2 Corintios 10:4.
Las armas de nuestro combate, contienda, milicia, con que luchamos.
Las armas de nuestra estrategia = στρατεία – strateía; servicio militar, milicia.
La palabra estrategia deriva del latín strategĭa, que a su vez procede de dos términos
griegos: stratos (“ejército”) y agein (“conductor”, “guía”). Por lo tanto, el significado
primario de estrategia es el arte de dirigir las operaciones militares.
No son humanas, carnales o mundanas.
Sino que son de origen divino, poderosas, tienen la fuerza de Dios, son para su causa.
Para arrasar, destruir, derribar, deshacer fortalezas, fuerzas del mal, acusaciones,
argumentos, sofismas.
Como soldados de Dios necesitamos conocer a nuestro enemigo. Para poder enfrentarlo
es indispensable saber cómo opera el enemigo, saber sus tácticas, sus armas, su astucia.
Hay un gran peligro cuando ignoramos cuáles son las tácticas del enemigo, entonces
nuestra ignorancia se constituye para él en una gran ventaja a su favor, por eso nos dice el
apóstol “para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus
maquinaciones” (2 Corintios 2:11).
Las poderosas armas de Dios están disponibles para pelear contra las "fortalezas" de
Satanás. Pablo nos asegura que las poderosas armas de Dios son efectivas: oración, fe,
esperanza, amor, la Palabra de Dios, el Espíritu Santo (véase Eph_6:13-18). Estas armas
pueden destruir el argumento del orgullo humano que se levanta contra Dios y los muros
que Satanás construye para que la gente no encuentre al Señor. Pablo usó términos
militares para referirse a esta guerra contra el pecado y Satanás. Dios debe ser el
comandante en jefe, inclusive nuestros pensamientos deben someterse a su control si
vivimos para El.
Nuestra milicia, esto es, no batallamos «contra carne y sangre» (Eph_6:12), por lo que no
necesitamos armas. . . carnales, sino las que proporciona el poder de Dios. Su propósito es
lograr la destrucción de fortalezas (todo lo que se oponga a la voluntad de Dios). Aquí
Pablo se refiere específicamente a la batalla en la mente, librada contra las ideas y
actitudes arrogantes (que él denomina argumentos), y contra toda altivez (orgullo)
opuesta al verdadero conocimiento de Dios. La intención es llevar cautivo todo
pensamiento a la obediencia de Cristo.
El Apóstol responde utilizando extensamente una metáfora militar, afirmando que aunque
andamos en la carne (es decir, participa de la existencia humana normal, con todas sus
limitaciones), no militamos según la carne (es decir, empleando medios meramente
humanos y dudosos). Por el contrario, las armas de nuestra milicia no son carnales, sino
poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas. La palabra fortalezas es una alusión a
las torres o las murallas elevadas que se utilizaban en las batallas antiguas, pero aquí
significa argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios. La
imagen utilizada aquí es la de una fortaleza que es sitiada, y aquellos que se protegen tras
sus murallas son tomados cautivos. El propósito de Pablo no es sólo demoler falsos
argumentos, sino también llevar los pensamientos de las personas a someterse al señorío
de Cristo.
El Apóstol andaba en la carne, pero afirmó que no militaba “según la carne” Siempre
como el soldado de Cristo, Pablo se remontó como si en su mente y corazón saliera a la
batalla en contra de todo el que estaba en oposición a Dios y que rechazaba o
malinterpretaba a Jesucristo y su evangelio. Pablo se atrevió a decir: “las armas de nuestra
milicia… son… poderosas en Dios para… la destrucción de fortalezas. Destruimos los
argumentos… llevamos cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo” (vv. 4, 5a). Se
dice que los cristianos primitivos vivieron mejor, pensaron mejor y murieron mejor que los
enemigos del evangelio. Fue por esto que el cristianismo se esparció tan rápidamente y
eventualmente pudo más que el imperio romano. El reto es que nosotros hagamos lo
mismo.
Nosotros tenemos otras armas. Son eficaces, poderosas y logran algo. Derribarán las
fortalezas del mal, nos dice Pablo. Pero no hay respuesta en este pasaje a la pregunta:
“¿Qué armas son estas?”. El apóstol se ha referido a ellas en varios lugares en sus
epístolas. Las armas que tenemos a nuestra disposición son la verdad, el amor, las
Escrituras, la fe, la oración. El poder de la oración es algo que se nos muestra a lo largo de
todas las Escrituras. Se nos exhorta constantemente a exponer las situaciones en las que
nos encontramos a las oraciones del pueblo creyente, tanto a nivel individual como
corporativo, pidiendo en oración que Dios actúe y cambie las cosas. Una y otra vez la
crónica da testimonio de que los cristianos que oraban cambiaron drásticamente los
acontecimientos.
La Oración.
Es la actividad fundamental en la luchas, es un arma pero también es un medio por el cual
usamos las otras armas. Ef 6:12,18. “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino
contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este
siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes… orando en todo
tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia
y súplica por todos los santos;”
10 . 13 Este es uno de los ejemplos más claros en el AT de que ejércitos de demonios se
oponen a los propósitos de Dios, que las luchas terrenales a veces reflejan las que tienen
lugar en los cielos, y que el ayuno y la oración pueden influir en su resultado.
10.12, 13 A pesar de que Dios envió un mensajero a Daniel, un poderoso ser espiritual ("el
príncipe del reino de Persia") lo interceptó durante tres semanas. Daniel continuó orando
y ayunando fielmente, y el mensajero de Dios por fin llegó. Las respuestas a nuestras
oraciones pueden verse entorpecidas por obstáculos invisibles. No espere que las
respuestas de Dios lleguen con demasiada facilidad o rapidez. La oración puede ser
desafiada por fuerzas del mal, así que ore fervientemente y con regularidad. Luego espere
que Dios conteste en el momento oportuno.