Retiro Espiritual PRIMER SUBSIDIO
Retiro Espiritual PRIMER SUBSIDIO
Retiro Espiritual PRIMER SUBSIDIO
Preparación personal.
Primer subsidio
Introducción
SOBRE LA IMPORTANCIA DE HACER CAMINO.
Hay muchas formas de lanzarse al camino. Lo que es común a todas ellas es que, a la
vez que uno avanza por lugares externos, también va haciendo un itinerario interior .
El esfuerzo, el cansancio, el encuentro, la risa, el llanto, la reflexión, el silencio de largas
horas de marcha... todo ello favorece el que uno piense en su vida y en otras vidas. Si eres un
poco inquieto, el camino te invita a revisar tus prioridades, a pensar en qué es lo importante
de tu vida, y a conocerte un poco más a ti mismo, a los otros y –desde la fe– al Dios que
muchas veces late detrás de nuestras búsquedas. Incluso aunque no cuentes con ello, aunque
te plantees que únicamente vas a probarte físicamente, la realidad es que es muy humano el
volverse hacia dentro y tratar de entender. Quizás porque la vida no nos ofrece demasiados
espacios para frenar y profundizar en sus múltiples posibilidades. Por eso cuando estamos
en camino la oportunidad se vuelve pregunta, la pregunta se vuelve búsqueda, y así
uno se zambulle en un camino que le lleva a recorrer, por dentro, parajes que quizás
nunca había transitado.
DIA 2.
REFLEXIÓN DE LA MANAÑANA.
3. Yo mismo: Miedos.
REFLEXIÓN DE LA TARDE.
4. Yo mismo: Dolor.
DIA 3
REFLEXIÓN DE LA MAÑANA.
5. Yo mismo: Limitaciones.
REFLEXIÓN DE LA TARDE
6. Yo mismo: Capacidades.
Este material, te ofrece para cada día varios elementos:
1. Una cita bíblica relativa a la cuestión que se trata.
2. Una pequeña reflexión, tratando de sintonizar con lo que es la experiencia descrita.
3. Algunas preguntas.
4. Una oración o un poema en torno a lo leído y pensado ese día.
La idea, con todo esto, es que tú puedas dedicar un tiempo a pensar y pensar-te.
Busca algún espacio de silencio donde puedas estar contigo mismo.
Cárgate con preguntas, con humor, con una mirada capaz de volverse a ratos
hacia dentro, sin dejar de atender nunca a ese fuera cargado de colores,
personas, paisajes y trayectos.
Para ir dejando que durante el día se asomen a tu cabeza rostros, historias,
rasgos, aspectos de tu propia vida que tengan que ver con esa cuestión
propuesta...
Y con la idea de que al final del día puedas tomar tus propias notas para
recoger los ecos que deja lo vivido.
Hacer tu síntesis personal de acción de gracias, suplica o alabanza al Señor.
DIA 1.
REFLEXION DE LA MAÑANA:
POEMA – ORACIÓN
Sembrar
Alza la mano y siembra,
con un gesto impaciente,
en el surco, en el viento,
en la arena, en el mar... Sembrar, sembrar, sembrar,
infatigablemente: En mujer, surco o sueño,
sembrar, sembrar, sembrar... Yérguete ante la vida
con la fe de tu siembra;
siembra el amor y el odio,
y sonríe al pasar...
La arena del desierto
y el vientre de la hembra
bajo tu gesto próvido quieren fructificar... Desdichados de aquellos
que la vida maldijo,
que no soñaron nunca ni supieron amar...
Hay que sembrar un árbol, un ansia, un sueño, un hijo.
Porque la vida es eso: Sembrar, sembrar, sembrar
José Ángel Buesa
REFLEXIÓN DE LA TARDE.
POEMA – ORACIÓN
Sentir
Abre la puerta, no digas nada,
deja que entre el sol.
Deja de lado los contratiempos,
tanta fatalidad,
porque creo en ti cada mañana,
aunque a veces tú no creas nada.
Sentir Abre la puerta, no digas nada,
deja que entre el sol.
Deja de lado los contratiempos,
tanta fatalidad,
porque creo en ti cada mañana,
aunque a veces tú no creas nada.
Abre tus alas al pensamiento
y déjate llevar;
vive y disfruta cada momento
con toda intensidad,
porque creo en ti cada mañana,
aunque a veces tú no creas nada. Sentir que aún queda tiempo
para intentarlo, para cambiar tu destino.
Y tú, que vives tan ajeno,
nunca ves más allá
de un duro y largo invierno. Abre tus ojos a otras miradas
anchas como la mar.
Rompe silencios y barricadas,
cambia la realidad,
porque creo en ti cada mañana,
aunque a veces tú no creas nada.
Luz Casal
DIA 2.
REFLEXIÓN DE LA MANAÑANA.
3. Yo mismo: Miedos.
«Aquel día, al atardecer, les dice: “Pasemos a la otra orilla”. Dejando a la gente, se lo
llevaron en barca, como estaba; e iban otras barcas con él. En esto, se levantó una fuerte
borrasca, y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. Él estaba en
popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: “Maestro, ¿no te importa que
perezcamos?” Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: “¡Calla, enmudece!” El viento
se calmó, y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: “¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Aún no
tienen fe?”» (Mc 4,35-40).
El temor es parte de la vida. Tantas cosas pueden salir mal... Y el miedo a veces
paraliza. Cuánta gente ni siquiera se lanzará, por ejemplo, al camino, ante la
posibilidad de que algo salga mal: ¿Y si enfermo? ¿Y si no llego? ¿Y si me lesiono?
¿Y si no aguanto? ¿Y si no encajo con la gente con la que pienso ir? ¿Y si...? Y con los
miedos hay que hacer algo. No está mal tenerlos. En parte, puede ser hasta
prudente. Es más, me pueden llevar a ser cauto y atender algunas cosas que es
necesario cuidar. Por ejemplo, el miedo a la enfermedad, nos puede llevar a vida de
cuidado atento.
Hay temores que puedes afrontar, y otros que no. Hay algunos que te paralizan o te
llevan a estar a la defensiva, o incluso a tomar medidas preventivas para protegerte
de aquello que pueda ser amenazante. Contra otros no puedes hacer nada y. o deja s
que te anulen, o vives a pesar de ellos. Los miedos, a veces, me alertan para no
embarrarla o para no hacer barbaridades. ¿Caminar de noche, a oscuras, sin linterna
ni nada visible, por una carretera muy transitada? Quizá sea bueno tener miedo a
que te atropellen, o al menos a provocar un accidente –y, en consecuencia, no ser
insensato o, en todo caso, si no queda más remedio, ser muy cuidadoso.
Pero el caso es que todos tenemos, al menos en bastantes momentos, temores que
también forman parte de quienes somos: miedo al fracaso, al rechazo, a la soledad, a
algunas verdades que nos asustan; a arriesgar y perder; a no arriesgar y vivir a
medias; a apostar por una relación y no ser aceptados; a no apostar y perder la
oportunidad de una vida; a fallarles a los amigos; a que los amigos nos fallen; a la
muerte; a la vida mal vivida; a escoger un camino y equivocarnos; a no escoger
ninguno y terminar parado en cualquier recodo, con la vida un tanto atascada...
Cuando buceas en la propia vida, es más posible ponerles nombre a los propios
miedos. Es de las cosas que no son demasiado fáciles. Quizá porque requiere pensar
un poco y ser muy lúcido a la hora de responder. Sin embargo, también mis temores
forman parte de quien soy. Por eso es importante conocerme en esa faceta.
– ¿Cuáles son mis temores en este momento de la vida?
– ¿Y en otros tiempos? ¿Qué he temido? ¿Qué me ha asustado?
– Mirando al futuro, ¿algo me inquieta, me amenaza o podría
amenazarme?
– ¿Qué hago con todo eso que me asusta?
POEMA - ORACIÓN
Quien tenga miedo
Quien tenga miedo a andar, que no se suelte de la mano de su madre;
quien tenga miedo a caer, que permanezca sentado;
quien tenga miedo a escalar, que siga en el refugio;
quien tenga miedo a equivocarse de camino, que se quede en casa...
Pero quien haga todo eso ya no podrá ser hombre, porque lo propio del hombre es
arriesgarse.
Podrá decir que ama, pero no sabe amar,
porque amar es ser capaz de arriesgar por otros.
¡Ay! El dolor también es parte de la vida. Y quizá estos días lo hayas experimentado
así: físico, urgente, presente. Dolor de las plantas de los pies, rozando en el calzado a
cada movimiento brusco. Dolor por la fatiga, y en algunos momentos por no saber si
uno va a tener fuerzas para llegar –eso ocurre más cuando el camino se da mal. Pero
al final se llega.
El dolor nos va dejando huella. Nos van marcando los golpes pequeños y los
grandes. Las raspaduras, las rozaduras, las espinas o las plantas..., ésas desaparecen.
Otras heridas dejan huella (cicatrices, decimos). Hay dolores no tan físicos, pero
igualmente reales y que también dejan huella, aunque no siempre se vea. Es el dolor
por las heridas que la vida te inflige alguna vez; el dolor de un corazón golpeado, de
un fracaso inesperado, de un sueño roto... Una vez, durante un camino, con un
grupo de amigos, en una etapa en la que ya íbamos reventados y aún nos quedaban
muchos kilómetros, pasamos horas discutiendo en torno a la pregunta «¿Qué es
peor: este dolor físico o el mal de amores?». Los argumentos eran innumerables. Las
explicaciones, diversas, no sé si dependiendo de la propia historia o incluso de una
distinta sensibilidad por géneros (curiosamente, en aquel grupo todos los hombres
se inclinaban por señalar que el mal de amores es infinitamente peor, y todas las
mujeres decían que ni punto de comparación con aquel cansancio físico...).
El caso es que hay dolor en la vida. No hay que buscarlo. Por ejemplo, uno no va al
camino a sufrir, sino a disfrutar mucho de la experiencia, a aprender, a crecer, a
convivir... Pero asume que hay momentos en los que puede costar. Del mismo
modo, en la vida, no hay que andar persiguiendo las zozobras ni las tristezas, no hay
que buscar masoquistamente el dolor. Sólo que a veces la vida lo trae. A distintas
edades y por diversos motivos. Sufre el niño, tal vez cuando la infancia se tuerce.
Sufre el adolescente ante los conflictos en casa, ante la presión de los amigos, ante la
propia contradicción, que uno percibe, pero no sabe asumir. Sufre el joven buscando
su lugar y a su gente en el mundo. Sufre el adulto cuando la vida se va otoñando,
cuando la emoción da paso a la quietud, cuando los sueños aterrizan demasiado
bajo, cuando la vida se escapa. Sufre el anciano, tal vez, la soledad, el olvido, la
debilidad...
Y ante ello no podemos rendirnos. A veces habrá que poner los medios para
mitigarlo. Otras veces habrá que seguir caminando, sabiendo que ya pasará, que
uno se va haciendo fuerte, que también te acostumbras a algunas cosas. En
ocasiones tendrás que centrarte en restablecerte, y otras veces tendrás que optar por
seguir viviendo, sabiendo que el tiempo cura las heridas, aunque deje cicatrices.
Somos nuestra historia, con sus episodios difíciles, con sus horas oscuras, con sus
lágrimas tal vez ocultas, con sus recuerdos hirientes... Y es importante saber
reconciliarse con ello, con lo que uno vive y ha vivido. Sin quedar atrapado por los
fantasmas ante lo que nos ha dañado.
– ¿Cuáles son tus grandes heridas? Repasa hoy, si te ves con fuerzas y ganas, los
episodios tristes, los momentos duros, las historias torcidas. Piensa si están ya
cerradas o si todavía tienes que lidiar con ellas.
– Ante el dolor hacen falta dos actitudes: la disposición a luchar ante aquello que
podemos cambiar, y la aceptación de lo que nos desborda.
– ¿Cuáles son mis actitudes? ¿Cuáles mis reacciones? ¿Cuáles mis respuestas
ante lo que duele, hiere, incordia?
POEMA - ORACIÓN
En la brecha
¡Ah, desgraciado si el dolor te abate Si el cansancio tus miembros entumece! Haz como el
árbol seco: reverdece y como el germen enterrado: late Resurge, alienta, grita, anda, combate.
vibra, ondula, retruena, resplandece, Haz como el río con la lluvia: ¡crece! Y como el mar
contra la roca: ¡Bate! De la tormenta al iracundo empuje no has de balar como el cordero
triste, sino rugir, como la fiera ruge. ¡Levántate! ¡Revuélvete! ¡Resiste! Haz como el toro
acorralado: ¡Muge! O como el toro que no muge: ¡Embiste!
José de Diego
DIA 3
REFLEXIÓN DE LA MAÑANA.
5. Yo mismo: Limitaciones.
«Rogué al Señor que apartara de mí mis limitaciones. Y me contestó: “Te basta mi
gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”. Así que muy a gusto presu miré de mis
debilidades, para que se aloje en mí el poder de Cristo. Por eso estoy contento con
las debilidades, insolencias, necesidades, persecuciones y angustias por Cristo. Pues
cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12,9-10).
Es honesto ser también conscientes de la propia flaqueza: los egoísmos, las manías,
las intransigencias...
Hay que reconocer que, así como todos tenemos nuestras capacidades, también
tenemos nuestros defectos y limitaciones. Y que junto a las luces aparecen las
sombras. Aquello en lo que nos volvemos difíciles para nosotros mismos y para
otros. Y hay limitaciones en el camino... y en la vida (a veces las mismas, a veces con
acentos diferentes). Hay actitudes que no nos gustan en nosotros mismos. O hay que
reconocer, en ocasiones, que no podemos con todo lo que querríamos. En el camino
asoman muchas de nuestras mayores debilidades: el egoísmo, los desánimos, las
rendiciones prematuras, la búsqueda de culpables –que no hay– para lo que es,
simplemente, exigencia (lo que se hace cuesta arriba), el enfado contra uno mismo y
contra el mundo cuando la realidad se nos vuelve áspera, o el mal humor que se
contagia y desanima a cualquiera. Sí, somos humanos y, por tanto, imperfectos. Es
necesaria a veces una cierta lucidez y capacidad de autocrítica. No para perseguir
una perfección imposible, pero sí para no instalarnos en una indiferencia acrítica que
hiera a otros o que haga nuestras vidas mucho más grises.
¿Cómo hablar de esas sombras de nuestra vida? Serán a veces defectos, a veces
fallos, a veces sombras. Son manías, exigencias, dificultades para la relación o
actitudes que hieren a otros... (En el lenguaje religioso se habla de pecado –que no es
incumplir unas normas, sino algo un poco más hondo: dejar que crezca en la propia
vida aquello que la vuelve mucho más triste; aquello que le hiere a uno y a otros;
aquello que te impide vivir de veras, siendo la mejor persona que puedes ser (y
«mejor» evoca plenitud). Hay gente a la que este lenguaje ya le tira para atrás. Pues
no caigamos en esa trampa. La reflexión hoy es sobre las propias sombras...
– Esas formas de ser, de actuar, de comportarme y de valorar a las personas que me
hacen vivir de algún modo a medias.
– Esos rasgos, conductas, actitudes, que hacen peor la vida de los otros y, aunque no me
dé demasiada cuenta, también hacen más mediocre mi propia vida.
– Esas veces en que el egoísmo (la obsesión por lo propio) me impide ver a los que
caminan junto a mí.
– Así, sencillamente, sin tener que complicarlo mucho. Los defectos que quizá tendría
que trabajar para superar (así como hay otras cosas en las que lo que toca es aceptar
mis limitaciones, sin empeñarme en perfecciones irreales)
POEMA - ORACIÓN
Balada del mal genio.
Hay días en que siento una desgana de mí, de ti, de todo lo que insiste en creerse,
y me hallo solidariamente cretino, apto para que en mí vacilen los rencores y nada me parezca
un aceptable augurio.
Días en que abro el diario con el corazón en la boca como si aguardara de veras que mi
nombre fuera a aparecer en los avisos fúnebres seguido de la nómina de parientes y amigos y
de todo el indócil personal a mis órdenes.
Hay días que ni siquiera son oscuros, días en que pierdo el rastro de mi pena y resuelvo las
palabras cruzadas con una rabia hecha para otra ocasión;
digamos, por ejemplo, para noches de insomnio.
Días en que uno sabe que hace mucho era bueno; ¡bah...!
tal vez no hace tanto que salía la luna limpia como después de un jabón perfumado, y aquello
sí era auténtica melancolía, y no este malsano, dulce aburrimiento.
Bueno, esta balada sólo es para avisarte que en esos pocos días no me tomes en cuenta.
Mario Benedetti
REFLEXIÓN DE LA TARDE
6. Yo mismo: Capacidades.
«Existen carismas diversos, pero un mismo Espíritu; existen ministerios diversos, pero un
mismo Señor; existen actividades diversas, pero un mismo Dios que ejecuta todo en todos. Uno
por el Espíritu tiene el don de hablar con sabiduría; otro, según el mismo Espíritu, el hablar
con profundidad; otro ...» (1 Co 12,4-8).
Hay quien insiste mucho en que es importante eso de quererse a uno mismo. En
realidad, es una insistencia legítima y una actitud imprescindible, pues si uno anda
cargándose encima con reproches, desprecios e inseguridades, sin aprender a ver lo
bueno que hay en él, eso termina llevándole a vivir a medias. No hay nadie tan
equivocado como quien que dice: «Yo, es que no valgo nada...». Todos valemos un
mundo, sólo que quizás haya que descubrir en qué, dónde y cómo. Como la
adolescente que parece anulada por otra amiga más guapa, más brillante, de más
éxito... y sólo cuando se libera de esa sombra descubre su propio fulgor, su propia
hermosura –distinta pero real–, y aprende a reír con risa nueva y sincera.
En el camino puedes ir descubriendo muchos talentos. Dependiendo mucho de la
manera en que estés haciéndolo, pueden asomar unos u otros. En el camino
descubres a personas capaces de callar su propio dolor para animar a quien viene
más fatigado, más herido o más roto. Descubres a personas serviciales que, cuando
llegan a un sitio, piensan qué pueden necesitar los otros y enseguida se ofrecen a
buscarlo. Hay quien aporta alegría, quien aporta tenacidad, ilusión, capacidad
organizativa... Hay quien es risueño o quien, con su gracia para charlar, hace que los
kilómetros parezcan menos. Hay quien, en cambio, sabe escuchar y se convierte en
compañero necesario para muchas palabras que han de decirse. Hay quien sabe
empujar y exigir un poco, a sí mismo, y a otros. Hay quien ayuda a relajar en los
momentos de tensión. O quien sabe estar atento a los problemas que a veces pasan
desapercibidos.
Y no sólo en el camino; también en la vida, hay talentos, capacidades, carismas
personales. Aquello que uno puede aportar. Es un error pasarse la vida pensando en
lo que a uno le gustaría ser, sin darse tiempo para descubrir lo que uno es. «Yo, es
que quisiera cantar bien», dice uno que resulta que, cuando canta, berrea. Y quizá lo
que no aprende a valorar es su habilidad para hacer reír a los niños. Es un ejemplo
tonto, pero posiblemente fácil de entender. Todos tenemos talentos que están por
florecer. Todos tenemos capacidades que poner a funcionar en la propia vida y al
servicio de otros (algún día hablaremos de los otros). Todos tenemos carismas
propios, aquello en lo que somos buenos (¡ojo!, ser bueno no es ser perfecto ni el
mejor; es otra historia). Ésas son nuestras fortalezas. Y es necesario reconocerlas,
cuidarlas y dejarlas desarrollarse en nuestras vidas, porque son suelo firme desde el
que se construyen muchas cosas.
– Quizá puedas hoy pensar en tu vida, tanto en lo vivido en otros momentos, como en el
presente, y detenerte en tus capacidades.
– ¿En qué me siento especialmente capaz? («En nada» es una respuesta inválida, porque
es falsa).
– ¿Cuáles son mis talentos, mis puntos fuertes, mis carismas..., los valores que puedo
compartir o entregar a otras personas?
– ¿Qué aporto a los míos?
– ¿En qué me reconozco bueno?
POEMA – ORACIÓN
Que quien me cate se cure
Qué inutilidad es ser cualquier profesión discreta,
no quiero ser florecilla quitameriendas,
quiero ser quitadolores,
Santa Ladrona de Penas
ser misionera en el barrio,
ser monja de las tabernas,
ser dura con las beatas,
ser una aspirina inmensa,
–que quien me cate se cure–
rodando por los problemas.
Hacer circo en los conflictos,
limpiar llagas en las celdas,
proteger a los amantes imposibles,
mentir a la poesía secreta,
restañar las alegrías
y echar lejía donde el odio alberga.
Si consigo este trabajo, soy mucho más que poeta.
Gloria Fuertes