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Nuevo Pais de La Fotografia II

Fotografía Venezolana, tomo II

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Luis Chacin
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NUEVO PAÍS DE LA FOTOGRAFÍA

EDITORES
Vicepresidencia de Comunicaciones y RSE de Banesco Banco Universal
y Fundación ArtesanoGroup

PRODUCCIÓN GENERAL
Vicepresidencia de Comunicaciones y RSE de Banesco Banco Universal

PRODUCCIÓN EJECUTIVA
Fundación ArtesanoGroup
Carmen Julieta Centeno
Sudán Macció

COORDINACIÓN EDITORIAL Y COMPILACIÓN


Antonio López Ortega

EDICIÓN DE TEXTOS
Graciela Yáñez Vicentini
Antonio López Ortega

DISEÑO
Ana Gabriela Ng Tso

CORRECCIÓN
Graciela Yáñez Vicentini

Depósito Legal: DC2019001184


ISBN: 978-980-6671-18-8

© Banesco Banco Universal, C.A.


Noviembre 2019

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta,


puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna
ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de
grabación o fotocopia, sin permiso previo del editor.
FORMAS DE PERFECCIONAMIENTO

De todos los libros que integran la colección Los rostros del futuro, dedicados a las generaciones nuevas
e intermedias de artistas, probablemente en ninguno sea tan palpable como en este el vertiginoso
tiempo de cambio en el que estamos inmersos.

Mientras entre músicos, escritores o pintores, por ejemplo, abundan aquellos que continúan produciendo
sus obras básicamente con los mismos instrumentos a lo largo de los años y las décadas, la práctica de
los fotógrafos se ha convertido en un oficio radicalmente distinto: la inteligencia artificial se ha vuelto, en
la mayoría de los casos, inseparable del hecho fotográfico. Los equipos han adquirido extraordinarios
atributos en cuanto a velocidad, manejo, capacidad, versatilidad de los lentes y hasta en lo referido a
la portabilidad y la sofisticación de las cámaras. En la especialidad de los fabricantes de equipos para
hacer fotografías, se ha producido una revolución. Desde que Steve Sasson, de Kodak, inventó la primera
cámara digital en 1975, en ese momento un voluminoso, pesado y lento artefacto, lo ocurrido desde
entonces ha escapado a cualquier previsión.

Cuando hace un poco más de dos décadas, en 1997, Philippe Kahn hizo confluir, en un mismo aparato,
tecnologías de comunicación telefónica y tecnologías para la captura de imágenes, tampoco imaginaba
el torrente que desataría. Cuando finalice este 2019, la población mundial alcanzará, aproximadamente,
la cifra de siete mil ochocientos millones de personas. De ese total abrumador, la mitad tiene, al menos,
un teléfono inteligente. Eso quiere decir que más de tres mil seiscientos millones de personas viven sus
horas de vigilia con una cámara fotográfica en la mano o en el bolsillo, lista para ser utilizada.

De acuerdo a distintas estimaciones y estudios realizados en 2018, un promedio de 71% de los propietarios
de teléfonos inteligentes lo utilizan como cámara fotográfica a diario. Entre los más jóvenes, los usos
crecen a tasas geométricas. En estas estadísticas destacan los menores de treinta años, que hacen un
promedio de doce a quince tomas a la semana. Y, aunque el género selfie ocupa un lugar principal en los
resultados de las investigaciones, la fotografía urbana, los grandes y los pequeños asuntos de las ciudades
encabezan, con ventaja, el primer lugar de este masivo interés, según el cual, en casi todos los países,
el número de personas que disparan sus cámaras fotográficas desde tabletas, laptops, almacenadores y
reproductores de música y teléfonos móviles, crece cada día en cuantías de millones y millones.
Cuando se piensa que solo en Facebook y en Instagram se publican, respectivamente, más de doscientas
cincuenta mil y más de setenta mil fotografías cada segundo, cabe preguntarse: ¿es que un posible gremio
planetario de los fotógrafos podría tener alrededor de dos mil quinientos millones de miembros? ¿Acaso
la digitalización del dispositivo fotográfico ha producido un crecimiento desordenado, casi incontrolable,
de la especie humana de los fotógrafos?

Por fortuna, creo que la respuesta a estas dos preguntas es no. Entre simplemente hacer uso de una
cámara digital y alcanzar el estatuto profesional y creativo del fotógrafo median ciertos requisitos que
son ineludibles. Pero aun así, es evidente que está en desarrollo un salto demográfico, puesto que las
cámaras fotográficas se han vuelto un bien cada vez más accesible. El auge de lo fotográfico es de tal
magnitud, que se ha proyectado hacia su pariente más próximo, las artes visuales, pero también hacia
las artes escénicas, los géneros literarios, la investigación en los campos de las ciencias sociales, el
pensamiento filosófico, la creación musical, la política y las ciencias gerenciales. Nada ya transcurre en el
mundo que no esté asociado a la maravilla de la lente fotográfica.

Hemos llegado a un punto de la civilización donde el hecho fotográfico ha perdido su carácter excepcional
y está presente, de forma simultánea, en todos los planos de la vida cotidiana, en el territorio de los
asuntos públicos, y como factor determinante, en los más importantes desarrollos científicos en curso:
con cada vez más pequeñas y sofisticadas cámaras fotográficas se están produciendo enormes avances
en el conocimiento de la interioridad del cuerpo humano; con cámaras satelitales, asociadas a mega
computadoras, los científicos han ingresado en una nueva fase de comprensión que nos acerca cada día
al doble fenómeno del origen del universo y, según sabemos ahora, su indetenible expansión.

El fotógrafo profesional, a diferencia del impulsivo usuario de un teléfono móvil, tiene una mirada suya,
peculiar. Un modo de ver diferenciado. Una tonalidad que, con el paso de los años, se va haciendo cada
vez más reconocible. Hasta que asciende a esa recompensa, que es la mejor gratificación que puede
recibir un creador, sea cual sea su disciplina, que es la de ser reconocido al primer vistazo por parte del
espectador o del lector.

Pero hay otro aspecto fundamental: el fotógrafo que honra su profesión lleva por dentro un nervio
encendido, una inquietud: está en búsqueda constante. Tiene un proyecto documental o artístico. Una
forma determinada de aproximarse a los hechos o de crearlos. No circula de forma desprovista. Porta
una intuición, persigue una idea, lo anima una necesidad interior que lo diferencia, del amateur y también
de sus colegas.
Toda la riqueza que cabe esperar de una antología de fotógrafos venezolanos, con las más altas
expectativas, está ordenada en este Nuevo país de la fotografía, quinta entrega de la colección, que ha
sido precedida por publicaciones físicas o digitales, de títulos también temáticos, dedicados a músicos,
escritores, artistas visuales y cineastas, cuyas edades están comprendidas entre los veinte y cuarenta
años de edad.

En cada uno está presente, de forma notoria, esa facultad de ver lo que, de forma corriente, los demás
no vemos. El fotógrafo de vocación documental tiene algo de mago: nos muestra, ajetreado en nuestra
misma realidad, datos, hechos o paisajes que pasan desapercibidos a nuestra mirada inexperta. En otros,
que asumen la fotografía como una variante de las artes visuales, es patente la creación de escenas que
nos interrogan con sus propuestas de insobornable carga estética.

Este libro ofrece las historias de veinticinco fotógrafos, ahora mismo entre los veintiocho y los cuarenta años
de edad. En el caso de los más jóvenes, se trata de relatos esencialmente provisionales, puesto que es muy
probable que, con el paso del tiempo, se produzcan cambios en sus intereses, en sus investigaciones visuales,
en sus maneras de vivir y hasta en el método con que cada uno se relaciona con la fotografía.

Y a pesar de sus incontestables diferencias –algunos están más próximos al reporterismo, otros han
problematizado la frontera entre arte y documento– son evidentes unos cuantos elementos en
común: comparten una amplia conciencia técnica de sus instrumentos de trabajo y sobre el modo
en que la realidad se proyecta en el mismo. Están todos afanados en sus respectivas interrogantes
profesionales y creativas, y, lo que parece una cuestión determinante, tienen con su oficio una relación
de cultivado sedimento.

Los relatos de vida que están contenidos en las entrevistas son sintomáticos de este primer trecho del
siglo XXI: precocidad frecuente, viajes y desplazamientos, vaivenes y el encuentro afortunado con uno o
varios maestros. Los testimonios son de una llamativa franqueza. A diferencia de tantas otras personas
de las generaciones más jóvenes, estos veinticinco fotógrafos lograron encontrar su vocación a una edad
temprana. Hay algo en estas historias que son historias de persistencia y superación: emocionan y nos
aproximan a esa especial forma de capturar el mundo que es la mirada del fotógrafo.

El otro gran factor que tienen en común es que estos veinticinco fotógrafos, que han crecido o ingresado
en la adultez en este revuelto y crítico siglo XXI venezolano, son, si me permiten la expresión, hijos de la
crisis, testigos del colapso generalizado. Personas a las que les ha tocado avanzar en un entorno mucho
más complejo y desafiante que el experimentado por los fotógrafos que les precedieron.
No se han doblegado, sino que han afrontado las dificultades. En los últimos años, adonde quiera que
voy, me encuentro, se me imponen, los potentes relatos de civilidad y ciudadanía de venezolanos que,
dentro o fuera del país, luchan y ponen en marcha sus proyectos. Dan pasos adelante. No se conforman,
no se entregan, despliegan sus flexibles talentos.

Más allá de su específico propósito, el de ofrecer una antología que muestre el trabajo de veinticinco
fotógrafos, Nuevo país de la fotografía viene a sumarse, aunque esa no sea su finalidad, a la corriente de
resistencia que hoy se disemina en Venezuela. Hacer, trabajar, emprender nuevos proyectos, establecer
puntos de partida y de llegada, elegir un camino de acuerdo a nuestras posibilidades, son formas de
perfeccionamiento y esperanza. Y ambas, esperanza y deseo de perfección, son atributos esenciales de
la cultura democrática que queremos construir para nuestra amada Venezuela.

Juan Carlos Escotet Rodríguez


Presidente de la Junta Directiva
Banesco Banco Universal
SUMIDOS EN LA IMAGEN

Este libro es el quinto de la colección Los rostros del futuro, dedicada a registrar y documentar la vida
y obra de los nuevos talentos culturales de Venezuela. En 2015, 2016, 2017 y 2018, respectivamente,
cubrimos los campos bastante vastos de la música, la literatura, las artes visuales y el cine, para abordar en
2019 el de la fotografía, una disciplina artística cuyo nacimiento y desarrollo son casi patrimonio exclusivo
del siglo XX. En este campo, Venezuela tuvo reconocidos pioneros (como Carlos Herrera o Alfredo
Cortina), luego grandes maestros (como Alfredo Boulton o Paolo Gasparini) y por último importantes
premios nacionales (como José Sigala y Luis Brito). Desde los años 50, quizás por el auge de la industria
petrolera, por el crecimiento del periodismo, por la irrupción de la publicidad comercial, la expansión
de la fotografía como medio expresivo fue muy amplia, y de allí su paso a género artístico un salto muy
natural, que convalidaban las publicaciones internacionales y el desarrollo de los museos nacionales.
A los crecimientos arquitectónicos, urbanísticos, agrícolas, científicos, antropológicos o turísticos, la
fotografía venía asociada como herramienta esencial. De manera que no era de extrañarse que, con las
múltiples influencias, esos mismos profesionales desarrollaran obra artística propia.

En la evolución del arte fotográfico, tres han sido las grandes vertientes que el género ha tomado: la
primera es una corriente más fiel, más clásica, que crece y se hace en el misterio del revelado; la segunda
añade técnicas y procedimientos ligados a las nuevas tecnologías; la tercera busca alianzas con otras
disciplinas artísticas para producir resultados más novedosos. Dicha constante también está presente
en estos nuevos valores y se hace muy evidente en los portafolios que han incluido, que van desde
referentes muy sociales o públicos hasta los más íntimos o personales. En cuanto a la escogencia, que de
acuerdo a un patrón de la colección ha recaído en veinticinco artistas, esta es siempre una tarea difícil
que delegamos en expertos, en este caso conformando un comité de selección que han integrado los
siguientes especialistas: Aixa Sánchez, Alberto Asprino, Andrés Manner, Ángela Bonadíes, Carlos Germán
Rojas, Diana López, Diana Vilera, Elizabeth Marín, Fernando Bracho, Johanna Pérez Daza, Juan Toro, Leo
Álvarez, Manuel “Tucán” Pérez, Nelson Garrido, Nelson González, Ricardo Gómez Pérez, Ricardo Jiménez,
Roberto Mata, Ruth Auerbach, Sagrario Berti, Vasco Szinetar, Vladimir Marcano y Wilson Prada. Por último,
determinamos que los fotógrafos elegidos debían tener como fecha más remota de nacimiento el año
1980, para que claramente la selección se concentrase en el talento joven.
Como en las entregas anteriores, cada uno de los seleccionados cuenta con una entrevista extensa y
detallada, que recorre aspectos de su vida y obra, y también con una sesión de retratos. Para ello hemos
contado con un valioso grupo de veinticinco profesionales, entre periodistas y fotógrafos, que han hecho
un levantamiento minucioso. Adicionalmente, cada una de las entrevistas concluye con un portafolio
personal de cada fotógrafo, que ha sido especialmente cedido para esta edición. Allí veremos la riqueza,
variedad, registro, intereses, fijaciones, obsesiones, de esta promoción desbordante, que fija un mapa
preciso de la nueva creación fotográfica en nuestro país.

Tal como las ediciones anteriores, este libro ofrecerá revelaciones importantes: la cantidad de fotógrafos
que trabajan en el país y en el exterior, el esfuerzo constante para abrirse camino en circunstancias
generalmente adversas, las distinciones o premios que han obtenido, los diferentes tipos de técnica
fotográfica, la madurez progresiva de las propuestas, el ritmo de trabajo infatigable, los altibajos de toda
vocación creadora, la oscilación temática que va de la provocación al testimonio, del desgarramiento a la
trascendencia. Como orfebres sensibles, ninguno de estos jóvenes fotógrafos deja de pensar en el país
como referente, como obsesión, revelándolo en clave de imágenes particulares, buscándolo en todos los
rincones. Se busca la comedia humana, aunque luzca desgarrada; se busca reflejar la intimidad, aunque
no sea esperanzadora. La fotografía se vuelve fiel reflejo del país problematizado, juega con la sociología
de todos los días, se hace documento inapreciable para los tiempos venideros, pero también es lenguaje
preciso para indagar en uno mismo, es espejo ante el cual reflejarse.

Nuevo país de la fotografía trata, por supuesto, de imágenes. Las que componen estos venticinco nuevos
fotógrafos venezolanos, o las que pescan a diario, o las que exhiben, o las que llevan por dentro. Porque
de imágenes estamos compuestos, querámoslo o no: nos hacemos una imagen del otro, pero también de
nosotros mismos. Toda vocación artística en el país de hoy se lleva con tensión, porque no son tiempos de
normalidad, y con la fotografía tenemos una condición esencial, porque su inmediatez y su fidelidad son
altamente transitivas. Un rostro colectivo, de cuerpo y alma, se está urdiendo a partir del trabajo de estos
artistas, porque finalmente nos convierten en imágenes que la posteridad reclama. Como sociedad, para
bien o para mal, estamos sumidos en la imagen, que nos disuelve o reintegra. Cuando en un futuro volvamos
nuestro rostro a estos tiempos malhadados, sabremos que unos fotógrafos de vocación emergente nos
retrataron con nuestros logros y desgracias para que no fuéramos solamente olvido.

Antonio López Ortega


Compilador y editor
Índice TOMO II
Jesús Briceño 11 Mario Gonçalves 36 Rosley Labrador 57

Azalia Licón 80 Edgar Martínez 104 Max Provenzano 127 Gala Garrido 151

Alejandra Loreto 174 Diana Rangel 198 Ana María Arévalo 222 Alejandro Cegarra 246

CRÉDI TO S Periodistas y fotógrafos 31 9

Andrea Hernández 271 Fabiola Ferrero 295


J E SÚ S B R I C E Ñ O

@ j e s u s _ b o l i va r te
JESÚS
BRICEÑO

1985
«Decidí ser un artista político»

Juan Antonio González Ricar2

Artista visual nacido en Caracas el 12 de febrero


de 1985. Técnico Medio en Publicidad y Mercadeo del
Liceo Santos Michelena, en 2011 se gradúa de profesor
en Artes Plásticas en el Instituto Pedagógico de Caracas,
donde termina una maestría en Estética del Arte. Es
docente en la Universidad Nacional Abierta. Su obra
multidisciplinar, que parte de la fotografía, se manifiesta
también a través de instalaciones, performance y arte
sonoro y emplea íconos como los próceres y los billetes
nacionales para realizar un cuestionamiento a la violencia
política ejercida desde el poder
13 Jesús Briceño

Lunes 21 de enero de 2019. Apenas comenzaba a clarear el día cuando


los habitantes de Cotiza, en la Parroquia San José de Caracas, despertaron con
los ruidos de sirenas y detonaciones. Desde el piso quince del Bloque uno de
ese sector, el artista visual Jesús Briceño presenciaba, como si estuviera en la
primera fila de un montaje teatral, el desarrollo de un alzamiento militar en la
Comandancia General de la Guardia Nacional apostada en el lugar.

Para él, la violencia dejaba de ser una referencia para convertirse en evidencia,
en vivencia. Durante todo ese día sonaron los disparos y, ya entrada la noche,
los cuerpos de seguridad del Estado lanzaron bombas lacrimógenas contra los
ciudadanos que pasaron de espectadores accidentales a víctimas de la represión.

Situaciones como la descrita arriba y su experiencia en marchas de protesta


antigubernamentales mantienen a Jesús Briceño en un encaramiento permanente
con la realidad política del país. He allí el germen de su trabajo creativo como
fotógrafo, pero también como artista que no se impone límites de medios a la
hora de buscar las imágenes que representen su posición frente a un entorno en
constante caos; con una población, de la que él también es parte, sometida al uso
desmedido de la fuerza y donde el valor perdido de la moneda solo es equiparable
al de la pérdida de valores éticos en una sociedad forzada al cambio ideológico.
«Momentos de tensión como ese se convirtieron en casi toda mi niñez», asegura.

Briceño nació el 12 de febrero de 1985. Un Día de la Juventud que años después,


en 2014, se convertiría en emblemático para él. No tuvo consciencia del lugar
exacto en el que llegó al mundo hasta que acudió a una oficina del Servicio
Administrativo de Identificación Migración y Extranjería (Saime) para sacar por
primera vez su pasaporte y el funcionario que lo atendió buscó en su computadora:
«Naciste en La Pastora, que no se te olvide».
14 Jesús Briceño

Toda su vida la ha pasado en Cotiza. Percibe las transformaciones del apartamento


que comparte en la actualidad con su madre y su padrastro como un juego de
Lego. «Marianela, mi madre, se dedicó a la economía informal y yo estuve con ella,
desde muy pequeño, viendo cómo hacía las cosas, acompañándola, ayudándola
y trabajando también. Ahora es ama de casa». Reconoce que se esforzó mucho
para darle a sus hijos la mejor calidad de vida posible. «Siempre he estado muy
ligado a mi mamá porque a pesar de que ella tiene un carácter muy difícil, creo
que soy el único de sus hijos con el que realmente se lleva bien», explica. «Somos
tantos que a veces la gente no lo cree. Por parte de papá, tengo tres hermanas;
entre papá y mamá somos dos; y por parte de mamá somos siete. El único que se
mantiene en casa soy yo, los demás han hecho su vida afuera».

Cuenta que, aunque nunca quiso parecerse a su madre, por su carácter explosivo,
vehemente, heredó de ella el no dejase someter por nadie. «Hay momentos en
los que no debes tragarte las cosas que te incomodan, que te inquietan, sobre
todo si te afectan y te ofenden de manera directa».

Sobre su padre, Jesús Enrique, dice: «Es la contraparte de mi mamá, un


hombre tranquilo, calmado con algunos temas, con la situación. Mamá
es muy acelerada, quiere todo para ya, que las cosas se hagan cuando
ella dice; mi papá no, él medita las cosas, a veces tanto que se le pasan
los años… No duraron mucho tiempo juntos, pero su separación no me “solamente
A pesar de que me niego a ser
fotógrafo, mi primer

afectó porque nunca conviví con mi papá. No tengo la imagen de él
conviviendo con nosotros, pero es mi amigo, cuando lo he necesitado
acercamiento serio a las artes fue
siempre ha estado. Se dedicó por algún tiempo a trabajar como contador, con la fotografía
cosa que nunca me interesó. Ni lo que hacía uno ni lo que hacía la otra.
Quizás me quedé con la astucia para comercializar, que a veces aplico en
otros ámbitos».

Recuerda su infancia como una época llena de dificultades. «Mi mamá lo tuvo
bastante complicado por mucho tiempo. Había mucha pobreza, limitaciones,
pero poco a poco el entorno fue cambiando, mejoraron las oportunidades. Mi
mamá siempre estuvo pendiente de que sacara una carrera universitaria, de lo
que fuera. Quería que uno se superara a nivel intelectual porque con eso pensaba
que uno podía llegar a progresar. Era lógico: la gente que estudiaba tenía más
oportunidades… Ahora es al revés».
15 Jesús Briceño

Se recuerda como un niño «bastante introvertido, tímido». La mayoría de sus


amigos de infancia ya no está en el país. Una persona fundamental en esa etapa
fue su hermana Walmarys. «Como éramos contemporáneos, a pesar de que
peleábamos, nos llevábamos bien». Con ella jugaba a las muñecas. «Teníamos
una vecina en el piso de arriba, mayor que nosotros. Entonces, los juguetes que
ella iba dejando se los daban a mi hermana. Así que los juguetes que llegaban a
la casa eran de niñas, y yo jugaba con ella. Me fui acostumbrando porque no tenía
otra cosa».

Crecer en una familia numerosa y disgregada es algo que ya no le preocupa. «Yo


sí creo que el entorno modeló lo que soy –la manera en la que crecí, las cosas que
vi aquí– porque me hizo más pragmático y más cercano a las maneras de ser de las
comunidades populares de Caracas. Hay situaciones que no me impresionan tanto
porque crecí viendo cosas con las que, a pesar de no ser normales o adecuadas,
aprendí a convivir; me fui adaptando. Es una realidad que está allí, pasando la
puerta, y uno tiene que saber cómo manejarla».

La escuela Jesús María Páez, justo debajo del bloque en el que vive, es una
presencia constante para Briceño. Allí hizo la primaria y tuvo una maestra que lo
marcó. «Se llamaba Caridad Lupi e influenció muchísimo mi manera de ser. Tenía
una calidad humana increíble, su forma de acercarse a sus estudiantes y de saber,
de indagar, cuáles eran los problemas de sus alumnos era muy especial. Ella nos
agarró en cuarto grado y nos graduó. Para mí era la persona más grande que
conocí en aquel momento».

Era uno de los mejores estudiantes de la escuela. «En el liceo ya no fui el mejor,
pero en la universidad, otra vez sí lo fui». Lo único que resiente es que su salón
era muy diverso; había personas de quince, dieciséis y hasta diecisiete años, ya
hombres y mujeres adultos, contra niños de diez, once. «Siempre surgían roces
por ver quién se imponía, quién tomaba el control, y eso hizo que la convivencia
fuera bastante difícil, sobre todo porque de niño yo era muy afeminado, y mis
compañeros tomaban eso como una forma de diversión… empezaron los abusos,
la falta de respeto y eso terminó afectándome», confiesa Briceño.
16 Jesús Briceño

Aunque en ese entonces el término bullying no existía, las burlas de sus


compañeros de aula lo cambiaron. «Me volví más tímido en mi forma de interactuar
con otras personas, me cuestionaba constantemente; luego, cuando fui madurando
y entendiendo las cosas, comprendí que yo no era igual a ellos y que quizás lo que
veían diferente lo percibían como algo malo. Eso cambió cuando pasé al liceo, que
comencé a hacerme adolescente y empecé a dejar de tenerle miedo a muchas
cosas y a atreverme a otras».

Al culminar el sexto grado en el colegio de Cotiza, el futuro artista ingresó al liceo


Simón Bolívar, en la esquina de Guanábano. «Estuve ahí tres años. Me encantaba.
Era otro mundo. Ahí sí hice amigos. El problema con el Simón Bolívar es que tenía una
matrícula de primer año tan amplia que a medida que transcurría el período lectivo
iban cerrando más y más aulas, básicamente por la deserción, entonces, cuando
pasabas de tercer a cuarto año solo se quedaban aquellos que tenían las mejores
calificaciones o los que no tenían materias pendientes. Y yo siempre arrastraba
Matemáticas. Así que me mandaron al liceo Santos Michelena, una escuela técnica
que queda en las Fuerzas Armadas. Allí estudié tres años más. Salí graduado de
técnico medio en Publicidad y Mercadeo, pero esa carrera no la escogí yo, quería
estudiar Dibujo Técnico en el liceo Simón Bolívar porque me encantaba y me iba
muy bien con las actividades manuales. Mi plan era ser arquitecto, pero a veces
las cosas que tú quieres y las que realmente te pasan en la vida van determinando
otro camino al que imaginaste. Desde niño sabía que quería estudiar algo que
tuviese que ver con las artes. Ese fue mi plan de joven, pero tampoco contaba con
un entorno familiar que me guiara. Simplemente me dejé llevar por el sistema, y el
sistema determinó en parte eso, aunque siempre fui metiéndome hasta que hice lo
que quería», relata.

Briceño no encuentra explicación a su temprana propensión por las artes. «En


el liceo tuve una maestra a la que le encantaba lo que hacía. Nunca entendí qué
era, simplemente lo hacía y ya. Ella siempre veía algo y me motivaba. Ahí veíamos
dibujo artístico. Me sentía en mi lugar. Era mi espacio».

Para ese entonces tenía quince años. Dice que tuvo una adolescencia bastante
sana y que, por haber crecido en Cotiza, sabía lo que estaba bien o mal. «Ya muy
joven tenía conciencia de lo que no quería: las drogas y esas cosas… Desde niño vi
17 Jesús Briceño

cómo parte de mi familia se fue deteriorando por las drogas, con mi hermano
mayor. He estado rodeado de personas que han tenido mucha empatía con esas
cosas, pero ni las juzgo ni me involucro en la medida en que no me afectan».

Y hay otra revelación más: «También a los quince años me di cuenta de que no
era heterosexual. Tenía una novia increíblemente bella. Cuando me fui del liceo
Simón Bolívar al Michelena, viví un momento de ruptura. Nos separamos, y yo,
evidentemente, me percaté de mi orientación sexual. Ahí surgió mi primera
relación estable, con un chico llamado Diego, con el que estudié cuarto, quinto y
sexto años; éramos muy buenos amigos. Terminamos juntos los estudios y fuimos
pareja por siete años», comenta Briceño, quien suma a sus aprendizajes de vida
el mantenerse alejado de las personas que cuestionaban su manera de ser de la
peor forma. El entendimiento y la aceptación de su madre fueron capitales para él.

Para dar con el origen de sus inclinaciones vocacionales, Jesús se va directo a su


niñez: «Aquella vecina que le regalaba muñecas a mi hermana, un diciembre tuvo
un gesto increíble. Estaba muy chiquito, creo que en preescolar. Como mi mamá
no tenía dinero para darnos regalos en Navidad, ella y su familia se aparecieron con
unos regalos: a mi hermana le dieron una muñeca y a mí un kit de artista. Aquello
tenía papeles, blocks, pinceles, creyones… Era maravilloso. Recuerdo que ella me
dijo: “Tú vas a ser artista”. Nunca entenderé por qué lo dijo, pero para mí fue un
descubrimiento. Jugar con esos materiales, experimentar con los colores, con la
tinta… Sin duda ese fue mi primer acercamiento al arte».

Con el título de Publicidad y Mercadeo en mano, se dijo a sí mismo que tenía que
hacer algo con su vida. Optó por buscar un cupo en la UCV, pero el promedio
de notas de bachillerato no lo ayudó. Por casualidad se inscribió en un taller de
fotografía dictado por Hernán Villar. «Tenía diecisiete años y estaba saliendo del
liceo. En las tardes noches, Villar alquilaba el sótano de un edificio de la avenida
Andrés Bello, un espacio enorme que había acondicionado como un taller de
fotografía. Ahí tenía un cuarto oscuro, con sus mesones, sus secadoras… Para mí
eso fue como entrar en un lugar mágico. La fotografía marcó mi vida».

«Lo que yo quería estudiar realmente era teatro, música y fotografía. Nunca hice
teatro y en la música me fue terrible. Y como la fotografía tenía relación con lo que
“Mitrabajo
mayor preocupación es que mi
se vuelva vigente. Y si mi
obra deja de ser vigente, que por lo

menos sea memoria
19 Jesús Briceño

yo hacía desde pequeño, el dibujo, etc., me fue bien. Hernán también vio cosas en
mí que yo no. En ese taller estuve poco tiempo porque a mi mamá le costaba mucho
pagarlo. Pero le saqué provecho a todo lo que él enseñaba: el proceso químico, las
ampliadoras, el revelado… todo aquello se tatuó en mi mente. Ahí me di cuenta de
que me gustaba la posibilidad de crear imágenes a partir de esos dispositivos. A
pesar de que me niego a ser solamente fotógrafo por todas las cosas que hago en
la actualidad, mi primer acercamiento serio a las artes fue con la fotografía».

El primer paso para hacerse fotógrafo fue comprar una cámara, requisito de
rigor para poder realizar el taller con Villar. Pero en lugar de adquirir una Reflex
mecánica, se compró una Pentax semiautomática, «que me hacía la mitad de la
tarea. Aunque me enamoré de aquella máquina, la vendí y me compré una Canon
que sí era totalmente mecánica… Revelar los rollos, ver el negativo, el papel, las
ampliadoras… para mí todo aquello era un momento de aprendizaje increíble, la
fotografía es lo más parecido a la magia. Me enamoré de ella».

Las primeras tomas realizadas por Jesús comprendían paisajes


que captaba cuando viajaba, así como imágenes surgidas de “
su experimentación con las largas exposiciones. «Una vez hice una
serie de desnudos aquí en la casa con una de mis amigas del liceo. “Laparecido
fotografía es lo más
a la magia
Como ella no tenía mucho pudor, colaboró y nos pusimos a inventar, a
hacer cosas con su piel, en blanco y negro, algo metalizado… Las fotos
quedaron increíbles».

Luego se inscribió en el Instituto Universitario de Tecnología Industrial Rodolfo


Loero Arismendi (Iutirla), para formarse en audiovisual. Aunque terminó
decepcionado por la escasa calidad de la educación, ahí adquirió conocimientos
generales de cine, radio, televisión y fotografía.

En 2006 presentó la prueba de admisión en la Universidad Pedagógica


Experimental Libertador/Instituto Pedagógico de Caracas. De allí egresó en 2011
con el título de profesor de Artes Plásticas, mención magna cum laude. «Pero
todavía deseaba ser arquitecto o cineasta. En fin, vivía experimentando con diversos
medios. Creo que por esa forma de ser mía, mi trabajo integra tantas disciplinas,
porque aprendí a hacer cine, video, fotografía, y después en el Pedagógico me
ensañaron a pintar, a hacer escultura, cerámica y a entender las piezas de arte».
20 Jesús Briceño

No se había graduado y ya comenzaba a llevar afuera sus creaciones. Participó


en el Premio Municipal de Artes Visuales Salón Juan Lovera 2011-2014, el Salón
Nacional Maczul de Jóvenes Artistas 2015, el Salón de Proyectos Fotográficos
Espacio GAF del Festival Nacional de Fotografía MéridaFoto 2015, el Salón
Octubre Joven 2015, la Bienal Salón Nacional de Dibujo y Estampa 2015, la
Bienal Nacional de Artes Gráficas 2016, el Festival de Videoarte nodoCCS 2016
y la I Muestra Colectiva Incubadora Visual 2016, entre otros.

Sobre la construcción de su discurso, en un principio estaba abierto a muchos


temas. El primero que recuerda tiene que ver con la documentación fotográfica
de las transformaciones sexuales en las personas LGTB. «Me iba a las marchas
gay de Caracas y buscaba retratar a los transformistas, a la gente que se disfrazaba,
a las drags. Hice eso por varios años. Tengo un registro con cámara analógica
bastante amplio, pero nunca me he sentado a catalogarlo», explica.
21 Jesús Briceño

Otro aspecto que le interesaba era verse a sí mismo, «saber qué podía sacar de mí
desde mi capacidad expresiva, pero me costó muchísimo. Siento que empecé a ver
esto como algo serio y a construir mi propio lenguaje cuando comencé la maestría
en 2013; allí mi interés se centró en desarrollar el tema de las protestas contra el
gobierno. La tesis de la maestría –un análisis desde la fotografía de lo estético y
lo artístico en las protestas de 2014– me costó mucho porque se me hacía muy
difícil hablar de un tema que estaba sucediendo en ese momento. Es un tema que
no termina de cerrarse, y eso lo entendí cuando terminé la tesis. Además, cuando
algo te afecta de manera tan directa, cuesta mucho sentarse a escribir mientras
escuchas de fondo la plomazón y ves en las noticias que están matando gente. Era
muy difícil, pero también era lo que me apasionaba».

El creador se topó con dos visiones de una realidad que comenzaba a inquietarle:
por una parte, lo que sucedía en las calles de manera espontánea por la gente
que protestaba; por la otra, lo que otros artistas interpretaban de
aquellos hechos de violencia. «Me conseguí con una cantidad de
artistas políticos, venezolanos y extranjeros, que trabajaban el tema de
la protesta y la violencia, las denuncias sociales, y me dije: “Voy a ser un
artista político”. Esa decisión definió totalmente mi manera de ver y de
expresarme, desde ahí empecé a construir esto que hago actualmente,

Sin tener que recurrir a citas, para
mí el arte es un compromiso con
mi contexto y conmigo mismo para
ese lenguaje involucrado con lo que hago».

no terminar volviéndome loco
Ante lo que ocurría en el país, Briceño reaccionó. «Venezuela siempre
ha sido un país que protesta, que sale a la calle, que marcha, pero
el nivel al que llegó la represión ese año jamás lo había visto. No
recuerdo el Caracazo, o esas cosas horribles que ocurrieron antes; en mi mente
están fijadas las imágenes de 2014. El día que murió Bassil Da Costa (joven
estudiante asesinado en La Candelaria), yo cumplía años. Fui a buscar a mi
novio a Chacaíto y cuando llegamos a La Candelaria, nos dimos cuenta de que
algo malo estaba pasando. Ese día no hicimos nada. Cada quien se fue para
su casa. Cuando vi las noticias, todo lo sucedido me pareció terrible. Tanto me
afectó que tiempo después me dije que sobre eso iba a indagar. “Tengo que
hacer algo por lo que está pasando, alguien tiene que decirlo, yo tengo que
decirlo”, pensé. Y como estaba estudiando estética del arte, me dije que lo iba a
analizar desde esa visión. Así di con el tema de mi tesis y de mi trabajo artístico».
22 Jesús Briceño

Y prosigue: «Mi primera serie fue Ejercicios de atención, que consistía en la


intervención obsesiva de billetes. Me sentaba de manera casi sagrada, con un
horario, a intervenir billetes hasta el punto de que ellos fueran hablando solos.
Esto fue en 2015, y durante ese año le estuve dando forma conceptual y visual,
pero me di cuenta de que la obra no podía ser solo de fotografía, pues me iba a
quedar apretada la camisa».

La idea de trabajar con papel moneda surgió mientras hacía una cola en
Farmatodo. «Un señor dijo: “¿Cómo es posible que yo vaya a comprar papelillos
para echarle a una piñata de mi hijo y la bolsita me salga en 60 bolívares?”. Otra
persona le contestó: “Señor, usted va a agarrar cincuenta bolívares en billetes de
dos, y de ahí saca el papelillo y se va a ahorrar diez bolívares”. Ahí se me despertó
la creatividad. Lo que hice fue perforar los billetes. Convertir ese papel moneda
en papelillo, en nada, tuvo mucho significado para mí, porque, como a cualquier
ciudadano, la rápida pérdida del valor adquisitivo de nuestra moneda me afectó
mucho. Todavía en ese entonces nadie se atrevía a dañar un billete porque era
parte del patrimonio del país, no como ahora que los consigues en el piso. Yo
me atreví a dañarlo y a transformarlo y me di cuenta de que en ese proceso le
estaba dando valor a algo que no lo tenía. Con Ejercicios de atención me percaté
de que había tantos elementos en un billete que de ahí se fueron abriendo otros
caminos, video, fotografía, dibujo, performance… hice tantas cosas a partir de eso
que después de varios años de estar haciéndolo, vi que había un cuerpo de trabajo
coherente, y ahí estaba mi lenguaje».

Antes, el fotógrafo revisó los trabajos de Juan Toro, Violette Bule,


Nelson Garrido, Claudio Perna, Deborah Castillo, Juan Loyola y otros
“patrios
La representación de los héroes
me parece tan hipócrita que

artistas latinoamericanos que han tratado el tema de la violencia. «Si para mí era necesario desnudarlos,
no me hubiese alimentado de ellos, no me hubiese parado en esa cola
y hubiese visto la obra en el hecho de perforar un billete. Simplemente
despojarlos de ese halo de grandeza
lo hubiese visto como una queja más».

A Ejercicios de atención siguió Bodies Perfect, serie integrada por collages


fotográficos en que las imágenes intervenidas digitalmente dan forma a otras
imágenes en las que el cuestionamiento al uso ideológico de personajes
históricos es tan transgresor como irónico. «Desnudaba a los próceres porque
sentía la necesidad de despojarlos de toda su grandeza. Lo que deseaba criticar
“Con Bolívares para cañón depuré lo que me
propuse desde el principio: mostrar un país
donde la imagen del Libertador ya no significa
nada, sino que representa la violencia. Cuánto
valemos, la descomunal cantidad de muertos en

el país… Aquí escasea todo menos una bala
24 Jesús Briceño

es el hecho de que se justifiquen las peores atrocidades, las violaciones de los


derechos humanos, a partir de la figura de un hombre que determinó la historia
del país. Es como si te escudaras en el nombre de Dios para matar a la gente.
La representación de los héroes patrios me parece tan hipócrita que para mí era
necesario desnudarlos, despojarlos de ese halo de grandeza. Ellos no pueden
seguir representando lo que quiere el régimen. Creo que ahora no los haría así,
sino mucho más patéticos, más esperpénticos».

El siguiente trabajo del artista se denominó Bolívares para cañón, descrito en su


blog www.bolivarte.wordpress.com como: «una serie de imágenes producto de
la superposición de dos elementos visuales, ambos se funden para construir una
imagen polisémica, un bolívar y la culata de una bala. La serie cuestiona el valor de
la violencia, el juego entre la vida y la muerte».

«Con Bolívares para cañón depuré lo que me propuse desde el principio: mostrar
un país donde la imagen del Libertador ya no significa nada, sino que representa
la violencia. Cuánto valemos, la descomunal cantidad de muertos en el país… Aquí
escasea todo menos una bala. Llegué a estas obras cuando empecé a experimentar
con el escáner y con todo lo que aprendí de Perna. Esa inquietud de no quedarse
con un solo medio me permitió trabajar los objetos de otra forma. Con la fotografía
sola era mucho más difícil, jugando con el escáner y el Photoshop tenía estos dos
elementos que quería sintetizar en uno. Lo que buscaba era esa imagen polisémica
que deja de ser una cosa y deja de ser la otra», agrega.

En 2018 Briceño amplió la serie, integrando las monedas del más reciente cono
monetario, y la expuso en México. ¿Las culatas? Las que consiguió en las calles,
producto de las protestas de 2017. «Bolívares para cañón II fue una versión más
profunda y violenta que la anterior, porque los hechos reflejaron una elevación
brutal de los niveles de represión y violencia por parte del Estado».

Otras series del artista son Despatriados, presentada en 2017 en la Organización


Nelson Garrido; Sin efecto (2017), treinta y tres fotografías intervenidas
digitalmente y ubicadas de manera progresiva en las que igual número de
billetes de cien bolívares sacados de circulación por decreto presidencial se
queman hasta desaparecer; y Terapia IV (Intravenosa), foto-instalación de 2017
25 Jesús Briceño

en la que muestra varios tubos y vías para terapias intravenosas en cuyo interior
mete pedazos de billetes, cartuchos de perdigones y líquido.

En el interín de sus series fotográficas Briceño ha realizado performances como


Emesis, con dos versiones, una de 2016 y otra de 2017; en la primera, clava
billetes sobre su pecho, y en la segunda se traga diez veces la palabra «República»,
extraída de billetes venezolanos, para luego inducirse el vómito; y car(NADA),
también de 2017, en la que con unos alfileres clava en su cuerpo cinco
objetos: un billete de cien bolívares con una cinta tricolor; un recorte
de prensa con el titular de la masacre de Barlovento de 2016, en la
que la OLP secuestró, torturó y asesinó a varios jóvenes, entre ellos
un familiar; la portada de la Constitución de la República Bolivariana “ Quiero decirle a la gente lo
que la gente ya sabe de este
de Venezuela, vacía y deteriorada; un récipe médico; y una factura de
país. Simplemente, le doy
compra de alimentos. “
forma a eso que vemos a
«Mi mayor preocupación es que mi trabajo se vuelva vigente. Y si mi obra nuestro alrededor
deja de ser vigente, que por lo menos sea memoria. Necesito dejar algo,
que sirva o no sirva, no lo sé. El tiempo dirá. Los artistas no podemos
dejar que esto horrible que hemos vivido se olvide, así sea desde mi
modesta visión», asegura Briceño, quien suma a sus preocupaciones –la violencia,
la muerte y la represión– temas como el éxodo y las migraciones. «También estoy
fotografiando imágenes de murales en las calles, de Bolívar, de los próceres, pero
en su peor estado de deterioro. Allí está el país, en esos murales improvisados,
deformes, horrorosos que dicen tanto de lo que somos como sociedad; para donde
mire siempre hay algo que me interesa».

Como artista joven, Jesús ha aprendido a darle sentido a los materiales que
recolecta en las calles –«mi obra también es producto de la apropiación», dice–
y que trabaja para darles un sentido más allá de lo que representan. «Quiero
decirle a la gente lo que la gente ya sabe de este país. Simplemente, le doy forma
a eso que vemos a nuestro alrededor».

Hace la salvedad de que él no se siente solamente fotógrafo: «La fotografía es mi


excusa para transmitir ideas, y para mí el arte, como dice Perna, es comunicación.
O también como dice Antonieta Sosa, el arte es esa posibilidad de darle valor a
26 Jesús Briceño

cualquier cosa que no lo tiene. Sin tener que recurrir a citas, para mí el arte es
un compromiso con mi contexto y conmigo mismo para no terminar volviéndome
loco; cada vez que suelto algo me siento como más tranquilo», concluye con la
cabeza puesta en dos nuevos proyectos: unos dibujos que realiza a partir de la
iconografía de Simón Bolívar recopilada por Alfredo Boulton, y una instalación
sonora que consiste en dos Walkmans pegados a una pared con dos casetes
unidos por una cinta que va y viene a manera de loop y que reproduce sonidos
en dos tiempos distintos. «Lo que suena son los pasos de las personas que cruzan
la frontera por las trochas. La brisa, la gente caminando, los murmullos, el río… Son
sonidos a uno y otro lado de la frontera entre Colombia y Venezuela».

Créditos Juan Antonio González Ricar2


PORTAFOLIO
Jesús Briceño
28 Jesús Briceño

«Bolívar 38 S&W Libertador»


De la serie
Bolívares para cañón
2016
29 Jesús Briceño

«Eat Shit with Us»


De la serie
Relatos cortos de la deformación
2019
30 Jesús Briceño

«Autorretrato con balas de goma»


De la serie
Lesiones permanentes
2019
31 Jesús Briceño

«Autorretrato con cartuchos de perdigones»


De la serie
Lesiones permanentes
2019
32 Jesús Briceño

«Bolívar con bigotes azules»


De la serie
Neo prócer
2018
33 Jesús Briceño

«BN 83132463»
De la serie
Sin efecto
2017
34 Jesús Briceño

«Terapia II»
De la serie
Terapia intravenosa
2017
35 Jesús Briceño

Trastorno de una hiperrealidad


2015
M AR IO G O N ÇA LVE S

@maegc
MARIO
GONÇALVES

1985
«Para mí lo importante es comunicar»

José Antonio Parra Ricar2

Artista plástico y fotógrafo nacido en Caracas en 1985,


se graduó de Educación en la Universidad Central de
Venezuela e hizo estudios generales de fotografía digital.
Ha participado en distintas exposiciones colectivas en
el país y una en México. Su aproximación conceptual
sobre el poder ha despertado el interés de la crítica
especializada. En 2012 fue tercer lugar del premio Zona
A de Venezuela Móvil Foto y en 2016 mención especial
en el Festival MéridaFoto por la obra 8 de cada 10, que
retrata el fenómeno de las colas en Venezuela.
También es emblemática su instalación Indeleble,
sobre nuestro fallido sistema electoral
38 Mario Gonçalves

Hay algunas propuestas artísticas que surgen de lo visceral y posteriormente


atraviesan un proceso de profunda racionalización hasta que, finalmente, decantan
en artefacto estético. Esto es lo que ocurre con el trabajo del joven fotógrafo
Mario Gonçalves Carballo, quien, a pesar de que hasta el momento es conocido
primordialmente por su trabajo fotográfico, transita hacia apuestas más híbridas;
como podría ser la instalación, por ejemplo.

Esa visceralidad que se da en primera instancia en la obra de este creador muy


seguramente responde a circunstancias biográficas que van de la mano del
momento histórico de la Venezuela en la que ha crecido. Hay varias vertientes
desde las cuales puede ser analizada su propuesta y todas ellas son un reflejo
de su dimensión personal en confluencia con el contexto nacional. Aparecen
así primordialmente trabajos alrededor de la problemática de la soledad y del
descalabro político social.

A fin de cuentas, Mario es enfático al expresar cuál es el referente último de su


obra: «Siempre tiene que ver conmigo; es decir, yo me hablo primero a mí de mis
necesidades, de lo que siento y de lo que debo decir… Parto de una comunicación
conmigo, de cosas que son muy viscerales».

A pesar de lo álgido de estos tópicos, la personalidad y la escenografía corporal


de Mario dejan entrever un carácter afable y un temple que ha asumido la labor
de registrar y comunicar su entorno vital y su tránsito desde la infancia en las
zonas populares del oeste de Caracas. «Mi infancia transcurrió en el oeste de
Caracas. Mis padres vivieron toda su vida entre Lídice y Catia. Viví y estudié en esa
zona, por Capitolio. Vengo, creo que como el noventa y nueve por ciento, de una
mezcla. Mi papá es portugués y mi mamá es venezolana. Estudié en un liceo que
queda en La Hoyada, llamado Liceo Ávila. Al graduarme me fui a la UCV», cuenta.
39 Mario Gonçalves

Pero a diferencia de como podría ocurrir con la generalidad de los niños, el


carácter de Mario era –y quizá aún lo sea– introvertido, de manera que su mundo
interior se hizo exuberante, al tiempo que desarrollaba una aguda capacidad
para observar. Él reflexiona que «en las zonas populares la tendencia de los niños
es salir a la calle y jugar pelota, chapitas, etcétera; pero yo siempre fui un poco
más retraído. Mi hermano mayor sí jugaba y salía. Yo era más de videojuegos y de
leer. Yo tenía otras formas de entretenerme, aunque sí recuerdo en algún momento
haber jugado en la calle, pero durante épocas especiales cuando típicamente
trancaban las avenidas».

Ese carácter introspectivo se fue traduciendo en una afinidad paulatina hacia lo


humanístico. Por ejemplo, sus lecturas «eran normalmente los cuentos infantiles
que me daban, además de los míos propios; los típicos de los hermanos Grimm,
pero endulzados. Después de grande vi los originales y noté que había cosas
distintas. En bachillerato leía lo propio del programa: García Márquez, La Ilíada…
Recuerdo que el romanticismo alemán me llamaba mucho la atención».

Ahondando en esa afinidad por el romanticismo alemán, Mario es


enfático al expresar que «lo que ocurre es que el romanticismo alemán
tiene unos toques un poco oscuros», y entonces prosigue: «Siento que
el bien y el mal conviven. Pensar que todo está bien y es bonito es una
“decir,
Siempre tiene que ver conmigo; es
yo me hablo primero a mí de

utopía muy falsa. Yo siempre asumo la contraparte en todo. Si algo mis necesidades, de lo que siento y
está bien o bonito, busco su contrapeso y si hay algo que está mal o de lo que debo decir…
feo busco también su contrapeso en lo bonito».

El mundo interior de Mario era radicalmente contrapuesto a la atmósfera –que


ya tenía visos de violencia– de la zona donde creció. A propósito de eso, Mario
recuerda: «Yo tendría como diez años y recuerdo que estábamos llegando a donde
nos dejaba el bus. Empezaron a sonar disparos. De repente apareció una urna
plateada. Habían asesinado a un malandro y ese era el cortejo».

También la conflictividad social vinculada a lo político formaba parte de las


primeras memorias de Mario. «En mi época de infancia había conflictos entre el
Liceo Andrés Bello y el Fermín Toro. También los había cuando subían el pasaje
estudiantil. Eso era sinónimo de protesta y guerra en la zona. Estamos hablando de
40 Mario Gonçalves

finales de los ochenta y principio de los noventa… Recuerdo a mi mamá echándome


pasta dental para evitar los efectos de las lacrimógenas. Recuerdo a mi mamá y yo
corriendo del Pasaje Zingg a Capitolio debido a que el problema era justo en el
Congreso», relata.

EL ENTORNO FAMILIAR Y LAS CLAVES DE LA


INICIACIÓN EN LA FOTOGRAFÍA
El ámbito familiar de Mario, en apariencia, distaba mucho de lo que podría ser el
contexto del arte. No obstante, algunos detalles de su clan y de la forma como
se vinculaban sus padres con sus respectivos oficios podrían haber dejado semillas
que eventualmente germinarían en una profusa pasión por el arte. Sobre esto en
particular, él recuerda: «Mi hermano es aproximadamente seis años mayor. Es hijo del
primer matrimonio de mi mamá. Cuando mi papá conoció a mi mamá, mi hermano
tendría cinco o seis años. De ahí en adelante somos una familia. Siempre fuimos nosotros
cuatro, siempre la típica familia. Mi mamá trabajó como secretaria de abogados casi
toda su vida hasta que en el 98 le ofrecieron un cargo en tribunales y no quiso aceptar.
Después se dedicó a las manualidades… Mi mamá siempre ha hecho manualidades,
creo que ha pasado por todo y lo ha hecho más por gusto que por negocio. Ella trabaja
con cerámica, con revestimiento de piezas, con orfebrería y con madera, entre otros.
Ahora está con la jardinería. Mi papá ha sido perito eléctrico toda la vida. Tiene más de
treinta años en eso. Trabaja en instalación de plantas eléctricas y también le gusta hacer
cosas manuales. Tiene un cuarto lleno con todas las herramientas imaginadas; esmeril,
máquina de soldar, martillo, etcétera. Es un poco abrumador».

En cuanto a su pasión al momento de trabajar, este creador rememora el ejemplo


que tuvo en su casa en relación al gusto por un oficio: «Yo estoy muy conciente de
que para nosotros el hacer cosas manuales es netamente por gusto; es decir, mi papá
arregla su carro no porque no quiera pagar un mecánico. Toda su vida ha desarmado
cosas. Mi mamá también ha hecho todo lo que ha hecho en términos de artesanía por
mero gusto, por el placer de hacerlo. Con mi hermano pasa igual».
Todo fotógrafo tiene un
“producto visual, pero no

sé si todo fotógrafo es un
artista visual
42 Mario Gonçalves

No obstante, en lo referido a lo estrictamente fotográfico pareciera que hubo una


pasión en torno al objeto cámara que le llevó a vincularse con ese medio expresivo.
«Mi tía, Fátima de Abreu, es periodista. Ella trabajó en la Armada y hacía todo el
registro fotográfico para esa institución. En casa de mis abuelos paternos siempre hubo
cámaras. En mi casa también había de las automáticas de 35 mm. En mi familia, más allá
de mi tía, no había interés por la fotografía. La point-and-shoot era mi favorita, aunque
mi mamá la escondía en gavetas para que yo no la consiguiera. Creo que ese fue un
inicio en la fotografía. En mi adolescencia me dediqué a los videojuegos. Luego, en la
universidad, retomé el gusto por el arte. Siempre hice dibujos. Estudié dibujo en una
academia que quedaba en el Pasaje Zingg», recuerda Mario, y prosigue rememorando
su tiempo en la universidad: «Sentí afinidad nuevamente por el arte en general. Claro,
pasas por cualquier lado y ves un mural o una escultura. La Ciudad Universitaria es la
síntesis de las artes. Empezando la carrera de Educación, hacia el segundo año, decidí
comprarme una cámara digital compacta. Las memorias eran de 512 megas y cabían
doscientas fotos».
43 Mario Gonçalves

LA DETERMINACIÓN DE ESTUDIAR
Mario ha tenido una gran claridad al momento de trazarse un proyecto de vida.
Esto incluye ciertamente el hecho de tener una educación superior, aun a pesar de
que inicialmente optó por una carrera que no guarda relación con el arte y que su
camino en él se dio de manera paulatina. «De la familia soy el único que ha obtenido
un título universitario. Mi mamá no terminó el bachillerato. Mi papá sí lo terminó.
Mi hermano inició varias carreras. Yo opté por Biología, Computación, Psicología
y Educación. Quedé en Educación y empecé en simultáneo con Psicología, que
luego paré», recuerda Mario, y continúa relatando lo referente al apoyo económico
al momento de estudiar: «Los estudios los pagaron siempre mis abuelos paternos,
que tenían una quincalla. Mi abuela nunca aprendió a leer ni escribir. Se vino
directamente del campo en Portugal a Caracas. Mi abuelo sí aprendió a escribir.
Sin embargo, mi abuela maneja muy bien los números».

La incursión de Mario en la fotografía se fue dando muy casualmente, no


solo mediante el hallazgo de cámaras en el contexto familiar. También hubo
«casualidades» durante los estudios y en el mundo laboral que le llevaron de lleno
a dicho medio expresivo. A propósito, él relata: «Yo hacía fotos de mis
compañeras de clases. En la universidad fui un poco menos introvertido


en comparación con el bachillerato. En el bachillerato todo el mundo
me parecía demasiado inmaduro y aunque yo estaba pendiente de jugar
Para mí siempre fue un hito
videojuegos, ellos estaban interesados en jubilarse, lanzar bolsos, beber que alguien me regalara una
alcohol, etcétera. A mí en cambio me interesaba estudiar y sacar buenas cámara. Pasé uno o dos años

notas. En la universidad era distinto. Ahí me tocó estudiar con gente que creyendo ser fotógrafo. Tenía
entendía que estaba en la universidad. Mi círculo era bastante amplio,
sobre todo durante el primer año… Ahí inscribí una electiva de fotografía.
veinte o veintiún años
No me fue tan bien. El profesor casi nunca iba. Yo creo que sobreviví a la
mayor desmotivación del mundo».

Durante su primer empleo continuó su aproximación a este oficio a propósito


de un regalo que le hicieron. Mario relata: «Empecé a trabajar en el Ministerio de
Educación. Quien me dio clase de fotografía en esa electiva trabajaba ahí como
fotógrafo. Me lo topé muchas veces. Cuando estaba en el ministerio me regalaron
44 Mario Gonçalves

una cámara… Para mí siempre fue un hito que alguien me regalara una cámara.
Pasé uno o dos años creyendo ser fotógrafo. Tenía veinte o veintiún años».

No obstante, el momento clave en cuanto a la incursión en estudios formales


de fotografía vino a raíz del comentario de una compañera de trabajo. Mario
recuerda: «Una amiga del trabajo también tenía cámaras y me habló de una
escuela de fotografía... Fui con mi cámara digital y se sorprendieron porque ellos
no trabajaban con cámaras digitales. Era una escuela que estaba trabajando
todavía con fotografía analógica. Pasó el tiempo y alguien de la oficina que tenía
una cámara similar me dijo de otra escuela que tenía cursos de fotografía digital.
El único requisito era tener una cámara de ese tipo. Esa fue la escuela en la que
estudié en el único horario que tenían disponible, que era los sábados... Trabajaba
en el Ministerio de Educación en el desarrollo de software educativo, además de
desarrollo de programas para docentes en el uso de tecnología y tuve que sacrificar
los sábados».

En el proceso iniciático de Mario resultó fundamental la influencia que ejerció


Arlette Montilla, quien le llevó a una aguda reflexión sobre la fotografía y el
fenómeno estético en general. Eventualmente, asumirse como un artista implicó
la mirada del otro, hecho que ocurrió hacia el 2017 «cuando Alberto Asprino me
empezó a decir que yo era un fotógrafo y un artista visual. A mí me costaba asumir
ese “título nobiliario”, que marcó cierta diferencia en mi vida, aun cuando siento
que es una etiqueta», y prosigue al respecto: «Alberto Asprino tiene una lucha con
todos los fotógrafos porque dice que todos son artistas visuales». Entonces, con
cierto ánimo reflexivo, Mario concluye: «Todo fotógrafo tiene un producto visual,
pero no sé si todo fotógrafo es un artista visual. Yo siento que el concepto de las
artes visuales es mucho más amplio que el de la fotografía. La fotografía es una
parte de eso… La imagen comunica más allá de la fotografía».
45 Mario Gonçalves

SU OBRA
Hay en el trabajo de Mario Gonçalves una fuerte impronta conceptual. No
obstante, sus líneas de investigación surgen de una emocionalidad profunda, que
en muchos casos está relacionada con las ausencias o la situación político-social
en Venezuela. Su motivación principal consiste en llevar un mensaje al otro. «Para
mí lo importante es comunicar. La fotografía y la imagen han sido herramientas para
poder comunicar sin tener que decir una palabra y sin tener que escribir. Escribir
me cuesta a veces. Yo hago mi trabajo diario visual como una rutina en la que me
alejo de las personas aun cuando ellas estén», comenta, y prosigue en esa misma
línea: «Si voy a hacer una fotografía es porque quiero decir algo o porque es para
algo... Podría surgir de las vísceras, porque hay trabajos que salen de las vísceras y
después pasan al ámbito de la investigación».

Una de sus obras que ha tenido mayor resonancia es 8 de cada 10. Esta es una
pieza única de 200 x 25 cm, que consiste en un mapa sobre el cual hay imágenes
de las colas que se han hecho usuales en Venezuela a raíz de la trágica crisis
económica. Mario argumenta que esta pieza «tenía que ver con el tema de las
colas. Fue un trabajo que salió desde lo más visceral», y prosigue
explicando la razón por la cual dicha obra en particular implicó un
involucramiento emocional tan profundo: «Cuando empecé a trabajar

“Hay trabajos que salen de las


vísceras y después pasan al
“ en Foto Arte laboraba de martes a domingo y el lunes era el día que yo
estaba en casa. Vivía con mi mamá y mi papá. Mi mamá siempre estaba
ámbito de la investigación en casa y ese era el día en que realmente podía compartir con ella, pero
justo ese día ella tenía que hacer compras y era cuando menos podía
verla porque le tocaba salía a hacer las colas. Ese trabajo surgió de las
vísceras y luego lo llevé a un proceso de racionalización conciente».

Otra de sus obras icónicas es Indeleble, una instalación de 150 x 120 x 45 cm que
se refiere al sistema electoral venezolano, actualmente en entredicho. «Indeleble
es un trabajo que además estuvo en Jóvenes con FIA. A mí me llamaron y me dijeron
que estaban haciendo una selección de obras sobre el poder, que bien podía ser
referido al poder de la naturaleza, al poder político, etcétera. La persona que me
contactó sabía que me enfoco en la fotografía. Yo le dije que no tenía nada fotográfico
sobre el poder, pero sí una idea de una instalación. Entonces me dijo que la planteara.
“metáfora
La ausencia es parte de esa
que puedo asumir
visualmente a partir de

espacios, a partir de objetos
47 Mario Gonçalves

Al final quedó Indeleble, que tiene que ver con el sistema electoral», comenta
Mario, y sentencia: «Tú estás votando porque tienes que votar, pero no tienes la
oportunidad de elegir realmente… Ese malestar era algo que estaba en mí, hasta
que pude llevarlo de las vísceras a lo racional. Para mí todo lo que estamos viviendo
tiene su origen en ese hecho».

Pero no siempre la mirada es hacia el afuera. En el caso de la serie Ocupadas


(#SerieOcupadas), si bien en apariencia el objeto está en lo exterior, la obra tiene
un sustrato de corte más personal e introspectivo. «Yo en algún momento empecé
a fotografiar tanto a indigentes como a sillas vacías, y mientras estaba en un viaje de
trabajo con Arlette Montilla en Maracaibo vi muchos indigentes. Entonces le pedí
al conductor que parase un instante. Me bajé e hice las fotos. En ese punto ella
me preguntó por qué estaba fotografiando indigentes... El inconciente me decía
que esas sillas vacías o los indigentes que están al margen representaban algo»,
comenta, y más adelante concluye en torno a lo que podría ser ese algo, esa
metáfora implícita en la obra: «La ausencia es parte de esa metáfora que puedo
asumir visualmente a partir de espacios, a partir de objetos; de esa presencia que
no está físicamente. La soledad es ser yo solo haciendo mis cosas. No sé si es
individualidad, pero yo soy de los que cuento conmigo y evito contar con los demás
para algunas cosas».

Quizá el objeto último de su obra como totalidad vaya en la línea de una


aproximación a sí mismo, más allá de la denuncia político-social. Sin embargo, en
Mario hay un reiterado cuestionamiento del poder. «Lo político es coyuntural, aun
cuando siempre he tenido problemas con la autoridad. Siempre he sentido que hay
alguien que tiene poder y abusa de ese poder; puede ser desde el Presidente de la
República hasta la secretaria de cualquier lugar», reflexiona.

Sin lugar a dudas, la experiencia de Mario Gonçalves en tanto fotógrafo y artista


plástico implica una enorme curiosidad por desentrañar la identidad de los
venezolanos, amén de la propia. Esto ha significado no solo una gran capacidad de
observación, sino también un agudo poder analítico. «Yo siempre he tenido curiosidad
por lo que somos y por lo que soy, como sociedad, como persona», comenta.
48 Mario Gonçalves

ALGUNAS CONSIDERACIONES
EN LA ACTUALIDAD
A pesar de su juventud, Mario ha tenido participación en una serie de exposiciones
colectivas en Venezuela. Entre ellas destacan el Festival de las Artes Móviles
(VMF) de 2014, la I Muestra Colectiva Incubadora Visual 2016, Miradas ocultas
sobre el paisaje urbano en noviembre de 2016 y el XX Salón Jóvenes con FIA:
poder y diálogos visuales en septiembre de 2017. De igual modo, participó en la
colectiva Cartografías políticas Venezuela-México, llevada a cabo en México en
noviembre de 2018.

Hoy en día Mario reside en la ciudad de Caracas donde trabaja, al


tiempo que reflexiona sobre los procesos humanos que se dan a su
alrededor en analogía con los propios. Esta forma de ser define una
naturaleza inquieta que implica un profundo movimiento interior.
“Lasidofotografía y la imagen han
herramientas para poder

«Para mí el movimiento es vida. Moverme es sinónimo de cambios, comunicar sin tener que decir una
pero cuando lo veo en perspectiva es muy paradójico, porque yo soy
muy estable respecto a ese tipo de cosas. Yo duré en el Ministerio al
palabra y sin tener que escribir
menos nueve años y alguien a quien le guste moverse no dura nueve
años en un trabajo».

Obviamente, ese movimiento apunta también a su manera de aproximarse a los


medios expresivos y a los recursos estilísticos a los que ha apelado a lo largo de
su biografía. «La fotografía para mí es la génesis, ese fue mi inicio y donde di mis
primeros pasos. Todavía trabajo con ella, no solo artística, sino comercialmente,
pero para mí no es el único medio para comunicar algo», expresa Mario.

Ese algo que busca ser comunicado es uno de los mayores retos que atraviesa un
artista en la Venezuela actual, una nación que está imbuida en una crisis donde
el descalabro lo ha tornado todo en extremo difícil. Ello incluso se refleja en la
perspectiva que de sí tiene este creador y que le lleva a exteriorizar: «A veces la
realidad es tan abrumadora que no me permite avanzar en proyectos artísticos.
Estoy entre una felicidad y una depresión que pugnan permanentemente».
49 Mario Gonçalves

Entonces prosigue con una reflexión sobre la realidad de que Venezuela está
regida por una dictadura: «Nunca pensé vivirla, creo que no la hice conciente sino
hasta que murió Chávez. Eso fue como una monarquía y aun cuando el poder no
quedó en sus hijos, quedó en este sujeto. Ese fue el momento de entender que no
había alternativas de poder, que no hubo cambios. Ese fue el momento cuando me
di cuenta de que estaba pasando algo. Cuando uno lo lee es muy distinto a cuando
uno lo vive».

Ultimadamente, su perspectiva de sí apunta a una multiplicidad inscrita en sus


contextos íntimos y sociales. «Soy muchas cosas y tengo muchos roles; yo soy
docente, soy amigo, soy novio, soy hermano, soy tío, soy hijo, soy pañuelito para
cuando quieren llorar, soy una persona que escucha, soy fotógrafo, soy artista
visual», concluye Mario.

Créditos José Antonio Parra Ricar2


PORTAFOLIO
Mario Gonçalves
51 Mario Gonçalves

#SerieOcupadas
52 Mario Gonçalves

De la serie
Lacrónica
53 Mario Gonçalves

Perfectio Noumenon
54 Mario Gonçalves

8 de cada 10
55 Mario Gonçalves

De la serie
Cepa
56 Mario Gonçalves

De la serie
Blue Man Mood
ROSLEY L A B R A D O R

@rl_______
ROSLEY
LABRADOR

1985
«Las fotografías son como tus hijos»

Humberto Sánchez Amaya Ricar2

El fotógrafo sanfelipeño nacido en 1985 se ha enfocado


en el retrato y el desnudo femenino. Asegura que es
primordial que la persona retratada quede tan satisfecha
con la imagen como él. Diseñador gráfico del Instituto
Universitario de Tecnología Readic en Maracaibo, estudió
diseño en la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy
y fotografía en Caracas, en La ONG. Allí formó parte de
Sexpo masturbable en 2010, año en que participó en el
Festival Internacional de Fotografía de Valparaíso, Chile.
Sus muestras individuales importantes: Mírame sin
decir y Estertor. Ha publicado en medios
como Luster Magazine y Urbe
59 Rosley Labrador

Era un niño cuando en casa se quedaba absorto con las revistas de moda
que compraba la mamá. Era una época en la que no alcanzaban los dedos de las
manos para contar la cantidad de publicaciones extranjeras que llegaban al país,
entre ellas Vanidades, una de las tantas que devoró.

A Rosley Labrador le encantaban las fotografías que veía en esas páginas. Las
detallaba con avidez en la casa de San Felipe, Yaracuy, ciudad en la que nació el
17 de octubre de 1985. «Siempre estaba metido en ese mundo, en esas páginas. Tal
vez pequeño, pero era mi mundo. Mi primer contacto con una cámara fue cuando
tenía catorce años de edad. Era una de esas compactas, familiares. Estábamos en
una cena de Navidad y una prima me dijo: “Cónchale, haznos unas fotos”».

Entonces no se llamaban selfies, pero Labrador hizo un autorretrato que fue un


desencadenante que labró su futuro. «Fue a la ligera, pero tuvo un buen resultado.
La fotografía empezó a dar vueltas en mi mente».

Y de tantas vueltas en la cabeza sus decisiones fueron las precisas para


convertirse en un fotógrafo que ha expuesto en galerías, publicado en medios
como Luster y Urbe, además de haberse ganado la empatía para ser uno de los
fotógrafos asistentes de la Organización Nelson Garrido.

Rosley Labrador es de pocas palabras al principio. Lo advierte, pero apenas se siente


cómodo, rememora sus antecedentes para luego reflexionar sobre sus experiencias.

Los primeros estudios los cursó en dos instituciones. La educación básica transcurrió
en el Colegio Cecilio Acosta; luego, el bachillerato, en el Liceo Arístides Rojas. Pero
apenas dejó de usar la camisa beige de liceísta, se fue a Maracaibo.
60 Rosley Labrador

En esa ciudad, dejada atrás la pequeña San Felipe, un día pasó por la calle
Carabobo, donde está ubicada la Escuela de Fotografía Julio Vengoechea,
muy concurrida en la región. Quiso inscribirse en un taller, pero no le alcanzaba
el dinero.

Tampoco se amilanó. Comenzó a estudiar Diseño Gráfico en el Instituto


Universitario de Tecnología Readic (UNIR). «En el tercer semestre, nos dieron la
materia de Fotografía. Quedé muy enganchado. En ese momento pude comprarme
mi primera cámara, tenía alrededor de diecisiete años».

No quiso regresar a San Felipe, la ciudad en la que creció junto con su mamá,
Olivia Rosas, y sus hermanos Roswell, Rossely y Rosliandy. Fue una una infancia
tranquila. «Relajada, con algunas precariedades, pero sin mayores problemas». Su
papá, Hugo Labrador, dejó de vivir con ellos al divorciarse de la madre cuando
Rosley apenas tenía diez años de edad.

Maracaibo lo sedujo. Era mucho más grande que San Felipe, por lo que las
opciones que brindaba eran mayores. Fue un cambio brusco, pero quedó
prendado de la oferta cultural marabina. Aprendió a moverse con facilidad y
entusiasmo entre el Teatro Baralt y el Centro de Arte de Maracaibo Lía Bermúdez,
así como a estar pendiente de cuanta actividad de su interés surgiera por allá.
«Primero viví con una prima. Luego empecé a vivir solo. Hice una vida, amistades,
obviamente. En ese momento pensé que encajaba perfectamente en Maracaibo.
Me adapté».

Pero al terminar esos estudios, se devolvió a San Felipe para sacar la licenciatura en
Diseño en la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy. Aprovechó además
para adquirir experiencia en los periódicos El Diario de Yaracuy y El Yaracuyano.
Primero, en los departamentos de edición fotográfica, pero eventualmente salió
a la calle a cubrir pautas por alguna emergencia o cuando los fotógrafos de planta
no se encontraban en la redacción.

Esa experiencia reporteril duró año y medio, fue breve su transitar por el diarismo,
ese vertiginoso mundo de las noticias. Pero tampoco hubo mucho para alardear.
Es enfático al negar que hubiese experimentado un hecho importante durante
61 Rosley Labrador

esas jornadas. No era mucho el acontecer político en esos lugares, más allá de
la dinámica rutinaria de un alcalde o gobernador que buscaba exaltar promesas
para un mejor futuro. «Eran ruedas de prensa de políticos para mostrar una valla
sobre una obra que se haría, o la piedra fundacional de algo», lo dice así, sin mayor
entusiasmo. Sabía que había más que explorar con el lente, mucho más que
registrar en imagen del funcionario y su discurso.

Pero lo vivido en esos medios no aniquiló otros deseos. Todavía hay una deuda,
una inquietud por adentrarse en ese reporterismo que dispara la adrenalina, todo
ese imaginario de los fotógrafos de guerra.

La universidad fue otro cambio en su recorrido. Ahí tuvo acceso al laboratorio


de fotografía, todavía analógico. Cuenta, en broma, que casi tenían que llamar
a la policía para sacarlo de ahí por las horas en las que, adentro, perdía noción
de todo lo demás mientras manipulaba esos químicos, que como arte de magia
hacían aparecer parte del mundo en papel.

Ya conocía la obra de Helmut Newton. Pensaba en lo emocionante de ganarse


la vida con un trabajo como el de ese fotógrafo, de obligatoria referencia para
tantos, afamado por los elegantes y glamorosos retratos. «Tuve la oportunidad
de realizar una actividad para una clase que consistía en hacer unos desnudos.
Se me dio muy bien. Hice mis fotos y ayudé como a diez personas, y todas las
experiencias fueron enriquecedoras, porque nunca había vivido esa posibilidad de
que una mujer se quitara la ropa para ser fotografiada, sin pena de lo que hace con
su cuerpo. Sin problemas por mostrar alguna estría, celulitis o un cauchito. A raíz de
eso, inicié mi exploración del cuerpo femenino».

No terminó la licenciatura por diferencias con varios profesores. Incluso comenta


que llegó un momento en el que solo entraba a las clases de fotografía y color.
Todo lo que vivió reafirmó lo que en realidad quería ser. ¿Su objetivo? Muy
sencillo: que el placer que genera tomar una fotografía se replique cuando a la
otra persona le gusta el trabajo. Esa es una de sus principales razones.

Pero hace una mención aparte para elogiar a uno de los profesores de la
universidad: Carlos Contreras. «Confió en mí. Creyó en el trabajo fotográfico que
62 Rosley Labrador

quería desarrollar al darme horas en el laboratorio de fotografía de la universidad.


Me apoyó para que fuera a Caracas a cursar estudios de fotografía».

Sí, fue un impulso importante. Fue de esas personas que afianzan la voluntad
cuando más se necesita, para así subrayar la seguridad y que eso redunde en
mejores capacidades para la formación.

Caracas se había convertido en objetivo. Y a Yaracuy había ido una persona que
terminó de acabar con sus dudas para así decidir sus planes de vida: el fotógrafo
Nelson Garrido viajaba eventualmente a impartir clases magistrales. Y en esos
salones, gracias al invitado, descubrió un portafolio con referencias que no había
imaginado, como el trabajo de Joel-Peter Witkin, David Hockney, Lucas Samaras.

«Decidí venir a Caracas para inscribirme en un taller en la Organización Nelson


Garrido. De no haber entrado a ese lugar, no habría desarrollado muchas cosas
que hago en estos momentos». Así se expresa sobre la oportunidad que tuvo con
una de sus grandes influencias. Pero en la impronta, también menciona a Miguel
Salas, Mario Testino y Luis Brito.

EL CAOS NECESARIO
Su primera visita a Caracas fue a los ocho años de edad, cuando lo trajeron al Museo
de los Niños. Y desde esa vez, sabía que en algún momento tenía que establecerse
en la ciudad. Vino otras veces, pero por asuntos muy puntuales durante su juventud,
hasta que finalmente se mudó para estudiar en La ONG en 2009.

«Recuerdo que la primera vez en Caracas quedé asombrado por la rapidez con la que
todo el mundo caminaba, el sonido de las motos y me dije: “me hace falta este caos”».

En la organización se sintió pleno, además empezó a ganar confianza entre los


profesionales con los que compartía a diario. «Hacía mis cosas y se las mostraba a los
demás. Me gustaba ese asunto de discutir con fotógrafos que tenían más experiencia
que yo. Fue una situación muy enriquecedora».
“ Recuerdo que la primera vez
en Caracas quedé asombrado por
la rapidez con la que todo el mundo

caminaba, el sonido de las motos y me
dije: ‘me hace falta este caos’
64 Rosley Labrador

Fueron tiempos de cambio, de aprendizaje, reflexión y prácticas. Para él, todo dio
un giro de ciento ochenta grados. Tener acceso a esa gran biblioteca que hay en
el centro de estudios, a su disposición a cualquier hora. Por lo menos una vez a la
semana trabajaba en el laboratorio, y vio una notable mejoría en su técnica, sin duda.
«Soy de los que piensa que trabajar el blanco y negro en laboratorio es fundamental. Si
no lo has hecho, se te complica luego adentrarte con estos programas que hay ahora.
La idea es plasmar en el programa lo que aprendiste en el laboratorio».

Sus palabras reflejan su pertenencia a una generación que fue testigo de ese paso de
lo analógico a lo digital. Y él, formado en esa época de rollos y revelados, es fiel a la
creencia de que esos procesos son fundamentales para dominar mejor las promesas
de las nuevas tecnologías.

En Yaracuy había sido contratado como fotógrafo por amigos que hacían zarcillos
y lo llamaban para que lograra la mejor versión de sus productos, pero en Caracas,
no fue hasta 2011 cuando su amiga, la diseñadora de modas Mariana Meneses,
lo contrató para una campaña. Nunca había tenido experiencia en ese mundo del
diseño de ropa, modelos, poses y glamour, pero le fue muy bien. No solo por las
buenas condiciones en las que pudo trabajar, sino por el resultado. Hay que recordar
la importancia que le da Rosley Labrador a que el placer sentido por él con la imagen
captada sea correspondido por quien recibe lo captado.

DESDE LO MASTURBABLE
En el año 2010 la Organización Nelson Garrido anunció en su sede la exposición
Sexpo masturbable, que tenía como fin explorar la intimidad del individuo erótico,
fijaciones, perversiones; adentrarse en esas obsesiones. La información para la
prensa agregaba: «El concepto de lo masturbable traspasa los territorios de la imagen
netamente sexual, su espacio abarca los olores, los sonidos, los recuerdos y los
fetiches de cada uno de nosotros. Así mismo, los invitamos a explorar nuestro universo
masturbable convertido en imagen».
65 Rosley Labrador

En el párrafo con la información de los expositores, entre figuras nacionales e


internacionales, se lee el nombre de Rosley Labrador. «Fue un punto de inflexión. Se
trató el tema del sexo, pero no de manera tan explícita. Me concentré en lo erótico
y me sorprendió bastante la receptividad que hubo. Por lo realizado en esa muestra,
desarrollé otra exposición que se llamó Mírame sin decir, en el Centro de Arte Los
Galpones, en Caracas, en el año 2011», rememora sobre una exhibición que tuvo
como fin el cuerpo femenino, pero captado por cámaras desechables. «Como
mencioné hace un rato, mi satisfacción es que la persona fotografiada esté contenta y
se acepte como es. No tengo tantas ambiciones con mi trabajo».

Gracias a La ONG su trabajo también ha podido ser visto afuera, una vez como parte
de una muestra colectiva en el Festival Internacional de Fotografía de Valparaíso,
Chile, en 2010. «En Madrid también participé en una exposición, pero fue en un
restaurante, y no tiene la misma repercusión participar en un festival, que en una
muestra en un local», acota.

En 2016 fue centro de atención por otra exposición que considera

“Mifotografiada
satisfacción es que la persona
importante para su carrera: Estertor, también llevada a cabo en la
Organización Nelson Garrido. Sobre las imágenes, Erik Del Bufalo escribió:
«Hay el bosquejo de una erótica de la pérdida y de una ética de lo efímero
esté contenta y se

que solo puede mostrarse como estética del deseo. No del objeto deseado, acepte como es. No tengo tantas
sino del deseo en sí mismo, como si este no fuera aliento incorpóreo, sino ambiciones con mi trabajo
un cuerpo, una cosa, una huella. La última respiración comienza inhalando el
aire de la existencia para exhalar su vida más allá de la imagen».

Sí, reconoce que puede ser mucho el tiempo entre una exposición y otra. «Soy muy
lento para los procesos. Sin embargo, creo que he sacado bastantes trabajos. Pero
sí influyen varios aspectos. Se dificulta, por ejemplo, cuando no tienes escáner para
digitalizar los negativos. En estos momentos no tengo computadora. Se dañó en el
primer apagón que hubo. Hay un montón de temas por desarrollar y no se puede»,
asegura el fotógrafo, que desde finales de 2017 vive nuevamente en San Felipe.

Describe ese año como un momento duro. Fueron las protestas contra Nicolás
Maduro. «Casi nadie te daba trabajo por la situación del país. También me pegó estar
tanto tiempo separado de mi familia. Quería estar más tiempo con mi mamá, hasta que
ocurra lo inevitable que todos sabemos».
66 Rosley Labrador

Recientemente ha tratado de homenajear a su mamá a través de lo mejor que sabe


hacer. Pero no ha sido fácil, ella es esquiva cuando lo ve con una cámara, incluso con
el celular. «Quiero retratar a mi mamá. Es lo que sé hacer. Es una forma de honrarla, de
darle más de lo que hasta ahora he podido».

Con ella además es con quien más comparte en su familia. Ella incluso le comenta
cuando lee o escucha alguna información sobre su trabajo, o cuando ha visto algunas
de sus imágenes. Pero él no le muestra todo lo que hace. Se nota que hay cierto
pudor en el fotógrafo cuando habla sobre el tema.

«No le enseño todo, pero no porque considere que sea una falta de respeto, sino para
evitar alguna pregunta incómoda que no tenga cómo responder. Que se pregunte las
razones por las que hago esto, o piense que crio un monstruo».

Sabe también que para algunos el tema del desnudo puede ser espinoso. Pero él no
se anda con rodeos. «Trato de ser sincero y siempre soy claro con las condiciones en
las que se hará el trabajo. Hay quienes piensan que cuando les digo que quieren hacer
fotos, inmediatamente me refiero a desnudos. Pero hay otras personas que cuando les
indico que serán retratos, me piden que les haga desnudos».

En 2017, durante las protestas, el escenario estaba hecho para que


pudiera salir a la calle y explorar esa faceta que tiene anotada en su libreta
de objetivos, pero no pudo. «Todos los días decía que lo haría, pero me
“EsQuiero retratar a mi mamá.
lo que sé hacer. Es una forma
de honrarla, de darle más de lo
daba miedo. No tenía casco, ni chaleco ni máscara. Me sentía cohibido.

Además, temía que me robaran los equipos». que hasta ahora he podido
Desde que regresó a Yaracuy, no ha sido mucho el trabajo. Alguna que
otra edición, pero sobre todo, revisa fotografías de proyectos pasados
para hacer algún otro planteamiento desde su obra. «El objetivo principal
es hacer un libro, pero no cualquier libro, sino uno que que resuma mi
trabajo fotográfico». Pero también tiene algunos bocetos para atreverse
con naturaleza muerta.
“Debe ser por la falta de amigos, que
se fueron, y la situación económica,
pero la tristeza es el sentimiento

que más aflora últimamente
68 Rosley Labrador

SOBRE LA CRÍTICA
No se considera artista. Prefiere que lo llamen simplemente fotógrafo. Además, no
cree que sea su tarea decirle a los otros cómo quiere que lo vean. Que la gente decida.

Sabe además que está expuesto. Que una vez que las imágenes son
publicadas, están abiertas las posibilidades para que el espectador

“Lasy eres
fotografías son como tus hijos
responsable al tener que
“ reaccione de distintas maneras.

Recuerda que en 2016, cuando expuso Estertor, lo invitaron a una


elegir si los matas o los dejas vivos ponencia en una galería y hubo un comentario que le causó mucha
molestia. Asegura que un colega que vio la muestra le dijo que, si fuera
por él, habría dejado nada más dos fotos y lo demás lo hubiese botado.

«Por más que te expongas y esperes alguna crítica, no te imaginas que alguien será tan
frontal. En ese momento me molesté, pero con el tiempo uno va razonando sobre lo
que se está haciendo. Uno acepta las razones que lo llevaron a decir eso, y no que lo
haya hecho de una manera despectiva».

Reconoce además que luego ha tenido presente siempre las reflexiones generadas
por ese momento. «He sido más frío al momento de seleccionar las imágenes después
de una sesión. Eso de tener sangre fría para desechar fotos, aprender a sacrificar. Las
fotografías son como tus hijos y eres responsable al tener que elegir si los matas o los
dejas vivos».
69 Rosley Labrador

BOMBONA DE OXÍGENO
El desnudo ha sido su área de estudio, de enfoque, de comprender al otro y buscar
además que la otra persona no solo confíe y se compenetre, sino también sienta
satisfacción por el tiempo y las emociones expuestas ante el lente.

Sin embargo, hay un sentimiento que ha aflorado en los últimos tiempos en Rosley
Labrador: la tristeza. «Debe ser por la falta de amigos, que se fueron, y la situación
económica, pero la tristeza es el sentimiento que más aflora últimamente. Todo este
entorno». De hecho, ha tratado de plasmarlo en imágenes, de dejar un testimonio
de esta travesía emocional. La fotografía no solo como catarsis, sino como refugio.

Y como muestra de ese contexto hostil, están los viajes a Caracas. Cuando por
cualquier motivo debe trasladarse a la capital, ya no es como antes. Pueden ser varios
los días para reunir el efectivo o conseguir transporte que le permita hacer el periplo.

«En San Felipe he estado viendo lo que he hecho. Puedo decir que no todo está perdido.
Trato de ver el vaso medio lleno y no medio vacío. La fotografía es mi bombona de
oxígeno».

Sin duda, quiere más estabilidad, tener un estudio propio, su oficina, para así poder
estar más activo y satisfecho. En lo que respecta a lo que pueda decirse de su obra,
responde que no es tan ambicioso. Cada imagen tomada la ve como un legado para
esas personas que fueron retratadas, su registro del paso por este mundo.

Solo vino a Caracas para la entrevista. Una muestra más de lo importante que fue
para él ser elegido. «Todo lo ocurrido con este libro, que me hayan elegido, no solo es
una sorpresa para mí, sino también para mi familia. Me hace confiar más y pensar que
el tiempo no ha pasado en vano, que siempre hay una nueva oportunidad».

Antes de concluir, saca una caja de cigarros. Pero no enciende el primero antes
de culminar la entrevista. Como si no quisiera distracciones mientras habla, o
como si encenderlo es solo un premio después de tanto exponerse. Al principio,
70 Rosley Labrador

lucía temeroso ante lo que pudieran preguntarle hasta que la distensión fue ganando
terreno. Le gusta hablar de lo logrado, y reafirma que es momento de seguir adelante,
pese a los obstáculos.

Debe regresar a su ciudad natal. No es un viaje sencillo. La escasez de efectivo y de


transporte lo dificultan. Pero insiste en seguir. Es un momento para reconfigurar los
planes, programar una perspectiva de futuro en lo personal y en lo profesional.

Allá seguirá planeando cómo registrar el paso de tantas personas por esta vida,
como ha dicho que tiene entre sus objetivos.

Créditos Humberto Sánchez Amaya Ricar2


PORTAFOLIO
Rosley Labrador
72 Rosley Labrador

Pott
2016
73 Rosley Labrador

Ari
2006
74 Rosley Labrador

Marian
2016
75 Rosley Labrador

Andrea
2015
76 Rosley Labrador

Amelia
2015
77 Rosley Labrador

Sol
2015
78 Rosley Labrador

Génesis
2015
79 Rosley Labrador

Luisa
A ZALIA L I CÓ N

@azalia.licon
AZALIA
LICÓN

1986
«Mi vocación es un estilo de vida»

Lucía Jiménez Ricar2

Nació en Caracas el 19 de diciembre de 1986. Se


mueve entre las aguas de la administración pública y la
fotografía digital. Se formó en la Escuela Foto Arte
y La ONG (Organización Nelson Garrido) y es egresada
del Diplomado de Fotonarrativa y Nuevos Medios de la
Fundación Pedro Meyer de México. Desde 2016 lidera
los proyectos Miradas analógicas y Miradas reveladas,
que buscan un espacio alternativo para la divulgación de
la fotografía. En 2019 recibe el segundo lugar del Festival
Internacional de la Imagen por la serie Cerrado
82 Azalia Licón

Azalia Licón se llama a sí misma una caraqueña emigrada. Su risa es la primera


pista de una personalidad fuerte y burbujeante que atrae desde el principio a la
conversación. Se describe a sí misma como una persona callada, contemplativa
y observadora, cualidades frecuentes en quienes se dedican a esta profesión; sin
embargo, ante la posibilidad de «echar su cuento» ha encontrado su voz: «no me
des mucho espacio porque puedo sacudirlo todo».

Su presencia no pasa desapercibida; aunque cuando fotografía en la calle, tras


su teléfono medio a escondidas, ha logrado colearse por los rincones de la
ciudad en un registro de la Caracas silente, esa que cierra sus puertas al mundo.
El éxito en la fotografía todavía le sorprende mientras se debate ante la decisión
de abandonar del todo su carrera en la administración pública para entregarse a
su ferviente vocación.

DE LA GUAIRA PA’L MUNDO


Azalia nació en Caracas, sí, pero por casualidad. Poco antes de su nacimiento, sus
padres habían comprado un apartamento en Los Teques, aunque ambos trabajaran
como educadores de secundaria en Catia La Mar. Su madre, originaria de La Guaira,
enseña Castellano y Literatura; su padre, fallecido en 2005, enseñaba Artística. Cuando
Azalia cumplía apenas once meses, la familia decidió trasladarse definitivamente a la
costa de Vargas pues el viaje diario se hacía cada vez más complicado.

En aquel apartamento, la familia se completó unos años después con el nacimiento


de su hermano. «Cuando niños, mis padres, como tenían recursos limitados, nos
llevaban con ellos a sus clases. Mi papá se llevaba a mi hermano y yo iba con mi
mamá, entonces veía Castellano de cuarto y quinto año. Se me fue metiendo a juro,
83 Azalia Licón

por eso soy obsesiva con la gramática y tengo tendencias a corregir todo». En su
blog, Azalia demuestra sus dotes adquiridas: cada proyecto narra en detalle su
historia, como una crónica que acompaña a la foto.

También es una lectora empedernida. Su distracción frecuentemente se encontraba


entre los cuentos que le traían sus padres para incentivarle el hábito y los grandes
tomos de Historia del Arte de Salvat de la colección de su padre. «Yo no los leía,
pero eran como mis cómics. Desde el arte rupestre hasta el arte pop, me divertía con
eso y los miraba a cada rato». Su padre, fanático de Reverón y el arte venezolano,
traía a casa afiches mandados a montar con las reproducciones de su período azul
o de las figuras geométricas de Mateo Manaure, que hasta hoy están presentes en
el imaginario de Azalia y su hermano, quien se convirtió en arquitecto. «Siempre
fui una observadora pasiva del arte. Naturalmente nos fueron quedando todas esas
influencias de las humanidades metidas en la cabeza».

A los dieciséis años, Azalia se gradúa de bachiller y, sin pensarlo


mucho, entra a estudiar Administración en Comercio Internacional en la
Universidad Nacional Experimental Marítima del Caribe, cerca de casa.
«De mi familia, mis padres son los primeros profesionales. Era natural para
“observadora
Siempre fui una “
pasiva
nosotros seguir en una carrera y yo a esa edad tampoco sabía nada de
del arte
quién era y qué quería. Cuando me gradué, a los veintiún o veintidós años,
tampoco estaba clara, pero ya ahí estaba trabajando en la administración
pública a la que entré por concurso público».

Un año antes de graduarse, Licón sostenía una ilusión utópica de trabajar en su


carrera y entrar al ministerio. «Estaba por una beca en la universidad y se abrió la
oportunidad de concurso público. Creo que tenía veinte años, en 2007. Me inscribí
para un cargo de asistente administrativo del viceministro de políticas académicas y,
como cualquier otro mortal, me presenté a la prueba. Había un gentío. Te hacían un
examen básico de cultura, me entrevistaron y quedé para un cargo de carrera».

Dos años más tarde, por otro concurso, Licón ascendió de puesto como administradora
de gestión presupuestaria. «Esa es la razón por la que empiezo a subir a Caracas.
Luego, desde 2015, soy analista y me dedico a la planificación académica después
84 Azalia Licón

de siete años en gestión. Hoy en día es realmente un saludo a la bandera, pero he


conocido al monstruo desde adentro».

Sus paseos diarios en el centro de Caracas desde el estacionamiento a su oficina en


el ministerio se convirtieron en los primeros escenarios de su registro urbano. Sin
pensarlo mucho, Azalia comenzó a abrir las puertas a su verdadera vocación. Empezó
a tomar fotografías en un viaje de trabajo que hace a La Habana. Como turistas, ella
y su grupo llevaban cámaras para registrar el viaje y, aunque por diversión y apenas
con conocimiento, hablaban de los diferentes encuadres para tomar la foto. «Ahí
comencé a entender algo y a interesarme». Después del viaje, Azalia recibe sus tan
esperadas fotos y se sorprende por la mínima resolución en la que las recibe, «y ahí
se me despertó el gusanillo».

En 2010 inicia su formación en el curso de Digital I en la escuela Foto Arte, que


entonces tenía sede en Chacaíto. «Fui procesando todo poco a poco y usaba la cámara
para todo. Al principio tenía una Sony híbrida que tenía modo manual hasta que, como
en 2011, empecé a usar el iPhone. Me entusiasmé con la fotografía móvil y empecé a
desarrollarme en el tema de la expresión. Luego la gente me conocía como “la de las
fotos en blanco y negro del centro”, “Caracas al cuadrado”».

Tuvo la impresión de que a su madre le costó aceptar su cambio vocacional, aunque


nunca haya recibido oficialmente ningún comentario. Hoy, un poco entre risas, admite
haberle descubierto cómo se llevaba las publicaciones a su trabajo para mostrarlas
como madre orgullosa. A pesar del reconocimiento que empieza a tener su fotografía,
Azalia no ha dejado del todo su vida en la administración pública. Ni su hogar junto
a su familia. «Hemos logrado una armonía siendo adultos. No solo es la situación del
país que hace muy difícil mudarse sola, sino que tampoco me ha pegado esa necesidad
inminente de irme lejos de mi casa». Admite que quizá las cosas fuesen diferentes si
su padre siguiese con ellos. «Nuestros caracteres eran parecidos y chocaban mucho;
quizá si él no hubiese muerto, sí me hubiese mudado, pero bueno, son cosas que
no sabremos». Azalia también se divierte con la idea de que su papá debe estar
pensando en lo lejos que le ha llegado «esto de ser artista».
85 Azalia Licón

UN CAMBIO A PASO DE VENCEDORES


Aunque a primera vista pareciera segura, Azalia toma los cambios uno a la vez. La
prematura partida de su padre le sacudió a tal punto, que evalúa con minuciosidad
cada paso adelante. Algo que podría reflejarse también en su obra. «Mis procesos
son lentos. O, mejor dicho, creo que, sobre todo en mis asuntos personales, más allá
del trabajo, es que me gusta ir a mi ritmo y no al tiempo que me imponen los demás».

Cuando realizó el primer curso de fotografía digital, se tomó muy en serio el consejo
del profesor, Luis Roberto Lipavsky: «Me dijo que esto era un tema de procesar poco
a poco y que no teníamos que ir directamente a inscribirnos en Digital II. La parte más
emocionante para mí fue aprender sobre las reglas de composición y cómo se logra la
expresión en la imagen. Para eso tienes que intentar ser un maestro en la técnica, para
llegar luego a la composición. Eso me marcó. Me tomó otro año hacer el curso II y III».

Sin saber todavía por qué, Azalia se sintió atraída al fotoperiodismo siempre desde
el punto de vista digital. «Quizá si hubiese nacido veinte años antes no hubiese sido
fotógrafa, porque era un proceso analógico y yo soy muy tecnológica. Fue lo inmediato
de lo digital lo que me llamó la atención». De ahí que también explore con otros
medios para llevar adelante algunos de sus proyectos.

En 2017, por ejemplo, al conseguirse el concepto del «eterno retorno» en La invención


de Morel de Adolfo Bioy Casares, que se refleja con la sociedad venezolana actual,
se enfocó en un trabajo audiovisual que contrapone las imágenes simbólicas de la
censura en la televisión con los violentos sonidos que circulaban en redes a propósito
de las protestas que durante los primeros meses del año ocurrieron en el país. «Había
leído la novela que leí por Lorena González y me quedé dándole vueltas».

«El eterno retorno, mediante el found footage, intenta plantear una breve reflexión
sobre la particular circularidad de la historia venezolana; a través de los sucesos más
violentos vividos por las últimas generaciones y dos procesos que caracterizan al
venezolano, en dos momentos –uno de larga data y otro impuesto por un régimen
totalitario–: la memoria corta, y la censura y autocensura en medios de comunicación
tradicionales». En este caso, la imagen es una sugestión, basada en la memoria de lo que
cada uno guarda en su teléfono o a través de sus redes, pues así lo experimentó Licón.
“Tengo una hipótesis sobre los hombres
y es que tenemos una memoria muy
corta. Siempre me ha fascinado el tema
de la historia, cómo nos ha definido y

por qué repetimos lo mismo
87 Azalia Licón

«Yo vivo en Narnia. Porque La Guaira es Narnia. Como además de la lejanía, tampoco
puedo participar en manifestaciones porque tengo un problema en la rodilla que
me impide reaccionar o correr en caso de necesitarlo, durante las protestas, la única
información que recibía era por mi teléfono. Todo lo veía por tuits porque en la televisión
no ponían nada. En ese momento todo llegaba a través de audios o videos a la pantalla
móvil y eso me llamó la atención». El experimento dio como resultado un trabajo
lleno de simbologías sobre nuestro propio entendimiento de la imagen.

Estas indagaciones únicas en su estilo, hacen que Azalia Licón pueda


definirse a sí misma dentro de un documentalismo autoral, que implica
Mis procesos son lentos. sobre todo una reflexión personal sobre los temas que le atraen. «Me
O, mejor dicho, creo que, sobre atraían siempre el fotoperiodismo y el documentalismo, pero, como tal, no
todo en mis asuntos personales,
“ he ejercido así. Me interesa la fotografía como medio de expresión». En este
más allá del trabajo, es que me sentido, la fotografía de Azalia sigue una línea en la que se encuentra con

gusta ir a mi ritmo los trabajos de Juan Toro o Luis Molina Pantin, fotógrafos venezolanos que
toman del contexto elementos visuales para generar imágenes simbólicas
como documentos.

Después de tomar los cursos de fotografía digital, Licón completó su formación


en técnicas de iluminación y otros básicos que ofrecían en ese momento en Foto
Arte. En 2013, se inscribe en su primer curso experimental de La ONG con Nelson
Garrido. «Yo suelo ser un tanto dispersa y empecé a hacer todos los talleres posibles,
y, como mis procesos son lentos, tomaba nota e iba decantando. Con Nelson descubrí
la fotografía como medio de expresión que ya era algo que me interesaba: ¿cómo yo
puedo utilizar la foto para expresar lo que pienso sobre un tema en especial?».

La ONG le abrió las puertas a un mundo totalmente distinto. Se dio cuenta de que,
aunque eso que le llamaba la atención podía ser un tema común –«la situación país, la
destrucción, la desidia»–, ahora aprendía una nueva forma de expresarlo. Empezaba a
comprender el proceso creativo. Desde entonces se inscribió en varios talleres que le
permitieran sumergirse de lleno en las profundidades de la imagen como expresión
artística, como el de Lenguaje Fotográfico con Wilson Prada que, recuerda, le ayudó
a abrir la mente en un momento en el que comenzaba apenas a madurar sus ideas.
88 Azalia Licón

Lo que termina de hacerle cobrar consciencia sobre los temas que le atraen fue el taller
de Fotonarrativa y Nuevos Medios que realiza en 2015 a distancia con la Fundación
Pedro Meyer de México. «Fue todo un reto, nueve meses estudiando a través de una
plataforma de enseñanza con un tutor, Bruno Bresani, clases muy organizadas y al final
un jurado experto que hace la revisión como un visionado. Ahí empecé un proyecto
que tenía que ver con la diáspora en el que pude experimentar con las imágenes
apropiadas, con audios, videos, con la fotografía dentro de narrativas transmedia. El
producto final les gustó mucho allá, pero yo decidí no continuarlo porque no sentí una
afinidad más allá. No me afectaba directamente».

«Del 2016 para acá, estoy trabajando los temas que me tocan día a día. Cosas que,
cuando voy por la calle y me impresionan, voy anotando». Además de su formación
en fotografía, Licón se sirvió de su título universitario para inscribirse en un máster en
Gestión y Políticas Culturales en la UCV. La investigación se perfila en su vida como
un eje fundamental de trabajo. Sus anotaciones luego se transforman en proyectos
que juegan con la memoria colectiva y sus transformaciones.

VENEZUELA, CERRADA
Desde su primera experiencia con la fotografía de aquel viaje a Cuba, en el que
notó que le apasionaba la fotografía de calle, Azalia pasó su formación navegando
entre las posibilidades expresivas del fotoperiodismo y la fotografía documental.
Ya madurada su visión, su trabajo explora los temas que afectan su cotidianidad y,
más allá, toman nota de un entorno roído que transforma el momento histórico que
vivimos. La calle continúa siendo el elemento constante.

«En La Habana tuve esa libertad e iba tomando fotos por la calle tal cual turista japonés»,
lo que ayudó a despertar su sed por el medio fotográfico. En Caracas, en cambio,
la cámara es un elemento de riesgo. Le gusta creer que aporta en el cambio de ese
paradigma, y en su blog escribe algunos «consejos» para que otros le sigan en su
intento por fotografiar la ciudad.

Durante los tres años que asistía a los diferentes cursos, iba explorando su entorno.
89 Azalia Licón

«Veía toda la vida caraqueña en esos setecientos cincuenta metros que caminaba entre
mi trabajo y el lugar donde guardaba el carro, así que empecé a tomarle fotos a todo.
El teléfono siempre a escondidas y, luego, en casa, fui jugando con los tonos y los
encuadres. Así se fue armando esta primera serie de fotografía móvil».

Azalia lleva un registro de esa parte de la memoria que se busca olvidar. «Tengo una
hipótesis sobre los hombres y es que tenemos una memoria muy corta. Siempre me ha
fascinado el tema de la historia, cómo nos ha definido y por qué repetimos lo mismo».
Autores como Tomás Straka en La república fragmentada. Claves para entender
a Venezuela, o Luis Pérez Oramas en La república baldía. Crónica de una falacia
revolucionaria [1995 | 2014], cuentan una historia lejos de la narrativa tradicional que
inspira a Licón sus investigaciones sobre la identidad colectiva del venezolano. «Por
qué somos como somos, incapaces de procesar lo que nos ha pasado o por qué no
se han dado espacio para procesarlo. Toma, por ejemplo, el Caracazo. Ocurrió, pero
¿realmente hubo un proceso de cura, de estudio, de análisis? Una de mis teorías es
que por esa falta de historia es que estamos como estamos, porque no hemos sabido
comprender lo que nos ha pasado».

Dentro de las investigaciones de su especialización, Licón también recuerda el


trabajo de Sara Maneiro que reflexiona también sobre nuestra memoria. «Es un tema
que no hemos sanado y que en algún momento tendremos que superar o estaremos
condenados al eterno retorno». Más allá de la verdad, Azalia busca plasma su propia
visión del mundo. «Cuando yo empecé con la serie de los locales cerrados, me di
cuenta de que la gente no se estaba dando cuenta de que esto estaba ocurriendo.
Así pasa también por ejemplo con el tema de la violencia contra las mujeres: acá no
sabemos que somos uno de los índices más altos de violencia de género y nadie habla
de eso».

Su angustia se convirtió en la serie Tipologías Contemporáneas de Género: 4 de


cada 10; en 2018, recibió Mención Honorífica en el XIV Salón Nacional Maczul de
Jóvenes Artistas en Maracaibo y fue parte de la colectiva Ellas ¿nosotras? en la
Galería Tresy3 de Caracas.

Su intención con la fotografía es ser capaz de mostrar al otro, abrirle los ojos sobre
estos temas. «Con uno solo que se dé cuenta y reflexione, yo me siento satisfecha,
porque no estaré sola en el mundo con estas angustias».
“reflexione,
Con uno solo que se dé cuenta y
yo me siento satisfecha,
porque no estaré sola en el mundo

con estas angustias
91 Azalia Licón

ATRAPADA EN DOS VIDAS


En su blog, Azalia deja al lector las historias de su camino. Relatos de los procesos
que definen cada trabajo y las noticias de sus éxitos. Ahí se puede ver la cita que
hace a Diane Arbus, reconocida fotógrafa norteamericana: «Tiendo a pensar en el
hecho de fotografiar, en general, como una aventura. Lo que más me gusta es ir a
donde nunca he estado».

Puede que Licón vea la fotografía también como una aventura, aunque el resultado
apunte más a la construcción de su propia válvula de escape. Una cápsula del tiempo
en la que guarda esas anotaciones a las que, haciendo caso de su necesidad de
reflexión, visita constantemente e invita al espectador a volver con ella.

Inspirada una vez más en la literatura, Azalia consigue su manera de tratar


una de las problemáticas más actuales en el país, «lo que ahora me afecta
directamente. Empecé a leer el libro de Martín Caparrós, El hambre, y me
interesó el tema. Espero mostrarlo en Mérida». Cada portafolio que Licón
ha logrado publicar implica una investigación antropológica sobre la “fotografiar,
Tiendo a pensar en el hecho de
en general, como una
aventura. Lo que más me gusta
cultura venezolana. “
«Cerrado nació en las clases con Nelson, Autoral I y II. Me inspiré en los
es ir a donde nunca he estado
Becher –Bernd y Hilla Becher, fotógrafos alemanes que a mediados del
siglo XX hicieron un registro sistemático del paisaje industrial de su país–,
y ¡luego se gana un segundo lugar en México! Me doy cuenta de que hay
algo; que no estoy tan lejos». Así que, como resultado, concentra toda su
energía en crear, «en hacer catarsis en esos procesos creativos usando la
fotografía como medio, que es mi eje fundamental, más allá de todos los
demás medios».

Desde el carro, aprecia los locales aún cerrados y toma nota. «Voy mapeando». Su
proyecto se actualiza día a día. «Si hay alguno que ya ha reabierto, ya no puedo usarlo
o le doy la vuelta, lo uso de otra manera. Lo interesante de este proceso creativo es
que lo puedes manejar desde distintas perspectivas. La memoria cerró y ahora se abre
como algo distinto, es lo que me parece interesante, rico. Y nunca termina».
92 Azalia Licón

El proceso de aprendizaje es parte de su adrenalina también: «Soy una estudiante que


nunca deja de aprender, es adictivo». Y como la eterna aprendiz, continúa buscando,
investigando, fascinada con el proceso. No le falta convicción, pero tiembla un poco
ante la idea de dedicarle su vida por entero a la fotografía.

Recuerda constantemente a su padre, que murió repentinamente de una pancreatitis


luego de recuperarse de un cáncer que lo dejó sin defensas. Aquel cambio repentino
a corta edad marcó definitivamente la vida de Azalia. «Yo tenía tremendo papá.
Era realmente papá, que estaba ahí. Porque este es un país que nos deja huérfanos,
pero yo lo tuve a él. Seguro dirá: “¡Mira quién llegó tan lejos con el arte!”. Porque él
no conoció esto de mí. Yo en el colegio no tenía destreza manual, soy muy digital,
y eso significaba que no era apta para el arte. La educación puede ser castrante en
ese sentido». Finalmente, hasta ella misma se sorprende de los cambios sufridos: el
reconocimiento en México, las menciones honoríficas, el Michelena… Azalia destaca
con cada trabajo en más y más espacios, pero ante el éxito, ella se detiene incrédula.

Cuando su primer trabajo Las viudas de Naiguatá se publica en «Mirada expuesta»


–la sección de Juan Antonio González dedicada a la fotografía en El Universal–, Azalia
consiguió una primera validación. Quizá y sin decirlo, la más importante hasta
ahora. «A mi mamá, cuando empezó a ver que la cosa iba bien, se le infló el pecho
de orgullo. Compró el periódico y se lo llevaba para mostrarlo en su trabajo, en todos
lados; pero creo que, si le hubiese dicho que iba a estudiar fotoperiodismo antes, le
hubiese chocado».

Por aquel entonces, las profesiones técnicas no compartían la misma aprobación


como las licenciaturas o carreras largas. Como muchos jóvenes de su generación,
Azalia hereda de sus padres la creencia popular de que la carrera universitaria era
un estatus obligatorio. El título significaba «avanzar en la vida». Así que el cambio
ha tenido que ser escalonado y a través de la práctica, siempre respaldado por su
constancia en la administración. «De todas formas, el título me ha abierto las puertas a
estudiar las cosas que me llaman la atención de verdad, en el postgrado».

Ante la parálisis, y la crisis, Licón se mantiene entre dos vidas: la administración y la


fotografía. Después de encontrar su vocación a los veintitrés años, ya con carrera y
trabajo en la gestión pública, el cambio de profesión no encuentra aún su momento
93 Azalia Licón

perfecto. «Yo era muy estructurada y pensaba que nada cambia en la vida, pero el
mundo se empeñó en decirme que eso no es así. Me aterra el cambio, porque sufrí
muchos y muy pronto, con la muerte de mi papá, y quizá es eso lo que me frena a
tomar ese salto».

La docencia también le ha abierto nuevas posibilidades a la investigación profunda


en los temas identitarios. Durante su formación en Foto Arte, realizó distintos viajes
antropológicos junto al fotógrafo venezolano Fernando Carrizales, fallecido en 2017.
«Me hubiese gustado preguntarle cómo se hace; cómo se es feliz dando clases y a la
vez estando en un espacio donde te pueden dar alas para crear sin preocuparse por
todo lo demás».

«Entonces todavía no sé cuál es el camino que tengo que tomar, porque soy
muy creyente en esa frase, el tiempo de Dios es perfecto. Ya mi vocación es
mi estilo de vida. Sí tengo miedo de vivir de la fotografía, no tanto al fracaso
sino a que no estoy segura de qué es lo que viene. Me gusta mucho el tema
de la investigación, quizá ya no tanto el fotoperiodismo. Me gustaría hacer
historias, fotonarrativas, pero no sé si me veo ya haciendo calle todos los
días. Aunque no te digo que quizá termine haciéndolo en el futuro».
“imágenes,
Quizá uno se acuerda de algunas
pero conscientemente yo
no he vivido otro país que no sea este

Apasionada de la fotografía venezolana en general, los estudios que desastre. Lo que queda es el deseo de
realiza son en estos momentos su único vínculo con su identidad
un país que nos robaron
venezolana. Enseñar e investigar las tradiciones le atan a ese pedazo de la
cultura que la mantiene optimista. «Ahorita que estoy tan divorciada de la
venezolanidad, por el desastre que somos, que el tema de las tradiciones y
las manifestaciones culturales es casi lo único que me vuelve a atar al país».

Cuando estudiaba con Nelson Garrido hizo varios viajes fotográficos a los Diablos
Danzantes de Naiguatá y Chuao, y a La Zaragoza en el estado Lara para los cursos de
fotografía antropológica. Aunque durante los viajes se interesó más en la propia fiesta
que en las fotos que tomaba, descubrió en ellos la posibilidad de desarrollar temas
como el del travestismo ritual, muy presente en varias tradiciones venezolanas. «Es lo
único donde puedo conseguir algo de identidad, porque estoy apartada del nosotros».
94 Azalia Licón

Aunque planifica un viaje a Naiguatá admite que los viajes son cada vez más difíciles
y en su mayoría ya no se pueden hacer. «Todo está reprimido. La gente tiene plata es
para comer, y para mal comer en su mayoría».

Ante el momento que tocó vivir a su generación, Azalia consigue su vínculo a la


Venezuela actual a través de su fotografía como una denuncia indirecta. «Creo que
nos tocó vivir un país muy duro, que no es lo mismo que vivieron nuestros padres. Quizá
uno se acuerda de algunas imágenes, pero conscientemente yo no he vivido otro país
que no sea este desastre. Lo que queda es el deseo de un país que nos robaron».

Créditos Lucía Jiménez Ricar2


PORTAFOLIO
Azalia Licón
96 Azalia Licón

De la serie
La desidia en el tiempo
2014
97 Azalia Licón

De la serie
Caracas clausurada
2019
98 Azalia Licón

Tríptico de la serie
Ciudad de nadie
2017
99 Azalia Licón

La gran solución
2018
100 Azalia Licón

Cerrado
2018
101 Azalia Licón

Vacío
2019
102 Azalia Licón

Tipologías contemporáneas de género: 4 de cada 10


2018
103 Azalia Licón

Tipologías
contemporáneas de
género: 4 de cada 10
2018
E D G AR M A RT Í N E Z

@ ra g d ezen i t ram
EDGAR
MARTÍNEZ

1986
«Toda fotografía es un documento visual»

Víctor Amaya Ricar2

En su fotografía se sienten las ganas de despertar ideas.


Su portafolio es uno lleno de situaciones –de escenas–
incómodas. Y no es casual. El caraqueño nacido en 1986
aprieta el obturador cuando aquello que mira lo molesta,
para después mostrarlo sin tiempo, sin urgencia: que
perdure. Le interesa el documentalismo. Con portafolio
en construcción, aún camina el sendero diletante entre
profesión y oficio. Diseñador gráfico de Prodiseño, siente
que ese es apenas su trabajo; la fotografía: su proyecto
de vida, que trata con respeto y selectividad, lejos de la
inmediatez del internet y acercándose a la idea del fotolibro
106 Edgar Martínez

¿Cuál es el atractivo estético de la muerte? Habría que preguntarle a Edgar


Allan Poe, a Thomas Jones Barker, a Paul Delaroche, a Henry Peach Robinson,
a John Collier. ¿Qué se mira cuando se mira a la violencia? Filippo Tommaso
Marinetti dejó algunas pistas, las suyas. Pero en Caracas otros ojos comenzaron a
partir de allí una búsqueda, los de Edgar Martínez.

En su caso, James Nachtwey lo empujó a un camino que aún hoy recorre. «Vi una
foto de él del genocidio en Ruanda, que es como un perfil de una persona a la que
le dieron unos machetazos y le mocharon un pedazo de oreja. Esa foto me impactó
demasiado, no tenía ni idea de que la fotografía hacía eso. Creí que era una cosa
para recordar momentos y no de “voy a decir algo con esta foto”».

Pero la fotografía contiene mensajes más allá de las formas que muestra. Richard
Avedon dijo que con sus imágenes puede hablar «de manera más intrincada y
profunda que a través de las palabras». Y Bruno Barbey ha afirmado que ese oficio
es el único lenguaje que puede ser entendido y comprendido en todo el mundo.

A Edgar Martínez no le hizo falta una explicación de lo que veía, tampoco


un recuento histórico sobre Ruanda, mucho menos una narración de lo que
ocurría cuando la cámara hizo clic. «Yo no pensaba como lo hago ahorita, pero
vi que podría hablar de cosas que me molestaban un poco de la ciudad a través
de las fotos».

Era 2008 y el caraqueño nacido en 1986 descubría las posibilidades expresivas


de una cámara fotográfica y, más allá, de una manera de mirar. Estudiaba en la
Escuela Prodiseño, una escuela de comunicación visual y diseño en Caracas, de
donde finalmente egresó como diseñador gráfico. Pero a sus veinte y pocos años,
aún, nunca había asido una cámara. «Recuerdo que cuando era pequeño siempre
estaban las fotos familiares, de las vacaciones. Mi papá tenía una Canon A-1 y yo
107 Edgar Martínez

a veces la agarraba, la jurungaba así como escondido y la dejaba otra vez ahí.
La cámara siempre era un objeto de los adultos, que yo no podía tocar. Yo no
estaba resentido, pero cuando empecé a ver fotografía en la escuela, que debía
usar una, sentí una liberación».

Así fueron los inicios de quien hoy es un enamorado de la fotografía


documental, de la fotografía reposada, de la fotografía que cuenta
historias, de la fotografía que se edita en libros, de la fotografía que “objeto
La cámara siempre era un

de los adultos, que yo
muestra la crudeza humana. Alguien que aún va fortaleciendo su
no podía tocar
mirada desde que tuvo su primera cámara, una cámara de bolsillo
digital Canon IXUS 50, un aparato reducido, plateado, limitado
incluso, que aún puede sostener en la palma de su mano, como
memorabilia de su recorrido.

«Con esa iba por ahí tomando fotos a cosas que veía en la calle. Yo siempre me he
desplazado en Metro, caminando, y hacía graffitis en la madrugada. Yo iba a lugares
en horas en las que la gente normalmente no va, y sentía que esa otra cara que yo
veía de la ciudad la podía fotografiar, pero no como una misión, sino como “qué loco
esta calle de la avenida Libertador a las tres de la mañana, aquí abajo donde no hay
nadie”. Yo he vivido toda la vida del lado este de Caracas. Terrazas del Ávila, El Llanito.
Los Palos Grandes. Pero empecé a ir a lugares en el centro y hacia el oeste para ir
descubriendo. Me metía por calles que no conocía, fui a El Calvario, hacia el 23 de
Enero, la avenida San Martín. Todo eso. Los viernes, sábados y domingos, y a veces
cuando podía entre semana, me lanzaba a esos lugares a descubrir. Era tomar fotos
a cosas que iba redescubriendo, este edificio, esta persona. Era la situación urbana».

Edgar Martínez se formaba en diseño gráfico y capturaba momentos. Lo hacía


con nociones básicas y, especialmente, con configuraciones automáticas. «En ese
momento en la escuela me enseñaron lo que era un diafragma y demás, pero todo
eso se me olvidó. Yo empecé a hacer fotos y ya. Cuando tomaba fotos con esta
cámara, tenía más o menos una noción de qué era un ISO, un diafragma, el efecto
que podría hacer una exposición lenta, pero ahorita es que yo seteo la cámara
y disparo sin pensar ni siquiera. Fue más por darle y darle». Prodiseño, dice, se
enfocaba no en los aspectos más técnicos del oficio sino en «cosas para pensar»,
en pulsar la sensibilidad ante la imagen.
108 Edgar Martínez

Pero el sendero se fue ampliando, y los requerimientos también. Así llegó a sus
manos una cámara analógica, clásica, de película. La Konica Autoreflex Tc, la
última iteración del modelo que comenzó a producirse en 1965. El destino se
selló en 35 mm.

RETRATOS CLAVE
Edgar Martínez habla de la fotografía aún como un aprendiz. Su cuerpo de trabajo,
su portafolio, lo que ha logrado hacer y mostrar le sabe a poco. Por eso pasa horas
viendo la biblioteca que ha ido nutriendo con libros de maestros, materiales que
lo alimentan, lo inspiran, lo guían. Quizá pasa más tiempo nutriendo el ojo que
apretando el disparador. «Cuando empecé, todos los días tomaba fotos de cualquier
cosa y ahorita uso la cámara solo para ir a hacer proyectos específicos. Casi ni tomo
fotos con el teléfono ni nada así. A veces lo hago medio forzadamente, pero hay cosas
que, viendo el archivo, se van relacionando».

Delgado, barbado y de hablar pausado, Martínez aún navega las aguas indefinidas
de un oficio que le da de comer, y otro que le mueve la fibra. «Como no vivo de esto,
suelo presentarme con lo que, digamos, es la legalidad en el asunto. Digo que soy
diseñador, porque hay un papel que lo dice, porque lo otro es un proyecto. Yo todavía
no me considero un fotógrafo. Es raro, porque no me veo así. Cuando lo he tenido que
decir, me siento rarísimo. Cuando digo que soy diseñador, más bien lo digo como con
fastidio, es más una formalidad».

Pero él está claro, quiere dedicarse por completo al oficio. «El diseño es porque me
gradué de eso. Luego empecé a hacer animación, por circunstancias, pues había un
trabajo en Sun Channel y lo tomé, pero fue igualito a cuando entré a estudiar diseño.
Tengo que estudiar, tengo que trabajar, tengo que tener unas actividades. Después
fui a una agencia de publicidad, y ahora también doy clases de motion graphics. Si
puedo surgir a través de la fotografía, fino, pero mientras no lo pueda hacer, voy a
trabajar como diseñador».
“tomaba
Cuando empecé, todos los días
fotos de cualquier cosa y
ahorita uso la cámara solo para ir a

hacer proyectos específicos
110 Edgar Martínez

Su caso no es como el de sus padres. Ambos de oficios muy definidos. Su papá es


peluquero, «desde siempre». Ha sido el encargado de afeitarlo hasta hoy. Su madre,
en la misma rama, es cosmetóloga. «Ellos se conocieron trabajando en una peluquería,
cuando tenían como diecisiete años. Mi mamá empezó como manicurista y después
comenzó a ser maquilladora, y así fue evolucionando».

El matrimonio, sin embargo, no sobrevivió a las dificultades económicas, a las malas


decisiones, al desencuentro. Hubo un tiempo en que el núcleo familiar continuaba por
inercia, compartían el reducido espacio donde hoy habita Edgar con su pareja, con
los padres que limitaban sus conversaciones a meros intercambios procedimentales,
sin lecho compartido. «No era una relación de pareja, para nada, y en un momento se
divorciaron, pero seguían viviendo aquí y era muy raro».

Ahora su papá vive en Trujillo, y su mamá y hermano en España, bregando

“Tomar la foto es lo
último. Primero es
“ el día a día, aprovechando las temporadas. A la distancia el fotógrafo
admite que sus padres saben de estética. De lo que luce bien. Pero Edgar
ganarse la confianza no cree que tal cosa haya influido en su manera de mirar. «Seguramente sí,
pero concientemente no lo veo».

Quien sí influye en su carrera tras la lente es Gabriela Gamboa, su novia; una relación
que nació desde que cursaron juntos materias en Prodiseño y que ya acumula trece
años de complicidad. «Ella es quien me ayuda a tomar decisiones. Es la primera persona
a la que yo le muestro cualquier cosa. Incluso a veces habla o reacciona o decide como si
lo estuviera haciendo yo. Hay como una simbiosis. Ella entiende cuál es la posición que
debemos tener ante esto, más allá de un me gusta, más allá del ego o que yo quiera o
no hacer algo, sino que esta imagen comunica esto sí o no, esto quiere decir esto sí o
no. Hacemos equipo en las cosas en que yo tengo que tomar decisiones de fotografía».

Un equipo que comenzó a consolidarse cuando trabajó por primera vez con una
cámara Reflex. Era de ella. «La fotografía le gusta por mí, digamos. Su cámara grande
fue como una inversión».

Y aunque no fue buscado, Gabriela fue decisiva en el camino de Martínez. Fue alumna
de Gabriel Osorio, un reconocido fotoperiodista venezolano que se ha dedicado al
documentalismo y a la formación de nuevas generaciones, entre otras actividades.
111 Edgar Martínez

Un día, en 2010, ella debía presentarle unas fotografías para una evaluación, y
Edgar asistió también. «Ese día era su cumpleaños y yo me escapé del trabajo para
acompañarla. Todos los alumnos mostraron su trabajo, que eran compañeros de la
escuela pero estaban en un año menos que yo, y entonces él preguntó si alguien tenía
más fotos. Entonces yo, que en ese momento montaba mis fotos en Flickr, las mostré.
A él le interesó y quedamos con una amistad. Cada cierto tiempo nos reuníamos, él
opinaba sobre mis imágenes, yo siempre lo llamaba para que me dijera cómo veía
ciertas cosas». El documentalista encontró un mentor.

Edgar Martínez apenas había comenzado a decidir que el documentalismo era


su interés. «Antes yo había tenido alguna experiencia, asistiendo a muchas marchas
chavistas y opositoras. Cualquier cosa que surgiera en la calle, en la ciudad, yo iba
como si fuera un periodista, pero ni siquiera tenía consciencia de que eso era lo que
hacían los periodistas, sino que simplemente iba porque me parecía importante hacer
la foto. Entonces, en 2014, cuando fueron las protestas, yo fui con mi cámara analógica
y no estaba preparado para ese ritmo de violencia con represión. Fue muy abrumador
y no pude darle continuidad. Me quedé molesto al respecto, tanto en lo fotográfico
como sobre lo que estaba pasando».

En su cabeza seguían revoloteando ideas, y en su cuerpo había ganas de apretar el


obturador. «Tenía varios temas en ese momento y un amigo, Óscar Bambú Castillo,
que es para mí una gran influencia porque admiro mucho su trabajo, iba a dar un taller
en la Librería Lugar Común sobre fotografía documental de proyectos de largo aliento.
Yo tenía varios temas. Uno era el hipódromo. Otro era el señor que tiene el papagayo.
Otro era la Semana Santa». Fue Castillo quien descartó las opciones sobrantes: «Me
quedé con el tema del hipódromo, pero era el que me daba más miedo porque era
llegar adonde estaban los refugiados».

Se trató de un registro exhaustivo de la vida en el Hipódromo La Rinconada, un


espacio emblemático de Caracas para el hipismo que entonces era lugar de
hacinamiento para familias damnificadas llevadas allí por orden gubernamental en
2010. Un refugio que compartía espacios con las carreras equinas, con las apuestas,
con el jolgorio y la cerveza, desde el estrato social más bajo de las gradas.
112 Edgar Martínez

«Empecé a ir por el taller, que duró un mes. Lo empecé en junio del 2014 y la última
foto la tomé en agosto de 2017. El tiempo del taller fue súper positivo, las opiniones
también, pero de ahí en adelante seguí yo solo con mi proyecto».

Eran tiempos de visitar a menudo el hipódromo caraqueño, de involucrarse con


quienes vivían allí, de recordar cuando él mismo iba «bien vestidito» a las carreras
de caballo con su familia, y de contrastar la imagen con la competencia sobre la
pista mientras los damnificados aprovechaban de bañarse con tomas de agua de
jardinería. «Era un resumen de lo que es Venezuela».

Edgar se adentró en las intimidades de esas familias, que estuvieron


deambulando por la zona –fueron sacados del hipódromo y se guarecieron
en la estación de trenes hasta 2017–, y mantuvo contacto frecuente con
varias de ellas. «Es muy loco ver cómo uno se empieza a relacionar, que fue

“Lade diseño
decisión fue que haría trabajos
para poder financiarme
“ lo que aprendí en realidad en ese trabajo. Tomar la foto es lo último. Primero
es ganarse la confianza, que el tiempo pase para que ellos se den cuenta
de que no tienes malas intenciones ni que ellos podrían tenerlas contigo.
mis proyectos de fotografía Todo se va construyendo muy lentamente y eso es lo que te va a posibilitar
la imagen». Ya lo dijo Steve McCurry, el retratista de La niña afgana para
National Geographic: «Si sabes esperar, la gente se olvidará de tu cámara y
entonces su alma saldrá a la luz».

También era momento de aprender que la imagen tiene un más allá de la mirada, el
encuadre y el clic bastan. «Todo ese trabajo es analógico, en blanco y negro. Entonces
Gabriel me dijo que había un fotógrafo con un laboratorio en la UCV, Jorge Andrés
Castillo». Se trataba de un profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad
Central de Venezuela, donde estaba ese cuarto oscuro y el conocimiento de cómo
procesar rollos de película.

«Ese año habían reparado las tuberías de agua del lugar y él quería activarlo de nuevo.
Como vio que tenía el interés, le gustaron las imágenes y le pareció que era un trabajo al
que era importante darle continuidad, me dijo que podía enseñarme algunas cosas del
laboratorio, pero que yo también tenía que darle y ya, como todo lo que he aprendido
en la fotografía: aquí están estas herramientas, se usan así; de resto, ponte a inventar».
113 Edgar Martínez

Era 2015 y ahora Edgar Martínez tenía un nuevo patio de juegos, que comenzó a
aprovechar a diario. «Luego me empezó a comentar sus pautas, a preguntarme si
podía acompañarlo como asistente. Él hace fotografía de arquitectura y daba la cátedra
de Fotografía. Es un profesor nato, súper admirable cómo siempre intentaba enseñarte
algo. Lo que él quería comunicarme, más allá del contenido de la fotografía, era el nivel
de profesionalismo que hay que tener. Desde nombrar un archivo hasta cómo abordar
ciertas cosas. Todo ese ambiente de profesionalismo, que va más allá de la imagen, fue
un gran aprendizaje y también el poder consultarle sobre los trabajos, su contenido».

Una combinación de nombres, de consejos, de enseñanzas y de acompañamientos


que condujeron a Martínez al punto de no retorno: «Empecé a trabajar freelance,
renuncié a lo loco a mi trabajo formal. Fueron unos meses raros, como tres meses sin
trabajo, pero estaba copiando en el laboratorio. Todo calzó. La decisión fue que haría
trabajos de diseño para poder financiarme mis proyectos de fotografía».

Fue el resultado de una tendencia que ya venía viéndose en el día a día. «Yo no estoy
por ahí mostrando mi trabajo de diseño. Es como una cosa oculta. He tenido buenas
experiencias, buenas relaciones, he podido trabajar con gente que admiro en el diseño,
pero al final no me interesa hacerme un nombre o estar publicitándome en eso. Todo
lo que hago de diseño lo veo como si trabajara en algún medio periodístico con mis
pautas. Este es mi trabajo, pero a la vez desarrollo mis investigaciones personales».

Su objetivo está claro: dedicarse por completo a la fotografía documental, sobre


temáticas que lo muevan y lo conmuevan. Por ejemplo, un proyecto que desarrolla
sobre niños de la calle desde que en 2017, documentando protestas, identificó a
un grupo humano muy particular. No es lo único que va cocinando, pero sí hay un
catalizador transversal. «Son temas que inicialmente me molestan como persona. No
por una noticia ni por un trabajo, sino cosas que a mí me molestan». La pobreza, el
estar al margen, la denuncia, las injusticias.
“imagen
Busco crear puentes, que alguien vea la
y le impacte y piense que no está
bien lo que está pasando. Que no digan
solo ‘qué bueno’ ni que le den like. Sino

que haya una verdadera reflexión
115 Edgar Martínez

EL PAPEL DEL PAPEL


«Cuando fotografías a una persona en color, fotografías su ropa, cuando lo haces
en blanco y negro, fotografías su alma», dijo alguna vez el «padre de la fotografía
canadiense», Ted Grant. Edgar Martínez ha asumido que la falta de color brinda
mayores posibilidades expresivas. «Yo empecé con fotografía a color, después empecé
a comprar rollos blanco y negro, y después sentí que solo debía hacer fotografías en
blanco y negro porque me parecía que tenían un lenguaje distinto. En el trabajo del
hipódromo todo es blanco y negro, con lente de 35 mm. Entonces, hay como una
especie de lejanía, hay unas composiciones más gráficas, como un ambiente. Lo que
prima es la escena».

No es su único material con esa estética. Un trabajo desarrollado sobre Semana


Santa también lo es, así como otras imágenes sobre fútbol. «La serie sobre niños de
la calle era como salir de la zona de confort y comencé a hacer digital y color. Pensé en
volver al color a ver cómo comunicar con él. Ahí cambió la cosa. Las escenas no eran
para buscar una perfección compositiva, sino para retratar la experiencia».

El portafolio de Edgar Martínez es uno de grano, de poco color y, principalmente,


de formato físico. El papel es importante. La fotografía como objeto. La fotografía
superando las pantallas. «Si publicaré algo en Instagram, debe ser muy puntual.
Si publicaré algo en un libro, puedo darle más chance a la cosa. Me gusta
esa diversidad de la fotografía que, de acuerdo a donde la pongas, tienes
que adecuarte un poco a ese medio. A veces creo que no se tiene mucha
consciencia de eso y precisamente es una de las cosas que yo tomo en
cuenta para la comunicación. Siempre le insisto a mis alumnos que analicen

Yo empecé con fotografía a color,
después empecé a comprar rollos
el medio en donde van a mostrar un contenido. Si tú pones diez fotos en un blanco y negro, y después sentí
libro, no es lo mismo que ponerlas en Instagram, donde tienes una escala
que solo debía hacer fotografías en
menor, pasas de la foto y hay un perrito, la pasas y hay una comida, hay una “
noticia y así. Entonces, ¿cómo respondes tú ante un medio? Si lo vas a poner blanco y negro porque me parecía
en Instagram, no puedes ser muy denso. Tienes que ser más directo, porque que tenían un lenguaje distinto
estás compitiendo con absolutamente todas las imágenes. En un libro no.
Me parece que cada una es un reto. La imagen es la imagen y la usas de
acuerdo con la narrativa que quieras construir».
116 Edgar Martínez

Su consciencia y sus palabras equilibran la balanza. Sus acciones las pone justo a la
altura debida. De hecho, encontrar su trabajo en plataformas digitales es una tarea
harto complicada, detallista y poco satisfactoria. Poco podrá ser hallado, apenas
algunas huellas. En su cuenta de Instagram, poco más de una publicación al mes,
en promedio, desde que comenzó a usarla en 2016. No es allí donde se mostrará
su mirada. «Yo antes de conocer a Gabriel Osorio, publicaba todas mis cosas en Flickr.
Tomaba un rollo, lo revelaba y lo montaba. Cada semana publicaba porque estaba muy
activo con la cosa. Cuando lo conocí a él, me dijo que no lo publicara todo, que me
guardara unas cosas o que pensara qué podía hacer con esas fotos más allá de ser solo
simples imágenes. En ese momento, borré todo del Flickr y de ahí en adelante nunca
he mostrado muchas cosas».

Por eso su fotografía favorita ha sido poco vista, aunque en un sitio web la
reproducen. Eso sí, no está en redes sociales y tampoco en álbumes digitales. Está
en el formato predilecto de Edgar: papel. Allí se muestra ese motorizado alegre,
eufórico incluso, que gestualiza su aprobación a la cámara. Una escena en El Rosal,
Caracas. «Era como una quema de Judas. Vi a un poco de chamos en motos, que iban
como en una caravana. Les pregunté si los podía seguir y cuando íbamos pasando por
un lugar, esta persona me hizo así y tomé esta foto». 

Es el disparo que, hasta ahora, más lo seduce, aunque él no pueda verbalizar


demasiado las causas. «Me causa risa y siempre que la muestro a la gente también. De
hecho, trato de no mostrarla mucho para que no se convierta en un meme. Trato de
mostrarla en un espacio controlado y no publicarla. Al final, la tengo y no sé qué hacer
con ella». 

Por ahora, la instantánea reposa, junto a un sinfín de otros esbozos de presentación,


machotes como de revista esperando ser formalizados, colecciones curadas que
aspiran a ser exhibidas. «De repente yo monto esto en Instagram y es como perder un
cartucho ahí. Es como que esto podría ser parte de un impreso en el que yo concentro
una información, entonces no quiero estar mostrando. De repente es un súper error,
pero no sé, lo que muestro, quisiera que fuera muy curado, el porqué, la razón de que
eso esté ahí, la secuencia. Que yo agarre esta imagen, ponga otras antes y después
y les dé más fuerza incluso. Armar esa narrativa es lo que me interesa y no se arma
tan fácilmente en redes sociales. Allí tú la montas, haces un esfuerzo y una reflexión,
117 Edgar Martínez

y ya en dos horas se perdió. Hay tantas cosas detrás de las que dependen que esa
foto sea vista o no. Entre más pongas, más likes, más gente, más conocidos y vas
esparciendo la cosa. Pero si no estás metido, entonces publicar algo es como perder
un cartucho».

En contraste, cuando se habla de un fotolibro, un suspiro se cuela. «Quisiera, más allá


de tomar la foto, darle una salida controlada a esas imágenes. Esto está en este papel y
en este formato. Yo veo lo del fotolibro más apegado al cine que a la fotografía, porque
estás creando un espacio limitado, que en el cine sería un tiempo limitado. En este caso
sería un espacio físico del libro, pero me interesa mucho porque tú pones todas las reglas
ahí. No habrá de más ni de menos, este es el orden específico, este es el papel específico,
y vas concentrando varios elementos que te ayudan a comunicar una idea específica».
 
El formato de presentación no es ajeno al objetivo artístico de Edgar Martínez. Porque
su trabajo no es el de un reportero, no tiene la urgencia de la noticia, sino el impulso
de la meditación, del análisis, de la fibra humana. «Busco crear puentes, que alguien
vea la imagen y le impacte y piense que no está bien lo que está pasando. Que no digan
solo “qué bueno” ni que le den like. Sino que haya una verdadera reflexión. Esa es la
reacción que yo tuve cuando vi la imagen de James Nachtwey. La imagen es fortísima,
pero fue como “esto pasa en el mundo, yo no tenía ni idea y me lo están mostrando
así de fuerte”. Me hizo conscientizar algunas cosas. Busco hacer justamente eso».

Hasta lograrlo, y con cada repetición, Edgar Martínez será cada vez más fotógrafo.
Quizá un día ya se presente como tal. Quizá un día no le genere una mueca nerviosa
escucharlo de terceros. Quizá, como ha dicho el inglés Giles Duley, repita que «si
alguna vez escriben mi epitafio, espero que no digan de mí que perdí tres miembros,
sino sencillamente que Giles Duley fue fotógrafo. Porque eso es lo que soy».

Créditos Víctor Amaya Ricar2


PORTAFOLIO
Edgar Martínez
119 Edgar Martínez
120 Edgar Martínez
121 Edgar Martínez
122 Edgar Martínez
123 Edgar Martínez
124 Edgar Martínez
125 Edgar Martínez
126 Edgar Martínez
M AX PR OVE N Z A N O

@ m a x p roven za n o
MAX
PROVENZANO

1986
«Una relación íntima con la cámara»

Blanca González Diego Ramalho

Nació en Caracas en 1986. Licenciado en Química por la


UCV, su incansable búsqueda lo ha hecho transitar por
la poesía, el dibujo, la música, la fotografía –con énfasis
en el escáner– y el performance. Formado en La ONG, la
Unearte, la GAN, el MBA, el Centro Cultural Chacao y el
Celarg. Segundo Premio del Museo Jesús Soto 2014 y
Premio Municipal de Fotografía en el XLII Salón de Artes
Visuales Juan Lovera del Museo de Caracas. Ha expuesto
en Venezuela, Colombia, México, Brasil, Noruega y
Portugal. Hoy se asume inmigrante y vive en Lisboa,
donde continúa su ascendente carrera
129 Max Provenzano

Una pared blanca, preferiblemente, un objeto encontrado con el que se


identifique y su cuerpo es todo lo que necesita Max Provenzano para hacer sus
muy particulares autorretratos.

A lo largo de ese transitar en lo que ha convertido su vida, Max se halla en


objetos impensables: pelusas, pitillos, carne, bolsas y un sinnúmero de cosas,
que a sus ojos y a los de su cámara cobran un significado trascendental, aunque
para la mayoría sean solo basura.

Su trabajo puede verse en sus redes sociales, Pinterest, Flickr, SoundCloud y


YouTube; pero ha reservado Instagram y Facebook para su obra fotográfica:
«Las llamo autorretratos y acción para la cámara. Tienen esa dualidad», advierte.

Porque, según explica, trabaja con una variedad de objetos y con la relación
objeto-cuerpo-objeto: «Si ves mi obra, no es que yo intento casarme con un objeto.
Yo soy el artista que trabaja con estos objetos».

Puede haber quien, al ver su obra, piense que es la típica imagen, o que es algo
que ya se ha visto, pero Max redimensiona las imágenes y les da un significado
muy personal y relacionado con su vida. Indica que su foto con un jamón la
bautizó como Cliché de presunto (como le dicen en Portugal al jamón serrano).
«Mi trabajo con la carne es muy obvio, pero me intereso por transitar por esas cosas
y generar mi propio archivo de clichés».

«El rollo no es ser el más original. No se trata de eso. Más bien es asumir la no
originalidad, la disolución de ese estereotipo creado de que el artista es como un
genio incomparable», dice y agrega que, en estos momentos, hay una dilución en
el contexto del arte.
130 Max Provenzano

Provenzano es un artista en movimiento, va de aquí para allá, coquetea con


la fotografia, el video, el dibujo, la música, el performance, produce y realiza
proyectos que no se estancan en una sola faceta, sino que van evolucionando
y explorando otras áreas. «Tengo una relación íntima con la cámara», sentencia.

En Lisboa, en el marco del Festival Next Stop, Max llevó a cabo el proyecto
U-mailArt Lisbon, que consistía en colocar buzones a lo largo de varias estaciones
del Metro en que los usuarios podían dejar sus comentarios. El artista venezolano
se fotografió con el uniforme oficial de la compañía de correos portuguesa,
revisaba los buzones y documentaba lo ocurrido con las fotos. Había performance
y, como recurso adicional, utilizó el escáner para digitalizar el material que
encontraba en los buzones y posteriormente subirlo a la web.

«Este proyecto, aparte de generar sistemas de comunicación, habla de


la migración de medios, ya que va del correo tradicional al medio digital.
Esa era la idea», precisa y explica que, si bien el objetivo era que la “ El rollo no es ser el más original.
No se trata de eso. Más bien es asumir
gente se expresara libremente, al buscarse en la web se observara
la no originalidad, la disolución de ese
desde la perspectiva del artista. Pero su gran amor, según confiesa, es
estereotipo creado de que el artista es
la imagen escáner –«así es como llamo a todas las imágenes que genero

a través del escáner»– y que meticulosamente sube a su website para como un genio incomparable
documentar sus trabajos.

Precisa que hace fotografía en escáner, en diferentes dimensiones, y con eso


conforma especies de collages digitales. «Voy generando imágenes a través
de objetos», asegura el fotógrafo, que ha tenido una relación personal con el
método desde pequeño. «Cuando niño me fotocopiaba en una impresora en el
trabajo de mi papá. Se puede haber visto como broma, pero siempre me tomaba
fotocopias en la cara. Si la ensuciaba, la limpiaba y ya», recuerda. «Luego lo hice
con el escáner».

El escáner juega un papel bastante notable en el trabajo de Provenzano. La


mayoría de sus proyectos son analizados bajo esa modalidad de la fotografía
experimental, en la que se mueve como pez en el agua. Los autorregistros que
realiza son sencillamente escaning de su propio cuerpo; pero también escanea
los materiales de sus proyectos. Al respecto, menciona uno de sus preferidos:
131 Max Provenzano

la serie Pelusas, que comenzó en Venezuela y que ha continuado hasta hoy. Se


basa en recolectar las pelusas de la secadora en el lugar donde esté y escanearlas
cada cierto tiempo.

«Las pongo directamente en el escáner. Cada vez que seco ropa, hago un registro
de la casa a través de las pelusas que se van acumulando». Indica que mas allá de
lo estricto del registro, lo importante, además de generar la imagen, es el dato;
documentar por fecha y obtener una base de datos de pelusas en diferentes
tiempos. «Después, agarro esas pelusas, las meto en una botella y le pongo
una etiqueta. Es como una dualidad. Esa pieza es presentar las botellas con las
pelusas que se van acumulando. Es acumulación dentro de acumulación y también,
acumulación de las imágenes».

La acumulación ha formado parte de ese camino que ha transitado Max para


encontrarse y manifestarse. «Comencé a acumular en mi vida una vez que iba
caminando y vi una tapa de gas suelta (chapas para señalizar el paso de las tuberías
de gas natural en el suelo) y me la llevé. Cuando ya tenía bastantes así, comencé a
trabajar en el proyecto, que tiene relación con recorridos a la deriva por la ciudad,
con caminar sin rumbo fijo y con encontrarte cosas que te marcan».

Las chapas de gas fueron en su momento la bitácora de su vida y su trabajo,


revela el artista, quien indica que cada chapa fue registrada en el escáner, con
su respectiva documentación (fecha, calle, número) para luego crear la base de
datos. Gas Caracas se llamó el proyecto en el que registró ciento doce chapas
y «faltaron muchas, las conseguía sueltas y en diferentes condiciones y la gente
comenzó a regalármelas». En este proceso de documentación, Max adoptó como
sello personal el registrar la fecha sin guiones ni barras, algo así como 12052919
para referirse al 12 de mayo de 2019, por ejemplo.

De investigador de la basura a acumulador, este artista le dio forma al proyecto


Degeneración espontánea. Alineado en la premisa científica de que la vida se
origina a partir de restos de materia orgánica, se concentró en la descomposición
–desaparición– del cuerpo. Se trató de una serie de imágenes de escáner que
hizo con un pedazo de carne, que fue documentando hasta la generación de
gusanos, que también escaneó, por supuesto.
132 Max Provenzano

«Este trabajo tuvo muchos cruces. Aunque fue como uno de esos experimentos
que se hacen en bachillerato, hay varias realidades. Se unen el rollo del cuerpo, la
carne, lo podrido, el nacimiento de ideas y florece una nueva obra». Fotografió,
escaneó e hizo un video, que puede verse en Vimeo, otra web que atestigua sus
proyectos que quedaron en Caracas.

Reconoce que le encuentra un trasfondo a todo a su paso, pero aún se resiste


a creer que es artista. En la basura consiguió un medio de expresión y ha hecho
de ella un arte. Sabe que un artista encuentra muchas vertientes y maneras de
expresarse y que, a estas alturas, nadie se conforma con hacerlo a través de un
solo medio. Las nuevas tecnologías han multiplicado las plataformas y de eso
se vale para manifestarle al mundo su realidad, y no se cierra a la posibilidad de
explorar y expresar.

«Trato de encontrarle un hilo conductor a todo, y siento que, dentro de ese


todo, está el rollo conceptual o la performatividad como un mecanismo.
Puede verse como experimentación, y hay que experimentar», dice
convencido de que siempre existe una experiencia tangible en cada
cosa, momento y lugar en que nos encontremos. “uMiotratrabajo se fusiona, de una
forma, con mi vida. No

Aunque le parece muy difícil definir su oficio, Provenzano asegura que puedo hablar de mi trabajo sin
siente la necesidad de ser universal a través de lo local. «Mi trabajo se hablar de mi vida
fusiona, de una u otra forma, con mi vida No puedo hablar de mi trabajo
sin hablar de mi vida. En él está muy presente lo que es el arte-vida, la
autorreferencialidad, mi necesidad de contar algo».

La necesidad de expresarse no tiene fronteras para Max, también a través del


dibujo y la escritura está dejando evidencia de su paso por la vida. Es asiduo
visitante de las ferias de libros, sobre todo los usados, los cuales compra para
convertirlos en diario, interviniendo el texto.

Ahora escribe sobre las líneas de El arte de la resurrección, donde registra lo


que piensa, y dibuja y pega materiales que encuentra a su paso, como hojas,
servilletas; va haciendo collages, esquemas de los proyectos que va a realizar.
Todo está muy mezclado, incluye su vida y su obra, sin distinción, y se inspira en
las imágenes que incluye el texto para hacerse autorretratos.
“conEl tema del autorretrato, solo
la presencia del objeto en el
cuerpo… creo que tiene la raíz en

mi aislamiento
134 Max Provenzano

Muchas de las fotografías que están en su cuenta de Instagram se relacionan con


sus diarios; y en ellos se desnuda, se revela y no hace distinciones entre su obra
y su vida. «De alguna forma enriquece mi práctica y voy integrando el texto con la
imagen y todo se transforma en un hecho visual».

No lleva la cuenta de cuántos libros ha convertido en diarios, ni cuánto tiempo


le dura un texto para intervenirlo. Un diario puede durar un mes, un viaje, un año
o lo que su experiencia le requiera, de lo que sí está seguro es de que en algún
momento lo va a digitalizar, para tenerlo como archivo; porque sueña con tener
una biblioteca online.

A su llegada a Portugal intervino el libro Lisboa no es Venecia, «era más pequeño


y muy puntual, marcó mi transición México-Lisboa. Lo verá quien lo quiera ver, yo
lo que hago es liberarlo, es como liberar un archivo. En este caso sí tuve el tiempo
de digitalizarlo todo, armar la presentación y subirla a la web».

Asegura que la ciencia está presente en su trabajo, con estos diarios ha


aplicado la metodología de la investigación que aprendió durante su
paso por la universidad. En un principio llevaba cuadernos para anotar
con detalle sus proyectos, aplicó lo de registrar con tinta como norma,
hacer conteo de páginas, índice, los espacios en blanco los tachaba;
“intento
Si ves mi obra, no es que yo
casarme con un objeto.

en fin, una bitácora de investigación, que usaba como disciplina, y que Yo soy el artista que trabaja con
heredó de sus estudios de Química. Sin embargo, no fue sino hasta que estos objetos
realizó un Taller de Performances en Caracas con Consuelo Martínez
–a quien califica como una maestra de los diarios– cuando comenzó a
ordenar un poco más los suyos de forma artística.

En lo que respecta a la fotografía, dice sentirse en deuda con la tecnología,


pues aún no tiene la cámara que cubra sus expectativas. No obstante, habla de
quienes lo inspiraron en esta materia, en su mayoría, fotógrafos venezolanos,
cuyo trabajo conoció en la UCV.

Pavel Bastidas, Carlos Ayestas, Nelson Garrido, Vasco Szinetar y Claudio Perna
figuran entre sus mayores referentes. Cada uno de ellos ha influenciado el trabajo
intimista de Provenzano, quien reconoce que, en el tema del autorretrato, Szinetar
135 Max Provenzano

está muy presente, «porque su obra es muy performática»; mientras que con
Claudio Perna encontró el refugio para su obra, «es mi referente directo, su obra
es tan diversa, tiene fotocopias, animales muertos encontrados. Me identifico
mucho con él. Una vez conocí su trabajo, me vi retratado».

No obstante, precisa que el arte del performance lo ha hecho investigarse a sí


mismo, a cuestionarse el porqué de sus acciones, por qué le llaman la atención
ciertas estéticas; y es ahí donde comienza a revisar los acontecimientos de su
vida. «El tema del autorretrato, solo con la presencia del objeto en el cuerpo… creo
que tiene la raíz en mi aislamiento».

Max asegura que siente una necesidad de fotografiarse con objetos que tienen
un significado íntimo y personal para él. Revela que en la serie de fotografías en
las que él controla o genera está presente esa necesidad. «Estoy yo solo con un
objeto, en un espacio blanco. Así es la nada. Es como la nada, pero estoy ahí. Estoy
con el objeto y siento que consigo como ese apoyo en él, una extensión del cuerpo
a través del objeto».

Max Provenzano ha participado en múltiples exposiciones colectivas en Venezuela:


el Salón Banesco Jóvenes con FIA en su edición XVII Construcciones identitarias:
cuerpo, memoria y lugar y en su edición XVIII Metáforas de la emergencia o las
balsas de la Medusa; la Bienal 67 Salón Arturo Michelena; la I Bienal Internacional
de Performance de Caracas; el XLII Salón de Artes Visuales Juan Lovera en el
Museo de Caracas, donde fue Premio Municipal de Fotografía; en el Museo de
Arte Moderno Jesús Soto, donde obtuvo el segundo premio en la IV edición de
Octubre Joven 2014; en el Museo de Arte de Valencia; en el Centro de Arte Los
Galpones y en el Museo de Arte Contemporáneo del Zulia.

Tomó cursos de formación en la Organización Nelson Garrido, la Universidad


Nacional Experimental de las Artes, la Galería de Arte Nacional, el Museo de
Bellas Artes, el Centro Cultural Chacao y el Centro de Estudios Latinoamericanos
Rómulo Gallegos.

Diversos escenarios y países han contado con sus obras. Brasil, México, Colombia,
España y Noruega conocen su talento. Videos, fotografías, performances han
136 Max Provenzano

sido exhibidos de los proyectos [inflexiones], El tercer mundo, READYMAx,


Elucidaciones, Gas, Degeneración espontánea, Pelusas, (Im)portar, U-mailArt
Lisbon y Epix, entre muchos otros. Su más reciente aventura artística tuvo
como epicentro Noruega, donde participó en una residencia artística en
Agder Kunstsenter y ahí expuso Deslocalizaciones, que a su juicio relaciona
la deslocalización del cuerpo en el territorio como aproximación a un espacio
desconocido, la deriva y el azar juntos, como mecanismo de acción.

DEL REFUGIO A LA EXPLOSIÓN


Desde que recuerda, Max dice haber vivido gran parte de su existencia en una
burbuja. Dos hermanas mayores y él, el único varón y el más pequeño de los hijos de
Dulce Guadalupe Méndez y Francisco Provenzano, el consentido de la familia.

Eso le dio el derecho a no compartir su espacio con nadie más. «Me refugiaba en
mi propio mundo y siempre buscaba recrearlo con mis juguetes y mis cosas. Estaba
aparte, en mi dimensión paralela».

Recuerda a su padre como la figura fuerte y poderosa, que proveía a la familia,


resolvía y siempre estaba en el trabajo de manera incansable; mientras que su mamá
era la ama de casa, la contraparte espiritual, de lo inmaterial. Así transcurrieron sus
primeros años, en la fantasía de un mundo donde se refugiaba a sus anchas.

Esa realidad duró hasta que supo que sus padres se divorciaban. Su refugio se
tambaleó ante otros intereses que predominaron, como la búsqueda espiritual de su
madre y la ausencia de la figura paterna. Fue su primera experiencia de resiliencia,
confiesa que comenzó a pasar más tiempo con su abuela y sus hermanas, ya
adolescentes y pendientes de otras cosas.

Todo eso hizo que la relación con su madre fuera una fuente de apoyo y de afinidad,
«su búsqueda me permeó»; aunque de su padre estima que sintió más apego
y lo influenció muchísimo para buscar más libertades. Eran dos figuras que se
137 Max Provenzano

complementaban y estaban bien definidas en su vida.


Por un tiempo se dejó seducir por la moda de los videojuegos, como todos los niños,
pero pronto perdieron su encanto. «Me gustaba muchísimo recrear historias y estaba
muy pendiente de los sonidos».

En ese entonces tuvo amiguitos en el edificio donde vivía, pero comenzó a pelearse
con ellos, al ver que no tenían los mismos intereses. «Eso terminó mal, no nos hablamos
más nunca, fue una pelea entre nosotros y generó distancia e incomodidades, porque
era mi vecino e íbamos a coincidir siempre. En ese sentido, volví a mi aislamiento».

Al ser tan consentido, era obsesivo con algunos personajes de las comiquitas de
moda y con He-Man descubrió lo que era ser fanático, al punto de tener todos los
personajes. Su mamá insistía en que hiciera deportes, pero Max se resistía. Practicó
intermitentemente la natación, con el béisbol no quiso nada, tenía mas afinidad con
el básquet y el fútbol; pero tampoco aguantó y se salió.

Cuando llegó la edad de los amiguitos y las peleas, la mamá lo inscribió en yudo,
pero «no quería pelear, como que no. Era medio miedoso, pero me tuve que enfrentar.
Cuando peleé con mi vecino, fue de golpes y todo».

Revela que a veces sentía que no calzaba en ciertos entornos y espacios

“como
Al final todo lo que viví es y entonces prefería aislarse. «Era una necesidad de recrear mis propias
cosas. Por ahí van mis cosas». Aún hoy sigue sintiéndose igual, le ha tocado
un rompecabezas para aislarse, reinventarse y aprender de la resiliencia. «Siento que se generó
mí. La vida y la búsqueda
“ una condición de aislamiento que hizo que mi trabajo sea muy intimista,
es lo mismo autobiográfico y autorreferencial», dice mientras reflexiona que siempre ha
estado como resolviendo sobre la marcha.

Criado dentro de una familia cultural y étnicamente mixta, Max carece de complejos
por cuestiones de razas. De parte de su madre venezolana hay negros, como su
abuela; mientras que su padre italiano le heredó las raíces blancas. «Mis dos abuelas
se sentaban en la misma mesa, sin rollos».

Dice no tener ninguna orientación filosófica o religiosa, aunque estudió en un colegio


de curas, fue a La India, conoció a Sai Baba y estuvo en contacto con la religión
138 Max Provenzano

krishna; cree que hay un Dios, pero no a través de la iglesia. Confiesa que fue una
decisión acertada no hacer la confirmación católica, porque siempre lo hacían sentir
una culpa inmensa de todo. «Te recalcan el pecado, todo el tiempo es una sufridera y
la fe se maneja a través de la culpa».

Siempre le presentaron que bajo el esquema de la iglesia, todo está mal y hasta
explorar el cuerpo es pecado. «Eso no lo puedes hacer y si lo haces, caíste en la
tentación. Eso me traía conflictos. No podía con eso. Fue un paso determinante,
porque todos mis compañeros iban en una dirección y yo agarré otra. Siento que eso
tiene mucho que ver con mi rollo del arte y de la ciencia».

Durante el bachillerato, Max comenzó a interesarse en la escritura y los poemas.


Sintió que algo diferente se activaba en su ser. Luego, descubrió sus cualidades para
el dibujo: a través de eso podía sintetizar cosas que quería decir y estaban como en
un código. No eran tan explícitas como la palabra, pero el dibujo le dio otro sentido
a su necesidad de expresarse.

Con el final del liceo, se repite la misma historia. Vuelve a su condición de aislamiento,
porque siente no pertenecer a ese futuro en masa. Se margina del grupo social al
que hasta entonces perteneció y entra a la universidad.

«Era un nerd, muy perfeccionista, de cuadro de honor, que siempre sacaba buenas
notas, fajado, ordenado y lo único que no me gustaba era la educación física. Me iba
bien y no me costaba tanto». Recuerda que quería estudiar Letras, Idiomas Modernos
o Comunicación Social en la UCV. No quedó y sus sueños se frustraron. Le gustaba
la Universidad Central, la sentía real y cercana y no quería generarle gastos a sus
padres, que aunque no decían nada ya estaban apretados por una economía que
comenzaba a contraerse.

Fue así como Max, viendo sus habilidades para la ciencia, decidió estudiar Química,
por encontrarla más relacionada con el arte. «En esta época escribía mucho y no
asumía mis destrezas. Creía que no sabía dibujar. No tenía ese perfil, porque tenía
amigos que hacían murales y sentía que no podía hacer eso. No me sentía artista. Lo
mío era otra cosa».
“miAhora estoy viviendo el tránsito de
realidad: Max, el inmigrante, y la
viviré hasta que sea, porque siento
que viví como inmigrante en mi país

también. Me sentía extraño, ajeno
140 Max Provenzano

En la Escuela de Ciencias descubre que hay un laboratorio de Fotografía y se propuso


entrar. Era una materia complementaria y debía llegar a cierto punto de la carrera
para optar a ella. Comenzó a dibujar, pintar y tocar guitarra, al punto de integrar una
banda experimental. «Al final todo lo que viví es como un rompecabezas para mí. La
vida y la búsqueda es lo mismo. Hay varias cosas que se van gestando porque estaba
viviendo muchas cosas, entre ellas el performance, sin saber aún lo que era».

Dentro de ese maremágnum de acontecimientos, Max inició su período de


acumulación: comenzó a llevarse menús de restaurantes y señales de tránsito.
Los guardaba como referencias de épocas, situación país y los digitalizó. El hasta
entonces muchacho modelo convirtió su habitación en un desastre de acumulación
en acumulación. Su mamá observaba el proceso y hubo momentos cumbres y
conflictivos en los que lo conminó a parar y a reflexionar sobre lo que estaba haciendo.
«En algún momento llegó a estar muy, muy caótico mi cuarto. Lo que hacía era llevar
cosas. Pasé de ser muy ordenado, muy estructurado, en bachillerato; a la universidad,
que fue mi explosión. Ya no podía más».

La UCV le mostró la realidad. Ya no estaba en su mundo, sino frente a la diversidad. La


burbuja en la que habitaba se rompió y le descubrió un panorama que literalmente le
estalló en la cara. «La universidad me abrió los ojos, fue una explosión».

Para ese momento, sus compañeros de la banda fueron claves en el


descubrimiento de lo que realmente quería hacer; al igual que su padre,

“Laojos,

universidad me abrió los que en un viaje a Panamá le compró una cámara fotográfica. Ahí comenzó
fue una explosión a autorretratarse como una cosa espontánea. Recogía cosas de la calle y
se hacía fotos con ellas. Era una experiencia individual, normal, que hacía
de manera consciente e inconsciente.

En paralelo, seguía dibujando con materiales que le regalaban o que recogía en la


calle. Un buen día, una amiga de su mamá vio sus dibujos y lo invitó a una reunión
de amigos artistas. Ella también tomaba fotos y pintaba, sus amigos eran estudiantes
de la Escuela de Artes Plásticas Armando Reverón y de allí salió Los Cinco Elementos,
un grupo que comenzó a presentar su obra en varias salas.
141 Max Provenzano

La primera exhibición formal en la que debutó Provenzano fue en 2004 en el Colegio


de Médicos de Santa Fe, en Caracas, donde expuso dibujos y pinturas sobre papeles
encontrados en la basura, que mandó a enmarcar porque temió que, al no ser artista,
los rechazaran. Además, como había inauguración, hicieron un performance, como
algo complementario. «Aún no asumía mi rol experimental y vi que, en el marco de
algo, podía hacerse un performance».

Con Los Cinco Elementos hubo varias muestras hasta 2011, pero Max no enseñaba
sus fotografías, hasta que un día se atrevió a exhibir unas fotocopias que digitalizó e
imprimió en papel fotográfico. Una especie de mural de las manos y el rostro.

Recuerda que en la universidad, cuando vio la materia de fotografía, el perfil que se


manejaba de la profesión era el del fotógrafo típico, ese que hace fotos de las cosas,
personas o lugares. El autorretrato era algo personal. Aunque existen autorretratistas
importantes dentro de la historia de la fotografía, asumió lo que hacía como una
propuesta intimista que iba a continuar. Desde esos tiempos ya había una relacion
íntima con la cámara.

A través del novio de una amiga, logra hacer exposiciones en locales nocturnos, como
bares. Después llegó a colaborar con visuales, mientras el DJ mezclaba su música.

Llega la etapa de concretar los performances y toma un taller con Consuelo Méndez
en el Centro Cultural Chacao, donde presenta Movimiento periódico oscilatorio, que
consistía en desplazarse acostado y vestido de blanco sobre el rallado peatonal,
mientras el semáforo estaba en rojo para los carros. «La idea era hacerlo hasta que no
tuviera energía, como lo propone la dinámica. Estaba trabajando sobre el péndulo.
En esa acción me fotografié antes y después y el registro está en YouTube».

Max asegura que los primeros performances debieron generarse en los fotógrafos
que hacían autorretratos, por toda la disposición que tenían que hacer, la postura
corporal y el que ellos mismos tomaran la foto. Esa acción para la cámara le parece
crucial en esta área del arte que practica como parte de su obra. Son tan variadas las
aristas que explora cuando a su cabeza asoma un idea, que prefiere no encasillarse
dentro de una sola. Su trabajo es un todo, como su vida, y no concibe estar limitado,
como en algún momento se sintió en Venezuela.
142 Max Provenzano

Gracias a la obra (Im)portar, en la que trabajó con el artista mexicano Pancho López,
tiene la oportunidad de salir del país por primera vez y conoce otros espacios. Allí
expone un proyecto que llevaba años tomando forma y que era una serie con la
imagen de una jaula, con dibujos de personajes cuyos tórax eran una jaula y, dentro
de ella, había sentimientos aprisionados.

Confiesa Max que esa obra tiene mucho que ver con Venezuela y con lo que él sintió
desde pequeño cuando estaba refugiado en su burbuja, solo que la jaula se fue
ampliando y cuando se percató, ya no era su mundo, sino el país en el que se sentía
prisionero y del que no podía salir.

«Mi mundo se había muerto. Era algo de supervivencia y la propuesta de México fue
una oportunidad de cambio y de escape. Cumplí mi contrato con el artista y de allí,
vine a Portugal. No he vuelto a Venezuela». Al respecto, recuerda que mientras en
México era turista, en Portugal se convierte en inmigrante. De aquí nace la metáfora
del caracol. Esa imagen que Max asegura «describe ciertas cosas de mi vida».

Considera que vive el presente, aunque siempre es una incertidumbre. «Ahora estoy
viviendo el tránsito de mi realidad: Max, el inmigrante, y la viviré hasta que sea, porque
siento que viví como inmigrante en mi país también. Me sentía extraño, ajeno».

En su trabajo consiguió el oxígeno y como siempre fue resiliente, se adaptó a


las circunstancias y siguió. No evade reflexionar sobre la vida, las acciones para
preservarla y lo vulnerable que es el cuerpo, y cuando se trabaja con él, se sabe que
todo es temporal.

«Siento que a través de mi obra hay una evidencia de que estoy vivo. Una especie
de fe de vida. Estoy vivo aquí y en este instante y tengo que anunciarlo, porque sino,
pareciera que no existiera».

Créditos Blanca González Diego Ramalho


PORTAFOLIO
Max Provenzano
144 Max Provenzano

«Colchón»
Collage digital de la serie
intermitencia/espacio
2013
145 Max Provenzano

autoRegistro 11102014
2014
146 Max Provenzano

味之素
De la serie
Falsas Polaroid
2014
147 Max Provenzano

«Mee Nam (Muybridge)»


De la serie
El tercer mundo
2015
148 Max Provenzano

autogolpe
2015
149 Max Provenzano

«Cisnes blancos en Venezuela»


Fotogramas de videoperformance
De la serie
[a]drift
2019
150 Max Provenzano

Tales de Milo
2019
G AL A GA R R I D O

@gala galo
GALA
GARRIDO

1987
«Yo estoy tocando temas sutiles»

José Antonio Parra Ricar2

Nacida en Caracas en 1987, se ha convertido en una de


las figuras de referencia del arte venezolano de la última
década. Su trabajo, admirado y polémico, influido por el
kitsch y la pintura y lleno de «puestas en escena», gira en
torno al poder y al erotismo visto desde lo femenino.
Su primera exposición individual, Suicidios incesantes
(2011), pasó de la Galería Espacio MAD del Centro
de Arte Los Galpones, Caracas, al centro cultural No
Lugar de Quito, Ecuador. Ha participado en seminarios,
congresos y exposiciones colectivas en distintas partes
del mundo. Desde 2007 dirige La ONG
(Organización Nelson Garrido)
153 Gala Garrido

Definir una propuesta estética que surge de lo sutil para manifestarse de


modo polémico no es sencillo. Este es el caso del trabajo de Gala Garrido, una
fotógrafa venezolana cuya aproximación al arte por un lado cautiva y por el
otro escandaliza. Esa misma paradoja se da en su día a día, en su escenografía
corporal, en su gestualidad e, incluso, en la melódica de su voz; una melódica
que es el vehículo a través del cual se hilvana un discurso denso y genuino
que no deja de estar cargado de tópicos que pueden resultar espinosos para
muchos. Finalmente, los contrastes también se manifiestan en el hecho de que
ella realiza simultáneamente su trabajo artístico y la dirección y coordinación de
la Organización Nelson Garrido (La ONG).

Sus referentes inmediatos en torno al arte y al fenómeno de la cultura provienen


de su entorno familiar, circunstancia que ha sido clave para su existencia entera.
Su padre es el afamado artista Nelson Garrido y su madre es Omnasis Lozada, una
arquitecto que ha estado muy vinculada al medio del arte. De modo que, debido
a ese contexto, por su hogar circulaban toda clase de personajes relacionados
con la creación y figuras que, en todo caso, estaban muy alejadas de una vivencia
común y corriente.

Transcurrían entonces los primeros años de la década de los noventa en una


Caracas que distaba mucho de la ciudad deteriorada que es hoy en día y ya
en Gala se iba gestando el carácter propio de una artista con una singular
sensibilidad. «Creo que el primer recuerdo que tengo fue con un radio Fisher-Price.
Llevaba unos diarios con casetes. Iba por la casa registrando sonidos cotidianos y
grabando comentarios que yo hacía sobre el día a día».

Esta tendencia a escrutar el mundo fue acentuándose al punto de que parte


fundamental de su obra se centra en diarios que lleva cotidianamente. Por otro
lado, la estética en la cual se basa su trabajo también tiene sus raíces en ese
período; sobre todo en lo referido a la impronta kitsch y al enmascaramiento. El
154 Gala Garrido

hecho de que en su casa siempre estuvieran amigos de su madre –a quienes


ella llamaba «tíos»– fue esencial en su evolución. «Mi tío Roberto Bressanutti
en particular, que era el que trabajaba en dirección de arte y en vestuario, me
hacía unos disfraces acordes con cualquier fantasía que inventara cada día. Yo
tenía una cantidad de disfraces y estaba metida en una fantasía constante…
Gustavo era como el alma gemela de mi mamá y era cinéfilo, además de ser
amante de la música y tener una extraordinaria colección de discos. Ahora que
lo pienso, quizá él fue la inspiración para lo de los casetes. Cada uno de mis tíos
tenía un súperpoder distinto».

Durante su temprana juventud se hizo aún más honda esa necesidad de dejar
registro del entorno y de sí misma. Ella rememora que «luego, en la adolescencia,
tenía un grabador de casete de los que usaban los periodistas. Durante esa etapa
ya no era grabar las cosas cotidianas, sino hablar conmigo misma. Era como la
escritura, pero grabada».

También durante esa época, Gala se vinculó y trabó amistad con otras artistas
de envergadura internacional, tales como Érika Ordosgoitti; con quien además
comparte una honda afinidad por la poesía. «Con Érika, por ejemplo, este es un
punto de encuentro importante. Las dos amamos la poesía y nuestra amistad tiene
que ver mucho con sentarnos a tomar cocuy y a leer poesía».

UN HOGAR NADA USUAL


Más allá del hecho de que Gala proviene de una familia donde el arte y los referentes
estéticos eran la cotidianidad, es importante poner la lupa en el componente
emocional que todo eso implicó para ella. En ese sentido, fue muy distinta la relación
que tuvo con su padre a la que tuvo con su madre y, en general, con la familia de
esta, a la que ella define como un matriarcado. «El vínculo con mi mamá siempre ha
sido muy intenso porque mi mamá es una mujer muy intensa. Venimos de una familia
donde hay puras mujeres. Son siete tías y el tío Rogelio. Somos quince primas. Es un
matriarcado y de Oriente, además», recuerda Gala.
155 Gala Garrido

Este aspecto en relación con la figura materna y con lo femenino en general redundó
más adelante en el tipo de aproximación vital y artística que Gala tiene con esos
tópicos. A propósito comenta: «Yo no me canso nunca de observar a las mujeres de
la familia… Son unas leonas todas. Cada una es distinta, pero son unas fieras todas». Y
en cuanto a lo femenino en su familia, ella recuerda con mucho afecto a sus abuelas,
tanto la materna, Olga, como la paterna, Nina. En torno a esta última, evoca un
aspecto que pone de manifiesto su propio proceso iniciático en la gerencia cultural:
«Mi abuela Nina era la mamá de mi papá. Ella era una gran anfitriona. Yo siento que
todo lo que sé de gerencia en La ONG lo aprendí al verla gerenciar su casa. Lo que
yo hago tiene la misma lógica. Ella era maravillosa hilando redes. ¿Cómo se une a
personas que se necesitan mutuamente para un proyecto? Ese telar, ese arte de tejer,
yo vi cómo ella lo hacía. Eso es lo que yo hago. La vi de cerca haciendo eso y además
me seducía mucho cómo lo hacía. Eso es arte de seducción».

La madre de Gala, con quien vivió hasta que a los dieciocho años se mudó
a un anexo en la sede de La ONG, ha sido fundamental en su vida en
“observar
Yo no me canso nunca de
a las mujeres de la
cuanto al apoyo emocional. Sin embargo, es con su padre con quien se
da una relación más de complicidad y de compartir aspectos esenciales
familia… Son unas leonas todas. del proceso de creación. «Mi papá y yo somos como gente que se conoce

Cada una es distinta, pero son de muchas vidas. Ha sido una complicidad muy fuerte desde que estoy
pequeña. Mi papá conmigo es un gran alcahuete y amamos cosas ridículas
unas fieras todas que a nadie más le gustan, como piedras, conchitas… Esa conexión no la
tengo con más nadie», comenta.

La aproximación experimental de Nelson Garrido al arte fue esencial para Gala. Y más
que eso, su padre fue fundamental en la elección de vínculos con personajes que
salen del estereotipo y a quienes ella se refiere simbólicamente como «cucarachas».
«Estoy rodeada de cucarachas. Ellas son un símbolo que adoptó mi papá al inicio de
su obra. A él le decían el “hombre cochino”, porque se relacionaba con todo lo que
estaba al margen», señala Gala, y añade que «él tomó estos dos símbolos, el cochino
y la cucaracha. La cucaracha luego se transformó en el emblema de La ONG… ella
es maravillosa porque es lo más resistente que hay en el mundo, también vuela, se
reproduce, resiste, se adapta y me parece un ejemplo perfecto para describir a todos
aquellos que vivimos al margen. De algún modo, mi familia simbólica siempre ha estado
al margen. A muy temprana edad me di cuenta de eso».
156 Gala Garrido

LA GRAN ESCISIÓN
DE LOS AÑOS ESCOLARES
Gala estudió desde el kínder hasta el quinto año en el conocido colegio caraqueño,
Emil Friedman. Esta institución es conocida por su énfasis en la formación musical y
a la misma asisten primordialmente niños y jóvenes de clase media y media alta con
ciertos matices conservadores. Ella es enfática cuando recuerda: «Siempre estudié en
el Friedman, toqué chelo y canté en el coro».

Sin embargo, en este punto, la ambivalencia que ha definido la existencia de Gala se


hizo aún más extrema en el sentido de que la atmósfera de su hogar era radicalmente
opuesta a la de la escuela. «En el Colegio Emil Friedman todas las familias se conocen
y hay una dinámica entre gente muy parecida entre sí. Yo adoré el colegio por muchas
razones, pero la gente en él no está sino acostumbrada a su burbuja y yo siempre fui un
problema para los profesores. Todo lo que pasaba en mi casa era un issue, por ejemplo
la homosexualidad… cuando mi mamá iba a los actos de fin de curso con todos mis
“tíos” eso traía como consecuencia que las otras mamás no querían que yo jugara con
sus niñas», recuerda Gala, poniendo en evidencia cómo esa ambivalencia también
trajo consigo un relativo aislamiento. Pero esa aparente contrariedad redundó en
que su mundo interior se enriqueciera. «Entendí que no podía hablar de nada de lo
que pasaba en mi casa cuando estaba en el colegio. Entonces no hablaba y leía».

En balance, Gala Garrido tiene buenos recuerdos de su época escolar y


mantuvo amistad de largo tiempo con algunos compañeros, como por
ejemplo una chica que siguió la carrera musical en Europa. En todo caso,
es a partir de ese período cuando la artista va definiendo su manera de “másYonormal
pienso que soy la persona
del mundo y el lema
vincularse con el otro y prefiriendo amistades que se salían del molde. “
A partir de ese período ella asume una frase cargada de cierto humor
en la casa era que los anormales
que se convirtió casi en un mantra de supervivencia: «Yo pienso que soy la eran los otros
persona más normal del mundo y el lema en la casa era que los anormales
eran los otros».
157 Gala Garrido

LA INICIACIÓN EN EL ARTE
No es extraño que los jóvenes no hallen su verdadera vocación de vida de forma
inmediata. Este fue también el caso de Gala, quien a pesar de haber estado
siempre expuesta a las manifestaciones del arte, procuró eludir –sin saberlo– el
hecho de ser artista.

Corría el año 2005 e inicialmente Gala había optado por el Diseño Gráfico, quizá
motivada por su temprana afición a los libros. Eventualmente, y debido a las
necesidades vitales y expresivas que implican el hecho de ser una creadora, ella debió
asumir que era una artista. En ese punto, rememora no solo ese hecho, sino también
el apoyo que fue teniendo a lo largo del camino por parte de figuras relevantes,
de sus maestros: «Yo creo que asumirlo fue lo más complicado porque yo estaba en
negación. Alguien que me ayudó mucho en esa transición fue Ricardo Armas». Y a
continuación comenta en relación al encuentro de un territorio que fuese exclusivo
de ella en el ámbito del arte, más allá de la figura paterna: «Ricardo me apoyó mucho
con la sensación de merecimiento del espacio creativo, porque uno de alguna manera
siente que eso es del otro al momento de llegar».

Hoy en día, sobre este punto y lo que es el camino del arte y el aprendizaje en
general, Gala tiene una postura muy sedimentada y algo filosófica. «Después de
estudiar Diseño me di cuenta de que no tenía ningún sentido seguir estudiando. Hoy
en día no sé muy bien a qué me dedico y he tenido que ir aprendiendo, pero en la
calle. Soy como un gato callejero al que ha ido adoptando mucha gente que me ha
enseñado un sinnúmero de cosas. Son mis maestros», comenta.

Ultimadamente, en cuanto a su educación, ella es enfática al expresar el modo como


se ha dado: «Informal, orgánica y salvaje; tal como ha sido toda mi vida. Yo soy bachiller
y el único papel que tengo es el que indica que me gradué del Emil Friedman. Hasta
ahí llegué. Todo lo demás no tengo cómo demostrarlo, sencillamente ha pasado. A mí
me parece que esa es la forma más bella como llega el conocimiento; a través de la
generosidad y la complicidad de un otro que te reconoce, te ve y decide amablemente
darte. Yo trato, de alguna manera, de ser parte de esa cadena. No soy como ninguno
de esos súper maestros maravillosos que tuve, pero en la medida que puedo, a mis
asistentes y a mis alumnos, trato también de darles todo el alimento que puedo».
“Mise conoce
papá y yo somos como gente que
de muchas vidas. Ha sido
una complicidad muy fuerte desde

que estoy pequeña
159 Gala Garrido

UNA PROPUESTA PLÁSTICA POLÉMICA


Para comprender la fotografía de Gala Garrido hay que saber que en la misma
confluyen varias líneas tópicas. Además, la estilística en la cual está imbuida posee
una peculiar sazón. Sus temas primordiales son lo femenino, el poder, el erotismo,
la sexualidad y el diálogo con autores que la han influenciado, como es el caso de
Georges Bataille. La recreación del mitema también ha sido eje en su obra, además
de lo introspectivo, tal y como ocurre con Las bacantes (2014-2015) e Imágenes
desechables (2010-2011), respectivamente.

Su manera de hacer arte, ella la expresa en tanto «trenzar un montón de referentes»,


y agrega: «Yo soy una persona que consume muchas cosas porque como soy un
poco asocial mi refugio siempre fueron los libros y las películas. Yo trenzo con mucha
facilidad. Mi trabajo tiene mucho que ver con trenzar un montón de experiencias de
otros artistas con las mías».

De modo esquemático se puede hablar de tres vertientes en su obra. En primer


término estarían las «puestas en escena»; que agrupan, entre otros trabajos,
Estudio para Bataille, Bellmer, Maruo (2010), Las bacantes (2014-2015) y los
Fetiches de Toshio Saeki (2014). En segunda instancia, hay que mencionar una
línea enmarcada en «cotidianidad y erotismo», que está constituida por Imágenes
desechables (2010-2011). Finalmente, estarían las «colaboraciones», que incluyen
trabajos con Elisabetta Balasso y Willy McKey.

En cuanto al continente o sazón de su propuesta, hay una serie de


elementos dentro de los que predomina el kitsch. No obstante, es
fundamental el hecho de que la pintura es la influencia principal en
“sigue
El problema es la gente que
esa tendencia humana de
Gala, cosa que es muy evidente en su forma de componer las obras, violentar algo que rechaza, esa

particularmente las «puestas en escena». En este sentido, en ella hay el influjo
tendencia de voy a aplastar esto
de Caravaggio, Fra Angelico y Giotto, al igual que de contemporáneos
como Witkin y Braque.También los surrealistas han tenido una importancia
que no se parece a mí
radical en su propuesta. «Una imagen no que define mi vida, pero que me
marcó muchísimo es El violín de Ingres de Man Ray, del que yo hice una
versión», comenta.
160 Gala Garrido

No obstante, es característico de su obra el carácter polémico, además del hecho de


que resulta chocante para cierto público. Sobre eso, ella reflexiona que está «bien si te
escandalizas y lo aceptas con un ánimo de diálogo. De esa forma no me perturba para
nada, pero sí me perturba cuando se escandalizan desde la violencia… El problema es
la gente que sigue esa tendencia humana de violentar algo que rechaza, esa tendencia
de voy a aplastar esto que no se parece a mí».

Para ahondar en lo escandaloso que pudieran resultar algunas de sus piezas, Gala
no duda en manifestar que su obra responde a una aproximación muy sutil a ciertos
aspectos de la realidad que es recreada. «Yo sé que son estéticas un poco chocantes,
pero a mí me parecen muy bellas. Yo estoy tocando temas sutiles que están más allá
de lo evidente. Un espectador ideal es el que está viendo eso invisible que yo estoy
planteando. Sin embargo, cada quien lo puede ver desde su experiencia. Yo amo
cuando alguien capta alguna de esas cosas».

Hay también elementos que pudieran ser considerados confesionales en su


propuesta, pero este es un abordaje al que ella se refiere de un modo muy poético
cuando comenta que «hay una cosa confesional, pero hay también una máscara. Ahí
estoy yo y no estoy yo. En la puesta en escena la retórica y lo que sucede vienen de
unos procesos personales, pero en realidad yo estoy metida en un personaje… Todo
mi trabajo tiene ese juego artemisal donde estoy mostrando, pero a través de un velo».

Su primera exposición individual, Suicidios incesantes, tuvo lugar en Caracas


en la galería Espacio MAD del Centro de Arte Los Galpones en el año 2011.
Posteriormente, esta muestra fue llevada al centro cultural No Lugar de Quito,
Ecuador. Su tercera individual se llevó a cabo en la ciudad de Mérida en Venezuela
en 2014 y fue titulada Espacios para decir lo mismo. A pesar de su juventud, Gala
ha participado en una multiplicidad de exposiciones colectivas y ha sido ponente en
diversidad de seminarios y congresos en distintas partes del mundo relacionados
con su experiencia personal y con el fenómeno del arte.
161 Gala Garrido

LO OSCURO BELLO Y LA OTRA OSCURIDAD


Gala es vehemente a la hora de referirse a ciertas facetas de ella misma: «Yo me
abrumo muy fácilmente, todo el tiempo. Soy hipersensible. Tengo crisis existenciales.
Me dan depresiones». Y es que los estados de creación en muchos casos responden
a un profundo desgarramiento del alma, así como al desentrañamiento de estratos
profundos del ser. Para ella «los artistas estamos en excavación arqueológica
permanente de nosotros mismos. Siento que en todos mis procesos creativos y de
la vida está presente lo sutil… Todos ellos implican encontrarse con la sombra y
transformarla. Eso es evolucionar o sanar».

El abordaje de Gala sobre el trabajo y la danza con lo oscuro, así como su


metamorfosis, responden igualmente a una disciplina; eso es inseparable

“ Los artistas estamos


en excavación arqueológica
“ del oficio del artista. «Es un proceso de transformación y un ritual de paso
de un estado a otro. En cada puesta en escena me utilizo a mí misma y hago
permanente de nosotros mismos un performance frente a la cámara que siempre es necesario para pasar
de un estado a otro. Yo lo llamo los suicidios necesarios, que es un poco
matarme y dejar que salga lo otro», expresa.

Pero también hay una faceta de lo oscuro que carece de esa relativa belleza y que es
inherente a la vida de Gala Garrido. Tal faceta es algo que «no es lo oscuro bello, es
lo oscuro que es otra cosa y que es horrendo. Luchar contra eso ha sido una constante
en mi vida. Con la edad lo veo de otra manera. Lo observo de un modo un poco más
ecuánime. Lo entiendo y no sufro tanto, pero está allí», reflexiona.

Esos estados suelen ser bastante complejos y requieren de una fortaleza única. Gala
refiere que durante su tránsito por esa otra faceta de lo oscuro su madre ha sido su
gran aliada y apoyo. En contraposición, al tener una vida en la que ella es cabeza
de La ONG, no puede desconectarse totalmente durante esas situaciones. Ella lo
entiende con claridad y sentencia: «Me meto en el personaje cuando estoy trabajando.
Y si me tengo que pasar el suiche, lo hago».
“Una cosa que me parece erótica
es la intimidad del otro, pero es
un imposible porque nunca se

puede realmente ver al otro en su
intimidad real
163 Gala Garrido

LO ERÓTICO Y LO FEMENINO
EN UNA MISMA PROPUESTA
Uno de los aspectos fundamentales de la obra de Gala es el relativo al erotismo y
la sexualidad. Ello le confiere un atractivo singular a su propuesta, pero también
ha sido fuente de polémicas. Sobre esos tópicos, ella manifiesta un gran interés y
agrega que el erotismo «está ligado de alguna manera a lo femenino. Mi relación con
el erotismo y lo femenino ha sido problemática en el sentido de que soy mujer y eso
siempre me ha traído problemas… Cuando una mujer se asume eróticamente libre
las consecuencias en su vida son espantosas; para mí en realidad ese es el tema. Lo
masculino está contenido y bien, pero no es mi tema. A mí me parece impresionante lo
problemático que es el hecho erótico para una mujer».

Es esencial entender que lo erótico para Gala tiene una dimensión que es tanto
corporal como intangible y trascendente. Por eso su interés en el erotismo se centra
en «el fetiche, la energía, la obsesión, lo divino y lo sagrado… A mí lo que más me
emociona es lo intangible, a mí me seduce eso. Más allá de lo evidente del cuerpo, lo
más erótico es lo intangible. Entonces, ¿cómo se trenza ese éxtasis que puede llegar
a través del erotismo, a través del intelecto, a través del alma y de tantas cosas? Eso
también se trenza con el hastío o el sinsentido que es su contraparte y que igualmente
es intangible. Lo que me interesa a mí son las cosas que no se pueden agarrar».

Tampoco deja de haber una mirada voyerista en Gala, una que es absolutamente
necesaria a la hora de consustanciarse con la escena para recrear el hecho erótico.
Sobre eso, ella relata: «Me encanta que alguien me confiese alguna incoherencia que
le parece maravillosa. Una cosa que me parece erótica es la intimidad del otro, pero
es un imposible porque nunca se puede realmente ver al otro en su intimidad real. Yo
estoy en paz con todas mis incoherencias. Un ejemplo de fetiche que suelo poner para
mis alumnos es un recuerdo de cuando tenía nueve o diez años. Había una niña que
se subía en las mañanas en el autobús escolar. Ella siempre venía con su pelo mojado.
Era hermosa. Se soltaba el cabello y se llenaba todo de olor a champú. Para mí eso
era un hecho erótico que recuerdo con un placer gigantesco. Para mí no era cualquier
mujer con el pelo mojado, para mí era ella todas las mañanas con su cabello mojado
que olía a Pantene… Son súper eróticos los actos cotidianos. Hay una red cotidiana de
lo erótico y de códigos que el otro no está viendo».
164 Gala Garrido

LA ONG Y ULTIMADAMENTE CARACAS


El hecho de que el oficio de Gala como artista vaya de la mano de la gerencia cultural
ha significado para ella saber hacer un balance entre la necesidad de soledad que
requiere para lo creativo y la faena comunitaria en La ONG. «Tengo este trabajo
insólitamente de comunidad que es La ONG donde doy todo mi corazón, pero al
mismo tiempo hay un porcentaje del tiempo en que yo necesito estar sola y para mí
eso es muy importante y vital. Si no, no puedo».

Hoy en día Gala vive en Caracas, donde ha vivido literalmente toda su vida, a
excepción de una brevísima estancia en Barcelona de España. Ella comenta que el
ser habitante de Caracas en la actualidad es algo que no tiene «una causa racional
porque evidentemente todo apunta a que no sirve para nada… Es una decisión
totalmente irracional, pero creo que muchas de las cosas que he hecho en mi vida han
sido en base a la irracionalidad. Yo amo Caracas y amo lo que hago en La ONG. No
creo que esté cambiando al mundo porque siento que es una cosa mínima; pero para
mí tiene sentido».

Su amor por Caracas va paralelo al hecho de que es una ciudad abrumadoramente


violenta y donde ha sido incluso objeto de situaciones de abuso sexual que la han
hecho profundizar aún más en su línea de investigación vinculada al poder y las
problemáticas de género. Para Gala, su ciudad es fundamental y ejerce sobre ella
un magnetismo paradójico dado su contexto: «Siento que es como una especie de
monstruo que se traga todo, pero que es hermoso al mismo tiempo. Es monstruosamente
horrendo y bello. El tema del país siento que no tengo capacidad para verlo ahorita
porque estoy muy pegada al espejo. Para mí hay una fuerza gravitacional que no me
deja ir de aquí».

Créditos José Antonio Parra Ricar2


PORTAFOLIO
Gala Garrido
166 Gala Garrido

Estudio para Bataille, Bellmer, Maruo


2010
167 Gala Garrido

Los fetiches de Toshio Saeki


2014
168 Gala Garrido

Los fetiches de Balthus


2016
169 Gala Garrido

De la serie
Las bacantes
2014
170 Gala Garrido

De la serie
Las bacantes
2014
171 Gala Garrido

De la serie
Las bacantes
2014
172 Gala Garrido

«Aspacia»
De la serie
Las amantes
2016
173 Gala Garrido

«Cleopatra»
De la serie
Las amantes
2016
A LE JAN D R A LO R E TO

@ al e j a n d ra . lo reto
ALEJANDRA
LORETO

1987
«Me gusta vivir entre dos mundos»

Anabella Corridoni Lucas Arizaga

Nacida en Caracas en 1987, licenciada en Arquitectura


por la Universidad Simón Bolivar con máster en Social
Design en la Universidad de Artes Aplicadas de Viena,
Austria. Desde su acercamiento temprano a la fotografía,
explora la relación del individuo con el espacio físico.
En constante movimiento, sus viajes y el intercambio
con diferentes culturas inspiran su trabajo, que se ha
exhibido en Venezuela, Viena, Berlín y Costa de Marfil.
En 2018 fue invitada a fotografiar mujeres del campo de
desplazados de Harsham en Erbil, Irak. Actualmente vive
en Abiyán, Costa de Marfil, que le ayuda a rememorar
el trópico de su país
176 Alejandra Loreto

Alejandra habla lento, pausado, con la mirada en otro lado como si se


estuviera transportando a otro lugar para encontrar una respuesta. Dice que está
en un momento de su vida en el que necesita mirar con frecuencia hacia atrás,
y quizás es por eso que su casa en Costa de Marfil se siente impregnada de
Venezuela. «Me emocionan las similitudes entre este país y el mío. Estar cerca
del mar, del trópico, yo soy del trópico». Una de las habitaciones donde tiene su
estudio da hacia el balcón, es un espacio con vista a los árboles verdes, al calor,
a la vida de ciudad tropical. «No tengo un plan de vida», dice sentada en su
escritorio, y sin embargo su vida parece perfectamente diseñada por alguien que
desde siempre supo lo que quiso, dispuesta a armar una valija y dejar todo atrás.
El movimiento y la curiosidad por lo desconocido caracterizan su estilo de vida y
su fotografía. Alejandra hace uso de la arquitectura y la fotografía para intentar
entender cómo el entorno urbano y geográfico influye en nuestra identidad y
el significado de hogar. Esa necesidad de transitar lugares la trajo hasta Abiyán,
donde trabaja en un estudio de arquitectura y prepara un proyecto fotográfico al
que considera como el más personal.

UNA VIDA SIN ESTRUCTURAS


Alejandra creció en Caracas pero asocia su infancia a la playa, el mar, el Caribe. La
fotografía y el arte no eran parte del escenario familiar. El vínculo más cercano que
recuerda son los cursos de orfebrería que tomaba su mamá y los trabajos que hacía su
hermana mayor, en ese momento estudiante de Diseño Gráfico. A pesar de ser el arte
un mundo ajeno al entorno familiar, fue en su hogar donde encontró el primer público
devoto, dispuesto a apoyar su pasión por la fotografía y todos los proyectos que vinieron
después. Cuenta que el sostén de sus hermanas fue una motivación fundamental
en sus inicios. «Recuerdo que Vero seleccionaba fotos mías y las colgaba en su casa,
177 Alejandra Loreto

una primera exhibición», dice riendo y agrega: «Gaby, mi hermana mayor, es chef y
solía decirme que nadie sacaba fotos de su restaurant como yo. Esa era su excusa para
financiar mis viajes fotográficos. Me llevó con ella a Marruecos para que tomara fotos
de ella, los platos y la cocina marroquí. Esos primeros viajes me ayudaron mucho».

Alejandra clava la vista en el balcón y busca en ese pasado familiar algún rastro de
su acercamiento al arte. «Debemos tener cosas definidas desde pequeños, yo era
curiosa, quería ver todo, ver otras cosas». Y agrega: «En mi casa no había estructuras,
formas de vida lineales». Su aproximación al arte fue siempre independiente, nacía de
su curiosidad voraz. Es ese impulso el que la acercó a la fotografía cuando cursaba
cuarto año en el Colegio Jefferson. Comienza asistiendo a los cursos de Roberto Mata
Taller de Fotografía, lugar a donde iba con el uniforme del colegio aún puesto y se
rodeaba de gente mayor. Empezó con la fotografía analógica. Alejandra interrumpe
el relato y se detiene en una foto tomada en esa época. Es una imagen de su abuela
llorando, la tomó en una reunión familiar luego de la muerte de un tío. «Lo que me
interesa es la parte documental. Lo que viene después de las fotos, las conversaciones
sobre esa imagen, sobre el dolor que transmite».

Su vocación nació desde una necesidad solitaria pero se fue alimentando de


una pertenencia grupal que encontró en los talleres de fotoperiodismo de Leo
Álvarez. De esta experiencia mantiene un intercambio personal y profesional “documental.
Lo que me interesa es la parte
Lo que viene después
con los estudiantes y fotógrafos que integraron ese colectivo. Sin embargo,
de las fotos, las conversaciones
tenía en claro desde muy temprano que quería estudiar Arquitectura, “
no veía a la fotografía como una disciplina a la que deseara acercarse
sobre esa imagen, sobre el dolor
de manera formal. Era una necesidad, una forma de expresión. Pensaba que transmite
que asociarla al trabajo sería casi como traicionarla, perdería pasión.

A las formaciones básicas en fotografía le siguieron cursos de fotoperiodismo en la


misma escuela. «Hacían viajes por Venezuela, en esa época fuimos al Delta del Orinoco.
Eso fue abrir un mundo». Fue ahí cuando comenzó a fotografiar comunidades y
encontró en la fotografía la posibilidad de documentar otras vidas. «La fotografía
es una excusa para acercarme a las personas». En los talleres de fotoperiodismo
descubrió el trabajo de fotógrafos como James Nachtwey y Sebastião Salgado, el
arte de fotografiar la guerra, de servirse de la fotografía para contar una historia.
178 Alejandra Loreto

«Quería hacer lo mismo, cuando todavía no tienes identidad es más común querer
hacer lo que hacen las personas que admiras. Me estaba descubriendo como persona
y como fotógrafa».

EN CONSTANTE MOVIMIENTO
Apenas terminado el colegio se fue a Francia, siguiendo su impulso por descubrir
otro idioma y perderse en un lugar desconocido. Empezó aquí un estilo de vida
marcado por el movimiento constante, se despertó el inconsciente reflejo de dejar
atrás lo conocido para lanzarse a lo nuevo sin cuestionamientos. «Irme siempre fue
fácil porque sabía que iba a volver. Cuando me fui de Venezuela en 2014 fue muy fuerte
porque ya no estaba tan segura de poder regresar».

En Francia le asignaron una casa de familia en el pueblo de Dieppe, en la Normandía.


La vida del pueblo poco tenía que ver con el ritmo caraqueño. «Yo siempre me
pongo a prueba, soy de aguantar». Se inscribió en el colegio para aprender francés.
La enviaron primero a un liceo técnico de hombres y después a un liceo mixto de
humanidades donde comenzó a explorar otras áreas de interés como la historia,
filosofía, arte. Tiene solo algunas fotos análogas tomadas en ese período, guardadas
en su biblioteca en Caracas junto a otros tesoros que fue acumulando con el tiempo
y a los que regresa en su memoria. Nuevamente lo que premiaba era el proceso
documental a través de la fotografía: «De alguna forma vivo esas fotos porque las
vi muchas veces después». Como si con cada imagen quisiera engañar al tiempo
que es efímero. Atraparlo en una foto, detenerlo para volver más adelante a ese
momento. Aprovechando su estadía en Francia dedicó algunos meses a nutrirse de
la vida cultural de París. Además de la larga lista de museos y galerías se anotó en
un curso de historia del arte. En ese período de exploración comenzó a encubar su
deseo de aprender, de formarse en diferentes lugares. «Cuando estás en otro país
comienzas a cuestionarte las cosas, cómo te criaron, cómo se hace en otros lugares».

Regresó de Europa a Venezuela para estudiar Arquitectura en la Universidad Simón


Bolívar. Pero además de fotos y un idioma nuevo se trajo el ferviente deseo de viajar
179 Alejandra Loreto

más por su país y América Latina. Impulsada por la necesidad de aprender más sobre
su tierra, se lanzó a un movimiento casi frenético. Califica este período universitario
como «una época de mucho viaje, todo tipo de viaje». Y explica que a los viajes de
turismo le siguieron otros de investigación y de prácticas profesionales en Bogotá.
Además de explorar su país y continente volvió a atravesar el océano Atlántico esta
vez para estudiar un año en la Universidad de Stuttgart, en Alemania. Desde el
país germánico visitó otras ciudades europeas impregnándose del trabajo de otros
fotógrafos y arquitectos. Con la expresión de alguien que está todavía abrumada por
el descubrimiento, cuenta que en esa época comenzó su interés por el minimalismo
y escuelas artísticas como la Bauhaus. Lo dice casi sorprendida, como si lo descifrara
a medida que va recordando. «Esta experiencia influyó inconscientemente en mi
fotografía. Conocí el trabajo de artistas como Bernd y Hilla Becher. Son conocimientos
que adquirí en ese entonces pero de los que tuve consciencia tiempo después». Eran
los años de formación académica y de transformación como fotógrafa. Observa sus
propias fotos de ese viaje y agrega: «Aún no tenía un estilo definido de fotografía y los
viajes eran una herramienta para descubrir quién era como fotógrafa».
“excusa
La fotografía es una
para acercarme

a las personas
181 Alejandra Loreto

UNA CUESTIÓN DE ESPACIOS


Cuando Alejandra habla transmite una placentera sensación de liviandad, como si la
solución a todo fuera dejarse arrastrar y registrar, observar todo lo que los viajes y las
personas ofrecen, para al final descubrir quién es uno mismo. La construcción de la
identidad está muy presente en sus trabajos y, si bien puede verse la transformación
profesional en su camino fotográfico, su estilo aún radica en esa búsqueda permanente
del yo, en la construcción del individuo como consecuencia de la interacción con el
otro, con la naturaleza, con el entorno. En las fotos de Alejandra se puede observar
el paso de alguien en una escena aunque esa persona no haya sido capturada en la
toma, su reflejo está presente, su acción. «Tomo fotos intuitivamente».

Egresada como arquitecta comienza su carrera profesional en el estudio de


arquitectura de Alejandro Halek en Caracas. «Había estudiado arquitectura sin un
objetivo específico. Tiendo a no tener demasiadas expectativas sobre casi nada, me
dejo sorprender». Allí trabaja con proyectos urbanos, artísticos y de investigación.
Esta experiencia le permitió explorar con la fotografía en barrios y comunidades
y fue su primer acercamiento a los espacios no usados. Sin perder la lentitud de
su relato pero con pasión cuenta que este período resonó mucho en su
fotografía unos años después, ya instalada en Viena. «Soy muy espacial,

cuando tengo un recuerdo sé en qué espacio fue. Mi memoria también es
espacial». La cuestión de los espacios comenzó a ocupar protagonismo
en su fotografía. Lugares a los que retrata con un interés que sobrepasa
“ Tomo fotos intuitivamente

lo arquitectónico, los expone como una prueba del intercambio entre personas y
comunidades. Casi como si intentara hilvanar recuerdos en el aire explica el impacto
que tuvo en ella la teoría de los «no-lugares» del antropólogo francés Marc Augé y
los conceptos de psychogeography y dérive de Guy Debord. Términos usados para
describir el proceso de dejarse perder en la ciudad, divagar en calles sin recorridos
específicos, jugar con el entorno. Debord invita a explorar el ambiente urbano, a
divertirse con él, a disolver las líneas entre arte y vida urbana. Alejandra aceptó esa
invitación casi como si estuviera dirigida a ella, se apropia del concepto tanto cuando
sale con su cámara como cuando juega a ser arquitecta.
182 Alejandra Loreto

La curiosidad que caracteriza su fotografía la lleva a desear mostrar otra faceta de esos
espacios, a entender cómo se usan dependiendo de quienes los ocupen. Y es quizás
en este aspecto donde sus dos profesiones comienzan a rozarse, a jugar una con la otra
para luego unirse y comenzar a construir esa identidad que ha estado buscando. «No
hago fotografía de arquitectura pero me interesan los espacios y cómo los habitamos.
Y justamente eso es lo que también me importa en mi trabajo como arquitecta».

Fascinada por el movimiento y las migraciones no dudó en aceptar la invitación


de Henry Vicente para sumarse como investigadora y asistente de curaduría de la
exposición sobre el arquitecto alemán Klaus Heufer en Caracas. La muestra expuso
la vida del alemán en Venezuela, país al que había sido invitado para trabajar en la
arquitectura caraqueña por ser un representante de la expresión de modernidad
globalizante. Alejandra encontró en el trabajo de este pionero del estilo internacional
los efectos que producen las migraciones, las consecuencias de los intercambios y el
movimiento. Repasar su trabajo sirvió como nuevo incentivo para reavivar su pasión
por viajar, ir a lo desconocido para retratar cómo se vive en un lugar, qué hace su gente.

REPETIR PARA DETENER EL TIEMPO


En 2014 Alejandra participa de una exposición de fotografía de mujeres en el Museo
de Arte Acarigua-Araure, en Venezuela. Allí exhibe una selección de fotos que
representan «el momento decisivo», definición acuñada por el fotógrafo francés Henri
Cartier-Bresson para referirse a esas fotos que «no pueden tomarse ni un momento
antes ni un momento después. Reflejan la necesidad de retratar un instante exacto».
A esta exhibición inicial le siguieron otras en Venezuela pero es a partir de su estadía
en Viena cuando sus exposiciones comienzan a organizarse en torno a una temática
específica, a tener una razón de ser más vinculada a su identidad como fotógrafa.
«Hay un antes y un después de Viena en mis exposiciones».

En este período su fotografía se impregna de lo repetitivo. Casi como una obsesión,


Alejandra acumula fotos de árboles de mango en Caracas, de fachadas de casas,
de edificios en ruinas, de casas de playa. Hay en estas imágenes un deseo quizás
183 Alejandra Loreto

inconsciente de ganarle al tiempo, de documentar y evidenciar la existencia de


estos objetos en diferentes momentos para verlos luego alterados. Son espacios en
movimiento a través del tiempo.

En 2014 es el turno de dejar Caracas nuevamente, esta vez para cursar el


máster en Social Design en la Universidad de Artes Aplicadas de Viena,

“Tiendo a no tener demasiadas Austria. Es un programa interdisciplinario que se enfoca en las artes como
innovación urbana y reúne a profesionales de disciplinas tan diversas como
expectativas sobre casi nada, me ciencias políticas, literatura, psicología, arte y arquitectura. En esta ocasión

dejo sorprender el viaje, siempre celebrado como nuevo desafío, tiene un sabor amargo
y la despedida con su país va a estar marcada por la incertidumbre de
no saber a quién encontraría al regresar y si acaso podría regresar un día.
Este desarraigo la acompaña en su obra y sus futuras exposiciones, buscando algo
de Caracas en lugares ajenos. Tampoco sabría a quién encontraría en Austria y si
podría construir un nuevo hogar en el país europeo. Este dilema de pertenencia se
acentúa cuando conoce a Leo, un ingeniero austríaco con quien comparte su vida
desde 2014. Desde entonces construyen una existencia de a dos dividida entre el
imaginario de Venezuela, la familia de Austria y la vida tropical en Costa de Marfil.

Una visita a una amiga en Alemania, unos meses antes de iniciar sus estudios en Viena,
le permite conocer a Hans Gäng, un editor alemán que se convertiría en un apoyo
incondicional de su carrera fotográfica. El primer trabajo encargado por Hans Gäng:
retratar al primer ministro holandés Mark Rutte en la Feria de Hannover (Hannover
Messe) en 2014. Alejandra recuerda el ritmo acelerado del evento, donde fotografió
además a la canciller alemana Angela Merkel, y sin embargo sus fotos transmiten
quietud, como si por un instante viéramos solo a las personas despojadas de sus títulos
políticos. Esa intimidad es similar a la que se observa en sus imágenes de comunidades
y personas de diferentes lugares del mundo. Unos años después, Gäng la invita a
tomar las imágenes para el libro Wird Wirt Stuttgart, una publicación sobre
gastronomía que le recuerda sus primeros pasos en el restaurante de su hermana.
Alejandra retrata restaurantes y a sus propietarios en Berlín con la intuición de
quien sabe descifrar a las personas. Esta habilidad dice haberla entrenado años
antes en los talleres del fotógrafo venezolano Vasco Szinetar. «Vasco es como un
fantasma. Sus consejos se quedaron resonando en mi cabeza y vuelven cuando tomo
fotos de personas».
“ Las fotos siempre
deben comunicar algo.

Contar otra historia
185 Alejandra Loreto

En Viena conoce a la profesora Baerbel Mueller, dedicada a investigar temas urbanos


en África subsahariana. La posibilidad de explorar un terreno que había conocido
en Venezuela pero ahora en África fue para Alejandra una invitación a descubrir un
mundo nuevo. Viaja junto a Mueller y su equipo de [applied] Foreign Affairs Lab a
Immuna, un pueblo costero de Ghana. Al buscar rastros de su infancia en el trópico
decide retratar pescadores y sus elementos de trabajo. «Elegí fotografiar la pesca en
el pueblo. Investigué sobre pesca en África, cómo afecta esta actividad la vida de los
pescadores». Compiló el resultado de su investigación en la muestra To Like the Sea
Is Not an Option. La exhibición de fotos, que luego se presentó en la galería Tresy3
de Venezuela, consiste en una repetición de imágenes que siguen una secuencia
inalterable de mar, retrato de un pescador, imagen de su canoa, utensilios de trabajo,
pesca y el hogar del pescador. Esta fotografía en serie expone la forma en que la
comunidad ejerce la actividad y su característica repetitiva refleja un lento paso del
tiempo, una invitación a otro mundo.

Siguiendo esta línea de instantes precisos, de repeticiones de lugares y objetos,


exhibe Memento Mortis en el Museo MAK de Viena. Aquí expone una serie de fotos
de ruinas tomadas en Sucre, Venezuela. «Evocan el paso del tiempo, una presencia
física de algo que está todavía ahí pero no se usa. Me interesa saber por qué, qué
ocurrió». Las fotos de Sucre fueron capturadas en un viaje originalmente planeado
como una visita a una plantación de cacao. Un viaje que se transformó en el registro
de las ruinas, motivada por el deseo de comprender cómo esos edificios siguen
ahí, pero sobre todo por conocer la historia de esos lugares. «En Viena aprendí la
diferencia del concepto “ruina” para la perspectiva austríaca, con sus siglos de historia,
y para la nuestra». De nuevo son el tiempo y el escenario los que condicionan
esa noción de ruina y pareciera que Alejandra quiere capturarlos para que no nos
perdamos el debate.

En este período descubre con fascinación el campo austríaco y no puede


evitar compararlo con la Venezuela rural y tropical. Explorando con este tipo de
fotografía, que transporta en el tiempo a través de secuencias, retrata al pueblo
de Hohenruppersdorf y a una pareja de campesinos octogenarios que parecen
haberse detenido en otra era. Nuevamente las secuencias de los abuelos, el campo,
los utensilios de trabajo recorren la compilación de la obra. Es un proyecto íntimo,
familiar, que evoca la ausencia y la nostalgia de quien ya no vive en su país. Mezcla
la historia de estos campesinos con la suya, de la tierra ordenada con su tierra lejana.
186 Alejandra Loreto

UN PUENTE A LA CEGUERA
Como parte de su trabajo de tesis inicia uno de sus proyectos más ambiciosos, el
Blind Photography Project. Durante dos años investigó sobre el mundo en torno a la
ceguera y recorrió las calles de Viena con tres ciegos a los que invitaba a fotografiar
la ciudad. «Como fotógrafa me pareció interesante cuestionarme la posibilidad de
ver, qué pasa si no ves». Y agrega: «Aprendí que hay mucho desconocimiento sobre
la ceguera y en muchos casos están aislados. A través de la cámara logras comunicarte
con ellos. Se construye un puente». El proyecto se exhibió con el nombre I Am Blind
en la Galerie Lumina de Viena. Además de las imágenes de la ciudad tomadas por los
tres participantes ciegos, la muestra contenía el texto con la explicación del proyecto
escrito únicamente en braille. «Quería que faltara una parte de la historia para ambos
lados, videntes y no videntes». El Blind Photography Project se replicó luego en Berlín
y Caracas y tuvo una gran repercusión en el mundo del diseño urbano en Viena, al
ser difundido en el artículo «Espacios para todos» de la revista Garten + Landschaft.
187 Alejandra Loreto

CERCA DE CASA
En 2018, ya radicada en Costa de Marfil, el colectivo [applied] Foreign Affairs de
Mueller, trabajando en colaboración con la Oficina de Naciones Unidas para el
Desarrollo Industrial (Unido), le ofrece la oportunidad de retratar mujeres en el campo
de desplazados Harsham en Erbil, Irak. Esta experiencia abre nuevas reflexiones sobre
el debate «dónde está casa» y cuál es el lugar al que uno desea volver. Pero sobre
todo se pregunta si algún día volverá a sentir esa calma y seguridad en el lugar que
recuerda como su hogar. En Erbil fotografía a mujeres que han perdido a sus hijos,
maridos, hogares. Personas que han sido despojadas de todo tipo de seguridad y
atravesado el miedo de la guerra. Alejandra se interesa en fotografiar no solo a las
mujeres de Harsham sino también sus espacios, los containers devenidos en hogares,
las instalaciones que supieron transformar en un lugar para vivir en familia. «Cuando
entraba a esos hogares me olvidaba de que estaba en un campo de desplazados».
Como en cada viaje, su fotografía invita a cuestionarse las diferentes posibilidades
de crecer, educarse, vivir y a reflexionar sobre la imagen de la mujer desde la mirada
occidental. «Nunca me sentí triste en este lugar, al contrario, me sentí tranquila, en
calma». El trabajo se exhibirá en una exposición colectiva en el Innovation Lab de
Viena en octubre de 2019.

A Costa de Marfil llegó para sumarse al equipo del prestigioso estudio de


arquitectura Koffi & Diabaté, de dos arquitectos locales que han sabido

“queA partir
establecer una impronta única en la región. «Me fascina su interés en la
de 2014 hay un dolor, al arquitectura moderna tropical, por la simplicidad del diseño pero enfocándose
llamo duelo migratorio, que este siempre en el clima y el contexto local». Buscando un poco de Latinoamérica
trabajo alivia, es como mi terapia. en África, Alejandra comparte con Koffi & Diabaté sus referentes latinos.
Al fin estoy en un lugar que no está
“ «Siento que ese aporte puede ser muy útil para ellos. Les encantan mis
muy lejos de casa referentes latinoamericanos y me gusta enseñarles lo parecidos que somos».

«Creo que la influencia más palpable de Venezuela en mi fotografía comienza


aquí en Costa de Marfil». Es en este país, que le recuerda tanto a su tierra,
donde vuelve a fotografiar plantas que le resultan familiares, frutas que comía en su
infancia, espacios que evocan juegos con sus primos. «Me emocionan las similitudes.
La guanábana –aquí le dicen corosol– es el jugo favorito de mi tío», explica como si
presentara una evidencia irrefutable de su teoría. Alejandra es consciente de que es
188 Alejandra Loreto

ella quien busca también esas similitudes, tal vez porque la distancia con Caracas se
ha vuelto muy grande.

Estas comparaciones entre Caracas y Abiyán la inspiraron para iniciar su siguiente


proyecto, el que considera más personal hasta el momento. No es azaroso que el
título del trabajo sea A Place I Call Home. Las fotos van a mostrar una superposición
entre Caracas y Abiyán. De forma casi diluida las dos ciudades emergen en una
imagen. «A partir de 2014 hay un dolor, al que llamo duelo migratorio, que este trabajo
alivia, es como mi terapia. Al fin estoy en un lugar que no está muy lejos de casa».

Con los ojos perdidos en algún rincón del balcón y sus plantas verdes Alejandra dice
estar en una época especial. «Siento que he vivido cosas, puedo mirar atrás y saber
que aún me queda mucho por hacer. Espero estar empezando». Y después de una
pausa sigue: «Las fotos siempre deben comunicar algo. Contar otra historia». Cuenta
que le gustaría hacer un libro con sus fotos, trabajar con personas que admira y que
la inspiran, explorar más África con la fotografía. «Me gustaría usar mis fotos para
contar otra historia de África».

Acostumbrada al movimiento constante sabe que algún día dejará este país también.
«Siempre me voy a querer ir. Creo que me gusta vivir entre dos mundos».

Pero en última instancia no son los viajes ni las personas en lo que se vuelca
Alejandra cuando necesita inspirarse. Es el mar. «Cuando veo el mar veo Venezuela».
Quizás es por eso que se siente en casa en este país de África del Oeste, tal vez
en cada paseo en una de sus playas se deja arrastrar por los recuerdos y vuelve
por un rato a casa.

Créditos Anabella Corridoni Lucas Arizaga


PORTAFOLIO
Alejandra Loreto
190 Alejandra Loreto
191 Alejandra Loreto

Tipologías fotográficas: Miami Beach Houses


2014
192 Alejandra Loreto

De la serie
Ruinas
2019
193 Alejandra Loreto

Angela Engel. Parcialmente ciega. “La mayoría de las imágenes están en mi cabeza. Están llenas
de luz, sonido, olor, sentimientos y mucho más”.

Matthias Schmuckerschlag. Nació ciego y tiene problemas de “No estaba muy seguro de cómo hacerlo. Al final, tomé fotos
audición que pueden empeorar con el tiempo. cada vez que escuché un sonido que me gustó”.

Blind Photography Project


2016 - presente
194 Alejandra Loreto

Un nombre largo, un pueblo pequeño: El trabajo fotográfico se muestra en formato de foto-libro y plantea
Hohenruppersdorf preguntas sobre las diferentes nociones de pueblo, campo, la
(ein langer Name, ein kleines Dorf: familiaridad y lo (des)conocido. Cuenta la historia de Leopold y
Katharina, agricultores que conservan sus tradiciones y viven en un
Hohenruppersdorf) pueblo en Austria, Hohenruppersdorf. 
2014 - 2016
195 Alejandra Loreto

Flowers in the Desert Diferentes mujeres que comparten una historia: perder su casa
(Flores en el desierto) debido a la guerra y encontrar un nuevo hogar en el campo de

2018 desplazados en Erbil, Kurdistán.


196 Alejandra Loreto

“Me gusta el mar. Es lo que me despierta Canoa hecha de una sola pieza tallada del Malla que se utiliza para
todas las mañanas”. Wawa, un enorme árbol originario de África. capturar peces pequeños.

El mar está picado, los pescadores se quedan en casa. Kwesi aún vive aquí. Su esposa y diez hijos
se fueron por trabajo y estudio.

To Like the Sea Is Not an Option


(El otro lado del mar)
2015
197 Alejandra Loreto

A Place I Call Home ¿Por qué sentimos que pertenecemos en algunos lugares más
(Un lugar al que llamo hogar) que en otros? Esta serie es parte de una exploración personal
sobre la identidad de lugar, un intento de expresar a través de
2018 - presente
la fotografía los imaginarios de un hogar: Caracas y Abiyán.
D IAN A RA N G E L

@dianaran gel_ar t
DIANA
RANGEL

1987 «Todo es tránsito»

Manuel Gerardo Sánchez David Egui

Nació en 1987, en Caracas. Egresada de la Escuela de


Psicología de la UCV, se debate entre la psicología clínica
y la fotografía documental. Su cámara trotamundos
captura los rostros de la alteridad: hurga en las entrañas
de territorios ajenos para retratar historias que convierte
en arte y reflexión social. Desde 2015 vive en Barcelona,
España. En 2018 su proyecto Políticas de la pedagogía
en el arte obtuvo una beca del centro cultural La
Escocesa; y su estudio sobre la violencia en el barrio La
Dolorita, Voces de un lugar imposible, fue I Premio de
Investigación y Ensayo sobre Aplicaciones Terapéuticas
del Arte, Fundación María José Jove
200 Diana Rangel

Camina por la carrer de Sants y sus ojos aletean como mariposas sobre un
campo de lavanda. El ritmo de sus andares da cuenta de sus arrojos y de cierta
disputa callejera, un no sé qué provocador: la curiosidad con la que desafía a
la calzada, la arquitectura y el jolgorio humano que la seducen e interpelan. Es
verano y el mal humor del sol regaña a los transeúntes que intentan escabullirse
del acalorado apóstrofe. Ella no suda la gota gorda. Cruza a la izquierda por la
carrer de Salou y la conecta con la de Riego. Los nombres de estas vías y atajos
en un idioma extranjero no le hacen retintín. Al menos no le resuenan como
los de El Marqués, Los Palos Grandes o Petare. Donde zanganeaba tan a sus
anchas, tan libre, a pesar de la delincuencia que acechaba en cada recodo de
su ciudad de origen. Nació en Caracas en 1987, pero ahora está en Barcelona.
En su peregrinación europea, lejos del valle tutelado por El Ávila, considerado
como uno de los lugares más peligrosos de América, va descubriendo vericuetos,
sonidos y pasadizos no tan secretos en tanto se acostumbra a las geografías de
una nueva educación sentimental: las que enmarcan sus propósitos y devaneos
de inmigrante en ciernes.

Hoy Diana Rangel no trae consigo su cámara fotográfica. Parece no echarla en


falta, aunque, de vez en cuando, por instinto, se toca el hombro con un ademán
elegante. Su «bebé», como llama a su Fujifilm X-T3, es su traductor y medio de
expresión; el apéndice que cuelga de su nuca, la eterna compañía que la ha
asistido en los países donde ha vivido. Hasta ahora, cinco: Venezuela, Inglaterra,
Suiza, Estados Unidos y España. La fotografía es su manera de estar en el mundo.
La guía que no la abandona cuando se entrega a un proyecto artístico y educativo,
también cuando se rebana los sesos para explicarse «posiciones de enunciación»
–como acuñara alguna vez el filósofo Jacques Derrida–. Zapatea con tumba’o una
cuadra más hacia el norte. Florea gracias y meneos porque el Caribe se tongonea
en su sangre, aunque su piel ebúrnea, blanquísima cual mármol de estatua, pinte
lo contrario. Hija de América, el mestizaje corre por sus venas. Sus genealogías
se ramifican y llegan hasta Holanda y Alemania, de donde dimana la ascendencia
de su ADN materno. Su segundo apellido es Lampe.
201 Diana Rangel

PRIMERA ESCALA
La temperatura –casi 40 grados en ebullición– ensopa hasta los pensamientos e
incendia las aceras que Diana hace trepidar con su ajetreo retador. El aire viciado,
como el bostezo de una hoguera, no la sofoca. Apenas un ligero bochorno se
arrebola en sus mejillas. Son blancas y tersas como el lino de un paño. El punto
de color, más bien a altura de los pómulos, chorrea como la lágrima roja de una
flor de «corazón sangrante» –su preferida–. Cinco minutos después de zarandeos
desemboca en la Plaça d’Osca. Se detiene a tomar aire y aspira la panorámica tan
diferente como habitual.

«¿Seguimos o nos sentamos?» consulta sin rebuscamientos. Gusta de frases cortas


y precisas. Lo suyo no es la retórica. Quizá esa sencillez expresiva la aprendió en la
Escuela de Psicología de la Universidad Central de Venezuela, donde se graduó en
2011 con mención en clínica dinámica. A Diana la entusiasman estos largos paseos
que la enchufan con el «súperyo» y sus cavilaciones más recónditas –esas que no
se atreve a orear con tanta ligereza–. «Siempre me han encantado el psicoanálisis y
Freud», respeta al médico austríaco que el posestructuralismo revisitó y criticó con
tanto ahínco, El Anti-Edipo, Deleuze dixit. «Sí, es verdad, pero era un modernista. No
olvides las limitaciones a principios del siglo XX», exhala antes de retomar la marcha.
«Ven, vamos dándole. Cuando me siento un poco aturdida, cojo calle. Mucha gente
cree que es solo un ejercicio físico, pero la verdad es que estoy organizando, estoy
fichando y catalogando datos, estoy escribiendo en la cabeza», justifica sus maratones
de urbanita en tanto rumia ideas y rellena la Moleskine de su mente.

Caminar es su método de trabajo, mientras el visor y la lente de su cámara


brujulean sus pasos. Diana columpia la mirada, escudriña las morfologías del
paisaje, determina el próximo registro y dispara: asir el tiempo para llevarse consigo
el momento impreso. Es una práctica que repite una y otra vez en su labor como
artista plástico. Su currículum da fe de ello. En 2012, por ejemplo, mientras cursaba
un máster en fotografía en el International Center of Photography de Nueva York,
sondeó la segunda avenida de Manhattan, desde la calle número uno hasta la ciento
veinticinco, con unas particularísimas reglas: charlar con cuanto parroquiano o fulano
la sonsacara, hacer el trayecto de ida por el costado derecho y, un año después,
volver por el izquierdo.
202 Diana Rangel

«Llevaba mi Rolleiflex, que la amo aunque sea más aparatosa, produce volumen, es
mucho más cuerpo. Para no infringir mis propias normas respondí a todas las personas
que se me acercaron. Una de ellas me dijo con tono rudo: “¡Hazme una foto de este
momento de mi vida! Yo soy un poeta famoso”. Yo lo veía con un poco de consternación
pero resultó ser un profesor destacado y miembro del New York School. Era Larry Fagin.
No sé cómo nos hicimos amigos pero hasta me regaló un libro de un fotógrafo que
me gusta mucho, Saul Leiter», rememora Diana las sorpresas de los merodeos que
recibieron el nombre de Re-tornos. El resultado, un rimero de anotaciones ficcionadas
y fotos que aún pellizcan su interés, pretende revelar el carácter discursivo de andar,
un proceso de enunciación no alegórica que puede ser leído como la búsqueda
de un sentido. Quien a zancadas explora un sendero va narrando no solo su propia
historia sino también la del lugar. El conjunto fue expuesto en 2014 en la Galería
Alfinete y en la colectiva Umbabarauma, Saõ Pablo, ambas en Brasil.

«I walk
you walk
we walk

through
each

SEGUNDA ESCALA other

into
Los rayados peatonales y las carreteras le prodigan maravillas. Impelen su espíritu
our
creativo y tienden las zalagardas que, lejos de gestionar malas jugadas o traspiés
selves»
embarazosos, aceleran sus errancias de artista. En 2008, en un corredor de Manhattan,
repleto de desconocidos que arremolinaban y tropezaban su anonimato, se topó
LARRY FAGIN
con Bruce Gilden. El famoso fotógrafo que, con un flash electrónico y una cámara,
Twelve Poems
embosca a transeúntes. En su precipitación, cuando el encuentro repentino desfigura
anatomías, cuando el asalto provoca la desgarradura de los límites personales
y el quiebre ensimismamientos, hace el inoportuno clic. Street photographer por
antonomasia, máxima autoridad del género. «Días antes, ¡qué casualidad!, había visto
un documental de Gilden. Estaba fascinada. Fue mi mamá quien me instó a saludarlo.
Me moría de la pena, pero corrí hasta alcanzarlo y lo abordé. Tuvimos una conversación
corta, pero me conminó a mostrarle mi portafolio. Se lo envié por mail y al poco tiempo
me invitó a hacer un taller con él», da rienda suelta a sus peripecias. La buena fortuna
le hace guiños.
203 Diana Rangel

También en una calle de Minnesota, Est Lake St., Diana desarrolló La última guía
para un inmigrante en Minnesota, crónica en formato de videoarte que recogió sus
vaivenes: iba preguntándole a la gente qué debía hacer un extranjero para permanecer
y pertenecer a la localidad. «Este trabajo surgió en el estudio del fotógrafo Alec Soth.
Escogió a diez artistas de diferentes disciplinas, dibujo, escultura y escritura, entre
otras, y los hospedó en su casa. Yo era la única latina. Por alguna extraña razón, cada
vez que decía que era de Venezuela, mi interlocutor entendía que era de Minnesota.
Era hilarante. Me dije: “¿Qué debo hacer para encajar en un lugar que al parecer suena
igual al mío?”». Y así Diana se endomingó con su mejor pinta de forastera y salió a
conquistar la zona. Coleccionó experiencias: siguió instrucciones, tomó fotos a los
vecinos, afinó su voz para canturrear «Strawberry Fields» en una tienda, trenzó el
pelo cano de un anciano y, con un golpe de zascandil, engatusó a un sacerdote para
debatir de sexo y hasta concertó una primera cita con un cincuentón. La grabación
de siete minutos, que muestra al ralentí sus travesuras y hallazgos, fue proyectada
en Caracas, Estados Unidos y en el Festival DOC Field Photograpic Social Vision, en
Barcelona, 2017.

La Plaça d’Osca es un oasis inscrito en una cuadrícula de cemento. Las palmeras


musitan confidencias con el viento; hay padres que, bajo las sombras, desagravian
luchas domésticas y los niños patean goles a la inocencia. Después del descanso,
Diana sigue de largo y traspone la carrer Masnou. Con cada paso pareciera desbrozar
la avenida. Pero rectifica y vuelve sobre sus huellas. Mejor sentarse en uno de los bares
anteriores donde habitués y viajeros embriagan su embeleso turístico en grandes
jarras de cervezas. Escoge una terraza con cuatro mesas blancas. Escucha las ásperas
reverberaciones de un si us plau por aquí y un bona tarda por allá. Se repantiga en
una de las sillitas para torear las intromisiones del periodista.

Se acerca una mesonera y, con donosura, recita la bienvenida: «què voldran?».


«Una caña, por favor», pide Diana para refrescarse después del chapuzón de luz y calor.

«¿Hablas catalán?»

«Ni pío, pero entiendo bastante bien», desliza con picardía, como si maquillara una
verdad que comprometiera la capitulación y la paz de ochos estados en guerra.
“Meparticularidades
interesan los movimientos y las
del día a día. Mi
búsqueda siempre fluctúa entre lo
individual y lo colectivo, lo interno y lo

externo. Aquello que está viajando. Lo
que se mueve me motiva
205 Diana Rangel

TERCERA ESCALA
Diana vive en Barcelona desde 2015 luego de cosechar no pocos éxitos como artista,
psicóloga y fotógrafa en Venezuela. Como a miles que han engrosado las estadísticas
de la diáspora criolla –de acuerdo al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para
los refugiados, más de tres millones de paisanos han abandonado sus hogares–, la
capital de Cataluña la ha acogido sin mezquindades ni hosquedad. «Aunque todo
inicio es difícil, sobre todo para alguien como yo, que vine con el dinero contado, sin
subvenciones ni ayudas, no me puedo quejar: trabajo las comunicaciones de la galería
Ana Mas Projects, vivo con mi novio en un apartamentico muy cómodo y empiezo a
reorganizar mis rutinas», enumera sus logros de la vida privada. Es que lo íntimo, lo
que se refleja en el espejo de la peinadora del cuarto, aquello que soslaya el grand
récit de la historia, la cautiva. La hechiza.

Las alegrías y los milagros de las cotidianidades, las tristezas y las pesadumbres de
lo mundano: la cantera de información que excavó Georges Duby para desentrañar
las mentalidades de cada época, refulgen como temas recurrentes en su obra. «Me
interesan los movimientos y las particularidades del día a día. Mi búsqueda siempre
fluctúa entre lo individual y lo colectivo, lo interno y lo externo. Aquello que está
viajando. Lo que se mueve me motiva». Más allá de las hazañas de héroes mitológicos
y de las gestas de príncipes a caballo, la ropa, los amores y odios, la comida –Diana
cocina una pasta con mantequilla y salvia fresca que despierta la gula y hace gulusmear
a invitados– y, por supuesto, las palabras son esas pequeñas-grandes cosas que
desvelan el carácter de la humanidad. Y ella lo sabe. «En mi trabajo no solo trato
de evidenciar el intercambio de memoria, sino también las discrepancias que están
atadas al lenguaje. ¿Qué es ser hombre para ti? ¿Qué es ser mujer para mí? Pienso en
la lengua y en las imágenes y en cómo las usamos y leemos», le quita la cubierta a la
ontología de sus especulaciones y obsesiones.

Cada uno de estos elementos, las inquietudes y postulados que azuzan a Diana, y que
ella se empecina en exponer, están presentes en Voces de un lugar imposible –hasta
la sazón, su investigación plástica y teórica más ambiciosa–. «Como tesis de grado,
me propuse estudiar la violencia en jóvenes del barrio La Dolorita, municipio Sucre. La
idea estalló luego de que mi mentor en la Escuela de Psicología, Antonio Pignatiello,
impartiera un seminario sobre las construcciones subjetivas del crimen y la barbarie.
206 Diana Rangel

Analizamos los testimonios y declaraciones de asesinos y secuestradores compilados


en el libro Tiros en la cara de Alejandro Moreno. En el pupitre me di cuenta de que yo
quería hacer algo similar. Entonces acudí a la fotografía como recurso diferenciador y
como vehículo narrativo», discurre.

«En 2011, conocí a un grupo de chamos de Petare que se portaba mal. Le


di cámaras desechables a cada uno de ellos para que tomaran fotos y, por

“ Sobre todas las cosas,


me interesan los “
medio de ellas, les pedí que articularan y dibujaran sus realidades. Fue una
práctica terapéutica magnífica que duró tres meses. Con ella aprendimos a
escucharnos», comenta henchida de satisfacción y añade: «Sobre todas las
procesos de apropiación cosas, me interesan los procesos de apropiación y adopción de discursos.
y adopción de discursos Voces es un ejercicio de resignificación de objetos y de categorías para
explicarnos qué somos y cómo nos formamos». Enciende una candileja
para iluminar los misterios de la existencia. Los interrogantes que, desde
tiempos clásicos, han acuciado a mentes prodigiosas. Para Aristóteles, por ejemplo,
el alma es una entelequia y para Voltaire –faro de la ilustración– «es una razón por
la que tiene la potencia de ser lo que es», Micromegas. «Ellos me enseñaron sus
honduras, sus preocupaciones y sus temores más profundos. Juntos redactamos una
historia común, compartida. Cada quien tiene su relato personal. Existimos en tanto lo
contamos. Sí, en la medida que lo referimos nos construimos o deconstruimos», diserta
sin engreimientos heideggerianos.

Pero ¿por qué Petare y no otro sitio? «Sentía la necesidad de salir de mi zona de
confort, de mi burbuja y mis privilegios de clase media. Cuando subí al cerro, estaba
muy consciente de que yo era la extraña, de que pertenecía a una minoría en un país
cuyos índices de pobreza eran y son elevadísimos», desgrana las complejidades y
desigualdades sociales que vislumbró cuando apenas ingresaba en la UCV. «Ya
notaba esos contrastes. Venía del colegio Cristo Rey de Altamira, que es privado y
católico. Mis compañeros de alguna manera lo resaltaban. Incluso, hubo quienes me
discriminaron por mi color de piel y mi rendimiento. ¡Ojo! Yo no era más inteligente
que ellos. Solo tenía método. Las monjas me dieron herramientas que aún empleo»,
agradece Diana el hábitat académico donde se formó, los consejos literarios y
luces espirituales de la madre Maureen y hasta los gorjeos que silbaba frente a los
micrófonos de los festivales de gaitas estudiantiles. Sus ojos chispean como lucecitas
de Bengala. La infancia resucita con sus rimas y el furruco a la sordina: «Amparito,
Amparito. Te olvidaste del negrito. Tu maracuchito…».
207 Diana Rangel

Los vínculos y oposiciones con la diferencia, las relaciones con los otros y sus
dialécticas la inflan de ánimo para sumirse en cuestiones filosóficas y artísticas: la
alteridad. «Es mi gran preocupación. En Voces planteo la dualidad entre lo que soy
y lo que es mi interlocutor», extrae la quintaesencia de su estudio. Y así, en un plis
plas, Diana refrendó lo que a la imagología en literatura comparada, tan de moda en
los estudios interculturales, le tomó años de escritura y publicación: toda image se
confecciona a través de la comparación continua entre lo propio y lo foráneo. «¿Cómo
se edifican los clichés, prejuicios, estereotipos, es decir, las opiniones sobre los demás?»
medita. El profesor de La Sorbona Daniel-Henri Pageaux, experto en la materia, se
apresuraría en arrojar aclaraciones: hablar de los otros es una forma de destapar algo
de sí mismo. «Mis tertulias con estos jóvenes me sirvieron para entenderme y sopesar
la carga ideológica y política que tienen las opiniones que los señalan».

Voces de un lugar imposible desenreda y alumbra los tumbos metafísicos y verdades


más íntimas de Wilkins, Ruben, Keinel, Brayan, Banbán y Julián. Con una franqueza
que conmueve y una elocuencia que deslumbra, los muchachos atrapan la atención
del espectador. Foto tras foto, se van despojando de las armaduras y yelmos que los
protegen de las crueldades de sus entornos. Con cada pregunta o confrontación de
Diana, se desembarazan del antifaz criminal y desnudan la fragilidad de sus cuerpos y
la virginidad de sus sentimientos. Sus confesiones son un abrazo cálido lo mismo que
un helamiento al corazón. Wilkins cuenta un selfie: «Oye no sé cómo decirte cómo
soy yo… buen amigo, como quien dice, también buen amante, soy buen estudiante.
Me gusta estudiar y todo. ¿Oíste? Tengo mente para eso, no me da flojera ni nada.
Lo que me da flojera es escribir, por eso es que quería estudiar para doctor pero me
dio flojera, como nunca aprendí a escribir. “¿Por qué escribes tan feo?”, me decía
mi mamá. “Porque voy a estudiar para doctor, mamá”. ¡Ay, vale! Yo sí me río de mi
familia». Wilkins interpreta la foto de un mar: «Esta sí, esta sí me gusta. Esta soy yo.
Nunca sabes lo que va a pasar. No se ve nada y en mí nunca se ve nada tampoco. Esta
foto es como ir al fondo, nunca lo encuentras. ¿Cierto? Así soy yo, nunca encontrarás el
fondo…». Wilkins se apoca frente al futuro con una imagen negra: «Me da rabia decir
esto, pero si no me matan… Tendrías que verme, Diana. Tengo esta vida por estúpido.
Y bueno tengo una buena vida. Lo que soy es descuidado, Diana, descuidado».

«Algún tiempo después, pasaron muchas cosas. Uno de ellos fue asesinado y otro se
convirtió en asesino. Todos nos escondimos y tuve miedo por dos meses. Al volver me
208 Diana Rangel

llevé la sorpresa de verlos diferentes, habían cambiado, decidieron tomar otro rumbo.
Uno cocinaba, el otro era obrero y el mayor era vigilante. ¿Qué los hizo cambiar? ¿La
fotografía? ¿Mis visitas?», extendió Diana los acertijos sin resolución en un artículo
publicado en la página web Backroom Caracas. A Wilkins lo mataron en junio de
2014. Ese mismo año, Voces de un lugar imposible trazaba su ruta como exhibición
itinerante. Fue expuesta en la Fundación Cultural José Ángel Lamas de Petare y
en la Alcaldía Sucre del Estado Miranda. Su larga procesión terminó en Mérida y,
como última parada, en España se ungió de reconocimiento tras ganar, a finales de
2018, el I Premio de Investigación y Ensayo sobre Aplicaciones Terapéuticas del Arte,
otorgado por la Fundación María José Jove, en Galicia. «En septiembre u octubre
saldrá un libro que contendrá un ensayo, las crónicas que acopié mientras trabajaba en
el barrio y, por supuesto, las fotografías. Es una manera de juntar la ingente cantidad
de material que tengo y sacarlo a la luz».

Voces no se limitó al perímetro de una pared donde se colgaban sus


videos, impresiones y algunos pocos textos, no. Diana sabía que para
llegar a más personas, para rebañar, como el pastor a sus ovejas, a más

“Cada quien tiene su relato


personal. Existimos en
interesados, debía salir de la frialdad de los museos –ella se indigesta con
los respingos y la antipatía de las galerías de postín–. Por eso irrumpió en
comunidades marginadas y con su evangelio de tolerancia y educación
tanto lo contamos. Sí, en la“ expugnó Petare. Su gente, sus ruidos y sus colores –los «hangeos» que
medida que lo referimos nos se crispan en una esquina, el piropo del pandero que se humedece en el
construimos o deconstruimos escote de una morenaza y el ron que desborda vasos y corduras, conjuraron
el embrujo. La barriada más grande y feroz de Caracas le abrió las puertas
y ella sin miramientos ni retrasos se internó en su enorme fortaleza y se
apoderó de su corazón: los niños.

«Hablé con el director del liceo Mariscal Sucre y con el encargado de la Biblioteca
Misia Ana Jacinta de Infante. Les presenté mis intenciones de abordar y discutir temas
como la violencia, las drogas y la reinserción en la sociedad. Fueron muy receptivos. No
tardaron en entregarme un salón lleno de niños con la condición de que diera clases
todas las semanas. Fue un reto. Los puse a contar historias a partir de imágenes que yo
les daba. El propósito era desplegar otros derroteros que no condujeran a la violencia.
También hicimos una estación de escaneo. Recopilamos fotos antiquísimas de los
vecinos y las pasamos a formato digital para rescatar la memoria del sitio. Cada niño
tomó una e inventó un cuento. Ellos reescribieron su pasado. Uno me dijo que su foto,
209 Diana Rangel

por los carros, la limpieza y la belleza del entorno, había sido tomada en Roma y no
en La Dolorita», se enternece de esos candores que atesora agradecida. Sentada en
esta plaza, lejos de los regateos de los buhoneros petareños y las voluptuosidades
del reggaetón, su recuerdo, como un mototaxista que penetra en la oscuridad de
una vereda, se pierde en lontananza.

FINAL DEL TRAYECTO


Los enjambres de turistas revolotean por doquier. Entran por la carrer de Masnou
para solazarse en este remanso amurallado por los edificios de otros siglos. El
cielo encapotado anuncia tempestad, una terrible, como la que hizo naufragar a
Odiseo. A Diana le atraen las tentaciones y las veleidades de esta metrópoli del
Mediterráneo. Mas no está segura de que será su destino final. Reconoce que ha
tenido suerte y, aunque hace asco a las ostentaciones, no se ufana de sus méritos, en
muy poco tiempo se ha granjeado de algunos premios locales. En 2018, Políticas de
la pedagogía en el arte obtuvo una beca de investigación y experimentación artística
concedida por el centro cultural La Escocesa. Una propuesta que reúne en mesas
redondas a especialistas de la enseñanza interdisciplinaria. En 2017, su instalación
fotográfica Alcatraz fue seleccionada para la Bienal de Arte de Valls, en Tarragona.
Esta obra coquetea con Voces. «Por supuesto, es que si tuviera que resumir en una frase
o en una lista mi búsqueda sería: imagen, palabra, campo, conversación y escuchar»,
sintetiza. «Alcatraz proviene de una relación con un grupo de jóvenes de un programa
de reinserción social para delincuentes», reseña su página web www.dianarangel.com.
«Vine a Barcelona por las mismas razones que muchos otros y porque no podía seguir
haciendo lo que quería en Caracas. Además, todos mis proyectos los costeé yo, nunca
recibí un bolívar por ellos, y algunas instituciones se aprovecharon y los politizaron.
La burocracia sembraba muchos obstáculos a la hora de emprender algo nuevo», se
lamenta sin hacer de su frustración una jeremiada y ensarta el hilo suelto: «Por último,
en estos barrios me identificaron y, la verdad sea dicha, estaba muy desprotegida».
Se convence de los riesgos que la amenazaban y, no obstante, no se amilanó y
porfió en su senda.
“elEnintercambio
mi trabajo no solo trato de evidenciar
de memoria, sino también
las discrepancias que están atadas al
lenguaje. ¿Qué es ser hombre para ti?
¿Qué es ser mujer para mí? Pienso en la

lengua y en las imágenes y en cómo las
usamos y leemos
211 Diana Rangel

Atruenan los primeros rayos. Una cruz eléctrica de seis brazos relampaguea en la
inmensidad de la bóveda que cubre la plaza. Llueve a cántaros.

Valiente siempre ha sido. A los dieciséis Diana aterrizó solita en París. En el


barrio de Belleville, compartía una habitación de hostal con un chino que, cada
noche, hacía chirriar la litera con el subibaja de sus complacencias. Harta de los
estremecimientos debajo de las sábanas y de los gemidos reprimidos, en un rapto
valeroso, lo sermoneó. «Después el tipo me regaló una bandeja de croissants y un
ramo de flores», se engolosina con las evocaciones de la adolescencia.
Bríos aparte, al fondo de sus remembranzas reposan los sedimentos de
esa niña que jugaba a «la ere» con su hermano Andrés bajo el jazmín del
bosque encantando de su casa. Atrás quedaron los retozos en la librería
“ Claro que soy feminista,
porque no soy sumisa. Creo “
del Ateneo de Caracas cuando su mamá se codeaba con aquella bohemia. en las libertades individuales
En su álbum familiar revisa viejas postales y encara sus añoranzas: los
ladridos de su perro Freddy, las zalamerías y los cariñitos públicos de
por encima de las colectivas
sus papás –no han dejado de estar enamorados– y las ensoñaciones que
animaban Rayuela de Cortázar o las peripecias de Octavia de Cádiz, la
alumna del mítico personaje Martín Romaña del escritor peruano Bryce Echenique.
«Me tenía como loca. Mi cuenta de Twitter es @mundoctavia. En honor a ella. Aunque
en este momento leo menos novelas y más poesía», asegura quien en su mesita de
noche guarda los dos tomos de Poesía vertical de Roberto Juarroz y, cinco o diez
páginas después, vuelve a versos de Alejandra Pizarnik y Cristina Peri Rossi. «Claro
que soy feminista, porque no soy sumisa. Creo en las libertades individuales por encima
de las colectivas. Pero tampoco soy una ofuscada por la causa. Es más, admito que me
gusta que mi pareja me cuide», confiesa mientras se toca una cadenita con un dije de
la Virgen del Valle, prueba de su conservadurismo y su devoción.

«Las mujeres son libros que hay que escribir


antes de morir
antes de ser devoradas
antes de quedar castradas»
CRISTINA PERI ROSSI
Prólogo
212 Diana Rangel

«¿Vas a volver a fotografiar a Venezuela?»

«Me gustaría regresar, pero no lo sé…» masculla casi inaudible. No se le quiebra la


voz, doma sus melancolías. La saudade portuguesa todavía no se le ataruga en la
garganta. «En cuanto a la fotografía, mantenerme en mi oficio, es muy parecido a
comer o beber agua. Necesito crear», sentencia sin titubeos y se pone de pie.

Es hora. Un manto acuático arrebuja a la ciudad. El viento sopla y sacude el pelo


castaño de Diana. Se escurre como un llanto en su cara. Está lista para prender los
motores de su magín como viandante. «A veces solo camino y ya… estoy haciendo e
imaginando cosas», apura el comentario y se cuela con rapidez por la carrer de Premià.
Antes de esfumarse como un holograma se voltea y susurra: «Todo es tránsito».

Créditos Manuel Gerardo Sánchez David Egui


PORTAFOLIO
Diana Rangel
214 Diana Rangel

«Wilkins»
Del proyecto
Voces de un lugar imposible
La Dolorita, Petare
2010
215 Diana Rangel

«Los de El Terminal»
Del proyecto
Voces de un lugar imposible
La Dolorita, Petare
2010
216 Diana Rangel

“Esta sí, esta sí me gusta, esta soy yo. Nunca sabes lo que va a pasar, no se ve nada, y en mí nunca se va nada tampoco,
esta foto es como ir al fondo, nunca lo encuentras ¿cierto? Así soy yo, nunca encontrarás el fondo… ”

«Wilkins y el mar»
Autor: Wilkins
Del proyecto
Voces de un lugar imposible
La Dolorita, Petare
2010
217 Diana Rangel

Del proyecto
Retornos
Nueva York
2011-2012
218 Diana Rangel

Del proyecto
Retornos
Nueva York
2011-2012
219 Diana Rangel

Del proyecto
Retornos
Nueva York
2011-2012
220 Diana Rangel

Del proyecto
La última guía para el inmigrante en Minnesota
(still de video)
Minnesota
2013
221 Diana Rangel

Del proyecto
La última guía para el inmigrante en Minnesota
(still de video)
Minnesota
2013
A N A M AR Í A A R ÉVA LO

@anitasinf il tro
ANA MARÍA
ARÉVALO

1988«Esta violencia no es mía»

Lucía Jiménez Ricar2

Fotógrafa documental con mirada sociológica, se inició


en Estudios Liberales de la Unimet, en Caracas, y en la
Escuela de Ciencias Políticas, en Toulouse, ciudad donde
se gradúa de la Escuela Superior de Fotografía. Su serie
Días eternos, sobre mujeres en centros de detención
venezolanos, fue reconocida por el Pulitzer Center y el
Women Photograph en 2018 y fue primer premio POY
Latam, categoría La fuerza de las mujeres, en 2019. En
The Meaning of Life aborda el espinoso tema del cáncer
en los testículos. Nacida en Caracas en 1988, ha vivido
también en Toulouse, Hamburgo y Bilbao.
Además, es cantante y compositora
224 Ana María Arévalo

Ana María Arévalo es una mujer explosiva. En el mejor sentido de la palabra.


Su exhuberante personalidad crea un espacio de confianza casi inmediato, que
atraviesa la calle mientras saluda. Hoy, desde la diáspora intermitente, se abre
camino ante un mundo que aún descubre pero que afirma como propio: la
fotografía documental.

UNA CASA DE MUCHOS MUNDOS


Ana María nació en Caracas el 1° de noviembre de 1988. De su madre, Ana María,
parece heredar no solo su nombre sino también una apariencia mediterránea: «Mi
abuelo por parte materna era libanés. Se vino a vivir a Venezuela a surgir y hacer vida.
Acá se casó con mi abuela. Mi mamá era la menor de seis hermanos». Su padre, Jaime,
el mayor de tres hermanos, fue hijo de militar. «Mi mamá trabajó muchísimo tiempo
en el área de cargo de la aerolínea KLM, y mi papá empezó trabajando como agente
aduanal en La Guaira, donde se conocieron. Ahora él hace lo mismo, pero en la parte
de exportación e importación. Mi mamá vive en París».

«Yo crecí en un apartamento de Prados del Este con mi mamá y mi hermano. Mis
padres se separaron cuando tenía trece años. Acá teníamos una vida muy tranquila».
Dentro de un conjunto residencial de cuatro edificios con veinte pisos cada uno y seis
apartamentos por piso, Ana María se confiesa afortunada de una infancia feliz. «Crecí
con gente que venía de lugares muy diferentes y siempre tuve esa mezcla de amigos
que no importaba de dónde saliéramos. Éramos un grupo como de veinte pelaos, de
ahí que uno crecía casi sin filtros».

En el Colegio Mater Salvatoris de Caracas, Ana María consiguió una educación que,
además de ser privilegiada, contrarrestaba a su modo de ver con la informalidad
225 Ana María Arévalo

«un poco abstracta» de su entorno en casa. Compartida entre estos dos mundos, su
adolescencia se llenó de amistades que le han acompañado más allá de esos años
de escolaridad. De competir codo a codo en el equipo de voleibol a compañeras
inseparables en la universidad, hoy estas once amigas de las que habla con cariño
mantienen sus contactos desde la diáspora, como en general le ha tocado hacerlo a
toda su generación.

En 2007, Ana María inicia sus estudios en Estudios Liberales en la Universidad


Metropolitana. Cuando en 2009 se inicia en las protestas que en esos años lideraban
los distintos movimientos estudiantiles universitarios, toma parte en un pequeño
proyecto de noticias por la web junto a algunos compañeros. En una de esas
«coberturas» de una manifestación al TSJ, Arévalo huyó del enfrentamiento y quedó
atrapada en medio de un grupo violento. Aquella situación selló el camino como el
primero de los eventos que finalmente la llevarían a tomar la decisión de emigrar.

Poco tiempo después, mientras celebraba junto a unos amigos en un


restaurante de Las Mercedes, Ana María fue testigo de cómo un hombre
armado entraba al lugar y disparaba a matar a otra persona. El shock de
ver a una persona morir, y de cómo el culpable salía caminando impune,
“vez
Es un reto agarrar las raíces otra
y meterlas en otro lado, sobre

terminó por ahuyentar a la joven estudiante. «Después de eso, no quise todo en un lugar tan diferente
saber más nada. Ni por qué lo había matado; no había razón posible. Para
mí, eso no se hace, y punto. Decidí irme».

En 2009, Ana María se mudó a Francia. Había pedido ayuda a su mamá, quien envió
mensajes a toda una red de contactos hechos en su trabajo en Air France –que había
adquirido antes KLM–, hasta que finalmente alguien contestó. Jean Louis Raynauld, y
su familia, ofrecieron a Ana María un lugar en Toulouse mientras ella tomaba un curso
de francés. A los veinte años, Arévalo se haría camino en un nuevo mundo. «En un mes
entendí que uno podía caminar por las calles y salir a cantar en bares sin miedo; que,
aunque uno tiene que cuidarse, no es normal vivir en paranoia. Así que luego de terminar
el curso de idiomas decidí hacer una reválida para quedarme a estudiar en Francia».

En un pequeño apartamento estudio, cercano a la familia que le recibió antes, y


compartiendo con otros cuatro compañeros de piso, Ana María pasó los siguientes
cinco años. En un corto regreso a Venezuela para renovar sus papeles, ella y una amiga
226 Ana María Arévalo

viajan espontáneamente a Playa Majagua, en el estado Miranda, donde –como quien


imagina una escena de comedia romántica– conoce a quien se convertiría su esposo.
Su relación con Phillipp Quante, un ingeniero que hacía el programa de intercambios
de Erasmus en Venezuela, se inició con una corta temporada en el país. De vuelta en
Toulouse, Arévalo se inscribió en la Escuela de Ciencias Políticas.

En 2011, Ana María debía continuar en el máster de Ciencias Políticas; en cambio,


descubre la posibilidad de realizar carrera en la Escuela Superior de Fotografía de
Toulouse (ETPA) y se interesa por ella. «Me di cuenta de que no me gustaba y tuve
la suerte –o quizá fue casualidad– que estaba en una ciudad con muchísima vida en
fotografía. Yo vivía a dos minutos del Château d’Eau, uno de los primeros museos
de fotografía de Europa, y me llamó la atención una exhibición que tenían sobre
fotorreportajes. A partir de ahí estuve averiguando hasta que di con la ETPA, una
escuela que daba la carrera de fotografía en tres años».

Convencer a su padre, un hombre de pensamiento conservador en cuanto a los


estudios, fue una tarea difícil. «Se preguntaba qué iba a hacer ahí si nadie gana
dinero. Tenía la visión de que yo estudiara algo “formal” pero yo nunca quise eso».
Eventualmente logró persuadirlo al investigar sobre el ejercicio profesional de
quienes egresaban de aquella escuela francesa.

Luego de cuatro años de relación a distancia, en 2014, Ana María decide mudarse a
Hamburgo. «La decisión estaba entre seguir en Toulouse o seguir con Phillipp, así que
me fui». En Alemania comenzó a trabajar como independiente durante los primeros
meses mientras aprendía el idioma y se adaptaba a su nuevo hogar. «Es un reto
agarrar las raíces otra vez y meterlas en otro lado, sobre todo en un lugar tan diferente.
Para mí fue muy difícil, pero me encantó».

Los siguientes cuatro años significarían para Ana María algo más que la adaptación
a un nuevo mundo. Desde la publicación de sus fotografías –un reportaje sobre los
«cuentapropistas» que registra los trabajadores de setenta profesiones liberadas por el
gobierno de Cuba en 2012– en el especial biográfico de Fidel Castro en Der Spiegel
de Alemania, su vida profesional fue dando el giro en la dirección correcta, y esto le
ha permitido regresar a Venezuela desde 2016 con una especial mirada sobre cómo
la crisis del país afecta a la mujer y su rol dentro de esta sociedad.
227 Ana María Arévalo

En septiembre de 2018, Phillipp es transferido por trabajo a Bilbao y Ana María vuelve
a cambiar de mundo. Desde allí continúa con su trabajo independiente y vuelve
constantemente a Venezuela a fotografiar. Es una vida activa, de mucho movimiento
y viajes. «Pasa una cosa muy curiosa con la creatividad: cuando entras y sales todo es
nuevo, todo es diferente y te refresca. Yo, que puedo hacer esto, siento que es mejor
venir a fotografiar intensivamente y poder volver a Bilbao para hacer postproducción
y luego ver qué se puede hacer para luego regresar. Porque esto acá cansa, se te va el
tiempo en sobrevivir así que para mí es mejor entrar y salir».

Su tiempo se divide entre la realización de los pre-proyectos, la aplicación a fondos


y ayudas, la producción del viaje y también la divulgación de las fotografías que ya
guarda en su portafolio: abrir exposiciones, dar charlas y exhibirlo tanto como pueda.
«La otra parte son trabajos suaves, que me dan un balance».

CONECTANDO CON FOCO


Cuando empezaron los viajes, Ana María disfrutaba de tomar fotografías sin un
objetivo claro. «Cuando me fui de Venezuela, agarraba la cámara informalmente como
para reportarle al mundo lo que yo hacía. A mi mamá, a mi familia, a Phillipp. Entonces
tomaba fotos de mis viajes, los paisajes, a mis amigos, a mi familia francesa, todo eso
que además era muy nuevo. Esos colores europeos, esa luz rara, esos días de verano
larguísimos y todo eso lo fotografié. Llevaba una especie de diario de vida. Siempre estaba
pendiente de la cámara, de hacer videos… Hice por diversión una serie de gente con
un mismo sombrero que me llevaba a todos lados y publicaba todo en mi Facebook».
Nunca se dio cuenta de que sería ese el primer llamado a la fotografía documental.

En su entorno, la fotografía era un elemento extraño. Con sus padres trabajando


en aeropuertos y un hermano –Sebastián, de veintiséis– graduado de Economía en
Estados Unidos, el arte como profesión, en general, se sale de lo normal para ellos.
«En mi familia, la única hippie que hace creaciones artísticas creo que soy yo». Sin
embargo, la vocación de Ana María fue muy firme desde su inicio: «Cuando dejé el
máster de Ciencias Políticas, hice una especie de inicio de máster de Periodismo y me
tocó tomar las fotos para un periódico que estábamos haciendo. Hice unos retratos de
228 Ana María Arévalo

una muchacha siria, un muchacho haciendo longboard, y gustó. Me parecía algo que
podía hacer, dentro del periodismo». Cuando se inscribe finalmente en la ETPA, supo
con seguridad que estaba en su elemento.

«Desde el principio supe que lo que yo quería hacer era documental, reportaje y con
gente. No quería hacer nada de paisaje ni de arquitectura porque me aburría. Cada
vez que me mandaban a hacer algo que no tuviese gente, yo no quería». El momento
definitivo llegó cuando por casualidad conoció a una familia gitana en Toulouse y
comenzó a fotografiarlos en todas sus actividades.

Durante el segundo año de estudios, una de las materias pedía hacer proyectos todas
las semanas y producir una serie al final de cada trimestre. Una tarde en un café de
Toulouse, Arévalo se acercó a los gitanos por una extraña necesidad de conocerlos.
Porque ellos, como ella, eran diferentes. El jefe de familia la aceptó al averiguar que
era venezolana. «Desde ese día estuve dos años con ellos, tomándoles fotos de todos
los tamaños, colores, formas y maneras; retratos, reportajes; analógico, digital; con luz,
en invierno, en verano. Todo lo probé con ellos. Fueron mi estudio, mi experimento».

La serie Los gitanos de Toulouse fue un abrir de ojos. El acercamiento que logró
le permitió conocerlos más allá de la fotografía, entenderlos a ellos, su historia y
su circunstancia. «Fue enamorarme de ellos mientras tomaba fotos en el camino».
Aunque antes solo cumplía un objetivo académico, es entonces cuando Ana María
«agarra» la cámara y entiende lo que significa para ella la fotografía «de verdad»:
«que no es un juego, ni un reporte para las redes, sino que sirve también para mostrar
una realidad, para entenderla, para conectar y para satisfacer una curiosidad, mostrar
las injusticias y las desventajas, y hacerlas públicas».

Arévalo nunca mostró mucho interés en otra cosa más que en la fotografía documental.
«En la gente». Es experta no solo en capturar la expresión del rostro, de los ojos
–razón que explica que disfrute también del retrato–, sino que intenta reflejar también
un sentido de humanidad, de la vida en sí misma.
“juego,
La fotografía de verdad, que no es un
ni un reporte para las redes, sirve
también para mostrar una realidad, para
entenderla, para conectar y para satisfacer

una curiosidad, mostrar las injusticias y
las desventajas, y hacerlas públicas
230 Ana María Arévalo

DAR LUZ A LAS ANGUSTIAS


En 2012, mientras empezaba a descubrir a los gitanos, Arévalo realiza un viaje de un
mes a Cuba. Por sus amistades en la isla, comienza a prestar atención a un grupo de
trabajadores independientes que ofrecían distintos servicios en profesiones que antes
eran restringidas por el gobierno cubano. Los «cuentapropistas», como les llaman,
significaron más adelante el primer trabajo que representó un avance profesional en
la carrera de Ana María. Fue para ella la confirmación final de que podía dedicarse
tiempo completo a la fotografía.

Después de cuatro años trabajando en publicaciones independientes, Arévalo


regresa por primera vez a Venezuela en 2016. Los cambios en la situación del país la
sorprendieron. «Fue brutal lo que vi, todo tan diferente; la infraestructura estaba muy
deteriorada y la gente había perdido la esperanza en algo mejor. El espíritu estaba muy
bajito y yo entré en shock». Las protestas de 2014 todavía marcaban su huella sobre
la crisis. Ante esto Ana María toma la resolución de prestar su cámara como un modo
de dar respuesta a su propia angustia.

“Milo que
Lo que en principio era un viaje de visita a su padre y su familia, se transformó
en el inicio de un proyecto definitivo en la carrera de la fotógrafa. «No
medio es la fotografía,
me sirve a mí para
pensaba que quería trabajar acá, pero después de ver lo que pasaba, quise

hacer todo lo posible, y mi medio es la fotografía, lo que me sirve a mí para generar acción
generar acción».

A través de una conversación con su amiga Angélica Lugo –reconocida periodista


de sucesos y política–, Ana María se entera de la situación de las mujeres en centros
de detención que sobreviven en condiciones precarias y tienen que sobrellevar
embarazos dentro del encierro en espacios mínimos y hacinados. «Al día siguiente
decidí acompañarla a un hospital a entrevistar a una de las presas que estaba por
dar a luz. Cuando intenté conseguir el permiso ingenuamente del guardia que la
escoltaba me dijo en seco: “Tú le tomas una foto y te regresas conmigo”. Solo
después de negociar un rato con él fue que pude retratarla. La adrenalina que sentí
me encantó y me incitó a más».

El siguiente fue un calabozo en Valencia donde fue testigo de la crudeza de esa


realidad. «Ves todo tipo de enfermedades, drogadicción, un drama muy fuerte que me
231 Ana María Arévalo

puso a pensar en cuánto tiempo tiene pasando y nadie sabe de esto. Nadie dice nada.
Me dio vergüenza». La claridad con la que Ana María se enfrentó a esta situación es
admirable. Supo identificar inmediatamente la necesidad de retratar la crueldad en
un intento por llevar al mundo el mensaje de esas mujeres que se han quedado sin
voz propia, ignoradas por una sociedad en deterioro.

«Empecé este proyecto con mis propios fondos y al año siguiente lo ofrecí a varias
publicaciones afuera del país, pero no conseguí interés». A partir de un crowdfunding
en el que publicaba a la venta sus fotos «más bonitas» de los gitanos o de Cuba
reunió lo necesario para comprar el pasaje de vuelta a Venezuela y, durante un mes,
trabajar intensivamente y hacer más fotos. Al regresar a Hamburgo, postuló la serie
Días eternos al New York Times Portafolio Review y fue seleccionada. Gracias a
esto viajó en abril de 2018 a Nueva York donde se reunió con representantes del
Pulitzer Center y la organización Women Photograph que reconocieron su trabajo
y le otorgaron dos becas que le permitieron regresar una vez más a Venezuela y
expandir el proyecto.

«Logré hacer un estudio bastante general de la situación penitenciaria de Venezuela y


con ese trabajo es que me doy cuenta de que sí se puede hacer más con la fotografía».

UNA FOTO ÍNTIMA Y UNA CANCIÓN DE AMOR

En medio de su proyecto, Ana María recibió la atemorizante noticia de que Phillipp,


su esposo desde 2015, había sido diagnosticado de cáncer en los testículos. Aunque
habla del asunto con cuidado, se ha desprendido de todo tabú y con soltura trata
el tema del que nadie quiere hablar. «Muchos hombres sufren de esto y no se habla,
sobre todo en países latinoamericanos donde todavía está muy presente el machismo».
Al enterarse, viaja a acompañarle durante el tratamiento.

Poco antes, Arévalo había realizado un taller con LFI (Leica Fotografie International)
en Hamburgo, dictado por el fotógrafo danés, Jacob Aue Sobol, para el que debían
producir un poema de amor. Aquella asignación se transformó en una canción
232 Ana María Arévalo

compuesta por Ana María para su esposo que luego grabaron en un video en el
que ella canta, Phillipp toca el bajo y los otros dos músicos son amigos con los que
formaba dos bandas, una en Caracas y la otra en Alemania. El proyecto fue apenas a
unos meses de la noticia de la enfermedad.

La música es una pasión escondida de Ana María. Cantante desde pequeña, desde
los catorce años conforma su primera banda de rock de cuatro integrantes y canciones
propias. En la universidad inició un nuevo grupo, esta vez de jazz. En Hamburgo
también formó una pequeña banda con el mismo género. «La música siempre ha sido
parte de mí: no hay un día que pase que yo no cante algo, o escriba una línea. Siempre
ha sido algo muy propio, muy íntimo. Y aún no sé si tenga algo que ver con la foto».

Es posible que las personas creativas desarrollen pasiones distintas que reaccionan
a diferentes necesidades expresivas, pero en el caso de Ana María Arévalo, parece
que responden a dos mundos distintos: mientras que la fotografía es una necesidad
de dar luz a sus angustias, la música es el medio para calmarlas.

En 2017, ante la aterradora noticia de metástasis, toda la vida de Ana María


se volcó a la lucha contra la enfermedad de su esposo. Mientras él hacía la

“La idea

es hacer ruido, aunque quimioterapia, comenzó a tomarle fotos en un intento de conservar tantas
imágenes de él como pudiese. «Poco a poco él se fue acostumbrando a
sea al punto de molestar la cámara, y también las enfermeras, y surgió esta serie The Meaning of
Life. No tenía la intención de publicarla al principio, pero tiempo después
nos dimos cuenta de que nadie habla de este cáncer en los hombres».

Después de la recuperación, ella y su esposo decidieron participar en una campaña


de Movember Foundation para recaudar fondos. A finales de 2018 realizaron en
Madrid una exposición en la que ofrecieron además un concierto de boleros que
abriera un espacio libre para tratar tan difícil tema.

«Con el trabajo de The Meaning of Life y con el de Días eternos, que son los dos
trabajos grandes que he hecho, mi objetivo es el de crear awareness –conciencia–,
explicando lo que sucede y yendo más allá de la fotografía. Quiero que todos se
enteren de lo que está pasando y compartirlo tanto como pueda. La idea es hacer
ruido, aunque sea al punto de molestar».
233 Ana María Arévalo

La denuncia es un objetivo intrínseco de la fotografía documental y, para Ana María,


es un factor fundamental. Que sus imágenes generen una respuesta, una indignación,
«la suficiente para sacudir la infraestructura».

RAÍCES EXPUESTAS
En marzo de 2018 Ana María volvió a Venezuela. Phillipp empezaba a recuperarse y
ella continuaba con su trabajo. En diez años, su fotografía ha tomado vuelo de halcón
y comienza a reconocerse entre los grandes. Desde su escuela con los gitanos,
Arévalo reconoció los puntos fuertes de su composición: el color, la luz, la intimidad
de sus encuadres. «Salgo a tomar las fotos pensando en qué luz va a hacer y a qué hora
para que el color salga como yo quiero. Si el amarillo no es igual a las doce que a las
cinco es, para mí, algo esencial. El color, después del tema, es lo primero que pienso».

Desde su página web se puede pasear por el proceso en que esta artista ha sabido
madurar su trabajo, manteniéndose fiel a algunas obsesiones que finalmente son las
que definen su obra. Hay por ejemplo una serie que dedica a registrar discotecas
de música electrónica, pero desde una visión intimista, donde la cámara pasa
completamente desapercibida.

«Toda la serie fue hecha con desechables. Me llevaba la camarita escondida dentro de la
discoteca y le tomaba fotos a la gente joven un poco a modo de reflexión sobre quiénes
somos como generación, cuando la noche cae y las luces de neón se prenden». Ana
María se alimenta también de la adrenalina que consigue de las «tomas prohibidas»
o de lograr esos encuadres cercanos a los que nadie más llega. «Es como satisfacer
una necesidad. Pero con la madurez y la edad te vas dando cuenta de que se puede
hacer mucho más».

«En este país, conectar con gente diferente a ti es difícil y, a través de la cámara, hay
una posibilidad de hacerlo sin parecer un bicho raro en cualquier lugar». Tanto en su
trabajo como personalmente, la fotografía brinda a Ana María la oportunidad de
entender al otro a quien, en cualquier otra situación, nunca hubiese podido conocer.
Es su inquietud como artista y como activista la que despierta sus raíces, y las revela.
“derecho
Es mentira que cuando uno se va pierde el
a no hacer trabajo acá. Al contrario,
mientras más seamos, mejor. Cuantas más
personas estén haciendo música, fotos, arte,
cultura sobre este país, mejor. Mientras

que lo que se haga sea positivo y no busque
hundir a nadie más
235 Ana María Arévalo

«Me gusta moverme en espacios pequeños. Me siento más cómoda encerrada en


un espacio con limitaciones o con mucha gente que en espacios amplios. Nunca me
sentí fuera de lugar allí –en las cárceles– con mi cámara. Esos momentos de intimidad
me daban credibilidad ante ellas», dice sobre las mujeres que fotografió para
Días eternos.

Influenciada quizá por el uso del color de William Eggleston, o más directamente por
las fotografías de Mary Ellen Mark sobre la prostitución en la India, o por los trabajos
documentalistas de Luis Brito, Andrea Hernández o Álex Cegarra, el trabajo de Ana
María Arévalo demuestra un apego al país que no renuncia.

Las raíces venezolanas son muy difíciles de expresar para ella, porque desde su
pronta juventud se sintió ajena a la creciente destrucción social que ocurría ante ella.
«Esta violencia no es mía. Nunca entendí por qué la gente intentaba comprender que
un hombre fuese capaz de entrar a un restaurante y sin dudar matar a otra persona.
Eso no se hace y no es posible entenderlo, y por eso me tenía que ir. Pero las raíces te
llaman. Quieras o no, ellas quieren volver a su lugar».

En su idas y vueltas a Venezuela, Ana María se ha dado cuenta de su apego: muy


contrastado y muy cerquita, algo que aprendió del fotógrafo danés de Leica. «Su
lenguaje es sobre el amor –dice sobre Jacob Aue Sobol– y eso fue lo que
me enseñó. Cuando tomo fotografías busco tener algo en común a partir
de la conversación, de la relación que se establece con las personas. Y para
eso me tengo que acercar sí o sí. Es la interacción la que crea el mood
y produce la foto». Es esa noción de confianza y deseo de intimidad la

Cuando tomo fotografías busco
tener algo en común a partir de la
que caracteriza el lenguaje de Arévalo y en el que demuestra también su conversación, de la relación que se
propia afición por los temas de este país. establece con las personas. Y para
eso me tengo que acercar sí o sí.
Es la interacción la que crea el mood
Tras las palabras duras que justificaron su partida, vuelven a aflojarse “
las raíces. «Te vayas a donde te vayas, esto es nuestro. Yo cuando vuelvo,
vengo a mi casa. Aquí yo pertenezco, acá es donde yo quiero hacer, marcar
y produce la foto
un cambio». Su creatividad se impulsa de la necesidad que tiene de
denunciar al mundo los daños que acá han afectado incluso a la cultura y
a las generaciones por venir.
236 Ana María Arévalo

Con firmeza resume: «Yo soy fotógrafa acá» y espera poder seguir viniendo tanto
como pueda incluso hasta poder quedarse por completo. «Todo lo que escribo es
de lo que siento cuando no estoy aquí. Es como un corazón roto para siempre: cuando
estoy allá estoy triste porque no estoy acá y cuando estoy acá, estoy triste por lo que
está pasando acá, y todo es un blues eterno». Pero en este sentir es que encuentra su
impulso para continuar, para hacer más.

A Venezuela la trae su familia, pero sobre todo la ata lo que pasa en el país. Porque,
aunque su trabajo no esté en registrar las manifestaciones y las campañas cotidianas,
Arévalo aspirar a ofrecer en el futuro un registro sociológico de nuestra sociedad y,
sobre todo, resaltar la visión que tenemos hoy de las mujeres venezolanas y del rol
que espera desempeñar ante lo que está pasando.

«Con mi cámara les doy voz a ellas porque es con quienes me relaciono y me identifico,
pero no se trata de considerar a nuestro género como minoría, no es esa la cordialidad
que pretendo, sino que es la situación a la que nos cuesta darle la cara. La falta de
amor, el cansancio eterno, la violencia extrema… Es a través de ellas que yo quiero
denunciar». Esta fotografía tiene que ver con la construcción de lo femenino y «hacia
dónde se dirige nuestro género» enmarcada en un contexto de denuncia que Ana
María ataca desde una mirada profunda y reflexiva sobre su propia condición.

«Es mentira que cuando uno se va pierde el derecho a no hacer trabajo acá. Al contrario,
mientras más seamos, mejor. Cuantas más personas estén haciendo música, fotos, arte,
cultura sobre este país, mejor. Mientras que lo que se haga sea positivo y no busque
hundir a nadie más». Cree con convicción que el trabajo hecho afuera también levanta
al país, porque es capaz de superar las fronteras y resonar con más fuerza afuera.

El país de Ana María es uno de muchos mundos. Ese que recupera en cada vuelta
y que descubre desde la distancia. No ha podido abandonarlo nunca, aunque sabe
que lo que guarda es una idea que difícilmente volverá a ser. Porque en su registro
puede entender que acá la esperanza –que por tiempos se somete– es tan débil
como las infraestructuras que denuncia con tanto ahínco.

Créditos Lucía Jiménez Ricar2


PORTAFOLIO
Ana María Arévalo
238 Ana María Arévalo

De la serie Un grupo de mujeres detenidas hace calentamiento antes de ejercitarse. Están


Días eternos siendo resguardadas por una custodia. Este tipo de prisiones son llamadas
“prisiones cerradas” o centros de reformación femenina.
Prisión Ana María Campos II, Maracaibo
Diciembre 2018 Únicamente las mujeres juzgadas y declaradas “culpable” pueden estar dentro
de este tipo de prisión. En estas prisiones ellas no sufren de hacinamiento,
tienen agua, comida y atención a la salud. Reciben clases, hacen deporte
y cocinan. Sin embargo, estas mujeres no tienen derecho a hacer o recibir
llamadas telefónicas. Los días de visitas son una vez al mes.
239 Ana María Arévalo

De la serie Una mujer transgénero muestra sus heridas a través de las rejas
Días eternos que la mantienen detenida. A ella la tratan como a un hombre,
lo que significa que tiene que esperar su juicio en la celda de
Poli-Valencia, Carabobo
los hombres que constantemente abusan de ella.
Enero 2017
240 Ana María Arévalo

De la serie Un grupo de mujeres detenidas se acuesta en los colchones dispuestos dentro de su


Días eternos celda. Este cuarto solía ser la oficina de investigación de la policía local. Tuvieron que
cerrarla para transformarla en una celda para las mujeres, ya que antes ellas estaban
Poli-Valencia, Carabobo
mezcladas con los hombres en el mismo espacio.
Marzo 2018
“Días eternos” es la descripción con la que se refirió una de las prisioneras ya
juzgadas a la situación de servir su sentencia dentro de un centro de detención.

La mayoría de estas mujeres tienen hijos fuera de la prisión pero ellas no los reciben
como visita. Daniela (centro, camisa rosada) está sirviendo una sentencia de cuatro
años por robo mientras su hija tiene leucemia.
241 Ana María Arévalo

De la serie El centro de detención preventiva del Valle también se hace llamar “Chinatown”.
Días eternos Es el que tiene la mayoría de mujeres detenidas en la zona metropolitana de
Venezuela. Entre sesenta y cien mujeres están esperando su juicio en este centro,
El Valle, Caracas el cual no dispone de luz natural.
Marzo 2018
“Esta situación no está ayudando a nadie, cuando salgamos de aquí –si es que
salimos– seremos peores personas que cuando éramos libres”. Ayarí, una detenida
de veintiún años, tiene esperando su juicio por tres años.
242 Ana María Arévalo

De la serie La belleza siempre ha sido importante en la cultura venezolana.


Días eternos Dentro de los centros de detención las mujeres cuidan de su cabello
y su estética a pesar de que no tienen espejos ni visitas.
Centro de detención de la Yaguara
Marzo 2018
243 Ana María Arévalo

«La barba se queda» “La noche antes de empezar la quimioterapia, mi esposa me afeitó
De la serie la cabeza. Un ritual, un símbolo de cambio y transición. Teníamos
miedo pero juntos estábamos seguros de que seríamos más fuertes.
El sentido de la vida
Sabíamos también que éramos muy jóvenes para enfrentar esto”.
244 Ana María Arévalo

«Tomando fuerza de la luz del sol» Cuando la vida de mi esposo estuvo en riesgo, todo lo que podía
De la serie pensar era en cambiar puestos. Ponerlo a él sano y yo con cáncer.
Todos los días pensé en esto. Él no se merecía estar enfermo.
El sentido de la vida Sin embargo, a pesar de haber sido una de las experiencias más
duras que he pasado, sé que para nosotros es un momento en
nuestra historia cuando luchamos con amor en la mano, una lucha
donde el amor gana en un mundo donde morir es algo ordinario.
245 Ana María Arévalo

En los últimos cuatro años, tres millones de venezolanos


han huido del país. Este desplazamiento ha tenido
precedentes en la historia de América Latina. Aquellos con
menos recursos para huir de la crisis devastadora, ahora
lo están haciendo. Muchos de ellos buscan salida por
caminos fronterizos con su país vecino, Colombia.

El puente Simón Bolívar en la ciudad de Cúcuta


(Colombia) es la vena principal del flujo de estos
refugiados venezolanos. Es donde la ola del éxodo se
percibe con más fuerza. Cúcuta es un caldero tenso de
bulla donde la valentía se debe interponer ante el miedo
y el alivio. El intercambio de bienes y servicios de todo
tipo florecen con libertad. Los medios de transporte
ofrecen sus precios a diferentes ciudades y países de
Latinoamérica: Barranquilla, Bogotá, Cali, Perú, Quito…
El calor ralentiza, pero el espíritu soñador de los que
caminan hacia dentro de Colombia es más fuerte. Huyen
de la miseria, de la precariedad y la escasez que define la
vida del venezolano. Caminan empujados por algo que no
los deja detenerse. Van en búsqueda de lo básico: comida,
agua, salud, seguridad y trabajo.

Una ola de éxodo no es únicamente una masa de gente.


Es un grupo de individuos que, desesperanzados en
Venezuela, arrancan sus raíces para ir a explorar nuevos
caminos. Hoy los más pobres “sobreviven” con los restos
que el Estado les da cada vez más esporádicamente.
Frontera intenta recordar que dentro de esta masa hay
almas, amigos, hermanos. Hay familias víctimas de la
Frontera
separación forzada. Es un intento de reflexión entre el
retrato y el texto. Los escritos son respuestas a preguntas
sencillas: “¿Qué es el valor, la felicidad y la familia?” Sus
respuestas nos regalan un indicio de la identidad colectiva
de los venezolanos.
A LE JAN D R O C EG A R R A

@alecegarra
ALEJANDRO
CEGARRA

1989
«El fotógrafo menos arriesgado»

Albinson Linares Richard «Comepiña» Borges

Empezó a estudiar Publicidad en la Universidad


Alejandro de Humboldt hasta que descubrió la
fotografía, la cual lo llevó al taller de Roberto Mata. Su
obra centrada en la debacle histórica de Venezuela le
ha valido el reconocimiento de la crítica y el público.
The Other Side of the Tower of David fue tercer lugar en
los Sony World Photography Awards y ganó el Leica
Oskar Barnack Award Newcomer 2014. Su serie State
of Decay fue elegida por el World Press Photo 2019 en
la categoría Proyectos a largo plazo. Nacido en 1989
en Caracas y residenciado desde 2017 en Ciudad de
México, dice ahora buscar un poco de serenidad
248 Alejandro Cegarra

Alejandro mira a sus imágenes como hijas pródigas. Se asoma a la pantalla


del computador y, con pulso de cirujano, mueve lentamente los niveles de color,
contraste y brillo mientras habla. Conjura paisajes, proyectos, historias y vidas
con rápidos movimientos sobre el teclado.

«Ahora lo que más me interesa es registrar los problemas ocasionados por el cambio
climático. Creo que es fundamental registrar esos desastres que muchas veces no
se cuentan en los medios», explica con voz pausada, mientras aclara el amanecer
de una playa llena de sargazo, esas algas que se convierten en excrecencias
pútridas que ponen en riesgo los ecosistemas costeros. Cuando creemos que
es una imagen perfecta, una postal limpia con un cielo esplendoroso, personas
interactuando y un motivo claro, es decir, una foto que nunca lograremos con
nuestros celulares, Alejandro simplemente niega con la cabeza y exclama: «A esta
todavía le falta». Y, sin piedad, busca otra y comienza a trabajar de nuevo.

En un mundo lleno de imágenes, donde el acto de tomar una fotografía se ha


vuelto inconsciente y absolutamente trivial, gana quien logra contar historias
distintas. El registro mecánico de los hechos, una manía que tiene a la selfie como
constante, reina y penetra todas las interacciones que tenemos con los registros
visuales. Bueno, casi todas, porque las fotografías de Alejandro Cegarra aspiran
a otro universo real. Componen un crudo discurso visual que busca la belleza en
los lugares más insospechados y cuyo epicentro es la debacle de Venezuela.

La foto de María Vizcaya, una mujer que solloza desconsoladamente sobre un


pequeño ataúd blanco, es un ejemplo de eso. Forma parte del proyecto State of
Decay (Estado de decadencia o Estado de descomposición) –galardonado este
año con el World Press Photo– y fue tomada en 2016 durante el entierro de Gabriel
Vizcaya, su hijo de cinco años que murió por la explosión de una granada durante
un enfrentamiento entre las fuerzas policiales y una banda de delincuentes. Se
trata de una notable composición armónica.
249 Alejandro Cegarra

En medio de esa despedida accidentada que proyecta todo el dolor de una


madre que entierra a su hijo, una situación que altera el orden natural de las cosas,
Cegarra se apartó de los estereotipos y las salidas fáciles. Hace una toma amplia
que capta una escena vital y desgarradora, enmarcada por dos manos agarradas
con fuerza, la madre se ve nítida al fondo como una pietá contemporánea y es el
centro de las miradas. Excepto una. En el extremo superior aparece una mujer de
mirada profunda, casi cortada por el encuadre, que nos interroga desde la pena.
El blanco y negro ubica la escena en una dimensión atemporal, sabemos que
pasó en Venezuela por la leyenda pero, en realidad, se convierte en un símbolo
de las muertes violentas.

«Muchas veces no tienes que estar en el centro del hecho, eso no es


necesario. A veces basta con quedarte estático mirando por el lente de
la cámara y, en medio de todo el lío, surge una imagen». Cegarra busca
situaciones y las atrapa en un formato, son realidades que pugnan
por salir de la pantalla y conmovernos. En su mejor registro, se trata
de fotos que aspiran a la expresividad del óleo o pinturas digitales
“sabes,
En ese instante, todo lo que
todo lo que conoces de tu
equipo, todo lo que eres se activa
que definen esta era de reproductibilidad continua y multiplataforma

–predicha por Benjamin–. «Cuando ves la escena actúas por instinto, no y haces clic al obturador
es algo que te pones a pensar porque se te va la gente. En ese instante,
todo lo que sabes, todo lo que conoces de tu equipo, todo lo que eres
se activa y haces clic al obturador».

Suena fácil, pero no lo es. Alejandro Cegarra tiene veintinueve años pero lleva
al menos doce dedicado a entender cómo lograr la imagen perfecta, en medio
del caos de los conflictos sociales y las pautas frenéticas. Nacido en Caracas el
siete de diciembre de 1989, creció en el este de la capital venezolana en medio
de las mudanzas constantes de su familia. Los Castores, El Cigarral, El Hatillo,
El Marqués y La Urbina son los hitos de su experiencia caraqueña, los enclaves
donde se formó su familia.

Sonríe cuando cuenta que en su familia los roles tradicionales se invirtieron por lo
que su madre, Elinor Zamora, una profesional de la publicidad y la comunicación
se dedicó por entero a su carrera profesional, mientras que Freddy Cegarra, un
profesor de arte, se quedó en casa criando a la familia. «Hermanos de papá y
250 Alejandro Cegarra

mamá tengo solo uno pero tenemos una hermana adoptada y, por parte de papá,
cinco más. Entonces somos un montón, y con eso viene una parranda de sobrinos»,
dice entre risas. «Estudié en el Colegio Cruz Carrillo que era un antro privado en
El Marqués, que es una de las zonas que tiene más colegios por urbanización.
Recuerdo que en la cuadra de mi colegio había dos más y cuando todos salíamos
eso era un desastre».

Aunque su padre era un académico, no recuerda que le presionaran para que


leyera más o se preocupara por aprender alguna corriente artística. Pero, como
pasaba en muchas familias venezolanas de padres formados en los sesenta y
setenta, la política era otra cosa. «En mi casa había muchísimos libros de arte, mis
papás son de izquierda dura, un poquito más y mi mamá es comunista», dice con
distancia. «Entonces teníamos toda esa influencia, todos los libros de Benedetti
de su etapa de Cuba, por ejemplo, recuerdo a mi mamá gritándole a Mario Vargas
Llosa que era un traidor por haber cambiado de ideología».

En ciertas novelas de formación suele cultivarse el mito romántico del surgimiento


de la vocación como un momento mágico en el que todo confluye para torcer
el destino de los protagonistas. La mayoría de nosotros sabemos que la realidad
es mucho más caótica y azarosa por lo que, en muchas ocasiones, descubrir el
oficio al que nos dedicaremos viene de la mano con el descubrimiento de nuestra
identidad. Un proceso lento y lleno de encrucijadas.

«Fui mal estudiante toda la vida», exclama Alejandro con sorna y, cuando ve la
reacción de sorpresa entre quienes lo escuchan, sonríe y agrega «no hay que
caerse a coba». Esos llamados del destino, tipo Disney, no existieron en su
infancia. Cuenta que era un joven introspectivo, siempre en la luna mientras a
duras penas atendía a las largas clases de la primaria y el bachillerato venezolano.

«Siempre llevaba materias a reparación. Llegué a llevar seis o siete materias y mi


papá siempre me decía que era por flojo porque nadie pasa seis materias en un
mes. La verdad es que no me gustaba hacer nada, era flojera pura y dura», afirma
mientras, de repente, le brillan los ojos. «Lo que sí me gustaba era el piano, todavía
toco un poquito».
251 Alejandro Cegarra

Así las cosas, al salir de esa prisión que para algunos es el bachillerato no
sabía casi qué hacer con su vida, por lo que sus padres lo llevaron a un asesor
vocacional. Aunque en ese momento no ayudó mucho a disipar su confusión, en
retrospectiva, cree que recibió un diagnóstico muy acertado.

«Después de las pruebas, me dijeron: “Ok, tú no quieres cumplir horario y te


gustaría trabajar en la calle, ¿no?”. Y ahora, cada vez que lo recuerdo, me causa
gracia porque justamente eso es ser fotógrafo freelance», dice con la sorpresa
intacta, pese a los años. «A mí no me va bien con los horarios, en Últimas Noticias
sufrí horrible. En el piso tres había una zona de descanso, ahí tenía una
almohadita, una camita chiquita y me lanzaba a dormir en las guardias
de los fines de semana porque tenía que llegar a las siete de la mañana».
Todavía funciono así: o estoy
Sin embargo, todavía falta para llegar a ese momento de las guardias “totalmente obsesionado o no me
interesa para nada. No tengo un
infinitas, de los plantones bajo la lluvia y el sol, del riesgo de los golpes “
en los tumultos de las protestas y la gloria de conseguir la imagen única.
Todavía no. Volvamos al hastío de las lentas horas de la adolescencia,
término medio
de las novias eternas, los amigos calaveras, las confusiones y las
separaciones. Sus padres se divorciaron cuando tenía doce años.

«Me dijeron “bueno, nos mudamos a otro apartamento pero esta vez tu papá no
viene”, así fue. En verdad ellos lo hicieron lo menos traumático posible y, aunque
se separaron, mi papá siguió acompañándonos en las vacaciones hasta que tuve
como dieciocho años», explica mientras se sumerge en los recuerdos. «Se la
pasaba todo el día en la casa, cenábamos juntos, y hablábamos todo el tiempo.
La diferencia es que dormía en la casa de mi abuela en Campo Claro. Es la única
casa que todavía tiene los muros bajos, entonces es el centro de reunión, la gente
siempre se acerca a saludar. Los viernes, sábados y domingos juegan dominó, de
hecho, el papá de mi exnovia todavía juega ahí».

El contraste entre las personalidades de sus padres es un elemento recurrente


en los recuerdos de su infancia. Alejandro dice que su padre es más aprensivo
y siempre le advierte sobre los posibles peligros ante cualquier situación, pero
estalla en risas cuando recuerda cómo fue la crianza con Elinor, su madre: «Ella
es el tipo de persona que me decía “si caminas para allá te vas a caer”, pero si yo
252 Alejandro Cegarra

le decía “igual quiero ir para allá, mamá”, ella solo me contestaba “dale”. Entonces
me daba aquellos rolo de golpes y esa era su forma de educarme. En cambio mi
papá era más de prevenir».

Era 2002 cuando, finalmente, su madre logra cumplir uno de los sueños
familiares: tener un apartamento propio. La mudanza resultó inolvidable porque,
accidentalmente, cuadraron todo para hacerla justo el once de abril, el día del
golpe de Estado que sacó a Hugo Chávez del poder por unas horas.

Como pasa tantas veces en esta historia eso significó otro cambio geográfico, de
La Urbina a Macaracuay, donde había un polideportivo de fútbol. Lo malo es que
Alejandro solo sabía jugar béisbol. «Era horrible porque no sabía qué hacer con
mis pies. De repente me dicen “necesitamos portero” y me ofrecí de voluntario.
Todavía soy el portero en los equipos porque eso fue lo que aprendí», dice mientras
rememora anécdotas de caimaneras y tiros potentes que le quemaban las manos.
«La realidad es que es una posición difícil porque, aparte de toda la presión, siempre
te echan la culpa cuando el otro equipo anota».

No en vano, el uruguayo Eduardo Galeano reivindica en El fútbol a sol y sombra


la soledad y el duro compromiso de los guardametas. Posición crucial donde
las haya, pero forjadora de un carácter especial signado por la polémica y los
señalamientos constantes: «La multitud no perdona al arquero. ¿Salió en falso?
¿Hizo el sapo? ¿Se le resbaló la pelota? ¿Fueron de seda los dedos de acero? Con
una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces
el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna.
Hasta el fin de sus días lo perseguirá la maldición».

En medio de las partidas eternas, las atajadas difíciles y el polvo de las canchas,
Alejandro consigue un buen grupo de amigos con los que se reúne a correr tras
la pelota, jugar cartas y cultivar una pasión que continúa hasta el día de hoy: los
videojuegos. Cuando hace un recuento de sus influencias artísticas, se emociona
al pensar que todas esas «horas muertas» matando enemigos, librando batallas,
corriendo en autos veloces y viviendo en mundos virtuales se le incrustaron en la
mente y forman parte de su lenguaje estético.
«Tenía un Xbox 360 y jugábamos Fifa, Call of Duty, etc. Creo que de ahí me salió la
“ La verdad es que soy el menos
arriesgado de los fotógrafos, mientras
todos se caían a golpes para estar en la
línea de fuego yo me volteaba y veía a
una persona con una expresión única “
y hacía el retrato. Hay que tener la
valentía de no mirar al foco de atención
254 Alejandro Cegarra

cuestión visual porque manejas un personaje y la cámara se mueve en trescientos


sesenta grados y cuando yo fotografío me imagino eso, rodeo a la persona o
la situación moviéndome arriba y abajo porque las cosas se ven diferente. Esa
perspectiva me ayuda», dice emocionado y se larga a contar por qué le gusta Red
Dead Redemption 2, un juego en el que encarna a un vaquero cuyas aventuras
son casi infinitas en medio de bellos atardeceres y escenarios esplendorosamente
diseñados. «Además, voy haciendo fotos con la cámara del juego porque es
bellísimo. Tengo todo guardado porque quiero publicarlo en algún medio, siento
que es como mostrar la intersección entre la fotografía y los videojuegos».

Como pasa con muchos talentos creativos, Alejandro decidió estudiar Publicidad,
una carrera que es lo suficientemente amplia como para dedicarse a explorar
diversas especialidades y probar suerte en proyectos y campañas. Mientras
estudiaba en la Universidad Alejandro de Humboldt, su madre le dio una cámara
digital que no sabía usar muy bien, un hallazgo que cambiaría su vida. Gustavo
Cerati decía que el guitarrista debía dedicarle todas sus horas al instrumento,
convertirlo en su novia, para lograr alcanzar cierta maestría. Para el argentino ese
era el único camino y, sin saberlo, fue lo que Alejandro hizo con su primera Nikon.
«Aprender con una cámara es como manejar sincrónico. Al principio todo es
255 Alejandro Cegarra

enclochar, metes primera y la cosa corcovea pero, cuando le agarras el truco, corres
y ni te das cuenta. Cada cámara es complicada porque mientras más profesional
es el equipo, más botones tiene, la idea es que no tengas que ir al menú sino que
tengas todo a la mano», dice mientras describe el aparato. «Los botones de arriba
de las cámaras tienen puntitos y cuando los tocas ya sabes dónde estás. Pero cada
fotógrafo configura su cámara de manera distinta, todo lo personalizas a tu gusto.
Para mí eso era una obsesión, chamo, me iba a Parque Vizcaya a tomar fotos como
loco. Todavía funciono así: o estoy totalmente obsesionado o no me interesa para
nada. No tengo un término medio».

Alejandro trabajaba en un teatro y, poco a poco, comenzó a tomar


fotos de los montajes. Las tablas le dieron la oportunidad de jugar
con la luz, explotar diversos ángulos y captar escenas vivas. Además
comenzó a estudiar en la escuela de Roberto Mata, un lugar donde
encontró las herramientas para perfeccionarse en su oficio. Sin
embargo, su encuentro con la fotografía no fue un amor a primera vista. “Mislos temores, en retrospectiva, son
de cualquier fotógrafo desde
«En realidad, con Roberto también me fue mal porque no terminaba de
que empieza: perder la cámara,
fotografiar gente extraña, recibir un
entender cómo era el asunto. Después de los tres niveles de fotografía

digital, Roberto me dijo: “Bueno, vas por ahí”. Luego pasé a hacer rotundo no como respuesta
documentalismo con Carlos Rawlins, de Reuters, y comencé a sentir que
servía para esto. Estar en la calle, hablar con la gente, eso era lo mío»,
recuerda con emoción.

Luego abrió un blog (alecegarra.blogspot.com) en el que subía sus experimentos


fotográficos y que resulta una bitácora privilegiada de su evolución. El joven usaba
ese espacio para redescubrir su ciudad, describir las particularidades caraqueñas
y tomar notas en medio de la ejecución de cada proyecto. Desde las bucólicas
escenas de Galipán en El Ávila pasando por una iglesia, los preparativos de un
grupo de gaitas, una gallera, las siluetas en el Estadio Universitario, el laberinto
de concreto que es Parque Central y sus primeros acercamientos a lo que se
convertiría en su trabajo más exitoso: captar la insólita armonía de la vida cotidiana.

En la serie Un paso obvio, Alejandro habla de su experiencia en el barrio de


256 Alejandro Cegarra

la Cota 905 y cómo perdió el miedo a trabajar en ese lugar. «Mis temores, en
retrospectiva, son los de cualquier fotógrafo desde que empieza: perder la cámara,
fotografiar gente extraña, recibir un rotundo no como respuesta, etc.», escribe en
el blog. «La manera de poder desprenderme de mi miedo por un momento es
una de las razones por las cuales amo la fotografía: “¿Bajo qué otra circunstancia
estarías aquí, en un barrio, conociendo esta realidad de tu ciudad?”. Bingo, durante
tres horas pude ignorar mis temores y durante tres horas pude ser yo».

En las redes sociales, ese hervidero de imágenes, juicios y palabras, comenzó a


hacerse un nombre entre los entusiastas de la imagen. Y, de repente, lo llamaron
del diario Últimas Noticias. Cuando llegó a la entrevista, le preguntaron: «Tú eres
Lisandro Cegarra, ¿no?», pero cuando negó con la cabeza, solo le dijeron: «¡Ah
cónchale, llamamos al que no era! Bueno, igual pasa porque ya estás aquí». Tenía
veintiún años y aún estudiaba en la universidad.

«Yo siempre digo que la fotografía me salvó de la mediocridad. Iba a ser un publicista
mediocre con dos o tres ideas buenas al año, pero las fotos me sacaron de eso.
Fue como un llamado», explica, mientras mira su celular y muestra imágenes que
también toma en ese dispositivo. «En mi primer mes en el periódico hice una
suplencia Superbarrio, así que recién llegado me tocó meterme de cabeza y ver
cómo vivía la gente. Fue duro pero lo disfruté muchísimo y cuando terminó el mes,
se me acercó mi jefe, Iván González, y me preguntó “¿quieres seguir con nosotros?”
y le dije que sí, porque para mí ya no había nada más».

Después de tanta confusión, Alejandro finalmente encontró su vocación y se


entregó con frenesí a perfeccionar todas sus habilidades. La fotografía se convirtió
en su religión y rápidamente comenzó a superar los misterios de la técnica, su
devoción por la imagen hizo que en ocho años se convirtiera en el fotógrafo
venezolano más importante de su generación.

«Todo cambió con mi trabajo en la Torre de David. Recuerdo que simplemente


toqué la puerta, hablé con uno de los encargados y me dejaron tomar fotos. Claro
que tuve que integrarme a la comunidad, darle clases de fotografía a los chamitos y
colaborar, pero ese proceso cambió mi perspectiva», dice sobre su serie en blanco
y negro que se centra en la cotidianidad de decenas de familias que invadieron
257 Alejandro Cegarra

las ruinas de un rascacielos abandonado en el centro de Caracas. Ese trabajo,


The Other Side of the Tower of David (El otro lado de la Torre de David), obtuvo el
tercer lugar en los Sony World Photography Awards y también fue galardonado
con The Leica Oskar Barnack Award Newcomer 2014. «Mi idea era conseguir
destellos de belleza en un lugar horrible y muy difícil de vivir. Siempre busco que
la imagen sea una interpretación para que las personas puedan formarse una idea
propia. En la serie de la torre quise resumir la esencia de la belleza de un lugar
donde no debía existir eso».

A principios de 2014, fue seleccionado para exponer sus fotografías en


PhotoEspaña, y también fue elegido por la Agencia Magnum para competir
en su concurso 30 Under 30 donde ganó el Premio del Público por lo que
sus fotografías se exhibieron en Birmingham, Reino Unido. «Luego comencé a
trabajar en Associated Press y se dieron cuenta de que a mí no me iba muy bien con
teleobjetivos, a mí lo que me gusta es estar muy cerca de la gente y ganarme su
confianza», explica sobre su método de trabajo. «En muchas ocasiones,
mientras todos los fotógrafos salían corriendo a buscar un retrato o una
Quise resumir la esencia de la
foto de algún enfrentamiento, yo me quedaba atrás y lograba registrar
otro tipo de expresiones, otros rostros. No siempre tienes que estar en el
centro de la acción, a veces consigues la mejor foto si te quedas tranquilo
“ “
belleza de un lugar donde no
y sabes mirar».
debía existir eso

La paciencia es una de las virtudes que Alejandro cultiva en su trabajo, pero


también tuvo que aplicarla en su vida personal de manera inesperada. En 2016 se
cayó de su moto y, literalmente, se destrozó el brazo. El rostro le cambia cuando
recuerda que se volteó el codo, un hueso le atravesó la piel y, lo peor, es que no
se desmayó. Tuvo que ruletear por varias clínicas y mientras navegaba por ese
calvario personal se le ocurrió preguntarle al paramédico de la ambulancia si
podía ponerle algún calmante: «El tipo me miró como si estuviera loco y me dijo:
“¿En qué país crees que estás tú, chico? Acá solo te estamos llevando, más nada”».

Luego de vivir tan rápido, de crear proyectos que ganaban premios internacionales
y viajar por toda Venezuela retratando tragedias y esperanzas, tuvo que someterse
a cinco cirugías y centenares de horas de fisioterapia durante año y medio.
«Me tuvieron que sacar hueso de la cadera porque el brazo se me refracturaba, no
Siempre me pregunto qué le estoy
“proponiendo al ruido de la fotografía,
¿cuántas imágenes no se hacen en un
segundo? ¿Cuál es el sentido de un
fotógrafo? No se trata de tomar fotos para
Instagram sino de hacer temas que te
retan, proyectos que pueden cambiarle la

vida a sus protagonistas
259 Alejandro Cegarra

podía moverlo y me ardían los dedos, fue una locura. Me sirvió para replantearme
cosas porque yo manejaba bicicleta, era portero y vivía de la fotografía, pero si ya
no podía hacer nada de eso ¿qué sentido tenía la vida?», exclama con el pavor de
quien se supo perdido.

La ilusión por regresar a la fotografía volvió a salvarlo y en 2017 era común verlo
cubriendo las violentas protestas en las calles de Caracas en una postura insólita:
con el brazo derecho sostenía la cámara mientras llevaba el izquierdo hacia atrás,
en la espalda y lejos del peligro. Sin embargo, el rebote de una bomba de gas
lacrimógeno le impactó en la mano. Sus temores por el dolor, esos demonios
que lo tuvieron enclaustrado durante tantos meses, hicieron que corriera hasta
el consultorio médico vestido con su chaleco antibalas, casco y todo el equipo
fotográfico. Mientras sudaba en la máquina de rayos X, suspiró con alivio cuando
escuchó que no había pasado nada. «Eso sí, la mano se me hinchó un montón»,
dice con la picardía de un niño travieso.
Cubrir más de seis años de protestas y enfrentamientos políticos, así como
260 Alejandro Cegarra

atestiguar de manera privilegiada el apocalipsis económico del país hizo mella


en su espíritu. Alejandro sentía que la escasez, el hambre y la inseguridad ya
habían sido plasmadas en su trabajo, además cada vez le costaba más separarse
de la tragedia cotidiana que vivían las personas que retrataba o entrevistaba. Una
asfixia vital comenzó a afectarlo y en julio de 2017 decidió marcharse a México.
Metió su vida en dos maletas y todavía sigue acá, en Ciudad de México.

«Emigrar a los veintisiete fue un cambio total. Llegué a casa de unas amigas y
empecé a reconstruir todo de cero, eso te da otro tipo de madurez. Decidí venirme
porque ganó Trump en Estados Unidos y sabía que esto se iba a convertir en un
polo noticioso», comenta. «Estuve mucho tiempo solo acá, me separé de mi pareja
y pasé por muchas transiciones. Ahora sé quién soy exactamente, pero ha sido un
proceso de aprendizaje».

Este año ganó el tercer premio del World Press Photo en la categoría de
Proyectos a largo plazo por la serie State of Decay (documentada entre
el treinta y uno de marzo de 2013 y el diecinueve de marzo de 2018),
con la que narra la profunda crisis de Venezuela. Hace unas semanas
La realidad es muy amplia
estuvo en una presentación del galardón y pudo ver sus imágenes
expuestas en un museo mexicano, la gente se paraba ante su obra y
“ “
como para solo quedarte en
apreciaba toda la intensidad del drama de su patria enmarcado en las la violencia
blancas paredes de un recinto artístico. Un contraste paradójico que le
alegra el corazón.

«Me siento más sutil en fotografía, claro que cuando un medio te manda debes
conseguir las fotos más impactantes y duras. Pero ahora me encuentro más sereno,
más tranquilo y seguro porque puedo ir a una pauta con poca preparación y resolver.
Eso que llaman experiencia», dice entre risas. «Creo que toda esta transformación
es un camino a la serenidad. Ya no quiero regresar a la violencia».

Los fotógrafos apasionados suelen ser animales extraños. Hombres y mujeres


con miradas de cazador, una tensión felina en los brazos, una actitud de reposo
atento, y la disposición de dejarlo todo –familia, hijos, novias, novios, compromisos,
destinos– por una buena historia. Alejandro sabe que es uno de ellos, pero ahora
261 Alejandro Cegarra

usa todo el bagaje que aprendió en las calles caraqueñas para ampliar su mirada
y dedicarse a otros temas como la migración y los conflictos ambientales.

«México es uno de los diez países más vulnerables al cambio climático y eso es
una noticia lamentable, pero también lo veo como una oportunidad para ensayar
un nuevo discurso. La realidad es muy amplia como para solo quedarte en la
violencia», dice con aire reflexivo. «La verdad es que soy el menos arriesgado de
los fotógrafos, mientras todos se caían a golpes para estar en la línea de fuego
yo me volteaba y veía a una persona con una expresión única y hacía el retrato.
Hay que tener la valentía de no mirar al foco de atención. Es algo difícil, pero vale
mucho porque te da otras lecturas y distingue tu trabajo».

Según teóricos como Joan Fontcuberta vivimos en el mundo de la postfotografía.


Las imágenes ya no solo articulan pensamiento y acción, sino que son el síntoma
de una sociedad hipermoderna caracterizada por el exceso, la flexibilidad y los
vasos comunicantes entre la explosión del internet y los medios de comunicación
tradicionales. Alejandro siente esa presión y dialoga con ella permanentemente:
«Siempre me pregunto qué le estoy proponiendo al ruido de la fotografía, ¿cuántas
imágenes no se hacen en un segundo? ¿Cuál es el sentido de un fotógrafo? No se
trata de tomar fotos para Instagram sino de hacer temas que te retan, proyectos
que pueden cambiarle la vida a sus protagonistas. En eso andamos».

Créditos Albinson Linares Richard Borges «Comepiña»


PORTAFOLIO
Alejandro Cegarra
263 Alejandro Cegarra
264 Alejandro Cegarra
265 Alejandro Cegarra
266 Alejandro Cegarra
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268 Alejandro Cegarra
269 Alejandro Cegarra
270 Alejandro Cegarra
ANDREA HERNÁNDEZ

@an drernan dez


ANDREA
HERNÁNDEZ

1990
«Fotografío para preservar la dignidad»

Jacqueline Goldberg Ricar2

Nacida en Fort Lauderdale, en 1990, llegó a Caracas con


tres meses de edad. Egresó de Comunicación Social de
la UCAB y saltó de la escritura a la fotografía, que ha
estudiado en importantes centros de Caracas, Ciudad de
México y Nueva York. Su compromiso con la fotografía y
con la belleza es de carácter ético. El fotoperiodismo le
ha valido becas, premios y su nombre
en prestigiosas listas de mujeres fotógrafas de este siglo.
Sus imágenes acompañan reportajes sobre Venezuela en
publicaciones como Time, El País, The Washington Post,
Buzzfeed News y Volkskrant
273 Andrea Hernández

El comedor de sus padres no hace alardes de aquello que suele haber


en la mesa de una urbanización al pie de El Ávila. No hay porcelanas ni flores.
No hay bandejas, manteles bordados ni tazas. Solo cámaras, lentes, trípodes,
luces, bolígrafos, una laptop y una máscara antigás. Es una mesa tomada por
los utensilios de una fotoperiodista que se ha empeñado en documentar a toda
costa la movediza realidad venezolana.

«No es oficio para una niña del colegio Academia Merici, me lo dicen mucho, me
lo digo yo misma y me río, pero es lo que soñé y es lo que quiero seguir haciendo.
Por eso no me fui. Por eso no me voy. Por eso estudié un año afuera y, aunque
pude quedarme, regresé para retratar lo que vivimos en el país, ese ambiente
que no podemos explicar porque nada sabemos de él, porque obedece a fuerzas
invisibles que lo controlan todo y que terminan haciendo que aquello que tenemos
delante, lo que creemos estar viendo e incluso documentando, no sea más que un
espectáculo. Creo que es importante estar aquí en estos momentos».

Volver se ha convertido en su gran desafío conceptual y estético, en su proyecto


más personal –titulado Homecoming, así en inglés–, que va desarrollando lenta y
minuciosamente, a la par de los fotorreportajes que como fotógrafa independiente
le contratan prestigiosas publicaciones como Time, El País, The Washington Post,
Buzzfeed News y Volkskrant.
274 Andrea Hernández

UNA CASA DE VUELTA


El treinta de julio de 2018, mientras miles de venezolanos salían a diario del
país, ella estaba de regreso en Caracas. Había pasado un año en Nueva York.
Gracias a una beca estudió Prácticas Documentales y Periodismo Visual en el
muy prestigioso International Center of Photography, donde tuvo el honor de dar
el discurso inaugural de la clase 2017-2018.

También en la Gran Manzana participó en el XXXI Taller Eddie Adams, experiencia


de fotoperiodismo que desde 1988 reúne durante cuatro días a los mejores
profesionales de la fotografía con 100 estudiantes cuidadosamente seleccionados
según el mérito de sus portafolios.

En Nueva York vivió y aprendió intensamente. A veces tenía clases


desde las nueve de la mañana hasta las diez de la noche. Fotografiaba

“ciudad
Nueva York de por sí es una
abrumadora que te hace
“ de lunes a lunes. Todo giraba en torno a la fotografía. Sus salidas
consistían en ir a museos, galerías, inauguraciones de exposiciones,
siempre con la cámara al cuello. «Nueva York de por sí es una ciudad
o te rompe. A mí me hizo abrumadora que te hace o te rompe. A mí me hizo. Soy introvertida y
no fue fácil lidiar con eso, pero me encantó. Fui con la idea de trabajar
durísimo, de dar todo lo que tenía por dentro y por fuera. Eso hice».

Aún con las maletas a medio desarmar, en agosto de ese 2018 salió junto a un
amigo por las carreteras que conducen a la zona cacaotera de Patanemo y sus
playas, en el estado Carabobo. Fotografió todo el camino, cada sobresalto del
paisaje, lo hermoso y lo terrible. Fue su rito de reconciliación consigo misma y
con el país, y la genealogía de Homecoming: «Al principio no sabía qué estaba
fotografiando, pero comencé a ver similitud estética entre las fotos que hacía y una
búsqueda muy enfocada. Regresar a Venezuela mientras todos huyen desorienta
el espíritu. Es muy duro. Me impresionó el deterioro, los drásticos cambios
ocurridos tan solo durante un año en materia de infraestructura, en el aspecto
físico y psíquico de la gente, en la resignación. Eran cambios extremos en los que
también vi mucha esperanza, gente que trabaja, que se casa, que hace el amor,
275 Andrea Hernández

que tiene hijos y los manda al colegio, que cocina con cariño, que sigue luchando
para preservar su dignidad en tiempos tan oscuros. Este proyecto juega con las
nociones de proximidad y psique colectiva y habla sobre los miedos que han
empujado violentamente a los venezolanos hacia las fronteras. Es una forma de
afrontar y comprender el declive y la extraña contradicción que es el país».

Homecoming se ha ido nutriendo de otros viajes –personales y de trabajo– por


comunidades en condiciones de supervivencia extremas, pero también de los
cuerpos y las vidas de sus amigos y su familia. Quería reconocer la ciudad donde
creció, viéndolo todo muy de cerca, con esos ojos nuevos que su vocación había
convertido definitivamente en certeza. Es su trabajo más personal, el primero
que roza lo artístico e intimista, sin dejar de ser documental, pero sin pautas, sin
rigores, descubriendo cuánto de su propia vida hay en un carro abandonado o
en la doble exposición de una vista de El Ávila y Caracas. «Siempre he estado
contando historias de otros. Ahora me toca contar las mías. Mi trabajo personal
tiene metáforas, a diferencia de mi trabajo periodístico».

IMÁGENES PREMONITORIAS
No siempre hubo una cámara en sus manos. No siempre creyó mirar.

Nació el veintisiete de septiembre de 1990 en Fort Lauderdale, Florida, porque


su papá, odontólogo, daba clases en Boston, mientras su mamá, abogada,
terminaba un postgrado. La trajeron a Caracas con tres meses de edad, por eso
de su origen estadounidense solo queda un pasaporte.

A sus padres les gustó siempre viajar por Venezuela. Una infancia aventurera
se sumó a un patio enorme que ella creía la jungla de la película Jumanji y que
ningún juguete superaba. En esa casa de La Castellana, en la que vive desde
los cuatro años, se crió con dos hermanos menores, Guillermo y Camila, y con
sus primas Cristina, Marisabel y Andreína. Una familia grande, unida, religiosa,
276 Andrea Hernández

practicante de un catolicismo del que ella se distanció muy temprano, cuando le


disgustó el rol de la mujer en la Iglesia. Eso le ganó el mote familiar de «Andrea
la atea».

En su quinto cumpleaños le regalaron una colección de libros con ilustraciones


que recuerda asombrosas y que le abrieron los ojos. Ya entonces era habitual
visitante de galerías y museos. En el colegio, no desperdiciaba oportunidad de
revisar viejos ejemplares de la revista National Geographic. Creía estar impactada
por los textos, pero ahora reconoce que su atractivo estaba en las imágenes,
sobre todo en los retratos. Recuerda muy especialmente una portada de 1987 en
la que aparece una geisha y entre sus labios un bocado de soja y dos palitos. Hoy
sabe que se trataba del primer encargo fotográfico a Chris Johns, que llegó a ser
director en jefe de la publicación y fotoperiodista como ella lo es ahora.

«Cuando tenía quince años, mientras recorría en un bote el delta de Tigre, en


Buenos Aires, una adivina me dijo que sería periodista y que estaría frente a la
cámara. Algo de aquella predicción en la que no creí mucho resonó en mí y al
graduarme de bachiller en Humanidades en 2008 en el colegio Academia Merici
–tras pasar un año estudiando idiomas entre Francia e Italia– ingresé a la escuela
de Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello».
277 Andrea Hernández

DE LA LENGUA AL OJO
En 2014, apenas entregó su tesis de grado, entró a trabajar como redactora
del portal El Estímulo. Sus textos fueron siempre, sin proponérselo, los de una
fotógrafa, llenos de imágenes y profusas descripciones de ambientes y personas,
un poco como los libros de ciencia ficción que tanto gusta leer porque la
transportan a mundos fantasiosos y «porque reflexionan sobre el bien y el mal».

Un día descubrió que ella misma podía tomar fotos para sus textos.
«Siempre pensé que lo mío era la palabra, pero sentía que me quedaba
corta con la escritura. Cuando me percaté de que las imágenes también
“historias
Siempre he estado contando
de otros. Ahora me toca
podían contar historias, ya nunca más fui la misma. Me sentí como
Harry Potter cuando manejó por primera vez una varita en la tienda
contar las mías. Mi trabajo personal de Ollivander. Era como si me hubiera elegido a mí. Tenía una cámara
“ semiprofesional que me habían regalado mis padres, pero que nunca
tiene metáforas, a diferencia de mi antes usé: una Canon Rebel T13. Rebel, en español rebelde, como yo.
trabajo periodístico Mis primeras fotos fueron para un reportaje titulado “Cuánto cuesta ser
santero”, hecho en los nada sencillos pasillos del mercado de Quinta
Crespo y publicado el 29 de octubre de 2014».

Decir que estaba interesada en la fotografía y comenzar a estudiarla a profundidad


fue lo mismo. En la escuela Roberto Mata Taller de Fotografía (RMTF) hizo en
2016 tres niveles de fotografía digital y el Taller Corrientes con Misha Vallejo y
Raúl Amarú Linares.

En RMTF su vida daría un nuevo vuelco más allá de su ya irreversible resolución


de ser fotoperiodista. Allí conoció al que sería su novio por cerca de año y medio,
el destacado reportero gráfico Wil Riera. «Aprendí mucho de él, fue mi mentor. Me
enamoré de él y de su forma de hacer fotos, de su compromiso con una fotografía
ética. Gracias a él decidí postularme para estudiar en Nueva York. Cuando supe
que había fallecido, en marzo de 2109, se me revolvió la vida, aunque habíamos
terminado ya. La situación tan horrible y triste de su enfermedad puso mi propia
vida en perspectiva. El ejemplo de Wil me hizo dar más importancia a mi trabajo
y a mi compromiso con los sujetos que a asuntos mundanos de la industria y de la
profesión fotográfica, a los que no vale la pena meterle tanto coco, porque quitan
energía para lo que uno debe hacer».
“Regresar a Venezuela mientras todos huyen
desorienta el espíritu. Es muy duro. Me
impresionó el deterioro, los drásticos cambios
ocurridos tan solo durante un año en materia

de infraestructura, en el aspecto físico y
psíquico de la gente, en la resignación
279 Andrea Hernández

OTROS VUELOS
En 2017 su carera como fotoperiodista se desentendió de amarres.

Dejó su trabajo en El Estímulo y se convirtió en fotógrafa independiente.

En agosto viajó a Ciudad de México para participar en el 10th Annual Foundry


Photojournalism Workshop, convirtiéndose en discípula de la premiada
fotoperiodista estadounidense Andrea Bruce –su trabajo se enfoca en las
secuelas de la guerra– y obteniendo el galardón Bufanda Dorada.

Un manojo de galardones lustrarían su joven currículo. “Por lo general la audiencia no se


relaciona con una imagen que le
Imágenes suyas publicadas en El Estímulo recibieron de la Sociedad resulte patética sino con aquella que

Interamericana de Prensa (SIP) el Premio Cobertura Noticiosa 2017 por
el reportaje «Morir una, dos y tres veces de hambre» y el Premio a
demuestra que hay algo que está
la Excelencia Periodística 2018 por la cobertura a las protestas que peleando por su dignidad
tomaron las calles venezolanas el año anterior.

Obtuvo la beca de posproducción del programa 5 Sentidos que otorga la


Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano
con el fin de incentivar la cobertura de Derechos Humanos en América Latina.
Gracias a esa presea en el área Visualidades concluyó junto a la periodista
Johanna Osorio el proyecto interactivo Buscando a Virginia, sobre personas en
situación de calle, que se publicó en El Estímulo el veintisiete de marzo de 2017.

En 2019 siguieron los logros. Obtuvo la beca Adelante del International Women’s
Media Foundation (IWMF) que resalta los logros alcanzados por mujeres
periodistas latinoamericanas que luchan contra todo tipo de dificultades para
hacer escuchar sus voces.

La agencia de noticias Associated Press (AP) la becó para realizar en Colombia


un entrenamiento de entorno hostil y formación en primeros auxilios (Hefat, por
sus siglas en inglés).
280 Andrea Hernández

Su nombre aparece en listines que reconocen en 2019 la labor de las mujeres


en el fotoperiodismo mundial: «20 Rising Female Photojournalists» en el portal
Artsy; «30 New and Emerging Photographers to Watch» en la revista mensual
de fotografía profesional Photo District News (PDN); y «30 Under 30/Women
Photographers», exposición organizada por la agencia Profiles of the Arts
(Artpil) en la Maison de la Photographie en Lille, Francia. Asimismo, está
incluida en Women Photograph, base de datos privada con más de ochocientos
cincuenta mujeres fotógrafas documentales independientes ubicadas en
noventa y nueve países.

DOCUMENTAR LO DIFÍCIL
El domingo veintisiete de enero de 2019 apareció en El País Semanal el primer
capítulo de la serie Crónicas sudacas del periodista argentino Martín Caparrós.
El conmovedor texto intitulado «Caracas, la ciudad herida» lució fotos no
menos conmovedoras de Andrea Hernández, sin duda un gran reto para una
fotoperiodista que tiene su propio discurso sobre el país y la realidad. «Trabajar
con Martín fue una experiencia muy interesante de muchas maneras. Ninguno de
los dos estaba acostumbrado a trabajar con alguien con zarcillo e hicimos lo posible
por acomodarnos el uno al otro. Aprendí mucho viéndolo entrevistar a sus sujetos
y de sus planteamientos sobre sus posibles diseños de la historia. Me entretuvo
verlo hablar en sitios públicos y privados y ver cómo, en papel, sabe mantener a su
audiencia enganchada».

Sus primeros asomos a escenas oscuras y dolorosas de Venezuela fueron una


suerte de aventura, pero de inmediato mutaron hacia el compromiso social. Le
interesa trabajar con comunidades, llevar el documentalismo hasta sus últimas
consecuencias. «Busco documentar la realidad tomando en cuenta la dignidad
de los sujetos, yendo un poco más allá de lo literal para mostrar el sentimiento
colectivo. Hay parámetros para que una escena sea periodística: no puedes
interactuar con ella, intervenirla, retocarla, posarla. A mí me interesa forzar esos
límites, aún sin cambiar la situación, para hablar sobre la belleza y la fealdad, no solo
en los retratos, que permiten un discurso estético. Mi trabajo periodístico siempre
tiene algo de conceptual. En Nueva York me especialicé en un fotoperiodismo
281 Andrea Hernández

que tiende a lo artístico justamente porque me interesa caminar en las fronteras


para que una imagen pueda ser al mismo tiempo bella y chocante y toque fibras
en las personas».

Asocia la belleza a la dignidad de los sujetos, por eso pretende reducir todo
rastro de patetismo. «Por lo general la audiencia no se vincula con una imagen que
le resulte patética sino con aquella que demuestra que hay algo que está peleando
por su dignidad. Eso es lo que pretendo con mi trabajo en Venezuela. Las imágenes
que han salido del país son así, intento reducir la visión de arriba hacia
abajo, poner al sujeto fotografiado en mi lugar, como a mí me gustaría

“ Por lo general la audiencia no se


relaciona con una imagen que le
que me vieran. Si los fotoperiodistas lográramos siempre eso, cambiaría
un poco el discurso sobre Venezuela, sobre cómo nos ven desde afuera
y cómo nos vemos a nosotros mismos. Eso hace la diferencia con el
resulte patética sino con aquella que fotógrafo que viene de lejos a fotografiarnos, lo que por supuesto es
demuestra que hay algo que está
“ válido. Pero a mí me duele mi gente, busco a mis iguales, hablar en un
mismo lenguaje y sobre todo mirar a la gente a los ojos, porque eso
peleando por su dignidad es reconocer al otro y que te reconozcan a ti. Aún en una situación de
violencia, en medio de una protesta de calle, se puede mirar a la gente
a los ojos. Y si eso no es posible por momentos, busco texturas, me
concentro en la parte técnica y operativa para no salir herida, es una cosa animal.
Hay que ser profesional y humano a la vez. Sin embargo, me siento cómoda en esos
ambientes, porque cuando no vas con intenciones ocultas, cuando la gente sabe
por qué estás allí, puedes hacer tu trabajo tranquila».

Sus fotos no demuestran cuán introvertida puede llegar a ser. Aún le cuesta
acercarse a la gente para pedir un retrato. Dice que es complicado ser tímida
y fotoperiodista, pero cuando considera que hay cosas más importantes que
ella misma y sus inseguridades, nada la detiene. «Por alguna razón, aunque me
cuesta mucho dar el primer paso para hablar con alguien, siempre me ha salido
bien. No cuestiono al otro. Siempre en las comunidades me reciben con brazos
abiertos. Llamo comunidades a grupos humanos. He fotografiado comunidades
en barrios de Petare, de la Vega y ancianatos del este de Caracas. En Nueva
York tuve la oportunidad de adentrarme en una comunidad de fisicoculturistas,
fue rudo pero muy interesante, allá hay una sobreprotección de la intimidad que
aquí desconocemos».
282 Andrea Hernández

Las imágenes de protestas, que le han valido reconocimiento internacional y


sustento económico, es lo que menos le interesa. «No es la gran cosa. Es parte
del trabajo, lo hago. Son ambientes muy hostiles donde también se ven cosas
maravillosas: compañerismo, ayuda. Eso hace que el trabajo sea mucho más ligero.
No puede uno separarse de los otros fotógrafos, es casi una actividad grupal, por
eso todos terminamos con fotos muy parecidas».

Detesta las ruedas de prensa. Busca lo hondo, lo arduo, lo que duele. Prefiere los
ambientes hostiles porque ahí siempre hay una historia que fotografiar. «Entre lo
más difícil que me ha tocado reportear fue el funeral y sepelio de Ángel, un niño de
siete años que murió por difteria en febrero de 2017 en las Cocadas de Barcelona,
estado Anzoátegui. Quería retratar lo injusto de lo que ocurrió allí. La familia no
me lo impidió, pero no estaban cómodos. Pasaron tres horas antes de que pudiera
sacar la cámara y retratar aquel velorio, que fue en la casa porque apenas si pudieron
levantar fondos para la urnita. Esas fotos fueron en blanco y negro».

Al narrar esto hace un larguísimo silencio, baja la voz y la mirada, luego explica
que lo más difícil ha sido fotografiar a su propia familia, sobre todo a su padre en
la habitación de la clínica en la que varias veces ha ingresado a causa del cáncer.
«Me estaba agarrando de algo. Retratar lo de uno es difícil. Cuando estás entre
extraños pasan muchas cosas como si fueran balas de Matrix, que no entiendes,
pero en tu familia lo entiendes todo».
Me duele mi gente, busco a mis

iguales, hablar en un mismo lenguaje
y sobre todo mirar a la gente a los

ojos, porque eso es reconocer al otro y
que te reconozcan a ti
284 Andrea Hernández

CUESTIONAR EL MUNDO
En un momento no muy lejano pero que no sabría precisar, encausó su interés
por la fotografía hecha por mujeres y por quienes se identifican en términos no
binarios con respecto al género. Aclara que ella se percibe del sexo femenino,
pero que en la imagen esa libertad conduce a otras miradas. «Cuando eres no
binario pasaste por un proceso de cuestionamiento, ya entiendes que no tienes
certezas sólidas, y fotografiar desde ese punto de vista es muy interesante. No
tienes prejuicios sobre las personas, es una actitud, la gente se abre un poco más,
se siente más cómoda frente al lente que en el fondo es un acto violento».

Esto nada tiene que ver con una visión feminista y menos aún con ser insensible
a las abismales diferencias que la industria fotográfica aún impone entre mujeres
y hombres. «Venezuela es un país muy machista y no ayuda para nada ser mujer
y que te digan cosas, que te vean como un blanco fácil y que además cargues
con un equipo encima. También dentro de la industria me ha traído problemas
ser mujer. Hay agencias internacionales de noticias que hacen lo posible por no
trabajar con mujeres. A mí por fortuna me ha ido muy bien como fotoperiodista
independiente, pero no quiero que quienes vengan detrás de mí sufran lo que yo
he experimentado y mucho menos lo que sufrieron algunas fotógrafas
que me anteceden y que se preocuparon por que hubiese un debate
sobre el sexismo. Suena extraño en pleno siglo XXI, pero he visto
mujeres que no pudieron con el azote de la discriminación dentro del “ Cuando cometemos faltas éticas

estamos atentando contra nuestra
fotoperiodismo y desistieron y se dedicaron a otra cosa. Me gustaría
propia autoestima profesional
que hubiese más diversidad étnica y de género a la hora de contratar
fotógrafos, más debate sobre la industria y que los temas no sean
tabúes. Muchas veces inicio discusiones en charlas, en mis clases, con
mis amigos. Es importante para que mejore la calidad de nuestros
trabajos. Cuando cometemos faltas éticas estamos atentando contra
nuestra propia autoestima profesional».

Los fotógrafos que admira son, en su mayoría, de su propia generación, artísticos


y otros documentalistas, muchos son amigos, colegas, gente con la que ha
estudiado. Algunos forman parte de las listas en las que ella misma destaca.
«Me interesa el trabajo de Isadora Romero, de Lany Frank que estudió conmigo,
285 Andrea Hernández

de Lucia Botticelli, Nan Goldin, Evgenia Arbugaeva, Hannah Reyes Morales, Andrea
Breus que fue mi mentora en México. Hay tres venezolanas cuyo trabajo admiro
porque me influyen y me retan: Betty Laura Zapata, Adriana Fernández y Ana
Arévalo. Con estas últimas me reúno cuando coincidimos en el país, conversamos,
conceptualizamos proyectos, hacemos comunidad, nos apoyamos y ayudamos
mucho y eso nos da fuerza, voz e influencia. No conozco mujeres venezolanas que
hayan sido fotoperiodistas en otras épocas. Sé que las hay, pero sus nombres no me
dicen nada. La mayor parte de los antecedentes en fotoperiodismo son hombres
y con los que no me siento identificada. Es una fotografía que tomaba distancia.
A mí me gusta estar involucrada. Somos una generación distinta. Creo que he
encontrado algo de mi voz. O en eso estoy».

HACER LO PROPIO
En 2019 comenzó a dictar clases en la misma escuela donde estudió fotografía en
Caracas. Desde allí pretende también dar fondo a su preocupación social, al país
que no termina de entender porque no hay tramo que no conduzca a lo social, a lo
político, al hartazgo de todo eso. «Desde hace tiempo dejé de hacer predicciones
sobre lo que puede pasar incluso en mi propia vida. No puedo imaginar un futuro
distinto a lo que estamos viviendo ahora mismo. En Venezuela hay una desconexión
muy grande entre quienes necesitan un cambio y quienes pueden hacerlo posible.
Me gustaría ser un puente entre ambos. Aquí todos vivimos una situación única y
es importante que quede un documento. Nuestra vida es muy intensa, un día aquí
son muchos años en otro lado por la cantidad de cosas que pasan. He envejecido,
me han salido canas en estos últimos años. Por eso la imagen que creo describiría
ahora mismo a Venezuela es muy oscura y en ella una persona levemente iluminada,
con un rostro muy solemne, que está peleando por su dignidad».

Créditos Jacqueline Goldberg Ricar2


PORTAFOLIO
Andrea Hernández
287 Andrea Hernández

De la serie
Vuelta a casa
288 Andrea Hernández

De la serie
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294 Andrea Hernández

De la serie
Vuelta a casa
FAB IOL A F E R R E R O

@ fa b i o l a fe rre ro
FABIOLA
FERRERO

1991
«Plasmar un estado de ánimo»

Humberto Sánchez Amaya Ricar2

Nace en Caracas en 1991. Comunicadora social de


la UCAB, se enfoca en documentar los sentimientos
que genera la crisis del país. En 2018 fue seleccionada
por América del Sur para 6x6 Global Talent de World
Press Photo Foundation y participó en el Programa de
Fotografía y Justicia Social de la Magnum Foundation.
Mención de honor de la PHM Women Photographers
Grant New Generation, ha publicado fotos en The New
York Times, Le Monde, The Wall Street Journal, Time, El
País, etc. Actualmente desarrolla No oigo los pájaros,
diario colectivo de la migración venezolana en el que
participan sus propios afectos
297 Fabiola Ferrero

Machurucuto. En sus costas surgieron los recuerdos entrañables de infancia


y juventud de Fabiola Ferrero. Los atardeceres, el ruido de las olas, el viento en
la cara que viene de altamar, el agua que remece el cuerpo.

Fue el lugar de las vacaciones, de los fines de semana largos, de las cenas de
Navidad y los abrazos de Año Nuevo. Agua y arenas de libertad. La promesa
del encuentro, no solo con los suyos, sino consigo misma. «Allá me sentía libre.
Bueno, me siento libre, como invisible», cuenta la joven.

Ha pasado tiempo sin ir. Todo ha cambiado. No solo el país ha experimentado


un declive vertiginoso, sino que ella, en los últimos tres años, se ha convertido
en una atinada fotógrafa que ha registrado el sentir de los afectados por la
tragedia venezolana.

Con la fotografía documental, ha logrado captar momentos que quedarán para


la historia de un país que no debe olvidar su pasado.

«Empecé con prensa. Estaba muy enfocada en buscar el momento, una buena
composición. Pero después de 2016 quise plasmar un estado de ánimo, una
emoción de lo que estaba sintiendo el país», cuenta la periodista, quien comenzó
en 2014 su carrera en el portal El Estímulo, donde laboró dos años. Primero
fue redactora, pero empezó a llevar la cámara a las pautas y el sendero se fue
abriendo hasta expandirse no solo en Venezuela, sino en el exterior.

En 2018 fue una de las seleccionadas por América del Sur para el programa
6x6 Global Talent de World Press Photo Foundation, además de ser parte del
Programa de Fotografía y Justicia Social de Magnum Foundation. También recibió
mención de honor de la PHM Women Photographers Grant New Generation. Sus
fotografías han sido publicadas en medios como The New York Times, Le Monde,
The Wall Street Journal, Time, Buzzfeed, El País y El Malpensante.
298 Fabiola Ferrero

Graduada de comunicadora social en la UCAB en 2014, creció en una familia


modesta de clase media junto con sus padres y dos hermanos en un apartamento
de dos habitaciones en Bello Monte. «Mi papá trabajaba muchísimo. Cuando era
pequeña, lo veía muy poco. Él salía muy temprano en la mañana y volvía muy tarde»,
recuerda sobre Juan Manuel, trabajador de la industria farmacéutica.

Nacida el treinta de octubre de 1991, es la excepción en una familia que prefirió


las ciencias. Su mamá, Josefina, se graduó de bióloga, su hermano Juan Manuel
también es farmacéutico y su otro hermano, José Ángel, es ingeniero. También
hay otra singularidad. Se salvó de la J al inicio de su nombre.

«Mi mamá dice que me querían llamar Vanessa, pero siento que ese nombre no
hubiese pegado conmigo. No recuerdo cuál de los dos me dijo que eligió Fabiola
porque se lo susurraron. Me encanta esa doble F».

Pero hay reminiscencias que derivan en su trayectoria. Su abuelo,


Pasquale Cafiero, era un barbero que sentía el impulso de registrar todo
con las cámaras que fue adquiriendo en su vida. No lo conoció, pero la
“ Después de 2016 quise
plasmar un estado de ánimo,
influencia está. «No lo hacía de manera profesional, pero tomaba fotos
una emoción de lo que estaba

todos los días. Tenía muchas cámaras. Guardo una de él, una Rolleiflex.
Había otra, pero se la presté a alguien en la universidad, se metieron en sintiendo el país
su casa, y bueno…».

En Bello Monte, en el apartamento de abajo, vivía la abuela, Angela Falcone,


una mujer de la posguerra del sur de Italia, con un carácter muy fuerte, propio
del trauma del conflicto. Una mujer que además, en palabras de Ferrero, los
sobrealimentaba todos los días con pasta, un recuerdo que evoca con sonrisa en
el rostro.

Desde ese edificio, a los once años de edad, fue testigo de la marcha hacia
Miraflores del once de abril de 2002, una fecha de la que fue partícipe desde
la ingenuidad y el entusiasmo. «Se veía la autopista Francisco Fajardo. Entonces,
jugaba a ser periodista. Me paraba en la terraza y hacía que me grabaran
mientras yo hablaba como si fuera reportera. Narraba lo que ocurría mientras se
escuchaban detonaciones. Fueron muchas las protestas que vi en la zona, mucho
299 Fabiola Ferrero

gas lacrimógeno. Nosotros vivíamos en el piso dos, y teníamos que bajar para no
ahogarnos por todo ese gas que subía».

Obvias influencias de los medios de comunicación masivos de entonces.


Además, su entorno era un hervidero de opiniones. Se hablaba mucho de
política en casa, correspondía a una época vertiginosa del país de la que
todavía hay mucho por indagar.

La primaria y la secundaria las cursó en el Colegio Nuestra Señora de Pompei,


en la Alta Florida. De pequeña coqueteó con la idea de ser gimnasta, a la vez
que rondaba por la cabeza la imagen de periodista. «Practiqué gimnasia durante
varios años en el colegio. Lo hacía en un buen nivel. Cuando quisieron que fuera
más serio, mi mamá no quiso. Me dijeron que entrenara en Parque Miranda, pero
ella se negó. Le daba miedo que me inyectaran hormonas para dejarme pequeña.
Algo así le habían dicho que tenían que hacerme».

Ahora bien, en los últimos años de bachillerato, dudó cuando tuvo que elegir
opciones para entrar a la universidad. No sabía si Comunicación Social o Psicología.
«Apliqué a las dos. Hasta el día de hoy me pregunto por qué no estudié Psicología.
Todos mis proyectos tienen que ver con esa área de estudio y mis materias favoritas
eran las que estaban relacionadas».

ROMPER LA BURBUJA
En la temprana adolescencia, Ferrero vivió una experiencia que hizo tambalear
su sensación de tranquilidad, su visión del mundo. «Estaba en una peluquería
acompañando a mi mamá y entraron unos hombres armados. Nos encerraron en un
baño. Mi mamá peleó con ellos. Pensé que la iban a matar porque forcejearon. Eso
me impactó muchísimo. Estar con otras mujeres con alguien que podía matarnos
en cualquier momento».

La burbuja empezaba a romperse. En casa procuraron siempre mantenerla


protegida, la típica casa italiana, dice ella. Tuvo una infancia buena, con los recursos
300 Fabiola Ferrero

que su familia tenía a su disposición. Pero cuando ella tenía trece años de edad,
su papá fue despedido de la empresa en la que trabajaba.

«Fue una crisis familiar bastante fuerte, y abrió un cyber para resolver mientras
tanto. Hizo una inversión muy grande y todos estábamos muy nerviosos. Si no
funcionaba, perdería todo su dinero».

Y fue en ese local, ubicado en Bello Monte, donde conoció a personas que
vivían tragedias que ella hasta ese momento no pensaba que podían ocurrirle a
personas allegadas.

«Empezaron a quitarme capas de inocencia. Por ejemplo, había una chica de la


que me hice muy amiga. Un día llegó con morados en el cuerpo. Teníamos mucho
tiempo conociéndonos, pero fue en ese momento cuando me enteré de que su
papá era alcohólico, y en las noches las golpeaba a ella y a su mamá».

Tuvo la clásica rebeldía adolescente, molesta con el mundo. Y cada vez más se
fue acercando a historias de ese tipo, como cuando una amiga intentó suicidarse
y luego la llamó para hablar. Episodios que influyen ahora directamente en su
trabajo como fotógrafa.

«Obviamente hay cosas que prefiero mantener en la privacidad. Pero sí muchas


cosas las expresaba escribiendo y me compré una cámara a los trece años de edad.
Nunca fue mi herramienta para expresar nada. Tomaba muchas fotos, aunque no
hacía nada con ellas». De esa época, hay libretas con cuentos, anotaciones. Y
mantiene un diario, muy importante para su actual proceso creativo.

El negocio del cyber duró como dos años, hasta que se mudaron a La Florida
cuando el papá volvió a la industria farmaceútica y la vida continuó para ellos.
Hasta que el hogar empezó a resquebrajarse. El hermano mayor, Juan Manuel,
se fue a España hace ocho años. Hace tres, los padres se fueron a Colombia y el
otro hermano, José Ángel, ahora vive en Inglaterra.
“paísSinnosduda,ha eldadoperiodismo te da mucho. En este
mucho a los fotógrafos. Hemos
hecho nuestra carrera, nos ha enseñado a valorar
muchas cosas, pero hay días en los que uno
termina como si cargara un morral de piedras, con
mucha impotencia por ver la realidad de muchas

personas y no poder cambiarla
302 Fabiola Ferrero

UN HECHO HISTÓRICO
En la UCAB, Machurucuto pasó a ser no solo el lugar para buscar la solitude, sino
también un propósito de entender el país a partir de las huellas que el pasado
deja en los individuos y en las sociedades. En 1967, el poblado fue escenario
de un intento de invasión por parte de guerrilleros venezolanos con el apoyo
de Cuba. «En la universidad vi clases con María Soledad Hernández. Ella habló
sobre la invasión. Para mí, que Machurucuto tuviera una importancia histórica era
clave porque era mi manera de entender muchas cosas. Era el lugar en el que
había pasado toda mi infancia. Hablé mucho con la gente sobre eso. Hay historias
de personas que dicen haber visto a tal guerrillero, muchos relatos. Fue el gran
acontecimiento local en un lugar donde la vida es una pausa total».

Entonces, propuso una tesis muy vinculada al lugar de ensueño de su infancia y


juventud, pero esta vez cargado con un pasado salpicado por la Guerra Fría.

«La presenté como una semblanza escrita del pueblo y la conecté con el hecho
histórico de la invasión fallida. Quise hacer una analogía con la forma en la que la
cultura cubana se terminó metiendo en la vida política del país. Pero no la aceptaron.
Me dijeron que lo hiciera multimedia. El resultado fue una página web con muchas
fotos, videos y textos. Pero esa página se perdió».

ENCONTRARSE CON ELLA


De sus primeros años de formación menciona como referencias a Milagros
Socorro, en la escritura, con ella vio clases; en la fotografía, a Leo Álvarez y Laura
Morales. Los elogia. «Con Leo aprendí mucho de composición y la búsqueda
del momento, el documental clásico y puro. Con Laura hice un ejercicio bastante
importante. Me obligó a fotografiarme a mí misma. Y de esos ejercicios salió un
libro. En ese momento, mis hermanos se habían ido del país, mis padres también.
Yo había dejado de trabajar en prensa y me sentía muy vacía. Ella me obligó a sacar
todo eso en imágenes. Pasé de fotografiar a todo el mundo a fotografiar lo que
estaba sintiendo. Eso provocó el cambio entre mi fotografía netamente de prensa a
la documental», relata sobre un proceso íntimo que derivó en Oblivion.
303 Fabiola Ferrero

Fue a Barcelona, España, con la intención de estudiar un máster para especializar


sus estudios de periodismo. «Pero en 2017 me llamaron de la Fundación Carolina
para decirme que había ganado un curso en el área que me interesaba. Ya yo
estaba en España y elegí esa opción porque era una beca. No tenía que pagar. No
era un máster, sino un curso de dos meses, pero fue muy valioso por la gente que
conocí. Había gente de Siria, de Jordania, México, Colombia, de todo el mundo».

Regresó al país, y ese año, 2017, hubo la efervescencia en las calles por la
intensificación de las protestas en contra de Nicolás Maduro.

En su columna «La Paciencia» de Papel Literario, el poeta José Antonio


Parra escribió sobre el trabajo de Ferrero un comentario que le leo:

“ Pasé de fotografiar a todo el


mundo a fotografiar lo que estaba
«Por un lado hay una mirada al proceso de deterioro total en el que
está sumida la nación venezolana producto del envilecimiento al que la
dictadura le ha llevado. Por otro lado, la fotógrafa hace una mirada a sus
sintiendo. Eso provocó el cambio
“ afectos más cercanos, esto es su familia, pero en el marco de la diáspora
entre mi fotografía netamente de que se dio en el país luego de la llegada de los militares al poder en el
prensa a la documental año 99. Finalmente, hay en su propuesta una aproximación a la poesía
que va de la mano de la imagen fotográfica, pero en el contexto de una
lírica simbolista en extremo refinada».

Al terminar de escuchar esas palabras, Ferrero agrega que no solo busca el


deterioro, sino las pequeñas muestras de luz humana que hay en la gente que
se queda.

Considera que si bien en el país hay mucha discusión sobre lo que está ocurriendo,
se trata muy poco el tema de lo que se está sintiendo. «Nos está generando
una herida muy profunda. Si yo en mi trabajo tengo que documentar todo esto
doloroso, quiero que para el futuro quede un registro más sentido y sensible sobre
lo que está generando en nuestra psique y memoria colectiva. He visto mucha
tristeza, un recuerdo constante de lo que fuimos. Sales a la calle y la tienda de
siempre, quebró. Quieres llamar a un amigo, y no está acá. Quieres viajar al interior
del país, y no hay gasolina. Vas a tu casa y está completamente vacía porque tu
familia está afuera. Constantemente hay un recuerdo de lo que fue y ya no está.
Eso ha generado un duelo, una pérdida. En eso me he enfocado, en profundizar lo
que está sintiendo la gente».
304 Fabiola Ferrero

Cuando publica en medios como el Wall Street Journal o el New York Times, se
pone el sombrero de periodista. Busca que el retrato sea lo más digno posible,
a pesar de que la persona pase por un momento terrible. Ahora, cuando se
involucra en sus proyectos independientes, da un paso más allá cuando refleja
que forma parte de todo esto. «Mi familia forma parte del proyecto que desarrollo
en estos momentos. Se trata de que las personas involucradas escriban y haya
también imágenes. Fotografié a mis padres cuando vinieron de visita, la casa donde
vivimos, la de Machurucuto, la de otras personas. Estamos construyendo una voz
colectiva o un diario colectivo de nuestra herida emocional. No sabemos cómo va
a terminar».

Se llama No oigo los pájaros, título basado en el poema de Eugenio Montejo


«Debo estar lejos». Es un registro de la diáspora.

En su vida, parece que no hay nada fortuito. Tanto la amiga que hizo en el cyber,
como el tenso episodio de la peluquería, la elección de la carrera, los temas que
le interesaban mientras estudiaba, forman parte de un entramado que vino a
encontrar una base argumental cuando leyó el estudio El mapa emocional de los
venezolanos de Yorelis Acosta.

«Fue el punto de partida para un proyecto que en inglés se titula Blurred in


Despair: Venezuela’s Psychological Turmoil. Nunca conseguí una traducción. Lo
escribí así para una beca, y así se quedó. Cuando empecé, en 2017, era apenas una
intuición. Había mucha rabia por las protestas. Y con esto hallé que lo que sentía en
la gente parecía ser así. Me ayudó mucho a darle las palabras que necesitaban las
imágenes y así tener cierto rigor».

Ya en esa época todo empezaba a evolucionar rápidamente. En 2017 además


había ganado una beca del Documentary Project Fund. Con ese dinero, pudo
regresar para realizar trabajos con mayor claridad. El viaje a Barcelona le dio otras
perspectivas a su propósito personal y profesional.

En menos de tres meses había ganado distintos premios y reconocimientos. «Así,


pa, pa, pa. Fue mucho, un poco abrumador. No esperaba que fuera a pegar tanto,
que me llamarían para exponerlo. Sin que yo tuviera que estar detrás de ellos para
que miraran mi trabajo».
305 Fabiola Ferrero

Como a muchos de su generación, siempre le preguntan qué hace todavía en


Venezuela, especialmente cuando toda su familia está en el exterior. Su padres, por
ejemplo, se suman a ese coro. Y ella tiene una respuesta: «Creo que es un sentido
de responsabilidad. Empecé este trabajo, tengo los contactos, las herramientas».

De las experiencias en el exterior, se sorprende del interés que hay por lo que
acontece en el país, además de ver hasta dónde han llegado los venezolanos.
«Hace poco di una charla en Bruselas, donde había uno de Portuguesa y otro de
Barinas. Hacían un PhD. Me pareció increíble. La gente hace muchas preguntas
sobre Juan Guaidó y otros tantos temas. Hay una sobreexposición de la palabra
Venezuela, pero no pueden entender todo hasta que hablan con alguien del lugar».

Agrega: «Lamentablemente la cobertura que dan los medios sobre este conflicto, así
como de cualquier otro, es muy simplista. Es difícil que tantas capas sean explicadas
en los espacios que tienen los medios de prensa. Lo más valioso de la exposición
internacional es poder sentarme con las personas y que hagan preguntas y puedas
más o menos darles una idea más concreta de lo que se vive acá».
Si yo en mi trabajo tengo que
“documentar todo esto doloroso,
quiero que para el futuro quede un
registro más sentido y sensible sobre
lo que está generando en nuestra

psique y memoria colectiva
307 Fabiola Ferrero

EN EL CAMPO
En 2017, durante las elecciones para la llamada Asamblea Nacional Constituyente,
fue rodeada por colectivos armados que le robaron su equipo de trabajo. Pero
no ha sido la primera vez en que ha estado expuesta al peligro. Un año antes,
durante un recorrido que hacía en el sur del país para realizar una investigación
sobre las consecuencias del desastre ambiental de la minería ilegal y las mafias
que encabezan todo ese negocio lúgubre, pensó que moriría. «Fui al Arco Minero.
Iba a una de las minas que controla el grupo mafioso llamado el Sindicato. En un
botecito con los pistoleros, yo estaba con Anatoly Kurmanaev, que entonces era
reportero del Wall Street Journal. Cuando estamos llegando, empezamos a ver a
todos los tipos armados. Uno de ellos dice “Ay catira, tú no sabes que los trajimos
para matarlos”. Me quedé fría. En mi mente le pedí perdón a mi mamá. Luego el
hombre se rio. Me dijo que era un chiste, pero esa sensación que tuvo mi cuerpo
todavía no la puedo olvidar».

En esos momentos se cuestionó su labor. Pero después –se ríe– lo


vuelve a hacer: «No sé qué me impulsa. Es que cuando ves lo que ocurre,
es muy difícil darle a espalda».

Es reflexiva cuando recuerda esa visión que tenía hace años del
“Lamentablemente la cobertura que
dan los medios sobre este conflicto,
periodismo. Pensaba que el reportero, una vez dejara el lugar de los así como de cualquier otro, es muy
hechos, podría continuar su vida sin mayores problemas. Pero la
experiencia suele tener filo. «Hay días en los que uno llega complacido
simplista. Es difícil que tantas capas
sean explicadas en los espacios que
por la labor realizada, por la gente que conoces. Sin duda, el periodismo

te da mucho. En este país nos ha dado mucho a los fotógrafos. tienen los medios de prensa
Hemos hecho nuestra carrera, nos ha enseñado a valorar muchas cosas,
pero hay días en los que uno termina como si cargara un morral de
piedras, con mucha impotencia por ver la realidad de muchas personas
y no poder cambiarla».

Claro, ha habido momentos en los que ha visto que lo registrado ha generado


efectos. Este año viajó a La Guajira junto con Nicholas Kristof de The New
York Times. Conocieron a Yanethzy Sánchez, una joven de doce años de edad
308 Fabiola Ferrero

que se fue de Venezuela con su mamá y que tenía tres años sin ir a la escuela.
En un cuaderno, practicaba escribir su nombre para que no se le olvidara. También
tenía anotado el nombre de su país de origen.

Una persona en Alemania leyó el artículo y contactó a la fotógrafa con la intención


de ofrecer ayuda.

También menciona el caso de una madre en Táchira que buscaba tratamiento


para su hijo, de cuatro años de edad, con cáncer. En ese momento, cada quince
días viajaba a Caracas, al hospital JM de los Ríos. Pero acá no se podía realizar un
estudio necesario para tratar su enfermedad. «No fue por la publicación, pero sí
por la relación que se generó. Al señor alemán que me contactó por el caso previo,
le pasé la información sobre el crowdfunding para el niño. Tanto él como varios
amigos de afuera donaron y se logró reunir el dinero para hacer el estudio en el
exterior. De repente no tienes un impacto global todos los días, pero se pueden
generar este tipo de experiencias».

Ha habido momentos tensos por el hecho de ser mujer en un medio que suele
ser asociado a los hombres. «Experiencias desagradables, incluso con colegas.
Pero no sé cómo hablar sobre ese tema. Mejor te cuento sobre cuando trabajas
con la gente. En esos momentos busco entender esas visiones machistas como
un código ajeno a quien yo soy. Intento no tomarlo personal, sino verlo como un
código del lugar en el que estoy, de la familia o de la persona que documento».

Ferrero es de hacer mucho deporte. Yoga, en las mañanas. Además, lo hace en


una terraza en la que tiene una vista de buena parte de Caracas. Desde Petare
hasta la Torre Latino en la avenida Urdaneta. Camina, va al parque del Este, sube
El Ávila. Cuando tiene tiempo libre, baja a la playa. Además, hay rigor con la
alimentación. Si bien no es vegetariana, trata de que en casa se coma como
si lo fuera. Saludable. Poco alcohol. «Procuro no meterme en este personaje
del periodista torturado, sino manejar mi dolor con mis terapias, la escritura, las
caminatas, la meditación, mis pensamientos. Todas esas cosas. Estar en mis espacios
de normalidad. Si voy al cine, me concentro en la película. Si estoy cenando con mi
pareja o con mis amigos, disfruto ese momento. Trato de estar presente cuando
tengo que estarlo a pesar de estar consciente de lo que ocurre en el país».
309 Fabiola Ferrero

EN FORMACIÓN
A pesar de los logros obtenidos, asegura que todavía está aprendiendo, en camino
para lograr materializar lo que se ha trazado. Es de las que está clara en que el
éxito puede ser muy efímero. Además, recuerda que las personas cambian. Y los
deseos del futuro pueden estar muy distanciados de los de ahora. «La persona
que quería ser siempre está cambiando con los años. No siempre anhelas lo mismo.
Empiezas por unas razones, y estas evolucionan».

Tiene una libreta en la que están anotados los nombres de los fotógrafos que
admira. Cuando necesita inspiración, la revisa. De los nuevos, por ejemplo,
menciona a la brasileña Luisa Dörr, así como a la española Cristina de Middel, a
los colombianos Jorge Panchoaga y Andrés Cardona, así como a los ecuatorianos
Isadora Romero y Misha Vallejo. «En la fotografía latinoamericana están pasando
cosas increíbles. De acá, me encanta el trabajo de Luis Cobelo. Por nombrar
algunos». Recuerda también al fallecido Wil Riera, quien le recomendó ver el
trabajo de Alex Webb. Y lo hizo en esos primeros años.

Le encantaría además ser profesora, pero todavía no. «Le tengo mucho respeto al
oficio de enseñar. Yo todavía estoy en la etapa de aprender».

Créditos Humberto Sánchez Amaya Ricar2


PORTAFOLIO
Fabiola Ferrero
311 Fabiola Ferrero

De la serie
Blurred in Despair
312 Fabiola Ferrero

De la serie
Blurred in Despair
313 Fabiola Ferrero

De la serie
Blurred in Despair
314 Fabiola Ferrero

De la serie
Blurred in Despair
315 Fabiola Ferrero

De la serie
Desplazamientos
316 Fabiola Ferrero

De la serie
Desplazamientos
317 Fabiola Ferrero

De la serie
Desplazamientos
318 Fabiola Ferrero

De la serie
Desplazamientos
319 Créditos

ALBINSON LINARES

Créditos
PERIODISTAS y
FOTÓGRAFOS

CARACAS, 1981

Periodista, cronista y escritor. Ha trabajado en medios


como El Nacional, Exceso, Playboy, Últimas Noticias, El
Mundo y Líder. Actualmente, periodista de The New York
Times en México. Colaborador permanente de Qué Pasa,
Etiqueta Negra, Americas Quarterly, El Heraldo, Letras
Libres, El Universal y Reforma. Autor de Hugo Chávez,
nuestro enfermo en La Habana (2013), El último rostro
de Chávez (2014) y Caracas bizarra (2014), este último en
conjunto con Juan José Espinoza.

» Entrevistas:

Alejandro Cegarra
Tómo II Pág 246
320 Créditos

ANABELLA CORRIDONI ARMANDO COLL

BUENOS AIRES, 1987 CARACAS, 1961


Licenciada en Relaciones Internacionales. Trabaja para Comunicador social egresado de la Universidad Católica
organismos internacionales en el área de resolución de Andrés Bello (UCAB). Escritor, periodista y docente. Ha
conflictos y seguridad a escala mundial. Autora del libro trabajado en medios como El Diario de Caracas, Economía
infantil Donde se fabrican los sueños y del relato «Me Hoy, El Nacional, Exceso, Cocina y Vino. Guionista de
molesta» que forma parte de la antología Historias huidizas, telenovelas y «unitarios» en Venezuela, Puerto Rico y
compilado por Mariano Cozzi y publicado en Argentina por México. Ha escrito documentales para Fundación Bigott y
Editorial Dunken. Ha cursado talleres de escritura creativa Cinesa. Fue coordinador del «Papel Literario» de
y actualmente escribe un blog de literatura enfocado El Nacional. Autor de la novela Close Up (2008). Junto a
principalmente en literatura africana. Vive en Abiyán, Costa Diego Rísquez y Luigi Sciamanna, escribió el guion de la
de Marfil, en África Occidental. película Reverón.

» Entrevistas: » Entrevistas:

Alejandra Loreto Ricardo Arispe


Tómo II Pág 174 Tómo I Pág 11

Aglaia Berlutti
Tómo I Pág 112
321 Créditos

BLANCA GONZÁLEZ DÁMASO JIMÉNEZ

MARACAIBO, 1962 MARACAIBO, 1963

Comunicadora Social egresada de la Universidad Central Periodista, cronista, guionista y locutor. Fue editor de
de Venezuela (UCV). Ha trabajado en medios nacionales la revista política Poder vs Poder. Editor de los portales
como Panorama, de Maracaibo; El Mundo, Últimas BienDateao y Venezuela USA. Escribió para los diarios
Noticias, de Caracas; y en la revista española Cambio 16. La Columna de Maracaibo y El Nacional de Caracas.
Actualmente reside en Lisboa, Portugal. Ha trabajado en televisión (Canal 11 del Zulia, Televen,
Globovisión) y radio (LUZ Radio del Sistema Integrado de
Medios de la Universidad del Zulia de Maracaibo en 102.9
FM, Dámaso 2.0 en Éxitos 89.7 FM). Actualmente reside en
Orlando, Florida.

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Max Provenzano Marco Bell


Tómo II Pág 127 Tómo I Pág 278
322 Créditos

HUMBERTO SÁNCHEZ AMAYA JACQUELINE GOLDBERG

CARACAS, 1984 Fotografía Manuel Sardá MARACAIBO, 1966 Fotografía Umar Timol

Periodista egresado de la Universidad Santa María. Fue Licenciada en Letras y doctora en Ciencias Sociales. Poeta,
redactor de las páginas culturales de Primera Hora y El narradora, ensayista, autora de libros infantiles, cronista
Nacional, donde mantuvo la columna «Líneas Tardías» del gastronómica y editora. Sus trece poemarios publicados
«Papel Literario». También fue redactor de la revista musical entre 1986 y 2006 fueron recogidos en Verbos predadores
Ladosis. Actualmente colabora para Crónica Uno, InfoBae, (2007). Entonces vinieron Postales negras (2011), Limones
Clímax, Alternos y El Nacional. Fundador de la página A en almíbar (2014), Nosotros, los salvados (2015) y Las bellas
Pesar de la Miopía (elmiope.com), productor y conductor catástrofes (2018). En 2012, su novela Las horas claras fue
del programa El Miope en Radio de Humano Derecho Radio XII Premio Transgenérico de la Sociedad de Amigos de la
Estación. Forma parte del equipo del Festival Cine Rock. Cultura Urbana; en 2013, Premio de los Libreros al Libro del
Coautor del libro ¿Cómo lo hicimos? Una gestión cultural en Año y finalista del Premio de la Crítica a la Novela del Año,
25 buenas prácticas (Cultura Chacao, 2017). en Venezuela; luego, reeditada en México. Actualmente es
gerente editorial de la Fundación La Poeteca.

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Rosley Labrador María Teresa Hamon


Tómo II Pág 57 Tómo I Pág 156

Fabiola Ferrero Rómulo Peña


Tómo II Pág 295 Tómo I Pág 255

Andrea Hernández
Tómo II Pág 271
323 Créditos

JOSÉ ANTONIO PARRA JUAN ANTONIO GONZÁLEZ

CARACAS, 1969 CARACAS, 1962

Poeta, narrador, editor, crítico de arte y literatura. Entre sus Periodista egresado de la Universidad Central de
numerosas colaboraciones para revistas y suplementos Venezuela (UCV), mención Audiovisual. Crítico de cine
literarios, impresos y digitales, destacan su columna «La y teatro. Ganador del Premio Municipal a la Difusión
Paciencia» en el «Papel Literario» de El Nacional y su blog en Cinematográfica (1998). Ha sido redactor de El Diario de
Inspirulina. Ha colaborado en El Estímulo. Fue columnista de la Caracas y El Nacional. Actualmente coordina el área de
revista Sala de Espera y director/editor de la revista digital La Arte y Entretenimiento en El Universal, donde publica
Casa Azulada. Ha publicado los poemarios Grado superlativo semanalmente la sección «Mirada Expuesta», dedicada a
(2004) y Fragmentos naranja (2015). También publicó, en promover el trabajo de fotógrafos venezolanos.
narrativa, Diarios de rehab (2017).

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Mario Gonçalves Gerardo Rojas


Tómo II Pág 36 Tómo I Pág 62

Gala Garrido Juan Marroquín


Tómo II Pág 151 Tómo I Pág 229

Jesús Briceño
Tómo II Pág 11
324 Créditos

KEILA VALL LEOPOLDO PLAZ

CARACAS, 1974 CARACAS, 1976

Antropóloga egresada de la Universidad Central Poeta, narrador y corrector. Licenciado en Letras egresado
de Venezuela (UCV). Magíster en Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela (UCV), donde
(Universidad Simón Bolívar, USB), Caracas; en Escritura ha sido docente; también lo ha sido en la Universidad
Creativa (NYU) y Estudios Hispánicos (Columbia University), Simón Bolívar (USB), la Universidad de Oriente (UDO),
Nueva York. Narradora, poeta y crítica. Ha publicado la Universidad de Margarita (Unimar) y la Universidad
Ana no duerme (cuentos, 2007 y 2016); Los días animales Nacional Experimental de las Artes (Unearte). Ha
(novela, 2016), segundo lugar en los International Latino colaborado con medios como Revista Nacional de Cultura,
Book Awards (2018); Viaje legado (poemas, 2016) y «Antolín El Nacional y Sol de Margarita. Actualmente reside en
Sánchez, discurso en movimiento» (crítica, 2016). Ha sido Montevideo, donde cursa la maestría en Literatura
colaboradora del «Papel Literario» de El Nacional, con su Latinoamericana en la Universidad de la República
columna «Nota al Margen». Lleva la columna «The Flash» en de Uruguay.
la revista digital ViceVersa Magazine.

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Violette Bule Aaron Sosa


Tómo I Pág 35 Tómo I Pág 87
325 Créditos

LUCÍA JIMÉNEZ MANUEL GERARDO SÁNCHEZ

CARACAS, 1985 CARACAS, 1982

Periodista, escritora y editora. Licenciada en Historiador graduado magna cum laude en la Universidad
Comunicación Social egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV), tiene un máster en Literatura
Monteávila de Caracas con máster en Intervención Comparada de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Social de la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla; Autor de los libros de cuentos Sangre que lava y El último
actualmente culmina allí un doctorado en Ciencias día de mi reinado. En 2017, recibió el Premio a la Excelencia
Sociales. Fue coordinadora del «Papel Literario» de Periodística de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP)
El Nacional, suplemento en el que llevó las columnas en Estados Unidos y la beca de residencia artística del
«Encuentros entre Líneas» y «Colofón». Ha colaborado Centro de Arte de Marnay (Camac) en Francia. En 2015, la
en medios como la revista Hábitat Plus y los portales de residencia artística Centre d’Art La Rectoria en España. Ha
Ediciones «Letra Muerta» y El Estímulo. En la actualidad publicado en diversos medios nacionales e internacionales.
forma parte del equipo del Archivo Fotografía Urbana. Actualmente, es editor asociado del portal El Estímulo.

» Entrevistas: » Entrevistas:

Omar Salas Diana Rangel


Tómo I Pág 180 Tómo II Pág 198

Azalia Licón
Tómo II Pág 80

Ana María Arévalo


Tómo II Pág 222
326 Créditos

VÍCTOR AMAYA YASMÍN MONSALVE REAÑO

CARACAS, 1982 CARACAS, 1965

Licenciado en Comunicación Social de la Universidad Periodista y fotógrafa egresada de la Universidad Central


Central de Venezuela (UCV). Tiene un máster en Radio por de Venezuela (UCV). Desde 1987 ha sido reportera en las
la Universidad Complutense de Madrid. Periodista y editor páginas culturales de El Diario de Caracas, El Nacional,
del semanario Tal Cual y de la revista Clímax de El Estímulo. El Globo y El Universal. En 1996 obtuvo el Premio Municipal
Colabora con medios como Semana, El Confidencial y Vice de Periodismo José «Chepino» Gerbasi que otorga la
News. Ha trabajado en El Nacional, Últimas Noticias y La Alcaldía de Chacao y el Premio de Periodismo y Opinión
Razón, además de distintas emisoras de radio en Caracas, Luis Beltrán Prieto Figueroa del Instituto Nacional de
Madrid y París. Cooperación Educativa (INCE). Desde 2004 reside en
São Paulo, Brasil.

» Entrevistas: » Entrevistas:

Óscar Bambú Castillo Óscar Aramendi


Tómo I Pág 133 Tómo I Pág 204

Edgar Martínez
Tómo II Pág 104
327 Créditos • FOTÓGRAFOS

DAVID EGUI DIEGO RAMALHO

CARACAS, 1988 CARACAS, 1977


Diseñador gráfico graduado en el Instituto de Diseño de Licenciado en Letras por la Universidad Católica
Caracas. Se ha especializado en fotografía gastronómica. Andrés Bello (UCAB) y magíster en Estudios Culturales
Ha publicado imágenes y diversos artículos en El Nacional, Latinoamericanos por la Universidad de Manchester. Cursó
en las revistas Clímax y Bienmesabe de El Estímulo y en también estudios de Realización en Restart. Actualmente
la revista Luster, entre otros medios. Desde 2016 vive en vive en Lisboa, Portugal. Trabaja en la producción de textos
Barcelona, y se desempeña dentro de la escena culinaria e imágenes para diversas plataformas. Ha publicado en
de España, como un foddie que viaja por el mundo para revistas venezolanas y participado con cortometrajes de su
probar nuevas recetas y tomar fotos de restaurantes. autoría en festivales de Venezuela, América Latina y Europa.
Actualmente, dirige el blog de Instagram Comer es
(@comeresblog). Su agencia de comunicaciones se
especializa en gastronomía.

» Fotografías: » Fotografías:

Diana Rangel Max Provenzano


Tómo II Pág 198 Tómo II Pág 127
328 Créditos

GABRIEL ACOSTA JAN RATTIA

CIUDAD BOLÍVAR, 1983 CARACAS, 1974


Estudió Artes Plásticas, mención Arte Puro, en la Escuela Licenciado en Negocios Internacionales y graduado del
de Artes Visuales Rafael Monasterio, en Maracay, estado International Center of Photography (ICP) en Nueva York,
Aragua. Posteriormente estudió en el Instituto Superior de donde reside y trabaja actualmente. Ha expuesto en diversos
Artes Visuales Armando Reverón de Caracas, actualmente centros de fotografía y arte, museos, galerías y aeropuertos
Universidad Nacional Experimental de las Artes (Unearte). de Estados Unidos y sus obras forman parte de importantes
Desde el 2014 reside en Río de Janeiro, Brasil, donde se colecciones privadas. Artista de Estudio en Atlanta
desempeña como fotógrafo artístico y comercial. Contemporary (2014-2015). Su serie Tease fue premiada con
el Carol Crow Memorial Fellowship del Houston Center for
Photography y su trabajo Landings exhibido en Cindy Lisica
Gallery (Houston TX, 2018).

» Fotografías: » Fotografías:

Óscar Aramendi Violette Bule


Tómo I Pág 204 Tómo I 35
329 Créditos

JUAN CARLOS CASTILLO LUCAS ARIZAGA

CARACAS, 1974 SAN JUAN (ARGENTINA), 1980


Conocido en el mundo editorial como «Ozfilms», se ha Estudió Ingeniería de Sistemas en Córdoba. Actualmente
dedicado a la fotografía para editoriales, publicidad, cine y se dedica a la fotografía social. Desde el año 2010 trabaja
comerciales. En Venezuela, fundador de Urbe Bikini, Ocean en Costa de Marfil, África Occidental. Es cofundador del
Drive y P&M. Ha recibido un Grammy Latino por un video colectivo fotográfico Flash Abidjan, que se inició en 2014.
de Café Tacvba, un premio Cannes Lions y tres premios Desde su llegada a África en 2008, se dedica a plasmar su
Promaxbda. Actualmente reside en Miami, donde dirige percepción de la vida cotidiana de los habitantes de Abiyán
y produce para diferentes cadenas de televisión, oficio a través de la fotografía. Expone junto a dicho colectivo
que también desempeña en Colombia y Los Ángeles. Ha mensualmente en diferentes lugares de la ciudad.
colaborado con la dirección, producción y fotografía de
shows latinos como The Voice, Top Chef y Big Brother.

» Fotografías: » Fotografías:

Marco Bell Alejandra Loreto


Tómo I Pág 278 Tómo II Pág 174
330 Créditos

MICHELE SANTAMARIA RICHARD «COMEPIÑA» BORGES

CALABOZO, 1979 LA VICTORIA, 1977


Fotógrafa venezolana que reside actualmente en Richard Borges Díaz, mejor conocido como «Lord
Montevideo, Uruguay. Sus imágenes han sido publicadas Comepiña», es un fotógrafo y videógrafo nacido en
en numerosas revistas de reconocido prestigio y han sido el estado Aragua. Se formó en la Escuela de Artes
exhibidas en países como Argentina, Panamá, Venezuela de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y en la
y España. Escuela Foto Arte de Caracas, y se inició en el mundo
del fotoperiodismo a través del diario Últimas Noticias.
Desde 2015 reside en Ciudad de México, donde se ha
especializado en fotografía de retrato y fotografía en vivo
(desfiles de moda, teatro, conciertos). Actualmente trabaja
también para varias agencias de publicidad. Es fotógrafo
oficial de las Noches de Guataca México.

» Fotografías: » Fotografías:

Aaron Sosa Alejandro Cegarra


Tómo I Pág 87 Tómo II Pág 246
331 Créditos

RICAR2
Óscar Bambú Castillo
Tómo I Pág 133

María Teresa Hamon


Tómo I Pág 156

Omar Salas
Tómo I Pág 180

Juan Marroquín
Tómo I Pág 229

Rómulo Peña
Tómo I Pág 255

Jesús Briceño
CARACAS Fotografía Roberto Loscher Tómo II Pág 11

Dupla constituida por Ricardo Jiménez y Ricardo Gómez Mario Gonçalves


Pérez, fotógrafos profesionales de trayectoria internacional. Tómo II Pág 36
Luego de terminar sus estudios en Inglaterra regresaron
a Venezuela y se unieron para desarrollar su trabajo Rosley Labrador
comercial. En la década de 1987 a 1997 se distinguieron Tómo II Pág 57
por sus retratos en la revista Gerente de Venezuela y
marcaron pauta en el medio fotográfico registrando a casi Azalia Licón
todos los ejecutivos y personalidades importantes del país. Tómo II Pág 80
También cuentan entre sus clientes numerosas marcas
comerciales. Desde 2018 son los encargados principales de Edgar Martínez
las fotografías en la colección Los rostros del futuro. Tómo II Pág 104

Gala Garrido
» Fotografías: Tómo II Pág 151

Ricardo Arispe Ana María Arévalo


Tómo I Pág 11 Tómo II Pág 222

Gerardo Rojas Andrea Hernández


Tómo I Pág 62 Tómo II Pág 271

Aglaia Berlutti Fabiola Ferrero


Tómo I Pág 112 Tómo II Pág 295
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