Psicopatologia - Resumen Tercer Parcial
Psicopatologia - Resumen Tercer Parcial
Psicopatologia - Resumen Tercer Parcial
TEÓRICOS
Freud se propone redefinir la histeria para dejar de lado la idea de que su característica
diferencial es la escisión de la conciencia. En su lugar, postula la importancia de reconocer un
OM
mecanismo particular por el cual el sujeto cae enfermo tras la aparición de una circunstancia
inconciliable en su vida de representaciones. Frente al afecto penoso que la misma genera en el
yo, el enfermo decide olvidar esa representación, defendiéndose de ella. La consecuencia de dicho
intento de sofocación no es otra que el grupo sintomático que, para la histeria, se comporta en lo
somático.
.C
El yo intenta tratar como non arrivée a la representación inconciliable, pero esto no es
posible, en tanto no pueden suprimirse ni la representación ni su afecto. El resultado acaba por
darse en el modo de una conversión o un desplazamiento, donde se juega la posibilidad de
DD
extirpar el monto de afecto y llevarlo a otro lado.
tardíamente, todos los elementos que entren en asociación con la vivencia primera. Sin embargo,
el carácter principal de la histeria radica en esta aptitud para la conversión, y no en la división de la
conciencia.
El mecanismo para las fobias y las representaciones obsesivas toma un camino diferente.
FI
OM
la llegada de la pubertad, la vivencia activa se resignifica y pasa a generar un reproche que, junto
con el suceso, se reprimen. Esta represión produce un síntoma primario: la escrupulosidad moral
de la conciencia. No genera malestar, ni perturba al sujeto.
.C
Adviene, como consecuencia, un período del retorno de lo reprimido, en el que se produce el
síntoma de compromiso. En la neurosis obsesiva aparece como representaciones obsesivas.
Por último, el yo, que padece el síntoma de compromiso, decide defenderse frente a él y
DD
genera un tercer grupo de síntomas: las acciones obsesivas. Son, ante todo, medidas protectoras
del yo contra los síntomas de compromiso. Estos síntomas secundarios no son más que la
desfiguración de los síntomas de compromiso contra los que lucha el yo.
LA
Freud va a distinguir las obsesiones y las fobias a partir del estado emotivo que s epone en
juego en cada una. En ambas existe una idea que se le impone imperativamente al sujeto junto
FI
con un estado emotivo, pero las fobias se caracterizan porque ese estado es la angustia y ninguno
otro. Además, el mecanismo psicológico es particular para cada una.
eterno, pero la idea se encuentra mudada, traspolada, no coincide con la idea inicial, es un
sustituto. En este falso enlace se justifica lo absurdo de las obsesiones. Dos formas puede adoptar
la obsesión: o bien, como dijimos, se reemplaza la idea original por otra idea, o bien por una serie
de rituales o acciones protectoras que se asocian al estado emotivo sin motivo aparente.
OM
causación. Primeramente, recuperamos el problema de la conciencia inconsciente de culpa que
parece arrastrar el obsesivo con él y que lo empuja a generar todo tipo de compulsiones y
prohibiciones, pero que le pasa desapercibida. Si bien su fuente se encuentra en vivencias
tempranas activas, se ve reforzada constantemente por la aparición de tentaciones que, en última
instancia, nacen de una angustia de expectativa ligada a un concepto de castigo. La represión de
las tendencias pulsionales sexuales inaugura la escrupulosidad de la conciencia que funda la
.C
aparición de angustia frente a la tentación. La fatalidad de los pensamientos obsesivos (si hago
esto, ocurrirá una tragedia) dan cuenta de este anudamiento y, a partir de esto, el sujeto se ve
compelido a desarrollar medidas protectoras o ceremoniales que apelan a evitar que esto ocurra.
DD
Todo el proceso da cuenta del fracaso rotundo de la defensa, que se perpetúa en el
tiempo y, a lo largo de diversas fases, genera nuevos síntomas.
ser placentera en algún lugar, pero displacentera en otro. Esto significa que la represión, como
destino, ha de ser posterior a los otros, pues requiere de la distinción Icc/Pcc.
Aquí se produce una fijación en doble sentido. Por un lado, la fijación del representante y,
por otro, la fijación de la pulsión a un objeto, que va de una modalidad de satisfacción pulsional a
un objeto parcial. Ésta es la que determina la predisposición a enfermar.
OM
reprimido. Por ello decimos que es un esfuerzo de dar caza. Pero, aún más, hemos de reconocer
en esta represión un doble juego de fuerzas. Desde lo Cc, se produce una repulsión, mientras que
desde lo Icc, se genera una atracción. Es la cooperación de ambas fuerzas la que permite la
represión propiamente dicha. A esta represión sólo sobreviven los retoños más desfigurados,
como los síntomas o los sueños.
.C
Además, en esta fase se produce la sustracción de la investidura Pcc de los retoños a
reprimir. Queda en ellos, entonces, sólo la investidura Icc. De otra manera, sería imposible que los
mismos se desalojaran de la Cc.
DD
FASE 3: Es la fase del retorno de lo reprimido o del fracaso de la represión. Es la fase
fundamental en lo que a patologías refiere y tiene que ver con la fijación de la libido. Se trata de
un proceso regresivo de la libido a una antigua modalidad de satisfacción pulsional, fijada en la
represión primordial.
LA
esfuerzo constante que lucha contra las fuerzas reprimidas que pujan por salir a lo Cc. Esto es lo
que conocemos como contrainvestidura.
Reconocemos tres destinos posibles para los montos de afecto: puede ser que la pulsión
sea sofocada por completo, que salga a la luz como un afecto coloreado cualitativamente de algún
modo o puede devenir angustia.
OM
produce el intento de huida de ella, lo que aparece en forma de síntoma fóbico, basado en la
evitación.
.C
la investidura. Monto de afecto y representación quedan resueltos en la formación sintomática.
Por último, en la neurosis obsesiva, se reprime una moción hostil hacia una persona
amada. El monto de afecto y la representación se resumen en una sola formación sustitutiva: la
DD
escrupulosidad de la conciencia moral. Sin embargo, esta primera represión fracasa y se produce
un desplazamiento de la representación reprimida hacia un sustituto por desplazamiento. El
monto de afecto, por su parte, deviene en angustia de la conciencia moral, reproche o fobia social.
LA
realización de cierta fantasía de contenido sexual. Sin embargo, nos es lícito reconocer, de forma
paralela, significados varios, anudados al mismo síntoma, que ligan el ámbito de lo sintomático
con el del sentido.
Freud propone distinguir las dos patas de estos síntomas. Por un lado, asistimos a la
Hallar la causa del síntoma nos empuja al plano de la perversión: es que las fantasías
neuróticas presentan un componente perverso irreductible. Estas mociones perversas reprimidas
del neurótico son las que le permiten a Freud afirmar que la neurosis es el negativo de la
perversión. Veamos el caso de Dora, donde su tos se apoya en la fantasía de fellatio o cunnilingus
(según la corrección lacaniana) con el padre, donde el aspecto perverso es innegable. Ya hemos
Esto significa que tenemos que buscar, en la génesis de las fantasías neuróticas, tanto el
borde de la vida sexual normal reprimida como las mociones inconscientes de carácter perverso.
Ahora bien, el síntoma nos lleva al plano de la fantasía mediante su particular mecanismo
OM
de formación. Si sostenemos que el sentido aparece tardíamente mediante una soldadura, hemos
de postular un primer momento previo, donde reconocemos una empresa autoerótica pura,
destinada a satisfacer cierta zona erógena particular. No hay marco fantasmático, no hay
significación como tal. El segundo momento introduce la soldadura entre esta empresa
autoerótica y la fantasía. El sentido nace de una representación-deseo tomada del círculo de amor
de objeto, es decir, del Edipo. A este segundo momento, le sigue una renuncia, una denegación de
.C
esta satisfacción ya fantaseosa. Acá es donde se pone en juego la represión, que avanza sobre la
fantasía ya constituida. En su devenir inconsciente, la fantasía adopta su potencialidad
sintomática, que sólo se ejecuta en tanto el individuo no logre sublimar su libido. Así, se produce
DD
el síntoma propiamente dicho.
Retomemos el caso Dora. Allí, podemos ubicar una noción fundamental en relación con la
formación de síntoma: Dora es una chupeteadora. De ello da cuenta la escena recordada con el
hermano. En esta precondición somática se apoya la fantasía oral con el padre y, en última
instancia, la tos. Pero, como escena, ya es una construcción fantasmática, ya es una matriz
LA
imaginaria del orden de la fantasía. Se trata del goce que atraviesa el campo del Otro, no de una
empresa autoerótica pura.
Algo similar ocurre con los síntomas del síndrome de Menière: allí se pone en juego, ya no
la pulsión oral, sino la invocante. En la fantasía de “espiar con los ojos”, en la escucha atenta de las
FI
salidas nocturnas del hijo, Dora demuestra la prevalencia de esta otra pulsión.
El fantasma, por lo tanto, compone el domesticador del goce pulsional que permite que la
fantasía se anude al mismo dando lugar a los posibles síntomas. Pero, además, el fantasma
comporta una respuesta anticipada a la pregunta neurótica, cuya resolución verdadera empujaría
al sujeto a la angustia del encuentro con el deseo del Otro, con su falta, con el trauma freudiano.
Vemos, en Dora, cómo se pone en juego esta pregunta neurótica referida, en su caso, a la
OM
Partamos de recuperar las diferencias fundamentales entre la salida del Edipo en el niño y
la niña, para poder explicar la impronta particular que supone el lugar de mujer.
En el caso del varoncito, partimos de un Edipo completo: el niño se identifica tanto con la
madre como con el padre, adoptando una posición de rivalidad distinta en cada caso. A partir de
.C
una identificación hostil, el niño aborda su objeto amado, en sus dos vertientes. El fin de esta
estructuración lo impone el complejo de castración. Con la intervención de la visión y la amenaza
(la voz y la mirada), se produce la introducción de un tope al complejo de Edipo: el niño ha de
DD
elegir entre su interés narcisista por su pene y la investidura libidinal de los padres. Generalmente,
se adopta la primera posición y desinviste las figuras de identificación, dando lugar a la
constitución del Super-Yo. De este modo, el complejo de castración sepulta el Edipo. No se trata
de una mera represión: el Edipo debe ser destruido y cancelado, pues si es reprimido, se vuelve
plausible de generar efectos patógenos.
LA
El caso de la niña propone enigmas diferentes. En este caso, asistimos a una primera fase
varonil, donde la niña se identifica fuertemente con la madre. Precisa de un proceso particular
para poder alcanzar el Edipo positivo, donde la identificación sea con el padre. Este es el lugar del
complejo de castración en el caso de la mujer. La madre aparece como una rival, en tanto no le ha
FI
dado a la niña ese pene que desea y, por ello, la niña acaba por virar hacia el padre. El
descubrimiento de la propia castración junto con la materna dan lugar a tres pasajes: de la madre
al madre, en tanto objeto de amor, del clítoris a la vagina, en tanto zona erógena, y de la actividad
a la pasividad.
El Edipo femenino, por lo tanto, no se corta abruptamente por la castración, como lo hace
en el niño. Aquí, el sepultamiento se da lenta e incompletamente y esto supone un menoscabo en
el Super-Yo postedípico.
La feminidad normal freudiana es, entonces, una feminidad norme malle, trazada por un
OM
deseo masculino. El deseo fálico normaliza lo femenino. En efecto, los goces vinculados a las tres
saldias freudianas se regulan por medio del falo. En todos los casos asistimos a respuestas frente a
la envidia del pene y encuentran su razón en el goce fálico. Sin embargo, Lacan sostiene que Freud
no pudo percibir que, para la mujer, no alcanza con explicar este goce fálico, sino que es necesario
reconocer cierto resto gozador que escapa a esta norma macho.
.C
El Otro goce
Del mismo modo que reconocemos la existencia de un goce fálico, regulado por el
Nombre del Padre, hemos de rescatar la existencia de un Otro goce, femenino, que resiste el
DD
encuadre de la ley. La mujer es no-toda regulada por el Edipo, por el goce fálico. Hay Otro goce,
también encaminado en la carretera principal (no es un goce psicótico) que se resiste a caer bajo
el imperio de lo fálico. El sepultamiento laxo del Edipo genera este resto de goce que no persiste
en el varón.
LA
totalidad: ∃x ₋ϕx. Es la excepción que Lacan identifica con el padre de la horda, ese al menos uno
que no está limitado por la castración, cuyo goce escapa a la ley.
Las tres salidas femeninas se encuadran en este lado de la ecuación: están regidas por el
goce en tanto fálico. Las histéricas dan cuenta de ello: amarradas al lado masculino, se encuentran
presas del deseo insatisfecho regido por lo fálico. Sólo en tanto salen de ese lugar pueden hallar
ese Otro goce propio de lo femenino. De este modo, entendemos que es posible ser mujer y, de
todas formas, elegir el lado masculino de las fórmulas.
El hombre, desde este lugar puramente fálico, aborda no a la mujer, sino al objeto a.
Lacan afirma que no hay La mujer, cosa que veremos más adelante, y que el hombre, por lo tanto,
se vincula con la causa del deseo a través de su fantasma. Siendo que la mujer comporta este Otro
goce ajeno por completo al hombre, no le queda a éste otra que reducirla a objeto a. En esto
consiste la perversión polimorfa del macho: su fantasma se anuda con un goce perverso que
determina la elección de objeto de amor. Frente a la ausencia de La mujer, que impone la no-
Es este objeto a del fantasma del lado del goce fálico el que justifica su vínculo con el
deseo insatisfecho: siempre, del goce fálico, queda un resto inalcanzable que relanza la carrera. El
OM
deseo insatisfecho es el resultado de ese resto irreductible frente al des-encuentro con el objeto
que colme.
¿Qué pasa con la mujer a nivel de las fórmulas de sexuación? En este caso, hemos de
expresar una cuestión diferente. Decíamos que la mujer está no-toda tomada por la castración,
por el goce fálico. Lacan, formalmente, lo expresa del siguiente modo: -∀x ϕx. No-todo regulado
.C
por el goce fálico, con un resto de Otro goce. Es un conjunto no cerrado, en tanto el “al menos
uno” está negado: -∃x ₋ϕx. No existe individuo no tomado por el goce fálico. No hay límite, no hay
clase: no hay La mujer.
DD
Debido a que es no-toda tomada por el goce fálico, la mujer asiste a Otro goce, femenino
que no es encauzado por la ley. Está más allá de la significación fálica y no más acá, como en la
psicosis. Por ello mismo, es inefable, indecible, no hay nada que se pueda decir de él siempre que
lo abordemos desde el lado hombre. No hay material simbólico que pueda decir a la mujer
correctamente.
LA
Ya hemos adelantado que la histérica se constriñe al lado masculino, desde donde queda
amarrada por el deseo insatisfecho propio del goce fálico. Desde allí, su intención de abordar a la
FI
La pregunta histérica por la mujer es, sin lugar a dudas, una pregunta neurótica que, como
tal, no está desplegada. La respuesta se da anticipadamente, por medio del fantasma, para evitar
el encuentro con el lugar del significante de la falta del Otro, que compone la verdadera respuesta:
respuesta que no responde, que no existe, pues es ése es el carácter de la mujer y de la muerte. La
respuesta histérica anticipada por medio del fantasma es tal, entonces, que busca abordar a la
mujer desde el goce fálico y, por lo tanto, la mal-dice cada vez que la nombra.
Veamos el caso Dora. Allí, la histérica aborda el lugar de la mujer a partir de una versión
del padre particular, según la fantasía de fellatio. La mujer, la Sra. K adopta el lugar de “objeto a
ser chupado”. No cabe duda del modo en que el fantasma de Dora se juega aquí, aportando la
OM
Ahora bien, decimos que la histérica se ubica del lado masculino y, por lo tanto, queda
amarrada a un deseo insatisfecho. Lo que allí se juega es una estrategia para evitar enfrentarse a
la falta del Otro. La histérica constituye otro completo, que tiene lo que a ella le falta pero no se lo
quiere dar. Pero, en este lugar, ella halla un goce, un plus de gozar en el gozar de menos. El goce
histérico, sea dicho de este goce propio de la histeria ubicada en lado macho, consiste en hallar
cierto grado de goce en la insatisfacción. La histérica supone un goce completo, imposible,
.C
absoluto y se lo atribuye a otra, una mujer diferente que logra aquello que ella no. Se presta a sí
misma a través de otra y rechaza toda modalidad de goce posible en tanto no iguala ese goce
completo construido. Allí, la histérica goza de la insatisfacción, tal como lo hace Dora cuando cede
DD
a la Sra. K la oferta del Sr. K dirigida a ella misma.
Distinguimos dos momentos de la clínica lacaniana para abordar los diferentes modos en
que presenta la neurosis obsesiva. Nos volcamos, entonces, en primer lugar, a la clínica del deseo.
Se trata de los seminarios en los que Lacan apunta a la explicación de las relaciones del
FI
sujeto con el campo del habla y, por lo tanto, del otro en sus dos vertientes: otro imaginario o
semejante y Otro simbólico.
demanda, asistimos a un pedido que se le hace al Otro (encarnado en la madre). Pedido que
requiere del Otro en un doble sentido: para que colme la demanda y, también, para que preste los
significantes con las que elaborarla. Pero, además, la demanda se presenta siempre con la
posibilidad de que el Otro rechaze, que se niegue. Esto implica que existe una doble demanda. Se
pide tanto lo que efectivamente se demanda como la respuesta de ese Otro omnipotente. De esto
último se trata la demanda de amor.
Pero algo curioso ocurre, pues la demanda nunca puede significar perfectamente la
necesidad y adviene, entonces, la frustración. El sujeto adjudica al Otro omnipotente la
denegación de satisfacción de la demanda. Y allí es donde se origina el deseo, en ese intento de
hacer pasar la demanda por el significante para que ésta pueda expresar la necesidad. Lacan dirá
10
A través de estos conceptos de demanda y deseo, Lacan describe los vínculos del obsesivo
con el Otro. La doble demanda del obsesivo se compone por la demanda de amor y la demanda de
muerte del Otro. Allí ubicamos el orden de la destructividad obsesiva y, aún más, su ambivalencia.
Y es que son dos vectores de sentido opuesto, dado que la demanda de amor exige la existencia
del Otro. Es el callejón sin salida del obsesivo, la imposibilidad lógica de satisfacción de ambos
términos. El neurótico obsesivo oscila, como en un columpio, entre estos dos extremos. Algo de
OM
todo esto se evidencia en esas demandas de los pequeños que luego devienen obsesivos y que
parecen imposibles no por su contenido, sino por el modo en que se presentan.
Y lo mismo sucede en el registro del deseo. Es que el deseo de destruir al Otro choca
contra la necesidad lógica de existencia de ese Otro para que el deseo exista.
.C
Los vínculos del neurótico obsesivo con la muerte tienen un tinte particular. La espera de
la muerte del Amo mantiene al sujeto detenido, a la espera de que todo comience. Pero lo que allí
ocurre, finalmente, es la imposibilidad de asumir la propia muerte, el propio ser-para-la-muerte.
Esta espera no es más que una coartada que le permite al obsesivo no comprometerse con su
DD
propio deseo. Detención, postergación, juegos obsesivos para paliar todo acto. Algo similar se
pone en juego en la atribución de la potencia a otro, un semejante que es más viril, que posee el
falo en tanto imaginario.
La estrategia por excelencia del obsesivo para esquivar el deseo es la reducción del deseo
LA
del Otro en demanda. Dos exteriorizaciones se revelan de esto mismo: tanto el empuje a satisfacer
el deseo por medio de objetos de demanda, como la necesidad de autorización, el pedido de
permiso constante y la espera de la prohibición por parte del Otro. Es un empuje a hacer
consistente al Otro, fantasear con su completamiento. Pero esta prohibición adopta un carácter
particularísimo, en tanto allí intenta depositar el obsesivo su propio deseo. Así, se sostiene un
FI
deseo imposible, que no se extingue jamás pero al que no se puede llegar. En la oscilación, el
deseo está justo en el medio y, cuando allí se acerca el sujeto, el deseo se desvanece.
Otras dos dimensiones dan cuenta del modo obsesivo de dar consistencia al Otro
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OM
deseo y ubiquemos, en cada una, un modo neurótico de acentuación. La histérica, dice Lacan, se
apoya en el deseo insatisfecho, mientras que el obsesivo recupera el deseo imposible. Donde la
histeria se acerca al deseo, el neurótico lo empuja lejos, lo constituye como el horizonte
inalcanzable al que nunca puede llegar. Constituye, de este modo, una condición absoluta en el
lugar de su objeto de deseo y se la impone al Otro. Algo de esto recobrará vida en la definición
lacaniana del objeto a.
.C
De modo similar, la postergación del acto, la detención, no hacen más que imposibilitar el
lugar donde el sujeto se desvanece y transforma. No hay acto y, por lo tanto, no hay hiato donde
DD
se juegue el sujeto y su deseo.
introduce es el objeto a y su imposibilidad significante que hace que sólo se exprese en angustia.
Ubicar el objeto a sólo es posible en tanto entendemos que el sujeto puede surgir
únicamente en el Otro. Otro que aporta los significantes y que precede al sujeto. En la constitución
de éste, denuncia Lacan, queda un resto no simbolizado, una parte de sí que se pierde desde el
FI
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¿Qué pasa en el nivel escópico? Lo mismo que para el anal, sólo que aquí se juega en una
imagen de sí. Es otro tapón fantasmático: el del dios omnipotente y omnividente. El obsesivo cree
OM
que lo que se ama es una imagen de sí que él ofrece al Otro para completarlo. Esta imagen no es
otra cosa que la conjunción de un ideal del yo – el Todopoderoso - y el otro especular o yo ideal –
ese otro idealizado.
.C
La idea de Lacan, en el Seminario 17, es reconsiderar los dos grandes mitos freudianos
para reconocer sus diferencias y poder adjudicar, a cada uno de ellos, un vínculo con una de las
dos neurosis en cuestión.
DD
El mito de la horda es, según Lacan, la configuración de la paradoja del goce. Es que el
goce prohibido a los hijos que empuja al asesinato y devoración del padre gozador continúa
prohibido tras el crimen. Nunca hay acceso al goce, el padre real adopta su rol fundamental de
perturbador del goce. Queda vedado el acceso, no a gozar de la madre, sino de todas las mujeres:
ése es el cambio sustancial que inaugura la ley. Es éste el fantasma obsesivo: un padre gozador
LA
que perturba el goce aún muerto, como si fuese inmortal y pudiese mantener la prohibición de
forma eterna. Y su forma de evitar la castración radica, entonces, en no existir como modo de
saldar la deuda imposible de un padre con estas características.
El complejo de Edipo, por otra parte, se vincula mucho más poderosamente a la cuestión
FI
del saber. Es que es la resolución del enigma de la Esfinge el que rehabilita el acceso al goce de
Edipo, la madre y el pueblo. Sin embargo, el empuje a saber más acaba por determinar la tragedia
final: la castración de Edipo y el recorte del goce suyo y de la madre.
13
OM
Ahora bien, es importante destacar que el mecanismo de la defensa en la neurosis
obsesiva es particular respecto de la amnesia histérica: la representación no se olvida, sino que es
despojada de su afecto y aparece en la conciencia como indiferente. Esto se logra gracias a su
aislamiento dentro de las cadenas asociativas. El vínculo de esta representación con la conciencia
no se agota aquí, pues el obsesivo obtiene, tanto de los síntomas de la defensa secundaria como
de las formaciones reactivas, cierto monto de satisfacción narcisista, que le permite inflar su ego
.C
bajo la premisa de la moralidad de su actuar.
heideggeriano, elemento asequible sólo en la medida de que se lleve adelante un acto. En él, el
sujeto se enfrenta al riesgo verdadero, a la posibilidad de dar un salto cualitativo de un antes a un
después donde sale siendo diferente. El acto es creación que desencadena un movimiento
simbólico de asunción de una nueva posición. Pero excede lo meramente simbólico, para
El pensamiento obsesivo es, sin lugar a dudas, inhibición del acto, postergación,
procrastinación. El sujeto evita el encuentro con la angustia de castración, con el agujero de la
pregunta sin respuesta. Es esto de lo que da cuenta la lectura lacaniana de la neurosis obsesiva
bajo la lupa de la dialéctica del Amo y el Esclavo hegeliana. El enfermo adopta el rol de Esclavo que
14
OM
peligrosas, realizadas por un personaje vacío. De este modo, logra evitar cualquier rastro de
compromiso con su deseo: la meta que se alcanza no tiene valor alguno. Pero, incluso fuera del
desdoblamiento, es posible lograr este desentendimiento del propio deseo, pues el obsesivo se
plantea metas inaccesibles, lógicamente imposibles. La hazaña obsesiva, su pantomima le
permite responder anticipadamente a la pregunta por la muerte, ahorrando la angustia de
desplegar la pregunta. El deseo del obsesivo es siempre deseo de otro, pues él es siempre otro.
.C
El vínculo con el Otro nos permite definir una distinción clara entre el fantasma histérico y
el obsesivo. En el primer caso, asistimos a Otro no barrado, al que se le atribuye el goce absoluto,
DD
y aun sujeto que introduce la falta, pero reprimida. La histérica quiere barrar al Otro, hacerle falta:
𝑎
−𝜑
⋄ 𝐴. Este no es el caso de la neurosis obsesiva. Allí, el Otro está barrado, pero su falta se reduce
a la posibilidad de ser colmada en términos de demanda. Por ello, cobra un valor especial el don,
el fantasma ablativo ligado a lo anal. El falo se mantiene en la conciencia de modo imaginario:
reemplazable por objetos adecuados que se juegan en la hazaña, en la satisfacción narcisista
LA
La red narcisista del obsesivo es la que explica por qué Lacan le atribuye una imagen de
burbuja que se infla a sí misma, mientras que atribuye lo tórico a la histérica.
“¿Criminal?” – Mazzuca, S.
15
OM
organismo, la que destapa la sintomatología del sujeto. ¿Por qué? La moción de odio hacia el
padre, en tanto padre potente que perturba el goce no nos permite avanzar desde aquí. Por eso,
hemos de contemplar una segunda lectura del síntoma, esta vez, según la causa negativa.
.C
vincula esto con la escena del tío y el significante “criminal”? La escena del tío pone al enfermo
frente a la deuda de amor del padre, a esa renuncia al amor para elegir el goce (material). El padre
potente, perturbador del goce, es un padre inconsistente. Esta debilidad del padre, con la que el
DD
sujeto no quiere enfrentarse, aparece nuevamente en esta declaración de amor. Y decimos que
aparece nuevamente porque su origen está en la escena infantil de la paliza. El padre renuncia a
golpear al niño, se da por vencido y lo deja abandonado a la suya. Se evapora. El crimen del padre,
a nivel amoroso, revive esa inconsistencia que pone al enfermo frente a la debilidad paterna que
se quiere ignorar. Es esta escena, con la declaración del padre que introduce el significante
LA
“criminal”, la que justifica que este significante del Otro se vuelva letra de lo real, significante de la
debilidad o inconsistencia del hombre. Sobre este significante caído del Otro, el sujeto construye
un goce gestado (el masoquista de la satisfacción libidinal) que tapona su significación.
extiende al futuro como una pregunta. ¿Seré un criminal? La evitación de decidir consiste en
esquivar la posibilidad de cometer el mismo crimen que el padre. Consiste en no responder a la
pregunta formulada para, de ese modo, no enfrentar la irrupción de lo real.
Ubicaremos dos caras del superyó freudiano a partir de la lectura lacaniana de dos mitos
de dicho autor: el complejo de Edipo y el padre de la horda. En ellos, reconoceremos el costado
post-edípico del superyó, en tanto normativizador del goce según la ley paterna y, también, el
empuje a gozar, expresado en el imperativo puro que nace de un resto no regulado.
Donde el Edipo presenta la ley, la interdicción del Nombre-del-Padre como recortador del
goce en términos de la significación fálica, aparece el padre simbólico. Es el padre que opera
muerto y devorado, inaugurando la prohibición o limitación. Ahora bien, hay un resto de este acto
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Este real que se resiste a lo simbólico, que es agujero, que implica el juego constante de
insistencia y resistencia, es el que Lacan ubica en el lugar de objeto a. Es la cara real del superyó
que se conjuga en la mirada o la voz de un padre real, del resto que sobrevive. Y es un objeto que
toma dos posiciones distintas.
OM
En el fantasma, el objeto a está tematizado, está sosteniendo un deseo fantasmático. Se
coordina con la función fálica para resolver la angustia neurótica. El neurótico, efectivamente,
propone la respuesta al “¿Qué me quiere?” por medio de una versión del padre, un fantasma por
el que se vincula con el Otro y, también, con su deseo. Es un objeto a postizo, construido en el
fantasma. El remache de una relación sexual que no hay, el medio vincular reductor con el Otro
.C
sexo.
Pero, también, el objeto a adviene allí donde tiembla el fantasma, donde cae la père-vers.
Falta la falta y aparece la angustia. Y allí nace el imperativo gozador de un superyó ajeno a la ley.
DD
Agujero del Otro donde pasa la voz, rendija de lo simbólico donde se cuela la mirada del superyó.
Se impone una orden, un “Tú debes” sin sentido que exige sin medida. No se trata de otra cosa
que la denuncia de un descuido del padre, una falla, una incompletitud de su función legisladora.
No extrañe que el imperativo se le imponga al hombre de las ratas allí donde falló su padre. Pero
es esta función la convocada para completar el mandato: al “Tú debes” se le adiciona un
LA
significante que da consistencia simbólica y que sólo es posible mediante la ley paterna. El
Nombre-del-Padre viene a recubrir lo imposible del superyó que no pudo domeñar. Así, el deber
desencadenado, el real, se introduce en la cadena simbólica y se vuelve significativo.
FI
Lacan confiere a la histeria una estabilidad particular que se instaura en tanto se adopta la
armadura del padre. La solución histérica es, ante todo, sencilla a nivele estructural y eso confiere
cierta estabilidad. La pregunta por la feminidad se aborda, de forma facilitada, por medio e la
identificación viril al padre. Así, colocada en esta homosexuación, la histérica anticipa la respuesta
desde ese lugar donde pretende, a través de la significación fálica, abordar el problema del Otro
goce femenino, el que se le escapa. Esta es la primera versión de la armadura del padre:
identificación con él y consiguiente abordaje de lo femenino desde la noción fálica.
Más adelante, sin embargo, adopta un rol fundamental el problema de la impotencia del
padre. En Dora, esta impotencia se juega en ese padre enfermo y débil. Esta figura paterna es la
que interviene en el Edipo y, en el caso de que nos encontremos con un padre impotente, deviene
un padre que no da. Y, para Dora, el amor al padre se vuelve consistente en tanto este cumple con
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Si nos detenemos en la definición lacaniana de amor como “dar lo que no se tiene”, vemos
cómo la impotencia del padre de la histérica no es contingente: es estructural. La espera de ese
OM
don paterno que nunca puede ser entregado es la estabilidad histérica. Baste para eso reconocer
cómo el desencadenamiento de la histeria de Dora no ocurre sino cuando aparece el padre
potente, capaz de satisfacer a otra mujer. Y ahí, rota la relación cuaternaria con los K., Dora
denuncia la reivindicación del padre que la quiere entregar como un objeto.
.C
estructural de dar cuenta de lo femenino a través de la construcción, en la identificación al padre,
de una impotencia amable, amorosa, donde sostener la respuesta anticipada.
DD
“Identificación a la epidemia” – Schejtman, F.
Partamos definiendo los seis tipos de identificación que introduce Freud. Todos ellos
pueden vincularse a tres fuentes: como forma primera de lazo afectivo con el objeto; como
LA
sustitución de un lazo libidinal con el objeto por medio de una regresión y la introyección del
objeto en el yo; y, finalmente, como identificación de una comunidad a una persona que no es
objeto de pulsiones sexuales.
primera fuente de las nombradas y refiere al momento mítico en que el niño adopta una
identificación devoradora para con el padre. Lacan la ubicará en lo simbólico, en esa primera
mortificación que supone el ingreso al lenguaje, en tanto lenguaje del Otro. Este Otro aporta la
marca, el S1 donde surge el sujeto y al que se identifica en un primer tiempo lógico.
Luego, asistimos a la identificación con un rasgo del objeto amado, en un caso, y odiado,
en el otro. El sujeto toma un rasgo del objeto y se identifica allí. La primera de ellas responde a una
identificación propia del complejo de Edipo de la niña, mientras que la segunda es post-edípica.
18
OM
del yo como el regulador simbólico de las operaciones imaginarias.
¿Qué pasa, en cambio, en la identificación histérica? Lacan dirá que, en ésta, se pone en
juego la dimensión del deseo y es eso lo que la distingue de la identificación de la masa. La
histérica pone en juego su deseo en tanto deseo de un deseo. Desea ser el objeto de deseo del
Otro. La epidemia histérica no es de yo a yo, sino de sujeto a sujeto. Decimos que la histérica
puede hacer masa, cuando coloca el objeto en el ideal del yo, o puede hacer una operación
.C
distinta, cuando lo ubica en el sujeto.
Constituye, entonces, una infección psíquica que acaba por conformar una comunidad de goce.
Comencemos por delimitar las particularidades que impone el pasaje del discurso del amo
al discurso capitalista. En principio, el trueque del S1 y el sujeto impone la emancipación del sujeto
respecto del inconsciente y, por lo tanto, del discurso psicoanalítico. Además, se impone el
imperativo empuje-al-goce con promesa de satisfacción completa para todos, sin excepción. El
goce se pluraliza en goces múltiples y diversos, sin dirección ni ley alguna. Finalmente, frente a la
supresión del lazo social, con otros y con el Otro, se imponen las epidemias identificatorias que
forjan comunidades de goce particulares.
Este último caso es el de la anorexia. Dos nadas se imponen allí y dan, por lo tanto, lugar a
dos versiones diferentes de esta misma patología. Las anorexias blandas giran en torno a no
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La anorexia dura, en cambio, se impone como la expulsión del Otro, el rechazo absoluto
de la dimensión del deseo. El sujeto se desliga del Otro, se suelta de él y se nadifica. Es esta la
nada de la anorexia dura: la propia aniquilación, la suspensión del sujeto mismo. Sucumbe al
empuje al goce en su forma más mortífera: se consume a sí mismo.
OM
Ahora bien, en tanto el capitalismo borronea la directividad del significante paterno (S1),
se impone una feminización de la sociedad y una reformulación particularísima de las fórmulas de
sexuación lacanianas. En principio, recordamos el papel fundamental que en éstas cumplen el
padre real (excepción, el al-menos-uno-que-no) y el Otro goce, femenino (no-todismo).
¿Qué pasa en la actualidad con estas fórmulas? Con la imposición del empuje al goce, se
.C
estabiliza un vector que vincula la no excepción femenina con el universal masculino. De este
modo, se inaugura la dimensión de la no-excepción y el todismo: goce ilimitado pero alcanzable
para todos. Cae la castración por el decaimiento de la imago paterna y aparecen los gadgets como
sustitutos del falo.
DD
PRÁCTICOS
En relación con los síntomas, estamos ya en la época del trauma en dos tiempos. Por ello,
tras la presentación de la escena del algo, donde Freud descubre algo del orden de lo traumático,
sale en búsqueda de la vivencia primitiva olvidada que esta escena despertó. Aparece, entonces, la
escena del beso, donde la nota fundamental es la mudanza de placer en displacer: en vez de
excitación sexual, Dora siente asco.
Otro de los puntos fundamentales que aporta este historial se vincula al problema del
autorreproche expulsado hacia afuera. Dora se siente cómplice del amorío del padre y procede,
inconscientemente, a mudar ese autorreproche en un reproche hacia el padre. Pero, además, dice
Freud, acá se juega algo del orden de un deseo inconsciente hacia el Sr. K. Esta hipótesis le
permite afirmar que la afonía se vincula a la ausencia del amado.
El aporte más importante que realiza Freud con este historial es la teoría del síntoma en
tanto soldadura de un borde pulsional con un sentido propio de la fantasía. Así, propone que
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Ahora bien, es necesario remarcar un concepto que empieza a tomar forma aquí en
relación con las mociones homosexuales que se ponen en juego en la histeria. En Dora, nos
OM
sorprende su actitud hacia la Sra. K., a quien nunca desdeña ni critica. En su lugar, se refiere a ella
con palabras tiernas además de reconocer en ella una persona muy cercana. Freud dirá, en este
momento, que los celos de Dora nacen de cierta inclinación tierna hacia su propio sexo, que
apuntan, en última instancia, a separar al padre de la Sra. K. por su interés en esta última.
Cabe destacar, por último, el papel fundamental que cumplen las identificaciones, en
.C
general viriles, a lo largo de la sintomatología de Dora. Ya sea con el padre, el hermano, el Sr. K. o
su joven pretendiente, Dora tiende a identificarse con todos los hombres del historial. Sin
embargo, y vale aclararlo, también se identifica con la Sra. K.
DD
Los dos sueños
En el primer sueño, destacamos el papel del padre como protector frente a cierta
propuesta sexual de un hombre. Lo sexual aparece en la figura del alhajero. Sin embargo, Freud
también interpreta que existe un deseo inconsciente que pareciera figurarse como dar al padre lo
LA
que la madre no le brinda. Esta trasmutación responde, en realidad, en la intención de darle al Sr.
K. lo que la Sra. K. le niega. Nuevamente, Freud introduce el amor inconsciente hacia el Sr. K.
Freud inaugura el vínculo entre las fantasías y los síntomas como figuración en donde
aquellas se realizan. En principio, es importante destacar que las fantasías sostienen una relación
irreductible con la vida sexual del sujeto y suelen responder a formas de satisfacción
masturbatoria de la infancia. Ya allí, podemos reconocer cierto anudamiento entre la dimensión
fantasiosa y el acto onanista. Decimos que asistimos a una soldadura ya realizada entre ambos:
acto masturbatorio y sentido. Veamos cómo se produce esto.
En un primer momento, la acción era una mera empresa autoerótica destinada a generar
placer en una zona erógena. Con el Edipo, se inaugura el orden del objeto de amor y, de allí, se
configura una fantasía a realizarse por medio del acto. Es aquí donde asistimos a la soldadura de
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Es por ello que podemos afirmar que el camino del análisis se dirige desde el síntoma hacia
la fantasía, que figura la realización de un deseo inconsciente nacido del Edipo. Sin embargo, es
importante tener en cuenta que pueden vincularse más de una fantasía al mismo síntoma: uno de
los sentidos ha de ser sexual, pero pueden existir otros. Freud dirá que el síntoma histérico base
OM
como un compromiso entre dos mociones pulsionales opuestas, una de las cuales expresa una
pulsión parcial y otra que intenta sofocarla.
Ahora bien, la clínica le demuestra a Freud que no alcanza con dilucidar una fantasía
sexual para resolver el síntoma histérico. En su lugar, aparecen dos fantasías: una femenina y una
masculina. Son dos fantasías de carácter contrapuesto, una de las cuales adopta la forma de una
.C
moción homosexual. Los síntomas histéricos tienen, por tanto, una significación bisexual.
DD
“A propósito de un caso de neurosis obsesiva” – Freud, S.
El caso
Introducimos el historial según tres crisis fundamentales que ocurren en la vida del sujeto
y que dan cuenta de la historia de su padecer.
LA
presente en la muerte de su padre. Freud reconoce allí la famosa mésalliance, que lo empuja a
determinar que el afecto asociado a esta representación ha sido desplazado de su vivencia
original. Así, introduce la teoría de la moción libidinosa de odio hacia el padre y el deseo
inconsciente de parricidio.
22
OM
capitán, es también actuada por el sujeto en transferencia, cosa que no pasa desapercibida para
Freud. En la identificación del capitán Cruel con el padre, se configura el problema de la deuda: si
bien el enfermo sabe que no es lícito devolver el dinero al capitán, se impone un mandato
imposible. Como no puede responderse al mismo, aparece a la necesidad de autocastigarse y
continuar con el pedido del capitán aunque éste fuese erróneo.
La teoría
.C
Hablamos, más que de representaciones obsesivas, de un pensar obsesivo y un actuar que
responde a los productos de dicho pensar. Estos productos pueden ser reflexiones, tentaciones,
DD
mandamientos, prohibiciones, deseos, etc., a los que el sujeto atribuye la noción de
representaciones obsesivas por su carga de afecto. Sin embargo, el análisis descubre que se trata
de subrogados y que la verdadera representación obsesiva, causante de la patología, está
desarmada de su afecto y aparece como indiferente. En general, decimos que la representación
obsesiva se encuentra despojada del monto afectivo y, tras sucesivas desfiguraciones, arrastra
LA
consigo las marcas de la lucha defensiva primaria. Sin embargo, las medidas protectoras también
componen una muestra de la defensa pero, esta vez, de la defensa secundaria.
medidas precautorias) para que no ocurra una desgracia. En el caso del hombre de las ratas,
reconstruimos un pensamiento como: “Si me caso con la amada, a mi padre le sucederá una
desgracia”. El faltante que hace de esta imposición un absurdo puede reconstruirse como: “Si mi
padre viviese, se enfadaría si yo me caso con la amada y, entonces, sucedería lo mismo que en la
escena de mi infancia, donde yo le desearía un mal que se haría efectivo”. Se juega, como vemos,
una elipsis que suprime cierta configuración del pensar y deja un residuo incomprensible que
genera malestar.
23
OM
desligado de toda representación que se expresa bajo el modo de la angustia. Sólo más tarde (un
día, precisamente), logra el niño adjudicar a esta emoción un representante: el caballo.
Particularmente, el miedo se configura como: miedo a que el caballo muerda.
.C
distingue entre vivo y no vivo, pero no hay, aún, conciencia de la diferenciación sexual. Este
miembro es el que produce un momento de ruptura fundamental: el niño lo ofrece a la madre,
pero esta lo rechaza por ser una “porquería”. En el mismo sentido, la llegada de la hermana rompe
DD
con el vínculo particular que Hans sostiene con su madre, y esto desemboca en mociones hostiles
hacia la niña que se expresan en deseos inconscientes de que se ahogue.
aparece de la mordida del caballo representa el castigo que ejercería el padre frente a ese deseo.
Acá, podemos reconocer el modo en que el propio niño introduce algo del orden de la castración.
Esta operación se completa con algunas fantasías posteriores: la del mecánico y la del instalador.
Allí se esclarece la posibilidad de que algo sea cambiado, de que le den un hace-pipí potente como
el del padre.
Juega un lugar particular, también, el problema de la concepción. El miedo muda hacia los
caballos que llevan cargas y el niño empieza a desarrollar teorías acerca de cómo nacen los bebés.
Le exige al padre que se haga presente y lo castre, a la vez que lo reconozca como propio.
Finalmente, destacamos el lugar de la fantasía final, que parece resolver el Edipo: Hans se
queda con la madre pero no a expensas de la vida del padre; a éste le atribuye el casamiento con
su propia madre. Esta parece ser la solución del niño frente al problema del Edipo y la angustia
fóbica.
24
OM
que el monto de afecto ha de tener algún destino particular que, como ya dijimos, puede ser
distinto al de la representación (Aspecto económico).
Una vez definido esto, pasemos a describir la represión para cada neurosis de
transferencia. En la histeria de angustia, hemos de reconocer tres fases. En la primera de ellas, la
angustia aparece sin que se reconozca por qué. Entendemos que ha de haber existido una moción
.C
de amor Icc que buscaba abrirse paso al Pcc pero fue rechazada. La investidura libidinal encontró
una salida a modo de angustia. En una segunda fase, la investidura Pcc sustraída se mueve hacia
un sustituto por desplazamiento, alojado en el Pcc que, por un lado, racionaliza la angustia y, por
DD
otro, actúa como contrainvestidura. Pero la represión no ha logrado su cometido: aún persiste la
angustia. Por ello, se inicia una tercera fase, en la que la represión vuelve a la formación sustitutiva
y sus asociados puntos de gran sensibilidad. Aparece, entonces, la fobia que figura un malestar
pulsional como un malestar externo. Así, la represión se considera lograda.
de que la investidura sustraída se dirige a una parte del cuerpo por conversión. La
contrainvestidura sale a la luz en la formación del síntoma. Su función es seleccionar una parte del
cuerpo que sea investida y que, por lo tanto, cumpla con la doble función de expresar la meta de
la pulsión como los afanes de defensa de la contrainvestidura.
FI
“Seminario 4” – Lacan, J.
Lacan analiza la constitución de la fobia en Hans a partir de entenderla como una solución
a cierto conflicto o falta que se pone en juego en etapas previas. Así, distingue tres fases en las
que podemos organizar la evolución de la enfermedad.
25
Sin embargo, se produce una ruptura, que conduce al desencadenamiento. Dos cuestiones
se juegan aquí: la emergencia del pene real y la carencia del padre. En relación con el pene real,
encontramos un niño que, por vez primera, se enfrenta al goce propio del cuerpo, jugado en ese
objeto que se menea y genera placer. El niño ya no puede ocupar el lugar imaginario, pues debe
ofrecerse todo él y eso, ahora, implica un ofrecimiento de ese pene real emergente. Pero la madre
lo rechaza y el pequeño es consciente de que no alcanza, de que ya no puede completar a la
OM
madre. Se produce esta hiancia entre lo imaginario y lo real que deja al sujeto en suspenso, lo
borronea, lo deja sin lugar. Por esto deviene la angustia. Se impone, entonces, la necesidad de un
tope, de algo que dé sentido a esa angustia.
.C
oral: me quiere devorar. No es más que la figuración del peligro verdadero que implica la boca de
cocodrilo materna. Pero, y aquí aparece el otro punto central, Hans no encuentra quien ponga el
palito para salvarlo de esa devoradora. Por eso hablamos de la carencia del padre. Carencia en
DD
términos de ausencia de un padre que ponga límite, que castre a la madre y al niño. El niño cae
víctima del deseo materno bajo la fórmula de metonimia: la madre lo sostiene como su propia
posibilidad de tener el falo. El padre está ausente a nivel simbólico pero, también, a nivel real. No
impone la ley de la figuración cuaternaria, ni castra al niño al demostrarse como potente, como
poseedor del falo que puede satisfacer a la madre.
LA
castración. Lo hace de diversas maneras: con la metáfora del caballo, con la fantasía de las jirafas,
con el mito del instalador. Él mismo encuentra, en la fobia, un modo de suplir la falla y tramitar la
angustia, haciéndola pasar por el Nombre-del-Padre.
SEMINARIOS
La neurosis de angustia presenta, al igual que el resto de las patologías, una etiología que
proviene de la vida sexual. Existen diversas modalidades, ya sea para hombres o mujeres, pero
todas coinciden en un punto: hay una acumulación de excitación. Por ello, no admite ninguna
derivación psíquica. No hay referencia simbólica, ni mecanismo psíquico. Dada la contención, se
produce una disminución de la libido, del placer psíquico.
26
Ahora bien, es necesario diferenciar la neurosis del afecto de angustia. Éste deviene en la
OM
medida en que el estímulo proviene de afuera, es decir, es exógeno y temporal. La neurosis es el
afecto crónico que aparece frente a un estímulo interno no tramitado por medio de la acción
específica. Como los estímulos internos son constantes, aparece una patología.
.C
Lacan relee el caso Dora en términos de una serie de inversiones dialécticas llevadas a
cabo por Freud en sus intervenciones. Por medio de ellas, la paciente logra construir nuevos
DD
desarrollos de verdad. Finalmente, el autor atribuye a la falta de una última inversión dialéctica el
fracaso del análisis freudiano.
Bien, la primera verdad a la que asistimos es presentada por Dora como una tendencia
enojosa de la muchacha frente al amorío del padre y la Sra. K., que la ubica a ella como objeto a
LA
de verdad: se instaura la complicidad de Dora y una estructura donde circulan los regalos.
Aparece, finalmente, la implicación subjetiva de la enferma en esa escena.
La segunda inversión dialéctica responde al lugar del interés hacia la Sra. K. La ausencia de
todo tipo de resquemor contra ella parece revelar que los celos de Dora taponan un interés por
aquella. Aparece, entonces, esta tercera verdad, que pone a la histérica en relación con cierto
impulso homosexual (en términos freudianos) para con la otra mujer del historial.
Hasta aquí llega Freud, cegado quizás por la contratransferencia que lo empuja siempre a
la tesis del amor inconsciente hacia el Sr. K. Lacan propone que existe una tercera inversión
dialéctica posible, por la cual se reformularía el lugar que ocupa la Sra. K. No es un interés en tanto
atracción sexual, sino el lugar del misterio de la feminidad. Entendemos que esta es la verdadera
pregunta que formula Dora y que la empuja a la Sra. K. Lacan encuentra sus bases en la matriz
imaginaria de esa primera escena infantil con el hermano. Allí, siendo que lo oral y lo invocante
adoptan un lugar preponderante, se juega el qué implica ser una mujer y qué ser un hombre. Dora
sólo puede abordar el cuerpo femenino y, en fin, su propio deseo en tanto mujer, a través de un
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¿Cuál es el sentido novedoso que esto aporta en relación con la escena del lago? La
sentencia del Sr. K. anula el puente de unión con esa otra mujer potente, gozadora. Cae, entonces,
el fantasma histérico de Dora y se impone la neurosis. No queda más que reconocer el verdadero
conflicto de Dora: no puede encontrarse en el lugar de objeto de deseo.
OM
“Seminario 3” – Lacan, J.
.C
En la histeria, la pregunta gira en torno a la feminidad. Es la pregunta por algo no
simbolizable, por un agujero en el significante. Es que, al atravesar el Edipo, la adopción del lugar
femenino o masculino no se define en el campo de lo imaginario: allí no encontramos razón para
DD
el camino que adopta la niñita al identificarse con el padre. La identificación paterna que
comporta el Edipo de ambos sexos parece revelar que la mujer debe hacer un rodeo imaginario
que se juega, sin embargo, en una ausencia simbólica. En el significante tenemos que buscar la
razón de la disimetría de los sexos.
del complejo. Ser hombre o ser mujer es el resto de una operación de lo simbólico sobre lo
imaginario. Y allí se juega el vacío, los agujeros del significante que dan lugar a la pregunta
neurótica. La histérica se vuelva a la pregunta por lo femenino, pero lo hace desde una
identificación al padre. Quizás por ello atribuimos cierta estabilidad a su estructura, por su
FI
sencillez. Más difícil será el caso del hombre histérico, que pone la procreación allí donde se
cuestiona por lo femenino.
En el caso de la neurosis obsesiva, algo del esquema se mantiene. La pregunta es, en este
caso, por la muerte. Pero, nuevamente, asistimos al borde del agujero, a eso que se resiste a ser
Capítulo III
Retomamos el problema del yo. Entendemos que éste no es más que un sector organizado
del ello. Es decir, no podemos separar tajantemente ambas instancias, sino que tenemos que
entenderlas como dos entidades enlazadas en lo profundo. Por eso no podemos luchar contra la
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Por un lado, el yo busca restablecer o reconciliarse con el síntoma. Lo que aquí aparece es
una aspiración a ligar ese síntoma, a hacerlo parte del yo, sintetizarlo. Es como si el síntoma ya
estuviese ahí y, en vez de aniquilarlo, bastara con asociarlo. Para ello, el yo busca sacar ventajas de
OM
ese síntoma, un acto que se puede reconocer en la ganancia secundaria de la enfermedad. Lo que
demuestra esta actitud del yo es que existe una búsqueda de enlazamiento del síntoma en la vida
cotidiana. En la neurosis obsesiva, esta ganancia se juega en la satisfacción narcisista por la propia
moralidad. En la histeria, en cambio, aparece en los síntomas en tanto compromiso entre
necesidad de satisfacción y de castigo.
.C
Por otro lado, nos encontramos con la continuación de la lucha defensiva. Aquí estamos
hablando del constante gasto de energía que emplea el yo para evitar la perturbación del trauma.
El caso más claro de esto sea, quizás, las formaciones obsesivas, como pueden ser los
ceremoniales, que suponen al síntoma como un enemigo constante al que el yo no quiere dar
DD
tregua.
Capítulo V
obsesiva. Allí, reconocemos dos grandes grupos de síntomas. Los originarios o más antiguos, son
de signo negativo: prohibiciones, evitaciones, etc. Los otros, en cambio, se componen de forma
positiva: rituales, ceremoniales, acciones obsesivas que generan satisfacción.
Ahora bien, lo que hasta ahora sabemos de los síntomas obsesivos es que, por un lado,
suponen una lucha constante contra lo reprimido y, por otro, que en su formación participan
activamente yo y superyó. Vayamos a un análisis más profundo.
Detrás de toda neurosis obsesiva hay un trasfondo histérico, desde ya, que se figura en
una defensa contra las exigencias libidinosas del complejo de Edipo. El camino se abre cuando
comienza la lucha defensiva del yo: se produce una regresión desde lo genital hacia lo sádico-anal.
Esta regresión sólo puede darse por una desmezcla de pulsiones que separan los componentes
eróticos asociados a las investiduras genitales.
Aquí también el motor de la represión es la angustia de castración, sólo que ésta se muda
en angustia frente al superyó, que es sumamente severo en estos sujetos. Aparecen, entonces,
29
OM
culpa mientras continua su lucha contra el ello.
Lo que esta lucha viene a mostrarnos es que el yo ha logrado clausurar al ello por
represión, mientras que puede continuar a merced del superyó. Sin embargo, esto lo obliga a
renunciar a una parte de sí mismo, a limitarse de algún modo. En esa limitación surge la necesidad
de hallar satisfacción en el síntoma.
.C
Capítulo VI
La lucha defensiva ha dejado entrever dos actividades del yo en la formación del síntoma
DD
que actúan como prueba del fracaso de la represión.
Por un lado, podemos hablar de la tendencia a anular lo acontecido. Lo que aquí se busca
es hacer desaparecer por completo un suceso. Como ya dijimos, un ejemplo perfecto de esto es el
síntoma en dos tiempos, donde una acción busca eliminar la anterior. Esta actividad del yo,
LA
además, puede reconocerse en la tendencia a la repetición: se busca retomar una acción como si
ella no hubiese sucedido, con el objeto de actuar de forma correcta. Los ceremoniales, por su
parte, comportan cierto modo de evitar que algo se repita, lo que es también una forma de esta
actividad del yo.
FI
La otra acción del yo a analizar es el aislamiento. Aquí, se trata de que, tras un suceso
traumático, se produce una pausa, una detención de la acción y el pensamiento. Se aspira a aislar
ese momento, mantenerlo por fuera de toda asociación. No se olvida la vivencia, pero se sofoca el
afecto. Esta es una complicación a la hora del análisis, pues el obsesivo, debido a su severísimo
superyó, encuentra dificultades a la hora de respetar la regla fundamental del psicoanálisis.
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Otro punto fundamental lo compone la deuda. La doble deuda del padre, a nivel del amor
y del honor, no es más que la expresión de la hiancia de una deuda imposible de pagar. Y es que él
mismo no es sino el testimonio vivo de la falta del padre. Su propia existencia, su propio ser se
OM
articula como la herencia de una deuda simbólica imposible. De allí el constante sentimiento de
culpa y la autoimposición de mandatos imposibles. No hay allí otra cosa en juego que no sea el
mito individual del neurótico, por el que el sujeto intenta recomponer la imposibilidad de una
ruptura y una continuidad en el traspaso de generaciones.
.C
que el neurótico obsesivo se dirige y dirige al Otro a través de diferentes figuras mortales,
mortales por el lugar que el obsesivo les otorga, figuras en las que querría anular el deseo que le
angustia. Desde la jaula de su narcisismo intenta no implicarse subjetivamente, por lo que todo lo
DD
que lleva a cabo es mera coartada para permanecer al margen. Eso sí, intentará domesticar
gracias a un yo fuerte su relación con el Otro, mostrándole de qué alta voltereta es capaz, en un
homenaje ambiguo, ya que le querría muerto aunque por otro lado también lo necesite. Se juega,
aquí el columpio obsesivo, su oscilación entre dos extremos.
Con la intervención de Freud, la cadena simbólica queda desnuda y cae, por lo tanto, la
LA
trama imaginaria que se sostenía allí y que componía la equivalencia entre el padre y la amada,
donde ambos eran figuras narcisistas. Cadena caída que es la que vincula la falta de palabra del
padre y los fantasmas que sostienen las figuras narcisistas. Pero, sobre todo, cadena que revela su
propia existencia como testimonio de la deuda paterna.
FI
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