054 - Barranquero Comunic. Alternativa

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Actas – II Congreso Internacional Latina de Comunicación

Social – Universidad de La Laguna, diciembre 2010

Problematizar la comunicación alternativa. Dificultades conceptuales,


potencialidades críticas

Alejandro Barranquero
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1. De las preguntas que hoy guían el debate


¿Qué se entiende en la actualidad por comunicación alternativa? ¿Podemos
seguir empleando esta controvertida etiqueta en un mundo de complejidad
creciente en el que lo masivo parece interpelarnos cada vez más desde lo
popular y en el que lo alternativo participa a su vez de las lógicas dominantes?
¿Por qué a lo largo de la historia estos modos de concebir y de hacer
comunicación han recibido un número tan amplio y diverso de denominaciones:
comunicación popular, participativa, comunitaria, libre, ciudadana, etc.? ¿Hacia
dónde avanzan hoy las luchas del movimiento para democratizar la
comunicación en un contexto hiper-tecnológico en el que la cultura de libre
acceso evoluciona en paralelo a la creación de nuevos dispositivos de
vigilancia y control?
Las siguientes líneas tienen por objeto sintetizar a grandes rasgos los
orígenes, evolución y principales perspectivas teórico-metodológicas que se
dan cita a la hora de problematizar lo que podemos denominar la sub-disciplina
de la comunicación comunitaria (community communication)1. La finalidad
última es establecer un breve balance del campo que nos permita comprender,
desde las dificultades y retos actuales, los principales rasgos que definen lo
alter-mediático en tanto que fenómenos culturales complejos que emanan de
los colectivos sociales y que intentan transformar y democratizar -desde una
multiplicidad de objetivos, contenidos, estrategias y formas de acción y
organización- la comunicación de una sociedad dada, y, con ella, la sociedad
en si misma.

2. De su contexto histórico
Pese a que los inicios de la comunicación alternativa y comunitaria se pierden
en la noche de los tiempos2, las primeras categorías de análisis, modelos y

1
A la hora de nombrar la sub-disciplina emplearemos indistintamente los diversos calificativos
con los que normalmente se alude al sector, si bien en primera instancia adoptamos la
denominación de la principal organización mundial de investigación en comunicación, la
International Association for Media and Communication Research-IAMCR/AIERI: community
communication.
2
Resulta complejo delimitar el arranque cronológico de estas experiencias, dado que este se
podría situar tanto en las representaciones alternativas de los pueblos indígenas
latinoamericanos antes y después de la colonización española (Beltrán et al., 2008) como en
las distintas expresiones al margen del sistema político y religioso dominante que emergen con
la invención de la Imprenta y la multiplicación de las posibilidades técnicas de reproducción y
difusión masivas de la cultura (Cadavid, 2007). No obstante, algunos teóricos sitúan sus
precedentes más inmediatos en Latinoamérica, concretamente en dos proyectos sin conexión
entre sí y con objetivos y alcances muy diferentes: las emisoras sindicales mineras en Bolivia y
el proyecto nacional de radio-escuela Sutatenza-ACPO en Colombia (Beltrán, 1993; Gumucio-
Dagron, 2001; Peppino, 1999).

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metodologías datan de finales de la década de los sesenta y aparecen ligadas


al agitado contexto político y social de aquellos años. Este es tiempo de la
política de bloques (1945-89), la Guerra de Vietnam (1964-75) y los ciclos
históricos de dominación y dependencia (post) colonial en muchos de los
antiguos territorios europeos, pero a su vez son los días en los que el mundo
asiste a una emergencia sin precedentes de alternativas políticas, económicas,
sociales y culturales de carácter reformista o revolucionario, como la vía chilena
al socialismo de Allende (1970-73), las réplicas de la revolución cubana (1959)
en distintos países de Latinoamérica, o las revueltas estudiantiles de 1968 en
diversas partes del mundo.
Ya en el ámbito de la comunicación, la agitación política de los años 70 -
o “década de fuego” en palabras de Luis Ramiro Beltrán (2007)- va a enmarcar
el debate más radical y progresista habido nunca en el ámbito de las
universidades y las organizaciones internacionales de la cultura: el de la crítica
a la dependencia informativa, las políticas de comunicación y el Nuevo Orden
Internacional de la Información y la Comunicación (NOMIC), promovido
especialmente por la UNESCO y el Movimiento de Países No Alineados, que
concluye a finales de esa misma década con la publicación del Informe
McBride (1980).
Así, aunque las primeras aproximaciones a la teoría de la comunicación
alternativa datan de finales de los años 60 y especialmente de la década de los
70 tanto en el mundo occidental -EE.UU., Francia e Italia-3 como en los
“márgenes” de este, sobre todo en Latinoamérica 4, algunos teóricos consideran
que es en el siguiente decenio, los 80, cuando la discusión académica alcanza
su cénit.
Este fenómeno va venir motivado por la pérdida de fuerza del debate del
NOMIC y por un panorama cultural caracterizado cada vez más por procesos
de desregularización y concentración mediática a escala global que, en último
término, contribuyen a la homogenización de la cultura y dejan escasas vías de
expresión para los intereses y demandas de la mayor parte de la población. Es
entonces cuando activismo y academia parecen replegarse en la búsqueda de
una comunicación popular, de base, con escasos medios y a pequeña escala,

3
En el fervor revolucionario posterior a la Revolución del 68, Europa asiste al nacimiento de un
fenómeno singular que contribuirá a transformar radicalmente el modo de concebir la
comunicación: las primeras radios libres en países como Italia y Francia. El movimiento estuvo
liderado por organizaciones sin ánimo de lucro, no tan vinculadas a organizaciones políticas y
sindicales clásicas como a (nuevos) movimientos sociales con “valores políticos post-
materialistas” –en terminología de Inglehart (1977)-: ecologismo, feminismo, pacifismo,
juventud, indigenismo, derechos culturales, etc., y con un ideario participativo y emancipador
similar al de las primeras experiencias latinoamericanas. Con precedentes como las míticas
Radio Caroline en Reino Unido o Radio Sicilia Libera, Radio Milano International, Radio
Bologna, Radio Alice y Radio Popolare en Italia, las emisoras libres o “piratas” tuvieron una
réplica destacable en algunos proyectos pioneros de los primeros años de Transición española
a la democracia (finales de los 70 y especialmente durante los 80) como Radio Maduixa u
Onda Lliure en Cataluña o Radio Paraíso, Osina Irratia y Satorra Irratia en el País Vasco.
4
El auge de la comunicación alternativa durante los años 60 y 70 en Latinoamérica es fruto de
la convulsa coyuntura histórica que afronta el continente desde mediados de siglo XX, marcada
por la relación dialéctica entre la dependencia (económica, política y cultural) y las luchas
sociales por la emancipación. De hecho, en ninguna parte del mundo se tiene constancia de
una efervescencia similar de proyectos comunicativos populares orientados a mejorar el
bienestar de las sociedades en un contexto adverso para el desarrollo (Barranquero, 2009).

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al considerar que la lucha por democratizar las comunicaciones en el ámbito


macro (nacional o internacional) era ya una batalla perdida.
En los últimos tiempos, y especialmente desde la década de los noventa
del siglo pasado, las experiencias alternativas parecen haberse multiplicado a
lo largo y ancho del planeta, una eclosión que hunde sus raíces en el imparable
proceso de revolución tecnológica, que facilita nuevas herramientas de
organización, participación e información en red, y, sobre todo, en una nueva
coyuntura histórica en el que (nuevos) movimientos sociales de carácter local y
global –Foro Social Mundial, debates alter/anti-globalización- intentan hacer
frente al debilitamiento del Estado del Bienestar y al avance imparable de
políticas de corte neoliberal y poco comprometidas con las demandas de la
sociedad civil.
Acompañando a unas prácticas cada vez más diversas -tanto en medios
y escalas como en contenidos o estrategias- desde los años 90 asistimos
asimismo a la eclosión imparable de una literatura académica que intenta
reflexionar sobre este complejo universo tras unos años, los de la década de
los 80, en los que el debate hizo gala de cierto agotamiento, cuando no de un
estancamiento en posiciones en exceso maniqueas y dogmáticas que situaban
lo alternativo en un territorio marginal y de supuesta “pureza” en relación con
los grandes medios (Atton, 2001; Downing, 2001 y Rodríguez, 2001) 5.

3. De su estatuto epistemológico
Si realizamos una revisión expedita de los textos académicos más recientes
comprobaremos con facilidad que los medios alternativos constituyen un objeto
de estudio complejo y problemático en comparación con otras subdisciplinas
del ámbito comunicacional con un estatuto epistemológico más definido -
comunicación política, opinión pública, new media, relaciones públicas,
marketing, etc.- y en relación con los medios dominantes del binomio
público/institucional y privado/comercial, puesto que sus “expresiones se han
caracterizado históricamente por su carácter inconstante, difuso y en ocasiones
efímero: si se los mira con el mismo foco de análisis que a los medios
tradicionales no se podrá decir mucho de ellos y su influencia será denostada”
(Sáez Baeza, 2009).
Buen ejemplo de esto es el Alternative Media Global Project
(www.ourmedianetwork.org/wiki), una proyecto de wiki colaborativo que
pretende convertirse en la más ambiciosa base de datos en medios
comunitarios y que recoge casi cincuenta denominaciones distintas para el

5
Grosso modo, se puede señalar que a lo largo de sus cincuenta primeros años, la
investigación en comunicación alternativa ha tenido desarrollos muy significativos tanto en los
centros “hegemónicos” de producción del conocimiento comunicacional en lengua inglesa –
especialmente en EE.UU., Canadá o Reino Unido (Aronson, Atton, Berrigan, Carpentier,
Couldry, Coyer, Curran, Downing, Hadl, Hamilton, Hintz, Howley, Jankowski, Kidd, Langlois y
Dubois, Lovink, Raboy, Rennie, Stoney)- como en Latinoamérica, donde las tradiciones
clásicas de investigación en comunicación popular y para el desarrollo de los años 60 y 70
(Beltrán, Beltrão, Díaz Bordenave, Kaplún, Marqués de Melo, Mattelart, Pasquali, Prieto) dieron
paso a unas décadas de los 80 y 90 muy ricas en debates y conceptualización (Capriles,
Graziano, Madriz, Martín Barbero, Portales, Prieto, Reyes Matta, Roncagliolo, Simpson) de las
que hoy toman el testigo autores con proyección internacional (Gumucio-Dagron, Riaño,
Rodríguez).

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sector: medios alternativos (Atton, 2002), radicales (Downing, 2001),


ciudadanos (Rodríguez, 2001), autónomos (Langlois y Dubois, 2006), etc.
Históricamente, la inexistencia de un modelo preciso y acabado
(Gumucio-Dagron, 2002: 1) tiene que ver con el hecho de que el origen y la
finalidad última de las reflexiones son eminentemente prácticos y, sobre todo,
porque resulta extremadamente complejo enmarcar en categorías cerradas,
finitas y universales el extenso conjunto de experiencias prácticas, emanadas
de contextos socio-políticos locales y “situados” y ejercidas desde los más
variados medios, objetivos, formas de organización y repertorios de acción.
En segundo lugar, la dispersión conceptual y la ausencia de un modelo
estandarizado han estado ligadas a la complejidad de hallar una definición que
satisfaga tanto a activistas como a investigadores, pese a que “no hay nada
más práctico que una buena teoría” (Lewin, 1951): “El reduccionismo del
debate a los „especialistas‟ o el mero desarrollo aislado de las experiencias de
la comunicación popular son incapaces de hacer frente a la comunicación
dominante; sólo la fusión de la tarea intelectual con la actividad práctica puede
permitir una síntesis en un auténtico proyecto comunicacional democrático y su
inserción en los proyectos globales de comunicación” (Portales, 1983: 60).
Por un lado, los profesionales y los activistas pecan de un excesivo
recelo a la teoría, o lo que es lo mismo, de un apego en demasía a una práctica
no reflexionada. Este hecho viene motivado por la urgencia de hallar soluciones
a los acuciantes problemas de cada contexto, lo que deja escaso margen para
la reflexión y la evaluación de las experiencias. A este factor se suma el temor
a que desde la academia se dicten pautas que hagan perder espontaneidad a
un trabajo que se crea y se recrea día a día, o por los recelos con respecto a
un mundo universitario demasiado alejado, a su entender, de las dificultades
que cotidianamente afronta el ámbito: limitaciones legales, falta de apoyos
públicos o privados, precariedad de medios, etc.
Por otro lado, los investigadores, sumidos en una competición por
acumular réditos académicos, económicos o de estatus, tienden a dejarse
lastrar por nominalismos y modas intelectuales estériles, cuando no terminan
aislados en su “torre de marfil” y desconectados de la experiencia real sobre el
terreno.
En suma, la falta de claridad en la definición del objeto supone para
algunos autores el motor de una investigación plural, no esencialista,
imaginativa y siempre atenta a la generación de nuevos conceptos y
herramientas frente a la “institucionalización” o la malversación de nociones
originariamente transformadoras emanadas en el ámbito de los movimientos
sociales. Sin embargo, para otros, este mismo hecho impide el progreso
académico del campo en base a programas científicos sólidos, la articulación
de redes o la conformación de “lobbies” de presión a favor de políticas públicas
que favorezcan al sector.
En definitiva, pensar y repensar estos procesos convierte al ejercicio
teórico en una fuente de inagotables posibilidades epistemológicas, pero
conduce, en sus excesos, a generalizaciones y juicios desacertados, cuando
no a polémicas insalvables, o al desgaste de energías y recursos frente a un
escenario comunicacional que demanda alternativas democráticas y acuerdos
normativos sobre las luchas que nos convocan.

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4. De su difícil definición
Otro de los grandes dilemas que afronta este objeto de estudio es
precisamente el hecho de la definición misma de lo alternativo, puesto que esta
etiqueta de uso común sigue siendo empleada con significados muy distintos y
en muchas ocasiones incluso opuestos6. Ligadas al convulso contexto
sociopolítico de los años 60 y 70, las primeras aproximaciones conceptuales
entendieron la comunicación alternativa en negativo, desde la oposición, es
decir, como aquello que esta no era, sin intentar abordar lo que estas formas
de expresión constituían en esencia. Comunicación alternativa era pues todo lo
opuesto a la dominante o hegemónica de los medios convencionales y la raíz
del concepto “alter” se interpretó como “otro” en dos sentidos: diferente a lo
convencional o adicional a este; o lo que es lo mismo, los medios alternativos
eran aquellos que ofrecían un discurso opuesto o suplementario al de los
medios masivos, en su mayoría privados y monopólicos, y reproductores, en lo
esencial, de los intereses de unas elites políticas y económicas dominantes. En
este esquema la comunicación alternativa constituía exactamente lo opuesto,
es decir, una plataforma para difundir mensajes contrahegemónicos y
comprometidos con las luchas sociales o con la necesidad de expresión de
grupos generalmente silenciados –o escasamente representados- en los
medios convencionales -poblaciones rurales, clase obrera, jóvenes, mujeres,
indígenas, etc.-. En consecuencia, lo alternativo se cifró exclusivamente en el
ámbito de los contenidos y las escalas (micro) y el debate se estancó en
posiciones en exceso simplistas –lo alternativo como sinónimo de
incorruptibilidad o de contenidos completamente al margen de la cultura
masiva- y periféricas –lo alternativo como medios pequeños en los contornos
del sistema-, sin comprender que la cultura alternativa constituye un universo
multiforme y complejo, susceptible de ser pensado y ejercido desde los más
diversos canales, frentes o modos de acción.
A partir de la década de los 80 del siglo pasado, y en buena parte
influido por el cambio de perspectiva que promovieron los Cultural Studies, el
debate en torno a la noción adquirió una complejidad imprevista y comenzó a
escapar de las disyuntivas en las que permanecía atrapado desde la
investigación “dualista” e “ideologista” primera (Martín Barbero, 2001: 205,
221). Entre los principales avances se certificó que lo alternativo no es
exclusivamente una cuestión de mensajes y que no tiene que ver con escalas
(micro o macro medios) sino con objetivos distintos (transformadores frente a
los conservadores de los medios masivos), modos de relación con las
audiencias (al promover el acceso y la participación de las mismas y, con ello,
la inversión política del signo dominante), maneras de organización y
concepción del trabajo comunicacional (horizontales, dialógicas, asamblearias),
o modos de financiación (privados, pero también públicos, autogestionarios y
de proximidad local).
Por otra parte, desde la concepción de la cultura como “hegemonía”
(Gramsci, 1982) o como “mediaciones”, “se abre camino una percepción nueva
de lo popular en cuanto trama, entrelazamiento de sumisiones y resistencias,

6
Piénsese por ejemplo en el reciente fenómeno de la corriente conservadora del Tea Party en
EE.UU., que en sus estrategias comunicativas se autodefine como un movimiento socio-político
alternativo frente a la legislatura demócrata de Barack Obama.

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de impugnaciones y complicidades” (Martín Barbero, 2001: 210), con lo que la


comunicación alternativa sale de los márgenes para situarse en el centro en
tanto que espacio de tensiones y búsquedas que desafía la ideología
dominante pero que al mismo tiempo participa y se imbrica con elementos de la
cultura masiva.
En definitiva, lo “altermediático” se piensa hoy en positivo y al margen de
las estrategias oposicionistas o periféricas del pasado. Desde entonces, son
muchos los teóricos y activistas que han intentado indagar en otros significados
de la palabra “alternativo”, bien alertando sobre el carácter “alter-ativo” de estas
manifestaciones –“alterar lo injusto, alterar lo opresor, alterar la inercia histórica
que trae dominaciones sofocantes” (Reyes Matta, 1983: 25)-, lo que sitúa al
camo en paralelo a la tradición de investigación en comunicación para el
desarrollo / cambio social; observando lo que esta tiene de encuentro y
reconocimiento del “otro” en la promoción del diálogo y la comunicación
intercultural (Roncagliolo, 1995); bien insistiendo en su último término, “nativo”,
puesto que estos medios nacen y están orientados a incidir en comunidades
localizadas, contribuyendo a recuperar su memoria histórica y dar cauce de
expresión a sus discursos frente a la homogenización cultural que promueven
las industrias culturales en un mundo globalizado (Kidd, 2003). Con esto último,
la discusión entronca directamente con el concepto de comunicación
comunitaria ampliamente aceptado en el ámbito de la academia, los
movimientos sociales y las instituciones públicas.

5. Del momento académico actual


Algunos autores sitúan en el año 2001 un punto de inflexión y revitalización en
el debate académico coincidiendo con la publicación de un conjunto de
influyentes títulos que aún hoy guían la reflexión y las prácticas comunitarias
(Atton, 2001; Downing, 2001; Rodríguez, 2001).
Por un lado, en su celebrado Radical Media, John Downing (2001)
completa el esquema de la comunicación alternativa añadiéndole la
designación extra de lo “radical” con dos objetivos principales: en primer lugar,
asimilar lo que estas prácticas tienen de orientación política contestataria y
contra-informativa frente a las representaciones hegemónicas de los medios
dominantes y, en segundo, comprender su potencial crítico movilizador de la
ciudadanía y emancipador con respecto a las estructuras sociopolíticas
excluyentes. Por otra parte, junto a autores como Atton (2001), Downing
contribuye a liberar el debate del “mediacentrismo” y el “tecnocentrismo” de las
décadas anteriores situando dentro del espectro fenómenos culturales tan
diversos como el fanzine, el cine, el graffiti, el hip hop o las diversas formas de
comunicación alternativa en Internet.
Por otro lado, en sus últimos escritos, el autor apuesta por la
denominación de “medios de los movimientos sociales”, incidiendo en el
estudio de sus principales promotores y analizando la comunicación alternativa
como un (nuevo) movimiento social equiparable a cualquier otro (pacifista,
feminista, ecologista, indigenista, etc.) (Downing, 2008).
Por su parte, Clemencia Rodríguez observa el fenómeno desde la óptica
de la “comunicación ciudadana”, lo que le ayuda a escapar de las posiciones
dicotómicas del pasado (horizontal/vertical, poderosos/desposeídos,
masivo/alternativo, macro/micro, o “David frente a Goliat”, según sus palabras)

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y para aproximar el concepto al ámbito de los debates sobre la ciudadanía y,


en concreto, al rol que estos medios juegan, desde las prácticas cotidianas, en
el reconocimiento de la capacidad ciudadana para intervenir en la vida pública
con el objetivo de reequilibrar las relaciones de poder tanto dentro como fuera
de las comunidades locales (Rodríguez, 2001).
En la línea de estos autores, también son variados los discursos que
actualmente se centran en “explorar y especificar la relación entre
comunicación y comunidad” (Jankowski, 1991: 163) o en los vínculos que
mantiene lo alternativo con los conceptos de “sociedad civil” o de “tercer sector”
(Rennie, 2006: 7).
Situándonos en el contexto español, y de acuerdo a las experiencias que
hoy agrupa su principal asociación de comunicación alternativa, la Red Estatal
de Medios Comunitarios (REMC), nos interesa concluir este trabajo apuntando
las líneas básicas de lo que, en opinión de Meda (2010) o Sáez Baeza (2008),
constituye el Tercer Sector de la Comunicación:
-Medios cuya propiedad se sitúa en organizaciones y asociaciones sin ánimo
de lucro -dirigidas por un colectivo ciudadano, una asociación de vecinos, una
ONG, un movimiento social, etc.-; es decir, no promovidos por socios
capitalistas de ámbito comercial-privado ni por actores de carácter público
institucional (estatal, regional o local).
-Medios cuya financiación se destina íntegramente al proyecto.
-Medios abiertos a la participación amplia de los ciudadanos, ya sea en el
ámbito de la programación, administración, financiación, evaluación o gestión
de los contenidos.
-Medios que no hacen proselitismo religioso o político.
-Medios con finalidad social, entre cuyos objetivos principales figuran
profundizar en la democracia y en la justicia social promoviendo una
descentralización del poder político y la transformación de la sociedad al dar
voz a aquellos grupos que no lo tienen (o están escasamente representados en
los medios hegemónicos) o hablando de lo que otros medios no hablan.
De acuerdo a estas reflexiones, el objetivo de los años futuros debe
pasar, a nuestro entender, por seguir edificando y unificando una ciencia
emergente, que de cabida al carácter abierto y complejo de estas experiencias
y que integre y aprenda de sus múltiples estrategias de acción: multiformes,
descentradas, inversas y “rizomáticas” (Carpentier, Lie y Servaes, 2007: 230-
231).

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