Uriel Da Costa Espejo de Una Vida Humana - Compress
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Judíos,
Judíos, Protestantes, Inquisición: Uriel da Costa, Espejo
Costa, Espejo de una vida humana 1
Llegado a este punto, proyecté escribir un libro l6 en el que mostrase la justicia
de mi causa y, de un modo explícito, probara, a partir de la propia ley, la
90 vanidad de todo aquello que los fariseos siguen y observan, y la repugnancia
que, respecto de la ley de Moisés, tienen sus tradiciones e instituciones. Luego
de iniciada mi obra, llegué incluso (preciso es que todas las cosas, del mismo
modo en que acaecieron, sean, lisa y llanamente, narradas) a sumarme, con
resolución y firme decisión, a la opinión de quienes defienden como temporales
95 los premios y castigos de la vieja ley, y apenas si se preocupan de la otra vida ni
de la inmortalidad de las almas. Y me fortifiqué, sobre todas las demás, en la
convicción de que la ley de Moisés guarda total silencio al respecto 17, no
ofreciendo a observantes y transgresores sino premio o pena temporales.
Mucho se regocijaron mis enemigos cuando supieron que había llegado a tal
100 conclusión, considerando que les proporcionaba una amplia defensa ante los
cristianos18 por el solo hecho de ser éstos adeptos a la creencia en esa
inmortalidad del alma, en la que creen y reconocen, de acuerdo con la especial
fe que se funda en la ley del Evangelio, en la cual se hace mención expresa de
los eternos bien y suplicio. Guiados por esta intención, y para bloquear por
105 completo mi palabra y hacerme odioso entre los propios cristianos, antes que el
libro por mí escrito fuese enviado a la imprenta, editaron un libelo, obra de
cierto médico19, cuyo título era De Immortalitate Animarum. En ese libelo, el tal
médico me zahería exhaustivamente, haciéndome pasar por un discípulo de
Epicuro20 (por esa época juzgaba yo mal a Epicuro, y contra alguien a quien
110 jamás había visto ni oído, temeraria[109]mente arremetía, a partir de los inicuos
relatos de otros; luego, cuando hube conocido el juicio que de él tienen algunos
amantes de la verdad y cuál era su doctrina, me afligí de haber llamado loco e
insensato a un tal varón, acerca del cual no puedo, sin embargo, aún hoy, dar
mi juicio preciso, ya que sus escritos siguen siéndome desconocidos), que
115 negaba, en efecto, la inmortalidad de las almas y a quien poco faltaba para
negársela a Dios. Los hijos de esa gente, adoctrinados por los rabinos y por sus
propios padres, me seguían en bandadas por las plazas y, a grandes voces, me
maldecían y con toda clase de injurias me importunaban, gritándome hereje y
traidor. De vez en cuando, incluso, se congregaban ante mis ventanas, tiraban
120 piedras y nada dejaban de intentar para perturbarme de tal modo que ni
siquiera en mi propia casa pudiera estar tranquilo. Luego que aquel libro contra
mí fuera editado, me apresté, de inmediato, a la defensa, y escribí otro
opúsculo21 contra él, impugnando la inmortalidad con todas mis fuerzas, para
lo cual recurrí a otros de aquellos pasajes en que los fariseos disienten de
125 Moisés. Apenas vio este libro la luz, cuando se reunieron senadores y
magistrados judíos y presentaron acusación contra mí ante el magistrado
público, diciendo que, al escribir semejante libro, en el que se negaba la
inmortalidad del alma, no sólo los ofendía a ellos, sino que también conculcaba
la religión cristiana. A raíz de esta delación suya, fui a dar en la cárcel y, tras
130 pasar allí ocho o diez días, fui liberado bajo fianza: el juez me exigió una multa
y fui condenado finalmente a pagar trescientos florines y a la desposesión de los
libros22.
Luego de pasado el tiempo, como quiera que la experiencia y los años
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180 cervices. Advertíles que, en todo caso, no indicaran nada a los judíos en nombre
mío; y así me lo prometieron. Aquellos hombres malignos, con intención del
torpe lucro que esperaban recibir de inmediato a modo de agradecimiento,
fueron a contárselo a mis carísimos amigos los fariseos. De inmediato se
congregaron los príncipes de la Sinagoga, tronaron los rabinos y la turba
185 petulante gritó a grandes voces: crucifícalo, crucifícalo. Fui convocado al gran
consejo, me comunicaron qué era lo que tenían en mi contra, con voz sumisa y
triste, casi como si mi vida se hallase en juego, y, finalmente, sentenciaron que
yo debía, si era auténtico judío, aguardar su juicio y cumplir su sentencia, y que,
en caso contrario, quedaba nuevamente excomulgado. ¡Oh jueces egregios que
190 no lo sois sino para hacerme daño! Si realmente yo precisara de vuestro juicio
para que me librarais de alguna violencia e ileso me mantuvierais, no seríais ya
entonces jueces, sino los más viles de los siervos de un gobierno extranjero.
¿Cuál es ese juicio vuestro al que queréis que me someta? Fuéme entonces dada
lectura de un [112] escrito en el que se explicaba cómo, vestido de luto y
195 portando un cirio negro, debía entrar en la Sinagoga y vomitar ciertas palabras
por ellos dictadas, palabras deliberadamente infames, mediante las cuales
resonaran hasta el cielo las iniquidades por mí cometidas. Tras de lo cual debía
sufrir, en la Sinagoga, pública flagelación con látigo de cuero o palo,
extenderme luego sobre el suelo para que todos pasaran sobre mí y, finalmente,
200 guardar ayuno durante algunos días. Cuando me hubieron leído el decreto, me
ardieron las entrañas, y mi interior se desgarraba en una ira inextinguible;
reteniéndome, sin embargo, respondí, simplemente, que no podía cumplir tales
condiciones28. Una vez oída mi respuesta, decidieron excomulgarme
nuevamente, y, no contentos con esto, muchos de ellos me escupían al cruzarse
205 conmigo, cosa que también hacían sus hijos, por ellos adoctrinados; y si no fui
lapidado fue porque no entraba ello en su potestad. Duró esta lucha siete años,
durante los cuales sufrí lo indecible. Como se suele decir, luchaban contra mí
dos ejércitos; uno el del pueblo y otro el de mis parientes 29, que buscaban mi
ignominia para obtener venganza de mí. No pararon éstos hasta provocar mi
210 hundimiento. Dijéronse entre sí: nada hará a no ser coaccionado, debemos, pues,
coaccionarlo. Si caía enfermo, en soledad transcurría mi enfermedad. Que
cualquier nueva carga cayese sobre mí, era lo único que ellos esperaban. Si
proponía que algún juez de su propio medio resolviera nuestros pleitos, se
cerraban en banda. Intentar llevar tales negocios ante el magistrado, como traté
215 de hacerlo, era asunto muy ingrato. Largo era el camino a seguir por vía judicial,
ya que, además de muchas otras cargas, las dilaciones y retrasos le son
inherentes. Me dijeron reiteradamente: somos como padres para ti, no pienses
ni temas que podamos tratarte en modo infame. Dinos de una vez que estás ya
listo para cumplir todo cuanto te impongamos y deja el asunto en nuestras
220 manos, nosotros lo arreglaremos del modo más decente. A mí —lícito es tener
dudas sobre [113] esta cuestión —, tales sumisión y aceptación, obtenidas
mediante la violencia, me resultaban ignominiosas, pero para acabar de una vez
y comprobar el resultado con mis propios ojos, me sobrepuse a mí mismo,
dispuesto firmemente a aceptar y realizar todo lo que quisieran 30. Si me era
225 impuesto algo infamante y deshonroso, justificarían mi causa contra la suya y
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azotado por mandato de los jueces, valientes jueces, más bien los más abyectos
de los siervos son que verdaderos jueces. Con cuán grande dolor, considérese,
caí a los pies de tan enconados enemigos, de quienes tantas desdichas e injurias
275 he recibido, y me prosterné en tierra para ser por ellos hollado. Piénsese (lo que
es aún peor: milagro portentoso, [115] horrenda monstruosidad cuya visión
indigna horroriza e incita a huir de ella) que mis naturales y carnales hermanos,
hijos de los mismos padre y madre y educados conmigo en la misma casa,
hicieron todo de su parte para ponerme en semejante trance, olvidando hasta
280 qué punto me fueran siempre dilectos, con un amor en mí innato, y
olvidándose de los muchos beneficios que de mí recibieron a lo largo de mi vida,
como sola retribución me devolvieron ignominias, perjuicios, males,
indignidades y abominaciones que me da vergüenza contar 39.
Dicen, mis nunca suficientemente detestados enemigos, haberme
285 infligido con justicia tales penas para que nadie, en adelante, ose oponerse a sus
designios, ni escribir contra sus sabios 40. ¡Oh, los más pérfidos de los mortales y
padres de todo engaño! Con cuánta mayor razón podría yo infligiros penas
ejemplares para que no osárais, en adelante, tales actuaciones contra los
hombres amantes de la verdad, enemigos de fraudes, amigos por igual de todo
290 el género humano, del cual sois los comunes enemigos, puesto que a todas las
demás naciones las estimáis en menos de nada y entre las simples bestias las
contáis, mientras desvergonzadamente os atribuís en exclusiva el acceso al
cielo41, halagándoos a vosotros mismos con mentiras, cuando es así que nada
tenéis de lo que en verdad podáis gloriaros, a no ser tal vez que gloria sea para
295 vosotros el estar desterrados, de todos sometidos al desprecio y el odio, a causa
de vuestras ridículas y rebuscadas costumbres, mediante las cuales buscáis
separaros de los demás hombres 42. Puesto que si quisiérais gloriaros de vuestra
sencillez de vida y justicia, ¡ay de vosotros!, cuán inferiores a otros muchos
apareceríais con toda transparencia. Digo, pues, que hubiera podido con
300 justicia, si hubiera tenido las fuerzas necesarias, tomar venganza por los
gravísimos males y atrocísimas injurias con que me abrumaron y tras de las
cuales he llegado a detestar mi vida 43. ¿Quién, en efecto, que aprecie su honor
podría sostener de buen grado el curso de una vida ignominiosa? Y, como
alguien bien dijera, conviene al noble linaje vivir bien o morir honestamente.
305 Tanto más justa es mi causa que la suya, cuanto superior es la verdad a la
mentira. En fa[116]vor de la mentira luchan ellos, que toman hombres y hacen
de ellos esclavos: mientras que yo lucho por la verdad y la libertad natural de
los hombres, a quienes conviene en el más alto grado liberarse de falsas
supersticiones y vanísimos ritos 44, para llevar una vida que no sea indigna de
310 los hombres. Confieso que me hubieran ido mejor las cosas si guardando desde
el primer momento silencio y sabiendo lo que pasa en el mundo, hubiera
optado más bien por callar; conviene saber, en efecto, lo siguiente a quienes
comparten el trato de los hombres sin aceptar, como es de uso, ni la opresión de
la multitud ignorante ni la de los tiranos injustos: que aquel que da oídos a su
315 comodidad, trata de oprimir la verdad y, tendiendo insidias a los más débiles,
pisotea la justicia. Pero, tras haber descendido, como un incauto, a la arena
frente a ellos, bajo el engaño de una vana religión, más sabio es cumplir con
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gloria, o al menos morir sin el dolor que es compañero, para los hombres de
honor, de la torpe huida o la inepta sumisión. Suelen ellos alegar en su favor el
320 número. Tú, que eres uno, debes ceder frente a nosotros que somos muchos.
Amigos, ciertamente que es útil que uno ceda ante la muchedumbre, si no se
quiere ser despedazado. Pero no todo lo que es útil es, al mismo tiempo, her-
moso. No es, ciertamente, hermoso batirse ignominiosamente en retirada y
dejar insignias y estandartes en manos de los violentos e injustos. Debéis, pues,
325 reconocer que es virtud digna de alabanza resistir a los soberbios cuanto sea
posible, para evitar que, actuando con maldad y obteniendo utilidad de su
malicia, ensoberbezcan cada día más. Hermoso es, sin duda, y digno de un
hombre pío y generoso, ser débil con los débiles, oveja con las ovejas; pero
también estúpido, culpable de ignominia y reprehensión, revestirse de la
330 mansedumbre de la oveja, cuando se combate con leones. Pues, si se considera
la más hermosa entre las cosas combatir por la patria hasta la muerte, ya que la
Patria es algo nuestro, ¿por qué razón no habría de serlo combatir por el propio
honor, que es personalmente nuestro y sin el cual no podemos vivir
buenamente, a no ser que nos revolquemos en el inmundísimo fango del lucro,
335 como los más inmundos de los cerdos? Pero dicen mis abominables burladores,
asentando todo su derecho sobre la muchedumbre: ¿qué puedes tú, uno solo,
[117] frente a tantos? Confieso, y deploro, que vuestra muchedumbre me ha
abrumado; pero, a medida que oigo esos pensamientos y sermones vuestros,
más fuerte hierve la ira en mis entrañas y clama que 5 impío es actuar
340 piadosamente con los impíos, soberbios, contumaces y testarudos. Sólo dije una
cosa: me faltan las fuerzas45.
Bien sé que para despedazar mi nombre ante la inculta plebe, suelen mis
adversarios decir: ése no tiene religión alguna, no es judío, ni cristiano, ni
mahometano46. Cuida de lo que dices, fariseo; estás ciego y, a pesar de tu
345 abundante malicia, como un ciego golpeas. Te ruego que me digas: si yo
hubiera sido cristiano, ¿qué habrías dicho? Evidentemente, según tus palabras,
yo sería el más inmundo de los idólatras y acreedor, junto al doctor de los
cristianos, Jesús Nazareno, de las penas impuestas por el verdadero Dios, del
cual habría desertado. Si fuera mahometano, todo el mundo sabe de cuáles
350 honores me habrías colmado. Así pues, jamás podré escapar a tu lengua,
quedándome, por tanto, un solo refugio, postrarme a tus rodillas y besar tus
inmundos pies, me refiero a tus abominables y vergonzosas instituciones. Te
ruego ahora que me instruyas: ¿no irás a conocer alguna otra religión además
de aquellas que mencionaste, y de las cuales tienes a las dos últimas por
355 corruptas, por lo que las llamas no tanto religiones cuanto alejamiento de la
religión? Ya te estoy oyendo proclamar que una sola religión conoces, por el
momento, que sea verdadera y por cuyo medio puedan los hombres agradar a
Dios. Si, en efecto, todas las naciones, salvo los judíos (preciso es que vosotros
os separéis siempre de los demás47, para que no os mezcléis con la plebe y la
360 gente innoble) cumplen los siete preceptos que, según vosotros, Noé
cumpliera48, como tantos otros que existieron antes de Abraham, esto les
bastaría para salvarse. Así pues, hay, según vosotros mismos, otra religión en la
que puedo apoyarme, aun cuando proceda por mi origen de los judíos: os
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suplico, pues, que soportéis que me mezcle con la demás gente, o bien, si no
365 obtengo esta licencia de parte vuestra, la tomaré por cuenta propia. ¡Oh, ciego
fariseo, que olvidando la ley primera, que fue desde un principio y [118]
siempre será, sólo haces mención de otras leyes surgidas con posterioridad, y a
todas las cuales condenas salvo la tuya, acerca de la cual, sin embargo,
quiéraslo o no, otros juzgan de acuerdo con la recta razón, que es verdadera
370 norma de la ley natural49 aquella de la que andas olvidado y que gustosamente
quisieras enterrar para imponer sobre las cervices de los hombres tu
pesadísimo y detestabilísimo yugo y perturbar su sana mente y transformarlos
en parejos a los locos! Pero ya que estamos en ello, conviene recordar un poco, y
no callar completamente, las alabanzas de esta ley primera. Digo, pues, que esa
375 ley es común e innata para todos los hombres, por el hecho mismo de ser
hombres. Ella liga a todos entre sí con mutuo amor, es ajena a la división, la cual
es causa y origen de todo odio y de los mayores males. Ella, la maestra del bien
vivir, discierne lo justo de lo injusto, lo abominable de lo bello. Lo mejor que
haya en la Ley de Moisés, como en cualquier otra, está todo perfectamente
380 contenido en sí por la ley natural; y en la medida misma en que uno se aparte
de esta norma natural, se inicia la disputa, se produce la división de los
espíritus y no puede hallarse la calma. Y si uno se aparta mucho de ella, ¿quién
sabrá compilar los males y horrendas monstruosidades que toman en esta
bastardía su origen y sus secuelas? ¿Qué tiene de mejor la ley de Moisés, o
385 cualquier otra, que incumba a la sociedad humana, para que los hombres vivan
buenamente entre sí y entre sí estén acordes? Ciertamente, lo primero es honrar
a los padres, después, no apoderarse de los bienes ajenos, ya residan estos en la
vida o en el honor o en otros bienes útiles para la vida. ¿Cuál, pregunto, de estas
cosas no está contenida en sí por la ley natural y la recta norma ínsita en la
390 mente? Por naturaleza amamos a los hijos, y los hijos a los padres, el hermano al
hermano, el amigo al amigo. Por naturaleza queremos que todo lo nuestro esté
salvaguardado, y sentimos odio contra aquellos que disturban nuestra paz y
contra quienes tratan de quitarnos lo nuestro mediante fuerza o [119] fraudes.
De esta voluntad naturalmente nuestra se sigue con toda evidencia que no
395 debemos cometer aquello que en los otros condenamos. Si, en efecto,
condenamos a los otros cuando violan nuestras propiedades, nos condenamos
ya a nosotros mismos en el caso de que violemos las propiedades ajenas. Y aquí
tenemos ya, con suma sencillez, lo que constituye lo principal de cualquier ley 50.
En lo concerniente a la alimentación, abandonamos esto a los médicos; éstos, en
400 efecto, nos enseñan bastante adecuadamente qué alimento es saludable, cuál,
por el contrario, nocivo. Pero, en cuanto concierne a los demás ceremoniales,
ritos, estatutos, sacrificios, diezmos (insigne robo, mediante el cual el ocioso
goza del trabajo ajeno), ay, ay, lloremos por ello, puesto que en innumerables
laberintos hemos sido arrojados a causa de la malicia de los hombres. Los
405 verdaderos cristianos que se han dado cuenta de esto, son dignos de gran elogio,
por haber mandado todas esas cosas a paseo, reteniendo tan sólo aquéllas que
se refieren al vivir moralmente bueno. No vivimos bien cuando hacemos caso
de numerosas vanidades, sino que vivimos bien cuando vivimos de acuerdo
con la razón51. Dirá alguno que tanto en la ley mosáica como en la evangélica se
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Pero sólo sirven tales cosas mientras el niño es niño; tan pronto como abra, sin
embargo, los ojos de la mente, se reirá del engaño y ya no temerá al fantasma.
Igual de ridículos son vuestros planteamientos, sólo capaces de asustar a un
niño o a un estúpido; los demás, por el contrario, que conocen vuestras mañas,
460 se ríen de vosotros. Renuncio ahora a tratar acerca de la justicia de ese engaño,
ya que vosotros mismos, que tales cosas simuláis, tenéis entre las reglas de
vuestro derecho que no se puede hacer algo malo para conseguir algo bueno. A
no ser que no contéis entre los males el mentir en grave perjuicio de los demás,
dando ocasión de enloquecer a los débiles. Pues si hubiera en vosotros la
465 sombra sólo de una religión verdadera, o hubiera temor [de Dios] en vosotros,
fuera de duda está que deberíais inquietaros no poco, siendo así que habéis
expandido tales males sobre la faz de la tierra, tales conflictos excitado, tales
iniquidades e impiedades instaurado, hasta el punto de no haber dudado en
incitar impíamente a padres contra hijos e hijos contra padres. Sólo quisiera
470 preguntaros una cosa: si no es cierto que, al simular esas cosas contra la malicia
humana, para mantener a los hombres en el deber por medio de simulados
terrores, ya que de no ser así difícilmente saldríais victoriosos, no os vino a la
mente que érais iguales a los hombres repletos de malicia, puesto que nada
podéis hacer por el bien, nada que no sea perseguir eternamente el mal,
475 perjudicar a los demás y no ejercer con nadie la misericordia. Os estoy ya
viendo montar en cólera contra mí, que soy culpable de preguntaros tales cosas,
y a cada uno de los vuestros defender con denuedo la justicia de sus acciones.
Ninguno hay que no diga ser pío, misericordioso, amante de la verdad y la
justicia. Así pues, o bien mentís cuando tales cosas decís de vosotros mismos, o
480 bien acusáis falsamente la maldad de todos los hombres, a quienes con vuestros
fantasmas y ficticios terrores pretendéis curar, injuriadores de Dios, a quien
presentáis como cruelísimo carnicero y horrible torturador ante los ojos de los
hombres, injuriadores de los hombres, a quienes pretendéis presentar como
nacidos para una tan deplorable miseria, que parece como si aquella que
485 encuentran a lo largo de la vida no fuera ya bastante. [122] Pero, sea: reconozco
que grande es la maldad humana, y vosotros mismos me sois prueba de ello,
como quiera que sois de una extrema maldad, a falta de la cual no hubiérais
pretendido imaginar tales ficciones. Buscad remedios eficacísimos que, sin
producir mayores lesiones, expulsen esa enfermedad para siempre de todos los
490 hombres, y dejaos de fantasmas que sólo sobre niños y estúpidos tienen fuerza.
Y si tal enfermedad es en verdad incurable en el hombre, dejaos de mentiras y
no prometáis, ineptos médicos, una cura que no podéis prestar. Contentaos con
instaurar entre vosotros leyes justas y razonables, con laurear con premios a los
buenos e infligir a los malos la pena merecida; liberad a aquellos que padecen
495 constricción por parte de los violentos, que no tengan que gritar que no se hace
justicia sobre la tierra. Y que no hay quien arranque al débil de manos del más
fuerte. En verdad que si los hombres quisieran seguir la recta razón y vivir
según la naturaleza humana, todos mutuamente se amarían, todos
mutuamente se compadecerían. Cada uno, en la medida de sus posibilidades,
500 aliviaría la desdicha ajena o, al menos, nadie ofendería gratuitamente a su
prójimo. Todo lo que se haga contra esto, se hace contra la humana naturaleza;
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y mucho se hace en este sentido, puesto que los hombres han creado para sí
diversas leyes aborrecibles para la naturaleza y mútuamente se hostigan
haciéndose daño. Muchos hay que andan disfrazados y se fingen
505 extremadamente religiosos y engañan a los incautos con el envoltorio de la
religión, para, aprisionando a cuantos puedan, explotarlos. Puede con justeza
comparárselos al ladrón nocturno que insidiosamente ataca a quienes, vencidos
por el sueño, nada de tal sospechan. Estos suelen tener las siguientes palabras
en la boca: soy judío, soy cristiano, cree en mí, no te traicionaré, ¡Oh, bestias
510 malditas! Aquel que nada de todo eso dice y limítase a proclamarse hombre, es
mil veces mejor que vosotros. Así pues, si no queréis creer en él en tanto que
hombre, podéis guardaros de él; pero de vosotros, ¿quién podrá guardarse?, de
vosotros que, envueltos en el ficticio manto de la santidad, como nocturnal
ladrón, penetráis por los resquicios y miserablemente estranguláis a los
515 incautos y dormidos.
De una cosa entre muchas me admiro, y en verdad que es asom- [123]
brosa: cómo puedan hacer uso de tanta libertad los fariseos que actúan entre los
cristianos, hasta el punto de poder realizar juicios 55, y puedo, en verdad, decir
que si Jesús Nazareno, a quien los cristianos tanto veneran, predicara hoy en
520 Amsterdam y pluguiere a los fariseos azotarlo de nuevo a latigazos por haber
combatido sus tradiciones y señalado su hipocresía, podrían hacerlo con toda
libertad. Es ciertamente ignominioso esto, y algo intolerable en una ciudad libre
que declara proteger a los hombres en la libertad y la paz, y que, sin embargo,
no los protege de las injurias de los fariseos. Y cuando alguien no tiene ni
525 defensor ni vengador, nada tiene de asombroso que trate de defenderse por sí
mismo y de vengar las injurias recibidas. Aquí tenéis la verdadera historia de
mi vida; y el personaje que en este vanísimo teatro de la vida he interpretado a
lo largo de mi vanísima y siempre insegura vida ante vosotros lo exhibo. Juzgad
ahora rectamente, hijos de los hombres, y sin afecto alguno, libremente, emitid
530 un juicio verdadero. Es esto algo particularmente digno de los hombres que
realmente merecen ese nombre. Y si algo halláreis que os arrastre a la
conmiseración, reconoced la humana miseria y deploradla, puesto que de ella
misma sois partícipes. Para que nada falte, mi nombre, el cristiano que tuve en
Portugal, fue Gabriel da Costa. Entre los judíos, ojalá que nunca me hubiera
535 encontrado con ellos, ligeramente modificado, fui llamado Uriel56. [61]