Articulo Trabajo y Clases Sociales 2014 Brasil

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­­­TRABAJO, CLASES SOCIALES Y CONOCIMIENTO EN LA

SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA
Labour, social class and knowledge in contemporary society

ROJAS, Pedro Manuel Rodríguez1


YÉPEZ, Janette García2

Resumen
El propósito de este artículo es realizar un análisis del Trabajo como proceso histórico y una aproximación
teórica a la luz de la nueva dinámica capitalista: híper desarrollo tecnológico, crecimiento exponencial
de los sectores financieros y especulativos, la economía virtualizada, la sociedad de consumo. Partiendo
de una breve historia, abordamos El Trabajo y las clases sociales desde la perspectiva marxista, el trabajo
genérico, los conceptos de explotación y alienación, trabajo concreto y trabajo abstracto, plusvalía, las
dimensiones cuantitativas y cualitativas del trabajo, trabajo y posmodernidad, la crítica al supuesto Fin o
agonía del trabajo como fuente primordial de riqueza, trabajo y fetichización, la relación trabajo y capital
en las sociedades modernas, el papel del conocimiento y la ciencia en el mundo del trabajo. Al final, una
primera aproximación a nuestra propuesta de la Plusvalía del Consumo, como nueva dimensión de los
mecanismos de explotación del capitalismo contemporáneo.
Palabras clave: Trabajo; Clases Sociales; Conocimiento.

Abstract
The purpose of this article is to analyze the historical process and work as a theoretical approach in the
light of the new capitalist dynamic: hyper technological development, exponential growth of financial
and speculative sectors, virtualized economy, the consumer society. Based on a short story, boarded
Work and class from a Marxist perspective, the generic work, the concepts of exploitation and alienation,
concrete and abstract labor, goodwill, both quantitative and qualitative dimensions of work, work and
postmodernism, the End criticizes course or agony of labor as a primary source of wealth, work and
fetishization, relationship capital and labor in modern societies, the role of knowledge and science in
the world of work. Finally, a first approach to our proposed Consumer Goodwill, as a new dimension of
operational arrangements of contemporary capitalism.
Keywords: Work; Class; Knowledge.

1
Professor Titular do Departamento de Pós-graduação em Ciências Sociais e Coordenador do Doutorado em Educação da Universidad Simón
Rodrigues, Venezuela. E-mail: <[email protected]>.
2
Professora da Universidad Lisandro Alvarado Barquisimeto, Estado Lara, Venezuela. E-mail: <[email protected]>.

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Introducción

Como sabemos hasta el desarrollo de la agricultura, hace unos 10.000 años en


el norte de África, el hombre vivía como nómada, de la caza y la pesca, de lo
que la naturaleza le otorgaba. Esto no quiere decir que antes de la agricultura,
desde el surgimiento de los primeros primates y el homo sapiens hace unos 150
mil años, ya había surgido el trabajo como actividad creadora. El hombre desde su
origen tiene la necesidad de crear, no solo para satisfacer las necesidades básicas
de alimentación, vestimenta y vivienda, sino que su condición de humano hace del
esfuerzo una necesidad vital. El hombre, a diferencias de otros animales, no puede
pasar los días y la vida en solo comer, procrearse y dormir.
En un principio el trabajo, las técnicas (tecnologías), la naturaleza y la cultura fueron
parte de un todo inseparable. El hombre ocupaba su tiempo en crear, tanto para
solucionar problemas inmediatos -a través del uso de técnicas y herramientas
construidas por él- como la capacidad de generar nuevas necesidades, producir
nuevos hábitos y recrearse. El trabajo -a diferencia de hoy- no era una obligación,
no era simplemente un esfuerzo que tenía que hacer el hombre para ganarse un
salario con el cual se intenta satisfacer las necesidades básicas, el trabajo no era
una actividad penosa para conseguir otro fin, no, el trabajo era un fin en sí mismo.
Con las sociedades sedentarias, el surgimiento de la agricultura, el trabajo asume
una condición y un carácter más social, las poblaciones crecen y por lo tanto el
consumo y de esta manera el trabajo se hace más obligante. Esto ha sido una
condición histórica del trabajo. Al decir de Engels (1981, p.71):

Con cada nuevo progreso, el dominio sobre la naturaleza, que comenzara por el
desarrollo de la mano, con el trabajo, iba ampliando los horizontes del hombre,
haciéndole descubrir constantemente en los objetos nuevas propiedades hasta
entonces desconocidas. Por otra parte, el desarrollo del trabajo, al multiplicar los
casos de ayuda mutua y de actividad conjunta, y al mostrar así las ventajas de esta
actividad conjunta para cada individuo, tenía que contribuir forzosamente a agrupar
aún más a los miembros de la sociedad.

Con la desaparición de la propiedad comunal, el surgimiento de la propiedad privada


y la correspondiente división del trabajo (manual e intelectual), la diferenciación
entre clases sociales, entre los que poseen medios de producción y los que solo
tienen su fuerza de trabajo, el trabajo pierde su condición humana vital. Pero
es en las sociedades capitalistas, con el surgimiento de la industria y la división
internacional del trabajo, cuando el trabajo se convierte en una mercancía.
Históricamente el trabajo ha sido visto de distintos ángulos y perspectivas, desde
los documentos bíblicos el trabajo aparece como un castigo a quienes en el paraíso
habían violado los mandatos divinos. Hasta la llegada de la Edad Moderna el trabajo
he visto como una condición de inferioridad que era hecho por los más humildes
(esclavos, siervos), aquellos que no tenían poder económico ni gozaban de nobleza
sanguínea y cargos nobiliarios. Los ricos, los poderosos, los nobles no trabajaban,
no lo necesitaban y era, además, profundamente denigrarse, solo se dedicaban a
la supervisión, a las actividades bélicas, religiosas, culturales, a los vicios y el ocio.

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Fue con el desarrollo de las sociedades modernas, en los inicios del capitalismo,
tal como lo plantea Max Weber (1998), con el surgimiento del protestantismo
(movimientos luteranos y calvinistas), con el desarrollo del pensamiento liberal
burgués, que el trabajo comenzó a ser aceptado como elemento fundamental del
desarrollo económico. Hasta el siglo XV los economistas consideraban que la riqueza
consistía fundamentalmente en el dominio de minerales preciosos y la propiedad
de la tierra, alcanzado fundamentalmente a través de la expansión y colonización
territorial y la utilización del trabajo forzado (esclavo).
A partir de esta fecha, con el desarrollo industrial del capitalismo, el trabajador
asalariado comienza a sustituir a los siervos y los esclavos. Todo esto
fundamentalmente en Europa, ya que en el resto del mundo solo a finales del siglo
XIX desaparece la esclavitud y el trabajo servil, aunque en forma camuflajiada se ha
mantenido por más tiempo, aun hoy, ésta la más vil y directa forma de explotación,
más que del trabajo, del humano.

El trabajo en Marx: explotación y alienación

Pero fue Marx quien comprendió y analizó con mayor precisión el papel del
trabajo y de los trabajadores como sujetos históricos. Para Marx el trabajo se había
degenerado pasando de ser una creación natural del hombre a un proceso de
esclavitud y enajenación. El hombre no se desarrolla en el trabajo, por el contrario
pierde su esencia humana, convirtiéndose en mercancía, el hombre solo es feliz
fuera del trabajo. Tal como lo plantea en los Manuscritos de 1844:

[…] el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su


trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado;
no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina
su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo
fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo.
Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. […] De esto resulta que
el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en sus funciones animales, en el comer,
beber, engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la habitación y al atavío, y en
cambio en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo
humano y lo humano en lo animal (MARX, 1986, p.108-109).

Más adelante, en Trabajo asalariado y capital (1849), Marx ahonda en este particular:

Ahora bien, la fuerza de trabajo en acción, el trabajo mismo, es la propia actividad vital
del obrero, la manifestación misma de su vida. Y esta actividad vital la vende a otro para
asegurarse los medios de vida necesarios. Es decir, su actividad vital no es para él más
que un medio para poder existir. Trabaja para vivir. El obrero ni siquiera considera el
trabajo parte de su vida; para él es más bien un sacrificio de su vida. Es una mercancía
que ha adjudicado a un tercero. Por eso el producto de su actividad no es tampoco el
fin de esta actividad. Lo que el obrero produce para sí no es la seda que teje ni el oro
que extrae de la mina, ni el palacio que edifica (MARX, 2003, p.78).

Pero además en esta mercantilización del trabajo, Marx descubre -en lo que sería
su aporte fundamental a la teoría del valor y la diferenciación de trabajo y fuerza

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de trabajo- que no es el trabajo lo que vende el hombre, sino su fuerza de trabajo,
el trabajador recibe solo lo necesario para la sustentación, pero el salario nunca es
equivalente a su producto. El salario para Marx “[…] no es la parte del obrero en
la mercancía por él producida. El salario es la parte de la mercancía ya existente,
con la que el capitalista compra una determinada cantidad de fuerza de trabajo
productiva” (MARX, 2003[1849], p.79).
El trabajador en el capitalismo no es dueño de lo que el mismo genera producto de
su esfuerzo, es de otro, el dueño del capital, que compra su fuerza de trabajo y la
convierte en parte del capital, en parte de su propiedad, el trabajador le pertenece.
El capital, que como lo plantea Marx, es solo producto del trabajo objetivado,
no existe por cuenta propia: las maquinarias, el dinero, la materia prima han sido
y son producto histórico del trabajo, no son naturaleza, es producto del trabajo
objetivado, el trabajo que se enajena (roba) a su creador.

[…] el objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta a él como un ser


extraño, como un poder independiente del productor. El producto del trabajo es
el trabajo que se ha fijado en un objeto, que se ha hecho cosa; el producto es la
objetivación del trabajo. […] La enajenación del trabajador en su producto significa
no solamente que su trabajo se convierte en un objeto, en una existencia exterior,
sino que existe fuera de él, independiente, extraño, que se convierte en un poder
independiente frente a él; que la vida que ha prestado al objeto se le enfrenta como
cosa extraña y hostil (MARX, 1984, p.106-107).

Para Marx, en el capitalismo el hombre se cosifica y objetiviza, se convierte en cosa


y objeto, perdiendo toda esencia humana, sus capacidades físicas y espirituales se
limitan. El trabajo o proceso de trabajo, de acuerdo a Marx, alude a un proceso de
relación entre hombre y naturaleza a través del cual, al transformarla, el hombre
proyecta su figura. El proceso de trabajo no es dominio de la naturaleza, sino un
proceso de autodeterminación y dotación de sentido. “La noción de trabajo de
Marx no es una categoría económica sino filosófica […]” (SOLARES, 1997, p.21).
En las sociedades mercantiles donde prima la propiedad privada y la división del
trabajo el hombre ya no aspira a “ser humano”, un hombre consustanciado
consigo mismo, con los otros hombres y la naturaleza, sino que su vida se centra
en poseer y tener cosas y para ello la posesión más importante y la más valorada
es la de poseer dinero. El dinero en el capitalismo lo es todo, representa la unidad
del sistema, como el más representativo de los fetiches capitalistas, se coloca por
encima de todo, del propio hombre, se convierte en la máxima medida con la que
se valora y mide a los seres humanos y sus creaciones, no importa el tipo de moneda
ni el producto, la nacionalidad, con él se adquiere o compra todo, veamos como
sarcásticamente lo plantea el filosos alemán:

Lo que mediante el dinero es para mí, lo que puedo pagar, es decir, lo que el dinero
puede comprar, eso soy yo, el poseedor del dinero mismo. Mi fuerza es tan grande
como lo sea la fuerza del dinero. Las cualidades del dinero son mis -de su poseedor-
cualidades y fuerzas esenciales. Lo que soy y lo que puedo no están determinados
en modo alguno por mi individualidad. Soy feo, pero puedo comprarme la mujer
más bella. Luego no soy feo, pues el efecto de la fealdad, su fuerza ahuyentadora,
es aniquilada por el dinero. Según mi individualidad soy tullido, pero el dinero me
procura veinticuatro pies, luego no soy tullido; soy un hombre malo y sin honor,

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sin conciencia y sin ingenio, pero se honra al dinero, luego también a su poseedor. El
dinero es el bien supremo, luego es bueno su poseedor; el dinero me evita, además,
la molestia de ser deshonesto, luego se presume que soy honesto; soy estúpido, pero
el dinero es el verdadero espíritu de todas las cosas, ¿cómo podría carecer de ingenio
su poseedor? Él puede, por lo demás, comprarse gentes ingeniosas, ¿y no es quien
tiene poder sobre las personas inteligentes más talentoso que el talentoso? ¿Es que
no poseo yo, que mediante el dinero puedo todo lo que el corazón humano ansia,
todos los poderes humanos? ¿Acaso no transforma mi dinero todas mis carencias en
su contrario? (MARX, 1984, p.83).

Marx establece una diferencia entre el trabajo concreto en el sentido de su utilidad


y el trabajo abstracto como valor de cambio, una cosa es el trabajo necesario para
producir un bien determinado y otro es el valor que el trabajo como mercancía
toma en el mercado. El trabajo humano es concreto si produce valor de uso y
es trabajo abstracto si se produce para el mercado. La cantidad de valor que
encierran las mercancías se mide por el tiempo de trabajo socialmente necesario.
¿Y cómo se mide ese trabajo? No es por tiempo de duración, no son las horas.
Para Marx el trabajo que crea el valor es una “substancia social”, no la emanación
de energía psicofísica de cada individuo tomado aisladamente (CRUZ SUÁREZ;
GONZÁLEZ PARIS, s/f, p.11).
La mayoría de teóricos se concentran en el valor de uso y en el valor de cambio de
las mercancías, es decir solo en una esfera cuantitativa. Tal como lo plantea Néstor
Kohan (2011) esto se debe a una dificultad o carencia de índole teórico y política
(p.605). Según Kohan, para Marx lo cualitativo se encuentra en la cosificación, en
la enajenación y reificación de las relaciones sociales mediadas por relaciones de
mercado. Es allí donde el fetichismo juega un lugar clave en la teoría cualitativa
del valor. Marx en El Capital no solo se pregunta ¿Cuánto valen las mercancías?
Al mismo tiempo se pregunta: ¿Por qué valen las mercancías?. Es decir, hay una
concepción cualitativa, un análisis político-social del capitalismo. Esto rompe
con cualquier visión mecanicista-ortodoxa que percibe la obra de Marx como
economicista. El marxismo no solo es una crítica a la explotación económica sino
también una teoría de la dominación política.
El fetichismo estudia la estructura irracional de las relaciones capitalistas. Para
Kohan, el fetichismo no se reduce a una teoría filosófica-antropológica de la
perdida de la esencia humana, de ningún modo queda limitada a una teoría de la
subjetividad, a los elementos de la superestructura, la falsa conciencia o ideología.
Por el contrario, abarca también la comprensión científico-critica de la economía
política y a las relaciones sociales de producción y el mercado. El fetichismo consiste
en dotar a determinados objetos de cualidades o atributos que no le son propios y en
convertirlos en objetos naturales y neutrales, como si fueran propio de la naturaleza
humana y no de una condición histórica concreta, producto de relaciones sociales,
como lo son: el dinero, el capital, la renta, el salario, entre otros (p.606).
En su obra Marx llega a la conclusión de que el producto de la propiedad privada,
del dominio de unas clases sociales poseedoras sobre otras que solo tienen su fuerza
de trabajo, existe una relación contradictoria entre el capital y el trabajo, que solo
será posible transformar cuando el trabajo como sujeto histórico se vea expandido
en el resto del mundo, con la sociedad industrial capitalista, asuma conciencia de su
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situación de clase oprimida y alienada y enfrente el dominio del capital a través del
proceso político revolucionario que los llevaría a una primera instancia al socialismo,
como etapa transitoria -donde el Estado y la vanguardia revolucionaria tiene un
papel protagónico- hasta llegar al comunismo, donde no deben de existir ni clases
sociales, ni el estado, ni explotado ni enajenaciones.

¿Fin del trabajo? Cuál sociedad postcapitalista?

Hasta finales del siglo pasado, sobre todo con la experiencia soviética y china,
muchos movimientos bajo la bandera del socialismo y el comunismo lucharon por
consolidar este proyecto, sin embargo, con la caída del bloque soviético, pero
más aún, a partir de los cambios que se han venido produciendo en las últimas
décadas, motivados a la violenta y explosiva revolución tecnológica, sobre todo en
el mundo de la informática, la robótica, y la genética, se ha visto disminuir -sobre
todo en los países desarrollados- el papel de la industria y por lo tanto del obrero
fabril, típico representante de la clase trabajadora desde el siglos XVIII. Tal como lo
plantea De la Garza Toledo (2001, p.86):

La crisis del trabajo como núcleo de la acumulación del capital, negación de toda
teoría del valor trabajo como anticuada, afirmación del mercado como mecanismo
de fijación de los precios frente a los enfoques productivistas, se le relaciona con dos
procesos de gran importancia actual: el sobredimensionamiento del sector financiero,
sin relación estricta con la economía real, y la nueva etapa de automatización de
los procesos productivos, en la cual el trabajo se reduce sustancialmente frente
al capital constante, así mismo la actividad laboral como centro de la creación de
identidad de sujetos sociales […] .

Para Rangel (2012), las TICs han modificado el mundo del trabajo porque han
permitido la creación de nuevos tipos de empleo, han contribuido a la descentralización
de las fábricas y a la modificación de las relaciones laborales al introducir variables
importantes como el trabajo independiente contratado y la incorporación de nuevos
sujetos o actores sociales asociados a su uso y en algunos casos ha producido lo que
se denomina “precarización” del trabajo, por ejemplo, grandes transnacionales de
la informática contratan expertos programadores en el llamado “tercer mundo”,
pagándole salarios de miseria y adueñándose del producto de su trabajo (software),
lo que se empieza a conocer como “maquila informática”. Por otra parte, creemos
que a pesar de que las TICs no transforman las relaciones de producción y la
naturaleza del trabajo alienado en la sociedad capitalista, no es menos cierto que su
uso ha cambiado las relaciones laborales, lo que nos obliga a revisar concepciones
tradicionales como su ubicación exacta en el proceso de producción.
Frente a estos cambios tecnológicos ha surgido un discurso que pretende
postularse como una filosofía del fin de la modernidad y de todo lo que ella
representa, es decir fundamentalmente la sociedad capitalista y hay quienes se
refieren a la sociedad pos capitalista (Peter Druker (1997), Alvin Tofler (1998),
entre otros). Ya autores como André Gorz (1980) en Adiós al proletariado, Jeremy
Rifkin (1997) en El Fin del Trabajo, Ricardo Antunes (1999) en ¿Adiós al trabajo?,
también Alain Touraine, Tony Negri entre otros, se han referido al tema del Fin
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del Trabajo, producto de los cambios señalados, donde predomina el capital y
trabajo intelectual sobre el manual y el surgimiento -según ellos- de la sociedad
postindustrial o postcapitalista. Aclarando siempre que se refieren a los países
desarrollados, es decir donde reside tan solo el 20% de la población mundial.
El Futurólogo Alvin Toffler, en su obra El Cambio del Poder, señala:

Este es un cambio tan revolucionario que no puede configurarse por medio de


una cartografía política convencional. El nuevo sistema de creación de riquezas,
impulsará a políticos activistas y teóricos de la política -tanto sí todavía se
consideraran a sí mismos “de Izquierdas” o “de Derechas”; “Radicales” o
“Conservadores”; “Feministas” o “Tradicionalistas”- a reconsiderar todas las ideas
políticas desarrolladas durante la era de las Chimeneas, las mismas categorías se
han quedado ahora obsoletas (TOFFLER, 1998, p.426).

Para comenzar debemos hacernos algunas interrogantes: ¿Qué está cambiando esta
Revolución tecnológica?, ¿Una nueva sociedad?, ¿Llega a sustituirse el actual sistema
capitalista o por el contrario esta revolución tecnológica es una nueva dimensión
del capitalismo en crisis?, ¿No es precisamente la revolución informática como la
ha planteado Mc Luhan – la mayor garantía de poder hablar hoy de globalización
o Aldea Global?, ¿No estaremos hoy transcurriendo por una revolución tecnológica
cuyo discurso nos indica el fin de todo, el cambio a una realidad a un desconocida
pero en el fondo las grandes “realidades” -si bien sufren modificaciones- se
mantienen?, ¿No es el comercio de la información -computadoras y redes- la mayor
manifestación de la vigencia de la sociedad capitalista?. Como bien lo planteó Kuhn
en su conocida obra sobre Estructura de las Revoluciones Científicas:

[...] Los cambios de los paradigmas hacen que los científicos vean el mundo de
investigaciones que le es propio, de manera diferente. En la que su único acceso para
ese mundo se lleva a cabo a través de lo que ven y hacen, podemos desear decir que,
después de una revolución, los científicos responden a un mundo diferente” (p.176).
Aunque el mundo no cambia con un cambio de paradigmas, el científico después
trabajó en un mundo diferente (KUHN, 1972, p.190).

Alvin Toffler y Peter Drucker, delegan en el conocimiento (ciencia, tecnología) el


factor de producción predomínate y al cual se le debe, según ellos, la transformación
a la sociedad postcapitalista. Al respecto Drucker señala: “El verdadero recurso
dominante o factor de producción absolutamente decisivo no es ya ni el capital,
ni la tierra, ni el trabajo, es el Conocimiento. En lugar de capitalista, las clases
de la sociedad poscapitalistas son trabajadoras de conocimiento o trabajadores
de servicios” (DRUCKER, 1997, p.6). Este autor deja claro que esta Sociedad del
Conocimiento no se encuentra en el Tercer Mundo:

Las fuerzas que están creando la sociedad poscapitalista tienen su origen en el mundo
desarrollado. Son el producto y el resultado de su desarrollo. Las soluciones de los retos
de la sociedad poscapitalista no se van a encontrar en el tercer mundo [...] los problemas
de la sociedad poscapitalista y del estado poscapitalista sólo se pueden atacar donde se
originaron y fue en el mundo desarrollado (DRUCKER, 1997, p.11).

El propio Druker describe como fue esta historia del conocimiento en los países
desarrollados hasta llegar hoy a las “sociedades del conocimiento”:
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Durante cien años -en la primera fase- el conocimiento se aplicó a herramientas,
procesos, productos. Esto creó la Revolución Industrial, pero también creó lo que
Marx llamó la alineación y las nuevas clases, y la guerra de clases y con ello el
comunismo. En su segunda fase; que comienza hacia 1880 y culminó más o menos
en la segunda guerra mundial, el conocimiento en su nuevo significado empezó a
aplicarse al trabajo. Esto introdujo la Revolución de la Productividad que en 75 años
convirtió al proletario en un burgués. Un burgués de clase media, con ingresos casi
de clase alta. La Revolución de la Productividad acabo así con la guerra de clases y
con el comunismo. La última fase comenzó después de la segunda guerra mundial.
El conocimiento se está aplicando ahora al conocimiento mismo. Esta es la Revolución
Administrativa (DRUKER, 1997, p.22).

Al decir de Toffler, el capitalismo está sentenciado a muerte, no por la revolución


socialista, sino porque -según él- cada vez es menos necesario el capital:
“En realidad, el conocimiento es en cierto sentido, una amenaza a largo plazo
mucho mayor que los partidos políticos anticapitalistas. Porque, en términos
relativos, la revolución informativa está reduciendo la necesidad de capital por
unidad de producto” (TOFFLER, 1998, p.118).
La politóloga Argentina Graciela Ferrás llega afirmar que: “Ahora la autoridad no
se encuentra en la clase dirigente ni en la esencia del control político, sino que
es anónima. Se disfraza de sentido común, de opinión pública” (FERRÁS, 1997,
p.110). Es decir, según esta autora no hay ni clase sociales ni poderes políticos
dominantes. Para nosotros, por el contrario, ahora, a través de los sutiles medios
tecnológicos el poder se desdibuja, es cierto, pero solo en apariencia, hoy, más que
nunca, el poder se concentra en la burguesía y sus representantes. La racionalidad
de esta Revolución tecnológica es capitalista y capitalista son sus intereses. Lo que sí
es cierto que actores tradicionales del capitalismo están amenazados y podrían ser
sustituidas por otros. Jeremy Rifkin, en su obra El Fin del Trabajo, hace referencia a las
posibles consecuencias que en el área laboral produciría esta nueva era tecnológica:

Para algunas personas, en particular para científicos, ingenieros, y empresarios, un


mundo sin trabajo señalara el inicio de una nueva era en la historia, era en la que el
ser humano quedará liberada a la larga de una vida de duros esfuerzos y de tareas
mentales repetitivas. Para otros, la sociedad sin trabajo representará la idea de un
futuro poco halagüeño de desempleo afectando a un sin fin de seres humanos y
de perdidas masivas de puestos de trabajo, igualado por un mayor desazón social e
innumerables disturbios (RIFKIN, 1997, p.38).

Conocimiento, Capital y fetichismo

Quienes vociferan sobre el fin del capitalismo y el surgimiento de la sociedad


poscapitalista y al mismo tiempo magnifican el hecho tecnológico, en realidad
están plasmando una nueva cara del capitalismo, donde la el conocimiento toma
un papel estelar dentro del capitalismo, pero el conocimiento no se convierte en un
factor ajeno al capital. La ciencia y la tecnología moderna siempre han sido y serán
-mientras predominen las relaciones sociales capitalista- parte esencial del capital,
y como tal, trabajo objetivado.

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El conocimiento, las tecnologías, por más sofisticadas que sean no son una
abstracción, una metafísica, no son extrahumanas, ni extraterrestre, son
el producto del trabajo social. Siguen al servicio del capital y sus dueños,
la burguesía, el conocimiento es la nueva fuerza de trabajo, repotenciada,
acumulado, con plusvalor, pero sigue siendo trabajo, que a igual que el producto
material es enajenado por el capital, pierde su esencia y se convierte en vulgar
mercancía digerible por igual por toda la humanidad siendo la única limitante la
capacidad de compra. Como bien ha señalado González Quiroz en este mundo
del ciberespacio a diferencia de lo que piensa Druker y Toffler, -quienes afirman
una desdibujamiento de las diferencias sociales- el mundo estará claramente
dividido entre quienes tienen el poder de la información -“Una ciberburguesía- y
la gran mayoría de consumidores que se han convertido en el proletariado de la
era digital [...]” (GONZÁLEZ QUIRÓS, 1998, p.154).
Estamos consciente de que ya en las sociedades económicamente tecnologizadas,
la concepción tradicional del trabajo como fuerza bruta no es la predomínate
(sin que hay dejado de existir) y que la condición cualitativa del trabajo forma parte
del proceso económico. Pero no por ello podemos afirmar que ha dejado de existir
la explotación, la plusvalía y la división social con respecto al papel que se ocupa en
las relaciones sociales de producción, y mucho menos decretar el fin del capitalismo
o la entrada a una época postcapitalista, en la que según Druker:

Todos los trabajadores del conocimiento serán empleados de organizaciones. Pero


diferentemente de los empleados del capitalismo, ellos serán dueños de los medios de
producción y de las herramientas de producción. Primero, por medio de sus cajas de
pensiones que rápidamente están surgiendo en todos los países desarrollados como
los únicos verdaderos propietarios. Lo segundo, porque los trabajadores instruidos son
dueños de sus conocimientos y se los pueden llevar consigo a dondequiera que van.
El capitalista tradicional probablemente llegó a su punto culminante a principios del
siglo XX y, ciertamente, no después de la Primera Guerra Mundial. Desde entonces,
nadie ha igualado en poder y visibilidad a personajes de la talla de Morgan, Rockefeller,
Carnegie o Ford en los Estados Unidos; o Siemens, Thysen y Krupp en Alemania.
En lugar de los capitalistas de la vieja escuela, los que controlarán cada vez más la oferta
y la distribución del dinero serán las cajas de pensiones (DRUKER, 1997, p.13).

Peter Druker percibe al conocimiento y a los instrumentos financieros como las


cajas de pensiones fueran de la órbita del capitalismo, como si no se tratara de
la misma lógica, aunque con personajes y facetas distintas. Compartirnos con De
la Garza Toledo al advertir que el capital como abstracción ha llegado al máximo
de su despersonalización, pero sigue su lógica acumulativa independientemente
de los sujetos sociales en los que se encarna. Esto no elimina las explotaciones
y demás formas de funcionar del capitalismo, en todo caso lleva su fetichización
a su máxima expresión. En estas condiciones no puede plantearse, como en las
concepciones clásicas, que las ganancias especulativas provienen del reparto de la
plusvalía generada en la producción. Se trata de ganancias que tienen detrás valores
despojados de su objetivación, pero que igual pueden intercambiarse a través del
dinero por valores objetivados (DE LA GARZA TOLEDO, 2001).
Hemos pretendido demostrar, que todos estos cambios ocurridos no son elementos
de una sociedad distinta, sino que son procesos y actores nuevos de la actual
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dinámica capitalista. La racionalidad del capital, la búsqueda de la ganancia es la
que impera. Esto no es un descubrimiento, ya Marx en los Gründisse señala que:
“En la época del capitalismo avanzado la dominación opera ya en el concepto
y la construcción de técnicas” (1977, p.54). Ya en estos Manuscritos de 1858
hace un análisis minucioso a esta tendencia a la diminución en términos relativos-
cuantitativos del trabajo manual, del capital variable frente al capital constante
producto del avance tecno científico:

El supuesto de producción es, y sigue siendo, la magnitud de tiempo inmediato de


trabajo, el cuanto de trabajo empleado como el factor decisivo en la producción de la
riqueza. En la medida, sin embargo, en que la gran industria se desarrolla, la creación
de la riqueza efectiva se vuelve menos dependiente del tiempo de trabajo y del
cuanto de trabajo empleados, que del poder de los agentes puestos en movimiento
durante el tiempo de trabajo, poder que a su vez -su powerful effectiveness (poderosa
efectividad potencial)- no guarda relación alguna con el tiempo de trabajo inmediato
que cuesta su producción, sino que depende más bien del estado general de la ciencia
y del progreso de la tecnología, o de la aplicación de esta ciencia a la producción […]
(MARX, 1977, v.2, p.400, destacado nuestro).

La ciencia y la tecnología moderna han estado a favor del capitalismo desde sus
orígenes. El desarrollo científico y tecnológico, ayer y hoy, se debe, en última
instancia, a satisfacer necesidades propias del desarrollo del capitalismo. Ya hoy no
podemos mantener posiciones ingenuas al respecto, pensar que la ciencia surge
y se recrea por simple capacidades individuales, vocaciones personales y muchos
menos una posición altruista, para “el bien de la humanidad”. Hay demostraciones,
más que evidentes de las deficiencias, deformaciones, la inoperancia, e indiferencia
de la ciencia frente a los cada vez mayores problemas mundiales, como la pobreza,
enfermedades, la contaminación del ambiente, entre otros. Sin negar que existan
condiciones individuales, lo que determina el contexto y naturaleza de este desarrollo
tecno científico es el contexto de las fuerzas productivas en el capitalismo.
El conocimiento y la ciencia no son metafísicos, no son abstracciones, son realidades
concretas. Desde el surgimiento del positivismo, con todas sus variantes, han surgido
en y para el capitalismo. El desarrollo de las ciencias naturales (ingeniería, biología,
química, física), pasando por las más primitivas teorías taylorianas, son ciencias para
contribuir en el desarrollo de las fuerzas productivitas y formas de organización del
trabajo asalariado capitalista. Al decir de Altube: “El punto de vista del capitalista
es justamente el de la administración del capital sobre el conjunto de la fuerza de
trabajo, incluida por supuesto la científica, que para ser fuerza de trabajo debe ser
fuerza productiva del capital, debe someterse a su dominio” (2005, p.5).
Más adelante agrega:

El taylorismo constituyó en su momento un puntal fundamental de la génesis


de esa racionalización del trabajo de la que hemos hablado, y así forjó el firme
sostén material y, finalmente, la justificación, de esta dominación tecnológica […].
La condición y resultado de la primera separación taylorista es otra separación: “Todo
trabajo cerebral debe ser removido del taller y concentrado en el departamento de
planeación o diseño”. Las habilidades técnicas (mentales y corporales a la vez) se
separan internamente y del trabajador, y de cosa suya pasan a ser portadas por la

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gerencia, convirtiéndose en capital, bajo el nombre de organización científica del
trabajo. La técnica se hace científica, y la ciencia se convierte en capital, desarrollada
por la gerencia (DE ALTUBE, 2005, p.2-33).

Para consolidar aún más esta posición, traemos nuevamente a Marx en sus Gründisse:

La ciencia, que obliga a los miembros inanimados de la máquina -merced a su


construcción- a operar como un autómata, conforme a un fin, no existe en la
conciencia del trabajador, sino que opera a través de la máquina, como poder ajeno,
como poder de la máquina misma, sobre aquél. […] Ahora bien, el desarrollo de la
ciencia, esa riqueza a la vez ideal y práctica, no es más que un aspecto y una forma
del desarrollo de las fuerzas productivas humanas, es decir, de la riqueza. (La ciencia...
la forma más sólida de la riqueza, porque la crea al mismo tiempo que es producto de
ella...) (MARX, 1977, p.402-403).

En El Capital, cuando aborda el fetichismo de la mercancía, Marx ahonda con


más precisión sobre la ciencia como capital: Este es el núcleo del fetichismo
en el proceso de producción, por el cuál la fuerza colectiva de trabajo “parece
ser una fuerza de la cual el capital se encuentra dotado por naturaleza”
(DE ALTUBE, 2005, p.7). Herbert Marcuse, en su Hombre Unidimensional, analiza
los efectos de la dominación tecnológica del capital sobre el trabajo, el papel de
la administración y las corporaciones:

La dominación se transforma en administración. Los jefes y los propietarios capitalistas


están perdiendo su identidad como agentes responsables; están asumiendo la función
de burócratas en una máquina corporativa. Dentro de la vasta jerarquía de juntas
ejecutivas y administrativas que se extienden mucho más allá de la empresa individual
hasta el laboratorio científico y el instituto de investigaciones, el gobierno nacional y
el interés nacional, la fuente tangible de explotación desaparece detrás de la fachada
de racionalidad objetiva (MARCUSE, 2009, p.62).

Para Marcuse este dominio tecnológico va más allá de las redes productivas, absorbe
por igual lo político y cultural:

El poder sobre el hombre adquirido por esta sociedad se olvida sin cesar gracias a la
eficacia y productividad de ésta. Al asimilar todo lo que toca, al absorber la oposición, al
jugar con la contradicción, demuestra su superioridad cultural. […] Hoy, la dominación
se perpetúa y se difunde no sólo por medio de la tecnología sino como tecnología, y la
última provee la gran legitimación del poder político en expansión, que absorbe todas
las esferas de la cultura (MARCUSE, 2009, p.185-186).

Esta concepción de la ciencia y el conocimiento es lo que ha permitido el


surgimiento del concepto: Capital Humano, para referirse al conocimiento del
trabajador, que se convierte en parte fundamental del capital en la actualidad,
y que permite la maximización de la explotación de los trabajadores, y la obtención
de plusvalía. Lo que ha toda vista suena contradictorio desde el punto de vista
ético, el capital es por naturaleza espoliador y alienante de la vida humana,
es antihumano. Martín Astorga y Carralero Rodríguez desarrollan las características
del valor de cambio del conocimiento:

El valor de cambio del conocimiento está entonces enteramente ligado a la capacidad

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práctica de limitar su difusión libre, es decir, de limitar con medios jurídicos (patentes,
derechos de autor, licencias, contratos) o monopolistas la posibilidad de copiar, de
imitar, de “reinventar”, de aprender conocimientos de otros. En otros términos:
el valor del conocimiento no es el fruto de su escasez (natural), sino que origina
únicamente limitaciones estables, institucionalmente o de hecho, del acceso al
conocimiento (ASTORGA; RODRÍGUEZ, 2011, p.248).

Según Cruz Suárez y González Paris “[…] el conocimiento, como resultado del
proceso científico es trabajo complejo, o sea en palabras de Marx trabajo simple
potenciado que se incorpora al proceso de producción, de servicios y al propio
conocimiento, incorporando un elevado nivel de productividad (s/f., p.11).
Desde hace tiempo el trabajador no es solo el obrero fabril, el que produce bienes
materiales y mercancías, y si bien existen otros actores: trabajadores informáticos,
trabajadores virtuales, crecimiento violento de los sectores comercio, financiero,
servicio, gerenciales, publicitarios, entre otros, que conforman una nueva clase
de trabajadores propios del capitalismo actual, no por ello estos sectores dejan
de ser trabajadores: No son ellos los poseedores del capital, por lo tanto son
trabajadores. Ya sea el hombre humilde, el lumpen proletariado, o el de las
clases medias, pero no son burguesía. Aunque con la tecnificación del trabajo,
el predominio del trabajo administrativo-gerencial sobre el fabril, se crea que ya
no se pertenece a la clase trabajadora, lo siguen siendo. Compartimos con Alonso
Benito (2005) cuando señala:

Rotación y movilización por diferentes puestos y funciones que, aunque percibida


míticamente como un avance personal, en la mayoría de los casos no son más que
derivas descendentes o estrictamente horizontales que indican que, en ausencia de
carreras estables, la movilidad funcional y geográfica impuesta por las prácticas de
flexibilización generalizada (ALONSO BENITO, 2005, p.45).

Aunque hoy se diga que el capital y las empresas se diluyen en corporaciones


internacionales manejadas virtualmente por gerentes y técnicos a nivel internacional,
estos siguen representando y son los intereses del capital, que no es abstracto y
que lo poseen hombres de carne y hueso que son los capitalistas, miembros de la
burguesía. El capitalismo no es simplemente un asunto económico, de robo del
trabajo ajeno por parte del burgués, es principalmente la creación de un fetiche
que trastoca la sanidad mental y espiritual de la sociedad (KOHAN, 2011, p.20).
El capital no es solo materia prima, máquinas y dinero son relaciones sociales, no
es la relación pasiva ahistórica del trabajador individual frente a los medios, son las
relaciones y el contexto que determinan esa relación de trabajo, donde el trabajo
objetivado es parte ya del el capital, el capital aborda todo, lo abarca todo. Tal como
lo afirma Marx, en sus Manuscritos de 1844, “El capital es trabajo acumulado”.
En El Capital, Marx específica y ejemplifica esta relación causal-histórica del capital:

Un negro es un negro, solo bajo determinadas condiciones, se convierte en un esclavo.


Una maquina es una máquina, solo bajo determinadas condiciones se transforma en
capital. Desgajada de esas condiciones, la maquina dista tanto de ser capital como
dista el oro, en sí y para sí, de ser dinero y el azúcar de ser el precio del azúcar…
el capital es una relación social de producción. Es una relación historia de producción
(MARX, 1988 [1965], p.957).

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Una posmodernidad que critica al positivismo por quedarse solo en lo tangible,
e igual lo hace contra el supuesto mecanicismo del marxismo, pierde de vista o
enmascara el carácter inmaterial y simbólico que hoy predomina en el Capital
y, pretende medir el “fin del trabajo” solo desde la visión más tayloriana del
trabajo fabril-material. Hoy la economía financiera, comercial, especulativa, del
entretenimiento, pero también de la salud, la educación, del conocimiento,
predomina sobre la de producción de bienes, ocupa más espacios, más
trabajadores, genera más dinero, pero todos ellos son imposible sin la producción
material-real y además todos ellos son parte del trabajo y del capital.
Desde el marxismo o cualquier otra posición crítica al capitalismo, no podemos caer
en la trampa de la sociedad postcapitalista, bajo el disfraz de la posmodernidad y
la sociedad del conocimiento no podemos ingenuamente creer como lo planteaba
-a fines de la década del setenta- André Gorz, en su ensayo Adiós al proletariado,
como si se tratase de un proceso evolutivo que nos dirige a la abolición del trabajo
como obligación y la recuperación del tiempo libre (DE LA GARZA TOLEDO, 2001).
Ese creciente mundo económico inmaterial, no es una abstracción, por más
que lo parezca, en última instancia, por más sobrevaluado, por más etéreo que
parezca, por más que se crea que las bolsas de valores tienen independencia,
vida propia, que las redes comerciales electrónicas nada tiene que ver con el
sudor, las maquinas, con hombres de carne y hueso, en ultimas instancia de allí
parten, aunque luego lo especulativo lleve los índices económicos a condiciones
de reproducción exponencial, tienen un piso real económico de producción.
La producción determina todo. No se puede consumir, vender, comprar, especular,
lo que no existe o pueda existir. Aún predomina una visión reduccionista, que reduce
el trabajo al obrero asalariado, y con los procesos modernos de automatización
se tendría una marginalización del trabajo frente al capital. No hay la menor duda
que el trabajo fabril -en los países desarrollados- ha perdido fuerza frente al sector
terciario de servicio, comercio y financiero, pero:

La no existencia de un producto material claro en los servicios no los excluye del campo
de la producción. Una parte de ellos son en realidad la síntesis entre producción,
circulación y consumo, que compactan sus tiempos y espacios. De manera aún más
audaz, cabría preguntar si todavía es pertinente la división entre producción y circulación
de las mercancías. Las circulaciones también añaden valor, por ejemplo la venta en un
supermercado, que no es simplemente el traslado de la mercancía a un lugar de venta,
sino que incluye mercadotecnia, trabajo de presentación, de publicidad, etc. Salvo que
tengamos un concepto muy primitivo del valor como reducido al sustrato material de
algunas mercancías, cabría hablar de un valor simbólico que también se traduciría en el
precio. Producción circulatoria y circulación productiva. El aspecto físico de la actividad
productiva puede ser diferente, pero también lo es en las manufacturas actuales con
respecto a las fábricas manchesterianas (DE LA GARZA TOLEDO, 2001, p.91).

Además todos esos elementos y procesos- por más novedosos que sean, aunque
a veces no cueste diferenciar lo real de la ficción, todos, absolutamente todos son
elementos y procesos del Capital, que como hemos insistido no puede seguirse
percibiendo solo como tierra, máquinas y materia prima, es trabajo acumulado
y objetivado, son relaciones sociales, que tampoco son ya solo tangibles sino
principalmente subjetivas, de significados y valores. Y como todo Capital, todos,

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absolutamente todos son producto del trabajo, tanto objetivo como subjetivo,
material o inmaterial. Todo esta economía financiera-especulativa, todas estas
redes intangibles tecnológicas son producto del trabajo. No surgieron de la nada,
no son extraterrestres, son producción humana. Allí está el mayor proceso de
fetichizacion del capitalismo, creer que estamos hoy transcurriendo hacia una
sociedad postcapitalista, creer que todas estos impactantes y “fantásticos”
cambios tecnológicos no son producto del trabajo, que no son parte del capital.
Traemos una larga pero aclaradora cita de De la Garza Toledo que consideramos
pertinente para nuestro propósito:

¿Cómo explicar el auge del sector financiero? Grandes riquezas dinerarias se han
generado al margen de la producción o del valor real de los activos de las empresas
que venden acciones en las bolsas de valores. Asimismo, grandes derrumbes de las
bolsas han esfumado los ahorros de mucha gente. Como punto de partida, se podría
pensar que hubiera cierta relación entre el valor de una acción y el de los activos de
la empresa que coloca títulos en el mercado de valores; a partir de allí operaría una
fetichización del capital que aparecería como si tuviera capacidades por el solo hecho
de reproducirse. Sin embargo, el fetichismo de la economía capitalista no es mera
ficción, es la representación de una realidad invertida y con ello no es menos real que la
producción. Desde el momento en que el capital es una relación social y no un objeto
físico (maquinaria o equipo), sino que determinados objetos adquieren el carácter de
capital sólo porque operan dentro de determinadas relaciones entre los hombres, no
es necesario que para que exista capital tenga que encarnarse en un objeto físico,
ni tampoco que para que exista la riqueza tenga que darse desgaste físico de fuerza
de trabajo. La idea de fuerza de trabajo como capaz de crear valores y trabajo como
desgaste de fuerza de trabajo, no puede asimilarse a lo físico exclusivamente; el aspecto
subjetivo del trabajo entra en el proceso, pero lo más importante es la significación
social que se da a determinada actividad (DE LA GARZA TOLEDO, 2001, p.90-91).

Plusvalía absoluta y relativa

Como siempre, ya esto lo había percibido claramente Marx, a finales del siglo XIX,
cuando frente a los primeros avances de la producción en serie señala que en el
nuevo capitalismo el objetivo máximo no es la explotación per se del obrero, ni la
producción de mercancías, ni producir más objetos, sino que todo se reduce a la
generación de plusvalía, de esta forma lo aborda en El Capital:

De otra parte, el concepto del trabajo productivo se restringe. La producción capitalista


no es ya producción de mercancías, sino que es, sustancialmente, producción de
plusvalía. El obrero no produce para sí mismo, sino para el capital. Por eso, ahora, no
basta con que produzca en términos generales, sino que ha de producir concretamente
plusvalía. Dentro del capitalismo, sólo es productivo el obrero que produce plusvalía
para el capitalista o que trabaja por hacer rentable el capital (MARX, 1988, p.754).

A través de un ejemplo el filósofo alemán precisa aún más el sentido de la plusvalía


al referirse al trabajo intelectual:

Si se nos permite poner un ejemplo ajeno a la órbita de la producción material,

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diremos que un maestro de escuela es obrero productivo si, además de moldear las
cabezas de los niños, moldea su propio trabajo para enriquecer al patrono. El hecho
de que éste invierta su capital en una fábrica de enseñanza, en vez de invertirlo en
una fábrica de salchichas, no altera en lo más mínimo los términos del problema.
Por tanto, el concepto del trabajo productivo no entraña simplemente una relación
entre la actividad y el efecto útil de ésta, entre el obrero y el producto de su trabajo,
sino que lleva además implícita una relación específicamente social e históricamente
dada de producción, que convierte al obrero en instrumento directo de valorización
del capital. Por eso el ser obrero productivo no es precisamente una dicha, sino una
desgracia (MARX, 1988, Sección 5, cap. XIV del Tomo I).

Por esto Marx establece la diferencia entre plusvalía absoluta y la plusvalía relativa,
para establecer un contraste entre la vieja forma de explotación (que aún persiste)
y los nuevos mecanismos de las sociedades tecnologizadas. Pero Marx deja claro que
los nuevos mecanismos de explotación y de plusvalía relativa no es solo producto de
los avances técnicos sino de nuevas formas de relaciones o agrupaciones sociales:

La producción de plusvalía absoluta se consigue prolongando la jornada de trabajo


más allá del punto en que el obrero se limita a producir un equivalente del valor
de su fuerza de trabajo, y haciendo que este plustrabajo se lo apropie el capital. La
producción de plusvalía absoluta es la base general sobre que descansa el sistema
capitalista y el punto de arranque para la producción de plusvalía relativa. En ésta,
la jornada de trabajo aparece desdoblada de antemano en dos segmentos: trabajo
necesario y trabajo excedente. Para prolongar el segundo se acorta el primero
mediante una serie de métodos, con ayuda de los cuales se consigue producir en
menos tiempo el equivalente del salario. La producción de plusvalía absoluta gira toda
ella en torno a la duración de la jornada de trabajo; la producción de plusvalía relativa
revoluciona desde los cimientos hasta el remate los procesos técnicos del trabajo y las
agrupaciones sociales (MARX, 1988, Sección 5, cap. XIV del Tomo I).

Javier Ortega (2007) ha hecho alusión al concepto de acumulación por exacción


financiera, referido al modo de apropiarse, por parte de sujetos dotados de Poder,
del excedente que generan otros sujetos (carentes de Poder) en la economía
real. Esta apropiación se realiza través de mecanismos de la economía simbólica
y financiera. Se diferencia de los patrones de acumulación por reproducción y
acumulación originaria caracterizados por el marxismo. Para Javier Ortega,
además de los modos de acumulación descritos, existe un tercero que está siempre
presente e invade todas las relaciones de producción, intercambio y asignación
del excedente en el capitalismo actual. Este tercer modo de acumulación se
corporiza en serie de instrumentos, pero donde más ramplonamente la vemos
es en la operatoria de las finanzas especulativas. Finanzas especulativas que
asignan recursos de manera independiente a su producción en la economía real,
que es justamente donde estos recursos son generados. Los rasgos propios de
la acumulación por exacción financiera la diferencian de las acumulaciones por
reproducción y originaria son: a. Que el sujeto activo no ha dirigido, participado
ni gerenciado el proceso productivo donde el sujeto pasivo creo el excedente que
le desapropiará. b. Que el sujeto activo no empleó contra el sujeto pasivo medios
formalmente violentos ni antijurídicos para perpetrar el desapoderamiento.

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Capital y consumo: Plusvalía del consumo

Si bien, como hemos pretendido demostrar, el centro de generación de plusvalía


en el capitalismo sigue girando alrededor de la explotación del trabajador (manual
o intelectual), el enfrentamiento dialectico entre Capital y Trabajo, existe a su
vez nuevos explotadores, los que lo hacen a través del consumo, y el Capital
Conocimiento. La explotación a través del consumo, representada por aquellos
sectores que poseen el capital del conocimiento. Por diversos mecanismo el
carácter social del conocimiento, como producto histórico de los hombres entre
si y con la naturaleza, como experiencia acumulada, ha venido siendo sustituido
por el conocimiento como mercancía. Como el conocimiento dominante en
la actualidad forma parte de la propiedad, es fuente de producción, modo de
producción, la propiedad del conocimiento es cada vez más privado, menos
social, más costosos. Por el cual crean una plusvalía no solo a partir de la
explotación del trabajador sino del consumidor.
Por eso hay quienes prefieren hablar de consumidores en vez de burguesía y
proletariado, que está determinado fundamentalmente por la producción,
el papel que se juega en el aparato productivo, ahora estamos en una sociedad
fundamentalmente de consumo, se consume mucho más de lo que se produce,
y esto determina una nivel especulativo constante y eso exige otro modo de
abordar los orígenes y características de la nueva base de la plusvalía capitalista.
No se trata de que la tradicional plusvalía determinada por la diferenciación
entre el trabajo abstracto y el trabajo concreto haya llegado a su fin, sino que la
sociedad de consumo, ahora determinante, genera un nuevo tipo de plusvalía
que ataca directamente al consumidor, consumidor que al ser al mismo tiempo
trabajador es doblemente explotado.
Según la perspectiva de la economía neoclásica, es el mercado y no el trabajo el que
determina las nuevas relaciones de producción. De esta manera la plusvalía ya no
está determinada en la producción (sin dejar de existir) sino en el valor de cambio,
es decir en la capacidad de consumo. Este concepto que propongo de plusvalía del
consumo sirve para explicar -entre otras cosas- el distanciamiento cada vez mayor
entre los niveles de producción y los de consumo, la diferencia entre los costos de
los productos y su precio de venta y también nos permite entender, en el terreno
de las relaciones sociales, como un profesional de la medicina, u otra área, puede
generar rentas de magnitudes superiores a los tradicionales sectores explotadores,
sin tener muchas veces ni un solo empleado a su disposición.
Max Weber contrapone la categoría grupos de estatus a la de las tradicionales
Clases Sociales, para referirse a este nuevo predominio de la sociedad de consumo:
“Con algo de sobre-simplificación, uno puede decir que las clases sociales son
estratificadas en función de sus relaciones con la producción de bienes; en tanto que
los grupos de estatus son estratificados en función de los principios del consumo de
los bienes como representando un estilo de vida” (WEBER, 2006, p.58).
Pero al final, esta plusvalía del consumo aparentemente determinada por el modo
de vida (estatus) representa una abstracción, ya que al final todo lo que se consume
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se objetiviza, se mide en productos que fueron producidos, no son abstracciones
ni invenciones, son objetos reales (materiales o inmateriales) producto del esfuerzo
físico y mental, y detrás de estos bienes hay seres humano que lo hicieron posible,
aunque ya no en las condiciones de trabajo tradicionales.
Esta nueva forma de explotación, poco estudiada, viene acompañada de un
proceso de legitimación por el estatus que ocupa en las sociedades modernas,
llamadas sociedades del conocimiento y el dominio hiper especializado sobre
unas áreas del conocimiento. Lo que produce la paradoja de que los sectores que
en la actualidad mayor taza de ganancia obtienen y mayor plusvalía consiguen
explotando al consumidor son justificados y legitimados por el resto de la sociedad,
considerando esta relación como justa por el grado de conocimiento que tienen
este nuevo sector social que en apariencia no ejerce ningún dominio ni impone
sus intereses a los otros. En cambio en los sectores tradicionales en la agricultura
y en la fábrica -en donde los beneficios y las mejores condiciones del trabajador
han representado una elevación de los costos y por lo tanto disminución de las
ganancias del empresario- lo simple de la relación entre el que lo tiene todo
(tierra, tecnología y capital) y el que solo tiene su fuerza de trabajo sigue siendo
el centro de la crítica y la confrontación política.
Compartimos con Alonso Benito quien parte de una definición conflictivista y
poliédrica del consumo como proceso histórico, esto es, como forma de apropiación
material del excedente social, a la vez que producción, circulación y uso de signos,
encarnado todo ello en las prácticas de cada posición social (el célebre habitus).
El autor pone en evidencia:

[…] el reduccionismo de ciertas propuestas que acaban resultando casi caricaturescas


sobre consumo, tales como el mecanicismo individualista de las teorías de la elección
racional - que conciben un abstracto individuo aislado y condicionado por factores
inmutables en su acto plenamente soberano de compra-, el consumo como proceso
cultural de alienación y dominación totalitaria en la Escuela de Frankfurt o la paradoja
del consumo/código posmoderno como estructura simultáneamente proyectada,
ficticia y trascendente a los sujetos y sus contextos con el hedonismo de consumo como
signo esencial de una estructura que no trasciende y determina ya a los sujetos. La era
del consumo remite a una propuesta de articulación política y colectiva que pasa por la
recuperación del espacio público como entorno plural de negociación y cohesión social.
E trabajadores uníos, consumidores uníos (ALONSO BENITO, 2005, p.134).

Según Baudrillard, el consumo no se puede considerar, por tanto, como un simple


deseo de propiedad de objetos La lógica del consumo es una lógica de manipulación
de signos y no puede ser reducida a la funcionalidad de los objetos. “Consumir
significa, sobre todo, intercambiar significados sociales y culturales y los bienes/
signo que teóricamente son el medio de intercambio se acaban convirtiendo en el
fin último de la interacción social. Dicho de otro modo, detrás de cada trabajador
asalariado, hay un ‘consumidor saturado’: la necesidad es un modo de explotación
igual que el trabajo” (BAUDRILLARD, 2009, p.43).
Para Baudrillard la sociedad de consumo representa el más alto nivel de alienación
humana, un mito donde se cree poder lograr un poder de igualación social y además
creer que esta sociedad nada tiene que ver con la explotación capitalista:

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El consumo es un mito, es un relato de la sociedad contemporánea sobre ella misma, es
la forma en la que nuestra sociedad se habla. [...] Nuestra sociedad se piensa y se habla
como sociedad de consumo. […] El consumidor vive sus conductas distintivas como
libertad, como aspiración, como elección y no como imposiciones de diferenciación ni
como obediencia a un código (BAUDRILLARD, 2009, p.33-56).

Baudrillard rompe con cualquier visón idealista del consumo, como plenitud de las
libertades individuales, por el contrario lo coloca en el nivel de privilegios, y lo más
importante determinado por la producción social:

Pero, en realidad, las aspiraciones constituyen, por tener su propia lógica, que es una
lógica de la diferencia, una variable incontrolable, es decir, que no son una variable
más del cálculo económico, una variable sociocultural de situación o de contexto,
sino que son una variable estructural decisiva que ordena todas las demás […] antes
de ser una sociedad de producción de bienes es una sociedad de producción de
privilegios. Pero la verdad del consumo es que éste es, no una función del goce,
sino una función de producción y, por lo tanto, como la producción material, una
función, no individual, sino inmediata y totalmente colectiva. […] Toda ideología
del consumo quiere hacernos creer que hemos entrado en una era nueva, que una
Revolución humana decisiva separa la edad dolorosa y heroica de la producción de la
edad eufórica del consumo, en la cual finalmente se reconoce el derecho del Hombre
y de sus deseos. Pero nada de esto es verdad. La producción y el consumo constituyen
un único y gran proceso lógico de reproducción ampliada de las fuerzas productivas
y de su control. Este imperativo, que es el del sistema, se presenta en la mentalidad,
en la ética y en la ideología cotidianas de manera inversa: con la forma de liberación
de las necesidades, de florecimiento del individuo, de goce, de abundancia, etc. Las
incitaciones a gastar, a gozar, a no hacer cálculos. […] El sistema tienen necesidad de
los individuos, en su condición de trabajadores (trabajo asalariado), en su condición
de ahorristas (impuestos, préstamos, etc.), pero cada vez más en su carácter de
consumidores (BAUDRILLARD, 2009, p.59-87).

Pero además para el autor también el consumidor tiene un gigantesco campo


político, que necesita ser analizado junto con el de la producción. Todo el
discurso sobre el consumo apunta a hacer del consumidor el Hombre Universal,
la encarnación general, ideal y definitiva de la Especie Humana y “a hacer del
consumo las primicias de una ‘liberación humana’ que se lograría en lugar de la
liberación política y social y a pesar del fracaso de esta última” (BAUDRILLARD, 2009,
p.89). “El pueblo son los trabajadores, mientras permanezcan desorganizados.
El público, la opinión pública, son los consumidores siempre que se contenten con
consumir” (BAUDRILLARD, 2009, p.91).
Quizás la lucha mayor hoy más que la disminución de las horas de trabajo, los
mayores salarios y beneficios que permitan el desarrollo de la vida humana, lucha
es contra el proceso de alienación y fetichización que no permite comprender esta
realidad compartir con personas que creemos distintas pero que forman parte de
una misma clase trabajadora la que produce bienes no solo tangibles sino también
intangibles y la que produce plusvalía y ganancias a los capitalistas.
Frente al desdibujamiento del capital y los capitalistas que ya no se ven tan
directamente dirigiendo las fábricas de chimeneas sino que está en los accionistas,
que se disfrazan en los gerentes a quienes utiliza para no permitir su visibilidad,
pero el rico es rico y el burgués es burgués. Tomas conciencia de que ya no es
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suficiente considerar la explotación del trabajador sino también la explotación
del consumidor, lo que degenera es una doble explotación. Entender que en esta
llamada sociedad del conocimiento mientras la mayoría lo que hace es asimilar
información utilitaria que sirve para su mejor desenvolvimiento técnico, es decir
para perfeccionar su propia explotación, por el contrario el conocimiento sigue
estando en manos de muy pocos, forma parte del capital, que ya no es solo tierra y
maquinaria sino también conocimiento.

Las clases sociales en las sociedades contemporáneas

La Estratificación de clases sociales es relativamente reciente, apenas dos siglos y ha


sido la utilizada por las ciencias sociales modernas desde su origen. El concepto de
clases sociales viene a sustituir la estratificación medieval que dividía a los hombres
en castas según su color de piel o de carácter nobiliario, dependiendo de estatus
religiosos, políticos o sociales (heredados o comprados). La estratificación en clases
sociales surge como la forma más pertinente para analizar los nuevos estatus sociales
propios de la sociedad capitalista, que ya no estaban determinados por títulos de
noblezas o color de la piel sino por el poder económico, la posesión de los medios
de producción y el papel que se ocupa en las relaciones sociales de producción.
Se le ha otorgado a Marx y sus seguidores la paternidad y el uso dominante de
estas categorías, el propio Marx reconoció el no ser el autor de esta estratificación,
pero han sido sin dudas los marxistas quienes mejores analizaron y aportaron en
el desarrollo y maduración de esta estratificación, en el estudio fundamental del
desarrollo de la clase obrera y la burguesía europea propias del capitalismo del
siglo XIX. Lo que sí es propio del marxismo es el concepto de lucha de clases,
la confrontación entre el capital y el trabajo, como el primero se apropia a través de
la plusvalía de parte del trabajo producido por los obreros.
No hay la menor duda de que las clases sociales como estratificación social
parecieran ser simple e incompletas para poder abordar la dinámica de los nuevos
actores y estratificaciones sociales modernas. Ya no es tan fácil establecer una
diferenciación entre burguesía y proletariado, como se hizo para diferenciar
entre los dos polos opuestos en las relaciones sociales dentro de la fábrica o en
la agricultura del siglo XIX. Los cambios tecnológicos, la nueva revolución tecno
industrial, el ciber espacio, la robótica, la bio tecnología, la genética, el papel que
ocupa el sector financiero y especulativo, ya dificultan el poder definir dónde
está la burguesía, quién es más burgués que otro?, Hasta qué punto los nuevos
trabajadores no pueden ser parte al mismo tiempo de la burguesía?.
Cuantos profesionales o técnicos especializados obtienen más ganancias que el
tradicional burgués? Sin poseer una fábrica, ni tierra, sin aparentemente explotar
a nadie son más burgueses que el terrateniente o el dueño de la fábrica. Cuáles
son los nuevos mecanismos de explotación en las sociedades modernas? No es el
consumidor o usuario de los bienes y servicios el nuevo explotado?. Hoy muchas
empresas trasnacionales están dominadas por capitales corporativos formados por
fondo de pensiones, caja de horros y no por los tradicionales grandes apellidos.

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El mercado especulativo hace posible a nivel planetario niveles de ganancias
por redes comerciales intangibles, sin mover a veces un producto ¿Cómo seguir
midiendo ahora la plusvalía como se hacía o se hace aún en el trabajo agrícola y
fabril tradicional? Sin embargo hay que hacerse la pregunta: ¿a pesar de que sus
condiciones de trabajo no sean las mismas (en termino de desgate humano) y sus
beneficios socios económicos sean mayores, dejan de ser obreros? ¿Son una nueva
clase social o parte de la clase media o de la pequeña burguesía?
Los cambios en la sociedad y sobre todo en la velocidad en que ocurren ha
dejado atrás (como en mucho otros casos) a las ciencias sociales cuyos análisis
tradicional no le permite abordar con plenitud y propiedad esta nueva dinámica.
Paralelamente, han surgido nuevas formas de estratificación social espontaneas
que buscan ubicar estos diversos niveles en la estratificación. Es el caso de
las encuestadoras o instituciones que miden la opinión pública o las pautas
de consumo. Las cuales utilizan una categoría de estratificación haciendo
uso del abecedario. Esta estratificación es muy simple, no representa ningún
abordaje teórico sino simplemente está determinado por los niveles de ingresos
y de consumo. No establece relaciones entre las clases sociales, vinculaciones
y contradicciones, no estudia niveles educativos ni culturales y cuando lo
hace es sólo para ver los títulos académicos alcanzados, poco le importa el
comportamiento cultural, elementos de la sicología social, y cuando lo aborda es
solamente para vincularlos a su capacidad de demanda. Hasta qué punto estas
nuevas estratificación lo que busca es enmascarar y justificar estas divisiones
sociales, ya que no establecen ni análisis ni comparaciones, sino que su único
objetivo es de carácter descriptivo y pragmático.
A nuestro modo de ver, mientras se tenga claro la confrontación entre el capital
-que siempre busca masificar sus ganancias- y el papel del trabajo, con sus
diferentes matices (manual o intelectual, obrero o ingeniero, técnico o director
corporativo) se tendrá Conciencia de Clase. Para Marx, el trabajo y la clase obrera
no se miden por su cantidad si no por su calidad, sobre todo cuando la clase
trabajadora toma conciencia de su condición y asume la organización y la lucha
de clases para enfrentar al capital. En El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Marx
expresa que: “[…] en la medida en que millones de familias viven bajo condiciones
económicas de existencia que las distingue por su modo de vivir, por sus intereses
y por su cultura de otras clases y las oponen a estas de un modo hostil, aquellas
forman una clase” (MARX, 1984, Tomo I, p.359).
Por lo tanto las clases sociales no se miden -como tradicionalmente se piensa-
solamente en relación a la posesión o no de los medios de producción. Esta
categorización marxista de las clases sociales permite percibir en forma ampliada,
tanto cuantitativa como cualitativamente, los elementos, procesos, movimientos
y seres humanos concretos que conforman a la clase trabajadora, que abarca
principalmente a los trabajadores en todas sus manifestaciones, pero también
a toda la rica gama de movimientos humanistas y anticapitalistas como las
organizaciones feministas, ambientalista, entre otros. Enfrentando el proceso de
fetichizacion, teniendo claro la existencia y perdurabilidad del capitalismo en su

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nueva fase, con toda la profunda crisis que lo invade y que amenaza no solo
su existencia sino la de la propia vida y del planeta, debemos centrarnos en el
estudio critico de estas nuevas dimensiones del trabajo y el capital fetichizadas,
pero paralelamente contribuir en la consolidación de la Conciencia de la Clase
Trabajadora, que ya no es solo el trabajador fabril, sino todos lo que no son
burguesía, todos los que no son dueño del capital, todos los que solo tienen su
fuerza de trabajo físico o mental, todos son trabajadores
Hoy cuando el trabajo individualizado y tecnificado supera ampliamente al
trabajo fabril, cuando son más los ocupados desde sus ordenadores y en su
cubículo u oficina, que los que se reúnen en las fábricas, en el contexto de
un desdibujamiento de la masa trabajadora como conglomerado que ocupa al
mismo tiempo un mismo espacio físico, cuando la híper tecnificación, la híper
especialización, y la máxima expansión de la división del trabajo a escala mundial
nos hacen pensar que ya los bienes cuyos componentes se generan en diversos
países no son el producto de ningún trabajador, cuando se tiene la falsa idea de
que detrás de cada bien y servicio (material o inmaterial) que consumimos no hay
seres humanos, cuando los sindicatos pierden legitimidad y se ven mermados en
su actividad, frente a la heterogeneidad de los trabajadores y “la fragmentación
de sus mundos de vida” (DE LA GARZA TOLEDO, 2001, p.68), cuando en definitiva
se cree perdida la identidad del trabajo y del trabajador como sujeto histórico,
se hace más necesaria la concientización y organización de los trabajadores y los
consumidores. Conciencia que se fortalece con la asimilación de todos los que
luchan contra el capitalismo, en cualquier dimensión y propósito, de los que son
doblemente explotados: en el trabajo y el consumo. De esta manera hoy más
que nunca estamos en una lucha mundial, trabajo vs capital, donde se hace más
vigente y necesaria la consigan con la que Marx y Engels cierran el manifiesto
Comunista: “Trabajadores del mundo uníos”.

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Data da submissão: 10/03/2014


Data da aprovação: 15/08/2014

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