Girola L
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Rev. Venez. de Econ. y Ciencias Sociales, 2002, vol. 8, nº 3 (sept.-dic.), pp. 61-78
EL INDIVIDUALISMO COMO
CONSTRICCIÓN Y COMO UTOPÍA:
EL CASO DE MÉXICO
Lidia Girola
Introducción
Sin embargo, las salidas o soluciones propuestas para la situación, que una
vez más es definida como de crisis, parecen no tomar suficientemente en
cuenta la problemática de las clases sociales e incluso de los movimientos
sociales, y constatan y a la vez proponen la construcción de una nueva socia-
lidad en el ámbito de los pequeños grupos, que se visualizan como espacios
de constitución de la identidad individual.
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En ese sentido, creo más correcto hablar de procesos de modernización que de “mo-
dernidad” (para ahondar en la diferencia, véase Habermas, 1989, 11-15). Esos proce-
sos han sido fragmentarios, porque pretendían modificar sectores específicos de la
estructura societaria, como por ejemplo la productividad económica y el crecimiento, sin
producir cambios en la estructura de clases o la cultura política. Han sido heterónomos
porque no surgían de una transformación de conjunto sino que han sido inducidos por
los proyectos de las élites dominantes en turno. Han ocasionado impactos desiguales
en diversos sectores y clases de las sociedades en las cuales pretendían aplicarse. Los
cambios generados han sido asincrónicos y finalmente en muchos casos han abortado,
precisamente por no tener en cuenta al conjunto de la sociedad. Véase en el caso de
México los proyectos modernizadores de Benito Juárez, Porfirio Díaz, Miguel Alemán y
más recientemente el de Carlos Salinas. Si bien en todos los casos la sociedad mexi-
cana no fue la misma que antes de que los procesos de modernización se desarrolla-
ran, y en ciertos aspectos se podrían considerar como avances positivos las modifica-
ciones generadas, muchas veces el resultado fue una crisis, que no sólo trastocó los
modos de vida sino las posibilidades mismas de constitución de una sociedad justa,
equitativa y democrática.
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La misma persona que en un contexto, el laboral, por ejemplo, tiene una actitud “mo-
derna”, en la que predomina la racionalidad instrumental, la calculabilidad y el someti-
miento a patrones normativos universalistas, al negociar su salario y sus condiciones
de trabajo, puede tener en su vida privada, conductas que revelan la aceptación de
creencias “tradicionales” e incluso realizar prácticas mágicas si de recuperar la salud o
conservar el amor de su pareja se trata; verbigracia, la realización de “limpias” o la
apelación a curanderos y brujos. Al mismo tiempo, puede tener actitudes de aceptación
y reflejar una apertura mental “posmoderna” en su trato con miembros de colectivida-
des específicas, como homosexuales, indígenas, o incluso con sectores socialmente
estigmatizados como los adictos. Lo típico de nuestra cultura es que los marcos valora-
tivo-normativos se encuentran presentes no en distintos grupos y sectores sociales,
sino en cada miembro de la sociedad. La pugna, la tensión y el conflicto pueden pre-
sentarse en situaciones concretas determinadas, pero también se encuentra una articu-
lación peculiar, que permite la convivencia de conjuntos valorales y normativos diver-
sos, generándose así una situación cultural peculiar de nuestras sociedades. No sé en
qué medida esta situación de hibridez puede encontrarse en las culturas posindustria-
les. Ése no es el objeto de mi investigación, aunque evidentemente puede ser muy inte-
resante realizar un estudio comparativo.
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Creo que para responder a estos interrogantes, una cuestión crucial es te-
ner en cuenta algo que los autores europeos y norteamericanos que han abor-
dado el tema prácticamente no consideran, o sea cómo una actitud cultural
tiene su contraparte en la estructura social y económica de cada sociedad.
Esto quiere decir que es muy difícil, por lo menos desde mi perspectiva, decir
que nuestras sociedades son individualistas, sin hacer referencia a cómo son
individualistas las distintas clases y sectores, o qué significa la individualiza-
ción para los miembros de las distintas clases, o según la inserción territorial, o
según el nicho de edad o incluso el género al que las personas pertenezcan.
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Ver bibliografía al final del texto.
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Para la cultura de las sociedades posindustriales, podríamos encontrar algo similar en
las formulaciones de Hans Joas, cuando señala las diferencias entre el contexto de
justificación y el de aplicación, o cuando Luhmann dice, refiriéndose a los políticos, que
hay por un lado una moral ideal y por otro una moral operativa, funcional, que es distin-
ta pero que funciona en la práctica.
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fila a la salida de las escuelas privadas, entorpeciendo el tráfico con sus ca-
mionetas, hasta el industrial que propugna la flexibilización laboral a ultranza;
desde el ejecutivo que gana bien y no quiere ni oír hablar de la instauración de
un seguro de desempleo, hasta el funcionario que aprovecha el ejercicio de su
función para medrar y al que no le importa aceptar un soborno, siempre que
sea alto. En estos sectores es posible encontrar, junto con un discurso aparen-
temente reflexivo sobre la libertad y otros derechos individuales, conductas de
un acendrado particularismo; todo depende de si la situación le afecta
personalmente al actor en cuestión.
Pero además hay otra dimensión del individualismo que me gustaría intro-
ducir ahora: la consideración del individualismo como una política societal y
global. Es societal porque, aun con diversas manifestaciones en los distintos
estratos y sectores de cada sociedad, presiona y obliga a todos. Es global
porque los patrones culturales que impone se han constituido mundialmente,
se extienden a través de los medios masivos de comunicación y desconocen
las peculiaridades locales. Es lo que en el título de este texto quiero decir al
mencionar al individualismo como constricción, o lo que es lo mismo, al indivi-
dualismo desde la perspectiva de una lógica neoliberal que implica que cada
miembro de la sociedad debe “rascarse con sus propias uñas”, o lo que es lo
mismo que cada cual es el único responsable de su vida y bienestar. En esto
también, hay que remarcarlo, es posible notar un impacto diferenciado según
la clase social.
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Las clases medias y altas, si consideran que su posición laboral está más o
menos asegurada, pueden aceptar una política de flexibilización y meritocra-
cia, que individualice sus posibilidades, ya que pueden pensar que es un me-
dio de destacar y distinguirse de acuerdo con los valores aceptados en nuestra
sociedad, que enfatizan en el éxito, sobre todo el económico.
De allí que Robert Castel sostenga, si bien para otro contexto, pero creo
que en el nuestro también puede aplicarse, que en las sociedades actuales es
posible constatar un proceso de “individualización negativa” que consiste en la
exigencia por parte de la sociedad en su conjunto con respecto a los sectores
desprotegidos y vulnerables en el sentido de que se conduzcan como todos
los demás, es decir, como ciudadanos capacitados, autónomos y responsa-
bles; pero no se proveen las condiciones mínimas para que funcionen de esa
manera (cfr. Castel, 1995, 760).
Por esa razón, el individualismo neoliberal, impuesto desde arriba por las élites
gobernantes, por los empresarios e incluso sostenido como requisito de inclusión
societal por las clases medias y por sectores de la intelectualidad, es una constric-
ción, una presión intolerante e intolerable, desde el punto de vista de aquellos que
no cuentan con los medios, ni con el tiempo, ni con la capacitación, para conducir-
se como ciudadanos autónomos, responsables y artífices de su propio destino en
una sociedad sometida a la globalización dependiente.
Esto es particularmente evidente para mí, sobre todo en el caso de los jó-
venes mexicanos, por varias razones. En lo relativo a los pertenecientes a las
clases medias y altas, la socialización de los jóvenes se basa en muchos ca-
sos en la exaltación del bienestar material y su ostentación; la cultura es de
una extrema superficialidad; la influencia de las modas y el alcohol, más el
dinero fácilmente obtenido de los padres, convierten a los jóvenes de las cla-
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“De imitación” en lenguaje coloquial.
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Beatriz Sarlo dice, refiriéndose a una situación similar en la Argentina: “La Argentina,
como casi todo Occidente, vive una creciente homogeneización cultural, donde la plura-
lidad de ofertas no compensa la pobreza de ideales colectivos, y cuyo rasgo básico es,
al mismo tiempo, el extremo individualismo. Este rasgo se evidencia en la llamada ‘cul-
tura juvenil’ tal como la define el mercado, y en un imaginario social habitado por dos
fantasmas: la libertad de elección sin límites, como afirmación abstracta de la individua-
lidad, y el individualismo programado” (Sarlo,1994, 9).
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Creo por lo tanto que, en el caso de México, la familia, aun en proceso ace-
lerado de transformación no sólo en su tamaño sino en sus funciones, todavía
desempeña un papel crucial en nuestra sociedad. Para los sectores medios y
altos como medio de vinculación e inserción societales; para los sectores ne-
gativamente privilegiados es un mecanismo muy fuerte de protección y super-
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Pobres, gente corriente, en lenguaje coloquial.
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En el caso de los sectores populares puede decirse también que son indivi-
dualistas siempre y cuando hagamos ciertas precisiones. Por ejemplo, si acep-
tamos lo señalado por Parsons, en el sentido de que toda actitud de no involu-
cramiento en el contexto público y todo sometimiento a mandatos autoritarios
es también una forma de individualismo. En el caso de pertenecer a una de las
numerosas etnias del país, hasta no hace mucho, su identidad, si bien de base
comunitaria y alejada por completo de la posibilidad de personalización, es
localista, no participativa más allá de los límites de su horizonte cultural, su
pueblo, su región. El ser ciudadano puede significar para ellos el ser mexicano
o poder votar, pero no existe una clara conciencia de los derechos y obligacio-
nes que en lo personal ello implica. Las difíciles relaciones con las autoridades
extralocales son un motivo más para que la integración se dé en términos co-
munitarios no universalistas, ya que propician el recelo y el distanciamiento
con respecto a unas instancias que en general se ven como extrañas y ame-
nazantes. No niego que esta situación presenta signos de estar cambiando,
pero creo que aún no puede decirse que en general las condiciones sean
otras, y además creo que debe tenerse en cuenta que muchas veces la resis-
tencia organizada en las luchas por la dignidad y los derechos de las etnias,
por ejemplo, se constituyen en torno de valores que resaltan la importancia de
la comunidad, la tierra y la tradición; plantean el universalismo a la vez que la
reivindicación de las diferencias; el valor de la autonomía sin una clara refe-
rencia al respeto obligado de instituciones, libertades y derechos generales a
escala nacional; en fin, presentan rasgos novedosos y probablemente de una
extrema vitalidad para encontrar soluciones equitativas y justas a muchos pro-
blemas, junto con formulaciones de reivindicación de estructuras ancestrales,
particularistas y premodernas.
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que no todos perciben como posible. Sin caer en una idealización de las bon-
dades de los sectores marginados de los beneficios sociales y culturales del
presente, creo que en muchos casos sería válida la formulación propuesta por
Robert Castel en el sentido de que esos sectores sufren una individualización
negativa.
Las utopías tienen, como bien ha señalado Habermas, no sólo un papel re-
lativo al imaginario deseable, sino que pueden ser movilizadoras de concien-
cias. El individualismo –en el sentido de Durkheim, como individualismo moral,
centrado en la defensa de los derechos humanos y en las ideas de libertad,
igualdad y fraternidad; o en el sentido asignado por Parsons, como autonomía
y responsabilidad de las personas, pero sobre todo en el sentido de la doctrina
de la realización personal en el marco de una sociedad equitativa, justa y li-
bre– puede constituirse en uno de esos conceptos-fuerza, en un ideal movili-
zador. Queda en nosotros que el individualismo entendido de esta manera se
transforme en una utopía, en una de las pocas utopías no caducadas de la
modernidad, sino en un ideario que oriente el accionar de las personas. El in-
dividualismo como utopía debería conducirnos a la lucha por la construcción
de nuevas identidades individuales y nuevas formas de socialidad.
den ser motivo de exclusión. No destacar puede ser simplemente, si fuera una
opción reflexivamente asumida, el operar bajo una norma prudencial, como lo
es muchas veces en el caso de las subculturas de adolescentes. No digo que
la masificación de nuestros gustos y de nuestras opciones culturales sean
siempre elecciones conscientes (no serían en ese caso estrictamente masifi-
cación), sino que la relación cultura de masas/desarrollo de la individualidad
puede tener otras facetas no lo suficientemente exploradas hasta ahora, rela-
cionadas con problemas de autoprotección, solidaridad de pares y asimilación
a grupos de referencia, que son claros problemas integrativos.
Creo por todo ello que la temática del individualismo es no sólo vigente pa-
ra pensar nuestro diagnóstico del presente, sino que puede brindarnos algu-
nas de las claves para construir nuestro futuro. En ese sentido, quizás sea
adecuado pensar en el individualismo como una utopía movilizadora y trans-
formadora de conciencias y prácticas, como un proceso de constitución de la
personalidad autónoma, responsable y solidaria, en un marco de pluralismo
democrático con justicia; sólo así puede transitarse del individualismo constric-
tivo del neoliberalismo al individualismo como doctrina social del respeto a la
persona y de constitución de una individualidad creativa y autoconsciente.
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El papel de estas asociaciones diversas es resaltado y analizado brillantemente, entre
otros, por Habermas (cfr. Habermas, 1986).
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Cohen y Arato, comentando las formulaciones parsonianas, señalan que las asocia-
ciones modernas tienen como características principales la voluntariedad, la igualdad
de los miembros y el procedimentalismo (cfr. Cohen y Arato, 2000).
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ciones para los “miembros”. En ellos, si bien hay diferencias por clase social ,
esas diferencias no son lo más importante.
Por otra parte quiero referirme a un tipo de agrupamiento aún más nuevo,
creo que podríamos fecharlo de diez o quince años a esta parte, que es el que
se da en los grupos virtuales, por ejemplo el de los chats. En este caso, no
implican proximidad física entre los participantes, sino exclusivamente proxe-
mia emocional limitada. Una característica crucial es la no estabilidad de loca-
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Es claro que según sea la colonia o barrio donde funcionan será el público asistente,
pero de cualquier manera creo que la diferenciación económica o de clase no es lo más
importante. En el caso de los grupos de Al-Anón, seguro que hay diferencias entre por
ejemplo la agrupación Monte Fénix, que se reúne en una zona residencial exclusiva
como San Ángel, y los grupos barriales de la Delegación Magdalena Contreras o Net-
zahualcoyotl.
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En algunas asociaciones modernas, como ciertos clubes u organizaciones filantrópi-
cos, como los de rotarios o leones, en la medida en que son agrupamientos que reco-
nocen la importancia del mérito dentro de jerarquías de actividades, se puede conside-
rar que la membresía refleja una determinada posición o estatus social, y por lo tanto la
entrada a dichas organizaciones es selectiva. Pertenecer a ciertos clubes es un signo
de distinción, y por esa razón los requisitos de admisión y los procedimientos que ase-
guran la permanencia son exigentes y restrictivos. Las organizaciones de colonos o
vecinales tienen por su parte un requisito territorial definido. En el caso de cafés, bares
y salones o talleres literarios o de cualquier otro tipo, la situación de los habitués tiende
a asimilarse con la de las nuevas formas de socialidad, aunque evidentemente habría
que hacer un relevamiento empírico de casos, para establecer exactamente el tipo de
necesidades que satisfacen y los resultados de la interacción que en ellos se produce.
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ción, salvo como medio (hay que estar frente a una computadora), pero inclu-
so la identidad de cada cual puede ocultarse o modificarse, según las circuns-
tancias.
Y por otra parte, habría que ver si dichas formas nuevas de agrupamiento
son ámbitos en donde se gesta realmente la participación democrática, iguali-
taria y constructora de la conciencia de derechos y libertades, o si solamente
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