Didactica General 1 Eje I Clase 021
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Clase 02:
LA ENSEÑANZA
Alicia R. W. de Camilloni (2007). El saber didáctico. Editorial Paidós, Buenos Aires. Cap 6. Laura Basabe y Estela Cols
RECORRIDOS CONCEPTUALES
De modo general, puede definirse a la enseñanza como un intento de alguien de transmitir cierto
contenido a otra persona. Es una definición sencilla que sólo indica el tipo de actividad que puede designarse
como «enseñanza» sin especificar nada acerca de las acciones de los participantes, los recursos utilizables y
los resultados esperables. Detengámonos en los rasgos de esta idea.
Un primer aspecto de la definición presentada es que la enseñanza involucra siempre tres elementos.
En efecto, la enseñanza supone alguien que tiene un conocimiento, alguien que carece de él y un saber
contenido de la transmisión. Como recuerda Passmore, «Por cada X que enseña, si X enseña, debe haber
alguien a quien enseña y algo que enseña» (1983: 36). A diferencia de lo que ocurre con el «dar», en el caso
de «enseñar» esta naturaleza triádica es, según Passmore, «cubierta», pues en el lenguaje corriente puede
omitirse a quién o qué sin que pierda sentido la afirmación de que alguien enseña. Pero la enseñanza es
siempre una forma de intervención destinada a mediar en la relación entre un aprendiz y un contenido a
aprender, y por lo tanto, una actividad marcada tanto por los rasgos del conocimiento a transmitir como por
las características de sus destinatarios. Obviamente, la definición presentada constituye una modelización de
situaciones muy diversas. Quien enseña puede ser un profesor que interactúa con sus estudiantes cara a cara
o a la distancia mediante medios de comunicación que permiten la interacción remota, de manera sincrónica
o asincrónica, o puede estar representado a través de algún tipo de material didáctico, como una propuesta
de instrucción programada o de aprendizaje asistido por computadora. Del mismo modo, el aprendiz puede
ser parte de un colectivo, ya sea un grupo de alumnos situado en un aula o una comunidad de aprendizaje
dispersa geográficamente que se contacta por medios específicos.
Un segundo aspecto a destacar es que la enseñanza consiste en un intento de transmitir un contenido.
Puede tratarse de una destreza como zambullirse de cabeza en una piscina, de un cuerpo organizado de
conocimiento como la filosofía, de una disposición como el gusto por un género musical. En cualquier caso,
una actividad puede clasificarse como «enseñanza» por su propósito de transmitir un contenido, aunque el
cometido no se logre. De este modo, el término abarca indistintamente tanto a los esfuerzos infructuosos
realizados para que alguien aprenda algo, como a las ocasiones en las que ello efectivamente sucede. Ello debe
ser así porque puede haber enseñanza y no producirse el aprendizaje, éste puede producirse parcialmente o
incluso puede suceder que el otro aprenda algo diferente de lo que fue enseñado. Entonces entre los procesos
de enseñanza y aprendizaje no hay una relación de tipo causal que permita asumir que lo primero conduce
necesariamente a lo segundo.
Sin duda, la idea de causalidad entre enseñanza y aprendizaje domina el sentido común y resulta
operativa aun en quienes tienen acceso a una reflexión pedagógica especializada. Lleva a pensar estos dos
procesos como si fueran «las dos caras de una misma moneda», es decir, fases inseparables de un fenómeno
único. Ésta es la idea que subyace a la expresión de extendido uso «enseñanza-aprendizaje». Para
Fenstermacher, la confusión se origina en la dependencia ontológica del concepto «enseñanza» respecto del
concepto «aprendizaje» en la estructura del lenguaje. Es decir, no habría una idea de enseñanza si el
aprendizaje no existiera como posibilidad; el concepto «enseñanza» depende para existir del concepto
«aprendizaje». Del mismo modo que en el caso de «buscar» y «encontrar», de «correr una carrera» y
«ganar», el segundo fenómeno debe existir como posibilidad, aunque no necesariamente como realidad, para
que pueda existir la primera idea. Pero, según el autor, el hecho de que, con mucha frecuencia, el aprendizaje
se produzca después de la enseñanza no debe ser explicado como una consecuencia directa de las acciones
de enseñanza, sino de las actividades que el propio estudiante emprende, a partir de la enseñanza, para
incorporar un contenido. El término «aprendizaje» alude tanto al proceso mediante el cual se adquiere un
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evaluar la realización del alumno de acuerdo con los objetivos previamente elegidos. En otras palabras,
primero decide usted a dónde quiere ir, después formula y administra los medios para llegar allí y, finalmente,
se preocupa usted de verificar si ha llegado (Mager, 1971: 1).
[...] enseñar es plantear problemas a partir de los cuales sea posible reelaborar los contenidos escolares
y es también proveer toda la información necesaria para que los niños puedan avanzar en la reconstrucción
de esos contenidos. Enseñar es promover la discusión sobre los problemas planteados, es brindar la
oportunidad de coordinar diferentes puntos de vista, es orientar hacia la resolución cooperativa de las
situaciones problemáticas. Enseñar es alentar la formulación de conceptualizaciones necesarias para el
progreso en el dominio del objeto de conocimiento próximo al saber socialmente establecido. Enseñar es,
finalmente, promover que los niños se planteen nuevos problemas fuera de la escuela (Lerner, 1996: 98).
Deseo comenzar este capítulo con un pensamiento que resultará sorprendente para algunos y quizás
ofensivo para otros: simplemente que en mi opinión, la enseñanza es una actividad sobrevalorada. [...] Pero
mi actitud implica más. Tengo un concepto negativo de la enseñanza. [...] La enseñanza y la transmisión de
conocimientos tienen sentido en un mundo estático. Por esta razón ha sido durante siglos una actividad
incuestionable. Pero el hombre moderno vive en un ambiente de cambio continuo. Liberar la curiosidad,
permitir que las personas solucionen según sus propios intereses, desatar el sentido de indagación. Abrir
todo a la pregunta y la exploración, reconocer que todo está en proceso de cambio, aunque nunca lo logre
de manera total, constituye una experiencia grupal inolvidable. En este contexto surgen verdaderos
estudiantes, gente que aprende realmente, científicos, alumnos y profesionales creativos, la clase de personas
que pueden vivir en un delicado pero cambiante equilibrio entre lo que saben en la actualidad y los mudables
y fluidos problemas del futuro (Rogers, 1991: 143-144).
Las distintas teorizaciones acerca de la enseñanza articulan en un marco explicativo y propositivo
concepciones -más o menos explícitas- acerca de lo que se considera una persona educada, el buen
conocimiento, las formas de aprendizaje más valiosas, las formas de intervención didáctica más efectivas, las
características de contexto educativo, los materiales más adecuados, etcétera. En tales casos estamos frente
a definiciones «elaboradas» de enseñanza; el contenido de la definición deja ya de ser descriptivo y se vuelve
normativo, pues introduce pautas para la acción a partir de un deber ser. Definiciones de tal tipo son
necesarias, pues «Nos señalan direcciones que son buenos lugares a los que dirigirse, nos ayudan a determinar
si hemos perdido de vista el motivo de nuestros afanes; otorgan a las tareas cotidianas de enseñar y aprender
ese significado mayor y más humano» (Fenstermacher, 1989: 171). Establecer una definición genérica permite
delimitar el objeto de estudio sin asumir prematuramente perspectivas de análisis y marcos interpretativos
específicos, pero nuestras acciones -y nuestras discusiones- descansan en definiciones elaboradas.
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la lengua, ni las costumbres, ni los conocimientos que va adquirir, justamente porque aún no está educado.
Esto genera una paradoja: no se ayuda al otro a construirse negando su deseo pero tampoco privándolo de
las herramientas necesarias para darle forma. La transmisión educativa debe avanzar entre dos callejones sin
salida, la abstención pedagógica en nombre del respeto al niño y la fabricación del niño en nombre de las
exigencias sociales, el camino es centrarse en la relación del sujeto con el mundo. «Su función es permitirle
construirse a sí mismo “como sujeto en el mundo”: heredero de una historia en la que sepa qué está en
juego, capaz de comprender el presente y de inventar el futuro» (Meirieu, 1998:70).
La enseñanza no es una actividad exclusivamente humana, pero el homo sapiens es la única especie que
enseña deliberadamente, en contextos diferenciados en los que el conocimiento que se trasmite se usará. A
diferencia de los animales, que sólo aprenden y enseñan a partir de la demostración en situación, el hombre
puede hacerlo, con otros procedimientos, en escenarios ajenos a los de actuación. Ello es posible gracias a
su desarrollada habilidad para «contar» y «mostrar», pero sobre todo, para entender las mentes de otros a
través del lenguaje (Bruner, 1997). Entre los primeros hombres, la formación de los niños se daba mediante
su participación en las actividades cotidianas de los adultos orientadas a asegurar la supervivencia de la
comunidad. Pero a medida que las sociedades se fueron complejizando como consecuencia de una creciente
división social de trabajo, la formación de los jóvenes requirió ámbitos especializados, separados de los
procesos productivos. Paralelamente, los hombres se volvieron más conscientes de su capacidad para
transformar su entorno inmediato y planear su futuro; la formación de los jóvenes se convirtió en un factor
clave en la evolución del hombre.
Gradualmente, la educación se transformó de una actividad humana en una institución humana. Dejó
de ser un proceso natural, espontáneo, desordenado, y se convirtió en un proceso sistemático, de
responsabilidad colectiva. La enseñanza fue quedando a cargo de personal especializado, se asoció a
actividades y materiales específicos, y se localizó en lugares determinados. A lo largo de los siglos XVI y XVII,
la educación de los jóvenes comenzó a desarrollarse mediante dispositivos cada vez más formalizados y
procedimientos estandarizados. De las clases impartidas por un tutor, niñera o institutriz sobre la base de un
programa de estudios acordado con la familia, surgieron las primeras formas de escolarización: maestros que
brindaban sus servicios en conjunto a varias familias de acuerdo con un programa fijo y, posteriormente, una
red de escuelas patrocinadas primero por la Iglesia y luego por el Estado. La tarea de enseñar comenzó a
organizarse en clases mediante la distribución de los alumnos en grupos, de acuerdo con niveles, cuyo avance
a través del programa educativo quedó asociado a un sistema de evaluación y al otorgamiento de credenciales.
Mientras que las formas tempranas de escolarización eran desplazadas hacia la periferia del sistema (las
escuelas de zonas rurales a cargo de un maestro, las escuelas de danza clásica, circo o fútbol con un programa
propio, los maestros a domicilio de piano o pintura, etcétera), el Estado progresivamente se convirtió en el
administrador de la maquinaria educativa y se crearon agencias responsables del gerenciamiento de procesos
cada vez más sofisticados; los maestros dejaron de controlar el proceso educativo y también los padres
tuvieron que resignar el control total de la formación de sus hijos (Hamilton, 1996). Así, acompañando el
surgimiento y consolidación de las naciones, los Estados legislaron la educación, la formación básica se volvió
obligatoria, hubo una expansión matricular sin precedentes. La escuela se convirtió en el dispositivo
pedagógico hegemónico, símbolo de la modernidad, a la vez, su criatura y su guardián.
Como consecuencia, la enseñanza pasó a tener importantes consecuencias sociales y económicas sobre
la vida de las personas. Los grandes sistemas de enseñanza fueron la respuesta social a un problema doble: la
preparación de la mano de obra que las nuevas formas de organización del trabajo surgidas de la Revolución
Industrial requerían y la formación del ciudadano en sus deberes hacia los emergentes Estados nacionales.
Para los impulsores de la escuela común, igualdad política e igualdad económica eran dos facetas de un logro
único. Pero, en el transcurrir de los acontecimientos, mientras el acceso a la educación permitía el ascenso a
la categoría de ciudadanos y favorecía la igualdad política, el mercado distribuía papeles económicos desiguales
y promovía la diferenciación económica. La cantidad de años en el sistema educativo y el tipo de programa
educativo se convirtieron en la clave de los logros económicos y sociales (Lazerson y otros, 1987). En efecto,
la enseñanza brinda conocimientos, destrezas, valores, cuya adquisición está asociada a credenciales que
certifican ante diversas agencias las competencias necesarias para el desempeño de determinados papeles y
que constituyen moneda de cambio para la adquisición de distinciones y privilegios en los mercados sociales.
El problema surge a partir de la imposibilidad de transmitir «todo a todos» y la necesidad de definir, entonces,
«qué a quiénes». La forma que asuma esta distribución segmentada del capital intelectual y técnico de una
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sociedad siempre se vincula y expresa la distribución del poder y los mecanismos de control vigentes en un
contexto social dado. La enseñanza, entonces, nunca es neutral, siempre es una actividad política.
La enseñanza no sólo tiene consecuencias sobre la vida de las personas, sino también sobre el devenir
de las sociedades y el destino de las naciones. La enseñanza contribuye a formar un tipo de hombre y un tipo
de sociedad. Un ideal más o menos explícito de «persona educada» da dirección y forma a las prácticas de
enseñanza (Fenstermacher y Soltis, 1999) y se expresa en los propósitos educativos, que pueden
reconstruirse a través de los textos curriculares vigentes en cada contexto histórico. Estas ideas son
sostenidas e impulsadas por diversos grupos y actores en el marco de procesos de negociación de carácter
social y político mediante los cuales se definen las políticas educativas. Según Egan (2000), tres grandes
preocupaciones han marcado la orientación de los sistemas educativos a lo largo de su evolución: la formación
del ciudadano y del trabajador, el cultivo académico y el desarrollo personal del sujeto. La primera
orientación, la formación del ciudadano y del trabajador; centra su preocupación en la transmisión de los
conocimientos, normas y valores que la sociedad y el mercado de trabajo requieren para su autoperpetuación.
Esta preocupación homogeneizadora -que Durkheim describe claramente- puede reconocerse tanto en las
primeras prácticas educativas de las sociedades primitivas como en la escuela occidental moderna. Pero sin
duda, alcanzó en la obra de Bobbit su expresión más sistemática. En el pensamiento de los teóricos de la
«eficiencia social», la escuela debía pensarse como un sistema de producción al servicio de los insumos que
la sociedad y la naciente empresa moderna requerían. De todos modos, y con matices, esta preocupación
puede reconocerse en los planteos qué intentan vincular la escuela a las prácticas sociales y profesionales de
referencia. La segunda orientación enfatiza el cultivo académico, esto es, intenta proporcionar al estudiante
una visión racional de la realidad a través de las estructuras conceptuales que ofrecen las disciplinas. Para esta
perspectiva, al igual que para Platón, no es educada la persona consustanciada con los conocimientos,
destrezas y valores de su tiempo, sino aquella capaz de trascender las creencias, los prejuicios y los
estereotipos de la época y establecer una base de certeza a través de formas de conocimiento que
proporcionan las estructuras disciplinares. Esta idea ha fundamentado la enseñanza de contenidos que no se
justifican por su utilidad inmediata y ha inspirado los movimientos de reforma curricular que identifican a las
disciplinas como fuente privilegiada del contenido, tendencia que tiene a Bruner y Schwab como sus
representantes más conocidos. La tercera orientación se centra en el desarrollo personal del alumno. Pueden
identificarse sus raíces en la obra de Rousseau y su continuidad en la obra de Dewey, Piaget y los teóricos
de la Escuela Nueva. Más recientemente, puede reconocerse una preocupación semejante en la propuesta
no directiva de Rogers. Todos estos planteos han puesto de manifiesto la necesidad de adecuar la educación
a la naturaleza del desarrollo infantil y la importancia de promover de manera activa el despliegue de las
potencialidades propias de cada ser humano. Según Egan, aunque cada una de estas orientaciones pueda
prevalecer en determinado contexto, las tres constituyen ideas siempre presentes y el discurso educativo del
último siglo ha consistido en la discusión acerca de cuál de ellas debe tener más valor.
En síntesis, la enseñanza dejó de ser una actividad humana desarrollada intuitivamente, orientada a
asegurar la supervivencia de las crías en un entorno cada vez menos hostil, pero más sofisticado, y se convirtió
en una práctica social institucionalizada, alineada con metas definidas socialmente. Actualmente, se desarrolla
a través una red de organizaciones, segmentadas en niveles educativos y modalidades, cada una con sus
propias funciones, formas de gobierno y control, que involucran a muchas personas responsables del
planeamiento, gestión, funcionamiento y evaluación del sistema. En fin, la enseñanza define en la actualidad un
campo de prácticas que articulan ámbitos de decisión política, niveles de definición técnica y contextos de
enseñanza.
LA ENSEÑANZA EN LA ESCUELA
El surgimiento de la escuela y su evolución no resultaron de un proceso natural, derivado de procesos
sociales, culturales, económicos «extraescolares». Más bien su triunfo y su supervivencia a través del tiempo
-y de cambios en el contexto social, cultural, económico- obedecen a una serie de rasgos del dispositivo
escolar que reordenaron el campo pedagógico y materializaron la definición moderna de educación (Pineau,
2001: 27-28). Del mismo modo, la enseñanza tal como la conocemos debe ser entendida como una
construcción social, pues los rasgos de la escuela como dispositivo impusieron a la enseñanza características
particulares. Trilla (1999) detalla una serie de rasgos de la escuela que ayudarán a caracterizar a la enseñanza
en el contexto escolar.
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En primer lugar, la escuela es un espacio social especializado, recortado y separado del ámbito social
más amplio. Según las pedagogías asumidas, la escuela puede estar más aislada o más integrada con su entorno,
pero aun cuando la escuela procure tender puentes con el mundo exterior mediante excursiones, visitas,
pasantías, o a través de la incorporación de huertas, talleres y asambleas, nunca llega a perder sus límites con
respecto al entorno, pues ello sería su fin. El internado y la escuela itinerante representan extremos de una
variedad de formas en las que la escuela intenta diferenciarse sin aislarse, integrarse sin confundirse con su
medio. Hacia adentro el ámbito escolar se caracteriza por una distribución precisa de los espacios, para
distintas personas, para distintas actividades; hay una arquitectura adecuada a la función encomendada, una
fisonomía que acredita su identidad. Cierto es que las tecnologías, las nuevas y las viejas, han permitido
extender la función pedagógica fuera de los muros de la escuela y trasladarla hasta el lugar mismo donde el
alumno se encuentre. De todos modos, términos como campus virtual, entorno educativo virtual, biblioteca
digital, etcétera, atestiguan los esfuerzos por reponer un espacio delimitado de encuentro entre enseñantes
y aprendices.
En segundo lugar, la escuela crea así un escenario en el que se enseña de modo descontextualizado.
Los saberes se transmiten en un ámbito artificial, fuera del ámbito en que esos conocimientos se producen y
se utilizan. La escuela encierra la paradoja de crear un lugar «ideal» para la enseñanza y el aprendizaje que es
aquel en el que no están presentes ninguno de los referentes reales que constituyen su contenido. Textos
escolares, libros de lectura, cuadernillos, láminas, mapas, pizarrones, proyecciones, intentan reponer dentro
del mundo escolar ese mundo exterior que la escuela debe presentar y que ha dejado fuera.
En tercer lugar, la escuela segmenta el tiempo en ciclos, períodos, jornadas, horas de clase, momentos.
No se enseña todo el tiempo ni en cualquier momento. El tiempo para el aprendizaje se divide, se dosifica,
se marcan ritmos y alternancias que inciden también en los tiempos de la vida social (los horarios de ingreso
y salida de las escuelas, el inicio de las clases, las vacaciones, etcétera).
En cuarto lugar, en la escuela la tarea pedagógica se organiza a partir de una delimitación precisa de los
roles de docente y alumno, como roles asimétricos y no intercambiables. La función de maestro y aprendiz
es anterior a la escuela, pero en el marco escolar el desempeño de estos roles y la relación entre ambos está
pautada por un marco institucional que precede a quienes los ejercen y les otorga una autonomía limitada.
De todos modos, cada pedagogía, cada escuela, cada época, redefine, dentro de unos límites, el perfil del
maestro, del alumno Pero, aunque la marca de la separación entre ambos roles pueda atenuarse mediante un
trato más amistoso, el abandono de los símbolos de cada lugar como los uniformes o el escritorio del maestro
al frente del aula, y advertencias del tipo «el docente no es la única fuente de conocimiento en el aula», «el
docente también aprende de sus alumnos», etcétera, todos estos intentos no hacen más que evidenciar la
separación entre ambos roles que caracteriza a la escuela y la distingue de otras situaciones formativas como
grupos de estudio, congresos, debates, etcétera.
En quinto lugar, en la escuela la enseñanza se desarrolla en situación colectiva; en la escuela se enseña
a muchos al mismo tiempo. Esta situación genera una serie de fenómenos de orden psicosocial que
condicionan los procesos de enseñanza y aprendizaje. Este rasgo recibió diferentes valoraciones a través del
tiempo. Algunas pedagogías han interpretado este aspecto como un mal necesario derivado de la necesidad
de trabajar a escala; tal es el caso de la instrucción programada o la tecnología instruccional. Otras han
vislumbrado -aunque por razones diversas- las ventajas de extender las funciones pedagógicas a través de la
influencia educativa de los pares; es el caso de las propuestas que han destacado los efectos formativos de la
vida colectiva, como la de Makarenko o Freinet; o de aquellas que han puesto de manifiesto el papel
estructurante de la interacción con otros para el avance cognitivo, como la propuesta de Bruner o las teorías
del conflicto sociocognitivo.
En sexto lugar, el surgimiento de la escuela fue acompañado por una estandarización de los contenidos
para su transmisión. Lo que se enseña en la escuela viene determinado por una autoridad externa, que lo
comunica mediante los textos curriculares. Por supuesto que el maestro puede -y debe- efectuar a fin de
adaptar la propuesta curricular general al contexto local y a la situación particular, pero no es ya el autor de
un programa de estudios «a medida» de sus alumnos, como es el caso del tutor familiar o del maestro que
trabaja en su domicilio. Aunque en algunas tradiciones político-educativas el docente tenga un lugar asignado
en la definición de la propuesta curricular, interviene en tanto representante de un colectivo y junto a otros.
Surge así un «saber escolar», que respeta ciertas pautas: es graduado, se organiza en asignaturas, unidades y
temas.
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Otro rasgo, relacionado con el anterior, es que la enseñanza en la escuela está vinculada a la evaluación
y acreditación de los aprendizajes. La escuela certifica la posesión de saberes ante diversas agencias sociales
por medio de diplomas. Si bien la evaluación es parte de los procesos formativos institucionalizados incluso
de los más rudimentarios -como las ceremonias de iniciación-, adquiere en el dispositivo escolar un papel
central como regulador del avance en el trayecto formativo. La importancia del carácter evaluador del
contexto escolar para la enseñanza y para el aprendizaje no es menor. Por el contrario, condiciona
fuertemente la naturaleza de las actividades e interacciones que tienen lugar en clase y el significado real que
adquieren las tareas para los estudiantes, como han puesto de manifiesto distintas investigaciones
desarrolladas bajo enfoques etnográficos y ecológicos (Jackson, 1975, 2002; Doyle, 1983).
Por último, la enseñanza en la escuela se encuadra dentro de prácticas pedagógicas bastante uniformes.
Aun en distintos países y contextos, la disposición de las aulas y el funcionamiento de las clases es bastante
similar. También lo es la organización de las tareas dentro de la escuela, regulada mediante normas comunes
para todos los establecimientos e independientes de las particularidades del contexto en el que se inserta.
Ahora bien, cada establecimiento escolar, en tanto organización, crea un escenario en el que estos
rasgos propios de la escuela como institución social asumen formas singulares. Cada establecimiento se
inscribe en unas coordenadas temporales y espaciales que encuadran el trabajo cotidiano de maestros y
alumnos: el contexto social y político (la escuela «crisol de razas», la escuela para la diversidad, la escuela
regulada centralmente, la escuela autónoma); el entorno geográfico (la escuela urbana, la escuela aislada, en
condiciones climáticas adversas); la población que atiende (los niños de clase media, los jóvenes de sectores
sociales en riesgo, los adultos); la dotación docente y la particular definición del puesto de trabajo del profesor
(la escuela de un solo maestro, la escuela con docentes específicos para variadas especialidades artísticas y
deportivas); la arquitectura escolar (el edificio construido ad hoc, el edificio adaptado, el edificio prestado);
el equipamiento (escuelas con laboratorios, bibliotecas, huertas, materiales en abundancia a disposición de
los proyectos, escuelas sin el mobiliario básico y sin materiales de escritura). También, en cada escuela la
organización, seguimiento y evaluación de la tarea pedagógica se realiza de distintos modos y ello también
incide sobre la enseñanza. Algunas escuelas ofrecen variados apoyos a la tarea de enseñanza: un proyecto
pedagógico formalizado, cursos de actualización, instancias de supervisión individual de la tarea pedagógica
por parte de asesores, reuniones periódicas de equipo, procedimientos de socialización gradual junto a un
docente veterano. En otras, la enseñanza es una tarea solitaria y el intercambio de ideas o la posibilidad de
efectuar consultas corresponden al ámbito informal y quedan librados a las relaciones sociales espontáneas.
Pero sobre todo cada escuela, en el transcurso de la actividad institucional a través del tiempo, produce
una cultura institucional, es decir, un sistema de ideales y valores que otorga sentido a las formas de pensar
y actuar, diluyendo los modos personales de conducirse y homogeneizándolos de acuerdo con un patrón
común. La cultura institucional arroja productos de diversa índole, desde objetos materiales que cristalizan
la historia institucional en ciertas obras, hasta producciones simbólicas, que van desde concepciones, modelos
e ideologías institucionales hasta mitos y novelas (Fernández, 1994). Muchas de estas construcciones
simbólicas se refieren a la tarea de enseñanza y a los modos de llevarla a cabo, y constituyen el marco
conceptual que justifica y sostiene las propias prácticas pedagógicas de la institución. Este orden simbólico
nunca asegura por completo la conducta institucional de los sujetos; mientras la institución promueve
permanentemente los necesarios procesos de socialización de sus miembros, ellos buscan defender su
espacio de libertad individual dentro de la voluntad del colectivo institucional (Garay, 1996). De todos modos,
la cultura institucional delimita una imagen ideal del rol del docente, del alumno, del padre, del equipo
directivo, de la enseñanza y del aprendizaje que condiciona la percepción, la interpretación y la intervención
en cada situación. Un aula con niños alrededor de mesas de trabajo con materiales revueltos puede resultar
«un clima de trabajo productivo» o «un ambiente inadecuado para la tarea» según la escuela. Cuán alineada
tiene que estar la formación en el patio, cuán silencioso debe circular el grupo por la escuela, cómo se corrige
el trabajo de los alumnos, si uno no quiere ser visto como un maestro rígido o autoritario o, por el contrario,
laissezfaire o falto de autoridad frente al grupo, son ejemplos de esas cuestiones que requieren ser aprendidas
por los maestros o profesores en el tiempo que sigue a su ingreso a una institución nueva. Se trata de una
serie de certezas compartidas, de carácter a menudo implícito, que sólo pueden ser reconstruidas a partir
de las acciones de los otros docentes o de sus reacciones frente a las propias.
En fin, cada escuela constituye un escenario particular cuyos rasgos no conforman simplemente un
telón de fondo -más o menos adecuado- para una obra ya escrita, sino que configuran cada escena a partir
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de las posibilidades y restricciones que ofrece. La enseñanza encuentra determinaciones que vienen no sólo
del contexto sociopolítico, sino también del propio dispositivo dentro del cual se desarrolla: la escuela en
general y el establecimiento escolar en particular.
LA ENSEÑANZA Y EL DOCENTE
La enseñanza es, finalmente, la acción de un docente, a la vez sujeto biográfico y actor social. Es acción
situada, porque transcurre en un contexto histórico, social, cultural, institucional. Se inscribe en un tiempo,
o, más precisamente quizás, en muchos tiempos a la vez: el tiempo del propio docente, el tiempo del grupo,
el tiempo de la escuela... Y, a su vez, ella misma es devenir, duración, transformación. Como toda acción,
implica una particular organización de actividades a través de las cuales un actor interviene sobre la realidad,
en el marco de una serie de sucesos en curso. Asimismo, supone por parte del sujeto la capacidad de atribuir
sentido a su obrar y de llevar a cabo diversos procesos de monitoreo y reflexión en torno a su propia
actividad. ¿Pero qué características particulares presenta la acción del profesor?
En primer lugar, la enseñanza está orientada al logro de finalidades pedagógicas. La intencionalidad está
en la base de las acciones del docente y se vincula, como se adelantó, a la idea de transmisión de un cuerpo
de saberes considerados relevantes en el marco de un proyecto educativo. Esta situación lo ubica en una
posición particular frente al estudiante, claramente asimétrica y no exenta de tensiones. Las intenciones
educativas se expresan, habitualmente, en las propuestas curriculares -especialmente en las formulaciones de
objetivos, propósitos y contenidos a enseñar- que constituyen un importante marco de regulación de la tarea
del profesor. Si bien el grado de especificación y el tipo de prescripción varían según los casos, el docente
siempre debe poner en juego una dosis considerable de interpretación frente al texto curricular. Como señala
Tardif (2004), la presencia de objetivos generales, numerosos y heterogéneos en los planes y programas exige
de los educadores recursos interpretativos que atañen no sólo a los medios de la acción sino a las propias
finalidades.
Es en este punto que las metas prescriptas en el currículo entran en diálogo con las razones, motivos
y creencias del profesor para dar lugar a propósitos y cursos de acción posibles. En efecto, pensar al docente
como actor social supone el reconocimiento de intenciones que dan sentido y dirección a sus reflexiones y
decisiones relativas a qué y cómo enseñar. «Promover la autonomía intelectual y la confianza del alumno en
su capacidad para resolver problemas», «Desarrollar el aprecio por las obras de arte», «Transmitir los
núcleos conceptuales y los modos de indagación propios de la disciplina», «Fomentar una actitud solidaria y
el desarrollo de proyectos comunitarios», son expresiones que dan cuenta de propósitos educativos y que
tienen consecuencias, por ejemplo, a la hora de elegir un texto, diseñar una actividad, distribuir tiempos y
evaluar.
Las intenciones pedagógicas del docente se expresan de diversas maneras. Entre ellas, en las
formulaciones que aparecen en sus planificaciones acerca de los propósitos que persigue así como en aquellas
que plantean lo que espera de sus alumnos, habitualmente denominadas objetivos. La definición de propósitos
y objetivos no constituye un asunto de acuerdo inmediato entre profesores. Remite a preguntas que, cuando
llegan a explicitarse, dan lugar a intensos debates en reuniones de personal y en espacios de capacitación:
¿Para qué enseñar Ciencias Naturales en la escuela? ¿Para garantizar el aprendizaje de los núcleos básicos que
componen la estructura conceptual de cada una de las disciplinas? ¿Para contribuir al desarrollo de
capacidades cognitivas de orden general como explorar un problema, descubrir y formular hipótesis,
comparar evidencias, argumentar? ¿Para imbuir a los alumnos de un tipo de comprensión particular acerca
de la naturaleza de la ciencia como emprendimiento intelectual y actividad social, de sus relaciones con el
campo tecnológico y el papel que juega en la vida de los sujetos y en la sociedad más amplia?
Como se ve, se trata de temas que están en la base de una serie de discusiones relativas a qué resulta
imprescindible enseñar, cómo hacerlo, qué textos usar, qué instrumentos de evaluación emplear. Además, es
evidente que la respuesta a estos interrogantes no es fácilmente reductible a un plano técnico, sino que deja
traslucir el carácter profundamente ético y político de la empresa educativa y nos desplaza, así, hacia el
terreno de lo normativo. Hablar de enseñanza es ineludiblemente entrar en consideraciones acerca de qué
es lo apropiado, lo justo, lo correcto en cada situación particular.
Por último, que los docentes tengan propósitos y persigan el logro de objetivos no significa que la
enseñanza esté exenta de una cierta dosis de indeterminación. Y ello en dos sentidos. Por una parte, resulta
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difícil establecer de modo definitivo si una intervención docente ha dado los frutos esperados. La enseñanza
es más bien una forma de influencia, algo que se irradia y cuyos efectos son diversos, a largo plazo y
escurridizos. Por otra parte, anticipar metas deseadas no impide al docente estar atento a la emergencia de
lo incidental, lo nuevo, lo no previsto. Parte de la tarea de enseñanza tiene que ver con buscar indicios y, en
palabras de Meirieu, saber «aprovechar la ocasión» en el encuentro pedagógico con el alumno.
En segundo lugar, enseñar es una acción orientada hacia el otros y realizada con el otro. ¿Qué significa
esto? En primera instancia, la enseñanza requiere de -y descansa sobre- un proceso de comunicación. En este
punto se ha detenido más de una vez el análisis de pedagogos y didactas para dar cuenta de la importancia y
complejidad de este proceso, sus relaciones con la enseñanza y el aprendizaje, las diferentes estructuras y
redes comunicativas, los distintos modos de comunicación en juego, etcétera. No hay duda de que la forma
de organización social de la tarea y el modo de comunicación a que ella da lugar son dimensiones relevantes
a considerar en cualquier análisis empírico de un dispositivo didáctico. Además, constituyen criterios decisivos
a tener en cuenta en el diseño de una propuesta y en la construcción de una estrategia didáctica.
En la escuela, esta interacción se da en el seno de un grupo de alumnos. El grupo brinda un marco de
relaciones e intercambios, que se desarrollan en el tiempo y generan afinidades, alianzas, exclusiones,
antagonismos, pugnas, etcétera. Cada grupo es único; la singularidad está dada por las características de sus
integrantes, las interacciones y las configuraciones que van surgiendo en el transcurso de su devenir.
Utilizamos el término «grupo» en sentido natural, pero es necesario aclarar que, en sentido estricto, no
cualquier conjunto de personas es un grupo. Su constitución requiere de un trabajo específico mediante al
cual se pasa de una situación inicial de serialidad a una situación en la que logran organizarse en torno a la
tarea a desarrollar. Por ello, Souto hace referencia a la grupalidad como potencial de un colectivo de
convertirse en un grupo (Souto, 1993). Algunas propuestas didácticas han colocado a lo grupal como objeto
de intervención específica, por entender que constituye una condición básica para el aprendizaje. Tal es el
caso de la autogestión pedagógica, por ejemplo. En otras propuestas, la inclusión de los otros es un recurso
para el avance cognitivo -como en aquellas derivadas de las teorías del conflicto sociocognitivo- o para el
desarrollo de actitudes comunitarias -como en las pedagogías de Freinet o Makarenko-. De todos modos,
sea considerada o no, la grupalidad da lugar a procesos y fenómenos que requieren análisis e intervención
por parte del docente.
En un sentido más amplio, la enseñanza, como actividad pedagógica, se funda en una particular
disposición al sujeto-alumno. Pedagogos y filósofos, a través del tiempo, han procurado desentrañar la
naturaleza de esta relación pedagógica. En el núcleo mismo de la tarea educativa subyace una especie de
solicitud hacia el niño o el joven. La acción pedagógica es una forma de influencia que se orienta en una
dirección determinada, hacia lo que se supone que es el bien para el niño o el joven. Es una preocupación
por la persona del alumno y por lo que puede llegar a ser. Por eso, se trata de un interés bien diferente del
que puede tener un científico que estudia las etapas evolutivas o los procesos de aprendizaje.
El discurso pedagógico se ha ocupado de retratar, también, las actitudes que deberían caracterizar al
educador, desde un punto de vista más normativo. Confianza, aprecio, empatía, autenticidad, tolerancia,
humor, sensibilidad, son expresiones a las que se apela a menudo para dar cuenta de las virtudes que están
en la base de una buena relación pedagógica (Rogers, 1991; Van Manen, 1998; Noddings, 2002). Asimismo,
Burbules ha defendido la importancia de encarar la enseñanza como una forma de diálogo. Y ello no se ciñe
solamente a las posibilidades que ofrece su empleo como método didáctico. La relación dialógica instaura un
tipo de intercambio con otros a través del cual logramos una aprehensión más plena de nuestra subjetividad
y la de los demás. El diálogo requiere comprensión mutua, respeto, disposición a escuchar y a poner a prueba
las propias limitaciones y prejuicios (Burbules, 1999: 32).
La enseñanza involucra, pues, un encuentro humano. Porque enseñar es, en definitiva, participar en el
proceso de formación de otra persona, tarea que sólo puede hacerse en un sentido pleno con ese otro. Los
docentes saben bien de esta necesidad de «asociar» a los estudiantes al proceso pedagógico. Saben del mágico
momento en que la intención pedagógica se encuentra con el deseo, la motivación, la voluntad y el proyecto
del otro. Saben también de la desazón y el malestar que generan su ausencia. Casi una afrenta a la
omnipotencia pedagógica que no hace más que recordar que ese otro es un sujeto capaz de libertad que
puede, incluso, resistir a los intentos de influencia que se ejercen sobre él. Como recuerda Meirieu: «Los
filósofos, a pesar de una teoría de sólidos conocimientos bien constituidos, revelan la existencia de una brecha
irreductible en todo aprendizaje [...] en todos ellos se encuentra de una u otra manera el terna remanente
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del aprendizaje copio tonta de riesgo irreductible. A su manera, muchos pedagogos no dirán otra cosa:
Montessori, Freinet, Cousinet, no paran de repetir que se debe acompañar pero que no siempre se puede.
Nunca se debe hacer en lugar del otro» (Meirieu, 2000: 7). En este proceso, aconseja el autor, sólo queda
transitar entre la «obstinación didáctica» -que nos conduce a diseñar los mejores dispositivos para que el
aprendizaje pueda tener lugar- y la «tolerancia pedagógica» -que nos permite aceptar que la persona del otro
no se reduce a lo que el docente haya podido programar-.
Enseñar es, en tercer lugar, desempeñar un papel de mediador entre los estudiantes y determinados
saberes. El vínculo que el docente entabla con el alumno está marcado por el interés de facilitar su acceso a
determinados objetos culturales. A diferencia de la animación sociocultural, la tarea distintiva del enseñante
es impulsar de modo sistemático esta apropiación, instrumentando situaciones que promuevan procesos de
aprendizaje y construcción de significados por parte del estudiante. Por eso, la actividad de enseñanza ubica
al docente en una condición bifronte: está de cara al alumno pero también ocupa una particular posición en
relación con el saber. Esta relación es compleja y presenta distintas facetas. No implica solamente el contenido
y la naturaleza del conocimiento que posee el docente acerca de su materia, sino que lleva la marca personal
del proceso que dio lugar a su construcción y de los significados culturalmente elaborados en tomo a ese
saber y a quienes lo producen y lo portan. También tiene la impronta del tipo particular de saber en cuestión
y de su grado de especialización.
Hay factores de orden social e histórico que operan en la construcción de esta relación. Por una parte,
los rasgos de este vínculo están asociados a la función propia de la escuela en el proceso de transmisión
cultural. Como es sabido, en la escuela se enseñan conocimientos, lenguajes, destrezas, actitudes, normas,
modos de hacer que una sociedad produce y considera valiosos. Y los docentes son los encargados de hacer
asequibles a los alumnos unos saberes que fueron construidos por otros actores en otros contextos sociales
y en relación con propósitos particulares que no tienen que ver directamente con la educación de los niños
y jóvenes. Por otra parte, como señalaba Stenhouse, esos saberes no son privados sino públicos y forman
parte del capital emocional, intelectual y técnico de una sociedad. Han sido seleccionados por su relevancia
para un determinado proyecto educativo, sea por su valor desde un punto de vista social, profesional o
personal. Ahora bien, los docentes suelen tener escasa participación en las decisiones relativas al modo en
que esos saberes ingresan al currículo y el lugar que ocupan en la propuesta de formación. Ambas situaciones
pueden ubicar al profesor en una posición de «exterioridad» con respecto al saber que enseña, aunque esta
situación se actualiza de modos bien diferentes en los sujetos.
La relación del docente con el saber está también marcada, como dijimos, por las creencias compartidas
acerca de ese saber y acerca de los grupos ligados a su producción y transmisión. Es sabido que no todos los
saberes gozan de la misma legitimidad desde el punto de vista social y que poseerlos o carecer de ellos
establece distinciones entre los actores, define posiciones, marca distancias y jerarquías. Por todo esto, la
relación del profesor con el saber es personal pero se nutre de significados cuyo origen es social.
Por otra parte, algunos autores han señalado que el profesor tiene un conocimiento particular de
aquello que enseña. Según Shulman (1987), hay una forma especial de conocimiento que es de incumbencia
propia del docente y que constituye una especial amalgama de contenidos y pedagogía. Según el autor, este
«conocimiento pedagógico del contenido» hace que la relación de un profesor, por ejemplo, de historia con
el saber histórico sea diferente de la que puede tener el propio historiador, porque lo distintivo reside,
justamente, en que se trata de un conocimiento acerca del saber «en vistas a su enseñanza». En efecto, las
creencias de los docentes acerca de la materia se han convertido en un área de interés para quienes investigan
los conocimientos y pensamientos de los docentes, porque modelan el tipo de historia, literatura, matemática
o ciencia que los maestros o profesores enseñan y legitiman -o excluyen- toda una gama de estrategias
pedagógicas que ellos estiman adecuadas o inadecuadas para enseñar su materia a determinado grupo de
alumnos (Gudmundsdottir, 1998).
Finalmente, el conocimiento que el docente tiene de su materia y la relación que establece con ese
saber se inscriben en su historia como sujeto y, por lo tanto, están acompañados de representaciones
identitarias y teñidos de valoraciones, emociones y afectos de diferente signo. Su biografía personal, escolar
y profesional aporta la matriz experiencial sobre la cual el docente construye una serie de sentidos en torno
a esos objetos de saber.
En cuarto lugar, la enseñanza enfrenta al docente a un flujo constante de situaciones inéditas, complejas,
que tienen lugar en escenarios relativamente inciertos. La enseñanza es una actividad de naturaleza «práctica».
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proceso en el que convergen factores de orden biográfico, social y cultural. De modo análogo a lo que sucedía
con la relación entre el docente y el saber que enseña, la propia historia personal, familiar, escolar y social
proporciona al sujeto un núcleo de certezas a partir de las cuales percibe la realidad y comprende las nuevas
situaciones.
En relación con este punto, resulta interesante la posición que adopta Tardif (2004). Para él, los saberes
que se movilizan en la tarea docente no poseen unidad desde el plinto de vista epistemológico; por el
contrario, la pluralidad y la heterogeneidad son rasgos que los distinguen. Esta heterogeneidad está ligada, en
parte, a las distintas fuentes sociales de adquisición y a los distintos modos en que se integran en su práctica
cotidiana. De allí que sea posible distinguir entre saberes personales del docente, saberes de la formación
escolar, saberes propios de la formación profesional, saberes disciplinares, saberes curriculares y saberes
procedentes de la propia experiencia profesional. Pero también está asociada a la diversidad de los tipos de
acción que la enseñanza moviliza. La buena enseñanza es una compleja alquimia de estrategia y pericia técnica,
imaginación artística, interacción y diálogo con el otro, deliberación y juicio conforme a valores. En tanto no
es posible reducir la tarea docente a un tipo particular de acción, el profesor debe disponer de una variedad
de saberes y competencias que le permitan obrar adecuadamente en diferentes circunstancias.
En sexto lugar, la enseñanza implica la puesta en práctica de una gama de actividades que se refieren a
ámbitos diversos y que se llevan a cabo en momentos y escenarios diferentes. La enseñanza no se reduce
solamente a sus aspectos visibles. Enseñar es también pensar, valorar, anticipar, imaginar -es decir, construir
representaciones acerca de la actividad-, hablar acerca de ella y ser capaz de comunicar a otro las propias
intenciones, las valoraciones y decisiones. Tampoco puede circunscribirse la enseñanza al momento del
encuentro con el alumno o la actuación en clase. Es clásica ya la distinción que Jackson estableció entre la
fase preactiva -aquella en la cual se concibe y programa la tarea-, la fase interactiva -que tiene que ver con el
desarrollo de las acciones previstas con los alumnos- y la fase postactiva -en la cual se procede al análisis y
evaluación de lo sucedido en momentos anteriores- (Jackson, 1975).
Este modelo constituye una herramienta para representar los procesos de enseñanza, pero se trata,
evidentemente, de fases que a menudo se solapan en el fluir de la acción. Así, por ejemplo, la evaluación de
una propuesta o proyecto coincide más de una vez con el diseño de una nueva. Al mismo tiempo, durante la
fase interactiva el docente está ocupado en la comunicación con el alumno, la gestión de la clase, etcétera,
pero el plan trazado permanece en su mente operando como referencia «en segundo plano». Por otra parte,
esta modelización de la enseñanza como sucesión de fases puede generar la idea de que existe continuidad
absoluta entre las distintas instancias, lo cual sería a todas luces desacertado. El ejemplo más visible de ello
es la brecha que a menudo separa intenciones de realidades en las distintas esferas de la actividad humana.
En cada momento, el docente está involucrado en tareas muy disímiles entre sí, que requieren la puesta
en juego de competencias específicas. Las decisiones que el profesor toma en la programación, por ejemplo,
forman parte de un complejo proceso de pensamiento, en el que se entrelazan representaciones variadas
referidas al presente y a las experiencias previas: representaciones acerca de los alumnos -y sus posibilidades
y necesidades-, acerca de sí mismo en situación de enseñanza, acerca del currículo y el contenido, acerca de
logros alcanzados y obstáculos enfrentados en situaciones similares, acerca del tiempo, el espacio y los
recursos, etcétera. La tarea exige del docente un esfuerzo de puesta en relación de todos estos elementos,
ponderación, síntesis y proyección hacia el futuro. A su vez, cuando se planifica en el marco de un equipo de
trabajo, también requiere deliberación y construcción de consensos entre pares. Finalmente, puesto que el
docente es un actor institucional, la programación responde a la necesidad de hacer públicas las propias
decisiones pedagógicas a través de una actividad de comunicación. En contraste con ello, el encuentro con el
alumno requiere del docente otro tipo de capacidades: mantener una atención «flotante» hacia los distintos
planos de la clase; manejarlos tiempos, organizar los recursos, ajustar la ayuda pedagógica en función de las
necesidades del alumno, aprovechar las contribuciones de los alumnos y las posibilidades que una actividad
ofrece en beneficio de los propósitos planteados, ser sensible a lo emergente e interpretar los indicios no
verbales; éstos, entre otros, son saberes propios del momento interactivo que nos muestran que ser un
«buen docente» no es sólo ser un «buen diseñador».
El escenario privilegiado de la enseñanza es el salón de clases, pero por supuesto no es el único. La
instancia interactiva puede tener lugar en un aula, en la biblioteca, el laboratorio o el patio, para mencionar
sólo algunos ejemplos. La planificación puede ser un trabajo solitario que el profesor realiza en su casa o
formar parte de una actividad desarrollada con otros en reuniones de carácter institucional o en encuentros
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más informales. Por otra parte, los contextos de una actividad no se refieren exclusivamente al marco material
en el que ella se desarrolla, sino también al conjunto de representaciones que definen el entorno de la
actividad para el propio docente. Un profesor de Tecnología, por ejemplo, lleva a cabo en su curso una
actividad de resolución de problemas que forma parte de un proyecto de integración que comparte con la
docente de Biología. A su vez, la experiencia se está poniendo a prueba con carácter de piloto en cuatro
instituciones más, para lo cual la escuela cuenta con la asistencia técnica de profesionales externos. El
escenario de la clase es, sin duda, uno de los elementos que componen la definición que el profesor hace de
la situación. Pero también pueden formar parte de ella las reuniones de diseño y evaluación con el equipo de
asistencia técnica, los encuentros con la otra profesora responsable y quizás la próxima reunión de
departamento en la que debe relatar la marcha del proyecto y lo sucedido en clase.
Por último, las actividades comprendidas dentro de la enseñanza se corresponden con diferentes
facetas que integran esta acción. Los aspectos que podríamos llamar «didácticos», tienen que ver de modo
directo con promover el aprendizaje del alumno y su acceso a determinadas formas culturales contenidas en
el currículo. Se trata de las decisiones y actuaciones relativas a objetivos, propósitos, contenidos, formas de
actividad y materiales tanto en instancias preactivas como interactivas y postactivas. Pero enseñar supone,
también, una esfera que podríamos denominar «organizativa», ligada a la definición y el sostén de un encuadre
de trabajo y al manejo o «gestión» de la clase. Este último aspecto ha sido especialmente atendido por Doyle
(1979) en sus investigaciones acerca de la enseñanza e implica, entre otras cosas, la previsión y el monitoreo
de los tiempos, la distribución de los papeles entre los miembros del grupo, la regulación de los intercambios,
la atención y el manejo de las eventuales disrupciones en el curso de la clase. Finalmente, la enseñanza
involucra, como ya se analizó, una faceta relacional», que concierne al logro y mantenimiento de la relación
pedagógica, al acompañamiento y sostén emocional del alumno en el proceso de aprendizaje. Si bien la
distinción entre estas dimensiones es un recurso útil desde un punto de vista analítico, conviene recordar
que ellas no deben tratarse como entidades discretas. La tarea docente muestra a diario que estos planos
aparecen estrechamente articulados en el pensamiento, las elecciones e intervenciones de profesores y
maestros.
REFLEXIONES FINALES
El recorrido planteado ha intentado poner de manifiesto el carácter complejo de la actividad de
enseñanza. Complejo no se utiliza en el sentido de complicado. Complejo es aquello que contiene, abarca,
reúne varios elementos distintos, incluso heterogéneos (Ardoino, 2005); la complejidad también deviene del
entramado de acciones, interacciones y retroacciones, determinaciones y azares, previsión e incertidumbre
que involucra, como hemos mostrado, la enseñanza (Morin, 1990). Esta idea de complejidad será el hilo
conductor en el cierre de este capítulo, en el que intentamos reunir los distintos aspectos tratados y destacar
algunas de las dificultades que genera su estudio.
En primer lugar, al tratarse de una tríada de componentes -el docente, el alumno y el contenido- queda
constituido un campo de relaciones varias entre cada uno de sus polos. El triángulo didáctico encierra, en
realidad, una relación del profesor con el contenido, del alumno con el contenido y entre alumno y profesor.
En el espacio de la clase, los triángulos se multiplican y se agregan las relaciones entre los estudiantes. Una
mirada al interior del triángulo didáctico permite delimitar tres sectores de problemas o áreas de estudio. La
relación entre el estudiante y el saber configura el sector de las estrategias de apropiación, que se refiere al
análisis de las concepciones, representaciones, estrategias de resolución y obstáculos del sujeto en su acceso
al conocimiento; el sector de la elaboración de los contenidos remite al estudio de las relaciones entre el
saber y el profesor; y, por último, las relaciones entre el alumno y el profesor configuran el sector de los
procesos de interacción didáctica (Astolfi, 2001).
En segundo lugar, la enseñanza es una acción que no se inicia en el salón de clase sino que atraviesa
diversos ámbitos: el contexto social, en el que se generan demandas educativas de diversos actores (padres,
sindicatos, grupos académicos, Iglesia, etcétera) y en el que las autoridades político-educativas del sistema
definen y comunican las finalidades educativas y la propuesta pedagógica consecuente; el contexto
institucional, en el que esa propuesta curricular es interpretada, ajustada y realizada; y finalmente, el ámbito
de decisión y actuación del docente, en el que éste encuentra y despliega una manera de «ser docente» con
su grupo de alumnos -o mejor- con cada grupo de alumnos.
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Los ámbitos descriptos no funcionan simplemente como niveles de anidamiento, separables uno del
otro según intereses de estudio o preocupaciones prácticas diferentes. Más bien, la comprensión de la
enseñanza requiere considerarlos a todos simultáneamente, pues lo social, lo político, lo institucional, lo
instrumental, son dimensiones constitutivas de la enseñanza en cada nivel en el que se la analice. Perder de
vista su dimensión política, social e institucional conlleva el nesgo de concebir una didáctica sólo instrumental
y de circunscribir sus preocupaciones al ámbito de la clase. Por su parte, interpretar la acción de enseñanza
sólo desde el prisma de la organización del sistema de enseñanza y del problema de la escolarización del
saber entraña el riesgo de desatender la especificidad de los procesos que tienen lugar en el aula, de las
decisiones del docente y las alternativas y modelos disponibles con vistas a diseñar y poner en práctica una
propuesta que promueva procesos de construcción de significados por parte de los estudiantes.
Ante esta diversidad de cuestiones, la concurrencia de diversas perspectivas para su análisis parece
ineludible. En efecto, a lo largo del tiempo, diferentes tradiciones de pensamiento y líneas de investigación se
han ocupado de la enseñanza. Cada una de ellas ha centrado su atención sobre algunas de estas problemáticas
en particular. En un clásico trabajo sobre el tema, Shulman propone trazar un «mapa» para representar el
campo de las l investigaciones acerca de la enseñanza. A través de este recurso, evita expresamente la
tentación de construir una teoría global de la enseñanza. En efecto, en términos del autor, este mapa
constituye «una representación de la diversidad de temas, programas y hallazgos en el campo de la
investigación acerca de la enseñanza» (Shulman, 1989: 19). Los investigadores enrolados en cada programa
de investigación seleccionan diferentes «partes del mapa» para definir los fenómenos propios de sus
indagaciones y efectúan elecciones epistemológicas, teóricas y metodológicas para llevarlas a cabo. Así, hay
quienes se interesan en los actores, docentes o alumnos -en sus capacidades, sus pensamientos, sus acciones-
, quienes se centran en el estudio del contenido escolar -su naturaleza, sus formas de organización, quienes
analizan los contextos institucionales y comunitarios en los que la enseñanza se desarrolla, y otros que,
finalmente, estudian los múltiples intercambios sociales y académicos que tienen lugar en la clase.
En consecuencia, la comprensión de los procesos de enseñanza es una empresa dificultosa. En esta
tarea, la didáctica es auxiliada por diversas disciplinas del campo de las ciencias sociales y humanas, cuyos
aportes han permitido más de una vez desarrollar nuevos modelos de inteligibilidad de los fenómenos, así
como idear formas más adecuadas de intervención pedagógica. Al mismo tiempo, esta situación enfrenta al
didacta con la necesidad de alcanzar un delicado equilibrio entre el imperativo de mantener una mirada amplia
que permita captar la complejidad de las cuestiones en estudio y preservar, al mismo tiempo, la
especificidad de las preguntas, los propósitos y las perspectivas de análisis.
Para quienes trabajan como enseñantes, la complejidad de la enseñanza es una vivencia cotidiana,
aunque no siempre evidente, pues muchas veces es a través de sus fallos que se pone de manifiesto: en el
fracaso escolar, en la deserción, en la indisciplina o la apatía de los alumnos más refractarios, en el malestar
por nuestra respuesta pobre a una pregunta interesante de un alumno, en cada ocasión en que a pesar de
todos nuestros esfuerzos, «la cosa no funciona». También en aquellas otras en que una propuesta resulta
«desbordada» por mejores logros que los previstos; cuando suscitamos el asombro, la curiosidad la confianza;
cuando el aprendizaje, finalmente, llega. Y cada día, en la proeza de asegurar el encuentro de un grupo de
aprendices con el mundo circundante, el heredado y el por crear.
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GUIA DE ESTUDIO N° 4
Individuales:
• Lea comprensivamente.
o Ideas principales y secundarias de cada párrafo.
o Notas marginales.
o Resumen de cada apartado.
• Aplique estrategias de organización de la información.
o Elaboración de esquemas, mapas, cuadros que organicen la
información y faciliten el recuerdo.
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La enseñanza
¿Qué es la enseñanza?
En los capítulos anteriores centramos nuestra atención en diversos aspectos y dimensiones
relacionados con la enseñanza (los contenidos, el currículum, la comunicación y el aprendizaje), pero sin
tratar de lleno aún las problemáticas propias de la actividad de enseñar. Las primeras preguntas que podemos
plantear al respecto son: ¿qué es enseñar? y ¿qué es la enseñanza? Y luego: ¿cómo y de qué manera se enseña?,
¿hay algún procedimiento o método preciso para enseñar? y ¿hay más de una forma de enseñar? y si las hay,
¿cuáles son?
La enseñanza es una actividad, un hacer, una práctica. Pero, ¿cómo tiene que ser una actividad para que
la llamemos enseñanza? Gary Fenstermacher1, un docente e investigador norteamericano, establece el
concepto genérico de enseñanza como una actividad en la que debe haber al menos dos personas, una de las
cuales posee un conocimiento o una habilidad que la otra no posee; la primera intenta transmitir esos
conocimientos o habilidades a la segunda, estableciéndose entre ambas una cierta relación a fin de que la
segunda los adquiera.
¿Por qué hablamos de la enseñanza como un intento? Porque al tratarse de una relación entre personas
no es posible asegurar que aquello que se debe o quiere comunicar sea efectivamente transmitido y adquirido.
Para decirlo en un lenguaje más usual: el hecho de que el docente enseñe no significa que el alumno aprenda
o que aprenda lo que se pretende enseñarle. Sin embargo, no hace falta desesperarse por esta afirmación: si
el alumno no aprendiera nunca algo cercano o parecido a lo que se le intenta transmitir, la enseñanza sería
una actividad sin sentido.
La enseñanza y el aprendizaje
Fenstermacher sostiene que la relación que se establece entre la enseñanza y el aprendizaje es de
dependencia ontológica y no de causalidad. En esta relación, el concepto de enseñanza depende del concepto
de aprendizaje, pues sin el concepto de aprendizaje no existiría el de enseñanza. Si no hubiera alguien que
aprende, ¿de qué serviría desarrollar actividades de enseñanza? Sin embargo, no se trata de una relación
causal, necesaria: de una enseñanza no se sigue siempre un determinado aprendizaje. La suposición de que
existe la "enseñanza-aprendizaje" como un proceso continuo y necesario se deriva del hecho empírico de
que, generalmente, las actividades de enseñanza van seguidas por el aprendizaje de los alumnos.
"Pensemos por un momento en qué difieren la enseñanza y el aprendizaje. El
aprendizaje puede realizarlo uno mismo; se produce dentro de la propia cabeza de cada
uno. La enseñanza, por el contrario, se produce, por lo general, estando presente por lo
menos una persona más; no es algo que ocurra dentro de la cabeza de un sólo individuo.
(...) El aprendizaje implica la adquisición de algo; la enseñanza implica dar algo. (...) Hay
dos clases radicalmente diferentes de fenómenos." Veamos los siguientes esquemas:
2. 3.
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Experimentar implica probar y examinar prácticamente una cosa, construir experiencia, obtener
conocimiento a través de la práctica y la observación. Si se piensa un poco más detenidamente en estas
definiciones, es posible concluir que no se adquiere experiencia por el sólo hecho de permanecer en un lugar
(que es otro de los significados de experimentar: padecer una situación). Se construye experiencia a partir
de una intención de aprendizaje; una experiencia se produce cuando algo se decanta, cuando una cosa se
transforma o nos transforma. En las escuelas siempre se experimenta algo; de un modo u otro, las cosas son
sentidas por cada una de las personas. Pero, ¿cómo puede la escuela provocar nuevas experiencias? ¿Cómo
intervenir para lograr una reconstrucción superior de la experiencia de los alumnos?
En función de lo que ya hemos visto, los aprendices pueden participar de un proceso de intercambio y
elaboración de significados, de elaboración de nuevas experiencias, cuando los contenidos que se les acercan
para resolver determinados problemas ayudan a cuestionar las formas habituales de pensar y de actuar. La
internalización de la cultura elaborada debe servir para reconstruir los saberes preexistentes en el individuo
y potenciar la capacidad para resolver nuevos problemas. Eso es, en definitiva, el aprendizaje. Los problemas
que la escuela y el docente plantean a sus aprendices deben ser adecuados a sus potencialidades actuales.
Pero este diálogo, este conflicto —entre lo que el aprendiz ya se sabe y lo que intuye o puede hacer pero
con la ayuda de una persona más experta— sólo podrá desarrollarse adecuadamente en la medida en que el
docente tome como punto de partida las ideas, las motivaciones y las percepciones del alumno.
La orientación tradicional de la práctica docente se dirige, por lo general, en un sentido inverso: parte
del currículum y de las disciplinas y trata de acercarlas de una manera más o menos novedosa y motivadora
a sus alumnos. Por el otro lado, las corrientes de la Escuela Nueva y las pedagogías centradas en el niño se
olvidan de que existen contenidos culturales ya organizados y estructuran su intervención alrededor de los
intereses del aprendiz. Quizás una buena enseñanza escolar deba relativizar los términos del dilema (¿el
desarrollo y los intereses del alumno o la lógica del currículum o de la disciplina?). Habría que pensar entonces
en utilizar los contenidos organizados por el currículum para provocar la reconstrucción de los
conocimientos y concepciones del alumno. Y ésta es una tarea que nadie puede hacer por el docente. Sólo
el maestro o el profesor de cada grupo de alumnos puede investigar y estudiar la trama de intereses, deseos
e historias que está cruzando los cuerpos y las mentes de las personas que tiene delante de él. Pero es preciso
tener algo en claro: el objetivo de su enseñanza no es asegurar la adquisición de un determinado contenido
sino que —como hemos sugerido en el punto anterior— el contenido a enseñar es un recurso para plantear
problemas que impulsen la reconstrucción de las ideas, las percepciones y las actitudes de los alumnos.
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Los estudiantes no llegan a (a escuela provistos solamente de sus influencias familiares, sino con un
complejo capital de experiencias provenientes de múltiples ámbitos de lo social. Pues bien, sobre esas expe-
riencias —que moldean lo que podemos denominar "conocimiento vulgar"— la escuela y el docente deben
organizar el proceso de promoción del aprendizaje sistemático. En este marco, el alumno pondrá a prueba
su capital de informaciones, capacidades y actitudes. Para esto, el docente debe presentar problemas y
ofrecerle los instrumentos de la cultura elaborada y organizada para ayudar a resolverlos. La cultura pública,
bajo la forma de contenidos, cumple así la función de provocar la transformación del conocimiento "vulgar"
que los chicos adquieren antes y en forma paralela a su vida escolar. En otras palabras, la experiencia basada
en los intercambios de la vida extraescolar debe ser ampliada y sistematizada través del aprendizaje que se
realiza en la escuela. Debemos pensar, como sostenía John Dewey, que la educación es una vía para
reconstruir la experiencia de las personas. Las cosas que las personas aprenden en la escuela (el conocimiento
de la literatura del siglo XX, el análisis económico, el debate sistemático de ideas) deben servir para
introducirlas en mundos complejos y organizados de significado, a partir de los cuales es posible ver las
realidades de un modo más comprensivo.
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enseñanza es un acto de transmisión de saberes científicos que puede ser cada vez más eficiente, actuaremos
de manera distinta que si la concebimos como un trabajo semejante al de un jardinero bondadoso que cuida
del crecimiento natura! de sus plantas. De este modo, cada filosofía de la enseñanza construye y supone un
modelo de docente, un modelo de alumno, una forma de pensar el contenido y la actividad de enseñar.
Analizaremos dos grandes perspectivas o filosofías de la enseñanza. Primero nos detendremos a
estudiar la postura que sostiene que la enseñanza es, ante todo, una actividad técnica. Luego, veremos la
posición de aquellos que sostienen que la enseñanza debe ser vista y encarada como un arte y una política.
Como el lector notará, muchas de las consideraciones que presentamos a continuación tienen más de un
punto de contacto con cuestiones desarrolladas en el capítulo 2.
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Resulta muy importante la distinción entre finalidades y objetivos. Las finalidades serán enunciados
amplios de propósitos de intención. Por ejemplo, "desarrollar un modo de vida democrático" o "conocer las
normas de la convivencia democrática. De acuerdo con Tyler, establecer estas finalidades con este alto grado
de generalidad proporciona una orientación respecto de qué destacar en los programas educativos. Luego,
para organizar la enseñanza, es necesario establecer los objetivos conductuales, específicos, por ejemplo: "los
alumnos discutirán sobre el tema asumiendo y defendiendo el punto de vista A en contra del punto de vista
B y se manifestarán tolerantes con el resultado de la discusión".
Para desarrollar la enseñanza sobre la base de esta concepción, Hilda Taba propone siete etapas de
trabajo (ya citadas en el capítulo 2):
Etapa 1: Diagnóstico de las necesidades.
Etapa 2: Formulación de objetivos.
Etapa 3: Selección del contenido.
Etapa 4: Organización del contenido.
Etapa 5: Selección de experiencias de aprendizaje.
Etapa 6: Organización de las experiencias de aprendizaje.
Etapa 7: Determinación de lo que hay que evaluar y de los modos y medios para hacerlo.
De estas formulaciones surgió la llamada pedagogía por objetivos, o enseñanza por objetivos, que
deriva la selección y la organización de experiencias de los productos de aprendizaje formulados en forma de
conductas observables. En el modelo técnico, el sistema curricular, los fines del aprendizaje y la organización
de la enseñanza coinciden en un mismo esquema.
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Este tipo de investigación sobre la enseñanza establece correlaciones entre el comportamiento de los
docentes (la variable independiente de la investigación, llamada proceso) y el rendimiento académico de los
alumnos (la variable dependiente, llamada producto). De acuerdo con estos planteos, si se logran identificar
estilos de enseñanza que se correlacionen con rendimientos académicos satisfactorios, la eficacia de los
docentes puede conseguirse. Y bastará formar a los docentes en estos estilos para obtener los resultados
buscados. La concepción de enseñanza puesta en juego convierte al docente en la variable más significativa y
decisiva en la determinación del rendimiento académico de los alumnos. El problema es que sólo presta
atención a los comportamientos observables y medibles tanto de docentes como de alumnos, eliminando
otras variables que tienen incidencia en las prácticas de enseñanza. En este tipo de investigación se toman las
actividades docentes en forma aislada, independientemente del tiempo y lugar, dejando a un lado su
contextualización social, cultural e histórica29. Esta investigación busca formular generalizaciones acerca de
la enseñanza para prescribir formas concretas de acción. Y aquí subyace la concepción de la enseñanza como
un entrenamiento de habilidades:
Veamos ahora algunas observaciones críticas sobre del modelo "proceso-producto" como programa
de investigación sobre la enseñanza:
1. La investigación del modelo proceso-producto no produce explicaciones de por qué
determinadas estrategias de enseñanza conducen a logros y otras no; el énfasis está puesto en
lo que funciona y no en por qué funciona. Al reducir el análisis de la enseñanza a las conductas
observables y cuantificables de docentes y alumnos, se pierde de vista el significado de los
procesos reales de interacción. La relación entre los comportamientos visibles y sus
significados es compleja y no directa sino situacional y cambiante; lo que le pasa a las personas
está determinado fuertemente por el contexto. Una misma conducta observable puede
significar cosas diferentes según los sujetos, el momento y el contexto en que ocurra.
2. Al realizar la búsqueda de las acciones de enseñanza más eficaces, este modelo supone que la
influencia educativa funciona en un único sentido (del docente hacia los alumnos). Hemos visto
que en el aula los intercambios y las interacciones afectan —de diferentes formas y en distinta
medida— a docentes y alumnos.
3. Si los significados que organizan las acciones de docentes y alumnos están en constante proceso
de negociación, no resulta posible prever todas las reacciones que ciertos alumnos tendrán
ante la pregunta de un profesor, en una determinada clase que se desarrolla en una escuela
particular de un medio social también particular. Al dejar a un lado el contexto en que ocurren
las interacciones entre docente y alumnos, estos estudios dejan de lado dimensiones culturales
y sociales que atraviesan la situación de aula.
4. Una crítica muy severa que se le hace a este modelo, tiene relación con la forma en que define
la variable producto. Como lo que miden los test son partes muy pequeñas de las interacciones
del aula (sólo las conductas observables y medibles), las pruebas de rendimiento sobre las que
se basan refieren a una parcela muy pequeña de los aprendizajes realmente alcanzados por los
alumnos en las escuelas. El aprendizaje significativo para la vida de los sujetos se consolida
lentamente a lo largo del ciclo escolar y, muy probablemente, no se manifieste bien en un test
o una prueba de rendimiento estandarizada.
5. Otro problema de esta perspectiva de investigación, es que no reconoce que el contenido es
una construcción social. En este modelo, el contenido es identificado con aquello que los
especialistas de cada disciplina han determinado, obviando que en la escuela no sólo se
transmite este contenido.
6. Los comportamientos docentes y los estilos de enseñanza, no son indiferentes a la naturaleza
del contenido a enseñar. La forma de enseñar matemática no es igual a la forma de enseñar
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En la Programación Lineal, cada programa de instrucción constituye una secuencia fija, basada en un
cuidadoso y pormenorizado análisis de la materia a enseñar. Esto pone al docente en la obligación de tener
un conocimiento claro y detallado de la materia que enseña, a la vez que tiene que secuenciar los contenidos
que incluya. Esta secuenciación puede hacerla él personalmente pero, casi siempre, estará dada por los
especialistas. Desde el punto de vista de los alumnos, se les proporciona a todos el mismo recorrido sin
establecer diferencias. Las diferencias que son reconocidas en estos programas serán las dadas por el ritmo
de aprendizaje, ya que el programa está preparado de modo tal que —a pesar de las posibles diferenciáis de
ritmo de aprendizaje— todos los alumnos llegarán al final siguiendo el mismo camino.
Veamos un texto cualquiera producido desde esta perspectiva. Se trata de una actividad para la
enseñanza de la medición escrito por Samuel Levine y Freeman F. Elzey. En la introducción, los autores
explican el tipo de abordaje que se hará del contenido "medición":
"Este texto le proporciona al lector los conceptos básicos de la medición tal como
se aplica en la interpretación y preparación de tests. El libro se diseñó
específicamente para complementar los textos generales sobre medición y
evaluación en las ciencias de la conducta.
¿Por qué el texto es autoprogramado? Esta obra presenta un nuevo método de
aprendizaje de la medición en educación y psicología. Este método permite que el
lector: 1) participe activamente en cada momento del proceso de instrucción; 2)
aprenda paso a paso, en forma organizada, pues cada punto deriva lógicamente
del anterior, y 3) pueda avanzar en el programa según su propio ritmo, pasando
rápidamente los temas que no le presentan dificultad y más despacio donde lo crea
necesario. Al final de cada punto del programa el lector puede confirmar si ha
procedido bien. Este conocimiento inmediato de los resultados (realimentación) es
uno de los rasgos más importantes de la enseñanza programada. Permite que se
corrija cuando es necesario pero, lo que es más importante, permite verificar si se
ha entendido correctamente lo que se está enseñando."
Bajo el título "Cómo usar este texto autoprogramado" explican la utilización del libro paso a paso:
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El texto continúa desarrollando todo el tema de la medición de la misma manera. En esta concepción
de la enseñanza subyace la idea de que lo que hay que enseñar son informaciones y destrezas. Esta mirada
simplificadora del contenido y de los procesos de su apropiación evita el planteamiento de una serie ele
interrogantes importantes.
La enseñanza programada supone que el rigor analítico implícito en la programación —la claridad en
cuanto al objetivo y las vías que conducen a él— mejorará la enseñanza al pautar su organización. En el
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planteo técnico, enseñar es un comportamiento intencional que posee una finalidad que debe estar
claramente explicitada. Si los docentes pueden clarificar sus metas, expresando los cambios que esperan
producir en sus alumnos, el camino para llegar a la meta debe también estar clarificado. Además, esto
permitirá comprobar si la meta ha sido efectivamente alcanzada. Pero está claro que la pretensión de llevar
a cabo cualquier enseñanza con un modelo de acción tan cerrado es discutible, principalmente, por lo
impredecibles que son los acontecimientos que ocurren en las aulas, en las interacciones entre docentes y
alumnos. Al respecto dice Philip Jackson:
"... la enseñanza es un proceso de acomodación constante. Ni el profesor ni
sus estudiantes pueden predecir con alguna certeza, exactamente, lo que va
a suceder a continuación. Los planes siempre se desvían y tergiversan y
constantemente surgen oportunidades inesperadas para la consecución ele
metas educativas. El profesor experimentado capta estas ocasiones y las
utiliza para mayor ventaja suya y de sus alumnos. Si se está desarrollando, a
pleno ritmo, un diálogo puede decidirse a dejar de lado una prueba que estaba
programada y permitir que la discusión prosiga. Si un estudiante comete un
error insólito en su cuaderno de aritmética, puede llamar la atención a toda
la clase y advertirla para no incurrir en un hecho similar. Si comienza una
pelea en el patio de recreo, el profesor puede decidir cancelar la actividad
proyectada para la clase siguiente y pasar ese tiempo hablando a sus alumnos
de la importancia del 'juego limpio'. Y así sucesivamente. Aun cuando la
mayoría de los profesores establecen planes de antemano, al realizarlos
comprenden cuán probable es que tengan que cambiarlos."
Si es necesario un programa de instrucción para cada contenido a enseñar y el programa debe reunir
todos los requisitos mencionados, todo esto debe estar explicitado antes de su aplicación. A su vez, para
garantizar la validez de los programas, éstos deben ser especialmente elaborados por especialistas en
contenidos que trabajen conjuntamente con los técnicos en programación. Es evidente que el docente no
participa de todo este proceso de elaboración.
Volvemos aquí a la perspectiva general que subyace en la Programación Lineal: la enseñanza es una
actividad técnica. En ella, el docente es un ejecutor de los programas producidos por los especialistas en
algún lugar fuera de la escuela y de las aulas. Debe promover el aprendizaje guiando a los alumnos de acuerdo
con el camino especificado por el programa, cuidando el seguimiento de los pasos de la secuencia, para poder
evaluar al final si los resultados de aprendizaje de los alumnos se corresponden con los especificados por el
programa.
Tanto el modelo de investigación del "proceso-producto" como la Programación Lineal se enmarcan
en la filosofía que concibe la enseñanza como una actividad técnica. Como ya hemos señalado, ambos son
programas educativos derivados de los aportes realizados por la psicología del comportamiento entre 1940
y 1970. Sin embargo, sus fundamentos conceptuales persisten en el campo de la educación aun cuando en
nuestro país no se empleen como tales hoy en día.
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La enseñanza toma el perfil de una actividad no-mecánica, que consiste en ayudar al alumno a plantearse
y resolver nuevos problemas. En el aprendizaje escolar, los alumnos deben activar sus esquemas de pensa-
miento, utilizar sus códigos de interpretación del mundo y de comunicación con los otros, aun cuando sean
insuficientes o incorrectos.
¿Cuál es el lugar que ocupa el docente en este planteo? ¿Cómo regula el que enseña la acción de sus
aprendices? Si cada alumno o grupo de alumnos debe construir sus propios esquemas de interpretación, el
docente deberá ser el intérprete que interviene en esa red de significados, sentimientos y actuaciones,
buscando acercar las claves o ayudas para los problemas planteados. Su principal tarea será el diagnóstico
permanente y continuo de las situaciones de aula y la evaluación de los intercambios que se producen. La
tarea de aprender que realizan los aprendices debe ser guiada por el docente-intérprete. Y esto es posible
porque el docente es más experto que sus alumnos porque ha estudiado, ha vivido y recorrido con
anterioridad la trama de significaciones sociales (ideas, tradiciones, historias) que la escuela quiere transmitir.
Se deriva de esto que el docente no puede sustituir estos procesos de elaboración de significados con
la imposición de significados construidos de antemano. Pero esta dificultad le permite salirse de los límites
impuestos por el currículum y por las rutinas escolares; le permite tomar decisiones en situación y apelar a
su juicio profesional (que es pedagógico, ético y político a la vez). La programación que el docente realice de
su tarea puede ayudar u obstaculizar este proceso; ese será el tema del próximo capítulo.
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perspectivas de los estudiantes. Como ejemplo de esta concepción, el Humanities Curriculum Projectse
centró en una enseñanza basada en la discusión, en la que
"... el grupo examinaba con sentido crítico los datos cuando discutía
cuestiones bajo la presidencia de un profesor que sometía su labor al criterio
de neutralidad.
La finalidad pedagógica del proyecto consiste en desarrollar la comprensión
de situaciones sociales y actos humanos y de los problemas relacionados con
valores controvertidos”
Esta concepción acerca de la enseñanza está atravesada por cuestiones éticas y opciones de valor. El
docente necesita identificar la calidad de la enseñanza con las pautas y los valores que se desarrollan en la
misma actividad de enseñanza y no en función de los fines que se determinan externamente. Dicho
simplemente y con un ejemplo: la democracia no se declama, se practica. La enseñanza de la democracia
comienza por la forma en que se organizan el cómo (y el qué) enseñar.
En contraposición con la perspectiva que entiende a la enseñanza como una actividad técnica, en esta
filosofía no hay una diferenciación profunda entre medios y fines. La enseñanza siempre enseña; la compren-
sión sólo se puede desarrollar en un clima de creatividad y de polémica. La forma de organizar el intercambio
con —y entre— los alumnos no puede contradecir los principios que guían el proyecto educativo. Lo que
hace que una acción sea educativa o formativa no es la producción de resultados (llegar a los objetivos
predeterminados), sino el desarrollo de las cualidades y las capacidades que se busca fortalecer y que se
ponen de manifiesto en la acción.
Los efectos más significativos de la práctica educativa no son necesariamente aquellos que se
manifiestan en el corto plazo, como exigen normalmente las escuelas a través de las evaluaciones. Los efectos
que tienen una vida más prolongada y que cobran peso decisivo en la configuración de los sujetos no se
manifiestan de inmediato como conocimientos, habilidades o reacciones susceptibles de ser evaluadas por
una prueba. Los alumnos aprenden realmente cuando se apropian del conocimiento, cuando lo asimilan y
adaptan a sus circunstancias, cuando el proceso de "'metabolismo simbólico" provoca el enriquecimiento y la
ampliación de la experiencia.
Retomando a Fenstermacher, sostendremos entonces que la enseñanza no es causante de aprendizaje,
sino su facilitadora y su guía. El docente es quien monta, sostiene y retira los andamios del aprendizaje
controlado que se realiza en la escuela. El maestro y el profesor proveen las ayudas en el momento oportuno
pero, a la vez, deben quitarlas para posibilitar el crecimiento, la autonomía y la independencia de los alumnos.
Se trata de pensar formas de enseñar que no ahoguen la riqueza, la diversidad y la potencialidad de los
aprendizajes que pueden realizar los alumnos.
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Avancemos una conclusión más. Reeemplacemos entonces, tanto en su dimensión conceptual como
en su dimensión práctica, la idea de método de enseñanza por la de estrategias de enseñanza. ¿Qué conse-
cuencias tiene esta distinción en nuestro trabajo cotidiano? Si, como hemos propuesto, adoptamos la noción
de estrategias de enseñanza, podremos proponer planes flexibles que nos permitan resolver apropiadamente
las problemáticas de la enseñanza. Pero para ello es necesario contar con criterios claros y explícitos sobre
cómo realizar la tarea. Y —lo que es central para el enfoque artístico— es que estos criterios sean
compartidos tanto intelectual como éticamente por todos los docentes que enseñan en una institución.
En el próximo capítulo podremos (¡por fin!) centrarnos en un problema que, como futuros docentes,
nos preocupa: cómo organizar o planificar la enseñanza.
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GUIA DE ESTUDIO N° 5
Individuales:
• Lea comprensivamente.
o Ideas principales y secundarias de cada párrafo.
o Notas marginales.
o Resumen de cada apartado.
• Aplique estrategias de organización de la información.
o Elaboración de esquemas, mapas, cuadros que organicen la
información y faciliten el recuerdo.
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La enseñanza y el aprendizaje
Davini, María Cristina (2008) “Métodos de Enseñanza. Didáctica general para maestros y
profesores”. Santillana. Bs. As. Cap. 1 y 2.
LA ENSEÑANZA
La enseñanza y la preocupación por realizarla de la mejor manera o de lograr sus propósitos es una
constante en la historia desde que el hombre es hombre y vive en sociedad. Los adultos han enseñado siempre
a los más jóvenes, los padres a sus hijos, los adultos a otros adultos. Esta forma peculiar de relación entre las
personas y estas muy variadas prácticas sociales se han desarrollado (y se desarrollan) en distintos ámbitos:
en el campo, en talleres de artesanos, en las familias, en las iglesias, en las fábricas y en todos los espacios de
la vida social; y, en general, en las instituciones educativas especialmente creadas para estas finalidades
(escuelas y universidades). En otros términos, la enseñanza es una práctica social e interpersonal que antecede
históricamente a la existencia misma de escuelas, tal como hoy las conocemos, y aun hoy se desarrolla más
allá de sus límites. También, desde entonces, ha existido una preocupación explicita por las cuestiones de
métodos para enseñar, aunque el conocimiento disponible en la época fuese limitado. Si bien todas las
personas enseñan a otros y pueden hacerlo, aunque sea de modo intuitivo, no todas se desempeñan
socialmente como maestros, profesores o instructores. Desde mediados del siglo xix, comienza un proceso
sostenido de con formación de sistemas escolares, que culminará en el siglo xx con los sistemas educativos
nacionales, en sus distintos niveles y especialidades. Su existencia requiere de una legión de personas
específicamente formadas para enseñar. El acto de enseñar ya no sólo es generalizado sino también
especializado. Requiere de un ordenamiento y de un conjunto de reglas básicas. Pero, antes de adentramos
en sus "reglas" y en pensar cómo hacer, se impone en primer lugar entender acerca de la enseñanza misma,
como fenómeno y como proceso. En este sentido, es necesario partir por preguntamos por las características
que la definen, orientan y regulan, por los actores y factores que intervienen y por las formas básicas que
puede adoptar. El análisis de estas cuestiones requiere de una mirada ampliada, más allá de los límites mismos
de este capítulo. En estas primeras páginas, intentaremos un acercamiento a las mismas, como primer
planteamiento del problema, en particular desde la perspectiva de quienes enseñan; buscaremos arrojar
algunas líneas para analizar su simultánea simpleza y complejidad.
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Estas intenciones son de doble vía: quien enseña desea hacerlo y quienes aprenden desean aprender.
Sin embargo, en un sentido astricto, la intencionalidad surge de quien enseña, con una amplia gama de
recursos (muchas más de los que se supone, sin necesidad de apelar a premios o sanciones) para que los
otros puedan aprender algo efectivamente y aun deseen hacerlo.
Pero la intencionalidad de la enseñanza no se restringe a lograr que otros aprendan. Más allá del
resultado de aprendizaje en sí, quienes enseñan buscan transmitir un saber o una práctica considerada
culturalmente válida, socialmente justa y éticamente valiosa. En otras palabras, enseñar es un acto de
transmisión cultural con intenciones sociales y opciones de valor.
En este sentido, Fenstermacher (1989) distingue analíticamente la enseñanza "con éxito", con logro de
resultados de aprendizaje, y la "buena enseñanza", sustentada en valores éticos y en la validez de aquello que
se enseña. Cuando las prácticas de enseñar se transforman en actos de rutina, no es frecuente que se analice
este otro grupo de intenciones. "Esto que enseño (y la forma en que lo enseño), ¿es válido?, ¿ayuda a las
personas en su desarrollo?, ¿es éticamente sostenible?" La débil consideración de estas intenciones produce,
no pocas veces, una contradicción entre los "propósitos declarativos" y las prácticas: enseñar saberes o
prácticas que ya han sido superados por el desarrollo del conocimiento, afianzar comportamientos sociales
que ya nada tienen que ver con las prácticas en la sociedad, enseñar de manera autoritaria, mecánica o
memorística, cuando se declara que se aspira a formar ciudadanos conscientes.
En sentido de síntesis, la enseñanza debería considerar ambas dimensiones: promover resultados de
aprendizaje y transmitir conocimientos, habilidades, capacidades y modos de relación considerados válidos y
éticamente sostenibles.
Con esta dirección, es necesario incluir la dimensión socio-política de la enseñanza. Aunque la acción
de enseñar se desarrolle en un espacio acotado entre dos o más personas, implica un acto de democratización
de un saber, poniéndolo al servicio de los otros, y de ampliación de la conciencia. En otros términos, sus
fundamentos y sus resultados no permanecen restringidos a la pequeña esfera interpersonal, sino que puede
habilitar mayores grados de conciencia acerca del mundo.
La enseñanza puede, así, ensanchar la comprensión de la naturaleza y de la sociedad de quienes
aprenden. Vista desde este ángulo, la enseñanza en las escuelas debería constituirse en una gran distribuidora
del conocimiento a individuos y grupos sociales, generando espacios de participación en el mundo social y de
la cultura.
La obra de Emüe Durkheim (1858-1917), uno de los pilares de la sociología moderna, enfatizó el papel
fundamental de la educación como forma de transmisión cultural necesaria para la continuidad de la sociedad.
Luego, la sociología y la pedagogía del siglo xx destacaron su importancia para disminuir las brechas de
desigualdad social y cultural, ampliar la participación y la conciencia. La enseñanza es, específicamente, el
puente que podría concretar estas finalidades.
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de los sujetos que aprenden y del contexto particular. En otros términos, una propuesta de enseñanza debería
contemplar estas condiciones de los sujetos y del contexto: grupos juveniles en distintos contextos, niños de
medios rurales o urbanos, estudiantes universitarios, trabajadores, etcétera.
En las escuelas, el docente es un mediador entre los conocimientos y los alumnos, adecuando sus
propuestas a las capacidades, los intereses y las necesidades del grupo en particular y a las características del
contexto socio-cultural específico. Con ello, no sólo buscará que los alumnos asimilen, sino también que
puedan vincular el conocimiento y las prácticas, lo general y lo local, el aprendizaje común y el tratamiento
particular de los problemas. Estos "puentes" requerirán de la mediación pedagógica del profesor para;
• Vincular los contenidos generales que se esperan enseñar con las necesidades, la idiosincrasia
y la cultura del grupo en particular
• Proponer actividades, discusiones, profundizaciones, ejercicios que favorezcan el tratamiento
de los temas considerando las características) los intereses y la cultura de los alumnos.
• Favorecer el intercambio entre los alumnos a partir de sus expectativas y concepciones.
• Ampliar el conocimiento y las perspectivas particulares, brindando nuevas informaciones y
comunicando otros puntos de vista y experiencias. Vincular la enseñanza al contexto
particular y a las situaciones específicas.
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sistema). Lo que denominamos contenido incluye conocimientos a asimilar y habilidades a desarrollar, como
también modos de relación con los otros (interactuar, cooperar, desarrollar acciones colectivas, participar),
modos de pensamiento (formular y sostener afirmaciones razonables, llegar a conclusiones, resolver
problemas), modos y formas de expresión (comunicación oral, escrita, gráfica, del pensamiento y las
emociones), actitudes y valores sociales, entre otras cuestiones relevantes.
En los ámbitos escolares o académicos, todo lo que se enseña en forma intencional y sistemática y
todo lo que puede ser aprendido (y que vale la pena aprender) es un contenido a ser integrado en la
enseñanza, y no sólo la lista de temas de los programas. Asimismo, el contenido debería incluir el ejercicio
sistemático de ciertas habilidades que los docentes suelen esperar de los alumnos, como si fuesen requisitos
previos (antes de iniciar la enseñanza) y no contenido y objeto de la enseñanza misma. Finalmente, el sistema
de relaciones en la enseñanza incluye y se desarrolla en el ambiente. El ambiente es, también, parte del
sistema, regula el desarrollo de las actividades e influye en buena medida en los resultados.
El ambiente incluye tanto los recursos materiales como el flujo de interacción y participación de los
actores. Los recursos constituyen los apoyos necesarios y relevantes para realizar la enseñanza. Si el
propósito es aprender a nadar, hace falta una piscina; si se quiere aprender a construir artefactos, hace falta
organizar un taller; si se quiere que los alumnos aprendan a buscar informaciones sistematizadas o académicas,
o a manejarse con bancos de información, hacen falta libros, bibliotecas o redes informáticas y computadoras.
No se trata de discriminar entre recursos "pobres" y recursos "ricos o costosos". Cualquier elemento puede
constituirse en un- recurso para la enseñanza. Simples cubiertos se convierten en recursos cuando una madre
enseña a sus hijos las formas de comer; un conjunto de hojas del otoño se transforman en recursos para
enseñar botánica; fósforos o semillas son recursos posibles para enseñar operaciones aritméticas a los
pequeños. Los recursos materiales concretos, simples y cotidianos (disponibles en cualquier contexto) son
necesarios para la enseñanza en la infancia, dadas sus características evolutivas. A medida que se avanza en la
edad, se hacen más complejas las capacidades a desarrollar y se diversifican los propósitos, se requiere de la
participación de otros recursos: textos de consulta y bibliotecas, medios audiovisuales, gabinetes
informáticos, laboratorios, espacios de práctica, etc. Como acción intencional y sistemática, la disponibilidad
y la elección de estos recursos deberán delimitarse a la hora de definir el ambiente de enseñanza.
Pero el ambiente no sólo refiere a los medios o recursos. Incluye, especialmente, las formas de
interacción e intercambios del grupo. Cualquier persona puede recordar cómo un proceso de enseñanza
quedó frustrado por el mal vínculo con el profesor o dentro del grupo de alumnos. También influyen las
formas de participación en el desarrollo de la enseñanza, el seguimiento grupal e individual personalizado.
Quienes aprenden no son receptores pasivos ni un simple número dentro de un conjunto de personas. Es el
diálogo, los debates, los intercambios horizontales entre los aprendices, los grupos de trabajo activo, los que
construyen la posibilidad de aprender y enriquecen los resultados.
Finalmente, en los medios escolares o académicos, las "reglas" institucionales y la organización de los
planes de estudio forman parte del ambiente, facilitando, orientando o limitando la enseñanza y los
aprendizajes. En estos contextos, la organización de los estudios incide regulando los límites de los contenidos
a transmitir, los tiempos necesarios para aprenderlos, las formas de trabajo del profesor y las experiencias
de aprendizaje posibles. Sin embargo, los actores (profesores y estudiantes) no son neutros ni adoptan estas
regulaciones de manera pasiva. Muchas veces, con planes de estudio inadecuados, se desarrollan experiencias
de aprendizaje y de enseñanza sumamente ricas; otras veces, las intenciones educativas y las propuestas de
planes de estudio muy valiosos e innovadores son escasamente asumidos o hasta rechazados en las prácticas
del aula.
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representa una acción puntual. Implica una actividad sistemática y metódica, con fases a lo largo de un tiempo
(más breve o más largo) y un proceso interactivo entre quienes participan, según valores y resultados que se
busca alcanzar.
Para poder realizar la actividad de mediación y ser eficaz en el logro de los propósitos, la enseñanza se
constituye como una secuencia metódica de acciones: la enseñanza implica un tiempo y un proceso, sigue una
lógica y se conforma por una serie de etapas. En la enseñanza familiar, un adulto enseña a un niño
gradualmente a operar con los materiales o artefactos, según su complejidad y las capacidades previas del
niño. En la enseñanza escolar o en la académica, con mayor razón, se requieren actividades secuenciadas para
el logro del aprendizaje buscado. En estos ámbitos, los contenidos o la materia de la enseñanza son más
diversificados y complejos, por lo cual la enseñanza será organizada y conducida de modo más metódico. Es
decir, supone un plan de trabajo con una secuencia organizada de actividades, en el que "una cosa se presenta
antes y otra, después".
La idea de la enseñanza como secuencia metódica es muy antigua en el pensamiento didáctico. Un hito
importante en esta historia se encuentra en la obra de Herbart, a mediados del siglo XIX, quien planteó una
secuencia de "pasos formales" constantes para el desarrollo de la enseñanza. Estos pasos -que presentaremos
en el tercer capítulo- representaron, entonces, un esquema de acción para enseñar ordenadamente cualquier
contenido a todos los alumnos en cualquier lugar.
Los pasos formales orientaron por décadas el accionar de los maestros y profesores. Hoy sabemos
que, en verdad, estos "pasos" son muy variables, según sean los propósitos de la enseñanza, el contenido, las
características de los alumnos o del grupo, el contexto o ambiente. Sin embargo, es importante recuperar la
noción de secuencia metódica siempre que se busque enseñar, teniendo en cuenta estos factores y actores.
La secuencia metódica no debe ser entendida como un reglamento o código rígido, sino como un marco de
actuación básico, de ordenamiento lógico y pedagógico, pero flexible y adecuable a las características de los
alumnos y a la dinámica del proceso en el contexto particular Así, el docente y los alumnos desarrollarán
acuerdos de trabajo y una serie de intercambios que enriquecerán la propuesta inicial. Pero contar con un
diseño de actividades secuenciadas y con un marco metodológico que oriente la enseñanza es una condición
crítica para asegurar los logros de aprendizaje y elaborar estrategias particulares.
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actividades previsibles sin mayor esfuerzo o a sacar ventajas de esta situación, más que aprender con
creatividad e inventiva.
Mirando la cuestión desde otra óptica, el reconocimiento de la diversidad de resultados de aprendizaje
no debe ser entendido como una debilidad o limitación de la enseñanza, sino como una fortaleza. Ella muestra
que existe un amplio espacio de posibilidades para enseñar, orientadas por el profesor y enriquecidas por los
alumnos.
La enseñanza no es una relación entre máquinas sino entre personas activas y dotadas de sentidos
propios. Desde este lugar, quien enseña puede recuperar esta dinámica, potenciar distintos resultados y
ampliar las posibilidades, considerando las siguientes acciones:
• guiar y apoyar a los alumnos para que trabajen y piensen por sí mismos;
• ayudar a problematizar los contenidos que se abordan;
• promover el intercambio entre los estudiantes y el trabajo cooperativo;
• favorecer la participación en diversas actividades;
• facilitar que los estudiantes puedan participar de la planificación de sus actividades de
aprendizaje y de la valoración sus progresos;
• habilitar y estimular el proceso de transferencia de los aprendizajes a las prácticas, en el
contexto particular en el que se encuentran.
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ORIENTACIONES DE LA ENSEÑANZA
Las prácticas de enseñanza son múltiples y variadas, y las teorías son diversas. Pero, en términos
generales, existen dos grandes concepciones acerca de la enseñanza:
Destaca la guía sistemática y metódica por parte del adulto o profesor y el papel central de la actividad
de quienes aprenden, a través de la observación directa de fenómenos, la búsqueda y la indagación activa, la
La enseñanza resolución de problemas, la reflexión activa y la inventiva. La metáfora es la enseñanza
entendida como como andamio para que los alumnos elaboren el nuevo conocimiento en una secuencia
guía progresiva de acciones. Admite dos grandes variantes: el grupo ayuda el aprendizaje
individual y el aprendizaje constituye un producto de la acción colectiva INewman, Griffin
y Colé, 1991; Greeno, 1997; Colé, 1995).
Estas dos grandes concepciones no deben ser comprendidas como modelos rígidos, fijos o cerrados
en sí mismos. Aunque reconozcan orígenes conceptuales y enfoques distintos, la oposición es teórica.
Constituyen teorías específicas pero integrables entre sí en la realidad de las prácticas. Su valor conceptual y
reflexivo estriba en brindar un marco de análisis para orientar las opciones conscientes de los profesores y
no la aplicación fija de un modelo único en cualquier circunstancia.
En la realidad, las prácticas de enseñanza no adoptan rígidamente uno y sólo uno de estos grandes
enfoques. En su lugar, asumen una orientación general en un momento dado o con mayor énfasis, pero
integrando momentos de la otra orientación en la secuencia metódica de enseñanza.
La idea de orientación de la enseñanza presenta una flexibilidad y un dinamismo más interesante que
la idea de modelos fijos y, mucho menos, antagónicos. Aunque exista una orientación principal, la enseñanza
puede incluir alternativas durante su desarrollo y producir distintos efectos de aprendizaje. En otras palabras,
la orientación puede darse en "estado puro" o puede incluir toda una gama variada de alternativas entre un
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extremo y otro de las prácticas. Por ejemplo, un profesor puede enseñar priorizando la instrucción, pero
durante el proceso los alumnos discuten sus puntos de vista y desarrollan nuevas formas de analizar el mismo
problema. Con ello, desarrollan interacciones entre sí, lo que flexibiliza la idea de instrucción extrema,
centrada en el profesor y genera condiciones de construcción participativa del grupo. En otro caso, un
profesor puede enseñar priorizando su papel de guía, lo que no impide que existan momentos de instrucción
durante la secuencia de actividades, sea por la exposición del profesor o por la lectura de textos. Con ello,
se habilita la adquisición del conocimiento organizado, como alimento al papel activo del grupo.
Así mismo, en cualquiera de las orientaciones, la enseñanza puede enfatizar el tratamiento de la esfera
intelectual, la afectiva, la valorativa o la acción. Aquí también la cuestión es de orientación: aunque se aborde
con mayor énfasis la dimensión intelectual, los sentimientos y las valoraciones están presentes; aunque se
priorice el desarrollo de la expresividad y la afectividad, el pensamiento apoya el proceso y nunca está ausente.
En otros términos, todas las áreas de conducta están presentes en la acción de la enseñanza y en el
aprendizaje.
Como síntesis del análisis de las prácticas de enseñanza y cualesquiera sean las concepciones que la
orienten:
• La enseñanza siempre implica intenciones de transmisión cultural de una muy variada gama de
contenidos y del desarrollo de diversas capacidades en quienes aprenden, desde habilidades y
destrezas prácticas, desarrollo del pensamiento, hasta resolved-problemas, interactuar y
participar con otros, o asumir valores sociales.
• La enseñanza implica necesariamente la propuesta de una secuencia metódica de acciones, sea
con mayor orientación hacia la instrucción o hacia la guía, en la que quienes aprenden puedan
elaborar su aprendizaje, a través de la reflexión interna o en la actividad participativa.
• Cualquiera sea la decisión de quienes enseñan, ésta deberá contemplar la coordinación de un
sistema de relaciones reguladas entre quienes aprenden, quienes enseñan, los contenidos que
se enseñan y el ambiente, con sus flujos de interacción y sus recursos reales y potenciales.
• Sea como instrucción o como guía, la enseñanza siempre tiene implícita la dinámica entre
autoridad y autonomía, y sus resultados son previsibles pero variados y abiertos, como lo son
las personas y los contextos en los que participan.
• Siempre es necesario que quienes enseñan reflexionen sobre estas cuestiones, ampliando la
visión y la conciencia en la acción de enseñar, y adoptando decisiones válidas y valiosas en
función de una buena enseñanza. La enseñanza entendida como guía
EL APRENDIZAJE
Buena parte de lo que somos, sabemos y hacemos es resultado del aprendizaje a lo largo de la vida.
Una tendencia difundida lleva a pensar que el aprendizaje es algo que ocurre en la infancia y en la adolescencia
y, en general, a asociarlo al aprendizaje escolar. Pero en verdad los seres humanos necesitan aprender
siempre, a lo largo de toda su vida, desde la cuna maternal, a lo largo de toda la infancia y la juventud, en la
vida adulta, y aun en los años de madurez y vejez. En forma permanente las personas necesitan satisfacer
necesidades, adquirir herramientas prácticas, de conocimiento, de comunicación y de acción para la
interacción social y adecuarse a las circunstancias cambiantes, individuales y del contexto social. El aprendizaje
es indisoluble de la necesidad de adaptación, ajuste e intercambios con el mundo. Pero esta adaptación no es
pasiva sino activa. Las personas necesitan aprender para incorporarse y participar en la vida social; al hacerlo,
lo hacen creativamente, es decir, incluyendo y expresando características y modalidades personales, afectivas,
cognitivas y de acción. Así, el aprendizaje puede definirse como algún cambio o modificación en las conductas
previas de un individuo, siempre que éste no sea el resultado de la maduración o a cambios vitales. Por
ejemplo, cuando un bebé se sienta solo (aproximadamente a los seis meses) o cuando un adulto mayor tiene
dificultades para caminar o no consigue correr más rápido, estos cambios de conductas no obedecen al
aprendizaje.
Aprender es necesario para lograr una adaptación activa al medio, desarrollando capacidades para
extraer de él las máximas posibilidades y para expresar necesidades y potencialidades personales. Estas
conductas abarcan tanto sus manifestaciones externas (como manejar un aparato, resolver un problema o
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alcalizar destrezas físicas en un deporte) como internas (como el ejercicio del pensamiento y las disposiciones
socio-afectivas de solidaridad, responsabilidad y compromiso).
Muchos aprendizajes se desarrollan de modo espontáneo, sin que medie una intervención consciente
e intencional de otra persona que lo enseñe. Pero, aun en estos casos, ello no implica que el individuo aprenda
aislado del medio social o en absoluta independencia de los otros. Todos los aprendizajes humanos se
desarrollan con la influencia del medio, en relación con otras personas, incluyendo lo que se aprende en
forma espontánea; por ejemplo, la imitación de los comportamientos de otro.
Un importante caudal de aprendizajes desarrollados a lo largo de la vida requiere de la actividad
intencional de otros que enseñen. Estos aprendizajes pueden ser de muy variadas características: asimilación
de conocimientos, conceptos y herramientas culturales, como el lenguaje, desarrollo de capacidades de
comunicación y expresión, de capacidades para la acción y del sentido práctico, habilidades intelectuales,
disposiciones para trabajar con otros, construcción de nuevas experiencias y alternativas por la transferencia
de lo aprendido a otros contextos o situaciones, desarrollo de la capacidad para aprender siempre y de la
autonomía, entre muchos otros.
La reflexión acerca del aprendizaje es necesaria para quienes busquen orientar y conducir los procesos
de enseñanza, de modo de poder potenciarlo o facilitarlo. Con este propósito y desde esta intención, este
capítulo no realizará una exposición de las diversas teorías académicas e investigaciones sobre el
comportamiento humano en situaciones de aprendizaje. Sin duda, ésta es una apasionante empresa para un
lector ambicioso, pero nos aleja del marco de los intereses planteados. Por el contrario, se buscará analizar
el aprendizaje en función de los desafíos de la enseñanza y de los factores críticos a tener en cuenta a la hora
de enseñar. En otros términos, las cuestiones que aquí se tratan, se orientan a apoyar a quienes enseñan,
identificando los principales núcleos comprensivos acerca del aprendizaje, que arrojen implicaciones
educacionales para la enseñanza.
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a) La mediación social activa en el aprendizaje individual a través de una persona o grupo que apoya ese
aprendizaje. Esta es una de las formas más difundidas e históricamente presentes en todas las
sociedades. En el aprendizaje familiar, a través de la acción de los padres y otros adultos, los
niños aprenden apoyados por una persona o un grupo. En el aprendizaje escolarizado, un
profesor enseña, orienta y guía el aprendizaje de cada alumno. En otros ámbitos sociales, un
tutor, coordinador o entrenador apoya a los individuos para aprender. Aun en los casos en los
que la instrucción proceda en relaciones interpersonales más distantes, por clases magistrales
o video conferencias, hay un agente social activo (expositor) apoyando el proceso individual.
b) La mediación social activa en el grupo de pares. El aprendizaje no se restringe a la mediación de
quien enseña (adulto, profesor, tutor), sino que se expande de los intercambios participativos,
en la interacción grupal horizontal (grupo de alumnos, equipos deportivos o de trabajo, grupos
juveniles, etc.). En estos intercambios no sólo se aprenden modos de relación social, sino
también se construyen conocimientos, habilidades cognitivas y formas de pensamiento (Colé,
1995; Greeno, 1997). El desarrollo de actividades conjuntas y colaborativas (en particular para
resolver problemas) permite aprender, tanto al conjunto como a miembros individuales.
c) La mediación social en el aprendizaje a través de herramientas culturales. Aun cuando no exista una
persona que enseñe, ni un grupo de pares para el aprendizaje participativo, el individuo aprende
a través de bienes y artefactos culturales, desde instrumentos, objetos, máquinas, como de
libros, videos, bibliotecas o herramientas de información. Estas herramientas no son sólo
objetos estáticos. En sí mismos están histórica y culturalmente situados, cargando saberes,
posibilidades y distintos lenguajes para pensar y actuar. Constituyen "andamios" (sostén o
puntos de apoyo) para el aprendizaje, en el pensamiento y en la acción. Algunos de ellos, como
los libros, los videos y las herramientas informáticas, presentan distintos lenguajes y formas de
representación, ampliando la comprensión cultural y las habilidades cognitivas (Perkins, 1986).
d) Las organizaciones sociales como ambientes de aprendizaje. Las organizaciones sociales (empresa,
escuela, entidad, iglesia, hospital, club, etc.) son mediadoras activas en el aprendizaje individual
y colectivo, como producto de la participación en un ámbito determinado y de la interacción
con los miembros que las integran. Aquí no es necesario que haya una persona específica que
enseñe algo: el foco es el sistema colectivo de aprendizaje en el que las personas adquieren
conocimientos, formas de entendimiento, habilidades y la propia cultura de la organización.
Aún más, en las organizaciones se desarrollan aprendizajes de gran estabilidad en el tiempo
(como las rutinas, los hábitos, las costumbres), los que posibilitan el acoplamiento de los
comportamientos individuales a los comportamientos del grupo (Argyris, 1999; Argyris y
Schón, 1996; Senge, 1992). Gran parte de los aprendizajes sociales y cognitivos son el resultado
de la interacción y la participación en el ambiente de las distintas organizaciones sociales. Ello
incluye no sólo sus reglas explícitas sino también las tácitas.
e) Aprendizaje del contenido social. Más allá de una organización social determinada, la participación
en la sociedad ampliada implica aprender las formas de relaciones socio-culturales propias de
la cultura local, los patrones de conducta, las modalidades de interacción, comunicación y
valores colectivos del ambiente social en el que viven los grupos humanos. Estos aprendizajes
se desarrollan a lo largo de la vida, en forma de socialización de los miembros de una cultura,
compartiendo prácticas y modos de pensamiento, llevando a cabo acciones colectivas. Estos
aprendizajes permiten construir la identidad personal, compartiendo el espíritu de una
comunidad o una nación.
f) Aprendizaje para ser un aprendiz social. Estos aprendizajes implican la capitalización de lo
aprendido para seguir aprendiendo siempre, en forma autónoma: aprender dónde y cómo
buscar y obtener información, aprender cómo obtener ayuda de otros, aprender lo que hay
que evitar para alcanzar un objetivo, prever o anticiparse a situaciones basado en la experiencia
previa, etc. Aquí el aprendiz individual desarrolla nuevos aprendizajes aprovechando sus
conocimientos, capacidades y habilidades para aprender, explorando el bagaje de conocimiento
disponible. Toda la ciencia cognitiva contemporánea destaca la importancia de aprender a
aprender, esto es, desarrollar autonomía para construir nuevos conocimientos y experiencias
en forma permanente.
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Todas las personas tienen las posibilidades de aprender de modo constante (y de desaprender), así
como potencialidades genéticas de aprender, dentro de las condiciones de su edad y desarrollo.
Pero el aprendizaje es siempre un resultado individual que varía de persona a persona y que, en ciertos
casos, depende de otros factores que no son la enseñanza misma o que inciden en el proceso y los productos.
En otros términos, hay resultados de aprendizaje que la enseñanza puede proponerse de modo directo (todos
pueden aprenderlo), mientras que otros sólo pueden ser promovidos con distintos resultados. Inciden en
ello una gama de factores, como las características individuales, las experiencias previas y el interés o las
necesidades personales:
• Las características individuales inciden en mayor grado cuando el aprendizaje tiene que ver más
con destrezas físicas o habilidades técnicas (como el talento deportivo o la precisión) o con
estilos personales (como la disposición para la comunicación grupal o la introversión).
• Las experiencias previas inciden en mayor grado cuando el nuevo aprendizaje requiere de
conocimientos o habilidades preliminares.
• El interés y las necesidades personales inciden siempre, pero pueden ser estimulados por la
enseñanza.
Finalmente, debe destacarse que el aprendizaje moviliza todas las áreas de la conducta; la cognitiva, la
afectiva y la social. Aun-que un aprendizaje esté fuertemente orientado al logro de cono-cimientos, pone en
juego la afectividad y puede estar facilitado o inhibida) si la persona siente atracción o rechazo por la tarea.
Así mismo, el aprendizaje puede facilitarse o inhibirse si la persona tiene posibilidad de participar e
intercambiar con otros, o si lo que se espera aprender cuestiona sus valores y concepciones.
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Estas cuestiones tienen implicancias directas con la enseñanza. Aunque alguien desarrolle un proceso
de instrucción, deberá alejarse de la idea que el aprendiz "copiará" en su mente o en sus prácticas el
conocimiento o la habilidad que se espera transmitir. Más aún, quien enseña debería preocuparse más por
favorecer el pensamiento reflexivo del aprendiz que por la incorporación simple y llana de un contenido.
Ya en 1930, John Dewey, filósofo y uno de los pilares del pensamiento pedagógico moderno, expresó
con claridad que nadie puede decirle a otra persona cómo debe pensar. Por el contrario, fundamentó que la
tarea más importante de la educación es brindar la oportunidad para el desarrollo consciente y serio (en el
sentido de "tomárselo en serio") del pensamiento reflexivo. Éste incluye no sólo el pensamiento como
actividad lógica, sino el desafío de pensar, la revisión de las propias creencias y el enfrentar los dilemas éticos.
Entre el pensamiento, la afectividad y las cualidades morales del carácter no hay abismo alguno. Por el
contrario, es necesario fundirlos en una unidad (Dewey, 1989; primera edición, 1933).
Estas reflexiones tienen consecuencias para la enseñanza y llevan a proponer que se busque:
• Posibilitar que los alumnos experimenten el proceso de construcción del conocimiento y la
autonomía en el abordaje de los temas y los problemas, implicándose en su análisis y solución.
• Facilitar que los alumnos busquen soluciones alternativas e involucrarlos en las decisiones
actuando reflexivamente.
• Poner en juego las propias experiencias y concepciones sobre los problemas, analizando
cuestiones de actitud y de valoración.
• Involucrar a los alumnos en contextos realistas y relevantes, y en experiencias de interacción
social.
• Estimular el uso de diferentes formas de representación de los fenómenos, enriqueciendo la
mirada sobre la realidad de los problemas estudiados, en lugar de una visión específica y parcial.
• Estimular la auto-conciencia sobre el proceso de pensamiento, comprendiendo el proceso
seguido al aprender (actividades metacognitivas).
• Valorar la individualidad, la afectividad y la creatividad del aprendiz, y ampliar sus intereses.
APRENDIZAJE SIGNIFICATIVO
El aprendizaje representa un cambio o una modificación del comportamiento de carácter duradero y
estable. Los aprendizajes son comportamientos con durabilidad y se incorporan al repertorio de
comportamientos de la persona. Aunque luego un comportamiento pueda ser reemplazado por otro o
mejorado, tanto el anterior como el nuevo tienen una estabilidad en el tiempo. En esta duración, la memoria
juega sin duda un papel muy importante. La memoria es indispensable para asegurar la continuidad de lo
aprendido y para seguir aprendiendo. Todo aprendizaje implica retención, no se podría aprender si no se
contase con la conservación de la experiencia previa, ya sea sensorial (como reconocer características del
espacio o de los objetos físicos) o apoyada en las representaciones mentales y la comprensión (como elegir
entre distintas alternativas para resolver problemas o para tomar decisiones). Pero la conservación en la
memoria es mucho más relevante cuando está acompañada por la comprensión y la reflexión. En este sentido,
se elaboró la noción de aprendizaje significativo.
El aprendizaje significativo (Ausubel, Novak, Hanesian, 1983) es opuesto al aprendizaje repetitivo,
producto de la memorización mecánica. Este aprendizaje es posible cuando quien aprende relaciona las
informaciones y el significado del contenido sobre el que trabaja, los vincula con sus conocimientos,
significados y experiencias previas, y por ello, los comprende. Ello demanda una intensa actividad participativa
de quienes aprenden, reflexionando, debatiendo y descubriendo relaciones.
La búsqueda del aprendizaje significativo tiene implicaciones directas con la enseñanza. Para facilitarlo,
son necesarias las siguientes condiciones básicas:
• Que el contenido que se enseña guarde un orden lógico y se presente de modo estructurado,
es decir, que no sea arbitrario, desordenado ni confuso. El proceso fracasa cuando el contenido
o material no muestra coherencia, presenta datos sueltos o sin orden alguno, o informaciones
en forma des-contextualizada, lo que impide comprenderlo o explicarlo. En este último caso,
quien aprende sólo puede memorizar-lo mecánicamente, sin comprensión alguna.
• Que el contenido que se enseña (información, concepto, habilidad o valor) pueda ser asimilado
por el que aprende. Esto es, que quien aprende pueda relacionar el nuevo contenido con sus
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• Interacciones regidas por textos (hojas, libros, manuales) y un currículo o plan de estudios que
define qué es importante aprender y hasta dónde. El éxito se define por el cumplimiento de
estos requisitos mínimos y del logro de puntajes elevados en las pruebas de evaluación.
• Tiempos de aprendizaje reglados por horarios fijos y sincronización de calendario de
enseñanza, con independencia del tiempo necesario o suficiente para instalar un aprendizaje.
A esta lógica puede agregarse (con demasiada frecuencia) un ambiente físico inapropiado y carencias
de recursos, y una organización de tareas que aísla a cada docente de sus colegas, encerrados en el espacio
del aula de cada uno.
El problema no es nuevo y la estructura básica se repite a lo largo de décadas, arrastrando las mismas
carencias -ya Dewey decía que las condiciones escolares parecen acercarse más a la monotonía y la
uniformidad que a la curiosidad, el asombro o la novedad-. Por ejemplo, a pesar de que en general ya no se
cuenta con asientos fijos, durante largas horas se hojea el mismo libro de texto (ya amarillento) en perjuicio
de otras lecturas, que define los temas a incluir o las preguntas que son excluidas. "Estos ejemplos pueden
parecer exagerados en el caso de la administración de las mejores escuelas. Pero en las escuelas cuyo objetivo
principal consiste en establecer hábitos mecánicos y transmitir la uniformidad de las conductas, las
condiciones que estimulan el asombro y mantienen su energía y vitalidad, quedan fatalmente excluidas"
(Dewey, 1989, pág. 60).
Ni la didáctica ni las investigaciones sobre el aprendizaje parecen ser consideradas para modificar
sustantivamente las reglas de organización de estos contextos, que muchas veces se asemejan al "modelo de
producción fabril en serie". Sin embargo, aun dentro de estos procesos y estructuras de relaciones, los
profesores tienen una importante gama de opciones para mejorar la enseñanza:
• Ampliando espacios del aula, con una concepción abierta del ambiente de aprendizaje;
integrando la enseñanza a contextos realistas, en forma directa (como la observación o la
experimentación) o indirecta (por ejemplo, a través de diarios, videos, documentos,
bibliotecas, redes de información), con permanente referencia y transferencia al medio social
y cultural de los alumnos.
• Estimulando y facilitando el uso de múltiples formas de conocimiento y herramientas culturales,
más allá de los tradicionales y más allá de la propia "voz" del profesor, promoviendo la visión
de que no hay siempre una única solución correcta. Involucrando a los alumnos en la reflexión,
la búsqueda, el hallazgo, constituyéndolos en sujetos activos en la construcción de sus
experiencias, valorando sus esfuerzos y sus resultados y fortaleciendo su autonomía.
• Reconociendo la diversidad de los grupos y las diferencias individuales como punto de partida
de la enseñanza y en la diversidad de perspectivas.
• Promoviendo actividades colaborativas, estimulando el intercambio, el debate y los trabajos
conjuntos entre los alumnos como fuente de conocimiento, más allá del profesor, y
favoreciendo el aprendizaje social.
• Trabajando en equipo con otros docentes, desarrollando nuevas experiencias educativas
escolares y estando abierto a la revisión y la crítica de las propias prácticas.
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GUIA DE ESTUDIO N° 6
Individuales:
• Lea comprensivamente.
• Aplique estrategias de organización de la información.
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