Huizinga El Hombre de Ideas Terminado

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HUIZINGA: HOMBRES E IDEAS

LA TAREA DE LA HISTORIA CULTURAL

La actividad de la universidad como los hechos de la vida del caballero, asumían


carácter de consagración y de iniciación o configuraban una lucha, un desafío y
conflicto. La vida de la universidad medieval era una permanente disputa revertida de
formas ceremoniales. A semejanza de los torneos, constituían una de las formas
importantes del juego social, en si mismo, fuente de CULTURA.

CAPITULO 1: LA DISCIPLINA HISTORICA PADECE EL DEFECTO DE UNA


INSUFICIENCIA FORMULACION DE LOS PROBLEMAS.

En el ámbito de la disciplina histórica, dado su carácter necesariamente asistemático,


las corrientes de pensamiento se desplazan constantemente en direcciones
diverg7entes. De todos los estudios, muy pocos son los que parecen apuntar a un
núcleo central de conocimiento.

Vale la pena tomarse el trabajo de concebir con mayor claridad el proceso de


desenvolvimiento de un campo dado de estudio. Samos realistas y nos resulta difícil
evitar la idea de que en algún Iugar una disciplina cobra realidad total bajo la forma de
una Gebilde, una "estructura". El concepto parece prevalecer en relación con el arte,
¿y por que no habría de aplicarse también a la esfera del saber? Podría argumentarse
(y no se incurriría en exageración) que la belleza y la esencia del estilo gótico se
reflejan en sus principales producciones, y que aquellas han cobrado realidad total en
las mentes de buen numero de estudiosos, aunque ninguno de ellos haya visitado
absolutamente todas las iglesias. Involuntariamente imaginamos algo parecido en
relación con el conocimiento y la verdad de una esfera dada del saber. No está en mis
posibilidades juzgar en que medida este concepto se aplicaría a un campo como la
física. Quizás es admisible que el conocimiento total de la física pueda caber en un
cerebro. La física y la historia son temas naturales de comparación, porque cada una
de ellas se encuentra en el polo de los tipos de pensamiento que prevalecen en el
campo científico y en el de las humanidades; la disciplina exacta por excelencia, y
inexacta por excelencia.  La oposición entre historia y física suscita inmediatamente en
idea de que tanta riqueza de conocimiento y de comprensión históricos es
inconcebible desde cualquier punto de vista. El conocimiento de la historia es siempre
absolutamente potencial. Y no solo en el sentido de que nadie conoce la historia del
mundo, o por lo menos la historia de un sector considerable del mismo, en todos sus
detalles cognoscibles, sino en el mucho mas importante de que todo el conocimiento
histórico de uno y el mismo tema reviste diferente configuración en la mente de A que
en la de B, aun cuando ambos hayan leído cuanto hay que leer sobre la cuestión.

El conocimiento de la historia de un país implica en cada caso particular el manejos de


tantos conceptos activos, una carga tal de conocimiento sobre el pasado, que el
historiador termine por desarrollar cierta sensibilidad a las nuevas ideas, reacciona
críticamente ante ellas, y es capas de incluirlas en sus propias concepciones y de
asimilarlas. En el sujeto mismo este situación crea la ilusión de que dichos conceptos
confluyen en una "imagen".  Bien puede ocurrir que la concepción de cierto aspecto en
la mente de un individuo posea mas elevado valor cognoscitivo, y aun carácter mas
universal que el concepto del todo en el cerebro de otra persona.  En este sentido, no
tenemos por que pensar en una oposición entre el estudioso y el escolar, sino en dos
mentes adiestradas.  Los aficionados a la historia local cuentan en sus filas con sabios
historiadores, y hay opacos archiveros entre los renombrados profesores de
universidad.

Valga lo dicho con respecto a la "vida" de una disciplina en la mente individual.  ¿Que
es la historia cuando la concebimos como espíritu objetivo, como elemento de la
cultura, cuando aludimos, no a lo que A o B saben, sino a lo que "se" sabe?  Por
ejemplo, "se" tiene por cierto hoy que la Carta Magna no fue una constitución liberal, el
fruto de un sentido esclarecido y previsor de la responsabilidad política y cívica. Es
decir, el ingles de cultura media que asistía a las aulas antes de 1900 probablemente
aun no lo sabe. El extranjero de cultura media solo tiene una idea vaga (en el mejor de
los casos)  del significado de la expresión Carta Magna.  Pero en el ámbito de la
educación inglesa, gracias a la excelencia de la vinculación entre la investigación
histórica y la enseñanza de la materia durante los últimos años, el enfoque mas
certero habrá reemplazado ya el desarrollo tradicional. En este caso, pues, el termino
"se" se refiere en la practica, bien a cierto numero de mentes, bien a la disciplina
histórica concebida globalmente. Y así, retornamos a la antítesis entre nominalismo y
realismo.

La discipline histórica es un proceso cultural, una función del mundo, una casa paterna
de numerosas estancias. Innumerables son sus temas específicos, y cada uno de ellos
es conocido solo de unos pocos.  Pero el espíritu de cada época reproduce siempre
cierta congruencia, cierta armonía, una convergencia de los resultados de la
investigación, divergentes solo en apariencia. En cada periodo histórico se desarrolla
una autentica homogeneidad del pensamiento histórico, aunque ella no cobre realidad
en el cerebro de un pensador determinado.  Aun cuando se manifiesta en formas
totalmente distintas de conocimiento, referidas a fenómenos absolutamente distintos,
existe sin embargo cierta universalidad del saber, un consensus omnium, por mas que
la naturaleza de este ultimo admite infinita variedad de conocimientos y de opiniones.

¿Que se pretende afirmar exactamente cuando se elude al "estado actual del


conocimiento" sobre un tema dado?  Tomemos eI caso de Metternich.  Nadie posee
toda la información contenida en el Metternich, de Heinrich von Srbik, probablemente
ni siquiera el propio autor, si por saber entiéndase retener en la propia mente o en la
propia memoria. Sin embargo, podría afirmarse que este libro, complementado con los
comentarios de los adversarios de Srbik, representa el estado momentáneo del
conocimiento con respecto al tema Metternich.  Por el ejemplo apuntado, bien se
comprende cuan vago debe ser necesariamente el significado de una expresión como
"el estado del conocimiento".
El entusiasmo directo, espontaneo e ingenuo por las cosas de otros tiempos, que
impulse al aficionado de la historia local y al genealogista, no es simplemente una
forma primaria de la necesidad de conocimiento histórico: es también una forma
completa en si misma. Es el impulso hacia el pasado. El individuo impulsado de este
suerte quizás pretenda comprender apenas un trocito, una insignificante relación del
pasado, pero el impulse puede ser tan profundo y puro, tan grávido de autentica
sabiduría como el de la persona que aspire a abarcar con sus conocimientos los cielos
y la tierra.  ¿Acaso el hombre piadoso no sirve al Señor aun con la mas humilde de las
tareas?

Por consiguiente, es innecesario que el investigador de detalles justifique la


importancia erudita de su trabajo con alusiones al carácter preparatorio del mismo.  Su
verdadera justificación viene de mucho mas lejos.  Este tipo de investigador satisface
una necesidad vital y obedece a un noble impulso del espíritu moderno.  Que su
trabajo rinda frutos concretos en beneficio de la investigación posterior es,
relativamente, de importancia secundaria.  Mientras pule una faceta (entre millones de
ellas) confiere realidad a la disciplina histórica de su tiempo.  Establece un contacto
mental activo con los fenómenos autenticos y significativos del pasado.  Mientras
maneja con reverencia las cosas muertas, comprende gradualmente el valor de las
pequeñas pero esenciales verdades, cada una de las cuales es tan valiosa y frágil
como una planta de invernadero.

Parte considerable de la actividad del historiador consiste en desenterrar material,


pulirlo y prepararlo para su utilización posterior. No es realmente un proceso de
molienda, sino mas bien de trilla o de cribado.  El material histórico no este a la vista
de todos.  Ni siquiera la "tradición" es el material mismo; el material esta contenido en
la tradición.  Además de que el camino que va del material al conocimiento parece
mas largo y laborioso en historia que en otras disciplinas,  hay también un trecho 
dificultoso  desde la falla de conocimientos baste el material.  En la medida en que no
incluyen elementos de carácter histórico, las ciencias naturales disponen de materiales
definidos, abiertos a la observación, al ordenamiento y a la experimentación. El
material histórico —ciertos acontecimientos de cierto periodo del pasado— no
constituye un material dada.  No existe ya en el mismo sentido en que existe la
naturaleza.  Para poder concebirlo como fenómeno real el historiador debe desarrollar
laboriosas investigaciones y comprobaciones, terrazando y cribando la tradición, antes
de "llegar a conocer" los hechos, la materia prima de su actividad.  En todo caso,
parecería que este trabajo no es mas que una tarea preliminar, un proceso de
preparación y de inventario.

Entonces, después de todo, si se exceptúa la síntesis final ¿el recto es mero "estudio
preliminar"?  De ningún modo. En la investigación misma del historiador (si ejecuta
bien su trabajo) madura el propio conocimiento histórico. El desarrollo de la percepción
histórica no es el fruto ulterior del análisis critico de la materia prima, y por el contrario
acompaña constantemente al propio trabajo de investigación; no se alcanza el saber
exclusivamente en la esfera de la síntesis individual, sino también por media del
análisis.

Solo produce historia cuando se la interroga. Y no se trata tanto de acercarse a ella


con el deseo general de saber wie es eigentlieh gewesen?, como era ello realmente.
La famosa frase de Ranke— mal entendida y mal aplicada, pues se la ha desprendido
del contexto en que el maestro la empleo de pasada, y se le ha conferido carácter de
aforismo- ha adquirido el aire de un programa, que de vez en cuando amenaza
reducirla a la categoría de un falso lema de estériles investigaciones históricas. 
Cuando se oye la pregunta tie es eigentlich gewesen? no es posible evitar la imagen
de un individuo que, sentado ante los fragmentos de un vaso, se pregunta como era la
pieza completa.  Pero esta imagen de la reunión de fragmentos es aplicable a la
actividad histórica solo si se tiene en cuenta lo siguiente. En el caso del hombre
atareado con los fragmentos, el ello de la pregunta ¿como era ello?" ya esta
predeterminado por cierta imagen del vaso, aun cuando los trozos puedan estar
entremezclados con otros. En el mismo sentido, el es (ello) en wie es eigentlich
gewesen?, si ha de tener "significado", debe ser determinado de antemano por la
concepción de cierta unidad histórica y lógica que se aspire a delinear con mayor
precisión. Dicha unidad nunca puede residir en la fragmentación arbitraria de la propia
realidad del pasado. De la tradición, la mente selecciona ciertos elementos, que
sintetiza en una imagen coherente desde el punto de vista histórico (imagen que el
pasado vivía, pero de la que no era consciente).
Aquí reside el peligro de los interrogantes formulados insatisfactoriamente. Los
estudiosos se arrojan sobre el material, y se consagran al análisis sin saber realmente
que se proponen encontrar. El punto de partida de una solida investigación histórica
debe ser siempre el deseo de conocer un fenómeno especifico, con independencia de
que ese deseo revista la forma de aspiración a la comprensión estrictamente
intelectual, o de una necesidad de contacto espiritual con ciertas realidades pasadas.

La historia cultural padece mas acentuadamente que la historia económica y política la


imprecisión de su propia problemática.  Como regla general, los problemas de la
historia política son inmediatamente obvios. Los temas surgen por si mismos. El
Estado (o una parte, un órgano, una función del mismo) se encuentra
inequívocamente definido y este al alcance de la comprensión general en cuanto
objeto de la investigación histórica; y lo mismo se aplica a una serie de
acontecimientos que se desarrollan en el ámbito de esa entidad. Valga Ia misma
observación en el case de la historia económica: una empresa, una forma de trabajo,
-una relación económica son asimismo objetos bien definidos de observación, aunque
con la salvedad de que exigen cierto mayor "conocimiento interior' que los temas
políticos pare "atraer" al lector. En el terreno de la historia cultural la situación as un
poco diferente.  El objeto de la historia cultural es la cultura, y este concepto, de
acufiacion típicamente moderna, casi diríamos el más santo y serio de nuestra época,
será siempre de definición extraordinariamente difícil.
La historia cultural se distingue de la historia política y económica porque solo merece
el nombre de tal en la proporción en que se concentra sobre los temas generales y
mas profundos. El Estado y el comercio existen como configuraciones, Pero también
viven en los detalles. La culture existe solamente bajo la forma de una configuración.
Los detalles de la historia cultural pertenecen al dominio de la moral, de las
costumbres, del folklore, de las antigüedades, y fácilmente degeneran en atrocidades.

Solo puede hablarse de autentica historia cultural cuando el estudioso se esfuerza por
establecer las pautas generales de la vida, del arte y del pensamiento.  La naturaleza
de estas pautas no es una esencia dada de una vez para siempre. Cobran forma en
nuestra: manos. Y por esta razón  se debe aplicar la mayor cautela en la formulación
de los problemas. Todo problema mal planteado distorsiona la imagen.  Y a veces
parece que en su estado actual la historia cultural padece el influjo de excesivo
números de imágenes distorsionadas.

Capitulo 2: El concepto de evolución es de escasa utilidad para el estudio de la


historia, y frecuentemente ejerce una influencia, perturbadora y obstructiva.
Para muchos estudiosos la aplicación del concepto de evolución es impronta de
erudición, sello normativa de aprobación de la mercancía en el mercado intelectual. 
Cada trozo de historia representa una evolución; apenas hemos comprendido cual es
el objetivo temporario de esta evolución, queda planteado el problema, y el estudioso
pisa terreno firme.
Hacia fines del siglo XIX pareció que el brillante desarrollo de las ciencias naturales
señalaba claramente el camino de la autentica sabiduría, y así impusieron sus
métodos de pensamiento moderno como único medio de lIegar al conocimiento
verdadero. De ahí Para adelante toda actividad intelectual que reclamara derecho de
autentica sabiduría debía adiestrarse premiosamente en la precisa formulación de
problemas y en métodos precisos. No había indicado ya ese camino el propio Augusto
Comte?  Y ciertas disciplinas —la filología, la economía, la etnología— ¿no habían
echado a andar par el, lo que les había permitido alcanzar el brillante desarrollo que
las caracterizaba?  Ahora era el momento de que el menos sistemático de todos los
campos de estudio, la historia, la señora de la casa, se desprendiese de los viejos y
míseros muebles, para redecorar el hogar en estilo moderno. Había que eliminar la
basura detallista, desprovista de valor cognoscitivo una vez servido su propósito como
material de experimentación para la obtención de reglas de carácter general.

Pero tan pronto como la historia sufrió la influencia real de estos reclamos, resonó el
sit ut eat aut non sit: "Que sea como debe ser, o no será". Casi instintivamente los
historiadores resistieron las demandas que planteo a la disciplina un miembro de la
profesión, Karl Tsimprecht. La filosofía acudió en ayuda de la historia. En la
controversia debatida sobre la esencia del conocimiento histórico, filósofos como
Wilhelm Windelband, Heinrich Rickert y Georg Simmel, sobre las huellas de Wilhelm
Dilthey, en los altos de 1894 a 1905 desarrollaron por primera vez la moderna teoría
del conocimiento de las humanidades sobre fundamentos específicos de la materia, lo
cual le permitió liberarse de las normal dictadas por las ciencias naturales.
Dichos filósofos demostraron que la naturaleza y formación del conocimiento histórico
son fundamentalmente distintos de la esencia y desarrollo de las ciencias naturales,
que la historia para la cual la meta del conocimiento no se hallara en los detalles
específicos de los hechos mismos se vería condenada a sufrir completo decaimiento, y
que es mera petición de principio reducir el termino ciencia exclusivamente al
conocimiento de lo general expresado conceptualmente.

Desde que se desarrollo esa polémica, hace treinta años, la historia ha continuado su
propio desarrollo, sin inquietarse por exigencias metodológicas que su misma
naturaleza le impide satisfacer. La historia no ha sufrido transformaciones
sustanciales; la naturaleza de sus productos no ha cambiado.  Esa misma constancia
atestigua vigorosamente la necesidad de su existencia independiente en la nomina de
las humanidades.
 
El concepto de evolución como el medio de comprensión del mundo arraiga más bien
en el campo del pensamiento histórico que en el de las ciencias naturales.  Abrió la
primera senda la filosofía francesa del siglo XVIII. Voltaire, Turgot y Condorcet fueron
los primeros en concebir el gran proceso histórico bajo el signo de la transición
gradual, la permanente transformación, el progreso. Esta concepción se alzo contra el
punto de vista entonces dominante, que hacia del progreso consciente la clave de las
magnitudes históricas. El deseo de conocimiento histórico, ya había sido percibido por
Leibniz:  "En la historia perseguimos tres objetivos:  primero, el deseo de aprender
pare conocer hechos singulares, luego preceptos de particular interés pare el
desenvolvimiento de nuestra vida, y finalmente los orígenes de las cosas presentes,
sean los revela el pasado, pues todo se comprende mejor cuando se conocen sus
causes".

No es posible comparar al objeto histórico con el objeto biológico siquiera desde el


panto de vista ontogenético,  Y de ningún modo puede la historia pasar del aspecto
ontogenético de un fenómeno al enfoque filogenético. Cuando concebimos una
entidad histórica en el tiempo, el trances por ejemplo, la idea de esa entidad,
representada de un modo incompleto por cada objeto separado, reside en la suma de
todos los fenómenos que aquella implica, mientras que cada  razón realice sin mas la
idea de la entidad biológica "ratón".  Y cuando atribuimos a una entidad histórica en el
tiempo carácter de "organismo", estamos manejando ya una metáfora poética. Nada
se opone a este practica desde el punto de vista del saber; en realidad, el saber no
puede prescindir de ella, pues el lenguaje mismo prospera gracias a este tipo de
metáforas.
Cuando, luego, se procede a dotar a estos "organismos históricos" de tendencias
inherentes que establecen la dirección de su "evolución", incurrimos en teleología,
pues dicho organismo, a diferencia del organismo biológico, es coherente en la medida
en que tiene una meta. Tampoco tenemos nada que oponer a este: la historia es una
forma de pensamiento finalista por excelencia. No obstante, si se aplicara el criterio de
Ia biología a estas concepciones del "organismo" histórico y de la "evolución" histórica
se distorsionaría y aun se forzarían los conceptos. El fenómeno histórico, ya lo hemos
dicho, es en si mismo mucho menos delimitable respecto del medio que el fenómeno
biológico.
CAPITULO 3: Nuestra cultura sufre si escriben la historia destinada al publico general
los autores de una historia estetizante y emocional, que surge de una necesidad
literaria, trabaja con medios literarios y persigue efectos literarios.

Ninguna disciplina, como la historia, abre sus puertas de par en par al publico general. 
No hay esfera del conocimiento en la que sea tan gradual la transición desde el
aficionado al profesional.  No existe otra disciplina que exija tan escaso saber
preliminar de naturaleza académica como el que se requiere para la comprensión
histórica o para la actividad histórica. La historia siempre arraiga mucho mas
firmemente en la vida que en las aulas. No había lugar para la historia dentro del
sistema escolástico de la Edad Media, según este ultimo se desarrollo desde el
periodo final de Ia antigüedad.  Las siete artes liberales y los tres grandes estudios que
las coronaban (teología, derecho y medicina) fueron el tronco del cual brotaron la
mayoría de las modernas ramas de estudio, a través de un proceso de ramificación y
de especialización. No fue tal el caso de la historia. La historiografía aparece donde
quiera hay un centro espiritual de una fase de la cultura: en Ia plaza del mercado, en el
monasterio, en la corte, en la tienda del comandante, en la antecámara, en la
redacción de un periódico. El hecho de que rara vez o nunca se relacionara el estudio
de la historia con las artes liberales significa que aquel se hallaba mediocremente
representado en las universidades aun después de la Edad Media, pues hasta bien
entrado el siglo XIX el sistema de educación universitario continuaba obedeciendo a la
pauta medieval. Desde el humanismo al romanticismo hay pocos académicos entre los
historiadores de renombre.

El siglo XIX trajo un cambio fundamental al modo de estudio de la historia, y por lo


tanto a la naturaleza misma de la disciplina histórica. Desde fines del siglo XVIII el
saber en general se ha integrado mas firmemente que nunca en la cultura y en la
sociedad. Plantea exigencias mas severas y elevadas, las que solo pueden ser
satisfechas per medio del estudio en la curia del saber, la universidad.  De ahí que la
historia se convirtiera en disciplina académica. El país que la elevo a esa posición,
Alemania, produjo indiscutiblemente el mayor porcentaje de historiadores importantes
del siglo XIX, y todos ellos fueron académicos. Este tendencia hacia la universidad no
abolió el contacto de la historia con la vida cultural.  Si ese hubiera sido el caso, se
habría tratado de un cambio negativo, pues la historia que se desenvuelve sin contacto
vital con la cultura nacional, que no suscita el interés ansioso del publico cultivado, no
va por buen camino. La función de herramienta de la cultura (la herramienta que
permite a la cultura explicar el pasado) solo puede ser desempeñada por una
disciplina histórica que en la vida general de su propio tiempo encuentra su propio
ámbito y su caja de resonancia. Para ser completa, todo campo del saber debe ser
aceptado y apoyado por la cultura que lo alimenta.

La forma actual  de percepción  de Ia moderna civilización en relación con el pasado


no es ya la del mito, sino la del conocimiento critico. El conocimiento critico es la única
forma de comprensión del pasado apropiada a nuestra cultura, la única forma natural y
el producto maduro de esa misma cultura.  Pero para que este noble producto
desarrolle base, su valor cultural no es suficiente que el especialista conozca todos los
secretes de su oficio. La relación de una cultura con su propio conocimiento de la
historia desarrolla formas mas satisfactorias a medida que una proporción mayor de
sus miembros cultivados se encuentran en condiciones de apreciar el producto final
del trabajo de los historiadores. Por consiguiente, en el caso de nuestra cultura
podemos considerar mas elevada la calidad del conocimiento histórico cuando los
eruditos consiguen suministrar un producto depurado críticamente, cuyo valor para Ia
vida es tan evidente que el público culto en general lo acepta, lo desea y lo absorbe.
Cuanto mayor el número de lectores que exigen historia realizada con seriedad, que
no se dejan atemorizar por el desarrollo estrictamente ajustado a los hechos, la
narración sobria y la severa erudición, mas favorable la prueba de solidez de la cultura
y de aptitud vocacional del historiador.

Hay todavía, otra circunstancia que dificulta el cumplimiento del elevado cometido


cultural de la disciplina histórica. Aludimos a la competencia de Ia literatura. En si
misma, este no es de ningún modo un competidor desleal.  Es, como Ia ciencia, una
forma cognoscitiva de la cultura que la engendra.  Su función no consiste en productos
bellos cuentos y poemas, sino en contribuir al conocimiento del mundo, aunque con
medios diferentes de los que son propios de la ciencia. Ahora bien, cuando se trate de
comprender al mundo, no es posible separar ni por un instante el hoy del ayer. El
presente nunca deviene pasado; es pasado. En consecuencia, la sustancia plástica de
la literatura ha sido siempre un mundo de formas fundamentalmente históricas.  No
obligan a la literatura, maneja dicha sustancia, las normas de la ciencia. Para la
literatura las formas del mundo son meros motivos.  El valor del producto literario
reside en el efecto representativo o simbólico de las formas, no en la preocupación
absorbente por la "autenticidad", por "lo que realmente ocurrió. Por lo tanto, la
literatura prefiere crear sus figuras con entera libertad, extrayéndolas de su propio
mundo de formas, y solo las toma de la "historia" autentica.
Podemos establecer con absoluta certidumbre si un actor aspira a la historia o a la
literatura comprobando la preocupación intelectual que le sirve como punto de partida.
Si falta la necesidad suprema de "autenticidad", el deseo profundamente sincero de
descubrir como "acciona realmente" cierto acontecimiento, la actividad que realiza no
es historia.
Aquí reside el error de los últimos años, y aquí la historia puede hablar de competencia
desleal.  Hay confusión de preocupaciones intelectuales; esta entrando en circulación
un producto hibrido, y se pretende disimular su carácter de sustituto. No es estricta ni
exclusivamente culpa de literatos irresponsables, y parte de la responsabilidad
corresponde al hecho de que la disciplina histórica no suministra cantidad suficiente
del tipo de producto exigido por nuestra cultura.  Esto ultimo, a su vez, no es imputable
a los pobres historiadores profesionales.  Ya no dan abasto; el tema se ha tornado
demasiado difícil, se sienten aturdidos.

El material histórico se acumula constantemente y se difunde por medio de


publicaciones originales y de estudios monográficos.  La tarea de tamizado critico a
que debe someterse este material antes de que puede atribuírsele carácter
auténticamente histórico es suficiente para mantener ocupados a buen numero de
historiadores profesionales. Los productos que estos últimos ofrecen son
generalmente bastante toscos todavía, y no han sido concebidos ni calculados para la
incorporación directa a nuestra culture, ni, por lo demás, se adaptan a esa función. 
Sus propios autores los presentan y excusan como "estudios preliminares". Pero la
cultura exige más. Y con harta frecuencia el historiador profesional, al advertir cuanta
labor critico exige Ia dilucidación de un solo detalle, y al considerar la infinita variedad
y complejidad del material, desesperará de su propia capacidad de cumplir su deber
cultural, meneara Ia cabeza, y se refugiara quizás en la ilusión de que faltan
absolutamente los estudios preliminares que permita tratar adecuadamente el
problema en cuestión.  Así, cierra las puertas de la cultura, se niega a ser un
arquitecto, y se consagra exclusivamente al desbastado y descantillado de sus
piedras. Aquí interviene de buena gana Ia mano expedita del aficionado. Posee todas
las perspectivas necesarias para la comprensión de vastos complejos. No obstante,
además del profesional desesperado y del aficionado optimista, el proceso incluye un
tercer factor: el editor moderno.

El editor moderno, aunque vehículo extremadamente importante de cultura, es una


criatura a la que su función obligue a bizquear permanentemente o, si se desea decirlo
en términos menos antropocéntricos, a mirar como el proverbial toro salvaje.  Debe ser
capaz de comprender los aspectos espirituales de la sociedad, que le exige servirla,
pero también ha de aliarse en condiciones de apreciar los aspectos materiales. Si
ignore uno de los dos, su producto no "prende" y resulta estéril desde el punto de vista
cultural.  El editor es consciente, entonces, del hambre de historia que caracteriza a
toda cultura.  Pero también tiene conciencia de que ha disminuido la concentración del
lector, y de la inclinación de este a la diversión y al entretenimiento.

En los últimos años la biografía de contornos románticos se ha convertido en genero


internacional de moda.  La obra aparece generalmente como parte de una serie, bajo
un titulo general.  Esto ultimo señala el papel que los intereses editoriales desempeñan
en el fenómeno. Hay demanda de un nuevo tipo de Vitae, basada en el conocimiento
completo de las fuentes, a medias concebida como historia autentica, pero con la
expresa intención de exagerar dicha historia, aderezada para un mercado
esencialmente literario. Si el autor es de temperamento sobrio, la demanda provoca la
aparición de obras que apenas traspasan los limites propios de la historia, tal el caso
del Disraeli, de Andre Maurois. Todos los efectos literarios de la tierra son incapaces
de resistir la comparación con el saber puro y sobrio de la historia. No se trata de
querer una historia sin sabor, pero si de quererla sec. El primer documento histórico
realmente autentica que cae bajo nuestros ojos, bastara para disipar el sabor
perfumeo del genero hibrido.

RepHeath el autor de literatura histórica: ¿Acasos ustedes los historiadores no


reconocen el elemento acentuadamente subjetivo propio de todo conocimiento
histórico, elemento que interviene en la formulación del problema, en la selección y el
análisis del material, en la interpretación y la síntesis de los datos reunidos?  ¿Donde
esta la diferencia entre mi trabajo y el de ustedes, como no sea en la vivacidad y el
ingenio de la fantasía, cualidades indispensables también para los historiadores? 
Responderemos que la diferencia reside en la inquietud intelectual que sirve de punto
de partida a la obra. Un libro es historia cuando prevalece la necesidad absolutamente
sincera de comprender lo mejor posible al pasado, sin mezcla de nuestra propia
cosecha.  El juicio del historiador debe descansar sobre la absoluta convicción de que
Ia descripción es el reflejo fiel del pasado. Y apenas el pasado se traduce al lenguaje
de la novela, a la forma de la obra literaria de imaginación, se adultera la esencia
sagrada de la historia, aunque el autor crea que todavía esta escribiendo historia.

CAPITULO 4: Tarea principal de la historia cultural es la comprensión y descripción


morfológica del desarrollo real y especifico de las civilizaciones.

La sensación histórica.  Consideraremos sucesivamente tres antítesis relativas a la


naturaleza y tarea de la actividad histórica. Expresaremos mejor la primera de ellas
bajo la forma de una pregunta.  ¿En la actividad intelectual del historiador, domina la
cornprension por vía intuitiva y de reexperiencia, o la comprensión por vía de
construcción y de síntesis?  Parecería que hace mucho ya, cuando en Ia esfera de las
humanidades la teoría del conocimiento cobra forma propia, el problema quedara
suelto en favor del primer factor.  De todos modos, impera todavía cierta imprecisión
de puntos de vista, que convendría disipar.

Cuando se plantee la necesidad de liberar a la historia de la soberanía de la ciencia


natural,  la primera necesidad fue, como siempre, saber de que se hablaba.  En
realidad, como ocurre tan a menudo, esto se advirtió con claridad solo después.  Una
clara visión de la verdadera naturaleza de la actividad intelectual del historiador era
prerrequisito de la mutua compresión de los estudiosos. Lamprecht reclamaba que
toda la investigación histórica  desembocara en  la formulación de  conceptos 
generales, dentro de los cuales se asimilaría el conocimiento del hecho especifico, 
que  de  ese modo perdería  todo significado  independiente. Solo  en ese caso la
historia alcanzaría categoría de ciencia.  No merecía ese nombre si no pasaba de la
visualización de hechos particulares.  Es evidente  que,  de haberse aceptado esas 
normas, nunca habría existido una disciplina histórica.  Hasta ese momento, todo el
pensamiento y Ia obra de los historiadores había cobrado existencia de un modo
totalmente distinto. 
"EI historiador pretende recobrar para nosotros la realidad del pasado, y puede
alcanzar su objetivo solo si nos pone en condiciones de reexperimentar, hasta cierto
punto, los hechos particulares del pasado en su desarrollo individual. Siempre incitara
al oyente o al lector a rememorar claramente un fragmento de la realidad por medio fe
su imaginación. Así dijo Rickert en su famosa comunicación de 1894.
La historia no puede reproducir la inquieta realidad del pasado, y no desea hacerlo; ni
siquiera pretende ya organizar una pauta del pasado que pudiera ser considerada Ia
única autentica, con exclusión de toda otra posible configuración.
Y aquí tenemos el núcleo del problema. La comprensión histórica encierra un
elemento muy importante, cuya mejor denominación podría  ser el termino "sensación
histórica".  Podríamos llamarlo también "contacto histórico". "Imaginación histórica"
dice demasiado, y lo mismo ocurre con la expresión "visión histórica", ya que la
descripción concebida como concepción visual es demasiado restrictiva.  La palabra
alemana Ahnung, "presentimiento", empleada ya por Wilhelm von Humboldt en este
misma relación, expresaría la idea de un modo casi cabal, si no se hubiera abusado de
ella en otros contextos.  Este contacto con el pasado   implica entrar en cierta
atmosfera, es una de las muchas formas concedidas al hombre de trascender el propio
ser, de experimentar la verdad. No se trate de un goce estético, de una emoción
religiosa, de una reverencia de la naturaleza, de un reconocimiento metafísico... y, sin
embargo, es una figura en el conjunto de este serie. Este contacto con el pasado,
acompañado de la absoluta convicción de autenticidad y de verdad, puede ser
evocado por una línea de cierto documento o de una crónica, por una hoja impresa,
por las pocas notas de una antigua canción.  No se trata de un elemento que el autor
incorpora a su obra mediante el empleo de ciertas palabras. No se encuentra en el
libro de historia, sino mas allá de él. 

Si este elemento de Ia comprensión histórica es el mismo que numerosos


historiadores denominan reexperiencia, el error se hallarla en el termino
utilizado."Reexperimentar" alude a un proceso psicológico demasiado definido.
Implícita en el valor de la sensación histórica, en su condición de necesidad vital
(condición que corresponde a ese impulso hacia el contacto con el pasado) se
encuentra también la rehabilitación de aquel "interés de anticuario" que en su tiempo
Nietzsche desecho tan desdorosamente. Esta preocupación intelectual puede exaltar y
ennoblecer la investigación histórica mas modesta, la del genealogista, la del
estudiante y la del aficionado local.  Si estos, trabajos provocan esa sensación en el
lector o en el estudioso podrá afirmarse que constituyen exponentes acabados de la
investigación histórica.

2. Psicología a morfología?  Aceptado que la visualización de formas (que permite Ia


configuración del pasado en nuestra mente) crea la posibilidad de sondear el sentido
de la historia, Esta morfología no debería recibir el nombre mas apropiado como
psicología del pasado? También en este punto Ia autoridad de Lampreeht ha ejercido
una influencia mas profunda y duradera que, proporcionalmente, el numero de lectores
de los posteriores volúmenes de su Deutsche Geschichte, concebida con la intención
de demostrar la aplicación de su teoría. A primera vista parece una formula muy
razonable: quien pueda desentrañar la psicología de los protagonistas de la historia, y
posteriormente sea capaz de sintetizar la vida psicológica de una época entera, puede
por esa vía escribir historia.  Pero es fácil demostrar que esto es absolutamente
inexacto. La discipline de la historia, tal como se ha desarrollado y como debe hacerlo,
nunca ha satisfecho estas exigencias de la psicología histórica, ni podría satisfacerlas.
Si en lugar de Ia comprensión psicológica de determinadas personas se presume el
conocimiento del alma de las mesas (lo cual equivaldría a una suerte de psicología
social) la comprensión histórica disminuye en lugar de aumentar. No pretendo negar a
la historia toda actividad psicológica, fundado en la tesis de que aquella es por
principio morfología y no psicología.  Tan pronto como se considera una vida humana,
una personalidad o una colectividad dada de muchas vidas humanas como forma
histórica del desarrollo real de un fragmento del pasado, desaparece la aparente
contradicción.  La comprensión psicológica puede ser considerada un aspecto de la
configuración histórica, siempre que no se olvide que en la investigación histórica, en
oposición total a la investigación biológica, los fenómenos no son nunca organismos
sino acontecimientos.  La falta de semejanza entre los impulsos hacia el conocimiento
en historia y en psicología puede ser demostrada por defecto. Si no existiera esa
diferencia, hace mucho que la historia habría concertado intima alianza con la
psicología. No ha sido ese el caso. Las relaciones entre ambas disciplinas son
amistosas.
La historia es la interpretación del significado que el pasado reviste para nosotros. 
Este carácter de la historia lleva implícito el concepto de organización,  Para
comprender un fragmento del pasado tal como se refleja en su propia cultura, el
historiador debe intentar siempre y por doquier concebir las formas y funciones de
dicho fragmento.  La historia se expresa siempre en términos de forma y de función,
incluso cuando ella misma no se ha fijado un programa metódico de morfología.  La
única condición reside en que el deseo de conocimiento sea auténticamente histórico,
y en que el historiador no sea un asno. Toda monografía histórica, si el problema esta
bien definido, responde a un interrogante de morfología histórica.
Todo acontecimiento (salvo los hechos mas simples) concebido por la facultad de
conocimiento histórico presupone una organización del material del pasado, la
combinación de cierto numero de datos extraídos del caos de la realidad y
transformados en imagen mental. Frecuentemente la "vida común", con total
prescindencia de cualquier preocupación histórica, ya ha preparado esa organización.
El hecho de que la historia trabaje con el material de estas ideas espontaneas implica
un vinculo indisoluble con la vida misma.

La historia cultural enfoca los fenómenos en todo su relevante significado, mientras


que pare la sociología no son otra cosa que paradigmas. El historiador cultural ha
abandonado el propósito de deducir de los fenómenos reglas de validez general
aplicables al conocimiento de la sociedad.  No solo esboza los contornos de las formas
que concibe, sino que las cobra por medio de la intuición y las ilumina con sugestión
visionaria. Independientes de cualquier programa consciente, los grandes
historiadores culturales han sido siempre morfologos de in historia: exploradores de las
formas de la vida, del pensamiento, de las costumbres, del conocimiento y del arte. El
éxito de las obras de estos hombres esta en relación directa con la claridad de sus
definitivos formales. Una pregunta general solo puede suscitar una respuesta general.
La historia del Renacimiento es siempre algo vago, aun en Burckhardt, porque el
"Renacimiento" no es una forma claramente definida, ni podría serlo. No es casual que
los historiadores culturales realmente significativos del siglo XIX estuvieran, casi todos,
más o menos fuera de la corriente de pensamiento de su época.  Augusto Comte
había preparado el cauce por el que fluía esa corriente. Pero el positivismo carecía de
aptitud pare desarrollar historia cultural.  Actualmente poco o nada se lee a Buckle.  En
cambio, intelectos como Burekhardt, Viollet-le-Duc y Leslie Stephen (que
sobrentendían la autonomía de las humanidades, aunque carecían de una definida
teoría del conocimiento)  fueron capaces de señalar un camino qua todavía podemos
seguir. La comprensión de la historia cultural exige que se reconozca la presencia del
espíritu.  Los tiempos que vivimos favorecen el sentimiento de confianza del
historiador cultural en su propia tarea.

3. Morfología y mitología. Cuando hemos reconocido que, en general, la tarea de Ia


historia consiste en la creación de una morfología del pasado humano, subsiste un
inquietante problema: ¿Puede la historia cultural, obligada a crear la mayoría de los
nombres de las formas que servirán de recipiente al proceso cultural, evitar el peligro
de qua su morfología degenere en mitología? Ciertos estudiosos, si bien reconocen la
naturaleza libre del pensamiento en el campo de Ias humanidades, creen que la
formalización histórica debe tener como objetivo único la creación de mitos. Sin ir mas
lejos, Theodor Litt demostró recientemente en pocas y brillantes paginas lo infundado
e imprudente de este punto de vista. El hombre contemporáneo traiciona al espíritu de
su propia cultura si crea mitos a sabiendas de que lo son, o mas bien de que
pretenden serlo.  El saber critico es la forma de conocimiento intelectual propia de
nuestra cultura.

El antropomorfismo es el gran enemigo del método de pensamiento de las


humanidades. Es un enemigo hereditario, al que ese modo de pensamiento trae
consigo desde la vida misma.  Todo lenguaje humano se expresa
antropomórficamente, en imágenes extraídas de las actividades humanas, y tiene todo
lo abstracto con la metáfora de la percepción sensorial.  Pero precisamente a las
humanidades cumple ser conscientes de la naturaleza metafórica del lenguaje, y
cuidar de que el fantasma no se infiltre al mismo tiempo que la metáfora.

4. Morfología general o morfología especifica. Este rigidez de pensamiento con


frecuencia determine un error, consistente en que el estudioso atribuye a sus propias
concepciones un ámbito desmesurado.  Pretende tener una visión de la pauta de un
vasto complejo, y describe una morfología general sin hallarse suficientemente
familiarizado con la estructura de sus partes. El resultado es que cobra forma un
concepto histórico vago e indeterminado, y con el se asocian libremente toda suerte de
conceptos heterogéneos.  El todo sale puede ser aprehendido y expresado por media
de una vivida metáfora. Cuanto mas vastos son los complejos que el historiador desee
abarcar, mayor el peligro de estas objetivaciones. Por el memento la historia cultural
tiene trabajo mas que suficiente, si se propone determina las formas especificas de la
vida histórica.  Necesita determinar una morfología de lo particular antes de cobrar
vuelo pare considerar lo general. Una vez hallado el concepto central, hay tiempo para
emprender, sobre esa base, la descripción  de culturas enteras. Por ahora, seamos
sobre todo pluralistas. Es tan poco lo que se ha hecho, desde el punto de vista de
historia cultural, con respecto a la indispensable tarea de definir las formas de la vida
pasada objetivamente pasible de observación y de diferenciación.

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