Psicopatologia - Resumen Tercer Parcial

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PSICOPATOLOGÍA – SCHEJTMAN

RESUMEN TERCER PARCIAL

TEÓRICOS

“Las neuropsicosis de defensa” – Freud, S.

Freud se propone redefinir la histeria para dejar de lado la idea de que su característica
diferencial es la escisión de la conciencia. En su lugar, postula la importancia de reconocer un

OM
mecanismo particular por el cual el sujeto cae enfermo tras la aparición de una circunstancia
inconciliable en su vida de representaciones. Frente al afecto penoso que la misma genera en el
yo, el enfermo decide olvidar esa representación, defendiéndose de ella. La consecuencia de dicho
intento de sofocación no es otra que el grupo sintomático que, para la histeria, se comporta en lo
somático.

.C
El yo intenta tratar como non arrivée a la representación inconciliable, pero esto no es
posible, en tanto no pueden suprimirse ni la representación ni su afecto. El resultado acaba por
darse en el modo de una conversión o un desplazamiento, donde se juega la posibilidad de
DD
extirpar el monto de afecto y llevarlo a otro lado.

En el caso particular de la histeria, el mecanismo es la conversión a lo corporal: se traspola


el afecto a un recorte del cuerpo que sufre las consecuencias del monto de afecto sin que el yo
tenga que enfrentar la representación penosa. La representación, por su parte, compone este
segundo lugar de la conciencia que se genera en la escisión de la misma. En él caerán,
LA

tardíamente, todos los elementos que entren en asociación con la vivencia primera. Sin embargo,
el carácter principal de la histeria radica en esta aptitud para la conversión, y no en la división de la
conciencia.

El mecanismo para las fobias y las representaciones obsesivas toma un camino diferente.
FI

Como aquí ya no aparece la predisposición a la conversión, el monto de afecto se mantiene en lo


psíquico, pero asociada a otras representaciones no inconciliables, por medio de un falso enlace.
De este modo, éstas devienen representaciones obsesivas, pero no son más que subrogados o
sustitutos de una representación desmantelada de afecto.


“Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa” (1896)

La etiología de las neuropsicosis pasa a ubicarse en un suceso traumático y sexual infantil.


A esto lo llamamos la vivencia sexual, prematura y traumática (VSPT). Pero no es ella la que
posee un efecto traumático, sino su recuerdo, una vez atravesada la pubertad, que resignifica
aquella primera vivencia y produce el desprendimiento de afecto y la represión. A esto lo
conocemos como efecto retardado o trauma en dos tiempos.

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Freud pasa a explicar el mecanismo de la defensa para cada neurosis. Así, introduce la
causación de la histeria en una vivencia sexual prematura de la niñez donde se haya producido una
irritación de los genitales. Tal vivencia es, ante todo, pasiva, lo que la hace más proclive a darse en
mujeres. La reanimación de dicha vivencia, olvidada, despierta el afecto a partir de la
resignificación sexual de la misma. Así, car reprimida la vivencia actual que causó el
desprendimiento.

En el caso de la neurosis obsesiva, en cambio, La VSPT es de carácter activa y genera


placer. A ella, le antecede una vivencia pasiva y displacentera que hace de momento previo. Con

OM
la llegada de la pubertad, la vivencia activa se resignifica y pasa a generar un reproche que, junto
con el suceso, se reprimen. Esta represión produce un síntoma primario: la escrupulosidad moral
de la conciencia. No genera malestar, ni perturba al sujeto.

Comienza entonces un período de salud aparente, en el que la defensa primaria está


actuando. Sin embargo, los afectos no han desaparecido y la defensa primaria termina fracasando.

.C
Adviene, como consecuencia, un período del retorno de lo reprimido, en el que se produce el
síntoma de compromiso. En la neurosis obsesiva aparece como representaciones obsesivas.

Por último, el yo, que padece el síntoma de compromiso, decide defenderse frente a él y
DD
genera un tercer grupo de síntomas: las acciones obsesivas. Son, ante todo, medidas protectoras
del yo contra los síntomas de compromiso. Estos síntomas secundarios no son más que la
desfiguración de los síntomas de compromiso contra los que lucha el yo.
LA

“Obsesiones y fobias” – Freud, S.

Freud va a distinguir las obsesiones y las fobias a partir del estado emotivo que s epone en
juego en cada una. En ambas existe una idea que se le impone imperativamente al sujeto junto
FI

con un estado emotivo, pero las fobias se caracterizan porque ese estado es la angustia y ninguno
otro. Además, el mecanismo psicológico es particular para cada una.

En las verdaderas obsesiones, encontramos que el estado cobra un valor particular en


tanto se mantiene a pesar de que las ideas puedan cambiar. De este modo, el estado emotivo es


eterno, pero la idea se encuentra mudada, traspolada, no coincide con la idea inicial, es un
sustituto. En este falso enlace se justifica lo absurdo de las obsesiones. Dos formas puede adoptar
la obsesión: o bien, como dijimos, se reemplaza la idea original por otra idea, o bien por una serie
de rituales o acciones protectoras que se asocian al estado emotivo sin motivo aparente.

En cuanto a las fobias, decíamos, el estado emotivo se corresponde siempre con la


angustia. Aquí ya no actúa algo como la sustitución, sino que lo único que aparece es este
desborde de angustia que aparece frente al recuerdo de un ataque de angustia inicial que el sujeto
teme vuelva a ocurrir. Es por esto que Freud ubica a las fobias dentro de las neurosis de angustia,
que son neurosis actuales sin mecanismo psíquico. Responden a un desborde de energía por falta
de gasto de la misma. Más tarde, devendría la fobia como manifestación de este estado. Dos

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grupos reconocemos, también, para estas afecciones: las fobias comunes y las fobias ocasionales.
Estas últimas, donde el afecto puede evitarse mediante la evitación de cierta circunstancia
especial, no son reconocidas por Freud como parte de las obsesiones o las fobias.

“Acciones obsesivas y prácticas religiosas” – Freud, S.

Es importante esclarecer algunos puntos en relación con los ceremoniales obsesivos y su

OM
causación. Primeramente, recuperamos el problema de la conciencia inconsciente de culpa que
parece arrastrar el obsesivo con él y que lo empuja a generar todo tipo de compulsiones y
prohibiciones, pero que le pasa desapercibida. Si bien su fuente se encuentra en vivencias
tempranas activas, se ve reforzada constantemente por la aparición de tentaciones que, en última
instancia, nacen de una angustia de expectativa ligada a un concepto de castigo. La represión de
las tendencias pulsionales sexuales inaugura la escrupulosidad de la conciencia que funda la

.C
aparición de angustia frente a la tentación. La fatalidad de los pensamientos obsesivos (si hago
esto, ocurrirá una tragedia) dan cuenta de este anudamiento y, a partir de esto, el sujeto se ve
compelido a desarrollar medidas protectoras o ceremoniales que apelan a evitar que esto ocurra.
DD
Todo el proceso da cuenta del fracaso rotundo de la defensa, que se perpetúa en el
tiempo y, a lo largo de diversas fases, genera nuevos síntomas.

“La represión” – Freud, S.


LA

Dividiremos al texto en dos partes: en la primera, hablaremos de lo que ocurre con la


representación reprimida y, en la segunda, de lo que ocurre con el afecto a ella asociada.

Aspecto tópico: destino de las representaciones


FI

Comenzamos por comprender a la represión como el destino de aquellas pulsiones que


chocan contra resistencias que quieren hacerlas inoperantes. La única razón por la que esto
pudiese ocurrir es si la pulsión en cuestión generase displacer. Pero nosotros sabemos que el
cumplimiento de una pulsión siempre genera placer. Esto supone, entonces, que la pulsión ha de


ser placentera en algún lugar, pero displacentera en otro. Esto significa que la represión, como
destino, ha de ser posterior a los otros, pues requiere de la distinción Icc/Pcc.

Si entendemos que el rol fundamental de la represión es desalojar una representación de


la conciencia y mantenerlo alejada de ella, debemos pensar a la represión como un proceso de
muchas fases.

FASE 1: Podríamos denominarla fase de la represión primordial o de fijación. A un


representante psíquico de la pulsión, investido de libido, se le deniega el acceso a lo Cc. Decimos
que es una etapa de fijación porque la pulsión queda enlazada a dicho representante reprimido.

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Ahora bien, este representante nunca fue consciente, por lo que deducimos que ya ha de existir,
previa a la represión, una división en dos sistemas.

Aquí se produce una fijación en doble sentido. Por un lado, la fijación del representante y,
por otro, la fijación de la pulsión a un objeto, que va de una modalidad de satisfacción pulsional a
un objeto parcial. Ésta es la que determina la predisposición a enfermar.

FASE 2: Consiste en la represión secundaria o propiamente dicha. Esta represión recae


sobre los retoños o nuevos representantes que entran en asociación con el representante ya

OM
reprimido. Por ello decimos que es un esfuerzo de dar caza. Pero, aún más, hemos de reconocer
en esta represión un doble juego de fuerzas. Desde lo Cc, se produce una repulsión, mientras que
desde lo Icc, se genera una atracción. Es la cooperación de ambas fuerzas la que permite la
represión propiamente dicha. A esta represión sólo sobreviven los retoños más desfigurados,
como los síntomas o los sueños.

.C
Además, en esta fase se produce la sustracción de la investidura Pcc de los retoños a
reprimir. Queda en ellos, entonces, sólo la investidura Icc. De otra manera, sería imposible que los
mismos se desalojaran de la Cc.
DD
FASE 3: Es la fase del retorno de lo reprimido o del fracaso de la represión. Es la fase
fundamental en lo que a patologías refiere y tiene que ver con la fijación de la libido. Se trata de
un proceso regresivo de la libido a una antigua modalidad de satisfacción pulsional, fijada en la
represión primordial.
LA

Hemos de reconocer, a partir de este desarrollo, los dos caracteres fundamentales de la


represión: individual y móvil. Individual en tanto trabaja elemento por elemento. Si un retoño está
altamente desfigurado, tendrá un destino distinto a otro sin desfigurar, incluso cuando ambos
estén asociados a un mismo representante reprimido. Móvil, pues exige un gasto de energía
constante. La represión no ocurre una sola vez y se da por terminada. Por el contrario, es un
FI

esfuerzo constante que lucha contra las fuerzas reprimidas que pujan por salir a lo Cc. Esto es lo
que conocemos como contrainvestidura.

Aspecto económico: destino de los montos de afecto




La representación a reprimir siempre se encuentra ligada a la otra parte de la pulsión: el


monto de afecto. Sabemos que ambas caras pueden presentar destinos diversos y es el del monto
de afecto el que más nos interesa, pues es el que determina la patología.

Reconocemos tres destinos posibles para los montos de afecto: puede ser que la pulsión
sea sofocada por completo, que salga a la luz como un afecto coloreado cualitativamente de algún
modo o puede devenir angustia.

La represión para cada psiconeurosis

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Freud dirige sus esfuerzos, aquí, a desarrollar los modos de represión concernientes a cada
una de las siguientes psiconeurosis: histeria de angustia, histeria de conversión y neurosis
obsesiva.

En el caso de la histeria de angustia, debemos entenderla como el primer paso para la


fobia. Aquí, la representación a reprimir es una moción libidinosa hacia el padre apareada con
angustia frente a él. La representación es reprimida y, gracias al desplazamiento, aparece en forma
de sustituto un animal. El monto de afecto deviene angustia. Aquí la represión aparece como un
fracaso absoluto, pues la angustia persiste y genera displacer. En un segundo momento, se

OM
produce el intento de huida de ella, lo que aparece en forma de síntoma fóbico, basado en la
evitación.

En la histeria de conversión, el primer tiempo es idéntico al de la histeria de angustia. La


diferencia fundamental radica en la formación sustitutiva. En este caso, hablamos de un síntoma
asociado a una parte del cuerpo. Esta formación atrae sobre sí, por condensación, la totalidad de

.C
la investidura. Monto de afecto y representación quedan resueltos en la formación sintomática.

Por último, en la neurosis obsesiva, se reprime una moción hostil hacia una persona
amada. El monto de afecto y la representación se resumen en una sola formación sustitutiva: la
DD
escrupulosidad de la conciencia moral. Sin embargo, esta primera represión fracasa y se produce
un desplazamiento de la representación reprimida hacia un sustituto por desplazamiento. El
monto de afecto, por su parte, deviene en angustia de la conciencia moral, reproche o fobia social.
LA

“Las fantasías perversas de los neuróticos: síntoma, fantasía y pulsión” – Schejtman, F.

Cuando nos enfrentamos a un síntoma histérico, solemos reconocer en él la preeminencia


de una significación sexual o, lo que es lo mismo, lo entendemos como la figuración de una
FI

realización de cierta fantasía de contenido sexual. Sin embargo, nos es lícito reconocer, de forma
paralela, significados varios, anudados al mismo síntoma, que ligan el ámbito de lo sintomático
con el del sentido.

Freud propone distinguir las dos patas de estos síntomas. Por un lado, asistimos a la


solicitación somática, que es un elemento contingente vinculado al organismo, a una zona


erógena privilegiada. Por otro, hallamos el sentido del síntoma, que se añade sólo en un segundo
momento, por medio de una soldadura. Es este significado el que aporta utilidad al síntoma,
haciéndolo fuente de una ganancia secundaria. El sentido es, por lo tanto, una consecuencia del
síntoma, no su causa.

Hallar la causa del síntoma nos empuja al plano de la perversión: es que las fantasías
neuróticas presentan un componente perverso irreductible. Estas mociones perversas reprimidas
del neurótico son las que le permiten a Freud afirmar que la neurosis es el negativo de la
perversión. Veamos el caso de Dora, donde su tos se apoya en la fantasía de fellatio o cunnilingus
(según la corrección lacaniana) con el padre, donde el aspecto perverso es innegable. Ya hemos

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ubicado el borde perverso en la fantasía, pero es necesario, a su vez, reconocer este mismo
aspecto en lo pulsional. En el ámbito del sentido, la perversión se expresa en el contenido de las
fantasías. Sin embargo, lo perverso de la pulsión se juega en su carácter parcial, en su relación con
un objeto siempre inadecuado, en tanto el objeto adecuado es el que falta.

Esto significa que tenemos que buscar, en la génesis de las fantasías neuróticas, tanto el
borde de la vida sexual normal reprimida como las mociones inconscientes de carácter perverso.

Ahora bien, el síntoma nos lleva al plano de la fantasía mediante su particular mecanismo

OM
de formación. Si sostenemos que el sentido aparece tardíamente mediante una soldadura, hemos
de postular un primer momento previo, donde reconocemos una empresa autoerótica pura,
destinada a satisfacer cierta zona erógena particular. No hay marco fantasmático, no hay
significación como tal. El segundo momento introduce la soldadura entre esta empresa
autoerótica y la fantasía. El sentido nace de una representación-deseo tomada del círculo de amor
de objeto, es decir, del Edipo. A este segundo momento, le sigue una renuncia, una denegación de

.C
esta satisfacción ya fantaseosa. Acá es donde se pone en juego la represión, que avanza sobre la
fantasía ya constituida. En su devenir inconsciente, la fantasía adopta su potencialidad
sintomática, que sólo se ejecuta en tanto el individuo no logre sublimar su libido. Así, se produce
DD
el síntoma propiamente dicho.

Retomemos el caso Dora. Allí, podemos ubicar una noción fundamental en relación con la
formación de síntoma: Dora es una chupeteadora. De ello da cuenta la escena recordada con el
hermano. En esta precondición somática se apoya la fantasía oral con el padre y, en última
instancia, la tos. Pero, como escena, ya es una construcción fantasmática, ya es una matriz
LA

imaginaria del orden de la fantasía. Se trata del goce que atraviesa el campo del Otro, no de una
empresa autoerótica pura.

Algo similar ocurre con los síntomas del síndrome de Menière: allí se pone en juego, ya no
la pulsión oral, sino la invocante. En la fantasía de “espiar con los ojos”, en la escucha atenta de las
FI

salidas nocturnas del hijo, Dora demuestra la prevalencia de esta otra pulsión.

Ambos síntomas se apoyan en la matriz imaginaria o clisé de la escena con el hermano y,


por lo tanto, ambas aportan información acerca de las pulsiones en las que se apoyan.


Ahora bien, la soldadura que da origen al significado no suprime la heterogeneidad


irreductible entre lo que es del orden del goce pulsional y lo que pertenece a la fantasía. Vale decir
que lo pulsional se deja domesticar por el fantasma, pero se mantiene como un resto o núcleo
duro que persiste más allá del principio del placer.

El fantasma, por lo tanto, compone el domesticador del goce pulsional que permite que la
fantasía se anude al mismo dando lugar a los posibles síntomas. Pero, además, el fantasma
comporta una respuesta anticipada a la pregunta neurótica, cuya resolución verdadera empujaría
al sujeto a la angustia del encuentro con el deseo del Otro, con su falta, con el trauma freudiano.
Vemos, en Dora, cómo se pone en juego esta pregunta neurótica referida, en su caso, a la

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feminidad. La tos y el síndrome de Menière componen, ambos, síntomas apoyados en un
fantasma de forma particular: Dora se identifica con el padre para, a partir de allí, poder vincularse
con otra mujer. Los síntomas histéricos le permiten sostener una identificación viril a través de la
cual sea posible un abordaje del lugar de la mujer.

“Histeria y Otro goce” – Schejtman, F.

OM
Partamos de recuperar las diferencias fundamentales entre la salida del Edipo en el niño y
la niña, para poder explicar la impronta particular que supone el lugar de mujer.

El Complejo de Edipo en ambos sexos

En el caso del varoncito, partimos de un Edipo completo: el niño se identifica tanto con la
madre como con el padre, adoptando una posición de rivalidad distinta en cada caso. A partir de

.C
una identificación hostil, el niño aborda su objeto amado, en sus dos vertientes. El fin de esta
estructuración lo impone el complejo de castración. Con la intervención de la visión y la amenaza
(la voz y la mirada), se produce la introducción de un tope al complejo de Edipo: el niño ha de
DD
elegir entre su interés narcisista por su pene y la investidura libidinal de los padres. Generalmente,
se adopta la primera posición y desinviste las figuras de identificación, dando lugar a la
constitución del Super-Yo. De este modo, el complejo de castración sepulta el Edipo. No se trata
de una mera represión: el Edipo debe ser destruido y cancelado, pues si es reprimido, se vuelve
plausible de generar efectos patógenos.
LA

El caso de la niña propone enigmas diferentes. En este caso, asistimos a una primera fase
varonil, donde la niña se identifica fuertemente con la madre. Precisa de un proceso particular
para poder alcanzar el Edipo positivo, donde la identificación sea con el padre. Este es el lugar del
complejo de castración en el caso de la mujer. La madre aparece como una rival, en tanto no le ha
FI

dado a la niña ese pene que desea y, por ello, la niña acaba por virar hacia el padre. El
descubrimiento de la propia castración junto con la materna dan lugar a tres pasajes: de la madre
al madre, en tanto objeto de amor, del clítoris a la vagina, en tanto zona erógena, y de la actividad
a la pasividad.


Sabemos ya que, en la niña, el complejo de Edipo es el resultado de la fantasía de


castración, inversamente que en el niño. Cuando se enfrenta a su falta, la sexualidad femenina
puede tomar tres salidas. La primera de ellas responde al extrañamiento respecto de la
sexualidad, con la renuncia al placer fálico y la sexualidad en general. Luego, nos encontramos con
el complejo de masculinidad, donde la mujer no renuncia nunca a la fantasía de tener el falo y, por
lo tanto, ser un varón. Finalmente, la tercera salida es la que Freud denomina como feminidad
normal, donde el deseo del pene se transforma en deseo de tener un hijo. Aquí es donde la niña
ingresa al complejo de Edipo positivo.

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Las dos últimas opciones se distinguen entre sí en tanto no es lo mismo tener la convicción
de que se posee un pene y mantener la esperanza de, alguna vez, recibir un pene, aunque sea a
través de un hijo. El complejo de masculinidad suprime la falta, desmiente la castración.

El Edipo femenino, por lo tanto, no se corta abruptamente por la castración, como lo hace
en el niño. Aquí, el sepultamiento se da lenta e incompletamente y esto supone un menoscabo en
el Super-Yo postedípico.

La feminidad normal freudiana es, entonces, una feminidad norme malle, trazada por un

OM
deseo masculino. El deseo fálico normaliza lo femenino. En efecto, los goces vinculados a las tres
saldias freudianas se regulan por medio del falo. En todos los casos asistimos a respuestas frente a
la envidia del pene y encuentran su razón en el goce fálico. Sin embargo, Lacan sostiene que Freud
no pudo percibir que, para la mujer, no alcanza con explicar este goce fálico, sino que es necesario
reconocer cierto resto gozador que escapa a esta norma macho.

.C
El Otro goce

Del mismo modo que reconocemos la existencia de un goce fálico, regulado por el
Nombre del Padre, hemos de rescatar la existencia de un Otro goce, femenino, que resiste el
DD
encuadre de la ley. La mujer es no-toda regulada por el Edipo, por el goce fálico. Hay Otro goce,
también encaminado en la carretera principal (no es un goce psicótico) que se resiste a caer bajo
el imperio de lo fálico. El sepultamiento laxo del Edipo genera este resto de goce que no persiste
en el varón.
LA

Las fórmulas de sexuación lacanianas nos permiten comprender esta cuestión en


profundidad. Del lado del hombre, tenemos una totalidad abarcada por la función fálica: ∀x ϕx.
Para todo sujeto que se ubique del lado masculino, se cumple la función o regulación fálica. El
goce propio de este sector es el fálico, el regulado por la castración. Este universal está delimitado
por la existencia de al menos un individuo que escapa a la ley y que permite el recorte de la
FI

totalidad: ∃x ₋ϕx. Es la excepción que Lacan identifica con el padre de la horda, ese al menos uno
que no está limitado por la castración, cuyo goce escapa a la ley.

Las tres salidas femeninas se encuadran en este lado de la ecuación: están regidas por el
goce en tanto fálico. Las histéricas dan cuenta de ello: amarradas al lado masculino, se encuentran


presas del deseo insatisfecho regido por lo fálico. Sólo en tanto salen de ese lugar pueden hallar
ese Otro goce propio de lo femenino. De este modo, entendemos que es posible ser mujer y, de
todas formas, elegir el lado masculino de las fórmulas.

El hombre, desde este lugar puramente fálico, aborda no a la mujer, sino al objeto a.
Lacan afirma que no hay La mujer, cosa que veremos más adelante, y que el hombre, por lo tanto,
se vincula con la causa del deseo a través de su fantasma. Siendo que la mujer comporta este Otro
goce ajeno por completo al hombre, no le queda a éste otra que reducirla a objeto a. En esto
consiste la perversión polimorfa del macho: su fantasma se anuda con un goce perverso que
determina la elección de objeto de amor. Frente a la ausencia de La mujer, que impone la no-

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relación sexual, el hombre responde con una constitución perversa de su fantasma, una père-vers,
una versión del padre que comanda las relaciones sexuales posibles, con el objeto a. Las histéricas,
por su posición masculina, se vinculan de modo similar con el Otro goce femenino, a través del
fantasma: Dora puede, a través de su fantasma, abordar el mhisterio de lo femenino desde las
coordenadas de una versión del padre (impotencia que empuja a la fantasía del sexo oral). La Sra.
K queda reducida a objeto a, objeto a ser chupado.

Es este objeto a del fantasma del lado del goce fálico el que justifica su vínculo con el
deseo insatisfecho: siempre, del goce fálico, queda un resto inalcanzable que relanza la carrera. El

OM
deseo insatisfecho es el resultado de ese resto irreductible frente al des-encuentro con el objeto
que colme.

¿Qué pasa con la mujer a nivel de las fórmulas de sexuación? En este caso, hemos de
expresar una cuestión diferente. Decíamos que la mujer está no-toda tomada por la castración,
por el goce fálico. Lacan, formalmente, lo expresa del siguiente modo: -∀x ϕx. No-todo regulado

.C
por el goce fálico, con un resto de Otro goce. Es un conjunto no cerrado, en tanto el “al menos
uno” está negado: -∃x ₋ϕx. No existe individuo no tomado por el goce fálico. No hay límite, no hay
clase: no hay La mujer.
DD
Debido a que es no-toda tomada por el goce fálico, la mujer asiste a Otro goce, femenino
que no es encauzado por la ley. Está más allá de la significación fálica y no más acá, como en la
psicosis. Por ello mismo, es inefable, indecible, no hay nada que se pueda decir de él siempre que
lo abordemos desde el lado hombre. No hay material simbólico que pueda decir a la mujer
correctamente.
LA

La histeria y el Otro goce

Ya hemos adelantado que la histérica se constriñe al lado masculino, desde donde queda
amarrada por el deseo insatisfecho propio del goce fálico. Desde allí, su intención de abordar a la
FI

mujer queda, necesariamente, limitada a la perversión fantasmática de reducirla a objeto a.

La pregunta histérica por la mujer es, sin lugar a dudas, una pregunta neurótica que, como
tal, no está desplegada. La respuesta se da anticipadamente, por medio del fantasma, para evitar
el encuentro con el lugar del significante de la falta del Otro, que compone la verdadera respuesta:


respuesta que no responde, que no existe, pues es ése es el carácter de la mujer y de la muerte. La
respuesta histérica anticipada por medio del fantasma es tal, entonces, que busca abordar a la
mujer desde el goce fálico y, por lo tanto, la mal-dice cada vez que la nombra.

El desencadenamiento de la neurosis consiste, precisamente, en la caída de la père-vers,


del fantasma, que pone al sujeto al borde del enigma del deseo del Otro. Tiembla la estructura
neurótica en tanto se enfrenta a ese lugar sin respuesta que genera angustia.

Veamos el caso Dora. Allí, la histérica aborda el lugar de la mujer a partir de una versión
del padre particular, según la fantasía de fellatio. La mujer, la Sra. K adopta el lugar de “objeto a
ser chupado”. No cabe duda del modo en que el fantasma de Dora se juega aquí, aportando la

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matriz imaginaria que soporta esta concepción de lo que es ser una mujer. Queda retratado,
entonces, el vínculo de degradación con lo femenino, abordado como objeto a. Esta degradación
($⋄𝑎)
del Otro sexo puede expresarse como: . La histérica, en fin, aborda el mhisterio de la mujer
𝐿/𝑎
desde una identificación viril, desde el lado hombre. En Dora, el padre, pero también todos los
hombres del historial. La histérica compone un lugar de hombre donde se detiene ella misma para
poder abordar, desde su fantasma, su pregunta no desplegada. La histérica es, no homosexual,
sino homosexuada, en tanto se coloca en este lugar de hombre.

OM
Ahora bien, decimos que la histérica se ubica del lado masculino y, por lo tanto, queda
amarrada a un deseo insatisfecho. Lo que allí se juega es una estrategia para evitar enfrentarse a
la falta del Otro. La histérica constituye otro completo, que tiene lo que a ella le falta pero no se lo
quiere dar. Pero, en este lugar, ella halla un goce, un plus de gozar en el gozar de menos. El goce
histérico, sea dicho de este goce propio de la histeria ubicada en lado macho, consiste en hallar
cierto grado de goce en la insatisfacción. La histérica supone un goce completo, imposible,

.C
absoluto y se lo atribuye a otra, una mujer diferente que logra aquello que ella no. Se presta a sí
misma a través de otra y rechaza toda modalidad de goce posible en tanto no iguala ese goce
completo construido. Allí, la histérica goza de la insatisfacción, tal como lo hace Dora cuando cede
DD
a la Sra. K la oferta del Sr. K dirigida a ella misma.

“La neurosis obsesiva en la elaboración lacaniana” – Mazzuca, R.


LA

Distinguimos dos momentos de la clínica lacaniana para abordar los diferentes modos en
que presenta la neurosis obsesiva. Nos volcamos, entonces, en primer lugar, a la clínica del deseo.

Clínica del deseo

Se trata de los seminarios en los que Lacan apunta a la explicación de las relaciones del
FI

sujeto con el campo del habla y, por lo tanto, del otro en sus dos vertientes: otro imaginario o
semejante y Otro simbólico.

En primera instancia, se juegan las diferencias entre demanda y deseo. En el lugar de la




demanda, asistimos a un pedido que se le hace al Otro (encarnado en la madre). Pedido que
requiere del Otro en un doble sentido: para que colme la demanda y, también, para que preste los
significantes con las que elaborarla. Pero, además, la demanda se presenta siempre con la
posibilidad de que el Otro rechaze, que se niegue. Esto implica que existe una doble demanda. Se
pide tanto lo que efectivamente se demanda como la respuesta de ese Otro omnipotente. De esto
último se trata la demanda de amor.

Pero algo curioso ocurre, pues la demanda nunca puede significar perfectamente la
necesidad y adviene, entonces, la frustración. El sujeto adjudica al Otro omnipotente la
denegación de satisfacción de la demanda. Y allí es donde se origina el deseo, en ese intento de
hacer pasar la demanda por el significante para que ésta pueda expresar la necesidad. Lacan dirá

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que el deseo se ubica en los silencios de la cadena significante, más allá de la demanda, pero más
acá de la demanda de amor.

A través de estos conceptos de demanda y deseo, Lacan describe los vínculos del obsesivo
con el Otro. La doble demanda del obsesivo se compone por la demanda de amor y la demanda de
muerte del Otro. Allí ubicamos el orden de la destructividad obsesiva y, aún más, su ambivalencia.
Y es que son dos vectores de sentido opuesto, dado que la demanda de amor exige la existencia
del Otro. Es el callejón sin salida del obsesivo, la imposibilidad lógica de satisfacción de ambos
términos. El neurótico obsesivo oscila, como en un columpio, entre estos dos extremos. Algo de

OM
todo esto se evidencia en esas demandas de los pequeños que luego devienen obsesivos y que
parecen imposibles no por su contenido, sino por el modo en que se presentan.

Y lo mismo sucede en el registro del deseo. Es que el deseo de destruir al Otro choca
contra la necesidad lógica de existencia de ese Otro para que el deseo exista.

.C
Los vínculos del neurótico obsesivo con la muerte tienen un tinte particular. La espera de
la muerte del Amo mantiene al sujeto detenido, a la espera de que todo comience. Pero lo que allí
ocurre, finalmente, es la imposibilidad de asumir la propia muerte, el propio ser-para-la-muerte.
Esta espera no es más que una coartada que le permite al obsesivo no comprometerse con su
DD
propio deseo. Detención, postergación, juegos obsesivos para paliar todo acto. Algo similar se
pone en juego en la atribución de la potencia a otro, un semejante que es más viril, que posee el
falo en tanto imaginario.

La estrategia por excelencia del obsesivo para esquivar el deseo es la reducción del deseo
LA

del Otro en demanda. Dos exteriorizaciones se revelan de esto mismo: tanto el empuje a satisfacer
el deseo por medio de objetos de demanda, como la necesidad de autorización, el pedido de
permiso constante y la espera de la prohibición por parte del Otro. Es un empuje a hacer
consistente al Otro, fantasear con su completamiento. Pero esta prohibición adopta un carácter
particularísimo, en tanto allí intenta depositar el obsesivo su propio deseo. Así, se sostiene un
FI

deseo imposible, que no se extingue jamás pero al que no se puede llegar. En la oscilación, el
deseo está justo en el medio y, cuando allí se acerca el sujeto, el deseo se desvanece.

Otras dos dimensiones dan cuenta del modo obsesivo de dar consistencia al Otro


reduciendo su deseo a demanda. El regalo se compone como un don, lo que se entrega en un


movimiento ablativo. Sólo en los desarrollos posteriores de Lacan tomará éste un papel
fundamental en relación con el objeto anal. Por otro lado, asistimos a los desafíos. Se le presenta
al Otro una hazaña extraordinaria para que éste registre en un momento reconocedor. Desafíos
que no implican, realmente, riesgo alguno, pues no tocan el deseo de forma alguna. Son meros
modos de convocar ese lugar de terceridad del Otro que observa la victoria sobre el rival y toma
nota.

A la luz de todo esto, podemos ubicar en el esquema L algunos puntos de la neurosis


obsesiva, sobre todo a partir del historial del hombre de las ratas. En el eje imaginario, ubicamos
las relaciones narcisistas del yo y el ideal del yo, mientras que, en el eje simbólico, se juegan las

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relaciones del sujeto con las palabras del Otro. Y aquí es donde deviene la cadena de palabras que
remite a las fallas del padre, en el hombre de las ratas. Las deudas, tanto amorosa como dineral
que hereda el sujeto en su propia existencia. Esta cadena se entrecruza con las figuras idealizadas
del padre muerto y la mujer amada¸ imágenes narcisistas del otro eje. Es por eso que Lacan dirá
que la intervención freudiana que deshace la cadena simbólica hace caer la trama imaginaria de la
pareja de figuras narcisistas.

Retomemos, para terminar, nuevamente el problema del deseo obsesivo. Recordemos,


para empezar, que la imposibilidad y la insatisfacción son dos características fundamentales del

OM
deseo y ubiquemos, en cada una, un modo neurótico de acentuación. La histérica, dice Lacan, se
apoya en el deseo insatisfecho, mientras que el obsesivo recupera el deseo imposible. Donde la
histeria se acerca al deseo, el neurótico lo empuja lejos, lo constituye como el horizonte
inalcanzable al que nunca puede llegar. Constituye, de este modo, una condición absoluta en el
lugar de su objeto de deseo y se la impone al Otro. Algo de esto recobrará vida en la definición
lacaniana del objeto a.

.C
De modo similar, la postergación del acto, la detención, no hacen más que imposibilitar el
lugar donde el sujeto se desvanece y transforma. No hay acto y, por lo tanto, no hay hiato donde
DD
se juegue el sujeto y su deseo.

Clínica del goce

Ya en el Seminario 10 asistimos a una segunda clínica de Lacan, volcada al problema de los


significantes y sus relaciones entre sí y con el ámbito del significado. El principal elemento que se
LA

introduce es el objeto a y su imposibilidad significante que hace que sólo se exprese en angustia.

Ubicar el objeto a sólo es posible en tanto entendemos que el sujeto puede surgir
únicamente en el Otro. Otro que aporta los significantes y que precede al sujeto. En la constitución
de éste, denuncia Lacan, queda un resto no simbolizado, una parte de sí que se pierde desde el
FI

mismo momento en que se empieza a existir. Objeto estructuralmente perdido, ajeno a lo


simbólico y lo imaginario. Pero esta pérdida no ocurre sólo en este momento: se reitera en cada
estadio donde se juega una figuración del objeto a. Así, el objeto oral, el anal, el falo, la mirada y la
voz constituyen, también, pérdidas, separaciones de una parte de uno mismo. Las cinco formas del


objeto a son pérdidas que sufre el sujeto en su surgimiento en el Otro.

La neurosis obsesiva va a aparecer en el nivel de lo anal y lo escópico. Analicemos, en


primera instancia, lo anal. Ya tenemos, en Freud, un antecedente del papel de las heces en tanto
regalo o don para la madre. Lacan introduce la importancia que tiene este acto ablativo en
términos de demanda del Otro. No sorprenda que se trate de una doble demanda: la retención y
la expulsión. Se le exige al sujeto que haga suyo ese excremento y, más tarde, que se deshaga de
él, que se separe de esa parte de sí. Retención y expulsión: no son más que la inhibición y la
compulsión obsesivas. Pero, además, allí se funda algo del orden de la ambivalencia, en tanto el
objeto demandado y valorado por el Otro en un primer tiempo es, luego, rechazado, repudiado. Es
un reconocimiento ambiguo que juega un papel fundamental en el deseo obsesivo.

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No cabe duda de que el objeto anal pasa a cumplir un rol fundamental en el obsesivo:
hace de tapón del agujero de la castración. Agujero que se explica en la tercera configuración del
objeto a como falo negativo, -ϕ. El objeto anal se ofrece como un don que tiende a cubrir el no-
don inherente a toda relación sexual, a todo encuentro con el Otro sexo. El obsesivo tapa
mediante su fantasma ablativo, suponiendo que da, que entrega algo en la relación con el otro
sexo.

¿Qué pasa en el nivel escópico? Lo mismo que para el anal, sólo que aquí se juega en una
imagen de sí. Es otro tapón fantasmático: el del dios omnipotente y omnividente. El obsesivo cree

OM
que lo que se ama es una imagen de sí que él ofrece al Otro para completarlo. Esta imagen no es
otra cosa que la conjunción de un ideal del yo – el Todopoderoso - y el otro especular o yo ideal –
ese otro idealizado.

El Edipo (histeria) y la horda (neurosis obsesiva)

.C
La idea de Lacan, en el Seminario 17, es reconsiderar los dos grandes mitos freudianos
para reconocer sus diferencias y poder adjudicar, a cada uno de ellos, un vínculo con una de las
dos neurosis en cuestión.
DD
El mito de la horda es, según Lacan, la configuración de la paradoja del goce. Es que el
goce prohibido a los hijos que empuja al asesinato y devoración del padre gozador continúa
prohibido tras el crimen. Nunca hay acceso al goce, el padre real adopta su rol fundamental de
perturbador del goce. Queda vedado el acceso, no a gozar de la madre, sino de todas las mujeres:
ése es el cambio sustancial que inaugura la ley. Es éste el fantasma obsesivo: un padre gozador
LA

que perturba el goce aún muerto, como si fuese inmortal y pudiese mantener la prohibición de
forma eterna. Y su forma de evitar la castración radica, entonces, en no existir como modo de
saldar la deuda imposible de un padre con estas características.

El complejo de Edipo, por otra parte, se vincula mucho más poderosamente a la cuestión
FI

del saber. Es que es la resolución del enigma de la Esfinge el que rehabilita el acceso al goce de
Edipo, la madre y el pueblo. Sin embargo, el empuje a saber más acaba por determinar la tragedia
final: la castración de Edipo y el recorte del goce suyo y de la madre.


“Conciencia y muerte en la neurosis obsesiva” – Godoy, C.

Existe una evidente transformación, a lo largo de la obra freudiana, en el modo de


conceptualizar el mecanismo de la neurosis obsesiva. Lo que comienza como una trayectoria típica
a partir de una vivencia prematura sexual y traumática, primero pasiva y luego activa, comporta
una primera forma de contemplar el cuadro clínico. Allí, se pone en juego el trauma en dos
tiempos con la subsiguiente reactivación o resignificación que impone la represión. Los síntomas
de la defensa primaria, como la escrupulosidad de la conciencia, aparecen en términos de un
período de salud aparente que precede al estallido o desencadenamiento de la enfermedad
propiamente dicha, tras el fracaso de la defensa o retorno de lo reprimido y la instauración de los

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síntomas de compromiso. Más tarde, aparecerían los síntomas de la defensa secundaria como
ceremoniales o acciones obsesivas.

Esta concepción pone en juego la idea de un encadenamiento de la neurosis obsesiva y un


desencadenamiento posterior, referido al retorno de lo reprimido. Pero, además, esta
presentación es modificada más adelante, cuando lo que aquí aparecía como síntomas de la
defensa primaria, devienen formaciones reactivas, que no son sintomáticas. Representa, en su
lugar, un primer éxito de la defensa, que acaba por fracasar.

OM
Ahora bien, es importante destacar que el mecanismo de la defensa en la neurosis
obsesiva es particular respecto de la amnesia histérica: la representación no se olvida, sino que es
despojada de su afecto y aparece en la conciencia como indiferente. Esto se logra gracias a su
aislamiento dentro de las cadenas asociativas. El vínculo de esta representación con la conciencia
no se agota aquí, pues el obsesivo obtiene, tanto de los síntomas de la defensa secundaria como
de las formaciones reactivas, cierto monto de satisfacción narcisista, que le permite inflar su ego

.C
bajo la premisa de la moralidad de su actuar.

El yo del obsesivo, entonces, comporta caracteres particulares. Lacan es quien denuncia el


intento constante del enfermo por dar unidad y consistencia a su yo, instancia que ya se
DD
encuentra fragmentada desde el ingreso al lenguaje y cuya unidad no lograda remite al estadio del
espejo. Las cavilaciones del obsesivo pretender esquivar las constantes disrupciones que ponen en
juego esta fragmentación. Podríamos decir que donde la histérica padece la fragilidad corporal, el
obsesivo construye murallas rígidas para evitarla. Quizás por esto podamos asociar al obsesivo la
noción de laberinto y, a la histérica, la de jeroglífico. El obsesivo está, de uno u otro modo,
LA

detenido en su propia jaula, fijado en su yo y, consecuentemente, ajeno a toda posibilidad de


deseo, que es móvil, variante.

La detención del neurótico obsesivo se pone en juego en la pregunta neurótica que no


despliega, referente a la muerte. Es que, en efecto, el obsesivo no asume su ser-para-la-muerte
FI

heideggeriano, elemento asequible sólo en la medida de que se lleve adelante un acto. En él, el
sujeto se enfrenta al riesgo verdadero, a la posibilidad de dar un salto cualitativo de un antes a un
después donde sale siendo diferente. El acto es creación que desencadena un movimiento
simbólico de asunción de una nueva posición. Pero excede lo meramente simbólico, para


atravesar también al fantasma. El acto implica la renovación de una cadena significante en un


significante único a partir del cual reencadenar. De esto escapa el obsesivo: no realiza el acto, pues
no puede predecir lo que vendrá tras él. Queda enganchado en la duda, en la indecisión, en la
detención. Y esto en tanto su intención es la de hallar el significante de la creación, la respuesta a
la pregunta por el enigma de la muerte que, en realidad, no tiene respuesta, y empujaría al
encuentro con el significante de la falta del Otro.

El pensamiento obsesivo es, sin lugar a dudas, inhibición del acto, postergación,
procrastinación. El sujeto evita el encuentro con la angustia de castración, con el agujero de la
pregunta sin respuesta. Es esto de lo que da cuenta la lectura lacaniana de la neurosis obsesiva
bajo la lupa de la dialéctica del Amo y el Esclavo hegeliana. El enfermo adopta el rol de Esclavo que
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espera la muerte del Amo para comenzar a vivir. En su espera, encadena su propia posición, sin
lograr desencadenar. Escapa de su propio deseo al responder a la demanda del Amo mientras se
encuentra detenido. Instituye un Otro, en su fantasma, que le demanda y le prohíbe. El obsesivo
sufre de una mortificación imaginaria.

El lugar de este Otro en la neurosis obsesiva es particularísimo: se trata de Otro al que se


le presenta una imagen de sí mismo. Desde el lugar de espectador, el obsesivo se observa a sí
mismo como testigo alienado y se sustrae, por medio de este desdoblamiento, de todo riesgo
posible. Observa, desde el lugar del Otro, sus propias hazañas, aparentemente pero no realmente

OM
peligrosas, realizadas por un personaje vacío. De este modo, logra evitar cualquier rastro de
compromiso con su deseo: la meta que se alcanza no tiene valor alguno. Pero, incluso fuera del
desdoblamiento, es posible lograr este desentendimiento del propio deseo, pues el obsesivo se
plantea metas inaccesibles, lógicamente imposibles. La hazaña obsesiva, su pantomima le
permite responder anticipadamente a la pregunta por la muerte, ahorrando la angustia de
desplegar la pregunta. El deseo del obsesivo es siempre deseo de otro, pues él es siempre otro.

.C
El vínculo con el Otro nos permite definir una distinción clara entre el fantasma histérico y
el obsesivo. En el primer caso, asistimos a Otro no barrado, al que se le atribuye el goce absoluto,
DD
y aun sujeto que introduce la falta, pero reprimida. La histérica quiere barrar al Otro, hacerle falta:
𝑎
−𝜑
⋄ 𝐴. Este no es el caso de la neurosis obsesiva. Allí, el Otro está barrado, pero su falta se reduce
a la posibilidad de ser colmada en términos de demanda. Por ello, cobra un valor especial el don,
el fantasma ablativo ligado a lo anal. El falo se mantiene en la conciencia de modo imaginario:
reemplazable por objetos adecuados que se juegan en la hazaña, en la satisfacción narcisista
LA

puesta en juego allí: Ⱥ⋄ϕ(a. a’, a’’,…).

Como vemos, lo anal y lo escópico comportan dos puntos fundamentales de la neurosis


obsesiva. La reducción del deseo del Otro en demanda plausible de ser colmada por medio de la
ablación responde a lo anal. El lugar de la hazaña realizada para un espectador que toma nota del
FI

riesgo supuestamente tomado, en cambio, a lo escópico, al campo de la mirada. Ambos se


conjugan en el punto donde el obsesivo ofrece al Otro una imagen de sí mismo, como si allí se
colmara la demanda.


La red narcisista del obsesivo es la que explica por qué Lacan le atribuye una imagen de
burbuja que se infla a sí misma, mientras que atribuye lo tórico a la histérica.

“¿Criminal?” – Mazzuca, S.

La propuesta consiste en reconocer la importancia del significante “Criminal” en el


historial del hombre de las ratas, reconociendo en él el núcleo del síntoma que aqueja al sujeto y,
además, el punto central de desencadenamiento de la enfermedad.

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Dos lecturas nos son posibles del síntoma del enfermo. La primera de ellas se vincula a una
causa positiva, según la lectura de la satisfacción libidinal que allí se pone en juego. Hablamos de
un goce de tipo masoquista que encarna en el autocastigo del reproche de ser un criminal. Es en
esta vertiente donde se vuelca la moción de odio hacia el padre reprimida que se despierta en el
ocasionamiento: la propuesta marital que le extiende su madre. Allí, se reactiva cierta prehistoria
del enfermo, pero, advierte Freud, esto no comporta el desencadenamiento de la neurosis. Más
bien, hemos de remontarnos a la escena del tío y su declaración de amor a la amada fallecida. Es
esta presentación del amor bajo la forma de la muerte, del descubrimiento del cuerpo en tanto

OM
organismo, la que destapa la sintomatología del sujeto. ¿Por qué? La moción de odio hacia el
padre, en tanto padre potente que perturba el goce no nos permite avanzar desde aquí. Por eso,
hemos de contemplar una segunda lectura del síntoma, esta vez, según la causa negativa.

Ingresamos en lo que Freud denomina ganancia de la enfermedad. El secreto de nuestro


obsesivo es que lo que parece una consecuencia de la enfermedad es, en verdad, su causa: el
sujeto enferma para no decidir. Pospone el acto mediante la enfermedad. Pero, ahora si, ¿cómo se

.C
vincula esto con la escena del tío y el significante “criminal”? La escena del tío pone al enfermo
frente a la deuda de amor del padre, a esa renuncia al amor para elegir el goce (material). El padre
potente, perturbador del goce, es un padre inconsistente. Esta debilidad del padre, con la que el
DD
sujeto no quiere enfrentarse, aparece nuevamente en esta declaración de amor. Y decimos que
aparece nuevamente porque su origen está en la escena infantil de la paliza. El padre renuncia a
golpear al niño, se da por vencido y lo deja abandonado a la suya. Se evapora. El crimen del padre,
a nivel amoroso, revive esa inconsistencia que pone al enfermo frente a la debilidad paterna que
se quiere ignorar. Es esta escena, con la declaración del padre que introduce el significante
LA

“criminal”, la que justifica que este significante del Otro se vuelva letra de lo real, significante de la
debilidad o inconsistencia del hombre. Sobre este significante caído del Otro, el sujeto construye
un goce gestado (el masoquista de la satisfacción libidinal) que tapona su significación.

En esta segunda concepción, el síntoma ya no se construye en el pasado: progresa y se


FI

extiende al futuro como una pregunta. ¿Seré un criminal? La evitación de decidir consiste en
esquivar la posibilidad de cometer el mismo crimen que el padre. Consiste en no responder a la
pregunta formulada para, de ese modo, no enfrentar la irrupción de lo real.


“Superyó, carozo del padre” – Schejtman, F.

Ubicaremos dos caras del superyó freudiano a partir de la lectura lacaniana de dos mitos
de dicho autor: el complejo de Edipo y el padre de la horda. En ellos, reconoceremos el costado
post-edípico del superyó, en tanto normativizador del goce según la ley paterna y, también, el
empuje a gozar, expresado en el imperativo puro que nace de un resto no regulado.

Donde el Edipo presenta la ley, la interdicción del Nombre-del-Padre como recortador del
goce en términos de la significación fálica, aparece el padre simbólico. Es el padre que opera
muerto y devorado, inaugurando la prohibición o limitación. Ahora bien, hay un resto de este acto

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parricida que sostiene un borde vivo del padre de la horda: el padre es no-todo muerto, no-todo
devorado. El resto representa el padre real, padre gozador que representa el costado resistente
del superyó. Este carozo del padre es el que inaugura, por lo tanto, el superyó que empuja más
allá del principio del placer.

Este real que se resiste a lo simbólico, que es agujero, que implica el juego constante de
insistencia y resistencia, es el que Lacan ubica en el lugar de objeto a. Es la cara real del superyó
que se conjuga en la mirada o la voz de un padre real, del resto que sobrevive. Y es un objeto que
toma dos posiciones distintas.

OM
En el fantasma, el objeto a está tematizado, está sosteniendo un deseo fantasmático. Se
coordina con la función fálica para resolver la angustia neurótica. El neurótico, efectivamente,
propone la respuesta al “¿Qué me quiere?” por medio de una versión del padre, un fantasma por
el que se vincula con el Otro y, también, con su deseo. Es un objeto a postizo, construido en el
fantasma. El remache de una relación sexual que no hay, el medio vincular reductor con el Otro

.C
sexo.

Pero, también, el objeto a adviene allí donde tiembla el fantasma, donde cae la père-vers.
Falta la falta y aparece la angustia. Y allí nace el imperativo gozador de un superyó ajeno a la ley.
DD
Agujero del Otro donde pasa la voz, rendija de lo simbólico donde se cuela la mirada del superyó.
Se impone una orden, un “Tú debes” sin sentido que exige sin medida. No se trata de otra cosa
que la denuncia de un descuido del padre, una falla, una incompletitud de su función legisladora.
No extrañe que el imperativo se le imponga al hombre de las ratas allí donde falló su padre. Pero
es esta función la convocada para completar el mandato: al “Tú debes” se le adiciona un
LA

significante que da consistencia simbólica y que sólo es posible mediante la ley paterna. El
Nombre-del-Padre viene a recubrir lo imposible del superyó que no pudo domeñar. Así, el deber
desencadenado, el real, se introduce en la cadena simbólica y se vuelve significativo.
FI

“El amor al padre y la estabilidad histérica en la primera enseñanza de Lacan” – Godoy, C.

Lacan confiere a la histeria una estabilidad particular que se instaura en tanto se adopta la
armadura del padre. La solución histérica es, ante todo, sencilla a nivele estructural y eso confiere


cierta estabilidad. La pregunta por la feminidad se aborda, de forma facilitada, por medio e la
identificación viril al padre. Así, colocada en esta homosexuación, la histérica anticipa la respuesta
desde ese lugar donde pretende, a través de la significación fálica, abordar el problema del Otro
goce femenino, el que se le escapa. Esta es la primera versión de la armadura del padre:
identificación con él y consiguiente abordaje de lo femenino desde la noción fálica.

Más adelante, sin embargo, adopta un rol fundamental el problema de la impotencia del
padre. En Dora, esta impotencia se juega en ese padre enfermo y débil. Esta figura paterna es la
que interviene en el Edipo y, en el caso de que nos encontremos con un padre impotente, deviene
un padre que no da. Y, para Dora, el amor al padre se vuelve consistente en tanto este cumple con

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el papel de impotente. El amor se estabiliza en la impotencia paterna al punto tal que Dora ama al
padre en tanto éste no da. Y aparece, entonces, en la histeria, una posición de amor que espera:
espera ese don del padre, ese falo paterno al que no se renuncia y que, se supone, da la respuesta
al enigma de lo femenino. En la espera de recibir el don paterno, la histérica no puede jamás
recibir nada de otro hombre: no extrañe la dificultad de estas enfermas para jugar su posición de
objeto de deseo del hombre.

Si nos detenemos en la definición lacaniana de amor como “dar lo que no se tiene”, vemos
cómo la impotencia del padre de la histérica no es contingente: es estructural. La espera de ese

OM
don paterno que nunca puede ser entregado es la estabilidad histérica. Baste para eso reconocer
cómo el desencadenamiento de la histeria de Dora no ocurre sino cuando aparece el padre
potente, capaz de satisfacer a otra mujer. Y ahí, rota la relación cuaternaria con los K., Dora
denuncia la reivindicación del padre que la quiere entregar como un objeto.

La solución histérica radica, entonces, en la posibilidad de sortear la imposibilidad

.C
estructural de dar cuenta de lo femenino a través de la construcción, en la identificación al padre,
de una impotencia amable, amorosa, donde sostener la respuesta anticipada.
DD
“Identificación a la epidemia” – Schejtman, F.

Partamos definiendo los seis tipos de identificación que introduce Freud. Todos ellos
pueden vincularse a tres fuentes: como forma primera de lazo afectivo con el objeto; como
LA

sustitución de un lazo libidinal con el objeto por medio de una regresión y la introyección del
objeto en el yo; y, finalmente, como identificación de una comunidad a una persona que no es
objeto de pulsiones sexuales.

La primera identificación que presenta Freud es la identificación primaria. Responde a la


FI

primera fuente de las nombradas y refiere al momento mítico en que el niño adopta una
identificación devoradora para con el padre. Lacan la ubicará en lo simbólico, en esa primera
mortificación que supone el ingreso al lenguaje, en tanto lenguaje del Otro. Este Otro aporta la
marca, el S1 donde surge el sujeto y al que se identifica en un primer tiempo lógico.


Luego, asistimos a la identificación con un rasgo del objeto amado, en un caso, y odiado,
en el otro. El sujeto toma un rasgo del objeto y se identifica allí. La primera de ellas responde a una
identificación propia del complejo de Edipo de la niña, mientras que la segunda es post-edípica.

En cuarto lugar, y de nuestro mayor interés, ubicamos la identificación histérica, que


Freud introduce como identificación con un rasgo común con alguien que no es objeto libidinal. Ya
estamos en la tercera fuente y reconocemos el modo en que se juega la identificación: hay una
intención de querer posicionarse en la situación del objeto de la identificación. Es el caso de la
epidemia o infección psíquica que se vincula a la cuestión de la masa, aunque no equivale a ella.

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En la masa, el proceso de identificación se da de yo a yo, donde todos los semejantes han
adoptado al ideal del yo como objeto de identificación. Así, el líder, el ideal del yo iguala a los yoes
en tanto los ama a todos por igual. Comparte este rasgo con la identificación histérica, pero existe
una diferencia central entre ambas. Para Lacan, la masa es la identificación propia del estadio del
espejo. Se juegan, allí, tanto lo imaginario como lo simbólico. En relación con lo primero, referimos
al nivel de semejanza yo-yo que caracteriza la adopción de la imagen unitaria propia de este
estadio. Recordemos que el yo es la instancia que surge a partir de la identificación con un yo
ideal, ofrecido en lo simbólico. Cobra, entonces, también un papel especial lo simbólico: el ideal

OM
del yo como el regulador simbólico de las operaciones imaginarias.

¿Qué pasa, en cambio, en la identificación histérica? Lacan dirá que, en ésta, se pone en
juego la dimensión del deseo y es eso lo que la distingue de la identificación de la masa. La
histérica pone en juego su deseo en tanto deseo de un deseo. Desea ser el objeto de deseo del
Otro. La epidemia histérica no es de yo a yo, sino de sujeto a sujeto. Decimos que la histérica
puede hacer masa, cuando coloca el objeto en el ideal del yo, o puede hacer una operación

.C
distinta, cuando lo ubica en el sujeto.

Retomemos las formas de identificación. Dos nos quedan pendientes. En primera


DD
instancia, la identificación en un tipo de homosexualidad masculina. Finalmente, la identificación
melancólica, donde la sombra del objeto cae sobre el yo. Detengámonos en esta última
identificación: es, ante todo, de carácter narcisista. Se trata de un movimiento regresivo por el
cual la identificación al objeto perdido se vuelca sobre el yo.

Finalmente, trataremos de ubicar la epidemia anoréxica en los entrecruzamientos entre la


LA

identificación a la masa, la histérica y la melancólica. En principio, es preciso reconocer que el


síntoma anoréxico no se produce en el deseo, sino en la imagen. Esto la coloca en las antípodas
del deseo de la identificación histérica y muy cerca de la identificación imaginaria de la masa. Pero,
aún más, se aleja de la masa cuando, más que en el ideal del yo, coloca el objeto en el superyó.
FI

Constituye, entonces, una infección psíquica que acaba por conformar una comunidad de goce.

“Capitalismo y anorexia: discursos y fórmulas” – Schejtman, F.




Comencemos por delimitar las particularidades que impone el pasaje del discurso del amo
al discurso capitalista. En principio, el trueque del S1 y el sujeto impone la emancipación del sujeto
respecto del inconsciente y, por lo tanto, del discurso psicoanalítico. Además, se impone el
imperativo empuje-al-goce con promesa de satisfacción completa para todos, sin excepción. El
goce se pluraliza en goces múltiples y diversos, sin dirección ni ley alguna. Finalmente, frente a la
supresión del lazo social, con otros y con el Otro, se imponen las epidemias identificatorias que
forjan comunidades de goce particulares.

Este último caso es el de la anorexia. Dos nadas se imponen allí y dan, por lo tanto, lugar a
dos versiones diferentes de esta misma patología. Las anorexias blandas giran en torno a no

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comer nada. Así, se mantiene una lógica del deseo de corte histérico, donde se convoca al Otro, se
lo llama. Es una resistencia al empuje al goce capitalista, en un movimiento de recuperación de la
dimensión del deseo.

La anorexia dura, en cambio, se impone como la expulsión del Otro, el rechazo absoluto
de la dimensión del deseo. El sujeto se desliga del Otro, se suelta de él y se nadifica. Es esta la
nada de la anorexia dura: la propia aniquilación, la suspensión del sujeto mismo. Sucumbe al
empuje al goce en su forma más mortífera: se consume a sí mismo.

OM
Ahora bien, en tanto el capitalismo borronea la directividad del significante paterno (S1),
se impone una feminización de la sociedad y una reformulación particularísima de las fórmulas de
sexuación lacanianas. En principio, recordamos el papel fundamental que en éstas cumplen el
padre real (excepción, el al-menos-uno-que-no) y el Otro goce, femenino (no-todismo).

¿Qué pasa en la actualidad con estas fórmulas? Con la imposición del empuje al goce, se

.C
estabiliza un vector que vincula la no excepción femenina con el universal masculino. De este
modo, se inaugura la dimensión de la no-excepción y el todismo: goce ilimitado pero alcanzable
para todos. Cae la castración por el decaimiento de la imago paterna y aparecen los gadgets como
sustitutos del falo.
DD
PRÁCTICOS

“Fragmento de un caso de análisis de un caso de histeria: Dora” – Freud, S.


LA

Con Dora, asistimos al caso más paradigmático de histeria conversiva. Reconocemos no


sólo la transmutación al cuerpo de los montos de afectos de las representaciones reprimidas, sino
también algunas cuestiones fundamentales de los mecanismos de formación de síntomas de esta
patología.
FI

En relación con los síntomas, estamos ya en la época del trauma en dos tiempos. Por ello,
tras la presentación de la escena del algo, donde Freud descubre algo del orden de lo traumático,
sale en búsqueda de la vivencia primitiva olvidada que esta escena despertó. Aparece, entonces, la


escena del beso, donde la nota fundamental es la mudanza de placer en displacer: en vez de
excitación sexual, Dora siente asco.

Otro de los puntos fundamentales que aporta este historial se vincula al problema del
autorreproche expulsado hacia afuera. Dora se siente cómplice del amorío del padre y procede,
inconscientemente, a mudar ese autorreproche en un reproche hacia el padre. Pero, además, dice
Freud, acá se juega algo del orden de un deseo inconsciente hacia el Sr. K. Esta hipótesis le
permite afirmar que la afonía se vincula a la ausencia del amado.

El aporte más importante que realiza Freud con este historial es la teoría del síntoma en
tanto soldadura de un borde pulsional con un sentido propio de la fantasía. Así, propone que

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debemos reconocer, en la formación del síntoma histérico, una conjunción entre cierta
solicitación somática y una fantasía o significado que se le anuda tardíamente. Pero, además, este
síntoma, que al comienzo es un huésped mal recibido, acaba por constituirse como una fuente de
placer, adoptando cierta utilidad en relación con el sentido. Es por ello que hablamos de cierta
ganancia secundaria del síntoma. Destacamos que, de todos los sentidos que pueden anudarse al
síntoma, al menos uno ha de tener relación con la sexualidad.

Ahora bien, es necesario remarcar un concepto que empieza a tomar forma aquí en
relación con las mociones homosexuales que se ponen en juego en la histeria. En Dora, nos

OM
sorprende su actitud hacia la Sra. K., a quien nunca desdeña ni critica. En su lugar, se refiere a ella
con palabras tiernas además de reconocer en ella una persona muy cercana. Freud dirá, en este
momento, que los celos de Dora nacen de cierta inclinación tierna hacia su propio sexo, que
apuntan, en última instancia, a separar al padre de la Sra. K. por su interés en esta última.

Cabe destacar, por último, el papel fundamental que cumplen las identificaciones, en

.C
general viriles, a lo largo de la sintomatología de Dora. Ya sea con el padre, el hermano, el Sr. K. o
su joven pretendiente, Dora tiende a identificarse con todos los hombres del historial. Sin
embargo, y vale aclararlo, también se identifica con la Sra. K.
DD
Los dos sueños

En el primer sueño, destacamos el papel del padre como protector frente a cierta
propuesta sexual de un hombre. Lo sexual aparece en la figura del alhajero. Sin embargo, Freud
también interpreta que existe un deseo inconsciente que pareciera figurarse como dar al padre lo
LA

que la madre no le brinda. Esta trasmutación responde, en realidad, en la intención de darle al Sr.
K. lo que la Sra. K. le niega. Nuevamente, Freud introduce el amor inconsciente hacia el Sr. K.

En el segundo sueño, en cambio, aparece el enigma de los genitales femeninos,


representados por el bosque, y cierto deseo de venganza para con el padre figurado como: yo lo
FI

abandoné y él murió porque me necesitaba.

“Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad” – Freud, S.




Freud inaugura el vínculo entre las fantasías y los síntomas como figuración en donde
aquellas se realizan. En principio, es importante destacar que las fantasías sostienen una relación
irreductible con la vida sexual del sujeto y suelen responder a formas de satisfacción
masturbatoria de la infancia. Ya allí, podemos reconocer cierto anudamiento entre la dimensión
fantasiosa y el acto onanista. Decimos que asistimos a una soldadura ya realizada entre ambos:
acto masturbatorio y sentido. Veamos cómo se produce esto.

En un primer momento, la acción era una mera empresa autoerótica destinada a generar
placer en una zona erógena. Con el Edipo, se inaugura el orden del objeto de amor y, de allí, se
configura una fantasía a realizarse por medio del acto. Es aquí donde asistimos a la soldadura de

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fantasía y la masturbación. Ahora bien, se esperaría que dicha fantasía sea reprimida con el
abandono de la masturbación, es decir, con la renuncia. Sin embargo, si no se logra la sublimación
de la libido, se da la condición necesaria para que la fantasía se renueve y genere síntomas que, en
la histeria, se expresan por conversión.

Es por ello que podemos afirmar que el camino del análisis se dirige desde el síntoma hacia
la fantasía, que figura la realización de un deseo inconsciente nacido del Edipo. Sin embargo, es
importante tener en cuenta que pueden vincularse más de una fantasía al mismo síntoma: uno de
los sentidos ha de ser sexual, pero pueden existir otros. Freud dirá que el síntoma histérico base

OM
como un compromiso entre dos mociones pulsionales opuestas, una de las cuales expresa una
pulsión parcial y otra que intenta sofocarla.

Ahora bien, la clínica le demuestra a Freud que no alcanza con dilucidar una fantasía
sexual para resolver el síntoma histérico. En su lugar, aparecen dos fantasías: una femenina y una
masculina. Son dos fantasías de carácter contrapuesto, una de las cuales adopta la forma de una

.C
moción homosexual. Los síntomas histéricos tienen, por tanto, una significación bisexual.
DD
“A propósito de un caso de neurosis obsesiva” – Freud, S.

El caso

Introducimos el historial según tres crisis fundamentales que ocurren en la vida del sujeto
y que dan cuenta de la historia de su padecer.
LA

La primera de ellas responde al verdadero ocasionamiento de la enfermedad: la escena


del funeral de la tía y la declaración amorosa de quien fue su cónyuge. Esta escena desata las
primeras exteriorizaciones de la conciencia de culpa del hombre de las ratas. Reconocemos un
sentimiento exacerbado, no adecuado, que lo empuja a sentirse un criminal por no haber estado
FI

presente en la muerte de su padre. Freud reconoce allí la famosa mésalliance, que lo empuja a
determinar que el afecto asociado a esta representación ha sido desplazado de su vivencia
original. Así, introduce la teoría de la moción libidinosa de odio hacia el padre y el deseo
inconsciente de parricidio.


La segunda crisis se reconoce como el ocasionamiento actual o más reciente y responde al


ofrecimiento marital de la madre. Se pone en juego aquí un hecho de la prehistoria del sujeto: su
padre, en la misma situación que él, eligió el dinero por sobre la amada. Se le impone al enfermo
la necesidad de tomar una decisión similar pero, para evitar decidir, éste enferma. Aquí
encontramos la enfermedad propiamente dicha, con la postergación y dudas propias del pensar
obsesivo. Aquí se termina de estructurar el papel del padre como perturbador del goce, como
opositor de las inclinaciones sexuales del enfermo.

El tercer estallido es el más particular y responde al motivo de consulta. Decimos que es


particular en tanto aquí ya no se trata de que el sujeto se encuentra con la falta del otro, sino que

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aparece el otro gozador: el capitán Cruel. Su relato del castigo de las ratas despierta una gran
inquietud en el hombre de las ratas, al punto tal que este desarrolla un delirio obsesivo: quiere
torturarme a mí, a mi amada y a mi padre. Se inaugura una certeza delirante que empuja a Freud a
postular una reconstrucción de una escena infantil olvidada. Así, aparece esta escena de la paliza
paterna que culmina con el cese de los golpes y la sentencia: “Será un gran hombre o un criminal”.
A partir de allí, parece esclarecerse la interpretación de la enfermedad: una actitud cruel del padre
fue respondida con insultos del niño y, a partir de allí, se instauró la angustia frente a los golpes
junto con el odio hacia el padre. Esta angustia frente a la crueldad, renacida en el relato del

OM
capitán, es también actuada por el sujeto en transferencia, cosa que no pasa desapercibida para
Freud. En la identificación del capitán Cruel con el padre, se configura el problema de la deuda: si
bien el enfermo sabe que no es lícito devolver el dinero al capitán, se impone un mandato
imposible. Como no puede responderse al mismo, aparece a la necesidad de autocastigarse y
continuar con el pedido del capitán aunque éste fuese erróneo.

La teoría

.C
Hablamos, más que de representaciones obsesivas, de un pensar obsesivo y un actuar que
responde a los productos de dicho pensar. Estos productos pueden ser reflexiones, tentaciones,
DD
mandamientos, prohibiciones, deseos, etc., a los que el sujeto atribuye la noción de
representaciones obsesivas por su carga de afecto. Sin embargo, el análisis descubre que se trata
de subrogados y que la verdadera representación obsesiva, causante de la patología, está
desarmada de su afecto y aparece como indiferente. En general, decimos que la representación
obsesiva se encuentra despojada del monto afectivo y, tras sucesivas desfiguraciones, arrastra
LA

consigo las marcas de la lucha defensiva primaria. Sin embargo, las medidas protectoras también
componen una muestra de la defensa pero, esta vez, de la defensa secundaria.

El pensar obsesivo suele expresarse en la fórmula de la fatalidad que empuja al sujeto a no


realizar ciertas acciones (evitación, prohibición) o realizar imperativamente otras (ceremoniales,
FI

medidas precautorias) para que no ocurra una desgracia. En el caso del hombre de las ratas,
reconstruimos un pensamiento como: “Si me caso con la amada, a mi padre le sucederá una
desgracia”. El faltante que hace de esta imposición un absurdo puede reconstruirse como: “Si mi
padre viviese, se enfadaría si yo me caso con la amada y, entonces, sucedería lo mismo que en la
escena de mi infancia, donde yo le desearía un mal que se haría efectivo”. Se juega, como vemos,


una elipsis que suprime cierta configuración del pensar y deja un residuo incomprensible que
genera malestar.

El papel de la pregunta por la muerte es fundamental: suele aparecer en relación con la


duda hispertrófica que coloca al sujeto en un estado constante de huida, de indecisión. La muerte
del amado o del rival configura una solución supuesta a esta detención del actuar.

Generalmente, reconocemos en los neuróticos obsesivos la coexistencia de sentimientos


de amor y odio remarcados. El componente sádico del amor se refuerza y, entonces, es reprimido.
Desde lo inconsciente, crece el odio cada vez que crece el amor. De allí nace la indecisión, de esta

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pulseada entre mociones contrapuestas. Esta indecisión se desplaza hacia otras esferas de la vida
del sujeto, hasta colmar todo su accionar.

“Análisis de la fobia de un niño de cinco años” – Freud, S.

Es un hecho que la fobia de Hans se inaugura con un primer ataque de angustia


caracterizado por el desconocimiento de la razón detrás del mismo. Aparece un monto de afecto

OM
desligado de toda representación que se expresa bajo el modo de la angustia. Sólo más tarde (un
día, precisamente), logra el niño adjudicar a esta emoción un representante: el caballo.
Particularmente, el miedo se configura como: miedo a que el caballo muerda.

Destacamos el lugar primordial que cumple el “hace-pipí”. Hay un interés teórico y


práctico por una parte del cuerpo que se impone como placentera. La amenaza de castración por
su onanismo no cobra efecto instantáneamente. El falo adopta la forma del elemento que

.C
distingue entre vivo y no vivo, pero no hay, aún, conciencia de la diferenciación sexual. Este
miembro es el que produce un momento de ruptura fundamental: el niño lo ofrece a la madre,
pero esta lo rechaza por ser una “porquería”. En el mismo sentido, la llegada de la hermana rompe
DD
con el vínculo particular que Hans sostiene con su madre, y esto desemboca en mociones hostiles
hacia la niña que se expresan en deseos inconscientes de que se ahogue.

El intento de introducir la diferenciación sexual es fallido: Hans responde con la fantasía de


las dos jirafas, donde expresa la operación de castración fallida. En efecto, él mismo pone a jugar
LA

algo del orden de poseer a la madre por encima del padre.

El ocasionamiento se descubre tardíamente y responde a una escena en la que el niño ale


a pasear con la madre y ve un caballo que se tumba y hace barullo con las patas. Freud desvela allí
un deseo inconsciente y hostil para con el padre. Hans desea que su padre se tumbe. El miedo que
FI

aparece de la mordida del caballo representa el castigo que ejercería el padre frente a ese deseo.
Acá, podemos reconocer el modo en que el propio niño introduce algo del orden de la castración.
Esta operación se completa con algunas fantasías posteriores: la del mecánico y la del instalador.
Allí se esclarece la posibilidad de que algo sea cambiado, de que le den un hace-pipí potente como
el del padre.


Juega un lugar particular, también, el problema de la concepción. El miedo muda hacia los
caballos que llevan cargas y el niño empieza a desarrollar teorías acerca de cómo nacen los bebés.
Le exige al padre que se haga presente y lo castre, a la vez que lo reconozca como propio.

Finalmente, destacamos el lugar de la fantasía final, que parece resolver el Edipo: Hans se
queda con la madre pero no a expensas de la vida del padre; a éste le atribuye el casamiento con
su propia madre. Esta parece ser la solución del niño frente al problema del Edipo y la angustia
fóbica.

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“Lo inconsciente” – Freud, S.

Tomemos, primeramente, a la represión como un proceso general. Sabemos que lo que


ella logra es desalojar una representación Pcc y llevarla hacia el Icc. Para ello, es necesario que se
produzca la sustracción de la investidura Pcc y que la reemplace por una Icc (Aspecto tópico).
También, entendemos que dicha representación no se contenta con su nueva situación: tiende a
regresar al Pcc de forma constante. Para contrarrestar este empuje, la represión se vale de la
contrainvestidura. Así, por un lado, mantiene la represión primordial y, por otro, con ayuda de la
sustracción, apoya la represión propiamente dicha (Aspecto dinámico). Por último, sostenemos

OM
que el monto de afecto ha de tener algún destino particular que, como ya dijimos, puede ser
distinto al de la representación (Aspecto económico).

Una vez definido esto, pasemos a describir la represión para cada neurosis de
transferencia. En la histeria de angustia, hemos de reconocer tres fases. En la primera de ellas, la
angustia aparece sin que se reconozca por qué. Entendemos que ha de haber existido una moción

.C
de amor Icc que buscaba abrirse paso al Pcc pero fue rechazada. La investidura libidinal encontró
una salida a modo de angustia. En una segunda fase, la investidura Pcc sustraída se mueve hacia
un sustituto por desplazamiento, alojado en el Pcc que, por un lado, racionaliza la angustia y, por
DD
otro, actúa como contrainvestidura. Pero la represión no ha logrado su cometido: aún persiste la
angustia. Por ello, se inicia una tercera fase, en la que la represión vuelve a la formación sustitutiva
y sus asociados puntos de gran sensibilidad. Aparece, entonces, la fobia que figura un malestar
pulsional como un malestar externo. Así, la represión se considera lograda.

En la histeria de conversión sucede algo similar. La principal diferencia radica en el hecho


LA

de que la investidura sustraída se dirige a una parte del cuerpo por conversión. La
contrainvestidura sale a la luz en la formación del síntoma. Su función es seleccionar una parte del
cuerpo que sea investida y que, por lo tanto, cumpla con la doble función de expresar la meta de
la pulsión como los afanes de defensa de la contrainvestidura.
FI

Por último, en la neurosis obsesiva, vemos que la contrainvestidura es la que garantiza la


primera represión y en la que se consuma la irrupción de la representación reprimida.


“Seminario 4” – Lacan, J.

Lacan analiza la constitución de la fobia en Hans a partir de entenderla como una solución
a cierto conflicto o falta que se pone en juego en etapas previas. Así, distingue tres fases en las
que podemos organizar la evolución de la enfermedad.

En primera instancia, asistimos al paraíso de la dicha. Se trata de un momento previo al


desencadenamiento en el que Hans adopta la posición de falo imaginario de la madre. Se
constituye en tanto objeto que colma la falta materna y, por lo tanto, se anula cualquier
posibilidad de frustración. Estamos ante la tríada fundamental madre-niño-falo en la que no hay

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interdictor en el goce materno. Ambos se engañan por medio de un señuelo: el falo imaginario
que parece identificarse con el niño.

Sin embargo, se produce una ruptura, que conduce al desencadenamiento. Dos cuestiones
se juegan aquí: la emergencia del pene real y la carencia del padre. En relación con el pene real,
encontramos un niño que, por vez primera, se enfrenta al goce propio del cuerpo, jugado en ese
objeto que se menea y genera placer. El niño ya no puede ocupar el lugar imaginario, pues debe
ofrecerse todo él y eso, ahora, implica un ofrecimiento de ese pene real emergente. Pero la madre
lo rechaza y el pequeño es consciente de que no alcanza, de que ya no puede completar a la

OM
madre. Se produce esta hiancia entre lo imaginario y lo real que deja al sujeto en suspenso, lo
borronea, lo deja sin lugar. Por esto deviene la angustia. Se impone, entonces, la necesidad de un
tope, de algo que dé sentido a esa angustia.

A ese lugar de significado adviene el miedo de la mordedura del caballo en Hans. El


enigma angustioso del deseo del Otro se resuelve, por medio de una regresión, en una fantasía

.C
oral: me quiere devorar. No es más que la figuración del peligro verdadero que implica la boca de
cocodrilo materna. Pero, y aquí aparece el otro punto central, Hans no encuentra quien ponga el
palito para salvarlo de esa devoradora. Por eso hablamos de la carencia del padre. Carencia en
DD
términos de ausencia de un padre que ponga límite, que castre a la madre y al niño. El niño cae
víctima del deseo materno bajo la fórmula de metonimia: la madre lo sostiene como su propia
posibilidad de tener el falo. El padre está ausente a nivel simbólico pero, también, a nivel real. No
impone la ley de la figuración cuaternaria, ni castra al niño al demostrarse como potente, como
poseedor del falo que puede satisfacer a la madre.
LA

Ahora bien, en el punto donde aparece la representación (caballo en Hans) ya aparece el


orden simbólico operando. La pregunta es: ¿cómo se logra esto sin la intervención del padre real?
La fobia viene a solucionar la falla del padre. Con la constitución de un representante, Hans pone
a operar el orden simbólico. Logra, así, suplir la metáfora paterna no operante y poner en juego la
FI

castración. Lo hace de diversas maneras: con la metáfora del caballo, con la fantasía de las jirafas,
con el mito del instalador. Él mismo encuentra, en la fobia, un modo de suplir la falla y tramitar la
angustia, haciéndola pasar por el Nombre-del-Padre.


SEMINARIOS

“Sobre la justificación de separar de la neurastenia un determinado síndrome en calidad de


‘neurosis de angustia’” – Freud, S.

La neurosis de angustia presenta, al igual que el resto de las patologías, una etiología que
proviene de la vida sexual. Existen diversas modalidades, ya sea para hombres o mujeres, pero
todas coinciden en un punto: hay una acumulación de excitación. Por ello, no admite ninguna
derivación psíquica. No hay referencia simbólica, ni mecanismo psíquico. Dada la contención, se
produce una disminución de la libido, del placer psíquico.

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La trayectoria de una neurosis de angustia sería entonces, la siguiente: la excitación aumenta
de forma continua y, sólo a partir de cierto umbral, puede ser capaz de vencer la resistencia. Se
exterioriza, entonces, como estímulo psíquico. Esto produce que el grupo de representantes
psíquicos se llenen de energía y generen tensión libidinosa. Para calmar esa tensión es necesario
llevar a cabo una acción específica o adecuada. La neurosis de angustia sería la consecuencia del
intento de gastar la excitación sexual desviada por medios no adecuados. La neurastenia, en
cambio, responde al uso de acciones poco específicas, pero no ajenas, como la masturbación.

Ahora bien, es necesario diferenciar la neurosis del afecto de angustia. Éste deviene en la

OM
medida en que el estímulo proviene de afuera, es decir, es exógeno y temporal. La neurosis es el
afecto crónico que aparece frente a un estímulo interno no tramitado por medio de la acción
específica. Como los estímulos internos son constantes, aparece una patología.

“Intervención sobre la transferencia” – Lacan, J.

.C
Lacan relee el caso Dora en términos de una serie de inversiones dialécticas llevadas a
cabo por Freud en sus intervenciones. Por medio de ellas, la paciente logra construir nuevos
DD
desarrollos de verdad. Finalmente, el autor atribuye a la falta de una última inversión dialéctica el
fracaso del análisis freudiano.

Bien, la primera verdad a la que asistimos es presentada por Dora como una tendencia
enojosa de la muchacha frente al amorío del padre y la Sra. K., que la ubica a ella como objeto a
LA

ser entregado al Sr. K. En esta estructura cuaternaria, reconocemos el papel de objeto


autoadjudicado y la queja por el amorío, del cual se tiene conciencia.

La primera inversión dialéctica es introducida por Freud en tanto le propone a Dora


reconocer su lugar de cómplice en esa relación de infidelidad. Así, aparece un segundo desarrollo
FI

de verdad: se instaura la complicidad de Dora y una estructura donde circulan los regalos.
Aparece, finalmente, la implicación subjetiva de la enferma en esa escena.

La segunda inversión dialéctica responde al lugar del interés hacia la Sra. K. La ausencia de
todo tipo de resquemor contra ella parece revelar que los celos de Dora taponan un interés por


aquella. Aparece, entonces, esta tercera verdad, que pone a la histérica en relación con cierto
impulso homosexual (en términos freudianos) para con la otra mujer del historial.

Hasta aquí llega Freud, cegado quizás por la contratransferencia que lo empuja siempre a
la tesis del amor inconsciente hacia el Sr. K. Lacan propone que existe una tercera inversión
dialéctica posible, por la cual se reformularía el lugar que ocupa la Sra. K. No es un interés en tanto
atracción sexual, sino el lugar del misterio de la feminidad. Entendemos que esta es la verdadera
pregunta que formula Dora y que la empuja a la Sra. K. Lacan encuentra sus bases en la matriz
imaginaria de esa primera escena infantil con el hermano. Allí, siendo que lo oral y lo invocante
adoptan un lugar preponderante, se juega el qué implica ser una mujer y qué ser un hombre. Dora
sólo puede abordar el cuerpo femenino y, en fin, su propio deseo en tanto mujer, a través de un

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hombre. De allí, la necesidad de identificaciones viriles que hagan de puente para abordar el
problema de la feminidad.

¿Cuál es el sentido novedoso que esto aporta en relación con la escena del lago? La
sentencia del Sr. K. anula el puente de unión con esa otra mujer potente, gozadora. Cae, entonces,
el fantasma histérico de Dora y se impone la neurosis. No queda más que reconocer el verdadero
conflicto de Dora: no puede encontrarse en el lugar de objeto de deseo.

OM
“Seminario 3” – Lacan, J.

El problema se vincula, en este seminario, a la pregunta neurótica y el yo ahí involucrado.


El neurótico, dice Lacan, se pregunta con su yo y este es un modo de no preguntarse, de no
desplegar, de responder anticipadamente.

.C
En la histeria, la pregunta gira en torno a la feminidad. Es la pregunta por algo no
simbolizable, por un agujero en el significante. Es que, al atravesar el Edipo, la adopción del lugar
femenino o masculino no se define en el campo de lo imaginario: allí no encontramos razón para
DD
el camino que adopta la niñita al identificarse con el padre. La identificación paterna que
comporta el Edipo de ambos sexos parece revelar que la mujer debe hacer un rodeo imaginario
que se juega, sin embargo, en una ausencia simbólica. En el significante tenemos que buscar la
razón de la disimetría de los sexos.

Más bien, es en el cruce entre lo imaginario y lo simbólico donde ubicamos la resolución


LA

del complejo. Ser hombre o ser mujer es el resto de una operación de lo simbólico sobre lo
imaginario. Y allí se juega el vacío, los agujeros del significante que dan lugar a la pregunta
neurótica. La histérica se vuelva a la pregunta por lo femenino, pero lo hace desde una
identificación al padre. Quizás por ello atribuimos cierta estabilidad a su estructura, por su
FI

sencillez. Más difícil será el caso del hombre histérico, que pone la procreación allí donde se
cuestiona por lo femenino.

En el caso de la neurosis obsesiva, algo del esquema se mantiene. La pregunta es, en este
caso, por la muerte. Pero, nuevamente, asistimos al borde del agujero, a eso que se resiste a ser


simbolizado, lo que no tiene significante que responda.

“Inhibición, síntoma y angustia” – Freud, S.

Capítulo III

Retomamos el problema del yo. Entendemos que éste no es más que un sector organizado
del ello. Es decir, no podemos separar tajantemente ambas instancias, sino que tenemos que
entenderlas como dos entidades enlazadas en lo profundo. Por eso no podemos luchar contra la

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pulsión de forma exitosa, por eso hay retorno y síntoma. Y por eso, el yo siempre se ve obligado a
luchar contra la pulsión, aunque figurada ésta, ahora, como síntoma.

Esto se ve claramente en la lucha defensiva secundaria. Este proceso, que el yo lleva a


cabo en contra del síntoma, muestra dos caras contradictorias.

Por un lado, el yo busca restablecer o reconciliarse con el síntoma. Lo que aquí aparece es
una aspiración a ligar ese síntoma, a hacerlo parte del yo, sintetizarlo. Es como si el síntoma ya
estuviese ahí y, en vez de aniquilarlo, bastara con asociarlo. Para ello, el yo busca sacar ventajas de

OM
ese síntoma, un acto que se puede reconocer en la ganancia secundaria de la enfermedad. Lo que
demuestra esta actitud del yo es que existe una búsqueda de enlazamiento del síntoma en la vida
cotidiana. En la neurosis obsesiva, esta ganancia se juega en la satisfacción narcisista por la propia
moralidad. En la histeria, en cambio, aparece en los síntomas en tanto compromiso entre
necesidad de satisfacción y de castigo.

.C
Por otro lado, nos encontramos con la continuación de la lucha defensiva. Aquí estamos
hablando del constante gasto de energía que emplea el yo para evitar la perturbación del trauma.
El caso más claro de esto sea, quizás, las formaciones obsesivas, como pueden ser los
ceremoniales, que suponen al síntoma como un enemigo constante al que el yo no quiere dar
DD
tregua.

Capítulo V

Nos abocaremos a la lucha defensiva, para lo cual nos centraremos en la neurosis


LA

obsesiva. Allí, reconocemos dos grandes grupos de síntomas. Los originarios o más antiguos, son
de signo negativo: prohibiciones, evitaciones, etc. Los otros, en cambio, se componen de forma
positiva: rituales, ceremoniales, acciones obsesivas que generan satisfacción.

Lo primero que debemos reconocer es que constituye un logro de la represión el poder


FI

enlazar la prohibición con la satisfacción. Es decir, la represión logra que el yo se satisfaga en la


prohibición del superyó. El caso más grosero de este logro es el síntoma en dos tiempos, donde
una acción cancela una anterior.

Ahora bien, lo que hasta ahora sabemos de los síntomas obsesivos es que, por un lado,


suponen una lucha constante contra lo reprimido y, por otro, que en su formación participan
activamente yo y superyó. Vayamos a un análisis más profundo.

Detrás de toda neurosis obsesiva hay un trasfondo histérico, desde ya, que se figura en
una defensa contra las exigencias libidinosas del complejo de Edipo. El camino se abre cuando
comienza la lucha defensiva del yo: se produce una regresión desde lo genital hacia lo sádico-anal.
Esta regresión sólo puede darse por una desmezcla de pulsiones que separan los componentes
eróticos asociados a las investiduras genitales.

Aquí también el motor de la represión es la angustia de castración, sólo que ésta se muda
en angustia frente al superyó, que es sumamente severo en estos sujetos. Aparecen, entonces,

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como forma de defensa las formaciones reactivas, a las que debemos admitir, por lo tanto, como
un tipo de mecanismo de defensa en el que se exageran los rasgos de carácter normales.

Además, dijimos, en la neurosis obsesiva se produce una lucha constante entre lo


reprimido y lo represor, es decir, lo que defiende se vuelve más intolerante (superyó) y aquello de
lo que se defiende, más insoportable (ello). Esto se explica en tanto, con la pubertad, se recupera
el onanismo clausurado, pero teñido de la agresividad propia de la regresión. El yo no percibe su
tendencia a la agresión más que en su pensamiento, pero este empujo del ello es lo que se
enfrenta al superyó. El yo no se reconoce como responsable, pero desarrolla un sentimiento de

OM
culpa mientras continua su lucha contra el ello.

Lo que esta lucha viene a mostrarnos es que el yo ha logrado clausurar al ello por
represión, mientras que puede continuar a merced del superyó. Sin embargo, esto lo obliga a
renunciar a una parte de sí mismo, a limitarse de algún modo. En esa limitación surge la necesidad
de hallar satisfacción en el síntoma.

.C
Capítulo VI

La lucha defensiva ha dejado entrever dos actividades del yo en la formación del síntoma
DD
que actúan como prueba del fracaso de la represión.

Por un lado, podemos hablar de la tendencia a anular lo acontecido. Lo que aquí se busca
es hacer desaparecer por completo un suceso. Como ya dijimos, un ejemplo perfecto de esto es el
síntoma en dos tiempos, donde una acción busca eliminar la anterior. Esta actividad del yo,
LA

además, puede reconocerse en la tendencia a la repetición: se busca retomar una acción como si
ella no hubiese sucedido, con el objeto de actuar de forma correcta. Los ceremoniales, por su
parte, comportan cierto modo de evitar que algo se repita, lo que es también una forma de esta
actividad del yo.
FI

La otra acción del yo a analizar es el aislamiento. Aquí, se trata de que, tras un suceso
traumático, se produce una pausa, una detención de la acción y el pensamiento. Se aspira a aislar
ese momento, mantenerlo por fuera de toda asociación. No se olvida la vivencia, pero se sofoca el
afecto. Esta es una complicación a la hora del análisis, pues el obsesivo, debido a su severísimo
superyó, encuentra dificultades a la hora de respetar la regla fundamental del psicoanálisis.


“Función y campo de la palabra y del lenguaje en el psicoanálisis” / “Variantes de la cura tipo” –


Lacan, J.

La propuesta de Lacan apunta a reconocer el lugar particular de la interpretación en el


psicoanálisis. Introduce, entonces, el caso del hombre de las ratas, para dar cuenta del modo en
que una interpretación inexacta a nivel material adopta, sin embargo, valor fundamental en tanto
desnuda una verdad simbólica del sujeto. Lo que Freud desnuda es el lugar del Otro que, para el
hombre de las ratas, se configura como el padre muerto. En efecto, el lugar de
desencadenamiento reciente que ocupa la propuesta matrimonial se basa en la atribución de la
misma al padre. Con esta introducción, se produce el levantamiento de los símbolos mortíferos

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que ligan narcisístamente al sujeto a la vez con su padre muerto y con la dama idealizada. Ambas
figuras se sostienen de forma equivalente a través de un mecanismo bien obsesivo: una por
agresividad y otra por idealización. No es otra cosa que la doble significación del Otro, que el
columpio obsesivo entre la demanda de muerte del Otro y el constante empeño de satisfacer sus
demandas.

Otro punto fundamental lo compone la deuda. La doble deuda del padre, a nivel del amor
y del honor, no es más que la expresión de la hiancia de una deuda imposible de pagar. Y es que él
mismo no es sino el testimonio vivo de la falta del padre. Su propia existencia, su propio ser se

OM
articula como la herencia de una deuda simbólica imposible. De allí el constante sentimiento de
culpa y la autoimposición de mandatos imposibles. No hay allí otra cosa en juego que no sea el
mito individual del neurótico, por el que el sujeto intenta recomponer la imposibilidad de una
ruptura y una continuidad en el traspaso de generaciones.

Finalmente, Lacan hace referencia a la pregunta neurótica, la pregunta por la existencia

.C
que el neurótico obsesivo se dirige y dirige al Otro a través de diferentes figuras mortales,
mortales por el lugar que el obsesivo les otorga, figuras en las que querría anular el deseo que le
angustia. Desde la jaula de su narcisismo intenta no implicarse subjetivamente, por lo que todo lo
DD
que lleva a cabo es mera coartada para permanecer al margen. Eso sí, intentará domesticar
gracias a un yo fuerte su relación con el Otro, mostrándole de qué alta voltereta es capaz, en un
homenaje ambiguo, ya que le querría muerto aunque por otro lado también lo necesite. Se juega,
aquí el columpio obsesivo, su oscilación entre dos extremos.

Con la intervención de Freud, la cadena simbólica queda desnuda y cae, por lo tanto, la
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trama imaginaria que se sostenía allí y que componía la equivalencia entre el padre y la amada,
donde ambos eran figuras narcisistas. Cadena caída que es la que vincula la falta de palabra del
padre y los fantasmas que sostienen las figuras narcisistas. Pero, sobre todo, cadena que revela su
propia existencia como testimonio de la deuda paterna.
FI


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