Selección de Fragmentos - Hume
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Selección de Fragmentos - Hume
SELECCIÓN DE FRAGMENTOS
Nada hay que resulte más corriente y natural en aquellos que pretenden descubrir algo
nuevo en el mundo de la filosofía y las ciencias que el alabar implícitamente sus propios
sistemas desacreditando a todos los que les han precedido. Ciertamente, si se hubieran
contentado con lamentar la ignorancia que todavía padecemos en la mayor parte de los
problemas que puedan presentarse al tribunal de la razón humana, pocas personas de
entre las familiarizadas con las ciencias habría que no se hallaran dispuestas a estar de
acuerdo con ellos. Cualquier hombre juicioso e ilustrado [crítica e ilustración…] percibe
fácilmente percibe fácilmente el poco fundamento que tienen incluso sistemas que han
obtenido el mayor crédito y que han pretendido poseer en el más alto grado una
argumentación exacta y profunda. Principios asumidos confiadamente [por ejemplo, el
del origen innato de nuestras ideas…], consecuencias defectuosamente deducidas de
esos principios [por ejemplo, la existencia de Dios…], falta de coherencia en las partes y
de evidencia en el todo: esto es lo que se encuentra por doquier en los sistemas de los
filósofos más eminentes; esto es, también, lo que parece haber arrastro al descrédito a
la filosofía misma [¿cuándo no ha estado en descrédito, o sea, en crisis, la filosofía?]
FRAGMENTO 2. EL SER HUMANO COMO MEDIDA (SI NO DE TODAS LAS COSAS, AL MENOS SÍ) DE LA CIENCIA.
Es evidente que todas las ciencias se relacionan en mayor o menor grado con la
naturaleza humana, y que aunque algunas parezcan desenvolverse a gran distancia de
esta regresan finalmente a ella por una u otra vía. Incluso las matemáticas, la filosofía
natural [o sea, la física… que en la época se denominaba de este modo; Newton escribió
sus Principios Matemáticos… de la Filosofía Natural] y la religión natural dependen de
algún modo de la ciencia del HOMBRE (literalmente: la “antropología” como
fundamento de todas las ciencias], pues están bajo la comprensión de los hombres y son
juzgadas según las capacidades y facultades de estos. Es imposible predecir qué cambios
y progresos podríamos hacer en las ciencias si conociéramos por entero la extensión y
fuerzas del entendimiento humano, y si pudiéramos explicar la naturaleza de las ideas
que empleamos, así como las de las operaciones que realizamos al argumentas [de
modo que la antropología es teoría del conocimiento, esto es, crítica del
entendimiento][…]; de manera que no somos tan solo seres que razonamos, sino
también uno de los objetos sobre los que razonamos [empirismo, como vemos, no
significa renunciar a la razón… sino acotarla].
[…]
Aquí [en el ser humano] se encuentra, pues, el único expediente en que podemos
confiar para tener éxito en nuestras investigaciones filosóficas, abandonando así el lento
y tedioso método que hasta ahora hemos seguido. En vez de conquistar de cuando en
cuando un castillo o una aldea en la frontera, marchemos directamente a la capital o
centro de estas ciencias: hacia la naturaleza humana misma; ya que, una vez dueños de
esta, podremos esperar una fácil victoria en todas partes. […] No hay problema de
importancia cuya decisión no esté comprendida en la ciencia del hombre; y nada puede
decidirse con certeza antes de que nos hayamos familiarizado con dicha ciencia. Por eso,
al intentar explicar los principios de la naturaleza humana, proponemos, de hecho, un
sistema completo de las ciencias, edificado sobre un fundamento casi enteramente
nuevo, y el único sobre el que las ciencias pueden basarse con seguridad.
Además de esta ventaja, de rechazar tras una investigación minuciosa la rama más
incierta y desagradable del saber, hay muchas ventajas importantes que provienen del
examen preciso de los poderes y facultades de la naturaleza humana. Es notable, a
propósito de las operaciones de la mente, que, aun estándonos íntimamente presentes,
sin embargo, cuando se convierten en objeto de reflexión, parecen estar sumidas en la
oscuridad, y el ojo no puede encontrar con facilidad las líneas y límites que separan y
distinguen. Los objetos son demasiado sutiles para permanecer largamente bajo el
mismo aspecto y en la misma situación [esto es lo que logra el experimento, por cierto],
y ha de aprehenderse instantáneamente, mediante una penetración superior
[¿intuición intelectual?], derivada de la naturaleza y perfeccionada por el hábito y la
reflexión. De esta manera se convierte en un objetivo no desdeñable de la ciencia
conocer meramente las diferentes operaciones de la mente, separar las unas de las
otras, clasificarlas en los debidos apartados, y corregir aquel desorden aparente en que
se encuentran cuando las hacemos objeto de reflexión e investigación. Esta tarea de
ordenar y distinguir, que no tiene mérito cuando se realiza con cuerpos externos,
objetos de nuestros sentidos, aumenta de valor cuando se ejerce sobre las operaciones
de nuestra mente, de acuerdo con la dificultad y el esfuerzo con que nos encontramos
al realizarla. Y aun si no vamos más allá de esta geografía mental o delimitación de las
distintas partes y poderes de la mente, es por lo menos una satisfacción haber llegado
tan lejos.
Es evidente para cualquiera que dirija su atención hacia los objetos del conocimiento
humano que estos son, o bien ideas actualmente impresas en los sentidos, u otros que
se perciben atendiendo a las pasiones y operaciones de la mente, o, por último, ideas
formadas con ayuda de la memoria y la imaginación, bien sea componiendo, dividiendo
o simplemente representándose las percibidas originariamente de las maneras antes
dichas. A través de la vista tengo las ideas de luz y los colores, con sus diversos grados y
variaciones. […] Y, al observar que varias de estas ideas van acompañadas unas de otras,
se acaba por designarlas con un nombre, y de este modo se las considera una sola cosa.
[…] Otros conjuntos de ideas constituyen una piedra, un árbol, un libro y otras cosas
igualmente sensibles.
Entrégate a tu pasión por la ciencia [como ser racional] –les dice [a saber, la naturaleza
a los seres humanos]–, pero haz que tu ciencia sea humana y que tenga una referencia
directa a la acción y a la sociedad. Prohíbo el pensamiento abstracto y las investigaciones
profundas y las castigaré severamente con la melancolía pensativa que provocan, con la
interminable incertidumbre en que le envuelven a uno y con la fría recepción con que
se acogerán tus pretendidos descubrimientos cuando los comuniques [está hablando
claramente de sí mismo…]. Sé filósofo, pero en medio de toda tu filosofía, continúa
siendo un hombre.
D. Hume, Investigación, pp. 38 s.
Podemos observar en todo oficio y profesión, incluso en aquellos que más conciernen a
la vida o la acción, que el afán de exactitud, cualquiera que sea el modo en que se haya
adquirido, los acerca a su perfección y los hace más beneficiosos para los intereses de
la sociedad. Y aunque un filósofo pueda vivir alejado de los negocios, el espíritu de la
filosofía, si fuera cuidadosamente cultivado por varios, debe difundirse gradualmente a
través de la sociedad entera y conferir semejante precisión a todo oficio y profesión. El
político adquirirá mayor capacidad de previsión y sutileza en la distribución y el
equilibrio de poder; el abogado, mayor método y principios más depurados en sus
razonamientos; el general, mayor regularidad en la disciplina y más precaución en sus
proyectos y operaciones. La estabilidad de los gobiernos modernos y la precisión de la
filosofía moderna han mejorado, y probablemente aún continuarán haciéndolo en
grados parejos.
No puede quedar sospecha alguna de que esta ciencia [la filosofía, como teoría del
conocimiento en primer lugar, es decir, como crítica del entendimiento] sea incierta y
quimérica, a no ser que mantuviéramos un escepticismo totalmente contrario a la
especulación e incluso a la acción. No se puede dudar que la mente está dotada de varios
poderes y facultades, que estos poderes se distinguen entre sí, que aquello que es
realmente distinto para la percepción inmediata puede ser distinguido por la reflexión
y, consecuentemente, que en todas las proposiciones acerca de este tema hay verdad o
falsedad, verdad o falsedad tales, que no están más allá del alcance del entendimiento
humano [verdades y falsedad, entonces, a las que debemos atenernos, contra los
escépticos]. Hoy otras muchas distinciones evidentes de esta clase, como la de
entendimiento y voluntad, la de imaginación y pasiones, que caen dentro de la
comprensión de toda criatura humana, y las más agudas y filosóficas distinciones no son
menos reales y ciertas, aunque sean más difíciles de comprender. Algunos casos, sobre
todo recientes, de éxito en estas investigaciones nos pueden dar una noción más justa
de la certeza y solidez de esta rama del saber. ¿Debemos estimar digno del esfuerzo de
un filósofo [¡Newton!] el darnos un sistema verdadero de planetas y ajustar la posición
y el orden de aquellos cuerpos lejanos, mientras que pretendemos desdeñar aquellos
que con tan gran éxito delimitan las partes de la mente que tan íntimamente nos
conciernen? [La filosofía natural, es decir, la física, como modelo de la teoría del
conocimiento…].
Al ser la esencia de la mente tan desconocida para nosotros como la de los cuerpos
externos, igualmente debe ser imposible que nos formemos noción alguna de sus
capacidades y cualidades sino mediante experimentos cuidadosos y exactos, así como
por la observación de los efectos particulares que resulten de sus distintas
circunstancias y situaciones. Y aunque debamos esforzarnos por hacer nuestros
principios tan generales como sea posible, planificando nuestros experimentos hasta
el último extremo y explicando todos los efectos a partir del menor número posible de
causas –y de las más simples–, es con todo cierto que no podemos ir más allá de la
experiencia; toda hipótesis que pretenda descubrir las últimas cualidades originarias
de la naturaleza humana deberá rechazarse desde el principio como presuntuosa y
quimérica.
[…] Cuando vemos que hemos llegado al límite extremo de la razón humana nos
detenemos satisfechos, aunque por lo general estemos perfectamente convencidos de
nuestra ignorancia y nos demos cuenta de que nos es imposible dar razón de nuestros
principios más universales y refinados, más allá de la mera experiencia de su realidad;
experiencia que es ya la razón del vulgo [carácter democrático de la filosofía de Hume,
en tanto que limitada por la experiencia] […].
Ahora bien, por si se creyera que esta imposibilidad de explicar los últimos principios es
un defecto de la ciencia del hombre [la filosofía], yo me atrevería a afirmar que se trata
de un defecto común a todas las ciencias y artes a que nos podamos dedicar, lo mismo
si se cultivan en las escuelas de los filósofos que si se practican en las tiendas de los más
humildes artesanos. Ni unos ni otros pueden ir más allá de la experiencia, ni establecer
principio alguno que no esté basado en esta autoridad [una autoridad muy
democrática].
D. Hume, Tratado, p. 39 s.
FRAGMENTO 10. PERCEPCIONES, IMPRESIONES E IDEAS (DE IMPRESIONES).
Todas las percepciones de la mente humana [o todos sus contenidos; los contenidos de
conciencia] se reducen a dos clases distintas, que denominaré IMPRESIONES e IDEAS. La
diferencia entre ambas consiste en los grados de fuerza y vivacidad con que inciden
sobre la mente y se abren camino en nuestro pensamiento o conciencia. A las
percepciones que entran con mayor fuerza y violencia las podemos denominar
impresiones; e incluso bajo este nombre todas nuestras sensaciones, pasiones y
emociones tal como hacen su primera aparición en el alma. Por ideas entiendo las
imágenes débiles de las impresiones, cuando pensamos y razonamos; de esta clase son
todas las percepciones suscitadas por el presente discurso, por ejemplo, con la sola
excepción de las que surgen de la vista y el tacto, y con la del placer o disgusto
inmediatos que este discurso pueda ocasionar. No creo que sea necesario gastar
muchas palabras para explicar esta distinción. Cada uno percibirá en seguida por sí
mismo la diferencia que hay entre sentir y pensar [una diferencia, diríamos, de sentido
común].
Después del examen más cuidadoso de que soy capaz, me atrevo a afirmar que en este
caso [el de las percepciones, es decir, impresiones e ideas simples] la regla [de la
correspondencia entre impresiones e ideas] se mantiene sin excepción, y que toda idea
simple tiene una impresión simple a la cual se asemeja, igual que toda impresión simple
tiene una idea que le corresponde. La idea de rojo que nos hacemos en la oscuridad y la
impresión que hiere nuestros ojos a la luz del sol difieren tan solo en grado, no en
naturaleza. Es imposible probar por una enumeración particular [exhaustiva, más bien]
que ocurre lo mismo con todas nuestras impresiones e ideas simples. Cada uno puede
convencerse de esto repasando tantas como quiera. Y si alguien negara esta semejanza
universal, no sé de otra manera de convencerle sino pidiéndole que me muestre una
impresión simple que no tenga una idea correspondiente, o una idea simple que no
tenga una impresión correspondiente. Si no responde a este desafío –y es seguro que
no podrá hacerlo– no tendremos dificultad en establecer nuestra conclusión partiendo
a la vez de su silencia y de nuestras observaciones.
D. Hume, Tratado, p. 45 s.
FRAGMENTO 12. RELACIONES DE IDEAS Y CUESTIONES DE HECHO COMO OBJETOS DEL CONOCIMIENTO .
Las ideas abstractas son de suyo individuales, aunque pueden hacerse generales en la
representación. La imagen de la mente es solo la de un objeto particular, aunque su
aplicación en nuestro razonamiento sea la misma que si fuera universal.
[…] Cuando hemos encontrado semejanza entre varios objetos [ej., entre los individuos
que después llamamos humanos] –como nos ocurre con frecuencia– aplicamos el
mismo nombre a todos ellos, con independencia de las diferencias que podamos
observar [en nuestro ejemplo, damos a todos esos individuos el nombre de “ser
humano”, sea varón o mujer, negro o blanco, etc.] […]. Después de haber adquirido una
costumbre tal, la audición de ese nombre [ser humano] nos hace revivir la idea de uno
de estos objetos [Sócrates, quizá], y lleva a la imaginación a concebirlo con todas sus
circunstancias y proporciones peculiares. Pero como se supone que la misma palabra ha
sido frecuentemente aplicada a otros individuos, que difieren en muchos aspectos de la
idea presente a la mente [Sócrates], al no ser capaz la palabra de revivir la idea de todos
esos individuos, se limita a tocar el alma (si se me permite la expresión), haciendo así
revivir la costumbre que habíamos adquirido al examinarlos [la costumbre de llamar
igual a individuos distintos, aunque semejantes]. Estos individuos no están realmente y
de hecho presentes a la mente, sino solo en potencia; tampoco los representamos
distintamente a todos en la imaginación, aunque estemos en disposición de examinar
cualquiera de ellos cuando así lo necesitemos o nos lo propongamos en un determinado
momento. La palabra [ser humano] despierta una idea individual [Sócrates], a la que vez
que una cierta costumbre [la de llamar “ser humano” a ciertos individuos semejantes,
aunque diferentes entre sí], y tal costumbre produce cualquier otra idea individual [idea
de tal o cual ser humano] que podamos tener ocasión de emplear.
[…]
En cualquier caso, es cierto que nosotros nos formamos la idea de individuos siempre
que empleamos un término general; que raramente, o nunca, podemos agotar el
número de esos individuos, y que los que quedan están representados solamente por
medio del hábito por el que los rememoramos cuando la ocasión lo requiere. Esta es,
pues, la naturaleza de nuestras ideas abstractas y de los términos generales; y es de esa
forma como resolvemos la paradoja anterior de que algunas ideas son particulares en
su naturaleza, pero generales en su representación. Una idea particular [Sócrates] se
convierte en general al ser unida a un término general [ser humano]; esto es, a un
término que por una conjunción debida a la costumbre guarda relación con muchas
otras ideas particulares [tantos seres humanos como haya, o al menos como haya yo
percibido] y las hace fácilmente presentes a la imaginación.
Primera: ¿Por qué razón afirmamos que es necesario que toda cosa cuya existencia tiene
un principio deba tener también una causa?
Segunda: ¿Por qué concluimos que tales causas particulares deben tener
necesariamente tales efectos particulares? ¿Cuál es la naturaleza de la inferencia que
hacemos de unas a otros, y de la creencia por la que confiamos en esta inferencia?
Por otro lado, se sabe que de la teoría de Newton y de observaciones pasadas podemos
derivar lógicamente un enunciado que nos diga si habrá mañana o no un eclipse de sol.
Ahora bien, si este enunciado nos dice que mañana no habrá ningún eclipse de sol,
entonces B es claramente incompatible con la teoría de Newton y con la clase K. De esto
y de nuestros resultados anteriores se desprende lógicamente que es imposible suponer
que la teoría de Newton pueda derivar de observaciones.
Algunos filósofos se figuran que lo que llamamos nuestro YO es algo de lo que en todo
momento somos íntimamente conscientes; que sentimos su existencia, y su continuidad
en la existencia, y que, más allá de la evidencia de una demostración, sabemos con
certeza de su perfecta identidad y simplicidad. La sensación más intensa, la más violenta
pasión, en vez de distraernos de esa contemplación –dicen– lo único que hacen es
inculcarla con mayor intensidad, y llevarnos a advertir la influencia que tienen sobre el
yo, sea por dolor o por placer. Querer aducir más pruebas sería debilitar su evidencia,
pues no existe prueba derivable de un hecho de la que podamos ser tan íntimamente
conscientes, ni queda nada de que podamos estar seguros si dudamos de nuestro propio
yo.