Nuevo Pais de La Fotografia II
Nuevo Pais de La Fotografia II
EDITORES
Vicepresidencia de Comunicaciones y RSE de Banesco Banco Universal
y Fundación ArtesanoGroup
PRODUCCIÓN GENERAL
Vicepresidencia de Comunicaciones y RSE de Banesco Banco Universal
PRODUCCIÓN EJECUTIVA
Fundación ArtesanoGroup
Carmen Julieta Centeno
Sudán Macció
EDICIÓN DE TEXTOS
Graciela Yáñez Vicentini
Antonio López Ortega
DISEÑO
Ana Gabriela Ng Tso
CORRECCIÓN
Graciela Yáñez Vicentini
De todos los libros que integran la colección Los rostros del futuro, dedicados a las generaciones nuevas
e intermedias de artistas, probablemente en ninguno sea tan palpable como en este el vertiginoso
tiempo de cambio en el que estamos inmersos.
Mientras entre músicos, escritores o pintores, por ejemplo, abundan aquellos que continúan produciendo
sus obras básicamente con los mismos instrumentos a lo largo de los años y las décadas, la práctica de
los fotógrafos se ha convertido en un oficio radicalmente distinto: la inteligencia artificial se ha vuelto, en
la mayoría de los casos, inseparable del hecho fotográfico. Los equipos han adquirido extraordinarios
atributos en cuanto a velocidad, manejo, capacidad, versatilidad de los lentes y hasta en lo referido a
la portabilidad y la sofisticación de las cámaras. En la especialidad de los fabricantes de equipos para
hacer fotografías, se ha producido una revolución. Desde que Steve Sasson, de Kodak, inventó la primera
cámara digital en 1975, en ese momento un voluminoso, pesado y lento artefacto, lo ocurrido desde
entonces ha escapado a cualquier previsión.
Cuando hace un poco más de dos décadas, en 1997, Philippe Kahn hizo confluir, en un mismo aparato,
tecnologías de comunicación telefónica y tecnologías para la captura de imágenes, tampoco imaginaba
el torrente que desataría. Cuando finalice este 2019, la población mundial alcanzará, aproximadamente,
la cifra de siete mil ochocientos millones de personas. De ese total abrumador, la mitad tiene, al menos,
un teléfono inteligente. Eso quiere decir que más de tres mil seiscientos millones de personas viven sus
horas de vigilia con una cámara fotográfica en la mano o en el bolsillo, lista para ser utilizada.
De acuerdo a distintas estimaciones y estudios realizados en 2018, un promedio de 71% de los propietarios
de teléfonos inteligentes lo utilizan como cámara fotográfica a diario. Entre los más jóvenes, los usos
crecen a tasas geométricas. En estas estadísticas destacan los menores de treinta años, que hacen un
promedio de doce a quince tomas a la semana. Y, aunque el género selfie ocupa un lugar principal en los
resultados de las investigaciones, la fotografía urbana, los grandes y los pequeños asuntos de las ciudades
encabezan, con ventaja, el primer lugar de este masivo interés, según el cual, en casi todos los países,
el número de personas que disparan sus cámaras fotográficas desde tabletas, laptops, almacenadores y
reproductores de música y teléfonos móviles, crece cada día en cuantías de millones y millones.
Cuando se piensa que solo en Facebook y en Instagram se publican, respectivamente, más de doscientas
cincuenta mil y más de setenta mil fotografías cada segundo, cabe preguntarse: ¿es que un posible gremio
planetario de los fotógrafos podría tener alrededor de dos mil quinientos millones de miembros? ¿Acaso
la digitalización del dispositivo fotográfico ha producido un crecimiento desordenado, casi incontrolable,
de la especie humana de los fotógrafos?
Por fortuna, creo que la respuesta a estas dos preguntas es no. Entre simplemente hacer uso de una
cámara digital y alcanzar el estatuto profesional y creativo del fotógrafo median ciertos requisitos que
son ineludibles. Pero aun así, es evidente que está en desarrollo un salto demográfico, puesto que las
cámaras fotográficas se han vuelto un bien cada vez más accesible. El auge de lo fotográfico es de tal
magnitud, que se ha proyectado hacia su pariente más próximo, las artes visuales, pero también hacia
las artes escénicas, los géneros literarios, la investigación en los campos de las ciencias sociales, el
pensamiento filosófico, la creación musical, la política y las ciencias gerenciales. Nada ya transcurre en el
mundo que no esté asociado a la maravilla de la lente fotográfica.
Hemos llegado a un punto de la civilización donde el hecho fotográfico ha perdido su carácter excepcional
y está presente, de forma simultánea, en todos los planos de la vida cotidiana, en el territorio de los
asuntos públicos, y como factor determinante, en los más importantes desarrollos científicos en curso:
con cada vez más pequeñas y sofisticadas cámaras fotográficas se están produciendo enormes avances
en el conocimiento de la interioridad del cuerpo humano; con cámaras satelitales, asociadas a mega
computadoras, los científicos han ingresado en una nueva fase de comprensión que nos acerca cada día
al doble fenómeno del origen del universo y, según sabemos ahora, su indetenible expansión.
El fotógrafo profesional, a diferencia del impulsivo usuario de un teléfono móvil, tiene una mirada suya,
peculiar. Un modo de ver diferenciado. Una tonalidad que, con el paso de los años, se va haciendo cada
vez más reconocible. Hasta que asciende a esa recompensa, que es la mejor gratificación que puede
recibir un creador, sea cual sea su disciplina, que es la de ser reconocido al primer vistazo por parte del
espectador o del lector.
Pero hay otro aspecto fundamental: el fotógrafo que honra su profesión lleva por dentro un nervio
encendido, una inquietud: está en búsqueda constante. Tiene un proyecto documental o artístico. Una
forma determinada de aproximarse a los hechos o de crearlos. No circula de forma desprovista. Porta
una intuición, persigue una idea, lo anima una necesidad interior que lo diferencia, del amateur y también
de sus colegas.
Toda la riqueza que cabe esperar de una antología de fotógrafos venezolanos, con las más altas
expectativas, está ordenada en este Nuevo país de la fotografía, quinta entrega de la colección, que ha
sido precedida por publicaciones físicas o digitales, de títulos también temáticos, dedicados a músicos,
escritores, artistas visuales y cineastas, cuyas edades están comprendidas entre los veinte y cuarenta
años de edad.
En cada uno está presente, de forma notoria, esa facultad de ver lo que, de forma corriente, los demás
no vemos. El fotógrafo de vocación documental tiene algo de mago: nos muestra, ajetreado en nuestra
misma realidad, datos, hechos o paisajes que pasan desapercibidos a nuestra mirada inexperta. En otros,
que asumen la fotografía como una variante de las artes visuales, es patente la creación de escenas que
nos interrogan con sus propuestas de insobornable carga estética.
Este libro ofrece las historias de veinticinco fotógrafos, ahora mismo entre los veintiocho y los cuarenta años
de edad. En el caso de los más jóvenes, se trata de relatos esencialmente provisionales, puesto que es muy
probable que, con el paso del tiempo, se produzcan cambios en sus intereses, en sus investigaciones visuales,
en sus maneras de vivir y hasta en el método con que cada uno se relaciona con la fotografía.
Y a pesar de sus incontestables diferencias –algunos están más próximos al reporterismo, otros han
problematizado la frontera entre arte y documento– son evidentes unos cuantos elementos en
común: comparten una amplia conciencia técnica de sus instrumentos de trabajo y sobre el modo
en que la realidad se proyecta en el mismo. Están todos afanados en sus respectivas interrogantes
profesionales y creativas, y, lo que parece una cuestión determinante, tienen con su oficio una relación
de cultivado sedimento.
Los relatos de vida que están contenidos en las entrevistas son sintomáticos de este primer trecho del
siglo XXI: precocidad frecuente, viajes y desplazamientos, vaivenes y el encuentro afortunado con uno o
varios maestros. Los testimonios son de una llamativa franqueza. A diferencia de tantas otras personas
de las generaciones más jóvenes, estos veinticinco fotógrafos lograron encontrar su vocación a una edad
temprana. Hay algo en estas historias que son historias de persistencia y superación: emocionan y nos
aproximan a esa especial forma de capturar el mundo que es la mirada del fotógrafo.
El otro gran factor que tienen en común es que estos veinticinco fotógrafos, que han crecido o ingresado
en la adultez en este revuelto y crítico siglo XXI venezolano, son, si me permiten la expresión, hijos de la
crisis, testigos del colapso generalizado. Personas a las que les ha tocado avanzar en un entorno mucho
más complejo y desafiante que el experimentado por los fotógrafos que les precedieron.
No se han doblegado, sino que han afrontado las dificultades. En los últimos años, adonde quiera que
voy, me encuentro, se me imponen, los potentes relatos de civilidad y ciudadanía de venezolanos que,
dentro o fuera del país, luchan y ponen en marcha sus proyectos. Dan pasos adelante. No se conforman,
no se entregan, despliegan sus flexibles talentos.
Más allá de su específico propósito, el de ofrecer una antología que muestre el trabajo de veinticinco
fotógrafos, Nuevo país de la fotografía viene a sumarse, aunque esa no sea su finalidad, a la corriente de
resistencia que hoy se disemina en Venezuela. Hacer, trabajar, emprender nuevos proyectos, establecer
puntos de partida y de llegada, elegir un camino de acuerdo a nuestras posibilidades, son formas de
perfeccionamiento y esperanza. Y ambas, esperanza y deseo de perfección, son atributos esenciales de
la cultura democrática que queremos construir para nuestra amada Venezuela.
Este libro es el quinto de la colección Los rostros del futuro, dedicada a registrar y documentar la vida
y obra de los nuevos talentos culturales de Venezuela. En 2015, 2016, 2017 y 2018, respectivamente,
cubrimos los campos bastante vastos de la música, la literatura, las artes visuales y el cine, para abordar en
2019 el de la fotografía, una disciplina artística cuyo nacimiento y desarrollo son casi patrimonio exclusivo
del siglo XX. En este campo, Venezuela tuvo reconocidos pioneros (como Carlos Herrera o Alfredo
Cortina), luego grandes maestros (como Alfredo Boulton o Paolo Gasparini) y por último importantes
premios nacionales (como José Sigala y Luis Brito). Desde los años 50, quizás por el auge de la industria
petrolera, por el crecimiento del periodismo, por la irrupción de la publicidad comercial, la expansión
de la fotografía como medio expresivo fue muy amplia, y de allí su paso a género artístico un salto muy
natural, que convalidaban las publicaciones internacionales y el desarrollo de los museos nacionales.
A los crecimientos arquitectónicos, urbanísticos, agrícolas, científicos, antropológicos o turísticos, la
fotografía venía asociada como herramienta esencial. De manera que no era de extrañarse que, con las
múltiples influencias, esos mismos profesionales desarrollaran obra artística propia.
En la evolución del arte fotográfico, tres han sido las grandes vertientes que el género ha tomado: la
primera es una corriente más fiel, más clásica, que crece y se hace en el misterio del revelado; la segunda
añade técnicas y procedimientos ligados a las nuevas tecnologías; la tercera busca alianzas con otras
disciplinas artísticas para producir resultados más novedosos. Dicha constante también está presente
en estos nuevos valores y se hace muy evidente en los portafolios que han incluido, que van desde
referentes muy sociales o públicos hasta los más íntimos o personales. En cuanto a la escogencia, que de
acuerdo a un patrón de la colección ha recaído en veinticinco artistas, esta es siempre una tarea difícil
que delegamos en expertos, en este caso conformando un comité de selección que han integrado los
siguientes especialistas: Aixa Sánchez, Alberto Asprino, Andrés Manner, Ángela Bonadíes, Carlos Germán
Rojas, Diana López, Diana Vilera, Elizabeth Marín, Fernando Bracho, Johanna Pérez Daza, Juan Toro, Leo
Álvarez, Manuel “Tucán” Pérez, Nelson Garrido, Nelson González, Ricardo Gómez Pérez, Ricardo Jiménez,
Roberto Mata, Ruth Auerbach, Sagrario Berti, Vasco Szinetar, Vladimir Marcano y Wilson Prada. Por último,
determinamos que los fotógrafos elegidos debían tener como fecha más remota de nacimiento el año
1980, para que claramente la selección se concentrase en el talento joven.
Como en las entregas anteriores, cada uno de los seleccionados cuenta con una entrevista extensa y
detallada, que recorre aspectos de su vida y obra, y también con una sesión de retratos. Para ello hemos
contado con un valioso grupo de veinticinco profesionales, entre periodistas y fotógrafos, que han hecho
un levantamiento minucioso. Adicionalmente, cada una de las entrevistas concluye con un portafolio
personal de cada fotógrafo, que ha sido especialmente cedido para esta edición. Allí veremos la riqueza,
variedad, registro, intereses, fijaciones, obsesiones, de esta promoción desbordante, que fija un mapa
preciso de la nueva creación fotográfica en nuestro país.
Tal como las ediciones anteriores, este libro ofrecerá revelaciones importantes: la cantidad de fotógrafos
que trabajan en el país y en el exterior, el esfuerzo constante para abrirse camino en circunstancias
generalmente adversas, las distinciones o premios que han obtenido, los diferentes tipos de técnica
fotográfica, la madurez progresiva de las propuestas, el ritmo de trabajo infatigable, los altibajos de toda
vocación creadora, la oscilación temática que va de la provocación al testimonio, del desgarramiento a la
trascendencia. Como orfebres sensibles, ninguno de estos jóvenes fotógrafos deja de pensar en el país
como referente, como obsesión, revelándolo en clave de imágenes particulares, buscándolo en todos los
rincones. Se busca la comedia humana, aunque luzca desgarrada; se busca reflejar la intimidad, aunque
no sea esperanzadora. La fotografía se vuelve fiel reflejo del país problematizado, juega con la sociología
de todos los días, se hace documento inapreciable para los tiempos venideros, pero también es lenguaje
preciso para indagar en uno mismo, es espejo ante el cual reflejarse.
Nuevo país de la fotografía trata, por supuesto, de imágenes. Las que componen estos venticinco nuevos
fotógrafos venezolanos, o las que pescan a diario, o las que exhiben, o las que llevan por dentro. Porque
de imágenes estamos compuestos, querámoslo o no: nos hacemos una imagen del otro, pero también de
nosotros mismos. Toda vocación artística en el país de hoy se lleva con tensión, porque no son tiempos de
normalidad, y con la fotografía tenemos una condición esencial, porque su inmediatez y su fidelidad son
altamente transitivas. Un rostro colectivo, de cuerpo y alma, se está urdiendo a partir del trabajo de estos
artistas, porque finalmente nos convierten en imágenes que la posteridad reclama. Como sociedad, para
bien o para mal, estamos sumidos en la imagen, que nos disuelve o reintegra. Cuando en un futuro volvamos
nuestro rostro a estos tiempos malhadados, sabremos que unos fotógrafos de vocación emergente nos
retrataron con nuestros logros y desgracias para que no fuéramos solamente olvido.
Azalia Licón 80 Edgar Martínez 104 Max Provenzano 127 Gala Garrido 151
Alejandra Loreto 174 Diana Rangel 198 Ana María Arévalo 222 Alejandro Cegarra 246
@ j e s u s _ b o l i va r te
JESÚS
BRICEÑO
1985
«Decidí ser un artista político»
Para él, la violencia dejaba de ser una referencia para convertirse en evidencia,
en vivencia. Durante todo ese día sonaron los disparos y, ya entrada la noche,
los cuerpos de seguridad del Estado lanzaron bombas lacrimógenas contra los
ciudadanos que pasaron de espectadores accidentales a víctimas de la represión.
Cuenta que, aunque nunca quiso parecerse a su madre, por su carácter explosivo,
vehemente, heredó de ella el no dejase someter por nadie. «Hay momentos en
los que no debes tragarte las cosas que te incomodan, que te inquietan, sobre
todo si te afectan y te ofenden de manera directa».
Recuerda su infancia como una época llena de dificultades. «Mi mamá lo tuvo
bastante complicado por mucho tiempo. Había mucha pobreza, limitaciones,
pero poco a poco el entorno fue cambiando, mejoraron las oportunidades. Mi
mamá siempre estuvo pendiente de que sacara una carrera universitaria, de lo
que fuera. Quería que uno se superara a nivel intelectual porque con eso pensaba
que uno podía llegar a progresar. Era lógico: la gente que estudiaba tenía más
oportunidades… Ahora es al revés».
15 Jesús Briceño
La escuela Jesús María Páez, justo debajo del bloque en el que vive, es una
presencia constante para Briceño. Allí hizo la primaria y tuvo una maestra que lo
marcó. «Se llamaba Caridad Lupi e influenció muchísimo mi manera de ser. Tenía
una calidad humana increíble, su forma de acercarse a sus estudiantes y de saber,
de indagar, cuáles eran los problemas de sus alumnos era muy especial. Ella nos
agarró en cuarto grado y nos graduó. Para mí era la persona más grande que
conocí en aquel momento».
Era uno de los mejores estudiantes de la escuela. «En el liceo ya no fui el mejor,
pero en la universidad, otra vez sí lo fui». Lo único que resiente es que su salón
era muy diverso; había personas de quince, dieciséis y hasta diecisiete años, ya
hombres y mujeres adultos, contra niños de diez, once. «Siempre surgían roces
por ver quién se imponía, quién tomaba el control, y eso hizo que la convivencia
fuera bastante difícil, sobre todo porque de niño yo era muy afeminado, y mis
compañeros tomaban eso como una forma de diversión… empezaron los abusos,
la falta de respeto y eso terminó afectándome», confiesa Briceño.
16 Jesús Briceño
Para ese entonces tenía quince años. Dice que tuvo una adolescencia bastante
sana y que, por haber crecido en Cotiza, sabía lo que estaba bien o mal. «Ya muy
joven tenía conciencia de lo que no quería: las drogas y esas cosas… Desde niño vi
17 Jesús Briceño
cómo parte de mi familia se fue deteriorando por las drogas, con mi hermano
mayor. He estado rodeado de personas que han tenido mucha empatía con esas
cosas, pero ni las juzgo ni me involucro en la medida en que no me afectan».
Y hay otra revelación más: «También a los quince años me di cuenta de que no
era heterosexual. Tenía una novia increíblemente bella. Cuando me fui del liceo
Simón Bolívar al Michelena, viví un momento de ruptura. Nos separamos, y yo,
evidentemente, me percaté de mi orientación sexual. Ahí surgió mi primera
relación estable, con un chico llamado Diego, con el que estudié cuarto, quinto y
sexto años; éramos muy buenos amigos. Terminamos juntos los estudios y fuimos
pareja por siete años», comenta Briceño, quien suma a sus aprendizajes de vida
el mantenerse alejado de las personas que cuestionaban su manera de ser de la
peor forma. El entendimiento y la aceptación de su madre fueron capitales para él.
Con el título de Publicidad y Mercadeo en mano, se dijo a sí mismo que tenía que
hacer algo con su vida. Optó por buscar un cupo en la UCV, pero el promedio
de notas de bachillerato no lo ayudó. Por casualidad se inscribió en un taller de
fotografía dictado por Hernán Villar. «Tenía diecisiete años y estaba saliendo del
liceo. En las tardes noches, Villar alquilaba el sótano de un edificio de la avenida
Andrés Bello, un espacio enorme que había acondicionado como un taller de
fotografía. Ahí tenía un cuarto oscuro, con sus mesones, sus secadoras… Para mí
eso fue como entrar en un lugar mágico. La fotografía marcó mi vida».
«Lo que yo quería estudiar realmente era teatro, música y fotografía. Nunca hice
teatro y en la música me fue terrible. Y como la fotografía tenía relación con lo que
“Mitrabajo
mayor preocupación es que mi
se vuelva vigente. Y si mi
obra deja de ser vigente, que por lo
“
menos sea memoria
19 Jesús Briceño
yo hacía desde pequeño, el dibujo, etc., me fue bien. Hernán también vio cosas en
mí que yo no. En ese taller estuve poco tiempo porque a mi mamá le costaba mucho
pagarlo. Pero le saqué provecho a todo lo que él enseñaba: el proceso químico, las
ampliadoras, el revelado… todo aquello se tatuó en mi mente. Ahí me di cuenta de
que me gustaba la posibilidad de crear imágenes a partir de esos dispositivos. A
pesar de que me niego a ser solamente fotógrafo por todas las cosas que hago en
la actualidad, mi primer acercamiento serio a las artes fue con la fotografía».
El primer paso para hacerse fotógrafo fue comprar una cámara, requisito de
rigor para poder realizar el taller con Villar. Pero en lugar de adquirir una Reflex
mecánica, se compró una Pentax semiautomática, «que me hacía la mitad de la
tarea. Aunque me enamoré de aquella máquina, la vendí y me compré una Canon
que sí era totalmente mecánica… Revelar los rollos, ver el negativo, el papel, las
ampliadoras… para mí todo aquello era un momento de aprendizaje increíble, la
fotografía es lo más parecido a la magia. Me enamoré de ella».
Otro aspecto que le interesaba era verse a sí mismo, «saber qué podía sacar de mí
desde mi capacidad expresiva, pero me costó muchísimo. Siento que empecé a ver
esto como algo serio y a construir mi propio lenguaje cuando comencé la maestría
en 2013; allí mi interés se centró en desarrollar el tema de las protestas contra el
gobierno. La tesis de la maestría –un análisis desde la fotografía de lo estético y
lo artístico en las protestas de 2014– me costó mucho porque se me hacía muy
difícil hablar de un tema que estaba sucediendo en ese momento. Es un tema que
no termina de cerrarse, y eso lo entendí cuando terminé la tesis. Además, cuando
algo te afecta de manera tan directa, cuesta mucho sentarse a escribir mientras
escuchas de fondo la plomazón y ves en las noticias que están matando gente. Era
muy difícil, pero también era lo que me apasionaba».
El creador se topó con dos visiones de una realidad que comenzaba a inquietarle:
por una parte, lo que sucedía en las calles de manera espontánea por la gente
que protestaba; por la otra, lo que otros artistas interpretaban de
aquellos hechos de violencia. «Me conseguí con una cantidad de
artistas políticos, venezolanos y extranjeros, que trabajaban el tema de
la protesta y la violencia, las denuncias sociales, y me dije: “Voy a ser un
artista político”. Esa decisión definió totalmente mi manera de ver y de
expresarme, desde ahí empecé a construir esto que hago actualmente,
“
Sin tener que recurrir a citas, para
mí el arte es un compromiso con
mi contexto y conmigo mismo para
ese lenguaje involucrado con lo que hago».
“
no terminar volviéndome loco
Ante lo que ocurría en el país, Briceño reaccionó. «Venezuela siempre
ha sido un país que protesta, que sale a la calle, que marcha, pero
el nivel al que llegó la represión ese año jamás lo había visto. No
recuerdo el Caracazo, o esas cosas horribles que ocurrieron antes; en mi mente
están fijadas las imágenes de 2014. El día que murió Bassil Da Costa (joven
estudiante asesinado en La Candelaria), yo cumplía años. Fui a buscar a mi
novio a Chacaíto y cuando llegamos a La Candelaria, nos dimos cuenta de que
algo malo estaba pasando. Ese día no hicimos nada. Cada quien se fue para
su casa. Cuando vi las noticias, todo lo sucedido me pareció terrible. Tanto me
afectó que tiempo después me dije que sobre eso iba a indagar. “Tengo que
hacer algo por lo que está pasando, alguien tiene que decirlo, yo tengo que
decirlo”, pensé. Y como estaba estudiando estética del arte, me dije que lo iba a
analizar desde esa visión. Así di con el tema de mi tesis y de mi trabajo artístico».
22 Jesús Briceño
La idea de trabajar con papel moneda surgió mientras hacía una cola en
Farmatodo. «Un señor dijo: “¿Cómo es posible que yo vaya a comprar papelillos
para echarle a una piñata de mi hijo y la bolsita me salga en 60 bolívares?”. Otra
persona le contestó: “Señor, usted va a agarrar cincuenta bolívares en billetes de
dos, y de ahí saca el papelillo y se va a ahorrar diez bolívares”. Ahí se me despertó
la creatividad. Lo que hice fue perforar los billetes. Convertir ese papel moneda
en papelillo, en nada, tuvo mucho significado para mí, porque, como a cualquier
ciudadano, la rápida pérdida del valor adquisitivo de nuestra moneda me afectó
mucho. Todavía en ese entonces nadie se atrevía a dañar un billete porque era
parte del patrimonio del país, no como ahora que los consigues en el piso. Yo
me atreví a dañarlo y a transformarlo y me di cuenta de que en ese proceso le
estaba dando valor a algo que no lo tenía. Con Ejercicios de atención me percaté
de que había tantos elementos en un billete que de ahí se fueron abriendo otros
caminos, video, fotografía, dibujo, performance… hice tantas cosas a partir de eso
que después de varios años de estar haciéndolo, vi que había un cuerpo de trabajo
coherente, y ahí estaba mi lenguaje».
«Con Bolívares para cañón depuré lo que me propuse desde el principio: mostrar
un país donde la imagen del Libertador ya no significa nada, sino que representa
la violencia. Cuánto valemos, la descomunal cantidad de muertos en el país… Aquí
escasea todo menos una bala. Llegué a estas obras cuando empecé a experimentar
con el escáner y con todo lo que aprendí de Perna. Esa inquietud de no quedarse
con un solo medio me permitió trabajar los objetos de otra forma. Con la fotografía
sola era mucho más difícil, jugando con el escáner y el Photoshop tenía estos dos
elementos que quería sintetizar en uno. Lo que buscaba era esa imagen polisémica
que deja de ser una cosa y deja de ser la otra», agrega.
En 2018 Briceño amplió la serie, integrando las monedas del más reciente cono
monetario, y la expuso en México. ¿Las culatas? Las que consiguió en las calles,
producto de las protestas de 2017. «Bolívares para cañón II fue una versión más
profunda y violenta que la anterior, porque los hechos reflejaron una elevación
brutal de los niveles de represión y violencia por parte del Estado».
en la que muestra varios tubos y vías para terapias intravenosas en cuyo interior
mete pedazos de billetes, cartuchos de perdigones y líquido.
Como artista joven, Jesús ha aprendido a darle sentido a los materiales que
recolecta en las calles –«mi obra también es producto de la apropiación», dice–
y que trabaja para darles un sentido más allá de lo que representan. «Quiero
decirle a la gente lo que la gente ya sabe de este país. Simplemente, le doy forma
a eso que vemos a nuestro alrededor».
cualquier cosa que no lo tiene. Sin tener que recurrir a citas, para mí el arte es
un compromiso con mi contexto y conmigo mismo para no terminar volviéndome
loco; cada vez que suelto algo me siento como más tranquilo», concluye con la
cabeza puesta en dos nuevos proyectos: unos dibujos que realiza a partir de la
iconografía de Simón Bolívar recopilada por Alfredo Boulton, y una instalación
sonora que consiste en dos Walkmans pegados a una pared con dos casetes
unidos por una cinta que va y viene a manera de loop y que reproduce sonidos
en dos tiempos distintos. «Lo que suena son los pasos de las personas que cruzan
la frontera por las trochas. La brisa, la gente caminando, los murmullos, el río… Son
sonidos a uno y otro lado de la frontera entre Colombia y Venezuela».
«BN 83132463»
De la serie
Sin efecto
2017
34 Jesús Briceño
«Terapia II»
De la serie
Terapia intravenosa
2017
35 Jesús Briceño
@maegc
MARIO
GONÇALVES
1985
«Para mí lo importante es comunicar»
LA DETERMINACIÓN DE ESTUDIAR
Mario ha tenido una gran claridad al momento de trazarse un proyecto de vida.
Esto incluye ciertamente el hecho de tener una educación superior, aun a pesar de
que inicialmente optó por una carrera que no guarda relación con el arte y que su
camino en él se dio de manera paulatina. «De la familia soy el único que ha obtenido
un título universitario. Mi mamá no terminó el bachillerato. Mi papá sí lo terminó.
Mi hermano inició varias carreras. Yo opté por Biología, Computación, Psicología
y Educación. Quedé en Educación y empecé en simultáneo con Psicología, que
luego paré», recuerda Mario, y continúa relatando lo referente al apoyo económico
al momento de estudiar: «Los estudios los pagaron siempre mis abuelos paternos,
que tenían una quincalla. Mi abuela nunca aprendió a leer ni escribir. Se vino
directamente del campo en Portugal a Caracas. Mi abuelo sí aprendió a escribir.
Sin embargo, mi abuela maneja muy bien los números».
“
en comparación con el bachillerato. En el bachillerato todo el mundo
me parecía demasiado inmaduro y aunque yo estaba pendiente de jugar
Para mí siempre fue un hito
videojuegos, ellos estaban interesados en jubilarse, lanzar bolsos, beber que alguien me regalara una
alcohol, etcétera. A mí en cambio me interesaba estudiar y sacar buenas cámara. Pasé uno o dos años
“
notas. En la universidad era distinto. Ahí me tocó estudiar con gente que creyendo ser fotógrafo. Tenía
entendía que estaba en la universidad. Mi círculo era bastante amplio,
sobre todo durante el primer año… Ahí inscribí una electiva de fotografía.
veinte o veintiún años
No me fue tan bien. El profesor casi nunca iba. Yo creo que sobreviví a la
mayor desmotivación del mundo».
una cámara… Para mí siempre fue un hito que alguien me regalara una cámara.
Pasé uno o dos años creyendo ser fotógrafo. Tenía veinte o veintiún años».
SU OBRA
Hay en el trabajo de Mario Gonçalves una fuerte impronta conceptual. No
obstante, sus líneas de investigación surgen de una emocionalidad profunda, que
en muchos casos está relacionada con las ausencias o la situación político-social
en Venezuela. Su motivación principal consiste en llevar un mensaje al otro. «Para
mí lo importante es comunicar. La fotografía y la imagen han sido herramientas para
poder comunicar sin tener que decir una palabra y sin tener que escribir. Escribir
me cuesta a veces. Yo hago mi trabajo diario visual como una rutina en la que me
alejo de las personas aun cuando ellas estén», comenta, y prosigue en esa misma
línea: «Si voy a hacer una fotografía es porque quiero decir algo o porque es para
algo... Podría surgir de las vísceras, porque hay trabajos que salen de las vísceras y
después pasan al ámbito de la investigación».
Una de sus obras que ha tenido mayor resonancia es 8 de cada 10. Esta es una
pieza única de 200 x 25 cm, que consiste en un mapa sobre el cual hay imágenes
de las colas que se han hecho usuales en Venezuela a raíz de la trágica crisis
económica. Mario argumenta que esta pieza «tenía que ver con el tema de las
colas. Fue un trabajo que salió desde lo más visceral», y prosigue
explicando la razón por la cual dicha obra en particular implicó un
involucramiento emocional tan profundo: «Cuando empecé a trabajar
Otra de sus obras icónicas es Indeleble, una instalación de 150 x 120 x 45 cm que
se refiere al sistema electoral venezolano, actualmente en entredicho. «Indeleble
es un trabajo que además estuvo en Jóvenes con FIA. A mí me llamaron y me dijeron
que estaban haciendo una selección de obras sobre el poder, que bien podía ser
referido al poder de la naturaleza, al poder político, etcétera. La persona que me
contactó sabía que me enfoco en la fotografía. Yo le dije que no tenía nada fotográfico
sobre el poder, pero sí una idea de una instalación. Entonces me dijo que la planteara.
“metáfora
La ausencia es parte de esa
que puedo asumir
visualmente a partir de
“
espacios, a partir de objetos
47 Mario Gonçalves
Al final quedó Indeleble, que tiene que ver con el sistema electoral», comenta
Mario, y sentencia: «Tú estás votando porque tienes que votar, pero no tienes la
oportunidad de elegir realmente… Ese malestar era algo que estaba en mí, hasta
que pude llevarlo de las vísceras a lo racional. Para mí todo lo que estamos viviendo
tiene su origen en ese hecho».
ALGUNAS CONSIDERACIONES
EN LA ACTUALIDAD
A pesar de su juventud, Mario ha tenido participación en una serie de exposiciones
colectivas en Venezuela. Entre ellas destacan el Festival de las Artes Móviles
(VMF) de 2014, la I Muestra Colectiva Incubadora Visual 2016, Miradas ocultas
sobre el paisaje urbano en noviembre de 2016 y el XX Salón Jóvenes con FIA:
poder y diálogos visuales en septiembre de 2017. De igual modo, participó en la
colectiva Cartografías políticas Venezuela-México, llevada a cabo en México en
noviembre de 2018.
Ese algo que busca ser comunicado es uno de los mayores retos que atraviesa un
artista en la Venezuela actual, una nación que está imbuida en una crisis donde
el descalabro lo ha tornado todo en extremo difícil. Ello incluso se refleja en la
perspectiva que de sí tiene este creador y que le lleva a exteriorizar: «A veces la
realidad es tan abrumadora que no me permite avanzar en proyectos artísticos.
Estoy entre una felicidad y una depresión que pugnan permanentemente».
49 Mario Gonçalves
Entonces prosigue con una reflexión sobre la realidad de que Venezuela está
regida por una dictadura: «Nunca pensé vivirla, creo que no la hice conciente sino
hasta que murió Chávez. Eso fue como una monarquía y aun cuando el poder no
quedó en sus hijos, quedó en este sujeto. Ese fue el momento de entender que no
había alternativas de poder, que no hubo cambios. Ese fue el momento cuando me
di cuenta de que estaba pasando algo. Cuando uno lo lee es muy distinto a cuando
uno lo vive».
#SerieOcupadas
52 Mario Gonçalves
De la serie
Lacrónica
53 Mario Gonçalves
Perfectio Noumenon
54 Mario Gonçalves
8 de cada 10
55 Mario Gonçalves
De la serie
Cepa
56 Mario Gonçalves
De la serie
Blue Man Mood
ROSLEY L A B R A D O R
@rl_______
ROSLEY
LABRADOR
1985
«Las fotografías son como tus hijos»
Era un niño cuando en casa se quedaba absorto con las revistas de moda
que compraba la mamá. Era una época en la que no alcanzaban los dedos de las
manos para contar la cantidad de publicaciones extranjeras que llegaban al país,
entre ellas Vanidades, una de las tantas que devoró.
A Rosley Labrador le encantaban las fotografías que veía en esas páginas. Las
detallaba con avidez en la casa de San Felipe, Yaracuy, ciudad en la que nació el
17 de octubre de 1985. «Siempre estaba metido en ese mundo, en esas páginas. Tal
vez pequeño, pero era mi mundo. Mi primer contacto con una cámara fue cuando
tenía catorce años de edad. Era una de esas compactas, familiares. Estábamos en
una cena de Navidad y una prima me dijo: “Cónchale, haznos unas fotos”».
Los primeros estudios los cursó en dos instituciones. La educación básica transcurrió
en el Colegio Cecilio Acosta; luego, el bachillerato, en el Liceo Arístides Rojas. Pero
apenas dejó de usar la camisa beige de liceísta, se fue a Maracaibo.
60 Rosley Labrador
En esa ciudad, dejada atrás la pequeña San Felipe, un día pasó por la calle
Carabobo, donde está ubicada la Escuela de Fotografía Julio Vengoechea,
muy concurrida en la región. Quiso inscribirse en un taller, pero no le alcanzaba
el dinero.
No quiso regresar a San Felipe, la ciudad en la que creció junto con su mamá,
Olivia Rosas, y sus hermanos Roswell, Rossely y Rosliandy. Fue una una infancia
tranquila. «Relajada, con algunas precariedades, pero sin mayores problemas». Su
papá, Hugo Labrador, dejó de vivir con ellos al divorciarse de la madre cuando
Rosley apenas tenía diez años de edad.
Maracaibo lo sedujo. Era mucho más grande que San Felipe, por lo que las
opciones que brindaba eran mayores. Fue un cambio brusco, pero quedó
prendado de la oferta cultural marabina. Aprendió a moverse con facilidad y
entusiasmo entre el Teatro Baralt y el Centro de Arte de Maracaibo Lía Bermúdez,
así como a estar pendiente de cuanta actividad de su interés surgiera por allá.
«Primero viví con una prima. Luego empecé a vivir solo. Hice una vida, amistades,
obviamente. En ese momento pensé que encajaba perfectamente en Maracaibo.
Me adapté».
Pero al terminar esos estudios, se devolvió a San Felipe para sacar la licenciatura en
Diseño en la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy. Aprovechó además
para adquirir experiencia en los periódicos El Diario de Yaracuy y El Yaracuyano.
Primero, en los departamentos de edición fotográfica, pero eventualmente salió
a la calle a cubrir pautas por alguna emergencia o cuando los fotógrafos de planta
no se encontraban en la redacción.
Esa experiencia reporteril duró año y medio, fue breve su transitar por el diarismo,
ese vertiginoso mundo de las noticias. Pero tampoco hubo mucho para alardear.
Es enfático al negar que hubiese experimentado un hecho importante durante
61 Rosley Labrador
esas jornadas. No era mucho el acontecer político en esos lugares, más allá de
la dinámica rutinaria de un alcalde o gobernador que buscaba exaltar promesas
para un mejor futuro. «Eran ruedas de prensa de políticos para mostrar una valla
sobre una obra que se haría, o la piedra fundacional de algo», lo dice así, sin mayor
entusiasmo. Sabía que había más que explorar con el lente, mucho más que
registrar en imagen del funcionario y su discurso.
Pero lo vivido en esos medios no aniquiló otros deseos. Todavía hay una deuda,
una inquietud por adentrarse en ese reporterismo que dispara la adrenalina, todo
ese imaginario de los fotógrafos de guerra.
Pero hace una mención aparte para elogiar a uno de los profesores de la
universidad: Carlos Contreras. «Confió en mí. Creyó en el trabajo fotográfico que
62 Rosley Labrador
Sí, fue un impulso importante. Fue de esas personas que afianzan la voluntad
cuando más se necesita, para así subrayar la seguridad y que eso redunde en
mejores capacidades para la formación.
Caracas se había convertido en objetivo. Y a Yaracuy había ido una persona que
terminó de acabar con sus dudas para así decidir sus planes de vida: el fotógrafo
Nelson Garrido viajaba eventualmente a impartir clases magistrales. Y en esos
salones, gracias al invitado, descubrió un portafolio con referencias que no había
imaginado, como el trabajo de Joel-Peter Witkin, David Hockney, Lucas Samaras.
EL CAOS NECESARIO
Su primera visita a Caracas fue a los ocho años de edad, cuando lo trajeron al Museo
de los Niños. Y desde esa vez, sabía que en algún momento tenía que establecerse
en la ciudad. Vino otras veces, pero por asuntos muy puntuales durante su juventud,
hasta que finalmente se mudó para estudiar en La ONG en 2009.
«Recuerdo que la primera vez en Caracas quedé asombrado por la rapidez con la que
todo el mundo caminaba, el sonido de las motos y me dije: “me hace falta este caos”».
Fueron tiempos de cambio, de aprendizaje, reflexión y prácticas. Para él, todo dio
un giro de ciento ochenta grados. Tener acceso a esa gran biblioteca que hay en
el centro de estudios, a su disposición a cualquier hora. Por lo menos una vez a la
semana trabajaba en el laboratorio, y vio una notable mejoría en su técnica, sin duda.
«Soy de los que piensa que trabajar el blanco y negro en laboratorio es fundamental. Si
no lo has hecho, se te complica luego adentrarte con estos programas que hay ahora.
La idea es plasmar en el programa lo que aprendiste en el laboratorio».
Sus palabras reflejan su pertenencia a una generación que fue testigo de ese paso de
lo analógico a lo digital. Y él, formado en esa época de rollos y revelados, es fiel a la
creencia de que esos procesos son fundamentales para dominar mejor las promesas
de las nuevas tecnologías.
En Yaracuy había sido contratado como fotógrafo por amigos que hacían zarcillos
y lo llamaban para que lograra la mejor versión de sus productos, pero en Caracas,
no fue hasta 2011 cuando su amiga, la diseñadora de modas Mariana Meneses,
lo contrató para una campaña. Nunca había tenido experiencia en ese mundo del
diseño de ropa, modelos, poses y glamour, pero le fue muy bien. No solo por las
buenas condiciones en las que pudo trabajar, sino por el resultado. Hay que recordar
la importancia que le da Rosley Labrador a que el placer sentido por él con la imagen
captada sea correspondido por quien recibe lo captado.
DESDE LO MASTURBABLE
En el año 2010 la Organización Nelson Garrido anunció en su sede la exposición
Sexpo masturbable, que tenía como fin explorar la intimidad del individuo erótico,
fijaciones, perversiones; adentrarse en esas obsesiones. La información para la
prensa agregaba: «El concepto de lo masturbable traspasa los territorios de la imagen
netamente sexual, su espacio abarca los olores, los sonidos, los recuerdos y los
fetiches de cada uno de nosotros. Así mismo, los invitamos a explorar nuestro universo
masturbable convertido en imagen».
65 Rosley Labrador
Gracias a La ONG su trabajo también ha podido ser visto afuera, una vez como parte
de una muestra colectiva en el Festival Internacional de Fotografía de Valparaíso,
Chile, en 2010. «En Madrid también participé en una exposición, pero fue en un
restaurante, y no tiene la misma repercusión participar en un festival, que en una
muestra en un local», acota.
“Mifotografiada
satisfacción es que la persona
importante para su carrera: Estertor, también llevada a cabo en la
Organización Nelson Garrido. Sobre las imágenes, Erik Del Bufalo escribió:
«Hay el bosquejo de una erótica de la pérdida y de una ética de lo efímero
esté contenta y se
“
que solo puede mostrarse como estética del deseo. No del objeto deseado, acepte como es. No tengo tantas
sino del deseo en sí mismo, como si este no fuera aliento incorpóreo, sino ambiciones con mi trabajo
un cuerpo, una cosa, una huella. La última respiración comienza inhalando el
aire de la existencia para exhalar su vida más allá de la imagen».
Sí, reconoce que puede ser mucho el tiempo entre una exposición y otra. «Soy muy
lento para los procesos. Sin embargo, creo que he sacado bastantes trabajos. Pero
sí influyen varios aspectos. Se dificulta, por ejemplo, cuando no tienes escáner para
digitalizar los negativos. En estos momentos no tengo computadora. Se dañó en el
primer apagón que hubo. Hay un montón de temas por desarrollar y no se puede»,
asegura el fotógrafo, que desde finales de 2017 vive nuevamente en San Felipe.
Describe ese año como un momento duro. Fueron las protestas contra Nicolás
Maduro. «Casi nadie te daba trabajo por la situación del país. También me pegó estar
tanto tiempo separado de mi familia. Quería estar más tiempo con mi mamá, hasta que
ocurra lo inevitable que todos sabemos».
66 Rosley Labrador
Con ella además es con quien más comparte en su familia. Ella incluso le comenta
cuando lee o escucha alguna información sobre su trabajo, o cuando ha visto algunas
de sus imágenes. Pero él no le muestra todo lo que hace. Se nota que hay cierto
pudor en el fotógrafo cuando habla sobre el tema.
«No le enseño todo, pero no porque considere que sea una falta de respeto, sino para
evitar alguna pregunta incómoda que no tenga cómo responder. Que se pregunte las
razones por las que hago esto, o piense que crio un monstruo».
Sabe también que para algunos el tema del desnudo puede ser espinoso. Pero él no
se anda con rodeos. «Trato de ser sincero y siempre soy claro con las condiciones en
las que se hará el trabajo. Hay quienes piensan que cuando les digo que quieren hacer
fotos, inmediatamente me refiero a desnudos. Pero hay otras personas que cuando les
indico que serán retratos, me piden que les haga desnudos».
SOBRE LA CRÍTICA
No se considera artista. Prefiere que lo llamen simplemente fotógrafo. Además, no
cree que sea su tarea decirle a los otros cómo quiere que lo vean. Que la gente decida.
Sabe además que está expuesto. Que una vez que las imágenes son
publicadas, están abiertas las posibilidades para que el espectador
“Lasy eres
fotografías son como tus hijos
responsable al tener que
“ reaccione de distintas maneras.
«Por más que te expongas y esperes alguna crítica, no te imaginas que alguien será tan
frontal. En ese momento me molesté, pero con el tiempo uno va razonando sobre lo
que se está haciendo. Uno acepta las razones que lo llevaron a decir eso, y no que lo
haya hecho de una manera despectiva».
Reconoce además que luego ha tenido presente siempre las reflexiones generadas
por ese momento. «He sido más frío al momento de seleccionar las imágenes después
de una sesión. Eso de tener sangre fría para desechar fotos, aprender a sacrificar. Las
fotografías son como tus hijos y eres responsable al tener que elegir si los matas o los
dejas vivos».
69 Rosley Labrador
BOMBONA DE OXÍGENO
El desnudo ha sido su área de estudio, de enfoque, de comprender al otro y buscar
además que la otra persona no solo confíe y se compenetre, sino también sienta
satisfacción por el tiempo y las emociones expuestas ante el lente.
Sin embargo, hay un sentimiento que ha aflorado en los últimos tiempos en Rosley
Labrador: la tristeza. «Debe ser por la falta de amigos, que se fueron, y la situación
económica, pero la tristeza es el sentimiento que más aflora últimamente. Todo este
entorno». De hecho, ha tratado de plasmarlo en imágenes, de dejar un testimonio
de esta travesía emocional. La fotografía no solo como catarsis, sino como refugio.
Y como muestra de ese contexto hostil, están los viajes a Caracas. Cuando por
cualquier motivo debe trasladarse a la capital, ya no es como antes. Pueden ser varios
los días para reunir el efectivo o conseguir transporte que le permita hacer el periplo.
«En San Felipe he estado viendo lo que he hecho. Puedo decir que no todo está perdido.
Trato de ver el vaso medio lleno y no medio vacío. La fotografía es mi bombona de
oxígeno».
Sin duda, quiere más estabilidad, tener un estudio propio, su oficina, para así poder
estar más activo y satisfecho. En lo que respecta a lo que pueda decirse de su obra,
responde que no es tan ambicioso. Cada imagen tomada la ve como un legado para
esas personas que fueron retratadas, su registro del paso por este mundo.
Solo vino a Caracas para la entrevista. Una muestra más de lo importante que fue
para él ser elegido. «Todo lo ocurrido con este libro, que me hayan elegido, no solo es
una sorpresa para mí, sino también para mi familia. Me hace confiar más y pensar que
el tiempo no ha pasado en vano, que siempre hay una nueva oportunidad».
Antes de concluir, saca una caja de cigarros. Pero no enciende el primero antes
de culminar la entrevista. Como si no quisiera distracciones mientras habla, o
como si encenderlo es solo un premio después de tanto exponerse. Al principio,
70 Rosley Labrador
lucía temeroso ante lo que pudieran preguntarle hasta que la distensión fue ganando
terreno. Le gusta hablar de lo logrado, y reafirma que es momento de seguir adelante,
pese a los obstáculos.
Allá seguirá planeando cómo registrar el paso de tantas personas por esta vida,
como ha dicho que tiene entre sus objetivos.
Pott
2016
73 Rosley Labrador
Ari
2006
74 Rosley Labrador
Marian
2016
75 Rosley Labrador
Andrea
2015
76 Rosley Labrador
Amelia
2015
77 Rosley Labrador
Sol
2015
78 Rosley Labrador
Génesis
2015
79 Rosley Labrador
Luisa
A ZALIA L I CÓ N
@azalia.licon
AZALIA
LICÓN
1986
«Mi vocación es un estilo de vida»
por eso soy obsesiva con la gramática y tengo tendencias a corregir todo». En su
blog, Azalia demuestra sus dotes adquiridas: cada proyecto narra en detalle su
historia, como una crónica que acompaña a la foto.
Dos años más tarde, por otro concurso, Licón ascendió de puesto como administradora
de gestión presupuestaria. «Esa es la razón por la que empiezo a subir a Caracas.
Luego, desde 2015, soy analista y me dedico a la planificación académica después
84 Azalia Licón
Cuando realizó el primer curso de fotografía digital, se tomó muy en serio el consejo
del profesor, Luis Roberto Lipavsky: «Me dijo que esto era un tema de procesar poco
a poco y que no teníamos que ir directamente a inscribirnos en Digital II. La parte más
emocionante para mí fue aprender sobre las reglas de composición y cómo se logra la
expresión en la imagen. Para eso tienes que intentar ser un maestro en la técnica, para
llegar luego a la composición. Eso me marcó. Me tomó otro año hacer el curso II y III».
Sin saber todavía por qué, Azalia se sintió atraída al fotoperiodismo siempre desde
el punto de vista digital. «Quizá si hubiese nacido veinte años antes no hubiese sido
fotógrafa, porque era un proceso analógico y yo soy muy tecnológica. Fue lo inmediato
de lo digital lo que me llamó la atención». De ahí que también explore con otros
medios para llevar adelante algunos de sus proyectos.
«El eterno retorno, mediante el found footage, intenta plantear una breve reflexión
sobre la particular circularidad de la historia venezolana; a través de los sucesos más
violentos vividos por las últimas generaciones y dos procesos que caracterizan al
venezolano, en dos momentos –uno de larga data y otro impuesto por un régimen
totalitario–: la memoria corta, y la censura y autocensura en medios de comunicación
tradicionales». En este caso, la imagen es una sugestión, basada en la memoria de lo que
cada uno guarda en su teléfono o a través de sus redes, pues así lo experimentó Licón.
“Tengo una hipótesis sobre los hombres
y es que tenemos una memoria muy
corta. Siempre me ha fascinado el tema
de la historia, cómo nos ha definido y
“
por qué repetimos lo mismo
87 Azalia Licón
«Yo vivo en Narnia. Porque La Guaira es Narnia. Como además de la lejanía, tampoco
puedo participar en manifestaciones porque tengo un problema en la rodilla que
me impide reaccionar o correr en caso de necesitarlo, durante las protestas, la única
información que recibía era por mi teléfono. Todo lo veía por tuits porque en la televisión
no ponían nada. En ese momento todo llegaba a través de audios o videos a la pantalla
móvil y eso me llamó la atención». El experimento dio como resultado un trabajo
lleno de simbologías sobre nuestro propio entendimiento de la imagen.
“
definirse a sí misma dentro de un documentalismo autoral, que implica
Mis procesos son lentos. sobre todo una reflexión personal sobre los temas que le atraen. «Me
O, mejor dicho, creo que, sobre atraían siempre el fotoperiodismo y el documentalismo, pero, como tal, no
todo en mis asuntos personales,
“ he ejercido así. Me interesa la fotografía como medio de expresión». En este
más allá del trabajo, es que me sentido, la fotografía de Azalia sigue una línea en la que se encuentra con
gusta ir a mi ritmo los trabajos de Juan Toro o Luis Molina Pantin, fotógrafos venezolanos que
toman del contexto elementos visuales para generar imágenes simbólicas
como documentos.
La ONG le abrió las puertas a un mundo totalmente distinto. Se dio cuenta de que,
aunque eso que le llamaba la atención podía ser un tema común –«la situación país, la
destrucción, la desidia»–, ahora aprendía una nueva forma de expresarlo. Empezaba a
comprender el proceso creativo. Desde entonces se inscribió en varios talleres que le
permitieran sumergirse de lleno en las profundidades de la imagen como expresión
artística, como el de Lenguaje Fotográfico con Wilson Prada que, recuerda, le ayudó
a abrir la mente en un momento en el que comenzaba apenas a madurar sus ideas.
88 Azalia Licón
Lo que termina de hacerle cobrar consciencia sobre los temas que le atraen fue el taller
de Fotonarrativa y Nuevos Medios que realiza en 2015 a distancia con la Fundación
Pedro Meyer de México. «Fue todo un reto, nueve meses estudiando a través de una
plataforma de enseñanza con un tutor, Bruno Bresani, clases muy organizadas y al final
un jurado experto que hace la revisión como un visionado. Ahí empecé un proyecto
que tenía que ver con la diáspora en el que pude experimentar con las imágenes
apropiadas, con audios, videos, con la fotografía dentro de narrativas transmedia. El
producto final les gustó mucho allá, pero yo decidí no continuarlo porque no sentí una
afinidad más allá. No me afectaba directamente».
«Del 2016 para acá, estoy trabajando los temas que me tocan día a día. Cosas que,
cuando voy por la calle y me impresionan, voy anotando». Además de su formación
en fotografía, Licón se sirvió de su título universitario para inscribirse en un máster en
Gestión y Políticas Culturales en la UCV. La investigación se perfila en su vida como
un eje fundamental de trabajo. Sus anotaciones luego se transforman en proyectos
que juegan con la memoria colectiva y sus transformaciones.
VENEZUELA, CERRADA
Desde su primera experiencia con la fotografía de aquel viaje a Cuba, en el que
notó que le apasionaba la fotografía de calle, Azalia pasó su formación navegando
entre las posibilidades expresivas del fotoperiodismo y la fotografía documental.
Ya madurada su visión, su trabajo explora los temas que afectan su cotidianidad y,
más allá, toman nota de un entorno roído que transforma el momento histórico que
vivimos. La calle continúa siendo el elemento constante.
«En La Habana tuve esa libertad e iba tomando fotos por la calle tal cual turista japonés»,
lo que ayudó a despertar su sed por el medio fotográfico. En Caracas, en cambio,
la cámara es un elemento de riesgo. Le gusta creer que aporta en el cambio de ese
paradigma, y en su blog escribe algunos «consejos» para que otros le sigan en su
intento por fotografiar la ciudad.
Durante los tres años que asistía a los diferentes cursos, iba explorando su entorno.
89 Azalia Licón
«Veía toda la vida caraqueña en esos setecientos cincuenta metros que caminaba entre
mi trabajo y el lugar donde guardaba el carro, así que empecé a tomarle fotos a todo.
El teléfono siempre a escondidas y, luego, en casa, fui jugando con los tonos y los
encuadres. Así se fue armando esta primera serie de fotografía móvil».
Azalia lleva un registro de esa parte de la memoria que se busca olvidar. «Tengo una
hipótesis sobre los hombres y es que tenemos una memoria muy corta. Siempre me ha
fascinado el tema de la historia, cómo nos ha definido y por qué repetimos lo mismo».
Autores como Tomás Straka en La república fragmentada. Claves para entender
a Venezuela, o Luis Pérez Oramas en La república baldía. Crónica de una falacia
revolucionaria [1995 | 2014], cuentan una historia lejos de la narrativa tradicional que
inspira a Licón sus investigaciones sobre la identidad colectiva del venezolano. «Por
qué somos como somos, incapaces de procesar lo que nos ha pasado o por qué no
se han dado espacio para procesarlo. Toma, por ejemplo, el Caracazo. Ocurrió, pero
¿realmente hubo un proceso de cura, de estudio, de análisis? Una de mis teorías es
que por esa falta de historia es que estamos como estamos, porque no hemos sabido
comprender lo que nos ha pasado».
Su intención con la fotografía es ser capaz de mostrar al otro, abrirle los ojos sobre
estos temas. «Con uno solo que se dé cuenta y reflexione, yo me siento satisfecha,
porque no estaré sola en el mundo con estas angustias».
“reflexione,
Con uno solo que se dé cuenta y
yo me siento satisfecha,
porque no estaré sola en el mundo
“
con estas angustias
91 Azalia Licón
Puede que Licón vea la fotografía también como una aventura, aunque el resultado
apunte más a la construcción de su propia válvula de escape. Una cápsula del tiempo
en la que guarda esas anotaciones a las que, haciendo caso de su necesidad de
reflexión, visita constantemente e invita al espectador a volver con ella.
Desde el carro, aprecia los locales aún cerrados y toma nota. «Voy mapeando». Su
proyecto se actualiza día a día. «Si hay alguno que ya ha reabierto, ya no puedo usarlo
o le doy la vuelta, lo uso de otra manera. Lo interesante de este proceso creativo es
que lo puedes manejar desde distintas perspectivas. La memoria cerró y ahora se abre
como algo distinto, es lo que me parece interesante, rico. Y nunca termina».
92 Azalia Licón
perfecto. «Yo era muy estructurada y pensaba que nada cambia en la vida, pero el
mundo se empeñó en decirme que eso no es así. Me aterra el cambio, porque sufrí
muchos y muy pronto, con la muerte de mi papá, y quizá es eso lo que me frena a
tomar ese salto».
«Entonces todavía no sé cuál es el camino que tengo que tomar, porque soy
muy creyente en esa frase, el tiempo de Dios es perfecto. Ya mi vocación es
mi estilo de vida. Sí tengo miedo de vivir de la fotografía, no tanto al fracaso
sino a que no estoy segura de qué es lo que viene. Me gusta mucho el tema
de la investigación, quizá ya no tanto el fotoperiodismo. Me gustaría hacer
historias, fotonarrativas, pero no sé si me veo ya haciendo calle todos los
días. Aunque no te digo que quizá termine haciéndolo en el futuro».
“imágenes,
Quizá uno se acuerda de algunas
pero conscientemente yo
no he vivido otro país que no sea este
“
Apasionada de la fotografía venezolana en general, los estudios que desastre. Lo que queda es el deseo de
realiza son en estos momentos su único vínculo con su identidad
un país que nos robaron
venezolana. Enseñar e investigar las tradiciones le atan a ese pedazo de la
cultura que la mantiene optimista. «Ahorita que estoy tan divorciada de la
venezolanidad, por el desastre que somos, que el tema de las tradiciones y
las manifestaciones culturales es casi lo único que me vuelve a atar al país».
Cuando estudiaba con Nelson Garrido hizo varios viajes fotográficos a los Diablos
Danzantes de Naiguatá y Chuao, y a La Zaragoza en el estado Lara para los cursos de
fotografía antropológica. Aunque durante los viajes se interesó más en la propia fiesta
que en las fotos que tomaba, descubrió en ellos la posibilidad de desarrollar temas
como el del travestismo ritual, muy presente en varias tradiciones venezolanas. «Es lo
único donde puedo conseguir algo de identidad, porque estoy apartada del nosotros».
94 Azalia Licón
Aunque planifica un viaje a Naiguatá admite que los viajes son cada vez más difíciles
y en su mayoría ya no se pueden hacer. «Todo está reprimido. La gente tiene plata es
para comer, y para mal comer en su mayoría».
De la serie
La desidia en el tiempo
2014
97 Azalia Licón
De la serie
Caracas clausurada
2019
98 Azalia Licón
Tríptico de la serie
Ciudad de nadie
2017
99 Azalia Licón
La gran solución
2018
100 Azalia Licón
Cerrado
2018
101 Azalia Licón
Vacío
2019
102 Azalia Licón
Tipologías
contemporáneas de
género: 4 de cada 10
2018
E D G AR M A RT Í N E Z
@ ra g d ezen i t ram
EDGAR
MARTÍNEZ
1986
«Toda fotografía es un documento visual»
En su caso, James Nachtwey lo empujó a un camino que aún hoy recorre. «Vi una
foto de él del genocidio en Ruanda, que es como un perfil de una persona a la que
le dieron unos machetazos y le mocharon un pedazo de oreja. Esa foto me impactó
demasiado, no tenía ni idea de que la fotografía hacía eso. Creí que era una cosa
para recordar momentos y no de “voy a decir algo con esta foto”».
Pero la fotografía contiene mensajes más allá de las formas que muestra. Richard
Avedon dijo que con sus imágenes puede hablar «de manera más intrincada y
profunda que a través de las palabras». Y Bruno Barbey ha afirmado que ese oficio
es el único lenguaje que puede ser entendido y comprendido en todo el mundo.
a veces la agarraba, la jurungaba así como escondido y la dejaba otra vez ahí.
La cámara siempre era un objeto de los adultos, que yo no podía tocar. Yo no
estaba resentido, pero cuando empecé a ver fotografía en la escuela, que debía
usar una, sentí una liberación».
«Con esa iba por ahí tomando fotos a cosas que veía en la calle. Yo siempre me he
desplazado en Metro, caminando, y hacía graffitis en la madrugada. Yo iba a lugares
en horas en las que la gente normalmente no va, y sentía que esa otra cara que yo
veía de la ciudad la podía fotografiar, pero no como una misión, sino como “qué loco
esta calle de la avenida Libertador a las tres de la mañana, aquí abajo donde no hay
nadie”. Yo he vivido toda la vida del lado este de Caracas. Terrazas del Ávila, El Llanito.
Los Palos Grandes. Pero empecé a ir a lugares en el centro y hacia el oeste para ir
descubriendo. Me metía por calles que no conocía, fui a El Calvario, hacia el 23 de
Enero, la avenida San Martín. Todo eso. Los viernes, sábados y domingos, y a veces
cuando podía entre semana, me lanzaba a esos lugares a descubrir. Era tomar fotos
a cosas que iba redescubriendo, este edificio, esta persona. Era la situación urbana».
Pero el sendero se fue ampliando, y los requerimientos también. Así llegó a sus
manos una cámara analógica, clásica, de película. La Konica Autoreflex Tc, la
última iteración del modelo que comenzó a producirse en 1965. El destino se
selló en 35 mm.
RETRATOS CLAVE
Edgar Martínez habla de la fotografía aún como un aprendiz. Su cuerpo de trabajo,
su portafolio, lo que ha logrado hacer y mostrar le sabe a poco. Por eso pasa horas
viendo la biblioteca que ha ido nutriendo con libros de maestros, materiales que
lo alimentan, lo inspiran, lo guían. Quizá pasa más tiempo nutriendo el ojo que
apretando el disparador. «Cuando empecé, todos los días tomaba fotos de cualquier
cosa y ahorita uso la cámara solo para ir a hacer proyectos específicos. Casi ni tomo
fotos con el teléfono ni nada así. A veces lo hago medio forzadamente, pero hay cosas
que, viendo el archivo, se van relacionando».
Delgado, barbado y de hablar pausado, Martínez aún navega las aguas indefinidas
de un oficio que le da de comer, y otro que le mueve la fibra. «Como no vivo de esto,
suelo presentarme con lo que, digamos, es la legalidad en el asunto. Digo que soy
diseñador, porque hay un papel que lo dice, porque lo otro es un proyecto. Yo todavía
no me considero un fotógrafo. Es raro, porque no me veo así. Cuando lo he tenido que
decir, me siento rarísimo. Cuando digo que soy diseñador, más bien lo digo como con
fastidio, es más una formalidad».
Pero él está claro, quiere dedicarse por completo al oficio. «El diseño es porque me
gradué de eso. Luego empecé a hacer animación, por circunstancias, pues había un
trabajo en Sun Channel y lo tomé, pero fue igualito a cuando entré a estudiar diseño.
Tengo que estudiar, tengo que trabajar, tengo que tener unas actividades. Después
fui a una agencia de publicidad, y ahora también doy clases de motion graphics. Si
puedo surgir a través de la fotografía, fino, pero mientras no lo pueda hacer, voy a
trabajar como diseñador».
“tomaba
Cuando empecé, todos los días
fotos de cualquier cosa y
ahorita uso la cámara solo para ir a
“
hacer proyectos específicos
110 Edgar Martínez
“Tomar la foto es lo
último. Primero es
“ el día a día, aprovechando las temporadas. A la distancia el fotógrafo
admite que sus padres saben de estética. De lo que luce bien. Pero Edgar
ganarse la confianza no cree que tal cosa haya influido en su manera de mirar. «Seguramente sí,
pero concientemente no lo veo».
Quien sí influye en su carrera tras la lente es Gabriela Gamboa, su novia; una relación
que nació desde que cursaron juntos materias en Prodiseño y que ya acumula trece
años de complicidad. «Ella es quien me ayuda a tomar decisiones. Es la primera persona
a la que yo le muestro cualquier cosa. Incluso a veces habla o reacciona o decide como si
lo estuviera haciendo yo. Hay como una simbiosis. Ella entiende cuál es la posición que
debemos tener ante esto, más allá de un me gusta, más allá del ego o que yo quiera o
no hacer algo, sino que esta imagen comunica esto sí o no, esto quiere decir esto sí o
no. Hacemos equipo en las cosas en que yo tengo que tomar decisiones de fotografía».
Un equipo que comenzó a consolidarse cuando trabajó por primera vez con una
cámara Reflex. Era de ella. «La fotografía le gusta por mí, digamos. Su cámara grande
fue como una inversión».
Y aunque no fue buscado, Gabriela fue decisiva en el camino de Martínez. Fue alumna
de Gabriel Osorio, un reconocido fotoperiodista venezolano que se ha dedicado al
documentalismo y a la formación de nuevas generaciones, entre otras actividades.
111 Edgar Martínez
Un día, en 2010, ella debía presentarle unas fotografías para una evaluación, y
Edgar asistió también. «Ese día era su cumpleaños y yo me escapé del trabajo para
acompañarla. Todos los alumnos mostraron su trabajo, que eran compañeros de la
escuela pero estaban en un año menos que yo, y entonces él preguntó si alguien tenía
más fotos. Entonces yo, que en ese momento montaba mis fotos en Flickr, las mostré.
A él le interesó y quedamos con una amistad. Cada cierto tiempo nos reuníamos, él
opinaba sobre mis imágenes, yo siempre lo llamaba para que me dijera cómo veía
ciertas cosas». El documentalista encontró un mentor.
«Empecé a ir por el taller, que duró un mes. Lo empecé en junio del 2014 y la última
foto la tomé en agosto de 2017. El tiempo del taller fue súper positivo, las opiniones
también, pero de ahí en adelante seguí yo solo con mi proyecto».
“Lade diseño
decisión fue que haría trabajos
para poder financiarme
“ lo que aprendí en realidad en ese trabajo. Tomar la foto es lo último. Primero
es ganarse la confianza, que el tiempo pase para que ellos se den cuenta
de que no tienes malas intenciones ni que ellos podrían tenerlas contigo.
mis proyectos de fotografía Todo se va construyendo muy lentamente y eso es lo que te va a posibilitar
la imagen». Ya lo dijo Steve McCurry, el retratista de La niña afgana para
National Geographic: «Si sabes esperar, la gente se olvidará de tu cámara y
entonces su alma saldrá a la luz».
También era momento de aprender que la imagen tiene un más allá de la mirada, el
encuadre y el clic bastan. «Todo ese trabajo es analógico, en blanco y negro. Entonces
Gabriel me dijo que había un fotógrafo con un laboratorio en la UCV, Jorge Andrés
Castillo». Se trataba de un profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad
Central de Venezuela, donde estaba ese cuarto oscuro y el conocimiento de cómo
procesar rollos de película.
«Ese año habían reparado las tuberías de agua del lugar y él quería activarlo de nuevo.
Como vio que tenía el interés, le gustaron las imágenes y le pareció que era un trabajo al
que era importante darle continuidad, me dijo que podía enseñarme algunas cosas del
laboratorio, pero que yo también tenía que darle y ya, como todo lo que he aprendido
en la fotografía: aquí están estas herramientas, se usan así; de resto, ponte a inventar».
113 Edgar Martínez
Era 2015 y ahora Edgar Martínez tenía un nuevo patio de juegos, que comenzó a
aprovechar a diario. «Luego me empezó a comentar sus pautas, a preguntarme si
podía acompañarlo como asistente. Él hace fotografía de arquitectura y daba la cátedra
de Fotografía. Es un profesor nato, súper admirable cómo siempre intentaba enseñarte
algo. Lo que él quería comunicarme, más allá del contenido de la fotografía, era el nivel
de profesionalismo que hay que tener. Desde nombrar un archivo hasta cómo abordar
ciertas cosas. Todo ese ambiente de profesionalismo, que va más allá de la imagen, fue
un gran aprendizaje y también el poder consultarle sobre los trabajos, su contenido».
Fue el resultado de una tendencia que ya venía viéndose en el día a día. «Yo no estoy
por ahí mostrando mi trabajo de diseño. Es como una cosa oculta. He tenido buenas
experiencias, buenas relaciones, he podido trabajar con gente que admiro en el diseño,
pero al final no me interesa hacerme un nombre o estar publicitándome en eso. Todo
lo que hago de diseño lo veo como si trabajara en algún medio periodístico con mis
pautas. Este es mi trabajo, pero a la vez desarrollo mis investigaciones personales».
Su consciencia y sus palabras equilibran la balanza. Sus acciones las pone justo a la
altura debida. De hecho, encontrar su trabajo en plataformas digitales es una tarea
harto complicada, detallista y poco satisfactoria. Poco podrá ser hallado, apenas
algunas huellas. En su cuenta de Instagram, poco más de una publicación al mes,
en promedio, desde que comenzó a usarla en 2016. No es allí donde se mostrará
su mirada. «Yo antes de conocer a Gabriel Osorio, publicaba todas mis cosas en Flickr.
Tomaba un rollo, lo revelaba y lo montaba. Cada semana publicaba porque estaba muy
activo con la cosa. Cuando lo conocí a él, me dijo que no lo publicara todo, que me
guardara unas cosas o que pensara qué podía hacer con esas fotos más allá de ser solo
simples imágenes. En ese momento, borré todo del Flickr y de ahí en adelante nunca
he mostrado muchas cosas».
Por eso su fotografía favorita ha sido poco vista, aunque en un sitio web la
reproducen. Eso sí, no está en redes sociales y tampoco en álbumes digitales. Está
en el formato predilecto de Edgar: papel. Allí se muestra ese motorizado alegre,
eufórico incluso, que gestualiza su aprobación a la cámara. Una escena en El Rosal,
Caracas. «Era como una quema de Judas. Vi a un poco de chamos en motos, que iban
como en una caravana. Les pregunté si los podía seguir y cuando íbamos pasando por
un lugar, esta persona me hizo así y tomé esta foto».
y ya en dos horas se perdió. Hay tantas cosas detrás de las que dependen que esa
foto sea vista o no. Entre más pongas, más likes, más gente, más conocidos y vas
esparciendo la cosa. Pero si no estás metido, entonces publicar algo es como perder
un cartucho».
Hasta lograrlo, y con cada repetición, Edgar Martínez será cada vez más fotógrafo.
Quizá un día ya se presente como tal. Quizá un día no le genere una mueca nerviosa
escucharlo de terceros. Quizá, como ha dicho el inglés Giles Duley, repita que «si
alguna vez escriben mi epitafio, espero que no digan de mí que perdí tres miembros,
sino sencillamente que Giles Duley fue fotógrafo. Porque eso es lo que soy».
@ m a x p roven za n o
MAX
PROVENZANO
1986
«Una relación íntima con la cámara»
Porque, según explica, trabaja con una variedad de objetos y con la relación
objeto-cuerpo-objeto: «Si ves mi obra, no es que yo intento casarme con un objeto.
Yo soy el artista que trabaja con estos objetos».
Puede haber quien, al ver su obra, piense que es la típica imagen, o que es algo
que ya se ha visto, pero Max redimensiona las imágenes y les da un significado
muy personal y relacionado con su vida. Indica que su foto con un jamón la
bautizó como Cliché de presunto (como le dicen en Portugal al jamón serrano).
«Mi trabajo con la carne es muy obvio, pero me intereso por transitar por esas cosas
y generar mi propio archivo de clichés».
«El rollo no es ser el más original. No se trata de eso. Más bien es asumir la no
originalidad, la disolución de ese estereotipo creado de que el artista es como un
genio incomparable», dice y agrega que, en estos momentos, hay una dilución en
el contexto del arte.
130 Max Provenzano
En Lisboa, en el marco del Festival Next Stop, Max llevó a cabo el proyecto
U-mailArt Lisbon, que consistía en colocar buzones a lo largo de varias estaciones
del Metro en que los usuarios podían dejar sus comentarios. El artista venezolano
se fotografió con el uniforme oficial de la compañía de correos portuguesa,
revisaba los buzones y documentaba lo ocurrido con las fotos. Había performance
y, como recurso adicional, utilizó el escáner para digitalizar el material que
encontraba en los buzones y posteriormente subirlo a la web.
«Las pongo directamente en el escáner. Cada vez que seco ropa, hago un registro
de la casa a través de las pelusas que se van acumulando». Indica que mas allá de
lo estricto del registro, lo importante, además de generar la imagen, es el dato;
documentar por fecha y obtener una base de datos de pelusas en diferentes
tiempos. «Después, agarro esas pelusas, las meto en una botella y le pongo
una etiqueta. Es como una dualidad. Esa pieza es presentar las botellas con las
pelusas que se van acumulando. Es acumulación dentro de acumulación y también,
acumulación de las imágenes».
«Este trabajo tuvo muchos cruces. Aunque fue como uno de esos experimentos
que se hacen en bachillerato, hay varias realidades. Se unen el rollo del cuerpo, la
carne, lo podrido, el nacimiento de ideas y florece una nueva obra». Fotografió,
escaneó e hizo un video, que puede verse en Vimeo, otra web que atestigua sus
proyectos que quedaron en Caracas.
Pavel Bastidas, Carlos Ayestas, Nelson Garrido, Vasco Szinetar y Claudio Perna
figuran entre sus mayores referentes. Cada uno de ellos ha influenciado el trabajo
intimista de Provenzano, quien reconoce que, en el tema del autorretrato, Szinetar
135 Max Provenzano
está muy presente, «porque su obra es muy performática»; mientras que con
Claudio Perna encontró el refugio para su obra, «es mi referente directo, su obra
es tan diversa, tiene fotocopias, animales muertos encontrados. Me identifico
mucho con él. Una vez conocí su trabajo, me vi retratado».
Max asegura que siente una necesidad de fotografiarse con objetos que tienen
un significado íntimo y personal para él. Revela que en la serie de fotografías en
las que él controla o genera está presente esa necesidad. «Estoy yo solo con un
objeto, en un espacio blanco. Así es la nada. Es como la nada, pero estoy ahí. Estoy
con el objeto y siento que consigo como ese apoyo en él, una extensión del cuerpo
a través del objeto».
Diversos escenarios y países han contado con sus obras. Brasil, México, Colombia,
España y Noruega conocen su talento. Videos, fotografías, performances han
136 Max Provenzano
Eso le dio el derecho a no compartir su espacio con nadie más. «Me refugiaba en
mi propio mundo y siempre buscaba recrearlo con mis juguetes y mis cosas. Estaba
aparte, en mi dimensión paralela».
Esa realidad duró hasta que supo que sus padres se divorciaban. Su refugio se
tambaleó ante otros intereses que predominaron, como la búsqueda espiritual de su
madre y la ausencia de la figura paterna. Fue su primera experiencia de resiliencia,
confiesa que comenzó a pasar más tiempo con su abuela y sus hermanas, ya
adolescentes y pendientes de otras cosas.
Todo eso hizo que la relación con su madre fuera una fuente de apoyo y de afinidad,
«su búsqueda me permeó»; aunque de su padre estima que sintió más apego
y lo influenció muchísimo para buscar más libertades. Eran dos figuras que se
137 Max Provenzano
En ese entonces tuvo amiguitos en el edificio donde vivía, pero comenzó a pelearse
con ellos, al ver que no tenían los mismos intereses. «Eso terminó mal, no nos hablamos
más nunca, fue una pelea entre nosotros y generó distancia e incomodidades, porque
era mi vecino e íbamos a coincidir siempre. En ese sentido, volví a mi aislamiento».
Al ser tan consentido, era obsesivo con algunos personajes de las comiquitas de
moda y con He-Man descubrió lo que era ser fanático, al punto de tener todos los
personajes. Su mamá insistía en que hiciera deportes, pero Max se resistía. Practicó
intermitentemente la natación, con el béisbol no quiso nada, tenía mas afinidad con
el básquet y el fútbol; pero tampoco aguantó y se salió.
Cuando llegó la edad de los amiguitos y las peleas, la mamá lo inscribió en yudo,
pero «no quería pelear, como que no. Era medio miedoso, pero me tuve que enfrentar.
Cuando peleé con mi vecino, fue de golpes y todo».
“como
Al final todo lo que viví es y entonces prefería aislarse. «Era una necesidad de recrear mis propias
cosas. Por ahí van mis cosas». Aún hoy sigue sintiéndose igual, le ha tocado
un rompecabezas para aislarse, reinventarse y aprender de la resiliencia. «Siento que se generó
mí. La vida y la búsqueda
“ una condición de aislamiento que hizo que mi trabajo sea muy intimista,
es lo mismo autobiográfico y autorreferencial», dice mientras reflexiona que siempre ha
estado como resolviendo sobre la marcha.
Criado dentro de una familia cultural y étnicamente mixta, Max carece de complejos
por cuestiones de razas. De parte de su madre venezolana hay negros, como su
abuela; mientras que su padre italiano le heredó las raíces blancas. «Mis dos abuelas
se sentaban en la misma mesa, sin rollos».
krishna; cree que hay un Dios, pero no a través de la iglesia. Confiesa que fue una
decisión acertada no hacer la confirmación católica, porque siempre lo hacían sentir
una culpa inmensa de todo. «Te recalcan el pecado, todo el tiempo es una sufridera y
la fe se maneja a través de la culpa».
Siempre le presentaron que bajo el esquema de la iglesia, todo está mal y hasta
explorar el cuerpo es pecado. «Eso no lo puedes hacer y si lo haces, caíste en la
tentación. Eso me traía conflictos. No podía con eso. Fue un paso determinante,
porque todos mis compañeros iban en una dirección y yo agarré otra. Siento que eso
tiene mucho que ver con mi rollo del arte y de la ciencia».
Con el final del liceo, se repite la misma historia. Vuelve a su condición de aislamiento,
porque siente no pertenecer a ese futuro en masa. Se margina del grupo social al
que hasta entonces perteneció y entra a la universidad.
«Era un nerd, muy perfeccionista, de cuadro de honor, que siempre sacaba buenas
notas, fajado, ordenado y lo único que no me gustaba era la educación física. Me iba
bien y no me costaba tanto». Recuerda que quería estudiar Letras, Idiomas Modernos
o Comunicación Social en la UCV. No quedó y sus sueños se frustraron. Le gustaba
la Universidad Central, la sentía real y cercana y no quería generarle gastos a sus
padres, que aunque no decían nada ya estaban apretados por una economía que
comenzaba a contraerse.
Fue así como Max, viendo sus habilidades para la ciencia, decidió estudiar Química,
por encontrarla más relacionada con el arte. «En esta época escribía mucho y no
asumía mis destrezas. Creía que no sabía dibujar. No tenía ese perfil, porque tenía
amigos que hacían murales y sentía que no podía hacer eso. No me sentía artista. Lo
mío era otra cosa».
“miAhora estoy viviendo el tránsito de
realidad: Max, el inmigrante, y la
viviré hasta que sea, porque siento
que viví como inmigrante en mi país
“
también. Me sentía extraño, ajeno
140 Max Provenzano
“Laojos,
“
universidad me abrió los que en un viaje a Panamá le compró una cámara fotográfica. Ahí comenzó
fue una explosión a autorretratarse como una cosa espontánea. Recogía cosas de la calle y
se hacía fotos con ellas. Era una experiencia individual, normal, que hacía
de manera consciente e inconsciente.
Con Los Cinco Elementos hubo varias muestras hasta 2011, pero Max no enseñaba
sus fotografías, hasta que un día se atrevió a exhibir unas fotocopias que digitalizó e
imprimió en papel fotográfico. Una especie de mural de las manos y el rostro.
A través del novio de una amiga, logra hacer exposiciones en locales nocturnos, como
bares. Después llegó a colaborar con visuales, mientras el DJ mezclaba su música.
Llega la etapa de concretar los performances y toma un taller con Consuelo Méndez
en el Centro Cultural Chacao, donde presenta Movimiento periódico oscilatorio, que
consistía en desplazarse acostado y vestido de blanco sobre el rallado peatonal,
mientras el semáforo estaba en rojo para los carros. «La idea era hacerlo hasta que no
tuviera energía, como lo propone la dinámica. Estaba trabajando sobre el péndulo.
En esa acción me fotografié antes y después y el registro está en YouTube».
Max asegura que los primeros performances debieron generarse en los fotógrafos
que hacían autorretratos, por toda la disposición que tenían que hacer, la postura
corporal y el que ellos mismos tomaran la foto. Esa acción para la cámara le parece
crucial en esta área del arte que practica como parte de su obra. Son tan variadas las
aristas que explora cuando a su cabeza asoma un idea, que prefiere no encasillarse
dentro de una sola. Su trabajo es un todo, como su vida, y no concibe estar limitado,
como en algún momento se sintió en Venezuela.
142 Max Provenzano
Gracias a la obra (Im)portar, en la que trabajó con el artista mexicano Pancho López,
tiene la oportunidad de salir del país por primera vez y conoce otros espacios. Allí
expone un proyecto que llevaba años tomando forma y que era una serie con la
imagen de una jaula, con dibujos de personajes cuyos tórax eran una jaula y, dentro
de ella, había sentimientos aprisionados.
Confiesa Max que esa obra tiene mucho que ver con Venezuela y con lo que él sintió
desde pequeño cuando estaba refugiado en su burbuja, solo que la jaula se fue
ampliando y cuando se percató, ya no era su mundo, sino el país en el que se sentía
prisionero y del que no podía salir.
«Mi mundo se había muerto. Era algo de supervivencia y la propuesta de México fue
una oportunidad de cambio y de escape. Cumplí mi contrato con el artista y de allí,
vine a Portugal. No he vuelto a Venezuela». Al respecto, recuerda que mientras en
México era turista, en Portugal se convierte en inmigrante. De aquí nace la metáfora
del caracol. Esa imagen que Max asegura «describe ciertas cosas de mi vida».
Considera que vive el presente, aunque siempre es una incertidumbre. «Ahora estoy
viviendo el tránsito de mi realidad: Max, el inmigrante, y la viviré hasta que sea, porque
siento que viví como inmigrante en mi país también. Me sentía extraño, ajeno».
«Siento que a través de mi obra hay una evidencia de que estoy vivo. Una especie
de fe de vida. Estoy vivo aquí y en este instante y tengo que anunciarlo, porque sino,
pareciera que no existiera».
«Colchón»
Collage digital de la serie
intermitencia/espacio
2013
145 Max Provenzano
autoRegistro 11102014
2014
146 Max Provenzano
味之素
De la serie
Falsas Polaroid
2014
147 Max Provenzano
autogolpe
2015
149 Max Provenzano
Tales de Milo
2019
G AL A GA R R I D O
@gala galo
GALA
GARRIDO
1987
«Yo estoy tocando temas sutiles»
Durante su temprana juventud se hizo aún más honda esa necesidad de dejar
registro del entorno y de sí misma. Ella rememora que «luego, en la adolescencia,
tenía un grabador de casete de los que usaban los periodistas. Durante esa etapa
ya no era grabar las cosas cotidianas, sino hablar conmigo misma. Era como la
escritura, pero grabada».
También durante esa época, Gala se vinculó y trabó amistad con otras artistas
de envergadura internacional, tales como Érika Ordosgoitti; con quien además
comparte una honda afinidad por la poesía. «Con Érika, por ejemplo, este es un
punto de encuentro importante. Las dos amamos la poesía y nuestra amistad tiene
que ver mucho con sentarnos a tomar cocuy y a leer poesía».
Este aspecto en relación con la figura materna y con lo femenino en general redundó
más adelante en el tipo de aproximación vital y artística que Gala tiene con esos
tópicos. A propósito comenta: «Yo no me canso nunca de observar a las mujeres de
la familia… Son unas leonas todas. Cada una es distinta, pero son unas fieras todas». Y
en cuanto a lo femenino en su familia, ella recuerda con mucho afecto a sus abuelas,
tanto la materna, Olga, como la paterna, Nina. En torno a esta última, evoca un
aspecto que pone de manifiesto su propio proceso iniciático en la gerencia cultural:
«Mi abuela Nina era la mamá de mi papá. Ella era una gran anfitriona. Yo siento que
todo lo que sé de gerencia en La ONG lo aprendí al verla gerenciar su casa. Lo que
yo hago tiene la misma lógica. Ella era maravillosa hilando redes. ¿Cómo se une a
personas que se necesitan mutuamente para un proyecto? Ese telar, ese arte de tejer,
yo vi cómo ella lo hacía. Eso es lo que yo hago. La vi de cerca haciendo eso y además
me seducía mucho cómo lo hacía. Eso es arte de seducción».
La madre de Gala, con quien vivió hasta que a los dieciocho años se mudó
a un anexo en la sede de La ONG, ha sido fundamental en su vida en
“observar
Yo no me canso nunca de
a las mujeres de la
cuanto al apoyo emocional. Sin embargo, es con su padre con quien se
da una relación más de complicidad y de compartir aspectos esenciales
familia… Son unas leonas todas. del proceso de creación. «Mi papá y yo somos como gente que se conoce
“
Cada una es distinta, pero son de muchas vidas. Ha sido una complicidad muy fuerte desde que estoy
pequeña. Mi papá conmigo es un gran alcahuete y amamos cosas ridículas
unas fieras todas que a nadie más le gustan, como piedras, conchitas… Esa conexión no la
tengo con más nadie», comenta.
La aproximación experimental de Nelson Garrido al arte fue esencial para Gala. Y más
que eso, su padre fue fundamental en la elección de vínculos con personajes que
salen del estereotipo y a quienes ella se refiere simbólicamente como «cucarachas».
«Estoy rodeada de cucarachas. Ellas son un símbolo que adoptó mi papá al inicio de
su obra. A él le decían el “hombre cochino”, porque se relacionaba con todo lo que
estaba al margen», señala Gala, y añade que «él tomó estos dos símbolos, el cochino
y la cucaracha. La cucaracha luego se transformó en el emblema de La ONG… ella
es maravillosa porque es lo más resistente que hay en el mundo, también vuela, se
reproduce, resiste, se adapta y me parece un ejemplo perfecto para describir a todos
aquellos que vivimos al margen. De algún modo, mi familia simbólica siempre ha estado
al margen. A muy temprana edad me di cuenta de eso».
156 Gala Garrido
LA GRAN ESCISIÓN
DE LOS AÑOS ESCOLARES
Gala estudió desde el kínder hasta el quinto año en el conocido colegio caraqueño,
Emil Friedman. Esta institución es conocida por su énfasis en la formación musical y
a la misma asisten primordialmente niños y jóvenes de clase media y media alta con
ciertos matices conservadores. Ella es enfática cuando recuerda: «Siempre estudié en
el Friedman, toqué chelo y canté en el coro».
LA INICIACIÓN EN EL ARTE
No es extraño que los jóvenes no hallen su verdadera vocación de vida de forma
inmediata. Este fue también el caso de Gala, quien a pesar de haber estado
siempre expuesta a las manifestaciones del arte, procuró eludir –sin saberlo– el
hecho de ser artista.
Corría el año 2005 e inicialmente Gala había optado por el Diseño Gráfico, quizá
motivada por su temprana afición a los libros. Eventualmente, y debido a las
necesidades vitales y expresivas que implican el hecho de ser una creadora, ella debió
asumir que era una artista. En ese punto, rememora no solo ese hecho, sino también
el apoyo que fue teniendo a lo largo del camino por parte de figuras relevantes,
de sus maestros: «Yo creo que asumirlo fue lo más complicado porque yo estaba en
negación. Alguien que me ayudó mucho en esa transición fue Ricardo Armas». Y a
continuación comenta en relación al encuentro de un territorio que fuese exclusivo
de ella en el ámbito del arte, más allá de la figura paterna: «Ricardo me apoyó mucho
con la sensación de merecimiento del espacio creativo, porque uno de alguna manera
siente que eso es del otro al momento de llegar».
Hoy en día, sobre este punto y lo que es el camino del arte y el aprendizaje en
general, Gala tiene una postura muy sedimentada y algo filosófica. «Después de
estudiar Diseño me di cuenta de que no tenía ningún sentido seguir estudiando. Hoy
en día no sé muy bien a qué me dedico y he tenido que ir aprendiendo, pero en la
calle. Soy como un gato callejero al que ha ido adoptando mucha gente que me ha
enseñado un sinnúmero de cosas. Son mis maestros», comenta.
Para ahondar en lo escandaloso que pudieran resultar algunas de sus piezas, Gala
no duda en manifestar que su obra responde a una aproximación muy sutil a ciertos
aspectos de la realidad que es recreada. «Yo sé que son estéticas un poco chocantes,
pero a mí me parecen muy bellas. Yo estoy tocando temas sutiles que están más allá
de lo evidente. Un espectador ideal es el que está viendo eso invisible que yo estoy
planteando. Sin embargo, cada quien lo puede ver desde su experiencia. Yo amo
cuando alguien capta alguna de esas cosas».
Pero también hay una faceta de lo oscuro que carece de esa relativa belleza y que es
inherente a la vida de Gala Garrido. Tal faceta es algo que «no es lo oscuro bello, es
lo oscuro que es otra cosa y que es horrendo. Luchar contra eso ha sido una constante
en mi vida. Con la edad lo veo de otra manera. Lo observo de un modo un poco más
ecuánime. Lo entiendo y no sufro tanto, pero está allí», reflexiona.
Esos estados suelen ser bastante complejos y requieren de una fortaleza única. Gala
refiere que durante su tránsito por esa otra faceta de lo oscuro su madre ha sido su
gran aliada y apoyo. En contraposición, al tener una vida en la que ella es cabeza
de La ONG, no puede desconectarse totalmente durante esas situaciones. Ella lo
entiende con claridad y sentencia: «Me meto en el personaje cuando estoy trabajando.
Y si me tengo que pasar el suiche, lo hago».
“Una cosa que me parece erótica
es la intimidad del otro, pero es
un imposible porque nunca se
“
puede realmente ver al otro en su
intimidad real
163 Gala Garrido
LO ERÓTICO Y LO FEMENINO
EN UNA MISMA PROPUESTA
Uno de los aspectos fundamentales de la obra de Gala es el relativo al erotismo y
la sexualidad. Ello le confiere un atractivo singular a su propuesta, pero también
ha sido fuente de polémicas. Sobre esos tópicos, ella manifiesta un gran interés y
agrega que el erotismo «está ligado de alguna manera a lo femenino. Mi relación con
el erotismo y lo femenino ha sido problemática en el sentido de que soy mujer y eso
siempre me ha traído problemas… Cuando una mujer se asume eróticamente libre
las consecuencias en su vida son espantosas; para mí en realidad ese es el tema. Lo
masculino está contenido y bien, pero no es mi tema. A mí me parece impresionante lo
problemático que es el hecho erótico para una mujer».
Es esencial entender que lo erótico para Gala tiene una dimensión que es tanto
corporal como intangible y trascendente. Por eso su interés en el erotismo se centra
en «el fetiche, la energía, la obsesión, lo divino y lo sagrado… A mí lo que más me
emociona es lo intangible, a mí me seduce eso. Más allá de lo evidente del cuerpo, lo
más erótico es lo intangible. Entonces, ¿cómo se trenza ese éxtasis que puede llegar
a través del erotismo, a través del intelecto, a través del alma y de tantas cosas? Eso
también se trenza con el hastío o el sinsentido que es su contraparte y que igualmente
es intangible. Lo que me interesa a mí son las cosas que no se pueden agarrar».
Tampoco deja de haber una mirada voyerista en Gala, una que es absolutamente
necesaria a la hora de consustanciarse con la escena para recrear el hecho erótico.
Sobre eso, ella relata: «Me encanta que alguien me confiese alguna incoherencia que
le parece maravillosa. Una cosa que me parece erótica es la intimidad del otro, pero
es un imposible porque nunca se puede realmente ver al otro en su intimidad real. Yo
estoy en paz con todas mis incoherencias. Un ejemplo de fetiche que suelo poner para
mis alumnos es un recuerdo de cuando tenía nueve o diez años. Había una niña que
se subía en las mañanas en el autobús escolar. Ella siempre venía con su pelo mojado.
Era hermosa. Se soltaba el cabello y se llenaba todo de olor a champú. Para mí eso
era un hecho erótico que recuerdo con un placer gigantesco. Para mí no era cualquier
mujer con el pelo mojado, para mí era ella todas las mañanas con su cabello mojado
que olía a Pantene… Son súper eróticos los actos cotidianos. Hay una red cotidiana de
lo erótico y de códigos que el otro no está viendo».
164 Gala Garrido
Hoy en día Gala vive en Caracas, donde ha vivido literalmente toda su vida, a
excepción de una brevísima estancia en Barcelona de España. Ella comenta que el
ser habitante de Caracas en la actualidad es algo que no tiene «una causa racional
porque evidentemente todo apunta a que no sirve para nada… Es una decisión
totalmente irracional, pero creo que muchas de las cosas que he hecho en mi vida han
sido en base a la irracionalidad. Yo amo Caracas y amo lo que hago en La ONG. No
creo que esté cambiando al mundo porque siento que es una cosa mínima; pero para
mí tiene sentido».
De la serie
Las bacantes
2014
170 Gala Garrido
De la serie
Las bacantes
2014
171 Gala Garrido
De la serie
Las bacantes
2014
172 Gala Garrido
«Aspacia»
De la serie
Las amantes
2016
173 Gala Garrido
«Cleopatra»
De la serie
Las amantes
2016
A LE JAN D R A LO R E TO
@ al e j a n d ra . lo reto
ALEJANDRA
LORETO
1987
«Me gusta vivir entre dos mundos»
una primera exhibición», dice riendo y agrega: «Gaby, mi hermana mayor, es chef y
solía decirme que nadie sacaba fotos de su restaurant como yo. Esa era su excusa para
financiar mis viajes fotográficos. Me llevó con ella a Marruecos para que tomara fotos
de ella, los platos y la cocina marroquí. Esos primeros viajes me ayudaron mucho».
Alejandra clava la vista en el balcón y busca en ese pasado familiar algún rastro de
su acercamiento al arte. «Debemos tener cosas definidas desde pequeños, yo era
curiosa, quería ver todo, ver otras cosas». Y agrega: «En mi casa no había estructuras,
formas de vida lineales». Su aproximación al arte fue siempre independiente, nacía de
su curiosidad voraz. Es ese impulso el que la acercó a la fotografía cuando cursaba
cuarto año en el Colegio Jefferson. Comienza asistiendo a los cursos de Roberto Mata
Taller de Fotografía, lugar a donde iba con el uniforme del colegio aún puesto y se
rodeaba de gente mayor. Empezó con la fotografía analógica. Alejandra interrumpe
el relato y se detiene en una foto tomada en esa época. Es una imagen de su abuela
llorando, la tomó en una reunión familiar luego de la muerte de un tío. «Lo que me
interesa es la parte documental. Lo que viene después de las fotos, las conversaciones
sobre esa imagen, sobre el dolor que transmite».
«Quería hacer lo mismo, cuando todavía no tienes identidad es más común querer
hacer lo que hacen las personas que admiras. Me estaba descubriendo como persona
y como fotógrafa».
EN CONSTANTE MOVIMIENTO
Apenas terminado el colegio se fue a Francia, siguiendo su impulso por descubrir
otro idioma y perderse en un lugar desconocido. Empezó aquí un estilo de vida
marcado por el movimiento constante, se despertó el inconsciente reflejo de dejar
atrás lo conocido para lanzarse a lo nuevo sin cuestionamientos. «Irme siempre fue
fácil porque sabía que iba a volver. Cuando me fui de Venezuela en 2014 fue muy fuerte
porque ya no estaba tan segura de poder regresar».
más por su país y América Latina. Impulsada por la necesidad de aprender más sobre
su tierra, se lanzó a un movimiento casi frenético. Califica este período universitario
como «una época de mucho viaje, todo tipo de viaje». Y explica que a los viajes de
turismo le siguieron otros de investigación y de prácticas profesionales en Bogotá.
Además de explorar su país y continente volvió a atravesar el océano Atlántico esta
vez para estudiar un año en la Universidad de Stuttgart, en Alemania. Desde el
país germánico visitó otras ciudades europeas impregnándose del trabajo de otros
fotógrafos y arquitectos. Con la expresión de alguien que está todavía abrumada por
el descubrimiento, cuenta que en esa época comenzó su interés por el minimalismo
y escuelas artísticas como la Bauhaus. Lo dice casi sorprendida, como si lo descifrara
a medida que va recordando. «Esta experiencia influyó inconscientemente en mi
fotografía. Conocí el trabajo de artistas como Bernd y Hilla Becher. Son conocimientos
que adquirí en ese entonces pero de los que tuve consciencia tiempo después». Eran
los años de formación académica y de transformación como fotógrafa. Observa sus
propias fotos de ese viaje y agrega: «Aún no tenía un estilo definido de fotografía y los
viajes eran una herramienta para descubrir quién era como fotógrafa».
“excusa
La fotografía es una
para acercarme
“
a las personas
181 Alejandra Loreto
lo arquitectónico, los expone como una prueba del intercambio entre personas y
comunidades. Casi como si intentara hilvanar recuerdos en el aire explica el impacto
que tuvo en ella la teoría de los «no-lugares» del antropólogo francés Marc Augé y
los conceptos de psychogeography y dérive de Guy Debord. Términos usados para
describir el proceso de dejarse perder en la ciudad, divagar en calles sin recorridos
específicos, jugar con el entorno. Debord invita a explorar el ambiente urbano, a
divertirse con él, a disolver las líneas entre arte y vida urbana. Alejandra aceptó esa
invitación casi como si estuviera dirigida a ella, se apropia del concepto tanto cuando
sale con su cámara como cuando juega a ser arquitecta.
182 Alejandra Loreto
La curiosidad que caracteriza su fotografía la lleva a desear mostrar otra faceta de esos
espacios, a entender cómo se usan dependiendo de quienes los ocupen. Y es quizás
en este aspecto donde sus dos profesiones comienzan a rozarse, a jugar una con la otra
para luego unirse y comenzar a construir esa identidad que ha estado buscando. «No
hago fotografía de arquitectura pero me interesan los espacios y cómo los habitamos.
Y justamente eso es lo que también me importa en mi trabajo como arquitecta».
“Tiendo a no tener demasiadas Austria. Es un programa interdisciplinario que se enfoca en las artes como
innovación urbana y reúne a profesionales de disciplinas tan diversas como
expectativas sobre casi nada, me ciencias políticas, literatura, psicología, arte y arquitectura. En esta ocasión
“
dejo sorprender el viaje, siempre celebrado como nuevo desafío, tiene un sabor amargo
y la despedida con su país va a estar marcada por la incertidumbre de
no saber a quién encontraría al regresar y si acaso podría regresar un día.
Este desarraigo la acompaña en su obra y sus futuras exposiciones, buscando algo
de Caracas en lugares ajenos. Tampoco sabría a quién encontraría en Austria y si
podría construir un nuevo hogar en el país europeo. Este dilema de pertenencia se
acentúa cuando conoce a Leo, un ingeniero austríaco con quien comparte su vida
desde 2014. Desde entonces construyen una existencia de a dos dividida entre el
imaginario de Venezuela, la familia de Austria y la vida tropical en Costa de Marfil.
Una visita a una amiga en Alemania, unos meses antes de iniciar sus estudios en Viena,
le permite conocer a Hans Gäng, un editor alemán que se convertiría en un apoyo
incondicional de su carrera fotográfica. El primer trabajo encargado por Hans Gäng:
retratar al primer ministro holandés Mark Rutte en la Feria de Hannover (Hannover
Messe) en 2014. Alejandra recuerda el ritmo acelerado del evento, donde fotografió
además a la canciller alemana Angela Merkel, y sin embargo sus fotos transmiten
quietud, como si por un instante viéramos solo a las personas despojadas de sus títulos
políticos. Esa intimidad es similar a la que se observa en sus imágenes de comunidades
y personas de diferentes lugares del mundo. Unos años después, Gäng la invita a
tomar las imágenes para el libro Wird Wirt Stuttgart, una publicación sobre
gastronomía que le recuerda sus primeros pasos en el restaurante de su hermana.
Alejandra retrata restaurantes y a sus propietarios en Berlín con la intuición de
quien sabe descifrar a las personas. Esta habilidad dice haberla entrenado años
antes en los talleres del fotógrafo venezolano Vasco Szinetar. «Vasco es como un
fantasma. Sus consejos se quedaron resonando en mi cabeza y vuelven cuando tomo
fotos de personas».
“ Las fotos siempre
deben comunicar algo.
“
Contar otra historia
185 Alejandra Loreto
UN PUENTE A LA CEGUERA
Como parte de su trabajo de tesis inicia uno de sus proyectos más ambiciosos, el
Blind Photography Project. Durante dos años investigó sobre el mundo en torno a la
ceguera y recorrió las calles de Viena con tres ciegos a los que invitaba a fotografiar
la ciudad. «Como fotógrafa me pareció interesante cuestionarme la posibilidad de
ver, qué pasa si no ves». Y agrega: «Aprendí que hay mucho desconocimiento sobre
la ceguera y en muchos casos están aislados. A través de la cámara logras comunicarte
con ellos. Se construye un puente». El proyecto se exhibió con el nombre I Am Blind
en la Galerie Lumina de Viena. Además de las imágenes de la ciudad tomadas por los
tres participantes ciegos, la muestra contenía el texto con la explicación del proyecto
escrito únicamente en braille. «Quería que faltara una parte de la historia para ambos
lados, videntes y no videntes». El Blind Photography Project se replicó luego en Berlín
y Caracas y tuvo una gran repercusión en el mundo del diseño urbano en Viena, al
ser difundido en el artículo «Espacios para todos» de la revista Garten + Landschaft.
187 Alejandra Loreto
CERCA DE CASA
En 2018, ya radicada en Costa de Marfil, el colectivo [applied] Foreign Affairs de
Mueller, trabajando en colaboración con la Oficina de Naciones Unidas para el
Desarrollo Industrial (Unido), le ofrece la oportunidad de retratar mujeres en el campo
de desplazados Harsham en Erbil, Irak. Esta experiencia abre nuevas reflexiones sobre
el debate «dónde está casa» y cuál es el lugar al que uno desea volver. Pero sobre
todo se pregunta si algún día volverá a sentir esa calma y seguridad en el lugar que
recuerda como su hogar. En Erbil fotografía a mujeres que han perdido a sus hijos,
maridos, hogares. Personas que han sido despojadas de todo tipo de seguridad y
atravesado el miedo de la guerra. Alejandra se interesa en fotografiar no solo a las
mujeres de Harsham sino también sus espacios, los containers devenidos en hogares,
las instalaciones que supieron transformar en un lugar para vivir en familia. «Cuando
entraba a esos hogares me olvidaba de que estaba en un campo de desplazados».
Como en cada viaje, su fotografía invita a cuestionarse las diferentes posibilidades
de crecer, educarse, vivir y a reflexionar sobre la imagen de la mujer desde la mirada
occidental. «Nunca me sentí triste en este lugar, al contrario, me sentí tranquila, en
calma». El trabajo se exhibirá en una exposición colectiva en el Innovation Lab de
Viena en octubre de 2019.
“queA partir
establecer una impronta única en la región. «Me fascina su interés en la
de 2014 hay un dolor, al arquitectura moderna tropical, por la simplicidad del diseño pero enfocándose
llamo duelo migratorio, que este siempre en el clima y el contexto local». Buscando un poco de Latinoamérica
trabajo alivia, es como mi terapia. en África, Alejandra comparte con Koffi & Diabaté sus referentes latinos.
Al fin estoy en un lugar que no está
“ «Siento que ese aporte puede ser muy útil para ellos. Les encantan mis
muy lejos de casa referentes latinoamericanos y me gusta enseñarles lo parecidos que somos».
ella quien busca también esas similitudes, tal vez porque la distancia con Caracas se
ha vuelto muy grande.
Con los ojos perdidos en algún rincón del balcón y sus plantas verdes Alejandra dice
estar en una época especial. «Siento que he vivido cosas, puedo mirar atrás y saber
que aún me queda mucho por hacer. Espero estar empezando». Y después de una
pausa sigue: «Las fotos siempre deben comunicar algo. Contar otra historia». Cuenta
que le gustaría hacer un libro con sus fotos, trabajar con personas que admira y que
la inspiran, explorar más África con la fotografía. «Me gustaría usar mis fotos para
contar otra historia de África».
Acostumbrada al movimiento constante sabe que algún día dejará este país también.
«Siempre me voy a querer ir. Creo que me gusta vivir entre dos mundos».
Pero en última instancia no son los viajes ni las personas en lo que se vuelca
Alejandra cuando necesita inspirarse. Es el mar. «Cuando veo el mar veo Venezuela».
Quizás es por eso que se siente en casa en este país de África del Oeste, tal vez
en cada paseo en una de sus playas se deja arrastrar por los recuerdos y vuelve
por un rato a casa.
De la serie
Ruinas
2019
193 Alejandra Loreto
Angela Engel. Parcialmente ciega. “La mayoría de las imágenes están en mi cabeza. Están llenas
de luz, sonido, olor, sentimientos y mucho más”.
Matthias Schmuckerschlag. Nació ciego y tiene problemas de “No estaba muy seguro de cómo hacerlo. Al final, tomé fotos
audición que pueden empeorar con el tiempo. cada vez que escuché un sonido que me gustó”.
Un nombre largo, un pueblo pequeño: El trabajo fotográfico se muestra en formato de foto-libro y plantea
Hohenruppersdorf preguntas sobre las diferentes nociones de pueblo, campo, la
(ein langer Name, ein kleines Dorf: familiaridad y lo (des)conocido. Cuenta la historia de Leopold y
Katharina, agricultores que conservan sus tradiciones y viven en un
Hohenruppersdorf) pueblo en Austria, Hohenruppersdorf.
2014 - 2016
195 Alejandra Loreto
Flowers in the Desert Diferentes mujeres que comparten una historia: perder su casa
(Flores en el desierto) debido a la guerra y encontrar un nuevo hogar en el campo de
“Me gusta el mar. Es lo que me despierta Canoa hecha de una sola pieza tallada del Malla que se utiliza para
todas las mañanas”. Wawa, un enorme árbol originario de África. capturar peces pequeños.
El mar está picado, los pescadores se quedan en casa. Kwesi aún vive aquí. Su esposa y diez hijos
se fueron por trabajo y estudio.
A Place I Call Home ¿Por qué sentimos que pertenecemos en algunos lugares más
(Un lugar al que llamo hogar) que en otros? Esta serie es parte de una exploración personal
sobre la identidad de lugar, un intento de expresar a través de
2018 - presente
la fotografía los imaginarios de un hogar: Caracas y Abiyán.
D IAN A RA N G E L
@dianaran gel_ar t
DIANA
RANGEL
Camina por la carrer de Sants y sus ojos aletean como mariposas sobre un
campo de lavanda. El ritmo de sus andares da cuenta de sus arrojos y de cierta
disputa callejera, un no sé qué provocador: la curiosidad con la que desafía a
la calzada, la arquitectura y el jolgorio humano que la seducen e interpelan. Es
verano y el mal humor del sol regaña a los transeúntes que intentan escabullirse
del acalorado apóstrofe. Ella no suda la gota gorda. Cruza a la izquierda por la
carrer de Salou y la conecta con la de Riego. Los nombres de estas vías y atajos
en un idioma extranjero no le hacen retintín. Al menos no le resuenan como
los de El Marqués, Los Palos Grandes o Petare. Donde zanganeaba tan a sus
anchas, tan libre, a pesar de la delincuencia que acechaba en cada recodo de
su ciudad de origen. Nació en Caracas en 1987, pero ahora está en Barcelona.
En su peregrinación europea, lejos del valle tutelado por El Ávila, considerado
como uno de los lugares más peligrosos de América, va descubriendo vericuetos,
sonidos y pasadizos no tan secretos en tanto se acostumbra a las geografías de
una nueva educación sentimental: las que enmarcan sus propósitos y devaneos
de inmigrante en ciernes.
PRIMERA ESCALA
La temperatura –casi 40 grados en ebullición– ensopa hasta los pensamientos e
incendia las aceras que Diana hace trepidar con su ajetreo retador. El aire viciado,
como el bostezo de una hoguera, no la sofoca. Apenas un ligero bochorno se
arrebola en sus mejillas. Son blancas y tersas como el lino de un paño. El punto
de color, más bien a altura de los pómulos, chorrea como la lágrima roja de una
flor de «corazón sangrante» –su preferida–. Cinco minutos después de zarandeos
desemboca en la Plaça d’Osca. Se detiene a tomar aire y aspira la panorámica tan
diferente como habitual.
«Llevaba mi Rolleiflex, que la amo aunque sea más aparatosa, produce volumen, es
mucho más cuerpo. Para no infringir mis propias normas respondí a todas las personas
que se me acercaron. Una de ellas me dijo con tono rudo: “¡Hazme una foto de este
momento de mi vida! Yo soy un poeta famoso”. Yo lo veía con un poco de consternación
pero resultó ser un profesor destacado y miembro del New York School. Era Larry Fagin.
No sé cómo nos hicimos amigos pero hasta me regaló un libro de un fotógrafo que
me gusta mucho, Saul Leiter», rememora Diana las sorpresas de los merodeos que
recibieron el nombre de Re-tornos. El resultado, un rimero de anotaciones ficcionadas
y fotos que aún pellizcan su interés, pretende revelar el carácter discursivo de andar,
un proceso de enunciación no alegórica que puede ser leído como la búsqueda
de un sentido. Quien a zancadas explora un sendero va narrando no solo su propia
historia sino también la del lugar. El conjunto fue expuesto en 2014 en la Galería
Alfinete y en la colectiva Umbabarauma, Saõ Pablo, ambas en Brasil.
«I walk
you walk
we walk
through
each
into
Los rayados peatonales y las carreteras le prodigan maravillas. Impelen su espíritu
our
creativo y tienden las zalagardas que, lejos de gestionar malas jugadas o traspiés
selves»
embarazosos, aceleran sus errancias de artista. En 2008, en un corredor de Manhattan,
repleto de desconocidos que arremolinaban y tropezaban su anonimato, se topó
LARRY FAGIN
con Bruce Gilden. El famoso fotógrafo que, con un flash electrónico y una cámara,
Twelve Poems
embosca a transeúntes. En su precipitación, cuando el encuentro repentino desfigura
anatomías, cuando el asalto provoca la desgarradura de los límites personales
y el quiebre ensimismamientos, hace el inoportuno clic. Street photographer por
antonomasia, máxima autoridad del género. «Días antes, ¡qué casualidad!, había visto
un documental de Gilden. Estaba fascinada. Fue mi mamá quien me instó a saludarlo.
Me moría de la pena, pero corrí hasta alcanzarlo y lo abordé. Tuvimos una conversación
corta, pero me conminó a mostrarle mi portafolio. Se lo envié por mail y al poco tiempo
me invitó a hacer un taller con él», da rienda suelta a sus peripecias. La buena fortuna
le hace guiños.
203 Diana Rangel
También en una calle de Minnesota, Est Lake St., Diana desarrolló La última guía
para un inmigrante en Minnesota, crónica en formato de videoarte que recogió sus
vaivenes: iba preguntándole a la gente qué debía hacer un extranjero para permanecer
y pertenecer a la localidad. «Este trabajo surgió en el estudio del fotógrafo Alec Soth.
Escogió a diez artistas de diferentes disciplinas, dibujo, escultura y escritura, entre
otras, y los hospedó en su casa. Yo era la única latina. Por alguna extraña razón, cada
vez que decía que era de Venezuela, mi interlocutor entendía que era de Minnesota.
Era hilarante. Me dije: “¿Qué debo hacer para encajar en un lugar que al parecer suena
igual al mío?”». Y así Diana se endomingó con su mejor pinta de forastera y salió a
conquistar la zona. Coleccionó experiencias: siguió instrucciones, tomó fotos a los
vecinos, afinó su voz para canturrear «Strawberry Fields» en una tienda, trenzó el
pelo cano de un anciano y, con un golpe de zascandil, engatusó a un sacerdote para
debatir de sexo y hasta concertó una primera cita con un cincuentón. La grabación
de siete minutos, que muestra al ralentí sus travesuras y hallazgos, fue proyectada
en Caracas, Estados Unidos y en el Festival DOC Field Photograpic Social Vision, en
Barcelona, 2017.
«¿Hablas catalán?»
«Ni pío, pero entiendo bastante bien», desliza con picardía, como si maquillara una
verdad que comprometiera la capitulación y la paz de ochos estados en guerra.
“Meparticularidades
interesan los movimientos y las
del día a día. Mi
búsqueda siempre fluctúa entre lo
individual y lo colectivo, lo interno y lo
“
externo. Aquello que está viajando. Lo
que se mueve me motiva
205 Diana Rangel
TERCERA ESCALA
Diana vive en Barcelona desde 2015 luego de cosechar no pocos éxitos como artista,
psicóloga y fotógrafa en Venezuela. Como a miles que han engrosado las estadísticas
de la diáspora criolla –de acuerdo al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para
los refugiados, más de tres millones de paisanos han abandonado sus hogares–, la
capital de Cataluña la ha acogido sin mezquindades ni hosquedad. «Aunque todo
inicio es difícil, sobre todo para alguien como yo, que vine con el dinero contado, sin
subvenciones ni ayudas, no me puedo quejar: trabajo las comunicaciones de la galería
Ana Mas Projects, vivo con mi novio en un apartamentico muy cómodo y empiezo a
reorganizar mis rutinas», enumera sus logros de la vida privada. Es que lo íntimo, lo
que se refleja en el espejo de la peinadora del cuarto, aquello que soslaya el grand
récit de la historia, la cautiva. La hechiza.
Las alegrías y los milagros de las cotidianidades, las tristezas y las pesadumbres de
lo mundano: la cantera de información que excavó Georges Duby para desentrañar
las mentalidades de cada época, refulgen como temas recurrentes en su obra. «Me
interesan los movimientos y las particularidades del día a día. Mi búsqueda siempre
fluctúa entre lo individual y lo colectivo, lo interno y lo externo. Aquello que está
viajando. Lo que se mueve me motiva». Más allá de las hazañas de héroes mitológicos
y de las gestas de príncipes a caballo, la ropa, los amores y odios, la comida –Diana
cocina una pasta con mantequilla y salvia fresca que despierta la gula y hace gulusmear
a invitados– y, por supuesto, las palabras son esas pequeñas-grandes cosas que
desvelan el carácter de la humanidad. Y ella lo sabe. «En mi trabajo no solo trato
de evidenciar el intercambio de memoria, sino también las discrepancias que están
atadas al lenguaje. ¿Qué es ser hombre para ti? ¿Qué es ser mujer para mí? Pienso en
la lengua y en las imágenes y en cómo las usamos y leemos», le quita la cubierta a la
ontología de sus especulaciones y obsesiones.
Cada uno de estos elementos, las inquietudes y postulados que azuzan a Diana, y que
ella se empecina en exponer, están presentes en Voces de un lugar imposible –hasta
la sazón, su investigación plástica y teórica más ambiciosa–. «Como tesis de grado,
me propuse estudiar la violencia en jóvenes del barrio La Dolorita, municipio Sucre. La
idea estalló luego de que mi mentor en la Escuela de Psicología, Antonio Pignatiello,
impartiera un seminario sobre las construcciones subjetivas del crimen y la barbarie.
206 Diana Rangel
Pero ¿por qué Petare y no otro sitio? «Sentía la necesidad de salir de mi zona de
confort, de mi burbuja y mis privilegios de clase media. Cuando subí al cerro, estaba
muy consciente de que yo era la extraña, de que pertenecía a una minoría en un país
cuyos índices de pobreza eran y son elevadísimos», desgrana las complejidades y
desigualdades sociales que vislumbró cuando apenas ingresaba en la UCV. «Ya
notaba esos contrastes. Venía del colegio Cristo Rey de Altamira, que es privado y
católico. Mis compañeros de alguna manera lo resaltaban. Incluso, hubo quienes me
discriminaron por mi color de piel y mi rendimiento. ¡Ojo! Yo no era más inteligente
que ellos. Solo tenía método. Las monjas me dieron herramientas que aún empleo»,
agradece Diana el hábitat académico donde se formó, los consejos literarios y
luces espirituales de la madre Maureen y hasta los gorjeos que silbaba frente a los
micrófonos de los festivales de gaitas estudiantiles. Sus ojos chispean como lucecitas
de Bengala. La infancia resucita con sus rimas y el furruco a la sordina: «Amparito,
Amparito. Te olvidaste del negrito. Tu maracuchito…».
207 Diana Rangel
Los vínculos y oposiciones con la diferencia, las relaciones con los otros y sus
dialécticas la inflan de ánimo para sumirse en cuestiones filosóficas y artísticas: la
alteridad. «Es mi gran preocupación. En Voces planteo la dualidad entre lo que soy
y lo que es mi interlocutor», extrae la quintaesencia de su estudio. Y así, en un plis
plas, Diana refrendó lo que a la imagología en literatura comparada, tan de moda en
los estudios interculturales, le tomó años de escritura y publicación: toda image se
confecciona a través de la comparación continua entre lo propio y lo foráneo. «¿Cómo
se edifican los clichés, prejuicios, estereotipos, es decir, las opiniones sobre los demás?»
medita. El profesor de La Sorbona Daniel-Henri Pageaux, experto en la materia, se
apresuraría en arrojar aclaraciones: hablar de los otros es una forma de destapar algo
de sí mismo. «Mis tertulias con estos jóvenes me sirvieron para entenderme y sopesar
la carga ideológica y política que tienen las opiniones que los señalan».
«Algún tiempo después, pasaron muchas cosas. Uno de ellos fue asesinado y otro se
convirtió en asesino. Todos nos escondimos y tuve miedo por dos meses. Al volver me
208 Diana Rangel
llevé la sorpresa de verlos diferentes, habían cambiado, decidieron tomar otro rumbo.
Uno cocinaba, el otro era obrero y el mayor era vigilante. ¿Qué los hizo cambiar? ¿La
fotografía? ¿Mis visitas?», extendió Diana los acertijos sin resolución en un artículo
publicado en la página web Backroom Caracas. A Wilkins lo mataron en junio de
2014. Ese mismo año, Voces de un lugar imposible trazaba su ruta como exhibición
itinerante. Fue expuesta en la Fundación Cultural José Ángel Lamas de Petare y
en la Alcaldía Sucre del Estado Miranda. Su larga procesión terminó en Mérida y,
como última parada, en España se ungió de reconocimiento tras ganar, a finales de
2018, el I Premio de Investigación y Ensayo sobre Aplicaciones Terapéuticas del Arte,
otorgado por la Fundación María José Jove, en Galicia. «En septiembre u octubre
saldrá un libro que contendrá un ensayo, las crónicas que acopié mientras trabajaba en
el barrio y, por supuesto, las fotografías. Es una manera de juntar la ingente cantidad
de material que tengo y sacarlo a la luz».
«Hablé con el director del liceo Mariscal Sucre y con el encargado de la Biblioteca
Misia Ana Jacinta de Infante. Les presenté mis intenciones de abordar y discutir temas
como la violencia, las drogas y la reinserción en la sociedad. Fueron muy receptivos. No
tardaron en entregarme un salón lleno de niños con la condición de que diera clases
todas las semanas. Fue un reto. Los puse a contar historias a partir de imágenes que yo
les daba. El propósito era desplegar otros derroteros que no condujeran a la violencia.
También hicimos una estación de escaneo. Recopilamos fotos antiquísimas de los
vecinos y las pasamos a formato digital para rescatar la memoria del sitio. Cada niño
tomó una e inventó un cuento. Ellos reescribieron su pasado. Uno me dijo que su foto,
209 Diana Rangel
por los carros, la limpieza y la belleza del entorno, había sido tomada en Roma y no
en La Dolorita», se enternece de esos candores que atesora agradecida. Sentada en
esta plaza, lejos de los regateos de los buhoneros petareños y las voluptuosidades
del reggaetón, su recuerdo, como un mototaxista que penetra en la oscuridad de
una vereda, se pierde en lontananza.
Atruenan los primeros rayos. Una cruz eléctrica de seis brazos relampaguea en la
inmensidad de la bóveda que cubre la plaza. Llueve a cántaros.
«Wilkins»
Del proyecto
Voces de un lugar imposible
La Dolorita, Petare
2010
215 Diana Rangel
«Los de El Terminal»
Del proyecto
Voces de un lugar imposible
La Dolorita, Petare
2010
216 Diana Rangel
“Esta sí, esta sí me gusta, esta soy yo. Nunca sabes lo que va a pasar, no se ve nada, y en mí nunca se va nada tampoco,
esta foto es como ir al fondo, nunca lo encuentras ¿cierto? Así soy yo, nunca encontrarás el fondo… ”
«Wilkins y el mar»
Autor: Wilkins
Del proyecto
Voces de un lugar imposible
La Dolorita, Petare
2010
217 Diana Rangel
Del proyecto
Retornos
Nueva York
2011-2012
218 Diana Rangel
Del proyecto
Retornos
Nueva York
2011-2012
219 Diana Rangel
Del proyecto
Retornos
Nueva York
2011-2012
220 Diana Rangel
Del proyecto
La última guía para el inmigrante en Minnesota
(still de video)
Minnesota
2013
221 Diana Rangel
Del proyecto
La última guía para el inmigrante en Minnesota
(still de video)
Minnesota
2013
A N A M AR Í A A R ÉVA LO
@anitasinf il tro
ANA MARÍA
ARÉVALO
«Yo crecí en un apartamento de Prados del Este con mi mamá y mi hermano. Mis
padres se separaron cuando tenía trece años. Acá teníamos una vida muy tranquila».
Dentro de un conjunto residencial de cuatro edificios con veinte pisos cada uno y seis
apartamentos por piso, Ana María se confiesa afortunada de una infancia feliz. «Crecí
con gente que venía de lugares muy diferentes y siempre tuve esa mezcla de amigos
que no importaba de dónde saliéramos. Éramos un grupo como de veinte pelaos, de
ahí que uno crecía casi sin filtros».
En el Colegio Mater Salvatoris de Caracas, Ana María consiguió una educación que,
además de ser privilegiada, contrarrestaba a su modo de ver con la informalidad
225 Ana María Arévalo
«un poco abstracta» de su entorno en casa. Compartida entre estos dos mundos, su
adolescencia se llenó de amistades que le han acompañado más allá de esos años
de escolaridad. De competir codo a codo en el equipo de voleibol a compañeras
inseparables en la universidad, hoy estas once amigas de las que habla con cariño
mantienen sus contactos desde la diáspora, como en general le ha tocado hacerlo a
toda su generación.
En 2009, Ana María se mudó a Francia. Había pedido ayuda a su mamá, quien envió
mensajes a toda una red de contactos hechos en su trabajo en Air France –que había
adquirido antes KLM–, hasta que finalmente alguien contestó. Jean Louis Raynauld, y
su familia, ofrecieron a Ana María un lugar en Toulouse mientras ella tomaba un curso
de francés. A los veinte años, Arévalo se haría camino en un nuevo mundo. «En un mes
entendí que uno podía caminar por las calles y salir a cantar en bares sin miedo; que,
aunque uno tiene que cuidarse, no es normal vivir en paranoia. Así que luego de terminar
el curso de idiomas decidí hacer una reválida para quedarme a estudiar en Francia».
Luego de cuatro años de relación a distancia, en 2014, Ana María decide mudarse a
Hamburgo. «La decisión estaba entre seguir en Toulouse o seguir con Phillipp, así que
me fui». En Alemania comenzó a trabajar como independiente durante los primeros
meses mientras aprendía el idioma y se adaptaba a su nuevo hogar. «Es un reto
agarrar las raíces otra vez y meterlas en otro lado, sobre todo en un lugar tan diferente.
Para mí fue muy difícil, pero me encantó».
Los siguientes cuatro años significarían para Ana María algo más que la adaptación
a un nuevo mundo. Desde la publicación de sus fotografías –un reportaje sobre los
«cuentapropistas» que registra los trabajadores de setenta profesiones liberadas por el
gobierno de Cuba en 2012– en el especial biográfico de Fidel Castro en Der Spiegel
de Alemania, su vida profesional fue dando el giro en la dirección correcta, y esto le
ha permitido regresar a Venezuela desde 2016 con una especial mirada sobre cómo
la crisis del país afecta a la mujer y su rol dentro de esta sociedad.
227 Ana María Arévalo
En septiembre de 2018, Phillipp es transferido por trabajo a Bilbao y Ana María vuelve
a cambiar de mundo. Desde allí continúa con su trabajo independiente y vuelve
constantemente a Venezuela a fotografiar. Es una vida activa, de mucho movimiento
y viajes. «Pasa una cosa muy curiosa con la creatividad: cuando entras y sales todo es
nuevo, todo es diferente y te refresca. Yo, que puedo hacer esto, siento que es mejor
venir a fotografiar intensivamente y poder volver a Bilbao para hacer postproducción
y luego ver qué se puede hacer para luego regresar. Porque esto acá cansa, se te va el
tiempo en sobrevivir así que para mí es mejor entrar y salir».
una muchacha siria, un muchacho haciendo longboard, y gustó. Me parecía algo que
podía hacer, dentro del periodismo». Cuando se inscribe finalmente en la ETPA, supo
con seguridad que estaba en su elemento.
«Desde el principio supe que lo que yo quería hacer era documental, reportaje y con
gente. No quería hacer nada de paisaje ni de arquitectura porque me aburría. Cada
vez que me mandaban a hacer algo que no tuviese gente, yo no quería». El momento
definitivo llegó cuando por casualidad conoció a una familia gitana en Toulouse y
comenzó a fotografiarlos en todas sus actividades.
Durante el segundo año de estudios, una de las materias pedía hacer proyectos todas
las semanas y producir una serie al final de cada trimestre. Una tarde en un café de
Toulouse, Arévalo se acercó a los gitanos por una extraña necesidad de conocerlos.
Porque ellos, como ella, eran diferentes. El jefe de familia la aceptó al averiguar que
era venezolana. «Desde ese día estuve dos años con ellos, tomándoles fotos de todos
los tamaños, colores, formas y maneras; retratos, reportajes; analógico, digital; con luz,
en invierno, en verano. Todo lo probé con ellos. Fueron mi estudio, mi experimento».
La serie Los gitanos de Toulouse fue un abrir de ojos. El acercamiento que logró
le permitió conocerlos más allá de la fotografía, entenderlos a ellos, su historia y
su circunstancia. «Fue enamorarme de ellos mientras tomaba fotos en el camino».
Aunque antes solo cumplía un objetivo académico, es entonces cuando Ana María
«agarra» la cámara y entiende lo que significa para ella la fotografía «de verdad»:
«que no es un juego, ni un reporte para las redes, sino que sirve también para mostrar
una realidad, para entenderla, para conectar y para satisfacer una curiosidad, mostrar
las injusticias y las desventajas, y hacerlas públicas».
Arévalo nunca mostró mucho interés en otra cosa más que en la fotografía documental.
«En la gente». Es experta no solo en capturar la expresión del rostro, de los ojos
–razón que explica que disfrute también del retrato–, sino que intenta reflejar también
un sentido de humanidad, de la vida en sí misma.
“juego,
La fotografía de verdad, que no es un
ni un reporte para las redes, sirve
también para mostrar una realidad, para
entenderla, para conectar y para satisfacer
“
una curiosidad, mostrar las injusticias y
las desventajas, y hacerlas públicas
230 Ana María Arévalo
“Milo que
Lo que en principio era un viaje de visita a su padre y su familia, se transformó
en el inicio de un proyecto definitivo en la carrera de la fotógrafa. «No
medio es la fotografía,
me sirve a mí para
pensaba que quería trabajar acá, pero después de ver lo que pasaba, quise
“
hacer todo lo posible, y mi medio es la fotografía, lo que me sirve a mí para generar acción
generar acción».
puso a pensar en cuánto tiempo tiene pasando y nadie sabe de esto. Nadie dice nada.
Me dio vergüenza». La claridad con la que Ana María se enfrentó a esta situación es
admirable. Supo identificar inmediatamente la necesidad de retratar la crueldad en
un intento por llevar al mundo el mensaje de esas mujeres que se han quedado sin
voz propia, ignoradas por una sociedad en deterioro.
«Empecé este proyecto con mis propios fondos y al año siguiente lo ofrecí a varias
publicaciones afuera del país, pero no conseguí interés». A partir de un crowdfunding
en el que publicaba a la venta sus fotos «más bonitas» de los gitanos o de Cuba
reunió lo necesario para comprar el pasaje de vuelta a Venezuela y, durante un mes,
trabajar intensivamente y hacer más fotos. Al regresar a Hamburgo, postuló la serie
Días eternos al New York Times Portafolio Review y fue seleccionada. Gracias a
esto viajó en abril de 2018 a Nueva York donde se reunió con representantes del
Pulitzer Center y la organización Women Photograph que reconocieron su trabajo
y le otorgaron dos becas que le permitieron regresar una vez más a Venezuela y
expandir el proyecto.
Poco antes, Arévalo había realizado un taller con LFI (Leica Fotografie International)
en Hamburgo, dictado por el fotógrafo danés, Jacob Aue Sobol, para el que debían
producir un poema de amor. Aquella asignación se transformó en una canción
232 Ana María Arévalo
compuesta por Ana María para su esposo que luego grabaron en un video en el
que ella canta, Phillipp toca el bajo y los otros dos músicos son amigos con los que
formaba dos bandas, una en Caracas y la otra en Alemania. El proyecto fue apenas a
unos meses de la noticia de la enfermedad.
La música es una pasión escondida de Ana María. Cantante desde pequeña, desde
los catorce años conforma su primera banda de rock de cuatro integrantes y canciones
propias. En la universidad inició un nuevo grupo, esta vez de jazz. En Hamburgo
también formó una pequeña banda con el mismo género. «La música siempre ha sido
parte de mí: no hay un día que pase que yo no cante algo, o escriba una línea. Siempre
ha sido algo muy propio, muy íntimo. Y aún no sé si tenga algo que ver con la foto».
Es posible que las personas creativas desarrollen pasiones distintas que reaccionan
a diferentes necesidades expresivas, pero en el caso de Ana María Arévalo, parece
que responden a dos mundos distintos: mientras que la fotografía es una necesidad
de dar luz a sus angustias, la música es el medio para calmarlas.
“La idea
“
es hacer ruido, aunque quimioterapia, comenzó a tomarle fotos en un intento de conservar tantas
imágenes de él como pudiese. «Poco a poco él se fue acostumbrando a
sea al punto de molestar la cámara, y también las enfermeras, y surgió esta serie The Meaning of
Life. No tenía la intención de publicarla al principio, pero tiempo después
nos dimos cuenta de que nadie habla de este cáncer en los hombres».
«Con el trabajo de The Meaning of Life y con el de Días eternos, que son los dos
trabajos grandes que he hecho, mi objetivo es el de crear awareness –conciencia–,
explicando lo que sucede y yendo más allá de la fotografía. Quiero que todos se
enteren de lo que está pasando y compartirlo tanto como pueda. La idea es hacer
ruido, aunque sea al punto de molestar».
233 Ana María Arévalo
RAÍCES EXPUESTAS
En marzo de 2018 Ana María volvió a Venezuela. Phillipp empezaba a recuperarse y
ella continuaba con su trabajo. En diez años, su fotografía ha tomado vuelo de halcón
y comienza a reconocerse entre los grandes. Desde su escuela con los gitanos,
Arévalo reconoció los puntos fuertes de su composición: el color, la luz, la intimidad
de sus encuadres. «Salgo a tomar las fotos pensando en qué luz va a hacer y a qué hora
para que el color salga como yo quiero. Si el amarillo no es igual a las doce que a las
cinco es, para mí, algo esencial. El color, después del tema, es lo primero que pienso».
Desde su página web se puede pasear por el proceso en que esta artista ha sabido
madurar su trabajo, manteniéndose fiel a algunas obsesiones que finalmente son las
que definen su obra. Hay por ejemplo una serie que dedica a registrar discotecas
de música electrónica, pero desde una visión intimista, donde la cámara pasa
completamente desapercibida.
«Toda la serie fue hecha con desechables. Me llevaba la camarita escondida dentro de la
discoteca y le tomaba fotos a la gente joven un poco a modo de reflexión sobre quiénes
somos como generación, cuando la noche cae y las luces de neón se prenden». Ana
María se alimenta también de la adrenalina que consigue de las «tomas prohibidas»
o de lograr esos encuadres cercanos a los que nadie más llega. «Es como satisfacer
una necesidad. Pero con la madurez y la edad te vas dando cuenta de que se puede
hacer mucho más».
«En este país, conectar con gente diferente a ti es difícil y, a través de la cámara, hay
una posibilidad de hacerlo sin parecer un bicho raro en cualquier lugar». Tanto en su
trabajo como personalmente, la fotografía brinda a Ana María la oportunidad de
entender al otro a quien, en cualquier otra situación, nunca hubiese podido conocer.
Es su inquietud como artista y como activista la que despierta sus raíces, y las revela.
“derecho
Es mentira que cuando uno se va pierde el
a no hacer trabajo acá. Al contrario,
mientras más seamos, mejor. Cuantas más
personas estén haciendo música, fotos, arte,
cultura sobre este país, mejor. Mientras
“
que lo que se haga sea positivo y no busque
hundir a nadie más
235 Ana María Arévalo
Influenciada quizá por el uso del color de William Eggleston, o más directamente por
las fotografías de Mary Ellen Mark sobre la prostitución en la India, o por los trabajos
documentalistas de Luis Brito, Andrea Hernández o Álex Cegarra, el trabajo de Ana
María Arévalo demuestra un apego al país que no renuncia.
Las raíces venezolanas son muy difíciles de expresar para ella, porque desde su
pronta juventud se sintió ajena a la creciente destrucción social que ocurría ante ella.
«Esta violencia no es mía. Nunca entendí por qué la gente intentaba comprender que
un hombre fuese capaz de entrar a un restaurante y sin dudar matar a otra persona.
Eso no se hace y no es posible entenderlo, y por eso me tenía que ir. Pero las raíces te
llaman. Quieras o no, ellas quieren volver a su lugar».
Con firmeza resume: «Yo soy fotógrafa acá» y espera poder seguir viniendo tanto
como pueda incluso hasta poder quedarse por completo. «Todo lo que escribo es
de lo que siento cuando no estoy aquí. Es como un corazón roto para siempre: cuando
estoy allá estoy triste porque no estoy acá y cuando estoy acá, estoy triste por lo que
está pasando acá, y todo es un blues eterno». Pero en este sentir es que encuentra su
impulso para continuar, para hacer más.
A Venezuela la trae su familia, pero sobre todo la ata lo que pasa en el país. Porque,
aunque su trabajo no esté en registrar las manifestaciones y las campañas cotidianas,
Arévalo aspirar a ofrecer en el futuro un registro sociológico de nuestra sociedad y,
sobre todo, resaltar la visión que tenemos hoy de las mujeres venezolanas y del rol
que espera desempeñar ante lo que está pasando.
«Con mi cámara les doy voz a ellas porque es con quienes me relaciono y me identifico,
pero no se trata de considerar a nuestro género como minoría, no es esa la cordialidad
que pretendo, sino que es la situación a la que nos cuesta darle la cara. La falta de
amor, el cansancio eterno, la violencia extrema… Es a través de ellas que yo quiero
denunciar». Esta fotografía tiene que ver con la construcción de lo femenino y «hacia
dónde se dirige nuestro género» enmarcada en un contexto de denuncia que Ana
María ataca desde una mirada profunda y reflexiva sobre su propia condición.
«Es mentira que cuando uno se va pierde el derecho a no hacer trabajo acá. Al contrario,
mientras más seamos, mejor. Cuantas más personas estén haciendo música, fotos, arte,
cultura sobre este país, mejor. Mientras que lo que se haga sea positivo y no busque
hundir a nadie más». Cree con convicción que el trabajo hecho afuera también levanta
al país, porque es capaz de superar las fronteras y resonar con más fuerza afuera.
El país de Ana María es uno de muchos mundos. Ese que recupera en cada vuelta
y que descubre desde la distancia. No ha podido abandonarlo nunca, aunque sabe
que lo que guarda es una idea que difícilmente volverá a ser. Porque en su registro
puede entender que acá la esperanza –que por tiempos se somete– es tan débil
como las infraestructuras que denuncia con tanto ahínco.
De la serie Una mujer transgénero muestra sus heridas a través de las rejas
Días eternos que la mantienen detenida. A ella la tratan como a un hombre,
lo que significa que tiene que esperar su juicio en la celda de
Poli-Valencia, Carabobo
los hombres que constantemente abusan de ella.
Enero 2017
240 Ana María Arévalo
La mayoría de estas mujeres tienen hijos fuera de la prisión pero ellas no los reciben
como visita. Daniela (centro, camisa rosada) está sirviendo una sentencia de cuatro
años por robo mientras su hija tiene leucemia.
241 Ana María Arévalo
De la serie El centro de detención preventiva del Valle también se hace llamar “Chinatown”.
Días eternos Es el que tiene la mayoría de mujeres detenidas en la zona metropolitana de
Venezuela. Entre sesenta y cien mujeres están esperando su juicio en este centro,
El Valle, Caracas el cual no dispone de luz natural.
Marzo 2018
“Esta situación no está ayudando a nadie, cuando salgamos de aquí –si es que
salimos– seremos peores personas que cuando éramos libres”. Ayarí, una detenida
de veintiún años, tiene esperando su juicio por tres años.
242 Ana María Arévalo
«La barba se queda» “La noche antes de empezar la quimioterapia, mi esposa me afeitó
De la serie la cabeza. Un ritual, un símbolo de cambio y transición. Teníamos
miedo pero juntos estábamos seguros de que seríamos más fuertes.
El sentido de la vida
Sabíamos también que éramos muy jóvenes para enfrentar esto”.
244 Ana María Arévalo
«Tomando fuerza de la luz del sol» Cuando la vida de mi esposo estuvo en riesgo, todo lo que podía
De la serie pensar era en cambiar puestos. Ponerlo a él sano y yo con cáncer.
Todos los días pensé en esto. Él no se merecía estar enfermo.
El sentido de la vida Sin embargo, a pesar de haber sido una de las experiencias más
duras que he pasado, sé que para nosotros es un momento en
nuestra historia cuando luchamos con amor en la mano, una lucha
donde el amor gana en un mundo donde morir es algo ordinario.
245 Ana María Arévalo
@alecegarra
ALEJANDRO
CEGARRA
1989
«El fotógrafo menos arriesgado»
«Ahora lo que más me interesa es registrar los problemas ocasionados por el cambio
climático. Creo que es fundamental registrar esos desastres que muchas veces no
se cuentan en los medios», explica con voz pausada, mientras aclara el amanecer
de una playa llena de sargazo, esas algas que se convierten en excrecencias
pútridas que ponen en riesgo los ecosistemas costeros. Cuando creemos que
es una imagen perfecta, una postal limpia con un cielo esplendoroso, personas
interactuando y un motivo claro, es decir, una foto que nunca lograremos con
nuestros celulares, Alejandro simplemente niega con la cabeza y exclama: «A esta
todavía le falta». Y, sin piedad, busca otra y comienza a trabajar de nuevo.
Suena fácil, pero no lo es. Alejandro Cegarra tiene veintinueve años pero lleva
al menos doce dedicado a entender cómo lograr la imagen perfecta, en medio
del caos de los conflictos sociales y las pautas frenéticas. Nacido en Caracas el
siete de diciembre de 1989, creció en el este de la capital venezolana en medio
de las mudanzas constantes de su familia. Los Castores, El Cigarral, El Hatillo,
El Marqués y La Urbina son los hitos de su experiencia caraqueña, los enclaves
donde se formó su familia.
Sonríe cuando cuenta que en su familia los roles tradicionales se invirtieron por lo
que su madre, Elinor Zamora, una profesional de la publicidad y la comunicación
se dedicó por entero a su carrera profesional, mientras que Freddy Cegarra, un
profesor de arte, se quedó en casa criando a la familia. «Hermanos de papá y
250 Alejandro Cegarra
mamá tengo solo uno pero tenemos una hermana adoptada y, por parte de papá,
cinco más. Entonces somos un montón, y con eso viene una parranda de sobrinos»,
dice entre risas. «Estudié en el Colegio Cruz Carrillo que era un antro privado en
El Marqués, que es una de las zonas que tiene más colegios por urbanización.
Recuerdo que en la cuadra de mi colegio había dos más y cuando todos salíamos
eso era un desastre».
«Fui mal estudiante toda la vida», exclama Alejandro con sorna y, cuando ve la
reacción de sorpresa entre quienes lo escuchan, sonríe y agrega «no hay que
caerse a coba». Esos llamados del destino, tipo Disney, no existieron en su
infancia. Cuenta que era un joven introspectivo, siempre en la luna mientras a
duras penas atendía a las largas clases de la primaria y el bachillerato venezolano.
Así las cosas, al salir de esa prisión que para algunos es el bachillerato no
sabía casi qué hacer con su vida, por lo que sus padres lo llevaron a un asesor
vocacional. Aunque en ese momento no ayudó mucho a disipar su confusión, en
retrospectiva, cree que recibió un diagnóstico muy acertado.
«Me dijeron “bueno, nos mudamos a otro apartamento pero esta vez tu papá no
viene”, así fue. En verdad ellos lo hicieron lo menos traumático posible y, aunque
se separaron, mi papá siguió acompañándonos en las vacaciones hasta que tuve
como dieciocho años», explica mientras se sumerge en los recuerdos. «Se la
pasaba todo el día en la casa, cenábamos juntos, y hablábamos todo el tiempo.
La diferencia es que dormía en la casa de mi abuela en Campo Claro. Es la única
casa que todavía tiene los muros bajos, entonces es el centro de reunión, la gente
siempre se acerca a saludar. Los viernes, sábados y domingos juegan dominó, de
hecho, el papá de mi exnovia todavía juega ahí».
le decía “igual quiero ir para allá, mamá”, ella solo me contestaba “dale”. Entonces
me daba aquellos rolo de golpes y esa era su forma de educarme. En cambio mi
papá era más de prevenir».
Era 2002 cuando, finalmente, su madre logra cumplir uno de los sueños
familiares: tener un apartamento propio. La mudanza resultó inolvidable porque,
accidentalmente, cuadraron todo para hacerla justo el once de abril, el día del
golpe de Estado que sacó a Hugo Chávez del poder por unas horas.
Como pasa tantas veces en esta historia eso significó otro cambio geográfico, de
La Urbina a Macaracuay, donde había un polideportivo de fútbol. Lo malo es que
Alejandro solo sabía jugar béisbol. «Era horrible porque no sabía qué hacer con
mis pies. De repente me dicen “necesitamos portero” y me ofrecí de voluntario.
Todavía soy el portero en los equipos porque eso fue lo que aprendí», dice mientras
rememora anécdotas de caimaneras y tiros potentes que le quemaban las manos.
«La realidad es que es una posición difícil porque, aparte de toda la presión, siempre
te echan la culpa cuando el otro equipo anota».
En medio de las partidas eternas, las atajadas difíciles y el polvo de las canchas,
Alejandro consigue un buen grupo de amigos con los que se reúne a correr tras
la pelota, jugar cartas y cultivar una pasión que continúa hasta el día de hoy: los
videojuegos. Cuando hace un recuento de sus influencias artísticas, se emociona
al pensar que todas esas «horas muertas» matando enemigos, librando batallas,
corriendo en autos veloces y viviendo en mundos virtuales se le incrustaron en la
mente y forman parte de su lenguaje estético.
«Tenía un Xbox 360 y jugábamos Fifa, Call of Duty, etc. Creo que de ahí me salió la
“ La verdad es que soy el menos
arriesgado de los fotógrafos, mientras
todos se caían a golpes para estar en la
línea de fuego yo me volteaba y veía a
una persona con una expresión única “
y hacía el retrato. Hay que tener la
valentía de no mirar al foco de atención
254 Alejandro Cegarra
Como pasa con muchos talentos creativos, Alejandro decidió estudiar Publicidad,
una carrera que es lo suficientemente amplia como para dedicarse a explorar
diversas especialidades y probar suerte en proyectos y campañas. Mientras
estudiaba en la Universidad Alejandro de Humboldt, su madre le dio una cámara
digital que no sabía usar muy bien, un hallazgo que cambiaría su vida. Gustavo
Cerati decía que el guitarrista debía dedicarle todas sus horas al instrumento,
convertirlo en su novia, para lograr alcanzar cierta maestría. Para el argentino ese
era el único camino y, sin saberlo, fue lo que Alejandro hizo con su primera Nikon.
«Aprender con una cámara es como manejar sincrónico. Al principio todo es
255 Alejandro Cegarra
enclochar, metes primera y la cosa corcovea pero, cuando le agarras el truco, corres
y ni te das cuenta. Cada cámara es complicada porque mientras más profesional
es el equipo, más botones tiene, la idea es que no tengas que ir al menú sino que
tengas todo a la mano», dice mientras describe el aparato. «Los botones de arriba
de las cámaras tienen puntitos y cuando los tocas ya sabes dónde estás. Pero cada
fotógrafo configura su cámara de manera distinta, todo lo personalizas a tu gusto.
Para mí eso era una obsesión, chamo, me iba a Parque Vizcaya a tomar fotos como
loco. Todavía funciono así: o estoy totalmente obsesionado o no me interesa para
nada. No tengo un término medio».
la Cota 905 y cómo perdió el miedo a trabajar en ese lugar. «Mis temores, en
retrospectiva, son los de cualquier fotógrafo desde que empieza: perder la cámara,
fotografiar gente extraña, recibir un rotundo no como respuesta, etc.», escribe en
el blog. «La manera de poder desprenderme de mi miedo por un momento es
una de las razones por las cuales amo la fotografía: “¿Bajo qué otra circunstancia
estarías aquí, en un barrio, conociendo esta realidad de tu ciudad?”. Bingo, durante
tres horas pude ignorar mis temores y durante tres horas pude ser yo».
«Yo siempre digo que la fotografía me salvó de la mediocridad. Iba a ser un publicista
mediocre con dos o tres ideas buenas al año, pero las fotos me sacaron de eso.
Fue como un llamado», explica, mientras mira su celular y muestra imágenes que
también toma en ese dispositivo. «En mi primer mes en el periódico hice una
suplencia Superbarrio, así que recién llegado me tocó meterme de cabeza y ver
cómo vivía la gente. Fue duro pero lo disfruté muchísimo y cuando terminó el mes,
se me acercó mi jefe, Iván González, y me preguntó “¿quieres seguir con nosotros?”
y le dije que sí, porque para mí ya no había nada más».
Luego de vivir tan rápido, de crear proyectos que ganaban premios internacionales
y viajar por toda Venezuela retratando tragedias y esperanzas, tuvo que someterse
a cinco cirugías y centenares de horas de fisioterapia durante año y medio.
«Me tuvieron que sacar hueso de la cadera porque el brazo se me refracturaba, no
Siempre me pregunto qué le estoy
“proponiendo al ruido de la fotografía,
¿cuántas imágenes no se hacen en un
segundo? ¿Cuál es el sentido de un
fotógrafo? No se trata de tomar fotos para
Instagram sino de hacer temas que te
retan, proyectos que pueden cambiarle la
“
vida a sus protagonistas
259 Alejandro Cegarra
podía moverlo y me ardían los dedos, fue una locura. Me sirvió para replantearme
cosas porque yo manejaba bicicleta, era portero y vivía de la fotografía, pero si ya
no podía hacer nada de eso ¿qué sentido tenía la vida?», exclama con el pavor de
quien se supo perdido.
La ilusión por regresar a la fotografía volvió a salvarlo y en 2017 era común verlo
cubriendo las violentas protestas en las calles de Caracas en una postura insólita:
con el brazo derecho sostenía la cámara mientras llevaba el izquierdo hacia atrás,
en la espalda y lejos del peligro. Sin embargo, el rebote de una bomba de gas
lacrimógeno le impactó en la mano. Sus temores por el dolor, esos demonios
que lo tuvieron enclaustrado durante tantos meses, hicieron que corriera hasta
el consultorio médico vestido con su chaleco antibalas, casco y todo el equipo
fotográfico. Mientras sudaba en la máquina de rayos X, suspiró con alivio cuando
escuchó que no había pasado nada. «Eso sí, la mano se me hinchó un montón»,
dice con la picardía de un niño travieso.
Cubrir más de seis años de protestas y enfrentamientos políticos, así como
260 Alejandro Cegarra
«Emigrar a los veintisiete fue un cambio total. Llegué a casa de unas amigas y
empecé a reconstruir todo de cero, eso te da otro tipo de madurez. Decidí venirme
porque ganó Trump en Estados Unidos y sabía que esto se iba a convertir en un
polo noticioso», comenta. «Estuve mucho tiempo solo acá, me separé de mi pareja
y pasé por muchas transiciones. Ahora sé quién soy exactamente, pero ha sido un
proceso de aprendizaje».
Este año ganó el tercer premio del World Press Photo en la categoría de
Proyectos a largo plazo por la serie State of Decay (documentada entre
el treinta y uno de marzo de 2013 y el diecinueve de marzo de 2018),
con la que narra la profunda crisis de Venezuela. Hace unas semanas
La realidad es muy amplia
estuvo en una presentación del galardón y pudo ver sus imágenes
expuestas en un museo mexicano, la gente se paraba ante su obra y
“ “
como para solo quedarte en
apreciaba toda la intensidad del drama de su patria enmarcado en las la violencia
blancas paredes de un recinto artístico. Un contraste paradójico que le
alegra el corazón.
«Me siento más sutil en fotografía, claro que cuando un medio te manda debes
conseguir las fotos más impactantes y duras. Pero ahora me encuentro más sereno,
más tranquilo y seguro porque puedo ir a una pauta con poca preparación y resolver.
Eso que llaman experiencia», dice entre risas. «Creo que toda esta transformación
es un camino a la serenidad. Ya no quiero regresar a la violencia».
usa todo el bagaje que aprendió en las calles caraqueñas para ampliar su mirada
y dedicarse a otros temas como la migración y los conflictos ambientales.
«México es uno de los diez países más vulnerables al cambio climático y eso es
una noticia lamentable, pero también lo veo como una oportunidad para ensayar
un nuevo discurso. La realidad es muy amplia como para solo quedarte en la
violencia», dice con aire reflexivo. «La verdad es que soy el menos arriesgado de
los fotógrafos, mientras todos se caían a golpes para estar en la línea de fuego
yo me volteaba y veía a una persona con una expresión única y hacía el retrato.
Hay que tener la valentía de no mirar al foco de atención. Es algo difícil, pero vale
mucho porque te da otras lecturas y distingue tu trabajo».
1990
«Fotografío para preservar la dignidad»
«No es oficio para una niña del colegio Academia Merici, me lo dicen mucho, me
lo digo yo misma y me río, pero es lo que soñé y es lo que quiero seguir haciendo.
Por eso no me fui. Por eso no me voy. Por eso estudié un año afuera y, aunque
pude quedarme, regresé para retratar lo que vivimos en el país, ese ambiente
que no podemos explicar porque nada sabemos de él, porque obedece a fuerzas
invisibles que lo controlan todo y que terminan haciendo que aquello que tenemos
delante, lo que creemos estar viendo e incluso documentando, no sea más que un
espectáculo. Creo que es importante estar aquí en estos momentos».
“ciudad
Nueva York de por sí es una
abrumadora que te hace
“ de lunes a lunes. Todo giraba en torno a la fotografía. Sus salidas
consistían en ir a museos, galerías, inauguraciones de exposiciones,
siempre con la cámara al cuello. «Nueva York de por sí es una ciudad
o te rompe. A mí me hizo abrumadora que te hace o te rompe. A mí me hizo. Soy introvertida y
no fue fácil lidiar con eso, pero me encantó. Fui con la idea de trabajar
durísimo, de dar todo lo que tenía por dentro y por fuera. Eso hice».
Aún con las maletas a medio desarmar, en agosto de ese 2018 salió junto a un
amigo por las carreteras que conducen a la zona cacaotera de Patanemo y sus
playas, en el estado Carabobo. Fotografió todo el camino, cada sobresalto del
paisaje, lo hermoso y lo terrible. Fue su rito de reconciliación consigo misma y
con el país, y la genealogía de Homecoming: «Al principio no sabía qué estaba
fotografiando, pero comencé a ver similitud estética entre las fotos que hacía y una
búsqueda muy enfocada. Regresar a Venezuela mientras todos huyen desorienta
el espíritu. Es muy duro. Me impresionó el deterioro, los drásticos cambios
ocurridos tan solo durante un año en materia de infraestructura, en el aspecto
físico y psíquico de la gente, en la resignación. Eran cambios extremos en los que
también vi mucha esperanza, gente que trabaja, que se casa, que hace el amor,
275 Andrea Hernández
que tiene hijos y los manda al colegio, que cocina con cariño, que sigue luchando
para preservar su dignidad en tiempos tan oscuros. Este proyecto juega con las
nociones de proximidad y psique colectiva y habla sobre los miedos que han
empujado violentamente a los venezolanos hacia las fronteras. Es una forma de
afrontar y comprender el declive y la extraña contradicción que es el país».
IMÁGENES PREMONITORIAS
No siempre hubo una cámara en sus manos. No siempre creyó mirar.
A sus padres les gustó siempre viajar por Venezuela. Una infancia aventurera
se sumó a un patio enorme que ella creía la jungla de la película Jumanji y que
ningún juguete superaba. En esa casa de La Castellana, en la que vive desde
los cuatro años, se crió con dos hermanos menores, Guillermo y Camila, y con
sus primas Cristina, Marisabel y Andreína. Una familia grande, unida, religiosa,
276 Andrea Hernández
DE LA LENGUA AL OJO
En 2014, apenas entregó su tesis de grado, entró a trabajar como redactora
del portal El Estímulo. Sus textos fueron siempre, sin proponérselo, los de una
fotógrafa, llenos de imágenes y profusas descripciones de ambientes y personas,
un poco como los libros de ciencia ficción que tanto gusta leer porque la
transportan a mundos fantasiosos y «porque reflexionan sobre el bien y el mal».
Un día descubrió que ella misma podía tomar fotos para sus textos.
«Siempre pensé que lo mío era la palabra, pero sentía que me quedaba
corta con la escritura. Cuando me percaté de que las imágenes también
“historias
Siempre he estado contando
de otros. Ahora me toca
podían contar historias, ya nunca más fui la misma. Me sentí como
Harry Potter cuando manejó por primera vez una varita en la tienda
contar las mías. Mi trabajo personal de Ollivander. Era como si me hubiera elegido a mí. Tenía una cámara
“ semiprofesional que me habían regalado mis padres, pero que nunca
tiene metáforas, a diferencia de mi antes usé: una Canon Rebel T13. Rebel, en español rebelde, como yo.
trabajo periodístico Mis primeras fotos fueron para un reportaje titulado “Cuánto cuesta ser
santero”, hecho en los nada sencillos pasillos del mercado de Quinta
Crespo y publicado el 29 de octubre de 2014».
OTROS VUELOS
En 2017 su carera como fotoperiodista se desentendió de amarres.
En 2019 siguieron los logros. Obtuvo la beca Adelante del International Women’s
Media Foundation (IWMF) que resalta los logros alcanzados por mujeres
periodistas latinoamericanas que luchan contra todo tipo de dificultades para
hacer escuchar sus voces.
DOCUMENTAR LO DIFÍCIL
El domingo veintisiete de enero de 2019 apareció en El País Semanal el primer
capítulo de la serie Crónicas sudacas del periodista argentino Martín Caparrós.
El conmovedor texto intitulado «Caracas, la ciudad herida» lució fotos no
menos conmovedoras de Andrea Hernández, sin duda un gran reto para una
fotoperiodista que tiene su propio discurso sobre el país y la realidad. «Trabajar
con Martín fue una experiencia muy interesante de muchas maneras. Ninguno de
los dos estaba acostumbrado a trabajar con alguien con zarcillo e hicimos lo posible
por acomodarnos el uno al otro. Aprendí mucho viéndolo entrevistar a sus sujetos
y de sus planteamientos sobre sus posibles diseños de la historia. Me entretuvo
verlo hablar en sitios públicos y privados y ver cómo, en papel, sabe mantener a su
audiencia enganchada».
Asocia la belleza a la dignidad de los sujetos, por eso pretende reducir todo
rastro de patetismo. «Por lo general la audiencia no se vincula con una imagen que
le resulte patética sino con aquella que demuestra que hay algo que está peleando
por su dignidad. Eso es lo que pretendo con mi trabajo en Venezuela. Las imágenes
que han salido del país son así, intento reducir la visión de arriba hacia
abajo, poner al sujeto fotografiado en mi lugar, como a mí me gustaría
Sus fotos no demuestran cuán introvertida puede llegar a ser. Aún le cuesta
acercarse a la gente para pedir un retrato. Dice que es complicado ser tímida
y fotoperiodista, pero cuando considera que hay cosas más importantes que
ella misma y sus inseguridades, nada la detiene. «Por alguna razón, aunque me
cuesta mucho dar el primer paso para hablar con alguien, siempre me ha salido
bien. No cuestiono al otro. Siempre en las comunidades me reciben con brazos
abiertos. Llamo comunidades a grupos humanos. He fotografiado comunidades
en barrios de Petare, de la Vega y ancianatos del este de Caracas. En Nueva
York tuve la oportunidad de adentrarme en una comunidad de fisicoculturistas,
fue rudo pero muy interesante, allá hay una sobreprotección de la intimidad que
aquí desconocemos».
282 Andrea Hernández
Detesta las ruedas de prensa. Busca lo hondo, lo arduo, lo que duele. Prefiere los
ambientes hostiles porque ahí siempre hay una historia que fotografiar. «Entre lo
más difícil que me ha tocado reportear fue el funeral y sepelio de Ángel, un niño de
siete años que murió por difteria en febrero de 2017 en las Cocadas de Barcelona,
estado Anzoátegui. Quería retratar lo injusto de lo que ocurrió allí. La familia no
me lo impidió, pero no estaban cómodos. Pasaron tres horas antes de que pudiera
sacar la cámara y retratar aquel velorio, que fue en la casa porque apenas si pudieron
levantar fondos para la urnita. Esas fotos fueron en blanco y negro».
Al narrar esto hace un larguísimo silencio, baja la voz y la mirada, luego explica
que lo más difícil ha sido fotografiar a su propia familia, sobre todo a su padre en
la habitación de la clínica en la que varias veces ha ingresado a causa del cáncer.
«Me estaba agarrando de algo. Retratar lo de uno es difícil. Cuando estás entre
extraños pasan muchas cosas como si fueran balas de Matrix, que no entiendes,
pero en tu familia lo entiendes todo».
Me duele mi gente, busco a mis
“
iguales, hablar en un mismo lenguaje
y sobre todo mirar a la gente a los
“
ojos, porque eso es reconocer al otro y
que te reconozcan a ti
284 Andrea Hernández
CUESTIONAR EL MUNDO
En un momento no muy lejano pero que no sabría precisar, encausó su interés
por la fotografía hecha por mujeres y por quienes se identifican en términos no
binarios con respecto al género. Aclara que ella se percibe del sexo femenino,
pero que en la imagen esa libertad conduce a otras miradas. «Cuando eres no
binario pasaste por un proceso de cuestionamiento, ya entiendes que no tienes
certezas sólidas, y fotografiar desde ese punto de vista es muy interesante. No
tienes prejuicios sobre las personas, es una actitud, la gente se abre un poco más,
se siente más cómoda frente al lente que en el fondo es un acto violento».
Esto nada tiene que ver con una visión feminista y menos aún con ser insensible
a las abismales diferencias que la industria fotográfica aún impone entre mujeres
y hombres. «Venezuela es un país muy machista y no ayuda para nada ser mujer
y que te digan cosas, que te vean como un blanco fácil y que además cargues
con un equipo encima. También dentro de la industria me ha traído problemas
ser mujer. Hay agencias internacionales de noticias que hacen lo posible por no
trabajar con mujeres. A mí por fortuna me ha ido muy bien como fotoperiodista
independiente, pero no quiero que quienes vengan detrás de mí sufran lo que yo
he experimentado y mucho menos lo que sufrieron algunas fotógrafas
que me anteceden y que se preocuparon por que hubiese un debate
sobre el sexismo. Suena extraño en pleno siglo XXI, pero he visto
mujeres que no pudieron con el azote de la discriminación dentro del “ Cuando cometemos faltas éticas
“
estamos atentando contra nuestra
fotoperiodismo y desistieron y se dedicaron a otra cosa. Me gustaría
propia autoestima profesional
que hubiese más diversidad étnica y de género a la hora de contratar
fotógrafos, más debate sobre la industria y que los temas no sean
tabúes. Muchas veces inicio discusiones en charlas, en mis clases, con
mis amigos. Es importante para que mejore la calidad de nuestros
trabajos. Cuando cometemos faltas éticas estamos atentando contra
nuestra propia autoestima profesional».
de Lucia Botticelli, Nan Goldin, Evgenia Arbugaeva, Hannah Reyes Morales, Andrea
Breus que fue mi mentora en México. Hay tres venezolanas cuyo trabajo admiro
porque me influyen y me retan: Betty Laura Zapata, Adriana Fernández y Ana
Arévalo. Con estas últimas me reúno cuando coincidimos en el país, conversamos,
conceptualizamos proyectos, hacemos comunidad, nos apoyamos y ayudamos
mucho y eso nos da fuerza, voz e influencia. No conozco mujeres venezolanas que
hayan sido fotoperiodistas en otras épocas. Sé que las hay, pero sus nombres no me
dicen nada. La mayor parte de los antecedentes en fotoperiodismo son hombres
y con los que no me siento identificada. Es una fotografía que tomaba distancia.
A mí me gusta estar involucrada. Somos una generación distinta. Creo que he
encontrado algo de mi voz. O en eso estoy».
HACER LO PROPIO
En 2019 comenzó a dictar clases en la misma escuela donde estudió fotografía en
Caracas. Desde allí pretende también dar fondo a su preocupación social, al país
que no termina de entender porque no hay tramo que no conduzca a lo social, a lo
político, al hartazgo de todo eso. «Desde hace tiempo dejé de hacer predicciones
sobre lo que puede pasar incluso en mi propia vida. No puedo imaginar un futuro
distinto a lo que estamos viviendo ahora mismo. En Venezuela hay una desconexión
muy grande entre quienes necesitan un cambio y quienes pueden hacerlo posible.
Me gustaría ser un puente entre ambos. Aquí todos vivimos una situación única y
es importante que quede un documento. Nuestra vida es muy intensa, un día aquí
son muchos años en otro lado por la cantidad de cosas que pasan. He envejecido,
me han salido canas en estos últimos años. Por eso la imagen que creo describiría
ahora mismo a Venezuela es muy oscura y en ella una persona levemente iluminada,
con un rostro muy solemne, que está peleando por su dignidad».
De la serie
Vuelta a casa
288 Andrea Hernández
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FAB IOL A F E R R E R O
@ fa b i o l a fe rre ro
FABIOLA
FERRERO
1991
«Plasmar un estado de ánimo»
Fue el lugar de las vacaciones, de los fines de semana largos, de las cenas de
Navidad y los abrazos de Año Nuevo. Agua y arenas de libertad. La promesa
del encuentro, no solo con los suyos, sino consigo misma. «Allá me sentía libre.
Bueno, me siento libre, como invisible», cuenta la joven.
«Empecé con prensa. Estaba muy enfocada en buscar el momento, una buena
composición. Pero después de 2016 quise plasmar un estado de ánimo, una
emoción de lo que estaba sintiendo el país», cuenta la periodista, quien comenzó
en 2014 su carrera en el portal El Estímulo, donde laboró dos años. Primero
fue redactora, pero empezó a llevar la cámara a las pautas y el sendero se fue
abriendo hasta expandirse no solo en Venezuela, sino en el exterior.
En 2018 fue una de las seleccionadas por América del Sur para el programa
6x6 Global Talent de World Press Photo Foundation, además de ser parte del
Programa de Fotografía y Justicia Social de Magnum Foundation. También recibió
mención de honor de la PHM Women Photographers Grant New Generation. Sus
fotografías han sido publicadas en medios como The New York Times, Le Monde,
The Wall Street Journal, Time, Buzzfeed, El País y El Malpensante.
298 Fabiola Ferrero
«Mi mamá dice que me querían llamar Vanessa, pero siento que ese nombre no
hubiese pegado conmigo. No recuerdo cuál de los dos me dijo que eligió Fabiola
porque se lo susurraron. Me encanta esa doble F».
Desde ese edificio, a los once años de edad, fue testigo de la marcha hacia
Miraflores del once de abril de 2002, una fecha de la que fue partícipe desde
la ingenuidad y el entusiasmo. «Se veía la autopista Francisco Fajardo. Entonces,
jugaba a ser periodista. Me paraba en la terraza y hacía que me grabaran
mientras yo hablaba como si fuera reportera. Narraba lo que ocurría mientras se
escuchaban detonaciones. Fueron muchas las protestas que vi en la zona, mucho
299 Fabiola Ferrero
gas lacrimógeno. Nosotros vivíamos en el piso dos, y teníamos que bajar para no
ahogarnos por todo ese gas que subía».
Ahora bien, en los últimos años de bachillerato, dudó cuando tuvo que elegir
opciones para entrar a la universidad. No sabía si Comunicación Social o Psicología.
«Apliqué a las dos. Hasta el día de hoy me pregunto por qué no estudié Psicología.
Todos mis proyectos tienen que ver con esa área de estudio y mis materias favoritas
eran las que estaban relacionadas».
ROMPER LA BURBUJA
En la temprana adolescencia, Ferrero vivió una experiencia que hizo tambalear
su sensación de tranquilidad, su visión del mundo. «Estaba en una peluquería
acompañando a mi mamá y entraron unos hombres armados. Nos encerraron en un
baño. Mi mamá peleó con ellos. Pensé que la iban a matar porque forcejearon. Eso
me impactó muchísimo. Estar con otras mujeres con alguien que podía matarnos
en cualquier momento».
que su familia tenía a su disposición. Pero cuando ella tenía trece años de edad,
su papá fue despedido de la empresa en la que trabajaba.
«Fue una crisis familiar bastante fuerte, y abrió un cyber para resolver mientras
tanto. Hizo una inversión muy grande y todos estábamos muy nerviosos. Si no
funcionaba, perdería todo su dinero».
Y fue en ese local, ubicado en Bello Monte, donde conoció a personas que
vivían tragedias que ella hasta ese momento no pensaba que podían ocurrirle a
personas allegadas.
Tuvo la clásica rebeldía adolescente, molesta con el mundo. Y cada vez más se
fue acercando a historias de ese tipo, como cuando una amiga intentó suicidarse
y luego la llamó para hablar. Episodios que influyen ahora directamente en su
trabajo como fotógrafa.
El negocio del cyber duró como dos años, hasta que se mudaron a La Florida
cuando el papá volvió a la industria farmaceútica y la vida continuó para ellos.
Hasta que el hogar empezó a resquebrajarse. El hermano mayor, Juan Manuel,
se fue a España hace ocho años. Hace tres, los padres se fueron a Colombia y el
otro hermano, José Ángel, ahora vive en Inglaterra.
“paísSinnosduda,ha eldadoperiodismo te da mucho. En este
mucho a los fotógrafos. Hemos
hecho nuestra carrera, nos ha enseñado a valorar
muchas cosas, pero hay días en los que uno
termina como si cargara un morral de piedras, con
mucha impotencia por ver la realidad de muchas
“
personas y no poder cambiarla
302 Fabiola Ferrero
UN HECHO HISTÓRICO
En la UCAB, Machurucuto pasó a ser no solo el lugar para buscar la solitude, sino
también un propósito de entender el país a partir de las huellas que el pasado
deja en los individuos y en las sociedades. En 1967, el poblado fue escenario
de un intento de invasión por parte de guerrilleros venezolanos con el apoyo
de Cuba. «En la universidad vi clases con María Soledad Hernández. Ella habló
sobre la invasión. Para mí, que Machurucuto tuviera una importancia histórica era
clave porque era mi manera de entender muchas cosas. Era el lugar en el que
había pasado toda mi infancia. Hablé mucho con la gente sobre eso. Hay historias
de personas que dicen haber visto a tal guerrillero, muchos relatos. Fue el gran
acontecimiento local en un lugar donde la vida es una pausa total».
«La presenté como una semblanza escrita del pueblo y la conecté con el hecho
histórico de la invasión fallida. Quise hacer una analogía con la forma en la que la
cultura cubana se terminó metiendo en la vida política del país. Pero no la aceptaron.
Me dijeron que lo hiciera multimedia. El resultado fue una página web con muchas
fotos, videos y textos. Pero esa página se perdió».
Regresó al país, y ese año, 2017, hubo la efervescencia en las calles por la
intensificación de las protestas en contra de Nicolás Maduro.
Considera que si bien en el país hay mucha discusión sobre lo que está ocurriendo,
se trata muy poco el tema de lo que se está sintiendo. «Nos está generando
una herida muy profunda. Si yo en mi trabajo tengo que documentar todo esto
doloroso, quiero que para el futuro quede un registro más sentido y sensible sobre
lo que está generando en nuestra psique y memoria colectiva. He visto mucha
tristeza, un recuerdo constante de lo que fuimos. Sales a la calle y la tienda de
siempre, quebró. Quieres llamar a un amigo, y no está acá. Quieres viajar al interior
del país, y no hay gasolina. Vas a tu casa y está completamente vacía porque tu
familia está afuera. Constantemente hay un recuerdo de lo que fue y ya no está.
Eso ha generado un duelo, una pérdida. En eso me he enfocado, en profundizar lo
que está sintiendo la gente».
304 Fabiola Ferrero
Cuando publica en medios como el Wall Street Journal o el New York Times, se
pone el sombrero de periodista. Busca que el retrato sea lo más digno posible,
a pesar de que la persona pase por un momento terrible. Ahora, cuando se
involucra en sus proyectos independientes, da un paso más allá cuando refleja
que forma parte de todo esto. «Mi familia forma parte del proyecto que desarrollo
en estos momentos. Se trata de que las personas involucradas escriban y haya
también imágenes. Fotografié a mis padres cuando vinieron de visita, la casa donde
vivimos, la de Machurucuto, la de otras personas. Estamos construyendo una voz
colectiva o un diario colectivo de nuestra herida emocional. No sabemos cómo va
a terminar».
En su vida, parece que no hay nada fortuito. Tanto la amiga que hizo en el cyber,
como el tenso episodio de la peluquería, la elección de la carrera, los temas que
le interesaban mientras estudiaba, forman parte de un entramado que vino a
encontrar una base argumental cuando leyó el estudio El mapa emocional de los
venezolanos de Yorelis Acosta.
De las experiencias en el exterior, se sorprende del interés que hay por lo que
acontece en el país, además de ver hasta dónde han llegado los venezolanos.
«Hace poco di una charla en Bruselas, donde había uno de Portuguesa y otro de
Barinas. Hacían un PhD. Me pareció increíble. La gente hace muchas preguntas
sobre Juan Guaidó y otros tantos temas. Hay una sobreexposición de la palabra
Venezuela, pero no pueden entender todo hasta que hablan con alguien del lugar».
Agrega: «Lamentablemente la cobertura que dan los medios sobre este conflicto, así
como de cualquier otro, es muy simplista. Es difícil que tantas capas sean explicadas
en los espacios que tienen los medios de prensa. Lo más valioso de la exposición
internacional es poder sentarme con las personas y que hagan preguntas y puedas
más o menos darles una idea más concreta de lo que se vive acá».
Si yo en mi trabajo tengo que
“documentar todo esto doloroso,
quiero que para el futuro quede un
registro más sentido y sensible sobre
lo que está generando en nuestra
“
psique y memoria colectiva
307 Fabiola Ferrero
EN EL CAMPO
En 2017, durante las elecciones para la llamada Asamblea Nacional Constituyente,
fue rodeada por colectivos armados que le robaron su equipo de trabajo. Pero
no ha sido la primera vez en que ha estado expuesta al peligro. Un año antes,
durante un recorrido que hacía en el sur del país para realizar una investigación
sobre las consecuencias del desastre ambiental de la minería ilegal y las mafias
que encabezan todo ese negocio lúgubre, pensó que moriría. «Fui al Arco Minero.
Iba a una de las minas que controla el grupo mafioso llamado el Sindicato. En un
botecito con los pistoleros, yo estaba con Anatoly Kurmanaev, que entonces era
reportero del Wall Street Journal. Cuando estamos llegando, empezamos a ver a
todos los tipos armados. Uno de ellos dice “Ay catira, tú no sabes que los trajimos
para matarlos”. Me quedé fría. En mi mente le pedí perdón a mi mamá. Luego el
hombre se rio. Me dijo que era un chiste, pero esa sensación que tuvo mi cuerpo
todavía no la puedo olvidar».
Es reflexiva cuando recuerda esa visión que tenía hace años del
“Lamentablemente la cobertura que
dan los medios sobre este conflicto,
periodismo. Pensaba que el reportero, una vez dejara el lugar de los así como de cualquier otro, es muy
hechos, podría continuar su vida sin mayores problemas. Pero la
experiencia suele tener filo. «Hay días en los que uno llega complacido
simplista. Es difícil que tantas capas
sean explicadas en los espacios que
por la labor realizada, por la gente que conoces. Sin duda, el periodismo
“
te da mucho. En este país nos ha dado mucho a los fotógrafos. tienen los medios de prensa
Hemos hecho nuestra carrera, nos ha enseñado a valorar muchas cosas,
pero hay días en los que uno termina como si cargara un morral de
piedras, con mucha impotencia por ver la realidad de muchas personas
y no poder cambiarla».
que se fue de Venezuela con su mamá y que tenía tres años sin ir a la escuela.
En un cuaderno, practicaba escribir su nombre para que no se le olvidara. También
tenía anotado el nombre de su país de origen.
Ha habido momentos tensos por el hecho de ser mujer en un medio que suele
ser asociado a los hombres. «Experiencias desagradables, incluso con colegas.
Pero no sé cómo hablar sobre ese tema. Mejor te cuento sobre cuando trabajas
con la gente. En esos momentos busco entender esas visiones machistas como
un código ajeno a quien yo soy. Intento no tomarlo personal, sino verlo como un
código del lugar en el que estoy, de la familia o de la persona que documento».
EN FORMACIÓN
A pesar de los logros obtenidos, asegura que todavía está aprendiendo, en camino
para lograr materializar lo que se ha trazado. Es de las que está clara en que el
éxito puede ser muy efímero. Además, recuerda que las personas cambian. Y los
deseos del futuro pueden estar muy distanciados de los de ahora. «La persona
que quería ser siempre está cambiando con los años. No siempre anhelas lo mismo.
Empiezas por unas razones, y estas evolucionan».
Tiene una libreta en la que están anotados los nombres de los fotógrafos que
admira. Cuando necesita inspiración, la revisa. De los nuevos, por ejemplo,
menciona a la brasileña Luisa Dörr, así como a la española Cristina de Middel, a
los colombianos Jorge Panchoaga y Andrés Cardona, así como a los ecuatorianos
Isadora Romero y Misha Vallejo. «En la fotografía latinoamericana están pasando
cosas increíbles. De acá, me encanta el trabajo de Luis Cobelo. Por nombrar
algunos». Recuerda también al fallecido Wil Riera, quien le recomendó ver el
trabajo de Alex Webb. Y lo hizo en esos primeros años.
Le encantaría además ser profesora, pero todavía no. «Le tengo mucho respeto al
oficio de enseñar. Yo todavía estoy en la etapa de aprender».
De la serie
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ALBINSON LINARES
Créditos
PERIODISTAS y
FOTÓGRAFOS
CARACAS, 1981
» Entrevistas:
Alejandro Cegarra
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320 Créditos
» Entrevistas: » Entrevistas:
Aglaia Berlutti
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321 Créditos
Comunicadora Social egresada de la Universidad Central Periodista, cronista, guionista y locutor. Fue editor de
de Venezuela (UCV). Ha trabajado en medios nacionales la revista política Poder vs Poder. Editor de los portales
como Panorama, de Maracaibo; El Mundo, Últimas BienDateao y Venezuela USA. Escribió para los diarios
Noticias, de Caracas; y en la revista española Cambio 16. La Columna de Maracaibo y El Nacional de Caracas.
Actualmente reside en Lisboa, Portugal. Ha trabajado en televisión (Canal 11 del Zulia, Televen,
Globovisión) y radio (LUZ Radio del Sistema Integrado de
Medios de la Universidad del Zulia de Maracaibo en 102.9
FM, Dámaso 2.0 en Éxitos 89.7 FM). Actualmente reside en
Orlando, Florida.
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CARACAS, 1984 Fotografía Manuel Sardá MARACAIBO, 1966 Fotografía Umar Timol
Periodista egresado de la Universidad Santa María. Fue Licenciada en Letras y doctora en Ciencias Sociales. Poeta,
redactor de las páginas culturales de Primera Hora y El narradora, ensayista, autora de libros infantiles, cronista
Nacional, donde mantuvo la columna «Líneas Tardías» del gastronómica y editora. Sus trece poemarios publicados
«Papel Literario». También fue redactor de la revista musical entre 1986 y 2006 fueron recogidos en Verbos predadores
Ladosis. Actualmente colabora para Crónica Uno, InfoBae, (2007). Entonces vinieron Postales negras (2011), Limones
Clímax, Alternos y El Nacional. Fundador de la página A en almíbar (2014), Nosotros, los salvados (2015) y Las bellas
Pesar de la Miopía (elmiope.com), productor y conductor catástrofes (2018). En 2012, su novela Las horas claras fue
del programa El Miope en Radio de Humano Derecho Radio XII Premio Transgenérico de la Sociedad de Amigos de la
Estación. Forma parte del equipo del Festival Cine Rock. Cultura Urbana; en 2013, Premio de los Libreros al Libro del
Coautor del libro ¿Cómo lo hicimos? Una gestión cultural en Año y finalista del Premio de la Crítica a la Novela del Año,
25 buenas prácticas (Cultura Chacao, 2017). en Venezuela; luego, reeditada en México. Actualmente es
gerente editorial de la Fundación La Poeteca.
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Andrea Hernández
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323 Créditos
Poeta, narrador, editor, crítico de arte y literatura. Entre sus Periodista egresado de la Universidad Central de
numerosas colaboraciones para revistas y suplementos Venezuela (UCV), mención Audiovisual. Crítico de cine
literarios, impresos y digitales, destacan su columna «La y teatro. Ganador del Premio Municipal a la Difusión
Paciencia» en el «Papel Literario» de El Nacional y su blog en Cinematográfica (1998). Ha sido redactor de El Diario de
Inspirulina. Ha colaborado en El Estímulo. Fue columnista de la Caracas y El Nacional. Actualmente coordina el área de
revista Sala de Espera y director/editor de la revista digital La Arte y Entretenimiento en El Universal, donde publica
Casa Azulada. Ha publicado los poemarios Grado superlativo semanalmente la sección «Mirada Expuesta», dedicada a
(2004) y Fragmentos naranja (2015). También publicó, en promover el trabajo de fotógrafos venezolanos.
narrativa, Diarios de rehab (2017).
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Jesús Briceño
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324 Créditos
Antropóloga egresada de la Universidad Central Poeta, narrador y corrector. Licenciado en Letras egresado
de Venezuela (UCV). Magíster en Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela (UCV), donde
(Universidad Simón Bolívar, USB), Caracas; en Escritura ha sido docente; también lo ha sido en la Universidad
Creativa (NYU) y Estudios Hispánicos (Columbia University), Simón Bolívar (USB), la Universidad de Oriente (UDO),
Nueva York. Narradora, poeta y crítica. Ha publicado la Universidad de Margarita (Unimar) y la Universidad
Ana no duerme (cuentos, 2007 y 2016); Los días animales Nacional Experimental de las Artes (Unearte). Ha
(novela, 2016), segundo lugar en los International Latino colaborado con medios como Revista Nacional de Cultura,
Book Awards (2018); Viaje legado (poemas, 2016) y «Antolín El Nacional y Sol de Margarita. Actualmente reside en
Sánchez, discurso en movimiento» (crítica, 2016). Ha sido Montevideo, donde cursa la maestría en Literatura
colaboradora del «Papel Literario» de El Nacional, con su Latinoamericana en la Universidad de la República
columna «Nota al Margen». Lleva la columna «The Flash» en de Uruguay.
la revista digital ViceVersa Magazine.
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Periodista, escritora y editora. Licenciada en Historiador graduado magna cum laude en la Universidad
Comunicación Social egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV), tiene un máster en Literatura
Monteávila de Caracas con máster en Intervención Comparada de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Social de la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla; Autor de los libros de cuentos Sangre que lava y El último
actualmente culmina allí un doctorado en Ciencias día de mi reinado. En 2017, recibió el Premio a la Excelencia
Sociales. Fue coordinadora del «Papel Literario» de Periodística de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP)
El Nacional, suplemento en el que llevó las columnas en Estados Unidos y la beca de residencia artística del
«Encuentros entre Líneas» y «Colofón». Ha colaborado Centro de Arte de Marnay (Camac) en Francia. En 2015, la
en medios como la revista Hábitat Plus y los portales de residencia artística Centre d’Art La Rectoria en España. Ha
Ediciones «Letra Muerta» y El Estímulo. En la actualidad publicado en diversos medios nacionales e internacionales.
forma parte del equipo del Archivo Fotografía Urbana. Actualmente, es editor asociado del portal El Estímulo.
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Azalia Licón
Tómo II Pág 80
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Edgar Martínez
Tómo II Pág 104
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RICAR2
Óscar Bambú Castillo
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Omar Salas
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Juan Marroquín
Tómo I Pág 229
Rómulo Peña
Tómo I Pág 255
Jesús Briceño
CARACAS Fotografía Roberto Loscher Tómo II Pág 11
Gala Garrido
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