Tema 23 - La Ministerialidad en La Liturgia

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INTRODUCCIÓN

Uno de los descubrimientos más significativos del Concilio Ecuménico


Vaticano II ha sido, sin duda alguna, la del sacerdocio común de todos los
bautizados, entendido como aquel sacerdocio de base que es la condición primera
y fundamental de toda ulterior consagración cristiana y de todo compromiso eclesial.
De esta manera, la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, “Lumen Gentium”, antes
de tratar de la jerarquía (Cap. III), de los religiosos (Cap. VI) y de los miembros laicos
(Cap. IV), habla del pueblo de Dios y de su sacerdocio universal (Cap. II); las
funciones del sacerdocio ministerial o jerárquico son como una forma especial,
aunque necesaria y específica, y como una forma determinada del ejercicio de ese
sacerdocio universal de los cristianos.

Si, por una parte, al sacerdocio ministerial le toca, frente al pueblo de Dios, la
misión de representar a Cristo Cabeza; por otra parte el sacerdocio común habilita a
los fieles a tomar parte activa en la sagrada liturgia, ya colaborando en la oblación
eucarística, ya participando en los otros sacramentos, ya uniéndose a la oración de
Cristo en la Liturgia de las Horas, ya en el testimonio de una vida santa con obras de
caridad.

Con el empuje y sobre las indicaciones del Concilio Vaticano II, ya era
necesario más que otra cosa, en la Iglesia, de que se tomara conciencia que cada
uno de los miembros del cuerpo de Cristo, según la fuerza que les es propia (cfr. Ef
4,16), contribuya ya al crecimiento del “todo”, y quien no trabajara en ese crecimiento
del cuerpo según su carisma, sería un miembro inútil para la Iglesia y para sí mismo
(cfr. AA 2).

Esta “acción”, en cuento participación en el ministerio y el sacerdocio de


Jesucristo, y en cuanto suscitada por el don del Espíritu que es acogido y
reconocido, es ante todo, “crística” y “pneumática”; ya que configura con Cristo
“Siervo”, es una “diakonía”, es ministerial; y porque los ministerios están ordenados
a la misión deben manifestarse y consumarse en el “martirio”, es decir, en el
testimonio.

Habrá necesidad de estudiar brevemente el sacerdocio común dentro de la


renovación eclesiológica de comunión y participación, basados en el sacerdocio y el
ministerio de Cristo que se continua en la Iglesia mediante la Divina liturgia, donde se
ejercita de una forma muy especial el rol sacerdotal del pueblo de Dios, el carácter
sacramental como participación en el sacerdocio de Cristo y como fundamento del
compromiso eclesial.
2

Así de este modo se habrán puesto las bases serias para la parte central de
nuestro tema: la habilitación sacerdotal recibida en el Bautismo y en la
Confirmación para ejercitar o ser Ministros Extraordinarios de la Sagrada
Comunión (=MESC); para que este ministerio no aparezca como una simple
delegación o suplencia en la necesidad de que “no hay más”.

“Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y


culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos”. Si
el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace
aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso... No hay lugar para el ocio:
tanto es el trabajo que a todos espera en la viña del Señor. El “dueño de casa” repite
con más fuerza su invitación: “Id vosotros también a mi viña” (ChL 3).

Los apuntes que siguen con sus sencillas reflexiones, servirán de punto de
partida para los hermanos sacerdotes que impartirán los cursos, y también quizá a
los hermanos laicos para retener las ideas base sobre los temas que atañen al
Ministro Extraordinario de la Sagrada Comunión. Se trata de una ayuda con un
lenguaje sencillo, recogiendo y ordenando un poco la doctrina, sin pretender ser
exhaustivos. Siempre capaz de mejorar y completar. Este programa de formación
para laicos debe integrarse y acomodarse posteriormente al Plan Diocesano de
Pastoral de la Diócesis de León, y de esta manera colaborar al crecimiento orgánico
de la Iglesia local y de toda la Iglesia y para un testimonio creíble de la Iglesia ante el
mundo.
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SIGLAS Y ABREVIATURAS

Concilio Vaticano II

LG: Lumen Gentium: Sobre la Iglesia


DV: Dei Verbum: Sobre la Divina revelación
SC: Sacrosantum Concilium: Sobre la Liturgia
PO: Prebyterorum Ordinis: Sobre el ministerio y vida de los Pbros.
AA: Apostolicam Actuositatem Sobre el Apostolado de los Laicos
IM: Inter. Mirifica: Sobre los medios de comunicación
social
DH: Dignitatis Humanae: Sobre la Libertad Religiosa
NA: Nostra Aetate: Sobre las Relaciones de la Iglesia con
las Religiones no cristianas

Documentos Pontificios y Congregaciones

EN: Evangelii Nuntiandi: Acerca de la Evangelización del


mundo contemporáneo
ChL: Christifideles Laici: Sobre la vocación y misión de los
laicos en la Iglesia y en el mundo
MF: Mysterium Fidei: Encíclica del Papa Pablo VI sobre el
Misterio y Culto de la Sagrada
Eucaristía.
MC: Marialis Cultus: Sobre la ordenación y el desarrollo del
culto a la Santísima Virgen María,
Pablo VI
FC: Familiaris Consortio: Sobre la Familia en el mundo de
hoy, Juan Pablo II
EM: Eucharisticum Mysterium: Sobre el Culto del Misterio Eucarístico
CDC: Codees Iuris Canonici: Código de Derecho Canónico
IC: Immensae Caritatis: Para facilitar la comunión sacramental
ID: Inaestimabile Donum: Recordando algunas normas acerca
del Misterio Eucarístico
MQ: Ministeria Quaedam: Sobre la Tonsura, Subdiaconado y
Ordenes Menor
CEI: Documento de la Conferencia del Episcopado Italiano,
Evangelizzasione e Ministeri.

Rituales

MESC: Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión


RSCCEFM: Ritual de la Sagrada Comunión y Culto Eucarístico fuera
de la Misa
4

CPE: Cuidado Pastoral de los Enfermos: Ritos de la Unción


y Viático
CUI: Catecismo Universal de la Iglesia
SD: Salvifici Doloris
C: Canon
P: Párrafo
pp: Párrafos
5

BIBLIOGRAFÍA

Ritual de la Sagrada Comunión y Culto Eucarístico fuera de la Misa, Ed. El, S.A. de
C.V., bajo la dirección de Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C., México 1974.

Cuidado Pastoral de los Enfermos: Ritos de la Unción y del Viático, Ed. Obra
Nacional de la Buena Prensa, A.C., México 1984.

Concilio Vaticano II: Constituciones, Decretos, Declaraciones y Legislación


Postconciliar, Ed. BAC, Madrid 1968.

Código de Derecho Canónigo, Edición bilingüe comentada, Ed. BAC, Madrid 1988.

Catecismo de la Iglesia Católica2, Versión oficial en español y propiedad de la Santa


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Introducción de la Sgda. Congregación para la Disciplina de los Sacramentos, Fidei


Custos, Sobre los ministros extraordinarios de la comunión, 30/Abril/1969.

Sgda. Congregación de Ritos y del Concilium, Instrucción Eucharisticum mysterium,


sobre el culto del misterio eucarístico, 25/Mayo/1967.

Instrucción de la Sgda. Congregación para la Disciplina de los Sacramentos,


Immensae caritatis, para facilitar la comunión sacramental en algunas circunstancias,
29/Enero/1973.

Carta del Sumo Pontífice Juan Pablo II, Dominicae Cenae, a todos los obispos de la
Iglesia, sobre el Misterio y el Culto de la Eucaristía, 24/Febrero/1980.

Instrucción de la Sgda. Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino,


Inaestimabile Dunum, recordando algunas normas acerca del culto del misterio
eucarístico 3/Abril/1980.

Pablo VI, Carta Encíclica, Mysterium fidei, sobre la doctrina y culto de la Sagrada
Eucaristía, 3/Septiembre/1965.

Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal, Christifideles laici, sobre la


vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, 30/Diciembre/1988.

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Desclée de Brouwer, Bilbao 1992.

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col. “Azemai” 10, ED. Sociedad de Educación Atenas, Madrid 1989.

AA. VV., Pastoral Sacramental con los Enfermos, en cuadernos Phase 16, Centre de
Pastoral Litúrgica, Barcelona.

AA. VV., Acompañar al cristianismo en su muerte, en Cuadernos Phase 63, Centre


de Pastoral Litúrgica, Barcelona 1995.

J. C. Bermejo, El cristiano y la enfermedad, col. “Emaús” 11, Ed. Sal Térrea,


Barcelona 1994.

J. C. Bermejo, Relación Pastoral de ayuda al enfermo, Ed. San Pablo Madrid 1995.

M. Alberton, Un sacrament pour les malades, Dans le contexte actuel de la santé, col.
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Firme, CEM, México 1987.

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Borla, Roma 1977.

AA. VV., Los Laicos y la liturgia, en Cuadernos Phase 13, Ed. Centre de Pastoral
Litúrgica Barcelona.

D. Borobio, Ministerios laicales, Manual de Cristiano Comprometido, col. “Edelweiss”


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J. Mª. Castillo, Para comprender los ministerios de la Iglesia, Ed. Verbo Divino,
Estella (Navarra) 1993.

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Roma 1980.

T. Guzmán, Orientaciones litúrgicas, Canónicas y Morales para los Ministros


Extraordinarios de la Sagrada Eucaristía. Ed. Librería Parroquial de Clavería, México
1985.

T. Guzmán, Ministerios laicales y Ministerios Ordenados, Ed. Librería Parroquial de


Clavería, México 1994.

E. Lodi, Ordini e Ministeri al servizio del popolo sacerdotale, col. “Riti e Preghiere”
Nuova Serie 3, O. R., Milano 1974.

E. Lodi, I ministeri istituiti: significati e compiti, en Rivista di Pastorale Litúrgica 5


(1976) 47-54.

AA. VV., II culto eucaristico fuori del la Messa, en Rivista Litúrgica 1 (1980) 9-79.

AA. VV., El culto eucarístico, en Cuadernos Phase 23.

AA. VV., Adorar a Cristo Eucarístico, en cuadernos Phase 56, Barcelona 1994.
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I.- FUNDAMENTOS BÍBLICOS DE LOS MINISTERIOS

1.- TERMINOLOGÍA

Se impone, ante todo, una breve reflexión sobre el significado que aquí se da a
la palabra “ministerio” y sobre su substrato bíblico. Es este uno de los términos que
pudo haber tenido y de hecho tuvo durante el curso de los siglos muchos significados
y que va adquiriendo un sentido propio, y por lo tanto distinto en algunos aspecto,
cuando se refiere a aquellos que lo ejercitan en virtud de Sacramento del Orden
(Obispos, Presbíteros y Diáconos), y a aquellos otros que lo ejercitan, también por un
explícito mandato de los Pastores de la Iglesia, en virtud de los Sacramentos de la
iniciación Cristiana, en decir, por los laicos o los religiosos (no sacerdotes). En este
subsidio tendremos presente, sobre todo, el ministerio que es reconocido o instituido
para los laicos.

Todo ministerio comporta un servicio a los demás. Tratándose del ministerio


eclesial, este servicio se hace a la y en la comunidad, en vista de su edificación y de
su misión. Por lo tanto, el ministerio afecta a la vida interna de la Iglesia o también se
refiere a su misión en el mundo y por el mundo; él es siempre realizado a través de
obras externas de apostolado.

Por lo tanto, en el término “ministerio” no se incluyen acciones meramente


individuales, como por ejemplo: la oración, la contemplación, el sacrificio, etc., aun
cuando éstas sean de suma utilidad para la Iglesia. Tampoco comprende el ejercicio
de cualquier profesión o actividad social y política y aun inspiradas cristianamente;
aunque todo ese trabajo puede ser verdadero apostolado y, por lo tanto, resulte de
grande ayuda al cuerpo místico de Cristo y contribuye a su progreso y a su
crecimiento.

Las palabras “ministro” y “ministerio” derivadas del latín “ministerium” de


la traducción llamada “Vulgata” de la Biblia, corresponden al griego diakonos y
diakonia. Estos términos a su vez, traducen en general los términos arameos ebed y
abodah.

Una mirada general al rico significado de este vocabulario nos permite


descubrir no sólo la profundidad si no también las dimensiones del servicio del que se
habla frecuentemente en la Biblia.

Todas estas palabras, ante todo, no pertenecen sólo al lenguaje religioso, sino
también al así llamado profano. Se trata, en efecto, de servicios realizados al pueblo
por los magistrados y por hombres políticos, servicios que tiene como finalidad la
promoción de la comunidad humana y civil; se trata de servicios realizados por los
oficiales y por los esclavos del rey, en una actitud de docilidad y de obediencia, pero
siempre en bienestar del pueblo.
9

Es interesante notar que el verbo “servir” designa situaciones profundamente


diversas: la del esclavo, como aparece en el mundo pagano, en la cual el hombre
esclavo es considerado al nivel de los animales y de las cosas; y, aquella otra donde
el siervo, como es definida en la ley del pueblo de Dios: el esclavo permanece
hombre que, siendo verdadero siervo, puede, sin embargo, llegar a ser el hombre de
toda confianza y el heredero, más aún el hijo (cfr. Gn 24,2; 15,3). El vocabulario es
siempre ambivalente; por ejemplo, el término ebed se aplica a ambas situaciones. El
ejemplo más clásico es el del “Siervo de Yahveh” del que habla el libro de Isaías y
que en sentido pleno se refiere, como lo veremos, al Mesías.

A nosotros naturalmente aquí nos interesa más la dimensión propiamente


“religiosa” del término servicio y de sus sinónimos.

En esta perspectiva hablamos, pues, del servicio que era realizado por el
pueblo que el Señor se había elegido. Servir a Dios significa ante todo ofrecerle
dones y sacrificios y asegurar la liturgia del templo. Sin embargo, el servicio que Dios
exige no se limita al culto ritual, se extiende a toda la vida, mediante la obediencia a
la palabra y a los mandamientos, e incluye también una disponibilidad gozosa hacia
los pobres, a los oprimidos, a los marginados, a los pequeños, en vista a su
liberación y de una ayuda efectiva que se les ha de proporcionar en sus dificultades.

La predicación profética, lamentando y estigmatizando con vehemencia los


riesgos del ritualismo y prevaricaciones de Israel en este campo, con la intención de
restituir al servicio cultual una auténtica dimensión espiritual e interior, reclama que el
culto del pueblo de Dios es una exigencia fundamental de la alianza y una prueba
concreta de la fidelidad a ella (cfr. Jr 7; Os 6, 6). Es exactamente en fuerza de esto
que Israel, en su conjunto, se esfuerza en ser testigo de la misericordia de Dios hacia
los más débiles y anunciador apasionado de las maravillas de Yahveh que ha
realizado para construir su pueblo sacerdotal, gente santa (cfr. Ex 19, 6).

En conclusión: el servicio que el pueblo tributa a Dios es, en fuerza de la


alianza, al mismo tiempo e inseparablemente culto al señor de la historia y
misericordioso hacia los pobres de Yahveh y, por lo tanto, momento decisivo de la
edificación de la “ekklesia”, es decir, de la comunidad que pertenece como especial
propiedad al Dios de la alianza.

NOTA:
Siempre que se termine un número del esquema , hay que dejar un momento para
que los escuchas hagan un esfuerzo de síntesis.
10

2.- LOS “SIERVOS DE DIOS” EN EL PUEBLO DE LA ANTIGUA ALIANZA

En la Biblia “Siervo de Dios” es un título de honor. Yahveh da este nombre a


aquellos que él escoge, los llama y los manda a realizar su proyecto, el cual consiste
en reunir en torno a su Palabra a todos los hombres, para pactar con ellos la Alianza.

Este nombre, pues, es dado a hombres que, revestidos del Espíritu, en forma
permanente o también en forma pasajera, tienen una misión determinada de edificar
en la fe al pueblo elegido.

En forma particular son llamados siervos de Dios, y por lo mismo son


auténticos siervos de su pueblo:

A) Los que hablan en nombre de Dios y anuncian su palabra

De ellos Dios dice “mis siervos, los profetas”. Su tarea es la de proclamar la


alianza y conservar en ella al pueblo; exigir la fidelidad necesaria a aquellos que
pretenden vivir en la amistad de Dios, corregir a cuantos se alejan (Am 3, 7; Jr 7, 25;
2R 17, 23) y ayudar a mantener unido en la fidelidad al pueblo que le pertenece a
Dios.

B) Los jefes y guías de Israel

Estos también son llamados siervos y, ante todo, los patriarcas; es decir,
aquellos que han recibido de parte de Dios la misión, y custodian con fidelidad la
promesa del pueblo; así : Abraham (Gn 26, 24), Isaac (Gn 24, 14), Jacob (Ex 32,13);
siervo y muchas veces llamado mediador de la antigua alianza, Moisés (Ex 14, 31;
Nm 12, 7; Dt 34, 5; 1R 8, 56); el mismo título es atribuido a Josué, que guía al pueblo
en la tierra prometida (Js 24, 29) y, más tarde, a David tipo del rey mesiánico (2S 7,
8; 1R 8, 24ss).

C) Los sacerdotes

También a esta tercera categoría de personas se les da el título de siervos, los


cuales celebran el culto en estrecha unión y en nombre del pueblo sacerdotal (Sal
134, 1; Ex 19, 5ss). Más aún, se puede decir, que el servicio del cual frecuentemente
habla la Biblia, y exactamente es especificado con frecuencia como “servicio de
Dios”, es sinónimo de culto, de un culto auténtico, radicado sobre la fidelidad a la
palabra de Dios y abierto como ya se ha dicho, al servicio de la caridad hacia los más
necesitados.

Pero aún hay algo más interesante por subrayar, al hablar del servicio en el
AT. El título de “siervos” dado a los profetas, a los reyes y a los sacerdotes, le
pertenece en primer lugar y con pleno título al pueblo elegido en su conjunto. Israel,
en efecto, en cuanto que ha recibido y vive la alianza, es llamado a comprometerse
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en la fidelidad a la Palabra de Dios, a celebrar con autenticidad el culto, a testimoniar


delante de los otros pueblos las maravillas realizadas por Dios en su favor, ese es el
verdadero siervo.

La elección de algunos hombres en particular, como los que ya hemos citado,


está destinada en último termino a hacer que la comunidad se mantenga en la
fidelidad al servicio de Dios y que él los atienda en fuerza de la alianza.

Es, sobre todo, el “libro de la consolación” de las profecías de Isaías (caps. 40-
55) el que desarrolla el tema de Israel – siervo de Dios. El pueblo elegido, sin
embargo, desde los primeros tiempos es infiel a su vocación de siervo y es rebelde
(indócil) a los siervos que Dios suscita y manda (cfr. Dt 9, 24; Jr 7, 25). Israel es un
siervo perezoso, sordo y ciego, que ha rechazado el servicio de Dios y se prostituye
fácilmente sirviendo a los ídolos, falsos dioses, que no exigen y son más cómodos (Is
42, 18ss; etc.). Es el drama del pecado, de la infidelidad, del rechazo que recorre
toda la historia de Israel.

Dios, sin embargo, es bueno y lo busca constantemente, lo perdona y


mantiene viva la esperanza, aun en medio de las infidelidades, le promete un “siervo
fiel” que con su palabra, y sus acciones de liberación, de donación total de su vida,
llevará la luz de la salvación a las naciones, hará que muchos vuelvan a la justicia y
dará vida al nuevo pueblo de Dios. Este personaje misterioso, a la luz de revelación
plena, es Jesús el Mesías, Siervo de Yahveh del cual hablan los cuatro cantos, del
libro de Isaías (cfr. Is 42, 1-9; 49, 1-7; 50, 4-11; 52, 13; 53, 1-12).

Ciertamente, hay diversas funciones o tareas que se ofrecen y realizan en la


comunidad por parte de diversos miembros, en orden a responder a las necesidades
que genera la misma en el cumplimiento de las dimensiones de la misión y para el
bien de la comunidad entera. Estos servicios pueden ser espontáneos o ya
determinados para que la comunidad, celebre y realice con mucha más propiedad y
dignidad tanto la misión como el Misterio Revelado.

Mientras hasta ahora, la palabra “ministerio” se utilizaba sobre todo en


singular, y se refería casi exclusivamente a la función del sacerdote en cuanto
investido de un cargo y consagrado por una ordenación, ahora suele emplearse
también en plural “ministerios” y se refiere a los servicios especiales dentro de la
comunidad. “Ministerios” son los que ejercen ciertas personas determinadas y
capacitadas para ello, con el fin de cumplir con responsabilidad especial, ya de forma
permanente o ya temporal, algunos servicios mas importantes de la comunidad. Pero
como ya lo dijimos, y aquí lo volvemos a repetir; hay que tener en cuenta que si bien
todo ministerio es un servicio, no todo servicio llega a ser un ministerio.
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3.- EL “MINISTERIO” DE CRISTO, SIERVO DE DIOS

Jesús hace suya, en sentido pleno y total, la misión del Siervo; maestro manso
y humilde (Mt 11, 29), él está en medio de sus discípulos “como el que sirve” (Lc 22,
27). Siervo de Dios, “Cristo se ha hecho siervo de todos” (S. Policarpo).

El atributo bíblico de Siervo conferido a Cristo por la revelación del NT. Es


quizás el que de manera más completa expresa la riqueza y la complejidad de su
personalidad mesiánica y de la misión salvífica confiada por el Padre y que él realizó,
en plena fidelidad, hasta el final, para la gloria de Dios y la salvación de los hombres.

“Es una imagen, ésta la del “Siervo”, que subraya la donación y la humildad
con la cual Jesús cumple su misión. Aplicándose a sí mismo esa imagen,
Jesús alude a los textos del profeta Isaías, que han celebrado al “Siervo del
Señor”, personaje misterioso, amado y predilecto por Dios que lo quiere a su
disposición para realizar la liberación de Israel y del mundo, y lo constituye
profeta para enseñar, alianza para reunir a su pueblo, sacrificio para expiar y
redimir. Y así, el Siervo de Dios llega a ser en la obediencia, en la humillación
y en el dolor, el Siervo del hombre y de su redención”. (CEI 26).

Son, sobre todo, los Sinópticos los que presentando los momentos clave de la
vida y de la misión de Cristo, por ejemplo, el bautismo en el Jordán, la transfiguración
sobre el monte y la muerte en la Cruz, nos presentan a Jesús como el Hijo-Siervo, en
el cual Dios manifiesta, con el don del Espíritu Santo, sus complacencias (cfr. Mc 9,
2ss; Mt 17, 1ss; Lc 9, 28ss), viendo en él el cumplimiento de las profecías sobre el
Siervo, muy especialmente contenidas en el libro de Isaías, y anunciando los tiempos
nuevos que él ha venido a inaugurar.

La predicación apostólica ha aplicado a Jesús el título de Siervo para anunciar


su muerte (Hch 3, 13ss; 4, 27ss), fuente de bendición para las naciones (Hch 8,
32ss). Cordero inmolado injustamente (Hch 8, 32ss), Jesús ha salvado y reunido otra
vez en el nuevo pueblo de Dios a los hijos de Dios dispersos por el pecado.
Finalmente, un himno que pertenece a la liturgia de la primitiva comunidad cristiana,
presenta el misterio de Cristo, el de su obediencia al Padre y de su amor por los
hombres en una síntesis potente: ahí se proclama que Cristo ha entrado en la gloria
asumiendo la condición de siervo y muriendo en la Cruz, para obedecer a Dios su
Padre y realizar así su plan salvífico (cfr. Flp 2, 5-11).

De esta visión, que la revelación nos presenta, podemos evidencias los


momentos, los aspectos específicos y los contenidos propios del “ministerio” de
Cristo.

A) Cristo, ministro de la palabra


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El es el “profeta” por excelencia, que anuncia la salvación a los pobres (cfr. Lc


4, 18ss), proclama el Evangelio del Reino e invita a todos a acogerlo en la conversión
y en la fe (cfr. Mc 1, 14). Su palabra devuelve la esperanza, ofrece el perdón, da la
alegría, reúne a los discípulos en torno a él, e invita a los hombres a entrar en la
comunidad de los que lo siguen.

B) Cristo, ministro de la caridad

Sus actitudes y acciones, entre los que sobresalen todos los milagros, no son
solamente revelación de su divinidad, sino también son “signos” concretos de amor,
de compasión hacia el hombre afligido por la enfermedad, la invalidez, la marginación
de la sociedad, herido en su más íntima realidad por el pecado. Todas sus acciones
están dirigidas a la liberación integral del hombre, son un indicador concreto de su
profunda solidaridad que él tiene con los que sufren; “medico del cuerpo y del
espíritu”, según la conocida expresión de S. Ireneo; él es el Siervo que “ha cargado
con nuestros sufrimientos” y “ha soportado nuestros dolores” (Is 53, 4). En esta
perspectiva también aparece Jesús como el “Pastor” bueno que busca las ovejas
perdidas y dispersas (cfr. Mt 18, 12-24), cura a las heridas, las recoge y las defiende,
las conoce y las ama hasta dar la vida por ellas (cfr. Jn 10, 3).

C) Cristo, ministro del culto “en espíritu y en verdad”

El es el “Sacerdote” nuevo que trasciende todas las formas del sacerdocio


antiguo, porque su sacrificio consiste no en la inmolación de víctimas materiales,
como depositando en ellas el sacrificio debido al Dios de la alianza como testimonio
de fidelidad; sino que es el ofrecimiento total de su vida como signo definitivo de su
obediencia que ha caracterizado toda su vida y se ha expresado en modo pleno y
total en su muerte de Cruz (cfr. Hb 7, 26-27; también CEI, 28-34).

Este “ministerio sacerdotal”, que reside fundamentalmente en la pascua,


engendra a la Iglesia, admirable sacramento que ha brotado del costado de Cristo
dormido en la Cruz (cfr. Sc 5); es simultáneamente servicio a Dios y a su gloria y
servicio al hombre en vista de la liberación y de la comunión con el Padre y los
hermanos.

Una última anotación; el ministerio profético, sacerdotal y pastoral de Cristo se


funda y se alimenta en el misterio de la encarnación, aquel acontecimiento que ha
llevado al Hijo de Dios a unirse con la humanidad, asumiendo todas sus
características, excepto el pecado (cfr. Hb 15).

El ministro extraordinario de la Sagrada Comunión, no va a tener otro ejemplo


mayor y tan singular que el mismo Cristo y toda la espiritualidad con que se debe vivir
y celebrar este ministerio brota de este mismo Cristo que aquí vamos estudiando.
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II.- DESARROLLO TEOLÓGICO DE LOS MINISTERIOS

Que Jesús sea el “Ministro” de la palabra, de la caridad y del culto “en Espíritu
y en Verdad”, ese es uno de los puntos esenciales e irrenunciables de la revelación
cristiana; más aún, Jesús es el único sumo sacerdote y cabeza de la Iglesia para
transmitir a los hombres la salvación realizada en la Cruz, para interceder por ellos
junto al Padre a fin de que sean santificados por el Espíritu, para habilitarlos en los
diversos ministerios en la Iglesia, y así conducirlos a la vida eterna de su Reino.

Por la imposibilidad radical del hombre de poder superar el abismo que lo


separaba de Dios, Dios mismo, el Padre ha enviado a su Hijo que, por medio del
Espíritu, se ha encarnado, ha asumido la naturaleza humana, para realizar la
redención, para insertarlo en su obediencia de Siervo y en la gloria del Señor.

La problemática suscitada después del Vaticano II con la finalidad de hacer


resaltar los elementos específicos de la Iglesia y de su ministerio, ha abarcado
necesariamente el tema de los ministerios en plural; esto nos lleva a ver que desde
sus orígenes toda la Iglesia es ministerial, sobre las huellas de su Fundador que se
ha presentado como el Siervo del Señor para la salvación del mundo; se ha visto
también que el Espíritu siempre ha suscitado varios carismas y múltiples ministerios
en su Iglesia.

Por lo tanto, se coloca en su justo lugar redimensionado, el ministerio director


u ordenado de los obispos, presbíteros y diáconos; este es uno de los ministerios, o
mejor el ministerio de los ministerios, el servicio animador y coordinador de la vida
eclesial, para el crecimiento armónico de la comunidad en la fe y en el amor; ahí se
quedan hermanos entre los hermanos, a su servicio, sin privilegios de honor o de
casta. Pero también ahí está todo ese vigor importantísimo como son los miembros
de la vida consagrada; más aún, todo ese laicado con sus múltiples carismas,
servicios y ministerios unidos todos en comunión de fe y de amor con sus pastores.

1.- EL “MINISTERIO” DE LA IGLESIA, SIERVA DE DIOS Y SIERVA DEL


MUNDO

Prolongación de Cristo, la Iglesia es su cuerpo y su esposa; por eso refleja en


su propio rostro las líneas inconfundibles del rostro de Cristo y continúa su misión
hasta la Parusía. Lo hace dándose totalmente a la realización del proyecto de Dios,
es una actitud de obediencia y fidelidad a Dios y de entrega a los hombres, en medio
de los cuales vive y actúa para hacer presente el Reino y conducirlo hasta su
cumplimiento. Así, la Iglesia también es sierva y ministra en la obra de la glorificación
de Dios y de la salvación integral de los hombres.
15

“Asociando y configurando a sí la Iglesia en su misión, Cristo no podía no


imprimir para siempre sobre ella su rostro, la imagen resplandeciente de su
mismo rostro. La caridad pastoral y la prontitud para servir, la capacidad y la
generosidad de inmolarse por la vida del mundo, marcan indeleblemente el
ser y el hacer de la Iglesia” (CEI, 42).

La Iglesia está animada por el Espíritu. Es él el que la guía hacia la verdad


plena, la unifica en la comunión y en el ministerio, la instruye, la dirige con diversos
dones jerárquicos y carismáticos, la adorna con abundantes frutos (LG 4).

Es, pues, el Espíritu el grande artífice y protagonista de la vida de la Iglesia,


cuerpo de Cristo y comunión de todos los creyentes; animados y guiados por él,
todos crecen en Cristo como hijos de Dios, en fraterna comunión entre ellos y llegan
a ser como él, siervos de Dios y del mundo, cada uno según su propio don.

Exactamente, así como le sucedió a Cristo, hecho por el Espíritu “Siervo” y


manifestado como tal delante de los hombres, sobre todo en el bautismo, en la
transfiguración, en la Cruz y en su resurrección; en la Fuerza del Espíritu, así también
la Iglesia en su totalidad es una comunidad ministerial: “es sirva como Siervo fue
Cristo y como sierva se presentó.... María, la Virgen Madre. Entre las relaciones
reales y los motivos de semejanza de la Iglesia con María, se ha de remarcar la nota
de la ministerialidad común entre ambas” (CEI 41).

Cada actitud de la Iglesia, cada palabra y gesto suyo, está destinado a


interpretar y traducir entre los hombres y para los hombres las ansias y las
preocupaciones de Cristo-Siervo. Y esto, en base a la conocida ley de las
mediaciones sensibles (o, si se quiere, de la encarnación) que preside y guía toda la
historia de la salvación.

También aquí hacemos la distinción, sobre la base de la más auténtica


tradición eclesial que interpreta concretamente la continuidad existente entre la
misión de la Iglesia y la de Cristo, su Cabeza, y los tres sectores o campos
específicos de compromiso en su “ministerio”; ministerio de la Palabra, ministerio
Sacerdotal y ministerio de la Caridad. Y son precisamente aquellos por medio de los
cuales hoy Cristo resucitado, el Viviente, por medio de la acción de la Iglesia,
continua realizando el proyecto de Dios y lo va conduciendo gradualmente hasta su
pleno cumplimiento.

A) La Iglesia y el ministerio de la palabra

Se trata de todas las formas con las que la Iglesia prolonga en el mundo y por
el mundo la misión profética de Cristo: escuchando, anunciando y testificando ante
los hombres la palabra que viene de Dios y que de Dios le viene su poder y eficacia.
Es un servicio que es simultáneamente acto de glorificación de Dios y acontecimiento
salvífico para los hombres.
16

“Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa
de su Hijo Amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio
resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo en los
fieles la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de
Cristo” (cfr. Col 3, 16) (DV 8).

La comunidad de los cristianos es una comunidad profética. A ella, Cristo le ha


participado su poder profético. En la Iglesia cada creyente es, por su parte,
responsable de la palabra de Dios. Y, en orden al servicio de la palabra existen
responsabilidades diferentes, que corresponden al don recibido del Espíritu y, por lo
tanto, al lugar que cada uno ocupa en la Iglesia. Los pastores, en particular, están
obligados en fuerza del sacramento del Orden, que les confiere la misión de anunciar
con autoridad y autenticidad la Palabra de Dios; pero los fieles son también
responsables en fuerza del sacerdocio universal (proclaman, exhortan, catequizan,
etc.) y se funda sobre los sacramentos de la iniciación cristiana.

B) La Iglesia y el ministerio de la caridad

Es oportuno recordar que hablando sobre la caridad no se ha de entender


solamente las limosnas o alguna otra intervención económica para ayudar a las
personas en cualquier clase de indigencia. Ahora se está cada vez más convencidos
de que el servicio de la caridad al cual toda la Iglesia está llamada, se entiende, ante
todo, como la promoción integral del hombre; eso comporta que todas las acciones,
iluminadas por la palabra de Dios, con las cuales la Iglesia se compromete hoy con la
justicia, la paz, la solidaridad para que los derechos humanos a la vida, a la libertad,
al trabajo, al desarrollo humano y cristiano sean reconocidos, defendidos y
promovidos. Y todo esto con una remarcación explícita de la dimensión connatural
trascendente del hombre y con un trabajo serio para que todo hombre se abra al
diálogo, al encuentro y a la comunión con Dios. Sólo así la dignidad de la persona
humana alcanzará su plenitud.

Caridad es hoy, también la promoción de la participación en todos los niveles;


participación que en el pueblo de Dios es “comunión”, fruto no sólo de la buena
voluntad y del esfuerzo humano, sino acogida del don del Espíritu que crea y
profundiza la unidad entre los fieles y Dios y constituye una auténtica comunidad de
fe y testimonio. Realizar la caridad es por eso en esta perspectiva, un compromiso
para la animación de la comunidad cristiana, es decir, para favorecer y organizar
todas las iniciativas y servicios con que el pueblo de Dios se manifiesta y edifica
como sacramento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género
humano (cfr. LG 1).

Este ministerio de la caridad toca en primer lugar a los “Pastores”, que son los
primeros e insustituibles animadores y guías del pueblo de Dios. Ejerciendo las
funciones de Cristo Cabeza y Pastor, ellos reúnen y presiden la familia de Dios con
17

fraternidad animada por la caridad y la conducen al Padre por medio de Cristo en el


Espíritu Santo.

Por este ministerio se les confiere una potestad espiritual, que exactamente les
es concedida para la edificación de la comunidad. En este sentido su ministerio es el
más alto y profundo de la caridad que se realiza en la Iglesia; los laicos también
están obligados en virtud de su vocación y por el compromiso que les corresponde de
la animación cristiana en el orden temporal (cfr. AA 7-8).

C) La Iglesia y el ministerio del sacerdocio

También el ministerio de Cristo sacerdote se prolonga en la Iglesia y a través


de la Iglesia. Éste, más aún, es el cúlmen y la fuente del servicio que la comunidad
cristiana, jerárquicamente organizada, tributa al Padre, para la alabanza de su gloria
y de la santificación de los hombres.

“Se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella


los signos sensibles significan y cada uno a su manera realizan la santificación
del hombre, y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus
miembros, ejerce el culto público integro. En consecuencia, toda celebración
litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es
la acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el
mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia” (SC 7).

El ejercicio del culto se funda sobre la realidad del sacerdocio de Cristo


participado a todo el pueblo de Dios, pero en y formas diversas. Vale la pena leer, a
este propósito, una página fundamental del magisterio conciliar:

“Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cfr. Hb 5, 1-5), de su


pueblo hizo... un reino y sacerdotes para Dios, su Padre (Ap 1, 6; cfr. 5, 9-10).
Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción
del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por
medio de toda la obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y
anuncien el poder de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz
(cfr. 1P 2, 4-10)... El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial
o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenen,
sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único
sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que
goza, forma y dirige el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico
en la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo de Dios. Los
fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de
la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y
acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación
y caridad operante” (LG 10).
18

El culto “en espíritu y en verdad”, animado por el Espíritu Santo y que se


expresa en la obediencia al Padre con acciones verdaderas y auténticas, se cumple
en plenitud en la Eucaristía, pascua de la nueva alianza, la que no sólo es el centro
del misterio cultual, sino de todo el misterio de la Iglesia, exactamente ya que el
sacrificio pascual de Cristo es el vértice de toda su vida y de su misión (cfr. PO 5).

La Eucaristía. Además, en cuanto celebración plena de la Iglesia, es decir, es


acción de Cristo y del pueblo de Dios jerárquicamente organizado, es el momento-
lugar en el que se evidencian con más claridad todos los ministerios eclesiales, el de
la Palabra, el del culto sacramental y el de la caridad. Los diversos servicios que se
realizan en la asamblea tiende exactamente a manifestar visiblemente esta realidad.

Así pues; los diversos ministerios existentes en la Iglesia han de ser


considerados en esta perspectiva, dentro de una condición general de servicio y de
misión propia de Cristo, y de la Iglesia, y que por consecuencia, ella es el misterio
(cuerpo-prolongación) del Cristo, enviado y Siervo. La Iglesia, por lo tanto, es como
su unión orgánica, articulada en varios ministerios, que son verdaderos dones del
Espíritu, y participación en el misterio de Cristo sacerdote profeta y pastor.

Entre estos algunos son esenciales para la vida de la Iglesia; radicados en el


sacramento del Orden, hacen presente permanentemente en la Iglesia la potestad
propia de Cristo, y confiada por él a los apóstoles, y después por ininterrumpida
sucesión transmitida a los ministros “ordenados”: obispos, presbíteros y diáconos.
Mediante la presencia y el ejercicio conjunto de estos ministros los hombres son
engendrados en el pueblo de Dios en comunidad eclesial.

Otros, a pesar de que pertenecen a la estructura esencial de la Iglesia en


cuanto comunidad toda entera ministerial, y fundados sobre los sacramentos de
iniciación cristiana, son suscitados por el Espíritu en modos diversos a lo largo de la
historia, algunos son transitorios, otros son permanentes para que la Iglesia pueda
cumplir su misión y responder a las situaciones concretas.

2.- MINISTERIOS Y ESTRUCTURA DE LA IGLESIA

Durante mucho tiempo, al inicio de la Iglesia, cuando se hablaba de


“ministros”, en la Iglesia, se pensaba inmediatamente y casi en una forma exclusiva
en los presbíteros, y esto por el mismo hecho de que casi eran los que ejercitaban el
ministerio. En esos primeros siglos existe una imprecisa y variable terminología, por
lo que es difícil hallar títulos técnicos para los diferentes ministerios; pero es preciso
no nivelar con demasiada rapidez los resultados tan complejos con una fácil
generalización, pues, aunque las miradas convergían en los presbíteros, no todos lo
eran, pero tampoco aquí en estas lecciones se pueden dar todos los detalles. Pero a
ninguno de los ministros se le llamaba sacerdote. La diversa situación de las iglesias
y de los destinatarios de los escritos neotestamentarios puede explicar el desarrollo
19

de la terminología. Se multiplicará más la terminología desde S. Clemente Romano e


Ignacio de Antioquia.

El NT no es un documento del pasado, del que se sacan conclusiones y ya no


hay más que hacer. Estos libros son el “archivo” de una comunidad viva que acude a
él como a su norma y busca sin cesar la revelación de su propio ser. Es leído sin
cesar dentro de una corriente viva de tradición fundamentalmente indefectible. El NT
proporciona a la Iglesia un testimonio acerca de los ministerios al inicio, lo que en ella
ha sido y sigue siendo querida por Dios, a través del acontecimiento fundamental del
Misterio Pascual y el don del Espíritu.

Pero también al considerar esta realidad divino-humana, la Iglesia, donde los


ministerios, en cuanto tales, son un componente del sistema socio-cultural eclesial
para que ella pueda realizar satisfactoriamente su misión. Todo sistema social y
cultural; por lo tanto, también toda comunidad institucional y sistema transmitente,
cada participante, cada miembro hace alguna cosa, tiene alguna parte que hacer,
tiene un rol, una función, el cual puede por un cierto tiempo dejarse a la libre iniciativa
y creatividad; pero en la medida en que el sistema debe funcionar, permanece en el
tiempo y consigue con regularidad determinadas finalidades fijas, también las partes
o los roles son regulados según un esquema de comportamientos, en base a ciertas
normas bien determinadas de conducta de modo que todos los participantes en la
comunidad sepan no sólo lo que deben hacer sino también lo que los otros miembros
deben hacer, de tal forma que hasta los “extraños” no se sientan fuera de la
comunidad.

Los “ministerios eclesiales”, en esta perspectiva no serían otra cosa que


funciones o encargos particulares los cuales, en un modo u otro, éste u otro miembro
de la comunidad se encuentra desarrollando o van desarrollando dentro de la
comunidad especialmente celebrativa un ministerio llamémoslo así
“institucionalizado” de un mensaje religioso.

El testimonio del NT acerca de los ministerios se puede decir que: cada libro
es, a su modo, un acto ministerial. En el caso de las epístolas este acto es evidente:
un fundador de una iglesia o un hombre ligado directamente al grupo apostólico y
responsable ante esa iglesia ejerce su ministerio por escrito. Lo mismo sucede con la
redacción de los Evangelios, que consignan las tradiciones de la predicación oral de
Jesús. La composición se atribuirá a unos apóstoles (Mateo y Juan) o a compañeros
de los apóstoles en su ministerio (Marcos y Lucas).

El contenido del NT acerca de los ministerios fijándonos en la sucesión


cronológica de los escritos, notamos con toda claridad que este tema gira alrededor
de la toma de conciencia del tránsito de la Iglesia de los Apóstoles a la Iglesia
postapostólica. Los escritos más antiguos atestiguan la presencia preponderante de
la celebración central del Misterio Pascual y de sus fieles participantes.
Insensiblemente la situación evoluciona o como decíamos anteriormente el desarrollo
20

lo va exigiendo. El tiempo va creando una distancia cada vez mayor entre el


acontecimiento fundante y la vida actual de la Iglesia; y para denotar la auténtica
continuidad entre unos y otros se generaliza un gesto de investidura que simboliza la
transmisión de un “servicio”, “ministerio” y el don del Espíritu Santo, y en adelante la
comisión de los ministerios ordenados debe expresarse con esa señal: la imposición
de manos.

A) Los primeros y principales ministerios en la Iglesia

Estos ministros tienen funciones eclesiales según el lugar de importancia.


Los vamos a dividir en esta forma:

a) Ministros con funciones superlocales más o menos universales o


regionales:
- Los Apóstoles, mas Pablo y también Bernabé, Silas, Tito y Timoteo (cfr.
Hch 14, 4).
- Otras personas dignas de confianza (2 Tm 2, 2).
- Profetas (Didaché 10, 7).
- Personas eminentes (1 Clem 44, 3).

b) Ministros con alcance local en sus funciones.


- Los obispos: Santiago en Jerusalén, Timoteo en Efeso, Tito en Creta,
Clemente en Roma, Ignacio en Antioquia, Policarpo en Esmirna, etc.
- Presbíteros en Jerusalén (Hch 11, 30), en la diáspora (St 5, 14), en Asia
Menor (Hch 14, 23; 20, 17: Tt 1, 5).
- Guías auxiliares... presidentes... pastores... pilotos... liturgos... (cfr 1Co 16,
15; 12, 28; 1, 2).
- Personas dotadas de carisma para la edificación del cuerpo de Cristo: los
profetas, los pastores y los doctores (1Co 12, 1-13. 28; Rm 12, 3-8; Ef 4,
11).

La dirección de la Iglesia apostólica y subapostólica en este primer tiempo


resulta, pues: constituida por Apóstoles o misioneros (enviados), profetas,
personas eminentes, obispos residentes, etc. Ejercen una dirección colegial en
cada comunidad local.

c) Ministros auxiliares.
- Los siete (Hch 6, 3; 21, 8).
- Los diáconos (Flp 1, 1; 1Tm 3, 8-13).
- Los jóvenes (Hch 5, 6; 1P 5, 5;Hch 5, 10).
- Todos los fieles, a los que se les llamaba santos (Hch 3, 32-41; etc.).

Con esta realidad ministerial de base, aunque como ya se dijo no se pueda individuar
exactamente cada una de las funciones; de todas maneras, es cierto que las
funciones presidenciales de dirección y de gobierno de la comunidad no pueden
21

aislarse, ya de las funciones doctrinales (Kerygmáticas, didácticas, evangelizadoras),


ya de las sacramentales (1Co 1, 2; 11, 20; etc.), ya de las caritativas, ya de las
mismas representativas (representación oficial de la comunidad, (1Tm 3, 2), y de las
pastorales (Hch 20, 28; 1P 5, 2; Ef 4, 11...).

B) Quién llama y quién habilita.

En la Iglesia encontramos ante todo los ministerios llamados “ordenados”; son


aquellos que se derivan y se fundan sobre el sacramento del Orden como son: el
episcopado, el presbiterado y el diaconado. Han sido transmitidos por los Apóstoles y
por sus sucesores y constituyen la jerarquía eclesiástica, elemento constitutivo de la
comunidad cristiana, como resultado de la voluntad de su fundador Cristo Jesús (cfr.
LG cap. III).

En esta comunidad, sin embargo, la multiplicidad de carismas y de ministerios


se manifiesta al mismo tiempo exuberante y también con poca organización (cfr. 1Co
12-14); por lo cual los Apóstoles tuvieron que preocuparse de asegurar su estabilidad
y la mayor y más serena continuidad. Ese ministerio eclesial, como lo encontramos
en la Iglesia primitiva, expresado y distribuido en tantas formas, algunas de las cuales
son esenciales u ordenadas como se dijo ya; y otras formas o ministerios
llamémoslos así accesorios o “no ordenados”. Ese ministerio eclesial, sobre todo el
ordenado, está destinado a pervivir aún con inevitables y debidas adaptaciones y
según a las cambiantes condiciones. En la Iglesia de hoy se retoma siempre más
conciencia de ser una comunidad ministerial en su conjunto.

El principal entre los ministerios ordenados y su fuente es el ministerio del


obispo, en el cual se perpetúa el carisma y el ministerio de los Apóstoles.

Una expresión acertada lo califica “no la síntesis de los ministerios sino el


ministerio de la síntesis”, es decir, el servicio de la armonización y de la generación
de todos los ministerios necesarios para la edificación de la comunidad. Por esta
gracia, que les fue conferida a través de la ordenación, el obispo llega a ser signo
eficaz y principio visible y fundamento de unidad en la Iglesia particular que le ha sido
confiada; y es miembro del colegio episcopal presidido por el Papa, Obispo de Roma
y Pastor de la Iglesia Universal.

En su servicio se encuentran unidos dos elementos, el de la plenitud (el


ministerio de la palabra, de los sacramentos y el de la caridad), y el de la globalidad
(en vista de la edificación) en su conjunto de la Iglesia Universal que se le ha
encomendado.

Este ministerio es conferido al obispo con el gesto de la imposición de las


manos y la invocación del Espíritu Santo y todo el resto de la ordenación episcopal;
ese ministerio no puede ser ejercitado sino en la comunión jerárquica con la Cabeza
22

(El Papa) y con los otros miembros del Colegio episcopal, a quien se le reconoce una
especialísima asistencia del Espíritu Santo (cfr. LG 24ss; CD 11ss).

Estrictamente unido al ministerio del obispo, en virtud del sacramento del


Orden, está el ministerio del Presbítero. También el presbítero hace presente a
Cristo, en cuyo nombre y autoridad actúa, en comunión con el obispo (LG 21).

El ministerio del presbítero, transmitido en la ordenación presbiteral, con la


imposición de las manos, signo de la efusión del Espíritu Santo y la transmisión de
poderes, se expresa en el anuncio de la palabra, en la caridad pastoral y en la
celebración de los sacramentos, sobre todo el de la reconciliación y el de la
Eucaristía. Este ministerio debe de estar en comunión y colaboración sabia y
necesaria al ministerio del obispo, que los presbíteros representan y hacen presente
en la comunidad reunida como una hermandad y familia de Dios. También ellos, a
semejanza de los obispos y juntamente con ellos, constituyen un cuerpo, el
presbiterio, que vive en comunión y se manifiesta en la colaboración concordé y
generosa para la realización del Plan salvífico en nuestra historia (cfr. LS 28; PO 2ss;
CEI 58).

En el grado inferior de la jerarquía están los Diáconos, a los cuales también le


son impuestas las manos “para el ministerio”. Ellos sostenidos por la gracia
sacramental que se les ha conferido por la imposición de las manos del obispo y el
don del Espíritu Santo, tienen su parte específica “en comunión con el obispo y su
presbiterio, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de
la caridad” (LG 29).

En torno a los ministerios ordenados, la vida y la enseñanza de la Iglesia han


previsto y admitido la existencia de otros ministerios non ordinati, es decir, no
enraizados en el sacramento del Orden; pero si en los sacramentos de la Iniciación
cristiana, esto es, en el bautismo y en la confirmación particularmente. Como tales
pueden ser llamados “ministerios laicales”, porque son confiados, dentro de ciertos
limites y algunas condiciones, a los fieles laicos y ejercitados por ellos siempre para
la edificación de la Iglesia y en plena docilidad al Espíritu que los distribuye como él
quiere. Dice el Papa Juan Pablo II:

“Los pastores, por tanto, han de reconocer y promover los ministerios,


oficios y funciones de los fieles laicos, que tienen su fundamento
sacramental en el Bautismo y en la Confirmación, y para muchos de
ellos, además en el Matrimonio” (ChL 23).

Dentro de esos ministerios no-ordenados podemos hacer esta distinción que


nos sirva de referencia y mayor claridad:

a) Ministerios instituidos
23

Son aquellos servicios eclesiales que la Iglesia reconoce oficialmente y los


confiere, en una expresa celebración litúrgica, sobre la base de las aptitudes que los
fieles tienen en fuerza del Bautismo, para hacerse cargo de especiales tareas y
cargos de la comunidad.

Constituyen un gran don que el Espíritu Santo concede para el bien de la


Iglesia, y conllevan también, para aquellos que los asumen, una gracia no
sacramental, pero invocada y alcanzada por la intercesión y por la bendición de la
Iglesia.

La institución por parte de la Iglesia, más o menos significativa y comprometida


según los casos, oficializa estos ministerios, de modo que no sean siempre
extraordinarios, sino expresiones de la comunión y misión de la Iglesia y, por esto,
pertenecientes a su estructura normal y a su vida ordinaria.

El documento llamado Motu Proprio “Ministeria quaedam” del Papa Pablo VI


(del 15/agosto/1972), ha sostenido como instituidos dos ministerios: El Lectorado y el
Acolitado. El primero como ministerio de la Palabra y el otro como ministerio de la
Eucaristía y de la Caridad.

La Instrucción de la Sagrada Congregación para la Disciplina de los


Sacramentos “Immensae Caritatis” (= IC), del 29 de enero de 1973 promulgada para
facilitar la comunión sacramental en algunas circunstancias, ha instituido los
MINISTROS EXTRAORDINARIOS DE LA SAGRADA COMUNIÓN y dice
textualmente:

“Por tanto, para que no queden sin la ayuda y el consuelo de este


Sacramento los fieles que, en estado de gracia y con recta y piadosa
intención desean tomar parte en el banquete eucarístico, el Sumo Pontífice
ha considerado oportuno instituir ministros extraordinarios, que puedan
administrar la sagrada comunión tanto a sí mismos como a los demás
fieles, con las siguientes condiciones precisas” (IC 1), que se encuentran
impedidos por diversos motivos o en alguna dificultad, que más adelante
se precisarán.

b) Ministerios no instituidos, “De facto”

Estos ministerios son realizados por aquellos fieles que, sin ninguna
investidura de la Iglesia y de la Jerarquía en particular, con buena voluntad y en dócil
obediencia al Espíritu que dona sus carismas a los fieles, ya militen en alguna
asociación piadosa, ya en algún otro movimiento apostólico, o en ninguno, están
comprometidos en la animación del orden temporal y en la misión eclesial, para la
edificación del pueblo de Dios, en las varias formas de servicio o apostolado, de la
caridad, de la asistencia a los pobres, a los enfermos, a los marginados, como
24

también en la catequesis y en la proclamación de la palabra de Dios dentro o fuera


de la liturgia.

Son servicios múltiples, variados y públicos que siempre han florecido en la


Iglesia de todos los tiempos como expresiones de la caridad de Cristo profeta, pastor
y sacerdote, con tácito o explícito consenso de la autoridad de la Iglesia. Es un
terreno abierto y fecundo del cual la Iglesia, atenta a los signos de los tiempos y fiel a
su misión de prolongar al Señor; podrán siempre emerger algunos servicios a los
cuales se les dé un reconocimiento y se les confiera la debida institucionalización y
pasen de ser gestos de buena voluntad personal, a acciones en que toda la Iglesia se
reconozca y se comprometa como tal para realizar el Reino.

Después de todo este desarrollo que hemos hecho ya podremos entender que
los principales ministerios en la Iglesia son de institución divina y que se necesita un
llamado muy especial a través de la jerarquía de la Iglesia y ella misma los habilita
para ejercer tan singular ministerio. Estos ministerios Dios los ha establecido (1Co
12, 28); o Cristo (Ef 4, 7-11).

La diversidad de los ministerios se atribuye al mismo Señor (1Co. 12, 5). Dicho
de otro modo: el hecho ministerial no es en la Iglesia una realidad puramente
humana, es un don de Dios, que por su Hijo y el Espíritu se edifica a la Iglesia. Estos
ministerios pertenecen a las realidades de la salvación.

Pero, ¿Cómo se traduce esta iniciativa divina en la vida de la comunidad? ¿Es


suficiente la decisión de los interesados? ¿Es la comunidad la que los escoge? ¿Es
Pablo o Pedro quien les da la investidura?

Vuelvo a repetir: en los ministerios ordenados, la iniciativa sin duda alguna es


divina, por intervención de la Iglesia, y en este caso, de la jerarquía habiendo
consultado a la comunidad los llama y los habilita para el ministerio que se les
encarga. En los otros ministerios sigue siendo el Espíritu o la iniciativa es divina,
como se ha repetido, muchas veces el Espíritu sopla donde quiere, pero de todas
maneras interviene la comunidad, todo se hace de acuerdo y en comunión, por
ejemplo, de Pablo que de una manera u otra, los considera colaboradores suyos. Los
ministros no son un mero producto de la comunidad o, más exactamente, la
comunidad entera articulada con la relación de algunos con respecto a todos, es la
que reconoce los dones del Espíritu y habilita para el ministerio. Como dice el Papa
Juan Pablo II:

“Sean extraordinarios, sean simples y sencillos, los carismas son


siempre gracias del Espíritu Santo que tienen, directa o indirectamente
una utilidad eclesial, ya que están ordenados a la edificación de la
Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo” (ChL
24).
25

Si los ministerios ordenados están, en su ejercicio, sujetos a la Jerarquía, lo


mismo estarán sujetos los ministerios instituidos y los no instituidos, así como los
ministros extraordinarios, pues, el Papa en ese mismo documento citado también
habla y precisa sobre los carismas:

“Por lo tanto, ningún carisma dispensa de la relación y sumisión a los


Pastores de la Iglesia. El Concilio dice claramente: “El juicio sobre su
autenticidad (de los carismas) y sobre su ordenado ejercicio pertenece
a aquellos que presiden en la Iglesia, a quienes especialmente
corresponde no extinguir el Espíritu, sino examinarlo todo y retener lo
que es bueno (cfr. 1Ts 5, 12. 19-21), con el fin de que todos los
carismas cooperen, en su diversidad y complementariedad, al bien
común” (ChL 24).

Sin duda que ya toda esta riqueza de ministerios, y muy especialmente los
instituidos, los extraordinarios y los no instituidos proponen una cierta problemática y
abren muchas perspectivas particulares, que esperamos las trataremos en los
capítulos siguientes.

3.- DESARROLLO HISTÓRICO DE LOS MINISTERIOS

De lo dicho anteriormente, se deduce la institución y constitución jerárquica de


las primeras iglesias locales o regionales, las cuales estaban gobernadas con
autoridad apostólica. Este gobierno podía ejercitarse, bien directamente por los
Apóstoles, como lo reflejan las cartas de san Pedro, Santiago (al menos con la
doctrina, ruegos y consejos) y muy en particular las cartas de san Pablo, de san Juan
y el Apocalipsis; o bien gobernadas por un colaborador o delegado de un Apóstol,
que les sucedería en el oficio apostólico, como aparece sobre todo en las cartas
pastorales de san Pablo (Timoteo en Efeso, Tito en Creta).

De la iglesia de Jerusalén consta por (Hch 15, 13-22 cfr. Ga 2, 9) el


episcopado “monárquico” de Santiago, “hermano del Señor”. En la Iglesia de
Antioquia, después del gobierno de san Pedro, Evodio fue instalado por él como
obispo. S. Ignacio de Antioquia es el sucesor de Evodio, desde el año 69, según se
cree.

En las iglesias del Asia Menor aparece la figura del obispo con anterioridad a
las iglesias de Corinto y de Filipos. Si los “ángeles”, a quienes escribe san Juan en el
Apocalipsis, son los que gobiernan las Iglesias de Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira,
Sardes, Filadelfia y Laodicea, diríamos que en Asia Menor la madurez para el
gobierno monárquico de los obispos aparece más claramente y con anterioridad a
otras Iglesias.
26

El gobierno de las Iglesias se hacía ordinariamente (una vez construidas


suficientemente) mediante el colegio de los presbíteros o presbiterio, al estilo del
gobierno de las comunidades judías con su sanedrín de ancianos y escribas, pero
con una gran distinción; que los presbíteros cristianos, además de apacentar, de
enseñar, de vigilar las rectas doctrinas, de corregir los yerros, etc., eran también los
presidentes de las asambleas litúrgicas, en las cuales se celebraba normalmente la
fracción del pan y la conmemoración de la muerte del Señor, que son el sacrificio del
pan y del vino. Esta función sacerdotal de los presbíteros, iba unida al bautismo de
los nuevos cristianos, a la unción de los enfermos (St 5, 14ss) y a los demás oficios
de presidencia de la acción cultural y litúrgica.

Pero hay funciones litúrgicas y sacramentales que hemos visto practicar


únicamente a los apóstoles, tales como la imposición de manos para comunicar la
plenitud del ser cristiano en el Espíritu, que es propio de la confirmación (Hch 8, 17;
19, 6); así mismo la imposición de manos para transmitir un carisma y una potestad
santificadora (1Tm 4, 14; 2Tm 1, 6ss; Hch 6, 1-6), también lo podían realizar los
delegados y colaboradores de los Apóstoles, que les sucederían en el gobierno de
las Iglesias (1Tm 5, 22ss).

Una atención particular, en la reflexión de hoy sobre los servicios eclesiales, la


merece el ministerio diaconal. Se trata, en efecto, de uno de los grados de la
jerarquía del Orden sagrado, que funda sus raíces en la experiencia de la Iglesia
primitiva y tiene un sólido fundamento en los datos del Nuevo Testamento, como una
realidad operante en la primera comunidad cristiana. Los Hechos de los Apóstoles,
que del capítulo 6 al 15 nos hacen asistir al progresivo extenderse de la Iglesia,
exactamente al inicio del capítulo 6 presentan la institución de los primeros siete
diáconos. Los escritos apostólicos y los de los primeros Padres no sólo atestiguan la
existencia y el ministerio de los diáconos, sino que precisan y amplían su servicio y
presentan también las cualidades espirituales que les son exigidas. S. Pablo, por
ejemplo, escribiendo a Timoteo, ilustra las cualidades y las virtudes que son
indispensables a los diáconos para que puedan mantenerse a la altura del ministerio
que se les ha confiado (cfr. 1Tm 3, 8-13).

San Ignacio de Antioquia afirma claramente que el oficio de diácono no es otro


que “el ministerio de Jesucristo” y advierte: “es necesario también que los diáconos,
los cuales son ministros de los misterios de Jesucristo, logren con todas sus fuerza
agradar a todos. Ellos, en efecto, no son diáconos que distribuyan comidas o bebidas
sino ministros de la Iglesia de Dios” (Ad Trallianos, II, 3). San Policarpo de Esmirna
exhorta a los diáconos a ser: “en todo continentes, misericordiosos, celosos,
inspirando su conducta en las verdades del Señor, el cual se ha hecho siervo de
todos” (Epístola. Ad Philippenses, II, 3).

El autor del escrito del S. IV que se titula Didascalia Apostolorum, recordando


y comentando las palabras de Cristo: “aquel que quiera ser grande entre vosotros,
hágase el servidor” (Mt 20, 26-27), les dirige a los diáconos esta exhortación:
27

“Es necesario, pues, que también vosotros los diáconos actuéis así, porque,
encontrándose en la necesidad de entregar aun la vida por el hermano, en el
ejercicio de su ministerio, debéis darla..... Así como el Señor del cielo y de la
tierra se ha hecho nuestro servidor y ha sufrido pacientemente toda suerte de
dolores por nosotros, cuánto más deberemos hacer nosotros por nuestros
hermanos, que somos sus imitadores y hemos recibido la misión misma de
Cristo” (Did. Apost. II. 31, 1).

Este ministerio ha conocido un espléndido florecimiento en los primeros siglos,


hasta que después llego a ser paso obligatorio y sólo para aquellos que iban a ser
ordenados de presbíteros. Después de largos siglos ha sido restaurado por el
Concilio Vaticano II; destinado a ser un signo elocuente de la renovación eclesial de
nuestro tiempo, esto nos abre horizontes nuevos en la tarea pastoral en la Iglesia del
postconcilio. Estudiaremos ampliamente esto cuando nuestra comunidad decida la
conveniencia de este ministerio que ya parece que es urgente.

4.- FUNCIONES ESPECÍFICAS

Son bien conocidos los ministerios de los ministros Ordenados: el obispo, que
tiene la plenitud, el de presbítero que ha recibido el sacerdocio de segundo grado y el
de los diáconos. El Concilio ha sintetizado así el ministro del diácono: “Es oficio
propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar
solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y
bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada
Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y la oración de los
fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura.
Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración...” (LG 29).

Para los ministerios subalternos de la Iglesia, inferiores al diaconado, existen


pocos indicios en la Sagrada Escritura. Ya en los Hechos de los Apóstoles 6, 3 los
siete hombres elegidos servirán a las viudas de los helénicos y sobre todo al servicio
de la Palabra (Hch 6, 9-10), en otro lugar encontramos una breve alusión al oficio de
leer lo que después otro tiene que explicar (Ap 1, ). También aparecen las viudas
como servidoras en diferentes funciones (cfr. 1Tm 5, 3-16). El campo de acción se va
extendiendo y se pasa de Jerusalén a Antioquia donde encontramos profetas y
doctores de la iglesia local (Hch 13, 1), los cuales se ocupaban regularmente de la
instrucción y el anuncio de la Palabra inspirada durante las asambleas de oración.

Junto a los tres ministerios de carácter institucional (1Co 12, 28: apóstoles,
profetas y doctores), encontramos una lista de múltiples dones (“carismata”), estos
dones no están en oposición a los “servicios”, sino más bien en relación paralela con
ellos. No es fácil distinguir, especialmente en las Iglesias orientales entre carismas y
órdenes ministeriales, a veces vemos que a las diaconizas se les confunde con los
28

acólitos, lo mismo sucede con el lector, y el subdiácono viene a coincidir exactamente


con el mismo acólito.

En la Iglesia latina por debajo del diácono, hasta el Vaticano II, las órdenes
menores eran cinco: el Subdiaconado (considerado orden mayor sólo a partir del S.
XII), el Acolitado, el Exorcistado, Lectorado y el Ostiariado. El subdiaconado lo
encontramos ya en la obra de Hipólito de Roma, la Traditio Apostólica (ca. 215). Las
órdenes menores junto con el subdiaconado se consideraban obligatorias en el
documento llamado Statuta Ecclesiae Antiqua del S. V, al presentar el cursus
completo de la Iglesia Romana antigua.

La tradición antigua conserva los nombres de: confesores, viudas, ascetas,


exorcistas, sanadores. El texto llamado las Constituciones Apostólicas (S. IV),
contiene todos estos ministerios: obispo, presbítero, diácono, subdiácono, lector,
cantor, ascetas, diaconizas, vírgenes, viudas, niños y todo el pueblo. De la Didascalia
Siríaca (S. III) formamos esta breve lista: diaconizas, doctores, subdiáconos y
ostiarios. Eusebio en su Historia Eclesiástica (S. IV) tiene como uno de sus objetivos
demostrar la realidad histórica de la misma aunque excluye el primado romano.
Habla de la jerarquía y de los didáscalos, los mártires y los príncipes civiles, etc.

Los distintos ministerios y como vimos algunos llevan el nombre de “ordenes


menores”, y otros llevan el nombre de carismas, etc., en los Statuta Ecclesiae
Antiqua (S. V), después de mencionar cómo se ordena a los obispos, presbíteros y
diáconos, se determina la manera de ordenar al subdiácono sin imposición de manos
(en lo cual aparece el carácter no sacramental de esta orden), y también cómo debe
hacerse la ordenación del acólito, exorcista, lector y ostiario, los cuales también
carecen de carácter sacramental. No son órdenes sacramentales, es decir, no se
confieren mediante un sacramento.

Con el documento llamado “Ministeria Quaedam” del Papa Pablo VI, del 15 de
agosto de 1972, se revisa la disciplina “concerniente a la tonsura, las órdenes
menores y el subdiaconado” en la Iglesia latina y dice “los ministerios que deben ser
mantenidos en toda la Iglesia latina, adaptándolos a las necesidades actuales, son
dos, a saber: el del lector y el del acólito. Las funciones desempeñadas hasta ahora
por el subdiácono quedan confiadas al lector y al acólito; deja de existir, por tanto, en
la Iglesia latina el orden mayor del subdiaconado. No obsta, sin embargo, el que, en
algunos sitios, a juicio de las Conferencias Episcopales, el acólito pueda ser llamado
también subdiácono” (MQ IV).

Hacemos resaltar, brevemente, el ministerio del acólito, ya que es ahora el que


más se parece al del Ministro Extraordinario de la Sagrada Comunión. Acólito
significa “el que sigue”, “el que acompaña” y, en efecto, el acólito acompañaba al
sacerdote y al diácono en la celebración de la Eucaristía. El oficio del acólito era
también (recuérdese el tiempo de san Tarcisio) para llevar la Eucaristía a
encarcelados o impedidos, o a las otras iglesias (el llamado fermentum o partícula de
29

pan consagrado), en una pequeña bolsa apta para ello. Por eso en la ordenación se
les daba esta bolsa. Según Mabillon, “los acólitos solían llevar sus bolsas en la misa
pontifical, para recoger en ellas las oblaciones consagradas, tanto las que se rompían
en la comunión de los fieles como las que se enviaban a las iglesias o “títulos” con el
nombre de “fermento””. Es el oficio que san Justino atribuye a los diáconos en su
Apología I: que llevan la Eucaristía a los ausentes. (Mabillon, In Ord. Rom.
commentarius praevius c. 16). Es obvio que ahora, el ministerio del acólito se ha
enriquecido con la reforma del Vaticano II.

5.- LOS MINISTERIOS HOY

Junto a los ministerios ordenados, la vida y la enseñanza de la Iglesia ha


siempre visto y admitido la existencia de otros ministerios, exactamente los
ministerios “no ordenados”, que, variando según las épocas y las necesidades,
abarcan ya aquellos instituidos como también aquellos más numerosos ejercitados
de hecho. Todos, aunque en forma distinta, participan de la misión y de la gracia del
supremo sacerdocio (cfr. LG 41).

Hoy, después de la reforma del Vaticano II, los ministerios instituidos son dos y
se refieren al Libro y al Altar; el Lectorado y el Acolitado. Esos son conferidos no sólo
a los candidatos al presbiterado, sino que pueden ser confiados también a “aquellos
laicos elegidos por Dios que son llamados por el Obispo para que se entreguen por
completo a las tareas apostólicas, y trabajan en el campo del Señor con fruto
abundante” (LG 41).

Estos ministerios, como ya se ha dicho anteriormente, no nacen del


sacramento del Orden, sino que han sido instituidos por la Iglesia sobre la situación
que los fieles tienen, en fuerza del bautismo, para hacerse cargo de tareas y
compromisos especiales dentro de la comunidad. Ellos también constituyen una
gracia, o sea, un don que el Espíritu Santo concede para el bien de la Iglesia; y
conllevan también, para aquellos que los reciben, una gracia, no sacramental, pero
impetrada y merecida por la intercesión y la bendición de la Iglesia. (CEI 62).

El documento de trabajo preparatorio al Sínodo sobre “Vocación y misión de


los laicos”, publicado en 1985 por la Secretaría del Sínodo, terminaba con estas
palabras el párrafo dedicado a los ministerios confiados a los laicos:

“La experiencia que algunas iglesias locales han vivido durante estos últimos
años nos lleva a una nueva reflexión sobre los ministerios confiados a los laicos. Tal
reflexión no puede prescindir de un examen atento sobre la verdadera naturaleza, en
general, del “ministerio” eclesial y en particular de la especificidad eclesial de los
laicos, sobre todo de su condición “secular”. No hay que olvidar que la misma palabra
“ministerio” es utilizada a veces en un sentido más o menos amplio” (Lineamenta,
n.415).
30

III.- EL MISTERIO EUCARISTICO

El Concilio de Trento dedicó al menos tres Sesiones de Veinticinco (las


sesiones XIII, XXI y XXII, en su parte dogmática) para exponer y defender, contra los
reformadores, la doctrina católica de la Eucaristía. Esta obra tan grande del concilio
se impone siempre por su autoridad y calidad teológica. Las actas del Concilio
Vaticano II no nos han ofrecido una constitución dogmática, ni un decreto
directamente consagrado a tratar el misterio eucarístico. Sin embargo, llama
verdaderamente la atención el hecho de que casi todos los documentos emanados
de él mencionan a la Eucaristía.

Son tres textos (el IM sobre los medios de comunicación social, NA sobre las
Religiones no cristianas, y DE sobre la libertad religiosa) que no hacen alguna
alusión. Los temas que pueden agrupar las numerosas referencias conciliares (más
de un centenar) son:

a) El lugar eminente de la Eucaristía.


b) El aspecto eclesial de la Eucaristía.
c) La eficacia ecuménica de la Eucaristía.
d) La íntima unión entre la Eucaristía con toda la vida cristiana, individual y
social.

Los temas tienen un fondo esencialmente pastoral, sin embargo, de ellos


emergen precisiones teológicas muy equilibradas entre el dogma y la vida concreta.

La Eucaristía es considerada por el Concilio Vaticano II como el centro


irradiador de toda bondad natural y sobrenatural. La razón última que explica esa
centralidad es que ella contiene a “Cristo, nuestra Pascua” y que contiene también la
carne gloriosa de Cristo resucitado, fuente de vida: y, por eso, la presencia real del
cuerpo de Cristo es el punto culminante de la actividad salvífica de Cristo en la Iglesia
(PO 5). Esta centralidad se extiende hacia tres direcciones: La Eucaristía: centro del
misterio de santificación, centro de la evangelización y centro de la pastoral. Y es que
la Eucaristía tiene un vínculo esencial de unión con los sacramentos de iniciación
cristiana y como siempre se ha insistido en la teología también hay un vínculo de
cada uno de los sacramentos con la Eucaristía, en cuanto todos dependen y todos
conducen a ella. Baste recordar textos preciosos como aquellos de Santo Tomás de
Aquino: “¿El Sacramento de la Eucaristía será el principal entre los sacramentos?” o
“¿Con tal sacramento se nos confiere la gracia?” (S. Th. 3, 65, 3; 3, 79, 1, 1). La
constitución sobre la Sagrada Liturgia dice:

“Por eso conviene que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la
diócesis en torno al obispo... persuadidos de que la principal manifestación de
la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo
31

de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la


Eucaristía...” (SC 41).

Todos los misterios y todas las tareas pastorales están unidas con la
Eucaristía, dice el documento sobre el ministerio de los presbíteros:

“Ahora bien, los otros sacramentos, así como todos los ministerios
eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la
Eucaristía y a ella se ordenan” (PO 5; aquí se vuelve a citar a Santo Tomás,
cfr. Nota 15).

1.- EL TESTAMENTO DE CRISTO DE INFINITA CARIDAD

Los relatos de la institución de la Eucaristía viene marcados, a excepción de


1Co 11, 23-26, en el relato mismo de la pasión (Mc 14, 22-25; Mt. 26, 25-29; Lc 22,
15-20); pero aún más, la Eucaristía viene a expresar el sentido mismo que Jesús dio
a su muerte. Es el discurso sobre la Última Cena del Señor. Pero no es una
despedida sentimental. Tiene su humanidad, es verdad, pero él sabe cuál es el
verdadero sentido de ese Testamento.

En su amor infinito, Dios concluye su alianza o su testamento con la


humanidad. En las primigenias intenciones divinas, expresadas ya en el alba de la
historia humana (Gn 3, 15; cfr. LG 55), el Antiguo Testamento es la sabia, precisa y
amorosa preparación de una salvación destinada a todo el género humano. Desde el
Paraíso ese pacto fue roto, Dios concluye y el pacto, que exige la fe del hombre, y el
pacto de la ley, que reclama ardientemente el deseo, el cumplimiento de la promesa.
El pacto de la promesa, que acompaña siempre al pacto de la ley, es llevado al
cumplimiento por Cristo, con su muerte en la cruz. El Nuevo Pacto o Alianza, es
siempre aquella, el de la voluntad de Dios; aquella autorizada comunicación de la
soberana voluntad de Dios en la Historia mediante la cual Él define la relación entre
Él mismo y el hombre en conformidad con su plan de salvación; ella es la autorizada
y divina orden que comporta y que corresponde a un nuevo orden de cosas. Ese es
el cumplimiento de la nueva alianza. (En el Nuevo Testamento pierde importancia el
término pacto o alianza; el término hebreo, que sirve para indicar alianza, como ya
había acontecido en el AT, es testamento, última disposición de su voluntad).

Los doce estaban en aquel cenáculo recibiendo el cáliz que Cristo les ofrecía;
pero en ellos estábamos todos nosotros, todos los que, hasta el fin del mundo,
habían de creer en Jesucristo, Hijo de Dios. “Haced esto en memoria mía”, dijo
Jesús. Y los Apóstoles recogieron este precioso Testamento, que luego transmitieron
a la Iglesia, como fuente perenne de vida, de gracia y de perdón.
32

A) LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA.

El señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que
había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el
transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor. Para
dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles
partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y
resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndoles
entonces sacerdotes del Nuevo Testamento.

Los tres evangelios sinópticos y san Pablo nos han transmitido el relato de la
institución de la Eucaristía; por su parte, san Juan relata las palabras de Jesús en la
sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía: Cristo
se designa a sí mismo como el pan de vida bajado del cielo.

Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en


Cafarnaúm: dar a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre:

“Llegó el día de los Azimos, en el que se había de inmolar el cordero de


Pascua; (Jesús) envió a Pedro y a Juan, diciendo: ‘Id y preparadnos la
Pascua para que la comamos’... fueron... y prepararon la Pascua.
Llegada la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: ‘Con
ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer,
porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su
cumplimiento en el Reino de Dios’... Y tomó pan, dio gracias, lo partió y
se los dio diciendo: ‘Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por
vosotros; haced esto en recuerdo mío’. De igual modo, después de
cenar, tomó el cáliz, diciendo: ‘Este Cáliz es la Nueva Alianza
(Testamento) en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros’” (Lc
22, 7-20).

Al celebrar la Ultima Cena con sus apóstoles en el transcurso del banquete


pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús
a su Padre por su muerte y resurrección; ‘la Pascua nueva’, es anticipada en la Cena
y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y, anticipa la
pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.

B) “HACED ESTO EN MEMORIA MIA”

“El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras ‘hasta que Él
venga’ (1Co 11, 26), no exige solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo.
Requiere la celebración litúrgica por los apóstoles y sus sucesores del memorial de
Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión junto al
Padre.
33

Desde el comienzo la iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la iglesia de


Jerusalén se dice:
“Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la
comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones... Acudían al
Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían
el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de
corazón” (Hch 2, 42, 46).

Era sobre todo “el primer día de la semana”, es decir, el domingo, día de la
resurrección de Jesús, cuando los cristianos se reunían para “partir el pan” (Hch 20,
7). Desde entonces hasta nuestros días la celebración de la Eucaristía se ha
perpetuado de suerte que hoy la encontramos por todas partes en la Iglesia, con la
misma estructura fundamental. Sigue siendo el centro de la vida de la Iglesia.

“Así, de celebración en celebración, anunciando el misterio pascual de Jesús


‘hasta que venga’ (1Co. 11, 26), el pueblo de Dios peregrinante ‘camina por la senda
estrecha de la cruz’ hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos se sentarán
a la mesa del Reino” (CUI 1337-1344).

C) PRESENCIA DE CRISTO POR EL PODER DE SU PALABRA


Y DEL ESPÍRITU SANTO

En pleno desarrollo del Vaticano II, el Papa Pablo VI sintió, la necesidad de


promulgar una encíclica, la “Mysterium Fidei”, sobre la santísima Eucaristía, la cual
apareció el 3 de septiembre de 1965. Se puede decir que es un comentario lleno de
autoridad pontificia en el rico contexto doctrinal y pastoral de los trabajos del concilio,
y también como un autorizado comentario a la constitución sobre la Sagrada Liturgia.
Pero también existen otros motivos por los que el Papa se ve en la necesidad de
escribir esta carta encíclica, dice:

“Con todo, Venerables Hermanos, no faltan, precisamente en la materia de


que estamos hablando (la Eucaristía), motivos de grave solicitud pastoral y de
ansiedad... hay algunos que divulgan ciertas opiniones acerca de la Misa
privada, del dogma de la transubstanciación y del culto Eucarístico, que turban
las almas de los fieles engendrándoles no poca confusión en las verdades de
la fe... No se puede, en efecto... exaltar tanto la Misa llamada “comunitaria”,
que se descarte la Misa privada; ni insistir tanto en la razón de signo
sacramental como si el simbolismo, que todos ciertamente admiten en la
Sagrada Eucaristía, expresase exhaustivamente el modo de la presencia de
Cristo en este Sacramento; o discutir acerca del misterio de la
transubstanciación sin decir una palabra de la admirable conversión de toda la
substancia del pan en el Cuerpo de Cristo y de toda la substancia del vino en
su Sangre, de suerte que queden limitadas solamente, como dicen a la
“transignificación”, y “transfinalización” ; o finalmente, proponer y llevar a la
práctica la opinión según la cual en las hostias consagradas que quedan
34

después de la celebración del Sacrificio de la Misa Nuestro Señor Jesucristo


no estaría ya presente” (MF páginas 15-16).

El Catecismo de la Iglesia Católica dice:

“Cristo Jesús que murió, resucitó, que esta a la derecha de Dios e intercede
por nosotros (Rm 8, 34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia: en su
Palabra, en la oración de su Iglesia, “allí donde dos o tres estén reunidos en mi
nombre” (Mt 18-20), en los pobres, en los enfermos, los presos, en los Sacramentos
de los que él es el autor, en el sacrificio de la Misa y en la persona del ministro. Pero,
“sobre todo (está presente), bajo las especies eucarísticas”.

El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular.


Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella “como la
perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos”. En el
santísimo sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y
substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de Nuestro
Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero”. Esta presencia se denomina
“real”, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen “reales”, sino por
excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y Hombre, se hace
totalmente presente...

La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la


consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. “Cristo
está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de
sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo” (CUI nn. 1373; 1374,
1377).

2.- IMPORTANCIA Y DIGNIDAD DEL SACRIFICIO EUCARÍSTICO

Ya al inicio de este tema hemos hablado de su importancia, de su centralidad,


y cómo es fuente y cumbre de las acciones de la Iglesia, así que seremos un poco
más breves en este apartado.

A) ACCIÓN DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

La liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo, es decir, continuación


en el tiempo de su acción sacerdotal mediante la cual se efectúa la obra de nuestra
salvación. El Mediador único entre Dios y los hombres, el hombre Jesús, Verbo
encarnado, continúa realizando la santificación del género humano y el culto al Padre
a través de su cuerpo místico que es la Iglesia, en la cual subsiste su unción
sacerdotal. En efecto, Cristo, además de comunicar esta unción a todos los que por
el bautismo y la confirmación son incorporados como miembros de su cuerpo,
instituyó en la Iglesia un sacerdocio visible para que desempeñara la función de
santificar a todo el cuerpo y con él ofreciese a Dios el sacrificio puro y santo. La vida
35

de la Iglesia, especialmente la liturgia, es una manifestación de la presencia real,


santificadora y redentora de Cristo el Señor.

La presencia de Cristo en el sacrificio de la Misa como ya lo dijimos citando al


Vaticano II (SC 7), está tanto en la presencia del ministro y muy especialmente en las
especies sacramentales del pan y del vino, es decir en el sacramento. Esto, pues, se
realiza porque Cristo es el actor principal de su obra y de la continuación de su obra
por medio de la liturgia, eso es lo que la Iglesia siendo fiel a su Esposo, asociada a él
en su obra salvífica, como sacramento universal de salvación, así también ella es
sujeto de la acción litúrgica, y por lo tanto, de misma Eucaristía.

B) LA EUCARISTÍA ES IGUALMENTE EL SACRIFICIO DE LA IGLESIA

“La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa de la ofrenda de su Cabeza.


Con Él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los
hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los
miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración
y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor
nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas las generaciones de
cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.

En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como una mujer


en oración, los brazos extendidos en actitud de orante. Como Cristo que
extendió los brazos sobre la Cruz, por él, con él, y en él, la Iglesia se ofrece e
intercede por todos los hombres. (CUI 1368).

C) BANQUETE PASCUAL

“ La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en el que se


perpetúa el sacrificio de la Cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo
y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente
orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión.
Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros.

El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía,


representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del
Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo,
presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por
nuestra reconciliación y como alimento celestial que se nos da. “¿Qué es, en efecto,
el altar de Cristo sino la imagen del Cuerpo de Cristo?”, dice san Ambrosio, en otro
lugar: “El altar representa el Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo de Cristo está sobre el
Altar”. La liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la comunión en numerosas
oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora:
36

“Te pedimos humildemente, Dios todo poderoso, que esta ofrenda sea llevada
a tu presencia hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos
recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar,
seamos colmados de gracia y bendición”. (Canon Romano).
“Tomad y comed todos de él”: la comunión.

El señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la


Eucaristía: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre,
y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6, 53).

Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento


tan grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia: “Quien como el pan
o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del
Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues
quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo” (1Co 11,
27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento
de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.

Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y


con fe ardiente las palabras del Centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi
casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. En la Liturgia de san Juan
Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu: “A tomar parte en tu cena
sacramental invítame hoy, Hijo de Dios: no revelaré a tus enemigos el misterio, no te
daré el beso de Judas; antes como el ladrón te reconozco y te suplico: ¡Acuérdate de
mí, Señor, en tu reino!”

Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben


observar el ayuno prescrito por la Iglesia. Por la actitud corporal, gestos, vestido, se
manifiesta el respeto, la solemnidad, del gozo de ese momento en que Cristo se hace
nuestro huésped.

Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía que los fieles, con las debidas
disposiciones, comulguen cuando participan de la misa. Se recomienda
especialmente la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después
de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor.

La Iglesia obliga a los fieles “a participar los domingos y días de fiesta en la


divina liturgia” y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, si es posible en
tiempo pascual, preparados por el sacramento de la reconciliación. Pero la Iglesia
recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días
de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días. Más aún dos veces al día.

Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las especies, la


comunión bajo la sola especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia
propio de la Eucaristía. Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha
37

establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. “La comunión tiene
una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies.
Ya que en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta el signo del
banquete eucarístico”. Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales (CUI
1382-1390).

3.- EL CULTO EUCARÍSTICO FUERA DE LA MISA

“En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo


bajo las especies de pan y vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos
profundamente en señal de adoración al Señor. La Iglesia católica ha dado y
continúa dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía
no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando
con mayor cuidados las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que
las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión” (CUI 1378).

A) RELACIÓN ENTRE LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA Y EL CULTO


EUCARÍSTICO FUERA DE LA MISA

Este apartado nos recuerda que debemos poner el culto eucarístico en


relación a dos términos que están íntimamente unidos: por una parte el sacrificio de
la Misa, y por otra la vida de la Iglesia. No es una relación forzada o una síntesis
arbitraria que se quiere hacer, sino que está en el ser de las mismas realidades.

No se comprende bien la función que tiene el culto a la Eucaristía en la vida de


la Iglesia, si no se tiene presente a la Eucaristía en su relación más fundamental con
la Misa. Y, antes que todo, sería bueno advertir que respecto a la teología y a la
piedad eucarística que se han de evitar dos extremos igualmente dañinos: uno es el
limitar excesivamente la presencia real de Cristo al sólo momento de la Misa y de la
Comunión, y el otro es el de aislar la Eucaristía de su cuadro natural.

Del primero, ya hemos puesto un texto bastante claro del Papa Pablo VI como
una respuesta tanto a los antiguos como a los modernos que volvieron sobre lo
mismo. El otro extremo (también éste no siempre se ha podido evitar tanto en la
antigüedad como en nuestros tiempos), se ha aislado demasiado la presencia real de
Cristo de su clima natural del sacrificio y de la comunión, mientras que solamente
dentro de su ambiente tal presencia se realiza, y produce sus óptimos frutos. Se
trata, pues, de un principio elemental de metodología y de práctica al tener siempre
presente: estudiando la doctrina de la gracia, por ejemplo, no se puede uno contentar
únicamente con la definición que da el Concilio de Trento, y luego decir esta es la
teología de la gracia. El Ritual de la comunión fuera de la Misa dice:

“Además de la celebración de la Eucaristía en el sacrificio de la Misa es


verdaderamente el origen y la finalidad del culto que se ofrece a la misma
Eucaristía fuera de la Misa”, pues Cristo Nuestro Señor, quién “se inmola en al
38

mismo sacrificio de la Misa cuando empieza a estar sacramentalmente como


alimento espiritual de los fieles, bajo las especies de pan y de vino”, también
es el Emmanuel, es decir, “el Dios con nosotros, luego que termina de
ofrecerse el sacrificio, cuando se conserva la Eucaristía en los templos y
oratorios, pues día y noche está en medio de nosotros y vive con nosotros
lleno de gracia y de verdad” (RSCCEFM 2).

B) FINALIDAD DE LA RESERVA EUCARÍSTICA

La Eucaristía fue instituida por Jesús mismo con los signos del pan y del vino.
Él ha escogido estos signos y no otros, como lo podía hacer, esto nos revela su
precisa voluntad, pone en la luz meridiana el fin preciso e inmediato que él quería: el
banquete y con él la COMUNIÓN. El sacrificio encuentra en la comunión su natural
consumación. La ley normal, obvia y elemental para todos, es que la Eucaristía ha
sido instituida para ser ofrecida y finalmente comida, tiende intrínsecamente a la
Comunión, por la misma voluntad de Dios.

Por eso la Eucaristía nos hace verdaderamente comensales de Cristo: aquí


encontramos el tema del banquete (ya visto antes), tema bíblico riquísimo que
merecería tratarlo ampliamente, recorriendo todo el Antiguo Testamento, todos los
pasajes del Evangelio, hasta llegar al Apocalipsis, el banquete en su fase
escatológica donde nos encontraremos con el Mesías como sus comensales por toda
la eternidad. Nuevamente el Ritual nos dice:

“El fin principal y original de conservar la Eucaristía fuera de la Misa, es la


administración del viático; los fines secundarios son la distribución de la
comunión fuera de la Misa, y la adoración de Nuestro Señor Jesucristo,
presente bajo las especies sacramentales. La conservación de las sagradas
especies para llevarlas a los enfermos, introdujo la costumbre laudable de
adorar este manjar celestial conservado en los templos. Y ciertamente este
culto de adoración tiene un válido y firme fundamento, sobre todo porque la fe
es la presencia real del Señor nos lleva connaturalmente a profesar externa y
públicamente esta misma fe” (RSCCEFM 5).

En cuanto a la misma reserva del Santísimo Sacramento dice:

“Renuévense frecuentemente y guárdense en el copón o recipiente,


suficientes hostias consagradas para dar la comunión a los enfermos y demás
fieles fuera de la Misa. Cuiden los ministros que en todos los templos y
oratorios públicos donde, según las normas del derecho, se reserva la
Sagrada Eucaristía, estén abiertos diariamente al menos durante algunas
horas, en el tiempo más propicio del día para que los fieles puedan fácilmente
orar delante del Santísimo Sacramento” (RSCCEFM 7 y 8).

C) LUGAR PARA RESERVAR LA EUCARISTÍA


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El compromiso del Vaticano II es el de definir con toda claridad el ambiente


sagrado, sus valores, sus jerarquías y sus lugares, para eso ha dado un verdadero
corpus de grandes enunciados de principios y de normas operativas. Pero en la
traducción en acto se encuentran una serie de obstáculos, de costumbres
transmitidas o de exigencias empíricas. Recordemos rápidamente al menos los
momentos más importantes:

- Los primeros testimonios nos viene de Hipólito de Roma, Tertuliano y de


Novaciano, de ahí podemos deducir que sobre la necesaria preocupación de la
seguridad y el decoro de la custodia eucarística, prevalece la exigencia de que las
sagradas especies acompañen a los fieles. Los cristianos de la época
preconstantiniana conservan la Eucaristía en las casas y la llevan consigo, para ser
sostenidos en la difícil tarea de un testimonio de vida cristiana. Se trata de una
custodia eminentemente privada, doméstica y noble, como la Tienda de la presencia,
en el Éxodo, así la morada eucarística sigue al pueblo en su desplazarse.

- Sólo más adelante nace el uso de la conservación pública de la Eucaristía,


que del s. VII en adelante es mucho más frecuente la oficialidad de la custodia. Pero
aún no se ponen los problemas de una solemnización de la custodia en el ámbito del
templo; pero sí se exige la dignidad de la custodia y la investigación de los valores
eclesiales. Es el conditorium o secretarium o repositorium, colocado en la sacristía o
en la iglesia, es decir, el nicho en el muro, la torre o la paloma suspendida sobre el
altar.

Desde el punto de vista simbólico se registra un cambio en el tema del


“banquete” (el “canastito”, que guarda el pan eucaristizado, con la relativa
iconografía) a aquel de la “morada” (frecuentemente aparece la tienda verdadera y
propia, el “conopeo” o tabernaculum) destinado a imponerse de ahí en adelante.

Llegados hasta aquí podemos decir que: el lugar de la custodia pasa de la


casa privada a los lugares adyacentes del templo, al templo mismo, y finalmente a la
zona más noble y comprometida, el presbiterio. Y el otro cambio es de la custodia
meramente funcional a una presencia más manifiesta y cargada de simbolismo. Pero
aún estamos fuera de la dinámica del rito, la finalidad de la custodia es y queda,
sobretodo, para comunión de los enfermos.

- Con el Renacimiento se inicia un proceso de extensión y de crecimiento: un


tabernáculo o sagrario grandioso, regio, casi como un templo en el templo, que
polariza la mirada de los fieles y abarca emblemáticamente el espacio sagrado.

- Situaciones históricas, como la respuesta a los protestantes y la intervención


autorizada de san Carlos Borromeo, el sagrario apareció como una gran mole que
hace resaltar el vere-realiter-substantialiter del Tridentino. Se coloca sobre el altar y,
entonces, toda la arquitectura del interior del templo está organizada no tanto hacia el
40

altar, sino hacia el sagrario de donde promana una gloria que abarca todo el altar
mayor. Y si ya antes había adoración y respeto, ahora es mucho más y con
solemnidad.
- Más adelante y será el Papa Clemente XII en 1731, con ocasión de las
Cuarenta horas, dice que debe de ser distinto el altar de la reserva y que está
prohibido celebrar la Misa en el altar de la exposición. El Ritual ya citado dice:

“El lugar para reservar la sagrada Eucaristía debe de ser muy digno, conviene
además que sea propicio para la adoración y oración privadas... Esto puede
lograrse mejor si se dispone de una capilla separada de la nave central del
templo...
Guárdese la sagrada Eucaristía en un tabernáculo sólido, no transparente. De
ordinario en cada templo haya un solo tabernáculo, colocado sobre el altar...
fuera del altar, pero en una capilla aparte del templo realmente digna y
destacada.
La llave del tabernáculo en el que se guarda la Eucaristía, debe de ser
diligentemente custodiada por el sacerdote encargado... o bien, por el ministro
extraordinario al que se le dio la facultad de distribuir la sagrada comunión.
Hágase notar la presencia de la santísima Eucaristía en el tabernáculo, por
medio de conopeo o de otro modo apropiado... una lámpara de aceite o cera,
como un signo del honor que se debe al Señor” (RSCCEFM 9-11).

Las procesiones

En Trento se habló de “festiva peculiari celebritate” con que se ha de adorar a


la Santísima Eucaristía. La procesión del Corpus Domini llegó de la Edad Media. Es
fruto de la fuerza creadora de la liturgia barroca. La instrucción sobre el culto
eucarístico dice:

“El pueblo cristiano da un testimonio público de fe y de piedad hacia este


sacramento con las procesiones en que se lleva la eucaristía por las calles con
solemnidad y cantos, particularmente en la fiesta del Corpus Cristi.
Corresponde, sin embargo, al ordinario del lugar juzgar sobre la oportunidad
de tales procesiones en las actuales circunstancias y sobre el lugar y
organización de las mismas para que se lleven a cabo con dignidad y sin
menoscabo de la reverencia debida a este Santísimo Sacramento”. (EM 59).

La Exposición Prolongada

“Si la exposición es breve, el copón o la custodia se colocará sobre el altar, si,


por el contrario, se prolonga durante algún tiempo, se podrá utilizar el
expositor, colocándolo en un lugar más alto, pero se evitará que esté
demasiado elevado y distante.
Durante la exposición se organizará todo de manera que los fieles, recogidos
en la oración, se dediquen exclusivamente a Cristo el Señor.
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Para favorecer la oración íntima se pueden admitir lecturas de la Sagrada


Escritura con homilía, o breves exhortaciones que conduzcan a los fieles a
una mayor estima del misterio eucarístico. Conviene que los fieles respondan
cantando a la palabra de Dios. En momentos oportunos debe de guardarse un
silencio sagrado.
Al final de la exposición se impartirá la bendición (esto no lo hace el ministro
extraordinario) con el Santísimo Sacramento” (EM62).

Los Piadosos Ejercicios Eucarísticos

“La Iglesia recomienda con empeño la devoción privada y pública al


sacramento del altar, aún fuera de la Misa, en conformidad con las normas
establecidas por la autoridad competente y por la presente instrucción...

En la organización de los ejercicios piadosos hay que atenerse a lo


establecido por el Concilio Vaticano II sobre las relaciones entre liturgia y las
otras acciones sagradas que no pertenecen a ella. De modo especial téngase
en cuenta la norma siguiente: “Es preciso que estos mismos ejercicios se
organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de
acuerdo con la sagrada liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella
conduzcan al pueblo, ya que la liturgia por su naturaleza, está muy por encima
de ellos” (EM 58).

No hay que hacer mezclas híbridas de liturgia y piedad popular. El Papa Pablo
VI en su exhortación Apostólica “Marialis Cultus” dice:

“Sin embargo, es un error, que perdura todavía (Atamen non sine errore est,
quod pro dolor adhuc alicubi...) por desgracia en algunas partes, recitar el
Rosario durante la acción litúrgica” (MC 48).
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IV.- EL CUIDADO PASTORAL DE LOS ENFERMOS

La comunidad eclesial y celebrativa debe de ser lugar de reflexión y de ayuda


concreta para todos aquellos hermanos nuestros que por diversas razones se
encuentran sin luz evangélica en la enfermedad y el dolor, sobre la problemática
unida al misterio del sufrimiento para sacar de la palabra de Dios una respuesta
estimulante y concrete modalidades de participación, para catalizar iniciativas que
derrumben las mentalidades que ven en el dolor algo totalmente negativo o
desesperación, que concibe la asistencia sanitaria y la medicina como una mera
ocasión de ganancias económicas, que se aprovecha de la salud y sofoca las
instituciones que pueden ayudar.

El sufrimiento no perdona a nadie, tarde o temprano tenemos esa visita


incómoda. Sólo algunos que mueren de repente se libran de la experiencia de la
enfermedad. Y llega de muchos modos. Unas veces anunciándose con síntomas
desagradables y dolorosos; otras de prisa, como un caballo desbocado que no
permite tomar medidas para no ser arrollados. Siempre inoportuno el sufrimiento y la
enfermedad siempre imprevista. Parece que nunca es el momento adecuado, ya que
rompe el ritmo de la vida, limita las capacidades, desorganiza las relaciones, frustra
los proyectos.

El Papa Juan Pablo II nos ha dado un documento verdaderamente iluminador


sobre “El sentido cristiano del sufrimiento humano” y nos dice muy al inicio de su
documento:

“Aunque en su dimensión subjetiva, como hecho personal, encerrado en el


concreto e irrepetible interior del hombre, el sufrimiento parece casi inefable e
intransferible, quizá al mismo tiempo ninguna otra cosa exige, en su ‘realidad
objetiva’ ser tratada, meditada en forma de un explícito problema; y exige que
en torno a él se hagan preguntas de fondo y se busquen respuestas... El
terreno del sufrimiento humano es mucho más vasto, mucho más variado y
pluridimensional. El hombre sufre de modos diversos, no siempre
considerados por la medicina, ni siquiera en sus más avanzadas
ramificaciones. El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad,
más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad
misma. Una cierta idea de este problema nos viene de la distinción entre
sufrimiento físico y sufrimiento moral. Esta distinción toma como fundamento
la doble distinción del ser humano, e indica el elemento corporal y
espiritual. . .” (SD 5).

1.- EL HOMBRE, SU SALUD Y SU SUFRIMIENTO


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Visitando un gran centro hospitalario, en medio de un conjunto de máquinas y


de aparatos ultra especializados y sofisticados, tenemos la impresión de estar en el
centro de un supermercado. Así como en una ciudad, el hospital ha llegado a ser “la
grande superficie de objetos”, y los objetos están constituidos por todos aquellos a
quienes se sirve, por los cuales o para los cuales se consume. Si por casualidad
nosotros consultamos las encuestas de la salud de los países desarrollados, las
cifras nos impresionarán fuertemente nuestra imaginación.

En esta grande superficie de gestos y de acciones curativos, el enfermo llega a


ser un simple objeto de atenciones: la máquina que cura y la máquina burocrática
están en movimiento, nada ni nadie las puede detener, pues sería hasta peligroso
perturbar el sistema programado.

El hombre aquí entra en el sistema actual de atenciones, pero está privado de


su dignidad: él ya no es más responsable de nada, él pierde su libertad. El ya no
puede elegir, está privado de su posibilidad de decidir, se necesita que él acepte lo
que se le impone, él pierde su inteligencia, y se le trata como un ser incapaz de
comprender, él esta privado de su autonomía, todo está pensado y decidido sin él.

El interés que las ciencias curativas aportan al hombre, se limita a los


síntomas del dolor, o buscan sólo eliminar el dolor y a hacer funcionar al hombre otra
vez.

El cuerpo del hombre llega a ser objeto de investigaciones, uno de los campos
de tantos objetos que la ciencia moderna investiga por el solo placer, para atender la
finalidad del conocimiento científico.

Cuando el cuerpo es examinado, privado de sus secretos, de su intimidad y


frecuentemente hasta de su vida, será rechazado en el mundo, sin más escrúpulos
como se hace como los demás objetos que no interesan. Falta a estas ciencias y
medicinas o paramedicales un corazón que comprenda, comparta y llore con él.

La ansiedad que nosotros hemos leído en el rostro de millares de enfermos


examinados por la medicina moderna nos ha dejado la impresión de que se ve
solamente un conjunto de sufrimientos aislados, o la enfermedad sola y aislada, ya
no es respetado y venerado el enfermo, sino es un simple objeto de observación. El
cuerpo objeto o el cuerpo “superficie” ya no es más una realidad que tiene una
finalidad que el Señor le ha puesto, sino que ha llegado a ser una noción más de la
simple investigación. La unidad psicosomática del hombre, que constituye una de las
grandes conquistas de las ciencias modernas es en realidad y cotidianamente
olvidada por las ciencias médicas.

Pensamos que lo que está en juego es la integridad del enfermo, custodiar aún
su cuerpo, guardar su cuerpo, luchar contra la usurpación que ya no le deja ser más
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él, que no sea más un mero objeto de estudio y de experimentos de los médicos. El
Enfermo es desposeído de su cuerpo sistemáticamente:

- él es expuesto a todo el mundo;


- él es confiado a todo el mundo;
- él es cuidado por todo el mundo;
- él es mirado por todo el mundo;
- él es tocado por todo el mundo;
- él es manipulado por todo el mundo.

El engaño que se manifiesta hacia el cuerpo del enfermo (en un sistema de


atenciones técnicamente perfectas) por una infinidad de gestos cotidianos,
organizados, tocan la profundidad del ser humero en aquello que es lo más sagrado y
lo más íntimo: su carne, su componente íntimo, es así como él toma conciencia, en el
tiempo y en el espacio, de lo que es.

Y bien, los enfermos lloran al final de un día de exámenes médicos afirmando:


¡Yo no había sido tan engañado como hasta ahora! Es posible que los humanos
hayan llegado a ser tan fríos, semejantes a las máquinas.

Pero esta “cosificación” del cuerpo del enfermo va aún más lejos: el enfermo
ha sido privado de su cuerpo de una forma sistemática. Querremos decir esto: hoy el
hombre, el enfermo, no puede más gobernar su cuerpo y todas sus manifestaciones:
el dolor psíquico, la tensión, la angustia, este rol se lo ha tomado la empresa.

La empresa pública o privada que busca la curación del enfermo es una


empresa profesional, según eso tienen como fundamento la idea de bienestar que
exige la eliminación del dolor, la corrección de todas las anomalías, la desaparición
de las enfermedades y de la lucha contra la muerte.

La eliminación del dolor, de la intimidad, de las enfermedades y de la muerte


es un objetivo nuevo que no tenía hasta el presente el servir de línea de conducta
para la vida de la sociedad. La Civilización moderna ha transformado la experiencia
del dolor y del sufrimiento. Le quita al sufrimiento su significado íntimo y sensorial y lo
transforma en problema técnico, el dolor es una simple señal que llama o pide una
intervención exterior para sofocarlo. Esta intervención de la medicina reduce la
capacidad que posee el hombre de afirmarse ante su medio o de tomar la
responsabilidad de su transformación, capacidad que es fundamental para la salud.
En otro tiempo el dolor físico era un medio para que el hombre tomara conciencia de
todas la dimensiones de “capacidad”, hoy lo ha suplido la medicina. El cuerpo del
enfermo llega a ser como un campo exterior, un objeto sobreañadido a su ser; la
experiencia del dolor es fenómeno caducado y anacrónico.

¿El enfermo qué dice? El es un ser que vive un déficit. Es una persona que
está inmóvil de todas sus actividades. Un separado, un desclasado, un ser fuera de
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la sociedad, un ser inútil, totalmente dependiente, uno que ha perdido todos sus
derechos. Aunque él se ponga todas las cuestiones que quiera, pero él ya no puede
hacer nada por sí. Física y psicológicamente casi terminado. Esquemáticamente
podemos resumir así el camino efectivo, humano, espiritual y cristiano del enfermo:
- crisis de su comunicación consigo (o rechazo de su cuerpo);
- crisis de la comunicación con los otros (o período de aislamiento-soledad);
- crisis de comunicación con el mundo o abandono de querer luchar;
- crisis de comunicación con la comunidad (la Iglesia) o crisis de la
participación;
- crisis de la comunicación con Dios o crisis de fe (madurez de la fe).

Se llega en la práctica o en la práctica pastoral a situaciones que se deben


tener en cuenta: algunos enfermos son masoquistas: él es feliz sufriendo, porque eso
le agrada a Dios; él ha querido su enfermedad. Dios le mandó la enfermedad para
satisfacer algo por sus pecados, también para la conversión del mundo. Aceptar la
enfermedad es ganar méritos o ganarse el cielo.

Otros son fatalistas: ya no se pone cuestión alguna. Ya no tiene remedio,


totalmente vencido. El distraído ya no se pone duda cual ninguna, ni sobre la vida, ni
sobre la muerte; los problemas familiares o de la comunidad ya no le interesan. Al
sensible le afecta todo, lo humano, el bien, lo verdadero, los problemas de la
sociedad, todo le afecta y le hace sufrir. El sufrimiento le cuestiona la vida, sus
relaciones, su misma identidad.

Y esos enfermos quizá aún tienen quien los atienda, pero y, ¿los más pobres,
los abandonados, los que francamente ni ayuda humana ni aún espiritual? Se
mueren y no reciben de nadie una ayuda. A estos enfermos les sale sobrando todo,
no tienen nada ni a nadie. Viven y mueren como animales.

2.- DIOS ENTRE SU PUEBLO O LA CONTINUIDAD DEL AMOR

En el mundo socio-sanitario, el hombre se enfrenta a nuevos escollos que


exigen sobrepasar continuamente: el sufrimiento constituye uno de los obstáculos a
superar. La fe dice al hombre que está llamado a otra parte, que su vida es un éxodo.
Para ir por este camino, Dios se hace presente por las intervenciones en la historia
de su pueblo elegido, él envía luego a su Hijo hecho carne, que participó de nuestra
naturaleza humana. El Espíritu desde el nacimiento de la Iglesia continúa, el
acompañamiento y la presencia viviente de Dios hecho amor.

Dios, desde el Antiguo Testamento se comprometió con el hombre. Para


comprometerse con el hombre no le bastó un pequeño gesto, sino que hizo toda una
elección, de tal modo que el pueblo de Israel comprendió que él podía confiar
seguramente en Dios, porque Dios se había comprometido con el pueblo. Aquel que
se compromete, es aquel que entra en el combate, en las luchas, que no es
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indiferente, neutro. Dios, en Israel, ha asumido la historia del hombre y del mundo,
por eso ahora esta historia es una historia de vida, de amor y esperanza.

Israel pone su fe en Dios que está presente en su vida, hace historia con el
pueblo elegido, Dios se ha comprometido con su pueblo. El se compromete tanto en
la vida como en la muerte. Pero el que falla es el pueblo. Frecuentemente rechaza la
acogida de Dios. El pueblo de Dios se enferma, castigado por Dios a causa de la
multitud de transgresiones, de pecados. El profeta Isaías presenta las enfermedades
como signo de un mal mucho más profundo: “¡Ay, gente pecadora, pueblo tarado de
culpa, semilla de malvados, hijos de perdición! Han dejado a Yahveh, han
despreciado al Santo de Israel, se han vuelto de espaldas. ¿En dónde golpearos ya,
si seguís contumaces? La cabeza toda está enferma, toda entraña doliente. De la
planta del pie a la cabeza no hay en él cosa sana: golpes, magulladuras y heridas
frescas, ni cerradas, ni vendadas, ni ablandada con aceite” (IS 1, 4-6).

¿Habrá una esperanza para este pueblo? Sí. La esperanza renace, Dios
intervendrá en favor de su pueblo, él limpiará sus llagas, el curará los golpes de su
cuerpo (cfr. Is 30, 26; Jr 30, 17). Los períodos de restauración expresan la
instauración de un reino de justicia. Los períodos de esclavitud, por su brutalidad,
conduce al pueblo a que se purifique, a que reavive la esperanza en el Mesías.

En el AT, Dios es el único que puede curar las enfermedades. La vida viene de
él y tiende solamente a él: “Yahveh da muerte y vida, hace bajar al sol y retornar” (1S
2, 6). Es él el que perdona todas las ofensas y cura todas las enfermedades (cfr. Sal
103; Dt 32, 39; Jb 5, 18). Igualmente si la medicina es una criatura de Dios, que
puede ayudar en el caso de la enfermedad, Dios es de todas maneras la única y
verdadera medicina (Si 38, 1-15). En pocas palabras, Dios en la Antigua Alianza, vive
en el corazón de su pueblo, le asegura la salud, la prosperidad y la vida.

En el NT, al encarnarse el Verbo Eterno, Dios está aún más cercano a todos.
El es el Emmanuel: Dios con nosotros. El ha asumido nuestra carne con todas sus
limitaciones, salvo el pecado. Pero el hombre en el momento de la enfermedad no
acepta su cuerpo y se refugia quizá en el espíritu: esta es una constatación pastoral
de una grande importancia. La experiencia entre los enfermos nos lleva a la
conclusión siguiente: Cristo no existe para los enfermos, él es el Maestro de todo,
que sabe lo que hace, pero el Dios – hombre. El Dios encarnado; la persona de
Jesús es raramente invocada por los enfermos. Los Enfermos frecuentemente
rechazan integrar su vida en la del Verbo encarnado. El acontecimiento del Dios
hecho hombre, es decir, un dios a nuestra dimensión humana, a él se le escapa, y
por eso también, él difícilmente llega a integrar su cuerpo, toda su vida, sus
sufrimientos y su muerte en el ministerio de la salud personal.

El hecho de que Dios, en Cristo, esté en medio de nosotros, que establece su


morada entre nuestras moradas, “que está localizado y temporalizado” con todas las
consecuencias existenciales que eso implica, ilumina el tiempo y el espacio de todo
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hombre, también por consecuencia, todas estas implicaciones existenciales; él las ha


vivido.

Se puede decir también que, después de la Encarnación, se encuentra Dios


pasando por la humanidad, y que por consecuencia, el enfermo encontrará a Dios
solamente pasando por su cuerpo magullado, herido, desfigurado, pero que resta
humano, y que está llamado a participar en la Historia de la salvación. El enfermo
deber ser aún así una persona activa en la búsqueda de Dios. Lo mismo en el
sobresalto desde las entrañas, en el grito de la angustia y del miedo, el grito que da
es un grito humano, un grito que puede conducir a Dios solidario de esta humanidad.

Permaneciendo apegado a la encarnación, a su realidad y verdad, es como el


enfermo comprenderá y se meterá en la verdadera luz del misterio pascual de Cristo.
Para el enfermo, sólo asumiendo el rol de su cuerpo, de su enfermedad, en la
evolución de su vida cotidiana, es como él llegará a ser verdaderamente iluminado
por la Pascua.

Desde la encarnación hasta su culminación en la muerte y resurrección Cristo,


todo su misterio pascual es un centro de energía, un manojo de fuerzas, capaces de
iluminar, de transformar la vida de un hombre, la vida del mundo. Después de que
Cristo ha entrado verdaderamente en la historia por su “carne”, él ha metido en el
mundo un movimiento interior en la vida. Este movimiento está llamado a transformar
el mundo, cuando el hombre agarre la realidad profunda, es decir, Dios hecho carne,
nos pide que le demos nuestra carne (y el mundo) transformados y purificados. La
dificultad consiste en la aceptación de esta carne en transformación, como es difícil
aceptar que Dios se ha encarnado. La Encarnación es el centro de la evolución del
hombre y del mundo.

La carne está llamada a ser el centro de encuentro entre el yo (enfermo) y


Dios; así como la carne ha sido el lugar de encuentro de Dios y de la carne en Cristo.
En realidad, este reencuentro “divino” es el que ha cambiado todo encuentro del
hombre con Dios.

Si el que sufre no encuentra a Dios en el cuerpo, si no lo encuentra en el


cuerpo de Cristo flagelado, él no lo encontrará verdaderamente; él encontrará un
Dios impersonal, el centro del cosmos, pero no será el Dios personal y que ama.

Jesús en su vida pública predica y confirma su predicación con los milagros.


Cristo se pone frente al enfermo como una persona, como un amigo, como un pobre
y no como un taumaturgo. Su comportamiento totalmente personalizado le hace
“cercano” a cada enfermo. Sin predicar la resignación, el compartir las penas, su
angustia de muerte, sus penas, pone al servicio de la vida su poder sobre la
enfermedad y la muerte.
48

La Iglesia en o desde su nacimiento la vemos, según los múltiples


documentos, que no abunda mucho sobre las curaciones y más bien son raras. Todo
parece como si después de haber tenido un rol casi desmedido el ministerio de
Jesús, las curaciones desaparecen progresivamente en el horizonte de la comunidad
creyente. El autor de los Hechos de los Apóstoles nos transmite una docena de
curaciones y de milagros efectuados por Jesús. La presencia de la enfermedad entre
los creyentes no exige un ministerio, ni un carisma de curación, pero sí llegará a ser
un “oficio”, un ministerio.

Conviene hacer resaltar que hay allí una suerte de continuidad entre la
tradición evangélica, la de los Hechos y la del Apóstol Santiago. Esta continuidad no
es fortuita. Ella comporta, al contrario, profundas significaciones. Es siempre la obra,
de Dios, que vemos en Cristo, y con el mismo sentido: anuncio de los tiempos
nuevos, afirmación del poder del Verbo hecho carne, la gloria pascual, la nueva
creación.

A la muerte de los Apóstoles y de los discípulos, la comunidad fuerte en la fe


en Jesús resucitado, se lanza a la conquista del mundo grecorromano. Las
comunidades en formación viven en el contexto evangélico de la presencia de Jesús
entre los enfermos de un modo original y nuevo. Poco a poco surgen los ministerios y
los ritos. Los Padres de la Iglesia van concretizando el rito y las fórmulas, y a quien le
toca realizar ese ministerio.

3.- COMULGAR DURANTE LA ENFERMEDAD: LA COMUNIÓN DIARIA,


LA COMUNIÓN DOMINICAL Y EL VIÁTICO.

El enfermo, por el hecho de estar enfermo, (en el hospital o en su casa), no


deja de ser un miembro de la comunidad cristiana. Por eso llevar la comunión a los
enfermos no debe ser un acto aislado (¡una visita a un marginado!), sino la ayuda
que la comunidad ofrece al enfermo para vivir “en comunión” con Cristo celebrando
en la fe la salud y la enfermedad. También es un reconocimiento de que el enfermo
sigue realizando una labor pastoral que es valorado como miembro “activo” de la
comunidad.

Y así, si tenemos en cuenta la identidad del enfermo, la comunión se


convertirá en un encuentro festivo con la comunidad a través de los agentes o
ministros de la pastoral de los enfermos, “enviados”, por la comunidad a visitar al
enfermo. Y entonces la visita no será un rito más o menos frío y rutinario, sino un
encuentro fraternal, lleno de calor de una comunidad que vive de cerca la situación
del hermano sufriente.

Y a partir de aquí, todas las iniciativas serán pocas para ganar de un “distribuir
comuniones” a una “celebración de la fe” comunitaria en la muerte-resurrección de
Cristo. “Puesto que los enfermos están impedidos para celebrar la Eucaristía con el
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resto de la comunidad, las visitas más importantes son aquellas en que la persona
enferma recibe la sagrada comunión. Cuando recibe el Cuerpo y la Sangre de Cristo,
la persona enferma se une sacramentalmente con el Señor y también con la
comunidad eucarística, de quien está alejada por la enfermedad” (CPE 51).

A) LA COMUNIÓN FRECUENTE

“Hay que procurar que los fieles comulguen en la misma celebración


eucarística... Incluso conviene que quienes estén impedidos de asistir a la
celebración eucarística de la comunidad se alimenten asiduamente con la
Eucaristía, para que así se sientan unidos no solamente al sacrificio del Señor,
sino también unidos a la comunidad y sostenidas por el amor de los
hermanos.

Los pastores de almas cuiden de que los enfermos y ancianos tengan


facilidades para recibir la Eucaristía frecuentemente e incluso, a ser posible
todos los días, sobre todo en el tiempo pascual, aunque no padezcan una
enfermedad grave... A los que no puedan recibir la Eucaristía bajo la especie
de pan, es lícito administrársela bajo la especie de vino solo” (RSCCEFM 14).

B) LA COMUNIÓN EN DOMINGO

En nuestras parroquias hay familias que tienen en casa algún enfermo que
participaba asiduamente a la celebración dominical. Es el caso también de personas
ingresadas en hospitales, clínicas o residencia de ancianos e imposibilitados. Estas
personas son visitadas y atendidas o por sacerdotes o por ministros extraordinarios
de la comunión. Y si reciben la Sagrada Comunión entre los días de la semana, sería
mucho más significativo y provechoso que se hiciera también en domingo, el día del
Señor, como signo de que la comunidad no les olvida y ha rezado por ellos. Es
preciso notar y significar la vinculación entre la comunidad que el domingo celebra la
Eucaristía y la persona impedida que recibe la comunión. La comunión distribuida a
los enfermos no es sólo un acto de devoción personal, sino la unión de los fieles con
el sacrificio pascual, el día en que Cristo venció a la muerte; y la comunión entre los
miembros de la comunidad cristiana.

C) OTROS DÍAS IMPORTANTES

“Con todo:
a) El Jueves Santo se puede distribuir la comunión solamente dentro
de la misa; pero a los enfermos se les puede llevar la eucaristía a cualquier
hora del día;
b) El Viernes Santo se puede distribuir la sagrada comunión
únicamente dentro de la celebración de la Pasión del Señor; pero a los
50

enfermos que no puedan participar en esta ceremonia, se les puede llevar


la eucaristía a cualquier hora del día;
c) El Sábado Santo se puede dar la comunión solamente en forma de viático”
(RSCCEFM 16).

D) EL VIÁTICO

Cuando Llega el peligro de muerte, entonces es el momento del Viático. Si es


posible será conveniente celebrar la Eucaristía en la habitación del enfermo. Si no lo
es, se hará una celebración del Viático en presencia de los familiares, los cuales será
oportuno que comulguen también, junto con el enfermo. El Ministro Extraordinario de
la Sagrada Comunión puede hacer esta celebración y dar la Comunión como Viático.

Téngase muy en cuenta, por el Ministro Extraordinario, que él no puede hacer


la Unción de los enfermos. El ministro de la Unción de los enfermos es; “Todo
sacerdote, y sólo él, administra válidamente la Unción de los enfermos” (CDC 1003,
1). Hay que evitar toda posible confusión o simulación.

4.- CUESTIONES PRACTICAS: LA ORACIÓN EN LA ENFERMEDAD,


ACOMPAÑAMIENTO DEL ENFERMO, EL ENFERMO Y LOS
FAMILIARES

A) LA ENFERMEDAD, TIEMPO DE ORACIÓN

La enfermedad es un tiempo privilegiado para la oración. En el corazón de la


persona que esta enferma y sus seres queridos brota casi de forma espontánea la
oración, la plegaria en sus más diversas formas: queja, interrogación, súplica,
abandono, agradecimiento. Quien ha pasado por una enfermedad grave o está en
comunicación con enfermos graves, sabe que esto es una realidad. ¡Cuántos
alejados de Dios en la vida ordinaria, incluso descreídos, vuelven su mirada a Dios, al
sentir en su carne la enfermedad, para echarle en cara lo que está ocurriendo, para
suplicarle ayuda o para prometerle ser mejores si les cura!

La situación de enfermedad supone una ruptura con la vida. Hay tiempo y


sobra para todo, para pensar, reflexionar, aburrirse, leer y también orar. Ahí se
encuentra uno consigo mismo y descubre su verdadero ser de criatura: frágil, débil,
vulnerable, necesitado, dependiente de los demás y dependiente también de un ser
superior. En ese encuentro surge la oración.

El enfermo, pues, ora. Pero también se necesita que la comunidad ore por él.
La oración de intercesión expresa la conciencia de solidaridad fraterna y es creadora
de la misma. Es la respuesta de los hombres al Dios que quiere un pueblo de
51

hermanos. Esta oración ha estado siempre presente en la vida tanto de las personas
creyentes como de las comunidades cristianas y de la Iglesia. La Iglesia ora por los
enfermos en la Eucaristía, la Liturgia de las Horas, la celebración de los sacramentos
y muy especialmente en el sacramento de los enfermos.

En el Ritual, Cuidado Pastoral de los enfermos, se recomienda vivamente a


todos, y muy especialmente a los sacerdotes, “orar por los enfermos
encomendándolos al Señor doliente y glorioso para que los alivie y los salve” (CPE
5). La oración por el enfermo ha de acomodarse a su situación y para que en cada
momento se le ofrezca la fuerza consoladora del Espíritu y la presencia fraternal de la
Iglesia.

B) ACOMPAÑAMIENTO DEL ENFERMO

La atención y el cuidado de la Iglesia para con el hombre enfermo, sufriente y


moribundo no es ninguna novedad. Desde los comienzos, a semejanza de lo que
Cristo hizo que pasó curando, la comunidad eclesial ha dado primacía, en paralelo
con el anuncio de la fe, a la ayuda del hombre cuyo cuerpo y espíritu están
lacerados.

Un signo muy expresivo de la primacía dada por la comunidad eclesial a esta


misión, que es al mismo tiempo de curación y de salvación, es que la Iglesia primitiva
tenía cuidado y hacía presencia junto a los enfermos, era ésta una de las condiciones
principales que se tenían en cuenta para la elección en vista a la ordenación
episcopal.

Esta presencia y también esta dedicación al enfermo han sido mantenidas


siempre tanto en el plano de los cuidados corporales (las iniciativas innovadoras y
creadoras de la Iglesia se han multiplicado a lo largo de la historia, en todo lo que
concierne al campo y los problemas que hoy llamamos “médico-sociales”), como en
el plano de lo que concierne directamente al cuidado espiritual del hombre en su
relación con Dios.

El caminar con el enfermo, con el minusválido, la persona en edad avanzada,


el moribundo, debe ser hoy especialmente tenido en cuenta por muchas razones
ligadas a la evolución de la cultura, la medicina y la teología eclesiástica.

Mucha gente, no siempre, está junto a los que sufren en la familia, los amigos,
el personal sanitario, el personal voluntario. Pero el acompañamiento de la Iglesia
tiene un objetivo y una finalidad precisos y que marcan la diferencia con otros
acompañamientos: “Favorecer el reencuentro con Cristo e iniciar al enfermo en la
experiencia viva de su amor liberador”.

El cuidado de los enfermos no sólo compete a los asistentes sanitarios, sino a


todo cristiano, con mayor razón cuando alguna comunidad religiosa se consagra a
52

ese apostolado. El cuidado de los enfermos compete a todo bautizado, quizá la


diferencia se establecerá en que cada quien lo hace según su propio estado o
carisma. Así, la visita se torna encuentro con el Señor. Es una visita que impulsa a la
oración. No es una simple visita de cortesía y menos de compromiso; sino una visita
llena de fe y que alimenta la fe de ambos, una visita que impulsa a la reconciliación
con Dios y con los hermanos.

C) EL ENFERMO Y LOS FAMILIARES

La familia también cuenta, Jesús tuvo en cuenta a la madre: “Al verla, el Señor
tuvo compasión y le dijo: No llores” (Lc 7, 13). “Vete, que tu hijo vive” (Jn 4, 50). Hay
que pasar de una pastoral centrada únicamente en el enfermo, hay que llegar a la
pastoral que se ocupa también de la familia.

La enfermedad también afecta a la familia, a veces profundamente. Cambia


sus planes y transforma su ritmo de vida. Es fuente de inquietud y de dolor, de
conflictos y desequilibrios emocionales, y que pone a prueba todos los valores sobre
los que se asienta. La enfermedad constituye para la familia una experiencia dolorosa
y dura. Pero, por otra parte, el papel de la familia es insubstituible. El enfermo
necesita cariño y cuidados para sentirse seguro, la compasión y la paciencia para no
verse como una carga y un estorbo, y necesita la compañía y apoyo para poder
afrontar con realismo y asumir con paz la enfermedad y la muerte.

Es por eso que la pastoral de la salud ha de ocuparse también de la familia del


enfermo. “Es necesario un empeño pastoral generoso, inteligente y prudente hacia
las familias que pasan por situaciones difíciles. Estas son, por ejemplo, las familias
con hijos minusválidos o drogadictos, las familias de los alcohólicos, los ancianos...
La dolorosa experiencia de la viudez, de la muerte de un familiar, que mutila y
transforma en profundidad el núcleo original de la familia” (FC 85).

5.- EL CUIDADO DE LOS ENFERMOS: TIEMPO DE EVANGELIZACION

De todas partes se levantan voces que hacen una llamada urgente para
desarrollar una segunda evangelización. Esta no es posible si no se contemplan
todos los aspectos de la vida humana, incluidos los que se refieren a la enfermedad
física o mental, el dolor, el sufrimiento, la vejez y la misma muerte. Pero tampoco es
posible si en el interior de cada comunidad cristiana no se crea una dinámica, unas
actitudes y un estilo pastoral que esté al servicio de las personas, sobre todo, de las
más débiles y marginadas por la sociedad del bienestar. Estar enfermo, padecer una
enfermedad, ser viejo, formar parte de un colectivo marginal, no tiene la misma
resonancia en cada persona.

Por lo general, al elaborar los proyectos pastorales mediante los cuales


promovemos la acción evangelizadora, las comunidades cristianas no siempre
53

acostumbran a tener como horizonte y estímulo de su actuación el irradiar la salud en


medio de la sociedad actual.

El estilo de vida, mejor, las convicciones de un programa de pastoral y su


acción evangelizadora tendrían que ser fuente de salud y cuidado esmerado de los
enfermos e incapacitados. No es posible crecer y madurar como personas creyentes
si la experiencia comunitaria no es sana y liberadora. Hay que detectar los miedos,
los recelos, los prejuicios, las falsas seguridades, las intolerancias, las actitudes
moralizantes que puedan marcar aspectos de la vida de las personas.

El proyecto pastoral de cada comunidad cristiana debería tener presentes


estas situaciones y facilitar programas dirigidos a educar en la salud integral, donde
la contrariedad, la enfermedad, el dolor, el sufrimiento y la muerte son integrados
como elementos o situaciones naturales de nuestro vivir.

Muchas comunidades necesitan descubrir la importancia que tienen las


experiencias nacidas del contacto con la enfermedad, el desequilibrio, el sufrimiento,
la vejez, la invalidez y la muerte de un familiar o de una persona cercana. Hay que
descubrir estas experiencias que, muchas veces, es tanto como asumir o situarlas,
ya que fácilmente, las aislamos o las silenciamos de nuestra vida.

Nos cuesta trabajo aceptar que somos débiles y que necesitamos salud. Por
ello una evangelización sanante debe aprovechar la acción catequética y educadora
en la fe, la celebración litúrgica, la pastoral de la caridad y la misma dinámica de la
comunidad cristiana para acoger a los marginados, acompañar a los cansados,
fortalecer a los débiles, sostener a los enfermos mentales, confiar en los temerosos,
valorar a los sencillos, confrontar a los “seguros”, todo ello orientado a fortalecer los
aspectos sanos que poseen las personas, así como a estimularlas a ser portadoras
de salud en los círculos en que se mueven. Todo esto debe tener ante sus ojos a
Jesús que vino a levantar a los caídos, sostener al que se está cayendo, sanar a los
enfermos y hasta dar la vida por todos. Así toda la comunidad y todos los cristianos
deben de tener la capacidad para hacerse cargo de sus miembros enfermos y de sus
familias. Jesús se hace presente allí donde la vida aparece más amenazada,
deteriorada, malograda y aniquilada. A partir de su acción liberadora y sanadora y en
el interior de esta acción, anuncia el Reino de Dios (cfr. Mt 9, 35; Lc 6, 16; 10, 8-9; Mc
16, 18-20). Si queremos continuar la misión de Jesús, hemos de redescubrir la fuerza
terapéutica, liberadora y sanante que encierra la acción evangelizadora cuando está
inspirada y dinamizada por el Espíritu de Jesús.
54

V.- LOS LAICOS Y LA LITURGIA

Todos los Concilios en la historia de la Iglesia han sido una reflexión sobre la
Iglesia y su fidelidad a Cristo, su Fundador y al mundo que tiene que salvar. El
Vaticano II particularmente ha tenido en sus 16 documentos una eclesiología
renovada, para actualizar la acción de la Iglesia en el mundo actual y futuro. Con esa
eclesiología de comunión y con el reconocimiento del sacerdocio común de los fieles,
ha subrayado las premisas de carácter teológico para un retorno a la antigua práctica
eclesial de los ministerios laicales en el ámbito de la liturgia. Así, ha terminado
aquella época en la que los fieles eran mudos espectadores, se ha superado aquella
especie de marginación litúrgica de los laicos, que había terminado por clericalizar la
liturgia y, al mismo tiempo, se han puesto las bases para una valerosa empresa de la
participación ministerial de los laicos en la liturgia.

Esta Nueva conciencia de la Iglesia revitaliza todas las dimensiones


comunitarias: la Iglesia universal, presidida por el Papa y el Colegio Episcopal; la
Iglesia particular o diocesana, presidida por su Obispo y su presbiterio; la Iglesia
parroquial, presidida por el Párroco y su consejo pastoral de laicos; presiona hacia
nuevos y renovados ministerios que se habían anquilosado.

Los primeros síntomas de la primera recuperación de la ministerialidad laical


en la liturgia se pudieron percibir en la restauración del diaconado permanente,
indicada por el Papa Pablo VI con el Motu Proprio Sacrum Diaconatus Ordinem del
18 de junio de 1967. Tal documento explícita toda la potencialidad evangelizadora,
litúrgica y caritativa del diaconado, y aún favorece una clarificación de las tareas del
presbiterio.

La importancia de tal documento, sin embargo, no se reduce a la restauración


del diaconado permanente, sus alcances van más allá; la posibilidad concedida a los
laicos casados de ascender al diaconado permanente y la configuración de su
fisonomía ministerial que pone en grande evidencia la renovación de su ministerio
litúrgico. El documento se hace apreciar también por su eclesiología ministerial y por
la atención que se da a la nueva situación de los laicos en la Iglesia. Esto pone en
evidencia el significado y lo valeroso de la participación de los laicos en la liturgia. Y a
esto se le añaden los otros dos Motu Proprio Ministeria Quaedam y Ad Pascendum
del 15 de septiembre de 1972, que tienen como objetivo de fondo la reestructuración
de las Ordenes menores y la reglamentación jurídica del diaconado. Con el primer
documento, el Lectorado y el Acólito son sacados de la esfera típicamente clerical y
55

son puestos bajo la forma de ministerios en los cuales también los laicos pueden ser
instituidos. Ya no son consideradas como etapas intermedias para llegar a las
Ordenes mayores. Son expresiones concretas del sacerdocio común de los fieles.
Así, pues, son accesibles a los seglares hombres y mujeres. Además hay que tener
en cuenta que el ministerio del Lector y del Acólito no se reduce al espacio litúrgico,
sino que se extiende a la vida de la comunidad cristiana. Más aún, las Conferencias
Episcopales Nacional pueden exigir que se instituyan otras formas ministeriales para
cubrir aquellos sectores importantes y significativos de la vida eclesial. Los
ministerios son para la liturgia, pero no sólo para ella. Se refieren a la vida entera de
la comunidad.

1.- LOS MINISTERIOS SIEMPRE ECLESIALES

Es un punto capital, al que muchas veces ya se ha aludido, pero que es


oportuno explicitar y profundizar en clave eclesial y pastoral:

- Los ministerios son servicios de la Iglesia y que se realizan en la Iglesia; son,


por lo tanto, exquisitamente eclesiales en su origen, en su contenido y en su
destinación. No se trata de prestaciones personales, confiadas a la buena voluntad
de algunos y, mucho menos sujetas al arbitrio personal, o también a una inventiva
descontrolada y a una visión individualista de la visión cristiana del mundo.

Para ellos y en modo particular y fuerte, vale cuanto el Papa Pablo Vi afirma
en la exhortación Evangelli Nuntiandi a propósito de la evangelización, que debe
siempre ser animada por dos convicciones:

“Primera: Evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino


profundamente eclesial. Cuando el más humilde predicador, catequista o
pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña
comunidad o administra un sacramento, aún cuando se encuentra solo, ejerce
un acto de la Iglesia y su gesto se enlaza mediante relaciones institucionales
ciertamente, pero también mediante vínculos invisibles y raíces escondidas del
orden de la gracia, a la actividad evangelizadora de toda la Iglesia. Esto
supone que lo haga, no por una misión que él se atribuye o por inspiración
personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre.

De ahí, la segunda convicción: si cada cual evangeliza en nombre de la


Iglesia, que a su vez lo hace en virtud de un mandato del Señor, ningún
evangelizador es dueño absoluto de su acción evangelizadora, con un poder
discrecional para cumplir según los criterios y perspectivas individualistas, sino
en comunión con la Iglesia y sus pastores.

La Iglesia es toda ella evangelizadora, como hemos subrayado. Esto significa


que para el conjunto del mundo y para cada parte del mismo donde ella se
56

encuentra, la Iglesia se siente responsable de la tarea de difundir el Evangelio”


(EN 60).

El ejercicio del ministerio, pues, debe caracterizarse por una clara eclesialidad
en la finalidad y en los contenidos.

- Los carismas que el Espíritu Santo suscita constantemente en la Iglesia, no


se encuentran jamás en estado puro, ellos son frutos y han de ser llevados para que
se les disciernan, han de ser purificados, si es necesario, de eventuales escorias e
incrustaciones que ofuscan la lucidez, han de ser “reconocidos” encaminados y
ayudados a crecer y a expresarse, teniendo en cuenta el bien de la comunidad.

Esto es tarea de aquellos que en la Iglesia ejercitan el ministerio de la


autoridad y de la paternidad espiritual: de los obispos y en forma secundaria los
presbíteros.

El gesto más significativo y comprometido, en esta perspectiva es, como ya se


ha dicho, la institución litúrgica. A través de este “gesto” la Iglesia simultáneamente
con un triple deber:

+ de discernimiento del carisma, reconociendo oficialmente el ministerio como


servicio eclesial, conferido para edificación de la comunidad;

+ de invocación, o de oración al Espíritu, sobre aquellos que han sido


llamados, de modo que cumplan su servicio con plena fidelidad al proyecto, más aún,
cumplan la voluntad de Dios y satisfagan las necesidades de los hombres, llamados
a ser siempre más la Iglesia de Cristo;

+ de envío en misión de aquellos a quienes se les ha confiado el ministerio, a


fin de que consciente y responsablemente trabajen, sufran y se ofrezcan por la
salvación de los hermanos.

La institución litúrgica, en las diversas formas en que puede acontecer, no


“clericaliza” a aquellos que la reciben; es, por el contrario la celebración eclesial del
ministerio; implica el reconocimiento y la aceptación de los pastores y de la
comunidad; es, por esto, el modo más verdadero para interpretar, en la fe, el rol que
cada uno tiene en la Iglesia en fuerza de la iniciación cristiana y de los dones del
Espíritu.

El laico y también la religiosa que reciben un ministerio no deber tener pues,


ninguna clericalización, aún cuando se les imponga una forma de habito o alguna
insignia litúrgica particular que quizá se pueda confundir con el desarrollo de alguno
de los ministerios ordenados.
57

En la perspectiva de una Iglesia toda ministerial se comprende la importancia e


implicación de toda la comunidad cristiana en la búsqueda, en la elección, en la
participación en el servicio que algunos ejercitan en nombre de todos y en comunión
con todos.

A través de una adecuada catequesis y una oportuna información a la


comunidad, ésta debe ser comprometida en el presentar y ayudar a los ministros
instituidos. La comunidad debe saber “producir” en ella misma los ministros, en
correspondencia de sus propias necesidades y de su misión.
2.- LOS MINISTERIOS ORDENADOS, LOS INSTITUIDOS Y LOS
EJERCIDOS SIN INSTITUCIÓN

Siempre ha habido en la Iglesia personas encargadas de determinada


funciones directivas. O dicho de otro modo: se puede asegurara que jamás han
existido auténticas comunidades cristianas sin líderes o encargados del gobierno. En
este sentido, es elocuente el testimonio del escrito más antiguo del Nuevo
Testamento, la primera carta a loa Tesalonicenses, donde Pablo recomienda a la
comunidad que aprecie “a esos de vosotros que trabajan duro, haciéndose cargo de
vosotros por el Señor y llamándoos al orden” (1 Ts 5, 12). Además, en diversos
pasajes de sus cartas, el mismo Pablo enumera los dones, las actividades o cargos,
las diversas funciones existentes en la Iglesia (Rm 12, 6-8; 1Co 12, 4-11. 28-31; 14,
6; cfr. Ef 4, 11-12). De entre esas diversas actividades, Pablo destaca tres ministerios
o servicios a los que da especial importancia: los apóstoles, los profetas y los
doctores (1Co 12, 28; cfr. Ef 4, 11). Pero también hay que recordar también aquellos
a quienes Pablo llama sus colaboradores (Rm 16, 3; 1Ts 3, 2; 2Co 8, 23) y
concretamente los responsables de las comunidades locales, a los que nombra en el
saludo de sus cartas (1Ts 1, 1; 1Co 1, 1; 2Co 1, 1; Flp 1, 1; Flm 1) o en las
despedidas (1Co 16, 19-20; Rm 16, 3ss; Flp 4, 21; Flm 23-24). A estos colaboradores
se les designa con los títulos genéricos de synergountes (cooperadores) y
Kopioontes (los que comparten el cuidado de la comunidad) (1Ts 5, 12; 1Co 16, 16).
Pero en todo caso, se debe de recordar que, al hablar de los ministerios en las
comunidades, Pablo insiste sobre todo en su extraordinaria diversidad (1Co 12, 5ss).
Finalmente, dentro del corpus paulinum, es importante recordar el testimonio de la
carta a los Efesios, que enumera, junto a los apóstoles, profetas y doctores, a los
evangelistas y pastores (Ef 4, 11), en el contexto de un pasaje memorable que bien
puede ser considerado como la teología básica del ministerio (Ef 4, 1-16).

A) MINISTERIOS ORDENADO

No es el momento para hacer toda una demostración de la existencia de estos


ministros. Existen abundantes datos en la Sagrada Escritura. La diversidad de los
ministerios fue una cosa querida por Dios y dispuesta providencialmente, para el bien
y al edificación de la Iglesia; en efecto, tanto en las cartas de Pablo como en los
evangelios y el Libro de los Hechos de los Apóstoles aparece una gran multitud de
ministerios y carismas; esta multiplicidad y abundancia se ve reducida en las cartas
58

pastorales a tres ministerios que luego han perdurado: obispos, presbíteros y


diáconos. En la organización de la Iglesia, hecho histórico, la sucesión apostólica se
concretó y se realizó a través de estos ministerios citados y que actualmente entran
en el sacramento del Orden. Y con mayor razón aún entra también dentro de la mera
organización de la Iglesia el conjunto de formas históricas que esos ministerios han
ido adquiriendo a lo largo del tiempo.

B) MINISTERIOS INSTITUIDOS

La carta apostólica Ministeria Quaedam ha venido a oficializar la terminología


que andaba dispersa, que usaba distintos términos y así se puede llamar
MINISTERIO a los oficios laicales, como también, en lugar de ordenación se le
llamará INSTITUCIÓN. Entonces las que se llamaban Ordenes Menores ahora se
llaman Ministerios Instituidos: el Lectorado y el Acolitado. Ahora pueden ser
confiados a los laicos; no son reservados a los candidatos al sacramento del Orden.
Quienes los reciben no son clérigos. Son conferidos Por el Ordinario, el Obispo o
también el Superior Mayor de los religiosos. Esto se hace mediante un acto o rito
litúrgico aprobado por la Santa Sede, pero no es sacramento sino sacramental y se
llama, como dijimos, Institución.

La Instrucción “Immensae Caritatis” del 29 de enero de 1973, reconoce que la


comunión dentro de la Eucaristía ha sido y sigue siendo el ideal para todo cristiano,
con todo añade: “En primer lugar, hay que procurar que, debido a la escasez de
ministros, no resulte imposible ni demasiado difícil recibir la Sagrada Comunión. En
segundo lugar, que los enfermos no se vean privados del gran consuelo espiritual de
la Sagrada Comunión, por no poder observar la ley del ayuno eucarístico ya bastante
mitigada. Finalmente, parece que en algunas circunstancias se permita...el Sumo
Pontífice ha considerado oportuno instituir ministros extraordinarios que puedan
administrar la Sagrada Comunión tanto a sí mismos como a los demás fieles. . .”

Por lo tanto, el ministro extraordinario de la Sagrada Comunión también es


instituido como lo son el Acolitado y el Lectorado. La diferencia es que mientras éstos
fueron instituidos ya en la Iglesia antigua, no lo fue el que ayudaba a distribuir la
comunión o la llevaba a los enfermos, aunque tal praxis se diera igualmente en los
primeros tiempos.

C) OTROS MINISTERIOS EJERCIDOS SIN INSTITUCIÓN

Ya se ha hablado ampliamente de la necesidad de ministerios o servicios


dentro de la comunidad y que son reconocidos como indispensables para que la
comunidad celebre mejor y atienda más a las necesidades de la misma, por ejemplo:
59

- el catequista: que está al servicio de la Palabra ya en la liturgia, ya fuera de


ella;
- el monitor: cuya función es la de introducir, ambientar, animar y ayudar a
comprender, celebrar y vivir la acción litúrgica;
- el colector o colectores que ayudan a ordenar la colecta en la asamblea
celebrante;
- el encargado de la acogida, que va recibiendo a los fieles en la puerta de la
iglesia, saludando fraternalmente, creando un clima de fraternidad y
conocimiento de los miembros;
- Los que están al servicio de la música y cantos litúrgicos: el organista, el
cantor, la Schola cantorum, el “corito”, el Salmista;
- los monaguillos o nonacillos o “acólitos” que sirven al altar.

Hay otros muchos o pueden haberlos y serían instituidos si fuera necesario y


las Conferencias Episcopales Nacionales así lo proponen.

3.- LOS LAICOS PRESIDEN ALGUNAS CELEBRACIONES

Con la renovación de la liturgia, en estos últimos años, se ha ido


incrementando el interés por los laicos en la vida de la Iglesia. Esto se incrementó
mucho más con el Sínodo de los Obispos donde se iba a estudiar “La vocación y
misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo a los veinte años del Concilio” cuya
doctrina se encuentra en la Exhortación Apostólica “Christifidelis Laici” de 1988.

Esto ha llevado a una renovada atención hacia las funciones de los laicos en la
liturgia y en particular hacia su presidencia litúrgica en ausencia del sacerdote. Este
fue uno de los puntos fundamentales tratados en el Congreso de los presidentes y
secretarios de las Comisiones nacionales de liturgia, organizado por la Congregación
del Culto Divino en octubre de 1984. Sobre el tema se han realizado ya Reuniones
Regionales, y estudios en diversas revistas. Se trata de una presidencia de los laicos
en las celebraciones litúrgicas, y no en los ejercicios piadosos del pueblo cristiano. La
presidencia de los laicos en ausencia del sacerdote en las celebraciones litúrgicas.

La celebración litúrgica, como acción de Cristo y del Pueblo jerárquicamente


ordenado (cfr. IGNR 1), es, pues, evidente que este pueblo jerárquicamente
ordenado debe tener una presidencia. Sólo así se tendrá en las celebraciones
litúrgicas una “especial manifestación de la Iglesia” (SC 41), o sea, cuando “cada
ministro o simple fiel, realiza todo y sólo lo que es de su competencia” (cfr. SC 28).
De aquí se deriva una evidente distinción entre la presencia (que es única) y los
ministerios que son diversos y propios de los varios miembros de la asamblea. La
presidencia pertenece, por tanto, a la naturaleza misma de la liturgia y de la Iglesia.

La acción del presidente, como servicio a Dios y a la comunidad, es expresada


en los documentos del Concilio y en los libros litúrgicos con dos expresiones
características: “in persona Christi” y “nomine Ecclesiae”. Varios documentos, sobre
60

todo LG 21 y PO 2 aplican la expresión “in persona Christi” al sacerdocio ministerial y


la expresión “nomine Ecclesiae” indica la particular relación que une la función
presidencial a la asamblea (cfr. SC 33 y LG 10). El que preside dirige la oración a
Dios y realiza gestos en nombre de la comunidad de fieles. Así, pues, hay que notar
que la función “in persona Christi” es atribuida por los documentos del Concilio sólo al
que ha recibido el sacramento del Orden, mientras que la función “in nomine
Ecclesiae” le es reconocida también a un ministro no ordenado, y por lo tanto, a un
laico.

La función de la presidencia ejercida por un laico, aunque aparezca limitada en


su significado, en relación con el sacerdocio ordenado, adquiere una importancia
particular según las características de la misma celebración. En efecto, hay
celebraciones que por su naturaleza no pueden ser nunca presididas por los laicos,
por ejemplo, la Eucaristía. Pero otras celebraciones, incluso sacramentales, pueden
ser presididas por laicos en ausencia del sacerdote, por ejemplo, el bautismo, el
matrimonio, pero también la distribución de la comunión eucarística en y fuera de la
Misa.

4.- EL MINISTRO EXTRAORDINARIO DE LA SAGRADA COMUNIÓN

Entre los ministerios eclesiales merece una particular atención el ministerio


extraordinario de la Sagrada Comunión, por las tareas que se les confieren a
aquellos que son instituidos, dentro de la comunidad y muy especialmente a los
laicos que lo ejercitan, que son muchos, en nuestras comunidades locales.

Este ministerio, como ya lo dijimos, tiene su origen histórico en la tradición


eclesial, pero ha tenido una grande relevancia recientemente. Ha sido el Papa Pablo
VI con la Instrucción Inmensae Caritatis ya citada anteriormente, con la que se ha
reconocido y promovido este ministerio.

Se trata, pues, de un verdadero ministerio instituido (cfr. IC 1). Supone la


encomienda pública de la misión de ayudar a distribuir la comunión. Este ministerio
puede ser encomendado a religiosas y laicos.

Ahora vamos a esquematizar el contenido de esa Instrucción para ver un poco


más directamente lo que se establece sobre este importante ministerio extraordinario
de la Sagrada Comunión:

A) INSUFICIENCIA DE MINISTROS ORDINARIOS

Hay que procurar que, debido a la escasez de ministros, no resulte imposible


ni demasiado difícil recibir la sagrada comunión. El canon 910, p. 1 dice: “son
ministros ordinarios de la sagrada comunión el obispo, el presbítero y el diácono”. Si
faltan o también si se hallan impedidos a causa de otro ministerio pastoral, por
enfermedad o por motivo de su edad avanzada, entonces se instituyen los ministros
61

extraordinarios de la comunión. El mismo canon pero en el siguiente párrafo dice: “es


ministro extraordinario de la sagrada comunión el acólito, o también otro fiel
designado según el canon 230 p. 3. Este dice así: “Donde lo aconseje la necesidad
de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque que no sean
lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el
ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y la
sagrada comunión, según las prescripciones del derecho”. Aquí está, pues, la base
jurídica de este ministerio, está debidamente autorizado.

B) TIEMPO EN QUE EJERCEN ESTE MINISTERIO

a ) Durante la Misa
- Cuando el número de fieles quieren comulgar es muy grande y harían que
se prolongara demasiado la duración de la Misa.
- Cuando el sacerdote se encuentra impedido por alguna dificultad.

b ) Fuera de la Misa
- Cuando las distancias hacen difícil llevar la comunión y principalmente el
Viático, a los enfermos en peligro de muerte.
- Cuando el número de enfermos es muy grande, sobre todo en hospitales o
instituciones semejantes.

C) FACULTADES DEL MINISTRO EXTRAORDINARIO

a ) Que se administre a sí mismo la Comunión, pero no dentro de la Misa.

La instrucción recuerda, en primer lugar, esta facultad que se “administre


directamente a sí mismo” el Pan del cielo. Esto va íntimamente unido a quien
distribuye la comunión. Pero no se ha de olvidar, que el ministerio es un servicio no
finalizado a sí mismo, sino en bien de la Iglesia y la edificación de la Comunidad.

b ) La distribuye a los fieles dentro y fuera de la Misa.

Esto es un hecho que se palpa, pues, las comunidades van convenciéndose


más de que la Santísima Eucaristía como “Cena del Señor” y “Banquete pascual”
piden la participación alimentándose. Ha aumentado el número de comulgantes.

c ) La lleve a los fieles impedidos.

Todos los Cristianos deben hacer propia la solicitud y la caridad de Cristo y de


la Iglesia hacia los enfermos e impedidos. Busquen, pues, cada uno según las
propias posibilidades, tomar cuidado premuroso de los impedidos, visitándolos,
confortándolos en el Señor; y ayudándolos fraternalmente en sus necesidades (cfr.
Ritual de la Unción de los enfermos, 32-33).
62

D) PERSONAS IDÓNEAS

Los Ordinarios del lugar tienen la facultad de permitir que a


- personas idóneas y
- elegidas individualmente
Se desempeñen como ministros de la Comunión, esta idoneidad se explícita
más adelante, en la letra o inciso I.

E) DISPOSCIONES DE LOS IMPEDIDOS

Para que no queden sin la ayuda y en consuelo del Sacramento de la


Eucaristía, los fieles han de estar:
- estado de Gracia
- con recta y piadosa intención desean participar en el Banquete Eucarístico.

F) ELECCIÓN DE LOS MINISTROS

Las personas que se juzguen idóneas se han de elegir en el orden siguiente:


- el lector instituido
- el alumno del seminario mayor
- el religioso
- la religiosa
- el o la catequista
- el fiel varón o mujer
- en las comunidades religiosas de ambos sexos:
el superior o la superiora o
sus respectivos vicarios

G) TIEMPO DE DURACIÓN DE ESTE MINISTERIO

Pueden ser:
- “ad actum”, para esta ocasión, con verdadera necesidad
- por un período determinado
- en caso de necesidad, en modo permanente

H) QUIENES PUEDEN FACULTAR

- Los Ordinarios de lugar y sus delegados, p.e.:


- los Obispos auxiliares
- los Vicarios episcopales
- los Delegados episcopales
- el Sacerdote, puede designar a unas personas idóneas, en caso de
verdadera necesidad “ad actum”.
63

I) CONDICIONES PARA SER ELEGIDO

- Estar debidamente preparado


- distinguirse por su vida cristiana, en su fe y en sus buenas costumbres
- ha de esforzarse por ser digno de este nobilísimo ministerio y cultivar la
devoción a la Santísima Eucaristía.
- Dará ejemplo a los demás fieles de amor y respeto al Santísimo
Sacramento
- NO será elegido para este oficio a aquella persona cuya designación pueda
causar sorpresa a los demás fieles.

J) INSTITUCIÓN

La persona idónea y escogida individualmente, recibe el mandato de acuerdo


al rito que se expondrá

K) DISTRIBUCIÓN LA COMUNIÓN

Se distribuirá la Sagrada Comunión según las normas litúrgicas. Los diversos


ritos aparecerán en las siguientes páginas.

L) DEBER DEL PÁRROCO Y DE TODO SACERDOTE

“Tengan presente los sacerdotes que tales facultades (concedidas a los laicos)
no los dispensan del deber de distribuir la Eucaristía a los fieles que
legítimamente la pidan, y en modo particular de llevarla y darla a los enfermos”
(IC VI)

LL) AMPLIACIÓN DE LA FACULTAD PARA COMULGAR DOS VECES EN


EL MISMO DÍA

La instrucción cita los casos concedidos en la Instrucción “Eucaristicum


Mysterium” 28; y otras instrucciones, pero el nuevo Código de Derecho
Canónico amplía mucho más y dice:

“Quien haya recibido la santísima Eucaristía puede de nuevo recibirla el mismo


día solamente dentro de la celebración eucarística en la que participe,
quedando a salvo lo que prescribe el can 921,2” (c. 917).

Y el c. 921, 2 dice:
“Aunque hubieran recibido la Sagrada Comunión el mismo día, es muy
aconsejable que vuelvan a comulgar quienes lleguen a encontrarse el peligro
de muerte”
64

M) MITIGACIÓN DEL AYUNO EUCARÍSTICO

La Instrucción, que venimos esquematizando, también habla del ayuno


eucarístico citando diversos casos, pero como el Código es mucho más
reciente, fue promulgado el 25 de enero de 1983 y entró en vigencia el 27 de
noviembre, primer domingo de Adviento del mismo año, también en este tema
se amplió mucho más diciendo:

“El sacerdote que celebra la Santísima Eucaristía dos o tres veces el mismo
día, puede tomar algo antes de la segunda o tercera Misa, aunque no medie el
tiempo de una hora”.

“Las personas de edad avanzada o enfermas, y asimismo quienes las cuidan,


pueden recibir la Santísima Eucaristía aunque hayan tomado algo en la hora
inmediatamente anterior” (c. 919 pp. 2-3)

Todo esto lo ha hecho la Iglesia, próvida Madre, para fomentar más la


devoción a la Santísima Eucaristía, dando mayores facilidades para acercarse a la
Sagrada Comunión, y así, participando a menudo y con mayor plenitud en los frutos
del sacrificio de la Misa, se entreguen con mayor generosidad y celo al servicio de la
Iglesia los enfermos e impedidos que no queden privados de la ayuda y consuelo
espiritual de la Sagrada Comunión.

N) LA EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

Nuevamente nos dirigimos al Código de Derecho Canónico donde dice: “Es


ministro de la exposición del Santísimo Sacramento y de la bendición eucarística el
sacerdote o el diácono; en circunstancias peculiares, sólo para la exposición y
reserva, pero sin bendición, lo son el acólito, el ministro extraordinario de la sagrada
comunión u otro encargado por el Ordinario del lugar, observando las prescripciones
dictadas por el Obispo diocesano” (c. 943).

Esta facultad la hemos dejado hasta este momento porque no se encuentra en


la Instrucción tan mencionada, pero aquí la vemos completamente explícita. Esta
como aquellas facultades, no es sino una verdadera gracia, desde el momento que
en las comunidades religiosas, como en los grupos de laicos que frecuentemente en
momentos intensos de oración, ha crecido la necesidad de la adoración eucarística.

Y como allá, también aquí, el que realiza este ministerio debe sentirse
comprometido a garantizar una preparación y un desarrollo de la adoración,
especialmente comunitaria, de tal manera que sea una verdadera y rica experiencia
de oración – adoración y responda. También a las indicaciones litúrgico pastorales.
Que no se verifiquen abusos. Que haya un verdadero respeto y amor grande a Cristo
sacramentado. Las indicaciones son bastante claras en el canon citado. Adelante
aparece el rito de la exposición y reserva.
65

5.- ESPIRITUALIDAD DE LOS MINISTROS EXTRAORDINARIOS DE LA


SAGRADA COMUNIÓN

No se pretende hacer un tratado sobre la espiritualidad laical con sus notas


características, es un mínimo que va relacionado con la Santa Eucaristía. Solo
tratamos de llamar la atención del laico sobre la necesidad de una sobrenatural
riqueza interior como fundamento y condición indispensable para una acción
apostólica verdaderamente fecunda.

En el pasado reciente, el Concilio Ecuménico Vaticano II (LG 39-42), hace un


solemne llamado a todos los fieles de la Iglesia a que se viva la vocación a la
santidad en la Iglesia. Y, en el n. 40 de la misma y luego en el documento sobre los
seglares (AA n.4), se encuentra un llamado especial a los seglares igualmente a la
santidad; y más recientemente, el Papa Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica
“Chistifidelis Laici” 16-17 vuelve sobre el mismo tema, oigamos al Concilio.

“Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o
condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de
la caridad... Quedan, pues invitados y aún obligados todos los fieles cristianos
a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado”
(LG 40 y 42).

Al inicio del n. 4 del AA se cimienta en un principio claro, preciso e


incontestable de donde proviene, de donde tiene origen la santidad en el apostolado:

“Es, por ello, evidente que la fecundidad del apostolado seglar depende de la
unión vital de los seglares con Cristo” (AA 4)

La santidad para todos, pues, en una verdad axial de todo el cristianismo. Es


clara y solemne hasta donde se puede desear. Y, está fuera de dudas que, Cristo
para hacer llegar su salvación a los hombres se ha querido servir de las cualidades
naturales y sobrenaturales de los cristianos. Pero, también es igualmente verdadero
que la fecundidad del apostolado no depende de las cualidades.

La salvación no puede provenir más que del corazón de Cristo – Redentor. Y,


si él pide la colaboración de los hombre para comunicar al hombre tal redención,
puede hacerlo sirviéndose de ellos solamente como medios. La causa principal
permanece sólo en él. Y el apóstol, llamado a colaborar, ya pertenezca a la jerarquía
o al laicado, puede ser solamente medio.

La acción apostólica puede redituar muchos frutos en el apóstol mismo y en


los hermanos, pero también puede ser bastante infecundo, estéril. Depende, pues, de
la relación del medio con la causa principal. Es necesaria la unión vital con la Vida,
con Cristo. La unión esencial, que se realiza mediante la gracia santificante, que es la
66

comunicación de la misma vida de Cristo, sin la cual no sería posible con él ninguna
relación vital, esto se realiza en la divina liturgia. Dice el Papa actual:

“La vocación a la santidad hunde sus raíces en el Bautismo y se pone de


nuevo ante nuestros ojos en los demás sacramentos, principalmente en la
Eucaristía. Revestidos de Jesucristo y saciados por su Espíritu, los cristianos
son “santos”, y por eso quedan capacitados y comprometidos a manifestar la
santidad de su ser en la santidad de todo su obrar” (ChL 16).

La unión psicológica que se tiene en la oración privada y en el ejercicio de las


virtudes teologales y que realiza la comunión de la inteligencia y de la razón del
instrumento con Cristo, este es el alimento de sus facultades espirituales y tiende a
conformar su conducta con la de Cristo.

La fecundidad espiritual o sobrenatural de la vida cristiana, ya sea que mire a


su propia santificación o a la de los hermanos está condicionada en modo absoluto a
esta doble unión vital con Cristo. El principio ha estado formulado por Jesús mismo
es una manera categórica:

“Permaneced en mí como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no


puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros
si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que
permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no
podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el
sarmiento, y se seca...” (Jn 15 ,46)

El pensamiento de Jesús es límpido. Quien no está unido a él no actúa en


unión con él, no concluye nada ni para si ni para los demás. Podrá agitarse, hacer y
aun hacer más de lo conveniente. Podrá ganarse estima y admiración, realizar obras
exteriores estrepitosas y alcanzar gran éxito y gozar de mucha fama, pero puede
quedar totalmente infecundo. Todo eso será ilusión y hasta verdadera falla, porque
toda su vida como su apostolado estará privado de un verdadero fruto. Es como
aquel que “ha sembrado mucho, pero ha conservado poco, ha recibido su salario,
pero para meterlo en su costal roto” dice s. Agustín y permanecerá siempre
verdadera la afirmación de Jesús: “El que no está conmigo, está contra mí, y el que
no recoge conmigo, desparrama” (Mt 12, 30).

El apostolado, en esencia, es colaboración en la obra salvífica de Cristo,


apóstol por antonomasia, aquel que el Padre ha enviado, y nos muestra el amor de
su Padre. Cristo es el modelo de todo apóstol y al mismo tiempo la fuente de todo
apostolado.

La unión con Cristo exige “de todos los bautizados el seguimiento y la


imitación de Jesucristo, en la recepción de las Bienaventuranzas, en el escuchar y
meditar la Palabra de Dios, en la participación consciente y activa en la vida litúrgica
67

y sacramental de la Iglesia, en la oración individual, familiar y comunitaria, en el


hombre de justicia... y en el servicio a los hermanos, especialmente a los más
pequeños, de los más pobres y de los que sufren” (ChL 16).

Un Ministro Extraordinario de la Sagrada Comunión no sólo debe de practicar


o vivir todo eso, tener la debida preparación o idoneidad para saber lo que tiene que
hacer, sino que además:

“Deberá distinguirse por su vida cristiana, por su fe y sus buenas costumbres.


Se esforzará por ser digno de este nobilísimo ministerio, cultivará la devoción
a la Sagrada Eucaristía y dará ejemplo a los demás fieles de respeto al
Santísimo Sacramento del altar” (IC VI).

6.- OTRAS DISPOSICIONES CANÓNICAS

Además de los cánones ya citados, quedan estos y otros más que podrían
citarse, pero nos parece que estos son los urgentes:

“Todo fiel, después de la primera comunión, está obligado a comulgar por lo


menos una vez al año. Este precepto debe cumplirse durante el tiempo
pascual, a no ser que por causa justa se cumpla en otro tiempo dentro del
año” (c 920 pp. 1-2).

“Se debe administrar el Viático a los fieles que, por cualquier motivo, se hallen
en peligro de muerte... Aunque hubieran recibido la sagrada comunión el
mismo día... Mientras dure el peligro de muerte, es aconsejable administrar la
comunión varias veces...” (c 921 pp. 1-3).

“No deberá retrasarse demasiado el Viático a los enfermos; quienes ejercen la


cura de almas han de vigilar diligentemente para que los enfermos lo reciban
cuando tienen aún pleno uso de sus facultades” (c. 922).

“A nadie está permitido conservar en su casa la Santísima Eucaristía o llevarla


consigo en los viajes, a no ser que lo exija una necesidad pastoral, y
observando las prescripciones dictadas por el Obispo diocesano” (c. 935).

Es obvio que caben excepciones, por ejemplo, en situaciones extraordinarias:


inundación, incendio, peligro de profanación, etc., o también por necesidad pastoral.

“Quien cuida de la iglesia u oratorio ha de proveer a que se guarde con la


mayor diligencia la llave del sagrario en el que está reservada la Santísima
Eucaristía”
68

No deberá quedar la llave junto al sagrario, sobre la credencia o sobre la mesa


del altar, sino en un lugar seguro. Hay que evitar al máximo la profanación de las
especies sacramentales. (c 1367).

“En las iglesias y oratorios en los que esté permitido tener reservada la
Santísima Eucaristía, se puede hacer la exposición tanto en el copón como
con la custodia, cumpliendo las normas prescritas en los libros litúrgicos” (c.
941 p. 1).

“Es ministro de la exposición del santísimo Sacramento y de la bendición


eucarística el sacerdote o el diácono; en circunstancias peculiares, sólo para
la exposición y reserva, pero sin bendición, lo son el acólito, el ministro
extraordinario de la sagrada comunión u otro encargado por el ordinario del
lugar, observando las prescripciones dictadas por el Obispo diocesano” (c.
943).

“En la celebración de los sacramentos, debe observarse fielmente los libros


litúrgicos aprobados por la autoridad competente; por consiguiente, nadie
añada, suprima o cambie nada por propia iniciativa” (c. 846 p. 1).

“... Es ministro ordinario del bautismo el Obispo, el presbítero y el diácono. Si


está ausente o impedido el ministro ordinario, administra lícitamente el
bautismo un catequista u otro destinado para esta función por el Ordinario del
lugar, y, en caso de necesidad, cualquier persona que tenga la debida
intención; y han de procurar los pastores de almas, especialmente el párroco,
que los fieles sepan bautizar debidamente” (c. 861).

“Todo sacerdote, y sólo él, administra válidamente la unción de los enfermos”


(c. 1003 p. 1).

Por lo tanto, los fieles todos y, por eso, los mismos Ministros Extraordinarios
de la Sagrada Comunión eviten todo lo que pueda inducir a algún error cuando hacen
unciones piadosas con aceites que no están bendecidos por la Iglesia. No hay que
simular, no hay que engañar. No se hagan unciones.

“Los varones laicos que tenga la edad y condiciones determinadas por el


decreto de la Conferencia Episcopal, pueden ser llamados para el ministerio...
mediante el rito litúrgico prescrito; sin embargo, la colación de estos
ministerios no les da derecho a ser sustentados o remunerados por la Iglesia”
(c. 230 p. 1).

7.- RITO DE INSTITUCIÓN DE UNO O VARIOS MINISTROS


EXTRAORDINARIOS DE LA SAGRADA COMUNIÓN
69

NORMAS GENERALES

La persona o personas designadas por el Ordinario del lugar o por su


delegado (cfr. Instruc. Immensae caritatis, 1, nums. I y VI) para dar la sagrada
comunión, en circunstancias especiales, debe(n) recibir esta designación según el
rito que se describe a continuación.

El rito se puede celebrar dentro y fuera de la misa, con participación de los


fieles.

A).- RITO DENTRO DE LA MISA


INSTITUCIÓN DEL O DE LOS MINISTROS

ALOCUCIÓN

Después de la homilía, en la cual se explicará a todos los presente la razón de


este ministerio en bien de la comunidad de los fieles, el celebrante presenta al pueblo
al escogido o a los escogidos o también a las escogidas, para el Ministerio
Extraordinario de la Sagrada Comunión con esta u otras palabras:

“Hermanos muy amados, nuestro hermano (nuestra hermana), nuestros


hermanos (nuestras hermanas) N. N. va (van) a recibir el encargo de ser ministro(s)
extraordinario(s) de la sagrada comunión y, por lo tanto, podrá darse la comunión a sí
mismo, distribuirla a los fieles, llevarla a los enfermos y, también, administrar el
viático y hacer la exposición del Santísimo Sacramento.

Tú, hermano(a), o hermanos y hermanas muy amado(s) en Cristo, que has


sido elegido (a) (os) para tal oficio en la Iglesia, procura ser, por tu fe viva y tu
caridad, modelo para los hermanos y vivir intensamente de este misterio de unidad y
amor fraterno, y recuerda que quienes participamos de un solo pan y de un mismo
cáliz formamos un solo cuerpo.

Al dar a tus hermanos la sagrada comunión, ejercita el amor cristiano, según el


precepto del Señor, que dijo a sus discípulos, cuando les iba a dar su cuerpo como
alimento: “Esto es lo que les mando: que se amen unos a otros como yo los he
amado”.

EXAMEN

Terminada la alocución el elegido o los elegidos se presenta(n) ante el


celebrante, quien los interroga con estas palabras:

N. N. ¿quieres(n) recibir el ministerio de dar la sagrada comunión, para


servicio y edificación de la Iglesia?
El o los elegido(s) responde(n):
70

Sí, quiero.

El celebrante:
¿Te comprometes a desempeñar, con todo respeto, el encargo de dar la
sagrada comunión, que hoy se te confiere?

El o los elegido(s):
Sí, me(nos) comprometo(emos)

BENDICIÓN DEL O DE LOS ELEGIDOS

E, inmediatamente, todos se levantan; el o los elegido(s) se arrodilla(n); el


celebrante invita a los fieles a orar, diciendo:

Hermanos muy amados, oremos con fe viva a Dios, nuestro Padre, para que
nuestro(s), hermano(s), que ha sido elegido(s) como ministros extraordinarios
de la sagrada comunión, reciba(n) abundantes gracias espirituales.

Todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el celebrante concluye:

Dios Padre, maestro y guía de la gran familia de tus hijos, dígnate derramar tu
abundante bendición + sobre nuestro hermano (nuestros hermanos), para que,
al dar con fe, el alimento de la vida a los fieles, también sea confortado(s) con
este sacramento y tenga parte en el banquete celestial. Por Jesucristo Nuestro
Señor.

AMÉN.

En la Oración Universal o de los fieles se hace alguna petición por él o los


ministros que acaban de ser instituidos ministros.

LITURGIA DE LA EUCARISTÍA

El o los que acaban de ser instituidos ministro(s) presenta(n) la patena con el


pan en la preparación de las ofrendas. También pueden recibir la comunión bajo las
dos especies.

B).- RITO FUERA DE LA MISA

Congregado el pueblo, se entona un canto apropiado. El que preside la


celebración saluda al pueblo. Luego, se hace una breve liturgia de la palabra. Las
lecturas se toman, todas o en parte, de la misa del día o del Leccionario para la
celebración de la institución de los ministros extraordinarios para la distribución de la
sagrada comunión (cfr. Leccionario III, Págs. 224-226).
71

Luego, la celebración se desarrolla tal como se describe en el rito dentro de la


misa.

Por último, el que preside bendice y despide al pueblo en la forma


acostumbrada.

La celebración concluye con un canto apropiado.


(Pontificial y Ritual Romanos, CELAM-DELC, 1978, pp. 204-209).

C).- RITO PARA DESIGNAR UN MINISTRO OCASIONAL


PARA LA DISTRIBUCIÓN DE LA SAGRADA COMUNIÓN

La personal designada “ad actum” (cfr. Instruc. Immensae Caritatis, 1, núms.. II


y VI), para dar la sagrada comunión, en caso de verdadera necesidad, debe recibir
esta designación según el rito que se describe a continuación...

Mientras tiene lugar la fracción del pan y la inmixtión, el que debe distribuir la
sagrada comunión se acerca al altar y se coloca delante del celebrante. Acabada la
invocación: Cordero de Dios, el sacerdote le bendice con estas palabras:

El Señor te bendiga +
Para distribuir ahora a tus hermanos
El Cuerpo de Cristo.

R. Amén.

Después que el sacerdote ha sumido el sacramento según el modo habitual, si


el ministro de la sagrada comunión va a recibir la eucaristía, le da de comulgar;
seguidamente le entrega la patena con las hostias y, juntamente con él, se acerca a
distribuir la comunión a los fieles.
(Misal Romano, 5ª Ed., p. 932; Pontifical y Ritual Romano, p. 210).

8.- DIVERSOS RITOS PARA LA DISTRIBUCIÓN DE LA SAGRADA


COMUNIÓN

Como ya se ha dicho, se trata de ministros “extraordinarios”, por lo tanto, se


necesitan ciertas condiciones, de las cuales ya se ha hablado anteriormente. Pero
ciertamente, las necesidades no se pueden presuponer ni tampoco crear, o por el
solo deseo de introducir una “novedad”, estando los ministros o en el templo o en la
sacristía.

La acción de aquél que, en caso de necesidad y siempre en nombre de la


Iglesia, distribuye la Eucaristía a sus hermanos no puede y no debe ser considerado
como un gesto meramente ritual. Esa acción expresa la participación consciente en
72

un momento decisivo de aumento de la comunión y de crecimiento de la vida eclesial;


debe, pues, abarcar toda la persona en cada momento de su vida.

Por estos motivos, aquellos que son instituidos en este ministerio no pueden y
no deben terminar su servicio en el momento litúrgico; están llamados a
comprometerse activamente también en otros sectores de la vida pastoral y participar
así en la misión de la Iglesia. De esta manera harán más amplia y eficaz su actividad
apostólica y su testimonio. Esto ayudará a evitar el peligro: del eficientismo inmediato
y del ritualismo, así también contribuirá a hacer crecer a la Iglesia en la fe y en la
caridad.

A).- RITO DENTRO DE LA MISA

Para distribuir la Santa Comunión, el ministro extraordinario, se reviste de el


hábito litúrgico usado en su región o diócesis, o una vestidura conveniente para este
santo ministerio.

Al distribuir la Santa Comunión durante la Misa, el ministro extraordinario


presenta la hostia levantándola un poco ante el que va a comulgar, diciendo:

EL CUERPO DE CRISTO

El que comulga responde:

AMÉN.

Terminada la distribución de la Comunión, el ministro, si es necesario se lava


las manos o al menos los dedos y regresa a su lugar.

B).- FUERA DE LA MISA

El cuidado pastoral de los enfermos e impedidos es tarea de toda la


comunidad cristiana, aun cuando ese cuidado se realiza ordinariamente por medio,
del párroco o uno de sus colaboradores, también los laicos. En el Cuerpo de Cristo,
que es la Iglesia, si un miembro sufre, sufren todos los demás miembros con él (1Co
12, 26). Por lo tanto, es una cosa estupenda que todos los fieles participen, en cuanto
les sea posible, en este mutuo servicio de caridad entre los miembros del Cuerpo de
Cristo, no sólo luchando contra la enfermedad y en el amor premuroso hacia los
enfermos e impedidos, sino visitándolos y confortándolos, muy especialmente con el
sacramento de la Eucaristía. Los ministros extraordinarios están frecuentemente
realizando este ministerio, pues, para eso fueron instituidos. Busquen, pues, con las
palabras y con el testimonio, pero más especialmente con la oración hecha junto con
el enfermo y sus familiares, para hacer más fuerte la esperanza y más viva la fe.
73

Llevando la Santa Comunión a los enfermos, a los ancianos, a aquellos que


están imposibilitados a participar en la Misa, especialmente los domingos, esos
ministros, después de haberse alimentado de Cristo en la Eucaristía, nutren de Cristo
a los pobres (cfr. S. León M., Sermón 9).

a) Rito de la Comunión en circunstancias ordinarias

- Ritos de introducción

+ Saludo

La paz del Señor reine en esta casa y en todos los que en ella habitan.

R. Y También contigo.

Entonces el ministro coloca el Santísimo Sacramento en la mesa y todos


juntos adoran.

+ Aspersión con agua bendita.

Que esta agua bendita nos recuerde el bautismo que recibimos y renueve
nuestra fe en Cristo, que con su muerte y resurrección nos redimió.

- Rito Penitencial

El ministro invita a las personas y a todos los presentes a participar en el rito


penitencial, con esta u otras palabras:

+ Yo confieso ante Dios...

- Liturgia de la Palabra

Uno de los presentes o el ministro proclama la palabra de Dios. Puede utilizar


para ello la parte tercera del ritual del Cuidado Pastoral de los enfermos pp. 210-279.

- Respuesta a la Palabra

Se puede guardar un breve especio de silencio, después de la lectura de la


palabra de Dios.

Se puede hacer un breve comentario y aplicarla según las necesidades de la


persona enferma o de los que la cuidan.

- Preces
74

Se pueden enunciar las peticiones generales. Mediante una breve


introducción, el ministro invita a orar. Después de las intenciones, el ministro recita la
oración conclusiva. Es recomendable que una persona distinta del ministro pronuncie
las intenciones.

- Liturgia de la Comunión

+ Padre Nuestro

El ministro introduce la oración del Señor con éstas u otras palabras similares:

Oremos confiadamente al Padre con las palabras


Que nos enseñó nuestro Salvador:

Fieles a la recomendación del Salvador,


y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir:

Todos dicen:

Padre Nuestro...

+ Comunión

El ministro presenta el pan eucarístico a los presentes, con estas palabras:

Este es el pan de vida.


Prueben y vean qué bueno es el Señor.
Este es el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo.
¡Dichosos los invitados a la cena del Señor!

La persona enferma y todos lo que vayan a recibir la comunión dicen:

Señor, yo no soy digno de que vengas a mí,


pero una palabra tuya bastará para sanarme.

El ministro se acerca a la persona enferma y presentándole la sagrada forma,


dice:
El Cuerpo de Cristo.
La persona enferma responde: Amén y recibe la comunión. Enseguida el
ministro dice:
La Sangre de Cristo.
La persona enferma responde: Amén y recibe la comunión.
75

Si algunas otras personas presentes quieren comulgar, lo hacen en la forma


acostumbrada.

Terminado el rito, el ministro purifica los vasos sagrados, como de costumbre.

+ Oración en silencio.
Se puede orar aquí en silencio brevemente.

+ Oración después de la comunión.


El ministro reza la oración conclusiva. Puede utilizar una de las siguientes:
Señor y Padre Nuestro,
que nos has llamado a participar
del mismo pan y del mismo vino,
para vivir así unidos a Cristo,
ayúdanos a vivir unidos a él,
para que produzcamos fruto,
experimentando el gozo de su redención.
Por Cristo nuestro Señor.

R. Amén.

- Rito Conclusivo

+ Bendición

Si el ministro no es sacerdote ni diácono, invoca la bendición de Dios y hace


sobre sí mismo(a) la señal de la cruz diciendo:

Que el Señor no bendiga,


nos libre de todo mal
y nos lleve a la vida eterna.

R. Amén.

Que nos bendiga y nos proteja


Dios todopoderoso y llenó de misericordia,
Padre, Hijo y Espíritu Santo.

R. Amén.

b) Rito de la comunión en un hospital u otra institución

- Rito Introductorio

+ Antífona
76

El rito puede iniciarse en el templo, en la capilla del hospital o en el primer


cuarto, en donde el sacerdote recita una de las siguientes antífonas;

¡Qué generoso eres, Señor,


al darnos tu pan celestial,
que nos descubre el amor del Padre
y nos comunica una perfecta alegría!
A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide sin nada.

Si se acostumbra, el ministro puede ir acompañado por una persona que lleve


una vela.

- Liturgia de la Comunión

+ Saludo
Al entrar en la habitación, el ministro puede recitar uno de los siguientes
saludos:

Que la paz del Señor esté siempre con ustedes.

R. Y también contigo.

El ministro coloca el Santísimo Sacramento en la mesa y todos juntos lo


adoran. Si hay tiempo y parece conveniente, el ministro puede proclamar la palabra
utilizando las lecturas antes citadas.

+ Padre Nuestro

Si las circunstancias lo permiten (por ejemplo, si no son muchas salas que hay
que visitar), es muy conveniente que el ministro guíe a los enfermos en la recitación
del Padre Nuestro. Puede hacerlo con éstas o semejantes palabras:

Jesús nos enseñó a llamar Padre a Dios;


¡Por eso nos atrevemos a decir: Padre Nuestro...

Oremos, hermanos, como Cristo nuestro Señor nos enseñó:


Padre Nuestro...

+ Comunión

El ministro muestra el pan eucarístico a los presentes, diciendo:

Este es el Cordero de Dios


77

Que quita el pecado del mundo.


¡Dichosos los que tienen hambre y sed,
porque ellos están saciados!

La persona enferma y todos aquellos que vayan a comulgar dicen:


Señor, yo no soy digno de que vengas a mí,
pero una palabra tuya bastará para sanarme.

El ministro se acerca a la persona enferma, le muestra la hostia, diciendo:


El cuerpo de Cristo.
La persona enferma responde:
Amén,
y recibe la comunión

Las demás personas que quieran comulgar reciben la comunión en la forma


acostumbrada.

- Rito Conclusivo

+ Oración conclusiva

La oración conclusiva puede recitarse en el último salón o habitación o en la


Iglesia o en la capilla. Se utiliza cualquiera de las siguientes formulas:

Oremos

Pausa para orar en silencio


Señor Dios todopoderoso,
te damos gracias por este don sagrado,
que constituye nuestro alimento.
Derrama en nosotros tu Santo Espíritu
y con el vigor que nos comunica este alimento celestial,
haz que nos entreguemos de corazón a tu servicio.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor.

R. Amén.

Se omite la bendición y el ministro purifica los vasos sagrados como de


costumbre.

c) Comunión a los enfermos, Rito abreviado

Este rito abreviado se usa cuando hay que dar la comunión a varios enfermos
alojados en distintas habitaciones de un mismo edificio, como por ejemplo, a los
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enfermos de un hospital. Si parece oportuno, se pueden añadir otros elementos


tomados del rito ordinario.

La ceremonia puede iniciarse en el templo o capilla, o bien en la primera


habitación, con la siguiente antífona que dice el ministro:

Este es el sagrado banquete,


en que Cristo se da como alimento,
se renueva la memoria de su pasión,
el alma se llena de gracia
y se nos da una prenda de la gloria futura.

Luego el ministro acompañado, si parece oportuno, por una persona que lleve
una vela, se dirige hacia los enfermos y dice, ya sea una sola vez a todos los que se
encuentran en una misma habitación, o a cada uno en particular:

Este es el Cordero de Dios,


que quita el pecado del mundo.
Dichosos los invitados a la cena del Señor.

Quienes van a comulgar dicen una sola vez:


Señor, yo no soy digno de entres en mi casa,
pero una sola palabra bastará para sanar mi alma.

Y reciben la comunión en la forma acostumbrada: El Cuerpo de Cristo (o: la


Sangre de Cristo).

R. Amén.

La ceremonia concluye con la oración, que puede decirse en el templo o


capilla, o bien en la última habitación visitada.

Oremos.
Señor, Padre Santo, omnipotente y eterno Dios,
Te suplicamos confiadamente
Que el sagrado Cuerpo (la Sangre preciosa)
De Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
Sea para nuestro hermano (a) que acaba de recibir,
Un remedio sempiterno para el cuerpo y para el alma.
Por Cristo nuestro Señor.

R. Amén

Rito de despedida
En seguida, el ministro, invocando la bendición de Dios y signándose, dice:
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Que el Señor nos bendiga,


Nos libre de todo mal
Y nos lleve a la vida eterna.

R. Amén.

d) El Viático

Ritos iniciales
El ministro, con la indumentaria decorosa para este ministerio, se acerca al
enfermo y lo saluda cortésmente junto con todos los demás circunstantes,
valiéndose, si le parece, de la siguiente fórmula:

La paz reine en esta casa


y en todos los que en ella habitan.

Luego, habiendo depositado el Santísimo Sacramento sobre la mesa, lo adora


junto con los presentes.

En seguida se dirige a los presentes con la siguiente monición o con otras más
adaptadas a las condiciones en que se halle el enfermo:

Hermanos, el sacramento del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo,


que él mismo nos dejo antes de pasar de este mundo hacia el Padre, es viático que
nos conforta cuando de esta vida vamos hacia él, y una prenda segura de nuestra
resurrección. Unidos con nuestro(a) hermano(a) por la caridad, oremos por él(ella).

Un momento en silencio. Invita al acto penitencial:

Hermano, reconozcamos nuestros pecados para disponernos a participar en


esta celebración.

Yo confieso ante Dios todopoderoso...

El Señor todo poderoso


tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a la vida eterna.

R. Amén.

Breve lectura de la Palabra

Es muy conveniente que uno de los presentes, o el mismo ministro, lea un


breve texto de la Sagrada Escritura, por ejemplo:
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“El que come mi carne y bebe mi sangre,


tiene vida eterna,
y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida
y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6, 54-55).

O el siguiente:

“Yo soy el camino, la verdad y la vida:


nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6).

Profesión bautismal

Es conveniente que antes de recibir el viático, el enfermo renueve la profesión


de fe bautismal. Por tanto, el ministro lo interroga, haciendo antes una breve
introducción con palabras apropiadas.

¿Crees en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?


Sí, creo.
¿Crees en Jesucristo, su único Hijo, Señor nuestro, que nació de la Virgen
María, murió, fue sepultado, resucitó de entre los muertos y está sentado a la
derecha del Padre?
Sí, creo.
¿Crees en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia católica, en la comunión de los
santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de los muertos, y en la vida
futura?
Sí, creo.

Petición por el enfermo

A continuación, si las condiciones del enfermo lo permiten, se hace una breve


petición con estas o parecidas palabras, a las que responderán los presentes y el
mismo enfermo, en cuanto le sea posible:

Hermanos, unámonos todos para invocar a nuestro Señor Jesucristo:

Señor nuestro, que nos amaste hasta el extremo de entregarte a la muerte


para darnos la vida, te rogamos por nuestro(a) hermano(a).
Te rogamos, Señor.

Señor, nuestro, que dijiste: “El que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene la vida eterna”, te rogamos por nuestro(a) hermano(a).
Te rogamos, Señor.
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Señor nuestro, que nos invitas a participar en tu reino, donde no hay ya dolor
ni fatiga, ni tristeza ni separación, te rogamos por nuestro(a) hermano(a).
Te rogamos, Señor.

Viático

Entonces el ministro introduce la recitación del Padre Nuestro, con estas


palabras u otras semejantes:

Ahora, todos unidos, imploremos a Dios


con la oración que nuestro Señor Jesucristo nos enseño:
Padre Nuestro, que estás en el cielo...

En seguida el ministro, mostrando el Santísimo Sacramento, dice:

Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.


Dichosos los invitados a la cena del Señor.

El enfermo, si se lo permiten sus condiciones de salud, y los demás que van a


comulgar, dicen una sola vez:

Señor, no soy digno que entres en mi casa,


pero una palabra tuya bastará para sanarme.

El ministro se acerca al enfermo y, mostrándole el Sacramente, le dice:

El Cuerpo de Cristo (o la Sangre de Cristo).

R. Amén.

El ministro añade inmediatamente, o después de dar la comunión al enfermo:

Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo,


te guarde y te lleve a la vida eterna.

R. Amén.

Terminada la distribución de la comunión, el ministro hace la purificación de


costumbre. Luego, si lo cree oportuno, se puede guardar un momento de silencio.

Rito de despedida

A continuación, el ministro dice la oración conclusiva:

Oremos.
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Dios nuestro, cuyo Hijo es para nosotros


el Camino, la Verdad y la Vida:
mira con bondad a nuestro(a) enfermo(a) N...,
que confía plenamente en tus promesas,
y haz que, fortalecido(a)
con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo,
llegue en paz a tu reino.
Por Cristo nuestro Señor.

R. Amén.

Luego el ministro dice:

Que el Señor permanezca siempre contigo


te apoye con su fuerza y te guarde en paz.

Si es posible, se le da al enfermo un saludo de paz.

C) RITO DE LA EXPOSICIÓN Y RESERVA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

+ Exposición

Habiéndose reunido el pueblo:


Se inicia con un canto eucarístico
(Si el Sacramento no se reserva en el altar de la exposición va por él el
ministro, con paño de hombros lo trae, acompañado de acólitos y velas encendidas).
El copón o la custodia se coloca sobre el altar cubierto con mantel.
Si la exposición es prolongada, se hace en la custodia y aun se puede usar el
manifestador.
Si se hizo la exposición en la custodia se inciensa el Sacramento, siempre de
rodillas.
El mismo ministro puede iniciar la oración de adoración.

+ Adoración

Durante el tiempo de la exposición se ordenarán:


Oraciones, cantos y lecturas, de tal suerte que los fieles, recogidos en oración,
se dediquen exclusivamente a Cristo Señor.
Para alimentar una profunda oración, aprovéchense las lecturas de la Sagrada
Escritura con homilía o breves exhortaciones, que promuevan un mayor aprecio al
misterio eucarístico.
Conviene que los fieles respondan a la palabra de Dios, cantando.
Se necesita que se guarde un piadoso silencio en momentos oportunos.
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Si es durante largo tiempo la exposición, se permite la celebración de alguna


parte del Oficio Divino, la hora que sea más oportuna, así las súplicas de la Iglesia se
dirigen a Cristo y por Cristo al Padre en nombre de todo el mundo.

+ Reserva

Al final de la adoración:
El ministro se acerca al altar.
Se arrodilla y se entona un cántico eucarístico.
Si la exposición se hizo con la custodia, se inciensa.
Se pueden rezar algunas oraciones y se concluye con ésta:

Oremos.
Señor nuestro, Jesucristo,
que en este sacramento admirable
nos dejaste el memorial de tú pasión,
concédenos venerar de tal modo
los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre,
que experimentemos constantemente en nosotros
el fruto de tu redención.
Tú que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amén.

También se puede concluir con las alabanzas al Santísimo: ¡Bendito sea


Dios!.... Coloca el Sacramento en el tabernáculo, se entona un canto eucarístico.

9.- CUESTIONES COMPLEMENTARIAS

Muchos de los principios teológicos, aquí recordados, las normas y los mismos
ritos aquí expuestos, han sido tomados de los rituales actuales que contienen sus
prenotandos teológico-pastorales y de la Instrucción múltiple veces citada: Immensae
Caritatis. De ahí volvemos a sacar estas últimas cuestiones complementarias:

A) Temporalidad y refrendo del ministerio

Los MESC son facultados: para casos concretos, por un determinado tiempo o
en caso de necesidad en forma permanente (cfr. IC I). En esta diócesis de León,
todos son instituidos por un determinado período de tiempo, a no ser que el Ordinario
del lugar determine algunos casos especiales; por lo tanto, al concluir el tiempo
señalado, el párroco presentará otros candidatos o se refrendará la credencial a los
anteriores.

B) Dentro de la comunidad parroquial

Normalmente su ministerio lo ejercerán en su propia comunidad parroquial, de


donde su párroco los presentó; a no ser, que las necesidades pastorales urjan, se
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podrá colaborar con la comunidad parroquial vecina, si así lo hubieren acordado los
párrocos y comunicado al Ordinario. Como es de suponerse, en los Congresos,
Asambleas Diocesanas y otros eventos, pueden todos ayudar a repartir la comunión,
sí los solicitan.

C) Vestido

“Los ministros extraordinarios se revestirán, en la forma como se acostumbre


en su región, o bien llevarán una vestidura que no desdiga de su ministerio y que
haya sido aprobado por el Ordinario” (RSCCEM 20; cfr. CPE 72; 177).

Muy laudable será que en la distribución de la Santa Comunión, se revistieran


de una túnica, que junto con el párroco se acordó.

Y cuando van a las casas, lo harán con su vestido normal pero digno.

D) Relicario

“Al llevar la eucaristía para administrar la comunión fuera del templo, se usará
el ‘relicario’ o algún otro recipiente cerrado”, (RSCCEM 20), u “otro objeto parecido”
(CPE 74). No se usará, pues, una simple cajita o un Pañuelito, ni se llevará en el
bolsillo del pantalón o en el bolso de las damas o tampoco en la cajuela del coche,
sino en el relicario pendiente del cuello.

E) Comunión bajo la especie del vino

“Las personas enfermas, incapaces de recibir la Eucaristía bajo la especie de


pan, pueden recibirla bajo la especie de vino solamente... la Sangre del Señor se
guarda en el sagrario... en un vaso bien cerrado, que evite todo peligro de
derramarse. Si quedan algunos restos de la preciosa Sangre, los consume el
ministro, que ha de purificar convenientemente el vaso sagrado” (CPE 74 y 14; cfr.
RSCCEM 22).

Así, pues, como se tiene un relicario para las hostias, así se debe tener, para
los casos necesarios, un frasco decente que se cierre muy bien. No se llevará
mucho, basta una cucharada. Se administrará directamente del frasco o con una
cucharilla.

F) Tiempo de la Comunión

“Se puede dar la comunión fuera de la misa, a cualquier hora y en cualquier


día. Sin embargo, en atención a la utilidad de los fieles es conveniente fijar algunas
horas” (RSCCEM 16; cfr. CPE 72).

G) Requisitos para la Santa Comunión


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“Se ha de pedir a los que cuidan a la persona enferma que preparen una
mesa, cubierta con un mantel, sobre el cual se va a colocar el Santísimo Sacramento.
Se han de preparar también unas velas, en donde ésta es la costumbre, y una vasija
con agua bendita. Es una ocasión especial de alegría y así hay que hacerlo
comprender” (CPE 74; cfr. RSCCEM 19). Colocar también algunas flores.

H) Requisitos para la exposición del Santísimo Sacramento

“Ante el Santísimo Sacramento, reservado en el tabernáculo o expuesto a la


pública adoración se hace genuflexión con una sola rodilla. Para la exposición en la
custodia, se encenderán cuatro o seis velas, como en la misa, y se usará incienso.
Para la exposición con el copón, basta que se enciendan dos velas, y se puede usar
incienso” (RSCCEM 84-85).

I) Disposiciones para recibir la Sagrada Comunión

“... Quienes se proponen recibir el cuerpo del Señor, deben acercarse a él con
conciencia limpia y con las disposiciones de un ánimo recto, para que puedan recibir
los frutos del sacramento pascual”.

Por esta razón la Iglesia dispone: “que nadie se debe acercar a la sagrada
eucaristía sin haberse previamente confesado, cuando es consciente de haber
cometido pecado mortal... Es conveniente que quienes acostumbran a comulgar
diaria o frecuentemente, se acerquen de cuando en cuando al sacramento de la
penitencia”. (RSCCEM 23).

J) Sacramento de la Penitencia al enfermo

“Si la persona enferma desea recibir el sacramento de la penitencia, es


preferible que el sacerdote confiese a la persona en una visita previa” (CPE 75).

Por lo tanto, se ha de avisar al sacerdote con tiempo. No se hagan preguntas


indiscretas al enfermo. Que se organice el sacerdote para que periódicamente se
visite a los enfermos y se aproveche para la reconciliación de los mismos.

K) El Viático

“Los sacerdotes y otros ministros encargados del cuidado espiritual de los


enfermos, deben de hacer todo lo posible para asegurar que los que se encuentren
en peligro próximo de muerte reciban el Cuerpo y la Sangre de Cristo, como viático”
(CPE 176).

L) El ministro haga únicamente lo que le toca


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“Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la


Iglesia... pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los Obispos. En
las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio,
hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las
normas litúrgicas... Ejerzan, por tanto, su oficio con la sincera piedad y el orden que
conviene” (SC 26 y 28-29; cfr C. 837).

CONCLUSIÓN

Concluimos estas sencillas lecciones sobre el Ministro Extraordinario de la


Sagrada Comunión, con estas e importantes palabras del actual Pontífice, y aunque
la carta va dirigida a los Obispos, en este momento tienen una aplicación muy
estupenda para estos ministros:

“Conviene, pues, que todos nosotros, que somos ministros de la Eucaristía,


examinemos con atención nuestras acciones ante el altar, en especial el modo
con que tratamos aquel Alimento y aquella Bebida, que son el Cuerpo y la
Sangre de nuestro Dios y Señor en nuestras manos; cómo distribuimos la
Santa Comunión; cómo hacemos la purificación.

Todas estas acciones tienen su significado. Conviene naturalmente evitar la


escrupulosidad, pero Dios nos guarde de un comportamiento sin respeto, de
una prisa inoportuna, de una impaciencia escandalosa...

El tocar las sagradas Especies, su distribución con las propias manos es un


privilegio de los ordenados, que indica una participación activa en el ministerio
de la Eucaristía. Es obvio que la Iglesia puede conceder esa facultad a las
personas que no son ni sacerdotes ni diáconos, como son tanto los acólitos,
en preparación para sus futuras ordenaciones, como otros laicos, que la han
recibido por una justa necesidad, pero siempre después de una adecuada
preparación” (Carta a todos los Obispos de la Iglesia, sobre el Misterio y Culto
de la Eucaristía, Dominicae Cenae, 24/Feb./1980, N. 11).

CRISTO AYER,
HOY Y SIEMPRE

Secretariado Diocesano de Pastoral


Litúrgica

Martes Santo/1997.
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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 1
Siglas y Abreviaturas 3
Bibliografía 5

I.-FUNDAMENTOS BÍBLICOS DE LOS MINISTERIOS


1.- Terminología 8
2.- Los “siervos” de Dios 10
3.- El “Ministerio” de Cristo, Siervo de Dios 12

II. DESARROLLO TEOLOGICO DE LOS MINISTERIOS


1.- El “misterio” de la Iglesia, Sierva de Dios y Sierva del mundo 14
2.- Ministerios y estructura de la Iglesia 18
3.- Desarrollo histórico de los ministerios 25
4.- Funciones específicas 27
5.- Los ministerios hoy 29

III.-EL MISTERIO EUCARISTICO


1.- El Testamento de Cristo 31
2.- Importancia y dignidad del Sacrificio Eucarístico 34
3.- El Culto eucarístico fuera de la Misa 37

IV. EL CUIDADO PASTORAL DE LOS ENFERMOS


1.- El hombre, su salud y su sufrimiento 42
2.- Dios entre el pueblo o la continuidad del amor 45
3.- Comulgar durante la enfermedad: La comunión diaria,
a comunión dominical y el Viático 48
4.- Cuestiones prácticas: la oración en la enfermedad,
acompañamiento del enfermo, el enfermo y los familiares 50
5.- El cuidado de los enfermos: tiempo de evangelización 52

V. LOS LAICOS Y LA LITURGIA


1.- Los ministerios siempre eclesiales 55
2.- Los ministerios ordenados, los instituidos
y los ejercidos sin institución 57
3.- Los laicos presiden algunas celebraciones 59
4.- El ministerio extraordinario de la Sagrada Comunión 60
88

5.- Espiritualidad de los ministros extraordinarios de la sagrada comunión 64


6.- Otras disposiciones canónicas 67
7.- Rito de la institución de uno o de varios
ministros extraordinarios de la sagrada comunión 68
8.- Diversos ritos para la distribución de la sagrada comunión 71
9.- Cuestiones complementarias 83
CONCLUSIÓN 86
INDICE 87

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