Por Que Sufrio y Murio Jesus #161

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¿Por qué Sufrió y Murió Jesús?

EN UNA tarde de primavera de hace casi dos mil años, un centurión romano
kl cap. 7 pág. 62
contemplaba la lenta y agónica muerte de tres hombres. Se fijó particularmente en uno de ellos,
Jesucristo, que había sido clavado a un madero. Al mediodía, cuando se acercaba el momento
de su muerte, el cielo se oscureció. Cuando murió, se produjo un violento temblor de tierra, y el
soldado exclamó: “Ciertamente este hombre era Hijo de Dios”. (Marcos 15:39.)
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¡Hijo de Dios! Aquel soldado tenía razón. Acababa de presenciar el suceso más importante
que jamás había ocurrido en la Tierra. LEER (Mateo 3:17; 17:5.) No obstante ¿Por qué sufrió y
Murió Jesús? Ver bosquejo it-2 págs. 83-93 Jesucristo

1) El registro inspirado dice: “Pero el nacimiento de Jesucristo fue de esta manera. Durante
el tiempo que su madre María estaba comprometida para casarse con José, se halló que estaba
encinta por espíritu santo antes que se unieran”. (Mt 1:18.) Previamente, el mensajero angélico
de Jehová había informado a la muchacha virgen, María, que ‘concebiría en su matriz’ como
resultado de que el espíritu santo de Dios viniera sobre ella y Su poder la cubriera con su sombra.
(Lu 1:30, 31, 34, 35.) Puesto que hubo una verdadera concepción, parece ser que Jehová fertilizó
un óvulo en la matriz de María y transfirió la vida de su Hijo primogénito de la región de los
espíritus a la Tierra. (Gál 4:4.) Solo de ese modo podría conservar su identidad el niño que iba a
nacer, es decir, ser la misma persona que había residido en el cielo con el nombre de la Palabra,
y llegar a ser un verdadero hijo de María y por consiguiente un genuino descendiente de sus
antepasados Abrahán, Isaac, Jacob, Judá y el rey David, y heredero legítimo de las promesas
divinas que ellos recibieron. w91 15/2 págs. 14-15 Un rescate correspondiente por todos Ver bosquejo

2) 15 El salmista se lamentó así: “Ni uno de ellos puede de manera alguna redimir siquiera a un
hermano, ni dar a Dios un rescate por él (y el precio de redención del alma de ellos es tan
precioso que ha cesado hasta tiempo indefinido)”. La Biblia, versión de Serafín de Ausejo, dice
que “ni uno de ellos es capaz [...] de pagar” el precio de rescate. (Salmo 49:7, 8.) Entonces,
¿quién proveería el rescate? Solo Jehová podía suministrar el “Cordero [perfecto] [...] que quita el
pecado del mundo”. (Juan 1:29.) Dios no envió a cualquier ángel para rescatar a la humanidad.
Hizo el sacrificio supremo de enviar a su Hijo unigénito ‘con quien él estuvo especialmente
encariñado’. (Proverbios 8:30; Juan 3:16.)
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Al participar de buena gana en el arreglo divino, el Hijo de Dios “se despojó a sí mismo” de
su naturaleza celestial. (Filipenses 2:7.) Jehová transfirió la fuerza de vida y el patrón de la
personalidad de su Hijo primogénito celestial a la matriz de una virgen judía llamada María.
Entonces espíritu santo ‘la cubrió con su sombra’, lo cual garantizaba que la criatura que se
desarrollaría en su matriz sería santa y estaría absolutamente libre del pecado. (Lucas 1:35; 1
Pedro 2:22.) Como hombre, sería llamado Jesús. Pero en sentido legal podía llamársele ‘el
segundo Adán’, pues correspondía perfectamente con Adán. (1 Corintios 15:45, 47.) Por eso
Jesús podía ofrecerse en sacrificio como “un cordero sin tacha e inmaculado”, un rescate por la
humanidad pecaminosa. (1 Pedro 1:18, 19.)
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Pero ¿a quién se pagaría ese rescate? Por siglos los teólogos de la cristiandad alegaron
que se pagó a Satanás el Diablo. La verdad es que a la humanidad se la ha “vendido bajo” el
pecado y así ha llegado a estar bajo el control de Satanás. (Romanos 7:14; 1 Juan 5:19.) Con
todo, es Jehová, no Satanás, quien “exige castigo” por males cometidos. (1 Tesalonicenses 4:6.)
Por eso, como declara explícitamente Salmo 49:7, el rescate tiene que pagarse “a Dios”. Jehová
hace posible el rescate, pero después que el Cordero de Dios ha sido sacrificado el valor de su
rescate tiene que pagarse a Dios. (Compárese con Génesis 22:7, 8, 11-13; Hebreos 11:17.) Esto
no rebaja el rescate a un intercambio inútil o mecánico, como si se sacara dinero de un bolsillo y
se pusiera en otro. El rescate no solo implica un intercambio físico, sino una transacción legal. Al
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insistir en que se pagara un rescate —aunque el costo fuera enorme para él— Jehová confirmó
su adherencia inquebrantable a principios justos. (Santiago 1:17.)
Ver bosquejo
“¡Se ha realizado!”
3) 18
En la primavera de 33 E.C. llegó el tiempo de pagar el rescate. Jesucristo fue arrestado
bajo acusaciones falsas, declarado culpable y clavado a un madero de ejecución. Él hizo
peticiones a Dios con “fuertes clamores y lágrimas” debido al dolor intenso y la humillación que
experimentó. (Hebreos 5:7.) ¿Tenía que sufrir así Jesús? Sí; pues al permanecer “leal, sin
engaño, incontaminado, separado de los pecadores” hasta el mismo fin, Jesús resolvió de modo
concluyente y espectacular la cuestión sobre la integridad de los siervos de Dios. (Hebreos 7:26.)
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Los sufrimientos de Cristo también sirvieron para perfeccionarlo para su papel de Sumo
Sacerdote a favor de la humanidad. En tal posición, él no sería un burócrata insensible e
indiferente. “Pues por cuanto él mismo ha sufrido al ser puesto a prueba, puede ir en socorro de
los que están siendo puestos a prueba.” (Hebreos 2:10, 18; 4:15.) Con su último suspiro, Jesús
pudo clamar en triunfo: “¡Se ha realizado!”. (Juan 19:30.) No solo había demostrado su propia
integridad, sino que había tenido éxito en colocar la base para la salvación de la humanidad... y
más importante, ¡para la vindicación de la soberanía de Jehová!

w95 15/6 págs. 14-15 ¿Qué lo motiva a servir a “El amor que el Cristo tiene nos obliga”

4) 8 Lo que más puede impulsarnos a cultivar un amor incondicional a Jehová es el aprecio por el
sacrificio redentor de Jesucristo. “Por esto el amor de Dios fue manifestado en nuestro caso,
porque Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que nosotros consiguiéramos la vida
mediante él.” (1 Juan 4:9.) Una vez que comprendemos y valoramos este acto de amor, nos
sentimos impulsados a amar. “Amamos, porque [Jehová] nos amó primero.” (1 Juan 4:19.)
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Jesús aceptó de buena gana la asignación de ser el Salvador del hombre. “En esto hemos
venido a conocer el amor, porque aquel entregó su alma por nosotros.” (1 Juan 3:16; Juan 15:13.)
El amor abnegado de Jesús debe impulsarnos a mostrar aprecio. Por ejemplo: supongamos que
alguien lo salva a usted de morir ahogado. ¿Podría simplemente irse a casa, secarse y olvidar lo
ocurrido? De ninguna manera. Se sentiría endeudado con la persona que lo salvó. Después de
todo, usted le debe la vida. ¿Les debemos menos a Jehová Dios y a Jesucristo? Sin el rescate
todos nos ahogaríamos, por decirlo así, en el pecado y la muerte. Sin embargo, gracias a su gran
acto de amor, tenemos la perspectiva de vivir para siempre en una Tierra paradisíaca. (Romanos
5:12, 18; 1 Pedro 2:24.)
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Meditemos en el rescate. Veámoslo desde una óptica personal, como hizo Pablo: “En
verdad, la vida que ahora vivo en carne la vivo por la fe que es para con el Hijo de Dios, que me
amó y se entregó por mí”. (Gálatas 2:20.) Esa meditación suscitará en nosotros una motivación
sincera, pues Pablo escribió a los corintios: “El amor que el Cristo tiene nos obliga, porque [...]
murió por todos para que los que viven no vivan ya para sí, sino para el que murió por ellos y fue
levantado”. (2 Corintios 5:14, 15.) La Biblia de estudio. Dios habla hoy, dice que el amor de Cristo
‘se apodera de nosotros’. Cuando reflexionamos en el amor de Cristo, nos sentimos obligados a
hacer algo, nos conmueve profundamente, incluso se apodera de nosotros. Nos llega al corazón
y nos impulsa a actuar. La Versión Popular lo expresa así: “El amor de Cristo gobierna nuestras
vidas”. Ninguna otra clase de motivación producirá fruto verdadero en nosotros, como lo
demuestra el ejemplo de los fariseos.

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g98 22/10 págs. 5-7 ¿Podrán amarse algún día todas las personas?

Un milagro del siglo I CONCLUCION


Jesús dijo a sus seguidores que el mundo los reconocería por tener un amor que trasciende
todo tipo de barreras, entre ellas las raciales y las nacionales. Dijo: “Les doy un nuevo mandamiento:
que se amen unos a otros; así como yo los he amado, que ustedes también se amen los unos a los otros”,
y añadió: “En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí” (Juan 13:34,
35; 15:12, 13).
Las enseñanzas de Jesús sobre el amor, respaldadas por su ejemplo, obraron un milagro en el siglo I.
Sus seguidores imitaron al Amo y aprendieron a amarse de tal manera que se granjearon la
atención y admiración de muchos. Tertuliano, escritor de los siglos II y III E.C., citó los elogios que
recibieron los seguidores de Jesús de los no cristianos: “Ved —dicen— cómo se aman entre sí. [...] Y
cómo están dispuestos a morir unos por otros”.
¿Qué hay en cuanto a nuestros tiempos?
¿Hay alguien hoy día que profese un amor como el de Cristo? La Encyclopedia Canadiana dice: “La
obra de los testigos de Jehová es el reavivamiento y el restablecimiento del cristianismo primitivo
practicado por Jesús y sus discípulos [...]. Todos son hermanos”.
¿Qué significan esas palabras? Significan que los testigos de Jehová no dejan que nada —ni raza, ni
nacionalidad, ni origen étnico— los induzca a odiar al prójimo. Tampoco matan a nadie, pues
figuradamente han batido sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas, como predijo la
Biblia que harían los verdaderos siervos de Dios (Isaías 2:4).
No sorprende que un editorial del periódico californiano The Sacramento Union declarara: “Basta con
decir que si todo el mundo viviera de acuerdo con el credo de los testigos de Jehová, se acabarían el
derramamiento de sangre y el odio, y el amor imperaría como rey”.
Un redactor de la revista húngara Ring afirmó algo parecido: “He llegado a la conclusión de que si los
testigos de Jehová fueran los únicos que vivieran en la Tierra, cesarían las guerras y la policía solo tendría
que controlar el tráfico y expedir pasaportes”.

w00 1/6 pág. 12 Mantengamos radiante nuestra “esperanza de la salvación”


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La salvación es un don de Dios, pero no se alcanza automáticamente (Romanos 6:23). Hay
ciertas condiciones básicas que toda persona debe cumplir para recibir ese don. Jesús dijo:
“Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea
destruido, sino que tenga vida eterna”. Y el apóstol Juan añadió: “El que ejerce fe en el Hijo tiene
vida eterna; el que desobedece al Hijo no verá la vida” (Juan 3:16, 36). Está claro que Dios
requiere fe y obediencia de quienes esperan conseguir la salvación eterna. Todos deben tomar la
decisión de aceptar el rescate y seguir los pasos de Jesús.
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Ya que somos imperfectos, no obedecemos por naturaleza, y es imposible que lo hagamos
a la perfección. Por esta razón Jehová suministró un rescate que cubriera nuestros pecados. No
obstante, debemos esforzarnos continuamente por vivir según los caminos de Dios. Como Jesús
dijo al joven gobernante rico, debemos guardar los mandamientos divinos. De este modo, no solo
conseguiremos la aprobación de Dios, sino también mucho gozo, pues “sus mandamientos no
son gravosos”; son un “refrigerio” (1 Juan 5:3; Proverbios 3:1, 8).

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