)

uno encuentra la bondad de la gente en toda esa situación, entonces


uno llega y el campesino te da comida, te cuenta cosas, te ofrece su
casa para dormir; el soldado se saca la comida que es para él y se la
da a uno… “doctor, coma”, le dicen a uno y uno dice: “bueno”. (E4)

Yo no tengo como derecho a ponerme triste, eso lo manejo de otra


manera, pero en esencia cuando… es que cuando yo veo las familias
[…] y las veo tan enteras con ese dolor tan berraco, digo: ‘yo no
tengo derecho a quejarme de nada’ ‘Yo no tengo derecho a
quejarme’. (E1).

La perplejidad, sin embargo, no deja de invadir pues cada día también se


constata el nivel del horror. En consecuencia, situaciones como exhumar un
cuerpo de un niño es un padecimiento devastador para todas las personas
entrevistadas. Sin embargo, esta forma de ser tocado —o invadido— por el horror

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es la evidencia de una particular disposición a acoger esa historia, es decir de la


apertura al mundo del otro que demanda una sensibilidad para que, como dice
Nancy (2006), sea posible que el propio cuerpo resuene con la voz del otro. Tal
como lo propone Veena Das (2008) escuchar el dolor ajeno, supone que algo del
dolor del otro suceda en mí.
De tal forma la sensación de agotamiento, ruptura interna, frustración o
escisión se muestra no solamente como la evidencia de un cuadro mórbido en la
salud mental de cada profesional en antropología forense, sino también como
señal de esa disposición y apertura a que su propia vida resuene con el dolor del
otro en un contexto de violencia y guerra:

Es la evidencia de que nadie es resistente al impacto emocional y


psicosocial que causa trabajar, en general, en contextos de
investigación sobre violencia sociopolítica, sea con vivos o muertos.
(E2)

Con todo, en virtud de esta cercanía con el dolor del otro también emergen
otras emociones. Así, para el contexto colombiano, la experiencia intersubjetiva
que se teje entre los profesionales forenses y las familias de desaparecidos
también se confronta con la impunidad de largos años, con la imposibilidad de
no poder encontrar un cuerpo, con el miedo de que quienes buscan mueran o con
la indignación porque las instituciones del Estado no son capaces de generar una
actitud empática con el sufrimiento de las víctimas:

esto tiene que acabarse de alguna manera porque yo no me imagino


que a la vuelta de cinco años o de diez años, estemos solas porque
toda la gente que ha trabajado con nosotras [refiriéndose a los
familiares] ya no está [refiriéndose a su muerte] (E3).

En palabras de Sontag (2004) “si consideramos qué emociones serían


deseables resulta demasiado simple optar por la simpatía. (…). Nuestra simpatía
proclama nuestra inocencia, así como nuestra ineficacia. En esa medida puede ser
una respuesta impertinente, si no inadecuada (a pesar de nuestras buenas
intenciones)” (p. 88), por lo que aquí, la resonancia con el dolor del otro supone
también resonar con las dimensiones emocionales involucradas en la vida de
quienes buscan a un familiar desaparecido, esto es, enfrentarse a la incertidumbre,
la frustración y la ambivalencia. Ante esto, los forenses entrevistados apelan a “la
rigurosidad del ejercicio profesional” (E6), “a darlo todo y hacer todo lo que está
al alcance del saber forense” (E5) como estrategia de gestión emocional. Así, la
sensación de encontrar “satisfacción por el deber cumplido” (E3), contribuye a la
administración de las emociones que pudiesen llegar a emerger ante la avalancha
emocional que trae no encontrar un cuerpo. Empero, se sabe que esto siempre

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será insuficiente, como lo describe la antropóloga forense Helka Quevedo en un


informe que realiza para el Centro Nacional de Memoria Histórica:

Con mi propio imaginario, miedo, impotencia, dolor, rabia,


desaliento, desasosiego, con mis sueños marcados por la vida y
muerte de otros, debo hacer la tarea, mi tarea en esta Escuela de la
muerte: debo ser una perito forense objetiva. […] ¿cómo alejarse del
impacto emocional que supone ser testigo de actos violentos como
los descritos? ¿Quién apoya o acompaña a ese operador de justicia?
Se plantea aquí la necesidad de un acompañamiento psicosocial.
(Quevedo, 2008, p. 150).

Toda vez que la labor de los profesionales en antropología forense no se


considera exitosa solamente por los hallazgos, las identificaciones o las entregas,
sino también por la búsqueda que, entre otras cosas, concentra gran parte de su
tarea, la gestión emocional de la incertidumbre o la frustración por no encontrar
un cuerpo se logra en virtud de ser rigurosos en las explicaciones a los familiares
sobre la complejidad de la búsqueda, de manera tal que sea posible afirmar, como
señala uno de ellos:

hicimos la búsqueda siguiendo todos los protocolos y los estándares


y por eso, pese a que no lo encontramos, yo le puedo decir al familiar
algo que es durísimo, dificilísimo: ‘no hallamos nada’, pero el
familiar vio que yo lo di todo, que lo hice técnicamente y por eso me
entiende y yo también me siento menos angustiado (E5)

Sin embargo, esta actitud explicativa no es un ejercicio condescendiente


con el dolor del otro ni una manera de librarse del juicio o el reclamo que con
rabia o tristeza puede acompañar la experiencia de las familias, sino más bien
constituye la evidencia de las formas en que las las emociones se mueven y
entretejen con acciones, que favorecen la construcción de comunidad y de lazo
social, aun cuando se sabe que se está ante el horror de un cuerpo violentado,
ausente, fragmentado o fracturado.

Entonces esto fue muy lindo, en medio de todo, decirles cómo fue la
búsqueda, dignamente cómo se sacó ese cuerpo de ella, luego cómo
lo estudiamos en esa morgue provisional …, cómo se trató con
respeto ese cuerpo […] Y les decía y: ‘el hueso, y nosotros el huesito,
es que debajo de esta piel tenemos el esqueleto y por eso podemos
caminar, y les decía, ella nos dejó su evidencia aquí […]. Entonces,
explicándoles de una manera sencilla, que eso también era ella…,

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que ella había estado en la barriguita de la señora ahí, y que ahora


estaba ahí, pero que esa era su presencia en este momento. (E1)

3.2. Ante el cuerpo violentado

En el centro de las esperanzas y de la sensibilidad ética modernas


está la convicción de que la guerra, aunque inevitable, es una
aberración. De que la paz, si bien inalcanzable, es la norma. Desde
luego, no es así como se ha considerado la guerra a lo largo de la
historia. La guerra ha sido la norma, y la paz, la excepción.
(Sontag, 2004, p.67)

En el documental Cuerpo 36 (CNMH, 2015) se narra el trabajo de Quevedo


durante un proceso de exhumación realizado en el municipio de Puerto Torres,
en el departamento de Caquetá. Allí, la forense relata que durante los días que
estuvo en terreno encontró los restos de 35 cuerpos. Sin embargo, justo antes de
irse y ya cuando la seguridad brindada por el ejército colombiano iba a terminar,
una habitante le informó a Quevedo sobre un cuerpo enterrado en el patio de una
casa. Ante esta información la antropóloga dice “él [aludiendo al cuerpo] como
que no nos dejó irnos” (min 1:34). Por ello realiza la exhumación, se lleva los
restos como parte de su equipaje en el avión y los inhuma nuevamente en el
cementerio de la ciudad de Florencia, capital del departamento de Caquetá. Ello
en el intento de salvarlo del olvido. El documental muestra, sin embargo, los
intentos fallidos de Quevedo años después por recuperar este cuerpo –el cuerpo
número 36– que queda perdido en medio de miles de cuerpos más en el
cementerio de Florencia: “Por salvarlo… lo metimos en un mar de NN”. Allí
aparece, dice, “la impotencia absoluta” y la frustración. “El cuerpo 36 es un
reflejo… de muchos cuerpos 36 en el país. Si los colombianos no saben dónde
están sus muertos ni cuántos son o quiénes son, pues esto refleja cómo es que
vivimos” (CNMH, 2015).
La experiencia de Quevedo revela varias de las particularidades que
caracterizan la labor forense en el contexto del conflicto armado colombiano. En
primer lugar, y como ocurre en muchos casos, deben ir custodiados por el ejército
colombiano en razón a que los procesos de búsqueda se realizan en el casi
paradójico escenario transicional marcado aún por la pervivencia de los actores
armados. En segundo lugar, las premuras con las que la búsqueda debe realizarse
en virtud de los costos que supone disponer de equipos forenses en el territorio
colombiano. Y, finalmente, que la relación estrecha que establecen los
profesionales en antropología forense no sólo se entreteje con los familiares sino
también con los cuerpos que demandan ser buscados, recuperados, identificados

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y entregados. Así el entramado emocional se expresa no solo como resultado del


intercambio con la experiencia de las familias, sino también con lo que supone
adentrarse en la catástrofe de la desaparición:

Entonces yo quisiera como irme atrás, tener un poder, y por allá el


poder de ir y verlo, encontrarlo. O sea, es una frustración, esto es
para decirte que es la frustración más grande que te puedas imaginar:
el cuerpo ausente del desaparecido, porque juega todo. (E1)

La búsqueda, que no puede pretenderse sea únicamente científica, arroja


múltiples sentidos y concepciones sobre el cuerpo violentado y va estableciendo
vínculos emocionales en una permanente tensión entre distancia y compromiso
del profesional con su objeto de estudio y la comunidad, tal como se examina más
adelante. Los restos mortales evidencian la marca del horror de la violencia
sociopolítica, influjo impuesto al cuerpo que no termina con su muerte —o su
desaparición— sino que continua en el discurso estatal o de los medios de
comunicación cuando se niega la existencia del hecho violento. De la misma
manera, el cuerpo cosificado como cifra en las estadísticas nacionales o el cuerpo
en tanto instrumento de negociación, botín de guerra, pierde su humanidad a
fuerza de duda, de desconocimiento y de canje. En la guerra se negocia a partir
de la muerte y por eso es la norma:

Entonces… los serbios entregaban, periódicamente, cadáveres que


nosotros teníamos que ir a la frontera a recoger, eh, y que ellos, en
su proceso de negociación, intercambiaban por información de sus
desaparecidos… de sus desaparecidos Serbios que estaban
enterrados en Kósovo y era una negociación a partir del cuerpo
muerto. (E2)

¿Cómo nombrar al cuerpo violentado por la guerra? El cuerpo es un testigo mudo


del hecho desastroso que ha ocurrido, y aunque cadáver, su voz puede ser audible
en la técnica del hueso y del análisis, en la actitud de escucha:

Yo me acuerdo una vez en el lago Calima había un perrito de un


secuestrado. Y yo miraba al perro con una impotencia porque era de
la zona, y buscábamos y buscábamos, y con el ejército ahí, y el
tiempo y la presión, año 2005, allá, Calima, bueno, yo quería que el
perro me hablara, y los troncos me hablaran. Entonces empezaba a
pensar que todo era un testigo, testigos mudos. Entonces yo decía:
“el cuerpo es un testigo mudo”. ¿Dónde está? Yo decía “maldita sea,
¿dónde está?”. (E1)

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El cuerpo, testigo mudo, guarda silencio —al igual que otros testigos
vivientes— hasta que alguien pueda escuchar lo inenarrable. No obstante, este
cuerpo fragmentado, reconstruido por el hacer científico, pierde, muchas veces,
la constitución de persona pues el cuerpo desmembrado, fragmentado, es, de
nuevo, cosificado por el funcionario a la vista de quien lo amó en vida:

[…hay unos funcionarios que] …hacen una presentación de los


restos a los familiares donde, por ejemplo, hacen entrar a los
familiares a un salón, ellos tienen una caja encima de un escritorio y
empiezan a sacar: ‘ah, esto es un fémur’ —y lo van poniendo—; ‘ah,
esto es una clavícula’ —y la van poniendo—, y ahí a medida que van
sacando los restos, van armando el esqueleto. (E3)

Una caja de huesos en cambio del ausente. Como si el ejercicio técnico de


la entrega se erigiese bajo los mismos principios de la desaparición; esto es,
dentro de la posibilidad de entrever un cuerpo aislado del sujeto, una identidad
escindida de sus huesos. O como si el funcionario necesitase profesar un profundo
desinterés y distanciamiento con el sujeto, para hacer llevadero el anuncio del
hallazgo (Boltanski, 2004). En cualquiera de los casos, se hace imperativo, en lo
narrado varias veces por las personas entrevistadas, humanizar la entrega a las
familias y sensibilizar a quienes hacen esa labor. Acaso para no deshumanizarse
ellos mismos, para no operar como un funcionario que se comporta solamente
como si fuese el engranaje de una gran maquinaria. Se trata de conjurar lo que
Hannah Arendt anunciaba como el desdibujamiento de la responsabilidad
personal en los contextos de violencia extrema y que se replica en muchos casos
en las instituciones estatales, en sus procedimientos y en sus funcionarios
(Arendt, 2007).
Y la mejor opción para conjurar la posibilidad de esta doble desaparición,
es no desligarse de la ausencia de sentido, de la ambivalencia y la incertidumbre
que encarna la desaparición. El cuerpo nunca encontrado pareciera
irrepresentable y, en cierto sentido, insufrible para quien sí asimila el dolor ajeno
de quien vive la desaparición de un familiar:

¿Qué le están haciendo a este cuerpo, a esta persona? El cuerpo


ausente para mí es… es la… es la tortura infinita más grande e
inenarrable que puede haber para el otro. O sea, para el que lo vive,
para el que lo espera, para el que lo piensa. Entonces eso es lo más
difícil, te digo. (E1)

¿Cómo llamar el sufrimiento del que sufre con el dolor del otro? ¿Cómo
nombrar un cuerpo ausente cuando el cuerpo es eso justamente porque es

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presencia? La persona entrevistada nombra al cuerpo ausente como tortura


infinita, una herida causada por el no saber dónde está ni qué pasó con la persona.
Para Friedlander “algo que se debería poner en palabras no se puede formular
con los conceptos en circulación” (2007, p.26) y, como se ve, estas concepciones
de cuerpo permiten ir concluyendo que las categorías de representación son
insuficientes – o hacen parte de configuraciones semánticas que las ocultan,
muchas veces en clave de impunidad, tanto para quienes pretenden discutir este
aspecto teóricamente como para quienes lo viven en la cotidianidad de su trabajo:

Es que todo este tiempo de trabajo en Colombia ha sido constatar la


sofisticación de las técnicas que los paramilitares desarrollaron para
desaparecer los cuerpos y eso es también estar cara a cara con la
impunidad de este país… con lo que es capaz de hacerle un
colombiano a otro y, peor, de algo con lo que la sociedad
colombiana, el Estado colombiano, ha sido cómplice. Es jodido
darse cuenta de eso. Es desesperanzador a veces. (E5)

Y ante la catástrofe para la identidad y para el sentido (Gatti, 2008) la


palabra, aunque aparece insuficiente, también se retuerce para dar lugar a otras
voces, tal como titula Quevedo (2018) un compendio de cartas a quienes ha
buscado, a quienes ha encontrado y a quienes ha ayudado a restablecer su
identidad como muertos. Allí el cuerpo aparece en sus exudaciones, en sus
rastros, y en lo que evidencia su ausencia, es decir, en su presencia espectral:

puedo afirmar que los veo en sueños, los oigo en las noches,
identifico su olor en diferentes situaciones y lugares, hablo con ellos,
están en mi piel, siento su dolor, los busco en el aire y en las palabras
[…] siento que si los pienso, ellos siguen existiendo, no mueren, así
sean fríos cadáveres, estén perdidos, descompuestos o sean blancos
huesos. Ya tuvimos un encuentro, la vida y la muerte fueron el
escenario. Supe de ellos, los busqué, los tuve en mis manos y ahora,
tejo palabras entre ellos y yo (p. 15).

3.3. Compromiso y distanciamiento

“Antes de la oposición arendniana entre compasión con lo cercano y piedad a


la distancia, tenemos aquí una forma de proximidad generalizada con el
sufrimiento que permite la empatía de expresarse casi de la misma forma si se
está delante de la persona o a miles de kilómetros de ella”
(Fassin, 2016, p. 48).

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Clea Koff (2005), quien trabajó como antropóloga forense en Ruanda,


Bosnia, Croacia, Serbia y Kosovo resalta cómo fue invadida por un sentimiento
de impotencia ante la imposibilidad de hacer algo más que un inventario de las
muertes en estos escenarios de guerra. Koff señala cómo se apoderó de ella este
sentimiento producto de la combinación del miedo por su propia vida y del odio
por tener el privilegio de irse fácilmente de ese lugar. Se trata de algo que emergía
como resultado de una profunda cercanía con el dolor de los familiares y de la
necesidad de tomar distancia de los contextos de violencia para preservar su salud
mental. Algo similar nos narra una de las personas entrevistadas cuando resalta
que es muy difícil para ella realizar talleres con las comunidades en terreno y
saber que, dadas las condiciones de seguridad, estas personas:

quedan súper expuestas, porque además ¿por qué estaban reunidos


en un salón hablando de desaparecidos? y uno se da cuenta, y uno se
va a su casa y duerme tranquilo, va al cine ¿y la gente que se queda?
Eso es muy complicado (E3)

Como ha evidenciado Mary Anderson (2009) muchas de las acciones de


autocuidado o de prevención de agotamiento emocional de equipos que trabajan
en labores humanitarias en contextos de guerras o conflictos armados pueden
conllevar mensajes éticos implícitos. Esto, pues las acciones para mitigar el
impacto del trabajo en los equipos pueden entrar en tensión o incluso valorarse
como contradictorias respecto a los padecimientos de las personas que son
ayudadas. Sin embargo, como lo remarca Anderson, estas acciones percibidas
como privilegios de los agentes humanitarios terminan no solo por mandar un
mensaje ético implícito a las comunidades receptoras de las ayudas sino también
por provocar un profundo malestar emocional en los mismos integrantes de los
equipos toda vez que remarca las injusticias e inequidades en el acceso a ciertas
condiciones de bienestar.
Didier Fassin (2016) explica este malestar como el resultado de la la
razón humanitaria que orienta las acciones de gestión del sufrimiento social. Así,
los agentes humanitarios padecen el malestar de desarrollar acciones para mitigar
su agotamiento por el trabajo que realizan, toda vez que sus acciones humanitarias
no logran atender directamente los problemas de quienes padecen las
consecuencias de las guerras y los conflictos armados, sino que en muchos casos
están allí solamente para paliar su sufrimiento; para escucharlo, pero no para
atender a sus causas estructurales o para atender algunos casos, aun cuando se
sabe que la realidad supera las capacidades institucionales. Esto se expresa bien
en lo que señalan las personas entrevistadas cuando explican que el trabajo que
desarrollan profesionales en antropología forense en los casos de desaparición
forzada en Colombia se muestra desde las cabezas de las instituciones del Estado

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como un ejercicio simple, que no contempla ni los tiempos ni los recursos que se
requieren para lograrlo:

en este momento tenemos 80.000 desaparecidos y hay por lo menos


2.000 o 3.000 cuerpos sin identificar, entonces uno encuentra ciertas
personas que dan entrevistas (…) diciendo ‘vamos a hacer un banco
genético’ ¿Usted sabe cuánto se demora un cotejo genético?¿quién
hace eso? Eso no lo hacen los laboratorios, eso lo hace es el
investigador (…) ¿sí?, pero la gente, piensa que esto es como en el
boom del CSI de las películas, que meten el huesito… sale la
fotocopia de la cédula y no. (E4)

y es que ¿cómo vamos a buscar tantos desaparecidos del conflicto?


En Colombia no somos más de 40 antropólogos forenses. Y
entonces, ¿qué le vamos a decir a las víctimas? El Estado se
compromete con buscar a los 80.000 de dientes para fuera y nosotros
tenemos que ponerle la cara a la gente y decirles, no es que no quiera
buscar a tu familiar, es que tengo otros tantos casos en lista de espera
(E6)

En el escenario de la economía moral del humanitarismo (Fassin, 2016)


se ejerce, pues, el trabajo de profesionales en antropología forense. Ello supone,
en muchos casos, desempeñar una labor para las que las instituciones en las que
trabajan no están preparadas o para las que no cuentan con la voluntad política
para asumirlas plenamente. Así, los profesionales forenses si bien pueden llegar
a construir un compromiso ético, político y afectivo con los casos que
acompañan, no por ello pueden garantizar un avance significativo o exitoso en
las investigaciones.Y ello puede confrontar la experiencia comprometida del
forense con los sentimientos de impotencia y frustración (Aranguren Romero &
Fernández, en prensa) ante los cuales, la respuesta institucional, al igual que
respecto al sufrimiento de las familias, es insuficiente:

nosotros no tenemos ningún tipo de acompañamiento, aquí uno ve


cosas terribles todos los días, y el acompañamiento psicosocial es
como una obligación, que hay que cumplir con un número de horas,
o para unos casos particulares y que es una reunión muy técnica, de
lo que le dicen a uno: “tiene citación para acompañamiento
psicosocial, en tal oficina, a tal hora”. Y entonces uno llega y le
dicen: “¿cómo te sientes?”. Pero es que así no se trabaja, eso no es
un enfoque psicosocial para el autocuidado de los funcionarios […]

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y eso ha sido una pelea permanente [pues] eso no existe, no existe


una política para el autocuidado. (E2)

Recibir acompañamiento terapéutico o cuidar de sí con especial rigor


para ejercer el trabajo forense, hasta denotar cierta indiferencia o establecer una
división tajante para no considerarse también víctima, modelan una idea de
distancia que mantendría a salvo la integridad del profesional: evitar cargarse en
exceso con el dolor de los demás y cuidar el estatus científico. Por eso, estrategias
como ‘no reflexionar mucho sobre el tema’ o ‘el que piensa pierde’ aparecen
como un intento de hacer una suerte de paréntesis fenomenológico a su propia
subjetividad y emocionalidad para comprometerse con la garantía de su trabajo.
Pero ese paréntesis ‘del que piensa pierde’, tiende a ceder en otras
manifestaciones como: ‘agotamiento’, ‘aburrimiento’, ‘necesidad de tomar
distancia’:

Yo siempre contesto últimamente que me han preguntado varias de


estas cosas, yo digo “el que piensa, pierde”. Si yo me dedico a pensar
en ese momento… eso es una cuestión muy extraña. Bueno, ustedes
son psicólogos entonces de pronto comprenderán. Es como una
escisión que a mí me pasaba que ahora, yo hasta ahora lo puedo ver,
pero porque tomé distancia. Yo, en ese momento, yo no pensaba. O
sea, si yo me pongo a pensar “¡Ay! huele a feo esta cabeza que estoy
sacando”, y rodeada de soldados que es en el marco del conflicto
armado, […] en helicóptero, situaciones muy difíciles y complejas
realmente. No, si yo pensaba en eso que estaba haciendo, no lo
hubiera podido hacer. (E1)

Siguiendo a Lefranc (2002), es necesario “demostrar que, incluso cuando


el científico se adentra en una investigación decididamente objetiva, el objeto
«violencia extrema» no se puede construir de manera «ordinaria»” (p. 31). En las
entrevistas analizadas, la distancia se establece en, al menos, dos momentos.
Primero, “no se piensa” en el contacto directo con el cuerpo víctima de la guerra
y esa actitud también constituye el protegerse en el discurso institucional, cuyo
marco aporta un lugar de enunciación y de escucha aparentemente ‘más objetivo’,
o tal vez, más distante:

esa es como la parte profesional que a uno lo mantiene y el estar


concentrado en que lo que uno está haciendo es algo vital para el
caso para la paz, para la historia para Colombia ¿sí? (…) tener uno
como todos sus sentimientos hacia lo profesional, hacia la patria,
hacia los compañeros, hacia la institución (…) uno debe fortalecer

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esto, pensar que uno ‘esto lo está haciendo por necesidad o porque
tan chévere’ no es bueno. (E4)

En un segundo momento, se piensa, reflexiona y objetiva desde la


distancia para escindirse del trabajo y reconocerse, usando algunos medios como
la escritura: “Hasta ahora que me ha tocado escribir […] me di cuenta de que
estaba rota por dentro.” (E1). En esa dirección de encontrarse a sí mismo al
distanciarse, algunos forenses reconocen la necesidad de un acompañamiento
psicosocial para ejercer su labor, otros ponen en duda que esto pueda servir para
gestionar la monstruosidad de la guerra. En consecuencia, reservarse para sí un
“conocimiento envenenado” (Das, 2008) o enmascararse de cierta indiferencia
puede ser otra forma de asumir la tensión compromiso-distancia:

(…) ver, además del desmembramiento, la tortura, ver los disparos,


¿y todo en un sólo cuerpo de un niño de 14 años? ¿o de 15? ¿o de
18, o de 13 años?, uno dice: ¿y por qué? Y es muy difícil, y lo peor
de todo es que, yo creo que mis compañeros no reconocen que ‘sí, a
veces uno se siente triste’. (E3)

Por su parte, el establecimiento de vínculos con la comunidad y los


familiares de las víctimas y el deber sociopolítico que reconocen para su
profesión constituye el compromiso. En esto, enunciados como “aportar algo para
que ese sufrimiento disminuya” (E3), “a donde pueda ir a ayudar a sensibilizar al
que sea, voy” (E2) y “¿quién más lo va a hacer?” (E3) manifiestan el saberse
necesarios, a veces indispensables y en otros casos responsables de una tarea que
pocos están dispuestos a hacer. El contacto directo con la gente, con sus
problemas, forma políticamente y permite la reflexión frente a la complejidad del
conflicto armado:

En el momento en el que empiezo a tener contacto con los familiares


de los desaparecidos y empieza uno a identificar las condiciones
sociales en las que se encuentran, los motivos por los cuales
sucedieron las desapariciones, cuando conectas eso con la historia
del país, claro, ahí ya deja de ser un ejercicio técnico, deja de ser un
ejercicio solidario, para pasar a ser un ejercicio político. (E3)

En el extremo de esa tensión compromiso-distancia, la afectación por el


sufrimiento ajeno y la impotencia de no poder contribuir a mitigarlo, hace que los
casos sean asumidos como propios, trascendiendo la empatía en un “como si fuera
yo”, que hiere:

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Entonces, yo saqué el cuerpito y era un envuelto de cobijitas, así


como una mamá envuelve a su bebé y este era un envuelto de
cobijitas y yo empecé a abrirlo, a mirarlo, a quitarle la ropita, y sentía
como estar vistiendo o desvistiendo a mi hijo. (E2)

La herida es el principio de la sensibilidad y la constitución de una


postura ética y estética de la profesión forense. Presentar un cadáver ante el
familiar, dar una notica de avance o retroceso en la investigación o reconocer en
el desaparecido a alguien cercano, permite dirigir las acciones y, en la mayoría
de los casos, provoca la apertura, la escucha hospitalaria, ya no la científica u
objetiva que devela y busca, sino aquella que acoge y comprende. Así, emerge
entonces una necesaria tensión entre el compromiso y el distanciamiento en tanto
así lo exige la antropología forense en un contexto de desaparición forzada. La
labor forense no consiste aquí solamente en hacer prospecciones de terreno,
excavaciones, extracciones, pruebas de ADN o entregas, consiste también en
saber escuchar y acoger la historia del dolor de los demás: “esa ruptura entre lo
técnico y eso más político, eso más vinculada al dolor de las víctimas, eso sólo
sucede cuando uno tiene contacto con las víctimas… de lo contrario no pasa, no
pasa.” (E3). Aquí la perspectiva científica entra en una dimensión dialógica con
el mundo y saber de las víctimas.

4. CONCLUSIONES

El fundamento de la ecología de saberes es que no hay ignorancia o


conocimiento en general; toda la ignorancia es ignorante de un cierto
conocimiento, y todo el conocimiento es el triunfo de una ignorancia en
particular.
(De Sousa Santos, 2011, p. 36)

Compartir el sufrimiento implica la concurrencia de saberes y


conocimientos específicos inscritos tanto en el marco científico-profesional como
en el ámbito comunitario o cotidiano. Lo que los profesionales forenses
entrevistados señalan es que el conocimiento que posee aquel que fue herido es
fundamental para el trabajo forense. Veena Das (2008, p. 244) citando a
Nussbaum llama a esto, el “conocer mediante el sufrimiento” (knowing by
suffering), lo que requiere de una cierta disposición de quien escucha a dejarse
tocar por el dolor del otro.

Eso, para mí, es una bandera que, que no se puede dejar de cargar y
de nutrir, y, he aprendido ese sentido del trabajo de la mano de los
familiares y de las organizaciones defensoras de derechos humanos,

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y, y entendiendo que si la guerra ha sido tan dura y de verdad otras


personas han pasado por cosas tan escabrosas y tan espantosas, es mi
deber poner a disposición mi conocimiento (E2).

Esta relación con el sufrimiento acontecería a la manera de una


hermenéutica diatópica (De Sousa Santos, 2011) en la que es necesario sostener
la escucha para aprender del otro, independientemente del lugar de enunciación
del sabedor, se trata de una ecología de saberes que parte también de la ignorancia
compartida. Así, sobre el desaparecido, los profesionales en antropología forense
comparten el mismo desconocimiento de las familias acerca de su paradero. Y
aun cuando esta ignorancia compartida produce sentimientos de rabia, frustración
e incertidumbre, forenses y familiares se encuentran en el proceso de la búsqueda
en un ejercicio compartido que trasciende a una simple transferencia de dolores
y sufrimientos que irían del familiar al forense, sino que se sitúan en un nutrido
intercambio de experiencias, soportes emocionales y vínculos afectivos.
En la relación del antropólogo con las familias de los desaparecidos,
también aparece una pedagogía particular, la de la muerte. La relación didáctica
en la que el experto en la técnica explica a su aprendiz – alrededor del cadáver y
del sufrimiento- cómo ha ocurrido es también una acción ética y estética de la
antropología forense, en respeto por el dolor del otro y su necesidad de saber:

(…) entonces él me dijo: “mira que lo picaron todo”, entonces yo


le dije: “no, no lo picaron, o sea, sí hay un desmembramiento y lo
podemos ver en este hueso largo y en este otro hueso largo, pero
que estén todas las vértebras eso es porque nuestro cuerpo está
unido por los músculos, por la piel y está todo el cuerpo completo,
pero si nosotros no tenemos esto, somos un poco de huesos. (E3)

En esa compleja didáctica forense, no solo aprende aquel que no tiene el


saber científico, también el forense aprende del saber cotidiano y comunitario de
quien gestiona el sufrimiento para convertirlo en potencia y esperanza de vida, en
sobrevivencia:

el muchacho que yo conocí hace ocho años, al muchacho que es


hoy, es otra historia, no sé si es por la acción nuestra, seguramente
ha habido muchas más cosas alrededor que han influido, pero era
una persona, una persona callada (…) y hoy él se lanzó al concejo
y él es de los que está liderando el grupo de víctimas, es el que va
y habla con la personera para que inscriban a la gente en el registro
único, o sea, ¡es otra persona!, es otra persona, y uno piensa: “claro,
también es una cosa súper paradójica de alguna manera que todo

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ese dolor es el que ha hecho que esta persona saque esa fuerza para
convertirse en otro” (E3)

El ejercicio técnico de la labor forense se ve interpelado por el carácter


abrumante y caótico que engendra la desaparición. La práctica dialógica y el
encuentro intersubjetivo entre familiares y forenses deriva en que aún en
ejercicios de búsquedas infructuosas es posible encontrar algo de los afectos
arrebatados por la sofisticación del horror y por la impunidad, esto es, la
disposición ética del profesional forense, permeada por las demandas de quien
reclama a otro ausente. Y aun cuando allí se evidencia el compromiso de estos
profesionales con el dolor del otro, también se pone de manifiesto que es
imposible estar en sus zapatos, por lo que se reafirma la necesidad de tomar
distancia para garantizar un compromiso con la búsqueda de los desaparecidos.

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