La Filosofía Medieval
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La Filosofía Medieval
Guadalajara
AGUSTÍN DE HIPONA
San Agustín es el principal representante de la Patrística y su obra
supone una admirable aproximación entre la filosofía platónica y la fe cristiana.
Históricamente la vida de San Agustín (354-430) coincide con la
decadencia del Imperio Romano de Occidente que quedó definitivamente
dividido a la muerte del emperador Teodosio en el Imperio de Occidente y el
Imperio de Oriente. Entre las causas de su caída podemos citar la amenaza
exterior de los pueblos bárbaros, el desmembramiento político, la crisis
económica, el descontento social y la anarquía militar. El hecho histórico más
importante es la privilegiada situación institucional en que queda el Cristianismo
a partir del siglo IV. El reconocimiento en el 313 de la libertad religiosa por
Constantino y Licinio pone al Cristianismo en situación de igualdad frente a las
otras religiones y es el paso previo a su transformación en religión oficial del
Imperio en virtud del Edicto de Tesalónica de 380. A partir de este momento,
con el emperador Teodosio, el Imperio se convierte en un Estado confesional:
la religión cristiana es impuesta por el poder a sus súbditos, se prohíbe el
paganismo, se clausura o destruye sus templos y se persigue la herejía. La
Iglesia llegó a constituir una sociedad particular dentro del Estado con
organización y bienes propios. Los últimos emperadores la favorecen e intentan
apoyarse en ella para dar cohesión al Estado, aunque desde luego no faltan los
conflictos internos manifestados en la proliferación de herejías.
Desde el punto de vista cultural la actividad científica decae notablemente
en favor del pensamiento religioso y de las controversias sobre los principales
dogmas del cristianismo (la Trinidad, la figura de Jesucristo, la Virgen María, el
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pecado original) y la lucha contra las herejías: arrianismo (el Hijo de Dios no es
igual al Padre), nestorianismo (niega la divinidad de Jesucristo), pelagianismo
(negó el pecado original y la necesidad de redención).
En lo filosófico destacan el neoplatonismo de Plotino y la Patrística. Se
conoce con el nombre de
Patrística a los primeros pensadores cristianos que vivieron entre los
siglos I al VI. Fueron obispos en su mayoría y su principal objetivo fue la
creación de una filosofía cristiana mediante una sistemática adaptación de la
filosofía griega. El pensamiento de la Patrística tiene los siguientes rasgos:
-Es dogmático: fija el contenido doctrinal y la ortodoxia religiosa de la
Iglesia.
-Es ocasional: aborda problemas teológicos puntuales en el momento en 3
que se presentan.
-Es apologético: defiende la ortodoxia religiosa frente a los ataques del
paganismo y las herejías internas.
-Es catequético: transmite y difunde la doctrina cristiana entre los no
creyentes.
3. Vida y Obras
Vida
Agustín nace en Tagaste, Numidia, en el 354 d.C., de padre pagano y
madre cristiana. Después de terminar en esta ciudad sus primeros estudios, se
traslada a Madaura y, más tarde, a Cartago para estudiar Letras y Retórica. En
esta etapa de su vida estaba poco interesado por el Cristianismo. A los 19 años
lee el Hortensio de Cicerón, y se despierta en él el interés por la sabiduría. La
pasión por el conocimiento le lleva al Maniqueísmo, una doctrina de moda en
su época que mezclaba religión y razón. Agustín abandona decepcionado esta
doctrina porque no encontraba las verdades prometidas. Más tarde, en el año
383, obtiene la cátedra de Retórica en Milán. Se mantiene escéptico ante la
imposibilidad de obtener ninguna certeza. De nuevo la lectura de Cicerón, ya
abandonado el maniqueísmo, le acercará al escepticismo de la Academia
nueva, hasta que escucha los sermones del obispo de Milán, Ambrosio, que le
impresionarán hondamente y le acercarán al Cristianismo. En este período
descubre también la filosofía neoplatónica y lee las Enéadas de Plotino.
Gracias a esta obra desea purificar sus costumbres, pero no logra resistirse a
sus pasiones y permanece fiel a la búsqueda del placer. De hecho, se separa
de su mujer y se une a otra. Leerá también a San Pablo, donde descubre que
el hombre no puede librarse del pecado sin la gracia de Jesucristo. Agustín se
interesa entonces por el Cristianismo y se convierte a esta religión a los 32
años. Se bautiza en el 387 d.C. y es ordenado sacerdote en el año 391. En el
396 llega a ser obispo de Hipona, donde vive hasta su muerte en el año 430.
En esta última etapa de su vida Agustín profundiza en su fe utilizando la
filosofía neoplatónica. Es una fusión entre religión (cristiana) y filosofía
(neoplatónica).
Obras
De Agustín de Hipona se conocen más de 200 cartas, 500 sermones y
300 tratados. Aparte, hay obras y textos que se han perdido.
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1. LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD
2. El conocimiento
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El conocimiento sensible: 5
El hombre tiene a su disposición en primer término cuanto el cuerpo a través de
los sentidos ha transmitido al alma acerca de los objetos las sensaciones y que
transforma inmediatamente esas sensaciones en imágenes de las cosas. Esta
esfera de informaciones que Agustín de Hipona no desprecia ni minusvalora es
la esfera del conocimiento sensible. Su objeto es los objetos externos que
dejan su huella en los órganos de los sentidos y provocan la ocasión de que el
alma genere activamente una imagen semejante al objeto exterior.
El conocimiento racional:
En la esfera del conocimiento racional cabe distinguir dos partes: 1) aquella,
inferior en la que la razón se ocupa del mundo sensible y temporal, a efectos
de obtener ciencia de él y de orientarse prácticamente en el mismo. 2) Aquella
otra, superior en la que la razón se ocupa de lo inteligible y eterno siendo su
meta la sabiduría, cuyo carácter nada tiene de práctico y todo de
contemplativo.
Así pues, cuando el hombre decide no salir al exterior, sino volverse hacia su
alma, no solo encuentra en ella imágenes y los recuerdos de las cosas, ve
también en sí mismo una capacidad de juzgarlas; esto es, de establecer entre
ellas juicios de comparación que indiquen la mayor o menor proximidad de
cada una a un modelo, regla, patrón o ideal que representa la perfección.
3. La teoría de la iluminación:
A la pregunta por el modo como el alma llega a tomar contacto con semejantes
ideales, Agustín de Hipona ofreció una respuesta que sirve en buena medida
para identificar las corrientes de inspiración agustiniana: la teoría de la
iluminación. Según metáfora tan antigua al menos como la República platónica
y que luego utilizo el neoplatonismo, la idea de bien suprema en el cosmos
inteligible, es como el Sol de aquel mundo: hace visibles los objetos inteligibles,
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a la manera como la luz solar hace visibles los sensibles. Dios a quien concibe
como aquella luz inteligible sin cuya intervención no le sería posible al hombre
acceder al conocimiento de objetos que manifiestamente, como intemporales
que son, transcienden su condición finita y temporal. La posibilidad de acceder
al conocimiento de los patrones eternos son arreglo a los cuales ha sido
diseñado el mundo no es otra pues que esta de que el alma los contemple en
una luz incorpórea especial. Así como el alma no puede iluminar por si misma
los objetos sensibles sino que precisa de un foco exterior que los alumbre así
tampoco puede en virtud de sus solas fuerzas hacer visibles para si los objetos
eternos teniendo que recibir la ilumina proveniente de la luz infinita de Dios.
El ejemplarismo: 6
La doctrina agustiniana de la iluminación debe ponerse en estrecha correlación
con el ejemplarismo. Podemos considerar como ejemplarismo la respuesta
agustiniana a un problema doble dejado por Platón: 1) El del carácter y la
ubicación del mundo de las ideas. Para San Agustín, las ideas, concebidas
como como ejemplares externos con arreglo a los cuales fue creado el mundo,
pasan a convertirse en arquetipos inteligibles existentes en Dios desde toda la
eternidad. Más concretamente en su Verbo, segunda persona, para un
cristiano, de la Trinidad a la que todo se remite. Luego, las ideas forman parte
desde siempre de la esencia misma de Dios. 2) El segundo problema es el de
la relación de las ideas con los entes sensibles que, según se dice,
«participan» de ellas. Con arreglo a esas ideas eternas, «coeternas» con su
propia inteligencia infinita, es como Dios ha creado el mundo. Si se pregunta,
ahora, qué relación guardan esos modelos ejemplares con las realidades
mundanas que las reflejan, la teoría del ejemplarismo alcanza su expresión
más convincente.
2. DIOS Y LA CREACIÓN
2. La prueba por el orden y la contingencia del mundo: «He aquí que existen el
cielo y la tierra, y claman que han sido hechos, porque se mudan y cambian»
(Agustín de Hipona: Confesiones, XI, 4, 6).
De entre todos los nombres y descripciones que podemos dar a Dios, hay una 7
que le corresponde especialmente bien. De hecho, Él mismo lo utilizó cuando
le dijo a Moisés: «yo soy el que soy». Agustín identifica a Dios con el ser, y ya
habíamos dicho que Agustín, en remota dependencia de Platón, entiende que
sólo es verdaderamente aquello que es inmutable. Así pues, Dios es el ser
mismo: Dios es el verdadero ser, toda vez que es el único en quien se cumple
máximamente la condición de absoluta inmutabilidad que es el rasgo
imprescindible del ser.
6. La Creación
Eso significa, naturalmente, que el curso entero de la historia del mundo tiene
que haber sido previsto y creado, para siempre, desde los orígenes mismos de
la realidad. De ese modo, la historia de la creación es la historia del desarrollo
de potencialidades que Dios fijó desde el mismo momento en que tomó su
decisión.
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Esas potencialidades fueron implantadas por Dios en la materia en el mismo
instante en que sacó a esta de la nada. La acción de Dios sobre la materia
caótica se concretó, por tanto, en la introducción en ella de las semillas del
futuro. Todos los seres han sido creados desde el origen, pero en forma de
gérmenes o semillas. Se siguen de aquí dos consecuencias:
Respecto del origen del alma había, en cierto modo, varias opciones
disponibles:
El creacionismo afirmaba que las almas son creadas por Dios a partir de la
nada y de un modo inmediato.
Por otro lado, ya hemos visto que el hombre está en el pecado, puesto que
Adán pecó originalmente y con él pecamos todos. El hombre, por tanto, se
encuentra en estado de caída y no podría, por sus solas fuerzas, arrancarse de
ese estado. Y aquí es donde interviene el concepto de la gracia: esto es, de
aquel auxilio de Dios que permite al hombre, con su ayuda, elevarse sobre sí
mismo y alcanzar su meta sobrenatural. En este sentido, San Agustín sostuvo 10
una postura constante y muy clara contra el pelagianismo: puesto que tiene
debilitada, por obra de la caída, la fuerza original de su libre albedrío, el ser
humano no tiene posibilidad alguna de alcanzar la salvación sin
intervención de la gracia divina. (El pelagianismo negaba la existencia del
pecado original, y consideraba que esa falta sólo habría afectado a Adán; por
tanto la humanidad nacía libre de culpa y una de las funciones del bautismo,
limpiar ese supuesto pecado, quedaba así sin sentido. Además, defendía que
la gracia no tenía ningún papel en la salvación, sólo era importante obrar bien
siguiendo el ejemplo de Jesús).
La ciudad de Dios (civitas Dei), que se rige por el principio del amor a Dios.
Es la ciudad formada por personas cuya voluntad busca a Dios y acata sus
leyes, es decir, personas que anteponen el amor a Dios al amor a sí mismos.
La ciudad del mundo (civitas terrena) se rige por el principio del amor a sí
mismo. En este caso, la ciudad está compuesta por personas cuya voluntad se
aleja de Dios y sigue las leyes terrenales, las leyes del cuerpo que impelen al
egoísmo, el dominio y al placer. Está formado, dice Agustín, por los que se
aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios.
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1. Fe y Razón
La llegada del aristotelismo a Occidente y la teoría averroísta de la doble
verdad habían impuesto a los pensadores cristianos la necesidad imperiosa de
replantear el problema de las relaciones entre Razón y Fe sobre bases distintas
a las del agustinismo. En este sentido, el intento protagonizado por Tomás de
Aquino es, seguramente, el más notable de cuantos ha producido el
pensamiento cristiano.
Contenidos de la Razón y de la Fe
Hemos hablado de los límites del conocimiento racional y de la adición de las
noticias de la fe cristiana. Esta distinción no debe, sin embargo, interpretarse
como si entre los contenidos de la Razón y los contenidos de la Fe no existiera
elemento alguno en común: existen contenidos de la Razón que no lo son en
absoluto de la Fe, y existen contenidos de la Fe que no lo son en absoluto de la
Razón, pero también existen verdades que pertenecen a ambos ámbitos. Por lo
que se refiere a sus contenidos, Fe y Razón delimitan dos conjuntos con una
zona de intersección. Por citar dos ejemplos solamente, a esta zona de
intersección pertenecen, a juicio de Aquino, la afirmación de que el mundo es
creado y la afirmación de que el alma humana es inmortal: el discurso racional
puede llegar al establecimiento de ambas afirmaciones, y ambas afirmaciones
son establecidas también por la fe cristiana.
La existencia de contenidos comunes a la Fe y a la Razón plantea algunas
cuestiones de notable interés. En primer lugar, qué sentido tiene la existencia
de tales contenidos comunes a ambas. Aquino justifica su existencia aduciendo
razones de carácter circunstancial y de carácter estructural:
circunstancialmente, es conveniente que ciertas verdades asequibles a la
Razón sean también impuestas por la autoridad de la Fe, ya que muchos
hombres carecen de tiempo y preparación filosófica y de no ser por la Fe, no
les sería posible acceder al conocimiento de las mismas; estructuralmente es
conveniente también, dada la posibilidad de error que amenaza
constantemente a la razón humana. En segundo lugar, la existencia de
verdades comunes a la Fe y a la Razón pone de manifiesto que la distinción
entre éstas es una distinción entre dos fuentes de conocimiento. Esto tiene su
importancia a la hora de distinguir la Teología de la Filosofía: una y otra se
distinguen primordialmente no por sus contenidos (puesto que algunos de ellos,
al menos, son comunes a ambas), sino por la forma de acceso a los mismos.
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El conocimiento intelectual
El último de los rasgos señalados -el entendimiento forma sus conceptos a
partir de la experiencia sensible- plantea el problema de cómo es posible pasar
de las representaciones sensibles a las representaciones intelectuales, a los
conceptos, ya que éstos poseen características radicalmente distintas de las de
aquellas. Veámoslo.
- Los conceptos se caracterizan por ser universales. Tomemos, por ejemplo, el
concepto de hombre y establezcamos la siguiente proposición: el hombre es un
animal inteligente y libre. Esta proposición no se refiere a ningún hombre en
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concreto y, sin embargo, es válida de todos los Seres humanos, de todos los
hombres. El concepto de hombre (como el concepto de árbol, como todos los
conceptos) es universal.
- Contrariamente a lo que ocurre con nuestros conceptos, nuestras
percepciones sensibles no son universales: nadie ha visto ni verá el Hombre o
el Arbol. Existen hombres concretos y árboles determinados, pero no existen ni
el Hombre ni el Arbol. (Platón, como señalábamos en el tema primero, pensaba
que sí existen el Hombre y el Arbol universales, pero muy pocos estarán de
acuerdo con Platón en este punto.) Nuestros sentidos nos ponen en contacto
con objetos individuales.
- El problema de la formación de los conceptos es, pues, el problema de cómo
se pasa de la individualidad de las percepciones sensibles a la universalidad de 16
los conceptos. Habrá que admitir que el entendimiento posee la capacidad de
extraer de algún modo los conceptos a partir de los datos suministrados por el
conocimiento sensible. Como es bien sabido, esta capacidad suele
denominarse capacidad abstractiva, y la actividad correspondiente,
abstracción.
- Por lo general, los filósofos que admiten que nuestro conocimiento comienza
con los sentidos admiten también la abstracción como proceso de formación de
los conceptos. Existen, sin embargo, notables diferencias entre unos filósofos y
otros en la explicación de este proceso. En la filosofía de Tomás de Aquino, la
abstracción se explica del siguiente modo:
A/ De acuerdo con lo que acabamos de decir, Aquino distingue en el
entendimiento una doble capacidad, una doble actividad: de una parte, el
entendimiento posee la capacidad abstractiva, es decir, la capacidad de
universalizar, de convertir en universales las representaciones sensibles
particulares; de otra parte, posee la capacidad de conocer universalmente. (El
funcionamiento de esta segunda capacidad depende obviamente del
funcionamiento de la primera: evidentemente, el entendimiento sólo podrá
conocer universalmente si es capaz de universalizar los datos de la experiencia
sensible.) Con una terminología tomada de Aristóteles y que resulta extraña a
los oídos actuales, Aquino denomina a estas capacidades, respectivamente,
entendimiento agente y entendimiento posible.
B/ Las percepciones sensibles -que constituyen obviamente el punto de partida
de todo el proceso dejan en la imaginación o memoria una imagen o
representación particular. (Nuevamente la terminología tomista nos resulta
extraña en este punto: puesto que denornina fantasía a la imaginación, a las
imágenes las denomina “fantasmas”.) La capacidad abstractiva o
entendimiento agente actúa sobre estas imágenes o fantasmas despojándolas
de sus elementos individuales y haciendo posible, de este modo, que se ejerza
la segunda capacidad del entendimiento (o entendimiento posible): el
conocimiento mediante la formación de conceptos universales.
C/ Aquino afirma que lo que el entendimiento conoce primaria y directamente
es el universal. El entendimiento solamente conoce a los seres en su
individualidad de un modo indirecto y secundario al desviar, por así decirlo, su
mirada hacia las imágenes particulares. El proceso es el siguiente:
supongamos que por allí camina hablando y gesticulando un individuo: a) los
sentidos perciben una figura de unas determinadas dimensiones, colores, etc.,
agitada de movimientos peculiares; b) esto se registra en la imaginación; c) el
entendimiento -en su función abstractiva- universaliza el contenido de esa
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3. La estructura de la realidad
Lo más importante y genuino de la metafísica tomista no procede de
Aristóteles, sino de una reflexión profunda sobre el concepto cristiano de
creación interpretada platónicamente como participación. Y se aprecia la
transcendencia filosófica de la doctrina cristiana de la creación comparándola
con la doctrina plotiniana de la emanación. La doctrina de la emanación
subraya la radical diferencia existente entre Dios y el resto de los seres. El
resto de los seres son contingentes, es decir, existen pero podrían no existir.
La contingencia de los seres creados hizo que Aquino reparara en una
distinción que cualquier persona cuidadosa hace al hablar de las cosas: la
distinción entre lo que las cosas son (esencia) y el hecho de que existan o no
(existencia). En efecto, las preguntas: ¿qué es un hombre? y ¿existen
hombres?, corresponden a dos aspectos distintos de la realidad: un hombre es
un animal racional (esencia) y es fácil de ver cómo esta definición no tiene
nada que ver con el hecho de que existan hombres o no: puede terminarse la
especie, no habrá hombres y, sin embargo, hombre seguirá siendo "animal
racional".
Aquino no se limitó a reparar en esta distinción conceptual entre la esencia y la
existencia, sino que la utilizó como pieza fundamental de su sistema A
continuación expondremos cómo incorpora esta distinción a su sistema
metafísico.
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4. Ética y Política
El concepto tomista de naturaleza humana
Aquino, continuando la tradición filosófica griega, se vuelve a un análisis de la
naturaleza humana. Las reflexiones de los griegos en tomo a la naturaleza
humana, como fuente de normas de conducta, habían puesto de manifiesto
que caben dos formas fundamentales de interpretar aquélla, dos formas que
cabe denominar concepción mecanicista y concepción finalista de la naturaleza
humana. En efecto, la pregunta por la naturaleza como norma de conducta
puede plantearse de dos maneras radicalmente distintas. Puede, en primer
lugar, formularse inquiriendo qué es lo que de hecho mueve a los hombres a
obrar: ésta fue la línea emprendida por los sofistas y recogida después por
Epicuro. Planteada de este modo la cuestión, una contestación adecuada es,
sin duda, que lo que de hecho mueve a los hombres es la consecución del
placer juntamente con el alejamiento del dolor. Esta orientación -basada en una
interpretación mecanicista de la naturaleza- da lugar a una ética de los móviles,
a una ética atenta en descubrir los móviles o impulsos que fácticamente
determinan la conducta humana. Pero la pregunta por la naturaleza humana
como fuente de normas de conducta puede formularse de otro modo,
inquiriendo cuál es el fin a cuyo cumplimiento está orientado el ser humano:
ésta fue la línea emprendida por Platón y desarrollada por Aristóteles. En este
caso no se trata de saber qué es lo que de hecho mueve al hombre a obrar
sino de descubrir dónde se hallan el perfeccionamiento y la plenitud humanas.
Esta orientación da lugar a una ética de los fines, a una ética cuyo concepto
fundamental es el de perfección o cumplimiento de las exigencias de la
naturaleza humana. Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, se adhiere a
esta concepción finalista, teleológica de la naturaleza.