Marti Lee Un Yanqui en La Corte Del Rey Arturo

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Miradas dobles de José Martí: en torno a Un yanqui en la corte del rey

Arturo de Mark Twain

José Martí a lo largo de sus quince años de exilio en los Estados Unidos se

mostró muy atento a las novedades literarias provenientes de los diversos

universos culturales. En general, los críticos se han concentrado en las lecturas

que hiciera el cubano de poetas o escritores como Walt Whitman, Ralph Emerson

y Oscar Wilde, y poco se ha reparado en su percepción de la textualidad de

Samuel Clemens, más conocido por su seudónimo Mark Twain. El humorista del

Misissipi era una de las figuras más populares de los Estados Unidos, Inglaterra y

Francia. Se había convertido en una celebridad nacional gracias a la publicación

de sus narraciones y relatos en diarios de todo el país, y a esto hay que añadir

que sus libros fueron ampliamente leídos gracias a los vendedores de

suscripciones y al magnetismo personal que desplegó en conferencias y lecturas

ante públicos ansiosos.

No adhiere Martí incondicionalmente a la textualidad de Twain, y en muchas

de sus observaciones se hace evidente la diferencia de públicos a los que apelan

uno y otro escritor1. “….por la fineza de estilo no es, que él conoce a su pueblo, y

no se quiere fino, sino por la sutileza de la observación…”2.Sin embargo, estas

divergencias no impidieron que el cubano reparara en los procedimientos que

empleaba el humorista para provocar efectos cómicos en su público. En un trabajo

anterior hemos estudiado la apropiación que efectúa Martí de ciertos recursos

1
“…en todas sus páginas asoma el vulgo. Pero sobre ellos tiene un exquisito sentido de la naturaleza, que a
estar servido con más delicados pinceles, habría engendrado copias gloriosas”, en José Martí, Obras
completas, tomo 10, p. 137, La Habana, Editorial de ciencias sociales, 11 de enero de 1885.
2
Ob.cit., tomo 10, p. 137, 11 de enero de 1885.
narrativos y descriptivos de Twain y cómo los transforma en la crónica martiana,

cambiándoles su efecto cómico por el melodramático, a partir de la relectura que

efectúa el cubano de un fragmento del libro de viajes de Twain titulado Innocents

abroad3.

Martí repara y aprende de las técnicas que emplea el sureño para operar en

el mercado de bienes simbólicos, y ve en él a un escritor moderno que busca

resguardar su producción a través de los derechos de propiedad intelectual,

cuestión también defendida por el cubano.

En el caso de Un yanqui en la corte del rey Arturo es en la crítica de la

modernidad sociopolítica norteamericana y sus consecuencias donde convergen

ambos escritores, cuestión que Martí puntualiza en el propio estilo de la novela:

“Los efectos están afilados, como lápices. Algo de araña hay en el estilo, que es

de seda firme, por donde huye la araña, entre riendo y temiendo, luego que hirió

con los tentáculos a la sabandija”4

Un abanico de lecturas

Mark Twain es uno de los escritores que mejor ejemplifica las

contradicciones de su tiempo, su confianza en los proyectos tecnológicos de la

última mitad del siglo XIX a la vez que su escepticismo, desilusión y

desesperación que el mismo progreso acarrea. Un yanqui en la corte del rey

Arturo -novela publicada en Nueva York en 1889- tematiza esa dicotomía, donde

narra la experiencia de un mecánico de Hartford, Hank Morgan, capataz de la

fábrica Colt, quien, tras recibir un fuerte golpe en la cabeza, despierta en las

3
Para el trabajo empleamos la edición en castellano Inocentes en el extranjero, España, Ediciones del Azar,
2001.
cercanías de Camelot, en la Inglaterra del siglo VI. Mediante el recurso narrativo

del viaje a través del tiempo, Morgan desembarca en la Inglaterra medieval, a la

que convierte en una utopía industrial para destruirla en la batalla final de

Sandbelt, en un desenlace apocalíptico. Twain comienza burlándose y satirizando

el pasado medieval y acaba cuestionando la superioridad del presente moderno e

industrializado de los Estados Unidos5.

La novela ha tenido una multiplicidad de lecturas, en muchos casos,

contradictorias, quizás a causa de sus complicadas peripecias argumentales. Las

interpretaciones se extienden desde la sátira a la Inglaterra medieval, un ataque a

la tiranía feudal, pasando por una crítica de los Estados Unidos contemporáneos

del escritor, o crítica antiimperialista, hasta ciencia ficción anticipatoria de los

genocidios del siglo XX y, al mismo tiempo, fue leída como una alabanza del

progreso industrial decimonónico.

Un yanqui…, desde cierta perspectiva es “una defensa de la democracia, la

tecnología y el progreso”, como sostiene Everett Carter6. Desde esta lectura,

Twain se identifica plenamente con su protagonista en el elogio del siglo XIX

estadounidense. Sin embargo, al final de la novela Morgan acabará siendo tan

intolerante como la misma sociedad que menosprecia. Se mostrará sin ningún

valor excepto el mercantil, y con una moral corrupta. Lo único que le otorga cierta

superioridad es su conocimiento de la tecnología, si bien lo pondrá al servicio de la

4
José Martí, Obras completas, tomo 13, p. 460, Nueva York, 13 de enero de 1890.
5
Otros escritores contemporáneos de Mark Twain utilizaron el recurso del viaje en el tiempo para expresar su
admiración y las posibilidades de los nuevos cambios y su contraste con lo antiguo. En 1885 Rider Haggard
publica Las minas del rey Salomón. En 1887, Haggard publica Ella. En El año 2000, de 1887, Edward
Bellamy supo aprovechar las ventajas que le proporcionaba el haber ambientado la obra en una fecha tan
lejana como el año 2000 para hacer una feroz crítica de los problemas políticos y sociales de su época. En
1894, William Dean Howells expresó su alternativa utópica al capitalismo en El viajero de Altruria.
destrucción que él mismo contribuyó a cimentar. Teniendo en cuenta el desenlace

de la obra, Carme Manuel señala que hacia la segunda mitad del siglo XX se

consolida una nueva interpretación de la novela. Un yanqui... comienza a ser leída

como un ataque de Twain a la tecnología y a la fe estadounidense en el progreso

material y a sus alcances fáusticos7.

José Martí como lector de Un yanqui…

“Las caballerías están ahora en boga, porque de ellas, fuera del “Quijote”,

nada se dijo mejor, ni que las tunda con más eficacia y novedad, que el libro que,

con su fuerza de hombre natural, ha escrito, previsor e indignado, el humorista

Mark Twain”, señala Martí. “(...) creó al fin, movido por el desorden que ve, por la

injusticia que lo exaspera, por las castas que se van levantando sobre el lomo de

los pobres, este libro del “Yanqui de Connectitut en la Corte del Rey Arturo”, donde

con la sencilla máquina del contraste entre el yanqui libre y los castellanos de la

Tabla Redonda, pone de bulto, con cólera que raya a veces en sublime, la vileza

de que unos hombres se quieran alzar sobre otros, y comer de su miseria y beber

de su desdicha..... “8.

¿Desde dónde lee Martí para ver en la novela de Twain una representación

tan virulenta de las desigualdades sociales norteamericanas y, entre líneas, de sus

prefiguraciones imperialistas?. Para responder este interrogante nos pareció

fundamental el viraje del cronista de las Escenas norteamericanas en su

percepción de los conflictos laborales en dos crónicas de 1888 y 1889 – muy

6
Everett Carter, “The meaning of A Connecticut Yankee”, artículo aparecido en 1978.
7
Algunos de los críticos que consideran que es una crítica del capitalismo estadounidense son Kenneth S.
Lynn, Mark Twain and Southwestern humor (1959), James M. Cox, “A Connecticut Yankee in King Arthur’s
Court: The Machinnery of Self – preservation” (1960) y Henry Smith, Mark Twain: the development of aa
writer y Mark Twain’s fable of progress: political and economic ideas in “A Connecticut Yankee” (1964).
cercanas temporalmente a la fecha de publicación de Un yanqui - donde trata dos

huelgas, la de los mineros de Reading en 1888 y la de conductores de carros de

Nueva York en 1889. Si bien no estuvieron ambas relacionadas,-salvo por la

intervención de los Caballeros del Trabajo-, tuvieron un tratamiento similar. En

ambas se alía sin reservas a los huelguistas.

La crónica referida a los mineros de Reading abarca dos enérgicos párrafos


9
en carta a La Nación del 9 de marzo de 1888 y una breve referencia en la del 22

de abril siguiente (“heroicos mineros”10) . De la segunda trata parte de su crónica

del 30 de marzo de 1889, también en La Nación11.

Los recursos retóricos son muy parecidos a los que ha empleado en otras

crónicas referidas a la misma temática: escenas de miseria y falta

contrapunteadas por el melodrama : A los mineros en huelga “…todo les falta ya,

…en sus casuchas remendadas con tapas de barril y latas viejas: se entra en una

de ellas, y pan y café , que es todo lo que tienen, están tomando junto a la estufa

sin fuego la madre pálida, los dos hijos, con la levita del padre el uno, el otro sin

zapatos, y el padre sombrío, de botas de cuero y camisa azul: en una esquina de

la mesa está la pipa de yeso, pero al lado no hay bolsa de tabaco. “Pan y café,

señor, no tenemos más que pan y café!” 12

En la crónica de los conductores de carros (1889) la rapidez, agilidad y

dramatismo en la descripción de las escenas de violencia pública son similares a

las de otras crónicas. Sin embargo, en ambas notamos un cambio de tono y

8
José Martí, Obras completas, Editorial de ciencias sociales, La Habana, tomo 13, p. 460.
9
La crispación del cronista se observa en la abundancia de signos de exclamación en apenas dos párrafos.
10
Ob.cit., tomo 12, p. 409, 27 de febrero de 1888.
11
Ob.cit., tomo 12, p. 144-147, 30 de marzo de 1889.
12
Ob.cit., tomo 11, p. 387, 9 de marzo de 1888.
actitud: el cronista parece haber perdido la confianza en la capacidad conciliadora

del sistema. También su denuncia de las alianzas entre los medios informativos y

el poder económico es mucho más incisiva: “La Prensa, en que los ricos tienen

puesta toda la mano, con raras excepciones, defiende a los pobres13”

En huelgas anteriores el cronista mostraba moderación, templaba los

ánimos y desestimaba la violencia ejercida por los obreros como vía posible. En

estas dos crónicas, en cambio, su actitud hacia la violencia es distinta: “El pobre,

que tiene hambre, no tiene paciencia14”, concluye tajante. No le reprocha sus

actos violentos a los conductores de Nueva York. y casi los justifica.

“Los huelguistas se proponen que las compañías no puedan sacar un solo

carro. ...Pronto se ve que las compañías tienen hombres de sobra; hay tanto

hombre en Nueva York, en este Nueva York fastuoso, sin carbón y sin pan!: pan y

carbón para hoy, aunque sea a costa de la esclavitud para mañana!. “Si, es

traición a los hermanos, pero en casa se necesita pan y carbón” . “Que traición ni

qué fraternidad!.: que cada cual se salve como pueda”. Otro, perseguido a

pedradas por las mujeres, entra a ofrecerse de cochero a la compañía. “Bribón,

que no tienes hijos, y les vas a quitar el pan a los que los tienen!” . Una huelguista

de la fábrica de alfombras, donde están maltratando a las obreras, le clava en

plenos bigotes un pelotazo de lodo”15 .

Los razonamientos que se ponen en boca de los rompehuelgas son

negativos: se traiciona por necesidad o por egoísmo, pero finalmente se traiciona.

13
José Martí, Obras completas, tomo 12, p. 145, 30 de marzo de 1889. En la presente edición hemos
encontrado una errata importante. La cita es la siguiente: “La Prensa en que los ricos tienen puesta toda la
mano, con raras excepciones, defiende a los ricos”.
14
Ob.cit., tomo 12, p. 145, 30 de marzo de 1889.
15
Ob.cit,, tomo 12, p. 146, 30 de marzo de 1889.
Y, cuando la obrera va a realizar el pequeño acto de violencia, - tirarle lodo a un

rompehuelgas en su boca – se lo describe insinuando que lo tenía merecido y

justificándolo por el maltrato que ella había recibido. Es un mínimo acto que

adquiere valor simbólico en el marco de la crónica.

Luego analiza la justificación de la violencia desde la perspectiva de un

obrero. Emplea el recurso de la atribución tendenciosa donde las ideas que se

presentan son ajenas, es decir, del obrero, pero el tono y la selección del

vocabulario muestran a las claras las simpatías del cronista:

“¿Qué menos hemos de necesitar contra la liga de todos los ricos, -se pregunta ,-
que la liga de todos los pobres?. . ¿Qué castigo no merecerá –se dice-el pobre
que se presta a servir a los ricos en su guerra contra los pobres?. A ladrillazos, a
puntapiés, a balazos si es preciso, perseguiremos a los traidores que vengan a
ofrecerse de cocheros y conductores a las compañías!. ¿Qué no tenemos
derecho para impedir que ejercite su derecho cada cual?. ¡Pero eso es un
argumento de la ley ordinaria, y éste es un caso de guerra, de guerra en que no se
ven las armas, pero en que se combate y se muere, un caso de guerra
extraordinario!. ¿Y cuántos derechos nuestros, cuántos derechos públicos,
cuántos derechos humanos no violan las compañías que usan la propiedad
común sin compensación, para su beneficio particular; que sobornan ….; que
roban …?- ¡Ladrillazo puro a la compañía que se atreva a echar un carro sobre los
rieles, al traidor que ofrezca sus servicios a las compañías que quieren poner de
rodillas a los pobres, …!al policía que los defienda, al carro que corra, al pasajero
que entre en él, al fratricida que lleve las riendas, ladrillazo puro!.”16

La fuerza de esta larga diatriba17 radica en la acumulación de ejemplos

donde se plasma una atmósfera de ahogo y desesperación que no parece tener

otra salida que la violencia, e incluso la hace comprensible. El narrador no la

incita, pone sus palabras en boca de otros, pero parece entenderla mejor y

temerle menos que en crónicas anteriores.

16
José Martí, Obras completas, tomo 12, 30 de marzo de 1889, p.147.
17
La diatriba es un discurso o escrito violento e injurioso contra personas o cosas.
En este estado sensible el cronista de las Escenas norteamericanas escribe

su crítica a la novela de Twain, donde insiste en el poder de denuncia de la ficción.

Del amplio abanico de lecturas posibles de la novela, el cronista privilegia

aquellas que entran en consonancia con sus preocupaciones. Lee los fenómenos

sociales, políticos y culturales desde una doble perspectiva que nunca muestra las

experiencias aisladas. En este caso muestra en negativo los alcances nacionales

y las consecuencias continentales del avance norteamericano, con el foco puesto

en el destino de Cuba. Su crítica de Un yanqui se halla muy cerca del Congreso

Internacional de Washington (1890), primera maniobra visible desplegada por los

Estados Unidos en su plan de atar el conjunto de los países de América a su

maquinaria mercantil18. Hurga en las grietas de la modernidad e insiste en revelar

sus fisuras.

Podemos también agregar una velada lectura autobiográfica de la novela.

Escribe Martí a su amigo Manuel Mercado, en vísperas de partir hacia la liberación

de Cuba19: “¿No ha leído el último libro de Mark Twain?. .....

“...Cincuenta y dos mancebos, y no hombres de años preocupados y podridos,

ayudaron al yanqui a vencer a veinticinco mil caballeros armados de toda

armadura, y con quienes murió la vana caballería” (...) ”Y por sobre todas las

luchas de la vida, el héroe muere soñando en su Sandy”20. Resuena en esta cita

el deseo de una victoria por la patria, la autofiguración de la propia heroicidad

ligada al sacrificio y a la muerte, y la presencia de la amada (¿Cuba?)..

18
El Congreso Internacional de Washington se desarrolló en varias sesiones entre el 2 de octubre
de 1889 y el 19 de abril de 1890.
19
La carta es del 2 de enero de 1890.
20
José Martí, Ob.cit., tomo 20, p. 263
Angel Rama ha señalado que “...fue gracias a José Martí que se difundió la

literatura norteamericana, hacia la cual se tenía en el medio intelectual

latinoamericano la mayor reticencia por razones políticas“21. En este caso se trata

de una lectura selectiva que privilegia empatías ideológicas. Mark Twain funda la

Liga Antiimperialista de los Estados Unidos en 189822, inicialmente para combatir

la acción norteamericana en la Guerra de Cuba, liga que Martí no llegó a ver.

21
Angel Rama, “José Martí en el eje de la modernización poética: Whitman, Lautrémont, Rimbaud,
en NRFH, XXXII, p. 98.
22
Twain pensaba que las prácticas imperialistas acabarían hundiendo el proyecto republicano que
había surgido después de la guerra civil.

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