Historia de La Salvación - 1
Historia de La Salvación - 1
Historia de La Salvación - 1
HISTORIA DE LA SALVACION
INDICE
PROLOGO
1. CREACION
a) La creación canta la gloria de Dios 9
b) Creación del hombre 12
c) Sábado: fiesta de la creación 13
2. PECADO
a) Pecado de Adán y Eva 17
b) El pecado: ¿ofensa a Dios? 18
c) El pecado ofende al pecador y a los demás 20
d) El pecado no vence el amor de Dios 22
3. ABRAHAM
a) El Dios creador es el Dios de la historia 25
b) Vocación de Abraham 26
•c) Sacrificio de Isaac 28
d) Abraham, figura de María y prototipo del creyente 30
4. ÉXODO
a) De Abraham a Moisés 33
b) Moisés salvado de las aguas 35
c) Dios hace pascua con su pueblo 37
d) El canto de Moisés y del Cordero 38
5. DESIERTO
a) Desierto, lugar de paso 41
b) El desierto, tiempo de los esponsales de Dios con su pueblo 43
c) Las tentaciones del desierto 44
d) Jesús, Hijo de la Alianza, vence las tentaciones 46
6. ALIANZA
a) La alianza del Sinaí 49
h) Shavuot, fiesta de las semanas y de la alianza 51
c) La alianza nueva 53
d) Arca de la alianza 54
7. LA TIERRA PROMETIDA
a) Josué, sucesor de Moisés 57
b) Jueces, salvadores del pueblo. Débora 58
c) Gedeón y Sansón 60
d) Samuel, el último de los Jueces 63
8. EL REINO
a) Instauración de la monarquía 65
b) David ungido rey 67
c) David perseguido por Saúl 68
d) David, un hombre según el corazón de Dios 71
9. PROFETAS ANTERIORES AL EXILIO
a) Elías y Eliseo 75
b) Amós y Oseas 78
c) Isaías y Miqueas 80
2
d) Sófonías, Nahtim, Habacuc• y Jeremías 82
3
PROLOGO
"Padre, ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu
enviado Jesucristo" (Jn 17,3)."No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el
que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4,12), sino el nombre de Jesús. La historia de la
salvación culmina en Cristo y se prolonga en la Iglesia, cuerpo de Cristo. En la Iglesia, y por
medio de ella, cada cristiano recibe la palabra de Dios y, meditándola en su corazón y con la
ayuda del Espíritu Santo, camina hacia la plenitud de la verdad. "La contemporaneidad de
Cristo con el hombre de todos los tiempos se realiza en su cuerpo, que es la Iglesia" (VS 25).
"La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual qué-el mismo Cuerpo
del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de
la palabra de Dios como del cuerpo de Cristo... Porque en los libros sagrados, el Padre que
está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos" (DV 21). "Por esta razón,
no cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de
Dios y del Cuerpo de Cristo" (CEC 103). "En la Sagrada Escritura, 'la Iglesia encuentra sin
cesar su alimento y su fuerza, porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino
lo que es realmente: la Palabra de Dios (lTs 2,13). En los libros sagrados, el Padre que está
en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos" (CEC 104).
4
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•
•
"La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, a preparar,
• anunciar proféticamente (Lc 24,44; Jn 5,39; 1P 1,10) y significar con diversas figuras (1Co
• 10,11) la venida de Cristo" (CEC 122). A través de múltiples figuras, Dios preparó la gran
sinfonía de la salvación, dice san Ireneo. Un único y mismo plan divino se manifiesta a través
de la primera y última Alianza. Este plan de Dios se anuncia y prepara en la antigua Alianza
y halla su cumplimiento en la nueva. "Los libros del Antiguo Testamento, recibidos
• íntegramente en la proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena significación
en el Nuevo Testamento, ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo" (DV 16; CEC-129).
"De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros
padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo" (Hb
1,1-2). "Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del
Padre. En El lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. San Juan de la Cruz, después
de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,1-2: Porque en darnos,
• como nos dio a su Hijó., que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y
de una vez en esta sola Palabra...; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo
ha hablado todo en El, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese
•
•. preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría
' agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o
novedad" (CEC 65).
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Apoyándose en lo que ha sido, aceptando la herencia del pasado, haciéndolo presente, se abre
al futuro, que anticipa en la esperanza, haciéndolo actual, como impulso del presente hacia él.
Es evidente que cuanto concierne a la fe ha de ser recibido. Ninguna interpretación
tiene validez si no está integrada en el cauce de la tradición. Nosotros quizás somos una
generación de enanos, pero un enano que se sube a las espaldas de un gigante puede ver
amplísimos horizontes. Así, apoyados y llevados por el cauce de la tradición, también
nosotros podemos descubrir nuevos aspectos del misterio de Dios y de su voluntad sobre
nosotros.
Hay una memoria en Dios, sobre la que se funda su fidelidad. Y hay una memoria en
el hombre, que hace de su vida una liturgia de alabanza a Dios por las maravillas que ha
obrado en la historia. Este memorial es el fundamento de la fe y la esperanza en Dios. Dios
sigue vivo y fiel, presente hoy como en el pasado. Esta memoria del hombre fundamenta
también la fidelidad del hombre a Dios en medio de las dificultades presentes.
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1. CREACION
Dos relatos complementarios de la creación abren el libro del Génesis (Gn 1-2). Son
el pórtico de la fe en la salvación, elección y alianza de Dios con su pueblo. Apuntalan esta fe
con el testimonio de que el Dios de la alianza con Noé, de la vocación de Abraham y de la
alianza del Sinaí es el Creador del mundo. Muestran el camino que Dios siguió con el mundo
y con los hombres hasta la llamada de Abraham y la constitución de la comunidad, de tal
modo que Israel, partiendo de su elección, puede en la fe contemplar retrospectivamente la
creación. Y desde la creación, como designio de Dios, contemplar la salvación de Dios. Los
dos relatos de la creación son el prólogo de la alianza, el primer acto del drama que, a través
de las variadas manifestaciones de la bondad de Dios y de la infidelidad de los hombres,
constituye la historia de la salvación.
La primera frase de la historia de la creación -"en el principio creó Dios cielo y tierra"
(Gn 1,1)- es el resumen de un largo proceso de reflexión de la fe de Israel. Puesto que este
proceso fue madurando en el exilio, en la confrontación de la fe en Yahveh con las
cosmogonías de los cultos religiosos de Egipto y Babilonia, esta frase refleja una fe
consciente: el mundo no ha nacido de una lucha entre dioses, tampoco de un huevo
primigenio o de una materia primera. Al decir que "Dios ha creado el mundo" se pone de
manifiesto que Dios ha querido el mundo y que éste no es de esencia divina. No es una
emanación de su ser eterno, sino el resultado de su decisión voluntaria. Cielo y tierra, creados
por Dios, no son ni divinos ni demoníacos. No son eternos como Dios, pero tampoco son
vanos, carentes de sentido. Son buenos: obra de Dios.
Dios crea el mundo mediante la palabra: "Dijo Dios: haya luz, y hubo luz" (Gn 1,3).
Su palabra es lo que vincula al Creador con la creación. La palabra de Dios no es una palabra
vacía, sino cargada de potencia creadora (Dt 32,47; Is 55,10-11; Sal 33,6.9). Es la palabra que
crea el mundo y dirige también la historia (Is 9,7; 50,10s; Jr 23,29; 1R 2,27). Esta creación
que brota de la palabra de Dios es buena, responde al plan de Dios (Sal 10). Canta la gloria
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de Dios (Si 42,15-43,33). "Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder
y su divinidad, son conocidos mediante sus obras" (Rm 1,20; Sal 18,2.4-5). A la palabra
creadora de Dios sigue la acción ordenadora de Dios. Dios ordena su creación separando la
luz de las tinieblas, el cielo de la tierra, la noche del día. Mediante la separación ordenadora,
las criaturas adquieren forma identificable, ritmo y simetría. La narración bíblica de la
creación nos presenta el nacimiento de los seres y de la vida en el marco litúrgico de una
semana; ocho obras son intencionadamente distribuidas a lo largo de seis días, mientras que
es el descanso del séptimo día el que consagra la conclusión de la acción de Dios.
Luz y tinieblas tienen así para el hombre valores opuestos que fundan su simbolismo.
Librando al hombre de las tinieblas del pecado, Dios es para él su luz y salvación (Sal 27,1),
ilumina sus pasos (Pr 6,23; Sal 119,105), le conduce al gozo de un día luminoso (Is 58,10;
Sal 36,10; 97,11; 112,4), mientras que el malvado tropieza en las tinieblas (Is 59,9) y ve
extinguirse su lámpara (Pr 13,9; 24,20; Jb 18,5-6). Cristo se presenta a sí mismo como la luz,
8
y en él no hay tinieblas (1Jn 1,5). Y "el que le sigue no camina en tinieblas, sino que tiene la
luz de la vida" (Jn 8,12; 9). Desde las tinieblas del pecado "Dios nos llama a su luz
admirable" (1P 2,9), para compartir con su Hijo la suerte de los santos en la luz (Col 1,12ss).
Nacido al reino de la luz por el bautismo, el cristiano es llamado hijo de la luz y camina,
como luz del mundo (Mt 5,14), hacia la Jerusalén celestial, donde será iluminado por la luz
del Cordero (Ap 22,4ss). Tal es la oración que la Iglesia dirige a Dios por sus fieles en el
momento de despedirlos en la tierra: "La luz eterna les alumbre. Que no caigan en la
oscuridad, sino que el arcángel Miguel les introduzca en la santa luz" (Ritual de exequias).
El segundo día Dios crea el firmamento, como muro de separación entre las aguas
superiores y las aguas inferiores. Las aguas tienen un significado ambivalente: aguas de
muerte y aguas de vida. Es un milagro de bondad que Dios haya marcado una frontera
salvadora a las aguas de milerte. Los salmos y los profetas hablan de las aguas que huyen ante
Dios que las increpa, marcándolas la frontera que no deben franquear (Sal 104,7-9; Jr 5,22);
su potencia caótica se halla bajo la vigilancia de Dios (Jb 7,12). Si se sublevan, Dios las
acallará (Sal 89,10; Jb 26,12). En el diluvio, las aguas de abajo y las aguas de arriba rompen
los diques que Dios les ha impuesto y es el retorno al caos (Gn 7,11). Por ello, el signo de la
alianza de Dios con la creación, en Noé, aparece ante él en las nubes, a las que no permitirá
más descargarse diluvialmente sobre la tierra.
El agua es, en primer lugar, fuente de vida. Sin ella la tierra es desierto árido, sin vida.
Él salmo 104 resume maravillosamente el dominio de Dios sobre las aguas: El creó las aguas
de arriba y las del abismo. El regula el suministro de sus corrientes, las retiene para que no
aneguen la tierra, hace manar las fuentes y descender la lluvia, gracias a lo cual se derrama la
prosperidad sobre la tierra, aportando gozo al corazón del hombre. El agua es signo de la
bendición de Dios a sus fieles (Gn 27,28; Sal 113,3). Cuando el pueblo es infiel, haciendo
"un cielo de hierro y una tierra de bronce" (Lv 26,19; Dt 28,23), Dios le llama a conversión
con la sequía (Am 4,7). Dios, abriendo las compuertas del firmamento, deja caer sobre la
tierra el agua en forma de lluvia (Gn 1,7; Sal 148,4; Dn 3,60) o de rocío, que por la noche se
deposita sobre la hierba (Jb 29,19; Ct 5,2; Ex 17,13). Dios cuida de que caiga regularmente,
"a su tiempo" (Lv 26,4; Dt 28,12); si viniera demasiado tarde, se pondrían en peligro las
siembras, como también las cosechas si cesara demasiado temprano (Am 4,7). Por el
contrario, las lluvias de otoño y de primavera (Dt 11,14; Jr 5,24), cuando Dios se digna
otorgarlas, aseguran la prosperidad de la tierra (Is 30,23ss).
El agua no es sólo poder de vida, sino que tiene también un poder purificador (Ez
16,4-9; 23,40). El pecador que abandona sus pecados y se convierte es como un hombre
manchado que se lava (Is 1,16); asimismo Dios lava al pecador a quien perdona sus faltas
(Sal 51,4). Por el diluvio "purificó" Dios .la tierra exterminando a los impíos (1P 3,20s). Juan
bautiza en agua "para la remisión de los pecados" (Mt 3,11p), sirviéndose de las aguas del
Jordán que en otro tiempo habían purificado a Naamán de la lepra (2R 5,10-14). Este
simbolismo del agua halla su pleno significado en el bautismo cristiano. El bautismo es un
baño que nos lava de nuestros pecados (1Co 6,11; Ef 5,26; Hb 10,22; Hch 22,16),
purificándonos con la sangre redentora de Cristo (Hb 9,13s; Ap 7,14;22,14). San Pablo añade
otro simbolismo fundamental: la inmersión y emersión del agua por parte del neófito
simbolizan su sepultura y resurrección con Cristo (Rm 6,3-11).
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•
•
•
El tercer día aparece la tierra con su vida orgánica. La tierra, interpelada por la
palabra de Dios, produce plantas con sus semillas y árboles de frutos donde esa semilla se
contiene. La palabra de Dios señorea sobre la fecundidad de la tierra. El cuarto día Dios crea
los astros. Los astros son considerados dependientes de la voluntad creadora de Dios.
Cuidadosamente se ha evitado dar los nombres de sol y luna, para evitar toda tentación
•
idolátrica. El texto señala además expresamente su finalidad de servicio a los hombres, contra
todas las creencias astrológicas de la época. Su finalidad es señalar los tiempos para regular el
•
culto y el trabajo de los hombres (Dt 4,19; Jr 10.2; Jb 31,26; Is 47,13; Si 43,1-8).
El quinto día Dios crea los peces y las aves, seres dotados de vida. Aparece de nuevo
el verbo crear. La vida no es suscitada solaMente por la palabra, sino que procede de una
acción creadora de Dios más directa. Esta vida, que ha sido creada por Dios, recibe su
bendición, con la que les comunica una fuerza de vida, que les capacita para transmitir,
mediante la procreación, la vida que ellos han recibido. La enumeración, desde los monstruos •
marinos hasta los más pequeños peces y aves, expresa que ningún ser vivo queda fuera de la
voluntad creadora de Dios, buenos todos ellos a sus ojos (CEC 279-301; 337-341).
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.
b) Creación del hombre
El sexto día Dios completa la obra del quinto con la creación de los animales que
pueblan la tierra: fieras, ganados y reptiles. Y, luego, con marcada diferencia, el texto
describe la creación del hombre, que proviene con inmediatez total de Dios. El verbo crear
.
(barrí) alcanza la plenitud de su significado en este acto creador de Dios. Aparece tres veces
en un solo versículo a fin de que quede claro que aquí se ha llegado a la cúspide de la
creación. La creación del hombre está además precedida por la fórmula solemne de la
autodecisión de Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y según nuestra semejanza" (Gn
1,26).
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Las tradiciones mesiánicas de la semejanza con Dios permiten decir que las criaturas
destinadas a ser imagen de Dios -los hombres- son también los destinatarios de la
encarnación del Hijo de Dios, encarnación en la que se c—onsuma el destino de ellos. La
"imagen del Dios invisible" (Col 1,15), creada en el principio, está destinada a convertirse en
"imagen del Hijo de Dios encarnado". El destino inicial de los hombres se revela así
plenamente a la luz de Cristo: "Aquellos que han sido llamados según su designio, de
antemano los conoció y también los llamó a reproducir la imagen de su Hijo, para que El
fuera el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,28-29; 1Co 15,49; 2Co 3,18; Ef 1,3-14;
4,24Flp 3,21).
El superlativo de Gen 1,31: "vio Dios todo cuanto había hecho y he aquí que estaba
muy bien" formula la complacencia de Dios en la obra de la creación. Cuando el hombre,
iluminado por la fe, contempla la creación y vuelve sus ojos hacia Dios, lo único que puede
decir es que Dios creó un mundo bueno. Todos los seres de la creación son buenos. Pero sin
el hombre, el mundo es mudo (Gn 2,4-7). El hombre es el liturgo de la creación, que da gloria
a Dios contemplando sus obras y dando nombre a las criaturas. Extremadamente sugestivo es
el salmo 148, que nos ofrece una liturgia cósmica en la que el hombre es sacerdote, cantor
universal, predicador y poeta. El hombre es el artífice de una coreografía cósmica, el director
del coro en el que participan los monstruos marinos, los abismos, el sol, la luna, las estrellas
lucientes, los cielos, el fuego, el granizo, la nieve, la niebla, los vientos, los montes, las
colinas, los árboles frutales, los cedros, las fieras, los animales domésticos, los reptiles, las
aves... Y el salmo 150, conclusión del Salterio, a la orquesta del templo de Jerusalén asocia
en el canto de alabanza a "todo ser que respira". Dios ha creado todos los seres y el hombre,
dándoles nombre, les conduce a la celebración litúrgica.
La acción creadora de Dios, por medio de la palabra (Sal 104,7; 147,4; Sb 9,1; Is
40,26), bajo la guía de su sabiduría (Pr 8,22-31; Jb 1,26), aparece como una acción libre de
Dios, que manifiesta la absoluta gratuidad con que actúa tanto en la historia de la salvación
(Rm 9;8,30) como en la llamada del inundo a la existencia. Dios crea y se da por puro amor:
"la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con
Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios: pues no existe
si no es porque, creado por amor, por ese mismo amor es siempre conservado. Ni vive
plenamente según la verdad a no ser cuando reconoce libremente aquel amor y se entrega a su
Creador" (CEC 27). En la creación, como en la elección y la alianza, se da la primacía del
amor y de la gracia de Dios. Es el amor de Dios el que dirige la historia y la llevará a término
como la puso en marcha al principio.
El mundo ha sido creado para la gloria de Dios. Y dice San Ireneo: "La gloria de Dios
es el hombre viviente; la vida del hombre es la visión de Dios. Si la manifestación que hace
de sí mismo creándolas confiere la vida a todas las criaturas que viven sobre la tierra, cuánta
más vida da la manifestación del Padre por su Verbo a los que ven a Dios". Y Clemente de
Alejandría dice: "El hombre inmortal es un hermoso himno divino".
La creación salida de las manos de Dios "en el principio" .es una creación abierta
hacia la consumación, que consiste en convertirse en morada de la gloria de Dios. Los
cristianos experimentan ya, en la historia, la presencia de Dios en su vida, la inhabitación de
Dios en ellos por su Espíritu. Estas primicias de Dios en su vida les llevan a esperar que, en el
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reino de la gloria, Dios habitará por completo y para siempre en ellos y rescatará su creación
del mal y de la muerte. Esto es lo que anuncia "desde el principio" el sábado (CEC 342-379).
Según la narración del Génesis, la creación del mundo y del hombre está orientada al
sábado, la fiesta de la creación. La creación se consuma en él sábado. El sábado es el
distintivo bíblico de la creación. La culminación de la creación con la paz sabática diferencia
la concepción bíblica del mundo de cualquiera de las otras cosmogonías, que ven el mundo
como naturaleza siempre fructífera, en progreso, en evolución, que conoce tiempos y ritmos,
pero desconocen el sábado: el reposo. Y precisamente lo que Dios hace santo no es la
naturaleza, las cosas, buenas todas, pero no santas ni sagradas, con poderes mágicos; lo que
Dios hace santo es el tiempo, el sábado: "Y dio por concluida Dios en el séptimo día la obra
que había hecho, y cesó en el séptimo día de toda la obra que hiciera. Y bendijo Dios el día
séptimo y lo santificó, porque en él cesó Dios de toda la obra creadora que Dios había hecho"
(Gn 2,2-3).
Gracias al sábado, los hombres conocen la realidad en que viven y lo que son como
creación de Dios. El sábado abre la creación a su verdadero futuro. El sábado es la presencia
de la eternidad en el tiempo y una degustación anticipada del mundo venidero. El sábado es
alegría, santidad y descanso; la alegría es parte de este mundo; la santidad y el descanso son
del mundo venidero (Dt 12,9; 1R 8,56; Sal 95,11; Rt 1,19). El sábado es un "signo que une a
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••
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•
•
• Yahveh y a sus fieles" (Ex 3 1,17), en él Dios santifica al hombre (Ez 20,12). Reposar es
mostrarse imagen de Dios. Reposar significa que uno no sólo es libre, sino también hijo de
Dios.
El sábado es un día de paz y armonía, paz entre los hombres, paz dentro del hombre y
paz con toda la creación. En este día el hombre no tiene derecho a intervenir en el mundo de
Dios, a cambiar el estado de las cosas. En la quietud del sábado, los hombres no intervienen
'
1
11
en su entorno con el trabajo, sino que permiten que el mundo sea por completo creación de
Dios. Reconocen el don de la creación y santifican ese día mediante su propia alegría por
existir como criaturas de Dios en comunión con la creación. La paz del sábado es, ante todo,
lo .4.11,5
la paz con Dios, pero esta paz abarca a todo el hombre como persona, consigo mismo y en
relación con los demás y con los seres de la creación. El vestir, el comer, el comunicarse, el
cantar y alabar a Dios llenan de júbilo el sábado.
V;$
creación en agradecimiento y alabanza (Sal 8; 19; 104). Los "salmos de creación" son cantos
j;
Quien quiera entrar en la santidad del sábado, primero debe abandonar la prof anidad
del bullicio del trabajo. Se trata de tomar conciencia de que el mundo ya ha sido creado y que
sobrevivirá sin tu trabajo. El sábado es el día en que prestamos atención y cuidado a la
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,
semilla de eternidad sembrada en el espíritu del hombre. El sábado no es una ocasión para la
diversión o frivolidad. El trabajo sin dignidad es causa de miseria; el descanso sin espíritu es
origen de depravación. Por eso la oración de la tarde para el Sabbat judía dice: "Que tus hijos
se den cuenta y entiendan que su descanso viene de ti y que descansar significa santificar tu
Nombre".
La civilización técnica se caracteriza por la conquista del espacio por parte del
hombre. En ella se gasta tiempo para conseguir espacio. Aumentar el poder en el mundo del
espacio es el principal objetivo. Pero tener más no significa ser más. El poder que se consigue
en el mundo del espacio acaba bruscamente en el límite del tiempo. Dar importancia al
tiempo, celebrar el tiempo, lo santo de la creación, es vivir; no es poseer sino ser. Pero, en
realidad, sabemos qué hacer con el espacio, pero no con el tiempo. Ante el tiempo el hombre
siente un profundo temor cuando se enfrenta a él. Por ello, para no enfrentarse al tiempo, el
hombre se refugia en las cosas del espacio, se afana en poseer cosas, llenar el vacío de su vida
con cosas. Pero el afán de poseer, ¿es realmente un antídoto contra el miedo que crece hasta
ser terror ante la muerte inevitable?
La verdad es que para el hombre es imposible evitar el problema del tiempo, que no
se deja dominar con la posesión de las cosas. Sólo podemos dominar el tiempo con el tiempo,
con la celebración del tiempo. Por ello, la Escritura se ocupa más del tiempo que del espacio.
Presta más atención a las generaciones, a los acontecimientos que a las cosas. Le interesa más
la historia que la geografía. Sin que esto signifique despreciar el espacio y las cosas. Espacio
y tiempo están interrelacionados. No se puede eludir uno o despreciar el otro. Las cosas son
buenas. Pasar por alto el tiempo o el espacio es estar parcialmente ciego. La tarea del hombre
es conquistar el espacio y santificar el tiempo. Conquistar el espacio para santificar el tiempo.
En la celebración del sábado nos es dado participar de la santidad que está encerrada en el
corazón del tiempo. Ese es el espíritu de la liturgia festiva del día de reposo. Seis días a la
semana vivimos bajo la tiranía de las cosas, el séptimo sintonizamos con la santidad del
tiempo (CEC 345-348; 2168-2173).
El sábado no está hecho para los días laborales, sino éstos para el sábado. No es un
intermedio, sino la cúspide de la vida. El descanso sabático, como día- de abstenerse de
trabajar, no tiene por finalidad recobrarse de las fuerzas perdidas, para mejorar la eficacia
productiva. El sábado es fin y no medio: "Ultimo de la creación, primero en la intención". Es
el día para cantar la vida y a Dios creador de la vida. Para los cristianos, la resurrección de
Cristo "el primer día de la semana", el día después del sábado, hace que el Domingo se
convierta en el Día del Señor, día primero y octavo, símbolo de la primera creación y de la
nueva creación, inaugurada con la Resurrección de Cristo (CEC 1166ss, 2174ss): "Para
nosotros ha surgido un nuevo día: el día de la Resurrección de Cristo. El séptimo día acaba la
primera creación. Y el octavo día comienza la nueva creación. Así, la obra de la creación
culmina en una obra todavía más grande: la Redención. La primera creación encuentra su
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sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la
primera" (CEC 349; 2174-2188).
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2. PECADO
Dios creó el mundo y le salió bien; contempló cuanto había hecho y vio que era muy
bueno (Gn 1,31). Pero en este mundo armonioso, el pecado introduce la división: odio,
injusticia, guerra, muerte. Tal es la explicación que nos da el Génesis de la presencia del mal
en el mundo; y en varias escenas va mostrando la marea creciente del pecado: Caín, el
asesino (Gn 4,1-16); Lamec, el vengativo (Gn 4,17-24); la humanidad corrompida, que
perece en el diluvio (Gn 6-7). El género humano comienza de nuevo con Noé y su familia
(Gn 9-10), pero el pecado no duerme; sigue corrompiendo al hombre y creando división:
torre de Babel (Gn 11). Es la historia que ha llegado hasta nosotros (CEC 385; 401).
La narración del pecado original (Gn 3) nace en Israel como fruto de su experiencia.
Desde el período del Exodo ha vivido en alianza con Yahveh. Pero desde el primer momento
Israel ha sido infiel, se ha rebelado contra Dios. En ese abandonar a Yahveh ha
experimentado la amargura de su situación: "han dejado el manantial de aguas vivas para
construirse cisternas agrietadas incapaces de retener el agua" (Jr 2,13). Abandonando a Dios,
su bien, han abrazado el mal y se han encontrado con la muerte. Desde esta experiencia Israel
descubre la existencia del mal en la humanidad entera, inclinada siempre al pecado (Gn 6,5-
12). La narración del Génesis explicita esta realidad del origen del mal en el mundo (CEC
386-401).
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comer de un árbol es lo mismo que si no pudieras comer de ninguno, no eres libre, Dios te
limita, no es un Dios bueno, sino un Dios celoso de su poder. Y la advertencia añadida al
• precepto, según el tentador, sería sencillamente una mentira, una amenaza para mantener al
hombre sometido: "No, de ninguna manera moriréis. Pero Dios sabe muy bien que el día en
que comáis este fruto, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del
mal" (Gn 3,4).
•
41111 El hombre cree a quien le adula y desconfía de Dios, a quien considera su rival. El
• pecado transforma la relación que unía al hombre con Dios. Todo cambia entre el hombre y
Dios. Aún antes de que Dios intervenga (Gn 3,23), Adán y-Eva, que antes gozaban de la
familiaridad divina (Gn 2,25), "se esconden de Yahveh Dios entre los árboles" (3,8). La
iniciativa es del hombre; es él quien ya no quiere nada con Dios, que le tiene que buscar y
llamar. La expulsión del paraíso ratifica esa voluntad del hombre; pero éste comprueba
entonces que la advertencia no era mentira: lejos de Dios no hay acceso posible al árbol de la
vida (Gn 3,22); no hay más que muerte. Adán es en realidad todo hombre. La rebelión de
Adán es la nuestra. Damos crédito al diablo, que "desde el comienzo es mentiroso y asesino"
(Jn 8,44).
El salario del pecado es la muerte. La pretensión del hombre de alzarse por encima de
Dios le hunde en el abismo (Gn 11,1-9). Al querer construir su vida con sus propias manos,
se encuentra con. el vacío interior radical (Jr 2,5-19). San Pablo ha visto con profundidad la
relación entre pecado y muerte. Por Adán ha entrado el pecado en el mundo y con el pecado
ha entrado la muerte, ya que el salario del pecado es la muerte (Rin 6,12-23). El pecado paga
siempre con muerte. Esta situación pecadora en la que se encuentra el hombre se actualiza
por la ley. La ley despierta, como a un león dormido, la concupiscencia del hombre, que
tiende a afirmarse a sí mismo frente a Dios (Rm 7,7-10; 5,13; Ga 3,19). Este es el núcleo de
la actitud pecadora del hombre, que quiere constituirse en señor absoluto y autónomo de su
vida. Comenzando por el pecado de Adán, el impulso y la fuerza que mueven a todo hombre
al pecar es levantarse contra Dios. Pecar es negar a Dios como único Señor; es ver a Dios y
su ley no como expresión de su amor, sino como manifestación de rivalidad y dominio sobre
el hombre.
17
b) El pecado: ¿ofensa a Dios?
La Escritura distingue entre pecado, como poder de perversión del corazón humano, y
los diversos actos y expresiones del pecado, a los que llama pecados. En Dt_27,15-26
encontramos doce maldiciones relacionadas con doce pecados que amenazan al pueblo de la
alianza. La ley mosaica, al tiempo de Jesús, contenía seiscientos trece preceptos, que
componían un código moral completo. San Pablo también presenta diversos catálogos de
pecados, que cierran la puerta para entrar en el reino de Dios (1Co 5,10s; 6,9s; 2Co 12,20; Ga
5,19-21 Rm 1,29-31; Col 3,5-8; Ef 5,3; 1Tm 1,9; Tt 3,3; 2Tm 3,2-5). Pero más allá de los
actos pecaminosos, San Pablo se remonta a su principio: en el hombre pecador, los pecados
son expresión de la fuerza hostil a Dios y a su reinado. El pecado, en singular, parece a veces
confundirse con Satán, el "dios de este mundo" (2Co 4,4); pero se distingue de él; el pecado
pertenece al hombre pecador, es algo interior a él. Introducido por la desobediencia de Adán
en el género humano (Rm 5,12-19) y, por él, en toda la creación (Rm 8,20), el pecado pasó a
todos los hombres, arrastrando a todos hacia la muerte. De manera al parecer incongruente,
en pleno estado de inocencia, surge un ser malo, la serpiente, el tentador. Antes que el
hombre peque está ya presente el mal; "el mal no es sólo acto, es tradición", sale a nuestro
encuentro en la ruta, vive entre nosotros, en nosotros. Cada acto concreto de pecado ratifica y
refuerza el pecado original.
El hombre, en esta situación, se encuentra "vendido al poder del pecado" (Rm 7,14),
capaz todavía de "simpatizar" con el bien y hasta de "desearlo", -lo que prueba que no todo
está en él corrompido-, pero incapaz de realizarlo y, por tanto, necesariamente destinado a la
muerte, salario, desemboque y remate del pecado (Rm 7,14-23). El pecado no es sólo ni ante
todo una ofensa de naturaleza jurídica o personal que el hombre hace a Dios, sino la
autodestrucción de sí mismo, como consecuencia de la ruptura de su relación con Dios, con
los hombres y con la creación. Se. puede decir que el hombre, cuando peca, no ofende
primordialmente a Dios, sino a sí mismo. Al destruirse a sí mismo, como obra e imagen de
Dios, ofende a Dios: "¿Pero me ofenden a mí?, oráculo de Yahveh. ¿No es más bien a ellos
para su confusión?" (Jr 7,19). "Quien tira una piedra al aire, sobre su propia cabeza la tira, el
golpe a traición devuelve heridas. Quien cava una fosa, caerá en ella, quien tiende una red, en
ella quedará preso. Quien hace el mal, lo verá caer sobre sí sin saber de dónde le viene" (Si
27,25-27). Como dice Santo Tomás: "Nosotros no ofendemos a Dios si no es por lo que
hacemos contra nuestro bien".
18
•
•
•
•
•
•
tiempos de Cristo y lo sigue siendo después de dos mil años. Este criterio es nuevo. Supone
110 una transformación, una renovación de los criterios con que se guía el mundo... El criterio
con que se guía el mundo es el criterio del éxito. Tener el poder económico para hacer ver la
dependencia de los demás. Tener el poder cultural para manipular las conciencias. ¡Usar y
abusar! Tal es el criterio de este mundo".
411 Para este amor, que hace capaz de servir, ha sido 'creado el hombre. Y el pecado es el
rechazo de esta plenitud del hombre. Es el rechazo de la libertad como don y servicio; es
querer lograrla como conquista propia, en autonomía frente a Dios y como dominio de poder
sobre los demás. Se es libre, no por la independencia e ingolidaridad frente al mundo, frente a
los hombres y frente a Dios. Esto se llama egoísmo y no libertad. Cuando el hombre quiere
41111 ser libre en este sentido, entonces sucumbe a su finitud ontológica, se queda solo consigo
mismo; quiebra la corriente que lo religa a la creación. Y al querer desconectarse del origen
mismo de su libertad, que es Dios, queda desnudo, reducido a sus limitaciones. El hombre
II/ existe en correlación. Cerrado en sí mismo, altera su orden ontológico. Por eso, cuando niega
su dependencia de Dios, en su autonomía, experimenta la rebelión de la realidad contra él. Es
lo que traduce la conocida frase de H. de Lubac: "No es verdad que el hombre no pueda
organizar la tierra sin Dios. Lo que es verdad es que sin Dios no puede organizarla en
e definitiva más que contra el hombre".
Por eso el hombre ofende a Dios en el hombre. A Dios no puede tocarlo; pero puede
herirlo en su imagen, y El toma como propias las ofensas a sus criaturas. El Dios de la Biblia
no es el de Aristóteles, indiferente al hombre y al mundo. Por ello, si el pecado no hiere a
Dios en sí mismo, le hiere en la medida en que afecta a los que Dios ama. Así, a David que,
"hiriendo a espada a Urías el hitita y quitándole su mujer", pensaba no haber ofendido más
que a un hombre, Dios por el profeta Natán dice que "ha despreciado a Yahveh" (2S 12,9ss).
Además, el pecado "cavando un abismo entre Dios y su pueblo" (Is 59,2), alcanza a Dios en
su designio de amor. Dios, en su amor, se siente ofendido de ingratitud con la infidelidad de
la esposa Israel: "¿Has visto lo que ha hecho Israel, la rebelde?" (Jr 3,7.12; Ez 16;23). El
pecado aparece como violación de relaciones personales, en definitiva como la negación del
hombre a dejarse amar por un Dios que es amor. El pecado no es, pues, transgresión de leyes;
en su pleno sentido es romper la alianza. Moisés simbolizó este hecho al romper las tablas de
la alianza (Dt 9,16-17).
El pecado, ruptura entre el hombre y Dios, introduce igualmente una ruptura entre los
miembros de la familia humana. Ya en el paraíso, en el seno mismo de la pareja primordial,
apenas cometido el pecado, Adán acusa a Eva, "la ayuda adecuada" que Dios le había dado
19
:•
i
(Gn 2,18), "hueso de sus huesos y carne de su carne" (Gn 2,23). El hombre se excusa a sí
mismo acusando a la mujer; y la acusación a la mujer es, simultáneamente, acusación al
mismo Dios: "la mujer que Tú me diste" (Gn 3,12). Es una expresión amarga que el hombre
lanza con una sola frase en ambas direcciones: hacia su mujer y hacia Dios. Todo ha
cambiado en las relaciones mutuas y para con Dios. La consecuencia es inmediata: "la pasión
te llevará hacia tu marido y él te dominará" (Gn 3,16). En lo sucesivo esta ruptura se extiende
•.
.
e
a los hijos de Adán (Gn 4,8); luego, el reinado de la violencia y de la ley del más fuerte, que
celebra el salvaje canto de Lamec (Gn 4,24). El pecado tiene siempre una dimensión social
debido al vínculo de solidaridad que une a toda la familia humana (Jos 7). Cuanto más se
•
disgrega la comunión con Dios tanto más crece la solidaridad-con el mal, que el pecado
manifiesta y consolida. El desorden del pecado incide en la vida de la comunidad humana y
eclesial y en la misma presencia del hombre en el cosmos.
•
Los egoísmos individuales envenenan la vida social y se plasman en explotación,
rivalidad, injusticia, crueldad, desprecio. El Evangelio, oponiéndose a la concepción ritualista
de lo puro y lo impuro, coloca la-impureza "que contamina al hombre" dentro del corazón,
del que brota la maldad también para con los otros: "De dentro del corazón de los hombres
salen los designios perversos, fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, codicia, maldades,
10
engaños, inmoralidades, envidias, injurias, insolencias e insensatez; esto es lo que mancha al
hombre" (Mc 7,20-23).
Según el Concilio Vaticano II, "el pecado rebaja al hombre impidiéndole lograr su
•
111
propia plenitud" (GS 13). "Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no
quiere y deja de hacer lo que querría llevar cabo. Por ello siente en sí mismo la división" (GS O
10). La GS describe en diversos momentos los aspectos fundamentales en que se concreta
esta alienación del hombre pecador: el pecado provoca la rebelión del cuerpo (n.13);
•
oscurece y debilita la inteligencia (15); cuando deviene habitual entenebrece la conciencia
(16); hiere la libertad (17); causa la muerte y la esclavitud humana (18; 41). El Concilio
caracteriza al hombre pecador con la palabra alienación. Es como ve Pablo al hombre, a
quien Cristo ofrece la salvación: alienado de la vida de Dios (Ef 4,18), alienado de la
comunidad del pueblo de la alianza (Ef 2,12), alienado de su propia conciencia (Col 1,21), •
alienado, dividido en sí mismo, en su interior (Rm 7,14ss) . Por ello "el hombre se siente
incapaz de domeñar por sí mismo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como •
aherrojado entre cadenas" (GS 13; CEC 1707).
Ya en la narración del diluvio se dice, por dos veces, que el corazón del hombre está
•
inclinado continuamente al mal desde la niñez (Gn 6,5; 8,21), que lleva a "la dureza de
corazón y de cerviz" (Dt 9,6), como repite tantas veces la Escritura. Esta dUreza de corazón
hace "que con los ojos no vea ni con los oídos oiga" (Is 6,5-10). Pará-que cambie esta
situación se necesitará "cambiar el corazón" (Dt 30,3-8; Jr 4,4). Sólo Dios puede cambiar el
••
corazón; en los salmos se pide este corazón nuevo y espíritu nuevo (Sal 50). Por esto "todo
hombre está bajo el pecado y privado de la gloria de Dios", en confesión de Pablo (Rm 3,
23), que nos ha descrito la división interior del hombre con toda su fuerza (Rm 7,14-25; Hb
2,14; lJn 5,19; Jr 31,31-33; Ez 11,19-20; 36,25-27).
•
Esta división interior se manifiesta en el miedo (Gn 3,10), la angustia existencial, la
tristeza. La tristeza contrariamente a la alegría, que está ligada a la presencia de Dios, es un
fruto amargo del pecado que separa de Dios, llevando al hombre a esconderse de Dios (Gn
20
••
3,10) o a que "Dios le oculte su rostro" (Sal 13,2s), de modo que el hombre se siente
1111 condenado "a alimentarse de un pan de lágrimas" (Sal 80,6). Esta tristeza deprime el corazón
(Pr 12,25), abate el espíritu (Pr 15,13) y deseca los huesos (Pr 17,22). El pecado priva a la
persona de la capacidad para gozar y reposar en el bien. Reduce la capacidad de apreciar el
II/ bien, de ser agradecido, de participar en el gozo de otras personas y de ser fuente de alegría
para ellas. Quizás imite el gozo mediante una demostración de alborozo, pero su risa será
hueca. Intentará proyectar un sentido de humor, pero será sarcasmo e ironía -hasta el cinismo-
que daña las relaciones. Como no está en paz consigo mismo, se sentirá continuamente
tentado a luchar contra algo o contra alguien.
•
•
1,6; Pr 12,28). El pecado, colocando al hombre en un camino tortuoso (Pr 21,8), hace que no
encuentre el sendero recto, terminando en un callejón sin salida, que acaba en la ruina. La
acción de Dios es creadora, la del pecado destructora. Caminando hacia la muerte, el hombre
descarriado se aleja de Dios que es la vida; no se entiende a sí mismo, pues obra contra su sed
• ser.
Otro símbolo del pecado es la esclavitud bajo el poder del mal. San Pablo lo presenta
como un tirano que Somete al hombre a sus deseos, haciéndolo instrumento para el mal (Rm
6,12-13). Es una fuerza que aísla, bloqueando los puentes de comunicación con Dios, con los
demás y con la creación. Su desenlace será la condena a muerte (Rm 6,16). Otro símbolo es
el de enfermedad, un virus que mina las fuerzas del hombre, impidiéndole ser él mismo. La
infección coincide con la abdicación de la libertad: la adhesión de la voluntad al mal enferma,
y el hombre se encuentra afectado de un cáncer que no puede eliminar por sí mismo. El
pecado es como la lepra, que le corroe la carne propia y le aleja de la comunidad (Lv 13,45-
46; Dt 24,8; Nm 12). Estos tres símbolos, expresión y manifestación de la realidad del
pecado,- indican que el pecado es un principio de muerte, una situación o actitud que produce
confusión, error, desequilibrio, aislamiento, destrucción: "La paga del pecado es la muerte"
(Rm 6,23; CEC 402-409).
21
cuerpo percibo otra ley contraria que lucha contra la ley de mi razón y que me hace esclavo
de la ley del pecado que está en mi cuerpo... En una palabra, yo, por un lado, con mi razón,
estoy sujeto a la ley de Dios; pero, por otro, con mis 13—ajos instintos, sirvo a la ley del pecado"
(Rm 7,14-25). Esta situación lleva a Pablo a gritar: "¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará
de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro
Señor!" (Rm 7,24).
El pecado trastorna la relación del hombre con Dios, pero es incapaz de destruir la
relación de Dios con el hombre. Sólo Dios que ha creado esa relación puede eliminarla y
revocarla. La imagen de Dios en el hombre queda desfiggrada por el pecado, pero no
destruida, puede ser recreada. El pecado no vence el amor de Dios. ¿Quién nos separa del
amor de Dios, que hemos conocido en Cristo Jesús? (Rin 8,31-39). Nada humano, ninguna
criatura, ni siquiera el pecado, nos puede apartar del amor de Dios. No obstante el rechazo del
hombre, mientras el hombre está en vida, Dios mantiene su relación de amor con él. La gracia
de esta fidelidad de Dios a una imagen, que le contradice, apunta a la vocación salvadora del
hombre mediante Cristo, que carga con el pecado, se hace pecado, deshecho de los hombres,
desfigurado el rostro en la cruz, para devolver al hombre pecador el esplendor original, como
imagen de Dios.
22
3. ABRAHAM
Israel vive su historia viendo la presencia de Dios en ella. Lee los acontecimientos de
su historia a la luz de su fe en esa presencia salvadora de Yahveh. De este modo su historia se
hace historia de salvación. Los hechos son acontecimientos de la intervención salvífica de
Dios creídos, leídos por la fe de Israel. Dios suscita acontecimientos, en los que El está
presente, y suscita la fe que descubre su intervención en ellos. La historia bíblica es, pues, esa
confesión de fe que Israel hace de la salvación que viene de Dios (Dt 26,5-9; Jos 24).
Preocuparse por saber cómo cree Israel no es una cuestión ociosa o erudita. La fe en
Dios que se revela y salva, aceptada como base de su existencia como pueblo, hace de Israel
un arquetipo de la experiencia de fe para todos los hombres. El Nuevo Testamento sólo nace
y se mantiene sobre la historia de Israel. Por ello la fe cristiana solamente puede
comprenderse a partir de una comprensión de la fe de Israel. Más aún, la fe cristiana sólo se
puede vivir auténticamente cuando se llega a ella desde las actitudes de la Torá y los profetas.
Los acontecimientos de la hitoria de Israel, vistos desde la misma fe de este pueblo, son
palabra permanente de Dios. En el fondo, creer (aman, amén) significa reconocer a Dios
como Dios en la interpretación del mundo y de la historia y en la experiencia de la propia
23
•101.11 •0 •01111 • 1•1111.41 ••••••••••01110011• 1011•0•••••
vida. Esta es la fe de Moisés (Ex 4,18) y del pueblo (Ex 4,31). Ante los hechos de salvación,
Israel cree en Yahveh (Ex 14,31), le confía el éxito de su aventura, el futuro de su vida. Creer
es decir amén a Dios, aceptándolo como Dios.
b)Vocación de Abraham
La historia de Abraham -como la de los otros patriarcas- es más que simple relato; es
kerigma, profecía vuelta al pasado y doxología respecto al presente. El presente es fruto de la
promesa creída y obedecida.
Los descendientes de Noé se dijeron: "Dejemos el oriente" (Gn 11,2), donde nos puso
el Señor del cielo. Se pusieron en camino, hallaron una vega en el valle de Senaar y allí se
instalaron. Todo el mundo, entonces, hablaba una misma lengua. Así, pues, todos se pusieron
manos a la obra, como si fueran un sólo hombre. Se dijeron el uno al otro: "Ea, vamos a
fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego". Así el ladrillo les servía dé--piedra y el betún de
argamasa. Trabajaban de día y de noche, incansablemente. La torre subía, a ojos vista, de
altura. Contaba con dos rampas, una a oriente para subir y otra a occidente para bajar. Era tal
la altura, que, mirando desde arriba, hasta los árboles más grandes parecían simples hierbas.
En su afán por alcanzar el cielo, nadie se fijaba en nadie; cada uno iba a lo suyo. Si un
hombre, exhausto, caía en el vacío, nadie se preocupaba por él; era sustituido. por otro en su
labor. No ocurría lo mismo cuando alguien se descuidaba y dejaba caer algún material,
ladrillos o instrumentos de trabajo. Entonces se encendía toda la furia de los capataces, por la
perdida que suponía de tiempo y de dinero.
24
1
El Señor vio todo esto y sintió dolor por el hombre, obra de sus manos. Pero, después
de la experiencia del diluvio, el Señor no pensó ya en destruirlos. El arco iris en el cielo le
recordaba el "aroma de los holocaustos de Noé y la palabra de su corazón: Nunca más
volveré a herir al hombre como ahora he hecho" (Gn 8,21). El Señor se limitó a interrumpir
su loca empresa, confundiendo sus lenguas. El Señor dijo: "¡Ea, bajemos y confundamos su
lengua!". La torre, vista desde los hombres, era altísima. Pero, desde el cielo, el Señor, para
darse perfectamente cuenta de lo que ocurría, tuvo que "descender para ver". Es la ironía de
las grandes obras del orgullo humano que, ante el Señor, no son más que sueños fatuos.
¡Cuanto más pretende subir a los cielos más se precipita en el abismo!
Así, pues, descendiendo hasta el hombre, el Señor vio el corazón de los hombres e
hizo que saliera por la boca lo que llevaban dentro. De este modo confundió su lenguaje. Al
no lograr entenderse, la gente se dividió y se desperdigaron por toda la haz de la tierra. "Una
sola lengua les había llevado a la locura; la confusión de lenguas les serviría para tomar
conciencia de su pecado y anhelar la conversión", pensó el Señor, siempre solícito en ayudar
al hombre, incluso pecador. Aquel lugar se llamó Babel, porque en él el Señor confundió la
lengua de toda aquella gente (Gn 11,1-9).
Téraj engendró a Abraham en Ur de los caldeos y Dios comenzó con él su diálogo con
la humanidad. Abraham aparece en la tierra como la respuesta de Dios a los hombres
dispersos por toda la tierra a causa de su pecado. Es Dios quien comienza su historia de
salvación. Israel, en su profesión de fe, confiesa la gratuidad de la iniciativa de Dios:
"Vuestros padres habitaron al principio al otro lado del río y servían a otros dioses. Yo tomé a
vuestro padre Abraham de la otra orilla del río y lo conduje a través de todo el país de Canaán
y multipliqué su descendencia" (Jos 24,2-3; Dt 26,3). Dios, para llevar a cabo esta historia, no
pide nada a Abraham; es más bien Abraham, expresión de la impotencia de la humanidad,
quien pedirá a Dios. Lo que Dios busca en Abraham no es que haga nada, sino que sea en el
mundo de la idolatría, testimonio del único Dios. Abraham es, pues, en las manos de Dios, el
primer eslabón, el primer patriarca, de una cadena de generaciones, con cuya vida Dios
trenzará la historia de salvación de los hombres. En Abraham se inicia el gran coloquio de
Dios con -rós hombres (CEC 59-61).
No es que Abraham sea un ser excepcional; se trata de un simple hombre, viejo como
la humanidad, estéril como los hombres abandonados a sus fuerzas, pero el Señor encontró su
corazón y se ligó con él en alianza, abriendo de este modo un camino nuevo, único, de unión
entre el hombre y Dios: el camino de la fe, "la garantía de lo que se espera; la prueba de lo
que no se ve" (Hb 11,1). De aquí que la vida de Abraham sea una perenne peregrinación, un
camino desde lo visible a lo invisible o, mejor, hacia el Invisible. Abfaham abandona patria,
familia, casa paterna y marcha, lejos de los lugares conocidos y familiares, hacia una tierra de
la que no conoce ni el nombre. La promesa es grande: "Haré de ti una nación inmensa; te
bendeciré; te daré un nombre; tú serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y
maldeciré a los que te maldigan y en ti serán bendecidas todas las familias de la tierra" (Gn
12,2-3). La promesa es grande, pero futura y sin apoyo en el presente. Sólo existe la voz del
Invisible que le llama y pone en camino: "Sal de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu
padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré" (Gn 12,1-
2). "Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de
recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11,8).
25
Las promesas hechas a Abraham son gratuitas; no se fundan en las posibilidades ni en
los méritos de Abraham. La tierra prometida no le pertenece a Abraham, es un extranjero en
ella. La descendencia prometida contrasta con la esterilidad de su matrimonio. Y ante Dios no
puede presentar ningún derecho, pues ni siquiera es su Dios. Es-un Dios que irrumpe en su
vida sin que le haya invocado (Jn 24,2). Las promesas se fundan únicamente en el designio de
gracia de Dios. "Dios es bondad y fidelidad", confiesa la fe de Israel (Sal 25,10; 37,6; 40,11;
57,4; 85,11; 88,12; 108,5; 117,2; 138,2.8). Bondad es hésed, don gratuito, gracia. Porque
Dios es hésed (Ex 34,6-7), amor gratuito, por eso promete grandes cosas; y porque es fiel,
cumple lo prometido. Esta gratuidad de la llamada y la fe de la respuesta, se encuentran en la
alianza (Gn 15,6-12.17), con la circuncisión como signo (Gn 17) de la alianza, en la que Dios
se ha comprometido a bendecir a todas las naciones en la descendencia de Abraham. La
bondad y la fidelidad, en la plenitud de los tiempos, se hará evangelio: buena nueva de
salvación gratuita plenamente cumplida.
c) Sacrificio de Isaac
Abraham, anciano él y estéril su esposa Sara, ha sido elegido por Dios para ser padre
de un pueblo numeroso. La descendencia futura es lo que cuenta y a la que Abraham mira,
"riendo de gozo", sin detenerse a mirar la actual falta de vigor en—é-1 y en Sara. Abraham
emprende su camino sin otra cosa en el corazón más que la esperanza, fruto de la certeza de
la promesa de Dios, a quien cree y de quien se fía. Ante lo incomprensible de la promesa
divina, Abraham "no cedió a la duda con incredulidad; más bien, fortalecido en su fe, dio
gloria a Dios, con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo
prometido" (Rm 4,20).
Después de veinte años de peregrinar en la fe, cuando Abraham tiene noventa y nueve
años, estaba sentado a la sombra de la encina de Mambré, cuando de pronto, alzando los ojos,
vio a tres hombres que estaban en pie delante de él. En cuanto les vio, corrió, se inclinó hasta
el suelo y dijo, reconociendo la presencia del Dios invisible en la presencia visible de sus tres
ángeles: Oh, Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos, no pases de largo sin detenerte junto a
tu siervo. Os traeré un poco de agua y os lavaréis los pies y descansaréis, recostados a la
sombra de la encina. Yo, mientras .tanto, iré a prepararos un bocado de pan y, así, repondréis
vuestras fuerzas. Luego seguiréis adelante; pues no por casualidad habéis pasado hoy ante mi
tienda. Abraham preparó tres medidas de flor de harina, corrió a los establos y escogió un
ternero tierno y hermoso. Cuando todo estuvo aderezado, él mismo tomó cuajada y leche,
26
w. junto con las tortas y el ternero guisado, y se lo presentó a los tres huéspedes, manteniéndose
•
en pie delante de ellos. Acabado el banquete, el ángel preguntó: ¿Dónde está Sara, tu mujer?
Ahí en la tienda, respondió Abraham.
1111111 Pasado el tiempo de un embarazo, volveré sin falta y para entonces Sara tendrá un
hijo. Sara, que estaba escuchando tras las cortinas de la tienda, no pudo contener su risa,
diciéndose para sus adentros: Ahora que se me han retirado las reglas, ¿volveré a sentir el
1111/ placer, y además con mi marido tan viejo? Dijo Yahveh a Abraham: "¿Por qué se ha reído
Sara? ¿Es que hay algo imposible para Yahveh? Cuando vuelva a verte, en el plazo fijado,
Sara habrá tenido un hijo". El Señor cumplió lo que había prometido. Sara concibió y dio un
• hijo al viejo Abraham en el tiempo que Dios había dicho. Abraham llamó Isaac al hijo que le
había nacido. Tenía cien años Abraham cuando le nació su hijo Isaac. Sara dijo: "Dios me ha
dado de qué reír; y todo el que lo oiga reirá conmigo" (Gn 18,1-15; 21,1-7).
Cristo Jesús, después de celebrar, como Abraham, un banquete, salió con sus siervos,
los apóstoles, hacia Getsemaní. Abraham, manda a sus siervos que se queden en las faldas del
monte; Jesús también dirá a los apóstoles: "quedaos aquí, mientras yo voy allá a orar" (Mt
26,36). Isaac carga con la leña para su holocausto, Cristo carga con el madero de la cruz.
Isaac pide ser atado de pies y manos; Cristo es clavado de pies y manos a la cruz. El
verdadero cordero, que sustituye a Isaac, es Cristo, "el Cordero de Dios que carga y quita el
pecado del mundo" (Jn 1,29; Ap 5,6): "Sabéis que habéis sido rescatados de la conducta
necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre
preciosa, como de cordero sin tacha ni mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del
mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa vuestra" (1P 1,18-21).
Dios Padre, que interrumpió el sacrificio de Isaac, "no perdonó a su propio Hijo, antes
bien,lo entregó por todos nosotros" (Rm 8,32). "Porque tanto amó Dios al mundo que entregó
a su. Hijo único" (Jn 3,16); "en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios
envió al inundo a su hijo único para que vivamos por medio de El" ( Un 4,9). San Ambrosio
concluye: "Isaac es, pues, el prototipo de Cristo que sufre para la salvación del mundo".
Dios invita a los creyentes a verse en Abraham: "Mirad la roca dé'donde os tallaron,
la cantera de donde os extrajeron; mirad a Abraham, vuestro padre, y a Sara que os dio a luz;
cuando lo llamé era uno, pero lo bendije y lo multipliqué" (Is 51,1-2). Abraham, el padre de
los creyentes, es el germen y el prototipo de la fe en Dios. Abraham es el "padre en la fe"
(Rm 4,11-12.16), es la raíz del pueblo de Dios. Llamado por Dios (Hb 11,8), mediante su
Palabra creadora Dios fecunda el seno de Sara con Isaac como fecundará el seno de la Virgen
María con Jesús, pues "nada es imposible para Dios" (Gn 18,14). (CEC 145-147)
28
experiencia de que "para Dios nada es imposible" (Lc 1,37; CEC 148-149; 494). La fe de
María, en el instante de la Anunciación, es la culminación de la fe de Abraham. Dios colocó a
Abraham ante una promesa paradójica: una posteridad numerosa como las estrellas del cielo
cuando es ya viejo y su esposa estéril. "Abraham creyó en Dios y Dios se lo reputó como
justicia" (Gn 15,5). Así es como Abraham se convirtió en padre de los creyentes "porque,
esperando contra toda esperanza, creyó según se le había dicho" (Rin 4,18). Como Abraham
cree que Dios es capaz de conciliar la esterilidad de Sara con la maternidad, María cree que el
poder divino puede conciliar la maternidad con su virginidad.
Dios, que sustituyó a Isaac por un carnero, "no perdonó a su propio Hijo, sino que lo
entregó a la muerte por todos nosotros" (Rm 8,32), como verdadero Cordero que Dios ha
provisto para que "cargue y quite el pecado del inundo" (Jn 1,29; Ap 5,6). María, como hija
de Abraham, acompaña a su Hijo que, cargado con la leña del sacrificio, la cruz, sube al
monte Calvario. El cuchillo de Abraham, en María, se ha transformado en "una espada que le
atraviesa el alma" (Lc 2,35). Abraham sube al monte con Isaac, su único hijo, y vuelve con
todos nosotros, según se le dice:. "Por no haberme negado a tu único hijo, mira las estrellas
del cielo, cuéntalas si puedes, así de numerosa será tu descendencia". La Virgen María sube
al Monte con Jesús, su Hijo, y descenderá con todos nosotros, porque desde la cruz Cristo le
29
•
•
dice: "He ahí a tu hijo" y, en Juan, nos señala a nosotros, los discípulos por quienes El
entrega su vida. María, acompañando a su Hijo a la Pasión, nos ha recuperado a nosotros los
pecadores como hijos, pues estaba viviendo en su alma la misión de Cristo, que era salvarnos
a nosotros.
Abraham, con la fuerza de la fe, se pone en camino, abandona la patria, la familia, los
lugares comunes de la rutina; en su viaje conoce sus flaquezas, dudas, pecados y también la
fidelidad de Quien le ha puesto en camino. En su peregrinación va sembrando la fe y el
germen de la descendencia "numerosa como las estrellas del cielo". De ese germen nace su
Descendiente: "Jesús, hijo de Abraham", y los "nacidos a la misma fe de Abraham": tú, yo y
tantos otros esparcidos "por todas las playas del mundo". Pues no son hijos de Abraham sus
hijos de la carne, sino los que viven de la fe de Abraham (Ga 3,6-9), hijos de la promesa (Rm
9,7-9; Jn 8,31-59). Pues no basta con decir: "somos hijos de Abraham", es preciso dar frutos
de conversión (Mt 3,8-9), siguiendo las huellas de Abraham, siempre peregrino en busca de
la Patria (Hb 11,16). La profecía de su vida sigue viva hoy, resonando "para nosotros que
creemos en Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos para nuestra justificación" (Rm
4,24).
30 _
4. EXODO
a) De Abraham a Moisés
Esaú y Jacob son hermanos gemelos, nacidos del mismo seno y en el mismo parto.
Esaú, el mayor, se hace experto cazador, mientras Jacob, el menor, es muy amante de la
tienda. Isaac, el padre, prefiere a Esaú; Jacob, en cambio, es el preferido de la madre. Y Dios,
que se complace y exalta a los últimos, elige al menor para continuar la historia de la
salvación: "Rebeca concibió de nuestro padre Isaac; ahora bien, antes de haber nacido,
cuando no habían hecho ni bien ni mal, -para que se mantuviera la libertad de la elección
divina, que depende no de las obras sino del que llama- le fue dicho a Rebeca: El mayor
servirá al menor, como dice la Escritura: Amé a Jacob y odié a Esaú (Ml 1,2-3)" (Rm 9,10-
13). La elección gratuita de Dios se va actuando en la historia. Esaú despreció su
primogenitura y la vendió a su hermano por un plato de lentejas: "Velad porque nadie quede
excluido de la gracia de Dios; que no haya ningún impío como Esaú, que por una comida
vendió sus derechos de primogénito. Sabéis que más tarde quiso heredar la bendición, pero
fue excluido, pues no obtuvo la retractación por más que la pidió hasta con lágrimas" (Hb
12,15-17).
Jacob llega a Canaán, compra un campo y planta sus tiendas (Gn 33,18). Y en Betel
Dios le confirma la promesa hecha a sus padres: "La tierra que di a Abraham y a Iaac te la
doy a ti y a tus descendientes. Un pueblo nacerá de ti y saldrán reyes de tus entrañas" (Gn
35,1-15). Como comenta Ruperto de Deutz, "con plena verdad Dios bendijo a Jacob cuando
Cristo, nacido de su linaje, tomando carne, anuló la vieja maldición y después de la pasión
derramó la bendición, es decir, el Espíritu Santo". En Getsemaní, al lado del Cedrón, Cristo
pasa la noche en agonía, en lucha con la voluntad de Dios para alcanzar la bendición
primordial, perdida por el pecado. Gracias a su combate amaneció el sol del amor que
reconcilia a los hermanos Con el Padre y entre ellos. Al sol que alurirbra a Jacob en Penuel
(Gn 32,23-33) corresponde ahora el sol del día de la resurrección.
Entre los descendientes de Jacob, sus doce hijos, destaca José, el primer hijo de su
amada esposa Raquel. José goza de las preferencias de su padre (Gn 37). Esto suscita la
envidia de sus hermanos, quienes, para librarse de él y de sus sueños, le venden a unos
comerciantes madianitas, que lo llevan a Egipto. Dios está con él y lo colma de bendiciones.
José es el portador de la bendición de los padres, Abraham, Isaac y Jacob. Dios, por él,
bendice a su señor egipcio, Putifar, que lo pone al frente de toda su casa, confiándole cuanto
posee. Pero, acusado por la mujer de Putifar, José va a parar a la cárcel (Gn 39). El Señor,
31
que está con él, le protege y hace que caiga en gracia al jefe de la prisión. Este encomienda a
José todos los presos de la cárcel, de modo que todo se hace en ella según su deseo. El Señor
le hace prosperar también en la prisión (Gn 40). Y, al interpretar el sueño del Faraón, se gana
la confianza del Faraón, que le pone al frente de todo Egipto. Dios está guiando los pasos de
José para llevar a cabo su plan de salvación (Gn 41).
La carestía cubrió todo el país, según había anunciado José. Todo el mundo iba a
Egipto a comprar grano a José, pues el hambre arreciaba por todas partes. Entre los que van a
Egipto, bajan también los hermanos de José. Sin saberlo, para conservar la vida, se
encaminan hacia su hermano (Gn 42-44). El salvó la vida para- poder salvar la vida de otros.
Tal era el designio de Dios. En el segundo viaje, José se da a conocer: "Yo soy José vuestro
hermano, el que vendisteis a los egipcios". José no elude el recuerdo de la culpa, lo hace
aflorar en la conciencia de los hermanos, que se turban y no saben qué decir. Pero José no les
condena. Sabe que Dios está detrás de toda su historia y saca el bien hasta del pecado: "Yo
soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. Pero ahora no os aflijáis ni os
pese haberme vendido; porque para salvar vidas me envió Dios por delante. Llevamos dos
años de hambre en el país y nos quedan cinco más sin siembra ni siega. Dios me envió por
delante para que podáis sobrevivir en este país. No fuisteis vosotros quienes me enviasteis
acá, sino Dios, que me ha hecho ministro del Faraón, señor de toda su corte y gobernador de
Egipto. Ahora, daos prisa, subid a casa de nuestro padre y traedle acá sin tardar" (Gn 45).
Jacob con todo lo suyo se pone en camino hacia Egipto. En Berseba, de noche, en una
visión Dios le dice: "Yo soy Dios, el Dios de tu padre. No temas bajar a Egipto porque allí te
convertiré en un pueblo numeroso. Yo bajaré contigo a Egipto y yo te haré subir de allí" (Gn
46,3). Todas las personas, que emigran con Jacob a Egipto, nacidos de él, y añadiendo los dos
hijos nacidos a José en Egipto, hacen un total de setenta. José instala a su padre y hermanos
en lo mejor de Egipto, en el territorio de Gosén. Allí Israel crece y se multiplica en gran
manera.
Al morir el padre, los hermanos de José, que no han superado del todo su sentido de
culpabilidad, temen que José les guarde rencor y les haga pagar el mal que le hicieron. Le
dicen a José: "Antes de morir, tu padre nos dijo que te dijéramos: Perdona a tus hermanos su
crimen y su pecado y el mal que te hicieron. Por tanto, perdona el crimen de los siervos del
Dios de tu padre". Al oírlo, José se echó a llorar y les dijo, recogiendo el sentido de toda su
historia: "No temáis. ¿Ocupo yo el lugar de Dios? Vosotros intentasteis hacerme mal, Dios lo
dispuso para bien, para hacer sobrevivir, como hoy ocurre, a un pueblo numeroso. Así que-no
temáis" (Gn 50,15-20). Dios juega con los proyectos de los hombres y sabe mudar en bien
sus designios torcidos. No sólo se salva José, sino que el crimen de los ~anos se convierte
en instrumento del plan de Dios: la llegada de los hijos de Jacob a Egipto prepara el
nacimiento del pueblo elegido.
32
reconcilia con el Padre y nos hace hermanos suyos y entre nosotros. Su muerte es nuestra
01> vida. Su resurrección es nuestra salvación. Del pecado Dios saca la vida. "Vence el mal con
II) el bien" (Rin 12,21). San Pablo, en sintonía con José, nos dice: "Por lo demás, sabemos que
en todas las cosas interviene Dios para bien de los que han sido llamados según su designio"
II/ (Rm 8,28). El Catecismo de la Iglesia Católica comenta la historia de José diciendo que
"Dios en su providencia puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral,
causado por sus criaturas... Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la
II muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la
III superabundancia de su gracia, sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra
redención" (CEC 312). -
e
b) Moisés salvado de las aguas
• 'y salir del país. Les impusieron, pues, capataces para aplastarlos bajo el peso de duros
trabajos; y así edificaron para Faraón las ciudades de depósito: Pitom y Ramsés. Y redujeron
a cruel servidumbre a los israelitas, les amargaron la vida con rudos trabajos de arcilla y
ladrillos, con toda suerte de labores del campo y toda clase de servidumbre que les imponían
por crueldad" (Ex 1,8-14).
En ese momento interviene "el Dios de Abraham, Isaac y Jacob" (Ex 3,6): "He visto
la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado su clamor, conozco sus sufrimientos. Voy a
liberarlo de manos de Egipto" (Ex 3,7-8). En esta liberación de Israel de manos de Egipto se
manifiesta la fidelidad de Dios a sus promesas y la voluntad firme que tiene de establecer su
alianza con Israel, como expresa el mismo nombre de Yahveh: "Dios salva" es el Dios que
conduce al pueblo al Sinaí para establecer con él la alianza de salvación (Ex 24,7).
33
pueblo es él mismo el primer salvado de la muerte.
Moisés crece en la corte del Faraón hasta que, ya mayor, fue a visitar a sus hermanos
y comprobó su penosa situación. Herido en su corazón, Moisés comienza a actuar por su
cuenta, intentando defender a sus hermanos, que no le comprenden ni aceptan. Moisés tiene
que huir al desierto (Ex 2,11-22). Allí apacienta el rebaño de Jetró durante cuarenta años sin
que ninguna fiera salvaje devorara las crías; antes bien, el rebaño crecía y se multiplicaba
extraordinariamente. En una ocasión "condujo el rebaño al fondo del desierto" (Ex 3,1), hasta
el Horeb y allí se le reveló el Santo, bendito sea, desde en medio de la zarza, como está
escrito: "Se le apareció el ángel de Yahveh a manera de llama de fuego en medio de una
zarza" (Ex 3,2).
Moisés ve el fuego arder en medio de la zarza, sin que el fuego consuma la zarza ni la
zarza apague las llamas del fuego. Moisés mira y, con el corazón lleno de admiración, se
dice: "Voy a acercarme a contemplar este espectáculo tan admirable: cómo es que no se
quema la zarza" (Ex 3,3). ¿De quién es la gloria que hay en el interior de la zarza? El Señor le
dice: Moisés, "no te acerques. Quítate las sandalias de los pies" (Ex 3,5). Y añade: "Anda,
que te envío al Faraón" (Ex 3,10). Le responde Moisés: Señor de todos los mundos, ¿no te he
dicho que yo no tengo fuerza pues tengo un defecto en la lengua? (Ex 4,10). Señor de todos
los mundos, "envía al que tengas que enviar" (Ex 4,13), a ese que en el futuro has de enviar.
Le dice el Señor: Yo no te he dicho: "anda, que te envío a Israel", sino "anda, que te envío al
Faraón". Ese hombre que tú dices es el que yo enviaré a Israel en el futuro que ha de venir,
como está escrito: "Yo os enviaré al profeta Elías antes que venga el día .de Yahveh" (Ml
3,23). Moisés le suplica: Señor de todos los mundos, dame a conocer tu Nombre grande y
santo, para que pueda invocarte por tu Nombre y Tú me respondas. Y Dios se lo da a
conocer, según está escrito: "Dijo Dios a Moisés: Yo soy el que soy y será" (Ex 3,14-15).
34
•
e
410
•
•
•
•
• comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de
ser invocado personalmente. Dios se reveló progresivamente y bajo diversos nombres a su
pueblo, pero la révelación del Nombre Divino, hecha a Moisés en la teofanía de la zarza
ardiente, en el umbral del Exodo _y de la Alianza del Sinaí, demostró ser la revelación
fundamental tanto para la Antigua como para la Nueva Alianza" (CEC 203-204; 205-213).
40/, Con la revelación del nombre de Dios, Moisés es enviado a sacar a Israel de la
esclavitud de Egipto para que pueda "dar culto" al Dios que el Faraón se niega a reconocer.
111 Para ello, Dios le promete estar con él y "actuar con mano fuerte", hiriendo a los egipcios
-hasta que el Faraón les deje salir. A Moisés le acompaña su hermano Aarón (Si 45,1-22). El
faraón se endurece (Ex 8,10.15.28), recrudece la opresión (Ex 5,6-14), con lo que la
liberación de Dios se hace más gloriosa. Con las plagas Dios lleva al faraón a la confesión de
fe: "El dedo de Dios está aquí" (Ex 8,15) y al reconocimiento de su pecado: "He pecado
contra Yahveh, vuestro Dios y contra vosotros" (Ex 10,16). En las plagas brilla el poder de
Dios, la fidelidad de su palabra, el amor de su corazón hacia su pueblo.
35
acontecimiento pasado, hecho actual en la celebración fruto de él, que se hace promesa de
algo futuro y por venir: la liberación mesiánica, el día de Yahveh, el reino del Ungido. La
palabra y el acontecimiento histórico tienden a la plenitud de los tiempos. "La Escritura ve en
el día del Señor un memorial de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto: Acuérdate
de que fuiste esclavo en el país de Egipto y de que el Señor tu Dios te sacó de allí con mano
fuerte y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado" (Dt
5,15)" (CEC 2170).
Con la victoria sobre el faraón, el pueblo emprende gozoso el camino del desierto,
pero el faraón, al verse privado de sus esclavos, sale en su persecución. Ante el mar Rojo
Israel vive la primera prueba de la libertad: "¿Es que no había sepulcros en Egipto que nos
has traído al desierto a morir? ¿Qué es lo que nos has hecho con sacarnos de Egipto?" (Ex
14,11). El mar les cierra el paso por delante y el ejercito del faraón está a sus espaldas: el
pueblo sólo ve muerte por delante y por detrás. Pero cuando no hay salida posible, Dios abre
un camino en la muerte, abriendo el mar para que pase su pueblo, cerrando sus aguas para
ahogar en ellas a sus enemigos: "Aquel día libró Yahveh a Israel de los egipcios. Israel vio la
mano potente que mostró Yahveh con Egipto, y el pueblo temió y creyó en Yahveh y en
Moisés, su siervo" (Ex 14,30-31). Entonces Moisés y los israelitas entonaron el canto triunfal
en honor de Yahveh (Ex 15).
La Iglesia ve en el paso del mar Rojo un símbolo del bautismo: "Si el agua de
manantial simboliza la vida, el agua del mar es un símbolo de la muerte. Por lo cual, pudo ser
símbolo del misterio de la Cruz. Por este simbolismo el bautismo significa la comunión con
la muerte de Cristo. Sobre todo el paso del mar Rojo, verdadera liberación de Israel de la
esclavitud de Egipto, es el que anuncia la liberación obrada por el bautismo: ¡Oh Dios!, que
hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos de Abraham, para que el pueblo liberado
de la esclavitud del faraón fuera imagen de la familia de los bautizados [Misal Romanoj"
(CEC 1220-1221).
Los profetas mantendrán vivo el recuerdo de los acontecimientos del primer éxodo,
para que a la luz de este memorial se haga eficaz en el presente déla historia la fuerza
salvadora de Dios (Is 43,14-21; Jr 23,7-8). Esta es la fuerza del memorial señalada ya en la
Torá (Ex 13,3-10; Dt 26,1-10; Sal 95): "Recordando su palabra fiel para con Abraham, su
siervo, Dios hizo salir a su pueblo en medio de la alegría" (Sal 105,42s), canta el pueblo con
el salmista. El culto es el momento privilegiado para recordar y actualizar las actuaciones de
Dios. Moisés debe poner fin a la opresión que impide a Israel celebrar el culto al Dios que el
Faraón se niega a reconocer (Ex 4,22s; 5,1-18). Sin la fiesta, que celebra la actuación de
Dios, no hay futuro ni esperanza, pues el presente se queda sin el apoyo del pasado.
36
•
•
Para el creyente la historia está marcada por las visitas del Señor, en tiempos, días,
horas, momentos privilegiados. El Señor vino, viene sin cesar, vendrá con gloria y majestad.
Estos encuentros con el Señor en el devenir de la historia señalan el "día del Señor" como
kairós de salvación. La celebración conmemora y anuncia el día del Señor, la intervención de
Dios en la historia. Todas las intervenciones de Dios, unidas a la celebración de la liberación
de Egipto, hacen esperar su intervención definitiva en el futuro con la llegada del Mesías, que
nos libera de la muerte para dar a Dios el verdadero culto en espíritu y verdad (Jn 4,23s). Esta
salvación definitiva (escatológica) aparece como una nueva creación (Is 65,17), un éxodo
irreversible (Is 65,22), una victoria total sOlíre el mal recobrando de nuevo el paraíso (Is
65,25).
Dios y la libertad del hombre están íntimamente unidos. La historia del Exodo es el
relato de las actuaciones liberadoras de Dios. Y la culminación del Exodo en la Pascua de
Jesucristo es la culminación de la actuación liberadora de Dios, salvando al hombre de la
esclavitud del pecado y de la muerte. "Para ser libres nos liberó Cristo" (Ga 5,1). La fe en
Dios Creador y Salvador libera al hombre en tres campos: en su relación con la naturaleza, en
su relación con la historia y en su relación con la muerte.
Y la fe en Dios, "que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que
sean" (Rm 4,17), libera al hombre de la esclavitud de la muerte, que ániquila toda libertad y
esperanza. Ante la muerte, todo hombre experimenta la impotencia,- que hace gritar a San
Pablo: "¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?" (Rm
7,24). Sólo Dios, creador de la vida, puede liberar al hombre de la amenaza permanente de la
muerte. Y su fidelidad salvadora, manifestada en la historia, es la garantía de que su amor no
se dejará vencer por la muerte. Por ello, Pablo grita: "¡Gracias sean dadas a Dios por
Jesucristo nuestro Señor!" (Rm 7,25). Ni las fuerzas de la naturaleza, ni el progreso humano
de la historia pueden liberar al hombre del miedo a la muerte, "con el que el señor de la
muerte, es decir, el diablo, le somete a esclavitud de por vida" (Hb 2,14-15).
37
•0 ••••••••••••••••••000.00 .01***** ****** * ***
libertad para el amor. Sólo en la comunión es posible la libertad personal. El otro, pues, no es
el límite de mi libertad, sino la condición de mi libertad. El hombre solitario ni es hombre ni
libre. No es verdadera libertad la que lleva al hombre a actuar contra lo que él es o en contra
de su relación con los otros hombres o contra Dios: "Actuar como hombres libres, y no como
quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios. Honrad a
todos, amad a los hermanos, temed a Dios" (1P 2,16-17). Sólo el don que Dios hace de sí
mismo en Jesucristo, puede salvar al hombre, liberándolo de sí mismo y recreándolo, para
que pueda vivir en la libertad, en la comunión con Dios, con los hombres y con la creación.
Por ello, San Pablo exclama: "¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor... Pues
lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a
su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el
pecado en la carne, a fin de que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros que seguimos
una conducta, no según la carne, sino según el espíritu" (Rm 7,25-8,4).
Moisés es el hombre "más humilde" de la tierra (Nm 12,3; CEC 2576). Esa humildad
que, en un principio, le hace temblar ante la misión que Dios le encomienda, le ayuda a
realizarla, guiando al pueblo con una suavidad sin igual a través de las oposiciones y
rebeliones continuas del mismo pueblo. Dios mismo le declara su "más fiel servidor" (Ex
12,7s), lo trata como amigo y le habla cara a cara desde la nube (Ex 33,11). Sostenido por
Dios, verdadero guía del pueblo, Moisés conduce al pueblo-hacia la libertad, hacia el Sinaí.
Sólo un pueblo libre puede aceptar la alianza que Dios le ofrece.
El desierto es el camino escogido por Dios para llevar al pueblo a la tierra prometida,
aunque no era el más corto entre Egipto y Canaan (Ex 13,17s). Dios, como guía del pueblo
(Ex 13, 21), le conduce por el desierto al Sinaí, donde "los hebreos deben adorar a Dios" (Ex
3,17; 5,1s), recibir la Torá, concluyendo la alianza con ellos. Dios quiso que su pueblo
naciera como tal en el desierto. Yahveh "les subió de la tierra de Egipto, les llevó por el
desierto, por la estepa y el páramo, por tierra seca y sombría, tierra por donde nadie pasa y en
donde nadie se asienta" (Jr 2,5). "Yahveh iba al frente de ellos, de día en columna de nube
para guiarlos por el camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos, de modo que
pudiesen marchar de día y de noche" (Ex 13,21; 40,36-38; Dt 1,33; Sal 78,14; 105,39; Sb
10,17; 18,3). De este modo, el camino del desierto, con Dios al frente, es un continuo
manifestarse de la gloria del Señor en los "prodigios" (Mi 7,15) que realiza ante el pueblo. En
el desierto, cuando Israel era un niño, Yahveh lo amó: "con cuerdas humanas los atraía, Con
lazos de amor, y era para ellos como un padre que alza a un niño contra su mejilla; me
inclinaba hacia él y le daba de comer" (Os 15,1-4). "Tú, en tu inmensa ternura, no los
abandonaste en el desierto", dice Nehemías (Ne 9,19): Y Dios mismo puede decir antes de
sellar la alianza con el pueblo: "Ya habéis visto cómo os he llevado sobre alas de águila y os
he atraído a mí" (Ex 19,4).
39
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•
••
Este caminar por el desierto queda como memorial para Israel en la fiesta de Sukkot: 410
fiesta de las tiendas: "El día quince del séptimo mes, después de haber cosechado el producto
de la tierra, celebraréis la fiesta en honor de Yahveh durante siete días. El primer día tomaréis
frutos de los mejores árboles, ramos de palmeras, ramas de árboles frondosos y sauces de río;
y os alegraréis en la presencia de Yahveh, vuestro Dios. Celebraréis fiesta en honor de
Yahveh durante siete días cada año. Durante siete días habitaréis en tiendas, para que sepan
vuestros descendientes que yo hice habitar en tiendas a los israelitas cuando los saqué de la
•
tierra de Egipto. Yo, Yahveh, vuestro Dios" (Lv 23,39-43).
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•
1111,-
0•00 04111
e
La fiesta de las Tiendas era una fiesta agrícola, a la que se superpuso el sentido
histórico, vinculándola a la memoria del desierto. Sukkot, fiesta de la vendimia, marcaba el
final de la recolección de la fruta, cuando se vivía en el campo, en chozas, uniendo trabajo y
cantos de fiesta; se celebraban banquetes, se agitaban ramas y las jóvenes danzaban (Jc 9,25-
49; 21,19-23). Terminada la recolección, iban en peregrinación a Jerusalén. Cada peregrino
• aparecía con un ramillete de palmera, limón, mirto y sauce y, agitando estas ramas, desfilaban
ante el templo cantando el Hallel, los salmos de júbilo y acción de gracias a Dios por el don
010 de la cosecha. Pero la fiesta de Sukkot, enraizada en el suelo de la humanidad, en la Escritura
se caracteriza, como toda fiesta, por su conexión con la historia de la salvación, poniendo al
pueblo en contacto con Dios que actúa sin cesar en favor de sus elegidos.
El simbolismo del desierto es doble. Como lugar geográfico, el desierto es una tierra
que Dios no ha bendecido. Es rara el agua, como en el jardín del paraíso antes de la lluvia
(Gn 2,5), la vegetación nula o raquítica, la vida imposible (Is 6,11); hacer de un país un
desierto es devolverle al caos de los orígenes (Jr 2,6; 4,20-26), lo que merecen los pecados de
Israel (Ez 6,14; Lm 5,18; Mt 23,38). En esta tierra infértil habitan los demonios (Lv 16,10; Lc
8,29; 11,24) y otras bestias maléficas (Is 13,21; 14,23; 34,11-16; So 2,13s). En esta
perspectiva, el desierto se opone a la tierra habitada corno la maldición a la bendición (Gn
27,27-29.39-40). Ahora bien, Dios quiso hacer pasar a su pueblo poi—esta "tierra espantosa"
(Dt 1,19) antes de hacerle entrar en la tierra en la que fluyen leche y miel. Este
acontecimiento transforma su simbolismo. El desierto evoca una época privilegiada de la
historia de salvación: el tiempo de los esponsales de Yahveh con su pueblo. En el desierto
Dios se manifiesta a su pueblo, le habla al corazón (Os 2,16), le da su palabra sin
interferencias, para enamorarlo y ser para ellos "su primer amor". Por eso el pueblo que nace
en el desierto, donde está a solas con Dios, -"amado mío, ven, vamos al campo" (Ct 7,12)-,
Israel despierta al amor, que se expresa en cantos de fiesta: "Allí cantará como cantaba los
días de su juventud, como en los días en que salió de la tierra de Egipto" (Os 2,17). Así ve el
tiempo del desierto Jeremías, como noviazgo lleno de ilusión y entrega: "Recuerdo tu cariño
41
de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, por tierra yerma" (Jr 2,2).
Israel arrostraba las fatigas del desierto por seguir a su amado (Ct 2,7;3,2;5,6).
El camino del desierto es el itinerario de la fe. Este camino de vida en la libertad, Dios
se lo revela al pueblo en la Torá, que se resume en el Shemá: "Escucha, Israel: Yahveh
nuestro Dios es el único Dios. Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
mente y con todas tus fuerzas" (Dt 6,4). Esto "te hará feliz en la tierra que mana leche y miel"
(Dt 6,3). Pero frente a este camino de vida se alzan tres tentaciones, que arrastran al hombre a
la muerte: el hedonismo, el deseo de autonomía y el afán de dinero, fuente de gloria.
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•
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III>
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1110
•
410, elplato de lentejas de Esaú, las carnes de Egipto, aunque sea en esclavitud. Es la prueba de la
fe, que pasan Abraham, José, Moisés, Josué (Hb 11,1-40; Si 44,20; 1M 2,52). Frente a esta
pnieba, el pueblo sucumbe a la tentación: "Toda la comunidad de Israel murmuró contra
Moisés y Aarón en el deSierto. Los israelitas les decían: ¡Ojalá hubiéramos muerto en la tierra
de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta
hartarnos. Vosotros nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta
asamblea" (Ex 16,2-3).
La tentación de rebelión contra Dios tiene una doble manifestación: tentar a Dios o
negarle. Ante el desierto, ante la historia concreta del hombre, en su condición de criatura con
sus límites, ante-la cruz de la existencia,—ante la prueba; el hombre tienta a Dios (CEC 2119),
prueba a Dios, intimándolo a quitarle la cruz, a cambiarle la historia (Ex 15,25;17,1-7; Sal
95,9). El hombre desnaturaliza su relación con Dios cuando cede a la tentación de utilizar a
Dios y servirse de El para realizar sus planes, en lugar de abandonarse a El y adorarlo como
Dios. La segunda forma de rebelión contra Dios es su negación o ateísmo. Ante la pregunta
del desierto "¿está Dios en medio de nosotros o no?", el hombre responde con la negación.
Dios es amor y nos llama, en su insondable amor, a entrar en unión con El. La acogida de esta
gracia convierte a la persona en creyente. La palabra religio significa una relación de
comunión, de religación con Dios. "La razón más alta de la dignidad humana consiste en la
vocación del hombrea la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado
al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por amor de Dios, que lo creó, y por el amor
de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando
reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador. Muchos son, sin embargo,
los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan en
forma explícita. Es este ateísmo uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo" (CEC
27).
43
El camino de la vida, que Dios muestra a su pueblo en el desierto, se resume en
confesar que "Yahveh, nuestro Dios, es el único Dios". Por ello, cuando el hombre niega a
Dios y busca su autonomía, creyéndose más inteligente que El, entonces experimenta la
desnudez y el miedo, que le obligan a venderse a los poderes del señor del mundo, y pierde la
vida y la fiesta. El hombre sin Dios se construye su becerro de oro, para poder vivir la fiesta,
que le es necesaria: "Aarón hizo un molde y fundió un becerro. Entonces ellos exclamaron:
Este es tu Dios, Israel, el que te ha sacado de la tierra de Egipto. Viendo esto Aarón, erigió un
altar ante el becerro y anunció: Mañana habrá fiesta ante Yahveh" (Ex 32,5). El hombre se
vende a la obra de sus manos y celebra sus éxitos, en la pseudofiesta de la diversión. El
hombre se vende al dinero, al poder, a la gloria, a la ciencia, porque necesita sentirse dios
potente, pues sin Dios no se puede vivir.
En los tres evangelios sinópticos, las tentaciones de Jesús siguen a la narración del
bautismo en el Jordán. En el bautismo el cielo cerrado se abre (Mc 1,10; Is 63,19; Ez 1,1) y
Jesús ve al Espíritu Santo "descender sobre El". El tiempo del Exodo y de los profetas
retornan porque el Espíritu es dado a Jesús. La voz que se siente -"Tú eres mi hijo predilecto,
en ti me complazco" (Mc 1,11)- evoca a Isaac, "el hijo predilecto", el hijo obediente que "es
atado sobre la leña" (Gn 22,2-9) y contempla, según la tradición hebrea, los misterios de
Dios. Esta palabra evoca también la profecía mesiánica de Natán hecha a David: "Será para
mí hijo" (2S 7,14), que recoge el salmo (2,7) y también el comienzo de los cantos del Siervo
(Is 42,1). Jesús, "el Hijo amado" del Padre, bautizado en el Jordán, como Israel atravesando
el mar Rojo, recibe el Espíritu para entrar en el desierto como Siervo que cumple una misión:
llevar a cumplimiento las esperanzas mesiánicas, en la obediencia y sacrificio prefigurado en
Isaac. Esto es Jesús, quien es "arrojado al desierto", como el macho cabrío que llevaba sobre
sí al desierto todas las iniquidades del pueblo en la fiesta de Yom Kippur. Así Jesús va al
encuentro de-Satanás, el dominador del reino-del pecado.
Jesús pasa en el desierto "cuarenta días y cuarenta nóches" (Mt 4,2), como Moisés
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estuvo sobre el Sinaí en presencia de Dios "cuarenta días y cuarenta noches sin comer pan ni
beber agua" (Dt 9,9-18), esperando la Palabra del Señor. Allí se le presenta el diablo, que es
el que divide, el que intenta separar a Jesús del Padre, robarle la palabra recibida en el
bautismo (CEC 2851-2853). Pero Jesús no pronuncia la palabra que le sugiere el diablo para
cambiar las piedras en pan, sino que se apoya en la palabra de Dios: "No sólo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". El se nutre de la palabra y del
acontecimiento bautismal apenas recibido: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco"
(Mt 3,17). Así se muestra Hijo y "cumple toda justicia". Jesús vive la palabra del libro de la
Sabiduría: "De este modo, los hijos que amas aprendían que no son las diversas especies de
44
frutos las que alimentan al hombre, sino que es tu palabra la que mantiene a los que creen en
Ti" (Sb 16,26).
Durante la primera tentación, Jesús se muestra como hijo obediente y fiel, que se
alimenta de la palabra del Padre. Satanás, entonces, le tiende otra trampa, llevándole al
pináculo del templo, lugar no sólo de la presencia de Dios, sino también de la protección de
Dios, lugar donde se encuentran "los ojos y el corazón de Dios" (1R 9,3), lugar donde su
sekinah extiende las alas para proteger al justo (Ex 19,4; Dt 32,11). Sobre el pináculo del
templo, el diablo le propone: Si eres hijo de Dios, manifiéstalo, tírate de lo alto y las alas
protectoras de Dios te custodiarán mediante sus ángeles. ASí todos sabrán que eres el Mesías
esperado y acogerán tu mensaje. "El que mora bajo la protección del Señor y en El confía,
refugiándose bajo sus alas, será protegido y no temerá algún mal, pues el Señor ha dado
orden a sus ángeles de custodiarlo en todos sus _pasos" (Sal 91).
El Exodo, para los profetas y para el Nuevo Testamento, manifiesta el camino de todo
creyente (Sal 95; Hb 4,7.11). Egipto es figura de la esclavitud del pecado; el desierto
corresponde al itinerario de la conversión; la Tierra equivale al "ser en Cristo" (Col 1,13s). El
desierto, símbolo del caos original, de la esterilidad de la tierra (Nm 20,5) y del hombre,
muestra a Dios como creador y recreador de la vida (Sal 104; Is 41,18s; 43,19; 51,9-11). La
recreación es obra gratuita y exclusiva de Dios. La conversión es un don de Dios, fruto de su
espíritu, como anuncian los profetas para el tiempo mesiánico: "Os daré un corazón nuevo y
un espíritu nuevo" (Ez 11,19; Jr 31,31-34). La misión de Juan Bautista consiste en anunciar
45
esta conversión para "preparar la vía al Señor" (Mc 1,2-5). Y tras él, Jesús anuncia el gran
acontecimiento: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: convertíos y creed
en la Buena Nueva" (Mc 1,15). Con la llegada de Jesús llega el tiempo de la conversión, de
renacer a una vida nueva. La misericordia de Dios se hace presente. Misericordia, que en
nuestras lenguas latinas hace referencia al corazón, en hebreo la palabra rahamin hace
referencia a la matriz. Se trata de entrar en el seno y renacer de nuevo, como dice Jesús a
Nicodemo. O como dice, mostrando un niño para explicar lo que es la conversión: "Si no os
convertís, haciéndoos como niños no entraréis en el Reino de los cielos" (Mt 18,3). Se trata
de nacer, convertirse en otro hombre, pequeño, no autónomo e independiente del Padre, sino
que vive en dependencia filial del Padre.
Los cuarenta días de la cuaresma hacen vivir al cristiano la experiencia del perdón.
Cuarenta días duran las aguas del diluvio (Gn 7,17), antes de que Dios selle el pacto con Noé
en favor de toda la creación. Cuarenta días está Moisés en el monte antes de recibir el don de
46
las nuevas tablas de la Torá, signo del perdón de Dios del pecado de idolatría. Cuarenta años
camina Israel por el desierto antes de entrar en la Tierra, signo del perdón de sus
infidelidades. Cuarenta días Elías camina en el desierto para encontrarse con el Señor en el
Hored. Cuarenta-días Jesús, nuevo Moisés y nuevo Elías, pasa en el desierto; al final sale con
la victoria sobre las tentaciones, signo y realidad de victoria sobre el pecado. Cuarenta días se
manifiesta el Resucitado antes de la Ascensión a la gloria, signo del tiempo de la Iglesia
peregrina en la tierra con el Señor Resucitado, en la espera. de participar con El en el Reino
del Padre.
Pablo recoge la tipología del Exodo y distingue dos yodos: el de Egipto y el del final
de los tiempos (1Co 10,11). Entre los dos éxodos se extiende el tiempo de la salvación. El
segundo éxodo ha comenzado con la resurrección de Cristo: el cristiano camina, pues, bajo la
nube de la gloria de Dios a través del mundo. Esto significa morir al hombre viejo en el
bautismo y renacer como hombre nuevo, pasando de la muerte a la vida. Bautizados en la
nube y en el mar, somos alimentados con el pan vivo y abrevados con el agua del Espíritu
que brota de la roca; y esta roca es Cristo (1Co 10,1-4). Por ello, el bautizado "vive en
Cristo"; con él atraviesa el desierto, figura de la vida peregrina én la tierra. El cristiano, en la
Iglesia, vive en el desierto hasta el retorno glorioso de Cristo, que pondrá fin al poder de
Satán (Ap 12,6-14). Cristo es el agua viva, el pan del cielo, el camino y el guía, la luz en la
noche, la serpiente que da la vida a quienes le miran para ser salvos (Nm 21,4-9; Jn 3,14); es
aquel en quien se realiza el conocimiento íntiMo de Dios por la comunión de su carne y de su
sangre. En Cristo, la figura se hace realidad.
47
6. ALIANZA
El camino del desierto fue el itinerario escogido por Dios para llevar al pueblo a una
vida de comunión con El, en alianza con El. De Egipto salió "una muchedumbre abigarrada,
una masa de personas" (Ex 12,37-39). Es una "chusma" confusa (Nm 11,4) la que se ha visto
liberada de la esclavitud. Apenas existen lazos de unión entre ellos. La unión se va a
establecer, entre ellos y Dios, y entre sí, mediante la alianza. En. el Sinaí se va a constituir el
pueblo de Dios. Con la alianza comienza Israel su existencia como pueblo (Ex 19-24). Los
momentos fundamentales de la historia de Israel se hallan jalonados por la renovación de esta
alianza fundacional (Dt 28-32; Jos 24; 2R 23; Ne 8-10). En el Sinaí Yahveh otorga su alianza
al pueblo, que la acepta con su fe (Ex 14,31). Dios, que ha hecho a Israel objeto de su
elección y depositario de una promesa, le revela su designio: "Si escucháis mi voz y
observáis mi alianza, seréis mi propiedad entre todos los pueblos; porque mía es toda la
tierra, pero vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación consagrada" (Ex
19,5).
El motivo de la elección no es otro que "porque el Señor os ama" (Dt 7,8). "Cuando el
día de mañana te pregunte tu hijo: ¿Qué significan esas normas, esas leyes y decretos que os
mandó Yahveh, nuestro Dios?, responderás a tu hijo: Eramos esclavos del Faraón y Yahveh
nos sacó de Egipto con mano fuerte. Yahveh realizó ante nuestros ojos señales y prodigios
grandes en Egipto, contra Faraón y toda su casa. Y a nosotros nos sacó de allí. para
entregarnos la tierra prometida a nuestros padres. Y nos mandó cumplir todos estos
mandamientos..., para que fuéramos felices siempre y para que vivamos como el día de hoy"
(Dt 6,20-25).
La alianza parte de Dios, que toma la iniciativa. Dios llama a Moisés para
comunicarle las cláusulas de la alianza: "Al tercer mes después de la salida de Egipto, ese
mismo día, llegaron los hijos de Israel al desierto de Sinaí. Partieron de Refidim, y al llegar al
desierto de Sinaí acamparon en el desierto. Allí acampó Israel frente al monte. Moisés subió
hacia Dios. Yahveh le llamó desde el monte, y le dijo: Así dirás a los hijos de Israel: Ya
habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de
águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza,
vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra;
seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa. Estas son las- palabras que has de
decir a los hijos de Israel" (Ex 19,1-6).
En el Sinaí Dios se presenta a Israel proclamando: "Yo, Yahveh, soy tu Dios". Sus
acciones salvadoras le permiten afirmar, no sólo que es Dios, sino realmente "tu Dios", tu
salvador, el "que te ha liberado, sacándote de la esclavitud". La alianza es pura gracia de
Dios. El pueblo, que ni siquiera es pueblo, no puede presentar título alguno que le haga
acreedor a la alianza con Dios: "Tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios; él te ha
elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay
sobre la haz de la tierra. No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos . se ha
prendado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los
pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres"
48
(Dt 7,6-8).
El Decálogo, las diez palabras de este Dios rico en amor, son diez palabras de vida y
libertad, expresión del amor y cercanía de Dios. La primera palabra del Decálogo es el "Yo"
de Dios que se dirige al "tú" del hombre. El creyente, que acepta el Decálogo, no obedece a
una ley abstracta e impersonal, sino a una persona viviente, conocida y cercana, a Dios, que
se presenta a sí mismo como "Yahveh, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y
rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la
rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes" (Ex 34,6-7). "La primera de las Diez
Palabras recuerda el amor primero de Dios hacia su pueblo... Los mandamientos
propiamente dichos vienen en segundo lugar... La existencia moral es respuesta a la iniciativa
amorosa del Señor... La Alianza y el diálogo entre Dios y el hombre... se enuncian en primera
persona (Yo soy el Señor) y se dirigen a otro sujeto (tú). En todos los mandamientos de Dios
hay un pronombre personal en singular que designa al destinatario. Al mismo tiempo que a
todo el pueblo, Dios da a conocer su voluntad a cada uno en particular" (CEC 2061-2063).
49
La razón por la que aceptamos los mandamientos de Dios, no es para salvarnos, sino
porque ya hemos sido salvados por El. El Decálogo es la expresión de la alianza del hombre
salvado con el Dios salvación La salvación de Dios es totalmente gratuita, precede a la acción
del hombre. El Decálogo, que señala la respuesta del hombre a la acción de Dios, no es la
condición para obtener la salvación, sino la consecuencia de la salvación ya obtenida. No se
vive el Decálogo para que Dios se nos muestre benigno, sino porque ya ha sido
misericordioso. Esta experiencia primordial del amor de Dios lleva al hombre a una respuesta
de "fe que actúa en el amor" (Ga 5,6). Esta fe se hace fructífera, produciendo "los frutos del
Espíritu: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio
de sí" (Ga 5,22-23).
La alianza crea entre Yahveh e Israel una relación de propiedad: "Yo seré vuestro
Dios y vosotros seréis mi pueblo" (Lv 26,12; Ez 36,28; 37,27; 2Co 6,126; Ap 21,3). Esta
pertenencia mutua hace de Israel un pueblo elegido, "un reino de sacerdotes y una nación
santa" (Ex 19,6). Se trata de una alianza de amor (Dt 7,7-8), cuyas relaciones son las de un
padre con su hijo (Is 44,1-2; 49,1-15; Os 11,1-6) o las de un esposo con su esposa (Os 2-3; Jr
2-3). En el Cantar de los Cantares, la esposa dice: "Mi amado es mío y yo soy suya" (Ct
2,16).
Shavuot es una de las tres fiestas que la liturgia hebrea solemniza de un modo
especial, junto con la Pascua y la fiesta de las Tiendas (Ex 23,14-17; 34,18-23; Dt 16,1-17;
50
•
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0.
e
Lv 23). La Pascua es la fiesta del comienzo de la siega; la fiesta de Pentecostés o de las
Semanas se celebra a las siete semanas y un día (pentecostés = el día que hace cincuenta) de
haber comenzado la siega. Y el 15 del séptimo mes se celebra la fiesta de la recolección o
fiesta de las Tiendas.
El judío creyente, aún en el fruto que su mano arranca de la tierra con su trabajo, ve
un don de Dios y una prueba más de su bondad. Por ello, de los frutos que gracias a la
bendición de Dios se han extraído del suelo, se destinan las primicias como ofrenda
agradecida a Dios. Ningún cereal de la nueva cosecha se utiliza antes del 6 de Sivan, fecha en
que esa ofrenda se hace efectiva. Shavuot, como Pésaj y Sukkot, es una fiesta de
peregrinación. Los peregrinos se organizan en largas procesiones y marchan hacia Jerusalén,
acompañados durante todo el trayecto por los alegres sones de las flautas. En cestos
decorados con cintas y flores lleva cada uno su ofrenda: primicias de trigo, higos, granadas...
Llegados a la ciudad Santa, son acogidos con cánticos de bienvenida y penetran en el templo,
donde hacen entrega de sus cestos al sacerdote. La ceremonia se completa con salmos y
-
danzas. Toda fiesta es una invitación a la alegría. Las tres grandes fiestas de peregrinación, -
"tres veces al año harás el hag (danza) en mi honor" (Ex 23,14)-, muestran esa alegría con
•
en una conmemoración solemne del don de la Ley y la Alianza del Sinaí (Ex 19). Es la
,
ofrenda de Dios al pueblo, que ha liberado y ahora le obsequia con el don de la Ley. La
teofanía—de Pentecostés, con el don del Espíritu y los signos que lo acompañan, viento y
fuego, será la culminación plena de la teofanía del Sinaí. Pentecostés se convierte finalmente
en la fiesta del Espíritu, que inaugura en la tierra la nueva alianza. A través de múltiples
figuras, Dios preparó la gran "sinfonía" de la salvación, dice San Ireneo. Y así San Agustín
ve la fiesta de Pentecostés como fiesta del don de la Ley para los hebreos y del Espíritu
Santo, ley interior de la nueva alianza, para los cristianos.
•Pedro, citando a Joel (3,1-5), anuncia que Pentecostés realiza las promesas de Dios
(Hch 2). Es la coronación de la pascua de Cristo. Cristo, muerto, resucitado y exaltado a la
derecha del Padre, culmina su obra derramando su Espíritu sobre la comunidad eclesial. Así
51
Pentecostés es la plenitud de la Pascua, inaugurando el tiempo de la Iglesia, que en su
peregrinación al encuentro del Señor, recibe constantemente de El su Espíritu, que la reúne en
la fe y en la caridad, la santifica y la envía en misión. Los Hechos de los Apóstoles,
"Evangelio del Espíritu Santo", revelan la actuación permanente de este don (Hch 4,8; 13,2;
15,28; 16,6). Partiendo de la tipología "Moisés-Cristo", aparece una clara vinculación entre la
teofanía del Sinaí y la alianza con la efusión del Espíritu Santo en la fiesta cristiana de
Pentecostés. En esta fiesta, la comunidad cristiana celebra la ascensión de Cristo, nuevo
Moisés, a la gloria del Padre y la donación del Espíritu Santo a los creyentes. La ley de la
alianza y el Espíritu, ley interior de la nueva alianza, son las manifestaciones de la economía
de salvación en los dos Testamentos.
c) La alianza nueva
El pueblo respondió a Dios en el Sinaí: "Haremos todo cuanto ha dicho Yahveh" (Ex
9,8). Pero, pronto, experimentó su incapacidad y, a consecuencia de la infidelidad de Israel
(Ex 32; Jr 22,9), la alianza queda rota (Jr 31,32), como un matrimonio que se deshace a causa
de los adulterios de la esposa (Os 2,4; Ez 16,15-43). A pesar de ello, la fidelidad de Dios a la
alianza subsiste invariable (Jr 31,35-37; 33,20-22). Habrá, pues, una alianza nueva (CEC 64).
Oseas la evoca bajo los rasgos de nuevos esponsales, que darán a la esposa como dote amor,
justicia, fidelidad, conocimiento de Dios y paz con la creación entera (Os 2,20-24). Jeremías
precisa que Dios cambiará el corazón humano y escribirá en él la ley de la alianza (Jr 31,33s;
32,37-41). Ezequiel anuncia la conclusión de una alianza eterna, una alianza de paz (Ez 6,26),
que renovará la del Sinaí (Ez 16,60) y comportará el cambio del corazón y el don del Espíritu
divino (Ez 36,26ss). Esta alianza adopta los rasgos de las nupcias de Yahveh y la nueva
Jerusalén (Is 54). Alianza inquebrantable, cuyo artífice es "El siervo", al qiit Dios constituye
"como alianza del pueblo y luz de las naciones" (Is 42,6; 49,6-7).
Yahveh, en la fórmula de la alianza del Sinaí, se presenta así: "Yo soy Yahveh, tu
Dios, que te he sacado de Egipto, de la casa de esclavitud". Yo soy el que está contigo,
salvándote. En mi actuar salvador me conocerás siempre. En la plenitud de los .tiempos, en la
revelación plena de Dios a los hombres, el nombre de Dios es Jesús: "Yahveh salva". Este es
"el nombre sobre todo nombre" (Flp 2,10). En Jesús, el siervo de Dios, se cumplirán las
esperanzas de los profetas (CEC 580; 610). En la última cena, antes de ser entregado a la
muerte, tomando el cáliz lo da a sus discípulos, diciendo: "Esta es mi sangre, la sangre de la
52
alianza, que será derramada por la multitud" (Mc 14,24p) La sangre de los animales del Sinaí
(Ex 24,8) se sustituye por la sangre de Cristo, que realiza eficazmente la alianza definitiva
entre Dios y los hombres (Hb 9,11-27; 10,11-14). Gracias a la sangre de Jesús será cambiado—
el corazón del hombre y le será dado el Espíritu de Dios (Jn 7,37-39; Rm 5,5; 8,4-16). La
nueva alianza se consumará en las nupcias del Cordero y la Iglesia, su esposa (Ap 21,2.9).
En Cristo, la ley cede el puesto al Espíritu. El Espíritu es la nueva ley: "No estáis bajo
la ley, sino en la gracia" (Rin 6,4), entendiendo por gracia la presencia del Espíritu en
nosotros, "pues si os dejáis conducir por el Espíritu, no estáis bajo la ley" (Ga 5,18). Para que
el hombre viva conforme a la vocación cristiana, a la' que ha sido llamado, necesita ser
transformado por el Espíritu. Sólo El puede darle una mentalidad cristiana, darle los
sentimientos del Padre y del Hijo. Antes de nada, es necesario que el cristiano se atreva a
llamar al Dios todo santo "Padre"; que tenga la convicción _íntima de ser hijo. Esto sólo se lo
puede dar el Espíritu: "En efecto, cuantos son guiados por el Espíritu de Dios, esos son hijos
de Dios. Porque no recibisteis el espíritu de esclavos para recaer de nuevo en el temor, sino
que recibisteis el Espíritu de hijo de adopción que nos hace clamar: ¡Abba! ¡Padre! El mismo
espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu que somos hijos de Dios" (Rm 8,14-
16). "Porque sois hijos, Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que
clama: ¡Abba! ¡Padre!" (Ga 4,6). El Espíritu Santo, hablando al corazón del cristiano, le da
testimonio y le persuade de su auténtica filiación divina. El cristiano, regenerado por el
Espíritu, vive según el Espíritu: "El es el Espíritu de la vida o la fuente del agua que salta
hasta la vida eterna (Jn 4,14; 6,38-39), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por
el pecado, hasta que resucite en Cristo sus cuerpos mortales (Rm 8). El Espíritu habita en la
Iglesia y en el corazón de los cristianos como en un templo (1Co 3,16; 6,19), y en ellos ora y
da testimonio de la adopción de hijos (Ga 4,6; Rm 8,15-16.26)" (LG 4).
La acción del Espíritu pasó por la vida sacramental para llegar a toda la vida del
cristiano y de la.Iglesia, a la que edifica con sus dones y carismas: "El mismo Espíritu Santo
no solamente santifica y dirige al pueblo de Dios por los sacramentos y los ministerios y lo
enriquece con las virtudes, sino que, distribuyendo sus dones a cada uno según quiere (1Co
12,11), distribuye entre los fieles de todo orden sus gracias, incluso especiales, con las que
dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación
y una más amplia edificación de la Iglesia" (LG 12; CEC 798). "Por la gracia del Espíritu
Santo los nuevos ciudadanos de la sociedad humana quedan constituidos en .hijos de Dios
para perpetuar el pueblo de Dios en el correr de los tiempos. Los bautizados son consagrados
como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu
53
Santo, para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios y
anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable (1P 2,4-10)"
(LG 10; CEC 1141).
d) Arca de la alianza
En el arca de la alianza se depositan las "tablas del testimonio" (CEC 2058). El arca
es el memorial de la alianza y el signo de la presencia de Dios en Israel (Ex 25,10-22; Nm
10,33-36). Sólo a su luz tiene sentido la Ley. La Tienda, en. que se coloca el arca de la
alianza, esbozo del templo futuro, es el lugar del encuentro de Dios y su pueblo (Ex 33,7-11).
Arca de la alianza y tienda de la reunión marcan el lugar del culto a Dios en la liturgia y en la
vida.
María se encuentra entre la antigua y la nueva alianza, como la aurora entre el día y la
noche. Juan Bautista, aún en el seno de su madre, exulta de alegría al oír la voz del Esposo de
la nueva alianza, presente en el seno de María: "El que tiene a la novia es el novio, pero el
amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz de novio. Esta es, pues, mi
alegría, que ha alcanzado su plenitud" (Jn 3,29). La descripción de Lucas, que nos presenta a
María subiendo "con prisa" a la montaña de Judá, evoca las palabras del libro de la
Consolación de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre las montañas los pies del mensajero de la
buena nueva que proclama la paz, que trae la felicidad, que anuncia la salvación, que dice a
Sión: Tu Dios reina!" (Is 52,7). María es la primera mensajera de la Buena Nueva; en su seno
lleva el Evangelio. La exultación suscitada por el Mesías en Isabel y en el hijo que salta de
gozo en sus entrañas es la alegría del Evangelio que se difunde en las peikonas, "llenándolas
del Espíritu Santo".
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la nueva alianza, no es el hombre quien va hacia Dios, sino Dios quien viene a buscar al
hombre. Antes los hombres debían "subir" al templo para hallar la presencia de Dios, ahora
es Dios quien "baja" a los hombres. En María Dios desciende en medio de los hombres. La
anunciación del Hijo de Dios tiene lugar lejos de Jerusalén y de su templo, porque con la
Encarnación María es consagrada como nuevo templo, como nueva arca de la alianza, como
nueva morada de Dios. Más tarde serán llamados templo de Dios, además de Cristo, también
la Iglesia y los cristianos (Jn 2,21; 1Co 3,16; 6,19).
San Juan Damasceno en una homilía sobre la Dormiciém de María imagina así la
sepultura de la Virgen: "La comunidad de los apóstoles, transportandat sobre sus espaldas a
ti, que eres el arca verdadera del Señor, como en otro tiempo los sacerdotes transportaban el
arca simbólica, te depositaron en la tumba, a través de la cual, como a través del Jordán, te
condujeron a la verdadera tierra prometida, a la Jerusalén de arriba, madre de todos los
creyentes, cuyo arquitecto es Dios".
55
7. LA TIERRA PROMETIDA
La salvación de Israel, comenzada por Moisés, la lleva a término Josué, que recoge su
espíritu e introduce al pueblo en la tierra prometida. Josué, como dice su nombre (con la
misma raíz que Jesús), es el Salvador, que no ha "venido " a abolir la Ley, sino a darla
cumplimiento" (Mt 5,17). "Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad
nos han llegado por Jesucristo" (Jn 1,17).
Sólo Josué sube con Moisés al monte de Dios, entrando con él en la nube de la gloria
de Dios (Ex 24,13). Luego Moisés levanta la tienda de Dios, que llama Tienda de la reunión.
En ella el Señor habla con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo. Después
sale y se vuelve al campamento, mientras que Josué, su joven ayudante, no se aparta de la
Tienda (Ex 33,11). Muerto Moisés, Dios habla con Josué, diciéndole: "Lo mismo que estuve
con Moisés estaré contigo. No te dejaré ni te abandonaré. Tú vas a dar a este pueblo la
posesión del país que juré a sus padres. Yahveh, tu Dios, estará contigo dondequiera que
vayas" (Jos 1,1-9).
Elegido por Dios para suceder a Moisés como guía de Israel, Josué es investido del
Espíritu de Dios cuando Moisés le impone las manos. El Señor dice a Moisés: "Toma a
Josué, hijo de Nun, hombre en quien está el espíritu e impón la mano sobre él" (Dt 31,14).
Moisés le dice en presencia del pueblo: "Sé fuerte y valiente, porque tú has de introducir a
56
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•
1.
1. este pueblo en la tierra que el Señor, tu Dios, prometió dar a tus padres. Y tú les repartirás la
heredad. El Señor avanzará ante ti. El estará contigo, no te dejará ni abandonará. No temas ni
te acobardes" (Dt 31,1-8). Y Dios confirma la palabra de su profeta Moisés, añadiendo: "Yo
•
•
Así, muerto Moisés, Josué es puesto al frente del pueblo. El les introduce en la tierra
prometida, haciéndoles cruzar el Jordán (Jos 3). El hecho de ser Josué y no Moisés quien
introduce al pueblo en la tierra da a entender que las promesas de Dios no serán completa
• realidad bajo la ley sino en Jesucristo. La persona de Josué y la tierra donde introduce al
pueblo son figura de Jesús, el verdadero Salvador, quien, cruzando las aguas del Jordán,
símbolo del bautismo, nos abre el acceso a Dios, introduciéndonos en la verdadera Tierra
Prometida (CEC 1222).
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• Josué dirige la conquista de la tierra, que no es fruto de las armas, sino don de Dios.
• en Dios más que valentía militar. Lo que hace es seguir los caminos que le abre el Señor. La
victoria de sus batallas está garantizada por la promesa de Dios. Cuando Dios cumpla su
promesa, el pueblo profesará de nuevo su fe en Dios, renovando la alianza. La renovación de
• la alianza (Jos 24) enlaza con la celebración de la alianza en el Sinaí. En la tierra Israel es el
pueblo de Dios.
Los sabios de Israel recuerdan con admiración las proezas de Josué: "Valiente fue
• Jesús, que había de venir para salvar a los elegidos de Dios de la esclavitud del pecado y de la
muerte y llevarles al verdadero reposo del octavo día: "Porque si Josué les hubiera
proporcionado el descanso, no habría hablado Dios más tarde de otro día. Por tanto es claro
que queda un descanso sabático para el pueblo de Dios" (Hb 4,8-9). Es el descanso de la
patria celeste, tierra prometida en herencia a los mansos (Mt 5,4), donde mana leche y miel,
la comunión plena con Dios (Ap 21,1-7).
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hace de este tiempo una figura para los creyentes, se repite constantemente: Los israelitas han
sido infieles a Dios. Dios les entrega en manos de sus enemigos; bajo el yugo de los
enemigos toman conciencia de su infidelidad e imploran el auxilio de Dios, que suscita un
juez como salvador (Jc 2,11-19; 10,6-16).
Si la época de Josué es el período de la fidelidad de Israel, la de los jueces es el
tiempo de la infidelidad: "Mientras vivió Josué y los ancianos que le sobrevivieron y que
habían visto los prodigios del Señor en favor de Israel, los israelitas sirvieron al Señor. Pero
murió Josué y toda su generación. Les siguió otra generación que no conocía al Señor ni lo
que había hecho por Israel. Entonces los israelitas hicieron lo que el Señor reprueba: dieron
culto a los ídolos, abandonaron al Señor, Dios de sus padres, que los había sacado de Egipto,
y se fueron tras otros dioses, dioses de las naciones vecinas, y los adoraron, irritando al
Señor, que se encolerizó contra Israel: los entregó a las bandas de los enemigos de alrededor,
hasta llegar a una situación desesperada. Entonces el Señor suscitaba jueces, que les libraban
de los enemigos" (Jc 2,7-15). La instalación corrompe siempre. El pueblo se entrega a los
dioses locales, poniendo en ellos su seguridad y olvidando a Dios, que le ha dado la
prosperidad. Sólo volviendo a situarse en la precariedad, volviendo a la situación de
esclavitud de los padres en Egipto, Israel se vuelve al Dios salvador, que interviene
suscitando los Jueces. Dios es quien salva a su pueblo suscitando a un hombre que realiza
concretamente esa salvación (Jc 3,9; 6,36-37; 7,7; 10,13).
El primer Juez, cuyas gestas recoge el libro de los Jueces, es Otniel. El Espíritu del
Señor vino sobre él y salvó a Israel de las manos de Edom. Tras cuarenta años de paz, Israel
se olvidó de Dios y cayó bajo el poder de Moab hasta que Dios les salvó con el puñal del
zurdo Ehud. Siguen después los jueces Samgar, Débora y Baraq.
Débora aparece como juez y profeta.de Israel. Bajo la Palmera, que lleva su nombre,
entre Ramá y Betel, en las faldas del Taboi, acoge a los israelitas que acuden a ella con sus
asuntos. Como profeta les interpreta la historia a la luz de la Palabra de Dios: "Yahveh me ha
dado una lengua de discípulo para que sepa dirigir al cansado una palabra alentadora. Mañana
tras mañana despierta mi oído, para escuchar como un discípulo: El Señor me ha abierto el
oído" (Is 50,4). Con su palabra, recibida de Dios, y con su vida, Débora revela el poder de
Dios en medio de un pueblo que vive desesperado. Su misión es desvelar que la historia que
el pueblo vive es historia de salvación, porque Dios está en medio de ellos.
Israel se halla conquistando la tierra prometida, que habitan los cananeos. Pero, en la
fértil llanura de Izre'el, el rey Yabin, bien armado con sus carros de guerra, opone una fuerte
resistencia a Israel, gobernado por el titubeante Sangar y su débil general' Baraq. En este
momento Dios elige una mujer para salvar a Israel: "En los días de Sangar",-,hijo de Anat, en
los días de Yael, no había caravanas... Vacíos en Israel quedaron los poblados, vacíos hasta tu
despertar, oh Débora, hasta tu despertar, oh madre de Israel" (Jc 5,6-7). Una mujer, en su
debilidad, es cantada como la "madre de Israel", porque muestra a Israel la presencia potente
de Dios en medio de ellos. Débora misma lo canta en su oda, que respira la alegría de la fe en
Dios Salvador: "Bendecid a Yahveh" (Jc 5,9), que en la debilidad humana, sostenida por El,
vence la fuerza del enemigo. Ante Yael, "bendita entre las mujeres", Sísara "se desplomó,
cayó, yació; donde se desplomó, allí cayó, deshecho" (Jc 5,.27). Esta es la lógica de Dios, que
sorprende a los potentes y opresores. Es la conclusión del cántico: "¡Así perezcan todos tus
enemigos, oh Yahveh! ¡Y sean los que te aman como el sol cuando se alza con todo su
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esplendor!" (Jc 5,31).
c) Gedeón y Sansón
A Débora le sucede Gedeón, cuya historia es la más fascinante de este período. "Los
israelitas hicieron lo que el Señor reprueba, y el Señor los entregó a Madián por siete años"
(Jc 6). La instalación del largo período de paz lleva al pueblo a olvidarse de Dios o al
sincretismo religioso, mezclando el culto al Dios verdadero con el culto a los Baales, dioses
locales. Entonces Dios les entrega a Madián. Los madianitas se infiltran en los dominios
israelitas en busca de pastos y comida. Nómadas aguerridos y sin escrúpulos obligan a los
israelitas a refugiarse en las cuevas de los montes. Los madianitas asolan el país, destruyendo
los sembrados y los ganados, sin dejar nada con vida en Israel. Llegan en sus incursiones
numerosos como langostas; sus camellos son incontables como la arena de la playa. Ante la
situación desesperada, los israelitas gritan a Dios, que les dice: "Yo os hice subir de Egipto,
os saqué de la esclavitud, os libré de todos vuestros opresores y os dije: Yo soy el Señor,
Dios vuestro, no adoréis a los dioses de los amorreos, en cuyo país vais a vivir. Pero no
habéis escuchado mi voz" (Jc 6,8-10).
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En_un ambiente seco como el de Palestina, el rocío es signo de bendición (Gn 27,28),
es un don divino precioso (Jb 38,28; Dt 33,13), símbolo de su amor (Os 14,6) y señal de
fraternidad entre los hombres (Sal 133,3); es, igualmente, principio de resurrección, como
canta Isaías: "Revivirán tus muertos, tus cadáveres revivirán, despertarán y darán gritos de
júbilo los moradores del polvo; porque rocío luminoso es tu rocío, y la tierra echará de su
seno las sombras" (Is 26,19). Es fácil establecer el paralelismo éntre el vellón y el rocío y el
seno de María fecundado por el Espíritu Santo y transformado en principio de vida divina. El
vellón es el seno de María en el que cae el rocío del Espíritu Sarlto que engendra a Cristo. La
liturgia sirio-maronita canta: "Oh Cristo, Verbo del Padre, tú has descendido como lluvia
sobre el campo de la Virgen y, corno grano de trigo perfecto, has aparecido allí donde ningún
sembrador había jamás sembrado y te has convertido en alimento del mundo. Nosotros te
glorificamos, Virgen Madre de Dios, vellón que absorbió el rocío celestial, campo de trigo
bendecido para saciar el hambre del mundo"
Elegido por Dios, el espíritu del Señor reviste a Gedeón. Con el espíritu de Dios,
Gedeón reúne a su gente y acampa frente al campamento de Madián. El Señor le dice:
"Llevas demasiada gente para que yo os entregue Madián. Si lo vences así Israel podrá decir:
Mi mano me ha dado la victoria. Despide a todo el que tenga miedo". Se quedan mil. Aun le
parecen muchos al Señor, que dice a Gedeón: "Todavía es demasiada gente. Hazles bajar al
río. Los que beban el agua con la lengua, llevándose el agua a la boca con la mano, ponlos a
un lado; los que se arrodillen, ponlos a otro". Los que beben sin arrodillarse son trescientos.
El Señor le dice: "Con esos os voy a salvar, entregando a Madián en vuestro poder" (Jc 7,1-
8).
Gedeón divide a los trescientos hombres en tres cuerpos y entrega a cada soldado una
trompeta, un cántaro vacío y una antorcha en el cántaro. Luego les dice: "Fijaos en mí y
haced lo mismo que yo. Al acercarme al campamento madianita, yo tocaré la trompeta y
conmigo los de mi grupo; entonces también vosotros la tocáis en torno al campamento y
gritáis: ¡El Señor y Gedeón!". Al relevo de la media noche, Gedeón, con sus cien hombres,
llega al campamento y rompe el cántaro que lleva en la mano. Entonces los tres grupos tocan
las trompetas y rompen los cántaros. Con las antorchas en la mano izquierda y las trompetas
en la derecha, comienzan a gritar: ¡El Señor y Gedeón! El estruendo de los cántaros rotos, de
las trompetas y los gritos siembra el pánico en el campamento madianita. Los madianitas
comienzan a huir, presa del terror, hiriéndose unos a otros. Así el Señor les entrega en manos
de Gedeón, que les persiguie y derrota. Madián queda sometido a los israelitas y ya no
levantará cabeza. Con ello Israel queda en paz los cuarenta años que aún vive Gedeón (Jc
7,16-25). --„,
Gedeón es figura de todo elegido de Dios para una misión. Dios llama al hombre y le
confía una misión. El hombre se siente impotente y se resiste. Dios le promete. su ayuda,
dándole un signo de cuanto promete. Y Dios lleva a cabo con la debilidad humana su
actuación salvadora. Dios derriba del trono a los potentes y exalta a los humildes. Gedeón
triunfa con una tropa reducida a la mínima expresión para que toda la gloria sea atribuida a
Dios y no a la fuerza hurtiana. La victoria sobre el enemigo no es fruto de la fuerza, sino de la
fe en Dios, que está con su pueblo. En el comienzo del Evangelio se nos anuncia: "He aquí
que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, al que será dado el nombre de Emmanuel: Dios-
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con-nosotros" (Mt 1,23).
A Gedeón siguen, como Jueces, su hijo Abimelec, Tolá, Yaír, Jefté, Ibsán, Elón,
Abdón y-Sansón, introducido con la fórmula clásica: "Los israelitas volvieron a hacer lo que
el Señor reprueba y el Señor los entregó, esta vez, a los filisteos durante cuarenta años" (Jc
13). Entonces Dios suscita a Sansón para salvar a su pueblo. Con Sansón concluye el libro de
los Jueces.
Veinte años juzga Sansón a Israel, es decir, hace justicia de los filisteos, enemigos de
su pueblo. Pero un día Sansón, débil de corazón, sobre todo, con las mi: eres extranjeras, va a
Gaza, ve allí una prostituta y entra en su casa. Enseguida se corre la voz entre los de la
ciudad: "¡Ha venido Sansón!". Cercan la ciudad y esperan apostados a la puerta toda la
noche, diciéndose: "Al amanecer lo matamos". Sansón se levanta a medianoche, arranca de
sus quicios las puertas de la ciudad, con jambas y cerrojos, se las echa al hombro y las sube a
:la cima del monte, frente a Hebrón. Los filisteos no puden apresarlo (Jc 16,1-3).
• Más tarde Sansón se enamora de una mujer llamada Dalila. Los príncipes filisteos la
visitan y le dicen: "Sedúcelo y averigua a qué se debe su fuerza y cómo podemos dominarla.
Te daremos cada uno mil cien siclos de plata". Dalila pone en juego toda su astucia femenina
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para ablandar el corazón de Sansón hasta que le arranca el secreto de su fuerza. Rapada su
larga cabellera queda violado su voto de nazareato y, como consecuencia, Dios le retira el
carisma de la fuerza que le había otorgado en vistas de su misión, quedando reducido a la
condición de un hombre cualquiera. Los filisteos se apoderan fácilmente de él. Le arrancan
los ojos y, atado de pies y manos con una doble cadena de bronce, le conducen a Gaza,
condenándolo a dar vueltas en torno a una noria. Tratado como esclavo y blanco de las burlas
de los filisteos, Sansón reflexiona sobre su infidelidad a la misión para la que Dios le había
escogido. Su arrepentimiento sincero y su oración ferviente hace que Dios le conceda de
nuevo la fuerza. Mientras los príncipes y todo el pueblo filisteo aclama a su dios Dagón por
haberles librado de Sansón, su enemigo, reclaman la presencia de Sansón para que les
divierta. Le obligan a bailar, lo zarandean de una parte a otra, siendo el hazmerreír de toda
aquella gente ebria de vino y de triunfo. Agotado, le conceden descansar a la sombra de la
terraza sostenida por columnas. Sansón invoca a Dios, se agarra a las dos columnas centrales,
sobre las que se apoya el edificio, y las sacude con tanta fuerza que la casa se derrumba,
quedando sepultado él- mismo, junto can- un gran número de filisteos, entre los escombros:
"Los filisteos que mató al morir fueron más que los que había matado en vida" (Jc 16,4-31).
Sansón es figura de su mismo pueblo. Dios realiza sus planes con él así como es.
Hasta toma ocasión de su amor por las mujeres filisteas para llevar a cabo la historia de la
salvación: "Su padre y su madre no sabían que el matrimonio con la joven de Timma venía
de Dios, que buscaba un pretexto contra los filisteos, pues por aquel tiempo los filisteos
dominaban a Israel" (Jc 14,4). Sansón, consagrado a Dios desde antes de nacer, con sus
infidelidades a su vocación, causa de su ruina, es figura de Israel, infiel a la alianza con Dios,
por lo que le vienen todos sus males. Sin embargo, a pesar de sus infidelidades, Dios hace
justicia a su pueblo con él. La historia de Sansón termina derruyendo el templo del dios
Dagón. La "fuerza de Dios" triunfa sobre la idolatría, invitando a Israel a la fidelidad a la
Alianza.
Sansón, cuya fuerza viene de Dios, es un don del Señor a Israel, señalado desde el
_comienzo con la esterilidad de su madre. La carta a los Hebreos le incluye en la nube de
testigos de la fe en Dios: "¿Qué más queréis que os diga? Porque si me detuviera con
Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los Profetas, me faltaría tiempo. Ellos con su
fe subyugaron reinos, administraron justicia, consiguieron promesas, taparon bocas de leones,
apagaron la violencia del fuego, escaparon al filo de la espada, se repusieron de
enfermedades, fueron valientes en la guerra y pusieron en fuga ejércitos extranjeros" (Hb
11,32-35). Sansón, figura de Jesucristo, da su vida por el pueblo, poniendo en juego contra
los enemigos de Israel la fuerza que ha recibido de Dios. Sansón invoca a Dios, exclamando:
"Señor, dígnate acordarte de mí, hazme fuerte nada más que esta vez, oh Dios, para que de un
golpe me vengue de los filisteos".
Samuel es más profeta que juez. El es el anillo entre la cadena de Jueces y Reyes. Con
él se pasa de los Jueces a los Reyes. Samuel es el prototipo del profeta. Su persona y su
palabra son presencia y palabra de Dios. Aunque no detenta el poder, con su auténtica fe, se
yergue con toda su autoridad por encima de todos. Resuelve pleitos y casos, aunque no
empuña la espada o el bastón de mando. El decide, organiza y gobierna el destino de Israel.
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I Confidente del Señor, recibe sus oráculos y ante el Señor se presenta como intercesor en
favor del pueblo.
A los tres años, después del destete, Ana vuelve con el niño al santuario, "para
presentarlo al Señor y que se quedara allí para siempre". Al presentar el niño al sacerdote Elí,
Ana entona su canto de alabanza: "Mi corazón exulta en el Señor; me regocijo en su
salvación. No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro Dios. La mujer estéril da a
luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía. El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta del polvo al desvalido" (1S 2,1-10). A Dios le gusta el juego del
columpio: lo fuerte baja y lo débil sube. Lo fuerte lleva el signo de la arrogancia y de la
violencia, mientras lo débil se viste de humildad y confianza en Dios.
Samuel se queda en el santuario-de Silo bajo la custodia del sacerdote Elí. Este tiene
dos hijos perversos, que abusan de la gente que acude al santuario (1S. 2,12-25). Samuel, en
cambio, "crecía y era apreciado por el Señor y por los hómbres" ([S 2,26). La palabra de
Dios era rara en aquel tiempo. Elí es muy anciano y sus ojos comienzan a apagarse. Una
noche, mientras la lámpara de Dios aún ardía, Samuel se halla acostado en el santuario. El
Señor le llama: "¡Samuel, Samuel!". Este responde: "¡Heme aquí!". Samuel no conoce
todavía al Señor; aún no se le había revelado la palabra del Señor. Por tres veces le llama el
Señor y por tres veces corre a donde estaba Elí, creyendo que es él quien le llama. A la
tercera vez Elí comprende que es el Señor quien llama al niño y le dice: "Si te vuelve a llamar
alguien, dices: Habla, Señor, que tu siervo escucha". El Señor se presentó de nuevo y lo
llamó como las otras veces. Y, ahora, Samuel, iluminado por el sacerdote, escucha al Señor,
que le llama a él en lugar de los hijos de Elí (1S 3).
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Samuel crece y el Señor está con él. Todo Israel sabe que Samuel está acreditado
como profeta ante el Señor. Pero los filisteos se reunen para atacar a Israel. Los israelitas
salen a enfrentarse con ellos e Israel es derrotado una primera vez. Los israelitas se dirigen a
Silo a buscar el Arca de la Alianza del Señor, "para que esté entre nosotros y nos salve del
poder enemigo". Los dos hijos de Elí van con el Arca. Cuando el Arca llega al campamento,
todo Israel lanza un gran grito que hace retemblar la tierra. Entonces los filisteos se enteran
de que el Arca del Señor ha llegado al campamento. Presa del pánico se lanzan a la batalla
con todo furor para no caer en manos de Israel. Los filisteos derrotan de nuevo a los
israelitas, que huyen a la desbandada. El Arca de Dios es capturada y los dos hijos de Elí
mueren. Cuando le llega la noticia a Elí, éste cae de la silla hacia atrás y muere (1S 4). Por
siete meses va a estar el Arca en territorio filisteo, yendo de un sitio a otro, porque la mano
de Dios cae con dureza sobre ellos y sobre su dios Dagón hasta que la devuelven a Israel (1S
6).
Samuel, viendo que todo Israel añora al Señor, les dice: "Si os convertís de todo
corazón al Señor y quitáis de en medio los dioses extranjeros, sirviéndole sólo a El, El os
librará del poder filisteo". El pueblo confiesa arrepentido su pecado de infidelidad y Samuel
ora por ellos al Señor. El Señor acoge la confesión del pueblo y la súplica de Samuel. Los
filisteos quieren atacar de nuevo a Israel, pero el Señor manda aquel día una gran tormenta
con truenos sobre los filisteos, llenándolos de terror. Israel puede finalmente derrotarlos.
Samuel se vuelve a Ramá, donde tiene su casa. Desde allí gobierna a Israel.
41.1••••••1111••••
64
8. EL REINO
a) Instauración de la monarquía
Samuel se retira a Rarná, donde muere y es enterrado con la asistencia de todo Israel a
sus funerales. Así le recuerda el Eclesiástico: "Amado del pueblo y de Dios. Ofrecido a Dios
desde el seno de su madre, Samuel fue juez y profeta del Señor. Por la palabra de Dios fundó
la realeza y ungió príncipes sobre el pueblo. Según la ley del Señor gobernó al pueblo,
visitando los campamentos de Israel. Por su fidelidad se acreditó como profeta; por sus
oráculos fue reconocido como fiel vidente. Iri-vocó al Señor cuando 16's-enemigos le acosaban
por todas partes, ofreciendo un cordero lechal. Y el Señor tronó desde el cielo, se oyó el eco
de su voz y derrotó a los jefes enemigos y a todos los príncipes filisteos. Antes de la hora de
su sueño eterno, dio testimonio ante el Señor y su ungido: ¿De quién he recibido un par de
sandalias? y nadie reclamó nada de él. Y después de dormido todavía profetizó y anunció al
rey (Saúl) su fin; del seno de la tierra alzó su voz en profecía para borrar la culpa del pueblo"
(Si 46,13-20). Samuel, el confidente de Dios desde su infancia, es su profeta, que no deja caer
por tierra ni una de sus palabras. Con su fidelidad a Dios salva al pueblo de los enemigos y de
sí. Es la figura del hombre de fe, que acoge la palabra de Dios, y deja que esta se encarne en
él y en la historia. Es la figura de Cristo, el siervo de Dios, que vive y se nutre de la voluntad
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del Padre, aunque pase por la muerte en cruz.
Saúl es el primer rey de Israel. Con él se instaura la monarquía, deseada por el pueblo,
contradiciendo la elección de Dios, que separó a Israel de en medio de los pueblos, uniéndose
a él de un modo particular: "Tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios". Samuel encuentra a Saúl
en el campo, buscando unas asnas perdidas, toma el cuerno de aceite y lo derrama sobre su
cabeza, diciendo: "El Señor te unge como jefe de su pueblo Israel; tú gobernarás al pueblo
del Señor, tú lo salvarás de sus enemigos" (1S 9-10). El espíritu de Dios invade a Saúl, que
reúne un potente ejército y salva a sus hermanos de Yabés de Galaad de la amenaza de los
ammonitas. El pueblo, tras esta primera victoria, le corona solemnemente como rey en
Guilgal (1S 11). Reconocido como rey, Saúl comienza sus campañas victoriosas contra los
filisteos. Pero la historia de Saúl es dramática. Ante la amenaza de los filisteos, concentrados
para combatir a Israel con un ejército inmenso como la arena de la orilla del mar, los hombres
de Israel se ven en peligro y comienzan a esconderse en las cavernas. En medio de esta
desbandada, Saúl se siente solo, esperando en Dios que no le responde y aguardando al
profeta que no llega. En su miedo a ser completamente abandonado por el pueblo llega a
ejercer hasta la función sacerdotal, ofreciendo holocaustos y sacrificios, lo que provoca el
primer reproche airado de Samuel: "¿Qué has hecho?".
Samuel se aleja hacia Guilgal siguiendo su camino. Pero Samuel vuelve a enfrentarse
con Saúl para anunciarle el rechazo definitivo de parte de Dios. Saúl, el rey sin
discernimiento, pretende dar culto a Dios desobedeciéndolo. Enfatuado por el poder, que no
quiere perder, se glorifica a sí mismo y condesciende con el pueblo, para buscar su aplauso,
aunque sea oponiéndose a la palabra de Dios. Samuel se presenta y le dice: "Escucha las
palabras del Señor, que te dice: Voy a tomar cuentas a Amalec de lo que hizo contra Israel,
cortándole el camino cuando subía de Egipto. Ahora ve y atácalo. Entrega al exterminio todo
lo que posee, toros y ovejas, camellos y asnos, y a él no le perdones la vida". Amalec es la
expresión del mal y Dios quiere erradicarlo de la tierra. La palabra de Dios a Saúl es clara.
Pero Saúl es un necio, como le llama Samuel, ni escucha ni entiende. Dios entrega en sus
manos a Amalec. Sin embargo Saúl pone su razón por encima de la palabra de Dios y trata de
complacer al pueblo y a Dios, buscando un compromiso entre Dios, que le ha elegido, y el
pueblo, que le ha aclamado. Perdona la vida a Agag, rey de Amalec, a las mejores ovejas y
vacas, al ganado bien cebado, a los corderos y a todo lo que valía la pena, sin querer
exterminarlo; en cambio, extermina lo que no vale nada. Entonces le fue dirigida a Samuel
esta palabra de Dios: "Me arrepiento de haber constituido rey a Saúl, porque se ha apartado
de mí y no ha seguido mi palabra" (1S 15,1-10).
Samuel va a buscar a Saúl. Cuando Saúl le ve ante sí, le dice: "El Señor te bendiga.
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Ya he cumplido la orden del Señor". El orgullo le ha hecho inconsciente e insensato,
creyendo que puede eludir el juicio del Señor. Pero Samuel le pregunta: "¿Y qué son esos
balidos que oigo y esos mugidos que siento?". Saúl contesta: "Los han traído de Amálec. El
pueblo ha dejado con vida a las mejores ovejas y vacas, para ofrecérselas en sacrificio a
Yahveh, tu Dios". Samuel no se deja engañar y le replica: "¿Acaso se complace Yahveh en
los holocaustos y sacrificios como en la obediencia a su palabra? Mejor es obedecer que
sacrificar, mejor la docilidad que la grasa de los carneros. ,Por haber rechazado la palabra de
Yahveh, El te rechaza hoy como rey". Samuel, pronunciado el oráculo del Señor, se da media
vuelta para marcharse, pero Saúl se agarra a la orla del manto, que se rasgó (Lc 23,45). El
manto rasgado es el signo de la ruptura definitiva e irreparable, como explica Samuel,
mientras se aleja: "El Señor te ha arrancado el reino de Israel y se lo ha dado a otro mejor que
tú" (1S 1,12-28; Os 6,6; Am 5,21-25; Mt 27,51).
Dios, el Señor de la historia, encamina los pasos de Samuel hacia David: "Yo te haré
saber lo que has de hacer y ungirás para mí a aquel que yo te indicaré". Samuel se dirige a
Belén y los ancianos de la ciudad le salen al encuentro. Samuel les tranquiliza: "He venido en
son de paz. Vengo a ofrecq un sacrificio al Señor. Purificaos y venid cónmigo al sacrificio".
De un modo particular, Samuel purifica a Jesé y a sus hijos y les invita al sacrificio. Jesé tiene
`siete hijos. Pero sólo seis de ellos se presentan ante Samuel. El más pequeño se halla en el
campo pastoreando el ganado. Samuel, que aún no sabe quién será el ungido, comienza
llamando al hermano mayor, a Eliab. Se trata de un joven alto, de impresionante presencia.
Samuel, al verle, cree que es el elegido de Dios: "Sin duda está ante Yahveh su ungido". Pero
el Señor advierte a su profeta: "No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo le he
descartado". La mirada de Dios no es como la mirada del hombre. El hombre mira las
apariencias, pero Yahveh mira el corazón. Los criterios de Dios no coinciden con los criterios
humanos.
Siguen pasando ante Samuel los seis hijos de Jesé, uno detrás de otro. Todos son
descartados. Samuel pregtinta a Jesé: "¿No tienes otros hijos?". Jesé responde: "Sí, falta el
más pequeño que está pastoreando el rebaño". "¡Manda que lo traigan!, exclama Samuel. ¡No
haremos el rito hasta que él no haya venido!". El muchacho, el menor de los hermanos, es
también el más pequeño, tan insignificante que se han olvidado de él. Pero Dios sí le ha visto.
En su pequeñez ha descubierto el vaso de elección para manifestar su potencia en medio del
pueblo. Es un pastor, que es lo que Dios desea para su pueblo como rey: alguien que cuide de
quienes El le encomiende. Mejor la pequeñez que la grandeza; mejor un pastor con un bastón
que un guerrero con armas. Con la debilidad de sus elegidos Dios cohfunde—a los fuertes (1S
16,1-11).
Corren al campo y llevan a David ante el profeta. La voz del Señor le dice: "¡Es el
elegido! ¡Anda, úngelo!". Samuel toma el cuerno y lo derrama sobre la cabeza rubia de
David. Con la unción, el espíritu de Yahveh, que había irrumpido ocasionalmente sobre los
jueces, se posa para permanecer sobre David (1S 16,12-13; CEC 695). Es el espíritu que se
ha apartado de Saúl, dejándole a merced del mal espíritu, que le perturba la mente (1S 16,14).
Celebrado el sacrificio, Samuel se vuelve a Ramá y David regresa con su rebaño, donde se
prepara a su misión de rey de Israel. Como pastor aprende a cuidar de los hombres que le
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serán confiados, cuidando ahora de las ovejas y corderos. Yahveh, que escruta al justo,
examina a David en el pastoreo. Así el Señor aprecia el corazón de David con el ganado:
"Quien sabe apacentar a cada oveja según sus fuerzas, será el que apaciente a mi pueblo". Así
Yahveh "eligió a David su servidor, le sacó de los apriscos del rebaño, le tomó de detrás de
las ovejas, para pastorear a su pueblo Israel, su heredad. El los pastoreaba con corazón
perfecto, y con mano diestra los guiaba" (Sal 78,70-72).
Saúl, ya rechazado por Dios, y David, ya ungido para sustituirlo, son dos figuras
unidas y contrapuestas. Sus vidas y sus personas seguirán unidasp por mucho tiempo. Saúl,
con su inestabilidad emocional, cae en depresiones al borde de la locura. Oscilando como un
péndulo entre momentos de lucidez y disposiciones de ánimo oscuras, queriendo agradar a
Dios y a los hombres, sólo logra indisponerse con todos. David, aún un muchacho, se
presenta en la corte colmado del espíritu que ha abandonado a Saúl. Pero David no se
presenta para suplantar a Saúl, sino para ayudarle en sus delirios con su música. La música,
que David arranca al arpa, se difunde por la habitación como alas protectoras, serenando la
mente turbada de Saúl. Sorprendido, le dice: "Me conforta tu música. Pediré a tu padre que te
deje aún conmigo" (1S 16,14-22).
Una corriente de simpatía une a los dos. De este modo David se queda a vivir con
Saúl, que llega a amarlo de corazón. Cada vez que le oprime la crisis de tristeza, David toma
el arpa y toca para el rey. La música acalla el rumor de los sentidos y alcanza la fibras del
espíritu con su poder salvador. David con su arpa es medicina para Saúl, pero su persona
termina siendo la verdadera enfermedad de Saúl. La espada, colgada a la espalda del rey,
brilla amenazadora. Cuando Saúl se siente bien despide a David, que vuelve a pastorear su
rebaño. Cuando el mal espíritu asalta a Saúl, David es llamado y acude de nuevo a su lado
(1S 16,23).
Saúl, para responder al ataque de los filisteos, llama a las armas a sus mejores
hombres. David, el pequeño, es excluido de nuevo. Sólo sus hermanos mayores van al campo
de batalla. Con él no se cuenta en los momentos importantes. Es la historia del elegido de
Dios, olvidado de los hombres por su insignificancia, pero amado y escogido por Dios para
desbaratar los planes de los potentes. Un día Jesé manda a David a visitar a sus hermanos.
Les lleva trigo tostado y unos panes, y también unos quesos para el capitán del ejército.
-Cuando llega al campamento, las tropas se hallan dispuestas en círculo, prontas para la
batalla. Israel y los filisteos se encuentran frente a frente sobre dos colinaS separadas por el
valle del Terebínto. David descubre en el campamento de los filisteo''-a un guerrero de
estatura gigantesca, con un yelmo de bronce en la cabeza y una coraza de escamas en el
pecho. En una mano lleva la lanza y en la otra una flecha; le precede su escudero. La
arrogancia de su desafío es un insulto ignominioso para Israel. A David le llega la voz
atronadora de Goliat: "Elegid uno de vosotros que venga a enfrentarse conmigo. Si me vence,
todos nosotros seremos esclavos vuestros; pero, si le derroto yo, vosotros seréis esclavos
nuestros. Mandad a uno de vuestros hombres y combatiremos el uno contra el otro". Ante la
figura y las palabras de Goliat, "Saúl y todo Israel" es presa del pánico (1S 17,1-11).
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debilidad, que Dios elige para confundir a los engreídos. Pequeñez y grandeza se hallan
frente a frente. Pero la pequeñez tiene a sus espaldas la mano de Dios, sosteniéndola. David
no soporta el ultraje que se hace a Israel y a su Dios y exclama: "¿Quién es ese filisteo
incircunciso para ofender a las huestes del Dios vivo?". Los soldados le cuentan: Todos los
días sube varias veces a provocar a Israel. A quien lo mate el rey lo colmará de riquezas y le
dará su hija como esposa, y librará de tributo a la casa de su padre. David replica: "El Señor
me ayudará a liquidarlo". Alguien corre a referir a Saúl las palabras de David y el rey le
manda a llamar. Cuando David llega a su presencia, confirma al rey sus palabras: "Tu siervo
irá a combatir con ese filisteo". Saúl mide con la mirada a David y le dice con conmiseración:
"¿Cómo puedes ir a pelear contra ese filisteo si tú eres un niñd' y él es un hombre de guerra
desde su juventud?" (1S 17,26-33).
Impresionado por el tono decidido con que habla David, el rey acepta que salga a
combatir en nombre de Israel. Manda que vistan a David con sus propios vestidos, le pone un
casco de bronce en la cabeza y le cubre el pecho con una coraza. Le ciñe su propia espada y
le dice: "Ve y que Yahveh sea contigo". David sale de la presencia del rey, pero al momento
vuelve sobre sus pasos. No quiere presentarse al combate con la armadura del rey, sino ir al
encuentro del gigante como un simple pastor: "No puedo caminar con esto, me pesa
inútilmente. A mí me bastan mis armas habituales" (1S 17,37-39). Para Saúl es necesaria la
armadura; para David es superflua, un obstáculo. Uno confía en la fuerza, el otro pone su
confianza en Dios. David se despoja de ella y sale en busca de Goliat con su cayado y su
honda. David rechaza los símbolos del poder y la fuerza para enfrentarse al adversario con las
armas de su pequeñez y la confianza en Dios, que confunde a los potentes mediante los
débiles. Saúl y David muestran sus diferencias. El rey y el pastor. El "más alto" y el
"pequeño". La espada y la honda. El rechazado por Dios y su elegido. Saúl, el fuerte, tiene
miedo y no combate en defensa de su pueblo, pues no cuenta con Dios; David, en cambio, en
su pequeñez, hace lo que debería hacer Saúl: como pastor ofrece su vida para salvar la grey
del Señor. 0
69
•
cayado? Si te acercas un paso más daré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo"
(1S 17,40-44). David le replica: "Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo
voy contra ti en nombre de Yahveh Sebaot, Dios de los ejércitos de Israel, a quien tú has
desafiado. Hoy mismo te entrega Yahveh en mis manos y sabrá toda la tierra que hay Dios
para Israel. Y toda esta asamblea sabrá que no por la espada y por la lanza salva Yahveh,
porque de Yahveh es el combate y os entrega en nuestras manos" (1S 17,45-47). Con la
confianza puesta en Dios, el Señor de los últimos, que no necesita de ejércitos para derrotar a
los enemigos, David se enfrenta a Goliat. El, el pastor, ahora se presenta como una oveja
indefensa ante las fauces del león que desea devorarlo, pero que no lo logrará porque el
verdadero pastor, el Señor de los ejércitos, arrancará la presa de su'. boca.
Ante las palabras de David, Goliat se enfurece y levanta los ojos al cielo con
desprecio. Al levantar la cabeza descubre su frente. David se adelanta, corre a su encuentro,
mete la mano en el zurrón, saca de él una piedra, la coloca en la honda, que hace girar sobre
su cabeza y la suelta, hiriendo al filisteo en la frente; la piedra se le clava y cae de bruces en
tierra. La boca, que ha blasfemado contra Dios, muerde el polvo. David corre hasta él y pone
su pie contra la boca blasfema. Luego toma la espada misma de Goliat y con ella le corta la
cabeza (1S 17,48-54). Una pequeña piedra ha bastado para derribar la montaña vacía de
Goliat, montaña de arrogancia sin consistencia ante el Señor. Y, al final, de bruces y sin
cabeza, Goliat queda en tierra como Dagón, el ídolo filisteo derribado en su mismo templo
"por la presencia del arca del Señor" (1S 5,3-4). Ante el Señor cae la hueca potencia de la
idolatría, derribada con la pequeña piedra de la fe. Los hijos de Israel prorrumpen en gritos de
júbilo por la inesperada victoria, mientras que los filisteos se dan a la fuga. Israel se levanta y,
lanzando el grito de guerra, persigue a los filisteos hasta sembrar el campo con su cadáveres.
Después de dar muerte a Goliat, la fama de David se divulga por todo el reino. David
es cantado por las mujeres y amado por todo el pueblo. Cuando los soldados regresan
victoriosos, la población les sale al encuentro con cantos de fiesta:
Esta aclamación provoca los celos del rey Saúl, envidioso del triunfo de David: "Han
dado a David diez mil y a mí sólo mil. Sólo falta que le den el reino" (1S 18,6-9). Los celos le
trastornan la razón y la rivalidad se hace irracional en su lucidez. La envidia se transforma en
odio y deseo de venganza. Saúl, -para alejar a David, le promueve como capitán de diez mil
hombres y, con este ejército, vence muchas batallas contra los filisteos. David tiene éxito en
todo lo que emprende, "pues Dios estaba con él" (IS 18,14). David se gana la amistad de
Jonatán, hijo de Saúl y la mano de su hija Mikal. David vuelve a tocar el arpa para calmar a
Saúl. Pero un día, mientras toca con su mano el arpa, Saúl, que tenía en su mano la lanza, la
arroja contra él. David la esquiva y la lanza va a incrustarse en la pared (1S 19,9-10). David
está inerme ante el rey armado. La fuerza y la debilidad están frente a frente: el amor, hecho
canto, frente a la violencia del odio y la envidia. David comprende que Saúl realmente desea
matarlo y huye del palacio.
Así Saúl comienza a perseguir a David, que se ve obligado a huir a los montes. El
Señor se compadece de él y lo salva. David, tiene muchas ocasiones en que puede matar a
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Saúl, pero no lo hace. David y sus hombres están escondidos en el fondo de una cueva, en la
que entra Saúl, solo, a hacer sus necesidades. Los hombres de David le dicen: "Mira, este es
• el día que Yahveh te anunció: Yo pongo a tu enemigo en tus manos, haz de 11 lo que te
plazca". Pero David les replica: "Nunca me permita el Señor devolverle el mal que me hace.
No alzaré mi mano contra el ungido del Señor. Yahveh será quien le hiera, cuando le llegue
III) su día". David, el hombre según el corazón de Dios, rechaza la violencia y, una vez más, no
se toma la justicia por su mano (1S 24). Como elegido, David espera la hora de Dios, sin
• querer anticiparla. Le duele el odio de Saúl, pero no puede dejar de amarlo como ungido del
Señor. Pide dos cosas al Señor: "No me entregues, Señor, en manos de mis enemigos, y que
Saúl no caiga en mis manos, para que no me asalte la tentación de matar a tu ungido" (1S 26;
oup CEC 436).
Obsesionado por perseguir a David, Saúl se olvida de los filisteos, que vuelven a
someter a Israel. En la batalla de Gelboé las tropas israelitas son aniquiladas, mueren los tres
hijos de Saúl y él mismo, gravemente herido, se suicida. Cuando le llega la noticia de la
muerte de Saúl, David llora por él y por su hijo Jonatán (2S 1).
Después de la marre .de Saúl, Dayid ,es consagrado rey de. Judá y de Israel: Y lo
primero que hace como rey es , .1que estaba en poder de los jebuseos y
trasladar a ella el Met' áÑid y todo Israel "iban danzando delante del arca con
gran entusiasmo", t'en medio de gran alborozo"; "444.141arkz,aba,sujjAba4,„bailAllaZ (2S
6,5.12.14.16). El gozo se traduce en aclamaciones de sabor litúrgico: "David y todo Israel
trajeron el arca entre gritos de júbilo y al son de trompetas" (2S 6,15). El Señor está con
David en todas sus empresas. Sus victorias sobre los enemigos son incontables (2S 8). Pero el
rey se ha vuelto 1/14.-~oss4 Mientras envía a Joab con sus veteranos a combatir a
los ammonitas, David pasa el tiempo durmiendo largas siestas, de las que se levanta a eso del
atardecer. Y un día, ¡al atardecer!, David se levanta y se pone a pasear por la azotea de
palacio. Entonces sus ojos caen sobre una mujer que se está bañando. David se queda
prendado de ella y manda a preguntar por ella. Le informan:—"Es Betsabé, hija de Alián,
esposa de Urías, el hitita" (2S 11,1-4).
David sabe que la mujer está casada con uno de sus más fieles oficiales, que se
encuentra en campaña. Sin embargo manda que se la traigan; llega la mujer y David se
acuesta con ella, que acaba de purificarse de sus reglas. Después Betsabé se vuelve a su casa.
Queda encinta y manda este aviso a David: "¡Estoy encinta!". El rey de Israel, aclamado por
• todo el pueblo, el hombre según el corazón de Dios, se siente estremecer ante el mensaje.
Pero no levanta los ojos al Señor. Para salvar su honor, intenta por todos los modos encubrir
su delito. A toda prisa manda un emisario a Joab: "Mándame a Urías, el hitita" (2S 11,6).
Cuando llega Urías, para poder atribuirle el hijo que Betsabé, su esposa, ya lleva en su
seno, le insta: "Anda a casa a lavarte los pies". Pero el soldado no es como el rey. No va a su
casa. Duerme a la puerta de palacio, con los guardias de su señor. David se muestra amable.
Ofrece a Urías obsequios de la mesa real. El rey insiste: "Has llegado de viaje, ¿por qué no
vas a casa?". Urías, en su respuesta, marca el contraste entre David, que se ha quedado en
Jerusalén, y el Arca del Señor y el ejército en medio del fragor de la batalla. Las palabras de
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.....•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••
Urías denuncian el ocio y sensualidad de David: "El Arca, Israel y Judá viven en tiendas;
Joab, mi señor, y los siervos de mi señor acampan al raso, ¿y voy yo a ir a mi casa a comer,
beber y acostarme con mi mujer? ¡Por tu vida y la vida de tu alma, no haré tal!" (2S 11,7-13).
La palabra del profeta es más tajante que una espada-de doble filo; penetra hasta las
junturas del alma y el espíritu; desvela sentimientos y pensamientos. Nada escapa a su luz. Es
a ella a quien David tiene que dar cuenta. David no ha ofendido sólo a-'11rías, sino que ha
ofendido a Dios, que toma como ofensa suya la inferida a Urías. Así dice el Señor, Dios de
Israel: "Yo te ungí rey de Israel, te libré de Saúl, te di la hija de tu señor, puse en tus brazos
sus mujeres, te di la casa de Israel y de Judá, y por si fuera poco te añadiré otros favores. ¿Por
qué te has burlado del Señor haciendo lo que El reprueba? Has asesinado a Urías, el hitita,
para casarte con su mujer. Pues bien, no se apartará jamás la espada de tu casa, por haberte
burlado de mí casándote con la mujer de Urías, el hitita, y matándolo a él con la espada
ammonita. Yo haré que de tu propia casa nazca tu desgracia; te arrebataré tus mujeres y ante
tus ojos se las daré a otro, que se acostará con ellas a la luz del sol. Tú lo hiciste a escondidas,
yo lo haré ante todo Israel, a la luz del día". Ante Dios y su profeta David confiesa: "¡He
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pecado contra el Señor!" (2S 12,8-13). dip °(`Se"
Natán escucha la confesión de David y le anuncia el perdón del Señor. Pero el pecado
siempre tiene sus consecuencias amargas: "Has asesinado. La espada no se apartará jamás de
tu casa. En tu propia casa encontrarás tu desgracia. Y lo que tú has hecho a escondidas, te lo
harán a ti a la luz del día" (2S 12,10,12). David no olvidará su pecado. Lo tiene siempre
presente. Y no es sólo el adulterio o el asesinato. A la luz de este doble pecado, David entra
dentro de sí y ve su vida de pecado, "desde que en pecado lo concibió su madre". Desde lo
hondo de su ser grita a Dios "Señor, ¿quién conoce sus propios extravíos? Líbrame de las
faltas ocultas" (Sal 19,13).
Desde su pecado, David comprende que los juicios del Señor son justos. Su
arrogancia cede ante el Señor, que le hace experimentar la muerte que ha sembrado su
pecado. El niño, nacido de su adulterio, cae gravemente enfermo. David, entonces, suplica a
Dios por el niño, prolongando su ayuno y acostándose en el suelo: "Señor, he pecado y es
justo tu castigo. Pero no me corrijas con ira, no me castigues con furor. Yahveh, ¿hasta
cuando? Estoy extenuado de gemir, cada noche lavo con mis lágrimas el lecho que manché
pecando con Betsabé. Mira mis ojos hundidos y apagados, y escucha mis sollozos" (Sal 6).
Siete días ha orado y ayunado David, hasta que al séptimo día el niño murió. Entonces David
se lavó, se ungió y se cambió de vestidos. Se fue al templo y adoró al Señor; luego volvió al
palacio y pidió que le sirvieran la comida. Los servidores, sin entender la conducta del rey, le
sirvieron y él comió y bebió. Luego se fue a consolar a Betsabé, se acostó con ella, que le dio
un hijo. David le puso por nombre Salomón, amado de Yahveh. Este hijo era la garantía—del
perdón de Dios. Cuando en su interior le asalten los remordimientos y las dudas sobre el
amor de Dios, Salomón será un memorial visible de su amor, figura del Mesías (2S 12,15-
25).
Cuando-David se establece en su casa y Dios le concede paz con todos sus enemigos,
llama al profeta Natán y le dice: "Mira, yo habito en una casa de cedro mientras que el Arca
de Dios habita bajo pieles. Voy a—edificar una casa para el Señor". Pé.ro aquella misma noche
vino la palabra de Dios a Natán: "Anda, ve a decir a mi siervo David: Así dice el Señor:
¿Eres tú quien me vas a construir una casa para que habite en ella? Delde el día en que saqué
a Israel de Egipto hasta hoy no he habitado en una casa, sino que he ido de acá para allá en
una tienda. No he mandado a nadie que me construyera una casa de cedro. En cuanto a ti,
David, siervo mío: Yo te saqué de los apriscos, de detrás de las ovejas, para ponerte al frente
de mi pueblo Israel. He estado contigo en todas tus empresas, te he liberado de tus enemigos.
Te ensalzaré aún más y, cuando hayas llegado al final de tus días y descanses con tus padres,
estableceré una descendencia tuya, nacida de tus entrañas, y consolidaré tu reino. El, tu
descendiente, edificará un templo en mi honor y yo consolidaré su trono real para siempre.
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Yo seré para él padre y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi
presencia" (2S 7,1-17).
Al escuchar esta profecía de labios de Natán, David se postra ante el Señor y dijo:
"¿Quién soy yo, mi Señor, para que me hayas hecho llegar hasta aquí? Y, como si fuera poco,
haces a la casa de tu siervo esta profecía para el futuro. ¡Realmente has sido magnánimo con
tu siervo! ¡Verdaderamente no hay Dios fuera de ti! Ahora, púes, Señor Dios, mantén por
siempre la promesa que has hecho a tu siervo y a su familia. Cumple tu palabra y que tu
nombre sea siempre memorable. Ya que tú me has prometido edificarme una casa, dígnate
bendecir la casa de tu siervo, para que camine siempre en tu pre-sencia. Ya que tú, mi Señor,
lo has dicho, sea siempre bendita la casa de tu siervo, pues lo que tú bendices queda bendito
para siempre" (2S 7,18-29).
Salomón, don de Dios a David, como señal de paz tras su pecado, es el "rey pacífico"
(1Cro 22;9; Si 47,12), símbolo del Mesías, el hijo de David, el "Príncipe de paz", anunciado
por Isaías (9,5). San Agustín comenta: Cristo es el verdadero Salomón, y aquel otro Salomón,
hijo de David, engendrado de Betsabé, rey de Israel, era figura de este Rey pacífico. Es El
quien edifica la verdadera casa de Dios, según dice el salmo: "Si el Señor no construye la
casa, en vano se cansan los constructores" (Sal 127). Salomón, hijo y sucesor de David. (1R
1,28-40), recoge la promesa de Dios a su padre, que él mismo oye repetida: "Por este templo
que estás construyendo, yo te cumpliré la promesa que hice a tu padre David: habitaré entre
los israelitas y no abandonaré a mi pueblo Israel". Cuando el templo estuvo terminado,
Salomón hizo llevar a él las ofrendas que había preparado su padre: plata, oro y vasos, y los
depositó en el tesoro del templo, bendiciendo al Señor: "¡Bendito sea el Señor, Dios de
Israel! Que a mi padre, David, con la boca se lo prometió y con la mano se lo cumplió" (1R
8,15). Este templo es tipo y figura de la futura Iglesia, -que es e! cuento- del Señor, tal como
dice en ErEvangelirilestruid este templo y yo lo levantaré en tres días". Cristo, verdadero
Salotrióh, se edificó su templo con los creyentes en él, siendo El la piedra angular y los
cristianos las "piedras vivas" del Templo (1P 2,4-5).
74
todo el Nuevo Testamento (Mt 1,1ss; 9,27; 20,30-31; 21,9; Lc 1,78-79; Jn 8,12; 1P 2,9; 2Co
4,6; Ap 5,5; 22,16...).
David, el más pequeño de los hermanos, es el elegido por Dios como rey. Dios
confunde con los débiles a los fuertes (1Co 1,27-29). Esta actuación de Dios culmina en el
Mesías, prefigurado en David, que nace como él en la pequeña ciudad de Belén y en la
debilidad de la carne; en su kénosis hasta la muerte en cruz realiza la salvación de la muerte y
el pecado. A Juan, que llora ante la impotencia de abrir el libro de la historia, sellado con
siete sellos se le anuncia: "No llores más. Mira que ha vencido el león de la tribu de Judá, el
vástago de David, y él puede abrir el libro y los siete sellos" .(Ap 5,5).
Gabriel anuncia a María que Jesús será rey y heredará el trono de David. Zacarías
espera que la fuerza salvadora suscitada en la casa de David acabe con los enemigos y
permita servir al Señor en santidad y justicia. Los ángeles lo aclaman como salvador, aunque
haya nacido en pobreza, débil como un niño: "Hoy os ha nacido en la ciudad de David el
Salvador, el Mesías y Cristo" (Lc 2,11). Simeón lo ve como salvador y luz de las naciones.
Pedro lo confiesa como el Mesías, Hijo de Dios. También lo hace Natanael: "Maestro tú eres
el hijo de Dios, el rey de Israel" (Jn 1,49). Cada día podemos cantar con Zacarías:
"Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitando una fuerza de salvación
en la Casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas" (Lc 1,68-70). onn
75
9. PROFETAS ANTERIORES AL EXILIO
a) Elías y Eliseo
David se siente anciano, pronto para marchar a reunirse con sus padres (Sal 39). Antes
de morir nombra como sucesor suyo a Salomón según la promesa hecha a su madre: "Vive
Yahveh, que como te juré por Yahveh, Dios de Israel, diciendo: Salomón tu hijo reinará
después de mí, y él se sentará sobre mi trono en mi lugar, ¡así lo haré hoy mismo!". Salomón
se sienta en el trono de David al son de flautas (1R 1,28-40).
El reinado de Salomón se divide en dos tiempos: uno de gloria y otro de ignominia (Si
47,12-12). Con la sabiduría de sus primeros años contrasta el lujo y lujuria de su-ancianidad.
Mientras se mantiene en el temor de Dios todo le va bien; cuando se aparta de Dios,
abandona también la sabiduría. De ahí se sigue el deshonor y la ira de Dios. Su hijo mantiene
vivas las promesas de Dios, pero también sufre las consecuencias de su necedad y Dios le
castiga dividiendo el reino, sin destruir al pueblo ni la dinastía davídica: "El Señor no retiró
su fidelidad ni permitió que fallaran sus promesas. El no aniquila la descendencia de sus
elegidos ni destruye la estirpe de sus amigos, sino que dejó un resto a Jacob, y a David un
brote de su estirpe. Salomón descansó con sus padres, y después de él dejó a uno de sus hijos,
lo más loco del pueblo, falto de inteligencia, Roboam, que apartó de su cordura al pueblo.
Surgió uno -no se pronuncie su nombre- que pecó e hizo pecar a Israel; él señaló a Efraím el
camino del pecado. Desde entonces se multiplicaron sus pecados tanto que expulsaron al
pueblo de su tierra. Enorme fue su pecado, se entregó a toda maldad" (Si 47,18-25).
Jesús Ben Sira no quiere ni que se nombre a Jeroboam. Con Robbam y Jeroboam se
divide el pueblo de Dios en dos reinos: Israel en el norte y Judá en el sur (1R 12). De los
reyes que les suceden, sólo Ezequías y Josías se mantienen fieles a la alianza del Señor. No
obstante su infidelidad, Dios mantiene la promesa hecha a David. Siempre queda un resto
fiel, depositario de la promesa; es el resto "que no dobla las rodillas ante Baal". Salomón ha
construido un templo a Dios, "donde viva para siempre" (1R 8,13). Pero Dios no se deja
"encerrar" en un templo (Hch 7,45-51), es el Dios que acompaña al pueblo en su historia.
Frente a los reyes, que arrastran a Israel a la idolatría, Dios suscita sus profetas, que en su
nombre invitan al pueblo a mantenerse fiel a la Alianza. Los profetas transmiten la palabra de
Dios con su boca, con su vida, con los gestos simbólicos que realizan. A la luz de Dios
76
iluminan los acontecimientos del pueblo. Denuncian el pecado y llaman a conversión.
Entonces surge el profeta Elías, "cuya palabra abrasa como horno encendido" (Si
48,1-11). Su nombre Eli Yahu (Yahveh es mi Dios) indica su misión. Elías, "el hombre de
Dios", se alza para defender la fe de Israel contra la idolatría. Enfrenta al pueblo con el
dilema de servir a Yahveh o a Baal: "Si Yahveh es Dios, seguidle; si lo es Baal, seguidle a
él". Elías comienza presentándose ante el rey Ajab para anunciarle, en nombre de Yahveh,
que "no habrá ni rocío ni lluvia sino por la palabra de Dios" (1R 17,1). La sequía será total.
Baal, entronizado por Ajab, dios de la lluvia y de la fecundidad de la tierra, no podrá hacer
nada frente a Yahveh, de quien en realidad depende la lluvia que fertiliza la tierra. "Por tres
años y seis meses se cerró el cielo y hubo gran hambre en todo el país" (Lc 4,25). Una vez
anunciado el mensaje al rey, Elías se esconde en una cueva del torrente Querit, al este del
Jordán. Allí Dios provee a su sustento: "los cuervos le llevan por la mañana pan y carne por
la tarde, y bebe agua del torrente" (1R 17,2-7).
Al cabo de un tiempo, habiendo cesado totalmente las lluvias, se seca el torrente. Dios
entonces indica al profela que se traslade a Sarepta. Allí vive gracias al milagro de la harina y
del aceite de una viuda, a quien Elías anuncia en nombre de Dios: "No faltará la harina que
tienes en la tinaja ni se agotará el aceite en la alcuza hasta el día en que Yahveh haga caer de
nuevo la lluvia sobre la tierra". La viuda hace lo que le dice el profeta y se cumple "lo que
había dicho Yahveh por Elías" (1R 17,7-16). "Muchas viudas había en Israel en los días de
Elías y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón" (Lc
4,26).
Pasados los tres años de sequía, Dios saca a Elías de su ocultamiento y le envía de
nuevo a Ajab, quien apenas le ve le increpa: "¿Eres tú, ruina de Israel?". Y Elías responde:
"No soy yo la ruina de Israel, sino tú y la casa de tu padre, apartándoos de Yahveh para
seguir tras los baales" (1R 18,1-19. Elías indica a Ajab que convoque en el Carmelo a todos
los profetas de Baal. Ante ellos Elías habla a todo el pueblo: "¿Hasta cuándo vais a estar
cojeando con los dos pies, danzando en honor de Yahveh y de Baal?" (IR 18,21).
Elías, único profeta fiel a Yahveh, se enfrenta en duelo con los cuatrocientos
cincuenta profetas de Baal. Pero no tiene miedo: el duelo es entre Yahveh y B.aal. La prueba,
que Elías propone, consiste en presentar la ofrenda de un novillo, él a Yahveh; los otros, a
Baal. Colocarán la víctima sobre la leña, pero sin poner fuego debajo. "El dios que responda
con el fuego, quemando la víctima, ése es Dios" (1R 18,24). Con gritos, danzas y rajándose
con cuchillos hasta chorrear sangre invocan a Baal sus profetas, de quienes se burla Elías. Al
atardecer toca el turno a Elías. Levanta con doce piedras el altar de Yahveh, que había sido
demolido, dispone la leña y coloca el novillo sobre ella, derramando agua en abundancia
77
sobre él y la leña. Luego invoca al Señor: "Yahveh, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel,
que se sepa hoy que tú eres Dios en Israel y que yo soy tu servidor y que por orden tuya he
hecho estas cosas". Al terminar su oración cae el fuego de Yahveh que devora el hoTocausto y
la leña. Todo el pueblo, al verlo, cae rostro en tierra y exclama: "¡Yahveh es Dios, Yahveh es
Dios!". A una indicación de Elías, el pueblo se apodera de los profetas de Baal y los degüella
en el torrente Cisón (1R 18,20-40).
Elías dice a Ajab: "Sube a comer y a beber, porque ya suena gran ruido de lluvia" (1R
18,41). Elías ora al Señor y el cielo se cubre de nubes. "La oración ferviente del justo,
comenta el apóstol Santiago, tiene mucho poder. Elías era un hambre de igual condición que
nosotros; oró insistentemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra durante tres años
y seis meses. Después oró de nuevo y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto" (St 5,17).
Después de su victoria contra los profetas de Baal, Elías es perseguido por Jezabel,
que no le perdona la muerte de sus profetas. Elías, para salvar su- vida, huye, sube a las
fuentes de la Alianza, al monte Horeb, la montaña donde Dios selló su Alianza con Israel. El
retorno de Elías a la cuna del nacimiento del pueblo de Dios es el signo característico de
todos los profetas. Pero no se llega al Horeb sin cruzar el desierto. Elías, como el pueblo
liberado de Egipto, camina por el desierto bajo el implacable sol. Solo, devorado por el
hambre y la sed, cae rendido y se duerme a la sombra de una retama. Es tal el cansancio que
se desea la muerte: "¡Basta, Yahveh! Lleva ya mi alma, que no soy mejor que mis padres"
(1R 19,4). Dios, que alimentó a Israel con el maná y le dio el agua de la roca, reconforta
ahora al profeta, dejando a su cabecera una torta cocida y una jarra de agua. El Señor le
espera en el Horeb: "Levántate y come, porque te queda aún mucho camino" (1R 19,5). Con
la fuerza de la comida del Señor caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al monte
Horeb.
En el Horeb, Elías se refugia en una cueva. El Señor con su palabra le saca fuera: "Sal
y ponte en el monte ante Yahveh que va a pasar delante de ti" (IR 19,9-18). Ante Elías pasa
un viento impetuoso que quiebra las peñas, pero no está Yahveh en el viento ni en el
terremoto ni en el fuego. Luego viene un ligero susurro de viento. Al oírlo, Elías se cubre el
rostro con el manto, se pone en pie a la entrada de la cueva y oye la voz de Yahveh que le
envía de nuevo a Israel para ungir a Jehú como rey de Israel y a Eliseo como profeta, sucesor
suyo. Elías halla a Eliseo, que está arando con doce yuntas. Pasando junto a él, le echa su
manto y Eliseo, dejando los bueyes, corre tras él y le dice: "Déjame ir a abrazar a mi padre y
a mi madre y te seguiré" (1R 19,20). Elías le responde: "Vete y vuelve, ¿qué te he hecho?".
Eliseo vuelve atrás, toma el par de bueyes y los sacrifica; con el yugo y el arado de los bueyes
cuece la carne e invita a comer a sus gentes. Después se levanta, se va trás Elías y entra a su
servicio. En la mente de Jesús está presente esta escena cuando declara: "Nadie que pone la
mano sobre el arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios" (Lc 9,62; CEC 2582-
2584).
El espíritu de Elías pasa a Eliseo. Discíptilo y maestro marchan hacia Jericó. Elías
trata de alejar de su presencia a Eliseo, pero éste no lo abandona. Con su manto abre Elías lás
aguas del Jordán y los dos pasan a la otra orilla. Elías dice a Eliseo: "Pídeme lo que quieras
que haga por ti antes de que sea apartado de ti". Y Eliseo le dice: "Dame dos partes de tu
espíritu". Replica Elías: "Difícil cosa has pedido. Si logras verme cuando sea arrebatado de ti,
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410
lo tendrás; si no, no lo tendrás". Mientras caminan y hablan, un carro de fuego separa a uno
del otro, y Elías es arrebatado al cielo en el torbellino. Eliseo mira y clama: "¡Padre mío!
110 ¡Carro de Israel y auriga suyo!". Y ya no ve más a Elías. EntoncesIliseo agarra su túnica y la
rasga en dos; luego recoge el manto, que se le ha caído a Elías, se vuelve y con el manto de
01110 Elías golpea las aguas del Jordán, diciendo: "¿Dónde está Yahveh, el Dios de Elías?". Las
110, aguas se dividen y Eliseo las cruza. Al verlo, los hermanos profetas comentan: "Se ha posado
sobre Eliseo el espíritu de Elías" (2R 2).
Al nombre de Eliseo se vincula la desaparición del reino del norte: "Cuando Elías fue
arrebatado en el torbellino, Eliseo recibió dos tercios de str espíritu. En vida ni príncipe ni
nadie pudo dominar su espíritu. Nada era imposible para él. Durante su vida hizo prodigios, y
después de su muerte fueron admirables sus obras. Y, con todo, el pueblo no se convirtió, ni
se apartó de sus pecados, hasta que fueron deportados de su tierra y esparcidos por el mundo
entero. Sólo quedó un pueblo reducido, con un príncipe de la casa de David. Algunos de ellos
• hicieron lo agradable a-Dios, pero otros multiplicaron los pecados" (Si 48,12-16).
Como en la noche oscura emiten su resplandor las estrellas, así brillan Elías y Eliseo
en medio de aquella sociedad idolátrica y corrompida del siglo IX. Ambos combaten la
idolatría. La palabra ardiente de Elías le hace ser una antorcha que ilumina en medio de las
tinieblas. Lo mismo afirma Jesucristo de Juan Bautista, que le precede con el espíritu de Elías
(Jn 5,35; Lc 1,17). Los evangelistas aplican la profecía de Malaquías (M1 4,5-6) a Juan
Bautista. El ángel presenta a Juan como precursor del Mesías, que camina "en el espíritu y
poder de Elías" para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto, y "reducir los corazones de
los padres a los hijos y los rebeldes a los sentimientos de los jiistos" (Lc 1,17). Y cuando los
discípulos preguntan a Jesús sobre la venida de Elías, les responde que Elías ha venido ya (
Mt 17,10-13; Mc 9,10-12), refiriéndose a Juan Bautista (Mt 11,10; Mc 1,2). A Elías alude
también cuando exclama: "He venido a traer fuego a la tierra y como desearía que estuviera
encendido" (Lc 12,49). Durante la transfiguración de Jesús, Elías aparece junto a Moisés,
representando el testimonio que la Ley y los profetas dan de Cristo (CEC 555). Y Eliseo, con
sus prodigios, en favor de Israel y de los extranjeros (curación de Naamán el sirio), es figura
del Salvador, enviado como "luz para iluminar a los gentiles y gloria de Israel" (Lc 2,32).
Jesús, el verdadero profeta de Dios, repite centuplicados los milagros de Eliseo (2R 4,42-44;
Mt 14,16-20; Lc 9,13; Jn 6,9-12; 1R 5,1ss; Lc 4,27).
b) Amos y Oseas
En el siglo VIII (2R 14,23ss), también en el reino del Norte, aparecen los profetas
Amós y Oseas. Amós, el pastor de Tecua, nos narra su vocación: "Yahveh me arrancó de
detrás del ganado y .me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo Israel" (7,15). Para ser su profeta,
Dios le revela sus planes: "No hace cosa Dios sin revelar su plan a sus siervos los profetas.
Ruge el león. ¿quién no temerá? Habla el Señor, ¿quién no profetizará?" (3,7-8). El Señor es
el león, que ruge antes de lanzarse sobre la presa; el profeta es la voz de ese rugido, que
dernincia el pecado e invita a conversión; si Judá no escucha su palabra y se convierte, el león
atrapará su presa. La vocación de Dios es irresistible. Amós no puede sustraerse a ella.
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pequeños reinos. En el reino del Norte encuentra Amós abundancia y esplendor en la tierra,
elegancia en las ciudades y lujo en los palacios. Los ricos tienen sus residencias de invierno y
de verano adornadas con costosos marfiles y suntuosos sofás con almohadones de damasco,
sobre los que se reclinan en sus magníficos banquetes (3,13-15). Han plantado viñas y se
ungen con preciados aceites; las mujeres se dan al vino (4,1-3). A los pobres se les explota y
hasta se les vende como esclavos. Los jueces están corrompidos. En este momento, arrancado
por Dios de su vida tranquila en el campo, Amós, cuidador de higos de sicómoro, es enviado
desde Jerusalén, morada del Señor, al reino del Norte a denunciar el pecado de Israel y
anunciar su inminente catástrofe.
Amós recuerda a Israel los prodigios realizados por el Señor en su favor para que
resalte más el pecado de su infidelidad. Les recuerda que el Dios de Israel es el Dios que
acompañaba a su pueblo en la marcha por el desierto (2,10). La vida en tiendas creaba una
hermandad entre todos, pendientes de la mano de Dios. Ahora, en la tierra, surgen las
desigualdades entre ellos por el olvido de Dios (5,4-6). Con la paz que el Señor les ha
concedido, a Israel le ha llegado la prosperidad; pero con ella ha entrado el lujo, la confianza
•
en los bienes de la tierra y la corrupción. El pueblo se prostituye con el culto a los Baales,
dioses de la fertilidad, en cuyo honor eleva altares o estelas en cada colina. Ahora el Señor,
que ha elegido a Israel, le toma cuentas. Amós ve a Dios actuando en la historia. En lo oscuro
del presente distingue los signos de una acción de Dios ya en marcha. Las cinco visiones (7- •
9) muestran cómo el profeta percibe el significado de unos acontecimientos que los demás
consideran insignificantes. Una invasión de langostas, una sequía, una plomada, unos frutos
maduros, un terremoto son signos donde el profeta descubre la actuación de Dios. •
La ira divina se alza contra el pecado. Dios no soporta a quienes unen el culto y la
iniquidad: "Escuchad, hijos de Israel, esta palabra que dice el Señor a todas las familias que
saqué de Egipto: A vosotros solos os escogí, entre todas las familias de la tierra; por eso os
tomaré cuentas por vuestros pecados" (3,1-2). El amor de predilección al ser despreciado
duele. Por ello "el Señor ruge desde Sión, alza la voz desde Jerusalén" (1,2). Esta es la
profecía de Amós, fuente de esperanza. Israel busca a Dios, El va a encontrarse con Israel.
Dios mismo suscita el hambre y la sed de su palabra: "He aquí que vienen días en que yo
11•1190•110 10.M0
mandaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de
Yahveh" (8,11). El Señor salvará a un resto de supervivientes gracias a su fidelidad a la
elección de Israel. El Señor castigará a su pueblo, pero no lo destruirá; lo enviará al destierro,
pero un resto se salvará y volverá a poseer la tierra prometida: "Los plantaré en su campo y
no serán arrancados del campo que yo les di, dice el Señor tu Dios" (9,15). "Así dice Yahveh:
Como salva el pastor de la boca del león dos patas o la punta de una oreja, así se salvarán los
hijos de Israel" (3,12). "He aquí que los ojos del Señor están sobre el reino pecador; voy a
exterminarlos de la faz de la tierra, aunque no exterminaré del todo a la casa de Jacob" (9,8).
Oseas es el profeta de la decadencia y caída del reino del Norte que sigue ala muerte
de Jeroboam II. Con sus sucesores, -cinco reyes en diez años-, Israel se prostituye,
contaminándose en alianzas con Asiria y Egipto. Dios se lamenta: "Todos los reyes han
caído; no hay entre ellos quien me invoque" (7,7). Oseas, como los demás profetas, se opone
al culto vano que se rinde a Dios en el templo. No se opone al culto; busca más bien la
autenticidad cultual. Lo que no soporta es el divorcio entre el culto y la vida. El profeta
vincula el culto verdadero con la existencia auténtica del pueblo de Dios. Oseas critica a los
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1•
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sacerdotes, no por ser sacerdotes, sino por no serlo: "Vuestra piedad es como nube mañanera,
como rocío de madrugada que se evapora. Deseo amor y no sacrificios, conocimiento de Dios
más que holocaustos" (6,4-6; CEC 2100).
•
•
sino a llamar a conversión para que Israel vuelva al amor primero: "Cuando Israel era un
niño, yo lo amé, y llamé a mi hijo de Egipto. Yo fui quien enserió a caminar a Efraím, lo alcé
en mis brazos, con cuerdas humanas, con correas de_amor lo atraía a mí, me inclinaba y le
• daba de comer" (11,1-6). Oseas añora el tiempo de los esponsales de Israel con Dios en el
desierto. A Israei, la esposa, que ha roto la Alianza, Dios le dice: "Yo la cortejaré, me la
llevaré al desierto, le hablaré al corazón, y me responderá allí como en su juventud, como el
Oseas canta el amor de Dios como esposo y como padre. En la experiencia personal
del adulterio e infidelidad de su esposa, Oseas comprende profundamente el amor de Dios: la
infidelidad del pueblo a la alianza es un adulterio, pues el amor de Dios es el amor
apasionado de un esposo, capaz de perdonar todo y de volver a comenzar de nuevo. Oseas .
revela los designios de Dios con su propia persona (1-3). Su matrimonio es símbolo vivo de
las relaciones de Dios con su pueblo. Con su amor a "una mujer adúltera" proclama el amor
con que "Dios ama a los hijos de Israel" (3,1). Dios ama a Israel, esposa infiel, aunque con
sus adulterios e idolatrías provoca sus celos y su furor. Tras probarla, ocultando su rostro por
un instante, le devolverá las alegrías del primer amor: "Voy a ocultarme hasta que busquen
99 mío". Arrancaré de su boca los nombres de los ídolos y no se acordará de invocarlos. Aquel
día haré para ellos una alianza. Me desposaré contigo en matrimonio perpetuo, me desposaré
contigo en amor y compasión, te desposaré conmigo en fidelidad y tú conocerás a Yahveh.
Me compadeceré de "No-Compadecida" y diré a "No-es-mi-pueblo": "Tú eres mi pueblo", y
él dirá: "Tú eres mi Dios" (2,16-25).
•
t• El matrimonio de Oseas ha sido escogido por Dios para constituir un mensaje
tangible, visible, dirigido a Israel, para representar proféticamente la fidelidad de Dios a la
alianza. La fidelidad .conyugal de Oseas, mantenida contra viento y marea, es algo
sorprendente, inaudito, y por tanto elocuente. Es algo muy cercano a los gestos de Jesucristo
en el Evangelio. En la vida matrimonial, Oseas, guiado por la experiencia existencial de lo
que Dios representa para Israel, ha llevado a cabo su misión, en la que vemos un anticipo, aún
velado, de la visión sacramental del matrimonio en el Nuevo Testamento. San Pablo lo
expresa con la fuerza de Oseas: "Maridos amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la
Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del
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agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin mancha ni
arruga, sino santa e inmaculada... Gran misterio es este, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia"
(Ef 5,25ss; CEC 762; 796; 2380).
c) Isaías y Miqueas
En el reino del Sur, durante el mismo siglo VIII, se encuentran los profetas Isaías y
Miqueas. Durante el largo reinado de Uzías, Judá alcanza la cima del poder (2R 15). Su éxito
lo convierte en el gobernante más grande de Judá desde la división del Reino. Pero su
fortaleza se convierte en su debilidad, al llenarlo de orgullo. En-su arrogancia intenta usurpar
el poder del sacerdocio, hasta entrar en el Templo del Señor para quemar incienso en el altar,
una misión reservada al Sumo Sacerdote. Al oponérsele los sacerdotes monta en cólera y,
mientras la ira va en aumento, la lepra comienza a brotar en su frente. "Y el rey Uzías fue
leproso hasta el día de su muerte, y por ser leproso habitó en una casa apartada, pues fue
excluido de la casa del Señor" (2Cro 26,18-21).
Como los reyes de Judá alardean de su orgullo y arrogancia de corazón (2R 16-17), el
territorio de Judá es devastado y Jerusalén sitiada. "El corazón del rey Ajaz y el corazón de
todo el pueblo se conmovieron como los árboles del bosque se agitan con el viento" (7,2). En
ese momento Isaías transmite la palabra de Dios al rey: "¡Alerta, pero ten calma! No temas ni
desmaye tu corazón por ese par de cabos de tizones humeantes" (7,4), que planean conquistar
Judá. El temor del rey no disminuye con la palabra del profeta. En un intento de convencer al
rey, Isaías se ofrece a confirMar sus palabras con un signo: "Pide para ti una señal de Yahveh
tu Dios en lo profundo del abismo o• en lo alto de los cielos". Pero Ajáz replica: "No la
pediré, no tentaré a Dios" (7,11). Ajaz, sitiado y acosado por sus enemigos, decide que es
más prudente ser "hijo y siervo" del rey de Asiria que hijo y siervo del Dios invisible. Así
Judá se rinde a los pies de Asiria. El rey, para llegar a un acuerdo con la potencia más grande
del mundo, está dispuesto a abandonar la fe en Dios, "concertando un pacto con la muerte"
(28,15). Isaías, que ve la historia como escenario de la acción de Dios, donde los reinos e
imperios surgen por un tiempo y luego desaparecen, percibe un designio más allá de las
sombras del momento: "Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que la
virgen está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel" (7,14; Mt
1,23; 2R 18-20).
82
•
11
e
El profeta grita (40,6) la palabra de Dios; pero también la comunica con gestos.
Camina por Jerusalén con vestidos de esclavo, como símbolo de lo que espera a los pueblos
en que Judá pone su confianza. Isaías se opone a toda alianza con Asiria o con Egipto: "Sólo
volviéndoos a Dios seréis salvados; en la quietud y confianza está vuestra fuerza" (30,15).
"Los egipcios son hombres y no Dios; sus caballos, carne y no espíritu" (31,3). La
II/ preocupación de Isaías no es la política de Judá, sino el estado interior de Israel. La gente
compra, vende, se regocija, pero Isaías está consumido por' la angustia. No puede quedarse
indiferente ante los crímenes que contempla: opresión de los pobres y adoración de los
_ídolos. Jerusalén, "la ciudad fiel se ha tornado una prostituta" (1,21). Isaías contempla la
aflicción de Dios, que se siente abandonado por sus hijos: "Hijos crié y saqué adelante y ellos
se rebelaron contra mí. Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, Israel no
conoce, mi pueblo no discierne. Han abandonado al Señor, han despreciado al Santo de
Israel" (1,2-3). El hombre ha llegado a ser una carga y aflicción para Dios, que odia su culto
y celebraciones (1,11-20). Pero todas estas acusaciones no son más que la expresión de su
amor herido. Son "sus hijos" (1,2), aunque sean "hijos rebeldes" (30,1). Su enfado dura un
instante, no perdura para siempre. Y en ese instante de ira el Señor invita a su pueblo a
esconderse para no perecer: "Vete, pueblo mío, entra en tus cámaras y cierra tus puertas tras
de ti, escóndete un instante hasta que pase la ira" (26,20). La aflicción de Dios es lo que nos
describe la canción de la viña de Dios, "Amigo" de Israel (5,1-7; 27,2-5).
Sin embargo, esta no es la última palabra de Miqueas. Como Isaías, también Miqueas
anuncia la salvación: "Aquel día reuniré a los dispersos, a los que afligí. Ellos serán el resto
sobre los que reinará el Señor en el monte Sión desde ahora y por siempre" (4,6-8). La
angustia del destierro no es angustia de muerte, sino angustia de parto: creadora de una vida
nueva. El dolor es camino de salvación; en la aflicción el pueblo experimentará la salvación
de Dios (4,9-10), cuando "dé a luz la que ha de dar a luz". Con ojos de profeta, Miqueas ve la
gloria de Belén, patria de David y de su descendiente, el Mesías: "Y'tú, Belén de Efrata,
pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el salvador de Israel" (5,1-7). Entonces el
hombre agradará a Dios, haciendo lo que El desea: "que ames la misericordia y que camines
humildemente con tu Dios" (6,8). Con gozo concluye: "¿Qué Dios hay como tú, que
perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad? No mantendrá por siempre la
ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse y arrojará a lo hondo del
mar todos nuestros pecados" (7,18-20).
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En el siglo VII, cuando Jerusalén se encamina hacia la catástrofe, sostienen al pueblo
los profetas Sofonías, Nahún, Habacuc y Jeremías (2R 22-25). El rey Josías es el gran
restaurador de Jerusalén; proscribe el culto de los santuarios locales y desarraiga los restos de
la idolatría. Sofonías colabora con él en esta obra renovadora. Sofonías, recogiendo la
tradición de los anteriores profetas, es el profeta del "resto" formado por los pobres de
Yahveh, creyentes que escuchan su palabra y se apoyan en su Nombre (3,13). Al final
proclama el gran anuncio de salvación: "Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel,
alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado
a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y..ya no temerás... El Señor se
goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta" (3,14-18).
Jeremías, el gran profeta de este siglo VII, se sabe llamado por Dios desde el seno
materno: "La palabra del Señor se reveló a mí diciendo: Antes que te formara en el vientre te
conocí, y antes que nacieras te consagré; yo te constituí profeta de las naciones" (1,5). De
nada le vale apelar a su corta edad: "¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, que soy un
muchacho". El Señor le replica: "No digas: Soy un muchacho, porque donde te envíe irás, y
todo lo que te mande dirás. No tengas miedo, pues yo estoy contigo para salvarte" (1,6-8).
Jeremías describe su llamada como seducción por parte de Dios: "Me sedujiste y me dejé
seducir" (20,7). La vocación de Dios sumerge a Jeremías en un dolorosa soledad (15,17).
Pero, como profeta, testigo de Dios, toma parte en el consejo de Dios, donde es informado de
sus secretos (23,18.22). Es Dios mismo quien pone sus palabras en sus labios (1,9): imposible
no hablar.
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cariño de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, por tierras yermas"
(2,2). Pero la vida ulterior ha cambiado por completo: "Sobre todo collado y bajo todo árbol
frondoso te acostaste como una prostituta" (2,20), o peor, "igual que una mujer traiciona a su
marido, así me traicionó Israel" (3,20). Y lo peor es que, después de tanta iniquidad, tiene la
osadía de afirmar: "No estoy contaminada" (2,23), "soy inocente, yo no he pecado" (2,35).
Por ello, Jeremías tiene que convencer al pueblo de la gravedad de sus acciones. Con
imágenes cargadas de colores oscuros y fuertes describe el libertinaje de la esposa infiel
(2,20-25; CEC 1611).
Sin embargo, a pesar de todas las amenazas, Jeremías termina señalando la fidelidad
del amor de Dios: "Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi lealtad; te reconstruiré y
quedarás construida, capital de Israel" (31,3-4). Dios no sólo perdonará a Israel su pecado,
sino que lo transformará. Dios dará a su pueblo un corazón nuevo y un camino nuevo para
que nunca más se aparten de El: "Mirad, yo los congregaré de todos los países por donde los
dispersó mi ira. Los traeré a este lugar. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. Les daré otro
corazón y otro camino. Haré con ellos alianza eterna y no cesaré de hacerlos bien. Pondré mi
temor en su corazón para que nunca más se aparten de mí" (32,37-44). Jeremías quiere
inculcar en el pueblo el amor de Dios: "Te he amado con amor eterno, por eso he reservado
gracia para ti. Volveré a edificarte y serás reedificada" (31,3ss), "pues yo soy un padre para
Israel, y Efraím es mi primogénito" (31,9). En la promesa de reconstrucción de Israel se
vislumbra la nueva y definitiva alianza, que constituye la cumbre del mensaje de Jeremías:
"Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en su corazón, yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo" (31,33; CEC 218-220).
La vida y pasión de Jeremías, a quien Dios acrisoló con el sufrimiento, es como una
anticipación de la de Cristo (Hb 2,10-18; 4,15; 5,7-10). El Señor y su palabra hieren el
corazón de Jeremías, pero también sufre por Israel: debe condenar a quien ama. Para realizar
su misión, el muchacho débil y sensible, arrancado de la paz apacible de Anatot, una pequeña
aldea rural, es transformado en la antítesis de su personalidad: "He aquí que yo te pongo hoy
como ciudad fortificada, por columna de hierro, por muro de cobre, contra toda la tierra,
contra los reyes de Judá, sus príncipes, sus sacerdotes, y el pueblo de la tierra" (1,18).
Jeremías es llamado a desarraigar, derribar, destruir y arruinar antes de confortar, ofrecer
esperanza, edificar y plantar (1,10). A él, que ama entrañablemente a su pueblo, hasta
entregar su vida para salvarlo, se le considera un enemigo del pueblo y, como a tal, se le
persigue: "Ni he prestado ni me han prestado y todos me maldicen" (15,10). Los mismos
hombres de Anatot, su pueblo siempre añorado, claman contra él y tratan de matarlo (11,21).
Con angustia confiesa: "Yo, como cordero llevado al matadero, no sabía los planes homicidas
que tramaban contra mí: cortemos el árbol en su lozanía, arranquérrioslo de la tierra de los
vivos, que su nombre no se pronuncie más" (11,18-19). Su vocación llega a hacérsele
intolerable, arrancando a Jeremías los más terribles lamentos e imprecaciones: "¿No habría
sido mejor no nacer?" (20,7-18). El profeta necesita que Dios le conforte para.mantenerse fiel
a su misión, que termina con el destierro a Egipto, "donde no se invoca el nombre de
Yahveh".
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21). Invadidos por el Espíritu Santo, vida y mensaje del profeta quedan fundidos. Rechazar su
palabra es rechazarles a ellos. Jesús dice: "Jerusalén, que matas a-los profetas" (Mt 23,37). El
martirio es el sello que da autenticidad a la profecía. Discutidos siempre, con frecuencia
perseguidos, los profetas son los testigos de Dios en medio del pueblo. Cuando callan los
profetas, al pueblo le falta la palabra de Dios (1M 4,46; 9,27; Sal 74,9). El silencio de Dios, al
faltar los profetas, aviva el deseo y la esperanza del Profeta prometido (1M 14,41): "Yo les
suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su
boca, y él dirá todo lo que yo le mande" (Dt 18,18; Hch 3,22). Ya en el Nuevo Testamento, la
cercanía—de Dios se anuncia con Juan Bautista, "profeta y más que profeta" (Lc 7,26),
precursor del Profeta esperado (Jn 1,25;6,14): "Muchas veces y de muchos modos habló Dios
en el pasado a nuestros Padres por medio de lós Profetas; en estos últimos tiempos nos ha
hablado por medio del Hijo" (Hb 1,1). Tras la multiplicación de los panes, que recordaba el
maná del Exodo y el milagro de Eliseo, las gentes se pusieron a gritar: "Este es
verdaderamente el profeta que debía venir al mundo" (Jn 6,14). Al oír sus palabras las gentes
dijeron:-"¡Este es realmente el profeta!" (Jn 7,52). Jesús no sólo es la boca de Dios, sino la
Palabra de Dios encarnada. Escucharle, acogerle es escuchar y acoger al Padre que le ha
enviado (CEC 64).
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10. EXILIO Y PROFETAS DEL EXILIO
Jeremías es testigo de una de las épocas más duras del pueblo de Dios. El país camina
irremediablemente hacia su ruina. La catástrofe se ha hecho inevitable. Jeremías está
convencido de la inutilidad de toda resistencia frente a Babilonia, que avanza pisoteando los
reinos de los alrededores. Los profetas de la paz no son enviados de Dios. Con sus ilusiones
de que todo va bien alejan al pueblo de la conversión a Dios. Jeremías, que comprende que la
desgracia está decretada por Dios, desea impedir que Jerusalén se defienda de Babilonia.
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personal y comunitaria; cada orante siente el dolor punzante en su corazón; y la nación
entera, con una única voz coral, eleva el llanto común. Es el llanto que resuena desde
Jerusalén hasta los canales de Babilonia, donde los desterrados "nos sentamos a llorar con
nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras guitarras. Allí los que nos
deportaron nos invitaban a cantar; nuestros opresores a divertirlos: Cantadnos un cantar de
Sión. ¡Cómo cantar un cantar del Señor en tierra extranjera! Si me olvido de ti, Jerusalén, que
se me paralice la mano derecha; que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías" (Sal 137).
Jeremías les escribe además dos cartas, advirtiéndoles que, contra lo que anuncian los
falsos profetas, el destierro será largo; no deben alentar falsas esperanzas, sino aceptar su
situación. "Edificad casas y habitadlas; plantad huertos y comed de sus frutos; tomad mujeres
y engendrad hijos e hijas; casad a vuestros hijos y dad vuestras hijas a maridos para que den a
luz hijos e hijas" (29,5-6). Es una palabra de Dios, que sigue considerando a los desterrados
como su pueblo. Cada hijo que nazca en Babilonia será un acto de confianza en Dios, que les
asegura un futuro. Cuando llegue el momento previsto, Dios realizará una salvación superior
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a la del primer éxodo: "Al cumplir setenta años en Babilonia, yo os visitaré y cumpliré con
vosotros mi promesa de traeros de nuevo a este lugar; mis designios sobre vosotros son
designios de paz y no de desgracia. Me invocaréis, vendréis a rogarme, y yo os escucharé. Me
buscaréis, y me encontraréis cuando me busquéis de todo corazón; me dejaré encontrar de
vosotros; devolveré vuestros cautivos, os recogeré de todas las naciones y lugares a donde os
desterré" (29,10-14).
Jeremías alberga la certeza de la redención de Israel. Dios es más potente que todas
las potencias de este mundo. El centro de la historia no se encuentra en Asiria, que ha caído,
ni en Egipto, que se halla debilitado, pero tampoco en Babilonia, que ahora emerge con toda
su fuerza. Asiria, Egipto y Babilonia no son más que criaturas sometidas a Dios. La victoria
final es de Dios y de su pueblo. El vínculo que une a Dios con su pueblo no se afloja con la
caída, sino que se estrecha con más fuerza. Dios es fiel a su alianza. La caída de Israel se ha
hecho necesaria, pero no para su desaparición, sino para su recreación (CEC 710; Lc 24,26).
La caída queda integrada en el marco de la alianza; es el camino de salvación para Israel
como pueblo de Dios. Paradójicamente, la vida está en alejarse de Jerusalén; y la muerte está
en quedarse aferrado a Jerusalén. Seguir a Dios, en vez de confiar en el lugar, es el camino de
la vida. El que lo pierde todo por Dios encuentra la vida (Jn 12,25). El camino de la vida o de
la muerte lo traza Dios. La voluntad de Dios, aunque pase por la muerte, es el único camino
que lleva a la vida:"Yo os pongo delante el camino de la vida y el camino de la muerte. Los
que se queden en esta ciudad, morirán de espada, de hambre y de peste. Los que salgan y se
entreguen a los caldeos, que os cercan, vivirán. Porque esta ciudad será entregada al rey de
Babilonia, que la incendiará" (21,8-10).
Jeremías recibe el encargo de Dios de dejar por escrito, como testimonio de sus
designios, el anuncio de la salvación futura: "Escribe todas las palabras que te he hablado en
un libro, pues he aquí que vienen días en que haré tornar a los cautivos de mi pueblo" (Jr
30,1-3). Es una palabra de salvación, que Dios no quiere que se olvide nunca. Sobre Jerusalén
y Judá pesa el juicio aniquilador de Dios, pero Dios mira a lo lejos y consigna por escrito la
visión. No termina la historia. Habrá un futuro de paz y felicidad. Jeremías anuncia la
salvación a través de la prueba, la curación a través de la herida. La vuelta será
extraordinaria, obra de la potencia de Dios, siempre fiel a su pueblo: "Llegará el—día en que
griten los centinelas en la montaña de Efraín: ¡En pie, subamos a Sión, a visitar a Yahveh,
nuestro Dios. Pues así dice Yahveh: Gritad jubilosos por Jacob, alegraos por la capital de las
naciones; hacedlo oír, alabad y decid: ¡Ha salvado Yahveh a su pueblo, al resto de Israel! Yo
os traeré del país del norte, os recogeré de los confines de la tierra. Retornarán el ciego y el
cojo, la preñada y la parida. Volverá una gran asamblea. Porque yo soy para Israel un padre y
Efraín es mi primogénito" (31,6-9).
El exilio no prueba que Dios haya muerto. La conversión a él puede suscitar de nuevo
la esperanza de una recreación del pueblo. Con el hundimiento de Jerusalén no ha terminado
la historia de la salvación. Dios es capaz de sacar la vida de la muerte (2Co 4,12). El anuncio
de salvación es luminoso, irrumpe y colma de alegría. En Judá, ahora arruinada, volverán a
verse todas las expresiones de alegría: amor, fecundidad, familia; se oirán los cantos de los
salmos, alabando la bondad de Dios (Jr 33,6-13). El Señor, en aquellos días, suscitará a
David un vástago legítimo, que establecerá la justicia y el derecho. Jerusalén entonces será
realmente Jerusalén, ciudad donde reina la paz; todos la llamarán "Señor-nuestra-justicia" (Jr
33,14-22).
89
Dios, que rige con solicitud y fidelidad el cielo y la tierra, la noche y el día, es el
Señor de la historia y mantiene su fidelidad a su pueblo, que "en aquel día" será recreado
(rahamim) (33,23-26). Durante sus cuarenta años de ministerio, Jeremías ha comprobado que
el "corazón es engañoso", "está viciado". El hombre, "acostumbrado a hacer el mal", es
incapaz de curar la enfermedad de su corazón. El, como profeta, puede dar una palabra
nueva, pero no un corazón nuevo. Es Dios quien puede "dar un corazón para conocerle, pues
él es Dios" (Jr 24,7). Dios dará un corazón nuevo y con ese corazón hará una alianza nueva:
"Mirad que vienen días en que yo pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una
nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para
sacarles de Egipto, que ellos rompieron y yo hice estrago en ellos. Esta será la alianza que yo
pactaré con la casa de Israel: pondré mi Ley en su interior, la escribiré en sus corazones, yo
seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (31,31-33). El imperio de Babilonia pasará, pero la
alianza de Dios con Israel durará por siempre. Llegará el día en que los hijos de Israel y de
Judá irán juntos en busca de Yahveh, su Dios: "Vamos a unirnos a Yahveh con alianza
eterna, irrevocable" (50,4-5). Jeremías, después de tanto destruir y arrancar, termina
edificando y plantando la promesa de una alianza nueva, que no significa sólo el perdón del
pecado, sino la conversión radical de Israel. Dios dará a su pueblo "un corazón y un camino"
y sellará una alianza que será eterna (32,39-40), que nunca será violada (50,40).
Dios, Señor de la historia, mantiene su fidelidad. A Israel, disperso por todas las
naciones, le hará retornar a Jerusalén. El se encargará de que un resto retorne a Sión. El
número será reducido: "uno de una ciudad, dos de una familia", pero ese germen mantendrá
viva la esperanza. Dios suscitará para ellos pastores "según su corazón": "Os iré recogiendo
uno a uno de cada ciudad, dos de cada familia, y os traeré a Sión. Os pondré pastores según
mi corazón que os den pasto de conocimiento y prudencia" (3,14-15). Después del retorno,
Israel tiene como excelentes pastores a Zorobabel, a Esdras y Nehemías. Pero todos ellos no
son más que figura del Buen Pastor, el Mesías. "En aquellos días", cuando llegue el Mesías,
Israel se multiplicará hasta constituir una comunidad numerosa. Entonces no será necesaria el
arca, signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. No sentirán nostalgia de ella ni
necesitarán las tablas de la ley, ni el templo, pues Dios llenará con su presencia los corazones
de sus fieles, donde llevarán escrita la nueva ley. Toda la ciudad será llamada "trono de
Yahveh". Y hacia la nueva Jerusalén confluirán todos los pueblos (Je 3,16-18). La nueva
Jerusalén no tendrá templo, ni necesitará del sol ni de la luna, porque Dios y el Cordero harán
sus veces para los bienaventurados (Ap 21,23).
El 19 de julio del año 586, tras abrir brecha en las murallas, los generales babilonios
entran en Jerusalén y dividen al pueblo en tres grupos: los que quedarán en libertad, los que
serán deportados y los que deben ser juzgados personalmente por Nabucodonosor..Un nuevo
grupo de judíos -832 personas- es deportado (2R 25), engrosando las filas de los que
marcharon al exilio de Babilonia el 597. Entre los deportados va Ezequiel.
Ningún profeta describe como Ezequiel la irrupción de Dios en la vida del profeta:
"La mano de Yahveh cayó sobre mí" (Ez 8,1). Por siete veces anota esta irrupción de Dios en
su vida. El espíritu de Dios entra en él, lo coge, lo arrastra, lo lleva, lo tira, lo deja o lo
90
mantiene en pie. La voz de Dios resuena en su interior con tal fuerza que lo aplasta, lo
derrumba; sólo se mantiene en pie gracias al espíritu (2,1). Es la experiencia de Dios la que le
hace testigo de Dios, voz de su palabra. Si Jeremías está ávido de la palabra (Jr 15,16),
Ezequiel la devora (2,8-10). Ezequiel, de familia sacerdotal, recibe su formación en el
Templo, donde oficia como sacerdote hasta el momento del destierro. Su misión en los
primeros años consiste simplemente en destruir las falsas esperanzas. Es vano confiar en
Egipto, la catástrofe está a las puertas. La caída de Jerusalén confirma su profecía. Durante el
asedio de la ciudad, muere su esposa. Como el celibato de Jeremías, la viudez de Ezequiel es
signo profético del exilio del pueblo. Ezequiel se niega a llevarle luto para señalar la
desgracia todavía mayor que va a ocurrir (24,15-27). Ezequier se encierra en su casa, mudo y
atado con sogas; de este modo remeda en su persona el asedio de la ciudad (3,24-27).
Reclinado sobre un lado y luego sobre otro, representa el estado de postración en que
caerán los dos reinos (4,4-17). Con la barba y los cabellos cortados sugiere el destino trágico
del pueblo (5,1-3). Cargando con un saco de emigrante, anuncia la marcha al destierro de los
habitantes de Jerusalén (12,1-16). Se alimenta con una comida miserable como signo de la
suerte que espera al pueblo (12,17-20). Uniendo en su mano dos varas, que representan el
reino del Sur y el del Norte, anuncia la unificación futura de los dos reinos (37,15-28).
Palabra y gesto se unen para transmitir el mensaje del Señor. La palabra y el gesto se hacen
parábola elocuente en el anuncio del asedio de Jerusalén (24,1-14).
Ezequiel, lejos del Templo, contempla la historia como una inmensa liturgia en la que
Dios se da a conocer en su vida. El exilio le ha sacado del Templo, del lugar que daba sentido
a su vida. En esta situación existencial Ezequiel proyecta en el futuro la imagen del Templo,
como centro de la vida del pueblo de Dios. Pero ya en el presente descubre en la historia lo
que antes encontraba en el Templo. Es en la historia donde se da el "conocimiento de Dios".
Todos los árboles dei campo (17,2), toda carne (21,4), todos los habitañtes de Egipto (29,6),
los hijos de Amón, de Moab, de Edom, los filisteos (25,5-17), todas las naciones (36,23)
reconocerán en la historia que Dios es el Señor. Igualmente, en el perdón inmerecido
conocerá la infiel Jerusalén que El es Dios (16,61). La vuelta a la vida de la casa. de Israel, tan
descarnada como un montón de huesos, dará a conocer a Dios como el salvador de Israel
(37,1-14). En el retorno a la vida de un pueblo:al que creían irremediablemente perdido, las
naciones reconocerán a Dios como Señor de la historia (17,24; 36,23.36; 37,28; 39,7). La
historia se hace teofanía, revelación de Dios.
91 —
símbolo del matrimonio introducido por Oseas y Jeremías. Con ternura y realismo describe a
Jerusalén como una niña recién nacida, desnuda y abandonada en pleno campo, cubierta por
su propia sangre, sin nadie que le proporcione los cuidados necesarios. El profeta piensa en el
desierto, en el tiempo en' que nació el primer amor entre Yahveh e Israel, cuando se
celebraron los esponsales. krusalén, por su origen cananea, pagana, a punto de morir, es
salvada gratuitamente por Dios, que pasa junto a ella, la recoge y cuida hasta llegar a
enamorarse. La descripción es ampliada con los múltiples y valiosos regalos, que le otorgan
el esplendor y la majestad de una reina. Estos regalos ratifican la elección. Y siendo el
matrimonio una alianza, se confirma con juramento. La unión se refuerza por el nacimiento
de hijos e hijas. Ezequiel insiste en la gratuidad de todos éstos dones. Se trata de un
matrimonio enraizado en el amor; esta unión indisoluble no soporta la idea de infidelidad,
que sería un crimen imperdonable contra la alianza de Dios. Pero ésta es la tragedia, que entra
en escena con un dramatismo conmovedor: "Te engreíste de tu belleza y, amparada en tu
fama, fornicaste y te prostituiste con todo el que pasaba" (16,1-26).
En sus fornicaciones olvida por completo la historia pasada: "Con todas tus
abominables fornicaciones, no te acordaste de tu niñez, cuando estabas completamente
desnuda, agitándote en tu propia sangre"; y hacías esto "para irritarme". Es más, en lugar de
recibir el precio por sus prostituciones, ella misma ofrece las joyas de su matrimonio para
atrae" a los amantes: "A las prostitutas les hacen regalos; tú, en cambio, diste tus regalos de
boda a tus amantes; los sobornabas para que acudieran de todas partes a fornicar contigo. Tú
hacías lo contrario que las otras mujeres: a ti nadie te solicitaba, eras tú la que pagabas"
(16,22-34).
Jesucristo es el esposo fiel y es también el buen pastor que Ezequiel anuncia: "Como
un pastor vela por sus ovejas cuando se encuentran dispersas, así velaré yo por mis ovejas.
Las sacaré de en medio de los pueblos, las apacentaré en buenos pastos. Buscaré la oveja
perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma. Yo suscitaré para
ponerlo al frente un solo pastor que las apacentará" (34,11-31; Jn 10). Y Jesús es quien
inaugura el culto espiritual que el profeta, por dos veces, promete de parte de Dios: "Yo os
recogeré de en medio de los pueblos, os congregaré de los países en los que habéis sido
dispersados, y os daré la tierra de Israel. Yo os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros
92
•
40.1
un espíritu nuevo. Quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne
410 para que caminen según mis preceptos y así sean mi pueblo y yo sea su Dios" (11,17-21;
36,26; Jn 4,19-24).
93
Pobrecilla, azotada por los vientos, mira que yo asiento en carbunclos tus piedras y voy a
cimentarte con zafiros. Haré de rubí tus baluartes, tus puertas de piedras de cuarzo y todo tu
término de piedras preciosas, todos tus hijos serán discípulos de Yahveh y será grande la
dicha de tus hijos" (54,10-13). La unión esponsal entre Dios e Israel triunfa por encima de
todas las infidelidades del pueblo: "Ya no te llamarán Abandonada. A ti te llamarán Mi
favorita, y a tu tierra Desposada, porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido.
Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; y con gozo de esposo
por su esposa se gozará por ti tu Dios" (62,4-5).
El símbolo está maduro para pasar de ser figura a realidad histórica, cumplimiento al
que le llevará Jesucristo. Con Cristo, la omnipotencia creadora de Dios purificará realmente a
la Iglesia y la preparará para las bodas definitivas con Cristo. Isaías nos describe esta
recreación de Dios como un segundo Exodo, más glorioso que el primero. El primer Exodo,
en cuanto acontecimiento, tuvo sus limitaciones; pero, en cuanto salvación divina, no se
agota, sino que se transciende al futuro. La salvación de Dios penetra la historia y la desborda
hacia una plenitud eterna. Con imágenes y símbolos nos proyecta Isaías a la salvación
mesiánica y escatológica. Dios es el Dios creador y señor de la historia: crea siempre algo
nuevo y saca la vida de la muerte.
Estas bodas, recreación del amor de Dios a los hombres, se realizan en la cruz de
Jesucristo. Es lo que ya anuncia Isaías en los cuatro cánticos del Siervo de Yahveh. Sus
sufrimientos y su agonía son los dolores de parto de la salvación que, según el profeta, está
por venir. El Señor está por desnudar su brazo ante los ojos de todas las naciones (52,10). Si
el hombre sufre como castigo por sus pecados, Dios sufre como redentor de los pecadores. Su
Siervo tiene la misión de cargar con los pecados y dolencias de los hombres para sanarlos:
"Mirad, mi Siervo tendrá éxito. Como muchos se maravillaron de él, porque estaba
desfigurado y no parecía hombre ni tenía aspecto humano. Le vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y desecho de los hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno
ante quien se vuelve el rostro. ¡Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores
los que soportaba! Nosotros lo tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Ha sido
herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El cargó el castigo que nos trae la
salvación y con sus cardenales hemos sido curados" (52,112-16).
En las orillas del Eufrates se formará el Israel nuevo, renacido según el corazón de
94
Dios. Ezequiel, el joven deportado, es ahora el profeta elegido para seguir manteniendo viva
la Palabra de Dios. Jeremías, símbolo de la muerte de Israel, muere en Egipto. Ezequiel,
símbolo de la nueva generación de los desterrados, verá caer a Babilonia y a Israel liberado
de sus cadenas. Ezequiel anuncia la llegada del reino nuevo de Dios. Sus ojos de profeta,
iluminados por Dios, ven a lo lejos el gran misterio de los huesos secos que se levantan y
caminan penetrados por el espíritu de Dios. La palabra de Dios, que un día llamó al ser a la
creación entera, llama ahora a los muertos para que resuciten de la muerte (Ez 37,1-14; Mt
22,29-32; 1Co 15; Ap 20,4-6).
95
11. VUELTA DEL EXILIO
a) Retorno a Jerusalén
Con el exilio, la tierra prometida queda desolada. Pero Dios, Señor de la historia, es el
.Creador, puede comenzar de nuevo. El Señor que incitó a Nabucodonosor para llevar a su
pueblo al destierro, ahora suscita a Ciro para devolverlo a la tierra de sus padres. "El corazón
del rey es una acequia a disposición de Dios: la dirige a donde quiere" (Pr 21,1). Jeremías,
con palabras y gestos, anunció el destierro y la vuelta. Pero el gran cantor de la vuelta es
Isaías, que vio en la lejanía el destino de Ciro y lo anunció como salvador del pueblo de Dios.
El anuncia la buena noticia con toda su fuerza salvadora. Jerusalén está esperando sobre las
murallas la vuelta de los cautivos. Un heraldo se adelanta al pueblo que retorna de Babilonia.
Cuando los vigías divisan a este mensajero, dan gritos de júbilo que resuenan por la ciudad y
se extienden por todo el país: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero
que anuncia la paz, que trae buenas noticias, que anuncia la salvación, que dice a Sión ya
reina tu Dios" (Is 52,7-9; 40.9).
El heraldo pregona la victoria de Dios. La salvación de Israel viene con la palabra del
anuncio. Yahveh pone en la boca del mensajero la noticia que alegra el corazón del pueblo.
La hora de la actuación de Yahveh ha irrumpido. La salvación de Dios es realidad. Dios
libera a los cautivos y congrega a los dispersos. El llanto se cambia en gozo. Las ruinas de
Jerusalén exultan. Las cadenas se rompen. Hasta la aridez del desierto florece para saludar a
los que retornan. Ya reina tu Dios; ya puedes celebrar tus fiestas (Ne 2,1). El anuncio se hace
realidad en el decreto de Ciro: "En el año primero de Ciro, rey de Persia, el Señor, para
cumplir lo que había anunciado por boca de Jeremías, movió a Ciro a promulgar de palabra y
por escrito en todo su mino: El Señor, Dios del cielo, me ha entregado todos los reinos de la
tierra y me ha encargado construirle un templo en Jerusalén de Judá. Los que pertenezcan a
ese pueblo, que su Dios los acompañe y suban a Jerusalén de Judá para construirel templo
del Señor, Dios de Israel, el Dios que habita en Jerusalén" (Esd 1,1-4).
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se quedan en Babilonia, lejos de Jerusalén, la santa ciudad de Dios. Los ricos, que confían en
sus riquezas, no ven el milagro de la presencia salvadora de Dios. Sólo los pobres de Yahveh,
que confían únicamente en El, se ponen en camino y suben a reedificar el templo de
Jerusalén.
97
Nehemías abandona la corte de Artajerges, donde es copero del rey, para visitar a sus
hermanos, se interesa e intercede ante Dios por ellos. Al llegar a Jerusalén inspecciona el
estado de la muralla y comprueba que está derruida y las puertas consumidas por el fuego.
Entonces se presenta a los sacerdotes, a los notables y a la autoridades y les dice: "Ya veis la
situación en que nos encontramos. Jerusalén está en ruinas y sus puertas incendiadas. Vamos
a reconstruir la muralla de Jerusalén para que cese nuestra ignominia" (Ne 2,17). Todos
ponen manos a la obra con entusiasmo, aunque pronto tienen que vencer las burlas y
oposición de los samaritanos, que siembran la vergüenza, el desánimo y el miedo entre el
pueblo (Ne 3,34-36).
Rodeada la ciudad de su muralla almenada, "como corona real" (Is 62,3), se aprecian
los vacíos internos, por falta de casas y vecinos: "La ciudad era espaciosa y grande, pero los
habitantes eran escasos y no se construían casas". La repoblación de Jerusalén es la siguiente
tarea de Nehemías, para que sea la "ciudad bien compacta" descrita por el salmista (Sal
122,3). Una ciudad poblada de numerosos habitantes es lo que había anunciado Isaías:
"Porque tus ruinas, tus escombros, tu país desolado, resultarán estrechos para tus habitantes.
Los hijos que dabas por perdidos te dirán otra vez: mi lugar es estrecho, hazme sitio para
habitar" (Is 49,19-20). También lo había anunciado Ezequiel: "Acrecentaré vuestra
población, serán repobladas las ciudades y las ruinas reconstruidas" (Ez 36,10.33). Nehemías
se encarga con celo de repoblar Jerusalén: "Las autoridades fijaron su residencia en Jerusalén,
y el resto del pueblo se sorteó para que, de cada diez, uno habitase en Jerusalén, la ciudad
santa, y nueve en los pueblos. La gente colmó de bendiciones a todos los que se ofrecieron
voluntariamente a residir en Jerusalén" (Ne 11,1-2).
Esdras levanta los muros del Templo y Nehemías repara las brechas de la muralla.
Pero para reconstruir el pueblo de Dios no basta la reconstrucción exterior. Es necesario
renovar interiormente al pueblo. La comunidad de Israel se reconstruye y adquiere hondura
espiritual con la proclamación de la Palabra de Dios, la celebración penitencial, la
celebración de las fiestas y la renovación de la Alianza con Dios: "Todo el pueblo se reunió
como un solo hombre en la plaza que se abre ante la Puerta del Agua. Esdras, el escriba, pidió
que le llevaran el libro de la Ley de Moisés, que Dios había dado a Israel. Desde el amanecer
98 _
9•11•110•••
hasta el mediodía estuvo proclamando el libro a la asamblea de hombres, mujeres y todos los
que tenían uso de razón. Todos seguían la lectura con atención. Esdras y los levitas leían el
libro de la Ley del Señor, traduciéndolo e interpretándolo para que todos entendieran su
sentido. Al oír la Palabra de Dios, la gente-lloraba. Esdras, Nehemías y los levitas dijeron al
pueblo: Hoy es un día consagrado al Señor, vuestro Dios. No estéis tristes ni lloréis. Al
mediodía les despidieron: Id a casa, comed manjares exquisitos, bebed vinos dulces y enviad
porciones a los que no tienen nada, porque hoy es un día consagrado a nuestro Dios. No
estéis tristes que la alegría del Señor es vuestra fuerza. El pueblo hizo una gran fiesta, porque
habían entendido las palabras que les habían enseñado" (Ne 8).
En el libro de la Ley se encuentran con la fiesta, para ellos olvidada, de las Tiendas.
Con gozo inaudito la celebran, viviendo durante siete días al aire libre bajo las tiendas de
ramas. Durante los siete días Esdras sigue proclamando en voz alta el libro de la Torá. El
octavo día celebran solemnemente la liturgia penitencial, con ayuno, vestidos de saco y
polvo. La asamblea confiesa sus pecados y los de sus padres ante el Señor, su Dios (Ne 9).
Con la confesión del pecado, el pueblo renueva la Alianza con Dios, aceptando su Ley, como
lo hizo la asamblea de Israel en el Sinaí: "Haremos cuanto ha dicho el Señor" (Ne 10). Lbs
pobres, tantas veces humillados, se han hecho humildes. Esta humildad les abre el corazón al
amor de Dios, sellando con confianza la alianza con El. Abiertos a los caminos de Dios, estos
pobres acogerán al Salvador. En Jesús de Nazaret, que no tiene donde reclinar la cabeza,
verán la salvación de Dios. "Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los
hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres. Ha escogido Dios lo
necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para
confundir lo fuerte" (1Co 1,25ss).
Desde finales del siglo V a mediados del siglo III se suceden los profetas posteriores
al exilio: Ageo, Zacarías, Malaquías, Abdías y Joel. Son los profetas de la reconstrucción de
Israel al retorno del exilio. Con Ageo comienza una nueva era. Antes del destierro, los
profetas anuncian el castigo; durante el exilio, los profetas son los consoladores del pueblo. A
la vuelta del exilio, los profetas llaman al pueblo a la reconstrucción del templo y de la
comunidad de Israel. Ageo es el primero en invitar a los repatriados a reconstruir el Templo:
El Templo está en ruinas, su reconstrucción garantizará la presencia de Dios y la prosperidad
del pueblo (Ag 1-3).
Zacarías anuncia el comienzo de la nueva era de salvación, puesta bajo el signo del
Templo reconstruido. De nuevo la tierra es santa en torno al Templo y el pueblo tiene a Dios
en medio de ellos. Esta nueva era es una profecía de la era mesiánica: "Alégrate, hija de Sión,
canta, hija de Jerusalén, mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; Modesto y cabalgando
en un asno, en un pollino de borrica" (9,9-10; Mt 21,5; 11,29). El rey Mesías instaurará un
reino de paz sin necesidad de caballos de guerra. "Aquel día derramaré sobre los habitantes
de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. Me mirarán a mí, a quien traspasaron,
harán llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito" (12,9-10;
Jn 19,37).
Malaquías, "mensajero del Señor", cierra los labios con los ojos abiertos hacia el que
ha de venir: "Mirad: os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor.
Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres,
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para que no tenga que venir yo a destruir la tierra" (3,23-24). Joel -que significa "Yahveh es
Dios"- toma como punto de partida de su profecía una catástrofe del campo: una terrible
plaga de langosta que asola las cosechas. Con esta visión el profeta invita al ayuno y
penitencia para implorar la compasión de Dios. Acogida su invitación, Dios responde
anunciando la salvación del pueblo: "No temas, haz fiesta. Hijos de Sión, alegraos y festejad
al Señor, vuestro Dios, que os da la lluvia temprana y la tardía a su tiempo. Alabaréis al
Señor que hace prodigios por vosotros. Yo soy el Señor, vuestro Dios, no hay otro, y mi
pueblo no quedará defraudado. Además derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e
hijas profetizarán" (2,21-27). "El Señor será refugio de su pueblo, alcázar de los israelitas. Y
sabréis que yo soy el Señor, vuestro Dios, que habito en Sión, mi monte santo. Jerusalén será
santa. Aquel día los montes manarán vino, los collados fluirán leche, las acequias de Judá
irán llenas de agua y brotará un manantial del Templo del Señor, que regará el valle de las
Acacias" (4,16-21). Y Abdías, "siervo del Señor", anuncia el "Día de Yahveh", que será
terrible para las naciones (2-15), pero en el monte de Sión quedará un resto santo (17): "Estos
pobres israelitas desterrados serán dueños de Canaán hasta Sarepta. Subirán vencedores al
monte Sión y el reino será del Señor" (19-21).
Jonás es la expresión de Israel, que Dios quiere abrir a la misión. El Dios que llama a
Jonás, que le cierra el camino de la huida, que le lleva a Nínive y le habla al corazón ante sus
protestas, es el Dios que quiere la salvación de los paganos. Pues Israel tiene una misión: ser
instrumento de salvación para todos los pueblos. Jonás sabe que esta es la intención de Dios
al enviarle a Nínive (Joro 4,2). Pero a Jonás no le interesa la salvación los ninivitas. Es
más, la rechaza y se enoja ante ella. A sus ojos, los ninivitas son impuros. Apenas recorre un
día sus calles y se aleja de la ciudad, aunque el sol le achicharre y esté a punto de
desvanecerse (Jon 4,5).
100
•
•
•
•
•
01, ninivitas, que se convierten a Yahveh y experimentan su perdón. Israel, los profetas de Israel
y todos los llamados por Dios son elegidos para llevar un mensaje de salvación a las
naciones: dar a conocer a Dios a todos los pueblos de la tierra. Cuando quieren acaparar para
sí la salvación, negándose a la misión de salvación para todos los hombres, son rechazados
por Dios. Cuando Israel se niega a su misión, Dios le rechaza y en su lugar entran las
naciones.
Jonás, un profeta, servidor de la palabra de Dios, pretende quedarse con ella, en lugar
•
de llevarla a sus destinatarios. Le irrita que la palabra trabaje por su cuenta y produzca el
• fruto que él no quiere (Jon 4,1). Mientras la palabra alberga-un propóSito dé- vida, él lo tiene
de muerte. El, llamado a ser mensajero de la misericordia para todos, apenas siente
•
misericordia por sí mismo y por el ricino. Pero, echado en brazos de la muerte, al pedir que le
arrojen al mar, es salvado precisamente por un pez monstruoso. Dios salvó al profeta de la
•
•
muerte para salvar por él a un pueblo pagano. Dios salvó a Cristo, resucitándolo de la muerte,
para sal-var con esa muerte y resurrección a todos los pueblos de la tierra. Tres días y tres
noches pasa Jonás en el vientre del pez. Esto mismo se cumple plenamente en Jesucristo, el
nuevo Israel. Jesús no se ha negado a su misión, sino que ha asumido sobre sí todas nuestras
flaquezas e infidelidades. Como Siervo de Yahveh desciende al vientre del pez, a los
infiernos, pasa tres días y tres noches en el corazón de la tierra para, desde allí, resucitar,
abriendo para todos los hombres un camino de vida en el muro de la muerte. La resurrección
s acontece al alba del tercer día, el día después del sábado, el día de la nueva creación, el día
eterno, día sin noche, día sin fin.
•
01,
Esta es la vida del cristiano. El bautismo es entrar en la muerte con Cristo para
resucitar con él. Este misterio, que se vive en el sacramento, se actualiza en toda la vida. Tres
días y tres noches es la vida presente. Toda la vida del cristiano consiste en entrar en la
muerte y, en ella, experimentar la victoria de Cristo sobre la muerte. Ser entregados al mar,
como víctima de propiciación por los hombres, es la misión del cristiano. El cristiano, como
el chivo expiatorio, es arrojado todos los días al desierto para rescatar a los hombres del peso
del pecado. En nuestras aflicciones y debilidades Dios es glorificado. La cruz de cada día, en
e, 101
c
Cristo, se hace gloriosa. Da gloria a Dios. La muerte no es muerte, sino la puerta de la
resurrección, de la vida nueva, de la salvación para nosotros y para el inundo. El bautismo de
cada día nos sumerge en las aguas de la muerte y, a través de las aguas, experimentamos un
nuevo nacimiento. La muerte es sepultura y útero-de nueva vida. Jonás es un símbolo
bautismal. Y el salmo de Jonás ha tenido en la Iglesia un significado bautismal. El cántico de
Moisés, en el paso del mar Rojo (Ex 15), celebra la salvación de Israel. El cántico de Jonás
anuncia la salvación futura en Cristo de cuantos se sumergen en las aguas bautismales.
Entrando en las aguas, Jonás salva la nave y los marineros. El hombre, que se sumerge en las
aguas del bautismo, es salvación para la Iglesia y para el mundo.
En medio de los profetas llamados por Dios para predicar la conversión de su pueblo,
Jonás es el predicador de los gentiles. Mateo, Marcos y Lucas le citan en el Nuevo
Testamento: "Esta generación perversa y adúltera pide un signo, y no le será dado sino el
signo de Jonás. Como estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches, así estará el
Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches. Los Ninivitas se alzarán a
condenar en el juicio a esta generación, porque ellos se convirtieron con la predicación de
Jonás; y aquí está alguien más grande que Jonás" (Mt 12,39-41). Dios es compasivo y
misericordioso por encima de la ruindad de su profeta. A Jonás le molesta que Dios tenga tan
gran corazón que es capaz de dejar mal a su profeta, perdonando a los ninivitas convertidos
por sus amenazas de destrucción. Pero Dios se ríe de sus enfados, pues le ama con el mismo
corazón con que ha perdonado a los Ninivitas. Jonás se sienta a la sombra de un ricino, que le
protege del ardor del sol. Pero el Señor envía un gusano, que seca el ricino. Jonás se lamenta
de la muerte del ricino hasta desear también su muerte. El Señor le dice: "Tú te lamentas por
el ricino, que no cultivaste con tu trabajo, y que brota una noche y perece a la otra y yo, ¿no
voy a sentir la suerte de Nínive,-la gran ciudad, donde habitan más de veinte mil hombres?"
(Jon 4,11).
4-02
•
110
Sólo la revelación plena del amor de Dios, manifestado en Cristo, ha derribado el
muro que separa -ba a los hebreos de los paganos. Donde la salvación se muestra
absolutamente gratuita cesan todos_ los privilegios. Si Dios salva por ser misericordia y
110 perdón, sin mérito alguno de parte del hombre, caen todas las fronteras entre los hombres.
Este es el Dios que se revela en el libro de Jonás, abriendo el camino a la manifestación de
Jesucristo. El mismo Jesucristo chocó con el escándalo ,de Jonás, como muestran las
010 parábolas del hijo pródigo y la de los obreros de la viña. La gratuidad del amor de Dios es
II/ sorprendente, escandalosa. La conducta del Padre, al acoger al hijo pródigo, "perdido y
encontrado de nuevo", escandaliza al hermano mayor, que al• igual que Jonás "se irrita y no
quiere entrar en la casa", donde se celebra el banquete del perdón (Lc 15,25-30). Igualmente
111111 se escandalizan los obreros de la primera hora, que se lamentan de que el patrón dé a los
obreros del atardecer idéntico salario que a ellos (Mt 201-15).
El libro de Jonás llega hasta el-corazón de Dios, que salva al hombre, no por sus
méritos, sino por gracia. Dios se sirve de todo -Jonás, los marineros, el mar, el pez, los
ninivitas, el sol, el ricino, el gusano- para manifestar su amor salvador. El Dios de Israel no
quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. La conversión del pecador es la
alegría de Dios: "Os digo que en el cielo hay más alegría por un solo pecador que se
convierte que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión" (Lc 15,7).
Israel cumple su misión de pueblo de Dios, portador de salvación para todas las
naciones, cuando disperso en todas esas naciones, proclama la unicidad de Dios, da a conocer
al Dios verdadero. En su dispersión cumple su misión, como testifica el libró de Tobías:
"Entonces Rafael llevó aparte a los dos y les dijo: Bendecid a Dios y proclamad ante todos
los vivientes los bienes que os ha concedido, para bendecir y cantar su Nombre. Manifestad a
todos los hombres las acciones de Dios, dignas de honra, y no seáis remisos en confesarle.
Bueno es mantener oculto el secreto del rey y también es bueno proclamar y publicar las
obras gloriosas de Dios" (Tb 12,6-7). Y dijo: "¡Bendito sea Dios, que vive eternamente, y
bendito sea su reinado! Porque él es quien castiga y tiene compasión; el que hace descender
hasta el más profundo Hades de la tierra y el que hace subir de la gran Perdición, sin que haya
nada que escape de su mano. Confesadle, hijos de Israel, ante todas las gentes, porque él os
dispersó entre ellas y aquí os ha mostrado su grandeza. Exaltadle ante todos los vivientes,
porque él es nuestro Dios y Señor, nuestro Padre por todos los siglos. Os ha castigado por
vuestras injusticias, mas tiene compasión de todos vosotros y os juntará de nuevo de entre
todas las gentes en que os ha dispersado. Si os volvéis a él de todo corazón y con toda el
alma, para obrar en verdad en su presencia, se volverá a vosotros sin esconder su faz. Mirad
lo que ha hecho con vosotros y confesadle en alta voz. Bendecid al Señót-de justicia y exaltad
al Rey de los siglos. Yo le confieso en el país del destierro, y publico su fuerza y su grandeza
a gentes pecadoras" (Tb 13,1-6).
103
(1M 1,6-7; 2M 5,15-16; Dn 11,24-28), decreta la abolición de la ley judía bajo pena de
muerte para quienes la sigan e instaura el culto de Zeus en el templo de Jerusalén (1M 1,44-
45; 2M 6,1-2; 10,5; Dn 11,31; 8,12). El pueblo judío comprende que está en juego su vida
como pueblo de Dios y reacciona para defender su fe. Los Macabeos luchan y dan su vida por
defender su fe (2M 7).
Ha desaparecido la dinastía de David y también los profetas. Pero Dios, siempre fiel,
los reemplaza por los escribas, cuya vida consiste en escrutar la palabra de Dios y
comunicarla a los demás. El reino mesiánico no será un reino político, sino espiritual. Cristo,
la Palabra encarnada, es el "escriba del Reino de los cielos, que saca del arca lo nuevo y lo
viejo" (Mt 13,52). En su reino no alzarán las espadas pueblo contra pueblo. Se cumplirá la
profecía de Isaías: "Sucederá en días futuros que el monte de la Casa de Yahveh será
asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas
las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: Venid, subamos al monte de Yahveh, a la
Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos.
Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra de Yahveh. Juzgará entre las gentes, será
árbitro de pueblos numerosos. Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas.
No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra. Casa de Jacob,
andando, y vayamos, caminemos a la luz de Yahveh" (Is 2,2-5).
Los sabios escriben los libros de Job, Proverbios, Cantar de los Cantares, Rut, Tobías,
Ester, Eclesiastés, Eclesiástico, Daniel, Judit, Sabiduría. Jesús Ben Sira, nacido y criado en
Jerusalén, es uno de estos escribas suscitado por Dios. En sus últimos años, a principios del
siglo II a.C., dirige una escuela en Jerusalén, impartiendo a los jóvenes sus conocimientos y
comunicándoles su amor a las Escrituras, así como la sabiduría que ha adquirido con su
experiencia. Entonces compone su libro para defender la herencia espiritual de Israel de la
fascinación que ejerce la cultura helenística sobre muchos judíos y que los gobernantes
extranjeros quieren imponer. Su nieto lo traduce del hebreo al griego para los judíos de la
diáspora, con el fin de que su lectura les ayude a mantenerse firmes en la fe de los padres, con
cuyo elogio termina el libro (Si 44-50). Busca ante todo prevenir a sus discípulos, para que no
se dejen contaminar de las costumbres depravadas de los gentiles.
Jesús Ben Sira quiere inculcar a los hebreos la estima de su herencia y ofrecer a los
demás la sabiduría de la revelación, para que unos y otros progresen en su vida según la Torá.
Desea alertar a sus discípulos sobre los riesgos que corren ante la nueva civilización con sus
teatros, gimnasios, escuelas y templos. Esta influencia, que ya intuye Jesús Ben Sira, algo
más tarde provoca la crisis que nos atestigua el segundo libro de los Macabeos: "Era tal el
auge del helenismo y el progreso de la moda extranjera que ya los sacerdotes no sentían celo
por el servicio del altar, sino que despreciaban el Templo; descuidando los sacrificios, en
cuanto se daba la señal con el gong se apresuraban a tomar parte en los ejercicios de la
palestra contrarios a la ley. Sin apreciar en nada las glorias patrias, tenían por mejores las
glorias helénicas" (2M 4,13-15).
104
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•
lectura que hace de la historia, viendo el sucederse de los Imperios que han dominado a
Israel, es fuente de esperanza para Israel, que en su pequeñez no pasa, porque Dios
• permanece para siempre y es fiel. El final es siempre victorioso. El Señor de la historia
instaurará su reino definitivo y universal. La historia es apocalipsis, revelación de Dios.
Daniel mismo es puesto a prueba y salvado por Dios. El rey mandó traer a Daniel,
acusado de no seguir sus órdenes de adorarlo a él solo, y le arrojó al foso de los leones,
diciéndole: "¡Que te salve ese Dios a quien tú veneras con tanta constancia!". De en medio de
los leones sale Daniel sin un rasguño, "porque había confiado en Dios" (6,25). El mismo rey
lo confiesa: "El Dios de Daniel es el Dios vivo que permanece siempre. Su reino no será
destruido, su imperio dura hasta el fin. El salva y libra, hace signos y prodigios en el cielo y
en la tierra. El ha salvado a Daniel de los leones" (6,27-28). Y como Daniel, es salvada de la
prueba Susana, el Israel débil y fiel, que pone su confianza únicamente en Dios, que
desbarata lo planes de potentes y malvados (Dn 13).
Frente a los sueñosdel emperador se alza el sueño de Daniel. Daniel contempla cuatro
bestias: un león con alas de águila; un oso con tres costillas en la boca, entre los dientes; un
leopardo, con cuatro alas en el lomo y—cuatro cabezas; y una cuarta be tia terrible con dientes
de hierro y diez cuernos. Por encima de todo, sentado sobre un trono, Daniel contempla un
Anciano: "Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana purísima; su trono,
llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba. delante de él".
Mientras sigue mirando, "he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo del hombre.
Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino,
y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que
nunca pasará, y su reino no será destruido jamás" (Dn 7).
Jesús se da a sí mismo el título de Hijo del hombre (Mt 8,20). El Hijo del hombre, que
105
no tiene donde reclinar la cabeza, "será entregado en manos de los hombres, le matarán y al
tercer día resucitará" (Mt 17,22-23). Su triunfo inaugura el reino eterno, que no tendrá fin. El
Hijo del hombre "será levantado para que todo el que crea en él tenga vida eterna" (Jn 3,14s).
Esteban, mientras sufre el martirio, mirando—fijamente al cielo, le contempla en pie a la
derecha de Dios (Hch 7,55-60). También lo contempla Juan mientras se halla deportado en la
isla de Patmos por causa de la Palabra de Dios y del testimonio de su fe en Jesús. Detrás de él
oye una potente voz, como de trompeta: "Me volví y vi siete cándeleros de oro, y en medio
de los candeleros como a un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, ceñido al talle con
un ceñidor de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana, como la nieve; sus
ojos como llama de fuego; sus pies parecían de metal precioso acrisolado en el horno; su voz
como voz de grandes aguas. Tenía en su manó derecha siete estrellas y de su boca salía una
espada aguda de dos filos; y su rostro, como el sol cuando brilla con toda su fuerza. Me dijo:
No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto, pero estoy vivo por los
siglos de los siglos" (Ap 1,9-16).
Dios, Señor de la historia, se prepara un resto, "los pobres de Yahveh" (So 2,3; 3,11-
13; Is 61,1-4; 25,1-5; 52,13-53,12; Sal 13; 22; 34; 69; 73; 131). Estos pobres, que no pueden
confiar en sí mismos, abren el corazón a Dios, de quien esperan la salvación. Ellos son
quienes, abiertos siempre a los insondables designios de Dios, verán la salvación de Dios,
reconociéndola en un pobre como ellos, Jesús de Nazaret (Lc 2,25-38).
106
•
12. JESUCRISTO
"Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido
bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación
adoptiva" (Ga 4,4-5). A esta plenitud de salvación apunta como término la historia de Israel.
Después de la liberación de Egipto, después del don de la tierra prometida, después del
establecimiento del reino de David y Salomón, todavía queda algo por esperar; por otra parte,
esto significa que también en el exilio, en medio de los enemigos, frente a la muerte, todavía
queda una esperanza. Esta espera de la salvación empapa la vida, la oración y la fe de Israel.
Se acerca en el sufrimiento mismo, en el fracaso, en el crisol de la prueba, que prepara el día
del Señor. Al ser Dios el Señor de la historia, la historia de salvación siempre queda abierta a
realizaciones nuevas de la promesa divina, a una salvación siempre mayor. Israel no da un
nombre a Dios ni se lo figura (Ex 34,17), no cree en un Dios a su medida, tal como él pudiera
imaginárselo. Vive, por ello, abierto a la revelación, a la manifestación de Dios.
En la persona de Eva la promesa está destinada a la humanidad entera (Gn 3,15). Poco
a poco la promesa se concentra y se dirige a una raza, la de Sem (Gn 9,26); a un pueblo, el de
Abraham (Gn 15,4-6;22,16-18); a una tribu, la de Judá (Gn 49,10); a un clan, el de David (2S
7,14). La promesa se precisa y el grupo se estrecha; se construye una pirámide profética en
búsqueda de su cima: María, "de la que nació Jesús, llamado Cristo" (Mt 1,16). María se ha
dejado plasmar por el amor de Dios y por ello es "bendita entre todas las mujeres", "todas las
generaciones le llamarán bienaventurada". En María se ha cumplido plenamente el designio
creador y salvador del Padre para todo hombre.
Las dos genealogías unidas nos dicen que Jesús es el fruto conclusivo de la historia de
la salvación; pero es El quien vivifica el árbol, porque desciende de lo álto, del Padre que le
engendra en el seno virginal de María, por obra de su Espíritu -Santo. Jesús es realmente
hombre, fruto de esta tierra, con su genealogía detallada, pero no es sólo fruto de esta tierra,
es realmente Dios, hijo de Dios, como señala la ruptura del último anillo del árbol
genealógico: "...engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo"
(Mt 1,16). Israel, nación materna, es bendita entre todas las naciones, pues lleva a Cristo en
su seno, mientras los paganos están "sin Cristo" (Ef 2,12).
107
fue hecho, es el fin de la historia humana, punto al cual tienden los deseos de la historia.
Vivificados por su espíritu, caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia
humana, la cual coincide plenamente con el amoroso designio de que "todo tenga a Cristo por
cabeza" (Ef 1,10). "He aquí que dice el Señor: Vengo presto y conmigo mi recompensa, para
dar a cada uno según sus obras. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio
y el fin" (Ap 22,12-13).
La encarnación de Cristo es la epifanía del amor de Dios al pecador (CEC 458, 516,
604, 609). Siendo El la vida "bajó del cielo para dar vida al mundo" (Jn 6,33-63), para
"hacernos partícipes de la vida eterna", pasándonos "de la muerte a la vida" (Jn 5,24). El es
Jesús: "Yahveh salva" (Mt 1,21). Por ello, "ha venido a llamar a los pecadores" y "a salvar
lo que estaba perdido" (Mc 2,17; Lc 19,10). Nuestra condición humana en el nacer y nuestra
existencia en situación de esclavitud han sido libremente aceptadas por el Hijo de Dios, que
quiso participar de nuestra condición humana plenamente, "igual en todo a nosotros, excepto
en el pecado" (Hb 4,15). Se revistió del hombre, que había caído, para que "como por un
hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, alcanzando a todos los
hombres, así también la gracia de Dios se desbordara sobre todos por un solo hombre:
Jesucristo" (Rm 5,12-21; 1Co 15,21-22).
Jesús es el Hijo de Dios que hizo suyo desde dentro nuestro nacer y nuestro morir. El
Hijo de Dios no fingió ser hombre, no es un "dios" que, con ropaje humano, se pasea por la
tierra. Como niño fue débil, lloró y rió. Dios se hizo hombre y tuvo hambre y sed, se fatigó y
durmió, se admiraba y enojaba, se entristecía y lloraba, padeció y murió. "En todo igual a
nosotros menos en el pecado". En el himno a la kénosis (Flp 2,6-11) Pablo nos muestra a
Cristo, que recorre el camino inverso al del hombre (Gn 3) para liberar al hombre de la ley,
del pecado y de la muerte. El orgullo del hombre, al querer ser "como Dibs", le lleva a la
desobediencia y con ella a perder la vida, que le viene de Dios, experimentando la esclavitud
de la concupiscencia, el pecado y la muerte. Cristo, siendo Dios, por el camino de la
humillación, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz, siendo por ello exaltado
como Señor. Cristo abre así al hombre el acceso a Dios. No es la autonomía de Dios lo que
lleva al hombre a la libertad y a la gloria, sino la obediencia al Padre, que se complace en sus
hijos, que confían en El, y les hace partícipes de su misma naturaleza, concediéndolos vivir
en su seno con el Hijo Amado (Jn 17,24).
108
Jesús es el Siervo de Yahveh, que según los cantos de Isaías (Is 42,1-9; 49,1-6; 50,4-
11; 52,13-54,12) es sostenido por Dios, ha recibido una lengua de discípulo, no tiene aspecto
humano, ha cargado con los pecados del mundo... Jesús, como Siervo de Yahveh, es la piedra
de escándalo, rechazada por los constructores, pero preciosa a los ojos de Dios y constituida
en piedra angular. Para unos es piedra de tropiezo y caída y para otros es levantamiento
salvador (1P 2,21-25). "Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo
(Isaías). Estos Cantos anuncian el sentido de la Pasión de Jesús. Tomando sobre sí nuestra
muerte, puede comunicarnos su propio Espíritu de Vida" (CEC 713). "La muerte redentora
de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente. Jesús mismo presentó el
sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (Mt 20,28). Después de su
Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús y luego a los
propios apóstoles" (CEC 601). "Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en
compañía de los pecadores, vio y señaló a Jesús como el Cordero de Dios que quita los
pecados del mundo (Jn 1,29). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se
deja llevar en silencio al matadero y carga con el pecado de las multitudes y el cordero
pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera pascua. Toda la vida de
Cristo expresa su misión: Servir y dar su vida en rescate por muchos (Mc 10,45)" (CEC 608).
El título de Siervo de Yahveh va unido al de Hijo del hombre. Ambos títulos definen
a Jesús como Mesías, que trae la salvación de Dios. El es "el que había de venir" que ha
venido. Con El ha llegado el Reino de Dios y la salvación de los hombres. Pero, Jesús, frente
a la expectativa de un Mesías político, que El rechaza, se da a sí mismo el nulo de Hijo del
hombre. El trae la salvación para todo el mundo, pero una salvación qiie no Ne realiza por el
camino del triunfo político o de la violencia, sino por el camino de la pasión y de la muerte en —
cruz. Jesús es el Hijo del hombre, Mesías que entrega su vida a Dios por todos los hombres
(Mc 2,10.27; 8,31; 9,31; 10,33.45; 13,26; Lc 7,34; 9,58; 12,8-9; Mt 25,32; CEC 440).
El Mesías, de este modo, asume en sí, simultáneamente, el título de Hijo del hombre y
de Siervo de Yahveh, cuya muerte es salvación "para muchos". Jesús muere "como Siervo de
Yahveh", de cuya pasión y muerte dice Isaías que es un sufrimiento inocente, aceptado
voluntariamente, querido por Dios y, por tanto, salvador. Al identificarse el Hijo del hombre
con el Siervo de Yahveh se nos manifiesta el modo propio que tiene Jesús de ser Mesías:
entregando su vida para salvar la vida de todos. En la cruz, Jesús aparece entre malhechores y
109
los soldados echan a suertes su túnica (dos rasgos del canto del Siervo de Isaías 53,12). Y en
la cruz, sin bajar de ella como le proponen el pueblo, soldados y ladrones, Jesús muestra que
es el Hijo del hombre, el Mesías, el Salvador de todos los que le acogen: salva al ladrón que
se reconoce culpable e implora piedad, toca el corazón del centurión romano y hace que el
pueblo "se vuelva golpeándose el pecho" (Lc 23,47-48).
Pilato, con la inscripción condenatoria colgada sobre la cruz, proclama a Jesús ante
todos los pueblos como Rey. Pero su ser Rey consiste en ser ddn de sí mismo a Dios por los
hombres. Es el Rey que tiene como trono la cruz. Así es como entra en la gloria, con sus
llagas gloriosas: "¿no era necesario que el Cristo padeciera eso para entrar así en su gloria?"
(Lc 24,26). Cristo es Rey en cuanto Siervo y Siervo en cuanto Rey. Servir a Dios es reinar.
Porque el servicio a Dios es la obediencia libérrima del Hijo al Padre.
Cristo Siervo de Yahveh, que carga con nuestros pecados y dolencias, dando la vida
por ellos, deja al cristiano unas "huellas luminosas" (1P 2,21-25), para que camine por ellas
hacia la gloria. Quien se entrega al servicio de los demás, el que pierde su vida, vaciándose de
sí mismo por Cristo y su evangelio es el verdadero hombre, que llega a la estatura adulta de
Cristo, crucificado por los demás. Esta unión entre servicio y gloria es lo que canta Pablo en
su carta a los Filipenses (2,5-11). Cristianos adultos son aquellos que "llevan los unos las
cargas de los otros" (Ga 6,2; CEC 618).
110
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• _
410
La salvación de Dios no se nos ofrece sino bajo la forma de cruz. Sólo por la cruz
• seguimos a Cristo: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y
que me siga" (Mc 8-;34). Confesar a Cristo crucificado significa decir que estoy crucificado
• con Cristo. El bautismo nos incorpora a la muerte de Cristo, para seguirle con la propia cruz
hasta la gloria, donde El está con sus llagas gloriosas (Rm 6,3-8). "Llevamos siempre y por
• todas partes en nuestro cuerpo el morir de Jesús, para que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestro cuerpo" (2Co 4,10-12).
•
c) Muerto y Resucitado
Jesucristo muerto y resucitado es la obra de Dios que se nos ofrece gratuitamente para
i que nuestros pecados sean destruidos y nuestra muerte sea aniquilada. Jesús es el camino que
Dios ha abierto en la muerte. Por el poder del Espíritu Santo, el hombre puede pasar de la
muerte a la vida, puede entrar en la muerte, sabiendo que no quedará en ella; la, muerte_es.
paso y no aniqi.úlacióft: Al actuar así, Dios ha mostrado el amor que nos tiene. No decía la
verdad la serpiente al presentar a Dios como enemigo celoso del hombre. En la obediencia
filial a la voluntad de Dios reside la vida y la libertad del hombre. En la desobediencia y
rebelión del hombre contra Dios, sólo puede hallarse muerte (CEC 599-602; 613-615).
•
• Cristo va a la pasión siguiendo los designios del Padre, en obediencia a la voluntad
del Padre: "Cristo, siendo Hijo, aprendió por experiencia, en sus padecimientos, a obedecer.
Habiendo llegado así hasta la plena consumación, se convirtió en causa de salvación para
• todos los que le obedecen" (Hb 5,8-10). En su sangre se sella la alianza del creyente y Dios
Padre: "Tomando una copa y, dadas las gracias, se la dio y bebieron todos de ella. Y les dijo:
Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos" (Mc 14,23-24), "para el
perdón de los pecados", añaden Mateo y Lucas. Esto es lo que Pablo ha recibido de la
tradición eclesial, que se remonta al mismo Señor, y que él, a su vez, transmite: "Porque yo
recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser
entregado..., después de cenar, tomó la copa, diciendo: Esta copa es la nueva alianza en mi
sangre. Cuantas veces la bebáis, hacedlo en memoria mía. Pues cada vez que coméis este pan
y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga" (1Co 11,23-26).
En todos estos textos aparecen las palabras "por vosotros", "por muchos", que
expresan la entrega de Cristo a la pasión en rescate nuestro. El es el Siervo de Yahveh, que
carga sobre sí nuestros sufrimientos y dolores, azotado y herido de Dios y humillado. Herido,
ciertamente, por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas, soportando El el castigo que
nos trae la paz, pues con sus cardenales hemos sido nosotros curados. El tomó, pues, el
•
pecado de muchos e intercedió por los pecadores (Is 52,13-53,12).
111
;,;
Dios se manifiesta plenamente como Dios: Amor en plenitud.
Y no sólo buen Pastor, Jesús es también nuestro Cordero pascual inmolado (1Co 5,7),
"Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29), "rescatándonos de la conducta
necia heredada de nuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con la sangre
preciosa de Cristo, Cordero sin defecto ni mancha" (1P 1,18-19). "Digno eres, Cordero
degollado, de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste para Dios
con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para
nuestro Dios un reino de sacerdotes sobre la tierra" (Ap 5,9-10).
d) Constituido Kyrios
Con el anuncio de Cristo muerto y sepultado, que descendió a los infiernos y fue
resucitado, de quien la cruz gloriosa es signo permanente en la vida del cristiano, se comienza
a iluminar la historia como historia del amor de Dios, manifestado en su mismo Hijo. De aquí
se pasa a reconocer con agradecimiento a Cristo como Kyrios, Señor a quien todo está
sometido (CEC 446-451). Desde la experiencia de la salvación se pasó-a la confesión de
Jesucristo como Dios. En el poder del resucitado se reconoce su divinidad.
112
•
01,
murió, pero no lo mismo. Por eso no lo reconocen hasta que El mismo "les abre los ojos" y
4110 "mueve el corazón". En el resucitado reconocen al crucificado y, simultáneamente, confiesan:
• "Es el Señor" (Jn 21,7).
Cristo Resucitado busca a los apóstoles, rompe el miedo, atraviesa las puertas
cerradas y transforma su vida con el don del Espíritu Santo. Ellos, antes encerrados por el
miedo a la muerte, ahora, despreciando la muerte, testimonian la resurrección de Jesucristo
confesándole como Señor: "Nadie puede decir Jesús es Señor sino con el Espíritu Santo"
(1Co 12,3). Esta nueva situación, que viven los Apóstoles con el Resucitado, es idéntica a la
nuestra. No le vemos más que en el ámbito de la fe. Con -la Escritura enciende nuestro
corazón y al partir el pan nos abre los ojos para reconocerlo, como a los discípulos de Emaús
(Lc 24,13-35). Ser cristiano es experimentar y reconocer a Jesucristo como Señor, vivir sólo
de El y para El, caminar tras sus huellas, en unión con El, en obediencia al Padre y en entrega
•
al servicio de los hombres, en primer lugar anunciándoles a Cristo como Señor. Ser en Cristo,
vivir con Cristo, por Cristo y para Cristo es amar en la dimensión de la cruz, como El nos
amó y nos posibilitó con su Espíritu (CEC 450).
En efecto, quienes antes de creer en el Señor Jesús sirvieron a los ídolos (Ga 4,8; lTs
1,9; 1Co 12,2; 1P 4,3) y fueron esclavos de la ley (Rm 7,23.35; Ga 4,5), del pecado (Rin
6,6.16-20; Jn 8,34) y del miedo a la muerte (Hb 2,14), por el poder de Cristo fueron liberados
de 4 ellos, haciéndose "siervos de Dios" y "siervos de Cristo" (Rm 6,22-23; 1Co 7,22),
"sirviendo al Señor" (Rm 12,11) en la libertad de los hijos de Dios, que "cumplen de corazón
la voluntad de Dios" (Ef 6,6), "conscientes de que el Señor los hará herederos con El" (Col
3,24; Rm 8,17).
Cristo, habiendo aniquilado a los enemigos con su pasión, sube victorioso a sentarse a
la derecha del Padre. A la derecha del Padre está Cristo "sentado en él-trono de la gloria"
como Señor (Mt 19,28;25,3) o "en pie", como Sumo Sacerdote, que ha entrado en el
Santuario del cielo, donde intercede por nosotros en la presencia de Dios (Hb 9,24; 10,11-14;
Hch 7,55).
113
••
•
•
•
•
13. LA IGLESIA SACRAMENTO DE SALVACION
La historia de salvación culmina en Cristo. Juan Bautista lo anuncia con los mismos
términos de Isaías: llega el nuevo y definitivo éxodo: "Preparad el camino del Señor" (Lc 3,4;
Is 40,3). Jesús realiza el nuevo éxodo, llevando al pueblo de Dios de la esclavitud del pecado
a la casa del Padre, al reposo eterno de Dios mismo (Hb 4,9ss). Cristo "lleva a los hijos a la
gloria, guiándolos a la salvación" (Hb 2,10). Jesús en persona es el camino: en El los
hombres llegan a la vida eterna. El entra el primero a través del camino de la cruz. Y a través
de su carne abre la senda que lleva a los discípulos a participar en la gloria de la resurrección.
111
Cristo es "el camino nuevo y vivo" para entrar en el "santuario celeste" (Hb 10,19-22). El
caminar de Abraham, la marcha del, pueblo hacia la tierra prometida, la vuelta del exilio y el •
seguimiento de Dios en la ley, culminan en Jesucristo, camino de vida, en el Espíritu, que
•
lleva al Padre: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn
14,6) 410
Pero el misterio de Cristo se vive en la Iglesia. La historia de la salvación, culminada
en Cristo, se prolonga en la Iglesia. Jesucristo, "luz de las gentes", ilumina a todos los
hombres con la claridad que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, enviada por El a
•
•
anunciar el Evangelio a toda criatura (Mc 16,15). "La contemporaneidad de Cristo con el
hombre de todos los tiempos se realiza en su cuerpo, que es la Iglesia" (VS 25). El cristiano
vive "su vocación en Cristo" en la Iglesia, que es la convocación de los fieles en Cristo. La
vida cristiana se vive en Iglesia, comunitariamente. La incorporación sacramental a la Iglesia
por el bautismo es el signo sacramental que realiza la incorporación a Cristo. La vida
cristiana es la vida del hombre que ha sido acogido en la comunidad de la Iglesia y de este
modo se ha configurado con Cristo. El misterio de Cristo, la Iglesia lo profesa y lo celebra
para que la vida de los fieles se conforme con Cristo en el Espíritu Santo para gloria de Dios
Padre (CEC 2558).
114
•
•.
:
está visible el misterio salvador de Dios, hecho presente en el mundo por Jesucristo y
actualizado en el corazón de los fieles por el Espíritu Santo (Ef 3,3-12; Col 1,26-27). La
Iglesia tiene la profunda conciencia de que no es ella, sino su divino Fundador, quien irradia
la luz sobre las naciones. Pero ella sabe también que esta irradiación llega a toda la
humanidad reflejándose en su rostro, y de este modo baña a los hombres en la claridad, que
sólo brota de Dios. Es lo que afirma San Pablo en su texto sobre la gloria trasformante del
Señor: "Mas nosotros todos, con el rostro descubierto, reverberando como espejos la gloria
del Señor, nos vamos trasformando en la misma imagen, de gloria en gloria, conforme a
como obra el Espíritu del Señor" (2Co 3,18).
La Iglesia trasmite esta luz a los hombres con la predicación de la Buena Nueva a toda
criatura. El fin único de la Iglesia es la gloria del Señor. La Iglesia no se coloca, pues, a sí
misma en el sitio del Salvador. La Iglesia existe desde Cristo y en Cristo. La Iglesia es, no
sólo efecto de un remoto acto fundacional de Cristo, sino "su continuación terrestre". Cristo
es no sólo fundador sino cabeza real, aunque invisible, de la Iglesia, que es- así el cuerpo
animado por El y que recibe de El vida y acción. Cristo es nuestro origen y nuestro camino,
Cristo es nuestra esperanza y nuestro fin. La Iglesia, por la Eucaristía y el Espíritu, prolonga
la encarnación y obra redentora de Cristo; prolonga la acción divinizante de Cristo que,
insertándose en la carne humana, inserta al hombre en la vida divina.
115
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virtud de la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo" (CEC 1084). "El día de
Pentecostés, por la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia se manifiesta al mundo (Cf LG 2). El
don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo en la 'dispensación del Misterio': el tiempo de la
Iglesia, durante-el cual Cristo manifiesta, hace presente y comunica la obra de su salvación
mediante la Liturgia de su Iglesia, 'hasta que él venga' (1Co 11,26). Durante este tiempo de
la Iglesia, Cristo vive y actúa... por los sacramentos" (CEC 1076).
116
Este ser de la Iglesia supone y expresa la comunión vital entre Cristo y la Iglesia,
como aparece en las múltiples imágenes bíblicas, que la expresan (CEC 753). La Lumen
Gentium agrupa las imágenes de la Iglesia en torno a cuatro temas: la vida pastoril, la vida
agrícola, la construcción y la vida familiar. Lo que cuenta no es el número exhaustivo de
imágenes, sino la orientación. Se trata no sólo de presentar a la Iglesia "a partir de" la Biblia,
sino "según" el mismo lenguaje bíblico, sirviéndose de alegorías, signos, símbolos, que
irradian la realidad del misterio presente en ellas. Estas imágenes son epifanías de la acción
carismática del Espíritu Santo en la Iglesia. Pues, al mismo tiempo que el Espíritu Santo
habla al hombre por estas imágenes, su Palabra -por su valor sacramental- realiza lo que
significa. Así hace de los hombres una casa, un templo, un cuerpo, un pueblo (CEC 753-757).
San Juan escoge la vieja imagen bíblica de la viña del Señor (Jr 2,25; Is 61,1-4;5,1-7)
para decir que "Cristo es la verdadera vid que da la vida y la fecundidad a los sarmientos, es
• decir, a nosotros que por medio de la Iglesia permanecemos en El y sin El nada podemos
hacer" (Jn 15,1-5; CEC 755; 1108).
• San Pablo llama a la Iglesia Cuerpo de Cristo (CEC 790-795). En sus primeras cartas,
a los corintios y a los romanos, San Pablo, con la imagen del cuerpo, expresa la unidad y
pluralidad de una sociedad multiforme, que persigue un único objetivo (1Co 12,12-31; Rm
12,4-14). En ambas cartas llega a la misma conclusión: "sed unánimes entre vosotros" (Rm
12,16; 1Co 12,24-26). De aquí que también esta descripción del cuerpo único de Cristo
aparezca espontáneamente en el bello canto sobre el supremo don del Espíritu, el amor que
informa a la Iglesia (1Co 14,12). Con esto el Apóstol no quiere decir otra cosa sino que
nosotros, en la Iglesia, formamos todos juntos un pueblo, y que este pueblo cristiano, con la
diversidad de gracias recibidas y de los ministerios que le han sido confiados, pertenece sólo
a Cristo, es regido sólo por Cristo y es animado y llevado por su único Espíritu (1Co 12,4-6).
San Pablo amplía la imagen del cuerpo, al mismo tiempo que la corrige bajo un cierto
aspecto, con la imagen de la Iglesia como Esposa de Cristo (CEC 796;1602; 1616-1617). En
el Antiguo Testamento, la alianza de Dios con Israel fue a menudo cantada bajo la forma del
amor conyugal. Óseas inaugura este tema y Ezequiel lo desarrolla en la bellísima narración
de un rey que en el desierto encontró a una doncella desamparada, la tomó como esposa y la
atavió, y cuando ella, al igual que el pueblo de Israel, se dio a la prostitución -idolatría y
apostasía-, el rey, a pesar de sus pecados, la perdonó (Ez 16; 23). San Pablo ha aplicado a la
117
Iglesia este tema nupcial en la carta a los efesios (5,21-33), donde, ante todo, pretende
manifestar el "gran misterio" del amor y unidad "de Cristo y la Iglesia"; y también en la
segunda carta a los corintios (11,2-3). Cristo es el esposo fiel que purifica y santifica a la
esposa pecadora, embelleciéndola y haciéndola casta. Por medio de la Eucaristía se ha hecho
alimento de su esposa, carne de su carne, para no formar con ella más que "una sola carne".
Esta imagen pone de relieve el carácter interpersonal de las relaciones entre Cristo y
la Iglesia, mejor que la imagen del pueblo-comunidad, y mejor que la imagen del cuerpo y
sus miembros. Subraya el carácter de libertad en el amor y de reciprocidad en el don. Insiste
en la libre respuesta de la esposa al amor del esposo. Al amor de iniciativa de Dios responde
el amor libre y agradecido de la Iglesia. Esta imagen resalta también los dones permanentes
del esposo a la esposa: Evangelio, Sacramentos y, sobre todo, su Espíritu, que la permite
permanecer fiel. La Iglesia, en este mundo, tendrá siempre necesidad de purificarse, pero,
gracias al don del Espíritu de Cristo, jamás llegará a traicionar a su esposo. Ya que Cristo
ama a la Iglesia, su esposa, como su propio cuerpo, la Iglesia está unida indisolublemente a
El. El .esposo y la esposa ya no se separarán más. Los miembros pueden substraerse
libremente a la influencia vivificante del Espíritu, como la enfermedad puede afectar a un
miembro del cuerpo humano, pero nada es capaz de separar al esposo de la esposa.
La Iglesia, unida vitalmente a Cristo, no existe, pues, para sí misma. Existe para
Cristo y, en consecuencia, para los hombres. Debe continuar la misión de Cristo, que ha
venido para salvar a los hombres. No son los hombres quienes deben venir hacia ella. Ella
118
•
••
•
•
111
debe ir hacia los hombres, como hizo Cristo. Es la perspectiva nueva de la Iglesia abierta a la
• humanidad. Cristo es el Siervo de Dios y, por lo mismo, el servidor de los hombres. La
voluntad del Padre, el plan de salvación del Padre, está en el centro de la existencia de Cristo,
es el móvil de su vida, su alimento, su inspiración, su misión y su gloria. Encarnado a causa
IP de esta voluntad del Padre, Cristo no vive para sí, sino para la misión recibida del Padre.
Esta comunión significa comunión y respuesta a la llamada de Dios, que quiere salvar
a todos los hombres, hasta el punto de no haber dudado en darles su propio Hijo Unigénito.
Esta conciencia de servicio al plan de salvación del Padre suscita en la Iglesia su tensión
misionera. Ya la primera frase de la LG define su orientación misionera: "Siendo Cristo la luz
de las gentes, este sagrado concilio, reunido en el Espíritu de Cristo, desea ardientemente
iluminar a todos los hombres con su claridad que resplandece sobre el rostro de la Iglesia,
anunciando el Evangelio a toda criatura (Mc 16,5)" (LG 1). Después define a la Iglesia como
sacramento, es decir, como "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad
de todo el género humano...; éste es su ser y su misión universal". Esta misión de
evangelización universal vendrá después formalmente enunciada para concluir con la
afirmación vigorosa de la tensión misionera de todo el pueblo de Dios hacia 1-a— plenitud
escatológica. Debido a la presencia activa de Cristo en su seno, "la Iglesia ora y trabaja al
mismo tiempo para que el mundo entero se trasforme plenamente en Pueblo de Dios, Cuerpo
del Señor y Templo del Espíritu Santo y para que en Cristo, Cabeza de todos, se tribute todo
honor y gloria al Creador y Padre universal" (LG 16 y 17).
La Iglesia cumple este servicio, fiel a su misión, en el amor universal a los hombres.
Cristo aparece en el muido como sacerdote, rey y profeta de ta- nueva alianza. Como
sacerdote, rey y profeta, El continúa en su Iglesia. Hace participar al pueblo de Dios de su
sacerdocio, de su misión profética y de su misión real (CEC 783-786). "Para continuar su
misión de salvación, Cristo, sacerdote sumo, se eligió un pueblo sacerdotal, pueblo
consagrado que, en la diversidad y común acción de presbíteros y laicos, hace presente la
obra redentora de Cristo en la Eucaristía y demás sacramentos, en cuya celebración la Iglesia
renace constantemente" (CEC 782). Cristo hace de su pueblo una comunidad consagrada (1P
2,9). En cada fiel, en cada miembro del Pueblo de Dios, Cristo quiere continuar su misión.
Todo el que entra en la Iglesia por el sacramento del bautismo, recibe, por ese mismo hecho,
esta consagración sacerdotal.
119
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Este -sacerdocio es designado por la Lumen Gentitun con el término "sacerdocio
común" (LG 10). Es el sacerdocio universal porque es común a todos los fieles. Sería
inexacto llamarle sacerdocio de los laicos. No es propiamente de los laicos, pues los fieles
que reciben el sacramento del Orden permanecen revestidos de este sacerdocio primordial. El
mismo es condición de toda consagración ulterior. Toda participación en el sacerdocio de
Cristo no es sino el desarrollo ulterior de esta incorporación fundamental.
La Lumen Gentium, antes de hablar de la jerarquía (c. 1), trata de todo el pueblo de
Dios y de su sacerdocio universal (c. 2). El sacerdocio real y profético es común a todos los
bautizados, si bien lo poseen de una manera única los ministros, y entre ellos los obispos en
plenitud suma, quienes, como vicarios de Cristo, rigen las Iglesias y en medio de los fieles lo
presencializan como Maestro, Pastor y Pontífice (LG 20-27). Cabeza y fuente del que mana
toda gracia en el pueblo de Dios (LG 50), Cristo permanece con los cristianos constituyendo
una familia (LG 51), en la que no es sólo hermano, sino maestro y ejemplo de toda santidad
(LG 40). Sólo después de afirmar esta fraternidad e igualdad fundamental, la Lumen Gentium
pasa a tratar de los dones particulares, de las vocaciones especiales y de las funciones que se
encuentran en el seno de la comunidad. Cada una de las partes presenta sus dones a las otras
partes y a toda la Iglesia, de suerte que el todo y cada una de sus partes se enriquecen por la
mutua intercomunicación de todos y su colaboración conjunta para conseguir la plenitud en la
unidad.
Cristo ha sido enviado por el Padre como sacerdote y como profeta. Pero la Lumen
Gentium pone constantemente esta doble misión en relación con la función real que Cristo
tiene que realizar. También esta función Cristo la comunica al Pueblo de Dios. Entrando en la
gloria de su Reino, Cristo, a quien todo está sometido (Ef 1,22), comparte sus atribuciones
120
•
•
•
•
• La dignidad real de los discípulos de Cristo comporta, en primer lugar, una libertad de
orden espiritual. Los discípulos de Cristo encuentran en Cristo la fuerza para vencerse a sí
mismos y poner término a la dominación del pecado (Rm 6,12). Esta misma libertad les
posibilita la acción apostólica: sirviendo a Cristo en la persona del prójimo, los fieles llevan a
sus hermanos, en la humildad y la paciencia, hacia el Rey, cuyos servidores son, a su vez,
reyes. Cristo se sirve de sus colaboradores para extender su Reino, que es reino de verdad y
de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz, reino en el que la
creación misma será liberada de la esclavitud, de la corrupción, e introducida en la libertad de
• los hijos de Dios (Rm 8,12). Este servicio real de Cristo supone una concepción cristiana de
la vida y del mundo, un conocimiento del sentido profundo de toda la creación, de su valor y
• de su destino final, que es la gloria de Dios. Este enfoque cristiano de las cosas y de los
hombres hará a los fieles descubrir progresivamente el papel central de Cristo en la historia
•
•. del mundo. Una actitud tal por parte de los fieles tendrá como consecuencia que el mundo se
impregnará más del espíritu de Cristo, en la justicia, la caridad y la paz, condiciones
indispensables para que El logre su fin (LG 36).
La Iglesia es la nueva Eva, que nace del costado abierto de Cristo, nuevo Adán
dormido en la cruz. De su costado traspasado brotan el agua y la sangre, el agua del bautismo
que lava a los fieles, que renacen como hijos de Dios, y la sangre de la Eucaristía, en la que
sellan su alianza eterna con Dios. Así la Iglesia es la novia ataviada para las bodas con el
Cordero (Ap 21,9ss), "con sus vestidos lavados y blanqueados en la sangre del Cordero" (Ap
7,14), Esposa fiel, porque su Esposo, Cristo, le ha hecho el gran don de su Espíritu, que la
santifica constantemente, la renueva y rejuvenece perpetuamente, adornándola con sus dones
jerárquicos y carismáticos, coronándola con sus frutos abundantes (Ef 4,11-12; 1Co 12,4; Ga
5,22).
La Iglesia es santa porque es de Dios y no del mundo (Jn 17,11.14-15). El Dios santo
es fiel a la Iglesia y no la abandona a los poderes del mundo (Mt 16,18); a ella ha unido
indisolublemente a su Hijo Jesucristo (Mt 28,20), gozando para siempre del don del Espíritu
Santo (Jn•14,26; 16,7-9). Como santa, la Iglesia o sus miembros, los cristianos, son invitados
a vivir lo que son: "sed .santos". Pero la Iglesia santa comprende también a los pecadores;
todos los días tiene que rogar a Dios: "perdónanos nuestras deudas" (Mt 6,12): "la Iglesia
121
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encierra en su propio seno a los pecadores y, siendo al mismo tiempo santa y necesitada de
purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8).
La Iglesia es, por tanto, católica, la Iglesia una, que vive en la unidad de sus
miembros, por encima de sus diferencias de edad, sexo, condición social e ideas. Es la Iglesia
local, reunida en torno al Obispo (LG 26) o en torno al presbítero (LG 28), que escucha la
Palabra, celebra la Eucaristía, vive la unidad del amor en el Espíritu Santo y la comunión con
los Pastores, que viven la comunión con Pedro, que mantiene la comunión y unidad con la
Iglesia universal. La comunión de las Iglesias locales con la Iglesia universal hace que cada
una de ellas sea Iglesia católica, universal. Este es el servicio del obispo de Roma que
"preside la comunión de todas las Iglesias extendidas por toda la tierra". La unidad de la fe
que Pedro, como primer testigo de la resurrección (1Co 15,5; Lc 24,34), está llamado "a
confirmar" (Lc 22,32) para no "correr en vano" (Ga 1,18; 2,2-10). La fidelidad a la Palabra y
la comunión en la mesa común de la Eucaristía hacen de la Iglesia el signo de la presencia de
Cristo como Salvador del mundo.
La unidad de la Iglesia católica es fruto del único Espíritu, que hace de ella el Cuerpo
de Cristo. La unidad del Espíritu crea el vínculo entre los cristianos dispersos por el mundo.
Esta unidad hace que los creyentes en Cristo vivan unánimes en la enseñanza de los
apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones (Hch 2,42; 4,32-35). Así
la Iglesia manifiesta a Jesucristo presente en ella para la salvación del mundo.
La Iglesia se confiesa apostólica, es decir, en continuidad con los Apóstoles y con las
comunidades fundadas por ellos. Para ello goza de una triple garantía: una misma fe, símbolo
de comunión, transmitida en una fiel y continua Tradición; una misma Escritura, fiel al
Canon de las Escrituras, que expresan la revelación hecha por Jesucristo y predicada por sus
Apóstoles; y una jerarquía de sucesión apostólica. Los Apóstoles confiaron las comunidades
cristianas que fundaron a quienes hicieron depositarios de su doctrina. La cadena
ininterrumpida de Obispos garantiza la continuidad apostólica.
Esta comunión apostólica, unida a Pedro, goza de la promesa del Señor: "Tú eres
122
•
•
•
Q Pedro y sobre esta piedra edificaré la Iglesia y los poderes del infierno no prevalecerán contra
ella" (Mt 16,18). No prevalecerán contra ella porque el Resucitado ha comprometido su
palabra: "Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).
14. HISTORIA DE LA IGLESIA (I)
La Iglesia desde el principio está llamada a extenderse en todos los pueblos "hasta los
confines de la tierra" (Mt 28,19-20). Sólo al fin de los tiempos irrumpirá el reino de Dios con
toda su plenitud. Hasta entonces es Iglesia de pecadores, necesitada de renovación todos los
días. Pero en su esencia, a lo largo de su historia, la Iglesia permanece fiel a sí misma,
infalible en su núcleo e inequívocamente inmutable. La historia de la Iglesia no puede olvidar
que es historia de la Iglesia de Dios, que tiene su origen en Jesucristo, con un orden
jerárquico y sacramental establecido por El, que camina en el tiempo asistida por el Espíritu
Santo y se orienta a la consumación escatológica. Esta identidad de la Iglesia se mantiene a
través de todos los cambios de forma en que se manifiesta a lo largo de todas las épocas.
124
internas y externas y descubre fielmente en el mundo el misterio de Cristo, aunque entre
penumbras, hasta que al fin de los tiempos se descubra con todo esplendor (CEC 771).
El nombre de Jesucristo y su salvación se han ido transmitiendo de generación en
generación durante veinte siglos hasta llegar a nosotros. Esta transmisión se realiza mediante
la comunidad de los que escucharon la llamada de Dios proclamada por Jesucristo. Por eso,
en la tradición de la Iglesia, en su historia, nos encontramos con Jesucristo. Los
acontecimientos y personas, que constituyen la historia de la Iglesia, nos interesan hoy a
nosotros, que entramos en esa historia de salvación. La historia no es el pasado, sino el
pasado que llega vivo hasta el presente. El tiempo que media entre Cristo y su parusía es el
tiempo de la Iglesia en el mundo. Tiempo misterioso de crecimiento y de lenta madurez,
semejante al grano de mostaza (Mt 13,31). Como el grano de trigo germina y brota, echa tallo
y espiga, pero permanece siempre trigo (Mc 4,28), así la Iglesia realiza su ser y misión en el
proceso histórico con formas diversas, pero permanece siempre igual a sí misma. La semilla
sembrada por Cristo está madurando hasta llegar a su plenitud "para completar en nosotros lo
que falta a la pasión de Cristo" (Col 1,24). Es el camino del hombre hacia Dios. Cristo quiso
que la Iglesia fuera comunidad de hombres, bajo el gobierno de hombres. Sin embargo, no la
abandonó a sí misma. Su fuerza vital, interior, es el Espíritu Santo que la preserva de error,
crea y mantiene en ella la santidad y la puede acreditar con milagros. Es la continuación de
los Hechos de los Apóstoles, donde la Iglesia aparece como acontecimiento de salvación que
se realiza en el tiempo y en el espacio. La Iglesia, comunidad de santos, se presenta como un
cuerpo en continuo crecimiento. La Historia de la Iglesia llegará a su término cuando la obra
comenzada por Dios Padre en la creación se realice plenamente y se cumpla el designio de la
voluntad salvífica de Dios: recapitular todas las cosas en Cristo (Ef 1,10). El cuerpo de Cristo
es, pues, el verdadero sujeto de la historia.
b) Iglesia apostólica
125
apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderaba de
todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían
unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio
entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con
perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con
alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo.
El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar" (Hch 2,42-47). Es
la Iglesia modelo para todos los tiempos, pues su descripción forma parte de la revelación.
., La Iglesia no se puede pensar sin Cristo o al margen del Espíritu. "El Espíritu Santo
es la memoria viva de la Iglesia" (CEC 1099). "En la liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo
recuerda a la asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros. De este modo, el Espíritu
Santo despierta la memoria de la Iglesia, suscitando la acción de gracias y la alOanza" (CEC
1820; 1716-1724). El origen de la Iglesia en el Espíritu es el misterio de Pentecostés. Por
irremplazable que haya sido la fundación institucional de la Iglesia por Cristo mismo, -
elección de los apóstoles, designación especial de Pedro, educación progresiva de los Doce y
envío a la misión (LG 9)-, la Iglesia no hubiera sido lo que Jesús quería, sin la misión del
Espíritu Santo (Jn 16,7-15). El testimonio de los Hechos sobre la función del Espíritu Santo
es explícito: nada fue hecho hasta que el Espíritu, enviado por Cristo desde el Padre, dio a la
institución eclesial su vida "de arriba" (Hch 1,6-11).
La venida del Espíritu. Santo sobre los apóstoles produce en ellos una transformación
interior profunda y permanente. Los incultos y medrosos pescadores son transformados en
apóstoles, confesores, predicadores del Evangelio y en mártires de su fe en Cristo. Esta
transformación afecta al núcleo del judaísmo. Esos hombres que esperaban la instauración del
reino de Israel, con la luz interior del Espíritu Santo, que les lleva a la verdad plena,
comprenden el espíritu del Sermón de la Montaña, la interioridad de la fe, la pobreza de
espíritu, la mansedumbre, la renuncia y la tontería de la cruz. El Espír=itu les concede
proclamar a Jesús como único Señor (1Co 12,3) y que sólo en el nombre de Jesús está la
salvación (Hch 4,12). Los Hechos de los Apóstoles son el testimonio del Espíritu Santo
impulsando a la Iglesia en su misión evangelizadora.
126
Sainaría (8,14-17); en Cesarea (10,44-48; 11,15-17); en Efeso (19,1-6).
La Iglesia vive para la: misión. Es un pueblo en camino, itinerante en sus enviadoI a
anunciar el Evangelio hasta los extremos de la tierra. Vive en este mundo en la diáspora, en
exilio, sin hogar permanente (St 1; 1P 1,1; 2,11; Hb 3,7-4,11; 11,8-16.32-34). Así pasa por el
mundo haciendo presente a Jesucristo Profeta, Sacerdote y Rey para los hombres (1P 2,4-10).
La Buena Noticia es el anuncio del Reino, como realidad presente en Jesucristo, pero
encaminada a su culminación futura en la Iglesia y mediante la Iglesia. Para este anuncio
Jesús instruye a sus Apóstoles (Mt 9,35-10,42). En las parábolas del Reino (Mt 13) aparece
ya la Iglesia en misión.
La Iglesia es el campo en el que se siembra la Palabra, como germen del Reino, pero
en el que crece la cizaña con el trigo hasta el final; la Iglesia es igualmente la red que recoge
toda clase de peces, en vistas al juicio que separará los buenos de los malos. En la pequeñez
de la semilla escondida bajo tierra, como grano de mostaza, o corno levadura que desaparece
en la masa, la Iglesia encierra un tesoro, una perla preciosa, que es capaz de hacer fermentar
toda la masa o de cobijar a todos los hombres (Mt 13). Merece la pena venderlo todo por ella,
para ser "discípulo del Reino". La vida de los discípulos es una novedad de solicitud, amor en
la verdad, comunión con Dios y perdón mutuo (Mt 18). Esta vida, en Cristo, es la garantía de
la bendición final: "Venid, benditos de mi Padre, recibid en herencia el Reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo" (Mt 24-25).
c) Iglesia primitiva
La Iglesia, sobre la palabra de Cristo y sus apóstoles, crea las formas fundamentales
de su propia vida interna: piedad, liturgia y organización. Los Padres apostólicos buscan la
edificación de la comunidad cristiana. Consideran a la Iglesia unida a la persona de Cristo,
como la prolongación sacramental de sus acciones salvíficas. La vida de las primeras
generaciones cristianas se funda en la catequesis y la predicación, que enseñan a los
cristianos la responsabilidad de su nueva dignidad. El fin de la Iglesia es el anuncio del
misterio dé-Cristo en vistas de la conversión. Sigue la catequesis, que detalla los elementos de
la fe y de la vida cristiana. Y en tercer lugar, la didascalía que consiste en una enseñanza
superior de profundización y análisis del misterio de Cristo. Los Padres se limitan a transmitir
la herencia recibida (Flp 4,9; Ap 22,18), sin preocuparse de presentar un sistema de doctrina
organizada. Así aparece en la Didajé que, con la doctrina de "los dos caminos", muestra a los
cristianos cómo deben alejarse de la vía del mal para elegir la vía del bien. La vía del bien,
que conduce a la vida, es el Sermón de la montaña.
127
con las fuentes del cristianismo da a los cristianos una fuerza singular. La imagen y hasta casi
_ la voz del Señor, en labios de sus testigos oculares, actuaban como algo próximo y vivo. Esto
explica la inconcebible pujanza de expansión de esa "pequeña grey" (Lc 12,32),
aparentemente perdida e insignificante, en medio de la potencia mundial de la Roma pagana.
El entusiasmo de la fe y el amor entre los hermanos son algo contagioso. Desde Palestina la
fe en Cristo pasa a Samaría, Siria, Asia menor, Macedonia, Grecia, Antioquía, Roma y
España, que se considera "el fin de la tierra".
128
•
•
• llevan un género de vida distinto. Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en
suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su
estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos,
increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como
ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos,
pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos,
pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.
Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está
en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su Modo de vivir superan estas leyes.
e Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con
ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo.
Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su
• justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio,
devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a
muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los
gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el
motivo de su enemistad".
Los cristianos son acusados de ateos, lo que les hace enemigos del Estado. San
Policarpo, por ejemplo, se niega a proclamar al Cesar como Señor y la muchedumbre grita:
"Es el aniquilador de nuestros dioses". Obedientes a las leyes del Estado se niegan a
reconocer como Señor a otro que no sea Cristo. Esto les vale el martirio. Con firmeza se
mantienen fieles a Cristo en medio de los tormentos (Mt 10,28; Mc 8,38). De Blandina,
mártir en Lyón, se dice en las actas del martirio: "Ella, la pequeña y débil cristiana
despreciada, revestida del grande e invencible Cristo, tenía que derribar al adversario en
muchas batallas y en la lucha ser ceñida con la corona de la inmortalidad". Con el testimonio
de fe de los mártires se difunde cada día más el cristianismo. Se ha hecho famosa la frase de
Tertuliano: "La sangre de los cristianos se convirtió en semilla de cristianos".
•
•
Antioquía. Sus cartas son para nosotros la más preciosa fuente de la situación de la Iglesia de
su tiempo. La fe en Cristo le lleva a desear el martirio para estar con'el Señor: "Busco al que
ha muerto por nosotros; quiero al que ha resucitado por nosotros. Mi nacimiento es
inminente".
Bajo el imperio de Marco Aurelio (161-180) murió Justino. Y en Lyón, en 177, tuvo
lugar la sangrienta persecución de innumerables mártires. Más sistemática aún fue la
persecución de Septimio Severo (193-211), que trató de impedir el crecimiento del
cristianismo, prohibiendo las conversiones a él. En Egipto es encarcelado Leónidas, el padre
de Orígenes. En Cartago son martirizadas Perpetua y Felicidad, cuyas actas de martirio son
una muestra de la fe de los cristianos. Bajo el reinado de Decio (249-251) se desencadenó la
129
.....•••••• ••••••••••10...........11.4éiéééé
primera persecución general, pretendiendo aniquilar el cristianismo en todo el Imperio. En
Roma mueren mártires el Papa Sixto II y su diácono Lorenzo y en Cartago Cipriano, el gran
defensor de la unidad de la Iglesia.
Sólo el confesarse cristiano era motivo de condena a muerte. El odio a los cristianos,
considerados como "enemigos de la humanidad", llevó a considerarles responsables de todas
las calamidades públicas. Las calumnias o falsas interpretaciones de las prácticas
supuestamente antinaturales de los cristianos en sus reuniones secretas alimentaron el odio
contra ellos. Se les acusaba de ateos, porque-no participaban en jos ritos idolátricos de los
templos paganos; se les consideraba bárbaros porque, en sus reuniones nocturnas,
sacrificaban a un niño y comían su carne y bebían su sangre. Se les acusaba de inmorales,
pues se reunían en la noche hombres y mujeres juntos. San Justino, en sus apologías,
responde a estas acusaciones, describiendo las celebraciones eucarísticas de los cristianos.
De todos modos, a paganos del Imperio romano, con su panteón lleno de dioses, el
cristianismo les pareció algo completamente desconocido, algo inaudito. Hasta los espíritus
más elevados vieron en la fe cristiana algo totalmente nuevo. Con su oposición a la idolatría y
al culto al emperador se ganaban el reproche de ateos. Y el ateísmo significaba un atentado
contra el Estado. Y sobre todo les llamaba la atención la vida de los cristianos. Nunca antes
habían visto un amor semejante. Ante ellos no podían contener la exclamación: "Mirad cómo
se aman" (Jn 13,34-35). La unidad entre fe y vida era algo único nunca antes visto. La fe para
los cristianos no es algo reservado al templo y a unos momentos, sino que abarca toda la vida
en todo lugar y tiempo.
Las persecuciones se suceden hasta que subió al poder Constantino el Grande (312-
337). Con Constantino, tras la victoria de Monte Milvio (312) y el edicto de Milán (313), y
sobre todo con Teodosio (394) el cristianismo se convierte en la religión del Imperio. La
celebración de los cultos paganos es declarada delito de lesa majestad. Desde este momento
la organización de la Iglesia se apoya en las regiones en las que está dividido el Imperio; los
concilios ecuménicos llevan el sello de concilios imperiales y la ppsición preeminente del
obispo de Roma mantiene la comunión con los patriarcas orientales. Durante este tiempo, en
que la Iglesia vive en armonía con el Estado, el emperador pasa a ser considerado como
enviado de Dios, defensor de la Iglesia contra los herejes e incrédulos. Los escritores
formados en la filosofía neoplatónica griega ven a la Iglesia como maestra de la verdad.
Mientras que los teólogos que viven en contacto con la filosofía popular romana, de
tendencia más bien práctica, ven principalmente a la Iglesia como sociedad jurídica con su
autoridad y leyes precisas
130
d) El monacato
Antonio tiene muchos imitadores, cuya vida conocemos por los-escritos recogidos en
los libros Vidas de los Padres, Historias de los Monjes y las colecciones de dichos de los
Padres. El más importante es el libro escrito por Atanasio Vida de San Antonio. San Agustín
se hace eco de este libro en sus Confesiones. En general los eremitas llevan una vida ascética
bastante dura. La perfección es vista en la penitencia física. Pero tampoco falta villa sincera
piedad, nutrida de oración continua, de la participación a los sacramentos, de humildad,
paciencia, caridad y amor al trabajo. Muchos "dichos de los Padres" atestiguan su profunda
vida interior.
Pacomio tiene una gran importancia en la evolución del monacato. Licenciado del
servicio militar, permanece tres años bajo la dirección del eremita Palemon y después funda
una pequeña comunidad en el alto Egipto hacia el año 320. Pacomio da forma a un sistema de
vida que pretende conservar los valores de la vida anacoreta, añadiéndole los frutos de la
comunión: "La voluntad de Dios es que te pongas al servicio de los hbmbres para invitarlos a
ir a El", siente que le dicen en su interior. En la oración el Señor le'áclara: "Reúne todos los
monjes jóvenes, habita con ellos y dales leyes, según las normas que te dictaré". En seguida
se multiplicaron los monasterios. La novedad introducida por Pacomio es la de la vida común
bajo la guía de un abad, con la ventaja sobre la vida eremítica de recibir una edificación
mutua entre los monjes, llevar una vida más equilibrada sin tantas singularidades y buscar la
perfección en el sacrificio del 'propio yo a través de la obediencia. Junto a la oración, el
trabajo ocupa una buena parte del día. La vida en comunidad hace necesario un reglainento.
Pacomio lo escribe, naciendo así la primera regla monástica, que sirve de modelo para otras
reglas posteriores. Lo que Pacomio desea es que la comunidad viva a imagen de la primitiva
comunidad de Jerusalén "con un solo corazón y una sola alma" (Hch 4,32). Por eso, los
131
hermanos se ayudan mutuamente a imagen de Cristo, que se hizo servidor de todos: "El amor
de Dios -decía- consiste en sufrir unos por otros" (Col 3,12-15; Ga 6,2; lTs 5,11).
En Francia el monje más conocido es sin duda San Martín de Tours. Nacido en el año
316, presta primero servicio militar en el ejército romano y a los dieciocho años recibe el
bautismo, ejerce como exorcista con San Hilario de Poitiers, se hace monje y termina como
obispo de la diócesis de Tours. Incluso como Obispo trata de conciliar los deberes pastorales
con la vida monástica, que promueve en Galia, España y Britania. En la Galia meridional,
San Honorato, Obispo de Arlés, funda hacia el año 410 el famoso monasterio de Lerín (cerca
de Niza), del que salen muchos Obispos. El monasterio de Lerín no sólo es semillero de
Obispos, sino también de escritores, como Silvano de Marsella, Fausto de Riez y Vicente de
Lerín, conocido sobre todo por su doctrina sobre la evolución del dogma, distinguiendo entre
cambio y progreso.
132
*****0 1141411
Casino donde edifica un monasterio conforme a sus deseos. Allí muere en el año 547.
•
•
1
El monasterio de San Benitó es también un vasto organismo, posee todo lo necesario
para vivir con autonomía material: agua, molino, huerto, horno y artes diversas. Con esto se
evita todo pretexto de salida del monasterio, aunque la pobreza está a la base de la vida del
monje, que ha de renunciar a cuanto posee, pasando todo a ser propiedad del monasterio. San
133
15. HISTORIA DE LA IGLESIA (II)
a) Edad Media
La Edad Media comprende diez siglos, mil años de vida de la Iglesia (s. V-XIV). Es
la época de las catedrales, las cruzadas, las luchas contra el Islam. Es la época de la
cristiandad, de la formación de la civilización europea basada en el cristianismo. Nacen las
universidades, donde enseñan los grandes maestros de la Escolástica como San Anselmo,
Alejandro-de Hales, San Alberto-Magno, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino, Duns
Escoto... Es el tiempo de la Evangelización de los países eslavos por Cirilo y Metodio.
La gran migración de los pueblos en los siglos IV, V y VI hace derrumbarse el marco
en que se ha desenvuelto hasta ahora la historia de la Iglesia, en el antiguo Imperio Romano.
Hacia el 375 comienza la irrupción de los pueblos germánicos. En diversas oleadas, desde el
este del Rin y desde el norte del Danubio, pueblos radicalmente diversos emigran en masa
desde el noroeste hacia el sureste. Unos atraviesan Macedonia, Grecia, Italia septentrional,
Galia y España, hasta penetrar en el norte de Africa. Otros apenas se desplazan más allá de
sus fronteras, ocupando Galia, Grecia, el Nórico y también Bretaña. Estos hechos amplían el
escenario de la historia de la Iglesia. Estos pueblos enteramente nuevos brindan a la semilla
de La Palabra de Dios una nueva tierra: los pueblos germánicos de Europa central y
Escandinavia y, más tarde, los eslavos de los Balcanes, Rusia y Polonia...
Con las invasiones de los bárbaros, el mundo europeo entra en un proceso de cambio.
La antigua unidad del Imperio corno tal y su unión con la Iglesia imperial ya no existe. Es el
comienzo de una edad nueva, configurada por los obispos, el papado, la herencia teológica de
San Agustín, el monacato y los pueblos germánicos. De estos elementos nace la cristiandad
medieval. La Iglesia, libre de las ataduras del Imperio romano, emprende una acción misional
de los nuevos pueblos. La evangelización y conversión de los pueblos nuevos es la tarea
fundamental de la Iglesia durante el primer período de la Edad Media. La Iglesia de Cristo,
con su vocación misionera y estos pueblos jóvenes con su indigencia cultural y religiosa se
encuentran.
Sin embargo no hay que olvidar que los pueblos bárbaros se convierten masivamente
siguiendo a sus jefes: los visigodos con Recaredo, los francos con Clodoveo, los longobardos
con Teodolinda y lo mismo los otros pueblos: "iban al bautismo como a la batalla, detrás de
sus jefes". No se trata de una conversión personal, con un camino catecumenal que preceda al
bautismo, sino de un paso como pueblos a la Iglesia, con la idea de que. poco a poco irán
conociendo los rudimentos de la doctrina cristiana y aceptando las exigencias de la fe. En las
ciudades y, sobre todo en el campo, el paganismo sobrevive en múltiples formas, como
atestiguan los sermones de San Cesáreo de Arlés y los escritos de San Martín de Braga o la
correspondencia de Gregorio el Grande y los Concilios de Toledo.
134
•
•
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•
•
•
Patricio, San Columbano y tantos monjes que parten de la isla para evangelizar el continente
europeo.
Importante en todo este período es la actividad pastoral del papa Gregorio VII, el
primero en llamarse: Siervo de los siervos de Dios. Pero después de él, en los siglos IX y X,
la Iglesia vive el triste período llamado "edad de hierro del Pontificado". Es la época de la
lucha entre la Iglesia y el Estado a causa de las investiduras, con sus problemas de simonía y
concubinato del clero. Triste es también el período del exilio de los Papas en Aviñón.
Desde Lerín la vida monástica sube hasta Irlanda con San Patricio. En Irlanda
evangeliza por unos treinta años con abundantes frutos. A su muerte, toda la isla es cristiana,
con una fuerte marca monástica. Los monasterios son el centro de toda la vida religiosa y
cultural. Muchos de sus monjes pasan de la isla al continente como misioneros itinerantes por
toda Europa central y septentrional. El más famoso monasterio irlandés es el de Bangor,
desde donde parte San Columbano con sus doce compañeros en una gran misión por Bretaña,
Suiza e Italia.
135
temporal. Cluny es el alma de la reforma de la Iglesia, el centro de la historia de la Iglesia de
los siglos X y XI. Los Papas y numerosos Obispos llaman a los cluniacenses para reformar
los conventos a ellos sometidos. Al difundir las mismas formas de vida por todo el Occidente,
Cluny promueve la unidad . del Occidente cristiano, favoreciendo siempre la comunión con el
Papa. Cluny es "como una capa blanca que se extiende sobre la Iglesia".
Desde finales del siglo XI y principios del XII la cristiandad experimenta una gran
renovación espiritual. El antiguo ideal de la vida apostólica se presenta con aspectos nuevos,
acabando por convertirse en el ideal del seguimiento radical de Cristo en una vida según el
Evangelio. Surge, así, el deseo de tomar a la letra el Evangelio. Junto a los círculos
monásticos, aparecen también nuevas formas de vida contemplativa, que dan a la Iglesia un
fuerte impulso de reforma. Estas nuevas formas tienen en común el alejamiento del mundo, la
estima de la obediencia y la vida en común. San Romualdo funda los Camaldulenses al
comienzo del siglo XI. San Bruno funda los Cartujos al final del mismo siglo. Para la
renovación del clero dedicado a la cura pastoral nacen los canónigos regulares: canónigos
por estar incardinados a una diócesis y .regulares por vivir en común según una regla. Así
surgen los Victorinos en París. Y San Norberto funda los Preinostratenses.
Dentro del marco del monacato tradicional, pero con un fuerte impulso de renovación,
surge el nuevo monasterio del desierto de Citeaux, que supera en fecundidad a todas las otras
fundaciones. Los Cistercienses se desarrollan rápidamente. Su regla recibe el nombre de
Charta Charitatis, que intenta salvar el espíritu de pobreza y el equilibrio entre la oración y el
trabajo. El prestigio de esta nueva orden se debe a la entrada en ella, casi al comienzo, de San
Bernardo de Claraval, que es una de las figuras claves de la Edad Media en general y de la
historia de la Iglesia en particular. En 1113 hace se profesión solemne. En 111-5 es enviado
como abad, con doce monjes, a fundar Claraval, que queda unido a su nombre. Enorme es su
actividad como predicador y también como escritor de importantes tratados teológicos.
Profundamente arraigado en la piedad y el pensamiento del tiempo anterior, es mérito
particular de Bernardo el haber plasmado y propagado una íntima y afectuosa veneración a la
humanidad del Señor dentro de la devoción general a Cristo: "Es insípido todo manjar
espiritual que no esté condimentado con este bálsamo...Tanto si escribes como si hablas, no
me gusta si no resuena el nombre de Jesús".
Al comienzo del siglo XIII, la sociedad europea se halla agitada; los municipios
reivindican su independencia, la burguesía adquiere mayor poder político, el comercio se
desarrolla proporcionando un mayor tenor de vida-y el desarrollo intelectual y artístico. Este
flujo de riqueza genera un cierto materialismo práctico y, como reacción, lá aspiración a una
pobreza más de acuerdo con el Evangelio. Esto provoca el nacimiento-de movimientos que se
oponen a la jerarquía y terminan en la herejía. Pero también, en este contexto social y
eclesial, surgen las órdenes mendicantes, por obra sobre todo de San Francisco de Asís y de
Santo Domingo de Guzmán.
136
•
0», aunque también con muchas diferencias, Santo Domingo (1170-1234) reúne en torno a sí una
comunidad de misioneros diocesanos. Aceptando la regla de San Agustín, la adapta con la
acentuación de la oración y la pobreza, naciendo así los Dominicos, la Orden de los
Hermanos Predicadores.
Características esenciales de las órdenes mendicantes, que diferencian al fraile del
monje, son la pobreza no sólo individual sino comunitaria: no sólo el fraile no puede poseer
nada, sino que tampoco puede poseer nada la comunidad . (aunque las dificultades prácticas
hizo que esto desapareciera muy pronto, al comienzo del siglo XIV); una segunda
característica es la importancia dada a la actividad pastoral y, por consiguiente, el abandono
de la estabilidad en el convento; los frailes son misioneros-itinerantes; esto exige una mayor
centralización del gobierno; todas ellas cuentan con la institución de una tercera orden,
llamando a los laicos a colaborar en el apostolado y mostrándoles la posibilidad de una vida
cristiana perfecta en su propio estado.
b) Edad Moderna
Ya al comienzo del siglo XIV, los hombres se dan cuenta de que algo está cambiando
en el modo de entender la vida, el arte, la literatura, la política, la teología y hasta la piedad.
Dante escribe un libro, cuyo título es significativo: Vita nuova. Es decir, se está gestando una
vida nueva, una Edad nueva. La edad Media llega a su ocaso. Se está derrumbando el edificio
que la unidad Iglesia-Estado ha construido, la universalidad que los teólogos y universidades
han levantado en sus sumas, la piedad común que las órdenes y el pueblo han admirado y, de
algún modo, vivido. El ámbito unitario de Occidente se abre y rompe con las nuevas rutas del
comercio y los descubrimientos de nuevas tierras por españoles y portugueses. La cristiandad
pierde por un momento hasta su centro geográfico de unidad: el Papa deja Roma por Aviñón.
El Imperio se divide con el nacimiento de los nuevos estados nacionales. El mismo poder
unitario y universal de la Iglesia es contestado por las herejías antieclesiales de Wiclef y de
Hus. Y, desde dentro de la misma Iglesia, por todas partes surge un clamor de reforma, de
vida nueva en la Cabeza y en los miembros. Es el grito también de los concilios de la época.
Todos estos brotes culminan en el humanismo del Renacimiento, que caracteriza la Edad
Moderna.
En el campo intelectual y en el espiritual se impone cada vez con más fuerza el juicio
personal, subjetivo, del individuo. Es el punto disgregador de la última escolástica y también
de los movimientos espirituales incontrolados, que culminarán en el Protestantismo. Frente al
clericalismo surgen fuerzas independientes de espiritualidad desligadas del control de la
jerarquía. Todas estas conmociones de la conciencia nacional que despierta, de la crítica
subjetiva, de la secularizacia como reacción a la clericalización y früsto de la expansión del
comercio y de la nueva burguesía, que se está formando, llevan a una especie de democracia
ideológica y popular que no sólo penetra en el pueblo cristiano, sino también en la misma
jerarquía de la Iglesia. El Papado de Aviñón, dependiente de la Francia nacional, y los Papas
del cisma de Occidente, que se excomulgan unos a otros, rompen la unidad de la Iglesia.
137
una mirada retrospectiva al pasado. Dentro y fuera de la Iglesia late el mismo espíritu de
reforma, de renacimiento. Desde todos los ángulos de la cristiandad se levanta un clamor
incesante que pide la reforma de la Iglesia. A la reforma protestante se opone la contra-
reforma de la Iglesia Católica con el concilio de Trento. Dios suscita a San Ignacio de
Loyola, que funda la Compañía de Jesús. Favorecen la reforma y renovación una serie de
santos, que se suceden en este tiempo, como Santa Teresa de Avila, San Juan de la Cruz, San
Felipe Neri, San Francisco de Sales, San Vicente de Paúl... LoS grandes descubrimientos de
América, Africa y Asia amplían el campo de misión de la Iglesia. Los misioneros implantan
la-Iglesia más allá del Mediterráneo.
En Europa, donde se dan estos frutos de santidad y celo misionero, con el humanismo,
que caracteriza la Edad moderna, el hombre se siente dueño de sí y de cuanto le rodea,
liberado de los dogmas físicos, sociales y religiosos de la Edad Media. El fenómeno cultural
de la Ilustración, endiosando la razón, rompe con los valores anteriores, dando lugar a la
modernidad,__que se define por el gusto por lo individual (individualismo), por la vuelta a la
naturaleza (naturalismo), por la búsqueda del riesgo y la aventura (nuevos descubrimientos),
por el deseo de devolver al hombre el centro perdido con los descubrimientos de Copérnico y
Galileo, por el interés de la observación (experimentación).
138
e
• •
El progreso de las ciencias exactas ha llevado al hombre a no admitir más que aquello
que se puede probar empíricamente y a negar, por tanto, .a Dios. El avance de la tecnología, al
suministrar al hombre poder sobre la naturaleza y aún sobre los mecanismos psicológicos y
sociales, persuade al hombre de su omnímoda capacidad de reemplazar o sustituir a Dios para
organizar su vida. Dios es una hipótesis inútil e innecesaria. La creciente independencia o
autonomía a todos los niveles ha confirmado en el hombre actual el sentimiento de
autosuficiencia. El hombre se basta a sí mismo, sin necesidad de recurrir a un Dios, que está
en el cielo. Pero todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy sorprendentes y útiles
que sean, no pueden calmar la ansiedad del hombre. La técnica, con sus avances, está
transformando la faz de la tierra e intenta la conquista 'de los espacios interplanetarios. La
medicina curativa y preventiva, puede alargar la vida del hombre, pero la prórroga de la
11, longevidad no puede satisfacer ese deseo de vida sin fin que surge ineluctablemente en el
• corazón del hombre.
1111-, 139
0111„;
muerte nace el amor cristiano: amor hasta la muerte, amor en la dimensión de la cruz, amor al
enemigo (Jn 15,12-13; Mt 5,43-48).
El Papa Juan XXIII marca claramente esta finalidad en su discurso de apertura: "La
Iglesia se opuso siempre a los errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad.
En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la
misericordia más que la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados
mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos". Pablo VI acepta esta
herencia de Juan XXIII y la desarrolla al inaugurar la segunda sesión del Concilio: "Nos
parece que ha llegado el momento en que la verdad acerca de la Iglesia de Cristo debe ser
más y mejor estudiada, comprendida y formulada, quizás no a través de esas afirmaciones
solemnes que se llaman definiciones dogmáticas, pero sí mediante declaraciones por las que
la Iglesia manifieste con más claras y ponderadas enseñanzas lo que piensa de sí misma.
Esperamos que el Espíritu de verdad otorgue una mayor luz en este concilio ecuménico a la
Iglesia docente e inspire una doctrina más clara sobre la misma Iglesia, de tal modo que,
como Esposa de Cristo que es, busque su imagen en El mismo y en El mismo trate, movida
por su encendido amor, de descubrir su propia naturaleza, es decir, esa hermosura que El
mismo quiso que resplande—ciera en su Iglesia".
140
defina a sí misma y que de esta genuina consciencia extraiga la doctrina que el Espíritu Santo
la confió, según la promesa del Señor: El Espíritu Paráclito, que el Padre mandará en mi
nombre, os enseñará y os recordará todo cuanto yo os he dicho (Jn 14,26)".
"Pero que nadie piense -continúa Pablo VI- que, al contemplarse a sí misma, la Iglesia
va a recrearse en sí misma y va a olvidarse de Cristo, de quien recibe y a quien debe todo, o
del género humano, para cuyo servicio ha nacido. La Iglesia se sitúa entre Cristo y la
humanidad pero no prendada de sí misma, no como un cristal opaco que impide la visión, no
como constituyéndose en su propio fin, sino muy al contrario, preocupada constantemente
por ser toda de Cristo, en Cristo y para Cristo; por ser toda cre los hombres, entre los hombres,
para los hombres". El fin último de la historia humana no es la Iglesia, sino el Reino de Dios,
reunión definitiva de todos bajo la guía y la paz de Cristo. La Iglesia es, en la obediencia y en
la fe, una referencia viviente al verdadero centro de toda la creación: Cristo (Col 1,15-20).
Por esto se describe a sí misma "como un reflejo de aquella luz, que es Luz de todas las
gentes" (LG 1).
141
de la caridad", testimoniando la unidad (LG 13). Esta misión de unidad comporta un primado
de jurisdicción, que no le puede separar de sus "hermanos en el episcopado", pues él es
también miembro del Colegio Episcopal, ni de los demás "fieles", pues él pertenece también
al Pueblo de Dios.
142
•
•
e
En este breve recorrido por la historia de la salvación aparece una constante del actuar
salvífico de Dios. De la masa pecadora de la humanidad separa a Abraham para hacerlo
"bendición para todas las naciones". De las naciones se eligeun pequeño pueblo, con el que
se une en alianza, para salvar a todos los pueblos. De la dispersión del exilio entre las
naciones rescata un resto para llevar adelante la salvación. Jesús elige "doce para que estén
con él y enviarlos en misión" hasta los confines de la tierra. Cuando las masas entran en la
Iglesia, Dios separa a los monjes y religiosos para que, separados del mundo, vivan con él y
evangelicen al mundo. Dios siempre saca de la masa la levadura y vuelve a mezclarla con la
__masa, para que toda ella sea fermentada. Hoy, en nuestra sociedad secularizada y atea, Dios
sigue actuando de igual modo. Su fidelidad es eterna. Hoy, bn el umbral del tercer milenio, el
Espíritu Santo sigue suscitando santos y fundadores de movimientos y nuevas comunidades
para la renovación de la Iglesia y la evangelización del mundo. En la vigilia de Pentecostés
de 1998, con gozo indecible, lo testimoniaba el Papa Juan Pablo II:
• -El pueblo de Dios se prepara para cruzar el umbral del tercer milenio de la era cristiana. Los
movimientos y nuevas comunidades representan uno de los frutos más significativos de la
primavera de la Iglesia que anunció el concilio Vaticano II, pero que, desgraciadamente, a
menudo se ve entorpecida por el creciente proceso de secularización. Su presencia es
alentadora, porque muestra que esta primavera avanza, manifestando la lozanía de la
experiencia cristiana fundada en el encuentro personal con Cristo. A pesar de la diversidad de
sus formas, se caracterizan por su conciencia común de la "novedad" que la gracia bautismal
aporta a la vida, por el singular deseo de profundizar el misterio de la comunión con Cristo y
con los hermanos, y por la firme fidelidad al patrimonio de la fe transmitido por la corriente
viva de la Tradición. Esto produce un renovado impulso misionero que lleva a encontrarse
con los hombres y mujeres de nuestra época, en las situaciones concretas en que se hallan, y a
contemplar con una mirada rebosante de amor la dignidad, las necesidades y el destino de
cada uno.
Lo que sucedió en Jerusalén hace dós mil años, se renueva esta tarde en esta plaza, centro del
mundo cristiano. Como entonces los Apóstoles, también nosotros nos encontramos reunidos
en un gran cenáculo de Pentecostés, anhelando la efusión del Espíritu. Aquí queremos
profesar con toda la Iglesia que "uno sólo es el Espíritu, uno sólo el Señor, uno sólo es Dios,
que obra todo en todos" (lCo 12, 4-6). El Espíritu Santo está aquí con nosotros. El es el alma
de este admirable acontecimiento de comunión eclesial. El Espíritu Santo, que ya actuó en la
creación del mundo y en la antigua alianza, se revela en la Encarnación y en la Pascua del
Hijo de Dios, y casi "estalla" en Pentecostés para prolongar en el tiempo y en el espacio la
misión de Cristo Señor. El Espíritu constituye así la Iglesia como corriente de vida nueva, que
fluye en la historia de los hombres.
Siempre, cuando interviene, el Espíritu produce estupor. Suscita. eventos cuya novedad
asombra, cambia radicalmente a las personas y la historia. Algunos carismas suscitados por el
Espíritu irrumpen como viento impetuoso que aferra y arrastra a las personas hacia nuevos
caminos misioneros al servicio radical del Evangelio, proclamando sin cesar las verdades de
la fe, acogiendo como don la corriente viva de la tradición y suscitando en cada uno el
ardiente deseo de la santidad.
En nuestro mundo, frecuentemente dominado por una cultura secularizada que fomenta y
propone modelos de vida sin Dios, la fe de muchos es puesta a dura prueba y no pocas veces
sofocada y apagada. Se siente, entonces, con urgencia la necesidad de un anuncio fuerte y de
una sólida y profunda formación cristiana. ¡Cuánta necesidad existe hoy de personalidades
143
.4141.110. 1111•••••••••••••••••••••••••••••••••••••
cristianas maduras, conscientes de su identidad bautismal, de su vocación y misión en la
Iglesia y en el mundo! ¡Cuánta necesidad de comunidades cristianas vivas! Y aquí entran los
movimientos y las nuevas comunidades eclesiales: son la respuesta, suscitada por el Espíritu
Santo a este dramático desafío del fin del milenio. Vosotros sois esta respuesta providencial.
Los verdaderos carismas no pueden menos de tender al encuentro con Cristo en los
sacramentos. Las realidades eclesiales a las que os habéis adherido os han ayudado a
redescubrir vuestra vocación bautismal, a valorar los dones del Espíritu recibidos en la
confirmación, a confiar en la misericordia de Dios en el sacramento de la reconciliación y a
reconocer en la Eucaristía la fuente y el culmen de toda la vida cristiana. De la misma manera
gracias a esta fuerte experiencia eclesial, han nacido espléndidas familias cristianas abiertas a
la vida, verdaderas iglesias domésticas; han surgido muchas vocaciones al sacerdocio
ministerial y a la vida religiosa, así como nuevas formas de vida laical inspiradas en los
consejos evangélicos. En los movimientos y en las nuevas comunidades habéis aprendido que
la fe no es un discurso abstracto ni un vago sentimiento religioso sino vida nueva en Cristo,
suscitada por el Espíritu Santo.
Jesús dijo: "He venido' a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera
encendido!" (Lc 12, 49). Mientras la Iglesia se prepara a cruzar el umbral del tercer milenio
acojamos la invitación del Señor, para que su fuego se encienda en nuestro corazón y en el de
nuestros hermanos. Hoy, en este cenáculo de la plaza de San Pedro, se eleva una gran oración:
--"¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven y renueva la faz de la tierra! ¡Ven con tus siete dones! ¡Ven,
Espíritu de vida, Espíritu de verdad, Espíritu de comunión y de amor! La Iglesia y el mundo
tienen necesidad de ti! ¡Ven, Espíritu Santo, y haz cada vez más fecundos los carismas que
has concedido! Da nueva fuerza e impulso misionero a estos hijos e hijas tuyos aquí reunidos.
Ensancha su corazón y reaviva su compromiso cristiano en el mundo. Hazlos mensajeros
valientes del Evangelio, testigos de Jesucristo resucitado, Redentor y Salvador del hombre.
Afianza su amor y su fidelidad a la Iglesia".
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16. PARUSIA
Con Cristo se ha puesto en marcha una nueva era de la historia de la salvación: "la
plenitud de los tiempos". El presentó a Dios el sacrificio aceptable que lleva a plenitud la
salvación en nombre de toda la humanidad. En Cristo, don del Padre al hombre y al mundo,
el hombre y el mundo encuentran su plenitud escatológica. De ahora en adelante, toda la
humanidad está frente a El, a fin de participar en esta salvación, hasta convertirse ella misma
en expresión sacramental de la salvación. Pero ello será plenamente realizado sólo al-final de
los tiempos, cuando los hijos de Dios sean recibidos en la gloria plena y Dios sea todo en
todos.
Cristo murió y resucitó para ser Señor de muertos y vivos (Rm 14,9). La Ascensión de
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Cristo a los cielos significa su participación, en su humanidad, en el poder de Dios mismo.
Jesucristo es Kyrios, Señor, con poder en los cielos y en la tierra. El Padre "sometió bajo sus
pies todas las cosas" (Ef 1,20-22). Cristo es el Señor del cosmos (Ef 4,10;1; 1Co 15,24.27-
28). En El, la historia de la humanidad e incluso toda la creación encuentran su recapitulación
(Ef 1,10), su cumplimiento transcendente. La parusía, consumando la historia, le da
cumplimiento y revela su finalidad: "Esta será la hora en que todos los que estén en los
sepulcros oirán su voz y resucitarán" (Jn 5,28-29). Cristo vendrá én su gloria acompañado de
todos sus ángeles y serán congregadas delante de El todas las naciones. Frente a Cristo, que
es la Verdad, será puesta al desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada hombre
con Dios (Jn 12,49).
El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de
bien o dejado de hacer durante su vida terrena. El Padre, —único que conoce el día y la hora,
pues sólo El decide su advenimiento—, pronunciará, por medio de su Hijo Jesucristo, su
palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la
obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos
admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El
juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus
criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (Ct 8,6; CEC 1038-1040.).
Por ello el Reino de Cristo, presente ya en la Iglesia, no está aún acabado. Espera el
advenimiento a la tierra, "con gran poder y gloria" (Lc 21,27; Mt 25,31), del Rey. Este Reino
aún es objeto de los ataques de los poderes del mal (2Ts 2,7), a pesar de que estos poderes
han sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido
(1Co 15,28), la "Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a
este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen
en dolores de parto, esperando la manifestación de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón
los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (1Co 11,26), que se apresure el retorno de
Cristo (2P 3,11,12), suplicando: "Ven, Señor, Jesús" (1Co 16,22; Ap 22,17-20).
Pero "hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y, destruida la
muerte, tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos,
se purifican; mientras otros están ya glorificados, contemplando claramente a Dios mismo,
Uno y Trino, tal cual es" (LG 49). Todos, sin embargo, participamos de la misma vida de
Dios y cantamos unidos el mismo himno de alabanza a nuestro Dios. Pues "la unión de los
miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de
ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la
comunicación de los bienes espirituales" (LG 49).
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expectación (2Co 1,14; Rm 13,12; Hb 10,25). Complementaria de esta expresión es la
fórmula propia de los sinópticos: "venida del Hijo del hombre" (Mc 13,26; 14,62; Mt 10,23;
16,27; 24,44; 25,31; Lc 12,40; 18,8), que procede del libro de Daniel (c.7) y evoca también
preferentemente el juicio. Pero evoca igualmente el carácter solemne de la venida del Señor
con poder y gloria, manifestándose en las nubes rodeado de ángeles (Mc 13,26s; 14,62; Ap
1,7).
El Nuevo Testamento se sirve además de otras palabras para designar la parusía,
como epifanía, manifestación y apocalipsis. Pablo, en sus cartas pastorales habla sobre todo
de epifanía, refiriéndose indistintamente a la primera aparición de Cristo en la encarnación
(2Ts 1,10; Tt 2,11; 3,4) o a su venida final (1Tm 6,14; 21'm 4,1.8; Tt 2,13). Más tarde los
Padres, inspirados en estos textos hablan de las dos venidas de Cristo, una en la debilidad de
la carne y otra con poder y majestad. Pero, la venida gloriosa del Señor, con poder y
majestad, no suscita el temor en los cristianos, sino la expectación gozosa, una feliz
esperanza: "Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres,
vivimos aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y
Salvador nuestro Jesucristo" (Tt 2,11-13). Como variante de epifanía se usan los términos
apocalipsis y manifestación (1Co 1,7; 1P 1,7.13; 4,13), expresando el carácter glorioso de la
manifestación del Señor. La vida cristiana se caracteriza por la esperanza de participar en la
gloria de la parusía (1P 1,5; 5,1; Col 3,4)).
b) Inminencia de la parusía
Es preciso estar preparado, vigilante, porque el Señor viene "como un ladrón", cuando
menos se espere. No se puede dormir, quedarse sin aceite, porque viene y cierra la puerta del
banquete. Sólo quien no conoce su amor puede vivir despreocupado u ocupado en otros
afanes. Puede incluso burlarse de los creyentes, que esperan a que su Señor vuelva, diciendo:
"¿Dónde está la promesa de su venida? Desde que murieron nuestros padres todo sigue igual"
(2P 3,4). Pero se equivocan; la parusía está cerca, puede acontecer en cualquier momento;
sólo que su cercanía no puede medirse en días o años humanos, porque Dios tiene otra
medida: "ante el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor, pues, no
tarda en cumplir la promesa, como algunos creen, sino que usa de paciencia con vosotros,
pues no quiere que ninguno perezca, sino que a todos da tiempo para la conversión. Esta
magnanimidad del Señor, juzgadla como salvación" (2P 3,8-15).
"El Reino de Dios viene sin dejarse sentir" (Lc 17,20), "porque, como relámpago
fulgurante que brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su Día".
Por ello, esperarlo velando es la actitud del cristiano para qué en la parusía pueda estar en pie
ante el Señor: "Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el .libertinaje,
por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre
vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra.
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Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que
está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre" (Lc 21,34-36).
A esta luz la vida huMana aparece como el tiempo de la sementera, tiempo ordenado a
la cosecha que tendrá lugar en la parusía del Señor: "No os engañéis: de Dios nadie se burla;
lo que cada uno siembra, eso cosechará. Quien siembra en la carne cosechará corrupción; mas
quien siembre en el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. Así, pues, no nos cansamos
de obrar el bien, sabiendo que, si no desistimos, al tiempo oportuno, cosecharemos" (Ga 6,7-
9). Quien siembra en la carne se presentará ante el Señor en sut venida con la cosecha de
"fornicaciones, impurezas, libertinaje, idolatrías, supersticiones, enemistades, discordias,
divisiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas parecidas, y no podrá heredar el Reino de
Dios" (Ga 5,19-21). En cambio, el que camina en el Espíritu, guiado por el Espíritu, se
presentará ante el Señor con el fruto del Espíritu: "amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad,
bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Ga 5,22).
La venida del Mesías glorioso está vinculada al reconocimiento de Jesús como Mesías
por Israel (Rm 11,26; Mt 23,39) y al desvelamiento del misterio de iniquidad en la prueba
final de la Iglesia, que sacudirá la fe de numerosos creyentes (Lc 18,8; Mt 24,12; Lc 21,12; Jn
15,19-20; 2Ts 2,4-12; lTs 5,2-3; 2Jn 7; lin 2,18.22). La Iglesia sólo entrará en la gloria del
Reino. a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su
resurrección (Ap 19,1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de
la Iglesia (Ap 13,8) en forma de un proceso creciente, sino por una intervención de Dios, que
triunfará sobre el último desencadenamiento del mal (Ap 20,7-10) y hará descender desde el
cielo a su Esposa (Ap 21,2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de
Juicio final (Ap 20,12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (2P
3,12-13; CEC 668-677).
La Parusía del Señor estará precedida además por el enfriamiento de. la fe (Lc 18,8),
por la aparición del Anticristo (2Ts 2,1—ss; lJn 2,18-22; 4,1-4;2; Jn 7-9), por la predicación del
Evangelio a todas las naciones (Mt 24,14). Pero estos signos no son señales que nos permitan
conocer "el día o la hora", que el Señor no ha querido darnos a conocer. Pero sí son una
invitación a la perseverancia en la fidelidad, para que, cuando el Señor venga, no nos
encuentre sin fe, dado que los poderes, que se oponen al reino de Dios, —el Anticristo como
oposición a Cristo—, nos amenazan. Y, mientras llega la parusía del Señor, en el tiempo
intermedio, la misión del cristiano es la evangelización de las naciones, esperando también la
conversión del pueblo de Israel, que sigue siendo el pueblo elegido, a pesar de su oposición al
evangelio. La fidelidad de Dios es más fuerte que la infidelidad del hombre (Rm 11). En
Cristo se ha alargado la elección de Dios a todas las naciones. La unidad original del género
148
humano ha sido restablecida en Cristo.
Cristo, cumplimiento del designio de Dios, entra en este combate con el Impío, que es
llamado ahora el Anticristo. Su derrota final será el preludio de la venida gloriosa del Hijo del
hombre. Pero la aparición de "falsos cristos" inducirá, con sus seducciones, a los hombres a
la apostasía (Mc 13,5s.21ss; Mt 24,11). En los últimos tiempos, el Adversario, al verse
perdido, tornará, con impiedad, los rasgos del mismo Señor para llevar a la perdición a los
hombres. Su manifestación precederá la parusía de Jesucristo, que con su llegada lo
aniquilará (2Ts 2,3-12).
El Apocalipsis presenta al Adversario con rasgos de bestias: una blasfema contra
Dios, se hace adorar y persigue a los verdaderos creyentes (Ap 13,1-10); la otra remeda al
Cordero, obrando prodigios engañosos con los que seduce a los hombres para que adoren a la
otra bestia (Ap 13,11-18). En la cartas de San Juan hallamos concretizado al Anticristo: quien
niega que Jesús es Cristo, negando así al Padre y al Hijo ( Un 2,22), quien no confiese a
Jesucristo venido en la carne (Un 4,3; 2Jn 7) ese es el seductor, el Anticristo. Por la doble vía
de la persecución y de la seducción el Adversario trata de hacer abortar el designio de
salvación de Dios. "El Cordero, como es Señor de señores y Rey de reyes, le vencerá en
unión con los suyos, los llamados y elegidos y fieles" (Ap 17,14). A estos testigos fieles les
hará partícipes de su victoria, "concediéndoles sentarse conmigo en mi trono" (Ap 3,21).
Entre los santos, la Lumen gentiwn destaca a María, que es la imagen y el comienzo
de lo que será la Iglesia en su forma acabada. María es el icono escatológico de la Iglesia. La
gloria a que María ha sido elevada está destinada a toda la Iglesia. La asunción de María es el
comienzo, el símbolo, la prefiguración de lo que va a suceder a toda la Iglesia. María es el
tipo de la Iglesia: en ella se manifiesta la seguridad que tenemc en Cristo; su suerte
concretiza y evoca. nuestro destino común. San Pablo, hablando de la resurrección, nos
presenta a Cristo como el nuevo Adán, el celestial, cuya imagen llevamos, del mismo modo
que llevamos la imagen del primero (1Co 15,45-49). "Y como en Adán hemos muerto todos,
así también seremos todos vivificados. Pero cada uno a su tiempo; el primero Cristo; luego
los de Cristo, cuando El venga" (1Co 15,22-23). Toda la Iglesia tendrá que esperar hasta la
Parusía, pero María, la nueva Eva, ya está íntimamente unida al Esposo. Y mientras el pueblo
de Dios camina, en la espera del advenimiento del día del Señor, la Virgen María alienta
nuestra esperanza, corno signo escatológico del Reino.
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c) En la espera de la parusía
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existencia cristiana como vigilancia, el carácter triunfal de la venida de Cristo y, por tanto, la
actitud de gozosa y confiada expectación_con que los cristianos viven su vida actual. La
parusía como plenitud y cumplimiento dela obra comenzada, en la Iglesia y en cada fiel
cristiano, sólo "alcanzará su consumación" al final de la historia. El Reino de Dios "ya
presente se consumará en la venida del Señor" (GS 39). La constitución sobre la liturgia
señala que la participación en el culto litúrgico entraña la expectación de la manifestación
final de Cristo, nuestra vida (SC 8). Y los nuevos textos litúrgicos recuperan la aclamación
1110 escatológica del maranathá: "¡Ven, Señor Jesús!".
111,
d) Parusía gloriosa de los cristianos
Pero la parusía no será sólo manifestación, será también el cumplimiento pleno del
Triunfo de Cristo. La parusía es el momento de la cosecha, de la que la resurrección de Cristo
es primicia. Cristo Cabeza, ya resucitado y sentado a la derecha del Padre, unirá a sí mismo
su cuerpo, la Iglesia, los cristianos con sus cuerpos gloriosos. Ante el Padre se presentará el
Cuerpo total de Cristo. La resurrección de Cristo y la resurrección de los "que son de Cristo"
es el acontecimiento final de su venida gloriosa (1Co 15,20-28). Así, pues, la venida gloriosa
de Cristo supone una novedad, que Pablo hace consistir en que Cristo "nos manifestará a
nosotros gloriosos con El" (Col 3,4), colocándonos "la corona inmarcesible de gloria" (1P
5,6), es decir, "seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (lJn 3,2). Y con la
manifestación de los hijos de Dios, la creación entera se verá liberada de la esclavitud, siendo
recreada como "nueva creación".
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vida celeste de Cristo, pero esta gloria está oculta y no llegará a ser manifiesta y gloriosa sino
en la Parusía: "Porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios, cuando
aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con El" (Col
3,3-4). El Señor se ha ido a prepararnos un sitio en la casa del Padre; cuando lo haya
preparado "volveré y os traeré conmigo, para que donde yo esté estéis también vosotros" (Jn
14,2-3).
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