Roark Rhoend - El Disolvente Universal

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EL DISOLVENTE UNIVERSAL, EL ALKAHEST, SU ELABORACIÓN Y SU MISTICISMO

Hablemos un poco de alquimia.

Hace tiempo atrás, un buen amigo me puso en conocimiento de como elaborar, según su opinión, el conocido por
los alquimistas como Disolvente Universal (Alkahest). Según me decía, solo necesitaba el reclamo de una tierra fértil
y húmeda, destilar a elevadas temperaturas y obtener en el rematero un Agua transparente capaz de extraer la
tintura de un metal cualquiera (o reducirlo a su primera materia salina).

Para el que no está en tema, el Alkahest fue la esencia tan codiciada y buscada por los alquimistas en la antiguedad.
Tenían auténticos quebraderos de cabeza intentando descubrir cómo se fabricaba esta materia. Lo que sí decían, e
insistían, no era un ácido.

El reputado Van Helmont, médico, químico - y supuesto testigo de una transmutación en vivo como rezan las
crónicas - intentó elaborarlo a partir de la orina. Y brinda un método que es algo críptico. Sin embargo, tras
analizarlo, y gracias a la ayuda de un amigo italiano, pude saber el procedimiento exacto.

Ahora bien, para muchos alquimistas, el texto ilustrado conocido como Cábala Mineralis reflejaría el procedimiento
con la tierra vulgar para extraer aquel mentado Disolvente Universal o Alkahest.
Dicho sea de paso, el nombre de Alkahest que fue invento de Paracelso, (sí sí, el mismo que fabricaba Homúnculos
con esperma) pero que lo aplicaba para un medicamento para el hígado y no en el sentido que Van Helmont le
daría, y con éste cientos de alquimitas posteriores.

La Cábala Mineralis se supone que es del autor Simeon Ben Cantara y dataría del siglo XVII, una época de grandes
descubrimientos en lo respectivo a las destilaciones. La influencia árabe había conquistado la alquimia con sus
alambiques famosos. Por eso, no es extraño encontrar en aquel librito esta imágen:

Claramente la destilación de algo era común, y ese algo, según la Cabala Mineralis era la tierra, por eso en la primer
lámina se encarga de señalarla el dibujo de un alquimista con el índice dirigido a , precisamente, la tierra:
El alquimista se empeña en señalar el suelo, la tierra, y al costado un trozo de tierra donde brota una pequeña planta
nos indica la fertilidad de la misma: por eso crece la planta, si no fuera fértil no lo haría.

La orina del alquimista que "flota" al lado, nos refuerza esta idea y nos recuerda que cerca de los árboles todos los
animales (incluido el ser humano) orinan: lo que brinda cierta fertilidad. Se sabe hace tiempo que la orina es un buen
fertilizante por las sales que contiene, de modo que esta idea no es nueva ni mucho menos.

Por tanto, “al pie del viejo roble”, como dirían los viejos alquimistas, discurre la fuentecilla de nuestra Agua
Mercurial: orina. Imagen de la fertilidad. Lo que le da fertilidad y vida.

(Algunos piensan que el alquimista flotando en el aire y orinando alude a una sal volátil del aire, el nitrito de amonio,
que se produce por evaporaciones en ciertas noches. No lo descarto. )

Y es esa la tierra que debemos utilizar, según el razonar de los alquimistas, para esta práctica. Porque es la más
adecuada.

Pero leyendo más textos de alquimia, encontré la receta declarada por nada menos que el afamado Ramon Lulio. Se
las comparto:

AGUA QUE CALCINA TODOS LOS CUERPOS


“Toma simientes de las sustancias capitales: de tierra, esto es, cinco onzas y media; y de agua, esto es, dos onzas y
media, la suma de las cuales será un peso equivalente a ocho onzas de libra, y molerás este compuesto finamente en
un molinillo de mármol. Tras ello, pondrás la masa en una vasija de vidrio unida a un alambique, en que destilarás
toda la materia, primero a fuego lento, con las maderas serradas en dos, con dos libras de carbón bajo o común y con
un poco de salvado seco. Enciende, pues, el fuego y repudia todo aquello que en adelante se inflame por si mismo,
hasta que la masa se empiece a destilar, y desde este punto mantendrás el fuego constante hasta el duodécimo
punto, en que avivarás el fuego con pequeños leños, para que las llamas se yergan rectas bajo la materia; y así
mantén el fuego hasta que remita al doceavo o quinceavo punto, o bien en un punto menor. Y a continuación
mantendrás compacto el fuego, y lo mantendrás acorde al punto de su destilación, y posteriormente elevarás de
nuevo el fuego hasta un punto mayor, que mantendrás constante hasta que el alambique pierda su calor y no destile
más materia. Para entonces, evita que se enfríe, recoge el agua y guárdala en un lugar cálido y húmedo,
guardándote de que por ningún medio pueda estar en contacto con el aire. Y acuérdate de tener una compuerta en la
parte cerámica extrema del alambique, en el cuello del receptáculo, para poder extraer, por ella de vez en cuando
aquello que no dejara un respiradero al recipiente. Pues a veces tal es el calor allí acumulado, que el recipiente
resulta incapaz de soportar aquel calor excesivo. Así pues, cuando convenga, ábrela, cuando no, ciérrala. Ten en
cuenta que el agua que recogiste, proveniente de materia vil, tiene la facultad de convertir los cuerpos en su
respectiva materia original, la cual, unida a la virtud vegetal, da origen a muchas perfecciones, al punto que, tras ser
destilada, necesita ser puesta en acción, para que su espíritu, que es de naturaleza sutil y extraña, no perezca en el
aire, supuesto que es en grado pleno obtenido de la destilación.”

¿Entonces es cierto que así se elabora el tan mentado Disolvente Universal?¿ de la tierra misma?.

Si hiciera falta algo más, como auxilio inmediato siempre está la Tabla Esmeralda, un texto apocrifo atribuido a
Hermes, copia de los griegos del dios egipcio Thot , pero cuyos origenes no son tan lejanos (650 d.C):

Su padre es el Sol y su madre la Luna. El Viento lo lleva en su vientre. Su nodriza es la Tierra.

Por supuesto, si la Tabla dice que la nodriza es la tierra, de la cosa que hay que sacar, entonces no hay muchas más
dudas. Hasta parece aludir a destilaciones según leemos:

Separa la Tierra del Fuego, lo sutil de lo burdo, pero sé prudente y circunspecto cuando lo hagas.

Las separaciones se efectuaban con el arte de la destilación. Y el "Fuego", era este disolvente o Alkaest.

De modo que no es extraño pensar que lo que me dijo aquel amigo, inicialmente, de destilar a altas temperaturas
una porción de tierra funcionara de verdad.
EL AGUA DE LA TIERRA

Ahora bien, buceando en los textos antiguos, me encontré con el librito La Química aplicada a las artes que nada
tiene que ver con la alquimia, y son trabajos serios y totalmente revelados, donde dice esto:

Es decir, que mediante la tierra común y un poquito de sal vulgar, se obtenía, si seguimos leyendo aquel
texto, muriate de sosa, que no es otra cosa que ácido clorhídrico.

Esta operatoria deja a las claras que mediante un poco de tierra y sal, se obtiene ácido clorhídrico. Y esto es obvio:
dicho ácido procede de la sal común.

El método artesanal más antiguo que se conoce es precisamente este del que hablamos. La orina podría inclusive
aportar la sal en caso de carecer de la misma la propia tierra. Es el cloro, y también, el amoníaco cuyo aroma muchos
alquimistas aseguran posee el mentado disolvente universal. Y doy fe que así es, que huele a amoníaco de manera
muy penetrante. Yo lo tengo en mis manos ahora mismo mientras escribo esto y lo ofrezco a cualquier químico que
quiera analizarlo que cosa es.

Cuando toca el metal, en este caso el cobre, lo pone azul sin calor y sin violencia, de esta forma:
EL ORO Y EL ACIDO

Hay que matizar algo: el oro de 24 kilates no se disolverá jamás con ácido clorhídrico. Esto se debe que el único
ácido capaz de diluir el oro y volverlo una sal o cloruro, es el Agua Regia, conformada por 3 partes de ácido
clorhídrico y 1 parte de ácido nítrico.

Ahora bien, este Alkaest parece atacar el oro y la plata, metales nobles, pero no con la misma rapidez que con los
otros metales. De hecho, demora su tiempo y conviene hacer un truco para potenciarlo. Pero es extraño, porque
solamente el Agua Regia que yo sepa, ataca el oro. Si es posible una mezcla con peróxido de hidrógeno. Pero la
reacción siempre es violenta.

Ahora bien, sobre la destilación de tierra común con una pizca de sal, vemos en un texto antiguo conocido
como Rosarium Philosophorum que declara estas palabras:

La sal común...

Y de la misma opinión es el alquimista del medioevo conocido como Nicolas Valois, que en 1445 publico una obra
titulada los Cinco Libros, donde declara lo mismo:

Pero si se pone sal común, según el manual de los salitreros, de química tradicional, se obtiene ácido clohídrico
¿entonces?. Podría ser un complejo que vale la pena analizar.
El método es el siguiente:

Foto SJ

Cuando el calor no es tan intenso, pero el suficiente para que gotee periodicamente el líquido en el rematero a
través de la destilación, se obtiene un solvente con un aroma muy particular, que, si se lo vuelve a destilar (llamado
en la jerga, rectificar) varias veces, se obtiene un disolvente más bien neutro, no un ácido, que es responsable de
disolver los metales, pero de una forma más bien alcalina, tal como el amoníaco suele hacer:
Foto: SJ

Este disolvente (que hay que rectificarlo 4 veces para que funcione) cuando se lo mezcla con el cobre, por ejemplo, y
se le aumenta la temperatura, suele alcalinizarse y presentar propiedades corrosivas hacia el metal como vimos en
imagenes anteriores o aquí por ejemplo:
Muchos alquimistas están convencidos que está es la forma realmente filosófica y alquímica de elaborar
el Disolvente (Alkaest) y reducir a su primera esencia a los metales. No los contradigo. La forma de disolución,
hemos visto, es suave y consistente.

El resultado es una retrogradación del metal a su estado mineral.

La ventaja, según los alquimistas, es que esta solución es potable. No es dañina para la persona porque es alcalina,
no ácida.

Para algunos alquimistas esa tintura mineral es posible tomarla y tener repercuciones orgánicas beneficiosas.

Mi sugerencia es que no lo tomen: hay mucha superstifición con los minerales y metales y sus propiedades
benéficas, y si no se elaboran bien, podemos estar bebiendo tóxicos que a la larga nos dañen.

Es el legado de Paracelso que estaba convencido que se podían consumir y creó escuela en torno a ello. Mejor que
un químico profesional analice qué cosa es esto. Yo lo hice siguiendo los conceptos de los textos antiguos a modo de
curiosidad científica.
¡No para consumo!.

RECAPITULANDO

En la antigüedad hubo un empeño, casi obsesivo, en disolver los metales. En particular, los metales nobles como el
oro o la plata. Para ello, como mencionaba, se fabricaban los disolventes universales o alkahest.

La idea era, cual una manzana, quitar lo de afuera y quedarse con la semilla. Luego, plantarla y obtener el fruto de la
vida eterna.

Que hay una sal en la tierra, ya no caben dudas para el que siguió el hilo de este informe. De hecho, los
antiguos shinobis usaban la técnica de buscar rastros de cloruro de sodio en la tierra para ver si algún humano o
animal había pasado por ahí. Pero no solo sal común, sino muchas sales guarda la tierra (nitratos y nitritos).

Ahora bien, la tierra vulgar y una pizca de sal permite, por destilación violenta, sacar un ácido donde prepondera el
cloro mayormente.

Pero si se lo destila de otra forma más "filosofica", lo que se obtiene es un líquido neutro potencialmente alcalino.

Esto - y perdonen insista - se conocía hace siglos y fue revelado abiertamente por muchos alquimistas ,
como Lulio y Vilanova, porque no lo consideraron jamás algo trascendente.

CONCLUSION
No digo que esté mal elaborar el tan mentado Alkaest con tierra sola o con tierra y una pizca de sal. Pero tengan
cuidado.

Es mucho más simple elaborarlo como indica Van Helmont con orina. Después de todo el principio que se busca está
contenido en la misma. Y no es por nada que en el pasado muchos alquimistas hicieron destilaciones de orina,
descubriendo el fósforo, porque pensaban los conducirían a la mítica Piedra Filosofal.

Pero seguramente un químico hoy día se reiría de todo estos experimentos. Porque si mezclas ácido cítrico,
amoníaco, y vinagre, obtienes un disolvente para metales que forma complejos de forma distinta, "diseccionando" el
metal de una forma más profunda.

El ácido cítrico, por ejemplo, le da forma coloidal al oro (es el método de Turkevich) mientras que si se disuelve en
ácido simple permanece metálico.

Lo mismo se aplica al cobre con amoníaco: o al sarro (carbonato de potasio) con hierro. Incluso pueden tener
algunas propiedades medicinales si el coloide es muy fino. Pero esto no es alquimia.Y hoy día es más fácil sacar el
oro coloidal con electrolisis que con estos disolventes del medioevo.

Mi consejo es que no se embarquen en experimentos si no saben qué buscan con el mismo y sobre todo, NUNCA
LOS CONSUMAN sin un analisis previo de qué cosa obtuvieron.

Sé que mueren muchos alquimistas modernos cada año con sus "elixires", convencidos de que lograron la panacea. Y
solo lograron venenos.
ENCUENTRAN ELIXIR DE LA INMORTALIDAD CON MÁS DE 2000 AÑOS DE ANTIGUEDAD

Se trata de este líquido amarillento que nos recuerda al oro potable, que fue hallado en una olla de bronce de unos
2000 años. No se trata de vino, como se pensó inicialmente. En realidad, dicen los arquéologos, es un auténtico elixir
de la inmortalidad.

El hallazgo pertenece a la tumba de una familia noble de la provincia de Henan, en el centro de China, y se remonta a
la Dinastía Han del Oeste (202 a.C a 8 d.C). Entre otras cosas, hallaron los restos muy bien conservador de un noble,
vasijas de barro, materiales confeccionados con jade y bronce y una lámpara en forma de ganso.

La olla contenía 3,5 litros de este misterioso líquido que emanana un muy fuerte olor a alcohol. Al principio, ese
aroma les hizo pensar en alguna clase de bebida alcoholica como el vino, ya que era coherente con otros
descubrimientos del mismo periodo.

Por entonces el vino se confeccionaba con arroz y granos de sorgo y era muy empleado en sacrificios rituales.

Pero, como señala ahora la agencia de noticias, un analisis en el laboratorio demostró que eso no se trataba de vino.
El líquido está compuesto principalmente de nitrato de potasio y alunita, los ingredientes principales de un elixir
enriquecedor de la vida documentado en antiguos textos taoístas.

“Es la primera vez que se encuentran estos míticos medicamentos de la inmortalidad en China”, explicó a Xinhua Shi
Jiazhen, directora del Instituto de Reliquias Culturales y Arqueología de Luoyang. “El líquido resulta de gran valor
para el estudio de los antiguos pensamientos chinos sobre el logro de la inmortalidad y la evolución de la civilización
china”.

Desde luego, a priori se piensa que tales materias no pueden conducir a nada. Y el escepticismo de los medios de
comunicación ha aumentado. Si el nitrato de potasio incluso en dosis altas tiene riesgos, si es fertilizante, si se usa
para procesar carnes o para fuegos artificiales, y lo mismo la alunita que es lo que se usa para fabricar alumbre (
nitrato de potasio y alunita ) ¿Cómo tales materias pueden servir para fabricar un Elixir.?

Pero eso porque nadie de los medios leyó los textos clásicos de alquimia. En varios se alude a tales materias…

SOBRE EL ELIXIR CHINO Y SU COMPOSICION


Hace muchos años atrás, un alquimista me escribió contandome que leyendo a Alberto Magno en su El compuesto
de los compuestos, luego a Llull en su Clavicula y finalmente a Artefio en su Libro Secreto, había elaborado una
suerte de disolvente al que denominó Aqua Ignis o Menstruo Hediondo.

No necesitó mucho temperatura ni nada sofisticado.

Recuerdo sus fotos, que desgraciadamente el correo de Hotmail ya me impide acceder.

Pero las materias las colocó secas en un Erlenmeyer con un tubo de desprendimiento y a fuego suave. Introdujo
alumbre, sal nitro (nitrato de potasio) y vitriolo (sulfato de hierro).

A fuego suave lo primero que pasó fue un agua común y luego cuando las materias se hubieron fundido, incrementó
el calor hasta que comenzó a liberar el tan buscado liquido que vino acompañado de un deprendimiento de gases
naranja y marrón .

Cesó con la operación cuando la materia en el Erlenmeyer se volvió negra.

Pero en el receptor tenía el tan codiciada Aqua Ignis, transparente, clara, y con un color celeste muy tenue que
indica su dignidad celestial. Tal coloración se pierde con el tiempo y eso lo indican los tratados aludidos.

Con ese Agua Ignis puso plata vulgar y la disolvió por completo en un baño maría.

24 horas más tarde filtró la disolución y puso cable de cobre y comenzó a precipitarse la Luna pura en forma de un
polvillo algo negro al principio y luego se volvió blanco.

Esta es la que muchos alquimistas consideran la Cal de Luna.

Y segun los tratados de los cuales abrevó este alquimista sus conocimientos – que pongo aquí debajo para que todos
puedan leer – correspondería disolver esa cal de luna con más aqua ignis para extraer luego el Mercurio de los
Filósofos o Plata Viva.

CONCLUSION
Aquel alquimista se arriesgó a probar a los autores citados. Así elaboró un Disolvente extraordinario. El Menstruo
Hediondo de Llull, o Nuestra Agua o Vinagre de las montañas. El fuego preternatural de Artefio. El Agua primera de
los Filosofos o Disolvente de la Luna de Alberto Magno.

Es muy probable que el descubrimiento en China sea un disolvente de alguna clase. Más aún si todavía están
presentes en su composición, tras 2000 años, las materias que le dieron origen.
LOS ROSACRUCES Y EL NITRUM AEREO

Como vimos, cuando irrumpen las ideas sobre el nitrum aéreo , o sal de los sabios, de la mano de Sendivogius, a la
vez se afianzan las “ideas metálicas” como constituyente fundamental de la Piedra Filosofal.

Es la falta de resultados concretos de los alquimistas lo que obliga a revisar conceptos y proponer nuevas
concepciones (o interpretaciones) de lo que debe ser la Gran Obra.

A este respecto no viene de más mencionar la famosa Piedra de Bolonia, una materia capaz de ser incandescente en
la oscuridad, tras tratarla con cierto arte. Pocos dominaron la técnica, y aunque estaba explicada con pelos y señas
en los libros de textos, sin el florido y críptico lenguaje acostumbrado de los alquimistas, sino expuesta en toda su
desnudez, escasos hombres lograron fabricarla, entre ellos, por supuesto, nuestro querido Homberg, el “Indiana
Jones de los quimistas”.

Esto deja expuesto que aun conociendo el procedimiento y tener planos del mismo, si no se aprende observando
cómo se hace, es difícil lograr un resultado.

Ahora bien, estas dos vertientes de la alquimia – la metálica o mercurial y la del nitrum aéreo – tuvo sus
trabajadores y sus defensores. La mayoría de los eruditos y expertos quimistas se abocaron, por sus resultados
visibles y palpables, en las vías metálicas.

En tanto que los más humildes y de mente modesta, se dedicaron a los trabajos con materias más naturales. Eran
aquellos que sentían una afinidad inmensa con las cosas sencillas que podía ofrecer la naturaleza, y que creían que
en la sencillez radicaba el secreto.

Un caso curioso ha sido Thomas Vaughan, nacido en Gales en 1622, alias Eugenio Filaleteo: fue un defensor de las
ideas sendivogionas, pero al final de su vida parece que se derivó hacia las vías metálicas, ya que dicen que murió
por inhalación accidental de mercurio.

Sin embargo, esto no impidió que escribiera como adepto, como quien había logrado la Piedra Filosofal, en sus
muchos textos al respecto, como por ejemplo El Arte Hermético al Descubierto. ¿Cuántos alquimistas lo habrán
seguido pese a que jamás logró lo que sentencia en sus libros?. ¿Cuántos habrán perdido tiempo desentrañando sus
símbolos y alegorías?

Y así como él ¿Cuántos manuscritos escritos por alquimistas que se arrogan cierta autoridad no son otra cosa que
ideas o deseos todavía inconclusos, pero revestidos del aire del adepto?.

Michał Sędziwój, también conocido como Sendivogius

Esto casi siempre sucedió con los alquimistas practicantes de vías naturales. Fueron más espirituales, más en
simbiosis con la belleza de la naturaleza, y por tanto, menos críticos en cuanto a sus resultados. En todo veían
magia.

De ellos heredamos la idea de recoger rocíos en luna llena, en que la primavera era la fecha apropiada para los
trabajos alquímicos, en que la disposición de la zona Norte era un punto clave para la operatoria (esto se debía a que
los cartógrafos medievales asociaban esa zona como la morada del Paraíso)

Es de destacar que la mayoría de las obras que se abocan con determinación a las materias naturales, suelen ser
firmadas en una inmensa mayoría por alquimistas anónimos.

En este orden de ideas, tenemos Enseñanza acerca del Árbol solar, Mutus Liber, Recreaciones Herméticas (una
copia de Hermes Desvelado de Cyliani , que explica una metálica, pero adaptada a una vía natural y en concordancia
con Sendivogius).

Ahora bien, el alquimista que trabajaba con el nitrum aéreo entendió la alquimia como un proceso universalista,
alineado a las ideas aristotélicas, razón por la cual el autor anónimo de Recreaciones Herméticas, menciona al
filósofo griego.

El alquimista que trabajaba con el nitrum aéreo pensaba que podía ser la materia de la Piedra Filosofal, porque,
después de todo, veía su efecto en la naturaleza: “El nitrito de amonio forma parte de la naturaleza en el aire”, dice
la Wikipedia, y con eso vemos hasta qué punto hoy es vox populi algo que en el pasado era un misterio.

Si el nitrito regeneraba la bella y majestuosa naturaleza ¿por qué no lo habría de hacer con el ser humano? Si era la
sal universal subyacente a todas las cosas, como inspiraba la filosofía aristotélica y como menciona el autor de La
Cadena Dorada de Homero, ¿por qué no apoyarse en dicha materia para emprender los trabajos alquímicos?.

Y así cientos de artistas buscaron sus rocíos en las madrugadas primaverales, lo pudrieron en toneles de roble,
extrajeron sus sales, y con eso pensaron que habían encontrado la salida al laberinto.
LOS HERMANOS DEL “ROCIO COCIDO”: ROSACRUCES

Paralelamente a estos movimientos, en el año 1614, empezaron a oírse los rumores de la Orden Rosacruz. Pero los
fundares, contrariamente a lo pensado, no tenían una idea estable sobre la alquimia. De hecho, no sabía nada.

Daniel Mögling

Y sin embargo, la orden comienza a atraer a auténticos alquimistas para sumar filas, como Michael Maier, y Daniel
Mögling.

Es este último el que escribe el tratado conocido como Speculum Sophicum Rhodostauroticum (Espejo de la
Sabiduría de la Rosa Cruz) en 1618. Este hombre fallecería a los 39 años, pero nos dejaría esta serie de grabados,
acompañados de un texto acorde, donde se revelaría los engranajes de la Gran Obra.

Como muchos sabrán, es en este grabado precisamente donde me enfoqué en mis investigaciones respecto a lo que
denominé Parergon (que no es invención mía el nombre como ya mencioné en varias ocasiones, sino de los
rosacruces)
Ahora bien, la publicación de Confessio Fraternitatis publicada en Kassel en 1615, anónima pero atribuida a Johann
Valentin Andreae (1586-1654) y Las Bodas Químicas de Christian Rosenkreuz publicada en 1616 y atribuida a
Francis Bacon, fueron dos textos que convulsionaron Europa por aquellos años.

Pero ninguno de estos textos abordaba la alquimia operativa, sino la expresión mística y la transformación de la
persona, usando muchas alegorías y un lenguaje simbólico.

Pues bien, en escena apareció en 1710 el alquimista conocido como Sincerus Renatus, seudónimo de Samuel
Richter, quien publicó en Breslau (Alemania) una obra de contenido claramente alquímico conocida como La
Verdadera y Completa Preparación de la Piedra Filosofal, de la Hermandad de la Orden de la Rosa Cruz de Oro.

Para darle mayor misterio al contenido, Richter, menciona en el prefacio que su obra no es original, sino que se basa
en un antiguo manuscrito escrito por un “Maestro del Arte” cuya identidad se mantendrá en el anonimato.

En 1785 se publicó otra obrita: Los símbolos secretos de los rosacruces. Esta obra estaba compuesta por multitud
de dibujos y reproducciones de grabados de corte alquímico y esotérico, y se considera por varios autores como la
más importante obra rosacruz publicada después de los tres manifiestos del siglo XVII.

En 1842 aparece Zanoni, de la mano de Sir Edward Bulwer-Lytton (1803-1873) , donde narra las aventuras de dos
rosacruces alquimistas en poder del elixir de la vida eterna, Zanoni y Mejnour. Y cuenta como mientras uno se hace
visible en la sociedad, el otro se preserva ermitaño en su casa alejado de todos los dramas humanos. Una obra que
inspiraría a los autores de Fulcanelli, sin duda, y a las nociones sobre alquimia mística que trasvasaría Canseliet en el
prólogo a la obra.

Pero volvamos al alquimista Daniel Mögling.

Su obra mencionada (Speculum Sophicum Rhodostauroticum ) tiene muchos enfoques. En mi interpretación


personal, decidí abocarme a uno. Pero hay quienes ven en los grabados, en especial en este que publiqué aquí
arriba, un enfoque hacia los imanes filosóficos, esto es, sales con capacidades higroscópicas para atraer la humedad
del aire que, en teoría y en las fechas propicias, vendría preñada de lo que el antiguo denominó Espíritu Universal.

Y ello, por aquel viejo empeño del alquimista que tenía esta idea fija de que en el aire estaba la tan buscada
“materia” para constituir la Piedra Filosofal.

Pero probablemente sea Sendivogius quien definió mejor para qué quería aquella materia del aire, cuando
menciona que “nuestra Piedra es una Sal, y nuestra sal una tierra virgen” (la tierra virgen se forma con la
fermentación del rocío) casi llevándonos a la idea de que aquella sal capturada del aire solo necesita enrojecerse por
medio de una lenta reverberación y tener lista nuestra Lapis Philosophorum.

Y sin embargo, también menciona otra cosa: la utilización de un disolvente, que llama Agua, captado por un acero
mágico, y extraído de los rayos del sol y de la luna, capaz de pudrir – no disolver – un fruto solar, esto es, oro puro.
Esta última opción nos lleva de la mano al trabajo de Nicolas Valois, siglos atrás, donde también se abocó por lo
mismo: lograr un líquido capaz de reducir el metal a su primera materia como objeto principal de sus búsquedas.

Líquido que ya hemos visto, en este video, cual es su procedencia. Pero en el caso de Sendivogius es otra cosa, es un
líquido capaz de pudrir el metal, más que disolverlo, porque el filósofo lo entendió como la única forma de liberar al
metal de su esencia oculta en su seno, a través de la putrefacción.

Saber cuál es ese líquido nos lleva de nuevo a los rosacruces, pero creo que es suficiente para este post.
EL AZUFRE DE LA PIEDRA FILOSOFAL

Los alquimistas se apresuraban a decir que su Azufre no era el vulgar, que con el que trabajaban era filosófico. Y de
esta forma, la mirada se apartó del mineral conocido como azufre.

Pues bien, tomando como auténticas las descripciones de la Piedra de aquellas crónicas históricas de
transmutaciones, si nos fijamos, recuerdan mucho al Azufre.

“La masa era vidriosa, de un amarillo azufre, y un poco poroso por los lados”. (Helvetius)

“En el papel había un polvo pesado y grasiento. Tenía un cierto color amarillo limón” (Alexander Sethon, El
Cosmopolita)

Ahora bien, el Azufre, en sus descripciones técnicas, encontramos que es “amarillo limón”, “Cristaliza en rombos”
“Dureza 2 Mohs” “Funde a 115 °C”

Es decir, concuerda el color, que es cristal, pulverizable fácilmente y funde con poco calor.

El Azufre además tiene una particularidad casi mágica: si se lo funde a 200 °C y se lo vierte en agua congelada, el
shock térmico produce una goma, que recuerda serpientes , y que si se las deja al aire cristalizan en el sistema
rómbico, por lo que el azufre, volviéndose un plástico, con el tiempo vuelve a adquirir sus propiedades iniciales (24
horas según nuestra experiencia).

Es lo más parecido al Ourobouros alquímico que podemos encontrar: serpientes que vuelven a ser lo que eran
antes.

Por lo demás, el Azufre = Zeio = Zeus, en griego significa maravilloso, sobrenatural. Y ya Homero recomendaba, en el
siglo IV a.C evitar la pestilencia mediante la quema de Azufre.

Esto nos retrotrae a El Cosmopolita: “El sabio encuentra en las letrinas nuestra piedra”.
Tal vez no precisamente las letrinas como materia prima, como muchos alquimistas se aplican repugnantemente
(Homberg hizo pruebas con excrementos), sino solo la zona de las mismas, donde precisamente se quemaba azufre
para sacar los malos olores.

El sabio encontraba su materia por el olor a azufre, ya que era azufre.

Durante la Edad Media hubo una asociación entre el Azufre y Satanás. El Azufre era evidencia de que el maligno
había pasado por ahí. Esto, claramente, porque el azufre nativo se obtenía en cercanías de volcanes, que muchos
pensaban era la entrada al infierno.

Fulcanelli dice de la materia prima, “Dabase a la piedra bruta la imagen del diablo”.

Hasta aquí los datos aportados son cuando menos curiosos y significativos.

Pero la cosa sigue.

El Azufre, según se desprende de textos técnicos, se genera en estrellas masivas en las que predominan
temperaturas de fusión, tal como las supernovas. ¿ Y acaso no es donde el oro se produjo según las modernas
teorías?:

En efecto, cuando buscamos sobre el oro, en Wikipedia encontramos:

“Es un elemento que se creó gracias a las condiciones extremas en el núcleo colapsante de las supernovas”

Por lo demás, yendo a lo técnico, la manera en que los alquimistas reincrudaban un metal (es decir, lo volvían a su
estado mineral) tocado por la industria, era añadiéndole Azufre: de esta forma recuperaban lo que perdieron en la
fundición.

Esto significa que la vida, la regeneración del metal, lo aporta nada más ni nada menos que el Azufre vulgar, el
principio vital de la vida metálica. A la vez, el azufre siempre fue negado por los alquimistas diciendo “nosotros no
trabajamos con azufre y mercurio vulgares”.

Insistían una y otra vez, como si hubiera una necesidad apremiante en dirigir a los experimentadores hacía otras
materias que no sean las básicas.

Fulcanelli le otorga al latón y al bronce, en griego, la misma significancia que la palabra Azufre. Las alusiones al latón
y al bronce están desperdigadas en muchísimos tratados alquímicos como indicación de la materia prima con la que
hay que trabajar.

No sólo eso.

«En el reino del azufre -insiste el Cosmopolita-, existe un espejo en el que se ve todo el mundo. Quienquiera que mire
en ese espejo, puede ver y aprender las tres partes de la sabiduría de todo el mundo, y de esta manera se convertirá
en muy sabio en esos tres reinos tal corno lo fueron Aristóteles, Avicena y otros muchos que, al igual que el resto de
los maestros, vieron en ese espejo cómo fue creado el mundo.» (De Sulphure, Coloniae, 1616, p. 65.)
Ahora bien, el alquimista Stuart Chevalier, nos dice que “El Azufre más o menos puro produce todos los metales
perfectos e imperfectos según el grado de pureza en que se encuentra este Azufre”.

Y añade:

(…)”Cuando el Azufre de naturaleza no se encuentra en el grado de perfección necesaria y bien impregnado de


Espíritu Universal, no sabrá producir más que metales bastardos, minerales y piedras en vez de oro y plata”.

Con esto nos vuelve a decir que el Azufre es vital para la vida metálica, y además, si está “impregnado” de Espíritu
Universal ( o sea, el nitrum aereo, nitrito de amonio) podrá producir oro o plata (si se junta con mercurio).

Esto nos conduce a la comprensión tal vez de la famosísima transmutación de Sendivogius donde emplea una
materia de color “amarillo limón” , grasienta, y que pone mercurio amalgamado con el plomo para luego lanzar su
Piedra.

Lo interesante es que en el tratado La Química aplicada a las artes, que nada tiene que ver con la alquimia, se
describe algo muy parecido pero con estaño:

Llama Muriate de Amoniaco a lo que es cloruro de amonio, una sal de amón, que tiene un punto de fusión más alto
que los otros amonios – bicarbonato, nitrato, etc – y por eso lo puede añadir tranquilamente a la mezcla. En esa
mezcla que interviene el mercurio se obtiene una suerte de transmutación: en realidad fabrican oro musivo, que por
su color recuerda al oro. Pero no es auténtico.

En la antigüedad pudo haber engañado a muchos.


Tampoco es auténtica la transmutación que lleva a cabo Zosimos, y de la cual ya expliqué de donde la obtuvo (el
papiro de Leiden): de hecho él llama teñido a lo que se produce, pero con el tiempo “teñido” y “transmutación”
fueron mezclándose, convirtiéndose en sinónimos.

Si nos fijamos en aquel papiro, también interviene el azufre:

“Oxido de calcio, 1,7 gramos. Azufre, anteriormente molido, una cantidad igual. Ponlos juntos en un recipiente.
Añade vinagre o la orina de un joven; luego dale calor desde abajo hasta que el liquido parezca sangre. Filtrar los
sedimentos, y utilizarlo puro.”

Si de recetas con azufre nos interesa para la crisopeya, lo tenemos también aquí:

“Toma azufre vivo y salitre a partes iguales, muélelos y mézclalos bien. Pon esta mixión en una vasija de vidrio bien
enlodada y manténla durante dos horas a fuego lento, y después aumenta el fuego hasta que cese el humo. Después
del humo sale la llama por el cuello de la vasija subiendo dos o tres codos y, tras cesar la llama, el azufre casi blanco
y fijo permanece en el fondo. Sácalo, y tomando dicho azufre fijo y otra tanta sal armoniaco opera como al principio,
moliendo y mezclando las dos partes. A continuación ponlo todo a sublimar. A fuego lento al principio, más fuerte
después, de manera que vaya aumentado durante cuatro horas. Saca lo que se ha sublimado y también lo demás, e
incorpora lo sublimado con las heces y enseguida reitera la sublimación otras seis veces, operando siempre de la
manera explicada. Por fin el azufre permanecerá en el fondo del vaso, debes tomarlo y molerlo bien. Ponlo en un
lugar húmedo sobre un mármol o vidrio y se convertirá en aceite, del cual echa dos o tres gotas sobre un ducado
fundido en un crisol para que se vuelva aceite, y viértelo sobre marmol y se congelará. Pon una parte de esta
sustancia sobre cincuenta de mercurio purgado y se hará un sol excelente.”

PRACTICA CARAVANTIS HISPANI. R. SULPHURIS VIVI


Esta obrita, supuestamente escrita por un tal “Caravantes, alquimista español”, ha sido recogida en dos colecciones
de textos bien conocidas por los amantes del arte, el “Theatrum Chemicum” y la “Verae Alchymiae Artique
Metallicae”. Aquí reproducimos una versión extraida de: Oxford, Bodleian Library. Ms Ashmole 1408. Siglo XVII. Folio
23v.

Pero no solo estos métodos hablan de alguna suerte de transmutación – o teñido más probablemente – con el
azufre, también encontramos en el Aceite de Azufre de George Starkey una fórmula para un Elixir asombroso.

La historia es la que sigue (la traduje en el día de ayer) que rescata Starkey de Van Helmont:

En el año 1600, cierto hombre perteneciente al campo, cuyo oficio era llevar cuenta de la provisión de víveres que se
hicieron para el ejército, siendo responsable por una numerosa familia de niños pequeños incapaces de moverse por
sí mismos, él mismo tenía entonces cincuenta y ocho años de edad, y era muy sensible al cuidado y la carga que
recaía sobre él para proveer a los niños mientras pudiera. Pensaba que si moría, sus hijos debían ser obligados a
mendigar su pan de puerta en puerta. Entonces vino a visitarme y quiso que le diera algo para preservarle la vida. Yo
entonces, siendo un hombre joven, me compadecí de su triste condición, y por eso pensé: el humo del azufre ardiente
es, por experiencia, poderosamente eficaz para preservar los vinos de la corrupción. Luego, recordando estos
pensamientos, concluí que el licor ácido de aceite, que está hecho de azufre vivo, puede contener en si mismo este
humo; sí, y el olor del azufre no es nada más que un humo embebido en su sal mercurial, y así se vuelve en un espíritu
condensado.
Y entonces pensé: Nuestra sangre (para nosotros) no es otra cosa que, por así decirlo, el mismo vino de nuestra vida,
que siendo conservado, si no prolonga la vida, al menos la mantendrá sana de tantas enfermedades que proceden
originalmente de la corrupción; por lo que la vida es sana, y libre de enfermedades y defendida de dolores y
aflicciones, podría de alguna manera aumentar su estimativo de vida. Entonces medité la solución: le di un frasco de
vidrio, con una pequeña cantidad de este aceite, destilado de azufre, y le enseñé (además) cómo hacerlo por si mismo
por si necesitara más después. Le aconsejé de este licor que debería tomar dos gotas antes de cada comida en un
pequeño barril de cervea, y no excederse de esa dosis normal, ni interrumpir el uso, dando por sentado que dos gotas
de ese aceite, contiene una gran cantidad del humo de azufre. El hombre siguió mi consejo y en este día, en el año
1641, es lujurioso y con buena salud, camina por las calles en Bruselas sin quejarse, y es probable tenga más tiempo
para vivir; y lo que es más notable: en todo este tiempo de cuarenta y uno años no estuvo enfermo. Aunque sí, en
invierno se rompió una pierna, ya tenían una gran edad avanzada, cerca del hueso del tobillo, por una caída sobre el
hielo, pero con el uso del aceite se fue recuperando sin el menor síntoma de una fiebre. Y aunque en la vejez, la
pobreza lo había reducido a grandes apuros y dificultades, necesitado de muchas cosas para la comodidad y vivir
dignamente, sin embargo, su salud se preserva, vive sano y salvo, sobrio y delgado. El viejo se llama John Moss, y la
última vez que lo ví tenía nueve años de edad, sano y lujurioso, y todavía continúa el uso de ese licor a diario.

Este aceite de azufre, fabricado por Starkey, es prácticamente un elixir que prolonga la vida si es consumido como
se debe, pero tampoco es una Panacea: a Starkey, totalmente convencido de sus virtudes extraordinarias a través de
la observación de las muchas personas que sanó, se dirigió donde había túmulos de cadáveres por la Gran Peste, y
fallecería por la plaga en 1665.

Aquella epidemia asoló Londres entre los años 1665 a 1666, y fue la última epidemia de peste bubónica donde
fallecieron 100 mil personas. Esta peste, causada por una bacteria (Yersinia pestis) que portaba las pulgas de las
ratas, diezmó el mundo, y no hubo alquimista que pudiera hacer nada al respecto.

De hecho, Starkey, brillante como pocos, con su sal voladora, su alkahest y su Piedra Filosofal a medio terminar con
mercurio, no pudo salvarse a si mismo.

De un cronista de la época encontramos este relato:

El Sr. Starkey vivió en el lugar allí especificado; pero murió como me han informado, en la Gran Plaga en 1665, al
aventurarse a anatomizar un cadáver muerto de la plaga, como el Sr. Thomson, el químico, había hecho antes él, y
vivió muchos años después; pero la aventura de Starkey le costó la vida. Sin embargo, la medicina, realmente hecha y
preparada a partir del mineral azufre, llamado azufre vivo, ahora puede obtenerse de muchos químicos en Londres y
sus alrededores; no, la dificultad para hacerla no existe: puedes hacerla tú mismo si quieres: espera el tiempo y la
oportunidad de comprar el mineral de azufre (no azufre común, el mineral).

El proceso y la forma de la campana de vidrio, y la forma de hacer y rectificar este espíritu del mineral azufre, o
azufre vivo, ya que sale como una piedra de la tierra, se puede ver en el químico obras de Hartman y Crollius,
llamadas "Royal Chymistry", Chara's "Royal Pharmacopaea / 'Lefehure, Thibault, Lemery, Glaser, "Dispensatorio" de
Shroder, y muchos otros, a los que les remito.

W. C. B.

En suma, que parecería que el azufre ha sido en la historia de la alquimia enormemente significativo. Por más que
algunos textos del corpus alquímicos lo nieguen y rechacen visceralmente.
VIDA Y OBRA DE IRENEO FILALETEO, ALIAS GEORGE STARKEY Y SU RELACIÓN CON ROBERT BOYLE

Uno de ellos sería el padre de la Química moderna. Y el otro, el último alquimista del siglo.

Y sin embargo…

La relación de George Starkey (alias Ireneo Filaleteo) y Robert Boyle es poco conocida. Quizá sea bueno escarbar un
poco en la misma para conocerlos.

Boyle tempranamente estuvo interesado en ensayos moralistas y de corte más bien seráfico (o románticos y sobre el
amor humano) en tanto que a la misma edad Starkey ya experimentaba con mercurio, antimonio, y se leía las
grandes obras de la alquimia, en un intento desesperado de lograr la crisopeya y una medicina universal. Tenía 20
años y leía vorazmente todo texto alquímico que pudiera ayudarle en sus trabajos.

Starkey se recibió de médico, y la relación con Boyle se establece cuando lo atiende a este último por un malestar y
le receta alguna medicina. Hasta entonces los intereses de Boyle iban por otro lado.

Poco a poco, se hacen amigos. Y Starkey le enseña muchas cosas de los quimistas.

A medida que pasan los años, Robert Boyle, por su posición en la sociedad, empieza a ganar fama con sus trabajos
de quimista. Y poco a poco irá separándose de la alquimia, de alguna manera rechazando a las personas como
Starkey a quien, paradójicamente, le usaba sus trabajos para engrandecerse.

Y no sólo Starkey.

La primera obra de Boyle se basó enteramente de su teoría sobre el atomismo, con un ejemplo de disolución de
plata y oro para demostrar su punto. Enteramente su ensayo se basó en los trabajos Daniel Sennert al que cita en
varios lados de su obra, pero jamás menciona que plagió sus trabajos íntegramente, e incluso lo crítica algo
despectivamente.

Ese modus operandi de Boyle lo lleva a cabo en varias ocasiones también con Starkey, al que le extrae el secreto del
mercurio filosófico (en una carta fechada en 1651), que llama el Mercurio Incandescente, y en su obra Orígenes
mecánicos del calor y del frio, Boyle habla del frío que se produce cuando se disuelve sal amoniacal, (cloruro de
amonio) en al agua, dando como resultado un frío muy intenso.

Este experimento se lo enseñó Starkey íntegramente, y en la correspondencia de ambos (carta del 16 de enero de
1652) se encuentra señalado sin lugar de dudas.

Y no olvidemos que Starkey era un avezado experimentador desde hacía años mientras que Boyle aprendió todo a su
lado, y luego quiso divorciarse de él y de la alquimia con su El Químico Escéptico. Y es que pasó 40 años de su vida
persiguiendo a la crisopeya y a los adeptos, para luego reprender la materia de forma despectiva (aunque no podría
negar jamás el haber sido testigo de una transmutación).
En la carta de Starkey de 1652 le dice a Boyle que en un “abrir y cerrar de ojos” la sal amoniacal que había sido
sublimada con antimonio y luego disuelta, congelaba el vidrio y si se sumergía podría congelar el agua dejándolo
como hielo.

Posteriormente en el diario de Boyle señalará que el agua rociada en el matraz en el que se disuelve cloruro de
amonio tratado de esta manera, se congelará. Y ahí lo menciona como El experimento de Starkey. Pero en su obra
publicada esta referencia no la incluirá.

Lo mismo en su artículo Transacciones Filosóficas publicado en 1676 que habla del mercurio especialmente tratado
que se calienta cuando se mezcla con oro, un punto clave para los esfuerzos crisopéticos. Como mencioné, la receta
de esta sustancia no provino de otro lugar que de George Starkey. Pero Boyle menciona que descubrió esta
misteriosa sustancia alrededor del año 1652, y atribuye este hallazgo a sus propias pruebas y a la “bendición de
Dios”.

De nuevo, las contribuciones de Starkey son eliminadas sistemáticamente de sus trabajos, atribuyéndoselos. Pero no
sólo eso. Boyle se presenta como experto independiente en las prácticas quimicales.

Lo peor tal vez sean sus comentarios en El Químico escéptico, donde habla desfavorablemente de los quimistas a los
que tacha de analfabetos porque no le quisieron enseñar operaciones quimónicas, esto es, que conducen a la Piedra
de los Filósofos. Rechaza su deuda con la tradición Paracelciana o Helmontiana, diciendo que nunca estuvo expuesto
a ellos, lo cual es mentira porque fue seguidor acérrimo de Van Helmont en donde descansó muchas de sus teorías,
al punto que sus primeros críticos pensaron que El Químico Escéptico era una continuación de la línea Helmontiana,
y no una obra original.

Y entre los rechazados y “analfabetos”, no cabe duda, está Starkey, su mentor, de quien aprendió todo, y al que le
robó todos sus trabajos. Hoy día esta actitud sería vilipendiada como un robo a la propiedad intelectual, pero en la
época de la que hablamos no era así, desgraciadamente.

La Inglaterra moderna temprana tenía sus propias normas para el reconocimiento de la propiedad intelectual. Los
escritores tenían esto que se llamaba “imitatio” y consideraban que estaba bien adoptar o adaptar los temas
existentes e incluso los modelos estilísticos.

Pero obviamente sin el robo burdo: se podía copiar una idea, pero no robarla. Algo que, si se piensa, es más o menos
lo mismo que el plagio a día de hoy. Por lo tanto, el plagio en el sentido de endeudamiento no reconocido fue poco
criticado en el Renacimiento. No sería hasta el siglo XVII que la palabra plagio comenzó a utilizarse.

Y más allá de esto, lo que causa turbación es que Boyle sabía cuan importante es citar sus fuentes, porque en sus
trabajos, menciona cuan deplorable es no hacerlo, y lo hace para que no le plagien a él lo suyo. Y en El Origen
Mecánico de las Cualidades (1675) cita un párrafo de Plinio sobre los plagios:
“Sin duda es la marca de una base de alma miserable preferir ser atrapado en el robo que devolver una deuda
especialmente cuando se obtendrá un beneficio del préstamo”.

Este sentido del pasaje lo repetirá en sus obras para advertir que no lo plagien, quizá por aquel viejo refrán de que
“piensa el ladrón que todos son de su condición”.

Por eso ni mención habrá de su plagio a Daniel Sennert o a George Starkey, y por eso habría que preguntarse si los
alquimista que alguna vez afirmaron lograr la crisopeya no hicieron bien en cifrar todos sus conocimientos para que
gente como Boyle y otros “eruditos” de la época no tuviera acceso.

Como dijo un amigo mío alquimista: “los libros de alquimia son para los eruditos. Porque ellos son los peligrosos. Por
eso son tan rebuscados, para que se pierdan y terminen atrapados en ellos”.

Ahora bien, si consideramos que el Padre de la Química , Robert Boyle, usurpó trabajos de otros que le dieron
reconcomiento, es importante saber que el motor para hacerlo, además de la distinción, y distanciarse de aquellos a
los que le plagiaba sus trabajos, se debió a que no estaba de acuerdo con el contexto filosófico de estas personas,
que eran mayormente aristotélicos, y Boyle era más bien atomista. Era mejor no citarlos, porque se quería presentar
al público como alguien que no usaba el saber de los que no eran dignos (o que creían cosas fuera de sus axiomas).
Boyle se quería presentar como un filósofo natural corpuscular basado en la experiencia, y que era la nueva ciencia
que estaba a la vanguardia. El aristotelianismo de Sennert no era algo que compartiera y entonces mejor ni
mencionarlo a Sennet, sacarle sí sus conocimientos, pero evitar mencionar de donde provinieron.

En el caso de Starkey se podría explicar por motivos semejantes, pero quizá es un poco más complejo. Porque como
afirmó en sus trabajos, la idea de haber sido tutorado por un “analfabeto”, como definía a los quimistas de esta
clase, sentaba el precedente del distanciamiento que habría para siempre de la alquimia con la química. El mundo de
la alquimia era un mundo incoherente, un mundo del cual deseaba fervientemente distanciarse (sólo oficialmente,
porque en su interioridad anhelaba la crisopeya).

Y sin embargo, ¿cómo explicar que cuando hablaba del Mercurio incandescente no hacía un giño a los alquimistas? Y
de esta forma transmitía su destreza en el campo de la crisopeya.

La explicación, como digo, es que deseaba fervorosamente toparse con un adepto y que le pudiera enseñar: esta
manera de darse a conocer era su sello como interesado en la crisopeya. Por eso, al subrayar su propia experiencia,
y no la de su maestro (Starkey) se revelaba a ese mundo oculto y misterioso para que alguno de sus personajes se
pusiera en contacto con él y le ayudara a resolver la Gran Obra.

O quizá lo pudiera plagiar también a este supuesto adepto.

No olvidemos que los plagios eran de carácter práctico, es decir, de experiencias que Boyle no llevaría a cabo, y no
meramente un plagio teórico sobre algo explicado fuera del ámbito de la experiencia.

Como sea, el resultado que tuvo Boyle al suprimir sus fuentes, es un incremento de su virtuosismo, haciendo que
llevara su vida a un estatus icónico reforzado por sus partidarios y hagiógrafos. Y esta supuesta originalidad y
novedad de Boyle influyó notablemente en cómo se presentó la química posterior y cómo ha sido dejada de lado la
alquimia, después de todo, la fuente de su éxito.

LAS INFLUENCIAS Y LA MATERIA DE STARKEY


La influencia de Joan Baptista Van Helmont, cuyas obras dominaron a los quimistas de la segunda mitad del siglo
XVII, fue innegable en Boyle y Starkey.

Y si Van Helmont dejó una figura bastante sombría y con un estilo oscuro, George Starkey fue la antítesis: sus
cuadernos de laboratorio gozan de detalles y son lo suficientemente explícitos para saber qué hizo y cómo lo hizo. Ya
los analizaremos.

El alquimista y la obra como una confección de su propio crecimiento espiritual. Este punto de vista de una alquimia
espiritual fue popularizada por primera vez por los ocultistas del siglo XIX conocidos como Eliphas Levi, Mary Anne
Atwood y Arthur Edward Waite. Y posteriormente le darían un lenguaje más “científico” Carl Gustav Junt y Mircea
Eliade que jamás sujetaron en sus manos un matraz y en la comodidad de sus sillones y butacas, teorizaron y
quisieron explicar lo que no entendían, pero cuyo punta pie lo dieron aquellos ocultistas (otros que solo de adornos
tendrían los matraces).

Es decir, que los matraces, los crisoles, los hornos, los alambiques, sólo eran un objetivo de auto perfección
espiritual, algo de todo punto de vista ingenuo y erróneo.

Pero esta influencia ejerció lo suyo durante mucho tiempo y sigue en la mirada de muchos alquimistas modernos
esta idea de que sin esa contraparte espiritual no se va a ningún lado. Muchos movimientos planean sobre esta idea
de una alquimia espiritual que parece más una religión que el conocimiento de los viejos artesanos egipcios cruzados
con los griegos y posteriormente jalonados por los árabes a occidente.

Y aunque muchos especialistas en la historia de la alquimia han desmantelado estas visiones, siguen y seguirán
explicando a muchos buscadores de respuestas qué era la alquimia en el pasado o por que escribían de forma tan
críptica.

Pero esta concepción incluso la utilizan muchos alquimistas para diferenciar la alquimia de la química.

Y sin embargo, esta interpretación de la alquimia, espiritual o jungiana, es falsa: se basa en los puntos de vistas de
los ocultistas victorianos que no trabajaron jamás en un laboratorio de alquimia.

Los alquimistas del medioevo trabajaban con materiales reales, tomaban pesos, estimaban medidas, no trabajaban
aleatoriamente , y lo hacían persuadidos de que esa materia a lograr les iba a conducir a la crisopeya, revelar el
secreto de la naturaleza.

Y en este sentido, surge el antimonio como elemento de preferencia por muchos alquimistas, al punto que uno de
ellos, conocido como Basilio Valentin, escribe un tratado titulado El Carro Triunfal del Antimonio.

Ahora bien, la coexistencia de la teoría y la práctica alquímica, el ensayo cualitativo y cuantitativo, y el experimento
en general se revela de manera muy elegante en los tratado sobre el antimonio escritos por Alexander Von Suchten,
un noble prusiano del siglos XVI.
En el Tractatus secundus de antimonio vulgari, publicado en 1604, pero escrito en 1579, nos da instrucciones de
cómo preparar un potente medicamento a partir del antimonio.

Afirma que la clave está en reducirlo a un regulus de antimonio. Luego, se alea el regulus con plata (las que serían las
famosas Palomas de Diana de Filaleteus/Starkey) y usando la aleación resultante para revivir el mercurio común
(plata viva)

El objetivo es aislar el “oro volátil” dentro del regulus (que se origina en el hierro utilizado en su confección) y que
eventualmente se convertirá en “oro potable”, el arcanum medicinal anhelado.

El mercurio revivido así tiene el poder de penetrar en los metales y separar su mercurio y azufre unos de otros.

Este texto fue crucial en la vida de los crisopeyanos y abrió por primera vez la idea de que el regulus era la pieza
clave en el puzzle de la alquimia. Este mercurio de antimonio de Suchten fue la base de donde nacerían los trabajos
de George Starkey. Y sin embargo, para Suchten lo importante era la iatroquimica paracelsiana y no la
transmutación metálica: le interesaba el oro potable.

Y aunque una sección de su segundo tratado habla sobre la crisopeya, finalmente la rechaza a favor de sus
preparados medicinales, donde estaba realmente enfocado.

Suchten menciona el intento de fabricación de otros metales directamente del antimonio regulus , un proceso que
diferencia claramente de sus instrucciones para hacer el Mercurio Filosófico, y dice:

“He hecho estos cuatro metales (plomo, estaño, cobre y hierro) yo mismo fuera del regulus. Los otros dos, plata y oro,
he visto a mi buen amigo hacer”.

Y dice de la plata artificial que se puede fusionar, martillar y copelar de la misma manera que la plata natural. Sin
embargo, no se disuelve en ácido nítrico. Solo lo hace como el oro, en Agua Regia. Y deja un residuo blanco que a la
llama no arroja otra cosa que un cristal lechoso. Esto lo decepcionó, ya que ese metal no actuaba como oro ni plata,
aunque parecía esta última.

Este y otros fracasos, llevará a este hombre, Suchten, a denunciar siempre los trabajos transmutacionales. Tras
probar la plata, también lo hizo con el oro, solo que en este caso un orfebre calificado lo aprobó, y sin embargo,
Suchten, más meticuloso que aquel, lo sometió a una batería de pruebas indicando que tampoco era oro natural.

“El maestro Hans el orfebre dice que es buen oro. Así que tomé el oro y se lo llevé al orfebre, preguntándole que clase
de oro era. Dijo que era buen oro y que podía usarlo como oro. En cuanto a la apariencia, corte, piedra de toque, y
martillado , fue que era buen oro.”

Pero, como digo, Suchten no se contentó con este dictamen que habría hecho correr la voz de que se había logrado
la transmutación. Buscando la verdad y usando su máximo rigor crítico, ensayó varias pruebas , y en cada una
confirmó que era oro. Algo que podría “alegrar a todo alquimista”. Pero Suchten no podía estar tranquilo, el fallido
ensayo con la plata lo ponía escéptico.

Así que fusionó el oro con su mercurio animado y calentó la mezcla durante un mes, y luego destiló todo. Descubrió
de esta manera que cuanto todo el mercurio fue expulsado, sólo dos cuartos de onza de metal se quedaron atrás, la
mitad de la cantidad original.

Esto, señala Suchten, era exactamente la cantidad de oro que su amigo había añadido al antimonio regulus al
principio con el fin de convertirlo en oro. La semilla que esperaban que actuara con el oro para el antimonio, se
había recuperado, entonces explicó Suchten porqué el oro artificial fracasó.

Dijo:
“El Azufre de antimonio, que coagula su mercurio, no es radicalmente unido con el mismo, por lo que no permanece
con él. Si lo intentas en sus otros metales artificiales tu regulus no seguirá siendo ni plomo , estaño , cobre ni hierro,
pero volverá a ser un mercurio. Por lo tanto, ni usted ni nadie será capaz de coagular el mercurio de antimonio en un
buen metal, como algunos especulan”.

El amigo de Suchten – así como él mismo – concluiría que la transmutación de los metales es una “fantasía lunática y
melancólica” entretenida para aquellos que carecen de experiencia en el fuego.

Profundamente convencido del fracaso inevitable de la transmutación, Suchten y su amigo recomiendan a otros
aspirantes a crisopeyanos a abandonar tan estéril tarea.

LOS CUADERNOS DE STARKEY

Los cuadernos de George Starkey proporcionan una visión incomparable del laboratorio quimista, lo que nos
permite ver la forma en que celebre practicante del arte realmente organizó, se puso en marcha y llevó a cabo su
trabajo en los reinos de la crisopeya, la farmacia química, y otras actividades técnicas asociadas con la quimistry.

Los registros sobrevivientes de laboratorio de Starkey datan de 1651 y 1658 y constan de tres cuadernos autógrafos
completos, unos cuadernos fragmentarios y cuatro transcripciones parciales.

La gama de proyectos descriptos en los cuadernos es extremadamente amplia. Algunas entradas implican
medicamentos químicos bastante estándares, o las destilaciones de aceites y perfumes. Algunos tratan la
preparación del Mercurio Filosófico y los intentos de llevar a cabo la Piedra Filosofal.

Otros registran intentos de multiplicar los metales preciosos mediante el uso de pequeñas porciones de ellos para
transmutar metales bases. Los cuadernos , únicos sobrevivientes de este hombre, dan habida cuenta de su
compromiso con la crisopeya y en participar con la elaboración de la Piedra Filosofal.

Starkey era un trabajador de laboratorio altamente reflexivo y los cuadernos están repletos de meditaciones sobre la
naturaleza, y el método de la ciencia de laboratorio de investigación.

En sus cuadernos percibimos enseguida la obsesión que tenía por los hornos, algo que trasladará con pelos y señas a
los libros de su alter ego, Filaleteus. Por eso se autitulará “Filósofo del Fuego”. Y en agosto de 1656 , cuando se
prepara para la Gran Obra para hacer la Piedra Filosofal, primero estima los costos del horno que servirá para el
proyecto.

Muchos de sus diseños implicaban que otros vinieran a construirlos a partir de ladrillos y morteros. No solo gente
que le ayudaba a construir sus artefactos, sino asistentes que velaban porque el fuego estuviera en todo momento
encendido. Imaginemos que en aquella época el combustible utilizado eran carbones.

En una carta fechada en la primavera de 1651 a Boyle, le cuenta que preparó una medicina que “dejó en un horno
con un fuego suave y dio orden para que se pusiera un fuego debajo cuando eso se apagara”.

Pero a veces sus finanzas no le permitían contratar asistentes. E incluso tuvo que pagar muchas veces deudas con la
cárcel o la prisión domiciliaria. Por eso en sus cuadernos las operaciones las llevaba a cabo él mismo.

El mayor valor de los cuadernos de Starkey es su capacidad para contarnos sobre los aspectos operativos y
metodológicos precisos de su práctica de laboratorio y así permitirnos reconstruir los procesos de pensamiento que
guiaron su trabajo de laboratorio.

En sus cuadernos encontramos que comienza con la Antimoniología (su materia preferida), es decir, procesos para
preparar el azufre del antimonio.

Como sabemos, según la teoría que prevalecía en la época (Siglo XVII) el azufre era junto al mercurio (y a veces la sal,
si nos guiamos de Paracelso, cosa que yo no haría) uno de los ingredientes esenciales de las sustancias metálicas.

El objetivo principal, complicado, era descomponer metales o minerales (como el antimonio) con el fin de aislar el
azufre de los demás componentes. Y esto, como digo , no es nuevo. En la Química Aplicada a las Artes, manual de
metalurgia entre otras cosa, menciona que para “separar el azufre del antimonio se debe fundir con el hierro”.

Para los crisopeyos, los diversos azufres y mercurios también eran de gran importancia: proporcionaban los
materiales base para construir metales, y siendo así, se podrían usar para mejorarlos.

Starkey comienza su trabajo con el azufre del antimonio fijándose en el método recomendado por Johannes
Hartmann en su edición Basílica chymica de Oswald Croll (1608)

El método implica el tratamiento del antimonio, esto es, estibina o lo que es lo mismo, trisulfuro de antimonio
nativo, con un ácido fuerte fabricado con la disolución de la sal amoniacal (cloruro de amonio) y salitre (nitrato de
potasio) en aqua foris (ácido nítrico) y destilando la mezcla para producir una especie de Agua Regia (semejante al
Agua de los dos campeones de Basilio Valentin).

El tratamiento del antimonio con este ácido produce una efervescencia vigorosa y deja un residuo antimonial que
luego se extrae con una solución hirviendo (o lixiviando) de sal de sarro (carbonato de potasio, lo que yace tras las
cenizas de todo vegetal).

Este extracto se evapora a sequedad y el azufre antimonial se sublima a partir del mismo. En sus textos, se nota que
Starkey no compila, sino que se encarga de la creación de algo que lo conducirá a lo que parece un tesoro poderoso.
Por lo tanto, de lo que aprende, lo mejora y perfecciona.

En un pasaje de su querido mentor, Van Helmont, saca esta información y la anota en su cuaderno:

“Ver por qué medios usted es capaz de obtener un azufre (de antimonio) como el azufre común, un poco de
inclinación a verde. Hacer cinabrio, entonces lo sublimé 6 veces por si mismo para que la sublimación pueda servir
para la reverberación de Lili. Tomé medio onza de este cinabrio, molido, y suspenderlo durante 24 hs en una jarra
grande de vino. Una cucharada de esto tomada durante varios días tiene un efecto maravilloso. Y el mismo cinabrio
es suficiente para muchos cientos de jarras de vino, ya que es de igual fuerza si se vuelve a sublimar”.

Starkey analiza el texto detenidamente, y toma nota de estos detalles:


“Observo en la descripción

1. Que se desea un azufre como el azufre común, excepto que el azufre común es menos verde.

2. Que a partir de este azufre se pueda hacer el cinabrio, que no creo que pueda hacerse sin mercurio.

3. Esa sublimación puede completar este cinabrio, que también se llama Lili.

4. Que este cinabrio es volátil, porque se puede volver a re sublimar cien veces por cien jarras.”

En otras palabras: Starkey señala que primero, de alguna misteriosa manera, uno debe preparar un azufre verdoso
del antimonio, y luego que este azufre se logra, se combina con mercurio común para hacer el cinabrio. Como
sabemos, el cinabrio vulgar se hace mezclando azufre común con mercurio común y sublimando la mezcla en una
masa roja brillante (sulfuro de mercurio). Por analogía, al llamarlo cinabrio, Van Helmont nos da una pista más sobre
su preparación.

Como vemos, hay muchísimas incógnitas que el cerebro de Starkey empieza a analizar. Por ejemplo, el nombre Lili.
Entonces vemos en sus cuadernos que hace algo desconcertante: escribe otro proceso para separar el azufre del
antimonio.

Este proceso consiste en lanzar una mezcla molida de antimonio, sal de sarro (carbonato de potasio) y salitre en un
crisol caliente. Se produce una deflagración vigorosa, el residuo se fusiona y el material fundido se vierte para
enfriarse.

El material fundido se separa en una porción metálica llamada regulus de antimonio (metal de antimonio) y una
escoria compuesta. El describe el proceso como “el azufre del antimonio absorbido por las sales alcalinizadas”.

Pero ¿por qué transcribe esta receta? No se sabe, pero tal vez porque pensaba que esta clase de azufre antimonio se
acercaba a lo propuesto por Van Helmont.
Ahora bien, es la escoria de este regulus lo que en contacto con el aire se “vuelve verde en el aire”. Y cualquiera que
lo toca “deja los dedos” de un “color dorado”. Lo que sugiere, para la mente perspicaz de Starkey, que un azufre del
color verde amarillo deseado podría estar incluido ahí.

También deja indicado que la “parte metálica” (o sea, el regulus) que está separado del azufre, debe conservar
todavía “un azufre combustible dentro de si mismo”, porque cuando se mezcla con salitre el regulus se quema,
revelando así la presencia de azufre inflamable.

Esta idea se convalida con la de Van Helmont que , según sus creencias, el antimonio tiene más de un azufre, uno
externo (más fácil de separar) y otro interno (mucho más complicado de extraer). Tras observar estas cosas, Starkey
concluye que podría estar en presencia de lo requerido por su mentor de “ver por qué medios eres capaz de
obtener un azufre como el azufre común”.

Pero Starkey no se conforma con este primer ensayo, y analiza, saca conclusiones, repite experiencias, mejora la
fórmula, para ver si encuentra un mejor método. Asi plantea un proceso conjetural , algo que en los cuadernos de
Starkey vemos repetidamente.

Ahora bien, la influencia de Suchten en la obra de Starkey es muy transparente. En especial la preparación del
Mercurio Filósofico de Starkey del cual ya hemos hablado en otro informe, y que como vimos, su origen se
encuentra en la obra de Suchten.

Pero también le trasvasaría el interés, obviamente, por el Oro Potable. Esta medicina era un arcano muy buscado y
del cual se escribieron muchos supuestos métodos en el siglo XVII.

Según Suchten, el oro no interviene en lo más mínimo en su preparación. Está, por el contrario, preparado de un
“oro filosófico” o “Sol volátil” extraído del regulus estelar del antimonio.

Este se prepara, como sabemos, con estibina (trisulfuro de antimonio) y hierro, de ahí el nombre regulus marcial,

por Marte (hierro).

Este regulo, como sabemos, muestra un patrón estelar (estrellado) en su superficie. Para Starkey no debe ser
preparad el Oro filosófico haciendo un mercurio antimonial fuera del regulus, como anteriormente lo había hecho
en la preparación del Mercurio Filosófico.
Entonces sugiere que hay que añadirle algo al regulus de antimonio para extraer un sublimado de oro de este y que
será su Sol. Y meditará largamente cómo hacerlo, ya que en este caso Suchten mantendrá un silencio respecto de
cómo aislar el oro volátil o filosófico directamente del regulus. Analiza una y otra vez el texto de Suchten en busca
de pistas. Al cabo, escribe en su cuaderno:

“Suchten escribe que hay un misterio en la escoria de la primera fusión del regulus. Entonces en consecuencia ¿por
qué el azufre no podría ser sublimado de la escoria con espíritu apestoso (o sea, carbonato de amonio) que
sublimado abrazaría la masa estelar en la sublimación y teñiría su blancura en un amarillisimo solar en su unión
ascendente?”

En otras palabras, que en la escoria estaría el misterio o la clave para separar el Sol Filosófico. Pero al final, vemos en
su cuaderno estas palabras escritas Frivolum hoc (“esto no vale nada”). Y parece haberse quedado estancado en
múltiples pruebas para lograr llegar a buen puerto.

Pero si algo tenía Starkey era que , además de metódico, era perseverante. Y el fracaso de sus conjeturas no
significaba el abandono del proyecto. Por eso volverá varias veces al problema del cinabrio de Van Helmont, y al oro
potable de Suchten.

Ahora bien, ya he escrito extensamente sobre la importancia y la preparación del Mercurio Filosófico de Starkey. Y
en resumen, se creyó que este material era el primer paso importante, ineludible, hacía la preparación de la Piedra
Filosofal, y era la pieza central velada en los tratados de Filaleteus.

El método de Starkey para preparar esta sustancia, como vimos, tiene una larga historia propia que se remonta hasta
bien entrado el siglo XVI. De hecho , el proceso de Starkey se basa en el de Suchten como ya hemos visto.

Pero fueron las contribuciones especificas a esta vía de Starkey que atrajo la mirada de Boyle al asunto durante nada
menos que 40 años, y también sedujeron al brillantísimo Isaac Newton y otros muchos más a lo largo de los años.

La base del proceso radica, como vimos, en el tratamiento del mercurio común con el regulus marcial de antimonio,
de manera de “ennoblecer” o animarlo como Mercurio Filosófico, de esta manera se volvería un disolvente capaz de
disolver radicalmente el oro en sus principios y prepararlo como fermento apropiado para la Piedra.

El método clásico de Suchten era alear una parte del regulus marcial con dos partes de plata pura, amalgamar esta
aleación con mercurio común, luego moler laboriosamente, lavar, digerir esta amalgama a fuego lento, lavar un
polvo negro que se desprende durante el proceso, y finalmente destilar el mercurio.

Esta larga operación tuvo que repetirse de 7 a 10 veces; Starkey hizo de cada una de estas destilaciones un águila.
Ahora bien, según la concepción teórica del proceso de Starkey, la incorporación reiterada de la aleación de
plata/regulus con el mercurio común, tiene dos efectos en el mercurio animado. En primer lugar , el regulus “limpia”
el mercurio común de las impurezas de la tierra y el agua salina que restringen sus capacidades solventes. Y en
segundo lugar, el regulus añade su propia sustancia mercurial haciendo el Mercurio Sofico (Filosófico), por eso el
siguiente paso en la preparación de la Piedra Filosofal (según este basamento) es la disolución radical del oro en el
mercurio preparado.

Starkey estaba convencido que encontrar exactamente la proporción correcta entre oro y mercurio era la clave para
el éxito de la operación. Y por eso incuba no uno, sino tres balones con distintas proporciones, para ver cuál podía
ser la adecuada. Y después de pasar la segunda mitad de febrero preparándose laboriosamente un buen Mercurio
Filosófico, con unas 9 águilas, Starkey recurre a la digestión de este producto con oro puro.

Y aunque había recibido alguna pista sobre las proporciones en su estudio de los escritos del siglo X, en especial de
George Ripley, todavía estaba en duda y por eso aplicó tres matraces de digestión/incubación.

Pues bien, Starkey seguía las indicaciones de Suchten, que mencionaba la utilización de plata para permitir la
amalgama de antimonio y mercurio. Esto debido a que no tiene afinidad el antimonio con el mercurio y necesita un
metal que colabore con esta amalgama. Pero sus trabajos posteriores reflejarían que lo intentó sin metal
intermediario.

Ahora bien, a estas alturas no quedan dudas de que Starkey fue un gran lector entusiasta de las obras de Alexander
Von Suchten, y que además de la preparación del Mercurio Filosófico y del Oro potable, Starkey trabajó en un
tercer proyecto suchteniano extraído del Tratatus secundus de Prusia. Esto significaba la producción de los 6
metales sólidos (oro, plata, hierro, cobre, estaño, plomo) a partir del regulus de antimonio.

Porque si bien sobre el oro Suchten era muy escéptico y lo sometió a todo para afirmar que no era oro natural, sus
cualidades observables y medibles podían convencer a cualquier orfebre (y quizá esto explicaba muchas
transmutaciones históricas, porque esta aleación era casi indiscernible del oro real, aunque era una falsificación casi
perfecta).

En la primavera de 1651 Starkey reclamó el éxito en la producción de oro y plata a partir del regulus. John Dury
presenció esta operación y varios miembros del circulo de Hartlib, especialmente Benjamin Worsley.
¿Cómo lo hizo? Lo analizaremos más adelante, pero la operación pudo haber implicado un regulus de antimonio y el
tratamiento con porciones del metal para especificarlo. Como según el axioma alquímico el regulus de antimonio
está cerca de la primera materia de los metales, y por lo tanto está indeterminado, se podía tratarlo de esta forma
para “determinarlo” hacia un metal.

“Regulus es un caos como yo lo llamo”, escribe Starkey, “del cual se pueden dibujar todos los metales”.

Ahora bien, el primer intento de producir plata registrado por Starkey ocurrió el 16 de agosto de 1653. Fusionó 4
onzas de plata pura con 29 onzas de regulus de antimonio. Añadió varias sales y se evaporó el regulus en un fuego
caliente “con mano de obra agotadora”. Pero al pesar el producto final no encontró aumento de peso en la plata.

Con perseverancia, volvió a intentarlo el 18 de agosto. Y una tercera vez el 19. Pero concluyó que no funcionaba. Se
puso a meditar largamente y escribió los puntos en que creía que Suchten había hecho los metales con el regulus.

La observación clave sobre el texto de Suchten, que Starkey hace aquí, es que se “requiere un olor fermental del
cobre” Que Suchten llama cobre vegetante.

Por lo tanto se puso manos a la obra. Y en un experimento fechado el 20 de agosto de 1653 no intenta producir
plata, sino algo más económico y simple: plomo. Suchten afirmaba que era muchísimo más sencillo.

Starkey registra que primero preparó un regulus especial mediante la fusión de una onza de regulus estelar (el
clásico) con una onza de colcothar, el residuo que deja el cobre tras la producción con aqua fortis de vitriol y niter.
Luego preparó por separado otros regulus especial fusionando el regulus estelar con el mismo peso de Minio (plomo
rojo, óxido de plomo)

Finalmente, Starkey fusiona estos dos regulus especiales. Y “así todo fue hecho en Saturno”, o sea, el plomo.
Describe inmediatamente las propiedades de este “Saturno de antimonio” señalando sus diferencias observables
con el plomo natural.

Alentado por este éxito, escribe una conjetura en su diario: para que se produzca la transmutación, el regulus debe
ser fusionado primero con cobre.

Y entonces vuelve a la carga con la fabricación de la plata por la mediación de venus (cobre). Hace anotaciones sobre
cantidad de calor, pesos, proporciones de sales y qué sales, etcétera. Pero su cuaderno llega a un abrupto final en
agosto de 1653 debido a sus dificultades financieras.

Nueve meses después retoma el asunto, en 1654.

Y el sábado 18 de mayor de 1654 Starkey comienza una serie de experimentos sobre la fusión del regulus con cobre
y con plata. Pero fracasa. Lo intenta de nuevo, y la añade sales corrosivas, pero el crisol se rompe. Vuelve a probarlo
y el calor hace que el crisol se vuelque repentinamente y derramé una parte considerable de su contenido. Un
accidente más. Hace otro experimento donde agrega porciones de regulus cada dos horas, y esto nos dice:

“Agregué unas cinco y un cuarto de onzas de nuevo regulus, pero hubo una desgracia. Porque al lanzar una cierta
parte en trozos en la parte fusionada más grande, hizo una cierta parte del líquido más alta salpicar, y esparció
muchos pequeños granos en las paredes del horno. De hecho, recopilé diligentemente lo que pude, pero mientras se
derretía en una ebullición salvaje se llevó una parte de ella en el fuego. Luego, mientras lo estaba vertiendo en un
plato de hierro, el crisol se cayó y algunos se derramaron, de los cuales recogí todo lo que pude”.

Estos relatos sinceros de los percances de laboratorio de Starkey nos ponen en contexto y reflejan la frustración que
podía llevar a la persona cuando todo fracasaba. De hecho, muchos de sus experimentos superaron los límites de la
tecnología de la época.
Nadie ve el costo de estos trabajos, que se llevan a cabo en secreto y que involucran mucho tiempo y energía. Pero si
se corona el éxito, todos lo aprecian en el caso que fuera difundido, cosa que no sucede en la alquimia.

Starkey de nuevo atravesó problemas económicos y no volvió a tomar anotaciones hasta agosto de 1655. En ese
momento Starkey decide que ni el fuego ni las sales eran capaces de llevar a cabo la transmutaciones. Y vuelve a
viejas ideas pero no parece definirse. El 1 de noviembre de 1655 resume otros intentos fallidos. Pero luego intenta
mantener una parte de plata y dos partes de regulus fundidos en un crisol sellado durante 6 a 7 semanas. Y parece
ser que tuvo éxito porque aclara:

“He aprendido de diversos experimentos que sólo la digestión continuada en un crisol bien sellado o pequeño
recipiente es necesario, sin la adición de nada excepto el cuerpo que se busca y el aire multiplicador”.

De hecho, existe una receta, considerando que esta plata era como el oro, pero plateado, que incluyen restos de
cobre unidos en la mezcla de regulus de antimonio y plata, incubados por un espacio prolongado. Esta daría un símil,
prácticamente indiscernible del oro común, que ni los orfebres podían diferenciar.

EL ELIXIR DE LA SAL VOLATILIZADA

Uno de los proyectos más ambiciosos de Starkey, y que dedicó muchos años, era a la volatilización de los alcalís. En
su alias de Filaleteo jamás explica el procedimiento completo. Pero sí en sus cuadernos de notas.

El proyecto de álcalis volátiles se convertiría en el centro de un emprendimiento de notable valor: la reforma


completa de la medicina y la farmacia a través del desarrollo de un único método de preparación, basado en este
método.

Starkey creía que cualquier sustancia podía ser preparada en un medicamento que fuese seguro, agradable y eficaz.

Este proyecto refleja no solo la tenacidad de Starkey, sino su originalidad, y su deseo de reducir sus numerosos
experimentos en principios generalizados de química.

Ahora bien, su deseo de adquirir álcalis volatilizados, como muchos de sus estudios, comenzó con la lectura de Van
Helmont. El arcanum más grande de Van Helmont afirmó que fue el del licor del Alkahest.

Este licor exótico es capaz de disolver cualquier cuerpo tratado con el mismo. Entonces, estos cuerpos se reducen a
su agua primordial. Se lo llamó Disolvente Universal o Inmortal, porque después de haber completado la disolución
y el análisis de un cuerpo compuesto, puede separarse de las sustancias disueltas en la misma cantidad y calidad que
se empleó.

Y esto es particularmente así: en mi experiencia con el Alkahest, manufacturado desde la materia prima de la orina,
el líquido transparente disuelve el cobre, extrayendo su tintura azul, no chamuscando el metal, pero arrancando esta
esencia, y luego puede ser separado de nuevo para trabajar con otra materia, sin problemas ni alteración de su
compuesto.
¿Esto significa que podría servir para preparar todo tipo de medicinas, y otros productos derivados del mismo?.

En el siglo XVII la búsqueda de un Alkahest fue una causa alquímica celebrada casi tan extendida como la mítica
Piedra Filosofal.

Muchísimos tratados aparecieron en el transcurso del siglo abordando esta maravillosa sustancia. El propio Robert
Boyle estuvo fascinado por este licor.

Por supuesto, la preparación de un arcanum tan grande no fue y no pudo ser revelado abiertamente. Y así, Starkey,
como otros muchos quimistas, pasó gran parte de su vida buscado el secreto de su preparación en declaraciones
dispersas, entre ellas, en las enigmáticas palabras de Van Helmont que fue uno de los pocos con piedad hacia los
buscadores o Hijos del Arte.

Y como reconoció a sus lectores que su búsqueda era extremadamente difícil, ofreció a sus lectores una alternativa:
la volatilización de los álcalis fijos, en especial, la sal de sarro, el carbonato de potasio, que produciría un disolvente
con poderes similares, aunque inferior, al Alkahest.

“Si no puedes alcanzar este arcanum de fuego, es decir, el Alkahest, aprende entonces a hacer que la sal del tártaro
sea volátil y completar tus disoluciones por medio del él”.

Van Helmont también elogió a los álcalis volatilizados por romper cálculos de vejiga y riñón.

El problema, claramente, está en que los álcalis no son volátiles, son sales fijas. De hecho, la sal de sarro, el
carbonato de potasio, puede resistir horas al calor más intenso sin evaporarse en lo más mínimo.

Pero la sal volátil de sarro se suponía que se podía evaporar a un calor suave, por debajo de la temperatura de
incandescencia. Starkey pronto se obsesionó con lograr esto:

“Hacia el final del mes de marzo en el año 1646 comencé la práctica de la medicina en Boston, Nueva Inglaterra, y
desde ese momento hasta el día de hoy en el año 1656 he dedicado mi trabajo con una mente firme a la volatilización
de los álcalis, especialmente la sal de sarro.”

Para lograrlo, según vemos en sus cuadernos, intentó de todo. Desde la utilización de espíritu de vino (alcohol),
espíritu de vinagre y sal ammoniac. Y sus resultados no fueron del todo insatisfactorios. Y aunque logró preparar
dos menstruos, usando el vinagre y el alcohol en la volatilización del álcali no estaba del todo satisfecho:
probablemente por las propiedades de estos licores.

Y pensó que probablemente no fuera el verdadero espíritu de sal volatilizada de sarro descripta por Van Helmont.

De esto se deprende la teoría que guiaba a Starkey: pensaba que se podía inducir volatilidad en la sal de sarro
usando de aliado una materia volátil. Por eso , como se venia probando desde la Edad Media, utilizó el cloruro de
amonio, pero el resultado no fue satisfactorio, dejando un hedor urinario desagradable.

La idea que prevalecía, no obstante, es que la materia volátil llevaba hacia arriba el componente más fijo.

Más tarde en un preparado con azufre de antimonio, deja a su asistente al fuego, pero parece que lo controla mal y
se produce un desastre, perdiendo todo lo producido. Pero como en la mezcla había sal de sarro y esta desaparece,
intuye que puede encontrar la forma de volatilizarla usando algunos productos de la mezcla. Y se encamina a esta
práctica por mucho tiempo, probando con aceites, jabones, etcétera.

Y así llegamos a un fragmento de su cuaderno fechado en diciembre de 1651 donde coloca un proceso conjetural
seguro para lograr la volatilización de la sal de sarro utilizando aceite de terebinto (espíritu de turpentina)
Este método consiste en destilar lentamente la sal de sarro lixiviada con aceite de terebinto para producir un
precipitado negro que Starkey llamo un “Collostrum” y luego destilar un espíritu fuera de este “Collostrum”.

Y dado que este “Collostrum” se produce lentamente durante la ebullición, Starkey da un paso inusual que consiste
en destilar la mezcla con el pico de la retorta inclinada hacia arriba, prolongando así la destilación y maximizando así
la cantidad de collostrum producido.

Este collostrum iba entonces a ser poderosamente calentado en una réplica con lo que se esperaba que el espíritu
del álcali volátil se destilase.

No se tiene más indicios sobre este trabajo de Starkey, hasta que vemos una mención de Boyle de un elixir de sal
volátil en su Diario Filosófico de 1655.

No hay registro del trabajo de Starkey en este proyecto de álcalis volátiles entre 1652 y 1655, sin duda debido a sus
desastres financieros, quedar muchas veces en bancarrota y sobrevivir con lo que tenía.

El proceso que documenta Boyle será, sin embargo, repudiado por Starkey. Y toma una nueva dirección sus
investigaciones. El proceso que ahora escribe para intentarlo, no solo le trae el éxito que durante mucho tiempo
buscó, sino que cambia por completo el alcance del proyecto.

Esta entrada en el cuaderno lleva el titulo en mayúsculas de ARCANUM ALKALIES. Y ahí explica cómo hacerlo
detalladamente.

Pero como este es un espacio público, me abstengo de explicarlo. La fórmula la podrán encontrar en mi foro privado
(click aquí)

No le costaría mucho a Starkey pasar de los azufres vegetales a los azufres minerales o metálicos. Y de ahí especuló
toda una suerte de ideas que pronto llevaría a la práctica.

Ahora bien, como hemos podido observar, Starkey fue meticuloso, ordenado, y se regía por la experiencia de
laboratorio para sacar sus conclusiones. Sobre todo, era perfeccionista.

Lo que no se explica es como cobró relevancia Ireneo Filaleteo, su alter ego, reclamando el éxito en la crisopeya y la
Medicina Universal, cuando en sus cuadernos indican que no había logrado este milagro (pero sí tenía toda la
intención y los deseos puestos en ello).

STARKEY, UN GENIO PARA LA EPOCA

La obsesión de Starkey estaba encaminada en la crisopeya a la vez que exóticos elixires para el cuerpo humano. Un
hecho notable es que Starkey se sabe estableció un laboratorio de trabajo en Londrés en menos de 4 meses después
de su llegada allí. Pero eso no es todo. Ya estaba sacando productos de novedad suficiente para atraer las miradas de
coleccionistas de curiosidades arcanas, como Samuel Hartlib , Benjamin Worsley, Robert Boyle, y el extraño Dr
Farrar que llegó a ofrecerle 5 mil libras por sus secretos metalúrgicos.

Y este joven, con 22 años, llegado de las islas Bermudas, parecía saberlo todo. Y no era casual donde estaba. Nueva
Inglaterra era un lugar propicio para aprender todo sobre medicina, química, crisopeya etcétera. En sus cuadernos
vemos el sello de su educación en la Universidad de Harvard.

¿Pero era autodidacta como la mayoría de los modernos alquimistas lo son?.


No, según sus cuadernos, el aprendizaje como quimista se inicia en 1644, de la mano de Richard Palgrave, médico
de Charlestown, de quien poco o nada se sabe.

Luego aprendió de expertos en metalurgia, especializados en la naciente industria del hierro. Es probable que de ahí
extrajera su habilidad para los regulus, evitando el daño y peligro que puede ocasionar trabajar con altas
temperaturas y minerales tóxicos.

Pues bien, de sus cuadernos de laboratorio se desprende claramente que los proyectos experimentales de Starkey
siempre comienzan con el texto de una figura autorizada, alguien en quien deposita toda su esperanza de que lo que
cuenta sea verdad.

En temas iatroquímicos, por ejemplo, cita a menuda a Van Helmont y a Alexander von Suchten; en temas
crisopéyicos, de nuevo Suchten, Bernardo Tevisan, George Ripley y Artephius.

Y aunque muchos de los proyectos de Starkey superaron las expectativas o intenciones de sus fuentes, como por
ejemplo las medicinas utilizando el elixir de sal volátil en general siempre se basó en fuentes, y nunca fue 100% de
original hacia alguna cosa.

Pero en esto no se diferencia de un químico moderno que siempre recurrirá a fuentes para poder hacer
experimentos. El problema es que las fuentes de Starkey a menudo eran crípticas, veladas, o incompletas, y no se
podría saber bien donde estaba la verdad, salvo excepciones.

Por eso todo su trabajo descansaba en sus interpretaciones de esas fuentes autorizadas, en las que depositaba toda
su fe. La Piedra Filosofal era para Starkey una consecuencia lógica de la teoría quimónica prevaleciente, y una parte
coherente del pensamiento de muchos quimistas.

Y a esto se sumaban los relatos de testigos de esta materia, para que la duda no creciera. Personajes autorizados,
dignos de todo crédito.

Pero además de todo esto, Starkey había logrado algunas cosas sorprendentes que avalaba a sus autores favoritos.
Por ejemplo, hacer brotar oro y que crezca hasta volverse un árbol mineral; la sal volátil, el Mercurio Filosófico.

Y para aquellos que todavía se resisten a pensar que había una práctica oculta en los textos alquímicos, que eran
simplemente cosas sin sentido, pueden ver en esta imagen debajo el famoso “árbol filosófico” cultivado en un
matraz de acuerdo con las instrucciones encontradas en las notas privadas de Starkey, y usando el Mercurio Sofico y
oro, exactamente como Filaleteo, y varios autores alquímicos enseñaron:
Imagen de Lawrence Principe, historiador de la alquimia.

Ahora bien, si algo queda claro de los escritos de Starkey, tanto de sus cuadernos como de sus tratados con el
seudónimo de Ireneo Filaleteus, es que para fabricar la Piedra Filosofal, los ingredientes clave son el oro y el
mercurio.

La clave, que veló en muchos de sus tratados, era encontrar el nexo que permitiera la unión “filosófica” . Ese
mediador apropiado capaz de unir el oro y el mercurio de manera inseparable para que los dos puedan formar la
Piedra.

Ese mediador, no hay dudas cuando se leen sus cuadernos de laboratorio, fue el antimonio. La materia favorita de
Starkey.

Pero se le planteó un escenario sobre ¿qué antimonio regulus debía usar? ¿El regulus marcial estelar, confeccionado
con el hierro, o simplemente el regulus de antimonio preparado sin la adición de hierro?.

Su mentor de cabecera, Suchten, apelaba por el hierro, pero también le interesaba poco la crisopeya. Entonces
Starkey tuvo que replantearse la utilización del regulus estelar. Estas dudas le surgieron naturalmente porque la
operativa le fallaba en el proceso final usando el hierro. Y había empeñado 5 largos años de experimentos con el
Mercurio Filosófico (desde 1651) y las digestiones con el oro. Y más allá del signo alentador de la vegetación
metálica, todavía no lograba fabricar la Piedra.

Fue así que abandonó el empleo del regulus marcial, porque definitivamente los procesos basados en esto no
funcionaban. Su juez era su laboratorio.

Y es en 1656 que deja de usar este regulus así preparado para abocarse a utilizar el regulus per se, descartando el
uso del hierro sobre el que tanto había hablado en sus obras como Filaleteo y al que Suchten tanto valoraba como
clave para el éxito del proceso.

Y Starkey, basado en sus propias observaciones de laboratorio se dedica a trabajar solo con el antimonio. Por eso le
llama venus en algunas ocasiones, porque al no tener el macho, Marte, el hierro, es una mujer sin marido.

LA INFLUENCIA DE STARKEY EN BOYLE

Como vimos, mientras Starkey estaba a pleno trabajando en procesos alquímicos, Boyle se dedicaba a publicar su
Seraphic Love, en 1659, una obra moralista de corte cristiano.

Pero su acercamiento con la alquimia comenzó por aquellas fechas, y de la mano de los filósofos más naturales. En
un fragmento de un escrito suyo Boyle escribe:

“El juego de las Nubes realmente contiene el verdadero Mercurio y Azufre filosófico que tantos alquimistas laboriosos
han celebrado, deseado y soñado”

Su valoración de esta sustancia, producto del cielo, lo coloca a Boyle por entonces en una escuela de pensamiento
alquímico alejado de lo metálico, o metalúrgico, y más bien con lazos intensos con lo natural.

Y es obvio: la tradición mágica del siglo XVI fue promovida por nada menos que El Cosmopolita, este es, Miguel
Sendivogius, en cuya visión lo metálico no servía para absolutamente nada. En su texto, la Nueva Luz química,
vemos que aboga por lo natural, y en especial, por la sal escondida del aire, ese nitro universal capaz de lograr la
Medicina excelsa para el ser humano.
Y así como Ripley y Suchten harían escuela con lo mineral y metálico, empujando a Starkey (y éste a los venideros), a
emprender estos caminos, Sendivogius hizo lo suyo claramente oponiéndose a la diatriba mineral/metálica.

Aunque es justo reconocer que, en su nueva Luz Química, explica un proceso con un Agua magistral, transparente, y
extraída del sol y de la luna, cuya interpretación fue el quebradero de cabeza de miles, donde el oro vulgar se
sumergiría, se pudriría, y formaría la Piedra. Este proceso yo fui testigo, he visto esta agua, cómo lo corrompe al oro
y lo lleva a una vida distinta de la metálica. En el foro incluí algunas imágenes del proceso. Pero el resultado no hizo
otra cosa que formar un completo de cloruro de oro, sin ninguna exaltación medicinal ni de ningún tipo.

Boyle, como vimos, le encantaba plagiar a los autores que le precedieron. Lo hizo con muchos. Y lo hace cuando
menciona en sus escritos que el fabricó gemas fácticas de la arena, y que también sabe hacer un “licor de pedernal”
en el que todos los metales se vuelven como arboles bellísimos.

Este líquido es una solución acuosa de silicate de sodio o de potasio. Y se produce por la fusión del pedernal en polvo
o simple arena, con un carbonato alcalino (de sodio o potasio). Luego se disuelve la masa fusionada y cristalina en
agua.

Cuando los pedazos de sales metálicas caen en esta solución , empiezan a crecer, como formas arbóreas. ¿De dónde
sacó estas experiencias Boyle?.

De nada menos que de Johann Rudolph Glaubert, quien no solamente preparó ese “licor de perdernal” sino que
también explicó los crecimientos arbóricos producidos por su acción en sales metálicas.

Y también dio recetas para producir gemas a partir de pedernal y arena, la mismas que menciona Boyle. Glaubert
además llama a la arena “la madre de los metales”, y afirmó que el oro aluvial se producía en arena, y publicó un
proceso para extraer este oro de su matriz de arena.

En suma, que Glaubert fue la fuente de Boyle, es algo indiscutible.

Esto nos lleva a pensar que Boyle no tuvo en si un sustrato personal filosófico, sino que “extraía” (por ser
eufemístico) lo que consideraba de su interés y luego se lo achacaba como producción propia. Así tomó la idea de
Sendivogius, de la “sal nitrum aérea” como la clave de las operaciones alquímicas.

Estas teorías, como sabrán, incluían que el agua de lluvia, el agua de rocío, en especial en ciertas épocas del año,
vienen cargadas de una sal sutil, lo cual es un hecho científico comprobado hasta la saciedad y que en el libro La sal
de los sabios, podrán encontrar diversas formas de manifestar esta sal y darle alguna que otra utilidad.

Esta misma visión del “nitro aéreo” en al agua fue difundido por Thomas Vaughan (1622-66) alias Eugenius
Philalethes, confiado en los escritos de Sendivogius en los que creía a raja tabla.

Pero es el estrecho contacto con Starkey que hace que Boyle olvidé para siempre los conceptos sendivogianos y se
vuelque enteramente al Mercurio Filósofico de Starkey. Y de ahí no se movería por 40 años..

En efecto, aquel Mercurio Sofico, especialmente tratado, era capaz de disolver el oro de una manera muy especial,
hinchándolo y pudriéndolo.

Y según la concepción de Starkey, que le contaba a Boyle, la Piedra Filosofal actuaba directamente sobre el azufre
interno del mercurio, transmutando así el metal líquido en oro.

Es del todo probable que aquella transmutación presenciada por Boyle, y de la cual dejó registro (que mencioné
aquí) sea la que el propio Starkey le enseñó y quizá era el símil de oro de Suchten.

Ahora bien, curiosamente en el tratado La Medula de la alquimia, Starkey menciona de manera desfavorable a
aquellos buscadores del mercurio en “el agua simple/ tal como las nubes es capturado”, claramente indicando que
se refería a su discípulo Boyle y sus viejas creencias sendenvogianas.
Y así, gracias a la influencia de Starkey, el joven Boyle pasó de moralista a filósofo natural, especializándose a lo largo
de los años en la búsqueda de la Piedra, como su mentor afirmó haber logrado en sus obras de Filaleteus.

La interacción de Starkey y Boyle se mantendría hasta 1665, incluso hasta la prematura muerte de Starkey en la Gran
Plaga de 1665. Starkey, convencido de que sus hallazgos podrían hacerle frente a la plaga, se quedó mientras todos
se marchaban de la ciudad. Y el costo fue su vida.

Ahora bien, los partidarios de la creencia o escuela de pensamiento de que la primera materia de los metales no se
encontraba en estos, sino en otros principios más abstractos o incluso el salitre, empezaron a ganar favor popular
poco a poco.

No hay que olvidar que tanto Ripley, Suchten, y otros, estaban alineados con la corriente de pensamiento de Geber,
que fue un europeo que se hizo pasar por árabe, y que rechazó todo el compendio árabe de vegetales, materias
animales, en pos de los minerales/metales.

Pero esta idea de que el principio fundamental de la vida y el crecimiento de las cosas – sean animales, vegetales o
minerales – se encontraba en una materia del aire, más precisamente una sal aérea, pronto ganó nuevos partidarios.
Y sin embargo, Boyle siguió las indicaciones de Starkey, porque los resultados que estaba teniendo aquel en el
laboratorio eran prometedores, en cambio los rocíos, las aguas de lluvias, eran algo demasiado intangible.

Los principales defensores de esta teoría del nitro aéreo a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, como
Michael Sendivogius y Clovis Hesteau, Sieur de Nuysement, afirmaban en bloque que el punto de partida de la
piedra de la filósofos era una sal nitrum o niter filosófico que compartía solo algunas
propiedades con el salitre vulgar.

Esta línea de pensamiento hizo que surgieran los imanes filosóficos, esto es, sustancias
con capacidades higroscópicas capaces de atraer del aire la susodicha sal aérea.

Algunos le daban tanta relevancia a los imágenes filosóficos que cifraban su preparación
con simbología alquímica o hipérboles. Por ejemplo, la preparación del imán filosófico
de excelencia, conocido como Carbonato de Potasio, que se extrae de las cenizas de
restos vegetales, también se preparaba con nitrato de potasio quemado con carbón
vegetal.

Y en algunos tratados - ejemplo: Splendor Solis - simplemente lo vemos representado como un árbol del cual un
alquimista arranca una rama y del cual discurre un riacho, consecuencia de la obvia higroscopia.

Ahora, sería Glaubert quien dijera que el salitre era una sustancia doble, es decir, una “sal hermafrodita” que
contiene tanto una sustancia ácido volátil, que él llamo niter volátil (ácido nítrico) y una cáustica y sólida que llamo
niter fijo (Carbonato de Potasio).

Pero el rechazo visceral de los metales provino de Thomas Vaughan, devoto de El Cosmopolita, que se quejaría
como aquel de la “tortura de los metales” por parte de alquimistas metálicos ignorantes. Esta era la forma típica en
que los alquimistas de la época despreciaban los trabajos con metales. Y Michael Sendivogius no se queda atrás,
incluso escribe un dialogo humorístico entre un alquimista y el mercurio en el que éste último se queja de ser
“torturado” por calentamiento y tratamientos excesivos.

Estas dos corrientes de pensamientos alquímico son fundamentales para comprender por qué no habrá nunca una
concordancia entre los múltiples textos del pasado: según a qué escuela de pensamiento respondan, así cifrarán y
emitirán sus procesos.
Pero lo cierto es que el único sistema de pensamiento que tuvo más visibilidad de éxito fue el de Starkey, en el reino
metálico y farmacéutico donde su intensa experimentación dio resultados visibles y constatables.

Incluso su convencimiento de que el tan famoso y misterioso Alkahest se encontraba en la orina, es verídico porque
yo mismo he podido ser testigo de su fabricación, y la forma en que resuelve metales, con características bien
curiosas.

En el foro se explica su fácil preparación.

LA VIA DE LA PIEDRA FILOSOFAL

Dejando atrás los rocíos, aguas de lluvias y materias vegetales o animales, Starkey, a igual que luego haría Homberg,
se enfocó en los minerales y metales para fabricar la Piedra crisopeyica. Y en los vegetales únicamente con fines de
fabricas medicinas.

No es que rechazara lo otro a priori, sino que simplemente no encontraron nunca nada que satisficiera la búsqueda
de la Piedra mítica. Los rocíos y aguas de lluvia no servían para nada.

Homberg basó sus trabajos en las conversaciones que tuvo con Boyle, y obviamente éste trasvasó el trabajo de su
mentor, Starkey: por eso el proceso de Homberg es idéntico al de Starkey.

Por ejemplo, las proporciones exactas que Homberg cita (9 partes de antimonio a cuatro de hierro) son las mismas
que codifica en su Introitus apertus and occlusum aegis palatium de Filaleteus, y la forma de purificarlo 3 o 4 veces
con salitre (nitrato de potasio).

Esta misma fórmula es la que Isaac Newton utilizaba, obviamente por su contacto estrecho con Boyle y el resto de
los quimistas de la época.

Homberg fusiona dos partes de este regulus con una parte de cobre (y así evita usar la plata para las famosas
Palomas de Diana, ya que claramente a Starkey usando plata no le funcionó).

A diferencia de otros Mercurialistas que utilizaron un proceso similar para hacer el Mercurio Sofico, Starkey fue muy
inusual , quizá el único, en emplear el cobre en este punto de la operatoria. Es una innovación que hizo en 1653.

Homberg entonces amalgama tres libras de mercurio común con este regulus venéreo de antimonio, aconsejando
que la amalgama sea molida en un mortero caliente – de nuevo, tal como refiere Starkey – hasta que la amalgama
sea suave y “ne paraoisse plus de grumaux sous les doigts” (ya no aparecen bultos debajo de los dedos).

La amalgama entonces debe ser digerida y lavada repetidamente , según Homberg, hasta que el agua de lavado deje
de ser negra (otra vez, tal y como dice Starkey). Y luego el mercurio común debe ser destilado de la amalgama. A
continuación se debe reamalgamar con regulus fresco de la misma manera que antes, y estas amalgamas deben
repetirse unas diez veces.

Starkey también menciona en sus cuadernos que deben repetirse esta cantidad de veces y que se hiciera con lavados
y destilaciones sucesivas.

Starkey comparaba la aleación antimonial con un “jabón” que podía “lavar” las heterogeneidades del mercurio, por
lo que aconsejó guardar las aguas de cada lavado, para evidenciar esto mismo. De hecho, tras la 5 o 6 destilación, ya
no queda agua oscura en los lavados. Esto indicaría claramente que la impureza del mercurio fue limpiada
finalmente.

Y Homberg, para no quedarse atrás, hace exactamente la recomendación de Starkey: guarda las aguas “sucias” que
quedan de lavar la amalgama y la evapora para encontrar un material terroso, ligero, de color grisáceo, sin olor ni
sabor.

Y piensa que ese polvo deber ser la impureza separada del Mercurio en lugar de una parte del regulus. No se puede
reducir de nuevo a metal esa impureza, y tras la 6 amalgama ya no aparece, independiente de cuanto regulus fresco
se añada al mercurio. Ergo: no es del regulus.

Y concluye Homberg:

“hay un material que se encuentra naturalmente en todo el mercurio común, y que constituye una parte esencial del
mismo, y que puede ser separado por esta operación”

Homberg, fanático de los pesos y mediciones, pesa el polvo y concluye que tres libras de mercurio contienen 0.5% de
este residuo.

En 1705, Homberg afirma que si este mercurio especialmente preparado se sella en un huevo de vidrio con un cuello
largo y se calienta todo el conjunto, el Mercurio Filosófico se espesará gradualmente, y finalmente se precipitará en
un polvo, primero negro, luego blanco y finalmente rojo.

Los colores característicos de la obra que mucho tratados aluden.

Este polvo pesa más que el mercurio, debido a su incorporación de la materia de la luz, dice Homberg, como una
suerte de azufre metálico, y que se incorpora por el propio calor : el fuego que se le brinda.

Homberg explica que si este polvo rojo pesado se lo pone al fuego más fuerte (donde la materia de la luz estaría en
mayor agitación) se destilaría un mercurio, dejando un residuo metálico en el fondo, que es oro.

Este oro, para Homberg, corroboraría su teoría de la Luz/Azufre que, en este proceso, se introduciría en el mercurio.
La luz, para Homberg, era oro filosófico, y esto era un Azufre sutil.

Y así acaba esta historia, con este éxito aparente de cambio de colores, oro en el fondo, y algunos secretos que
quedaron en los cuadernos de Starkey que en otra ocasión, con más tiempo, quizá revele.

Espero les haya agradado

EL ÚLTIMO QUIMISTA EN LA ACADEMIA DE CIENCIAS: HOMBERG

En la conquista de la crisopeya pocos tuvieron la inteligencia para dilucidar la fórmula para lograr esa materia capaz
de la transmutación de los metales.
Y quizá, el que más se destacó fue el quimista conocido como Wilhelm Homberg.

Erudito, curioso por naturaleza, y con una de las mentes más finas que existieron en la época. Este hombre trabajaba
en la Academia de Ciencias con una reputación que se diría envidiable. Sus experimentos los presentaba como un
showman. Y era reverenciado por los científicos que venían de todas partes del mundo a ver sus trabajos.

Podríamos decir, sin temor a equivocarme, que Homberg fue el Indiana Jones de la química en sus primeros inicios,
cuando ésta recién se estaba divorciando de la alquimia y ambas fronteras no estaban todavía muy definidas.

Entre sus proezas, se encontraba que podía fabricar fósforo blanco (algo que pocos sabían de donde provenía y
cómo se hacía), podía hacer la famosa Piedra de Bolonia que brillaba en la oscuridad, y muchísimos hallazgos más
que iba recopilando, canjeando, en sus periplos por el mundo. Donde había una receta la canjeaba por algo que
pudiera servirle al otro.

Así fue que canjeó a Robert Boyle, el padre de la química, el secreto de cómo elaborar el famoso Mercurio Filosófico
a cambio de enseñarle a preparar fósforo blanco.

El secreto de Boyle se lo había enseñado George Starkey, alias Ireneo Filaleteus.

En los escritos de Homberg encontramos cómo se hace la Piedra Filosofal y el origen de la misma según el análisis de
sus investigaciones.

Lo que sigue es un relato histórico notable de los experimentos, observaciones e ideas que supuestamente llevaron a
los crisopeenses (los alquimistas) a producir la Piedra de los Filósofos.

Homberg escribe que los primeros alquimistas notaron que todos los metales, cuando están fundidos, se asemejan
al mercurio. Esto lo condujo a concluir que los metales resultaron de la coagulación del mercurio bajo tierra.

Parte de este mercurio subterráneo, sin embargo, no pudo coagularse en un metal debido a la contaminación por
humedad superflua, y se encontró en las minas todavía en su estado líquido.

En consecuencia, los primeros alquimistas intentaron secar estos excesos de humedad. Pero fracasaron
rotundamente. Y concluyeron que el calor externo era inadecuado para el propósito, y necesitaban de una sustancia
dotada de un “calor interno” que se pudiera añadir al mercurio y hacer que se coagulase en un metal perfecto.

Buscaron tal sustancia en minerales, sales, ácidos, y otros lugares, pero no encontraron nada que funcionara.
Entonces, con “razonamiento que parece muy plausible”, nos dice Homberg, se dieron cuenta que si los metales
eran ellos mismos mercurio que habían sido coagulados por algún principio interno, entonces los propios metales
deberían contener en su seno este codiciado principio de coagulación.
Llamaron a este principio “Azufre metálico”.

Pero calentar el mercurio común con metales no logró su objetivo porque los metales se aferraban demasiado a su
azufre interno para que se liberara al mercurio. Luego especularon que necesitaban un metal “incompleto” que
pudiera aceptar el azufre metálico de un verdadero metal y transferirlo al mercurio.

Finalmente encontraron lo que buscaban en el mineral del Antimonio (estibina) y el hierro. Al fusionar estos dos
materiales produjeron una sustancia brillante, similar a la de un metal, que llamaron regulus marcial.

Este regulus marcial, tan buscado y fabricado por Isaac Newton, disponía en su superficie de un partrón cristalino
estrellado que los alquimistas más religiosos denominaron la “Estrella de Belén”: era el “salvador de los metales que
había nacido”.

La idea aquí era que el mineral del antimonio podía aceptar el azufre metálico del hierro, convirtiéndose así en casi
un metal, ya que el regulus era brillante como un metal, pero quebradizo como un mineral.

Y entonces el regulus podría transferir ese azufre metálico al mercurio común haciendo que se coagule en un
verdadero metal, como debería haber hecho bajo la tierra.

Después de destilar repetidamente mercurio común de este regulus, nos dice Homberg, los alquimistas se
asombraron al hallar que el mercurio ahora se coagulaba por si mismo en un polvo rojo al calentarse.

Y no solo eso.

Este polvo rojo , cuando se cocinaba con más mercurio, producía una pequeña cantidad de oro. Luego intentaron
disolver el oro en el mercurio preparado y calentar la mezcla en un matraz sellado. Observaron la mezcla pasar a
través de varios colores, y luego convertirse en un polvo rojo.

Cuando se fusionaba este polvo rojo proporcionaba un nuevo tipo de oro mucho más profundo en color que el oro
ordinario. Cuando se derritió con un metal base, este oro especial transformó diez veces su peso del metal base en
oro normal.

Repitieron el proceso, fusionando este oro “más perfecto” con más de su mercurio y luego digiriendo la mezcla de
nuevo en un polvo rojo; el resultado ahora transmutó cien veces su peso de metal base en oro. Con una repetición
más del proceso, obtuvieron un material del cual “un grano convirtió mil granos de cualquier metal imperfecto en
oro natural”.

Y llamaron a “este material altamente exaltado su elixir y la piedra de los filósofos”.

Homberg concluye su relato histórico de la piedra de los filósofos diciendo “que este trabajo nunca se haya llevado a
cabo no es algo que puede decidir”.

Menciona que muchas personas dignas de fe afirman que han visto la Piedra y sus efectos, pero también que
muchos otros se han quebrado tratando de producirla. Por lo tanto, aconseja, sería imprudente partir en busca de
la piedra sin tener ideas sólidas sobre cómo hacerlo.
Espero que este escrito arroje su luz para evitarles futuros quebraderos de cabeza a los entusiastas investigadores
que me lean.

Todo lo dicho por Homberg se condice con la fábula del mito nórdico de Fenrir y el dios nórdico Tyr, relacionado con
Marte, con el hierro, ya que era un dios de la guerra y legislador de los dioses.

Se lo conoce a Tyr porque ata al lobo Fenrir y en el acto pierde una mano de un “mordisco”. Este lobo fue
profetizado para matar a Odin (el oro) durante Ragnarok.

Ahora bien, trasladado a lo que vimos y a la alquimia, el lobo (Fenrir) corresponde al metal del antimonio (como el
lobo gris de Basilio Valentin).

Se necesita el antimonio para fabricar un buen mercurio que pueda unirse al oro y fabricar el fermento que produce
la Piedra Filosofal. Para purificar se une al hierro, forma el regulus, y recién ahí se puede unir al oro. Este es el
trabajo que llevó a cabo, durante décadas, Homberg.

Y el gran y genial Issac Newton trabajaba con el regulus y la mezcla de oro y mercurio común, en una habitación sin
ventilación, cuando los vapores que despedían estas sustancias los inhaló y acabaría matándolo.

Ahora bien, estas nociones de trabajar con metales, minerales y sustancias tóxicas, proviene de Ireneo Filaleteo,
extraño personaje que no fue otro que el alter ego de George Starkey : se comprobó esto sin lugar a dudas al
investigar los trabajos tempranos de Starkey y contrastarlos con lo de Filaleteo.

Y además porque Starkey fue amigo muy cercano de Boyle.

Básicamente la teoría subyace, como explicó Homberg , en que el mercurio común primero se purifique de sus
impurezas. Hecho esto, se la añade azufre metálico del regulus marcial, que proporciona un agente coagulante,
haciendo que el mercurio se vuelva una materia rojiza.

Cuando el oro se disuelve en el mercurio purificado de esta forma y se calienta todo, se produce un sólido rojo algo
distinto que al fusionarse con algún metal daba un oro más perfecto que el oro ordinario y que podía transmutar
hasta 10 veces su peso en oro.

Las repeticiones del proceso, esta vez utilizando el oro transmutado, que es más perfecto, daría lugar a agentes
transmutantes más potentes, más perfectos, y en síntesis, la mítica Piedra Filosofal. Todo esto según el razonar de
Homberg cuya fe en los escritos de Filaleteo estaba fuera de toda duda.

Si nos fijamos, esta forma de proceder, no difiere mucho de la propuesta por Juan de Rocatallada, cuya historia
abordamos en otro informe. También estaba enfocado en purificar el mercurio al que había que añadirle “un azufre
filosófico”.

Pero en este caso tenemos el renombrado quimista conocido como Homberg que no declaraba nada que no hubiera
visto o experimentado, y aseguraba en sus textos haber convertido una porción de mercurio en oro. De hecho, el
propio mercurio animado (o filosófico) preparado por Homberg era capaz de dorar una cuchara de plata.

Y no hablemos de su mítico aparejo solar fabricado especialmente: pudo dorar una porción de plata pura y de ahí
concluyó que en el sol había un “azufre sutil” como en ningún otro lado.

Esto es algo que un amigo francés (Greenlion) logró replicar y me envió esta imagen hace años atrás.
Pues bien, el uso del antimonio para transformar el mercurio común en un “mercurio filosófico” para hacer la Piedra
de los Filósofos es la investigación de la crisopeya del siglo XVII hacia aquí con Fulcanelli y otros que siguieron el
trabajo de Ireneus Filaleteus.

Y todo parece centrarse en la teoría especial del científico Homberg que estableció en 1705 en su histórico ensayo
que la luz era el verdadero principio del azufre.

Y tras esta declaración, Homberg dijo que “si el mercurio común ha sido purificado lo suficiente por medio del
antimonio y hierro, se vuelve más vivo y más líquido que antes”.

Esta declaración, de parte de una autoridad en la Academia de Ciencias, puso en ebullición los cerebros de los
crisopeenses (alquimistas) y dieron por válida la preparación de Ireneo Filaleteo del Mercurio Filosófico.

Y entonces Homberg fue más lejos: dijo que al sellarse este mercurio especial en un matraz con un cuello largo y
calentarse suavemente, gradualmente se espesará, luego se convertirá en un polvo, primero negro, luego blanco y
finalmente rojo.

No lo señaló, ni hizo mención, que en el corpus alquímico estos colores señalan el camino de la Gran Obra. Quizá no
lo hizo intencionalmente, a sabiendas que estaba penalizado hablar del asunto. Reveló cuidadosamente su actividad
alquímica ocultándola a simple vista.

De hecho, señaló cómo el polvo resultante pesa más que el mercurio inicial debido a su absorción de la luz/azufre
del fuego. Y explica que cuando este polvo se calienta más fuertemente, la mayor parte se evapora como mercurio
y una pequeña cantidad permanece detrás como un metal sólido (oro).

Posteriormente explicaría esta transformación en términos del “azufre sutil de la luz”, expresado por el calor del
fuego.

Ahora bien, el método aplicado por Homberg, revelado para toda la sociedad científica de la época sobre la
crisopeya, si revisamos su origen podría estar en la técnica de Gaston Duclo, que según Becher es similar. Porque
ambos digieren un mercurio especialmente preparado o “animado” en un polvo rojo; ambos obtienen oro del polvo
rojo; ambos mezclan mercurio fresco con el polvo rojo para producir más oro.

Pero si escarbamos más, realmente Homberg, como mencioné, se inspiró en los trabajos de Filaleteus y Boyle (con el
que intercambió, como mencioné, el proceso del “mercurio animado” a cambio de explicarle como se fabrica el
fósforo).

Ahora bien, el proceso de Filaleteus (George Starkey) y su evolución al proceso mercurialista de fabricación de la
Piedra de los Filósofos debería rastrearse hasta la obra de Alexander Von Suchten del siglo XVI, Mysteria Antimonii.
Y yendo a lo que hizo Starkey, que no menciona en sus tratado de Filaleteus, escrito bastante crípticamente, en sus
cuadernos de bitácora es más gentil con el proceso.

Starket fusionó el antimonio (la estibina, el mineral nativo del antimonio) con hierro para producir el regulus marcial
de antimonio.

Luego, fusionó este regulus con dos partes de plata, que en su obra como Filaleteo, explicó como “Las palomas de
Diana”. Amalgamó la aleación de plata-antimonio resultante con mercurio y luego lo calentó, molió, lavó la
amalgama , y finalmente destiló el mercurio. En su obra alquímica, llama “águila” a cada destilación (porque hace
volar al mercurio de un lado a otro)

Starkey luego amalgamó el mercurio destilado con más aleación de plata-antimonio, y repitió el proceso. Después de
7 a 10 repeticiones (“águilas”) el mercurio fue lo suficientemente “animado” o “limpiado” como para ser el Mercurio
Filosófico necesario para hacer la Piedra de los Filósofos.

En 1654 Starkey reemplazó la plata con el cobre para hacer el proceso menos costoso. El propósito de cualquiera de
los metales es muy práctico. Mientras que el mercurio amalgama bastante fácil con la mayoría de los metales
(excepto el hierro) normalmente no lo hace con el antimonio. La aleación de antimonio primero con plata o cobre
permite que se produzca la amalgama.

Uno de los cuadernos de Starkey indica que más tarde intentó usar regulus marciales sin plata ni cobre, con la
esperanza de combinarlo directamente con mercurio y no le funcionó. Y peor aun: le explotó el matraz cuando lo
calentó intensamente.

En un cuaderno de 1656 registra que quedó insatisfecho con el uso del hierro en el proceso, probablemente porque
sus anteriores mercurios filosóficos no lograron generar la Piedra Filosofal, y decidió usar el antimonio preparado
sin usar hierro.

Este cambio final, huelga decir, no aparece en los textos de Filaleteus (su alter ego), escritos todos antes de 1656, y
de hecho socava su insistencia repetida en el hierro como ingrediente crucial.

Después de la muerte de Starkey en 1665, el cuaderno que contiene esta innovación final, sin hierro, terminó en
manos de Robert Boyle, y redescubierta en 1995 por Nachlass.

Ahora bien, Homberg era consciente de todas las formas en que Filaleteus preparaba su Mercurio Filosófico,
incluido los procesos inéditos, por su amistad con Boyle, e hizo sus propios ajustes adicionales al proceso.

En su libro de texto de la década de 1690 describe su versión alterada del proceso de Filaleteus, en el que Homberg
combina Regulus antimonio (hecho sin hierro) con mercurio por el método bastante peligroso de verter 1 libra de
antimonio fundido en 3 libras de mercurio calentado cerca de su punto de ebullición.

Y señala que esta delicada operación también la hizo con “regulus de cobre” y “regulus de plata” porque “dudé que
se pudiera hacer una amalgama sin la intermediación de algún metal. Pero vi por los medios dados aquí que el
mercurio se combina con el puro regulus de antimonio, así como si el regulus se hubiera combinado con algún
metal”.

Parece probable que Homberg aprendió los últimos trucos de Starkey (la utilización única del regulus ordinario) en
virtud de su amistad con Boyle que conservó los papeles de Starkey al morir.

La técnica de verter antimonio fundido en mercurio casi hirviendo en un mortero de hierro parece ser la innovación
de Homberg, pero también Starkey lo menciona en sus notas.
Ahora bien, el primer método de Starkey popularizado por su alias Filaleteus fue usando plata (las famosas palomas
de Diana) y fue transmitido a Boyle en 1651; luego probó con cobre, y finalmente sin nada en el antimonio. Y parece
que el resultado fue semejante.

Homberg escribió con toda la sinceridad que en la década de 1690

“He llevado a cabo esta operación muchas veces, no sólo con la intención de seguir toda la obra de Filaleteus, sino
también experimentar con el mercurio preparado en las operaciones conocidas sobre el mercurio, ya que vi que
siendo purificado de esta manera el mercurio es realmente diferente del mercurio común, y es más activo”.

Homberg fue testigo de muchos efectos que “no he observado en el mercurio común” y que cuando se preparaban
fármacos mercuriales conocidos utilizando este mercurio, en vez de usar el común, los fármacos actúan con más
fuerza.

En términos de la crisopeya , confiesa que :

“No he sido capaz de descubrir las excelencias que Filaleteus atribuye a ella, ni para lograr todo el procedimiento que
nos da para ello. He sido capaz de alcanzar sólo el primer polvo rojo sin ser capaz de tener éxito por ninguno de los
medios que he tratado de hacer una amalgama de este polvo con mercurio fresco”.

De esta forma, Homberg reconoce claramente sus repetidos intentos en fabricar la Piedra de los Filósofos por el
proceso de Filaleteus. Y pese a los obstáculos, volvió una y otra vez al proceso, modificándolo con la esperanza de
tener éxito.

Ahora bien, otra de las propiedades inusuales de este mercurio así tratado, es que tenía la capacidad de hacer crecer
los metales bajo ciertas condiciones adecuadas, semejante a arboles metálicos.

Esto fue mencionado tanto por Starkey como por Boyle, y presenciado por Lawrence Principe que reprodujo el
proceso en un laboratorio moderno (Apparatus and Reproducibility in Alchemy”)

Pero Homberg también fue testigo de este fenómeno llamativo y lo mencionó de paso en un artículo sobre
Vegetación Metálica. Allí menciona una vegetación distinta de las conocidas con sales de plata o silicatos,
popularizadas por Johann Rudolf Glauber. En su caso, menciona que utilizó un recipiente sellado donde introdujo
una amalgama de plata u oro con un mercurio “bien purificado por seis o siete sublimaciones diferentes”,
obviamente sin decir que era el Mercurio Filosófico de Filalteus, pero que revisando el proceso ahora podemos
identificar como el mismo.

Esta vegetación la ilustró con un dibujo para visualizar lo que sucedió en su matraz sellado:
En 1700 Homberg publicó un proceso para hacer el Mercurio Filosófico, sin dar muchos detalles al respecto ni
menos mencionar la base en el corpus alquímico. Lo mismo hizo Boyle en 1676 en su escrito Philosophical
Transactions al hablar de su Mercurio Incandescente, la misma sustancia que le cambió el nombre para disimularlo
entre los quimistas y ser reconocido entre los alquimistas.

Pero las particularidades de este mercurio parecen extraordinarias. Por ejemplo Homberg reiteró que habiendo
recogido 12 onzas de “Mercurio de antimonio” (nombre con el que se señalaba la mezcla de mercurio y antimonio
líquidos mezclados en un mortero de hierro) declaraba que es más sulfuroso que el mercurio común y, hecho
extraño, cuando se frota una cuchara de plata con este mercurio la deja dorada instantáneamente.

Ahora bien, este detalle de que se dore la cuchara como prueba de la naturaleza “filosófica” del mercurio, ya había
sido mencionado por von Suchten y referido por Boyle y Starkey.

Pero no todos estuvieron de acuerdo con los trabajos de Homberg. En especial Lemery, que fue un
antitransmutación declarado. En su texto de 1679 Cours de Quimie ya aborda el tema y lo procura criticar. Esto hizo
que tuviera con Homberg varios enfrentamientos.

Pero Homberg no solo declaró su proceso, sino que dijo que su guía se basaba en los trabajos de Filalteus (no
mencionó a Boyle ni Starkey) y que no sólo tenía propiedades extraordinarias el mercurio, sino que incluso podía
volverse un poudre rouge (polvo rojo).

Homberg seguiría posteriormente trabajando en métodos transmutatorios apoyado por el Palais Royal y su mecenas
Felipe II, con la estrecha colaboración del príncipe.

De esta colaboración se desprende este comentario de la madre del príncipe, Elisabeth Charlotte:

“El Conde de Nocé y el Chevalier de Bethune han dicho que vieron la transmutación del mercurio en oro realizada una
vez en el laboratorio interior del Palais Royal. Se hizo proyectando una cierta cantidad de polvo rojo que había sido
preparado tanto por el príncipe como por sus artistas. Pero, al asegurarse de la posibilidad de la transmutación, no
deseaba que se continuara ninguna investigación a este respecto. El Sr Grosse que era asistente bajo el Sr. Homberg
me certificó este hecho, pero nunca entró en el lugar secreto de la operación principal.”

Esto significa que Felipe enseñó la transmutación a varios amigos, que más tarde darían testimonio de estos eventos.

Y está claro que cuando dice que fue preparado por el príncipe con sus artistas se refiere a Homberg y sus asistentes.
Y lo más notorio que se llevó a cabo en el “lugar secreto”.

Se sabe que el Palais Royal estaba dividido en secciones, y en la más reservada y privada se llevó a cabo este
experimento, donde los asistentes no tenían el paso permitido.

Es probable que ese lugar haya sido diseñado específicamente para operaciones referidas a la transmutación
metálica. O cuando menos reservado para ello.

Cuando se establece la sociedad del príncipe con Homberg, todavía este último no había logrado formar la Piedra de
los filósofos de Filaleteo. Había probado de todo: aleando el antimonio con cobre, plata, solo, e incluso con oro
(ahora que tenía un mecenas poderoso). Pero fracasaba.

El propio príncipe en plena campaña militar en Madrid le enviaba recetas de crisopeya para que probara Homberg,
tan asociados estaban en una misma idea.
Pero no había caso. Sabía preparar el Mercurio Filosófico, pero no volverlo la Piedra Filosofal. Decidió variar las
“recetas” que le había enviado el Príncipe, y adaptarlas más filosóficamente a la de Filaleteo.

Estas alteraciones implicaron una reinterpretación fundamental de las Palomas de Diana, y las águilas.

Homberg sugirió que las Palomas de Diana en realidad no eran dos partes de plata, (como Starkey dijo
inequívocamente que eran) sino que se trataba de nitro y sal común, es decir, nitrato de potasio y cloruro de sodio.

Y por supuesto, cuando se trató el mercurio con ambas sales produjo mercurio sublimado, es decir, cloruro de
mercurio. Continuando con esta reinterpretación, Homberg decidió que las águilas ya no eran destilaciones
secuenciales del “mercurio del antimonio”, sino combinaciones secuenciales del mercurio sublimado con el regulus.

Por cada águila, Homberg calentó el mercurio sublimado con el regulus de antimonio, haciendo que brotara la
mantequilla de antimonio (tricloruro antimonio) seguido del “mercurio revivido”.

A este mercurio revivido lo trató con más nitro y sal para convertirlo de nuevo en mercurio sublimado, que luego
combinó otra vez con el regulus de antimonio . Y repitió toda esta operación 10 veces para garantizarse las 10
águilas.

Al final, el mercurio olía diferente y había aumentado de densidad. Pero convencido que el nitro y la sal jugaban un
papel fundamental, volvió a repetir el proceso lo que condujo a un tercer mercurio de Filaleteus.

Y se le ocurrió disolver en ácido nítrico (el licor de nitro) el mercurio, y luego añadió sal común, que produjo un
precipitado blanco.

Fue este precipitado el que mezcló con el regulus de antimonio, que al calentarse produjo una mantequilla de
antimonio, negra como la tinta china, y que destiló, seguido del mercurio revivificado.

Este mercurio revivido lo disolvió en más ácido nítrico mezclando sal , y calentó el nuevo precipitado con antimonio.
Después de cuatro repeticiones su mercurio inicial , de 2 libras, se había reducido a 5 onzas.

O sea: el 85% del mercurio se había volatilizado.

Esta tremenda cantidad de mercurio perdido hizo que Homberg se replanteara lo que estaba haciendo. Y al final
renunció al mismo. La clave de la desaparición del mercurio estaba en la sal: no precipitaba todo, y quedaba
mercurio disuelto en la solución que Homberg descartaba.

Pero no se detuvo, y volvió a reinterpretar el texto de Filaleteus, a esta altura, su libro de cabecera, y los cuadernos
de Starkey que a fin de cuentas sabía que era al autor de toda la obra.

Ahora los trabajos de un aprendiz de Homberg empezaron a poner en aprietos la teoría de que el mercurio era la
prima materia de todos los metales. Geoffroy encontró que incluso en las cenizas hay trazas de hierro, entonces se
planteó, como podía ser que fuera el principio de los metales, si en la arcilla, aceite, o las plantas mismas, había
hierro y producían hierro. ¿Era el mercurio un componente del hierro?.

¿Fue un principio que contenía toda la materia o nada más que un fluido resultante de una particular acción de la
naturaleza?.

Geoffroy expresó estas naturales dudas, pero las veló antes de ser publicadas , probablemente porque entraban en
conflicto con las teorías del reputado Homberg que era su mentor.

Pero en sus trabajos posteriores hablaría que lo que subyace a todos los metales no es un mercurio, sino una “tierra
capaz de vitrificación”, idea que tomó de los trabajos de Becher en su Physica Subterranea. Esta tierra residual que
queda en los metales, es susceptible de unirse a un principio de inflamabilidad, o sea, un principio de azufre. Y cada
metal deja tras de si esta “tierra”. Y por ejemplo, en el caso de la plata, es de color rojo. Es una “tierra roja”.
Y por supuesto, también rechazaría el concepto de Homberg sobre el carácter de la luz como principio de “Azufre
sutil” y su capacidad de incorporarse con la materia ordinaria aumentando su peso.

Pero esto lo había ensayado y probado Homberg con su poderoso lente de luz. La luz, fijada como azufre metálico,
proyectada en la plata , como demostró en mayo de 1702, vuelve amarillo al metal plateado. La lógica era
intachable: si el oro tiene más azufre que la plata, por eso es perfecto, la adición de más azufre debería convertir a
la plata en oro. Y el azufre solar pareció confirmarle esta suposición.

Con el tiempo, el discípulo de Homberg, este es, Geoffroy, entendió que su maestro tenía razón. Homberg resolvió el
dilema de la tierra que quedaba de los metales, de forma coherente y experimental: el mercurio y la tierra metálica
en verdad son la misma cosa. Dependiendo de la condición de sus partículas, el mercurio será un metal líquido, un
componente de metales sólidos, o una tierra.

De esta manera, permaneció para Homberg la base constituyentes de los metales – el mercurio – y su aprendiz,
Geoffroy podía afirmar simultáneamente y sin contradecir a Homberg que la base de los metales era la tierra. Toda
diferencia estribaba en la composición de metales.

Geoffroy continuaría investigando extensamente sobre los materiales de partida para la Piedra Filosofal, entre los
que encontró el plomo, específicamente el mineral de plomo sin refinar. Su biógrafo lo resumió así: “el plomo es el
material para la piedra de los filósofos”, según Geoffroy ya siendo anciano.

Ahora bien, por estas fechas, con el apoyo de Luis XIV, los ministros del gobierno fueron a la caza de personajes que
afirmaran estar en posesión del secreto de la crisopeya, y de elixires exóticos. Y aunque la fachada era la de erradicar
a esta gente mentirosa y fraudulenta, en realidad buscaban determinar entre estos personajes quienes realmente
tenían conocimientos auténticos sobre la transmutación y que podría beneficiar al Estado francés.

Pero únicamente encontraron decepción y el conocimiento desagradable de la más vil naturaleza humana. Con esto
creció el repudio general sobre la crisopeya y los que trabajaban en la misma: eran todos unos farsantes.

Decenas de personas fueron investigadas, arrestadas e interrogadas sobre sus actividades en pos de la Piedra de los
Filósofos. Y cualquier persona con interés en la transmutación pasaba a ser automáticamente un potencial criminal o
delincuente.

Aquí se produce, en torno 1720, el exilio definitivo y la separación entre la alquimia y la química, que jamás habrían
de volver a reconciliarse. Una se alzaría con prestigio por sobre la otra, sepultando a la alquimia como un producto
del pasado de personas de dudosa moral ambiciosos del oro.

Y sin embargo, esto no era así. Eran sinceros y sencillos buscares de medicinas, de elixires, y de materias
transmutatorias, porque en un punto de la historia, se entremezclaron los conceptos en la Piedra Filosofal, un
hibrido entre los árabes, los chinos y los egipcios.

Por ejemplo, está el caso de Claude Jean Bapteiste Vialet que fue arrestado en 1702 y de nuevo en 1704. Lo
interrogaron sobre lo que sabía con relación a la piedra de los filósofos, y qué éxitos había logrado. El sabio les
respondió que después de 40 años de trabajo y el gasto de 10 a 12 mil ecus, se había rendido.

Igual continuó en prisión. Y un mes después cuando lo interrogan de nuevo, confiesa que lo único valioso que había
encontrado era un oro potable que extendía la vida y la salud, pero lo usaba sólo en si mismo, salvo un poco que le
regaló al médico del Principe, Helvétius (el hijo de quien habría atestiguado una de las más documentadas
transmutaciones, al punto que interesó al filósofo Baruch Spinoza).

Después de interrogarlo sobre la forma de preparar tal medicina, lo dejaron libre tras un mes y medio en la Bastilla.
Quizá ese oro potable realmente era lo que afirmaba su artífice, porque cuando lo arrestaron por segunda vez, tenía
93 años y se conservaba espléndido.
Aquí, una vez más, vemos cómo la Piedra Filosofal era la crisopeya y la medicina tomaba otra dirección: el oro
potable. No se trataba de la misma cosa. A través de los siglos y las confusiones que se gestaron, los alquimistas hoy
día están persuadidos de tres cosas:

1. Que la Piedra lo es todo: panacea a la vez que polvo transmutatorio.

2. Que la Piedra logra que la persona misma se transmute

3. Que la alquimia es un proceso espiritual

Pero en verdad, como hemos visto, era un conocimiento científico, muy difícil de obtener, que se entremezclaba con
las aleaciones, los metales teñidos que simulaban o parecían oro, y el intento de catalizar con una sustancia los
metales vulgares..

Los árabes “donaron” su espigaría o el trabajo con vegetales y materias animales, rechazado por los occidentales,
que se centraron más en la crisopeya. Y sin embargo, más tarde los alquimistas también aprovecharían ese saber
árabe para sus oros potables y elixires secretos (preparados cuya base podría decirse estaba en los vegetales, y sus
derivados, como el alcohol)

¿Y lo espiritual?

Lo espiritual vino de una época en que dos personajes quemaron ante una muchedumbre sus libros de alquimia,
diciendo que lo hacían porque el secreto trasvasado en ellos era muy trascendente y no todos estaban listos.

Para entonces, ya circulaban copias de sus obras donde se explicaba que el proceso alquímico revestía de una
contraparte espiritual, y por eso no salían las cosas. Una forma simple de explicar porqué no entendían el galimatías
de recetas. Esto es tan chistoso como pensar que porque no nos sale un budín casero es porque falta la contraparte
espiritual, en vez de revisar los ingredientes y el calor que hay que aplicar.

Ahí nació la alquimia espiritual, que Canseliet reafirmaría en el prólogo al Misterio de las Catedrales de Fulcanelli.

Se podrá estar de acuerdo o no en esto que narro, pero se basa en datos históricos comprobados por archivos. Y no
hay mucho más que hacer al asunto.

¿Y qué fue de Homberg?.

En el Palais Royal parece que llevó a cabo, finalmente, la tan codiciada transmutación. El proceso jamás lo explicó,
pero sí que el oro obtenido era exiguo comparado con lo trabajoso del proceso (e incluso peligroso). Sus últimos
años casi termina en la Bastilla, porque se lo acusó de envenenar a los delfines reales.

Zafó por su alta autoridad, su reputación intachable, y el contacto con el rey. Fue una leyenda formidable con una
capacidad humana e inteligencia envidiable. Pocos hoy pueden jactarse de estar a su altura.

Homberg fue el último nexo entre la química y la alquimia. Y sus trabajos revelan el conocimiento que tal vez les
falte a muchos para alcanzar lo que buscan.
VIDA Y OBRA DE JUAN DE RUPESCISSA (O JEAN DE ROQUETAILLADE O JUAN DE ROCATALLADA)

Este hombre nació en el año 310 en la Auvernia, en el centro de Francia. Como creyente en las profecías venideras y
siendo partidario de movimientos espiritualistas, creyó que el Anticristo iba a hacer su aparición en la tierra.

Y en tal idea, fundó su búsqueda de la crisopeya y de una medicina para prolongar la vida. Fue arrestado
en 1344 porque las autoridades eclesiásticas consideraban el movimiento en el que él participaba como algo que
desconfiar. Y desde ese año hasta el fin de su vida, pasaría prisionero.

Estando encarcelado es que toma la pluma y escribe sus libros de alquimia. Y su fama pronto se traslada a todo el
reino. Aunque en sus libros describe los tormentos en que se veía inmerso en la prisión, el confinamiento al menos le
dio pergaminos y tinta para confeccionar sus manuscritos famosos de alquimia.

Sus escritos fueron copiados, difundidos, y sobrevivieron en los siglos XIV y XV. En el ideal de Juan estaba el
compromiso absoluto con llevar una vida humilde e incluso abrazar la pobreza. No se comprendería cómo una
persona así se le dio por ir a la crisopeya si no fuera que sus creencias en la llegada del Anticristo lo obligaron a ello.

En su libro Liber Lucis, escrito en 1350 , declara que:

“Consideré los tiempos venideros predichos por Cristo en los evangelios, a saber, de las tribulaciones en la época del
Anticristo, bajo los cuales la Iglesia Romana será atormentada y tendrá todas sus riquezas mundanas despojada por
tiranos…asi, en aras de liberar al pueblo elegido de Dios, a quien se concede conocer el ministerio de Dios y el
magisterio de la verdad, deseo hablar de la obra de la Piedra de los grandes filósofos sin un discurso elevado. Mi
intención es ser útil al bien de la Santa Iglesia Romana y explicar brevemente toda la verdad sobre la Piedra”.
Está claro que la ayuda que iba a prestar a la Iglesia cuando llegara el Anticristo era la alquimia. Un pensamiento que
también tuvo Roger Bacon, otro fraile franciscano, y que escribió al papá sobre esto, avisando que la iglesia
necesitará conocimientos matemáticos, científicos, tecnológicos, médicos y de todo tipo para resistir y sobrevivir al
asalto del Anticristo.

Es por eso que Juan proporciona la receta detallada para hacer la Piedra de los Filósofos.

Y sostiene que debe hacerse a partir de un mercurio especialmente purificado, y de un azufre filosófico. No habla de
un mercurio místico o arcano, sino el vulgar, pero muy purificado.

A partir de aquí, la idea de que la Piedra estaba compuesta de azufre y mercurio pasará a ser una noción estándar
en Europa.

Pues bien, como digo, utiliza el mercurio común que libra cuidadosamente de sus impurezas, y el azufre lo obtiene
del vitriolo romano, es decir, el sulfato de hierro.
Juan describe primero una serie de sublimaciones con el mercurio con vitriolo y salitre, seguidas de varias
digestiones y destilaciones.

A pesar de los datos muy detallados, su instrucción no funcionaría si lo ponen en práctica, porque falta un detalle
fundamental: el cloruro de sodio que no menciona en su escrito, pero sí declara al final que “Todo el secreto está en
la sal”.

El describe que sublima un mercurio “blanco como la nieve”, que sin duda es un cloruro de mercurio, lo que nos
indica que en la mezcla inicial debió incluir cloruro de sodio, sal común.

Ahora bien, es cierto que el salitre de Juan estaba contaminado con bastante sal común. De hecho, en su De
Confectione, contiene una anotación al final donde señala este hecho de que el salitre suele contener sal.

El conocimiento técnico y de laboratorio que se desprende de su escrito es admirable, y cualquier historiador de la


ciencia de la alquimia debería impresionarse por el nivel de conocimiento de pesos, medidas, y reacciones.

Es cierto: después de un cierto punto, lo que describe Juan ya no lo podría seguir un químico moderno, porque los
resultados y las operaciones no se corresponden a lo que la química moderna predeciría. Y aunque hace Juan una
analogía entre las operaciones alquímicas y la teología de la pasión de cristo, no resta veracidad a las reacciones
que se producen.

Un poco estaba inspirado en el tratado del pseudo Arnaldo de Vilanova conocido como Tractatus Parabolicus.
Ahora bien, mientras estaba en prisión Juan escribió otra obra alquímica importante. Sobre la consideración de la
quintaesencia de todas las cosas. Con ello, extendió la alquimia a una nueva área: la medicina.

Durante el reinado del Anticristo, los cristianos no solo necesitarían oro, pensaba, sino también su salud completa.
Así, Juan relata cómo buscó una sustancia que pudiera prevenir la corrupción y la decadencia y así preservar el
cuerpo de enfermedades y envejecimiento prematuro.

¿Dónde encontró tal sustancia?.

Nada menos que en el destilado de vino, lo que llamó “agua ardiente” o “agua de vida” y que nosotros conocemos
con el nombre de alcohol.

Juan consideró esta “quinta esencia” del vino como la medicina buscada para socorrer a los cristianos cuando llegue
el Anticristo. Pero va mucho más allá de la época, en que ya se había destilado de vinos sus alcoholes, sino que lo
utiliza para fabricar tinturas medicinales sumergiendo hierbas, de las cuales extrae sus principios activos.

También enseña la preparación de un elixir de oro con el alcohol, cuyas propiedades medicinales estaban fuera de
toda duda en la época.
Es en virtud de estos trabajos de Juan que la alquimia y la medicina, de ahí en más, estarían estrechamente ligadas
para siempre. La noción de la crisopeya se mantendría, pero también la de un Elixir para prolongar la vida, mejorar la
salud, y restablecer las energías.

Poco después de estos hechos, un autor anónimo copió muchas secciones del trabajo de Juan que circuló por medio
mundo, y escribió el manuscrito conocido como El Libro de los Secretos de la Naturaleza o de la Quintaesencia . Su
enfoque, a diferencia de Juan, estaba en la crisopeya, y no en la medicina. Y la extracción de la quintaesencia solo
era un paso hacia la Piedra Filosofal.

De esta forma, mientras Juan buscaba la quintaesencia incorruptible como conservante para la salud humana; este
autor nuevo le interesaba nada más que conferirle incorruptibilidad a los metales, y volverlos todos como el oro.

El libro fue firmado por Ramon Llull (1232 -1315).

Pero no era el auténtico teólogo y filósofo catalán que escribió muchas cosas en contra de la alquimia, sino un autor
anónimo que usurpó su nombre para reivindicar la “noble ciencia”. Y asi siguió escribiendo, siendo El Testamento tal
vez el más grande de todos, escrito en 1332 y que increíblemente hoy descansa en mi biblioteca de una
excelentísima traducción del alquimista Santiago Jubani.

Pero ¿qué fue lo que hizo este seudo Llul?

En realidad, propagó la idea de que la Piedra Filosofal, hasta entonces una materia mítica para lograr
transmutaciones alquímicas, también confería la salud. Era una “medicina de los hombres y de los metales”.

Y aquí se mezcla un poco los conceptos de la alquimia China (u oriental) que estaban obsesionados en lograr
la píldora de la inmortalidad terrena, algo muy distante de la alquimia europea, pero que cuando se mezclaron
distintas culturas y conceptos, de pronto todo se condensó en esa materia capaz de transmutar los metales,
llamada Piedra Filosofal, y sigue a dia de hoy esta confusión.

Ahora bien, las leyendas sobre la vida de Ramon Llull comenzaron a surgir a principios del siglo XV. Se dijo que era
escéptico y se volvió creyente de la alquimia. Que al ver morir a una amante de un horrible cáncer se volcó a
descubrir los secretos de la naturaleza. Se dice que ante el rey Eduardo transmutó 22 toneladas de plomo en oro
puro y luego fue encarcelado y con el oro el rey invadió Francia.

Sin embargo, ninguno de estos eventos presentan evidencias.


Es verdad la invasión de Francia. Pero, de hecho, cuando muere Llull , el rey Eduardo tenía 3 años así que dudamos
que lo pudiera financiar y ser su mecenas y encarcelador.

Pero más allá de la autenticidad o no de la historia, los crisopeyianos solían utilizar la historia de Llull para guardar
silencio sobre los conocimientos alquímicos. No vayas a terminar como el pobre Llull.

Me agradó contar esta historia porque casi todo el mundo conoce a Ramon Llull, pero ¿cuantos a Juan De
Rocatallada?.

Es hora de reivindicar al prisionero, de cuyos textos abrevó el pseudo Ramon Llull. Este pobre hombre, cuya
sabiduría fue envidiable para la época, apenas si se menciona en el corpus alquímico. Es una sombra, al lado del
falsario que hoy lleva el nombre de Ramon Llull, nombre también malamente atribuido.

VIAJE AL PASADO: EL INICIO DE LA ALQUIMIA

Los historiadores de la ciencia suelen dividir la historia de la alquimia occidental en tres periodos cronológicos
principales: el Greco-Egipcio (más tarde el bizantino) que se extendió del siglo III al IX y la marcó para la posteridad;
el árabe o islámico (siglo VIII al XV) que la heredó y la incrementó con técnicas y conocimientos prácticos,
conduciéndola a Europa Medieval como una “ciencia árabe” (de hecho, de ahí viene el articulo Al- de Alquimia para
designar todo lo que origen árabe).

Y luego está el periodo del latin-Europeo: aquí alcanzó su cenit, o edad de oro (siglo XVI al XVIII) una época conocida
como la Revolución Científica. La alquimia de esta época fue la más desarrollada y diversa de todas y con mayores
fuentes de información.

A estos tres periodos deberíamos sumarle un 4 periodo : el que llega a nuestros días.

La alquimia oriental (china/india) es un párrafo aparte. Cada vez que se intentó mezclar con la occidental se produjo
confusión. Por ejemplo: la errónea noción europea del Elixir de la Inmortalidad, una idea que se popularizó pero que
es falsa , porque aunque los alquimistas occidentales estaban empeñados en medicinas para prolongar la vida o
curar enfermedades, la búsqueda de la inmortalidad terrena a través de la alquimia fue un asunto exclusivamente
chino.

La alquimia moderna se extendió mucho más allá de los confines de los oscuros y secretos laboratorios: se trasladó a
artistas, poetas, humanistas, dramaturgos, teólogos, etc.

Y es que el estudio de la alquimia poseía una visión notable y rica del significado del mundo; algo que hoy día hemos
extraviado desgraciadamente. Pero esta visión del mundo no era algo de la propia alquimia , sino de la cultura
europea de la época que impregnó a la alquimia de tales visiones. Después de todo, por algo el renacimiento fue el
descubrir; como dice el querido Andahazi en su obra El Anatomista, fue“la primavera de la mirada”.
Pero si nos fijamos en los primeros tiempos de la alquimia, allá en el lejano Egipto posterior a las pirámides y sus
faraones, la idea de los artesanos interesados en esta ciencia era la manipulación de metales o piedras preciosas ,
usando metales y piedras comunes que intentaban hacer pasar como nobles o preciosos.

El arte noble, como se llamó a la alquimia y que data de esta época, en realidad se relacionaba con el Arte de los
metales Nobles. Y hay algunas recetas que explican como teñir metales simulando ser oro (que desde luego no lo
son).

En los papiros de Leyden y Upsala constan respectivamente de 111 y 152 recetas relativas a aleaciones, soldaduras,
tinturas de distintos colores y sobre distintos materiales, escritura en oro y plata, falsificación de piedras preciosas,
sustitución de metales ricos y análisis de aleaciones

Esto significa que los autores de los primeros tratados de alquimia tomaron prestadas técnicas , procesos y
herramientas de una amplia variedad de artesanos contemporáneos, pero aunque hicieron esto, se vieron a si
mismos como un grupo distinto de estos artesanos, adquiriendo una identidad independiente en el siglo III.

Esto se dio porque había un sustrato filosófico en medio, en el cual se planteaban preguntas sin respuestas: ¿Qué es
la materia? ¿Cómo se transforma una cosa en otra? Herencia griega (de al menos 700 años antes de que surja la
alquimia) que necesitaba de un conocimiento artesanal práctico (sacado de las recetas de los antiguos artesanos) Y
es así que nace la alquimia verdadera. De esta cruza de ideas y búsquedas.

El primer pensador que se cita en la tradición fue Thales de Mileto (en el siglo VI a.C) quien afirmó que todas las
diferencias sustancias que nos rodean en realidad son modificaciones de una sola sustancia primordial y que es el
agua.

Pero fue Empedocles (495-435 a.C) el que propuso cuatro raíces de las cosas, y de ahí surgió la idea de los 4
elementos.: aire, tierra, agua y fuego.

Aun así, la mayoría de los filósofos aceptaron la idea de que bajo la apariencia cambiantes de las cosas, había un
sustrato invisible e inmutable, una suerte de alma. Esta noción de que en todo subyace una sola sustancia se lo
denomina monismo.

Para Thales era el agua; para Demócrito los átomos; para Aristóteles lo que llamó la “primera materia” o “materia
prima”. El único que salió de esta línea fue Empedocles con su pluralidad de elementos.

De estos conceptos, la filosofía y la artesanía, daría mezcla a la tradición de la alquimia que se ve en textos
tempranos que hablan de la crisopeya. Y de todos, el más venerado y que representó una autoridad para el resto
fue Zosimos de Panopolis.

Sabemos que no fue el primero crisopeiano, porque él mismo cita a referentes anteriores, pero podemos decir que
fue el más reverenciado. Estuvo activo alrededor del año 300 d.C en la ciudad de Panopolis, conocida ahora como
Akhmim.

¿Y que buscaba Zosimos con la alquimia?. ¿El elixir? ¿El entendimiento del universo?.

No. Algo más básico y terrenal.

Zosimos estaba orientado hacia un objetivo central : la transmutación de los metales. Y buscó los medios para
superar este desafío.

Es cierto que suele citar en sus escritos a alguien que fue realmente la que le ayudó en todo lo que se puso en
práctica llevar adelante, y esta persona es Maria la Judia: Zosimos le atribuye el desarrollo de una amplia variedad
de aparatos y técnicas. Bueno, de ella conocemos el famoso Baño Maria. Está invención se preservó gracias al
antiguo alquimista que le dio un valor inestimable a sus trabajos de laboratorio.

Uno de los aparatos más populares de Zosimos fue el Kerotakis diseñado para exponer un material a los vapores de
otro. De hecho, estaba muy interesado en los vapores. Pero no como uno imaginaría, sino en aras de la
transmutación.

Porque se sabía, heredado de antiguos artesanos, que exponer vapores de calamina, una tierra que contenía zinc,
podían convertir el cobre en latón, dorándolo más. Los vapores de mercurio y arsénico blanqueaban el cobre de un
color plateado.

Muy probablemente conocer cómo influían esta clase de vapores en las materias les llevó a experimentar mucho
tiempo con los mismos y su artilugio especialmente diseñado para ello.

Zosimos tenía esta idea de que los metales tenían un alma, y por tanto, estaban constituidos por una parte volátil y
una parte no volátil. En la volátil se iría el color y las propiedades particulares del metal.

Sería la unión de esos espíritus o parte volátil, la que permitiría la transmutación al ser introducidos en otros
metales. Una suerte de posesión del metal vulgar por el espíritu de uno noble.

Zosimos era muy observador y crítico en lo que hacía. Y llama transmutación al teñido de los metales. Utiliza
precisamente la palabra Baph, del verbo baphein que significa sumergirse o teñir.

Y llama precisamente “tintura” al agente capaz de teñir o colorear.

Se percibe aquí la influencia que ejerció en él las recetas heredadas de los antiguos artesanos egipcios, cuyo objetivo
era teñir los metales y hacerlos pasar como los valiosos y auténticos metales nobles.

Y entre sus trabajos encontramos el famoso “agua de azufre” de los orfebres primitivos egipcios – que, dicho sea de
paso, solo la usaban para teñir de dorado los metales y que el especialista Lawrence Principe probó en su
laboratorio – a la que Zosimos le atribuye una transmutación real y, en consecuencia, algo que siempre buscó y que
ahora le convenía mantener en el secreto.

Zosimos se deleita en ocultar el nombre de esta sustancia capaz de transmutar. A la que le pone el nombre de agua
divina (cuando se la conocía como agua de azufre)

En un pasaje la describe como la hermafrodita, la que no es metal ni agua y siempre está en movimiento, la que es el
agua plateada, etc..

En efecto, como él mismo se encarga de declarar, los escritores alquímicos “llaman a una sola cosa por muchos
nombres distintos, mientras llaman muchas cosas con un solo nombre”.

¿Y cual era la composición de esa Agua de azufre capaz de transmutar una sustancia en otra o al menos teñir?. (no
olvidemos que transmutar era teñir)

Se encuentra en el Papiro de Leiden, donde está expresado el descubrimiento del agua de azufre.

“Oxido de calcio, 1,7 gramos. Azufre, anteriormente molido, una cantidad igual. Ponlos juntos en un recipiente.
Añade vinagre o la orina de un joven; luego dale calor desde abajo hasta que el liquido parezca sangre. Filtrar los
sedimentos, y utilizarlo puro.”

El científico Principe lo puso en práctica y tras hervir suavemente durante una hora, surgió un rojo anaranjado: un
líquido de olor desagradable.
Y aunque el papiro de Leiden no decía como usar el líquido, lo adivinó enseguida.

Sumergió una pieza de plata y con un poco de práctica y control de la temperatura, la pieza se volvió
sorprendentemente como el oro. Así:

¿Cómo es que cambia de color?.

Se debe a que se producen capas muy delgadas de sulfuros en la superficie metálica, debido a la acción de los
polisulfuros de calcio presentes en este “agua de azufre”.

Lo que es el teñido de un metal Zosimos lo interpretó como algo más trascendente, y como tal cosa, lo cifró
confundiendo a sus lectores, dando a entender que estaba en posesión del secreto de convertir metales vulgares en
oro.

De Zosimos se atribuye la creación del famoso Decknamen, o nombre clave, con que se llamaba a una sustancia que
compartía alguna propiedad, vinculo literal o metafórico con la sustancia intencionada. El uso del famoso Nuestro,
nuestro agua, nuestro plomo, alude esto mismo.

Por ejemplo en el caso de nuestro plomo se relaciona con el antimonio mineral porque esta sustancia comparte
algunas propiedades con el plomo.

Mediante el Decknamen se mantenía el secreto pero a la vez, a los instruidos se le comunicaba discretamente como
era la cosa, si eran capaces de descifrar el sistema.

Este lenguaje alegórico será una característica común de la escritura alquímica, y predominará las obras de los
alquimistas europeos a partir del siglo XIV.

LA PALABRA ALQUIMIA

El significado de la palabra alquimia puede rastrearse hasta el lejano Egipto. Y la palabra podría significar tierra
negra, ya que asi se llamaba a Egipto por el limo del Nilo.

Pero como la palabra tiene un origen griego, puesto que ellos ya habían tomado el conocimiento de los artesanos
egipcios para darle el formato filosófico, es probable que tenga una interpretación desde esta lengua.

De ahí podría traducirse en chemeia que significa literalmente Arte de Fusión. Los árabes le habrían añadido el
articulo Al, para referirse a la cosa, “La”.

Ahora bien, la idea que ha predominado en la alquimia siempre es la reducción del metal a su primera materia ,
porque, según el corpus alquímico, todas tendrían en su centro la misma esencia o cosa.

De Olympiodoros , un escritor del siglo VI, es quien instauró esta idea, hablando de una materia de metales, común
a todos, que según donde se produzca, da lugar a los distintos metales. Por lo tanto, escribía, para transmutar hay
que reducir un metal a su “materia metálica común”, y luego introduciendo las cualidades del metal deseado (lo que
se llama orientar al metal).

Claramente esto predomina en la idea de los alquimistas antiguos y modernos: una cosa se puede convertir en otra
porque en el nivel más profundo son realmente lo mismo.

La alquimia cuando la toma el mundo árabe se ve enriquecida por un sustrato de conocimientos , ciencia,
matemática, medicina que asombraría sin lugar a dudas a los alquimistas precursores del medioevo europeo en el
siglo XII.

Sin embargo, a medida que pasaron los siglos, la cuna árabe fue distorsionándose al punto que los nombres de los
más reconocidos autores árabes se confundieron, olvidaron, o incluso suprimieron.

Lo que hace que a día de hoy se siga olvidando el saber árabe se debe principalmente a que existen pocos
historiadores que dominen el árabe y que, encima, les interese la alquimia.

La Tabla Esmeralda

Se le atribuyó a Hermes Trimesgistro cuya autoridad fue indiscutible y fue popularizado entre árabes y europeos.
Nadie puso en duda su origen, y sin embargo, aunque su origen sigue siendo oscuro, la evidencia señala que fue
escrito en el siglo VIII y es una composición árabe, no griega, ni menos egipcia.

La leyenda dice que la tabla esmeralda fue encontrada en las manos de un antiguo cadáver enterrado en un sepulcro
subterráneo escondido bajo la estatua de Hermes Trimegestus.

La teoría del Azufre y el Mercurio

La teoría que más ha perdurado en la historia de la alquimia es la noción de que todos los metales están constituidos
por un azufre y un mercurio. Al menos, hasta el siglo VIII

Quizá nacida de la observación de que los metales lanzan cierto hedor a azufre al quemarlos intensamente, sobre
todo cuando caen en polvo en un fuego: lanzan ese aroma sulfuroso característico.

Esta observación podría apoyar la idea de que un azufre los constituye. El estaño, el plomo, por otro lado, se derriten
muy fácilmente, y esto podría llevar a la idea de que una materia mercurial los constituye en el fondo.

Los que cuestan más derretirse como el cobre o el hierro, tendrían menos de este componente mercurial en su seno.

El hecho de corroerse u oxidarse de los metales vulgares, les debió indicar que no estaban a la altura de la
inalterabilidad del oro y la plata. Más precisamente del oro (porque la plata, con el tiempo, forma una patina
oscura).

Pero ahora pensemos si esta idea de como vieron a los metales no pudo dar lugar al concepto de azufre y mercurio,
y en especial a aquella receta de la que hablamos antes que para Zosimos era el Agua de vida, pero se llamó por los
artesanos egipcios Agua de Azufre, y servía para dorar un metal o “transmutarlo” en el concepto erróneo del
antiguo.

Fijaos con qué está compuesta ¿acaso no es cal, oxido de calcio, y azufre?.

Cuando consumes (quemas) mucho un metal, todos tienen una apariencia de cal al final ¿Será que el antiguo lo
interpretó como el mercurio y lo ocultó en los mil galimatías que componen el corpus alquímico?. Y el azufre
presente en todas las cosas ¿no será el nativo que se usa en esta mezcla, después de todo?. La orina aportaría la sal,
el amonio, y todo esto daría la mezcla que en una hora formaría el licor o tintura rojiza/anaranjada capaz de teñir un
metal de color oro.

Ahora bien, cuando se introduce en Europa la alquimia, los procesos metalúrgicos y productivos estaban bien
establecidos allí. Los artesanos sabían producir sustancias, aleaciones, pigmentos, tintes, etc De hecho los
manuscritos medievales registran esto mismo, y perpetúan la antigua tradición de las recetas alquímicas que ya
habíamos encontrado en los papiros de Leiden, y en la Physika Kai Mystika atribuido a un pseudo Demócrito.

En un texto medieval, de hecho, conocida como Composiciones Variae, datado del año 800 en realidad tiene en latín
palabra por palabra una de las recetas registradas en el papiro de Leiden. Lo mismo la Clavicula Mappae.

Cuando siglos atrás la alquimia fue apropiada del mundo bizantino por los árabes, las primeras composiciones árabes
se escribieron bajo seudónimos griegos. Ahora, en Europa, sucedió lo mismo: los manuscritos latinos fueron
firmados por seudónimos árabes.

Esto confería cierta autoridad al hacerlos pasar por más antiguos e incluso extranjeros, parte de una cultura más
avanzada. He aquí cuando surge el nombre Geber, que fue un autor latino del siglo XIII.

Sus textos son tomados prestados, por ponerle un término feliz, a los tratados de Jabir y sus Setenta Libros con el
que se lo confundió por esta misma razón. Incluso se tomó la molestia de salpicar con frases árabes el texto para
conferirle aun más autenticidad árabe. Pero no lo era.

Todo indica que fue un fraile franciscano italiano llamado Pablo de Taranto. Se sabe porque dejó Pablo un escrito
cuyo texto tiene una sorprendente similitud de estilo con el atribuido a Geber, y también se basa en fuentes árabes
(Jabir y de Al-Razis y su libro traducido al latin con el titulo de Liber Secretorum).

La diferencia que tiene Geber con Jabir en sus textos, es que mientras este ultimo afirma que las sustancias animales
y vegetales podrían ser utilizadas para hacer elixires transmutantes, Geber, como luego serían la mayoría de los
alquimistas europeos, lo rechaza: la Piedra de los Filósofos debe estar hecha únicamente de sustancias minerales (lo
vegetal o animal no entra en escena).

En resumen: cuando pasa la alquimia árabe a la europea se eclipsa todo el saber árabe y se aboga por una piedra
filosofal nacida de minerales, rechazando y olvidando todo el trabajo árabe con vegetales y materias animales.

Uno de los mayores críticos de la alquimia fue Avicena, conocido como Ibn Sina´s, que decía:

“El arte es más débil que la naturaleza y no puede seguirla por mucho que lo intente; que los practicantes de la
alquimia sepan que las especies de metales no pueden ser transmutadas”.

Por un error de un copista, este texto se traspoló a un texto de Aristóteles y con la palabra autorizada de este todo
Europa escuchó aquella sentencia.

Pero pronto fue refutado con lógica y una vasta experiencia por el autor del libro titulado Libro de Hermes, en
principios del siglo XIII. Su autor señaló que los alquimistas podían de hecho producir algunas sustancias como sales,
idénticas a las que produce la naturaleza (no hace falta poner de ejemplo si la Vitamica C producida hoy día es
distinta de la que provee la fruta natural).

Otro que se sumó fue Alberto el Grande, el Doctor Universal (1200-1280) pero su discípulo, Tomas de Aquino fue
más prudente, dijo que los alquimistas solo pueden producir la apariencia de las cosas naturales, y por tanto, su oro
no es el verdadero oro. Es decir, son simuladores.
Y sin embargo, más adelante diría que los alquimistas aprovechando los poderes de la naturaleza y utilizándolos
para producir oro de la misma manera que lo hace la naturaleza, entonces ese oro sería verdadero oro.

Pero la voz de Roger Bacon (1214-1294)es la que finalmente aparta la idea de que el arte es más débil que la
naturaleza: todo lo contrario: es más fuerte , dice. El oro alquímico es mejor que el natural. Las copias humanas de
sustancias naturales pueden ser superiores a lo que la naturaleza proporciona. Esta idea prevalece hoy día.

Debido a los decretos por la fabricación o imitación del oro, en el siglo XIV asistimos a un mayor secretismo y a la
construcción de vínculos entre la alquimia y la teología cristiana como forma de ocultar un secreto o hacerlo pasar
desapercibido.

Y ahora, si recordamos la receta del papiro antiguo para fabricar el “Agua de azufre”, encontraremos algo
interesante en el primer libro ilustrado de alquimia conocido como el Rosarium philosophorum.

En este libro hay dos ingredientes secretos que se conocen como Gabritius y Beya. Está claro que el nombre de
Gabritius deriva de la palabra árabe que significa “azufre” y que Beya de bayá que significa blancura , que se puede
referir a la cal, oxido de calcio, que de nuevo entraría en escena en el compost de la Piedra filosofal.

He ahí, de nuevo, los dos ingredientes tan popularizados en alquimia y que convierten o tiñen los metales: el azufre y
la piedra caliza, mezclados en orina.

La expansión de la alquimia continuó tras el medioevo y se alzó en su gloria en los años 1500 y 1700, conocidos
como la Revolución Científica. Esta fue la época dorada de la alquimia hasta que fue denigrada y puesta en la misma
bolsa de las prácticas nigromantes, mágicas e incluso de charlatanes estafadores.

Tuvo que morir, para que la floreciente química naciera.

Pero en su apogeo dorado, la alquimia se centró en dos cosas principalmente: la transmutación de los metales y la
fabricación de alguna medicina o medicamento farmacéutico que combatiera las muchas enfermedades que
asolaban por entonces.

Ahora bien, según la concepción de cada alquimista, unos adoptaban la idea de que los metales estaban formados
por azufre y mercurio, idea desarrollada en la Edad Media islámica; otros , por el contrario, pensaban como
propugnó Paracelso, que estaban constituidos por tres ingredientes: azufre, mercurio y sal. Y otros, adhiriéndose
más estrechamente a las ideas aristotélicas supusieron que los metales (e incluso todas las sustancias) estaban
compuestas por una única “materia prima” común que podría tomar distintas formas.

La idea de la transmutación metálica vendría arraigada de estos conceptos y de la observación: en las minas los
metales rara vez se encuentran en un estado puro, siempre tienen algo de plata y la plata algo de oro. Esta
observación sugirió a los alquimistas que los metales se transformaban naturalmente bajo tierra en otros más
nobles, siendo sus composiciones alteradas por la acción del calor y el agua subterráneo. Por tanto, la crisopeya
tenía que lograr en la superficie lo que en las entrañas de la tierra llevaba miles de años efectuarse.

Otra observación importante sobre la acción de esta piedra conseguida, era a través de eventos naturales. Por
ejemplo lanzar un poco de vinagre en un barril de vino pronto transformaría toda la cantidad en vinagre. Lo mismo
una pequeña cantidad de cuajo coagularía muchos galones de leche en queso; un trozo de levadura amasada en una
cantidad de masa fresca pronto volvería toda la masa en levadura. Y bajo esta analogía, si se lanzaba una porción de
Piedra Filosofal en mercurio podría coagular cien o mil veces su peso de mercurio en oro.

En fin, por qué transmutaría, jamás se pusieron de acuerdo. E incluso Boyle dijo que aunque no sepamos porque las
cosas se fermentan no significa que no existan cerveceros.

La época además facilitaba creer en la unicidad de la materia y que todo podía transformarse. Si después de todo
sucedía con lentitud en la naturaleza, ¿por qué no usando “un catalizador”.?
Pero si hiciera falta más, en el siglo XVII surgieron crónicas, testimonios de personas que habían tenido en su poder
la Piedra. Y se trataba de personalidades reconocidas en cuya autoridad recaía la evidencia de la existencia de la
Piedra Filosofal.

Ejemplo: en 1604 salió publicado Histories of Several Metallic Transmutations, del holandés Ewald Van
Hoghelande, esto hizo resurgir la posibilidad más que real de la crisopeya en Alemania. Se trataba de relatos de
adeptos anónimos que enseñaban la proyección de los metales en privado a escépticos o curiosos del arte
hermético.

Y aunque algunos relatos son francamente graciosos, otros no lo son y aportan fechas, lugares, pesos de la materia,
etcétera.

Después llegaron noticias de transmutaciones, siempre con el invariable polvo rojo que las producía, que incluso
atrajeron al matemático Wilhelm Leibniz (1646-1716). En estas demostraciones algunos alquimistas terminaron
apresados para robarles el secreto que no podían, o no querían confesar. Y así esta el caso de Bottger que terminó
confinado y sin poder explicar su “transmutación”. Y tuvo que ayudar a descubrir el secreto de cómo fabricar
porcelana, algo que resultaría tan lucrativo como el oro.

Por supuesto, aquí se suman los testimonios de Friedrich Helvetius y de Van Helmont, que de escépticos pasaron a
creyentes en la existencia de una sustancia capaz de transmutar metales, porque la tuvieron en sus manos, ofrecida
por un anónimo personaje.

También tenemos los relatos que recopiló Robert Boyle acerca de la existencia de la Piedra de los Filósofos y su
poder extraordinario. Pero el más sobresaliente de los relatos compilados por Boyle, es el propio, porque fue testigo
él mismo de este fenómeno: Boyle , padre de la química, cuenta que fue presentado a un hombre que se ofreció a
enseñarle un experimento que transformaría el plomo en un líquido metálico similar al mercurio.

Boyle envió a su sirviente para obtener plomo y crisoles para este experimento. Cuando sin querer se perdió el
crisol, el hombre se ofreció a enseñarle otro experimento que no estaba pautado, que Boyle pensó que sería
semejante a lo que le había prometido. Y dice su relato:

“El plomo estaba fuertemente derretido, el viajero abrió un pequeño pedazo de papel doblado en el que parece que
habría algunos granos, pero no muchos, de un polvo que parecía algo transparente casi como si fueran pequeños
rubies, y era de un rojo muy fino y hermoso. De esto tomó lo suficiente, de forma descuidada, y sin pesarlo, en la
punta de un cuchillo tanto como supuse que era un grano o dos, y luego ofreciéndome el cuchillo me dijo si quería
arrojar el polvo con mi propia mano”.

Pero Boyle que era enfermizo y con reparos en tocar la materia, le rechazó la solicitud y este hombre lo echó en el
crisol con el metal licuado. Lo calentó por 15 minutos y luego lo dejó enfriar. Al cabo, cuando lo abrió había una
materia dorada que Boyle reconoció asombrado como oro.

“ Sobre esto, volviendo mis ojos con una mirada un tanto asombrada a la cara del viajero, sonrió y me dijo que
pensaba que había entendido lo suficiente de que tipo de experimento había hecho recién diseñado para él”.

Boyle se llevó el trozo de metal amarillo: las pruebas demostraron que era oro. Poco después Edmund Dickinson
(1624-1707), amigo de Boyle, también fue testigo de la transmutación de plomo en oro a manos de aquel viajero
extraño.
Tras ser testigo dos veces de estos hechos, Boyle no dudó más de la capacidad y existencia de una materia que podía
transmutar metales. Tan así, que testificó junto a Burnet en 1689 en el Parlamento para que la ley del rey Enrique IV
prohibiera la transmutación. Y con la fuerza de su testimonio la ley fue abolida.

Pero aun así, la alquimia fue perdiendo con el paso del tiempo el viejo prestigio de su edad de oro. Mayormente por
un tema moral: se la asoció con lo falso, lo erróneo, los engaños bajos.

Así, Dante en su Divina Comedia, pone a los alquimistas en el 7 circulo del infierno, y en boca de uno la condena por
haber falsificado metales pasándolos como oro. Es verdad que Dante estuvo muy influenciado por la Iglesia, y en
especial, el bulo papal que condenaba a los alquimistas.

Otro que se sumó fue Petrarca que criticó la crisopeya y a sus practicantes como una práctica estéril, inservible, cuya
única producción exitosa es “humo, cenizas, sudor, suspiros, palabras, artimañas y degradación”.

Poco costó ante tales críticas, elevadas desde el pedestal de estas personalidades imponentes de la época, para que
la alquimia quedará recluida y puesta en la misma bolsa que la brujería, las artes adivinatorias, la astrología y la
charlatanería. Pero aún más: en la bolsa de la gente de baja moral.

Y sin embargo, para químicos reputados que hoy día pusieron en práctica los viejos conceptos y tratados alquímicos,
como por ejemplo Lawrence Principe, esto no debería ser así. Y obviamente para mi tampoco. Por eso llevo tantos
años estudiando el tema y descubriendo cosas que fueron silenciadas.

Lawrence probó llevar a cabo las experiencias vertidas en el libro de El Carro Triunfal del Antimonio, de Basilio
Valentin, en especial, en la fabricación de vidrios. Y comprobó , tras repetidos intentos siguiendo el texto del monje,
que no podía hacerse el vidrio. Hasta que reparó en un detalle, un detalle en el manuscrito: que el antimonio debía
ser de Hungría, recalcaba Valentin.

Buscó de tal lugar antimonio y volvió a hacer la prueba: funcionó a la perfección. Cuando analizó ambos antimonios,
comprobó que el de Hungría tenía cierto nivel de cuarzo, es decir, una ligera contaminación en la sustancia. Y esa
contaminación hacía el milagro del vidrio de antimonio.

La misma contaminación que producía el aceite del antimonio rojizo. En realidad, no se desprendía del antimonio,
sino de la varilla de hierro con la que revolvía Basilio Valentin, pero en su época, incapaz de un análisis profundo de
las cosas, asumió que era el licor rojizo del vidrio de antimonio.

Lawrence Principe, analizando cada operación en detalle, pudo descubrir que en realidad el color rojizo procedía del
hierro, cuando se le echaba vinagre al vidrio de antimonio, en donde había partículas por haber sido revuelto con
una varilla de tal material (el antimonio come todos los metales menos el oro)

Pero para Basilio Valentin, aquel licor rojizo era el aceite o tintura del vidrio de antimonio. ¿Y de qué otra manera
podría ponerlo en duda si no disponía de los medios actuales de análisis de sustancias?.

Más allá de esto, está claro que los antiguos alquimistas trabajaban enfocados en una meta y un proceso avalado por
conceptos filosóficos y no en un mezcla y saca para ver qué sucede.

Cuando Basilio Valentin en sus 12 llaves volatiliza el oro común, a través del agua de los dos campeones (agua regia
elaborada con cloruro de amonio) , el proceso es de realización sumamente difícil hoy día en nuestros laboratorios,
pero muchísimo más en la época de Valentin, y sin embargo, lo llevó a cabo, porque los detalles que declara en su
opúsculo se condicen con la realidad de la experiencia de laboratorio moderna.

Ahora bien, la crisopeya formó un aspecto clave en la tradición de la química, desde sus orígenes en el último Egipto
grecoromano clásico, como vimos, hasta la época del quimista conocido como Homberg, un hombre que fue un
sabio en su época y logró hallazgos tan importantes como descubrir el secreto del fósforo (que aunque se conocía
nadie lo divulgaba con detalle) y poder fabricarlo, preparar la famosa Piedra de Bolonia, y aplicarse con la fuerza del
sol sobre sustancias cambiándoles sus estados inalterables.

También logró transmutar 224 gramos de plata en 0.5 de oro. Pero no le era rentable, y era sumamente complicado
el procedimiento, entonces, como muchos otros, se enfocó en lograr la materia que le ayudará en este trabajo, la
famosa y mítica Piedra filosofal.

Pero esta historia la veremos en otra entrada.

Ahora bien, los quimistas del siglo XVII de todas las clases intelectuales y sociales persiguieron múltiples caminos
para lograr la transmutación metálica. El método más común y buscado era conseguir, como digo, la Piedra de los
Filósofos. Una sustancia capaz de comunicar a otros lo que les falta y volverlos oro.

Pero Monsieur de Louvois ordenó que se mantuvieran los investigadores alejados de perseguir tan inútil tarea para
el reino, instó a que se dedicaran a cosas útiles para el Estado y el Rey , por ejemplo cómo mejorar la pólvora, como
hacer el agua de mar potable, o nuevos productos farmacéuticos, en vez de buscar la crisopeya.

Entonces los trabajadores serios que se dedicaban a este proyecto se alejaron o bien se ocultaron, cifrando sus
escritos o siquiera publicando sus hallazgos, por temor a la vergüenza general y las malas opiniones del resto que
vería la crisopeya como una actividad vil, de farsantes, inútil en todo sentido.

De esta forma se abolió los trabajos honestos de los quimistas y cuando se formalizó la química, aquello quedó
definitivamente de lado, convirtiéndose en una quimera.

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