Monografía - Jonathan Marin Cano - El Retorno de La Eclesiología Del Pueblo de Dios.
Monografía - Jonathan Marin Cano - El Retorno de La Eclesiología Del Pueblo de Dios.
Monografía - Jonathan Marin Cano - El Retorno de La Eclesiología Del Pueblo de Dios.
Autor:
Jonathan Marín Cano, S.I.
Autor:
Jonathan Marín Cano, S.I.
Monografía presentada para optar por el título de Magíster en Teología.
Director:
José Fernando Castrillón Restrepo, PhD.
2
“… Señor: perdóname por haberme acostumbrado
a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no.
Señor: perdóname por encender la luz
y olvidarme que ellos no pueden hacerlo.
Señor: yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no,
porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre.
Señor: perdóname por decirles “no sólo de pan vive el hombre”
y no luchar con todo para que rescaten su pan.
Señor: quiero quererlos por ellos y no por mí.
Señor: quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos.
Señor: quiero estar con ellos a la hora de la luz”.
Carlos Mugica (+ 1974).
3
4
Índice
Introducción………………………………………………………………………………..... 6.
Capítulo III: Ecclesia ad extra: aportes para la construcción del Pueblo de Dios en el
mundo
actual………………………………………………………………………………………… 80.
1. Una reforma de la praxis en los pueblos y desde los pueblos………………….…….. 81.
2. El desafío de la sinodalidad…………………………………………………………... 85.
3. Salir de la idea de una cultura eclesial……………………………………………….. 90.
4. Geopolítica de la liberación desde los pobres de los pueblos……...………………… 96.
5. Una agenda compleja de reformas desde la misericordia………….……………….. 105.
Bibliografía……………………………………………………………………...….……… 121.
5
Introducción
Mucho se ha escrito sobre lo que es o debería ser la pastoral de la Iglesia Católica a lo largo de
su historia. La convicción que moviliza un esfuerzo tan ingente tiene que ver con la conciencia,
más o menos clara, sobre lo que es considerada la misión más importante de la Iglesia: el anuncio
del Evangelio de Jesucristo. Esta conciencia eclesial ha estado presente en la comunidad cristiana
desde aquél llamado que la primera comunidad de los discípulos recibiera: “Vayan por todo el
mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación”1. Se trata, en todo caso, de una conciencia
que ha acompañado diversas etapas de la Iglesia a través de la historia. Por tanto, la historia de
la evangelización está signada por el tiempo, los diversos contextos, las influencias externas tanto
positivas como negativas, las realizaciones cargadas de ambigüedad propias de toda comunidad
humana. Al punto que, en algunas ocasiones, también la Iglesia ha utilizado el fin misionero
como una estrategia de colonización efectiva e, incluso, de violencia en nombre de Dios.
1
Marcos 16, 15; Mateo 28, 19-20; Lucas 24, 47-48.
6
condiciones inhumanas previamente descritas. Muchas de las iniciativas populares, en el interno
de la primera generación de la teología de la liberación, surgieron de un pensar concreto, de la
centralidad de la realidad en ese pensar y de las consecuencias que ese pensar traían para la praxis
eclesial. No será posible anunciar el Evangelio de Cristo sin anunciar la liberación de las
estructuras de pecado social que mantienen a las “masas” pobres en la pobreza y la violencia.
Con todo, algunos de los acercamientos originados en el pensamiento liberador ofrecieron
lecturas conflictivas e ideológicas a problemas complejos como la opresión, la explotación y el
imperialismo así como recursos o medios incipientes y, en ocasiones, descontextualizados de la
realidad cultural de nuestros pueblos.
Sin embargo, al interior de este pensar latinoamericano, surge una aproximación distinta que
mira como insuficientes algunos de los primeros ejercicios liberacionistas. Se trató de lo que se
ha venido a llamar posteriormente como teología del pueblo o teología de la liberación desde la
praxis cultural. Se trata de una apuesta teológica para la que no es sólo importante la realización
efectiva de unas ideas liberadoras desde la teología, o la centralidad de éstas al interior de un
corpus theologicum, sino su punto de partida. En efecto, la teología del pueblo surge a partir de
una praxis pastoral concreta originada en el seno de la Iglesia argentina en el inmediato
posconcilio hasta dar su fruto en Puebla y Aparecida. Esta praxis que se ha venido renovando en
la Iglesia argentina de modo preferente, pero también en numerosas Iglesias y colectivos
cristianos, originó un pensar liberador y renovó las fuentes de la pastoral eclesial generando un
auténtico círculo hermenéutico. Esta aproximación propone una eclesiología ad extra como
centro y fin de la pastoral eclesial. Este objetivo ha sido universalizado desde la llegada al solio
de Pedro de Francisco, un hijo de Argentina y de la teología del pueblo.
Para los teólogos del pueblo la misión de la Iglesia es el encarnarse y hacerse vida en la vida de
los pueblos de la tierra y de los pobres en los pueblos. Por lo tanto, la Iglesia no es una cultura,
aunque en su seno se realicen muchas culturas. Así mismo, la misión de la Iglesia no es exportar
un modelo cultural determinado -el tardomedieval, por ejemplo- aunque ella se realice y se
comunique en formas culturales que, en todo caso, no deben ser absolutizadas. Más en
profundidad, la pastoral de la Iglesia no es el cultivo de una imagen idealizada de la institución,
ni debe ya conformarse con un proselitismo que pone al centro la institución antes que el
Evangelio.
7
Como lo expresó Lucio Gera, padre de este pensamiento teológico popular, “pueblo, en
definitiva, es una realidad ética, que exige profundas actitudes morales. Por esto, de un modo sin
duda preferente, llamamos pueblo a la multitud de los pobres”2. Esto es así porque los pobres en
el pueblo, según este pensamiento, viven actitudes profundas que consolidan la mutua
pertenencia, la humildad, el trabajo en común y la solidaridad. Actitudes que, en definitiva, hacen
posible la construcción de comunidad. En este sentido, el pueblo no es necesariamente una nación
y, en el caso de un colectivo humano, éste necesita un sustrato ético y cultural para ser realmente
pueblo, communitas fratum.
En este horizonte, como lo ha recordado otro de los teólogos del pueblo Rafael Tello, la praxis
pastoral de la Iglesia “[…] implica, por consiguiente, un engendrar sentidos en la historia, un
“hacer” sentidos; como una siembra de valores ético-humanos en el seno de la historia a fin de
que los pueblos los fructifiquen”3. Es por ello que una pastoral popular pide una peculiar relación
Iglesia-Pueblo fuera de dogmatismos y elitismos de cualquier clase -incluidos los teológicos-. La
misión de la Iglesia no se expresa como dirigida solamente a los individuos, sino también a los
pueblos y desde ellos, que son comprendidos también como sujetos de la evangelización y de su
liberación, no sólo sus destinatarios.
En este sentido, ser pueblo no es sólo un hecho dado pues es, ante todo, una tarea. Es el desafío
que se contiene en el enunciado creo en la Iglesia. Sólo desde este ser pueblo, como centro de
una eclesiología ad extra, es posible pensar una política verdaderamente humana. Para la teología
del pueblo, la política es momento segundo, pues es resultado y fruto de las culturas que dan
sustento a los pueblos. Dicho momento político es correlativo a la voluntad común de muchos
“de estar unidos para la realización de un mismo bien común, en una totalidad capaz de
autodeterminarse y autoorganizarse, voluntad que surge […] de una común cultura […]”4. Una
política -incluso pastoral- surgida de una élite y no desde las bases del pueblo lesiona sus
intereses y es inhumana porque le da la espalda al ethos cultural del pueblo, que es, “el modo
como un grupo humano tiene organizada su propia conciencia y jerarquía de valores, y por
consiguiente, de aspiraciones”5. En el contexto de un mundo globalizado, es necesario mantener
2
Gera, “Pueblo, Religión del Pueblo e Iglesia”, 294.
3
Boasso, “¿Qué es la pastoral popular?”, 23-24.
4
Gera, “Pueblo, Religión del Pueblo e Iglesia”, 285.
5
Ibíd., 285; Ver también: Scannone, La teología del Pueblo, 44.
8
la tensión entre la identidad popular y la conciencia de una pertenencia universal, pues es común
encontrar “[…] universalismos e internacionalismos que tienden a diluir la consistencia nacional
de cada pueblo; y hay nacionalismos que erigen al propio pueblo en un falso universal”6.
En este sentido, esta monografía pretende evidenciar los alcances posibles de la eclesiología ad
extra propuesta por Francisco en Evangelii Gaudium en dependencia del pensamiento de la
teología del pueblo y en el horizonte de la reforma y reformas de la Iglesia. Este horizonte
propuesto por el pensar latinoamericano es la misión vivida en la perspectiva de ser pueblo, con
su correspondiente correlato, a través de procesos sinodales que propenden por la construcción
de comunidad. En el primer capítulo, de la mano de una lectura de las aproximaciones novedosas
al misterio de la Iglesia en Lumen Gentium y de su recepción en la primera generación de la
teología de la liberación, se evidenciará el alcance de la categoría Pueblo de Dios para la
autocomprensión de la Iglesia. Se verá además el oscurecimiento de dicha categoría por parte de
algunos movimientos dentro del magisterio romano posconciliar, así como la vida que dicha
categoría otorgó a la escuela argentina.
En el tercer capítulo, a modo de reflexión crítica, se expondrán los elementos principales de una
agenda de reformas para la Iglesia ad extra, propuesta en el anterior capítulo de la monografía.
Este capítulo desarrollará, en profundidad, los alcances de las apuestas tanto de la teología
argentina del pueblo, como de las propuestas pastorales del papa Francisco. Al finalizar el mismo,
y en el ámbito de las conclusiones, se propendrá por realizar una aplicación práxica de dichos
postulados en la realidad política y eclesial colombiana, junto a la conciencia de que no existen
6
Ibíd., 283.
9
recetas o planes universales, sino que es necesaria una lectura aterrizada y discernida de la
realidad del pueblo que peregrina en Colombia.
Finalmente, hay una convicción profunda que ha movilizado este trabajo monográfico y que se
desea hacer presente en esta introducción: el amor a la patria. La violencia en Colombia ha
arrancado a generaciones enteras de la posibilidad de una paz estable y de un desarrollo
verdaderamente humano. La última generación colombiana ha visto signada su vida por el miedo
y la violencia. En amplios márgenes de la sociedad colombiana la violencia se ha llevado a los
seres queridos y la pobreza, fruto de una inequidad profunda y del no acceso a reales
oportunidades, ha marcado sus días. Aunque en los últimos cinco años se ha vivido la esperanza
de la reconciliación a través de la narrativa de los Acuerdos de Paz con la guerrilla de las Farc,
la posibilidad de una paz duradera, constantemente se ve amenazada por el trauma de la violencia.
Una praxis pastoral de la Iglesia, en este momento del pueblo en Colombia, debería asumir como
retos la construcción de comunidad, la reconstrucción del tejido social, la contribución al
fortalecimiento de la democracia, la creación de una política humana que busque el bien común,
la necesidad de reconstruir un proyecto de nación, el desafío de una unidad bajo un horizonte
común. En este desafío, que se engloba en el deber moral de la paz, la Iglesia puede jugar un
papel relevante si es capaz de renunciar a todo metodologismo funcionalista, al moralismo o
eticismo reivindicacionista y al elitismo religioso. En suma, si es capaz de hacerse hacerse Pueblo
en el pueblo y desde el pueblo.
7
Alexander, Trauma: a Social Theory.
10
I. Evolución de la categoría Pueblo de Dios en el Concilio Vaticano II y la primera
generación de la Teología de la Liberación.
8
“[…] todo el conjunto de la cultura y hasta la organización del planeta. Dos guerras mundiales, el nacimiento, la
expansión y la posterior caída del marxismo, una serie de acontecimientos a escala mundial han marcado de forma
decisiva la conciencia de la humanidad. Hay nombres simbólicos, Auschwitz, Hiroshima, el “gulag”. Pero está
además la conquista espacial, los avances de la biogenética, la toma de conciencia del problema ecológico. Más
globalmente asistimos al “final de los grandes relatos”, a la descalificación de las visiones del mundo globalizantes,
cuyos efectos deshumanizadores ha experimentado duramente el siglo que se acaba” (Bourgeois; Sesboué; y Tihon,
Los signos de la Salvación, 387.).
9
Ibíd., 387.
10
Cady, Public theology and postsecular turn, 297.
11
Este resurgimiento de la religión en el espacio público no está libre de formas violentas y divisivas sobre las que
es necesario poner signos de alerta, como se ha visto en el caso Norte Americano. Cady al respecto afirma: “It is not
just that there is a greater recognition of religion’s public role, though that is certainly part of it; we have also
witnessed a notable resurgence of religion in public life, a resurgence that caught most scholars and analysts by
surprise. Forms of Islamic extremism have garnered the greatest attention; yet, across virtually all traditions and
regions religious actors and movements have emerged as significant political forces. These emergent voices invoke
religious sources of authority and identity to counter policies and practices, and sometimes the very legitimacy, of
11
El horizonte planteado por este cambio plantea un redescubrimiento de la Iglesia y de su papel
en el escenario mundial, social y cultural. Un tiempo, en todo caso, de profunda creatividad. En
este sentido, el Concilio Vaticano II fue culmen, por así decir, de este proceso cultural y social
de transformación porque allí se dieron cita no sólo la universal Iglesia representada en sus
pastores sino la pluralidad de visiones reconocidas, no ya como un aditivo sino como parte
constitutiva de sí misma, fruto de este contexto mundial. Pero el Concilio es también fuente, pues
sigue movilizando, aún hoy, el germen del cambio y la conversión de la comunidad eclesial en
un contexto mundializado y frente a los desafíos de una expresión religiosa con tintes de
fundamentalismo y violencia.
the secular state, politics and society. Religion is clearly public, political, and often dangerous and divisive”. (Ibíd.,
297).
12
Ibíd. Habría que citar importantes líderes de esta transformación en el siglo XIX. Por un lado, desde la renovación
litúrgica, la obra del benedictino de Solesmes, Próspero Guéranger (1805-1875) desde 1830. En el campo de la
dogmática, la idea del desarrollo del dogma, cuyo principal representante fue John Henry Newmann en 1845 con su
célebre obra titulada “Desenvolvimiento de la doctrina cristiana”. Ya en el siglo XX, habría que citar a M. D. Chenu,
I. Congar, H. De Lubac, J. Danielou, G. Philips, entre otros.
12
1. Una categoría revisitada por el Concilio Vaticano II. Antecedentes.
La categoría Pueblo de Dios, presente en la Sagrada Escritura y en la Tradición de los Padres de
la Iglesia, fue elegida por el Concilio Vaticano II con el fin de expresar el misterio de la Iglesia
en su dimensión histórica y colectiva. Como categoría tiene la virtud de expresar con fidelidad
la identidad de la Iglesia, su realidad mistérica y su realizarse en la historia de los pueblos y las
culturas del mundo. Antes de llegar a las consideraciones y conclusiones propias del evento
conciliar, se hace necesario preguntarse por las condiciones en que la idea de Pueblo de Dios
hizo arribo en la teología contemporánea.
En el escenario teológico y eclesiológico eslavo, este espíritu de renovación fue catalogado bajo
la expresión sobornost que, a juicio de I. Congar, inspiró una renovación de la Iglesia en
occidente en el horizonte de la idea de comunión14.
13
Parra, La Iglesia, 33.
14
Ibíd, 34. Parra cita a Y. Congar en su explicación de la Sobornost: “La sobornost es una teoría sobre las relaciones
(jurídicamente definibles) entre miembros de la Iglesia que ocupan grados o posiciones diversas; es una aplicación
en el plano eclesiológico de una visión antropológica que comprende toda una teología de la naturaleza humana, de
la imagen de Dios en el hombre, de la gracia. Realizar la imagen de Dios que es la finalidad profunda de la naturaleza
del hombre, es sobrepasar la oposición de las personas y de sus relaciones meramente externas y restaurar así la
unidad íntima de la naturaleza espiritual, lograr la ´unipluralidad´ que es el deseo profundo de la humanidad […].
La idea de sobornost refleja una eclesiología deconstruida a partir de la noción de ecclesia, de unidad del cuerpo y
no a partir de la noción de los poderes jerárquicos”. (Congar, Jalons pour une Théologie du Laicat, citado en: Parra,
La Iglesia, 34, cita 31).
13
Junto a otros campos que experimentaron una profunda renovación en la primera mitad del siglo
XX, fue el movimiento bíblico apoyado por el papa Benedicto XV (1914-1922), el que fue
poniendo en circulación ideas teológicas fundantes como Pueblo de Dios. Dichas ideas
respondieron a un ímpetu de reforma eclesiológica que permeó numerosos estratos de la teología
preconciliar15. Esta atención, que recibieron nociones como las que nos ocupa, hicieron parte de
un entramado global que, junto a la renovación de la espiritualidad, de la liturgia y del esfuerzo
ecuménico, contribuyeron a reintroducir en el plano doctrinal algunas verdades olvidadas. En
efecto, a juicio del historiador Alberigo, “en muchas áreas católicas y sobre todo en la Europa
centro-occidental se habían ido manifestando durante los años treinta no pocos fermentos de
renovación”16. Después de la segunda guerra mundial, a juicio de Alberigo, se consolida un
contexto que pide una renovación en todos los campos de la teología pues
se asiste a la coagulación espontánea de «movimientos», que promueven nuevas
experiencias de vida cristiana, tanto a nivel pastoral (búsqueda de una liturgia participada,
conciencia de la necesidad de una re-evangelización), como espiritual (retorno a la Biblia,
revival monástico), teológico (retorno a las «fuentes», aproximación inductiva) y eclesial
(posición activa de los laicos, conciencia ecuménica). Se acumulaban por tanto una suma de
experiencias y de reflexiones que engendraban esperanzas de renovación, a veces
tímidamente aprobadas (como en el caso de la exégesis bíblica y de la liturgia ) y a veces
vistas con ciertas sospechas (como la reflexión teológica ) e incluso severamente reprimidas
(ecumenismo, nouvelle théologie)17.
15
Junto al concepto Pueblo de Dios, central en la presente monografía habría que notar algunas otras ideas que
comenzaron a circular en el contexto inmediato a la realización de Concilio Vaticano II. En la década de los años
80, Battista Mondin realizó una síntesis de dichas eclesiologías en su texto Le nouve ecclesiologie. Aquí seguiremos
las líneas principales que Parra ha expresado como ejes de renovación de la eclesiología y que se vieron plasmadas
en el Concilio Vaticano II. En primer lugar, desde el aspecto histórico, existió un retorno a las fuentes históricas que
condujeron al redescubrimiento de la teología de la Iglesia en perspectiva de comunión y participación. Se introdujo
el uso del método histórico-crítico para el tratamiento de dichas fuentes lo cual introduce una perspectiva más
histórica a la mirada teologica sobre la Iglesia. En segundo lugar, en el campo kerygmático, se recupera la dimensión
salvífica de la Iglesia en el horizonte y relación con ideas como Reino de Dios, pneumatología y ministerio ordenado
al servicio de la comunión. En la perspectiva teológica, la mirada se centra no ya en la verdad dogmática en su
correlación con la institucionalidad visible de la Iglesia sino en un horizonte complexivo y espiritual. En la
perspectiva ecuménica, se avanza a través de las reflexiones de Y. Congar en torno a la idea de unidad de los
hermanos en el horizonte de la comversión y la reforma de todos (incluida la Iglesia Católica). Finalmente, la
perspectiva comunional y sacramental, se comprende a la Iglesia como sacramento de comunión universal. Los
sacramentos son comprendidos en relación con una sacramentalidad mayor que es el misterio de Cristo y de la
Iglesia. Se evidencia que la perspectiva histórica y teológica pone al centro a la Iglesia como principal y
constitutivamente un misterio de comunión (communitas fratum, communio sanctorum y congregatio fidelium).
(Parra, La Iglesia, 39-41).
16
Alberigo, Historia de los concilios, 338.
17
Ibíd., 338.
14
que dinamizó el estudio de las fuentes bíblicas y patrísticas18. La consecuencia de estas
aproximaciones que motivaron el acercamiento al mysterium ecclesiae desde las perspectivas
sacramental, kerygmática y pneumatológica es el redescubrimiento de que
la Iglesia es constitutiva y primariamente un misterio de comunión diversamente evocado
y simbolizado en el estatuto bíblico y patrístico de la misma Iglesia, y que este mysterium
ecclesiae halla su realización imperfecta pero cierta en la communitas fratrum, communio
sanctorum y congregatio fidelium orgánica e institucionalmente entendida19.
Por otro lado, el movimiento ecuménico, motivó a los teólogos católicos a considerar los
postulados eclesiológicos provenientes del protestantismo, y como es apenas imaginable, a ir más
allá de la pura crítica en el horizonte de su distancia del catolicismo oficial o de la expresión
católica-formal de los dogmas20. La idea misma de Pueblo de Dios, como sintetizadora de esas
aproximaciones eclesiológicas de corte comunional, fue arraigando cada vez más en los teólogos
católicos. Según Y. Congar, esto se operó a través de las investigaciones que se hicieran en el
ámbito europeo en el intervalo de los años 1937 a 194221. Con anterioridad a las investigaciones
de teólogos como Koster o Cerfaux, la teología se interesó en vincular a la Iglesia con los
fundamentos bíblicos, especialmente, en la promesa hecha a Abraham22. Esta renovación de los
estudios eclesiológicos operó una transformación en los postulados presentes en el tratado clásico
De Ecclesia, de corte insistentemente juridizantes.
Los teólogos, arriba mencionados, buscaron en el conjunto de las Escrituras una fundamentación
en contornos distintos: llegaron a evidenciar “la continuidad de la Iglesia en la perspectiva más
amplia de la historia de la salvación y a concebirla como el pueblo de Dios de los tiempos
mesiánicos”23. Este descubrimiento estuvo vinculado a la recuperación de la dimensión histórica
de la salvación en un horizonte escatológico renovado. La noción recuperada en la teología sirvió,
en efecto, para expresar la continuidad con la revelación acontecida en Israel, expresando a la
vez un valor histórico perdido en las consideraciones medievales. Opera ésta como una definición
dinámica pues conlleva a la consideración del misterio de la Iglesia en su correspondencia con
la historicidad del designio de Dios en las realizaciones de un pueblo determinado. En efecto,
continúa Congar, “este designio y esta historia se traducen en una intervención histórica, positiva
18
Parra, La Iglesia, 37.
19
Ibíd., 41. Las cursivas son mías.
20
Burgeois, Sesboue y Tihon, Los signos de la salvación, 387.
21
Congar, Esta es la Iglesia que amo, 17.
22
Ibíd., 17.
23
Ibíd., 17.
15
y gratuita de Dios, pero sabemos que tal intervención, por singular que sea […] afecta la totalidad
de los hombres, e incluso a la creación, unida a ellos en destino”24.
Con todo, es claro que la renovación de los estudios eclesiológicos operó como respuesta al
momento que los fieles católicos vivieron en la primera mitad del siglo XX, en especial, luego
de la Segunda Guerra Mundial. A través de esta vida de fe del Pueblo de Dios se reconoció una
nueva manera de comprender la Iglesia. Ésta no es sólo una institución positiva, con leyes,
normas o autoridad sino que está constituida por los seres humanos concretos que se abren a la
acción de la gracia y responden a la llamada de Jesús25. Hace eco aquí, la famosa declaración de
Romano Guardini en su Von Sinne der Kirche en 1922: “Se está esbozando un fenómeno
religioso de alcance incalculable: la Iglesia se está despertando en las almas”26.
24
Ibíd., 23.
25
Ibíd., 18.
26
Traducción libre. “Ein religiöser vorgang von unabsehbarer tragweite hat eingesetzt: Die Kirche erwacht in
den seelen”. (Guardini, Vom Sinn der Kirche – Die Kirche des Herrn, 7–99).
27
Pío XII, El Cuerpo Místico de Cristo. DH (Denzinger-Hunnermann) 3800-3824. El texto completo se encuentra
en AAS 35, 193-248; y también en Alberigo y Magistretti (eds.), Synopsis Historica Constitutionis Dogmaticae
Lumen gentium, 361-380.
28
Ibíd., n. 9.
29
Ibíd., n. 38; (DH 3806).
30
Ibíd., n. 43; (DH 3809).
16
cuestionamientos y problemas en el orden ecuménico y en la misma comprensión de la expresión
cuerpo místico.
En este sentido, M. D. Koster, realiza también una crítica profunda a la noción cuerpo místico.
El estudio crítico arrojó la conclusión incisiva de que ésta categoría “había contribuido a
mantener la eclesiología en un estadio precientífico”35. Esto es así dado que se siguió
identificando el cuerpo místico con la institucionalidad positiva de la Iglesia de Roma y porque
la noción, si bien centró la reflexión en términos cristológicos, careció del desarrollo de una
pneumatología en el horizonte histórico y comunional de la Iglesia, como el contexto teológico
y ecuménico esperaban36.
Ante las falencias de la categoría cuerpo místico, Koster asumió la llamada a encontrar en la idea
de Pueblo de Dios y en su sacramentalidad, aquellos rasgos históricos y concretos en que
31
Ibíd., n. 81; (DH 3821).
32
1 Cor 12,13; 1 Cor 10,17.
33
Polanco, “Giro hermenéutico en la eclesiología a partir de Lumen Gentium”, 338.
34
Congar, Esta es la Iglesia que amo, 42.
35
Ibíd., 18.
36
Torres Ramírez, “La Iglesia en la constitución dogmática Lumen Gentium: una mirada histórica crítica y
prospectiva”.
17
visiblemente se estructura la Iglesia como organismo vital. Mientras que L. Cerfaux, por medio
de un análisis filológico exegético, evidenció que el concepto Cuerpo “no era para San Pablo el
concepto fundamental por el que se define a la Iglesia”37 pues había partido de la tradición judía
para hacerlo. Por lo cual, es el concepto Pueblo de Dios, asignado a la idea de Israel como el
pueblo de las promesas, el que mejor caracteriza y define en la tradición paulina a la Iglesia que
es ahora el pueblo en el que se cumple la promesa mesiánica38.
Según Congar, el ámbito de pensamiento en el cual la categoría Pueblo de Dios influenció más
a la teología es el alemán. Quienes serían inspiradores de la eclesiología del Concilio Vaticano
II se habían alimentado, en efecto, de la renovación de la teología sobre la Iglesia acontecida en
la Escuela de Tubinga e, incipientemente, a través de la idea de cuerpo místico39. En consonancia
con las encíclicas de León XIII, inspiradas según los investigadores en el Esquema sobre la
Iglesia preparado para el Concilio de 1870, el teólogo Mathias J. Scheeben profundiza en una
eclesiología de corte sacramental en la perspectiva de la unión con Cristo y la visión beatífica40.
Como él, muchos otros teólogos trataron de hacer una excepción a la teología de corte jurídico
que predominaba en la Iglesia católica de la época. Así, se encuentran sendos estudios en las
obras de W. Schell, A. Gréa, J. González Arintero, M. Schmaus, I. Backes, H. Hanssler, O.
Semmelroth, K. Rahner, solo por citar algunos nombres41.
Un ejemplo de esta nueva aproximación eclesiológica la tenemos en Rahner quien afirma que
… al hacerse hombre el Verbo de Dios, la Humanidad ha quedado convertida real-on-
tológicamente en el pueblo de los hijos de Dios, aun antecedentemente a la santificación
efectiva de cada uno por la gracia. Dondequiera que hay hombres, no son ya en concreto
sólo «puros hombres», en sentido del concepto abstracto, aristotélico- escolástico, del ser
humano. En cuanto la Humanidad así «consagrada» es de antemano una unidad real, existe
también ya —antecedentemente a una organización social y jurídica de la Humanidad
como unidad sobrenatural de la Iglesia—un pueblo de Dios que se extiende tanto como la
Humanidad42.
El Teólogo alemán asume, de este modo, la expresión Pueblo de Dios para designar a la
humanidad como una realidad consagrada a Dios a través de la mediación salvífica de Cristo y
37
Congar, Esta es la Iglesia que amo, 19.
38
Ibíd., 19.
39
Bourgeois, Sesboué y Tihon, Los signos de la salvación, 391.
40
Ibíd., 391.
41
Congar, Esta es la Iglesia que amo, 21.
42
Rahner, Escritos de Teología II, 89.
18
como una realidad accesible a todos los seres humanos aún antes de la juridicidad de la Iglesia
que, a su vez, es una realidad que, en camino de plenitud, constituye la humanidad salvada en
una sociedad formal43.
Con todo, estas obras innovadoras seguían disociadas en sus efectos en la práctica y la conciencia
de los fieles y las iglesias debido a dos razones principales. Por un lado, la distancia entre la
teología escolar cuyo desarrollo no iba aparejado con las preocupaciones concretas de las
comunidades y personas y, por otro lado, debido a la persistencia de la visión jurídica de la Iglesia
que, en la práctica de los fieles se veia sostenida por una lógica del cumplimiento de normas
morales y de asistencia a los sacramentos. Ya en el campo propiamente teológico, como se ha
podido apreciar, el contexto del pensamiento eclesiológico previo al Vaticano II recuperó la
comprensión de la Iglesia como cuerpo místico. Este hecho desbordó los límites de las
comprensiones juridizantes de Iglesia como societas perfecta que habían predominado desde la
época del cardenal Bellarmino.
Con todo, el desarrollo eclesiológico de estos años previos al Concilio, siguió fijando su mirada
en la misma Iglesia en su aspecto institucional como punto de partida. En este sentido, los
desarrollos eclesiológicos, si bien aportaron nuevos alcances espirituales y místicos, no
integraron convenientemente la dualidad divino-humana en una perspectiva más universal y
comprensiva. En el caso de la aproximación Pueblo de Dios, se seguió un camino distinto. Esta
categoría planteó un giro decisivo con respecto al punto de partida de la reflexión eclesiológica
en el horizonte de una auténtica universalidad en referencia al devenir histórico de la comunidad
de fe y de la referencia a ésta como anuncio ofrecido a toda la humanidad44.
Durante el Concilio.
Congar no duda en afirmar que el despliegue que la categoría Pueblo de Dios había tenido en la
etapa precedente al Concilio fue incorporado “sólo parcialmente”45 en el capítulo 2 del esquema
De Ecclesia preparado por la comisión conciliar46. El esquema previo había sido realizado por la
43
Congar, Esta es la Iglesia que amo, 22. Ver la nota 9.
44
Polanco, “Giro hermenéutico”, 338.
45
Congar, Esta es la Iglesia que amo, 15.
46
Sobre la génesis de Lumen Gentium pueden consultarse muchas obras y autores. Aquí se seguirá principalmente
la historia relatada por Congar y G. Philips, como redactor principal del documento. Información segura puede
encontrarse en: Philips, La Iglesia y su misterio, I, 19- 21; Von Teuffenbach,, «La Commissione teologica
preparatoria del Concilio Vaticano II», Anuario de Historia de la Iglesia 21 (2012) 219-243; Hunermann, Herders
19
Comisión Teológica Preparatoria, con la supervisión del Cardenal Ottaviani y del secretario de
esa comisión, el jesuita, Sebastián Tromp, S.I. El Schema constitutionis dogmaticae de Ecclesia
fue presentado al finalizar la primera sesión del Concilio y se discutió durante seis días (del 1 al
7 de diciembre de 1962). La conclusión que se evidenció es que dicho documento no asumía los
desarrollos teológicos y eclesiológicos previamente mencionados por lo cual fue rechazado de
base. Vale la pena citar una de las críticas recogidas en las Actas del Concilio, el del Arzobispo
de Brujas, Bélgica, Emiel-Jozef de Smedt quien afirmó que “el esquema debe ser corregido de
un cierto triunfalismo, un clericalismo y un juridicismo” en su “concepción de la Iglesia”, pues
se trata de una aproximación que “carece de espíritu ecuménico”. Y, al final de su intervención,
concluía: “deseo que sea dispuesto por el Concilio que el presente esquema sea remitido a la
comisión para ser corregido”47.
Al remitirse el esquema previo a la comisión doctrinal para una nueva elaboración y habíendose
creado una subcomisión De Ecclesia, ésta última toma como base para el nuevo proyecto, un
escrito de Gérard Philips, teólogo belga, que había sido compartido ya en las sesiones de
discusión previas. Esta subcomisión introdujo en esa redacción las sugerencias recibidas en el
aula, nuevas propuestas llegadas a la comisión y otros tres esquemas presentados por obispos
alemanes, chilenos y franceses, principalmente48. El resultado es un texto de cuatro capítulos que
es enviado a los padres conciliares para su estudio entre mayo y agosto de 196349. Un último
ajuste se presentó por iniciativa del cardenal Suenens que solicitó realizar un capítulo completo
sobre Pueblo de Dios y ubicarlo en un segundo lugar dado que en el índice inicial ocupaba el
Theologischer Kommentar, II, 291-295; Gil Hellín, Concilii Vaticani II Synopsis. Constitutio Dogmatica de Ecclesia
Lumen gentium, Città del Vaticano: Editrice Vaticana, 1995, XVII.
47
Acta Synodiis, I/IV, 142.144. R. Polanco trae algunos testimonios más que me permito incuir en esta nota para
ilustrar mejor el punto: “El cardenal Julius Döpfner (München-Freising, Alemania), afirma que «la Constitución de
Ecclesia es como el centro de todo el Concilio Vaticano II, desde la cual dependen muchas otras cosas como de su
fundamento». No le agrada el presente documento porque «con dificultad se puede encontrar una idea fundamental
que atraviese todo el documento, porque ciertamente una idea fundamental no existe». Además «la exposición y los
argumentos ca- recen de un uso más profundo de las Sagradas Escrituras» (AS I/IV, 183-184). Una nueva estructura
aparece propuesta, entre otros, por Mons. Leo Joseph Suenens (Malinas-Bruselas, Bélgica) y el Cardenal Giovanni
Batista Montini (Milán, Italia). Hay que buscar que los trabajos futuros «puedan ser ordenados alrededor de un cierto
tema central». Éste ha de ser «un plan de conjun- to del mismo Concilio». Se trata de hacer «un Concilio de Ecclesia
que tenga dos partes: de Ecclesia ad intra – de Ecclesia ad extra»”. (Polanco, Giro hermenéutico, 341).
48
Los esquemas pueden consultarse en Gil, Concilii Vaticani II Synopsis. Constitutio Dogmatica de Ecclesia Lumen
gentium, 681-867; y en Hunnermann, Herders Theologischer Kommentar, II, 320-344.
49
Polanco, “Giro hermenéutico”, 342.
20
tercer número luego de un capítulo dedicado a la jerarquía. El Esquema fue aprobado por los
padres conciliares con un amplio margen (placet: 2231, non placet: 43, votantes: 2301)50.
Gracias a las Acta Synodalia es posible evidenciar que para el Cardenal Arzobispo de Bruselas-
Manilas Suenens, ya en el primer periodo del Concilio, el tema central del mismo debía ser la
Iglesia. En efecto, Suenens propuso que el Concilio sea “el Concilio De Ecclesia” y explicó su
posición al afirmar que la entendía del siguiente modo
… que tenga dos partes: De Ecclesia ad intra y De Ecclesia ad extra, y explicó: Lo primero
que tenemos que decir es qué es la Iglesia misma como misterio de Cristo viviente en su
Cuerpo Místico: cuál sea en verdad la naturaleza de la Iglesia: Preguntamos a la Iglesia:
¿qué dices de ti misma?. Declarada la noción de la Iglesia, se haría luego la aplicación del
adagio “la operación sigue al ser” y se expondría cómo debe actuar la Iglesia en el mundo
de hoy52.
50
Caprile, Il Concilio Vaticano II. Cronache del Concilio Vaticano II edite da «La Civiltà Cattolica» a cura di
Giovanni Caprile S.I., III: Secondo periodo 1963-1964, 33.
51
Congar, Esta es la Iglesia que amo, 13.
52
Suenens, Acta Synodalia S. Concilli Oecumenici Vaticani II, 222-223.
21
En este sentido, es posible reconocer el lugar central que ocuparía la futura constitución
dogmática Lumen Gentium al interior del Concilio. No sólo es la primera constitución de un
Concilio de la Iglesia dedicado a la eclesiología sino uno de los principales documentos del
mismo por la autocomprensión que realiza sobre su propia identidad53 y, particularmente, desde
la perspectiva de Pueblo de Dios. Es por ello que la categoría que ocupa la atención de esta
monografía renueva sus alcances. No es posible ya emplear la categoría Pueblo de Dios sin verse
comprometido con ciertas perspectivas teológicas asumidas por el Concilio.
53
Parra, La Iglesia, 41.
54
Ibíd., 14.
55
Juan XXIII, Discurso a los observadores, en: Congar, Esta es la Iglesia que amo, 14.
56
Congar, Esta es la Iglesia que amo, 15.
22
- Entre los números 13 al 17, el documento se centra en una reflexión sobre el carácter
universal de la Iglesia así como la relación con otras religiones y confesiones cristianas y la
actividad misionera. Allí se vincula la reflexión de la Iglesia a su misión en el mundo: que
es comunicar a Cristo.
Como aporte particular, Lumen Gentium señala que la comprensión de lo que es la Iglesia hay
que ubicarla en el marco mayor de la historia de la salvación a partir del concepto Pueblo de
Dios. En sus orígenes, se trata de un concepto veterotestamentario, enraizado en la teología de la
elección y que se aplica sólo al pueblo de Israel. En este sentido, Israel es el único Pueblo que es
separado por Dios, por así decirlo, del resto de las naciones. En el marco de esta categoría, y
según la teología propia del documento, se afirma que la Iglesia es prefigurada en el origen del
mundo y preparada en la historia del pueblo de Israel. Esta prefiguración hay que comprenderla
además en un horizonte más amplio: el designio del Padre de una comunión humano-divina
plena. Así, la historia de la salvación adquiere una dimensión colectiva que le es constitutiva: la
raíz última de la Iglesia es la voluntad de comunión de la humanidad con el misterio de Dios57.
Según la Constitución, esta voluntad salvífica del Padre, después de la ruptura de la comunión
acontecida en el paraíso, tiene un nuevo capítulo en la elección de Israel como Pueblo. A su vez,
esta elección de Israel hay que comprenderla en términos de continuidad con el plan trinitario de
salvación58. Ya en Ex 6, 6-9 (también en 19,4-7) se puede comprender que la elección es un acto
salvífico de Dios. Yahveh en razón de la alianza declara la pertenencia del pueblo que pasa a ser
de propiedad Suya. En estos textos del Éxodo, el concepto de Pueblo de Dios refiere, por tanto,
esencialmente a “propiedad de Dios”. La forma clásica de esta mutua pertenencia entre Dios y el
Pueblo es: “yo soy su Dios y ustedes serán mi pueblo”59. En este sentido, el núcleo del concepto
en la tradición veterotestamentaria es esta pertenencia basada en la elección salvífica de Dios que
hace de un grupo de esclavos un pueblo.
Es necesario constatar, además, que, según Lumen Gentium, el Nuevo Testamento asume
profusamente el concepto Pueblo de Dios y lo atestigua en su teología de múltiples formas. En
primer lugar, en referencia a la voluntad salvífica de Dios de reunir a la humanidad en un Pueblo,
57
Concilio Vaticano II, “Constitución dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia”, 2-3; 9.
58
Ibíd., 9.
59
Ex 6,7-9.
23
obra prefigurada ya en el pueblo de Israel60 y realizada en la comunidad de los cristianos: pueblo
mesiánico que tiene por cabeza a Cristo61. Se habla de un nuevo Israel, constituido por una nueva
alianza y un nuevo éxodo que es la pascua del Señor62. En efecto, a este pueblo “en unión y
continuidad pero también en asombrosa novedad respecto del Israel según la carne, han sido
trasladadas la elección y la alianza, el culto y la legislación, la adopción y las promesas, la
dignidad de nación consagrada, Pueblo elegido, mesiánico y sacerdotal”63.
Con todo, y a partir de una evaluación de la visión de Pueblo en Lumen Gentium, es claro que la
teología neotestamentaria supera con creces la teología del antiguo Israel, toda vez que la
neotestamentaria elabora una síntesis teológica que supera el particularismo característico de la
teología judía. Afirma Parra que “nadie duda que en el plano teológico es válido y hasta
conveniente correlacionar a la Iglesia de Jesucristo con el Pueblo elegido del Antiguo
Testamento”, pero advierte que esto no debería velar “el principio de rotunda superación y de
radical novedad del antitipo respecto del tipo, de la realidad sobre la figura y del cumplimiento
sobre el anuncio”64.
El concepto teológico de Pueblo y sus implicaciones son, pues, el trasfondo teológico-bíblico del
capítulo II de Lumen Gentium. En reemplazo de las visiones eclesiológicas eminentemente
jurídicas, el Concilio retoma el concepto Pueblo para comprender a la Iglesia dentro de la historia
positiva del pueblo de Israel y dotando, con ello, de un componente histórico social a la definición
de la Iglesia como acto salvífico. El número 9 de la constitución expresa muy bien este nuevo
horizonte teológico:
… fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión
alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le
sirviera santamente. Por ello eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una
alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a Sí mismo y los designios de su voluntad
a través de la historia de este pueblo, y santificándolo para Sí. Pero todo esto sucedió como
preparación y figura de la alianza nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo y de la
revelación completa que había de hacerse por el mismo Verbo de Dios hecho carne65.
60
Ex 6, 7ss; Jer 31, 31-34; 2 Esd 13,1; Nm 20,4; Dt 23,1ss; entre otros tantos textos.
61
Hb 5, 1-5. 8-10; 1 Pe 1,23; Hb 13, 14; Mt 16,18; Hch 20,28.
62
1 Pe 2, 9, entre otros textos.
63
Parra, La Iglesia, 86.
64
Ibíd., 84.
65
Concilio Vaticano II, “Lumen Gentium”, 9.
24
La apuesta teológica bien podría expresarse de este modo: la voluntad divina es la comunión,
luego, la vocación de la humanidad es a la comunión, medida por la cual Dios crea y salva a la
humanidad. Israel fue figura de este plan, pero es la Iglesia de Cristo, la que se revela como
sacramento en plenitud de comunión y de salvación universal. La expresión eclesiológica
tradicional recogida por el Concilio y que afirma que fuera de la Iglesia no hay salvación, es
ahora comprendida con nuevos alcances. El pueblo creyente, que camina en la historia es germen
de la unidad escatológica de toda la humanidad en Cristo. Lo expresa la Constitución al afirmar
que la Iglesia “debiendo difundirse en todo el mundo, entra, por consiguiente, en la historia de la
humanidad, si bien trasciende los tiempos y las fronteras de los pueblos”66. Mística y
escatológicamente este pueblo es toda la humanidad que ha sido reconciliada en Cristo67.
66
Ibíd., 9.
67
Ibíd.
68
Ibíd, 2. Este aspecto es análogo a Dei Verbum 2-4 pues también allí se expresa de la voluntad divina de
autocomunicación por la cual se nos ha dado a conocer el misterio de Dios. Se trata del designio de participar en la
vida divina. La Iglesia se relaciona con el anuncio de esta Revelación así como su realización siendo germen del
Reino.
69
Ibíd., 9.
25
Adicionalmente habría que decir algo en torno a la idea de catolicidad que el Concilio quiso
reivindicar. Esta noción quiso expresar que toda la humanidad está invitada a hacer parte del
Pueblo de Dios pues se comprende que Dios ha creado el mundo en orden a la comunión plena
de todos los seres humanos. La Iglesia, por tanto, es signo y germen de esa comunión universal,
sacramento y don de Dios por el cual la Iglesia tiende a reunir a la humanidad entera70. En todo
caso, y esto es también nota de catolicidad, el único Pueblo de Dios no es uniforme, sino
pluriforme pues se comprende, a partir de la recepción paulina, que existen dentro una multitud
de carismas y dones que son diversos y que en su diversidad aportan a la Iglesia por lo cual hay
un diverso modo de participar o estar ordenado a la comunión. Es lo que se ha llamado
comúnmente los grados de comunión71. La misión universal de la Iglesia se expresará, desde
ahora, ahora en estos mismos términos: ella ha sido enviada a contribuir a la realización del plan
de Dios en Cristo como principio de salvación para todo el mundo72.
Se ha visto hasta aquí las notas características y las implicaciones de la categoría Pueblo de Dios
en el tratamiento que ésta recibió en Lumen Gentium. Como conclusión, podría decirse que hay
dos características principales que es necesario resaltar en el horizonte de esta monografía. En
primer lugar, la referencia que la categoría Pueblo de Dios hace a la historicidad como lugar de
la revelación de Dios y de su voluntad de salvar congregando a la humanidad en pueblo. Y, en
segundo lugar, en este horizonte de reflexión, la comprensión que tiene el concilio de la
universalidad-catolicidad de dicho pueblo: no ya identificada en los límites de la
institucionalidad positiva de la Iglesia sino como anuncio salvífico ofrecido a todos y todas
realizado, ya en germen, en el ser pueblo, comunidad abierta. Esta noción tiene, pues, unos
alcances pastorales y ecuménicos amplios73.
70
Ibíd., 13.
71
Ibíd.
72
Ibíd., 17.
73
Congar, Esta es la Iglesia que amo, 34-37.
26
aproximación bíblico-figurativa de la Iglesia que es laudable y, a la vez, evidenciar un desfase
con relación a la praxis de esa aproximación en la existencia real y concreta de la comunidad
eclesial74. Esto, añadido a la constatación de un neoconsevadurismo eclesiástico, reavivado
durante el pontificado de Juan Pablo II, que ha reforzado, en la práctica, modelos anticuados de
Iglesia y ha detenido reales procesos emergentes de renovación y transformación de estructuras
y prácticas eclesiales. Se trata de un movimiento que ha buscado frenar toda reforma de la Iglesia,
en particular en el campo de la eclesiología75.
Como clave de lectura, el Papa afirmaba que “la Iglesia es un sujeto que crece en el tiempo y se
desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del Pueblo de Dios en camino”.
En este sentido, añadía:
Por una parte existe una interpretación que podría llamar "hermenéutica de la
discontinuidad y de la ruptura"; a menudo ha contado con la simpatía de los medios de
comunicación y también de una parte de la teología moderna. Por otra parte, está la
"hermenéutica de la reforma", de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-
Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero
permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino77.
El papa Benedicto XVI advierte, con esta división de hermenéuticas, de un peligro evidente para
él. Se trataría de un peligro con diversas consecuencias. Por un lado, la inevitable ruptura entre
74
Parra, La Iglesia, 45.
75
Ibíd., 46.
76
Benedicto XVI, “Discorso ai membri della curia e della Prelatura Romana per la presentazione degli auguri
natalizi”.
77
Ibíd.
27
la Iglesia preconciliar y la posconciliar que evidenciaría la división (al menos teológica) de la
“nueva” iglesia con la Tradición, una ruptura que ha operado a través de los medios de
comunicación y la simpatía de no pocos “teólogos modernos”. Denuncia, además, la idea misma
del “espíritu del concilio” porque le parece que en nombre suyo se ha deslegitimado la “letra”
misma del evento conciliar. Al contrario la hermenéutica de la reforma es garantía, según el
pontífice, de la comunión y de la unidad en razón de la transmisión de la doctrina de siempre en
su “pureza e integridad”. Se advertía entonces, según el papa Benedicto XVI, de los peligros que
una interpretación ingenua podría tener en términos de comprometer la verdad y la fe cristiana.
En efecto, una interpretación afín a la disyuntiva entre esas dos hermenéuticas olvida que la
aproximación que, según ella, prefiere una ruptura por sobre la continuidad, puede ser expresada
más bien en términos de reforma, si se considera la dirección que tomaron los Padres conciliares
desde los inicios, cuando reaccionaron contra el primer esquema de la Constitución sobre la
Iglesia, que centraba su atención en la “naturaleza de la Iglesia militante”, debido a que era un
esquema de constitución muy emparentado con la Iglesia del siglo XIX, la Iglesia societas
78
Parra, La Iglesia, 32.
28
perfecta, defensora de la verdad y los principios morales frente a un mundo exterior considerado
negativo, malo, sospechoso. Existió, entonces, no una ruptura con la eclesiología anterior al
Concilio, sino la reinterpretación de un “espíritu” determinado: dicha reforma estuvo en el sentir
de muchos Padres conciliares y determinó su crítica a un esquema eclesial clericalista, demasiado
jurídico y triunfalista79. La reforma operó, entonces, en términos de una ruptura como retorno a
las fuentes de la Sagrada Escritura. Con todo, si con Parra se afirma que “la renovación del pensar
y del decir suele operar como distractivo culposo para no cambiar la realidad viviente de la
Iglesia”80, entonces, es necesario aceptar que, incluso hoy, la renovación y la reforma siguen
siendo tarea pendiente.
Luego, ¿hacia dónde apuntó la reforma conciliar? ¿Qué Iglesia imaginó? Se trató de la apuesta
de los Padres conciliares por una nueva forma de Iglesia en el horizonte de una nueva sociedad
que se abría paso entre los despojos de dos guerras mundiales y el fin del colonialismo, la
emancipación de la mujer, la revolución sexual, las aspiraciones pacifistas. Así, se puede
comprender mejor el denominador que es común a los documentos del Concilio: la comunión.
La Iglesia es definida desde este elemento que le es constitutivo. Esta nueva forma de ser Iglesia
propugna por una renovación del modelo piramidal construido por siglos. Se entiende, entonces,
que la construcción de este nuevo modelo deba tomar décadas y que, aún hoy, no se vea realizada.
La tesis de Parra es que “del Vaticano II no salió únicamente una eclesiología. Salió un nuevo
modo de ser Iglesia circular en una sociedad participativa”81.
79
Pottmeyer, “La Iglesia en camino para configurarse como Pueblo de Dios”, 81-82.
80
Parra, La Iglesia, 32.
81
Ibíd., 95-97.
82
Mt 20,16.
29
constructo sino desde la realidad de miseria, pobreza, abandono estatal, violencia, hambre,
guerra, desempleo, capitalismo agresivo, inequidad, etc83.
Al respecto, afirma Gutiérrez, que “la insostenible situación de miseria, alienación y despojo en
que vive la inmensa mayoría de la población latinoamericana presiona, con urgencia, para
encontrar el camino de liberación económica, social y política. Primer paso hacia una nueva
sociedad”84. A su vez, este proceso de liberación en los horizontes de la economía y la política,
comienza a verse como un proceso emancipatorio de alcances mucho más amplios. En este
sentido, el teólogo peruano escribe,
en este proceso de liberación está presente, explícita o implícitamente, un trasfondo que
conviene no olvidar. Procurar la liberación del subcontinente va más allá de la superación
de la dependencia económica, social o política. Es, más profundamente, ver el devenir de
la humanidad como un proceso de emancipación del hombre a lo largo de la historia,
orientado a una sociedad cualitativamente diferente, en la que el hombre se vea libre de
toda servidumbre, en la que sea artífice de su propio destino. Es buscar la construcción de
un hombre nuevo85.
La lectura del Concilio y de sus lineamientos propició en los pastores de la Iglesia una aplicación
profética. Muchos Obispos y presbíteros así como numerosas congregaciones religiosas
83
En este contexto, se pregunta Parra, “¿qué margen de limpidez, no de cinismo, tiene la Iglesia para hablar del amor
del Padre y de los seguidores de Jesús, de comunión, de participación, de Cuerpo de Cristo y de sacramento, de
Pueblo de Dios y sociedad perfecta, de sacerdotalidad y profetismo, de común igualdad y evangélica caridad, de
Iglesia una y santa, católica y apostólica?” (Parra, La Iglesia, 98).
84
Gutiérrez, Teología de la liberación, 129.
85
Ibíd., 131-132.
86
Juan XXIII, “Radiomensaje” - 11 de septiembre de 1962 en Parra, La Iglesia, 99.
87
Lercaro, arzobispo de Bolonia, Congregación general 35, de diciembre 6 de 1962, en Parra, La Iglesia, 101. Y
también Lercaro se refería “[…] a que el misterio de Cristo en la Iglesia ha sido siempre, pero ahora particularmente,
misterio de Cristo en los pobres. Y por ello la Iglesia, como dijo el Santo padre Juan XXIII, es Iglesia ciertamente
de todos, pero particularmente es Iglesia de los pobres” (Parra, La Iglesia, 101).
30
asumieron la invitación a una renovación profunda en conexión con un nuevo estilo de ser Iglesia
y con sus propios carismas e identidades. En efecto, la pobreza de la Iglesia fue para el Concilio
un tema recurrente que se destacó en momentos profundamente significativos88. Además, esta
pobreza no es un aditivo a la definición ya clara, sino una característica esencial y constitutiva
de su misterio en razón de su origen en Cristo y se expresa, a su vez, en cercanía con los pobres
y desheredados del mundo entero89.
Esta sintonía de los Padres Conciliares por los pobres hizo su camino en los obispos del llamado
“Tercer Mundo”. Un ejemplo claro de este compromiso vital fue el llamado Pacto de las
Catacumbas realizado al término del Concilio y que se traduce en trece compromisos que
delinean un nuevo modo de ser Iglesia y de ejercer la autoridad en ella90. El modelo de la Iglesia
de los pobres empezaba, con ello, a tener desarrollos característicos en el continente americano.
Con lo que surgió una categoría que, en su momento, describió a Latinoamérica desde las
fronteras de la pobreza, la marginación, la violencia, la inequidad y el olvido estatal o la
ineficiencia de los Estados. Así, se puede evidenciar que los pastores latinoamericanos, ya desde
el mismo evento conciliar, expresaron de diversos modos un compromiso con las clases pobres
y obreras del continente a través de opciones teológicas, pastorales y de incidencia social.
En este sentido, se comprende más claramente la opción de la Segunda Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano realizado en Medellín en 1968, entre el 26 de agosto y el 7 de
septiembre. Los Obispos, a la luz de los textos conciliares, de la necesaria recepción de ellos, y
utilizando el método ver, juzgar y actuar, evaluaron el contexto latinoamericano y repensaron en
clave evangélica los alcances y horizontes de una transformación necesaria de dicho contexto91.
En efecto, ya el tema que se fijó para esta II Conferencia del Episcopado,
… expresó una voluntad de pensar y discernir la aplicación del Vaticano II en América
Latina, concretamente siguiendo las orientaciones de Gaudium et Spes y Populorum
Progressio. Esto llevó a un proceso reflexivo creativo que implicó afrontar la aparición de
lo político en la teología y exigió el paso desde una teología del desarrollo, deudora de
88
Por ejemplo, el indicado por Parra cuando señala aquella ocasión (al inicio de la primera sesión del Concilio) en
que un grupo de más de 50 Obispos repartió una nota entre la Asamblea en la que expresaban sus anhelos para el
evento conciliar: 1. Expresar la identificación de Jesús con los pobres; 2. Precisar el deber de la solidaridad; 3.
Resaltar el carácter pastoral del episcopado; 4. Promover el apostolado obrero, la acción católica, la inserción; 5.
Que los Obispos conserven el título de padres “y no de señores”. La relación de esta y otras notas repartidas durante
el Concilio pueden verse en Gauthier, El Evangelio de la Justicia y de los Pobres (Parra, La Iglesia, 99).
89
Ibíd., 104.
90
Pikaza, ed., El pacto de las catacumbas: la misión de los pobres en la Iglesia, 20-23.
91
Azcuy, “El discernimiento teológico-pastoral de los signos de los tiempos en Medellín”, 140.
31
Lebret, a una nueva orientación teológica, latinoamericana y de la liberación, cuyo
principal pionero fue [Gustavo] Gutiérrez92.
Si bien los Obispos, producto de una visión sistemática de los problemas y desafíos del
continente, sacaron consecuencias prácticas y planes para esta transformación en el Espíritu97, el
92
Azcuy, “El discernimiento”, 145.
93
Ibíd., 129.
94
Scannone, “La teología de la liberación: caracterización, corrientes y etapas”, 260.
95
Azcuy, “El discernimiento”, 147.
96
Ibíd., 147.
97
Ibíd., 141ss.
32
camino de aplicación de estas opciones encontraría un camino complejo en los años porvenir en
la Iglesia latinoamericana.
A esto se suma el trabajo de los teólogos. Muy tempranamente surge una corriente teológica
propia que recepcionó el Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín y construyó un
horizonte teológico que apoyaría los planes y proyectos teológicos y pastorales98. El
representante de esta primera generación de teólogos latinoamericanos fue el padre Gustavo
Gutiérrez con su libro Teología de la Liberación: perspectivas99. El método del Ver, Juzgar y
Actuar, ya utilizado en el Documento de Medellín tuvo una realización admirable en este texto
junto a la utilización del instrumental de la Dependencia y el marxista para la evaluación del
contexto y la realidad social latinoamericana. ¿Cuál es el tratamiento de la categoría Pueblo de
Dios en esta obra de Gutiérrez?
En primer lugar, habría que encuadrar la reflexión de la teología de la liberación como corriente
propia. Esta teología parte de la constatación de que la acción de la Iglesia y, por ende, la
evangelización no puede obviar la situación de injusticia, violencia y opresión que padecen los
pueblos latinoamericanos. Esta situación de inhumana pobreza exige una teología de reflexión
crítica sobre la praxis que promueva una transformación de dicha realidad. El mismo Gutierrez
lo afirma al decir que:
… la teología de la liberación nos propone, tal vez, no tanto un nuevo tema para la
reflexión, cuanto una nueva manera de hacer teología. La teología como reflexión crítica
de la praxis histórica es así una teología liberadora, una teología de la transformación
liberadora de la historia de la humanidad y, por ende también de la porción de ella -reunoida
en ecclesia- que confiesa abiertamente a Cristo100.
98
Sobre el surgimiento, la caracterización, los alcances y límites de las teologías de la liberación latinoamericanas
seguiremos los planteamientos sintetizados con destreza por J.C. Scannone, S.J. Puede consultarse su estudio en:
Scannone, “La teología de la liberación: caracterización, corrientes y etapas”, 259-288.
99
Gutiérrez, Teología de la liberación.
100
Ibíd., 40.
33
contra el despojo de la inmesa mayoría de los hombres, en el amor que libera, en la
construcción de una nueva sociedad, justa y fraternal- al don del reino de Dios101.
La Iglesia y la teología no pueden transformarse o renovarse sin incluir en ese mismo proceso la
transformación de las estructuras socioeconómicas y políticas que permiten y justifican la
existencia de la explotación, la injusticia, la violencia o la miseria. En este sentido, “la teología
es comprendida como acto segundo, siendo el acto primero la praxis de liberación, ante todo la
de los cristianos, en un contexto histórico de injusticia y opresión”102. En otras palabras, que la
situación de la pobreza y exclusión de las mayorías en el continente debe estar en directa relación
con la tarea evangelizadora de la Iglesia que desea pregonar la reproducción de la vida humana
concreta para los hombres y las mujeres. F. Hinkelammert, expresa que, no se trata en todo caso
de considerar al pobre como objeto sino como sujeto. En este sentido, la liberación debe ser en
la lógica del reconocimiento pues
sin reconocimiento mutuo entre sujetos, en el cual la pobreza resulta ser la negación real
de este reconocimiento, no hay opción por el pobre. Los sujetos humanos no pueden
reconocerse mutuamente, sin que se reconozcan como seres corporales y naturales
necesitados. La pobreza es una negación viviente de este reconocimiento103.
No hacerlo así sería caer en un cinismo descarnado, fruto de una alienación ideológica: no es
evangélico anunciar el pan de cielo sin su correlativo pan material para las multitudes pobres.
Para Gutiérrez, en segundo lugar, como puede entreverse en lo ya dicho, el Pueblo de Dios, es
un pueblo pobre y oprimido en latinoamerica. El pobre hace irrupción en la teología y en la
pastoral y se convierte en sujeto. En efecto, al decir de Gutiérrez,
América Latina vivía el germen de cambios profundos. No se trataba de hechos aislados o
de situaciones extrañas creadas por algunos iluminados. Pese a los aspectos anecdóticos...,
el significado real de lo que sucedía era que un pueblo entero comenzaba a ponerse en pie
para reivindicar su derecho a la vida. Se trata de una verdadera irrupción del pobre en
América Latina y en la Iglesia104.
101
Ibíd., 41.
102
Scannone, “La teología de la liberación”, 262.
103
Hinkelammert, “La teología de la liberación en el contexto económico-social de América Latina: economía y
teología o la irracionalidad de lo racionalizado”, 2.
104
Gutiérrez, “La recepción del Vaticano II en Latinoamérica. El lugar teológico ‘la Iglesia y los pobres’”, en
Alberigo - Jossua, eds., La recepción del Vaticano II, 226.
34
comunidad, es un momento segundo, fruto de la escucha del pueblo y que, en respuesta a dicha
realidad, presta principalmente un servicio comunitario en el horizonte de la liberación integral105.
A la base de este elemento está la convicción de que hay una sola historia en la que acontece
Dios y que, por tanto, esta única historia que se convierte en historia de la salvación expresa una
correspondencia entre el proceso de liberación histórica y el hecho de la salvación ofrecida por
Dios. Se encarna así la pretensión originaria del Concilio en su llamado a la lectura y el
discernimiento de los signa temporum y que significó un cambio de paradigma para la Iglesia
universal. Ella se realiza no sólo en su referencia interna, en su origen y constitución divina, sino
también en su relación con el mundo, con la historia, con el devenir cultural de los seres
humanos106.
Es necesario también notar, cómo algunas experiencias cristianas, inspiradas además por una
lectura dependentista y marxista del contexto cultural, político y económico, se concretaron en
propuestas revolucionarias, e incluso armadas107. Ya en los albores de la reunión de Medellín, la
violencia armada como camino para la transformación social y eclesial había sido rechazada con
ahínco y, aún más, el uso de los documentos eclesiales para fundamentar dichas respuestas
políticas y revolucionarias. Es notable la percepción que el cardenal E. Pironio expresó con estas
palabras poco tiempo después de la Conferencia de Medellín:
El tema de la liberación no es nuevo, tampoco es meramente profano o temporal, mucho
menos es un tema que incite a la violencia. En sí mismo es hondo y pacificador, como la
reconciliación obrada por la donación dolorosa de la cruz [...] La liberación no supone la
105
Scannone, “La teología de la liberación”, 262.
106
Concilio Vaticano II, “Lumen Gentium”, 17.
107
Scannone, “La teología de la liberación”, 272.
35
violencia. Al contrario, la rechaza. La única violencia que se pide es la del reino y del
perfecto ejercicio de las bienaventuranzas. En este sentido se desfigura totalmente el
concepto de liberación (y sus exigencias en los Documentos episcopales de Medellín)
cuando se la confunde con la revolución violenta o la justificación de las guerrillas. Nadie
puede escudarse en Medellín para sembrar el caos. Tampoco nadie puede acusar a Medellín
de haber provocado la violencia. Ni directa ni indirectamente108.
Más allá de los esfuerzos de la misma teología en el continente americano, la reacción del
“centro” eclesial a las expresiones radicales de esta nueva aproximación no se hizo esperar. Dicha
reacción operó intraeclesialmente, a través de unas opciones teológicas concretas.
Para numerosos teólogos del posconcilio, tanto europeos como latinoamericanos, fue evidente
que la noción Pueblo de Dios fue objeto de un oscurecimiento en la época posconciliar. Hubo un
proceso de desafección en diversos niveles intencionado o como consecuencia de la preferencia
por nociones menos complejas y determinadas. Así se expresaba el teólogo G. Colombo en 1985,
justo en el momento en que sucedía el sínodo convocado por Juan Pablo II en torno a la
Evangelización109. Se trata de una asevaración relevante, toda vez que, como se ha visto, la
expresión Pueblo de Dios fue puesta por los Padres conciliares al centro de la autocomprensión
de la Iglesia. El teólogo en cuestión lamentó tal abandono de la categoría Pueblo de Dios y el
distanciamiento acaecido en la teología y en el magisterio. Este distanciamiento bien pudo tener
dos causas principales. Por un lado, la idea de la necesidad de una consolidación teológica ante
el número de novedades pastorales y doctrinales de inspiración conciliar, que causaron no poca
desestabilización en muchos niveles institucionales. Por otro lado, también pudo influir la
reafirmación de la autoridad de la Tradición sobre el ánimo de reforma y renovación, lo cual
conllevó a un auténtico estancamiento de la teología y la pastoral en los términos en que el
Concilio las proponía110.
Para Noceti, reflexionar sobre este punto puede arrojar luces sobre el período posconciliar desde
una perspectiva crítica con el fin de leer en ese espacio temporal los desarrollos del pensamiento
y la práctica pastoral de la Iglesia111. En palabras suyas, desde el estudio de este distanciamiento
se pueden juzgar más lucidamente incluso aquellas tomas de posición que, en nombre de
una consolidación -juzgada necesaria- ante las numerosas novedades conciliares o en vista
108
Pironio, “Reflexión teológica en torno a liberación”, en Azcuy, “El discernimiento”, 144.
109
Colombo, Il Popolo di Dio e il mistero della Chiesa nell´ecclesiologia posconciliare en Noceti, Pueblo de Dios:
un reconocimiento inacabado de identidad, 316.
110
Ibíd., 316.
111
Noceti, Pueblo de Dios: un reconocimiento inacabado de identidad 316.
36
de una deseada reafirmación de la continuidad en la Tradición, llevaron de hecho a un
estancamiento en la investigación, a desaceleraciones en los procesos de replanteamiento
de las estructuras eclesiales, a contraposiciones y polarizaciones ideológicas, a un clima de
sospecha (y de autocensura) que poco ha contribuido al desarrollo teológico posconciliar
y, por lo tanto, a la dinámica de la vida eclesial112.
En este sentido, el proceso de recepción del Concilio, en relación crítica con este estancamiento,
puede verse comprendido a través del efecto catalizador que tuvo la recepción de la noción
Pueblo de Dios. En efecto, esta categoría
… constituye uno de los componentes ideales de referencia que alentó la autoconciencia
eclesial generalizada (no sólo en América Latina, sino tambien en América Latina) y
motivó la transformación de la praxis; al mismo tiempo, fue objeto de posiciones críticas
precisas tomadas por el magisterio papal, lo que llevó en algunos contextos eclesiales y
teológicos a la cancelación real de la categoría y a su “sustitución” con otras imágenes y
nociones113.
La confrontación sobre el uso y el significado de esta categoría está al centro entre las dos fases
de recepción conciliar: en primer lugar, una fase de rápida transformación de la liturgia, las
prácticas, las concepciones teológicas, en un deseo genuino de llevar acabo las propuestas
generadas en los documentos conciliares; en segundo lugar, una fase crítica que podría llamarse
de “consolidación” a nivel institucional, jurídico, pastoral que durará hasta bien entrado el nuevo
milenio. Esta segunda fase operará una eliminación de la categoría en razón de una sospecha
generalizada en las aplicaciones teológicas y pastorales de la misma.
Ahondemos un poco más en estas fases. La primera de ellas involucró una compresión
comunitaria de Pueblo de Dios que se expresó en términos más horizontales, a través de las
Conferencias Episcopales, las Iglesias locales, comunidades laicales, etc. producto de la
recepción en el inmediato posconcilio. Este diálogo se llevó a cabo con el deseo de realizar las
reformas conciliares. Además, las comunidades eclesiales participaron a todo nivel en un proceso
dinámico de comunicación, diálogo, formación, acción114. La segunda fase, involucró más al
magisterio papal que tuvo una palabra decisiva en la interpretación del Concilio que, en unos
horizontes de sentido, se consideraron desde el “centro” como “correctos” y “auténticos”. Este
creciente centralismo romano se propugnó por una vuelta a la teología de carácter eurocentrista
112
Ibíd.
113
Ibíd., 317. Noceti explica cómo, en el caso de los documentos de los últimos 50 años de la Conferencia Episcopal
Italiana, la expresión Pueblo de Dios sólo ha aparecido dos veces.
114
Ibíd., 316-317.
37
y jerarcológico frente a una eclesiología de base y Pueblo. Signo de este giro es la reflexión
teológica que se hace sobre el carácter ontológico del ministerio ordenado frente a la dimensión
propiamente laical o de colaboración115.
Pero ¿cuáles fueron los protagonistas de este proceso de censura? Noceti describe con amplitud
aquellos documentos que debatieron sobre la categoría Pueblo de Dios en la primera mital de la
década de 1980. Básicamente tres: la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe
Libertatis nuntius (1984); el documento de la Comisión Teológica Internacional titulado Temi
scelti di ecclesiologia (1985) y la Relación final del Sínodo de 1985 que se desarrolló al cumplirse
20 años de la terminación de los trabajos conciliares. En primer lugar, Libertatis Nuntius es un
documento de referencias rápidas y directas que operan una estigmatización de algunas teologías
de la liberación precisamente en su referencia al concepto Pueblo de Dios o Iglesia del o de
Pueblo entendida, para la Instrucción, según el horizonte marxista, desde clase, opresión, masa
que es necesario concienciar para liberarla116. El documento denuncia las consecuencias de una
aproximación de tipo liberacionista sobre la base de la sospecha del uso del instrumental
marxista y su radicalización, en ejemplos revolucionarios inspirados por una teología popular o
del pueblo. A este horizonte teológico comprendido como peligroso, la Instrucción le opone una
visión de tipo inclusivista remitiendo al documento de Puebla y a una comprensión de la opción
preferencial por los pobres en un sentido jerarquizado y vertical117.
115
Ibíd., 317.
116
Ibíd., 320.
117
Ibíd., 320.
118
Ibíd., 320. En el documento: II, 2.
119
Ibíd., 320. En el documento: Introducción.
38
correlaciona con otras imágenes y nociones eclesiológicas como misterio y cuerpo de Cristo
dando a entender con ello, de un modo un tanto sorprendente, que no es correcto limitarse a una
sola imagen120 y menos a la lectura conflictiva que se hace de ella. Otros detalles llamativos del
documento son, por un lado, la expresión nuevo Pueblo de Dios, la cual, opera como un
dispositivo que permite a los teólogos de la comisión argumentar la superación de la comprensión
Pueblo de Dios del Antiguo Testamento, por lo tanto, su referencia eminentemente positiva,
histórica y sociológica; por otro lado, la comisión se fija en la estructuración de este nuevo
pueblo, misterio y sujeto histórico, para definir la comunión que se da en su interior como “una
comunión social ordenada jerárquicamente”121, que deja atrás cualquier atisbo que pueda soportar
una eclesiología que justifique la lucha de clases.
Por último, la Relatio finalis del Sínodo de 1985 asume la posición de la Comisión Teológica
Internacional al utilizar diversas imágenes complementarias a la de Pueblo de Dios, perdiendo
esta última la centralidad que el Concilio le había dado “como “descripción” portante del sujeto
eclesial, de su identidad, formas, misión, fundamentada en la perspectiva histórico-salvífica
bíblica y en la tradición patrística y litúrgica de los primeros siglos”122. Como síntesis, este
documento muestra su preocupación, en las voces de los Obispos participantes, por lo que ellos
consideraron ciertos abusos, parcialidades y unilateralismos en la eclesiología y en la praxis
posconciliar, por parte de algunas eclesiologías de la liberación123.
Un reconocimiento inacabado.
En este horizonte, es posible concluir, que, para el magisterio de la década de los 80´s, la idea
eclesiológica central de los documentos conciliares, es el término eclesiología de comunión, en
sustitución este de la centralidad que había tomado en los años 70´s en la reflexión eclesiológica
la categoría Pueblo de Dios124. Esto evidencia, como ha expresado C. Galli, que “la noción
[Pueblo de Dios] fue víctima de un fuego cruzado de interpretaciones equívocas y de
relativizaciones descalificadoras”125. Podría decirse que, efectivamente, desde ciertas orillas de
la teología de la liberación hubo comprensiones radicales de la expresión, de la mano de una poca
120
Ibíd., 321.
121
Ibíd., 321. En el documento: VII, 3.
122
Ibíd., 321-322.
123
Ibíd., 322.
124
Ibíd., 322.
125
Galli, Il ritorno del popolo di Dio, Il Regno-attualitá 5/2015, 296, en: Noceti, Pueblo de Dios: un reconocimiento
inacabado de identidad, 322.
39
profundización entre la relación entre la praxis de liberación y la vida concreta del Pueblo de
Dios. Además, como señala Noceti, se definió, de modo insuficiente, la prevalencia y la
influencia del análisis dependentista y marxista de la realidad y sus consecuencias en la praxis
pastoral y en la realización eclesial126.
Tal es la denuncia del Informe sobre la fe del cardenal Joseph Ratizinger. Este autor, en concreto,
centrará sus escritos en la noción Pueblo de Dios, denunciando de manera sucesiva “las
metamorfosis, las indebidas reducciones sociologistas del término “pueblo” y las traslaciones de
significado a la “clase social del proletariado” por una recepción acrítica del pensamiento
marxista”127. Aunque Ratzinger no niega la centralidad de la expresión Pueblo de Dios en el
Concilio, sostiene que hay que verlo conjuntamente con la expresión Cuerpo de Cristo. Desde
este punto de vista, según Noceti, “puede entenderse, por tanto, su preferencia [la de Ratzinger]
por la expresión “nuevo pueblo de Dios” y la comprensión de la iglesia como “pueblo de Dios
en la medida que existe como cuerpo de Cristo”, cuyo primer término (pueblo) se entiende y se
define a partir del segundo”128.
4. Conclusión
Las idas y venidas en el debate sobre la noción Pueblo de Dios, en los años del posconcilio
reflejan una necesidad profunda en el horizonte del redescubrimiento de dicha noción en un plano
más amplio, con el fin de llevar a cabo las reformas eclesiológicas y pensar un modelo de Iglesia
en consonancia con la novedad que el Espíritu inspiró en el Concilio Vaticano II. No está en duda
la centralidad de la categoría para los padres conciliares, atestiguada en las Acta Synodalia y, por
supuesto, en el llamado del cardenal Suenens, y otros tantos, de incluir en Lumen Gentium un
126
Noceti, Pueblo de Dios: un reconocimiento inacabado de identidad, 322.
127
Ibíd., 323.
128
Ibíd., 323.
40
capítulo entero dedicado a esta noción mucho antes de los apartados dedicados a la jerarquía y
los laicos.
A su vez, las teologías de la liberación fueron expresión concreta de este anhelo y de esta praxis
transformadora y liberadora, no obstante sus límites y radicalizaciones que arrojaron un manto
de duda desde el centro institucional. Estos elementos, sin embargo, deben ser leídos más allá de
la aproximación limitada a una crítica del elemento marxista o revolucionario pues debe
encaminarse, a nuestro juicio, hacia una evaluación de la praxis pastoral que estas teologías
preconizaron, muchas veces inspiradas en visiones utópicas de nueva humanidad, nuevo hombre,
nuevo mundo; o en la excesiva centralidad en la exposición de nociones como lucha de clase,
que más allá de ser un hecho pasó a convertirse en criterio hermenéutico.
En efecto, esta reforma eclesial preconizada por el Concilio Vaticano II, sólo puede provenir de
una superación de la visión societaria y jerarquizada propia de la cristiandad y, por ende, de la
recuperación de una perspectiva eclesiológica en terminos mistéricos e histórico-salvíficos129.
Tal es la necesidad de un reconocimiento de la categoría sociológica y teológica del Pueblo de
Dios: sólo allí es posible afrontar los puntos no acogidos o no adecuadamente profundizados en
la encarnación de la letra del Concilio y sólo, parcialmente asumidos en contextos distintos al
europeo como sucedió en latinoamérica.
129
Ibíd., 324.
41
II. El retorno de la eclesiología del Pueblo de Dios.
En términos generales, dicho retorno del Pueblo de Dios se operó en la recepción del Vaticano
II, en el espíritu de reforma y cercanía a las mayorías pobres ocurrido en la Conferencia General
del Episcopado en Medellín. Ciertamente, hubo un retorno del Pueblo en la teología como praxis
de liberación propuesta por Gustavo Gutiérrez. Y esto es así, de modo concreto, al interior de
estas propuestas teológicas, a través del surgimiento de una corriente argentina. En esta escuela
argentina se retomó la idea de la recepción de Lumen Gentium, desde la pastoral popular y desde
las culturas, centrándose casi exclusivamente en la noción Pueblo y Pueblo de Dios desde el
horizonte de la liberación. Es la teología del pueblo o teología de la liberación desde la praxis
cultural131.
A través de esta corriente latinoamericana, cuya reflexión parte de una peculiar comprensión del
término Pueblo y popular, es posible hablar de un retorno del Pueblo de Dios en la teología y el
magisterio en el horizonte de la preservación sociocultural de los pueblos latinoamericanos132.
130
Vitali, Popolo di Dio, 119.
131
Scannone, “La teología de la liberación”, 276-279.
132
Galli, “Il ritorno del Popolo di Dio. Ecclesiologia argentina e reforma della Chiesa”, 294-300.
42
Este capítulo se ocupará del reconocimiento de este retorno del Pueblo de Dios que, según C.
Galli, es un doble retorno por la elección de Jorge M. Bergoglio como Papa y por el necesario
reconocimiento universal de esta corriente teológica.
Un tercer cauce de la teología del pueblo es, ciertamente, el Concilio Vaticano II. Para Gera, el
Concilio es uno de los acontecimientos que marcó su vida como pastor y teólogo. Y esto por dos
razones. En primer lugar, porque el Concilio provocó el surgimiento novedoso de una teología o
teologías propiamente latinoamericanas cuya base fue una perspectiva popular en el que participó
Gera activamente y, en segundo lugar, por su carácter pastoral ya que es éste elemento, a juicio
de Gera, el que despierta un profundo interés en Argentina. Esta constatación del elemento
133
Gera, La teología argentina del Pueblo, 13.
134
Ibíd., 14.
135
Seibold, “La mística popular en la ciudad”, 92-93.
43
pastoral está al origen de la escuela argentina que, desde una óptica teológica de inspiración
conciliar desarrolló una interpretación de la realidad eclesial, social y política argentina. Se
trataba, luego, de “reinterpretar” el Concilio en el país, no de simplemente “aplicarlo”136.
En este sentido, se comprende que el retorno del Pueblo de Dios se fue gestando en la periferia,
en el sur del continente americano, ya desde la época inmedita a la realización del Concilio
Vaticano II. En efecto, en el origen de la escuela argentina, está el hecho de que la Asamblea
Plenaria de los Obispos de ese país, reunida en 1966 se propuso abordar el desafío del Concilio
a través de una serie de acciones pastorales concretas y, en especial, se destaca, la creación de
“una Comisión Episcopal de Pastoral” integrada por obispos, sacerdotes, religiosos y laicos (la
Coepal)137. Dicha comisión tenía dos cometidos principales: el estudio de la realidad del país a
todo nivel y la creación de una agenda de aplicación e interpretación del Concilio para Argentina.
Lucio Gera participó en la Coepal como perito y asesoró la creación del Plan de Pastoral previo
a la Asamblea del Celam en Medellín en 1968.
136
Gera, La teología argentina del Pueblo, 14.
137
Ibíd., 15.
138
Antes de la ruptura de 1973 entre la COEPAL y el MSTM “(…) la comisión tenía la tarea específica de pensar la
pastoral eclesial, mientras que el movimiento manifestaba una particular orientación a la acción -encuentros,
declaraciones y otros gestos proféticos” (Gera, La teología argentina del Pueblo, 18).
139
Ibíd., 18.
44
procesos, los curas villeros son el correlato pastoral de las posiciones de los teólogos del pueblo.
Dos de los principales referentes teológicos para estas experiencias fueron, en efecto, Lucio Gera
y Rafael Tello porque su influencia marcó la renovación de la teología y la pastoral en el
horizonte de la recepción del Concilio Vaticano II140.
En efecto, la colaboración de la Coepal en el texto del episcopado argentino y, por ende, de Gera,
se focalizó en la elaboración de la sección Pastoral Popular. Allí, se asume la perspectiva del
discernimiento de los signos de los tiempos en el contexto latinoamericano presente en Medellín
en estos términos: “la Iglesia ha de discernir acerca de su acción liberadora o salvífica desde la
perspectiva del pueblo y sus intereses”142. Se trataba de leer dichos signos en una perspectiva
histórica y popular (desde el pueblo).
140
Ibíd., 19-20.
141
Ibíd., 21.
142
Conferencia Episcopal Argentina, “Documento de San Miguel”, 73.
45
transita Dios y su acción salvadora en la historia concreta de los seres humanos y de los pueblos
de la tierra. Vale la pena citar a Boasso quien define la pastoral eclesial como
la praxis histórica de la misión de la Iglesia en los pueblos, la tentativa por inscribir en la
historia la fe -y, naturalmente, las exigencias morales de fe-esperanza-caridad: decimos fe
para sintetizar el cristianismo-; su acción en orden a encarnar en la historia de los pueblos
la historia de la salvación operada por Cristo y articulada por mediación eclesial […]. La
pastoral implica, por consiguiente, un engendrar sentidos en la historia, un “hacer”
sentidos; como una siembra de valores ético-humanos en el seno de la historia a fin de que
los pueblos los fructifiquen143.
Se comprende así que “pastoral” es una peculiar relación Iglesia-Pueblo: la misión de la Iglesia
no se expresa como dirigida solamente a los individuos, sino también a los pueblos y desde ellos.
Se trata de un camino que no es una plena identificación con un Estado o nación sino con un
pueblo. Así, “la Iglesia nacional se siente llamada a insertarse en una historia muy concreta […]
de un pueblo determinado”144. Desde esta perspectiva, la misión de la Iglesia, expresada como el
discernimiento de los signos de los tiempos en un determinado contexto, intenta discernir el paso
de Dios en el pueblo, el cual necesariamente pasa por el horizonte de su historia y cultura; y, al
estar al servicio de los pueblos, la Iglesia la entiende como pastoral popular que comienza a ser
el paradigma teológico previo a cualquier análisis social145. La comunidad de fe está llamada a
impregnar la historia y la conciencia del pueblo “[…] contribuyendo a determinar un destino
histórico y unificante del pueblo. La fe está llamada a realizarse como acontecimiento histórico
en un pueblo”146.
Pero ¿qué es pueblo?. Gera, ofreció su respuesta en una ponencia titulada “Pueblo, religión e
Iglesia”147 que tuvo lugar en 1976, durante el Encuentro Interdepartamental del Celam realizado
en Bogotá, Colombia. Se trata de un texto programático, como en su momento fue el Documento
de San Miguel, en el que el teólogo argentino presentó de una manera sistemática los principales
conceptos de dicha corriente teológica.
143
Boasso, “¿Qué es la pastoral popular?”, 23-24.
144
Gera, “Apuntes para una interpretación de la Iglesia Argentina”, 119.
145
Gera, La teología argentina del pueblo, 24.
146
Gera, “Apuntes para una interpretación de la Iglesia Argentina”, 117.
147
Gera, “Pueblo, Religión del Pueblo e Iglesia”, 271-316. Dicho texto fue posteriormente compilado por el Equipo
de Reflexión Teológico-Pastoral de dicho organismo bajo el título Iglesia y religiosidad popular en América Latina.
Ponencias y Documento Final, en 1977. Esto para decir que el CELAM y, en concreto, este Equipo fue “el espacio
colectivo en el cual fructificó la teología argentina del pueblo y el pensamiento pionero de Lucio Gera para América
Latina” (Gera, “Pueblo, Religión del Pueblo e Iglesia”, 271).
46
En la ponencia citada, en referencia a la relación de la Iglesia con la religiosidad popular, Gera
define el significado de pueblo, al comprender que “popular” es lo propio de un “pueblo” y que
éste, a su vez, “es un sujeto colectivo, esto es, una forma específica de comunidad”148. En una
entrevista concedida en 1990, Gera expresaba que el uso de la categoría pueblo por parte de la
escuela argentina apela a “un concepto límite […] difuso. Porque el pueblo es algo anterior a
toda estructura sociológica, no es ni la nación ni la sociedad como tal”149. Ante la pregunta por
localizar al pueblo, Gera lo define como “más bien un impulso que una organización”150. Se ha
de localizar al pueblo no sólo en las estructuras, las adhesiones o los partidos “sino sobre todo en
acontecimientos”151. Y esto es así porque “el pueblo va desarrollando sus propios
acontecimientos más allá y burlándose del partido, asumiendo al líder y despúes dejándolo, en
una especie de movimiento de libertad muy grande que no tenemos nosotros […]”152.
En este sentido, pueblo no es cualquier comunidad pues es “una pluralidad de individuos, una
multitud reducida a unidad: unificada y -relativamente- totalizada”153. Con ello, Gera expresó dos
dimensiones del ser del pueblo. En primer lugar, la pluralidad de individuos que expresa que el
pueblo se realiza en individuos concretos y que no es una realidad ajena o externa a ellos. En
segundo lugar, la otra dimensión es la unidad que es lo que determina que la pluralidad de
individuos resulte en una unidad integrada o totalizada, en un sujeto histórico colectivo154. En
este sentido, para Gera, la idea de unidad tiene un carácter de totalidad,
la idea de unidad es convertible con la de totalidad; no solamente porque un pueblo es la
unidad de todos los que lo integran, sino en el sentido que es un conjunto que se concluye
en sí, que se completa y totaliza, vale decir, que resulta ser un todo, un sujeto que se
autosustenta en sí mismo y se autodetermina. Es una persona moral o social155.
A pesar de esto, el pueblo como realidad que totaliza las particularidades presentes en el
pluralismo de los individuos, también es una totalidad parcial. En efecto, al decir de Gera,
… con otros pueblos, forma parte de la humanidad universal. A la vez que autónomo, un
pueblo es solamente un particular. Es importante mantener este punto de tensión. Hay en
148
Ibíd., 282.
149
Gera, “San Miguel: una promesa escondida”, 329.
150
Ibíd., 329.
151
Ibíd., 329.
152
Ibíd., 329.
153
Gera, “Pueblo, Religión del Pueblo e Iglesia”, 282.
154
Ibíd., 283.
155
Ibíd., 283.
47
efecto, universalismos e internacionalismos que tienden a diluir la consistencia nacional de
cada pueblo; y hay nacionalismos que erigen al propio pueblo en un falso universal156.
Un pueblo es, pues, una totalidad realizada en la diversidad de individuos, en el hecho de que
estén unidos como sujeto histórico colectivo. El pueblo se realiza como “conjunto humano que
vive, de forma orgánica y unitaria, no dispersa o dislocada, la totalidad de dimensiones de su
existencia: religiosa, moral, política, económica, etc”157. El pueblo fracasa cuando se debilita la
unidad, en el entendido de que la unidad no es una uniformidad, pues un pueblo es una comunidad
que implica una específica unidad a base de un factor común158. Pero ¿cuál es propiamente ese
factor, ese elemento del cual una diversidad de individuos resulta efectivamente un pueblo? Gera
expresa que hay dos tendencias principales para explicarlo. Una que define al pueblo como
pueblo-nación o pueblo-cultura. En la otra tendencia, se define al pueblo como un sector
particular de una nación o cultura159.
156
Ibíd., 283.
157
Ibíd., 298.
158
Ibíd., 283.
159
Ibíd., 284.
160
Scannone, La teología del Pueblo, 44.
161
Gera, “Pueblo, Religión del Pueblo e Iglesia”, 284.
162
Ibíd., 285.
48
realización de un mismo bien común, en una totalidad capaz de autodeterminarse y
autoorganizarse, voluntad que surge […] de una común cultura […]”163. A su vez, por cultura
Gera comprende el ethos cultural, que es, “el modo como un grupo humano tiene organizada su
propia conciencia y jerarquía de valores, y por consiguiente, de aspiraciones”164. Esto está
relacionado directamente con la política, pues es lógico que quienes se sienten cercanos en razón
de su cultura, identidad y valores asuman una voluntad común que constituye al pueblo165. Esto
es así, si además, existen los condicionamientos históricos pertinentes que pueden brindar las
posibilidades para que ese ethos configurado por muchos realice el pueblo o los pueblos166.
Las preguntas que quedarían por resolver son: ¿hay en América Latina una cultura o muchas
culturas, un pueblo o pueblos diversos?167 Si hay diversas culturas ¿existen diversos pueblos? Y
más allá: ¿existe una voluntad común más allá de la unidad de una cultura o de varias?168 Es claro
que Gera opta por la idea de que hay una cultura con acentos diversos en el continente. Dicha
cultura dominante y unificadora es para Gera la cultura popular latinoamericana o cultura de
los pueblos de América Latina169. A esto se suma, además, la constatación de que en América
Latina la fe cristiana aglutina mayoritariamente la expresión religiosa y, por ende, el sustrato
cultural170.
En segundo lugar, el teólogo argentino profundiza en aquella tendencia que define el concepto
de pueblo como sector o sectores dentro de una nación y a diversos niveles, como pueden ser: el
económico, social, educativo, político o religioso. Se opera allí una suerte de estratificación
calificadas con fórmulas del tipo: mayorías/minorías; pueblo o masa/élites; pueblo/oficial o
institucional171. Este modelo distingue en el uso del lenguaje la aplicación de pueblo a sectores y
en las aplicaciones en que, al interior de éstos, se usan palabras como pueblo o popular. En un
primer uso lingüístico, estos vocablos expresan la idea de totalidad y unidad previamente vista,
como cuando alguien dice que los bienes y los derechos de la nación son para todo el pueblo, es
decir, no sólo para algunos dentro de la nación o el grupo. En un segundo uso, pueblo y popular
163
Ibíd., 285.
164
Ibíd., 285; Ver también: Scannone, La teología del Pueblo, 44.
165
Gera, “Pueblo, Religión del Pueblo e Iglesia”, 285.
166
Ibíd.
167
Scannone, La teología del Pueblo, 45.
168
Gera, “Pueblo, Religión del Pueblo e Iglesia”, 286.
169
Ibíd., 287.
170
Scannone, La teología del Pueblo, 55; 86.
171
Gera, “Pueblo, Religión del Pueblo e Iglesia”, 289.
49
son utilizados para calificar sectores dentro del todo: se pone de manifiesto que el ser pueblo “se
realiza, no exclusiva, pero sí preferentemente en aquellos”172. Se pueden evidenciar en dicho uso,
características, como la sencillez o la pobreza, que posibilitan una vida en común solidaria y
unida en la realización de una comunión más intensa.
En otra acepción dentro de este mismo uso lingüístico es posible observar más rigidez y
exclusivismo: aplicar pueblo a la parte trabajadora y pobre al de pueblo-nación. Expresiones
como sector popular, populacho y afines; o, en sentido contrario, como sector no popular,
evidencirían sentidos de pertenencia o no pertenencia al pueblo. Se trata de un uso cercano a la
categoría clase social que predica la pertenencia en base a una comprensión entre élites sociales
y posiciones. Esta aproximación no convence a Gera porque “constata en la historia y en la
realidad actual de las naciones una gradualidad de matices de pertenencia al pueblo o al
antipueblo”173. Introduce Gera la dicotomía pueblo y antipueblo para zanjar la pregunta por
cuáles individuos o sectores pertenecen al pueblo y cuáles no174.
Pueblo y antipueblo
Es claro, para Gera, que la discusión sobre la noción Pueblo y Pueblo de Dios, debe darse al
interior de los estudios culturales e históricos bajo una perspectiva no exclusivista. Esto es, no
desde la adhesión a una doctrina sociológica o a un conjunto de postulados filosóficos que
pretendan expresar con exactitud los alcances de las categorías utilizadas para definirlos. Al
contrario, su aproximación vincula una pluralidad de aproximaciones que intentan expresar la
complejidad de las relaciones sociales en la realización de esa unidad particular que es un pueblo.
A la base de esa noción de pueblo-nación, se afirma la común pertenencia de todos los individuos
y sectores que participan de la cultura que, como factor común, es el sustento de una voluntad
política determinada, voluntad que se manifiesta primero como “voluntad de estar unidos, con
otros, en dicho pueblo”175. El pueblo es esta unidad realizada en lo común. Para Gera, es claro
que la realidad del pueblo es compleja y puede desembocar en elementos negativos. Aquellos
elementos que, por decirlo así, se desculturizan y adoptan una cultura ajena al pueblo,
172
Ibíd., 290.
173
Scannone, La teología del Pueblo, 45.
174
Gera, “Pueblo, Religión del Pueblo e Iglesia”, 290.
175
Ibíd., 291.
50
convirtiéndose en aquellos que excluyen a otros del bien común en razón de una ideología,
aquellos que oprimen injustamente, son en realidad los que se autoexcluyen del pueblo. En
efecto, quien así obra “se excluye de él (del pueblo) en la medida que excluye y oprime y, en la
medida que no excluye, sino que deja participar a otros, pertenece a él”176. Luego, los elementos,
grupos o individuos cismáticos -en tanto afectan la unidad del pueblo, la prosecución del bien
común- son el antipueblo.
En el caso de la aproximación por sectores hay que proclamar un sutil discernimiento. Las
expresiones del tipo popular/no popular pueden expresar un menor o mayor desarrollo,
liderazgo, etc. Pero desde ya se ve que no necesariamente un menor desarrollo cultural significa
que se carece de una cultura y, en el mismo sentido, mayor desarrollo o capacidades no evidencia
la exclusión del pueblo o de lo popular. Un pueblo es un conjunto orgánico que requiere unidad
en la diversidad de sectores, agrupaciones y liderazgos177.
176
Ibíd., 291.
177
Ibíd., 292.
178
Scannone, La teología del Pueblo, 45.
179
Gera, “Pueblo, Religión del Pueblo e Iglesia”, 292.
180
Ibíd.
181
Ibíd., 293. La cursiva es mía.
51
Es necesario, por tanto, como en otras corrientes de la teología de la liberación, hablar del pobre
y de la opción preferencial por el pobre. En la primera acepción de la palabra pobre es posible
evidenciar las condiciones paupérrimas de lucha por la subsistencia a que son sometidas grandes
mayorías de personas en diversos contextos del continente. Se habla aquí de seres humanos
puestos en unas condiciones sociales y económicas que les hacen experimentar su falta de poder.
Luego, no hay hasta acá una diferencia sustancial respecto de la aproximación que realiza la
primera generación de la teología de la liberación.
No obstante, al profundizar más, Gera elucida que en último término la palabra pobre expresa,
en relación con el uso neotestamentario, una particular inclinación a la humildad, una “condición
moral, cuya carácterística básica es la apertura humilde a los otros, a Dios y a los seres
humanos”182, y más adelante, afirma que “la experiencia del no poder lleva al pobre a sentir la
necesidad también de otros seres humanos, a pedir, a reclamar y exigir a otros, a los que tienen
poder, la justicia y el afecto que se les debe”183. La perspectiva espiritual aquí no es sinónimo,
para Gera, de defensa del status quo por parte del pobre o de cierta pusilanimidad. Esto porque
en el planteo general sobre la noción pueblo, en realidad, sólo puede serlo quien tiene una
conciencia de necesitar de Dios, de otros; una conciencia que está en el pobre, y que es “una
conciencia viva y herida” 184 que le hace capaz de solidaridad, es decir, más capaz de ser pueblo.
Y continúa Gera, “pueblo, en definitiva, es una realidad ética, que exige profundas actitudes
morales. Por esto, de un modo sin duda preferente, llamamos pueblo a la multitud de los
pobres”185.
Ser pueblo, pues, exige una cultura (actitudes, valores, emociones) que permita la cercanía, la
solidaridad, el apoyo mutuo, etc. Entonces, es una cultura cuyo centro es la apertura existencial
a los demás, a la naturaleza, a Dios; es la conciencia de la necesidad de otros, de estar en
relaciones de apoyo y mutuo crecimiento. Esta conciencia en términos de fe, en palabras de Pablo
VI, es la “sed de Dios, que solamente los pobres y sencillos pueden conocer”186. En este sentido,
Gera afirma que la religiosidad del pobre es una religiosidad popular, no sólo porque responde a
la cultura propia o del pueblo, sino porque principalemente, como fruto de la actitud de los pobres
182
Ibíd., 294.
183
Ibíd.
184
Ibíd.
185
Ibíd.
186
Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, n. 48.
52
que está detrás de la voluntad común, es una forma de existencia cultural: son ellos quienes
“constituyen, de un modo preferente, a un pueblo”, y continúa, “los pobres condensan y tipifican
la religión de un pueblo”187.
Iglesia y Pueblo.
Llegados al tema de la fe ¿cuál es la relación de la Iglesia, Pueblo de Dios, con los pueblos pobres
y los pobres de los pueblos en el mundo? ¿Cuál su relación con todos los pueblos en tanto Pueblo?
El teólogo argentino expone el modo en que la Iglesia realiza su misión en el mundo, al servicio
del pueblo y en el contexto que le corresponde vivir. Gera realiza una interesante síntesis de lo
que significaría la tensión universalidad-localidad de la Iglesia en horizonte de lo popular. El
teólogo argentino expresa esta universalidad del Pueblo de Dios, la catolicidad como dimensión
esencial de la Iglesia, en un modelo encarnatorio pues, en la tensión entre lo secular y lo sagrado,
se lo comprende como “llamado a peregrinar en la historia y a encarnarse en las culturas”188.
Al retomar Lumen Gentium 13, el pensador argentino expresa la catolicidad de la Iglesia en estos
términos: “de sí, la Iglesia está destinada a abarcar en su seno a todos los seres humanos. Por ser
católica ella es para todos”189. En tanto Pueblo de Dios, la Iglesia trasciende a todos los pueblos,
pero está llamada a encarnarse en cada uno y en todos. Esta es una idea presente ya en el número
13 de la Constitución conciliar, pues allí se afirma que “el único Pueblo de Dios está presente en
todos los pueblos de la Tierra”190. En virtud de su misión, la Iglesia transmite la fe a los pueblos,
pero éstos, al formar parte del Pueblo de Dios, lo hacen con sus culturas como “modos de vivir
la única y universal fe de la Iglesia”191. Ella, dado que trasciende cualquier sector social o grupo,
abarca a todos, pero ha de ocuparse especialmente de los más frágiles, pobres y vulnerables en
los pueblos. Si la Iglesia no acogiera a todos y si no mirara y defendiera a los pobres, “su actitud
no sería de Iglesia de Cristo, sino de secta”192.
187
Gera, “Pueblo, religión del pueblo e Iglesia”, 294. Es interesante notar que este tratamiento de la religiosidad
popular como sustrato de la cultura popular latinoamericana fue retomado por la Asamblea de Puebla en 1979 por
incidencia del mismo Gera que estuvo en la comisión redactora del Documento Final. Recomiendo consultar
Consejo Episcopal Latinoamericano y del Caribe – Celam, “Documento de Puebla (1979)”, n. 444.
188
Gera, “Pueblo, religión del pueblo e Iglesia”, 295; Gera, “Apuntes para una interpretación de la Iglesia
Argentina”, 119; y también, Scannone, La teología del pueblo, 48-50.
189
Gera, “Pueblo, religión del pueblo e Iglesia”, 295.
190
Concilio Vaticano II, “Lumen Gentium”, 13.
191
Gera, “Pueblo, religión del pueblo e Iglesia”, 296.
192
Ibíd.; ver también: Conferencia Episcopal Argentina, “Documento de San Miguel”, 71.
53
Por su parte, la implantación de la Iglesia en los pueblos y culturas del mundo corresponde a la
denominada “ley de la encarnación”. Gera comprende por encarnación, siguiendo el número 13
de Lumen Gentium, “aquella relación de la Iglesia con los pueblos y con los seres humanos, por
la cual asume lo que en ellos hay de válido -las semillas del Verbo, los gérmenes de virtud-,
purifica lo negativo y lo eleva”193. La Iglesia es enviada a todas las naciones con el fin de anunciar
la fe y proclamar públicamente el Evangelio ante los pueblos, no ante algunos, o algunos pocos
dentro de ellos. Lo hace ante los pueblos “en tanto sujetos colectivos, responsables de la historia
universal”194. Y continúa Gera, “la pastoral de la Iglesia no es solamente una pastoral de
individuos, sino una pastoral de los pueblos”195. El marco en que se realiza esta tarea es el desafío
de
… apreciar, vivir espiritualmente, en la práctica pastoral y en la reflexión, cómo
precisamente la fe en la trascendencia nos obliga al gran esfuerzo por la promoción
humana, por hacer lo inmanente más humano y, por lo tanto, cómo la misma fe en la
trascendencia, en la vida eterna, en la salvación nos lleva a la opción por el pobre, a la
liberación, a la proyección política196.
Así, su horizonte es la fe vivida en la integralidad del pueblo, el bien común, en tanto el pueblo
es constructor de la historia y de la política. A su vez, dicha encarnación de la Iglesia en los
pueblos, apunta a la inculturación de la fe. Siguiendo a Pablo VI, Gera afirma que la perspectiva
es evangelizar la cultura, esto es, el propiciar que la fe se encarne en “los criterios de juicio, los
valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras
y los modelos vida de un pueblo”197. La evangelización no puede ser, por tanto, un barniz o un
aspecto decorativo sino que apunta a las bases mismas de la cultura198.
Con respecto a lo anterior, Rafael Tello, otro de los teólogos de la escuela argentina, expresa así
esta particular relación,
La Iglesia como pueblo de Dios se tiene que encarnar en un pueblo temporal [...]. Y ya que
el pueblo se constituye como cultura, se tiene que encarnar en una cultura. La Iglesia pueblo
de Dios no existe como un ente separado, sino que siempre —y esa es su misión propia—
se encarna y al encarnarse el pueblo de Dios se concreta de un modo particular,
trascendiendo todo modo particular. Esto hace que el pueblo de Dios encarnado en culturas
193
Gera, “Pueblo, religión del pueblo e Iglesia”, 296; Concilio Vaticano II, “Lumen gentium”, n. 13.
194
Gera, “Pueblo, religión del pueblo e Iglesia”, 297; Scannone, La teología del pueblo, 49.
195
Gera, “Pueblo, religión del pueblo e Iglesia”, 297.
196
Gera, “San Miguel: una promesa escondida”, 341.
197
Gera, “Pueblo, religión del pueblo e Iglesia”, 298; sobre este tema ver también Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, n.
19-20.
198
Gera, “Pueblo, religión del pueblo e Iglesia”, 298.
54
diversas sea también diverso —conservando su unidad— como pueblo de Dios... Es decir,
la cultura le da una modalidad encarnada a los valores universales del pueblo de Dios y así
lo multiplica en el espacio y en el tiempo, sin agotarlo jamás199.
Para Gera es claro que los acontecimientos vividos por el Pueblo de Dios, a partir del Vaticano
II y de Medellín, son irreversibles y sus líneas pastorales ya no se pueden poner en cuestión. De
este modo, señala que “en la evolución […] la historia nos ha ido exigiendo, cada vez más, ir
radicando [sic] la opción por la liberación y por los pobres en el núcleo de nuestra fe”203. Es el
núcleo de la fe, por decirlo así, el elemento central que permite al teólogo tanto usar mediaciones
como “poner elementos de crítica a las mediaciones y a las ideologías”204. Y añade, “no disociar,
sino radicalizar cada vez más el proyecto del liberación y opción por los pobres en el núcleo
evangélico, en el núcleo evangelizador”205.
En el caso latinoamericano, los pueblos profesan una fe cristiana en las notas características de
una religiosidad popular. En ella acontece la experiencia religiosa y cultual del pueblo; en ella,
el pueblo se expresa como un pueblo. Sin embargo, no se trata solamente de una objetivación
conceptual de esa realidad de fe y comunidad, sino
199
Tello, “Versión magnetofónica del Segundo encuentro de reflexión y diálogo sobre pastoral popular”, 188.
200
Gera, “Pueblo, religión del pueblo e Iglesia”, 298.
201
Ibíd., 298; Gera, “Apuntes para una interpretación de la Iglesia Argentina”, 117.
202
Gera, “Pueblo, religión del pueblo e Iglesia”, 299.
203
Gera, “San Miguel: una promesa escondida”, 340.
204
Ibíd.
205
Ibíd.
55
la expresión de una conciencia y deseo de participación en el misterio del ser y de la vida
[…]. A través de sus símbolos, que además de ser representados son puestos en acción -
ritos, fiestas, costumbres-, un pueblo encuentra su puesto espiritual en el ámbito del mundo
y, con su mundo, en el ámbito de lo divino y lo trascendente206.
Cualquier planteo pastoral y renovación deberá partir, entonces, de ese presupuesto fundamental.
Hay en esa religiosidad popular imperfecciones, pecados, insuficiencias catequéticas, pero la
Iglesia no puede actuar de espaldas a esa síntesis popular porque ella contiene y expresa las
actitudes que hacen de los individuos pueblo y fomentan su unidad. Es, en base a este
presupuesto, que la Iglesia puede “delinear concretamente en qué consistirán las tareas de acoger
y escuchar a dicho pueblo, de moverlo a la purificación, con decisión y misericordia y de
dinamizarlos, en su misma religiosidad, de conformidad a la crisis, cambios y exigencias
históricas del momento”207.
206
Gera, “Pueblo, religión del pueblo e Iglesia”, 307.
207
Ibíd., 314.
208
Gera, “La Iglesia frente a la situación de dependencia”, 183-269.
209
Los movimientos populares en Argentina encontraron fórmulas de unidad con el mensaje cristiano para su lucha
en la transformación política. El caso mejor documentado de esta mutua relación no carente de tensiones y conflictos
podría ser el peronismo. Se trata de un proceso político anterior a la renovación Conciliar pero que encontrará sus
vías de realización. Sobre este tema puede verse: Lida, “Catolicismo y peronismo: debates, problemas, preguntas”,
139-148.
210
Gera, “San Miguel: una promesa escondida”, 340.
56
El desafío es mantener la tensión entre las dimensiones de la fe y la liberación. No disociarlas,
confundirlas o yuxtaponerlas.
Por otro lado, para Scannone, la distancia entre las dos vertientes de teología latinoamericana
radica en el uso que hacen de las mediaciones práxicas, pues la teología del pueblo, sin negar la
importancia del papel de las ciencias sociales y la mediación necesaria de las categorías marxistas
privilegia el rol de la historia nacional y popular como lugar hermenéutico211. En este sentido,
“esta posición implica que se acepta el arraigo histórico de una praxis de liberación y de creación
de cultura propia en nuestros pueblos y no se interpreta su historia exclusivamente desde el
esquema dialéctico de la dependencia”212. El punto de partida será, en todo caso, la pregunta qué
significa ser cristiano en América Latina, el contenido de esa respuesta no sólo impacta la
conciencia y las opciones morales de los cristianos, sino a la Iglesia misma en su
autocomprensión213.
211
Scannone, “Teología, cultura popular y discernimiento”, en Gera, La teología argentina del pueblo, 26.
212
Ibíd., 26.
213
Gera, “La Iglesia frente a la situación de dependencia”, 193.
214
Tello, “Nueva Evangelización”, 189.
215
Tello, “Versión magnetofónica del Segundo encuentro de reflexión y diálogo sobre pastoral popular”, 189.
216
Gera, “La Iglesia frente a la situación de dependencia”, 213.
57
una determinada élite política o religiosa; incluso, diríamos, a pesar de cualquier élite que, de
una manera cismática, pretende tal poder para sí misma o para sus intereses217. Este elemento es
profundamente liberador de una teología y de una praxis eclesial asentada en la supuesta
superioridad, en razón de la fe o del conocimiento, por parte de la jerarquía o de los teólogos, por
encima de los procesos historizadores del pueblo. Bajo este modelo se comprende -aún hoy- la
acción evangelizadora de la Iglesia como si “[…] sólo las élites religiosas, la jerarquía -¡y los
teólogos!-, poseen originariamente la fe y la dan a un pueblo que es pasivo receptor”218. La
Iglesia, si quiere ser verdaderamente Pueblo de Dios, no puede actuar desde una lógica elitista -
intelectual o religiosa- porque esto minaría el protagonismo del pueblo en la creación de su propia
historia219.
Al respecto, Tello, se pregunta “¿cuáles son las mediaciones para lograr que esa cultura, vista
como valores básicos, logre desenvolverse, desarrollarse, en una conducta coherente?”223. La
cultura es comprendida aquí como el conjunto de valores, tradiciones e identidad que transforma
217
Ibíd., 210.
218
Ibíd., 213.
219
Esta podría ser una de las razones para la reticencia de los teólogos del pueblo frente a la centralidad que ocuparon
las mediaciones marxistas en la primera generación de la teología de la liberación: esta centralidad en la praxis pudo
considerarse como una suerte de elitismo intelectual.
220
Gera, “La Iglesia frente a la situación de dependencia”, 200.
221
Ibíd.
222
Ibíd., 201. Es interesante notar aquí la experiencia de algunos grupos intelectuales argentinos en los que, luego
de la caída de Perón, ocurrió una revalorización progresiva de su identidad cultural y de la pertenencia al pueblo,
incluido, el catolicismo popular. Ver sobre este punto: Scannone, La teología del pueblo, 74.
223
Tello, “Versión magnetofónica del Segundo encuentro de reflexión y diálogo sobre pastoral popular”, 192.
58
la historia en tanto conducta, esto es, acciones y actitudes. En este sentido, Tello no duda en
afirmar que la cultura hace a la historia224. Además, expresa así dicha transformación:
Y si bien la plenitud está dada en Cristo, está derramada, comunicada, multiplicada en los
hombres. Por eso la plenitud de Cristo sólo se va conociendo a través de la historia, se va
haciendo patente o revelando en la historia, a través de los valores y las actitudes, de los
hechos que los mismos hombres van poniendo en acto, recibidos o participados del don de
Dios en Cristo. ¿Cuáles son las mediaciones para que la cultura, como actitud temporal
básica, se convierta en historia, pase a realizarse como historia?... El sentido común, el
trasfondo de ideas que se hace común, ordinario, que se difunde en un pueblo, y es
cambiante225.
Para Tello, esta praxis liberadora es una praxis social que se concreta en un proceso, en un
proyecto político “implícito en la vida del pueblo”230. A su vez, la Iglesia tiene el deber de
224
Ibid.
225
Ibid.
226
Gera, “La Iglesia frente a la situación de dependencia”, 199.
227
Ibíd.
228
Ibíd.
229
Tello, “Versión magnetofónica del Segundo encuentro de reflexión y diálogo sobre pastoral popular”, 193.
230
Ibíd., cita 9.
59
acompañar y orientar dicho proceso pues esa es su misión radicada en el Evangelio, sin plegarse
a una realización partidaria concreta sino discerniendo y asumiendo la verdad de que el pueblo
es el sujeto y autor de su propio destino231. En esta perspectiva, se asume que la misión de la
Iglesia no es sólo cultual sino que debe llegar al ser humano integral232.
Unido a lo anterior, se ha hecho evidente, que lo vivido en la Iglesia ya desde mediados del siglo
pasado no es una simple crisis institucional, sino una crisis epocal. Esto significa que la crisis no
se define por la caducidad de unas estructuras eclesiales concretas, es decir, en el orden de lo
positivo, sino en el ámbito de la identidad, el espíritu, las motivaciones y los fundamentos ético-
culturales que motivan a la acción y son principios basales de las estructuras. Dicha crisis supone
un cambio de mentalidad, un cambio cuyo alcance va más allá de una transformación de dichas
estructuras eclesiásticas como en algún momento se pensó. Como Pedro Trigo expresó, dicho
cambio fue pregonado y vivido por muchas pequeñas comunidades latinoamericanas por décadas
231
Ibíd.
232
"La Iglesia no disocia la acción temporal de su misión espiritual. Es decir, la Iglesia como Iglesia entra plenamente
en todas esas cuestiones que atañen al hombre, donde se juega el destino del hombre" (Ibíd., 194).
233
Tello expresa en estos términos la situación de la reforma social y eclesial posterior a la Conferencia del
Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Puebla, México realizado en 1979. “El tiempo ha pasado sin que la
situación haya mejorado, pues los análisis y evaluaciones del Documento de Puebla conservan plenamente su
vigencia. Y hay que notar que el tiempo pasa diversamente para el que, instalado con relativa seguridad mira
curiosa y apreciativamente transcurrir los meses y los años, y para aquel para quien cada día renueva la angustia
de sobrevivir o no. Esto mismo tal vez indica que el compromiso de las iglesias después de la puntualización
doctrinal no ha alcanzado una gran envergadura. Y hasta parece que en muchas partes ese compromiso se hubiera
hecho más lejano, más ambiguo” (Tello, “Nueva Evangelización”, 195).
60
y ese cambio consiste en una vuelta a la primacía de lo cristiano234, al Evangelio y la comunidad
inspirada por el Reino, a la mirada del discípulo-misionero, a vivir en la propia existencia la
profundidad de la vida de Jesús y sus opciones. En este mismo sentido, el entonces cardenal
Bergoglio se expresaba al afirmar que
Los cambios “no se refieren a los múltiples sentidos parciales que cada uno puede encontrar
en las acciones cotidianas que realiza, sino al sentido que da unidad a todo lo que existe”
(Aparecida 37). Lo propio del “cambio de época” es que ya las cosas no están en su sitio.
Lo que antes servía para explicar el mundo, las relaciones, el bien y el mal, ya parece que
no funciona más. La manera de ubicarnos en la historia cambió235.
La visión del, ahora Sucesor de Pedro, no podría desligarse de las aproximaciones acontecidas
en su continente de origen durante las últimas décadas. Su visión sobre los problemas y la crisis
de la Iglesia, no se separan de los debates religiosos, culturales y teológicos latinoamericanos.
En este sentido, es posible evidenciar la influencia de los teólogos del pueblo en la comprensión
de la misión de la Iglesia, la teología y la pastoral que tiene Francisco236. Dicha influencia ya era
evidente en sus escritos y en sus homilías de Obispo y Cardenal. Le ayudaron a entender que el
horizonte del “nuevo lugar” de la Iglesia es el Evangelio, con la mirada en la cultura del pueblo
pobre y los pobres de los pueblos, con sus necesidades, aspiraciones, problemas y esperanzas en
el marco de su preservación en el escenario de una globalización de la indiferencia, como suele
decir el Papa237.
234
Trigo, “La teología latinoamericana ante los retos epocales”, en Luciani, El Papa Francisco y la teología del
pueblo, 18.
235
Bergoglio, “El mensaje de Aparecida a los presbíteros”, 11 de septiembre de 2008, en Luciani, El Papa Francisco
y la teología del pueblo, 10.
236
Lucio Gera, Rafael Tello, Methol Ferré.
237
Luciani, El Papa Francisco y la teología del pueblo, 11.
238
Ibíd., 9.
61
reforma en términos de una praxis eclesial como “impulso” del Espíritu hacia el futuro de la
comunidad cristiana.
239
Francisco, “Primer saludo del Santo Padre Francisco, bendición Urbi et Orbi”.
240
Ibíd.
241
Bergoglio, “Comenzar la aventura de una nueva nación – Homilía en la Catedral de Buenos Aires el 25 de mayo
de 2000”, en Bergoglio, Ponerse la patria al hombro, 10.
242
Bergoglio, Ponerse la patria al hombro, 6.
62
interior del pueblo afirma que “hay que apelar a lo hondo de nuestra dignidad como pueblo,
apelar a nuestra sabiduría, apelar a nuestras reservas culturales”243. Tal es la revolución,
propuesta por Francisco, que es principalmente una revolución acaecida en el encuentro, en la
memoria y la ternura ofrecida. Es una mística popular que proviene del acercamiento propio de
la escuela argentina de la cual bebió Bergoglio siendo Sacerdote y Obispo. En las siguientes
líneas se profundizará en la enseñanza eclesiológica del papa Francisco presente en Evangelii
Gaudium,244 en tanto, deudor e innovador en el contexto de la teología del pueblo y en línea con
su proyecto de reforma pastoral inspirada en Lumen Gentium.
El título de la exhortación “expresa la alegría que provoca recibir y dar la Buena Noticia que es
Jesucristo (Mc 1,1) […]. El Papa anuncia un tiempo de alegría evangélica y evangelizadora,
paralelo al tiempo de la misericordia”251. Es interesante notar que la alegría se predica no sólo en
el creer sino en el evangelizar252. Se trata de una alegría vivida en comunidad, en pueblo que se
243
Ibíd.
244
Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual - 24
de noviembre de 2013.
245
Galli, “La reforma misionera de la Iglesia según el papa Francisco”, 60.
246
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 11.
247
Ibíd., 13.
248
Ibíd., 17.
249
Ibíd., 26.
250
Luciani, “La centralidad del pueblo en la teología sociocultural del papa Francisco”, 391.
251
Galli, “La reforma misionera de la Iglesia según el papa Francisco”, 55.
252
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 14-18.
63
siente impulsado a salir hacia las periferias, en conexión con su memoria y su cultura. Además,
se trata de un impulso misionero cuyo centro es el amor de Dios, la ternura-misericordia del
Señor en la comunidad cristiana. En efecto, “la comunidad evangelizadora experimenta que el
Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10), y por eso sabe adelantarse,
tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro […]. Vive un deseo inagotable de brindar
misericordia”253. Y esto es así, porque es la comunidad la que ha experimentado ese amor
profundo cuya raíz es el kerygma. En efecto, “la verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es
inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con
la carne de los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la
ternura”254.
En el escenario actual de la crisis de los vínculos sociales y la unidad en la búsqueda del bien
común, el Papa expresa que “un desafío importante es mostrar que la solución nunca consistirá
en escapar de una relación personal y comprometida con Dios que al mismo tiempo nos
comprometa con otros”255. Y continúa, “precisamente en esta época […] los discípulos del Señor
son llamados a vivir como comunidad […]. Llamados a dar testimonio de una pertenencia
evangelizadora siempre nueva. ¡No nos dejemos robar la comunidad!”256. La reforma de
Francisco apunta en la dirección de la renovación de la fe en el afianzamiento de las relaciones
comunitarias, los vínculos sociales y la atención a los descartados y los olvidados por el sistema
imperante.
En el capítulo I se constató que el Concilio Vaticano II fue el concilio del Pueblo de Dios. Esta
noción, presente muchas veces en los textos conciliares, fue desarrollada principalmente en
Lumen Gentium, en el capítulo II. El papa Francisco ha expresado que, en su comprensión de
Iglesia, la imagen que prefiere es precisamente la de Pueblo y Santo Pueblo fiel de Dios257. Se
basa el Papa en una lectura del número 13 de la Constitución Dogmática, la cual ahonda en los
números 115 a 118 de Evangelii Gaudium. En esta perspectiva, Galli afirma que “con Francisco
se da un doble retorno del Pueblo de Dios”258. Y esto es así, por una legitimidad desde abajo que
253
Ibíd., 24.
254
Ibíd., 88.
255
Ibíd., 91.
256
Ibíd., 92.
257
Ibíd., 111; 112; 114; 119. Ver también la entrevista que concedió Francisco a La civiltá Catttolica, Spadaro,
“Entrevista al papa Francisco”.
258
Galli, “La reforma misionera de la Iglesia según el papa Francisco”, 61.
64
puede observarse en la amplia aceptación de la persona de Francisco en las multitudes, las plazas
y, en general, en la opinión pública a nivel mundial. Se trata del afecto, el soporte y apoyo del
pueblo259. Y también porque con él alcanza universalidad la teología del pueblo enriqueciéndola,
porque vincula una eclesiología y una teología pastoral260.
En este sentido, Francisco “unifica Lumen Gentium, Gaudium et Spes y Ad gentes, porque no se
pueden separar el Pueblo de Dios y su misión en el mundo. El Pueblo de Dios peregrino es el
sujeto de la evangelización en la historia”261. Se evidencia aquí uno de los elementos centrales
de la posición de Gera y de Tello. En efecto, Francisco afirma que el misterio de la Iglesia se
realiza históricamente en un pueblo peregrino y evangelizador262 y que “ser Iglesia es ser Pueblo
de Dios”263. En este sentido, el Papa recoge la tradición de la teología del Pueblo puesto que son
numerosas las citas del documento en donde encontramos definiciones afines a la escuela
argentina.
El pontífice argentino define al Pueblo de Dios en los números 115 y 116 como uno que “se
encarna en los pueblos de la tierra, cada uno de los cuales tiene su cultura propia”. Y continúa
“la noción de cultura es una valiosa herramienta para entender las diversas expresiones que se
dan en el Pueblo de Dios”. Y esto es así, porque “cada pueblo, en su devenir histórico, desarrolla
su propia cultura con legítima autonomía”. Finaliza este numeral con esta afirmación: “la gracia
supone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe”264. Se comprende
así que en la Iglesia la diversidad es un don que expresa su rostro plural y “católico” en las
culturas que existen en su interior. Luego, el cristianismo no tiene un único modo cultural y, por
lo tanto, la evangelización no puede pensarse en términos, diríamos, colonizadores265.
El Papa había denunciado este suerte de neocolonización misionera cuando afirmó que, aunque
en el mensaje que se anuncia, es inevitable reproducir formas culturales, es necesario no
sacralizar la propia cultura “con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor
259
Ibíd.
260
Ibíd., 62.
261
Ibíd., 64.
262
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 111-134.
263
Ibíd., 114.
264
Ibíd., 115.
265
Ibíd., 116-117.
65
evangelizador”266. Y, con más clariddad, siguiendo a Tello y a Gera, afirmó también que “los
distintos pueblos en los que ha sido inculturado el Evangelio son sujetos colectivos activos,
agentes de la evangelización”267. La evangelización, por ende, es un proceso mucho más
complejo que la mera recepción de una información ahistórica o la posesión de la misma. En
efecto, el mensaje evangélico que Francisco identifica con el kerygma apostólico, debe dar fruto
al interior de la cultura de cada pueblo
porque cada pueblo es el creador de su cultura y el protagonista de su historia. La cultura
es algo dinámico, que un pueblo recrea permanentemente, y cada generación le transmite
a la siguiente un sistema de actitudes ante las distintas situaciones existenciales, que esta
debe reformular frente a sus propios desafíos268.
266
Ibíd., 117.
267
Ibíd., 121.
268
Ibíd., 122.
269
Celam, “Documento de Puebla”, 444; Celam, “Documento de Aparecida”, 98; 102-104; 262-263.
270
Francisco, Evangelii Gaudium, 98.
271
Ibíd., 98, 102, 103, 104, 106, 107.
272
Ibíd., 124. Dicha reflexión sobre la religiosidad popular encuentra realizaciones ya conocidas en la teología del
Pueblo. Ver también: Galli, “La reforma misionera de la Iglesia según el papa Francisco”, 64.
273
Francisco, Evangelii Gaudium, 90.
274
Ibíd., 122.
66
capítulo culmina con el tema de la misión de la Iglesia275. En contacto directo con Lumen Gentium
el pontífice argentino propone una “reforma de la Iglesia en salida misionera”; una Iglesia
“entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza”276. Por otra parte, y en
consonancia con el documento Ad Gentes, que expresaba en el número 2 que la naturaleza de la
Iglesia peregrina es la misión, una aproximación rescatada por el Documento Final de
Aparecida,277 el Papa afirma en numerosas ocasiones, que la misión es el paradigma de la
conversión y la reforma de la Iglesia278. Se trata, en todo caso, de una opción que plantea una
síntesis teológica desde la eclesiología conciliar del Pueblo de Dios. En este sentido, escribe el
Papa:
[la Iglesia, como] sujeto de evangelización, es más que una institución orgánica y
jerárquica, porque es, ante todo, un pueblo que peregrina hacia Dios. Es ciertamente un
misterio que hunde sus raíces en la Trinidad, pero tiene su concreción histórica en un
pueblo peregrino y evangelizador, lo cual siempre trasciende toda necesaria expresión
institucional279.
275
Concilio Vaticano II, “Lumen Gentium”, 17.
276
Francisco, Evangelii Gaudium, 17.
277
Concilio Vaticano II, “Decreto Ad gentes”, 2; Celam, Documento de Aparecida, 347.
278
Francisco, Evangelii Gaudium, 15, 17, 20-33, entre otros muchos números.
279
Ibíd., 111.
280
Pottmeyer, “La Iglesia en camino para configurarse como pueblo de Dios”, 92.
281
Galli, “La reforma misionera de la Iglesia según el papa Francisco”, 64.
282
Ibíd., 65; Francisco, “Evangelii Gaudium”, 119; 124.
283
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 124.
284
Ibíd., 122.
67
El proyecto de Francisco, en el llamado a la alegría como fruto de la experiencia del Resucitado,
es la “reforma de la Iglesia en salida misionera”285. Una Iglesia, en este sentido, no puede
quedarse, como lo ha denunciado, en una suerte de “pastoral de conservación”: está llamada a
descentrarse, a salir a las periferias físicas y existenciales, a compartir desde esa alegría la
experiencia de la fe y la comunidad como un anuncio actual. Por ello, la Exhortación “llama a ir
a los espacios públicos, a rechazar los intentos de privatización de la religión, a alejarse de formas
devocionales de arraigo individualista”286. El Papa expresa esta convicción al afirmar que “la
misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar
[…]. Yo soy una misión en esta tierra”287. Se trata, entonces, de una eclesiología bajo el
paradigma de la misión o una eclesiología de comunión misionera.
El primer capítulo de la Exhortación está destinado a plantear una “pastoral en conversión” que
es el centro de esa reforma misionera288. Se trata de una conversión no de estructuras, ni de ritos,
ni de formas exteriores. Dichas actualizaciones son necesarias, pero superfluas, frente al desafío
de la conversión y la reforma de sí, “por fidelidad a Jesucristo” y en la pespectiva de la misión289.
Desde esta reforma y su inspiración evangélica, es posible ajustar la mirada para generar un
programa de conversión incluso del papado y del gobierno central de la Iglesia o de cuaquier
plan diocesano o pastoral290. Lo que quiere decir que, el paradigma de la conversión es la misión.
La reforma, en este sentido, va en la línea de que las estructuras y planes pastorales sean más
misioneros, que es la razón de su existencia291.
A su vez, dicha reforma, en el pensamiento del Papa, asume la necesidad de apuntar a procesos
de larga duración. Dicha reforma misionera “debe impregnar la forma histórica de la Iglesia”292
y para ello se necesita tiempo. En efecto, es necesario “trabajar a largo plazo, sin obsesionarse
por resultados inmediatos”293. Es necesario, por tanto, resistir la tentación a ocupar espacios en
285
Ibíd., 17.
286
Luciani, “La centralidad del pueblo en la teología sociocultural del papa Francisco”, 394.
287
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 273.
288
Galli, “La reforma misionera de la Iglesia según el papa Francisco”, 66; Francisco, “Evangelii Gaudium”, a partir
del n. 19.
289
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 26; 27.
290
Galli, “La reforma misionera de la Iglesia según el papa Francisco”, 66.
291
Ibíd.
292
Ibíd., 67.
293
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 223.
68
vez de iniciar procesos con convicciones y opciones claras. Este proceso de conversión eclesial
incluye el “retorno” a la discusión teológica y pastoral de varios temas que habían sido olvidados
o dados por supuestos:
el sensus fidei de todos los creyentes; las iniciativas de las Iglesias locales; las estructuras
de colegialidad y de sinodalidad; el diálogo ecuménico e interreligioso; la misión
permanente en todas las periferias; el lugar de los pobres en la Iglesia; una mirada renovada
a la familia como iglesia doméstica; el llamamiento a los teólogos a ser hijos de su pueblo,
creyentes y profetas, a pensar rezando y rezar pensando, junto con un trato institucional
más respetuoso; la lucha contra el clericalismo y el centralismo; los vínculos fraternos de
los ministros ordenados con los fieles varones y mujeres, porque “los laicos son,
simplemente, la inmensa mayoría del Pueblo de Dios”294.
Ya se ha visto cómo la conciencia del cristianismo en la historia ha tomado lugar alrededor del
Concilio Vaticano II. La reforma eclesial acontecida a propósito de ese evento ocurrió
principalmente a través de una vuelta a la Tradición, a sus ideas y a la comprensión de su
contexto298. Una vuelta a las fuentes que vinculó las ideas teológicas a una opción, diríamos,
afectiva. En consonancia con el evento conciliar, las indicaciones novedosas de Francisco, como
ha recordado A. Riccardi, van en la línea de vincular a la idea de la reforma eclesial, la misión y
la conversión misionera, en una lectura atenta a la historia como lugar de la acción de Dios. Dicha
294
Galli, “La reforma misionera de la Iglesia según el papa Francisco”, 67.
295
Ibíd., 67-68.
296
Ibíd., 75.
297
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 44.
298
Walter Kasper escribe que “(…) ya antes del concilio existían dos corrientes contrapuestas: los renovadores, que
en el fondo eran conservadores, porque hacían valer la tradición más antigua de la Iglesia y, con ella, el conjunto de
la tradición; y los custodios, que estaban unilateralmente obsesionados con la tradición de los últimos siglos y
deseaban continuarla” (Walter Kasper, “El Vaticano II: intención, recepción y futuro”, 100).
69
vuelta a la misión, es un movimiento surgido de la experiencia consoladora de Cristo muerto y
resucitado; y, a su vez, dinamiza un proceso que más allá de los planes y los proyectos, es el
terreno y el horizonte de las reformas necesarias en el espíritu y las estructuras de la Iglesia299.
El contexto en el que surge Francisco como líder y reformador es particularmente difícil, afirma
Riccardi, pues “este proceso se realiza en un marco cultural no precisamente exultante por lo que
respecta hoy al catolicismo, y en particular a su clase dirigente”300. ¿En qué consiste dicho marco
cultural que fue renovado con la llegada al solio de Pedro de Francisco? Precisamente uno
signado por el “límite en los medios de la Iglesia de finales del siglo pasado y comienzos del
nuevo”, marcado por “la falta de ideas, de visiones, especialmente en la clase dirigente de la
Iglesia y en su mundo”301, paradójicamente, en el contexto social y político de una creciente
globalización con grandes desafíos humanitarios y religiosos. Francisco responde a las ansias de
transformación de la Iglesia en sus bases.
El Papa emplea, además, cuatro principios que ya había explicitado, incluso, desde su época de
Cardenal en Buenos Aires. Son unos principios orientados a la creación y al mantenimiento de
una “cultura del encuentro en una pluriforme armonía”303. Estos principios son: el tiempo es
superior al espacio, la unidad prevalece sobre el conflicto, la realidad es más importante que la
idea, el todo es superior a la parte. Para el Papa, éstos ayudan a la construcción de la paz social
y eclesial y a superar las tensiones bipolares, por medio de una síntesis mayor304. Dichos
principios de acción están descritos con cuidado en los números 217 a 237 de Evangelii Gaudium
y están orientados a la convivencia social y a la construcción de un pueblo en el horizonte de un
299
Galli y Spadaro, La reforma y las reformas en la Iglesia, 122.
300
Ibíd.
301
Ibíd., 122-123.
302
Dichas actitudes, a juicio de C. Galli, coinciden, al menos en parte, con la propuesta que en 1950 había realizado
Y. Congar para la reforma católica. Galli, “La reforma misionera de la Iglesia según el papa Francisco”, 69.
303
Ibíd., 69; ver: Francisco, “Evangelii Gaudium”, 220.
304
Ibíd., 69.
70
proyecto común: ¿puede haber una síntesis mejor lograda de la propuesta reformadora de Papa?
Se enunciarán, por ahora, sólo algunos de estos principios.
La eclesiología propuesta por Francisco alienta “una reforma de la Iglesia animada por el Espíritu
que realiza la armonía de las diferencias considerando la novedad del Evangelio en el seno de la
Tradición”308. Dicha reforma está fundada en una antropología social en clave pastoral que ayuda
a pensar la unidad plural del pueblo. De esto da cuenta el cuarto principio expresado por
Francisco que afirma la superioridad del todo sobre la parte309. En el poliedro, escogido como la
imagen para explicar este principio, se “refleja la confluencia de las parcialidades”, y añade el
Papa, “es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su peculiaridad; es
305
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 226; 228; 230.
306
Ibíd., 228.
307
Ibíd., 228.
308
Galli, “La reforma misionera de la Iglesia según el papa Francisco”, 73.
309
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 234-237.
71
la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente
incorpora a todos”310.
Es claro que, esta aproximación, evidencia en su interior una concepción pneumatológica que
debe reflejarse en la vida real e histórica de la Iglesia: el Pueblo de Dios es animado por el Espíritu
Santo, cuyo fruto directo es la armonía en el seno de las tensiones, participación incesante de la
comunión de la Trinidad en su nexo con la Iglesia311. Al respecto, Galli concluye que, las
categorías integradoras usadas por el Pontífice “ayudan a pensar distintas realidades de la vida y
la reforma eclesiales y ayudan a ir delineando […] una eclesiología especulativa”312 que integre
las polaridades presentes en la teología sobre la Iglesia.
310
Ibíd., 236.
311
Ibíd., 40; 117; 130-131; 220; 242; 254.
312
Galli, “La reforma misionera de la Iglesia según el papa Francisco”, 74.
313
Las polaridades en la eclesiología son asumidas por H. Pottmeyer del siguiente modo. Por un lado, las nociones
que, a su juicio, son predicativas o atributivas. Dichas nociones son “cuerpo”, “comunión” o “sacramento”. La
noción de Pueblo de Dios es el sujeto y “en cuanto concepto subjetivo, permanece insustituible” (Ibíd., 74).
314
Ibíd., 74.
315
Ibíd., 75.
72
integradora en la Iglesia y, a su vez, promueve el diálogo abierto y piensa el mensaje revelado
como experiencia y contenido transcultural316.
Una reforma que asume la opción por los pobres como categoría teológica.
La recepción que hace Francisco del Vaticano II está planteada desde una fidelidad creativa.
Como pastor y cristiano de latinoamerica también asume, en su visión de la Iglesia y la reforma,
la necesidad de un compromiso hacia la realidad de la pobreza del continente y el desafío de su
transformación. En el capítulo anterior, se evidenció cómo la opción preferencial por los pobres
toma unas notas universales a través del magisterio latinoamericano, el compromiso pastoral de
numerosos religiosos, religiosas y sacerdotes y, por supuesto, la reflexión de los teólogos de la
liberación317. El Papa lleva este compromiso vivido por él mismo y por sus sacerdotes en la
Arquidiócesis de Buenos Aires a una perspectiva mayor: una Iglesia pobre para los pobres318.
Sobre este punto se seguirá, como horizonte hermenéutico para comprender la opción por los
pobres en Evangelii Gaudium, la síntesis que realiza J.C. Scannone de esta opción evangélica
“proclamada no solo para la Iglesia universal, sino también en y para la sociedad global, en la
línea de la agenda no acabada del Vaticano II”319. En efecto, el Papa venido del fin del mundo,
aplica también esta opción preferencial en el contexto del mundo globalizado actual dándole un
carácter universal. Esto es así porque Francisco piensa que “para la Iglesia la opción por los
pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica […] tiene
consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos”320.
En este sentido, la opción preferencial por los pobres, en la Exhortación, ahora asume notas de
mayor radicalidad y universalidad, pues el Papa la asume como un constitutivo contenido en la
predicación del Evangelio mismo. A esta opción se suma la conciencia progresiva de las
transformaciones políticas y sociales mundiales que es necesario acompañar y liderar, en la
perspectiva de la búsqueda de la justicia y de unas condiciones dignas para todos. Si la opción
por los pobres no es ya una simple opción facultativa, sino que se integra al anuncio del
316
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 117.
317
Puede consultarse el Documento Final de la Conferencia General del Episcopado en Medellín, Puebla o
Aparecida. Algunos números que sirven como ejemplo de la asunción de esta categoría en el magisterio ordinario:
70.
318
Así lo expresó en uno de sus primeros saludos a la comunidad cristiana luego de ser elegido Sucesor de Pedro.
Luego también lo afirma Francisco en “Evangelii Gaudium”, 198.
319
Scannone, La teología del pueblo, 194.
320
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 198.
73
Evangelio, la consecuencia natural es que la promoción social es un elemento esencial de la
evangelización y, por lo tanto, como señala Scannone, “no hay evangelización si esta se limita a
solo sus aspectos específicamente religiosos y cultuales”321.
321
Scannone, La teología del pueblo, 193.
322
Benedicto XVI, “Discurso Inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe,
Aparecida (Brasil)”.
323
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 53.
324
Ibíd., 20; 59.
325
Ibíd., 55.
326
Ibíd., 56; 202.
327
Ibíd., 54.
74
Denuncia el Papa que, en el fondo, todos los problemas y desafíos del sistema, en términos
humanos, lo constituye un paradigma sociocultural y una lógica que a éste subyace y que
impregna todos los niveles de la vida social y eclesial328. Dicha crisis de lo humano se refleja
intraeclesialmente, en efecto, a través de una mundanidad espiritual329 y otras tentaciones
pastorales330. Esto es esencial constatarlo pues, si bien, la reforma de la Iglesia suele plantearse,
en ámbitos de la primera generación de la teología de la liberación en términos de estructuras y
derecho, para el Papa esto no es suficiente si no hay una auténtica conversión personal y
comunitaria. En efecto, dice el Papa, “un cambio en las estructuras sin generar nuevas
convicciones y actitudes dará lugar a que esas mismas estructuras tarde o temprano se vuelvan
corruptas, pesadas e ineficaces”331.
328
Scannone, La teología del pueblo, 195.
329
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 93-97; 207.
330
Ibíd., 76-109.
331
Ibíd., 189.
332
Scannone, La teología del pueblo, 196.
333
Ibíd., 196.
334
En efecto, el papa Francisco dirá luego en la Encíclica Laudato Si´ que urge “avanzar en una valiente renovación
cultural”, (Francisco, “Laudato Si´”, 113); en términos de “una mirada distinta, un pensamiento, una política, un
programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del
paradigma tecnocrático” (Francisco, “Laudato Si´”, 111).
75
transformación del paradigma hegemónico actual: la vida y la convivencia de los pobres de la
tierra y los movimientos populares335.
Por un lado, Francisco nota la buena noticia de grupos humanos, familias, cuyas iniciativas que
pregonan la solidaridad como un valor que construye comunidad, al afirmar “la prioridad de la
vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos”336. Los pobres viven esta
solidaridad desde la experiencia de la carencia o del sólo tener lo necesario para sobrevivir. Son
creativos a la hora de asumir los límites y, por una actitud solidaria, son capaces de transformar
el entorno violento y excluyente en uno acogedor, inclusivo y tolerante337. Se trata de una
experiencia que el mismo cardenal Bergoglio vivió en las villas miseria de Buenos Aires: la
posibilidad de la solidaridad y la comunidad en medio de condiciones adversas como la pobreza,
la violencia y el abandono estatal. Así, cuando todo parece perdido o arrojado al desarraigo y la
violencia, el amor se revela como un signo de Dios pues “muchas personas en estas condiciones
son capaces de tejer lazos de pertenencia y de convivencia que convierten el hacinamiento en
una experiencia comunitaria donde se rompen las paredes del yo y se superan las barreras del
egoísmo”338.
335
Scannone, La teología del pueblo, 198.
336
Francisco, “Evangelii Gaudium”,188.
337
Francisco, “Laudato Si´”, 148.
338
Ibíd., 140.
339
Ibíd., 140.
340
Scannone, La teología del pueblo, 199.
341
Ibíd., 200.
76
Por otro lado, la defensa y valoración de los movimientos populares que realiza el Papa, apela a
la idea de que los pueblos son “sujetos colectivos activos”, en tanto, “creadores de su cultura y
protagonistas de su historia”342. En diversas ocasiones el Papa ha recibido a estos movimientos y
a sus líderes y los ha confirmado en su tarea, en términos de una solidaridad que enfrenta las
causas estructurales del sufrimiento de los pobres en el horizonte de que ellos son sujetos,
protagonistas de ese cambio343. A su vez, Francisco es consciente de que lo positivo que se realiza
en la existencia de estos movimientos populares, pues estos asumen la solidaridad como un “[…]
pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de vida de todos sobre la apropiación de
bienes por parte de algunos […]. La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo
de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares”344 y, añade, “es precisamente
en el barrio donde se empieza a construir esa gran familia de la humanidad, desde lo más
inmediato, desde la convivencia con los vecinos”345.
Dicha praxis es relavante, según el pensamiento del Papa, en el espacio público, pues este es
asumido como una extensión de lo propio, del hogar, siendo espacio para la generación de
vínculos y para la creatividad. El espacio público, la política, en tanto poliedro, es un horizonte
para la cultura del encuentro y, por ende, para la transformación del paradigma tecnocrático que
es necesario superar. El reconocimiento de estos movimientos, es para el papa Francisco, un
punto esencial en su programa de renovación y reforma de la Iglesia, en su querer una Iglesia
pobre para los pobres. En efecto, “así como les pronostica a los pobres […] un papel relevante
en la nueva evangelización, también les augura un protagonismo histórico en el proyecto de una
nueva humanidad más justa, más fraterna, más humana, dentro de una globalización alternativa,
no hegemónica sino poliédrica”346. La opción por los pobres es, pues, esencial a la hora de
comprender la apuesta por un cambio en el núcleo ético-cultural de la globalización actual. Es
pues el punto de quiebre para la recepción del Concilio Vaticano II en el contexto actual. A la
crisis del compromiso comunitario se responde, en un discernimiento de los signos de los
tiempos, desde las dinámicas que enfatizan la comunionalidad del Pueblo de Dios en y desde los
pueblos y sus culturas.
342
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 122.
343
Scannone, La teología del pueblo, 200.
344
Francisco, “Discurso a los participantes en el encuentro mundial de movimientos populares”.
345
Scannone, La teología del pueblo, 201.
346
Ibíd., 203.
77
3. A modo de conclusión.
Se ha visto, en este capítulo, la aproximación de la teología del pueblo a la noción de Pueblo de
Dios partiendo de la eclesiología conciliar de Lumen Gentium. En dicha aproximación, se ha
evidenciado una recepción novedosa del término pueblo en el horizonte de las culturas, como
espacio para la creación de la política y la historia, primero en el contexto latinoamericano y,
luego, en el contexto mundial, a través del magisterio del papa Francisco. En este sentido, se ha
notado que la Iglesia, en tanto Pueblo de Dios, no puede pensarse como externa a esta realidad
de las culturas humanas, aunque el Evangelio, considerado en sí mismo, sea transcultural. Y es
por eso que la Iglesia está llamada a pensarse y decirse desde la diversidad de culturas e
identidades populares que subyacen a los colectivos humanos.
Por otro lado, si bien se expresó el avance en la recepción que la primera generación de la teología
de la liberación hiciera del Vaticano II, se evidencia también la fijación de la propuesta en la
visión conflictiva de la transformación de estructuras producto de la influencia de una lectura de
los instrumentales de la Dependencia y marxista. La disyuntiva está planteada, en primer lugar,
por un acercamiento limitado al concepto pueblo y Pueblo de Dios; y, en segundo lugar, por una
visión centrada en la conflictividad, que supone la necesaria transformación política para una
liberación latinoamericana. La teología del pueblo, ha mostrado la necesidad de plantear el asunto
de la liberación y la dependencia en una síntesis mayor: la del sustrato cultural y la unidad del
pueblo, como datos previos al hecho de la política o la economía y, por ende, como el escenario
esencial para operar verdaderamente una liberación integral. Esta es, además, la posición
eclesiológica ad extra asumida por el papa Francisco.
De esta manera, la teología del pueblo comprende a la Iglesia como Pueblo de Dios en los pueblos
y desde los pueblos. La comprende como llamada a ser germen de pueblo en las culturas
78
humanas, a veces signadas por elementos ideológicos que las destruyen desde dentro. La Iglesia
es y puede ser sacramento de comunión si y sólo si es capaz de encarnar al interior de dichas
culturas y desde ellas el proyecto salvador del Reino. Sólo así, además, podrá verdaderamente
reformarse. La universalidad de la Iglesia no podrá identificarse más con la uniformidad
constantiniana, sino con la síntesis de las diversidades que expresa a la humanidad en los
contornos de una cultura del encuentro, esto es, en la solidaridad, el reconocimiento, la ternura,
la inclusión, la lucha social, la defensa de los más débiles. Todas estas, actitudes, frutos de un
nuevo paradigma cultural que supere el paradigma inhumano del neoliberalismo, el cual segrega,
divide y destruye a los pueblos de la tierra y a los pobres de los pueblos. El siguiente capítulo
abordará, finalmente, los contornos posibles y realizables de esta praxis del Pueblo de Dios en,
desde y para los pueblos de la tierra.
79
III. Ecclesia ad extra: aportes para la construcción del Pueblo de Dios en el mundo
actual.
Llegados a este punto de la monografía, se han visto con cierta profundidad los alcances de la
propuesta de reforma eclesial acontecida en el Concilio Vaticano II, principalmente, en Lumen
Gentium. Además, se han podido rastrear sus recepciones tanto en el magisterio como en la
primera generación de las teologías latinoamericanas de la liberación. Se ha postulado, además,
que ha ocurrido un olvido de la categoría Pueblo de Dios en dichas recepciones, al menos, en
cuanto a la no consolidación de una praxis eclesial que oriente la construcción de pueblo a partir
de una concienciación sobre los elementos culturales comunes que constituyen a las
comunidades.
En este horizonte eclesiológico, se ha evidenciado cómo la posición teológica y pastoral del papa
Francisco, en tanto recepciona el ímpetu renovador del Concilio, está en sintonía no sólo con un
pensar latinoamericano concreto sobre la praxis eclesial en el mundo, sino con el retorno del
Pueblo de Dios como hecho de vida en la existencia de los pueblos pobres y los pobres de los
347
Polanco, “Giro hermenéutico en la eclesiología a partir de Lumen Gentium”, 343. Ver también: Villar, “El paso
decisivo del primer esquema De Ecclesia a Lumen Gentium. La intuición de Juan XXIII”, en Diálogo ecuménico,
XXXVI, 115-116, Salamanca (2001), 295.
348
Polanco, “Giro hermenéutico en la eclesiología a partir de Lumen Gentium”, 341.
80
pueblos: hecho sin el cual, como lo ha demostrado en la Exhortación Evangelii Gaudium, no
sería posible hablar de una verdadera conversión y reforma de la Iglesia.
En este capítulo final, la monografía se propone enunciar cuáles son los alcances de la
eclesiología ad extra que ha propuesto Francisco en la Exhortación Apostólica Evangelii
Gaudium en dependencia de la teología del Pueblo y ante el escenario de un mundo globalizado
y pluricultural; y frente a los desafíos de la migración, la violencia, la injusticia.
349
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 110.
350
Ibíd., 111.
351
Ibíd., 113.
352
Gera, “Evangelización y promoción humana”, 373.
81
Esta aproximación pastoral tiene consecuencias políticas y teológicas concretas. Políticas: porque
se asume una perspectiva comunitaria que integra la diferencia, no como un desafío a la idea de
la unidad social, sino como la base de una verdadera igualdad y autonomía. Consecuencias
teológicas: porque esta perspectiva, asume ciertos avances de la antropología teológica en los
cuales se ha llegado a la conciencia progresiva de que “la gracia supone la cultura, y el don de
Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe”353. El cristianismo, por lo tanto, no tiene un
único y uniforme modelo cultural que deba ser exportado en cada realidad pastoral y cultural. Al
contrario, cada expresión cristiana realiza de modos nuevos la fe y la Revelación y, por la
inculturación basada en el diálogo intercultural, la Iglesia, introduce a nuevos pueblos con sus
culturas en el misterio de su catolicidad pluriforme354.
Considerar, pues, cuáles son los alcances de una praxis eclesial en el mundo actual, lleva a
evidenciar cómo la praxis es el sentido primigenio de la existencia de la Iglesia, y, como se
afirmaba en otros apartados de esta monografía, la condición de posibilidad de una verdadera
353
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 115.
354
Ibíd., 116.
355
Ibíd., 15; 17; 21; 46; 87; 124; 259; entre otros.
356
Pablo VI, “Evangelii Nuntiandi”, 20; ver también, Gera, La teología del Pueblo, 39.
82
reforma. A su vez, en el escenario de la transformación del mundo, se puede observar que la tarea
evangelizadora no es sólo la aceptación o acogida de una fe determinada, cuanto la praxis
colaborativa de construcción de pueblo y de comunidad asumiendo el desafío de la unidad en la
diversidad. Esta posición ha sido evidente en el Pontífice en numerosos textos, entrevistas y
discursos. Vale la pena hacer la referencia al discurso que pronunció a los religiosos y religiosas
en Medellín cuando visitó Colombia en el año 2017. En esa ocasión el Papa contó una anécdota
de su viaje a Polonia en 2016, en donde un joven pastoralista preguntó:
“¿Qué le puedo decir yo a un compañero mío joven que es ateo, que no cree, qué argumento
le puedo dar?”. Y a mi -dice el Papa- se me ocurrió contestarle: Mirá, lo último que tenés
que hacer es decirle algo […] Empezá a hacer, empezá a comportarte de tal manera que la
inquietud que él tiene adentro lo haga curioso y te pregunte, y cuando te pregunte por tu
testimonio, ahí podés empezar a decir algo. Es tan importante ese callejear, callejear la fe,
callejear la vida357.
Este es el tipo de sabiduría misionera y evangelizadora que pretende el Papa para la Iglesia. No
se trata de un convencimiento racional, ni de la sola aceptación de doctrinas, se trata de encarnar
en la realidad, mediante una praxis concreta, la construcción histórica del Reino. Y eso implica
una tarea de encuentro, diálogo y reconocimiento con la realidad, con las personas y los
colectivos humanos.
En este sentido, como se estudió en el anterior capítulo, al interior de la praxis pastoral argentina,
la teología del Pueblo generó una reflexión sobre la dignidad propia del pueblo como sujeto
activo de su propia historia. Siendo éste el principal presupuesto de cualquier plan pastoral, no
ha de extrañarse que sea el pueblo quien, mediante la construcción de su difícil unidad y la
expresión situada de su fe, el que se evangelice a sí mismo antes de ir a otros. El pueblo de Dios,
como signo concreto de la unidad soñada por Dios para la humanidad, está llamado a ser fermento
de vida y sentido para la humanidad en su totalidad y por lo mismo es el sujeto de una praxis que
pretenda impactar su vida. En el modelo eclesiológico ad extra del Papa, lo anterior implica que,
no es tanto un discurso sobre la Iglesia, cuanto una praxis de colaboración y reconocimiento la
que posibilitará el encuentro de toda la humanidad con Cristo.
357
Francisco, “Viaje Apostólico del Papa Francisco a Colombia. Discurso del Santo Padre. Encuentro con
sacerdotes, religiosos, consagrados, consagradas, seminaristas y sus familias”.
83
siempre culturalmente situado”358 y, además, la cultura es la expresión de “la totalidad de la vida
de un pueblo”359, se ha de asumir que una apuesta misionera, centrada en una sacralización de
formas y modelos culturales, que erradique la base cultural de los distintos pueblos y colectivos
humanos no es cristiana y no expresa una verdadera catolicidad. La cuestión de la universalidad
le es planteada a la comunidad eclesial como la realización de la unidad en la diversidad360.
Luego, la tarea fundamental de los pueblos evangelizadores consiste en fomentar, ante todo, un
verdadero diálogo de horizontes y prácticas. Sin este mutuo reconocimiento, es posible que la
acción pastoral se convierta en el escenario de una lucha desintegradora de la comunidad o de
una acción dañina para la dignidad de las culturas y de su destino labrado en la historia.
Para finalizar este apartado, es necesario enfatizar que la perspectiva misionera de los teólogos
del pueblo, recogida en la Exhortación Apostólica de Francisco, incluyó un llamado a un hacerse
Pueblo en los pueblos. Se trata de una reflexión que ya se citaba en el capítulo anterior de esta
monografía y que, en palabras de F. Boasso, implica asumir la idea teológica de que “los pueblos
‘hacen’ a la Iglesia —aportando sus riquezas culturales, por ejemplo—y la Iglesia ‘hace’ a los
pueblos más pueblos, al ingresarlos en el único pueblo de Dios”361. Luego, no se trata aquí, en
efecto, de un simple atender o servir las necesidades del pueblo o de asumir una mirada
meramente misericordiosa o atenta. No. El servicio que hace y debe hacer la Iglesia a la difícil
unidad que supone la existencia del pueblo pasa necesariamente por ser ella misma signo de esa
unidad popular en la encarnación del mensaje en la pluralidad de una misma historia nacional y
en la diversidad de las culturas de los pueblos.
En este sentido, el reconocimiento de la dignidad del pueblo como sujeto colectivo es un asunto
urgente e ineludible para la pastoral eclesial porque, tanto la encarnación como la misión del
pueblo de Dios, ahora se concibe como surgiendo de los pueblos mismos362. Esto implica, a su
vez, que la Iglesia deba reconocer las líneas de su praxis eclesial liberadora en los contornos
propios y diversos de los pueblos, sus valores, sus ritos y su piedad; hechos que expresan la fe o
que podrían expresarla porque el pueblo es sujeto y los signos de los tiempos deben rastrearse en
su historia concreta. Así, acierta la Iglesia si ubica esas líneas en el acontecer del pueblo concreto,
358
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 115.
359
Ibíd.
360
Ibíd., 131.
361
Boasso, “¿Qué es la pastoral popular?”, 24.
362
Gera, La teología del Pueblo, 121.
84
especialmente el pueblo pobre, y “[…] en lo que éste busca constituir como historia temporal”363.
La primera tarea de una praxis eclesial es, pues, escuchar y reconocer.
2. El desafío de la sinodalidad.
Estos desafíos que asume la Iglesia en el servicio a la construcción del pueblo y los pueblos pasan
por el testimonio de una verdadera communio surgida de la experiencia de la fe trinitaria. En
otras palabras, la comunidad eclesial, en tanto pueblo peregrino, debe vivir ad intra la experiencia
que pregona ad extra (sabiendo que esta externalidad no puede ser ya comprendida como una
estructura o narrativa ajena a la realización de sus propias culturas). La evangelización, en cuyo
centro “[…] está la vida comunitaria y el compromiso con los otros”364, plantea la necesidad de
pensar y vivir la sinodalidad eclesial. En otras palabras, la construcción de pueblo ad extra,
supone la vivencia ad intra de la construcción de una comunidad desde el reconocimiento mutuo
entre los hermanos y hermanas, en la conciencia de una mutua pertenencia a la Iglesia y de la
implicación de todos en la misión de Dios.
En este sentido, es necesario enfatizar que el caminar juntos, como descripción de un modelo
eclesiológico más horizontal que piramidal, ha sido llamado ya desde antiguo por los Padres de
la Iglesia como Synodos. En efecto,
compuesta por la preposición σύν, y el sustantivo ὁδός, indica el camino que recorren
juntos los miembros del Pueblo de Dios. Remite por lo tanto al Señor Jesús que se presenta
a sí mismo como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), y al hecho de que los cristianos,
sus seguidores, en su origen fueron llamados «los discípulos del camino» (cfr. Hch 9,2;
19,9.23; 22,4; 24,14.22)365.
363
Ibíd., 122.
364
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 177.
365
Comisión Teológica Internacional, “La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia”, 3.
366
Ibíd., 3; Ver también: Concilio Vaticano II, “Lumen Gentium”, Nota explicativa previa, 1º;
85
claros y orientaciones pastorales incisivas”367. Se hace necesaria, entonces, una teología de la
sinodalidad y, en especial, una praxis sinodal en la Iglesia.
Estudiando las raíces del tema y su componente teológico, Carlos Schickendantz afirma que el
tema de la sinodalidad, en la renovación de la teología católica previo al evento conciliar del
Vaticano II, resultaba un tanto extraño, al menos para la teología oficial de la época370. Pero, en
realidad, se trata de un postulado teológico que ha devenido cada vez más importante para
comprender la eclesiología del Concilio. Esto por diversos motivos. Schickendantz menciona
tres. A saber, “[…] la sensibilidad democrática de los pueblos, las investigaciones histórico-
teológicas y el contacto con las otras iglesias en el diálogo ecuménico”371.
Vale anotar que Lumen Gentium profundiza este aspecto, propio de toda la Iglesia, en la misión
específica de la jerarquía, al hablar de la colegialidad episcopal; para la Constitución Conciliar,
la llamada del Señor a predicar el Reino, es el principio y fin del colegio de los apóstoles
instituido por Él. Éstos son, pues, enviados “a modo de colegio, es decir, de grupo estable”372, de
comunidad de vida. A su vez, la comunión jerárquica se realiza en el afecto y la vida entre la
Cabeza del colegio, el Papa, y sus miembros373. De igual manera, este colegio “en cuanto
compuesto de muchos, expresa la variedad y universalidad del Pueblo de Dios; y en cuanto
agrupado bajo una sola Cabeza, la unidad de la grey de Cristo”374. Al final de la Constitución, en
367
Comisión Teológica Internacional, “La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia”, 8.
368
Ibíd., 55.
369
Ibíd.
370
Schickendantz, “La reforma de la Iglesia en clave sinodal: una agenda compleja y articulada”, 39.
371
Ibíd.; Francisco, “Evangelii Gaudium”, 246.
372
Concilio Vaticano II, “Lumen Gentium”, 19.
373
Ibíd., 21; 22.
374
Ibíd., 22.
86
la Nota explicativa previa, firmada por el Arzobispo Felici, se lee esta afirmación: “sin la
comunión jerárquica no puede ejercerse el ministerio sacramental-ontológico, que debe
distinguirse del aspecto canónico-jurídico”375, apuntando así el alcance de la unidad del
magisterio, en el afecto y en la doctrina, como elementos esenciales del mismo anuncio
evangélico376.
Esta perspectiva de circularidad y de unidad que hace parte del gran cambio y reforma eclesial
soñado por el Concilio y, ahora, por Francisco, anima el retorno a un cristianismo centrado en la
experiencia personal y colectiva con Jesús, como eje de la vida de los creyentes que caminan
juntos. En esta experiencia, los valores de una cultura clericalista y piramidal se pueden sustituir
por una mentalidad “fraterna y horizontal, donde las relaciones sean recíprocas, de servicio”377.
Sobre el tema, el Papa expresó que el desafío de la sinodalidad es su compromiso programático
pues, como afirmó en uno de sus discursos más importantes, “el camino de la sinodalidad es el
camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio. Lo que el Señor nos pide, en cierto
sentido, ya está todo contenido en la palabra «Sínodo»”378.
Así, la Iglesia no puede seguir siendo autorreferencial porque ella no puede anunciarse a sí
misma: eso traicionaría su propia misión. En este sentido, el Papa, recordando la eclesiología de
Aparecida, afirma que
La Iglesia es institución, pero cuando se erige en “centro” se funcionaliza y poco a poco se
transforma en una ONG. Entonces la Iglesia pretende tener luz propia y deja de ser ese
misterium lunae del que nos hablaban los Santos Padres. Se vuelve cada vez más
autorreferencial y se debilita su necesidad misionera. De “institución” se transforma en
“obra”. Deja de ser Esposa para terminar siendo Administradora; de Servidora se
transforma en “Controladora”. Aparecida quiere una Iglesia Esposa, Madre, Servidora,
facilitadora de la fe y no tanto controladora de la fe379.
375
Ibíd., Nota explicativa previa, NB.
376
Infortunadamente, si bien estos desarrollos del Concilio avanzaron en la descentralización de la Iglesia del siglo
XIX, de la infalibilidad Papal y del Índice, aún hoy se perciben lecturas y narrativas dependientes del modelo
jerárquico-jurídico propio del siglo XVI. Hace falta soltar la noción postridentina que reflexiona sobre la Iglesia
“desde su ser en sí y para sí […] a partir de la consideración de los elementos visibles que expresaban su unidad
genético-estructural” (Luciani, El Papa Francisco y la teología del Pueblo, 167-168). En estos esquemas
juridizantes, como se ha visto, el creyente y las comunidades locales son objetos, meros destinatarios insertos en una
estructura que les sobrepasa y sobre la que no tienen nada que aportar. En esa estructura el creyente no es sujeto de
su propio proceso de humanización (Luciani, El Papa Francisco y la teología del Pueblo, 168).
377
Luciani, El Papa Francisco y la teología del Pueblo, 168.
378
Francisco, “Discurso en la Conmemoración del 50 Aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos”, 17
de octubre de 2015.
379
Francisco, “Visita a Caserta, Italia – 26 de julio de 2014, Encuentro con los sacerdotes de la diócesis”.
87
De este modo, la comunidad de los sucesores de los Apóstoles antes de ser para otros pueblos y
personas, debe ser realidad presente a partir del afecto entre todos, del servicio al bien común y
de la unión con Jesús. No se trata, en todo caso, de experiencias abstractas, pues como
comunidad, está llamada a buscar realizar el Reino “[…] en este mundo, desde dentro -en la
realidad histórica- y desde abajo -en favor y con los pobres y excluidos-”380. A esto apunta el
desafío de la sinodalidad como característica de la comunicación entre los creyentes en el Pueblo
de Dios. Esta surge de la relación inseparable entre el acto de fe y el amor fraterno como
característica de la misión cristiana en el mundo y en las culturas381.
380
Luciani, El Papa Francisco y la teología del Pueblo, 171.
381
Ya Pablo VI expresaba este vínculo potente entre los cristianos y cristianas al afirmar que “la evangelización no
sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el
Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre” (Pablo VI, “Evangelii Nuntiandi”, 25).
382
Luciani, El Papa Francisco y la teología del Pueblo, 174.
383
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 17; 29; 31; 72; 128; 133-134; 142; 205; 231; Parte IV; entre otros.
384
Luciani, El Papa Francisco y la teología del Pueblo, 175.
88
expresado así al conmemorar, en 2015, el 50 aniversario de la institución del Sínodo de los
Obispos:
Nuestra mirada se extiende también a la humanidad. Una Iglesia sinodal es como un
estandarte alzado entre las naciones (cf. Is 11,12) en un mundo que —aun invocando
participación, solidaridad y la transparencia en la administración de lo público— a menudo
entrega el destino de poblaciones enteras en manos codiciosas de pequeños grupos de
poder. Como Iglesia que «camina junto» a los hombres, partícipe de las dificultades de la
historia, cultivamos el sueño de que el redescubrimiento de la dignidad inviolable de los
pueblos y de la función de servicio de la autoridad podrán ayudar a la sociedad civil a
edificarse en la justicia y la fraternidad, fomentando un mundo más bello y más digno del
hombre para las generaciones que vendrán después de nosotros385.
Y ya hablando sobre la sinodalidad, como expresión de esta cultura de diálogo entre las
diversas confesiones cristianas, añade el pontífice,
sólo para dar un ejemplo, en el diálogo con los hermanos ortodoxos, los católicos tenemos
la posibilidad de aprender algo más sobre el sentido de la colegialidad episcopal y sobre su
experiencia de la sinodalidad. A través de un intercambio de dones, el Espíritu puede
llevarnos cada vez más a la verdad y al bien389.
385
Francisco, “Discurso en la Conmemoración del 50 Aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos”, 17
de octubre de 2015.
386
Gera, La teología del Pueblo, 131.
387
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 230.
388
Ibíd., 246.
389
Ibíd., 246.
89
La sinodalidad es una gracia que podemos recibir a partir de la salida al encuentro con quienes
son distintos, aquellos que están en los límites de la institución, los que encarnan la fe en
contextos que habían sido ajenos al centro eclesial por desconocimiento.
390
Gera, La teología del Pueblo, 131-132.
391
Luciani, El papa Francisco y la teología del pueblo, 176.
392
Ibíd., 177.
393
Ibíd.
394
Ibíd., 177-178.
90
Ante este escenario pastoral desafiante, se hace necesario redescubrir un nuevo liderazgo en la
Iglesia que pueda integrar el horizonte de una lectura creyente y sabia de la realidad. Este proceso
de lectura y discernimiento se ha de expresar en diálogo fecundo de visiones cuya apuesta sea la
unidad en la pluralidad. Tal es el desafío de una Iglesia sinodal que lee el presente de la
humanidad como el escenario de la acción de Dios y de su llamada a colaborar en la instauración
del Reino de justicia, de amor y libertad. En efecto, como señala Luciani, “la fe nos enseña a
asumir la responsabilidad histórica por el mundo, por la sociedad, por los pueblos y sus culturas,
y habilita a la persona a ser sujeto de su propia historia y corresponsable de la de los demás”395.
Esto implica salir de una cultura eclesial autocentrada pues, al decir de R. Tello, esta cultura es
ajena a los procesos históricos reales porque se fija en cómo defender espacios religiosos, pero
sin conexión con la vida real y las ansias y padecimientos de los hombres y las mujeres. Esta
cultura eclesial se reduce a formar comunidades autocentradas o grupos cerrados que se
construyen a partir de afinidades rituales más que evangélicas. Una vida eclesial con estas
características confunde los fines porque muy fácilmente confunde la transmisión de la fe y la
experiencia de Jesús con formas doctrinarias anquilosadas. Esto, según Luciani,
hace difícil que se entienda que lo más relevante, lo más trascendente, lo que propiamente
religa -religión- es la construcción de vínculos, el hecho de favorecer que somos relación
abierta, horizontal y simbiótica, por lo que todos estamos implicados en el bienestar, en el
destino de los otros, más allá de los propios grupos. Esta es la dimensión constituyente de
lo humano, su verdadero ethos, lo que nos hace ser una humanidad en proceso antes que
una mera sucesión de acciones externas […] sin dejar la impronta de un real cambio de
mentalidad en la vida de los sujetos396.
No se debe olvidar que la teología del pueblo, propiamente tal, surgió de la experiencia de un
diálogo entre todos los sectores de la Iglesia argentina en relación con su historia y sus
necesidades, especialmente, en el período de la COEPAL397. Otras experiencias de diálogo
eclesial, que han unido a los Obispos y a los teólogos al destino de las personas y los colectivos,
han motivado un resurgimiento de la teología en Latinoamérica y la sensibilidad con la realidad
de los creyentes en distintos contextos humanos y políticos398. El papa Francisco, ha asumido el
desafío del diálogo, como espacio de reconocimiento de los marginados de los pueblos y de los
pueblos marginados, en Evangelii Gaudium, en términos de la necesaria inclusión social de los
395
Ibíd., 178.
396
Ibíd., 179.
397
Gera, La teología del Pueblo, 41.
398
Ibíd.
91
pobres y la búsqueda de la paz y el diálogo social. Estos dos aspectos son, para el Papa, “dos
grandes cuestiones […] fundamentales en este momento de la historia”399.
En este horizonte, sólo en la salida de la Iglesia hacia la realidad de los contextos en los que ella
se encarna y, muy a menudo, a partir de las heridas de la humanidad en las periferias territoriales
y existenciales, se puede encontrar el único modo efectivo para la reforma y, en profundidad, el
camino abierto para una verdadera evangelización. Sólo enfrentando el desafío de ser un
“hospital de campaña” es posible reconocer la importancia de un diálogo sobre lo urgente y lo
esencial, al interior de la Iglesia y de sus estructuras, bajo en desafío de su conversión: un diálogo
claro, sin ambigüedades o lealtades partidarias o signadas por la patología del poder, como suele
llamarla Francisco. ¿Cuáles son esos desafíos que enfrenta la Iglesia que quiere ser pueblo en los
pueblos de la tierra? Es lo que se verá en los siguientes apartados.
399
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 185.
400
Amaladoss, “Teología de los pueblos en comunidades plurirreligiosas”, 377.
92
la experiencia de la fe que vincula a los creyentes entre sí y, especialmente, con el destino de los
más excluidos de la tierra.
401
Bentué, Jesucristo en el pluralismo religioso. ¿Un único salvador universal?, 193.
402
Ibíd., 196.
403
Ibíd., 197.
93
plenitud y sólo ahí podrá coincidir con todas las actuaciones de la alteridad presentes en el
universo404.
La lectura de Bentué nos permite dilucidar uno de los primeros elementos que es necesario tener
en cuenta en la actualidad si se quiere asumir el desafío dialógico del papa Francisco. Para nadie
es un secreto que, en el escenario religioso, asistimos a lecturas fanáticas, provenientes de
concepciones fideístas o de un restauracionismo decimonónico, y, en el escenario político y
social, a su vez, a un relativismo religioso creciente, al menos en las sociedades urbanas y
crecientemente globalizadas. La sociedad de la tolerancia religiosa, a la base de los actuales
sistemas políticos y económicos, parece no poder generar una discusión razonable sobre las
verdades de sus propias tradiciones sin recurrir a un relativismo moral y religioso o, en la orilla
contraria, directamente al fanatismo.
El Concilio, en efecto, desarrolló esta apertura cultural al reconocer que Dios habla a todo ser
humano en su conciencia. Así lo expresa la Declaración sobre la libertad religiosa405. Con Gera
podemos afirmarlo para las culturas también pues, en los asuntos religiosos, los seres humanos
actúan no sólo individualmente, sino comunitariamente406. Ya en Gaudium et Spes había
404
Ibíd.
405
Concilio Vaticano II, “Declaración Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa”, 3.
406
Gera, “La Iglesia frente a la situación de dependencia”, 214.
94
afirmado también el Concilio la dignidad propia de la conciencia humana en relación, además,
con los desafíos morales colectivos407. En este sentido, la conciencia para Amaladoss, “pone a
las personas en contacto con Dios y con los demás, formando así una comunidad del Pueblo de
Dios”408. En la obediencia, personal o colectiva, a la conciencia “los miembros de otras religiones
responden positivamente a la invitación de Dios y reciben la salvación en Jesucristo aun cuando
no lo reconozcan como su Salvador”409. Las personas y los colectivos, según estos razonamientos,
pueden realizar el misterio del Pueblo de Dios sin la mediación directa de la estructura jurídica
eclesial: pues todos los seres humanos están en camino de ser el Pueblo de Dios y lo expresan en
su pluralidad de cosmovisiones y culturas410.
En este sentido, es posible sacar varias conclusiones. Por un lado, si bien Pueblo de Dios en las
comprensiones contemporáneas es un término revisitado en los círculos católicos cercanos al
Vaticano II y en el desarrollo de la teología latinoamericana y argentina, se trata de una categoría
que puede tener un significado de mayor alcance y valor para la teología. Como hemos visto con
los postulados de Bentué y con la aproximación de Amaladoss a la dignidad de la conciencia,
todos los seres humanos y todos los pueblos de la tierra expresan y realizan a su modo el Pueblo.
A esto se suma, que una teología del Pueblo, como eclesiología ad extra, es un conocimiento
susceptible de ser encontrado en todos los pueblos de la tierra y en sus culturas y religiones. Esto
supone varias cosas: que el centro eclesial no tiene exclusividad en la comprensión de la
Revelación y que es necesario un proceso de escucha humilde y de discernimiento como ha sido
el llamado recurrente de Francisco411.
407
Concilio Vaticano II, “Constitución pastoral Gaudium et Spes sobre la misión de la Iglesia en el mundo actual”,
n. 8; 16.
408
Amaladoss, “Teología de los pueblos en comunidades plurirreligiosas”, 378.
409
Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, “Diálogo y anuncio. Reflexiones y orientaciones sobre el
diálogo inter-religioso y el anuncio del Evangelio”, n. 29.
410
Amaladoss, “Teología de los pueblos”, 379.
411
Ibíd., 380.
95
y la colaboración con todo tipo de personas y comunidades, en el potenciamiento de su unidad
diversa, en el fortalecimiento de su agencia política y sus procesos de autonomía popular. El
horizonte de esta colaboración es la misma fe en Cristo y el horizonte del Reino, cuyo germen es
la Iglesia en camino a una “comunidad cósmica de libertad y fraternidad, de amor y justicia”412.
Se puede evidenciar, entonces, la importancia de una teología de la pastoral popular que piensa
la evangelización no como algo externo a la vida de los pueblos sino desde y hacia los pueblos
con sus culturas.
412
Ibíd., 380.
413
Luciani, El papa Francisco y la teología del Pueblo, 138.
414
Ibíd.
415
Ibíd.
96
El pensador Alberto Methol Ferré, gran amigo del jesuita Bergoglio, consideraba que esta
posición colonialista y ocupacional en las relaciones internacionales y el escenario geopolítico
estaba errado. En el fondo, opinaba que detrás del expansionismo bajo una falsa idea de
desarrollo, se esconden totalitarismos de diversa índole. Su correlato, en el escenario actual de la
política latinoamericana, es el totalitarismo de una economía neoliberal y la imposición de una
única cultura global416. El papa Francisco en su magisterio, siguiendo a Methol Ferré, asume una
perspectiva multiculturalista en el reconocimiento de la diversidad de las culturas de los pueblos
que dan forma a espacios geográficos concretos, interactuando entre ellos y generando lazos de
reconocimiento, vida y colaboración mutua formando una ecumene, realizando la unidad en la
diferencia417. En efecto, sobre la dimensión política del ser humano, en relación con la pregunta
por el espacio, el territorio o el lugar, Methol Ferré opinaba que
la política es relación del hombre con el hombre tomado en sus conjuntos, es siempre
relación “localizada” en espacios concretos. El hombre es animal terrestre y político, por
lo que hace naturalmente “geopolítica”, aunque sea de modo ingenuo, no explícito. El
espacio es sólo neutro en tanto no dominado por el hombre, apenas dominado se “politiza”.
Las luchas y conflictos humanos implican siempre conflictos y desplazamientos
espaciales418.
En este horizonte, siguiendo a Methol Ferré, “varios pueblos afines integran una cultura. Varias
culturas en encuentro, en interpenetración, integran una ecumene […]. La ecumene implica
tensión de una pluralidad de culturas distintas que se mezclan”419. Y concluye el pensador: “Por
eso la ecumene apunta también a un desenlace, a una nueva síntesis o catolicidad”420. Es la
necesidad de una universalidad pensada, no como eliminación de lo distinto, sino como
integración, inclusión, nueva universalidad.
Afirma Luciani que la conclusión de la aproximación a la política que realiza Methol Ferré apunta
a la necesaria superación de una visión geopolítica uniformadora o del dominio de una cultura
sobre otra. Es necesario, entonces, una “necesaria revisión de la relación entre la acción política
416
Methol Ferré, Los Estados continentales y Mercosur.
417
Luciani, El papa Francisco y la teología del Pueblo, 139.
418
Ibíd.
419
Ibíd.
420
Ibíd.
97
y la realidad geográfica, a partir de un modelo sociocultural antes que ideológico o
economicista”421 aunque tenga consecuencias en el ámbito económico. Tal es el pensamiento del
Papa, descrito de múltiples modos en discursos, conferencias, homilías y documentos pontificios
de diversa índole. También en Evangelii Gaudium. En este sentido, afirma Francisco que
Para hablar adecuadamente de nuestros derechos necesitamos ampliar más la mirada y abrir
los oídos al clamor de otros pueblos o de otras regiones del propio país. Necesitamos crecer
en una solidaridad que «debe permitir a todos los pueblos llegar a ser por sí mismos artífices
de su destino» así como «cada hombre está llamado a desarrollarse»422.
Para el Papa, el desarrollo integral, al interior de este modelo sociocultural, base de una verdadera
política humana a nivel global, busca el bien común desde los cuatro criterios de discernimiento
o polaridades que describió en su Exhortación Apostólica. Son cuatro: a) “El todo sobre la
parte”423; b) “la realidad sobre la idea”424; c) “la unidad sobre el conflicto”425; y d) “el tiempo
sobre el espacio”426. Estos criterios, algunos descritos en el capítulo anterior, inspiran el accionar
público del Pontífice. En su interrelación se configura un modelo de intervención política y
pastoral que, bajo la imagen del poliedro sobre la esfera, piensa y construye la unidad como
síntesis creativa entre lo diverso, sin anulación, sin uniformidades, en el reconocimiento.
Para Francisco, este modelo de intervención social, apunta al reconocimiento de las diferencias,
ya no como amenazas a la unidad, sino como condición de posibilidad de las mismas en un
paradigma de humanidad. En efecto, Francisco piensa que “la dignidad de cada persona humana
421
Ibíd.
422
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 190.
423
Ibíd., 234-237.
424
Ibíd., 231-233.
425
Ibíd., 226-230.
426
Ibíd., 222-225.
98
y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica”427. Y, por lo
tanto, denuncia que a menudo
… molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que
se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de
trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios
que exige un compromiso por la justicia. Otras veces sucede que estas palabras se vuelven
objeto de un manoseo oportunista que las deshonra. La cómoda indiferencia ante estas
cuestiones vacía nuestra vida y nuestras palabras de todo significado428.
Considerando los criterios anteriores, el Papa ofrece una nueva y potente definición de la política
como “una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el
bien común”429. Se trata, a su vez, de una vocación que pone al centro el amor, que no es un valor
o principio de la vida cristiana sólo para vivirlo individualmente, en mi grupo, o en mi familia,
sino que es el principio de “las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y
políticas”430.
Este es el modelo geopolítico del Papa: una gran política del amor, de la misericordia. Una
política necesaria y urgente, frente al enorme desafío de promover una ciudadanía humana, de
construcción de pueblo en las diferencias y frente al peligro de una globalización del consumo.
Este desafío es descrito por Francisco como el lento proceso en el que los habitantes de una
nación “desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos
responsables en el seno de un pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes”431.
Pero hay un proceso mayor y más difícil, para el cual es necesaria una geopolítica sociocultural
a la que la Iglesia puede aportar. Este proceso mayor es convertirse en pueblo: “requiere un
proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo lento y arduo
que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en
427
Ibíd., 203.
428
Ibíd.
429
Ibíd., 205.
430
Ibíd.
431
Ibíd., 220.
99
una pluriforme armonía”432. Se trata de un proceso y, por lo tanto, pide el Papa que miremos más
allá de la defensa de espacios de poder porque, es claro que “uno de los pecados que a veces se
advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de
los tiempos de los procesos”433.
Esta idea del respeto y la dignidad del sujeto “Pueblo”, que es uno de los postulados más
significativos de la teología argentina aplicada a la eclesiología y a la geopolítica, está lejos de
finiquitar todo su alcance para una praxis pastoral en el contexto global. El desafío, entonces,
está en “recalibrar la relación ente el todo -el hecho globalizador- y las partes -las culturas locales-
con una mirada amplia de largo plazo y con un pensamiento abierto que nunca se cierre o se
canse del diálogo porque no da nada por perdido”435. Como lo ha expresado la Congregación
para la Doctrina de la Fe en su documento sobre la sinodalidad en la Iglesia, este nuevo paradigma
de la praxis eclesial necesita de una teología capaz de pensar la diversidad en el horizonte de una
unidad que no es uniformidad. En efecto,
en la vocación sinodal de la Iglesia, el carisma de la teología está llamado a prestar un
servicio específico mediante la escucha de la Palabra de Dios, la inteligencia sapiencial,
científica y profética de la fe, el discernimiento evangélico de signos de los tiempos, el
diálogo con la sociedad y las culturas al servicio del anuncio del Evangelio436.
432
Ibíd.
433
Ibíd., 223.
434
Francisco, “Viaje Apostólico a la República Centroafricana. Discurso en el encuentro con la clase dirigente y el
cuerpo diplomático”, 29 de noviembre de 2015.
435
Luciani, El papa Francisco y la teología del Pueblo, 140-141.
436
Comisión Teológica Internacional, “La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia”, n. 75.
100
En esta misión, el teólogo tiene un papel fundamental en el progreso del conocimiento de la
Revelación y en una formación teológica de los fieles desde una perspectiva colaborativa,
encarnada y situada.
Para el Papa, los excluidos del sistema de consumo globalizado son el síntoma de lo que está mal
y hay que cambiar en la sociedad, en la Iglesia y en la política. Y, es por ello, que para Francisco,
la mirada fija y la atención constante a su destino, así como a la transformación de sus
condiciones de vida, es el termómetro de una acción eficaz al servicio de la unidad del Pueblo de
Dios. Y, para ello, hay que superar visiones conformistas desde la economía y la política, que,
incluso, justifican la sociedad del descarte; por ejemplo, las teorías del derrame que postulan una
mayor inclusión del sistema en la medida en que éste profundice las relaciones de consumo y el
libre mercado globalizado. Aquí, piensa el Papa, el ser humano se convierte en mercancía, en
objeto de intercambio, no en sujeto. Agrega, además, que una visión neoliberal como la referida,
“expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y
en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos
siguen esperando”438. Se trata de un ideal egoísta e individualista que socava el bien común como
principio primario de las relaciones humanas -también económicas y políticas- y promueve una
globalización de la indiferencia439.
437
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 53.
438
Ibíd., 54.
439
Ibíd.
101
Francisco, ante este panorama, se muestra incluso beligerante pues, como afirma, “la adoración
del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el
fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo
verdaderamente humano”. Esta economía muestra su rostro macabro en la inequidad, por la cual,
una minoría mundializada gana cada vez más dinero en una suerte de fetiche del consumo y la
acumulación y, por otro lado, una mayoría creciente profundiza su pobreza e, incluso, su hambre.
En el centro de ello, surge una clase media que, esclavizada por un ideal de riqueza y “buen
vivir”, literalmente vendido por el mismo sistema que los explota, nunca acceden a oportunidades
reales, a las ganancias esperadas, o al bienestar pensado. Se trata de una crisis que muestra sus
desequilibrios ya desde su misma raíz: una antropología inhumana que reduce a las personas a
un bien de consumo440. La difícil tarea de una Iglesia ad extra en su misión y en su praxis
liberadora, pasa por la denuncia de este sistema y el aliento y acompañamiento de las iniciativas
populares que sueñan modelos distintos de progreso, más inclusivos y humanos, en una
perspectiva mayor de una mutua pertenencia y destino: el cuidado de la casa común441.
El desafío de una praxis pastoral al servicio de esa autonomía está inspirado en un principio
fundamental de la teología argentina: el trabajo por una verdadera unidad no debe excluir a nadie,
sino que debe integrar. En efecto,
es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad
donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos
aporte beneficios tangibles e inmediatos: los sin techo, los toxicodependientes, los
refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, etc442.
Cuando en los planes, proyectos y visiones políticas y eclesiales hay descartados, cuando en ellos
se prescinde de personas, cuando en las visiones colectivas no se incluye a los frágiles -incluida
la casa común-, es la humanidad entera quien pierde y el proyecto de ser germen del Reino, se
acaba. En este sentido,
ser Iglesia es ser Pueblo de Dios, de acuerdo con el gran proyecto de amor del Padre. Esto
implica ser el fermento de Dios en medio de la humanidad. Quiere decir anunciar y llevar
la salvación de Dios en este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener
440
Ibíd., 55.
441
Así lo ha mostrado Francisco en su Encíclica Laudato Si´ publicada en el 24 de mayo de 2015. Allí pregona que
el cuidado de la tierra y la ecología no son una cuestión más en la agenda política o eclesial, sino la medida de
nuestra propia supervivencia como especie. En este sentido, el cuidado de la casa común tiene un origen
antropológico y social y unas consecuencias del mismo tipo. En efecto, “el cambio climático es un problema global
con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales
desafíos actuales para la humanidad”. (Francisco, “Laudato Si´”, n. 25).
442
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 210.
102
respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino. La Iglesia
tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse
acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio443.
Así, es posible comprender el servicio de la Iglesia en y desde los pueblos como una ayuda a los
procesos de autonomía popular y colectiva al interior de ellos. Esta autonomía es la posibilidad
de la defensa de los pequeños y vulnerables y es signo precioso de las utopías que convocan a
trabajar juntos por la unidad integradora de las diferencias. La praxis sociocultural que se
deslinda de la eclesiología ad extra propuesta por Francisco, es el aporte al “desarrollo de la
convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un
proyecto común”444.
La Iglesia, en tanto Pueblo de Dios, ayuda a identificar en sus contextos este proyecto común y
lo alienta. En ese proceso entran todos, especialmente los pobres, con sus identidades, sus
culturas y sus potencialidades445. Un proceso de este tipo necesita reconocer como un aliado al
tiempo, porque su horizonte es de largo plazo: pide superar contradicciones áridas e infructuosas
porque supone un contrato social producto del encuentro y el reconocimiento. De hecho, “no
necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial
que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto
social y cultural”446. En este escenario, cada cual cumple su papel. Acá aparece el Estado como
el garante del cuidado y la promoción del bien común en la sociedad. En el horizonte de la
solidaridad, el Estado debe promover un diálogo social constante y desencadenar procesos de
consenso social en torno a un desarrollo integral que integre a todos y todas. La Iglesia, en la
diversidad en que se la ha comprendido, con tantas otras fuerzas y liderazgos sociales, puede
acompañar estos procesos al proponer valores fundamentales que después puedan traducirse en
visiones y acciones políticas447.
Es así como, en este horizonte de los consensos, todas las estructuras tradicionales de la
institución eclesial deben servir a este fin: trabajar por la unidad de la Iglesia en el servicio a la
autonomía de los pueblos al poner en el centro la dignidad de toda persona, de la creación entera
443
Ibíd., 114.
444
Ibíd., 221.
445
Ibíd., 236.
446
Ibíd., 239.
447
Ibíd., 240-241.
103
y el destino de los más pequeños. Además, es la medida de la reforma de la Iglesia en su totalidad
y lo que ha motivado los procesos recientes de renovación en el rol del papado, en las
instituciones de la Santa Sede como la composición del colegio de Cardenales así como la
diplomacia, la banca vaticana y la Curia Romana. Sumado a esto, se encuentran temas de
desarrollo teológico que han estado paralizados. Por ejemplo, una visión más integrada del
Episcopado y del Presbiterado a la eclesiología del Pueblo de Dios así como sus consecuencias
jurídico-canónicas en aspectos como la elección de los Obispos, el rol de las Conferencias
Episcopales, las funciones de lor organismo de la Curia Romana, entre otros448.
Este empeño, además, ya no puede identificarse sólo con una apologética de la mediación
institucional de la Iglesia. En efecto, la misión que se pide no es equivalente a “un negocio ni un
proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para
contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo, que
escapa a toda medida”449. Esta profundidad de la misión tiene signos concretos que se encarnan
en el deber de promover y consolidar un diálogo y encuentro constante con las naciones, la
sociedad civil, con las causas sociales, los diversos credos y las confesiones cristinas. Esa
diversidad, como hemos visto, realiza la Iglesia, confiesa a Cristo.
En este contexto, la misión pastoral de los ministros sagrados y de los laicos no puede verse ya,
ni con las notas características de un imperialismo constantiniano, ni como limitado a la
conservación de espacios de poder o de modelos culturales cerrados y excluyentes450. Esta
tentación aún presente de tantas formas en espacios eclesiales y pastorales debe ser superada.
Sobre ello señala Francisco
¡Cuántas veces soñamos con planes apostólicos expansionistas, meticulosos y bien
dibujados, propios de generales derrotados! […] nos entretenemos vanidosos hablando
sobre «lo que habría que hacer» —el pecado del «habriaqueísmo»— como maestros
espirituales y sabios pastorales que señalan desde afuera. Cultivamos nuestra imaginación
sin límites y perdemos contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel451.
Es verdad que los grandes planes pastorales, en especial, aquellos afincados en un ideal de
conservación de poder o de la propia fama, terminan por eliminar o violentar los principios de
448
Schickendantz, “La reforma de la Iglesia en clave sinodal: una agenda compleja y articulada”. Todo el artículo
sintetiza los alcances de dicha agenda de reformas.
449
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 279.
450
Ibíd., 70; 80; 96; 98; 104; 107.
451
Ibíd., 96.
104
la evangelización de los pueblos. Con todo, esto no impide que se piensen, a gran escala,
modelos, procesos y modos de ser y hacer que transformen las condiciones de vida de tantos
pueblos sometidos a la barbarie, a la violencia, a la miseria y a la mutilación física o cultural.
La Iglesia, si está verdaderamente encarnada en las realidades de estos pueblos, no puede
evadirse de estas discusiones globales.
En este horizonte, una praxis pastoral de este estilo, orienta a la Iglesia a la gran tarea de una
discernimiento a nivel geopolítico y a la generación de una agenda de acciones y gestos
pastorales que velen por la defensa de la dignidad de las personas en minorías globalizadas, o
violentadas por la globalización, de incluir a los olvidados, de generar condiciones de vida
digna para los migrantes, de incluir a la diversidad sexual, de ayudar a superar los conflictos,
de hacer posible la construcción de una empresa justa, de denunciar la acumulación de riquezas
de los grandes empresarios y corporaciones, de construir un sistema de justicia imparcial y
sólido en las naciones, en fin, de generar procesos en torno a lo que Francisco ha venido a
llamar la gran política o la política con “p” mayúscula452. Esta generación de procesos plurales
y diversos es la síntesis de una praxis pastoral en la que el poder se concibe como servicio y
en donde confluyen las voluntades y liderazgos en pluralidad de pertenencias e identidades453.
Allí la Iglesia como institución y estructura ad extra, no es la que lidera, coordina, preside o
controla, sino que hace parte de un consorcio de instituciones sociales y plíticas que buscan
conjuntamente ese bien común. Pero ¿en qué consiste propiamente esta agenda?
452
Francisco, “Discurso a los participantes en el encuentro mundial de movimientos populares”. 5 de noviembre de
2016.
453
Ibíd.
454
Luciani, El papa Francisco y la teología del Pueblo, 142.
105
acompañar procesos “teniendo como paradigma a Cristo, a quien debemos representar no como
modelo ético, sino como aquel que configura y da forma a nuestra humanidad”455.
Como se vio más arriba en el apartado sobre el desafío de la sinodalidad, R. Tello critica y se
opone a la identificación de la pastoral con la conservación o creación de una cultura eclesial de
formas y ritos, pero también de profundas indiferencias y anquilosamientos. Esta sospecha
también tiene lugar en la mente de Francisco. En efecto, a través del pensamiento del jesuita
Erich Przywara, Francisco comprende que “tampoco puede caer en la nueva propuesta de crear
una cultura cristiana alternativa que termine siendo análoga a los totalitarismos y sistemas
cerrados que excluyen a quien no les pertenece”456. Esta intuición coincide con la visión de Pío
XII de deseuropeizar a la Iglesia y de no repetir la lógica imperial457. Se trata de superar, así lo
asiente Przywara, la idea del Sacrum Imperium o el “modelo de cristiandad edificado por
Carlomagno”458.
Esta agenda está encaminada, en primer lugar, a la consolidación de procesos más que de
acciones o actividades. Es claro que, si el interés no es la dominación de espacios de poder, la
Iglesia no puede reemplazar a la economía mundial o la tarea de los Estados-nación. Lo que ella
puede aportar a los pueblos y a los pobres en ellos es, el hecho de su supranacionalidad, el
“generar procesos y narrativas de reconocimiento del valor absoluto de la dignidad humana, de
la necesidad inherente a toda persona a ser sujeto, y hacer entender que todo lo demás debe estar
orientado hacia la consecución de ese fin […]”459. En este horizonte, ante el escenario de las
injusticias globalizadas, la principal misión está en la misma tarea de la generación de procesos
más allá de su éxito: la generación de vínculos sociales, el sanar los efectos de la exclusión que
arroja a miles de personas al desarraigo. Los procesos socioculturales de los pueblos y los
colectivos humanos, formados en gran medida por minorías violentadas por la globalización, se
asumen como lugares de revelación, salvación y plenificación. Esta es la pluriforme armonía del
modo como Dios invita al Pueblo de Dios a ser pueblo460.
455
Ibíd.
456
Ibíd., 142-143.
457
Pío XII, “Mensaje de Navidad”, citado por Luciani, El papa Francisco y la teología del Pueblo, 144.
458
Luciani, El papa Francisco y la teología del Pueblo, 143.
459
Ibíd., 147-148.
460
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 220.
106
Si ahora el fin de los planes pastorales es el posibilitar los procesos de autodeterminación popular
y colectiva, el medio, a su vez, es el diálogo sociopolítico, intercultural e interreligioso. De hecho,
“así como la evangelización va unida al esfuerzo por preservar y fomentar la diversidad cultural
frente a todo proceso de adoctrinamiento, también el posicionamiento geopolítico será crítico de
cualquier intervencionismo extranjero”461. Esto último, al modo de ver del Pontífice, sería lesivo
del proceso de autonomía popular y de su dignidad. En efecto, en su época de cardenal, Bergoglio
ya había expresado sus hondas convicciones en un prólogo al libro del ensayista uruguayo
Guzmán Carriquiry, titulado Una apuesta por América Latina. En este prólogo, Bergoglio afirma
que
la solidez de la cultura de los pueblos latinoamericanos está amenazada y debilitada
fundamentalmente por dos corrientes de pensamiento débil. Una, que podríamos llamar la
concepción imperial de la globalización: […] todos los pueblos se fusionan en una
uniformidad que anula la tensión entre las particularidades. La verdadera globalización hay
que concebirla no como una esfera, sino como un poliedro: las facetas (la idiosincrasia de
los pueblos) conservan su identidad y particularidad, pero se unen armoniosamente
buscando el bien común. La otra corriente amenazante es […] el progresismo adolescente:
una suerte de entusiasmo por el progreso que se agota en las mediaciones, abortando la
posibilidad de un progreso sensato y fundante relacionado con las raíces de los pueblos.
Este “progresismo adolescente” configura el colonialismo cultural de los imperios y tiene
relación con una concepción de la laicidad del Estado que más bien es laicismo militante462.
El sistema dominante privilegia, a la larga, un totalitarismo del dinero y el consumo que amenaza
con destruir las identidades y los procesos de autonomía de los pueblos. Este sistema, afincado
en estas formas de pensamiento que posibilitan un neocolonialismo “constituyen insidias
antipopulares, antinacionales, antilatinoamericanas, aunque se disfracen a veces con máscaras
“progresistas””463. En este contexto, Luciani desarrolla la tercera vía que Bergoglio propone ante
la globalización de la indiferencia y el progresismo adolescente. En primer lugar, comprender el
lugar que tienen las culturas de los pueblos respecto de la economía y la política. Estas dos
últimas son el resultado de acuerdos, concesiones y, en el peor de los casos, dominaciones sobre
las primeras. En este sentido, la economía o la política “no pueden ser absolutizadas ni
ideologizadas” porque dejan a los pueblos en un “relación de opresión y dominio sin
trascendencia alguna”464. El acompañamiento a procesos de autonomía popular mira, en primer
461
Luciani, El papa Francisco y la teología del Pueblo, 150.
462
Bergoglio, Prólogo al libro de G. Carriquirry, Una apuesta por América Latina, 10. En El papa Francisco y la
teología del Pueblo, por R. Luciani, 150.
463
Ibíd.
464
Luciani, El papa Francisco y la teología del Pueblo, 151.
107
lugar, a la identificación y la conservación del ethos de los pueblos a través de una narrativa
adecuada y de una gestualidad política discernida.
Este acompañamiento, como se podría definir el planteamiento de una geopolítica pastoral, debe
discernirse precisamente por la variedad de entornos, contextos y desafíos. Dicho discernimiento
debe tener un prisma adecuado, un referente incondicional: el Evangelio, la praxis de Jesús. Se
comprende, entonces, por qué para el Papa es tan importante la misericordia que se convierte en
el paradigma de la salida de la Iglesia hacia la sociedad465. El Papa invita a releer los textos de la
Sagrada Escritura para comprender en ellos el alcance de este llamado. En efecto, “el imperativo
de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las
entrañas ante el dolor ajeno. Releamos algunas enseñanzas de la Palabra de Dios sobre la
misericordia, para que resuenen con fuerza en la vida de la Iglesia”466. De este modo, la
misericordia es el canal por el cual se expresa Dios en el mundo, a través del clamor de los pobres
en las periferias y el compromiso ético que proviene de una fe madura en Él; así, es Su
soteriología que se abre paso en el mundo y la historia, por así decir, “su Nombre es misericordia”
como pregona el Salmo 66.
465
Al respecto, Francisco afirma que “Santo Tomás de Aquino enseñaba que en el mensaje moral de la Iglesia
también hay una jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden. Allí lo que cuenta es ante todo «la fe
que se hace activa por la caridad» (Ga 5,6). Las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta
de la gracia interior del Espíritu: «La principalidad de la ley nueva está en la gracia del Espíritu Santo, que se
manifiesta en la fe que obra por el amor». Por ello explica que, en cuanto al obrar exterior, la misericordia es la
mayor de todas las virtudes: «En sí misma la misericordia es la más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece
volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias. Esto es peculiar del superior, y por eso se tiene como propio
de Dios tener misericordia, en la cual resplandece su omnipotencia de modo máximo»”, (Francisco, “Evangelii
Gaudium”, 37). Hay muchas otras citas.
466
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 193.
467
Papa Francisco, “Discurso al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede”, 11 de enero de 2016.
468
Ibíd.
108
se comprende el interés suyo por temas de discusión en el Sínodo de los Obispos, la inauguración
del Jubileo de la Misericordia en Bangui, las reformas al Código de Derecho Canónico en torno
al delito canónico del aborto, el Sínodo de la Amazonía, la reforma de las instituciones romanas,
y tantos y profusos gestos en la plaza de San Pedro y en sus visitas oficiales.
A su vez, la misericordia no es una excusa más para estar al corriente en la prensa y la opinión.
No es que la misericordia sea ahora una posición ideológica: se trata de reconocer la realidad, los
procesos y las mediaciones socioculturales, como lugares de la Revelación, de la salvación que
ya acontecen. Esa salvación se da en los procesos de reconocimiento, inclusión, autonomía y
autodeterminación de los pueblos. En el discurso al cuerpo diplomático, previamente citado, el
Papa expresa esta convicción al señalar que la misericordia se traduce, en medio de la encrucijada
de culturas, naciones y religiones “en construir puentes nuevos, valorar lo que une y ver las
diferencias como oportunidades de crecimiento en el respeto de todos”469. Se trata de propiciar
procesos de reconocimiento, de ayudar a emprender con valentía caminos de mayor unidad, de
trabajar incansablemente por la paz y por la defensa de los más desprotegidos en la sociedad.
Esta mirada contemplativa es la antesala para un verdadero encuentro que promueva lo humano
en el reconocimiento de la experiencia salvífica de Dios en el presente de la historia de las
ciudades. También es una oportunidad, porque nuevas culturas surgen en estas extensiones
urbanas, nuevos valores se gestan en el encuentro, incluso, con principios no-cristianos y de otras
tradiciones, nuevas prácticas espirituales y nuevos sentidos que se abren paso471. Pero la realidad
469
Ibíd.
470
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 71.
471
Ibíd., 73.
109
también muestra las contradicciones y las tensiones. En las ciudades se constituyen grupos
humanos que se congregan por su identidad, valores y principios, que comparten formas de vida,
procedencia o visiones de la sociedad. Estos colectivos humanos viven en sectores y territorios
culturales, a menudo, invisibles para los demás conciudadanos. En estas ciudades invisibles e
invisibilizadas, “variadas formas culturales conviven de hecho, pero ejercen muchas veces
prácticas de segregación y de violencia”472. La misión de la comunidad cristiana es “ser servidora
de un difícil diálogo”473 entre estos grupos humanos.
Además, no pueden obviarse los problemas que se presentan en las ciudades. En este sentido,
afirma el Papa, que,
en las ciudades fácilmente se desarrollan el tráfico de drogas y de personas, el abuso y la
explotación de menores, el abandono de ancianos y enfermos, varias formas de corrupción
y de crimen. Al mismo tiempo, lo que podría ser un precioso espacio de encuentro y
solidaridad, frecuentemente se convierte en el lugar de la huida y de la desconfianza
mutua474.
Y añade,
las casas y los barrios se construyen más para aislar y proteger que para conectar e integrar.
La proclamación del Evangelio será una base para restaurar la dignidad de la vida humana
en esos contextos, porque Jesús quiere derramar en las ciudades vida en abundancia (cf. Jn
10,10)475.
Entonces, el desafío misionero de una Iglesia ad extra entonces, sigue siendo poder responder
con creatividad a los problemas de diversa índole que se presentan. Un progama misionero y
pastoral uniforme y tradicional no es efectivo y, a menudo, termina lesionando las comunidades
y limitando los procesos.
Lo anterior es posible “a través del diálogo paciente y confiado, que sabe respetar los valores de
la cultura de cada uno y acoger lo que hay de bueno en las experiencias de los demás”476. Se da
en el camino emprendido hacia la paz, a veces en conflictos complejos, entre países o al interior
de un pueblo o etnia. De esta manera, la misericordia no puede ser vista como una pose desde el
poder, una mirada que se regala desde la seguridad y la autocomplacencia o desde una conciencia
472
Ibíd., 74.
473
Ibíd., 74.
474
Ibíd., 75.
475
Ibíd., 75.
476
Francisco, “Discurso al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede”, 11 de enero de 2016.
110
lastimera que asume la misión de la Iglesia como una burocracia que “reparte” dones y servicios
sin escucha, sin diálogo, sin lectura de la realidad.
Como se ha visto a lo largo del capítulo, estos procesos “han de generarse en el interior de una
cultura, dentro de ella y con sus integrantes, y nunca por la vía de la imposición o el
adoctrinamiento, como ha hecho la Iglesia en otros tiempos”477. En Bolivia, Francisco lo expresó
con claridad:
los pueblos del mundo quieren ser artífices de su propio destino. Quieren transitar en paz
su marcha hacia la justicia. No quieren tutelajes ni injerencias donde el más fuerte
subordina al más débil. Quieren que su cultura, su idioma, sus procesos sociales y
tradiciones religiosas sean respetados. Ningún poder fáctico o constituido tiene derecho a
privar a los países pobres del pleno ejercicio de su soberanía y, cuando lo hacen, vemos
nuevas formas de colonialismo que afectan seriamente las posibilidades de paz y de justicia
[…]478.
De esta manera, como se ha visto a lo largo del capítulo, desde la misión de una Iglesia ad extra
se denuncia cualquier elitismo político, económico y eclesial. Se llama a la búsqueda conjunta,
previo reconocimiento de las identidades, las pertenencias y las culturas: se anima a buscar juntos
el bien común más allá de ellas pero con ellas. La pregunta que se mantiene es cómo aplicar esta
perspectiva en las realidades y contextos propios. No hay un modelo único, un dispositivo
universal o unos lineamientos que puedan aplicarse de modo intemporal. La realización de una
eclesia ad extra supone una lectura discernida y aterrizada cuyo alcance es también las
estrategias, los planes y los proyectos.
477
Luciani, El papa Francisco y la teología del Pueblo, 153.
478
Francisco, “Participación en el II Encuentro Mundial de Movimientos Populares”, 9 de julio de 2015.
111
Hacia una conclusión: el desafío de vivir una eclesiología ad extra en el pueblo que
camina en Colombia.
Como resultado del estudio tanto de la eclesiología conciliar, desde el horizonte de la categoría
teológica Pueblo de Dios, como de la recepción conciliar que hiciera la teología del pueblo, se
han visto elementos significativos que hacen parte de una eclesiología ad extra. Como culmen
de esta recepción conciliar, tanto en el magisterio como en la teología latinoamericana, la
Exhortación Evangelii Gaudium del papa Francisco expresa alcances inéditos de lo que sería una
praxis pastoral de una Iglesia sinodal desde la perspectiva del pueblo y frente al desafío de la
reforma. Se han desarrollado, a este punto, los aspectos más importantes de lo que es una
eclesiología ad extra. En este sentido, como resultado de esta investigación, se considera
necesario orientar las conclusiones de este trabajo monográfico, no hacia la elaboración de una
síntesis en términos conceptuales, sino hacia la praxis eclesial ad extra en el contexto colombiano
y ante el deber moral de la paz. Se partirá, en efecto, de una lectura de la actual situación política
y eclesial para generar una aplicación pastoral que aporta elementos relevantes para la misión de
la Iglesia en y desde el pueblo que peregrina en Colombia.
En Colombia, en efecto, se han vivido hitos muy importantes en la última década. Luego de
medio siglo de confrontaciones, el Gobierno Nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias
del Pueblo – Farc-Ep, firmaron la dejación de las armas, por parte de las segundas, el término del
conflicto y acordaron diversos puntos de reforma institucional con el fin de asegurar la
construcción de una paz duradera479. La mayoría de los integrantes -incluidos los jefes- de esta
guerrilla revolucionaria dejaron las armas y comenzaron un lento camino hacia la integración en
la vida civil. Un reducido número de guerrilleros y guerrilleras se mantiene, aún hoy, en las armas
convencidos de un “engaño”, comprometidos con estructuras criminales que se lucran del
negocio del narcotráfico o del saqueo de recursos naturales en la minería ilegal480. Se trató, como
dijo en algún momento el Presidente Juan Manuel Santos, gran artífice de la negociación, de un
479
Ministerio de Relaciones Exteriores - Colombia, “Acuerdo para la terminación del conflicto y la construcción de
una paz estable y duradera”.
480
Álvarez y otros, eds., “Trayectorias y dinámicas territoriales de las disidencias de las FARC”, 48.
112
acuerdo de paz “imperfecto” pero “el mejor posible” porque salva el mayor número de víctimas
de la guerra481.
Es claro que este acuerdo de paz, después de muchas décadas, ha otorgado al país mejores índices
respecto a la protección de la vida humana en el contexto del conflicto armado interno que se ha
vivido desde la década de los años 50´s. Se trata de un acuerdo programático que propende por
soluciones integrales a los problemas sociales y políticos colombianos. Esto es así si se considera
que la miseria de muchos, el asesinato de inocentes, la extorsión, la falta de oportunidades, el
desempleo, el empleo informal, el poco acceso a la tecnología, las fallas del sistema de salud, el
alto nivel de corrupción, el desplazamiento forzado, etc., son también elementos de una violencia
que se ha ejercido como exclusión social y como descarte de lo humano. Ahora, como lo han
expresado diversas organizaciones internacionales, la preocupación es sobre la implementación
de dicho programa de reformas482.
En efecto, con el cambio hacia un gobierno conservador y de afiliación negativa a algunos de los
puntos del acuerdo, muchas organizaciones de la sociedad civil y líderes de la Iglesia Católica,
han expresado su preocupación al tiempo que defienden la idea de que el acuerdo es un
compromiso de Estado que no debe claudicar483. No está en duda, para estos colectivos, el
beneficio que ha traído este acuerdo para la vida, la seguridad y la paz de los colombianos y,
hacia el futuro, la importancia del mismo como agenda de reformas constitucionales, políticas,
sociales y económicas para la población en general, para el bien común.
En el contexto de esta realidad colombiana actual, este apartado no tiene el interés de realizar un
análisis exhaustivo de la implementación del Acuerdo de Paz o de la realidad social colombiana,
sino de enunciar algunos elementos significativos que se deducen de la propuesta de praxis
pastoral contenida en la eclesiología ad extra de Evangelii Gaudium, aspectos que han sido
481
Juan Manuel Santos, “Palabras del Presidente Juan Manuel Santos en el acto de firma del Acuerdo Final para la
terminación del conflicto con las FARC”, Cartagena - 26 de septiembre.
482
Organización de las Naciones Unidas, “Informe del Secretario General” – Misión de Verificación de las Naciones
Unidas en Colombia, 26 de marzo de 2020, 2-5.
483
Razón Pública, “2020: un año decisivo para la implementación de la paz”, 6 de enero de 2020; Ramírez, “El papel
de los Obispos colombianos en la paz”, Periodico Universidad Nacional de Colombia, 15 de septiembre de 2017;
Semana, “Obispos del suroeste del país crean frente común por la paz”, 26 de junio de 2019; Conferencia Episcopal
de Colombia, “Mensaje de los Obispos Católicos” al término de la Asamblea Plenaria, 6 de julio de 2018.
113
desarrollados previamente y que pueden ser relevantes para una praxis de construcción de
comunidad ante los desafíos en la búsqueda del bien común en Colombia.
En esta perspectiva, ser pueblo en Colombia, implica asumir en una nueva síntesis esta pluralidad
que define a los colombianos y colombianas, reconocer las diferencias que les caracterizan y los
conflictos ya presentes en su origen, pero asumir también la propia historia como la narrativa de
una difícil construcción comunitaria que puede seguir siendo un sueño compartido. Al menos así
lo atestiguan los múltiples conflictos a lo largo de 200 años de independencia. Entre ellos, los
484
Sobre el papel de la Iglesia en relación con el Estado colombiano desde una perspectiva historiográfica puede
verse: González, Poderes enfrentados. Iglesia y Estado en Colombia; o el artículo del padre Javier Giraldo, S.J sobre
la realidad de la cruz: Giraldo, “La realidad de la cruz en Colombia”.
485
Giraldo, “La realidad de la cruz en Colombia”, 54.
114
más cruentos de todos, la Guerra de los Mil Días al inicio del siglo XX, la época de La Violencia
en los años 50 y 60´s; y la guerra contra las guerrillas y el narcotráfico en los años 80´s486.
En consonancia con una realidad que no es solo colombiana, sino también latinoamericana, es
conocida la propuesta de J. Bergoglio quien, siendo Provincial de los jesuitas en Argentina y
luego de una década muy compleja en términos políticos, expresó su convencimiento “[…] de
que es necesario superar contradicciones estériles intraeclesiásticas para poder enrolarnos en una
real estrategia apostólica que visualice al enemigo y una nuestras fuerzas frente a él”487. Se trata,
desde la misión propia de una eclesiología ad extra, de superar la confrontación a través del soñar
y construir unidos un proyecto de país y de Iglesia. El bien común, aparece así, como el “todo”
sobre las “partes”. Construir esta unidad común es quizás el desafío más grande de ser-hacer
Iglesia, al menos, como la piensa Francisco. Esta unidad común, vivida ya intraeclesialmente, es
el signo más potente de una unidad mayor que debe construirse en la política colombiana. Pero
¿cómo es posible esto?
En primer lugar, para Francisco es evidente que la unidad no se construye al ser ciegos a la
diferencia o a los conflictos. Ciertamente, las diferencias y los conflictos en la sociedad
colombiana son reales, no son un simple constructo, aunque respondan a una determinada
narrativa. Por tanto, no se les puede obviar. Eliminar las diferencias y los conflictos bajo la idea
de una unidad mayor separada de la realidad significaría un nuevo totalitarismo, bien de derecha
o de izquierda. La idea de la superación de las diferencias a través de su aniquilación, incluso
aunque sea factible o justificada razonablemente bajo la idea de la unidad, lesiona a la nación y
excluye a personas y colectivos particulares.
Incluso, podría decirse que, en un intento político de este tipo como lo fue el Frente Nacional, se
consolidó propiamente la insurgencia armada en Colombia. El Frente Nacional, entre 1958 y
1974, fue una estrategia política entre los dos partidos más representativos en Colombia que
486
Bushnell, Colombia: una nación a pesar de sí misma. De los tiempos precolombinos a nuestros días. Las
apreciaciones históricas siguen, en términos generales, la interpretación de este investigador e historiador
norteamericano. En el libro citado, de modo específico, puede encontrarse una visión sintética y global de la historia
de Colombia en los últimos doscientos años. En concreto, sobre la época de confrontación centralista y federalista,
consultar a partir de la página 62; sobre la Guerra de los Mil Días, la página 205; sobre la época de confrontación
partidista conocida como La Violencia, consultar a partir de la página 275; y sobre la última etapa del conflicto,
desde la página 343.
487
Luciani, El papa Francisco y la teología del Pueblo, 157. En la década de los 60´s, también Argentina vivía
momentos difíciles de división y polarización política, incluso, intraeclesialmente.
115
terminaron por repartirse el poder bajo la idea de un control electoral y la tregua de las
confrontaciones partidistas. Lo que no imaginaron quienes idearon semejante estrategia es que
muchos colectivos, personas e ideas quedaron fuera de la posibilidad del poder y el ejercicio de
la política, generando exclusión y, al final, violencia. Una ideología de este tipo resulta ser
inhumana y anticristiana, al tiempo que, puede generar nuevos conflictos y polaridades. Esta
actitud, la llama Francisco, “abstraccionismo espiritualista”488 porque carece de herramientas
adecuadas para la lectura de la realidad e, incluso, la obvia.
En segundo lugar, es necesario resistir cualquier tipo de elitismo. Es una advertencia presente ya
en los escritos de L. Gera, pero también hace parte de la propuesta bergogliana. La unidad mayor
del pueblo no se logra si se aplican estrategias económicas y sociales alejadas de los valores
cristianos en pos de una determinada ideología como lo fueron en su momento las visiones
marxistas. En el escenario mundial y nacional, la ideología que constantemente denuncia
Francisco es la ideología neoliberal porque, a su modo de ver, convierte al ser humano en bien
de consumo. Dicha ideología, impuestas por los poderosos de turno a los pobres en los pueblos
y a los pueblos pobres, termina por acentuar la inequidad social y la pobreza bajo la falsa promesa
de un futuro acceso universal a los bienes públicos y económicos. En Colombia, estas ideologías,
al menos la neoliberal que ha dominado los gobiernos nacionales de las últimas décadas, ha
generado desigualdad entre el pueblo, entre otras razones, por medio del extractivismo de los
recursos ecológicos que acaban en manos privadas y extranjeras, la corrupción entre sectores
privados y públicos y el intervencionismo extranjero. Esta realidad la ha denominado Francisco
como la tentación de un “metodologismo funcionalista”489.
488
Ibíd., 158.
489
Ibíd.
116
infalibilidad mejor que una persona particular”490. Posiciones autoritarias provenientes de
cualquier orilla política o religiosa, incluida la Iglesia Católica, terminan en proyectos elitistas,
de unos cuantos, y con unas características más formales que reales. La unidad en Colombia no
es posible si se antepone al proyecto de nación la “moralina de los curas” o un “eticismo”
reivindicacionista que acentúa lo formal sobre lo real.
Estos criterios, enunciados en diversas ocasiones por el papa Francisco, están encaminados a
“resolver el desafío de ser ciudadano y la pertenencia a una sociedad […]. En cada nación, los
habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos
responsables en el seno de un pueblo, no como una masa arrastrada por las fuerzas
dominantes”494. El desafío es, a saber, el vivirse como ciudadanos, paradigma de la pertenencia
activa al pueblo desde la conciencia de las diferencias. Convertirse en pueblo -Pueblo de Dios y
pueblo-nación, pasa por lograr una síntesis intercultural en la que los vínculos sociales sean
refundados mediante una cultura del encuentro y del diálogo social capaz de frenar la cultura
fragmentaria de la globalización del mercado y de la violencia. Posibilitar un verdadero
490
Rahner, Curso Fundamental de la fe. Introducción al concepto del cristianismo, 444.
491
Francisco, “Evangelii Gaudium”, 231.
492
Francisco, “Homilía en la Santa Misa en el solemne inicio del ministerio petrino del Obispo de Roma”, 19 de
marzo de 2013.
493
Francisco, “Viaje apostólico a Cuba. Homilia del Santo Padre en la Santa Misa en la Plaza de la Revolución”, 20
de septiembre de 2015.
494
Luciani, El papa Francisco y la teología del Pueblo, 159.
117
desarrollo humano en la Colombia profunda significa ayudar y acompañar en los procesos de
ciudadanía activa y compromiso político que buscan construir una cultura de paz y reconciliación
desde los territorios y desde los movimientos y colectivos populares. Significa propiciar espacios
de encuentro que posibiliten la conciencia de ser pueblo mediante el compromiso, la reflexión y
el esfuerzo en torno a un objetivo o proyecto común.
495
Se seguirán aquí dos comunicados de la Conferencia Episcopal Colombiana en el contexto del posacuerdo de
paz. El primero, titulado Mensaje al Pueblo colombiano, se publicó al término de la Asamblea Plenaria del
Episcopado realizada entre 4 y el 8 de febrero de 2019. El segundo, titulado Mensaje de los Obispos católicos, vio
la luz en julio de 2018. Ambos documentos son accesibles en el portal de la Conferencia Episcopal Colombiana.
496
Conferencia Episcopal de Colombia, “Mensaje al pueblo colombiano”, 8 de febrero de 2019.
497
Ibíd., punto 2.
498
Ibíd.
118
Iglesia, y su solución, si bien necesita de la buena voluntad de la autoridad, tiene que darse en
una reforma canónica, como bien lo ha apuntado C. Schickendantz499.
Por otro lado, los Obispos colombianos realizan un llamado a la perseverancia en la construcción
de la reconciliación y la paz en el país, con la conciencia de que ésta no es posible si no hay una
cultura del encuentro “que nos permite abrirnos a todos los colombianos, aceptar las diferencias
y desactivar los odios y las venganzas”500. En su comunicado, los pastores de la Iglesia señalan
la necesidad de avanzar en una negociación con los otros grupos armados que no se han
desactivado y hacen un llamado al Gobierno Nacional “a continuar la tarea de convocar a todas
las fuerzas vivas del país para definir e integrar una política nacional de paz […] [y] seguir
buscando las condiciones necesarias para llegar a una solución política del conflicto armado”501.
En este sentido, los Obispos católicos asumen la paz no sólo como un derecho consagrado en la
Constitución Política sino como una necesidad urgente que debe convocar a todo el pueblo. Es
interesante notar que se hable de una “solución al conflicto” y de la elaboración de una “política
integral de paz” como si esto no fuera ya un esfuerzo incluido en las negociaciones de La Habana
con la guerrilla de las FARC-EP. ¿El “Acuerdo para la terminación del conflicto y la construcción
de una paz estable y duradera” no es precisamente una política integral de paz? Aunque una
respuesta afirmativa a esta pregunta sea la posición de numerosos Obispos, son conocidas las
divisiones sobre el tema al interior de la asamblea del episcopado. Dichas diferencias se
evidencian en juicios más severos frente a este acuerdo que provee al Estado de reformas
integrales para las víctimas del conflicto, la redistribución del campo, los proyectos sociales y
comunitarios, etc.
En último lugar, los Obispos de modo clarividente, expresan que los signos concretos de la
construcción de la paz y el trabajo comunitario en la consecución del bien común son la equidad
y la solidaridad. En este punto no se parte de cero porque son numerosas las iniciativas de la
sociedad civil en torno a proyectos y acciones solidarias. En efecto, “muchas personas e
instituciones, entre ellas la Iglesia, se han empeñado en obras importantes de promoción humana,
tanto en momentos coyunturales como en procesos estructurados”502. Y continúan:
499
Schickendantz, “La reforma de la Iglesia en clave sinodal: una agenda compleja y articulada”, 57-58.
500
Conferencia Episcopal de Colombia, “Mensaje al pueblo colombiano”, 8 de febrero de 2019, punto 1.
501
Ibíd.
502
Ibíd., punto 3.
119
la solidaridad, como un imperativo ético y moral, implica un trabajo decidido por la
inclusión social y la equidad, que son camino de justicia y de auténtico desarrollo. Es hora
de hacer más para superar las profundas desigualdades que existen entre los hermanos de
una misma nación: hay que dirigir la mirada hacia las regiones más marginadas503.
Aquí el criterio de mirar por el bien del más débil y frágil es la medida de las iniciativas sociales
y políticas si es que se trabaja precisamente por el bien común. En este sentido, es notable la
conciencia de los Obispos por el tema de la inclusión, se trata de un horizonte en el que queda
mucho por trabajar.
Para ello es necesario propiciar un diálogo fraterno e inclusivo que proteja las identidades y
propenda por el reconocimiento de la mutua pertenencia. La pastoral, así entendida, es un
engendrar sentidos, narrativas. Sólo así es posible volver a soñar “de nuevo nuestra convivencia
y a empeñarnos seriamente en el bien común”505. Sólo así, congregarnos como pueblo que camina
a la realización del Reino, en la gran mesa, donde todos y todas cabemos.
503
Ibíd.
504
Conferencia Episcopal de Colombia, “Mensaje de los Obispos católicos”, 6 de julio de 2018, punto 1.
505
Ibíd.
120
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