El Espíritu Misionero de La Catequesis

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EL ESPIRITU

MISIONERO DE LA
CATEQUESIS
Catequistas y Comunidades
con ardor misionero

TABLA DE CONTENIDO
PRESENTACIÓN 9

INTRODUCCIÓN 11

ORGANIZACIÓN TEMÁTICA DEL MÓDULO 12

CAPÍTULO 1

LA IDENTIDAD DE LA CATEQUESIS

I. DEFINICIONES O DESCRIPCIONES DE LA CATEQUESIS 15

1. Definiciones - descripciones de documentos del Magisterio 15

2. Definiciones o descripciones de la Catequesis según algunos autores 20

II. ELEMENTOS ESENCIALES DE LA CATEQUESIS 22

1. La Catequesis es un ministerio de la Palabra 22

1.1. Funciones y formas del ministerio de la Palabra 24

1.2. Relación entre la Catequesis y las otras formas del ministerio de la Palabra
26

A. Catequesis y primer anuncio 27

B. Catequesis y predicación litúrgica (homilía) 29

C. Catequesis y teología 32

2. La Catequesis, ministerio eclesial 35

2.1. La Catequesis, es una acción eclesial 35

2.2. Opción comunitaria de la Catequesis 35

A. Dimensión comunitaria de la Catequesis 35

B. Comunidad eclesial y Catequesis 38

3. La Catequesis, etapa privilegiada en el proceso evangelizador 44

3.1 Evangelización y Catequesis a través de la historia 44


3.2. La Catequesis en la acción evangelizadora 49

A. La Catequesis “momento” esencial del proceso de la evangelización .... 49

B. La Catequesis en la acción misionera 51

C. La Catequesis, instrumento vivo al servicio de la nueva evangelización 54

4. La Catequesis, educación en la fe 56

5. La Catequesis, iluminación e interpretación de la vida y de la historia 59

III. CONCLUSIÓN: La Catequesis, acción pluridimensional y multiforme 61

CAPÍTULO 2

LA FINALIDAD Y LAS TAREAS DE LA CATEQUESIS

I. FINALIDAD DE LA CATEQUESIS: FORMAR PERSONAS Y COMUNIDADES


MADURAS EN LA FE

1. Nivel individual: perfil del creyente maduro 67

1.1. Una personalidad equilibrada y armónica 67

1.2. Una persona que asume el estilo de vida y la causa de Jesucristo 68

1.3. Una persona con sentido eclesial 69

1.4. Un agente de cambio social 70

2. Nivel comunitario-eclesial: rasgos fundamentales de una comunidad cristiana


madura 71

2.1 .Vida fraterna 72

2.2. Comunión eclesial 72

2.3 Corresponsabilidad ministerial 72

2.4. Compromiso evangelizador misionero 73

2.5 Praxis liberadora en la sociedad 73

II. LAS TAREAS FUNDAMENTALES DE LA CATEQUESIS 74

1. Promover a la persona en su plenitud humana 77

2. Conocer el mensaje cristiano 79


3. Educar a la celebración de la fe y a la oración 81

4. Educar a los valores, actitudes y comportamientos evangélicos 84

5. Educar a la vida comunitaria y a la corresponsabilidad eclesial 86

6. Educar al compromiso social liberador 90

III. COMENTARIOS CONCLUSIVOS SOBRE LA FINALIDAD Y LAS TAREAS DE LA


CATEQUESIS 94

CAPÍTULO 3

EL CATEQUISTA EN TERRITORIOS DE MISIÓN

I. EL CATEQUISTA, UN APÓTOL SIEMPRE ACTUAL 99

1. El catequista para una Iglesia Misionera 99

2. Líneas de espiritualidad del catequista 106

3. Actitudes del catequista frente a determinadas situaciones actuales 114

II. ELECCIÓN Y FORMACIÓN DEL CATEQUISTA 122

1. Elección prudente 122

2. Camino de formación 125

III. LA RESPONSABILIDAD HACIA EL CATEQUISTA 147

1. Remuneración del catequista 147

2. Responsabilidad del pueblo de Dios 149

CONCLUSIÓN 153

ABREVIATURAS 156

B1BLIOGRAFA 158

EVALUACIÓN TERMINAL INDIVIDUAL 159


PRESENTACIÓN
Con alegría y satisfacción entregamos a nuestros alumnos y lectores cristianos el
nuevo módulo de Catequesis, titulado “El Espíritu Misionero de la Catequesis”.
Cuando se agotó el primer módulo empezamos una búsqueda, que nos resultó
un poco prolongada, con la pretensión de poner al día los temas de siempre y
determinar con mayor claridad el alma misionera de la Catequesis. Lo hemos
logrado en gran parte y por eso valió la pena la espera. En esa búsqueda muchos
nos ayudaron y nos aportaron su doctrina, sus reflexiones y su trabajo.
Mencionamos especialmente a la Congregación para la Evangelización de los
Pueblos con su documento sobre la vocación, la formación y la promoción de los
catequistas en los territorios de misión (1993), al Padre Gustavo Vélez, mxy que
nos elaboró el primer texto y al Padre mexicano Javier González Ramírez con su
libro “Ser y Quehacer de la Catequesis”, editado por el Celam (1999) del que se
han tomado abundantes textos.

Fundamentada en estos documentos de los que tomó importante doctrina,


complementada con una selecta bibliografía, la señorita Sonia Fabiola Patiño
Ortiz aportó su experiencia misionera y pastoral como catequista y catequeta,
para ofrecernos este documento que tiene amplios, claros y ricos aportes
doctrinales, espirituales y pastorales sobre un tema tan amplio como es el de la
Catequesis.

Sonia es actualmente, no solo ex-alumna de nuestro Curso de Formación


Misionera a Distancia sino la Delegada Diocesana de la Catequesis y la Directora
de las Obras Misionales Pontificias de la Diócesis de Socorro y San Gil (Santander,
Colombia).

Nuestros alumnos pueden estar seguros de que este texto les aportará mucha
riqueza y abundantes elementos para que sean “discípulos de Jesús y hagan
muchos discípulos para Jesús.”

Cordialmente,

Obras Misionales Pontificias de Colombia y

Curso de Formación Misionera


INTRODUCCIÓN
“La Catequesis, tarea de toda la Iglesia dentro de su misión de Evangelizar, tiene
como fin acompañar, no sólo a la persona, sino a las comunidades en el
crecimiento y maduración de la fe que deben proclamar y vivir en una cultura,
lugar y tiempo muy concretos y con unas necesidades propias a las que deben
responder desde su condición de miembros del Pueblo de Dios” (La Catequesis
en la Iglesia — Vestigios).

La Catequesis es una tarea de vital importancia para toda la Iglesia. Incumbe a


todos los cristianos, a cada uno según las circunstancias propias de su vida y
según sus dones y carismas particulares. Todos los cristianos, por razón del santo
bautismo, ratificado por el sacramento de la confirmación, están llamados a
transmitir el Evangelio y a preocuparse por la fe de sus hermanos en Cristo”
(Sínodo de los Obispos 1977, 12).

“Cuanto más capaz sea, a escala local o universal, de dar la prioridad a la


Catequesis —por encima de otras obras e iniciativas cuyos resultados podrían ser
más espectaculares—, tanto más la Iglesia encontrará en la Catequesis una
consolidación de su vida interna como comunidad de creyentes y de su actividad
externa como misionera...” (C.T. 15)

Este módulo pretende presentar los elementos constitutivos de la Catequesis, su


papel dentro de la evangelización, su proyección en la primera evangelización,
incluyendo el rol del catequista en los territorios de misión, con el fin de lograr un
conocimiento de la Catequesis en su ser y quehacer, para la misión, al mismo
tiempo que permite al animador misionero ir madurando en su compromiso
cristiano.

EL ESPÍRITU MISIONERO DE LA CATEQUESIS, recoge diferentes


reflexiones sobre la Catequesis actual y para ello se ha utilizado diferentes
documentos, de los que se ha copiado su contenido, de manera especial:

 del libro” El Ser y Quehacer de la Catequesis” del Padre Javier González


Ramírez, publicado por el Consejo Episcopal Latinoamericano en 1 999;

 del Documento de Orientación Vocacional, de Formación y Promoción del


Catequista en los Territorios de Misión, de la Congregación para la
Evangelización de los Pueblos (Ciudad del Vaticano 1993).
 y del Directorio General para la Catequesis, de la Congregación para el
Clero (1997).

ORGANIZACIÓN TEMÁTICA DEL MODULO


EL ESPÍRITU MISIONERO DE LA CATEQUESIS
Objetivo General del Módulo

Brindar elementos de capacitación a los animadores misioneros en relación con


la catequesis en los territorios de misión.

UNIDAD I UNIDAD II UNIDAD III

LA IDENTIDAD DE LA FINALIDAD Y TAREAS EL CATEQUISTA EN


LA CATEQUESIS DE LA CATEQUESIS TERRITORIOS DE MISIÓN

OBJETIVO OBJETIVO OBJETIVO

Clarificar la identidad Identificar la finalidad y Identificar la importancia


propia de la catequesis y tareas propias de la de la catequesis y de los
los conceptos sobre la catequesis. catequistas en los
misma. territorios de misión.

Capítulo I Capítulo I Capítulo I

Definiciones o La finalidad de la El catequista, un Apóstol


descripciones de la catequesis. siempre actual.
catequesis.

Capítulo II Capítulo II Capítulo II

Los elementos esenciales Las tareas fundamentales Elección y formación del


de la catequesis. de la catequesis. catequista.

Capítulo III Capítulo III Capítulo III

Conclusión. Comentarios conclusivos. La responsabilidad hacia


el catequista y conclusión.

TRABAJO GRUPAL
ABREVIATURAS
BIBLIOGRAFÍA
EVALUACIÓN FINAL DEL MÓDULO
CAPÍTULO 1

LA IDENTIDAD DE LA CATEQUESIS

OBJETIVO: Clarificar la identidad propia de la Catequesis y los conceptos sobre


la misma.

I. DEFINICIONES O DESCRIPCIONES DE LA CATEQUESIS

II. LOS ELEMENTOS ESENCIALES DE LA CATEQUESIS

III. CONCLUSIÓN: LA CATEQUESIS, ACCIÓN PLURIDIMENSIONAL Y


MULTIFORME

LA IDENTIDAD DE LA CATEQUESIS
El sustantivo “Catequesis” proviene del verbo griego neotestamentario
“catequizar” (Kat-echein), que significa hacer resonar una palabra en el
oído de un oyente y suscitar una respuesta. El verbo simple “Echein”, que
significa resonar se une a “Kerusso” que equivale a anuncio o proclama (1
Cor 14,19; Hch 18,25; Gál. 6,6).

El verbo Katechein significa hablar desde arriba. Más exacta mente significa
“hacer eco”, “resonar”.

En la Biblia, el sustantivo “Catequesis” es una palabra tardía y raramente usada


en el griego profano; en sentido derivado, el verbo Katecheo, en el griego,
quiere decir informar, contar, comunicar una noticia (Hch 21,21-24; Lc 1,4). En
sentido estricto significa dar una instrucción cristiana: Hch 1 8,25; Rom 2,1 8;
Gál 6,61 (Cf. Nuevo Diccionario de Catequesis. Catequesis Pág. 296-297)

La Catequesis existe desde los orígenes de la Iglesia (Cf. CT 10-13) como una de
las formas de la predicación cristiana o del ministerio de la Palabra. En el Nuevo
Testamento la predicación cristiana tiene dos momentos diferentes y, a la vez
complementarios entre sí: el primero de ellos es el anuncio o proclamación del
mensaje cristiano, con el fin de suscitar la fe y la conversión inicial; el segundo es
el de la instrucción, orientado a comprender el centro del mensaje evangélico y
las consecuencias para la vida. Este último momento es, precisamente, el de la
Catequesis.

En el inicio del “catecumenado” (El “catecumenado” fue una institución eclesial, de carácter
catequético litúrgico-moral, al servicio de la iniciación cristiana de los adultos que se preparaban
para recibir el bautismo. Inició en el siglo II y tuvo su decadencia en el siglo V y VI. Su época de
esplendor es considerada como la “edad de oro” de la Catequesis.) a finales del siglo II y a
principias del siglo III, la predicación a los catecúmenas toma el nombre de
Catequesis, la cual es comprendida como enseñanza fundamental de la fe y
aprendizaje de la vida cristiana. Ya en el siglo V el término Catequesis
desaparece y se introduce el término “catecismo” y el verbo “catequizar”,
entendido como enseñanza de la doctrina cristiana, un tanto nocionista e
intelectualista (Catequesis = enseñanza de la doctrina cristiana). En los
comienzos del siglo XX, aparece nuevamente el término “Catequesis”.

Hoy por hoy en el conjunto de las acciones pastorales de la comunidad eclesial,


la acción catequística es considerada como un ministerio fundamental e
imprescindible. Sin embargo, siempre existe el riesgo de no comprender lo
específico de esta actividad pastoral y de confundirla con otras acciones
eclesiales. Prueba de ello es que algunas personas ven a la Catequesis en todas
partes y frecuentemente hablan de este ministerio refiriéndose a actividades
eclesiales que no lo son.

Por eso, trataremos ahora de clarificar la identidad y el carácter específico de la


Catequesis teniendo en cuenta que hacer una descripción definitiva de la
Catequesis es difícil, pues existen muchas formas de presentarla. Para ello, nos
valdremos de algunas definiciones o descripciones de la acción catequizadora,
tanto de los documentos oficiales del Magisterio de la Iglesia como de algunos
catequetas. Después explicaremos los elementos que describen la esencia de la
Catequesis, y por último, haremos anotaciones y precisiones sobre este
importante ministerio pastoral.

I. DEFINICIONES O DECRIPCIONES DE LA CATEQUESIS

1. Definiciones — descripciones de documentos del Magisterio


• Dos documentos del Concilio Vaticano II describen la Catequesis como
instrucción de la doctrina cristiana:

 El decreto sobre el oficio pastoral de los Obispos Christus Dominus (CD),


describe la Catequesis por su finalidad. Habla de la “instrucción
catequética”, “cuyo fin es que la fe, ilustrada por la doctrina, se torne viva,
explícita y activa tanto a los niños y adolescentes como a los jóvenes y
también a los adultos” (n. 14).

 Por otra parte, la declaración sobre la educación cristiana de la juventud,


Gravissimum Educationis (GE), describe la Catequesis por las tareas que
desarrolla. El número 4 del documento conciliar señala que la Catequesis
es un medio a través del cual la Iglesia realiza su función educadora.
Después, añade lo siguiente:

La instrucción catequética, que ilumina y robustece la fe,


nutre la vida con el espíritu de Cristo, conduce a una
consciente y activa participación del misterio litúrgico y
mueve a la acción apostólica.

• El Directorio General para la Catequesis (DGC), aprobado y publicado en abril


11 de 1 971 coloca el tema de la identidad de la Catequesis en el ámbito del
ministerio eclesial de la Palabra y la entiende como crecimiento de la vida
cristiana y, por eso, la define en términos de madurez de la fe, subrayando el
aspecto comunitario:

En el ámbito de la actividad pastoral, la Catequesis debe


ser considerada como la forma de acción eclesial que
conduce a la madurez de la fe tanto a las comunidades
como a cada fiel (DGC 21).

• El Papa Pablo VI en su Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi (EN) (“La


Evangelización del Mundo Contemporáneo”) del 8 de diciembre de 1975,
introduce una perspectiva nueva en el modo de concebir la evangelización
como la misión esencial de la lglesia (cf. EN 14) y como un proceso complejo,
dinámico y rico, que está compuesto de diversos elementos, entre los cuales
se encuentra la Catequesis. Dicha Exhortación sintéticamente describe a la
Catequesis como “enseñanza religiosa sistemática de los datos fundamentales
de la fe”, así:

“La inteligencia, sobre todo tratándose de niños y


adolescentes, necesita aprender mediante una
enseñanza religiosa sistemática los datos
fundamentales, el contenido vivo de la verdad que Dios
ha querido transmitirnos” (EN. 44).

• En la última Asamblea sinodal convocada por Pablo VI en octubre de 1 977 se


nos dice que la Catequesis es aquella actividad “que consiste en la educación
ordenada y progresiva de la fe y que está ligada estrechamente al
permanente proceso de maduración de la misma fe” (MPD 1). También señala
que la Catequesis es al mismo tiempo Palabra, Memoria y Testimonio (cf. MPD
7-10).

• La tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla el


23 de marzo de 1979, en el numeral 977 cita el Mensaje del Sínodo de
Catequesis en 1977 No. 1: La Catequesis “consiste en la educación ordenada
y progresiva de la fe”, y en el numeral 984 hace ver que en América Latina se
constata una “mayar toma de conciencia de que la Catequesis es un proceso
dinámico, gradual y permanente de educación en la fe”.

• El 12 de octubre de 1979, la Catechesi Tradendae (Catequesis de Nuestro


Tiempo) de Juan Pablo II, no quiere dar una definición rigurosa y formal de la
Catequesis, sin embargo, la descripción que da es sumamente rica y permite
delimitar su carácter propio. Hace referencia a dos conceptos de la
Catequesis:

Un concepto restringido: la Catequesis “es la simple enseñanza de las


fórmulas que expresan la fe, sentido al que, por la común, se atienen las
exposiciones didácticas” (CT. 25).

Y un concepto amplio o pleno: la Catequesis, “es la educación de la fe de los


niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una
enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y
sistemática, con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana” (CT. 18).
El sentido amplio incluye el sentido restringido (cf. CT 25).

Según el sentido amplio, la Catequesis abarca los siguientes elementos:

 Una acción educativa de la fe,

 dirigida a los niños, jóvenes y adultos

 que comprende una enseñanza del mensaje revelado,

 ofrecido de modo orgánico y sistemático, para una iniciación en la


plenitud de la vida cristiana.

El Papa subraya que la Catequesis es una iniciación sistemática, elemental,


orgánica e integral (cf. CT 21).

• La Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, en su libro Catequesis


renovada, orientaciones y contenido, documento aprobado por los Obispos de
Brasil en la 21°. Asamblea General, el 15 de abril de 1983, numeral 318,
amplía el concepto al agregar elementos nuevos:

La Catequesis es un proceso de educación comunitaria,


permanente, progresiva, ordenada, orgánica y sistemática
de la fe. Su finalidad es la madurez de la fe en un
compromiso personal y comunitario de liberación integral,
que debe acontecer ya aquí y culminar en la vida eterna
feliz.

• La Catequesis de la Comunidad, libro de la Comisión Episcopal Española de


Enseñanza, promulgado en 1983, define la Catequesis como: la etapa (o
período intensivo) del proceso evangelizador en la que se capacito
básicamente a ¡os cristianos para entender, celebrar y vivir el Evangelio del
Reino, al que han dado su adhesión, y para participar activamente en la
realización de la comunidad eclesial y en el anuncio y difusión del Evangelio.
Esta formación cristiana —integral y fundamental— tiene como meto la
confesión de la fe (n. 34). En el Anexo del libro se explica o siguiente: “Esta
descripción de la Catequesis recoge, como se ve, su carácter temporal, de
fundamentación de la fe y de educación integral de la misma, así como su
finalidad comunitaria y misionera, su punto de partida, que es la conversión
su meto, que es la confesión de la Fe

• La Conferencia Episcopal Argentina, en su libro Juntos para una


evangelización permanente, dado en 1987, describe a la Catequesis como
itinerario permanente y añade en elemento que no es mencionado
explícitamente por los anteriores documentos: la vida cotidiana y el dar
sentido a la existencia humana.

En el numeral 50 afirma este documento: a Catequesis es un camino de


crecimiento y maduración en la fe en un contexto comunitario-eclesial que da
sentido a la vida. En efecto, por medio de la Catequesis todos los hombres
pueden captar el plan de Dios Padre -centrado en la Persona de Jesucristo- en
su propia vida cotidiana. Además pueden descubrir el significado último de la
existencia y de la historia.

• El Catecismo de la Iglesia Católica, dado en 11 de octubre de 1992, en el


trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, al referirse a lo
que es Catequesis dice que: “En un sentido más específico, se puede
considerar que la Catequesis es una educación de la fe de los niños, jóvenes y
adultos que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana,
dada generalmente en modo orgánico y sistemático con miras a iniciar- los en
la plenitud de la doctrina cristiana (CT 1 8, CIC, 1992, Prólogo, pág. 14).

• El Directorio General para la Catequesis, dado el 15 de agosto de 1 997, no


ofrece ninguna definición de la acción catequística, (Sin embargo, el llamado
Instrumento Manual de apoyo para la consulta, de febrero de 1996, sí ofrecía una descripción
de la Catequesis. Ahí se decía que “la Catequesis es la etapa del proceso total de la
evangelización que, dirigida a los que, por el primer anuncio, se han convertido a Jesucristo,
propicia, desde el corazón de la existencia humana, la confesión de fe, inherente al bautismo,
capacitándolos así, para vivir con madurez la comunión eclesial y la misión en el mundo”
(p55). Este Proyecto de Consulta, cuyo autor es la Congregación para el Clero, contenía un
vocabulario básico, en el cual se explicaba la anterior descripción de Catequesis: “En esta
descripción, la Catequesis antes que forma del ministerio de la Palabra, que también es,
aparece como etapa de la evangelización. Se perfilan sus destinatarios. Se define su meta: la
confesión de la fe bautismal. Se entronca ésta en el corazón de la experiencia humana. Se
presenta a la Catequesis como iniciadora en la vida comunitaria y misionera. En la descripción
hay un antes (primer anuncio) y un después (la vida en la comunidad cristiana)” (p. 12).
Este documento ubica a la Catequesis dentro del proceso total de la
evangelización (cf. DGC. 63, 64) y la vinculo al primer anuncio (cf. DGC. 4, 61, 62);
después hace una distinción entre Catequesis de iniciación y Catequesis
permanente (cf. DGC. 65-72). Al tratar el tema de la identidad de la Catequesis,
señala que su tarea es la educación de la fe (cf. DGC. 62) y su carácter propio
es la iniciación a la fe y a la vida cristiana (cf. DGC. 66). La Catequesis, por
tanto, tiene un carácter iniciático, fundante y estructurante, ya que lo
específico de ella es iniciar a la fe, fundamentar la conversión, estructurar la
adhesión inicial a Jesucristo, poner los cimientos del edificio de la vida cristina
del creyente (cf. DGC. 57,, 62-64).

• La Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in América, del Papa Juan


Pablo II, dada el 22 de enero de 1 999 presenta la siguiente definición en el
numeral 69: “La Catequesis es un proceso de formación en la fe, la esperanza
y la caridad que informa la mente y toca al corazón, llevando a la persona a
abrazar a Cristo de modo pleno y completo. Introduce más plenamente al
creyente en la experiencia de la vida cristiana que incluye la celebración
litúrgica del misterio de la redención y el servicio cristiano a los otros”.

2. Definiciones o descripciones de la Catequesis según algunos


autores:
Varios catequetas han elaborado sus respectivas definiciones o descripciones de
la Catequesis. Veamos algunas de ellas:

• El catequeta alemán Adolf Exeler ha elaborado una descripción amplia de la


Catequesis:

Se entiende por Catequesis una forma de evangelización de los cristianos, una


acción de la comunidad eclesial, una acción de la iglesia que acompaña toda
la vida y está siempre en relación con la situación concreta de los hombres,
por medio de la cual, sus miembros son capaces de captar, celebrar y vivir el
mensaje evangélico y de participar activamente en la realización de esta
comunidad y en la propagación del Evangelio. La Catequesis se entiende
como camino para el conocimiento de la fe e iniciación del seguimiento de
Cristo. Debe estimular una conciencia crítica para que los cristianos estén en
condiciones de colaborar en la renovación de la iglesia y en la transformación
de la sociedad en sentido evangélico. La Catequesis se presenta, pues, como
acto de educación a una fe madura (Citado por E. Alberich, Catequesis en J. Gevaert
-Coord.- Diccionario de Catequética, Madrid, CCS, 1987, p- 157).

• El francés J. Audinet nos ofrece una breve definición en la que subraya la


dimensión experiencia1 y antropológica de la acción catequística: la
Catequesis es “la acción por la cual un grupo humano interpreto su situación,
la vive y la expresa a la luz del Evangelio” (Citado por E. Alberich, Catequesis en J.
Gevaert -Coord.- Diccionario de Catequética, Madrid, CCS, 1987, p- 157).

• J. Ma. Maideu ensaya una descripción de la Catequesis, tomando como


referencia su etimología y sus tareas:

Catequesis es hacer resonar la fe del cristiano, desde la comunidad, para que


conozca ésta su fe, la celebre gozosamente, la manifieste solidariamente en el
amor y la viva profundamente en esperanza (J. Ma. Maideu, Hacer resonar la fe. Un
pentagrama catequético para catequistas, Madrid, CCS 1988, p. 44).

• El catequeta español Emilio Alberich, tomando en cuenta los datos del Nuevo
Testamento y los documentos eclesiales, afirma que:

Se puede llamar Catequesis a toda forma de servicio eclesial de la Palabra de


Dios orientada a profundizar y a hacer madurar la fe de las personas y de las
comunidades (E. Alberich, la Catequesis en la Iglesia, Madrid, CCS, 1991, p. 48).

En el concepto de Catequesis algunos autores apuntan a distinguir tres niveles:

 Sentido propio del concepto: Catequesis es una instrucción elemental en el


ser, fe y conducta de los cristianos, dada por los padres y/o por un catequista
(Adolf Exeler).

 Sentido más estricto: Catequesis: educación ordenada y progresiva de la fe.


El Concilio Vaticano II, en el numeral 14 de Christus Dominus dice que la
Catequesis es más que una simple enseñanza, es la ilustración de la fe por la
doctrina para que se vuelva viva, explícita y activa y que está íntimamente
ligada a las tareas más esenciales de la Iglesia.

 Sentido amplio: Por Catequesis se entiende una forma de evangelización de


los cristianos, una acción de la comunidad eclesial, una acción de la Iglesia
que acompaña toda la vida del hombre. Se entiende también como camino
que lleva al conocimiento de la fe y como ejercitación en el seguimiento de
Cristo. Es un acto de educación para una fe madura (cf. Peter EICHER,
diccionario de conceptos Teológicos, Ed. Herder, Barcelona, 1989, Tomo 1,
Pág. 107-108).

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
Con los elementos que haya encontrado en las
anteriores definiciones sobre Catequesis:

a. Defina con sus propias palabras qué es la Catequesis.


b. Haga un cuadro comparativo entre la definición de Catequesis que da: la
Catechesi Tradendae, la Catequesis de la comunidad, libro de la Comisión
Episcopal Española de Enseñanza y el cate queta alemán Adolf Exeler.

II. ELEMENTOS ESENCIALES DE LA CATEQUESIS


Observando cada una de las definiciones anotadas anteriormente, aunque
manifiestan aspectos y acentuaciones diferentes de la naturaleza y de la finalidad
de la Catequesis, expresan también unos elementos esenciales de la acción
catequística, que se pueden sintetizar de la siguiente manera:

 La Catequesis es un ministerio de la Palabra.


 La Catequesis es un ministerio eclesial.
 La Catequesis es una etapa del proceso evangelizador
 La Catequesis es educación en fe
 La Catequesis es iluminación e interpretación crítica de la vida y de la
historia.

Ahora vamos a describir uno por uno estos elementos.

1. La Catequesis es un ministerio de la Palabra


La misión fundamental de la Iglesia consiste en anunciar y hacer presente el
Reino (reinado) de Dios en las situaciones concretas de la vida de las personas y
de las comunidades.
En esta Misión de establecer el reinado de Dios en el mundo, la Iglesia aparece
como el “germen” y el “principio” de ese Reino, como su signo visible, como
“sacramento universal de salvación”. Esto quiere decir que la Iglesia no se
identifica con el reino de Dios, sino que su tarea consiste en estar al servicio del
proyecto del reinado de Dios.

La Iglesia actúa su sacramentalidad, en cuanto sacramento del reino, a través de


las cuatro mediaciones, funciones o ministerios eclesiales:

La Palabra o Pastoral Profética, la Liturgia o Pastoral Litúrgica, el


Compromiso Liberador o Pastoral Social y la Comunión o Pastoral
Comunitaria, así:

Como reino realizado en el amor y en el Signo de la DIACONÍA


servicio fraterno.
Amor, Caridad, Servicio, Promoción,
PASTORAL SOCIAL Solidaridad, Liberación, Educación.

Como reino vivido en la fraternidad y en Signo de la KOINONÍA


la comunión.
Comunión, Fraternidad, Comunicación,
PASTORAL COMUNITARIA Reconciliación, Unidad, Comunidad.

Como reino proclamado y testimoniado Signo de la MARTIRYA


en el anuncio confesante y liberador del (Testimonio-Testificación)
Evangelio. Anuncio, Testimonio, Profecía, Primera
Evangelización, Catequesis, Predicación.
PASTORAL PROFÉTICA

Como reino celebrado en los ritos Signo de la LITURGIA


festivos y liberadores de la Liturgia.
Eucaristía, Sacramentos, Oración,
PASTORAL LITÚRGICA Celebraciones, Fiestas, Devociones.

CONCLUYENDO
Por su naturaleza, la CATEQUESIS es parte integrante del signo de la MARTYRYA, es decir,
del Misterio o Servicio Profético de la Palabra de Dios. Es por eso que es en el ámbito de
este ministerio donde la Catequesis anuncia a Jesucristo, la Palabra viva del Padre y
comunica el mensaje evangélico. Es ante todo anuncio de la Buena Nueva del Reino.

La Iglesia realiza su misión, en primer lugar, con la predicación viva de la Palabra


de Dios. Este ministerio de la Palabra es elemento fundamental de la
evangelización. La presencia cristiana en medio de los diferentes grupos
humanos y el testimonio de vida necesitan ser esclarecidos y justificados por el
anuncio explícito de Jesucristo, el Señor. “No hay evangelización verdadera
mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el Reino, el
misterio de Jesús de Nazareth, Hijo de Dios” (EN 22; cf EN 51-53).

El ministerio de la Palabra, al interior de la evangelización, transmite la


Revelación por medio de la Iglesia, valiéndose de “palabras” humanas. Pero éstas
siempre están referidas a las “obras”; a las que Dios realizó y sigue realizando.
Esta palabra humana de la Iglesia es el medio de que se sirve el Espíritu Santo
para continuare1 diálogo con la humanidad. El es, efectivamente, el agente
principal del ministerio de la Palabra y por quien “la voz del Evangelio resuena en
la Iglesia, y por ella en el mundo” (DV 8c).

El ministerio de la Palabra se ejerce “de forma múltiple” (PO 4b; cf. CD 13c). La
Iglesia, desde la época apostólica, en su deseo de ofrecer la Palabra de Dios de
la manera más conveniente, ha realizado este ministerio a través de formas muy
variadas. Todas ellas sirven para canalizar aquellas funciones básicas que el
ministerio de la Palabra está llamado a desplegar (cf. DGC. 50).

Este ministerio tiene la finalidad de proclamar el mensaje liberador y


transformador del Evangelio, “despertar la fe, desentrañar el sentido de Dios y
revelar el horizonte cristiano del proyecto humano (Ibíd. P.224)”. En la vida
pastoral de la Iglesia, la Palabra de Dios es anuncio liberador y clave de
interpretación de la vida y de la historia.

1.1 Funciones y formas del ministerio de la Palabra


Las principales funciones del ministerio de la Palabra son las
siguientes:

Convocatoria y llamada a la fe: “Es la función que más inmediatamente se


desprende del mandato misionero de Jesús. Se realiza mediante el “primer
anuncio”, dirigido a los no creyentes: aquellos que han hecho una opción de
increencia, los bautizados que viven al margen de la vida cristiana, los que
pertenecen a otras religiones… (cf. EN 51-53) El despertar religioso de los niños en
las familias cristianas, es también una forma eminente de esta función”. (DGC
51).

La función de iniciación: “Aquel que movido por la gracia, decide seguir a


Jesucristo es “introducido en la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del
Pueblo de Dios” (AG 14). La Iglesia realiza esta función especialmente, por medio
de la Catequesis, en íntima relación con los sacramentos de la iniciación, tanto si
van a ser recibidos como si ya se han recibido. Formas importantes son: la
Catequesis de adultos no bautizados, en el catecumenado; la Catequesis de
adultos bautizados que deseen volver a la fe, o de los que necesitan completar su
iniciación; la Catequesis de niños y jóvenes, que tiene de por sí un carácter
iniciatorio. También la educación cristiana familiar y enseñanza religiosa escolar
ejercen una función de iniciación (DGC 51).

• La educación permanente de la fe: En diversas regiones es llamada


también “Catequesis permanente”. Se dirige a los cristianos iniciados en los
elementos básicos, que necesitan alimentar y madurar constantemente su fe
a lo largo de toda la vida. Es una función que se realiza a través de formas
muy variadas: “sistemáticas y ocasionales, individuales y comunitarias,
organizadas y espontáneas, etc.” (DCG -1971- 19d; DGC 51).

• La función Litúrgica: Tiene la función de alimentar y hacer crecer la fe de


las personas y de las comunidades. Esto lo realiza en las celebraciones
litúrgicas a través de la proclamación de la Palabra de Dios, la homilía, las
exhortaciones, etc. (Javier González Ramírez, Pbro., Ser y Quehacer de la Catequesis pág.
25 CELAM)”. “Hay que referirse también a la preparación inmediata a los
diversos sacramentas y a las celebraciones sacramentales, sobre todo a la
participación de los fieles en la Eucaristía, que es la forma frontal de la
educación de la fe” (DGC 51).

• La función teológica: La teología para cumplir su función se encarga de


hacer un estudio sistemático y adelantar investigaciones científicas sobre las
verdades de la fe. La teología Clarifica los conceptos religiosos fundamentales,
emplea el razonamiento científico para explicar los fundamentos de la fe,
estimulo una relación crítica entre el avance científico y tecnológico del
mundo y el mensaje del cristianismo, determina el papel de la fe en el mundo
de la ciencia, muestra si la opción de fe es liberadora y alienante en la vida
práctica del hombre y de la comunidad.

Formas del ministerio de la Palabra

La Iglesia desde sus inicios ha realizado este ministerio profético a través de


formas muy variadas. Hoy los documentos catequéticos sostienen que las formas
más importantes del ministerio de la Palabra son las siguientes:
• El primer anuncio o predicación misionera: está dirigido a los no creyentes y a
los que viven en la indiferencia religiosa. Tiene la función de anunciare1
Evangelio y llamar a la fe.

• La Catequesis pre y post bautismal: está dirigida a los que ya han recibido el
primer anuncio. Tiene la función de fundamentar y profundizar la fe, iniciando
integralmente a la vida cristiana y generando procesos de crecimiento y
madurez en la fe.

• La forma litúrgica.

• La forma teológica, tiene la función de desarrollar la inteligencia de la fe.

Como hemos podido darnos cuenta, la Catequesis, forma


parte del ministerio de la Palabra. Es un ministerio
profético (cf. CAL 92,95; DSD 33) y como tal, es parte de su
esencia el anunciar a Jesucristo, -la Palabra viva del
Padre- y comunicar el mensaje evangélico. La Catequesis
está al servicio de la Palabra de Dios. Es, ante todo,
anuncio de la Buena Nueva del Reino para la “persona-en-
situación”.

1.2. Relación entre la Catequesis y las otras formas del ministerio de


la Palabra
La Catequesis como educación de la fe y como actividad de la Iglesia está ligada
a las diferentes formas del ministerio de la Palabra esto hace que para poder
precisar la identidad de la acción catequística sea importante que conozcamos la
relación que existe entre la Catequesis y las otras formas del ministerio profético.
A. Catequesis y primer anuncio

PRIMER ANUNCIO CATEQUESIS


El primer anuncio se dirige a los no La Catequesis, “distinta del primer
creyentes y a los que, de hecho, viven anuncio del Evangelio (CT 19) promueve
en la indiferencia religiosa. Asume la y hace madurar esta conversión inicial,
función de anunciar el Evangelio y educando en la fe al convertido e
llamar a la conversión. incorporándolo a la comunidad
cristiana.

La relación entre ambas formas del ministerio de la Palabra es, por tanto, una
relación de distinción en la complementariedad.

El primer anuncio, que todo cristiano


La Catequesis, en cambio parte de la
está llamado a realizar, participa del
condición que el mismo Jesús indicó,
“id” (Mc 16,15 y Mt 28,19) mandato que
“el que crea”, (Mc 16,16), el que se
Jesús propuso a sus discípulos: implica,
convierta, el que decida.
por tanto, salir, adelantarse, proponer.

Las dos acciones son esenciales y se reclaman mutuamente: ir y acoger, anunciar y


educar, llamar e incorporar. (DGC 61)

La predicación misionera, anuncia el La Catequesis, profundiza y desarrolla


Kerigma evangélico; el anuncio Kerigmático (cf. CT 25)

El primer anuncio, convoca y llama a La Catequesis, fundamenta y


la fe. estructura la vida cristiana (cf. DGC 57)

La Catequesis por consiguiente, educo la adhesión dada al primer anuncio. En


este sentido, la acción catequética presupone la acción misionera (Algunos
documentos catequéticos señalan que la acción misionera tiene dos momentos previos a la
Catequesis: el primer anuncio y la “pre-catequesis”. El primer anuncio busca sembrar la inquietud
religiosa y el interés por Jesucristo; la pre-catequesis, acogiendo ese interés, busca la conversión,
que lógicamente será inicial. La “pre-catequesis” sigue al primer anuncio y se inspira en la etapa
del “pre-catecumenado” que establece la Iglesia para los adultos no-bautizados (cf. RICA 9-13).
El DGC insinúa estos dos momentos previos a la Catequesis y además, identifica a la “pre-
catequesis en el “pre-catecumenado” y la “Catequesis Kerigmática (cf. nn 62 y 117). El libro
Catequesis de Adultos. Orientaciones Pastorales, de la Comisión Episcopal Española de Enseñanza
y Catequesis, distingue explícitamente estos dos momentos, los cuales —según el documento-
son diferentes por el fin que buscan, por el tiempo que necesitan y por los agentes que los
realizan (cf. Nos. 204-213). En la actualidad el término “pre-catequesis” está superado. Por eso la
mayoría de los pastoralistas y cate quetas mencionan solamente la predicación misionera (primer
anuncio) como momento previo a la Catequesis) y es, consecuentemente, un momento
sucesivo al primer anuncio. “Por eso se puede decir que en estas dos formas del
ministerio de la Palabra existe una relación de distinción en la
complementariedad (DGC 62)”.

En la práctica pastoral, los límites de ambas acciones eclesiales no son muy


claros. Sucede con frecuencia que muchas personas que están participando en la
Catequesis no han recibido el primer anuncio. Esta situación pastoral, que es
común a la mayoría de las comunidades cristianas, invita a la Catequesis a
asumir la tarea misionera de suscitar la fe y estimular a renovar la conversión a
Jesucristo. Juan Pablo II expresaba esta función misionera de la Catequesis con
las siguientes palabras:

La “Catequesis” debe a menudo preocuparse no sólo de alimentar y enseñar la


fe, sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el
corazón, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos
que están aún en el umbral de la fe (CT 19).

La Catequesis, por tanto, dada la situación concreta de muchos bautizados no-


evangelizados y no-convertidos, tiene una tarea misionera (cf DGC 62. Algunos
catequetas hablan de Catequesis misionera. Esta expresión es ambigua, ya que puede significar
varias cosas: el primer anuncio, la pre-catequesis, la Catequesis para los no convertidos, la
Catequesis en las tierras o regiones de misión, la Catequesis en los países descristianizados de
vieja tradición cristiana, la Catequesis destinada a formar la conciencia misionera, etc. Para evitar
confusiones es preferible hablar de “talante misionero”, Catequesis con acentuación misionera”, o
simplemente de la “tarea misionera” de la Catequesis).

El Directorio General para la Catequesis señala que “el hecho de que la


Catequesis, en un primer momento, asuma esas tareas misioneras, no dispensa a
una Iglesia particular de promover una intervención institucionalizada del primer
anuncio, como la actuación más directa del mandato misionero de Jesús”
(DGC62).

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
Según usted, qué debiera ir primero: ¿La Catequesis o el
Primer anuncio? ¿Por qué?

Qué hacer para recobrar el primer anuncio e integrarlo


en el proceso de crecimiento cristiano.
B. Catequesis y predicación litúrgica (homilía)

Otra forma de proclamare1 mensaje es la “homilía”, en la cual se exponen


durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de
la fe y las normas de la vida cristiana” (SC 52).

Los documentos del Magisterio de la Iglesia destacan la importancia que tiene la


homilía como forma del ministerio de la Palabra (cf. EN 43; CT 48; DGC 51,57 y 70).

En la homilía están presentes, de una manera simultánea, tres elementos


básicos: la Palabra de Dios, la celebración litúrgica y la vida de las personas que
forman la comunidad celebrante.

• En primer lugar, la homilía está al servicio de la Palabra de Dios que se


proclama. Ayuda a la asamblea a comprender, acoger y vivir la Palabra
proclamada. En este sentido, la homilía, como ministerio de la Palabra, tiene
una dimensión Kerigmática (ya que anuncia la Buena Nueva del Reino y
exhorta a la conversión) y una dimensión catequética (porque educa y hace
crecer la fe de las personas y de la asamblea como comunidad).

• En segundo lugar la homilía está al servicio del misterio litúrgico que se


celebra. Se realiza en el interior de la celebración litúrgica y forma parte de
esa misma celebración (La constitución sobre la Liturgia afirma que la homilía es “parte
de la misma Liturgia, en la cual se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los
textos sagrados, los misterios de la fe y las normar de la vida cristiana /SC 52/). Relaciona
la liturgia de la Palabra con la liturgia sacramental, señalando cómo se cumple
sacramentalmente lo que el mensaje evangélico anuncia. En este sentido, la
homilía, como ministerio litúrgico, tiene una dimensión mistogógica, ya que
inicia a los misterios litúrgicos, ayuda a captar la relación dinámica que existe
entre la Palabra y el signo sacramental y, en general, ayuda a comprender y a
participar mejor en la misma celebración.

• Por último, la homilía está al servicio de las personas que se reúnen para
celebrar su fe. Ayuda a la asamblea a que se sienta interpelada por el
mensaje evangélico en sus circunstancias históricas y culturales. Aplica la
Palabra proclamada al “hoy” de la comunidad, teniendo en cuenta las
aspiraciones y necesidades reales de la gente. En este sentido, la homilía
tiene una dimensión existencia/, ya que se convierte en palabra viva,
pronunciada “hoy y aquí”, para iluminar y orientar la vida de las personas que
forman la comunidad celebrante.
Hoy se comprende con más claridad la identidad de la homilía y la diferencia de
esta predicación eclesial con los otros ministerios de la Palabra. Por lo que
respecta a la relación entre la homilía y la Catequesis, solamente indicamos dos
puntos importantes:

 La Catequesis y la predicación litúrgica son dos ministerios diferentes en


cuanto el ámbito (en la homilía es la acción litúrgica y en la Catequesis
pueden ser distintos lugares, espacios y tiempos), los contenidos (en la
homilía dependen de los textos bíblicos y de las oraciones presidenciales de la
celebración; en la Catequesis los contenidos son más temáticos, unitarios y
sistemáticos), los interlocutores (en la homilía es la asamblea litúrgica, que es
bastante heterogénea; y en la Catequesis es el grupo de catequizandos, que
es más homogéneo en cuanto a la edad y a la situación de fe), el método (en
la Catequesis es más dinámico, creativo, con amplia libertad de movimiento,
de uso de técnicas grupales y de medios masivos de comunicación), etc. La
homilía, pues, no es una Catequesis. (Sin embargo, en algunas circunstancias
especiales es conveniente que la homilía asuma la función catequética (CF DGC 52). Pero
siempre como algo ocasional y nunca como una práctica cotidiana, ya que el ministerio de la
homilía no se reduce a la educación de la fe). Tampoco la Catequesis es una
predicación homilética. Aunque los dos ministerios tienen algunos puntos de
contacto y la homilía debe ser precedida por una Catequesis bíblica y litúrgica,
hay que afirmar sin ambigüedades que son dos acciones eclesiales diferentes.

 La homilía, en cuanto educadora de la fe, tiene uno dimensión catequético. La


homilía tiene una fuerza educadora (Es importante señalar que no solamente la
homilía sino toda la Celebración litúrgica es educadora de la fe: la proclamación de la Palabra
de Dios, los signos sacramentales, las oraciones, los cantos, etc., son también elementos que
educan y hacen crecer la fe de la Asamblea). Nos educa a tomar en serio la Palabra
de Dios, a iluminar nuestra vida y nuestra historia a la luz de esa Palabra, a
asumir el mensaje de Jesucristo como criterio de vida, a comprometernos con
el proyecto de vida que Dios nos ofrece, a comprender el sentido de las
celebraciones litúrgicas y a participar activa y conscientemente en ellas, a
lograr, en definitiva, la unidad entre la fe que profesamos, el sacramento que
celebramos y la vida que vivimos (cf. J. Aldazabal, la homilía educadora de la fe en
“Phase” 126-1981-, pp 447-459). Consecuentemente, la homilía es un medio
privilegiado para lo educación permanente de la vida cristiana, y es uno de los
ministerios más constantes y eficaces para acompañar al pueblo creyente en
su camino de crecimiento en la fe. Cuando la homilía es realmente educadora
de la fe, se convierte en luz y alimento para los fieles.
ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
Escriba dentro del ( ) una V o una F. según
corresponda, a verdadero o falso.

a. La Catequesis y la Predicación Litúrgica son dos


ministerios diferentes en cuanto al ámbito, los
contenidos, los interlocutores, el método, etc. ( )
b. La homilía, la Catequesis y el Primer Anuncio hacen parte del
Ministerio de la Palabra. ( )

C. Catequesis y teología

La teología, vocablo griego Theos = Dios y Logos = Palabra, discurso, ciencia.

La teología es el conocimiento de las cosas divinas en general. Lo que concierne


propiamente al estudio de Dios.

En la concepción cristiana, teología es la explicación y desarrollo científico, es


decir, metodológico y sistemático de la realidad de la revelación divina frente a la
fe, con el fin de presentarla en lo posible como algo racional para el pensamiento
humano.

Los anteriores términos no expresan suficientemente la riqueza de la tarea


teológica. Por eso, nos atrevemos a proponer una definición que incluya otros
elementos esenciales que describen la naturaleza de esta forma del ministerio de
la Palabra.

Por teología nosotros entendemos aquella reflexión crítica sobre la Palabra de


Dios acontecida en el “hoy” de la Iglesia en el mundo. De ahí que la teología
tenga las siguientes características:

 Es reflexión crítica
 Es reflexión sobre el Dios revelado en Jesucristo
 Tiene como lugar teológico la existencia actual de la Iglesia
 Reflexión sobre la praxis de la Iglesia.

Ahora vemos cómo desde el siglo XVII hasta las primeras décadas del siglo XX, la
relación entre Catequesis y teología ha sido concebida como una subordinación
de la Catequesis a la teología. Prueba de ello es que la mayoría de los
catecismos, que han tenido a teólogos como autores, se han presentado como
compendios o síntesis de la teología sistemática (La teología sistemática es aquella
especialidad de la reflexión teológica que correlaciona los datos de la Revelación como un todo,
integrando las distintas afirmaciones de fe en el depósito común y general. A ella pertenece la
teología dogmática), y, sobre todo, la Catequesis se ha entendido como una
divulgación teológica o una enseñanza doctrinal.

En este caso, es necesario distinguir sin separar, para unir sin confundir.

En esta relación han surgido tensiones, dificultades, polémicas, crisis, al igual que
intentos de pacificación entre teólogos y catequetas, todo ello en un esfuerzo de
profundización y complementariedad que estimula, aún hoy, la reflexión.

En la fase histórica de la renovación Kerigmática de la Catequesis (1945-1965), al


distinguir “el anuncio de la fe” de la “doctrina de la fe”, se logró liberar un poco a
la acción catequística de la dependencia teológica. Sin embargo, hoy todavía se
sigue pensando que la teología sistemática es la ciencia normativa de la acción
catequizadora, y que la Catequesis, por tanto, es una simple aplicación a la
teología.

Aunque nos encontramos con que la relación entre teología y Catequesis no ha


sido suficientemente profundizada por los últimos documentos del Magisterio, la
reflexión catequética actual hace suyas las siguientes afirmaciones:

• La teología y la Catequesis son dos acciones eclesiales diferentes. La teología


es una reflexión crítica sobre la fe; la Catequesis, en cambio, es una praxis al
servicio de la fe. La teología es estudio y reflexión de la Palabra de Dios; la
Catequesis es actualización y comunicación de la Palabra liberadora. La
teología sigue una lógica científica y la Catequesis una lógica pedagógica y
comunicativa. Metodológicamente la teología recurre a distintas
aproximaciones (filosofía, historia, hermenéutica, etc.) para fundamentar y
profundizar científicamente los contenidos de la fe; la Catequesis, por su
parte, emplea métodos de las ciencias de la educación y de las ciencias de la
comunicación para la proclamación del mensaje evangélico, preocupándose
tanto de su ortodoxia como de su significatividad. La teología se centra en la
educación de la inteligencia de la fe, mientras que la Catequesis educa en
todas las dimensiones de la vida cristiana. Por último, la teología es una
formación más elevada y posterior a la Catequesis.

• La Catequesis no es una enseñanza teológica. Su Santidad Juan Pablo II en


su Exhortación apostólica “la Catequesis de nuestro tiempo” hablado de las
características y dificultades de la Catequesis dice: es “una enseñanza
elemental que no pretende abordar todas las cuestiones disputadas ni
transformarse en investigación teológica o en exégesis científica” (CT 21).

• La Catequesis necesita de la teología y la teología necesita de la Catequesis.


Bien, se pudiera decir que las dos acciones eclesiales se necesitan, se
reclaman y se complementan. La reflexión teológica, aporta la profundización,
sistematización y fundamentación de los contenidos de la fe; la Catequesis
aporta la vida y la experiencia de fe de las comunidades cristianas como lugar
de elaboración del discurso teológico. La teología, por tanto, no es amo y
señor, ni la Catequesis es su sirviente. Las dos son compañeras de viaje al
servicio de la Palabra de Dios y del crecimiento integral de las personas
humanas.

• La Catequesis no se reduce a una enseñanza doctrinal. No se puede dudar


que la Catequesis es una enseñanza doctrinal42, los diferentes numerales que
trae el Directorio General de la Catequesis así nos lo demuestra, sin embargo
no se reduce a ello, ya que la Catequesis es, sobre todo, una educación
integral para la vida cristiana. “Por ser formación para la vida cristiana,
desbordo —incluyéndola- a la mera enseñanza” (DGC 68). La Catequesis
educo en el conocimiento y en la vida de fe.

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
DEFINICION DE TERMINOS

A continuación encontrarán una serie de


expresiones relacionadas con el Ministerio de la
Palabra y seguidamente una lista de definiciones.
En el espacio en blanco que antecede a cada
definición, escriba la expresión correcta.

Catequesis, Kerigma, Teología, Evangelización.

____________ Es el estudio sistemático y la investigación científica de las


verdades de la fe (DCG 17).

____________ “Educación ordenada y progresiva de la fe” (Sínodo 11).

_____________ Primer Anuncio.

_____________ “Llevar la Buena Nueva a todos los ambientes, y con su


influjo transformar desde dentro a toda la humanidad” (EN 18).
2. La Catequesis ministerio eclesial

2.1. La Catequesis es una acción eclesial


Además de la Palabra de Dios, la eclesialidad es también
otro elemento que forma parte de la esencia de la
acción catequizadora.

“La Catequesis es una acción esencialmente eclesial”


(DGC 78). Con esta afirmación el reciente Directorio
catequético nos quiere decir, en primer lugar, que el
sujeto o agente de la Catequesis es la Iglesia animada
por el Espíritu; la Catequesis, por tanto, es tarea y
responsabilidad de la comunidad eclesial. En segundo
lugar, también nos quiere decir que la acción
catequística es un acto vivo de tradición eclesial porque
transmite la fe de ¡a Iglesia, es decir, todo lo que ella
cree, celebra vive y ora.

La dimensión eclesial pertenece a la esencia de la Catequesis y configuro sus


elementos constitutivos: la selección de los contenidos, la formación de los
agentes, las opciones metodológicas, la programación, los horizontes operativos,
las modalidades de realización, la evaluación, etc. De ahí que la acción
catequística no se pueda comprender al margen afuera de la realidad eclesial, ya
que iría en contra de su propia identidad.

A nivel local, la eclesialidad de la Catequesis se manifiesta a través de la


comunidad cristiana, que es la realización histórica y visible de la Iglesia y, por lo
tanto, un signo concreto a través del cual se realiza la salvación que Dios ofrece
a los seres humanos en Jesucristo.

2.2 Opción Comunitaria de a Catequesis


El esquema realizado está entresacado de EMILIO ALBERICH, “Catequesis y
praxis eclesial”, Edición Central Catequística Salesiana, Madrid, 1983, páginas 194
y 195.

A. Dimensión comunitaria de la Catequesis


El movimiento catequético actual y los documentos eclesiales más recientes
sobre Catequesis coinciden en señalar la comunidad cristiana como origen, lugar,
sujeto, objeto, y meto de la Catequesis (cf. CAL 184-186).

 La comunidad como condición necesaria para la Catequesis

El Directorio Catequístico General dice en el numeral 35 que “La Catequesis debe


apoyarse en el testimonio de la comunidad eclesial, pues la Catequesis habla con
más eficacia de aquello que realmente existe en la vida incluso externa a la
comunidad”. El Papa Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica “La Catequesis de
Nuestro Tiempo, nos dice que la Catequesis tiende a esterilizarse si no está
sostenida por la acogida y testimonio de la comunidad (24). Se puede entonces
concluir que el éxito de la transmisión catequística depende, más que de los
catecismos y de los catequistas, de las comunidades eclesiales, de su vitalidad,
su acción y testimonio.

 La comunidad como lugar de la Catequesis

Iniciemos leyendo la idea claramente afirmada en el mensaje final del sínodo de


1 977 (No. 13), “El lugar o ámbito normal de la Catequesis es la comunidad
cristiana”. Dejemos que otros documentos ilustren mejor lo que queremos decir.
El Directorio General para la Catequesis, numeral 253, señala que la comunidad
es “el hogar” de la Catequesis; la comunidad es el ambiente donde los
catequizandos pueden vivir, con la mayor plenitud posible lo que han aprendido.
(cf. CT 24). También encontramos en la CT, numeral 67 a la comunidad parroquial
como el lugar privilegiado para la Catequesis. Después de reflexionar estos
numerales nos queda la convicción de considerara la comunidad como el origen,
el punto de partida y el lugar natural para la iniciación y maduración de la fe,
porque la comunidad es el espacio eclesial concreto donde el cristiano nace y
crece en la fe. De la Comunidad nace el anuncio de la Buena Nueva del Reino
que invita a los hombres y mujeres al encuentro y seguimiento de Jesús. Y es la
misma comunidad la que acoge a los que se convierten al Señor, los incorpora a
su seno y los acompaña en su caminar hacia la madurez de la fe (cf. DGC 254).

 La comunidad como sujeto de la Catequesis

El Sínodo sobre la Catequesis en la proposición 25 proclamó que “La comunidad


cristiana es responsable de la Catequesis (comunidad que catequiza), en cuanto
que es pueblo de Dios, cuerpo y signo universal de salvación”; el DOC No. 220
nos dice que “la Catequesis es una responsabilidad de toda la comunidad
cristiana”; por tanto, toda la comunidad debe considerarse agente responsable
de la labor catequística (cf. DP 983) ésta es el verdadero sujeto de la catequesis, y
por lo tanto el primer catequista y se sirve para cumplir su misión, de estructuras
y personas.

 La comunidad como destinataria de la Catequesis

En los numerales 21 y 31 del Directorio Catequístico General se afirma que a


Catequesis es “la forma de acción eclesial, que conduce a la madurez de la fe
tanto a las comunidades como a cada fiel” y que “va dirigida a la comunidad, sin
descuidar a cada fiel en particular”.

La Catequesis, teniendo como sujeto y objeto a la comunidad, puede ser definida


como el proceso de crecimiento en una comunidad eclesial que acoge la Palabra
de Dios y la profundiza, caminando hacia la madurez de la fe.

 La comunidad como meta de la Catequesis

La comunidad cristiana es también objetivo y meta de la catequesis, porque la


misma Catequesis construye y edifico la comunidad y acompaña el camino de su
crecimiento.

«Podemos decir que la Catequesis “hace la Iglesia”, es decir, constituye la


comunidad cristiana. El Documento de Puebla lo dice con las siguientes palabras:
“una de las metas de la Catequesis es precisamente la construcción de la
comunidad” (No. 992); “todo el que catequiza sabe... que con su labor edifica
continuamente la comunidad” (No. 995). La acción catequizadora, por
consiguiente, es para la comunidad y está al servicio de la edificación de la
comunidad».

¿Cuándo o de qué manera la Catequesis constituye la comunidad eclesial?


Concretamente, cuando se convierte en un lugar de experiencia de Iglesia, en un
factor de renovación eclesial y en un ministerio portador de un proyecto
convincente de Iglesia. Expliquemos brevemente estos puntos:

 La Catequesis es un lugar de experiencia de Iglesia en donde se interioriza el


sentido eclesial. La Catequesis ayuda a vivir comunitariamente la experiencia
de las distintas funciones eclesiales (la proclamación de la Palabra, la
celebración liberadora y la oración, la comunión y la fraternidad, el amor y el
servicio) y la experiencia de tensión hacia los valores del Reino, en actitud de
servicio al mundo y manifestando una opción preferencial por los más pobres
y débiles. Mediante estas experiencias la Catequesis madura el sentido
eclesial (sentido de pertenencia, conocimiento y amor a la Iglesia, fidelidad a
la “memoria” eclesial, sentido de corresponsabilidad y compromiso, espíritu
misionero, preocupación ecuménica, etc.).
 La Catequesis es un factor de renovación eclesial. La acción catequística tiene
una función crítica dentro de la Iglesia y es, por tanto, un signo de
creatividad, vitalidad, purificación, renovación y transformación de la misma
realidad eclesial.
 Por último, la Catequesis está al servicio de un proyecto renovado de Iglesia,
que responda plenamente a las exigencias del evangelio en el mundo de hoy,
y que sea motivador, entusiasmante y convincente.

 Una conclusión lógica: no hay Catequesis sin comunidad.

El papel de la comunidad cristiana es tan importante en la acción catequizadora


hasta el grado que se llega a señalar que sólo es objeto de Catequesis lo que se
realiza en comunidad, y que antes de los textos de Catequesis y de los mismos
catequistas, primero está la comunidad eclesial. La comunidad es, pues,
condición necesaria para la praxis catequística (“La comunidad es en sí misma
Catequesis Viviente. Siendo lo que es, anuncia, celebra, vive y permanece siempre como el
espacio vital indispensable y primario de la Catequesis” -DGC 141-). “Sin comunidad,
sencillamente no habría Catequesis”.

B. Comunidad eclesial y Catequesis

Hemos afirmado que la acción catequética es responsabilidad común y


diferenciada de todo el Pueblo de Dios, y que la comunidad Cristiana inmediata
es el lugar propio de la Catequesis; ahora señalaremos algunos ámbitos o
expresiones de comunidad responsable para desarrollar la Catequesis:

 La familia

La familia es el lugar primario para la Catequesis, allí el Evangelio debe


comunicarse y vivirse. La familia tiene compromiso peculiar e insustituible en la
Catequesis pues acompaña y enriquece las demás formas de la Catequesis (c. CT
68).

Dos razones confirman la capacidad catequética de la familia cristiana:

 Su naturaleza de célula básica de la Iglesia que, al participar, como tal, de las


acciones de la vida de la misma Iglesia, se constituye en espacio propicio para
el nacimiento y la maduración de la fe.

 Su misión respecto a la educación de la fe de sus miembros, que es una tarea


que pertenece por vocación, tanto a los padres como al conjunto familiar.
Corresponde a la familia como responsable de la Catequesis:

• El despertar religioso de los niños,


• La iniciación en la oración personal y comunitaria,
• La educación de la conciencia moral,
• La iniciación en el sentido cristiano del amor, el trabajo y la convivencia,
• Despertar el espíritu misionero universal.

Para que los anteriores presupuestos puedan ser realizados adecuadamente,


necesitan una pedagogía propia, nacida de la misma vida de familia. Por ello, la
Catequesis familiar es “una Catequesis más de testimonio que de la enseñanza,
más ocasional que sistemática, más permanente que estructurada en periodos”
(CC 273).

La fe se transmite en el ámbito familiar creando, principalmente, un ambiente


cristiano que abarque todo lo que la familia es, dice y hace.

 Asociaciones y movimientos apostólicos

Las diversas “asociaciones, movimientos y agrupaciones de fieles” (cf. CT 70) son


verdaderos ámbitos comunitarios, tienen como misión ayudar a los discípulos de
Jesucristo a desempeñar su tarea laical en el mundo y en la misma Iglesia de
acuerdo con su originalidad propia, y por tanto, son verdaderos lugares de
catequización.

 Las pequeñas comunidades (o Comunidades Eclesiales de Base).

Se trata de grupos cristianos a nivel de familias o de espacio restringido, los


cuales se reúnen para la oración, la lectura de la Escritura, la Catequesis,
compartir problemas humanos y eclesiales de cara a un compromiso común. Son
un signo de vitalidad de la Iglesia, instrumento de formación y de evangelización,
un punto de partida válido para una nueva sociedad fundada sobre la “civilización
del amor” (RM 51a).

Estas comunidades permanecen siempre unidas a la parroquia, se enraízan en


ambientes populares y rurales, convirtiéndose en fermento de vida cristiana, de
atención a los últimos, de compromiso en pos de la transformación de la
sociedad. En ellas cada cristiano hace una experiencia comunitaria y se anima a
colaborar en las tareas de todos. De este modo, las mismas comunidades son
instrumento de evangelización y de primer anuncio, así como fuente de nuevos
ministerios, a la vez que, animadas por la caridad de Cristo, ofrecen también una
orientación sobre el modo de superar divisiones, tribalismos y racismos” (RM 51b).

A pesar de la gran variedad de matices con que dichas comunidades se


presentan, tienen unos rasgos comunes fundamentales que las hacen
propiamente eclesiales. Estos rasgos son:

• Deseo de concretarla comunidad en grupos que permitan relaciones


personales profundas.

• Interés por vivir en una dimensión más humana.

• La Escucha actual de la Palabra de Dios.

• La búsqueda de su sentido en el contexto socio-cultural que se vive.

• La celebración de los misterios cristianos desde la propia vida.

• El compromiso con la realidad histórica y las situaciones vitales.

• El anuncio testimonial de la fe en común.

Estos rasgos hacen de ellas, como admite el Sínodo de la Catequesis, lugares


privilegiados de catequización, porque:

• Facilitan la experiencia compartida de la fe y permiten descubrir la


dimensión social de ésta.

• Favorecen la conciencia de fraternidad y estimulan la práctica del servicio


mutuo.

• Son testimonio vivo de eclesialidad y lugar de acogida para quienes,


realizando el proceso catequético, se insertan en la Iglesia como miembros
de ella.

• Son un modelo de referencia y de identificación cristiana para los hombres


de nuestro tiempo.

En este sentido se pronuncia el documento de puebla en el numeral 629 cuando


afirma que:

“Las pequeñas comunidades sobre todo las Comunidades


Eclesiales de Base, crean mayor interrelación personal,
aceptación de la Palabra de Dios, revisión de vida y
reflexión sobre la realidad a la luz del Evangelio; se
acentúa el compromiso con la familia, el trabajo, el barrio
y la comunidad local”.

Corresponde a estas pequeñas comunidades:

• Ser el espacio donde el catequizando viva y comparta su fe.


• Velar porque la acción catequística llegue a sus integrantes.
• Motivar y estimular para tener sus propios catequistas.
• Despertar la conciencia misionera universal en sus miembros.

 La comunidad parroquial

Es el lugar privilegiado de la Catequesis y por ende sujeto fundamental de la


misma.

Es responsabilidad de ella:

 La realización concreta de la actividad catequística.


 Asegurar los elementos necesarios para su desarrollo (catequistas,
animadores, medios, etc.).
 Coordinar las actividades a favor de la Catequesis realizadas por los
diversos movimientos y grupos (cf. CT 67).
 Animar y sostener la Catequesis par el crecimiento en la fe de los diversos
grupos (Cf “Hacia una renovación pastoral de la Parroquia”, Conferencia Episcopal
Colombiana, 1982).
 Hacer tomar conciencia que la fe se fortalece dándola.

La Parroquia, como comunidad cristiana local, es el ámbito ordinario donde los


cristianos se inician y maduran en la fe. En ella acogen la Palabra de Dios y
celebran la Eucaristía, toman conciencia del compromiso evangelizador en el
mundo y entran en comunión con la Iglesia local y la totalidad del Pueblo de
Dios. Por eso, es el lugar privilegiado donde se realiza la comunidad cristiana.

La CT, en el numeral 67 nos recuerda que “la comunidad parroquial debe seguir
siendo la animadora de la Catequesis y su lugar privilegiado” por ser “una casa
de familia, fraternal y acogedora, donde los bautizados, los confirmados toman
conciencia de ser Pueblo de Dios”.
En la Parroquia, todos los creyentes han de encontrar a la comunidad de
personas que profesan su misma fe, y descubrir la pluralidad y riqueza del Pueblo
de Dios diversificado en distintos carismas y funciones.

Por todo esto, es propio de la Catequesis parroquial:

o Iniciar y hacer participar en la vida litúrgica.

o Expresar la unión de todos mediante el servicio mutuo y el interés por


crear una verdadera comunidad.

o Descubrir la importancia de la Iglesia ministerial y el valor de la acción


evangelizadora en la sociedad.

La actividad catequética que se realiza en el ámbito parroquial constituye, al


mismo tiempo, un medio privilegiado para que ésta se renueve, porque ayuda a
crear las condiciones básicas para que llegue a ser un verdadero espacio de
comunión y evangelización.

La validez actual, y en el futuro, de la parroquia como lugar catequético


fundamental va a depender en gran medida del esfuerzo que haga por recuperar
el sentido y talante comunitario y evangelizador, superando la polarización en lo
cultural y la masificación de las personas. Por eso, es tarea principal en la
responsabilidad catequizadora de la comunidad parroquial estimular a los
distintos agentes pastorales a sumir sus propias responsabilidades.

Corresponde a las comunidades eclesiales:

o Ser espacio donde el catequizando viva y comparta su fe.


o Velar porque la acción catequística llegue a sus integrantes.
o Motivar y estimular para tener sus propios catequistas.

 La comunidad diocesana (Diócesis)

Compete a la Diócesis como comunidad responsable:

o Garantizar la autenticidad del servicio de la Palabra de Dios,


o Organizar, coordinar y estimular la actividad catequística,
o Asegurar algunos servicios catequísticos que superan el ámbito parroquial,
especialmente en lo relacionado a la formación de catequistas, en la
consulta a expertos, preparación de subsidios y planes, la atención
catequística a sectores particulares.
o Ser catequizada y misionera.
 Responsables a nivel regional y nacional

Las Conferencias Episcopales, las oficinas de Catequesis y otros organismos


existentes ejercen su responsabilidad a través de:

o Asesorías especiales.
o Ofrecimiento de servicios calificados para la formación catequística y
responsable de la Catequesis.
o Ofrecimiento de instrumentos (catecismos, programas, audiovisuales, etc.)
para un mejor desarrollo de la tarea catequística.

 La Iglesia universal

Cumple su misión de ser responsable de la Catequesis:

o A través del ejercicio del ministerio de la unidad y de la autenticidad de la


fe,
o Está al servicio de la promoción cualitativa de la actividad catequística,
o Estimula la originalidad de las Iglesias particulares en su tarea
catequizadora.

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
A través de un dibujo, un diagrama, o coplas, sintetice
el tema sobre la Catequesis, ministerio eclesial
(emplee el medio que más se le facilite para
desarrollar esta actividad). Es importante que
desarrolle toda su creatividad pues la evangelización nos lo exige.

3. La Catequesis, etapa privilegiada en el proceso evangelizador


La evangelización es la esencia de la misión de la Iglesia, puesto que 11ella
existe para evangelizar” (EN 14). La Catequesis forma parte del proceso total de
la acción evangelizadora. Para conocer su identidad es necesario situarla en el
proceso evangelizador, relacionándola con los demás elementos evangelizadores
y con las distintas etapas o momentos de la evangelización.

3.1 evangelización y Catequesis a través de la historia


 Jesucristo Encomienda a la Iglesia la misión de anunciar la Buena Noticia a
todas las gentes. “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas
mis discípulos; bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu
Santo, y enséñenles todo lo que les he mandado a ustedes” (Mt 28,1 9-20).

 En la Iglesia naciente se hacía distinción entre el anuncio = Kerigma y la


enseñanza dada a los nuevos convertidos en la que se les explicaba las
escrituras a la luz de los hechos cristianos.

 Con las primeras conversiones masivas y la religión de estado, se presentan la


evangelización y la Catequesis como una sola unidad: primer anuncio-
Catequesis-bautismo.

 Con los cambios históricos, sobre todo en la época de las revoluciones, ya se


empieza a ver el Primer anuncio o Kerigma como evangelización y la
Catequesis como otro momento.

 A partir de la Segunda Guerra Mundial se presenta la evangelización como


testimonio del evangelio en el corazón del mundo y la Catequesis como una
tarea al interior de la Iglesia, unida a la sacramentalización.

 En los documentos del Vaticano II el concepto evangelización aparece con un


triple significado: la predicación misionera con los no-creyentes (cf. AG 6,26)
todo el ministerio de la Palabra (cf. AA 2,20) y toda la actividad misionera de la
Iglesia (cf. AG 23).

 A partir de 1 970 las reflexiones se hacen más concretas y es así como


Evangelii Nuntiandi y Catechesi Tradendae se pone la evangelización como la
misión de toda la Iglesia y dentro de ésta, el Primer Anuncio, la Catequesis.

Citemos algunos textos acompañados de reflexiones, que nos permitan aclarar lo


dicho anteriormente:

La misión que el Señor ha confiado a la Iglesia recibe el nombre de


EVANGELIZACIÓN. “Evangelizar, dice el Papa Pablo VI, constituye la dicha y
vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (EN 14). La Iglesia
evangeliza con todo lo que ella es, dice y hace, con toda su presencia y con todo
lo que ella cree, celebra, vive y proclama.

Se identificaba, al principio, la evangelización con la “predicación misionera que


se propone suscitar aquel acto de fe, con el cual los hombres se adhieren a la
Palabra de Dios” (DCG 17). Más adelante, Pablo VI, al referirse a la misión de la
Iglesia dice: “Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser
canal de don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el
sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección
gloriosa” (EN 14).

En el mismo documento avanza más el concepto de Evangelización cuando


afirma: “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los
ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovara
la mismo humanidad” (EN. 18).

Se trata entonces, de “transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de


juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de
pensamiento, la fuente inspiradora y los modelos de vida de la humanidad...” (EN
1 9).

El Directorio General para la Catequesis describe a la evangelización como “el


proceso, por el que la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el
Evangelio en todo el mundo”, de tal modo que ella:

o Impulsada por la caridad, impregna y transforma todo el orden temporal,


asumiendo y renovando las culturas.

o Da testimonio entre los pueblos de la nueva manera de ser y de vivir que


caracteriza a los cristianos;

o y proclama explícitamente el Evangelio, mediante el “primer anuncio”,


llamando a la conversión.

o Inicia en la fe y vida cristiana, mediante la “Catequesis” y los


“sacramentos de iniciación”, a los que se convierten a Jesucristo, o a los
que reemprenden el camino de su seguimiento, incorporando a unos y
reconduciendo a otros a la comunidad cristiana.

o Alimenta constantemente el don de la comunión en los fieles mediante la


educación permanente de la fe (homilía, otras formas del ministerio de la
Palabra), los sacramentos y el ejercicio de la caridad;

o y suscita continuamente la misión, al enviar a todos los discípulos de Cristo


a anunciar el Evangelio, con palabras y obras, por todo el mundo” (n. 48).

Se podría decir entonces que la Evangelización es el proceso gradual y


sistemático, mediante el cual la Iglesia:

 Anuncia el Evangelio de Salvación a toda criatura.

 Educa en la fe a los que se convienen a Jesucristo.


 Celebra la Salvación, glorificando al Padre Celestial y Santificando a los
hombres por medio de los Sacramentos.

 Da testimonio de la fe recibida, expresada en una nueva manera


de ser, de pensar de actuar, de vivir.

 Transforma el orden temporal con la fuerza del Evangelio.

“La Evangelización es un proceso complejo con elementos variados que hay que
saber integrar: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito,
adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas
de apostolado” (EN 24).

“...La Evangelización, cuya finalidad es anunciar la Buena Nueva a toda la


humanidad para que viva en ella, es una realidad compleja y dinámica, que tiene
elementos, o si se prefiere, momentos, esenciales y diferentes entre sí, que es
preciso saber abarcar conjuntamente, en la unidad de un único movimiento. La
Catequesis es uno de esos momentos, ¡y cuán señalado!, en el proceso total de
la evangelización” (CT 18).

Recogiendo la intuición del Papa Pablo VI, entendemos, por evangelización la


TOTALIDAD de un proceso, en la INTEGRALIDAD de todos los elementos.

Como el mandato evangelizador de Jesús comporta varios aspectos, íntimamente


conectados entre sí: “anunciad”, “haced discípulos y enseñad”, “sed mis
testigos”, “amaos unos a otros”... toda mediación o función eclesial (Diaconía,
Koinonía, Martirya, Liturgia) son elementos de la evangelización.

Por eso es muy importante saber integrar todos los elementos de la acción
evangelizadora:

“Los elementos de la evangelización pueden parecer contrastantes, incluso


exclusivos. En realidad son complementarios, mutuamente enriquecedores.
Hay que ver siempre cada uno de ellos integrado con los otros” (EN 24).

El proceso evangelizador tiene una dinámica caracterizada por tres etapas o


momentos esenciales que buscan suscitar, fundamentar y alimentar
permanentemente la fe: “Acción misionera para los no creyentes y para los que
viven en la indiferencia religiosa, la acción catequético-iniciatoria para los que
optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su
iniciación; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de
la comunidad cristiana” (DGC 49). Estos tres momentos no son etapas
temporales que rígidamente se realizan de una manera sucesiva; más bien, son
momentos dialécticos que manifiestan la relación dinámica que existe entre las
diferentes acciones del proceso evangelizador.

La evangelización tiene las siguientes características fundamentales:

El anuncio de Jesucristo y su buena noticia del Reino. El contenido de a


evangelización es Jesucristo (cf. DSD 27). Por lo tanto, no hay evangelización sin
un anuncio explícito de El (cf. EN 22 y 27) y de su buena nueva de salvación.

Es anuncio de la salvación liberadora (EN 9, 30; DGC 103-104). La evangelización es


anuncio de la liberación entendida en un sentido evangélico, o sea, como
salvación integral del ser humano, tal como lo anunció y realizó Jesucristo, sin
reducciones espiritualistas o temporalistas.

Se realiza con palabras y hechos. La evangelización tiene una doble dimensión: la


palabra y a acción. Es proclamación verbal de un mensaje liberador y es también
liberación y acción transformadora. (cf. EN 4, 30), ya que se trata de predicar y
hacer realidad la buena nueva del Reino.

Se sitúa en las condiciones culturales presentes. La evangelización se sitúa en el


interior de la historia porque va dirigida a unas personas concretas que viven en
un determinado ambiente socio-cultural (cf. EN 29). La evangelización, está
presente en la realidad social.

Tiende o la conversión. La evangelización provoca a conversión, tanto personal


como social (cf. EN 36; DP 252; DSD 24) y eclesial (“La nueva evangelización exige la
conversión pastoral de la Iglesia” -DSD 30- ).

Es obra del testimonio. La evangelización es testimonio personal y comunitario de


los valores del Reino y de la vida nueva que se anuncia (cf. EN 21, 41, 76, 78; RM 42-
43).

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
Elabore un diagrama en el que describa:

 Qué es la Evangelización.
 Cuáles son sus etapas.
 Cuáles son sus características.

3.2. La Catequesis en la acción evangelizadora


A. La Catequesis, momento esencial del proceso de la evangelización

La Exhortación apostólica Catechesi Tradendae y el Directorio General para la


Catequesis sitúan a la Catequesis en el marco de la misión evangelizadora de la
Iglesia. Ambos documentos afirman que la Catequesis es un “momento” o etapa
esencial del proceso evangelizador (“La Catequesis es uno de esos momentos — y cuán
señalado — en el proceso total de la evangelización” CT 18; cf. DGC 63-64; CAL 95), dando a
entender que la acción catequizadora es un elemento integrante de la
evangelización y que, por lo tanto, forma parte del proceso evangelizador.

En páginas anteriores ya se explico que la evangelización tiene tres momentos


esenciales: la acción misionera, la acción catequética y las acciones eclesiales que
alimentan constantemente la de la comunidad.

La Catequesis se sitúa en medio de ellas. Por una parte, es un momento sucesivo


a la acción misionera y, por otra, es iniciación y preparación de las otras acciones
eclesiales que a través del ministerio de la Palabra, de la liturgia y del
compromiso social-liberador, alimenta la de la comunidad cristiana, fortalecen su
comunión eclesial y animan su participación en el compromiso apostólico de la
Iglesia. Hay, por tanto, acciones que anteceden y preparan a la Catequesis
(primer anuncio, testimonio) (cf. CT 18) y acciones que “emanan” de ella (la
homilía, la enseñanza de la teología, la celebración de los sacramentos, los
servicios del promoción humana, la vida de la comunidad cristiana etc.) (Que
quede claro, la Catequesis no es todo en la acción evangelizadora. Es solamente un elemento
dentro del proceso total de la evangelización y, por lo tanto, necesita interrelacionarse y
articularse debidamente con los demás elementos y momentos esenciales del proceso
evangelizador. De ahí que sea importante la existencia de una adecuada coordinación entre la
Catequesis y las otras acciones pastorales, ya que todas están al servicio de un mismo proceso
evangelizador.)

Sin la Catequesis la acción misionero no tendría continuidad y sería infecunda; sin


la acción catequística las demás acciones eclesiales, que emanan de ella, no
tendrían raíces y serían superficiales. Por eso el Directorio General para la
Catequesis insiste en que la Catequesis no es una acción facultativa sino “una
acción básica fundamental” y, por lo tanto, “debe ser considerada momento
prioritario en la evangelización” (n. 64).

B. La Catequesis en la acción misionera


Para poder hablar de a Catequesis en la acción misionera hay que ubicarla en el
proceso de la fe y la conversión en la que se pueden destacar varios momentos
importantes:

 El interés por el Evangelio. El primer momento se produce cuando en el


corazón del no creyente, del indiferente o del que pertenece a otra religión,
brota, como consecuencia del primer anuncia o de la acción misionera, un
interés por el Evangelio, sin ser todavía una decisión firme. Ese primer
movimiento del espíritu humano en dirección a la fe, que ya es fruto de la
gracia, recibe varios nombres: “atracción a la fe” (RICA 12), “preparación
evangélica” (cf. LG 16; AG 3a), “inclinación a creer”, “búsqueda religiosa” (CFL 4c).
La Iglesia denomina “simpatizantes” (RICA 12 Y 111) a los que muestran esta
inquietud.

 La conversión. Este primer interés por el Evangelio necesita un tiempo de


búsqueda (cf. RICA 6 y 7) para poder llegar a ser una opción firme. La decisión
por la fe debe ser sopesada y madurada. Esa búsqueda, impulsada por la
acción del Espíritu Santo y el anuncio del Kerigma, prepara la conversión, que
será -ciertamente- “inicial” (AG 13b), pero que lleva consigo la adhesión a
Jesucristo y la voluntad de caminar en su seguimiento. Sobre esta “opción
fundamental” descansa toda la vida cristiana del discípulo del Señor (cf. AG 13;
EN 1O; RM 46; VS 66; RICA 10).

 La profesión de fe. La entrega a Jesucristo genera en los creyentes el deseo


de conocerle más profundamente y de identificarse con El. La Catequesis les
inicia en el conocimiento de la fe y en el aprendizaje de la vida cristiana,
favoreciendo un camino espiritual que provoca un “cambio progresivo de
actitudes y costumbres” (AG 13b), hecho de renuncias y de luchas, y también
de gozos que Dios concede sin medida. El discípulo de Jesucristo es ya apto,
entonces, para realizar una viva, explícita y operante profesión de fe (cf. MPD
8; CEC 187-189).

El camino hacia la perfección. Esa madurez básica, de la que brota la


profesión de fe, no es el punto final en el proceso permanente de la conversión.
La profesión de fe bautismal se sitúa en los cimientos de un edificio espiritual
destinado a crecer. El bautizado, impulsado siempre por el Espíritu, alimentado
por los sacramentos, la oración y el ejercicio de la caridad, y ayudado por las
múltiples formas de educación permanente en la fe, busca hacer suyo el deseo
de Cristo: “Vosotros sed perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto” (Mt
5,48; LG 11c, 40b, 42e). Es la llamada a la plenitud que se dirige a todo bautizado”
(DGC 56).

El primer anuncio tiene el carácter de llamar a la fe; la Catequesis


el de fundamentar la conversión estructurando básicamente la
vida cristiana; y la educación permanente de la fe.

“La situación de aquellos “pueblos, grupos humanos, contextos socio- culturales,


donde Cristo y su Evangelio no son conocidos, o donde faltan comunidades
cristianas suficientemente maduras como para poder encarnar la fe en el propio
ambiente y anunciarla a otros grupos” (RM 3b). Esta situación reclama la misión
ad gentes, con una acción evangelizadora centrada, preferentemente, en los
jóvenes y en los adultos. Su peculiaridad consiste en el hecho de dirigirse a los
no cristianos invitándoles a la conversión. La Catequesis, en esta situación, se
desarrolla ordinariamente en el interior del catecumenado bautismal” (DGC 58),
siendo éste la formación específica que conduce al adulto convenido a la
profesión de su fe bautismal en la noche de pascua.

“De este modo, la Catequesis, situada en el interior de la misión evangelizadora


de la Iglesia como “momento” esencial de la misma, recibe de la evangelización
un dinamismo misionero que la fecunda interiormente y la configura en su
identidad. El ministerio de la Catequesis aparece, así como un servicio eclesial
fundamental en la realización del mandato misionero de Jesús” (DGC 59).

La Catequesis está al servicio de la iniciación cristiana, convirtiéndose en el


“momento” en que se estructura la conversión a Jesucristo, dando una
fundamentación a esa primera adhesión. Los convertidos, mediante “una
enseñanza y aprendizaje convenientemente prolongado de toda la vida cristiana”
(AG 1 4), son iniciados en el misterio de la salvación y en el estilo de vida propio
del Evangelio. Se trata, en efecto, “de iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana”
(CT1 8) (cf. DGC 63).

La Catequesis, al realizar con diferentes formas esta función de iniciación del


ministerio de la Palabra, lo que hace es poner los cimientos del edificio de la fe”.
Otras funciones de ese mismo ministerio irán construyendo, después, las diversas
plantas de ese mismo edificio.

La Catequesis de iniciación es, así, el eslabón necesario entre la acción misionera,


que llama a la fe, y la acción pastoral, que alimenta constantemente a la
comunidad cristiana. No es, por tanto, una acción facultativa, sino una acción
básica y fundamental en la construcción tanto de la personalidad del discípulo
como de la comunidad. Sin ella la acción misionera no tendría continuidad y sería
infecunda. Sin ella la acción pastoral no tendría raíces y sería superficial y
confusa: cualquier tormenta desmoronaría todo el edificio (Mt 7,24-27).

En verdad, “el crecimiento interior de la Iglesia, su correspondencia con el


designio divino, dependen esencialmente de ella” (CT 13; cf. CT15). En este sentido,
la Catequesis debe ser considerada “momento prioritario en la evangelización”
(DGC 64).

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
Defina lo que usted entiende por:

 Catequesis como etapa del proceso evangelizador


 Catequesis para la misión
 Catequesis en territorios de misión

C. La Catequesis, instrumento vivo al servicio de la nueva


evangelización.

El documento de Santo Domingo, relaciona la Catequesis con la primera


evangelización y la ubica en el contexto de la nueva evangelización (cf. DSD 19, 49,
302).

Históricamente la Catequesis se manifestó como un ministerio eclesial que


consolidó la evangelización. Al anuncio de la Buena Nueva seguía una acción
catequística que ayudaba a los indígenas a crecer y madurar la fe naciente. La
primera evangelización era acompañada de una primera Catequesis. Por eso se
dice que uno de los medios pastorales de la evangelización fundante fue la
Catequesis (cf. DSD 19), considerada desde sus inicios en Latinoamérica como un
ministerio consustancial a la evangelización y no como una simple añadidura a
ella.
Hoy también la Catequesis es considerada como una mediación necesaria de la
nueva evangelización porque la acción catequística: es una actualización de
Jesucristo en el “hoy” cultural; es un anuncio de la buena nueva de la promoción
humana; y es un ministerio privilegiado para la inculturación del Evangelio. De
esta forma llegamos a tener también una Catequesis nueva. En otras palabras:
jamás tendremos una evangelización nueva sin una Catequesis renovada.

D. Cuadro comparativo y distintivo entre la Catequesis en una Iglesia


Particular y la Catequesis en los territorios de misión.
ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
Lea el contenido del módulo, e investigue en los
siguientes textos:

 Catequesis para nuestro tiempo


 Directorio general para la Catequesis
 Misión del Redentor

Y complete el cuadro que aparece a continuación haciendo uso también


de su experiencia y conocimiento en este campo.

CATEQUESIS EN
CATEQUESIS EN UNA
ASPECTOS TERRITORIOS DE
IGLESIA PARTICULAR
MISIÓN
Definición de
Catequesis
Destinatarios de
la Catequesis y
proceso
catequístico que
se adelante
Agentes de la
Catequesis y su
formación
Contenidos de la
Catequesis
Estructuras
organizativas de
la Catequesis

4. La Catequesis, educación en la fe
Los documentos del Magisterio caracterizan a la Catequesis como educadora de
la fe:

 “(La Catequesis) consiste en la educación ordenada y progresiva de la fe…”


(MPD 1)
 “Globalmente se puede considerar aquí la Catequesis en cuanto educación de
la fe de los niños, de los jóvenes y adultos” (CT 18).
 “La Catequesis es un proceso de educación comunitaria, permanente,
progresiva, ordenada, orgánica y sistemática de la fe” (Catequesis Renovada 318).
 “La Catequesis es una formación orgánica y sistemática de la fe”. (DGC67)

 “La acción catequizadora sigue al Kerigma y desencadena un proceso de


iniciación, de crecimiento y de maduración en la fe... Por ser educación de la
fe, la Catequesis se realiza en forma gradual y progresiva” (CAL 97)

La Catequesis es primordialmente un ministerio eclesial al servicio del crecimiento


y madurez de la fe de las personas y de las comunidades. Este es el elemento
que más expresa su identidad, por consiguiente, su peculiaridad y su originalidad
ante las otras acciones eclesiales.

Veamos brevemente el significado de este elemento fundamental de la acción


catequística.

En primer lugar, es necesario aclarar que no hay educación directa e inmediata


sobre la fe, por ser ésta un don de Dios y una respuesta libre del ser humano.

La Catequesis, como mediación eclesial que favorece el encuentro entre Dios y fa


persona humana, educa en la fe en un sentido indirecto, secundario e
instrumental. Paresa, para evitar la idea de que la fe se puede manipular,
programar o guiar desde fuera, los catequetas prefieren sustituir la expresión
“educación de la fe” por “educación en la fe”.

En segundo lugar, la Catequesis es una acción educativa que pone al servicio del
crecimiento de la persona humana vista totalidad de sus dimensiones
(psicológicas, socio-comunitarias, y trascendente).

Consecuentemente, la acción catequizadora tiene una dimensión educativa y está


llamada a crear un ambiente educativo de profundas relaciones interpersonales,
de libertad, de participación cordial...) y a utilizar métodos tomados de las
ciencias de la educación, especialmente de la pedagogía de la didáctica.

En tercer lugar, la Catequesis es educación en la fe. Éste objetivo pues está


considerada en su totalidad existencial con sus elementos, niveles y dimensiones,
y contemplado como una dinámica que crece y madura.

La Catequesis, como educación en la fe, tiene las siguientes características:


 Es una educación orgánica y sistemática (cf. DGC 67). Orgánica porque ofrece
una síntesis coherente del mensaje evangélico, dando a los diversos
elementos de la fe cristiana en torno al misterio Jesucristo.

Sistemática porque sigue un programa articulado con reuniones periódicas. La


Catequesis por ser orgánica y sistemática, no se a lo meramente
circunstancial u ocasional” (DGC 68)

 Es una educación integral (cf. CT 21) porque educo en todas las dimensiones
de la fe cristiana: el conocimiento de la fe, la celebración litúrgica y la oración,
las actitudes evangélicas, el sentido comunitario, el compromiso social y
eclesial. Es integral también porque la fe como adhesión a Dios y la fe como
contenido de la Revelación, la fe existencial y la fe doctrinal, la fe como don y
la fe compromiso. Por ser educación integral, la Catequesis es una para la
vida cristiana”.

 Es una educación elemental, “centrada en lo nuclear de experiencia cristiana,


en las certezas más básicas de la fe y en los valores evangélicos más
fundamentales” (DGC 67). La acción catequística tiene la función de
fundamentar la fe, de poner los cimientos de la vida cristiana (cf. DGC 57,64).
Es, por eso, una educación básica de la fe, ya que ofrece a los catequizandos
una capacitación básica que les ayude a conocer, celebrar, vivir y testimoniar
su fe. La Catequesis “por ser esencial, se centra en lo común para el cristiano,
sin entrar en cuestiones disputadas no convertirse en investigación teológica”
(DGC 68).

 Es un proceso permanente de iniciación, crecimiento y madurez en la fe, que


acompaña a la persona en todas las situaciones y etapas de su vida. Este
camino se inicia ordinariamente con la conversión; continúa con el desarrollo
armónico de la adquisición de conocimientos, de sentimientos y afectos
favorables a la fe y de actitudes y comportamientos orientados al compromiso
cristiano en todos los campos y ámbitos de la sociedad; y, por último, avanza
hacia la madurez de la fe, en un dinamismo progresivo de interacción de
todos los elementos y dimensiones de la fe, dentro de la realidad viva de la
experiencia eclesial. El proceso es permanente porque la madurez en la fe no
puede ser alcanzada en un momento determinado de la vida ni se logra de
una manera total.

Es conveniente precisar que en el conjunto de las acciones eclesiales, la


Catequesis tiene un carácter de explicitación y de profundización con respecto
a la fe inicial, y de iniciación con relación a las diversas dimensiones de la vida
de fe (proclamación de la Palabra, liturgia y oración, formación moral, vida
comunitaria y compromiso social-liberador).

La catequesis es un proceso de educación comunitaria,


permanente, progresiva, ordenada, orgánica y sistemática de la fe.

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
Busque en esta sopa de letras las palabras que
corresponden a las características de la Catequesis
como educadora de la fe.

C O M U N I T A R I A
A S O S L U Q E T A C
P E R M A N E N T E I
R N G L R I P T S L T
O E A A G O A R A E A
C V N U E N Z E I M M
E O I D T A C U D E E
S J C A N L F E F N T
O S A R I A F F B T S
P R O G R E S I V A I
S A D A N E D R O L S

5. La Catequesis, iluminación e interpretación de la vida y de la


historia
En los primeros años que siguieron al Vaticano II, la reflexión pastoral tuvo corno
centro de su atención a la persona, considerada en su situación concreta. Era la
época de llamado “giro antropológico de la teología”. Influenciados por esta
corriente existencial, la Catequesis postconciliar experimentó un notable cambio
de enfoque: de la atención preferencial que se tenía a los contenidos y a la
Palabra de Dios, se pasó a una atención privilegiada por la persona humana, por
su vida, por sus problemas y aspiraciones. La fase Kerigmática (1945-1965) cedió
el paso a la fase antropológica. La vida de las personas y los acontecimientos de
la historia se consideraron también ecos de la Palabra de Dios y lugar de la
Revelación y de la salvación. A partir de esos años, en la reflexión catequética se
va consolidando la idea de que el ser humano y sus experiencias vitales son el
punto de partida, el camino y contenido de la Catequesis.

Este nuevo enfoque de la acción catequizadora tiene su fundamentación bíblica.


Dios se revela y habla a los hombres en la historia. En el momento culminante de
la Revelación, Dios entra en la historia encarnándose en Jesús de Nazareth. La
Encarnación nos enseña que lo humano es el lugar en el que se manifiesta la
salvación de Dios y que la historia es también el lugar privilegiado de la
Revelación. Este carácter histórico de la Revelación nos dice que la salvación se
realiza en la historia (cf. DCG 44) y, por lo tanto, la Palabra de Dios, entre otras
cosas, es un mensaje de salvación liberadora para el hombre, es interpretación e
iluminación de la existencia humana y es una fuerza liberadora y transformadora
que construye la historia.

Hoy se tiene la convicción de que la atención a la persona en sus circunstancias


concretas, la valoración de la experiencia humana, la importancia de los
acontecimientos históricos y la dimensión liberadora de la fe, son parte
integrante de la acción catequizadora.

De ahí las siguientes consideraciones:

 La Catequesis es anuncio de la Palabra de Dios en la vida cotidiana y en


los acontecimientos humanos (cf. CAL 23).

 La Catequesis ilumina e interpreta cristianamente la vida y la historia.

 La Catequesis es un factor de promoción humana integral.

Esta dimensión social-liberadora salva a la Catequesis de la intemporalidad y la


convierte en servicio de promoción humana integral, en acción liberadora y
transformadora, en compromiso histórico, en presencia y participación activa en
la construcción de un mundo más justo, solidario y fraterno.

Consecuentemente, la Catequesis no es una acción eclesial desencarnada,


abstracta, alejada de la vida de las personas o desinteresada de los
acontecimientos y problemas sociales.
ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
Elabore un dibujo que contenga las siguientes
consideraciones acerca de la catequesis.

• La Catequesis es anuncio de la Palabra de Dios en la


vida cotidiana y en los acontecimientos humanos.
• La Catequesis ilumina e interpreta cristianamente la vida y la historia.
• La Catequesis es un factor de promoción humana integral.

III CONCLUSIÓN:
LA CATEQUESIS, ACCIÓN PLURIDIMENSIONAL Y M U LTIFO R M E

Como conclusión de este capítulo sobre la identidad de la Catequesis, creemos


que es conveniente hacer las siguientes acotaciones y precisiones:

 La catequesis es una realidad pluridimensional. La acción catequizadora no


puede ser entendida como un bloque unitario porque es, de hecho, una
realidad rica y compleja en la que se dan cita distintos aspectos o
dimensiones. Como acción pluridimensional, la Catequesis es, al mismo
tiempo, ministerio e la Palabra (dimensión profética), acción eclesial
(dimensión comunitaria-eclesial), etapa privilegiada del proceso evangelizador
(dimensión evangelizadora), educación en la fe (dimensión educativa),
iluminación e interpretación cristiana de la vida y de la historia (dimensión
existencial). De todos estos aspectos esenciales de la Catequesis, las
dimensiones profética y educativa son las que más reciben el carácter
específico y propio de la acción catequística.

 La acción catequizadora tiene una gran diversidad de realizaciones y formas


de expresión. “La Catequesis es al mismo tiempo una y plural. Una en sus
elementos sustanciales, y plural en sus expresiones históricas”95. Hoy, como
ayer, la Catequesis es una realidad amplia, creativa y diversificada en sus
formas de expresión. Puede ser espontánea e institucionalizada, ocasional y
sistemática, grupal y masiva. Según las circunstancias puede tomar la forma
de enseñanza, de exhortación, de reflexión, de denuncia, de invitación al
compromiso o de testimonio. Se puede realizar a través de reuniones
periódicas en pequeños grupos, de reuniones presacramentales, de cursos de
formación, de itinerarios catecumenales, etc. Se puede clasificar de acuerdo
con la edad (Catequesis de niños, adolescentes, de jóvenes, de adultos, de
adultos mayores), con los ambientes y situaciones (Catequesis escolar,
familiar, universitaria, urbana, rural, campesina, para obreros, para enfermos,
para discapacitados...), con los contenidos y fuentes privilegiadas (Catequesis
bíblica, teológica, litúrgica, moral, antropológica, Kerigmática, social), etc.

 Hay que evitar las reducciones y deformaciones de la acción catequística. La


Catequesis no se reduce a una enseñanza de contenidos religiosos ni a la sola
adquisición de conductas morales, No se identifica con una socialización
religiosa ni con un adoctrinamiento o instrumentalización ideológica. No está
destinada solamente a la preparación de los sacramentos ni se dirige
exclusivamente a los niños. No es una teología vulgarizada ni una mera
enseñanza doctrinal. Por último, tampoco es ministerio secundario,
insignificante o periférico de la praxis eclesial.

 Hay que distinguir el ministerio de la Catequesis en la pastoral y la dimensión


catequética de toda la pastoral. La acción pastoral de la Iglesia tiene un
aspecto o dimensión catequética (cf. CT 18 y 49), en el sentido de que todas las
acciones eclesiales contribuyen, de alguna manera, al crecimiento y
maduración de la fe. Por eso hay que distinguir la Catequesis propiamente
dicha, en sus diferentes realizaciones y formas, y la dimensión catequética
que tienen las distintas mediaciones eclesiales (la acción educativa, la
litúrgica, la acción promocional-liberadora, etc.).

 El momento catequético aparece, en su naturaleza, distinto y sucesivo al del


anuncio-evangelización, pero no en forma completa. La evangelización
engloba todo el conjunto del anuncio y del testimonio del Evangelio dados por
la Iglesia; la Catequesis es, en este sentido, una forma de evangelización. La
Evangelii Nuntiandi subraya que la Evangelización, cuya finalidad es anunciar
la Buena nueva a toda la humanidad, es una realidad rica, compleja y
dinámica, que tiene elementos o momentos esenciales y diferentes entre sí,
que es preciso saber abarcar conjuntamente, en la unidad de un único
movimiento. La Catequesis es, sin duda alguna, uno de esos momentos en el
proceso total de la evangelización (cf. CT 18).
La Catequesis incluye dentro de su cometido la conversión o la llamada a la
conversión, allí donde ésta, de hecho no ha existido: en este sentido la
Catequesis debe tener siempre una función evangelizadora (DGC 1 8).

Veamos ahora los dos conceptos, esto nos ayudará a apreciar mejor cuál es la
distinción, y cuál es la relación que existe entre Catequesis y evangelización:

 Evangelización: “Evangelizar, significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva


a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde
dentro, renovar a la misma humanidad… La finalidad de la Evangelización es
por consiguiente el cambio interior” (EN 18).
En los documentos del Vaticano II se pasa de un significado restringido, como
anuncio del Evangelio a los creyentes con vista a la conversión, a otro más
amplio: todo el conjunto de la actividad profética de la Iglesia y hasta todo el
quehacer en cuanto actividad misionera.

 Catequesis: en relación con la evangelización, busca desarrollar el mensaje


inicial, se presenta como una instrucción que detalla el acontecimiento de
Jesús, que manifiesta las maravillas de la intervención de Dios en Jesús y en
el catequizando y lo conduce a la profesión de la fe.
CAPÍTULO 2

LA FINALIDAD Y LAS
TAREAS DE LA CATEQUESIS

OBJETIVO: Identificar la finalidad y tareas propias de la Catequesis.

I. LA FINALIDAD DE LA CATEQUESIS: FORMAR PERSONAS Y


COMUNIDADES MADURAS EN LA FE.

II. LAS TAREAS FUNDAMENTALES DE LA CATEQUESIS.

III. COMENTARIOS CONCLUSIVOS SOBRE LAS FINALIDADES Y LAS


TAREAS DE LA CATEQUESIS.
LA FINALIDAD Y LAS TAREAS DE LA CATEQUESIS

Después de haber reflexionado sobre la identidad de la Catequesis, ahora nos


preguntaremos cuál es la finalidad última de la acción catequística y cuáles
son sus principales tareas.

I. LA FINALIDAD DE LA CATEQUESIS: FORMAR PERSONAS


Y COMUNIDADES MADURAS EN LA FE.
Al hablar de la finalidad de la Catequesis nos estamos refiriendo al punto de
llegada, al horizonte ideal o a la meto general o última hacia la cual tiende la
acción catequizadora. Los documentos oficia les de la Iglesia, cuando abordan
este tema, usan expresiones y categorías diferentes:

 Unos señalan la madurez de la fe:

“El fin de la Catequesis -como se ha dicho- consiste en llevar a la madurez de


la fe a los cristianos como individuos y como comunidades” (DGC 38).

La Catequesis es tan necesaria para la madurez de la fe de los cristianos


como para su testimonio en el mundo: ella quiere conducir a los cristianos “en
la unidad de la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios y a formar al hombre
perfecto, maduro, que realice la plenitud de Cristo” (Ef 4,13) (CT 25).

 Otros, la confesión de la fe: “la Catequesis tiene su origen en la confesión de


la fe y conduce a la confesión de la fe” (MPD 8).

 Otros destacan el desarrollo de una fe explícita y activa: “(la instrucción


catequética) cuyo fin es que la fe, ilustrada por la doctrina, se torne viva,
explícita y activa tanto a los niños y adolescentes como a los jóvenes y
también a los adultos” (CD 1 4).

 Otros hablan de “nutrir y guiar la mentalidad de fe” y de integrar la fe y la


vida.

 Otros subrayan la comunión con Cristo: “El fin definitivo de la Catequesis es


poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con
Jesucristo (CT 5).

 Otros, en fin, acentúan varias dimensiones:


Formar hombres comprometidos personalmente con Cristo
(finalidad cristológica), capaces de participación y
comunión en el seno de la Iglesia (dimensión eclesial) y
entregados al servicio salvífico del mundo (dimensión
diaconal) (DP 1000).

La finalidad de la Catequesis es la confesión de la fe, esto


es, la entrega confiada del hombre a Dios (dimensión
teologal), realizada en la Iglesia (dimensión eclesial), para
el servicio al mundo (dimensión diaconal).

Las anteriores descripciones, y otras más que podrían analizarse, apuntan hacia
aspectos diversos y, a la vez, complementarios. La mayoría de ellas ponen en el
(Cf. DCG 21 y 38) centro la fe cristiana entendida como un dinamismo de
crecimiento hacia la maduración plena. Por eso, podemos decir que la finalidad
última de la Catequesis es la maduración de la fe, tanto de las personas como de
las comunidades.

Para precisar más esa finalidad, podemos distinguir en ella dos niveles: el
individual (formar personas maduras en la fe) y el comunitario-eclesial (formar
comunidades maduras en la fe). Expliquemos, a continuación, estos dos niveles.

1. Nivel individual: perfil del creyente maduro.


La Catequesis, en primer lugar, busca formar mujeres y
hombres maduros en la fe, es decir, personas que
humanamente sean equilibradas, que tengan un encuentro
vital y profundo con Jesucristo, que adquieran un fuerte
sentido eclesial y que vivan permanentemente en una actitud
de servicio a sus hermanos y a la sociedad en que viven.

1.1. Una personalidad equilibrada y armónica


El ministerio de la Catequesis está ante todo, al servicio de los catequizandos en
cuanto personas. Convencida de que la madurez de la fe se construye desde una
base humana, la Catequesis se interesa por el desarrollo humano integral y
armónico de cada hombre y de cada mujer que participa en los encuentros y
procesos catequísticos.

Por eso, la acción catequizadora pretende formar personas maduras en el


aspecto humano. Personas que tengan sed de superación personal, autoestima
alta, equilibrio afectivo y emocional, mentalidad positiva, sentido crítico,
pensamiento constructivo, serenidad de lucio, fuerza de voluntad, relación
positiva con los demás, sentido social, valores éticos, etc.

La Catequesis es portadora di Evangelio, es decir, de la Buena Nueva. Y Buena


Nueva es ayudar a las personas a que sean más personas y a que crezcan en
humildad. Buena Noticia es ayudar al catequizando a que se conozca, que se
valore, que se tenga con fianza, que maneje positivamente sus emociones y
sentimientos, que conviva cordial y armónicamente con los demás, que crezca en
autonomía personal, que desarrolle sus potencialidades humanas, etc. Sin esta
base humana será sumamente difícil construir la identidad y la madurez cristiana.

1.2 Una persona que asume el estilo de vida y la causa de Jesucristo


En el centro de todo proceso catequístico está la persona y el mensaje de
Jesucristo como principio unificador y totalizante de la personalidad del
catequizando. De ahí que la preocupación máxima de la Catequesis sea el
propiciar una fuerte vinculación de las personas con Jesucristo. Esta vinculación
ese1 centro de la vida cristiana y, consecuentemente, de la acción catequística
(cf. DGC 98).

La Catequesis, por lo tanto, está orientada a formar personas:

• Que tengan un encuentro profundo con Jesús;


• Que se entusiasmen por su persona y su mensaje;
• Que experimenten un cambio
• (conversión) en sus relaciones con Dios y con los demás;
• Que manifiesten una transformación verdadera en sus vidas;
• Que opten por Jesús, tomándolo como criterio y norma de vida, haciendo
suyas las actitudes fundamentales del Maestro, asumiendo su estilo de vida y
comprometiéndose a continuar, hoy aquí, lo que fue su causa y el amor
apasionado de su vida: el reinado de Dios.

Si la Catequesis busca la comunión profunda con Jesucristo, entonces ha de


suscitar y privilegiar aquellos momentos y elementos catequísticos que faciliten la
vinculación con él, como la lectura y meditación de los evangelios, la oración, la
celebración de su presencia en los sacramentos, la comunión fraterna, la
solidaridad con los pobres, etc.
De ahí que el creyente maduro, que surgirá de la Catequesis, sea también una
persona...

• Que constantemente lea, escuche y medite la Palabra de Dios;


• Que tenga vida de oración (y no únicamente momentos esporádicos de
diálogo con Dios);
• Que frecuente con convicción y participe activamente en los sacramentos de
la Eucaristía y de la Reconciliación;
• Que viva la fraternidad con los demás;
• Y que dé testimonio de solidaridad con las personas más marginadas y
pobres.

1.3 Una persona con sentido eclesial


La comunión con Jesucristo nos vincula a la Iglesia, Pueblo de Dios y Sacramento
del Reino (cf. DGC 81). Por eso, la Catequesis pretende formar mujeres y hombres
con sentido eclesial, es decir, personas con una fuerte y clara identidad eclesial.

Concretamente, la acción catequizadora busca formar personas:

• Que tengan “sentido de pertenencia eclesial”: que se sientan miembros de la


Iglesia y que estén convencidos de que forman parte de ella.
• Que tengan “sentido de compromiso y corresponsabilidad eclesial”; que
descubran que en la Iglesia tienen un lugar y un compromiso determinado;
que son miembros activos de ella y que son corresponsables en las tareas y
servicios pastorales de su comunidad eclesial.
• Que tengan “sentido de comunión eclesial”: que aprecien la tradición viva que
viene de los apóstoles; que sean fieles al Magisterio; que estén unidos y en
constante diálogo y comunicación con los que presiden el servicio pastoral de
su comunidad (Obispo, Presbíteros...); que oren y apoyen a la propia
comunidad eclesial y a las otras comunidades cristianas.
• Que tengan un espíritu comunitario: que celebren, compartan y vivan su fe en
comunidad.
1.4 Un agente de cambio social
La comunión con Jesucristo, centro unificador de los procesos catequísticos, nos
vinculo también con los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de
las personas de nuestro tiempo (cf. GS 1) y nos exige y apremia a estar presentes
y comprometidos en la sociedad.

Por eso, la Catequesis tiende a formar personas:

• Que conozcan críticamente la realidad socio-cultural en que viven y que la


interpreten cristianamente.
• Que manifiesten su fe en el corazón del mundo: en la familia, en el trabajo,
en las escuelas y universidades, en el tiempo libre y en las diversiones, en la
defensa de los derechos humanos, en el compromiso socio-político.
• Que con la fuerza de Evangelio se comprometan en la transformación de las
estructuras de pecado que hay en la sociedad,
• Que sean sensibles con los que más sufren y solidarios con los más pobres y
débiles.

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
Responda la siguiente pregunta:

¿Si no se hace un adecuado Primer Anuncio y una


Catequesis con todo lo que lleva consigo, podremos
realmente formar personas maduras en la fe? ¿Por qué?

2. Nivel comunitario-eclesial: rasgos fundamentales de una


comunidad cristiana madura
En las últimas décadas se ha dado en la Iglesia una proliferación de grupos,
movimientos y pequeñas comunidades de creyentes que buscan vivir y celebrar
su fe comunitariamente. Este fenómeno comunitario es uno de los signos
teológicos y pastorales más característicos de la Iglesia de nuestros días. Según
C. Floristán, dicho fenómeno se debe a cuatro exigencias:

1) Vivir la fe en grupo (no en masa),

2) Compartir servicios y ministerios (la Iglesia no se reduce a los curas),

3) Transformar espacios concretos de la sociedad (lucha a favor de la justicia) y

4) Testimoniar una esperanza de vida y de resurrección (frente a todo germen de


muerte)”.

La Catequesis, además de formar creyentes maduros, busca también crear y


promover comunidades maduras en la fe, es decir, comunidades en las cuales se
viva profundamente la fraternidad, se comparta la fe en Jesucristo, se celebre
festiva y libremente la vida y la fe, se viva en comunión eclesial, se ejercite la
corresponsabilidad ministerial, se adquiera el compromiso evangelizador y se
realice una praxis liberadora en el corazón de la sociedad. Estos son los rasgos
básicos de una comunidad cristiana madura, que el ministerio de la Catequesis se
propone construir.

En los siguientes párrafos explicaremos brevemente estas características que


definen e identifican a las comunidades eclesiales maduras.

2.1 Vida fraterna


Para que exista una comunidad eclesial madura es necesario, ante todo, que
exista una comunidad realmente “humana”, es decir, de “calidad humana”. De
ahí que la comunidad madura en la Fe sea aquella que promueve entre sus
miembros una vida fraternal, fomentando las relaciones interpersonales
profundas, la relación cordial y cálida de todos con todos, la ayuda mutua, la
solidaridad y la corrección fraterna. En una comunidad de “talla humana” las
personas se valoran parlo que son y no por lo que tienen, saben o pueden hacer.
Todos se consideran y se tratan como amigos y hermanos. Todos comparten
espontáneamente lo que son, piensan, sienten y viven.

2.2 Comunión eclesial


La comunidad madura en la fe es aquella que se siente afectiva y efectivamente
integrada a la comunidad parroquial o diocesana y vive en comunión y diálogo
permanente con los que presiden el servicio pastoral de esas comunidades
cristianas (Obispo, Presbíteros, Religiosos, Diáconos...). Por tanto, no son
eclesiales ni son maduros aquellos grupos autosuficientes, cerrados, con espíritu
de secta o “ghetto”, que viven aislados, desinteresados y sin comunicación
alguna con su comunidad eclesial inmediata (parroquia) o referencial (Iglesia
diocesana, Iglesia Universal) (cf. DGC 263; EN 58; DP 155, 641; RM 51; DSD 61).

2.3 Corresponsabilidad ministerial


La comunidad eclesial madura está convencida de que el Espíritu Santo los
enriquece con una variedad de ministerios y dones que redundan en beneficio de
todos. Por eso, en su interior se promueven y organizan los diferentes
ministerios, carismas y servicios, a través de los cuales sus miembros participan,
de forma consciente y responsable, en todas las áreas de la praxis pastoral
(Palabra, celebración, compromiso liberador y dirección para la comunión) y con-
tribuyen, de esta manera, a la edificación de la comunidad cristiana y al servicio
liberador y transformador de la sociedad. En una comunidad madura en la fe, los
ministerios se realizan en armonía y colaboración con el ministerio ordenado, el
cual es valorado debidamente por sus tareas de animación, coordinación y guía
autorizada de la comunidad.

2.4 Compromiso evangelizador-misionero


La comunidad eclesial madura es aquella que ha
sido evangelizada y se convierte en evangelizadora.
Sus integrantes llegan a una “convicción misionera”
ya un fuerte compromiso de compartir y difundir la
Buena Noticia que ha llegado a sus vidas, de
anunciar el Evangelio a los que no creen o a los que
están alejados de su fe, de anunciar a Jesucristo en
todos los ámbitos antropológicos y culturales
(familia, escuela, trabajo, recreación, el área de la
comunicación, de la economía, de la política, de las relaciones internacionales, de
la investigación científica...) (cf. DGC 211; E Am 70-72)

2.5 Praxis liberadora en la sociedad


Por último, la comunidad eclesial madura es aquella que, desde la fe cristiana,
tiene una presencia activa, crítica, liberadora y transformadora en el mundo. Ha
descubierto en la praxis liberadora de Jesús su misión de anunciar y hacer
presente el reinado de Dios en la sociedad; es sensible y solidaria con los
problemas de la humanidad, especialmente con las necesidades de los
marginados y de los excluidos de la mesa de la vida; tiene una conciencia crítica
ante las situaciones y problemas sociales; denuncia proféticamente lo que se
opone al Evangelio; y, en fin; orienta a sus miembros al compromiso social en los
diferentes campos y ambientes de la sociedad. Una comunidad realmente
madura en la fe es aquella que tiene conciencia de su vocación histórica y se
convierte en signo de la presencia liberadora de Dios en la historia.

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
 Saque los rasgos fundamentales de una comunidad
cristiana madura y compárelos con los rasgos
cristianos que encuentra en su comunidad.

II. LA TAREAS FUNDAMENTALES DE LA CATEQUESIS


La finalidad de la Catequesis, que hemos visualizado en las páginas anteriores, se
logra por medio de tareas diversas y, a la vez complementarias. Las tareas son
los objetivos específicos a través de los cuales se alcanza o consigue el fin último
de la acción catequizadora.

Los documentos oficiales del Magisterio de la Iglesia coinciden en algunas de


esas tareas básicas de la acción catequística. Veamos, a continuación, las
formulaciones que nos presentan al respecto.

 El Vaticano II describe cuatro tareas:

La instrucción catequética,

- Que ilumina y robustece la fe,


- Nutre la vida con el espíritu de Cristo,
- Conduce a una consciente y activa participación del misterio litúrgico
- Y mueve a la acción apostólica (GE 4).

 El Código de Derecho Canónico menciona también cuatro tareas para la


formación catecumenal:

Por la enseñanza y el aprendizaje de la vida cristiana, los


catecúmenos han de ser convenientemente iniciados en el
misterio de la salvación, e introducidos a la vida de la Fe, de
la liturgia y de la caridad del pueblo de Dios, y del
apostolado (CIC 788,2).

 El Directorio Catequético General (1 971) presenta un decálogo de “tareas


específicas del ministerio de la Catequesis”:
- Profundizar en el conocimiento vivo de Dios y de su proyecto salvífico (cf.
n.21);
- disponer la acogida de la acción del Espíritu Santo y la con- versión
profunda (cf. n.22);
- facilitar la comunión con Dios y los hermanos a través del compromiso
activo y la caridad (cf.23);
- iniciar a la lectura de ios libros sagrados y al conocimiento de la tradición
(cf. n.24);
- promover la participación consciente y activa en la liturgia y educar a la
oración individual y a la meditación de la Palabra (cf. n.25);
- iniciar a la interpretación cristiana de los acontecimientos humanos,
especialmente de los signos de los tiempos La finalidad (cf. n.26); ylas
- colaborar en el diálogo ecuménico, favoreciendo el conocimiento de las
otras confesiones (cf. n.27);
- ayudar a la comunidad a difundir el Evangelio y a dialogar con los no
cristianos (cf. n. 28);
- proyectar a las personas hacia la esperanza escatológica junto con el
compromiso de construir una sociedad mejor (cf. n.29);
- favorecer el desarrollo de la vida de fe a lo largo de toda la existencia
humana (cf. n.30).
 El Documento “La Catequesis en la comunidad”, de la Comisión Episcopal de
Enseñanza y Catequesis de España, señala las siguientes tareas o
dimensiones:
- Iniciación en el conocimiento del misterio de Cristo,
- iniciación en la vida evangélica,
- iniciación en la oración y en la liturgia,
- e iniciación en el compromiso (cf. nn. 85-92).
 Por último, el Directorio General para la Catequesis (1997) menciona seis
tareas:

Propiciar el conocimiento de la fe,

- la educación litúrgica,
- la formación moral,
- enseñara orar,
- la educación para la vida comunitaria,
- y la iniciación a la misión (cf. nn. 85-86)

Algunos catequetas han presentado unas formulaciones sistemáticas sobre este


tema:

Entre ellos, Vicente Pedrosa, catequeta español, menciona las siguientes metas
de la acción catequística:

- La promoción del hombre en su plenitud como persona: identidad


humana.
- La creación de un nuevo tipo de persona cristiana: identidad cristiana.
- La construcción de un modelo de Iglesia para nuestro tiempo: identidad
eclesial

La construcción de una Iglesia capaz de ofrecerse a la sociedad de hoy como un


“experimento vivo de verdadera humanidad”: identidad eclesial “sacramental-
liberadora” (cf. V. Pedrosa, la Catequesis hoy, Madrid, PPc, 1983, pp 89-103).

 E. Alberich, por su parre, nos presenta un esquema enriquecedor. Para este


autor, las tareas básicas del ministerio de la Catequesis son las siguientes:
- Favorecer y suscitar a conversión,
- suscitar y hacer madurar las actitudes propias de la vida cristiana de fe,
- llevar al conocimiento pleno del mensaje cristiano
- e iniciar en el compromiso cristiano:
 iniciar en la diaconía eclesial,
 iniciar en la koinonía eclesial,
 iniciar en la escucha y anuncio de la Palabra,
 iniciar en la liturgia eclesial, educar para la opción vocacional y
ministerial (cf. E. Alberich, la Catequesis en la Iglesia, op. cit. Pp.109-1 17).

En sintonía con la finalidad de la Catequesis que hemos descrito, es decir, con el


perfil de la persona madura en la fe y con los rasgos esenciales de la comunidad
cristiana madura, nosotros consideramos que las tareas fundamentales del
ministerio catequético son:

- promover a la persona en su plenitud humana (dimensión humana),


- iniciaren el conocimiento orgánico y significativo del mensaje evangélico
(dimensión cognoscitiva de la fe),
- educar a la celebración de la fe y a la oración (dimensión litúrgica-
oracional de la fe),
- educar a los valores, actitudes y comportamientos evangélicos (dimensión
moral de la fe),
- educar a la vida comunitaria y a la corresponsabilidad eclesial (dimensión
comunitaria-eclesial d la fe),
- y educar al compromiso social liberador (dimensión social- liberadora de la
fe).

Esta propuesta de formulación toma en cuenta dos aspectos importantes: al


catequizando como persona (primera tarea) y la totalidad de las dimensiones de
la fe (las otras cinco tareas). La Catequesis, de esta manera, tiene el cometido de
ayudar a los catequizandos a crecer como personas y como creyentes, en todos
los aspectos y dimensiones de la existencia humana.

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
Según lo estudiado hasta el momento de fina:

• Qué quiere decir finalidad.


• Cuál es la finalidad de la Catequesis.
• Qué quiere decir la expresión: “Tareas de la Catequesis”.
• Cuáles cree usted que son las tareas de la Catequesis (ojalá no mire el
contexto del texto para esta respuesta).

A continuación explicaremos brevemente el sentido y el alcance de cada una de


estas tareas de la Catequesis.

1. Promover a la persona en su plenitud humana


Hemos afirmado en las páginas anteriores que la persona madura es aquella que
tiene una personalidad equilibrada y armónica y que uno de los rasgos de la
comunidad madura es la “calidad humana”. Consecuentemente, la Catequesis
tiene la tarea de promover en cada catequizando su crecimiento humano integral
hasta llegar a la plenitud de su dimensión humana.

A través de este cometido, la acción evangelizadora ayuda a cada hombre y a


cada mujer a valorar su dignidad humana, a tomar conciencia de sus capacidades
y habilidades, a despertar y desarrollar sus valores más humanos, y a situarse de
una manera positiva, crítica y responsable ante sí mismo, ante los demás, ante la
realidad socio-cultural y ante Dios. La Catequesis, en definitiva, ayuda a “crecer
en humanidad”, es decir, a “ser más persona”.

Orientaciones sobre esta tarea

• Una formación humana integral y armónica. La acción catequizadora está


llamada a ofrecer a los catequizandos una formación humana integral: que
abarque todas las facultades de la persona (corporeidad, inteligencia, afectividad,
voluntad y operatividad); que contemple todas las relaciones en las que el ser
humano está necesariamente colocado (relaciones consigo mismo, con el mundo
físico o naturaleza, con los demás y con Dios); que incluya todas las dimensiones
de la formación humana (dimensión psicológica, socio-comunitaria y
trascendente); y que integre los elementos esenciales de la personalidad humana
(la aceptación de sí mismo, la autonomía personal, el control de la vida emotiva,
la fuerza de voluntad, la integración de la sexualidad en la dinámica del amor, la
relación positiva con los demás, la eficiente percepción de la realidad, la
capacidad de proponerse metas, la vivencia de valores y la capacidad de amar y
de servir). Esta formación humana integral exige el desarrollo armónico y
equilibrado de todas las facultades del ser humano y de todos los elementos que
configuran su personalidad.

• Formar en los valores humanos. La persona madura vive de valores. Por


eso, la Catequesis tiene la tarea de educar en los valores humanos. Este
cometido implica lo siguiente: una concientización sobre la importancia de los
valores en la vida humana; una motivación personal que lleve a un
convencimiento fundado; la interiorización y asimilación profunda de ellos; y por
último, la realización y puesta en práctica de los valores humanos en la vida
ordinaria. En nuestros días es muy importante la educación de algunos valores
humanos. Entre otros, señalaremos los siguientes: la responsabilidad, la
laboriosidad, la honradez, la sinceridad, la generosidad, el servicio, la sociabilidad
y la alegría.

• La formación humana, una tarea permanente. La madurez humana no se


logra completamente y de una manera perfecta en ningún momento de la
existencia humana. Por eso, hay que tener siempre en cuenta que la formación
humana es, en sí misma, una realidad dinámica, un estar llegando sin nunca
arribar, algo siempre por hacer, un camino por recorrer, una construcción
permanente, y por consiguiente, una tarea de toda la vida.

2. Conocer el mensaje cristiano


En el ámbito de la fe cristiana, la Catequesis tiene la tarea de ayudar a las
personas a conocer y profundizar el mensaje evangélico. El Directorio General
para la Catequesis expresa este cometido catequético con las siguientes
palabras:

La Catequesis debe conducir...a la “comprensión paulatina de


toda la verdad del designio divino”, introduciendo a los
discípulos de Jesucristo en el conocimiento de la Tradición y
de la Escritura (n. 85).

A través de esta tarea, la Catequesis ayuda a los catequizandos a conocerlas


verdades nucleares del mensaje evangélico; a formular una síntesis de la fe; a
crear un marco doctrinal coherente, al cual puedan ellos referir su existencia
humana; y, lo más importante, a dar razones de su fe y esperanza.

Orientaciones sobre esta tarea


• Una síntesis elemental de la fe cristiana. La Catequesis, en la realización
de esta tarea, ofrece a los catequizandos los contenidos básicos de la fe. Se
trata, por consiguiente, de un conocimiento sintético más que analítico o
extensivo (cf. DGC 67)

• Un conocimiento orgánico y significativo. Orgánico porque ofrece una


síntesis coherente del mensaje evangélico (cf. DGC 114-115), articulando en torno al
núcleo central de la fe, que es Jesucristo. Significativo porque dicho mensaje
ilumina, orienta y da sentido a la vida de las personas (cf. DGC 116-117).

• El contenido del mensaje evangélico se inspira en el Escritura y en la


Tradición. La fuente de donde la Catequesis toma su mensaje es la Palabra de
Dios, transmitida mediante la Tradición y la Escritura (cf. DGC 94; CT 27). Por tanto,
la acción evangelizadora tiene la tarea de iniciar en el conocimiento y la lectura
eclesial de la Sagrada Escritura; para ello ha de iniciar en el conocimiento de las
grandes etapas de la Historia de la Salvación (el Antiguo Testamento, la vida de
Jesucristo y la historia de la Iglesia (cf. DGC 108) y ha de capacitar para la lectura,
interpretación y actualización de las páginas fundamentales de la Biblia. La
Catequesis también ha de iniciar p el conocimiento de la Tradición viva de la
Iglesia: enseñanza de los Padres de la Iglesia, enseñanza del Magisterio oficial,
reflexiones de los teólogos, liturgia de la Iglesia, testimonio de los santos, etc. (cf.
DGC 95-96; CAL 40-4 1).

• Jesús es el centro de la vida y del mensaje cristiano. En el centro de la


enseñanza cristiana está la persona de Jesucristo y su obra salvadora. Cristo es el
centro de la historia de la salvación y de la humanidad entera. El es el eje central
del mensaje cristiano. En el comprendemos el misterio trinitario de Dios, así
como el misterio del hombre, del mundo y de la historia (cf. DGC 98-99; CAL 21).

• Conocer y profundizar el “Credo” o “Símbolo de la fe”. El “Credo es la


expresión viva de la fe de la Iglesia y, a la vez, las síntesis de la Escritura y de los
contenidos fundamentales del mensaje revelado. La Catequesis tienen el
cometido de explicar y dar razón de los acontecimientos y verdades esenciales
que se expresan en el Símbolo apostólico.

• El Catecismo de la Iglesia Católica, instrumento referencial para la


presentación del mensaje evangélico. Es una referencia doctrinal
indispensable para presentar una síntesis orgánica de los contenidos esenciales
de la fe cristiana. Esa es su finalidad y su naturaleza o carácter propio. El
Catecismo de la Iglesia Católica se convierte, por lo tanto, en un instrumento
valioso para el ministerio catequético por el servicio que ofrece: ayudar a que el
anuncio del Evangelio y la enseñanza de la fe se realicen con total autenticidad
(cf. DGC 125).

• Integrar la dimensión cognoscitiva de la fe en el proceso total de


maduración cristiana. Aunque a Catequesis no se reduce a una enseñanza
doctrinal, sin embargo no hay que subestimar la dimensión cognoscitiva de la fe,
la cual adquiere hoy vital importancia por los siguientes situaciones: la acentuada
ignorancia religiosa en la mayoría de los católicos; la confusión y dudas
provocadas por las sectas protestantes y los nuevos movimientos religiosos; la
ausencia tanto de un cuadro doctrinal referencial como de una síntesis de fe y de
una jerarquía de verdades en los fieles cristianos. Por otra parte, aunque sea
importante y no podamos prescindir de esta dimensión de la fe cristiana, hay que
subrayar también que “el conocimiento de la fe no es un objetivo en sí mismo,
sino que cobra sentido si está en función de una maduración de la actitud de la
fe” (E. Alberich, la Catequesis en la Iglesia, op. cit. P. 112). Por esa, es necesario saber
integrar esta dimensión noética “en el proceso educativo de la maduración de
actitudes de fe, con el fin de afianzar convicciones, reforzar motivaciones, y dar
respuestas o los interrogantes y problemas de la vida” (Ibid).

3. Educar a la celebración de la fe y a la oración


Juan Pablo II señala atinadamente que “la Catequesis se intelectualiza si no
cobra vida en la práctica sacramental” (CT 23). Por eso, en íntima conexión con
la formación doctrinal está la formación en la experiencia cristiana, a través de la
celebración y de la oración.

La fe es verdadera cuando se conoce, se expresa en la celebración y se


manifiesta en el testimonio de vida. De ahí que la Catequesis, además de iniciar
al conocimiento vivo y significativo del misterio de Cristo, tenga también la tarea
de ayudar a los catequizandos a celebrar y contemplar dicho misterio. El antiguo
Directorio Catequístico expresaba así este cometido catequético:

La Catequesis debe ayudar a una participación activa,


consciente y genuina en la liturgia de la Iglesia, Debe educar
a los fieles para la meditación de la Palabra de Dios y para
orar en privado (DGC 25).

A través de esta tarea, la Catequesis proporciona una compren- Sión y vivencia


más profunda de la liturgia y de los sacramentos, educa a una participación
plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas, y educa a una actitud
orante y contemplativa (cf. DGC 71,85)

Orientaciones sobre esta tarea

• Formación para la liturgia. La Catequesis, en primer lugar, está llamada a


ayudar a los catequizandos a comprender la naturaleza de la liturgia y su
importancia en la vida de la Iglesia (cf. SC 5-13). Para ello, ha de insistir en que la
liturgia no se identifico con el culto, las ceremonias y los pitos religiosos, ya que
es, sobre todo, la celebración y expresión de la acción salvadora de Jesucristo en
el “hoy” de la comunidad cristiana. La liturgia, por consiguiente, no es tanto el
culto que el hombre tributo a Dios, sino la manifestación y realización de lo
acción salvadora de Cristo en la Iglesia. Por otra parte, también se ha de
subrayar la importancia de la liturgia, recordando las pautas orientadoras del
Concilio Vaticano II, el cual afirma, por un lado, que “la sagrada liturgia no agoto
toda la actividad de la Iglesia (SC 9), y por el otro lado, que “es la cumbre a la
cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mona
toda su fuerza” (SC 1 0).

• Formación para la celebración litúrgica. En las celebraciones litúrgicas se


hace presente y se actualizo la acción salvadora de Jesús. La Catequesis tiene el
cometido de iniciar en el conocimiento, participación y vivencia de estas
celebraciones, especialmente en la celebración eucarística. Esta tarea, entre otras
cosas, incluye lo siguiente: comprender bien el sentido de las celebraciones (qué
se celebra, por qué y para qué se celebra, cómo se estructura la celebración y
qué realizan tales gestos simbólicos, etc.); capacitar para la participación plena,
consciente y activa; y educar en las actitudes básicas que exigen dichas
celebraciones (la capacidad de reunirse y celebrar juntos, la actitud de fiesta, la
escucha atenta de lo Palabra, el silencio meditativo, la alabanza y acción de
gracias, la sensibilidad a los símbolos y signos, la expresión gestual y corpórea...)

• Educar a la categoría del “tiempo litúrgico” y “tiempo sagrado”. La


Catequesis ha de ayudar a los catequizandos a comprender el sentido del
domingo (cf. CEC 1166— 1167) como día del Señor, día de descanso y solidaridad y
“día de los días”. También ha de ayudar a los fieles a comprender y vivir
intensamente el año litúrgico, que es la forma concreta como la Iglesia
profundizo y vive los misterios de Cristo en correr del tiempo, mediante
celebraciones periódicas repetidas con regularidad (CEC 1168-1171) Dentro del año
litúrgico se ha de enfatizar la Pascua como la “fiesta de las fiestas” del
cristianismo y la cúspide de la vida cristiana.
Conocer y profundizar los sacramentos de la vida cristiana. Entre los diversos
signos litúrgicos de la Iglesia sobresalen los sacramentos, que constituyen la
máxima expresión de la visibilidad de la gracia y actuación salvadora de
Jesucristo, y el punto culminante de la vida de la Iglesia. La Catequesis está
llamada a dar o conocer el significado de los sacramentos como acciones
eclesiales que celebran la acción de Dios en la historia (cf. DOC 108), como lugares
donde se realiza el encuentro con Cristo y como anticipaciones proféticas de la
utopía del Reino. De manera especial, la Catequesis ha de resaltar el sacramento
de la Eucaristía, por ser el centro de comunión con Dios y con los hermanos (cf. IA
35), la máxima realización de la Iglesia y el polo hacia el cual convergen los
demás sacramentos.

• Educar a la oración individual, comunitaria y litúrgica. “La oración


interiorizo y asimila la liturgia durante su celebración y después de la misma” (CEC
2655). Ella es, sin duda alguna, un momento insustituible en la vida de fe. Por
esa, la Catequesis tiene la tarea de desarrollar la dimensión contemplativa de la
experiencia cristiana. Este cometido implica lo siguiente: educar a la oración
individual, comunitaria y litúrgica; iniciar a las distintas formas de oración
(alabanza, acción de gracias, ofrendo, petición, intercesión y perdón) (cf. CEC
2626-2649); capacitar para las diversas expresiones de ella (oración vocal,
meditación y contemplación) (cf. CEC 2700-2724) privilegiar la oración comunitaria
basada en la Palabra de Dios (por ejemplo, la lectio divina) y la oración litúrgica
(la liturgia de las horas); capacitar para la oración diaria en y desde la vida...

• El Padrenuestro, “modelo de toda oración cristiana” (DGC 85) La


Catequesis ha de educar a orar con Jesús, es decir, con los mismos sentimientos
con que él se dirigía al Padre. Estos sentimientos quedan reflejados, de una
manera muy especial, en la “oración dominical” (“oración del Señor”), que es
considerada como el resumen del Evangelio, el corazón de las Sagradas
Escrituras, la oración por excelencia de la Iglesia y el modelo de toda oración
cristiana (cf. CEC 2761.2776; DGC 85 y 115).

4. Educar a los valores, actitudes y comportamientos evangélicos


La moral cristiana, como la liturgia, es una dimensión y expresión de la fe.

De ahí que la Catequesis tenga también como tarea fundamental el educar a los
catequizandos a un comportamiento humano responsable, inspirado en los
valores evangélicos.

Esta educación moral consiste básicamente en asumir el estilo de vida de Cristo.


Dicho con otras palabras: se trata de vivir “hoy y aquí” las actitudes evangélicas
que se desprenden de la práctica liberadora de Jesús, de sus opciones
fundamentales, de sus enseñanzas y ejemplo de vida. El Directorio General para
la Catequesis expresa esta tarea en los siguientes términos:

La Catequesis debe... inculcar en los discípulos las actitudes


propias del Maestro. Los discípulos emprenden, así un camino
de transformación interior en el que, participando del misterio
pascual del Señor, “pasan del hombre viejo al hombre nuevo
en Cristo” (n. 85) (cf. CT 28-29).

A través de esta tarea, la acción catequizadora ofrece unos principios del actuar
evangélico, proporciona un marco referencial moral, capacito para el
discernimiento ético, educa a la asimilación de valores y a la puesta en práctica
de las actitudes y comportamientos específicamente cristianos.

Orientaciones sobre esta tarea

• Conocer y vivir: conocimiento y vivencia moral. La iniciación en la vida


evangélica no es una formación intelectual orientada al simple conocimiento de
los valores evangélicos, ya que lo que realmente pretende es la encarnación y
vivencia profunda de esos valores en la vida ordinaria. Consecuentemente, la
educación moral consiste en conocer, asimilar, interiorizar y vivir los valores y las
exigencias que se desprenden del Evangelio.

• Jesucristo: fundamento, referencia y norma de la moral. Cristo es el


fundamento y centro de referencia de la vida moral. Él es quien revela la
voluntad del Padre, la vocación integral del hombre, el camino y las exigencias
que conducen a la “vida nueva”. Cristo es también la norma absoluta y definitiva
de lo humano y, por lo tanto, la norma concreto y plena de toda actividad moral.
Por todo ello, la Catequesis ha de acentuar fuertemente que toda vida y
exigencia moral se centro en Jesús y que la vida cristiana no consiste en el
cumplimiento formal de unas normas y leyes, ya que es, sobre todo, vocación al
seguimiento de Jesús, participación y comunión en “la vida de Cristo”.

• Ofrecer un marco moral como referencia permanente del obrar


humano. La acción catequística está llamada a presentar un marco teórico y
unos presupuestos básicos de la moral que sirvan a los fieles como puntos de
referencia para sus actitudes y comportamientos. Entre otros, este marco moral
implica los siguientes elementos: la persona y su dimensión ético (antropología
moral); la moral cristiana entendida como práctica de la fe, siguiendo a Cristo en
el servicio al Reino (cristología moral); la responsabilidad humana, expresada en
la opción fundamental, las actitudes y los actos; los valores y las normas
(aspecto objetivo de la moralidad); la conciencia moral (cf. CEC 1776-1802) y el
discernimiento ético (aspecto subjetivo de la moralidad); el pecado, la conversión
y la reconciliación (cf. CEC 1846-1876).

• Una moral inspirada en las bienaventuranzas y en el amor. El “Sermón


de la Montaña” representa la enseñanza ético más importante de Jesús y es, por
consiguiente, “una referencio indispensable en esto formación moral” (DGC 85)
que ofrece la Catequesis. En el centro del “Sermón del Monte” están las
bienaventuranzas, que expresan los valores más genuinamente cristianos y
constituyen el criterio decisivo desde el cual el catequizando debe realizar sus
opciones y decisiones. En el mismo “Sermón del Señor” se presenta el amor al
prójimo como compendio de todo la ley (cf. Mt. 7,12), síntesis de la vida
evangélica, contenido nuclear de la ético moral, “carta magna de la vida
cristiana” (DGC 115) y exigencia moral máxima (cf. Mc. 12,28-31). De ahíla fuerte
convicción de que la moral cristiana se resume en la práctica del amor. Las
bienaventuranzas y el mandamiento del amor son, pues, la planificación del
contenido y del espíritu del Decálogo (cf. DGC 85 y 115). Por eso, la Catequesis ha
de presentar el mensaje moral inspirado y centrado en ellos.

• Una moral social-liberadora. El Directorio General para la Catequesis señala


que el “testimonio moral, al que prepara la Catequesis, ha de saber mostrar las
consecuencias sociales de las exigencias evangélicas” (n. 85). La educación moral
no se queda en un nivel personal; incluye también la dimensión social-liberadora.
Por eso, la Catequesis también está llamada a educaren el conocimiento de los
principios éticos de la Doctrina Social de la Iglesia y en el discernimiento moral
sobre los problemas relacionados con la vida humana, la economía, la política, la
educación, la actividad científico-técnica, la expresión artística, los medios de
comunicación social, la ecología, la paz, etc. De manera especial, la acción
catequizadora ha de educar a los catequizandos en aquellas actitudes éticos que
son necesarias para realizar el compromiso social: la búsqueda del bien común,
la justicia, la opción preferencial por los pobres y la solidaridad (cf. CEC 1877-1948).

5. Educar a la vida comunitaria y a la corresponsabilidad eclesial


La fe se profeso, se celebra, se expresa y se vive en comunidad. Por eso, otra de
las tareas fundamentales del ministerio catequético es la educación para la vida
comunitaria, la corresponsabilidad y el compromiso eclesial. A través de este
cometido, la acción catequizadora ayudará a las personas a crecer en identidad,
vivencia, compromiso y espíritu eclesial.

Orientaciones sobre esta tarea


• Educar el sentido de pertenencia eclesial. Participamos de dos hechos:
por una parte, la psicología social afirma que el “sentido de pertenencia” es un
elemento psicológico importante en cualquier grupo humano, de tal manera que
quien no tiene “conciencia de compromiso”, no tiene tampoco “conciencio de
pertenencia”. Por otra parte, en la Iglesia se constato claramente que la mayoría
de los fieles tienen un débil o nulo “sentido de pertenencia”. De ahí el
compromiso de la acción catequística de ayudar a los católicos a que tomen
conciencia de que ellos forman parte de la asamblea de creyentes en Jesucristo
y, por lo tanto, son miembros vivos de la comunidad eclesial y sujetos de
derechos y deberes.

• Educar el sentido de comunidad y de participación en la vida eclesial.


A través de la vida grupal (en el grupo de catequizandos) y de la misma vida
parroquial, la Catequesis está llamada a educar el sentido y espíritu comunitario.
Entre otras cosas, esto implica; tomar conciencia de la importancia de crecer y
madurar la fe comunitariamente del grupo (movimiento o comunidad) y en la
parroquia adquirir las actitudes que fomentan la vida comunitaria (el espíritu de
fraternidad, la capacidad de comunión y diálogo, la corrección fraterna, la oración
en común, el perdón mutuo) (cf. DGC 86) y participar frecuentemente en los
momentos y actividades que configuran la vida pastoral de la comunidad
parroquial (celebraciones litúrgicas, actividades evangelizadoras, iniciativas
formativas, culturales, recreativas, etc.).

Educar el sentido de comunión eclesial. La Iglesia es un signo e instrumento de


comunión. Para resaltar este carácter de comunión, la acción catequizadora está
llamada a suscitar y fortalecer: la adhesión filial y el afecto cordial a la Iglesia; la
comunión firme y convencida con los pastores de la comunidad eclesial (cf. CfL 30)
el aprecio a la tradición viva eclesial; la disponibilidad para acoger las enseñanzas
y orientaciones del Magisterio; el diálogo, la comunicación y la ayuda entre las
distintas comunidades eclesiales...

• Educar el sentido de corresponsabilidad eclesial. La psicología social


aporta otro dato interesante: para alcanzar plenamente el sentido de pertenencia
a un grupo o institución, es necesaria la percepción de desempeñar un rol (tarea
o función) al interno de ella. En esta perspectiva, la Catequesis ha de ayudar a
los catequizandos a descubrir que ellos son miembros activos de la Iglesia y que
tienen en ella un lugar reconocido y una tarea original, insustituible e
indelegable” (cf, CfL 28). Para ello, es necesario: que tomen conciencia de que por
su bautismo y confirmación están llamados a ser testigos del Evangelio (cf. CfL 23)
que conozcan los proyectos, planes y programas pastorales de la Iglesia y se
interesen por ellos; que de acuerdo a sus talentos y carismas, asuman, con un
gran sentido de corresponsabilidad, determinados ministerios y servicios
pastorales en orden a construir una comunidad cristiana más alegre, dinámica y
comprometida en el servicio del Reino.

• Educar para la opción vocacional y ministerial. Unido al tema anterior, la


acción catequizadora ha de ayudar a las personas a descubrir y vivir su vocación
y misión concreta en la Iglesia y en el mundo. La Catequesis, de esta manera,
“adquiere el valor de auténtica orientación vocacional para el descubrimiento y
maduración de los distintos carismas y ministerios al servicio de la comunidad” (E.
Albench, La Catequesis en la Iglesia, op. cit. P. 115).

• Educar el compromiso misionero. La Iglesia es por esencia misionera. La


acción catequística, por tanto, tiene la tarea de ofrecer a las personas una
formación misionera de carácter básico, orientada a suscitar el “sentido
misionero” y el “sentido de corresponsabilidad” en la actividad misionera de la
Iglesia. Entre otras cosas, este cometido implica lo siguiente:

 Tomar conciencia del carácter misionero de la Iglesia (cf. AG 2)

 Ser conscientes de la necesidad y urgencia de la “misión ad gentes” en sus


distintos ámbitos (cf. RM 37-38; DGC 190-192 y 211): territorial (regiones, países y
grupos humanos sin evangelizar), fenómenos sociales nuevos (globalización,
pluralismo, revolución informática...), ámbitos antropológicos y áreas
culturales (cultura urbana, migrantes, grupos marginados, el mundo de la
comunicación, la cultura y las culturas, la investigación científica...); tomar
conciencia de que “la actividad misionera es un compromiso básico de todo el
Pueblo de Dios” (RM 32 Cf. AG 36)

 Promover las distintas formas de cooperación y participación misionera (cf. RM


77-82) promover vocaciones misioneras; y formar “catequistas misioneros”.

Educar al diálogo ecuménico: formar la mentalidad y el comportamiento


ecuménico (cf. RM 77-82). Vivimos en un mundo caracterizado por el pluralismo
cultural y religioso, en el cual la Catequesis tienen la tarea de formar creyentes
seguros en su propia fe, que sean abiertos y respetuosos con las personas que
profesan otra religión. Por lo que respecta a la relación con las otras Iglesias y
Comunidades Cristianas, la acción catequizadora ha de proporcionar una
formación ecuménica que contemple los siguientes elementos (cf. CT 32-34; DGC
86,197-198):

 enseñanza clara y completa de la fe cristiana, respetando la jerarquía de


verdades y evitando tanto los reduccionismos como el fácil irenismo;
presentación correcta y leal de las otras Iglesias cristianas, favoreciendo un
conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de ellas; explicación clara
de lo que nos une y de lo que nos separa, acentuando más los elementos que
tenemos en común; explicación del movimiento ecuménico (origen histórico y
significado actual, fundamentos doctrinales de la actividad ecuménica,
exigencias fundamentales, diversas formas de unión y colaboración...);
capacitación para el diálogo ecuménico y adquisición de actitudes fraternales,
cordiales y respetuosas.

• Educar al diálogo interreligioso. En el contexto multirreligioso que vivimos,


la Catequesis está llamada a ofrecer una formación para la coexistencia y el
diálogo con los creyentes de otros religiones no cristianas. Este cometido implica
lo siguiente:

 Escuchar al Espíritu que sopla donde quiere y, consecuentemente, reconocer


la Providencia salvífica de Dios en todo individuo, pueblo, cultura y religión.

Conocer y valorar los componentes esenciales de las otras religiones (sus


creencias, tradiciones, ritos y expresiones); descubrir las “semillas de la Palabra”
y discernir “los elementos que entran en confrontación con el mensaje cristiano”
(DGC 200)

 favorecer las actitudes de comprensión, respeto y diálogo en orden a una


convivencia constructiva; promover la colaboración en la promoción de
valores y proyectos comunes para resolver los grandes desafíos de la
humanidad (paz, ecología, desarrollo, justicio social); llevar la fuerza
transformadora del Evangelio al corazón de las religiones, movidos por la
convicción de que la salvación viene de Cristo y que el diálogo no dispensa el
anuncio misionero; y, por último, profundizar la propia identidad de
bautizados y vivir la fe cristiana con fidelidad y coherencia. En relación a los
llamados nuevos movimientos religiosos (cf. DGC 201), la Catequesis tiene
también unas tareas específicas:
 Concienciar sobre la presencia y difusión de estos nuevos cultos o sectas;
ofrecer una información objetiva de ellos (su origen, sus rasgos
fundamentales, sus doctrinas y prácticas); ayudar a discernir sus valores y
contravalares; y, sobre todo, responder al desafío que presenta esta “nueva
religiosidad” con una renovada acción catequizadora.

6. Educar al compromiso social liberador


La fe cristiana tiene una dimensión y proyección social, ya que incide
directamente en las realidades temporales. En otras palabras, la fe tiene que ver
con el pan, la vivienda, el trabajo, la educación, los derechos humanos, la paz, la
justicia, la democracia, la ecología, etc. Por eso, otra tarea importante de la
Catequesis es, precisamente, la promoción y liberación integral de la persona
humana y la transformación, a la luz del Evangelio, de las realidades temporales,
sobre todo de las estructuras injustas de este cometido, la acción catequizadora
ayudará a las personas a formar cristianamente su conciencia social y a estar
capacitados para tener una presencia social y a estar capacitados para tener una
presencia evangélica (crítica, liberadora y transformadora) en la vida pública. De
esta manera, la formación social que ofrece la Catequesis ha de llevar a la
promoción humana y a la transformación de la sociedad en sus distintas áreas y
campos (familiar, social, cultural, económico y político).

Este compromiso social-liberador es un compromiso netamente “cristiano”. Se


funda en la vida y las palabras de Jesucristo que vino a traer la Buena Nueva a
los pobres y a liberar a los oprimidos (cf. Lc 4,18). Es, por lo tanto, un compromiso
de vivir como hermanos, de promover integralmente a las personas y a las
comunidades, de servir a los más necesitados, de luchar por la justicia y la paz,
de denunciar proféticamente y transformar evangélicamente las estructuras y
situaciones sociales deshumanizantes, de fomentar una actitud crítica que
estimule la búsqueda del bien común, de ser responsables y solidarios en la
construcción de una sociedad que sintonice con los valores del Evangelio y, en
definitiva, de trabajar por los demás y por la sociedad para que surja aquí y
ahora el Reino de Dios.

Orientaciones sobre esta tarea

• Conocimiento crítico de la realidad. La Catequesis ha de ayudar a las


personas a conocer y analizar críticamente la realidad social en que viven, con
sus condicionamientos económicos, culturales y políticos. Se trata de descubrir
qué es lo que realmente está sucediendo a nuestro alrededor y por qué está
sucediendo, es decir, cuáles son las causas, consecuencias y tendencias. Este
conocimiento serio y objetivo conlleva a una actitud de sensibilización a la
realidad social, una exigencia de identificación con las situaciones que se van
descubriendo y una interpelación y cuestionamiento a nivel personal, grupal y
social. Para este trabajo de acercamiento crítico a la realidad es indispensable la
ayuda de las ciencias sociales.

• La Lectura creyente de la realidad. Conocer la realidad es importante, pero


no hay que quedarnos ahí. Por eso, la acción catequística tiene también el
cometido de ayudar a los fieles a leer, juzgar e interpretar los acontecimientos y
situaciones sociales con los ojos de la fe. El Directorio General para la Catequesis
se refiere asía esta tarea: “Es importante, por eso, quela Catequesis sepa iniciar
a los catecúmenos y a los catequizandos en una lectura teológica de los
problemas modernos” (n. 16). Se trata, en última instancia, de formar “creyentes
intérpretes” o “creyentes hermeneutas” que sepan leer la realidad desde el
Evangelio y que logren hacer la síntesis fe-vida (fe-cultura). Hay que tener en
cuenta quela lectura cristiana de la realidad: es una experiencia contemplativa
que ayuda a los creyentes a descubrir en la vida y en la historia la presencia
activa de Dios y su designio salvífico; es una lectura crítica de la realidad que
cuestiona y juzga las diversas situaciones sociales, señalando lo que tienen de
evangélico (presencia de los valores del Reino) y de antievangélico (los intereses
del anti-reino); y, por último, es también una práctica profética anunciar los
aspectos deshumanizantes del orden social.

• Descubrimiento y lectura de los “signos de los tiempos” (cf. CAL 23,93) En


relación con la lectura creyente de la realidad, la Catequesis tiene una tarea
importante y específica: capacitar a las personas para que sepan descubrir los
“signos de los tiempos”, examinarlos a fondo e interpretarlos adecuadamente a la
luz del Evangelio. Este cometido implica tres pasos: descubrir aquellos
acontecimientos y hechos significativos que caracterizan nuestra época; discernir
evangélicamente estos acontecimientos , descubriendo en ellos la presencia viva
de Dios y su designio de salvación liberadora; y por último, dejarse interpelar por
ellos y buscar las acciones pertinentes y adecuadas para actuar pastoralmente.

La lectura de los “signos de los tiempos” nos ayuda a mirar permanentemente la


realidad, a valorar positivamente la historia como lugar de esperanza y a
interrelacionar armónicamente Evangelio con las aspiraciones humanas.

• Conocimiento, difusión y aplicación de la Doctrina social de la Iglesia


(DSI) (cf. CEC 2419-2425; CAL 80-81; DGC 17, 30, 71, 133, 175, 285). Es el conjunto de
reflexiones doctrinales que hace la Iglesia sobre las realidades sociales,
valorándolas a la luz del Evangelio y proponiendo principios, criterios de juicio y
orientaciones para la acción (cf. E. Alburquerque, Doctrina social de la Iglesia y Catequesis
en “Teología y Catequesis” 67, 1998, p. 95). Entendida como la aplicación del mensaje
evangélico a las realidades sociales, tienen hoy una importancia fundamental por
el servicio que ofrece a la evangelización, al diálogo con el mundo, a la relación
fe-cultura, y a la interpretación cristiana de la realidad (cf. DGC 71). Por eso, la
acción catequizadora tiene la tarea de darla a conocer, de transmitirla, de
difundirla y de aplicarla en todos los ámbitos de la vida social.
• Participación activa a través de opciones motivadas por la fe y de
acciones liberadoras y transformadoras. La enseñanza y difusión de la
Doctrina Social de la Iglesia no se ha de quedar solamente en el nivel de doctrina
y de principios; se ha de llegar a la vida, a la praxis, al testimonio, a las acciones.
Por eso, el ministerio catequético está llamado a suscitar, tanto en los fieles
como en las comunidades, opciones y compromisos concretos que humanicen a
las personas, que eliminen lo que es negación o anulación de la vida y de la
dignidad humana y sobre todo, que promuevan, inspirados en los valores del
Evangelio, el cambio social. Para ello es importante aplicar una verdadera
“pedagogía del compromiso” que vaya comprometiendo a los catequizandos de
una manera gradual y progresiva hasta llegara verdaderos compromisos estables
que brotan de la fe. Esta gradualidad exige pasar de acciones meramente
asistenciales a acciones promocionales y liberadoras. También es importante, en
esta iniciación al “compromiso solidario”, el detectar aquellos campos de acción
que necesitan una presencia cristiana transformadora y aquellos espacios sociales
en los cuales se pueda vivirla concientización, la fraternidad y la solidaridad
(voluntariado social, educación liberadora, trabajo en barrios marginados,
colaboración con instituciones que ayudan a personas en situaciones difíciles
como la droga, el sida, etc.).

• Educación de actitudes sociales. Las actitudes son las que generan y


orientan las opciones y las acciones. De ahí que la Catequesis se empeñe en
suscitar aquellas actitudes que son fundamentales para el compromiso social.
Entre otras, señalamos las siguientes: el sentido crítico ante la realidad social que
posibilita el análisis, el discernimiento y la acción liberadora; el sentido de
realismo que orienta las opciones concretas; el respeto por la dignidad y el valor
de la persona; la búsqueda del bien común; el compromiso por la justicia y la
solidaridad; el amor preferencial por los pobres.

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
• Haga un esquema o cuadro que contenga todas las tareas
de la Catequesis y explíquelas.

• Mire cuál o cuáles de estas tareas pueden estar presentes


en una Catequesis para territorio misionero.

• Después de haber leído y reflexionado sobre el tema de la Catequesis, ¿a


qué conclusiones puede llegar?
III. COMENTARIOS CONCLUIVOS SOBRE LA FINALIDAD Y LA
TAREAS DE LA CATEQUESIS
Como conclusión de este segundo capítulo, brevemente ofrecemos algunas
consideraciones sobre la finalidad y las tareas fundamentales de la Catequesis:

• La finalidad última de la Catequesis no se logra de manera completa y definitiva


en ningún momento determinado de la vida. La plena madurez de la fe es, por
consiguiente, un cometido que estará presente a lo largo de toda la existencia
humana. De ahí se deduce que la Catequesis no tiene un carácter temporal sino
permanente.

• Unidad de la meta última en la multiplicidad de tareas. La finalidad de la acción


catequística es profundamente unitaria (la madurez de la fe) y se realiza por
medio de la interacción dinámica y orgánica de tareas diferentes y
complementarias.

• Cada una de las tareas contribuye a la realización del fin último de la


Catequesis’ (c., DGC 87). Las distintas tareas, desde su carácter propio y cada una
a su manera, colaboran a la madurez de la fe de las personas y de las
comunidades.

• Todas las tareas son necesarias (cf. Ibid). Para llegar a la madurez de la vida
cristiana es necesario educar las seis dimensiones que hemos señalado (la
humana y la totalidad de las dimensiones de la fe: la cognoscitiva, a litúrgica-
oracional, la moral, la comunitaria-eclesial y la social-liberadora). Si faltara alguna
de ellas, la educación en la fe estaría incompleta.

• Las tareas exigen aprendizajes y entrenamientos distintos. Por ser tareas


diferentes, cada una de ellas necesita conocimientos, experiencias distintas.

• Las tareas se implican mutuamente y se desarrollan con juntamente (cf. Ibid).


Por una parte, estas tareas fundamentales de la Catequesis no son aspectos
fragmentados de la fe cristiana no compartimentos estancos e incomunicados. Al
contrario: una tarea llama a la otra, potenciándose mutuamente. Por otra parte,
todas las tareas se integran armónicamente en el conjunto dinámico del
crecimiento de la fe. Es necesario, por lo tanto, que exista una “pedagogía
unitaria” que integre los distintos aspectos y dimensiones de la vida cristiana.
• Las diferentes tareas, cada una a su modo, han de lograr la interacción fe-vida.
Cada una de las tareas catequéticas se ha de relacionar con la experiencia
humana: Han de partir de la vida concreta de las personas y han de incidir
profundamente en la vida y en la historia humana.

• Todas las tareas han de estar presentes a lo largo de los procesos catequísticos
que siguen un itinerario de educación integral de la fe. Sin embargo, en las
diversas etapas del proceso educativo cristiano, no estarán todas las tareas al
mismo tiempo ni con la misma intensidad. La mayor o menor acentuación de una
determinada tarea depende de varios factores: las necesidades y aspiraciones
concretas de los catequizandos, el contexto socio-cultural en que se vive, la
situación real de fe del grupo, los objetivos a conseguir, los contenidos que se
han privilegiado, la etapa concreta que se está viviendo en el itinerario de fe, etc.

CAPÍTULO 3

EL CATEQUISTA
EN TERRITORIOS DE MISION
OBJETIVO: Identificar la importancia de la Catequesis y de los catequistas en
los territorios de misión.

I. EL CATEQUISTA, UN APÓSTOL SIEMPRE ACTUAL.

II. ELECCIÓN Y FORMACIÓN DEL CATEQUISTA.

III. LA RESPONSABILIDAD HACIA EL CATEQUISTA. CONCLUSIÓN.

EL CATEQUISTA EN TERRITORIOS DE MISIÓN

Después de haber reflexionado sobre el ser y quehacer de la Catequesis, ahora


veremos el modelo de catequista que se requiere para servir en los territorios de
misión, Para este fin nos hemos valido del Documento de Orientación Vocacional,
Formación y de Promoción del Catequista en los Territorios de Misión que
dependen de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, titulado
“Guía para los Catequistas” el cual fue elaborado con el fin de brindar una
especial atención a algunas de las categorías de personas que, en la actividad
misionera desempeñan un rol imprescindible. Fue elaborado por la Congregación
para la Evangelización de los Pueblos con ocasión de su Asamblea Plenaria del
mes de abril de 1992.

En el largo camino evangelizador que la Iglesia ha recorrido, los catequistas han


tenido siempre un papel de primera importancia. Aun hoy, corno justamente
afirma lo Encíclica Redemptoris Missio, ellos son también «insustituibles
evangelizadores». El mismo Santo Padre, ha confirmado nuevamente la
singularidad del papel del catequista afirmando: «Durante mis viajes apostólicos
he podido constatar personalmente que los catequistas ofrecen, sobre todo en
los territorios de misión, una singular e insustituible contribución a la propagación
de la fe y de lo Iglesia» (AG 17).

También lo Congregación para la Evangelización de los Pueblos ha percibido y


percibe directa y claramente la indiscutible actualidad de los catequistas laicos.
Pues ellos, bajo la guía de los sacerdotes, siguen anunciando con franqueza la
«Buena Nueva» a sus hermanos no cristianos, preparándolos luego a ingresaren
la comunidad eclesial con el bautismo.

Mediante la instrucción religiosa, la preparación a los sacramentos, la promoción


de la oración y de las obras de caridad, ayudan a los bautizados a crecer en el
fervor de la vida cristiana. Donde los sacerdotes son escasos, a ellos es
encomendada la guía pastoral de las pequeñas comunidades lejanas al centro. Y
también, sosteniendo duras pruebas y dolorosas privaciones, ellos son
frecuentemente llamados a testimoniar su propia fidelidad. La historia pasada y
reciente de la evangelización ratifica esta coherencia que, siendo tal, no
raramente los ha conducido a donar hasta la propia vida. ¡Verdaderamente los
catequistas son un honor de la Iglesia misionera!

Hoy más que nunca, éste es un Ministerio necesario. Los catequistas —bajo la
guía de los Pastores— constituyen una fuerza de primer orden para la
evangelización.

El Santo Padre Juan Pablo II, subraya la actualidad y la importancia de la obra de


los catequistas, como «fundamental servicio evangélico». (cf. Asamblea Plenaria de la
Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos (14-16 abril 1970))

Los catequistas, desde los primeros siglos del Cristianismo y en todas las épocas
de renovado impulso misionero, han dado siempre, y siguen prestando todavía,
«una ayuda singular y enteramente necesaria para la expansión de la fe y de la
Iglesia» (cf. RM 73), ese objetivo llega a ser también prometedor e irrenunciable.
I. EL CATEQUISTA, UN APOSTOL SIEMPRE ACTUAL

1. El Catequista para una Iglesia Misionera


• Vocación e identidad. En la Iglesia, el Espíritu Santo llama por su nombre a
cada bautizado a dar su aportación al advenimiento del Reino de Dios. En el
estado laical se dan varias vocaciones, es decir, distintos caminos espirituales y
apostólicos en los que están involucrados cada uno de los fieles y los grupos. En
el cauce de una vocación laical común florecen vocaciones laicales particulares
(cf. CfL. 56).

El cimiento de la personalidad del catequista, además de los sacramentos del


Bautismo y de la Confirmación, es, pues, un llamamiento específico del Espíritu,
es decir, un «carisma particular reconocido por la Iglesia» cf. Asamblea Plenaria
cit.,I,2) hecho explícito por el mandato del Obispo. Es importante que el candidato
a catequista capte el sentido sobrenatural y eclesial de ese llamamiento, para
que pueda responder con coherencia y decisión como el Verbo eterno: «He aquí
que vengo» (Hb 10,7), o como el profeta: «Heme aquí, envíame» (Is 6,8).

En la realidad misionera, la vocación del catequista es específica, es decir,


reservada a la Catequesis, y general, para colaborar en los servicios apostólicos
que sirven para la edificación de la Iglesia y para su crecimiento.

Por tanto, el catequista que trabaja en los territorios de misión tiene una
identidad propia que lo distingue del catequista que desempeña sus funciones en
las Iglesias de antigua fundación, como lo enseñan el mismo Magisterio y la
legislación de la Iglesia (cf. CIC ccc 773-780 con el c 785).

Sintetizando, el catequista en los territorios de misión está caracterizado por


cuatro elementos comunes y específicos: un llamamiento del Espíritu; una misión
eclesial; una cooperación al mandato apostólico del Obispo; una conexión
especial con la realización de la actividad misionera ad Gentes.

• Función. Estrechamente vinculada a la identidad del catequista está su


función, la cual se desarrolla en relación con la actividad misionera. Esa misión se
presenta amplia y diferenciada:

Al mismo tiempo que es anuncio explícito del mensaje


cristiano y conducción de los catecúmenos y de los
hermanos y hermanas a los sacramentos hasta la madurez
de fe en Cristo, es también presencia y testimonio;
comprende la promoción del hombre; se traduce en
inculturación, se hace diálogo.

Por eso el Magisterio, cuando trata del catequista en tierra de misión, manifiesta
una consideración privilegiada y hace una reflexión de amplio alcance. Así, la
Redemptoris Missio describe a los catequistas como «agentes especializados,
testigos directos, evangelizadores insustituibles, que representan la fuerza
fundamental de las comunidades cristianas, especialmente en las Iglesias
jóvenes» (RM 73). El mismo Código de Derecho Canónico trata aparte el asunto de
los catequistas comprometidos en la actividad misionera propiamente dicha y los
describe como «fieles laicos debidamente instruidos y que se destaquen por su
vida cristiana, los cuales, balo lo dirección de un misionero, se dediquen a
explicarla doctrina evangélica ya organizarlos actos litúrgicos y las obras de
caridad» (CIC c175).

Esta amplia descripción de la misión del catequista corresponde al concepto


esbozado en la Asamblea Plenaria de la CEF en el 1970:

«El catequista es un laico especialmente encargado por la


Iglesia, según las necesidades locales, para hacer conocer,
amar y seguir a Cristo por aquellos que todavía no lo
conocen y por los mismos fieles».

Es oportuno, sin embargo, precisar que así como a los otros fieles, también al
catequista se le pueden confiar, según las normas canónicas, algunos cometidos
conexos al sagrado ministerio, que no requieren el carácter de lo Ordenación. El
desempeño de tales funciones, en calidad de suplente, no hace del catequista un
pastor, en cuanto su legitimación deriva directamente de la delegación oficial
dada por los Pastores.

Conviene, sin embargo, tener presente esta aclaración: «El catequista no es un


mero suplente del sacerdote, sino que es, de derecho, un testigo de Cristo en la
comunidad a la que pertenece» (Asamblea Plenaria cit. I,4).

• Categorías y funciones. Los catequistas en los territorios de misión se


distinguen no solo de los catequistas que actúan en las Iglesias de antigua
tradición, sino que se presentan con característicos y modalidades de acción muy
diversificadas de una experiencia eclesial a otra, por lo que resulta difícil hacer
una descripción unitaria y sintética.

En el plan práctico, es útil tener presente que se puede hablar de dos categorías
de catequistas: los de tiempo pleno, que dedican toda su vida a este servicio,
y, en cuanto tales, son reconocidos oficialmente; y los de tiempo parcial, que
ofrecen una colaboración limitada, pero siempre preciosa. La proporción entre
estas dos categorías varía de zona a zona, aunque la línea de tendencia muestra
que los catequistas de tiempo parcial son mucho más numerosos.

A las dos categorías están confiadas bastantes tareas o funciones. Y


precisamente en este aspecto se dan las mayores y más numerosas
diversificaciones. Consideramos objetivo el siguiente prospecto global, y puede
ayudar a comprender la situación actual en las Iglesias de territorios de
misión:

 Los catequistas que tienen la función específica de la Catequesis, a los


que se confían en general estas actividades: la educación en la fe de jóvenes
y adultos; la preparación para recibir los sacramentos de la iniciación
cristiana, tanto de los candidatos, como de sus familias; la colaboración en
iniciativas de apoyo a la Catequesis como retiros, encuentros, etc. Estos
catequistas son más numerosos en las Iglesias donde la organización de los
servicios laicales está mejor desarrollada (RM 74).

 Los Catequistas que cooperan en las distintas formas de apostolado


con los ministros ordenados en cordial y estrecha obediencia. Sus tareas
son múltiples: desde el anuncio a los no cristianos y la Catequesis a los
catecúmenos y a los bautizados, hasta la animación de la oración comunitaria,
especialmente de la liturgia dominical cuando falta el sacerdote; desde la
asistencia espiritual a los enfermos hasta la celebración de funerales; desde la
formación de otros catequistas en los centros y la dirección de los catequistas
voluntarios, hasta el control de las iniciativas pastorales; desde la promoción
humana y de la justicia, hasta la ayuda a los pobres, las actividades
organizativas, etc. Estos catequistas prevalecen en las parroquias de vasto
territorio, y en comunidades de fieles distantes del centro; o también cuando
los párrocos, por falta de sacerdotes, escogen colaboradores laicos de tiempo
completo (cf. Juan Pablo II, Discurso Asamblea Plenaria cit., n. 2).

El dinamismo de las Iglesias jóvenes y su situación socio-cultural favorecen el


surgir y aun perdurar de otras distintas funciones apostólicas. Así, existen los
maestros de religión en las escuelas, encargados de enseñar la religión a los
estudiantes bautizados y la primera evangelización a los no cristianos. Estos
prevalecen donde la autoridad del Estado limito enseñanza religiosa en sus
escuelas, y son también importantes donde existe una estructura escolar de la
Iglesia o donde se trata de recuperar su presencia entre los estudiantes de las
escuelas del Estado.
Hay también Catequistas dominicales encargados de enseñar la religión en
escuelas organizadas por las parroquias y enlazadas con la liturgia festiva,
especialmente donde el Estado no permite tal enseñanza en las escuelas propias.
Y no hay que olvidar tampoco a cuantos operan en los barrios de grandes
ciudades, en nuevas zonas urbanas, entre militares, inmigrados, encarcelados
etc. Las diversas experiencias y sensibilidades eclesiales consideran estas
funciones como propias del Catequista, o como formas de servicio laical a la
Iglesia y a su misión. La Congregación para la Evangelización de los Pueblos
considera esta variedad de cometidos como expresión de la riqueza del Espíritu
operante en las Iglesias jóvenes. Y los recomienda a la atención de los Pastores.
Pero pide que se promuevan aquellos que responden mejor a las exigencias
actuales, poniendo especial atención a las perspectivas para el futuro.

Hay otro aspecto que no debemos desestimar. Los catequistas pertenecen a


diversas categorías de personas, y es por tanto claro que el impacto de su
actividad varía según el ambiente y las culturas en las que operan. Así, por
ejemplo, el hombre casado parece ser más indicado para desempeñarla tarea de
animador de la comunidad, especialmente donde la cultura lo considera todavía
como el jefe natural de la sociedad; a la mujer se la juzga, en general, más
idónea para la educación de los niños y para la promoción cristiana del ambiente
femenino; a los adultos se les considera más maduros y estables, sobre todo si
son casados, con la posibilidad, además, de testimoniar coherentemente el valor
cristiano del matrimonio; los jóvenes, en cambio, son los preferidos para los
contactos con los jóvenes y para iniciativas que exigen más disponibilidad y
tiempo libre.

En fin, es oportuno tener presente que, al lado de los catequistas laicos, opera en
la Catequesis un gran número de religiosos y religiosas. Aun sin considerarlos
Catequistas como tales, por el hecho de ser consagrados poseen una indudable
preparación espiritual y plena disponibilidad apostólica. De ahí que, en la
práctica, los religiosos y las religiosas ejercen las funciones propias de los
catequistas y sobre todo, en virtud de su estrecha colaboración con los
sacerdotes, tienen con frecuencia una parte activa a nivel de dirección. Por estas
razones, la Congregación para la Evangelización de los Pueblos encomienda al
compromiso de los religiosos y de las religiosas, como ya se verifica en muchas
partes, este importante sector de la vida eclesial, especialmente al nivel de la
formación, de la atención y del cuidado de los catequistas (cf. CT 65).

• Perspectivas de desarrollo en un futuro próximo. La tendencia general


es la de mantener y promover la figura del catequista como tal,
independientemente de las tareas que desempeña. El valor del catequista, y su
eficacia apostólica, son siempre decisivos para la misión de la Iglesia (cf. RM 73).

Presenta algunas pistas para promover e iluminar una reflexión en este sentido:

 Se ha de dar preferencia absoluta a la calidad. El problema común,


reconocido como tal parece ser la escasez de individuos con una preparación
adecuada. El objetivo inmediato y prioritario para todos ha de ser, por tanto,
la persona del catequista.

Esto tendrá consecuencias prácticas en los criterios de elección, en el proceso


de formación, en el cuidado y atención al catequista. Las palabras del Santo
Padre son muy claras: «Para un servicio evangélico tan fundamental se
necesitan numerosos operarios. Pero, sin descuidar el número, hay que
procurar con todo empeño sobretodo la calidad del catequista» (Juan Pablo II,
Discurso a la Asamblea Plenaria cit. 3; DCG 108).

 Teniendo en cuenta el nuevo impulso dado a la misión ad gentes (RM


31), el futuro del catequista en las Iglesias jóvenes se caracterizará,
ciertamente, por el celo misionero. El catequista, parlo tanto, se deberá
calificar cada vez más como apóstol laico de frontera. En el futuro deberá
seguir distinguiéndose, como en el pasado, por su eficacia insustituible en la
actividad misionera ad gentes.

 No basta establecer un objetivo; es preciso elegir los medios adecuados


para alcanzarlo. Eso vale también para la cualificación del catequista. Se trata
de establecer programas concretos, procurarse adecuadas estructuras y
medios económicos, y encontrar formadores preparados para garantizar al
catequista la mayor idoneidad posible. Desde luego, la importancia de los
medios y el grado de cualificación varían según las posibilidades reales de
cada Iglesia, pero todos deben lograr un objetivo mínimo, sin ceder ante las
dificultades.

 Reforzar los núcleos de responsables. Se prevé que en todas partes


serán necesarios al menos algunos catequistas profesionales, preparados en
centros específicos que, bajo la dirección de los Pastores y en puestos claves
de la organización catequística, deberán cuidar la preparación de las nuevas
fuerzas, introducirlas y guiarlos en el desempeño de sus funciones. Deberán
estar situados en los distintos planos: parroquial, diocesano y nacional, y han
de garantizar el buen funcionamiento de ese sector tan importante para la
vida de la Iglesia.
 Además de estas líneas de renovación se puede asegurar que para un futuro
próximo cobraran fuerza algunas categorías. Habrá que identificar
quiénes serán protagonistas del mañana.

En este contexto, será necesario impulsar especialmente a los catequistas que


tienen un marcado espíritu misionero, para que «se hagan ellos mismos
animadores misioneros de sus respectivas comunidades eclesiales y estén
dispuestos, si el Espíritu les llama interiormente y los Pastores les envían, a salir
de su propio territorio para anunciar el Evangelio, preparar los catecúmenos al
Bautismo y construir nuevas comunidades eclesiales» (Asamblea Plenaria cit., 4).

Se prevé, asimismo, un futuro cada vez mas importante para los Catequistas
dedicados directamente a la catequesis, porque las Iglesias jóvenes se
desarrollan, multiplicando los servicios apostólicos laicales distintos del catequista
(RM 74). Se requerirán por tanto, catequistas especializados. Entre éstos hay
que destacar los que trabajan por la renovación cristiana en las comunidades de
mayoría de bautizados, pero de escasa instrucción religiosa y vida de fe.

Están surgiendo otros tipos de catequistas, que hay que tener en cuenta porque
deberán responder a retos ya en parte actuales, como la urbanización, la
creciente escolaridad con particular referencia al ámbito universitario y, más en
general, a los jóvenes, y también las migraciones con el fenómeno de los
refugiados, el avance de la secularización, los cambios políticos, la cultura de
masa favorecida por los mass-media, etc.

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos señala el alcance de estas


perspectivas y la necesidad de no eludirlas, puesto que las opciones concretas, y
su actuación gradual corresponden a los Pastores locales. Las Conferencias
Episcopales y cada uno de los Obispos deberán elaborar un programa de
promoción del catequista para el futuro, teniendo en cuenta estas pistas
preferenciales que valen para todos, y dedicando especial atención a la
dimensión misionera, tanto en la formación como en la actividad del catequista.
Estos programas, que no deben ser genéricos sino circunstanciados, deberán
responder al contexto local, de manera que cada Iglesia tenga los catequistas
que necesita ahora, y forme y prepare a los catequistas que prevé que
responderán mejor a sus necesidades futuras.
ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
¿Cuál es la vocación, Identidad y función del Catequista en los territorios de
misión?

2. Líneas de Espiritualidad del catequista


• Necesidad y naturaleza de la espiritualidad del catequista. Es necesario
que el catequista tenga una profunda espiritualidad, es decir, que viva en el
Espíritu que le ayude a renovarse continuamente en su identidad específica.

La necesidad de una espiritualidad propia del catequista se deriva de su vocación


y misión. Por eso, la espiritualidad del catequista entraña, con nueva y especial
exigencia, una llamada a la santidad. La feliz expresión del Sumo Pontífice Juan
Pablo II: «el verdadero misionero es el santo» (RM 90) puede aplicarse
ciertamente al catequista. Como todo fiel, el catequista «está llamado a la
santidad ya la misión» (Ibíd.), es decir, a realizar su propia vocación «con el fervor
de los santos» (EN 80).

La espiritualidad del catequista está ligada estrechamente a su condición de


«cristiano» y de «laico», hecho partícipe, en su propia medida, del oficio
profético, sacerdotal y real de Cristo. Lo condición propia del laico es secular, con
el «deber específico, cada uno según su propia condición, de animar y
perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico, y dar así testimonio de
Cristo, especialmente en la realización de esas mismas cosas temporales y en el
ejercicio de las tareas seculares (CIC c 225).

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
COMPLETAR

• La necesidad de una espiritualidad propia del catequista


se deriva de su _____________________________ y
___________________________

• El Catequista está llamado a la _________________________________

y a la _____________________________________________
Cuando el catequista está casado, la vida matrimonial forma parte de su
espiritualidad. Como afirma justamente el Papa: «Los catequistas casados tienen
la obligación de testimoniar con coherencia el valor cristiano del matrimonio,
viviendo el sacramento en plena fidelidad y educando con responsabilidad a sus
hilos» (Asamblea Plenaria cit., 2). Esta espiritualidad correspondiente al matrimonio
puede tener un impacto favorable y característico en la misma actividad del
catequista, y este tratará de asociar a la esposa y a los hijos en su servicio, de
manera que toda la familia llegue a ser una célula de irradiación apostólica.

La espiritualidad del catequista está vinculada también a su vocación apostólica


y, por consiguiente, se expresa en algunas actitudes determinantes que son: la
apertura a la Palabra, es decir, a Dios, a la Iglesia y por consiguiente, al mundo;
la autenticidad de vida; el celo misionero y el espíritu mariano.

• Apertura a la Palabra. El ministerio del catequista está esencialmente unido


a la comunicación de la Palabra. La primera actitud espiritual del catequista está
relacionada, pues, con la Palabra contenida en la revelación, predicada por la
Iglesia, celebrada en la liturgia y vivida especialmente por los santos (CT 26-27). Y
es siempre un encuentro con Cristo, oculto en su Palabra, en la Eucaristía, en los
hermanos. Apertura a la Palabra significa, al fin de cuentas, apertura a Dios, a la
Iglesia yal mundo.

 Apertura a Dios Uno y Trino, que está presente en lo más íntimo de la


persona y da un sentido a toda su vida: convicciones, criterios, escala de
valores, decisiones relaciones, comportamientos, etc. El catequista debe
dejarse atraer a la esfera del Padre que comunica la Palabra; de Cristo, Verbo
Encarnado, que pronuncia todas y solo las Palabras que oye al Padre (cf. in
8,26; 12,49); del Espíritu Santo que ilumina la mente para hacer comprender
toda la Palabra y caldea el corazón para amarla y ponerla fielmente en
práctica (cf. Jn 16,12-14).

Se trata, pues, de una espiritualidad arraigada en la


Palabra viva, con dimensión Trinitaria, como la salvación y
la misión universal. Eso implica una actitud interior
coherente, que consiste en participar en el amor del
Padre, que quiere que todos los hombres lleguen a
conocer la verdad y se salven (cf. 1 Tim 2,4); para ello se
quiere vivir en comunión con Cristo, compartir sus mismos
sentimientos (cf. Flp 2,5), y vivir, como Pablo, la
experiencia de su continua presencia alentadora: «No tengas miedo (...)
porque yo estoy contigo» (Hch 18,9-1 0); en dejarse plasmar por el Espíritu y
transformarse en testigos valientes de Cristo y anunciadores luminosos de la
Palabra (RM 87).

 Apertura a la Iglesia, de la cual el catequista es miembro vivo que


contribuye a construirla y por la cual es enviado. A la Iglesia ha sido
encomendada la Palabra para que la conserve fielmente, profundice en ella
con la asistencia del Espíritu Santo y la proclame a todos los hombres (cf. CIC c
747).

Esta Iglesia, como Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo, exige del
catequista un sentido profundo de pertenencia y de responsabilidad por ser
miembro vivo y activo de ella; como sacramento universal de salvación, ella le
pide que se empeñe en vivir su misterio y gracia multiforme para
enriquecerse con ellos y llegar a ser signo visible en la comunidad de los
hermanos. El servicio del catequista no es nunca un acto individual o aislado,
sino siempre profundamente eclesial.

La apertura a la Iglesia se manifiesta en el amor filial a ella, en la


consagración a su servicio y en la capacidad de sufrir por su causa. Se
manifiesta especialmente en la adhesión y obediencia al Romano Pontífice,
centro de unidad y vínculo de comunión universal, y también al propio
Obispo, padre y guía de la Iglesia particular. El catequista debe participar
responsablemente en las vicisitudes terrenas de la Iglesia peregrino que, por
su misma naturaleza, es misionera (cf. AG 2; 6; 9) y debe compartir con ella,
también el anhelo del encuentro definitivo y beatificante con el Esposo
(Cristo).

El sentido eclesial, propio de lo espiritualidad del catequista se expresa, pues,


mediante un amor sincero a la Iglesia, a imitación de Cristo que «amó a lo
Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5,25). Se trata de un amor activo
y totalizante que llega a ser participación en su misión de salvación hasta dar,
si es necesario, la propia vida por ella (cf. RM 89).

 Apertura misionera al mundo, lugar donde se realiza el plan salvífico que


procede del «amor Fontal» o caridad eterna del Padre; donde históricamente
el Verbo puso su morada para habitar con los hombres y redimirlos (cf. Jn 1,
14), donde ha sido derramado el Espíritu para santificar a los hijos y
constituirlos como Iglesia, para llegar hasta el Padre a través de Cristo, en un
solo Espíritu (cf. Ef 2,1 8) (cf. AG 2).

El catequista tendrá, pues, un sentido de apertura y de atención a las


necesidades del mundo, al que se sabe enviado constantemente y que es su
campo de trabajo, aún sin pertenecer del todo a él (cf. Jn 17,14-21). Eso
significa que deberá permanecer insertado en el contexto de los hombres,
hermanos suyos, sin aislarse o echarse atrás por temor a las dificultades o por
amor a la tranquilidad; y conservará el sentido sobrenatural de la vida y la
confianza en la eficacia de la Palabra que, salida de la boca misma de Dios,
no retorna sin producir un efecto seguro de salvación (cf. Is 55,11).

El sentido de apertura al mundo caracteriza la espiritualidad del catequista en


virtud de la «caridad apostólica», la misma de Jesús, Buen Pastor, que vino
para «reunir en uno a los hilos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11 ,52). El
catequista ha de ser, pues, el hombre de la caridad que se acerca a los
hermanos para anunciarles que Dios lo ama y los salva, ¡unto con toda la
familia de los hombres (cf. RM 89).

• Coherencia y autenticidad de vida. La tarea del catequista compromete


toda su persona. Ha de aparecer evidente que el catequista, antes de anunciar la
Palabra, la hace suya y la vive (cf. CT 27). «El mundo (...) exige evangelizadores
que hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente,
como si estuvieran viendo al Invisible (EN 76; cf. CT57)».

Lo que el catequista propone no ha de ser una ciencia meramente humana, ni


tampoco la suma de sus opiniones personales, sino el contenido de la fe de la
Iglesia, única en todo el mundo, que él ya vive, que ha experimentado y de la
cual es testigo (cf. CT 60-61; RM 11).

De aquí surge la necesidad de coherencia y autenticidad de vida en el catequista.


Antes de hacer catequesis, debe ser catequista. ¡La verdad de su vida es la
nota cualificante de su misión! ¡Qué disonancia habría si el catequista no viviera
lo que propone, y si hablara de un Dios que ha estudiado pero que le es poco
familiar! El catequista debe aplicarse a sí mismo lo que el evangelista Marcos dice
con referencia a la vocación de los apóstoles: «Instituyó Doce para que
estuvieran con él, y para enviarlos a predicar» (cf. Mc 3,14-15).

La autenticidad de vida se expresa a través de la oración, la experiencia de Dios,


la fidelidad a la acción del Espíritu Santo. Ello implica una intensidad y un orden
interior y exterior, aunque adaptándose a las distintas situaciones personales y
familiares de cada uno. Se puede objetar que el catequista, en cuanto laico, vive
en una realidad que no le permite estructurar la vida espiritual como si fuera un
consagrado y que, por consiguiente, debe contentarse con un tono más modesto.
En todas las situaciones de la vida, tanto en el trabajo como en el ministerio, es
posible, para todos, sacerdotes, religiosos y laicos, alcanzar una elevada
comunión con Dios y un ritmo de oración ordenada y verdadera; no sólo esto,
sino también crearse espacios de silencio para entrar más profundamente en la
contemplación del Invisible. Cuanto más verdadera e intensa sea su vida
espiritual, tanto más evidente será su testimonio y más eficaz su actividad.

Es importante, asimismo, que el catequista crezca interiormente en la paz y en la


alegría de Cristo, para ser el hombre de la esperanza, del valor, que tiende hacia
lo esencial (cf. Rm 12,12). Cristo, en efecto, «es nuestro gozo» (Ef 2,14), y lo
comunica a los apóstoles para que su «alegría llegue o plenitud» (Jn 15,11).

El catequista deberá ser, pues, el sembrador de la alegría y de la esperanza


pascual, que son dones del Espíritu. En efecto «El don más precioso que la
Iglesia puede ofrecer al mundo de hoy, desorientado e inquieto, es el de formar
cristianos firmes en lo esencial y humildemente felices en su fe» (cf. CT 61).

• Ardor misionero. Un catequista que viva en contacto con muchedumbres de


no cristianos, como sucede en los territorios de misión, en fuerza del Bautismo y
de la vocación especial no puede menos de sentir como dirigidas a él las palabras
del Señor: «También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a
ellas las tengo que conducir» (Jn 10,16); «Id por todo el mundo y proclamad la
Buena Nueva a toda criatura» (Mc 16,15). Para poder afirmar como Pedro y Juan
ante el Sanedrín: «No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y
oído» (Hch 4,20) y realizar, como Pablo, el ideal del ministerio apostólico: «el
amor de Cristo nos apremia» (2Cor 5,14), es necesario que el catequista tenga
un arraigado espíritu misionero. Este espíritu se hace apostólicamente operante y
fecundo bajo algunas condiciones importantes: ante todo, el catequista ha de
tener fuertes convicciones interiores y ha de irradiar entusiasmo y valor, sin
avergonzarse nunca del Evangelio (cf. Rm 1,16). Deje que los sabios de este
mundo busquen las realidades inmediatas y gratificantes y gloríese sólo de Cristo
que le da la fuerza (cf. Col 1 ,29) y no ansíe saber, ni predicar, nada más que a
«Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1Co 1,24). Como justamente afirma
el Catecismo de la Iglesia Católica, del «amoroso conocimiento de Cristo nace
irresistible el deseo de anunciar, de ‘evangelizar’ y de conducir a los otros al ‘si’
de la fe en Jesucristo. Pero, al mismo tiempo, se siente la necesidad de conocer
cada vez mejor esta fe».
Además, el catequista ha de procurar mantener la convicción interior del pastor
que «va tras la oveja descarriada hasta que la encuentra» (Lc 1 5.4); o de la
mujer que «busca con cuidado la dracma perdida hasta que la encuentra» (Lc 1
5,8). Es una convicción que engendra celo apostólico: «Me he hecho todo a
todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio»
(1 Co 9,22-23; cf. 2Co 1 2,1 5); «(ay de mí si no predicara el Evangelio)» (1Co
9,16). Estos apremios interiores de Pablo podrán ayudar al catequista a
acrecentar en sí mismo el celo como corresponde a su vocación especial, y
también a su voluntad de responder a ella y le impulsarán a colaborar
activamente en el anuncio de Cristo y en la construcción y al crecimiento de la
comunidad eclesial (cf. RM 89).

El espíritu misionero requiere, en fin, que el Catequista imprima, en lo más íntimo


de su ser, el signo de la autenticidad; la cruz gloriosa. El Cristo que el catequista
ha aprendido a conocer, es el «crucificado» (cf 1 Co 2,2); el que él anuncia es
también el «Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los
gentiles» (1 Co 1 ,23), que el Padre ha resucitado de los muertos al tercer día
(cf. Hch 10,40). El catequista, por consiguiente, deberá saber vivir el misterio de
la muerte y resurrección de Cristo, con esperanza, en toda situación de limitación
y sufrimiento personal, de adversidades familiares, de obstáculos en el servicio
apostólico, en el deseo de seguir el mismo camino que recorrió el Señor:
«completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, en favor de su
Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,24)».

• Espíritu mariano. Por una vocación singular, María vio al Hijo de Dios «crecer
en sabiduría, edad y gracia» (Lc 2,52). Ella fue la Maestra que lo «formó en el
conocimiento humano de las Escrituras y de la historia del designio de Dios sobre
su Pueblo en la adoración al Padre» (CT 73). Ella fue, asimismo, «la primera de
sus discípulos». Como lo afirmó audazmente S. Agustín,
el hecho de ser discípula fue para María más importante
que ser madre. Se puede decir, con razón y alegría, que
María es un «catecismo viviente», «madre y modelo del
catequista» (CT 73; RM 92; cf. EN 82).

La espiritualidad del catequista, como la de todo cristiano


y, especialmente, la de todo apóstol, debe estar
enriquecida por un profundo espíritu mariano. Antes de
explicar a los demás la figura de María en el misterio de
Cristo y de la Iglesia, el catequista debe vivir su
presencia en lo más íntimo de sí mismo y manifestar, con
la comunidad, una sincera piedad mariana. Ha de
encontraren María un modelo sencillo y eficaz que debe realizar en sí m ismo y
poder proponer:

«La Virgen fue en su vida un ejemplo


del amor maternal con que debe
animar a todos aquellos que, en la
misión apostólica de la Iglesia,
cooperan a la regeneración de los
hombres» (LG 65).

El anuncio de la Palabra está siempre relacionado con la oración, la celebración


eucarística y la construcción de la comunión fraterna.

La comunidad primitiva vivió esa rica realidad (Hch 2-4) con María, la Madre de
Jesús (cf. Hch 1,14).

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
COMPLETAR

La espiritualidad del catequista está vinculada también a


su vocación apostólica y, por consiguiente se expresa en algunas
actitudes determinantes que son:

3. Actitudes del catequista frente a determinadas situaciones


actuales.
• Servicio a la comunidad y atención a las distintas categorías. El servicio
del Catequista se ofrece a toda clase de personas, sea cual fuere la categoría a la
que pertenecen: jóvenes y adultos, hombres y mujeres, estudiantes y
trabajadores, sanos y enfermos, católicos, hermanos separados y no bautizados.
Sin embargo, no es lo mismo ser catequista de catecúmenos que se preparan a
recibir el bautismo, o responsable de una aldea de cristianos con el cometido de
seguir las distintas actividades pastorales, o ser Catequista encargado de enseñar
el catecism9 en las escuelas, o preparar a los sacramentos, o serlo en un barrio
de ciudad o en la zona rural.

Por lo tanto, concretamente, todo catequista deberá promover el conocimiento y


a comunión entre os miembros de la comunidad, cuidar de las personas que le
han sido confiadas, y tratar de comprender sus necesidades particulares para
poderlas ayudar. Desde este punto de vista, los catequistas se distinguen por
tareas propias y por preparación específica.

Esta situación, de hecho, sugiere que el catequista pueda conocer de antemano


su destino, y que se le introduzca a la categoría de personas a las que ha de
servir. Para esto serán útiles las sugerencias dadas al respecto por el Magisterio,
especialmente en el Directorio Catequético General, nn. 77-97 y en la
Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae, nn. 35-45.

En el vasto campo apostólico, el catequista está llamado a prestar especial


cuidado a los enfermos y ancianos, por su fragilidad física y psíquica que exige
especial solidaridad y asistencia.

El catequista ha de acercarse al enfermo y ayudarle a comprender el sentido


profundo y redentor del misterio cristiano de la cruz en unión con Jesús que
asumió el peso de nuestras enfermedades (cf. Mt 8,1 7; Is 53,4). Visita a los
enfermos con frecuencia, los conforta con la Palabra y, cuando está encargado
de ellos, con la Eucaristía.

El catequista ha de seguir de cerca también a los ancianos, que tienen una


función cualificada en la Iglesia, como justamente lo reconoce Juan Pablo II al
definir al anciano «el testigo de la tradición de la fe (cf. Sal 44,2; Ex 1 2,26-2 7),
el maestro de vida (cf. Si 6,34; 8,11 -12), el operador de caridad» (CF. CfL 48).
Ayudar al anciano, para un catequista significa ante todo colaborar a que su
familia lo mantenga insertado como «testigo del pasado e inspirador de sabiduría
para los jóvenes» (FC 27), además, hacer que experimente la cercanía de la
comunidad y animarlo a que viva con fe sus inevitables límites y, en ciertos
casos, también la soledad. El catequista no deje de preparar al anciano para el
encuentro con el Señor, ayudándole asentir la alegría que nace de la esperanza
cristiana en la vida eterna (cf. DCG 95).

Hay que tener presente, además, la sensibilidad que el catequista deberá


demostrar para comprender y prestar su ayuda en ciertas situaciones difíciles,
como: la unión irregular de la pareja, los hijos de esposos separados o
divorciados. El catequista debe participar y expresar verdaderamente la inmensa
compasión del corazón de Cristo (cf. Mt 9,36; Mc 6,34; 8,2; Lc 7,13).

• Necesidad de la inculturación. Como toda la actividad evangelizadora,


también la catequesis está llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de
la cultura y de las culturas (CT 53). El proceso de inculturación requiere largo
tiempo porque es un proceso profundo, global y gradual. A través de él, como
explica Juan Pablo II, «la Iglesia encarna el Evangelio en las diversas culturas y,
al mismo tiempo, introduce a los pueblos con sus culturas en su misma
comunidad; trasmite a las mismas sus propios valores, asumiendo lo que hay de
bueno en ellas y renovándolas desde dentro» (RM 52).

Los catequistas, en cuanto apóstoles, están implicados necesariamente en el


dinamismo de este proceso. Además, con una preparación específica, que no
puede prescindir del estudio de la antropología cultural y de los idiomas más
idóneos a la inculturación, se les debe ayudar a operar por su parte y en la
pastoral de conjunto, siguiendo las directivas de la Iglesia acerca de este tema
particular (cf. AG 9, 16, 22; GS 44; RM 5254; CfL 44), que podemos sintetizar así:

 El mensaje evangélico, aunque no se identifica nunca con una cultura,


necesariamente se encarna en las culturas. De hecho, desde el comienzo del
cristianismo, se ha encarnado en algunas culturas. Hay que tener en cuenta
esto para no privar a las Iglesias jóvenes de valores que ya son patrimonio de
la Iglesia universal.

 El Evangelio tiene una fuerza regeneradora, capaz de rectificar no pocos


elementos de las culturas en las que penetra, cuando no son compatibles con
él.

 El sujeto principal de la inculturación son las comunidades eclesiales locales,


que viven una experiencia cotidiana de fe y caridad, insertadas en una
determinada cultura, corresponde a los Pastores indicar las pistas principales
que se deben recorrer para destacar los valores de una determinada cultura;
los expertos sirven de estímulo y ayuda.

 La inculturación es genuina si se guía por estos dos principios: se basa en la


Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura y avanza de acuerdo con la
Tradición de la Iglesia y las directivas del Magisterio, y no contradice la
unidad deseada por el Señor.
 La piedad popular, entendida como conjunto de valores, creencias actitudes y
expresiones propias de la religión católica y purificada de los defectos debidos
a la ignorancia o a la superstición, expresa la sabiduría del Pueblo de Dios y
es una forma privilegiada de inculturación del Evangelio en una determinada
cultura.

Para participar positivamente en ese proceso, el catequista deberá atenerse a


estas directivas que favorecen en él una actitud clarividente y abierta; insertarse
con toda seriedad en el plan de pastoral aprobado por la autoridad competente
de la Iglesia, sin aventurarse en experiencias particulares que podrían desorientar
a los demás fieles; y reavivar la esperanza apostólica, convencido de que la
fuerza del Evangelio es capaz de penetrar en cualquier cultura, enriqueciéndola y
fortaleciéndola desde dentro.

• Promoción humana y opción por los pobres. Entre el anuncio del


Evangelio y la promoción humana hay una «estrecha conexión» (RM 59; EN 31). Se
trata, en efecto, de la única misión de la Iglesia.

«Con el mensaje evangélico la Iglesia ofrece una fuerza


libertadora y promotora de desarrollo, precisamente porque
lleva a la conversión de corazón y de la mentalidad; ayuda a
reconocer la dignidad de cada persona; dispone a la
solidaridad, al compromiso, al servicio de los hermanos;
inserta al hombre en el proyecto de Dios, que es la
construcción del Reino de paz y de justicia, a partir ya de
esta vida. Es la perspectiva bíblica de los ‘nuevos cielos y
nueva tierra’ (cf Is 65,17; 2Pe 3,13; Ap 21,1), es la que ha
introducido en la historia el estímulo y la meta para el
progreso de la humanidad (RM 59; CENTESIMUS ANNUS 53)».

Es bien sabido que la Iglesia reivindica para sí una misión de orden «religioso» cf.
(GS 42; EN 41-43), que debe realizarse, sin embargo, en la historia y en la vida real
de la humanidad y, por tanto, en forma no desencarnada.

Es tarea, sublime de los laicos, llevar los valores del Evangelio al campo
económico, social y político (CfL 4 1-43). El catequista tiene una importante tarea
propia y característica en el sector de la promoción humana, del desarrollo y
defensa de la justicia. Al vivir en un mismo contexto social con los hermanos, es
capaz de comprender, interpretar y resolver las situaciones y los problemas a la
luz del Evangelio. Ha de saber, pues; estar en contacto con la gente, estimularla
a tomar conciencia de la realidad en que vive para mejorarla y, cuando sea
necesario, ha de tener el valor de hablar en nombre de los más débiles para
defender sus derechos.

Por lo que se refiere a la acción, cuando es necesario realizar iniciativas de


ayuda, el catequista deberá actuar siempre con la comunidad, en un programa
de conjunto, bajo la guía de los Pastores.

Aquí surge, necesariamente, otro aspecto relacionado con la promoción: la


opción preferencial por los pobres. El catequista, sobre todo cuando está
comprometido en el apostolado en general, tiene el deber de asumir esta opción
eclesial que no es exclusiva, sino una forma de primacía de la caridad. Y debe
estar convencido de que su interés y ayuda a los pobres se funda en la caridad
porque, como afirma explícitamente el Sumo Pontífice Juan Pablo II: «El amor
es, y sigue siendo, la fuerza de la misión» (RM 60).

El catequista ha de tener presente que por pobres se entiende sobre todo


aquellos que se hallan en situación de estrechez económica, tan numerosos en
diversos territorios de misión; estos hermanos deben poder experimentar el amor
maternal de la Iglesia, aunque todavía no formen parte de ella, y sentirse
estimulados a afrontar y superar las dificultades con la fuerza de la fe cristiana,
ayudándolos a hacerse ellos mismos artífices de su propio desarrollo integral.
Todo acto caritativo de la Iglesia, así como todo la actividad misionera, da «a los
pobres luz y aliento para un verdadero desarrollo» (RM 59).

Además de atender a los desposeídos, los catequistas han de acercarse y ayudar,


porque son también pobres, a los oprimidos y perseguidos, a los marginados y a
todas las personas que viven en una situación de grave necesidad, como los
minusválidos, los desocupados, los prisioneros, los refugiados, los drogadictos,
los enfermos de SIDA, etc..

• Sentido ecuménico. La división de los cristianos es contraria a la voluntad de


Cristo, es un escándalo para el mundo y «daña a la causa santísima de la
predicación del Evangelio a todos los hombres» (AG 6; RM 36; 50).

Todas las comunidades cristianas tienen el deber de «participar en el diálogo


ecuménico y demás iniciativas destinados a realizar la unidad de los cristianos».
Pero en los territorios de misión este compromiso asume una urgencia especial
para que no sea vana la oración de Jesús al Padre: «sean también ellos en
nosotros, una cosa sola, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn
17,21) (Unitatis Redintegratio 5; DCG 27).
El catequista, en virtud de su misión, se encuentra necesariamente implicado en
esta dimensión apostólica y debe colaborar a madurar la conciencia ecuménica
en la comunidad, comenzando por los catecúmenos y los neófitos (AG 15210 CT 32;
RM 50). Ha de cultivar, pues, un profundo deseo de unidad, insertarse con gusto
en el diálogo con los hermanos de otras confesiones cristianas y comprometerse
generosamente en las iniciativas ecuménicas, dentro de su cometido (RM 50),
siguiendo las directivas de la Iglesia, especificadas localmente por la Conferencia
Episcopal y por el Obispo (CIC c 755). Procure sobre todo seguir las directivas
acerca de la cooperación ecuménica en la catequesis y en la enseñanza de la
religión en las escuelas (CT 33).

Su acción será verdaderamente ecuménica si se esfuerza en «enseñar que la


plenitud de las verdades reveladas y de los medios de salvación instituidos por
Cristo se halla en la Iglesia católica»; y si logra también «hacer una presentación
correcta y leal de las demás Iglesias y comunidades eclesiales de las que el
Espíritu de Cristo no rehúsa servirse como medio de salvación» (CT 32).

En el ambiente donde realiza su actividad, el catequista ha de hacer lo posible


por establecer relaciones amistosas con los responsables de las otras
confesiones, de acuerdo con las Pastores y, si fuere necesario, en representación
suya; ha de evitar que se fomenten inútiles polémicas y concurrencia; debe
ayudar a los fieles a vivir en armonía y respeto con los cristianos no católicos,
realizando plenamente y sin ningún complejo, su identidad católica; y promueva
el esfuerzo común de todos los que creen en Dios, para ser «constructores de
paz». (CT 32; RM 50).

• Diálogo con los hermanos de otras religiones. El diálogo interreligioso es


una parte de la misión evangelizadora de la Iglesia. El anuncio y el diálogo se
orientan efectivamente hacia la comunicación de la verdad salvífica. El diálogo es
una actividad indispensable en las relaciones entre la Iglesia católica y las otras
religiones y merece seria atención. Se trata de un diálogo de la salvación, que se
realiza en Cristo.

También los catequistas, cuya tarea primordial en las misiones es el anuncio,


deben estar abiertos, preparados y comprometidos en ese tipo de diálogo. Se les
ha de ayudar, pues, a llevarla a cabo, teniendo en cuenta las indicaciones del
Magisterio, (documentos de la Iglesia), que propone lo siguiente:

Escucha del Espíritu, que sopla donde quiere (cf Jn 3,8), respetando lo que Él ha
operado en el hombre, para alcanzar la purificación interior, sin la cual el diálogo
no reporta frutos de salvación (RM 56).
El correcto conocimiento de las religiones presentes en el territorio: su historia y
organización; los valores que, como «semillas del Verbo», pueden ser una
«preparación al Evangelio» (AG 3,11), los límites y errores que se oponen a la
verdad evangélica y que se deben, respectivamente, completar y corregir.

La convicción de fe que la salvación procede de Cristo y que, por consiguiente, el


diálogo no dispensa del anuncio (RM 55) que la Iglesia es el camino ordinario de la
salvación y sólo ella posee la plenitud de la verdad revelada y de los medios
salvíficos (LG 15 Unitatis Redintegratio 3; AG 7). No es posible, como ha reafirmado
S.S. Juan Pablo II haciendo referencia a la Redemptoris Missio: «poner en un
mismo nivel la revelación de Dios en Cristo y las escrituras o tradiciones de otras
religiones. Un teocentrismo que no reconociera a Cristo en su plena identidad
sería inaceptable para la fe católica. (...) El mandato misionero de Cristo,
perennemente válido, es una invitación explícita a hacer discípulos a todas la
gentes y a bautizarlas para que se abra para ellas la plenitud del don de Dios». El
diálogo no debe, pues, conducir al relativismo religioso.

La colaboración práctica con los organismos religiosos no cristianos para resolver


los grandes retos que se plantean a la humanidad, como la paz, la justicia, el
desarrollo, etc. (AG 12; Centesimus Annus 1). Además, se requiere una actitud de
aprecio y acogida a las personas. La caridad del Padre común es la que debe unir
a la familia de los hombres en toda obra de bien.

En la realización de un diálogo tan importante, no hay que dejar solo al


catequista, este, a su vez, se ha de mantener integrado en la comunidad. Toda
iniciativa de diálogo interreligioso se debe llevar a cabo partiendo de los
programas aprobados por el Obispo y cuando es preciso por la Conferencia
Episcopal o por la Santo Sede, y ningún catequista ha de actuar por su cuenta, ni
mucho menos contra las directivas comunes.

En fin, hay que tener fe en el diálogo, el camino para realizarlo es difícil e


incomprendido. El diálogo es a veces el único modo de dar testimonio de Cristo,
y es siempre un camino hacia el Reino que no dejará de dar sus frutos, aunque el
tiempo y momento están reservados al Padre (cf. Hch 1 ,8) (RM 57).

• Atención a la difusión de las sectas. La proliferación de las sectas de


origen cristiano y no cristiano es, actualmente, un reto pastoral para la Iglesia en
todo el mundo. En los territorios de misión, representan un serio obstáculo para
la predicación del Evangelio y para el desarrollo ordenado de las Iglesias jóvenes,
pues atacan a la integridad de la fe ya la solidez de la comunión.
Como es bien sabido, el Magisterio de la Iglesia ha alertado varias veces respecto
a las sectas, animando a que se considere su difusión actual como una ocasión
paro una «seria reflexión» por parte de la Iglesia. Más que una campaña contra
las sectas, en los territorios de misión e debe dar un nuevo impulso a la
«actividad misionera» propiamente dicha (RM 32; 50).

El catequista se presenta, hoy día, como uno de los agentes más aptos para
superar positivamente ese fenómeno. Con su tarea de anunciar la Palabra y de
acompañare1 crecimiento en la vida cristiana, el catequista se encuentra en una
situación ideal para ayudar a las personas - tanto cristianos como no cristianos -
a comprender cuáles son las verdaderas respuestas a sus necesidades, sin
recurrir a las pseudo-seguridades de las sectas. Además, como laico puede
actuar más capilarmente y hablar de modo más realista y comprensivo.

Las líneas de acción preferenciales, para un catequista, son las siguientes:

 Conocer bien el contenido y especialmente las cuestiones que las sectas


explotan para combatir la fe y a la Iglesia, y así hacer comprender a la gente
a inconsistencia de la exposición religiosa de las sectas;

 cuidar la instrucción y el fervor de vida de las comunidades cristianas para


detener la corrosión;

 intensificar el anuncio y la catequesis para prevenir la difusión de las sectas.

El catequista, por consiguiente, ha de empeñarse en realizar una obra silenciosa,


perseverante y positiva con las personas, para iluminarlas, protegerlas y,
eventualmente, liberarlas de la influencia de las sectas.

No hay que olvidar que muchas sectas son intolerantes y proselitistas y, en


general, se muestran agresivas hacia el Catolicismo. No es posible pensar en un
diálogo constructivo con la mayor parte de ellas, si bien hay que partir del
respeto y comprensión que merecen ¡as personas. Esta constatación exige que la
obra de la Iglesia sea compacto para no dar espacio a confusiones; y también
ecuménica, porque la expansión de las sectas representa, asimismo, una
amenaza para las otras denominaciones cristianas (RM 50). Por lo que se refiere a
la acción, el catequista deberá actuar dentro del programa pastoral común
aprobado por los Pastores competentes.
ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
COMPLETAR
Actitudes del
Catequista
frente a
determinadas
situaciones

II. ELECCION Y FORMACION DEL CATEQUISTA

1. Elección prudente
• Importancia de la selección y preparación del ambiente. Un problema
fundamental en los territorios de misión, es la dificultad de establecer qué grado
de convicción de fe y qué calidad de motivación vocacional ha de tener un
candidato para ser aceptado. Este problema se debe a muchas causas más o
menos consistentes; principalmente:

 La diversa madurez religiosa de las comunidades eclesiales;

 la escasez numérica de personas idóneas y disponibles;

 la situación socio-política;

 la escasa preparación escolar básica y las dificultades económicas.

Este estado de cosas puede engendrar una especie de resignación ante la cual es
preciso reaccionar.

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos insiste en el principio de


que una buena selección de los candidatos es la condición preliminar para lograr
catequistas idóneos. Por eso, como hemos dicho ya, exhorto a que, desde la
elección inicial se procure ante todo la calidad. Es preciso que los Pastores
tengan este criterio como ideal a lograr gradualmente y que no acepten con
facilidad compromisos.

Además, se sugiere que se cultive la formación del ambiente, dando a conocer


cuál es el papel del catequista en la comunidad, sobre todo entre los jóvenes,
para que aumente el número de los que se sienten inclinados a comprometerse
en este servicio eclesial.

No se olvide, además, que el aprecio que manifiestan los fieles por esa función es
directamente proporcionada al modo con que los Pastores tratan a sus
catequistas, valorizan sus atribuciones y respetan su responsabilidad. Un
catequista realizado, responsable y dinámico, que actúa con entusiasmo y alegría
en el ejercicio de su tarea, apreciado y justamente remunerado, es el mejor
promotor de su propia vocación.

• Criterios de selección:

Para escoger un candidato como catequista, es preciso saber qué criterios son
«esenciales» y cuáles no. En la práctica, es indispensable que en todas las
Iglesias se establezca una lista de criterios de selección, para que los encargados
de escoger a los candidatos tengan puntos de referencia. La elaboración de esa
lista, con criterios suficientes, precisos, realistas y controlables, corresponde a la
autoridad local, única capaz de valorar las exigencias del servicio y la posibilidad
de responder a ellas.

También en este punto conviene tener en cuento las siguientes indicaciones


generales, con el fin de lograr un comportamiento homogéneo en todas las zonas
de misión, respetando las necesarias e inevitables diferencias.

 Algunos criterios se refieren a la persona del catequista: por principio


absoluto previo, no se acepte nunca a nadie que no tenga motivaciones
serias, o que solicite ser catequista porque no ha podido encontrar otra
ocupación más honrosa y rentable. En sentido positivo, los criterios deberán
contemplar:

 La fe del candidato, que se manifiesta en su piedad y en el estilo de vida


diaria;
 su amor a la Iglesia y la comunión con los Pastores;
 el espíritu apostólico y la apertura misionera;
 su amor a los hermanos, con propensión al servicio generoso;
 su preparación intelectual básica;
 buena reputación en la comunidad,
 y que tenga todas las potencialidades humanas, morales y técnicas
relacionadas con las funciones peculiares de un catequista, como el
dinamismo, lo capacidad de buenas relaciones, etc.

 Otros criterios se refieren al acto de la selección: tratándose de un servicio


eclesial, la decisión incumbe al Pastor, generalmente al párroco. La
comunidad se verá implicada, necesariamente, en cuanto debe indicar y
valorar el candidato. El Obispo, a quien el párroco presentará los candidatos,
también participará personalmente o mediante su delegado, al menos en un
momento sucesivo, para confirmar con su autoridad la elección y,
sucesivamente, para conferir la misión oficial.

 Existen criterios especiales de aceptación en centros o escuelas para


catequistas: además de los criterios generales que valen para todos, cada
centro establece sus propios criterios de aceptación de acuerdo con las
características del centro mismo, especialmente en lo referente a la
preparación escolar básica que se exige, las condiciones de participación, los
programas de formación, etc.

Estas indicaciones generales deben especificarse concretamente un poco, sin


omitir ninguno de los campos indicados, precisándolos y completándolos, en base
a lo que requiere y permite cada situación.

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
COMPLETAR

Criterios para tener en cuenta en la selección del candidato.

Criterios para tener en cuenta en la selección del candidato.

2. Camino de Formación
• Necesidad de una formación adecuada. Para que las comunidades
eclesiales puedan contar con catequistas suficientes e idóneos, además de una
elección atenta, es indispensable proporcionar una preparación de calidad.

El Magisterio de la Iglesia reclama continuamente y con convicción, la necesidad


de la preparación del catequista, porque cualquier actividad apostólica «que no
se apoye en personas verdaderamente formadas, está condenada al fracaso»
(DCG 108: 1C 161).

Es útil señalar que los documentos del Magisterio establecen para el catequista
una formación global y específica.

 Global, es decir, que abarque todas las dimensiones de su personalidad, sin


descuidar ninguna.

 Específica, es decir ordenada al servicio peculiar que ha de llevar a cabo:


anunciar la Palabra a los distantes y a los cercanos, guiar a la comunidad,
animar y, cuando sea necesario, presidir el encuentro de oración, asistir a los
hermanos en las diversas necesidades espirituales y materiales.

Todo esto lo confirmó el Papa Juan Pablo II: «Cuidar con especial solicitud la
calidad significa, pues, procurar con preferencia una formación básica adecuada y
una actualización constante. Se trata de una labor fundamental para asegurar a
la misión de la Iglesia, personal calificado, programas completos y estructuras
adecuadas, abrazando todas las dimensiones de la formación, de la humana a la
espiritual, doctrinal, apostólica y profesional» (RM 73; ChL 60).

Se trata, pues, de una formación exigente para el interesado y comprometedora


para los que deben cooperar en su realización. Esta tarea es de máxima
importancia y se le confía con especial cuidado a los Ordinarios (Christus Dominus
40; DCG 108).

• Unidad y armonía en la personalidad del catequista. Para realizar su


vocación, los catequistas -como todo fiel laico- «han de ser formados para vivir
aquella unidad con la que está marcado su mismo ser de miembros de la Iglesia
y de ciudadanos de la sociedad humana» (CfL. 59). No pueden existir niveles
paralelos y diferentes en la vida del catequista: el espiritual, con sus valores y
exigencias; el secular con sus distintas manifestaciones, y el apostólico con sus
compromisos, etc.

Para lograr la unidad y la armonía de la persona es importante, desde luego,


educar y disciplinar sus propias tendencias caracteriales, intelectuales,
emocionales, etc., para favorecer el crecimiento, y seguir un programa de vida
ordenado; es decisivo profundizar y aferrar que el principio y la fuente de la
identidad del catequista, es la persona de Cristo Jesús.

El objeto esencial y primordial de la catequesis, como es bien sabido, es la


persona de Jesús de Nazareth, «Hijo único del Padre, lleno de gracia y de
verdad» (Jn 1, 14), «el camino, la verdad y la vida» (Jn 1 4,6). Todo el «misterio
de Cristo» (Ef 3,4), «escondido desde siglos y generaciones» (Col ,26), es el que
debe ser revelado. Por tanto, la preocupación del catequista deberá ser,
precisamente, la de trasmitir, a través de su enseñanza y comportamiento, la
doctrina y la vida de Jesús. El ser y actuar del catequista dependen,
inseparablemente, del ser y el actuar de Cristo.

La unidad y la armonía del catequista se deben leer desde esa perspectiva


cristocéntrica y han de construirse en base a una «familiaridad profunda con
Cristo y con el Padre», en el Espíritu (CT 5-6; 9). Nunca se insistirá bastante en
este punto, si se quiere renovar la figura del catequista en este momento
decisivo para la misión de la Iglesia.

• Madurez humana. Desde la elección, es importante poner cuidado en que el


candidato posea un mínimo de cualidades humanas básicas, y muestre aptitud
para un crecimiento progresivo. El objetivo, en este ámbito, es que el catequista
sea una persona humanamente madura e idónea para una tarea responsable y
comunitaria.

Por tanto, se deben tener en cuenta algunos aspectos determinados. Ante todo,
la esfera propiamente humana, con todo lo que ella implica:

 Equilibro psicofísico,
 buena salud,
 responsabilidad,
 honradez,
 dinamismo;
 ético profesional y familiar;
 espíritu de sacrificio, de fortaleza, de perseverancia, etc.

Además, la idoneidad para desempeñar las funciones de catequista:

 Facilidad de relaciones humanas, de diálogo con las diversas creencias


religiosas y con la propia cultura;
 idoneidad de comunicación, disposición para colaborar; función de guía;
 serenidad de juicio;
 comprensión y realismo;
 capacidad para consolar y de hacer recobrarla esperanza, etc.

En fin, algunas dotes características para afrontar situaciones o


ambientes particulares:

 Ser artífices de paz;


 idóneos para el compromiso de promoción, de desarrollo, de animación
socio-cultural;
 sensibles a los problemas de la justicia, de la salud, etc.

Estas cualidades humanas, educadas con una sana pedagogía, forman una
personalidad madura y completo, ideal para un catequista.

• Profunda vida espiritual. La misión de educador en la fe requiere en el


catequista una intensa vida espiritual. Este es el aspecto culminante y más
valioso de su personalidad y, por tanto, la dimensión preferente de su formación.
El verdadero catequista es el santo (cf. RM 90).

La vida espiritual del catequista se centro en una profunda comunión de fe y


amor con la persona de Jesús que lo ha llamado y lo envía. Como Jesús, el único
Maestro (cf. Mt 23,8), el catequista sirve a los hermanos con la enseñanza y con
las obras que son siempre gestos de amor (cf. Hch 1,1).

Cumplir la voluntad del Padre, que es un acto de caridad salvífica hacia los
hombres, es también alimento para el catequista, como lo fue para Jesús (cf. Jn
4,34). La santidad de vida, realizada desde la perspectiva de la identidad de laico
y apóstol (LG 41), ha de ser, pues, el ideal al que se ha de aspirar en el ejercicio
del servicio de catequista.

La formación espiritual se desarrolla en un proceso de fidelidad hacia «Aquél que


es el principio inspirador de toda la obra catequética y de los que la realizan: el
Espíritu del Padre y del Hijo: el Espíritu Santo» (CT 72).

La manera más adecuada para alcanzar ese alto grado de madurez interior es
una intensa vida sacramental y de oración (DGC 114).

De las experiencias más significativas y realistas se destaca un ideal de vida de


oración que la Congregación para la Evangelización de los Pueblos propone al
menos para los catequistas que guían una comunidad, o que trabajan con
dedicación plena, o colaboran estrechamente con el sacerdote, especialmente
para los llamados Cuerpos directivos:

 Participación en la Eucaristía con regularidad y, donde es posible, cada


día, sosteniéndose con el «pan de vida» (Jn 6,34), para formar «un so/o
cuerpo» con los hermanos (cf. 1 Cor 10,17) y ofreciéndose a sí mismo al
Padre, ¡unto con el cuerpo y la sangre del Señor (LG 34).

 Liturgia vivida en sus distintas dimensiones, para crecer como persona y para
ayudar la comunidad.

 Rezo de una parte de la Liturgia de las Horas especialmente de Laudes y


de Vísperas, para unirse a la alabanza que la Iglesia ofrece al Padre «desde
que sale el sol hasta el ocaso» (Sal 113,3).

 Meditación diaria, especialmente sobre la Palabra


de Dios, en actitud de contemplación y de respuesta
personal. Como la experiencia lo demuestra, la
meditación regular, así como la lectio divina, hecha
también por los laicos, pone orden en la vida y
asegura un armonioso crecimiento espiritual.

 Oración personal, que alimente la comunión con Dios durante las


ocupaciones diarias, prestando especial atención a la piedad mariana.

 Frecuencia del Sacramento de la Penitencia para la purificación interior y el


fervor del espíritu.

 Participación en retiros espirituales, para la renovación personal y


comunitaria.

Sólo alimentando la vida interior con una oración abundante y bien


hecha, el catequista puede lograr el grado de madurez espiritual que su
cometido exige. Como la adhesión al mensaje cristiano, que en último término
es fruto de la gracia y de la libertad, y no depende de la habilidad del catequista,
es necesario que su actividad esté acompañada por la oración (DCG 71).

Puede suceder que, debido a la escasez de personas disponibles e idóneas, surja


el riesgo de contentarse con catequistas de nivel más bien bajo. La Congregación
para la Evangelización de los Pueblos anima a no ceder a esas soluciones
pragmáticas para que esta figura de apóstol pueda mantener su puesto
cualificado en la Iglesia así como lo exige el actual momento del compromiso
misionero.

Para la vida espiritual del catequista es necesario proporcionarle medios


adecuados primero es, sin lugar a dudas, la dirección espiritual. Merecen
estima las diócesis que confían a uno o varios sacerdotes la guía espiritual de los
catequistas en sus mismos puestos de trabajo. Pero es insustituible la obra
constante de un director espiritual que el catequista mismo escoge entre los
sacerdotes disponibles y de fácil acceso. Este sector hay que potenciarlo. Los
párrocos, sobre todo, han de permanecer cerca de sus propios catequistas,
preocupándose de seguirlos en su crecimiento espiritual, más aun que en la
eficacia de su trabajo.

Se recomiendan, asimismo, las iniciativas parroquiales o diocesanas que tienen


por objeto la formación interior de los catequistas como las escuelas de oración,
las convivencias fraternas y de coparticipación espiritual y los retiros espirituales.

Estas iniciativas no aíslan a los catequistas, sino que les ayudan a crecer en la
espiritualidad propia y en la comunión entre ellos.

Todo catequista, en fin, debe estar convencido de que la comunidad cristiana es


también un lugar apropiado para cultivar la vida interior. Mientras guía y anima la
oración de los hermanos, el catequista recibe de ellos, al mismo tiempo, un
estímulo y un ejemplo para mantener el fervor y crecer como apóstol.

• Preparación doctrinal. Es evidente la necesidad de una preparación doctrinal


de los catequistas, para que puedan conocer a fondo el contenido esencial de la
doctrina cristiana y comunicarlo luego de modo claro y vital, sin lagunas o
desviaciones.

Se requiere en todos los candidatos una preparación escolar básica


evidentemente proporcionada a la situación general del país. Son conocidas, al
respecto, las dificultades que se presentan donde la escolaridad es baja. No se
debe ceder sin reaccionar ante esas dificultades. Por el contrario, hay que tratar
de elevar el grado de estudio básico que se requiere para ser aceptados, de
manera que todos los candidatos estén preparados para seguir un curso de
cultura religiosa superior; sin la cual además de experimentar un sentimiento de
inferioridad respecto a otros que han estudiado, resultan efectivamente menos
aptos para afrontar ciertos ambientes y para resolver nuevas problemáticas.
Por lo que se refiere a los contenidos, sigue siendo actual y válido el cuadro
completo de formación teológico-doctrinal, antropológica y metodológica, tal
como se presenta en el Directorio Catequístico General publicado por la
Congregación para el Clero en 1971 (DCG 112-113). En lo que concierne a los
territorios de misión, sin embargo, es necesario hacer algunas precisiones y
añadir unas observaciones que la Congregación para la Evangelización de los
Pueblos ya había expresado, en parte, con ocasión de la Asamblea Plenaria de
1970, y que ahora a continuación se expresa, asume y desarrolla en base a la
Encíclica Redemptoris Missio:

 En virtud del fin propio de la actividad misionera, los elementos


fundamentales de la formación doctrinal del catequista serán la Teología
Trinitaria, la Cristología y la Eclesiología, consideradas en una síntesis global,
sistemática y progresiva del mensaje cristiano. Comprometido a dar a conocer
y a amar a Cristo, Dios y Hombre, deberá conocerlo a fondo e interiorizarse
con El. Comprometido a dar a conocer y a amar a la Iglesia, se familiarizará
con su tradición e historia y con el testimonio de los grandes modelos, como
son los Padres y los Santos.

 El grado de cultura religiosa y teológica varía de un lugar a otro, dependiendo


de cómo se imparta la enseñanza: en centros, o en cursos breves. En todo
caso se debe asegurar a todos un mínimo conveniente, fijado por la
Conferencia Episcopal o por el Obispo, en base al criterio general ya
mencionado, de la necesidad de adquirir una cultura religioso superior.

 La Sagrada Escritura deberá seguir siendo la materia principal de enseñanza y


constituir el alma de todo el estudio teológico. Esta ha de intensificarse
cuando sea necesario. Habrá que estructurar, en torno a la Sagrado Escritura,
un programa que incluya las principales ramas de la teología. Se tenga
presente que el catequista tiene que ser formado en lo pastoral bíblica,
también en previsión de lo confrontación con las confesiones no católicas y
con los sectas que recurren o la Biblia de modo no siempre correcto.

 También la Misiología ha de enseñarle a los catequistas, al menos en sus


elementos básicos, para garantizarles este aspecto esencial de su vocación.

 Llamado a ser animador de la oración comunitaria, el catequista necesita


profundizar convenientemente el estudio de la Liturgia.
 Según las necesidades locales, habrá que incluir o dar mayor relieve a
algunos temas de estudio; por ejemplo, la doctrina, las creencias de los ritos
principales de las otras religiones o las variantes teológicas de las Iglesias y
de las comunidades eclesiales no católicas presentes en la región.

 Merecen especial atención algunos temas que dan a la preparación intelectual


del catequista un mayor arraigo y actualización, como: la inculturación del
Cristianismo en una cultura determinada; la promoción humana y de la
justicia en una especial situación socio-económica; el conocimiento de la
historia del país, de las prácticas religiosas, del idioma, de los problemas-y
necesidades del ambiente al que ha sido destinado el catequista.

 Por lo que se refiere a la preparación metodológica, hay que tener presente


que, en las misiones, muchos catequistas trabajan también en distintos
campos de la pastoral, y que casi todos están en contacto con seguidores de
otras religiones. Por eso hay que iniciarlos no sólo en la enseñanza de la
catequesis, sino también en todas aquellas actividades que forman parte del
primer anuncio y de la vida de una comunidad eclesial.

 Será importante. Así mismo, presentar a los catequistas contenidos


relacionados con las nuevas situaciones que van surgiendo en el contexto de
su vida. En los programas de estudio se deberán incluir también partiendo de
la realidad actual y de las previsiones para el futuro materias que ayuden a
afrontar fenómenos como la urbanización, la secularización, la
industrialización, las migraciones, los cambios socio-políticos, etc.

 Hay que insistir en que la formación teológica tiene que ser global y no
sectorial. Los catequistas, en efecto, deben llegar a una comprensión unitaria
de la fe que favorezca precisamente la unidad y la armonía de su
personalidad, y también de su servicio apostólico.

 Actualmente hay que aprovechar la especial importancia que reviste, para la


preparación doctrinal de los catequistas el Catecismo de la Iglesia Católica.
Este contiene, en efecto, una síntesis orgánica de la Revelación y de la
perenne fe católica, tal como la Iglesia la propone a sí misma y a la
comunidad de los hombres de nuestro tiempo. Como afirma S.S. Juan Pablo
II, en la Constitución Apostólica Fidei depositum, el Catecismo contiene
«cosas nuevas y viejas» (cf. Mt 13,52), pues la fe es siempre la misma y al
mismo tiempo es fuente de luces siempre nuevas. El servicio que el Catecismo
quiere ofrecer es acertado y actual para cada catequista. La misma
Constitución Apostólica afirma que el Catecismo se ofrece a los Pastores y a
los fieles para que se sirvan de él en el cumplimiento, dentro y fuera de la
comunidad eclesial, de «su misión de anunciar la fe y de llamar a la vida
evangélica». Y se ofrece también «a todo hombre que os pida cuentas de la
esperanza que hay en vosotros (cf. 1 Pt 3, 15) y que desea conocer lo que la
Iglesia católica cree». Sin duda alguna los catequistas encontrarán en el
nuevo Catecismo una fuente de inspiración y una mina de conocimientos para
su misión específica.

 A estas indicaciones hay que añadir una exhortación a procurar los medios
necesarios para la formación intelectual de los catequistas. Entre éstos están,
en primer lugar, las escuelas de catequesis: y se revelan también muy
eficaces los cursos breves promovidos en las diócesis o en las parroquias, la
instrucción individual impartida por un sacerdote o un catequista experto;
además, la utilización de material didáctico. Es bueno que se dé importancia,
en la formación intelectual, a metodologías variadas y sencillas como las
lecciones escolares, el trabajo en grupo, el análisis de casos prácticos, las
investigaciones y el estudio individual.

La dimensión intelectual de la formación se presenta, pues, como algo muy


exigente, y requiere personal cualificado, estructuras y medios económicos. Se
trata de un desafío que hay que afrontar y superar con valor, sano realismo y
una programación inteligente, ya que es éste uno de los sectores más deficientes
en el momento actual.

Todo catequista deberá empeñarse al máximo en el estudio para llegar a ser


como una lámpara que ilumina el camino de los hermanos (cf. Mt 5, 14-16). Para
ello, debe ser el primero en sentirse gozoso de su fe y de su esperanza (cf. Flp
3,1; Rm 12,12); teniendo el sano criterio de proponer sólo los contenidos sólidos
de la doctrino eclesial en fidelidad al Magisterio; sin permitirse nunca perturbar
las conciencias, sobre todo de los jóvenes, con teorías «más propias para suscitar
problemas inútiles que para secundar el plan de Dios, fundado en la fe» (1 Tm 1,
4) (EN 78; CT 61).

En fin de cuentas, es deber del catequista unir en su persona la dimensión


intelectual y la espiritual. Ya que existe un único Maestro, el catequista debe de
ser consciente de que sólo el Señor Jesús enseña, mientras que él lo hace «en la
medida en que es su portavoz, permitiendo que Cristo enseñe por su boca» (CT
6).
• Sentido pastoral. La dimensión pastoral de la formación se refiere al ejercicio
de la triple función: profética, sacerdotal y real del laico bautizado. Por eso hay
que iniciar al catequista en su tarea: anuncio del Evangelio, catequesis, ayuda a
los hermanos para que vivan su fe y rindan culto a Dios, y presten los servicios
pastorales en la comunidad.

Los aspectos principales en los que se debe educar a los candidatos son:

 el espíritu de responsabilidad pastoral y la lealtad;


 la generosidad en el servicio;
 el dinamismo y la creatividad;
 la comunión eclesial y la obediencia a los Pastores.

Este tipo de formación requiere instrucciones doctrinales explicando los


principales campos apostólicos en los que un catequista puede actuar, de manera
que conozca bien las necesidades y el modo de responder a ellas. Es necesario,
asimismo, que se expliquen las características de los destinatarios: niños,
adolescentes, jóvenes o adultos; estudiantes o trabajadores, bautizados o no;
miembros de pequeñas comunidades o de movimientos; sanos o enfermos, ricos
o pobres, etc., y las distintas maneras de dirigirse a ellos.

En particular se asegure a los catequistas la preparación pastoral sacramental, de


manera que puedan ayudar a los fieles a comprender mejor el sentido religioso
de los signos y acercarse con confianza a estas fuentes perennes de vida
sobrenatural. No se olvide la importancia de acompañar a los cristianos que
sufren a vivir la gracia propia del sacramento de la Unción de los Enfermos.

La formación pastoral requiere, además, ejercicios prácticos, especialmente al


principio, bajo la guía de maestros, del sacerdote, o de algún catequista experto.

Las instrucciones teóricas y los ejercicios prácticos deberán armonizarse, en la


medida de lo posible, de manera que la introducción al compromiso apostólico
sea gradual y completa.

Por lo que se refiere a la preparación al servicio específico de la catequesis, es


oportuno recordar expresamente el Directorio Catequético General en particular
allí donde se explican los «elementos de metodología» (DCG 70).

• Celo misionero. La dimensión misionera está estrictamente vinculada a la


identidad misma del catequista y caracteriza todas sus actividades apostólicas.
Por eso se le debe cuidar con esmero en la formación, procurando asegurar a
cada catequista una buena iniciación teórica y práctica que le capacite, como
cristiano laico, a recorrer las etapas progresivas que son propias de la actividad
misionero, a saber:

 Estar presente activamente en la sociedad de los hombres, dando un


testimonio auténtico de vida, estableciendo con todos una convivencia
sincera, y colaborando en caridad para resolver los problemas comunes (cf. AG
12; RM 42-43).

 Anunciar con franqueza (cf. Hch 4,23; 28,31) la verdad acerca de Dios y
de que El envió para la salvación de todos, a nuestro Señor Jesucristo (cf. 2Ts
1,9-10), de manera que los no cristianos, a los que el Espíritu Santo abra el
corazón (cf. Hch 16, 1 4), puedan creer y convertirse libremente (cf. RM 44-45;
AG 13).
 Encontrar a los adeptos de otras religiones sin prejuicios, y en diálogo
franco y abierto.

 Preparar a los catecúmenos en el camino de iniciación gradual al misterio


de la salvación, a la práctica de los preceptos evangélicos y a la vida religiosa,
litúrgica y caritativa del pueblo de Dios (cf. AG 14; RM 46-47).

 Construir la comunidad, preparando a los candidatos a recibir el Bautismo


y los demás sacramentos de la iniciación cristiana, para que entren a formar
parte de la Iglesia de Cristo que es profética, sacerdotal y real (cf. RM 48; AG
15).

 Bajo la guía de los Pastores y en colaboración con los demás fieles, cumplir
las tareas que, según el plan pastoral, conducen a la maduración de la
Iglesia particular. Estos servicios corresponden a necesidades de cada Iglesia,
y caracterizan al catequista en los territorios de misión. Por consiguiente, la
actividad de formación deberá ayudar al catequista a afinar su sensibilidad
misionera, y capacitarlo a descubrir y a aprovechar todas las situaciones
favorables al primer anuncio.

 Recordando el pensamiento ya citado de Juan Pablo II, cuando los


catequistas se forman bien en el espíritu misionero se hacen animadores
misioneros de su propia comunidad eclesial e impulsan fuertemente la
evangelización de los no cristianos, prontos a que sus Pastores los envíen
fuera de la propia Iglesia o país. Los Pastores, conscientes de su propia
responsabilidad, traten de valorar al máximo esa legión insustituible de
apóstoles y ayúdenles a acrecentar cada día más su celo misionero.

• Actitud eclesial. El hecho de que la Iglesia sea misionera por su misma


naturaleza y haya sido llamada y destinada a evangelizar a todos los hombres,
comporta una doble convicción: en primer lugar, que la actividad apostólica no es
un acto individual y aislado; y que se ha de llevar a cabo en comunión eclesial, a
partir de la Iglesia particular con su Obispo.

Estas constataciones de Pablo VI con relación a los evangelizadores (EN 60)


pueden aplicarse con todo derecho a los catequistas, cuya tarea es una realidad
eminentemente eclesial y, por tanto, comunitaria (CT 24). El catequista, en efecto,
es enviado por los Pastores y actúa gracias a la misión recibida de la Iglesia y en
nombre de ella. Su acción, de la que él no es dueño sino humilde siervo, tiene,
en el orden de la gracia, vínculos institucionales con la acción de toda la Iglesia.

Las actitudes principales que se deben tener en cuenta para educar


convenientemente a un catequista a esa dimensión comunitaria son:

 La actitud de obediencia apostólica a los Pastores, en espíritu de fe,


como Jesús que «se despojo de sí mismo tomando condición de siervo (...),
obedeciendo hasta la muerte» (Flp 2,7- 8; cf. Hb 5,8; Rm 5,19). A esta
obediencia apostólica debe acompañar una actitud de responsabilidad, ya que
el ministerio del catequista, después de la elección y del mandato, es ejercido
por la persona llamada y habilitada interiormente por la gracia del Espíritu (LG
12).

En este contexto de la obediencia apostólica, se hace cada vez más oportuno el


mandato o misión canónica, como se acostumbro en muchas Iglesias, en el
que se destaca el vínculo que existe entre la misión de Cristo y de la Iglesia, con
la del catequista.

Se aconseja sea en una función litúrgica especial o litúrgicamente inspirada,


debidamente aprobada, celebrada en la comunidad de la que procede el
catequista, durante la cual el Obispo o un delegado suyo dé el mandato,
haciendo un gesto significativo, como por ejemplo la imposición del crucifijo o la
entrega de los Evangelios. Es conveniente que este rito del mandato tenga más
solemnidad para el catequista de plena dedicación que para el catequista de
tiempo limitado.

 Capacidad de colaborar en distintos niveles: el sentido comunitario


produce necesariamente en el individuo una actitud de colaboración que se
debe educar y apoyar. El catequista deberá tener en cuenta todos los
componentes de la comunidad eclesial en la que está insertado, y actuar en
unión con ellos. Se recomienda, especialmente, la colaboración con otros
laicos comprometidos en la pastoral, sobre todo en las Iglesias donde están
más desarrollados los servicios laicales distintos al del catequista. Para
colaborar en este plano, no es suficiente una convicción interior; se debe
echar mano también del trabajo de conjunto, como la planificación y la
revisión en común de las distintas obras y actividades. Esta unión de todas las
fuerzas es cometido, sobre todo, de los Pastores; pero la cordura de un
catequista deberá favorecer la convergencia de todos los que trabajan en su
radio de acción.

El catequista debe saber sufrir por la Iglesia, afrontando la fatiga que


comporta el apostolado realizado en común y aceptando las imperfecciones
de los miembros de la Iglesia, a imitación de Cristo que amó a su Iglesia
hasta darse por ella (cf. Ef|

5,25)241.

La educación al sentido comunitario debe ser objeto de atención especial, desde


el comienzo de la formación, mediante experiencias preparadas, realizadas y
revisadas en grupo por los candidatos.

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
COMPLETAR

La figura del Catequista qué cualidades o características


debe tener:

Camino

De

Formación
Los catequistas requieren una formación

¿Qué le sugiere la frase?: Cualquier actividad apostólica “que no se


apoye en personas verdaderamente formadas, está condenada al
fracaso” (DGC)

• Agentes de Formación: es de capital importancia, en la formación de los


catequistas, contar con educadores idóneos y suficientes. Cuando se habla de
agentes, se debe entender todo el conjunto de personas implicadas en la
formación.

Los catequistas deben estar convencidos, ante todo, de que su primer educador
es Nuestro Señor Jesucristo, que forma a través del Espíritu Santo (cf Jn 1
6,1 2-15). Esto exige en ellos un espíritu de fe y una actitud de oración y de
recogimiento para dar espacio a la pedagogía divina. La educación de apóstoles
es pues, principalmente un arte que se expresa en el ámbito sobrenatural.

La persona es la primera responsable del propio crecimiento interior, es decir,


de cómo se debe responder al llamamiento divino. La conciencia de esta
responsabilidad deberá impulsar al catequista a dar una respuesta activa y
creativa comprometiéndose y asumiendo todas las responsabilidades del propio
progreso de vida.

El catequista opera en comunión, al servicio y con la ayuda de la comunidad


eclesial. Por tanto, también la comunidad está llamada a colaboraren la
formación de sus catequistas, asegurándoles, en especial, un ambiente positivo y
fervoroso; acogiéndolos por lo que son y ofreciéndoles la debida colaboración. En
la comunidad, los Pastores desempeñan también un servicio de guía como
educadores de los catequistas. Esto requiere de ellos particular atención y, en los
candidatos, confianza y coherencia en seguir sus directivas. El Obispo y el
párroco son, en virtud de su función, los formadores más adecuados de los
catequistas.

Los formadores, es decir los delegados por la Iglesia para ayudar a los
catequistas a realizar el programa de educación, son como «compañeros de
viaje» cuyo servicio cualificado es muy valioso. Son, ante todo, los responsables
de los centros para catequistas y también los que se encargan de la formación
básica y permanente de los candidatos fuera de los centros. Es importante que
se escojan educadores idóneos que, además de destacarse por sentido de Iglesia
y por vida cristiana, posean una preparación específica para esa tarea y tengan
una experiencia personal por haber desempeñado, ellos también, el servicio de la
catequesis. Es bueno que los formadores constituyan un equipo o grupo
compuesto posiblemente de sacerdotes, religiosos y laicos, tanto hombres como
mujeres escogidos sobre todo entre catequistas experimentados. Así, la
formación resultará más completa y encarnada.

Los candidatos han de tener confianza en sus formadores y considerarlos guías


indispensables que la Iglesia les ofrece amorosamente para que puedan llegar a
un alto grado de madurez.

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
COMPLETAR
Responsables de la formación de los catequistas

• Formación básica. El proceso de formación que antecede al comienzo del


ministerio catequética no es igual en todas las Iglesias, ya que la organización y
las posibilidades son diferentes, y varía asimismo, según se importa en un centro
o fuera de él.

Hay que insistir en que todos os catequistas reciban una formación inicial mínima
suficiente, sin la cual no podrían ejercer convenientemente su misión. Con este
fin indicamos algunos criterios y directivas que contribuirán a promover y a guiar
as distintas opciones de la actividad formativa:

 Conocimiento del sujeto: es necesaria que el candidato sea conocido


personalmente y en su ambiente cultural. Sin este conocimiento de base, la
formación sería más bien una simple instrucción poco personalizada.

 Atención a la realidad socio-eclesial: es importante que la formación de los


catequistas no sea abstracta, sino encarnada en la realidad en que ellos viven
y actúan. La atención a las situaciones eclesiales y sociales ofrece puntos de
referencia concretos y garantizo una formación más adecuada.

 Formación continua y gradual: es preciso ayudar a los candidatos a alcanzar


todos los objetivos de la formación, de manera progresiva y gradual,
respetando los ritmos de crecimiento de cada uno y las necesarias diferencias
de las distintas etapas. No se debe pretender tener catequistas completos
desde el principio, pero ayúdeseles a mejorar sin interrupciones ni
desequilibrios.

 Método ordenado y completo: teniendo en cuenta el contexto misionero y los


principios de una sana pedagogía, es necesario que el método de formación
se nutro de experiencia, es decir, que se enriquezca con confrontaciones,
programadas y guiados, con las situaciones eclesiales, culturales y sociales
locales; que seo integral, a saber, que procure el desarrollo de la persona en
todos sus aspectos y valores; dialogante, con un continuo intercambio entre
la persona y Dios, el formador y lo comunidad; liberador, para desligar al
catequista de cualquier condicionamiento consciente o inconsciente, que
contraste con el mensaje evangélico; armónico, es decir, que procure asumir
lo esencial y conduzca a a unidad interior.

 Proyecto de vida: una pedagogía eficaz ayuda al individuo a construir un plan


de vida que establezca los objetivos y los medios para alcanzarlos, de manera
realista. A todo catequista se debe dar, desde el principio, una formación que
le capacite para fijarse un plan ordenado, cuidando, ante todo, la identidad y
el estilo de vida, y también las cualidades necesarias para el apostolado.
 Diálogo formativo: es el encuentro personal entre el candidato y el formador.
Se trata de un encuentro importante para iluminar, estimular y acompañar el
progreso en la formación. El catequista ha de abrirse al formador y establecer
con él un diálogo constructivo y regular. En el diálogo formativo ocupa un
puesto singular la dirección espiritual, que llega hasta lo más íntimo de la
persona y la ayuda a abrirse a la gracia pare crecer en sabiduría.

 En un contexto comunitario: la comunidad cristiana, donde el catequista vive


y desarrolla su actividad, es el lugar necesario de confrontación, propuesta y
discernimiento de vida para todos sus miembros y -en especial- para los que
desempeñan una vocación apostólica. Los catequistas pueden descubrir
progresivamente, en la comunidad, cómo se lleva a cabo el proyecto divino de
la salvación.

 Ninguna verdadera educación apostólica puede realizarse al margen del


contexto comunitario.

Estas indicaciones se tienen presentes donde existe una buena estructura para la
formación básica. Sin embargo, pueden servir de estímulo y orientación para los
Pastores y para los mismos candidatos también en la fase inicial. Hay que evitar,
absolutamente, toda improvisación en la preparación de los catequistas, o dejarla
a su exclusiva iniciativa.

• Formación permanente. La evolución de la persona, el dinamismo peculiar


de los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, el proceso de continua
conversión y de crecimiento en la caridad apostólica, la renovación de la cultura,
la evolución de la sociedad el continuo perfeccionamiento de los métodos
didácticos, exigen que el catequista se mantenga en fase de formación durante
todo el período de su servicio activo. Este empeño concierne tanto a los
dirigentes como a los catequistas, y abarca todas las dimensiones de su
formación: humana, espiritual, doctrinal y apostólica (DCG 110).

La formación permanente asume características particulares según las distintas


situaciones: al comienzo de la actividad apostólica es una introducción al
servicio, necesaria a todo catequista, y consiste en instrucciones doctrinales y en
experiencias prácticas dirigidas. Durante el ejercicio del ministerio, la formación
permanente es una renovación continua para mantenerse preparados para la
diversas tareas, que incluso pueden cambiar. Así se garantiza la calidad de los
catequistas, evitando el desgaste y rutina con el pasar del tiempo. En algunos
casos de especial dificultad, de cansancio, de cambio de lugar o de ocupación,
etc., la formación permanente ayuda al catequista a madurar el criterio, y a
recobrar el fervor y dinamismo iniciales.

La responsabilidad de la formación permanente no puede atribuirse únicamente a


los organismos centrales; corresponde también a los interesados y a cada una de
las comunidades, teniendo en cuenta las distintas realidades de unas personas a
otras y de unos lugares a otros (DCG 110).

Además de reafirmar el valor de todos estos principios, es necesario fomentare1


uso de instrumentos útiles para la formación permanente. Es cierto que se
presentan obstáculos de orden económico, o debidos a la carencia de personal
cualificado, a la escasez de libros y de otro material didáctico; a las distancias y
medios de transporte inadecuados, etc. No obstante, la formación permanente de
los catequistas sigue siendo un imperativo indiscutible. Los esfuerzos que los
responsables están realizando con este objeto deben ser respaldados. Hay que
tratar de crear en todas partes, una organización suficiente y emprender
iniciativas concretas, para que ningún catequista se vea privado de una mejoría
constante.

Entre las iniciativas para la formación permanente, el primer lugar corresponde a


los centros catequéticos que asisten a los antiguos alumnos al menos durante el
primer período mediante cartas circulares e individuales, envío de material,
visitas con frecuencia de los formadores y encuentros de revisión en los mismos
centros. Los centros son los ambientes más apropiados para organizar cursos de
renovación y actualización de catequistas, en cualquier momento de su servicio.

Las diócesis, si no disponen de un centro al cual dirigirse, busquen otros


ambientes para llevar a cabo sus ciclos de formación permanente que, por lo
general, consisten en breves cursos, encuentros de un día, etc., animados por
personal expresamente encargado a nivel diocesano. De modo análogo se debe
actuar en las parroquias o en los grupos de parroquias vecinas que colaboran
entre sí (AG 17).

Las iniciativas aisladas no son suficientes para la formación permanente. Se


precisan programas orgánicos que prevean una renovación cíclica sobre los
distintos aspectos de la personalidad del catequista. No basta, pues, cuidar de la
profesionalidad laboral; hay que privilegiar siempre la identidad de la persona. Se
ha de cuidar con esmero todo programa de carácter espiritual porque esta
dimensión es, sin discusión, la principal.

No se olvide que el catequista ha de permanecer enraizado en su comunidad


para recibir la formación permanente en su propio contexto y junto con los
demás fieles. Al mismo tiempo, se debe procurar desarrollar la dimensión
universal, valorizando los encuentros entre catequistas de distintas Iglesias
particulares.

Además de las iniciativas organizadas, la formación permanente está confiada a


los mismos interesados. Todo catequista, por tanto, deberá hacerse cargo de su
propio y continuo progreso, mediante el mayor empeño posible, persuadido de
que nadie puede reemplazarle en su responsabilidad primaria.

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
RESPONDER

¿Por qué se dice que los catequistas requieren de una


formación básica y permanente?

• Medios y estructuras de la formación. Entre los medios de formación, se


destacan los centros o escuelas para catequistas. Es significativo que los
documentos de la Iglesia, desde el Ad Gentes hasta la Redemptoris Missio,
insistan en la importancia de «favorecer la creación y el incremento de ias
escuelas (o centros) para catequistas que, aprobados por las Conferencias
Episcopales, otorguen títulos oficialmente reconocidos por éstos últimas» (RM 73;
DCG 109; CT 71; CIC c 785; AG 17).

Cuando se hace referencia a los centros para catequistas, se habla de realidades


muy diferentes: desde organismos desarrollados, que pueden albergar por largo
tiempo a los candidatos con un programa de formación orgánico, hasta
estructuras esenciales para pequeños grupos o cursos breves, o incluso sólo para
encuentros de un día.

En su mayoría, los centros son diocesanos o inter-diocesanos; algunos son


nacionales, continentales, o internacionales. Estos distintos tipos de centros se
complementan mutuamente y deben promoverse todos ellos.

Existen elementos comunes a estos centros, como el programa de formación


que hace del centro un lugar de crecimiento en la fe; la posibilidad de residir en
él; la enseñanza escolar alternada con experiencias pastorales y, sobre todo, la
presencia de un grupo de formadores. Existen también elementos propios que
distinguen a unos centros de otros. Entre éstos: el nivel mínimo que se requiere
de preparación escolar, proporcionado al nivel nacional; las condiciones para
aceptar a los candidatos; la duración del curso y de la residencia; las
características de los candidatos mismos: sólo hombres o sólo mujeres, o ambos;
jóvenes o adultos; casados, solteros o parejas; distintas sensibilidades y énfasis
en los contenidos y métodos de formación, que se adaptan a la realidad local;
formación específica, o no, para las esposas de los catequistas; entrega o no, de
un diploma.

Es importante que exista una cierta conexión entre los centros, sobre todo a nivel
nacional, bajo la responsabilidad de la Conferencia Episcopal. Esa conexión se
favorece con encuentros regulares entre todos los formadores de los distintos
centros y por el intercambio de material didáctico. De este modo, se procura la
unidad de la formación y se potencian los centros con el enriquecimiento
participado de la experiencia de los demás.

La importancia de los centros no se imita a la actividad formativa que se refiere a


las personas. Pueden llegar a ser verdaderos núcleos de reflexión sobre temas
importantes de carácter apostólico como: los contenidos de la catequesis, la
inculturación, el diálogo interreligioso, los métodos pastorales, etc., y servir de
apoyo a los Pastores en sus responsabilidades.

Además de los centros o escuelas, hemos de mencionar los cursos y los


encuentros, de distinta duración y composición, organizados por las diócesis y
parroquias, especialmente aquellos en los que participan el Obispo o los
párrocos. Son medios de formación muy eficaces y, en ciertas zonas y
situaciones, constituyen el único medio para proporcionar una buena formación.
Estos cursos no se oponen a los programas de los centros, sirven más bien para
prolongar su influencia o, como sucede a menudo, para compensar la falta de
centros.

Tanto para la actividad de los centros como para la de los cursos, son
indispensables los instrumentos didácticos: libros, audiovisuales y todo el material
que sirve para preparar bien a un catequista.

Corresponde a los Pastores responsables procurar que los centros estén provistos
del material necesario, de acuerdo con su importancia. Es encomiable la
costumbre de intercambiarse los medios didácticos entre un centro y otro, entre
una y otra diócesis. A veces se trata de intercambios útiles entre naciones
limítrofes y homogéneas por su situación socio-religiosa.

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos insiste en que no basta


proponerse objetivos elevados de formación, sino que es preciso escoger y
utilizar los medios eficaces. Por tanto, además de insistir en que se dé prioridad
absoluta a los formadores, que hay que preparar bien y sostenerlos, la
Congregación para la Evangelización de los Pueblos pide que se potencien los
centros en todas partes. También, para esto, se requiere un sano realismo, para
evitar un discurso sólo teórico. El objetivo que se quiere alcanzares lograr que
todas la diócesis puedan formar un cierto número de catequistas propios, por lo
menos los cuadros, en un centro. Además, fomentar las iniciativas locales, en
particular los encuentros programados y guiados, porque son indispensables para
la formación inicial de los que no han podido frecuentar el centro y para la
formación permanente de todos.

III. LA REPONSABILIDAD HACIA EL CATEQUISTA

1. Remuneración del catequista


• Cuestión económica en general. Se reconoce unánimemente que la
cuestión económica es uno de los obstáculos más serios para poder contar con
un número suficiente de catequistas. Ese problema no se presenta desde luego,
con los maestros de religión en las escuelas oficiales, ya que éstos reciben el
sueldo del Estado. Por lo que se refiere, en cambio, a cualquier categoría de
catequistas remunerados por la Iglesia, en particular los que tienen una familia a
su cargo, la cuestión crucial es la proporción entre lo que reciben y las exigencias
de la vida. Se perciben consecuencias negativas en distintos aspectos:

 En la elección, ya que las personas dotadas prefieren trabajos mejor


remunerados.

 En el compromiso, porque resulta necesario desempeñar otros oficios para


completar los ingresos.

 En la formación, porque muchos no están en condiciones de participar en os


cursos.

 En la perseverancia, y en las relaciones con los Pastores.

Además, en algunas culturas el trabajo se aprecia por lo que retribuye y se corre


el riesgo de considerar a los catequistas como trabajadores de inferior categoría.
• Soluciones prácticas. La retribución del catequista ha de considerarse como
cuestión de justicia y no de libre contribución.

Los catequistas, de dedicación plena o parcial, deben ser retribuidos según


normas precisas, establecidas a nivel de diócesis y parroquia, teniendo en cuenta
los recursos económicos de la Iglesia particular, de la situación personal y
familiar del catequista, en el contexto económico general del Estado. Se
reservará especial atención a los catequistas enfermos, inválidos y ancianos, pues
suele suceder que después que éstos han servido a la Iglesia son rechazados por
la misma y echados fuera.

Como en el pasado, la Congregación para la Evangelización de los Pueblos


seguirá interesándose en promover y distribuir aportaciones económicas para los
catequistas, según las posibilidades.

Pero, insiste a la vez, en la necesidad de buscar a, toda costa, una solución más
estable del problema.

Los presupuestos de las diócesis y de las parroquias por tanto, deberán destinar
a esta obra una cuota proporcionada de los ingresos, siguiendo el criterio de dar
la prioridad a los gastos de la formación (CT 63).

También los fieles deberán hacerse cargo del mantenimiento de los catequistas,
sobre todo cuando se trata del animador de su comunidad local. La calidad de las
personas, en particular las que están comprometidas en el apostolado directo,
tienen la precedencia respecto a las estructuras. No se destinen pues a otros
fines ni se reduzcan los presupuestos destinados a los catequistas y a la
catequesis.

Se recomienda especialmente la ayuda económica para los centros de


catequistas. Este esfuerzo es digno de ponderación y contribuirá sin duda a
incrementar la vida cristiana en un futuro próximo, porque la catequesis activa y
eficaz es la base de la formación del Pueblo de Dios (CT 63).

Al mismo tiempo deben promoverse y multiplicarse los catequistas voluntarios,


que se comprometen a una cooperación a tiempo limitado, con regularidad, pero
sin una verdadera remuneración porque tienen ya otro empleo fijo.

Esta línea de acción es más realista cuando se trata de comunidades eclesiales


que tienen ya un cierto grado de desarrollo. Es necesario ciertamente educar a
los fieles a que consideren la vocación del catequista como una misión, más que
como un empleo de vida.
Además, será preciso reexaminar la organización y la distribución de los
catequistas.

En resumen, el problema económico exige una solución a partir de la Iglesia


local. Todas las otras iniciativas son una buena contribución y han de
potenciarse, pero la solución radical hay que buscarla localmente, especialmente
con una acertada administración, que respete las prioridades apostólicas, y
educando a la comunidad a dar la debida contribución económica.

2. Responsabilidad del pueblo de Dios


• Responsabilidad de la comunidad. Indudablemente hay que hacer un
reconocimiento público de gratitud a los Obispos, a los sacerdotes y a las
comunidades de fieles por la atención que siempre han demostrado a los
catequistas: esa actitud es una garantía para el anuncio misionero, para la
madurez de las Iglesias jóvenes.

Los catequistas, en efecto, son apóstoles de primera línea: sin ellos «no se
habrían edificado Iglesias hoy día florecientes» (CT 66) son, además, una de las
componentes esenciales de la comunidad, enraizados en ella por el Bautismo y la
Confirmación y su vocación, con el derecho y el deber de crecer en plenitud y de
obrar con responsabilidad.

Es significativo que Juan Pablo II, en la Encíclica Redemptoris Missio, encomiende


de este modo a los catequistas en los territorios de misión: «Entre los laicos
que se hacen evangelizadores se encuentran, en primera línea, los
catequistas. (...) Aunque se ha habido un incremento de los servicios eclesiales
y extra-eclesiales, el ministerio de los catequistas continúa siendo siempre
necesaria y tiene unas características peculiares» (RM 73). Estas palabras
confirman lo que el mismo Sumo Pontífice había afirmado en la Exhortación
Apostólica Catechesi Tradendae: «El título de ‘catequista’ se aplica por
excelencia a los catequistas de tierras de misión» (CT 66).

A los catequistas se puede aplicar, con toda verdad, la palabra del Señor: «Id y
haced discípulos a todas las naciones» (Mt 28,19), porque «ellos están
dedicados por oficio al ministerio de la palabra» (Dei Verbum 25).

Los catequistas deben ser tenidos en cuenta en la organización de la comunidad


eclesial. Será muy útil garantizar su presencia significativa en los organismos de
comunión y participación apostólica, como por ejemplo, los consejos pastorales
diocesanos y parroquiales.
No hay que olvidar que el número de catequistas aumenta de continuo y que de
su actual dedicación dependerá la calidad de las futuras comunidades cristianas.
En la sociedad moderna existen situaciones que reclaman la presencia de los
catequistas, porque son laicos que viven las situaciones seculares y pueden
iluminarias con la luz del Evangelio, actuando en el interior de la sociedad. Hoy,
en el contexto de la teología del laicado, los catequistas ocupan necesariamente
un lugar destacado.

Todas estas consideraciones hacen ver la urgencia de promover catequistas,


tanto en número, mediante una adecuada promoción vocacional como, sobre
todo, en la calidad, mediante una atenta y global programación de formación.

• Responsabilidad primaria de los Obispos. Los Obispos como primeros


«responsables de la catequesis», son también los primeros responsables de los
catequistas. El Magisterio contemporáneo y la legislación renovada de la Iglesia
insisten en esa responsabilidad originaria de los Obispos, vinculada a su función
de sucesores de los Apóstoles, en cuanto Colegio y como Pastores de las Iglesias
particulares (CT 63; Christus Dominus 14).

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos recomienda a cada uno de


los Obispos y a las Conferencias Episcopales, que continúen con todo esfuerzo, y
si es necesario, refuercen su solicitud por los catequistas, teniendo en cuenta
todos los aspectos que les conciernen: desde establecer los criterios de elección,
promover programas y estructuras de formación, hasta utilizar los medios
adecuados para su mantenimiento, etc. Los Obispos traten personalmente a los
catequistas, instaurando una relación profunda y si es posible individual con ellos.
Cuando esto no sea factible, podría ser útil nombrar un vicario episcopal para ese
cometido. La experiencia que acompaña a la Congregación para la Evangelización
de los Pueblos la ha llevado a sugerir campos especiales de intervención para dar
al catequista todo su valor, toda su importancia y todo su respaldo:

 Concientizar la comunidad diocesana y las parroquiales, con especial


atención a los presbíteros, acerca de la importancia y el papel de los
catequistas.

 Crear o renovar los Directorios catequéticos en lo que se refiere a la


figura y a la formación del catequista, en el ámbito nacional y diocesano, de
manera que haya claridad y unidad cuando se apliquen las respectivas
indicaciones del Directorio Catequético General, de la Exhortación Apóstolica
Catechesi Tradendae y de la actual Guía para ¡os catequistas en Tierra de
Misión.
 Garantizar un material mínimo para la preparación específica de los
catequistas en el ámbito diocesano y parroquial, de manera que ninguno de
ellos comience a ejercer su misión sin estar preparado, y además, fundar o
promover escuelas o centros apropiados (RM 71).

 Procurar como objetivo en todas las diócesis y parroquias la creación


de grupos de catequistas bien formados y con una experiencia
adecuada que -como se ha dicho ya- en colaboración con el Obispo y con los
sacerdotes, puedan encargarse de la formación y de la asistencia de otros
catequistas voluntarios y se les puedan confiar puestos claves para la
realización de los programas catequéticos.

 Atender a las necesidades referentes a la formación, a la actividad y a


la vida de los catequistas con un esmerado planteamiento económico,
involucrando a la comunidad. Además de estos campos preferenciales de
intervención, el mejor modo en que los Obispos pueden ejercer su
responsabilidad con los catequistas, es manifestándoles su amor paternal, e
interesándose constantemente por ellos mediante contactos personales.

• Solicitud de parte de los presbíteros. Los Sacerdotes, y especialmente los


párrocos, como educadores en la fe y colaboradores inmediatos del Obispo,
tienen un cometido inmediato e insustituible en la promoción del catequista. Si
como pastores, deben reconocer, promover y coordinar los distintos carismas en
el interior de la comunidad, de manera especial deberán seguir a los catequistas
que comparten su trabajo de anunciar la Buena Nueva. Han de considerarlos y
aceptarlos como personas responsables del ministerio que se les ha confiado y no
como meros ejecutores de programas preestablecidos. Promuevan su dinamismo
y creatividad y eduquen a las comunidades para que asuman su responsabilidad
en la catequesis y acojan a los catequistas, colaboren con ellos y los sostengan
económicamente, teniendo en cuenta si tienen a su cargo una familia.

Desde esta perspectiva especial, es de importancia decisiva educar al clero ya


desde el seminario, para que esté en condiciones de apreciar, favorecer y valorar
adecuadamente al catequista como figura eminente de apóstol y su colaborador
especial en la viña del Señor.

• Atención por parte de los formadores. La preparación de los catequistas


está confiada, generalmente, a personas calificadas tanto en los centros como en
las parroquias. Estos formadores tienen una función de gran responsabilidad y
dan una aportación preciosa a la Iglesia. Sean pues conscientes de su vocación y
del valor de su tarea.

Cuando una persona acepta el mandato de formar catequistas, ha de


considerarse como la expresión concreta de la solicitud de los Pastores y ha de
seguir fielmente sus directivas. Además, ha de Saber vivir la dimensión eclesial
del mandato, realizándolo con espíritu comunitario y siguiendo la planificación de
conjunto.

Como ya hemos dicho, el formador de catequistas deberá estar dotado de


cualidades espirituales, morales y pedagógicas; especialmente se quiere de él
que pueda educar sobre todo con su propio testimonio. Ha de seguir de cerca a
los catequistas, trasmitiéndoles fervor y entusiasmo.

Todas las diócesis deberán hacer lo posible por tener un grupo de formadores de
catequistas, compuesto en lo posible de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos,
que se puedan enviar a las parroquias a preparar a los aspirantes, en comunidad
e individual mente.

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
COMPLETAR:

Responsabilidad hacia los catequistas de: el Obispo, los


Presbíteros, los Formadores de Comunidad.

CONCLUSIÓN
Las directrices contenidas en este documento se proponen con la esperanza de
que sean como un ideal para todos los catequistas.

Los catequistas gozan de la estima de todos por su participación en la actividad


misionera y por sus características que raramente se encuentran en las
comunidades eclesiales fuera de la misión. El número de los catequistas se
incrementa y oscila estos últimos años, entre los 250.000 y los 350.000. Para
muchos misioneros, los catequistas son una ayuda insustituible; se puede decir,
su mano derecha y a veces su lengua.
Frecuentemente han sostenido la fe de las jóvenes comunidades en los
momentos difíciles y sus familias han dado muchas vocaciones sacerdotales y
religiosas.

¿Cómo no estimar estos «animadores fraternos de comunidades nacientes»?


¿Cómo no proponerles los ideales más elevados, aun conociendo las dificultades
objetivas y los límites personales?

No se puede concluir más eficazmente este documento que citando las vibrantes
palabras que el Papa Juan Pablo II dirigió a los catequistas de Angola durante su
última visita apostólica:

«Tantas veces ha dependido de vosotros la consolidación de


las nuevas comunidades cristianas por no decir su primera
piedra fundamental, mediante el anuncio del Evangelio a los
que no lo conocían. Si los misioneros no podían estar
presentes o tuvieron que partir poco después del primer
anuncio, allí estabais presentes vosotros, los catequistas,
para sostener y formar a los catecúmenos, para preparar al
pueblo cristiano a recibir los sacramentos, para enseñar la
catequesis y para asumir la responsabilidad de la animación
de la vida cristiana en sus pueblos o en sus barrios (...). Dad
gracias al Señor por el don de vuestra vocación, con la que
Cristo os ha llamado y elegido de entre los otros hombres y
mujeres, para ser instrumentos de su salvación. Responded
con generosidad a vuestra vocación y tendréis escrito
vuestro nombre en el cielo (cf Lc 10,20)».

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos después de haber dado


todo su aporte para este documento, espera que con la ayuda de Dios y de la
Virgen María, este material imprima nuevo impulso a la renovación constante de
los catequistas para que así, su generosa aportación continúe siendo acertada y
fructuosa también para la misión del Tercer Milenio.

¡LISTOS PARA
LA MISIÓN!
TRABAJO GRUPAL

MÓDULO DE CATEQUESIS
NOMBRE DE LOS INTEGRANTES DEL GRUPO CÓDIGO

______________________________________ _______
______________________________________ _______
______________________________________ _______
______________________________________ _______
JURISDICCIÓN ECLESIÁSTICA ________________________________

LUGAR Y FECHA: _________________________________

Comparta con sus compañeros de estudio y reflexión cada una de las


respuestas dadas en las actividades de aprendizaje que trae el módulo;
sintetice las respuestas y elabore un solo trabajo escrito del grupo.

CATÓLICO, CON CRISTO


SAL DE TU TIERRA

ABREVIATURAS

AA Apostolicam Actuositatem

Decreto del Vaticano II sobre el apostolado de los laicos. 18 de noviembre


de 1965.

AG Ad Gentes

Decreto del Vaticano II sobre la acción misionera de la Iglesia. 7 de


diciembre de 1965.

CA Centesimus Annus

Carta encíclica de Juan Pablo II en el centenario de la Rerum Novarum. 1


de mayo de 1991.

CAL La Catequesis en América Latina

DECAT-CELAM. 19 de marzo de 1999.

CD Christus Dominus

Decreto del Vaticano II sobre el oficio pastoral de los obispos. 28 de


octubre de 1995.

CEC Catechismus Catholicae Ecclesiae


Catecismo de la Iglesia Católica 11 de octubre de 1992.

CIC Codex luris Canonici

25 de enero de 1983.

CfL Christifideles Laici

Exhortación apostólica post-sinodal de Juan Pablo II sobre los fieles laicos


30 de diciembre de 1988.

CT Catechesi Tradendae

Exhortación apostólica de Juan Pablo II sobre la catequesis en nuestro


tiempo 16 de octubre de 1979.

DC Documento de Caracas

“Hacia una catequesis inculturada” DECAT-CELAM, II Semana


Latinoamericana de Catequesis. 18-24 de septiembre de 1994 (Caracas,
Venezuela).

DCG Directorio Catequesis General

Sagrada Congregación para el Clero. 11 de abril de 1971.

DGC = Directorio General para la Catequesis

Congregación para el Clero. 15 de agosto de 1997.

DLC Líneas comunes de orientación para la catequesis en América Latina

DECAT-CELAM 1985.

DM Documento de Medellín

II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. 26 de agosto - 7


de septiembre de 1968 (Medellín, Colombia).

DP Documento de Puebla

III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. 27 de enero - 13


de febrero de 1979 (Puebla, México).

DQ Documento de Quito
“La comunidad catequizadora en el presente y en el futuro de América
Latina”. DECAT-CELAM, 1 Semana Latinoamericana de Catequesis 3-10 de
octubre de 1982 (Quito, Ecuador).

DSD Documento de Santo Domingo

IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. 12-28 de octubre


de 1992 (Santo Domingo, República Dominicana).

IA Eclesia in América

Exhortación apostólica post-sinodal de Juan Pablo II. 22 de enero de 1999.

EN Evangelii Nuntiandi

Exhortación apostólica de Pablo VI sobre la evangelización del mundo


contemporáneo 8 de diciembre de 1975.

FR Fides et Ratio

Carta encíclica de Juan Pablo II sobre las relaciones entre la fe y la razón.


14 de septiembre de 1998.

GE Gravissimum Educationis

Carta Encíclica del Vaticano II sobre la educación. 28 de octubre de 1965.

GS Gaudium et Spes

Constitución pastoral del Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual. 7


de diciembre de 1965.

MPD Mensaje al Pueblo de Dios

Sínodo de los Obispos sobre la catequesis en nuestro tiempo. 28 de


octubre de 1977.

PDV Pastores Dabo Vobis

Exhortación apostólica post-sinodal de Juan Pablo II sobre la formación de


los sacerdotes en la situación actual. 25 de mayo de 1992.

RM Redemptoris Missio

Carta encíclica de Juan Pablo II sobre la permanente validez del mandato


misionero. 7 de diciembre de 1990.
SC Sacrosantum Concilium

Constitución del Vaticano II sobre la Sagrada Liturgia 4 de diciembre de


1963.

SRS Sollicitudo Rei Socialis

Carta encíclica de Juan Pablo II. 30 de diciembre de 1987.

BIBLIOGRAFIA
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Orientaciones pastorales para la catequesis en España, hoy, Madrid. EDICE,
1983.

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catequesis, México, CEM, 1992.

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Buenos Aires, Oficina del Libro, 1987.

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Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, Cittá del


Vaticano, Editrice Vaticana, 1997.

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Ciudad del Vaticano 1993.

DECAT-CELAM, Evangelización y Catequesis. Diez Documentos del Magisterio


Eclesiástico con índice Analítico, Bogotá, CELAM, 1986*.
CELAM, Ser y Quehacer de la Catequesis, Javier González Ramírez, Pbro.,
Impreso en Colombia, Printed in Colombia, Impresión JAVERGRAF LTDA. Bogotá,
1999.

Hacia una catequesis inculturada, Santafé de Bogotá, CELAM, 1995.

La catequesis en América Latina. Orientaciones comunes a la luz del Directorio


para la Catequesis, Santafé de Bogotá, CELAM, 1999.

E. Alberich, La catequesis en la Iglesia, Madrid, CCS, 1991.

F. De Vos, Pensar la catequesis, Buenos Aires, Claretiana, 1996.

J. Gevaert (Coord.), Diccionario de Catequética, Madrid, ccs, 1987.

L. Alves, Elementos fundamentais da catequese renovada, Editora Saleciana Dom


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M. Borello, Catequética breve, Seminario Pontificio Mayor, Santiago de Chile,


1991.

Medellín, Segunda Conferencia General, Editorial del CELAM, Bogotá, 1979,


undécima edición.

Puebla, Tercera Conferencia General, Editorial: Biblioteca de Autores Cristianos,


Madrid, 1985, segunda edición.

Santo Domingo, Cuarta Conferencia General, Edición de la Conferencia Episcopal


Colombiana, 1992, tercera edición corregida.

Vaticano II, Documentos completos, Ediciones Paulinas, 1987.

Líneas comunes de orientación para la catequesis en América Latina, Bogotá,


CELAM 1985.
EVALUACIÓN TERMINAL INDIVIDUAL
NOMBRE: ___________________________________________________

LUGAR Y FECHA: _____________________________________________

I. DESCRIBA LOS SIGUIENTES ASPECTOS:

1. Elementos esenciales de la catequesis

a) La Catequesis, ministerio de la palabra

b) La Catequesis, ministerio eclesial

c) La Catequesis, etapa privilegiada del proceso evangelizador.

d) La Catequesis, educación de la fe

e) La Catequesis, iluminación e interpretación de la vida y de la historia.

II. REFLEXIONE Y DÉ SUS APORTES

2. La finalidad de la catequesis es formar personas y comunidades maduras


en la fe.
3. Evalúe el método que se está siguiendo en su labor catequéticomisionera:

a) Aspectos Positivos

b) Aspectos por mejorar

c) Fidelidad a los contenidos del mensaje cristiano

4. Qué y en qué sentido lo estudiado es este módulo le sirve para su trabajo


pastoral misionero.

5. Aplique las tareas fundamentales de la Catequesis a:

- La misión ad gentes o primera evangelización

- La nueva evangelización

- La atención pastoral.

6. Al estudiar la tercera parte del módulo establezca el perfil de un catequista


misionero.

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