Tema 23 - La Ministerialidad en La Liturgia
Tema 23 - La Ministerialidad en La Liturgia
Tema 23 - La Ministerialidad en La Liturgia
Si, por una parte, al sacerdocio ministerial le toca, frente al pueblo de Dios, la
misión de representar a Cristo Cabeza; por otra parte el sacerdocio común habilita a
los fieles a tomar parte activa en la sagrada liturgia, ya colaborando en la oblación
eucarística, ya participando en los otros sacramentos, ya uniéndose a la oración de
Cristo en la Liturgia de las Horas, ya en el testimonio de una vida santa con obras de
caridad.
Con el empuje y sobre las indicaciones del Concilio Vaticano II, ya era
necesario más que otra cosa, en la Iglesia, de que se tomara conciencia que cada
uno de los miembros del cuerpo de Cristo, según la fuerza que les es propia (cfr. Ef
4,16), contribuya ya al crecimiento del “todo”, y quien no trabajara en ese crecimiento
del cuerpo según su carisma, sería un miembro inútil para la Iglesia y para sí mismo
(cfr. AA 2).
Así de este modo se habrán puesto las bases serias para la parte central de
nuestro tema: la habilitación sacerdotal recibida en el Bautismo y en la
Confirmación para ejercitar o ser Ministros Extraordinarios de la Sagrada
Comunión (=MESC); para que este ministerio no aparezca como una simple
delegación o suplencia en la necesidad de que “no hay más”.
Los apuntes que siguen con sus sencillas reflexiones, servirán de punto de
partida para los hermanos sacerdotes que impartirán los cursos, y también quizá a
los hermanos laicos para retener las ideas base sobre los temas que atañen al
Ministro Extraordinario de la Sagrada Comunión. Se trata de una ayuda con un
lenguaje sencillo, recogiendo y ordenando un poco la doctrina, sin pretender ser
exhaustivos. Siempre capaz de mejorar y completar. Este programa de formación
para laicos debe integrarse y acomodarse posteriormente al Plan Diocesano de
Pastoral de la Diócesis de León, y de esta manera colaborar al crecimiento orgánico
de la Iglesia local y de toda la Iglesia y para un testimonio creíble de la Iglesia ante el
mundo.
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SIGLAS Y ABREVIATURAS
Concilio Vaticano II
Rituales
BIBLIOGRAFÍA
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C.V., bajo la dirección de Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C., México 1974.
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Iglesia, sobre el Misterio y el Culto de la Eucaristía, 24/Febrero/1980.
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Eucaristía, 3/Septiembre/1965.
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6
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Pastoral Litúrgica, Barcelona.
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Estella (Navarra) 1993.
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AA. VV., Adorar a Cristo Eucarístico, en cuadernos Phase 56, Barcelona 1994.
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1.- TERMINOLOGÍA
Se impone, ante todo, una breve reflexión sobre el significado que aquí se da a
la palabra “ministerio” y sobre su substrato bíblico. Es este uno de los términos que
pudo haber tenido y de hecho tuvo durante el curso de los siglos muchos significados
y que va adquiriendo un sentido propio, y por lo tanto distinto en algunos aspecto,
cuando se refiere a aquellos que lo ejercitan en virtud de Sacramento del Orden
(Obispos, Presbíteros y Diáconos), y a aquellos otros que lo ejercitan, también por un
explícito mandato de los Pastores de la Iglesia, en virtud de los Sacramentos de la
iniciación Cristiana, en decir, por los laicos o los religiosos (no sacerdotes). En este
subsidio tendremos presente, sobre todo, el ministerio que es reconocido o instituido
para los laicos.
Todas estas palabras, ante todo, no pertenecen sólo al lenguaje religioso, sino
también al así llamado profano. Se trata, en efecto, de servicios realizados al pueblo
por los magistrados y por hombres políticos, servicios que tiene como finalidad la
promoción de la comunidad humana y civil; se trata de servicios realizados por los
oficiales y por los esclavos del rey, en una actitud de docilidad y de obediencia, pero
siempre en bienestar del pueblo.
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En esta perspectiva hablamos, pues, del servicio que era realizado por el
pueblo que el Señor se había elegido. Servir a Dios significa ante todo ofrecerle
dones y sacrificios y asegurar la liturgia del templo. Sin embargo, el servicio que Dios
exige no se limita al culto ritual, se extiende a toda la vida, mediante la obediencia a
la palabra y a los mandamientos, e incluye también una disponibilidad gozosa hacia
los pobres, a los oprimidos, a los marginados, a los pequeños, en vista a su
liberación y de una ayuda efectiva que se les ha de proporcionar en sus dificultades.
NOTA:
Siempre que se termine un número del esquema , hay que dejar un momento para
que los escuchas hagan un esfuerzo de síntesis.
10
Este nombre, pues, es dado a hombres que, revestidos del Espíritu, en forma
permanente o también en forma pasajera, tienen una misión determinada de edificar
en la fe al pueblo elegido.
Estos también son llamados siervos y, ante todo, los patriarcas; es decir,
aquellos que han recibido de parte de Dios la misión, y custodian con fidelidad la
promesa del pueblo; así : Abraham (Gn 26, 24), Isaac (Gn 24, 14), Jacob (Ex 32,13);
siervo y muchas veces llamado mediador de la antigua alianza, Moisés (Ex 14, 31;
Nm 12, 7; Dt 34, 5; 1R 8, 56); el mismo título es atribuido a Josué, que guía al pueblo
en la tierra prometida (Js 24, 29) y, más tarde, a David tipo del rey mesiánico (2S 7,
8; 1R 8, 24ss).
C) Los sacerdotes
Pero aún hay algo más interesante por subrayar, al hablar del servicio en el
AT. El título de “siervos” dado a los profetas, a los reyes y a los sacerdotes, le
pertenece en primer lugar y con pleno título al pueblo elegido en su conjunto. Israel,
en efecto, en cuanto que ha recibido y vive la alianza, es llamado a comprometerse
11
Es, sobre todo, el “libro de la consolación” de las profecías de Isaías (caps. 40-
55) el que desarrolla el tema de Israel – siervo de Dios. El pueblo elegido, sin
embargo, desde los primeros tiempos es infiel a su vocación de siervo y es rebelde
(indócil) a los siervos que Dios suscita y manda (cfr. Dt 9, 24; Jr 7, 25). Israel es un
siervo perezoso, sordo y ciego, que ha rechazado el servicio de Dios y se prostituye
fácilmente sirviendo a los ídolos, falsos dioses, que no exigen y son más cómodos (Is
42, 18ss; etc.). Es el drama del pecado, de la infidelidad, del rechazo que recorre
toda la historia de Israel.
Jesús hace suya, en sentido pleno y total, la misión del Siervo; maestro manso
y humilde (Mt 11, 29), él está en medio de sus discípulos “como el que sirve” (Lc 22,
27). Siervo de Dios, “Cristo se ha hecho siervo de todos” (S. Policarpo).
“Es una imagen, ésta la del “Siervo”, que subraya la donación y la humildad
con la cual Jesús cumple su misión. Aplicándose a sí mismo esa imagen,
Jesús alude a los textos del profeta Isaías, que han celebrado al “Siervo del
Señor”, personaje misterioso, amado y predilecto por Dios que lo quiere a su
disposición para realizar la liberación de Israel y del mundo, y lo constituye
profeta para enseñar, alianza para reunir a su pueblo, sacrificio para expiar y
redimir. Y así, el Siervo de Dios llega a ser en la obediencia, en la humillación
y en el dolor, el Siervo del hombre y de su redención”. (CEI 26).
Son, sobre todo, los Sinópticos los que presentando los momentos clave de la
vida y de la misión de Cristo, por ejemplo, el bautismo en el Jordán, la transfiguración
sobre el monte y la muerte en la Cruz, nos presentan a Jesús como el Hijo-Siervo, en
el cual Dios manifiesta, con el don del Espíritu Santo, sus complacencias (cfr. Mc 9,
2ss; Mt 17, 1ss; Lc 9, 28ss), viendo en él el cumplimiento de las profecías sobre el
Siervo, muy especialmente contenidas en el libro de Isaías, y anunciando los tiempos
nuevos que él ha venido a inaugurar.
Sus actitudes y acciones, entre los que sobresalen todos los milagros, no son
solamente revelación de su divinidad, sino también son “signos” concretos de amor,
de compasión hacia el hombre afligido por la enfermedad, la invalidez, la marginación
de la sociedad, herido en su más íntima realidad por el pecado. Todas sus acciones
están dirigidas a la liberación integral del hombre, son un indicador concreto de su
profunda solidaridad que él tiene con los que sufren; “medico del cuerpo y del
espíritu”, según la conocida expresión de S. Ireneo; él es el Siervo que “ha cargado
con nuestros sufrimientos” y “ha soportado nuestros dolores” (Is 53, 4). En esta
perspectiva también aparece Jesús como el “Pastor” bueno que busca las ovejas
perdidas y dispersas (cfr. Mt 18, 12-24), cura a las heridas, las recoge y las defiende,
las conoce y las ama hasta dar la vida por ellas (cfr. Jn 10, 3).
Que Jesús sea el “Ministro” de la palabra, de la caridad y del culto “en Espíritu
y en Verdad”, ese es uno de los puntos esenciales e irrenunciables de la revelación
cristiana; más aún, Jesús es el único sumo sacerdote y cabeza de la Iglesia para
transmitir a los hombres la salvación realizada en la Cruz, para interceder por ellos
junto al Padre a fin de que sean santificados por el Espíritu, para habilitarlos en los
diversos ministerios en la Iglesia, y así conducirlos a la vida eterna de su Reino.
Se trata de todas las formas con las que la Iglesia prolonga en el mundo y por
el mundo la misión profética de Cristo: escuchando, anunciando y testificando ante
los hombres la palabra que viene de Dios y que de Dios le viene su poder y eficacia.
Es un servicio que es simultáneamente acto de glorificación de Dios y acontecimiento
salvífico para los hombres.
16
“Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa
de su Hijo Amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio
resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo en los
fieles la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de
Cristo” (cfr. Col 3, 16) (DV 8).
Este ministerio de la caridad toca en primer lugar a los “Pastores”, que son los
primeros e insustituibles animadores y guías del pueblo de Dios. Ejerciendo las
funciones de Cristo Cabeza y Pastor, ellos reúnen y presiden la familia de Dios con
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Por este ministerio se les confiere una potestad espiritual, que exactamente les
es concedida para la edificación de la comunidad. En este sentido su ministerio es el
más alto y profundo de la caridad que se realiza en la Iglesia; los laicos también
están obligados en virtud de su vocación y por el compromiso que les corresponde de
la animación cristiana en el orden temporal (cfr. AA 7-8).
El testimonio del NT acerca de los ministerios se puede decir que: cada libro
es, a su modo, un acto ministerial. En el caso de las epístolas este acto es evidente:
un fundador de una iglesia o un hombre ligado directamente al grupo apostólico y
responsable ante esa iglesia ejerce su ministerio por escrito. Lo mismo sucede con la
redacción de los Evangelios, que consignan las tradiciones de la predicación oral de
Jesús. La composición se atribuirá a unos apóstoles (Mateo y Juan) o a compañeros
de los apóstoles en su ministerio (Marcos y Lucas).
c) Ministros auxiliares.
- Los siete (Hch 6, 3; 21, 8).
- Los diáconos (Flp 1, 1; 1Tm 3, 8-13).
- Los jóvenes (Hch 5, 6; 1P 5, 5;Hch 5, 10).
- Todos los fieles, a los que se les llamaba santos (Hch 3, 32-41; etc.).
Con esta realidad ministerial de base, aunque como ya se dijo no se pueda individuar
exactamente cada una de las funciones; de todas maneras, es cierto que las
funciones presidenciales de dirección y de gobierno de la comunidad no pueden
21
(El Papa) y con los otros miembros del Colegio episcopal, a quien se le reconoce una
especialísima asistencia del Espíritu Santo (cfr. LG 24ss; CD 11ss).
a) Ministerios instituidos
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Estos ministerios son realizados por aquellos fieles que, sin ninguna
investidura de la Iglesia y de la Jerarquía en particular, con buena voluntad y en dócil
obediencia al Espíritu que dona sus carismas a los fieles, ya militen en alguna
asociación piadosa, ya en algún otro movimiento apostólico, o en ninguno, están
comprometidos en la animación del orden temporal y en la misión eclesial, para la
edificación del pueblo de Dios, en las varias formas de servicio o apostolado, de la
caridad, de la asistencia a los pobres, a los enfermos, a los marginados, como
24
Después de todo este desarrollo que hemos hecho ya podremos entender que
los principales ministerios en la Iglesia son de institución divina y que se necesita un
llamado muy especial a través de la jerarquía de la Iglesia y ella misma los habilita
para ejercer tan singular ministerio. Estos ministerios Dios los ha establecido (1Co
12, 28); o Cristo (Ef 4, 7-11).
La diversidad de los ministerios se atribuye al mismo Señor (1Co. 12, 5). Dicho
de otro modo: el hecho ministerial no es en la Iglesia una realidad puramente
humana, es un don de Dios, que por su Hijo y el Espíritu se edifica a la Iglesia. Estos
ministerios pertenecen a las realidades de la salvación.
Sin duda que ya toda esta riqueza de ministerios, y muy especialmente los
instituidos, los extraordinarios y los no instituidos proponen una cierta problemática y
abren muchas perspectivas particulares, que esperamos las trataremos en los
capítulos siguientes.
En las iglesias del Asia Menor aparece la figura del obispo con anterioridad a
las iglesias de Corinto y de Filipos. Si los “ángeles”, a quienes escribe san Juan en el
Apocalipsis, son los que gobiernan las Iglesias de Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira,
Sardes, Filadelfia y Laodicea, diríamos que en Asia Menor la madurez para el
gobierno monárquico de los obispos aparece más claramente y con anterioridad a
otras Iglesias.
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“Es necesario, pues, que también vosotros los diáconos actuéis así, porque,
encontrándose en la necesidad de entregar aun la vida por el hermano, en el
ejercicio de su ministerio, debéis darla..... Así como el Señor del cielo y de la
tierra se ha hecho nuestro servidor y ha sufrido pacientemente toda suerte de
dolores por nosotros, cuánto más deberemos hacer nosotros por nuestros
hermanos, que somos sus imitadores y hemos recibido la misión misma de
Cristo” (Did. Apost. II. 31, 1).
Son bien conocidos los ministerios de los ministros Ordenados: el obispo, que
tiene la plenitud, el de presbítero que ha recibido el sacerdocio de segundo grado y el
de los diáconos. El Concilio ha sintetizado así el ministro del diácono: “Es oficio
propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar
solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y
bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada
Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y la oración de los
fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura.
Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración...” (LG 29).
Junto a los tres ministerios de carácter institucional (1Co 12, 28: apóstoles,
profetas y doctores), encontramos una lista de múltiples dones (“carismata”), estos
dones no están en oposición a los “servicios”, sino más bien en relación paralela con
ellos. No es fácil distinguir, especialmente en las Iglesias orientales entre carismas y
órdenes ministeriales, a veces vemos que a las diaconizas se les confunde con los
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En la Iglesia latina por debajo del diácono, hasta el Vaticano II, las órdenes
menores eran cinco: el Subdiaconado (considerado orden mayor sólo a partir del S.
XII), el Acolitado, el Exorcistado, Lectorado y el Ostiariado. El subdiaconado lo
encontramos ya en la obra de Hipólito de Roma, la Traditio Apostólica (ca. 215). Las
órdenes menores junto con el subdiaconado se consideraban obligatorias en el
documento llamado Statuta Ecclesiae Antiqua del S. V, al presentar el cursus
completo de la Iglesia Romana antigua.
Con el documento llamado “Ministeria Quaedam” del Papa Pablo VI, del 15 de
agosto de 1972, se revisa la disciplina “concerniente a la tonsura, las órdenes
menores y el subdiaconado” en la Iglesia latina y dice “los ministerios que deben ser
mantenidos en toda la Iglesia latina, adaptándolos a las necesidades actuales, son
dos, a saber: el del lector y el del acólito. Las funciones desempeñadas hasta ahora
por el subdiácono quedan confiadas al lector y al acólito; deja de existir, por tanto, en
la Iglesia latina el orden mayor del subdiaconado. No obsta, sin embargo, el que, en
algunos sitios, a juicio de las Conferencias Episcopales, el acólito pueda ser llamado
también subdiácono” (MQ IV).
pan consagrado), en una pequeña bolsa apta para ello. Por eso en la ordenación se
les daba esta bolsa. Según Mabillon, “los acólitos solían llevar sus bolsas en la misa
pontifical, para recoger en ellas las oblaciones consagradas, tanto las que se rompían
en la comunión de los fieles como las que se enviaban a las iglesias o “títulos” con el
nombre de “fermento””. Es el oficio que san Justino atribuye a los diáconos en su
Apología I: que llevan la Eucaristía a los ausentes. (Mabillon, In Ord. Rom.
commentarius praevius c. 16). Es obvio que ahora, el ministerio del acólito se ha
enriquecido con la reforma del Vaticano II.
Hoy, después de la reforma del Vaticano II, los ministerios instituidos son dos y
se refieren al Libro y al Altar; el Lectorado y el Acolitado. Esos son conferidos no sólo
a los candidatos al presbiterado, sino que pueden ser confiados también a “aquellos
laicos elegidos por Dios que son llamados por el Obispo para que se entreguen por
completo a las tareas apostólicas, y trabajan en el campo del Señor con fruto
abundante” (LG 41).
“La experiencia que algunas iglesias locales han vivido durante estos últimos
años nos lleva a una nueva reflexión sobre los ministerios confiados a los laicos. Tal
reflexión no puede prescindir de un examen atento sobre la verdadera naturaleza, en
general, del “ministerio” eclesial y en particular de la especificidad eclesial de los
laicos, sobre todo de su condición “secular”. No hay que olvidar que la misma palabra
“ministerio” es utilizada a veces en un sentido más o menos amplio” (Lineamenta,
n.415).
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Son tres textos (el IM sobre los medios de comunicación social, NA sobre las
Religiones no cristianas, y DE sobre la libertad religiosa) que no hacen alguna
alusión. Los temas que pueden agrupar las numerosas referencias conciliares (más
de un centenar) son:
“Por eso conviene que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la
diócesis en torno al obispo... persuadidos de que la principal manifestación de
la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo
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Todos los misterios y todas las tareas pastorales están unidas con la
Eucaristía, dice el documento sobre el ministerio de los presbíteros:
“Ahora bien, los otros sacramentos, así como todos los ministerios
eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la
Eucaristía y a ella se ordenan” (PO 5; aquí se vuelve a citar a Santo Tomás,
cfr. Nota 15).
Los doce estaban en aquel cenáculo recibiendo el cáliz que Cristo les ofrecía;
pero en ellos estábamos todos nosotros, todos los que, hasta el fin del mundo,
habían de creer en Jesucristo, Hijo de Dios. “Haced esto en memoria mía”, dijo
Jesús. Y los Apóstoles recogieron este precioso Testamento, que luego transmitieron
a la Iglesia, como fuente perenne de vida, de gracia y de perdón.
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A) LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA.
El señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que
había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el
transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor. Para
dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles
partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y
resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndoles
entonces sacerdotes del Nuevo Testamento.
Los tres evangelios sinópticos y san Pablo nos han transmitido el relato de la
institución de la Eucaristía; por su parte, san Juan relata las palabras de Jesús en la
sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía: Cristo
se designa a sí mismo como el pan de vida bajado del cielo.
“El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras ‘hasta que Él
venga’ (1Co 11, 26), no exige solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo.
Requiere la celebración litúrgica por los apóstoles y sus sucesores del memorial de
Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión junto al
Padre.
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Era sobre todo “el primer día de la semana”, es decir, el domingo, día de la
resurrección de Jesús, cuando los cristianos se reunían para “partir el pan” (Hch 20,
7). Desde entonces hasta nuestros días la celebración de la Eucaristía se ha
perpetuado de suerte que hoy la encontramos por todas partes en la Iglesia, con la
misma estructura fundamental. Sigue siendo el centro de la vida de la Iglesia.
“Cristo Jesús que murió, resucitó, que esta a la derecha de Dios e intercede
por nosotros (Rm 8, 34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia: en su
Palabra, en la oración de su Iglesia, “allí donde dos o tres estén reunidos en mi
nombre” (Mt 18-20), en los pobres, en los enfermos, los presos, en los Sacramentos
de los que él es el autor, en el sacrificio de la Misa y en la persona del ministro. Pero,
“sobre todo (está presente), bajo las especies eucarísticas”.
C) BANQUETE PASCUAL
“Te pedimos humildemente, Dios todo poderoso, que esta ofrenda sea llevada
a tu presencia hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos
recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar,
seamos colmados de gracia y bendición”. (Canon Romano).
“Tomad y comed todos de él”: la comunión.
Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía que los fieles, con las debidas
disposiciones, comulguen cuando participan de la misa. Se recomienda
especialmente la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después
de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor.
establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. “La comunión tiene
una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies.
Ya que en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta el signo del
banquete eucarístico”. Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales (CUI
1382-1390).
Del primero, ya hemos puesto un texto bastante claro del Papa Pablo VI como
una respuesta tanto a los antiguos como a los modernos que volvieron sobre lo
mismo. El otro extremo (también éste no siempre se ha podido evitar tanto en la
antigüedad como en nuestros tiempos), se ha aislado demasiado la presencia real de
Cristo de su clima natural del sacrificio y de la comunión, mientras que solamente
dentro de su ambiente tal presencia se realiza, y produce sus óptimos frutos. Se
trata, pues, de un principio elemental de metodología y de práctica al tener siempre
presente: estudiando la doctrina de la gracia, por ejemplo, no se puede uno contentar
únicamente con la definición que da el Concilio de Trento, y luego decir esta es la
teología de la gracia. El Ritual de la comunión fuera de la Misa dice:
La Eucaristía fue instituida por Jesús mismo con los signos del pan y del vino.
Él ha escogido estos signos y no otros, como lo podía hacer, esto nos revela su
precisa voluntad, pone en la luz meridiana el fin preciso e inmediato que él quería: el
banquete y con él la COMUNIÓN. El sacrificio encuentra en la comunión su natural
consumación. La ley normal, obvia y elemental para todos, es que la Eucaristía ha
sido instituida para ser ofrecida y finalmente comida, tiende intrínsecamente a la
Comunión, por la misma voluntad de Dios.
altar, sino hacia el sagrario de donde promana una gloria que abarca todo el altar
mayor. Y si ya antes había adoración y respeto, ahora es mucho más y con
solemnidad.
- Más adelante y será el Papa Clemente XII en 1731, con ocasión de las
Cuarenta horas, dice que debe de ser distinto el altar de la reserva y que está
prohibido celebrar la Misa en el altar de la exposición. El Ritual ya citado dice:
“El lugar para reservar la sagrada Eucaristía debe de ser muy digno, conviene
además que sea propicio para la adoración y oración privadas... Esto puede
lograrse mejor si se dispone de una capilla separada de la nave central del
templo...
Guárdese la sagrada Eucaristía en un tabernáculo sólido, no transparente. De
ordinario en cada templo haya un solo tabernáculo, colocado sobre el altar...
fuera del altar, pero en una capilla aparte del templo realmente digna y
destacada.
La llave del tabernáculo en el que se guarda la Eucaristía, debe de ser
diligentemente custodiada por el sacerdote encargado... o bien, por el ministro
extraordinario al que se le dio la facultad de distribuir la sagrada comunión.
Hágase notar la presencia de la santísima Eucaristía en el tabernáculo, por
medio de conopeo o de otro modo apropiado... una lámpara de aceite o cera,
como un signo del honor que se debe al Señor” (RSCCEFM 9-11).
Las procesiones
La Exposición Prolongada
No hay que hacer mezclas híbridas de liturgia y piedad popular. El Papa Pablo
VI en su exhortación Apostólica “Marialis Cultus” dice:
“Sin embargo, es un error, que perdura todavía (Atamen non sine errore est,
quod pro dolor adhuc alicubi...) por desgracia en algunas partes, recitar el
Rosario durante la acción litúrgica” (MC 48).
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El cuerpo del hombre llega a ser objeto de investigaciones, uno de los campos
de tantos objetos que la ciencia moderna investiga por el solo placer, para atender la
finalidad del conocimiento científico.
Pensamos que lo que está en juego es la integridad del enfermo, custodiar aún
su cuerpo, guardar su cuerpo, luchar contra la usurpación que ya no le deja ser más
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él, que no sea más un mero objeto de estudio y de experimentos de los médicos. El
Enfermo es desposeído de su cuerpo sistemáticamente:
Pero esta “cosificación” del cuerpo del enfermo va aún más lejos: el enfermo
ha sido privado de su cuerpo de una forma sistemática. Querremos decir esto: hoy el
hombre, el enfermo, no puede más gobernar su cuerpo y todas sus manifestaciones:
el dolor psíquico, la tensión, la angustia, este rol se lo ha tomado la empresa.
¿El enfermo qué dice? El es un ser que vive un déficit. Es una persona que
está inmóvil de todas sus actividades. Un separado, un desclasado, un ser fuera de
45
la sociedad, un ser inútil, totalmente dependiente, uno que ha perdido todos sus
derechos. Aunque él se ponga todas las cuestiones que quiera, pero él ya no puede
hacer nada por sí. Física y psicológicamente casi terminado. Esquemáticamente
podemos resumir así el camino efectivo, humano, espiritual y cristiano del enfermo:
- crisis de su comunicación consigo (o rechazo de su cuerpo);
- crisis de la comunicación con los otros (o período de aislamiento-soledad);
- crisis de comunicación con el mundo o abandono de querer luchar;
- crisis de comunicación con la comunidad (la Iglesia) o crisis de la
participación;
- crisis de la comunicación con Dios o crisis de fe (madurez de la fe).
Y esos enfermos quizá aún tienen quien los atienda, pero y, ¿los más pobres,
los abandonados, los que francamente ni ayuda humana ni aún espiritual? Se
mueren y no reciben de nadie una ayuda. A estos enfermos les sale sobrando todo,
no tienen nada ni a nadie. Viven y mueren como animales.
indiferente, neutro. Dios, en Israel, ha asumido la historia del hombre y del mundo,
por eso ahora esta historia es una historia de vida, de amor y esperanza.
Israel pone su fe en Dios que está presente en su vida, hace historia con el
pueblo elegido, Dios se ha comprometido con su pueblo. El se compromete tanto en
la vida como en la muerte. Pero el que falla es el pueblo. Frecuentemente rechaza la
acogida de Dios. El pueblo de Dios se enferma, castigado por Dios a causa de la
multitud de transgresiones, de pecados. El profeta Isaías presenta las enfermedades
como signo de un mal mucho más profundo: “¡Ay, gente pecadora, pueblo tarado de
culpa, semilla de malvados, hijos de perdición! Han dejado a Yahveh, han
despreciado al Santo de Israel, se han vuelto de espaldas. ¿En dónde golpearos ya,
si seguís contumaces? La cabeza toda está enferma, toda entraña doliente. De la
planta del pie a la cabeza no hay en él cosa sana: golpes, magulladuras y heridas
frescas, ni cerradas, ni vendadas, ni ablandada con aceite” (IS 1, 4-6).
¿Habrá una esperanza para este pueblo? Sí. La esperanza renace, Dios
intervendrá en favor de su pueblo, él limpiará sus llagas, el curará los golpes de su
cuerpo (cfr. Is 30, 26; Jr 30, 17). Los períodos de restauración expresan la
instauración de un reino de justicia. Los períodos de esclavitud, por su brutalidad,
conduce al pueblo a que se purifique, a que reavive la esperanza en el Mesías.
En el AT, Dios es el único que puede curar las enfermedades. La vida viene de
él y tiende solamente a él: “Yahveh da muerte y vida, hace bajar al sol y retornar” (1S
2, 6). Es él el que perdona todas las ofensas y cura todas las enfermedades (cfr. Sal
103; Dt 32, 39; Jb 5, 18). Igualmente si la medicina es una criatura de Dios, que
puede ayudar en el caso de la enfermedad, Dios es de todas maneras la única y
verdadera medicina (Si 38, 1-15). En pocas palabras, Dios en la Antigua Alianza, vive
en el corazón de su pueblo, le asegura la salud, la prosperidad y la vida.
En el NT, al encarnarse el Verbo Eterno, Dios está aún más cercano a todos.
El es el Emmanuel: Dios con nosotros. El ha asumido nuestra carne con todas sus
limitaciones, salvo el pecado. Pero el hombre en el momento de la enfermedad no
acepta su cuerpo y se refugia quizá en el espíritu: esta es una constatación pastoral
de una grande importancia. La experiencia entre los enfermos nos lleva a la
conclusión siguiente: Cristo no existe para los enfermos, él es el Maestro de todo,
que sabe lo que hace, pero el Dios – hombre. El Dios encarnado; la persona de
Jesús es raramente invocada por los enfermos. Los Enfermos frecuentemente
rechazan integrar su vida en la del Verbo encarnado. El acontecimiento del Dios
hecho hombre, es decir, un dios a nuestra dimensión humana, a él se le escapa, y
por eso también, él difícilmente llega a integrar su cuerpo, toda su vida, sus
sufrimientos y su muerte en el ministerio de la salud personal.
Conviene hacer resaltar que hay allí una suerte de continuidad entre la
tradición evangélica, la de los Hechos y la del Apóstol Santiago. Esta continuidad no
es fortuita. Ella comporta, al contrario, profundas significaciones. Es siempre la obra,
de Dios, que vemos en Cristo, y con el mismo sentido: anuncio de los tiempos
nuevos, afirmación del poder del Verbo hecho carne, la gloria pascual, la nueva
creación.
Y a partir de aquí, todas las iniciativas serán pocas para ganar de un “distribuir
comuniones” a una “celebración de la fe” comunitaria en la muerte-resurrección de
Cristo. “Puesto que los enfermos están impedidos para celebrar la Eucaristía con el
49
resto de la comunidad, las visitas más importantes son aquellas en que la persona
enferma recibe la sagrada comunión. Cuando recibe el Cuerpo y la Sangre de Cristo,
la persona enferma se une sacramentalmente con el Señor y también con la
comunidad eucarística, de quien está alejada por la enfermedad” (CPE 51).
A) LA COMUNIÓN FRECUENTE
B) LA COMUNIÓN EN DOMINGO
En nuestras parroquias hay familias que tienen en casa algún enfermo que
participaba asiduamente a la celebración dominical. Es el caso también de personas
ingresadas en hospitales, clínicas o residencia de ancianos e imposibilitados. Estas
personas son visitadas y atendidas o por sacerdotes o por ministros extraordinarios
de la comunión. Y si reciben la Sagrada Comunión entre los días de la semana, sería
mucho más significativo y provechoso que se hiciera también en domingo, el día del
Señor, como signo de que la comunidad no les olvida y ha rezado por ellos. Es
preciso notar y significar la vinculación entre la comunidad que el domingo celebra la
Eucaristía y la persona impedida que recibe la comunión. La comunión distribuida a
los enfermos no es sólo un acto de devoción personal, sino la unión de los fieles con
el sacrificio pascual, el día en que Cristo venció a la muerte; y la comunión entre los
miembros de la comunidad cristiana.
“Con todo:
a) El Jueves Santo se puede distribuir la comunión solamente dentro
de la misa; pero a los enfermos se les puede llevar la eucaristía a cualquier
hora del día;
b) El Viernes Santo se puede distribuir la sagrada comunión
únicamente dentro de la celebración de la Pasión del Señor; pero a los
50
D) EL VIÁTICO
El enfermo, pues, ora. Pero también se necesita que la comunidad ore por él.
La oración de intercesión expresa la conciencia de solidaridad fraterna y es creadora
de la misma. Es la respuesta de los hombres al Dios que quiere un pueblo de
51
hermanos. Esta oración ha estado siempre presente en la vida tanto de las personas
creyentes como de las comunidades cristianas y de la Iglesia. La Iglesia ora por los
enfermos en la Eucaristía, la Liturgia de las Horas, la celebración de los sacramentos
y muy especialmente en el sacramento de los enfermos.
Mucha gente, no siempre, está junto a los que sufren en la familia, los amigos,
el personal sanitario, el personal voluntario. Pero el acompañamiento de la Iglesia
tiene un objetivo y una finalidad precisos y que marcan la diferencia con otros
acompañamientos: “Favorecer el reencuentro con Cristo e iniciar al enfermo en la
experiencia viva de su amor liberador”.
La familia también cuenta, Jesús tuvo en cuenta a la madre: “Al verla, el Señor
tuvo compasión y le dijo: No llores” (Lc 7, 13). “Vete, que tu hijo vive” (Jn 4, 50). Hay
que pasar de una pastoral centrada únicamente en el enfermo, hay que llegar a la
pastoral que se ocupa también de la familia.
De todas partes se levantan voces que hacen una llamada urgente para
desarrollar una segunda evangelización. Esta no es posible si no se contemplan
todos los aspectos de la vida humana, incluidos los que se refieren a la enfermedad
física o mental, el dolor, el sufrimiento, la vejez y la misma muerte. Pero tampoco es
posible si en el interior de cada comunidad cristiana no se crea una dinámica, unas
actitudes y un estilo pastoral que esté al servicio de las personas, sobre todo, de las
más débiles y marginadas por la sociedad del bienestar. Estar enfermo, padecer una
enfermedad, ser viejo, formar parte de un colectivo marginal, no tiene la misma
resonancia en cada persona.
Nos cuesta trabajo aceptar que somos débiles y que necesitamos salud. Por
ello una evangelización sanante debe aprovechar la acción catequética y educadora
en la fe, la celebración litúrgica, la pastoral de la caridad y la misma dinámica de la
comunidad cristiana para acoger a los marginados, acompañar a los cansados,
fortalecer a los débiles, sostener a los enfermos mentales, confiar en los temerosos,
valorar a los sencillos, confrontar a los “seguros”, todo ello orientado a fortalecer los
aspectos sanos que poseen las personas, así como a estimularlas a ser portadoras
de salud en los círculos en que se mueven. Todo esto debe tener ante sus ojos a
Jesús que vino a levantar a los caídos, sostener al que se está cayendo, sanar a los
enfermos y hasta dar la vida por todos. Así toda la comunidad y todos los cristianos
deben de tener la capacidad para hacerse cargo de sus miembros enfermos y de sus
familias. Jesús se hace presente allí donde la vida aparece más amenazada,
deteriorada, malograda y aniquilada. A partir de su acción liberadora y sanadora y en
el interior de esta acción, anuncia el Reino de Dios (cfr. Mt 9, 35; Lc 6, 16; 10, 8-9; Mc
16, 18-20). Si queremos continuar la misión de Jesús, hemos de redescubrir la fuerza
terapéutica, liberadora y sanante que encierra la acción evangelizadora cuando está
inspirada y dinamizada por el Espíritu de Jesús.
54
Todos los Concilios en la historia de la Iglesia han sido una reflexión sobre la
Iglesia y su fidelidad a Cristo, su Fundador y al mundo que tiene que salvar. El
Vaticano II particularmente ha tenido en sus 16 documentos una eclesiología
renovada, para actualizar la acción de la Iglesia en el mundo actual y futuro. Con esa
eclesiología de comunión y con el reconocimiento del sacerdocio común de los fieles,
ha subrayado las premisas de carácter teológico para un retorno a la antigua práctica
eclesial de los ministerios laicales en el ámbito de la liturgia. Así, ha terminado
aquella época en la que los fieles eran mudos espectadores, se ha superado aquella
especie de marginación litúrgica de los laicos, que había terminado por clericalizar la
liturgia y, al mismo tiempo, se han puesto las bases para una valerosa empresa de la
participación ministerial de los laicos en la liturgia.
son puestos bajo la forma de ministerios en los cuales también los laicos pueden ser
instituidos. Ya no son consideradas como etapas intermedias para llegar a las
Ordenes mayores. Son expresiones concretas del sacerdocio común de los fieles.
Así, pues, son accesibles a los seglares hombres y mujeres. Además hay que tener
en cuenta que el ministerio del Lector y del Acólito no se reduce al espacio litúrgico,
sino que se extiende a la vida de la comunidad cristiana. Más aún, las Conferencias
Episcopales Nacional pueden exigir que se instituyan otras formas ministeriales para
cubrir aquellos sectores importantes y significativos de la vida eclesial. Los
ministerios son para la liturgia, pero no sólo para ella. Se refieren a la vida entera de
la comunidad.
Para ellos y en modo particular y fuerte, vale cuanto el Papa Pablo Vi afirma
en la exhortación Evangelli Nuntiandi a propósito de la evangelización, que debe
siempre ser animada por dos convicciones:
El ejercicio del ministerio, pues, debe caracterizarse por una clara eclesialidad
en la finalidad y en los contenidos.
A) MINISTERIOS ORDENADO
B) MINISTERIOS INSTITUIDOS
Esto ha llevado a una renovada atención hacia las funciones de los laicos en la
liturgia y en particular hacia su presidencia litúrgica en ausencia del sacerdote. Este
fue uno de los puntos fundamentales tratados en el Congreso de los presidentes y
secretarios de las Comisiones nacionales de liturgia, organizado por la Congregación
del Culto Divino en octubre de 1984. Sobre el tema se han realizado ya Reuniones
Regionales, y estudios en diversas revistas. Se trata de una presidencia de los laicos
en las celebraciones litúrgicas, y no en los ejercicios piadosos del pueblo cristiano. La
presidencia de los laicos en ausencia del sacerdote en las celebraciones litúrgicas.
a ) Durante la Misa
- Cuando el número de fieles quieren comulgar es muy grande y harían que
se prolongara demasiado la duración de la Misa.
- Cuando el sacerdote se encuentra impedido por alguna dificultad.
b ) Fuera de la Misa
- Cuando las distancias hacen difícil llevar la comunión y principalmente el
Viático, a los enfermos en peligro de muerte.
- Cuando el número de enfermos es muy grande, sobre todo en hospitales o
instituciones semejantes.
D) PERSONAS IDÓNEAS
Pueden ser:
- “ad actum”, para esta ocasión, con verdadera necesidad
- por un período determinado
- en caso de necesidad, en modo permanente
J) INSTITUCIÓN
K) DISTRIBUCIÓN LA COMUNIÓN
“Tengan presente los sacerdotes que tales facultades (concedidas a los laicos)
no los dispensan del deber de distribuir la Eucaristía a los fieles que
legítimamente la pidan, y en modo particular de llevarla y darla a los enfermos”
(IC VI)
Y el c. 921, 2 dice:
“Aunque hubieran recibido la Sagrada Comunión el mismo día, es muy
aconsejable que vuelvan a comulgar quienes lleguen a encontrarse el peligro
de muerte”
64
“El sacerdote que celebra la Santísima Eucaristía dos o tres veces el mismo
día, puede tomar algo antes de la segunda o tercera Misa, aunque no medie el
tiempo de una hora”.
Y como allá, también aquí, el que realiza este ministerio debe sentirse
comprometido a garantizar una preparación y un desarrollo de la adoración,
especialmente comunitaria, de tal manera que sea una verdadera y rica experiencia
de oración – adoración y responda. También a las indicaciones litúrgico pastorales.
Que no se verifiquen abusos. Que haya un verdadero respeto y amor grande a Cristo
sacramentado. Las indicaciones son bastante claras en el canon citado. Adelante
aparece el rito de la exposición y reserva.
65
“Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o
condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de
la caridad... Quedan, pues invitados y aún obligados todos los fieles cristianos
a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado”
(LG 40 y 42).
“Es, por ello, evidente que la fecundidad del apostolado seglar depende de la
unión vital de los seglares con Cristo” (AA 4)
comunicación de la misma vida de Cristo, sin la cual no sería posible con él ninguna
relación vital, esto se realiza en la divina liturgia. Dice el Papa actual:
Además de los cánones ya citados, quedan estos y otros más que podrían
citarse, pero nos parece que estos son los urgentes:
“Se debe administrar el Viático a los fieles que, por cualquier motivo, se hallen
en peligro de muerte... Aunque hubieran recibido la sagrada comunión el
mismo día... Mientras dure el peligro de muerte, es aconsejable administrar la
comunión varias veces...” (c 921 pp. 1-3).
“En las iglesias y oratorios en los que esté permitido tener reservada la
Santísima Eucaristía, se puede hacer la exposición tanto en el copón como
con la custodia, cumpliendo las normas prescritas en los libros litúrgicos” (c.
941 p. 1).
Por lo tanto, los fieles todos y, por eso, los mismos Ministros Extraordinarios
de la Sagrada Comunión eviten todo lo que pueda inducir a algún error cuando hacen
unciones piadosas con aceites que no están bendecidos por la Iglesia. No hay que
simular, no hay que engañar. No se hagan unciones.
NORMAS GENERALES
ALOCUCIÓN
EXAMEN
Sí, quiero.
El celebrante:
¿Te comprometes a desempeñar, con todo respeto, el encargo de dar la
sagrada comunión, que hoy se te confiere?
El o los elegido(s):
Sí, me(nos) comprometo(emos)
Hermanos muy amados, oremos con fe viva a Dios, nuestro Padre, para que
nuestro(s), hermano(s), que ha sido elegido(s) como ministros extraordinarios
de la sagrada comunión, reciba(n) abundantes gracias espirituales.
Dios Padre, maestro y guía de la gran familia de tus hijos, dígnate derramar tu
abundante bendición + sobre nuestro hermano (nuestros hermanos), para que,
al dar con fe, el alimento de la vida a los fieles, también sea confortado(s) con
este sacramento y tenga parte en el banquete celestial. Por Jesucristo Nuestro
Señor.
AMÉN.
LITURGIA DE LA EUCARISTÍA
Mientras tiene lugar la fracción del pan y la inmixtión, el que debe distribuir la
sagrada comunión se acerca al altar y se coloca delante del celebrante. Acabada la
invocación: Cordero de Dios, el sacerdote le bendice con estas palabras:
El Señor te bendiga +
Para distribuir ahora a tus hermanos
El Cuerpo de Cristo.
R. Amén.
Por estos motivos, aquellos que son instituidos en este ministerio no pueden y
no deben terminar su servicio en el momento litúrgico; están llamados a
comprometerse activamente también en otros sectores de la vida pastoral y participar
así en la misión de la Iglesia. De esta manera harán más amplia y eficaz su actividad
apostólica y su testimonio. Esto ayudará a evitar el peligro: del eficientismo inmediato
y del ritualismo, así también contribuirá a hacer crecer a la Iglesia en la fe y en la
caridad.
EL CUERPO DE CRISTO
AMÉN.
- Ritos de introducción
+ Saludo
La paz del Señor reine en esta casa y en todos los que en ella habitan.
R. Y También contigo.
Que esta agua bendita nos recuerde el bautismo que recibimos y renueve
nuestra fe en Cristo, que con su muerte y resurrección nos redimió.
- Rito Penitencial
- Liturgia de la Palabra
- Respuesta a la Palabra
- Preces
74
- Liturgia de la Comunión
+ Padre Nuestro
El ministro introduce la oración del Señor con éstas u otras palabras similares:
Todos dicen:
Padre Nuestro...
+ Comunión
+ Oración en silencio.
Se puede orar aquí en silencio brevemente.
R. Amén.
- Rito Conclusivo
+ Bendición
R. Amén.
R. Amén.
- Rito Introductorio
+ Antífona
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- Liturgia de la Comunión
+ Saludo
Al entrar en la habitación, el ministro puede recitar uno de los siguientes
saludos:
R. Y también contigo.
+ Padre Nuestro
Si las circunstancias lo permiten (por ejemplo, si no son muchas salas que hay
que visitar), es muy conveniente que el ministro guíe a los enfermos en la recitación
del Padre Nuestro. Puede hacerlo con éstas o semejantes palabras:
+ Comunión
- Rito Conclusivo
+ Oración conclusiva
Oremos
R. Amén.
Este rito abreviado se usa cuando hay que dar la comunión a varios enfermos
alojados en distintas habitaciones de un mismo edificio, como por ejemplo, a los
78
Luego el ministro acompañado, si parece oportuno, por una persona que lleve
una vela, se dirige hacia los enfermos y dice, ya sea una sola vez a todos los que se
encuentran en una misma habitación, o a cada uno en particular:
R. Amén.
Oremos.
Señor, Padre Santo, omnipotente y eterno Dios,
Te suplicamos confiadamente
Que el sagrado Cuerpo (la Sangre preciosa)
De Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
Sea para nuestro hermano (a) que acaba de recibir,
Un remedio sempiterno para el cuerpo y para el alma.
Por Cristo nuestro Señor.
R. Amén
Rito de despedida
En seguida, el ministro, invocando la bendición de Dios y signándose, dice:
79
R. Amén.
d) El Viático
Ritos iniciales
El ministro, con la indumentaria decorosa para este ministerio, se acerca al
enfermo y lo saluda cortésmente junto con todos los demás circunstantes,
valiéndose, si le parece, de la siguiente fórmula:
En seguida se dirige a los presentes con la siguiente monición o con otras más
adaptadas a las condiciones en que se halle el enfermo:
R. Amén.
O el siguiente:
Profesión bautismal
Señor, nuestro, que dijiste: “El que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene la vida eterna”, te rogamos por nuestro(a) hermano(a).
Te rogamos, Señor.
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Señor nuestro, que nos invitas a participar en tu reino, donde no hay ya dolor
ni fatiga, ni tristeza ni separación, te rogamos por nuestro(a) hermano(a).
Te rogamos, Señor.
Viático
R. Amén.
R. Amén.
Rito de despedida
Oremos.
82
R. Amén.
+ Exposición
+ Adoración
+ Reserva
Al final de la adoración:
El ministro se acerca al altar.
Se arrodilla y se entona un cántico eucarístico.
Si la exposición se hizo con la custodia, se inciensa.
Se pueden rezar algunas oraciones y se concluye con ésta:
Oremos.
Señor nuestro, Jesucristo,
que en este sacramento admirable
nos dejaste el memorial de tú pasión,
concédenos venerar de tal modo
los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre,
que experimentemos constantemente en nosotros
el fruto de tu redención.
Tú que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amén.
Muchos de los principios teológicos, aquí recordados, las normas y los mismos
ritos aquí expuestos, han sido tomados de los rituales actuales que contienen sus
prenotandos teológico-pastorales y de la Instrucción múltiple veces citada: Immensae
Caritatis. De ahí volvemos a sacar estas últimas cuestiones complementarias:
Los MESC son facultados: para casos concretos, por un determinado tiempo o
en caso de necesidad en forma permanente (cfr. IC I). En esta diócesis de León,
todos son instituidos por un determinado período de tiempo, a no ser que el Ordinario
del lugar determine algunos casos especiales; por lo tanto, al concluir el tiempo
señalado, el párroco presentará otros candidatos o se refrendará la credencial a los
anteriores.
podrá colaborar con la comunidad parroquial vecina, si así lo hubieren acordado los
párrocos y comunicado al Ordinario. Como es de suponerse, en los Congresos,
Asambleas Diocesanas y otros eventos, pueden todos ayudar a repartir la comunión,
sí los solicitan.
C) Vestido
Y cuando van a las casas, lo harán con su vestido normal pero digno.
D) Relicario
“Al llevar la eucaristía para administrar la comunión fuera del templo, se usará
el ‘relicario’ o algún otro recipiente cerrado”, (RSCCEM 20), u “otro objeto parecido”
(CPE 74). No se usará, pues, una simple cajita o un Pañuelito, ni se llevará en el
bolsillo del pantalón o en el bolso de las damas o tampoco en la cajuela del coche,
sino en el relicario pendiente del cuello.
Así, pues, como se tiene un relicario para las hostias, así se debe tener, para
los casos necesarios, un frasco decente que se cierre muy bien. No se llevará
mucho, basta una cucharada. Se administrará directamente del frasco o con una
cucharilla.
F) Tiempo de la Comunión
“Se ha de pedir a los que cuidan a la persona enferma que preparen una
mesa, cubierta con un mantel, sobre el cual se va a colocar el Santísimo Sacramento.
Se han de preparar también unas velas, en donde ésta es la costumbre, y una vasija
con agua bendita. Es una ocasión especial de alegría y así hay que hacerlo
comprender” (CPE 74; cfr. RSCCEM 19). Colocar también algunas flores.
“... Quienes se proponen recibir el cuerpo del Señor, deben acercarse a él con
conciencia limpia y con las disposiciones de un ánimo recto, para que puedan recibir
los frutos del sacramento pascual”.
Por esta razón la Iglesia dispone: “que nadie se debe acercar a la sagrada
eucaristía sin haberse previamente confesado, cuando es consciente de haber
cometido pecado mortal... Es conveniente que quienes acostumbran a comulgar
diaria o frecuentemente, se acerquen de cuando en cuando al sacramento de la
penitencia”. (RSCCEM 23).
K) El Viático
CONCLUSIÓN
CRISTO AYER,
HOY Y SIEMPRE
Martes Santo/1997.
87
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN 1
Siglas y Abreviaturas 3
Bibliografía 5