El Ordenamiento Constitucional y La Jurisprudencia

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Sentencia T-249/03

DECISION JUDICIAL-Motivación no debe ser incompatible con


el ordenamiento constitucional y la jurisprudencia

La validez de toda decisión estatal está sujeta a que se respeten


parámetros constitucionales en la interpretación y aplicación de la ley o
en la producción normativa. En este orden de ideas, no basta que se
motive una decisión judicial, si ésta contraviene la jurisprudencia de la
Corte Constitucional o resultan incompatibles con el ordenamiento
constitucional.

COSA JUZGADA IMPLICITA

OBITER DICTA-Criterio auxiliar

Ello no implica que el obiter dictum de una sentencia de Control de


Constitucionalidad abstracto carezca de relevancia jurídica, pues la
Corte ha señalado que cumplen papel de criterio auxiliar, en los
términos del artículo 230 de la Constitución.

RATIO DECIDENDI-En materia de control abstracto de


constitucionalidad

En sede de control abstracto, la ratio decidendi está controlada por dos


extremos. De una parte, la decisión (resolución), en la medida en que
únicamente podrá ser ratio decidendi aquello que está directamente
ligado a la decisión de exequibilidad o inexequibilidad. Por otra, el
problema jurídico efectivamente analizado, en cuanto define el
contenido material de la decisión. Por decirlo de alguna manera, a
partir del problema jurídico es posible controlar la construcción interna
del silogismo (racionalidad interna) que aplica el juez. Tratándose del
control abstracto de constitucionalidad, en numerosas ocasiones la
Corte establece rationes decidendii con clara estructura de normas -
principio. Ello ocurre cuando, por ejemplo, precisa in abstracto el
alcance de un derecho fundamental. Al establecerse como ratio
decidendi una norma-principio, la consecuencia práctica es que la
aplicación y el seguimiento del precedente se sujeta a los principios
hermenéuticos propios de este tipo de normas. En particular la
necesidad de ponderar a falta de regla precisa para el caso concreto.

RATIO DECIDENDI-Precisión y alcance

RATIO DECIDENDI-Reglas de identificación de hechos


relevantes y problema jurídico

PARTE CIVIL EN PROCESO PENAL-Regla norma y regla


principio
PARTE CIVIL EN PROCESO PENAL Y SENTENCIA DE
EXEQUIBILIDAD CONDICIONADA-Sentido en que debe
entenderse

La declaración de exequibilidad condicionada del primer inciso del


artículo 137 de la Ley 600 de 2000 implicó la adopción de una ratio
decidendi de norma - principio, además de una norma - regla (lo mismo
puede señalarse respecto de cada uno de los incisos). La Corte
Constitucional no configuró, en lo que a la norma - principio respecta,
de manera detallada y precisa –supuesto de hecho y consecuencias
jurídicas- el derecho a constituirse en parte civil en procesos penales. Se
limitó a señalar que las víctimas y perjudicados por los hechos punibles
tienen derecho a constituirse en parte civil, no sólo para lograr una
indemnización de los perjuicios causados, sino también para establecer
la verdad y para lograr justicia –que no haya impunidad -.El hecho de
que se trate de una norma - principio no implica que cualquier persona
sea titular del derecho. La Corte condicionó –sin que por ello se torne en
una norma - regla- el ejercicio del derecho a la existencia de una
legitimación, consistente en que existiera un daño. Sin embargo, tal daño
no tiene que ser patrimonial. Así mismo, definió que las personas que
pueden legitimarse son aquellas que ostentan la calidad de víctimas o
perjudicadas. La víctima (que incluye a sus sucesores) corresponde a
aquella persona “respecto de la cual se materializa la conducta típica”.
En relación con el concepto de perjudicado la Corte indicó que la
categoría “perjudicado” tiene un alcance mayor en la medida en que
comprende a todos los que han sufrido un daño, así no sea patrimonial,
como consecuencia directa de la comisión del delito.

PAZ-Tiene carácter de bien colectivo/DELITOS DE LESA


HUMANIDAD-Afectación de bienes jurídicos colectivos/PARTE
CIVIL EN PROCESO PENAL-Actor popular/DERECHOS A
LA VERDAD Y LA JUSTICIA DE PARTE CIVIL EN
PROCESO PENAL
La paz es un bien colectivo al cual tienen derechos los ciudadanos, su
respeto es un deber por parte de éstos y de las autoridades públicas,
quienes tienen, además, la obligación de procurar su preservación. En
sentencia, la Corte Constitucional, señaló que la paz es un derecho de
naturaleza colectiva, lo cual sólo puede entenderse por comprender
bienes jurídicos colectivos. En este orden de ideas, debe admitirse que
en presencia de hechos punibles que impliquen graves atentados contra
los derechos humanos y el derecho internacional humanitario y una
grave puesta en peligro de la paz colectiva, valorados por el respectivo
juez o fiscal, debe admitirse la participación de la sociedad –a través de
un actor popular -, como parte civil en el proceso penal. La Corte
Constitucional no duda en incluir dentro de tales graves conductas la
comisión de delitos de lesa humanidad, pues la comisión de uno de tales
delitos altera de manera significativa el orden mínimo de civilidad e
implica el desconocimiento de principios fundantes del orden social
imperante. El derecho a la verdad y a la justicia son bienes jurídicos que
tienen un marcado valor individual (víctima y sus familiares), pero en
ciertas circunstancias, adquieren carácter colectivo. Este carácter
colectivo tiene dimensiones distintas, alcanzando el nivel de la sociedad
cuando los cimientos de una sociedad civilizada y los mínimos
constitutivos del orden jurídico –paz, derechos humanos y restricción y
uso racional de la fuerza militar- se amenazan y está en entredicho el
cumplimiento de las funciones básicas del Estado. La paz se construye a
partir del respeto de los derechos humanos, el control al uso desbordado
de la fuerza y el logro de la seguridad colectiva. El que la paz sea un
derecho y un deber de obligatorio cumplimiento, supone un interés
colectivo en conocer y prevenir todo aquello que la amenace. La
interpretación propuesta –aquella que excluye el interés de la sociedad,
por estar representado en el Estado -, implica una restricción
inadmisible del derecho a la verdad y a la justicia, que cercena las
posibilidades de paz en Colombia. Por lo mismo, genera una restricción
desproporcionada de los derechos de los residentes del país a lograr la
paz, ver protegidos sus derechos constitucionales y realizado el
cumplimiento de los deberes establecidos en el ordenamiento jurídico.
Implica, finalmente, negar la posibilidad de una participación efectiva
en el control del ejercicio del poder estatal.

PARTE CIVIL EN PROCESO PENAL-Determinación de interés


legítimo para intervenir
Se ha analizado, sin embargo, cómo el derecho a la verdad y a la
justicia no es un interés individual (sea de la víctima y sus familiares
o de una comunidad determinada), sino que, en algunas ocasiones, se
trata de un asunto que le compete a la sociedad en su conjunto. Tal
interés se presenta, cuando el o los hechos punibles supongan por
ejemplo, la violación o amenaza de los derechos humanos y el derecho
internacional humanitario y una severa puesta en peligro de la paz
colectiva. Bajo tales condiciones, no podía el Fiscal, si se daban las
circunstancias, negarse a autorizar la conformación de la parte civil –
por parte del demandante- en el proceso que se sigue contra el General.
Una negativa en tal sentido constituye una decisión judicial violatoria de
la Constitución y de derechos fundamentales. En estas condiciones, la
Corte se enfrenta a una situación que de mantenerse, conduciría a una
violación de los derechos fundamentales de los asociados, en este caso
representados por el demandante. Si bien la decisión del Fiscal se apoya
en una interpretación prima facie razonable de la jurisprudencia de la
Corte Constitucional y la ratio de la sentencia C-228 de 2002, se ha
demostrado (i) que ella no corresponde, tomando en consideración todos
los factores relevantes –entre ellos, el deber de adoptar la opción
hermenéutica más favorable para la protección de los derechos
fundamentales, a la decisión de la Corte Constitucional y (ii) que esta
Corporación ha precisado que la sociedad sí tiene un interés en conocer
la verdad y que se haga justicia. Por lo tanto, deberá revocarse la
decisión del Fiscal General de la Nación, al resultar incompatible con la
jurisprudencia de esta Corporación.

PARTE CIVIL EN PROCESO PENAL-Tiene derecho a


participar activamente en relación jurídico procesal

La parte civil es un sujeto activo y pleno dentro del proceso penal, tal
como lo indicó la Corte en la misma sentencia. Ello apareja que su
participación no se limita a lograr lo perseguido a partir del trabajo
probatorio de los investigadores y a observar la argumentación y
análisis realizados por el ente acusador, sino que tiene derecho a
participar de la investigación –“aportando pruebas y cooperando con
las autoridades judiciales”- y a participar activamente en el análisis y
valoración de tales pruebas, “conociendo y controvirtiendo” las
decisiones. En este orden de ideas, la definición de los extremos de la
relación jurídico - procesal no constituye una restricción admisible para
la constitución de la parte civil, pues impide al actor lograr la
reparación, establecer la verdad o la realización de la justicia. Antes
bien, la parte civil tiene derecho, en tanto que parte activa en el proceso
y en los términos del procedimiento penal, a participar de la definición
de tal relación jurídico – procesal.

PARTE CIVIL EN PROCESO PENAL-Interés legítimo del


demandante/PARTE CIVIL EN PROCESO PENAL-Orden para
admitir la demanda
No puede pasar desapercibido para esta Corporación que, el
demandante, ha intentado por diversos medios informar al Estado
colombiano sobre la ocurrencia de graves violaciones a los derechos
humanos de los residentes de la zona. También, que el demandante no ha
dudado en señalar los presuntos responsables y llegar a la conclusión de
que se trata de una conducta sistemática y coordinada o planificada, de
tal envergadura, que admiten, en su concepto, el calificativo de delitos
de lesa humanidad. La denuncia formal de tales hechos y su intento por
constituirse en parte civil –como actor popular- son prueba de la
intención real, y no meramente vindicativa, de lograr la protección y
respeto por los derechos humanos en Colombia. Que tales hechos sean
responsabilidad del General, no le compete determinarlo a la Corte
Constitucional. Es más, la Corte es enfática en señalar, que no está
haciendo ningún juicio de valor sobre la responsabilidad del General.
Ciudadano que se presume inocente y quien tiene derecho a todas las
garantías que brinda un Estado de Derecho. Cualquier imputación en su
contra, debe fundarse en pruebas sólidas y contundentes, pues de lo
contrario no podrá atribuírsele hecho punible alguno. Por otra parte,
debe destacarse que, dada la gravedad de las denuncias y el supuesto
carácter sistemático y planificado de las mismas, resulta
desproporcionado exigir que una comunidad aislada (y posiblemente, en
extremo temerosa) comprenda la dimensión de un “ataque sistemático”
contra la población civil. En punto a los delitos de lesa humanidad, dada
la exigencia internacional de sistematicidad y planificación, es natural
que sean personas ajenas a la comunidad, con capacidad para observar
un espectro mayor, quienes estén en situación de identificar y denunciar
la comisión de tales hechos. Por lo mismo, también les asiste un interés
genuino.

SENTENCIA DE CONSTITUCIONALIDAD-Interpretación caso


específico C-228/02

Referencia: expediente T-668169

Acción de tutela instaurada por Javier


Giraldo Moreno en contra del Fiscal
General de la Nación.

Magistrado Ponente:
Dr. EDUARDO MONTEALEGRE
LYNETT

Bogotá D.C., veintiuno (21) de marzo de dos mil tres (2003).


La Sala Séptima de Revisión de la Corte Constitucional, integrada por
los Magistrados Eduardo Montealegre Lynett, Alvaro Tafur Galvis y
Clara Inés Vargas Hernández, en uso de sus facultades constitucionales y
legales ha proferido la siguiente

SENTENCIA

dentro del proceso de revisión del fallo dictado por la Sala de Casación
Penal de la Corte Suprema de Justicia, en el trámite de la acción de tutela
instaurada por Javier Giraldo Moreno en contra del Fiscal General de la
Nación.

I. ANTECEDENTES.

Hechos

1. El sacerdote Javier Giraldo Moreno, demandante en el presente


proceso relata que durante los años 1997 y 1998 ejerció el cargo de
Secretario Ejecutivo de la Comisión Intercongregacional de Justicia y
Paz, órgano de la Conferencia de Religiosos de Colombia. En ejercicio
de dicho cargo tuvo conocimiento de una serie de hechos, que califica de
delitos de lesa humanidad, que tuvieron lugar en cinco comunidades de la
región de Urabá. Alega que tales hechos fueron realizados de manera
conjunta por parte de “la fuerza pública acantonada en la región con
grupos al margen de la ley, llamados “autodefensas” o “paramilitares”.

Durante los años 1997 y 1998 envió comunicaciones a diversas


autoridades nacionales informándoles sobre los hechos que tenían lugar
en la mencionada región, sin que tuviera respuestas satisfactorias, en
particular de la Presidencia de la República.

Con posterioridad, entre los años 2000 y 2001, los abogados de la


Comisión solicitaron a la Fiscalía General de la Nación que informara
sobre el estado de los procesos penales que se hubieran iniciado con
ocasión de la comisión de los hechos punibles en la región de Urabá. En
dicha época, la fiscalía informó que se encontraban, en su mayoría, en
investigación preliminar.

En junio de 2001, el demandante solicitó al Fiscal General de la Nación


información sobre la situación procesal de “207 crímenes de lesa
humanidad, muchos de ellos colectivos, perpetrados en las cinco
comunidades [Dabeiba, Chigorodó, Turbo, Apartadó y Frontino]...
haciéndole en cada caso una relación somera de los hechos; indicándole
en qué fecha y por qué medios se había denunciado cada crimen ante las
más altas autoridades del Estado”. La respuesta de la fiscalía fue enviar
un listado general, con diversos procesos, en que se indicaba su estado.
Nunca, señala el demandante, se explicó porqué las investigaciones
habían demorado tanto, habida consideración de la gravedad de los
mismos, que demostraban “prácticas sistemáticas que revelan patrones de
agresión planificados contra conjuntos de poblaciones civiles y que
involucran a instituciones del Estado y a grupos que actúan con la
aquiescencia, colaboración y protección de las anteriores”.

En el mes de agosto de 2001, enterado del proceso en contra del General


(R) Rito Alejo del Río Rojas, “decidí presentar una denuncia integral de
los más de 200 crímenes perpetrados en dichas cinco comunidades, con
el fin de que se perfeccionara la investigación, no sólo contra el General
Del Río, sino contra otros agentes del Estado que a nuestro juicio tenían
responsabilidades evidentes en dichos crímenes de lesa humanidad, ya
por acción, ya por omisión... En dicha denuncia, radicada en la Unidad
Nacional de Fiscalías de Derechos Humanos (Proceso N° 426) el 22 de
agosto de 2001, presenté fuera de los fundamentos de hecho, una extensa
fundamentación jurídica, apoyándome en el Derecho Internacional, tanto
consuetudinario como convencional”. El demandante señala que
pretendía demostrar que existían una serie de conductas que
correspondían a delitos de lesa humanidad, realizados de manera
sistemática y de escala, que implicaba una “política de Estado”, en cuyos
casos el sujeto pasivo es, además, la humanidad. “Por eso insistí en que
había suficiente legitimidad para actuar como parte procesal en cuanto
representante de la humanidad lesionada por dichos crímenes, más
cuando había otros vínculos que me ligaba con esas comunidades”.

Entre el mes de agosto de 2001 y julio de 2002, el demandante solicitó


información a la Fiscalía General de la Nación sobre el estado de su
denuncia. La entidad demandada le indicó que se había abierto
investigación en contra del General (R) Rito Alejo del Río, conociendo
de la misma una unidad delegada ante la Corte Suprema de Justicia. No
se había abierto investigación en contra de otras personas denunciadas.

Finalmente, en julio de 2002, el demandante, por intermedio de abogado,


presentó demanda para constituirse como actor popular en el proceso que
se adelanta contra el General (R) Rito Alejo del Río, en los términos del
artículo 45 del Código de Procedimiento Penal.

2. El día 16 de julio de 2002, el demandante, por intermedio de


apoderado, presentó demanda de acción civil popular dentro del proceso
radicado 5767 ante la fiscalía delegada ante la Corte Suprema de Justicia.
En el extenso documento de 64 folios, él hace un recuento de diversos
hechos realizados, según el demandante, por militares y paramilitares, y
que involucran a varias personas (el demandante indica los nombres de
las personas muertas u objeto de maltratos -torturas, golpizas,
descuartizamientos, etc.-) e identifica las comunidades amenazadas. Los
hechos están discriminados según el lugar de ocurrencia y el oficio
mediante el cual se hizo conocer de tales hechos a las autoridades
pertinentes (Presidencia de la República y Fiscalía General de la Nación).
Es de anotar que en los oficios se denunciaba uno o varios hechos
punibles. Así, el demandante informa del siguiente número de oficios:

Apartadó: 38 oficios.
Cuenca del Río Cacarica: 21 oficios.
Dabeiba: 2 oficios.
Vigía del Fuerte y zonas aledañas: 17 oficios.
Pavaradó y veredas vecinas: 3 oficios.
Total de oficios 81 oficios.

Después pasa el demandante a explicar la naturaleza jurídica de los


hechos denunciados en los 81 oficios, concluyendo que se trata de
crímenes de lesa humanidad. Analiza, luego, el tratamiento internacional
y nacional de esta clase de hechos punibles. Identifica los sujetos que
considera responsables, entre ellos el General (R) Rito Alejo del Río.
Finaliza el escrito con el análisis de la procedencia de la acción popular y
la fijación de los perjuicios.

3. Mediante providencia del 13 de agosto de 2002, el Fiscal General de la


Nación rechazó la constitución de la parte civil – actor popular. El Fiscal
General de la Nación inicia sus consideraciones con la advertencia de que
en el proceso en cuestión no se investiga personas sin fuero “integrantes
de “grupos de escuadrones de la muerte, de justicia privada o bandas de
sicarios”, que hubieren sido autores o partícipes de los homicidios,
tentativas de homicidio, lesiones personales, secuestros, etc., cometidos
contra los habitantes de la zona de Urabá en el departamento de
Antioquia, localidades de Apartadó, Dabeiba y la cuenca del río
Cacarica, en los años 1996, 1997 y 1998.” Se investiga, sigue el Fiscal, al
“General (r) Rito Alejo del Río Rojas, asistido de fuero constitucional,
por presuntas acciones y omisiones ilícitas durante su desempeño como
comandante de la XVII Brigada del Ejército Nacional con sede en Carepa
(Antioquia), así como por un supuesto Concierto para delinquir,
mediante la conducta de organizar, promover, armas o financiar grupos
armados al margen de la ley”. (Mayúsculas y cursivas en el original).

Lo anterior tenía por propósito establecer los requisitos para que


prosperara la acción civil. En punto a tales requisitos, el Fiscal considera
que depende “primeramente, de la concreción de unos daños y perjuicios
colectivos ocasionados directamente por la supuesta conducta ilícita de
dicho oficial y, por otra parte, del cumplimiento de otro de los
presupuestos del accionamiento, cual es la legitimación de quien
pretende constituirse en parte civil”.

El Fiscal General de la Nación considera, a partir de una lectura del


artículo 45 del Código de Procedimiento Penal y apoyado en un extracto
de una sentencia de la Corte Suprema de Justicia del 4 de agosto de 1998,
que la acción civil popular “tiene como única finalidad el resarcimiento
económico de los daños y perjuicios colectivos causados por una
conducta punible que lesione directamente bienes jurídicos de esa
naturaleza, es decir, colectivos”. A partir de dicha interpretación,
concluye que el demandante no presentó pruebas sobre los daños
causados, la relación directa entre la conducta del investigado y tales
daños, la cuantía de los mismos y los perjudicados. En su opinión, “el
demandante se limita a hacer una extensa relación de hechos, sin ninguna
explicación que permita determinar esos daños y perjuicios concretos
radicados en un número plural de personas...”

4. El demandante presentó recurso de reposición en contra de la anterior


decisión, el cual fue resuelto mediante providencia del 4 de octubre de
2002, con la decisión de no reponer la decisión impugnada.

El Fiscal General de la Nación inicia su análisis de los argumentos del


recurso de reposición señalando que “en el proceso penal es posible
ejercer la acción popular en procura de obtener el resarcimiento de los
daños y perjuicios colectivos causados por la conducta punible y de hacer
efectivos los derechos de las víctimas y perjudicados al establecimiento
de la verdad y al logro de la justicia; sin embargo, allí sólo está
legitimado para promoverla, constituyéndose en parte civil, quien sea
perjudicado directo con la infracción”.

Sustenta su afirmación en el artículo 95 del Código Penal, que dispone


que las personas “perjudicadas directamente por la conducta punible”
tienen derecho a la acción indemnizatoria y, tratándose de acciones
populares, cuando “se trate de lesión directa de bienes jurídicos
colectivos”. Acude también a los artículos 45 y 52 del Código de
Procedimiento Penal, en cuanto el primero dispone que la acción civil
popular podrá ser intentada “por el actor popular cuando se trate de
lesión directa a bienes jurídicos colectivos” y el segundo que “la
demanda será rechazada cuando (...) quien la promueve no es el
perjudicado directo”.

La Corte Suprema de Justicia había adoptado una interpretación similar


en relación con la normatividad procesal anterior. En auto del 4 de agosto
de 1998, la Sala de Casación Penal sostuvo:

“De modo que, aunque se trate de un interés colectivo, la acción civil


dentro del proceso penal sólo puede ejercitarse cuando se trata de una
comunidad o grupo de personas determinados o determinables, en razón
del perjuicio concreto sufrido por cada uno de los miembros que logren
individualizarse. Es decir, el hecho de que el interés sea colectivo, no
exonera la prueba inicial y posterior de un perjuicio concreto radicado en
un número plural de personas, que así no se haya determinado deberá ser
determinables, precisamente por el detrimento que ostensiblemente las
afecta”.
Por otra parte, el Fiscal trae a colación la sentencia C-228 de 2002, en
cuanto esta Corporación señaló que:

“No obstante, ello no significa que cualquier persona que alegue que
tiene un interés en que se establezca la verdad y se haga justicia pueda
constituirse en parte civil –aduciendo que el delito afecta a todos los
miembros de la sociedad– ni que la ampliación de las posibilidades de
participación a actores civiles interesados sólo en la verdad o la justicia
pueda llegar a transformar el proceso penal en un instrumento de
retaliación contra el procesado. Se requiere que haya un daño real, no
necesariamente de contenido patrimonial, concreto y específico, que
legitime la participación de la víctima o de los perjudicados en el proceso
penal para buscar la verdad y la justicia, el cual ha de ser apreciado por
las autoridades judiciales en cada caso. Demostrada la calidad de víctima,
o en general que la persona ha sufrido un daño real, concreto y
específico, cualquiera sea la naturaleza de éste, está legitimado para
constituirse en parte civil, y puede orientar su pretensión a obtener
exclusivamente la realización de la justicia, y la búsqueda de la verdad,
dejando de lado cualquier objetivo patrimonial.” (El Fiscal no incluye la
cita que contiene la sentencia original de la Corte Constitucional).

Con estos elementos normativos y jurisprudenciales presentes, el Fiscal


concluye que el demandante no está legitimado para actuar como parte
civil en el proceso que se sigue contra el General (R) Rito Alejo del Río.
Las razones son las siguientes:

a) El demandante no es víctima de los hechos punibles que él denuncia y


que relata en su demanda de parte civil. Los perjudicados son integrantes
de comunidades de las cuales el señor Javier Giraldo Moreno ni es parte
ni las representa.

b) “La acción civil propuesta en los términos referidos, no puede


ejercerse dentro del proceso penal, porque podría conducir a un conflicto
indefinible por razón del interés que en el pretendido resarcimiento o en
el establecimiento de la verdad y el logro de la justicia, podría alegar
cualquier nacional colombiano, aduciendo que el delito contra la
seguridad pública que es objeto de investigación, afecta a todos los
miembros de la sociedad”.

c) El General (R) Rito Alejo del Río no es investigado por delitos de lesa
humanidad y “en el proceso no se vislumbra desde el punto de vista
probatorio su participación en ese tipo de conductas”. Se investiga al
señor del Río por el posible hecho punible de concierto para delinquir
bajo la forma de “organizar, promover, armar o financiar grupos armados
al margen de la ley”. Como quiera que tal conducta no guarda relación
con crímenes de lesa humanidad, no puede el demandante actuar como
“representante de la humanidad”.
Acción de tutela

5. El demandante presentó, ante la Corte Suprema de Justicia, demanda


de tutela en contra del Fiscal General de la Nación. En su concepto, con
la negativa de permitirle constituirse en actor popular dentro del proceso
penal que se sigue en contra del General (R) Rito Alejo del Río, se ha
violado su derecho fundamental a la justicia.

De manera específica el demandante hace las siguientes solicitudes a la


Corte Suprema de Justicia:

“1) Quiero solicitar que la Honorable Corte reivindique ante el Fiscal


General de la Nación la vigencia para Colombia del Derecho
Internacional Consuetudinario que rige para todas las naciones
civilizadas, y como parte del mismo, la tipificación y el tratamiento penal
de los Crímenes de Lesa Humanidad, bajo las definiciones y normas que
la Asamblea General de las Naciones Unidas ha reconocido y aprobado
en los últimos 56 años”.

“2) Quiero solicitar que la Honorable Corte impida que el Fiscal General
de la Nación rompa la unidad procesal de las investigaciones que miran a
esclarecer los Crímenes de Lesa Humanidad perpetrados en la zona de
Urabá desde mediados de la década de los noventa hasta el presente, de
modo que puedan ser reveladas las estructuras que sustentaron tales
crímenes, sus responsables tanto individuales como institucionales, sus
mecanismos, sus constancias, sus rutinas, sus ideas fuerza que las
configuraron como ‘plan’ o ‘política’, y sus diseñadores y gestores”.

“3) Quiero solicitar que la Honorable Corte dé instrucciones claras y


directrices concretas al Fiscal General de la Nación, con el fin de que
abandone la mirada y comprensión reduccionista de los perjuicios y de
las indemnizaciones, de tal manera que no los agote en los valores
monetarios sino que sea capaz de identificar los perjuicios que destruyen
bienes jurídicos colectivos como la vida humana, individual y
comunitaria, la seguridad, la tranquilidad, la sociabilidad, las relaciones
humanas, la accesibilidad de la justicia, la autoestima individual y
comunitaria, las construcciones de la cultura, las expresiones étnicas,
raciales, religiosas y lingüísticas, la paz y la confianza. Y así mismo
enfoque la dimensión reparadora o indemnizatoria de la justicia hacia
normas no monetarias sino que miren a reconstruir lo que en verdad fue
destruido”.

“4) Quiero solicitar que la Honorable Corte dé instrucciones y directrices


claras al Fiscal General de la Nación con el fin de que entienda que el
sujeto pasivo del Crimen de Lesa Humanidad es la HUMANIDAD en
cuanto tal, y que por lo tanto hay un bien jurídico lesionado que es
patrimonio de todos los miembros de la especie, lo que legitima la
participación como Actor Popular en el proceso penal, con miras a
defender ese patrimonio común y a velar por su adecuada reparación”.

Sentencia de la Sala de Casación Penal de la Corte Suprema de


Justicia.

6. La Sala de Casación Penal de la Corte Suprema de Justicia, mediante


fallo del 8 de octubre de 2002, negó las pretensiones del demandante. En
concepto de la Sala de Casación Penal, como consecuencia de la
declaración de inexequibilidad de los artículos 11, 12 y 40 del Decreto
2591 de 1991, dictada en sentencia C-543 de 1992, “el juez
constitucional no puede conocer por vía de tutela de las providencias y
actuaciones judiciales”.

Tal decisión está amparada por la cosa juzgada constitucional, “además


de que los principios constitucionales en ella amparados, tales como el de
la autonomía e independencia de los funcionarios judiciales (art. 228
C.P.), tienen plena vigencia”.

Únicamente cabe la tutela, “cuando se trate de remediar una situación


que se deriva de la presencia de una actuación o determinación judicial
arbitraria, caprichosa o manifiestamente ilegal, sin que éste sea el caso”,
pues lo que ha ocurrido es que el demandante no comparte las
apreciaciones del Fiscal General de la Nación para negar la constitución
de la parte civil. Además, el demandante contó con la oportunidad, que
ejercitó, de impugnar la decisión.

II. FUNDAMENTOS Y COMPETENCIA

Competencia

7. De conformidad con lo dispuesto en los artículos 86 y 241-9 de la


Constitución Política, en armonía con los artículos 33, 34 y 35 del
Decreto Ley 2591 de 1991, la Sala es competente para revisar las
sentencias de la referencia.

Consideración previa al análisis del caso.

8. La Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia se abstuvo de hacer


análisis alguno respecto de las peticiones del demandante. En su
concepto, no se daban las condiciones –limitadísimas, de acuerdo con la
postura de dicha alta corporación- para que procediera la tutela contra
decisiones judiciales. Por lo tanto, corresponderá a la Corte
Constitucional precisar el objeto del debate constitucional y dictar
sentencia sustitutiva.
La Corte limitará su análisis al tema de la participación del demandante
como parte civil dentro del proceso penal que se sigue en contra del
General (R) Rito Alejo del Río, pues los asuntos ligados a la aplicación
de los principios del derecho consuetudinario internacional, la temática
de los delitos de lesa humanidad y la investigación integral (desde el
punto de vista procesal) de tales tipos de delitos, únicamente adquirirá
relevancia constitucional una vez sean propuestos dentro del proceso
penal y se adopten decisiones violatorias del ordenamiento
constitucional.

Consideración sobre la sentencia de la Sala Penal de la Corte


Suprema de Justicia.

9. La Sala de Casación Penal de la Corte Suprema de Justicia negó la


tutela sin precisar si era por improcedencia o por inexistencia de
violación de derechos fundamentales, con tres argumentos: no procede
tutela contra decisiones judiciales, como se desprende de la sentencia C-
543 de 1992; es excepción a esta regla, la necesidad de enfrentar actos
caprichosos, arbitrarios y manifiestamente ilegales de la autoridad
judicial y, finalmente, que el Fiscal General de la Nación expuso los
argumentos que sustentaban su postura y que el demandante,
simplemente, no los comparte.

En los términos en que la Sala de Casación Penal expone sus argumentos,


se podría pensar que ella ha respetado el precedente de la Corte
Constitucional en la materia. Empero, tal postura también admite que se
entienda que la Sala de Casación se ha apartado del precedente
constitucional, sin ofrecer razón alguna. La jurisprudencia de la Corte
Constitucional en punto a la tutela contra providencias judiciales es
precisa en establecer la procedencia de la acción y las condiciones bajo
las cuales es legítimo su uso.

9.1 En primer lugar, si bien es cierto que en sentencia C-543 de 1992 la


Corte declaró inexequibles algunos artículos del Decreto 2591 de 1991,
la Corte expresamente autorizó la tutela contra determinadas decisiones
de los jueces, razón por la cual la ratio decidendi de dicha sentencia no
comprende la prohibición de la tutela contra decisiones judiciales. Por el
contrario, en otras sentencias que han hecho tránsito a cosa juzgada
constitucional, la Corte expresamente condicionó (y, por lo tanto, integra
normativamente el ordenamiento1) la exequibilidad de normas
estudiadas, a la procedencia de la acción de tutela contra providencias de
naturaleza judicial2. Tal es el caso de, por ejemplo, las sentencias C-037
de 1996, C-666 de 1996 y C-384 de 2000.

Así mismo, existe una línea jurisprudencial iniciada con la sentencia T-


079 de 1993, en la que la Corte Constitucional acogió la postura de la
1
Ver sentencia C-836 de 2001 y aclaraciones de voto a la misma sentencia.
2
Sobre este punto, ver sentencia SU-058 de 2003.
Corte Suprema de Justicia, sobre la procedencia de la tutela contra
decisiones judiciales, cuando se violaban derechos fundamentales. Tal
línea se apoya en sólidos precedentes que la Corte Constitucional no ha
dudado en mantener, pues la autonomía e independencia judicial (C.P.
art. 228) no implica autarquía judicial, sino que dichas garantías están
sujetas a una actuación conforme a la Constitución, como lo manda el
artículo 2 de la Constitución para todas las autoridades del Estado.

9.2 La Sala de Casación Penal señala que la tutela cabe para remediar
“una situación que se deriva de la presencia de una actuación o
determinación judicial arbitraria, caprichosa o manifiestamente ilegal”.
Sobre este particular, debe observarse que la Corte ha reservado la acción
de tutela contra decisiones judiciales para los eventos en los cuales se
presenta una violación de los derechos fundamentales 3. Así, pueden
presentarse situaciones “manifiestamente ilegales” que no tengan
capacidad de violar o amenazar derechos fundamentales, los cuales no
pueden “remediarse” mediante la acción de tutela4. Por otro lado, en
cuanto a la arbitrariedad y el capricho, la Corte ha incluido entre las
conductas que las constituyen, el desconocimiento injustificado (es decir,
sin exponer las razones –suficientes, claro está- por las cuales el juez se
aparta) de un precedente y la interpretación de una norma de manera
incompatible con la Constitución5.

9.3 La Corte Suprema de Justicia –Sala de Casación Penal- aduce que el


Fiscal expresó los argumentos por los cuales consideraba improcedente la
admisión de la demanda de actor popular por parte del demandante y que
éste, simplemente, no estaba de acuerdo. De su postura se infiere que si
la decisión judicial es motivada, no procede la acción de tutela.

En relación con este punto, ha de advertirse que la validez de toda


decisión estatal está sujeta a que se respeten parámetros constitucionales
en la interpretación y aplicación de la ley o en la producción normativa.
En este orden de ideas, no basta que se motive una decisión judicial, si
ésta contraviene la jurisprudencia de la Corte Constitucional 6 o resultan
incompatibles con el ordenamiento constitucional7.

Como quiera que la Sala de Casación Penal de la Corte Suprema de


Justicia no analizó si los argumentos –la motivación- expuestos por el
Fiscal General de la Nación desconocían o no los derechos
fundamentales del demandante, y se limitó a señalar que el problema
radicaba en que el demandante no las compartía, se revocará la sentencia
de única instancia.

Problema Jurídico.
3
Ver, por ejemplo, sentencia T-1011 de 2000.
4
Ver, por ejemplo sentencia T-414 de 2000.
5
Ver sentencias, sentencia T-1625 de 2000 y T-1031 de 2001.
6
Ver sentencias SU-640 de 1998, SU-168 de 1999 y SU-1184 de 2001
7
Ver sentencia T-1031 de 2001.
10. El demandante considera que, dado que ha denunciado al General (R)
Rito Alejo del Río por la comisión de varios hechos punibles que, en
conjunto, muestran que el General (R) incurrió en delitos de lesa
humanidad y que el sujeto pasivo de tales delitos es la humanidad misma,
tiene legitimidad para constituirse como actor popular, sin que le sea
exigible demostrar un daño resarcible económicamente. En su concepto,
basta perseguir la verdad y la justicia.

El Fiscal General de la Nación, apoyándose en su interpretación de las


normas positivas vigentes y de sentencias de la Corte Suprema de Justicia
y la Corte Constitucional (C-228 de 2002), considera que el demandante
no puede convertirse en actor popular, pues, aunque pueda perseguir la
verdad y la justicia, es necesario demostrar la existencia de un perjuicio
directo y ser parte o representante de la comunidad afectada.

La Corte se enfrenta a dos problemas jurídicos distintos. El primero


estriba en la interpretación de los artículos 45 y 137 del Código de
Procedimiento Penal. El último fue declarado exequible de manera
condicionada por parte de la Corte Constitucional. Corresponde, por lo
tanto, analizar si la interpretación que hizo el Fiscal General de la Nación
del artículo 137 del Código de Procedimiento Penal respetó los
parámetros normativos fijados en la sentencia C-228 de 2002, en la
medida en que entendió que si bien la parte civil podía perseguir,
exclusivamente la verdad y la justicia, tenía que probar un daño y la
pertenencia (directa o como representante) a la comunidad afectada.

Por otra parte, la Corte deberá resolver si el hecho de que, según el Fiscal
General de la Nación, se esté investigando al General (R) Rito Alejo del
Río por un hecho punible que no corresponde a un delito de lesa
humanidad, a pesar de que el demandante presentó denuncia por tales
hechos, impide al demandante constituirse en actor popular.

La sentencia C-228 de 2002. Derecho a la justicia y a la verdad.

11. En sentencia C-228 de 2002, la Corte Constitucional declaró


exequible el inciso primero del artículo 137 de la Ley 600 de 2000, “en el
entendido de que la parte civil tiene derecho al resarcimiento, a la verdad
y a la justicia en los términos de la presente sentencia”.

Al condicionar la Corte la exequibilidad al respeto de “los términos de la


presente sentencia”, surge inmediatamente la pregunta de cuáles son esos
términos. De otra manera, ¿qué tiene fuerza vinculante?

11.1 La Corte ya ha abordado esta cuestión en otras oportunidades. En


sentencia C-131 de 1993, reiterado en la sentencia C-037 de 1996, la
Corte señaló que el aspecto que integra la cosa juzgada y, por lo mismo
es de obligatorio cumplimiento, corresponde a elementos de la parte
motiva de la sentencia que explican la decisión: “gozan de cosa juzgada
implícita los conceptos de la parte motiva que guarden una unidad de
sentido con el dispositivo de la sentencia, de tal forma que no se pueda
entender éste sin la alusión a aquéllos”.

Debe destacarse que la figura de la cosa juzgada implícita no es el


resultado de una interpretación extraña de la Constitución, sino que
responde a claros criterios –seguridad jurídica- y a la tradición del país.
Además, dicho fenómeno se impone como consecuencia de la misión de
la Corte Constitucional de unificar la interpretación de la Constitución,
como le corresponde a la Corte Suprema en materia ordinaria.8

11.2 Esta primera aproximación no resuelve plenamente el problema,


pues no resulta claro qué de la sentencia sustenta la declaración de
exequibilidad condicionada del inciso primero del artículo 137 de Código
de Procedimiento Penal –ley 600 de 2000-

En sentencia SU-047 de 1999, la Corte Constitucional, al analizar la


interpretación que la Sala de Casación Penal había dado a las sentencias
C-222 de 1996 y C-245 de 1996, precisó que las sentencias C-131 de
1993 y C-037 de 1996 habían, en realidad, adoptado la distinción entre
ratio decidendi y obiter dictum, de suerte que únicamente la ratio
decidendi de una sentencia de control de constitucionalidad hace tránsito
a cosa juzgada implícita:

“La anterior referencia [C-131 de 1993] muestra que esta Corte


ha señalado que una sentencia tiene las mismas partes
mencionadas anteriormente, y que cada una de ellas tiene un
efecto obligatorio específico, tal y como señaló en los
fundamentos anteriores de la presente providencia. Así,
explícitamente la Corte señala que las motivaciones
incidentales son un mero dictum, que no es obligatorio sino
persuasivo; la parte resolutiva o decisum hace tránsito a cosa
juzgada, con la particularidad de que en los juicios de
constitucionalidad de las leyes tiene efecto erga omnes; y,
finalmente, la cosa juzgada implícita equivale a la ratio
decidendi, razón por la cual esta Corporación le ha reconocido
efectos vinculantes. Estas distinciones y criterios han sido
reiterados por la Corte en decisiones posteriores, en especial en
la sentencia C-037 de 1996...”9.

Ello no implica que el obiter dictum de una sentencia de Control de


Constitucionalidad abstracto carezca de relevancia jurídica, pues la Corte
ha señalado que cumplen papel de criterio auxiliar, en los términos del
artículo 230 de la Constitución. En sentencia C-836 de 2001, la Corte
señaló al respecto que:
8
Ver sentencias SU-1184 de 2001 y C-836 de 2001.
9
Sentencia SU-047 de 1999.
“22. Si la parte de las sentencias que tiene fuerza normativa
son los principios y reglas jurídicas, ello significa que no todo
el texto de su motivación resulta obligatorio. Para determinar
qué parte de la motivación de las sentencias tiene fuerza
normativa resulta útil la distinción conceptual que ha hecho en
diversas oportunidades esta Corporación entre los llamados
obiter dicta o afirmaciones dichas de paso, y los ratione
decidendi o fundamentos jurídicos suficientes, que son
inescindibles de la decisión sobre un determinado punto de
derecho.10 Sólo estos últimos resultan obligatorios, mientras los
obiter dicta, o aquellas afirmaciones que no se relacionan de
manera directa y necesaria con la decisión, constituyen
criterios auxiliares de la actividad judicial en los términos del
inciso 2º del artículo 230 de la Constitución. Por supuesto, la
definición general de dichos elementos no es unívoca, y la
distinción entre unos y otros en cada caso no resulta siempre
clara. Sin embargo, la identificación, interpretación y
formulación de los fundamentos jurídicos inescindibles de una
decisión, son labores de interpretación que corresponden a los
jueces, y principalmente a las altas Cortes. La ratio decidendi
de un caso, por supuesto, no siempre es fácil de extraer de la
parte motiva de una sentencia judicial como tal, y por lo tanto,
su obligatoriedad no implica la vinculación formal del juez a
determinado fragmento de la sentencia descontextualizado de
los hechos y de la decisión, aun cuando resulta conveniente que
las altas Cortes planteen dichos principios de la manera más
adecuada y explícita en el texto de la providencia, sin extender
ni limitar su aplicabilidad, desconociendo o sobrevalorando la
relevancia material de aquellos aspectos fácticos y jurídicos
necesarios para su formulación en cada caso concreto.

23. Con todo, los obiter dicta o dichos de paso, no


necesariamente deben ser descartados como materiales
irrelevantes en la interpretación del derecho. En efecto, en
muchos casos permiten interpretar cuestiones jurídicas
importantes en casos posteriores que tengan situaciones de
hecho distintas, aunque no necesariamente deban ser seguidos
en posteriores decisiones. Así, puede ocurrir que carezcan
completamente de relevancia jurídica, que contengan
elementos importantes pero no suficientes ni necesarios para
sustentar la respectiva decisión, que sirvan para resolver
aspectos tangenciales que se plantean en la sentencia, pero que
no se relacionan directamente con la decisión adoptada, o que

10
Sobre los conceptos de ratio decidendi y obiter dicta ver las siguientes providencias: SU-168/99, (M.P.
Eduardo Cifuentes Muñoz), SU-047/99 (M.P. Alejandro Martínez Caballero), SU-640/98 (M.P. Eduardo
Cifuentes Muñoz), T-961/00 (M.P. Alfredo Beltrán Sierra), T-937/99 (M.P. Alvaro Tafur Galvis), Auto A-
016/00 (M.P. Alvaro Tafur Galvis), T-022/01 (M.P. Cristina Pardo Schlesinger), T-1003/00 (M.P. Alvaro
Tafur Galvis).
pongan de presente aspectos que serán esenciales en decisiones
posteriores, pero que no lo sean en el caso que se pretende
decidir.”
11.3 Definido por la Corte Constitucional que la ratio decidendi es
obligatoria, la cuestión central es ¿qué constituye ratio decidendi en
materia de control abstracto de constitucionalidad?

En sentencia SU-047 de 1999, la Corte indicó que la ratio decidendi


corresponde a la “formulación general, más allá de las particularidades
irrelevantes del caso, del principio, regla o razón general que constituyen la
base de la decisión judicial específica. Es, si se quiere, el fundamento
normativo directo de la parte resolutiva”. La Corte ha comprendido que la
ratio corresponde, pues, a la norma que aplica el juez en el caso concreto 11
y que esta norma comprende los hechos determinantes del caso o la
situación fáctica relevante, pues tales hechos son los que concretan la
norma y permiten una exigencia de igualdad de trato. Así, por ejemplo, en
sentencia SU-544 de 2001, la Corte estableció que los precedentes
existentes en materia del derecho al acceso a cargos públicos no eran
aplicables al caso concreto, pues los hechos determinantes eran distintos. El
mismo juicio se realizó en la sentencia T-960 de 2002. Esta comprensión
de la ratio decidendi, que supone introducir los hechos relevantes a la
norma que aplica el juez, resulta plenamente armoniosa con los casos
claramente contenciosos y concretos, como los que ocupan a la jurisdicción
ordinaria, la contenciosa y la tutela. Sin embargo, genera enormes
problemas a la hora de aplicarla para los juicios de control abstracto, en los
cuales no existen hechos, sino la confrontación de normas de inferior
jerarquía con otras superiores.

Tratándose del control abstracto de constitucionalidad, podría argumentarse


que la demanda de inconstitucionalidad suple el presupuesto fáctico. Ello
se explicaría por el hecho de que la Corte Constitucional no puede asumir
de oficio el control de leyes de la República. Sin embargo dos razones
obligan a desecharla. La primera, que la demanda de inconstitucionalidad
es uno de los mecanismos de activación de la competencia de la Corte
Constitucional, al lado de la cual existen sistemas automáticos –sean
previos o posteriores a la entrada en vigencia de las normas -, en los cuales
no existen demandas: leyes estatutarias, leyes aprobatorias de tratados
internacionales, ley que convoca a un referendo o a una asamblea
constituyente, decretos que declaran estados de excepción y sus
desarrollos. En todos estos casos la Corte ejerce un control abstracto y el
problema se mantendría, pues sólo en un evento de control abstracto existe
demanda, de ahí que, ¿cómo se determina la ratio en los restantes casos?

11
Ver sentencia T-960 de 2002.
La segunda razón se deriva de la obligación de la Corte Constitucional (art.
22 Decreto 2067 de 1991 y art. 46 de la Ley 270 de 1996) de realizar un
control integral; esto es, confrontar las normas acusadas o controladas, con
toda la Constitución. Tratándose de procesos de control abstracto iniciados
con demanda ciudadana, el demandante no está obligado a confrontar la
norma demandada con toda la Constitución, únicamente tiene el deber de
explicar e indicar las disposiciones constitucionales que estima violadas
(art. 6. Decreto 2067 de 1991). ¿Qué pasa si la declaración de
constitucionalidad o de inconstitucionalidad deriva de un argumento o una
norma constitucional no considerado por el demandante? ¿Cuál sería la
ratio decidendi? En tal evento, se estaría frente a la misma situación
abstracta que las sentencias que la Corte dicta en ejercicio de control
automático –previo o posterior -.

11.4 Según la definición de ratio decidendi adoptada por la Corte


Constitucional, ella tiene que ver con aquello que efectivamente aplicó el
juez para resolver el caso concreto. De allí que, tratándose del control
abstracto de constitucionalidad, la ratio decidendi se identificará a partir
del problema jurídico que realmente analiza la Corte. Lo anterior, por
cuanto esta es la única manera de establecer la racionalidad de la decisión.
La racionalidad de la decisión judicial supone, como mínimo, que exista un
problema jurídico que se ha resuelto debidamente. A partir del problema es
posible establecer si los argumentos expuestos y los análisis realizados (i)
permiten resolver el problema, (ii) responden a los elementos de juicio
(empíricos y jurídicos) relevantes para el caso y (iii) finalmente, si la
decisión es consistente con las premisas dadas como argumentos de
justificación de la decisión12.

En este orden de ideas en sede de control abstracto, la ratio decidendi


está controlada por dos extremos. De una parte, la decisión (resolución),
en la medida en que únicamente podrá ser ratio decidendi aquello que
está directamente ligado a la decisión de exequibilidad o inexequibilidad.
Por otra, el problema jurídico efectivamente analizado, en cuanto define
el contenido material de la decisión. Por decirlo de alguna manera, a
partir del problema jurídico es posible controlar la construcción interna
del silogismo (racionalidad interna) que aplica el juez.

12
Sobre el tema de la racionalidad de las decisiones judiciales, ver la obra The judicial application of law de
Jerzy Wróblewski y la Teoría de la Argumentación Jurídica, de Robert Alexi, entre otras.
12. En la sentencia C-228 de 2002, la demanda de inconstitucionalidad se
dirigía en contra de las restricciones establecidas en el artículo 137 de la
Ley 600 de 2000, en relación con la parte civil en los procesos penales. A
efectos de analizar si el desarrollo legal violaba la Constitución, la Corte
consideró necesario determinar, en primer lugar, el alcance de los
derechos de la parte civil en los procesos penales. Le correspondía, por
así decirlo, configurar el derecho y, a partir de dicha configuración,
realizar el juicio de constitucionalidad de las normas demandadas.

Así las cosas, resulta claro que la Corte dictó una ratio en relación con
este primer punto, la cual se convirtió en norma que integra el parámetro
para el control de constitucionalidad de las restricciones impuestas en los
incisos 1, 2 y 3 del artículo 137 de la Ley 600 de 2000. Por lo tanto,
puede sostenerse que en la sentencia se pueden identificar al menos
cuatro rationes decidendii: una general, que corresponde al derecho a
constituirse en parte civil y tres referidas a los problemas constitucionales
analizados en relación con cada uno de los incisos del artículo 137 de la
Ley 600 de 2002.

13. La construcción del concepto de ratio decidendi al que ha arribado la


Corte Constitucional, implica que, prima facie, la Corte, así como
cualquier juez, construye una norma - regla (por oposición a norma -
principio)13 que es precisa para resolver el caso. Ello explica que el
sistema de precedente suponga un método de aplicación analógica de la
ley y “operen como silogismos”.

Con todo, tratándose del control abstracto de constitucionalidad, en


numerosas ocasiones la Corte establece rationes decidendii con clara
estructura de normas - principio. Ello ocurre cuando, por ejemplo, precisa
in abstracto el alcance de un derecho fundamental. Así, en sentencia C-
586 de 1995 la Corte definió de manera abstracta el núcleo esencial del
derecho a la comunicación, mientras que hizo lo propio en sentencia C-
481 de 1998 en relación con el derecho al libre desarrollo de la
personalidad.

Al establecerse como ratio decidendi una norma-principio, la


consecuencia práctica es que la aplicación y el seguimiento del
precedente se sujeta a los principios hermenéuticos propios de este tipo
de normas. En particular la necesidad de ponderar a falta de regla precisa
para el caso concreto.

13
En sentencia C-1287 de 2001, la Corte analizó la diferencia entre normas-regla y normas-principio. Las normas-
regla se definieron a partir de la postura de Luciano Parejo:
“1.1.4. En lo que concierne a las reglas, tales serían las disposiciones jurídicas en las que se “define, en forma general y
abstracta, un supuesto de hecho y se determina la consecuencia o consecuencias jurídicas que se derivan de la realización
del mismo; una disposición, pues, derechamente construida para regular u ordenar de forma directa la vida humana, la
realidad social” Es decir, en virtud de esta estructura lógica, las reglas operan como silogismos”
14. La declaración de exequibilidad condicionada del primer inciso del
artículo 137 de la Ley 600 de 2000 implicó la adopción de una ratio
decidendi de norma - principio, además de una norma - regla (lo mismo
puede señalarse respecto de cada uno de los incisos). La Corte
Constitucional no configuró, en lo que a la norma - principio respecta, de
manera detallada y precisa –supuesto de hecho y consecuencias jurídicas-
el derecho a constituirse en parte civil en procesos penales. Se limitó a
señalar que las víctimas y perjudicados por los hechos punibles tienen
derecho a constituirse en parte civil, no sólo para lograr una
indemnización de los perjuicios causados, sino también para establecer la
verdad y para lograr justicia –que no haya impunidad -.

El hecho de que se trate de una norma - principio no implica que


cualquier persona sea titular del derecho. La Corte condicionó –sin que
por ello se torne en una norma - regla- el ejercicio del derecho a la
existencia de una legitimación, consistente en que existiera un daño. Sin
embargo, tal daño no tiene que ser patrimonial:

“se requiere que haya un daño real, no necesariamente de


contenido patrimonial, concreto y específico, que legitime la
participación de la víctima o de los perjudicados en el proceso
penal para buscar la verdad y la justicia, el cual ha de ser
apreciado por las autoridades judiciales en cada caso”14.

Así mismo, definió que las personas que pueden legitimarse son aquellas
que ostentan la calidad de víctimas o perjudicadas. La víctima (que
incluye a sus sucesores) corresponde a aquella persona “respecto de la
cual se materializa la conducta típica”. En relación con el concepto de
perjudicado la Corte indicó que la categoría “perjudicado” tiene un
alcance mayor en la medida en que comprende a todos los que han
sufrido un daño, así no sea patrimonial, como consecuencia directa de la
comisión del delito.

Daño, perjuicio, actor popular y acción civil en el proceso penal.

15. En la sentencia C-228 de 2002 la Corte señaló que el tema de


legitimación en la causa para constituirse en parte civil, no podía
plantearse de manera abstracta, sino que era necesario considerar las
circunstancias particulares de cada caso:

“La determinación en cada caso de quien tiene el interés


legítimo para intervenir en el proceso penal, también depende,
entre otros criterios, del bien jurídico protegido por la norma
que tipificó la conducta, de su lesión por el hecho punible y del
daño sufrido por la persona o personas afectadas por la
conducta prohibida, y no solamente de la existencia de un
perjuicio patrimonial cuantificable.”
14
Sentencia C-228 de 2002.
En relación directa con este punto, la Corte ha señalado que existen
hechos punibles respecto de los cuales “el interés de las víctimas y de los
perjudicados en conocer la verdad de los hechos y en establecer
responsabilidades individuales, se proyecta a la sociedad en su
conjunto”15.

De acuerdo con lo anterior, podría plantearse que existen circunstancias


en las cuales la comisión de un delito activa un interés de la sociedad en
su conjunto, por establecer la verdad y lograr que se haga justicia, para lo
cual estaría habilitado un actor popular como parte civil.

16. Se podría objetar que esta interpretación desconoce la naturaleza de


la parte civil, pues una cosa es la existencia de un interés abstracto de la
sociedad en conocer la verdad y que se haga justicia, que sería predicable
de todo hecho punible y, otra, la participación de los afectados (víctimas
y perjudicados) por el hecho punible en el proceso penal. La ley
únicamente ha protegido el derecho a las víctimas y perjudicados,
mientras que la sociedad está representada por el Ministerio Público y, en
últimas, por la Fiscalía General de la Nación.

16.1 En el fundamento 12. de esta sentencia, se dejó en claro que la Corte


dictó 4 rationes decidendii en la sentencia C-228 de 2002. La primera de
ellas –como se estableció en el fundamento 14.-, se refirió a la
configuración del derecho a constituirse en parte civil –bien fuera como
parte civil individual o como actor popular (art. 45 de la Ley 600 de
2000)-. Las restantes, se dirigieron a estudiar las restricciones impuestas
en el artículo 137 de la Ley 600 de 2000. Al analizar tales restricciones,
la Corte no analizó la situación precisa del actor popular, pues no
correspondía al problema jurídico planteado. Se limitó a responder los
cuestionamientos puntuales y, por lo mismo, la exequibilidad se limitó a
los cargos analizados. Por lo mismo, únicamente tiene calidad de
precedente para el presente caso, la primera ratio decidendi, conforme a
la cual la parte civil –sea individual o colectiva- no tiene por objeto
exclusivo la persecución de la reparación –indemnización- del daño
causado, sino que es posible perseguir, de manera autónoma, la verdad y
la justicia.

16.2 El artículo 45 de la Ley 600 de 2000 autoriza la constitución de la


parte civil como actor popular “cuando se trate de lesión directa a bienes
jurídicos colectivos”. De acuerdo con ello, existe una restricción a la
legitimación en la causa para convertirse en actor popular en el proceso
penal, consistente en que se esté lesionando un “bien jurídico colectivo”.
Una pregunta es obligada: ¿la comisión de delitos de lesa humanidad –
asunto que es relevante en este caso- implica la afectación de bienes
jurídicos colectivos?

15
Sentencia C-875 de 2002.
Como se mencionó antes, en sentencia C-875 de 2002, la Corte indicó
que existen situaciones en las cuales la sociedad entera tiene un interés en
conocer la verdad y establecer las responsabilidades individuales. Tal es
el caso del delito de desaparición forzada de personas. En sentencia C-
580 de 2002, en punto a la imprescriptibilidad de la acción penal en esta
materia, la Corte basó la exequibilidad de la norma internacional en,
entre otros elementos, el interés de la sociedad en conocer la verdad y
lograr la superación de la injusticia, como manifestaciones del deber
estatal de proteger los derechos fundamentales de los asociados:

“El interés en erradicar la impunidad por el delito de


desaparición forzada compete a la sociedad en su conjunto.
Como ya se dijo, para satisfacer dicho interés es necesario que
se conozca toda la verdad de los hechos, y que se atribuyan las
responsabilidades individuales e institucionales
correspondientes. En esa medida, tanto el interés en que se
conozca la verdad, como en que se atribuyan responsabilidades
individuales e institucionales por los hechos, sobrepasan el
ámbito del interés individual de las víctimas. Por el contrario,
constituyen verdaderos intereses generales de carácter
prevalente en los términos del artículo 1º de la Carta Política.
En efecto, el conocimiento público de los hechos, el
señalamiento de responsabilidades institucionales e
individuales y la obligación de reparar los daños causados son
mecanismos útiles para crear conciencia entre las personas
acerca de la magnitud de los daños causados por el delito. En
esa medida, son también mecanismos de prevención general y
especial del delito, que sirven para garantizar que el Estado no
apoye, autorice o asuma una actitud aquiescente frente a tales
conductas. En general, la acción penal en los casos de
desaparición forzada de personas es un mecanismo a través del
cual se establecen responsabilidades institucionales que llevan
a que el Estado se sujete al derecho en el ejercicio de la fuerza,
y a hacer efectivo el deber de las autoridades de proteger y
garantizar los derechos fundamentales.16”

La pregunta obligada es: ¿Cuáles tipos penales suponen un interés de la


sociedad en conocer la verdad y hacer justicia?

16.3 Los países signatarios de la “CONVENCION INTERAMERICANA


SOBRE DESAPARICION FORZADA DE PERSONAS” coincidieron
en señalar que “la práctica sistemática de la desaparición forzada de
personas constituye un crimen de lesa humanidad”. El artículo 7 del
Estatuto de la Corte Penal Internacional, por su parte, incluye entre los
tipos penales que constituyen crímenes de lesa humanidad, la
desaparición forzada de personas.

La competencia de la Corte Penal Internacional está limitada “a los


crímenes más graves de trascendencia para la comunidad
internacional en su conjunto” (art. 5 del Estatuto). Según se estableció
en el mismo artículo, la competencia de la Corte Penal Internacional está
restringida al crimen de genocidio, a los crímenes de lesa humanidad, a
los crímenes de guerra y al crimen de agresión (art. 5 del Estatuto).
Teniendo en cuenta que se trata de hechos punibles trascendentales para
la comunidad internacional y habida consideración de la naturaleza de los
mismos, resulta claro que existe una identidad común, pues ellos
implican graves atentados contra los derechos humanos y el derecho
internacional humanitario y una severa puesta en peligro de la paz
colectiva.

16
En casos de desaparición forzada los mecanismos como las comisiones de la verdad de carácter internacional,
gubernamental, o privado han contribuido a la erradicación de dicha práctica. En particular, pueden citarse los
casos del informe “Nunca más”, presentado por la llamada “Comisión Sábato” en Argentina, la cual aunque era de
naturaleza privada, fue apoyada por el gobierno de entonces, y sirvió como base para el juzgamiento de algunos
mandos militares por delitos cometidos durante la dictadura Videla. Así mismo, en cumplimiento del Acuerdo de
Paz entre el gobierno y el FMLN en El Salvador, la Asamblea General de la ONU creó una “Comisión para la
verdad en El Salvador”, presidida por Thomas Buergenthal ex-presidente de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, la cual publicó los nombres de los responsables de las diversas violaciones de derechos humanos
durante el conflicto salvadoreño, originando con ello un proceso de responsabilidad individual e institucional.
La Corte ha señalado, según se vio, que existe un interés en cabeza de la
sociedad –verdad y justicia -, respecto de la desaparición forzada, que es
un delito de lesa humanidad. De acuerdo con lo expuesto, es razonable
asumir que existe una relación entre la gravedad del hecho punible y la
existencia de un interés de la sociedad en conocer la verdad y hacer
justicia. Los hechos punibles que revisten dicha gravedad, serán aquellos
que impliquen graves atentados contra los derechos humanos y el
derecho internacional humanitario y una severa puesta en peligro de la
paz colectiva.

En el plano interno los hechos punibles que pueden tener dichos efectos
no se limitan a los crímenes de lesa humanidad o violación del derecho
internacional humanitario. Las condiciones particulares del país, obligan
a reconocer que otras conductas, pueden tener una alta capacidad de
alteración de la paz colectiva.

16.4 Con lo anterior, únicamente se ha establecido que existe un interés


de la sociedad en su conjunto –así como de la comunidad internacional-
en conocer la verdad sobre la ocurrencia de hechos punibles que
impliquen la comisión de delitos de lesa humanidad y en establecer los
responsables, pero no resulta claro cómo la realización de tales hechos
afecta bienes jurídicos colectivos.

17. La referencia de la sentencia C-228 de 2002, transcrita en el


fundamento 15 de esta sentencia, adquiere, luego de lo expuesto, un
significado distinto. Como se puede observar, la Corte sujetó el análisis
del interés legítimo a la naturaleza del bien jurídico protegido. Cuando
quiera que el bien jurídico supone una protección de los mínimos de
civilidad –en principio y no de manera exclusiva, respeto por los
derechos humanos, respeto por el derecho internacional humanitario y el
respeto de la paz y seguridad colectiva -, el interés que legitima la
conformación de la parte civil no se limita a un interés individual o de
una comunidad determinada. En presencia de tales hechos punibles, está
en jaque la sociedad entera y el conocimiento de la verdad y el logro de
la justicia adquieren una mayor significación, pues se tornan en
condiciones básicas para mantener la concordia y la paz.

La paz –art. 22 de la C.P.- es un bien colectivo al cual tienen derechos


los ciudadanos, su respeto es un deber por parte de éstos y de las
autoridades públicas, quienes tienen, además, la obligación de procurar
su preservación17. En sentencia T-008 de 1992, la Corte Constitucional,
señaló que la paz es un derecho de naturaleza colectiva, lo cual sólo
puede entenderse por comprender bienes jurídicos colectivos.

17
Sentencia C-225 de 1995, entre otras.
En este orden de ideas, debe admitirse que en presencia de hechos
punibles que impliquen graves atentados contra los derechos humanos y
el derecho internacional humanitario y una grave puesta en peligro de la
paz colectiva, valorados por el respectivo juez o fiscal, debe admitirse la
participación de la sociedad –a través de un actor popular -, como parte
civil en el proceso penal.

La Corte Constitucional no duda en incluir dentro de tales graves


conductas la comisión de delitos de lesa humanidad, pues la comisión de
uno de tales delitos altera de manera significativa el orden mínimo de
civilidad e implica el desconocimiento de principios fundantes del orden
social imperante.

Ahora bien, debe advertirse que el actor popular –en casos de graves
atentados contra los derechos humanos y el derecho internacional
humanitario y una grave puesta en peligro de la paz colectiva- deberá
reunir condiciones que aseguren que no se trata de una persona con mera
intención vindicativa, sino que demuestre un genuino compromiso con el
esclarecimiento de los hechos investigados y con la promoción y
protección de los valores jurídicos antes mencionados.

18. Con lo dicho, sin embargo, no se supera la objeción en torno al


carácter abstracto de este interés, razón por la cual, su protección estaría
en cabeza del Ministerio Público.

El derecho a la verdad y a la justicia son bienes jurídicos que tienen un


marcado valor individual (víctima y sus familiares), pero en ciertas
circunstancias, adquieren carácter colectivo. Este carácter colectivo tiene
dimensiones distintas, alcanzando el nivel de la sociedad cuando los
cimientos de una sociedad civilizada y los mínimos constitutivos del
orden jurídico –paz, derechos humanos y restricción y uso racional de la
fuerza militar- se amenazan y está en entredicho el cumplimiento de las
funciones básicas del Estado18.

La paz (art. 22 de la C.P.), se construye a partir del respeto de los


derechos humanos, el control al uso desbordado de la fuerza y el logro de
la seguridad colectiva. El que la paz sea un derecho y un deber de
obligatorio cumplimiento, supone un interés colectivo en conocer y
prevenir todo aquello que la amenace.

18
Sentencia SU-1184 de 2001.
La interpretación propuesta –aquella que excluye el interés de la
sociedad, por estar representado en el Estado -, implica una restricción
inadmisible del derecho a la verdad y a la justicia, que cercena las
posibilidades de paz en Colombia. Por lo mismo, genera una restricción
desproporcionada de los derechos de los residentes del país a lograr la
paz, ver protegidos sus derechos constitucionales y realizado el
cumplimiento de los deberes establecidos en el ordenamiento jurídico.
Implica, finalmente, negar la posibilidad de una participación efectiva en
el control del ejercicio del poder estatal.

Posición del Fiscal General de la Nación.

19. Como se indicó antes, el Fiscal General de la Nación interpretó la


sentencia C-228 de 2002 en el sentido de condicionar el ejercicio del
derecho a constituirse en parte civil, al hecho de que la persona fuera
víctima directa o (en términos de las expresiones utilizadas en la misma
sentencia C-228 de 2002) perjudicada. Como actor popular, tenía que
demostrar la primera condición o, en cuanto a la segunda, ser parte de la
comunidad afectada por los hechos (recuérdese que el demandante señala
al General (R) Rito Alejo del Río como responsable de crímenes contra 5
poblaciones de la región de Urabá) o su representante legal. El Fiscal,
siguiendo la misma sentencia, señaló que no es necesario que se persiga
una reclamación patrimonial, pudiendo ser la verdad y la justicia los
únicos intereses para constituirse en parte civil.

La opción hermenéutica que acogió el Fiscal General de la Nación parece


fundarse en la ratio decidendi de la sentencia C-228 de 2002 que se está
analizando, máxime cuando la Corte sostuvo –sin que integrara la ratio
decidendi en cuestión- que “ello no significa que cualquier persona que
alegue que tiene un interés en que se establezca la verdad y se haga
justicia pueda constituirse en parte civil –aduciendo que el delito afecta a
todos los miembros de la sociedad- ni que la ampliación de las
posibilidades de participación de actores civiles interesados sólo en la
verdad o la justicia pueda llegar a transformar el proceso penal en un
instrumento de retaliación contra el procesado”.
Se ha analizado, sin embargo, cómo el derecho a la verdad y a la justicia
no es un interés individual (sea de la víctima y sus familiares o de una
comunidad determinada), sino que, en algunas ocasiones, se trata de un
asunto que le compete a la sociedad en su conjunto. Tal interés se
presenta, cuando el o los hechos punibles supongan por ejemplo, la
violación o amenaza de los derechos humanos y el derecho
internacional humanitario y una severa puesta en peligro de la paz
colectiva. Bajo tales condiciones, no podía el Fiscal, si se daban las
circunstancias, negarse a autorizar la conformación de la parte civil –por
parte del demandante- en el proceso que se sigue contra el General (R)
Rito Alejo del Río. Una negativa en tal sentido constituye una decisión
judicial violatoria de la Constitución y de derechos fundamentales.
20. En estas condiciones, la Corte se enfrenta a una situación que de
mantenerse, conduciría a una violación de los derechos fundamentales de
los asociados, en este caso representados por el demandante.

En el presente caso, si bien la decisión del Fiscal se apoya en una


interpretación prima facie razonable de la jurisprudencia de la Corte
Constitucional y la ratio de la sentencia C-228 de 2002, se ha demostrado
(i) que ella no corresponde, tomando en consideración todos los factores
relevantes –entre ellos, el deber de adoptar la opción hermenéutica más
favorable para la protección de los derechos fundamentales (art. 2 de la
C.P.)-, a la decisión de la Corte Constitucional y (ii) que esta
Corporación ha precisado que la sociedad sí tiene un interés en conocer
la verdad y que se haga justicia. Por lo tanto, deberá revocarse la decisión
del Fiscal General de la Nación, al resultar incompatible con la
jurisprudencia de esta Corporación.

La Corte, con todo, debe abordar un último elemento, derivado del hecho
punible por el cual se investiga al General (R) Rito Alejo del Río, pues si
no se está en presencia de un interés colectivo del nivel de la sociedad, el
demandante no podrá constituirse en parte civil.

El hecho punible por el cual se investiga al General (R) Rito Alejo del
Río.

21. El Fiscal General de la Nación indicó que el General (R) Rito Alejo
del Río no era investigado por la comisión de hechos punibles
calificables de lesa humanidad, sino por “organizar, promover, armar o
financiar grupos armados al margen de la ley”. En su concepto, ello es
una razón adicional para negar al demandante el interés colectivo.

El Fiscal no adujo razón distinta para indicar que no existía interés


colectivo en la investigación, que la expuesta. Dicha razón, a la luz de la
presente sentencia, resulta del todo insuficiente, pues no explica si la
organización, promoción, armar o financiar grupos al margen de la ley,
por parte de un General de la República, tiene capacidad para alterar la
seguridad y paz colectiva. Así mismo, según se desprende de la denuncia
del demandante, la participación del General (R) Rito Alejo del Río, fue
mucho más allá.

La gravedad de la denuncia del demandante y las implicaciones que ellas


tienen para la sociedad colombiana no pueden desecharse sin el menor
análisis. Sin embargo, no le corresponde a la Corte Constitucional
determinar si tales hechos fueron realizados por o con el concurso del
General investigado. Tal es, precisamente, el objeto del proceso penal
que se le sigue.
Con todo, si le compete a la Corte fijar parámetros para proteger los
derechos del demandante. En sentencia C-228 de 2002, en punto a las
restricciones establecidas en el artículo 47 de la Ley 600 de 2000 sobre el
momento a partir del cual la parte civil puede acceder al expediente, la
Corte estableció, y ello constituye la ratio de la Corte en esta materia,
que impedir a la parte civil conocer el expediente antes de la resolución
de apertura de instrucción, desconocía los derechos a la verdad, a la
justicia y a la reparación económica. El respeto de tales derechos
depende “de que durante esta etapa se le permita a la parte civil intervenir
activamente aportando pruebas y cooperando con las autoridades
judiciales y conociendo y controvirtiendo las decisiones que se adopten
durante esta etapa, en especial la providencia mediante la cual se decide
no abrir formalmente la investigación”.

De la postura de la Corte se desprende, necesariamente, que la parte civil


es un sujeto activo y pleno dentro del proceso penal, tal como lo indicó la
Corte en la misma sentencia. Ello apareja que su participación no se
limita a lograr lo perseguido a partir del trabajo probatorio de los
investigadores y a observar la argumentación y análisis realizados por el
ente acusador, sino que tiene derecho a participar de la investigación
–“aportando pruebas y cooperando con las autoridades judiciales”- y a
participar activamente en el análisis y valoración de tales pruebas,
“conociendo y controvirtiendo” las decisiones.

22. El Fiscal General de la Nación, al informar al demandante que se


investigaba al “General (r) Rito Alejo del Río Rojas, asistido de fuero
constitucional, por presuntas acciones y omisiones ilícitas durante su
desempeño como comandante de la XVII Brigada del Ejército Nacional
con sede en Carepa (Antioquia), así como por un supuesto Concierto
para delinquir, mediante la conducta de organizar, promover, armas o
financiar grupos armados al margen de la ley”. (Mayúsculas y cursivas
en el original), en realidad le estaba informando sobre los extremos de la
relación jurídico procesal.

De la respuesta del Fiscal General de la Nación al demandante, se


desprende que a las partes procesales no les compete cuestionar las
decisiones que el ente acusador adopta en relación sobre la calificación
de los hechos materia de investigación y, más aún, si de los elementos
probatorios se desprende la comisión de otros hechos punibles. La Corte
no comparte esta respetable postura del señor Fiscal General de la
Nación.
Si bien es cierto que le corresponde al funcionario investigador y al
acusador imputar la comisión de un hecho punible, también lo es que la
valoración del material probatorio no es caprichosa y libre. Una vez se ha
establecido de manera objetiva (es decir, mediante elementos
probatorios, según los medios de prueba legalmente admitidos) la
realización de una conducta típica, el funcionario tiene la obligación -
dentro de ciertos limites- de incluir tales conductas dentro del objeto de
la investigación penal, pues carece de competencia para valorar
libremente el objeto del proceso. Lo anterior se desprende del principio
de legalidad (art. 29 de la C.P.), que vincula tanto el trámite de los
procesos, como la valoración de las situaciones sometidas a
consideración de las autoridades judiciales. En punto a la protección de
los derechos de los asociados, uno de los cometidos de la política
criminal, el Estado tiene el deber de sancionar a quienes los violen (C.P.
art. 2) y lograr la reparación del daño y los perjuicios causados por tales
hechos. Ello corresponde a los deberes básicos de protección y respeto
exigible al Estado frente a los derechos de los asociados. Si el Estado,
existiendo pruebas de la violación de un derecho al realizarse una
conducta punible, se abstiene de investigar y sancionarlo, está abjurando
de su obligación de proteger y respetar los derechos de los asociados.
Tales obligaciones, no sobra indicarlo, se derivan, además, del derecho a
la justicia, que es un correlato del derecho al acceso a la justicia,
analizado en esta sentencia.

23. En este orden de ideas, la definición de los extremos de la relación


jurídico - procesal no constituye una restricción admisible para la
constitución de la parte civil, pues impide al actor lograr la reparación,
establecer la verdad o la realización de la justicia. Antes bien, la parte
civil tiene derecho, en tanto que parte activa en el proceso y en los
términos del procedimiento penal, a participar de la definición de tal
relación jurídico - procesal, como se explicó en el fundamento 21 de esta
sentencia.

Interés legítimo del demandante y decisión a tomar

24. Como se ha analizado, la respetable y fundamentada postura del


Fiscal General de la Nación no es aceptable a partir de una interpretación
razonable de la sentencia C-228 de 2002 y de la jurisprudencia posterior
de esta Corporación. También se ha indicado que, de no permitir la
constitución de la parte civil por parte del demandante, se violan los
derechos fundamentales del demandante.
Por otra parte, según se ha establecido en el fundamento 1 de esta
sentencia, el demandante ha demostrado un genuino interés por
establecer la verdad y lograr la justicia en relación con los hechos
acaecidos en la zona de Urabá durante los años 1997 y 1998. No puede
pasar desapercibido para esta Corporación que, el demandante, ha
intentado por diversos medios informar al Estado colombiano sobre la
ocurrencia de graves violaciones a los derechos humanos de los
residentes de la zona. También, que el demandante no ha dudado en
señalar los presuntos responsables y llegar a la conclusión de que se trata
de una conducta sistemática y coordinada o planificada, de tal
envergadura, que admiten, en su concepto, el calificativo de delitos de
lesa humanidad. La denuncia formal de tales hechos y su intento por
constituirse en parte civil –como actor popular- son prueba de la
intención real, y no meramente vindicativa, de lograr la protección y
respeto por los derechos humanos en Colombia. Que tales hechos sean
responsabilidad del General (R) Rito Alejo del Río, no le compete
determinarlo a la Corte Constitucional. Es más, la Corte es enfática en
señalar, que no está haciendo ningún juicio de valor sobre la
responsabilidad del General. Ciudadano que se presume inocente y quien
tiene derecho a todas las garantías que brinda un Estado de Derecho.
Cualquier imputación en su contra, debe fundarse en pruebas sólidas y
contundentes, pues de lo contrario no podrá atribuírsele hecho punible
alguno.

Por otra parte, debe destacarse que, dada la gravedad de las denuncias y
el supuesto carácter sistemático y planificado de las mismas, resulta
desproporcionado exigir que una comunidad aislada (y posiblemente, en
extremo temerosa) comprenda la dimensión de un “ataque sistemático”
contra la población civil. En punto a los delitos de lesa humanidad, dada
la exigencia internacional de sistematicidad y planificación, es natural
que sean personas ajenas a la comunidad, con capacidad para observar un
espectro mayor, quienes estén en situación de identificar y denunciar la
comisión de tales hechos. Por lo mismo, también les asiste un interés
genuino.

Por las consideraciones anteriores y las expuestas en la presente


sentencia, la Corte revocará la respetable decisión del Fiscal General de
la Nación y ordenará que admita la demanda de parte civil presentada por
el ciudadano Javier Giraldo Moreno.

III. DECISION

En mérito de lo expuesto la Sala Séptima de Revisión de la Corte


Constitucional, administrando justicia en nombre del pueblo y por
mandato de la Constitución,
RESUELVE

Primero. Revocar la sentencia del 8 de octubre de la Sala de Casación


Penal de la Corte Suprema de Justicia y conceder la tutela de los
derechos al debido proceso, a la verdad y a la justicia del demandante
Javier Giraldo Moreno. En consecuencia, se revocan las decisiones del
Fiscal General de la Nación del 13 de agosto de 2002 y del 4 de octubre
de 2002, mediante las cuales rechazó la constitución de parte civil
solicitada por el demandante.

Segundo. Ordenar al Fiscal General de la Nación que, en el término de


48 horas a partir de la notificación de la presente sentencia, proceda a
admitir la demanda de constitución de parte civil, presentada por Javier
Giraldo Moreno.
Tercero. Por Secretaría, líbrese la comunicación prevista en el artículo
36 del Decreto 2591 de 1991.

Cópiese, notifíquese, comuníquese, publíquese en la Gaceta de la Corte


Constitucional y cúmplase.

EDUARDO MONTEALEGRE LYNETT


Magistrado

ALVARO TAFUR GALVIS


Magistrado

CLARA INÉS VARGAS HERNANDEZ


Magistrado

MARTHA VICTORIA SACHICA MENDEZ


Secretaria General

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